Persecución, Pruebas, Últimos Días |
Arrojar saliva por la boca. Escupir a una persona en el rostro era un acto de profundo desprecio, enemistad o indignación con aquel a quien se humillaba. (Nú 12:14.) Job sufrió esta humillación cuando padeció adversidades. (Job 17:6; 30:10.) Si un hombre en Israel rehusaba llevar a cabo el matrimonio de cuñado estipulado en la ley mosaica, la viuda rechazada tenía que quitarle la sandalia y escupirle en la cara en presencia de los ancianos de su ciudad como señal de vejación pública. (Dt 25:7-10.)
A Jesucristo le escupieron cuando compareció ante el Sanedrín (Mt 26:59-68; Mr 14:65), y luego los soldados romanos hicieron lo mismo después de su juicio ante Pilato. (Mt 27:27-30; Mr 15:19.) Jesús ya había predicho que sufriría ese trato despreciativo (Mr 10:32-34; Lu 18:31, 32), con lo que se cumplieron las palabras proféticas: “Mi rostro no oculté de cosas humilladoras ni del esputo”. (Isa 50:6.)
Por otra parte, el registro bíblico recoge tres ocasiones en las que Jesucristo utilizó su saliva para hacer curaciones milagrosas. (Mr 7:31-37; 8:22-26; Jn 9:1-7.) Como los resultados fueron milagrosos y los milagros de Jesús se ejecutaban por el poder del espíritu de Dios, en estos casos Cristo no usó su propia saliva en calidad de agente curativo natural.
Judíos y gentiles aceptaban que se escupiera para realizar curaciones o simbolizarlas, y los escritos rabínicos recogen el empleo de saliva como remedio médico. En la curación que efectuó Jesús a un sordo, relatada en Marcos 7:31-37, es posible que Jesús escupiera tan solo para transmitir al sordo la idea de que iba a sanarlo. Sea como fuere, no utilizó su saliva como agente terapéutico natural.
Nombre que recibe la liberación que experimentó la nación de Israel de la esclavitud a Egipto. Después de haber prometido a Abrahán que su descendencia heredaría la tierra, Jehová le dijo (a. 1933 a. E.C.) las siguientes palabras: “Puedes saber con seguridad que tu descendencia llegará a ser residente forastera en tierra ajena, y tendrá que servirles, y estos ciertamente la afligirán por cuatrocientos años. Pero a la nación que ellos servirán yo la voy a juzgar, y después de aquello saldrán con muchos bienes [...]. Pero a la cuarta generación ellos volverán acá, porque todavía no ha quedado completo el error de los amorreos”. (Gé 15:13-16.)
El comienzo del período de cuatrocientos años de aflicción debía esperar a que llegara la “descendencia” prometida. Abrahán aún no tenía hijos cuando, algún tiempo atrás, había visitado Egipto durante un período de hambre en Canaán y había tenido algunas dificultades con Faraón. (Gé 12:10-20.) No mucho después de la declaración de Dios sobre los cuatrocientos años de aflicción, cuando Abrahán contaba ochenta y seis años de edad (en 1932 a. E.C.), su esclava egipcia y concubina le dio un hijo, Ismael. Pero catorce años más tarde (1918 a. E.C.), su esposa libre, Sara, también le dio un hijo, Isaac, a quien Dios designó como aquel por medio de quien vendría la descendencia prometida. Sin embargo, todavía no había llegado el tiempo de Dios para dar a Abrahán o a su descendencia la tierra de Canaán, de modo que fueron, como se predijo, ‘residentes forasteros en una tierra que no era suya’. (Gé 16:15, 16; 21:2-5; Heb 11:13.)
Tiempo del éxodo. ¿Cuándo, por lo tanto, comenzaron y terminaron los cuatrocientos años de aflicción? La tradición judía los calcula a partir del nacimiento de Isaac. No obstante, en realidad la aflicción se manifestó por primera vez el día en que se destetó a Isaac. Por consiguiente, todo parece indicar que comenzó en 1913 a. E.C., cuando Isaac tenía cinco años e Ismael, diecinueve. Fue entonces cuando Ismael, ‘quien nació a la manera de la carne’, “se puso a perseguir al que nació a la manera del espíritu”. (Gál 4:29.) Ismael, que en parte tenía sangre egipcia, mostró celos y odio hacia Isaac, entonces un niño muy pequeño, y comenzó a ‘burlarse’ de él. Esto era algo más que una mera riña infantil. (Gé 21:9.) Otras versiones dicen que le “embromaba” (CI, BC [nota: con burlas de mala ley]). La aflicción de la descendencia de Abrahán continuó durante toda la vida de Isaac. A pesar de que Jehová lo bendijo en su vida como adulto, los cananeos lo persiguieron y se vio obligado a ir de lugar en lugar debido a las dificultades que estos le acarrearon. (Gé 26:19-24, 27.) Por último, cuando la vida del hijo de Isaac, Jacob, tocaba a su fin, la predicha “descendencia” entró en Egipto para residir allí. Con el tiempo, esta descendencia llegó a estar en esclavitud.
¿Mediante qué pruebas internas de la Biblia se puede fijar la fecha del éxodo de Israel? Por lo tanto, el período de cuatrocientos años de aflicción se extendió desde 1913 a. E.C. hasta 1513 a. E.C. Asimismo, fue un período de gracia o tolerancia divina para los cananeos, una de cuyas tribus principales eran los amorreos. Para cuando acabase este período, su error se habría completado. Entonces merecerían, sin ninguna duda, ser expulsados por completo de la tierra. El primer paso que Dios daría en este sentido sería volver su atención a su pueblo, que estaba en Egipto, liberándolo de la esclavitud y poniéndolo en camino a la Tierra Prometida. (Gé 15:13-16.)
El período de cuatrocientos treinta años. Otro modo de hacer el cálculo se basa en las palabras que se encuentran en Éxodo 12:40, 41: “Y la morada de los hijos de Israel, que habían morado en Egipto, fue de cuatrocientos treinta años. Y aconteció al cabo de los cuatrocientos treinta años, sí, aconteció en este mismo día, que todos los ejércitos de Jehová salieron de la tierra de Egipto”. La nota al pie de la página sobre Éxodo 12:40 dice concerniente a la expresión “que habían morado”: “En heb[reo] este verbo está en pl[ural]. El pronombre relativo `aschér, ‘que’, puede aplicar a los ‘hijos de Israel’ más bien que a la ‘morada’”. La Versión de los Setenta vierte el versículo 40 como sigue: “Pero la morada de los hijos de Israel que ellos moraron en la tierra de Egipto y en la tierra de Canaán [fue de] cuatrocientos treinta años”. El Pentateuco samaritano dice: “En la tierra de Canaán y en la tierra de Egipto”. Todas estas versiones dan a entender que el período de cuatrocientos treinta años no abarca solo el tiempo de la morada de los israelitas en Egipto.
El apóstol Pablo muestra que este período de cuatrocientos treinta años mencionado en Éxodo 12:40 comenzó cuando se dio validez al pacto abrahámico y finalizó con el éxodo. Pablo explica: “Además, digo esto: En cuanto al pacto [abrahámico] previamente validado por Dios, la Ley que vino a existir cuatrocientos treinta años después [en el mismo año del éxodo] no lo invalida, para así abolir la promesa [...]; mientras que Dios bondadosamente la ha dado a Abrahán mediante una promesa”. (Gál 3:16-18.)
Entonces, ¿cuánto tiempo pasó desde que se validó el pacto abrahámico hasta que los israelitas se mudaron a Egipto? Según Génesis 12:4, 5, Abrahán tenía setenta y cinco años cuando se marchó de Harán y cruzó el Éufrates camino de Canaán, momento en el que entró en vigor el pacto abrahámico, la promesa que se le había hecho con anterioridad en Ur de los caldeos. Las referencias genealógicas de Génesis 12:4; 21:5; 25:26, así como la declaración de Jacob en Génesis 47:9, permiten deducir que pasaron doscientos quince años desde que se dio validez al pacto abrahámico hasta que Jacob se mudó a Egipto con su familia. De modo que los israelitas en realidad vivieron en Egipto doscientos quince años (1728-1513 a. E.C.). Esta cifra armoniza con otros datos cronológicos.
Desde el éxodo hasta la edificación del templo. Otros dos datos cronológicos concuerdan con este punto de vista y vienen a corroborarlo. Salomón comenzó la edificación del templo en el cuarto año de su gobernación (1034 a. E.C.), que, según 1 Reyes 6:1, era “el año cuatrocientos ochenta” después del éxodo (1513 a. E.C.).
“Unos cuatrocientos cincuenta años.” El discurso de Pablo ante un auditorio de Antioquía de Pisidia, registrado en Hechos 13:17-20, es otra de las fuentes de información. En él se hace referencia a un período de “unos cuatrocientos cincuenta años”. El repaso que hace Pablo de la historia israelita comienza cuando Dios “escogió a nuestros antepasados”, es decir, cuando Isaac nació para ser la descendencia prometida (1918 a. E.C..). (El nacimiento de Isaac aclaró de forma definitiva a quién iba a reconocer Dios como la descendencia, algo que había estado en duda debido a la esterilidad de Sara.) Desde este punto de partida, Pablo pasa a referir los hechos de Dios en favor de su nación escogida, hasta el tiempo en que “les dio jueces hasta Samuel el profeta”. Por lo tanto, el período de “unos cuatrocientos cincuenta años” debió extenderse desde el nacimiento de Isaac, en 1918 a. E.C., hasta el año 1467 a. E.C., es decir, cuarenta y seis años después del éxodo de 1513 a. E.C. (Cuarenta de esos años los pasaron vagando por el desierto y seis, conquistando la tierra de Canaán.) (Dt 2:7; Nú 9:1; 13:1, 2, 6; Jos 14:6, 7, 10.) El total encaja con la cifra que da el apóstol, “unos cuatrocientos cincuenta años”. Así, estas dos referencias cronológicas apoyan 1513 a. E.C. como el año del éxodo, y ambas armonizan también con la cronología bíblica concerniente a los jueces y reyes de Israel. (Véase CRONOLOGÍA - [Desde 1943 a. E.C. hasta el éxodo].)
Otros puntos de vista. Algunos críticos creen que las fechas de 1513 a. E.C. para el éxodo y, como consecuencia, 1473 a. E.C., cuarenta años después, para la invasión israelita de Canaán y la caída de Jericó, son demasiado tempranas, y ubican estos acontecimientos en el siglo XIV o incluso en el XIII a. E.C. Sin embargo, aunque algunos arqueólogos sitúan la caída de Jericó en el siglo XIII a. E.C., lo hacen basándose en los restos de cerámica encontrados, y no en antiguos documentos históricos u otros testimonios al respecto. Los cálculos basados en restos de cerámica son muy especulativos, como lo muestran las mismas excavaciones de Jericó. Los hallazgos han llevado a los arqueólogos a conclusiones y fechas contradictorias. (Véanse ARQUEOLOGÍA - [Diferencias en la datación]; CRONOLOGÍA - [Fechas arqueológicas].)
De igual manera, las diferencias de las fechas que dan los egiptólogos para las dinastías egipcias se elevan a siglos, por lo que no son confiables para períodos específicos. Por esta razón, es imposible saber con seguridad quién fue el Faraón del éxodo. Algunos dicen que fue Tutmosis III, otros, Amenhotep II, Ramsés II y otros, pero con muy poco fundamento en todos los casos.
Autenticidad del relato del éxodo. Una objeción que se presenta al relato del éxodo es que los faraones de Egipto no registraron el suceso. Sin embargo, esto no debe extrañar, pues dirigentes de tiempos modernos han registrado solo sus victorias y no sus derrotas, y han intentado encubrir cualquier suceso histórico que perjudicara su imagen personal o nacionalista, o la ideología que tratan de inculcar en su pueblo. Incluso en tiempos recientes los gobernantes han procurado obliterar las obras y logros de sus predecesores. En las inscripciones egipcias, cualquier asunto desagradable o embarazoso para la nación o no se incluía o se borraba tan pronto como era posible. Tutmosis III, por ejemplo, borró el nombre y representación de su antecesora, la reina Hasepsut, de un registro monumental en piedra descubierto en Deir al-Bahari (Egipto). (Véase Archaeology and Bible History, de J. P. Free, 1964, pág. 98 y la fotografía de la pág. 93.)
El sacerdote egipcio Manetón, que debía odiar a los judíos, escribió en griego sobre el año 280 a. E.C. Según el historiador judío Josefo, Manetón (Maneto) dijo que los progenitores de los judíos “llegaron a Egipto en muchas decenas de miles y que sometieron a sus habitantes”, y a continuación Josefo escribe que Manetón “reconoce que posteriormente salieron de aquella región y ocuparon la zona que ahora se denomina Judea, y luego de edificar Jerusalén levantaron el Templo”. (Contra Apión, libro I, sec. 26.)
Aunque en general el relato de Manetón es muy poco fiel a los hechos históricos, lo significativo es que diga que los judíos estuvieron en Egipto y que salieron de allí, y que en otros escritos, según Josefo, identifique a Moisés con Osarsif, un sacerdote egipcio, indicando, aunque los monumentos egipcios no lo registren, que los judíos estuvieron en Egipto y que Moisés fue su caudillo. Josefo habla de otro historiador egipcio, Jairemón, que comenta que José y Moisés salieron de Egipto al mismo tiempo; Josefo también se refiere a una historia similar contada por Lisímaco. (Contra Apión, libro I, secs. 26, 32, 33, 34.)
Cuántas personas salieron en el éxodo. En Éxodo 12:37 se da el número redondo de 600.000 “hombres físicamente capacitados a pie”, además de los “pequeñuelos”. En el censo real que se tomó alrededor de un año después del éxodo, tal como se registra en Nú 1:2, 3, 45, 46, la cantidad ascendió a 603.550 varones de más de veinte años de edad, además de los levitas (Nú 2:32, 33), quienes contaban con 22.000 varones de más de un mes. (Nú 3:39.) La palabra que se usa aquí en hebreo para “hombres físicamente capacitados”, gueva·rím, no incluye a las mujeres. (Compárese con Jer 30:6.) El vocablo “pequeñuelos” traduce el término hebreo taf y hace referencia a los pequeños que andan con pasos cortos y menudos. (Compárese con Isa 3:16.) A la mayor parte de estos niños habría que llevarlos, ya que no podrían hacer todo el trayecto andando.
“En la cuarta generación.” Debemos recordar que Jehová le dijo a Abrahán que sus descendientes regresarían a Canaán en la cuarta generación. (Gé 15:16.) En el transcurso de los cuatrocientos treinta años que iban desde que entró en vigencia el pacto abrahámico hasta el éxodo, hubo más de cuatro generaciones, incluso considerando, de acuerdo con el registro, la longevidad de los hombres de aquellos tiempos. No obstante, los israelitas no estuvieron realmente en Egipto más de doscientos quince años. Las ‘cuatro generaciones’ que siguieron a su entrada en Egipto pueden calcularse, usando como ejemplo a una de las tribus de Israel, la tribu de Leví, tal como sigue: 1) Leví, 2) Qohat, 3) Amram y 4) Moisés. (Éx 6:16, 18, 20.)
El hecho de que saliesen de Egipto 600.000 hombres físicamente capacitados, sin contar las mujeres y los niños, puede indicar que el número total quizás haya sobrepasado los tres millones de personas. Esta conclusión no es de ningún modo exagerada, a pesar de que hay quien la discute. Si bien tan solo transcurrieron cuatro generaciones desde Leví hasta Moisés, cuando se toma en cuenta la longevidad de estos hombres, es posible que cada uno de ellos hubiera visto nacer varias generaciones a lo largo de su vida. Aun en nuestros días, un hombre de sesenta o setenta años a menudo tiene nietos e incluso hasta puede tener bisnietos, lo que haría que cuatro generaciones fuesen contemporáneas.
Aumento extraordinario. El registro dice: “Y los hijos de Israel se hicieron fructíferos y empezaron a pulular; y siguieron multiplicándose y haciéndose más poderosos a muy extraordinaria proporción, de modo que el país llegó a estar lleno de ellos”. (Éx 1:7.) Llegaron a ser tantos que el rey de Egipto dijo: “¡Miren! El pueblo de los hijos de Israel es más numeroso y poderoso que nosotros”. “Pero cuanto más los oprimían, tanto más se multiplicaban y tanto más seguían extendiéndose, de modo que los egipcios sintieron un pavor morboso como resultado de los hijos de Israel.” (Éx 1:9, 12.) Además, si se tiene en cuenta que se practicaba la poligamia y el concubinato y que algunos israelitas se casaron con mujeres egipcias, no es de extrañar que la población alcanzara los 600.000 varones adultos para el tiempo del éxodo.
Setenta almas de la casa inmediata de Jacob se mudaron a Egipto o nacieron allí poco tiempo después. (Gé 46.) Si excluimos a Jacob mismo, a sus doce hijos, a su hija Dina, a su nieta Sérah, a los tres hijos de Leví y tal vez a otros de los varios cabezas de familia que empezaron a multiplicarse en Egipto, podemos quedarnos con solo cincuenta de los setenta. (Se excluye a los hijos de Leví puesto que no se contó a los levitas en la cifra posterior de 603.550.) Si partimos de la cifra moderada de cincuenta cabezas de familia, y tomando en consideración la declaración bíblica de que “los hijos de Israel se hicieron fructíferos y empezaron a pulular; y siguieron multiplicándose y haciéndose más poderosos a muy extraordinaria proporción, de modo que el país llegó a estar lleno de ellos” (Éx 1:7), es fácil demostrar que era factible que hubiese 600.000 hombres en edad militar, entre veinte y cincuenta años, para el tiempo del éxodo. Examine lo siguiente:
En vista del gran tamaño de las familias de aquellos tiempos y del deseo de los israelitas de tener hijos para cumplir la promesa de Dios, no es irrazonable calcular que cada cabeza de familia tuviera, entre los veinte y los cuarenta años de edad, un promedio de diez hijos (más o menos la mitad de los cuales serían varones). Para ser moderados, podríamos considerar que los cincuenta primeros que llegaron a ser cabezas de familia no empezaron a tener hijos sino hasta unos veinticinco años después de haber llegado a Egipto. Podemos, asimismo, reducir en un 20% la cantidad de varones nacidos, debido a que la muerte u otras circunstancias impedirían que algunos tuvieran hijos o que los tuvieran hasta la edad de cuarenta años que hemos propuesto. En otras palabras, esto significaría que en un período de veinte años, los cincuenta cabezas de familia habrían tenido unos doscientos hijos, en vez de doscientos cincuenta, quienes, a su vez, podrían tener familia.
El decreto de Faraón. Otro factor que debe tenerse en cuenta es el decreto de Faraón de dar muerte a todos los varones hebreos que nacieran. Parece ser que este decreto no fue muy efectivo ni duró mucho tiempo. Aarón nació unos tres años antes que Moisés (en 1597 a. E.C.), y al parecer aún no se había emitido el decreto. La Biblia dice de forma explícita que no tuvo mucho éxito. Las mujeres hebreas Sifrá y Puá, posiblemente las encargadas de las parteras, no cumplieron la orden del rey. Parece ser que no instruyeron a las parteras que estaban bajo su supervisión según se les había ordenado. Como resultado, ‘el pueblo siguió haciéndose más numeroso y llegó a ser muy poderoso’. Luego Faraón mandó a su pueblo que arrojara al río Nilo a todos los hijos varones que les nacieran a los hebreos. (Éx 1:15-22.) Sin embargo, no parece que la población egipcia odiara a tal grado a los israelitas. Incluso la propia hija de Faraón rescató a Moisés. Es posible que Faraón llegara pronto a la conclusión de que perdería valiosos esclavos si el decreto seguía en vigor. Sabemos que más tarde rehusó dejar salir a los hebreos porque no quería perderlos como esclavos.
No obstante, para que la cifra sea aún más moderada, podemos reducir en una tercera parte la cantidad de varones que sobrevivieron durante un período de cinco años, a fin de reflejar los posibles efectos del infructuoso edicto de Faraón.
Un cálculo. Aún con todas estas concesiones, el aumento de la población se aceleraría con la bendición de Dios. La cantidad de hijos nacidos durante cada uno de los períodos de cinco años desde 1563 a. E.C. (es decir, cincuenta años antes del éxodo) hasta 1533 (o veinte años antes del éxodo) sería como sigue:
AUMENTO DE LA POBLACIÓN MASCULINA | a.E.C. | Hijos nacidos |
---|---|
De 1563 a 1558 | 47.350 |
De 1558 a 1553 | 62.300 |
De 1553 a 1548 | 81.800 |
De 1548 a 1543 | 103.750 |
De 1543 a 1538 | 133.200 |
De 1538 a 1533 | 172.250 |
TOTAL | 600.650 |
[Notas a pie de página]
Población masculina teórica entre los veinte y cincuenta años de edad al tiempo del éxodo (1513 a. E.C.)
Debe notarse que una pequeña variación en el cálculo, como, por ejemplo, aumentar en uno el promedio de los hijos que le nacen a cada padre, elevaría esta cifra a más de un millón.
¿De qué importancia era la cantidad de personas que salió de Egipto con Moisés? Además de los 600.000 hombres físicamente capacitados que menciona la Biblia, hubo una gran cantidad de hombres de edad avanzada, una cantidad todavía mayor de mujeres y niños y “una vasta compañía mixta” de personas que no eran israelitas. (Éx 12:38.) De modo que quizás fueron más de tres millones los que salieron de Egipto. No sorprende que la realeza egipcia no estuviera dispuesta a perder un contingente de esclavos tan importante, pues supondría un duro golpe para su economía.
El registro bíblico muestra que la cantidad de hombres en edad militar era temible: “Y Moab se atemorizó mucho del pueblo, porque era numeroso; y Moab empezó a sentir un pavor morboso a causa de los hijos de Israel”. (Nú 22:3.) Por supuesto, el temor de los moabitas se debía en parte a los milagros que Jehová había realizado a favor de Israel, pero también era debido al tamaño del pueblo. Difícilmente se hubieran sentido así ante un pueblo de unos cuantos miles de personas. La población israelita varió poco durante su peregrinaje por el desierto debido a que muchos murieron a causa de su infidelidad. (Nú 26:2-4, 51.)
En el censo que se hizo poco después del éxodo, se contó a los levitas por separado, un total de 22.000 de un mes de edad para arriba. (Nú 3:39.) Puede surgir la pregunta de cómo es que solo había 22.273 primogénitos varones de un mes de edad para arriba en las otras doce tribus. (Nú 3:43.) Es fácil de entender si tenemos en cuenta que no se contaron los cabezas de familia, que debido a la poligamia un hombre podía tener muchos hijos aunque solo un primogénito y que se contaba el primogénito del varón y no el de la mujer.
Cuestiones en juego. De acuerdo con la promesa que Dios le había hecho a Abrahán, había llegado Su tiempo debido para librar a la nación de Israel del “horno de hierro” de Egipto. Para Jehová Israel era su primogénito en virtud de la promesa hecha a Abrahán. Jacob se había mudado a Egipto con su casa voluntariamente, pero más tarde sus descendientes habían llegado a ser esclavos. Como nación, Jehová los consideraba su amado primogénito, y tenía el derecho legal de librarlos de Egipto sin el pago de una recompensa. (Dt 4:20; 14:1, 2; Éx 4:22; 19:5, 6.)
Faraón se opuso al propósito de Jehová y no estuvo dispuesto a permitir que se marchara esa gran nación de trabajadores esclavos. Es más, cuando Moisés le pidió en el nombre de Jehová que enviara a los israelitas para que le celebraran a Él una fiesta en el desierto, contestó: “¿Quién es Jehová, para que yo obedezca su voz y envíe a Israel? No conozco a Jehová en absoluto”. (Éx 5:2.) Faraón se consideraba a sí mismo un dios y no reconocía la autoridad de Jehová, aunque quizás había oído a los hebreos usar el nombre muchas veces con anterioridad. El pueblo de Jehová conocía Su nombre desde el principio, y Abrahán mismo se había dirigido a Dios por su nombre personal, Jehová. (Gé 2:4; 15:2.)
La actitud y acciones de Faraón hicieron surgir una cuestión relacionada con la divinidad, de modo que era necesario que Jehová Dios se exaltara a sí mismo por encima de los dioses de Egipto, incluido Faraón, a quien se reverenciaba como un dios. Para ello envió diez plagas sobre Egipto, que culminaron con la liberación de Israel. (Véase DIOSES Y DIOSAS - [Las diez plagas].) Se mandó a los israelitas que durante la última plaga, la muerte de los primogénitos, estuvieran preparados en la cena de la Pascua para salir de Egipto. Aunque partieron apresuradamente, instados por los egipcios, que dijeron: “¡Todos podemos darnos por muertos!”, no se fueron con las manos vacías. (Éx 12:33.) Se llevaron sus manadas y sus rebaños, la masa de harina antes de que leudara y sus artesas. Además, los egipcios dieron a los israelitas lo que estos les pidieron: artículos de plata y oro y prendas de vestir. Esta acción, por cierto, no podía considerarse robar a los egipcios, pues a los israelitas se les había esclavizado sin derecho y se les debía un pago. (Éx 12:34-38.)
Una “vasta compañía mixta” salió de Egipto junto con Israel. (Éx 12:38.) Todos ellos eran adoradores de Jehová, puesto que tenían que haber estado preparados para salir con los israelitas mientras los egipcios enterraban a sus muertos. Habían observado la Pascua y no habían estado ocupados con el duelo de Egipto y sus ritos funerarios. En buena medida, esta compañía pudo haber estado compuesta por aquellos que de alguna forma estaban emparentados con los israelitas por matrimonio. Tanto hombres como mujeres israelitas habían tomado cónyuges egipcios, como lo muestra el caso del hombre ejecutado en el desierto por injuriar el nombre de Jehová. Era hijo de un egipcio y de una danita llamada Selomit. (Le 24:10, 11.) Cabe notar también que Jehová dio instrucciones permanentes sobre los requisitos para que los residentes forasteros y los esclavos pudieran comer la Pascua cuando Israel entrara en la Tierra Prometida. (Éx 12:25, 43-49.)
Ruta del éxodo. - (it-1-Pg.541) Parece ser que los israelitas iniciaron la marcha para salir de Egipto desde distintos lugares. Algunos tal vez se hayan unido al grupo principal a medida que este avanzaba. El punto de partida fue Ramesés, ya sea que este nombre aplique a una ciudad o a un distrito, y en la primera etapa del viaje llegaron hasta Sucot. (Éx 12:37.) Algunos doctos opinan que si bien Moisés comenzó la marcha desde Ramesés, los israelitas llegaron desde toda la tierra de Gosén y se encontraron en Sucot como punto de reunión. (MAPA, vol. 1, pág. 536.)
Aunque los israelitas se marcharon de Egipto apresuradamente, instados por los egipcios, no puede afirmarse que lo hicieran de modo desorganizado: “Fue en orden de batalla como subieron los hijos de Israel de la tierra de Egipto”, es decir, tal vez como un ejército de cinco cuerpos: vanguardia, retaguardia, cuerpo principal y dos alas. Además de la hábil dirección de Moisés, Jehová manifestó su propia dirección, por lo menos desde que estuvieron acampados en Etam, proveyendo una columna de nube durante el día, que se convertía en una de fuego para iluminarlos durante la noche. (Éx 13:18-22.)
Por el camino más corto, hubiera sido un viaje por tierra de unos 400 Km. desde el N. de Menfis hasta, por ejemplo, Lakís, en la Tierra Prometida. No obstante, esta ruta hubiera llevado a los israelitas por la costa mediterránea y la tierra de los filisteos, con quienes sus antepasados Abrahán e Isaac habían tenido problemas tiempo atrás. Como Dios sabía que podían descorazonarse ante un ataque filisteo, pues no conocían la guerra y además tenían a sus familias y rebaños con ellos, les mandó volverse y acampar delante de Pihahirot, entre Migdol y el mar, a vista de Baal-zefón. Acamparon en este lugar, al lado del mar. (Éx 14:1, 2.)
En la actualidad no se puede trazar con certeza la ruta que siguieron los israelitas desde Ramesés hasta el mar Rojo, debido a que no es posible localizar con exactitud los lugares mencionados en el registro. La mayoría de las obras de referencia dicen que debieron cruzar por lo que hoy se conoce como Wadi Tumilat, en la región del Delta de Egipto. Sin embargo, esta ruta se ha propuesto principalmente porque se ha identificado a Ramesés con un lugar situado en el extremo NE. de la región del Delta. No obstante, como dice el profesor de Egiptología John A. Wilson, “desafortunadamente, los eruditos no están de acuerdo en cuanto a la ubicación exacta de Ramesés. Los faraones llamados Ramsés, en particular Ramsés II, ponían su nombre a ciudades con bastante generosidad. Además, se han desenterrado referencias a esta ciudad en poblaciones del Delta de las que no puede alegarse con seriedad que fuesen ese lugar”. (The Interpreter’s Dictionary of the Bible, edición de G. A. Buttrick, 1962, vol. 4, pág. 9.)
Se han sugerido varios lugares como posible ubicación; estos han gozado de popularidad durante un tiempo y luego se les ha desestimado en favor de otra posibilidad. Tanis (hoy San el-Hagar), a 56 Km. al SO. de la ciudad mediterránea de Port Said, es uno de los lugares apuntados, así como Qantir, unos 20 Km. más al S. En cuanto al primer lugar, debe notarse que un texto egipcio habla de Tanis y (Per-)Ramesés como lugares distintos, y que parece ser que al menos parte del material desenterrado en Tanis procede de otros lugares. Por ello, John A. Wilson dice más adelante que “no hay ninguna garantía de que las inscripciones que llevan el nombre de Ramesés fueran originalmente del lugar donde se encontraron”. Puede decirse que las inscripciones de Ramsés II encontradas tanto en Tanis como en Qantir solo demuestran cierta relación de estos lugares con Faraón, pero no prueban que cualquiera de estos sitios fueran la Ramesés bíblica construida por los israelitas como lugar de depósito antes del nacimiento de Moisés. (Éx 1:11.) Como se muestra en el artículo RAAMSÉS, RAMESÉS, la opinión de que Ramsés II fue el Faraón del éxodo tiene poco fundamento.
También se ha propuesto la ruta de Wadi Tumilat, debido a la teoría moderna y popular de que el paso del mar Rojo no ocurrió en realidad en dicho mar, sino al N. del mismo. Algunos eruditos incluso han defendido la idea de que los israelitas pasaron por el lago Serbonis, situado a lo largo de la costa mediterránea, o cerca de este, de modo que después de salir de Wadi Tumilat, se encaminaron hacia el N. en dirección a la costa. Esta opinión contradice directamente la declaración específica de la Biblia de que Dios no guió a los israelitas por el camino de la tierra de los filisteos. (Éx 13:17, 18.) Otros se inclinan asimismo por la ruta de Wadi Tumilat, pero dicen que cruzaron el “mar” por la región de los lagos Amargos, al N. de Suez.
Mar Rojo, no ‘mar de cañas’. Esta última opinión se basa en el argumento de que la palabra hebrea yam-súf (traducida “mar Rojo”) significa literalmente “mar de juncos, o cañas, espadañas”, y que, por lo tanto, los israelitas no cruzaron el brazo del mar Rojo conocido como el golfo de Suez, sino un mar de cañas, un terreno pantanoso, como la región de los lagos Amargos. No obstante, esta idea no concuerda con la antigua Versión de los Setenta griega, que traduce yam-súf por la expresión e·ry·thrá thá·las·sa, cuyo significado literal es “mar Rojo”. Y lo que es más importante, tanto Lucas, el escritor de Hechos (citando a Esteban), como el apóstol Pablo, usaron este mismo nombre griego cuando relataron los acontecimientos del éxodo. (Hch 7:36; Heb 11:29; véase MAR ROJO.)
Además, no hubiera sido un gran milagro si tan solo se hubiera cruzado una zona pantanosa, y los egipcios no hubieran sido “tragados” por el mar Rojo cuando “las aguas agitadas procedieron a cubrirlos” de modo que “como piedra bajaron a las profundidades”. (Heb 11:29; Éx 15:5.) No solo se refirieron a este espectacular milagro Moisés y Josué, sino que el apóstol Pablo dijo que los israelitas habían sido bautizados por medio de la nube y del mar, lo que indicaba que estuvieron rodeados de agua por completo: a ambos lados, el mar, y por encima y por detrás, la nube. (1Co 10:1, 2.) Esto también muestra que las aguas eran demasiado profundas para vadearlas.
La ruta del éxodo depende fundamentalmente de dos factores: determinar en qué lugar se encontraba en aquel entonces la capital egipcia e identificar por dónde se cruzó el mar. Puesto que las Escrituras Griegas Cristianas inspiradas usan la expresión “mar Rojo”, hay base para creer que ese fue el mar que Israel cruzó. En cuanto a la capital egipcia, la ubicación más verosímil parece ser Menfis, la sede principal del gobierno durante la mayor parte de la historia de Egipto. (Véase MENFIS.) De ser así, el punto de partida del éxodo debe haber estado lo suficientemente cerca de Menfis como para que se pudiera llamar a Moisés a la presencia de Faraón la noche de la Pascua después de la medianoche y, a pesar de eso, él llegara a Ramesés con tiempo suficiente como para comenzar la marcha hacia Sucot antes de que acabase el 14 de Nisán. (Éx 12:29-31, 37, 41, 42.) La tradición judía más antigua, registrada por Josefo, apoya la idea de que la marcha comenzó en un lugar cercano al N. de Menfis. (Antigüedades Judías, libro II, cap. XV, sec. 1.)
Una ruta por Wadi Tumilat estaría tan al N. de Menfis que no serían posibles las circunstancias antedichas. Por esta razón, muchos comentaristas han sugerido una de las rutas de los “peregrinos”, como la ruta el Haj, que va de El Cairo a Suez (antigua Clysma, más tarde llamada Kolzum), en la cabecera del golfo de Suez.
¿Por dónde se dividió el mar Rojo para que cruzara Israel? Es preciso notar que después de alcanzar la segunda etapa de su viaje, Ezam, “en la orilla del desierto”, Dios le ordenó a Moisés que ‘se volvieran y acamparan delante de Pihahirot [...], junto al mar’. Esta maniobra haría creer a Faraón que los israelitas andaban “errantes en confusión”. (Éx 13:20; 14:1-3.) Los doctos que favorecen la ruta el Haj como la más verosímil señalan que el verbo hebreo traducido ‘volverse’ es enfático y no significa tan solo “cambiar el rumbo” o “desviarse”, sino que más bien comunica el sentido de regresar o, al menos, desviarse mucho. Estos señalan la posibilidad de que al llegar a cierto punto al N. de la cabecera del golfo de Suez, los israelitas dieran la vuelta y pasaran por el lado oriental de Jebel `Ataqah, una cadena de montañas que bordea el lado occidental del golfo. Una gran multitud de personas, como era el caso de los israelitas, no podrían salir con rapidez de la posición en la que se encontraban en el caso de que se les persiguiera desde el N., de modo que quedarían acorralados, puesto que el mar bloquearía el camino.
La tradición judía del siglo I E.C. sugiere esta idea. (Véase PIHAHIROT.) Pero, lo que es más importante, tal situación concuerda con el cuadro general descrito en la Biblia, mientras que no se puede decir lo mismo de las opiniones que han venido manteniendo muchos eruditos. (Éx 14:9-16.) Parece claro que el paso del mar debió efectuarse a una distancia suficiente de la cabecera del golfo (el brazo occidental del mar Rojo) como para que las fuerzas de Faraón no pudieran simplemente rodear el extremo del golfo y alcanzar a los israelitas por el otro lado. (Éx 14:22, 23.)
Faraón cambió de parecer en cuanto a la liberación de los israelitas tan pronto como se enteró de su partida. No hay duda de que la pérdida de una nación esclava suponía un gran revés económico para Egipto. No les resultaría difícil a sus carros dar alcance a toda esta nación, sobre todo en vista de que ‘se habían vuelto’. Animado al pensar que Israel vagaba en confusión por el desierto, Faraón fue tras ellos con plena confianza. Con una fuerza compuesta por 600 carros escogidos, con todos los otros carros de Egipto llevados por sus guerreros, con sus soldados de caballería y todas sus fuerzas militares, Faraón alcanzó a Israel en Pihahirot. (Éx 14:3-9.)
Desde un punto de vista estratégico, la posición de los israelitas parecía muy desfavorable; se hallaban encerrados entre el mar y las montañas, con los egipcios cortándoles el camino de regreso. Cuando se vieron atrapados, sus corazones se sobrecogieron de temor y comenzaron a quejarse contra Moisés. Entonces Dios entró en acción para proteger a Israel, trasladando a la retaguardia la nube que estaba al frente. Por una parte, la de los egipcios, había oscuridad; por otra, la de los israelitas, seguía alumbrando la noche. Mientras la nube impedía que los egipcios atacaran, Moisés, por orden de Jehová, alzó su vara, y las aguas del mar se dividieron, lo que dejó el lecho del mar seco para que le sirviera de camino a Israel. (Éx 14:10-21.)
Asombroso es la presencia de un puente natural bajo el agua. A lo largo del Golfo de Aquaba, las profundidades alcanzan un promedio de 1524 m. (5000 pies) y la costa Egipcia va descendiendo a esa profundidad en una cuesta de cerca de 45 grados. Si los Israelitas hubieran intentado cruzar en cualquier otro lugar a lo largo del Golfo de Aquaba habrían tenido que enfrentarse con una pendiente muy inclinada. Con todos sus animales y carros, la tarea habría sido prácticamente imposible. Solamente aquí, en las orillas de Nuweiba, hay un " camino " descendente en una cuesta gradual de 6 grados, a una profundidad de solamente 100 metros . La Biblia la describe como, "el que abre camino en el mar y senda en las aguas impetuosas" (Isa 43:16, 17) La distancia de Nuweiba a Arabia Saudita es de cerca de ocho millas. Y la anchura del puente natural bajo el agua se estima que es de 900 metros.
Anchura y profundidad del lugar por donde pasaron. Puesto que Israel cruzó el mar en una noche, difícilmente se podría pensar que la división de las aguas dejó solo un canal estrecho. La anchura bien pudo haber sido de un kilómetro o más. Un grupo tan grande, con sus carros, su equipaje y su ganado, ocuparía una superficie de unos 8 Km.2, aunque avanzara en formación compacta. Parece, por lo tanto, que la abertura del mar permitió a los israelitas cruzar en una formación bastante ancha. Si la formación hubiera sido de 1,5 Km. de ancho, la columna israelita habría tenido unos 5 Km. de largo. Si el ancho hubiese alcanzado los 2,5 Km., su largo habría sido al menos de 3 Km. A una columna de estas dimensiones le hubiera tomado varias horas atravesar el lecho del mar. Mientras mantuvieran la formación de batalla y no fueran presa del pánico, avanzarían con considerable rapidez.
Si no hubiera sido por la nube, los egipcios los habrían alcanzado con facilidad y hubieran dado muerte a muchos. (Éx 15:9.) Cuando los israelitas entraron en el mar y la nube empezó a moverse hacia adelante para revelar este hecho a los egipcios, estos emprendieron la persecución. De nuevo se ve la necesidad de que el lecho seco del mar tuviese suficiente anchura, pues el tamaño de las fuerzas militares de Faraón era considerable. Concentrados en la destrucción y la recuperación de sus esclavos, todo el ejército se adentró en el lecho seco del mar. Luego, durante la vigilia matutina (de las dos a las seis de la mañana, aproximadamente), Jehová miró desde la nube y empezó a poner en confusión el campamento de los egipcios, quitando las ruedas de sus carros. (Éx 14:24, 25.)
Cuando se acercaba la mañana, los israelitas habían llegado a salvo a la orilla oriental del mar Rojo. Entonces Jehová le ordenó a Moisés que extendiera su mano para que las aguas retrocedieran sobre los egipcios. Con esto, “el mar empezó a volver a su estado normal” y los egipcios comenzaron a huir para no encontrarse con él. Este detalle también indica que las aguas se habían abierto con amplitud, porque un canal estrecho los habría engullido en un momento. Los egipcios huyeron de los muros de agua que los encerraban con la intención de ganar la orilla occidental, pero las aguas siguieron convergiendo hasta que se hicieron tan profundas que cubrieron todos los carros de guerra y a los soldados de caballería que pertenecían a las fuerzas militares de Faraón. No sobrevivió ni un egipcio.
Es obvio que sería imposible que una inundación de este tipo se produjera en una zona pantanosa, y más en caso de que fuera poco profunda, ya que los cuerpos muertos no habrían sido arrojados a la orilla, como en realidad sucedió, de manera que “Israel alcanzó a ver a los egipcios muertos en la orilla del mar”. (Éx 14:22-31; MAPA y GRABADO, vol. 1, pág. 537.)
Aguas “cuajadas”. De acuerdo con el relato bíblico, las aguas agitadas se cuajaron para permitir el paso de Israel. (Éx 15:8.) Aunque varias versiones indican que las aguas “se congelaron” (BC; CI; MK; Val, 1989), la mayoría de las traducciones (NC, NBE, Val y otras) emplean el verbo “cuajar”. Otras dicen que ‘se hicieron compactas’ (LT) o “se condensaron” (Ga). Este mismo verbo hebreo aparece en Job 10:10 con relación al proceso de cuajar la leche. Por consiguiente, la expresión mencionada no significa necesariamente que las paredes de agua se congelaron hasta solidificarse, sino que su consistencia cuajada bien pudo asemejarse a la de la gelatina. No había nada visible que contuviese las aguas del mar Rojo, por lo que daban la apariencia de estar endurecidas, cuajadas o espesadas, de manera que podían mantenerse como muros a cada lado de los israelitas, sin desplomarse sobre ellos y engullirlos. Así le parecieron a Moisés cuando un fuerte viento del E. dividió las aguas y secó el lecho para que no estuviera fangoso ni helado, sino que la multitud pudiera atravesarlo con facilidad.
El paso abierto en el mar tenía la suficiente anchura como para que unos tres millones de israelitas pudieran llegar a la orilla oriental a la mañana siguiente. Luego, las aguas cuajadas a ambos lados empezaron a volver a su estado normal, y arrollaron y sumergieron a los egipcios mientras Israel contemplaba desde la orilla oriental cómo Jehová libraba milagrosamente a una nación de manos de una potencia mundial. Vieron el cumplimiento literal de las palabras de Moisés: “Los egipcios que ustedes realmente ven hoy, no los volverán a ver, no, nunca jamás”. (Éx 14:13.)
De este modo, mediante una espectacular manifestación de su poder, Jehová exaltó su nombre y libró a Israel. Ya a salvo en la orilla oriental del mar Rojo, Moisés dirigió a los hijos de Israel en canción, mientras su hermana Míriam, la profetisa, tomó una pandereta en su mano y dirigió a todas las mujeres con panderetas y en danzas, respondiendo en canción a los hombres. (Éx 15:1, 20, 21.) Se había producido una total separación entre Israel y sus enemigos. Una vez salieron de Egipto, no se permitió que hombre o bestia les causara daño; ningún perro ni siquiera les gruñó ni movió su lengua contra ellos. (Éx 11:7.) Aunque en el relato del éxodo no se dice que Faraón entrase en el mar con sus fuerzas militares y fuese destruido, el Salmo 136:15 especifica que Jehová “sacudió a Faraón y su fuerza militar al mar Rojo”. ★¿Se solidificaron de verdad las aguas del mar Rojo, quedaron “cuajadas”?
Típico de sucesos posteriores. Cuando Dios sacó de Egipto a Israel, como le había prometido a Abrahán, lo consideró su hijo, su “primogénito”, según le dijo a Faraón. (Éx 4:22.) Posteriormente, Jehová declaró: “Cuando Israel era muchacho, entonces lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo”. (Os 11:1.) Esta referencia al éxodo fue también una profecía que tuvo cumplimiento en los días de Herodes, cuando, después de la muerte de este, José y María regresaron de Egipto con Jesús y se establecieron en Nazaret. El historiador Mateo aplica la profecía de Oseas a este acontecimiento, diciendo de José: “Y se quedó allá hasta el fallecimiento de Herodes, para que se cumpliera lo que Jehová había hablado por su profeta, que dijo: ‘De Egipto llamé a mi hijo’”. (Mt 2:15.)
El apóstol Pablo dijo que el éxodo era una de las cosas que siguieron aconteciendo a Israel a modo de ejemplos o tipos. (1Co 10:1, 2, 11.) Por lo tanto, debe simbolizar algo mayor. En la Biblia el Israel natural simboliza al espiritual, al Israel de Dios. (Gál 6:15, 16.) Además, Moisés dijo que vendría un profeta semejante a él. (Dt 18:18, 19.) Los judíos esperaban a un gran caudillo y libertador. El apóstol Pedro identifica a Jesucristo como el Moisés Mayor. (Hch 3:19-23.) Por lo tanto, la liberación de Israel en el mar Rojo y la destrucción del ejército egipcio deben representar la liberación del Israel espiritual de sus enemigos del Egipto simbólico mediante un gran milagro de Jesucristo. Y tal como lo que Jehová hizo en el mar Rojo resultó en la exaltación de su nombre, el cumplimiento de aquellos acontecimientos típicos en una realidad mucho mayor traería una fama superior y mucho más extensa al nombre de Jehová. (Éx 15:1.)
Someter a una mujer al acto sexual valiéndose de la fuerza, la coacción, la intimidación o incluso el engaño en cuanto a la naturaleza del acto.
Jehová advirtió a Israel de las consecuencias de desobeder su ley. Predijo que aparte de enfermedades y calamidades, caerían en manos de sus enemigos, y además añadió: “Te comprometerás con una mujer, pero otro hombre la forzará [forma de scha·ghál]”. (Dt 28:30.) Esto ocurrió cuando Jehová dejó de proteger a la nación debido a la desobediencia de esta, y los enemigos paganos invadieron sus ciudades. (Compárese con Zac 14:2.) También se predijo que Babilonia sufriría ese tipo de trato, lo que se cumplió cuando cayó ante los medos y los persas. (Isa 13:1, 16.) Sin embargo, las naciones que Israel subyugó no experimentaron esa humillación, pues la Ley prohibía a los soldados israelitas tener relaciones sexuales durante una campaña militar. (1Sa 21:5; 2Sa 11:6-11.)
En los días de los jueces hubo un caso de violación múltiple en la ciudad de Guibeah (Benjamín), un suceso que inició una serie de acontecimientos que casi resultaron en la aniquilación de la tribu de Benjamín. Unos pervertidos de aquella ciudad demandaron a un visitante levita que tuviera relaciones sexuales con ellos. En lugar de entregarse a ellos, el levita les dio a su concubina (quien había ‘cometido fornicación contra él’ con anterioridad). Los hombres abusaron de ella toda la noche hasta que murió. El término hebreo `a·náh, traducido “forzar” en este relato, también significa “afligir”, “humillar” y “oprimir”. (Jue 19, 20.)
Amnón, el hijo del rey David, violó a su medio hermana Tamar haciendo uso de la fuerza, por lo que Absalón, el hermano de Tamar, lo mandó matar. (2Sa 13:1-18.) Cuando el maquinador Hamán, el agaguita, fue desenmascarado delante del rey persa Asuero por su traición contra los judíos y, en especial contra Ester, la reina, el rey Asuero se enfureció. Sabiendo que no podría esperar misericordia del rey, Hamán cayó desesperado sobre el lecho donde estaba Ester para suplicarle. Cuando el rey entró de nuevo en el cuarto y vio a Hamán en esa posición, exclamó: “¿Acaso también se ha de forzar a la reina, estando yo en la casa?”. Inmediatamente sentenció a muerte a Hamán. Se cumplió la sentencia, y Hamán fue colgado en el madero que había erigido para colgar a Mardoqueo, el primo de Ester. (Est 7:1-10.) La palabra hebrea que se emplea en el registro bíblico (Est 7:8) en esta declaración del rey es ka·vásch, que significa “sojuzgar, sujetar” (Gé 1:28; Jer 34:16), pero también puede significar “forzar”.
Según la Ley, si una muchacha comprometida para casarse cometía fornicación con un hombre, ambos tenían que morir. Pero si la muchacha gritaba por ayuda, se tomaba como prueba de su inocencia. El hombre tenía que morir por su pecado, pero ella quedaba libre de castigo. (Dt 22:23-27.)
Carencia extrema de alimento; también de oír las palabras de Jehová, es decir, hambre espiritual. (Am 8:11.) El hambre es una de las plagas que le habrían de sobrevenir a la simbólica Babilonia la Grande. (Apo 18:8.)
Causas y efectos del hambre. La sequía, las granizadas destructivas (Éx 9:23-25), las pestes, el arrasamiento de la tierra y el tizón de las cosechas, así como la guerra, estuvieron entre las causas comunes del hambre en tiempos bíblicos. (Am 4:7-10; Ag 2:17.) Las langostas, que en algunas ocasiones aparecían en enjambres inmensos, ocasionaban mucho daño a las cosechas. (Éx 10:15.) En algunos casos, el problema no era la falta de lluvia, sino que la lluvia caía en una estación que no era apropiada, como, por ejemplo, durante la cosecha del trigo o la cebada. (Compárese con Le 26:4; 1Sa 12:17, 18.)
La sensación de hambre es algo natural, pero privarse de alimento durante mucho tiempo perjudica la salud mental y física. La privación de alimento induce a la somnolencia, atenúa las emociones e impide pensar con normalidad. El deseo de comer se hace prioritario (compárese con Éx 16:3) y se diluyen los valores morales. (Compárese con Isa 8:21.) El hambre extrema puede tener un efecto deshumanizador que lleve al robo, al asesinato e incluso al canibalismo. A menudo el hambre va acompañada de enfermedad y epidemias, que tienen su origen en el estado de debilitamiento de los afectados. (Compárese con Dt 32:24.)
Tiempos de hambre en la antigüedad. La primera hambre de la que nos ha llegado registro histórico fue aquella que obligó a Abrán (Abrahán) a dejar Canaán y residir como forastero en Egipto. (Gé 12:10.) En los días de Isaac sobrevino otra hambre, pero Jehová le mandó al hijo de Abrahán que no fuera a Egipto. (Gé 26:1, 2.) El hambre de siete años que le sobrevino a Egipto cuando José era primer ministro y administrador del alimento se extendió muy lejos de las fronteras egipcias, porque “de toda la tierra [fueron] a Egipto a comprarle a José [alimento]”. (Gé 41:54-57.)
Mientras que las inscripciones egipcias evitan escrupulosamente cualquier referencia a la estancia de Israel en Egipto, hay antiguos textos egipcios que mencionan períodos de hambre provocados por la crecida insuficiente del río Nilo. Un texto hace mención de un período de siete años de pequeñas crecidas del Nilo y el hambre que esta situación provocó. Según el relato, cuando pasó el hambre, se concedieron al sacerdocio ciertas porciones de la tierra. Aunque queda la duda en cuanto a si el documento no es “una falsificación sacerdotal posterior, con el propósito de basar en ella la reclamación de privilegios territoriales”, por lo menos vemos reflejada una tradición concerniente a un período de siete años de carestía. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, edición de J. B. Pritchard, 1966, pág. 29.)
Antes de que los israelitas entraran en la Tierra Prometida, Jehová les aseguró mediante Moisés que tendrían abundancia de alimento si le seguían sirviendo fielmente. (Dt 28:11, 12.) Sin embargo, el hambre sería uno de los temibles resultados de la infidelidad. (Dt 28:23, 38-42.) Un hambre que se produjo en los días de los jueces hizo que Elimélec y su esposa Noemí se fueran a vivir a Moab como residentes forasteros. (Rut 1:1, 2.) Jehová trajo un hambre de tres años sobre la tierra de Israel en los días de David debido a la culpa por derramamiento de sangre que había contraído la casa de Saúl con relación a los gabaonitas. (2Sa 21:1-6.) En respuesta a la oración de Elías, Israel padeció una sequía de tres años y medio que resultó en un hambre severa. (Snt 5:17; 1Re 17.) Además de las hambres generales del tiempo de Eliseo, el sitio sirio de Samaria causó un hambre que dio lugar a un caso de canibalismo. (2Re 4:38; 8:14; 6:24-29.)
Aunque los profetas de Dios advirtieron que la apostasía ocasionaría la muerte por el hambre, la peste y la espada, los infieles judaítas prefirieron escuchar a sus falsos profetas, quienes les aseguraron que no les sobrevendría ninguna calamidad. (Jer 14:11-18; Eze 5:12-17.) Sin embargo, las palabras de los profetas verdaderos resultaron ciertas. Tan severa fue el hambre en Jerusalén durante el sitio babilonio (609-607 a. E.C.), que las mujeres cocieron a sus propios hijos y se los comieron. (La 4:1-10; 5:10; 2Re 25:1-3; Jer 52:4-6; compárese con Dt 28:51-53.)
Jehová advirtió de antemano mediante su profeta Joel de una tremenda plaga de insectos que devastaría la tierra y traería un hambre severa antes de la venida del “día de Jehová”. (Joe 1.)
Siglos más tarde Jesús predijo que las escaseces de alimento serían una de las características que señalarían la conclusión del “sistema de cosas”. (Mt 24:3, 7; compárese con Apo 6:5, 6.) Tal como anunció con anticipación el profeta cristiano Ágabo, en el tiempo del emperador Claudio (41-54 E.C.) hubo una gran hambre. (Hch 11:28.) Unos años antes, en 42 E.C., un hambre severa había asolado Egipto, donde vivían muchos judíos. Asimismo, una “gran necesidad” le sobrevino a la tierra de Judá y Jerusalén cuando los ejércitos romanos bajo el general Tito asediaron Jerusalén y finalmente la destruyeron en 70 E.C. (Lu 21:23.) Josefo relata las terribles condiciones de hambre que se dieron en la ciudad: hasta el extremo de comer cuero, hierba y heno. También menciona que una madre se comió a su propio hijo. (La Guerra de los Judíos, libro VI, cap. III, secs. 3, 4.) Cuando Jesús predijo tales escaseces de alimento, indicó que no solo pensaba en los acontecimientos que precederían a la destrucción de Jerusalén, sino también en lo que ocurriría cuando llegara el tiempo para que el Hijo del hombre retornara en la gloria de su Reino. (Lu 21:11, 27, 31; compárese con Apo 6:5, 6.)
Pablo entrega ayuda material. En los años que siguieron al Pentecostés del 33, los cristianos de Jerusalén sufrieron hambrunas, persecuciones, saqueos y otras penurias. Como consecuencia, en muchos casos llegaron a pasar necesidad (Hech. 11:27–12:1; Heb. 10:32-34). Por esta razón, alrededor del año 49, los ancianos de Jerusalén exhortaron a Pablo a tener “presentes a los pobres” cuando lo pusieron a cargo de la predicación a los gentiles. Y eso fue precisamente lo que hizo al organizar una colecta en las congregaciones (Gál. 2:10).
En el año 55 escribió a los corintios: “Así como di órdenes a las congregaciones de Galacia, háganlo de esa manera ustedes también. Cada primer día de la semana, que cada uno de ustedes en su propia casa ponga algo aparte en reserva según vaya prosperando, para que cuando yo llegue no se hagan colectas entonces. Pero cuando llegue yo allá, a cualesquiera hombres que ustedes aprueben por cartas, a estos los enviaré para que lleven su bondadoso don a Jerusalén” (1 Cor. 16:1-3). Poco más tarde, cuando les envió su segunda epístola inspirada, los exhortó a tener listos los donativos y les explicó que los macedonios también iban a hacer su aportación (8:1-9:15).
De este modo, en el año 56 se reunió con representantes de varias congregaciones para ir a entregar el producto de las colectas. En total, viajarían juntos nueve hermanos, medida que no solo ofrecía más seguridad física, sino que también protegía al apóstol contra cualquier acusación de malversar fondos (2 Cor. 8:20). La entrega de ese dinero era la principal razón por la que viajó a Jerusalén, como más tarde indicó él mismo ante el gobernador Félix: “Después de muchos años, vine para traer dádivas de misericordia a mi nación, y ofrendas” (Hech. 24:17; Rom. 15:25, 26).
No se padecerá hambre. Cristo Jesús aseguró que Dios contestaría la oración por el pan de cada día de sus siervos fieles y cuidaría de aquellos que pusieran el Reino en primer lugar. (Mt 6:11, 33; compárese con Sl 33:19; 37:19, 25.) Sin embargo, Jesús mostró que sus siervos en algunas ocasiones podrían sufrir hambre debido a la oposición y a la persecución. (Mt 25:35, 37, 40.) El apóstol Pablo, en particular, explica sus frecuentes sufrimientos, debidos tanto al hambre como a la sed, al efectuar su ministerio en circunstancias difíciles. (1Co 4:11-13; 2Co 11:27; Flp 4:12.) No obstante, confiaba en que el hambre física nunca podría separar a los fieles siervos de Dios de la fuerza sustentadora del amor de Dios. (Ro 8:35, 38, 39; contrástese con Lu 6:25.)
Aquellos que realmente tienen hambre y sed de justicia y verdad siempre verán satisfechas sus necesidades espirituales. (Mt 5:6; Jn 6:35.) Esto incluye a los de la “gran muchedumbre”, que tienen la esperanza de sobrevivir a la “gran tribulación” y de quienes se dice que “ya no tendrán hambre ni tendrán más sed”. (Apo 7:9, 13-17.) Asimismo, bajo la gobernación del reino de Dios llegará a haber abundancia para satisfacer el hambre física de toda la humanidad. (Sl 72:16: Isa 25:6.)
Dado que Jehová Dios es el Todopoderoso, el Gobernante Soberano del universo y el Creador de todas las cosas, solo Él tiene libertad absoluta e ilimitada. (Gé 17:1; Jer 10:7, 10; Da 4:34, 35; Apo 4:11.) Todos los demás seres deben moverse y actuar dentro de sus propias limitaciones y someterse a las leyes universales de Jehová. (Isa 45:9; Ro 9:20, 21.) Véanse como ejemplos la ley de la gravedad, las leyes que gobiernan las reacciones químicas, la influencia del Sol y el crecimiento; las leyes morales, o los derechos y acciones de otros que influyen en la libertad de una persona. Por lo tanto, la libertad de todas las criaturas de Dios es una libertad relativa.
Existe una diferencia entre la libertad limitada y la esclavitud. La libertad dentro de los límites fijados por Dios resulta en felicidad; la esclavitud a criaturas, a la imperfección, a debilidades o a ideologías erróneas resulta en opresión e infelicidad. También hay que distinguir la libertad de la autodeterminación, es decir, abogar por el desprecio a las leyes de Dios en pro del derecho de la persona a decidir por sí misma entre lo bueno y lo malo. Esa autodeterminación invade los derechos de otras personas y ocasiona graves problemas, como puede verse por el resultado del espíritu de independencia y rebeldía que la serpiente introdujo en Adán y Eva en Edén. (Gé 3:4, 6, 11-19.) La verdadera libertad está restringida por la ley, la de Dios, y da lugar a que el hombre manifieste toda su individualidad, pero de una manera conveniente, constructiva y provechosa, reconociendo los derechos que tienen los demás y contribuyendo a la felicidad de todos. (Sl 144:15; Lu 11:28; Snt 1:25.)
El Dios de la libertad. Jehová es el Dios de la libertad. Él libertó a los israelitas de la esclavitud en Egipto, y les dijo que mientras obedecieran sus mandamientos, no pasarían necesidad. (Dt 15:4, 5.) David habló de la “libertad de cuidado”, una libertad que solo era posible dentro de las torres de habitación de Jerusalén. (Sl 122:6, 7.) No obstante, la Ley indicaba que si un hombre caía en la pobreza, podía venderse en esclavitud con el fin de satisfacer las necesidades de su familia y las suyas propias. Asimismo, la Ley aseguraba que todo hebreo vendido en esclavitud podía recobrar la libertad al séptimo año de su servidumbre. (Éx 21:2.) En el Jubileo (cada quincuagésimo año) se proclamaba libertad para todos los habitantes de la tierra. Todo esclavo hebreo quedaba en libertad y todo hombre recobraba la tierra de su herencia. (Le 25:10-19; véase JUBILEO.)
La libertad que procede de Cristo. El apóstol Pablo habló de la necesidad que tenía la humanidad de ser libertada de la “esclavitud a la corrupción”. (Ro 8:21.) Jesucristo dijo a los judíos que habían creído en él: “Si permanecen en mi palabra, verdaderamente son mis discípulos, y conocerán la verdad, y la verdad los libertará”. A los que creían que tenían libertad solo porque eran descendientes carnales de Abrahán les explicó que eran esclavos del pecado, y añadió: “Por eso, si el Hijo los liberta, serán realmente libres”. (Jn 8:31-36; compárese con Ro 6:18, 22.)
Las Escrituras Griegas Cristianas dicen que los seguidores de Cristo son libres. Pablo mostró que ellos “no [eran] hijos de una sirvienta, sino de la mujer libre” (Gál 4:31), a quien llama “la Jerusalén de arriba”. (Gál 4:26.) Luego exhorta: “Para tal libertad [o “con la libertad de ella”, nota] Cristo nos libertó. Por lo tanto, estén firmes, y no se dejen restringir otra vez en un yugo de esclavitud”. (Gál 5:1.) En aquel tiempo, ciertos hombres que alegaban falsamente ser cristianos se habían asociado con las congregaciones de Galacia. Querían inducir a los cristianos gálatas a que renunciasen a su libertad en Cristo al tratar de alcanzar justicia por las obras de la Ley, no por medio de fe en Cristo. Pablo les advirtió que de seguir ese proceder, se apartarían de la bondad inmerecida de Cristo. (Gál 5:2-6; 6:12, 13.)
La libertad de que disfrutaban los primeros cristianos, libertad de la esclavitud al pecado, a la muerte y al temor (“Porque Dios no nos dio un espíritu de cobardía, sino de poder y de amor y de buen juicio”), fue ejemplificada en la franqueza y libertad de expresión de los apóstoles al proclamar las buenas nuevas. (2Ti 1:7; Hch 4:13; Flp 1:18-20.) Reconocieron que esta franqueza de expresión relacionada con el Cristo era una posesión valiosa, algo que debía desarrollarse, protegerse y mantenerse, con el fin de recibir la aprobación de Dios. También era algo apropiado por lo que orar. (1Ti 3:13; Heb 3:6; Ef 6:18-20.) ★Liberados con "sangre preciosa" - (15-3-2006-Pg.8)
Uso apropiado de la libertad cristiana. Los escritores cristianos inspirados, conocedores del propósito de Dios de extender bondad inmerecida por medio de Cristo (“Ustedes fueron llamados, por supuesto, para libertad, hermanos”), aconsejaron repetidas veces a los cristianos que protegieran su libertad y que no la usaran como excusa, ni se aprovecharan injustamente de ella para entregarse a las obras de la carne (Gál 5:13) o como disfraz para la maldad moral. (1Pe 2:16.) Santiago habló de ‘mirar con cuidado en la ley perfecta que pertenece a la libertad’ e indicó que aquel que persistiese en ser un hacedor de esa ley y no fuese un oidor olvidadizo sería feliz. (Snt 1:25.)
El apóstol Pablo disfrutaba de la libertad que había conseguido gracias a Cristo, pero se abstuvo de usarla para complacerse a sí mismo o para perjudicar a otros. En su carta a la congregación de Corinto mostró que no iba a hacer algo que le permitían las Escrituras, pero que pudiese cuestionar alguien con menos conocimiento, cuya conciencia podía ser perturbada por las acciones de Pablo. Pone como ejemplo el comer carne ofrecida ante un ídolo antes de llevarla al mercado para venderla: comer dicha carne pudiera hacer que alguien que tuviese una conciencia débil criticase la libertad de acción a la que Pablo tenía derecho, y por ello actuara como juez del apóstol, lo que sería impropio. Por consiguiente, Pablo dijo: “¿Por qué debería mi libertad ser juzgada por la conciencia de otra persona? Si participo con gracias, ¿por qué ha de hablarse injuriosamente de mí por aquello por lo cual doy gracias?”. No obstante, estaba determinado a ejercer su libertad, no de una manera perjudicial para otros, sino de una manera constructiva. (1Co 10:23-33.)
La lucha del cristiano y la esperanza de la humanidad. Pablo muestra que hay cierto peligro en la libertad del cristiano: si bien “la ley de ese espíritu que da vida en unión con Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte” (Ro 8:1, 2), la ley del pecado y de la muerte que aún está presente en el cuerpo lucha por someter de nuevo al cristiano a esa esclavitud. Por consiguiente, el cristiano debe mantener su mente puesta en las cosas del espíritu si quiere alzarse con la victoria. (Ro 7:21-25; 8:5-8.) Después de explicar la existencia de esta lucha, Pablo llama “hijos de Dios” a los coherederos con Cristo y al resto de la humanidad, “la creación”, y luego pasa a exponer el maravilloso propósito de Dios “de que la creación misma también será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. (Ro 8:12-21.)
Uso figurado. Cuando Job estaba enfermo y deseaba morir, asemejó la muerte a una liberación para todo aquel que se hallase afligido. Seguramente tuvo presente las penurias por las que pasaban los esclavos cuando dijo: “[Con la muerte] el esclavo queda libre de su amo”. (Job 3:19; compárense los vss. 21 y 22.)
¿Qué libertad nos ofrece Jehová? Al igual que aumenta nuestra confianza en un médico cuando conocemos su historial, cuando aprendemos más detalles sobre Jehová crece nuestra fe. Así pues, una razón para estudiar a fondo la Biblia es que nos ayudará a conocer y amar más a Dios, lo que a su vez disipará cualquier miedo a ser posesión suya (1 Juan 4:18). Jehová nos concede a todos libertad de elección. Por eso, en su Palabra nos dice a cada uno de nosotros: “Tienes que escoger la vida a fin de que te mantengas vivo, tú y tu prole, amando a Jehová tu Dios” (Deu. 30:19, 20). Él desea que decidamos libremente servirle y así le demostremos nuestro amor. De modo que al pertenecer a nuestro querido Dios no solo no perdemos libertad, sino que ganamos una satisfacción que nunca tendrá fin. Al ser pecadores, no somos dignos de ser propiedad de Dios, quien es perfecto. Conseguimos pertenecer a él únicamente gracias a su bondad inmerecida (2 Tim. 1:9).
¿Quién es verdaderamente libre? Desde el pecado de Adán no existe nadie verdaderamente libre, si nos familiarizáramos con cada uno de las personas que nos rodean, nos daríamos cuenta de que todos padecen de alguna opresión, sea que estén humillados, abusados, explotados, defraudados, traicionados, maltratados, engañados, mal entendidos, discriminados o enviciados (Ro 6:16). |
Tú Libertad y tu derecho
Esta persona tomó su parte y no extrajo ni más ni menos de lo que tenía derecho... pero tuvo repercusiones en otras personas. |
Puede tener causas justificadas o no. (Compárese con Gé 30:23; Sl 69:9; Lu 1:25; Ro 15:3.)
Las causas de oprobio variaban según las circunstancias. Para un varón israelita del período del pacto de la Ley, la incircuncisión sería una causa de oprobio o deshonra. (Compárese con Jue 14:3.) Por eso, cuando poco después de cruzar el Jordán se procedió a circuncidar a todos los varones nacidos durante el tiempo que vagaron por el desierto, Jehová declaró: “Hoy he hecho rodar de sobre ustedes el oprobio de Egipto”. (Jos 5:2-9.) Parece que en Egipto se practicaba la circuncisión, de modo que esas palabras tal vez signifiquen que los egipcios ya no tendrían motivo para vituperar a los israelitas debido a la incircuncisión de muchos de sus varones. (Jer 9:25, 26; véase CIRCUNCISIÓN.) Por otra parte, la circuncisión era una “señal del pacto” entre Jehová y la descendencia de Abrahán. (Gé 17:9-11.) La circuncisión de la nueva generación crecida en el desierto (la generación mayor ya había muerto) suponía una reafirmación de su pacto con Dios. Concluidos los cuarenta años de vagar por el desierto, Dios volvía a mostrarles su favor; los había introducido en la Tierra Prometida y les iba a ayudar a conquistarla. Por lo tanto, si los egipcios se habían mofado en el pasado por creer que Jehová no podía introducir a Israel en la tierra que le pertenecía, entonces tenían que admitir su rotunda equivocación. La incircuncisión no era un oprobio para los cristianos bajo el nuevo pacto, fueran judíos o gentiles. (Ro 2:25-29; 3:28-30; 4:9-12; 1Co 7:18, 19.)
La soltería o la viudez prolongadas (Isa 4:1; 54:4), así como la esterilidad (Gé 30:23; Lu 1:25), eran situaciones oprobiosas para las mujeres hebreas. La promesa de Dios concerniente a la descendencia abrahámica y a que esta llegaría a ser como “los granos de arena que hay en la orilla del mar” probablemente contribuyó a este sentimiento. (Gé 22:15-18; compárese con 24:59, 60.) Por otra lado, el apóstol Pablo habló en favor de la soltería, tanto de hombres como de mujeres, cuando el motivo para mantenerse solteros era servir a Dios con atención indivisa, y dijo en cuanto a la viuda: “Es más feliz si permanece como está, según mi opinión”. (1Co 7:25-28, 32-40; compárese con Mt 19:10-12.)
Sin embargo, males como la idolatría, el adulterio, el robo y otros tipos de inmoralidad, así como toda deslealtad a Dios, siempre se han considerado una causa de oprobio. (2Sa 13:13; Pr 6:32, 33; Ro 1:18-32; 2:17-24.)
Los que buscan la aprobación de Dios no pueden difamar a otros. El salmista declaró con respecto al huésped de la tienda de Dios: “A su compañero no ha hecho nada malo, y ningún oprobio ha repetido contra su conocido íntimo”, es decir, no ha difundido injurias contra él. (Sl 15:1, 3.) El que defrauda o escarnece al de condición humilde en realidad vitupera a Dios (Pr 14:31; 17:5), al igual que los que vituperan a los siervos de Dios. (Sl 74:18-23.) Los que siguen ese proceder finalmente acabarán en calamidad. (Sof 2:8-10.)
Jehová silencia a los que vituperan a su pueblo. Cuando los israelitas participaban en adoración falsa o en prácticas injustas vituperaban a Jehová Dios, pues hacían que Su adoración no pareciese mejor que la de las otras naciones vecinas. (Isa 65:7.) Debido a su infidelidad, Dios permitió que sufrieran calamidad y así se convirtieran en un objeto de oprobio entre las naciones. (Eze 5:14, 15.) Al no darse cuenta de que el juicio provenía de Dios, otras naciones atribuyeron la calamidad a su incapacidad para salvar a Israel, lo que acarreó aún más oprobio a Jehová. Por consiguiente, al restablecer a los israelitas sobre la base de su arrepentimiento, Jehová limpió Su nombre de tal oprobio. (Eze 36:15, 20, 21, 30-36.)
Cuando surgen situaciones en las que parece que Dios ha abandonado a su pueblo, otros pueden concluir que no lo protege o bendice, y de este modo aumenta el oprobio. (Sl 31:9-11; 42:10; 74:10, 11; 79:4, 5; 102:8, 9; Joe 2:17-19.) No obstante, mediante sus actos de salvación, Jehová finalmente silencia a los que vituperan a su pueblo. (Ne 1:3; 2:17; 4:4; 6:16.)
Soportar el oprobio por causa de Cristo. Mientras llevan a cabo su comisión, los siervos de Jehová han sido vituperados por aquellos a quienes se les ha enviado. Esta fue la experiencia de Jeremías (Jer 6:10; 15:15-18; 20:8), de Cristo Jesús (Mt 27:44; Mr 15:32; Ro 15:3) y de sus seguidores (Heb 10:33). Recibir vituperio por causa de Cristo es razón para regocijarse, pues conduce a una gran recompensa en los cielos (Mt 5:11; Lu 6:22, 23) y constituye una prueba de que se tiene el espíritu de Dios. (1Pe 4:14.) Por lo tanto, no se debe tener miedo al oprobio. Jehová dice a “los que conocen la justicia”: “No tengan miedo al oprobio de los hombres mortales, y no se sobrecojan de terror simplemente a causa de sus palabras injuriosas”. (Isa 51:7.)
Aunque Jesús sabía el gran oprobio que vendría sobre él, se sometió voluntariamente a hacer la voluntad de su Padre, hasta el punto de sufrir una muerte vergonzosa en un madero de tormento. (Isa 53:3-7; Jn 10:17, 18; Heb 12:2; 13:12, 13.) A fin de beneficiar a otros, no intentó agradarse a sí mismo, sino que estuvo dispuesto a sufrir la afrenta de las personas que por sus palabras y hechos vituperaban a Jehová Dios. Eso fue lo que el apóstol Pablo indicó cuando resaltó la actitud correcta que se había de tener para con los que tenían debilidad espiritual: “Nosotros, pues, los que somos fuertes, debemos soportar las debilidades de los que no son fuertes, y no estar agradándonos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno para la edificación de este. Porque hasta el Cristo no se agradó a sí mismo; sino que, así como está escrito: ‘Los vituperios de los que te vituperaban han caído sobre mí’”. (Ro 15:1-3.) En el capítulo anterior (Ro 14), Pablo había hablado de las debilidades de algunos cristianos que tenían escrúpulos de conciencia con respecto a ciertos alimentos o a la observancia de cierto día específico; había mostrado la necesidad de no ser causa de tropiezo para ellos y de edificarlos. Esto podía significar que los que tenían más entendimiento y una fe y conciencia fuertes deberían limitar el ejercicio de sus derechos, lo cual, en cierto modo, podría ser un inconveniente. Sin embargo, deberían “soportar” (el verbo aquí permite tanto el sentido de “sobrellevar” como el de “conformarse con” o “aguantar” [compárese con Gál 6:2; Apo 2:2]) cualquier carga que tales debilidades les pudieran ocasionar, imitando así a Cristo. (Compárese con Mt 17:17-20 y con la expresión de Moisés registrada en Nú 11:10-15.) De igual manera, los fuertes no deberían concentrarse en conseguir el favor, las bendiciones y las recompensas de Dios solo para sí mismos, apartando, como si fueran un estorbo, a los que son débiles espiritualmente, o dejando que se los lleve el adversario por no haberles tratado bien ni prestado ayuda. (Compárese con 1Co 9:19-23; 10:23-33.)
Hay que evitar ser causa de oprobio debido a mala conducta. Aunque el cristiano sabe que se le vituperará por causa de la justicia, nunca debería “[sufrir] como asesino, o ladrón, o malhechor, o como entremetido en asuntos ajenos”. (1Pe 4:15, 16.) Un requisito para ser superintendente en la congregación cristiana es “tener excelente testimonio de los de afuera, para que no caiga en vituperio”. De este modo se evita deshonrar este puesto de responsabilidad y que se critique a los cristianos verdaderos debido a la conducta de uno de los miembros prominentes de la congregación. (1Ti 3:7.)
Hostigamiento o maltrato al que se somete a una persona o grupo debido a su posición social, raza o ideología, especialmente la fe y creencias religiosas, con la finalidad —en este último caso— de erradicar tales creencias y evitar su difusión entre nuevos conversos. Los verbos ra·dháf (hebreo) y di·ö·kö (griego) pueden significar “perseguir” tanto en este sentido como en el de ‘ir en pos’, ‘seguir tras’ o ‘correr tras’. (Éx 15:9; Dt 1:44; Ro 14:19; Lu 17:23.)
La persecución adopta diversas formas. Puede limitarse al abuso verbal, la burla y los insultos (2Cr 36:16; Hch 19:9), o incluir presiones económicas (Apo 13:16, 17), daño corporal (Mt 27:29, 30; Hch 5:40), encarcelamiento (Lu 21:12; Hch 16:22-24), odio y hasta la muerte. (Mt 24:9; Hch 12:2.) Pueden promoverla las autoridades religiosas (Mr 3:6; Hch 24:1, 27), personas mal informadas (Gé 21:8, 9; Gál 4:29) e ignorantes (1Ti 1:13), o chusmas irrazonables y fanáticas. (Lu 4:28, 29; Hch 14:19; 17:5.) No obstante, a menudo estos grupos son solo los agentes de instigadores más poderosos y siniestros: las fuerzas espirituales inicuas invisibles. (Ef 6:11, 12.)
En la primera profecía bíblica, registrada en Génesis 3:14, 15, Jehová Dios predijo que habría enemistad entre “la serpiente” y “la mujer” y entre sus respectivas ‘descendencias’. En toda la Biblia se da testimonio del cumplimiento de esta profecía. Jesús identificó claramente a la serpiente como Satanás el Diablo, y al mismo tiempo dijo a los que le perseguían que procedían “de su padre el Diablo”, y por consiguiente eran parte de su “descendencia”. (Jn 8:37-59.) El libro de Revelación muestra que esta persecución continuaría hasta el tiempo en que Cristo asumiera el poder real, y aun después por algún tiempo más, pues cuando se arroja a la Tierra a Satanás y sus ángeles, el Dragón ‘persigue a la mujer, y se va para hacer guerra contra los restantes de su descendencia que obedecen a Dios y dan testimonio de Jesús’. (Apo 12:7-17.) A través de la historia, la “bestia salvaje” —figura simbólica que se explica en el artículo BESTIAS SIMBÓLICAS (Apo 13:1, 7)— ha desempeñado un papel destacado como instrumento de Satanás, y lo mismo puede decirse de “Babilonia la Grande”, un símbolo que se explica en el mismo artículo. (Apo 17:5, 6.) Como prueban los hechos históricos que se comentan a partir del próximo párrafo, a través de todos los períodos de tiempo registrados en la Biblia ha quedado constancia de la enemistad de Satanás hacia aquellos que procuran hacer la voluntad de Dios con rectitud y de cómo ha empleado las figuras simbólicas mencionadas anteriormente.
Historia. La historia de la persecución religiosa, según Jesús, se remonta hasta Caín, el hijo de Adán. (Gé 4:3-8; Mt 23:34, 35.) Caín mató a su hermano Abel porque le indujo el “inicuo”, Satanás el Diablo. (1Jn 3:12.) La cuestión implicada en la muerte de Abel se centró en la adoración fiel a Jehová. (Heb 11:4.) Job, un hombre de Dios cuyo nombre significa “Objeto de Hostilidad”, con el tiempo fue blanco de la persecución inicua instigada por Satanás. La esposa de Job y tres de sus amigos fueron simples instrumentos utilizados, siendo o no conscientes de ello, por ese archienemigo de Dios y del hombre. (Job 1:8-2:9; 19:22, 28.)
De vez en cuando los gobernantes de Judá e Israel causaron gran sufrimiento a los representantes especiales de Dios. Por ejemplo, el rey Saúl hizo de David (‘el hombre agradable al corazón de Dios’; Hch 13:22) el blanco principal de su odio. (1Sa 20:31-33; 23:15, 26; Sl 142:6.) Durante la gobernación de Acab y Jezabel, muchos profetas de Jehová se vieron obligados a ocultarse como fugitivos y otros fueron muertos. (1Re 18:13, 14; 19:10.) El rey Manasés derramó sangre inocente “en grandísima cantidad”. (2Re 21:16.) El rey Jehoiaquim dio muerte a Uriya, “un hombre que estaba profetizando en el nombre de Jehová”. (Jer 26:20-23.) Jeremías fue muy perseguido por los oficiales gubernamentales. (Jer 15:15; 17:18; 20:11; 37:15, 16; 38:4-6.) Jehová permitió que en ocasiones otras naciones persiguieran a los israelitas, aun hasta el punto de llevarlos al exilio, debido a su infidelidad. (Dt 30:7; Lam 1:3.)
Hubo otras ocasiones en las que la persecución violenta, legalizada por un decreto gubernamental, se desató sobre los que mantenían integridad a Jehová, como los tres hebreos que fueron arrojados al horno ardiente, y Daniel, a quien se arrojó a los leones. (Da 3:13-20; 6:4-17.) Durante el reinado del monarca persa Asuero, hubo un estallido de violencia y persecución contra los judíos en general y contra Mardoqueo en particular, por instigación del inicuo Hamán el agaguita. (Est 3:1-12; 5:14.)
Otras fuentes de persecución pueden ser ex compañeros (1Pe 4:4) o amigos y vecinos. (Jer 1:1; 11:21.) Jesús dijo que los parientes cercanos, miembros de la propia casa, perseguirían con ferocidad a los que creyeran en él. (Mt 10:21, 35, 36.)
Sin embargo, los principales instigadores humanos de la persecución religiosa han sido los promotores de la religión falsa. Así ocurrió en el caso de Jeremías. (Jer 26:11.) El apóstol Pablo también pasó por esta experiencia. (Hch 13:6-8; 19:23-29.) En el caso de Jesús, leemos que “los sacerdotes principales y los fariseos reunieron el Sanedrín y [...] Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: ‘[...] No raciocinan que les es de provecho a ustedes que un solo hombre muera en el interés del pueblo, y no que la nación entera sea destruida’. [...] Por eso, desde aquel día entraron en consejo para matarlo [a Jesús]”. (Jn 11:47-53.) Antes que Jesús finalmente muriera en el madero de tormento, sufrió de otras maneras severa persecución a manos de hombres impíos que apoyaban a los líderes religiosos, quienes estaban resueltos a deshacerse de él. (Mt 26:67; 27:1, 2, 26-31, 38-44.)
La persecución de los cristianos. La persecución de los fieles siervos de Jehová no finalizaría con la muerte de Jesús. El propio Jesús, como sobresaliente profeta de Dios, le anticipó estos hechos a la infiel Jerusalén, diciendo: “Les envío profetas y sabios e instructores públicos. A algunos de ellos ustedes los matarán y fijarán en maderos, y a algunos los azotarán en sus sinagogas y los perseguirán de ciudad en ciudad; para que venga sobre ustedes toda la sangre justa vertida sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien ustedes asesinaron entre el santuario y el altar”. (Mt 23:34, 35.)
Jesús también se interesó en prevenir repetidas veces a sus discípulos en privado, pues les dijo: “Ustedes serán objeto de odio de parte de toda la gente por motivo de mi nombre [...]. Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra”. “El esclavo no es mayor que su amo. Si ellos me han perseguido a mí, a ustedes también los perseguirán.” “Los expulsarán de la sinagoga. De hecho, viene la hora en que todo el que los mate se imaginará que ha rendido servicio sagrado a Dios.” (Mt 10:22, 23; Jn 15:20; 16:2.)
Poco después del Pentecostés del año 33 E.C. se produjeron detenciones, amenazas y palizas. (Hch 4:1-3, 21; 5:17, 18.) Más tarde Esteban fue detenido y apedreado hasta morir, pero no sin antes condenar a sus perseguidores, diciéndoles: “¿A cuál de los profetas no persiguieron sus antepasados? Sí, mataron a los que de antemano hicieron anuncio respecto a la venida del Justo, cuyos traidores y asesinos ustedes ahora han llegado a ser”. (Hch 7:52-60; véase también Heb 11:36, 37.) Al asesinato de Esteban le siguió una oleada de persecuciones, encabezadas en parte por Saulo de Tarso, que resultó en la dispersión de la congregación de Jerusalén, con lo que la actividad de predicar las buenas nuevas se extendió. (Hch 8:1-4; 9:1, 2.) Más tarde, Herodes Agripa I hizo matar con la espada a Santiago, el hermano de Juan, y probablemente hubiese hecho lo mismo con Pedro si el ángel de Jehová no lo hubiese rescatado milagrosamente durante la noche. (Hch 12:1-11.)
Cuando se convirtió al cristianismo, Saulo el perseguidor pasó a ser Pablo el perseguido, como él mismo dijo, por la bondad inmerecida de Jehová. Esto ocurrió cuando por fin comprendió que estaba luchando contra el Señor mismo. (Hch 9:4, 5; 22:4, 7, 8; 26:11, 14, 15; 1Co 15:9; Gál 1:13, 23; Flp 3:6.) El relato de su ministerio y sus posteriores viajes muestra que Pablo, a su vez, experimentó mucha persecución a manos de los enemigos del cristianismo. (Hch 13:50; 2Co 6:3-5; 11:23-25; Gál 5:11; 2Ti 3:10, 11.)
La persecución de los cristianos por las autoridades del Imperio romano desde los días de Nerón en adelante está bien documentada en la historia seglar. (Véase CRISTIANO.) Las acusaciones fueron diversas, pero el objetivo parecía ser siempre el mismo: la supresión del cristianismo.
★El libro de los mártires
★Los mártires cristianos
La actitud apropiada hacia la persecución. Si una persona guarda los mandamientos de Dios como cristiano, es imposible que se escape de la persecución, pues “todos los que desean vivir con devoción piadosa en asociación con Cristo Jesús también serán perseguidos”. (2Ti 3:12.) Sin embargo, los verdaderos cristianos pueden aguantar todo tipo de persecución malvada y aún mantener una actitud feliz, libre de malicia y odio hacia sus perseguidores. Esto se debe a que entienden las cuestiones que están implicadas: de qué fuente proviene la persecución y por qué se permite. En lugar de desconcertarse y preocuparse por tales experiencias, se regocijan de poder participar con Cristo en la prueba de lealtad bajo persecución. (1Pe 4:12-14.)
Sin embargo, el cristiano debe estar seguro de que realmente sufre por una causa justa. El registro bíblico deja claro que el cristiano nunca debe sufrir persecución por inmiscuirse en la política, en conspiraciones ni en ningún tipo de actividad delictiva. Haciendo especial hincapié en este punto, el apóstol exhorta: “Mantengan excelente su conducta entre las naciones, para que, en la cosa de que hablan contra ustedes como de malhechores, ellos, como resultado de las obras excelentes de ustedes, de las cuales son testigos oculares, glorifiquen a Dios en el día para la inspección por él”. (1Pe 2:11, 12.) A esto añadió el consejo de sujetarse a funcionarios gubernamentales, amos de esclavos y esposos, citando el ejemplo de Cristo Jesús como el modelo que se debía imitar. (1Pe 2:13-25; 3:1-6.) Un cristiano podía sentirse feliz si sufría por causa de la justicia (1Pe 3:13, 14), pero nunca debería sufrir “como asesino, o ladrón, o malhechor, o como entremetido en asuntos ajenos”. (1Pe 4:15, 16.)
Los cristianos también valoran el premio que les espera a los que aguantan. Jesús dijo con respecto a esta recompensa: “Felices son los que han sido perseguidos por causa de la justicia, puesto que a ellos pertenece el reino de los cielos”. (Mt 5:10.) Los fortalece conocer la esperanza de la resurrección, así como conocer a Aquel que la garantiza, y los fortalece además para ser leales a Dios aun ante la amenaza de muerte a manos de sus violentos perseguidores. Su fe en los beneficios que la muerte de Jesús ha hecho asequibles los ha emancipado del temor a una muerte violenta. (Heb 2:14, 15.) La actitud mental del cristiano es importante si ha de mantenerse fiel bajo la presión de la oposición. Pablo dijo a este respecto: “Mantengan en ustedes esta actitud mental que también hubo en Cristo Jesús, quien [...] se hizo obediente hasta la muerte, sí, muerte en un madero de tormento”. (Flp 2:5-8.) “Por el gozo que fue puesto delante de él aguantó un madero de tormento, despreciando la vergüenza.” (Heb 12:2; véanse también 2Co 12:10; 2Te 1:4; 1Pe 2:21-23.)
La actitud cristiana hacia los perseguidores mismos es también un factor importante. El amar a los enemigos y bendecir a los opositores ayuda a aguantar. (Mt 5:44; Ro 12:14; 1Co 4:12, 13.) El cristiano también es consciente de lo siguiente: a cualquiera que deje casa y parientes por causa del Reino de los cielos se le promete el céntuplo, pero junto “con persecuciones”. (Mr 10:29, 30.) Es cierto que no todo el que oye las buenas nuevas del Reino resistirá el calor de la persecución, y puede que algunos intenten esquivar cuestiones conflictivas para evitar problemas (Mt 13:21; Gál 6:12), pero es mejor confiar en el poder de Jehová y orar, como hizo David, para ser librado de los perseguidores, sabiendo que Jehová no dejará a sus siervos sin ayuda. Entonces se podrá decir junto con el apóstol: “Estamos saliendo completamente victoriosos mediante el que nos amó”. (Sl 7:1; 2Co 4:9, 10; Ro 8:35-37.)
10 Torturas terribles usadas por la santa inquisición
★La limpieza del alma.
★La sierra. ★La rueda tronadora. ★El empalamiento. ★La cuna de Judas. ★La rueda de la tortura. ★El tormento de la rata. ★La pera de la angustia. ★El toro de Falaris (El Toro del Aleluya). ★La doncella de hierro. |
“Persecución, parte de la identidad del pueblo de Dios”
Oh que alivio, ya estaba empezando a dudar si le caemos bien al mundo, hasta que nos empezaron a perseguir en Rusia, me preocupaba y llegué a dudar si es que nos parecemos tanto al mundo que nos llegaron a aceptar como parte de ellos (Mt 5:11, 12; Lu 6:26; Jn 15:18-20; 1Jn 3:13).
Ánimo hermanos, solo queda la recta final, antes de que Jehová establezca su Reino de paz. |
¿Qué clase de persecución podemos tener hoy día en nuestro país?
En algunos países hay personas que son maltratados física, psíquica y emocionalmente por sus creencias.
Quizás ese no sea el caso en su país, pero Satanás se las arreglará para ponerte bajo presión de otras formas, por ejemplo: |
La palabra griega thlí·psis se suele traducir por “tribulación”, y significa básicamente angustia, aflicción o sufrimiento ocasionado por la presión de las circunstancias. Se usa en relación con la angustia del parto (Jn 16:21), la persecución (Mt 24:9; Hch 11:19; 20:23; 2Co 1:8; Heb 10:33; Apo 1:9), el encarcelamiento (Apo 2:10), la pobreza y las adversidades comunes a los huérfanos y a las viudas (Snt 1:27), el hambre (Hch 7:11) y el castigo por mala conducta (Ro 2:9; Apo 2:22). La “tribulación” que se menciona en 2 Corintios 2:4 bien pudiera ser la angustia que sintió el apóstol Pablo debido a la conducta impropia de los cristianos de Corinto y a haberlos tenido que corregir con severidad.
El matrimonio acarrea tribulación en la carne. Al recomendar la soltería como el mejor derrotero, el apóstol Pablo hizo la siguiente observación: “Pero aunque te casaras, no cometerías ningún pecado. [...] No obstante, los que lo hagan tendrán tribulación en la carne”. (1Co 7:28.) El matrimonio va acompañado de ciertas ansiedades y preocupaciones del esposo por la esposa y viceversa, y por los hijos. (1Co 7:32-35.) La enfermedad puede producir cargas y tensiones en la familia. Además, a los cristianos puede sobrevenirles la persecución, y hasta es posible que se eche a las familias de sus hogares. A los padres se les podría hacer muy difícil proveer a los suyos las necesidades básicas de la vida. Puede que encarcelen tanto a los padres como a los hijos, se les separe y torture o hasta pierdan la vida.
Perseverancia fiel bajo tribulación. La tribulación que ocasiona la persecución puede debilitar la fe. En su ilustración del sembrador, Jesucristo indicó que ciertas personas tropezarían debido a la tribulación o la persecución. (Mt 13:21; Mr 4:17.) Conocedor de este peligro, el apóstol Pablo estaba muy preocupado por la congregación recién formada de Tesalónica. Sus miembros habían abrazado el cristianismo en medio de mucha tribulación (1Te 1:6; compárese con Hch 17:1, 5-10), y continuaban padeciéndola. El apóstol, por lo tanto, envió a Timoteo para fortalecerlos y consolarlos a fin de “que nadie se dejara mover por estas tribulaciones”. (1Te 3:1-3, 5.) Cuando Timoteo informó a su regreso que los tesalonicenses habían permanecido firmes en la fe, Pablo se sintió muy consolado. (1Te 3:6, 7.) Seguramente los esfuerzos del apóstol al prepararlos para esperar tribulación también ayudaron a los tesalonicenses a continuar siendo siervos fieles de Dios. (1Te 3:4; compárese con Jn 16:33; Hch 14:22.)
Aunque la tribulación es desagradable, el cristiano puede afrontarla con regocijo, puesto que sabe que Dios aprueba la fidelidad y que ese proceder finalmente lo llevará a la realización de su gran esperanza. (Ro 5:3-5; 12:12.) La tribulación misma es momentánea y liviana en comparación con la gloria eterna que recibe el que permanece fiel. (2Co 4:17, 18.) Los cristianos también pueden tener la seguridad de que el amor leal de Dios nunca vacilará, sea cual sea la tribulación que pueda venirle al fiel creyente. (Ro 8:35-39.)
En su carta a los Corintios, el apóstol Pablo mencionó otros factores que pueden ayudar al cristiano a aguantar la tribulación. Escribió: “Bendito sea el Dios [...] de todo consuelo, que nos consuela en toda nuestra tribulación, para que nosotros podamos consolar a los que se hallan en cualquier clase de tribulación mediante el consuelo con que nosotros mismos estamos siendo consolados por Dios. [...] Ahora bien, sea que estemos en tribulación, es para el consuelo y salvación de ustedes; o sea que se nos esté consolando, es para su consuelo, el cual opera para hacerles aguantar los mismos sufrimientos que nosotros también sufrimos”. (2Co 1:3-6.) Las preciosas promesas de Dios, la ayuda de su espíritu santo y el que Él responda las oraciones de aquellos que experimentan tribulación representan una fuente de consuelo para los cristianos. Sobre la base de su propia experiencia, los cristianos pueden estimular y consolar a otros, pues su ejemplo de fidelidad y expresiones de convicción inspiran a los demás a permanecer fieles también.
Pablo mismo agradeció el consuelo que recibió de sus compañeros creyentes durante sus tribulaciones. Por esta causa alabó a los cristianos filipenses; les dijo: “Ustedes actuaron bien al hacerse partícipes conmigo en mi tribulación”. (Flp 4:14.) Como los filipenses estaban sinceramente interesados en Pablo, le ayudaron a aguantar la tribulación cuando estuvo recluido en Roma, proporcionándole ayuda material. (Flp 4:15-20.)
Sin embargo, hay veces que ciertas personas se hacen temerosas debido a la tribulación que otros experimentan. Con esto presente, Pablo animó a los cristianos efesios, diciéndoles: “Les pido que no se rindan por causa de estas tribulaciones mías a favor de ustedes, porque estas significan gloria para ustedes”. (Ef 3:13.) Las persecuciones o tribulaciones que Pablo padeció fueron una consecuencia de su ministerio a favor de los efesios y de otros creyentes. Por esta razón pudo decir que eran tribulaciones ‘a favor de ellos’. Su perseverancia fiel bajo tales tribulaciones significaba “gloria” para los cristianos efesios, puesto que demostraba que lo que ellos tenían por ser cristianos (lo que incluía las promesas seguras de Dios y su preciosa relación con Jehová Dios y su Hijo Jesucristo) merecía su perseverancia. (Compárese con Col 1:24.) Si Pablo, como apóstol, se hubiese rendido, esto habría significado oprobio para la congregación. Otros podrían haber tropezado. (Compárese con 2Co 6:3, 4.)
Cuando Jesús contestó la pregunta de sus discípulos concerniente a la señal de su presencia y de la conclusión del sistema de cosas, mencionó una “gran tribulación como la cual no ha sucedido una desde el principio del mundo hasta ahora, no, ni volverá a suceder”. (Mt 24:3, 21.) Una comparación de Mateo 24:15-22 y Lucas 21:20-24 revela que inicialmente estas palabras hacían referencia a una tribulación que tenía que sobrevenirle a Jerusalén. Se cumplió en 70 E.C., cuando la ciudad fue sitiada por los ejércitos romanos bajo el general Tito. Esto resultó en condiciones severas de hambre y gran pérdida de vidas. El historiador judío Josefo dice que murieron 1.100.000 judíos y 97.000 fueron llevados al cautiverio. (La Guerra de los Judíos, libro VI, cap. IX, sec. 3.) Jerusalén no ha vuelto a experimentar una “gran tribulación” como aquella. . El templo fue destruido por completo. Contraviniendo el deseo del comandante romano Tito, los soldados romanos lo incendiaron. Según Josefo, esto ocurrió el mismo mes y el mismo día que los babilonios quemaron el templo anterior en ese lugar. (2Re 25:8, 9.) El templo destruido por los romanos nunca ha sido reconstruido, y Jerusalén no ha vuelto a experimentar una “gran tribulación” como aquella. Sin embargo, la Biblia indica que la tribulación que sufrió Jerusalén en el año 70 E.C. prefiguró una tribulación mucho mayor, que afectaría a todas las naciones.
Jesús continuó su profecía describiendo sucesos que ocurrirían durante los siglos posteriores a la destrucción de Jerusalén. (Mt 24:23-28; Mr 13:21-23.) Entonces, en Mt 24:29, añadió que “inmediatamente después de la tribulación de aquellos días” habría fenómenos celestiales aterradores. Marcos 13:24, 25 dice que estos fenómenos ocurrirían “en aquellos días, después de aquella tribulación”. (Véase también Lu 21:25, 26.) ¿A qué “tribulación” se estaba refiriendo Jesús?
Algunos comentaristas bíblicos creen que se refería a la tribulación que le sobrevino a Jerusalén en el año 70 E.C., aunque también se han dado cuenta de que los sucesos descritos justo después obviamente tendrían lugar en un tiempo todavía distante desde la perspectiva humana. Argumentan que la expresión “inmediatamente después” hace referencia a la perspectiva de Dios sobre el tiempo que transcurre. Otra posibilidad que contemplan es que se usó este lenguaje para expresar que iba a ocurrir con toda seguridad y situar los sucesos justo enfrente del lector.
Ahora bien, puesto que no hay duda de que la profecía de Mateo 24:4-22 (que también se encuentra en Mr 13:5-20 y Lu 21:8-24a) tiene un doble cumplimiento, ¿podría ser que la “tribulación” mencionada en Mt 24:29 y Marcos 13:24 fuera la “tribulación” que ocurre durante el segundo y último cumplimiento de lo que se predijo en Mt 24:21 y Marcos 13:19? Si se analiza a la luz de toda la Biblia, esto es lo que parece más probable. ¿Apoyan este punto de vista los términos usados en el texto griego? Sin ninguna duda. La gramática griega permite que lo entendamos así cuando en Mateo 24:29 habla de “aquellos días” y en Marcos 13:24 usa las expresiones “aquellos días” y “aquella tribulación”. Al parecer, la profecía de Jesús está diciendo que, después de que comience la venidera tribulación mundial, ocurrirán fenómenos sorprendentes (representados por el oscurecimiento del Sol y de la Luna, la caída de estrellas y el sacudimiento de los poderes de los cielos) y se cumplirá la “señal del Hijo del hombre”.
El contexto bíblico indica que la tribulación que sufrió Jerusalén en 70 E.C. prefiguró una tribulación mucho mayor. Unas tres décadas después de la destrucción de Jerusalén, se le dijo al apóstol Juan sobre una gran muchedumbre de personas de todas las naciones, tribus y pueblos: “Estos son los que salen de la gran tribulación”. (Apo 7:13, 14.) Anteriormente, el apóstol Juan había visto a “cuatro ángeles” que retenían vientos destructivos a fin de que pudiese terminar la obra de sellar a los 144.000 esclavos de Dios. Esta obra de sellar está relacionada con ‘reunir a los escogidos’, lo que, según Jesús predijo, acontecería después de la tribulación sobre la Jerusalén terrestre. (Mt 24:31.) De acuerdo con esto, la “gran tribulación” debe venir después de reunir y sellar a los escogidos, cuando los cuatro ángeles sueltan los cuatro vientos para que soplen sobre la tierra, el mar y los árboles. (Apo 7:1-4.) El que una gran muchedumbre ‘salga de la gran tribulación’ muestra que sobreviven a ella. La expresión similar de Hechos 7:9, 10 confirma esta idea: “Dios estaba con él [José], y lo libró de todas sus tribulaciones”. El decir que se libró a José de todas sus tribulaciones no solo significaba que se le ayudó a aguantarlas, sino también que sobrevivió a las aflicciones que experimentó.
Ha de notarse que el apóstol Pablo llamó tribulación a la ejecución del juicio de Dios sobre los impíos. Escribió: “Esto toma en cuenta que es justo por parte de Dios pagar con tribulación a los que les causan tribulación, pero, a ustedes que sufren la tribulación, con alivio juntamente con nosotros al tiempo de la revelación del Señor Jesús desde el cielo con sus poderosos ángeles en fuego llameante, al traer él venganza sobre los que no conocen a Dios y sobre los que no obedecen las buenas nuevas acerca de nuestro Señor Jesús”. (2Te 1:6-8.) El libro de Revelación muestra que “Babilonia la Grande” y “la bestia salvaje” han ocasionado tribulación a los santos de Dios. (Apo 13:3-10; 17:5, 6.) Por lo tanto, se deduce lógicamente que la tribulación que tiene que sobrevenirles a “Babilonia la Grande” y a “la bestia salvaje” forma parte de la “gran tribulación”. (Apo 18:20; 19:11-21.)
La Tribulación nos fortalece La tribulación es similar a un túnel, tiene un comienzo, y si no nos rendimos y paramos dentro, llega a su fin. Si la pasamos con la ayuda de Jehová, salimos más fuertes en la fe, por haber visto la mano de Jehová en acción, esa fe no se puede conseguir con ningún conocimiento del mundo, pues requiere de la propia experiencia. Además de que Jehová nos bendice posteriormente por nuestra integridad. (Jn 16:21) |
La expresión “últimos días” u otras similares, como la “parte final de los días”, designan en la profecía bíblica un período de tiempo en el que los acontecimientos históricos alcanzan su culminación. (Eze 38:8, 16; Da 10:14.) El contenido de la profecía determina el punto de comienzo de la “parte final de los días”, es decir, el tiempo en el que empezarían a ocurrir los acontecimientos predichos. Por lo tanto, se podría decir que aquellos que estuviesen viviendo en el tiempo del cumplimiento de la profecía vivían en los “últimos días” o en la “parte final de los días”. Según la naturaleza de la profecía, este tiempo podría abarcar un período de unos cuantos años o de muchos, y aplicar a espacios de tiempo muy separados entre sí.
La profecía de Jacob en su lecho de muerte. Cuando Jacob dijo a sus hijos: “Reúnanse para que les declare lo que les sucederá a ustedes en la parte final de los días”, o “en días venideros” (BJ), se refería al tiempo futuro en que empezarían a cumplirse sus palabras. (Gé 49:1.) Más de dos siglos antes, Jehová le había declarado a Abrán (Abrahán), el abuelo de Jacob, que su prole sufriría aflicción durante cuatrocientos años. (Gé 15:13.) Por lo tanto, en este caso, el tiempo futuro al que Jacob se refería como la “parte final de los días” no podría empezar hasta después que terminasen los cuatrocientos años de aflicción. (Véanse más detalles sobre el capítulo 49 de Génesis en los artículos sobre los hijos de Jacob bajo sus nombres respectivos.) También sería de esperar que esta profecía tuviese una aplicación posterior relacionada con el “Israel de Dios”. (Gál 6:16; Ro 9:6.)
La profecía de Balaam. Antes de que los israelitas entraran en la Tierra Prometida, el profeta Balaam le dijo a Balac, el rey de Moab: “Ven, sí, déjame avisarte lo que este pueblo [de Israel] hará a tu pueblo después, en el fin de los días. [...] Una estrella ciertamente saldrá de Jacob, y un cetro verdaderamente se levantará de Israel. Y él ciertamente partirá las sienes de la cabeza de Moab y el cráneo de todos los hijos de tumulto de guerra”. (Nú 24:14-17.) En el primer cumplimiento de esta profecía, la “estrella” fue el rey David, quien subyugó a los moabitas. (2Sa 8:2.) Es obvio, por lo tanto, que en esta profecía en particular, el “fin de los días” empezó cuando David se convirtió en rey, y como David fue un tipo profético de Jesús como Rey mesiánico, la profecía de Balaam también aplicaría al tiempo en que Jesús someta a todos sus enemigos. (Isa 9:7; Sl 2:8, 9.)
Las profecías de Isaías y de Miqueas. La expresión “en la parte final de los días”, que se halla en Isaías 2:2 y en Miqueas 4:1, introduce una profecía relacionada con un tiempo en el que gente de todas las naciones afluiría a “la montaña de la casa de Jehová”. Un cumplimiento de esta profecía en sentido típico se produjo entre los años 29 y 70 E.C., es decir, durante la parte final de los días del sistema de cosas judío, cuando la adoración de Jehová se ensalzó por encima de la posición preeminente que las naciones paganas atribuían a sus dioses falsos. El rey Jesucristo ‘rompió a través’ en sentido figurado, elevando la adoración verdadera, y fue seguido, en primer lugar, por un resto de la nación de Israel y, más adelante, por gente de todas las naciones. (Isa 2:2; Miq 2:13; Hch 10:34, 35.) El cumplimiento antitípico de esta profecía tiene lugar en la parte final de los días de este sistema de cosas, período durante el cual la adoración de Jehová ha sido ensalzada hasta los cielos. El rey Jesucristo ha conducido al resto del Israel espiritual a la adoración pura de Jehová, y a estos les sigue una gran muchedumbre de todas las naciones. (Apo 7:9.)
Los últimos días del sistema de cosas judío. Menos de tres años y medio antes de que los gentiles pasasen a formar parte de la congregación cristiana, se derramó el espíritu santo sobre los fieles discípulos judíos de Jesucristo. En aquella ocasión Pedro explicó que eso había sucedido en cumplimiento de la profecía de Joel, y dijo: “Y en los últimos días —dice Dios— derramaré algo de mi espíritu sobre toda clase de carne [...]. Y daré portentos presagiosos en el cielo arriba y señales en la tierra abajo, sangre y fuego y neblina de humo; el sol será convertido en oscuridad y la luna en sangre antes que llegue el grande e ilustre día de Jehová”. (Hch 2:16-20.) Estos “últimos días” precedieron al “grande e ilustre día de Jehová”, “día” que puso fin a aquel período de “últimos días”. (Compárese con Sof 1:14-18; Mal 4:5; Mt 11:13, 14; véase DÍA DE JEHOVÁ.) Como Pedro estaba hablando a judíos naturales y a prosélitos judíos, sus palabras tenían que aplicarles particularmente a ellos, lo que indica que vivían en los “últimos días” del sistema de cosas judío de aquel entonces que tenía su centro de adoración en Jerusalén. El propio Cristo Jesús ya había predicho con anterioridad la destrucción de Jerusalén y su templo (Lu 19:41-44; 21:5, 6), destrucción que se produjo en 70 E.C.
También debió decirse con respecto al fin del sistema de cosas judío que Jesucristo apareció y llevó a cabo su actividad “al fin de los tiempos” o “al fin de estos días”. (1Pe 1:20, 21; Heb 1:1, 2.) Esto lo confirman las palabras de Hebreos 9:26: “Mas ahora [Jesús] se ha manifestado una vez para siempre, en la conclusión de los sistemas de cosas, para quitar de en medio el pecado mediante el sacrificio de sí mismo”.
Los últimos días se relacionan con la apostasía. La expresión “últimos días” u otras expresiones similares a veces guardan relación con la apostasía que surgiría dentro de la congregación cristiana. El apóstol Pablo escribió a Timoteo: “La expresión inspirada dice definitivamente que en períodos posteriores algunos se apartarán de la fe, prestando atención a expresiones inspiradas que extravían y a enseñanzas de demonios”. (1Ti 4:1; compárese con Hch 20:29, 30.) En una carta posterior a Timoteo, Pablo de nuevo analizó esta cuestión, y se refirió a los “últimos días” como un período todavía futuro. Debido a que para ese entonces las personas se comportarían impropiamente, serían “tiempos críticos, difíciles de manejar”, o, más literalmente, “tiempos señalados fieros”. (2Ti 3:1, Int.) Después de mencionar con todo detalle el proceder descarriado y pervertido que prevalecería entre las personas que vivieran en ese tiempo, Pablo continuó: “De estos se levantan aquellos hombres que astutamente logran introducirse en las casas y se llevan como cautivas suyas a mujeres débiles cargadas de pecados, llevadas de diversos deseos, que siempre están aprendiendo y, sin embargo, nunca pueden llegar a un conocimiento exacto de la verdad”. (2Ti 3:1-7.) A continuación contrastó a estas personas corruptas con Timoteo, quien había seguido fielmente la enseñanza del apóstol, y le animó a ‘continuar en las cosas que había aprendido y había sido persuadido a creer’. (2Ti 3:8-17; véase también 2Ti 4:3-5.) El contexto muestra claramente que el apóstol estaba informando a Timoteo con gran antelación de las condiciones que se darían entre los que profesarían ser cristianos y de los resultados finales de la apostasía.
De manera similar, el apóstol Pedro les anticipó a sus compañeros cristianos las presiones que vendrían de dentro de la congregación: “También habrá falsos maestros entre ustedes. Estos mismísimos introducirán calladamente sectas destructivas y repudiarán hasta al dueño que los compró, trayendo sobre sí mismos destrucción acelerada. Además, muchos seguirán los actos de conducta relajada de ellos”. (2Pe 2:1, 2.) Esta misma advertencia se repite en las palabras de Judas, quien anima a los cristianos a que “luchen tenazmente por la fe”: “En cuanto a ustedes, amados, recuerden los dichos que han sido declarados previamente por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo, que ellos solían decirles: ‘En el último tiempo habrá burlones, que procederán según sus propios deseos de cosas impías’”. (Jud 3, 17, 18.) En las postrimerías del siglo I E.C., la clase apóstata era ya una realidad irreversible. El fruto de aquella apostasía es hoy un hecho manifiesto; los “últimos días” a los que Pablo se había referido han llegado.
“La conclusión del sistema de cosas.” Sin embargo, como Jesucristo había predicho, la apostasía no afectaría a todos los cristianos; los verdaderos serían como “trigo” entre “mala hierba”. Después de comenzar la presencia invisible de Cristo en espíritu y durante “la conclusión del sistema de cosas” (que existiría entonces), se tendría que poner de manifiesto una clara separación entre ambas clases. La “mala hierba”, “los hijos del inicuo”, serían ‘juntados del reino del Hijo del hombre’. Esta limpieza de la verdadera congregación cristiana dejaría un campo de trigo limpio. Los cristianos falsos quedarían fuera de la congregación cristiana verdadera. Finalmente, los que fuesen como “la mala hierba” serían arrojados en el “horno de fuego”, en tanto que los que se asemejasen al “trigo” “[resplandecerían] tan brillantemente como el sol en el reino de su Padre”. (Mt 13:24-30, 37-43.) Todo esto señalaría claramente la parte final del sistema de cosas bajo el gobierno inicuo de Satanás antes de que fuese destruido.
Además, la ilustración da a entender que la apostasía produciría su fruto completo de iniquidad durante la “conclusión del sistema de cosas” dominado por Satanás. Por lo tanto, sería en aquel tiempo cuando las condiciones de las que hablaron los escritores de las Escrituras Griegas Cristianas como señal de los “últimos días” se manifestarían a gran escala entre los que profesaran ser cristianos. Aumentarían el desafuero y la desobediencia a los padres; y los hombres serían “amadores de placeres más bien que amadores de Dios, teniendo una forma de devoción piadosa, pero resultando falsos a su poder”. (2Ti 3:2-5.) También aparecerían “burlones con su burla, procediendo según sus propios deseos y diciendo: ‘¿Dónde está esa prometida presencia de él? Pues, desde el día en que nuestros antepasados se durmieron en la muerte, todas las cosas continúan exactamente como desde el principio de la creación’”. (2Pe 3:3, 4.)
La ilustración profética de Jesús mostró asimismo que pasaría cierto tiempo antes de que se manifestasen por completo los que eran semejantes a la mala hierba y finalmente se les destruyese. Como los apóstoles sabían esto, el uso que ellos hicieron de expresiones como “últimos días”, “última hora” y otras similares con relación a la apostasía, no significaba que pensaban que era inminente la presencia de Jesús y la posterior destrucción de los impíos. Pablo señaló a los tesalonicenses: “Sin embargo, hermanos, tocante a la presencia de nuestro Señor Jesucristo y el ser nosotros reunidos a él, les solicitamos que no se dejen sacudir prontamente de su razón, ni se dejen excitar tampoco mediante una expresión inspirada, ni mediante un mensaje verbal, ni mediante una carta como si fuera de nosotros, en el sentido de que el día de Jehová esté aquí. Que nadie los seduzca de manera alguna, porque no vendrá a menos que primero venga la apostasía y el hombre del desafuero quede revelado, el hijo de la destrucción”. (2Te 2:1-3.)
“Último día.” La Biblia también se refiere a un “último día” durante el cual tendrá lugar la resurrección de los muertos. (Jn 6:39, 40, 44; 11:24; compárese con Da 12:13.) En Juan 12:48 este “último día” se relaciona con un tiempo de juicio. Por lo tanto, es obvio que aplica a un tiempo futuro mucho más distante que el fin del período apostólico. (Compárese con 1Te 4:15-17; 2Te 2:1-3; Apo 20:4-6, 12.)