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La repetición “bar bar” en el término griego bár·ba·ros transmitía la idea de tartamudeo, balbuceo o habla ininteligible. Es ese sentido el que en un principio dieron los griegos a la palabra “bárbaro” para referirse a los extranjeros, en especial a los que hablaban un idioma diferente. Este vocablo no designaba a un ser incivilizado, inculto o falto de buenos modales, ni tampoco transmitía ningún sentimiento hostil de desprecio. La palabra “bárbaro” simplemente hacía una distinción entre los griegos y los que no lo eran, tal como el término “gentil” separa a los judíos de aquellos que no lo son. Quienes no eran de origen griego no se sentían molestos ni insultados porque se les llamase bárbaros. Algunos escritores judíos, entre ellos Josefo, reconocían que este era el término que los designaba. (Antigüedades Judías, libro XIV, cap. X, sec. 1; Contra Apión, libro I, sec. 11), y los romanos se llamaron a sí mismos bárbaros hasta que adoptaron la cultura griega. Es con este sentido no peyorativo con el que Pablo emplea esta expresión amplia al escribir a los romanos: “Tanto a griegos como a bárbaros”. (Ro 1:14.)
El idioma era el elemento principal que separaba a los griegos del mundo bárbaro. Por lo tanto, este término hacía especial referencia a aquellos que no hablaban griego, como, por ejemplo, los habitantes de Malta, cuyo lenguaje tenía un origen distinto. Por ello, la Traducción del Nuevo Mundo da significado al término bár·ba·roi en este pasaje vertiéndolo “gente de habla extranjera”. (Hch 28:1, 2, 4.) Al escribir acerca del don de lenguas, Pablo usa dos veces bár·ba·ros (extranjero) para referirse a aquel que habla en una lengua ininteligible. (1Co 14:11; véase también Col 3:11.) De manera semejante, en la Versión de los Setenta aparecen formas de la palabra bár·ba·ros en el Salmo 113:1 (114:1 en las versiones hebrea y española) y en Ezequiel 21:36 (21:31 en la versión española).
Debido a que los griegos creían que su idioma y su cultura eran superiores a todos los demás, y a causa también de las vejaciones que sufrieron a manos de sus enemigos, la palabra “bárbaro” poco a poco fue adquiriendo una connotación despectiva.
El término hebreo para “bosque” es yá´ar. (Dt 19:5; 1Sa 14:25; Jos 17:15.) En Palestina antiguamente abundaban los bosques con árboles de muchas clases. Las referencias bíblicas tanto a bosques como al uso de materiales de madera indican que los árboles eran en aquel entonces mucho más comunes que hoy día, a pesar de la reforestación de los últimos años. (2Cr 27:4; Jue 9:48, 49.) También da cuenta de este hecho el que los bosques cobijaran a osos (2Re 2:23, 24), leones (1Sa 17:34; 1Cr 11:22) y otros animales. (Eze 34:25.)
La deforestación de grandes zonas se ha producido debido a la devastación de la guerra, la extensa tala de árboles maderables sin la debida reforestación y el apacentamiento incontrolado de ganado que se ha comido los brotes de los nuevos árboles. Denis Baly, en su libro The Geography of the Bible (1974, págs. 77, 115, 116), habla de los siglos de negligencia que han resultado en la desaparición de bosques y en la pérdida de tanto como 2 m. de suelo fértil, lo que ha dejado rocosa y estéril gran parte de la tierra.
En la Biblia se mencionan ciertos bosques en particular. Los bosques del Líbano, hoy reducidos a pequeñas arboledas, sobresalían por sus espléndidos árboles (1Re 5:2-10, 13-18; 2Re 19:23), entre los que se contaban gran cantidad de cedros, enebros y cipreses. El “bosque de Efraín” (quizás “bosque de Mahanaim”), donde Absalón murió, posiblemente se encontraba al E. del río Jordán, cerca de Mahanaim, y al parecer era un bosque muy denso. (2Sa 18:6, nota, 8, 17.) “El bosque de Héret” estaba en Judá. (1Sa 22:5.) La región de Galaad también era famosa por sus bosques y árboles balsámicos, mientras que Basán, al N., se destacaba por sus “árboles macizos”, entre los que debió contarse el roble. (Isa 2:13; Zac 11:2.) En los días de David y Salomón, abundaban los sicómoros en la tierra baja de la Sefelá. (1Re 10:27; 1Cr 27:28; 2Cr 1:15; 9:27.) En el valle del Jordán abundaban los tamariscos y los sauces, y su densidad servía de cobijo para los leones. (Jer 12:5; Zac 11:3.)
Así como se usan los árboles para simbolizar a personas y gobernantes, la Biblia también hace mención de los bosques para representar simbólicamente a pueblos o naciones y sus gobernantes. Por ejemplo, la iniquidad de la Judá apóstata fue como una llama que habría de consumir a su pueblo (Isa 9:18), y la ira de Jehová quemaría el reino meridional (Judá) con una llama inextinguible. (Eze 20:46-48.) También se pronunciaron profecías similares contra naciones paganas enemigas del pueblo de Dios. Se cortaría a los guerreros asirios y se les entresacaría como árboles de un bosque. (Sl 83:14, 15; Jer 46:22, 23; Isa 10:19, 34.)
El término hebreo scha·má·yim (siempre en plural), que se traduce “cielo(s)”, parece designar en su sentido básico lo que es “alto” o “encumbrado”. (Sl 103:11; Pr 25:3; Isa 55:9.) La etimología de la palabra griega para cielo (ou·ra·nós) es incierta.
Los cielos físicos. En el lenguaje original el término cielo abarca el ámbito completo de los cielos físicos, y el contexto por lo general ayuda a precisar su significado.
La atmósfera terrestre. La palabra “cielo(s)” puede aplicar a toda la atmósfera terrestre, donde se forman el rocío y la escarcha (Gé 27:28; Job 38:29), donde vuelan los pájaros (Dt 4:17; Pr 30:19; Mt 6:26), donde soplan los vientos (Sl 78:26), donde resplandece el relámpago (Lu 17:24) y donde están las nubes que dejan caer su lluvia, nieve o piedras de granizo (Jos 10:11; 1Re 18:45; Isa 55:10; Hch 14:17). A veces “cielo” se refiere al firmamento o bóveda celeste. (Mt 16:1-3; Hch 1:10, 11.)
Esta región atmosférica corresponde con la “expansión [heb. ra·qí·a´]” formada durante el segundo período creativo, de la que se habla en Génesis 1:6-8. Es a ese “cielo” al que se hace referencia en Génesis 2:4, Éxodo 20:11 y 31:17 cuando se alude a la creación de “los cielos y la tierra”. (Véase EXPANSIÓN.)
El que se hiciera esta expansión sirvió para separar las aguas que estaban sobre la superficie terrestre de las que quedaron encima de la expansión. Esto explica lo que se informa con respecto al diluvio universal del día de Noé: “Fueron rotos todos los manantiales de la vasta profundidad acuosa, y las compuertas de los cielos fueron abiertas”. (Gé 7:11; compárese con Pr 8:27, 28.) Las aguas suspendidas por encima de la expansión debieron precipitarse bruscamente y también en forma de lluvia. Cuando este vasto depósito se vació, las ‘compuertas de los cielos se cerraron’ por decirlo así. (Gé 8:2.)
Espacio sideral. Los “cielos” físicos comprenden tanto la atmósfera terrestre como las regiones del espacio sideral con sus cuerpos estelares, “todo el ejército de los cielos”: el Sol, la Luna, las estrellas y las constelaciones. (Dt 4:19; Isa 13:10; 1Co 15:40, 41; Heb 11:12.) En el primer versículo de la Biblia se alude a la creación de esos cielos estrellados antes de la preparación de la Tierra para la vida del hombre. (Gé 1:1.) Tanto estos cielos como la expansión, muestran la gloria de Dios, pues son la obra de sus “dedos”. (Sl 8:3; 19:1-6.) Todos esos cuerpos celestes están controlados por los “estatutos de los cielos” que Dios ha establecido, unos estatutos que los astrónomos todavía son incapaces de comprender a pesar de la tecnología moderna y sus avanzados conocimientos matemáticos. (Job 38:33; Jer 33:25.) No obstante, sus hallazgos confirman lo imposible que es para el hombre medir los cielos o siquiera contar las estrellas. (Jer 31:37; 33:22; véase ESTRELLA.) Dios no solo las cuenta, sino que hasta las llama por nombre. (Sl 147:4; Isa 40:26.) ★El poder de Jehová en la Naturaleza - El cielo nocturno - (Min. 3:10)
“En medio del cielo” y las ‘extremidades de los cielos’. La expresión “en medio del cielo” aplica a la capa de la atmósfera donde vuelan las aves, como, por ejemplo, el águila. (Apo 8:13; 14:6; 19:17; Dt 4:11 [heb. “corazón de los cielos”].) Un sentido parecido tiene la expresión “entre la tierra y los cielos”. (1Cr 21:16; 2Sa 18:9.) El que se predijera que las fuerzas que atacarían Babilonia avanzarían desde “la extremidad de los cielos”, debe significar que llegarían desde el horizonte distante (donde parece que se juntan la tierra y el cielo, y donde parece que sale el Sol y se pone). (Isa 13:5; compárese con Sl 19:4-6.) De manera similar, la expresión “desde las cuatro extremidades de los cielos” debe referirse a los cuatro puntos cardinales, con lo que se quiere dar a entender la totalidad de la Tierra. (Jer 49:36; compárese con Da 8:8; 11:4; Mt 24:31; Mr 13:27.) Como los cielos rodean la Tierra por todos lados, el que Jehová vea todo lo que está “bajo los cielos enteros” significa que ve todo el planeta. (Job 28:24.)
Los cielos nubosos. Los escritores bíblicos también utilizan la palabra hebrea schá·jaq para referirse a la expansión o atmósfera que rodea la Tierra donde están las nubes (Dt 33:26; Pr 3:20; Isa 45:8), o también a la bóveda o cúpula celeste, azul durante el día y tachonada de estrellas por la noche. (Sl 89:37.) Esta palabra tiene el significado primario de algo batido muy fino, pulverizado, como una “capa tenue de polvo” (schá·jaq). (Isa 40:15; 2Sa 22:43.) La palabra schá·jaq también se traduce por “nube” y “cielo nublado”, aunque en la mayoría de los casos se usa simplemente para referirse a lo que está muy por encima del hombre y no a un aspecto particular del “cielo”. (Sl 57:10; 108:4.)
Estos dos significados están relacionados, pues las finas partículas de polvo, las moléculas de vapor de agua y, hasta cierto grado, las moléculas de oxígeno, nitrógeno, anhídrido carbónico y otros gases que se encuentran en la atmósfera, dispersan los rayos de luz, y los más difundidos, los azules, dan al cielo despejado su característico color azul. Además, las nubes se forman cuando el aire caliente que se eleva desde la Tierra se enfría hasta lo que se llama “punto de rocío”, y el vapor de agua que hay en él se condensa alrededor de diminutas partículas de polvo. (Compárese con Job 36:27, 28; véase NUBE.)
Jehová dice que Él es Aquel que “[bate] los cielos nublados, duros como un espejo fundido”, de modo que da un límite definido o una clara demarcación a la bóveda celeste de color azul. (Job 37:18.) Las partículas que forman la atmósfera están sometidas a la atracción de la fuerza de la gravedad, que las mantiene dentro de sus límites. (Gé 1:6-8.) Estas reflejan la luz del Sol como si fueran un espejo, por lo que el cielo parece claro, mientras que si no existiera la atmósfera y alguien pudiera observar el cielo desde la Tierra, solo vería oscuridad, un fondo negro sobre el que refulgirían los cuerpos celestes, como sucede en el caso de la Luna, que carece de atmósfera. Los astronautas han podido observar la atmósfera de la Tierra desde el espacio sideral y la han visto como un halo relumbrante.
Jehová se valió de lenguaje figurado al advertir a Israel que debido a su desobediencia, los cielos que estaban sobre sus cabezas llegarían a ser cobre; la tierra debajo de ellos, hierro, y la lluvia que les caería, ceniza y polvo. En tales condiciones de sequía, el cielo “cerrado” y sin nubes se volvería rojizo, de color de cobre, pues la mayor cantidad de partículas de polvo en la atmósfera difunden la luz azul hasta el punto de destacar más las ondas rojas, de la misma manera que el Sol parece rojo cuando se pone como consecuencia de que los rayos deben atravesar un mayor espesor en la atmósfera. (Dt 28:23, 24; compárese con 1Re 8:35, donde “cielo” se emplea para referirse a la expansión.)
Cuando Jesús ascendió al cielo, una nube se lo llevó de la vista de los discípulos. “Estando ellos mirando con fijeza al cielo”, se les aparecieron unos ángeles y les dijeron: “Varones de Galilea, ¿por qué están de pie mirando al cielo? Este Jesús que fue recibido de entre ustedes arriba al cielo, vendrá así de la misma manera como lo han contemplado irse al cielo”. (Hch 1:9-11.) Lo que los ángeles querían decir a los discípulos era que no había razón para mirar con fijeza al cielo a la espera de que Jesús se apareciese de nuevo ante su vista, pues la nube se lo había llevado y ya era invisible. Regresaría de la misma manera, es decir, de manera invisible, sin que lo advirtieran los ojos físicos.
“Los cielos de los cielos.” La expresión “los cielos de los cielos” parece referirse a los cielos más elevados. En vista de que los cielos se extienden desde la Tierra en todas direcciones, “los cielos de los cielos” deben abarcar todos los cielos físicos, todo el universo sin importar cuán vastos sean. (Dt 10:14; Ne 9:6.)
Salomón, el constructor del templo de Jerusalén, manifestó que los “cielos, sí, el cielo de los cielos” no pueden contener a Dios. (1Re 8:27.) Como Creador de los cielos, la posición de Jehová es muy superior a la de estos, y “solo su nombre es inalcanzablemente alto. Su dignidad está por encima de tierra y cielo”. (Sl 148:13.) Jehová mide los cielos físicos con la misma facilidad con la que un hombre toma la medida de un objeto abriendo la mano y colocándolo entre los dedos pulgar y meñique extendidos. (Isa 40:12.) Sin embargo, las palabras de Salomón no significan que Dios no tenga un lugar de residencia específico, ni tampoco que sea omnipresente, en el sentido de estar literalmente en todo y en todas partes, pues Salomón también dijo que Jehová oye “desde los cielos, el lugar establecido de [su] morada”, es decir, la región de los espíritus. (1Re 8:30, 39.)
De modo que el término “cielos” en sentido físico es muy abarcador. Puede referirse a las zonas más lejanas del espacio universal o a algo que simplemente es más alto o encumbrado de lo habitual. Por eso se dice que los que están a bordo de un barco sacudido por una tormenta “suben a los cielos, bajan a los fondos”. (Sl 107:26.) Asimismo, los edificadores de la Torre de Babel intentaron construir una estructura que tuviera su “cúspide en los cielos”, como si fuera un “rascacielos”. (Gé 11:4; compárese con Jer 51:53.) Y la profecía de Amós 9:2 habla de hombres que “suben a los cielos” en un vano esfuerzo por eludir los juicios de Jehová, expresión con la que se indica que intentarían hallar escape en las elevadas regiones montañosas.
Cielos espirituales. Las mismas palabras del lenguaje original que se utilizan para referirse a los cielos físicos se aplican también a los cielos espirituales. Como se ha visto, Jehová Dios no reside en los cielos físicos, pues es un Espíritu, pero como es “Alto y Excelso” y reside en “la altura” (Isa 57:15), es apropiado el uso de esta palabra hebrea, cuyo sentido básico es “elevado” o “encumbrado”, para designar la “excelsa morada de santidad y hermosura” de Dios. (Isa 63:15; Sl 33:13, 14; 115:3.) Como el Hacedor de los cielos físicos (Gé 14:19; Sl 33:6), Jehová es también su Dueño (Sl 115:15, 16), y puede hacer cualquier cosa en ellos, incluso actos milagrosos. (Sl 135:6.)
Por todo esto, en muchos textos la palabra “cielos” representa a Dios mismo y su posición soberana. Su trono está en los cielos, es decir, en la región de los espíritus bajo su dominio. (Sl 103:19-21; 2Cr 20:6; Mt 23:22; Hch 7:49.) Desde su posición suprema o última, Jehová ‘mira desde’ encima de los cielos y la Tierra físicos (Sl 14:2; 102:19; 113:6), y desde esa posición encumbrada también habla, satisface peticiones y pronuncia juicio. (1Re 8:49; Sl 2:4-6; 76:8; Mt 3:17.) Por consiguiente, leemos que Ezequías e Isaías “siguieron orando [...] y clamando a los cielos por socorro” ante una grave amenaza. (2Cr 32:20; compárese con 2Cr 30:27.) Jesús también usó los cielos como representación de Dios cuando preguntó a los líderes religiosos si el bautismo de Juan era “del cielo, o de los hombres” (Mt 21:25; compárese con Jn 3:27); y el hijo pródigo confesó haber pecado “contra el cielo” y contra su propio padre. (Lu 15:18, 21.) Por lo tanto, la expresión “el reino de los cielos” no significa solo que tiene su sede en los cielos espirituales y que domina desde allí, sino también que es “el reino de Dios”. (Da 2:44; Mt 4:17; 21:43; 2Ti 4:18.)
Además, fue también debido a su posición celestial por lo que tanto hombres como ángeles levantaron las manos o el rostro hacia los cielos al invocar a Dios para que actuase (Éx 9:22, 23; 10:21, 22), al prestar juramento (Da 12:7) y al orar (1Re 8:22, 23; Lam 3:41; Mt 14:19; Jn 17:1). En Deuteronomio 32:40 Jehová dice que ‘alza al cielo su mano en juramento’. El texto de Hebreos 6:13 permite deducir que esas palabras significan que Jehová jura por sí mismo. (Compárese con Isa 45:23.)
El lugar de habitación de los ángeles. Los cielos espirituales son también el “propio y debido lugar de habitación” de los hijos espíritus de Dios. (Jud 6; Gé 28:12, 13; Mt 18:10; 24:36.) La expresión “ejército de los cielos”, aplicada en numerosas ocasiones a la creación estelar, también se usa con referencia a estos hijos angélicos de Dios (1Re 22:19; compárese con Sl 103:20, 21; Da 7:10; Lu 2:13; Apo 19:14), y a veces se personifican los “cielos” para representar a esta organización angélica, “la congregación de los santos”. (Sl 89:5-7; compárese con Lu 15:7, 10; Apo 12:12.)
Como representación de gobierno. Hemos visto que los cielos pueden referirse a Jehová Dios en su posición soberana. De manera que cuando Daniel le dijo a Nabucodonosor que lo que iba a experimentar le haría “[saber] que los cielos están gobernando”, significaba lo mismo que saber “que el Altísimo es Gobernante en el reino de la humanidad”. (Da 4:25, 26.)
Sin embargo, el término “cielos” puede referirse, aparte de al Soberano Supremo, a otras potencias gobernantes ensalzadas o encumbradas por encima de los pueblos sometidos. En Isaías 14:12 se alude a la dinastía de reyes babilonios que Nabucodonosor representaba y se la asemeja a una estrella, un “resplandeciente, hijo del alba”. Con la conquista de Jerusalén en el año 607 a. E.C., aquella dinastía babilonia elevó su trono “por encima de las estrellas de Dios”, es decir, de la línea davídica de reyes de Judá (a Jesucristo mismo, heredero del trono davídico, se le llama “la brillante estrella de la mañana” en Apo 22:16; compárese con Nú 24:17). Al derrocar el trono davídico, divinamente autorizado, la dinastía babilonia en realidad se ensalzó a sí misma hasta los cielos. (Isa 14:13, 14.) El árbol simbólico del sueño de Nabucodonosor, cuya altura ‘alcanzaba a los cielos’, también representó la encumbrada grandiosidad y extenso dominio de esta dinastía. (Da 4:20-22.)
Nuevos cielos y nueva tierra. La relación existente entre los “cielos” y la gobernación ayuda a entender el significado de la expresión “nuevos cielos y una nueva tierra”, que aparece en Isaías (65:17; 66:22) y que cita el apóstol Pedro en 2 Pedro 3:13. Observando tal relación, la Cyclopædia de M’Clintock y Strong (1891, vol. 4, pág. 122) comenta: “En Isa LXV, 17, un nuevo cielo y una nueva tierra significan un nuevo gobierno, un nuevo reino, una nueva gente”. En su primer cumplimiento: El rey persa Ciro, que aún no había nacido y que llegó a ser el conquistador de Babilonia (Isaías 45:1) preparó el camino para el regreso de los judíos a su tierra natal, lo que sucedió en el año 537 a.E.C., así se formo la “nueva tierra”.
Tal como la “tierra” puede referirse a una sociedad de personas (Sl 96:1; véase TIERRA), así también los “cielos” pueden simbolizar el dominio o gobierno sobre esa “tierra”. La profecía de Isaías sobre la promesa de los “nuevos cielos y una nueva tierra” anunciaba en primer lugar la restauración de Israel del exilio en Babilonia. Los israelitas entraron en un nuevo sistema de cosas cuando regresaron a su tierra natal. Dios utilizó de manera especial a Ciro el Grande para llevar a cabo esa restauración. Una vez en Jerusalén, Zorobabel (un descendiente de David) fue gobernador, y Josué, sumo sacerdote. En consonancia con el propósito de Jehová, este nuevo sistema gubernativo, o “nuevos cielos”, dirigió y supervisó al pueblo. (2Cr 36:23; Ag 1:1, 14.) Por ello, como predijo el versículo 18 del capítulo 65 de Isaías, Jerusalén llegó a ser “una causa para gozo y [...] su pueblo una causa para alborozo”.
Sin embargo, la cita de Pedro muestra que sobre la base de la promesa de Dios, podía anticiparse un cumplimiento futuro de esta profecía. (2Pe 3:13.) Dado que en este caso la promesa divina se relaciona con la presencia de Cristo Jesús, como se muestra en el versículo 4, los “nuevos cielos y una nueva tierra” tienen que referirse al reino mesiánico de Dios y su dominio sobre súbditos obedientes. Por medio de su resurrección y ascensión a la diestra de Dios, Cristo Jesús llegó a ser “más alto que los cielos” (Heb 7:26), en el sentido de que, debido a ello, se le colocó “muy por encima de todo gobierno y autoridad y poder y señorío, [...] no solo en este sistema de cosas, sino también en el que ha de venir”. (Ef 1:19-21; Mt 28:18.)
Como “participantes del llamamiento celestial” (Heb 3:1), Dios designa a los seguidores ungidos de Jesús “herederos” en unión con Cristo, por medio de quien Él se propuso “reunir todas las cosas de nuevo”. “Las cosas en los cielos”, es decir, los llamados a la vida celestial, son los primeros a los que se reúne en unión con Dios mediante Cristo. (Ef 1:8-11.) Tienen la herencia “reservada en los cielos” (1Pe 1:3, 4; Col 1:5; compárese con Jn 14:2, 3), están “matriculados en los cielos” y allí es donde tienen su “ciudadanía”. (Heb 12:20-23; Flp 3:20.) Forman la “Nueva Jerusalén”, a la que en la visión de Juan se ve descender “del cielo desde Dios”. (Apo 21:2, 9, 10; compárese con Ef 5:24-27.) Siendo que al principio se dice que esta visión es de “un nuevo cielo y una nueva tierra” (Apo 21:1), ambos tienen que estar representados en lo que se menciona a continuación. Por consiguiente, el “nuevo cielo” debe referirse a Cristo y su “novia”, la “Nueva Jerusalén”, y la “nueva tierra”, a los ‘pueblos de la humanidad’, que son sus súbditos y reciben las bendiciones de su gobierno, tal como se indica en los versículos 3 y 4.
★¿Está usted listo para “heredar la tierra”? - (2-12-2022-Pg.28)
★“Las cosas anteriores no serán recordadas” - (1-3-2012-Pg.19)
★Por qué dice la TNM en 2Pe 3:13 “nuevos cielos” y Rev 21:1 “un nuevo cielo” - (20010615-Pg.31/384)
“El cielo anterior y la tierra anterior habían pasado.” La visión de Juan dice que el “cielo anterior y la tierra anterior habían pasado”. (Apo 21:1; compárese con 20:11.) Las Escrituras Griegas Cristianas muestran que los gobiernos terrestres y sus pueblos están sujetos a la gobernación de Satanás. (Mt 4:8, 9; Jn 12:31; 2Co 4:3, 4; Apo 12:9; 16:13, 14.) El apóstol Pablo habló de las “fuerzas espirituales inicuas en los lugares celestiales”, con sus gobiernos, autoridades y gobernantes mundiales. (Ef 6:12.) Por lo tanto, el que el “cielo anterior” hubiera pasado indica el fin de los gobiernos políticos influidos por Satanás y sus demonios. Esto armoniza con lo que menciona 2 Pedro 3:7-12 en cuanto a la destrucción como si fuera por fuego de “los cielos […] que existen ahora”. De forma parecida, Apocalipsis 19:17-21 describe la aniquilación de un sistema político mundial y de sus apoyadores, pues menciona que la simbólica bestia salvaje es arrojada “al lago de fuego que arde con azufre”. (Compárese con Apo 13:1, 2.) En cuanto al Diablo, Apocalipsis 20:1-3 muestra que es arrojado al “abismo” por mil años y que después es “desatado por un poco de tiempo”.
El abatimiento de lo que está ensalzado. Como los cielos representan lo que está elevado, derrocar, ‘mecer’ o ‘agitar’ los cielos en ocasiones quiere decir abatir aquello que está ensalzado. También se dice que Jehová arrojó “del cielo a la tierra la hermosura de Israel” cuando esta nación sufrió desolación. Formaban parte de dicha hermosura el reino de Israel, los gobernantes principescos y el poder de estos, pero dicha hermosura fue devorada como por fuego. (Lam 2:1-3.) Babilonia, la potencia que conquistó Israel, experimentó más tarde una agitación de su propio “cielo” y un mecimiento de su “tierra”, cuando los medos y los persas acabaron con ella y sus dioses celestiales resultaron falsos e incapaces de evitar que perdiese su dominación. (Isa 13:1, 10-13.)
De manera similar, se profetizó que a pesar de su posición ensalzada hasta los cielos, Edom no se salvaría de la destrucción, y que la espada de juicio de Jehová se empaparía en las alturas o “cielos” de Edom sin que esta nación pudiera recibir ayuda alguna de ninguna fuente celestial o ensalzada. (Isa 34:4-7; compárese con Abd 1-4, 8.) Los que hacen grandes alardes, hablando inicuamente en un estilo elevado como si “[pusieran] su boca en los mismísimos cielos”, ciertamente serán arruinados. (Sl 73:8, 9, 18; compárese con Apo 13:5, 6.) La ciudad de Capernaum tenía motivos para sentirse muy favorecida debido a la atención que recibió de Jesús durante su ministerio. Sin embargo, ya que no respondió a sus obras poderosas, Jesús preguntó: “¿Acaso tú serás ensalzada hasta el cielo?”, y a continuación predijo: “Hasta el Hades bajarás”. (Mt 11:23.)
Oscurecimiento de los cielos. El oscurecimiento de los cielos o de los cuerpos estelares se usa a menudo para representar el cambio de unas condiciones prósperas o favorables a unas perspectivas o condiciones tenebrosas, como cuando las nubes eclipsan por completo la luz tanto de día como de noche. (Compárese con Isa 50:2, 3, 10.) Este uso de los cielos físicos con relación a las perspectivas humanas tiene cierto parecido a la antigua expresión árabe “su cielo ha caído a la tierra”, en el sentido de que la superioridad o prosperidad de alguien ha disminuido sensiblemente. Por supuesto, en ocasiones, Dios ha expresado su ira por medio de fenómenos celestes, algunos de los cuales han provocado literalmente el oscurecimiento de los cielos. (Éx 10:21-23; Jos 10:12-14; Lu 23:44, 45.)
Ese día de oscuridad se produjo en Judá para que se cumpliera el juicio de Jehová por medio de su profeta Joel, y terminó con la desolación de Judá a manos de Babilonia. (Joe 2:1, 2, 10, 30, 31; compárese con Jer 4:23, 28.) No parecía haber ninguna esperanza de ayuda procedente de una fuente celestial; como se había predicho en Deuteronomio 28:65-67, “noche y día estarás lleno de pavor”, sin ningún alivio o esperanza de una mañana iluminada por el Sol o de un atardecer iluminado por la Luna. No obstante, por medio del mismo profeta Joel, Jehová advirtió a los enemigos de Judá que experimentarían la misma situación cuando Él ejecutara juicio sobre ellos. (Joe 3:12-16.) Ezequiel e Isaías emplearon este mismo cuadro figurativo cuando predijeron el juicio de Dios sobre Egipto y Babilonia, respectivamente. (Eze 32:7, 8, 12; Isa 13:1, 10, 11.)
El día del Pentecostés, el apóstol Pedro citó de la profecía de Joel cuando exhortó a una muchedumbre de oyentes con las palabras: “Sálvense de esta generación torcida”. (Hch 2:1, 16-21, 40.) Los de aquella generación que no prestaron atención vieron un tiempo de severa oscuridad cuando los romanos sitiaron y por fin destruyeron Jerusalén menos de cuarenta años después. Sin embargo, antes que Pedro, Jesús había pronunciado una profecía similar, que, como él mismo indicó, tendría que cumplirse durante su presencia. (Mt 24:29-31; Lu 21:25-27; compárese con Apo 6:12-17.)
Permanencia de los cielos físicos. Aunque Elifaz el temanita dijo de Dios: “¡Mira! En sus santos él no tiene fe, y los cielos mismos realmente no son limpios a sus ojos”, Jehová le respondió que tanto él como sus dos compañeros ‘no habían hablado acerca de él lo que era verídico, como su siervo Job’. (Job 15:1, 15; 42:7.) Por otro lado, en Éxodo 24:10 se usan los cielos para representar la pureza. De modo que la Biblia no da ninguna razón para que Dios tenga que destruir los cielos físicos.
Con el fin de mostrar que los cielos físicos son permanentes, se les compara a cosas que son eternas, como los resultados pacíficos y justos del reino davídico heredado por el Hijo de Dios. (Sl 72:5-7; Lu 1:32, 33.) De modo que no deben entenderse literalmente textos como el Salmo 102:25, 26, que dice que los cielos “perecerán” y ‘se gastarán como una prenda de vestir’.
En Lucas 21:33 Jesús afirma: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras de ningún modo pasarán”. Otros textos indican que “el cielo y la tierra” durarán para siempre. (Gé 9:16; Sl 104:5; Ec 1:4.) Por lo tanto, bien pudiera ser que “el cielo y la tierra” de los que habló Jesús fueran simbólicos, tal como lo son “el cielo anterior y la tierra anterior” mencionados en Apocalipsis 21:1. (Compárese con Mateo 24:35.)
En el Salmo 102:25-27 se pone de relieve el hecho de que Dios es eterno e imperecedero, mientras que los cielos y la tierra físicos sí son perecederos, es decir, podrían ser destruidos si ese fuese el propósito de Dios. A diferencia de la existencia eterna de Dios, la permanencia de cualquier parte de su creación física depende de Él. En la Tierra, por ejemplo, la creación física tiene que experimentar un proceso continuo de renovación para conservar su forma actual. En el Salmo 148 se indica que los cielos físicos dependen de la voluntad y el poder sostenedor de Dios, y después de referirse al Sol, la Luna y las estrellas, junto con otras creaciones de Dios, el versículo 6 dice que Él “los tiene subsistiendo para siempre, hasta tiempo indefinido. Ha dado una disposición reglamentaria, y esta no pasará”.
Las palabras del Salmo 102:25, 26 aplican a Jehová Dios, pero el apóstol Pablo las cita con referencia a Jesucristo. La razón es que el Hijo unigénito de Dios fue el Agente personal que Él utilizó cuando creó el universo físico. Pablo contrasta la permanencia del Hijo con la de la creación física, que Dios podría ‘envolver igual que una capa’ y apartar si así lo deseara. (Heb 1:1, 2, 8, 10-12; compárese con 1Pe 2:3, nota.)
Diversas expresiones poéticas y figurativas. Como los cielos físicos desempeñan una parte vital en sostener la vida en la Tierra y hacer que esta prospere —por medio de la luz del Sol, la lluvia, el rocío, los vientos refrescantes y otros beneficios atmosféricos—, se dice de manera poética que son el “buen almacén” de Jehová. (Dt 28:11, 12; 33:13, 14.) Jehová abre sus “puertas” para bendecir a sus siervos, como cuando hizo que el maná, “el grano del cielo”, descendiese sobre el suelo. (Sl 78:23, 24; Jn 6:31.) Las nubes son como “jarros de agua” en las cámaras superiores de ese almacén, y la lluvia fluye como si fuera por “conductos”, ya que hay ciertos factores, como las montañas o hasta la intervención milagrosa de Dios, que hacen que el agua se condense y se precipite en forma de lluvia sobre regiones específicas. (Job 38:37; Jer 10:12, 13; 1Re 18:41-45.) Por otro lado, el que Dios retirase su bendición resultó en que en ocasiones se ‘cerrasen’ los cielos sobre la tierra de Canaán, de modo que llegaron a ser tan duros de apariencia y tan poco porosos como el hierro, con un brillo metálico de color de cobre y una atmósfera seca y llena de polvo. (Le 26:19; Dt 11:16, 17; 28:23, 24; 1Re 8:35, 36.)
Esto ayuda a entender el cuadro presentado en Oseas 2:21-23. Habiendo predicho los resultados devastadores de la infidelidad de Israel, Jehová habla del tiempo de su restauración y de las bendiciones resultantes. En aquel día, dice Dios, “responderé a los cielos, y ellos, por su parte, responderán a la tierra; y la tierra, por su parte, responderá al grano y al vino dulce y al aceite; y ellos, por su parte, responderán a Jezreel”. Con estas palabras se representa la petición de Israel de recibir la bendición de Jehová formulada a través de una cadena de elementos de la creación de Dios. Por esa razón se les ve personificados, como si pudiesen hacer una solicitud o petición. Israel pide grano, vino y aceite; estos productos, a su vez, buscan su alimento y agua de la tierra, que, con el fin de suministrar esta necesidad, requiere (o, figurativamente, pide) sol, lluvia y rocío de los cielos, y estos (hasta ese momento ‘cerrados’ debido a que Dios había retirado su bendición) solo pueden responder si Dios acepta la petición y devuelve su favor a la nación, poniendo de esta manera en movimiento el ciclo productivo. La profecía dio la seguridad de que Él lo haría.
En 2 Samuel 22:8-15 David al parecer usa una tremenda tormenta para representar el efecto de la intervención de Dios a su favor para librarle de sus enemigos. La intensidad de esta tormenta simbólica agita el fundamento de los cielos, que ‘se doblan hacia abajo’ con nubes bajas y oscuras. Compárese con los fenómenos de una tormenta literal descritos en Éxodo 19:16-18 y también con las expresiones poéticas registradas en Isaías 64:1, 2.
Se dice con frecuencia que Jehová, el “Padre de las luces celestes” (Snt 1:17), ha ‘extendido los cielos’, tal como se haría con una tela para tienda. (Sl 104:1, 2; Isa 45:12.) La apariencia de los cielos a los ojos de un ser humano en la Tierra, tanto de día como de noche, cuando se ven estrellados, es como la de una inmensa bóveda. En el símil que se encuentra en Isaías 40:22, se habla de extender una “gasa fina”, en vez de la tela para tienda, que es más áspera. Esto ilustra la delicadeza de la bóveda celeste. En una noche clara, las miríadas de estrellas parecen un tejido de encaje extendido sobre el aterciopelado fondo negro del espacio. Incluso la enorme galaxia conocida como la Vía Láctea, donde se halla nuestro sistema solar, parece una gasa tenue desde la Tierra.
De lo susodicho se puede aprender que siempre hay que examinar el contexto a la hora de determinar el sentido de estas expresiones figurativas. Así, cuando Moisés invocó a “los cielos y la tierra” para que sirvieran de testigos de lo que había declarado a Israel, es obvio que no se refería a la creación inanimada, sino, más bien, a los residentes inteligentes que habitan en los cielos y en la Tierra. (Dt 4:25, 26; 30:19; compárese con Ef 1:9, 10; Flp 2:9, 10; Apo 13:6.) A ellos también se alude en Jeremías 51:48 cuando se habla del regocijo de los cielos y la Tierra por la caída de Babilonia. (Compárese con Apo 18:5; 19:1-3.) Del mismo modo, deben ser los cielos espirituales los que ‘destilan la justicia’, según Isaías 45:8. En otros casos se alude a los cielos literales, pero se habla de ellos en sentido figurado, diciendo que se regocijan o gritan con voz fuerte. Ante la venida de Jehová para juzgar la tierra, según se describe en el Salmo 96:11-13, los cielos, y también la tierra, el mar y el campo, adoptan un talante alegre. (Compárese con Isa 44:23.) Los cielos físicos también alaban a su Creador, de la misma manera que un objeto de hermoso diseño da honra al artesano que lo ha hecho. Es como si en realidad hablaran del poder, la sabiduría y la majestad de Jehová. (Sl 19:1-4; 69:34.)
Ascensión al cielo. En 2 Reyes 2:11, 12 se narra la ascensión del profeta Elías “a los cielos en la tempestad de viento”. Estos son los cielos atmosféricos, donde se forman tempestades de viento, no los cielos espirituales de la presencia de Dios. Elías no murió en esa ascensión, sino que siguió viviendo varios años después de ser apartado así de su sucesor, Eliseo. Tampoco ascendió a los cielos espirituales cuando más tarde murió, pues Jesús dijo claramente cuando estuvo en la Tierra que ‘ningún hombre había ascendido al cielo’. (Jn 3:13; véase ELÍAS - [Eliseo le sucede].) En el Pentecostés, Pedro dijo asimismo que “David no ascendió a los cielos”. (Hch 2:34.) En realidad, no hay nada en las Escrituras que indique que antes de la venida de Cristo se hubiera ofrecido a los siervos de Dios una esperanza celestial. Tal esperanza aparece por primera vez en las expresiones de Jesús a sus discípulos (Mt 19:21, 23-28; Lu 12:32; Jn 14:2, 3), quienes solo la entendieron a cabalidad después del Pentecostés del año 33 E.C. (Hch 1:6-8; 2:1-4, 29-36; Ro 8:16, 17.)
Las Escrituras muestran que Cristo Jesús fue el primer humano que ascendió a los cielos, al lugar de la presencia de Dios. (1Co 15:20; Heb 9:24.) Cuando ascendió al cielo y presentó allí su sacrificio de rescate, ‘abrió el camino’ para los que vendrían después: los miembros engendrados por espíritu de su congregación. (Jn 14:2, 3; Heb 6:19, 20; 10:19, 20.) Cuando estos resucitan, deben llevar “la imagen del celestial”, Cristo Jesús, para ascender a los cielos de la región de los espíritus, pues “carne y sangre” no pueden heredar el reino celestial. (1Co 15:42-50; véase Ascensión - [La inauguración de un “camino nuevo y vivo”].)
¿Cómo pueden personas que están en “lugares celestiales” seguir viviendo en la Tierra? En su carta a los Efesios, el apóstol Pablo habla de los cristianos que en aquel entonces vivían en la Tierra como si ya disfrutasen de una posición celestial, levantados y “[sentados] juntos en los lugares celestiales en unión con Cristo Jesús”. (Ef 1:3; 2:6.) El contexto muestra que así es como Dios ve a los cristianos ungidos debido a que los ha ‘asignado como herederos’ con su Hijo en la heredad celestial. Estando aún en la Tierra, han sido ensalzados o ‘levantados’ por medio de tal asignación. (Ef 1:11, 18-20; 2:4-7, 22.) Esta puntualización puede aclarar también la visión simbólica registrada en Apocalipsis 11:12, y ayuda a entender asimismo el cuadro profético de Daniel 8:9-12, donde se habla de algo, previamente identificado como una potencia política, que iba “haciéndose mayor hasta llegar al mismo ejército de los cielos”, e incluso hacía que algunos de ese ejército y de las estrellas cayesen a la Tierra. En Daniel 12:3 se dice que aquellos siervos de Dios que estuvieran en la Tierra en el predicho tiempo del fin brillarían “como las estrellas hasta tiempo indefinido”. Nótese también el uso simbólico que se hace del término estrellas en los capítulos 1 al 3 del libro de Apocalipsis, “estrellas” que, según el contexto, representan a personas que obviamente viven en la Tierra y pasan por experiencias y tentaciones, pues se dice que estas “estrellas” son responsables de las congregaciones que están bajo su cuidado. (Apo 1:20; 2:1, 8, 12, 18; 3:1, 7, 14.)
El camino a la vida celestial. El camino a la vida celestial requiere más que solo mostrar fe en el sacrificio de rescate de Cristo y tener obras de fe en obediencia a las instrucciones de Dios. Los escritos inspirados de los apóstoles y los discípulos muestran que también Dios, mediante su Hijo, ha de llamar y escoger a la persona. (2Ti 1:9, 10; Mt 22:14; 1Pe 2:9.) Esta invitación requiere varios pasos o acciones, tanto por parte de Dios como de la persona, a fin de que esta pueda recibir la herencia celestial. Entre estos pasos o acciones están: declarar justo al cristiano que ha sido llamado (Ro 3:23, 24, 28; 8:33, 34), ‘engendrarlo’ como hijo espiritual (Jn 1:12, 13; 3:3-6; Snt 1:18), bautizarlo en la muerte de Cristo (Ro 6:3, 4; Flp 3:8-11), ungirlo (2Co 1:21; 1Jn 2:20, 27) y santificarlo (Jn 17:17). Aquel a quien se llama debe mantener integridad hasta la muerte (2Ti 2:11-13; Apo 2:10), y después de que se ha probado fiel a su llamamiento y selección (Apo 17:14), por fin se le resucita a la vida celestial como una criatura espíritu. (Jn 6:39, 40; Ro 6:5; 1Co 15:42-49; véanse DECLARAR JUSTO; RESURRECCIÓN; SANTIFICACIÓN; UNGIDO, UNGIR.)
Tercer cielo. En 2 Corintios 12:2-4 el apóstol Pablo habla de alguien que fue “arrebatado [...] hasta el tercer cielo” y “al paraíso”. Puesto que en las Escrituras no se menciona a ninguna otra persona que haya pasado por tal experiencia, lo más probable es que fuese la suya propia. Aunque hay quien ha intentado relacionar la referencia de Pablo al tercer cielo con el punto de vista de los rabinos primitivos de que había diferentes niveles en el cielo, hasta un total de “siete cielos”, no puede afirmarse que este punto de vista tenga ningún apoyo en las Escrituras. Como hemos visto, no se habla de los cielos como si estuvieran divididos en plataformas o niveles, sino que a la luz del contexto debe determinarse si se trata de los cielos que están en la expansión atmosférica de la Tierra, de los cielos del espacio sideral, de los cielos espirituales, etc. En este caso, la expresión “tercer cielo” parece indicar el grado superlativo de arrobamiento en el que tuvo esta visión. Nótese cómo ciertas palabras y expresiones se repiten tres veces en Isaías 6:3, Ezequiel 21:27, Juan 21:15-17 y Apocalipsis 4:8, con el propósito obvio de intensificar cierta cualidad o idea.
Posiblemente alrededor del año 41 E.C., Pablo tuvo una visión sobrenatural tan real que no supo si había sido arrebatado al “tercer cielo” en el cuerpo o fuera del cuerpo. Al parecer, el “tercer cielo” se refiere al grado superlativo de arrobamiento en el que tuvo la visión. (2Co 12:1-4.)
En ese pasaje Pablo dijo claramente que estaba tratando sobre “visiones y revelaciones sobrenaturales del Señor”. Y evidentemente él fue quien recibió una visión especial o una clara percepción arrobadora de algo futuro, más allá de su tiempo. Habló de ser “arrebatado al paraíso”. Pero, puesto que también mencionó un “tercer cielo”, parece que se estaba refiriendo a algo espiritual, a diferencia de un jardín paradisíaco literal. Había un precedente para que él hiciera eso.
Aunque algunos se han esforzado por relacionar la referencia de Pablo al “tercer cielo” con el punto de vista rabínico primitivo de que había etapas de cielo, hasta un total de “siete cielos,” este punto de vista no tiene apoyo en las Escrituras.
Por lo tanto, hay razón bíblica para entender que la referencia que hizo Pablo en la visión que se registra en 2 Corintios 12:4 se relaciona con la restauración futura de la prosperidad espiritual entre los adoradores de Dios. El mismo predijo que habría un apartarse del cristianismo verdadero antes de la “presencia” del Señor (Hechos 20:29, 30; 2 Tesalonicenses 2:3-8). No obstante, ésa no sería la situación permanente. La verdadera congregación cristiana, “campo de Dios bajo cultivo”, florecería otra vez y sería fructífera (1 Corintios 3:9). Entendemos que ése es el paraíso que Pablo vio en visión. Sin embargo, su referencia a ese paraíso espiritual no resta valor de ninguna manera a las muchas promesas bíblicas de un venidero Paraíso terrestre, un Paraíso restaurado según el propósito original de Dios para la Tierra.
Entonces, ¿qué vio Pablo en su visión descrita en 2 Corintios 12:2-4? Un anticipo de las bendiciones futuras del Reino Vio la belleza del nuevo mundo, el conjunto de los “nuevos cielos” y la “nueva tierra”
¿Qué es el tercer cielo que observó Pablo?
Todo parece indicar que es el reino celestial compuesto de Jesucristo junto con los 144.000 escogidos de la tierra, y se le llama el tercer cielo, por que es la forma de gobierno más excelsa conocida. El paraíso que divisó es todo el nuevo mundo tanto celestial como terrenal en funcionamiento bajo ese nuevo reino de Dios. ★Pablo - [Persecución, conversión y comienzo de su ministerio-§6] ★Cielo - [Tercer cielo] ★¿De qué clase era el “paraíso” que contempló Pablo? - (15-10-2004-Pg.8-§5) ★¿En qué sentido fue “arrebatado” al “tercer cielo” y al “paraíso” el apóstol Pablo? - (2-12-2018-Pg.8) |
Población de mayor tamaño, número de habitantes o importancia que un pueblo o una aldea. La palabra hebrea `ir, que se traduce “ciudad”, aparece casi 1.100 veces en las Escrituras, aunque de vez en cuando se usa la palabra qir·yáh (pueblo; población) como sinónimo o en paralelo. Por ejemplo: “Después de esto se te llamará Ciudad [`ir] de Justicia, Población Fiel [qir·yáh]”, o: “¿Cómo sucede que no ha sido abandonada la ciudad [`ir] de alabanza, el pueblo [qir·yáth] de alborozo?”. (Isa 1:26; Jer 49:25.)
Los “poblados” (heb. jatse·rím), “pueblos dependientes” (heb. ba·nóth) y “aldeas” (heb. kefa·rím), mencionados también en las Escrituras Hebreas, se distinguían de las “ciudades” y los “pueblos” en que no eran comunidades amuralladas, sino que estaban en “la campiña abierta”. (1Sa 6:18.) Si estaban situadas en los suburbios o inmediaciones de una ciudad o un pueblo fortificado, a estas comunidades se las llamaba “pueblos dependientes”, literalmente “hijas” de la ciudad amurallada. (Nú 21:25; véase PUEBLOS DEPENDIENTES.) La ley de Moisés también hacía una distinción legal entre las ciudades amuralladas y los pueblos, al igual que entre las poblaciones sin fortificar y las aldeas. Si una persona que vivía en una población sin amurallar vendía su casa, retenía siempre el derecho de recomprarla, y en el caso de que no pudiera hacerlo, le era devuelta durante el año de Jubileo. Por otro lado, cuando se vendía una casa en una ciudad amurallada, el vendedor tenía que recomprarla durante el año entrante o, en caso contrario, el comprador se quedaba definitivamente con la propiedad, excepto si se trataba de las ciudades levitas. (Le 25:29-34.) La misma distinción se mantiene en las Escrituras Griegas Cristianas, donde pó·lis por lo general se refiere a una “ciudad” amurallada y kö·më, a una “aldea” sin murallas. La palabra griega kö·mó·po·lis, de Marcos 1:38, puede traducirse por “villa”. (Compárese con NTI.) Juan se refirió a Belén como “la aldea donde David solía estar”, y Lucas (conocedor de que Rehoboam había fortificado la aldea) la llamó ciudad. (Jn 7:42; Lu 2:4; 2Cr 11:5, 6.)
Caín fue el primero que construyó una ciudad, a la que llamó por el nombre de su hijo Enoc. (Gé 4:17.) Si acaso hubo otras ciudades antes del Diluvio, sus nombres desaparecieron junto con ellas durante aquella inundación global del año 2370 a. E.C. Después del Diluvio, las ciudades de Babel, Erec, Akkad y Calné, de la tierra de Sinar, formaron el núcleo inicial del reino de Nemrod, que más tarde extendió dicho núcleo construyendo Nínive, Rehobot-Ir, Cálah y Resen (llamadas colectivamente “la gran ciudad”) al N., en el valle de Mesopotamia. (Gé 10:10-12.) Los patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob, por el contrario, no construyeron ciudades, sino que vivieron en tiendas como residentes temporales, incluso cuando visitaban pueblos y aldeas en Canaán y Egipto. (Heb 11:9.) No obstante, los espías que entraron en Canaán informaron que había ciudades grandes y bien fortificadas en el país. (Nú 13:28; Dt 9:1.)
Propósito. La gente empezó a construir ciudades por varias razones: protección, industria, comercio y religión. A juzgar por la cantidad y tamaño de los templos que los arqueólogos han desenterrado, la religión fue sin duda uno de los principales motivos de que se edificaran muchas de las ciudades antiguas. La ciudad de Babel con su torre religiosa es un ejemplo. “¡Vamos! —se dijeron sus edificadores—. Edifiquémonos una ciudad y también una torre con su cúspide en los cielos, y hagámonos un nombre célebre, por temor de que seamos esparcidos por toda la superficie de la tierra.” (Gé 11:4-9.) Otra razón por la que la gente se reunió en ciudades era el temor a que los ejércitos enemigos los tomaran como esclavos. En todo caso protegían sus ciudades con murallas y cerraban las puertas durante la noche. (Jos 2:5; 2Cr 26:6.)
Los habitantes de las ciudades solían dedicarse a la agricultura y la ganadería extramuros, aunque por lo general residían dentro de la ciudad. Otros se dedicaban a trabajos artesanos. Las ciudades se utilizaron como depósitos, centros comerciales y mercados para la distribución. Ciudades como Tiro, Sidón y Jope se convirtieron en centros portuarios y de intercambio para el tráfico marítimo y las caravanas terrestres. (Eze 27.)
Muchas ciudades empezaron siendo simples aldeas, crecieron hasta alcanzar el tamaño de un pueblo o la categoría de una ciudad y, en ocasiones, se convirtieron en grandes ciudades estado que controlaban la vida de cientos de miles de personas. Con tal crecimiento, el poder gubernamental y judicial se concentró en las manos de unos pocos líderes políticos y militares, y fue bastante frecuente que el principal poder que dictaba el modo de vida urbano residiera en una jerarquía de sacerdotes déspotas. Supuso, por lo tanto, un marcado contraste el florecimiento de las ciudades israelitas, con un gobierno en manos de administradores nombrados teocráticamente que tenían el deber de regirse por las leyes constitucionales dadas por Dios. Jehová era el Rey, Legislador y Juez de la nación, y cuando sus representantes visibles cumplían fielmente con sus deberes, el pueblo se regocijaba. (Isa 33:22; Esd 7:25, 26; Pr 29:2.)
Selección de emplazamientos. La selección del emplazamiento de una ciudad dependía de varios factores. Como la defensa solía ser de primordial importancia, las ciudades antiguas por lo general estaban situadas en lugares altos. Aunque de este modo quedaban totalmente a la vista, se hacía difícil llegar hasta ellas. (Mt 5:14.) Las ciudades costeras y las que estaban a lo largo de las orillas de los ríos eran excepciones. Aparte de las barreras naturales, solían construirse alrededor de la ciudad muros fuertes o un complejo de muros y torres, y, en algunas ocasiones, también fosos. (2Re 9:17; Ne 3:1–4:23; 6:1-15; Da 9:25.) El crecimiento de las ciudades a veces hacía necesario extender los muros para abarcar mayores perímetros. Las entradas de las murallas estaban protegidas con fuertes puertas, que podían aguantar sitios prolongados. (Véanse FORTIFICACIONES; MUROS; PUERTA, PASO DE ENTRADA.) Al otro lado de las murallas estaban los campos, las dehesas y los suburbios, muchas veces indefensos en caso de ataque. (Nú 35:1-8; Jos 21:41, 42.)
Algo imprescindible que no debía pasarse por alto al escoger un emplazamiento para una ciudad era que hubiera cerca un buen abastecimiento de agua. Por esta razón se consideraba ideal el que las ciudades tuvieran manantiales o pozos dentro de sus límites. En algunos casos, entre los que se destacan Meguidó, Gabaón y Jerusalén, había túneles de agua subterráneos, acueductos y encañados para llevar intramuros el agua de las fuentes exteriores. (2Sa 5:8; 2Re 20:20; 2Cr 32:30.) A menudo se construían depósitos y cisternas para recoger y guardar el agua durante la estación lluviosa con el fin de usarla más tarde; por ello, en algunos lugares el terreno estaba lleno de cisternas, pues cada casa procuraba tener su propio suministro de agua. (2Cr 26:10.)
Como eran muy similares los objetivos y propósitos por los que se construían las ciudades antiguas, se encuentran grandes similitudes en su diseño y configuración. Además, puesto que con el transcurso de los siglos se han producido pocos cambios, ciertas ciudades actuales son muy parecidas a como fueron hace dos o tres milenios. Cuando entraba por la puerta, la persona se hallaba en un gran lugar abierto, la plaza del mercado de la ciudad, es decir, la plaza pública, donde se realizaban toda clase de ventas y compras, y donde se hacían los contratos y después se sellaban ante testigos. (Gé 23:10-18; 2Re 7:1; Na 2:4.) Aquí estaba el foro público, donde se recibían y transmitían las noticias (Ne 8:1, 3; Jer 17:19), donde los ancianos de la ciudad presidían el tribunal (Rut 4:1-10) y donde el viajero podía pasar la noche si por casualidad nadie le mostraba hospitalidad. (Jue 19:15-21.) A veces en la ciudad había disponibles otros alojamientos para los visitantes. (Jos 2:1; Jue 16:1; Lu 2:4-7; 10:35; véase MESÓN.)
Algunas ciudades se construían con propósitos especiales, como, por ejemplo, Pitom y Raamsés, construidas por los esclavos israelitas como lugares de depósito para Faraón (Éx 1:11); las ciudades de almacenamiento, de los carros y de los jinetes que edificó Salomón (1Re 9:17-19), y las ciudades de almacenamiento de Jehosafat. (2Cr 17:12.) Se apartaron cuarenta y ocho ciudades para los levitas: trece, para los sacerdotes, y seis, como ciudades de refugio para los homicidas involuntarios. (Nú 35:6-8; Jos 21:19, 41, 42; véanse CIUDADES DE LOS SACERDOTES; CIUDADES DE REFUGIO; CIUDADES PARA LOS CARROS.)
Gracias a los restos de las murallas, se puede deducir el tamaño de muchas ciudades antiguas, pero en cuanto a la población, solo es posible hacer cálculos aproximativos. Se dice que Nínive era una metrópoli muy grande: “Nínive la gran ciudad, en la cual existen más de ciento veinte mil hombres que de ningún modo saben la diferencia entre su mano derecha y su izquierda”. (Jon 4:11; 3:3.)
Los nombres de las ciudades mencionadas en la Biblia solían tener un significado y un propósito: hacían referencia a su ubicación o al carácter o ascendencia de los habitantes, y muchos de ellos eran de naturaleza profética. (Gé 11:9; 21:31; Jue 18:29.) A veces se añadía el nombre de la tribu en la que estaba ubicada la ciudad a fin de distinguirla de otra que tenía el mismo nombre, como en el caso de “Belén de Judá”, pues había otra Belén en Zabulón. (Jue 17:7; Jos 19:10, 15.) Los enclaves eran ciudades que pertenecían a una tribu estando situadas en el territorio de otra. (Jos 16:9; véase CIUDADES ENCLAVADAS.)
Uso figurado. En las Escrituras Hebreas la palabra ciudad recibe un uso figurado. (Pr 21:22; Jer 1:18.) Jesús también habló de ciudades en sus ilustraciones (Mt 12:25; Lu 19:17, 19), y Pablo la emplea en una figura retórica. (Heb 11:10, 16; 12:22; 13:14.) En el libro de Apocalipsis se usan las ciudades para ilustrar diversos conceptos: “la santa ciudad” pisoteada por las naciones (Apo 11:2), “la gran ciudad” llamada Sodoma y Egipto en sentido espiritual (Apo 11:8), “Babilonia la gran ciudad” (Apo 18:10-21; 17:18) y “la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, que descendía del cielo desde Dios y [estaba] preparada como una novia adornada para su esposo”. (Apo 21:2-27; 22:14, 19; 3:12.)
Ciudades de Depósitos. Lugares designados especialmente como centros de almacenaje del gobierno. En los graneros y depósitos construidos en estas ciudades se guardaban, entre otras cosas, reservas de ciertos víveres, como, por ejemplo, el grano.
Bajo la opresión egipcia, a los israelitas se les obligó a edificar “ciudades como lugares de depósito para Faraón, a saber, a Pitom y Raamsés”. (Éx 1:11.) Salomón también edificó ciudades de depósitos. (1Re 9:17-19; 2Cr 8:4-6.) Más tarde, cuando el rey Jehosafat prosperó, “siguió edificando lugares fortificados y ciudades de depósitos en Judá”. (2Cr 17:12; véase ALMACÉN, GRANERO.)
A los levitas no se les asignó ningún territorio, ya que Jehová era su herencia (Nú 18:20; Dt 18:1, 2), pero Dios mandó que las demás tribus de Israel les dieran un total de cuarenta y ocho ciudades y sus dehesas circundantes. (Nú 35:1-8.) Tales ciudades por fin se asignaron a los levitas (Jos 21:1-8), y trece de ellas fueron ciudades sacerdotales. (Jos 21:19; véase CIUDADES DE LOS SACERDOTES.) De las cuarenta y ocho, seis fueron asignadas como ciudades de refugio para los homicidas involuntarios. (Jos 20:7-9; véase CIUDADES DE REFUGIO.)
El que se esparciera a los levitas entre las otras tribus de Israel cumplió la profecía que Jacob pronunció en su lecho de muerte. (Gé 49:5-7.)
Los levitas tenían el derecho de recomprar en cualquier momento las casas que habían vendido dentro de sus ciudades, en caso contrario se les devolverían durante el año de Jubileo. No obstante, las dehesas adyacentes a sus ciudades no debían venderse nunca. (Le 25:32-34; véase LEVITAS.)
Ciudades de tiempos antiguos apartadas para el estacionamiento de carros, en particular carros de guerra. (2Cr 1:14; 9:25.) Salomón tuvo tales ciudades. (1Re 9:17-19; 10:26; 2Cr 8:5, 6.)
Un ciudadano es un natural de una ciudad o estado o un habitante naturalizado a quien le corresponden ciertos privilegios y derechos negados a otros, y quien, a su vez, asume las responsabilidades que las autoridades que conceden la ciudadanía vinculan a tales derechos. En la Biblia, los términos “ciudadano” y “ciudadanía” solo aparecen en las Escrituras Griegas Cristianas. Las palabras griegas po·lí·tës (ciudadano), po·li·téi·a (derechos de ciudadano; ciudadanía; estado), po·lí·teu·ma (ciudadanía; vida como ciudadanos), syn·po·lí·tës (conciudadano) y po·li·téu·o·mai (portarse como ciudadano) están relacionadas con pó·lis, que significa “ciudad”.
Si bien los términos “ciudadano” y “ciudadanía” no aparecen en las Escrituras Hebreas, el concepto de ciudadano y no ciudadano queda recogido en los términos “natural” y “residente forastero”. (Le 24:22.) Bajo la ley mosaica, la congregación era en realidad la nación dentro de la que podían ser admitidos los extranjeros, con ciertas restricciones, para disfrutar en común con los israelitas de nacimiento de muchos beneficios. Pudiera decirse que un residente forastero varón se naturalizaba cuando se circuncidaba, otorgándosele así la oportunidad de participar plenamente en los mayores privilegios de la adoración a Jehová, incluso el de participar en la fiesta anual de la Pascua. (Éx 12:43-49; Nú 9:14; véanse EXTRANJERO; RESIDENTE FORASTERO.)
Ciudadanía romana. La ciudadanía romana aseguraba a la persona derechos especiales y exenciones que se reconocían y honraban por todo el imperio. Por ejemplo, era ilegal torturar o azotar a un ciudadano romano con el propósito de hacerle confesar, pues estas clases de castigo se consideraban muy innobles y adecuadas solo para aplicar a los esclavos. En Jerusalén, los soldados romanos rescataron a Pablo de una chusma judía. Al principio Pablo no se identificó como ciudadano romano, pero cuando estaba a punto de ser azotado, le dijo a un oficial del ejército que había allí: “‘¿Les es lícito azotar a un hombre que es romano y no condenado?’ Pues —continúa el relato—, al oír esto el oficial del ejército, fue al comandante militar e informó de ello, diciendo: ‘¿Qué piensas hacer? ¡Este hombre es romano!’”. Cuando supieron que Pablo era romano, inmediatamente “se retiraron de él los hombres que iban a interrogarlo con tormento; y al comandante militar le dio miedo cuando averiguó que era romano y que él lo había atado”. (Hch 21:27-39; 22:25-29; véase también Hch 16:37-40.)
Otra ventaja y privilegio de que disfrutaba el ciudadano romano era el derecho de apelar contra la sentencia de un gobernador provincial al emperador de Roma. En los casos de delitos punibles con la pena capital, el ciudadano romano tenía el derecho de ser enviado a Roma para ser juzgado ante el mismo emperador. Por eso, cuando Pablo defendió su caso ante Festo, dijo: “Estoy de pie delante del tribunal de César, donde debo ser juzgado. [...] Nadie puede entregarme a [los judíos] a manera de favor. ¡Apelo a César!”. (Hch 25:10-12.) Una vez solicitado el derecho de apelar a Roma, no era posible retractarse. Por eso, después de repasar el caso de Pablo, el rey Agripa II dijo a Festo: “Este hombre podría haber sido puesto en libertad si no hubiera apelado a César”. (Hch 26:32.)
La ciudadanía romana podía obtenerse de varias maneras. A veces los emperadores extendían este favor especial a ciudades o distritos enteros, o a ciertos individuos, por los servicios prestados. También era posible comprar la ciudadanía directamente a cambio de una suma de dinero, siendo este el caso del comandante militar Claudio Lisias, quien le dijo a Pablo: “Yo compré estos derechos como ciudadano por una gran suma de dinero”, a lo que este respondió: “Pero yo hasta nací en ellos”. (Hch 22:28.)
Ciudadanía espiritual. En sus cartas Pablo también se refiere a la ciudadanía espiritual. Dice que los gentiles incircuncisos que habían llegado a ser israelitas espirituales en un tiempo habían estado sin Cristo, alejados de Israel y extraños a los pactos, sin esperanza, sin Dios, pero que entonces estaban “en unión con Cristo Jesús”. “Ciertamente, por lo tanto —siguiendo esta línea de pensamiento—, ustedes ya no son extraños y residentes forasteros, sino que son conciudadanos de los santos.” (Ef 2:12, 13, 19.) Fue especialmente significativo el que Pablo escribiera a los cristianos de Filipos, una de aquellas ciudades a las que se les había concedido ciudadanía romana y donde diez años antes había sido pisoteada su propia ciudadanía: “En cuanto a nosotros, nuestra ciudadanía existe en los cielos”. (Flp 3:20.) En la misma carta exhortó a sus compañeros creyentes a ‘portarse de una manera digna de las buenas nuevas’. El significado literal de la palabra griega traducida ‘portarse’ (po·li·téu·o·mai) es “comportarse como ciudadano”. (Flp 1:27, nota.)
Tierra por lo general acotada y destinada a pastos, que se hallaba alrededor de cada una de las cuarenta y ocho ciudades levitas esparcidas por Israel. No se podía vender nunca, aunque sí podían venderse las casas de las ciudades, que llegaban a estar bajo la reglamentación del Jubileo. (Nú 35:2-5; Le 25:32-34; Jos 21:41, 42.)
La zona abarcada por la dehesa tenía que ser: “Desde el muro de la ciudad y hacia fuera por mil codos, [unos 445 m.] todo en derredor”; pero el siguiente versículo añade: “Tienen que medir fuera de la ciudad por el lado del este dos mil codos” y lo mismo en las cuatro direcciones. (Nú 35:4, 5.) Se han ofrecido muchas posibilidades para armonizar estas dos cifras. Si bien se ha indicado que la Septuaginta griega dice “dos mil” en el primer versículo y no “mil”, el texto hebreo, así como la Vulgata latina y la Peshitta siriaca, dice “mil”. Según algunos hebraístas, puede ser que los primeros mil codos (Nú 35:4) fuesen para olivares y establos, mientras que los otros dos mil (Nú 35:5) se usasen para pastos, cultivos diversos y viñedos, lo que totalizaría una franja de tres mil codos a la redonda.
No obstante, como esta explicación lee entre líneas lo que el texto no dice, existe otra que parece más verosímil. Hay eruditos que opinan que las medidas significan que la dehesa se determinaba midiendo mil codos desde cada uno de los cuatro lados de la ciudad: este, oeste, norte y sur. En cuanto a los 2.000 codos por cada lado, creen que la expresión “fuera de la ciudad” no significa que estos 2.000 codos se midieran desde los muros de la ciudad hacia afuera, sino que eran la medida de cada uno de los cuatro lados de la dehesa. De ser así, significaría que el espacio ocupado por “la ciudad en medio” no se contaba en los 2.000 codos medidos. De este modo las dos medidas armonizarían, como se muestra en el gráfico de la página anterior.
En la visión del templo de Ezequiel, el santuario tenía ‘cincuenta codos como dehesa a cada lado’. (Eze 45:2.) La ciudad “Jehová Mismo Está Allí”, que el profeta contempló en la visión, tenía una dehesa de doscientos cincuenta codos por cada uno de los lados. (Eze 48:16, 17, 35.) Por otra parte, en 1 Crónicas 5:16 se habla de las dehesas de “Sarón”, una región o ciudad que se cree que debió estar al E. del Jordán. La palabra hebrea que en los casos referidos se ha traducido “dehesas” también se emplea en Ezequiel 27:28 en relación con la ciudad de Tiro, la ciudad que estuvo situada en la costa N. de Palestina y luego en un islote frente a esa misma costa. En este pasaje el término se ha traducido por “costas” (CI, EMN y otras), “campos de alrededor” (Val, 1989), “praderas” (BAS), “campiña abierta” (NM) y “arrabales” (Val, 1909), con lo que la profecía parece indicar que los habitantes costeños de las cercanías de Tiro lamentarían su caída.
Los rebaños desempeñaban un papel importante en la vida de muchos israelitas, lo que requería dehesas donde las ovejas y las cabras pudieran pacer. (2Sa 7:8; 1Cr 4:39-41.) La falta de pastos para el ganado acarreaba dificultades (Gé 47:3, 4), mientras que la abundancia de tierras de pasto contribuía a tiempos de prosperidad y paz. (Isa 30:23; Sl 65:12, 13; 23:2.) Por extensión, una dehesa abandonada indicaba desolación completa (Isa 27:10), pero el que las dehesas se usasen de nuevo demostraba que se había restablecido la paz y el favor. (Isa 65:10; Jer 23:3; 33:12; 50:19; Miq 2:12.) Por último, tal como un pastor amoroso conduce a las ovejas a dehesas donde están a salvo y hay abundancia de alimento, así también Jehová cuida y guía a su pueblo. (Sl 79:13; 95:7; 100:3; Eze 34:31.)
El término hebreo para desierto (midh·bár) en general se refiere a una tierra poco poblada, sin cultivar. (Jer 2:2.) Puede incluir dehesas (Sl 65:12; Jer 23:10; Éx 3:1), cisternas (2Cr 26:10), casas y hasta algunas ciudades (1Re 2:34; Jos 15:61, 62; Isa 42:11.) Aunque a menudo designa simplemente tierras de matorrales y estepas de hierba, también puede aplicar a las regiones sin agua a las que puede considerarse verdaderos desiertos. Para designar estas zonas de forma más específica, se utilizan otros términos hebreos, y a menudo se hace un paralelo poético entre estos y midh·bár. (Sl 78:40; Jer 50:12.)
La palabra yeschi·móhn denota un yermo natural o un desierto. (Sl 68:7; Isa 43:19, 20.) Al parecer es un término que indica mayor aridez que midh·bár, como en la expresión “desierto árido, vacío y aullador [yeschi·món]”. (Dt 32:10.) Cuando se utiliza con el artículo definido, se refiere a zonas desérticas específicas. (Nú 21:20; 1Sa 23:19, 24; véase JESIMÓN.)
Por otra parte, la palabra `ara·váh se emplea con referencia a zonas áridas y estériles, como las del “otro lado del Jordán desde Jericó” (Nú 22:1), llanuras desérticas que pudieran ser el resultado bien de una deforestación y falta de conservación y cultivo apropiados, bien de sequías prolongadas, condiciones que convertirían el terreno productivo en yermos infructíferos. (Isa 33:9; Jer 51:43.) Acompañada del artículo definido, la palabra hebrea también denota una parte específica de la Tierra Prometida. (Véanse ARABÁ; ARABÁ, VALLE TORRENCIAL DEL.) Otro término, tsi·yáh, designa cualquier “región árida” y se utiliza en paralelo con las palabras mencionadas con anterioridad. (Sl 107:35; Isa. 35:1.)
En la Biblia no eran frecuentes las regiones que, aun pudiendo ser consideradas desérticas, fuesen comparables al desierto sahariano, con sus grandes extensiones de dunas movedizas. Por lo general, eran llanuras áridas o semiáridas casi sin árboles, mesetas rocosas o valles secos y desolados encerrados entre altas montañas y picos pelados. (Job 30:3-7; Jer 17:6; Eze 19:13.)
Dios guió a la nación de Israel en su éxodo de Egipto al desierto situado junto al mar Rojo, y Faraón pensó que se hallaban desorientados. (Éx 13:18-20; 14:1-3.) Al otro lado del mar Rojo, Israel pasó durante el resto de los cuarenta años de un desierto a otro, entre los que estuvieron los de Sur, Sin, Sinaí, Parán y Zin (Éx 15:22; 16:1; 19:1; Nú 10:12; 20:1), acampando a veces en oasis, como en Elim, con sus doce manantiales de agua y setenta palmeras (Éx 15:27), y en Qadés. (Nú 13:26; Dt 2:14; MAPA, vol. 1, pág. 541.)
La Tierra Prometida, que formaba parte de la llamada Media Luna Fértil, se extendía como un brazo de tierra bien cultivada, limitada al O. por el mar Mediterráneo, y al E. y al S., por vastas regiones desérticas: el desierto siroarábigo y la península del Sinaí, respectivamente. (Éx 23:31.) Dentro de los límites del país había desiertos más pequeños, como, por ejemplo, el de Dotán, justo al S. del valle de Jezreel, donde los hermanos de José lo echaron en la cisterna (Gé 37:17, 22); el desierto de Judá, con ciertas secciones alrededor de las ciudades de Zif, Maón y En–guedí, desiertos en los que David se escondió de Saúl (Jue 1:16; 1Sa 23:14, 24; 24:1), y regiones desérticas al lado oriental del Jordán, que confluían con el desierto siroarábigo. (Nú 21:13; Dt 1:1; 4:43.) Gran parte de la gran hendidura (llamada actualmente El Ghor), por la que fluye el río Jordán, es básicamente tierra desértica.
Aunque muchas de las regiones desérticas mencionadas en la Biblia son hoy zonas áridas completamente yermas, hay indicios de que algunas no fueron siempre así. En su obra The Geography of the Bible (1957, pág. 91), Denis Baly dice que “desde tiempos bíblicos, el tipo de flora y su distribución debe haber sufrido muchos y grandes cambios”. El equilibrio ecológico original, que permitía que el suelo, el clima y la vegetación conformasen un ambiente estable en el que había muy poca erosión, se vio roto por la tala de bosques que nunca se replantaron. Con la desaparición del arbolado, el suelo quedó desprovisto de sombra y de un sistema de raíces que lo sujetara, y se vió expuesto a la acción destructora del calor abrasador del verano y al azote de las lluvias invernales: el sol coció la tierra, el viento la arrastró, los cambios extremados de temperatura la cuartearon y la lluvia se llevó la capa fértil. Según investigaciones arqueológicas, muchas zonas hoy desertizadas por completo eran antes “dehesas, praderas y oasis en los que había manantiales y donde las lluvias ocasionales y buenas medidas para la conservación del agua hicieron posible el asentamiento de pequeñas ciudades y el abastecimiento de importantes rutas comerciales”. (The Interpreter’s Dictionary of the Bible, edición de G. A. Buttrick, 1962, vol. 1, pág. 828.) Aún hoy, muchas de esas zonas desérticas se cubren en la primavera de un espeso manto de pastos, que hacia el fin del verano se agosta y se abrasa debido al calor y la sequía.
Condiciones imperantes en el desierto sinaítico. Aunque es muy probable que en tiempos antiguos las condiciones de algunas zonas desérticas fuesen más benignas que en la actualidad, Moisés dijo que la travesía del pueblo de Israel por el Sinaí fue por un “desierto grande e inspirador de temor, con serpientes venenosas y escorpiones y con suelo sediento que no tiene agua” (Dt 1:19; 8:15; GRABADOS, vol. 1, pág. 542); era “tierra de fiebres” (Os 13:5), tierra de hoyo y sombra profunda. (Jer 2:6.) Las regiones más áridas o bien estaban deshabitadas (Job 38:26) o habitadas por gentes que residían en tiendas y por grupos nómadas que deambulaban por ellas. (1Cr 5:9, 10; Jer 3:2.) Eran tierras de zarzales, abrojos, lotos espinosos y matorrales de acacias espinosas. (Gé 21:14, 15; Éx 3:1, 2; Jue 8:7; Éx 25:10; Job 40:21, 22.)
Los viajeros fatigados que atravesaban las sendas trilladas (Jer 12:12) podían buscar sombra bajo las ramas largas y delgadas de una retama (1Re 19:4, 5), o bajo un enebro de apariencia sombría (Jer 48:6), o junto al tronco torcido de un tamarisco, con su follaje de aspecto plumoso formado por pequeñas hojas perennes. (Gé 21:33.) Las águilas y otras aves de rapiña revoloteaban a gran altura en los cielos sin nubes (Dt 32:10, 11), mientras que las ‘víboras cornudas’ y las ‘culebras veloces’ se deslizaban sobre las rocas y debajo de los matorrales, las lagartijas se escabullían y los grandes varanos se movían pesadamente sobre sus patas cortas y fuertes. (Le 11:30; Sl 140:3; Isa 34:15.) Las cabras monteses aparecían sobre los peñascos rocosos (1Sa 24:2), los asnos salvajes, las cebras, los camellos y los avestruces buscaban alimento entre la escasa vegetación y hasta se podían ver pelícanos y puercoespines. (Job 24:5; 39:5, 6; Jer 2:24; Lam 4:3; Sof 2:13, 14.) Por la noche, el aullido de los chacales y los lobos se aunaba al ululato de los búhos o al grito ruidoso de los chotacabras, lo que aumentaba aún más la sensación de soledad y desamparo. (Isa 34:11-15; Jer 5:6.) Los que pasaban la noche en una región desértica por lo general se sentían poco seguros. (Compárese con Eze 34:25.)
A excepción de algunos oasis, la península del Sinaí es en su mayor parte un desierto de arena, guijarros y rocas. La vegetación que crece en los uadis es exigua. En la antigüedad el porcentaje de precipitación debió ser mayor y la vegetación, más abundante. Aun así, los israelitas —quizás unos tres millones— no hubiesen podido sobrevivir en estas áridas regiones sin la protección de Dios, por lo que Moisés les dijo en las llanuras de Moab: “Cuídate de que no vayas a olvidar a Jehová tu Dios [...] que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de esclavos; que te hizo andar por el desierto grande e inspirador de temor, con serpientes venenosas y escorpiones y con suelo sediento que no tiene agua; que hizo salir para ti agua de la roca pedernalina; que te alimentó con maná en el desierto, el cual no habían conocido tus padres, a fin de humillarte y a fin de ponerte a prueba para hacerte bien en tus días posteriores”. (Dt 8:11-16.)
El desierto en las Escrituras Griegas Cristianas. Aquí el término griego é·rē·mos corresponde de manera general con la palabra midh·bár. (Lu 15:4.) Se refiere al marco desértico de la predicación de Juan el Bautista (Mt 3:1) y los lugares solitarios adonde era impelido cierto hombre endemoniado. (Lu 8:27-29.) Jesús ayunó y fue tentado por Satanás en una región desértica después de ser bautizado. (Mt 4:1; compárese con Le 16:20-22.) Durante su ministerio, a veces se retiró al desierto para orar. (Lu 5:16.) Sin embargo, les aseguró a sus discípulos que su presencia en el poder del Reino no se produciría en algún desierto solitario, sino que se manifestaría abiertamente. (Mt 24:26.) El desierto todavía tenía sus propios peligros particulares cuando el apóstol Pablo hizo sus viajes misionales. (2Co 11:26; compárese con Hch 21:38.)
Usos figurados. De las regiones desérticas al E. y al SE. de Palestina procedían los impetuosos y tórridos vientos que hoy reciben el nombre de siroco, término árabe (sharquiyyeh) para “viento del este”. Como estos vientos soplaban del desierto, resecaban mucho el ambiente, absorbiendo la humedad del aire y arrastrando consigo una nube de polvo fino amarillento. (Jer 4:11.) Estos vientos suelen presentarse en otoño y primavera, y en esta última estación pueden arruinar la vegetación y las cosechas. (Eze 17:10.) Jehová predijo con referencia a Efraín, tribu representativa del reino septentrional apóstata: “En caso de que él mismo [...] muestre fructificación, un viento del este [...] vendrá. De un desierto sube, y secará su pozo y agotará su manantial. Ese saqueará el tesoro de todo objeto deseable”. Este devastador viento del este, procedente del desierto, simbolizó el ataque asirio desde el E. contra Israel, que culminó en el saqueo y el exilio del reino septentrional. (Os 13:12-16.)
Las regiones desérticas, caracterizadas por estar poco habitadas y, por consiguiente, poco atendidas y cultivadas, se utilizaban para representar los resultados destructivos de una invasión enemiga. Debido a la infidelidad de Judá, los ejércitos de Babilonia convertirían ‘sus ciudades santas en un desierto, Sión en un verdadero desierto, Jerusalén en un yermo desolado’ (Isa 64:10), aun sus huertos y campos cultivados llegarían a tener la apariencia de un desierto. (Jer 4:26; 9:10-12.) Sus príncipes, que habían sido como majestuosos cedros de un bosque, serían talados. (Jer 22:6, 7; compárese con Eze 17:1-4, 12, 13.) Por otro lado, en retribución por su odio y oposición al reino de Dios, las naciones enemigas, como Babilonia, Egipto, Edom y otras, tenían que pasar por una experiencia similar. Se señaló en especial a Babilonia como la que llegaría a ser “un desierto falto de agua y una llanura desértica”, deshabitada, olvidada en su desolación. (Jer 50:12-16; Joe 3:19; Sof 2:9, 10.)
Por otra parte, la restauración de Judá después del exilio de setenta años sería como si se convirtiera un desierto en un jardín edénico, con huertos fructíferos y campos productivos, regados por arroyos y ríos, cubierto de cañas, árboles frondosos y flores, todo lo cual haría que pareciese que la tierra se regocijaba. (Isa 35:1, 2; 51:3.)
Personas. Cuando se hacen referencias similares con relación a personas, se cumplen sobre todo en sentido espiritual, no literal. Así, el que confía en los hombres más bien que en Jehová se asemeja a un árbol solitario en una llanura desértica, sin ninguna esperanza de ‘ver el bien’. Sin embargo, el que confía en Jehová es como “árbol plantado junto a las aguas”, fructífero, exuberante, seguro. (Jer 17:5-8.) Este tipo de símiles también permite imaginar lo que constituía una región desértica.
“Desierto del mar.” Algunos comentaristas han interpretado que la expresión “desierto [midh·bár] del mar”, mencionada en Isaías 21:1, se refiere a la parte meridional de la antigua Babilonia. Cuando los ríos Éufrates y Tigris se desbordaban cada año, esta región llegaba a ser como un ‘mar desierto’.
En Apocalipsis. En el libro de Apocalipsis el término “desierto” se utiliza en un sentido doble: para representar la soledad y el refugio al que acude para protegerse de sus atacantes la mujer simbólica que da a luz al niño rey (Apo 12:6, 14), y para representar el lugar donde habitan las bestias salvajes relacionadas con la mujer simbólica, “Babilonia la Grande”, que cabalga sobre la bestia salvaje de siete cabezas. (Apo 17:3-6, 12-14.)
Unidad administrativa, determinada zona de una ciudad o demarcación territorial.
Cuando Nehemías organizó la reconstrucción de los muros de Jerusalén, asignó porciones a los cabezas o príncipes y a los habitantes de ciertos ‘distritos’. Estos distritos tenían el nombre de la ciudad principal de la demarcación, y algunos (Jerusalén, Bet-zur, Queilá) estaban divididos en dos secciones. (Ne 3:9, 12, 14-18.) Eran, al parecer, subdivisiones del “distrito jurisdiccional” o “provincia” de Judá bajo la administración persa. (Ne 1:3; MK, NM, Val.) Se cree que la palabra hebrea con la que se designaban estos distritos (pé·lekj) se deriva de la voz acádica pilku, lo que parece indicar que fueron los babilonios quienes crearon estas demarcaciones después de la caída de Jerusalén. (Véase DISTRITO JURISDICCIONAL.)
El término hebreo kik·kár comunica la idea de algo circular, y así se emplea en las expresiones “pan redondo” (Éx 29:23), “tapa circular” de plomo (Zac 5:7), “talento” de oro o plata (Éx 25:39; 1Re 20:39) y “Distrito” o “Cuenca” más o menos circular. (Gé 13:10, nota; Ne 12:28.)
En las Escrituras Griegas Cristianas, la palabra hó·ri·on (siempre en plural) significa literalmente “límites” o “fronteras” de una determinada zona geográfica, pero también puede referirse a una demarcación, como un “distrito” o “región”. (Hch 13:50; Mt 19:1; 2:16; 15:22.) El término me·rís, empleado en Hechos 16:12 en relación con el “distrito” de Macedonia, significa en sentido literal “parte”. (Véase NTI, Hch 8:21.)
División administrativa de un territorio bajo el control de un gobierno central. (Est 1:16; 2:3, 18.) La Biblia habla de distritos jurisdiccionales de Israel, Babilonia y Medo-Persia. (1Re 20:14-19; Est 1:1-3; Da 3:1, 3, 30.) Tanto en hebreo como en arameo, la palabra para “distrito jurisdiccional” (medhi·náh) se deriva de la raíz verbal din, cuyo significado es “juez”.
El profeta Daniel fue hecho gobernante sobre todo el distrito jurisdiccional de Babilonia, que tal vez era el distrito principal, en el que quedaba incluida la ciudad de Babilonia. (Da 2:48.) A sus tres compañeros hebreos, Sadrac, Mesac y Abednego, también se les nombró para puestos administrativos en este distrito. (Da 2:49; 3:12.) Parece ser que Elam era otro distrito jurisdiccional de Babilonia. (Da 8:2.) Quizás por haber vivido en el distrito jurisdiccional de Babilonia, a los judíos que volvieron del exilio se les llamó “hijos del distrito jurisdiccional”. (Esd 2:1; Ne 7:6.) O puede que esta designación haga alusión al hecho de que vivían en Judá, un distrito jurisdiccional medopersa. (Ne 1:3.)
Al menos durante el reinado de Asuero (Jerjes I), el Imperio medopersa constaba de 127 distritos jurisdiccionales, desde la India hasta Etiopía. Los judíos estaban esparcidos por todo este inmenso reino. (Est 1:1; 3:8; 4:3; 8:17; 9:2, 30.) La tierra de Judá, con su propio gobernador y sus jefes administrativos de menor rango, era uno de los 127 distritos jurisdiccionales. (Ne 1:3; 11:3.) Sin embargo, al parecer formaba parte de una división política todavía mayor, que estaba administrada por un gobernante superior. Parece ser que este gobernante le notificaba al rey de cualquier queja seria concerniente a los distritos que se hallaban bajo su jurisdicción y entonces esperaba la autorización real para actuar. Por su parte, los gobernantes de menor rango podían solicitar que se investigaran las actividades de un distrito jurisdiccional en particular. (Esd 4:8-23; 5:3-17.) Cuando el rey lo autorizaba, los distritos jurisdiccionales podían recibir fondos de la tesorería real. Los decretos reales se enviaban por correo a las diversas partes del imperio. (Esd 6:6-12; Est 1:22; 3:12-15; 8:10-14.) De esta forma, todos los habitantes de los distritos jurisdiccionales estaban familiarizados con las leyes y decretos del gobierno central. (Compárese con Est 4:11.)
El sistema de distritos jurisdiccionales que existía en la antigüedad dificultaba la vida de los pueblos sometidos. Así lo reconoce el sabio escritor de Eclesiastés. (Ec 5:8; véase PROVINCIA.)
Persona de origen no israelita, gentil. En hebreo las palabras que se usan son nokj·rí y ben·ne·kjár, cuyo significado literal es “hijo de un (país) extranjero”. (Dt 14:21; Éx 12:43, nota.) Los extranjeros que se encontraban entre los hebreos eran trabajadores asalariados, mercaderes, prisioneros de guerra, cananeos que no habían sido ejecutados ni expulsados de la Tierra Prometida y aquellos que circunstancialmente pasaban por el país. (Jos 17:12, 13; Jue 1:21; 2Sa 12:29-31; 1Re 7:13; Ne 13:16.)
Aunque el pacto de la Ley limitaba los derechos de los extranjeros, se les debía tratar con justicia y equidad, y debían recibir hospitalidad en tanto respetaran las leyes del país. El extranjero se diferenciaba del prosélito circunciso, que había llegado a ser miembro de la congregación de Israel y había aceptado por completo las responsabilidades del pacto de la Ley. También era diferente del poblador que se afincaba en la Tierra Prometida y que, por consiguiente, no solo llegaba a estar bajo ciertas restricciones legales, sino que también disfrutaba de ciertos derechos y privilegios.
Durante el tiempo en que los israelitas fueron residentes forasteros en Canaán y Egipto, muchos no israelitas llegaron a formar parte de las casas de los hijos de Jacob y sus descendientes. Esto se debió a que contrataron siervos, que vivían con la familia, y compraron esclavos, que, de acuerdo con los términos expresados en el pacto con Abrahán, tenían que ser circuncidados. (Gé 17:9-14.) Algunos matrimonios mixtos y su descendencia figuraban entre los que componían la vasta compañía mixta que acompañó a los israelitas en el éxodo. (Éx 12:38; Le 24:10; Nú 11:4.)
Una vez que Israel se estableció en la Tierra Prometida, tuvo que tratar con extranjeros, como los cananeos que no habían sido expulsados del país. (Jue 2:2, 3.) Además, comerciantes y artesanos empezaron a viajar a Israel. (Eze 27:3, 17; 2Sa 5:11; 1Re 5:6-18.) Con toda probabilidad, la cantidad de trabajadores asalariados extranjeros fue aumentando a medida que los israelitas prosperaron en la Tierra Prometida. (Compárese con Dt 8:11-13; Le 22:10.) Algunos extranjeros se alistaron en el ejército de Israel, y como consecuencia, surgió en ellos un sentimiento de estima hacia sus caudillos hebreos y de respeto por la religión de los israelitas, como sucedió en los casos de los guititas, keretitas y peletitas. (2Sa 15:18-21.)
Disposiciones del pacto de la Ley. Mediante el pacto de la Ley, Jehová suministró una legislación básica destinada a regular la relación de Su pueblo con los extranjeros y a proteger la unidad e integridad de los ciudadanos israelitas, así como de quienes dependían de ellos en sentido económico, religioso y político. Los israelitas no podían tener compañerismo, en particular de índole religiosa, con los extranjeros (Éx 23:23-25; Dt 7:16-26; Jos 23:6, 7), y no debían celebrar ningún pacto con ellos ni con sus dioses. (Éx 34:12-15; 23:32; Dt 7:2.) Jehová subrayó repetidas veces lo imperioso de que no se inclinaran ante dioses extranjeros (Éx 20:3-7; 23:31-33; 34:14) y que ni siquiera preguntaran acerca de su religión, o se interesasen en ella. (Dt 12:29-31.)
Las alianzas matrimoniales con extranjeros estaban prohibidas, ante todo debido al peligro que suponían para la adoración pura. (Éx 34:16; Dt 7:3, 24; Jos 23:12, 13.) Todos los habitantes de las ciudades de las siete naciones cananeas tenían que ser destruidos. (Dt 20:15-18.) Sin embargo, tras la captura de una ciudad que no pertenecía a ninguna de las siete naciones cananeas proscritas, un soldado israelita podía tomar por esposa a una virgen de la ciudad, después que ella había dejado transcurrir un período de purificación. No puede decirse que en estos casos se formara una alianza matrimonial, ya que los padres de la mujer habrían muerto al caer la ciudad. (Dt 21:10-14; Nú 31:17, 18; Dt 20:14.)
Otra restricción era que a ningún extranjero incircunciso se le permitía comer la Pascua. (Éx 12:43.) Sin embargo, parece ser que los extranjeros podían ofrecer sacrificios mediante los sacerdotes, siempre y cuando la ofrenda se conformara a las normas divinas. (Le 22:25.) Como es lógico, los extranjeros no tenían acceso al santuario (Eze 44:9), pero podían ir a Jerusalén a ‘orar hacia la casa de Dios’, y es improbable que lo hiciesen con las manos vacías, es decir, sin ningún sacrificio que ofrecer. (1Re 8:41-43.)
En lo referente a asuntos de gobierno, los extranjeros no tenían derechos políticos, y ninguno de ellos podía ser rey. (Dt 17:15.) Los israelitas, residentes forasteros y pobladores podían acogerse a la provisión de ciudades de refugio para el homicida involuntario; sin embargo, no se menciona que los extranjeros se pudiesen amparar en esta disposición. (Nú 35:15; Jos 20:9.)
Si bien a los israelitas les estaba prohibido comer un animal sin desangrar, este podía venderse a un extranjero. (Dt 14:21.) Durante los años sabáticos, no se permitía apremiar a un israelita a que pagara sus deudas, pero sí se le podía exigir el pago a un extranjero. (Dt 15:1-3.) Aunque no se debían cobrar intereses a los israelitas, podían cobrarse a los extranjeros. (Dt 23:20.)
Causa de dificultades. Durante el tiempo de Josué y el posterior período de los jueces, muchos extranjeros moraban en el país, y causaron dificultades constantemente. (Jos 23:12, 13.) Los cananeos que permanecieron en la tierra después de la conquista israelita, quedaron sujetos a trabajos forzados (Jos 16:10; 17:13; Jue 1:21, 27-35), pero debido a que los israelitas quebrantaron el mandato de Jehová de expulsarlos del país y erradicar su adoración (Jue 2:1, 2), en su mayor parte los cananeos continuaron practicando sus religiones idólatras y degradadas. Como consecuencia, los israelitas caían una y otra vez en el lazo de la adoración falsa (Sl 106:34-39), sobre todo la de los baales y las imágenes de Astoret. (Jue 2:11-13.) Estos extranjeros de origen cananeo se hallaban en Israel durante el tiempo de David, e incluso durante el reinado de Salomón, cuando se les impusieron trabajos forzados en el templo y en las demás obras de construcción que realizó Salomón. (1Re 9:20, 21; véase TRABAJO FORZADO.)
En contra del mandato divino, Salomón tomó muchas esposas extranjeras, que con el tiempo desviaron su corazón de la adoración pura de Jehová hacia la de los dioses extranjeros. (1Re 11:1-8.) El que la religión falsa se introdujera en el más alto estamento gubernamental tuvo consecuencias desastrosas. Resultó en la escisión de la nación y, con el tiempo, en su destierro en Babilonia, ya que sus reyes, tanto los de Judá como los de Israel, descarriaban al pueblo hacia la adoración falsa. Por fin, el pueblo sufrió el cumplimiento de las maldiciones que se predijeron como castigo ineludible por violar la Ley. (1Re 11:9-11; 2Re 15:27, 28; 17:1, 2; 23:36, 37; 24:18, 19; Dt 28:15-68.)
Después que un resto de israelitas fieles retornó del destierro en Babilonia, muchos de ellos contrajeron matrimonio con mujeres extranjeras. (Esd 9:1, 2; Ne 13:23-25.) Como resultado de ese mal proceder, tanto Esdras como Nehemías vieron necesario que se expulsara a las esposas extranjeras y a sus hijos. (Esd 10:2-4, 10-19, 44; Ne 13:1-3, 27-30.) También se tomaron medidas contra otros extranjeros por su conducta incorrecta. (Ne 13:7, 8, 16-21.)
Los conquistadores babilonios no mostraron consideración alguna a los judíos cuando destruyeron Jerusalén. (Lam 2:5-12, 19-22.) Tras su liberación, estos vivieron un constante enfrentamiento con los extranjeros afincados en la Tierra Prometida, hostigados sobre todo por los gobernantes helénicos de Siria. En su esfuerzo por conservar su adoración restaurada, los judíos tuvieron que resistir la persecución implacable de Antíoco IV Epífanes, que aspiraba a helenizarlos. Durante los siglos que siguieron al destierro, los israelitas siempre lucharon por su independencia, lo que engendró celo por el judaísmo, y, en algunos casos, un nacionalismo exacerbado. Estos factores, aunados al temor de perder su identidad racial por causa de los matrimonios con extranjeros, quizás contribuyeron a que se alejasen de la actitud liberal hacia los extranjeros que impregna las Escrituras Hebreas. (Compárese con 1Re 8:41-43; 2Cr 6:32, 33; Isa 56:6, 7.)
Durante el siglo I E.C. Los judíos del siglo I E.C. llegaron a tener una actitud de aislamiento y exclusivismo, debido sobre todo a la influencia de sus líderes religiosos. Una prueba clara de este sentimiento se muestra en su desdén por los samaritanos, pueblo de ascendencia mixta israelita y extranjera. Por regla general, los judíos ‘no se trataban con los samaritanos’, a quienes ni siquiera les pedían agua para beber. (Jn 4:9.) No obstante, Jesús dejó bien claro lo equivocado de tales extremismos. (Lu 10:29-37.)
El inicio del nuevo pacto sobre la base del sacrificio de rescate de Cristo puso fin a la separación legal entre judío y gentil. (Ef 2:11-16.) Sin embargo, aun después del Pentecostés de 33 E.C. los primeros discípulos tardaron en comprender este hecho. Pedro manifestó ante el gentil Cornelio cuál era el sentimiento general de los judíos: “Bien saben ustedes cuán ilícito le es a un judío unirse o acercarse a un hombre de otra raza”. (Hch 10:28.) En Juan 18:28 se muestra que los judíos consideraban contaminación ceremonial entrar en un hogar gentil. A pesar de que en la Ley dada por medio de Moisés no había ningún mandato específico contra esa relación ocasional, este parecer era común entre los judíos y, en particular, entre sus líderes religiosos. Los primeros cristianos de origen judío necesitaron algún tiempo para liberarse de las restricciones impuestas por las actitudes dominantes y llegar a reconocer, como recalcó el apóstol Pablo, que para los que tienen la ‘nueva personalidad cristiana’ no hay “ni griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, extranjero, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todas las cosas y en todos”. (Gál 2:11-14; Col 3:10, 11.)
La palabra griega para “extranjero” es bár·ba·ros, y se refería básicamente a alguien que no hablaba griego. (Véase BÁRBARO.)
Esta expresión (heb. `am ha·`á·rets, y sus plurales) aparece sesenta y siete veces en el texto hebreo. En el tiempo de Jesús, los líderes religiosos la emplearon con un sentido peyorativo, pero ese no era su sentido original.
El texto hebreo-arameo de Koehler y Baumgartner explica que esta expresión hebrea significa “ciudadanos de pleno derecho”. (Lexicon in Veteris Testamenti Libros, Leiden, 1958, pág. 711.) A este respecto, The Interpreter’s Dictionary of the Bible explica que el término “aplica, en sentido estricto, solo a la ciudadanía que se concede al varón responsable, el hombre casado que vive en su propia tierra y tiene plenos derechos y deberes, lo que incluye su deber de prestar servicio militar y de participar en procedimientos judiciales y [...] en las festividades” (edición de G. A. Buttrick, 1962, vol. 1, pág. 106). (Compárese con Le 20:2-5; 2Re 15:5; 16:15; Eze 45:16, 22; 46:3, 9.) Por consiguiente, el sentido original de la expresión era de respeto, y no aplicaba a una clase baja o a aquellos que constituían el estamento más pobre de una comunidad.
Cuando Abrahán inició negociaciones para obtener los derechos de propiedad sobre la cueva de Macpelá, trató directamente con los hititas, “la gente de la tierra”. (Gé 23:7, 13, Ga.) La Biblia de Jerusalén emplea en estos dos versículos “paisanos”, una expresión similar a la de la Traducción del Nuevo Mundo, que vierte el hebreo `am ha·`á·rets por “naturales”. Cuando el Faraón de Egipto habló con Moisés y Aarón, llamó a los israelitas que moraban en Gosén “la gente de la tierra”. (Éx 5:5.) En Números 14:9 se emplea esta expresión con el sustantivo colectivo “gente” en singular para englobar a todos los pueblos cananeos, pero también se utiliza la forma plural de `am (`am·méh, “pueblos”) para referirse a los cananeos como un conjunto de pueblos o tribus separados entre sí que habitaban en esa tierra. (Ne 9:24, 30.) Se usa de modo semejante para referirse a los pueblos que en el tiempo de la reina Ester se hallaban bajo la jurisdicción del Imperio persa. (Est 8:17.) El rey Senaquerib empleó la forma plural completa (`am·méh ha·`ara·tsóhth, “los pueblos de las tierras”) para referirse a los muchos pueblos o naciones que las fuerzas asirias habían logrado subyugar. (2Cr 32:13.)
En la nación de Israel, con la expresión `am ha·`á·rets con frecuencia se distinguía a la ciudadanía en general de los funcionarios estatales o sacerdotales. (2Re 11:14, 18-20; Jer 1:18; 34:19; 37:2; 44:21; Eze 7:27; Da 9:6; Zac 7:5.) Sin embargo, aparte de referirse a la clase trabajadora pobre, al parecer incluía también a gente acomodada, pues el profeta Ezequiel, después de poner al descubierto las injusticias cometidas por profetas, sacerdotes y príncipes avariciosos, condena a “la gente de la tierra” que “se ha ocupado en un proyecto de defraudación y ha efectuado un arrancar en robo, y al afligido y al pobre han maltratado, y al residente forastero han defraudado sin justicia”. (Eze 22:25-29.) A fin de poder pagar las pesadas cargas impuestas por el faraón Nekoh, el rey Jehoiaquim “exigió [...] la plata y el oro de la gente de la tierra” haciéndoles pagar impuestos. De esto se desprende que los `am ha·`á·rets que derribaron a los que conspiraron contra el rey Amón e hicieron rey a Josías y más tarde a Jehoacaz no pudieron ser gente del vulgo. (2Re 23:30, 35; 21:24.) Cuando Nabucodonosor conquistó el reino de Judá, llevó a Riblá para ejecutarlos a algunos altos funcionarios de la corte, y también a sesenta hombres, “gente de la tierra”, que seguramente se hallaban entre los ciudadanos más destacados o prominentes del país. (2Re 25:19-21.) Claro que la expresión `am ha·`á·rets abarcaba también a los ciudadanos más desfavorecidos, y el rey de Babilonia determinó que cierta cantidad de ellos permaneciera en Judá, como había hecho previamente en Jerusalén. (2Re 24:14; 25:12; Jer 40:7; 52:15, 16.)
En tiempos postexílicos, Esdras y Nehemías condenaron la costumbre, común entre los repatriados, de mezclarse con “los pueblos de los países”, casándose con sus mujeres, permitiendo que realizasen sus prácticas comerciales dentro de la ciudad en día de sábado y hasta familiarizándose con sus costumbres detestables. (Esd 9:11; 10:2, 11; Ne 10:28, 31.) Las palabras de (Esdras 9:1, 2) sobre los pueblos no israelitas vecinos y su consejo de mantenerse apartados de ellos nada tenían que ver con discriminación social o económica, sino con la ley de Dios, que exigía conservar la pureza de la adoración verdadera. (Ne 10:28-30.)
Con el transcurso del tiempo, los líderes religiosos de Judá comenzaron a emplear la expresión de modo despectivo para referirse a aquellas personas, judías o no, que tenían muy poco conocimiento de la Ley o, más específicamente, aquellas que no observaban con todo rigor el voluminoso legajo de tradiciones rabínicas que se habían acumulado. (Mt 15:1, 2.) En Juan 7:47-49 se aprecia la carga peyorativa que había adquirido la expresión en boca de los fariseos: “Esta muchedumbre que no conoce la Ley son unos malditos”. En opinión del rabí Josué (Iehoshúa), `am ha·`á·rets se refiere a “los que no se ponen las filacterias”. Otros comentarios rabínicos alusivos a los que no observaban las tradiciones rabínicas dicen: “Aunque hayan estudiado [la Tora] y aprendido [las mishnás], los que no sirven a los estudiosos son hombres del vulgo”, es decir, `am ha·`á·rets. (Talmud Babilonio, Berajot, cap. VII, 47b.) “Tampoco es piadosa la persona ignorante [`am ha·`á·rets].” (Talmud Babilonio, Avot 2:5, traducción de J. Israelstam.) “El iletrado no será resucitado.” (Talmud Babilonio, Ketubbot 11b, traducción de S. Daiches.) (Compárese con Mt 9:11; Lu 15:2; 18:11.) Sin embargo, Jesús dijo que ‘vino a llamar a pecadores’; de hecho, mostró compasión por las personas que estaban “desparramadas como ovejas sin pastor”. (Mt 9:13, 36.)
Puede decirse, entonces, que el sentido de la expresión hebrea `am ha·`á·rets pasó de tener un significado general de respeto a uno de oprobio. Algo similar ocurrió con el término latino paganus (pagano), que originalmente significaba “campesino; aldeano”; pero como las gentes de las zonas rurales solían ser las últimas en convertirse, los conversos de las ciudades comenzaron a emplear el término para referirse a los que aún no habían aceptado el cristianismo.
La expresión “gran(des) muchedumbre(s)” es bastante común en las Escrituras Griegas Cristianas. A veces se usa con respecto a grandes grupos de personas que oyeron la enseñanza pública de Jesucristo. (Mt 14:14; 19:2; 20:29.) Después de una visión de la destrucción de Babilonia la Grande, el apóstol Juan oyó “lo que era como una voz fuerte de una gran muchedumbre en el cielo”. (Apo 19:1.) Sin embargo, la identificación de la “gran muchedumbre” mencionada en Apocalipsis 7:9 ha sido un tema de especial interés.
En este capítulo, el apóstol Juan primero menciona que se sella a los 144.000 esclavos de Dios “de toda tribu de los hijos de Israel”. (Apo 7:2-8.) Después tuvo una visión de una “gran muchedumbre” de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, de pie ante el trono de Dios, que atribuía su salvación a Dios y al Cordero. Sus integrantes han salido de “la gran tribulación”, sirven a Dios en su templo y Él extiende su tienda sobre ellos. Ya no tendrán más hambre ni sed, y Dios limpiará toda lágrima de sus ojos, porque su Hijo (el Cordero; Jn 1:29) los guiará a aguas de vida. (Apo 7:9-17.)
Puntos de vista populares. Se han ofrecido diversas explicaciones sobre el significado e identidad de la “gran muchedumbre”. Algunos exégetas han interpretado que los 144.000 sellados, referidos primero en el texto, son miembros del “Israel espiritual” y representan a la congregación cristiana mientras se hallan en la Tierra, mientras que la “gran muchedumbre” simboliza a esa misma congregación ya en los cielos, después que sus miembros han muerto en fidelidad y han sido resucitados a vida celestial. Sin embargo, otros sostienen que los 144.000 provienen literalmente “de toda tribu de los hijos de Israel” (Apo 7:4), es decir, son judíos naturales conversos al cristianismo, en tanto que la “gran muchedumbre” representa a los cristianos gentiles. No obstante, un estudio del capítulo 7 de Apocalipsis y de otros pasajes afines descubre las incoherencias de estas interpretaciones y al mismo tiempo conduce a una conclusión diferente.
Suponer que los 144.000 sellados representan a la congregación cristiana durante su estancia en la Tierra, mientras que la “gran muchedumbre“ representa a dicha congregación ya resucitada en el cielo, no concuerda con lo que se dice de los 144.000 en el capítulo 14 de Apocalipsis, donde se les ve junto al Cordero en el “monte Sión”. En Hebreos 12:18-24, el apóstol Pablo compara la experiencia que tuvieron los israelitas naturales al pie del monte Sinaí, con la de los cristianos que se habían “acercado a un monte Sión y a una ciudad del Dios vivo, a Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, en asamblea general, y a la congregación de los primogénitos que han sido matriculados en los cielos”. Queda claro, pues, que aunque en Apocalipsis 14:3 se dice que los 144.000 “han sido comprados de la tierra”, el contexto los ubica en el cielo, junto al Cordero celestial, Jesucristo (Apo 14:3, 4), lo que invalida la explicación que presupone que los 144.000 representan a la congregación cristiana durante su estancia en la Tierra y la “gran muchedumbre”, a la misma congregación, pero en el cielo.
Además, la manera como el apóstol Juan introduce la visión de la “gran muchedumbre” muestra que hay una clara diferencia entre la identidad de este grupo y los 144.000 sellados. Juan dice: “Después de estas cosas [la visión de los 144.000 sellados] vi, y, ¡miren!, una gran muchedumbre, que ningún hombre podía contar”. (Apo 7:9.) Presenta a la “gran muchedumbre” como entidad separada e innumerable, en contraste con un grupo cuya cantidad responde a un número concreto. También se les distingue por no ser “de los hijos de Israel”, sino de toda nación, tribus, pueblos y lenguas. Además, no se les ve de pie ‘junto al Cordero’, como ocurre con los 144.000 en Apocalipsis 14:1, sino “delante del Cordero”. Todos estos factores respaldan la conclusión de que la “gran muchedumbre” es una entidad distinta y separada de los 144.000 sellados.
Por otra parte, la idea de que en esta visión se pretende hacer una distinción entre judíos cristianos y gentiles cristianos está diametralmente opuesta al comentario inspirado de Pablo respecto a lo impropio de las diferencias carnales en el ámbito de la congregación cristiana, cuyos miembros son todos iguales y están en unión con Jesucristo. (Ro 10:12; Gál 3:28.) Si Jehová ha ‘reconciliado plenamente a ambos pueblos [judíos y gentiles] consigo mismo, en un solo cuerpo, mediante Cristo’, sería difícil esperar que luego —en la visión dada a Juan— los presentase como dos grupos separados, de una parte los judíos naturales y de otra los gentiles. (Ef 2:11-21; Hch 15:7-9.) Cuando se toma en consideración el principio divino que Pablo cita, está mucho más claro aún que no se puede concebir por separado a ambos grupos, pues el apóstol dijo: “Porque no es judío el que lo es por fuera, ni es la circuncisión la que está afuera en la carne. Más bien, es judío el que lo es por dentro, y su circuncisión es la del corazón por espíritu”. (Ro 2:28, 29.) Además, ¿por qué no se dice en esta visión que los supuestos cristianos gentiles habían sido “sellados”? ¿Por qué eran incapaces de aprender la nueva canción que los 144.000 cantaban? (Apo 14:3.) En consecuencia, parece que está claro que los 144.000 sellados constituyen el Israel espiritual, no el natural, y, por lo tanto, quedan englobados en él tanto los cristianos de procedencia judía como los gentiles. (Gál 6:16.)
Su identificación. La clave para identificar a la “gran muchedumbre” se halla en lo que se dice de ella en el capítulo 7 de Apocalipsis y en otros pasajes claramente paralelos. Apocalipsis 7:15-17 dice que Dios ‘extiende su tienda sobre ellos’, que son guiados a “fuentes de agua de vida” y que Dios limpia “toda lágrima de los ojos de ellos”. En Apocalipsis 21:2-4 hallamos expresiones paralelas: “La tienda de Dios está con la humanidad”, “y limpiará toda lágrima de sus ojos” y “la muerte no será más”. La visión presentada en este último capítulo no trata de personas que están en el cielo, de donde desciende la Nueva Jerusalén, sino de personas de la Tierra, de entre la humanidad.
Esto plantea la siguiente pregunta: Si la “gran muchedumbre” está compuesta de personas que consiguen la salvación y permanecen en la Tierra, ¿cómo se puede decir que están ‘de pie delante del trono de Dios y delante del Cordero’? (Apo 7:9.) Esta posición, ‘estar de pie’, a veces se emplea en la Biblia para indicar que se tiene una posición favorecida o aprobada a los ojos de aquel ante cuya presencia está de pie la persona o grupo en cuestión. (Sl 1:5; 5:5; Pr 22:29, CJ, comentario; Lu 1:19.) De hecho, en el capítulo anterior del mismo libro de Apocalipsis se representa a los “reyes de la tierra y los de primer rango y los comandantes militares y los ricos y los fuertes y todo esclavo y toda persona libre” intentando esconderse “del rostro del que está sentado en el trono, y de la ira del Cordero, porque ha llegado el gran día de la ira de ellos, y ¿quién puede estar de pie?”. (Apo 6:15-17; compárese con Lu 21:36.) De modo que la “gran muchedumbre” debe estar formada por aquellas personas que sobrevivan a ese tiempo de ira y que hayan podido “estar de pie”, en una posición aprobada, ante Dios y el Cordero.
El hecho de que el Cordero los guíe a “fuentes de aguas de vida” halla un paralelo en Apocalipsis 22:17, donde dice: “El espíritu y la novia siguen diciendo: ‘¡Ven!’. Y cualquiera que oiga, diga: ‘¡Ven!’. Y cualquiera que tenga sed, venga; cualquiera que desee, tome gratis el agua de la vida”. Las Escrituras identifican con claridad a esta “novia” como la congregación cristiana ungida que está prometida al novio celestial, Cristo Jesús. (Ef 5:25-27; 2Co 11:2; Apo 19:7-9; 21:9-11.) La invitación que hace la clase celestial de la “novia” para que se “tome gratis el agua de la vida” obviamente está abierta a un número ilimitado de personas, a “cualquiera que desee”. La “gran muchedumbre” es también innumerable, por lo que la visión registrada en Apocalipsis 7:9 concuerda con la de Apocalipsis 22:17.
Por lo tanto, en vista de lo antedicho, la “gran muchedumbre” representa a todas aquellas personas que no son de la clase celestial de la “novia”, o los 144.000 sellados, pero que están de pie, en una posición aprobada, cuando llega la “gran tribulación” y, como consecuencia, se las conserva vivas para permanecer en la Tierra. (Véanse CIELO; CONGREGACIÓN - [La congregación cristiana de Dios]; TIERRA - [Propósito].)
El término hebreo gan y el griego ké·pos hacen referencia a una zona cultivada, a menudo regada. En tiempos bíblicos, los jardines por lo general eran zonas rodeadas por un cerco de espinos o por un muro de piedra o barro, que podía tener espinos a lo largo del borde superior. (Can 4:12.)
En términos generales, los jardines a los que se hace mención en la Biblia son bastante distintos de los jardines comunes de Occidente. Muchos de ellos se asemejaban a parques donde había árboles frutales y de otros tipos (Ec 2:5; Am 9:14; Can 6:11), plantas de especias y flores. (Can 6:2.) Estos jardines estaban bien regados por arroyos o por otros métodos de riego, y a menudo había senderos serpenteados. Algunas familias tal vez hayan cultivado jardines más pequeños. El rey Acab dijo que deseaba la viña de Nabot para que le sirviera de huerta de legumbres. (1Re 21:2.)
Tales jardines semejantes a parques solían hallarse extramuros, excepto aquellos que pertenecían a reyes o a hombres muy ricos. El jardín del Rey, situado cerca del lugar por donde Sedequías y sus hombres intentaron escapar de Jerusalén durante el sitio caldeo, probablemente estaba situado junto a la parte exterior del muro sudoriental de aquella ciudad. (2Re 25:4; Ne 3:15.) Josefo hace referencia también a una aldea llamada Etam, que sitúa entre 13 y 16 Km. de Jerusalén, “agradable y magnífica por sus jardines y sus riachos”, a la que acostumbraba a ir Salomón en su carro. (Antigüedades Judías, libro VIII, cap. VII, sec. 3.) El jardín en el que el rey Asuero celebró un gran banquete de siete días en Susa durante el tercer año de su reinado debió ser de tamaño considerable y muy hermoso. (Est 1:1-5.)
En Babilonia. Los Jardines Colgantes de Babilonia eran una de las siete maravillas del mundo antiguo. El rey Nabucodonosor los hizo para su esposa, una princesa meda que añoraba las montañas de su país debido a lo llana que era Babilonia. Se dice que Nabucodonosor construyó arcos progresivamente más altos, a modo de escalones, y recubrió esta montaña de mampostería con suficiente tierra para mantener a los árboles de mayor envergadura. En la parte superior construyó un embalse con agua que ascendía del Éufrates mediante un tornillo hidráulico.
En Egipto. Los israelitas cultivaron huertas de legumbres durante su estancia en Egipto. Deuteronomio 11:10 dice que las regaban con el pie, posiblemente por medio de una noria accionada con el pie, o bien conduciendo el agua de riego a través de canales, que abrían y cerraban con el pie en el barro mismo, a fin de alcanzar todas las partes de la huerta.
Getsemaní. El jardín de Getsemaní, situado en el monte de los Olivos, al otro lado del valle de Cedrón enfrente de Jerusalén, era un lugar que Jesucristo frecuentaba para estar a solas con sus discípulos. Jesucristo se retiró a este jardín con sus discípulos después de comer su última Pascua e instituir la Cena del Señor, y, apartándose un poco de ellos, oró intensamente a Dios y un ángel le ministró. El traidor Judas conocía la costumbre de Jesús, así que condujo a una chusma a Getsemaní, donde traicionó a su maestro con un beso. (Mt 26:36, 46-49; Lu 22:39-48; Jn 18:1, 2.)
Sepulturas. A veces los jardines se usaban como sepulturas. A Manasés y a su hijo Amón se les enterró en el jardín de Uzá (2Re 21:18, 25, 26), y también enterraron a Jesús en un jardín, en una tumba conmemorativa nueva. (Jn 19:41, 42.) Los israelitas imitaron la costumbre de hacer sacrificios a los dioses paganos en estos jardines, sentándose entre las sepulturas y comiendo cosas asquerosas, según los preceptos de la religión falsa, lo que les acarreó el juicio adverso de Jehová. (Isa 65:2-5; 66:16, 17.) ★La tumba del Jardín - (it-Pg.948)
Jardín de Edén. El jardín más famoso de la historia es el jardín de Edén. Al parecer fue una región cerrada, probablemente acotada por barreras naturales. El jardín, ubicado en “Edén, hacia el este”, tenía una entrada en su lado oriental, en la que se apostaron los querubines con la hoja llameante de una espada una vez que pecó Adán, a fin de impedir que accediera al árbol de la vida que había en medio del jardín. (Gé 2:8; 3:24.) El jardín estaba bien regado por un río que procedía de Edén y se dividía en cuatro ríos grandes. En este “paraíso de deleite” (Gé 2:8, Scío) había todo tipo de árboles deseables a la vista y buenos para alimento, así como abundante vegetación, y era el hábitat de aves y otros animales. Adán tenía que cultivarlo y cuidarlo, y con el tiempo extenderlo por todo el globo, en cumplimiento del mandato de Dios de “sojuzgar” la Tierra. Era un santuario, un lugar donde Dios, en sentido figurado, andaba y se comunicaba con Adán y Eva; era un hogar perfecto para ellos. (Gé 2:9, 10, 15-18, 21, 22; 1:28; 3:8-19; véase PARAÍSO.)
Aunque la Biblia no dice cuánto tiempo estuvieron los querubines guardando el camino al árbol de la vida, es posible que lo hicieran hasta el Diluvio, mil seiscientos cincuenta y seis años después de la creación de Adán. Como a Adán y Eva se les expulsó del jardín por su desobediencia al comer del árbol prohibido del conocimiento de lo bueno y lo malo, es probable que este santuario se deteriorara por falta de cuidado. En cualquier caso, el jardín desapareció, a más tardar, durante el Diluvio. (Véase EDÉN núm. 1.)
Siglos más tarde se hizo alusión a la belleza del jardín de Edén cuando Lot vio todo el Distrito del Jordán y observó que “todo él era una región bien regada [...] como el jardín de Jehová”. (Gé 13:10.) Jehová se interesó en la Tierra Prometida y la conservó como herencia para Israel. Moisés la contrasta con Egipto, donde los israelitas tenían que regar como en una huerta de legumbres, y dice que era un lugar regado por “la lluvia de los cielos”. (Dt 11:10-12.) ★Un lindo Jardín - (my-Cap.2-Pg.11)
Usos figurados. En una advertencia a Judá por medio de Joel, Jehová habla de un pueblo “numeroso y poderoso” que devastaría la tierra, que pasaría de ser “como el jardín de Edén” a ser como un desierto. (Joe 2:2, 3.) Por otra parte, a los que hacen lo que Jehová quiere y disfrutan de su buena voluntad se les asemeja a un jardín bien regado. (Isa 58:8-11.) Esta sería la situación del pueblo de Jehová cuando retornaran del destierro en Babilonia. (Isa 51:3, 11; Jer 31:10-12.)
En Ezequiel 28:12-14 se dice que el “rey de Tiro” había estado en el jardín de Edén y sobre “la montaña santa de Dios”. Por las laderas del monte Líbano, con sus famosos cedros, el rey, ataviado con hermosas vestiduras y esplendor real, había estado como en un jardín de Edén y sobre una montaña de Dios.
El enamorado pastor de El Cantar de los Cantares asemeja a su compañera a un jardín, con toda su agradabilidad, belleza, encanto y excelente fruto. (Can 4:12-16.)
Cualquiera de los sistemas que emplea el hombre para comunicar a sus semejantes lo que piensa o siente. Por antonomasia, es un conjunto de sonidos articulados combinados que emplea una determinada comunidad de personas. Los términos hebreo y griego para “lengua” también significan “lenguaje” (Jer 5:15, nota; Hch 2:11, NTI), y el término hebreo para “labio” se usa de manera similar. (Gé 11:1, nota.)
El lenguaje hablado está intrínsecamente relacionado con la mente, pues esta se sirve de los órganos de la fonación —garganta, lengua, labios y dientes— como instrumentos de comunicación. (Véase LENGUA.) A este respecto, la Encyclopædia Britannica dice: “El pensamiento y la palabra van de la mano. Para pensar con claridad, hay que recurrir a los nombres [o sustantivos] y a la relación que esos conceptos tienen entre sí. [...] Si bien hay alguna reserva de menor importancia, la prueba es aplastante [...] y refuerza la afirmación ya expuesta: sin palabras no hay pensamiento” (1959, vol. 5, pág. 740). Las palabras son el medio principal que el hombre tiene para recibir, almacenar, manipular y transmitir información.
El origen del habla. Cuando fue creado el primer ser humano, Adán, se le dotó con un vocabulario, así como con la capacidad de formar nuevas palabras e irlo ampliando. Sin un vocabulario dado por Dios, el hombre recién creado no habría estado en mejor posición que los animales irracionales para comprender las instrucciones verbales de su Creador. (Gé 1:27-30; 2:16-20; compárense con 2Pe 2:12; Jud 10.) Por eso, entre todas las criaturas de la Tierra solo el hombre inteligente tiene la facultad del habla, aunque él no dio origen al idioma, sino su Creador Omnisapiente, Jehová Dios. (Compárese con Éx 4:11, 12.)
El conocido lexicógrafo Ludwig Koehler escribió sobre el origen del idioma: “En tiempos pasados ha habido mucha especulación en cuanto a cómo ‘llegó a existir’ el habla humana. Hubo escritores que se esforzaron por explorar el ‘lenguaje animal’, pues los animales también pueden expresar audiblemente mediante sonidos y grupos de sonidos sus impulsos y sensaciones, como contentamiento, temor, emoción, amenaza, cólera, deseo sexual y gratificación sexual, y posiblemente muchas otras cosas. Prescindiendo de lo múltiples que sean estas expresiones [animales] [...], carecen de concepto e idea: ámbito inherente al lenguaje humano”. Después de mostrar cómo los hombres pueden explorar el aspecto fisiológico del habla humana, Koehler añade: “Pero se nos escapa qué es lo que realmente sucede en el habla, cómo enciende la chispa de la percepción el espíritu del niño, o de la humanidad en general, para llegar a ser la palabra hablada. El habla humana es un secreto; es un don divino, un milagro” (Journal of Semitic Studies, Manchester, 1956, pág. 11).
El lenguaje es muy anterior a la creación del hombre. Jehová se comunicaba con su Hijo primogénito celestial, y debió utilizarlo a él para comunicarse con sus otros hijos celestiales. Por lo tanto, a aquel Hijo primogénito se le llamó la “Palabra”. (Jn 1:1; Col 1:15, 16; Apo 3:14.) El apóstol Pablo hizo referencia bajo inspiración a las “lenguas de los hombres y de los ángeles”. (1Co 13:1.) Jehová habla a sus criaturas angélicas en su ‘lengua’, y ellas “llevan a cabo su palabra”. (Sl 103:20.) Puesto que Jehová y sus hijos celestiales no tienen necesidad de una atmósfera (que hace posible las ondas y vibraciones del sonido necesarias para el habla humana), el lenguaje angélico obviamente escapa a la imaginación y comprensión del hombre. Por consiguiente, para hablar a los hombres como mensajeros de Dios, los ángeles tenían que valerse del lenguaje humano. Se han registrado mensajes angélicos en hebreo (Gé 22:15-18), arameo (Da 7:23-27) y griego (Apo 11:15), lenguas en las que se escribieron los citados textos, respectivamente.
¿Cómo se explica la gran diversidad de idiomas?
Según los estudios lingüísticos, en la actualidad se hablan unas 3.000 lenguas por toda la Tierra. Hay idiomas hablados por centenares de millones de personas; otros, por solo unos cuantos centenares. Aunque las ideas que se expresan y se comunican por este medio sean las mismas, se pueden transmitir de una infinidad de maneras. Solo la historia bíblica explica el origen de esa extraña diversidad en la comunicación humana.
Después del diluvio universal, toda la humanidad continuó “siendo de un solo lenguaje [literalmente, “labio”] y de un solo conjunto de palabras” durante algún tiempo. (Gé 11:1.) La Biblia indica que la lengua que más tarde se llamó hebreo fue el “un solo lenguaje” original. (Véase HEBREO, II.) Como se mostrará más adelante, esto no significa que todos los otros idiomas se derivaron del hebreo y que estén relacionados con él, pero el hebreo precedió a todas las demás lenguas.
El relato de Génesis menciona que una parte de la familia humana postdiluviana se unió en un proyecto contrario a la voluntad divina, que se le había dado a conocer a Noé y a sus hijos. (Gé 9:1.) En lugar de esparcirse y ‘llenar la tierra’, se propusieron centralizar la sociedad humana, concentrándose en un lugar de la llanura de Sinar (Mesopotamia). Este también habría de convertirse en un centro religioso, con una torre para esos fines. (Gé 11:2-4.)
El Dios Todopoderoso impidió que llevasen a cabo su presuntuoso proyecto, confundiendo su lengua, lo que imposibilitó que coordinaran el trabajo y los obligó a esparcirse por todas partes de la Tierra. También dificultaría el avance de la humanidad en una dirección equivocada de abierto desafío a Dios, pues limitaría el esfuerzo conjunto, tanto intelectual como físico, en proyectos ambiciosos, y el empleo del conocimiento acumulado por los diferentes grupos lingüísticos, un conocimiento que, por otra parte, no procedía de Dios, sino de la experiencia y la investigación humanas. (Compárese con Ec 7:29; Dt 32:5.) Por lo tanto, a la vez que significaba un importante factor divisivo en la sociedad humana, la confusión del habla en realidad benefició a la humanidad, pues retrasó la realización de metas peligrosas y dañinas. (Gé 11:5-9; compárese con Isa 8:9, 10.) Solo hay que analizar las circunstancias actuales, fruto del conocimiento acumulado y el mal uso que el hombre ha hecho del mismo, para darse cuenta de lo que Dios previó que se produciría en poco tiempo de no haber frustrado el proyecto de Babel.
Normalmente, la filología, el estudio comparativo de los idiomas, clasifica a estos en diferentes “familias”. La “lengua fundamental común” de cada familia principal aún no se ha identificado; con mucha menos razón, por lo tanto, se conoce la “lengua fundamental común” de los miles de idiomas que se hablan en la actualidad. El registro bíblico no dice que todos los idiomas descendieron o se ramificaron del hebreo. En lo que comúnmente se llama “la tabla de las naciones” (Gé 10) están los descendientes de los hijos de Noé —Sem, Cam y Jafet—, y en cada caso están agrupados ‘según sus familias, según sus lenguas, en sus tierras, por sus naciones’. (Gé 10:5, 20, 31, 32.) Por tanto, parece ser que cuando Jehová Dios confundió el lenguaje humano de manera milagrosa, no produjo dialectos del hebreo, sino varios idiomas completamente nuevos, con los que se podía expresar toda la gama de sentimientos y pensamientos humanos.
Por lo tanto, después que Dios confundió su lenguaje, los edificadores de Babel carecían de “un solo conjunto de palabras” (Gé 11:1), es decir, un vocabulario común, y no tenían una misma gramática o manera común de expresar la relación entre las palabras. El profesor S. R. Driver escribe: “Sin embargo, las lenguas no solo difieren en gramática y raíces, sino también [...] en cómo se construyen las ideas en la oración. Las diferentes razas no piensan del mismo modo, y, en consecuencia, las formas que adopta la oración en diferentes lenguas no son las mismas”. (A Dictionary of the Bible, edición de J. Hastings, 1905, vol. 4, pág. 791.) Por consiguiente, diferentes idiomas requieren diferentes patrones de pensamiento, lo que dificulta al estudiante de otro idioma ‘pensar en ese idioma’. (Compárese con 1Co 14:10, 11.) Por esa razón, una traducción literal bien pudiera parecer ilógica y carente de sentido. En consecuencia, cuando Jehová Dios confundió el habla en Babel, es probable que primero borrara todo recuerdo del lenguaje común anterior, y luego no solo introdujera en la mente de aquellas personas nuevos vocabularios, sino que además cambiara sus patrones o procesos de pensamiento, y así diera lugar a gramáticas nuevas. (Compárese con Isa 33:19; Eze 3:4-6.)
Se da el caso, por ejemplo, de que ciertos idiomas son monosilábicos (compuestos de palabras de una sola sílaba), como el chino. En cambio, los vocabularios de otros idiomas se forman en gran parte por aglutinación, es decir, yuxtaposición de palabras. Por ejemplo, la voz alemana Hausfriedensbruch significa literalmente “casa-de paz-rompimiento”, de modo que se podría traducir en algunos casos, a fin de hacerlo más entendible al hispanohablante, por “allanamiento de morada”. En algunos idiomas la sintaxis —el orden de las palabras en la oración— es muy importante; en otros, sin embargo, importa poco. Asimismo, algunos idiomas tienen muchas conjugaciones (o formas verbales), mientras que otros, como el chino, no tienen ninguna. Se podrían citar innumerables diferencias; cada una de ellas exige un ajuste de nuestro esquema mental, lo que a menudo exige un gran esfuerzo.
Parece ser que con el transcurso del tiempo las lenguas originales que resultaron de la acción divina en Babel produjeron dialectos emparentados. Estos dialectos se desarrollaron hasta formar idiomas separados, y su relación con los otros dialectos “hermanos” o con la “lengua fundamental común” se hizo en ocasiones prácticamente imperceptible. Incluso los descendientes de Sem, que al parecer no figuraron entre la muchedumbre de Babel, no solo hablaron hebreo, sino también arameo, acadio y árabe. Diversos factores han contribuido históricamente al cambio en los idiomas: separación por distancia o barreras geográficas, guerras y conquistas, deterioro de las comunicaciones e inmigración de otros grupos lingüísticos. Debido a estos factores, las principales lenguas de la antigüedad se han fragmentado; algunas se han fusionado parcialmente con otras, mientras que otras lenguas han desaparecido por completo, reemplazadas por las de los pueblos conquistadores.
La investigación lingüística concuerda con la información expuesta. En The New Encyclopædia Britannica (1985, vol. 22, pág. 567) se hace el siguiente comentario: “Los testimonios más antiguos en lengua escrita —el único registro fósil de escritura con el que el hombre puede contar— datan de no más de unos cuatro mil o cinco mil años”. Un artículo publicado en la revista Science Illustrated (julio de 1948, pág. 63) observa: “Las formas más antiguas de los idiomas que hoy conocemos fueron mucho más difíciles que sus descendientes modernos [...], parece que el hombre no comenzó con un habla sencilla que progresivamente se hizo más compleja, sino, más bien, que se valió de un habla sumamente compleja en sus albores y con el tiempo la simplificó hasta las formas modernas”. El doctor Mason, lingüista contemporáneo, también señala que “la idea de que los ‘salvajes’ hablan con una serie de gruñidos y no pueden expresar muchos conceptos ‘civilizados’ está muy equivocada”, y que “muchos de los idiomas de los pueblos de escasa cultura son bastante más complejos que los idiomas europeos modernos”. (Science News Letter, 3 de septiembre de 1955, pág. 148.) Por lo tanto, las pruebas están en contra de un origen ‘evolutivo’ del habla o de las lenguas antiguas.
Sir Henry Rawlinson, filólogo orientalista, observó lo siguiente sobre el foco desde donde empezaron a esparcirse los lenguajes antiguos: “Si nos hubiésemos de guiar por la mera intersección de sendas lingüísticas, sin depender en absoluto de las referencias al registro de las Escrituras, aún se nos llevaría a fijar en las llanuras de Sinar el foco del que irradiaron las diferentes ramas [lingüísticas]”. (The Journal of the Royal Asiatic Society of Great Britain and Ireland, Londres, 1855, vol. 15, pág. 232.)
Entre las “familias” principales que mencionan los filólogos modernos están: la indoeuropea, la chinotibetana, la afroasiática, la japonesa y la coreana, la dravídica, la malayopolinesia y la negroafricana. Hoy día todavía es imposible clasificar muchos idiomas. Dentro de cada una de las familias principales hay muchas subdivisiones o familias más pequeñas. Por ejemplo, la familia indoeuropea incluye ramas como la germánica, la románica, la baltoeslava, la indoirania, la griega, la céltica, la albanesa y la armenia. A su vez, la mayoría de estas familias más pequeñas constan de varios idiomas. Por ejemplo, entre las lenguas románicas están: el francés, el español, el portugués, el italiano y el rumano.
★¿Por qué dejó la humanidad de hablar el mismo idioma?
★“Toda la tierra seguía teniendo un mismo idioma” - (1-2020-Pg.6/7-Foto)
Desde Abrahán en adelante. Abrahán el hebreo no debió tener dificultad alguna en conversar con el pueblo de ascendencia camítica de Canaán (Gé 14:21-24; 20:1-16; 21:22-34), pues no se menciona que en sus contactos hubiese presente un intérprete, aunque lo mismo debe decirse de su visita a Egipto. (Gé 12:14-19.) Es probable que por haber vivido en Ur de los caldeos, Abrahán supiese acadio (asirobabilonio) (Gé 11:31), un idioma que por algún tiempo fue lengua internacional. Es posible que la gente de Canaán fuese hasta cierto punto bilingüe, pues vivía relativamente cerca de las comunidades semíticas de Siria y Arabia. Además, dado que en el alfabeto se aprecian indicios claros de su origen semítico, es posible que este hecho en sí mismo haya contribuido considerablemente a que personas de otros grupos lingüísticos, en particular gobernantes y funcionarios, empleasen también las lenguas de origen semítico. (Véanse CANAÁN, CANANEO núm. 2 - [Idioma]; ESCRITURA.)
Al parecer, Jacob tampoco tuvo dificultad alguna en comunicarse con sus parientes arameos (Gé 29:1-14), aunque en ocasiones se aprecian diferencias en el empleo de ciertos términos. (Gé 31:46, 47.)
José, que seguramente aprendió egipcio cuando sirvió de esclavo en la casa de Potifar, se valió de un intérprete la primera vez que habló con sus hermanos hebreos cuando fueron a Egipto. (Gé 39:1; 42:6, 23.) Moisés, educado en la corte faraónica, debió aprender varios idiomas: el hebreo, el egipcio, probablemente el acadio y algunos otros. (Éx 2:10; compárese con los vss. 15-22.)
Con el tiempo, el acadio dejó de ser la lengua franca o de comunicación internacional y fue sustituido por el arameo, que se llegó a usar incluso en correspondencia oficial con Egipto. Sin embargo, cuando el rey asirio Senaquerib invadió Judá (732 a. E.C.), la inmensa mayoría del pueblo de Judá no entendía el arameo (sirio antiguo), si bien sus funcionarios sí lo entendían. (2Re 18:26, 27.) De modo semejante, la lengua caldea de los babilonios de origen semita que conquistaron Jerusalén en 607 a. E.C. les pareció a los judíos como quienes “tartamudean con los labios”. (Isa 28:11; Da 1:4; compárese con Dt 28:49.) Aunque Babilonia, Persia y otras potencias mundiales construyeron grandes imperios y dominaron sobre pueblos de muy diversos idiomas, no pudieron eliminar la barrera divisiva impuesta por las diferencias lingüísticas. (Da 3:4, 7; Esd 1:22.)
Nehemías se perturbó muchísimo cuando supo que los hijos de los judíos repatriados que se habían casado con mujeres extranjeras no sabían hablar “judío” (hebreo). (Ne 13:23-25.) Su preocupación no era otra que la de facilitar la adoración pura, pues sabía que era de primera importancia entender los Santos Escritos (por entonces solo en hebreo) cuando se leyesen y comentasen. (Compárese con Ne 13:26, 27; 8:1-3, 8, 9.) Además, la comunicación en una sola lengua sería para ellos una fuerza unificadora. No cabe duda de que las Escrituras Hebreas desempeñaron un importante papel en la estabilidad del idioma hebreo, pues durante el período de mil años que abarcó la redacción de los libros que las integran, prácticamente no se produjo ningún cambio lingüístico.
En el tiempo de Jesús, Palestina se había convertido en su mayor parte en una región plurilingüe. Hay testimonio fehaciente de que los judíos habían conservado su propio idioma, pero también se hablaba arameo y griego koiné. Por otra parte, se podían ver inscripciones en latín que mandaban hacer los gobernadores romanos (Jn 19:20), y también se podía escuchar el latín en boca de los soldados romanos destacados en todo aquel territorio. En cuanto a qué idioma habló principalmente Jesús, véase ARAMEO; también HEBREO, II.
En el día del Pentecostés del año 33 E.C., se derramó el espíritu santo sobre los discípulos cristianos en Jerusalén, y de repente se pusieron a hablar en muchas lenguas que ni habían estudiado ni aprendido. Jehová Dios había demostrado en Babel su capacidad milagrosa para implantar en el cerebro de una persona un vocabulario y una gramática distintos. En Pentecostés lo volvió a hacer, pero con una diferencia importante: los cristianos dotados súbitamente con la facultad de hablar nuevas lenguas no olvidaron su lengua original, el hebreo. En esta ocasión, el espíritu de Dios cumplía con un propósito muy distinto: no el confundir y esparcir, sino iluminar y reunir a personas de corazón honrado a la unidad cristiana. (Hch 2:1-21, 37-42.) Desde entonces, el pueblo que estaba en pacto con Dios fue plurilingüe, pero la barrera creada por las diferencias de lenguaje había sido superada, porque en su mente entonces tenían el lenguaje común de la verdad, alababan unidamente a Jehová y sus justos designios por medio de Jesucristo. Por consiguiente, la promesa de Sofonías 3:9 vio su cumplimiento cuando Jehová Dios dio a “pueblos el cambio a un lenguaje puro, para que todos ellos invoquen el nombre de Jehová, para servirle hombro a hombro”. (Compárese con Isa 66:18; Zac 8:23; Apo 7:4, 9, 10.) Para que esto fuese así, deberían ‘hablar todos de acuerdo’ y estar “aptamente unidos en la misma mente y en la misma forma de pensar”. (1Co 1:10.)
La ‘pureza’ del lenguaje de la congregación cristiana también se debía a la ausencia de palabras que expresaran amargura maliciosa, cólera, ira, gritería y lenguaje injurioso, así como engaño, obscenidad y corrupción. (Ef 4:29, 31; 1Pe 3:10.) Los cristianos tenían que dar al lenguaje el uso más elevado, alabando a su Creador y edificando a su prójimo con habla sana y veraz, sobre todo, con las buenas nuevas del reino de Dios. (Mt 24:14; Tit 2:7, 8; Heb 13:15; compárese con Sl 51:15; 109:30.) Según se acercara el tiempo de ejecutar sobre todas las naciones del mundo Su decisión judicial, Jehová facultaría a un mayor número de personas para que hablasen el lenguaje puro de la verdad.
La Biblia empezó a escribirse en hebreo, y más tarde algunas porciones se registraron en arameo. Luego, en el siglo I E.C., se escribió el resto de las Sagradas Escrituras en el griego común, o koiné (aunque Mateo escribió su evangelio primero en hebreo). Para entonces también se había hecho una traducción de las Escrituras Hebreas al griego, conocida como la Versión de los Setenta. Aunque no era una traducción inspirada, los escritores cristianos de la Biblia la usaron en numerosas citas. (Véase INSPIRACIÓN.) Del mismo modo, las Escrituras Griegas Cristianas, y con el tiempo toda la Biblia, llegaron a traducirse a otros idiomas: latín, siriaco, etíope, árabe y persa, entre los primeros. En la actualidad, la Biblia está disponible en su totalidad o en parte en más de 1.800 idiomas. Este hecho ha facilitado la proclamación de las buenas nuevas y ha contribuido a superar la barrera de las divisiones lingüísticas, a fin de unir a personas de muchos países en la adoración pura de su Creador.
Masa de agua salada que cubre la mayor parte de la superficie de la Tierra; generalmente significa masa de agua salada más pequeña que un océano, aunque a veces puede referirse a un lago. El agua cubre más de un 70% de la superficie terrestre.
Jehová, su Creador y el que lo domina. La Biblia llama a Jehová repetidas veces Creador de los mares, que fueron separados de la tierra seca en el tercer día creativo. (Gé 1:9, 10, 13; Ne 9:6; Hch 4:24; 14:15; Apo 14:7.) También menciona que Él tiene poder sobre el mar y lo controla. (Job 26:12; Sl 65:7; 89:9; Jer 31:35.) Cuando su Hijo estuvo en la Tierra, Dios le dio autoridad para dominar el mar. (Mt 8:23-27; Mr 4:36-41; Jn 6:17-20.) El control que Dios tiene de los mares se demuestra por la manera como las costas y las mareas hacen que el mar se mantenga dentro de sus límites establecidos como si hubiese unas puertas que le sirviesen de barricada. (Job 38:8-11; Sl 33:7; Pr 8:29; Jer 5:22; véase ARENA.) Tanto este hecho como el papel que el mar desempeña en el ciclo del agua de la Tierra (Ec 1:7; Am 5:8) lo convierten en un ejemplo de las obras maravillosas de Jehová. (Sl 104:24, 25.) Hablando de manera poética, hasta los mares toman parte en alabar a su Creador. (Sl 96:11; 98:7.)
Los mares de la zona de Israel. El mar más importante de la zona de Israel era el mar Mediterráneo, también llamado “mar Grande”, “mar occidental” o simplemente “el Mar”. (Jos 1:4; Dt 11:24; Nú 34:5.) Otros eran el mar Rojo o mar de Egipto (Éx 10:19; Isa 11:15); el mar Muerto, también llamado mar Salado, mar del Arabá o “mar oriental” (Dt 3:17; Eze 47:18), y el mar de Galilea, mar de Kinéret o mar de Tiberíades. (Mt 4:18; Nú 34:11; Jn 6:1; véanse GALILEA, MAR DE; MAR GRANDE; MAR ROJO; MAR SALADO.) Para determinar la masa de agua en particular a la que se alude en cierta referencia bíblica con la expresión “el mar”, hay que remitirse al contexto. (Éx 14:2 [compárese con 13:18]; Mr 2:13 [compárese con el vs. 1].) A veces el término hebreo para “mar” también se aplica a ríos. (Jer 51:36 [hablando del Éufrates]; Isa 19:5 [el Nilo].)
El abismo. Según el Greek and English Lexicon to the New Testament (de Parkhurst, Londres, 1845, pág. 2), la palabra griega á·bys·sos, que significa “muy o sumamente profundo” y que a menudo se traduce “abismo”, en algunas ocasiones se refiere al mar, o se le compara a él, debido a su gran profundidad, a veces casi insondable. (Ro 10:6, 7; compárese con Dt 30:12, 13.) En Apocalipsis 11:7 se habla de manera simbólica de la “bestia salvaje que asciende del abismo”, mientras que en Apocalipsis 13:1 se dice que asciende del “mar”. (Véase ABISMO.)
Origen de la vida marina. El relato de Génesis informa que la vida marina y las criaturas voladoras constituyeron la primera vida animal de la Tierra. Lee así: “Y pasó Dios a decir: ‘Enjambren las aguas un enjambre de almas vivientes, y vuelen criaturas voladoras por encima de la tierra sobre la faz de la expansión de los cielos’. Y Dios procedió a crear los grandes monstruos marinos y toda alma viviente que se mueve, los cuales las aguas enjambraron según sus géneros, y toda criatura voladora alada según su género. Y llegó a ver Dios que era bueno. Con eso los bendijo Dios, y dijo: ‘Sean fructíferos y háganse muchos y llenen las aguas en las cuencas de los mares, y háganse muchas las criaturas voladoras en la tierra’. Y llegó a haber tarde y llegó a haber mañana, un día quinto”. (Gé 1:20-23.)
Cuando Dios dijo “enjambren las aguas”, no estaba dejando la formación de la vida a los mares, para que estos dieran lugar a una forma de vida primigenia de la que evolucionaran todos los animales. El relato también dice que “Dios procedió a crear [criaturas marinas] [...] según sus géneros”. En la creación de los animales terrestres durante el ‘sexto día’, Dios dijo: “Produzca la tierra almas vivientes según sus géneros”. Dios no mandó al mar que produjera organismos vivos para la tierra, o que estos organismos evolucionaran del mar, sino que “procedió a hacer” cada género especialmente para el hábitat que tenía que ocupar. (Gé 1:24, 25.)
Uso ilustrativo. Mientras que la Tierra Prometida habría de abarcar “desde el mar Rojo hasta el mar de los filisteos [el mar Mediterráneo] y desde el desierto hasta el Río [Éufrates]”, el dominio del rey mesiánico se extendería “de mar a mar y desde el Río hasta los cabos de la tierra”, lo que parece referirse al entero orbe. (Éx 23:31; Zac 9:9, 10; compárese con Da 2:34, 35, 44, 45.) Mateo y Juan aplican a Jesucristo la profecía de Zacarías en la que se cita del Salmo 72:8. (Mt 21:4-9; Jn 12:12-16.)
Ejércitos que inundan. Jeremías comparó el sonido de los que atacaron Babilonia con “el mar que está bullicioso”. (Jer 50:42.) Por consiguiente, cuando predijo que “el mar” subiría sobre Babilonia, debió referirse a la inundación de tropas de ataque bajo los medos y los persas. (Jer 51:42; compárese con Da 9:26.)
Masas alejadas de Dios. Isaías asemejó a las personas inicuas de la Tierra, las masas alejadas de Dios, al “mar que está siendo agitado, cuando no puede calmarse, cuyas aguas siguen arrojando alga marina y fango”. (Isa 57:20.) En Apocalipsis 17:1, 15 se dice que las “aguas” sobre las que “está sentada” Babilonia la Grande significan “pueblos y muchedumbres y naciones y lenguas”. Isaías también profetizó en cuanto a la “mujer” de Dios, Sión, diciendo: “Porque a ti se dirigirá la riqueza del mar; los recursos mismos de las naciones vendrán a ti”. (Isa 59:20; 60:1, 5.) Estas palabras parecen significar que muchas personas de las multitudes de la Tierra se volverían hacia la “mujer” simbólica de Dios.
Daniel describió cuatro “bestias” que salieron “del mar” y reveló que simbolizaban reyes o reinos políticos. (Da 7:2, 3, 17, 23.) De manera similar, Juan habló de una “bestia salvaje que ascendía del mar”, es decir, de la extensa parte de la humanidad que está separada de Dios; el que mencione, en lenguaje simbólico, unas diademas y un trono indica que esta bestia que sale del “mar” también simboliza una organización política. (Apo 13:1, 2.) Juan también vio en visión el tiempo en que habría “un nuevo cielo y una nueva tierra”, y el “mar”, es decir, las masas turbulentas de personas alejadas de Dios, ya no serían más. (Apo 21:1.)
Personas sin fe. El discípulo Santiago compara a la persona sin fe y que tiene dudas cuando ora a Dios a “una ola del mar impelida por el viento y aventada de una parte a otra”. No reconoce ni aprecia la maravillosa generosidad y bondad de Jehová. “No vaya a figurarse ese hombre que recibirá cosa alguna de Jehová; es un hombre indeciso, inconstante en todos sus caminos”, dice Santiago. (Snt 1:5-8.)
Hombres inmorales. Judas, hermano de Santiago, advierte a sus compañeros cristianos del gran peligro al que se enfrentarían por causa de los hombres inicuos que se infiltrarían en la congregación con el propósito de introducir corrupción moral. Les llama “olas bravas del mar, que lanzan como espuma sus propias causas de vergüenza”. (Jud 4-13.) Judas posiblemente pensaba en una expresión anterior de Isaías (57:20), y puede que estuviera describiendo de manera figurada la indiferencia temeraria y apasionada de tales personas hacia las leyes de Dios y su proceder degradado y lascivo al precipitarse contra las barreras morales constituidas por Dios. La nota del Commentary de Cook sobre Judas 13 explica: “Arrojan a la vista pública el fango y la suciedad de sus excesos [...]. Sí, estos hombres lanzan como espuma sus propias acciones vergonzosas, y las arrojan para que todos las vean y culpen así a la Iglesia de las maldades de estos cristianos profesos”. Otro comentarista dice: “Lo que ellos imparten es tan insustancial y carente de valor como la espuma de las olas del océano, y no es sino una proclamación de su propia vergüenza”. (Barnes’ Notes on the New Testament, 1974; compárese con la descripción que Pedro hace de tales hombres en 2Pe 2:10-22.)
La sociedad patriarcal, que según la Biblia existió antes y después del diluvio universal del tiempo de Noé, se anticipó a situaciones de aislamiento, penuria y dependencia de la caridad pública, e impidió que surgiera una clase depauperada. Parece ser que desde tiempos antiguos se practicó la hospitalidad con extraños y viajeros; tal hospitalidad se refleja al menos en los relatos bíblicos, con raras excepciones. (Gé 19:1-3; Éx 2:18-20; Jue 19:15-21.) El auge de las ciudades favoreció el debilitamiento de la sociedad patriarcal, y posiblemente fue este hecho, unido a la tendencia egoísta de aprovecharse indebidamente de la hospitalidad o la caridad, lo que llevó a que llegara a existir la mendicidad.
La mendicidad se remonta a tiempos muy antiguos en las tierras de Oriente, por lo que es más llamativo el hecho de que en las Escrituras Hebreas no haya indicios de que existiera ningún tipo de mendicidad o que esta constituyera un problema específico en la nación de Israel desde el momento de su formación hasta el exilio en Babilonia. Cuando los israelitas salían de Egipto y de la esclavitud en aquella tierra, “fueron pidiendo [una forma del verbo hebreo scha·`ál] a los egipcios objetos de plata y objetos de oro y mantos [...] y ellos despojaron a los egipcios”. (Éx 12:35, 36.) Sin embargo, esta acción estaba en armonía con el mandato de Dios y con la profecía que se había pronunciado, y había de considerarse como una compensación justa por sus largos años de esclavitud, así como por las injusticias que habían aguantado a manos de los egipcios. (Éx 3:21, 22; compárese con Dt 15:12-15.) No obstante, esto no sentó precedente para la práctica de la mendicidad.
La ley mosaica estipulaba la protección obligatoria a los pobres, y su observancia no dejaba lugar a la mendicidad. (Le 19:9, 10; Dt 15:7-10; 24:19-21; véase DÁDIVAS DE MISERICORDIA.) Las Escrituras Hebreas transmiten la firme confianza en la providencia de Dios a favor de los que se adhieren a la justicia, como expresó David en su vejez: “No he visto a nadie justo dejado enteramente, ni a su prole buscando [“mendigando”, BJ; una forma del heb. biq·qésch] pan”, aunque a estos mismos justos se les destaca por su generosidad. (Sl 37:25, 26; véase el contraste con la experiencia de la Jerusalén apóstata en Lam 1:11; 4:4.) Por otra parte, Proverbios 20:4 dice que el perezoso “mendigará en el tiempo de la siega”, y el Salmo 109:10 expresa que al castigar a los inicuos, se hacía que ‘sin falta anduviesen errantes sus hijos; y que tuviesen que estar mendigando, y tuviesen que buscar alimento desde sus lugares desolados’. En estos dos últimos textos la expresión “mendigar” o “estar mendigando” traduce el término hebreo scha·`ál, que, aunque significa básicamente “pedir; solicitar” (Éx 3:22; 1Re 3:11), en estos dos casos parece referirse a la mendicidad.
Parece ser que durante el período transcurrido desde el regreso del exilio de los judíos (537 a. E.C.) hasta la aparición de Jesús, se desarrolló entre el pueblo judío el concepto de que las limosnas u obras de caridad suponían por sí mismas la adquisición de méritos para la salvación. Este hecho puede inferirse de la declaración que aparece en el libro apócrifo de Eclesiástico (3:33, NC) (que se escribió a comienzos del siglo II a. E.C.), donde dice que “la limosna expía los pecados”. Este punto de vista contribuyó sin duda a fomentar la mendicidad. (Compárese con la denuncia que hizo Jesús sobre la divulgación pública de lo que se da, registrada en Mt 6:2.)
El dominio que ejercieron las potencias extranjeras sobre el pueblo judío no solo produjo opresión, sino que entorpeció considerablemente la aplicación de la ley mosaica referente a derechos ancestrales sobre la tierra y otros requisitos. Además, las filosofías religiosas falsas, que no inculcaban un amor genuino al prójimo, un amor basado en principios (Mt 23:23; Lu 10:29-31), contribuyeron en cierta medida a que la mendicidad se difundiera por Palestina, por lo que aparecen varias referencias en las Escrituras Griegas Cristianas a la existencia de mendigos en aquella tierra.
Entre los mendigos del tiempo de Jesús y de los apóstoles figuran ciegos, cojos y enfermos. La oftalmía (una enfermedad de los ojos que todavía es común en el Oriente Medio) quizás fuese la causa de algunos de los casos de ceguera de aquellos hombres. (Mr 10:46-49; Lu 16:20, 22; 18:35-43; Jn 9:1-8; Hch 3:2-10.) Como ocurre hoy día, los mendigos se colocaban a menudo a lo largo de las vías públicas o cerca de lugares muy concurridos, como el templo. A pesar de la importancia que tenía la limosna, a los mendigos se les miraba despectivamente; por ejemplo, el mayordomo de una parábola de Jesús dijo: “Me da vergüenza mendigar”. (Lu 16:3.)
Los dos verbos griegos utilizados con referencia a la mendicidad están relacionados con ai·té·ö, que significa “pedir”. (Mt 7:7.)
La palabra griega ptö·kjós, que Lucas emplea (16:20, 22) cuando Jesús hace referencia al mendigo Lázaro, designa a alguien que se agacha y se encoge, y se refiere al indigente, al depauperado, al menesteroso o mendigo. Este mismo término se usa en Mateo 5:3 con respecto a los “que tienen conciencia de su necesidad espiritual” (“los que son mendigos del espíritu”, nota; “pobres de espíritu”, NC). Con referencia al sentido de la palabra ptö·kjós en este versículo, la Sagrada Biblia, traducida y anotada por la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra (1985, vol. 1, pág. 107), dice que “expresa la actitud religiosa de indigencia y de humildad ante Dios: es pobre el que acude a Dios sin considerar méritos propios y confía sólo en la misericordia divina para ser salvado”. Con razón se ha dicho que la conciencia de este estado de indigencia espiritual precede a la entrada en el Reino de los Cielos.
Pablo se vale de este mismo término en Gálatas 4:9 al expresar su preocupación por los que “se vuelven de nuevo a las débiles y miserables [ptö·kjá] cosas elementales” que practicaban al principio. Estas cosas eran “miserables” en comparación con las riquezas espirituales que se podían obtener a través de Cristo Jesús.
Aunque Jesús y sus apóstoles fueron bondadosos con los mendigos, no fomentaron la mendicidad. Aceptaron con gratitud la hospitalidad, pero no mendigaron. Jesús dijo a aquellos que le seguían únicamente para obtener pan, que deberían preocuparse, no por “el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna”. (Jn 6:26, 27.) Pedro anunció a un mendigo cojo que se hallaba en el templo: “Plata y oro no poseo, pero lo que tengo es lo que te doy”, y empleó sus dones espirituales para curar a aquel hombre. (Hch 3:6.) A pesar de que los apóstoles en algunas ocasiones pasaron hambre, tuvieron poca ropa y estuvieron sin hogar, se afanaron, ‘trabajando con sus propias manos, noche y día, para no ser una carga para otros’. (1Co 4:11, 12; 1Te 2:9.) La norma entre los cristianos era: “Si alguien no quiere trabajar, que tampoco coma”. (2Te 3:10-12.)
Por favor, déme el abrazo que le sobre
No sólo son Mendigos los que andan por las calles mal vestidos, pidiendo de comer o beber porque tienen hambre, sed o frío. Hay en muchos rincones del mundo, miles de limosneros escondidos; elegantes, con techo, pan y vino, pero carentes de amor y sintiéndose por dentro vacíos. Mendigos de un abrazo, de consuelo, de un beso, una mirada, una sonrisa o de la presencia de un verdadero amigo o simplemente de una palabra de cariño. Mendigos que sienten vergüenza de admitir que aunque tienen todo lo material, viven en la pobreza espiritual y se sienten frágiles como niños. Mendigos que darían todo lo que tienen por encontrar el verdadero amor o hallar dentro de sus familias la paz y el calor del hogar. Mendigos que temen volver a amar, porque ya bastante han sufrido han sido traicionados y heridos, tienen miedo de confiar. Hay muchos hombres y mujeres que les cuesta aceptar y expresar la necesidad tan grande que tienen de sentirse realmente amados y valorados; Madres que imploran la atención de sus hijos; abuelos olvidados, niños y jóvenes que aunque lo tienen todo, se sienten abandonados por sus padres. El amor y la amistad no se deben mendigar, se merecen por dignidad. Pero aún así son demasiados los corazones rotos; que aunque por fuera se ven elegantes y bien vestidos; realmente en su interior están destrozados. ¿Cuántas veces hemos pasado por el lado de mendigos de amor y los hemos ignorado? ¿Cuántas veces hemos juzgado mal a personas que hacen lo que hacen, porque están hambrientos de ternura y afecto y nadie se los ha dado? A lo mejor tú o yo algunas veces nos hemos sentido carentes de cariño y anhelamos que alguien nos ame de tal forma que nos devuelvan la ilusión, lográndose reparar y fortalecer nuestro corazón. Son esos momentos en que hemos perdido lo que más hemos querido, o simplemente no hemos encontrado lo que tanto anhelamos, nos sentimos tan solos y deprimidos que creemos perder la razón. Seamos de aquellos que son capaces de brindar a todos amor y amistad, hagamos que amando sin distinción, logremos acabar con esa mendicidad; para que podamos construir un mundo mejor y pueda reinar por fin la paz en cada rincón (Sl 27:10; Mt 22:39; Jn 13:35.) |
Elevación natural del terreno, mayor que la colina. La distinción entre colinas y montañas es relativa. En una zona de colinas bajas, puede que una montaña sea solo unos 100 metros más alta que sus alrededores, mientras que en una región más montañosa, las cumbres menos elevadas, aunque sean mucho más altas que algunas montañas aisladas, como el monte Tabor, con sus 562 m., también pueden llamarse colinas. (Jue 4:6.)
La palabra hebrea har puede referirse a montañas individuales, como el monte Sinaí, el monte Guerizim, el monte Ebal, el monte Guilboa y el monte Sión (Éx 19:11; Dt 11:29; 1Sa 31:8; Isa 4:5); a cordilleras, como la del Ararat (Gé 8:4), y a zonas elevadas completas, como las regiones montañosas de Efraín (Jos 17:15), de Neftalí (Jos 20:7), de Galaad (Dt 3:12) y las que antiguamente ocupaban los amorreos y ammonitas. (Dt 1:7, 20; 2:37.) La palabra aramea tur (Da 2:35) también se refiere a una montaña, así como la griega ó·ros. (Véanse artículos sobre montañas individuales por nombre.)
Montañas de Palestina. Palestina es una tierra bastante montañosa, aunque no destaca ningún pico especialmente alto. Al O. del río Jordán, se encuentran las montañas de Judá al S., entre las que se cuentan el monte Moria, el monte Sión y el monte de los Olivos. (2Cr 3:1; Sl 48:2; Mr 13:3.) La sección central de esta cordillera se extiende hacia el NE. hasta el monte Guilboa (1Sa 31:1), e incluye las montañas de Efraín y Samaria, con los montes históricos de Guerizim y Ebal. (Jos 19:50; Dt 11:29.) Al NNO., la cordillera del monte Carmelo se adentra en el mar Mediterráneo. (Jer 46:18.)
El valle de Jezreel (Esdrelón) divide la cordillera principal de otra secundaria más al N. En esta última se encuentran el monte Tabor (Jue 4:6) y la cadena costera de las montañas del Líbano. (Jue 3:3; 1Re 5:6.)
Al E. de la gran hendidura, se hallan las mesetas de Edom y Moab (2Cr 20:10) y los altos acantilados a lo largo de la costa oriental del mar Muerto, donde se encuentra el monte Nebo, desde donde Moisés divisó la Tierra Prometida, así como la meseta al E. del valle del Jordán, con una altitud promedio de 600 m. (Dt 3:10; 34:1-3; Jos 13:8, 9; 20:8.) Esta región montañosa continúa hacia el N. hasta encontrarse con la cordillera del Antilíbano, que cuenta con el majestuoso monte Hermón, el pico más alto de toda la región de Palestina. (Can 4:8.)
Valor de las montañas. Las montañas influyen en el clima y en las precipitaciones, recogen el agua y la canalizan hacia los ríos, o la mantienen en depósitos subterráneos, de los que se alimentan los manantiales de los valles. (Dt 8:7.) En las faldas de las montañas pueden crecer árboles (2Cr 2:16, 18), viñedos y diferentes cultivos. (Sl 72:16; Pr 27:25; Isa 7:23-25; Jer 31:5.) Sus partes más altas se han utilizado como eras. (Isa 17:13.) Las montañas también han servido de protección natural contra los ejércitos invasores (Sl 125:2), han ofrecido refugio y lugares de almacenamiento en tiempo de peligro (Gé 19:17, 30; Jue 6:2; Mt 24:16; compárese con Apo 6:15), así como refugio para la fauna. (Sl 50:10, 11; 104:18; Isa 18:6.) Han sido la ubicación de muchas ciudades. (Mt 5:14.) En ellas se han cavado minas, de las que se han extraído minerales muy útiles (Dt 8:9), y de sus canteras se han sacado valiosas piedras para la construcción. (1Re 5:15-17.)
Son posesión de Jehová. Todas las montañas pertenecen a Jehová Dios debido a que Él ha sido su Formador. (Sl 95:4; Am 4:13.) Sin embargo, las palabras “montaña de Jehová” o ‘de Dios’ a menudo aplican de modo especial a las montañas donde reveló su presencia, como, por ejemplo, el monte Sinaí u Horeb (Éx 3:1; Nú 10:33) y la montaña relacionada con el santuario de Jehová. (Sl 24:3.)
Uso figurado y profético. Algunas veces el término “montaña” aplica al suelo, la vegetación y los árboles de su superficie. (Compárese con Sl 83:14.) El salmista dice de Jehová: “Toca las montañas, y humean”. (Sl 104:32; 144:5, 6.) Es posible que estas palabras signifiquen que cuando cae un rayo, puede prenderse fuego en los bosques de las montañas, y hace que la montaña humee. Cuando la Biblia habla de montañas ‘que se derriten’ o ‘fluyen’, parece que se refiere a los efectos de una fuerte tormenta. (Jue 5:5; Sl 97:5.) Los arroyos y los violentos torrentes que se originan como consecuencia de las fuertes lluvias se llevan la tierra como si la derritieran. De manera similar, se predijo que la expresión de la ira de Jehová contra las naciones resultaría en una matanza tal, que la sangre de los muertos derretiría las montañas, es decir, se llevaría la tierra. (Isa 34:1-3.) El que las montañas ‘gotearan vino dulce’ significa que los viñedos de sus laderas producirían con abundancia. (Joe 3:18; Am 9:13.)
La revelación de la presencia de Jehová en el monte Sinaí estuvo acompañada de manifestaciones físicas: relámpagos, humo y fuego. Además, la montaña tembló. (Éx 19:16-18; 20:18; Dt 9:15.) Parece ser que tanto este como otros fenómenos físicos son la base de algunas expresiones figuradas que se encuentran en otras partes de la Biblia. (Compárese con Isa 64:1-3.) La figura retórica ‘las montañas brincaron como carneros’ (Sl 114:4, 6) debe referirse al temblor del monte Sinaí. ‘Poner en llamas los fundamentos de las montañas’ (Dt 32:22) quizás aluda a la actividad volcánica, y ‘los fundamentos de las montañas se agitan’ (Sl 18:7) posiblemente expresa las sacudidas que experimenta una montaña en un terremoto.
Representan gobiernos. En el simbolismo bíblico, las montañas pueden representar reinos o gobiernos. (Da 2:35, 44, 45; compárese con Isa 41:15; Apo 17:9-11, 18.) Babilonia arruinó a otras naciones por medio de sus conquistas militares, de ahí que se le llame una “montaña ruinosa”. (Jer 51:24, 25.) Un salmo que relata los actos de Jehová contra ciertos hombres de guerra describe a Dios “envuelto en luz, más majestuoso que las montañas de presa”. (Sl 76:4.) Las “montañas de presa” quizás representen reinos agresivos. (Compárese con Na 2:11-13.) David dijo con respecto a Jehová: “Has hecho que mi montaña subsista en fuerza”, con lo que probablemente quería decir que Jehová había ensalzado el reino de David y lo había establecido firmemente. (Sl 30:7; compárese con 2Sa 5:12.) El hecho de que las montañas pueden representar reinos ayuda a entender el significado de lo que se describe en Apocalipsis 8:8 como “algo semejante a una montaña grande que ardía en fuego”. Su parecido a una montaña ardiendo da a entender una forma de gobernación de naturaleza destructiva como el fuego.
La profecía de Daniel dice que después de triturar a todos los otros reinos, el reino de Dios llegaría a ser una montaña grande que llenaría toda la Tierra. (Da 2:34, 35, 44, 45.) Estas palabras quieren decir que extendería su bendita gobernación sobre toda la Tierra. El salmista escribió: “Lleven las montañas paz al pueblo, también las colinas, por medio de la justicia”. (Sl 72:3.) Según este salmo, en la Tierra se experimentarán las bendiciones mencionadas en relación con la montaña de Dios, como, por ejemplo, el banquete de Jehová para todos los pueblos. (Isa 25:6; véase también Isa 11:9; 65:25.)
Relacionadas con la adoración. El monte Sión llegó a ser una montaña santa cuando David llevó el arca sagrada a la tienda que había levantado allí. (2Sa 6:12, 17.) Como el Arca representaba la presencia de Jehová y David debió actuar bajo la dirección divina (Dt 12:5), aquello significaba que Jehová había escogido el monte Sión como su morada. David escribió con referencia a esta selección: “La región montañosa de Basán es una montaña de Dios [o sea, creada por Dios]; la región montañosa de Basán es una montaña de picos. ¿Por qué, oh montañas de picos, se quedan mirando con envidia a la montaña que Dios ha deseado para sí para morar en ella? Aun Jehová mismo residirá allí para siempre [...]. Jehová mismo ha venido de Sinaí [donde por primera vez reveló su presencia a toda la nación de Israel] al lugar santo”. (Sl 68:15-17.) La región montañosa de Basán puede identificarse con el monte Haurán (Jebel ed Druz), así que las expresiones “montaña de Dios” y “montaña de picos” pueden referirse a esa montaña. Aunque el monte Haurán es mucho más alto que el monte Sión, Jehová escogió el lugar menos elevado para su morada.
Después de construirse el templo en el monte Moria, el término “Sión” llegó a abarcar también el recinto del templo, por lo que Sión siguió siendo la montaña santa de Dios. (Isa 8:18; 18:7; 24:23; Joe 3:17.) Como el templo de Jehová estaba ubicado en Jerusalén, a esa ciudad también se la llamaba su “santa montaña”. (Isa 66:20; Da 9:16, 20.) Es posible que el salmista se refiriera a mirar hacia dichas montañas de Jerusalén al orar cuando dijo: “Alzaré mis ojos a las montañas. ¿De dónde vendrá mi ayuda? Mi ayuda viene de Jehová”. El arca del pacto -la cual simboliza la presencia de Dios- se encuentra en el monte Sión, tal y como dispuso el propio David (2 Samuel 15:23-25). Por este motivo, es muy apropiado que él señale que Jehová contestará sus oraciones desde su santa montaña. (Sl 121:1, 2; compárese con Sl 3:4; 1Re 8:30, 44, 45; Da 6:10.)
Las profecías de Isaías (2:2, 3) y de Miqueas (4:1, 2) señalan al tiempo en que la “montaña de la casa de Jehová” llegaría “a estar firmemente establecida por encima de la cumbre de las montañas” y sería “alzada por encima de las colinas”, y gente de muchas naciones afluiría a ella. El hecho de que la “montaña de la casa de Jehová” llegue a estar por encima de las montañas y las colinas indica la posición ensalzada que tendría la adoración verdadera, puesto que antiguamente las montañas y las colinas se utilizaban como lugares para practicar la adoración idolátrica y para hacer santuarios de dioses falsos. (Dt 12:2; Jer 3:6; Eze 18:6, 11, 15; Os 4:13.)
El cumplimiento típico de esta profecía llegó entre los años 29 y 70 E.C., es decir, en la parte final de los días del sistema de cosas judío, cuando la adoración de Jehová fue ensalzada por encima de la que las naciones paganas daban a sus dioses falsos. El Rey Jesucristo ‘irrumpió’ elevando la adoración verdadera, seguido en primer lugar por un resto de la nación de Israel y luego por gente de todas las naciones. (Isa 2:2; Miq 2:13; Hch 10:34, 35.) El cumplimiento antitípico ha tenido lugar en la parte final de los días de este sistema de cosas, cuando la adoración de Jehová ha sido elevada muy por encima de todas las demás. El Rey Jesucristo ha conducido al resto del Israel espiritual a la adoración pura, y a este resto le ha seguido una gran muchedumbre procedente de todas las naciones. (Apo 7:9.)
Obstáculos. Algunas veces las montañas representan obstáculos. Por ejemplo, se compararon a montañas los obstáculos que se interpusieron en el camino de Israel cuando volvía del exilio de Babilonia y los que más tarde impidieron el progreso de la obra de reconstrucción del templo. (Isa 40:1-4; Zac 4:7.) La fe puede mover obstáculos semejantes a montañas, y si fuera la voluntad de Dios, incluso montañas literales. (Mt 17:20; 21:21; Mr 11:23; 1Co 13:2.)
Estabilidad, permanencia o encumbramiento. Se atribuye a las montañas las cualidades de estabilidad y permanencia. (Isa 54:10; Hab 3:6; compárese con Sl 46:2.) Por lo tanto, cuando el salmista escribió que la justicia de Jehová era como “montañas de Dios” (Sl 36:6), pudo querer decir que la justicia de Jehová es inmutable; o, en vista del encumbramiento de las montañas, quizás se refirió a que la justicia de Dios está muy por encima de la del hombre. (Compárese con Isa 55:8, 9.) En conexión con el derramamiento del séptimo tazón de la ira de Dios, Apocalipsis 16:20 dice: “No se hallaron las montañas”. Estas palabras dan a entender que ni siquiera cosas tan encumbradas como las montañas escaparían del derramamiento de la cólera de Dios. (Compárese con Jer 4:23-26.)
Las montañas se regocijan y alaban a Jehová. Cuando Jehová dirige su atención a su pueblo y le muestra favor, produce un buen efecto en la tierra. Al cultivar y atender las faldas de las montañas, estas dejan de ofrecer una apariencia descuidada, como si estuvieran de duelo debido a desolación o a alguna plaga. Por lo tanto, en sentido figurado, las montañas ‘claman gozosamente’, y su belleza y productividad resultan en alabanza para Jehová. (Sl 98:8; 148:7-9; compárese con Isa 44:23; 49:13; 55:12, 13; Eze 36:1-12.) ★Las Montañas - (Min. 3:40)
El sermón del Monte. En el año 31 de nuestra era, Jesús pronunció uno de los discursos más célebres de la historia. “El Sermón se dio en Galilea, escena del ministerio principal de Jesús. Si hay una indicación en Mat. 8:5, Luc. 7:1 de que el lugar del acontecimiento fue cerca de Capernaum, ni siquiera se podría definir entonces el sitio exacto. . . . La montaña a la que se alude en Mat. 5:1, Mat. 8:1; Luc. 6:12 no se nombra y no se puede identificar. Sin embargo, podemos suponer que la escena del Sermón fue en la región al oeste del lago, una ladera frente al mar de Galilea no muy lejos de la costa densamente poblada.” (Dictionary of the Bible (Un diccionario de la Biblia), que editó James Hastings Véase SERMÓN DEL MONTE)
Este es el término que traduce habitualmente el sustantivo griego kó·smos en las Escrituras Griegas Cristianas, excepto en 1 Pedro 3:3, donde se traduce “adorno”. El término “mundo” puede referirse a: 1) el conjunto de la humanidad, con independencia de su modo de vida o condición moral; 2) las circunstancias en las que una persona nace y vive (en este sentido guarda una cierta analogía con la palabra griega ai·ón, “sistema de cosas”), y 3) la humanidad en conjunto, excluidos los siervos aprobados de Jehová.
En muchas versiones la palabra “mundo” no solo traduce el vocablo kó·smos, sino en algunos casos otros tres términos griegos (guë; ai·ón; oi·kou·mé·në) y cinco vocablos hebreos (`é·rets; jé·dhel; jé·ledh; `oh·lám; te·vél). Como resultado, se ha confundido el significado de estos diferentes términos bíblicos y oscurecido el sentido de los textos en los que aparecen. Algunas traducciones modernas han contribuido a aclarar esta confusión.
El término hebreo `é·rets y el griego guë (del que provienen las palabras “geografía” y “geología”) significan “tierra” (Gé 6:4; Nú 1:1; Mt 2:6; 5:5; 10:29; 13:5), aunque en ciertos casos pueden referirse en sentido figurado a la gente de la tierra, como en el Salmo 66:4 y en Apocalipsis 13:3. Tanto `oh·lám (heb.) como ai·ón (gr.) denotan básicamente un período de tiempo de duración indefinida. (Gé 6:3; 17:13; Lu 1:70.) Ai·ón también puede significar el “sistema de cosas” que caracteriza a cierto período o época. (Gál 1:4.) El término hebreo jé·ledh tiene un significado relativamente parecido, y puede traducirse por expresiones como “duración de vida” y “sistema de cosas”. (Job 11:17; Sl 17:14.) Oi·kou·mé·në (gr.) se refiere a la “tierra habitada” (Lu 21:26), y te·vél (heb.) puede traducirse por “tierra productiva”. (2Sa 22:16.) La palabra jé·dhel (heb.) aparece únicamente en Isaías 38:11, y muchas versiones españolas la traducen “mundo” en la expresión “habitantes del mundo”. The Interpreter’s Dictionary of the Bible (edición de G. A. Buttrick, 1962, vol. 4, pág. 874) propone la traducción “habitantes [del mundo de] cesación”, si bien advierte que la mayoría de los eruditos prefieren la lectura que ofrecen algunos manuscritos hebreos, que dicen jé·ledh en lugar de jé·dhel. La Traducción del Nuevo Mundo presenta la lectura “habitantes de la tierra de cesación”. (Véanse EDAD; SISTEMAS DE COSAS; TIERRA.)
Diversos sentidos de “kosmos”. El significado primario de la palabra griega kó·smos es “orden” u “organización”. Y como el concepto de belleza está vinculado estrechamente al orden y la simetría, kó·smos también transmite esa idea, por lo que los griegos utilizaron a menudo ese término para referirse a “adorno”, en especial con respecto a las mujeres, y así es como se utiliza en 1 Pedro 3:3. De ahí también nuestra palabra española “cosmético”. El verbo ko·smé·ö tiene el sentido de ‘poner en orden’ en Mateo 25:7, y en otros textos, ‘adornar’. (Mt 12:44; 23:29; Lu 11:25; 21:5; 1Ti 2:9; Tit 2:10; 1Pe 3:5; Apo 21:2, 19.) En 1 Timoteo 2:9 y 3:2 el adjetivo kó·smi·os designa lo que está “bien arreglado” u “ordenado”.
Los filósofos griegos a veces aplicaban kó·smos a toda la creación visible debido al orden que manifiesta el universo. Sin embargo, no había unanimidad entre ellos, ya que algunos restringían la palabra a los cuerpos celestes, mientras que para otros designaba todo el universo. En algunos registros apócrifos se utiliza el término kó·smos para referirse a la creación material en conjunto (compárese con Sabiduría 9:9; 11:17), debido a que se escribieron durante el período en que la filosofía griega empezaba a ejercer su influencia en los judíos. Pero en los escritos inspirados de las Escrituras Griegas Cristianas no tiene esa connotación en prácticamente ninguna ocasión. Es posible que en algunos textos parezca que se usa en ese sentido, como en el relato en que el apóstol se dirigió a los atenienses en el Areópago. Pablo dijo: “El Dios que hizo el mundo [una forma de kó·smos] y todas las cosas que hay en él, siendo, como es Este, Señor del cielo y de la tierra, no mora en templos hechos de manos”. (Hch 17:22-24.) Como entre los griegos era corriente utilizar kó·smos para referirse al universo, pudiera ser que Pablo lo emplease en ese sentido. Sin embargo, aun en este caso es muy posible que lo usase en una de las acepciones que se examinan en el resto de este artículo. El termino para “mundo” (kosmos) denotaba entre los griegos el universo. Dado que Pablo quería mantener la afinidad con sus oyentes, es posible que en Hechos 17:24 lo usara con el significado que ellos le daban, y no en el sentido bíblico de “humanidad”.
Vinculado con la humanidad. Tras comentar sobre el empleo filosófico de kó·smos para referirse al universo, Richard C. Trench dice en su obra Synonyms of the New Testament (Londres, 1961, págs. 201, 202): “De este significado de κοσμος [kó·smos] como universo material, [...] derivó el de κοσμος como conjunto externo de circunstancias en las que el hombre vive y se mueve, que existen para él y de las que constituye el centro moral (Juan XVI. 21; I Cor. XIV. 10; I Juan III. 17); [...] y después, la propia humanidad, la totalidad de habitantes del mundo (Juan I. 29; IV. 42; II Cor. V. 19); y sobre esta base, en un sentido ético, todos los que no pertenecen a la εκκλησία [ek·klë·sí·a; la iglesia o congregación], apartados de la vida de Dios y enemigos de Él por causa de sus obras inicuas (I Cor. I. 20, 21; II Cor. VII. 10; Snt. IV. 4)”.
De igual manera, el libro Studies in the Vocabulary of the Greek New Testament (de K. S. Wuest, 1946, pág. 57) cita las siguientes palabras del helenista Cremer: “En vista de que kósmos se entendía como el orden de cosas que tenía por centro al hombre, la atención se dirige primordialmente a este; kósmos se refiere a la humanidad dentro de ese orden de cosas, la humanidad según se manifiesta en y mediante tal orden (Mt 18:7)”.
Toda la humanidad. El vocablo kó·smos o “mundo” está estrechamente vinculado a la humanidad en la literatura griega y en particular en la Biblia. Cuando Jesús dijo que el hombre que andaba en la luz del día “ve la luz de este mundo [una forma de kó·smos]” (Jn 11:9), pudiera parecer que el “mundo” es el planeta Tierra, que tiene al Sol como fuente de luz durante el día; sin embargo, las palabras que vienen a continuación hablan del hombre que anda de noche y que choca contra algo “porque la luz no está en él”. (Jn 11:10.) Además, Dios proveyó el Sol y otros cuerpos celestes principalmente para la humanidad. (Compárese con Gé 1:14; Sl 8:3-8; Mt 5:45.) De manera similar, refiriéndose a la luz en un sentido espiritual, Jesús dijo a sus seguidores que serían “la luz del mundo”. (Mt 5:14.) Naturalmente, con eso no quería decir que iluminarían el planeta, pues sigue diciendo que su iluminación afectaría a la humanidad, se produciría “delante de los hombres”. (Mt 5:16; compárese con Jn 3:19; 8:12; 9:5; 12:46; Flp 2:15.) La predicación de las buenas nuevas “en todo el mundo” (Mt 26:13) también significa predicar a toda la humanidad como cuando en español, y en otros idiomas, se dice “todo el mundo” para referirse a “todos”. (Compárese con Jn 8:26; 18:20; Ro 1:8; Col 1:5, 6.)
De modo que uno de los significados básicos de kó·smos es: toda la humanidad. Por ello las Escrituras dicen que el kó·smos, o mundo, es culpable de pecado (Jn 1:29; Ro 3:19; 5:12, 13) y necesita un salvador que le dé vida (Jn 4:42; 6:33, 51; 12:47; 1Jn 4:14), lo que no puede aplicar a la creación inanimada ni a los animales, sino solo a la humanidad. Este es el mundo al que Dios amó tanto que “dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido sino que tenga vida eterna”. (Jn 3:16, 17; compárese con 2Co 5:19; 1Ti 1:15; 1Jn 2:2.) Ese mundo de la humanidad constituye el campo en el que Jesucristo sembró la semilla excelente, los “hijos del reino”. (Mt 13:24, 37, 38.)
Cuando Pablo escribió que las “cualidades invisibles de [Dios] se ven claramente desde la creación del mundo (“Del mundo.” Gr.: kó·smou; lat.: mún·di; J17,22 (heb.): ha·`oh·lám, “el mundo”) en adelante, porque se perciben por las cosas hechas”, debió querer decir desde la creación de la humanidad en adelante, pues solo desde que empezó a existir la humanidad hubo alguien en la Tierra capaz de ‘percibir’ con su mente tales cualidades invisibles observando la creación visible. (Ro 1:20.)
De manera similar, Juan 1:10 dice que “el mundo [kó·smos] vino a existir por medio de él [Jesús]”. Aunque es verdad que Jesús participó en la creación de todas las cosas, lo que abarca los cielos, la Tierra y todo lo que hay en ella, en esta oración la palabra kó·smos aplica principalmente a la humanidad, en cuya creación también participó. (Compárese con Jn 1:3; Col 1:15-17; Gé 1:26.) De ahí que el resto del versículo diga: “Pero el mundo [es decir, el mundo de la humanidad] no lo conoció”.
“La fundación del mundo.” Esta clara conexión de kó·smos con el mundo de la humanidad también ayuda a entender el significado de la expresión “fundación del mundo”, que aparece en varios textos. Estos hablan de ciertas cosas que han ocurrido “desde la fundación del mundo”. Entre ellas, el que se ‘vierta la sangre de los profetas’ desde el tiempo de Abel, la ‘preparación de un reino’ y el que se escriban algunos nombres en el ‘rollo de la vida’. (Lu 11:50, 51; Mt 25:34; Apo 13:8; 17:8; compárese con Mt 13:35; Heb 9:26.) Estas cosas tienen que ver con la vida y actividades humanas, de modo que la expresión “fundación del mundo” debe referirse al principio de la humanidad, no de la creación inanimada o la animal. Hebreos 4:3 muestra que las obras creativas de Dios no fueron comenzadas, sino “terminadas desde la fundación del mundo”. Como Eva debió ser la última de las obras creativas terrestres de Jehová, la fundación del mundo no podría haber ocurrido antes de su creación.
Según se muestra en los artículos ABEL (núm. 1) y PRESCIENCIA, PREDETERMINACIÓN - (La predeterminación del Mesías), el término griego (ka·ta·bo·lé) del que se traduce “fundación” puede referirse a la concepción de prole humana. Ka·ta·bo·lé significa literalmente “lanzamiento hacia abajo [de simiente]”, y en Hebreos 11:11 puede traducirse “concebir” (BAS, NM, SA, Val). Su uso en este pasaje hace referencia al hecho de que Abrahán ‘lanzase hacia abajo’ simiente de hombre a fin de engendrar un hijo y a que Sara la recibiese para quedar encinta.
Por lo tanto, la “fundación del mundo” no significa necesariamente el principio de la creación del universo material, del mismo modo que la expresión “antes de la fundación del mundo” (Jn 17:5, 24; Ef 1:4; 1Pe 1:20) no se refiere a algún tiempo antes de que se crease dicho universo. Más bien, estas expresiones deben hacer referencia al tiempo en que la raza humana se ‘fundó’ a través de la primera pareja humana, Adán y Eva, quienes fuera del Edén empezaron a concebir descendientes que podrían beneficiarse de las provisiones de Dios para librarlos del pecado heredado. (Gé 3:20-24; 4:1, 2.)
“Espectáculo teatral al mundo, tanto a ángeles como a hombres.” Hay quien ha entendido que el uso de la palabra kó·smos en 1 Corintios 4:9 engloba tanto a las criaturas celestiales invisibles como a las criaturas humanas visibles, debido a que algunas traducciones leen más o menos como sigue: “Hemos llegado a ser espectáculo para el mundo entero, tanto para los ángeles como para los hombres” (RH). Otras versiones traducen el texto así: “Al mundo, y a los ángeles, y a los hombres” (Scío; Val, 1909; véanse también Besson; NTI; SA); “para el mundo, para los ángeles y para los hombres” (BR, NC, CI, Str, UN); “al mundo, a los ángeles y a los hombres” (CB, TA, Val); “del mundo, de los ángeles y de los hombres” (EMN, FF). En el mismo contexto —1 Corintios 1:20, 21, 27, 28; 2:12; 3:19, 22—, el escritor utiliza la palabra kó·smos para referirse al mundo de la humanidad, de manera que es obvio que no le daría otro sentido poco después, en 1 Corintios 4:9, 13. Por consiguiente, la traducción “tanto a ángeles como a hombres”, debe entenderse que no amplía el significado de la palabra kó·smos, sino simplemente resalta el hecho de que entre los espectadores no solo está el mundo de la humanidad, es decir, los “hombres”, sino también los “ángeles”.
La sociedad humana y su estructura. Esto no significa que kó·smos pierde su sentido original de “orden” u “organización” y se convierte simplemente en un sinónimo de humanidad. El hecho de que la humanidad esté compuesta de familias y tribus y se haya distribuido en naciones y grupos lingüísticos (1Co 14:10; Apo 7:9; 14:6), con sus clases ricas y pobres y otras agrupaciones, refleja que en ella hay cierto orden. (Snt 2:5, 6.) Según han pasado los años y la humanidad ha ido aumentando en número, se ha creado en la Tierra una estructura o sistema de cosas que rodea y afecta a la humanidad. Cuando Jesús habló de que un hombre ‘ganaba todo el mundo pero perdía su alma al hacerlo’, es evidente que se refería a ganar todo lo que la sociedad humana en conjunto le puede ofrecer. (Mt 16:26; compárese con 6:25-32.) Un significado similar tienen las palabras de Pablo sobre los que “hacen uso del mundo” y la ‘inquietud por las cosas del mundo’ que sienten las personas casadas (1Co 7:31-34), y la referencia de Juan a “los medios de este mundo para el sostén de la vida”. (1Jn 3:17; compárese con 1Co 3:22.)
Cuando kó·smos tiene el sentido de la estructura, orden o ámbito de la vida humana, su significado es parecido al de la palabra griega ai·ón. En algunos casos ambos términos son prácticamente intercambiables. Por ejemplo, se informa que Demas abandonó al apóstol Pablo porque amó “el presente sistema de cosas [ai·ó·na]”; y el apóstol Juan previene contra ‘amar el mundo [kó·smon]’, con su estilo de vida tan atrayente para la carne imperfecta. (2Ti 4:10; 1Jn 2:15-17.) Y al mismo al que en Juan 12:31 se llama “el gobernante de este mundo [kó·smou]” se identifica en 2 Corintios 4:4 como “el dios de este sistema de cosas [ai·ó·nos]”.
En la conclusión de su evangelio, el apóstol Juan dijo que si todas las cosas que hizo Jesús se escribiesen con todo detalle, suponía “que el mundo [una forma de kó·smos] mismo no podría contener los rollos que se escribieran”. (Jn 21:25.) Juan no utilizó los términos guë (la tierra) ni oi·kou·mé·në (la tierra habitada) para indicar que el planeta no podría contener los rollos, sino que usó kó·smos, con lo que debía querer dar a entender que la sociedad humana, con las bibliotecas existentes en aquel entonces, no podría acoger los voluminosos registros al uso de la época que se hubiesen requerido. Compárese con el uso similar de kó·smos en textos como Juan 7:4 y 12:19.
Venir ‘al mundo’. Cuando alguien ‘nace en este mundo’, no nace simplemente como parte de la humanidad, sino que también entra en la estructura de las circunstancias humanas en las que viven los hombres. (Jn 16:21; 1Ti 6:7.) Sin embargo, aunque las expresiones “salir al mundo” o “entrar en el mundo” pueden referirse al nacimiento de una persona en el ámbito de la vida humana, este no es siempre el caso. Por ejemplo, Jesús dijo a Dios en oración: “Así como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado [a sus discípulos] al mundo”. (Jn 17:18.) Él los envió al mundo como hombres adultos, no como recién nacidos. Juan dice que los falsos profetas y los engañadores han “salido al mundo”. (1Jn 4:1; 2Jn 7.)
Es razonable que las muchas referencias que dicen que Jesús ‘vino o fue enviado al mundo’ apliquen principalmente, no a su nacimiento como humano, sino al hecho de salir a la humanidad y desempeñar públicamente su ministerio asignado desde su bautismo y ungimiento en adelante, como portador de luz para el mundo de la humanidad. (Compárese con Jn 1:9; 3:17, 19; 6:14; 9:39; 10:36; 11:27; 12:46; 1Jn 4:9.) Su nacimiento humano solo fue un medio necesario para conseguir ese fin. (Jn 18:37.) Como prueba, el escritor de Hebreos pone en boca de Jesús las palabras del Salmo 40:6-8, “cuando entra en el mundo”, y, como es lógico, Jesús no pronunció aquellas palabras cuando era un recién nacido. (Heb 10:5-10.)
Cuando su ministerio público entre la humanidad llegó a su fin, Jesús sabía “que había llegado su hora para irse de este mundo al Padre”. Tendría que morir como hombre y ser resucitado a la vida en la región de los espíritus, de la que había venido. (Jn 13:1; 16:28; 17:11; compárese con Jn 8:23.)
“Las cosas elementales del mundo.”
(Mundano, “terrenal”. Heb.: ’ar·tsí; Gr.: ko·smi·kón; lat.: mun·dá·num.)
En Gálatas 4:1-3, Pablo muestra que un hijo es como un esclavo en el sentido de que está bajo mayordomos hasta llegar a cierta edad, y después dice: “Igualmente nosotros también, cuando éramos pequeñuelos, continuábamos esclavizados por las cosas elementales [stoi·kjéi·a] que pertenecen al mundo”. Luego pasa a mostrar que el Hijo de Dios vino al “límite cabal del tiempo” y liberó de estar bajo la Ley a los que se hicieron sus discípulos, para que pudieran recibir la adopción de hijos. (Gál 4:4-7.) De manera similar, en Colosenses 2:8, 9, 20, advierte a los cristianos de Colosas que no se les llevara “mediante la filosofía y el vano engaño según la tradición de los hombres, según las cosas elementales [stoi·kjéi·a] del mundo y no según Cristo; porque en él mora corporalmente toda la plenitud de la cualidad divina”, y subraya que ellos “murieron junto con Cristo para con las cosas elementales del mundo”.
La obra The Pulpit Commentary dice sobre la palabra griega stoi·kjéi·a (plural de stoi·kjéi·on), utilizada por Pablo: “De su sentido primario, ‘estacas colocadas en línea’, [...] se pasó a aplicar el término [stoi·kjéi·a] a las letras del alfabeto por estar dispuestas en hileras, y de este sentido pasó a significar los componentes básicos del habla y, posteriormente, los componentes fundamentales de todos los objetos de la naturaleza, como, por ejemplo, los cuatro ‘elementos’ (véase 2 Ped. III. 10, 12); y a los ‘rudimentos’ o primeros ‘elementos’ de una rama del conocimiento. En este último sentido aparece en Heb. V. 12” (edición de C. Spence, Londres, 1885, “Galatians”, pág. 181). El verbo relacionado stoi·kjé·ö significa “andar ordenadamente”. (Gál 6:16.)
Cuando Pablo escribió sus cartas a los gálatas y colosenses, no se refirió a los principios constitutivos o componentes principales de la creación material, sino, como explica el erudito alemán Heinrich A. W. Meyer en su obra Critical and Exegetical Hand-Book (1884, “Galatians”, pág. 168), a “los elementos de la humanidad no cristiana”, es decir, a sus principios fundamentales o primarios. Los escritos de Pablo muestran que tales “cosas elementales del mundo” engloban las filosofías y las enseñanzas engañosas que se basan únicamente en normas, conceptos, mitologías y razonamientos humanos, y que tanto gustaban a los griegos y a otros pueblos paganos. (Col 2:8.) Sin embargo, es patente que también empleó el término para referirse a conceptos judíos, como algunas enseñanzas que no eran de origen bíblico (el ascetismo, la “adoración de los ángeles”) y la idea de que los cristianos tenían que guardar la ley mosaica. (Col 2:16-18; Gál 4:4, 5, 21.)
Es cierto que la ley mosaica era de origen divino. Sin embargo, se había cumplido en Cristo Jesús, “la realidad” a la que apuntaban sus sombras, así que había quedado obsoleta. (Col 2:13-17.) Además, el tabernáculo (y después el templo) era una construcción humana, y por lo tanto, “mundanal” o ‘mundana’ (gr. ko·smi·kón; Heb 9:1, Besson; Scío, nota; Val, 1909), es decir, relativa al ámbito humano, no al celestial o espiritual, y los requisitos relacionados con él eran “requisitos legales que tenían que ver con la carne y que fueron impuestos hasta el tiempo señalado para rectificar las cosas”. Entonces Cristo Jesús había entrado en “la tienda más grande y más perfecta no hecha de manos, es decir, no de esta creación”, el cielo mismo. (Heb 9:8-14, 23, 24.) Él mismo había dicho a la mujer samaritana que se acercaba el momento en que el templo de Jerusalén dejaría de ser parte esencial de la adoración verdadera y ‘los verdaderos adoradores adorarían al Padre con espíritu y con verdad’. (Jn 4:21-24.) De modo que la muerte de Cristo, su resurrección y su ascensión al cielo habían puesto fin a la necesidad de valerse de meras “representaciones típicas” (Heb 9:23) de cosas mucho mayores de naturaleza celestial.
De ahí que entonces los cristianos de Galacia y Colosas pudiesen adorar de una manera superior basada en Cristo Jesús. Lo que se tenía que reconocer como el medio dispuesto por Dios para percibir la verdad de cualquier enseñanza o modo de vida era Jesús, no los principios y enseñanzas humanos, ni siquiera los “requisitos legales que tenían que ver con la carne” que se hallaban en el pacto de la Ley. (Col 2:9.) Los cristianos debían evitar ser como niños y sujetarse voluntariamente a lo que se comparó con un pedagogo o tutor, es decir, la ley mosaica (Gál 3:23-26); su relación con Dios debía ser semejante a la que tiene un hijo ya adulto con su padre. Comparada con la doctrina cristiana, la Ley era lo elemental, “el abecé de la religión”. (Critical and Exegetical Hand-Book, de H. Meyer, 1885, “Colossians”, pág. 292.) Al haber sido engendrados a vida espiritual, es como si los cristianos hubiesen muerto y se les hubiese fijado al kó·smos del ámbito de la vida humana, en la que habían estado vigentes regulaciones como la circuncisión carnal; se habían convertido en “una nueva creación”. (2Co 5:17; Col 2:11, 12, 20-23; compárese con Gál 6:12-15; Jn 8:23.) Estaban al tanto de que el Reino de Jesús no procedía de ninguna fuente humana. (Jn 18:36.) Ciertamente, no debían volverse a “las débiles y miserables cosas elementales” del ámbito humano (Gál 4:9), y de este modo ser engañados a dejar “las riquezas de la plena seguridad de su entendimiento” y el “conocimiento exacto del secreto sagrado de Dios, a saber, Cristo”, en quien se hallan ocultos “todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”. (Col 2:1-4.)
Evidentemente son los principios fundamentales o primarios que siguen los que no son cristianos verdaderos, personas que son parte del mundo alejado de Dios. An American Translation vierte la expresión griega para “cosas elementales del mundo” como “maneras materiales de ver las cosas.” Por supuesto, la manera en que una persona considera las cosas se determina por los principios que sigue. (w72 573-4)
Hoy la gente que forma el mundo alejado de Dios vive de acuerdo con ciertas filosofías de la vida y costumbres que no están en armonía con la Palabra de Dios. Pero para ellos, éste es el modo de vivir “que se practica,” un modo de vivir representado por expresiones como: “El fin justifica los medios”; “Es un mundo donde ‘el pez grande se engulle al chico’ y donde ‘cada quien busca lo suyo’”; “Todo se puede hacer en el amor y en la guerra.” Les falta la sabiduría de arriba, discernimiento espiritual. (Sant. 3:13-18) Como cristianos tenemos que ejercer cuidado para que no vayamos gradualmente cayendo en el proceder de seguir principios mundanos al dirigir a nuestra familia y nuestros asuntos comerciales y al tratar con otros. El cristiano hace bien en preguntarse: ¿Me guió enteramente por la Palabra de Dios y por el ejemplo y las enseñanzas de su Hijo en todo lo que hago, o estoy permitiendo que los dichos populares de este mundo influyan en mí?
El mundo alejado de Dios. Un sentido de kó·smos exclusivo de las Escrituras es: el mundo de la humanidad formado por aquellos que no son siervos de Dios. Pedro escribe que Dios trajo el Diluvio “sobre un mundo de gente impía”, mientras que conservó a Noé y su familia; de esta manera “el mundo de aquel tiempo sufrió destrucción cuando fue anegado en agua”. (2Pe 2:5; 3:6.) Puede notarse de nuevo que aquí no se hace referencia a la destrucción del planeta ni de los cuerpos celestes del universo, sino que es una destrucción limitada a la sociedad humana, y en este caso, a la sociedad humana injusta. Fue a ese “mundo” al que Noé condenó mediante su proceder fiel. (Heb 11:7.)
El mundo injusto, o sociedad humana, antediluviano terminó, pero la humanidad misma no llegó a su fin, pues se conservó mediante Noé y su familia. La mayor parte de la humanidad volvió a desviarse de la justicia después del Diluvio, y produjo otra sociedad humana inicua; no obstante, algunos emprendieron un proceder diferente y se adhirieron a la justicia. Con el transcurso del tiempo, Dios designó a Israel como su pueblo escogido y lo introdujo en una relación de pacto con Él. Debido a que este hecho distinguió a los israelitas del mundo en general, en Romanos 11:12-15 Pablo pudo usar kó·smos, “mundo”, como equivalente de “gente de las naciones” (NM) o “gentiles” (BJ), es decir, los que no eran israelitas. En este pasaje muestra que la apostasía de Israel hizo que Dios aboliera su relación de pacto con ellos y abrió el camino para que los gentiles entrasen en tal relación y participasen de sus riquezas al ser reconciliados con Dios. (Compárese con Ef 2:11-13.) Por lo tanto, durante este período postdiluviano y precristiano, el “mundo”, o kó·smos, volvió a referirse a toda la humanidad aparte de los siervos aprobados de Dios, y específicamente a los que no pertenecían a Israel durante el tiempo en que este pueblo estuvo en una relación de pacto con Jehová. (Compárese con Heb 11:38.)
De manera similar se utiliza con mucha frecuencia kó·smos para referirse a toda la sociedad humana no cristiana, sin importar su raza. Este es el mundo que odió a Jesús y a sus seguidores debido a que dieron testimonio de su injusticia y se mantuvieron separados de él; por ello ese mundo mostró que odiaba al propio Jehová Dios y no llegó a conocerle. (Jn 7:7; 15:17-25; 16:19, 20; 17:14, 25; 1Jn 3:1, 13.) Juan es el único evangelista que cita a Jesús diciendo a sus seguidores que ellos no son parte del mundo o no pertenecen al mundo. Esta idea se expresa dos veces más en la última oración que Jesús hizo con sus apóstoles fieles (Jn 17:14, 16). Satanás el Diablo, el adversario de Dios, rige sobre dicho mundo formado por la sociedad humana injusta y sus reinos, y se ha convertido de hecho en el “dios” de ese mundo. (Mt 4:8, 9; Jn 12:31; 14:30; 16:11; compárese con 2Co 4:4.) No fue Dios quien produjo ese mundo injusto; el que lo ha formado es el principal opositor de Dios, en cuyo poder “el mundo entero yace”. (1Jn 4:4, 5; 5:18, 19.) Satanás y sus “fuerzas espirituales inicuas en los lugares celestiales” actúan como los “gobernantes mundiales [o “cosmócratas”; gr. ko·smo·krá·to·ras]” invisibles sobre el mundo alejado de Dios. (Ef 6:11, 12.)
En esos textos no se alude simplemente a la humanidad, de la que los discípulos de Jesús eran parte, sino a toda la sociedad humana organizada que existe fuera de la congregación cristiana verdadera. Por otra parte, los cristianos no podrían dejar de ser “parte del mundo” sin morir y dejar de vivir en la carne. (Jn 17:6; 15:19.) Aunque inevitablemente viven dentro de esa sociedad de personas mundanas, entre quienes están los que practican fornicación, idolatría, extorsión y prácticas similares (1Co 5:9-13), los cristianos han de mantenerse limpios y sin mancha de la corrupción y contaminación de ese mundo, y no deben tener relaciones amistosas con él para que no se les condene con él. (1Co 11:32; Snt 1:27; 4:4; 2Pe 1:4; 2:20; compárese con 1Pe 4:3-6.) No pueden ser dirigidos por la sabiduría mundana, que es necedad a la vista de Dios, ni ‘inhalar’ el “espíritu del mundo”, es decir, su fuerza motivadora, que es egoísta y pecaminosa. (1Co 1:21; 2:12; 3:19; 2Co 1:12; Tit 2:12; compárese con Jn 14:16, 17; Ef 2:1, 2; 1Jn 2:15-17; véase ESPÍRITU - [Inclinación mental dominante].) Por consiguiente, gracias a su fe ‘vencen al mundo’ de la sociedad humana injusta, como lo hizo el Hijo de Dios. (Jn 16:33; 1Jn 4:4; 5:4, 5.) Esa sociedad humana injusta está condenada a dejar de existir mediante la destrucción divina (1Jn 2:17), así como también pereció el mundo impío anterior al Diluvio. (2Pe 3:6.) ★En el mundo sin ser parte de él - (1-11-1997-Pg.13-Foto)
Fin del mundo impío; el mundo de la humanidad es conservado. Por lo tanto, el kó·smos por el que Jesús murió tiene que ser el mundo de la humanidad en tanto familia humana, toda carne humana. (Jn 3:16, 17.) Jesús no oró a favor del mundo como sociedad humana alejada de Dios y, en realidad, en enemistad con Dios, sino solo por aquellos que salieron de ese mundo y pusieron fe en él. (Jn 17:8, 9.) Tal como alguna carne humana sobrevivió a la destrucción de la sociedad humana o mundo impío en el Diluvio, Jesús mostró que también sobreviviría alguna carne humana a la gran tribulación, una tribulación que asemejó al Diluvio. (Mt 24:21, 22, 36-39; compárese con Apo 7:9-17.) La Biblia dice que el “reino del mundo” (es decir, de la humanidad) llegará a ser “el reino de nuestro Señor y de su Cristo”, y aquellos que reinen con Cristo en su reino celestial están designados para “reinar sobre la tierra”, es decir, sobre la humanidad, a excepción de la sociedad humana impía —dominada por Satanás—, que ya habrá dejado de existir. (Apo 11:15; 5:9, 10.)
En sentido amplio, una nación es un conjunto de personas unidas por lazos étnicos, que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común. Tal grupo nacional normalmente ocupa un territorio geográfico determinado y está sujeto a alguna forma de gobierno central. El Diccionario Teológico del Antiguo Testamento dice a este respecto: “En hebreo existe una tendencia a emplear [gohy] para designar a un pueblo bajo el aspecto político y territorial, de modo que su significado se acerca al de nuestro término ‘nación’. En cambio, [`am (pueblo)] insiste siempre en la consanguinidad como elemento de unión” (edición de G. J. Botterweck y H. Ringgren, vol. 1, col. 986). Los términos griegos é·thnos (nación) y la·ós (pueblo) se emplean de manera similar. En las Escrituras, las formas plurales de gohy y é·thnos por lo general se refieren a las naciones gentiles.
Origen. La primera mención de la formación de naciones diferenciadas procede de la época postdiluviana, de cuando se edificaba la Torre de Babel. Los que participaron en el proyecto estaban unidos en su oposición al propósito de Dios. El factor principal que facilitó la acción unida fue que “toda la tierra continuaba siendo de un solo lenguaje y de un solo conjunto de palabras”. (Gé 11:1-4.) De modo que Jehová confundió su lenguaje y así los ‘dispersó sobre toda la superficie de la tierra’. (Gé 11:5-9.)
Debido a que estaban separados por barreras de comunicación, cada grupo lingüístico desarrolló su propia cultura, arte, costumbres, características y religión; cada uno tuvo su propia manera de hacer las cosas. (Le 18:3.) Al estar alejados de Dios, los diferentes pueblos se hicieron muchos ídolos de sus deidades míticas. (Dt 12:30; 2Re 17:29, 33.)
Hubo tres grandes ramas de estas naciones descendientes de los hijos y nietos de Jafet, Cam y Sem, los tres hijos de Noé. A aquellos hijos y nietos se les reconoció como los fundadores de las respectivas naciones llamadas por sus nombres. La lista del capítulo 10 de Génesis podría por ello considerarse como la tabla más antigua de naciones, setenta en total. Catorce eran jaféticas; treinta, camitas, y veintiséis, semitas. (Gé 10:1-8, 13-32; 1Cr 1:4-25.) Véase más información sobre estos grupos nacionales en el CUADRO: El origen de las naciones - (it-1-Pg.329), así como en los artículos que se han publicado sobre cada uno de los setenta descendientes de Noé.
Por supuesto, con el paso del tiempo se produjeron muchos cambios. Algunas naciones fueron absorbidas por naciones vecinas o desaparecieron completamente debido a enfermedad, guerra o debilidad, mientras que otras surgieron gracias a nuevas migraciones o a aumentos de población. El espíritu de nacionalismo en ocasiones llegó a ser muy fuerte en ciertos grupos, y este espíritu, junto con importantes victorias militares, dio a hombres ambiciosos el ímpetu necesario para forjar imperios mundiales a costa de las naciones más débiles.
Un padre de naciones. Dios le dijo a Abrán que dejara Ur y se mudara a una tierra que le mostraría, para ‘hacer de él una nación grande’. (Gé 12:1-4.) Más tarde Dios amplió su promesa al decir: “Ciertamente llegarás a ser padre de una muchedumbre de naciones. [...] Y ciertamente te haré fructífero en sumo grado, y de veras haré que llegues a ser naciones, y reyes saldrán de ti”. (Gé 17:1-6.) Esta promesa se cumplió. El hijo de Abrahán, Ismael, llegó a ser padre de “doce principales según sus clanes” (Gé 25:13-16; 17:20; 21:13, 18), y por medio de los seis hijos de Queturá, otras naciones descendieron de Abrahán. (Gé 25:1-4; 1Cr 1:28-33; Ro 4:16-18.) Finalmente, de Isaac descendieron los israelitas y los edomitas. (Gé 25:21-26.) En un sentido espiritual, de mayor alcance, Abrahán llegó a ser “padre de muchas naciones”, puesto que personas de muchos grupos nacionales, como los de la congregación cristiana de Roma, por su fe y obediencia podían considerarle padre de ellos, “el padre de todos los que tienen fe”. (Ro 4:11, 16-18; véase ISRAEL núm. 2.)
Cómo ve Jehová a las naciones. Por ser el Creador y el Soberano Universal, Dios tiene el derecho absoluto de determinar (si lo desea) los límites territoriales de las naciones, como hizo con Ammón, Edom e Israel. (Dt 2:17-22; 32:8; 2Cr 20:6, 7; Hch 17:26.) El Altísimo y Excelso sobre toda la Tierra no puede ser comparado en grandeza con las naciones de la humanidad. (Jer 10:6, 7.) De hecho, estas son a sus ojos como una gota de agua que cae de un cubo. (Isa 40:15, 17.) Por consiguiente, cuando las naciones se aíran y murmuran contra Jehová, como hicieron cuando dieron muerte a Jesús clavándolo a un madero de tormento, Jehová no puede menos que reírse, escarnecer, confundir y deshacer sus presuntuosas maquinaciones tramadas contra Él. (Sl 2:1, 2, 4, 5; 33:10; 59:8; Da 4:32b, 34, 35; Hch 4:24-28.)
Con todo, debido a la grandeza y poder superlativos de Jehová, nadie puede acusarle de tratar injustamente a los grupos nacionales. Sea que tenga tratos con una sola persona o con toda una nación, no hay diferencia en su trato, y jamás transige en la aplicación de sus justos principios. (Job 34:29.) Si una nación se arrepiente, como ocurrió con los ninivitas, Dios la bendice (Jon 3:5-10), pero si escoge seguir un mal proceder, la destruye, aunque esté en una relación de pacto con Él. (Jer 18:7-10.) Cuando se presenta una situación crucial, Jehová envía a sus profetas con un mensaje de advertencia (Jer 1:5, 10; Eze 2:3; 33:7), pues no trata a nadie con parcialidad, sea grande o pequeño. (Dt 10:17; 2Cr 19:7; Hch 10:34, 35.)
Por consiguiente, cuando naciones completas se resisten a reconocer y obedecer a Jehová o lo excluyen de su mente y de su corazón, Él ejecuta sus juicios sobre esas naciones (Sl 79:6; 110:6; 149:7-9), las entrega a la destrucción, las devuelve al Seol. (Sl 9:17; Isa 34:1, 2; Jer 10:25.) Empleando un lenguaje figurado, Jehová dice que las naciones serán entregadas a Su Hijo, el “Fiel y Verdadero, [...] La Palabra de Dios”, para que las haga añicos. (Sl 2:7-9; Apo 19:11-15; compárese con Apo 12:5.)
La nueva nación del Israel espiritual. Durante siglos Jehová Dios limitó su relación al Israel natural, de modo que envió a sus profetas una y otra vez para que el pueblo se volviera de su derrotero rebelde. Por último, envió a su Hijo, Cristo Jesús, pero la mayoría lo rechazó. Por lo tanto, Jesús dijo a los principales sacerdotes y fariseos incrédulos: “El reino de Dios les será quitado a ustedes y será dado a una nación que produzca sus frutos”. (Mt 21:33-43.)
El apóstol Pedro identificó claramente a aquella “nación” como una nación compuesta de personas que habían aceptado a Cristo Jesús. (1Pe 2:4-10.) De hecho, Pedro aplicó a sus compañeros cristianos las mismas palabras que se habían dirigido al Israel natural: “Ustedes son ‘una raza escogida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo para posesión especial’”. (1Pe 2:9; compárese con Éx 19:5, 6.) Todos ellos reconocían a Dios como Gobernante y a su Hijo, como Señor y Cristo. (Hch 2:34, 35; 5:32.) Poseían su ciudadanía en los cielos (Flp 3:20), y se les selló con el espíritu santo como prenda de su herencia celestial. (2Co 1:22; 5:5; Ef 1:13, 14.) Mientras que el Israel natural fue constituido en nación por medio del pacto de la Ley, la “nación santa” de cristianos engendrados por espíritu lo fue mediante el nuevo pacto. (Éx 19:5; Heb 8:6-13.) Por estas razones, era sumamente apropiado que se les llamara una “nación santa”.
Cuando el espíritu de Dios se derramó por primera vez sobre unos 120 discípulos de Jesús (todos judíos naturales) en el día de Pentecostés del año 33 E.C., quedó claro que Dios estaba teniendo tratos con una nueva nación espiritual. (Hch 1:4, 5, 15; 2:1-4; compárese con Ef 1:13, 14.) Más tarde, a partir del año 36 E.C., el privilegio de hacerse miembros de esa nueva nación se extendió a los gentiles incircuncisos, quienes también recibieron el espíritu de Dios. (Hch 10:24-48; Ef 2:11-20.)
Respecto a la predicación de las buenas nuevas a todas las naciones, véase BUENAS NOTICIAS.
★Nuevas instrucciones para una nueva nación - (2-3-2016-Pg.19-§6-9)
Gog y Magog. El libro bíblico de Apocalipsis (20:7, 8) menciona que después del reinado milenario de Cristo, Satanás “saldrá a extraviar a aquellas naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog”. Al parecer, esa coalición, o grupo, de naciones serán el resultado de una rebelión organizada contra la administración de Cristo. (Véase GOG núm. 3.) A estos que se rebelan al final del Reinado de Mil Años de Cristo también se les llama “naciones”, y eso nos dice mucho. Pues durante el Reinado de Mil Años el mundo ya no estará dividido en naciones; todos sus habitantes serán súbditos de un solo gobierno, el Reino de Dios, menos estos rebeldes.
Patio de los Gentiles. De los tres evangelistas que citan de Isaías 56:7, solo Marcos incluye la frase “para todas las naciones [personas]” (Mt 21:13; Lu 19:46).
Se suponía que el templo de Jerusalén debía ser un lugar donde tanto los israelitas como los extranjeros pudieran orar a Jehová y adorarlo (1Re 8:41-43). Con razón, Jesús condenó a los judíos que comerciaban en el templo, precisamente en la sección para las naciones (el patio de los gentiles) porque lo habían convertido en una cueva de salteadores. La conducta de estos hombres hacía que personas de todas las naciones dejaran de ir a la casa de Jehová, lo que las privaba de conocerlo.
Parque hermoso, o jardín semejante a un parque. La palabra griega pa·rá·dei·sos aparece tres veces en las Escrituras Griegas Cristianas. (Lu 23:43; 2Co 12:4; Apo 2:7.) Desde Jenofonte (c. 431-352 a. E.C.), los escritores griegos han empleado dicha palabra (pairidaeza), y Pólux la atribuye a fuentes persas. (Ciropedia, I, III, 14; Anábasis, I, II, 7; Onomasticón, IX, 13.) Algunos lexicógrafos opinan que la palabra hebrea par·dés (cuyo significado primario es parque) se deriva de la misma fuente. No obstante, dado que Salomón (siglo XI a. E.C.) usó par·dés en sus escritos y los escritos persas existentes solo se remontan hasta el siglo VI a. E.C., tal etimología del término hebreo es solo una conjetura. (Ec 2:5; Can 4:13.) El otro uso de par·dés se registra en Nehemías 2:8, donde se hace referencia a un parque de árboles perteneciente al rey persa Artajerjes Longimano, en el siglo V a. E.C. (Véase PARQUE.)
Sin embargo, los tres términos (heb. par·dés, persa pairidaeza y gr. pa·rá·dei·sos) transmiten la idea básica de un parque hermoso o un jardín parecido a parque. El primer parque de esas características fue el que el Creador del hombre, Jehová Dios, hizo en Edén. (Gé 2:8, 9, 15.) En hebreo se le llamó gan, “jardín”, aunque debió ser como un parque por su tamaño y naturaleza. La Versión de los Setenta griega utiliza apropiadamente la palabra pa·rá·dei·sos para referirse a ese jardín. (Véanse EDÉN núm. 1; JARDÍN - [Jardín de Edén].) Por causa del pecado, Adán perdió su derecho a vivir para siempre en aquel paraíso, un derecho representado por el fruto de cierto árbol señalado por Dios que se hallaba en el centro del jardín. El jardín de Edén debe haber estado cercado de alguna manera, pues solo hubo que colocar ángeles en el lado oriental para impedir la entrada al hombre. (Gé 3:22-24.)
¿Qué es el Paraíso que Jesús prometió al malhechor que murió con él? El relato de Lucas muestra que un malhechor colgado junto a Jesucristo habló en defensa de él y le pidió que lo recordase cuando ‘entrase en su reino’. La respuesta de Jesús fue: “Verdaderamente te digo hoy: Estarás conmigo en el Paraíso”. (Lu 23:39-43.) La puntuación que se utilice en la traducción de estas palabras de Jesús dependerá de cómo las entienda el traductor, pues el texto griego original no está puntuado. El uso de la puntuación no se generalizó hasta aproximadamente el siglo IX E.C. Aunque muchas traducciones colocan los dos puntos (o una coma, o la conjunción “que”) antes de la palabra “hoy”, por lo que dan la impresión de que el malhechor entró en el paraíso aquel mismo día, no hay nada en el resto de las Escrituras que apoye esta idea. Jesús permaneció muerto en la tumba hasta el tercer día y luego se le resucitó como “primicias” de la resurrección. (Hch 10:40; 1Co 15:20; Col 1:18.) Ascendió al cielo cuarenta días más tarde. (Jn 20:17; Hch 1:1-3, 9.)
Por lo tanto, es obvio que Jesús no utilizó la palabra “hoy” para indicar cuándo estaría el malhechor en el paraíso, sino para llamar la atención al momento en que se daba la promesa y en el que el malhechor mostraba que tenía una cierta fe en Jesús. En ese día los principales líderes religiosos del propio pueblo de Jesús lo habían rechazado y condenado, y después la autoridad romana lo había sentenciado a muerte. Se había convertido en objeto de escarnio y de burla. De modo que el malhechor que estaba junto a él había mostrado una cualidad notable y una actitud de corazón encomiable al no seguir a la muchedumbre, sino hablar en favor de Jesús y expresar confianza en su venidero Reino. Reconociendo que estas palabras destacan el momento en que se hizo la promesa más bien que el de su cumplimiento, la Nueva Reina-Valera (1990) lee: “Entonces Jesús le contestó: ‘Te aseguro hoy, estarás conmigo en el paraíso’”, una lectura similar a la de la Traducción del Nuevo Mundo. Otras versiones que traducen el texto de forma parecida son la de Rotherham y la de Lamsa (en inglés), la de Reinhardt y la de W. Michaelis (en alemán) y la Versão Trinitária de 1883 (en portugués), así como la Siriaca Curetoniana del siglo V E.C.
En cuanto a la identificación del paraíso del que habló Jesús, está claro que no es sinónimo del Reino celestial de Cristo. Aquel mismo día se había ofrecido a los discípulos fieles de Jesús la perspectiva de entrar en ese Reino celestial sobre la base de que habían ‘continuado con él en sus pruebas’, algo que el malhechor nunca había hecho. El que él muriese en un madero junto a Jesús se debió únicamente a sus propias fechorías. (Lu 22:28-30; 23:40, 41.) Obviamente no había ‘nacido otra vez’ del agua y del espíritu, que, como Jesús había mostrado, era un requisito previo para entrar en el Reino de los cielos. (Jn 3:3-6.) Tampoco era uno de aquellos ‘vencedores’ que el glorificado Cristo Jesús dijo que estarían con él en su trono celestial y que tendrían parte en la “primera resurrección”. (Apo 3:11, 12, 21; 12:10, 11; 14:1-4; 20:4-6.)
Ciertas obras de consulta expresan la opinión de que Jesús se refería a un lugar paradisiaco englobado en el Hades o Seol, un supuesto compartimiento o división destinado a los que contaban con la aprobación divina. Se alega que los rabíes judíos de aquel tiempo enseñaban la existencia de dicho paraíso para los muertos que aguardaban una resurrección. La obra Dictionary of the Bible, de Hastings, dice con relación a las enseñanzas rabínicas: “La teología rabínica tal como la conocemos muestra una extraordinaria amalgama de ideas sobre estas cuestiones, y en el caso de muchas de ellas, es difícil determinar a qué época corresponden. [...] Basándose en la literatura, puede dar la impresión de que para algunos el Paraíso se hallaba en la tierra misma, para otros formaba parte del Seol y para otros no estaba ni en la tierra ni debajo de ella, sino en el cielo. [...] No obstante, existen ciertas dudas en cuanto a, por lo menos, parte de esto. Esta diversidad de conceptos se encuentra sin duda en el judaísmo posterior. Se expresan con su máxima precisión y detalle en el judaísmo cabalístico de la Edad Media. [...] Pero no puede precisarse hasta cuándo se remontan. La teología judaica más antigua al menos [...] parece prestar poco o ningún apoyo a la idea de un Paraíso intermedio. Habla de un Gehinnom para los malvados y un Gan Eden, o jardín de Edén, para los justos. Es cuestionable que vaya más allá de estos conceptos y afirme la existencia de un Paraíso en el Seol” (1905, vol. 3, págs. 669, 670).
Aun en el caso de que esa enseñanza fuese común en aquel tiempo, no sería razonable creer que Jesús contribuiría a propagarla, si se tiene en cuenta que había condenado las tradiciones de los líderes religiosos judíos por no estar basadas en la Biblia. (Mt 15:3-9.) Probablemente el paraíso con el que estaba familiarizado el malhechor con el que habló Jesús era el paraíso terrestre descrito en el primer libro de las Escrituras Hebreas, el Paraíso de Edén. Por lo tanto, es razonable suponer que la promesa de Jesús a aquel malhechor apuntaba hacia una restauración de dicho paraíso terrestre, y le daba la esperanza de resucitar y tener una oportunidad de vivir en ese Paraíso restaurado. (Compárese con Hch 24:15; Apo 20:12, 13; 21:1-5; Mt 6:10.)
★“Estarás conmigo en el paraíso” - (2-4-2021-Pg.9-§5,6)
★“Estarás conmigo en el paraíso” - (2-12-2022-Pg.8)
Un paraíso espiritual. En muchos de los libros proféticos de la Biblia se hallan promesas divinas sobre la repatriación de Israel desde las tierras de su exilio hasta su tierra natal desolada. Dios haría que se labrara y sembrase aquella tierra abandonada, que fuese fértil y rebosara de hombres y animales; se reedificarían y habitarían las ciudades, y se diría de ella: “Esa tierra de allí que había estado desolada ha llegado a ser como el jardín de Edén”. (Eze 36:6-11, 29, 30, 33-35; compárese con Isa 51:3; Jer 31:10-12; Eze 34:25-27.) Sin embargo, estas profecías también muestran que las condiciones paradisiacas estaban relacionadas con las personas mismas, quienes por fidelidad a Dios ‘podrían brotar’ y florecer como “árboles [...] de justicia”, y disfrutar de una hermosa prosperidad espiritual como la de “un jardín bien regado”, gozando de abundantes bendiciones divinas por tener Su favor. (Isa 58:11; 61:3, 11; Jer 31:12; 32:41; compárese con Sl 1:3; 72:3, 6-8, 16; 85:10-13; Isa 44:3, 4.) El pueblo de Israel había sido la viña de Dios, su plantío; pero su maldad y su apostasía de la adoración verdadera hicieron que su campo espiritual se ‘marchitase’ aun antes de que ocurriese la desolación literal de su tierra. (Compárese con Éx 15:17; Isa 5:1-8; Jer 2:21.)
Estos hechos indudablemente dan la clave para entender lo que Pablo dijo sobre la visión a la que se refiere en 2 Corintios 12:1-7 (parece que él mismo tuvo la visión, pues forma parte de la defensa que hace de su propio apostolado). El que contempló la visión fue arrebatado hasta el “tercer cielo” (véase CIELO - [Tercer cielo]) y entró en el “paraíso”, donde oyó palabras inexpresables. Se puede ver que este paraíso contemplado en visión podía referirse a una condición espiritual del pueblo de Dios, como en el caso del Israel carnal, por el hecho de que la congregación cristiana también era un “campo de Dios bajo cultivo”, su viña espiritual, que estaba arraigada en Cristo Jesús y llevaba fruto para la alabanza de Dios. (1Co 3:9; Jn 15:1-8.) Como tal, había reemplazado a la nación de Israel como objeto del favor de Dios. (Compárese con Mt 21:33-43.) No obstante, la visión de Pablo tuvo que aplicar lógicamente a algún tiempo futuro para constituir una ‘revelación’. (2Co 12:1.) Se había predicho que habría una apostasía en la congregación cristiana; de hecho, en los días de Pablo ya estaba germinando, e iba a resultar en una condición semejante a la de un campo sobresembrado de mala hierba. (Mt 13:24-30, 36-43; Hch 20:29; 2Te 2:3, 7; compárese con Heb 6:7, 8.) Por lo tanto, parece razonable que la visión del paraíso que tuvo Pablo no aplicaría mientras esa fuese la situación, sino que tendría relación con la “época de la siega”, cuando los cristianos genuinos serían recogidos por los segadores angélicos y disfrutarían de ricas bendiciones y prosperidad espiritual procedentes de Dios.
Es evidente, sin embargo, que las profecías de restauración que registraron los profetas hebreos también tendrán un cumplimiento literal cuando se restaure el paraíso en la Tierra. Por ejemplo, algunas facetas de Isaías 35:1-7, como la curación de las personas ciegas y cojas, no se cumplieron de manera literal cuando el Israel de la antigüedad volvió de Babilonia, ni se cumplen literalmente en el paraíso espiritual cristiano. No sería consecuente que Dios inspirase profecías como las que se hallan en Isaías 11:6-9, Ezequiel 34:25 y Oseas 2:18, con la intención de que solo tuviesen un significado figurado o espiritual, y que sus siervos no llegasen a experimentarlas de manera literal. El paraíso que Pablo mencionó en 2 Corintios 12:4 podría ser también el Paraíso futuro de estas profecías hebreas, tanto físico como espiritual, y “el paraíso de Dios”, esto es, las maravillosas condiciones que hay en el cielo. (Apo 2:7.)
★¿Es el “paraíso” que vio Pablo “el tercer cielo”? - (19840415-Pg.31/256)
★Hagamos más hermoso nuestro paraíso espiritual - (15-7-2015-Pg.7)
★Jehová nos ayuda a aguantar con alegría - (2-11-2022-Pg.12-Nota)
★¿Qué es el paraíso que vio el apóstol Pablo en una visión? - (15-7-2015-Pg.8-§8,9)
Comer en el “paraíso de Dios”. Apocalipsis 2:7 menciona un “árbol de la vida” situado en el “paraíso de Dios” y el privilegio de comer de él para el “que venza”. Como otras promesas dadas en esta parte del libro de Apocalipsis a aquellos que venzan tienen que ver claramente con la herencia celestial (Apo 2:26-28; 3:12, 21), parece obvio que este “paraíso de Dios” es celestial. En esta ocasión la palabra “árbol” traduce la voz griega xy·lon, que significa literalmente “madera”, y por lo tanto podría referirse a un jardín de árboles frutales. En el paraíso terrestre de Edén, comer del árbol de la vida hubiera significado para el hombre vivir para siempre (Gé 3:22-24); incluso el fruto de los otros árboles del jardín hubiera servido para el sostén de la vida del hombre mientras este hubiese sido obediente. Por eso, el tomar del “árbol [o árboles] de la vida” en el “paraíso de Dios” debe significar la provisión divina de vida ininterrumpida que se otorga a los vencedores cristianos. Otros textos muestran que reciben el premio de la inmortalidad y la incorruptibilidad junto con su Cabeza y Señor celestial, Cristo Jesús. (1Co 15:50-54; 1Pe 1:3, 4.)
La palabra par·dés solo aparece tres veces en las Escrituras Hebreas; hay quien piensa que se deriva de la palabra persa pairidaeza. (Véase PARAÍSO.) Según la Cyclopædia de M’Clintock y Strong (1894, vol. 7, pág. 652), Jenofonte utilizó este término persa con el significado de “una extensa porción de terreno cercada con una fuerte valla o muro, en la que abundaban los árboles, arbustos, plantas y jardines cultivados, y en donde se mantenían animales selectos más o menos restringidos o libres, dependiendo de que fuesen feroces o pacíficos”. Los traductores de la Versión de los Setenta usaron la forma griega de la palabra (pa·rá·dei·sos) en todas las referencias al jardín de Edén.
Entre las grandes obras que Salomón hizo se encontraban “jardines y parques [“huertos”, BAS; “vergeles”, BR; heb. far·de·sím]”, en los que plantó árboles frutales de todas clases. (Ec 2:5.) Este rey usa el mismo término en su “canción superlativa” cuando el enamorado pastor compara la piel de la doncella sulamita a un “paraíso de granadas, con los frutos más selectos”. (Can 1:1; 4:12, 13.) Después del exilio, Nehemías 2:7, 8 muestra que el rey persa había colocado a Asaf como “el guarda del parque que pertenece al rey”, y que se tenía que solicitar permiso a fin de cortar árboles de este parque para la obra de reconstrucción en Jerusalén. (Véanse BOSQUE; JARDÍN.)
Personas que tienen poco dinero o pocos bienes de cualquier clase. El adjetivo “pobre” a veces se aplica a algo humilde o a la persona o cosa que tiene carencia o escasez de algo, sea material o espiritual, y con frecuencia expresa compasión por el que se halla en tal situación.
El problema de la pobreza ha existido desde la antigüedad. A través de los siglos, la proporción de personas necesitadas por lo general ha sido mayor que la de personas solventes. Después de aceptar un acto de generosidad, Jesús reconoció la dura realidad de que la pobreza seguía existiendo entre los humanos imperfectos, cuando dijo a sus discípulos: “Porque siempre tienen a los pobres con ustedes, y cuando quieran pueden hacerles bien, pero a mí no siempre me tienen”. (Mr 14:7.) La Biblia presenta un punto de vista equilibrado sobre ese problema: expresa compasión por los que sufren en condiciones opresivas, al mismo tiempo que reprende a los que en realidad ‘comen su propia carne’ debido a su indolencia. (Ec 4:1, 5; Pr 6:6-11.) Concede mayor importancia a la prosperidad espiritual que a la material (1Ti 6:17-19); por eso el apóstol escribió: “Porque nada hemos traído al mundo, y tampoco podemos llevarnos cosa alguna. Teniendo, pues, sustento y con qué cubrirnos, estaremos contentos con estas cosas”. (1Ti 6:7, 8.) No obstante, las Escrituras no dicen que la pobreza material sea una virtud en sí misma, y previenen de la tentación de robar a la que podría conducir un grado extremo de pobreza. (Pr 6:30, 31; 30:8, 9; contrástese con Ef 4:28.)
Los pobres en Israel. Jehová no quería que ningún israelita se sumiera en la pobreza. Él dio a la nación una herencia de tierra. (Nú 34:2-12.) A excepción de los levitas, que recibían un diezmo del producto de la tierra por su servicio en el santuario, todas las familias israelitas tenían una parte en esa herencia, de modo que disponían de un medio de mantenerse a sí mismas. (Nú 18:20, 21.) La posesión de la tierra era segura y las leyes de la herencia garantizaban que la tierra seguiría como propiedad de la familia a la que pertenecía. (Nú 27:7-11; 36:6-9; Dt 21:15-17; véase HERENCIA.) No podía venderse a perpetuidad (Le 25:23), de ahí que en el año de Jubileo todas las tierras hereditarias que se habían vendido se devolvían a sus legítimos propietarios. (Le 25:13.) Así pues, hasta en el caso de que un hombre hubiera derrochado sus bienes, sus descendientes no perderían su herencia de manera definitiva.
La adherencia fiel a la ley de Dios habría evitado de modo considerable la pobreza entre los israelitas. (Dt 15:4, 5.) Sin embargo, en caso de desobedecer, no recibirían la bendición de Jehová, y eso los llevaría a caer en la pobreza debido a calamidades, como invasiones de ejércitos armados o extrema sequía. (Dt 28:22-25; compárese con Jue 6:1-6; 1Re 17:1; 18:17, 18; Snt 5:17, 18.) Debido a ser perezosos (Pr 6:10, 11; 10:4; 19:15; 20:13; 24:30-34), borrachos, glotones (Pr 23:21) o ir tras los placeres (Pr 21:17), algunas personas se conducirían a sí mismas y a sus familias a la pobreza. Además, también podrían surgir circunstancias imprevistas que sumieran a alguien en la pobreza. La muerte podía hacer que algunas personas quedaran huérfanas o viudas. Los accidentes y la enfermedad podrían impedir que alguien efectuase el trabajo necesario, temporal o permanentemente. Por esas razones, Jehová pudo decir a Israel: “Porque nunca dejará de haber alguien pobre en medio de la tierra”. (Dt 15:11.)
No obstante, la Ley ayudaba de manera notable a los pobres a enfrentarse con su situación. Durante la cosecha, tenían el derecho de espigar en los campos ya segados y de rebuscar en los huertos y en las viñas, de modo que no tuvieran que mendigar pan o recurrir al robo. (Le 19:9, 10; 23:22; Dt 24:19-21.) Un israelita necesitado podía pedir dinero prestado sin tener que pagar interés, y debía tratársele con generosidad. (Éx 22:25; Le 25:35-37; Dt 15:7-10; véase DEUDA, DEUDOR.) Un israelita podía vender su tierra o venderse a sí mismo como esclavo por un tiempo, para incrementar sus recursos económicos. (Le 25:25-28, 39-54.) Con el fin de no poner una carga sobre los pobres, la Ley les permitía presentar una ofrenda de menos valor en el santuario. (Le 12:8; 14:21, 22; 27:8.)
La ley de Dios exigía igual justicia para los ricos que para los pobres, y por lo tanto, no favorecía a ninguno de los dos debido a su posición. (Éx 23:3, 6; Le 19:15.) Pero como la nación de Israel se volvió infiel, los pobres fueron muy oprimidos. (Isa 10:1, 2; Jer 2:34.)
En el siglo I E.C. Parece ser que entre los judíos del siglo I E.C. imperaba una considerable pobreza. La dominación extranjera desde el tiempo del exilio en Babilonia impidió la plena aplicación de la ley mosaica, que protegía las posesiones hereditarias. (Compárese con Ne 9:36, 37.) Los líderes religiosos, en especial los fariseos, estaban más preocupados por la tradición que por inculcar el verdadero amor al prójimo y la debida consideración a los padres necesitados y de edad avanzada. (Mt 15:5, 6; 23:23; compárese con Lu 10:29-32.) Los fariseos amaban el dinero y tenían poco interés en los pobres. (Lu 16:14.)
Sin embargo, Cristo Jesús ‘se compadeció de las muchedumbres, porque estaban desolladas y desparramadas como ovejas sin pastor’. (Mt 9:36.) Declaró las buenas nuevas a los pobres y los oprimidos, lo que supuso un contraste tan marcado con la actitud de los líderes religiosos del judaísmo, que constituyó una de las pruebas de que efectivamente era el Mesías. (Mt 11:5; Lu 4:18; 7:22.) La obra de Jesús abrió el glorioso privilegio de heredar el Reino celestial a los que respondieron favorablemente. (Mt 5:3; Lu 6:20.)
Como los judíos estaban en una relación de pacto con Dios, tenían la obligación de ayudar a sus compañeros israelitas necesitados. (Pr 14:21; 28:27; Isa 58:6, 7; Eze 18:7-9.) Dándose cuenta de este hecho, después de aceptar a Jesús como el Mesías, Zaqueo exclamó: “¡Mira! La mitad de mis bienes, Señor, la doy a los pobres”. (Lu 19:8.) Por la misma razón, Cristo Jesús pudo decir: “Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás feliz, porque ellos no tienen con qué pagártelo”. (Lu 14:13, 14.) En otra ocasión, Jesús animó a un joven gobernante rico a hacer lo siguiente: “Vende todas las cosas que tienes y distribuye entre los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sé mi seguidor”. (Lu 18:22.) El hecho de que este hombre no quisiera deshacerse de sus posesiones para ayudar a otros mostraba que no tenía verdadero interés en los oprimidos, y, por consiguiente, no reunía las cualidades necesarias para ser discípulo de Jesús. (Lu 18:23.)
El que Jesús promoviese la ayuda a los pobres concordaba con lo que él mismo había hecho. En los cielos, como Hijo de Dios, lo había tenido todo, pero “aunque era rico, se hizo pobre”. Debido a que vivió en la Tierra como hombre pobre, pudo redimir a la raza humana, haciendo disponible la mayor de las riquezas: la posibilidad de que sus seguidores llegaran a ser hijos de Dios. (2Co 8:9.) Además, también se les hicieron disponibles otras grandes riquezas espirituales. (Compárese con 2Co 6:10; Apo 2:9; 3:17, 18.)
Cuando Jesús estuvo en la Tierra, se interesó personalmente en los que eran pobres en sentido económico. Él y sus apóstoles tenían un fondo común del que daban a los israelitas necesitados. (Mt 26:9-11; Mr 14:5-7; Jn 12:5-8; 13:29.) Los cristianos siguieron manifestando ese mismo interés amoroso por los pobres años después, pues daban ayuda material a sus hermanos pobres. (Ro 15:26; Gál 2:10.) Pero algunos lo olvidaron; por esa razón, al discípulo Santiago se le hizo necesario reprenderlos por mostrar favoritismo a los ricos y despreciar a los pobres. (Snt 2:2-9.)
Por supuesto, solo recibían ayuda material los que la merecían. Nunca se fomentaba la pereza, como indicó el apóstol Pablo al escribir a los Tesalonicenses: “Si alguien no quiere trabajar, que tampoco coma”. (2Te 3:10; véanse DÁDIVAS DE MISERICORDIA; MENDIGO, MENDICIDAD.)
El término griego e·par·kjéi·a, que se traduce “provincia”, designa el dominio sobre el que ejercía autoridad un administrador romano. Cuando Roma extendió sus conquistas más allá de la península itálica, el territorio o la extensión geográfica sobre la que tenía dominio un gobernador recibió el nombre de “provincia”.
En el año 27 a. E.C., el primer emperador romano, Augusto, dividió las 22 provincias existentes en dos categorías. A las diez más pacíficas, que por tanto no requerían la presencia constante de legiones romanas, las convirtió en provincias senatoriales, con un procónsul como el principal oficial romano a su cargo. (Hch 18:12; véase PROCÓNSUL.) A las restantes las hizo provincias imperiales, directamente responsables al emperador y administradas por un gobernador o, si eran grandes, por un comandante militar llamado legado. En estas provincias estaban apostadas legiones, bien porque solían estar cerca de la frontera o por alguna otra razón; al controlar de cerca estas provincias, el emperador mantenía al ejército bajo su autoridad. En el año 27 a. E.C., las nuevas provincias formadas en los territorios conquistados pasaron a ser imperiales. Una provincia podía subdividirse en distritos, o secciones administrativas más pequeñas.
Una provincia podía pasar de ser senatorial a imperial (véase CHIPRE), y a veces también se cambiaban sus límites. Como resultado, una ciudad o una zona determinada podía formar parte de una provincia romana en un determinado momento y después estar incluida en la provincia adyacente, o hasta en una nueva. Véanse como ejemplos CAPADOCIA; CILICIA; PANFILIA; PISIDIA.
Tras el destierro de Arquelao (Mt 2:22), hijo de Herodes el Grande, Judea quedó bajo el dominio de los gobernadores romanos. El gobernador de la provincia debía rendir cuentas, hasta cierto grado, al legado de la provincia de Siria, de mayor extensión que la de Judea.
Cuando se condujo a Pablo ante Félix en Cesarea, el gobernador “inquirió de qué provincia era [Pablo], y averiguó que era de Cilicia” (Hch 23:34), pues Tarso, el lugar de nacimiento de Pablo, estaba en la provincia romana de Cilicia. (Hch 22:3.)
Cuando el emperador nombraba al gobernador de una provincia imperial, no limitaba la duración de su mandato, mientras que cuando designaba al procónsul de una provincia senatorial, solía restringirla a un año. A Félix lo reemplazó Festo en el cargo de gobernador de la provincia imperial de Judea. (Hch 25:1.)
Véase también DISTRITO JURISDICCIONAL.
Pequeños pueblos situados en las inmediaciones de un pueblo mayor o una ciudad. La capital o ciudad principal de un distrito era la metrópoli o ciudad “madre”, como en 1 Crónicas 18:1: “Gat y sus pueblos dependientes” (literalmente, “Gat y sus hijas”). A Tiro se la llama la “hija” de Sidón, que debía ser más antigua que Tiro y de la que esta al parecer había sido una colonia. (Isa 23:8, 12; Gé 10:19; Jos 11:8.) Los pueblos de Judá eran pueblos dependientes de Jerusalén. (Sl 48:11; 97:8; Lam 3:51.) Otras ciudades “madre” que tenían pueblos dependientes eran Samaria y Sodoma (Eze 16:53), Rabá de Ammón (Jer 49:3), Quenat (Nú 32:42), Eqrón (Jos 15:45), Asdod y Gaza (Jos 15:47), Bet-seán, Ibleam, Dor, En-dor, Taanac y Meguidó (Jos 17:11).
Los pueblos o “hijas” se originaban de la ciudad “madre” o bien dependían de ella política y económicamente, y a veces también en asuntos religiosos. En algunos casos los pueblos dependientes estaban sin amurallar o menos fortificados, y en tiempos de sitio los habitantes buscaban seguridad en la ciudad “madre”. (Jer 4:5; 8:14.)
La antigua ciudad de Jerusalén, la “madre” de los pueblos dependientes de Judá, simboliza la “Jerusalén celestial”, el Reino mesiánico de Jehová por medio de Jesucristo, donde hallarán refugio los que buscan justicia durante el “día de Jehová contra todas las naciones”. (Heb 12:22, 28; Abd 15, 17; Sl 48:11-13; Joe 2:32.)
En el capítulo 17 de Apocalipsis se simboliza a Babilonia la Grande con una prostituta y una ciudad que tiene sus hijas, las organizaciones que surgen de ella, la organización madre, y que, al depender de ella, sufrirán la misma destrucción. (Véase CIUDAD.)
El sustantivo hebreo guer se refiere en sentido amplio a todo el que vive como forastero fuera de su tierra natal y que tiene limitados los derechos civiles. Puede practicar o no la religión de los naturales de la tierra en la que reside. A Abrahán, Isaac, Jacob y sus descendientes se les llama residentes forasteros antes de recibir el derecho legal a la Tierra Prometida. (Gé 15:13; 17:8; Dt 23:7.)
Cuando la Biblia aplica la designación “residente forastero” a una persona de extracción no israelita relacionada con dicha comunidad, a veces se refiere a alguien que se había hecho prosélito, es decir, que se había convertido a la adoración de Jehová, y otras veces se refiere a un poblador de la tierra de Palestina que estaba satisfecho con vivir entre los israelitas y obedecer sus leyes fundamentales, pero que no aceptaba plenamente la adoración de Jehová. El contexto determina a cuál de estas dos clases aplica el término.
La Septuaginta traduce guer por prosélito (gr. pro·së·ly·tos) más de 70 veces. Hay quien opina que el residente forastero solía vincularse a una casa hebrea en busca de protección y era algo así como un subordinado, pero sin llegar a ser esclavo. Esta idea se deduce de la expresión: “Tu residente forastero”. (Dt 5:14; compárese con Dt 1:16 y con Le 22:10, donde se usa el término toh·scháv, “poblador”.)
Cuando se dio el pacto de la Ley en el monte Sinaí, se incluyó una legislación especial que regiría, con un espíritu muy amoroso, las relaciones entre el residente forastero y el israelita natural. Puesto que el residente forastero estaba en desventaja por no haber nacido israelita, la Ley le mostraba consideración especial y le protegía con sus muchas disposiciones para el débil y el desamparado. Jehová recordaba con frecuencia a los israelitas el hecho de que ya conocían las aflicciones del residente forastero en una tierra extraña, por lo que deberían tratarlo con el espíritu generoso y protector que a ellos no se les había mostrado. (Éx 22:21; 23:9; Dt 10:18.) El residente forastero, sobre todo el prosélito, tenía que ser tratado básicamente como un hermano. (Le 19:33, 34.)
Aunque el pacto de la Ley permitía que personas de cualquier procedencia formaran parte de la congregación de Israel una vez que aceptaban la adoración verdadera de Jehová y se circuncidaban, había excepciones y restricciones. Ni los egipcios ni los edomitas podían entrar en la congregación hasta la tercera generación, es decir, la tercera generación que viviera en la tierra de Israel. (Dt 23:7, 8.) A los hijos ilegítimos y a sus descendientes se les impedía la entrada en la congregación “hasta la décima generación”. (Dt 23:2.) A los ammonitas y a los moabitas se les prohibía “hasta la décima generación [...] hasta tiempo indefinido [...]. No debes trabajar en el interés de la paz de ellos ni de la prosperidad de ellos en todos tus días, hasta tiempo indefinido”. (Dt 23:3-6.) Todas estas restricciones aplicaban a los varones de esas naciones. Por otra parte, un varón a quien se hubiera mutilado los órganos sexuales no podía entrar nunca en la congregación. (Dt 23:1.)
El residente forastero que se había hecho adorador circunciso debía cumplir la Ley igual que un israelita y obedecer todas sus disposiciones. (Le 24:22.) Por ejemplo: tenía que guardar el sábado (Éx 20:10; 23:12) y celebrar la Pascua (Nú 9:14; Éx 12:48, 49), la fiesta de las tortas no fermentadas (Éx 12:19), la fiesta de las semanas (Dt 16:10, 11), la fiesta de las cabañas (Dt 16:13, 14) y el Día de Expiación (Le 16:29, 30). Podía ofrecer sacrificios (Nú 15:14), pero debía hacerlo de la misma manera que se prescribía para el israelita natural. (Nú 15:15, 16.) Sus ofrendas habían de ser sin tacha (Le 22:18-20), y tenía que llevarlas a la entrada de la tienda de reunión exactamente igual que el israelita natural. (Le 17:8, 9.) No podía participar en ningún tipo de adoración falsa. (Le 20:2; Eze 14:7.) Tenía que desangrar a los animales que cazase antes de comer la carne; de lo contrario, sería “cortado”. (Le 17:10-14.) Podía recibir perdón de los pecados que entrañaban responsabilidad de comunidad junto con el Israel natural. (Nú 15:26, 29.) Tenía que observar los procedimientos de purificación si, por ejemplo, se hacía inmundo por haber tocado el cadáver de un ser humano. (Nú 19:10, 11.) Cuando se dice que se podía dar al residente forastero el cuerpo de un animal muerto, debe entenderse que se trataba del residente que no era prosélito. (Dt 14:21.)
En el campo judicial, al residente forastero se le garantizaba un trato justo e imparcial en los juicios en los que estuviera implicado un israelita natural. (Dt 1:16, 17.) Nadie debía defraudarlos ni pervertir su juicio. (Dt 24:14, 17.) Si alguien trataba injustamente a un residente forastero, se le consideraba maldito. (Dt 27:19.) Las ciudades de refugio para el homicida involuntario estaban disponibles tanto para el residente forastero y el poblador como para el israelita natural. (Nú 35:15; Jos 20:9.)
Como los residentes forasteros no tenían heredades territoriales, algunos eran mercaderes; otros, asalariados, y otros, esclavos. (Le 25:44-46.) Cabía la posibilidad de que se enriquecieran (Le 25:47; Dt 28:43); no obstante, la Ley generalmente los clasificaba entre los pobres e indicaba cómo protegerlos y suministrarles lo necesario. El residente forastero podía beneficiarse del diezmo que se daba cada tres años. (Dt 14:28, 29; 26:12.) Las rebuscas del campo y de la viña tenían que dejarse para él (Le 19:9, 10; 23:22; Dt 24:19-21), y también podía alimentarse de lo que crecía durante los años sabáticos. (Le 25:6.) En calidad de trabajador asalariado, recibía la misma protección que el israelita natural. Un israelita pobre quizás se vendiera a un residente forastero rico, en cuyo caso el israelita tenía que recibir buen trato como asalariado y mantenía en todo momento el derecho de recompra, que podía ejercer él mismo o un pariente. En último caso se le debía liberar al séptimo año de su servicio o en el Jubileo. (Le 25:39-54; Éx 21:2; Dt 15:12.)
Durante el período de los reyes, los residentes forasteros siguieron disfrutando de relaciones favorables. Se les utilizó como obreros en la construcción del templo de Jerusalén. (1Cr 22:2; 2Cr 2:17, 18.) Cuando el rey Asá restableció la adoración verdadera en Judá, los residentes forasteros de toda la Tierra Prometida se congregaron en Jerusalén con los israelitas naturales para entrar en un pacto especial conjunto con el fin de buscar a Jehová con todo el corazón y con toda el alma. (2Cr 15:8-14.) Después de limpiar el templo, el rey Ezequías decretó que se celebrara la Pascua en Jerusalén en el segundo mes. Envió la invitación por todo Israel, y muchos residentes forasteros acudieron. (2Cr 30:25.)
Después que un resto de israelitas regresó del exilio babilonio, de nuevo se encuentran adorando en el templo junto con ellos residentes forasteros, comprendidos en grupos como los netineos (que significa “Dados [gente dada]”), esclavos, cantores y cantoras profesionales, y los hijos de los siervos de Salomón. Entre los netineos estaban los gabaonitas, a quienes Josué designó para el servicio permanente del templo. (Esd 7:7, 24; 8:17-20; Jos 9:22-27.) Hasta la última vez que se les menciona, estos residentes forasteros se apegaron fielmente a la adoración verdadera de Jehová junto con el resto de israelitas naturales fieles que habían regresado de Babilonia. (Ne 11:3, 21.) En el período posterior al exilio, los profetas de Jehová reiteraron los principios del pacto de la Ley que salvaguardaban los derechos del residente forastero. (Zac 7:10; Mal 3:5.)
El profeta Ezequiel predijo un tiempo en que el residente forastero recibiría una herencia en la tierra igual que el israelita. (Eze 47:21-23.) Después de la venida de Jesucristo, las buenas nuevas del reino se predicaron a judíos y prosélitos, de modo que ambos grupos podían formar parte de la congregación cristiana. Posteriormente, en el año 36 E.C., Jehová aceptó al gentil incircunciso Cornelio y a su casa, y les concedió los dones del espíritu. (Hch 10.) A partir de entonces, los gentiles incircuncisos que aceptaban a Cristo eran admitidos en la congregación cristiana, “donde no hay ni griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, extranjero, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todas las cosas y en todos”. (Col 3:11; Gál 3:28.) Apocalipsis 7:2-8 muestra que el Israel espiritual está formado por doce tribus de 12.000 miembros cada una. Los versículos 9 a 17 hablan de una gran muchedumbre que ningún hombre podía contar de gente de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas que alaban al Rey entronizado y al Cordero, y reciben el favor y la protección de Dios.
Poblador. El poblador era alguien que habitaba una tierra o país que no era el suyo. La palabra hebrea para poblador (toh·scháv) viene del verbo raíz ya·scháv, que significa “morar”. (Gé 20:15.) Algunos de los pobladores de Israel debieron hacerse prosélitos; otros, en cambio, se contentaron con morar con los israelitas y obedecer las leyes fundamentales del país, pero sin hacerse adoradores de Jehová como los prosélitos circuncisos. El poblador se distinguía del extranjero en que este era por lo general un transeúnte al que simplemente se le extendía la hospitalidad que en el Oriente solía brindarse a los huéspedes.
El poblador incircunciso que moraba en la tierra no comía la Pascua ni nada que fuera santo. (Éx 12:45; Le 22:10.) Al igual que los residentes forasteros y los pobres, recibía beneficios durante el año sabático y el año de Jubileo, cuando se le permitía participar del producto de la tierra. (Le 25:6, 12.) Los israelitas podían comprar al poblador o a su descendencia como esclavos y pasarlos como herencia permanente sin derecho de recompra o de liberación en el Jubileo. (Le 25:45, 46.) Por otra parte, un israelita quizás se vendiera a sí mismo como esclavo a un poblador o a la familia de este, pero en todo momento mantenía el derecho de recompra y de ser liberado en el séptimo año de su servicio o en el Jubileo. (Le 25:47-54; Éx 21:2; Dt 15:12.)
Aunque solo los israelitas naturales tenían una posesión hereditaria en la tierra, Jehová era su verdadero dueño, y podía colocarlos o sacarlos de ella según cuadrase con su propósito. Dios dijo respecto a la venta de la tierra: “Así es que la tierra no debe venderse en perpetuidad, porque la tierra es mía. Pues ustedes son residentes forasteros y pobladores desde mi punto de vista”. (Le 25:23.)
')" onmouseout="writetxt(0)">Río
El término hebreo na·hár hace referencia a un río, es decir, una corriente permanente de agua que fluye por un cauce natural, a diferencia del uadi, o valle torrencial (heb. ná·jal), que suele estar seco y solo ocasionalmente lleva una corriente impetuosa de aguas. Algunos de los ríos principales que se mencionan en la Biblia son el Hidequel (Tigris), el Éufrates, el Jordán, el Abaná y el Farpar. (Gé 2:14; 2Re 5:10, 12.) Aunque el Nilo no se menciona por ese nombre en los idiomas originales, se hace referencia a él con el término ye´ór (a veces ye´óhr), término que al parecer también significa una corriente o canal (Isa 33:21), o un pozo o galería lleno de agua. (Job 28:10.) El contexto pone de manifiesto cuándo las palabras ye´ór o ye´óhr designan al Nilo, y por esa razón el nombre Nilo aparece en las traducciones de la Biblia. (Gé 41:17, 18.)
Es posible que el “río de Egipto” (Gé 15:18) sea lo mismo que el “valle torrencial de Egipto”. (Nú 34:5; véase SIHOR.)
A menudo al Éufrates se le llama simplemente “el Río”. (Jos 24:2, 3; Esd 8:36; Isa 7:20; 27:12; Miq 7:12.) Como es el río más largo y más importante del SO. asiático, para los hebreos era el “gran río”. (Gé 15:18.) Por lo tanto, el que se le llamase “el Río” no resultaba ambiguo.
Con la ayuda de Jehová, el rey David pudo extender los límites de la Tierra Prometida hasta el Éufrates. (1Cr 18:3-8.) Concerniente a su hijo Salomón, se declaró: “Y tendrá súbditos de mar a mar y desde el Río [Éufrates] hasta los cabos de la tierra”. (Sl 72:8.) En la profecía de Zacarías se repiten esas palabras y señalan a la gobernación del Mesías por toda la Tierra. (Zac 9:9, 10; compárese con Da 2:44; Mt 21:4, 5.)
El primer río que se menciona en la Biblia al parecer nacía en Edén y regaba el jardín que Jehová dio como hogar a Adán y Eva. Se dividía en cuatro cabeceras, que, a su vez, se convertían en ríos: el Pisón, el Guihón, el Hidequel y el Éufrates. Las regiones (Havilá, Cus y Asiria) a las que se hace referencia con relación a esos cuatro ríos existieron en el período postdiluviano. (Gé 2:10-14.) Por consiguiente, parece que Moisés, el escritor del relato, empleó expresiones comunes en su día para indicar la situación del jardín de Edén. Por esta razón no puede determinarse con certeza si lo que se dice acerca de los cursos del Pisón, el Guihón y el Hidequel aplica al período postdiluviano o al antediluviano. Si la descripción tiene que ver con la era antediluviana, el Diluvio mismo bien pudo haber contribuido a cambiar los cursos de esos ríos; y si se refiere al período postdiluviano, puede que otros fenómenos naturales, como terremotos, hayan alterado sus cursos desde entonces, lo que ha dificultado la identificación de algunos de ellos.
Los ríos servían de barrera contra el avance de las fuerzas enemigas y desempeñaban un papel vital en la defensa de ciertas ciudades, como, por ejemplo, Babilonia. Jerusalén, sin embargo, no tenía ningún río como medio natural de defensa. No obstante, Jehová Dios era como la fuente de un poderoso río de protección para esa ciudad. Fracasarían los enemigos que fuesen contra Jerusalén como si se tratasen de una flota de galeras hostil. (Isa 33:21, 22; véase GALERA.)
El desbordamiento desastroso de un río se emplea para representar la invasión de fuerzas enemigas. (Isa 8:7.)
El agua es necesaria para la vida, y se dice que Jehová es la fuente de agua viva. (Jer 2:13.) Pero los israelitas apóstatas dirigieron su atención a Egipto y Asiria, por lo que Jehová dijo por medio de su profeta Jeremías: “¿Qué debe importarte el camino de Egipto para que bebas las aguas de Sihor? Y ¿qué debe importarte el camino de Asiria para que bebas las aguas del Río? [...] Sabe, pues, y ve que el que dejes a Jehová tu Dios es cosa mala y amarga”. (Jer 2:18, 19.) De igual manera, en Apocalipsis 8:10 y 16:4 se alude por lo visto a aguas de fuentes humanas consideradas vitales para la existencia.
En lo que respecta al “río de agua de vida” (Apo 22:1), véase VIDA - [El río de agua de vida].
Expresión que comunica bien el sentido del término griego ai·ón en más de 30 de las ocasiones que se utiliza en las Escrituras Griegas Cristianas.
R. C. Trench dice en cuanto al significado de ai·ón: “Al igual que [kó·smos (mundo), ai·ón] tiene un sentido principal concreto y, por extensión, una acepción moral secundaria. En su [sentido] primario, significa tiempo, sea un período corto o largo, en el aspecto de su duración ininterrumpida; [...] pero esencialmente el tiempo en cuanto condición a la que se hallan sometidas todas las cosas creadas, y como medida de su existencia; [...] de este significado temporal adquiere el sentido de todo lo que existe en el mundo sujeto a las condiciones temporales; [...] y, en un sentido más estrictamente moral, el curso y la corriente de los asuntos de este mundo”. En apoyo de este último significado, el escritor cita la definición del helenista alemán C. L. W. Grimm: “El conjunto de lo que se manifiesta exteriormente en el transcurso del tiempo”. (Synonyms of the New Testament, Londres, 1961, págs. 202, 203.)
Por ello, el sentido primario de ai·ón es “edad” o “período de existencia”, y en las Escrituras a menudo indica un largo período de tiempo (Hch 3:21; 15:18), que puede ser infinito, es decir, la eternidad. (Mr 3:29; 11:14; Heb 13:8.) Si se desean considerar estas acepciones, véase EDAD. En lo que a este artículo se refiere, se dará especial atención al sentido del término que se explica en la última parte del párrafo anterior.
Para entender este sentido del término, se puede hacer referencia al uso que en determinados casos se hace en nuestro idioma de palabras como “edad”, “era” y “época”. Estas tres palabras se pueden emplear con referencia a períodos de tiempo de la historia caracterizados por acontecimientos singulares o por algún personaje de especial proyección. Por ejemplo, puede hablarse de la “Era del Descubrimiento” para referirse a la época de Colón, Magallanes, Cook y otros navegantes que surcaron los mares, o, también, de la “edad feudal”, la “edad del oscurantismo”, la “era victoriana” o, más recientemente, la “era espacial”. Lo que realmente importa en cada uno de estos casos no es el período de tiempo que abarcan, sino el acontecimiento o los acontecimientos de especial trascendencia que se produjeron durante ese período; son estos los que marcan su comienzo, duración y fin. Sin esos puntos de referencia singulares, se hablaría únicamente de tiempo en sentido genérico, no de una época, era o edad.
En consecuencia, el Diccionario Griego-Español, (de Francisco R. Adrados, Madrid, CSIC, 1980, vol. 1, pág. 104) da entre las definiciones de ai·ón: “ciclo o etapa de la vida”, “ciclo temporal” y “edad, era, época”. De modo semejante se expresa el Diccionario Expositivo de palabras del Nuevo Testamento (de W. E. Vine, 1987, vol. 4, pág. 61), que dice: “Edad, era [...], significa un período de duración indefinida, o tiempo contemplado en relación con lo que tiene lugar en el período”.
Por esta razón, cuando lo importante de un período son las características distintivas, no su duración, parece indicado traducir ai·ón por “sistema de cosas” o “estado”. La propiedad de esta solución se ilustra en Gálatas 1:4, donde el apóstol escribe: “Él se dio por nuestros pecados para librarnos del inicuo sistema de cosas [ai·ón] actual según la voluntad de nuestro Dios y Padre”. Muchas versiones traducen ai·ón en este texto por “siglo”, que, al menos en su sentido habitual, tiene un significado temporal. Otras lo traducen por “época” (Val, 1989), “era” (BI) o “tiempo” (Mensajero). No obstante, es patente que el sacrificio de rescate de Cristo no libró a los cristianos de una época o período de tiempo, pues continuaron viviendo en la misma era que el resto de la humanidad. Sin embargo, se les libró del estado o sistema de cosas existente durante aquel período de tiempo y de lo característico de este. (Compárese con Tit 2:11-14.)
El apóstol escribió a los cristianos de Roma: “Cesen de amoldarse a este sistema de cosas; más bien, transfórmense rehaciendo su mente”. (Ro 12:2.) A lo que no tenían que amoldarse no era a un período de tiempo en sí, sino a la manera de ser de las personas de aquel tiempo, es decir, la moda, las normas, las prácticas, el comportamiento, las costumbres, las opiniones, los estilos y otras características de aquel período. En Efesios 2:1, 2, el apóstol se refiere a aquellos a quienes escribe como si hubieran estado “muertos en sus ofensas y pecados”, y les dice que “en un tiempo anduvieron conforme al sistema de cosas [“según el proceder”, BJ; “según la corriente”, SA; “conforme al curso”, Str] de este mundo”. Al comentar sobre este texto, The Expositor’s Greek Testament (vol. 3, pág. 283) muestra que el tiempo no es el factor único o principal expresado aquí por ai·ón. Dice en apoyo de la traducción de ai·ón por “curso”: “Esa palabra transmite las tres ideas de tendencia, desarrollo y continuidad limitada. Este curso propio de un mundo que es malo, también es malo, y vivir en conformidad con él significa vivir en transgresiones y pecados” (edición de W. Nicoll, 1967).
Edades, estados, sistemas de cosas.
Hay diversos sistemas de cosas o estados predominantes que han existido o existirán. Los que Dios produce por medio de su Hijo obviamente son sistemas de cosas justos.
Por ejemplo, por medio del pacto de la Ley, Dios inició lo que se podría llamar la época israelita o judía. Una vez más, lo que distinguió a este período de la historia (en lo que tiene que ver con las relaciones de Dios con la humanidad) fue el estado de las cosas y las características propias del pacto de la Ley. Algunas de estas características eran: el sacerdocio, los sacrificios, las reglas dietéticas y el culto en el tabernáculo y en el templo, con sus fiestas y sábados. Todos estos aspectos constituían tipos o sombras proféticos, y también configuraron una identidad nacional, que en su día incorporó la figura de un rey humano. Sin embargo, cuando Dios predijo que instituiría un nuevo pacto (Jer 31:31-34), puede decirse que en cierto sentido el viejo pacto quedó obsoleto, aunque Dios permitió que continuara en vigor durante algunos siglos más. (Heb 8:13.) Hasta el año 33 E.C. no quedó sin efecto el pacto de la Ley, clavado al madero de tormento de Su Hijo. (Col 2:13-17.)
Por esta razón, Hebreos 9:26 dice que Cristo “se ha manifestado una vez para siempre, en la conclusión de los sistemas de cosas, para quitar de en medio el pecado mediante el sacrificio de sí mismo”. Sin embargo, los rasgos distintivos de aquella edad o época judía no llegaron a su final completo hasta el año 70 E.C., cuando Jerusalén y su templo fueron destruidos y se esparció al pueblo judío. Aunque la última fortaleza de Judá (en Masada) cayó ante los romanos tres años después, es decir en 73 E.C., la calamidad del año 70 acabó permanentemente con el sacerdocio judío, los sacrificios y la adoración en el templo según estaban prescritos en la Ley, así como con la administración nacional judía que Dios había instaurado. Por esta razón, muchos años después de la muerte de Cristo, pero antes de la devastación romana de Jerusalén, el apóstol pudo decir, después de relatar ciertos sucesos históricos de la nación: “Pues bien, estas cosas siguieron aconteciéndoles como ejemplos, y fueron escritas para amonestación de nosotros a quienes los fines de los sistemas de cosas han llegado”. (1Co 10:11; compárese con Mt 24:3; 1Pe 4:7.)
Dios utilizó a Jesucristo, por medio de su sacrificio de rescate y el nuevo pacto que validó, para introducir un sistema de cosas diferente, un sistema que afectaba principalmente a la congregación de cristianos ungidos. (Heb 8:7-13.) Este nuevo pacto señaló el comienzo de una nueva época, caracterizada por las realidades prefiguradas por el pacto de la Ley. Introdujo un ministerio de reconciliación, una mayor intervención del espíritu santo de Dios y una adoración efectuada mediante un templo espiritual con sacrificios espirituales (1Pe 2:5), en lugar de un templo literal y sacrificios animales. Asimismo, introdujo revelaciones del propósito de Dios y una relación con Él que significaba una nueva manera de vivir para los que estaban bajo el nuevo pacto. Todas estas eran características del sistema de cosas que introdujo Cristo.
Edad o sistema de cosas injusto. Cuando Pablo escribió a Timoteo en cuanto a los que eran “ricos en el presente sistema de cosas”, sin duda no se refería al sistema de cosas judío o la época judía, pues en su ministerio Timoteo no se relacionó únicamente con los cristianos judíos, sino también con muchos cristianos gentiles, y la riqueza de estos no tenía nada que ver con el sistema de cosas judío. (1Ti 6:17.) Del mismo modo, al explicar que Demas le había abandonado ‘porque había amado el presente sistema de cosas’, Pablo no quería decir que Demas había amado el sistema de cosas judío, sino, más bien, el estado predominante de las cosas en el mundo en general y la manera mundana de vivir. (2Ti 4:10; compárese con Mt 13:22.)
El ai·ón, o sistema de cosas, mundano, ya había estado en existencia antes de la introducción del pacto de la Ley, continuó existiendo con el ai·ón de aquel pacto y después del fin del ai·ón (judío), o estado de cosas, que había introducido aquel pacto. El ai·ón mundano empezó algún tiempo después del Diluvio, cuando se manifestó una manera de vivir injusta caracterizada por el pecado y la rebelión contra Dios y su voluntad. Por consiguiente, Pablo podía decir también que el “dios de este sistema de cosas” cegaba las mentes de los incrédulos, refiriéndose, obviamente, a Satanás el Diablo. (2Co 4:4; compárese con Jn 12:31.) El dominio y la influencia de Satanás es lo que principalmente ha moldeado al ai·ón mundano y le ha dado sus características y espíritu distintivos. (Compárese con Ef 2:1, 2.) Comentando sobre Romanos 12:2, The Expositor’s Greek Testament (vol. 2, pág. 688) dice: “Sería desastroso para la vida cristiana incluso una conformidad aparente o superficial a un sistema controlado por tal espíritu, y más aún, una acomodación a sus caminos”. Ese ai·ón mundano tenía que seguir en existencia durante mucho tiempo después de los días del apóstol.
Por ejemplo, en Mt 13:37-43, Jesús dijo al explicar la parábola del sembrador que “el campo es el mundo [kó·smos] [...]. La siega es una conclusión de un sistema de cosas [forma de ai·ón] [...]. De manera que, así como se junta la mala hierba y se quema con fuego, así será en la conclusión del sistema de cosas”. La mayoría de las versiones utilizan “mundo” para traducir tanto kó·smos como ai·ón en estos versículos. Sin embargo, es obvio que el agricultor de la ilustración no quema el “campo” (el “mundo”), sino solo la mala hierba. De modo que lo que llega a un fin o ‘concluye’ no es el “mundo” (kó·smos) como tal, sino el “sistema de cosas” (ai·ón). La versión inglesa de George Campbell traduce estos textos de manera que dicen: “El campo es el mundo; [...] la siega es la conclusión de este estado; [...] así será en la conclusión de este estado”. (The Four Gospels, Londres, 1834.)
Jesús mostró que el trigo representaba a los verdaderos cristianos ungidos, discípulos genuinos, mientras que la mala hierba representaba a los cristianos falsos. Así que la conclusión del sistema de cosas, representada en esta ilustración por la siega, no era en este caso la conclusión del sistema de cosas judío ni la conclusión del “estado” en el que el “trigo” y la “mala hierba” crecían juntos, sino el fin del mismo sistema de cosas al que después se refirió el apóstol Pablo, es decir, el “presente sistema de cosas” señalado por la dominación satánica. (1Ti 6:17.) En otra ilustración Jesús habla de una red barredera y la separación de los peces al describir cómo “será en la conclusión del sistema de cosas”, cuando “saldrán los ángeles y separarán a los inicuos de entre los justos”. (Mt 13:47-50.) Los discípulos seguramente tenían presentes estas expresiones de Jesús cuando cierto tiempo después le hicieron la pregunta en cuanto a ‘la señal de su presencia y de la conclusión del sistema de cosas’. (Mt 24:3.) Cuando Jesús prometió a sus seguidores que estaría con ellos en la obra de hacer discípulos hasta la conclusión del sistema de cosas, tuvo que referirse a la conclusión del estado de cosas producto del dominio satánico. (Mt 28:19, 20.)
En Lucas 16:8; 1 Corintios 1:20; 2:6, 8; 3:18, y Efesios 1:21, se pueden hallar otros ejemplos de pasajes en los que ai·ón se emplea con referencia al sistema de cosas inicuo.
El sistema de cosas venidero. Jesús dijo en Mateo 12:32 que todo el que hable contra el espíritu santo no será perdonado “ni en este sistema de cosas ni en el venidero”. Estas palabras podrían entenderse como una referencia al sistema de cosas judío y al sistema de cosas que Cristo iba a introducir por medio del nuevo pacto. Sin embargo, los hechos muestran que más bien se estaba refiriendo al presente sistema de cosas inicuo y a un sistema de cosas futuro; se refería al mismo del que habló cuando prometió que los que dejaran su hogar y familia por causa del reino de Dios recibirían “muchas veces más en este período [forma de kai·rós, que significa “tiempo señalado”], y en el sistema de cosas [forma de ai·ón] venidero la vida eterna”. (Lu 18:29, 30.) En ese sistema de cosas venidero también resucitarán las personas y tendrán la oportunidad de ser hijos de Dios. (Lu 20:34, 35.) Por otra parte, en Efesios 2:7 se habla de los “sistemas de cosas venideros” (forma plural de ai·ón) en los que los cristianos ungidos, “en unión con Cristo Jesús”, experimentarán una demostración extraordinaria de la bondad inmerecida de Dios. (Compárese con Ef 1:18-23; Heb 6:4, 5.) De este modo se indica que habrá sistemas de cosas, o estados de cosas, dentro del “sistema de cosas venidero” general, tal como el sistema de cosas del pacto de la Ley fue contemporáneo y estuvo relacionado con otros sistemas, como ya se ha mostrado.
Dios ‘pone en orden los sistemas de cosas’. Pablo dice en Hebreos 11:3: “Por fe percibimos que los sistemas de cosas [plural de ai·ón] fueron puestos en orden por la palabra de Dios, de modo que lo que se contempla ha llegado a ser de cosas que no aparecen”. Son muchos los que opinan que la forma plural de ai·ón que se emplea en este pasaje es equivalente a la de Hebreos 1:2, donde Pablo dice que Jehová habló mediante su Hijo, Jesucristo, “a quien nombró heredero de todas las cosas, y mediante el cual hizo los sistemas de cosas”. El sentido del término ai·ón en estos dos pasajes se ha interpretado de muy diversas maneras.
El término griego aiṓn cuando se refiere a la situación mundial o las características que distinguen un tiempo, una época o una era en particular. Cuando en la Biblia se habla de “este sistema”, se refiere a la situación que predomina en el mundo en un momento dado y a su estilo de vida (2Ti 4:10). Con el pacto de la Ley, Dios inició un sistema que algunos llamarían la época israelita o judía. Luego se valió de Jesucristo y de su sacrificio redentor para iniciar otro sistema que afecta sobre todo a la congregación de cristianos ungidos. Esto marcó el comienzo de una nueva época en la que se hacen realidad cosas que el pacto de la Ley había representado por anticipado. Cuando se habla de “sistemas” en plural, se refiere a distintos sistemas o situaciones mundiales que existieron o existirán (Mt 24:3; Mr 4:19; Ro 12:2; 1Co 10:11). Ver CONCLUSIÓN DEL SISTEMA.
Puede interpretarse como un período de tiempo con unas características distintivas o privativas del mismo. Pablo explica en el capítulo 11 de Hebreos cómo ‘recibieron testimonio por medio de la fe los hombres de tiempos antiguos’ (vs. 2), y en versículos subsiguientes pasa a mencionar ejemplos de hombres de fe de la era antediluviana, patriarcal y del período dominado por la vigencia del pacto de la Ley. Durante estos períodos y mediante los acontecimientos inducidos, gestados o realizados en estos “sistemas de cosas”, Dios fue llevando a cabo su propósito de eliminar la rebelión y abrir el camino hacia la reconciliación con Él a todos aquellos que lo mereciesen. Aquellos hombres de la antigüedad tuvieron fe en que el Dios invisible dirigía los asuntos de manera ordenada, que era el Productor invisible de diversos sistemas de cosas y que la meta que perseguían —el “cumplimiento de la promesa”— sería realidad al debido tiempo de Dios. Por la fe que tenían, estuvieron atentos al desenvolvimiento del propósito divino, en el que se incluía el sistema de cosas que daría comienzo con el nuevo pacto, validado por el sacrificio de Jesús. (Heb 11:39, 40; 12:1, 18-28.)
Otra manera de entender el uso del término ai·ón en Hebreos 1:2 y 11:3 es como equivalente del griego kó·smos, en su acepción de mundo o universo y con relación a todo lo creado, el Sol, la Luna, las estrellas y la propia Tierra. Esta interpretación tiene el respaldo del comentario de Hebreos 11:3, que dice: “Lo que se contempla ha llegado a ser de cosas que no aparecen”. También puede interpretarse el versículo como una alusión al relato de la creación de Génesis, lo que daría un contexto lógico a la referencia que Pablo hace inmediatamente después a hombres como Abel (vs. 4), Enoc (vss. 5 y 6) y Noé (vs. 7). Por consiguiente, es posible que Pablo estuviese ampliando su explicación de la fe, refiriéndose a la existencia del vasto universo, el Sol, la Luna y las estrellas como prueba manifiesta de la existencia de un Creador. (Compárese con Ro 1:20.) ★Creador, Creación - ¿CASUALIDAD O DISEÑO? - (Serie)
En las Escrituras Hebreas. El término hebreo jé·ledh tiene un significado similar a ai·ón, y en algunos textos se refiere a la “duración de [la] vida” (Job 11:17; Sl 39:5; 89:47), pero en otros casos parece que lo importante son las características de un período de tiempo en particular, pudiéndose entonces traducir por “sistema de cosas”. (Sl 17:13, 14; 49:1.) Algunas versiones han traducido dicho término hebreo por “mundo” en estos últimos textos, pero esta manera de traducirlo no comunica su verdadero sentido, el de una época con sus características.
Los derechos de los terratenientes (heb. be`a·lím, literalmente, “dueños”) se reconocen desde tiempos antiguos. Abrahán negoció con Efrón el hitita la adquisición de un lugar donde enterrar a su esposa Sara, y finalmente compró un campo por una suma convenida; la transacción se legalizó ante los hombres de la ciudad. (Gé 23:1-20.) Durante un período de hambre en Egipto, José compró tierra para Faraón a los terratenientes egipcios a cambio de alimento. (Gé 47:20-26.) Job, el fiel siervo de Dios que residía en la tierra de Uz, tenía propiedades, entre ellas tierras, que con el tiempo legó a sus hijos e hijas. (Job 1:4; 42:15.) No obstante, Jehová es el Dueño Supremo de la Tierra, y ha demostrado que los humanos deben rendirle cuentas por el uso que dan a Su propiedad. (Sl 24:1; 50:10-12.)
En Israel. Cuando Jehová introdujo a Israel en Canaán, ejerció su derecho como Dueño y Señor del planeta para desposeer a los cananeos, que en realidad eran intrusos en aquella tierra. (Jos 3:11; 1Co 10:26.) El período que Dios les había concedido para ocuparla había concluido. Aunque más de cuatrocientos cincuenta años antes Dios había prometido a Abrahán que daría esa tierra a su descendencia, también le dijo: “Todavía no ha quedado completo el error de los amorreos [término que a veces englobaba a todas las tribus cananeas]”. (Gé 15:7, 8, 12-16.) Como dijo a los judíos el mártir cristiano Esteban, Dios “no le dio [a Abrahán] ninguna posesión heredable en ella, no, ni lo ancho de un pie; pero prometió dársela como posesión, y después de él a su descendencia, cuando todavía no tenía hijo”. (Hch 7:5.)
Israel no debía pelear guerras de conquista con el fin de ampliar su territorio anexionándose el de naciones vecinas. Por el contrario, Jehová advirtió a la nación que respetara los derechos de propiedad de ciertos pueblos a los que él había asignado la tierra que ocupaban. Estas naciones eran Edom, Moab y Ammón, emparentadas con los israelitas por descender de Esaú (Edom) y de Lot (Moab y Ammón). (Dt 2:4, 5, 9, 19.)
La Tierra Prometida tenida en usufructo. Aun cuando Dios entregó aquella tierra a los israelitas para que la disfrutaran como terratenientes, Jehová les dijo que en realidad no eran sus propietarios, sino que la tenían únicamente en usufructo. Dijo con relación a la venta de un terreno perteneciente a una familia: “Así es que la tierra no debe venderse en perpetuidad, porque la tierra es mía. Pues ustedes son residentes forasteros y pobladores desde mi punto de vista”. (Le 25:23.) Dios había expulsado de esa tierra a los cananeos a causa de sus prácticas repugnantes, y advirtió a los israelitas que si ellos caían en esas mismas prácticas, los privaría de su derecho a la tierra y los echaría. Cuando incurrieron en ellas, fueron desterrados. (Le 18:24-30; 25:18, 19; 26:27-33; Jer 52:27.) Tras permitir que su tierra permaneciera desolada durante setenta años, de 607 a 537 a.E.C., Dios los repatrió misericordiosamente, pero entonces bajo dominación gentil. Finalmente, en 70 E.C., los romanos desolaron Jerusalén y esparcieron a sus habitantes.
Dentro de la nación, ciertas tribus recibieron tierra y ciudades en el interior del territorio de otras tribus. Los sacerdotes y los levitas tenían ciudades con dehesas. (Jos 15–21.) A su vez, se asignó una posesión hereditaria a las diferentes familias de cada tribu. Estas parcelas de tierra se iban empequeñeciendo a medida que las familias las subdividían debido a que aumentaban en número. Como consecuencia, la tierra se cultivaba y explotaba a cabalidad. Las posesiones hereditarias no podían pasar de una tribu a otra. Con el fin de evitar que sucediera esto, las mujeres que heredaban tierra (debido a que no tenían hermanos), solo podían contraer matrimonio con alguien de su propia tribu, a no ser que renunciaran a su herencia. (Nú 36:1-12.)
Si un hombre moría sin hijos, su hermano (si no tenía hermanos, su pariente más cercano) podía casarse con su viuda para producir descendencia. El hombre que se casaba con ella también tenía el derecho de recomprar la herencia del difunto, en caso de que esta se hubiese vendido. (Rut 4:9, 10, 13-17.) El primogénito de la mujer no llevaría el nombre de su verdadero padre, sino el del esposo fallecido, para de este modo heredar la tierra de este y mantener vivo su nombre en Israel. (Dt 25:5, 6.)
El año de Jubileo. Dios dijo a Israel: “Nadie debería llegar a ser pobre entre ti”. (Dt 15:4, 5.) El año de Jubileo evitó, mientras el pueblo lo observó, que los israelitas se sumiesen en una situación en la que solo existieran dos clases de personas: las muy ricas y las indigentes. Cada cincuenta años (contados a partir de la entrada de Israel en Canaán) todo hombre volvía a su posesión hereditaria y recuperaba las tierras que había vendido. Debido a esta ley, el valor de la tierra iba descendiendo cada año según se aproximaba el Jubileo. De hecho, en cierto sentido, el comprador no hacía más que arrendar la tierra, y el precio que pagaba fluctuaba según las cosechas que obtuviese hasta el año de Jubileo. (Le 25:13-16, 28.) El que compraba una posesión hereditaria no siempre la conservaba hasta el Jubileo. Si el propietario original reunía el dinero suficiente, tenía el derecho de recomprarla. Además, un recomprador (pariente cercano) podía recuperarla para su dueño original. (Le 25:24-27.)
No se podía obligar a nadie a vender su propiedad. Ni siquiera existía el derecho de expropiación en Israel, como quedó patente cuando Nabot se negó a vender un campo de su propiedad al rey Acab. (1Re 21:1-4, 17-19; compárese con Eze 46:18.)
Los levitas. Con objeto de proteger a los levitas, sus campos no podían ponerse en venta, pues ellos no eran dueños de posesiones hereditarias de tierra, sino que solo se les habían dado casas en las ciudades levitas y las dehesas circundantes. Si un levita vendía su casa, conservaba el derecho de recompra, y la recobraba a más tardar en el Jubileo. (Le 25:32-34.)
Cuando la tierra daba su fruto, su Gran Propietario no debía ser relegado a un segundo plano. Por medio del diezmo se destinaba la décima parte del producto a mantener a los levitas para que desempeñaran sus importantes funciones relacionadas con la adoración de Jehová. De este modo todo Israel obtenía beneficios espirituales. (Nú 18:21-24; Dt 14:22-29.)
El santuario. El santuario de Jehová también podía poseer tierras en el sentido de tener aquellos campos que se ‘santificaban’ a Jehová; esto quería decir que su producto se destinaba al santuario durante un período de tiempo que fijaba su dueño. (Le 27:16-19.) Si un campo ‘santificado’ por su propietario no se recompraba, sino que se vendía a otra persona, pasaba a ser posesión permanente del santuario cuando llegaba el Jubileo. (Le 27:20, 21.) Además, los campos que se ‘daban por entero’ al santuario eran posesión permanente de este. (Le 27:28.)
En la congregación cristiana. La Biblia deja claro que en la congregación cristiana se reconocía el derecho a la propiedad privada. Cuando se fundó la congregación el día de Pentecostés de 33 E.C., muchos judíos y prosélitos de la religión judía se habían congregado en Jerusalén para celebrar la fiesta. Un grupo numeroso de ellos escuchó el discurso de Pedro y puso fe en Cristo. (Hch 2:1.) Por lo tanto, se quedaron para aprender más. En consecuencia, los cristianos vendieron algunas posesiones y distribuyeron los beneficios a fin de socorrer a los que estaban de visita o necesitados. Tenían “todas las cosas en común”. (Hch 2:44-46.) Esto no era una forma de socialismo o comunismo, sino que compartían voluntariamente sus bienes con objeto de fomentar la predicación de las buenas nuevas y ayudar a los que se habían interesado en ellas.
Posteriormente, por razones similares y en parte debido a la persecución que los gobernantes judíos desataron contra los cristianos, esta costumbre se mantuvo, bajo la dirección del espíritu de Dios y como expresión de su bondad inmerecida. Se vendieron algunos campos y los beneficios obtenidos se llevaron a los apóstoles, que administraban el programa de asistencia. (Hch 4:31-37.) Ahora bien, la propiedad de cada cristiano era privada, y sus derechos sobre ella, inviolables; no existía ninguna obligación de contribuir bienes al fondo común. No se consideraba que el hacerlo fuera un deber, sino un privilegio. Aquellos cristianos generosos actuaban movidos por un motivo correcto.
Sin embargo, Ananías y Safira actuaron de manera hipócrita para obtener honra y reconocimiento de los hombres. Tramaron vender un campo y entregar solo una parte del dinero a los apóstoles, asegurando al mismo tiempo que donaban generosamente todo el valor del terreno. Cuando Pedro, dirigido por espíritu santo, discernió lo que estaban haciendo, no les preguntó: ‘¿Por qué no nos dieron todo el dinero que percibieron por el campo?’, como si estuviesen obligados a hacerlo, sino que dijo: “Ananías, ¿por qué te ha envalentonado Satanás a tratar con engaño al espíritu santo y a retener secretamente parte del precio del campo? Mientras permanecía contigo, ¿no permanecía tuyo?, y después que fue vendido, ¿no continuaba bajo tu control? ¿Por qué te propusiste un hecho de esta índole en tu corazón? No has tratado con engaño a los hombres, sino a Dios”. (Hch 5:1-4.)
Unas tres horas más tarde, cuando Safira, ajena a lo ocurrido, hizo la misma alegación, Pedro replicó: “¿Por qué convinieron entre ustedes dos en poner a prueba el espíritu de Jehová?”. (Hch 5:7-9.) Su pecado consistió en que mintieron a Jehová y se mofaron de Él y de Su congregación, como si el espíritu de Dios no estuviese sobre ella. (Gál 6:7.) La cuestión no era que estuvieran regidos por algún sistema comunitario que los obligara a entregar sus bienes.
Debe reconocerse a Jehová como Dueño de todo. Como Jehová es el Dueño de toda la tierra, todo terrateniente humano tiene la obligación de respetar la propiedad que administra y aprovecharla bien. De otro modo, la arruinará y acabará por perderla. (Pr 24:30-34.) Incluso las naciones deben reconocer este hecho. (Isa 24:1-6; Jer 23:10.) Con el tiempo se arruinará a los que pasan por alto este principio. (Apo 11:18.)
La persona que reconoce que Dios es el verdadero Dueño de todo no procura adquirir tierras ávidamente o por medios impropios. (Pr 20:21; 23:10, 11.) Cuando Israel se apartó de la ley divina, Dios expresó su condena de algunos hombres al decir: “¡Ay de los que juntan casa a casa, y de los que anexan campo a campo hasta que no hay más lugar y a ustedes se les ha hecho morar solos en medio del país!”. (Isa 5:8; Miq 2:1-4.)
Por otra parte, Jesús dijo: “Felices son los de genio apacible, puesto que ellos heredarán la tierra”. (Mt 5:5; Sl 37:9, 22, 29.) Enseñó a sus seguidores a orarle a Dios: “Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”. (Mt 6:10.) Bajo la soberanía del Reino del Dueño Supremo de la Tierra, los fieles a los que se da la tierra en usufructo disfrutarán plenamente de su propiedad con seguridad absoluta. Dios indicó lo que considera condiciones apropiadas para la tenencia de tierras en las profecías de restauración que pronunció por medio de Isaías y Miqueas. Estas muestran lo que ocurrirá cuando ‘se efectúe su voluntad sobre la tierra’. Dijo con respecto a su pueblo: “Ciertamente edificarán casas, y las ocuparán; y ciertamente plantarán viñas y comerán su fruto. No edificarán y otro lo ocupará; no plantarán y otro lo comerá”. “Y realmente se sentarán, cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá nadie que los haga temblar.” (Isa 65:21, 22; Miq 4:4; véase GENTE DE LA TIERRA.)
Sacudida o movimiento brusco de la corteza terrestre causada por fenómenos internos. El sustantivo hebreo rá·`asch no se circunscribe exclusivamente a un “temblor” de tierra, o “terremoto” (1Re 19:11; Am 1:1), sino que también puede denotar los “estremecimientos” causados por un ejército al marchar (Isa 9:5, nota), el “traqueteo” de los carros de guerra (Jer 47:3), el “ruidoso sacudimiento” de la jabalina (Job 41:29) y el “golpeo” de los caballos (Job 39:24). El vocablo griego sei·smós (seísmo; terremoto) se refiere a un temblor o sacudida. (Mt 27:54; compárese con Mt 27:51; 28:4; Apo 6:13.)
A lo largo de toda la historia bíblica ocurrieron sacudidas o temblores de tierra como resultado de fuerzas geológicas naturales (Zac 14:5), o como resultado de la intervención directa de Dios bien con fines judiciales o para cumplir algún propósito relacionado con sus siervos. La naturaleza geológica de Palestina, propia de una región con actividad sísmica, explica dicha actividad en tiempos pasados y en la actualidad.
El recinto del templo de Jerusalén se halla en una zona sísmica. De hecho, la mezquita de al-Aqsa, que se halla en dicho recinto (no debe confundirse con la Cúpula de la Roca, un santuario), ha sufrido desperfectos en diversas ocasiones debido a movimientos sísmicos.
Cuando se inauguró el pacto de la Ley en Sinaí, se produjo un formidable terremoto con, al parecer, alguna actividad volcánica, lo que constituyó un marco impresionante para aquel acto. (Éx 19:18; Sl 68:8.) Jehová tuvo una intervención directa en aquella demostración de poder, pues habló desde la montaña por medio de un ángel. (Éx 19:19; Gál 3:19; Heb 12:18-21.)
La aterradora potencia destructiva de los terremotos en ocasiones ha sido prueba del juicio de Jehová contra los que quebrantan su ley. (Na 1:3-6.) Jehová se sirvió de un terremoto para ejecutar a los rebeldes Datán y Abiram, así como a la casa de Coré. El registro dice que la tierra abrió su boca y los tragó, haciéndolos descender vivos al Seol. (Nú 16:27, 32, 33.) También ocurrió un temblor de tierra antes de que Jehová corrigiese a Elías y volviera a encomendarle nuevas asignaciones de servicio. (1Re 19:11-18.) Otros terremotos han ocurrido milagrosamente para ayudar al pueblo de Jehová, como cuando Jonatán y su escudero atacaron con audacia una avanzadilla filistea. En respuesta a su fe, Jehová originó un terremoto que puso en confusión a todo el campamento filisteo, de modo que se mataron entre ellos y los sobrevivientes se dieron a la fuga. (1Sa 14:6, 10, 12, 15, 16, 20, 23.)
Hacia las tres de la tarde del día en que murió Jesús, un terremoto hendió las masas rocosas, con lo que las tumbas conmemorativas se abrieron y arrojaron los cadáveres que había en ellas. Además, la cortina del santuario del templo reconstruido por Herodes se rasgó de arriba abajo. Previamente, la tierra se había oscurecido. Hay quien opina que tal vez eso se debiese a actividad volcánica, pues suele ocurrir que el humo y la ceniza que expulsan los volcanes oscurece el cielo. Sin embargo, no existe ningún indicio de que el terremoto estuviese acompañado de una erupción volcánica. (Mt 27:45, 51-54; Lu 23:44, 45.) Otro terremoto ocurrió el día de la resurrección de Jesús, cuando un ángel descendió del cielo e hizo rodar la piedra que impedía la entrada a la tumba. (Mt 28:1, 2.) El apóstol Pablo y su compañero Silas recibieron respuesta a sus oraciones y canciones de alabanza cuando un gran terremoto abrió las puertas de la prisión y soltó las cadenas de los prisioneros. Este incidente llevó a la conversión del carcelero y su casa. (Hch 16:25-34.)
Jesús predijo que los terremotos en gran cantidad y magnitud serían una de las características de la señal de su presencia. (Mt 24:3, 7, 8; Lu 21:11.) Desde 1914 E.C. ha habido un aumento en la cantidad de terremotos que han causado mucha angustia. Tomando como base datos obtenidos del Centro Nacional de Datos Geofísicos de Boulder (Colorado, E.U.A.), así como varias obras de consulta, en 1984 se hizo un cómputo de los terremotos que habían sobrepasado una intensidad de 7,5 en la escala Richter, los que habían ocasionado daños valorados en más de cinco millones de dólares (E.U.A.) y los que habían ocasionado un centenar de muertes o más. El cómputo indicó que durante los dos mil años anteriores a 1914 habían ocurrido 856 temblores de estas características, pero que en solo los sesenta y nueve años posteriores a 1914 se habían producido 605. Esta estadística demuestra la incidencia de los terremotos durante este período de la historia.
Usos figurados y simbólicos. En las Escrituras los terremotos se emplean a menudo en sentido figurado para indicar la sacudida y derrocamiento de naciones y reinos. La antigua Babilonia confiaba en dioses falsos, como Nebo y Marduk, los cuales, según creían los babilonios, llenaban los cielos. También confiaba en gran manera en el poder de su enorme fuerza militar, pero Dios dijo en una declaración formal contra ella: “Haré que el cielo mismo se agite, y la tierra se mecerá y moverá de su lugar ante el furor de Jehová de los ejércitos”. (Isa 13:13.) Por lo que a Babilonia se refiere, debió sufrir una gran sacudida cuando su imperio cayó y su territorio dejó de pertenecerle como tercera potencia mundial, y se convirtió en una simple provincia del Imperio persa. (Da 5:30, 31.)
En otras referencias, David dice que Jehová lucha por él valiéndose de un terremoto. (2Sa 22:8; Sl 18:7.) Jehová habla de mecer los cielos y la Tierra y el mar y el suelo seco. Mecería todas las naciones para el bien de su pueblo, y, como resultado, las cosas deseables de las naciones entrarían y Él llenaría Su casa de gloria. (Ag 2:6, 7.)
El apóstol Pablo utiliza como ilustración la imponente exhibición que aconteció en Sinaí y la compara a la ocasión —mayor y más impresionante— en que la congregación cristiana de los primogénitos se reúne en el monte Sión celestial ante Dios y su Hijo, el Mediador. Prosigue con la ilustración del terremoto que hubo en Sinaí y le da una aplicación simbólica, animando a los cristianos a continuar sirviendo con valor y fe en vista de que el Reino y los que se adhieren a él podrán permanecer en pie, mientras que todas las otras cosas de los cielos y la Tierra simbólicos serán sacudidas en pedazos. (Heb 12:18-29.)
El mayor terremoto de todos, que aún está por venir, es de carácter simbólico, y se habla de él en relación con la séptima de las siete últimas plagas simbólicas de Apocalipsis. No se dice que destrozará una o dos ciudades, como han hecho algunos de los terremotos más violentos, sino “las ciudades de las naciones”. El relato de Juan sobre este cataclismo dice: “Ocurrió un gran terremoto como el cual no había ocurrido uno desde cuando los hombres vinieron a estar en la tierra, tan extenso el terremoto, tan grande. Y la gran ciudad [Babilonia la Grande] se dividió en tres partes, y las ciudades de las naciones cayeron”. (Apo 16:18, 19.)
Tercer planeta en orden de distancia al Sol y quinto en tamaño entre los que forman el sistema solar. Es un esferoide ligeramente achatado por los polos. Las observaciones desde satélites han indicado otras pequeñas irregularidades en la forma de la Tierra. Su masa es aproximadamente de 5,98 × 1024 Kg. y tiene una superficie de 510.000.000 Km.2 Las medidas aproximadas de la Tierra en el ecuador son: circunferencia, un poco más de 40.000 Km.; diámetro, 12.750 Km. Los océanos y los mares cubren aproximadamente el 71% de su superficie, dejando unos 149.000.000 Km.2 de tierra seca.
La Tierra gira sobre su eje, dando lugar al día y a la noche. (Gé 1:4, 5.) El día solar o aparente es un período de 24 horas, el tiempo que le toma a un observador situado en cualquier punto de la Tierra estar de nuevo en la misma posición con relación al Sol. El año solar, con sus cuatro estaciones, es el intervalo entre dos regresos consecutivos del Sol al equinoccio vernal, equivalente a 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos como promedio. Esta es la duración del año que se utiliza en los calendarios solares, y su naturaleza fraccionaria ha causado muchos problemas en la confección de calendarios exactos.
El eje de la Tierra tiene una inclinación de 23° 27’ con respecto a la perpendicular de la órbita terrestre. El efecto giroscópico de la rotación mantiene al eje de la Tierra básicamente en la misma dirección con respecto a las estrellas, independientemente de su ubicación en su órbita alrededor del Sol. Esta inclinación del eje de la Tierra da lugar a las estaciones. La atmósfera de la Tierra, compuesta principalmente de nitrógeno, oxígeno, vapor de agua y otros gases, se eleva a más de 960 Km. de la superficie terrestre. Más allá se encuentra lo que se denomina “espacio cósmico”.
Términos bíblicos y su significado. La palabra que se usa para Tierra en las Escrituras Hebreas es `é·rets. Este término se refiere a: 1) la tierra en oposición al cielo o firmamento (Gé 1:2); 2) región, país, territorio (Gé 10:10); 3) el suelo, la superficie del suelo (Gé 1:26), y 4) los habitantes del globo (Gé 18:25).
La palabra `adha·máh se traduce “suelo; tierra”. `Adha·máh significa: 1) el suelo cultivado como medio de subsistencia (Gé 3:23); 2) porción de terreno, bienes raíces (Gé 47:18); 3) la tierra en cuanto sustancia material, terreno (Jer 14:4; 1Sa 4:12); 4) el suelo en el sentido de superficie visible de la tierra (Gé 1:25); 5) tierra, territorio, país (Le 20:24), y
★“Tierra habitada”:
Lit.: “la habitada”. Gr.: oi·kou·mé·nen, tei oi·kou·mé·nei, fem. sing., refiriéndose a toda la tierra (Gé 12:3). Lat.: ór·bem, “círculo”, u·ni·vér·so ór·bi, “el círculo entero”, ór·bem tér·rae, “círculo de la tierra”. En las Escrituras Griegas Cristianas, el término oi·kou·mé·në siempre se refiere a nuestra Tierra poblada por seres humanos, nunca a un mundo celestial. (Compárese con Mateo 24:14; Lucas 2:1; 21:26; Hechos 17:31; Véase Isa 13:11, n. (w95 1/4 6) Parece ser que `adha·máh está relacionada etimológicamente con la palabra `a·dhám, pues al primer hombre Adán se le formó del polvo del suelo. (Gé 2:7.)
Oi·kou·mé·në, que en la Versión Valera de 1960 se traduce “mundo” en la mayoría de los textos en que aparece, significa “tierra habitada”. (Mt 24:14; Lu 2:1; Hch 17:6; Apo 12:9.)
★“Tierra productiva”:
Terreno productivo. Heb.: te·vél, te·vélla, wethe·vél; LXX Gr.: oi·kou·mé·nei, “tierra habitada”; Vgc(lat.): ór·bem tér·rae, ór·bis “círculo” ter·rá·rum, “círculo de la tierra entera”, es decir, de la tierra. como lugar fértil y poblado, el globo terráqueo habitable (rs 42 párr. 1). Véase Mt 24:14, n: “Habitada”; “Tierra habitada”.
En las Escrituras Griegas guë se emplea para tierra en el sentido de suelo cultivable. (Mt 13:5, 8.) Se usa para designar la tierra, el material del que se formó a Adán (1Co 15:47); el globo terráqueo (Mt 5:18, 35; 6:19); la Tierra como morada de los seres humanos y los animales (Lu 21:35; Hch 1:8; 8:33; 10:12; 11:6; 17:26); tierra, país, territorio (Lu 4:25; Jn 3:22); el suelo (Mt 10:29; Mr 4:26), y la tierra seca, la ribera, en contraste con los mares o aguas. (Jn 21:8, 9, 11; Mr 4:1.)
El sentido que tenga cada uno de estos términos estará determinado por la forma que adopte el vocablo del idioma original y, en particular, por el contexto en que se utilice.
Los hebreos dividían la Tierra en cuatro partes o regiones, que correspondían a los cuatro puntos cardinales. En las Escrituras Hebreas, las palabras “ante” y “enfrente de” se emplean para designar el “este”, y así es como se traducen (Gé 12:8); “la zaga [detrás]” puede significar “oeste” (Isa 9:12); “el lado de la derecha” se refiere al “sur” (1Sa 23:24), y “la izquierda” se puede traducir por “norte”. (Job 23:8, 9; compárese con BJ.) A veces se empleaba en hebreo la expresión salida del sol para referirse al “este” (Jos 4:19), y para el oeste, la puesta del sol. (2Cr 32:30.) También se utilizaban accidentes geográficos. Como el mar Mediterráneo constituía casi la totalidad del límite occidental de Palestina, el “Mar [Mediterráneo]” se utilizaba a veces para referirse al O. (Nú 34:6.)
Creación. La Biblia explica cómo llegó a existir el planeta con la simple declaración: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra”. (Gé 1:1.) No se dice, sin embargo, cuándo fue ese principio en el que se crearon los cielos estrellados y la Tierra. Por lo tanto, no hay ninguna base para que los estudiantes de la Biblia discutan los cálculos científicos sobre la edad del planeta. Los científicos calculan que algunas rocas tienen tres mil quinientos millones de años y que la Tierra misma tiene de cuatro mil millones a cuatro mil quinientos millones de años o más.
Las Escrituras son más específicas al hablar de los seis días creativos del relato de Génesis. Estos días no tienen que ver con la creación de la materia de la Tierra, sino con su preparación para que pudiera habitarla el hombre.
La Biblia no reveló si Dios creó vida en algún otro planeta del universo. No obstante, los astrónomos no han encontrado hasta la fecha prueba de que exista vida en ninguno de esos planetas y, es más, no saben de ningún planeta aparte de la Tierra que pueda mantener la vida de criaturas materiales.
Propósito. Al igual que todas las otras creaciones, la Tierra llegó a existir a causa de la voluntad de Jehová (“querer”, TA; “designio”, NBE), según Apocalipsis 4:11, y fue creada para permanecer para siempre. (Sl 78:69; 104:5; 119:90; Ec 1:4.) Dios se presenta a sí mismo como un Dios de propósito, y dice que lo que se propone se realizará sin falta. (Isa 46:10; 55:11.) Jehová dejó muy claro cuál era su propósito para la Tierra cuando dijo a la primera pareja humana: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla, y tengan en sujeción los peces del mar y las criaturas voladoras de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra”. (Gé 1:28.) No había ningún defecto en la Tierra ni en lo que se encontraba sobre ella. Habiendo creado todas las cosas necesarias, Jehová vio que todo era “muy bueno”, y “procedió a descansar” o desistir de otras obras creativas relacionadas con la Tierra. (Gé 1:31–2:2.)
La morada del hombre sobre la Tierra también es permanente. De la ley que Dios dio al hombre concerniente al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, se infiere que el hombre podía vivir en la Tierra para siempre. (Gé 2:17.) Las propias palabras de Jehová nos aseguran que “todos los días que continúe la tierra, nunca cesarán siembra y cosecha, y frío y calor, y verano e invierno, y día y noche” (Gé 8:22), y que nunca volverá a destruir a toda carne por medio de un diluvio. (Gé 9:12-16.) Jehová dice que no creó la Tierra para nada, sino que la ha dado a los hombres como hogar, y que la muerte finalmente será eliminada. Por lo tanto, el propósito de Dios es que la Tierra sea la morada del hombre en perfección, felicidad y con vida eterna. (Sl 37:11; 115:16; Isa 45:18; Apo 21:3, 4.)
La Biblia indica que este es el propósito de Jehová Dios, sagrado e inmutable para Él, al decir: “Y para el día séptimo Dios vio terminada su obra que había hecho [...]. Y Dios procedió a bendecir el día séptimo y a hacerlo sagrado, porque en él ha estado descansando de toda su obra que Dios ha creado con el propósito de hacer”. (Gé 2:2, 3.) El relato de Génesis no dice que el séptimo día, o día de descanso, terminara, como en el caso de los otros seis días. El apóstol Pablo explicó que el séptimo día continuó durante toda la historia israelita hasta su propio tiempo y que aún no había terminado. (Heb 3:7-11; 4:3-9.) Dios dice que apartó el séptimo día como día sagrado para Él. Jehová llevaría a cabo su propósito para la Tierra; se cumpliría por completo durante ese día, sin necesidad de más obras creativas con relación a la Tierra durante ese tiempo.
Tierra de la condición de fugitivo. Una tierra que estaba al “este de Edén” y en la que Caín se puso a morar como asesino condenado. (Gé 4:16.) La palabra hebrea nohdh (condición de fugitivo) se deriva de la raíz nudh, que en una de sus formas se traduce “fugitivo” en los versículos 12 y 14. Se desconoce la ubicación de esta tierra.
La armonía de la Biblia con los hechos científicos. La Biblia dice en Job 26:7 que Dios está “colgando la tierra sobre nada”. La ciencia afirma que la Tierra permanece en su órbita en el espacio principalmente debido a la interacción de la gravedad y la fuerza centrífuga. Estas fuerzas, naturalmente, son invisibles. Por lo tanto, la Tierra, al igual que otros cuerpos celestes, está suspendida en el espacio como si colgara de la nada. Hablando desde el punto de vista de Jehová, el profeta Isaías escribió bajo inspiración: “Hay Uno que mora por encima del círculo de la tierra, los moradores de la cual son como saltamontes”. (Isa 40:22.) En la Biblia también se registra: “[Dios] ha descrito un círculo sobre la haz de las aguas”. (Job 26:10.) Las aguas están limitadas a su propio lugar por decreto del Creador. No suben e inundan la tierra, ni tampoco se elevan hacia el espacio. (Job 38:8-11.) Desde el punto de vista de Jehová, la faz de la Tierra o la superficie de las aguas tendrían una forma circular, tal como el contorno de la Luna nos parece circular a nosotros. Antes de que apareciesen las masas de tierra seca, la superficie de todo el globo era una masa circular (esférica) de aguas agitadas. (Gé 1:2.)
Los escritores de la Biblia a menudo hablan desde el punto de vista del observador que está sobre la Tierra o desde su posición geográfica particular, como nosotros solemos hacer hoy día. Por ejemplo, la Biblia menciona “la salida del sol”. (Nú 2:3; 34:15; BJ.) En el pasado algunos se valieron de expresiones como esta para desacreditar la validez científica de la Biblia, alegando que los hebreos creían que la Tierra era el centro de todo lo que existía, y que el Sol giraba alrededor de ella. Pero en ningún lugar expresaron los escritores de la Biblia tal creencia. Estos críticos pasan por alto el que ellos mismos emplean expresiones idénticas y que estas aparecen en sus calendarios. Es común oír decir: “el Sol sale” o “el Sol se ha puesto”, y se usa asimismo la expresión “el recorrido del Sol”. La Biblia también habla de “la extremidad de la tierra” (Sl 46:9), “los cabos de la tierra” (Sl 22:27), “las cuatro extremidades de la tierra” (Isa 11:12), “los cuatro ángulos de la tierra” y “los cuatro vientos de la tierra” (Apo 7:1; 20:8). Estas expresiones no pueden utilizarse para demostrar que los hebreos entendían que la Tierra era cuadrada. El número cuatro a menudo se usa para denotar lo que es completo, así como los cuatro puntos cardinales cubren toda la Tierra, y a veces empleamos las expresiones “hasta los cabos de la Tierra”, “todos los rincones de la Tierra” y “a los cuatro vientos” en el sentido de abarcar todo el planeta. (Compárese con Eze 1:15-17; Lu 13:29.)
Expresiones figurativas y simbólicas. En varias ocasiones se habla de la Tierra de manera figurada. En Job 38:4-6 se la asemeja a un edificio cuando Jehová le formula preguntas a Job sobre la creación y administración de la Tierra, preguntas que obviamente él no puede responder. Jehová también usa una expresión figurativa al hablar del resultado de la rotación de la Tierra, cuando dice: “[La Tierra] se transforma como barro bajo un sello”. (Job 38:14.) En tiempos bíblicos, algunos sellos para “firmar” documentos tenían forma de rodillo y llevaban grabado el emblema del escritor. Estos sellos se hacían rodar sobre el documento de barro blando o su envoltura, y dejaban una impresión en su superficie. De manera similar, cuando amanece, la parte de la Tierra que sale de la oscuridad de la noche va cobrando forma y color a medida que el Sol ilumina su superficie. Los cielos, la ubicación del trono de Jehová, por ser más altos que la Tierra, tienen a esta, de manera figurada, como su escabel. (Sl 103:11; Isa 55:9; 66:1; Mt 5:35; Hch 7:49.) Se dice que los que se encuentran en el Seol o Hades, la sepultura común de la humanidad, están debajo de la tierra. (Apo 5:3.)
El apóstol Pedro compara los cielos y la Tierra literales (2Pe 3:5) con los cielos y la tierra simbólicos. (2Pe 3:7.) “Los cielos” del versículo 7 no significan la propia morada de Jehová, el lugar de su trono en los cielos, pues los cielos de Jehová no pueden ser sacudidos. Tampoco es la “tierra” de este versículo el planeta Tierra literal, pues Jehová dice que ha establecido la Tierra firmemente. (Sl 78:69; 119:90.) Sin embargo, Dios dice que sacudirá tanto los cielos como la tierra (Ag 2:21; Heb 12:26), que los cielos y la tierra huirán de delante de Él y que se establecerán nuevos cielos y una nueva tierra. (2Pe 3:13; Apo 20:11; 21:1.) Es evidente que los “cielos” son simbólicos y que la “tierra” se refiere de manera simbólica a la sociedad de personas que viven sobre la Tierra, como en el Salmo 96:1. (Véase CIELO - [Nuevos cielos y nueva tierra].)
La tierra también se emplea para simbolizar los sectores más sólidos y estables de la humanidad. Por otra parte, con la agitación característica del mar se representan los sectores inestables y agitados. (Isa 57:20; Snt 1:6; Jud 13; compárese con Apo 12:16; 20:11; 21:1.)
Juan 3:31 dice que el que viene de arriba es más alto que el que procede de la tierra (guë). La palabra griega e·pí·guei·os, “terrestre” o “terrenal”, se emplea para denotar cosas físicas, terrenales, especialmente en contraste con las celestiales, y el hecho de que sean más bajas o de un material menos elevado. El hombre está hecho de material terrestre. (2Co 5:1; compárese con 1Co 15:46-49.) No obstante, puede agradar a Dios llevando una vida “espiritual”, una vida dirigida por Su Palabra y Su espíritu. (1Co 2:12, 15, 16; Heb 12:9.) Debido a la caída de la humanidad en el pecado y su tendencia a las cosas materiales en detrimento de las espirituales (Gé 8:21; 1Co 2:14), el término “terrenal” puede tener una connotación negativa, y significar “corrupto” o “en oposición al espíritu”. (Flp 3:19; Snt 3:15.)
“La tierra” en Apocalipsis 16:2 simboliza el sistema político aparentemente estable que Satanás empezó a edificar aquí en la Tierra allá en el tiempo de Nemrod, hace más de 4.000 años. (Apocalipsis 8:7.)
¿A qué velocidad viajamos a través del espacio?
★El universo conocido sigue expandiéndose supuestamente desde un punto de partida o “Big Bang” a una velocidad cada vez mayor, actualmente de 73,2 km/s por kiloparsec (un kiloparsec equivale a 3262 años luz).
★En el hipotético caso de que la Tierra detuviera bruscamente su movimiento de rotación, todos nosotros saldríamos lanzados hacia el espacio a la velocidad de 1.675 km./h. ★La luna orbita en torno a la Tierra a una velocidad media de 3.700 Kilómetros por hora. Completa su órbita aproximadamente en unos 28 días. ★Las tres velocidades sumadas, serian aproximadamente 2 millones de km/h (2.000.000 km/h) o lo que es lo mismo 555 km/seg, eso equivaldría a cruzar España en 2 segundos. ★La Tierra gira sobre su propio eje una vez cada 23 horas, 56 minutos y 4,1 segundos. ★La Tierra junto con nuestro sistema solar orbita alrededor del centro de nuestra Galaxia "La Vía Láctea" a 810.000 Km./h. completa su órbita en 225 millones de años. ★La Tierra se desplaza en traslación alrededor del Sol a la velocidad aproximada de 30 km/s., a 107.227 km/h, (66.600 millas) y se tarda en una rotación completa 365,26 días. ★La Vía Láctea, a su vez, se mueve en el espacio, rumbo de colisión con Andrómeda, a una velocidad de 230.000 km/h. ★Nuestro Sistema Solar rota alrededor del centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea a una velocidad de 810.000 km/h. y se tarda en una rotación completa 200 millones de años. ★Todo cuerpo (micro o macroscópico) está dentro de uno más grande que lo transporta con su propia dinámica. ★Un punto del ecuador gira a razón de un poco más de 1.675 Km./h y un punto de la Tierra a 45° de altitud N, gira a unos 1.073 Km./h. |
“La bacteria del buen humor”
Hay una bacteria que vive en la tierra que nos hace más felices y menos ansiosos Una bacteria que vive en la tierra, llamada Mycobacterium vaccae, es capaz de disminuir la ansiedad y mejorar la función cognitiva en las personas, según varios estudios. Algo que sugiere que el contacto con entornos naturales es beneficioso para nuestra salud. Según nos cuenta Educate Inspire Change, los beneficios de esta bacteria fueron descubiertos, por accidente, por Mary O'Brien, oncóloga del Royal Marsden Hospital de Londres (Reino Unido). Ella fue la primera que utilizó Mycobacterium vaccae en pacientes con cáncer de pulmón en un intento de aliviar sus síntomas. No obstante, durante el tratamiento, también notó un aumento en la alegría, la felicidad y una mejora en el estado de ánimo en general de los pacientes que, al mismo tiempo, experimentaron menos náuseas y dolor. Christopher Lowry, un neurocientífico de la Universidad de Bristol (Reino Unido), inyectó Mycobacterium vaccae en ratones y notó un aumento en los niveles de citoquinas, que en última instancia producen serotonina. Lowry explicaba que la bacteria "tuvo exactamente el mismo efecto que los medicamentos antidepresivos". Más inteligencia Otros dos investigadores, Dorothy Matthews y Susan Jenkins, de The Sage Colleges, en Nueva York, alimentaron a ratones con sándwiches de mantequilla de cacahuete mezclados con tierra. Los animales, aparte de disfrutar del banquete, mostraron un pensamiento más claro al navegar por un laberinto. Los niveles de ansiedad disminuyeron y los efectos duraron hasta tres semanas. Según la Universidad Autónoma de Barcelona, podría ser una buena herramienta en el tratamiento de la dermatitis atópica, el asma y el cáncer: "De nuestro estudio, podemos decir que definitivamente es bueno estar al aire libre, es bueno tener contacto con estos organismos. Puede disminuir la ansiedad y mejorar la capacidad de aprender nuevas tareas", comparte Matthews. |
“Nadie Podrá Destruirte Mamá”
Imagínate que un día llegas a tu casa y no hay agua para bañarte, esta todo tan saturado de basura que no puedes caminar o descansar en algún lado. Imagina el hedor y las mosca tan impresionantemente desagradables que se desprenderían de tanta suciedad. “En la actualidad hay pruebas científicas contundentes de que nuestra madre Tierra no será capaz de resistir por mucho más tiempo el trato despiadado e incontrolado de sus hijos.” La naturaleza no deja de gritar por socorro, pues precisamente eso es lo que esta pasando mundialmente, pero estamos tan distraídos con el ensordecedor ruido de la vida consumista, ansiosos de distracción y de adquirir más y más como para prestarle atención. Y precisamente por esta avaricia y descuido aceleramos el proceso de destrucción de nuestro medio ambiente, provocando sequías e inundaciones y otras catástrofes que nos despertarán demasiado tarde. “Un pájaro posado en un árbol nunca tiene miedo a que la rama se rompa, porque su confianza no está en la rama, sino en sus propias alas”. Pero nosotros no podemos volar, y aunque supiéramos, ¿Dónde nos posaríamos?
Una vez se agote el agua en el planeta, ni lágrimas nos quedarán para lamentarnos. Está comprobado que los humanos no parecemos querer y menos poder solucionar la situación que nosotros mismos con nuestra supuesta “sabiduría” hemos causado, pero existe alguien, si nuestro “Padre” y propietario, quien dijo hace mucho tiempo que la protegería si sus hijos no la respetaban (Sl 37:11, 29; Sl 104:5; Ec 1:4; Isa 24:5, 6; Isa 45:18; Da 2:44; Mt 6:10; Apo 11:18). |