Judas —medio hermano de Jesús— escribió su carta en Palestina hacia el año 65. En ella advierte a sus compañeros cristianos de que algunos malvados se habían infiltrado en la congregación y les da consejos para que puedan resistir las malas influencias. Prestar atención al mensaje de las tres cartas de Juan y la de Judas nos ayudará a permanecer firmes en la fe a pesar de los obstáculos (Heb. 4:12).
Juan dirige su primera carta a la entera asociación de los que están en unión con Cristo y suministra buenos consejos para ayudarlos a resistir la apostasía y a mantenerse firmes a favor de la verdad y la justicia. También destaca la importancia de seguir el camino de la luz, el amor y la fe.Juan escribe: “Si andamos en la luz, como [Dios] mismo está en la luz, [...] tenemos participación unos con otros”. Y tomando en cuenta que Dios es la Fuente del amor, el apóstol dice: “Continuemos amándonos unos a otros”. Además, señala que mientras que “el amor de Dios” nos mueve a “observ[ar] sus mandamientos”, “nuestra fe” en Jehová, en su Palabra y en su Hijo nos ayuda a vencer al mundo (1 Juan 1:7; 4:7; 5:3, 4).
Respuestas a preguntas bíblicas:
1:1.
¿A qué refiere Juan con “Lo que era desde [el] principio”?.
Jesús, “la palabra de la vida”, estuvo con Jehová “desde el principio” como la primera creación de Dios, y por medio de él “todas las demás cosas fueron creadas”. (Colosenses 1:15, 16.) Algunos apóstatas del primer siglo alegaban que no tenían pecado y negaban el lugar que con derecho Cristo ocupa en el arreglo divino. Pero los apóstoles de Jesús lo oyeron hablar, lo contemplaron atentamente y lo tocaron. Supieron que el poder de Dios operaba mediante él. Por lo tanto, había el testimonio de testigos oculares de que él era el Hijo de Dios que había vivido, sufrido y muerto como humano. Él es “la palabra de la vida” porque “vida [eterna] fue manifestada” mediante Jesús, por medio de quien Dios ha provisto el rescate. (Romanos 6:23; 2 Timoteo 1:9, 10.)
El verbo “arrepentirse” significa “sentir pesar, contrición o compunción, por haber hecho o haber dejado de hacer alguna cosa”. También entraña la idea de “cambiar de actitud con respecto a cierta acción o conducta del pasado (o a algo que se pretendía hacer) debido a pesar o descontento”. En muchos textos esta es la idea de la palabra hebrea na·jám, término que puede significar “sentir pesar; estar de duelo; arrepentirse” (Éx 13:17; Gé 38:12; Job 42:6), y también: “consolarse” (2Sa 13:39; Eze 5:13), “liberarse” o “desembarazarse (por ej.: de los enemigos)”. (Isa 1:24.) Sea que se refiera a sentir pesar o a sentir consuelo, el término hebreo implica un cambio en la actitud mental o el sentir de la persona. En la Biblia, cambio de actitud acompañado de un sincero pesar por un estilo de vida anterior, por haber actuado mal o por no haber hecho algo. El fruto que produce el verdadero arrepentimiento es un cambio en la conducta (Mt 3:8; Hch 3:19; 2Pe 3:9).
En griego se usan dos verbos en conexión con el arrepentimiento: me·ta·no·é·ö y me·ta·mé·lo·mai. El primero se compone de me·tá, “después”, y no·é·ö (relacionado con nous, mente, disposición o consciencia moral), que significa “percibir; discernir; captar; darse cuenta”. Por consiguiente, el significado literal de me·ta·no·é·ö es “conocer después” (en contraste con “pre-conocer”), y se refiere a un cambio en la manera de pensar, la actitud o el propósito de una persona. Por otro lado, me·ta·mé·lo·mai viene de mé·lö, que significa “preocupar; interesar”. El prefijo me·tá (después) le da al verbo el sentido de “sentir pesar” (Mt 21:30; 2Co 7:8) o “arrepentirse”.
Por consiguiente, me·ta·no·é·ö recalca el cambio de punto de vista o disposición: el rechazo del modo de proceder pasado o que se ha pensado emprender por considerarlo indeseable (Apo 2:5; 3:3); por otro lado, me·ta·mé·lo·mai subraya el sentimiento de pesar que experimenta la persona. (Mt 21:30.) El Theological Dictionary of the New Testament (edición de G. Kittel, vol. 4, pág. 629; traducción al inglés de G. Bromiley, 1969) dice: “Por lo tanto, cuando el Nuevo Testamento separa los significados de [estos términos], muestra un claro discernimiento de la naturaleza incambiable de ambos conceptos. En contraste, el uso helenístico acercó el significado de las dos palabras”.
Por supuesto, un cambio de punto de vista suele ir acompañado de un cambio de sentimientos, o es posible que sea el sentimiento de pesar el que provoque un decidido cambio en el punto de vista o la voluntad de la persona. (1Sa 24:5-7.) Se deduce, entonces, que estos dos vocablos, aunque de distinto significado, son muy afines.
Arrepentimiento humano de los pecados. El pecado, el no cumplir con los justos requisitos de Dios es lo que hace necesario el arrepentimiento. (1Jn 5:17.) Ya que Adán vendió a toda la humanidad al pecado, todos sus descendientes han tenido la necesidad de arrepentirse. (Sl 51:5; Ro 3:23; 5:12.) Como se muestra en el artículo RECONCILIACIÓN, el arrepentimiento (seguido de la conversión) es un requisito previo para reconciliarse con Dios.
Puede ser que el arrepentimiento afecte el proceder de la vida de una persona, es decir, un derrotero de vida contrario al propósito y la voluntad divinas y, por lo tanto, en armonía con el mundo controlado por el adversario de Dios (1Pe 4:3; 1Jn 2:15-17; 5:19), o quizás solo afecte un aspecto en particular de la vida, una práctica impropia que estropea y mancha un derrotero que de otra manera sería aceptable; es posible que se sienta arrepentimiento debido a un solo acto de mala conducta o hasta por una tendencia, inclinación o actitud incorrecta. (Sl 141:3, 4; Pr 6:16-19; Snt 2:9; 4:13-17; 1Jn 2:1.) Por consiguiente, las faltas que lo causan pueden ser o bien de carácter muy general o bien bastante específicas.
De manera similar, una persona puede desviarse de la justicia mucho o poco, y, como es lógico, el grado de pesar estará en proporción al grado de desviación. Los israelitas fueron “a lo profundo en su sublevación” contra Jehová y se ‘pudrieron’ en sus transgresiones. (Isa 31:6; 64:5, 6; Eze 33:10.) Por otro lado, el apóstol Pablo aconseja que cuando un “hombre dé algún paso en falso antes que se dé cuenta de ello”, los que tienen las debidas cualidades espirituales han de tratar “de reajustar a tal hombre con espíritu de apacibilidad”. (Gál 6:1.) Ya que Jehová tiene misericordia de las debilidades carnales de sus siervos, estos no necesitan estar en una constante condición de remordimiento debido a los errores que cometen por su imperfección inherente. (Sl 103:8-14; 130:3.) Si andan concienzudamente en los caminos de Dios, pueden sentirse gozosos. (Flp 4:4-6; 1Jn 3:19-22.)
Entre los que necesitan arrepentimiento puede que estén aquellos que ya han disfrutado de una relación favorable con Dios, pero que se han desviado y han sufrido la pérdida de su favor y bendición. (1Pe 2:25.) Israel estaba en una relación de pacto con Dios, eran un “pueblo santo”, escogido de entre todas las naciones (Dt 7:6; Éx 19:5, 6); los cristianos también llegaron a estar en una posición justa ante Dios mediante el nuevo pacto mediado por Cristo. (1Co 11:25; 1Pe 2:9, 10.) En el caso de aquellos que se desviaron, el arrepentimiento los conducía a la restauración de su buena relación con Dios y a los consiguientes beneficios y bendiciones que les reportaría esa relación. (Jer 15:19-21; Snt 4:8-10.) Para los que no han disfrutado con anterioridad de tal relación con Dios —como los pueblos paganos de naciones no israelitas durante el tiempo en que estuvo en vigor el pacto de Dios con Israel (Ef 2:11, 12) y todas aquellas personas de cualquier raza o nacionalidad que están fuera de la congregación cristiana—, el arrepentimiento es un paso principal y esencial para llegar a estar en una posición justa delante de Dios, con vida eterna en mira. (Hch 11:18; 17:30; 20:21.)
El arrepentimiento puede ser tanto colectivo como individual. Por ejemplo: la predicación de Jonás movió a toda la ciudad de Nínive a arrepentirse, desde el rey hasta “el menor de ellos”, pues a los ojos de Dios todos habían participado en la maldad. (Jon 3:5-9; compárese con Jer 18:7, 8.) A instancias de Esdras, la entera congregación formada por los israelitas que regresaron del exilio reconoció su culpabilidad colectiva ante Dios y expresó arrepentimiento por medio de sus príncipes representantes. (Esd 10:7-14; compárese con 2Cr 29:1, 10; 30:1-15; 31:1, 2.) Asimismo, la congregación de Corinto se arrepintió de haber tolerado la presencia de alguien que practicaba males crasos. (Compárese con 2Co 7:8-11; 1Co 5:1-5.) Incluso los profetas Jeremías y Daniel no se eximieron por completo de culpabilidad cuando confesaron los males que había cometido Judá y que resultaron en su caída. (Lam 3:40-42; Da 9:4, 5.)
Qué requiere el verdadero arrepentimiento. El arrepentimiento envuelve tanto la mente como el corazón. Hay que reconocer lo malo del proceder o la acción, y para ello se precisa aceptar como justas las normas y la voluntad divinas. Ignorar u olvidar su voluntad y normas es una barrera para el arrepentimiento. (2Re 22:10, 11, 18, 19; Jon 1:1, 2; 4:11; Ro 10:2, 3.) Por esta razón, Jehová, en su misericordia, ha enviado a profetas y predicadores para que hagan una llamada al arrepentimiento. (Jer 7:13; 25:4-6; Mr 1:14, 15; 6:12; Lu 24:27.) Al hacer que se publiquen las buenas nuevas por medio de la congregación cristiana, y en particular desde el tiempo de la conversión de Cornelio en adelante, Dios ha estado “diciéndole a la humanidad que todos en todas partes se arrepientan”. (Hch 17:22, 23, 29-31; 13:38, 39.) La Palabra de Dios (escrita o hablada) es el medio para ‘persuadirles’, para convencerles de lo justo del camino del Creador y de lo incorrecto de sus propios caminos. (Compárese con Lu 16:30, 31; 1Co 14:24, 25; Heb 4:12, 13.) La Ley de Dios es “perfecta, hace volver el alma”. (Sl 19:7.)
El rey David habla de ‘enseñar a los transgresores los caminos de Dios para que se vuelvan a Él’ (Sl 51:13), obviamente una referencia a sus compañeros israelitas. A Timoteo se le dijo que no pelease cuando tratase con los cristianos de las congregaciones a las que servía, sino que ‘instruyese con apacibilidad a los que no estuvieran favorablemente dispuestos’, ya que Dios tal vez les daría ‘arrepentimiento que conduciría a un conocimiento exacto de la verdad, y recobrarían el juicio fuera del lazo del Diablo’. (2Ti 2:23-26.) Por consiguiente, la llamada al arrepentimiento se puede dar tanto dentro de la congregación del pueblo de Dios como fuera de ella.
La persona debe entender que ha pecado contra Dios. (Sl 51:3, 4; Jer 3:25.) Esto puede ser bastante obvio cuando existe blasfemia pública contra el nombre de Dios o adoración de otros dioses, como por medio de imágenes idolátricas. (Éx 20:2-7.) Sin embargo, hasta en lo que se pudiera considerar como un “asunto privado” o algo entre dos personas, ha de reconocerse que los males cometidos son pecados contra Dios, una falta de respeto a Jehová. (Compárese con 2Sa 12:7-14; Sl 51:4; Lu 15:21.) Hay que admitir que incluso las faltas en las que se incurre por ignorancia o equivocación hacen que se sea culpable ante el Gobernante Soberano, Jehová Dios. (Compárese con Le 5:17-19; Sl 51:5, 6; 119:67; 1Ti 1:13-16.)
Una parte importante de la labor de los profetas consistió en convencer a Israel de sus pecados (Isa 58:1, 2; Miq 3:8-11), bien de idolatría (Eze 14:6), injusticia, opresión de un semejante (Jer 34:14-16; Isa 1:16, 17), inmoralidad (Jer 5:7-9) o falta de confianza en Jehová al apoyarse en el hombre y en el poderío militar de las naciones. (1Sa 12:19-21; Jer 2:35-37; Os 12:6; 14:1-3.) El mensaje que Juan el Bautista y el propio Jesucristo dirigieron al pueblo judío fue una llamada al arrepentimiento. (Mt 3:1, 2, 7, 8; 4:17.) Ambos pusieron al descubierto la condición pecaminosa de la nación al despojar a la gente y a sus guías religiosos del halo de santurronería que les amparaba y del embozo de tradiciones humanas y simulaciones hipócritas que les encubría. (Lu 3:7, 8; Mt 15:1-9; 23:1-39; Jn 8:31-47; 9:40, 41.)
Captar el sentido con el corazón. Por consiguiente, para que exista arrepentimiento, primero debe haber un corazón receptivo que posibilite el que la persona vea y escuche con entendimiento. (Compárese con Isa 6:9, 10; Mt 13:13-15; Hch 28:26, 27.) La mente puede percibir y recoger lo que el oído escucha y el ojo ve, pero es mucho más importante que la persona que se arrepiente ‘capte el sentido [“la idea”, Jn 12:40] de ello con el corazón’. (Mt 13:15; Hch 28:27.) De esa manera no solo se produce un reconocimiento intelectual del proceder pecaminoso, sino también una respuesta apreciativa, desde el corazón. Para los que ya conocen a Dios, tal vez solo sea necesario ‘hacer volver a su corazón’ el conocimiento de Dios y de sus mandamientos (Dt 4:39; compárese con Pr 24:32; Isa 44:18-20) con el fin de ‘recobrar el juicio’. (1Re 8:47.) Si tienen una recta motivación de corazón, serán capaces de ‘rehacer su mente y probar para sí mismos la buena, acepta y perfecta voluntad de Dios’. (Ro 12:2.)
Si una persona tiene fe y amor a Dios en su corazón, sentirá un pesar sincero y tristeza debido a su mal proceder. El aprecio por la bondad y la grandeza de Dios hará que los transgresores sientan un profundo remordimiento por haber ofendido Su nombre. (Compárese con Job 42:1-6.) Por otra parte, el amor al prójimo les hará lamentar el daño que han causado a otros, el mal ejemplo que han puesto y quizás hasta la manera de manchar la reputación del pueblo de Dios ante los de afuera. Dichos transgresores buscan el perdón porque desean honrar el nombre de Dios y trabajar para el bien de su prójimo. (1Re 8:33, 34; Sl 25:7-11; 51:11-15; Da 9:18, 19.) Arrepentidos, se sienten “quebrantados de corazón”, ‘aplastados y de espíritu humilde’ (Sl 34:18; 51:17; Isa 57:15), están ‘contritos de espíritu y tiemblan ante la palabra de Dios’ (Isa 66:2), palabra que hace un llamamiento hacia el arrepentimiento, y, en realidad, ‘van retemblando a Jehová y a su bondad’. (Os 3:5.) Cuando David obró tontamente al ordenar un censo, su “corazón [...] empezó a darle golpes”. (2Sa 24:10.)
Por consiguiente, es necesario que haya un rechazo definitivo, que se sienta un odio de corazón y una gran repugnancia por el mal proceder. (Sl 97:10; 101:3; 119:104; Ro 12:9; compárese con Heb 1:9; Jud 23.) Esto es así porque “el temor de Jehová significa odiar lo malo”, y eso incluye odiar el ensalzamiento propio, el orgullo, el mal camino y la boca perversa. (Pr 8:13; 4:24.) Además, tiene que haber amor a la justicia y una firme determinación de adherirse a partir de entonces a un proceder justo. Sin este odio a lo que es malo y amor a la justicia, el arrepentimiento no tendría ninguna fuerza genuina que llevara a la verdadera conversión. Debido a esto, aunque el rey Rehoboam se humilló ante la expresión de la cólera de Jehová, después “hizo lo que era malo, porque no había establecido firmemente su corazón en buscar a Jehová”. (2Cr 12:12-14; compárese con Os 6:4-6.)
Tristeza piadosa, no como la del mundo. En la segunda carta que Pablo escribe a los corintios, el apóstol hace referencia a la “tristeza de manera piadosa” que estos expresaron como resultado de la reprensión que les había dado en la primera carta. (2Co 7:8-13.) Había ‘sentido pesar’ (me·ta·mé·lo·mai) por haberles tenido que escribir con tanta severidad y como consecuencia haberles causado dolor, pero dejó de sentirlo al ver que su reprensión había producido en ellos tristeza piadosa, una tristeza que les había llevado a un arrepentimiento sincero (me·tá·noi·a) de su actitud y proceder incorrectos. Sabía que el dolor que les había causado había obrado para su bien y no les haría ningún “daño”. La tristeza que conducía al arrepentimiento no era algo por lo que ellos tuvieran que sentir pesar, pues les mantenía en el camino de la salvación, evitando que reincidieran o apostataran, y les daba la esperanza de vida eterna. Contrasta esta tristeza con “la tristeza del mundo [que] produce muerte”, tristeza que no se deriva de la fe y del amor que se le tiene a Dios y a la justicia, sino que nace del fracaso, la decepción, la pérdida, el castigo por el mal y la vergüenza (compárese con Pr 5:3-14, 22, 23; 25:8-10), y suele dar lugar a amargura, resentimiento y envidia, por lo que no conduce a beneficio duradero alguno, ni a mejoras ni a una esperanza genuina. (Compárese con Pr 1:24-32; 1Te 4:13, 14.) La tristeza del mundo se lamenta por las consecuencias desagradables del pecado, pero no por el pecado en sí ni por el oprobio que este le ocasiona al nombre de Dios. (Isa 65:13-15; Jer 6:13-15, 22-26; Apo 18:9-11, 15, 17-19; contrástese con Eze 9:4.)
El caso de Caín sirve de ejemplo, pues fue la primera persona a la que Dios instó al arrepentimiento. Lo instó, advirtiéndole que se dirigiese “a hacer lo bueno”, para que el pecado no llegase a dominarlo. Sin embargo, en lugar de arrepentirse de su odio asesino, Caín dejó que este lo impulsara a matar a su hermano. Cuando Dios lo interrogó, respondió con evasivas y solo manifestó algún pesar al escuchar la sentencia que recayó sobre él, un pesar debido a la severidad del castigo, no al mal cometido. (Gé 4:5-14.) Al obrar de ese modo, demostró que se ‘originaba del inicuo’. (1Jn 3:12.)
También manifestó la tristeza propia del mundo Esaú, cuando supo que su hermano Jacob había recibido la bendición de primogénito (derecho que él había vendido desdeñosamente a Jacob). (Gé 25:29-34.) Esaú clamó “de una manera extremadamente fuerte y amarga”, buscando con lágrimas un “arrepentimiento” (me·tá·noi·a), no el suyo, sino un “cambio de parecer” de su padre. (Gé 27:34; Heb 12:17, NTI.) Sintió pesar por la pérdida, no por la actitud materialista que le hizo ‘despreciar la primogenitura’. (Gé 25:34.)
Después de haber traicionado a Jesús, Judas “sintió remordimiento [forma de me·ta·mé·lo·mai]”, intentó devolver el soborno que había concertado y después se ahorcó. (Mt 27:3-5.) Por lo visto le abrumó la monstruosidad de su delito y probablemente también la espantosa seguridad de que recibiría el juicio divino. (Compárese con Heb 10:26, 27, 31; Snt 2:19.) Sintió remordimiento por su culpabilidad, abatimiento, desesperación, pero no hay nada que muestre que expresara la tristeza piadosa que genera arrepentimiento (me·tá·noi·a). Para confesar su pecado no buscó a Dios, sino a los líderes judíos, y es probable que les devolviera el dinero con la idea equivocada de que así atenuaría hasta cierto grado su delito. (Compárese con Snt 5:3, 4; Eze 7:19.) Al delito de traición y de contribuir a la muerte de un hombre inocente, añadió el de suicidio. Su proceder está en marcado contraste con el de Pedro, cuyo amargo llanto después de haber negado a su Señor fue el reflejo de su arrepentimiento de corazón, lo que hizo posible que se le restableciese. (Mt 26:75; compárese con Lu 22:31, 32.)
Como puede verse, el pesar, el remordimiento y las lágrimas no son en sí mismos pruebas de arrepentimiento genuino; el factor determinante es el motivo del corazón. Oseas dice que Jehová denunció a Israel debido a que en su aflicción “no clamaron a [Él] por socorro con su corazón, aunque siguieron aullando en sus camas. A causa de su grano y vino dulce siguieron holgazaneando [...]. Y procedieron a regresar, no a nada más elevado [...]”. Era el egoísmo lo que estaba detrás de su ruego por alivio en tiempo de calamidad, y si se les concedía ese alivio, no aprovechaban la oportunidad para mejorar su relación con Dios adhiriéndose más estrechamente a sus elevadas normas (compárese con Isa 55:8-11); eran como un “arco flojo” que nunca da en el blanco. (Os 7:14-16; compárese con Sl 78:57; Snt 4:3.) El ayuno, el llanto y el plañir eran manifestaciones válidas, pero solo si los arrepentidos ‘rasgaban sus corazones’ y no simplemente sus prendas de vestir. (Joe 2:12, 13; véanse AYUNO; DUELO.)
La confesión del mal. La persona arrepentida se humilla y busca el rostro de Dios (2Cr 7:13, 14; 33:10-13; Snt 4:6-10), suplicando su perdón. (Mt 6:12.) No es como el fariseo santurrón de la ilustración de Jesús, sino como el recaudador de impuestos a quien describió golpeándose el pecho y diciendo: “Oh Dios, sé benévolo para conmigo, que soy pecador”. (Lu 18:9-14.) El apóstol Juan dice: “Si hacemos la declaración: ‘No tenemos pecado’, a nosotros mismos nos estamos extraviando y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia”. (1Jn 1:8, 9.) “El que encubre sus transgresiones no tendrá éxito, pero al que las confiesa y las deja se le mostrará misericordia.” (Pr 28:13; compárese con Sl 32:3-5; Jos 7:19-26; 1Ti 5:24.)
La oración que pronunció el profeta Daniel y que se halla en Daniel 9:15-19 es un modelo de confesión sincera, en la que la principal preocupación es el buen nombre de Jehová y la súplica se basa, no en “nuestros actos justos [...], sino según tus muchas misericordias”. Véase, además, la humilde confesión del hijo pródigo. (Lu 15:17-21.) Las personas arrepentidas sinceramente ‘elevan a Dios su corazón y las palmas de sus manos’, para confesarle sus transgresiones y buscar Su perdón. (Lam 3:40-42.)
Confesar los pecados los unos a los otros. El discípulo Santiago aconseja: “Confiesen abiertamente sus pecados unos a otros y oren unos por otros, para que sean sanados”. (Snt 5:16.) Esta confesión no significa que algún humano tenga que servir como “ayudante [“abogado”, NC]” para el hombre delante de Dios, ya que solo Cristo desempeña ese papel en virtud de su sacrificio propiciatorio. (1Jn 2:1, 2.) Los humanos no son capaces de enderezar por sí mismos el mal que hayan cometido contra Dios, ni a favor suyo ni a favor de otros, ya que no pueden proporcionar la expiación necesaria. (Sl 49:7, 8.) No obstante, los cristianos pueden ayudarse los unos a los otros, y aunque sus oraciones a favor de sus hermanos no afecten la manera de aplicar Dios la justicia (ya que solo el rescate de Cristo sirve para perdonar los pecados), sí pueden servir para pedir a Dios que Él dé la ayuda y la fuerza necesarias al que ha pecado y busca dicha ayuda. (Véase ORACIÓN - [La respuesta a las oraciones].)
La conversión: un volverse. El arrepentimiento cambia el proceder incorrecto de la persona, hace que rechace el mal camino y se determine a emprender un proceder correcto. Al arrepentimiento genuino le sigue la “conversión”. (Hch 15:3.) Tanto en hebreo como en griego, los verbos relacionados con la conversión (heb. schuv; gr. stré·fö; e·pi·stré·fö) significan simplemente “volver; volverse; retroceder”. (Gé 18:10; Pr 15:1; Jer 18:4; Jn 21:20; Hch 15:36.) Usados en sentido espiritual, pueden referirse a un apartarse de Dios, y por lo tanto volverse a un proceder pecaminoso (Nú 14:43; Dt 30:17), o a un volverse a Dios de un mal camino anterior. (1Re 8:33.)
La conversión implica más que una simple actitud o expresión verbal; debe haber “obras propias del arrepentimiento”. (Hch 26:20; Mt 3:8.) Hay que ‘buscar’ a Jehová e ‘inquirir’ de Él de manera activa, con todo el corazón y el alma. (Dt 4:29; 1Re 8:48; Jer 29:12-14.) Esto significa forzosamente buscar el favor de Dios ‘escuchando su voz’ según se expresa en su Palabra (Dt 4:30; 30:2, 8), ‘mostrar perspicacia en su apego a la verdad’ por medio de un mejor entendimiento y aprecio de sus caminos y voluntad (Da 9:13), observar y ‘poner por obra’ sus mandamientos (Ne 1:9; Dt 30:10; 2Re 23:24, 25), ‘guardar bondad amorosa y justicia’ y “esperar en [...] Dios constantemente” (Os 12:6), abandonar el uso de imágenes religiosas o el culto a la criatura para ‘dirigir el corazón inalterablemente a Jehová y servirle solo a Él’ (1Sa 7:3; Hch 14:11-15; 1Te 1:9, 10) y andar en sus caminos y no en el camino de las naciones (Le 20:23) ni en el de uno mismo. (Isa 55:6-8.) Las oraciones, los sacrificios, los ayunos y la observancia de fiestas sagradas carecen de sentido y de valor para Dios a menos que vayan acompañados de buenas obras, se busque la justicia, se elimine la opresión y la violencia y se ejerza misericordia. (Isa 1:10-19; 58:3-7; Jer 18:11.)
Esto exige “un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Eze 18:31); y si una persona cambia su modo de pensar, sus motivos y su propósito en la vida, tendrá otro estado de ánimo o disposición, una fuerza moral nueva. El que modifica su proceder de vida consigue una “nueva personalidad que fue creada conforme a la voluntad de Dios en verdadera justicia y lealtad” (Ef 4:17-24), libre de inmoralidad, de codicia y de habla y conducta violentas. (Col 3:5-10; contrástese con Os 5:4-6.) Para estos, Dios hace que el espíritu de sabiduría “salga burbujeando”, dándoles a conocer sus palabras. (Pr 1:23; compárese con 2Ti 2:25.)
Por lo tanto, el arrepentimiento genuino tiene un verdadero impacto, genera fuerza e impulsa a la persona a ‘volverse’. (Hch 3:19.) Por consiguiente, Jesús pudo decir al cuerpo de cristianos de Laodicea: “Sé celoso y arrepiéntete”. (Apo 3:19; compárese con 2:5; 3:2, 3.) También conlleva ‘gran solicitud, librarse de la culpa, temor piadoso, anhelo y corrección del abuso’ (2Co 7:10, 11), mientras que la falta de interés por rectificar los males cometidos revela una falta de arrepentimiento verdadero. (Compárese con Eze 33:14, 15; Lu 19:8.)
La expresión “hombre recién convertido”, “neófito” (Mod), significa literalmente en griego “recién plantado” o “recién crecido” (ne·ó·fy·tos). (1Ti 3:6.) A tal hombre no se le deberían dar responsabilidades ministeriales en la congregación para que no “se hinche de orgullo y caiga en el juicio pronunciado contra el Diablo”.
¿Qué son las “obras muertas” de las que han de arrepentirse los cristianos? Hebreos 6:1, 2 muestra que “la doctrina primaria” comprende el “arrepentimiento de obras muertas, y fe para con Dios”, la enseñanza acerca de bautismos, la imposición de las manos, la resurrección y el juicio eterno. La expresión “obras muertas” (que solo se repite en Hebreos 9:14) por lo visto no solo se refiere a obras pecaminosas de maldad, obras de la carne caída que llevan a una persona a la muerte (Ro 8:6; Gál 6:8), sino a todas las obras que en sí mismas están muertas en sentido espiritual, son vanas e infructíferas.
Esto incluiría obras de autojustificación, esfuerzos humanos por establecer su propia justicia aparte de Cristo Jesús y su sacrificio de rescate. Por lo tanto, la observancia formal de la Ley por parte de los líderes religiosos judíos y de otras personas resultaba ser “obras muertas”, porque carecía del ingrediente vital de la fe (Ro 9:30-33; 10:2-4), y por eso ellos tropezaron en lugar de arrepentirse cuando vino Cristo Jesús, el “Agente Principal” de Dios, “para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados”. (Hch 5:31-33; 10:43; 20:21.) Así también, la observancia de la Ley, como si todavía estuviese en vigor después de que Cristo la cumplió, resultaría ser “obras muertas”. (Gál 2:16.)
De igual manera, si el móvil verdadero no es el amor —a Dios y al prójimo—, todas las obras que se hagan, y que de otro modo pudieran ser de valor, llegan a ser “obras muertas”. (1Co 13:1-3.) El amor, a su vez, debe ser “en hecho y verdad”, en armonía con la voluntad y los caminos de Dios revelados mediante su Palabra. (1Jn 3:18; 5:2, 3; Mt 7:21-23; 15:6-9; Heb 4:12.) El que se vuelve a Dios en fe por medio de Cristo Jesús se arrepiente de todas las obras clasificadas correctamente como “obras muertas”, y después las evita, limpiando de este modo su conciencia. (Heb 9:14.)
Excepto en el caso de Jesús, el bautismo (inmersión en agua) era un símbolo que Dios proveyó relacionado con el arrepentimiento, tanto por parte de los de la nación judía, que habían dejado de guardar el pacto que tenían con Dios mientras aún estaba en vigor, como por parte de las personas de las naciones que se habían ‘vuelto’ para rendir servicio sagrado a Dios. (Mt 3:11; Hch 2:38; 10:45-48; 13:23, 24; 19:4; véase BAUTISMO.)
Los que no se arrepienten. La falta de arrepentimiento verdadero fue lo que llevó a Israel y Judá al exilio, lo que provocó las dos destrucciones de Jerusalén y por fin el rechazo completo de la nación por parte de Dios. Cuando se les reprendió, no se volvieron a Dios, sino que continuaron “volviéndose al proceder popular, como caballo que va lanzándose con ímpetu a la batalla”. (Jer 8:4-6; 2Re 17:12-23; 2Cr 36:11-21; Lu 19:41-44; Mt 21:33-43; 23:37, 38.) Debido a que en su corazón no deseaban arrepentirse y ‘volverse’, lo que oían y veían no producía ningún ‘entendimiento ni conocimiento’; había un “velo” sobre sus corazones. (Isa 6:9, 10; 2Co 3:12-18; 4:3, 4.) Los líderes religiosos y los profetas infieles, así como las falsas profetisas, contribuyeron a ello respaldando al pueblo en su mal proceder. (Jer 23:14; Eze 13:17, 22, 23; Mt 23:13, 15.) Las profecías cristianas predijeron que muchos también rechazarían la acción divina futura de reprender y llamar al arrepentimiento a los hombres, y que las cosas que estos sufrirían solo los endurecería y amargaría hasta el punto de blasfemar contra Dios, aunque la causa y raíz de todos sus problemas y plagas fuera su propio rechazo de los caminos justos de Dios. (Apo 9:20, 21; 16:9, 11.) Esas personas ‘acumulan ira para sí mismos en el día de la revelación del juicio de Dios’. (Ro 2:5.)
Los que ya no pueden arrepentirse. Aquellos que ‘voluntariosamente practican el pecado’ después de haber recibido el conocimiento exacto de la verdad ya no pueden arrepentirse, pues han rechazado el mismísimo propósito por el que murió el Hijo de Dios y por consiguiente se han unido a las filas de los que le sentenciaron a muerte, de hecho, ‘fijan de nuevo al Hijo de Dios en el madero para sí mismos y lo exponen a vergüenza pública’. (Heb 6:4-8; 10:26-29.) Por lo tanto, este proceder constituye un pecado imperdonable. (Mr 3:28, 29.) Les hubiera sido mejor “no haber conocido con exactitud la senda de la justicia que, después de haberla conocido con exactitud, apartarse del santo mandamiento que les fue entregado”. (2Pe 2:20-22.)
Ya que Adán y Eva eran criaturas perfectas y el mandato que Dios les había dado era explícito y ambos lo entendieron, es evidente que su pecado fue deliberado y no se les podía perdonar sobre la base de alguna debilidad humana o imperfección. Por consiguiente, las palabras que Dios les dirigió después no ofrecen ninguna invitación al arrepentimiento. (Gé 3:16-24.) Lo mismo le sucedió a la criatura espíritu que les indujo a la rebelión. Su final y el final de las otras criaturas angélicas que se unieron a él será el de destrucción eterna. (Gé 3:14, 15; Mt 25:41.) Judas, aunque imperfecto, había vivido en estrecha asociación con el propio Hijo de Dios y sin embargo se volvió traidor; Jesús mismo se refirió a él como “el hijo de destrucción”. (Jn 17:12.) Al apóstata “hombre del desafuero” también se le llama “el hijo de la destrucción”. (2Te 2:3; véanse ANTICRISTO; APOSTASÍA; HOMBRE DEL DESAFUERO.) Todos los clasificados como “cabras” figurativas en el tiempo en que Jesús juzgue como rey a la humanidad, también partirán “al cortamiento eterno” y ya no se les extenderá la oportunidad de arrepentirse. (Mt 25:33, 41-46.)
La resurrección presupone una oportunidad. Por el contrario, al dirigirse a ciertas ciudades judías del siglo primero, Jesús hizo referencia a un día de juicio futuro que les atañería. (Mt 10:14, 15; 11:20-24.) Eso significa que al menos algunas personas de esas ciudades serán resucitadas y que, pese a que su anterior actitud impenitente hará muy difícil que se arrepientan, tendrán la oportunidad de manifestar humilde arrepentimiento y ‘volverse’ para convertirse a Dios por medio de Cristo. Aquellos que no se arrepientan sufrirán destrucción eterna. (Compárese con Apo 20:11-15; véase DÍA DEL JUICIO.) Sin embargo, las personas que hoy sigan un proceder semejante al de los escribas y fariseos, que deliberadamente y con conocimiento de causa se opusieron a la manifestación del espíritu de Dios por medio de Cristo, no tendrán oportunidad alguna de resurrección, por lo que no podrán “huir del juicio del Gehena”. (Mt 23:13, 33; Mr 3:22-30.)
El malhechor colgado en el madero. Por haber manifestado una cierta medida de fe en Jesús, a este hombre se le prometió estar en el paraíso. (Lu 23:39-43; véase PARAÍSO.) Hay quienes han creído que en esta promesa se le garantiza la vida eterna, pero todas las referencias bíblicas consideradas hasta ahora no dan lugar a esta conclusión. Aunque es cierto que al compararse con la conducta inocente de Jesús (Lu 23:41), reconoció lo impropio de su comportamiento delictivo, no hay nada que indique que llegase a ‘odiar la maldad y a amar la rectitud’. Está claro que en la condición moribunda en que se hallaba no podía ‘volverse’ y hacer “obras propias del arrepentimiento”; además, no se había bautizado. (Hch 3:19; 26:20.) Por consiguiente, todo parece indicar que será al tiempo de su resurrección de entre los muertos cuando tendrá la oportunidad de dar estos pasos. (Compárese con Apo 20:12, 13.)
¿Cómo puede Dios “sentir pesar” si es perfecto? “Pesar” por la maldad que se había arraigado en la tierra y el hecho de que solo ocho personas se salvarían. La palabra hebrea nahham que ahí se traduce “sintió pesar” se relaciona con un cambio de actitud o intención, como muchas otras palabras, tiene varios significados. Formas de ella se han traducido como “sintió pesar” (Gén. 6:6), “me desembarazaré” (Isa. 1:24) y “ser consolada.” —Jer. 31:15. En cuanto a esta palabra hebrea The Interpreter’s Bible, tomo 1, pág. 225, declara: “Generalmente se traduce ‘arrepentirse’ (en la forma pasiva) ‘consolar’ (en la forma enfática). Realmente la palabra significa ‘tomar aliento de alivio.’... Por lo tanto la palabra tiene que ver con ‘cambio de actitud,’ ‘cambio de parecer,’ siendo accidental cualquier otra asociación.... Cuando la palabra se traduce ‘arrepentirse,’ como se hace frecuentemente con referencia a Dios, significa ‘cambio de parecer o intención.’”
La mayoría de las veces en las que se utiliza la palabra hebrea na-jám en el sentido de “sentir pesar” se hace referencia a Jehová Dios. Génesis 6:6, 7 dice que “Jehová sintió pesar por haber hecho a hombres en la tierra, y se sintió herido en el corazón”, pues la iniquidad de ellos era tan grande que decidió borrarlos de la superficie del suelo por medio de un diluvio global. Es imposible que esto signifique que Dios sintió pesar por haber cometido un error en su obra creativa, pues “perfecta es su actividad”. (Dt 32:4, 5.) El pesar es lo opuesto a la satisfacción y al regocijo. Por consiguiente, en el caso de Dios, ha de referirse a que sintió pesar porque, después de haber creado a la humanidad, se veía obligado a destruirla justificadamente debido a su mala conducta, con la excepción de Noé y su familia, pues Dios ‘no se deleita en la muerte de los inicuos’. (Eze 33:11.)
A este respecto, la Cyclopædia, de M’Clintock y Strong, comenta: “Del propio Dios se dice que se arrepiente [na-jám, siente pesar]; pero esto solo es posible entenderlo en el sentido de que modifica su proceder hacia sus criaturas, bien por haberles otorgado un bien o infligido castigo; no obstante, esta modificación responde al cambio que se produce en el comportamiento de sus criaturas. Es así como, en términos humanos, se dice de Dios que se arrepiente” (1894, vol. 8, pág. 1042). Las normas justas de Dios permanecen constantes, estables, inmutables y sin la más mínima variación. (Mal 3:6; Snt 1:17.) Ninguna circunstancia puede hacer que cambie de opinión en cuanto a sus normas o que se aparte de ellas o las abandone. Sin embargo, la actitud y la reacción de sus criaturas inteligentes para con dichas normas perfectas y cómo las aplica Dios puede ser buena o mala. Si es buena, agrada a Dios, pero si es mala, le causa pesar. Por otra parte, la actitud de la criatura puede cambiar de buena a mala y viceversa, y como Dios no altera sus normas, su complacencia (con las consecuentes bendiciones) puede convertirse en pesar (con la consecuente disciplina o castigo) y viceversa. Por lo tanto, sus juicios y decisiones no están sometidos al capricho, la inconstancia, la inestabilidad o el error. Nadie puede culpar a Dios de una conducta voluble o excéntrica. (Eze 18:21-30; 33:7-20.)
Un alfarero puede comenzar a hacer un determinado modelo de vasija, y luego, ‘si su mano la echa a perder’, hacer otro modelo con la misma arcilla. (Jer 18:3, 4.) Con este ejemplo, Jehová ilustra, no que sea como el alfarero cuya mano ‘echa a perder la vasija’, sino que tiene autoridad sobre la humanidad para cambiar el modo de tratarla, ajustándolo a cómo esta responde o no responde, a su justa misericordia. (Compárese con Isa 45:9; Ro 9:19-21.) Se entiende, entonces, que pueda ‘sentir pesar por la calamidad que haya pensado ejecutar’ contra una nación o ‘por el bien que se hubiese propuesto hacerle’, todo dependería de cómo hubiera reaccionado antes esa nación a los tratos de Dios. (Jer 18:5-10.) Luego, no es que Jehová, el Gran Alfarero, yerre, sino que la “arcilla” humana sufre una “metamorfosis” (cambio de forma o composición) en la disposición de su corazón, que ocasiona que Jehová sienta pesar o modifique de algún modo sus sentimientos.
Esto es cierto tanto en el caso de personas como de naciones, y el que Jehová diga de sí mismo que ‘siente pesar’ a causa de que algunos siervos suyos —como el rey Saúl— se aparten de la justicia, es prueba de que no predestinó su futuro. (Véase PRESCIENCIA, PREDETERMINACIÓN.) El que Dios sintiese pesar a causa de la desviación de Saúl no significa que su elección como rey hubiese sido un error ni que Jehová se hubiese arrepentido de Su acción. Dios debió sentir pesar porque Saúl, si bien tenía libre albedrío, no aprovechó de la manera debida el magnífico privilegio que Él le había otorgado ni la oportunidad que le proporcionaba, y porque, además, el cambio en el comportamiento de Saúl propició un cambio en cómo le trataba Dios. (1Sa 15:10, 11, 26.)
Cuando el profeta Samuel pronunció la decisión adversa de Dios contra Saúl, dijo: “La Excelencia de Israel no resultará falso, y no sentirá pesar, pues Él no es hombre terrestre para que sienta pesar”. (1Sa 15:28, 29.) La persona humana suele faltar a su palabra, incumplir sus promesas o los términos de sus acuerdos. Por ser imperfecto, incurre en errores de juicio de los que luego se arrepiente. Dios jamás obra así. (Sl 132:11; Isa 45:23, 24; 55:10, 11.)
Por ejemplo: el pacto postdiluviano de Dios con “toda carne” garantizó sin condiciones que nunca se repetirá un diluvio de aguas sobre toda la Tierra. (Gé 9:8-17.) Por consiguiente, no existe posibilidad alguna de que Dios cambie de parecer respecto a ese pacto o se arrepienta de haberlo hecho. De igual manera, cuando Dios hizo el pacto abrahámico, “intervino con un juramento”, que sirvió de “garantía legal”, con el fin de “demostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo”; su promesa y su juramento son, por lo tanto, “dos cosas inmutables en las cuales es imposible que Dios mienta”. (Heb 6:13-18.) Así mismo, el pacto juramentado que Dios ha hecho con su hijo para un sacerdocio como el de Melquisedec se halla entre aquello por lo que Dios “no sentirá pesar”. (Heb 7:20, 21; Sl 110:4; compárese con Ro 11:29.)
Ahora bien, hay que tener en cuenta que cuando Dios hace una promesa o establece un pacto, puede fijar los términos o condiciones que la otra parte debe satisfacer. Le prometió a la nación de Israel que llegaría a ser su “propiedad especial”, “un reino de sacerdotes y una nación santa”, si obedecía estrictamente su voz y guardaba el pacto. (Éx 19:5, 6.) Dios se atuvo a lo pactado, pero Israel no: violó el pacto repetidas veces. (Mal 3:6, 7; compárese con Ne 9:16-19, 26-31.) Por consiguiente, cuando Dios por fin invalidó aquel pacto, pudo hacerlo con todo derecho, pues la responsabilidad por el incumplimiento de su promesa recaía en su totalidad sobre los israelitas, quienes lo habían pasado por alto. (Mt 21:43; Heb 8:7-9.)
También es cierto que Dios puede ‘sentir pesar’ y ‘volverse’ de infligir castigo cuando, una vez que ha advertido a los transgresores de lo que se propone hacer, se produce en estos un cambio de actitud y comportamiento. (Dt 13:17; Sl 90:13.) Al obrar así, ellos se vuelven a Dios y Dios ‘se vuelve’ a ellos. (Zac 8:3; Mal 3:7.) En lugar de ‘afligirse’, Dios se regocija, ya que no encuentra satisfacción en dar muerte a los pecadores. (Lu 15:10; Eze 18:32.) Sin jamás alejarse de sus normas justas, Dios les extiende ayuda para que les sea posible volver a Él; les infunde el ánimo para hacerlo. Con bondad, les invita a regresar, ‘extendiendo sus manos’ y diciéndoles por medio de sus representantes: “Vuélvanse, por favor, [...] para que yo no les cause calamidad a ustedes”. “No hagan, por favor, esta clase de cosa detestable que he odiado.” (Isa 65:1, 2; Jer 25:5, 6; 44:4, 5.) Les concede suficiente tiempo para cambiar (Ne 9:30; compárese con Apo 2:20-23) y manifiesta gran paciencia y longanimidad, pues “no desea que ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen el arrepentimiento”. (2Pe 3:8, 9; Ro 2:4, 5.) Según lo ha considerado conveniente, Dios ha hecho que su mensaje haya ido acompañado de obras poderosas, o milagros, a fin de acreditar el carácter divino de la comisión delegada a sus mensajeros y fortalecer la fe de los oyentes. (Hch 9:32-35.) Cuando no ha habido respuesta a su mensaje, ha empleado la disciplina: ha retirado su favor y protección, de modo que ha dejado que los impenitentes sufran privaciones, hambre y opresión por parte de sus enemigos. Esta medida divina puede dar lugar a que estas personas recobren el buen juicio y el debido temor a Dios o que reconozcan que su proceder era estúpido, y su sentido de valores, equivocado. (2Cr 33:10-13; Ne 9:28, 29; Am 4:6-11.)
Sin embargo, la paciencia de Dios tiene un límite, y cuando este se alcanza, ‘se cansa de sentir pesar’; es entonces cuando su decisión de infligir castigo llega a ser irreversible. (Jer 15:6, 7; 23:19, 20; Le 26:14-33.) Deja de solo “pensar” o “formar” calamidad contra los transgresores (Jer 18:11; 26:3-6), pues su decisión es inamovible. (2Re 23:24-27; Isa 43:13; Jer 4:28; Sof 3:8; Apo 11:17, 18.)
La predisposición de Dios de perdonar a los que se arrepienten, así como de misericordiosamente mantener expedita la vía hacia la consecución de su perdón —a pesar de sus reiteradas ofensas—, es para todos sus siervos un ejemplo notable. (Mt 18:21, 22; Mr 3:28; Lu 17:3, 4; 1Jn 1:9; véase PERDÓN.)
¿Cómo ‘siente pesar’ Jehová?
La grandeza del perdón de Dios se percibe en la manera como trata a quienes han practicado el pecado pero luego cambian de actitud. Cuando ve que dan un giro a su vida y le obedecen, ‘siente pesar’ (Jer. 18:8; 26:3). ¿En qué sentido? Dios es perfecto y nunca yerra en sus juicios, de modo que no siente pesar en el sentido de que se arrepiente de haber dado un fallo erróneo, como le puede suceder a un ser humano. Más bien, siente pesar en el sentido de que modifica su manera de obrar, de acuerdo con el cambio de actitud que observa. No se trata simplemente de que Jehová anule la condena, sino que cambia sus sentimientos hacia los pecadores arrepentidos. Según algunos eruditos, el origen del verbo hebreo que se traduce “sentir pesar” en los versículos anteriores alude al acto de “respirar profundamente”, quizás hasta dando un suspiro. Esto puede dar a entender que cuando Jehová ve auténtico remordimiento en el corazón, respira profundamente, por así decirlo, dando un suspiro de alivio. Ahora puede mostrarle al arrepentido la afectuosa atención de la que disfrutan quienes tienen su aprobación. Es verdad que el pecador quizás tenga que afrontar ciertas consecuencias, pero a Dios le complace su cambio de actitud y amortigua “la calamidad”, o disciplina, que de otro modo merecería (Jer. 26:13). ¿Qué juez humano tiene esa disposición a reconocer el verdadero arrepentimiento? A Jehová le deleita hacerlo (Jer. 9:24). |
2:2; 4:10.
¿En qué sentido es Jesús “un sacrificio propiciatorio”?.
“Propiciatorio” es aquello que sirve para “aplacar la justicia divina y tener a Dios propicio”, es decir, favorable. Jesús dio su vida como un sacrificio propiciatorio en el sentido de que, al hacerlo, aplacó o satisfizo la norma de justicia perfecta. Y sobre la base de ese sacrificio, Dios podría mostrar misericordia y perdonar los pecados de los que ejercieran fe en Jesús (Juan 3:16; Rom. 6:23).
2:7, 8.
¿A qué mandamiento llamó Juan “viejo” y a la vez “nuevo”?.
El apóstol se refería al mandamiento sobre mostrarse amor fraternal y abnegado (Juan 13:34). Lo llamó “viejo” porque Jesús lo había establecido más de sesenta años antes de que Juan escribiera su primera carta inspirada. Por eso dijo que los creyentes lo habían tenido “desde el principio” de su vida como cristianos. Sin embargo, el mandamiento también era “nuevo” en el sentido de que ya no implicaba solo ‘amar al prójimo como a uno mismo’, sino estar dispuesto a sacrificarse por él (Lev. 19:18; Juan 15:12, 13).
2:15.
¿Cómo vemos los cristianos este mundo?.
Ciertamente, el mundo y su espíritu egoísta están en contra de Jehová y del espíritu santo. Los cristianos verdaderos no solo evitan ser parte de él, sino que lo rechazan con todas sus fuerzas, pues saben que, como dijo el discípulo Santiago, “la amistad con el mundo es enemistad con Dios” (Sant. 4:4). En la sociedad actual, con todas sus tentaciones, es un verdadero desafío seguir el consejo de Santiago (2 Tim. 4:10). Por eso, Jesús oró así a favor de sus discípulos: “Te solicito, no que los saques del mundo, sino que los vigiles a causa del inicuo. Ellos no son parte del mundo, así como yo no soy parte del mundo” (Juan 17:15, 16). Preguntémonos: “¿Lucho yo por mantenerme separado del mundo? ¿Saben mis conocidos lo que pienso de las fiestas y costumbres que tienen origen pagano o que manifiestan el espíritu del mundo?” (2 Cor. 6:17; 1 Ped. 4:3, 4).
2:15-17.
¿Qué efecto deberían tener en nuestra apariencia personal los principios bíblicos de 1 Juan 2:15-17, Efesios 2:2 y Romanos 15:3?.
Comprender lo que dice 1 Juan 2:15-17 impedirá que nuestra vestimenta refleje amor al mundo, intensifique el deseo de la carne o constituya una exhibición ostentosa de nuestros bienes. Al obedecer Efesios 2:2 nos aseguramos de que nuestra apariencia no refleje el espíritu de rebelión de este mundo. Romanos 15:3 destaca que Jesús hizo la voluntad de Jehová y ayudó al prójimo. Así pues, rechazaremos la ropa o el arreglo personal que suponga una barrera entre nosotros y la gente a la que predicamos.
2:16.
¿Qué es el espíritu del mundo?.
La fuerza impelente que influye en la sociedad humana compuesta de los que no sirven a Jehová Dios, una fuerza que lleva a dichas personas a expresarse y comportarse conforme a un modelo característico. Aunque la gente obra según sus preferencias personales, las personas que manifiestan el espíritu del mundo muestran ciertas actitudes básicas, despliegan ciertos modos de comportamiento y se fijan metas en la vida que son comunes al presente sistema de cosas del cual Satanás es gobernante y dios.
3:2.
¿Qué es lo que “no se ha manifestado” a los cristianos ungidos, y a quién verán “tal como él es”?.
Lo que no se les ha manifestado a ellos es cómo serán cuando resuciten con cuerpos espirituales en el cielo (Fili. 3:20, 21). No obstante, sí saben que “cuando [Dios] sea manifestado ser[án] semejantes a él, porque lo ver[án] tal como él es”, como “Jehová el Espíritu” (2 Cor. 3:17, 18).
3:8.
¿Por qué es la resurrección parte esencial del propósito de Jehová?.
Hay varios factores que garantizan la resurrección. El principal es que es parte esencial del propósito de Jehová. Recordemos que Satanás indujo al hombre a pecar, lo que tuvo como inevitable consecuencia la muerte. De ahí que Jesús dijera del Diablo: “Ese era homicida cuando principió” (Juan 8:44). Pero Jehová prometió que su “mujer” —su organización en el cielo comparada a una esposa— tendría una “descendencia” que aplastaría la cabeza de “la serpiente original”, lo cual significa que eliminaría a Satanás (Gén. 3:1-6, 15; Apo 12:9, 10; 20:10). A medida que Jehová iba revelando su propósito concerniente a la Descendencia mesiánica, quedó claro que esta haría más que acabar con Satanás. La muerte por el pecado que heredamos de Adán encabeza la lista de las obras que Jehová quiere que Jesucristo desbarate, o deshaga (Hech. 2:22-24; Rom. 6:23).
3:8a.
¿Qué papel desempeñan los ángeles durante “la conclusión del sistema de cosas”?.
“Al tiempo de la revelación del Señor Jesús desde el cielo con sus poderosos ángeles”, serán destruidos todos “los que no conocen a Dios” y “los que no obedecen las buenas nuevas acerca de nuestro Señor Jesús” (2 Tes. 1:6-10). En una visión, Juan contempló ese mismo suceso: vio a Jesús y sus ejércitos celestiales en caballos blancos, listos para librar una guerra justa (Apo 19:11-14). Juan también vio a “un ángel que descendía del cielo con la llave del abismo y una gran cadena en la mano”. Ese ángel no es otro que el arcángel Miguel, quien prenderá al Diablo —y seguramente también a sus demonios— y los arrojará al abismo. Al final del Reinado Milenario de Cristo serán soltados por poco tiempo, y la humanidad perfecta tendrá que pasar por una prueba final. Después de eso, Satanás y los demás rebeldes serán destruidos (Apo 20:1-3, 7-10). ¡Por fin habrá terminado la rebelión contra Dios!
3:10.
¿Son hijos de Dios todos los seres humanos?.
El ser hijos de Dios no es algo a lo cual nosotros los humanos tengamos derecho por nacimiento. Pero todos somos prole de Adán, quien, cuando fue creado en la perfección, fue “hijo de Dios”. (Luc. 3:38.)
Hech. 10:34, 35:
“Dios no es parcial, sino que en toda nación el que le teme y obra justicia le es acepto.”
Juan 3:16:“Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna.”(Para que cualquiera de nosotros llegue a tener la clase de relación con Dios que Adán perdió tiene que ejercer fe genuina en el Hijo de Dios. Ese privilegio está disponible a personas de toda raza.)
1 Juan 3:10:“Los hijos de Dios y los hijos del Diablo se hacen evidentes por este hecho: Todo el que no obra justicia no se origina de Dios, tampoco el que no ama a su hermano.” (Por eso Dios no considera hijos de él a todos los seres humanos. Desde el punto de vista espiritual, los que practican deliberadamente las cosas que Dios condena tienen al Diablo como padre suyo. Véase Juan 8:44. En cambio, los cristianos verdaderos reflejan cualidades que manifiestan devoción piadosa. De entre estos, Dios ha seleccionado a una cantidad limitada para que rijan como reyes con Cristo en el cielo. A estos Dios los llama sus “hijos”.)
Rom. 8:19-21:“La expectativa ansiosa de la creación aguarda la revelación de los hijos de Dios [...] la creación misma también será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios.”(La humanidad experimentará liberación cuando los “hijos de Dios” —después de haber recibido vida celestial— queden ‘revelados’ tomando medidas positivas a favor de la humanidad bajo la dirección de Cristo. Después que los fieles de la Tierra [a quienes se llama “la creación” en este texto bíblico] hayan alcanzado la perfección humana y hayan demostrado lealtad inquebrantable a Jehová como Soberano Universal, entonces también disfrutarán de la excelente relación de hijos de Dios. Personas de todas las razas tendrán parte en esto.)
Sentimiento de conmiseración y lástima que se tiene hacia quienes sufren penalidades o desgracias, unido a un deseo de aliviarlas. Una de las palabras hebreas que comunican la idea de compasión es el verbo ja-mál, que significa “sentir (mostrar o tener) compasión”. (Éx 2:6; Mal 3:17.) El verbo griego oi-ktéi-rö significa “mostrar compasión”, mientras que el nombre oi-ktir-mós alude al sentimiento interno de compasión o tierna misericordia. (Ro 9:15; 12:1; 2Co 1:3; Flp 2:1; Col 3:12; Heb 10:28.) La palabra griega splág-kjna (intestinos) puede tener el sentido de tiernas compasiones. (1Jn 3:17.)
El ejemplo más sobresaliente de compasión es Jehová mismo, como quedó bien ilustrado en sus relaciones con los israelitas. No solo sintió compasión por ellos mientras sufrían en Egipto, sino que por fin los rescató de las manos de sus opresores y los cuidó amorosamente en el desierto. (Isa 63:7-9.) A pesar de que cuando se establecieron en la Tierra Prometida, en repetidas ocasiones cayeron en la infidelidad, Dios respondió a sus clamores por auxilio y los libró una y otra vez de la mano de sus enemigos. (Jue 2:11-19.)
No obstante, con el tiempo llegaron a tal extremo, que no había ya posibilidad de arrepentimiento. Practicaron la idolatría a gran escala e incluso contaminaron el santuario de Jehová introduciendo ídolos en él. La gente siguió mofándose de los profetas y despreciando la palabra de Jehová. El Altísimo ya no podía sentir compasión por ellos, de modo que los abandonó en las manos del rey Nabucodonosor, y de ese modo cumplió el juicio que había anunciado de antemano por medio de los profetas. (2Cr 36:15-17; Jer 13:14; 21:7; Eze 5:11; 8:17, 18.)
El verbo griego empleado en Mateo 9:36, Nota “Se compadeció” es (splagkjnízomai) y está relacionado con la palabra para “entrañas” o “intestinos” (splagkjna) y denota una emoción muy intensa que la persona siente en lo más profundo de su ser. Es una de las palabras griegas que expresa con más fuerza el sentimiento de compasión.
Cuándo no debe mostrarse. En imitación de Jehová, todos los que verdaderamente han llegado a conocerlo se esfuerzan por ser compasivos. (Ef 4:32–5:1.) No obstante, en algunas ocasiones la compasión está fuera de lugar. En el caso de personas que persisten en el pecado y se ponen deliberadamente en contra de los caminos justos de Jehová, sería impropio eximirlos por compasión de la pena que su proceder merece. (Dt 13:6-11; Heb 10:28.)
El ceder a la presión de ser compasivo cuando es contrario a la voluntad divina puede acarrear serias consecuencias. Lo que le pasó al rey Saúl es aleccionador. Había llegado el tiempo para la ejecución del juicio divino contra los amalequitas, el primer pueblo que había atacado sin provocación a los israelitas después de su salida de Egipto. A Saúl se le ordenó que no tuviera compasión de ellos, pero cedió a la presión de sus súbditos y no cumplió a cabalidad el mandato de Jehová. Como consecuencia, Jehová lo rechazó de ser rey. (1Sa 15:2-24.) El que una persona cultive un profundo aprecio por la rectitud de los caminos de Jehová y ponga en primer lugar la lealtad a Él puede impedir que yerre como Saúl y pierda la aprobación divina.
Cuidado con la auto-compasión
La auto-compasión, al recrearnos en el pasado, en lo que pudiera haber sido, en la mala suerte que uno tiene o en quejas es como mecerse en una mecedora en la que estamos todo el tiempo en movimiento, pero en la que no avanzamos del sitio. Hay cosas que no se pueden cambiar, que solo el tiempo o el reino de Dios podrá arreglar, en ese caso no tiene sentido seguir dándole vueltas al asunto perdiendo así tiempo y energías que podríamos emplear efectivamante para mejorar nuestra situación actual, como dice el dicho; “Si el caballo murió hace un año, ya va siendo hora de bajarse de el”. ★No deje que las decepciones le roben la felicidad - (1-3-2008-Pg.13) |
La auto-compasión
La autocompasión nos mantiene atrapados, sin que nos demos cuenta de ello y nos impide avanzar por la vida y disfrutar de la misma. Evita que el sufrimiento y los problemas te lleven a la autocompasión y a sentirte víctima de las circunstancias o de los demás.
¿Te sientes atrapado?
¿Por qué nos autocompadecemos?
En realidad lo único que indica la autocompasión, es que:
Responde a las siguientes preguntas:
Si contestaste que sí, a la mayoría de las preguntas, posiblemente tiendes a sentirte víctima o a compadecerte con facilidad. ¿Cómo se desarrolla el papel de víctima? Existen cuatro situaciones que pueden ayudar a que desarrollemos una actitud de víctimas:
La vulnerabilidad y dependencia de los niños.
Haber vivido en un ambiente en donde se nos compadecía constantemente, escuchando comentarios como: El niño escucha y aprende a pensar igual respecto a sí mismo.
El ejemplo de uno o ambos padres que tenían dicha actitud.
Haber sido realmente víctimas, de algún tipo de abuso: ¿Qué puedes hacer?
Recuerda que esta sensación, no es un reflejo de la realidad actual. Desarrolla un plan de vida.
Cuando tenemos metas claras, podemos motivarnos con mayor facilidad y reconocer los pasos necesarios para lograrlas.
Recuerda a la persona que dijo: |
4:1.
¿Cómo podemos poner en práctica el consejo de 1 Juan 4:1?.
En armonía con ese consejo, siempre animamos a la gente del territorio a comprobar si sus creencias se basan en lo que enseña la Biblia. Nosotros debemos hacer una comprobación similar. Si alguien nos hace un comentario que pone en duda las verdades bíblicas o el buen nombre de la congregación, de los ancianos o de cualquier otro hermano, no le creemos así porque sí. Más bien, nos preguntamos: “¿Está actuando conforme a lo que dice la Biblia la persona que difunde dicho comentario? ¿Fomentan sus palabras los intereses del Reino? ¿Promueven la paz en la congregación?”. Pablo dio esta regla: “No [hay que ir] más allá de las cosas que están escritas” (1 Cor. 4:6). Así es, no debemos ir más allá de lo que está escrito en la Biblia ni, por extensión, de lo que está escrito en las publicaciones bíblicas preparadas por el esclavo fiel y discreto.
4:8.
¿Qué cuatro palabras griegas suelen traducirse “amor”?.
De sus cuatro atributos fundamentales, el que predomina es el amor, que orienta todas sus acciones. Ejerce con amor su poder, justicia y sabiduría. “Dios es amor”. Notemos que no dice que tenga amor o que sea amoroso, sino que es amor. Su amor es tan intenso, tan puro, tan perfecto, está tan presente en su personalidad y sus acciones, que con toda propiedad se puede decir que es la mismísima personificación del amor.
En griego, el idioma en que se escribieron originalmente las Escrituras Cristianas, hay cuatro palabras que suelen traducirse “amor”:
★a·gá·pe, amar lo que no es amable, es de orden moral, un amor regido por principios y por el sentimiento del deber y de la correción, es sinónimo de altruismo, no implica necesariamente cariño, esta clase de amor orientado por principios justos incita a velar por los intereses del prójimo, independientemente de su conducta. No obstante, suele conllevar profundas emociones. Es el amor al que aludió el apóstol Juan cuando dijo: “Dios es amor”. (1 Juan 4:8.)
La palabra agápe es la que se emplea para describir a Jehová en la frase “Dios es amor”. El profesor William Barclay dijo lo siguiente acerca de esta clase de amor en su obra Palabras griegas del Nuevo Testamento: “Agape tiene que ver con la mente. No es una mera emoción que se desata espontáneamente en nuestros corazones, sino un principio por el cual vivimos deliberadamente. Agape se relaciona íntimamente con la voluntad”. En este contexto, agápe es un amor razonado, gobernado por principios, pero que también suele implicar una profunda emotividad. Además, hay que tomar en cuenta que no todos los principios que existen son buenos. Por eso, los que deben gobernar el amor de los cristianos deben ser aquellos que Jehová ha establecido en la Biblia. Si comparamos la definición de agápe con los otros términos que se emplean en la Biblia para referirse al amor, entenderemos mejor la clase de amor que debemos demostrar en nuestra vida.
El término agápe también se usa en contextos negativos (Juan 3:19; 12:43; 2 Tim. 4:10; 1 Juan 2:15-17).
Las Escrituras Griegas Cristianas emplean principalmente formas de las palabras a·gá·pe, fi·lí·a y dos palabras derivadas de stor·gue. A·gá·pe aparece con más frecuencia que los otros términos, mientras que é·ros, amor sexual, no se emplea
★é·ros (palabra que no aparece en las Escrituras Griegas Cristianas), que se basa en la atracción sexual o amor romantico.
★fi·lí·a, un afectuoso amor de amistad basado en aprecio mutuo.
★stor·gué, un sentimiento basado en una relación consanguínea.
4:8a.
¿Cómo ayudará a quienes les inquieta que Dios permita el sufrimiento entender mejor el amor que él nos tiene?.
“Dios es amor”, con estas significativas palabras, la Biblia subraya la cualidad sobresaliente de Jehová, la cualidad más atrayente y consoladora para todos aquellos a quienes inquieta la maldad. Jehová ha demostrado amor en todo lo que ha hecho para eliminar la terrible carga que el pecado ha supuesto para su creación. Por amor, dio una esperanza a la descendencia pecadora de Adán y Eva, permitiéndole acercarse a él en oración y obtener su aprobación (Gén. 3:15). Por amor, Dios ofreció un sacrificio expiatorio que abriría las puertas para lograr el perdón completo de los pecados y recuperar la vida eterna en perfección (Juan 3:16). Y por amor, Jehová ha sido paciente con la humanidad y ha dado a la mayor cantidad posible de personas la oportunidad de rechazar a Satanás y elegirlo a él como su Soberano (2 Ped. 3:9). Puesto que Jehová es justo, sabio y amoroso, sabemos a ciencia cierta que pronto acabará con todo el sufrimiento. Es más, él ha prometido que lo hará (Apo 21:3, 4).
5:3a.
¿Son independientes de verdad quienes no aceptan la autoridad de nadie?.
Hoy día, la idea de someterse a la autoridad de otra persona no goza de popularidad. No es raro escuchar a alguien decir: “Yo soy muy independiente, a mí nadie me dice lo que tengo que hacer”. Pero ¿de verdad son tan independientes quienes tienen esa actitud? No. La mayoría simplemente se deja llevar por lo que hacen los demás y se “amold[an] a este sistema de cosas” (Rom. 12:2). Lejos de ser independientes, son, en palabras del apóstol Pedro, “esclavos de la corrupción” (2 Ped. 2:19). Andan “conforme al sistema de cosas de este mundo, conforme al gobernante de la autoridad del aire”, es decir, Satanás (Efe. 2:2). Es lamentable que en una época en la que tanto se necesita recibir guía, la mayoría de la gente sea reacia a aceptarla.
5:5-8.
¿Cómo dieron testimonio el agua, la sangre y el espíritu de que “Jesús es el Hijo de Dios”?.
El agua dio testimonio porque cuando Jesús se bautizó en agua, Jehová expresó que lo aprobaba como Hijo suyo (Mat. 3:17). La sangre, que representa la vida que Jesús ofreció como “rescate correspondiente por todos”, también demostró que Cristo es el Hijo de Dios (1 Tim. 2:5, 6). Y el espíritu santo dio testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios cuando descendió sobre él durante su bautismo, lo que le permitió ir “por la tierra haciendo bien y sanando a todos los que eran oprimidos por el Diablo” (Juan 1:29-34; Hech. 10:38).
5:7.
Algunos versículos “Que Faltan”.
Acerca de éste pasaje espurio, la Biblia de Jerusalén, católica, dice:
En el siglo IV E.C., un defensor del trinitarismo con exceso de celo al parecer incluyó en un tratado latino las palabras “en el cielo, el Padre, la Palabra y el espíritu santo; y estos tres son uno”, como si estas fueran una cita de 1 Juan 5:7. Más tarde se incorporó este pasaje al texto de un manuscrito latino de la Biblia.
“El texto de los versículos 7-8
está recargado en la Vulg. por un inciso (más abajo, entre paréntesis) ausente de los mss griegos antiguos, de las antiguas versiones y de los mejores mss de la Vulg., y que parece una glosa marginal introducida tardíamente en el texto: “Pues tres son los que dan testimonio (en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno; y tres son los que dan testimonio en la tierra): el Espíritu, el agua y la sangre, y estos tres son uno.”
Porque este versículo viene de un tiempo mucho más tardío que el tiempo en que se escribió la Biblia, y es de naturaleza tan claramente espuria, muchas traducciones modernas ni siquiera lo tratan como hacen con otros versículos que se omiten. (véase Ap. 6B)
5:8.
¿Qué son los “tres que dan testimonio”?.
“Hay tres que dan testimonio” al hecho de que Jesús es el Hijo de Dios. Estos son: 1) el espíritu santo, 2) el agua en que Jesús fue bautizado y lo que representó (que se estaba presentando a sí mismo a Jehová) y, 3) la sangre que derramó al morir como rescate. Estos tres “están de acuerdo” en dar testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios, en quien tenemos que ejercer verdadera fe si hemos de recibir vida eterna. (Compárese con Deuteronomio 19:15.)
5:18.
¿Qué quieren decir estas palabras?.
Todo el que ha “nacido de Dios” como cristiano ungido con espíritu “no practica el pecado”. Jesucristo, “Aquel que nació de Dios” mediante el espíritu santo, “lo vigila, y el inicuo [Satanás] no logra asirlo”.
JUAN, el amado apóstol de Jesucristo, amaba profundamente la justicia. Eso contribuyó a que penetrara con perspicacia en la mente de Jesús. No nos sorprende, pues, que el tema del amor domine en sus escritos. Sin embargo, Juan no era sentimental, ya que Jesús lo llamó uno de los “Hijos del Trueno [Boanerges]”. (Mar. 3:17.) De hecho, Juan escribió sus tres cartas para defender la verdad y la justicia, pues ya asomaba la apostasía que había predicho el apóstol Pablo. Las tres cartas de Juan ciertamente fueron oportunas, puesto que ayudaron a fortalecer a los cristianos primitivos en su lucha contra las intrusiones del “inicuo”. (2 Tes. 2:3, 4; 1 Juan 2:13, 14; 5:18, 19.)
2 A juzgar por su contenido, estas cartas corresponden a un período muy posterior al de los Evangelios de Mateo y Marcos... posterior, también, a las cartas misionales de Pedro y Pablo. Los tiempos habían cambiado. No se hace referencia al judaísmo, que fue lo que más amenazó a las congregaciones en los días de su infancia; y no parece haber ni una sola cita directa de las Escrituras Hebreas. Por otra parte, Juan habla de “la última hora” y el aparecimiento de “muchos anticristos”. (1 Juan 2:18.) Para aludir a sus lectores usa expresiones como “hijitos míos”, y se refiere a sí mismo como “el anciano”. (1 Juan 2:1, 12, 13, 18, 28; 3:7, 18; 4:4; 5:21; 2 Juan 1; 3 Juan 1.) Todo esto da a entender que Juan escribió sus tres cartas en una fecha tardía. Además, 1 Juan 1:3, 4 parece indicar que el Evangelio de Juan se escribió más o menos para el mismo tiempo. Por lo general se cree que las tres cartas de Juan se completaron alrededor de 98 E.C., poco antes de la muerte del apóstol, y que se escribieron en las inmediaciones de Éfeso.
3 La gran similitud entre Primera de Juan y el cuarto Evangelio, que indudablemente Juan escribió, indica que Juan el apóstol fue en realidad el escritor de la carta. Por ejemplo, en la introducción de la carta él se describe como un testigo ocular que ha visto a “la palabra de la vida [...], la vida eterna que estaba con el Padre y nos fue manifestada”, expresiones sorprendentemente similares a las expresiones de apertura del Evangelio de Juan. La autenticidad de la carta queda atestiguada por el Fragmento Muratoriano y por antiguos escritores como Ireneo, Policarpo y Papías, todos del siglo II E.C..* Según Eusebio (c. 260-342 E.C.), la autenticidad de Primera de Juan nunca fue puesta en duda.* Con todo, debe notarse que algunas traducciones de tiempo atrás han añadido al capítulo 5 las siguientes palabras al final del versículo 7 y el comienzo del versículo 8: “En el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra” (Versión Reina-Valera Revisada [1977]). Pero ese texto no se halla en ninguno de los manuscritos griegos antiguos, y es obvio que ha sido añadido para apoyar la doctrina de la Trinidad. La mayoría de las traducciones modernas —tanto católicas como protestantes— excluyen del cuerpo del texto esas palabras. (1 Juan 1:1, 2.)
4 Juan escribe para proteger a sus “amados”, sus “niñitos”, de las enseñanzas erróneas de los “muchos anticristos” que han salido de entre ellos y que tratan de apartarlos de la verdad (2:7, 18). Puede que en aquellos anticristos apóstatas haya influido la filosofía griega, incluso el gnosticismo primitivo, cuyos partidarios alegaban tener conocimiento especial de índole mística procedente de Dios.* En su firme postura contra la apostasía, Juan trata extensamente tres temas: el pecado, el amor y el anticristo. Sus declaraciones sobre el pecado, y en apoyo del sacrificio de Jesús por los pecados, indican que aquellos anticristos, que se creían muy justos, afirmaban que no tenían pecado y que no necesitaban el sacrificio de rescate de Jesús. Su “conocimiento” egocéntrico los había hecho egoístas y desamorados, una condición que Juan denuncia mientras destaca continuamente el verdadero amor cristiano. Además, parece que Juan combate la doctrina falsa de ellos cuando explica que Jesús es el Cristo, que había existido antes de que fuera humano, y que vino en la carne como el Hijo de Dios con el fin de suministrar salvación para los humanos que creyeran (1:7-10; 2:1, 2; 4:16-21; 2:22; 1:1, 2; 4:2, 3, 14, 15). Juan tilda claramente de “anticristos” a aquellos falsos maestros, y menciona varias maneras de reconocer a los hijos de Dios y a los hijos del Diablo (2:18, 22; 4:3).
5 Puesto que la carta no se dirige a ninguna congregación en particular, es patente que se destinó a toda la asociación cristiana. El hecho de que no haya saludo al comienzo ni al final también indicaría eso. Algunos hasta han clasificado este escrito como tratado más bien que como carta. El uso del plural “ustedes” por toda la carta muestra que el escritor dirigía sus palabras a un grupo más bien que a una sola persona.
6 Andar en la luz, no en la oscuridad - (1:1–2:29) “Escribimos estas cosas —dice Juan— para que nuestro gozo sea a plenitud.” Puesto que “Dios es luz”, solo los que ‘andan en la luz’ tienen “participación con él” y unos con otros. “La sangre de Jesús su Hijo” limpia de pecado a estos. Por otra parte, los que ‘siguen andando en la oscuridad’, y que alegan: “No tenemos pecado”, se extravían a sí mismos y la verdad no está en ellos. Si confiesan sus pecados, Dios será fiel y los perdonará (1:4-8).
7 Se identifica a Jesucristo como “un sacrificio propiciatorio” por los pecados, alguien que es “un ayudante para con el Padre”. El que afirma que conoce a Dios pero no observa Sus mandamientos es mentiroso. El que ama a su hermano permanece en la luz, pero el que odia a su hermano anda en la oscuridad. Juan aconseja vigorosamente que no amemos al mundo ni las cosas que están en el mundo, porque, como dice: “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. Han surgido muchos anticristos, y “ellos salieron de entre nosotros”, explica Juan, porque “no eran de nuestra clase”. El anticristo es el que niega que Jesús sea el Cristo. Niega tanto al Padre como al Hijo. Que los “hijitos” se adhieran a lo que han aprendido desde el principio para que ‘continúen en unión con el Hijo y en unión con el Padre’, según la unción que recibieron de él, que es verdadera (2:1, 2, 15, 18, 19, 24).
8 Los hijos de Dios no practican el pecado - (3:1-24) Se les llama “hijos de Dios” debido al amor del Padre, y cuando Dios sea manifestado serán semejantes a él y ‘lo verán tal como él es’. El pecado es desafuero, y los que permanecen en unión con Cristo no lo practican. El que se ocupa en el pecado se origina del Diablo, cuyas obras desbaratará el Hijo de Dios. Los hijos de Dios y los hijos del Diablo se hacen patentes así: Los que se originan de Dios se aman unos a otros, pero los que se originan del inicuo son como Caín, quien odió y asesinó a su hermano. Juan dice a los “hijitos” que ellos han llegado a conocer el amor porque “aquel entregó su alma” por ellos, y les aconseja que no ‘cierren la puerta de sus tiernas compasiones’ a sus hermanos. Que ‘no amen de palabra ni con la lengua, sino en hecho y verdad’. Para determinar si ‘se originan de la verdad’, tienen que examinar lo que hay en su corazón y ver si ‘están haciendo las cosas que son gratas a los ojos de Dios’. Deben observar Su mandamiento de ‘tener fe en el nombre de su Hijo Jesucristo y amarse unos a otros’. Así sabrán que permanecen en unión con él, y él con ellos por espíritu (3:1, 2, 16-19, 22, 23).
9 Amarnos unos a otros en unión con Dios - (4:1–5:21) Las expresiones inspiradas deben someterse a prueba. Las expresiones que niegan que Cristo vino en la carne ‘no se originan de Dios’, sino que son del anticristo. Se originan del mundo y están en unión con este, pero la expresión inspirada de la verdad proviene de Dios. Juan dice que “Dios es amor” y que “el amor consiste en esto, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como sacrificio propiciatorio por nuestros pecados”. ¡Cuán grande es la obligación, pues, de amarnos unos a otros! Dios permanece en unión con los que aman a otros, y así el amor ha sido perfeccionado para que ‘tengan franqueza de expresión’ y echen fuera el temor. “En cuanto a nosotros —dice Juan—, amamos, porque él nos amó primero.” “Que el que ama a Dios esté amando también a su hermano” (4:3, 8, 10, 17, 19, 21).
10 El mostrar amor como hijos de Dios significa observar sus mandamientos, y esto lleva a vencer al mundo mediante la fe. Respecto a los que ponen fe en el Hijo de Dios, Dios da testimonio de que les dio “vida eterna, y esta vida está en su Hijo”. Por eso pueden confiar en que él los oirá respecto a cualquier cosa que le pidan conforme a Su voluntad. Toda injusticia es pecado; sin embargo, hay pecado que no incurre en muerte. Nadie que nace de Dios practica el pecado. Aunque “el mundo entero yace en el poder del inicuo [...], el Hijo de Dios ha venido”, y ha dado a sus discípulos “capacidad intelectual” para adquirir conocimiento del Dios verdadero, con quien ahora están en unión “por medio de su Hijo Jesucristo”. ¡Ellos tienen también que guardarse de los ídolos (5:11, 19, 20)!
11 Tal como en los últimos años del primer siglo de la era común, hoy también hay “muchos anticristos”, y en cuanto a estos deben estar sobre aviso los cristianos. Los cristianos verdaderos tienen que asirse firmemente del ‘mensaje que han oído desde el principio, el de tenerse amor unos a otros’, y permanecer en unión con Dios y la enseñanza verdadera, mientras practican la justicia con franqueza de expresión (2:18; 3:11; 2:27-29). También es sumamente importante la advertencia contra “el deseo de la carne y el deseo de los ojos y la exhibición ostentosa del medio de vida de uno”, los males mundanos y materialistas en que se ha sumido la mayoría de los que afirman ser cristianos. Los cristianos verdaderos se apartan del mundo y de su deseo, pues saben que “el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. En esta era de deseo mundano, sectarismo y odio, ¡cuán provechoso es, en verdad, estudiar la voluntad de Dios mediante las Escrituras inspiradas y hacer esa voluntad (2:15-17)!
12 Es para provecho nuestro que Primera de Juan aclara los contrastes entre la luz que emana del Padre y la oscuridad que procede del malvado y destruye la verdad; entre las enseñanzas de Dios, que dan vida, y las engañosas mentiras del anticristo; entre el amor que se extiende por toda la congregación de los que están en unión con el Padre y el Hijo, y el odio asesino como el de Caín que existe en los que “salieron de entre nosotros [...] para que se mostrara a las claras que no todos son de nuestra clase” (2:19; 1:5-7; 2:8-11, 22-25; 3:23, 24, 11, 12). Porque comprendemos estas cosas, nuestro deseo ferviente debe ser ‘vencer al mundo’. ¿Y cómo podemos hacer eso? Teniendo fe firme y “el amor de Dios”, que significa observar sus mandamientos (5:3, 4).
13 “El amor de Dios”... ¡cuán maravillosamente se hace resaltar esta fuerza impulsora por toda la carta! En el capítulo 2 se hace un marcado contraste entre el amor al mundo y el amor al Padre. Después se nos dice que “Dios es amor” (4:8, 16). ¡Y qué práctico es este amor! Se expresó de modo magnífico cuando el Padre envió a “su Hijo como Salvador del mundo” (4:14). Eso debe despertar en nuestro corazón un amor y aprecio que nos comunique denuedo, en conformidad con las palabras del apóstol: “En cuanto a nosotros, amamos, porque él nos amó primero” (4:19). Nuestro amor debe ser como el del Padre y el Hijo... un amor práctico y abnegado. Tal como Jesús entregó su alma por nosotros, así “nosotros estamos obligados a entregar nuestras almas por nuestros hermanos”, sí, a abrir la puerta de nuestras tiernas compasiones para amar a nuestros hermanos, no solo de palabra, sino “en hecho y verdad” (3:16-18). Como lo muestra tan claramente la carta de Juan, este amor, junto con el verdadero conocimiento de Dios, es lo que enlaza a los que siguen andando con Dios en unión inquebrantable con el Padre y el Hijo (2:5, 6). Juan dice lo siguiente a los herederos del Reino en este bendito lazo de amor: “Y estamos en unión con el verdadero, por medio de su Hijo Jesucristo. Este es el Dios verdadero y vida eterna” (5:20).
Estas cartas componen la última parte de las Escrituras inspiradas que se puso por escrito. Aunque el nombre del apóstol Juan no aparece en ninguna de estas cartas, los eruditos por lo general han estado de acuerdo con el punto de vista tradicional de que el escritor de “Las buenas nuevas según Juan” y el de las tres cartas que llevan el título de Primera, Segunda y Tercera de Juan son el mismo. Hay muchas similitudes entre ellas y el cuarto evangelio.
La autenticidad de estas cartas está bien probada. Su contenido armoniza con el resto de las Escrituras. Además, muchos escritores primitivos dan testimonio de su autenticidad. Parece que Policarpo cita de 1 Juan 4:3; Eusebio dice que Papías se refirió a la primera carta, al igual que Tertuliano y Cipriano, y esta carta también aparece en la Versión Peshitta siriaca. Al parecer, Clemente de Alejandría conocía las otras dos cartas, Ireneo parece citar de 2 Juan 10, 11 y, según Eusebio, Dionisio de Alejandría alude a ellas. Estos últimos escritores mencionados también testifican de la autenticidad de Primera de Juan.
Muy probablemente Juan escribió las cartas desde Éfeso alrededor de 98 E.C., cerca del tiempo en que escribió su relato del evangelio. La frecuente expresión “niñitos” o “hijitos” parece indicar que las escribió cuando era ya de edad avanzada.
Primera de Juan Esta carta está escrita más bien al estilo de un tratado, pues no tiene saludo ni conclusión. En el segundo capítulo, Juan se dirige a los padres, a los niñitos y a los jóvenes, lo que indica que no se trataba de una carta personal. Muy probablemente iba dirigida a una o más congregaciones, y, en efecto, aplica a la entera asociación de los que están en unión con Cristo. (1Jn 2:13, 14.)
Juan fue el apóstol que más tiempo vivió. Habían pasado más de treinta años desde que se había escrito la última de las otras cartas de las Escrituras Griegas Cristianas. La era apostólica iba a terminar pronto. Años antes Pablo había escrito a Timoteo que no estaría con él mucho más tiempo. (2Ti 4:6.) Le instó a seguir reteniendo el modelo de sanas palabras y a encomendar a hombres fieles las cosas que había oído de él mismo para que estos hombres pudieran a su vez enseñar a otros. (2Ti 1:13; 2:2.)
El apóstol Pedro había dado advertencia de que se levantarían falsos maestros de dentro de la congregación, y que introducirían sectas destructivas. (2Pe 2:1-3.) Además, Pablo había dicho a los superintendentes de la congregación de Éfeso (donde después se escribieron las cartas de Juan) que entrarían “lobos opresivos” y no tratarían al rebaño con ternura. (Hch 20:29, 30.) Asimismo, predijo la gran apostasía y que aparecería el “hombre del desafuero”. (2Te 2:3-12.) En el año 98 E.C., la situación era tal como dijo Juan: “Niñitos, es la última hora, y, así como han oído que el anticristo viene, aun ahora ha llegado a haber muchos anticristos; del cual hecho adquirimos el conocimiento de que es la última hora”. (1Jn 2:18.) Por consiguiente, la carta fue muy oportuna y de vital importancia para el fortalecimiento de los fieles cristianos como un baluarte contra la apostasía.
Propósito. Sin embargo, Juan no escribió simplemente para refutar las enseñanzas falsas. Su propósito principal era fortalecer la fe de los cristianos primitivos en la verdad que habían recibido, una verdad que contrastó a menudo con las enseñanzas falsas. Primera de Juan posiblemente se envió como una carta circular a todas las congregaciones de la zona. El uso frecuente que hace el escritor de la forma plural griega “ustedes” apoya este punto de vista.
Su argumento es lógico y vigoroso, como se verá en la siguiente consideración de esta conmovedora carta, que obviamente Juan escribió movido por su gran amor a la verdad y su aborrecimiento de la falsedad, su amor a la luz y su odio a la oscuridad.
Tres temas principales. En su primera carta, Juan trató de manera extensa tres temas en particular: el anticristo, el pecado y el amor. Habló de manera muy franca sobre el anticristo: “Estas cosas les escribo acerca de los que tratan de extraviarlos”. (1Jn 2:26.) Estos hombres negaban que Jesucristo fuese el Hijo de Dios que había venido en la carne. Explicó que en un tiempo estaban en la congregación, pero que habían salido con el fin de que se pudiera mostrar que no eran de “nuestra clase” (1Jn 2:19). No eran de la clase leal y amorosa que “tiene fe que resulta en conservar viva el alma”, sino de la clase “que se retrae para destrucción”. (Heb 10:39.)
Algunos de los puntos sobresalientes en cuanto al pecado son: 1) todos pecamos, y los que dicen que no pecan no tienen la verdad y hacen a Dios mentiroso (1Jn 1:8-10); 2) todos tenemos que esforzarnos por no pecar (1Jn 2:1); 3) Dios ha provisto un sacrificio propiciatorio por los pecados mediante Jesucristo, a quien tenemos como ayudante ante el Padre (1Jn 2:1; 4:10); 4) los verdaderos cristianos no practican el pecado, no obran pecado, aunque a veces pueden cometer un acto pecaminoso (1Jn 2:1; 3:4-10; 5:18), y 5) hay dos clases de pecado: el que puede ser perdonado, y el pecado voluntario y deliberado, que es imperdonable (1Jn 5:16, 17).
Juan se explaya más en el tema del amor. Dice: 1) Dios es amor (1Jn 4:8, 16); 2) Dios mostró su amor al hacer que su Hijo muriese como sacrificio propiciatorio por nuestros pecados, y también al hacer posible por medio de Cristo que sus ungidos llegasen a ser hijos Suyos (1Jn 3:1; 4:10); 3) el amor de Dios y Cristo nos pone bajo obligación de mostrar amor a nuestros hermanos (1Jn 3:16; 4:11); 4) el amor de Dios significa observar sus mandamientos (1Jn 5:2, 3); 5) el amor perfecto echa fuera el temor, quita la restricción de la franqueza de expresión para con Dios (1Jn 4:17, 18); 6) el amor a los hermanos no solo es asunto de palabras, sino de hechos, dándoles de lo que tengamos si están en necesidad (1Jn 3:17, 18); 7) cualquiera que odie a su hermano es homicida (1Jn 3:15), y 8) los cristianos no deben amar al mundo ni las cosas que hay en él (1Jn 2:15).
Tratado vigoroso cuyo propósito es proteger a los cristianos de las influencias apóstatas |
Cuidado con las falsedades que se difunden sobre Jesús
★Quienes oyeron, vieron y tocaron a Jesús confirman que vino en la carne (1:1-4)
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Los cristianos no llevan vidas pecaminosas
★Si evitamos la oscuridad y andamos en la luz, la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado (1:5-7)
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El amor a Dios y a los compañeros cristianos nos protege
★El que ama a su hermano anda en la luz y no tropieza (2:9-11)
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