Por aquel tiempo, Ocozías se cayó por el enrejado de su habitación de la azotea, en Samaria, y quedó herido. Así que envió mensajeros y les dijo: “Vayan, consulten a Baal-Zebub, el dios de Ecrón, para saber si voy a curarme de estas heridas”.
Pero el ángel de Jehová le dijo a Elías el tisbita: “Ve y sube al encuentro de los mensajeros del rey de Samaria y diles: ‘¿Es que no hay Dios en Israel y por eso tienen que ir a consultar a Baal-Zebub, el dios de Ecrón?
Ellos le contestaron: “Un hombre subió a nuestro encuentro y nos dijo: ‘Vayan, vuelvan al rey que los envió y díganle: “Esto es lo que dice Jehová: ‘¿Es que no hay Dios en Israel y por eso tienes que mandar a consultar a Baal-Zebub, el dios de Ecrón? Así pues, no saldrás de la cama en la que estás acostado, porque sin falta morirás’”’”.
Ellos le respondieron: “Era un hombre con una prenda de vestir de pelo y un cinturón de cuero a la cintura”. Al instante él dijo: “Fue Elías el tisbita”.
El rey envió a un jefe de 50 con sus 50 hombres para que subiera a buscar a Elías. Cuando subió, lo encontró sentado en la cima de la montaña y le dijo: “Hombre del Dios verdadero, el rey dice: ‘Baja y ven’”.
Pero Elías le contestó al jefe de los 50: “Bueno, si soy un hombre de Dios, que baje fuego del cielo y te devore a ti con tus 50 hombres”. Y bajó fuego del cielo y lo devoró a él con sus 50 hombres.
De modo que el rey le envió a otro jefe de 50 con sus 50 hombres. Y este fue y le dijo: “Hombre del Dios verdadero, esto es lo que el rey dice: ‘Baja y ven inmediatamente’”.
Pero Elías les contestó: “Si soy un hombre del Dios verdadero, que baje fuego del cielo y te devore a ti con tus 50 hombres”. Y del cielo bajó un fuego de Dios que lo devoró a él con sus 50 hombres.
Entonces el rey envió a un tercer jefe de 50 y sus 50 hombres. Pero el tercer jefe de 50 subió, se arrodilló ante Elías y se puso a suplicarle y a decirle: “Hombre del Dios verdadero, te lo ruego, que mi vida y las vidas de estos 50 siervos tuyos sean valiosas a tus ojos.
Elías entonces le dijo al rey: “Esto es lo que Jehová dice: ‘Enviaste mensajeros para consultar a Baal-Zebub, el dios de Ecrón. ¿Es que no hay Dios en Israel? ¿Por qué no lo consultaste a él? Así pues, no saldrás de la cama en la que estás acostado, porque sin falta morirás’”.
Así que Ocozías murió, de acuerdo con las palabras de Jehová que Elías había dicho. Y, como él no tuvo ningún hijo, Jehoram se convirtió en el nuevo rey en el segundo año de Jehoram hijo de Jehosafat, el rey de Judá.
Elías le dijo a Eliseo: “Quédate aquí, por favor, porque Jehová me ha enviado a Betel”. Pero Eliseo contestó: “Tan cierto como que Jehová y tú viven, yo no voy a dejarte”. Así que bajaron a Betel.
Entonces los hijos de los profetas que estaban en Betel salieron al encuentro de Eliseo y le preguntaron: “¿Sabes que hoy Jehová se va a llevar a tu señor, y que dejará de ser tu maestro?”. A lo que él dijo: “Sí, ya lo sé. No hablen de eso”.
Elías ahora le dijo: “Eliseo, quédate aquí, por favor, porque Jehová me ha enviado a Jericó”. Pero él contestó: “Tan cierto como que Jehová y tú viven, yo no voy a dejarte”. Así que llegaron a Jericó.
Entonces los hijos de los profetas que estaban en Jericó se acercaron a Eliseo y le preguntaron: “¿Sabes que hoy Jehová se va a llevar a tu señor y dejará de ser tu maestro?”. A lo que dijo: “Sí, ya lo sé. No hablen de eso”.
Elías ahora le dijo: “Quédate aquí, por favor, porque Jehová me ha enviado al Jordán”. Pero él contestó: “Tan cierto como que Jehová y tú viven, yo no voy a dejarte”. Así que los dos siguieron adelante.
Entonces Elías enrolló su prenda de vestir oficial y golpeó las aguas, y estas se dividieron hacia la izquierda y hacia la derecha, de manera que los dos cruzaron por suelo seco.
En cuanto terminaron de cruzar, Elías le dijo a Eliseo: “Dime lo que quieres que haga por ti antes de que se me separe de tu lado”. Eliseo le pidió: “Por favor, ¿podría recibir una porción doble de tu espíritu?”.
Eliseo estaba mirando y gritaba: “¡Padre mío, padre mío! ¡El carro de Israel y sus jinetes!”. Cuando ya no alcanzó a verlo, se agarró la ropa y la rasgó en dos.
Entonces, con la prenda de vestir oficial que se le había caído a Elías, golpeó las aguas y dijo: “¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías?”. Cuando Eliseo golpeó las aguas, se dividieron hacia la izquierda y hacia la derecha, de manera que él cruzó.
Cuando los hijos de los profetas de Jericó lo vieron desde lejos, dijeron: “El espíritu de Elías ahora está sobre Eliseo”. Así que fueron a su encuentro y se inclinaron hasta el suelo ante él.
Le dijeron: “Hay 50 hombres competentes aquí con tus siervos. Por favor, deja que vayan a buscar a tu señor. Quizás el espíritu de Jehová lo levantó y después lo lanzó a una de las montañas o a uno de los valles”. Pero él dijo: “No los manden”.
in embargo, le insistieron tanto que lo incomodaron y les acabó diciendo: “Mándenlos”. Ellos mandaron a los 50 hombres, que lo estuvieron buscando por tres días, pero no lo encontraron.
Con el tiempo, los hombres de la ciudad le dijeron a Eliseo: “Señor, como ves, la ciudad está en un buen lugar, pero el agua es mala y la tierra no es fértil”.
Entonces él fue a la fuente del agua, echó sal en ella y dijo: “Esto es lo que dice Jehová: ‘He purificado esta agua. Ya no causará más muerte ni esterilidad’”.
Desde allí se fue hacia Betel. Mientras iba subiendo por el camino, unos niños que salieron de la ciudad empezaron a burlarse de él y a decirle: “¡Calvo, sube! ¡Calvo, sube!”.
Finalmente, él se dio la vuelta, los miró y los maldijo en el nombre de Jehová. Entonces dos osas salieron del bosque y despedazaron a 42 de los niños.
Hacía lo que estaba mal a los ojos de Jehová, aunque no tanto como su padre y su madre, pues quitó la columna sagrada de Baal que su padre había hecho.
También le envió al rey Jehosafat de Judá este mensaje: “El rey de Moab se ha rebelado contra mí. ¿Irás conmigo a pelear contra Moab?”. Él le respondió: “Iré. Yo estaré contigo, mi pueblo estará con tu pueblo y mis caballos con tus caballos”.
El rey de Israel salió con el rey de Judá y el rey de Edom. Después de dar un rodeo de siete días, ya no había agua para el campamento ni para los animales domésticos que iban detrás de ellos.
Y Jehosafat preguntó: “¿No hay aquí un profeta de Jehová para que podamos consultar a Jehová por medio de él?”. Uno de los siervos del rey de Israel contestó: “Está Eliseo hijo de Safat, el que le echaba agua en las manos a Elías”.
Eliseo le dijo al rey de Israel: “¿Qué tengo yo que ver contigo? Ve a preguntarles a los profetas de tu padre y a los profetas de tu madre”. Pero el rey de Israel le dijo: “No, porque es Jehová el que nos ha convocado a nosotros, los tres reyes, para entregarnos en manos de Moab”.
A esto Eliseo dijo: “Tan cierto como que vive Jehová de los ejércitos, a quien yo sirvo, si no fuera porque le tengo consideración al rey Jehosafat de Judá, no te miraría ni te prestaría atención.
porque esto es lo que Jehová dice: “Ustedes no verán viento ni verán lluvia; no obstante, este valle se llenará de agua, y ustedes beberán de ella, tanto ustedes como su ganado y sus demás animales”’.
Derriben toda ciudad fortificada y toda ciudad importante, talen todo árbol bueno, tapen todos los manantiales y arruinen con piedras todos los terrenos fértiles”.
Todos los moabitas oyeron que los reyes habían subido para pelear contra ellos. Así que convocaron a todos los hombres capaces de portar armas y se colocaron en la frontera.
Cuando se levantaron temprano por la mañana, el brillo del sol se reflejaba en el agua y, desde el otro lado, los moabitas la veían roja como la sangre,
Cuando entraron en el campamento de Israel, los israelitas se lanzaron al ataque, y los moabitas salieron huyendo. Los israelitas entraron en Moab e iban matando moabitas mientras avanzaban.
Derribaron las ciudades, y cada hombre arrojó una piedra en cada terreno fértil, y así los llenaron de piedras; taparon todos los manantiales y talaron todo árbol bueno. Al final, cuando lo único que quedaba en pie eran las murallas de piedra de Quir-Haréset, los honderos rodearon la ciudad y la derribaron.
Cuando el rey de Moab vio que la batalla estaba perdida, se llevó a 700 hombres armados con espadas para abrirse paso hasta el rey de Edom; pero no lo lograron.
Entonces agarró a su primogénito, quien iba a reinar en su lugar, y lo ofreció como sacrificio quemado sobre la muralla. Se desató una gran indignación contra los israelitas, así que dejaron de pelear contra él y volvieron a su país.
Ahora bien, la esposa de uno de los hijos de los profetas fue a suplicarle a Eliseo: “Tu siervo, mi esposo, está muerto, y tú bien sabes que tu siervo siempre temió a Jehová. Y ahora un acreedor ha venido para llevarse a mis dos hijos como esclavos”.
A lo que Eliseo dijo: “¿Qué puedo hacer por ti? Dime, ¿qué tienes en la casa?”. Ella contestó: “Tu sierva no tiene nada de nada en la casa, solo una jarra con aceite”.
Una vez que los recipientes estaban llenos, ella le dijo a uno de sus hijos: “Tráeme otro recipiente”. Pero él le dijo: “Ya no hay más recipientes”. En ese momento, el aceite se terminó.
Así que ella entró adonde estaba el hombre del Dios verdadero y se lo informó. Él le dijo: “Ve a vender el aceite y paga tus deudas. Lo que sobre servirá para que vivan tú y tus hijos”.
Un día, Eliseo fue a Sunem,b donde vivía una mujer importante, y ella le insistióc para que se quedara a comer. Siempre que pasaba por aquel lugar, paraba para comer allí.
Por favor, hagamos un cuartito en la azotea y pongamos allí una cama, una mesa, una silla y un candelabro para él. Así se podrá quedar ahí cada vez que venga”.
Luego Eliseo le dijo a Guehazí: “Por favor, dile: ‘Te has tomado todas estas molestias por nosotros. ¿Qué podemos hacer por ti? ¿Quieres que le diga algo por ti al rey o al jefe del ejército?’”. Pero ella contestó: “No, yo estoy bien. Vivo con mi gente”.
Entonces Eliseo le dijo: “Por estas fechas el próximo año tendrás un hijo en tus brazos”. Pero ella dijo: “¡No, señor mío, hombre del Dios verdadero! No le digas mentiras a tu sierva”.
Y ella fue a ver al hombre del Dios verdadero en el monte Carmelo. En cuanto el hombre del Dios verdadero la vio desde lejos, le dijo a su sirviente Guehazí: “¡Mira! Ahí está la sunamita.
Cuando ella llegó hasta donde estaba el hombre del Dios verdadero en la montaña, enseguida se abrazó a sus pies. Ante esto, Guehazí se acercó para apartarla, pero el hombre del Dios verdadero le dijo: “Déjala, porque está muy angustiada, y Jehová me lo ha ocultado, no me lo ha dicho”.
Enseguida Eliseo le dijo a Guehazí: “Átate la ropa a la cintura, toma mi bastón y vete. Si te encuentras con alguien no lo saludes, y si alguien te saluda no le contestes. Vete y coloca mi bastón sobre la cara del niño”.
Guehazí llegó antes que ellos y puso el bastón sobre la cara del niño, pero no se oyó nada ni hubo reacción. Volvió adonde estaba Eliseo y le dijo: “El niño no despertó”.
Luego se puso encima de la cama y se colocó sobre el niño.i Puso su boca sobre la boca del niño, sus ojos sobre los ojos de él y las palmas de sus manos sobre las de él, y se quedó inclinado sobre él, y el cuerpo del niño empezó a entrar en calor.
Y Eliseo caminó de un lado para otro en la casa, se puso encima de la cama y volvió a inclinarse sobre él. El niño estornudó siete veces y después abrió los ojos.
Cuando Eliseo regresó a Guilgal, había hambre en el país. Los hijos de los profetas estaban sentados delante de él, y él le dijo a su sirviente: “Pon la olla grande al fuego y prepara un guisado para los hijos de los profetas”.
Por lo tanto, uno de ellos fue al campo a recoger malvas. Entonces se encontró una enredadera de calabazas silvestres y las fue poniendo en su prenda de vestir hasta llenarla. Luego regresó, las cortó en pedazos y las echó en la olla del guisado sin saber qué eran.
Más tarde les sirvieron el guisado a los hombres para que comieran. Pero, en cuanto lo probaron, gritaron: “¡Hombre del Dios verdadero, hay muerte en la olla!”. Y no se lo pudieron comer.
Un hombre que vino de Baal-Salisá le trajo al hombre del Dios verdadero 20 panes de cebada hechos con los primeros frutos maduros, junto con una bolsa de grano nuevo. Entonces Eliseo dijo: “Dale esto a la gente para que coma”.
Sin embargo, su sirviente le preguntó: “¿Cómo voy a darles de comer a 100 personas con esto?”. Él contestó: “Dáselo a la gente para que coma, porque esto es lo que dice Jehová: ‘Comerán y sobrará’”.
Naamán, el jefe del ejército del rey de Siria, era un hombre importante y respetado por su señor, porque por medio de él Jehová le había dado la victoria a Siria. Era un guerrero poderoso, aunque tenía lepra.
Ahora bien, en uno de sus ataques a la tierra de Israel, los sirios se llevaron prisionera a una niña, que se convirtió en sierva de la esposa de Naamán.
Entonces el rey de Siria le dijo: “¡Ve ahora mismo! Le enviaré una carta al rey de Israel”. Así que Naamán fue y se llevó 10 talentos de plata, 6.000 piezas de oro y 10 conjuntos de ropa.
En cuanto el rey de Israel leyó la carta, se rasgó la ropa y dijo: “¿Acaso soy Dios para matar o mantener con vida a alguien? ¡Me está mandando a este hombre diciéndome que lo cure de su lepra! Ustedes mismos lo están viendo, lo que busca es pelear conmigo”.
Pero, cuando Eliseo —el hombre del Dios verdadero— se enteró de que el rey de Israel se había rasgado la ropa, enseguida mandó a decirle al rey: “¿Por qué te rasgaste la ropa? Por favor, deja que él venga a verme. Así sabrá que hay un profeta en Israel”.
Al oír esto, Naamán se indignó y empezó a irse diciendo: “Y yo que había pensado ‘Él saldrá a recibirme, se pondrá aquí e invocará el nombre de Jehová su Dios, moviendo la mano de acá para allá sobre la lepra para curarme’.
¿No son el Abaná y el Farpar, los ríos de Damasco, mejores que todas las aguas de Israel? ¿No puedo lavarme en ellos y quedar limpio?”. Entonces dio media vuelta y se fue furioso.
Sus siervos se acercaron a él y le dijeron: “Padre mío, si el profeta te hubiera pedido algo extraordinario, ¿verdad que eso sí lo harías? Pues con más razón si solo te ha dicho ‘Lávate y queda limpio’”.
Así que él bajó y se sumergióa en el Jordán siete veces, tal como le había dicho el hombre del Dios verdadero.b Entonces su piel se volvió como la piel de un niñoc y quedó limpio.d
Después fue con todo su séquito a ver de nuevo al hombre del Dios verdadero. Se puso delante de él y le dijo: “Ahora sé que no hay Dios en ninguna otra parte de la tierra excepto en Israel. Por favor, acepta un regalo de parte de tu siervo”.
Finalmente, Naamán le dijo: “Entonces, al menos permite que me den tierra de este país, la carga de dos mulas, porque este siervo tuyo no volverá a presentar ofrendas quemadas ni sacrificios a otro dios que no sea Jehová.
Pero que Jehová perdone a este siervo tuyo por una cosa: cuando mi señor va al templo de Rimón para inclinarse allí, él se apoya en mi brazo, y yo tengo que inclinarme en el templo de Rimón. Por favor, cuando me incline en el templo de Rimón, que Jehová me perdone por eso”.
Guehazí —el sirviente de Eliseo, el hombre del Dios verdadero— pensó: “Mi señor dejó ir a ese sirio, Naamán, sin aceptarle lo que trajo. Tan cierto como que vive Jehová, iré corriendo tras él para que me dé algo”.
Así que Guehazí corrió tras Naamán. Cuando Naamán vio venir a alguien corriendo, se bajó de su carro para ir a su encuentro y preguntó: “¿Está todo bien?”.
Y él respondió: “Sí, todo bien. Es que mi señor me mandó a decirte esto: ‘Mira, acaban de venir a verme dos jóvenes de la región montañosa de Efraín, de los hijos de los profetas. Por favor, dales un talento de plata y dos conjuntos de ropa’”.
Naamán le dijo: “Anda, toma dos talentos”. Después de insistirle, metió dos talentos de plata y dos conjuntos de ropa en dos costales y se los dio a dos de sus sirvientes, que fueron cargándolos delante de Guehazí.
entró adonde estaba su señor y se puso junto a él. Entonces Eliseo le preguntó: “¿De dónde vienes, Guehazí?”. “Tu siervo no fue a ninguna parte”, le contestó.
Pero Eliseo le dijo: “¿No estaba mi corazón allí contigo cuando el hombre bajó de su carro para recibirte? ¿Es tiempo de aceptar plata, ropa, olivares, viñas, ovejas, vacas, siervos o siervas?
Ahora, la lepra de Naamán se te pegará a ti y a tus descendientes para siempre”. Enseguida Guehazí salió de la presencia de Eliseo, y ya estaba leproso, blanco como la nieve.
El hombre del Dios verdadero le preguntó: “¿Dónde cayó?”. Así que le mostró el lugar. Entonces Eliseo cortó un pedazo de madera, lo tiró allí e hizo flotar la cabeza del hacha.
Así que el rey de Israel les mandó un aviso a los que estaban en el lugar que el hombre del Dios verdadero le había dicho. Eliseo siguió dándole advertencias y el rey no pasaba por esos lugares; esto pasó en varias ocasiones.
Uno de sus siervos contestó: “¡Nadie, mi señor el rey! Es Eliseo, el profeta de Israel. Él es quien le cuenta al rey de Israel lo que tú dices en tu propio dormitorio”.
Cuando el sirviente del hombre del Dios verdadero se levantó temprano y salió, vio que un ejército con caballos y carros de guerra rodeaba la ciudad. Enseguida, el sirviente le dijo: “¡Ay, mi señor! ¿Qué vamos a hacer?”.
Entonces Eliseo se puso a orard y dijo: “Oh, Jehová, te ruego que le abras los ojose para que vea”. Inmediatamente, Jehová le abrió los ojos al sirviente, y este pudo ver... ¡La región montañosa estaba llena de caballos y carrosf de fuego alrededor de Eliseo!g
Cuando los sirios bajaron adonde él estaba, Eliseo le oró a Jehová: “Por favor, haz que esta nación se quede ciega”. Así que él la dejó ciega, tal como Eliseo se lo pidió.
Eliseo entonces les dijo: “No, no es por aquí. Esta no es la ciudad. Síganme y dejen que los lleve al hombre que están buscando”. Pero los llevó a Samaria.
Cuando llegaron a Samaria, Eliseo dijo: “Oh, Jehová, ábreles los ojos para que vean”. Así que Jehová les abrió los ojos, y ellos vieron que estaban en medio de Samaria.
Pero él dijo: “No los mates. ¿Acaso tú matas a quienes haces prisioneros con tu espada y tu arco? Dales pan y agua para que coman y beban y regresen con su señor”.
Por lo tanto, les hizo un gran banquete, y ellos comieron y bebieron. Luego los envió de vuelta con su señor. Y las bandas de saqueadores de los sirios no volvieron a meterse nunca más en la tierra de Israel.
Por eso Samaria sufrió un hambre terrible. La cercaron hasta que el precio de una cabeza de burro llegó a 80 piezas de plata y un cuarto de cab de excremento de paloma llegó a valer 5 piezas de plata.
Y el rey le preguntó: “¿Qué es lo que te pasa?”. Ella respondió: “Esta mujer me dijo: ‘Entrega a tu hijo para que nos lo comamos hoy, que mañana nos comeremos al mío’.
En cuanto el rey oyó las palabras de la mujer, se rasgó la ropa. Fue caminando sobre la muralla, y la gente vio que llevaba tela de saco debajo de la ropa.
Eliseo estaba sentado en su casa, y los ancianos estaban sentados con él. El rey mandó a un mensajero para que fuera delante de él, pero, antes de que este hombre llegara, Eliseo les dijo a los ancianos: “¿Vieron que ese hijo de un asesino mandó cortarme la cabeza? Estén pendientes de cuando llegue el mensajero, cierren la puerta y pónganse contra ella para que no la abra. ¿Acaso no se oyen los pasos de su señor, que viene detrás de él?”.
Mientras todavía estaba hablando con ellos, llegó el mensajero, y el rey dijo: “Esta calamidad viene de Jehová. ¿Para qué voy a seguir esperando que Jehová haga algo?”.
Eliseo entonces dijo: “Escuchen las palabras de Jehová. Esto es lo que Jehová dice: ‘Mañana como a esta hora, en la puerta de Samaria, un sea de harina fina valdrá un siclo y dos seas de cebada valdrán un siclo’”.
Al oír esto, el oficial de confianza del rey le contestó al hombre del Dios verdadero: “Aun si Jehová abriera compuertas en los cielos, ¿cómo es posible que pase eso?”. Eliseo respondió: “Lo verás con tus propios ojos, pero no comerás nada”.
Si decidimos entrar en la ciudad, con el hambre que hay allí, nos vamos a morir. Y, si nos quedamos aquí sentados, de todas maneras moriremos. Así que vayamos al campamento de los sirios. Si nos matan, pues morimos. Pero, si nos perdonan la vida, seguiremos viviendo”.
Por lo tanto, se levantaron al oscurecer y entraron en el campamento de los sirios. Cuando llegaron a las afueras del campamento sirio, no había nadie allí.
Y es que Jehová había hecho que el campamento de los sirios oyera el sonido de carros de guerra y de caballos, el sonido de un gran ejército. Y los sirios se dijeron unos a otros: “¡Miren! ¡El rey de Israel contrató a los reyes de los hititas y a los reyes de Egipto para atacarnos!”.
Inmediatamente, mientras anochecía, se levantaron y huyeron. Dejaron sus tiendas de campaña, sus caballos y sus burros. Dejaron el campamento tal como estaba y huyeron por sus vidas.
Cuando los leprosos llegaron a las afueras del campamento, entraron en una de las tiendas y se pusieron a comer y beber. Se llevaron de allí plata, oro y ropa, y fueron a esconderlo. Después volvieron, entraron en otra tienda, se llevaron cosas de allí y también las escondieron.
Finalmente se dijeron unos a otros: “Lo que estamos haciendo no está bien. ¡Hoy es un día de buenas noticias! Si nos quedamos callados y esperamos hasta el amanecer, vamos a merecer que nos castiguen. Mejor vayamos a informar esto a la casa del rey”.
Así que fueron, llamaron a los porteros de la ciudad y les dijeron: “Entramos en el campamento de los sirios, pero no vimos ni oímos a nadie. Solo había caballos y burros atados, y las tiendas estaban intactas”.
El rey se levantó inmediatamente, en plena noche, y les dijo a sus siervos: “Déjenme decirles lo que planean hacer los sirios. Como ellos saben que tenemos hambre, salieron del campamento para esconderse en el campo, pensando: ‘Saldrán de la ciudad, y entonces los atraparemos vivos y entraremos en ella’”.
Uno de sus siervos dijo: “Por favor, permite que algunos hombres salgan con cinco de los caballos que quedan en la ciudad. ¡Qué más da! Ellos acabarán igual que toda la gente que queda en Israel y que toda la gente de Israel que ya murió. Vamos a enviarlos a ver qué pasa”.
Fueron buscando a los sirios hasta el Jordán, y todo el camino estaba lleno de ropa y utensilios que ellos habían dejado tirados al huir desesperados. Los mensajeros volvieron y se lo informaron al rey.
Entonces el pueblo salió a saquear el campamento de los sirios. Así, de acuerdo con las palabras de Jehová, un sea de harina fina llegó a valer un siclo y dos seas de cebada llegaron a valer un siclo.
El rey había puesto a su oficial de confianza a cargo de la puerta de la ciudad. Pero la gente lo atropelló allí en la puerta y él murió, tal como había dicho el hombre del Dios verdadero cuando el rey bajó a verlo.
Pasó tal como el hombre del Dios verdadero se lo había dicho al rey: “Mañana a esta hora, dos seas de cebada valdrán un siclo y un sea de harina fina valdrá un siclo en la puerta de Samaria”.
Pero el oficial le había dicho al hombre del Dios verdadero: “Aun si Jehová abriera compuertas en los cielos, ¿cómo podría pasar algo así?”.i Y Eliseo le había respondido: “Lo verás con tus propios ojos, pero no comerás nada”.j
Eliseo le dijo a la madre del niño al que le había devuelto la vida: “Anda, vete con los de tu casa a vivir como extranjera dondequiera que puedas, porque Jehová ha anunciado que en el país habrá una época de hambre que durará siete años”.
Así que la mujer hizo lo que el hombre del Dios verdadero le dijo. Se fue con los de su casa y se quedó a vivir en la tierra de los filisteos durante siete años.
Ahora bien, el rey estaba hablando con Guehazí, el sirviente del hombre del Dios verdadero. “Cuéntame, por favor, todas las grandes cosas que ha hecho Eliseo”, le dijo el rey.
Justo cuando le estaba contando al rey cómo Eliseo le había devuelto la vida a un muerto, llegó la madre del niño al que le había devuelto la vida para pedirle al rey que le dieran su casa y su campo. Enseguida Guehazí dijo: “Mi señor el rey, esta es la mujer y este es su hijo, a quien Eliseo le devolvió la vida”.
Ante eso, el rey le preguntó a la mujer cómo pasó todo, y ella se lo contó. Entonces el rey puso a su disposición a un funcionario de la corte, a quien le dijo: “Devuélvele todo lo que le pertenece y el valor de todo lo que ha producido su campo desde el día en que se fue del país hasta ahora”.
Ante eso, el rey le dijo a Hazael: “Ve a ver al hombre del Dios verdadero y llévale un regalo. Pídele que le consulte a Jehová si me voy a recuperar de esta enfermedad”.
Hazael fue a verlo y le llevó un regalo: la carga de 40 camellos con todo tipo de cosas buenas de Damasco. Cuando llegó, se puso ante él y le dijo: “Tu hijo, Ben-Hadad, el rey de Siria, me mandó a preguntarte ‘¿Me recuperaré de esta enfermedad?’”.
Hazael le preguntó: “Mi señor, ¿por qué lloras?”. Y Eliseo le contestó: “Porque sé cuánto daño le harás al pueblo de Israel. Quemarás sus fortalezas, matarás a espada a sus mejores hombres, golpearás a sus hijos hasta despedazarlos y les rajarás el vientre a sus mujeres embarazadas”.
Hazael le dijo: “¿Cómo podría este siervo tuyo, un simple perro, hacer algo semejante?”. Pero Eliseo le dijo: “Jehová me ha revelado que tú serás rey de Siria”.
Luego Hazael dejó a Eliseo y volvió para ver a su señor, quien le preguntó: “¿Qué te dijo Eliseo?”. Él le contestó: “Me dijo que sin falta te recuperarás”.
Pero al día siguiente Hazael agarró una colcha, la metió en agua y la apretó contra la cara del rey hasta que murió. Y Hazael se convirtió en el nuevo rey.
Jehoram hijo del rey Jehosafat de Judá se convirtió en rey en el quinto año de Jehoram hijo de Acab, el rey de Israel, mientras Jehosafat todavía era rey de Judá.
Siguió los pasos de los reyes de Israel, tal como lo habían hecho los de la casa de Acab, pues la hija de Acab había llegado a ser su esposa. Y él hacía lo que estaba mal a los ojos de Jehová.
Pero Jehová no quiso destruir a Judá por consideración a su siervo David, pues le había prometido que les daría una lámpara a él y a sus hijos para siempre.
Así que Jehoram cruzó hacia Zaír con todos sus carros. Se levantó de noche y venció a los edomitas que lo habían cercado a él y a los comandantes de los carros, y el ejército huyó a sus tiendas.
Después, Jehoram descansó con sus antepasados y fue enterrado con sus antepasados en la Ciudad de David. Y su hijo Ocozías se convirtió en el nuevo rey.
Ocozías siguió los pasos de los de la casa de Acab y hacía lo que estaba mal a los ojos de Jehová, como la casa de Acab, pues su padre se había casado con una mujer de la casa de Acab.
Entonces el rey Jehoram volvió a Jezreel para recuperarse de las heridas que los sirios le habían causado en Ramá cuando peleó contra el rey Hazael de Siria. Como Jehoram hijo de Acab estaba herido, Ocozías hijo de Jehoram, el rey de Judá, bajó a Jezreel para verlo.
El profeta Eliseo entonces llamó a uno de los hijos de los profetas y le dijo: “Átate la ropa a la cintura y, rápido, llévate este frasco de aceite y vete a Ramot-Galaad.
Cuando llegues allí, busca a Jehú, hijo de Jehosafat, hijo de Nimsí. Entra adonde esté él con sus hermanos y haz que se levante y te acompañe al cuarto más privado de la casa.
Después derrama el frasco de aceite en su cabeza y dile: ‘Esto es lo que dice Jehová: “Te unjo como rey de Israel”’. Luego abre la puerta y huye rápido”.
Cuando llegó, los jefes del ejército estaban allí sentados. Él dijo: “Jefe, tengo un mensaje para ti”. Jehú preguntó: “¿Para cuál de nosotros?”. “Para ti, jefe”, le contestó.
De manera que Jehú se levantó y entró en la casa. El sirviente le derramó el aceite en la cabeza y le dijo: “Esto es lo que dice Jehová, el Dios de Israel: ‘Te unjo como rey del pueblo de Jehová, de Israel.
Tienes que acabar con la casa de tu señor Acab, y yo vengaré la sangre de mis siervos los profetas y de todos los siervos de Jehová que han muerto a manos de Jezabel.
Cuando Jehú volvió adonde estaban los siervos de su señor, ellos le preguntaron: “¿Está todo bien? ¿Para qué vino a verte ese loco?”. Él les contestó: “Ustedes ya saben cómo es esa gente y su forma de hablar”.
Pero ellos dijeron: “¡No es cierto! Anda, dinos la verdad”. Entonces él les contó: “Me dijo esto y lo otro, y luego añadió: ‘Esto es lo que dice Jehová: “Te unjo como rey de Israel”’”.
Ante eso, cada uno enseguida agarró su prenda de vestir y la extendió a los pies de él sobre los escalones, y tocaron el cuerno y dijeron: “¡Jehú se ha convertido en rey!”.
Entonces Jehú, hijo de Jehosafat, hijo de Nimsí, conspiró contra Jehoram. Jehoram había estado en Ramot-Galaad, él y todo Israel, defendiéndose del rey Hazael de Siria.
El rey Jehoram luego regresó a Jezreel para recuperarse de las heridas que le habían causado los sirios cuando luchó contra el rey Hazael de Siria. Jehú entonces dijo: “Si están de mi parte, no dejen que nadie se escape de la ciudad y vaya a contar esto en Jezreel”.
Después Jehú se subió a su carro y se fue para Jezreel, porque allí Jehoram estaba en cama debido a sus heridas, y el rey Ocozías de Judá había bajado a verlo.
Cuando el centinela que estaba en la torre de Jezreel vio venir al gran grupo de hombres de Jehú, dijo: “Veo un montón de hombres”. Y Jehoram dijo: “Llama a un soldado de caballería y dile que vaya a su encuentro y les pregunte: ‘¿Vienen en son de paz?’”.
Así que un jinete fue a su encuentro y dijo: “Esto es lo que dice el rey: ‘¿Vienen en son de paz?’”. Pero Jehú contestó: “¿Por qué hablas de ‘paz’? ¡Ponte detrás y sígueme!”. El centinela entonces informó: “El mensajero llegó hasta ellos, pero no ha vuelto”.
Así que el rey envió un segundo jinete, que al llegar hasta ellos dijo: “Esto es lo que dice el rey: ‘¿Vienen en son de paz?’”. Pero Jehú contestó: “¿Por qué hablas de ‘paz’? ¡Ponte detrás y sígueme!”.
Jehoram dijo: “¡Prepárenme el carro!”. Así que le prepararon su carro de guerra, y tanto el rey Jehoram de Israel como el rey Ocozías de Judá salieron al encuentro de Jehú, cada uno en su propio carro de guerra. Se encontraron con él en el terreno de Nabot el jezreelita.
En cuanto Jehoram vio a Jehú, dijo: “¿Vienes en son de paz, Jehú?”. Pero él contestó: “¿Cómo puede haber paz mientras tu madre Jezabel siga con su prostitución y con todas sus hechicerías?”.
Entonces Jehú le dijo a su oficialn Bidcar: “Levántalo y lánzalo al terreno de Nabot el jezreelita.o Recuerda, tú y yo estábamos conduciendo juntos detrás de su padre Acab cuando Jehová mismo hizo esta declaraciónp contra él al decir:
‘Jehová dice: “Tan cierto como que ayer vi la sangreq de Nabot y de sus hijos,r yo —dice Jehová— te darés tu merecido en este mismo terreno”’. Así que ahora levántalo y lánzalo al terreno, de acuerdo con las palabras de Jehová”.t
Cuando el rey Ocozías de Judá vio lo que estaba pasando, huyó por el camino de la casa del jardín. (Más tarde, Jehú lo persiguió y dijo: “¡Mátenlo a él también!”. De manera que lo hirieron en el carro mientras subía hacia Gur, que está cerca de Ibleam. Pero siguió huyendo hasta Meguidó y murió allí.
Levantando la vista hacia la ventana, él preguntó: “¿Quién está de mi lado? ¿Quién?”. Inmediatamente, dos o tres funcionarios de la corte lo miraron desde arriba.
Después de eso, entró y se puso a comer y beber. Luego dijo: “Hagan el favor de encargarse de esa maldita y entiérrenla. Al fin y al cabo, es hija de rey”.
Cuando volvieron para contárselo, él dijo: “Esto cumple las palabras que Jehová pronunció por mediot de su siervo Elías el tisbita: ‘Los perros se comerán la carne de Jezabel en el terreno de Jezreel.u
Ahora bien, Acab tenía 70 hijos en Samaria. Así que Jehú escribió cartas y las envió a Samaria, a los príncipes de Jezreel, a los ancianos y a los tutores de los hijos de Acab. Les dijo:
Así que el encargado del palacio, el gobernador de la ciudad, los ancianos y los tutores le enviaron este mensaje a Jehú: “Somos tus siervos y haremos todo lo que nos digas. No haremos rey a nadie. Haz lo que te parezca bien”.
Entonces él les escribió una segunda carta, que decía: “Si ustedes están de mi parte y están dispuestos a obedecerme, traigan las cabezas de los hijos de su señor y vengan a verme a Jezreel mañana a esta hora”. Los 70 hijos del rey estaban con los hombres importantes de la ciudad que los criaban.
El mensajero llegó y le informó: “Han traído las cabezas de los hijos del rey”. Así que él dijo: “Pónganlas en dos montones a la entrada de la puerta de la ciudad y déjenlas ahí hasta la mañana”.
Cuando salió por la mañana, se presentó ante todo el pueblo y dijo: “Ustedes son inocentes. Sí, yo conspiré contra mi señor y lo maté, pero ¿quién mató a todos estos?
Sepan, por lo tanto, que no quedará sin cumplirse ni una sola de las palabras de Jehovád que Jehová ha dicho contra la casa de Acab;e Jehová ha hecho lo que dijo por medio de su siervo Elías”.f
Además, Jehú mató a todos los que quedaban de la casa de Acab en Jezreel y a todos sus hombres importantes, sus conocidos y sus sacerdotes, hasta que no le dejó a Acab ningún sobreviviente.
Allí Jehú se encontró a los hermanos del rey Ocozías de Judá y les preguntó: “¿Quiénes son ustedes?”. Ellos contestaron: “Somos los hermanos de Ocozías. Estamos bajando para saber si todo va bien con los hijos del rey y los hijos de la reina madre”.
Al instante, él ordenó: “¡Captúrenlos vivos!”. Así que los capturaron vivos y los mataron junto a la cisterna de la casa para atar. Eran 42 hombres, y él no dejó con vida a ninguno de ellos.
Al irse de allí, se encontró con Jehonadabn hijo de Recab,o que venía a su encuentro. Cuando lo saludó,p le preguntó: “¿Es tu corazón leal conmigo, igual que mi corazónq lo es con el tuyo?”. “Sí, lo es”, contestó Jehonadab. “En ese caso, dame la mano”, le dijo Jehú. Así que le dio la mano, y Jehú lo subió al carro con él.r
Jehú llegó a Samaria y mató a todos los que quedaban de la casa de Acab en Samaria hasta que los exterminó,a de acuerdo con las palabras que Jehová le había dicho a Elías.b
Convoquen aquí a todos los profetas de Baal, a todos sus adoradores y a todos sus sacerdotes. Que no falte ninguno, porque voy a ofrecerle un gran sacrificio a Baal. Todo el que falte perderá la vida”. Pero Jehú estaba siendo astuto, pues en realidad quería eliminar a los adoradores de Baal.
Después de eso, Jehú hizo correr la voz por todo Israel, y vinieron todos los adoradores de Baal. Ni uno de ellos faltó. Entraron en el templo de Baal, y el templo de Baal se llenó por completo.
Jehú y Jehonadab hijo de Recab entraron en el templo de Baal. Entonces Jehú les dijo a los adoradores de Baal: “Busquen bien y asegúrense de que aquí no haya nadie que sirva a Jehová, de que solo haya adoradores de Baal”.
Finalmente entraron a ofrecer sacrificios y ofrendas quemadas. Jehú colocó a 80 de sus hombres afuera y les dijo: “El que deje escapar a alguno de los hombres que les estoy entregando en las manos tendrá que morir en lugar de él”.
Tan pronto como acabó de presentar la ofrenda quemada, Jehú les ordenó a los guardias y a los oficiales: “¡Entren y mátenlos! ¡Que no escape ni uno!”. Así que los guardias y los oficiales los mataron a espada, arrojaron afuera los cuerpos y fueron avanzando hasta el santuario interior del templo de Baal.
Sin embargo, Jehú no dejó de cometer los pecados que Jeroboán hijo de Nebat hizo que Israel cometiera, es decir, adorar a los becerros de oro que había en Betel y en Dan.
Jehová le dijo a Jehú: “Por actuar bien y por hacer lo que está bien a mis ojos al ejecutar todo lo que estaba en mi corazón contra la casa de Acab, cuatro generaciones de tus hijos se sentarán en el trono de Israel”.
Pero Jehú no se aseguró de andar según la Ley de Jehová, el Dios de Israel, con todo su corazón. No dejó de cometer los pecados que Jeroboán había hecho que Israel cometiera.
desde el Jordán hacia el este, toda la tierra de Galaad —la de los gaditas, los rubenitas y los manasitas—, que va desde Aroer, que está junto al valle de Arnón, hasta Galaad y Basán.
Sin embargo, Jehoseba hija del rey Jehoram, hermana de Ocozías, se llevó a escondidas a Jehoás hijo de Ocozías y lo apartó de los demás hijos del rey a quienes iban a matar. Lo metió a él con su nodriza en un dormitorio, y así lograron mantenerlo escondido de Atalía. De ese modo, no lo mataron.
Al séptimo año, Jehoiadá mandó buscar a los jefes de cien de la guardia caria y de los guardias del palacio, y se reunió con ellos en la casa de Jehová. Hizo un pacto con ellos e hizo que juraran en la casa de Jehová que lo cumplirían, y entonces les mostró al hijo del rey.
otra tercera parte estará en la Puerta del Fundamento y la otra tercera parte estará en la puerta detrás de los guardias del palacio. Vigilarán la casa por turnos.
Rodeen al rey por todos lados, cada uno con sus armas en la mano. Cualquier persona que se meta entre las filas tendrá que morir. Estén con el rey dondequiera que vaya”.
Los jefes de cien hicieron exactamente lo que les había mandado el sacerdote Jehoiadá. Cada uno reunió a sus hombres, a los que estaban de servicio el sábado y también a los que estaban libres el sábado, y entraron adonde estaba el sacerdote Jehoiadá.
El sacerdote entonces les dio a los jefes de cien las lanzas y los escudos circulares que habían sido del rey David y que estaban en la casa de Jehová.
Y los guardias del palacio tomaron sus posiciones, cada uno con sus armas en la mano, desde el lado derecho de la casa hasta el lado izquierdo, junto al altar y junto a la casa, rodeando completamente al rey.
Entonces Jehoiadá sacó al hijo del rey y puso la corona y el Testimonio sobre él. Lo hicieron rey y lo ungieron, y empezaron a aplaudir y decir: “¡Viva el rey!”.
Entonces vio allí al rey de pie junto a la columna, según la costumbre. Los jefes y los trompetistas estaban con el rey, toda la gente del país estaba muy contenta, y tocaban las trompetas. Al instante, Atalía se rasgó la ropa y gritó: “¡Conspiración! ¡Conspiración!”.
Pero el sacerdote Jehoiadá les ordenó a los jefes de cien, los que estaban al mando del ejército: “¡Sáquenla de las filas y, si alguien la sigue, mátenlo a espada!”. Y es que el sacerdote había dicho “No la maten en la casa de Jehová”.
Luego Jehoiadá hizo un pacto entre Jehová y el rey y el pueblo; en él se comprometían a seguir siendo el pueblo de Jehová. También hizo un pacto entre el rey y el pueblo.
Después de eso, toda la gente del país fue al templo de Baal. Derribaron sus altares, destrozaron por completo sus imágenes y enfrente de los altares ejecutaron a Matán, el sacerdote de Baal. Luego, el sacerdote nombró supervisores de la casa de Jehová.
Además, reunió a los jefes de cien, a la guardia caria, a los guardias del palacio y a toda la gente del país para escoltar al rey y bajar con él desde la casa de Jehová. Llegaron a la casa del rey por el camino de la puerta de los guardias del palacio, y entonces el rey se sentó en el trono de los reyes.
Jehoás les dijo a los sacerdotes: “Reciban todo el dinero que se trae a la casa de Jehová para las ofrendas santas: el impuesto que cada uno debe pagar, el dinero que se paga por el valor estimado de cada persona y todo el dinero que cada uno desee dar de corazón a la casa de Jehová.
Así que el rey Jehoás llamó al sacerdote Jehoiadá y a los otros sacerdotes y les dijo: “¿Por qué no están reparando la casa? Ahora, dejen de recibir dinero de los que lo donan a menos que se use para reparar la casa”.
El sacerdote Jehoiadá tomó entonces un cofre, le hizo un agujero en la tapa y lo puso junto al altar, a la derecha según se entra a la casa de Jehová. Los sacerdotes que servían de porteros echaban allí todo el dinero que se traía a la casa de Jehová.
Cuando veían que había una gran cantidad de dinero en el cofre, el secretario del rey y el sumo sacerdote subían y lo recogían, y contaban el dinero que se había traído a la casa de Jehová.
Ese dinero que se había contado se lo entregaban a los que supervisaban el trabajo que se estaba haciendo en la casa de Jehová. A su vez, ellos les pagaban a los carpinteros y a los obreros que trabajaban en la casa de Jehová,
así como a los albañiles y a los picapedreros. También compraron madera y piedra labrada para las reparaciones de la casa de Jehová, y usaron el dinero para todos los otros gastos de la reparación de la casa.
Sin embargo, el dinero que se traía a la casa de Jehová no se usaba para hacer recipientes de plata, apagadores, tazones, trompetas ni ninguna clase de objeto de oro o plata para la casa de Jehová.
Pero el dinero para las ofrendas por la culpa y el dinero para las ofrendas por el pecado no se entregaba a la casa de Jehová; ese dinero era de los sacerdotes.
Ante eso, el rey Jehoás de Judá reunió todas las ofrendas santas que habían santificado sus antepasados Jehosafat, Jehoram y Ocozías, reyes de Judá, así como sus propias ofrendas santas y todo el oro de las cámaras del tesoro de la casa de Jehová y de la casa del rey. Entonces se lo envió a Hazael, el rey de Siria, y este se retiró de Jerusalén.
Sus siervos Jozacar hijo de Simeat y Jehozabad hijo de Somer lo atacaron y lo mataron. Lo enterraron con sus antepasados en la Ciudad de David, y su hijo Amasías se convirtió en el nuevo rey.
Hacía lo que estaba mal a los ojos de Jehová y no dejó de cometer los pecados que Jeroboán hijo de Nebat había hecho que Israel cometiera. No se apartó de ellos.
Así que Jehová se enfureció muchísimo con Israel y los entregó en manos del rey Hazael de Siria y de Ben-Hadad hijo de Hazael durante todos aquellos días.
(Pero no dejaron de cometer los pecados de la casa de Jeroboán, los que él había hecho que Israel cometiera. Siguieron cometiendo esos pecados, y el poste sagrado seguía en pie en Samaria).
Jehoacaz se quedó con un ejército de solo 50 jinetes, 10 carros y 10.000 soldados de a pie, porque el rey de Siria los había destruido dejándolos como el polvo cuando se trilla el grano.
Hacía lo que estaba mal a los ojos de Jehová, no dejaba de cometer los pecados que Jeroboán hijo de Nebat había hecho que Israel cometiera. Siguió cometiendo los mismos pecados.
En cuanto al resto de la historia de Jehoás, de todo lo que hizo, de su poder y de cómo peleó contra el rey Amasías de Judá, está escrito en el libro de la historia de los reyes de Israel.
Ahora bien, cuando a Eliseo le dio la enfermedad de la que más tarde murió, Jehoás, el rey de Israel, bajó a verlo. Se echó sobre él llorando y le dijo: “¡Padre mío, padre mío! ¡El carro de Israel y sus jinetes!”.
Entonces Eliseo dijo: “Abre la ventana que da hacia el este”. De modo que él la abrió. Y Eliseo le dijo: “¡Dispara!”. Así que él disparó. Eliseo ahora dijo: “¡La flecha de la victoria de Jehová, la flecha de la victoria sobre Siria! Golpearás a Siria en Afec hasta que acabes con ella”.
Luego añadió: “Agarra las flechas”, y el rey las agarró. Entonces le dijo al rey de Israel: “Golpea el suelo”. De manera que él golpeó el suelo tres veces y se detuvo.
El hombre del Dios verdadero se indignó con él y le dijo: “¡Deberías haber golpeado el suelo cinco o seis veces! Entonces habrías golpeado a Siria hasta acabar con ella, pero ahora solo golpearás a Siria tres veces”.
Un día, mientras unos hombres enterraban a un muerto, vieron una banda de saqueadores. Así que enseguida arrojaron el cuerpo en la sepultura de Eliseo y huyeron. Cuando el muerto tocó los huesos de Eliseo, volvió a vivir y se puso de pie.
Sin embargo, Jehová les mostró favor y les tuvo misericordia. Les tuvo consideración debido a su pacto con Abrahán, Isaac y Jacob. No quiso destruirlos y, hasta el día de hoy, no los ha echado de su presencia.
Jehoás hijo de Jehoacaz le quitó a Ben-Hadad hijo de Hazael las ciudades que este le había quitado a su padre Jehoacaz durante la guerra. Jehoás lo golpeó tres veces y recuperó las ciudades de Israel.
Pero no mató a los hijos de los asesinos, de acuerdo con el mandato de Jehová escrito en el libro de la Ley de Moisés: “No se debe matar a los padres por culpa de los hijos ni a los hijos por culpa de los padres. Cada uno debe morir por su propio pecado”.
Él derrotó a los edomitas en el valle de la Sal, a 10.000 hombres, y durante la guerra conquistó la ciudad de Sela, que pasó a llamarse Jocteel, y así se llama hasta el día de hoy.
Entonces Amasías envió mensajeros a Jehoás —hijo de Jehoacaz, hijo de Jehú—, el rey de Israel, con este mensaje: “Ven, enfréntate a mí en una batalla”.
El rey Jehoás de Israel mandó a decirle al rey Amasías de Judá: “El yerbajo espinoso del Líbano le envió este mensaje al cedro del Líbano: ‘Dale tu hija a mi hijo como esposa’. Pero vino un animal salvaje del Líbano y pisoteó al yerbajo espinoso.
Es verdad, derrotaste a Edom, y por eso tu corazón se ha vuelto arrogante. Disfruta de tu gloria, pero quédate en tu casa. ¿Para qué vas a provocar una desgracia y arrastrar a Judá contigo cuando caigas?”.
Pero Amasías no hizo caso. Así que el rey Jehoás de Israel subió, y él y el rey Amasías de Judá se enfrentaron en una batalla en Bet-Semes, que pertenece a Judá.
El rey Jehoás de Israel capturó en Bet-Semes al rey Amasías de Judá, hijo de Jehoás, hijo de Ocozías. Después vinieron a Jerusalén, y él derrumbó parte de la muralla de Jerusalén, desde la Puerta de Efraín hasta la Puerta de la Esquina. La brecha medía 400 codos.
Se llevó todo el oro, la plata y todos los objetos que había en la casa de Jehová y en las cámaras del tesoro de la casa del rey, así como rehenes. Luego volvió a Samaria.
En cuanto al resto de la historia de Jehoás, de lo que hizo, de su poder y de cómo peleó contra el rey Amasías de Judá, está escrito en el libro de la historia de los reyes de Israel.
Él restableció la frontera de Israel desde Lebó-Hamat hasta el mar del Arabá, de acuerdo con las palabras que Jehová, el Dios de Israel, dijo por medio de su siervo Jonás hijo de Amitái, el profeta de Gat-Héfer.
En cuanto al resto de la historia de Jeroboán, de todo lo que hizo, de su poder, de cómo peleó y de cómo le devolvió Damasco y Hamat a Judá en Israel, está escrito en el libro de la historia de los reyes de Israel.
Jehová hirió al rey con lepra, y siguió siendo un leproso hasta el día de su muerte. Vivió en una casa aparte mientras su hijo Jotán estaba al mando de la casa y juzgaba a la gente del país.
Hizo lo que estaba mal a los ojos de Jehová, tal como lo habían hecho sus antepasados. No dejó de cometer los pecados que Jeroboán hijo de Nebat había hecho que Israel cometiera.
Así se cumplieron las palabras que Jehová le había dicho a Jehú: “Cuatro generaciones de tus hijos se sentarán en el trono de Israel”. Y eso fue lo que pasó.
Fue entonces cuando Menahem vino desde Tirzá y atacó Tifsá y a todos los que había en ella y en su territorio. Como no le abrieron las puertas de la ciudad, la destruyó y les rajó el vientre a todas las mujeres embarazadas.
Hacía lo que estaba mal a los ojos de Jehová. Nunca en toda su vida dejó de cometer todos los pecados que Jeroboán hijo de Nebat había hecho que Israel cometiera.
Menahem consiguió la plata cobrándosela a los hombres ricos e importantes de Israel. Le dio al rey de Asiria 50 siclos de plata por cada hombre. Entonces el rey de Asiria se fue y no se quedó en el país.
Entonces su oficial Pécah hijo de Remalías conspiró contra él y lo mató en Samaria, en la torre fortificada de la casa del rey, junto con Argob y Arié. Lo acompañaban 50 hombres de Galaad. Y, después de matarlo, se convirtió en el nuevo rey.
En los días del rey Pécah de Israel, el rey Tiglat-Piléser de Asiria invadió y conquistó Ijón, Abel-Bet-Maacá, Janóah, Quedes, Hazor, Galaad y Galilea, toda la tierra de Neftalí, y a los habitantes se los llevó al destierro en Asiria.
Entonces Hosea hijo de Elá conspiró contra Pécah hijo de Remalías, lo atacó y lo mató. Y se convirtió en el nuevo rey en el año 20 de Jotán hijo de Uzías.
Sin embargo, no se quitaron los lugares altos y la gente seguía haciendo sacrificios y humo de sacrificio en ellos. Él fue quien construyó la puerta superior de la casa de Jehová.
Entonces Jotán descansó con sus antepasados, y lo enterraron con sus antepasados en la Ciudad de David, su antepasado. Y su hijo Acaz se convirtió en el nuevo rey.
Acaz tenía 20 años cuando se convirtió en rey, y reinó 16 años en Jerusalén. No hizo lo que estaba bien a los ojos de Jehová su Dios, como sí lo había hecho su antepasado David.
En vez de eso, siguió los pasos de los reyes de Israel, y hasta a su propio hijo lo quemó en el fuego, imitando las prácticas detestables de las naciones que Jehová había expulsado delante de los israelitas.
Fue entonces cuando el rey Rezín de Siria y Pécah hijo de Remalías, el rey de Israel, subieron a pelear contra Jerusalén. Cercaron a Acaz, pero no lograron conquistar la ciudad.
Por aquel tiempo, el rey Rezín de Siria le devolvió Elat a Edom, y después expulsó de Elat a los judíos. Los edomitas ocuparon Elat y siguen allí hasta el día de hoy.
Así que Acaz le envió mensajeros al rey Tiglat-Piléser de Asiria para decirle: “Soy tu siervo y tu hijo. Sube y sálvame de las manos del rey de Siria y del rey de Israel, que están atacándome”.
Acaz entonces tomó la plata y el oro que había en la casa de Jehová y en las cámaras del tesoro de la casa del rey, y le envió al rey de Asiria un soborno.
Entonces el rey Acaz fue a Damasco a ver al rey Tiglat-Piléser de Asiria. Cuando el rey Acaz vio el altar que había en Damasco, le envió al sacerdote Uriya un plano del altar que mostraba su diseño y cómo estaba hecho.
El sacerdote Uriya construyó un altar siguiendo las instrucciones que el rey Acaz le había enviado desde Damasco. Y, antes de que el rey Acaz regresara de Damasco, el sacerdote Uriya lo terminó.
Y siguió haciendo humear en ese altar sus ofrendas quemadas y sus ofrendas de grano. También derramó sobre él sus ofrendas líquidas y lo salpicó con la sangre de sus sacrificios de paz.
Entonces el altar de cobre que estaba delante de Jehová lo quitó de su lugar frente a la casa —entre su propio altar y la casa de Jehová— y lo puso al lado norte de su propio altar.
El rey Acaz le ordenó al sacerdote Uriya: “Haz humear en el gran altar la ofrenda quemada de la mañana, así como la ofrenda de grano de la tarde, la ofrenda quemada del rey y su ofrenda de grano, y también las ofrendas quemadas, las ofrendas de grano y las ofrendas líquidas de toda la gente. Salpícalo con toda la sangre de las ofrendas quemadas y de los demás sacrificios. En cuanto al altar de cobre, ya decidiré qué hacer con él”.
Además, el rey Acaz cortó en pedazos los paneles laterales de los carritos y les quitó las palanganas. El Mar, que estaba sobre los toros de cobre, lo bajó y lo puso sobre un suelo de piedra.
Y quitó de la casa de Jehová la estructura cubierta para el sábado que habían construido en la casa, así como la entrada exterior del rey. Hizo esto debido al rey de Asiria.
Sin embargo, el rey de Asiria se enteró de que Hosea estaba implicado en una conspiración, pues este había mandado mensajeros al rey So de Egipto y había dejado de llevarle el tributo como en años anteriores. Así que el rey de Asiria lo metió en prisión y lo dejó allí atado.
Y, en el noveno año de Hosea, el rey de Asiria conquistó Samaria. Entonces se llevó al pueblo de Israel al destierro en Asiria y los hizo vivir en Halá y en Habor, junto al río Gozán, y en las ciudades de los medos.
Esto pasó porque el pueblo de Israel había pecado contra Jehová su Dios, quien lo había liberado de la tierra de Egipto y del dominio del faraón, el rey de Egipto. Adoraron a otros dioses
y siguieron las costumbres de las naciones que Jehová había expulsado delante de los israelitas y las costumbres que habían establecido los reyes de Israel.
Los israelitas se envolvieron en cosas que Jehová su Dios no veía bien. Construían lugares altos en todas sus ciudades, tanto en las torres de vigilancia como en las ciudades fortificadas.
y en todos los lugares altos hacían humo de sacrificio, igual que las naciones que Jehová había expulsado delante de ellos llevándolas al destierro. Hacían cosas malas para provocar a Jehová.
Jehová les daba advertencias a Israel y a Judá por medio de todos sus profetas y de todos los hombres de visiones. Les decía: “¡Dejen sus malos caminos y vuelvan! Obedezcan mis mandamientos y mis estatutos, todo lo que está escrito en la ley que les di a sus antepasados y que les envié por medio de mis siervos los profetas”.
Seguían rechazando sus normas, el pacto que él había hecho con sus antepasados y los recordatorios que les había dado como advertencia. No dejaron de adorar ídolos inútiles y ellos mismos se hicieron inútiles. Así imitaron a las naciones que los rodeaban aunque Jehová les había dicho que no las imitaran.
Dejaban a un lado todos los mandamientos de Jehová su Dios. Hicieron dos estatuas metálicas de un becerro y también un poste sagrado. Se inclinaron ante todo el ejército de los cielos y sirvieron a Baal.
Además, a sus hijos y sus hijas los quemaron en el fuego, practicaron la adivinación y buscaron presagios. Se dedicaban a hacer lo que estaba mal a los ojos de Jehová para provocarlo.
Él arrancó a Israel de la casa de David, y ellos hicieron rey a Jeroboán hijo de Nebat. Pero Jeroboán hizo que Israel dejara de seguir a Jehová y cometiera un gran pecado.
hasta que Jehová quitó a Israel de su vista, tal como lo había declarado por medio de todos sus siervos los profetas. Así que Israel fue desterrado de su país y llevado a Asiria, donde sigue hasta el día de hoy.
El rey de Asiria entonces trajo gente de Babilonia, Cutá, Avá, Hamat y Sefarvaim, e hizo que se establecieran en las ciudades de Samaria en lugar de los israelitas. Ocuparon Samaria y vivieron en sus ciudades.
Entonces le mandaron decir al rey de Asiria: “Las naciones que deportaste y reubicaste en las ciudades de Samaria no conocen la religión del Dios del país. Y por eso, como allí nadie conoce la religión del Dios del país, él les ha estado enviando leones que están matando a la gente”.
Al oír eso, el rey de Asiria ordenó: “Hagan que uno de los sacerdotes que ustedes desterraron de ese país se vaya a vivir de nuevo para allá y les enseñe la religión del Dios del país”.
De modo que uno de los sacerdotes que habían desterrado de Samaria volvió para quedarse a vivir en Betel y se puso a enseñarles cómo debían adorar a Jehová.
Sin embargo, cada una de las naciones hizo su propio dios, y los colocaron en los templos de los lugares altos que los samaritanos habían construido. Cada una de las naciones hizo esto en las ciudades donde vivían.
Aunque adoraban a Jehová, nombraron a hombres del pueblo para que fueran sacerdotes en los lugares altos. Estos les prestaban servicio en los templos de los lugares altos.
Hasta el día de hoy practican sus religiones anteriores. Ninguno de ellos adora a Jehová y ninguno sigue sus estatutos ni sus decisiones judiciales, ni tampoco la Ley ni el mandamiento que Jehová les dio a los hijos de Jacob, a quien le cambió el nombre y le puso Israel.
Cuando Jehová hizo un pacto con los israelitas, él les mandó: “No adoren a otros dioses, y no se inclinen ante ellos ni les sirvan ni les hagan sacrificios.
Más bien, es a Jehová —quien los sacó de la tierra de Egipto con gran poder y brazo poderoso— a quien deben adorar y ante quien deben inclinarse y a quien deben hacerle sacrificios.
Y siempre deben seguir con cuidado las normas, las decisiones judiciales, la Ley y el mandamiento que él escribió para ustedes, y no adoren a otros dioses.
Así, aunque estas naciones adoraban a Jehová, al mismo tiempo servían a sus imágenes esculpidas. Y sus hijos y sus nietos han seguido haciendo lo mismo que sus antepasados hasta el día de hoy.
Fue él quien quitó los lugares altos, destrozó las columnas sagradas y derribó el poste sagrado. También trituró la serpiente de cobre que Moisés había hecho; y es que hasta aquel entonces la gente de Israel había estado haciéndole humo de sacrificio, y la llamaban el ídolo-serpiente de cobre.
En el cuarto año del rey Ezequías —es decir, el séptimo año de Hosea hijo de Elá, el rey de Israel—, el rey Salmanasar de Asiria subió a atacar Samaria y empezó a cercarla.
Entonces el rey de Asiria se llevó a los israelitas al destierro en Asiria y los estableció en Halá y en Habor, junto al río Gozán, y en las ciudades de los medos.
Eso pasó porque no escucharon la voz de Jehová su Dios, sino que pasaban por alto su pacto, todo lo que había mandado Moisés, el siervo de Jehová. Ni escucharon ni obedecieron.
Así que el rey Ezequías de Judá le mandó decir al rey de Asiria en Lakís: “Hice mal. Retírate y te daré todo lo que me exijas”. Y el rey de Asiria le exigió al rey Ezequías de Judá 300 talentos de plata y 30 talentos de oro.
En aquel tiempo, el rey Ezequías de Judá quitó las puertas del templo de Jehová y los postes de las puertas que él mismo había revestido, y se las dio al rey de Asiria.
El rey de Asiria entonces envió al tartán, al rabsarís y al rabsaqué junto con un gran ejército desde Lakís a Jerusalén, donde estaba el rey Ezequías. Subieron a Jerusalén y se situaron junto al acueducto del estanque superior, que está en el camino del campo del lavandero.
Cuando llamaron al rey para que saliera, los que salieron al encuentro de ellos fueron Eliaquim hijo de Hilquías, que estaba a cargo de la casa, el secretario Sebná y Joá hijo de Asaf el registrador.
Así que el rabsaqué les dijo: “Hagan el favor de decirle a Ezequías: ‘Esto es lo que dice el gran rey, el rey de Asiria: “¿Por qué están tan confiados?
Tú dices ‘Tengo una estrategia y cuento con fuerzas militares para la guerra’, pero son palabras vacías. ¿En quién confían ustedes, para que se atrevan a rebelarse contra mí?
¡Mira! Confías en el apoyo de Egipto, esa caña quebrada que, si alguien se apoya en ella, se le clava y le atraviesa la mano. Así es el faraón, el rey de Egipto, con todos los que confían en él.
Y, si ustedes me dicen ‘Confiamos en Jehová nuestro Dios’, ¿acaso no eran de él los lugares altos y los altares que Ezequías quitó diciéndoles a Judá y a Jerusalén ‘Es ante este altar en Jerusalén ante el que deben inclinarse’?”’.
Entonces, ¿cómo esperas hacer que retroceda siquiera uno de los gobernadores de mi señor, el más insignificante de sus siervos, si confías en los carros y jinetes de Egipto?
Ante esto, Eliaquim hijo de Hilquías, Sebná y Joá le dijeron al rabsaqué: “Por favor, háblales a estos siervos tuyos en arameo, que lo entendemos. No nos hables en el idioma de los judíos, a oídos de la gente que está en la muralla”.
Pero el rabsaqué les dijo: “¿Acaso mi señor me envió a decirles estas palabras solo a ustedes y a su señor? ¿No son también para los hombres sentados en la muralla, esos que tendrán que comerse sus excrementos y beberse sus orines con ustedes?”.
No escuchen a Ezequías, porque esto es lo que dice el rey de Asiria: “Hagan la paz conmigo y ríndanse. Así todos ustedes podrán comer de su propia vid y de su propia higuera, y beber de su propia cisterna,
hasta que yo venga y los lleve a una tierra como la suya, una tierra de cereales y vino nuevo, una tierra de pan y viñas, una tierra de olivos y miel. Entonces podrán seguir viviendo, no morirán. No escuchen a Ezequías, porque los engaña cuando dice ‘Jehová nos salvará’.
Ahora bien, Eliaquim hijo de Hilquías, que estaba a cargo de la casa, el secretario Sebná y Joá hijo de Asaf el registrador se presentaron ante Ezequías con la ropa rasgada y le contaron lo que había dicho el rabsaqué.
Entonces mandó a Eliaquim, que estaba a cargo de la casa, al secretario Sebná y a los ancianos de los sacerdotes, cubiertos de tela de saco, a que fueran a ver al profeta Isaías, el hijo de Amoz.
Ellos le dijeron: “Esto es lo que dice Ezequías: ‘Hoy es un día de angustia, de reprensión y de humillación, porque los hijos ya están listos para nacer pero no hay fuerzas para dar a luz.
Tal vez Jehová tu Dios oiga todas las palabras del rabsaqué, a quien su señor el rey de Asiria envió para desafiar al Dios vivo, y entonces le pida cuentas por las palabras que Jehová tu Dios ha oído. Así que haz una oración a favor del resto que ha sobrevivido’”.
e Isaías les dijo: “Deben decirle a su señor: ‘Esto es lo que dice Jehová: “No tengas miedo por las palabras que has oído, esas blasfemias que los sirvientes del rey de Asiria dijeron contra mí.
Entonces al rey le dijeron sobre el rey Tirhacá de Etiopía: “Ha salido a pelear contra ti”. Entonces él volvió a enviarle mensajeros a Ezequías con esta orden:
“Esto es lo que ustedes deben decirle al rey Ezequías de Judá: ‘No dejes que tu Dios, en quien confías, te engañe diciendo “Jerusalén no caerá en manos del rey de Asiria”.
¿Acaso los dioses de las naciones destruidas por mis antepasados pudieron salvarlas? ¿Dónde están ahora Gozán, Harán, Rézef y la gente de Edén que estaba en Tel-Asar?
Y Ezequías se puso a orarp delante de Jehová y a decir: “Oh, Jehová, Dios de Israel,q que estás sentado en tu trono sobre los querubines,r solo tú eres el Dios verdadero de todos los reinoss de la tierra.t Tú hiciste los cielosu y la tierra.v
¡Oh, Jehová, inclina tu oído y escucha!w ¡Oh, Jehová, abre tus ojosx y mira! Escucha las palabras que Senaquerib ha enviado para desafiary al Dios vivo.
Pero ahora, oh, Jehová nuestro Dios,c por favor, sálvanosd de sus manos para que todos los reinos de la tierra sepan que soloe tú eres Dios, oh, Jehová”.
Entonces Isaías hijo de Amoz le envió a Ezequías este mensaje: “Esto es lo que dice Jehová, el Dios de Israel:a ‘He escuchadoc la oraciónb que me hiciste sobre el rey Senaquerib de Asiria.
Estas son las palabras que Jehová ha dicho en contra de él: “La hija virgen de Sion te desprecia,d se burlae de ti. La hija de Jerusalénf menea la cabezag al mirarte.
Mediante tus mensajeros desafiaste a Jehová y dijiste: ‘Con mis numerosos carros de guerra subiré a lo alto de las montañas, a las partes más remotas del Líbano. Cortaré sus cedros más altos, sus mejores enebros. Entraré en sus refugios más distantes, sus bosques más densos.
¿No lo has oído? Esto se decidió hace tiempo. Han pasado muchos días desde que lo preparé. Ahora lo realizaré. Convertirás ciudades fortificadas en montones de ruinas abandonadas.
Sus habitantes estarán indefensos; se llenarán de terror y serán avergonzados. Acabarán como la vegetación del campo y la hierba verde, como la hierba de las azoteas, quemada por el viento del este.
porque tu furia contra mí y tus rugidos han llegado a mis oídos. Así que pondré mi garfio en tu nariz y mi freno entre tus labios, y te haré volver por donde viniste”.
”’Y esto te servirá de señal: este año ustedes comerán lo que brote por sí solo, y el segundo año comerán el grano que eso produzca, pero al tercer año van a sembrar y cosechar, van a plantar viñas y comer su fruto.
”’Por lo tanto, esto es lo que dice Jehová sobre el rey de Asiria: “No entrará en esta ciudad, no disparará ninguna flecha contra ella, ni se enfrentará a ella con un escudo, ni levantará una rampa para atacarla.
Esa misma noche, el ángel de Jehová salió y mató a 185.000 hombres en el campamentoe de los asirios.f Quienes se levantaron temprano por la mañana vieron todos los cadáveres.g
Y, mientras se inclinaba en el templo de su dios Nisroc, sus propios hijos, Adramélec y Sarézer, lo mataron a espada y luego huyeron a la tierra de Ararat. Y su hijo Esar-Hadón se convirtió en el nuevo rey.
En aquellos días, Ezequías se enfermó y estaba al borde de la muerte. El profeta Isaías hijo de Amoz vino a verlo y le dijo: “Esto es lo que dice Jehová: ‘Dales instrucciones a los de tu casa, porque vas a morir. No te vas a recuperar’”.
“Oh, Jehová, por favor, te ruego que te acuerdes de que he andado fielmente en tus caminos con un corazón completo y que he hecho lo que está bien a tus ojos”. Y Ezequías empezó a llorar desconsoladamente.
“Vuelve y dile a Ezequías, el líder de mi pueblo: ‘Esto es lo que dice Jehová, el Dios de tu antepasado David: “He escuchado tu oración. He visto tus lágrimas. Voy a curarte. Al tercer día subirás a la casa de Jehová.
Le añadiré 15 años a tu vida, y te salvaré a ti y a esta ciudad de las manos del rey de Asiria, y defenderé esta ciudad por mí y por mi siervo David”’”.
Isaías entonces dijo: “Traigan una masa de higos secos”. Así que la trajeron y se la aplicaron en la úlcera. Después de eso, él se fue recuperando poco a poco.
Isaías le contestó: “Esta es la señal de Jehová para demostrarte que Jehová cumplirá su palabra: ¿quieres que la sombra en la escalera se mueva 10 escalones hacia adelante, o 10 escalones hacia atrás?”.
Por aquel tiempo, el rey de Babilonia, Berodac-Baladán hijo de Baladán, le envió cartas y un regalo a Ezequías porque se enteró de que Ezequías había estado enfermo.
Ezequías recibió con gusto a los mensajeros y les mostró toda su casa del tesoro: la plata, el oro, el aceite balsámico y otros aceites muy valiosos, su arsenal y todo lo que había en las cámaras del tesoro. No hubo nada que Ezequías no les mostrara en su propia casa y en todos sus dominios.
Después de aquello, el profeta Isaías entró adonde estaba el rey Ezequías y le preguntó: “¿Qué dijeron esos hombres? ¿De dónde venían?”. Ezequías le contestó: “Venían de un país lejano, de Babilonia”.
Entonces le preguntó: “¿Qué vieron en tu casa?”. Ezequías le respondió: “Vieron todo lo que hay en mi casa. No hubo nada de mis tesoros que no les mostrara”.
‘¡Mira! Se acercan los días en que todo lo que hay en tu casa y todo lo que tus antepasados han acumulado hasta ahora será llevado a Babilonia. No quedará nada —dice Jehová—.
Y a algunos de tus propios hijos, de quienes llegarás a ser padre, se los llevarán y se convertirán en funcionarios de la corte en el palacio del rey de Babilonia’”.
Al oír eso, Ezequías le dijo a Isaías: “Las palabras de Jehová que has dicho son buenas”. Y añadió: “Son buenas, porque habrá paz y estabilidad mientras yo viva”.
En cuanto al resto de la historia de Ezequías, de todo su poder y de cómo hizo el estanque y el acueducto y llevó el agua a la ciudad, está escrito en el libro de la historia de los reyes de Judá.
Él hizo lo que estaba mal a los ojos de Jehová, imitando las prácticas detestables de las naciones que Jehová había expulsado delante del pueblo de Israel.
Reconstruyó los lugares altos que su padre Ezequías había destruido; le construyó altares a Baal e hizo un poste sagrado, tal como había hecho Acab, el rey de Israel. Se inclinó ante todo el ejército de los cielos y se puso a servirle.
Y a su propio hijo lo quemó en el fuego; practicó magia, buscó presagios y nombró médiums y adivinos. Hizo a gran escala lo que estaba mal a los ojos de Jehová para provocarlo.
Y la imagen tallada del poste sagrado que hizo la metió en la casa de la cual Jehová les había dicho a David y a su hijo Salomón: “En esta casa y en Jerusalén, el lugar que elegí de todas las tribus de Israel, pondré mi nombre de manera permanente.
Y nunca volveré a hacer que los pies de Israel se alejen del país que les di a sus antepasados, siempre y cuando obedezcan con cuidado todo lo que les he mandado, toda la Ley que mi siervo Moisés les mandó seguir”.
Pero no obedecieron, y Manasés siguió descarriándolos, llevándolos a hacer cosas todavía peores que las naciones que Jehová había aniquilado delante de los israelitas.
“Manasés, el rey de Judá, ha hecho todas estas cosas detestables; se ha portado peor que todos los amorreos antes de él, y con sus ídolos repugnantes ha hecho pecar a Judá.
Por lo tanto, esto es lo que dice Jehová, el Dios de Israel: ‘Voy a causar tal desastre en Jerusalén y en Judá que dejará horrorizado a cualquiera que lo escuche.
Y extenderé sobre Jerusalén el cordón de medir que se usó con Samaria y usaré el nivel que se usó con la casa de Acab, y limpiaré Jerusalén como se limpia un tazón, limpiándolo y poniéndolo bocabajo.
Manasés también derramó muchísima sangre inocente, tanta que llenó Jerusalén de un extremo a otro. Además, cometió el pecado de hacer que Judá pecara haciendo lo que estaba mal a los ojos de Jehová.
En cuanto al resto de la historia de Manasés y de todo lo que hizo y los pecados que cometió, está escrito en el libro de la historia de los reyes de Judá.
Entonces Manasés descansó con sus antepasados y fue enterrado en el jardín de su casa, en el jardín de Uzá; y su hijo Amón se convirtió en el nuevo rey.
Encárgate de que ese dinero lo reciban los que supervisan el trabajo en la casa de Jehová, para que ellos se lo den a los trabajadores que vayan a reparar los daños de la casa de Jehová:
Más tarde, el sumo sacerdote Hilquías le dijo al secretario Safán: “Encontré el libro de la Ley en la casa de Jehová”. Así que Hilquías le dio el libro a Safán, y él empezó a leerlo.
Entonces el secretario Safán fue a ver al rey y le dijo: “Tus siervos recogieron el dinero que había en la casa y se lo dieron a los que supervisan el trabajo en la casa de Jehová”.
Entonces el rey les dio esta orden al sacerdote Hilquías, a Ahicam hijo de Safán, a Acbor hijo de Micaya, al secretario Safán y a Asaya, el siervo del rey:
“Vayan, consulten a Jehová por mí, por el pueblo y por todo Judá sobre lo que dice este libro que han encontrado, porque Jehová está muy furioso con nosotros, pues nuestros antepasados no obedecieron las palabras de este libro, no cumplieron con todo lo que está escrito para nosotros”.
Así que el sacerdote Hilquías, Ahicam, Acbor, Safán y Asaya fueron a ver a la profetisa Huldá. Ella era la esposa de Salum —hijo de Ticvá, hijo de Harhás—, el encargado del guardarropa. Vivía en el Segundo Barrio de Jerusalén, y allí hablaron con ella.
Por haberme abandonado y estar haciendo humear sus sacrificios para otros dioses a fin de provocarme con todas sus obras, mi furia se encenderá contra este lugar y no se apagará’”.
Pero díganle al rey de Judá, quien los envió para consultar a Jehová: “Esto es lo que dice Jehová, el Dios de Israel: ‘En cuanto a las palabras que has escuchado,
como tu corazón fue sensible y te humillaste ante Jehová cuando escuchaste lo que dije contra este lugar y sus habitantes —a saber, que causarán horror y serán malditos— y como te rasgaste la ropa y lloraste ante mí, yo también te he escuchado —declara Jehová—.
Por eso voy a reunirte con tus antepasados, y en paz serás enterrado en tu tumba, y tus ojos no verán toda la calamidad que voy a mandarle a este lugar’”’”. Así que fueron a comunicarle la respuesta al rey.
Después, el rey subió a la casa de Jehová con todos los hombres de Judá, todos los habitantes de Jerusalén, los sacerdotes y los profetas —todo el pueblo, pequeños y grandes—, y les leyó todas las palabras del libro del pacto que habían encontrado en la casa de Jehová.
El rey se puso junto a la columna e hizo un pacto ante Jehová en el que se comprometía a seguir a Jehová y obedecer con todo el corazón y con toda el alma sus mandamientos, sus recordatorios y sus estatutos cumpliendo con las palabras de ese pacto escritas en ese libro. Y todo el pueblo apoyó el pacto.
Entonces el rey les ordenó al sumo sacerdote Hilquías, a los sacerdotes del segundo rango y a los porteros que sacaran del templo de Jehová todos los utensilios hechos para Baal, para el poste sagrado y para todo el ejército de los cielos. Luego los quemó fuera de Jerusalén, en las laderas del Cedrón, y llevó sus cenizas a Betel.
Les quitó el negocio a los sacerdotes de dioses extranjeros, a quienes los reyes de Judá habían puesto para que hicieran humo de sacrificio en los lugares altos de las ciudades de Judá y de los alrededores de Jerusalén, y también a los que hacían humo de sacrificio a Baal, al sol, a la luna, a las constelaciones del Zodiaco y a todo el ejército de los cielos.
Sacó el poste sagrado de la casa de Jehová y lo llevó a las afueras de Jerusalén, al valle de Cedrón. Allí lo quemó y lo molió hasta convertirlo en polvo, y esparció el polvo sobre las tumbas de la gente común.
También derrumbó las casas de los prostitutos de templo, las cuales estaban en la casa de Jehová y donde las mujeres tejían tiendas que servían como santuarios para el poste sagrado.
Entonces trajo a todos los sacerdotes de las ciudades de Judá e hizo que los lugares altos donde los sacerdotes habían estado haciendo humo de sacrificio ya no sirvieran para la adoración, desde Gueba hasta Beer-Seba. También derrumbó los lugares altos de las puertas a la entrada de la puerta de Josué, el jefe de la ciudad, que quedaban a la izquierda según se entra por la puerta de la ciudad.
También hizo que Tófet, que está en el valle de los Hijos de Hinón, ya no sirviera para la adoración, a fin de que nadie pudiera quemar en el fuego a su hijo o su hija como sacrificio a Mólek.
Y prohibió que los caballos que los reyes de Judá le habían dedicado al sol entraran en la casa de Jehová por el cuarto de Natán-Mélec —el funcionario de la corte—, situado en los pórticos. Y los carros del sol los quemó.
Además de eso, el rey derrumbó los altares que los reyes de Judá habían puesto en la azotea del cuarto superior de Acaz, así como los altares que Manasés había puesto en dos patios de la casa de Jehová. Los hizo polvo y esparció ese polvo en el valle de Cedrón.
Y el rey hizo que ya no sirvieran para la adoración los lugares altos enfrente de Jerusalén que estaban al sur del monte de Arruinamiento, los cuales Salomón —el rey de Israel— les había construido a Astoret, la repugnante diosa de los sidonios, a Kemós, el repugnante dios de Moab, y a Milcom, el detestable dios de los ammonitas.
También derrumbó el altar de Betel, el lugar alto que había hecho Jeroboán hijo de Nebat y que hizo pecar a Israel. Después de derrumbar ese altar y el lugar alto, quemó el lugar alto, lo molió hasta convertirlo en polvo y quemó el poste sagrado.
Cuando Josías se dio la vuelta y vio las tumbas en la montaña, mandó que sacaran de ellas los huesos y los quemó en el altar. Así hizo que ya no sirviera para la adoración, de acuerdo con las palabras de Jehová que había dicho el hombre del Dios verdadero, quien predijo que estas cosas iban a pasar.
Entonces preguntó: “¿De quién es esa lápida que veo allí?”. Los hombres de la ciudad le contestaron: “Es la tumba del hombre del Dios verdadero que vino de Judá y predijo estas cosas que tú has hecho con el altar de Betel”.
Así que él dijo: “Déjenlo descansar. Que nadie toque sus huesos”. De modo que no tocaron sus huesos, ni tampoco los huesos del profeta que había venido de Samaria.
Josías también quitó todos los templos de los lugares altos que había en las ciudades de Samaria, los que los reyes de Israel habían construido para provocar a Dios, e hizo con ellos lo mismo que había hecho en Betel.
Josías también eliminó a los médiums, los adivinos, los ídolos domésticos, los ídolos repugnantes y todas las cosas repugnantes que habían aparecido en la tierra de Judá y en Jerusalén. Lo hizo para cumplir con las palabras de la Ley escritas en el libro que el sacerdote Hilquías encontró en la casa de Jehová.
Antes de él no hubo ningún rey como él, que volviera a Jehová con todo su corazón, alma y fuerzas, de acuerdo con toda la Ley de Moisés; y después de él tampoco hubo ninguno como él.
Jehová dijo: “También quitaré de mi vista a Judá, tal como quité a Israel. Rechazaré esta ciudad que elegí, Jerusalén, y la casa de la que dije ‘Mi nombre seguirá allí’”.
En sus días, el faraón Nekó —el rey de Egipto— vino a encontrarse con el rey de Asiria junto al río Éufrates, y el rey Josías salió a luchar contra él. Pero, cuando Nekó lo vio, lo mató en Meguidó.
Así que sus siervos se llevaron su cadáver en un carro desde Meguidó hasta Jerusalén y lo enterraron en su tumba. Entonces la gente del país ungió a Jehoacaz, hijo de Josías, y lo hicieron rey en lugar de su padre.
El faraón Nekó lo metió en prisión en Riblá, en la tierra de Hamat, para que no reinara en Jerusalén, y luego le exigió al país 100 talentos de plata y un talento de oro.
Además de eso, el faraón Nekó hizo rey a Eliaquim, hijo de Josías, en lugar de su padre Josías, y le cambió el nombre al de Jehoiaquim. Pero a Jehoacaz se lo llevó a Egipto, donde acabó muriendo.
Jehoiaquim le dio al faraón la plata y el oro, pero tuvo que cobrarle un impuesto al país para darle la plata que exigía. Le cobró a cada persona del país una cantidad determinada de plata y oro para dársela al faraón Nekó.
En los días de Jehoiaquim, el rey Nabucodonosor de Babilonia vino a atacarlo, y Jehoiaquim llegó a ser su siervo durante tres años. Pero luego se rebeló contra él.
Entonces Jehová empezó a mandar bandas de saqueadores caldeos, sirios, moabitas y ammonitas contra Jehoiaquim. Las enviaba para destruir Judá, de acuerdo con las palabras que Jehová había dicho mediante sus siervos los profetas.
El rey de Egipto nunca más se atrevió a salir de su país, porque el rey de Babilonia se lo había quitado todo, desde el torrente de Egipto hasta el río Éufrates.
El rey Joaquín de Judá salió y se entregó al rey de Babilonia junto con su madre, sus siervos, sus príncipes y sus funcionarios de la corte; y el rey de Babilonia se lo llevó cautivo en el octavo año de su reinado.
Entonces sacó de allí todos los tesoros de la casa de Jehová y de la casa del rey. Además, hizo pedazos todos los utensilios de oro que Salomón, el rey de Israel, había hecho para el templo de Jehová. Todo esto pasó tal como Jehová lo había predicho.
Se llevó al destierro a toda Jerusalén, a todos los príncipes, a todos los guerreros poderosos y a todos los artesanos y herreros. Se llevó a 10.000 personas al destierro. No dejó allí a nadie, solo a la gente más pobre del país.
Así se llevó a Joaquín al destierro en Babilonia. También se llevó a la madre y las esposas del rey, los funcionarios de la corte y los hombres importantes del país; se los llevó de Jerusalén al destierro en Babilonia.
El rey de Babilonia también se llevó al destierro en Babilonia a todos los guerreros, 7.000, así como a 1.000 artesanos y herreros. Todos ellos eran hombres poderosos y adiestrados para la guerra.
Estas cosas pasaron en Jerusalén y Judá porque Jehová estaba furioso, y acabó quitándolos de su vista. Y Sedequías se rebeló contra el rey de Babilonia.
En el noveno año del reinado de Sedequías, el día 10 del décimo mes, el rey Nabucodonosor de Babilonia vino con todo su ejército contra Jerusalén. Acampó para luchar contra ella y construyó un muro de asedio a su alrededor,
Se abrió brecha en la muralla de la ciudad y todos los soldados huyeron de noche por la puerta que había entre las dos murallas junto al jardín del rey, mientras los caldeos rodeaban la ciudad. Y el rey se fue por el camino del Arabá.
El día siete del quinto mes —en el año 19 del rey Nabucodonosor, el rey de Babilonia—, llegó a Jerusalén Nebuzaradán, el jefe de la guardia, el siervo del rey de Babilonia.
Nebuzaradán, el jefe de la guardia, se llevó al destierro al resto de la gente que quedaba en la ciudad, los desertores que se habían pasado al bando del rey de Babilonia y el resto de la población.
Y los caldeos hicieron pedazos las columnas de cobre de la casa de Jehová, así como los carritos y el Mar de cobre que había en la casa de Jehová, y se llevaron el cobre a Babilonia.
En cuanto a las dos columnas, el Mar y los carritos que Salomón había hecho para la casa de Jehová, el cobre de todos estos objetos era tanto que no se podía pesar.
Cada columna medía 18 codos de alto, y su capitel era de cobre y medía tres codos de alto. La malla y las granadas que rodeaban el capitel eran todas de cobre. La segunda columna con su malla era igual a la otra.
Y se llevó de la ciudad a un funcionario de la corte que era el comandante de los soldados, a cinco consejeros personales del rey que estaban en la ciudad, así como al secretario del jefe del ejército —quien reclutaba a la gente del país— y a 60 hombres de la gente común del país que todavía estaban en la ciudad.
Cuando todos los jefes del ejército y sus hombres oyeron que el rey de Babilonia había puesto al mando a Guedalías, enseguida fueron a ver a Guedalías en Mizpá. Eran Ismael hijo de Netanías, Johanán hijo de Caréah, Seraya hijo de Tanhúmet el netofatita y Jaazanías hijo del maacatita, y con ellos iban sus hombres.
Guedalías les hizo un juramento a ellos y a sus hombres. Les dijo: “No tengan miedo de ser siervos de los caldeos. Vivan aquí en el país sirviendo al rey de Babilonia y les irá bien”.
En el séptimo mes, Ismael —hijo de Netanías, hijo de Elisamá—, que era de linaje real, llegó con 10 hombres. Atacaron a Guedalías y lo mataron, y los judíos y caldeos que estaban con él en Mizpá también murieron.
Y en el año 37 del destierro del rey Joaquín de Judá, el día 27 del duodécimo mes, resultó que el rey Evil-Merodac de Babilonia, en el año que llegó a ser rey, puso en libertad al rey Joaquín de Judá sacándolo de la prisión.