Hogar, Utensilios Domésticos |
Refugio techado construido toscamente con ramas de árboles y hojas; a veces tenía un piso de madera levantado del suelo; en hebreo, suk·káh (sokj en Lam 2:6), y en griego, skë·né. (Hch 15:16.) Durante la fiesta anual de las cabañas, en Jerusalén se levantaban estos refugios en las azoteas, en los patios, en las plazas públicas, incluso en los terrenos del templo y en los caminos cercanos. Para ello se usaban ramas de álamos, olivos y árboles oleíferos, así como hojas de palmera y de mirto aromático. Esto se hacía para que Israel recordase que Jehová había hecho que moraran en cabañas cuando los hizo subir de Egipto. (Le 23:34, 40-43; Ne 8:15; véase FIESTA DE LAS CABAÑAS.)
Las cabañas también se usaban con diversas finalidades prácticas. Jacob hizo cabañas para proteger a su rebaño, y llamó al lugar Sucot, que significa “Cabañas”. (Gé 33:17.) Los ejércitos que estaban en el campo también usaban cabañas, en especial los oficiales. (1Re 20:12, 16.)
Asimismo, se solían construir cabañas o chozas en las viñas o en el centro de los campos, para que el guarda pudiera refugiarse del sol abrasador mientras vigilaba que no entrasen ladrones o animales. (Isa 1:8.) Los segadores se cobijaban en cabañas al mediodía para comer a la sombra, y así no tenían que volver a su casa desde el campo, con la consiguiente pérdida de tiempo. Como el techo de hojas era muy denso, resguardaba de la lluvia a los que se refugiaban debajo. (Isa 4:6.) Jonás se hizo una cabaña de ese tipo para protegerse del sol mientras esperaba ver lo que llegaría a ser de la ciudad de Nínive, contra la que había profetizado. (Jon 4:5, Véase Torre - [§2].)
Usos figurados. Isaías ilustró la condición desolada de Jerusalén a los ojos de Jehová asemejándola a una cabaña en una viña, en contraste con una ciudad populosa. (Isa 1:8.) Jehová dice que mora en una cabaña de nubes cuando desciende temporalmente del cielo a la Tierra. Allí se oculta su majestuosa omnipotencia y de allí proceden los estallidos del trueno. (Sl 18:9, 11; 2Sa 22:10, 12; Job 36:29.) A su vez, David asemeja el lugar donde se ocultan los que confían en Dios a la “cabaña” de Jehová. (Sl 31:20.)
Amós profetizó la reconstrucción de la “cabaña de David que está caída”. (Am 9:11.) Jehová le había prometido a David que el reino davídico se mantendría estable hasta tiempo indefinido. Sin embargo, con referencia al derrocamiento del reino de Judá y su último rey de la línea de David, Sedequías, Ezequiel profetizó bajo inspiración: “Ruina, ruina, ruina la haré. En cuanto a esta también, ciertamente no llegará a ser de nadie hasta que venga aquel que tiene el derecho legal, y tengo que dar esto a él”. (Eze 21:27.) Desde ese tiempo en adelante no hubo ningún rey de la línea de David que ocupara “el trono de Jehová” en Jerusalén. (1Cr 29:23.) Pero el día del Pentecostés del año 33 E.C., Pedro señaló que Jesucristo era de la línea de David y aquel de quien Dios había hablado como Rey permanente. Informó a los judíos reunidos allí en Jerusalén que en aquellos días Jehová había levantado a Jesús y lo había hecho Señor y también Cristo. (Hch 2:29-36.) Más tarde, el discípulo Santiago explicó que la profecía de Amós supracitada tenía su cumplimiento en el recogimiento de los discípulos de Cristo (herederos del Reino), tanto de entre los judíos como de entre las naciones gentiles. (Hch 15:14-18; Ro 8:17.)
Al igual que hoy en día, en tiempos bíblicos el lugar donde se acostaban las personas para dormir variaba en tipo, estilo y estructura según su riqueza, posición social o costumbres. En el caso del pobre, el pastor o el viajero, solía bastar con el mismo suelo, sobre el que a veces ponían una colchoneta o jergón para amortiguar su dureza, mientras que los gobernantes y los ricos tenían en sus moradas permanentes un mobiliario muy costoso y adornado.
El término hebreo común para “cama” es misch·káv, procedente de la raíz scha·kjáv (acostarse). (Gé 49:4; Le 26:6.) El término griego habitual es klí·në, de klí·nö (inclinar). (Mt 9:2; Lu 9:58, Int.) Otra palabra griega para “cama”, kói·të, que básicamente denota un lugar para acostarse (Lu 11:7), también se usa con referencia al “lecho conyugal” (Heb 13:4) y al “coito ilícito” (Ro 13:13); asimismo, puede referirse, por metonimia, a concebir un hijo. (Ro 9:10.) Otros nombres hebreos que aluden a lugares para acostarse son mit·táh (lecho), `é·res (diván) y ya·tsú·a´ (canapé). El término griego krá·bat·tos se refiere a una camilla. (Mr 2:4.) Los escritores bíblicos no siempre distinguieron entre estos diversos términos y muchas veces usaron dos o más de ellos para referirse al mismo mueble, como por ejemplo: cama y diván (Job 7:13), cama y camilla (Mt 9:6; Mr 2:11), lecho y diván (Sl 6:6), o cama y canapé (Gé 49:4). Estos vocablos se usan en la Biblia en relación con el descanso nocturno, la siesta (2Sa 4:5-7; Job 33:15), la enfermedad o las relaciones sexuales (Sl 41:3; Eze 23:17), y en conexión con sepulturas suntuosas (2Cr 16:14). También existía la costumbre de reclinarse en lechos para comer. (Est 7:8; Mt 26:20; Lu 22:14.) La litera era un lecho preparado especialmente para el transporte regio. (Can 3:7-10; véase LITERA.)
En las camas se solían usar almohadas y sábanas. Cuando atravesó el mar de Galilea, Jesús se durmió “sobre una almohada” en la popa del barco. (Mr 4:38.) Durante la temporada más fría se utilizaba una “sábana tejida” u otra clase de cubierta (Isa 28:20), aunque lo normal era dormir vestido con la ropa de diario, de ahí que la ley mosaica prohibiera quedarse con la prenda de vestir de otra persona después de ponerse el sol: “Es su única cobertura. [...] ¿En qué se acostará?”. (Éx 22:26, 27.)
En Oriente la cama solía ser una simple estera hecha de paja o juncos que podía llevar, para mayor comodidad, algún tipo de colchón. Cuando no se utilizaba, se enrollaba y se guardaba. Otro tipo de cama más fijo consistía en un marco de madera o armazón que elevaba el colchón del suelo (Mr 4:21), de modo que durante el día también servía de lecho o diván para sentarse. Además, había camas muy sencillas semejantes a camillas, que eran ligeras y se podían transportar con facilidad. (Lu 5:18, 19; Jn 5:8; Hch 5:15.)
Los ricos tenían camas adornadas elegantemente con espléndidos bordados. “He adornado mi diván con colchas, con cosas de muchos colores, lino de Egipto. He rociado mi cama con mirra, áloes y canela”, dijo la seductora prostituta. (Pr 7:16, 17.) Al igual que los palacios persas disponían de “lechos de oro y de plata”, el profeta Amós habla del “lecho espléndido”, el “diván damasceno” y los “lechos de marfil” que formaban parte del mobiliario del rebelde pueblo de Israel. (Est 1:6; Am 3:12; 6:4.)
Aquellos que tenían casas grandes disponían de dormitorios separados o interiores. (Éx 8:3; 2Re 6:12; 11:2.) Durante los veranos calurosos, la gente solía dormir en la azotea porque era el lugar más fresco de la casa.
En las Escrituras también se habla de las camas, los lechos y los canapés en un sentido figurado. Por ejemplo, acostarse en una cama se relaciona con descansar en la muerte. (Job 17:13; Eze 32:25.) Los que son leales a Jehová ‘claman gozosamente sobre sus camas’, en contraste con los que siguen aullando y tramando lo que es dañino mientras están en la cama. (Sl 149:5; Os 7:14; Miq 2:1.) A diferencia de Rubén, que con precipitada licencia tuvo relaciones sexuales con la concubina de Jacob y de este modo profanó el canapé de su padre (Gé 35:22; 49:4), los cristianos no deben contaminar de ninguna manera la sagrada institución del matrimonio, “el lecho conyugal”. (Heb 13:4.)
La palabra “casa” según se usa en la Biblia (heb. bá·yith; gr. ói·kos u oi·kí·a) puede significar entre otras cosas: 1) una familia que reside en la misma casa o toda la prole de un hombre (Gé 12:1; 17:13, 23; Abd 1:17, 18; Miq 1:5); 2) una morada (Gé 19:2-4); 3) una cárcel o, de manera figurada, un país de esclavitud (Gé 40:4, 14; Éx 13:3); 4) un lugar de habitación para los animales y los pájaros (Job 39:6; Sl 104:17); 5) una telaraña (Job 8:14); 6) una residencia real o palacio (2Sa 5:11; 7:2); 7) un linaje sacerdotal (1Sa 2:35); 8) una dinastía real (1Sa 25:28; 2Sa 7:11); 9) el tabernáculo o el templo de Jehová, tanto literales como simbólicos (Éx 23:19; 34:26; 1Re 6:1; 1Pe 2:5); 10) el lugar de habitación de Jehová: el cielo mismo (Jn 14:2); 11) el santuario de un dios falso (Jue 9:27; 1Sa 5:2; 1Re 16:32; 2Re 5:18); 12) el cuerpo físico y corruptible de los humanos (Ec 12:3; 2Co 5:1-4); 13) el cuerpo celestial incorruptible (2Co 5:1); 14) la sepultura común (Job 17:13; Ec 12:5); 15) un colectivo de trabajadores ocupados en la misma profesión (1Cr 4:21), y 16) un edificio para guardar registros oficiales del Estado (Esd 6:1).
Una forma de la palabra hebrea para casa (bá·yith) suele usarse como parte constitutiva de un nombre propio, como ocurre en Betel (que significa “Casa de Dios”) y Belén (que significa “Casa de Pan”).
Cómo eran sus hogares
★Las viviendas de los pobres
En el siglo primero —como en la actualidad—, el hogar de cada familia dependía de su situación económica. Las casas más modestas (1) consistían en una habitación pequeña y poco iluminada donde convivía toda la familia. Podían estar hechas de adobe o de piedra sin labrar, en ambos casos sobre cimientos de piedra.
Las paredes interiores y el piso solían enlucirse, por lo que requerían frecuentes cuidados. También se abría un hueco en el techo o la pared para que el humo de la cocina saliera al exterior. El mobiliario era muy escaso y se reducía a los artículos imprescindibles.
Para construir el techo, se colocaban unos postes verticales, sobre los cuales se apoyaban vigas de madera. A continuación, estas se cubrían con cañas y ramas y, para hacer el techado un poco más impermeable, se añadía una capa de arcilla apisonada que luego se enlucía. Para subir, solían contar con una escalera de mano en el exterior.
A pesar del reducido tamaño de estas casas, los hogares cristianos eran lugares agradables donde las familias más pobres podían vivir felices y disfrutar de riquezas espirituales.
★Las viviendas de la clase media
Estas eran más grandes, de piedra labrada y con dos pisos (2). Además, solían incluir una habitación para invitados (Marcos 14:13-16; Hechos 1:13, 14). Este espacioso cuarto, que se encontraba en el piso superior, se empleaba para celebrar reuniones los días de fiesta (Hechos 2:1-4). Tanto estas casas como las de los comerciantes y hacendados, que eran aún más grandes (3), se construían con bloques de piedra caliza unidos con argamasa. A los pisos de piedra y a las paredes se les aplicaba un revestimiento, mientras que los muros exteriores se blanqueaban.
Al techo y a los pisos superiores se llegaba por una escalera exterior. A fin de evitar accidentes, los techos planos se cercaban con un pequeño muro (Deuteronomio 22:8). Las azoteas eran un lugar ideal para estudiar, meditar, orar o descansar con tranquilidad, pues solía haber algún tipo de cubierta que protegía del sol durante las horas de calor (Hechos 10:9).
Estas sólidas y espaciosas casas contaban con dormitorios separados, un buen comedor y una amplia cocina, lo que permitía alojar con comodidad a familias grandes.
★Las viviendas de los ricos
Eran casas de estilo romano (4) con diferentes diseños y tamaños. Las habitaciones estaban distribuidas alrededor del triclinio, un gran comedor central donde la familia pasaba gran parte de su tiempo. Algunas de estas espaciosas casas disponían de dos o tres pisos (5) e incluso jardines tapiados.
Las familias más acomodadas poseían un mobiliario muy elaborado, a veces con incrustaciones de oro y marfil. Los pisos podían ser de madera o de mármol de diferentes colores, y muchas paredes se revestían de cedro. Además, contaban con lujos exclusivos como baños y agua corriente. Por lo general, se utilizaban braseros para proporcionar calefacción. En los gruesos muros de piedra se solía tallar bajo las ventanas un hueco para sentarse. Además, era común instalar en ellas una celosía de madera por seguridad y cortinas para mayor privacidad (Hechos 20:9, 10).
Fueran ricos o pobres, los primeros cristianos se caracterizaban por ser hospitalarios y generosos. De hecho, siempre había familias dispuestas a hospedar a los ministros que recorrían las ciudades visitando a sus hermanos en la fe para animarlos (Mateo 10:11; Hechos 16:14, 15).
★“La casa de Simón y Andrés”
En cierta ocasión, Jesús se alojó en “la casa de Simón y Andrés”, que estaba en Capernaum, a orillas del mar de Galilea (Marcos 1:29-31). Es probable que esta formara parte de un grupo de humildes viviendas de pescadores (6) construidas en torno a un patio central empedrado.
En este tipo de casas, las puertas y ventanas daban al patio central, donde solían realizarse las actividades cotidianas, como cocinar, hornear, moler el grano, comer y hablar con los vecinos.
En Capernaum eran comunes las viviendas de un solo piso edificadas con basalto sin labrar, una roca volcánica que se extraía en la localidad. En el exterior había unas escaleras que subían a la azotea. Este techo plano, construido sobre vigas, estaba formado por cañas y listones cubiertos de losas o arcilla apisonada (Marcos 2:1-5). En el interior, los pisos eran de piedra, y sobre ellos solían colocarse esteras.
Estos grupos de viviendas formaban calles y pasadizos a lo largo de la ribera del mar de Galilea, haciendo de Capernaum una ciudad ideal para quienes vivían de la pesca.
★“De casa en casa”
Como hemos visto, el estilo de los hogares de los primeros cristianos era de lo más variado: iba desde las humildes casas de adobe hasta las lujosas mansiones de piedra.
Pero, sin importar cómo fueran, lo importante es que allí era donde los cristianos se reunían para adorar a Dios y recibir instrucción espiritual. La Biblia indica que se congregaban en hogares privados para estudiar las Escrituras y disfrutar de la compañía mutua. Lo que aprendían los ayudaba a cumplir su importantísima labor de predicar y enseñar “de casa en casa” a lo largo y ancho del Imperio romano (Hechos 20:20).
★PREDICADOR, PREDICAR - [“De casa en casa”]
Materiales y métodos de construcción. Las viviendas y las técnicas de construcción han variado según las épocas, las circunstancias económicas del constructor y los materiales disponibles. Los edificadores de Babel, por ejemplo, usaron ladrillo en lugar de piedra y “el betún les sirvió de argamasa”. (Gé 11:3.)
Muchos de los israelitas empezaron a morar en las casas de los cananeos que habían expulsado y probablemente durante años siguieron los mismos métodos de construcción. (Dt 6:10, 11.) Parece ser que se preferían las casas de piedra (Isa 9:10; Am 5:11), pues eran más sólidas y seguras contra los intrusos que las que se hacían con adobes. Los ladrones podían acceder con facilidad a las casas de adobe simplemente horadando una pared. (Compárese con Job 24:16.) Sin embargo, en las tierras bajas, donde no había mucha piedra caliza ni arenisca de calidad, se construían las paredes bien con adobes o con ladrillos. También se usaban vigas y cabrios de sicómoro, enebro y, sobre todo en las mejores casas, de cedro. (Can 1:17; Isa 9:10.)
Los arqueólogos han excavado las ruinas de varias clases de moradas palestinas antiguas. Por lo general había un horno en el patio y a veces también un pozo o cisterna. (2Sa 17:18.) Las ruinas de las casas que se han hallado indican una variación de tamaño considerable. Una solo tenía 5 m. en cuadro, mientras que otra medía 32 por 30 m. Las habitaciones solían tener de 3,5 a 4,5 m. en cuadro.
Algunas casas se edificaban encima de los muros anchos de las ciudades. (Jos 2:15.) Sin embargo, se prefería construirlas sobre la roca (Mt 7:24), y no solía empezarse el trabajo con los adobes hasta que primero se habían colocado dos o tres filas de piedra. Cuando una casa no se podía levantar sobre la roca, solía colocarse un fundamento sólido, cuya profundidad bajo el nivel del suelo equivalía a la altura de la pared de piedra que estaba sobre el suelo. Para algunos fundamentos se utilizaban piedras grandes sin labrar, en tanto que los huecos se rellenaban de piedras más pequeñas. En otras ocasiones, las edificaciones se hacían de piedras labradas. En una excavación arqueológica, las piedras de las ruinas de una casa de adobe alcanzaban una altura de unos 50 cm., mientras que en otro caso llegaban a más o menos 1 m. de altura. Las paredes de algunas casas tenían alrededor de 1 m. de grosor. A las paredes exteriores se les solía aplicar una especie de lechada de cal (Eze 13:11, 15), y las paredes de adobe que daban a la calle a veces estaban revestidas con piedrecitas para proteger su superficie.
Las piedras angulares, alisadas y encajadas con cuidado, sostenían y alineaban el resto de las piedras del edificio. (Compárese con Sl 118:22; Isa 28:16.) Una mezcla de arcilla y paja por lo general servía de mortero. En algunas ocasiones, a esta masa se le añadía cal, cenizas, fragmentos de cerámica pulverizados, conchas machacadas o piedra caliza. Esta mezcla se aplicaba a los ladrillos, adobes o piedras para unirlos, y también se usaba como enlucido para las paredes interiores. (Le 14:41, 42.) Sin embargo, en algunos casos, las piedras estaban labradas con tanta precisión que no se necesitaba mortero.
Suelos. Los suelos, incluido el del patio, eran de tierra batida o estaban pavimentados con piedra, ladrillo o yeso. A veces había un hoyo en el suelo que se usaba como chimenea, si bien en las mejores casas se calentaban con braseros. (Jer 36:22, 23.) El humo se iba por un agujero practicado en el techo. (Os 13:3.) Las habitaciones de las casas palaciegas podían tener suelos de madera, como ocurría en el templo. (1Re 6:15.)
Ventanas. Las ventanas eran aberturas rectangulares practicadas en las paredes. Al menos algunas de ellas eran lo suficientemente grandes como para que un hombre pudiera pasar por ellas. (Jos 2:15; 1Sa 19:12; Hch 20:9.) Las ventanas que daban a la calle solían tener celosías. (Jue 5:28; Pr 7:6.)
Génesis 6:16 dice sobre la estructura del arca de Noé: “debe haber una ventana para que entre luz, y la entrada del arca debe estar en uno de los lados.” Es posible que esta expresión se refiera a un tejado con una inclinación de un codo en vez de a una ventana o una abertura para la luz. La palabra hebrea es tsóhar. ★UNA VENTANA AL PASADO - (Serie)
Puertas. Las puertas solían ser de madera y giraban sobre quicios encajados en huecos que se practicaban en el dintel y en el umbral de madera o piedra. (Pr 26:14.) Dos postes de madera verticales hacían de jambas. (Éx 12:22, 23.) Aunque algunas casas tenían dos entradas, normalmente solo una de las puertas permitía el acceso al patio, desde donde era posible acceder a todas las habitaciones de la casa.
Decoración interior y mobiliario. Las paredes de las habitaciones de las casas lujosas estaban enmaderadas con cedro u otras maderas valiosas y cubiertas con bermellón. (Jer 22:14; Ag 1:4.) Las “casas de marfil” de algunos ricos debieron tener habitaciones revestidas de paneles de madera con incrustaciones de marfil. (1Re 22:39; Am 3:15.) Aparte de los diversos utensilios para cocinar, vasijas, cestas y otros artículos de uso doméstico, el mobiliario de la casa podía incluir camas o divanes, sillas, banquillos, mesas y candeleros. (Compárese con 2Sa 4:11; 2Re 4:10; Sl 41:3; Mt 5:15.) En las casas de algunos adinerados, los muebles estaban adornados con incrustaciones de marfil, oro y plata. (Compárese con Est 1:6; Am 3:12; 6:4.)
Techo y aposento de arriba. El pacto de la Ley requería que los israelitas protegiesen los techos, que en su mayoría eran planos, cercándolos con un pretil para prevenir accidentes. (Dt 22:8.) También se les solía dar una ligera inclinación a fin de que el agua de lluvia corriese. El techo se apoyaba en fuertes vigas de madera colocadas de pared a pared, atravesadas por cabrios que, a su vez, se cubrían con ramas, cañas, etc. Después iba una capa de tierra de varios centímetros de grosor cubierta con un enlucido grueso de arcilla o de arcilla mezclada con cal. De modo que era fácil excavar una abertura en un techo de tierra, como hicieron los hombres que intentaban llevar a un paralítico ante la presencia de Jesús para que pudiera ser sanado. (Mr 2:4.) Las vigas del techo solían descansar sobre una fila de postes de madera verticales que se apoyaban sobre bases de piedra. En estos techos podía brotar hierba (Sl 129:6), y era difícil evitar que gotearan. (Pr 19:13; 27:15; Ec 10:18.) Probablemente los techos se reparaban y se allanaban para permitir que corriese mejor el agua antes de que empezase la estación lluviosa.
Los techos o azoteas eran lugares de considerable actividad tanto en tiempos pacíficos como calamitosos. (Isa 22:1; Jer 48:38.) Desde allí se podían hacer anuncios o poner rápidamente en conocimiento público determinados acontecimientos. (2Sa 16:22; Mt 10:27.) El lino se secaba sobre los techos (Jos 2:6), y las personas podían conversar allí (1Sa 9:25); pasear con el frescor del atardecer (2Sa 11:2); participar en adoración verdadera o falsa (Jer 19:13; Sof 1:5; Hch 10:9), o incluso dormir (1Sa 9:26). Durante la fiesta de la recolección se levantaban cabañas en las azoteas y en los patios de las casas. (Ne 8:16.)
En la azotea solía construirse una cámara en el techo o aposento de arriba. Esta era una habitación agradable y fresca que se ofrecía a los invitados o a la que la persona podía retirarse cuando no deseaba ser molestada. (Jue 3:20; 1Re 17:19; 2Re 1:2; 4:10.) Algunas casas de Israel tenían una planta alta. Se accedía a la habitación de arriba desde adentro de la vivienda por una escalera de mano o por escalones de madera, o desde afuera por una escalera de mano o una de piedra. Jesús celebró la última Pascua con sus discípulos e instituyó la conmemoración de la Cena del Señor en un cuarto de arriba grande, posiblemente parecido al que se ve aquí (Lu 22:11, 12, 19, 20.) En el día del Pentecostés de 33 E.C., unos 120 discípulos al parecer estaban en un aposento superior de una casa de Jerusalén cuando el espíritu de Dios se derramó sobre ellos. (Hch 1:13-15; 2:1-4.)
Por lo general, una escalera exterior o, en los hogares más pobres, una escalera de mano, permitía subir al techo desde el patio. Por lo tanto, en caso de necesidad, una persona que estuviera en la azotea podría marcharse de la casa sin tener que entrar en ella. A menudo era posible pasar de una azotea a otra debido a lo cerca que estaban unas casas de otras. Puede que estos factores tengan alguna relación con el significado del consejo de Jesús que se encuentra en Mateo 24:17 y Marcos 13:15. Las casas mejor equipadas tenían una escalera interior que conducía al piso superior. ★¿Para qué construían los judíos un muro alrededor del techo? - (1-4-2013-Pg.10)
La Ley protegía los derechos de propiedad. El propósito de Jehová era que sus siervos obedientes tuvieran el gozo de vivir en sus propias casas. (Compárese con Isa 65:21.) Solo los desobedientes experimentarían la calamidad de que otros ocuparan las casas que ellos habían edificado. (Dt 28:30; Lam 5:2.) Además, el hombre que aún no había estrenado su nueva casa estaba exento del servicio militar. (Dt 20:5, 6.)
Ciertas provisiones de la Ley que Jehová dio a Israel protegían los derechos de propiedad. La Ley condenaba codiciar los bienes de otras personas, entre ellos su casa (Éx 20:17), y Jehová denunció a través de sus profetas la apropiación indebida de casas. (Miq 2:2; compárese con Ne 5:1-5, 11.) Un acreedor no podía entrar por la fuerza en la casa del deudor para tomar la prenda convenida. (Dt 24:10, 11.) Un israelita que hubiera santificado su casa a Jehová podía recomprarla pagando el 120% de su valor al santuario. (Le 27:14, 15.) También, los que se veían obligados a vender su casa conservaban el derecho de recomprarla, al menos durante un tiempo. El dueño original de una casa que estuviera en un poblado no amurallado podía recomprarla, y si no lo hacía, se le devolvía en el año de Jubileo. Ahora bien, si la casa estaba en una ciudad amurallada, se convertía en la propiedad permanente del comprador si no se recompraba en el plazo de un año. El derecho de recompra era permanente en el caso de casas ubicadas en ciudades levitas amuralladas. De no haber sido recompradas antes, todas las casas que habían pertenecido a los levitas tenían que devolverse a sus propietarios originales en el año de Jubileo. (Le 25:29-33.)
Lugar para instrucción espiritual. Desde los tiempos más antiguos, el hogar fue el centro de instrucción de la adoración pura. La ley de Dios dada a Israel mandaba específicamente a los padres que enseñasen a sus hijos cuando se sentasen en la casa, así como en otras ocasiones. (Dt 6:6, 7; 11:19.) También, la ley de Dios tenía que escribirse, obviamente de manera figurada, sobre los postes de las puertas de las casas (Dt 6:9; 11:20), y la casa debía mantenerse libre de cualquier objeto usado en la idolatría. (Dt 7:26.) En vista de que la casa se usaba para tal propósito sagrado, debían derribarse las que estuvieran infectadas de “lepra maligna”. (Véase LEPRA.) La ley concerniente a las casas infectadas de lepra debería recordar a los israelitas que solo podían vivir en casas que fuesen limpias desde el punto de vista de Dios. (Le 14:33-57.)
Con el establecimiento del cristianismo, la predicación y la enseñanza de casa en casa llegaron a ser una parte importante de la adoración verdadera. (Hch 20:20.) Los seguidores de Jesús se valieron de la hospitalidad que les dispensaban los ‘merecedores’ o ‘amigos de la paz’, y se quedaban en las casas de tales personas hasta finalizar su ministerio en una ciudad en particular. (Mt 10:11; Lu 10:6, 7; véase PREDICADOR, PREDICAR - [“De casa en casa”].) Grupos o congregaciones de cristianos se solían reunir con regularidad en casas particulares para estudiar la Palabra de Dios. (Ro 16:5; 1Co 16:19; Col 4:15; Flm 2.) No obstante, si alguien se apartaba de la enseñanza del Cristo no era bienvenido en las casas privadas. (2Jn 10.)
La expresión hebrea behth `av (plural, behth `a·vóhth) podía referirse a: 1) una morada (Dt 22:21); 2) los miembros de la casa del padre que vivían con él (Gé 31:30; 38:11); 3) los miembros de la misma casa, aunque vivieran lejos de la casa de su padre (Gé 46:31; Jue 9:18), o 4) según diversas traducciones, la “casa del padre”, la “casa principal”, la “casa ancestral”, la “casa paterna”, que en algunos casos estaba compuesta de varias familias. Por ejemplo, cuando se hizo un censo de los israelitas en el desierto, se consideró que eran cuatro las familias que formaban la casa paterna de Qohat. (Nú 3:19, 30; véanse también Éx 6:14; Nú 26:20-22; Jos 7:17.) Varias casas paternas constituían una tribu (como la tribu de Leví, formada por las casas paternas de Guersón, Qohat y Merarí).
No obstante, las expresiones “casa paterna” o “casa del padre”, “casa de nuestro padre”, etc., no se limitaban a los usos supracitados. En Números 17:2, 6 se emplea la expresión “casa paterna” en un sentido más amplio, como sinónimo de tribu.
Las casas paternas aumentaron a la vez que aumentó la población de Israel y se habitaron distintas zonas de la Tierra Prometida. David organizó a los sacerdotes en 24 divisiones de servicio según sus casas paternas, 16 divisiones para Eleazar y 8 para Itamar. A los 24 cabezas se les llamó “cabezas para sus casas paternas”. (1Cr 24:4-6.) Al resto de los levitas se les seleccionaba por suertes para que realizaran ciertas tareas, sin que en ello influyera la edad de los cabezas de sus casas paternas. (1Cr 24:20-31.)
En los asuntos tribales oficiales y en la administración de justicia, cada una de las casas paternas israelitas estaba representada por su cabeza hereditario. (Ne 7:70, 71; 11:13.) Cuando se celebró la Pascua en Jerusalén en los días del rey Josías, al parecer el pueblo entró en el patio del templo según sus casas paternas para ofrecer sacrificios. Los levitas recibieron y prepararon los sacrificios del pueblo según sus divisiones basadas en las casas paternas. (2Cr 35:4, 5, 12.)
Jesucristo aseguró a sus seguidores que seguía su camino para prepararles un lugar en ‘la casa de su Padre’, expresión con la que hizo referencia a la morada celestial de Jehová. (Jn 14:2; véase FAMILIA.)
Armazón que consistía en un enrejado de madera o listones a modo de red y que solía usarse para cubrir una ventana. Las celosías de las ventanas han sido comunes en el Oriente Medio durante siglos. Han servido para mantener las casas frescas, pues impiden la entrada de los rayos directos del Sol y permiten a la vez la ventilación, y también han cumplido un propósito ornamental. Algunas casas de tiempos bíblicos tenían ventanas en la planta baja que daban al patio interior y otras orientadas a la calle. Estas últimas solían estar en la parte alta del muro o en la cámara del techo, y tenían celosías.
La persona que estaba dentro de la casa podía mirar a través de una ventana con celosía y ver lo que ocurría fuera sin ser visto desde el exterior. En la canción de Débora y Barac se representa a la madre de Sísara, que había sido asesinado, mirando desde una ventana y esperando en vano a su hijo “por entre las celosías”. (Jue 5:1, 28.) Un observador vio desde una ventana y a través de una celosía a “un joven falto de corazón” que se ponía en contacto con una prostituta. (Pr 7:6-13.) En (El Cantar de los Cantares 2:9) también se hace referencia a “[mirar] con fijeza por las ventanas, dando una ojeada por las celosías”.
Por lo visto, algunas celosías de ventanas llevaban bisagras que permitían su apertura. Las ventanas de la cámara del techo de Daniel, desde las que se le podía ver orando a Jehová tres veces al día, tal vez hayan tenido celosías que se podían abrir y cerrar. (Da 6:10.)
Mecanismo que sirve para candar una puerta. (Jue 3:23, 24; Ne 3:3, 6, 13-15.) En tiempos antiguos la cerradura solía consistir en un cerrojo de madera que podía deslizarse a través de la ranura de una pieza, también de madera, adosada a la puerta. Para cerrar la puerta, se metía el cerrojo dentro de un hueco que había en el poste de esta, quedando asegurado con clavijas de madera o hierro que caían de la pieza de madera en los agujeros del cerrojo. Cuando se quería abrir la puerta, se introducía una llave con dientes que correspondían con las clavijas para poder levantarlas y colocar así el cerrojo de nuevo en la posición de abierto. Cuando la sulamita relató el sueño en el que su amante pastor se había mantenido alejado de ella por medio de una puerta cerrada con llave, se refirió al hueco o cavidad en el que se insertaba el cerrojo. (Can 5:2-5; véase LLAVE.)
Cavidad o caverna subterránea con abertura a la superficie. La palabra “cueva” se traduce del término hebreo me`a·ráh (Gé 19:30) y del griego spé·lai·on. (Jn 11:38.) La voz hebrea jor, o johr, denota un “agujero”, a veces de suficiente tamaño como para dar cobijo a varios hombres. (1Sa 14:11; Job 30:6; 2Re 12:9.) Otra palabra hebrea para “agujero” es mejil·láh. (Isa 2:19.)
En las zonas calizas de Palestina abundan las cuevas; el monte Carmelo y los alrededores de Jerusalén, por ejemplo, estaban minados de ellas. Las Escrituras las mencionan con frecuencia, a veces en sentido figurado. Algunas eran tan grandes que tenían capacidad para cientos de personas, y se usaron como moradas permanentes (tal es el caso de Petra) o como refugios temporales, sepulturas, cisternas, establos y almacenes. En estos abrigos naturales se han recuperado muchos objetos antiguos valiosos.
La gente se refugiaba en las cuevas en los momentos en que acechaba el peligro. Se menciona por primera vez este lugar cuando se cuenta que Lot y sus dos hijas salieron de Zóar por temor. (Gé 19:30.) En Maquedá cinco reyes amorreos confederados se escondieron de Josué en una cueva que luego se convirtió en su sepultura común. (Jos 10:16-27.) Algunos israelitas se escondían en cuevas cuando huían de los filisteos en los días del rey Saúl. (1Sa 13:6; 14:11.) Con el fin de escapar de la ira de Saúl, David se refugió en una cueva cercana a Adulam y allí se le unieron “unos cuatrocientos hombres”. (1Sa 22:1, 2.) Perseguido de nuevo por Saúl, se escondió en una cueva del desierto de En-guedí, donde cortó la falda de la vestidura de Saúl cuando este “entró para hacer del cuerpo”. (1Sa 24:1-15.) Puede ser que las experiencias que vivió David en estas dos ocasiones le impulsaran a componer los Salmos 57 y 142, como muestran sus encabezamientos. Una vez que David fue hecho rey, la cueva de Adulam al parecer se convirtió en el centro de operaciones durante la campaña militar contra los filisteos. (2Sa 23:13; 1Cr 11:15.) Cuando la inicua Jezabel intentó matar a todos los profetas de Jehová, Abdías alimentó a cien de ellos que se habían escondido “en una cueva”. (1Re 18:4, 13.) Elías también huyó de la cólera de Jezabel y se refugió en una cueva de Horeb, donde recibió la instrucción divina de regresar y ungir a Hazael y a Jehú. (1Re 19:1-17.) En vista de todo esto, el apóstol Pablo tuvo una base amplia para escribir que hombres de fe “anduvieron vagando por los desiertos [...] y en las cuevas y cavernas de la tierra”. (Heb 11:38.) Muchos años más tarde, los cristianos perseguidos buscaron refugio subterráneo en las catacumbas romanas.
★Las cuevas y David - (15-9-2011-Pg.10-§14)
A los muertos se les solía enterrar en cuevas, pues el suelo rocoso de gran parte de Palestina hacía difícil cavar sepulcros. La segunda cueva mencionada en la Biblia es la de Macpelá, en Hebrón, que Abrahán compró y utilizó como sepulcro, y donde se enterró a Sara, al mismo Abrahán, a Isaac, Rebeca, Jacob y Lea. (Gé 23:7-20; 25:9, 10; 49:29-32; 50:13.) La tumba conmemorativa de Lázaro, el amigo de Jesús, “era, de hecho, una cueva”. (Jn 11:38.)
Las cuevas solían utilizarse de almacenes, en especial en tiempos de peligro. Por ejemplo, para proteger las cosechas de las incursiones madianitas en los días de Gedeón, “los hijos de Israel se hicieron los silos que había en las montañas, y las cuevas y los lugares de difícil acceso”. (Jue 6:2.) De igual manera, seguramente con la intención de protegerlos, se escondieron los Rollos del mar Muerto en cuevas cercanas a Wadi Qumran, al NO. del mar Muerto, donde permanecieron muchos siglos, hasta que en 1947 se empezaron a descubrir.
Jesús acusó a los cambistas del templo de haberlo convertido en una “cueva de salteadores”. (Mt 21:13; Jer 7:11.) Las profecías registradas en Isaías y en Revelación dicen que algunos intentarán escapar del juicio de Dios, “lo pavoroso de Jehová”, escondiéndose en “las cuevas”, pero, según Ezequiel, “las cuevas” que convierten en sus fortalezas no los protegerán del juicio de Dios. (Isa 2:19-21; Apo 6:15-17; Eze 33:27.)
Una cueva de salteadores
JESÚS le sobraban razones para decir que aquellos comerciantes avariciosos habían transformado el templo de Dios en “una cueva de salteadores” (Mateo 21:12, 13). A fin de pagar el tributo del templo en la moneda debida, los judíos y los prosélitos procedentes de otras tierras habían de cambiar su dinero extranjero. En su libro La vida y los tiempos de Jesús el Mesías, Alfred Edersheim explica que los cambistas solían abrir sus puestos por todo el país el 15 de Adar, un mes antes de la Pascua. A partir del 25 de Adar, se trasladaban al recinto del templo de Jerusalén para aprovecharse de la enorme afluencia de judíos y prosélitos. Los tratantes tenían un negocio floreciente, pues cobraban una comisión por cada moneda que cambiaban. El que Jesús los llamara salteadores deja entrever que sus comisiones eran tan cuantiosas que en la práctica estaban robando a los pobres. Algunos no podían llevar sus propios animales para sacrificio, y los que lo hacían tenían que presentarlos ante un inspector en el templo para que los examinara, pagando una cantidad. Para no arriesgarse a que se rechazara el animal tras haberlo acarreado desde lejos, muchos compraban a los comerciantes corruptos del templo uno “aprobado” levíticamente. “A más de un pobre aldeano lo desplumarían allí a conciencia”, dice un historiador. Existen pruebas de que en un tiempo el sumo sacerdote Anás y su familia tuvieron intereses creados en relación con los comerciantes del templo. Los escritos rabínicos hablan de “los bazares de los hijos de Anás” allí establecidos. Las sumas que percibían de los cambistas y de la venta de animales en los terrenos del templo eran una de sus principales fuentes de ingresos. Un biblista comenta que el acto de Jesús de desalojar a los comerciantes “fue no sólo dirigido contra el prestigio de los sacerdotes, sino también contra sus bolsillos”. Sea como fuere, sin duda sus enemigos deseaban eliminarlo (Lucas 19:45-48).
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Paso por el que se accede a una habitación, casa o cualquier otro edificio. Consiste en: 1) la “parte superior de la entrada” (heb. masch·qóhf; Éx 12:7), es decir, el dintel, una viga horizontal de madera o piedra que se encuentra en la parte superior de la abertura de la puerta y sostiene el peso del muro que descansa sobre ella; 2) las dos “jambas” (heb. mezu·zóhth; Éx 12:7, nota) o postes verticales, uno a cada lado de la entrada, sobre los que se apoya el dintel; 3) la puerta (heb. dé·leth; gr. thy·ra) misma, y 4) el “umbral” (heb. saf; Jue 19:27), situado debajo de la puerta.
En Egipto, los israelitas obedecieron el mandato de salpicar el dintel y las jambas de las entradas de sus casas con la sangre de la víctima pascual, como una señal para que el ángel de Dios las pasara por alto y no matara a sus primogénitos. (Éx 12:7, 22, 23.) Según la Ley, si un esclavo (hombre o mujer) deseaba permanecer indefinidamente al servicio de su amo, este lo ponía contra la jamba de la casa y le agujereaba la oreja con un punzón. (Éx 21:5, 6; Dt 15:16, 17.) La palabra hebrea para jamba (mezu·záh) con el tiempo se aplicó a una cajita llamada “mezuzá” que contiene un pergamino con las palabras de Deuteronomio 6:4-9; 11:13-21, y que suele verse clavada en las jambas de las casas de los judíos ortodoxos. (Véase MEZUZÁ.)
La puerta por lo general se hacía de madera, y en muchos casos giraba sobre quicios empotrados en el dintel y en el umbral. (Pr 26:14.) Los quicios de las puertas solían ser de madera, aunque los egipcios en ocasiones usaron bisagras metálicas atadas a la parte superior e inferior de la puerta para permitir su movimiento. Las encajaduras de las puertas del templo que construyó Salomón eran de oro. (1Re 7:48, 50.)
Las puertas de las casas de término medio eran pequeñas y no estaban ornamentadas. Sin embargo, la entrada del templo de Salomón tenía dos puertas de doble hoja hechas de madera de enebro, y había otras dos de madera de olivo que daban al Santísimo, todas ellas con entalladuras de querubines, palmeras y flores revestidas de oro. (1Re 6:31-35.) En otros lugares también se utilizaron puertas grandes de dos hojas o secciones que se plegaban. Por ejemplo, Jehová hizo que las “puertas de dos hojas” de cobre de Babilonia quedaran abiertas delante del rey Ciro. (Isa 45:1, 2.)
Para el umbral solía utilizarse madera o piedra, aunque los umbrales de “la casa de Jehová” que Salomón edificó estaban revestidos de oro. (2Cr 3:1, 7.)
Las puertas de las casas a veces se aseguraban mediante barras o travesaños de madera o hierro (Isa 45:2; Dt 3:5; 2Cr 8:5; 14:7), que solían sujetarse de manera que se pudiesen introducir en los huecos de las jambas de las puertas. Algunas puertas de ciudades tenían barras y cerrojos. (Ne 3:3; 7:3; Dt 33:25.) Es posible que el cerrojo fuera una barra o espigón que se introducía en un hueco practicado en el umbral por la parte interior de la puerta. Igualmente, las puertas de las casas podían tener cerrojos o cerraduras. (2Sa 13:17, 18; Lu 11:7; véanse CERRADURA; PUERTA, PASO DE ENTRADA.)
También se usaban aldabas de metal, pero la Biblia no especifica que los hebreos las empleasen. Para despertar a los ocupantes de una casa, se llamaba a la puerta de la casa o de la entrada. (Can 5:2; Hch 12:13.)
Jesucristo animó a tener perseverancia, diciendo: “Sigan tocando, y se les abrirá”. (Mt 7:7.) En Apocalipsis 3:20 Cristo dice que ‘está de pie a la puerta, y toca’, y asegura beneficio y compañerismo espirituales al que abra la puerta y lo reciba.
Si la sulamita hubiera sido inestable en amor y virtud como una puerta que gira sobre sus quicios, sus hermanos la habrían ‘atrancado con un tablón de cedro’, de modo que no se abriera a nadie malsano. (Can 8:8, 9.)
Se dice que Leviatán, con su quijada doble, tiene “puertas” en la cara. (Job 41:1, 13, 14.) El congregador observó que en el caso del hombre de edad, ‘las puertas que dan a la calle han sido cerradas’, quizás a fin de indicar que las dos puertas de la boca ya no se abren mucho, o nada, para mostrar lo que hay en la casa del cuerpo. (Ec 12:1, 4.)
Jesucristo recomendó esfuerzo vigoroso para obtener la salvación, para “entrar por la puerta angosta”. (Lu 13:23, 24; Flp 3:13, 14; compárese con Mt 7:13, 14.) En otra ocasión se comparó a sí mismo a la puerta de un aprisco figurativo, siendo él el pastor excelente que conduce a su “rebaño pequeño” a una relación con Jehová sobre la base del nuevo pacto sellado con su propia sangre. (Lu 12:32; Jn 10:7-11.) El que Jesús se comparara a una puerta está de acuerdo con el hecho de que mediante él, y en virtud de su sacrificio de rescate, las personas de condición de oveja pueden acercarse a Dios, ser salvas y obtener la vida. (Jn 14:6.)
Jehová fue quien abrió a las naciones “la puerta a la fe”. (Hch 14:27.) Pablo permaneció por un tiempo en Éfeso porque allí se le había abierto “una puerta grande que conduce a la actividad” de declarar las buenas nuevas. (1Co 16:8, 9; Hch 19:1-20; compárese con 2Co 2:12, 13; Col 4:3, 4.)
Juan vio en visión “una puerta abierta en el cielo” que le permitió vislumbrar acontecimientos futuros y entrar, en sentido figurado, ante la presencia de Dios. (Apo 4:1-3.)
Cámara en donde se someten los alimentos a la acción de un calor intenso para asarlos o cocerlos. Los hebreos y otros pueblos utilizaron varios tipos de hornos.
En el Oriente Medio se han utilizado hasta tiempos modernos hornos de tamaño considerable, que consistían en un agujero redondo en el suelo, algunos de hasta casi dos metros de profundidad y un metro de diámetro. En un horno de este tamaño era posible asar una oveja entera suspendiéndola sobre las piedras calientes o brasas.
En tiempos bíblicos se utilizaba el horno en forma de cuenco, que probablemente era similar al empleado por los campesinos palestinos en la actualidad. Se coloca un gran cuenco de barro boca abajo encima de pequeñas piedras sobre las que está el pan, y este se cuece. El cuenco se calienta quemando combustible amontonado sobre él y a su alrededor.
Probablemente todo hogar hebreo tenía un horno en forma de tinaja, un tipo de horno portátil que todavía se utiliza en Palestina: era una gran tinaja de barro, de casi un metro de alto, con una abertura en la parte superior y que se ensanchaba en la parte inferior. Para calentarlo se quemaba dentro combustible (madera o hierba), y luego se quitaban las cenizas por un agujero provisto para ese propósito. La parte superior estaba cerrada, y cuando la tinaja alcanzaba la temperatura suficiente, se extendía la masa por el interior o el exterior. El pan que se cocía de esta manera era muy delgado.
Los arqueólogos han desenterrado muchísimos hoyos que servían de hornos. Estos hornos, que debían ser una derivación posterior de aquellos que tenían forma de tinaja, tenían una parte enterrada en el suelo. Estaban construidos de barro y totalmente enlucidos. Se estrechaban en la parte superior, y el combustible se quemaba dentro. Hay monumentos y pinturas que muestran que los egipcios colocaban la masa en la parte exterior de estos hornos. En esta clase de horno, que también servía para asar carne, los hebreos tal vez hayan empleado ramitas o hierba seca como combustible. (Compárese con Mt 6:30.)
Los hornos para cocer que usan los campesinos palestinos hoy día difieren poco de los que se han hallado en ruinas antiguas, o de los representados en los relieves y las pinturas asirias y egipcias. En la antigua Caldea los hornos estaban en los patios de las casas, y hoy se pueden hallar en pequeñas tahonas en patios de casas privadas, aunque también pueden estar agrupados en alguna parte de la aldea. Todavía se utilizan grandes hornos públicos.
Los hornos domésticos eran comunes en Egipto entre los israelitas y los egipcios. Por ello se dice que durante la segunda plaga las ranas incluso entraron en sus hornos y artesas. (Éx 8:3.)
“La Torre de los Hornos de Cocer” de Jerusalén se reparó bajo la dirección de Nehemías durante la restauración de los muros de la ciudad. (Ne 3:11; 12:38.) El origen del nombre es incierto, pero se ha comentado que la torre se llamó así debido a que en sus cercanías había hornos comerciales.
En Levítico 26:26 se hace referencia al horno en una expresión que denota escasez: “Cuando yo [Jehová] les haya quebrado las varas alrededor de las cuales se suspenden panes anulares, entonces diez mujeres realmente cocerán el pan de ustedes en un solo horno y les devolverán su pan por peso; y ustedes tendrán que comer, pero no quedarán satisfechos”. En condiciones normales cada mujer necesitaría un horno para cocer el pan del día. Sin embargo, Levítico 26:26 predijo un tiempo en el que habría tan poco alimento, que un solo horno bastaría para cocer el pan de diez mujeres. Y Oseas 7:4-7 compara a los israelitas adúlteros con un horno de panadero, tal vez debido a los deseos inicuos que ardían dentro de ellos.
Vasija de barro usada para producir luz artificial. Tiene una mecha de lino, junco pelado o cáñamo para quemar líquidos inflamables, como el aceite. La mecha absorbe el fluido por atracción capilar y alimenta la llama. La expresión griega que se traduce “mecha de lino que humea” puede referirse a una mecha de la que sale humo porque todavía queda algo de calor en ella aunque la llamas e esté apagando o ya esté apagada. Según la profecía de Isaías 42:3, Jesús sería compasivo; él nunca apagaría la última llama de esperanza de la gente humilde y oprimida. (Isa 43:17). El fluido que se solía quemar en las lámparas antiguas era aceite de oliva (Éx 27:20), aunque también se usaba el aceite de terebinto.
Cada una de las cinco vírgenes discretas de la ilustración de Jesús tenía una lámpara y un receptáculo con aceite. (Mt 25:1-4.) Los que fueron a detener a Jesús también llevaban consigo lámparas y antorchas. (Jn 18:3.)
Las lámparas caseras por lo general estaban hechas de barro, a pesar de que en Palestina también se han descubierto lámparas de bronce. La lámpara común cananea tenía la forma de un platillo, con una base redondeada y un borde vertical. (GRABADOS, vol. 2, pág. 952.) Su borde estaba ligeramente acanalado por un lado, formando un pico donde descansaba la mecha. En algunas ocasiones, estaban acanaladas las cuatro esquinas, lo que permitía poner cuatro mechas. Con el transcurso del tiempo, se hicieron lámparas de formas muy diversas, algunas de ellas cerradas salvo por dos agujeros: uno en la parte superior (casi centrado), por donde se reponía el aceite, y el otro en el pico donde se colocaba la mecha. Había lámparas que en el lado opuesto a la punta tenían un asa anular, a veces horizontal, pero en la mayoría de los casos en posición vertical. Las lámparas grecorromanas llevaban figuras mitológicas antropomórficas o de animales, pero las de fabricación judía estaban decoradas con dibujos de hojas de parra o espirales.
Las lámparas de platillo más antiguas tenían el color terroso del barro. En el siglo I E.C. las había de varios colores: marrón claro, anaranjadas y grises. Las de fabricación romana tenían una capa de vidriado rojo.
Las lámparas que se utilizaban en los hogares y en otros edificios normalmente se colocaban en un nicho en la pared o sobre una repisa que salía de una pared o de una columna. También se colgaban del techo por medio de una cuerda, y a veces se ponían sobre estantes hechos de barro, madera o metal. Tales lámparas iluminaban toda la habitación. (2Re 4:10; Mt 5:15; Mr 4:21.)
No parece haber indicios de que en tiempos bíblicos se emplearan para alumbrar las velas o candelas que hoy conocemos. En lugar del cilindro de cera o sebo solidificados que se derrite con el calor de la llama, entonces se usaba aceite. Por esa razón, la traducción de la palabra hebrea ner y el sustantivo griego ly·kjnos por “candela” o “vela”, que aparecen con diversa frecuencia en algunas versiones, antiguas y modernas (por ejemplo, en Pro 24:20 [DK; Fer; Scío; Val, 1909] y Lucas 11:33 [Enz, Esc, JPP, Petite, TA]), puede considerarse impropia; muchas traducciones modernas emplean correctamente en su lugar la palabra “lámpara” (BJ; NM; Val, 1960).
Su uso en el santuario. El diseño del candelabro de oro que había en el tabernáculo de Israel era diferente al de los candelabros modernos. Se hizo de acuerdo con las instrucciones que Jehová Dios transmitió (Éx 25:31), ornamentado con globos y flores alternadas, y llevaba tres brazos que salían a cada lado de un poste central, con lo que tenía siete soportes para siete lámparas. En estas lámparas solo podía ponerse aceite puro de oliva, batido. (Éx 37:17-24; 27:20.) Posteriormente, en el templo de Salomón hubo diez candelabros de oro y un buen número de candelabros de plata. (1Re 7:48, 49; 1Cr 28:15; 2Cr 4:19, 20; 13:11.)
Jehová es una lámpara y una fuente de luz. Jehová es la Fuente suprema de luz y guía. Después de ser liberado de la mano de Saúl y de sus enemigos, David dijo: “Tú eres mi lámpara, oh Jehová, y es Jehová quien hace brillar mi oscuridad”. (2Sa 22:29.) En los Salmos se usa una expresión ligeramente distinta: “Tú mismo encenderás mi lámpara, oh Jehová”, representando así a Jehová como el que encendía la lámpara que David llevaba para iluminar su camino. (Sl 18:28.)
Jesucristo.
En la Nueva Jerusalén de los cielos, según la vio el apóstol Juan en visión, “no existirá noche”. La luz de la ciudad no proviene del Sol ni de la Luna, porque la gloria de Jehová Dios ilumina directamente la ciudad, igual que la nube de luz que los hebreos llamaban Shekinah o signo viviente de la presencia divina iluminaba el Santísimo del antiguo tabernáculo y del templo. (Le 16:2; compárese con Nú 9:15, 16.) Y el Cordero Jesucristo es su “lámpara”. Esta “ciudad” arrojará su luz espiritual como guía para las naciones, es decir, los habitantes de la “nueva tierra”. (Apo 21:22-25.)
★“Nube” - [Uso figurado-§4] - (Heb. postbíblico se le dio el nombre de Shekinah.)
★¿Qué significaba la luz milagrosa, llamada a veces Shekinah? - (15-8-2005-Pg.31)
Reyes del linaje de David. Jehová Dios sentó sobre el trono de Israel al rey David, y este fue, con la dirección de Dios, guía y caudillo sabio de la nación. Por eso se le llamó “la lámpara de Israel”. (2Sa 21:17.) En su pacto del Reino con David, Jehová prometió: “Tu mismísimo trono llegará a ser un trono firmemente establecido hasta tiempo indefinido”. (2Sa 7:11-16.) Por consiguiente, la dinastía o linaje familiar de gobernantes procedentes de David a través de su hijo Salomón fue como una “lámpara” para Israel. (1Re 11:36; 15:4; 2Re 8:19; 2Cr 21:7.)
Cuando se destronó al rey Sedequías y se le llevó cautivo a Babilonia para morir allí, parecía que la “lámpara” se había extinguido; no obstante, Jehová no había abandonado su pacto, sino que simplemente mantenía pendiente la gobernación sobre el trono ‘hasta que viniera aquel que tiene el derecho legal’. (Eze 21:27.) Jesucristo —el Mesías y el “hijo de David”— es heredero de ese trono para siempre, por lo que la “lámpara” de David nunca se apagará. Como posee el Reino para siempre, es una lámpara eterna. (Mt 1:1; Lu 1:32.)
La Palabra de Dios. Puesto que “no de pan solamente debe vivir el hombre, sino de toda expresión que sale de la boca de Jehová” (Mt 4:4), sus mandamientos son como una lámpara que ilumina el camino del siervo de Dios en la oscuridad de este mundo. El salmista declaró: “Tu palabra es una lámpara para mi pie, y una luz para mi vereda”. (Sl 119:105.) El rey Salomón dijo: “Porque el mandamiento es una lámpara, y una luz es la ley, y las censuras de la disciplina son el camino de la vida”. (Pr 6:23.)
El apóstol Pedro había visto cumplidas muchas profecías sobre Jesucristo y había estado presente en su transfiguración en la montaña. En vista de todo esto, pudo decir: “Por consiguiente, tenemos la palabra profética hecha más segura; y ustedes hacen bien en prestarle atención como a una lámpara que resplandece en un lugar oscuro, hasta que amanezca el día y el lucero se levante, en sus corazones”. (2Pe 1:19.) Por lo tanto, al cristiano se le anima a dejar que la luz de la Palabra profética de Dios ilumine su corazón. De esta manera le proveerá guía segura “hasta que amanezca el día y el lucero se levante”.
Los siervos de Dios. En el año 29 E.C. Juan, el hijo del sacerdote Zacarías, fue anunciando: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado”. (Mt 3:1, 2; Lu 1:5, 13.) Israel se había desviado de obedecer la Ley, y a Juan se le envió para predicar arrepentimiento y señalar al Cordero de Dios. Tuvo éxito en volver a muchos de los hijos de Israel hacia Jehová su Dios. (Lu 1:16.) Por consiguiente, Jesús dijo de Juan: “Aquel hombre era una lámpara que ardía y resplandecía, y ustedes por un poco de tiempo estuvieron dispuestos a regocijarse mucho en su luz. Pero yo tengo el testimonio mayor que el de Juan, porque las obras mismas que mi padre me asignó realizar, las obras mismas que yo hago, dan testimonio acerca de mí, de que el Padre me despachó”. (Jn 5:35, 36.)
Jesús también dijo a sus discípulos: “Ustedes son la luz del mundo. No se puede esconder una ciudad cuando está situada sobre una montaña. No se enciende una lámpara y se pone debajo de la cesta de medir, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Así mismo resplandezca la luz de ustedes delante de los hombres, para que ellos vean sus obras excelentes y den gloria al Padre de ustedes que está en los cielos”. (Mt 5:14-16.) Por lo tanto, el siervo de Dios debería apreciar la razón por la que se le da la luz y darse cuenta de que sería totalmente insensato y desastroso no dejar que resplandeciera su luz como si se tratase de una lámpara.
Otros usos figurados. Aquello de lo que una persona depende para iluminar su camino está simbolizado por una lámpara. Con tal símbolo, el proverbio contrasta al justo con el inicuo, diciendo: “La mismísima luz de los justos se regocijará; pero la lámpara de los inicuos... se extinguirá”. (Pr 13:9.) La luz del justo continuamente se hace más brillante. Sin embargo, en el caso de los inicuos, por más que dé la impresión de resplandecer su lámpara y, como consecuencia, por próspero que pueda parecer su camino, Dios hará que terminen en oscuridad, donde sus pies, con toda seguridad, tropezarán. Este es el resultado que le espera a aquel que invoca el mal contra su padre y su madre. (Pr 20:20.)
El que se ‘extinga la lámpara’ de alguien también significa que no hay ningún futuro para él. Otro proverbio dice: “No resultará haber futuro para ninguno que es malo; la mismísima lámpara de los inicuos se extinguirá”. (Pr 24:20.)
Cuando Bildad dio a entender que Job estaba escondiendo alguna maldad secreta, dijo en cuanto al inicuo: “Una luz misma ciertamente se oscurecerá en su tienda, y en ella su propia lámpara se extinguirá”. Más adelante, Bildad añade a su argumento lo siguiente: “No tendrá posteridad ni descendencia entre su pueblo”. En vista de que se dijo que Salomón, hijo de David, era una lámpara que Dios le había dado a su padre, el apagar la lámpara de alguien puede transmitir la idea de que tal persona no tendrá progenie para recibir su herencia. (Job 18:6, 19; 1Re 11:36.)
De manera figurada, el ojo de una persona es una “lámpara”. Jesús dijo: “La lámpara del cuerpo es el ojo. Por eso, si tu ojo es sencillo [o: “es sincero; está todo en una sola dirección; está enfocado; es generoso”], todo tu cuerpo estará brillante; pero si tu ojo es inicuo, todo tu cuerpo estará oscuro”. (Mt 6:22, 23, nota.) El ojo es como una lámpara porque permite al cuerpo andar sin tropezar o topar con algo. Naturalmente, Jesús pensaba en ‘los ojos del corazón’ (Ef 1:18), como lo muestra el contexto.
Cuando en Proverbios 31:18 se dice de la buena esposa: “Su lámpara no se apaga de noche”, se emplea una expresión figurada que significa que ella trabaja industriosamente por la noche e incluso se levanta antes del amanecer para trabajar más. (Compárese con Pr 31:15.)
Según Proverbios 20:27, “el aliento del hombre terrestre es la lámpara de Jehová, y escudriña cuidadosamente todas las partes más recónditas del vientre”. Lo que una persona “exhala” o expresa en público, sea bueno o malo, revela o arroja luz sobre su personalidad o lo más recóndito de ella. (Compárese con Hch 9:1.)
Resplandece como Tiffany
Como recipientes de barro que estamos hechos (Ro 9:21-24), somos muy vulnerables a recibir daño e incluso rajarnos por los golpes de la vida, pero eso no debe de impedir que en la medida de nuestras circunstancias permitan, sigamos siendo fieles portadores de luz y alabadores de Jehová. Es curioso que una de las lámparas más bellas y costosas del mercado (Tiffany) se componga de fragmentos de cristales o cerámicas pegados con una especie de estaño. Aplicándolo a nosotros como recipientes frágiles, quiere decir, que aún si nosotros hemos sufrido muchos golpes en la vida y se nos haya partido por decirlo así el corazón, podemos resplandecer maravillosamente con la luz de la verdad y seguir reflejando el espíritu de Jehová para ayudar a otros con nuestra experiencia a mostrar lealtad como costosas lámparas de la verdad en manos de Jehová. (Mt 5:16; Ef 5:8) Así mismo (1Pe 3:7) habla de tratar con honra a la esposa como el "vaso más débil", el sustantivo griego traducido por “honra” significa “precio, valor, [...] respeto”. Por eso, el esposo cristiano debe tratar a su esposa con ternura y mostrarle la debida consideración, como si de un vaso delicado y precioso se tratara. Tal idea no es degradante en absoluto. Tomemos como ejemplo la lámpara Tiffany con diseños de flores de loto. Esta exquisita lámpara sin duda puede considerarse un objeto delicado. ¿Disminuye su valor el hecho de que sea frágil? ¡De ninguna manera! En 1997, la lámpara Tiffany original se subastó por la astronómica suma de 2.800.000 dólares. Su delicada composición no le restó valor, sino que lo aumentó. |
La palabra “llave” se usa en la Biblia tanto de manera literal como figurada para referirse a un utensilio que se utiliza para cerrar o abrir puertas.
En tiempos bíblicos la llave solía ser una pieza de madera plana con unos dientes que se correspondían con ciertos agujeros de un cerrojo o barra colocado en el lado interior de la puerta de la casa. La llave servía para desplazar hacia un lado esta barra o cerrojo del lado interior de la puerta, y no se hacía girar dentro de la cerradura como en el caso de la llave moderna. A menudo se llevaba en el cinto o se ataba a algún otro objeto y se llevaba sobre el hombro. (Isa 22:22.)
Las llaves egipcias de bronce o hierro que se han hallado consisten en una tija recta de aproximadamente trece centímetros de longitud, con tres o más dientes salientes en el extremo. Los romanos también usaban llaves de metal, algunas incluso del tipo que se hace girar dentro de la cerradura. En Palestina también se han descubierto llaves de bronce.
El rey moabita Eglón tenía una cerradura con llave en la puerta de su cámara del techo. (Jue 3:15-17, 20-25.) Después del exilio, se encargó a ciertos levitas el servicio de guardia del templo, y se les puso como “encargados de la llave, aun de abrir de mañana en mañana”. (1Cr 9:26, 27.)
Uso figurado. La Biblia emplea el término “llave” en sentido figurado para simbolizar autoridad, gobierno y poder. Cuando Eliaquim ascendió a un puesto de confianza y honor, se dice que le pusieron “la llave de la casa de David sobre su hombro”. (Isa 22:20-22.) En tiempos más recientes, en el Oriente Medio poner una llave grande sobre el hombro de un hombre indicaba que se trataba de una persona importante o distinguida. Antiguamente, el consejero del rey al que se le encargaban las llaves podía tener supervisión general de las cámaras reales y también podía decidir respecto a los candidatos para el servicio del rey. En el mensaje angélico a la congregación de Filadelfia se dice que el ensalzado Jesucristo tiene la “llave de David” y que él es “el que abre de modo que nadie cierre, y cierra de modo que nadie abra”. (Apo 3:7, 8.) Como Heredero del pacto davídico para el Reino, a Jesucristo se le ha encomendado el gobierno de la casa de la fe y la jefatura del Israel espiritual. (Lu 1:32, 33.) Por medio de su autoridad, simbolizada por “la llave de David”, puede abrir o cerrar puertas figurativas, es decir, oportunidades y privilegios. (Compárese con 1Co 16:9; 2Co 2:12, 13.)
¿De qué manera utilizó Pedro “las llaves del reino” que se le confiaron?
Jesús le dijo a Pedro: “Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cualquier cosa que ates sobre la tierra será la cosa atada en los cielos, y cualquier cosa que desates sobre la tierra será la cosa desatada en los cielos”. (Mt 16:19.)
En la Biblia, si alguien recibía unas llaves —literales o simbólicas—, significaba que se le confiaba cierto grado de autoridad (1Cr 9:26, 27; Isa 22:20-22). Por esa razón, la palabra “llave” llegó a significar autoridad y responsabilidad. Pedro usó las “llaves” que se le confiaron para dar a los judíos (Hch 2:22-41), a los samaritanos (Hch 8:14-17) y a los no judíos (Hch 10:34-38) la oportunidad de recibir el espíritu santo de Dios y entrar en el Reino celestial.
Para desentrañar el significado de estas llaves, hay que basarse en otra información bíblica. Jesús hizo otra referencia a llaves cuando dijo a los líderes religiosos versados en la Ley: “¡Ustedes [...] quitaron la llave del conocimiento; ustedes mismos no entraron, y a los que estaban entrando los estorbaron!”. (Lu 11:52.) Al comparar este texto con Mateo 23:13, se ve que el ‘entrar’ al que se refiere tiene que ver con la entrada al “reino de los cielos”. Por consiguiente, el que Jesús empleara la palabra “llave” en su comentario a Pedro indicaría que este tendría el privilegio de dar comienzo a un programa de enseñanza por medio del que se abrirían oportunidades especiales relacionadas con el Reino celestial.
A diferencia de los líderes religiosos hipócritas de aquel tiempo, Pedro sí se valió del conocimiento provisto por Dios para ayudar a otras personas a ‘entrar en el reino’, y lo hizo en tres ocasiones señaladas. La primera (1. llave) fue en el Pentecostés de 33 E.C., cuando bajo inspiración reveló ante una multitud de personas que Jehová Dios había resucitado a Jesús y lo había ensalzado a su propia diestra en los cielos, y que este había derramado el espíritu santo sobre sus discípulos congregados desde esa posición real. Como resultado de este conocimiento y por su respuesta al llamamiento de Pedro, al decirles: “Arrepiéntanse, y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, y recibirán la dádiva gratuita del espíritu santo”, utilizando así la primera de tres “llaves del reino” con las que abriría privilegios especiales a distintos grupos étnicos (Mat. 16:18, 19).
Unos 3.000 judíos y conversos al judaísmo (prosélitos) decidieron hacerse miembros en perspectiva del “reino de los cielos”. A este primer grupo le siguieron otros miembros del pueblo judío que imitaron su ejemplo. (Hch 2:1-41.)
Una segunda ocasión (2. llave) fue cuando enviaron a Pedro y a Juan a los samaritanos, que aunque habían sido bautizados, no habían recibido el espíritu santo. Una vez entre ellos, los dos apóstoles “oraron” y “se pusieron a imponerles las manos” y aquellos discípulos recibieron el espíritu santo. (Hch 8:14-17.)
La tercera ocasión (3. llave) en que se dirigió a Pedro de manera especial con el fin de extender a otras personas los privilegios propios de los herederos del Reino se produjo cuando Dios le envió a la casa de un gentil llamado Cornelio, por entonces centurión romano. Por revelación divina, Pedro puso de manifiesto la imparcialidad de Dios con relación a los judíos y los gentiles, e indicó que si la gente de las naciones temía a Dios y obraba justicia, podía ser tan aceptable a Dios como los judíos. Mientras Pedro exponía este conocimiento a los gentiles, espíritu santo cayó sobre todos ellos y milagrosamente se pusieron a hablar en lenguas. A continuación fueron bautizados, y así llegaron a ser los primeros miembros gentiles en perspectiva del “reino de los cielos”. A partir de entonces, permanecería abierta para los creyentes gentiles la oportunidad de llegar a formar parte de la congregación cristiana. (Hch 10:1-48; 15:7-9.)
Mateo 16:19 se puede traducir con exactitud gramatical: “Cualquier cosa que ates sobre la tierra será la cosa atada [o, la cosa ya atada] en los cielos, y cualquier cosa que desates sobre la tierra será la cosa desatada [o, la cosa ya desatada] en los cielos”. Por ello, algunas versiones leen: “Todo lo que ates en la tierra habrá sido atado en el cielo, y lo que desates en la tierra habrá sido desatado en los cielos” (Val, 1989). “Lo que tú no permitas en la tierra, no ha de haber sido permitido en el cielo, y lo que permitas en la tierra, ha de haber sido permitido en el cielo” (TNV; véanse también NTI y Val, nota). Dado que otros textos explican con claridad que el verdadero Cabeza de la congregación cristiana continuaba siendo el resucitado Jesús, es obvio que su promesa a Pedro no significaba que este apóstol dictaría a los cielos lo que debería desatarse o no, sino que, más bien, se le utilizaría como instrumento del cielo para abrir o desatar cosas determinadas de antemano. (1Co 11:3; Ef 4:15, 16; 5:23; Col 2:8-10.)
“La llave del abismo.” En Apocalipsis 9:1-11 se presenta la visión de una “estrella” caída del cielo a la que se da la “llave del hoyo del abismo” y abre ese hoyo para liberar a un enjambre de langostas cuyo rey era el “ángel del abismo”. Puesto que según Romanos 10:6, 7, el abismo debe incluir el Hades (aunque no se limita al Hades), parece ser que la “llave del hoyo del abismo” comprende también las “llaves de la muerte y del Hades”, que según Apocalipsis 1:18 posee el resucitado Jesucristo. Estas “llaves” simbolizan la autoridad que Jesús tiene de liberar a las personas de un confinamiento cuyo poder no puede doblegar nadie salvo el propio Dios o su representante autorizado. Por consiguiente, la autoridad que las “llaves” representan incluye tanto el poder de resucitar en sentido literal, como el poder de liberar a los que se encuentran en una condición de muerte figurativa. (Jn 5:24-29; compárese con Apo 11:3-12; véase MUERTE - [Cambio en la condición espiritual].) La última vez que se habla del uso de la “llave del abismo” es en el pasaje de Apocalipsis 20:1-7, donde la visión representa a un ángel que, provisto de esa llave, arroja a Satanás en el abismo y a continuación lo cierra y sella sobre él por mil años. Al final de ese período, se libera a Satanás de su “prisión”, para lo que habrá de emplearse la “llave” de autoridad. (Véase ABISMO.)
En griego, pan·do·kjéi·on, que significa literalmente “lugar que recibe (o acoge) a todos”, es decir, que da albergue a los viajeros y a sus animales. Es posible que los antiguos mesones del Oriente Medio tuvieran cierto parecido con los que se han construido allí en tiempos más recientes. Estos suelen constar de un patio cercado por un muro con una sola entrada. Adosadas al muro hay una serie de habitaciones sin muebles, construidas sobre una plataforma, a las que se accede por el patio interior y en las que los viajeros se alojan y dejan sus mercancías. Los animales permanecen en el patio, que suele tener un pozo en el centro. Los mesoneros de tiempos antiguos suministraban ciertas provisiones necesarias a los viajeros y cuidaban de las personas dejadas a su cargo, servicios por los que recibían una compensación. (Lu 10:33-35.)
Construcción ligera y fácilmente desmontable constituida por una armazón cubierta con materiales flexibles de superficie continua, como pieles o telas cosidas entre sí. Las tiendas se cuentan entre los primeros tipos de morada hechos por el hombre (Gé 4:20; 9:21) y eran los que usaban comúnmente los pueblos nómadas del Oriente Medio. (Gé 9:27; Sl 83:6.)
La Biblia suministra algunos detalles sobre el diseño de las tiendas y su uso. A esto se añade lo que se sabe de las tiendas utilizadas por los árabes en tiempos más recientes, pues al parecer estas no difieren sustancialmente de las del período bíblico. Muchos eruditos creen que las primeras tiendas eran de piel. (Gé 3:21; Éx 26:14.) Entre los beduinos modernos son comunes las tiendas hechas de telas de pelo de cabra de color negro. (Compárese con Éx 36:14; Can 1:5.) Se cosen entre sí tiras de este material hasta formar una tienda rectangular, cuyo tamaño total varía según la riqueza del dueño y el número de ocupantes. La tienda está apoyada sobre varios postes de entre 1,5 y 2 m. de altura, el más alto de los cuales está situado cerca del centro; para que se mantenga firme contra el viento, dispone de cuerdas que se sujetan al suelo con estacas. (Jue 4:21.) Se consigue intimidad y protección del viento cubriendo los lados de la tienda con otras telas que pueden levantarse o quitarse para ventilación.
Parece ser que en tiempos bíblicos las tiendas más grandes normalmente se dividían en dos o más compartimientos colgando telas a modo de cortinas. La “tienda de Sara” mencionada en Génesis 24:67 puede que sea su compartimiento o quizás una tienda que ocupaba sola, pues algunos hombres ricos tenían varias tiendas, y a veces a cada mujer se le asignaba su propia tienda. (Gé 13:5; 31:33.) Probablemente utilizaban esteras para cubrir el suelo.
Las tiendas eran un rasgo distintivo de la vida nómada, a diferencia de las casas, utilizadas por los que tenían una vida más sedentaria. Por eso se dice que Abrahán ‘moraba en tiendas’ mientras “esperaba la ciudad que tiene fundamentos verdaderos”. (Heb 11:9, 10.) Parece ser que los israelitas vivieron principalmente en casas, no en tiendas, durante su estancia en Egipto. (Éx 12:7.) Pero al salir de Egipto volvieron a vivir en tiendas (Éx 16:16), y ese fue su tipo de morada durante los cuarenta años que vagaron por el desierto. (Le 14:8; Nú 16:26.) Dos tiendas en particular, “el tabernáculo” y la tienda de Moisés, fueron especialmente importantes en ese período. (Éx 25:8, 9; 26:1; 33:7; véanse TABERNÁCULO; TIENDA DE REUNIÓN.)
Aun después de conquistar la Tierra Prometida, pastores y agricultores todavía utilizaban tiendas cuando estaban en el campo. (Can 1:8.) Zacarías 12:7 probablemente se refiere a esas tiendas, pues eran las primeras en verse afectadas y en necesitar protección cuando una nación enemiga iba contra el país para atacar la ciudad de Jerusalén. También moraban en tiendas los comandantes militares y los ejércitos que estaban en expediciones distantes. (1Sa 17:54; 2Re 7:7; compárese con Da 11:45.)
El que durante tanto tiempo los israelitas utilizaran las tiendas dio origen al uso poético de la palabra “tienda” con referencia a cualquier lugar de habitación, incluso a una casa normal. (Éx 12:23, 30; 1Sa 13:2; 1Re 12:16; Sl 78:51.)
Usos figurados. Las muchas referencias figuradas a las tiendas que se hacen en la Biblia reflejan lo familiarizados que estaban los israelitas con ellas. Ezequías escribió con respecto a los últimos momentos de su vida: “Mi propia habitación ha sido arrancada y quitada de mí como la tienda de pastores”. (Isa 38:12.) Tal como una tienda que estuviera en cierto lugar podía ser desmantelada y quitada rápidamente, sus postes podían ser desarmados y sus estacas arrancadas, de la misma manera el lugar que ocupaba Ezequías entre los vivos parecía igualmente transitorio, propenso a desaparecer. Elifaz asemejó la muerte a arrancar la cuerda de una tienda, lo que haría que esta se desplomase. (Job 4:21.)
De manera algo similar, Pablo utilizó una tienda como metáfora al hablar de los cuerpos humanos de los cristianos engendrados por espíritu. Una tienda desmontable es una morada más frágil y temporal que una casa normal. Aunque viven en la Tierra con un cuerpo mortal de carne, los cristianos que tienen el espíritu como una prenda de la vida celestial venidera esperan “un edificio procedente de Dios”, un cuerpo celestial que es eterno, incorruptible. (1Co 15:50-53; 2Co 5:1-5; compárese con 2Pe 1:13, 14.)
Jeremías utilizó la figura de una tienda cuando habló de la destrucción venidera de los judíos. (Jer 4:20.) Asemejó la nación desolada a una mujer cuya tienda se había desplomado y las cuerdas habían sido cortadas. Empeorando aún más su patética situación, sus hijos estaban en el exilio, de manera que no quedaba nadie que pudiera ayudarla a levantar y desplegar la tienda. (Jer 10:20.) Cuando los babilonios destruyeron Jerusalén, a esa ciudad, como grupo de moradas, se la podía llamar “la tienda de la hija de Sión” en la que Dios había derramado su cólera. (Lam 2:4.)
La palabra “tienda” tenía aún otro sentido figurado. Una tienda era un lugar de descanso y protección contra los elementos. (Gé 18:1.) En vista de las costumbres con respecto a la hospitalidad, los visitantes tenían razón para creer que se les atendería y respetaría cuando se les diera la bienvenida en la tienda de otra persona. Por consiguiente, cuando Apocalipsis 7:15 dice que Dios ‘extenderá su tienda sobre la gran muchedumbre’, da a entender que esta recibirá cuidado protector y seguridad. (Sl 61:3, 4.) Al hablar de los preparativos que tiene que hacer Sión, la esposa de Dios, para los hijos que dará a luz, Isaías registra que se le dice: “Haz más espacioso el lugar de tu tienda”. (Isa 54:2.) Por consiguiente, ella amplía el lugar de protección para sus hijos.
En Apocalipsis 21:1-3 Dios proyectó la visión de Juan al reinado de mil años de Cristo, y dijo: “¡Mira! La tienda de Dios está con la humanidad, y él residirá [o, “él morará en tienda”] con ellos”. Tal como se prefiguró en la tienda o tabernáculo del desierto, Dios no morará personalmente con la humanidad, sino de manera representativa, al tratar con ella por medio del “Cordero de Dios”, que también es el gran Sumo Sacerdote. (Éx 25:8; 33:20; Jn 1:29; Heb 4:14.)
El oficio de hacer tiendas. El término griego skë·no·poi·ós, utilizado en Hechos 18:3, designa el oficio de Pablo, Áquila y Priscila. Existen diversas opiniones en cuanto al artesano específico referido por esta palabra (si aplicaba a un fabricante de tiendas, a un tapicero o a un cordelero); sin embargo, muchos eruditos reconocen que “no parece haber ninguna razón para modificar la traducción ‘fabricantes de tiendas’”. (The Expositor’s Greek Testament, edición de W. Nicoll, 1967, vol. 2, pág. 385.)
Cuando Pablo visitó Corinto por primera vez, se quedó con Áquila y Priscila “por ser del mismo oficio”. (Hch 18:1-3.) El apóstol Pablo era de Tarso (Cilicia), una zona famosa por su tela de pelo de cabra llamada “cilicio”, con la que se fabricaban tiendas de campaña. (Hch 21:39.) En vista de que entre los judíos del siglo I E.C. se consideraba honorable enseñar un oficio a un muchacho, aunque este recibiera luego una educación superior, es probable que Pablo aprendiera a hacer tiendas de campaña durante su juventud. Puede que el hacer tiendas también haya sido el trabajo que el apóstol realizó en Tesalónica (1Te 2:9; 2Te 3:8) y en otros lugares. (Hch 20:34, 35; 1Co 4:11, 12.) No era un trabajo fácil, pues se dice que el “cilicio” era duro y áspero, lo que dificultaba el cortarlo y coserlo.