Dolencias, Enfermedades y su Tratamiento |
Expulsión de un embrión o feto antes de que sea capaz de vivir por sí mismo. Puede ser espontáneo o provocado. El primero cursa de modo natural, independiente de la voluntad, mientras que el segundo se define como la interrupción deliberada del embarazo con la muerte del feto. En la Biblia no se distingue entre aborto espontáneo y provocado; el término se usa en un sentido más amplio e intercambiable. La palabra hebrea scha·kjál, que significa ‘sufrir un aborto’ (Éx 23:26), también se traduce ‘privar’ (Dt 32:25), ‘privar de hijos’ (Le 26:22), ‘abortar’ (Os 9:14) y ‘resultar sin fruto’ (Mal 3:11). La voz hebrea yoh·tsé´th, vertida “aborto” en Salmo 144:14, viene de una raíz que significa “salir”. (Compárese con Gé 27:30.) Las expresiones “aborto” y “uno que nace prematuramente” (Sl 58:8; Ec 6:3) vierten la palabra hebrea né·fel, procedente de la raíz na·fál, cuyo significado es “caer”. (Compárese con Isa 26:18.)
El aborto espontáneo puede deberse a un accidente, una enfermedad infecciosa, tensión mental, esfuerzo físico o también a una debilidad orgánica general de la madre. Las aguas cercanas a Jericó causaban muertes y abortos hasta que las sanó Eliseo, el profeta de Jehová. (2Re 2:19-22.)
La provocación deliberada de un aborto por medios artificiales, fármacos o intervención quirúrgica, con el único propósito de evitar el nacimiento de un hijo no deseado, es un crimen a la vista de Dios. La vida, como don precioso del Creador, es sagrada. Por eso, la ley que Dios dio a Moisés protegía la vida del niño no nacido más que solo del aborto criminal, pues si en una reyerta entre hombres, una mujer embarazada o su hijo sufrían un accidente mortal, ‘entonces tenía que darse alma por alma’. (Éx 21:22-25.) Por supuesto, antes de aplicar el castigo, los jueces tomaban en consideración las circunstancias y el grado de premeditación. (Compárese con Nú 35:22-24, 31.) No obstante, el Dr. J. Glenn recalcó la seriedad de cualquier intento deliberado de causar daño al comentar: “El embrión viable en el útero ES un individuo humano, y, por lo tanto, su destrucción es una violación del sexto mandamiento”. (The Bible and Modern Medicine, 1963, pág. 176.)
El fruto del vientre es una bendición de Jehová. (Le 26:9; Sl 127:3.) Por eso, cuando Dios prometió prosperidad a Israel, garantizó que sus mujeres culminarían con éxito el embarazo y darían a luz hijos, al decir: “No existirá mujer que sufra aborto ni mujer estéril en tu tierra”. (Éx 23:26.) Por otra parte, como se indica en la oración del justo, el que las matrices de los enemigos de Dios abortaran y estos llegaran a ser como abortos que nunca contemplan el Sol sería una prueba de la desaprobación divina. (Sl 58:8; Os 9:14.)
En su miseria, Job pensó que hubiera sido mejor haber sido un “aborto escondido”. “¿Por qué desde la matriz no procedí a morir?”, clamó este hombre atormentado. (Job 3:11-16.) Salomón también dijo que le va mejor a un feto expulsado prematuramente que a la persona que vive mucho tiempo, pero que nunca llega a disfrutar de la vida. (Ec 6:3.)
El aborto contagioso, enfermedad caracterizada por el nacimiento prematuro, puede darse en el ganado vacuno, caballar, lanar y cabrío. En los días de los patriarcas Jacob y Job ya se conocía el aborto accidental, debido a descuido o a enfermedad, de los animales domésticos. (Gé 31:38; Job 21:10.)
En 1 Corintios 15:8 Pablo habla de haber “Nacido prematuramente”, (“a un abortivo”. Lat.: a·bor·tí·vo.)
Fue como si se hubiera resucitado prematuramente a Saulo a la vida espiritual y pudiera ver al Señor glorificado siglos antes del tiempo previsto para la resurrección.
Aboga por la vida
¿Parece razonable aceptar un aborto en los siguientes casos? 1. El padre es asmático, la madre tuberculosa. Tienen cuatro hijos. El primero es ciego, el segundo es sordo, el tercero está muerto y el cuarto tiene tuberculosis. La madre está embarazada de nuevo. ¿Recomendarías el aborto en esta situación? 2. Un hombre blanco viola a una niña negra de 13 años y ésta se embaraza. Si fueras el padre de esta joven, ¿le recomendarías el aborto? 3. Una joven está embarazada; no está casada y su prometido no es el papá del niño que está esperando. ¿Le recomendarías que abortara? Si contestaste que Si en alguna de las situaciones anteriores lee lo siguiente:
1. En el primer caso hubieras matado a "Beethoven". |
Por lo general, se llama accidentes a los sucesos imprevistos que resultan de la ignorancia, negligencia o eventos inevitables y que causan pérdidas o desgracias. La palabra hebrea `a·sóhn significa literalmente “una curación” y se emplea como eufemismo de “un accidente mortal”. (Compárese con Gé 42:4, nota.) El término hebreo miq·réh, derivado de una raíz que significa “encontrar; acaecer” (Gé 44:29; Dt 25:18), no solo se vierte “accidente” (1Sa 6:9), sino también “suceso resultante” (Ec 2:14, 15; 3:19) y “por casualidad”. (Rut 2:3.)
Jacob temía que a su amado hijo Benjamín le acaeciera un accidente mortal si le permitía ir a Egipto con sus hermanos. (Gé 42:4, 38.) Los filisteos devolvieron el arca de Jehová para determinar si la plaga de hemorroides que sufrían provenía en realidad de Jehová o era solo “un accidente”. (1Sa 6:9.) Salomón reconoció que cualquiera podía ser víctima del suceso imprevisto. (Ec 9:11.)
La ley mosaica diferenciaba entre accidente mortal y el que no lo era. (Éx 21:22-25.) También distinguía entre asesinato y homicidio involuntario. Para el primero, se imponía la pena capital; para los culpables de homicidio accidental, se crearon las ciudades de refugio. (Nú 35:11-25, 31; véase CIUDADES DE REFUGIO.) La Ley aplicaba tanto a los israelitas nativos como a los residentes forasteros, y daba instrucciones referentes a los sacrificios necesarios para expiar los pecados accidentales o involuntarios. (Le 4:1-35; 5:14-19; Nú 15:22-29.)
El anillo del Rey
Érase una vez un rey que decidió reunir a todos los sabios de su corte y les dijo: «He mandado hacer un precioso anillo con un diamante dentro. Quiero guardar oculto dentro del anillo, un mensaje que pueda ayudarme en los momentos de desesperación o desorientación. Tiene que ser un mensaje corto, de forma tal, que quepa debajo del diamante de mi anillo». Todos aquellos que escucharon los deseos del Rey eran grandes sabios, eruditos que podrían haber escrito grandes tratados … pero ¿pensar en un mensaje que contuviera dos o tres palabras y que cupiera debajo del diamante de un anillo? Muy difícil. Igualmente pensaron, y buscaron en sus libros, sin encontrar nada que se ajustara a los deseos del rey. El rey tenía un sirviente muy querido y próximo a él. Este hombre, había sido también sirviente de su padre, y había cuidado de él, cuando su madre había muerto. El rey sentía un enorme respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y éste dijo:
«No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje.» En ese momento el anciano escribió en un diminuto papel el mencionado mensaje. Lo dobló y se lo entregó al rey. «Pero no lo leas.» – dijo. Mantenlo guardado en el anillo. Ábrelo sólo cuando no encuentres salida a una situación». (Ec 9:11.) Ese momento no tardó en llegar porque el país fue invadido y su reino se vió amenazado. Estaba huyendo a caballo para salvar su vida, mientras sus enemigos lo perseguían. Estaba solo, y los perseguidores eran numerosos. En un momento, llegó a un lugar donde el camino se acababa y frente a él, había un precipicio. No podía volver atrás porque el enemigo le cerraba el camino. Podía escuchar el trote de los caballos, las voces, la proximidad de sus perseguidores. Fue entonces, cuando recordó el anillo. Sacó el papel, lo abrió y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso para el momento. Simplemente decía: «ESTO TAMBIÉN PASARÁ« En ese momento fue consciente que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino. Pero lo cierto, es que lo rodeó un inmenso silencio. Ya no se sentía el trotar de los caballos. El rey se sintió profundamente agradecido al sirviente y al maestro desconocido. Esas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a guardarlo en el anillo, reunió nuevamente sus ejércitos y reconquistó su reino. El día de la victoria, hubo una gran celebración y el rey se sentía muy orgulloso de sí mismo. En ese momento, el anciano estaba a su lado y le dijo:
«Apreciado rey, ha llegado el momento de que leas nuevamente el mensaje del anillo». El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: «ESTO TAMBIÉN PASARÁ» Y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba. Pero el orgullo, el ego, había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje: Lo malo es tan transitorio como lo bueno. Reflexión: “Esto también pasará” es una frase que tiene un gran significado detrás. Nos ayuda a darnos cuenta que todo pasa, todo es transitorio. Ningún acontecimiento ni ninguna emoción son permanentes. (1Co. 10:13.) Darnos cuenta de esto nos ayuda a vivir las situaciones de una forma distinta: saber que los malos momentos, aquellas situaciones difíciles que muchas veces se escapan de nuestro control, los fracasos, los momentos en los que pensamos que no hay salida… no serán para siempre, sino que son algo transitorio nos aporta energía y confianza para seguir adelante, incluso para atrevernos a investigar qué podemos hacer para cambiarlo; ayudándonos a salir de ese círculo de inactividad, culpa o derrota y buscar nuevas opciones y alternativas. Pasa lo mismo con los momentos buenos: saber que no siempre estarán ahí, nos ayuda a fijarnos más en ellos, disfrutar de esos momentos, que muchas veces, al pensar que siempre estarán, no les damos la importancia suficiente o creemos que “nos pertenece y tenemos derecho a ellos”. (Isa 30:15.) Tanto los buenos momentos como los malos son una oportunidad de aprendizaje: de ti depende aprovecharlo. Todo pasa, y depende de uno mismo decidir cómo actuar mientras eso pasa. |
Las palabras hebrea y griega para “ciego” son `iw·wér y ty·flós, respectivamente, y las dos se usan tanto en sentido literal como figurado. (Dt 27:18; Isa 56:10; Mt 15:30; 23:16.)
Esta dolencia al parecer era muy común en el antiguo Oriente Medio. Además de las muchas referencias a esta enfermedad que hay en la Biblia, encontramos numerosas alusiones a ella en la literatura extrabíblica —el Papiro de Ebers de Egipto, por ejemplo—, donde se habla de varias clases de ceguera, sus síntomas, las lociones que se prescribían y algunos de los instrumentos quirúrgicos que se utilizaban en su tratamiento. La ley israelita del talión requería alma por alma, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano y pie por pie. Esta ley no solo recalcaba la santidad de la vida, sino que también grababa con fuerza en los israelitas la necesidad de tener extremada cautela a fin de evitar causar daño al semejante y asegurarse de que cualquier testimonio que presentasen ante el tribunal fuese verdadero y exacto, pues quien diese un falso testimonio sufriría el mismo castigo que le hubiese acarreado a la persona inocente. (Éx 21:23, 24; Dt 19:18-21; Le 24:19, 20.) Si un esclavo perdía un ojo por culpa de su amo, al amo no se le sacaba un ojo en compensación, pero al esclavo se le ponía en libertad. (Éx 21:26.) De modo que a pesar de que se podía exigir de los esclavos que trabajasen y hasta se les podía pegar si se rebelaban, el amo tendría en cuenta no ser excesivamente severo.
Los asirios y los babilonios tenían por costumbre sacarles los ojos a los que derrotaban en la guerra. Los filisteos cegaron a Sansón, y Nabucodonosor, al rey Sedequías. (Jue 16:21; 2Re 25:7; Jer 39:7.) Nahás, el rey ammonita, dijo que aceptaría la rendición de la ciudad galaadita de Jabés con la siguiente condición: “Perforar y sacarles todo ojo derecho, y tengo que poner eso como oprobio a todo Israel”. (1Sa 11:2; véase Nahás.)
La Biblia registra varios casos de ceguera en los que los ojos se habían “oscurecido” o “quedado fijos” debido a edad avanzada o senectud y no a enfermedad. Por esta causa, Isaac dio su bendición a Jacob, quien era merecedor de ella. El sumo sacerdote Elí empezó a perder la vista antes de que le alcanzara la muerte a los noventa y ocho años. La esposa de Jeroboán planeó aprovecharse de la ceguera del anciano profeta Ahíya, pero Jehová frustró este ardid. (Gé 27:1; 1Sa 3:2; 4:14-18; 1Re 14:4, 5.) Sin embargo, se dice de Moisés que a la edad avanzada de ciento veinte años “su ojo no se había oscurecido”. (Dt 34:7.)
Jehová, el creador del ojo, también puede causar ceguera. (Éx 4:11.) Advirtió a la nación de Israel que en caso de que rechazase sus estatutos y violase su pacto, traería sobre ella “fiebre ardiente, haciendo fallar los ojos”. (Le 26:15, 16; Dt 28:28.) Se hirió con ceguera a los hombres inicuos de Sodoma y al hechicero Elimas. (Gé 19:11; Hch 13:11.) Una luz brillante cegó a Saulo de Tarso cuando Jesús se le apareció “como si fuera a uno nacido prematuramente”. Más tarde, recobró la vista cuando Ananías puso las manos sobre él y “cayó de los ojos de él lo que se parecía a escamas”. (1Co 15:8; Hch 9:3, 8, 9, 12, 17, 18.) En la declaración profética de Zacarías, Jehová advierte que los caballos de aquellos que irían contra Jerusalén serían heridos con la pérdida de la vista (Zac 12:4), y que en el día que pertenece a Jehová, todos los pueblos que realmente hicieran servicio militar contra Jerusalén experimentarían una plaga en la que sus mismos ojos ‘se pudrirían en sus cuencas’. (Zac 14:1, 12.)
La ceguera de las fuerzas militares sirias por la palabra de Eliseo debió ser de naturaleza mental. Si todos los soldados se hubiesen quedado ciegos, se les habría tenido que llevar de la mano, pero el relato tan solo informa que Eliseo les dijo: “Este no es el camino, y esta no es la ciudad. Síganme”. En su obra Principles of Psychology (1981, vol. 1, pág. 59), William James dice sobre este fenómeno: “Un efecto sumamente interesante del desorden cortical es la ceguera mental. Esta no supone tanto la insensibilidad a las impresiones ópticas como la incapacidad de entenderlas. Psicológicamente se interpreta como la pérdida de asociación entre las sensaciones ópticas y su significado. Puede producirla cualquier interrupción entre los centros ópticos y los centros del intelecto”. Es posible que esta fuese la clase de ceguera que padeció el ejército sirio y que Jehová la eliminara cuando los soldados llegaron a Samaria. (2Re 6:18-20.) Cabe la posibilidad de que también haya sido esta la clase de ceguera que sufrieron los hombres de Sodoma, pues el relato dice que siguieron tratando de hallar la entrada de la casa de Lot y no comenta que se lamentaran por la pérdida de la facultad de la vista. (Gé 19:11.)
Un invidente no podía ser sacerdote en el santuario de Jehová. (Le 21:17, 18, 21-23.) Tampoco le era aceptable a Jehová el sacrificio de un animal ciego. (Dt 15:21; Mal 1:8.) No obstante, la Ley de Dios mostraba consideración y compasión a los invidentes. Por ejemplo, el que pusiera un obstáculo en el camino de un ciego o le engañara era maldito. (Le 19:14; Dt 27:18.) Job, el siervo justo de Dios, dijo: “Ojos llegué a ser yo para el ciego”. (Job 29:15.) Jehová mismo promete en su Palabra que llegará el tiempo en que la ceguera no existirá. (Isa 35:5.)
Jesucristo devolvió la vista milagrosamente a muchos ciegos cuando estuvo en la Tierra. (Mt 11:5; 15:30, 31; 21:14; Lu 7:21, 22.) Por ejemplo, al acercarse a Jericó, curó a un ciego llamado Bartimeo y a su compañero. (Mt 20:29-34; Mr 10:46-52; Lu 18:35-43.) En otra ocasión sanó a dos ciegos al mismo tiempo. (Mt 9:27-31.) También curó a un endemoniado que era ciego y mudo. (Mt 12:22; compárese con Lu 11:14.) En el caso de otro hombre, hizo que recobrara la vista poco a poco. Tal vez lo hizo así para que el hombre, acostumbrado a la oscuridad, adaptase sus ojos a la luz solar paulatinamente. (Mr 8:22-26.) Un hombre que era ciego de nacimiento, cuando recobró la vista, creyó en Jesús. (Jn 9:1, 35-38.) En estos últimos dos casos, Jesús usó saliva, sola o mezclada con barro. El que haya una supuesta semejanza con remedios populares no resta valor al aspecto milagroso de las curaciones. En el caso del ciego de nacimiento, se le dijo que fuese a lavarse al estanque de Siloam antes de recibir la vista. (Jn 9:7.) Es evidente que Jesús le dijo esto para probar su fe, al igual que Naamán había tenido que bañarse en el río Jordán antes de ser curado de su lepra. (2Re 5:10-14.)
Usos figurados. Muchas veces se usa el andar a tientas del ciego como ilustración de desamparo. (Dt 28:29; Lam 4:14; Isa 59:10; Sof 1:17; Lu 6:39.) Los jebuseos confiaban tanto en la inexpugnabilidad de su ciudadela, que le dijeron a David en son de burla que sus propios ciegos, a pesar de su debilidad, defenderían la fortaleza de Sión contra Israel. (2Sa 5:6, 8.)
Se usó el símbolo de la ceguera para representar la corrupción judicial. En la Ley se exhorta muchas veces contra el soborno, los regalos o el prejuicio, pues tales cosas pueden cegar a un juez e impedirle la administración imparcial de la justicia. “El soborno ciega a hombres de vista clara.” (Éx 23:8.) “El soborno ciega los ojos de los sabios.” (Dt 16:19.) Sin importar la rectitud y discernimiento de un juez, puede verse afectado, consciente o inconscientemente, por el regalo que reciba de los implicados en un caso. La ley de Dios trata con atención no solo el efecto cegador de un regalo, sino también el del sentimentalismo, pues dice: “No debes tratar con parcialidad al de condición humilde, y no debes preferir la persona de un grande”. (Le 19:15.) De modo que el juez no debía fallar contra el rico solo porque era rico a fin de congraciarse con la muchedumbre. (Éx 23:2, 3.)
Ceguera espiritual. La Biblia atribuye mucha más importancia a la vista espiritual que a la física. Cuando curó a un ciego de nacimiento, Jesús aprovechó la ocasión para señalar lo reprensibles que eran los fariseos, ya que aseguraban tener vista espiritual, pero voluntariamente rehusaban salir de su ceguera. Eran como aquellos que amaban la oscuridad más bien que la luz. (Jn 9:39-41; 3:19, 20.) Cuando se dirigió a la congregación de Éfeso, el apóstol Pablo les dijo que habían sido iluminados los ojos de su corazón. (Ef 1:16, 18.) Jesús señaló que los que profesan ser cristianos, pero no tienen conciencia de su necesidad espiritual, están ciegos y desnudos y no disciernen su condición lastimosa y tambaleante. (Apo 3:17.) Así como el permanecer en oscuridad por un largo período de tiempo causaría ceguera, el apóstol Juan asemeja al cristiano que odia a su hermano a alguien que anda errante en una oscuridad que le ciega. (1Jn 2:11.) Asimismo, Pedro advierte que el que no cultiva los frutos cristianos, el mayor de los cuales es el amor, está “ciego, pues cierra los ojos a la luz”. (2Pe 1:5-9.) La fuente de tal oscuridad y ceguera espiritual es Satanás el Diablo, quien, a pesar de transformarse en ángel de luz, es en realidad “el dios de este sistema de cosas” y de la oscuridad, que ha cegado la mente de los incrédulos para que no disciernan las buenas nuevas acerca del Cristo. (Lu 22:53; 2Co 4:4; 11:14, 15.)
Impedimento físico que imposibilita el que una persona ande con normalidad. La cojera puede ser de nacimiento debido a deformidades congénitas (Hch 3:2; 14:8), pero en la mayoría de los casos se debe a accidente o enfermedad.
Sacerdocio aarónico. Un descendiente de Aarón que fuera cojo no podía servir en el sacerdocio, aunque se le permitía comer de las cosas provistas para el sustento de los sacerdotes. (Le 21:16-23.) Jehová estableció una elevada norma de aptitud física para sus sacerdotes, pues le representaban en Su santuario. (Le 21:17-23.) Del mismo modo, se dice de Cristo, el gran Sumo Sacerdote, que era “leal, sin engaño, incontaminado, separado de los pecadores”. (Heb 7:26.)
Sacrificios. La Ley también prohibía ofrecer sacrificios de animales cojos o con cualquier otro tipo de defecto, pues representaban el sacrificio perfecto de Cristo. (Dt 15:21; Le 22:19, 20.) Los israelitas apóstatas violaron esta ley, por lo que Dios los censuró diciendo: “Cuando presentan un animal cojo o uno enfermo [para sacrificio, dicen]: ‘No es nada malo’. Acércalo, por favor, a tu gobernador. ¿Se complacerá él en ti, o te recibirá bondadosamente? [...] ¿Puedo complacerme en ello de mano de ustedes?”. (Mal 1:8, 13.) Parece ser que el apóstol aplica este requisito de manera espiritual cuando suplica a los cristianos: “Presenten sus cuerpos como sacrificio vivo, santo, acepto a Dios, un servicio sagrado con su facultad de raciocinio”. (Ro 12:1.)
La cojera de Jacob. Contaba Jacob con unos noventa y siete años de edad cuando tuvo la insólita experiencia de forcejear toda una noche con un ángel de Dios materializado. Consiguió prevalecer y retener al ángel hasta que este le bendijo. Durante la lucha, el ángel tocó el hueco de la coyuntura del muslo de Jacob y lo sacó de sitio, de modo que Jacob quedó cojo. (Gé 32:24-32; Os 12:2-4.) Esto le haría recordar que aunque, según las palabras del ángel, había “contendido con Dios [el ángel de Dios] y con hombres de modo que por fin [había prevalecido]”, en realidad no había derrotado a un poderoso ángel de Dios. Fue solo porque Dios se lo propuso y lo permitió por lo que Jacob pudo contender con el ángel, y así demostró que tenía en gran estima y anhelaba la bendición de Dios.
Consideración. Las Escrituras instan a manifestar consideración a los cojos. Job dijo de sí mismo que incluso cuando su condición aún era próspera, él era “pies para el cojo”. (Job 29:15.) Jesús y sus discípulos tenían compasión por los enfermos y los cojos, y efectuaron muchas curaciones. (Mt 11:4, 5; 15:30, 31; 21:14; Hch 3:1-10; 8:5-7; 14:8-10.)
Usos ilustrativos y figurados. Con el fin de ilustrar la confianza en la seguridad de su ciudadela, los jebuseos se mofaron jactanciosamente de David: “‘No entrarás tú aquí, sino que los ciegos y los cojos ciertamente te rechazarán’, pues ellos pensaban: ‘David no entrará aquí’”. Es posible que en realidad colocasen a tales personas sobre el muro como defensores, según informa Josefo (Antigüedades Judías, libro VII, cap. III, sec. 1), y puede que esta sea la razón por la que David dijo: “¡Cualquiera que hiera a los jebuseos, encuéntrese, por medio del túnel del agua, tanto con los cojos como con los ciegos, odiosos al alma de David!”. Estos cojos y ciegos eran el símbolo del insulto de los jebuseos a David y, lo que era más importante, de su mofa de los ejércitos de Jehová. Por tal arrogancia, David odiaba a los jebuseos, así como a sus cojos y sus ciegos. También es posible que con sarcasmo estuviese llamando a los caudillos jebuseos ‘cojos y ciegos’. (2Sa 5:6-8.)
En lo que respecta a las palabras del versículo 8 —“Por eso dicen: ‘El ciego y el cojo no entrarán en la casa’”—, se han dado diversas explicaciones. El texto no las atribuye a David, y puede que fuera un dicho proverbial que se aplicaba a aquellos que, como los jebuseos, se jactaban o se sentían demasiado confiados de su posición segura. También es posible que el dicho significara que ‘Nadie que se relacione con gente desagradable como los jebuseos entrará’. Otros traducen el texto: “Porque los ciegos y los cojos siguieron diciendo: No entrará en esta casa”, o: “Por cuanto los mismos cojos y ciegos seguían diciendo: ¡Él no podrá entrar acá dentro!”. (Synopsis of Criticisms, de Barrett, Londres, 1847, vol. 2, parte 2, pág. 518; Mod.)
En una ocasión posterior, Elías preguntó a los israelitas: “¿Hasta cuándo irán cojeando sobre dos opiniones diferentes? Si Jehová es el Dios verdadero, vayan siguiéndolo; pero si Baal lo es, vayan siguiéndolo a él”. En aquel tiempo los israelitas decían adorar a Jehová, pero a la vez adoraban a Baal. Su derrotero era inestable y vacilante, como el de un cojo. Durante la prueba subsiguiente, en la que los profetas de Baal trataron en vano desde la mañana hasta el mediodía de que su dios los respondiera, “siguieron cojeando en derredor del altar que habían hecho”. Tal vez esta sea una descripción burlesca de la danza ritual de los fanáticos adoradores de Baal, o puede ser que cojearan debido al cansancio ocasionado por este largo y fútil ritual. (1Re 18:21-29.)
El cojear, la cojera y el tropezar se usan como figuras retóricas para denotar falta de resolución o inestabilidad en el modo de vivir de una persona, su propósito en la vida o su habla. Cuando Bildad supuestamente estaba advirtiendo a Job de los peligros que le esperaban, le dijo en cuanto al que escogía un proceder inicuo: “El desastre está listo para hacerlo cojear”. (Job 18:12.) En una metáfora similar, David y Jeremías dijeron que sus enemigos esperaban que sus pies titubeasen o cojeasen, de manera que, como dijeron los enemigos de Jeremías, “prevalezcamos contra él y tomemos en él nuestra venganza”. (Jer 20:10; Sl 38:16, 17.) Los enemigos de Jesucristo querían verle tropezar o ‘cojear’ en su habla con el fin de entramparle. (Mt 22:15.)
Uso proverbial. “Como uno que está mutilando sus pies [lo que le convertiría en cojo], como uno que está bebiendo mera violencia, es el que mete los asuntos en la mano de alguien estúpido”, dijo el sabio rey Salomón. Sin duda, el hombre que empleara a una persona estúpida para ocuparse de cualquier proyecto propio iría en contra de sus intereses, y sería como si los mutilara de antemano. Con toda seguridad vería derrumbarse la obra que se había propuesto, con el consiguiente perjuicio para sí mismo. (Pr 26:6.)
El proverbio continúa con una ilustración similar: “¿Han sacado agua las piernas del cojo? Entonces hay un proverbio en la boca de los estúpidos”. (Pr 26:7.) En tiempos antiguos a menudo era necesario, en especial en las ciudades edificadas sobre montículos, bajar por una escalera o un largo tramo de escalones para subir agua de un pozo. Hay tanta probabilidad de que de la boca de una persona estúpida salgan palabras de verdad, claras y sabias, como de que un cojo suba agua de ese tipo de pozo; además, una persona estúpida que pretenda hablar o aplicar un proverbio es tan torpe e ineficaz como un cojo que intente subir agua por una escalera.
La antigua nación de Dios. Cuando habló de la restauración de su pueblo, Jehová prometió fortalecerlos para que salieran de Babilonia y emprendieran el arriesgado viaje de regreso a la desolada Jerusalén. Cualquier cojera espiritual, vacilación o indecisión sería eliminada. Por medio del profeta Isaías, Dios los animó con las siguientes palabras: “En aquel tiempo el cojo trepará justamente como lo hace el ciervo”. (Isa 35:6.) La nación de Dios había cojeado y caído en cautiverio, pero “en aquel día —dijo Jehová— ciertamente recogeré a la que estaba cojeando; [...] y ciertamente haré de la que cojeaba un resto, y una poderosa nación de la que fue removida a lo lejano”. (Miq 4:6, 7; Sof 3:19.)
Jehová siguió reconfortando a su pueblo, y como su Rey, prometió protegerlos de sus agresores. Comparó la impotencia de los enemigos de Sión a un barco con las sogas colgando, el mástil bamboleando y sin vela. Después añadió: “En aquel tiempo, hasta despojo [del enemigo] en abundancia tendrá que dividirse; los cojos mismos realmente harán gran saqueo”. Incluso aquellos a los que por lo general no les sería posible participar en tomar un botín, en aquel tiempo podrían hacerlo debido a su abundancia. (Isa 33:23.)
Consideración a los cojos espirituales. El escritor cristiano de la carta a los Hebreos señaló que entre ellos había muchos que carecían de madurez espiritual y que tenían que progresar más. (Heb 5:12-14.) Después de hablar de la disciplina, les dijo: “Sigan haciendo sendas rectas para sus pies, para que lo cojo no se descoyunte, sino que, más bien, sea sanado”. (Heb 12:13.) Hasta los más fuertes deberían vigilar con cuidado su proceder cristiano, a fin de que los más débiles, los “cojos” espirituales, no tropiecen o sufran daño. Si los más fuertes en la fe usaran su libertad espiritual para hacer ciertas cosas simplemente porque son lícitas, los más débiles podrían tropezar. (Ro 15:1.)
El apóstol Pablo emplea ciertos aspectos relacionados con el comer y el beber como ejemplo de este principio. (Ro 14:13-18, 21.) En este pasaje, entre otras cosas aconseja lo siguiente: “Hagan que esto sea su decisión: el no poner delante de un hermano tropiezo ni causa para dar un traspié”. Más adelante pasa a decir: “Es bueno no comer carne, ni beber vino, ni hacer cosa alguna por la cual tu hermano tropiece”. (Compárese con 1Co 8:7-13.)
Por otro lado, el apóstol muestra que un cristiano debería fortalecer sus ‘piernas’ espirituales para no cojear o tropezar por cosas que pueden ocurrir o por lo que alguien pueda hacer. Debería fortalecerse para mantenerse firme en el derrotero cristiano. Pablo dice: “El que come no menosprecie al que no come, y el que no come no juzgue al que come, porque Dios ha recibido con gusto a ese”. (Ro 14:3.) El salmista ya había expresado este principio: “Paz abundante pertenece a los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo”. (Sl 119:165.) A los que aman la ley de Dios nada les hará cojear.
Curación completa. La cojera ha causado muchas lágrimas. Cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, sanó a muchas personas cojas y lisiadas, incluso restaurando miembros secos (Mr 3:1, 5; compárese con Lu 22:50, 51); del mismo modo, por medio de “un nuevo cielo”, el Hijo de Dios volverá a efectuar curaciones similares. Realizará esta obra cabalmente como Sumo Sacerdote y Rey de Dios, limpiando toda lágrima de los ojos de la humanidad. (Mt 8:16, 17; Apo 21:1, 4.)
Enfermedad cutánea contagiosa caracterizada por manchas en forma de anillo. La palabra aparece en la Traducción del Nuevo Mundo en Levítico 21:20 y 22:22 como traducción del vocablo hebreo yal·lé·feth. En armonía con ambos nombres, el popular y el científico, el tipo de herpeto virus causante de la enfermedad se extiende sigilosamente a lo largo de los nervios sensitivos y a veces rodea el torso dejando un rastro serpenteante de erupciones dolorosas. El dolor intenso que provoca el nervio inflamado puede hacerse insoportable. (g95 22/4 12) La culebrilla la causan hongos y afecta tanto a los animales como al hombre. En los humanos puede atacar no solo las partes del cuerpo cubiertas de pelo, en especial el cuero cabelludo de los niños y la barba de los adultos, sino también las zonas del cuerpo desprovistas de pelo. Esta última forma se desarrolla como una mancha redonda de color rosa que suele tener ampollas muy pequeñas en el borde. Según se extiende la mancha, el centro sana, lo que da a la zona afectada su característica forma de anillo.
Aunque la palabra yal·lé·feth se ha traducido por otras enfermedades de la piel, la tradición judía la relaciona con el herpes egipcio. Los traductores de la Septuaginta griega usaron lei·kjén, que puede referirse a la culebrilla, para traducir el término yal·lé·feth. Por esa razón, los eruditos en hebreo L. Koehler y W. Baumgartner dan como traducción “culebrilla, herpes”. (Lexicon in Veteris Testamenti Libros, Leiden, 1958, pág. 383.)
Un hombre de linaje sacerdotal que tuviese culebrilla no era apto para presentar ofrendas a Jehová. (Le 21:20, 21.) De igual manera, los animales afectados por ella no debían ofrecerse en sacrificio a Dios. (Le 22:22.)
Pérdida momentánea del sentido o del conocimiento que sufre una persona. Pérdida o decaimiento del ánimo, el valor o las fuerzas.
Qué hacer en caso de desmayo
Ocurre con mucha frecuencia que, debido a determinadas situaciones de estrés o sofocos, se producen desmayos. Especialmente cuando nos enfrentamos a altas temperaturas como durante los meses de verano. Estos desmayos pueden sorprendernos en cualquier momento y afectan a cualquier persona. Ante una pérdida de conocimiento, lo primero que se debe hacer es tumbar a la persona que lo ha sufrido y comprobar que respira y tiene pulso, ya que así podremos diferenciarlo de una parada cardiorrespiratoria. Este paso es importante porque la pauta de actuación no es la misma para un síncope que para una parada cardiorrespiratoria. En esta última se produce una pérdida de conocimiento en la que el paciente presenta la mirada perdida con ausencia de pulso y respiración. Mientras que en un síncope no se para el corazón y la persona nunca deja de respirar. En una parada cardiaca es fundamental que se realicen las maniobras de reanimación cardiopulmonar. Después de haberle tomado el pulso al paciente y haber comprobado que respira, debemos dejarlo tumbado boca abajo con la cabeza ligeramente hacia un lateral y, si tiene algo en la boca, hay que retirárselo para que no se pueda hacer daño. Sus piernas tienen que estar levantadas en forma de ‘v’, más o menos a 45 grados. Esto ayuda a que recupere el conocimiento. Una vez que la persona está recuperada y puede levantarse, lo primero que notará es que se restablece su pulso y se encontrará un poco desorientado con cierta debilidad muscular. “Cuando uno nota que está sufriendo un síncope, debe tratar de sentarse o tumbarse y no intentar aguantar”. Otro de los errores que se cometen ante un desmayo es tratar de reponer a la persona demasiado rápido, sino dejarlo tranquilamente en posición de cúbito. Tampoco se debe recurrir a las pequeñas bofetadas para intentar que el paciente recupere el conocimiento. “No hay que golpearle, hay que ponerle en el suelo tranquilamente y dejarle espacio bien ventilado, que no se pongan muchas personas alrededor. Que solo le asistan una o dos asegurándose de que no tenga ningún objeto molesto que pueda hacerle daño. Los síncopes vasovagales, también denominados neuromediados, se producen con mayor frecuencia. Sobre todo en los jóvenes, sin ninguna cardiopatía estructural, cuando están mucho tiempo de pie o en situaciones de estrés o calor extremo. También son comunes en las personas mayores como en los casos de síncope miccional, cuando están orinando, o de hipertensión ortostática, cuando la persona está sentada y se levanta bruscamente. |
Forúnculo o hinchazón dolorosa y localizada de la piel que no proviene de herida previa, sino de la infección causada por bacterias que invaden los folículos capilares o las glándulas sudoríparas o sebáceas; en hebreo recibe el nombre de schejín. El divieso comienza con una pequeña hinchazón rojiza, luego supura algo de pus y después una pequeña masa blanda llamada vulgarmente clavo. En una zona afectada pueden desarrollarse varios diviesos. El carbúnculo es más peligroso que el forúnculo y abarca una zona más grande. Puede ocasionar un dolor más intenso e ir acompañado de dolores de cabeza, fiebre y postración. En algunas ocasiones es mortal.
Cuando Jehová envió la sexta plaga sobre Egipto, tanto los egipcios como sus animales fueron plagados con dolorosos “diviesos con ampollas”. (Éx 9:8-11.) Debieron ser hinchazones purulentas, ampollas pustulosas que tal vez cubrían amplias zonas de la piel. Sin embargo, debido a la sucinta descripción bíblica de estas erupciones, es imposible relacionarlas hoy con una infección cutánea específica.
A los israelitas se les advirtió que la desobediencia a Dios resultaría en que se les hiriese “con el divieso de Egipto”. Además se les dijo: “[Se] te herirá con un divieso maligno [heb. bisch·jín·ra´] sobre ambas rodillas y ambas piernas, del cual no podrás ser sanado, desde la planta de tu pie hasta la coronilla de tu cabeza”. (Dt 28:15, 27, 35.)
La Ley decía que en la zona de la piel donde hubiese sanado un divieso podía aparecer una erupción o roncha leprosa. Se daban casos en los que los síntomas eran de tal naturaleza que inmediatamente se pronunciaba inmundo y leproso al afectado; en otros, se imponía una cuarentena de siete días. Si más tarde se comprobaba que la afección no se extendía, se diagnosticaba que solo era “una inflamación del divieso” y el sacerdote declaraba limpia a la persona. (Le 13:18-23.)
Satanás hirió a Job con “un divieso maligno [heb. bisch·jín·ra´] desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza”. (Job 2:7.) Hoy se desconoce el nombre médico concreto de la enfermedad que Job padeció, pero debió causarle una gran agonía, pues tuvo que rascarse con una tejuela (Job 2:8); su carne estuvo cubierta de cresas; su piel, de costras (Job 7:5); su aliento se hizo hediondo (Job 19:17); sintió que los dolores le roían, y vio cómo se le ennegrecía y desprendía la piel (Job 30:17, 30).
También el rey Ezequías de Judá padeció de un divieso del que “enfermó de muerte”. Isaías recomendó que le aplicasen una cataplasma de higos secos comprimidos, y con este remedio empezó a revivir poco a poco. (2Re 20:1, 7; Isa 38:1, 21.) No obstante, su recuperación no solo se debió a esta cura, sino a la intervención de Jehová. (2Re 20:5.)
Las Escrituras suelen hacer referencia a la enfermedad como condición malsana del cuerpo o de la mente. También aluden a la enfermedad espiritual, es decir, enfermedad en sentido figurado. Aunque la Biblia no pretende ser un tratado de medicina ni de enfermedades, la información que ofrece a este respecto es científicamente exacta. Además, muestra cómo vencer la enfermedad espiritual.
La enfermedad es una consecuencia de la imperfección que resulta en muerte y que el pecador Adán transmitió a la raza humana. (Gé 3:17-19; Ro 5:12.) No obstante, Jehová directamente “tocó a Faraón y a su casa con grandes plagas por causa de Sarai, esposa de Abrán”. (Gé 12:17.) También fue el responsable de los “diviesos con ampollas” que les salieron tanto a los hombres como a las bestias durante el sexto golpe que infligió al antiguo Egipto. (Éx 9:8-11.) Asimismo, hirió a la presuntuosa Míriam con lepra (Nú 12:9-15), asestó un golpe al hijo ilegítimo de David y Bat-seba de modo que enfermó y al final murió (2Sa 12:15-18) y en los días de David “dio una peste en Israel”. (2Sa 24:15.) Dios efectuó todos estos con el fin de sostener su nombre y su ley, así como para proteger, liberar o disciplinar como un padre a su pueblo escogido.
Con el permiso de Jehová, Satanás “hirió a Job con un divieso maligno desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza”. (Job 2:6, 7.) Esta circunstancia permitió a Job mantenerse como un ejemplo para el pueblo de Dios en la cuestión de guardar integridad. Más tarde Dios sanó a Job y le alargó la vida ciento cuarenta años debido a su fidelidad. (Job 42:10, 16.) A veces los demonios eran responsables de las dolencias, como en el caso de un hombre ciego y mudo poseído por un demonio y a quien Jesucristo curó. (Mt 12:22.) Pero las Escrituras hacen una diferencia entre las enfermedades normales y las que son causadas por posesión demoniaca. (Mt 4:24; Mr 1:32-34; Hch 5:16; véase POSESIÓN DEMONIACA.)
El no obedecer la palabra de Dios, como en cuestiones relativas a la moralidad sexual, puede conducir a enfermedad e incluso a la muerte. (Pr 7:21-27.) A los israelitas se les advirtió que si desobedecían a Jehová, Él los heriría con diversas enfermedades. (Dt 28:58-61.)
La Biblia menciona varias enfermedades y aflicciones. Por ejemplo, como resultado de la desobediencia, los israelitas sufrirían diversos trastornos, tales como tuberculosis, diviesos, hemorroides, eczema y locura. (Dt 28:22, 27, 28, 35.) La Ley suministraba información en cuanto a cómo diagnosticar y tratar casos de lepra. (Le 13, 14.) A un descendiente de Aarón que tuviera culebrilla se le excluía de desempeñar funciones sacerdotales, y un animal con esta enfermedad no era aceptable como sacrificio. (Le 21:17, 20; 22:22.) Mediante el poder de Dios, Jesucristo curó ceguera congénita (Jn 9:1-7), sordera (Lu 7:22), hidropesía (Lu 14:1-4), lepra (Lu 5:12, 13), epilepsia, parálisis y otras enfermedades y dolencias. (Mt 4:23, 24.) Pablo curó en Malta al padre de Publio, que estaba “angustiado con fiebre y disentería”. (Hch 28:1-8.)
Algunas veces los investigadores modernos intentan ser más específicos que la Biblia al describir los síntomas y las enfermedades que en ella se mencionan, pero sus puntos de vista suelen variar de forma considerable. Sin embargo, como la Biblia es la palabra inspirada de Dios, sus escritores fueron exactos al referirse a las enfermedades, aunque en ocasiones no las mencionaron por nombre. Por ejemplo, la Biblia no da los nombres de las enfermedades que segaron la vida de los dos muchachos que Jehová resucitó mediante, primero, Elías y, luego, Eliseo. (1Re 17:17-24; 2Re 4:17-37.) No revela la naturaleza de “la enfermedad de que había de morir” Eliseo (2Re 13:14, 20), ni especifica qué enfermedad resultó en la muerte de Lázaro. (Jn 11:1-4.)
Tratamiento en tiempos antiguos. En Israel y en las demás tierras bíblicas eran comunes los médicos, es decir, personas dedicadas a la medicina u otras artes curativas. En Egipto “los médicos embalsamaron a Israel” (Jacob) cuando murió. (Gé 50:1-3.) Al discípulo Lucas se le llama “el médico amado”. (Col 4:14.) Marcos nos cuenta de una mujer que “padecía flujo de sangre desde hacía doce años” y a la que ‘muchos médicos habían hecho pasar muchas penas, y que había gastado todos sus recursos y no se había beneficiado, sino que, al contrario, había empeorado’. (Mr 5:25-29.)
Al parecer, los médicos hebreos hicieron uso de algunas hierbas y quizás de ciertos remedios dietéticos. El ‘bálsamo de Galaad’, un aceite aromático que se obtenía de unas plantas de la antigua región de Galaad, solía aplicarse a las heridas, tal vez con fines antisépticos o para suavizar y reducir el dolor. (Jer 46:11; 51:8.) Parece ser que se recomienda el uso de algunas hojas con propósitos medicinales. (Eze 47:12; Apo 22:1, 2.) Es posible que también se usaran las cataplasmas. (2Re 20:7; Isa 38:21.) A veces se aplicaba aceite para ablandar las heridas y magulladuras (Isa 1:6), y de vez en cuando se utilizaba junto con vino. (Lu 10:34.) En ocasiones se recomendaba beber con moderación vino, debido a su efecto alentador y sus propiedades medicinales. (Pr 31:6; 1Ti 5:23.)
Los antiguos egipcios no solo practicaban la medicina, sino también la cirugía. El historiador Heródoto (II, 84) escribió: “Tienen especializada la medicina con arreglo al siguiente criterio: cada médico lo es de una sola enfermedad y no de varias. Así, todo el país está lleno de médicos: unos son médicos de los ojos, otros de la cabeza, otros de los dientes, otros de las enfermedades abdominales y otros de las de localización incierta”.
En Egipto se solían emplear técnicas quirúrgicas de cauterización para controlar las hemorragias, y en casos de fractura de cráneo, también se elevaban los fragmentos de hueso que pudieran estar presionando el cerebro. Los huesos rotos se entablillaban, e incluso se han encontrado algunas momias con tablillas hechas de corteza de árbol atadas con vendas. (Compárese con Eze 30:20, 21.) El código de Hammurabi muestra que los babilonios primitivos tenían algunos cirujanos, pues fija ciertos honorarios para los médicos y hace referencia a una “lanceta de bronce”.
En Fenicia se practicaba la odontología. En un trabajo dental que se halló, seis dientes de la mandíbula inferior estaban unidos por un hilo fino de oro. En otro, se había colocado “un puente de dientes de otra persona” en una prótesis confeccionada con hilo de oro.
Influencia de la magia y de la religión falsa. La obra The International Standard Bible Encyclopaedia (edición de J. Orr, 1960, vol. 4, pág. 2393) dice concerniente a los médicos egipcios y sus remedios: “Gracias a los papiros médicos más antiguos que se han conservado, el más extenso de los cuales es el Papiro de Ebers, sabemos que su conocimiento médico era puramente empírico, muy influido por la magia y nada científico. A pesar de sus muchas oportunidades, no sabían casi nada de la anatomía humana, sus descripciones de las enfermedades son muy superficiales y tres cuartas partes de los centenares de prescripciones de los papiros son totalmente ineficaces. Incluso su arte de embalsamar era tan imperfecto que pocas de sus momias se hubieran conservado en un clima distinto al de Egipto”.
El erudito y médico francés Georges Roux dice en su libro Ancient Iraq (1964, págs. 305-309): “La diagnosis y prognosis de los médicos mesopotámicos era una mezcla de superstición y observación exacta”. Había médicos profesionales preparados que creían que la mayoría de las enfermedades tenían una causa sobrenatural, aunque también consideraban otras causas, como el contagio, la alimentación y la bebida. El médico a veces mandaba al paciente a un adivino, el sacerdote-baru, que intentaba descubrir el pecado oculto responsable de la dolencia. En otras ocasiones lo mandaba al sacerdote-ashipu, que empleaba conjuros y ritos mágicos para exorcizar a los demonios. Roux observa: “Los médicos de Mesopotamia, como sus astrónomos, basaron su arte en doctrinas metafísicas, y de ese modo cerraron la puerta a la búsqueda fructífera de explicaciones racionales”.
Los babilonios consideraban que Ea era el dios principal de la curación. Para protegerse de los espíritus malos, llevaban amuletos y talismanes. Los griegos creían que Higía era la diosa que protegía la salud, y los médicos de la antigua Grecia se inspiraban en Asclepio (Asclepios o Esculapio). Los romanos relacionaban ciertas deidades con la cura de aflicciones particulares. Por ejemplo, para los dolores de corazón estaba Angina, y para las fiebres, Febris. Es digno de notar que un símbolo del dios griego Asclepio era una vara con una serpiente enrollada alrededor. (GRABADO, vol. 2, pág. 530.) Un emblema médico similar, el caduceo, una varilla a la que se enroscan dos serpientes y con dos alas en su extremo, es una copia de la vara que lleva el dios Mercurio en el arte romano.
Concerniente a los antiguos conceptos patológicos en general, The Interpreter’s Dictionary of the Bible (edición de G. A. Buttrick, 1962, vol. 1, pág. 847) dice: “Los pueblos primitivos creían que la enfermedad era el resultado de poderes mágicos hostiles, o que era atribuible a la violación de algún tabú. En los casos de enfermedad incurable se recurría a la magia, hechicería o brujería, y los remedios que se aplicaban tenían que ver inevitablemente con el hechicero. Su función era adivinar la causa sobrenatural de la enfermedad e intentar vencerla por medio de hechizos, sortilegios, drogas y encantamientos”.
Las Escrituras muestran que Satanás afligió a Job (Job 2:7) y que la posesión demoniaca a veces ha estado relacionada con la enfermedad. (Mt 17:14-18.) De modo que los antiguos paganos tenían cierta base para asociar al menos algunas enfermedades con la posesión demoniaca, aunque los sacerdotes y los médicos hebreos nunca recurrrieron a la magia para efectuar sus curaciones. (Dt 18:9-13.) Ni Jesucristo ni sus seguidores pronunciaron ningún tipo de conjuro mágico cuando llevaron a cabo sus curaciones ni siquiera al expulsar demonios. Después de abrazar el cristianismo, los que habían practicado la magia abandonaron sus actividades demoniacas, y, por supuesto, un médico cristiano nunca emplearía el ocultismo ni le recomendaría a un paciente que visitase a un mago. (Hch 19:18, 19.)
Exactitud de los conceptos bíblicos. Con relación a Hipócrates, médico griego de los siglos V y IV a. E.C. conocido como el “padre de la medicina moderna”, se ha dicho: “No tenía ninguna relación con los hospitales-templo de su tiempo, que estaban controlados por los sacerdotes de Asclepio, el dios de la medicina”. (The World Book Encyclopedia, 1987, vol. 9, pág. 227.) Hipócrates era contemporáneo de Malaquías, pero mucho de lo que dice la Biblia en cuanto a las enfermedades lo escribió Moisés unos mil años antes. No obstante, es de interés el siguiente comentario: “Los investigadores médicos más informados que ahora hacen la mejor labor están llegando a la conclusión de que la Biblia es un libro científico muy exacto [...]. Los hechos de la vida, el diagnóstico, el tratamiento y la medicina preventiva tal como se presentan en la Biblia, son mucho más avanzados y confiables que las teorías de Hipócrates, muchas de las cuales todavía no se han confirmado y algunas han sido halladas totalmente inexactas”. (Dr. H. O. Philips, en una carta al AMA [American Medical Association] News, publicada en su número del 10 de julio de 1967.)
El Dr. C. Truman Davis dijo sobre el médico cristiano Lucas, escritor de un evangelio y del libro de Hechos de Apóstoles, “Cuando trata temas médicos, lo hace con una meticulosa exactitud. Lucas emplea un total de veintitrés palabras técnicas griegas que se hallan en Hipócrates, Galeno y otros escritos médicos de la época”. (Arizona Medicine, marzo de 1966, “Medicine and the Bible”, pág. 177.)
La observancia de la Ley suponía beneficios físicos. Por ejemplo, en los campamentos militares debía cubrirse el excremento humano (Dt 23:9-14), con lo que se evitaban las enfermedades infecciosas transmitidas por las moscas, como la disentería y la fiebre tifoidea. Otra parte de la Ley protegía de la contaminación del alimento y del agua, pues especificaba que cualquier cosa sobre la que cayese una criatura “inmunda” muerta se hacía inmunda, y que había que quebrar la vasija de barro que se hubiese contaminado de ese modo. (Le 11:32-38.)
Es significativo lo que se ha comentado a este respecto: “En esta legislación eran básicas las consideraciones profilácticas, que, cuando se seguían, contribuían de modo importante a la prevención de la incidencia de la polioencefalitis transmitida por los alimentos, las fiebres entéricas, la intoxicación alimentaria y las lombrices parasitarias. El que se insistiera en proteger el suministro de agua limpio era el medio más efectivo de prevenir el desarrollo y la propagación de enfermedades como la amebiasis, las fiebres del grupo entérico, el cólera, la bilharziasis y la ictericia espiroquética. Estas medidas profilácticas, que constituyen una parte fundamental de cualquier sistema sanitario, fueron de especial importancia para el bienestar de una nación que vivía en condiciones primitivas en una región subtropical de la Tierra”. (The Interpreter’s Dictionary of the Bible, edición de G. A. Buttrick, 1962, vol. 2, págs. 544, 545.)
El Dr. A. Rendle Short señaló en su libro The Bible and Modern Medicine que la ley de sanidad pública existía, si acaso, solo de forma elemental entre las naciones que rodeaban al antiguo Israel, y añadió: “Por lo tanto, es de lo más sorprendente que en un libro como la Biblia, del que se dice que no es científico, haya siquiera un código de leyes sanitarias, y sorprende igualmente que una nación que acababa de escapar de la esclavitud, invadida con frecuencia por enemigos y llevada al cautiverio de vez en cuando, tuviera en sus estatutos un código de normas sanitarias tan sabias y razonables. Este hecho lo han reconocido autoridades competentes, incluso las que no tenían gran interés en los aspectos religiosos de la Biblia” (Londres, 1953, pág. 37).
La Ley incluía la liebre y el cerdo entre los animales que los israelitas no podían comer. (Le 11:4-8.) Concerniente a esto, el Dr. Short declara: “Es verdad, nosotros comemos el cerdo, el conejo y la liebre, pero estos animales son propensos a infecciones parasitarias y solo son seguros si el alimento está bien cocinado. El cerdo tiene hábitos alimentarios sucios, y lo parasitan dos lombrices, la triquina y la solitaria, que pueden pasar al hombre. En las condiciones actuales el peligro en este país [Gran Bretaña] es mínimo, pero en la Palestina de la antigüedad debió ser muy distinto, y era mejor evitar tales alimentos”. (The Bible and Modern Medicine, págs. 40, 41.)
Adherirse a los requisitos justos de Jehová en cuanto a la moralidad sexual también tenía un buen efecto espiritual, mental y físico en los israelitas. (Éx 20:14; Le 18.) De manera similar, los cristianos —que tienen que mantener limpieza moral— obtienen beneficios físicos. (Mt 5:27, 28; 1Co 6:9-11; Apo 21:8.) La observancia de las altas normas morales de la Biblia protege de las enfermedades de transmisión sexual.
Pablo recomendó a Timoteo que tomase un poco de vino a causa de su estómago y sus frecuentes casos de enfermedad. (1Ti 5:23.) Investigaciones realizadas hace unas décadas han confirmado que el vino tiene propiedades medicinales. El doctor Salvatore P. Lucia, profesor de la Escuela de Medicina de la universidad de California, ha dicho: “El vino se emplea mucho en el tratamiento de enfermedades del sistema digestivo [...]. El contenido en tanino y las características ligeramente antisépticas del vino lo hacen valioso en el tratamiento del cólico intestinal, colitis mucosa, constipación espástica, diarrea y muchas enfermedades infecciosas del conducto gastrointestinal”. (Wine as Food and Medicine, 1954, pág. 58.) Por supuesto, Pablo recomendó que Timoteo tomara “un poco de vino”, no mucho, pues la Biblia condena la borrachera. (Pr 23:20; véase BORRACHERA.)
Las Escrituras admiten el principio psicosomático, aunque solo en tiempos relativamente recientes los investigadores médicos en general se han dado cuenta de que hay relación entre las condiciones patológicas del cuerpo y el estado emocional de la persona. Proverbios 17:22 dice: “Un corazón que está gozoso hace bien como sanador, pero un espíritu que está herido seca los huesos”. Emociones como la envidia, el temor, la avaricia, el odio y la ambición egoísta son perjudiciales; mientras que el cultivar y desplegar amor, gozo, paz, gran paciencia, benignidad, bondad, fe, apacibilidad y autodominio, el fruto del espíritu de Dios, produce efectos buenos y a veces terapéuticos. (Gál 5:22, 23.) Por supuesto, las Escrituras no dicen que todas las enfermedades sean psicosomáticas, ni censuran el que se consulte a los médicos y se siga un tratamiento. Pablo llamó al fiel cristiano Lucas “el médico amado”. (Col 4:14.)
Cuarentena. Bajo la Ley se ponía en cuarentena a la persona que tenía una enfermedad contagiosa o aquella de la que se sospechaba que la tuviera; es decir, se la mantenía separada de otros o aislada por un tiempo. En las pruebas de lepra de personas, ropa y otros artículos o casas se imponían períodos de cuarentena de siete días. (Le 13:1-59; 14:38, 46.) También, si una persona tocaba un cadáver humano era inmunda por siete días. (Nú 19:11-13.) Aunque las Escrituras no dicen que esta última regla se diese por razones de salud, servía de protección en el caso de que la persona hubiera muerto de alguna enfermedad infecciosa.
Aplicación figurativa. Judá y Jerusalén enfermaron en sentido espiritual debido a sus pecados. (Isa 1:1, 4-6.) Aunque los líderes religiosos de Jerusalén intentaron en vano curar la depresión de las personas diciendo falsamente que había paz (Jer 6:13, 14), no pudieron impedir la destrucción de la ciudad en 607 a.E.C. Sin embargo, Jehová prometió un recobro para Sión, o Jerusalén (Jer 30:12-17; 33:6-9), recobro que tuvo lugar cuando el resto judío regresó a su tierra natal en el año 537 a.E.C.
Jesucristo reconoció que los pecadores estaban enfermos en sentido espiritual y procuró que se volvieran a Jehová para su curación. Así, cuando se le criticó por comer y beber con recaudadores de impuestos y pecadores, dijo: “Los que están sanos no necesitan médico, pero los que se hallan mal sí. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores a arrepentimiento”. (Lu 5:29-32.)
En Santiago 5:13-20 se habla del tratamiento de la enfermedad espiritual de un miembro de la congregación cristiana. El contexto contrasta la enfermedad con la alegría, lo que muestra que Santiago no hablaba de una enfermedad física, sino espiritual. En cuanto a los pasos curativos y su eficacia, Santiago escribió: “¿Hay alguno enfermo [espiritualmente] entre ustedes? Que llame a sí a los ancianos de la congregación, y que ellos oren sobre él [de manera que pueda oír la oración y mostrar que está de acuerdo diciendo “Amén”], untándolo con aceite [animándolo con instrucción consoladora y tranquilizadora de la Palabra de Dios, para restaurarlo a la unidad con la congregación (Sl 133:1, 2; 141:5)] en el nombre de Jehová [con fidelidad a Dios y según su propósito]. Y la oración de fe [que los ancianos ofrecen a favor del enfermo espiritual] sanará [espiritualmente] al indispuesto, y Jehová lo levantará [como si fuese del desaliento y del sentimiento de haber sido abandonado por Dios, y lo fortalecerá para andar en el camino de la verdad y la justicia (Flp 4:13)]. También, si hubiera cometido pecados, se le perdonará [es decir, Jehová perdonará a esa persona (Sl 32:5; 103:10-14) si responde favorablemente a las oraciones y a la censura, así como a la corrección y exhortación de la Palabra de Jehová dadas por los ancianos, y con arrepentimiento, se vuelve y anda en el camino correcto (Sl 119:9-16)]”.
★“Alguno enfermo entre ustedes”: Aunque muchos comentadores bíblicos de la cristiandad aplican las palabras de Santiago a la enfermedad física, un famoso escriturario declara lo siguiente: “La construcción literal envuelve estas etapas sorprendentes: 1. La acción de llamar a los presbíteros de la congregación en el Plural; 2. la dirección general relacionada con la oración de ellos, junto con la unción hecha con aceite; 3. y especialmente la promesa segura de que la oración de fe restaurará al enfermo, aparte de que su restauración está relacionada con el perdón de sus pecados. ¿Estaba autorizado [Santiago] para prometer el recobro corporal en cada caso en que el individuo enfermo obrara de acuerdo con sus instrucciones? Esta duda nos insta a adoptar la construcción simbólica del pasaje, que sería la siguiente: si cualquier hombre como cristiano ha sido herido o llega a estar enfermo en su cristianismo, que busque curación de los presbíteros, el meollo de la congregación. Que éstos oren con él y por él y que lo unjan con el aceite del Espíritu; tal proceder, siempre que se tome, seguramente restaurará al individuo, y sus transgresiones le serán perdonadas.” (Nota: Commentary on the Holy Scriptures (Comentario sobre las Santas Escrituras), por J. P. Lange (Zondervan), tomo 12, pág. 138.) (cj 199-200)
Tenemos que ser lo suficiente humildes para reconocer que a veces necesitamos ayuda de otros, aunque quizás pensemos que sabemos bastante como para solucionar todos nuestros problemas, no obstante esta actitud no es realista, pues aún un ingeniero o facultado intelectualmente necesita a veces de un medico o cirujano, preguntese, ¿podría yo subirme a la mesa del quirófano, coger un bisturí, cortar y operar un tumor o cualquier órgano enfermo? Lógicamente no es realista y para eso están los profesionales en la medicina.
Modo de enfrentarse a la enfermedad. La enfermedad es una calamidad que puede sufrir cualquiera, aun a los que son ricos en sentido material. (Ec 5:16, 17; compárese con Mt 16:26.) Algunas personas disponen de buen alimento y en abundancia, pero no pueden disfrutarlo debido a problemas estomacales o intestinales. (Ec 6:1, 2.) También se habla de la enfermedad física de algunos de los hermanos espirituales de Jesucristo. (Mt 25:39, 40.) Algunos cristianos, como Epafrodito, Timoteo y Trófimo, tuvieron enfermedades físicas (Flp 2:25-30; 1Ti 5:23; 2Ti 4:20), pero la Biblia no informa que los apóstoles curaran de forma milagrosa a ninguno de estos cristianos.
No obstante, cuando uno de los siervos de Dios está enfermo en sentido físico, es apropiado que ore a Jehová por la fortaleza que necesita para soportar su dolencia y por fuerza espiritual para mantener integridad durante ese período de debilidad en la carne. “Jehová mismo lo sustentará sobre un diván de enfermedad.” (Sl 41:1-3; véase también 1Re 8:37-40.)
Por supuesto, la persona no debería violar la ley de Dios introduciendo sangre en su cuerpo para el tratamiento de ninguna enfermedad. (Gé 9:3, 4; Hch 15:28, 29; véase SANGRE.)
Jehová eliminará la enfermedad. (Éx 15:26; 23:25; Dt 7:15.) Isaías escribió sobre un tiempo en el que “ningún residente dirá: ‘Estoy enfermo’” (Isa 33:24), y sobre la curación espiritual de los ciegos, los sordos, los cojos y los mudos, aunque estas profecías también tendrán un cumplimiento físico. (Isa 35:5, 6.) Cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, curó tanto física como espiritualmente a los enfermos, y de este modo cumplió la profecía mesiánica: “Él mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias”. (Mt 8:14-17; Isa 53:4.) El fundamento de esas curaciones fue el sacrificio de su vida humana, la culminación de la trayectoria que emprendió cuando Dios derramó su espíritu sobre él en el río Jordán en el año 29 E.C. De este modo los cristianos tienen una base para la esperanza y prueba abundante de que mediante el resucitado Jesucristo y el reino de Dios, la humanidad obediente recibirá, no solo tratamiento temporal de la enfermedad, sino liberación permanente del pecado, la enfermedad y la muerte heredados de Adán. Por todo ello, Jehová, a quien David identificó como aquel “que está sanando todas tus dolencias”, merece toda la alabanza. (Sl 103:1-3; Apo 21:1-5.)
Citas Bíblicas sobre la Enfermedad
Salmos 31:19 “¡Qué abundante es tu bondad!
La has reservado para los que te temen, la has mostrado ante todos los hombres en beneficio de quienes se refugian en ti.”
Salmos 41:3 “Jehová lo sostendrá cuando esté enfermo en cama; le cambiarás por completo la cama durante su enfermedad.” Nahúm 1:7 “Jehová es bueno, es una fortaleza en el día de angustia. Tiene presentes a los que buscan refugio en él.” Gálatas 4:13 “Pero saben que fue debido a una enfermedad que pude predicarles las buenas noticias por primera vez.” - (Durante una enfermedad también podemos predicar eficazmente.) |
El efecto de la mente en nuestra salud
★La hipocondría es una enfermedad por la que el paciente cree —de forma infundada— que padece alguna enfermedad grave. El origen del término hace referencia a una región anatómica, el hipocondrio, situada bajo las costillas y el apófisis xifoides del esternón, donde según la escuela médica humoral se creía que se acumulaban los vapores causantes de este mal.
★Se denomina placebo a las sustancias que carecen de acción curativa por sí misma pero produce un efecto terapéutico si el enfermo la toma convencido de que es un medicamento realmente eficaz y que posee propiedades beneficiosas para su organismo; tiene el mismo aspecto, gusto y forma que un medicamento verdadero pero está hecho de productos inertes y sin ningún principio activo. ★Se denomina efecto nocebo en medicina y veterinaria y psicología al empeoramiento de los síntomas o signos de una enfermedad por la expectativa, consciente o no, de efectos negativos de una medida terapéutica. Podría decirse que es la versión opuesta del efecto placebo. Nocebo es un adjetivo que se usa para calificar a las respuestas o reacciones dañinas, desagradables e indeseables que manifiesta un sujeto al administrarle un compuesto farmacológicamente inerte, de tal manera que las respuestas orgánicas del sujeto no fueron generadas químicamente (como resultado directo de la acción del fármaco), sino más bien como consecuencia de las expectativas pesimistas propias del sujeto al pensar que el fármaco le causaría efectos dañinos, dolorosos y desagradables. (Ro 14:23) ★Efecto placebo y nocebo - (15-10-2012-Pg.9-§11)
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Diferencias entre virus y bacterias
Las bacterias son microorganismos que contiene una sola célula, y la mayoría de ellas no provocan daño alguno, algunas de ellas incluso pueden ayudar a combatir ciertas infecciones. En cambio, los virus son gérmenes muho más microscópicos que las bacterias y atacan fácilmente el organismo cuando el sistema inmune se encuentra débil, se aprovechan de esta oportunidad e invaden las células sanas.
“La diferencia esencial es la estructura”, es decir, su ‘anatomía'”. |
¿Por qué contagian las enfermedades pero no la salud?
Es sorprendente con la facilidad que uno puede contagiarse con una enfermedad al tratar con personas enfermas, lamentablemente no es así de fácil al tener tratos con personas sanas, pues uno no se puede contagiar de salud. Esta realidad nos pone en alerta a la hora de escoger nuestras amistades, pues así como sucede con las enfermedades pasa con las costumbres, modales y prácticas (1Co 15:33; Pr 13:20) |
¡El Cuerpo Grita... Lo que la boca calla!
La enfermedad es un conflicto entre la personalidad y el cuerpo. Muchas veces...
El resfrío "chorrea" cuando el cuerpo no llora.
¿Y tus dolores callados? ¿Cómo hablan en tu cuerpo?
Me parece bonito compartir este mensaje: |
Enfermedad crónica del sistema nervioso central que se manifiesta, bien por convulsiones o bien por una pérdida parcial o total del conocimiento, y a veces por ambas cosas. Este trastorno está vinculado a una actividad anormal del cerebro. Existen dos clases principales de epilepsia: el “gran mal”, ataque epiléptico con convulsiones fuertes acompañado de pérdida del conocimiento, y el “pequeño mal”, forma más benigna, cuyos ataques son de muy breve duración. Al que padece esta enfermedad se le llama epiléptico.
El día que siguió a la transfiguración, Jesucristo curó a un epiléptico a quien sus discípulos no habían podido sanar. (Mt 17:14-20.) Este muchacho había tenido desde la infancia un “espíritu mudo y sordo” que, entre otras cosas, lo convulsionaba periódicamente y le hacía echar espumarajos por la boca. Jesús reprendió al demonio, este salió y el muchacho fue sanado. (Mr 9:14-29; Lu 9:37-43.)
Aunque en esta ocasión se relaciona la epilepsia con un espíritu demoniaco, esta enfermedad suele tener causas naturales, y las Escrituras no dan a entender que se deba a posesión demoniaca. Más bien, cuando Mateo (4:24) informa que la gente le llevó a Jesús personas enfermas, entre las que se encontraban “endemoniados y epilépticos”, se establece una diferencia entre estas dos clases de personas a las que Cristo sanó.
El término español “epilepsia” se deriva del griego e·pi·lë·psí·a, que significa “ataque”. Sin embargo, la palabra e·pi·lë·psí·a no se usa en la Biblia. Para referirse a este trastorno, Mateo (4:24; 17:15) usó diversas formas de la voz griega se·lë·ni·á·zo·mai, que significa literalmente “estar afectado por la luna”. Aunque muchas versiones emplean “lunático” en Mateo 4:24; 17:15, otras emplean “epiléptico” o comunican esta idea (BAS, LT, NBE, NVI, Sd).
Es digna de mención la explicación que ofrece The International Standard Bible Encyclopaedia: “El significado original del término seleniázomai, ‘[estar] afectado por la luna’, tiene que ver con la creencia popular, muy extendida y de una extraña persistencia, de que ciertas fases de la Luna son dañinas para el ser humano, sobre todo en el caso de enfermedades de carácter periódico o remitente. No hay información que permita determinar si en los tiempos del N[uevo] T[estamento] esta palabra en particular representaba una creencia viva o había pasado a un uso en el que desaparece la metáfora original, limitándose a significar el hecho sin referencia a la idea contenida en la etimología. Todavía utilizamos la palabra ‘lunático’ para referirnos a un enfermo mental, aunque hace mucho que se ha dejado de creer en la influencia de la Luna en tales casos” (edición de J. Orr, 1960, vol. 3, pág. 1941).
El que Mateo empleara formas de la palabra se·lë·ni·á·zo·mai no significa que creyera en las supersticiones que relacionaban esta enfermedad con ciertas fases de la Luna. Lo único que hizo fue usar el término griego para epiléptico que era de uso común en su tiempo. Además, los síntomas que tanto Mateo como Marcos y Lucas describen en el caso del muchacho son precisamente los propios de la epilepsia.
En hebreo se utilizan dos palabras que se traducen “estéril”: `a·qár (Gé 11:30) y gal·múdh (Isa 49:21). En Proverbios 30:16 se describe literalmente la esterilidad como “restricción de la matriz” (NM, nota). La palabra griega para “estéril” es stéi·ros. (Lu 1:7, 36.) También se habla de la esterilidad como “amortiguamiento de la matriz”. (Ro 4:19.)
El mandato original de Jehová a Adán y Eva, más tarde repetido a los hijos de Noé, decía en parte: “Sean fructíferos y háganse muchos”. (Gé 1:28; 9:7.) Por lo tanto, el que una mujer casada no pudiera tener hijos se veía en tiempos antiguos como una deshonra, una aflicción, un castigo y una de las peores desdichas. “Dame hijos, o si no seré mujer muerta”, le suplicó Raquel a su esposo Jacob. (Gé 30:1.)
Las palabras de Jacob a Raquel muestran que Jehová puede hacer fructífera a una mujer estéril: “¿Estoy yo en el lugar de Dios, que ha retenido de ti el fruto del vientre?”. El relato sigue diciendo: “Dios se acordó de Raquel, y Dios la oyó y le respondió, por cuanto le abrió la matriz. Y ella quedó encinta y dio a luz un hijo”. (Gé 30:2, 22, 23.) Se pueden citar otros casos que demuestran el poder de Dios de dar hijos a mujeres afligidas de esterilidad natural por un largo período de tiempo: Sara (Gé 11:30; 17:19; 21:1, 2), Rebeca (Gé 25:21), la madre de Sansón (Jue 13:2, 3), Ana (1Sa 1:10, 11; 2:5), una mujer sunamita (2Re 4:14-17) y Elisabet (Lu 1:7, 36). Con la bendición de Jehová, los israelitas fueron tan prolíficos en Egipto que los egipcios se alarmaron, pensando que en poco tiempo serían más que ellos. (Éx 1:7-12, 18-21.) También se dice que Jehová le concedió a Rut, la antepasada de David, concebir un hijo. (Rut 4:13.)
Cuando Jehová retenía su bendición, incluso la tierra se hacía estéril y yerma, pero con la bendición divina, la tierra podía producir mucho fruto. (Le 26:3-5.) De igual manera, se prometió que ‘no existiría mujer que sufriera aborto ni mujer estéril en la tierra’ en virtud de la abundante bendición de Jehová. (Éx 23:26; Dt 7:13, 14; 28:4, 11; Sl 127:3-5; 128:3.) Y a la inversa, Jehová cerró “completamente toda matriz de la casa de Abimélec” cuando este intentó tomar a Sara por esposa. (Gé 20:17, 18.)
Debido a la tremenda angustia que se predijo que le sobrevendría a la Jerusalén del primer siglo, Jesús dijo que las mujeres “estériles” se sentirían felices, aliviadas, por no tener que ver sufrir a sus hijos. (Lu 23:29.)
Isaías y el salmista profetizaron acerca de una mujer estéril cuya deshonra y vergüenza se olvidarían debido a los muchos hijos que daría a luz, todos ellos enseñados por Jehová. (Sl 113:9; Isa 54:1-15.) El apóstol Pablo aplica las palabras de Isaías a la “mujer libre”, es decir, la “Jerusalén de arriba”. (Gál 4:26-31.)
Aumento patológico de la temperatura del cuerpo. Suele ser síntoma de una infección bacteriana. Si bien una fiebre alta puede ocasionar pérdida de peso, líquido corporal y sales, e ir acompañada de dolor de cabeza y otras molestias, por lo general es parte del sistema defensivo del cuerpo contra los ataques infecciosos. No obstante, hay enfermedades cuya característica principal es una fiebre alta, como la escarlatina, la fiebre amarilla y el dengue.
El paludismo es una de las enfermedades febriles más comunes en el Oriente Medio. Otra enfermedad febril es la disentería, mencionada específicamente en la Biblia. (Hch 28:8.) Se caracteriza por inflamación aguda del colon y ataques repetidos de diarrea, con evacuación de sangre y moco en las heces. En Levítico 26:16, la palabra hebrea qad·dá·jath se traduce “fiebre ardiente”, mientras que en Mateo 8:14, el término griego py·rés·sö significa “tener fiebre” o, literalmente, “arder de fiebre”.
Las estipulaciones de la Ley se dieron fundamentalmente para el provecho espiritual de Israel y para que se mantuviera separada de las naciones paganas; no obstante, un examen de sus regulaciones dietéticas y sanitarias pone de manifiesto que tuvo un efecto secundario provechoso al prevenir las causas y la propagación de muchas enfermedades, entre las que estaban algunas enfermedades febriles, por lo general infecciosas.
1) En la alimentación hebrea no era muy frecuente la carne, pero cuando una familia quería sacrificar un animal para comerlo, lo llevaba al santuario (a menos que —después de la entrada en la Tierra Prometida— viviese demasiado lejos). (Le 17:3-5; Dt 12:20-27.) Solo comían la carne después que el sacerdote ofrecía una parte ante el altar y recibía una porción. Algunos sacrificios de comunión se comían en el mismo día. De otros no se podía disponer después del segundo día; en ese caso, la carne sobrante tenía que ser quemada. Tomando en cuenta el clima cálido de Palestina y la ausencia de medios de refrigeración, la observancia de estas estipulaciones protegía a los israelitas de enfermedades febriles que podían originarse de las toxinas que se producen a causa de la multiplicación de microorganismos en carnes no conservadas en frío. Entre dichas enfermedades se encuentran la salmonelosis (Salmonellas) y las ocasionadas por el Staphylococcus aureus. 2) Se cree que un factor que posiblemente contribuyó a la incidencia de enfermedades en cuya sintomatología se hallaba presente la fiebre fue la ingestión de carne de animales prohibidos en la Ley, como el cerdo, la liebre, animales carroñeros, roedores, ciertos animales acuáticos y algunos peces. (Le 11:1-31.) 3) Las normas sanitarias sirvieron, además, para proteger los útiles de cocina y los depósitos de agua potable, que de otro modo hubiesen sido focos infecciosos de tifus y otras enfermedades febriles. (Le 11:32-38.) 4) Cualquier persona que tocase el cuerpo muerto de un animal o comiese de su carne tenía que limpiarse ceremonialmente, con lo que se procuraba impedir la diseminación de organismos infecciosos. (Le 11:39, 40.) 5) Las leyes que estipulaban que toda persona debía enterrar sus heces y cubrir la sangre derramada con el polvo del suelo protegían a la nación de enfermedades febriles, como la hepatitis. (Le 17:13; Dt 23:12, 13.) 6) Las leyes morales contribuían a eliminar prácticamente las enfermedades venéreas, que afectan a diversos órganos del cuerpo y suelen comportar estados febriles. (Le 19:20, 22, 23.) 7) La estipulación de cuarentenas evitaba la diseminación de enfermedades infecciosas. (Le 13; Nú 19:11, 12, 16; 31:19.)
Jehová advirtió al pueblo de Israel que si transgredían sus mandamientos languidecerían de hambre —otra causa de enfermedades febriles— y padecerían tuberculosis, fiebre ardiente, inflamación y calor febril, así como diviesos, erupciones en la piel (enfermedades que también acusan fiebre) y ceguera. (Le 26:14-16; Dt 28:22, 27.) Todas estas enfermedades plagaron a Israel como consecuencia de su pertinaz rebeldía y violación de la ley divina. (Eze 4:16, 17; 33:10.
Cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, curó a muchas personas afligidas por fiebres. Uno de estos casos fue el de la suegra del apóstol Simón Pedro. (Mt 8:14, 15; Mr 1:29-31.) Como Lucas era médico, indica en esta ocasión el grado de la fiebre, clasificándola de “fiebre alta”. (Lu 4:38.) En otra ocasión, Jesús sanó al hijo de un servidor del rey Herodes Agripa mientras se hallaba en Caná, aunque el muchacho —que tenía fiebre— estaba en Capernaum, a unos 40 Km. de Caná. Como resultado de este milagro, el servidor y toda su casa se hicieron creyentes. (Jn 4:46-54.)
El apóstol Pablo también se valió del poder de hacer curaciones que Dios le había dado —uno de los dones milagrosos que Jesucristo otorgó a determinados miembros de la congregación cristiana primitiva (1Co 12:7-9, 11, 30)—, para sanar al padre de un destacado terrateniente de la isla de Malta, cuyo nombre era Publio, que estaba con fiebre y disentería. Enterados de este milagro, los malteses comenzaron a acudir a Pablo, quien curó a un buen número de ellos de sus dolencias. (Hch 28:7-9.)
Expresión bíblica que hace referencia a ciertas disfunciones de los órganos genitales masculinos y femeninos. (Le 15:2, 19, 25; Nú 5:2, 3; 2Sa 3:29.) Respecto al hombre, se refiere a una enfermedad debido a la cual el órgano genital secreta un flujo o bien queda obstruido por este. (Le 15:2, 3.) Ningún hombre de la prole de Aarón podía comer de “las cosas santas” mientras era inmundo por tener flujo. (Le 22:4.)
La expresión “tener flujo” a veces aplicaba al flujo menstrual normal y periódico de las mujeres (Le 15:19-24), pero también se usaba para designar un flujo de sangre anormal, continuado y patológico. (Le 15:25-30.) Este era el caso de la mujer que tuvo un “flujo de sangre” crónico por doce años antes de que Jesús la sanara. (Mt 9:20-22; Lu 8:43.)
Según la Ley, alguien que tuviera flujo era inmundo, los objetos y las personas que tocara se volvían inmundos y así sucesivamente. Después que el flujo por enfermedad cesaba, la persona tenía que dar los pasos necesarios para su purificación. (Le 15; véase LIMPIO, LIMPIEZA.)
Muerte de los tejidos en una porción del cuerpo, por ejemplo, un dedo del pie o el pie mismo, a consecuencia de la obstrucción del riego sanguíneo. La gangrena seca se caracteriza por una obstrucción u oclusión de las arterias (como, por ejemplo, en la arterioesclerosis); la zona afectada se vuelve negra, seca y pierde toda sensibilidad. La gangrena húmeda usualmente afecta a los pequeños conductos sanguíneos, los capilares y las venas pequeñas. En la gangrena gaseosa las bacterias que se encuentran en el tejido enfermo pueden formar burbujas bajo la piel, lo que lleva a una rápida degeneración de los tejidos. Dado que por lo general son las bacterias las causantes de la gangrena, la infección que resulta hace que la muerte celular se extienda con rapidez. La situación se vuelve más crítica si las bacterias llegan al torrente sanguíneo, pues, si no se administra el tratamiento adecuado, en poco tiempo se produce la muerte.
El apóstol Pablo usa la palabra como metáfora de la enseñanza de doctrinas falsas y “vanas palabrerías que violan lo que es santo”. Él mismo subraya el peligro que tal habla acarrea a toda la congregación, al decir: “Porque ellos avanzarán a más y más impiedad, y su palabra se esparcirá como gangrena”. A continuación, cita ejemplos: “Himeneo y Fileto son de ese grupo. Estos mismos se han desviado de la verdad, diciendo que la resurrección ya ha sucedido; y están subvirtiendo la fe de algunos”. (2Ti 2:16-18.) En vista del anterior simbolismo de Pablo, en el que se representa a la congregación como un cuerpo con muchos miembros —pies, manos, etc. (1Co 12)—, el uso figurado de la gangrena, con su consiguiente peligro para el cuerpo humano, pone de relieve la importancia de eliminar de la congregación cristiana la doctrina falsa y el habla impía.
Reacción que se desencadena en una parte del organismo o en los tejidos de un órgano, caracterizada por un enrojecimiento de la zona, aumento de su volumen, dolor, sensación de calor y trastornos funcionales, y que puede estar provocada por agentes patógenos o sustancias irritantes; también puede aparecer como consecuencia de un golpe.
Enfermedad designada con el término hebreo tsa·rá·`ath y la palabra griega lé·pra. Al que padece esta enfermedad se le llama leproso.
El término hebreo que se traduce como “lepra” tiene un significado amplio y puede incluir varias enfermedades contagiosas de la piel. También puede incluir ciertos agentes infecciosos encontrados en la ropa y en las casas. (Le 14:55.) A la lepra de la actualidad se la llama también enfermedad de Hansen, debido a que fue el doctor Gerhard A. Hansen quien descubrió el agente que causa esta enfermedad. Sin embargo, aunque tsa·rá·`ath aplica a otras enfermedades además de la lepra o enfermedad de Hansen, no hay duda de que esta existía en tiempos bíblicos en el Oriente Medio.
Variedades y efectos. La enfermedad de Hansen, que es poco contagiosa, se manifiesta según tres variedades básicas: 1) lepra nodular, que resulta en el engrosamiento de la piel y en que se formen bultos, primero en la piel de la cara y después en la de otras partes del cuerpo. También produce efectos degenerativos en las membranas mucosas de la nariz y la garganta. Se la conoce como lepra tuberculosa o negra. 2) Lepra anestésica, también llamada lepra blanca. No es tan grave como la anterior y afecta básicamente a los nervios periféricos. Se puede manifestar en que la piel siente dolor al tacto, aunque a veces también resulta en entumecimiento. 3) Lepra mixta, un tipo de lepra en el que se combinan los síntomas de las dos que se acaban de describir.
Según avanza la lepra, las hinchazones que aparecieron inicialmente supuran pus, puede caerse el pelo de la cabeza, así como el de las cejas, y es posible que las uñas se aflojen, debiliten y caigan también. Posteriormente, los dedos, la nariz y los ojos van consumiéndose con lentitud. En los casos más graves, sobreviene la muerte. La “lepra” bíblica era una enfermedad grave, pues al referirse a ella Aarón dijo que la carne estaba “medio consumida”. (Nú 12:12.)
Esta descripción ayuda a entender mejor las referencias bíblicas a esta enfermedad espantosa, así como las horribles consecuencias del acto de soberbia que cometió Uzías al intentar indebidamente ofrecer incienso en el templo de Jehová. (2Re 15:5; 2Cr 26:16-23.)
Diagnóstico. En la ley mosaica Jehová dio a Israel información con la que el sacerdote podía diagnosticar la lepra y distinguir entre ella y otras afecciones menos serias de la piel. En Levítico 13:1-46 se puede ver que la lepra podía empezar con una erupción, una costra, una mancha, un divieso o una cicatriz causada por una quemadura. A veces los síntomas eran muy claros: en la zona afectada el pelo se volvía blanco y se veía que la enfermedad era más profunda que la piel. Por ejemplo: una erupción blanca en la piel que en parte quedaba en carne viva y volvía el pelo blanco era señal de lepra, y se declaraba inmundo a quien la tuviera. Sin embargo, en otros casos la enfermedad no era más profunda que la piel y se imponía un período de cuarentena, con la posterior inspección del sacerdote, quien determinaba lo que al fin debía hacerse.
Se sabía que la lepra podía alcanzar una etapa en la que no era contagiosa. Cuando se extendía por todo el cuerpo, de modo que este se volvía blanco, y no había rastros de carne viva, era un indicio de que la enfermedad había terminado y solo quedaban las señales de sus estragos. En ese caso, el sacerdote podía declarar limpia a la víctima, pues la enfermedad no suponía ya ningún peligro para nadie. (Le 13:12-17.)
Si el leproso se curaba, había unas disposiciones para purificarse ceremonialmente, una de las cuales era que el sacerdote ofreciese un sacrificio a su favor. (Le 14:1-32.) Pero cuando el sacerdote declaraba inmundo al leproso que no se había curado, este debía rasgarse las vestiduras y dejarse la cabeza desaseada, taparse el bigote o el labio superior y clamar “¡Inmundo, inmundo!”. También se decretaba que tenía que morar aislado fuera del campamento (Le 13:43-46), con el fin de que no contaminase a ‘aquellos en medio de quienes Jehová estaba residiendo’. (Nú 5:1-4.) Parece ser que en los tiempos bíblicos los leprosos se asociaban unos con otros o vivían en grupos, lo que facilitaba la ayuda mutua. (2Re 7:3-5; Lu 17:12.) La Ley de Dios exigía que los leprosos vivieran aislados y que avisaran de su presencia gritando: “¡Inmundo, inmundo!” (Le 13:45, 46). Los 10 leprosos mencionados en Lucas 17:11-19 obedecieron la Ley, por eso se quedaron de pie a lo lejos y no se acercaron a Jesús.
“Le tocó” Los líderes religiosos judíos imponían más reglas. Por ejemplo, estaba prohibido acercarse a menos de cuatro codos, esdecir, alrededor de 1,8 metros (6 pies), de alguien con lepra. Pero en días ventosos, la distancia aumentaba a 100 codos, unos 45 metros (150pies). Reglas de ese tipo hacían que se tratara a los leprosos con crueldad. La tradición judía habla favorablemente de un rabino que se escondía de los leprosos y de otro que les tiraba piedras para que no se le acercaran. A diferencia de ellos, Jesús se conmovió tanto con la súplica de un hombre leproso que hizo algo que para otros judíos era impensable: lo tocó (Mt 8:2-4). Y lo hizo aunque una palabra suya habría bastado para curarle la lepra (Mt 8:5-12).
¿Es la lepra de hoy la misma que se menciona en la Biblia? Hoy día, el término lepra se aplica a una enfermedad infecciosa. La bacteria que la provoca (Mycobacterium leprae) fue identificada por el doctor Gerhard Hansen en 1873. Desde entonces se ha descubierto que puede sobrevivir hasta nueve días fuera del cuerpo en las secreciones nasales y que se puede contagiar por contacto con los enfermos y, tal vez, hasta con ropa contaminada. Según la Organización Mundial de la Salud, en el año 2007 se informaron más de doscientos veinte mil nuevos casos en el mundo.
Sin duda, la infección bacterial que hoy llamamos lepra ya existía en Oriente Medio en tiempos bíblicos, pues la Ley mosaica ordenaba poner en cuarentena a los leprosos (Le 13:4, 5). Ahora bien, el término hebreo original que se traduce “lepra” (tsa-ra`ath) no solo se aplicaba a esta enfermedad. También se utilizaba para referirse a una “plaga verde amarillenta o rojiza” que afectaba la ropa y los edificios. Cuando aparecía en una prenda de lana o de lino o en un objeto de piel, a veces bastaba con lavarlos para eliminarla. Pero si la plaga no desaparecía, había que quemar la prenda o el objeto (Lev. 13:47-52). En las casas, la plaga aparecía en las paredes en forma de “depresiones verdes amarillentas o rojizas”. En este caso, había que quitar la parte infectada y mantenerla alejada de la gente. Si la lepra reaparecía, se demolía el edificio y se destruían los materiales (Lev. 14:33-45). Hay quienes creen que la lepra que afectaba la ropa y las casas era lo que hoy se conoce como mildiu o moho. Sin embargo, no se puede afirmar con toda seguridad.
En las prendas de vestir y en las casas La lepra también podía afectar las prendas de lana o lino, así como un artículo de cuero. La plaga podía desaparecer una vez lavado el artículo, después de lo cual se ponía en cuarentena. Pero cuando esta plaga de color verde amarillento o rojizo persistía, era lepra maligna y había que quemar el artículo. (Lev. 13:47-59.) Si aparecían manchas verde amarillentas o rojizas en el muro de una casa, el sacerdote decretaba una cuarentena. Tal vez fuese necesario arrancar las piedras afectadas, raspar el interior de la casa y deshacerse de las piedras y del mortero raspado en un lugar inmundo fuera de la ciudad. Si la plaga volvía, se declaraba inmunda la casa, se demolía y se tiraban los materiales en un lugar inmundo. Cuando se pronunciaba limpia una casa, debía purificarse según una disposición de la Ley. (Lev. 14:33-57.) Se ha dicho que la lepra que afectaba las prendas de vestir y las casas era un tipo de moho, pero no puede asegurarse.
Como señal Una de las señales que Moisés pudo realizar por el poder de Dios para probar a los israelitas que Jehová le había enviado estuvo relacionada con la lepra. Como se le había mandado, Moisés metió su mano en el pliegue superior de su prenda de vestir y cuando la sacó, “[¡]su mano estaba herida de lepra como la nieve!”. Cuando la volvió a introducir en el pliegue superior de su prenda de vestir y la sacó, quedó limpia “como el resto de su carne”. (Éx 4:6, 7.) Dios hirió a Míriam de una “lepra tan blanca como la nieve” debido a que habló contra Moisés. Este rogó a Dios para que la sanase, y fue sanada, pero tuvo que estar en cuarentena fuera del campamento por siete días. (Nú 12:1, 2, 9-15.)
En el tiempo de Eliseo El sirio Naamán era un “hombre valiente y poderoso, aunque leproso [o: herido con una enfermedad de la piel]”. (2Re 5:1, nota.) Su orgullo casi impidió su curación, pero finalmente hizo lo que Eliseo le mandó: se zambulló en el Jordán siete veces y “su carne se volvió como la carne de un muchachito, y quedó limpio”. (2Re 5:14.) Como consecuencia, llegó a ser adorador de Jehová. Sin embargo, Guehazí —el servidor de Eliseo—, movido por la codicia, consiguió un regalo de Naamán en el nombre del profeta, dejándole en mal lugar y aprovechándose de la bondad inmerecida de Dios en beneficio propio. Por esta mala acción, Dios hirió a Guehazí, haciendo que se convirtiera en un “leproso, blanco como la nieve”. (2Re 5:20-27.)
El que hubiese cuatro leprosos israelitas fuera de las puertas de Samaria mientras Eliseo estaba dentro de la ciudad muestra que en tiempos del mencionado profeta había leprosos en Israel. (2Re 7:3.) También es cierto que había una falta de fe general entre los israelitas con relación a este hombre del Dios verdadero, como la hubo con respecto a Jesús en el territorio donde este se crió. Por esta razón, Cristo dijo: “También, había muchos leprosos en Israel en tiempo de Eliseo el profeta; sin embargo, ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el hombre de Siria”. (Lu 4:27.)
Sanados por Jesús y sus discípulos. Durante su ministerio en Galilea, Jesús sanó a un leproso que, según la narración de Lucas, era “un varón lleno de lepra”. Jesús le ordenó que no se lo dijese a nadie, y añadió: “Mas vete y muéstrate al sacerdote, y haz una ofrenda relacionada con tu limpieza, así como prescribió Moisés, para testimonio a ellos”. (Lu 5:12-16; Mt 8:2-4; Mr 1:40-45.)
Cuando Cristo envió a los doce apóstoles, entre otras cosas les dijo: “Limpien leprosos”. (Mt 10:8.) Después, pasando por Samaria y Galilea, Jesús curó a diez leprosos en cierta aldea. Solo uno de ellos, un samaritano, “volvió atrás, glorificando a Dios en alta voz”, y cayó sobre su rostro a los pies de Jesús, dándole gracias por lo que había hecho a su favor. (Lu 17:11-19.) En Betania, en casa de Simón el leproso, a quien posiblemente había curado, María ungió a Cristo con costoso aceite perfumado poco antes de su muerte. (Mt 26:6-13; Mr 14:3-9; Jn 12:1-8.)
Trastorno mental permanente, como la demencia, o estado accidental de extrema furia o gran desatino. En las Escrituras se usan varias palabras hebreas y griegas para significar tales desórdenes mentales, ya sean permanentes o temporales. Parece ser que algunas de estas palabras se derivan de los gritos extraños y a veces violentos o lastimeros emitidos por las personas aquejadas de locura.
El jactancioso rey babilonio Nabucodonosor se volvió loco. En cumplimiento de un sueño profético explicado por Daniel, este monarca fue herido de locura en un momento de jactancia. Estuvo demente durante siete años, “y empezó a comer vegetación tal como los toros”. (Da 4:33.) Al perder la razón, es posible que Nabucodonosor creyese que era una bestia, quizás un toro. Un diccionario de términos médicos francés dice respecto a este trastorno mental: “LICANTROPÍA [Trastorno mental en que el enfermo cree ser un lobo y se comporta como tal.] de [lý·kos], lupus, lobo; [án·thrö·pos], homo, hombre. Nombre dado al desarreglo mental de la persona que cree haberse convertido en animal y que imita sus gritos o aullidos, sus movimientos y hasta sus hábitos. El licántropo se imagina que es un lobo, un perro o un gato; a veces hasta puede creerse un toro, como en el caso de Nabucodonosor”. (Dictionnaire des sciences médicales, par une société de médicins et de chirurgiens, París, 1818, vol. 29, pág. 246.) Después de siete años, Jehová le volvió a la cordura. (Da 4:34-37.)
Locura y posesión demoniaca. Aunque no todas las personas aquejadas de locura o demencia están poseídas por los demonios inicuos, puede esperarse lógicamente que las que sí lo están manifiesten un estado mental desequilibrado. Jesús encontró en el país de los gerasenos a un endemoniado que había hecho de las tumbas su guarida, y “muchas veces había sido sujetado con grilletes y cadenas, mas las cadenas las había roto con estallido, y los grilletes realmente quedaban hechos pedazos; y nadie tenía fuerzas para domarlo”. Además, estaba “continuamente, noche y día, [...] en las tumbas y en las montañas dando gritos y cortándose con piedras”. Después que Jesús expulsó de él los demonios, el hombre recobró “su cabal juicio”. (Mr 5:1-17; Lu 8:26-39.) Sin embargo, los cristianos están protegidos contra la locura provocada por la posesión demoniaca si llevan puesta la “armadura completa que proviene de Dios”. (Ef 6:10-17; véase Posesión Demoniaca.)
Locura fingida. En una ocasión, David se refugió al amparo del rey Akís de Gat cuando huía del rey Saúl. Una vez que se descubrió su identidad, los filisteos le insinuaron a Akís que dar asilo a David representaba un riesgo para la seguridad del reino. Al advertirlo, David tuvo temor y comenzó a actuar como si fuera un demente “e hizo de continuo signos de cruz en las hojas de la puerta, y dejó correr la saliva por la barba”. El rey Akís supuso que estaba loco y le dejó marchar, convencido de que se trataba de un perturbado inofensivo. Posteriormente, David escribió bajo inspiración el Salmo 34, en el que dio gracias a Jehová por bendecir su recurso estratégico y librarle de aquella situación. (1Sa 21:10-22:1.) ★Cómo hacer frente a calamidades que perturban la paz - (15-4-1987-Pg.18-§12-14-Foto)
La locura de oponerse a Jehová. El profeta Balaam insensatamente quiso profetizar contra Israel a fin de recibir dinero del rey moabita Balac. Pero Jehová frustró sus esfuerzos. El apóstol Pedro escribió acerca de Balaam que “una bestia de carga sin voz, expresándose con voz de hombre, estorbó el loco proceder del profeta”. Para designar la locura de Balaam, el apóstol usó la palabra griega pa·ra·fro·ní·a, que transmite la idea de “estar fuera de juicio [razón]”. (2Pe 2:15, 16; Nú 22:26-31.)
Oseas escribió con relación a los profetas falsos de Israel: “El profeta será tonto, el hombre de expresión inspirada será enloquecido a causa de la abundancia de tu error, aun siendo abundante la animosidad”. (Os 9:7.) Jehová se identifica como “Aquel que hace que los adivinos mismos actúen locamente”, pues demostrando la falsedad de sus predicciones, hace que sus opositores y todos aquellos que rechazan su sabiduría sufran de locura. (Isa 44:24, 25.) Job dijo respecto a los jueces de este mundo que Jehová ‘hace enloquecer a los jueces mismos’. (Job 12:17.)
Pablo comparó a los opositores a la verdad que intentaban corromper la congregación cristiana con Janes y Jambres, quienes se habían opuesto a Moisés, y afirmó: “No harán más progreso, porque su locura será muy patente a todos, así como lo llegó a ser la locura de aquellos dos hombres”. (2Ti 3:8, 9.)
Locura debida a la opresión y confusión. Una de las consecuencias extremas que los israelitas tendrían que sufrir por desobedecer a Jehová era la locura. Por causa de la opresión de los conquistadores, llegarían a enloquecer, y actuarían de manera irrazonable debido a su sentimiento de frustración. (Dt 28:28-34.) De hecho, el rey Salomón declaró que la “mera opresión puede hacer que un sabio se porte como loco”. (Ec 7:7.)
Una profecía comparó al rey babilonio Nabucodonosor con la ‘copa del vino de la furia de Jehová’. Las naciones tendrían que beber de ella, y les haría “sacudirse de aquí para allá y actuar como hombres enloquecidos a causa de la espada” que Jehová enviaría sobre ellos. (Jer 25:15, 16.) Pasado el tiempo, llegaría a haber locura en la propia Babilonia debido a que sus idólatras tendrían visiones horrendas, ‘y a causa de sus visiones aterradoras seguirían obrando locamente’. (Jer 50:35-38.) Babilonia también tendría que beber de la copa de la ira de Jehová. (Jer 51:6-8.) ★“No se dejen confundir” - (15-12-2013-Pg.6)
Gran furor. Algunas expresiones griegas que se traducen “locura” o “insensatez” se usan en la Biblia con el significado de “gran furor”. Por ejemplo: cuando Jesús curó en un día de sábado a un hombre que tenía la mano derecha seca, los escribas y fariseos que estaban observando “se llenaron de insensatez [“furor”, NC], y se pusieron a hablar unos con otros en cuanto a qué podrían hacerle a Jesús”. (Lu 6:6-11.) Para designar su estado de ánimo, Lucas utilizó la palabra griega á·noi·a, que significa literalmente “carencia de inteligencia” (el término español “paranoia” está emparentada con ese vocablo). Pablo reconoció que cuando perseguía a los cristianos, había estado “sumamente enojado contra ellos” (Hch 26:11), o había sentido gran furor.
Contrastada con la sabiduría. En el libro de Eclesiastés el congregador revela que dio su corazón “a conocer la sabiduría y a conocer la locura”. (Ec 1:17.) Su investigación no se restringió a la sabiduría, sino que también tomó en consideración la condición opuesta tal como los hombres la manifestaban. (Ec 7:25.) En Eclesiastés 2:12 Salomón de nuevo revela que sopesó la sabiduría, la locura y la tontería. De esta manera podía determinar el valor de cada una de ellas. A la excesiva frivolidad la llamó locura: “Dije a la risa: ‘¡Demencia!’”, pues cuando se comparaba con la sabiduría, era insensata, no producía verdadera felicidad. (Ec 2:2.)
Comentando acerca de la condición mental del estúpido, Salomón dijo: “El comienzo de las palabras de su boca es tontedad, y el fin de su boca, posteriormente, es locura calamitosa”. (Ec 10:13.) Las bromas pesadas pueden ser una manifestación de la tontedad, y a veces pueden ser tan dañinas que al bromista se le compara a un loco que tiene armas mortíferas. (Pr 26:18, 19.)
Algunas personas no creen en la resurrección de los muertos y piensan que todo termina con la muerte. Como consecuencia de su punto de vista desequilibrado, solo buscan satisfacer sus inclinaciones carnales y no muestran ningún interés en hacer la voluntad de Dios. Salomón también se refirió a estas personas cuando dijo: “Porque hay un mismo suceso resultante para todos, el corazón de los hijos de los hombres también está lleno de lo malo; y hay locura en su corazón durante su vida, y después de eso... ¡a los muertos!”. (Ec 9:3.)
Uso ilustrativo. Algunos hombres de Corinto desafiaron la autoridad del apóstol Pablo y su apostolado. Él los llamó con sarcasmo “superapóstoles”. (2Co 11:5.) A fin de que la congregación de Corinto recobrase su sentido, Pablo ‘se jactó’ de sus credenciales, sus bendiciones y lo que había experimentado en el servicio de Jehová, y así demostró que era un apóstol. El jactarse es contrario a lo que debe hacer un cristiano, pero en esa ocasión Pablo tuvo que hacerlo. Por eso dio a entender que había ‘perdido el juicio’, y dijo de los llamados “apóstoles superfinos”: “¿Son ministros de Cristo? Respondo como loco: más sobresalientemente soy yo uno”. (2Co 11:21-27.)
Eliminación periódica del menstruo (sangre, flujo y algunos restos de tejido) procedente del útero de la mujer. La menstruación es un fenómeno fisiológico que por lo general ocurre cada cuatro semanas y que suele durar de tres a cinco días. Las muchachas comienzan a menstruar en la pubertad, y esta función continúa de manera periódica hasta la menopausia.
Las Escrituras asocian la menstruación con impureza o inmundicia. (Le 12:2; Eze 22:10; 36:17.) A veces una palabra hebrea relacionada con la menstruación (nid·dáh) se traduce “impureza menstrual”. (Le 15:25, 26.) Una forma de otro término hebreo, da·wéh, que puede denotar enfermedad (Lam 5:17), se traduce “mujer que está menstruando”. (Le 15:33; Isa 30:22.) La frase “lo que es común entre las mujeres” también alude a la menstruación. (Gé 31:35.)
Según la ley mosaica, a la mujer se la consideraba inmunda por siete días durante una menstruación normal. La cama o cualquier otro objeto sobre el que la menstruante se acostaba o sentaba también llegaban a ser inmundos. Cualquiera que la tocara a ella o tocara los artículos que había hecho inmundos tenía que lavar sus prendas de vestir y bañarse, y permanecía inmundo hasta el atardecer. Si su impureza menstrual llegaba a estar sobre un hombre que se acostaba con ella (como cuando, involuntariamente, el esposo tenía relaciones con su esposa al principio de la menstruación), quedaba inmundo siete días, y la cama sobre la que se acostaba también se consideraba inmunda.
Asimismo, se consideraba inmunda a la mujer durante un flujo irregular de sangre o un “flujo que durara más tiempo que su impureza menstrual”, y en ese tiempo convertía en inmundos los artículos sobre los que se acostaba o sentaba, así como a las personas que los tocaban. Tenía que contar siete días cuando cesaba el flujo normal y luego era limpia. Al octavo día la mujer debía llevar dos tórtolas o dos pichones al sacerdote, que hacía expiación por ella, y presentaba una de estas aves a Jehová como ofrenda por el pecado y la otra como holocausto. (Le 15:19-30; véase LIMPIO, LIMPIEZA - [Flujos].)
Si un hombre y una mujer mantenían relaciones sexuales deliberadamente durante el período en que ella tenía impureza menstrual, se les daba muerte. (Le 18:19; 20:18.) El prohibir el coito durante la menstruación probablemente contribuía a la salud y prevenía, por ejemplo, la inflamación de la zona genital, la uretritis simple. Es posible que las normas de la Ley acerca de la menstruación y el flujo de sangre hicieran recordar a los israelitas la santidad de la sangre. Estas reglas no discriminaban a las mujeres, pues los hombres también estaban sujetos a inmundicia por causa de los flujos propios de su sexo. (Le 15:1-17.) Las reglas relativas a la menstruación destacaban la consideración de Jehová hacia las mujeres. El esposo cristiano, aunque no está bajo la Ley (Ro 6:14; Ef 2:11-16), hará bien en respetar los ciclos y cambios fisiológicos de su esposa, morando con ella “de acuerdo con conocimiento” y asignándole honra “como a un vaso más débil, el femenino”. (1Pe 3:7.)
Pérdida parcial o completa de la fuerza muscular o de la sensibilidad en una o más partes del cuerpo. Esta enfermedad es el resultado de la lesión o el trastorno del sistema nervioso o de la atrofia de los músculos, que impide la transmisión de los impulsos nerviosos o incapacita a los músculos para reaccionar ante dichos impulsos. La parálisis tiene muchos nombres y formas, algunas de las cuales pueden ser fatales. Entre las causas están la enfermedad (como en el caso de la parálisis diftérica), las lesiones cerebrales, la lesión de la columna vertebral o la presión provocada por un tumor.
Algunas de las personas que Jesucristo curó milagrosamente estaban paralíticas. (Mt 4:24.) En una ocasión le llevaron un paralítico, al que curó después de perdonarle los pecados. Luego, por orden de Cristo, el que había sido paralítico tomó su camilla y se fue a su casa. (Mt 9:2-8; Mr 2:3-12; Lu 5:18-26.) En otra ocasión, Jesús sanó desde lejos al criado de un oficial del ejército que estaba postrado debido a parálisis y a punto de morir. (Mt 8:5-13; Lu 7:1-10.) El que el esclavo estuviera “terriblemente atormentado” o muy afligido (Mt 8:6) no indica necesariamente que sufriera dolor intenso. Aunque la parálisis por lo general no es dolorosa, a veces sí puede serlo. En casos de parálisis agitante (enfermedad de Parkinson) se presentan calambres en la columna vertebral y en las extremidades; y en la paraplejía dolorosa —una forma de parálisis relacionada con algunos casos de cáncer en la columna vertebral—, se sufre un dolor muy intenso.
El evangelista Felipe predicó y realizó señales en la ciudad de Samaria, donde sanó a muchos paralíticos. (Hch 8:5-8.) En Lida, Pedro le dijo al paralítico Eneas, que “llevaba ocho años de yacer postrado en su camilla”: “‘Eneas, Jesucristo te sana. Levántate y haz tu cama’. Y al instante él se levantó”. (Hch 9:32-35.)
¿Me aceptarán?
Un soldado que pudo regresar después de haber peleado en la guerra de Vietnam, llamó a sus padres desde San Francisco: "Mamá, voy de regreso a casa, pero tengo que pediros un favor. Traigo a un amigo que me gustaría que se quedara con nosotros." Le dijeron: "Claro, nos encantaría conocerlo."
El hijo siguió diciendo: "Siento mucho el escuchar eso, hijo. A lo mejor podemos encontrar un lugar en donde el se pueda quedar." "No, mamá y papá, yo quiero que él viva con nosotros." "Hijo, tu no sabes lo que estás pidiendo. Alguien que esté tan limitado físicamente puede ser un gran peso para nosotros. Nosotros tenemos nuestras propias vidas que vivir, y no podemos dejar que algo como esto interfiera con nuestras vidas. Pensamos que tú deberías de regresar a casa y olvidarte de esta persona. Él encontrara una manera en la que pueda vivir él solo." En ese momento el hijo colgó el teléfono. Los padres ya no volvieron a saber de él. Unos días después, los padres recibieron una llamada telefónica de la policía de San Francisco. Su hijo había muerto después de que se había caído de un edificio, fue lo que les dijeron. La policía sospechaba que se trataba de un suicidio.
Los padres, destrozados de la noticia, volaron a San Francisco y fueron llevados a identificar a su hijo. Los padres de esta historia son como muchos de nosotros. Encontramos muy fácil amar a personas que son hermosas por fuera o que son simpáticas, pero no a la gente que nos hace sentir alguna inconveniencia o que nos hace sentirnos incómodos. Preferimos estar alejados de personas que no son hermosas, sanas o inteligentes como suponemos serlo nosotros (Lu 14:13, 14; Sl 121:1-3.) |
Ventajas
El relato de hoy trata de una niña de 10 años, Sara, quien nació sin un músculo de una de sus piernas, por lo cual usa un aparato ortopédico permanentemente. El padre comenta: Un hermoso día de primavera llegó de la escuela y me dijo que había participado en los eventos competitivos de la escuela.
Debido al soporte de su pierna pensé rápidamente en algo que decirle para darle valor y animar a mi Sara, pero antes de que yo pudiera decir algo, ella dijo: "¡Papi, gané dos de las carreras!". Pero una vez más, antes de que pudiera decir una palabra, ella dijo: "Papi no me dejaron correr primero; mi ventaja fue tener que ser más fuerte que los demás". ¿Que usted querido lector/a no tiene discapacidad? Bueno, las más graves y frecuentes discapacidades no son físicas, sino mentales y espirituales, muchas personas se ponen muros en su mente y endurecen su corazón discapacitándose así a la acción y entorpeciendo su vida actual y las posibilidades de la vida eterna (Ro 1:28; Ef 4:17, 18; 2Ti 3:8; Flp 3:18, 19 ; 1Ti 6:4, 5.) Que gran lección! Sara pudo percibir lo que muchos de nosotros ignoramos, tal vez creas que las adversidades y las debilidades te tienen en desventaja con respecto a los demás, pero lo contrario es cierto, saca lo mejor de ti, hace más el que quiere que el que puede. Y siempre cuenta con Jehová, Él tiene un cariño y cuidado especial para persona con discapacidad. (2Co 12:9, 10; Flp 4:13). |
Enfermedad contagiosa grave de fácil dispersión que puede alcanzar proporciones epidémicas y ocasionar gran mortandad. La palabra hebrea que la designa (dé·ver) se deriva de una raíz que significa “destruir”. (2Cr 22:10.) En numerosos textos bíblicos se relaciona la peste con la ejecución de juicio divino, tanto sobre el pueblo de Dios como sobre sus opositores. (Éx 9:15; Nú 14:12; Eze 38:2, 14-16, 22, 23; Am 4:10; véase PLAGA.)
Causada por abandonar la ley de Dios. A la nación de Israel se le advirtió que si no guardaba su pacto con Dios, Él ‘enviaría la peste en medio de ellos’. (Le 26:14-16, 23-25; Dt 28:15, 21, 22.) En las Escrituras, tanto la salud física como la espiritual están relacionadas con la bendición de Dios (Dt 7:12, 15; Sl 103:1-3; Pr 3:1, 2, 7, 8; 4:21, 22; Apo 21:1-4), mientras que la enfermedad se relaciona con el pecado y la imperfección. (Éx 15:26; Dt 28:58-61; Isa 53:4, 5; Mt 9:2-6, 12; Jn 5:14.) Si bien es cierto que en algunos casos Jehová Dios ocasionó alguna aflicción directa y repentina, como la lepra de Míriam, Uzías y Guehazí (Nú 12:10; 2Cr 26:16-21; 2Re 5:25-27), se ve que en muchas ocasiones las pestes y enfermedades eran la consecuencia natural e inexorable del proceder pecaminoso que las personas o naciones seguían. Tan solo segaban lo que habían sembrado, y sufrían en su carne los efectos de sus malos caminos. (Gál 6:7, 8.) En relación con los que se volvieron a la inmoralidad sexual, el apóstol dice que Dios “los entregó a la inmundicia, para que sus cuerpos fueran deshonrados entre sí, [...] recibiendo en sí mismos la recompensa completa, que se les debía por su error”. (Ro 1:24-27.)
Israel se perjudica. Por consiguiente, la advertencia de Dios puso en conocimiento de Israel las muchas enfermedades que resultarían inevitablemente de su desobediencia a la voluntad de Dios. La Ley que Dios les dio sirvió de freno y protección contra la enfermedad gracias a sus elevadas normas morales e higiénicas (véase ENFERMEDADES Y SU TRATAMIENTO - [Exactitud de los conceptos bíblicos]), así como por su buen efecto psíquico y emocional. (Sl 19:7-11; 119:102, 103, 111, 112, 165.) En Levítico 26:14-16 no se habla de una infracción incidental de esa Ley, sino de una abierta renuncia y rechazo de sus normas, lo que indudablemente haría que la nación fuese vulnerable a todo tipo de enfermedad y contagio. Tanto la historia pasada como presente testifica de la veracidad de este hecho.
La nación de Israel cayó en apostasía crasa, y la profecía de Ezequiel muestra que el pueblo hablaba de sí mismo como si se estuviera “pudriendo” a causa de sus sublevaciones y pecados. (Eze 33:10, 11; compárese con 24:23.) Tal y como se predijo, la nación experimentó “la espada y el hambre y la peste”, llegando a su culminación cuando se produjo la invasión babilonia. (Jer 32:24.) El que con frecuencia se relacione la peste con la espada y el hambre (Jer 21:9; 27:13; Eze 7:15) armoniza con los hechos conocidos. La peste por lo general acompaña o es una secuela de la guerra y la consecuente escasez de alimento. Cuando una fuerza enemiga invade una tierra, las labores agrícolas se reducen y a menudo se confiscan o se queman las cosechas. Las ciudades sitiadas se ven privadas de los recursos exteriores y el hambre cunde entre el pueblo, que se ve obligado a vivir en medio de condiciones antihigiénicas y de hacinamiento. En medio de tales circunstancias, la resistencia a la enfermedad disminuye, dejando expedito el paso a la mortífera peste.
En la “conclusión del sistema de cosas”. Cuando Jesús predijo la destrucción de Jerusalén y la “conclusión del sistema de cosas”, mostró que la peste sería un rasgo notable entre la generación durante cuya vida llegaría la “gran tribulación”. (Mt 24:3, 21; Lu 21:10, 11, 31, 32.) Después de la destrucción de Jerusalén (acompañada por hambre y enfermedad graves), en Apocalipsis 6:1-8 se apuntó a un tiempo futuro de espada, hambre y “plaga mortífera”. Todo esto seguiría a la aparición del jinete real que sale para vencer montado sobre un caballo blanco y cuya figura cuadra a perfección con la de Apocalipsis 19:11-16, que con toda claridad aplica al reinante Cristo Jesús.
Protección de Jehová. El rey Salomón rogó a Dios que en caso de que Su pueblo se viese amenazado por el hambre y acudiese a Él en busca de alivio, extendiendo las palmas de las manos hacia el templo, acogiese favorablemente su oración. (1Re 8:37-40; 2Cr 6:28-31.) El poder de Jehová para proteger a su siervo fiel incluso de daño espiritual —lo que incluye ‘la peste moral y espiritual que anda en las tinieblas’ — se expresa de manera reconfortante en el Salmo 91.
Colirio. Medicamento de acción local que se utiliza para el tratamiento de enfermedades oculares. La Biblia emplea esta palabra en sentido figurado cuando insta a los cristianos de la congregación de Laodicea que tenían ceguera espiritual a comprar ‘pomada para los ojos y a frotársela en los ojos a fin de que viesen’. (Apo 3:17, 18.) La palabra griega que se traduce colirio o pomada para los ojos (kol·lóu·ri·on) se refiere literalmente a un panecillo o bollito de pan basto, lo que indica que la pomada o colirio probablemente tenía la forma de bollitos o panecillos. Puesto que Laodicea era famosa por su escuela de medicina y es probable que también se produjese el medicamento para los ojos llamado polvos frigios, la recomendación de que comprasen pomada para los ojos debe haber sido muy significativa para aquellos cristianos.
Restituir la salud perdida; devolver a la persona su estado general de bienestar. El verbo hebreo ra·fá´ y el griego i·á·o·mai son las palabras principales que en la Biblia comunican los sentidos literal y figurado de la acción de sanar. Por otra parte, el verbo griego the·ra·péu·ö se traduce ‘curar’. (Mt 4:23, 24.) Algunas veces la curación se producía de modo gradual, mientras que en otras era instantánea.
Entre las bendiciones que Dios ha dado a toda la humanidad, está la capacidad de regeneración de sus organismos físicos y la facultad del cuerpo para sanarse a sí mismo cuando está herido o enfermo. Un médico puede recomendar ciertas medidas para acelerar el recobro, pero en realidad son las facultades de recuperación dadas por Dios, que están dentro del cuerpo, las que efectúan la curación. Por lo tanto, el salmista David reconoció que, aunque nació imperfecto, su Creador podía sostenerlo durante la enfermedad y sanar todas sus dolencias. (Sl 51:5; 41:1-3; 103:2-4.) Jehová restableció la salud corporal del afligido Job (Job 42:10) y también curó físicamente a su pueblo Israel. (Éx 15:26.)
Está escrito de Jehová que puede herir y sanar, y lo hace literal y figuradamente. Por esta razón, para Él hay un tiempo de herir y un tiempo de sanar. (Dt 32:39; compárese con Ec 3:1, 3.) Por ejemplo: Jehová castigó a Jehoram, el infiel rey de Judá, con un trastorno incurable de los intestinos. (2Cr 21:16, 18, 19.) Moisés reconoció que fue Jehová quien había herido a Míriam con lepra, y por eso suplicó al Único que podía curarla, diciendo: “¡Oh Dios, por favor! ¡Sánala, por favor!”. (Nú 12:10, 13.) Y por último, en relación con la facultad de procreación, Jehová sanó al rey Abimélec, a su esposa y a sus esclavas después que pasó la situación crítica en la que se vio envuelta Sara y que hubiese afectado a la descendencia prometida. (Gé 20:17, 18.)
En la Biblia tiene una significación especial el quebranto espiritual más bien que el físico y, a su vez, la curación espiritual. Se llama la atención a la responsabilidad de los caudillos del Israel natural a este respecto. “Desde el profeta aun hasta el sacerdote, cada uno [estaba] obrando falsamente” en los días de Jeremías, simulando al mismo tiempo sanar el quebranto del pueblo de Dios. (Jer 6:13, 14; 8:11.) En este sentido, eran muy parecidos a los consoladores de Job, “médicos de ningún valor”. (Job 13:4.)
En algunas ocasiones también se sanó a objetos inanimados, en el sentido de recomponerlos, como ocurrió con el altar demolido que Elías compuso. (1Re 18:30.) De igual manera, el profeta Eliseo saneó las aguas de los alrededores de Jericó para que no causaran más abortos. (2Re 2:19-22.) Por otra parte, Jeremías puso una ilustración excelente cuando hizo añicos la vasija del alfarero, de modo que no se podía componer, es decir, no tenía la posibilidad de curación. “De la misma manera —Jehová declaró— quebraré yo a este pueblo y a esta ciudad como quiebra alguien la vasija del alfarero de modo que ya no puede componerse [una forma de ra·fá´, cuyo significado literal es “curarse”]”. (Jer 19:11; compárese con 2Cr 36:15-17.)
Curaciones realizadas por Jesús y sus discípulos. Jesucristo consideró que la actividad prioritaria de su ministerio era ‘enseñar y predicar las buenas nuevas del Reino’, mientras que “[curar] toda suerte de dolencia y toda suerte de mal entre el pueblo” era algo secundario. Por eso se compadeció de las muchedumbres principalmente “porque estaban desolladas y desparramadas como ovejas sin pastor”. (Mt 4:23; 9:35, 36; Lu 9:11.)
Este Gran Maestro también se compadeció de las multitudes que le seguían con la esperanza de que sanaría sus males físicos. (Mt 12:15; 14:14; 19:2; Lu 5:15.) Su obra curativa milagrosa sirvió de señal visible a su generación y contribuyó a demostrar que era el Mesías, como se había profetizado. (Mt 8:16, 17.) También prefiguró las bendiciones de curación que se extenderán a la humanidad bajo la gobernación del reino de Dios. (Apo 21:3, 4.) Jesús sanó y restableció la salud de muchos: cojos, mancos, ciegos, mudos (Mt 15:30, 31), epilépticos, paralíticos (Mt 4:24), a una mujer que padecía flujo de sangre (Mr 5:25-29), a un hombre con una mano seca (Mr 3:3-5) y a un hidropésico (Lu 14:2-4), y en muchas ocasiones liberó a endemoniados de su esclavitud y cautiverio satánicos. (Mt 12:22; 15:22-28; 17:15, 18; Mr 1:34; Lu 6:18; 8:26-36; 9:38-42; Hch 10:37, 38.)
Jesús empleó diversas maneras de curar en diferentes ocasiones. En una ocasión todo cuanto dijo fue: “Levántate, toma tu camilla y anda”, y el enfermo que estaba cerca del estanque de Betzata fue curado. (Jn 5:2-9.) En otra ocasión se limitó a dar la orden, y el enfermo, a pesar de encontrarse lejos, se curó. (Mt 8:5-13.) Otras veces puso su mano sobre el enfermo (Mt 8:14, 15) o tocó una herida y la sanó. (Lu 22:50, 51.) Varios enfermos simplemente tocaron el fleco de la prenda de vestir de Jesús o le tocaron a él, y se curaron. (Mt 14:36; Mr 6:56; Lu 6:19; 8:43-47.) No importaba que las personas hubieran estado afligidas con la enfermedad por muchos años. (Mt 9:20-22; Lu 13:11-13; Jn 5:5-9.)
Algunas personas que se opusieron a Jesús no apreciaron la obra de curación que estaba efectuando, como los líderes religiosos judíos, que se encolerizaron cuando Jesús hizo curaciones en día de sábado. (Mt 12:9-14; Lu 14:1-6; Jn 5:10-16.) En una de estas ocasiones, Jesús hizo callar a sus opositores diciéndoles: “Hipócritas, ¿no desata del pesebre cada uno de ustedes en día de sábado su toro o su asno y lo lleva a beber? ¿No era propio, pues, que esta mujer que es hija de Abrahán, y a quien Satanás tuvo atada, ¡fíjense!, dieciocho años, fuera desatada de esta ligadura en día de sábado?”. (Lu 13:10-17.)
Lo que sanaba al enfermo no era la aplicación del propio poder de Jesús, su conocimiento o su sabiduría. Tampoco se utilizó la terapia por hipnosis, la psicoterapia o cualquier otro método similar. Más bien, lo que efectuaba tales curaciones era el espíritu y el poder de Jehová. (Lu 5:17; 9:43.) Sin embargo, no todos fueron tan agradecidos como para dar a Dios la gloria por estas curaciones. (Lu 17:12-18.) Actualmente, tampoco todas las personas reconocen los eternos beneficios curativos que se hacen disponibles por medio del sacrificio de rescate de Cristo. (1Pe 2:24.)
Jesús delegó este poder divino de sanar en otros que estaban estrechamente asociados con él en su ministerio. Cuando se envió a los 12 apóstoles y luego a los 70 discípulos, se les dio poder para curar a los enfermos. (Mt 10:5, 8; Lu 10:1, 8, 9.) Después del Pentecostés de 33 E.C., algunos —entre ellos Pedro, Juan, Felipe y Pablo— también recibieron este poder divino de sanar. (Hch 3:1-16; 4:14; 5:15, 16; 8:6, 7; 9:32-34; 28:8, 9.) Cuando el cristianismo empezó a estar firmemente arraigado y los apóstoles murieron, cesaron los “dones de curaciones”. (1Co 12:8, 9, 28, 30; 13:8, 13.)
Era importante que aquel que llevase a cabo la curación tuviese fe y confianza completas en Jehová, y reconociese, como hizo Jesús, que las curaciones se realizaban gracias al poder de Dios. (Mt 17:14-20; Jn 5:19.) Sin embargo, no era necesario que los afligidos tuvieran fe antes de ser curados (Jn 5:5-9, 13), aunque muchos tuvieron gran fe. (Mt 8:5-13; 15:28; Mr 5:34; Lu 7:1-10; 17:19; Hch 14:8-10; véase FE.)
La curación milagrosa sería una “señal” del respaldo divino. (Hch 4:22, 29, 30.) Los que rehusaron admitir y reconocer esta señal estaban ciegos y sordos. (Isa 6:10; Jn 12:37-41.) Como aquellas curaciones divinas tenían que servir de señal para los incrédulos, no solían efectuarse en favor de quienes ya eran cristianos engendrados por espíritu. Por eso, cuando Timoteo tuvo problemas de estómago, Pablo no realizó una curación milagrosa, sino que recomendó que tomase un poco de vino para ayudarle. (1Ti 5:23.)
Curación espiritual. Jehová sana espiritualmente a los que se arrepienten. En un sentido figurado, significa volver a tener su favor y disfrutar nuevamente de sus bendiciones. (Isa 19:22; 57:17-19; Jer 33:6.) Esa curación resulta en fortalecer las manos débiles y las rodillas que tambalean, abrir los ojos de los ciegos y restablecer el oído a los sordos, sanar a los cojos y dar habla a los mudos, en un sentido espiritual. (Isa 35:3-6.) Por el contrario, los que son apóstatas incorregibles nunca experimentan una curación o restablecimiento de su buena salud y prosperidad espiritual. (2Cr 36:15-17; Isa 6:10; Jer 30:12, 13; Hch 28:24-28.) De manera similar, no habría ninguna curación para Egipto ni para su Faraón ni para el “rey de Asiria”. (Jer 46:11; Eze 30:21; Na 3:18, 19.)
Las Escrituras prescriben el remedio para las personas que están enfermas espiritualmente. (Heb 12:12, 13; Snt 5:14-16; Apo 3:18.)
Privación completa o parcial del sentido del oído. Suele deberse a enfermedad, accidente o ruido fuerte, ya sea intenso y repentino o prolongado. Algunas personas nacen sordas. Otra causa de sordera que se menciona en la Biblia es la posesión demoniaca. (Mr 9:25-29.) La raíz del término hebreo je·résch (‘so rdo’; Isa 35:5) alude tanto a la sordera del receptor como a que el emisor guarde silencio, por lo que se traduce ‘ser sordo’ o “guardar silencio”. (Sl 28:1; 35:22, nota; 50:3, nota; Miq 7:16.)
Jehová, el Creador del oído (Pr 20:12), exigía que su pueblo mostrase consideración a los sordos. Los israelitas no debían burlarse o invocar el mal contra las personas sordas, pues estas no podían defenderse de declaraciones que no podían oír. (Le 19:14; compárese con Sl 38:13, 14.)
Las palabras registradas en Éxodo 4:11, donde dice que Jehová es el que ‘asigna al sordo’, no significan que sea responsable de todos los casos de sordera. Sin embargo, puede hacer que una persona se quede literalmente sorda, muda o ciega por una razón o propósito en particular. El padre de Juan el Bautista se quedó mudo durante un tiempo por no haber creído. (Lu 1:18-22, 62-64.) También pudiera decirse que Dios “asigna” a ciertas personas para que sean sordas espiritualmente debido a que les permite permanecer en ese estado si ellas así lo deciden. (Compárese con Isa 6:9, 10.)
Jesucristo demostró poderes curativos milagrosos durante su ministerio al restablecer en varias ocasiones el sentido del oído a personas sordas. (Mt 11:5; Mr 7:32-37; Lu 7:22.) Este hecho asegura que bajo su gobierno sobre la Tierra todas las aflicciones, entre ellas la sordera, se eliminarán.
El salmista comparó a los inicuos que no se dejan dirigir a una cobra que se hace sorda a la voz de los encantadores. (Sl 58:3-5.) De manera similar, aunque los israelitas de los días de Isaías tenían oídos, eran sordos debido a su lentitud al escuchar y responder a la palabra de Jehová. (Isa 42:18-20; 43:8.) Sin embargo, después de la predicha vuelta del exilio, el pueblo de Dios dejaría de ser sordo en sentido espiritual. Oiría la palabra de Jehová, es decir, le prestaría atención. (Isa 29:18; 35:5.) Mientras Jesucristo estuvo en la Tierra, abrió muchos oídos al entendimiento, permitiendo que los sanados obrasen en armonía con lo que habían oído. (Mt 13:16, 23.)
Nombre genérico de algunas enfermedades de las plantas producidas por hongos. La pérdida de las cosechas por causa del tizón fue una de las calamidades que experimentó la infiel nación de Israel. (Dt 28:22; 1Re 8:37-39; 2Cr 6:28-30; Am 4:9; Ag 2:17.) Se ha dicho que el tizón de la Biblia tal vez sea la roya de los cereales (Puccinia graminis). Esta grave enfermedad parasitaria priva a las plantas de la nutrición y el agua necesarias, por lo que puede hacer que se sequen los granos. En los tallos u hojas de los cereales atacados aparecen pequeñas manchas de color de óxido.
Herida abierta sobre la piel que no es consecuencia de una lesión externa, aunque el tipo inflamatorio suele ser el resultado de una herida menor, por ejemplo, una abrasión. Las úlceras pueden ser externas o internas, y aparecen en la piel o en las mucosas. A menudo secretan pus y provocan la descomposición gradual y la destrucción de los tejidos de la zona afectada. Las úlceras inflamatorias causan dolor y una sensación de quemazón, y con frecuencia aparecen en la parte inferior de la pierna.
La palabra que en las Escrituras Hebreas se traduce a veces por “úlcera” es ma·zóhr, que puede referirse tanto a una úlcera como a una llaga o un divieso. En opinión de algunos hebraístas, se refiere a una herida de la que habría que extraer materia. En las Escrituras Griegas Cristianas se emplea el término hél·kos para úlcera; esta es la palabra con la que se traduce en la Septuaginta griega —en Éxodo 9:9 y Job 2:7— el término hebreo schejín, que significa divieso. (Véase DIVIESO.)
Uso figurado. En términos proféticos se dijo que Efraín (Israel) estaba enfermo y que Judá tenía una “úlcera”, condiciones que eran el resultado de su mala conducta y de la pérdida del favor de Dios. Sin embargo, en lugar de confiar en Jehová para protegerse de sus enemigos, buscaron la ayuda del rey de Asiria, quien no pudo curar su estado ‘ulceroso’. (Os 5:13.) Más tarde, después que los habitantes de Sión fueron llevados al cautiverio babilonio, se habló de esta ciudad como si estuviese afligida por una úlcera. (Jer 30:12-15, 17; compárese con Lu 16:20, 21; Apo 16:2, 10, 11.)