Títulos, Autoridades, Credenciales |
Ester 2:18 dice que el monarca persa Asuero, después de haber hecho reina a Ester, celebró un gran banquete en su honor y otorgó “una amnistía para los distritos jurisdiccionales” de su dominio. La palabra hebrea hana·jáh, que solo aparece en este versículo, se ha traducido de diversas maneras: “liberación” (Versión de los Setenta), “descargo de tributos” (Mod y un targum), “alivio” (NC), “día de fiesta” (EMN, 1988). Los comentaristas opinan que esa liberación o amnistía pudo haber implicado una cancelación de tributos, una exención de servicio militar, la liberación de ciertos presos o varias de estas cosas. En otras partes de las Escrituras se usa una palabra hebrea diferente (schemit·táh) para referirse a la exención de una deuda o de una obligación laboral. (Dt 15:1, 2, 9; 31:10; véase AÑO SABÁTICO.)
En cuanto a la liberación de prisioneros, es de notar que se produjeron varias sublevaciones durante el reinado de Jerjes I, quien, según se cree, era el Asuero mencionado en el libro de Ester. Una inscripción de Persépolis atribuida a Jerjes dice: “Después que llegué a ser rey, hubo (algunos) entre estos países [...] que se sublevaron, (pero) yo aplasté (lit.: maté) a estos países [...] y los puse (nuevamente) en su condición política anterior”. (Ancient Near Eastern Texts, edición de J. B. Pritchard, 1974, pág. 317.) La represión de estos levantamientos sin duda produjo muchos presos políticos, por lo que el momento festivo de la coronación de Ester pudo haber sido la ocasión en que Asuero concediera una amplia amnistía o liberación. (Compárese con Mt 27:15.) De todas formas, no se sabe a ciencia cierta la naturaleza exacta de aquella amnistía.
Autoridades superiores. Expresión bíblica que aparece en Romanos 13:1 y que designa a las autoridades gubernamentales humanas. Dicho versículo se ha traducido de diversas maneras: “Toda alma esté en sujeción a las autoridades superiores, porque no hay autoridad a no ser por Dios; las autoridades que existen están colocadas por Dios en sus posiciones relativas” (NM). “Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas” (BJ). “Todos deben someterse a las autoridades establecidas. Porque no hay autoridad que no venga de Dios, y las que hay, fueron puestas por él” (VP).
Aunque Jehová Dios no dio origen a las autoridades gubernamentales humanas (compárese con Mt 4:8, 9; 1Jn 5:19; Apo 13:1, 2), permitió que vinieran a la existencia, y continúan existiendo gracias a su permiso. Sin embargo, cuando opta por hacerlo, puede quitar, dirigir o controlar tales autoridades para llevar a cabo su voluntad. El profeta Daniel escribió con respecto a Jehová: “Cambia tiempos y sazones, remueve reyes y establece reyes” (Da 2:21), y Proverbios 21:1 dice: “El corazón de un rey es como corrientes de agua en la mano de Jehová. Adondequiera que él se deleita en hacerlo, lo vuelve”. (Compárese con Ne 2:3-6; Est 6:1-11.)
Por qué se exige sujeción cristiana. Como no hay ninguna razón para que los cristianos se pongan en oposición a algo que Dios ha permitido, deben estar en sujeción a las autoridades superiores. Aunque los gobernantes personalmente sean corruptos, no suelen castigar a nadie por hacer el bien, es decir, por adherirse a la ley del país. Sin embargo, el que roba, asesina o comete otros actos desaforados puede esperar un juicio adverso por parte de la autoridad gubernamental. Por ejemplo, alguien que fuera culpable de homicidio deliberado pudiera ser ejecutado por su crimen. Después del Diluvio, Jehová Dios autorizó la aplicación de la pena capital a los asesinos (Gé 9:6), de manera que al ejecutar al infractor de la ley, la autoridad humana estaría actuando como “ministro de Dios, vengador para expresar ira sobre el que practica lo que es malo”. (Ro 13:2-4; Tit 3:1; 1Pe 2:11-17.)
La sujeción cristiana a las autoridades superiores no se basa simplemente en que estas pueden castigar a los malhechores. Para el cristiano llega a ser un asunto de conciencia. Se somete a las autoridades humanas porque reconoce que está en armonía con la voluntad de Dios. (Ro 13:5; 1Pe 2:13-15.) Por lo tanto, la sujeción a las autoridades superiores —autoridades políticas mundanas— nunca podría ser absoluta. Sería imposible que un cristiano mantuviese una buena conciencia e hiciese la voluntad divina si quebrantara la ley de Dios porque la autoridad política lo exigiese. Por esta razón, la sujeción a las autoridades superiores siempre tiene que regirse por la declaración de los apóstoles ante el Sanedrín judío: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”. (Hch 5:29.)
Como las autoridades gubernamentales rinden servicios valiosos para garantizar la seguridad y el bienestar de sus súbditos, tienen el derecho de recaudar impuestos y tributo en compensación por sus servicios. A las autoridades gubernamentales se les puede llamar “siervos públicos de Dios” en el sentido de que proporcionan servicios beneficiosos. (Ro 13:6, 7.) A veces tales servicios han ayudado directamente a siervos de Dios, como cuando el rey Ciro hizo posible que los judíos regresasen a Judá y Jerusalén y reedificasen el templo. (2Cr 36:22, 23; Esd 1:1-4.) Por lo general, cuando las autoridades cumplen con su deber, todos los súbditos participan de los beneficios, entre los que están: el mantenimiento de un marco legal al que los súbditos pueden recurrir para que se haga justicia, protección contra criminales y chusmas ilegales, etc. (Flp 1:7; Hch 21:30-32; 23:12-32.)
Por supuesto, el gobernante que abusa de su autoridad tendrá que rendir cuentas a Dios. El apóstol Pablo escribió: “No se venguen, amados, sino cédanle lugar a la ira; porque está escrito: ‘Mía es la venganza; yo pagaré, dice Jehová’”. (Ro 12:19; Ec 5:8.)
Varias palabras hebreas pueden traducirse tanto “caudillo” como “noble” y “príncipe”. Las que aparecen con más frecuencia son las siguientes:
Na·ghídh, que significa “caudillo”, se aplica a Saúl y a David como reyes de Israel y a Ezequías como rey de Judá, y se relaciona con la responsabilidad de pastorear al pueblo de Dios. (1Sa 9:16; 25:30; 2Sa 5:2; 2Re 20:5.) La dinastía real de David vino de la tribu de Judá, a la que Jehová seleccionó como “caudillo” de las doce tribus de Israel. (1Cr 28:4; Gé 49:10; Jue 1:2.)
En Daniel 9:25 e Isaías 55:4 se alude a Jesús como “Mesías el Caudillo” y un “caudillo y comandante a los grupos nacionales”. Jesús aconsejó a sus discípulos: “Tampoco sean llamados ‘caudillos’, porque su Caudillo [ka·thë·guë·tés] es uno, el Cristo”. (Mt 23:10.) En la congregación cristiana, Jesucristo es el único que merece el título de “Caudillo”, pues ningún humano imperfecto puede ser caudillo de los cristianos verdaderos; ellos siguen a Cristo. Ni siquiera a los que “llevan la delantera” en el servicio a Dios se les otorga el título de “caudillo” o se les llama por ese nombre, y solo ha de seguirse su ejemplo al grado que imiten el de Cristo. (1Co 11:1; Heb 13:7.)
Es notable que nadie puede estar bien capacitado para liderar a nadie, si no a aprendido antes a someterse leal y humildemente a una autoridad (Heb 5:8-10).
Que actúa de buena fe, sin ninguna maldad o doble intención. 2. Que carece completamente de maldad o doble intención.
En Números 21:18 paralelamente al término “príncipes” para referirse a aquellos israelitas dispuestos que excavaron un pozo en el desierto. También se usa con referencia a aquellos que contribuyeron de manera voluntaria para la construcción del tabernáculo. (Éx 35:5.) En Job 12:21 da a entender posiciones de importancia y poder. (Véase también Sl 83:9-11.)
La palabra hebrea jo-rím, que significa “nobles”, se usa para designar a ciertos hombres de influencia que se hallaban en una ciudad del reino de diez tribus de Israel (1Re 21:8, 11), así como para referirse a los judíos que tenían autoridad bajo el Imperio persa. (Ne 5:7; 13:17.) En 617 a. E.C. Nabucodonosor llevó a Babilonia a muchos de los nobles de Judá y Jerusalén, entre ellos Daniel y sus compañeros, y ejecutó a otros en 607 a. E.C. (Jer 27:20; 39:6; Da 1:3, 6.)
Según Lucas, los judíos de Berea “eran de disposición más noble que los de Tesalónica, porque recibieron la palabra con suma prontitud de ánimo, y examinaban con cuidado las Escrituras diariamente en cuanto a si estas cosas eran así” (Hech. 17:10, 11). Un léxico griego define esta palabra bíblica como “disposición a aprender y evaluar algo con imparcialidad”. (w98 15/10 6)
Sar, que significa “príncipe”, “jefe”, se deriva de un verbo cuyo significado es “ejercer dominio”. (Jue 9:22, nota.) Aunque se suele traducir “príncipe”, no aplica necesariamente en todas las ocasiones al hijo de un rey o a una persona de rango real. A los cabezas tribales de Israel se les llamaba “príncipes” (1Cr 27:22) y también se daba ese título a los que desempeñaban un alto cargo bajo el Faraón de Egipto y el rey babilonio Nabucodonosor. (Gé 12:15; Jer 38:17, 18, 22; Est 3:12.) A un jefe del ejército se le podía llamar sar. (Ne 2:9.) En Daniel 8:11, 25 se llama a Jehová el “Príncipe del ejército” y el “Príncipe de príncipes”. El arcángel Miguel es “el gran príncipe” que está plantado a favor de los hijos del pueblo de Daniel. (Da 12:1.) En Daniel 10:13, 20 se menciona a los príncipes demoniacos invisibles que gobernaban las potencias mundiales de Persia y Grecia. (Compárese con Ef 6:12.)
En el Salmo 45, cuyos versículos 6 y 7 el apóstol Pablo aplicó a Cristo Jesús (Heb 1:8, 9), se dice: “En lugar de tus antepasados llegará a haber tus hijos, a quienes nombrarás príncipes en toda la tierra”. (Sl 45:16.) De Abrahán, Isaac y Jacob, antepasados de Cristo, está escrito: “En fe murieron todos estos, aunque no consiguieron el cumplimiento de las promesas, pero las vieron desde lejos y las acogieron”. (Heb 11:8-10, 13.) El gobierno de Cristo no solo tiene reyes y sacerdotes subordinados en el cielo (Apo 20:6), sino también representantes ‘principescos’ sobre la tierra que llevan a cabo las órdenes del rey. (Compárese con Heb 2:5, 8.) Las palabras de Isaías 32:1, 2 son claramente parte de una profecía mesiánica y describen los beneficios que tales “príncipes” dispensarán bajo el gobierno del Reino. (Véanse CABEZA - [Posición dirigente]; GOBERNANTE; PRINCIPAL.)
“Principe de Persia”
Este “príncipe de la región real de Persia” no podía ser Ciro, el rey de Persia, pues había dado muchas muestras de favor hacia Daniel y su pueblo. Además, ¿qué rey de carne y hueso puede impedir el paso a un ángel durante tres semanas? Recordemos que uno solo de estos ángeles mató a 185.000 poderosos soldados en una noche (Isaías 37:36). Aquel “príncipe” solo podía ser un cómplice del Diablo: era el demonio a cargo del territorio ocupado por el Imperio persa. El ángel de Dios también le explicó a Daniel que en el trayecto de vuelta tendría que volver a enfrentarse a este demonio y a otro más, “el príncipe de Grecia” (Daniel 10:20).
¿Qué aprendemos de este relato? Que esos “gobernantes mundiales” son demonios invisibles y se reparten el control del mundo siguiendo las órdenes de su jefe, Satanás.
Según señaló el ángel de Dios, cuando se dirigía a donde estaba Daniel para hablar con él se topó con la oposición del “príncipe de la región real de Persia” —un poderoso demonio— que intentaba frustrar el cumplimiento de los propósitos de Jehová. Tras luchar con él durante veintiún días, pudo proseguir solo merced a la intervención de “Miguel, uno de los príncipes prominentes”. El ángel dijo asimismo que tendría que enfrentarse de nuevo a ese enemigo y posiblemente al “príncipe de Grecia” (Daniel 10:13, 20). No se trataba de una empresa fácil, ni siquiera para un ángel.
¿Significa lo antedicho que Jehová también designó a ángeles sobre naciones como Persia y Grecia para guiarlas? Jesucristo, el Hijo de Dios, afirmó abiertamente: “El gobernante del mundo [...] no tiene dominio sobre mí”. Además, dijo: “Mi reino no es parte de este mundo [...], mi reino no es de esta fuente” (Juan 14:30; 18:36). El apóstol Juan declaró que “el mundo entero yace en el poder del inicuo” (1 Juan 5:19).
Está claro que las naciones del mundo no se someten ni se han sometido nunca a la guía ni a la autoridad de Dios o de Cristo. Aunque Jehová permite que “las autoridades superiores” existan y controlen los asuntos relativos al gobierno de la Tierra, no designa a sus ángeles para que las dirijan (Romanos 13:1-7). El único que podría nombrar a “príncipes” o “gobernantes” sobre ellas es “el gobernante del mundo”, Satanás el Diablo. No son ángeles guardianes, sino gobernantes demoníacos. Por consiguiente, tras los gobernantes visibles hay poderes demoníacos invisibles, o “príncipes”, por lo que los seres humanos no son los únicos responsables de los conflictos de las naciones.
Por lo visto, Satanás ya había otorgado poder similar a otros antes de ofrecérselo a Jesús, pues el libro bíblico de Daniel revela que ángeles rebeldes, en calidad de auxiliares, habían aceptado autoridad sobre imperios mundiales, recibiendo títulos oficiales como “príncipe de Persia” y “príncipe de Grecia”. (Lu 4:6, 7; Daniel 10:20, 21.)
El participio hebreo traducido “comisario” (nits-tsáv) tiene el significado básico de alguien “apostado”, ‘puesto en posición’ o “puesto [colocado]” por nombramiento para cumplir una tarea. (1Sa 22:9; Éx 7:15; Rut 2:5.) Durante el reinado de Salomón (1037-998 a. E.C.) se nombraron doce comisarios para ocupar posiciones administrativas de alto rango. Cada uno de ellos se encargaba por turno, un mes al año, de conseguir el alimento y las demás provisiones para la casa real. (1Re 4:7.)
El gobierno recibía para su mantenimiento productos alimenticios, en vez de un impuesto general. Por consiguiente, los comisarios supervisaban la producción, la siega, el almacenaje y la entrega de las cuotas mensuales, que ascendían a un tonelaje muy considerable. (1Re 4:22, 23.) Estos comisarios tal vez hayan servido de administradores en sus respectivos territorios, además de desempeñar su trabajo de supervisar los suministros de alimentos.
Este era un sistema equitativo, pues al parecer los distritos se habían configurado con la debida consideración a la población y productividad de la tierra, más bien que teniendo en cuenta los límites fijos de las tribus. Nueve de los distritos administrativos estaban al O. del Jordán, y los otros tres, al E. Como la lista de los distritos no está ordenada según la ubicación de estos, es posible que siga el orden mensual de servicio de cada comisario.
En el texto masorético no se dan más que los nombres personales de siete de los comisarios, mientras que a los otros cinco solo se les presenta como “hijo de” fulano de tal. (1Re 4:8-19.) La mayoría de las versiones castellanas (p. ej.: BAS, MK, NC) se limitan a anteponer el prefijo “Ben” (que significa “hijo de”) al nombre del padre, y así forman nombres como “Ben-hur”, “Ben-déquer”, “Ben-hésed”, “Ben-abinadab” y “Ben-guéber”. Con el fin de lograr un funcionamiento sin asperezas y evitar que se produjeran escaseces, se colocó a los doce comisarios bajo la supervisión de uno de los príncipes de Salomón, “Azarías hijo de Natán”. (1Re 4:5.)
Los “comisarios principescos” también servían de encargados y superintendentes de los que trabajaban en la construcción durante el reinado de Salomón. Parece que los dos relatos sobre estos comisarios, el de 1 Reyes y el de 2 Crónicas, solo difieren en los métodos de clasificación: el primero contabiliza 3.300 más 550, lo que arroja un total de 3.850 (1Re 5:16; 9:23), mientras que el segundo da 3.600 más 250, lo que también totaliza 3.850. (2Cr 2:18; 8:10.) Algunos eruditos (Ewald, Keil, Michaelis) creen que las cifras dadas en el libro de Crónicas hacen una distinción entre los 3.600 comisarios que no eran israelitas y los 250 israelitas, en tanto que en el libro de Reyes la distinción de comisarios que se hace es entre los 3.300 encargados subordinados y los 550 supervisores principales, entre los que se incluía a 300 supervisores que no eran israelitas.
Durante el reinado de Jehosafat, rey de Judá (936-c. 911 a. E.C.) “un comisario era rey” en Edom, nación que para aquel tiempo estaba bajo control de Judá. (1Re 22:47.) Esto indica que se había nombrado o aprobado un vicerregente para actuar en lugar del rey.
Por otra parte, la expresión hebrea sar menu-jáh, cuya traducción literal es “príncipe del lugar de descanso”, se ha traducido por “comisario ordenador”. Este comisario debió ser el oficial encargado del alojamiento del rey cuando este viajaba o se encontraba en campaña militar, como también el encargado de los víveres y provisiones de las tropas. Seraya, comisario ordenador del rey Sedequías de Judá, acompañó a este en el viaje que hizo a Babilonia en el transcurso de su cuarto año de reinado, y se llevó consigo la profecía que Jeremías había escrito contra Babilonia. Una vez en esta ciudad, Seraya leyó en voz alta la profecía y arrojó el libro atado a una piedra al Éufrates como símbolo de la futura caída que experimentaría la ciudad, caída de la que nunca habría de levantarse. (Jer 51:59-64.)
Tocado simple o con adornos que llevaban las personas distinguidas, tales como reyes, reinas, otros gobernantes, sacerdotes y aquellos a los que se tenía que dar una honra o recompensa especial. Después del Diluvio, las coronas se usaron como símbolos de autoridad, dignidad, poder, honra y recompensa.
Al parecer, la forma primitiva de la corona fue la diadema (heb. né·zer), una simple cinta que en un principio probablemente se usó para sujetar hacia atrás el cabello largo, pero que más tarde llegó a ser un tocado real, incluso entre los pueblos que tenían la costumbre de llevar el cabello corto. Estas cintas aparecen en esculturas halladas en Egipto, Nínive y Persépolis. En tiempos posteriores solía distinguirse a aquellos a quienes se quería honrar mediante el uso de diademas de diversos colores y tipos de tejidos o dibujos. Algunas de estas cintas medían unos cinco centímetros de ancho y estaban hechas de lino, seda e incluso de plata y oro. En ocasiones, la diadema se llevaba atada alrededor de un gorro o casquete. También existía la diadema radiada, de cuya cinta salían puntas, todo alrededor, a modo de rayos solares. Otras estaban adornadas con piedras preciosas.
Además de significar “diadema” (2Cr 23:11), la palabra hebrea né·zer puede referirse a algo singularizado, separado o dedicado, como en el caso de “la señal de la dedicación, el aceite de la unción de su Dios”, que estaba sobre el sumo sacerdote. (Le 21:10-12; compárese con Dt 33:16, nota.) En vista de este significado básico, la Traducción del Nuevo Mundo traduce né·zer por “señal de dedicación” cuando se refiere a la lámina de oro que llevaba el sumo sacerdote de Israel en el turbante. En esta lámina áurea se hallaban inscritas las palabras “La santidad pertenece a Jehová”. (Éx 29:6; 39:30, nota; Le 8:9.)
Los reyes hebreos, entre ellos Saúl, llevaban diademas como símbolos de realeza. (2Sa 1:10.) Sin embargo, la palabra hebrea principal para referirse a la corona en el sentido usual y que suele traducirse de ese modo es `ata·ráh, de `a·tár, que significa “cercar”. (Compárese con Sl 5:12.) Este término no se refiere necesariamente a una diadema. Cuando David derrotó a la ciudad ammonita de Rabá, tomó como botín la corona (`ata·ráh) que llevaba en la cabeza el ídolo Malcam. No se dice su forma, aunque se especifica que “era de un talento de oro en peso [c. 34 Kg.], y [que] en ella había piedras preciosas”. “Llegó a estar sobre la cabeza de David”, lo que posiblemente quiera decir que se la puso solo un momento para indicar así su triunfo sobre esa deidad falsa. (1Cr 20:2; véase MÓLEK.)
Algunas coronas se hacían de oro refinado (Sl 21:3) y las había que llevaban piedras preciosas engastadas. (2Sa 12:30.) A veces se combinaban varias bandas, o diademas, y parece ser que así se formaban las ‘magníficas coronas’. (Job 31:36.) La expresión “magnífica corona”, que aparece en Zacarías 6:14, en hebreo es literalmente “coronas”, pero va acompañada de un verbo en singular, de modo que al parecer es un caso de plural de excelencia o grandeza.
Concerniente al infiel Sedequías, el último rey de Judá, Jehová decretó: “Remueve el turbante, y quita la corona”. Puede ser que esta frase haga referencia a un turbante real, sobre el que se llevaba una corona de oro. (Compárese con Sl 21:3; Isa 62:3.) Estos dos símbolos de poder real se removieron, y el decreto divino indicó que la gobernación activa sobre el “trono de Jehová” (1Cr 29:23) tendría que esperar hasta la llegada del rey mesiánico de Dios. (Eze 21:25-27; Gé 49:10.)
En Ester 1:11; 2:17; 6:6-10, se menciona un “adorno de realeza” para la cabeza. La palabra hebrea usada en este relato (ké·ther) se deriva de ka·thár (cercar). (Compárese con Jue 20:43.) La Biblia no describe este “adorno de realeza” persa, aunque los monarcas de Persia solían utilizar un gorro rígido, posiblemente de tela o fieltro, que tenía alrededor una franja azul y blanca a modo de diadema.
Cuando el Alto y el Bajo Egipto se unieron bajo un mismo monarca, se hizo una corona combinada. La corona del Bajo Egipto (un gorro rojo de forma troncocónica con un apéndice vertical en la parte posterior, de cuya base arranca hacia el frente una tira que termina en espiral en la parte delantera) se superpuso a la del Alto Egipto (un gorro blanco, alto y redondo, terminado en un botón). Por lo general, la corona llevaba en el frente el símbolo del áspid sagrado egipcio. El tocado del rey asirio era como un gorro de forma cónica parecido al fez moderno, pero más alto. Solía estar adornado con figuras de flores y se confeccionaba con bandas de seda o lino. Las coronas griegas y romanas eran más simples; podían ser tan solo diademas radiadas o guirnaldas.
Jehová habló de hombres que ponían brazaletes en las manos de Oholá y Oholibá y “hermosas coronas” sobre sus cabezas. (Eze 23:36, 42.) Las mujeres árabes distinguidas y pudientes han llevado en siglos recientes coronas circulares de oro colocadas alrededor de tocados redondos. Es posible que algunas mujeres de la antigüedad llevaran tocados parecidos.
La palabra griega sté·fa·nos se traduce “corona”. Los soldados romanos entretejieron una corona de espinas y se la pusieron a Jesús para burlarse de su realeza y, probablemente, hacer más dolorosa su agonía. (Mt 27:29; Mr 15:17; Jn 19:2.) Ha habido distintos puntos de vista sobre qué planta se usó para la confección de esta corona, pues ninguno de los escritores de los evangelios especifican cuál fue.
En las competiciones atléticas a los vencedores se les entregaban como premio guirnaldas de flores. (2Ti 2:5.) En Grecia, los ganadores de los juegos recibían coronas o guirnaldas por lo general hechas de hojas de árboles trenzadas y adornadas con flores. Por ejemplo, los vencedores de los juegos píticos recibían una corona de laurel; en los juegos olímpicos el premio era coronas de hojas de acebuche, y a los vencedores de los juegos ístmicos, que se celebraban cerca de Corinto, se les entregaban coronas hechas de ramas de pino.
En las Escrituras también se usa la palabra “corona” para referirse a la parte superior y posterior de la cabeza, lo que en español se denomina “coronilla”, un diminutivo de corona. (Gé 49:26; Dt 28:35; Sl 68:21.)
Uso figurado. A la esposa capaz se la considera “una corona para su dueño”, porque su buena conducta honra a su esposo y lo eleva en la estimación de otras personas. (Pr 12:4.) La mujer simbólica Sión tenía que llegar a ser “una corona de hermosura” en la mano de Jehová, lo que posiblemente quiera decir que sería admirada como si fuera la obra de Jehová que Él sostiene en su mano. (Isa 62:1-3.)
El ministerio de Pablo y de sus compañeros viajantes resultó en la formación de una congregación cristiana en Tesalónica, a la que Pablo consideraba su “corona de alborozo”, una de sus mayores causas de gozo. (1Te 2:19, 20; compárese con Flp 4:1.)
La canicie es como una gloriosa “corona de hermosura cuando se halla en el camino de la justicia”, pues una vida dedicada al servicio de Jehová le es agradable a sus ojos y merece el respeto de los demás seres humanos. (Pr 16:31; véase Le 19:32.) Al igual que una corona, la sabiduría ensalza a su dueño y le hace merecedor de respeto. (Pr 4:7-9.) Jesucristo, que había sido hecho “un poco inferior a los ángeles”, fue “coronado de gloria y honra [como espíritu celestial que ha sido ensalzado muy por encima de los ángeles] por haber sufrido la muerte”. (Heb 2:5-9; Flp 2:5-11.) Los seguidores ungidos de Jesús reciben en los cielos como recompensa por su fidelidad “la inmarcesible corona de la gloria”, “una [corona] incorruptible”. (1Pe 5:4; 1Co 9:24-27; 2Ti 4:7, 8; Apo 2:10.) Sin embargo, la infidelidad que resulta en la pérdida de la mayordomía sobre los bienes que el Amo tiene en la Tierra también resulta en la pérdida de esta corona celestial. Por eso Jesucristo advirtió después de su resurrección: “Sigue teniendo firmemente asido lo que tienes, para que nadie tome tu corona”. (Apo 3:11.)
En las Escrituras Griegas Cristianas aparece la palabra di·á·dë·ma, que en las versiones modernas se traduce “diadema”. Siempre se usa como símbolo de dignidad real, ya sea verdadera o solo pretendida. El “dragón grande de color de fuego” (Satanás el Diablo) tiene una diadema sobre cada una de sus siete cabezas. (Apo 12:3, 9.) Cada uno de los diez cuernos de la “bestia salvaje” simbólica de siete cabezas que asciende “del mar” está adornado con una diadema. (Apo 13:1.) El que se llama Fiel y Verdadero, a saber, Jesucristo, tiene sobre su cabeza “muchas diademas”, en su caso procedentes de Jehová, la Fuente legítima de autoridad y poder. (Apo 19:11-13; 12:5, 10.) En Apocalipsis 6:2 y 14:14 también se representa a Jesucristo con una corona (sté·fa·nos).
En tiempos bíblicos los gobernadores solían tener poderes militares y judiciales, y eran los responsables de que los distritos jurisdiccionales o provincias sobre los que regían pagasen el tributo o impuesto exigido por el rey o gobernante superior. (Lu 2:1, 2.) Muchos de ellos abusaban del pueblo imponiendo cargas pesadas con el fin de conseguir alimento para sí mismos y sus muchos servidores. (Ne 5:15-18.)
En 1 Reyes 10:15 se hace referencia a los gobernadores que el rey Salomón nombró sobre los distritos de Israel; puede que estos sean los doce comisarios mencionados en 1 Reyes 4:7-19, cuyo deber era proveer alimento para el rey y su casa un mes cada uno.
Casi todas las potencias de tiempos bíblicos tuvieron gobernadores, bien gobernadores nativos locales o gobernadores que controlaban los territorios ocupados. Por ejemplo: los sirios (1Re 20:24), los asirios (Eze 23:5, 6, 12, 23), los babilonios (Jer 51:57), los persas (Esd 8:36; Ne 2:7, 9), los árabes (2Co 11:32) y los romanos. “Gobernante de distrito”: Lit.: “tetrarca” Lat.: te·trár·cha; un príncipe territorial representante del emperador romano César. (Lu 3:1.) José fue gobernador en un sentido muy amplio, pues había sido nombrado sobre todo Egipto y solo estaba supeditado al rey. (Gé 41:40, 41; Hch 7:9, 10.) Cuando Rabsaqué, uno de los oficiales del rey asirio Senaquerib, vio la condición debilitada en que se encontraba Jerusalén, se burló de Ezequías, diciendo que no podría volver atrás el rostro de ni siquiera uno de los gobernadores más pequeños de Senaquerib. Sin embargo, se equivocó al no tomar en consideración que Ezequías tenía de su parte la fuerza incontenible de Jehová. (Isa 36:4, 9; 37:36.)
Nabucodonosor nombró a Guedalías para que gobernase sobre el resto de los israelitas que quedaron después de llevar a la mayor parte del pueblo al exilio en 607 a.E.C., pero Guedalías fue asesinado unos dos meses más tarde. (2Re 25:8-12, 22, 25.) Hacia el final de los setenta años de exilio, el rey Ciro de Persia nombró a Sesbazar (probablemente Zorobabel) gobernador de los judíos que regresaron a Jerusalén en 537 a.E.C. (Esd 5:14; Ag 1:1, 14; 2:2, 21.) Posteriormente, el rey Artajerjes de Persia nombró gobernador a Nehemías cuando este regresó para reedificar el muro en 455 a.E.C. (Ne 5:14; véase TIRSATÁ.)
Bajo la dominación romana, Judea era una provincia imperial, y sus gobernadores tenían que responder por sus acciones ante el emperador. Pilato fue el quinto gobernador de Judea (Mt 27:2; Lu 3:1), mientras que Félix y Festo fueron el undécimo y el duodécimo, respectivamente (si no contamos a Publio Petronio y a su sucesor, Marsus, quienes, aunque eran gobernadores de Siria, atendían al mismo tiempo las cuestiones judías). (Hch 23:24-26; 24:27.) Los gobernadores romanos tenían autoridad para dictar la pena capital, como en el caso de Jesús, a quien juzgó Pilato. (Mt 27:11-14; Jn 19:10.)
Jesús dijo que a sus seguidores se les llevaría ante los gobernadores de las naciones para dar un testimonio. Los cristianos no deberían temer a tales gobernantes poderosos, ni preocuparse en cuanto a qué tenían que decir cuando dieran testimonio ante ellos. (Mt 10:18-20, 26.) Todos los gobernantes forman parte de las autoridades superiores a las que los cristianos deben una sujeción relativa, no absoluta. (Ro 13:1-7; Tit 3:1; 1Pe 2:13, 14; Hch 4:19, 20; 5:29; Mt 22:21.) Por consiguiente, cuando Pablo se dirigió al gobernador Festo, ante quien estaba siendo sometido a juicio, se dirigió a él con el debido respeto, diciendo: “Excelentísimo Festo”. (Hch 26:25.) A diferencia de la postura equilibrada de los apóstoles, quienes respetaban y honraban a Jehová en primer lugar como gobernante supremo, la nación de Israel llegó hasta el punto de respetar más a los gobernantes terrestres que a Dios. Debido a esta situación, Jehová reprobó firmemente a la nación mediante su profeta Malaquías. (Mal 1:6-8; véase AUTORIDADES SUPERIORES.)
Cuando Mateo cita de Miqueas 5:2, muestra que aunque Belén no tenía ninguna importancia gubernativa en Judá, la adquiriría debido a que de ella saldría el mayor de los gobernantes para pastorear al pueblo de Jehová, Israel. Esta profecía se cumplió en Cristo Jesús, el Gran Gobernador bajo su Padre Jehová Dios. (Mt 2:6.)
Persona que ejerce autoridad; soberano. La palabra hebrea correspondiente, ma·schál, significa “gobernar; dominar”, mientras que la voz griega ár·kjön se traduce por “gobernante”.
Jehová Dios es el Gobernante supremo y ejerce autoridad soberana absoluta sobre el universo, visible e invisible, en virtud de su condición de Creador y Dador de Vida. (Da 4:17, 25, 35; 1Ti 1:17.)
Los reyes del linaje davídico que se sentaron sobre el trono de Israel gobernaron en representación de Jehová, quien, aunque invisible, era su verdadero rey. Por eso se decía que Dios los había ungido y que se sentaban en el “trono de Jehová”. (1Cr 29:23.) Cuando llegó Jesucristo, el “hijo de David” (Mt 21:9; Lu 20:41), fue ungido para gobernar desde un trono celestial, no con aceite, sino con espíritu santo. (Hch 2:34-36.) El gobierno universal lo constituyen Jesús y los coherederos del Reino con él, bajo la dirección de Jehová. (Apo 14:1, 4; 20:4, 6; 22:5.)
Satanás el Diablo y sus demonios también son gobernantes, pues se dice que él es “el gobernante de este mundo” y “el gobernante de la autoridad del aire”. (Jn 12:31; 14:30; Ef 2:2.) El hecho de que le ofreciera a Jesús todos los gobiernos de este mundo a cambio de un acto de adoración indica que están bajo su control (Mt 4:8, 9) y que la autoridad que estos tienen emana de él. (Apo 13:2.) Los demonios también tienen autoridad gobernante en la organización del Diablo, pues se dice que son “los gobernantes mundiales de esta oscuridad”, y desde tiempos remotos han ejercido autoridad sobre las potencias mundiales de la historia, como, por ejemplo, los ‘príncipes’ que estuvieron a cargo de Persia y de Grecia. (Ef 6:12; Da 10:13, 20.) No obstante, el Diablo mismo es el gobernante de todos ellos. (Mt 12:24.)
En los días de Jesús, Palestina se regía por un gobierno doble: de una parte, el del Imperio romano, y de otra, un gobierno judío, cuya máxima representación la ostentaba el Gran Sanedrín, compuesto de 70 ancianos, a quienes el gobierno romano había concedido una autoridad controlada sobre los asuntos judíos. Es a estos gobernantes a los que se hace referencia en Juan 7:26, 48, y Nicodemo era uno de ellos. (Jn 3:1.) El término griego que solía emplearse para designar al presidente de la sinagoga era ár·kjön. (Compárense Mt 9:18 y Mr 5:22.) El respeto a los gobernantes era preceptivo en la Ley. (Hch 23:5.) Sin embargo, los propios gobernantes judíos llegaron a ser funcionarios corruptos, y principalmente sobre ellos recayó la culpa por la muerte de Jesús. (Lu 23:13, 35; 24:20; Hch 3:17; 13:27, 28.)
La voz griega ár·kjön también se usó para referirse a los magistrados civiles y funcionarios gubernamentales en general. (Hch 16:19, 20; Ro 13:3.) La palabra hebrea segha·ním, que en ocasiones se traduce “gobernantes” (VP), “oficiales” (Val) y, uniformemente, “gobernantes diputados” (NM), se emplea con referencia a los gobernantes judíos subordinados al Imperio persa (Ne 2:16; 5:7) y también a los que ocuparon cargos de autoridad bajo los reyes de Media, Asiria y Babilonia. (Jer 51:28; Eze 23:12, 23.)
Un gobernante puede hacer que sus súbditos gocen de prosperidad y felicidad o que sufran de pobreza y aflicción. (Pr 28:15; 29:2.) David hizo referencia a estas palabras de Jehová: “Cuando el que gobierna sobre la humanidad es justo, gobernando en el temor de Dios, entonces es como la luz de la mañana, cuando brilla el sol, una mañana sin nubes”. (2Sa 23:3, 4.) Ese gobernante justo es Jesucristo, el Príncipe de Paz. (Isa 9:6, 7.)
★José de Arimatea
★Juan - (Gobernante judío)
★Nicodemo - (Fariseo, maestro de Israel y gobernante de los judíos, miembro del Sanedrín.)
★¿Por qué no se metió Jesús en política? - (1-7-2010-Pg.22)
★Queda demostrado que el gobierno de Jehová es el mejor - (15-1-2010-Pg.28)
★¿Quién controla realmente el mundo? - (T-33)
Magistrados de la ciudad ante quienes una chusma encolerizada arrastró a Jasón y otros cristianos en Tesalónica. (Hch 17:5-8.) G. Ernest Wright dice respecto al uso de este término griego: “En esta puerta [Puerta de Vardar de Tesalónica] había una inscripción, actualmente en el Museo Británico, en que eran mencionados varios funcionarios de la ciudad llamados ‘politarcas’. El mismo término aparece en algunas otras inscripciones. También en Hch 17:6 se emplea este término para indicar los funcionarios a cuya presencia fueron conducidos los cristianos a causa del tumulto que provocó la predicación de Pablo. Esta palabra es desconocida en el resto de la literatura griega, y los datos arqueológicos vienen a confirmar una vez más la exactitud del relato de Lucas en este punto”. (Arqueología bíblica, 1975, pág. 376; véase ARQUEOLOGÍA - [La arqueología y las Escrituras Griegas Cristianas].)
Gobernantes Diputados. Esta expresión, de la forma plural hebrea segha·ním, aparece diecisiete veces en la Biblia, como, por ejemplo, en Esdras 9:2; Nehemías 2:16; Isaías 41:25; Jeremías 51:23 y Ezequiel 23:6. Se emplea con referencia a gobernantes subordinados u oficiales de poca importancia, a diferencia de nobles, príncipes y gobernadores. También se ha traducido “oficiales” (BAS, Val), aunque no de manera uniforme.
Gobernante de distrito. Lit.: “tetrarca” Lat.: te·trár·cha; (que significa ‘gobernante sobre una cuarta parte’ de una provincia) un príncipe territorial representante del emperador romano César. (Lu 3:1.) El término se aplicaba a un gobernante de un distrito menor o a un príncipe territorial que gobernaba solamente con la aprobación de las autoridades romanas. La tetrarquía de Herodes Antipas abarcaba Galilea y Perea. Comparar con la nota de estudio de Mr 6:14.
Acción de dirigir una colectividad dictando las disposiciones para su marcha ordenada y haciéndolas cumplir. Persona, conjunto de personas u organizaciones que constituyen la autoridad gubernativa.
Las distintas formas de la palabra ar·kjé (principio) se traducen de diversas maneras en las Escrituras Griegas Cristianas: “principados”, “gobiernos”, “soberanías”, “autoridades” y “gobernantes” (CI, NM, NBE, Besson, NVI). Aunque las palabras ky·bér·në·sis y ky·ri·ó·tës, han sido traducidas “gobierno” en algunas versiones, significan, más bien, “conducción [guía o dirección]” y “señorío”, respectivamente. En las Escrituras Hebreas la palabra mem·scha·láh, que significa “dominio” (Isa 22:21), a veces se traduce “gobierno”. Igualmente ocurre con mis·ráh, que significa “dominio” y “regir [o poder] principesco”. (Isa 9:6.)
La Biblia revela que hay gobiernos invisibles que son buenos, establecidos por Dios (Ef 3:10), y otros que son inicuos, establecidos por Satanás y sus demonios. (Ef 6:12.) Dios utilizó a Jesucristo como su agente para formar originalmente todos los gobiernos y autoridades justos, invisibles y visibles. (Col 1:15, 16.) Su Padre, Jehová, le ha colocado como cabeza de todo gobierno (Col 2:8-10), y debe regir hasta que se reduzca a la nada a todos los gobiernos opositores, tanto visibles como invisibles. (1Co 15:24.) El apóstol Pablo indicó que tenía que venir un sistema de cosas en el que habría un gobierno bajo la autoridad de Cristo. (Ef 1:19-21.)
Gobiernos mundiales. La Biblia representa a los gobiernos mundiales como ‘bestias’ y dice que reciben su autoridad del Dragón, Satanás el Diablo. Dios les ha permitido existir, pero ha limitado su campo de acción y la duración de su autoridad según Su propósito. (Da 7, 8; Apo 13, 17; Da 4:25, 35; Jn 19:11; Hch 17:26; 2Co 4:3, 4; véase BESTIAS SIMBÓLICAS.)
Los cristianos y los gobiernos. Jesucristo y los cristianos primitivos no se opusieron a la labor de los gobiernos de su día. (Jn 6:15; 17:16; 18:36; Snt 1:27; 4:4.) Reconocieron el hecho de que la sociedad necesita cierta forma de gobierno, y nunca promovieron la desobediencia civil ni la revolución. (Ro 13:1-7; Tit 3:1.) Jesús enunció el principio que deben seguir los adoradores verdaderos de Dios cuando dijo: “Por lo tanto, paguen a César las cosas de César, pero a Dios las cosas de Dios”. (Mt 22:21.) Este principio haría posible que los cristianos primitivos (y de todas las épocas) mantuvieran el debido equilibrio en su relación con las dos autoridades, la de los gobiernos civiles y la de Dios. Además, cuando Jesús estuvo en la Tierra mostró que su posición y, por lo tanto, la de sus discípulos, no era de lucha contra los gobiernos de “César”, sino, más bien, de conformidad con sus disposiciones, siempre que estas no contravinieran la ley de Dios. El mismo Pilato reconoció este hecho cuando dijo: “Yo no hallo en él ninguna falta”. (Jn 18:38.) Los apóstoles siguieron el ejemplo de Jesús. (Hch 4:19, 20; 5:29; 24:16; 25:10, 11, 18, 19, 25; 26:31, 32; véanse AUTORIDADES SUPERIORES; REINO.)
La miseria de la gobernación humana
La historia de la gobernación humana es como la del señor que entra a una zapatería y se le acerca el vendedor: - Buenas tardes, ¿En qué puedo ayudarle señor? - Quiero unos zapatos del número 42. - Verá, señor, no es por llevarle la contraria, pero a simple vista puedo ver que usted calza almenos un 46. - Eso no me importa, yo quiero un número 42, si no, no compro nada y me voy a otra tienda. - Está bien (le contesta el vendedor con cara de asombro). El dependiente le trae unos zapatos del número 42; el hombre se los prueba y le dice: - Perfecto, me los llevo puestos. Cuando va de salida del comercio, el vendedor se da cuenta de que el hombre va sufriendo porque los zapatos le aprietan mucho. El vendedor, intrigado de por qué compró unos zapatos tan pequeños, se le acerca y le dice: - Señor, disculpe, pero no me puedo quedar con la intriga, ¿cómo es que compra sus zapatos tan pequeños, si se ve que está sufriendo porque no le quedan bien? - Mire, le voy a contar mi historia: mi mujer me engaña con un compañero de trabajo, mi hija es prostituta; mi hijo es yonki, mi suegra vive con nosotros y me tira en cara la culpa de todos los problemas familiares... ¡El único placer que tengo en esta vida es llegar a casa y quitarme estos malditos zapatos! Aún así, sin ánimo de despreciar a ningún gobierno en particular, los humanos se proponen una y otra vez encontrar entre la humanidad una gobernación justa, a pesar de que la historia demostró con creces que no pueden dirigir ni sus propios pasos, como van a gobernar a una nación (Ec 8:9; Jer 10:23; Mt 6:9, 10). |
Corona ornamental que se coloca sobre la cabeza. El término hebreo tsefi·ráh (guirnalda) se usó de manera simbólica en una profecía acerca del juicio de Jehová sobre Samaria, la ciudad capital de Efraín (el reino de diez tribus de Israel). Samaria estaba en aquel tiempo llena de “borrachos” políticos, embriagados por la independencia que el reino septentrional había obtenido de Judá y también por sus alianzas políticas con Siria y con otros enemigos del reino de Jehová en Judá. (Véase Isa 7:3-9.) Tal como los borrachos llevaban guirnaldas de flores sobre la cabeza durante sus borracheras, de la misma manera Samaria llevaba la guirnalda de su poder político. Era una decoración de hermosura, pero, a su vez, una flor marchita que iba a desaparecer. Jehová sería para los restantes de su pueblo como una corona de decoración y como una guirnalda (o “diadema”, según muchas versiones) de belleza. (Isa 28:1-5.)
En Ezequiel 7:7, 10 aparece la misma palabra hebrea. Sin embargo, los traductores no saben con certeza qué sentido o aplicación tiene en este caso. Una palabra aramea similar significa “mañana”, y la versión de Lamsa (en inglés) de la Peshitta siriaca la traduce “aurora” en vez de guirnalda o diadema. Algunas versiones la relacionan con un nombre árabe similar y la traducen “exterminio” (BR, SA) o “destrucción” (VP). Otras se basan en que la raíz de la palabra hebrea significa “girar”, y la traducen “turno”, para dar a entender un giro en los acontecimientos (BJ, DK, MK, NBE, Val).
En las Escrituras Griegas Cristianas, en Hechos 14:13, aparece el plural de la palabra griega stém·ma, “guirnalda”. Como allí se relata, el sacerdote de Zeus en Listra llevó toros y guirnaldas a las puertas de la ciudad para ofrecer sacrificios, porque la gente creía que Pablo y Bernabé eran dioses. Puede que se propusieran poner las guirnaldas sobre las cabezas de Pablo y Bernabé, como a veces se hacía con los ídolos, o quizás sobre sí mismos y los animales que iban a sacrificar. Aquellas guirnaldas solían hacerse del follaje que agradaba al dios adorado. (Hch 14:8-18; véase CORONA.)
Funcionario de la corte que tenía a su cargo anunciar públicamente órdenes reales y decretos. La palabra aparece en Daniel 3:4, donde se menciona a un heraldo que proclama el decreto de Nabucodonosor de que el pueblo adorase a la imagen que había erigido. (Véase nota.) Cuando Daniel iba a convertirse en tercer gobernante en el reino por orden del rey Belsasar, se ‘anunció por heraldo’. (Dan 5:29, nota.) En los antiguos juegos griegos el heraldo anunciaba el nombre y país de cada participante, así como el nombre, país y padre del ganador.
El verbo griego que se traduce “predicar”, kë·rys·sö, aparece muchas veces en las Escrituras Griegas Cristianas, y puede traducirse “anunciar [por heraldo]”. El uso de esta palabra en Mateo 24:14 y Marcos 13:10 indica que los proclamadores de las buenas nuevas del reino de Dios servirían de heraldos. (Véanse notas en NM; compárese con Mr 1:45; Apo 5:2.)
Por lo tanto, kë·rys·sö significa “proclamar” en general (buenas o malas noticias), a diferencia de eu·ag·gue·lí·zo·mai: “declarar una buena nueva”. Noé fue predicador (o heraldo, ké·ryx) en el mundo antediluviano y anunció la advertencia divina. (2Pe 2:5.) Cristo predicó (como heraldo) a los espíritus en prisión, pero no las buenas nuevas. (1Pe 3:18, 19.)
Acción de inclinarse, arrodillarse o postrarse, así como cualquier otro gesto que denote sumisión o simplemente respeto. En muchos casos traduce la palabra hebrea hisch·ta·jawáh y la griega pro·sky·né·ö.
El significado básico de hisch·ta·jawáh es “inclinarse”. (Gé 18:2.) Este inclinarse se podía efectuar como un acto de respeto o deferencia hacia otro humano, por ejemplo: un rey (1Sa 24:8; 2Sa 24:20; Sl 45:11), el sumo sacerdote (1Sa 2:36), un profeta (2Re 2:15) u otra persona con autoridad (Gé 37:9, 10; 42:6; Rut 2:8-10), un pariente de más edad (Gé 33:1-6; 48:11, 12; Éx 18:7; 1Re 2:19) o incluso ante desconocidos como una expresión cortés de respeto (Gé 19:1, 2). Abrahán se inclinó ante los hijos cananeos de Het, a quienes quería comprar un lugar para sepultura. (Gé 23:7.) La bendición de Isaac a Jacob exigía que grupos nacionales y los propios “hermanos” de Jacob se inclinaran ante él. (Gé 27:29; compárese con 49:8.) Cuando un hombre se inclinaba ante Absalón, el hijo de David, este lo asía y lo besaba, por lo visto para fomentar sus ambiciones políticas aparentando colocarse a su mismo nivel. (2Sa 15:5, 6.) Mardoqueo rehusó postrarse ante Hamán, no porque lo considerara censurable, sino porque este alto oficial persa era descendiente de los amalequitas, a quienes se había maldecido. (Est 3:1-6.)
Los ejemplos anteriores permiten ver con claridad que este término hebreo en sí mismo no tiene necesariamente un sentido religioso ni significa adoración. No obstante, en muchos casos se utiliza relacionado con la adoración, tanto del Dios verdadero (Éx 24:1; Sl 95:6; Isa 27:13; 66:23) como de dioses falsos. (Dt 4:19; 8:19; 11:16.) Una persona puede inclinarse cuando le ora a Dios (Éx 34:8; Job 1:20, 21), y a menudo postrarse cuando recibe de Él alguna revelación o alguna manifestación de su favor, para mostrar así su gratitud, reverencia y sumisión humilde a Su voluntad. (Gé 24:23-26, 50-52; Éx 4:31; 12:27, 28; 2Cr 7:3; 20:14-19; compárese con 1Co 14:25; Apo 19:1-4; Véase ADORACIÓN.)
Inclinarse ante humanos en señal de respeto era admisible, pero Jehová había prohibido inclinarse ante alguien, aparte de Él mismo, como si se tratase de una deidad. (Éx 23:24; 34:14.) De manera similar, inclinarse para adorar imágenes religiosas o cualquier creación estaba categóricamente condenado. (Éx 20:4, 5; Le 26:1; Dt 4:15-19; Isa 2:8, 9, 20, 21.) Por lo tanto, cuando en las Escrituras Hebreas ciertos siervos de Jehová se postraron ante ángeles, solo lo hicieron como reconocimiento de que eran representantes de Dios, no para rendirles homenaje como deidades. (Jos 5:13-15; Gé 18:1-3.)
El rendir homenaje en las Escrituras Griegas Cristianas. La palabra griega pro·sky·né·ō tiene una correspondencia directa con la hebrea hisch·ta·jawáh en lo que atañe a transmitir la idea tanto de homenaje a criaturas como de adoración a Dios o a una deidad. La manera de expresar el homenaje quizás no se destaque tanto en pro·sky·né·ō como en hisch·ta·jawáh, pues el término hebreo transmite gráficamente la idea de postrarse o inclinarse. Los doctos derivan el término griego del verbo ky·né·ō, “besar”. El uso que se hace de esta voz en las Escrituras Griegas Cristianas (así como también en la Versión de los Setenta griega de las Escrituras Hebreas) muestra que el término se aplicó a la acción de postrarse o inclinarse llevada a cabo por algunas personas. (Mt 2:11; 18:26; 28:9.)
Al igual que en el caso del término hebreo, hay que examinar el contexto para determinar si pro·sky·né·ō se refiere solo a homenaje debido a profundo respeto o a adoración religiosa. Cuando se trata de una referencia directa a Dios (Jn 4:20-24; 1Co 14:25; Apo 4:10) o a dioses falsos y sus ídolos (Hch 7:43; Apo 9:20), el homenaje va más allá de lo que aceptablemente y por costumbre se rinde a los hombres, y entra en el campo de la adoración. Del mismo modo, cuando no se indica el objeto del homenaje, se entiende que va dirigido a Dios. (Jn 12:20; Hch 8:27; 24:11; Heb 11:21; Apo 11:1.) Por otro lado, es obvio que la acción de los de la “sinagoga de Satanás”, a quienes se les hace “[ir] y rendir homenaje” a los pies de los cristianos, no es adoración. (Apo 3:9.)
En la ilustración de Jesús registrada en Mateo 18:26 se rinde homenaje a un rey humano. Asimismo, es evidente que esta fue la clase de homenaje que los astrólogos le rindieron a Jesús, el niño que “nació rey de los judíos”, homenaje que el propio Herodes mostró interés en rendir y que los soldados ofrecieron a Jesús en son de mofa antes de fijarlo en un madero. Está claro que no veían a Jesús como Dios o como una deidad. (Mt 2:2, 8; Mr 15:19.) Algunos traductores utilizan la palabra “adoración” en la mayoría de los casos donde pro·sky·né·ō designa las acciones de ciertas personas con relación a Jesús, pero los hechos no justifican que se le atribuya al término una intencionalidad que no tiene. Más bien, las circunstancias que llevaron a que se rindiera homenaje a Jesús son casi idénticas a aquellas por las que algunos profetas y reyes de tiempos pasados también recibieron homenaje. (Compárense Mt 8:2; 9:18; 15:25; 20:20 con 1Sa 25:23, 24; Mt 14:4-7; 1Re 1:16; 2Re 4:36, 37.) A menudo, las mismas expresiones de los que honraron a Jesús revelan que aunque le reconocieron sin lugar a dudas como el representante de Dios, le rindieron homenaje, no como Dios o como una deidad, sino como el “Hijo de Dios”, es decir, el predicho “Hijo del hombre” o el Mesías investido de autoridad divina. En muchas ocasiones, el homenaje de estas personas era tan solo una expresión de gratitud por la revelación divina o el favor de que habían sido objeto, tal como se había hecho en tiempos anteriores. (Mt 14:32, 33; 28:5-10, 16-18; Lu 24:50-52; Jn 9:35, 38.)
Aunque los ángeles y los profetas de otras épocas habían aceptado homenaje, Pedro detuvo a Cornelio cuando este trató de rendirle homenaje, y el ángel (o ángeles) de la visión de Juan retuvo dos veces a este apóstol de hacer lo mismo, refiriéndose a sí mismo como un “coesclavo” y concluyendo con la exhortación: “Adora a Dios [tōi The·ṓi pro·ský·nē·son]”. (Hch 10:25, 26; Apo 19:10; 22:8, 9.) Es evidente que la venida de Cristo había introducido un cambio en las relaciones que afectaban las normas de conducta de unos siervos de Dios para con otros. Jesús enseñó a sus discípulos: “Uno solo es su maestro, mientras que todos ustedes son hermanos. [...] Su Caudillo es uno, el Cristo” (Mt 23:8-12); en él se cumplían las representaciones y tipos proféticos, tal como el ángel le dijo a Juan: “El dar testimonio de Jesús es lo que inspira el profetizar”. (Apo 19:10.) Jesús era el Señor de David, el Salomón Mayor, el profeta mayor que Moisés. (Lu 20:41-43; Mt 12:42; Hch 3:19-24.) El homenaje que se rindió a esos hombres prefiguró al que se debe rendir a Cristo. Por ello, apropiadamente Pedro rehusó permitir que Cornelio le diese demasiada importancia; Véase Posturas y Ademanes - [Respeto, humildad-§8]
Por su parte, Juan, que había sido declarado justo o justificado por Dios como cristiano ungido, llamado para ser hijo celestial de Dios y miembro del Reino, estaba en una posición diferente con respecto al ángel (o ángeles) de Revelación que los israelitas a los que se les habían aparecido ángeles antes. El ángel debió reconocer este cambio de relación cuando rechazó el homenaje de Juan. (Compárese con 1Co 6:3; véase DECLARAR JUSTO.)
Homenaje al glorificado Jesucristo. O “se inclinó ante él”, “se postró ante él” o “se arrodilló ante él”. Cuando se usa el verbo griego proskynéo con relación a un dios o una deidad, se traduce por “adorar” (Mt 4:10; Lu 4:8). Sin embargo, en este caso, el hombre que había nacido ciego le rindió homenaje porque reconoció que Jesús era el representante de Dios. Él no pensó que Jesús fuera Dios o una deidad, sino el predicho “Hijo del hombre”, el Mesías con autoridad divina (Jn 9:35). Al parecer, cuando se inclinó ante Jesús, hizo lo mismo que otras personas mencionadas en las Escrituras Hebreas, que se inclinaron ante profetas, reyes y otros representantes de Dios (1Sa 25:23, 24; 2Sa 14:4-7; 1Re 1:16; 2Re 4:36, 37). Muchas veces, quienes rendían homenaje a Jesús lo hacían para darle las gracias por alguna revelación divina o porque reconocían que tenía la aprobación de Dios.
Por otro lado, Cristo Jesús ha sido ensalzado por su Padre a una posición en la que solo está subordinado a Él, de manera que “en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo y de los que están sobre la tierra y de los que están debajo del suelo, y reconozca abiertamente toda lengua que Jesucristo es Señor, para la gloria de Dios el Padre”. (Flp 2:9-11; compárese con Da 7:13, 14, 27.) Hebreos 1:6 también muestra que incluso los ángeles rinden homenaje al resucitado Jesucristo. En este texto muchas versiones traducen pro·sky·né·ö por “adorar”, mientras que otras usan expresiones como ‘dar [o rendir] homenaje’ (Besson, NM, Sd) y ‘prosternarse’. (Nou Testament. Traducció interconfessional [catalán].) Prescindiendo del término español que se use, la expresión griega original sigue siendo la misma, y el modo de entender lo que los ángeles rinden a Cristo debe estar en armonía con el resto de las Escrituras. Jesús mismo dijo categóricamente a Satanás: “Es a Jehová tu Dios a quien tienes que adorar [una forma de pro·sky·né·ö], y es solo a él a quien tienes que rendir servicio sagrado”. (Mt 4:8-10; Lu 4:7, 8.) De manera similar, el ángel le dijo a Juan: “Adora a Dios” (Apo 19:10; 22:9), y este mandato se dio después de la resurrección de Jesús y de que fuese ensalzado, lo que muestra que los asuntos no habían cambiado en este respecto. Es verdad que el Salmo 97, del que cita el apóstol en Hebreos 1:6, se refiere a Jehová Dios como Aquel ante quien ‘se inclinan’, y sin embargo este texto se aplica a Cristo Jesús. (Sl 97:1, 7.) No obstante, el apóstol había mostrado antes que el resucitado Cristo es el ‘reflejo de la gloria de Dios y la representación exacta de su mismo ser’. (Heb 1:1-3.) Por consiguiente, si los ángeles tributan al Hijo lo que nosotros entendemos como “adoración”, en realidad esa adoración se dirige mediante él a Jehová Dios, el Gobernante Soberano, Aquel “que hizo el cielo y la tierra y el mar y las fuentes de las aguas”. (Apo 14:7; 4:10, 11; 7:11, 12; 11:16, 17; compárese con 1Cr 29:20; Apo 5:13, 14; 21:22.) Por otro lado, traducciones tales como “rendir homenaje” y “prosternarse” —en lugar de “adorar”— de ninguna manera están en desacuerdo con el lenguaje original (ni del hebreo del Salmo 97:7 ni del griego de Hebreos 1:6), pues transmiten el sentido básico de hisch·ta·jawáh y pro·sky·né·ö.
1. En una nota al pie de la página de la American Standard Version respecto a la palabra proskyneo en Mateo 2:11, se indica: “La palabra griega denota un acto de reverencia, sea hacia una criatura (véase Mateo 4:19, 18, 26), o al Creador (véase Mateo 4:10).
2. En una nota al pie de página de la versión Weymouth`s respecto al mismo versículo, podemos leer: [vv] 8, 11. “rindieron homenaje”, o quizás `adoración`, véase Juan 9:38
3. El Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento exhaustivo, de Vine dice bajo esta palabra: "1.PROSKUNEO..., rendir homenaje, hacer reverencia a (de pros, hacia, y kuneo, besar) es la palabra más frecuente traducida como adorar."
4. El diccionario Strong dice: “Proskuneo: Proviene de pros y probablemente un derivado de kuon (con el significado de besar, como un perro lamiendo la mano de su amo); adular o agacharse ante, es decir, (literalmente o figurativamente) postrarse en homenaje (hacer reverencia a, venerar): adorar.”
5. El manual Greek Lexicon of the New Testament, de G.Abbott-Smith, 3ª edición, p.386 dice: "[pros-kuneo]: (de kuneo, besar) rendir homenaje, hacer reverencia, adorar.
6. A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature, de William F.Arndt y F.Wilbur Gingrich, 1957, dice en las páginas 723, 724, bajo proskuneo: "Se usaba para designar la costumbre de postrarse ante una persona y besarle los pies, el ruedo del vestido, o besar la tierra. (...) (caer) adorar, rendir homenaje a, postrarse ante, hacer reverencia a, dar la bienvenida respetuosamente."
7. The New Thayers Greek-Lexicon of the New Testament, de Joseph Henry Thayer, p.548 dice: "[Proskuneo]...... caer sobre las rodillas y tocar la tierra con la frente como expresión de profunda reverencia.... por tanto, en el N.T., arrodillarse o postrarse para hacer homenaje (a alguien) o hacer reverencia, para expresar respecto o hacer súplicas."
Respecto a Marcos 5:6, Ralph Earle en su Word Meanings In The New Testament (pág. 37, Hendrickson Publishers, 4ª impresión, junio de 2000) escribe: "’Adoró’ Es cierto que proskyneo (...) significa "hacer homenaje, hacer reverencia a, adorar. Permanece la pregunta pertinente: ¿Estaría el hombre poseído por demonios adorando a Jesús, a pesar de que lo llamó "hijo del Dios Altísimo” (NASB, NIV, RSV)? Probablemente "cayó de rodillas delante de él” (NIV) es una traducción más segura." Véase Mateo 2:11
No conforme a la ley. La palabra hebrea para hijo ilegítimo es mam·zér, palabra de etimología incierta posiblemente relacionada con el término hebreo que en Jeremías 30:13 y Oseas 5:13 se traduce por “úlcera”, y con una voz arábiga que significa “pudrirse; causar náusea”, términos que se refieren a un estado de corrupción.
En Deuteronomio 23:2 la Ley decía: “Ningún hijo ilegítimo podrá entrar en la congregación de Jehová. Hasta la décima generación misma ninguno de los suyos podrá entrar en la congregación de Jehová”. Como el número diez representa lo completo, la “décima” generación debe querer decir que tales personas nunca podrían entrar en la congregación. La misma ley se declara concerniente al ammonita y al moabita, y en esos casos se añaden las palabras, “hasta tiempo indefinido”, lo que aclara la idea. Sin embargo, a los ammonitas y moabitas no se les excluyó debido a que sus antepasados nacieron como resultado de relaciones incestuosas, como algunos han afirmado, sino por el modo de tratar al pueblo de Israel cuando viajaba hacia la Tierra Prometida. (Dt 23:3-6; véase AMMONITAS.)
La fornicación, el adulterio y el incesto son detestables a Jehová. La Ley prescribía que el adúltero y el incestuoso debían ser muertos, y ninguna de las hijas de Israel tenía que hacerse prostituta. (Le 18:6, 29; 19:29; 20:10; Dt 23:17.) Además, el que un hijo ilegítimo recibiese la herencia ocasionaría confusión y desajustaría el orden familiar; por eso no podía tener ninguna herencia en Israel.
Algunos exégetas afirman que Jefté era hijo ilegítimo, pero esto no es cierto. La Biblia no dice que lo fuese; lo que dice es que “era hijo de una prostituta”. (Jue 11:1.) Como en el caso de Rahab —que había sido prostituta, pero se casó con Salmón, un israelita—, seguramente la madre de Jefté tuvo un matrimonio honorable, por lo que su hijo sería tan legítimo como el de Salmón y Rahab, que llegó a ser uno de los antepasados de Jesucristo. (Mt 1:5.) Es posible que la madre de Jefté fuese una esposa secundaria de Galaad, y hasta cabe la posibilidad de que Jefté haya sido el hijo primogénito de Galaad. De haber sido Jefté un hijo ilegítimo, no hubiese podido ser miembro de la congregación de Israel, y sus medio hermanos, que lo habían echado de la casa paterna, no hubiesen tenido base legal para haberle pedido después que fuese su comandante. (Jue 11:2, 6, 11.) El que Jefté hubiese sido hijo de una esposa secundaria no le convertía en hijo ilegítimo, pues la Ley explicitaba en Deuteronomio 21:15-17 que tales hijos tenían los mismos derechos de herencia que el hijo de la esposa preferida.
En las Escrituras Griegas Cristianas, la palabra nó·thos (‘hijo ilegítimo’, BAS, NM; ‘bastardo’, BJ, NTI; ‘espurio’, CI) se emplea una vez en Hebreos 12:8. Como muestra el contexto, el escritor compara a Dios con un padre que disciplina a su hijo con amor. El escritor dice: “Si ustedes están sin la disciplina de la cual todos han llegado a ser participantes, son verdaderamente hijos ilegítimos, y no hijos”. A los que afirman ser hijos espirituales de Dios, pero practican el pecado y son desobedientes, se les corta de la congregación de Dios y no reciben la disciplina que Dios da a sus hijos legítimos para llevarlos a la perfección.
Fuego e incienso ilegítimos. En Levítico 10:1, la palabra hebrea zar (femenino, za·ráh; literalmente, ‘extraño’) se usa con respecto al “fuego ilegítimo, que [Dios] no les había prescrito”, pero que los hijos de Aarón, Nadab y Abihú, presentaron delante de Jehová, por lo que Jehová los ejecutó con fuego. (Le 10:2; Nú 3:4; 26:61.) Después, Jehová le dijo a Aarón: “No bebas vino ni licor embriagante, tú ni tus hijos contigo, cuando entren en la tienda de reunión, para que no mueran. Es estatuto hasta tiempo indefinido para sus generaciones, tanto para hacer distinción entre la cosa santa y la profana, y entre la cosa inmunda y la limpia, como para enseñar a los hijos de Israel todas las disposiciones reglamentarias que Jehová les ha hablado por medio de Moisés”. (Le 10:8-11.) Esto parece indicar que Nadab y Abihú se habían embriagado, y que esa condición los envalentonó para ofrecer fuego que no estaba prescrito. Tal fuego probablemente era ilegal debido al momento, lugar o manera de ofrecerlo, o podría haber sido incienso de diferente composición a la especificada en Éxodo 30:34, 35. Su estado ebrio no los excusó de su pecado.
La misma palabra zar se usa en Éxodo 30:9, nota con referencia a quemar incienso ilegítimo en el altar de incienso del lugar santo.
Gravamen en dinero, bienes o trabajo que impone una autoridad sobre las personas o la propiedad. Durante mucho tiempo se han utilizado diversos tipos de impuestos para el mantenimiento de los servicios del gobierno, de los funcionarios públicos y también de los sacerdotes. Entre los impuestos que se imponían antiguamente estaban: el diezmo, el tributo, el peaje, la capitación y los impuestos sobre artículos de consumo, exportaciones, importaciones y las mercancías transportadas a través del país por los mercaderes.
Impuestos para mantener el santuario de Jehová. El servicio del santuario se mantenía gracias a los impuestos. Los sacerdotes aarónicos y los levitas se mantenían principalmente de los diezmos obligatorios. Al menos en una ocasión recibieron una parte del botín de guerra en conformidad con un impuesto estipulado por Jehová. (Nú 18:26-29; 31:26-47; véase DIEZMO.) Jehová también le mandó a Moisés que hiciera un censo y que cada persona registrada diera medio siclo (aproximadamente 1,10 dólares [E.U.A.]) como “contribución de Jehová” para el servicio de la tienda de reunión. (Éx 30:12-16.) Parece ser que era costumbre que los judíos dieran una cantidad fija cada año, aunque no se hiciera un censo anual. Por ejemplo, Jehoás exigió el “impuesto sagrado ordenado por Moisés”. (2Cr 24:6, 9.) Los judíos del tiempo de Nehemías se comprometieron a pagar la tercera parte de un siclo (unos 75 centavos [E.U.A.]) cada año para el servicio del templo. (Ne 10:32.)
En el tiempo del ministerio terrestre de Jesús, los judíos pagaban dos dracmas para el templo. Cuando se le preguntó a Pedro si Jesús pagaba este impuesto, respondió de manera afirmativa. Posteriormente, hablando sobre este tema, Jesús indicó que los reyes no exigen impuestos a sus hijos, ya que estos son parte de la casa real para la que se recauda el impuesto. Sin embargo, aunque Jesús era el Hijo unigénito de Aquel a quien se adoraba en el templo, hizo que se pagase el impuesto a fin de evitar ser una causa de tropiezo para otros. (Mt 17:24-27.) ★¿Por qué pagaron juntos Jesús y Pedro el impuesto del templo con una sola moneda? - (1-2-2008-Pg.15)
Impuestos fijados por gobernantes. El establecimiento de la monarquía israelita llevó a que se prescribieran impuestos, como el del diezmo del rebaño y de los productos agrícolas, para mantener al rey, a su casa y a los diversos funcionarios y siervos gubernamentales. (1Sa 8:11-17; 1Re 4:6-19.) Para el fin del reinado de Salomón, el reclutamiento para trabajo forzado y los impuestos del gobierno se habían convertido en una carga tan pesada para el pueblo, que a Rehoboam, el hijo y sucesor de Salomón, se le hizo la petición de aligerar el ‘duro servicio y el pesado yugo’. La negativa de Rehoboam provocó la sublevación de diez de las tribus. (1Re 12:3-19; véanse SERVICIO OBLIGATORIO; TRABAJO FORZADO.)
Cuando los israelitas estuvieron bajo dominación extranjera, tuvieron que someterse incluso a otras formas de impuestos. Por ejemplo, cuando el faraón Nekoh hizo vasallo a Jehoiaquim y le impuso a Judá una elevada multa o tributo, este último reunió los fondos necesarios obligando a sus súbditos a pagar cierta cantidad “conforme al impuesto asignado a cada uno por valuación”. (2Re 23:31-35.)
Durante el período de la dominación persa, los judíos (con la excepción de los sacerdotes y otros trabajadores del santuario a los que eximió Artajerjes Longimano) tenían que pagar impuesto (arameo, mid·dáh o min·dáh), tributo (belóh) y peaje (halákj). (Esd 4:13, 20; 7:24.) Se cree que el mid·dáh era un impuesto sobre la persona; el belóh, un impuesto sobre los artículos de consumo, y el halákj, un peaje que pagaban los viajeros en las estaciones de los caminos o vados de los ríos. El mid·dáh (traducido “tributo” en Nehemías 5:4, SA; Val; NM) tiene que haber sido bastante elevado, pues muchos de los judíos se veían obligados a solicitar un préstamo para pagarlo. Aparte de los impuestos exigidos por los persas, los judíos también mantenían al gobernador. (Ne 5:14, 15.)
En el siglo I E.C., los judíos estaban muy resentidos por causa del pago de impuestos, no solo debido a la corrupción de los recaudadores de impuestos, sino también porque significaban un reconocimiento de su sujeción a Roma. (Véase RECAUDADOR DE IMPUESTOS.) Sin embargo, tanto Jesucristo como el apóstol Pablo dijeron que era apropiado pagar impuestos a “César” o a las “autoridades superiores”. (Mt 22:17-21; Ro 13:1, 7; véase CÉSAR - [Dios y César].) Entre las diversas clases de impuestos mencionadas en las Escrituras Griegas Cristianas están: té·los (impuesto indirecto, contribución o tributo; Mt 17:25; Ro 13:7), kén·sos (capitación; Mt 17:25; 22:17, 19; Mr 12:14) y fó·ros (impuesto en sentido más amplio; se cree que gravaba las casas, las tierras y las propias personas; Lu 20:22; 23:2).
El principio básico de jefatura se expone en 1 Corintios 11:3: “La cabeza de todo varón es el Cristo; a su vez, la cabeza de la mujer es el varón; a su vez, la cabeza del Cristo es Dios”.
El lugar del hombre. La primera parte de este consejo sobre la jefatura aplica al hombre: no es independiente, y tiene la necesidad de reconocer a un “cabeza”. Además, está obligado a seguir las instrucciones y el modelo que ha dejado su cabeza, Cristo (1Jn 2:6), una obligación que no solo aplica en el plano religioso (Mt 28:19, 20), sino también en el personal. Por ejemplo, si es un padre de familia, por respeto a su propia cabeza, Cristo, debería obedecer el consejo de morar con su esposa de acuerdo con conocimiento y ‘asignarle honra como a un vaso más débil’, y debería esforzarse solícitamente por educar a sus hijos del modo apropiado. (1Pe 3:7; Ef 6:4.) Este consejo bíblico es para todos los miembros de la congregación cristiana, y al seguirlo el hombre demuestra su respeto al principio de la jefatura. (Ef 5:23.)
Como el hombre fue creado antes que la mujer, se le ha concedido una posición de prioridad con respecto a ella. (1Ti 2:12, 13.) La mujer fue hecha de una costilla tomada del hombre, por lo que era hueso de sus huesos y carne de su carne. (Gé 2:22, 23.) La mujer fue creada por causa del hombre, no el hombre por causa de la mujer. (1Co 11:9.) Por lo tanto, según el propósito de Dios para la familia, siempre debería estar en sujeción a su esposo y no tendría que usurpar su autoridad. (Ef 5:22, 23; 1Pe 3:1.) Asimismo, en la congregación cristiana, la mujer no debe enseñar a otros hombres dedicados ni ejercer autoridad sobre ellos. (1Ti 2:12.)
Los hebreos de tiempos antiguos reconocían la posición superior que ocupaba el hombre en la familia y en la tribu. Sara era sumisa; llamaba a Abrahán “señor”, y se hace una mención favorable de ella por este reconocimiento de la jefatura. (Gé 18:12; 1Pe 3:5, 6.) Bajo el pacto de la Ley se destacaba la posición preferente del varón. El mandato de reunirse para las tres fiestas de Jehová en el lugar que Él escogiera solo aplicaba a los varones, aunque las mujeres también asistían. (Dt 16:16.) Las mujeres permanecían “inmundas” ceremonialmente el doble de tiempo si daban a luz una niña que si daban a luz un niño. (Le 12:2, 5.) ★“La cabeza de todo hombre es el Cristo” - (2-2-2021-Pg.3)
El lugar de la mujer. En tiempos antiguos la mujer se ponía una cobertura en la cabeza en determinadas circunstancias para indicar sumisión. (Gé 24:65.) Cuando el apóstol Pablo habló de la jefatura en la congregación cristiana, explicó que si una mujer oraba o profetizaba en la congregación y de este modo ocupaba una posición que Dios ha asignado al hombre, debía llevar una cobertura sobre la cabeza. Si tenía que encargarse temporalmente de estas responsabilidades por no estar presente ningún varón cristiano dedicado, no debería aducir que el cabello largo era ya en sí suficiente señal de sujeción. Sus propias acciones tenían que demostrar sumisión y reconocimiento de la jefatura del varón. La mujer cristiana exterioriza su sumisión llevando una cobertura sobre la cabeza como “señal de autoridad”. Debería llevarse “debido a los ángeles”, pues estos observan la actuación de los siervos de Dios y se interesan en la congregación cristiana por ser quienes la atienden. Al llevar una cobertura sobre la cabeza cuando es necesario por razones espirituales, la mujer cristiana reconoce el orden de jefatura establecido por Dios. (1Co 11:5-16; Heb 1:14.)
Este debido orden teocrático de la congregación y de la familia no impide que la mujer sirva a Dios ni la restringe en el desempeño de sus deberes familiares. Le permite libertad plena y bíblica para servir en su lugar asignado y al mismo tiempo complacer a Dios, quien “ha colocado a los miembros en el cuerpo, cada uno de ellos, así como le agradó”. (1Co 12:18.) Muchas mujeres de tiempos antiguos recibieron excelentes privilegios y al mismo tiempo reconocieron la jefatura del varón y disfrutaron de vidas felices y satisfacientes; entre ellas estuvieron: Sara, Rebeca, Abigail y cristianas como Priscila y Febe. ★“La cabeza de la mujer es el hombre” - (2-2-2021-Pg.8)
Responsabilidad. El ejercicio de la jefatura autorizada concede ciertos derechos, pero también supone deberes u obligaciones. ‘Cristo es cabeza de la congregación’ y por lo tanto tiene el derecho de tomar decisiones y ejercer autoridad sobre ella. (Ef 5:23.) Pero su jefatura también le obliga a aceptar el deber de cuidar de la congregación y asumir la responsabilidad por sus decisiones. De manera similar, en el ejercicio de su jefatura, un esposo tiene ciertos derechos en cuanto a las decisiones finales y la supervisión. Pero además tiene el deber de asumir la responsabilidad de su familia, y la obligación primordial de proveer material y espiritualmente para su casa. (1Ti 5:8.)
El cristiano tiene que ejercer su jefatura con sabiduría. Debe, pues, amar a su esposa como se ama a sí mismo. (Ef 5:33.) De este modo ejerce Jesucristo su jefatura sobre la congregación cristiana. (Ef 5:28, 29.) El padre es cabeza de sus hijos y no debe irritarlos, sino que ha de criarlos “en la disciplina y regulación mental de Jehová”. (Ef 6:4.) Como pastores del rebaño de Dios, los “ancianos” de la congregación cristiana no deben enseñorearse de las “ovejas” de Dios, sino que tienen que recordar su sujeción a Jesucristo y a Jehová Dios. (1Pe 5:1-4.) Jesucristo siempre ha actuado en conformidad con el principio de jefatura, de modo que ha manifestado pleno reconocimiento de la jefatura de su Padre en palabra y hechos. Incluso después de gobernar la Tierra por mil años, reconocerá la jefatura universal de Jehová al entregarle el Reino y sujetarse “a Aquel que le sujetó todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas para con todos”. (1Co 15:24-28; Jn 5:19, 30; 8:28; 14:28; Flp 2:5-8.) Los cristianos, seguidores de Jesucristo, también reconocen la jefatura suprema de Jehová, por lo que dirigen a Él sus oraciones y le reconocen como Padre y Dios Todopoderoso. (Mt 6:9; Apo 1:8; 11:16, 17; véanse ESPOSO; FAMILIA.)
Título que por lo general se concedía a los jefes tribales edomitas y horeos, hijos de Esaú y de Seír, el horeo, respectivamente. (Éx 15:15.) El nombre hebreo es `al·lúf, y significa “jefe”, “caudillo de un millar”, “adalides”. (Véase Gé 36:15, nota.) La palabra heb. es ’al·lu·féh y se deriva de ’é·lef, “mil”. Por lo tanto, ’al·lúf significa básicamente “caudillo de un millar” y corresponde al gr. quiliarca. Véase Mr 6:21, n; Zac 9:7, n. La antigua designación edomita y horea corresponde con la manera de utilizar el título “jeque” los caudillos tribales de los modernos beduinos. Algunas versiones usan “cabeza de familia”, “jefe”, “jefe de tribu”, “príncipe”, “duque”, “conde” y “caudillo” en lugar de “jeque”.
Se mencionan siete jeques de los horeos, todos “hijos de Seír”. (Gé 36:20, 21, 29, 30.) Los jeques de Edom debieron ser catorce: siete nietos de Esaú por medio de su primogénito Elifaz, el hijo de su esposa Adá; cuatro nietos por medio de su hijo Reuel, el hijo de su esposa Basemat, y tres de los hijos que tuvo con su esposa Oholibamá. (Gé 36:15-19.) Sin embargo, no se sabe con seguridad si debería contarse al jeque Coré, incluido entre los hijos de Elifaz. En el caso de que la inclusión del jeque Coré fuese un error del escriba, como algunos creen, habría únicamente trece jeques de Edom. (Gé 36:16, nota.) Los clanes que surgieron de los jeques adoptaron el mismo nombre del jeque.
En Génesis 36:40-43 y 1 Crónicas 1:51-54 se da una lista diferente de los “jeques de Esaú [Edom]”. Puede que estos jeques sean posteriores a los mencionados antes. Sin embargo, algunos comentaristas creen que esos nombres no identifican a personas, sino a las ciudades y regiones donde estaban centrados los diversos dominios de los jeques. La traducción Nácar-Colunga adopta esta postura y traduce en Génesis: “El jefe de Tamna, el jefe de Alva”, etcétera. (Véase también 1Cr 1:51, 54; Ga, nota.)
Los jeques eran jefes tribales; de modo que Zacarías 9:7 quiso decir que un anterior enemigo de Israel abrazaría la adoración verdadera y llegaría a ser como un jefe tribal en la Tierra Prometida. Además, al dirigirse al Israel de Dios, Jehová dijo lo citado en Isaías 61:5, 6. Los “extraños” y “extranjeros” son las otras ovejas. Se les han delegado responsabilidades a fin de que asuman cada vez más trabajo a medida que el resto ungido, de edad avanzada, termina su carrera terrestre y pasa a servir en sentido pleno de “sacerdotes [celestiales] de Jehová”, rodeando el trono de la majestad de Jehová como “ministros de nuestro Dios”. (1 Corintios 15:50-57; Apocalipsis 4:4, 4:9-11; 5:9, 10.) Véase Gé 36:15, n.
Aquel que da o establece leyes. La Biblia centra la atención en Jehová como el Legislador fundamental del universo.
Jehová, el Legislador. Jehová es en realidad el verdadero Legislador del universo. A Él se le deben las leyes físicas que rigen la creación material, las cosas inanimadas (Job 38:4-38; Sl 104:5-19) y la vida animal (Job 39:1-30). También el hombre, como creación de Jehová, está sometido a sus leyes físicas. Por ser una criatura racional, con capacidad moral y espiritual, está igualmente sujeto a sus leyes morales. (Ro 12:1; 1Co 2:14-16.) Además, la ley de Jehová gobierna de la misma manera a las criaturas celestiales, los ángeles. (Sl 103:20; 2Pe 2:4, 11.)
Las leyes físicas de Dios son inquebrantables. (Jer 33:20, 21.) Por todo el universo conocido sus leyes son tan estables y confiables que los científicos, valiéndose de las leyes que conocen, pueden calcular los movimientos de la Luna, los planetas y otros cuerpos celestes, con una precisión de fracciones de segundo. El que contraviene las leyes físicas sufre las consecuencias inmediatas de esa violación. De igual manera, las leyes morales de Dios son irrevocables y no pueden evadirse o violarse con impunidad. Son tan ineludibles como sus leyes naturales, aunque puede que el castigo no sea tan inmediato. “De Dios uno no se puede mofar. Porque cualquier cosa que el hombre esté sembrando, esto también segará.” (Gál 6:7; 1Ti 5:24.)
Antes de la ley a Israel, ¿cómo determinaba una persona lo que Dios esperaba? Aunque desde la rebelión de Adán hasta el Diluvio la maldad fue en aumento entre la mayoría de sus descendientes, algunos hombres fieles “[siguieron] andando con el Dios verdadero”. (Gé 5:22-24; 6:9; Heb 11:4-7.) Los únicos mandatos específicos registrados que Dios dio a tales hombres son las instrucciones a Noé con relación al arca, que este obedeció a cabalidad. (Gé 6:13-22.) No obstante, había principios y precedentes que guiaban a los humanos fieles mientras ‘andaban con el Dios verdadero’.
Sabían que al hombre se le habían dado generosas y abundantes provisiones en Edén, y tenían muestra palpable del altruismo e interés amoroso de Dios. Además, no ignoraban que desde el mismo comienzo había existido el principio de la jefatura: jefatura de Dios sobre el hombre y jefatura de este sobre la mujer. Tampoco desconocían el trabajo que Dios había delegado en el hombre, ni su deseo de que cuidara apropiadamente de aquello que Él le había dado para uso y disfrute. Por ejemplo: sabían que las relaciones sexuales tenían que mantenerse entre hombre y mujer, y que aquellos que se unieran tendrían que hacerlo constituyéndose en matrimonio, es decir, ‘dejando padre y madre’ para unirse en un enlace duradero, no de carácter temporal (como ocurre en la fornicación). Asimismo, el mandato de Dios concerniente a los árboles del jardín de Edén, en particular el relativo al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, hacía que apreciaran tanto el principio de los derechos de propiedad como el respeto que estos merecen. Naturalmente, se dieron cuenta de los malos resultados que fueron consecuencia de la primera mentira. También sabían que Dios había aprobado la adoración de Abel y desaprobado la envidia y el odio de Caín a su hermano, y no ignoraban que Dios le había impuesto un castigo a Caín por el asesinato de Abel. (Gé 1:26-4:16.)
De esta manera, sin más declaraciones específicas, decretos o estatutos procedentes de Dios, aquellos hombres podían recurrir a estos principios y precedentes para que les sirvieran de guía en otras situaciones similares que pudieran presentarse. Así fue como vieron los acontecimientos anteriores al Diluvio Jesús y sus apóstoles siglos más tarde. (Mt 19:3-9; Jn 8:43-47; 1Ti 2:11-14; 1Jn 3:11, 12.) Una ley es una regla de conducta. Por las palabras y acciones de Dios, ellos podían tener algunas nociones sobre su manera de hacer las cosas y sus normas, y estas deberían constituir para ellos la regla de conducta o ley que habrían de seguir. Si obraban así, podían ‘seguir andando con el Dios verdadero’. Los que no lo hacían, pecaban, es decir, ‘erraban el blanco’, aunque no hubiera ningún código de leyes que los condenase.
Después del Diluvio, Dios le dio a Noé una ley —que obligaba a toda la humanidad— según la cual se le permitía comer carne, pero se le prohibía comer la sangre; además, enunció el principio de la pena capital por asesinato. (Gé 9:1-6.) En los comienzos del período postdiluviano, hombres como Abrahán, Isaac, Jacob y José mostraron un interés genuino por la manera de obrar de Dios, es decir, por sus reglas de conducta. (Gé 18:17-19; 39:7-9; Éx 3:6.) A pesar de que Dios dio ciertos mandamientos específicos a hombres fieles (Gé 26:5), por ejemplo, la ley de la circuncisión, no hay ningún registro de que les transmitiese un código de leyes detallado para que lo observasen. (Compárese con Dt 5:1-3.) No obstante, no solo contaban con la guía de los principios y preceptos del período antediluviano, sino también con otros principios y preceptos extraídos de las expresiones de Dios y de su relación con la humanidad en el período posterior al Diluvio.
Así que si bien Dios no había dado un código de leyes detallado, como dio más tarde a los israelitas, los hombres no estaban sin medios para determinar lo que era propio e impropio. Por ejemplo, todavía no se había enunciado una ley que condenase específicamente la idolatría; sin embargo, como muestra el apóstol Pablo, tal práctica era inexcusable en vista de que “las cualidades invisibles de él se ven claramente desde la creación del mundo en adelante, porque se perciben por las cosas hechas, hasta su poder sempiterno y Divinidad”. Venerar y rendir “servicio sagrado a la creación más bien que a Aquel que creó” era completamente irrazonable. Aquellos que siguieran un proceder tan necio después se desviarían hacia otras prácticas injustas, como, por ejemplo, la homosexualidad, cambiando ‘el uso natural de sí mismos a uno que es contrario a la naturaleza’. De nuevo, aunque no se había dado ninguna ley específica, esta práctica era obviamente contraria a lo que había hecho el Creador, como se desprende de la misma configuración del varón y de la hembra. Por haber sido hecho a la imagen de Dios, el hombre tenía suficiente inteligencia para ver estas cosas. Por lo tanto, era responsable ante Dios si obraba en contra de Su manera de hacer las cosas: pecaba o ‘erraba el blanco’, aunque no hubiese una ley explícita que le imputase culpa. (Ro 1:18-27; compárese con 5:13.)
El pacto de la Ley. Antes del éxodo de Egipto, Jehová ya había sido un Dador de Estatutos para su pueblo Israel. (Éx 12:1, 14-20; 13:10.) Pero un ejemplo sobresaliente de su papel como Legislador para con la nación fue la institución del pacto de la Ley. Por primera vez había una recopilación de leyes en forma de código que controlaba toda faceta de la vida. Este pacto, que hacía de los israelitas un pueblo exclusivo, una nación especialmente suya, los distinguía de todas las otras naciones. (Éx 31:16, 17; Dt 4:8; Sl 78:5; 147:19, 20.)
En un mensaje profético en el que se anunciaba la salvación de parte de Jehová, el profeta Isaías declaró: “Jehová es nuestro Juez, Jehová es nuestro Dador de Estatutos [“Legislador”, BJ, DK, SA, Val], Jehová es nuestro Rey; él mismo nos salvará”. (Isa 33:22.) Por consiguiente, en Israel Jehová constituía el poder judicial, legislativo y ejecutivo; las tres ramas de la gobernación se combinaban en Él. De manera que la profecía de Isaías garantizaba que la nación recibiría protección y guía completas, ya que resaltaba que Jehová era, en todo aspecto, el gobernante soberano.
Cuando Isaías dijo que Jehová era el Dador de Estatutos o Legislador, empleó una forma del término hebreo ja·qáq, cuyo significado literal es “tallar” o “inscribir”. El léxico hebreo de W. Gesenius comenta sobre esta palabra lo siguiente: “Ya que la inscripción de decretos y estatutos en tablillas y monumentos públicos era competencia del legislador, quedó adscrito al término el concepto de emitir decretos”. (A Hebrew and English Lexicon of the Old Testament, traducción al inglés de E. Robinson, 1836, pág. 366.) En diversas versiones de la Biblia el término hebreo se ha traducido por “comandante”, “príncipe”, “jefe”, “legislador”, “capitán” y “gobernante”. (Gé 49:10; Dt 33:21; Jue 5:14; Sl 60:7; 108:8; compárense BAS; Mod; NM; Val, 1960; VP.) Por consiguiente, la traducción de este vocablo por “Dador de Estatutos” concuerda con una de las acepciones de la palabra hebrea, y sirve de punto de referencia adecuado y más completo en Isaías 33:22, donde se halla en el mismo pasaje que títulos como “Juez” y “Rey”.
Dios no había dado una ley tan detallada a ninguna otra nación o pueblo. Sin embargo, había creado al hombre justo y le había dotado con la facultad de la conciencia. A pesar de la imperfección inherente en el hombre caído y la tendencia al pecado, aún era manifiesto que había sido hecho a la imagen y semejanza de su Creador y que tenía la facultad de la conciencia. De hecho, aun entre las naciones que no eran israelitas se fijaron ciertas reglas de conducta y decretos judiciales que reflejaban hasta cierto grado los principios justos de Dios.
El apóstol Pablo comentó acerca de ello en su carta a los Romanos, donde dijo: “Por ejemplo, todos los que hayan pecado sin ley, también perecerán sin ley; pero todos los que hayan pecado bajo ley serán juzgados por ley. Porque los oidores de ley no son los justos ante Dios, sino que a los hacedores de ley se declarará justos. Porque siempre que los de las naciones que no tienen ley hacen por naturaleza las cosas de la ley, estos, aunque no tienen ley, son una ley para sí mismos. Son los mismísimos que demuestran que la sustancia de la ley está escrita en sus corazones, mientras su conciencia da testimonio con ellos y, entre sus propios pensamientos, están siendo acusados o hasta excusados”. (Ro 2:12-15.) En consecuencia, aunque estas naciones no estaban en pacto con Dios, no eran inocentes de pecado, o lo que es lo mismo, ‘de errar el blanco’ con relación a las normas perfectas de Jehová. (Compárese con Ro 3:9.)
Al dar el pacto de la Ley a Israel, Dios puso de manifiesto que todas las personas, no únicamente los paganos idólatras, sino también los propios israelitas, eran culpables de pecado. La Ley sirvió para que los israelitas tuviesen plena conciencia de que no satisfacían las normas elevadas de Dios en muchos respectos. De ese modo, ‘toda boca se cerraría y todo el mundo quedaría expuesto a castigo ante Dios [...] porque por ley es el conocimiento exacto del pecado’. (Ro 3:19, 20.) Aun cuando el israelita no practicase idolatría, se abstuviese de la sangre y no tuviese culpa alguna por asesinato, el pacto de la Ley lo consideraba culpable de pecado, pues calificaba de pecaminosas una gran cantidad de acciones y actitudes personales. Por esa razón Pablo, desde la perspectiva de sus antepasados anteriores al pacto de la Ley, dice: “Realmente, yo no habría llegado a conocer el pecado si no hubiera sido por la Ley; y, por ejemplo, no habría conocido la codicia si la Ley no hubiera dicho: ‘No debes codiciar’. [...] De hecho, yo estaba vivo en otro tiempo aparte de ley; mas cuando llegó el mandamiento, el pecado revivió, pero yo morí”. (Ro 7:7-9.)
Otros legisladores. Cuando el Hijo de Dios vino a la Tierra, reconoció a Jehová como su Legislador y Dios. Como judío, había nacido bajo el pacto de la Ley, y estaba obligado a obedecerla completamente. (Gál 4:4, 5.) Él, a su vez, promulgó leyes para sus seguidores, tanto de palabra como por medio de la influencia del espíritu santo sobre los que escribieron las Escrituras Cristianas. Al conjunto de estas leyes se le conoce como “la ley del Cristo”. (Gál 6:2; Jn 15:10-15; 1Co 9:21.) Esta ley rige al “Israel de Dios”, su “nación” espiritual. (Gál 6:16; 1Pe 2:9.) Sin embargo, Cristo no fue el originador de estas leyes, sino que las obtuvo de Jehová, el gran Legislador. (Jn 14:10.)
Moisés. Aunque la Biblia menciona repetidas veces “la ley de Moisés” (Jos 8:31, 32; 1Re 2:3; 2Cr 23:18; 30:16), también reconoce que Jehová es el verdadero Legislador y Moisés fue tan solo su instrumento y representante a la hora de dar la Ley a Israel. (2Cr 34:14.) Incluso los ángeles participaron en representar a Dios en esta cuestión, pues la Ley “fue transmitida mediante ángeles por mano de un mediador”. Sin embargo, a Moisés se le llama el legislador porque Jehová le nombró mediador del pacto entre Él e Israel. (Gál 3:19; Heb 2:2.)
Gobernantes humanos legisladores. Dios no ha establecido a los gobiernos humanos ni les ha dado su autoridad, pero les ha permitido existir. En algunas ocasiones ha quitado a ciertos gobiernos y, en armonía con su propósito, ha permitido que otros diferentes alcancen el poder. (Dt 32:8; Da 4:35; 5:26-31; Hch 17:26; Ro 13:1.) Algunos de estos gobernantes llegan a ser legisladores para su nación, estado o comunidad, pero sus leyes y estatutos solo son apropiados si están dentro del marco de la ley del Gran Legislador, Jehová Dios, y en armonía con ella. El famoso jurista británico Sir William Blackstone dijo con referencia a la ley de Dios que rige las cosas naturales: “Es preceptiva en todo el orbe, en todos los países y en todas las épocas. Ninguna ley humana será válida si la contradice; y, si es válida, habrá de derivar toda su fuerza y autoridad, directa o indirectamente, de esta ley original”. Asimismo, “todas las leyes humanas dependen de estos dos fundamentos: la ley de la naturaleza y la ley de la revelación [que solo se halla en las Santas Escrituras]; lo que equivale a decir que no se debería tolerar que ninguna ley humana estuviera en pugna con ellas”. (Chadman’s Cyclopedia of Law, 1912, vol. 1, págs. 89, 91; compárese con Mt 22:21; Hch 5:29.)
En la congregación cristiana. Santiago, el medio hermano de Jesús, escribió a algunos cristianos que se estaban volviendo orgullosos, jactanciosos y críticos para con sus hermanos cristianos: “Dejen de hablar unos contra otros, hermanos. El que habla contra un hermano o juzga a su hermano habla contra ley y juzga ley. Ahora bien, si juzgas ley, no eres hacedor de ley, sino juez. Uno solo hay que es legislador [gr. no·mo·thé·tēs] y juez, el que puede salvar y destruir. Pero tú, ¿quién eres, para que estés juzgando a tu prójimo?”. Santiago continúa hablando de aquellos que se vanagloriaban de lo que iban a hacer en el futuro como si fueran ajenos a cualquier circunstancia, en lugar de decir: “Si Jehová quiere”. (Snt 4:11-16.) Santiago había hablado de la “ley real”: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”. (Snt 2:8.) Como estos cristianos mostraban falta de amor al prójimo y hablaban en contra de él, estaban erigiéndose en jueces de la ley divina, haciendo y promulgando sus propias leyes.
En su carta a los Romanos el apóstol Pablo había dado un consejo similar concerniente a aquellos que estaban juzgando a otros sobre aspectos relacionados con el comer y el beber: “¿Quién eres tú para juzgar al sirviente de casa ajeno? Para su propio amo está en pie o cae. En verdad, se le hará estar en pie, porque Jehová puede hacer que esté en pie”. (Ro 14:4.)
A la luz de lo mencionado antes, ¿cómo se han de entender las instrucciones de Pablo con respecto a un caso serio de fornicación en la congregación de Corinto? Él dijo: “Yo, por mi parte, aunque ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ciertamente he juzgado ya, como si estuviera presente, al hombre que ha obrado de dicha manera [...]. ¿No juzgan ustedes a los de adentro, mientras Dios juzga a los de afuera? ‘Remuevan al hombre inicuo de entre ustedes’”. Luego habló de juzgar los asuntos de esta vida, así como de aquellos a los que ponían “por jueces” para ellos mismos. (1Co 5:1-3, 12, 13; 6:3, 4; compárese con Jn 7:24.)
Por la autoridad que le había sido conferida como apóstol de Jesucristo, Pablo era responsable de la limpieza y bienestar de la congregación (2Co 1:1; 11:28); por ello escribió a aquellos que tenían autoridad sobre la congregación por nombramiento del cuerpo gobernante. (Hch 14:23; 16:4, 5; 1Ti 3:1-13; 5:22.) Ellos tenían la responsabilidad de mantener la buena reputación de la congregación para que fuese pura a los ojos de Dios. Cuando estos hombres se sentaran para juzgar el caso mencionado —una violación pública y flagrante de la ley de Dios— no se eregirían en jueces de la ley divina, ni harían leyes según su voluntad. Tampoco irían más allá de los límites de la ley dada por Dios. Simplemente actuarían en armonía con la ley otorgada por el Gran Dador de Estatutos y denunciarían la fornicación como algo inmundo. Según esta ley, los que practicaran tal inmundicia no podrían entrar en el reino de Dios (1Co 6:9, 10) y no serían dignos de permanecer en asociación con la congregación de Cristo. Sin embargo, aun cuando expulsaran a los inmundos, los hombres responsables de la limpieza de la congregación no ejecutarían la pena que solo Dios mismo, el Legislador, ejecutará sobre los que persistan en tal proceder sin arrepentirse: la pena de muerte. (Ro 1:24-27, 32.)
Pablo también dice a los cristianos que “los santos juzgarán al mundo” y que “juzgaremos a ángeles”. En esta ocasión no hablaba del presente, sino del futuro, cuando aquellos que reinen con Cristo en el Reino se sienten como jueces celestiales para aplicar la ley de Dios y ejecutar juicio sobre los inicuos. (1Co 6:1-3; Apo 20:6; compárese con 1Co 4:8.)
La bendición de Moisés sobre Gad. Cuando Moisés bendijo a todas las tribus de Israel poco antes de morir, “en cuanto a Gad dijo: ‘Bendito es el que ensancha los confines de Gad. [...] Y [Gad] escogerá la primera parte para sí, porque allí está reservado el lote asignado del dador de estatutos’”. (Dt 33:20, 21.) En este caso, el uso del término “dador de estatutos” puede tener el siguiente significado: que bajo la dirección de Josué y Eleazar, el sumo sacerdote, la mayoría de las tribus recibieron la asignación de su herencia echando suertes. No obstante, poco tiempo después de la derrota de los madianitas, las tribus de Gad y Rubén solicitaron el territorio que se encontraba al E. del río Jordán. Como estas tribus tenían una gran cantidad de ganado, la tierra solicitada era idónea para sus manadas. Moisés escuchó su solicitud de manera favorable y les concedió esta parte de la tierra. (Nú 32:1-5, 20-22, 28.) Por lo tanto, su porción fue un “lote asignado del dador de estatutos”, Moisés, el legislador de Israel.
Funcionario del gobierno de Babilonia de rango inferior al de un sátrapa. Ese título aparece en Daniel 2:48 junto con el de “sabios de Babilonia”. Parece que esos “sabios” estaban clasificados según sus funciones oficiales. A Daniel se le nombró prefecto principal sobre todos los “sabios de Babilonia”. (Da 3:2, 3, 27.)
Bajo la gobernación del rey Darío el medo, los funcionarios reales entraron ante Darío “en tropel”, lo que indica que había una cantidad considerable, y dijeron que todos los funcionarios, incluidos los prefectos, recomendaban que se emitiese una ley que obligara a que durante treinta días solo se hiciesen peticiones al rey. Daniel siguió haciendo peticiones a Jehová y Él lo libró, mientras que los que conspiraron contra él hallaron la muerte en el foso de los leones. (Da 6:6, 7, 24.)
Hombre que ocupa un puesto de mando, tal como el cabeza hereditario de una tribu o casa paterna. Las versiones de la Biblia traducen la palabra hebrea na·sí´ de diversas maneras, entre ellas: “príncipe”, “jefe”, “notable”, “gobernante”, “adalid” y “principal”. (Véase CAUDILLO, NOBLE, PRÍNCIPE.) A los cabezas de las doce casas paternas o tribus de Israel se les llamaba “principales”. (Nú 1:16; Jos 22:14.) El término también se aplica a los cabezas de los doce clanes que procedieron de Ismael (Gé 17:20; 25:16), y se empleó como título de los reyes Salomón y Sedequías en su función de gobernantes. (1Re 11:34; Eze 21:25.) El que los hititas llamasen al cabeza de familia Abrahán un “principal de Dios” o principal poderoso indica que lo tenían en alta estima. (Gé 23:6, nota.)
En los días de Moisés, los principales dirigían la adoración y representaban al pueblo ante Moisés, los sacerdotes y Jehová. Moisés seleccionó un principal de cada tribu, excepto de la de Leví, para espiar la Tierra Prometida. El mal informe de diez de ellos influyó mucho en el pueblo. (Nú 13:2-16, 25-33.) Doscientos cincuenta principales de los hijos de Israel se unieron a la rebelión encabezada por Coré para hacerse con el sacerdocio de la casa de Aarón. (Nú 16:2, 10, 17, 35.) Los principales también participaron en la celebración del pacto entre Israel y los gabaonitas. (Jos 9:15, 18.) Después de que Josué introdujo a Israel en Canaán y derrotó a las naciones que habitaban allí, los principales desempeñaron un cometido de importancia en la división de la tierra. (Nú 34:18; Jos 14:1.) A Eleazar, el hijo de Aarón, se le nombró principal sobre los cabezas de las casas paternas de la tribu de Leví, de modo que se convirtió en “principal de los principales”. (Nú 3:32.) El rey Salomón reunió en Jerusalén a todos los principales de las tribus con motivo de la instalación del arca del pacto en el templo recién construido. (1Re 8:1.)
Los israelitas debían mostrar el debido respeto a un principal y nunca hablar mal de él. (Éx 22:28.) Cuando se estaba juzgando al apóstol Pablo ante el Sanedrín, el sumo sacerdote Ananías ordenó a los que estaban de pie cerca de Pablo que le hiriesen en la boca. Luego Pablo dijo, sin saber que era el sumo sacerdote: “Dios te va a herir a ti, pared blanqueada”. Pero cuando se enteró de quién se trataba, se excusó: “Hermanos, no sabía que era sumo sacerdote. Porque está escrito: ‘No debes hablar perjudicialmente de un gobernante de tu pueblo’”. (Hch 23:1-5.)
Aunque había que respetar a los principales, estos no podían desobedecer impunemente la ley de Dios. Si pecaban contra ella, se requería que cumpliesen con las prescripciones de la ley para tales pecados. Debido a que ocupaban un cargo de responsabilidad y a que su conducta, ejemplo e influencia tenían repercusiones en los demás, se hizo una diferencia en cuanto a qué ofrendas tenían que presentar por haber infringido involuntariamente un mandato divino. El sumo sacerdote debía ofrecer un toro joven; el principal, un cabrito, y los demás del pueblo, una cabrita o una cordera. (Le 4:3, 22, 23, 27, 28, 32.)
La visión de Ezequiel. En la profecía registrada en los capítulos 44 al 48, Ezequiel habla acerca de un principal. En esta visión describe una división administrativa de tierra que iba desde el río Jordán y el mar Muerto, al E., hasta el mar Mediterráneo, al O. Al N. y al S. de esta franja corrían secciones de terreno paralelas asignadas a las tribus de Israel, y en su interior se hallaba una sección de 25.000 codos en cuadro (13 Km.) a la que se llamaba la contribución, dividida en tres partes: la parte N., asignada a los levitas que no eran sacerdotes; la sección intermedia, en la que se hallaba el santuario de Jehová, y la zona S., donde estaba la ciudad. (Véanse CODO; CONTRIBUCIÓN SANTA.) “El principal” debía ser el gobernante de la ciudad.
Debe notarse que en la visión la ciudad estaba separada del templo o santuario. Además, “el principal” no era un sacerdote, como lo indica el hecho de que este presenta “el holocausto y los sacrificios de comunión” del principal. (Eze 46:2.) De modo que en el cumplimiento de la visión de Ezequiel, la ciudad no debe representar al gobierno celestial de Jesucristo y sus reyes y sacerdotes asociados, sino que, más bien, parece prefigurar un centro administrativo visible en la Tierra bajo la dirección del Reino celestial. Y en correspondencia con esto, “el principal” representaría a los que son nombrados como representantes ‘principescos’ visibles del gobierno celestial. (Sl 45:16; Isa 32:1, 2.)
Alto cargo de la corte real de Israel. El título se traduce de una palabra derivada del término hebreo za·kjár (recordar), y significa literalmente “recordativo”. No se especifican en la Biblia sus deberes, pero parece ser que era el cronista oficial del reino, encargado de informar al rey de lo que sucedía en el país, de recordarle asuntos importantes y de asesorarle al respecto.
A veces el registrador representaba al rey en importantes asuntos nacionales. Joah, hijo de Asaf, fue uno de los oficiales del rey Ezequías que salió a hablar con el asirio Rabsaqué cuando este amenazó Jerusalén. (2Re 18:18, 37.) Otro registrador, también llamado Joah, esta vez hijo de Joacaz, desempeñó sus funciones relacionadas con la restauración del templo. (2Cr 34:8.) En las cortes de David y Salomón también se menciona por nombre a un registrador. (2Sa 8:16; 20:24; 1Re 4:3.)
En el gobierno municipal de las ciudades libres de Asia Menor sometidas al Imperio romano, el registrador de la ciudad (gr. gram·ma·téus) era el oficial público más importante. Al parecer lo elegía el pueblo y actuaba como el miembro principal del gobierno municipal. Podría compararse en algunos aspectos al alcalde de los municipios actuales. (Hch 19:35, PNT.) Por consiguiente, tenía mucha influencia en los asuntos de la ciudad, y su honorable cargo gozaba de una estima mucho mayor que la que reflejan las expresiones “escriba”, “escribano”, “secretario” o “secretario de la ciudad”, que utilizan muchas versiones en Hechos 19:35. El vocablo que se emplea en este pasaje, gram·ma·téus, aparece aquí en un sentido y contexto distintos de los habituales, en los que se aplicaba a los escribas judíos. La influencia que tenía el registrador de la ciudad puede verse por cómo logró apaciguar a la chusma que se había formado contra Pablo y sus acompañantes este funcionario de Éfeso. (Hch 19:35-41.)
El registrador de la ciudad tenía acceso directo al procónsul de la provincia y servía de enlace entre el gobierno de la ciudad y la administración provincial romana, una de cuyas sedes estaba en Éfeso. Esto le permitía mediar entre las autoridades romanas y el pueblo. En las ciudades de Asia, la autoridad romana consideraba al registrador de la ciudad responsable de mantener la ley y el orden dentro de su jurisdicción. Esto explica, al menos en parte, la preocupación que expresó el registrador de la ciudad cuando los plateros soliviantaron a las gentes de Éfeso a causa de la predicación del apóstol Pablo. Como formaban una chusma desordenada, una asamblea ilegal en el teatro, el registrador explicó a los reunidos que existía el peligro de ser acusados de sedición, pues temía que los romanos le consideraran responsable de lo sucedido.
En el sentido moderno, “reina” es un título dado a la esposa de un rey o a la mujer que ejerce la potestad real por derecho propio. En la Biblia este título se usa normalmente con referencia a mujeres que no eran de los reinos de Israel y Judá. La palabra hebrea que expresa la idea de “reina” de la manera más aproximada a como se entiende en la actualidad es mal·káh, aunque en el Oriente no era común que la mujer poseyera autoridad gubernativa. La reina de Seba quizás tuvo tal autoridad. (1Re 10:1; Mt 12:42.) En las Escrituras Griegas Cristianas, la palabra “reina” se traduce de ba·sí·lis·sa, femenino del término griego para “rey”. Ese título se aplica a la reina Candace de Etiopía. (Hch 8:27.)
En las Escrituras Hebreas, mal·káh se utiliza más a menudo con referencia a una reina consorte o a la esposa principal de un rey de una potencia extranjera. Vasti, esposa principal del rey Asuero de Persia, era una reina consorte más bien que una reina con potestad real. La reemplazó la joven hebrea Ester, quien también se convirtió en una reina consorte. Sin embargo, aunque tuvo dignidad real, no era una gobernante adjunta (Est 1:9, 12, 19; 2:17, 22; 4:11); toda autoridad que pudiera haber tenido era concesión del rey. (Compárese con Est 8:1-8, 10; 9:29-32.)
Israel. La palabra hebrea guevi·ráh, que se traduce “reina” en algunas versiones, significa más correctamente “señora” o “dama”. En los lugares donde se utiliza el título, parece aplicar principalmente a la madre o a la abuela del rey. A tales mujeres se les otorgaba dignidad real, como fue, por ejemplo, el caso de Jezabel, la madre del rey Jehoram de Israel. (2Re 10:13.) Cuando la madre de Salomón se presentó ante su hijo con una solicitud, él se inclinó ante ella e hizo que pusiesen un trono para ella a su derecha. (1Re 2:19.) El rey podía destituir a la “dama”, como ocurrió en el caso de Maacá, la abuela del rey Asá de Judá, a quien él destituyó de ser “dama, porque ella había hecho un ídolo horrible al poste sagrado”. (1Re 15:13.)
Ninguna mujer podía convertirse legalmente en jefe de estado de los reinos de Israel y Judá. (Dt 17:14, 15.) Sin embargo, una vez muerto Ocozías, rey de Judá, su madre, Atalía —la hija del inicuo rey Acab de Israel y de su esposa, Jezabel—, dio muerte a todos los herederos del trono, excepto a Jehoás, el hijo de Ocozías, a quien había escondido Jehoseba, la hermana de Ocozías. Atalía gobernó ilegalmente por seis años, hasta que se la ejecutó por orden del sumo sacerdote Jehoiadá. (2Re 11:1-3, 13-16.)
Babilonia. En Babilonia el trono pertenecía exclusivamente a los hombres. La “reina” (arameo, mal·káh) de Daniel 5:10 parece ser que no era la esposa de Belsasar, sino su madre, como indica el hecho de que conocía bien los acontecimientos relativos a Nabucodonosor, el abuelo de Belsasar. Como reina madre, poseía cierto grado de dignidad real y todos, incluso el propio Belsasar, la respetaban en gran manera.
Egipto. Los primeros jefes de estado egipcios fueron hombres. Las “reinas” eran en realidad consortes. A Tahpenés, la esposa del Faraón, se la llama “dama” en 1 Reyes 11:19. Hatshepsut reinó únicamente debido a que se negó a abandonar la regencia cuando el heredero, Tutmosis III, alcanzó la mayoría de edad. Tras la muerte de Hatshepsut, Tutmosis III destruyó todos sus monumentos a fin de borrar todo recuerdo de ella. Sin embargo, posteriormente, durante el dominio tolemaico (macedonio) sobre Egipto, hubo mujeres que accedieron al trono.
En la adoración falsa. Los israelitas apóstatas del día de Jeremías abandonaron a Jehová, su verdadero Rey, e idolátricamente hicieron tortas, libaciones y humo de sacrificio a la “reina [heb. melé·kjeth] de los cielos”. (Jer 7:18; 44:17, 18; véase REINA DE LOS CIELOS.)
En Apocalipsis 18:7 Babilonia la Grande presume de estar “sentada como reina [gr. ba·sí·lis·sa]” sobre “pueblos y muchedumbres y naciones y lenguas”. (Apo 17:15.) Mantiene su control gracias a sus relaciones inmorales con los gobernantes terrestres, como hicieron muchas reinas del pasado. (Apo 17:1-5; 18:3, 9; véase BABILONIA LA GRANDE.)
La “regia consorte” del cielo. En vista de que en Hebreos 1:8, 9 se aplican las palabras del Salmo 45:6, 7 a Cristo Jesús, parece probable que “la hija del rey” del Salmo 45:13 sea un cuadro profético de la clase de la novia de Cristo. De ser así, la “regia consorte” (heb. sche·ghál) mencionada en el Salmo 45:9 sería la esposa del Gran Rey, Jehová. Jehová no otorga la autoridad real a esta “regia consorte”, sino a Jesucristo y sus 144.000 compañeros redimidos de la tierra. (Apo 20:4, 6; Da 7:13, 14, 27.)
Gobierno real; también, el territorio o Estado con sus habitantes sujetos a un rey o, con menor frecuencia, a una reina. La realeza solía ser hereditaria y en ocasiones el soberano hacía uso de otros títulos, como Faraón o César.
La primera vez que aparece la palabra griega basiléia es en Mateo 3:2 y hace referencia al gobierno de un rey y al territorio y la gente sobre los que gobierna. Esta palabra griega aparece 162 veces en las Escrituras Griegas Cristianas, 55 de las cuales se encuentran en el relato de Mateo y hacen referencia en su mayoría a la gobernación celestial de Dios. Mateo usa tantas veces este término que su Evangelio podría llamarse el “Evangelio del Reino”.
Al igual que en la actualidad, los reinos antiguos tenían diversos símbolos de realeza. Solían contar con su propia ciudad capital, o lugar de residencia del rey, una corte real y un ejército permanente (aunque en tiempos de paz su tamaño podía reducirse considerablemente). El uso que da la Biblia a la palabra “reino” no revela nada en concreto en cuanto al sistema de gobierno, el territorio que comprendía o la autoridad del monarca. Los reinos variaban en extensión e influencia, desde las poderosas potencias mundiales de Egipto, Asiria, Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma, hasta las pequeñas ciudades-reinos, como las que había en Canaán durante la conquista israelita. (Jos 12:7-24.) El sistema de gobierno también difería notablemente de un reino a otro.
El primer reino de la historia humana, el de Nemrod, al parecer era en sus inicios una ciudad-reino que con el tiempo extendió su dominio hasta incluir otras ciudades, aunque su sede continuó en Babel. (Gé 10:9-11.) Salem, el estado sobre el que gobernó el rey sacerdote Melquisedec en el primer reino que contó con la aprobación divina, parece que también era una ciudad-reino. (Gé 14:18-20; compárese con Heb 7:1-17.) Los reinos más grandes abarcaban una región entera, como sucedía con los de Edom, Moab y Ammón. Los grandes imperios, que dominaban vastos territorios y tenían reinos tributarios, al parecer solían surgir de la unión de varias ciudades-estados o tribus pequeñas bajo un caudillo dominante. Tales confederaciones eran en ocasiones de naturaleza temporal, y en muchos casos se constituían con el fin de hacer frente a un enemigo común. (Gé 14:1-5; Jos 9:1, 2; 10:5.) Los reinos vasallos a menudo disfrutaban de considerable autonomía, o gobierno propio, si bien estaban sujetos a la voluntad y exigencias del poder soberano. (2Re 17:3, 4; 2Cr 36:4, 10.)
En las Escrituras, el término “reino” puede hacer referencia a ciertos aspectos específicos del gobierno de un rey, así como también a la región geográfica sobre la que ejerce su soberanía. Por lo tanto, los dominios reales no consistían solo en la ciudad capital, sino que abarcaban todo el territorio, incluidos los reinos tributarios o subordinados. (1Re 4:21; Est 3:6, 8.)
En términos generales, la palabra “reino” puede aplicar a cualquier gobierno humano o a todos ellos, sean o no monarquías. (Esd 1:2; Mt 4:8.)
Asimismo, puede significar gobernación real, es decir, el puesto o posición real del rey (Lu 17:21), con su consiguiente dignidad, poder y autoridad. (1Cr 11:10; 14:2; Lu 19:12, 15; Apo 11:15; 17:12, 13, 17.) A los hijos del rey se les llama a veces “la prole del reino”. (2Re 11:1.)
El pacto de la Ley que Dios dio a la nación de Israel mediante Moisés sentaba las bases para una gobernación real. (Dt 17:14, 15.) Al hombre que encabezaba el reino se le otorgaba dignidad real, no para su propia gloria, sino para que honrase a Dios y obrara para el beneficio de sus hermanos israelitas. (Dt 17:19, 20; compárese con 1Sa 15:17.) No obstante, cuando con el transcurso del tiempo los israelitas solicitaron un rey humano, el profeta Samuel les advirtió de todo lo que tal monarca exigiría al pueblo. (1Sa 8.) Parece ser que los reyes de Israel estaban mucho más cerca de sus súbditos que los gobernantes de la mayoría de los reinos orientales. (2Sa 19:8; 1Re 20:39; 1Cr 15:25-29.)
Aunque el reino de Israel comenzó con un rey de la línea de Benjamín, Judá pasó después a ser la tribu real, en cumplimiento de la profecía que pronunció Jacob en su lecho de muerte. (1Sa 10:20-25; Gé 49:10.) Se formó una dinastía real en la línea de David. (2Sa 2:4; 5:3, 4; 7:12, 13.) Cuando el reino fue ‘arrancado’ del hijo de Salomón, Rehoboam, diez tribus formaron un reino septentrional, mientras que Jehová retuvo una tribu, la de Benjamín, que permaneció con Judá “a fin de que David mi siervo continúe teniendo una lámpara siempre delante de mí en Jerusalén, la ciudad que yo me he escogido para poner allí mi nombre”. (1Re 11:31, 35, 36; 12:18-24.) Aun cuando el reino de Judá cayó ante los babilonios en 607 a.E.C., el derecho legal para gobernar pasó a su heredero legítimo, el “hijo de David”, Jesucristo. (Mt 1:1-16; Lu 1:31, 32; compárese con Eze 21:26, 27.) Su Reino duraría para siempre. (Isa 9:6, 7; Lu 1:33.)
Israel configuró una organización real con el fin de administrar los intereses del reino. Estaba compuesta de un grupo de consejeros y ministros de estado próximos al rey (1Re 4:1-6; 1Cr 27:32-34), así como de diversos departamentos estatales dirigidos por sus respectivos encargados, que administraban las tierras de la corona, supervisaban la economía y recaudaban lo necesario para la corte. (1Re 4:7; 1Cr 27:25-31.)
Aunque los reyes de Israel de la dinastía davídica tenían la facultad de emitir órdenes específicas, el poder legislativo residía en Dios. (Dt 4:1, 2; Isa 33:22.) El rey debía rendir cuentas en todo cuanto hacía al verdadero Soberano y Señor, Jehová. Su mala conducta o rebeldía suponía el castigo divino. (1Sa 13:13, 14; 15:20-24.) En algunas ocasiones, Jehová mismo se comunicaba con el rey (1Re 3:5; 11:11), pero en otras le daba instrucciones y consejo o censura por medio de profetas nombrados. (2Sa 7:4, 5; 12:1-14.) El rey también podía pedir consejo a los ancianos. (1Re 12:6, 7.) Sin embargo, ni los profetas ni los ancianos tenían autoridad para hacer cumplir al rey esas instrucciones o la censura, sino solo Jehová.
Cuando el rey y el pueblo se adherían fielmente al pacto de la Ley de Dios, la nación disfrutaba de un grado de libertad, prosperidad material y paz interna, que no se podían comparar con las de los demás reinos. (1Re 4:20, 25.) Mientras Salomón obedeció a Jehová, el reino de Israel fue célebre y respetado, recibió tributo de numerosos reinos y se benefició de los recursos de muchas naciones. (1Re 4:21, 30, 34.)
La realeza de Jehová Dios, aunque expresada por un tiempo de manera visible mediante el reino israelita, es de naturaleza universal. (1Cr 29:11, 12.) Sea que los pueblos y reinos de la humanidad lo reconozcan o no, su realeza es absoluta e inmutable, y su dominio legítimo abarca toda la Tierra. (Sl 103:19; 145:11-13; Isa 14:26, 27.) Debido a que es el Creador, Jehová ejerce su voluntad soberana en el cielo y sobre la Tierra según Sus designios y sin tener que rendir cuentas a ningún otro ser. (Jer 18:3-10; Da 4:25, 34, 35.) No obstante, siempre actúa de acuerdo con sus normas justas. (Mal 3:6; Heb 6:17, 18; Snt 1:17.)
Expresión y ejercicio de la soberanía universal de Dios sobre sus criaturas y el medio por el que esta se manifiesta. (Sl 103:19.) Esta expresión se emplea especialmente para significar la soberanía de Dios por medio de una administración real encabezada por su Hijo, Cristo Jesús (Mt 12:28; Lu 4:43; 1Co 15:50).
La palabra que se traduce “reino” en las Escrituras Griegas Cristianas es ba·si·léi·a, que significa: ‘el ser, el estado y poder del rey; dignidad real o soberanía real; reino o imperio; la extensión de territorio en la que manda un rey’. (Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, 1987, vol. 4, pág. 70.) Marcos y Lucas utilizan con frecuencia la expresión “el reino de Dios”, y en el relato de Mateo aparece la expresión paralela “el reino de los cielos” unas 30 veces, lo que indica que “el reino de Dios” tiene su sede en los cielos espirituales y que gobierna desde allí (Mt 21:43; Mr 1:15; Lu 4:43; Da 2:44; 2Ti 4:18; Compárese Mr 10:23 y Lu 18:24 con Mt 19:23, 24; véanse CIELO - [Cielos espirituales]; REINO.)
El gobierno de Dios es, estructural y funcionalmente, una teocracia pura (del gr. the·ós, dios, y krá·tos, gobierno), un gobierno por Dios. El término “teocracia” se atribuye a Josefo, historiador judío del siglo I E.C., quien lo debió acuñar en su obra Contra Apión (libro II, sec. 16). Sobre el gobierno que se estableció sobre Israel en Sinaí, escribió: “Unos otorgan el poder a la monarquía, otros a la oligarquía, y otros al pueblo. Pero nuestro legislador, rechazando todos estos métodos, instituyó un gobierno teocrático [literalmente, “una teocracia”; gr. the·o·kra·tí·an]. Permítaseme usar esta palabra, aunque violente el lenguaje. Atribuyó a Dios el poder y la fuerza”. Por supuesto, para que este gobierno fuera una teocracia pura, no podía constituirlo ningún legislador humano, como Moisés, sino únicamente Dios. El registro bíblico muestra que esto fue lo que ocurrió.
Origen del término. El término “rey” (heb. mé·lekj) debió incorporarse al lenguaje humano después del diluvio universal. El primer reino terrestre fue el de Nemrod, “poderoso cazador en oposición a Jehová”. (Gé 10:8-12.) Posteriormente, durante el tiempo que transcurrió hasta los días de Abrahán, se formaron ciudades-estado y naciones y se multiplicaron los reyes humanos. Con la excepción del reino de Melquisedec, rey-sacerdote de Salem (un tipo profético del Mesías; Gé 14:17-20; Heb 7:1-17), ninguno de estos reinos terrestres representó el gobierno de Dios o fue puesto por Él. Los hombres también hicieron reyes de los dioses falsos que adoraban y les atribuyeron la facultad de otorgar la soberanía real a los seres humanos. El que Dios se aplicara a sí mismo el título “Rey [Mé·lekj]”, como se encuentra en los registros postdiluvianos de las Escrituras Hebreas, significa que se valió de un título que los hombres habían forjado y empleado. De este modo mostró que a Él se le debía la honra y obediencia como “Rey”, no a los presuntuosos gobernantes humanos o dioses hechos por el hombre. (Jer 10:10-12.)
Por supuesto, Jehová ya era Gobernante Soberano mucho antes que surgieran los reinos humanos, sí, antes que los mismos hombres existieran. Como Dios verdadero y Creador, sus millones de hijos angélicos le tributaban respeto y obediencia. (Job 38:4-7; 2Cr 18:18; Sl 103:20-22; Da 7:10.) Fuera cual fuese el título que tuviera, desde el principio de la creación se le reconoció como el Ser cuya voluntad era, con todo derecho, suprema.
La gobernación de Dios en la historia humana primitiva. Las primeras criaturas humanas, Adán y Eva, también conocían a Jehová como Dios, el Creador del cielo y de la Tierra. Reconocían su autoridad, su derecho a dar órdenes, a exigirles que cumplieran con ciertos deberes o que se abstuvieran de ciertos actos, a asignarles una zona donde residir y que cultivar, así como a delegarles autoridad sobre otras criaturas. (Gé 1:26-30; 2:15-17.) Si bien Adán tenía la facultad de formar nuevas palabras (Gé 2:19, 20), no hay nada que indique que ideara el título “rey [mé·lekj]” para aplicarlo a su Dios y Creador, aunque Adán reconocía la autoridad suprema de Jehová.
Según se revela en los primeros capítulos de Génesis, en Edén Dios ejercía su soberanía sobre el hombre con benevolencia, sin añadir restricciones innecesarias. La relación entre Dios y el hombre exigía que este le obedeciera como un hijo a un padre. (Compárese con Lu 3:38.) El hombre no tenía que cumplir un extenso código de leyes (compárese con 1Ti 1:8-11); las exigencias de Dios eran sencillas y tenían un propósito. Tampoco hay nada que indique que Adán se sintiera cohibido debido a que hubiera una supervisión constante y crítica de todas sus acciones; al contrario, parece que Dios se comunicaba con el hombre perfecto periódicamente, según hubiera necesidad. (Gé 1–3.)
Una nueva expresión de la gobernación de Dios. Al contravenir de manera deliberada el mandato divino a instancias de un hijo celestial de Dios, la primera pareja humana se rebeló contra la autoridad del Creador. (Gé 3:17-19; véase ÁRBOL - [Uso figurado].) La posición que adoptó este espíritu, el adversario de Dios (heb. sa·tán), puso en tela de juicio la legitimidad de la soberanía universal de Jehová. Esta cuestión tenía que resolverse. (Véase JEHOVÁ - [La cuestión suprema es de naturaleza moral].) Como esta cuestión se hizo surgir en la Tierra, es lógico que también se resuelva en la Tierra. (Apo 12:7-12.)
Cuando Jehová Dios dictó sentencia contra los primeros rebeldes, pronunció una profecía en términos simbólicos, en la que expuso su propósito de valerse de un medio, una “descendencia”, para aplastar definitivamente a las fuerzas rebeldes. (Gé 3:15.) Por lo tanto, la gobernación de Jehová, la expresión de su soberanía, asumiría un nuevo aspecto en respuesta a la insurrección que había surgido. La revelación progresiva de los “secretos sagrados del reino” (Mt 13:11) mostró que este nuevo aspecto incluiría la formación de un gobierno subsidiario, un cuerpo de gobernantes encabezado por un dirigente en quien Dios delegaría autoridad. La promesa de la “descendencia” halla su cumplimiento en el reino de Cristo Jesús y sus compañeros escogidos. (Apo 17:14; véase JESUCRISTO - [Su posición fundamental en el propósito de Dios].) Desde que se dio la promesa edénica, el desarrollo progresivo del propósito de Dios relativo a la formación de esta “descendencia” real constituye un tema fundamental de la Biblia y una clave para entender la manera de actuar de Jehová con sus siervos y con la humanidad en general.
Si se tiene presente que una parte fundamental de la cuestión que hizo surgir el Adversario de Dios era la integridad de todas las criaturas de Dios, es decir, su devoción de todo corazón a Él y la lealtad a su jefatura, es de destacar el que Dios delegue gran autoridad y poder a algunas criaturas. (Mt 28:18; Apo 2:26, 27; 3:21.) (Véase INTEGRIDAD - [Relacionada directamente con la gran cuestión universal].) El que pudiera dar con confianza tanta autoridad y poder sería en sí mismo un espléndido testimonio de la fuerza moral de su gobernación, que contribuiría a la vindicación de su nombre y posición, y pondría de relieve la falsedad de las acusaciones de su adversario.
Se manifiesta la necesidad del gobierno divino. Las condiciones que hubo desde el principio de la rebelión humana hasta el Diluvio mostraron con claridad lo necesaria que era la jefatura divina para la humanidad. La sociedad humana tuvo que enfrentarse pronto a la desunión, la violencia y el asesinato. (Gé 4:2-9, 23, 24.) No se dice hasta qué grado ejerció autoridad patriarcal sobre sus descendientes el pecador Adán durante sus novecientos treinta años de vida. No obstante, para la séptima generación ya debía existir mucha impiedad (Jud 14, 15), y para el tiempo de Noé, nacido unos ciento veinte años después de la muerte de Adán, las condiciones se habían deteriorado hasta el punto de que ‘la tierra se había llenado de violencia’. (Gé 6:1-13.) A esta situación contribuyó el que algunas criaturas celestiales intervinieran en la sociedad humana, en contra de la voluntad y el propósito divinos. (Gé 6:1-4; Jud 6; 2Pe 2:4, 5; véase NEFILIM.)
Aunque la Tierra se había convertido en un foco de rebelión, Jehová no renunció a su dominio sobre ella. El diluvio universal probó que mantenía su poder y capacidad para hacer cumplir su voluntad sobre la Tierra, al igual que en cualquier otra parte del universo. Durante la época antediluviana también demostró que seguía dispuesto a guiar y dirigir las acciones de las personas que le buscaban, como Abel, Enoc y Noé. El caso particular de Noé ilustra cómo ejerce Dios su autoridad sobre un súbdito terrestre de buena disposición: le da mandatos y lo orienta, protege y bendice tanto a él como a su familia, y manifiesta su control sobre la creación animal. (Gé 6:9-7:16.) Jehová dejó patente que no permitiría que la sociedad humana apartada de Él corrompiera la Tierra indefinidamente y que no se retendría de ejecutar su juicio justo contra los transgresores de la manera y en el momento que viese conveniente. Además, demostró su poder soberano sobre los diferentes elementos de la Tierra, entre ellos, su atmósfera. (Gé 6:3, 5-7; 7:17–8:22.)
La sociedad postdiluviana primitiva y sus problemas. Después del Diluvio, la sociedad humana estaba estructurada fundamentalmente en un régimen patriarcal que proporcionaba orden y estabilidad relativos. La humanidad tenía que “[llenar] la tierra”, lo que no solo exigía que se multiplicaran, sino que extendieran progresivamente su morada por todo el planeta. (Gé 9:1, 7.) Estos factores limitarían en buena medida los problemas sociales, pues normalmente quedarían circunscritos a la familia, de modo que rara vez surgiría la fricción que suele haber en condiciones de superpoblación. Sin embargo, la construcción que se iba a realizar en Babel estaba diametralmente opuesta a la voluntad divina, pues exigía que los hombres se concentraran para no ser “esparcidos por toda la superficie de la tierra”. (Gé 11:1-4; véase LENGUAJE.) Además, Nemrod se apartó del sistema patriarcal y fundó el primer “reino” (heb. mam·la·kjáh). Él era un cusita del linaje de Cam, e invadió parte del territorio semita, la tierra de Asur (Asiria), donde edificó ciudades que formaron parte de sus dominios. (Gé 10:8-12.)
Aunque Dios disolvió la concentración humana de las llanuras de Sinar confundiendo la lengua del hombre, el modelo de gobernación que Nemrod inició se imitó y generalizó en las zonas a las que emigraron las diversas familias. En los días de Abrahán (2018-1843 a. E.C.) existían reinos desde Mesopotamia (en Asia) hasta Egipto, donde al rey se le llamaba “Faraón” en vez de Mé·lekj. Pero estas gobernaciones reales no produjeron seguridad. Los reyes pronto empezaron a formar alianzas militares y emprendieron extensas campañas de agresión, saqueo y secuestro. (Gé 14:1-12.) En algunas ciudades los extraños corrían el riesgo de que los atacaran homosexuales. (Gé 19:4-9.)
Aunque el hombre formó comunidades en busca de seguridad (compárese con Gé 4:14-17), pronto vio necesario amurallar las ciudades y más tarde fortificarlas para protegerse de los ataques armados. Los registros seglares más antiguos conocidos, muchos de ellos de Mesopotamia, donde empezó el reino de Nemrod, están llenos de relatos de conflictos, codicia, intrigas y derramamiento de sangre. Los códigos de leyes extrabíblicos más antiguos, como los de Lipit-Istar, Esnunna y Hammurabi, muestran que la vida humana se había hecho muy compleja, con problemas sociales como el robo, el fraude, dificultades comerciales, disputas sobre la propiedad y el pago de alquileres, cuestiones sobre préstamos e intereses, infidelidad marital, honorarios y fallos médicos, casos de asalto y agresión y muchos otros asuntos. Aunque Hammurabi se llamó a sí mismo “el poderoso rey” y “el rey perfecto”, su gobierno y legislación fueron, como los de otros reinos políticos antiguos, incapaces de resolver los problemas de la humanidad pecaminosa. (Código de Hammurabi, traducción de Federico L. Peinado, Tecnos, 1986, págs. XXIV-XXVII, 3-47; La Sabiduría del Antiguo Oriente, edición de J. B. Pritchard, 1966, págs. 157-195; compárese con Pr 28:5.) En todos estos reinos era importante la religión, no la adoración al Dios verdadero. El que el sacerdocio colaborara estrechamente con la clase gobernante y disfrutara del favor real no se tradujo en beneficios morales para la gente. Las inscripciones cuneiformes de los escritos religiosos antiguos no cultivan el espíritu ni dan guía moral; traicionan a los dioses adorados, tildándolos de enfadadizos, violentos, lascivos e injustos. Los hombres necesitaban el reino de Jehová Dios para disfrutar de la vida en paz y felicidad.
Con relación a Abrahán y sus descendientes. Es cierto que las personas que consideraban a Jehová Dios como su Cabeza también tenían fricciones y problemas personales. Sin embargo, se les ayudó a resolverlos o a aguantarlos en conformidad con las normas justas de Dios y sin caer en la degradación. Recibieron protección y fortaleza divinas. (Gé 13:5-11; 14:18-24; 19:15-24; 21:9-13, 22-33.) Por ello, después de indicar que las “decisiones judiciales [de Jehová] están en toda la tierra”, el salmista dice de Abrahán, Isaac y Jacob: “Ellos resultaban ser pocos en número, sí, muy pocos, y residentes forasteros en [Canaán]. Y ellos siguieron andando de nación en nación, de un reino a otro pueblo. No permitió que ningún humano los defraudara, antes bien, a causa de ellos censuró a reyes, diciendo: ‘No toquen ustedes a mis ungidos, y a mis profetas no hagan nada malo’”. (Sl 105:7-15; compárese con Gé 12:10-20; 20:1-18; 31:22-24, 36-55.) Esto también era prueba de que Dios aún ejercía su soberanía sobre la tierra, que imponía según lo requiriera el adelanto de su propósito.
Los patriarcas fieles no se vincularon a ninguna de las ciudades-estado o reinos de Canaán ni de otros países. En lugar de buscar seguridad en alguna ciudad bajo el gobierno político de un rey humano, vivieron en tiendas como forasteros, “extraños y residentes temporales en la tierra”, mientras esperaban con fe “la ciudad que tiene fundamentos verdaderos, cuyo edificador y hacedor es Dios”. Aceptaban a Dios como su Gobernante y esperaban su futura agencia celestial para gobernar la Tierra, fundada sólidamente en su autoridad y voluntad soberanas, aunque en aquel entonces la realización de esta esperanza todavía estaba “lejos”. (Heb 11:8-10, 13-16.) Por eso, una vez que Dios ungió a Jesús para ser rey, este pudo decir: “Abrahán [...] se regocijó mucho por la expectativa de ver mi día, y lo vio y se regocijó”. (Jn 8:56.)
Con la celebración de un pacto con Abrahán (Gé 12:1-3; 22:15-18), Jehová dio otro paso en el desarrollo de su promesa concerniente a la “descendencia” del Reino. (Gé 3:15.) Predijo a este respecto que de Abrahán (Abrán) y su esposa ‘saldrían reyes’. (Gé 17:1-6, 15, 16.) Aunque los descendientes de Esaú, el nieto de Abrahán, fundaron reinos y territorios dominados por jeques, fue a Jacob, el otro nieto de Abrahán, a quien se repitió la promesa profética de Dios de que de su descendencia saldrían reyes. (Gé 35:11, 12; 36:9, 15-43.)
La formación de la nación de Israel. Siglos más tarde, al debido tiempo (Gé 15:13-16), Jehová Dios actuó en favor de los descendientes de Jacob, que ya ascendían a millones (véase ÉXODO [Cuántas personas salieron en el éxodo]), protegiéndolos del genocidio que pretendía llevar a cabo el gobierno egipcio (Éx 1:15-22) y finalmente libertándolos de la dura esclavitud al régimen de Egipto. (Éx 2:23-25.) Faraón rechazó el mandato que Dios le dio mediante sus agentes, Moisés y Aarón, como si proviniese de una fuente que no tenía autoridad sobre los asuntos egipcios. Por negarse una y otra vez a reconocer la soberanía de Jehová, tuvo que sufrir las manifestaciones del poder divino en forma de plagas. (Éx 7–12.) De esta manera Dios probó que su dominio sobre los elementos de la Tierra y sobre las criaturas era superior al de cualquier rey terrestre. (Éx 9:13-16.) Este despliegue de poder soberano alcanzó su punto culminante cuando destruyó las fuerzas de Faraón de una manera que ninguno de los jactanciosos reyes guerreros de las naciones jamás hubiera podido igualar. (Éx 14:26-31.) Con buena razón Moisés y los israelitas cantaron: “Jehová reinará hasta tiempo indefinido, aun para siempre”. (Éx 15:1-19.)
Después, Jehová dio más prueba de su dominio sobre la Tierra, las vitales reservas de agua y las aves, así como su aptitud para proteger y sostener a la nación incluso en alrededores áridos y hostiles. (Éx 15:22–17:15.) Habiendo hecho todo esto, se dirigió al pueblo liberado y le dijo que si obedecía su autoridad y su pacto, podría convertirse en su propiedad especial entre todos los demás pueblos, “porque toda la tierra me pertenece a mí”. Por consiguiente, podría llegar a ser “un reino de sacerdotes y una nación santa”. (Éx 19:3-6.) Cuando los israelitas declararon públicamente que se sometían a su soberanía, Jehová actuó como Legislador regio dándoles decretos reales recogidos en un amplio código, al mismo tiempo que manifestó de modo impresionante su poder y gloria. (Éx 19:7–24:18.) El tabernáculo o tienda de reunión, y en especial el Arca, indicaban la presencia del Cabeza invisible y celestial del Estado. (Éx 25:8, 21, 22; 33:7-11; compárese con Apo 21:3.) Aunque Moisés y otros hombres nombrados juzgaron la mayoría de los casos, guiados por la ley de Dios, en ciertas ocasiones Jehová intervino personalmente para expresar su juicio y aplicar sanciones contra los que quebrantaban la Ley. (Éx 18:13-16, 24-26; 32:25-35.) Los sacerdotes ordenados actuaban para mantener buenas relaciones entre la nación y su Gobernante celestial, ayudando al pueblo en sus esfuerzos por conformarse a las elevadas normas del pacto de la Ley. (Véase SACERDOTE.) Así que el sistema de gobierno de Israel era una verdadera teocracia. (Dt 33:2, 5.)
En su calidad de Dios y Creador, de propietario absoluto y “Juez de toda la tierra” (Gé 18:25), Jehová había cedido la tierra de Canaán a la descendencia de Abrahán. (Gé 12:5-7; 15:17-21.) Como autoridad suprema, pudo ordenar a los israelitas que expropiaran a la fuerza el territorio de los cananeos, quienes estaban bajo condenación, y que ejecutasen la sentencia de muerte que Él había dictado contra ellos. (Dt 9:1-5; véase CANAÁN, CANANEO núm. 2 - [Israel conquista Canaán].)
El período de los jueces. Durante los tres siglos y medio que siguieron a la conquista de los muchos reinos de Canaán, Jehová Dios fue el único rey de la nación de Israel. En diversos períodos hubo jueces que Él escogió para que dirigieran a la nación, a toda ella o a partes, tanto en tiempos de guerra como de paz. Cuando el juez Gedeón derrotó a Madián, el pueblo pidió que se convirtiese en el gobernante de la nación, pero él, que reconocía a Jehová como el verdadero gobernante, se negó a aceptar ese puesto. (Jue 8:22, 23.) Su ambicioso hijo Abimélec consiguió reinar por algún tiempo sobre una pequeña parte de la nación, hasta que le sobrevino el desastre. (Jue 9:1, 6, 22, 53-56.)
Sobre este período general de los jueces se dice: “En aquellos días no había rey en Israel. En cuanto a todos, lo que era recto a sus propios ojos cada uno acostumbraba hacer”. (Jue 17:6; 21:25.) Estas palabras no quieren decir que no existiera un poder judicial, pues en todas las ciudades había jueces o ancianos que se encargaban de los casos y problemas legales y hacían justicia. (Dt 16:18-20; véase TRIBUNAL JUDICIAL.) Además, el sacerdocio levítico actuaba como una fuerza guiadora superior, educando al pueblo en la ley de Dios, y el sumo sacerdote tenía el Urim y Tumim, con el que podía consultar a Dios sobre los casos difíciles. (Véanse SACERDOTE; SUMO SACERDOTE; URIM Y TUMIM.) Por lo tanto, la persona que se aprovechaba de estas provisiones, que adquiría conocimiento de la ley de Dios y la aplicaba, tenía una buena guía para su conciencia. El que en ese caso hiciera “lo que era recto a sus propios ojos” no resultaría en mal. Jehová permitió que la gente mostrara si su actitud y proceder eran buenos o malos. No había ningún monarca humano sobre la nación que supervisara el trabajo de los jueces ni mandara a la gente participar en proyectos particulares ni la organizara para defender la nación. (Compárese con Jue 5:1-18.) Por lo tanto, la mala situación que hubo se debió a que la mayoría no estuvo dispuesta a observar la palabra y la ley de su Rey celestial ni a aprovecharse de sus provisiones. (Jue 2:11-13.)
Los israelitas piden un rey humano. Casi cuatrocientos años después del éxodo y más de ochocientos después que Dios hizo un pacto con Abrahán, los israelitas solicitaron un rey humano que los acaudillara, como tenían las demás naciones. Con esa solicitud rechazaban la propia gobernación real de Jehová sobre ellos. (1Sa 8:4-8.) Es cierto que el pueblo tenía razones para esperar que Dios estableciera un reino en consonancia con las promesas dadas a Abrahán y a Jacob. Además, la profecía que pronunció Jacob respecto a Judá en su lecho de muerte daba más base para tal esperanza (Gé 49:8-10), así como la daban las palabras que Jehová dirigió a Israel después del éxodo (Éx 19:3-6), los términos del pacto de la Ley (Dt 17:14, 15) e incluso parte del mensaje que Dios hizo pronunciar al profeta Balaam (Nú 24:2-7, 17). Ana, la devota madre de Samuel, expresó esta esperanza en oración. (1Sa 2:7-10.) Sin embargo, Jehová no había revelado completamente su “secreto sagrado” concerniente al Reino; no había indicado cuándo llegaría el momento debido para establecerlo ni la estructura y los componentes de ese gobierno, o si sería terrenal o celestial. Por consiguiente, fue un atrevimiento el que el pueblo exigiera entonces un rey humano.
Es probable que la amenaza de agresión filistea y ammonita contribuyera al deseo de los israelitas de tener un comandante en jefe real visible. De ese modo manifestaron falta de fe en que Dios podía protegerlos, guiarlos y proveerles lo necesario, como nación y como individuos. (1Sa 8:4-8.) Aunque el motivo del pueblo era incorrecto, Jehová accedió a su petición. Sin embargo, no lo hizo principalmente por ellos, sino para cumplir su buen propósito con respecto a la revelación progresiva del “secreto sagrado” del reino futuro en manos de la “descendencia”. Además, la gobernación real humana iba a acarrear problemas y gastos a Israel, y Jehová expuso esos hechos al pueblo. (1Sa 8:9-22.)
Los reyes que Jehová nombrara habrían de servir de agentes terrestres de Dios, sin menoscabar lo más mínimo la propia soberanía de Jehová sobre la nación. En realidad, el trono era de Jehová; ellos se sentaban sobre él como reyes delegados. (1Cr 29:23.) Jehová mandó que se ungiera al primer rey, Saúl (1Sa 9:15-17), y al mismo tiempo expuso la falta de fe que había demostrado la nación. (1Sa 10:17-25.)
Para que el reinado fuera beneficioso, tanto el rey como la nación tenían que respetar la autoridad de Dios. Si ilusoriamente se dirigían a otras fuentes en busca de dirección y protección, la nación y su rey serían barridos. (Dt 28:36; 1Sa 12:13-15, 20-25.) El rey no debía confiar en el poderío militar ni multiplicar el número de sus esposas ni dejarse dominar por el deseo de riquezas. Su gobernación no podía salirse del marco del pacto de la Ley. Tenía la orden divina de escribir su propia copia de la Ley y leerla diariamente, a fin de mantener el debido temor a la Autoridad, ser humilde y atenerse a un proceder justo. (Dt 17:16-20.) En la medida que actuara así, amando a Jehová con todo su corazón y al prójimo como a sí mismo, su gobierno reportaría bendiciones y no habría ninguna causa real de queja debido a opresión o dificultades. Pero como en el caso del pueblo, Jehová también permitió que estos gobernantes demostraran lo que había en su corazón, si estaban o no dispuestos a reconocer la autoridad y voluntad de Dios.
La gobernación ejemplar de David. La falta de respeto que el benjamita Saúl demostró a las disposiciones y la autoridad superior de la “Excelencia de Israel” le acarreó la desaprobación divina y le costó el trono a su linaje familiar. (1Sa 13:10-14; 15:17-29; 1Cr 10:13, 14.) Con la gobernación de su sucesor, David, de la tribu de Judá, se cumplió otro aspecto de la profecía que Jacob pronunció en su lecho de muerte. (Gé 49:8-10.) Aunque David cometió errores debido a la debilidad humana, su gobernación fue ejemplar por su sincera devoción a Jehová Dios y su humilde sumisión a la autoridad divina. (Sl 51:1-4; 1Sa 24:10-14; compárense con 1Re 11:4; 15:11-14.) Cuando se recibieron las contribuciones para la construcción del templo, David oró a Jehová ante el pueblo congregado, diciendo: “Tuya, oh Jehová, es la grandeza y el poderío y la hermosura y la excelencia y la dignidad; porque todo lo que hay en los cielos y en la tierra es tuyo. Tuyo es el reino, oh Jehová, Aquel que también te alzas como cabeza sobre todo. Las riquezas y la gloria las hay debido a ti, y tú lo estás dominando todo; y en tu mano hay poder y potencia, y en tu mano hay facultad para hacer grande y para dar fuerzas a todos. Y ahora, oh Dios nuestro, te damos las gracias y alabamos tu hermoso nombre”. (1Cr 29:10-13.) El consejo final que dio a su hijo Salomón también ilustra el acertado punto de vista que tenía sobre la relación entre la realeza terrestre y su fuente divina. (1Re 2:1-4.)
Cuando el arca del pacto, relacionada con la presencia de Jehová, se trasladó a la capital, Jerusalén, David cantó: “Regocíjense los cielos, y esté gozosa la tierra, y digan entre las naciones: ‘¡Jehová mismo ha llegado a ser rey!’”. (1Cr 16:1, 7, 23-31.) Esto muestra que aunque la gobernación de Jehová se remonta al principio de la creación, Él puede concretar expresiones de su gobernación o formar ciertas agencias que lo representen, lo que hace posible que se diga que ‘llega a ser rey’ en cierta ocasión en particular.
El pacto para un reino. Jehová hizo un pacto con David para un reino que sería establecido eternamente en su linaje familiar. Dijo: “Ciertamente levantaré tu descendencia después de ti, [...] y realmente estableceré con firmeza su reino. [...] Y tu casa y tu reino ciertamente serán estables hasta tiempo indefinido delante de ti; tu mismísimo trono llegará a ser un trono firmemente establecido hasta tiempo indefinido”. (2Sa 7:12-16; 1Cr 17:11-14.) Este pacto relativo a la dinastía davídica supuso otro eslabón en el desarrollo de la promesa edénica de Dios en cuanto a su reino por medio de la predicha “descendencia” (Gé 3:15), y suministró más detalles para identificar a esa “descendencia” cuando llegara. (Compárese con Isa 9:6, 7; 1Pe 1:11.) Los reyes nombrados por Dios eran ungidos para su puesto, por lo que les aplicaba el término “mesías”, que significa “ungido”. (1Sa 16:1; Sl 132:13, 17.) De modo que el reino terrestre que Jehová puso sobre Israel fue un tipo o una representación a pequeña escala del venidero reino del Mesías Jesucristo, el “hijo de David”. (Mt 1:1.)
Ocaso y fin de los reinos israelitas. Por no adherirse a los justos caminos de Jehová, la situación existente finalizados solo tres reinados y al comienzo del cuarto produjo un profundo descontento que hizo que la nación se sublevase y se dividiera (997 a. E.C.). Como consecuencia, aparecieron un reino septentrional y otro meridional. Sin embargo, el pacto de Jehová con David continuó en vigor con los reyes del reino meridional de Judá. Con el transcurso de los siglos, Judá apenas tuvo reyes fieles, y en el reino septentrional de Israel no hubo ni uno solo. La historia del reino septentrional estuvo plagada de idolatría, intriga y asesinatos. Los reyes a menudo se sucedían unos a otros tras cortos reinados. El pueblo sufrió injusticia y opresión. Unos doscientos cincuenta años después de su formación, Jehová permitió que el rey de Asiria aplastase al reino septentrional (740 a. E.C.) debido a su proceder de rebelión contra Dios. (Os 4:1, 2; Am 2:6-8.)
Aunque el reino de Judá disfrutaba de mayor estabilidad a causa de la dinastía davídica, con el tiempo sobrepasó al reino septentrional en degradación moral, a pesar de los esfuerzos que hicieron algunos reyes temerosos de Dios, como Ezequías y Josías, por contrarrestar la degeneración hacia la idolatría y el rechazo de la palabra y la autoridad de Jehová. (Isa 1:1-4; Eze 23:1-4, 11.) La injusticia social, la tiranía, la avaricia, la falta de honradez, el soborno, la perversión sexual, los asaltos violentos y el derramamiento de sangre, así como la hipocresía religiosa que convirtió el templo de Dios en una “cueva de salteadores”, fueron prácticas que los profetas de Jehová censuraron en sus mensajes de advertencia a los gobernantes y al pueblo. (Isa 1:15-17, 21-23; 3:14, 15; Jer 5:1, 2, 7, 8, 26-28, 31; 6:6, 7; 7:8-11.) Ni el apoyo de los sacerdotes apóstatas ni ninguna alianza política con otras naciones podía evitar el desplome de aquel reino infiel. (Jer 6:13-15; 37:7-10.) Los babilonios destruyeron Jerusalén, su capital, y desolaron Judá en 607 a. E.C. (2Re 25:1-26.)
La realeza de Jehová no se ve afectada. La destrucción de los reinos de Israel y Judá no desacreditó de ningún modo la calidad de la propia gobernación de Jehová Dios, ni tampoco indicó que fuera débil. Durante toda la historia de la nación israelita, Jehová hizo patente que quería que le sirvieran y obedecieran de buena gana. (Dt 10:12-21; 30:6, 15-20; Isa 1:18-20; Eze 18:25-32.) Él instruyó, reprendió, disciplinó, advirtió y castigó; pero no se valió de su poder para obligar al rey o al pueblo a seguir un proceder justo. Ellos tuvieron la culpa de las malas condiciones que se manifestaron, el sufrimiento que experimentaron y su fin desastroso, porque obstinadamente endurecieron su corazón e insistieron en seguir un proceder independiente que perjudicaba tontamente sus propios intereses. (Lam 1:8, 9; Ne 9:26-31, 34-37; Isa 1:2-7; Jer 8:5-9; Os 7:10, 11.)
Jehová demostró su poder soberano al mantener restringidas a las potencias agresivas de Asiria y Babilonia hasta el momento debido e incluso manejarlas para que actuasen en cumplimiento de sus profecías. (Eze 21:18-23; Isa 10:5-7.) Finalmente expresó su justo juicio como Gobernante Soberano al retirar su protección de la nación. (Jer 35:17.) La desolación de Israel y Judá no llegó como una espantosa sorpresa para los siervos obedientes de Dios, a quienes se había advertido de antemano mediante las profecías. La degradación de los gobernantes altivos ensalzó la “espléndida superioridad” de Jehová. (Isa 2:1, 10-17.) Sin embargo, más importante aún, Jehová había demostrado que podía proteger y conservar con vida a las personas que recurrían a Él como su Rey, aunque se hallasen en condiciones de hambre, enfermedad y matanza indiscriminada, o las persiguiesen los que odiaban la justicia. (Jer 34:17-21; 20:10, 11; 35:18, 19; 36:26; 37:18-21; 38:7-13; 39:11–40:5.)
Al último rey de Israel se le advirtió que se le quitaría la corona, que representaba la gobernación real para la que Jehová lo había ungido como representante suyo. El reino de los ungidos del linaje davídico no se ejercería ‘hasta que llegara aquel que tenía el derecho legal, y Jehová tendría que dar esto a él’. (Eze 21:25-27.) Por lo tanto, el reino típico, entonces en ruinas, dejó de existir, y de nuevo se dirigió la atención hacia el futuro, hacia la venidera “descendencia”, el Mesías.
Naciones políticas como Asiria y Babilonia, devastaron los reinos apóstatas de Israel y Judá. Aunque Dios dice que ‘levanta’ o ‘trae’ a esas naciones contra su pueblo condenado (Dt 28:49; Jer 5:15; 25:8, 9; Eze 7:24; Am 6:14), el sentido es similar a cuando el registro bíblico dice que ‘endureció’ el corazón de Faraón. (Véase PRESCIENCIA, PREDETERMINACIÓN - [Respecto a determinadas personas].) Es decir, Dios ‘trajo’ a estas fuerzas agresoras permitiendo que realizaran el deseo de su corazón (Isa 10:7; Lam 2:16; Miq 4:11) al retirar su ‘mano’ protectora del objeto de la ambición de ellas. (Dt 31:17, 18; compárese Esd 8:31 con Esd 5:12; Ne 9:28-31; Jer 34:2.) A los israelitas apóstatas que tercamente se negaron a someterse a la ley y a la voluntad de Jehová se les dio “a la espada, a la peste y al hambre”. (Jer 34:17.) Sin embargo, el que esas naciones destruyeran sin piedad a los reinos septentrional y meridional, la ciudad capital de Jerusalén y su sagrado templo, no les granjeó la aprobación divina ni indicaba que tuviesen las ‘manos limpias’ delante de Él. De modo que Jehová, el Juez de toda la Tierra, podía denunciarlas con justicia por ‘saquear su herencia’ y condenarlas a sufrir la misma desolación que habían infligido a su pueblo. (Isa 10:12-14; 13:1, 17-22; 14:4-6, 12-14, 26, 27; 47:5-11; Jer 50:11, 14, 17-19, 23-29.)
Visiones del reino de Dios en los días de Daniel. Toda la profecía de Daniel subraya enfáticamente el tema de la Soberanía Universal de Dios y permite entender mejor Su propósito. Dios se valió de Daniel, que se hallaba exiliado en la capital de la potencia mundial que había derrotado a Judá, para revelar el significado de una visión del monarca babilonio. En esta se predecía la marcha de las potencias mundiales y su destrucción final por el reino eterno que el propio Jehová había establecido. Nabucodonosor, el conquistador de Jerusalén, se sintió impulsado a postrarse y rendir homenaje al exiliado Daniel y a reconocer que el Dios de Daniel era “un Señor de reyes”, una actitud que debió asombrar a la corte real. (Da 2:36-47.) Mediante la visión del ‘árbol cortado’ que Nabucodonosor tuvo en un sueño, Jehová hizo saber de nuevo de manera contundente que “el Altísimo es Gobernante en el reino de la humanidad, y que a quien él quiere darlo lo da, y coloca sobre él aun al de más humilde condición de la humanidad”. (Da 4; véase TIEMPOS SEÑALADOS DE LAS NACIONES.) El cumplimiento de la parte del sueño que tenía que ver con él hizo que el emperador Nabucodonosor tuviera que reconocer una vez más que el Dios de Daniel es el “Rey de los cielos”, Aquel que “está haciendo conforme a su propia voluntad entre el ejército de los cielos y los habitantes de la tierra. Y no existe nadie que pueda detener su mano o que pueda decirle: ‘¿Qué has estado haciendo?’”. (Da 4:34-37.)
Hacia el final del Imperio babilonio, Daniel tuvo visiones proféticas de imperios sucesivos que tendrían características bestiales; vio también el majestuoso tribunal celestial de Jehová en sesión, juzgando a las potencias del mundo y decretando que no merecen gobernar, y contempló a “alguien como un hijo del hombre [...] [a quien] fueron dados gobernación y dignidad y reino, para que los pueblos, grupos nacionales y lenguajes todos le sirvieran aun a él”, en su “gobernación de duración indefinida que no pasará”. Presenció también la guerra de la última potencia mundial contra “los santos”, lo que exigiría la aniquilación de aquella, y la entrega del “reino y la gobernación y la grandeza de los reinos bajo todos los cielos [...] al pueblo que son los santos del Supremo”, los santos de Jehová Dios. (Da 7, 8.) De este modo se manifestó claramente que la “descendencia” prometida consistiría en un cuerpo gubernamental que además de tener un cabeza regio, el “hijo del hombre”, también contaría con gobernantes asociados, los “santos del Supremo”.
En tiempo de Babilonia y Medo-Persia. El inexorable decreto de Dios contra la poderosa Babilonia se llevó a cabo súbita e inesperadamente; sus días estaban contados y habían llegado a su fin. (Da 5:17-30.) Durante el posterior gobierno medopersa, Jehová reveló más detalles sobre el reino mesiánico, relativos a cuándo aparecería el Mesías, que sería “cortado” y también que habría una segunda destrucción de la ciudad de Jerusalén y su lugar santo. (Da 9:1, 24-27; véase SETENTA SEMANAS.) Como había hecho anteriormente durante la gobernación de Babilonia, Jehová Dios volvió a demostrar su poder sobre los elementos naturales y sobre las bestias salvajes a favor de los que reconocen su soberanía, a pesar de la cólera oficial y de las amenazas de muerte. (Da 3:13-29; 6:12-27.) Hizo que las puertas de Babilonia se abrieran de par en par cuando estaba previsto, lo que permitió que su pueblo tuviese la libertad de regresar a su propia tierra y reedificar la casa de Jehová. (2Cr 36:20-23.) Debido a su acto de libertar a su pueblo, a Sión se le podría hacer el anuncio: “¡Tu Dios ha llegado a ser rey!”. (Isa 52:7-11.) Después, se frustraron diversas conspiraciones contra su pueblo, así como acusaciones falsas de oficiales subordinados y decretos gubernamentales adversos, debido a que Jehová inducía a los diversos reyes persas a cooperar con el cumplimiento de Su voluntad soberana. (Esd 4–7; Ne 2, 4, 6; Est 3–9.)
Por lo tanto, durante miles de años el propósito inmutable e irresistible de Jehová Dios siguió hacia adelante. Sin importar qué giros tomaron los acontecimientos en la Tierra, siempre demostró estar al mando de la situación, sin verse afectado por la oposición humana o demoniaca. No permitió que nada interfiriera en el desarrollo progresivo y perfecto de su propósito o de su voluntad. La historia de la nación de Israel suministró tipos proféticos de cómo trataría Dios con los hombres, y además ilustró que si no hay un reconocimiento y una sumisión de todo corazón a la jefatura divina, no puede haber armonía, paz y felicidad duraderas. Los israelitas disfrutaban de los beneficios de tener en común la ascendencia, la lengua y el país. También se encaraban a enemigos comunes. Pero solo tenían unidad, fuerza, justicia y disfrute genuino de la vida cuando adoraban y servían a Jehová Dios con lealtad y fe. Cuando sus lazos con Jehová Dios se debilitaban, la nación degeneraba rápidamente.
El reino de Dios ‘se acerca’. Puesto que el Mesías tenía que ser un descendiente de Abrahán, Isaac y Jacob, un miembro de la tribu de Judá y un “hijo de David”, había de nacer como hombre; según se declaró en la profecía de Daniel, debía ser un “hijo del hombre”. Cuando “llegó el límite cabal del tiempo”, Jehová Dios envió a su Hijo, quien nació de una mujer y cumplió todos los requisitos legales para heredar el “trono de David su padre”. (Gál 4:4; Lu 1:26-33; véase GENEALOGÍA DE JESUCRISTO.) Seis meses antes de su nacimiento, nació Juan, al que llamarían el Bautista y que sería precursor de Jesús. (Lu 1:13-17, 36.) Las expresiones de los padres de Juan y de Jesús indicaron que vivían con la ansiosa expectativa de contemplar la gobernación divina. (Lu 1:41-55, 68-79.) Cuando Jesús nació, las palabras que pronunció la delegación angélica enviada para anunciar el significado de aquel acontecimiento también se refirieron a actos gloriosos de Dios. (Lu 2:9-14.) Igualmente, Simeón y Ana expresaron en el templo su esperanza de salvación y liberación. (Lu 2:25-38.) Tanto el registro bíblico como el seglar muestran que los judíos estaban a la expectativa de la venida del Mesías. Sin embargo, el interés principal de muchos de ellos era conseguir libertad del pesado yugo de la dominación romana. (Véase MESÍAS.)
Juan tenía la comisión de ‘volver los corazones’ de las personas a Jehová, a sus pactos, al “privilegio de rendirle servicio sagrado sin temor, con lealtad y justicia”, y de este modo “alistar para Jehová un pueblo preparado”. (Lu 1:16, 17, 72-75.) Dijo sin ambages a las personas que se encaraban a un tiempo de juicio de Dios y que ‘el reino de los cielos se había acercado’, por lo que era urgente que se arrepintieran y abandonaran su proceder de desobediencia a la voluntad y la ley de Dios. Esto volvía a poner de relieve la norma de Jehová de tener únicamente súbditos bien dispuestos, personas que reconocieran y apreciaran la justicia de sus caminos y sus leyes. (Mt 3:1, 2, 7-12.)
La venida del Mesías tuvo lugar cuando Jesús se presentó a Juan para bautizarse y fue ungido por el espíritu santo de Dios. (Mt 3:13-17.) Así pasó a ser el Rey nombrado, reconocido por el tribunal de Jehová como el que tenía el derecho legal al trono davídico, un derecho que nadie había tenido en los anteriores seis siglos. (Véase JESUCRISTO - [Su bautismo].) Pero Jehová introdujo además a su Hijo aprobado en un pacto para un reino celestial, en el que Jesús sería Rey y Sacerdote a la manera del Melquisedec de la antigua Salem. (Sl 110:1-4; Lu 22:29; Heb 5:4-6; 7:1-3; 8:1; véase PACTO.) Como la prometida ‘descendencia de Abrahán’, este Rey-Sacerdote celestial sería el Agente Principal de Dios para bendecir a personas de todas las naciones. (Gé 22:15-18; Gál 3:14; Hch 3:15.)
Al principio de la vida terrestre de su Hijo, Jehová manifestó su poder real en su favor. Dios desvió a los astrólogos orientales que iban a informar al tirano rey Herodes sobre el paradero de Jesús, e hizo que los padres del niño se lo llevaran a Egipto antes de que los agentes de Herodes llevaran a cabo la matanza de niños en Belén. (Mt 2:1-16.) Como la profecía original de Edén había predicho enemistad entre la “descendencia” prometida y la ‘descendencia de la serpiente’, este atentado contra la vida de Jesús solo podía significar que el Adversario de Dios, Satanás el Diablo, estaba tratando, aunque sin éxito, de frustrar el propósito de Jehová. (Gé 3:15.)
Después que Jesús, ya bautizado, pasó unos cuarenta días en el desierto de Judá, el principal oponente de la soberanía de Jehová se enfrentó a él. Ese adversario celestial le presentó argumentos sutiles con el propósito de inducirlo a cometer actos que violaran la voluntad y la palabra expresada de Jehová. Satanás incluso le ofreció al ungido Jesús el dominio sobre todos los reinos de la Tierra sin necesidad de luchar ni de sufrir, a cambio de que le rindiese un acto de adoración. Una vez que Jesús se negó y reconoció que Jehová era el único Soberano verdadero, de quien procede con todo derecho la autoridad y a quien debe dirigirse la adoración, el adversario de Dios adoptó otras tácticas, otra “estrategia de guerra” contra el Representante de Jehová, valiéndose en diversas ocasiones de agentes humanos, como ya había hecho mucho tiempo antes en el caso de Job. (Job 1:8-18; Mt 4:1-11; Lu 4:1-13; compárense con Apo 13:1, 2.)
¿En qué sentido estaba el Reino ‘en medio’ de aquellos a quienes Jesús predicó? Con confianza en que Jehová tenía el poder de protegerle y de concederle éxito, Jesús emprendió su ministerio público, anunciando al pueblo que estaba en pacto con Jehová que ‘el tiempo señalado se había cumplido’, lo que significaba que el reino de Dios estaba cerca. (Mr 1:14, 15.) Para determinar en qué sentido estaba ‘cerca’ el Reino, pueden examinarse las palabras que dirigió a ciertos fariseos: “El reino de Dios está en medio de ustedes”. (Lu 17:21.) Algunos comentaristas citan frecuentemente este versículo como un ejemplo del ‘misticismo’ o ‘introversión’ de Jesús. Esta interpretación se basa principalmente en la expresión “dentro de vosotros”, que es como traducen un buen número de versiones la última parte de esta cita (AFEBE, Enz, Leal, NBE, Rule, Scío y otras). Sin embargo, muchas otras difieren. Por ejemplo, Torres Amat lee: “Ya el reino de Dios, o el Mesías, está en medio de vosotros”. Cantera-Iglesias dice: “El reino de Dios está entre vosotros”, y en una nota comenta: “ENTRE VOSOTROS (no ‘dentro de vosotros’, ‘en vuestro interior’): en la persona de Jesús, presente entre los fariseos”. Asimismo, Straubinger traduce “ya está [...] en medio de vosotros”, y en una nota comenta: “El sentido no puede ser que el reino está dentro de sus almas, pues Jesús está hablando con los fariseos”. (Véanse también las notas de Besson, BJ, NTI y Petite.) Como “reino [ba·si·léi·a]” puede significar “dignidad real”, es evidente que Jesús se refería a que él, el representante real de Dios, el ungido por Dios para ejercer la gobernación real, estaba en medio de ellos. No solo estaba presente en calidad de futuro rey del Reino, sino que también tenía autoridad para realizar obras que manifestaban el poder regio de Dios y preparar a quienes iban a ocupar puestos en su venidero gobierno del Reino. A eso se refería la ‘proximidad’ del Reino; era un tiempo en el que se daban unas circunstancias muy especiales.
Un gobierno con poder y autoridad. Los discípulos de Jesús entendieron que el Reino era un verdadero gobierno de Dios, aunque no comprendieron el alcance de su dominio. Natanael le dijo a Jesús: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel”. (Jn 1:49.) Ellos conocían lo que la profecía de Daniel decía en cuanto a “los santos”. (Da 7:18, 27.) Jesús prometió claramente a sus apóstoles que ocuparían “tronos”. (Mt 19:28.) Santiago y Juan buscaron ciertas posiciones privilegiadas en el gobierno mesiánico, y Jesús reconoció que las habría, si bien dijo que el asignarlas dependía de su Padre, el Gobernante Soberano. (Mt 20:20-23; Mr 10:35-40.) Por tanto, aunque sus discípulos creyeron erróneamente que la gobernación regia del Mesías se circunscribía a la Tierra —y específicamente al Israel carnal— e incluso lo manifestaron así el día de la ascensión del resucitado Jesús (Hch 1:6), entendieron correctamente que se trataba de un verdadero gobierno. (Compárese con Mt 21:5; Mr 11:7-10.)
El Representante real de Jehová demostró visiblemente de muchas maneras el poder regio de Dios sobre su creación terrestre. Por medio del espíritu o fuerza activa de Dios, su Hijo controló el viento y el mar, la vegetación, los peces y hasta los elementos orgánicos del alimento, como cuando lo multiplicó. Estas obras poderosas hicieron que sus discípulos llegaran a tener un profundo respeto por su autoridad. (Mt 14:23-33; Mr 4:36-41; 11:12-14, 20-23; Lu 5:4-11; Jn 6:5-15.) Aún causaba una impresión más profunda su manera de ejercer el poder de Dios sobre los cuerpos humanos, al sanar afecciones como la ceguera y la lepra y devolver la vida a los muertos. (Mt 9:35; 20:30-34; Lu 5:12, 13; 7:11-17; Jn 11:39-47.) Jesús dijo a algunos leprosos sanados que se presentaran a los sacerdotes, quienes generalmente no creían a pesar de su autorización divina, “para testimonio a ellos”. (Lu 5:14; 17:14.) Por último, mostró el poder de Dios sobre los espíritus sobrehumanos. Los demonios reconocían la autoridad conferida a Jesús, y en lugar de exponerse a una prueba decisiva del poder que le respaldaba, acataban sus órdenes de dejar libres a los posesos. (Mt 8:28-32; 9:32, 33; compárese con Snt 2:19.) Como este poder para expulsar demonios procedía del espíritu de Dios, se podía decir que el reino de Dios realmente había “alcanzado” a sus oyentes. (Mt 12:25-29; compárese con Lu 9:42, 43.)
Todo esto era prueba sólida de que Jesús tenía autoridad real y de que esta no procedía de ninguna fuente política humana. (Compárese con Jn 18:36; Isa 9:6, 7.) A unos mensajeros enviados por Juan el Bautista —preso por aquel entonces— que habían sido testigos de las obras poderosas de Jesús, este les mandó volver a Juan y decirle lo que habían visto y oído como confirmación de que Jesús era realmente “Aquel Que Viene”. (Mt 11:2-6; Lu 7:18-23; compárense con Jn 5:36.) Los discípulos de Jesús estaban viendo y oyendo la prueba de la autoridad de Reino que los profetas habían anhelado presenciar. (Mt 13:16, 17.) Además, Jesús podía delegar autoridad a sus discípulos para que tuvieran poderes similares como sus representantes nombrados, y de este modo daba fuerza y peso a su proclamación: “El reino de los cielos se ha acercado”. (Mt 10:1, 7, 8; Lu 4:36; 10:8-12, 17.)
La entrada en el Reino. Jesús destacó que había llegado un período especial de circunstancias favorables. De su precursor, Juan, dijo: “Entre los nacidos de mujer no ha sido levantado uno mayor que Juan el Bautista; mas el que sea de los menores en el reino de los cielos es mayor que él. Pero desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos es la meta hacia la cual se adelantan con ardor [bi·á·ze·tai] los hombres, y los que se adelantan con ardor [bi·a·stái] se asen de él. [Compárese con BC, nota; Besson; Mensajero; Mod; PNT; RH; VHA; Vi.] Porque todos, los Profetas y la Ley, profetizaron hasta Juan”. (Mt 11:10-13.) Por lo tanto, los días del ministerio de Juan, que pronto terminarían con su ejecución, señalaron la conclusión de un período y el comienzo de otro. En cuanto al verbo griego bi·á·zo·mai, empleado en este texto, W. E. Vine dice que sugiere “un empeño esforzado”. (Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento, 1987, vol. 4, pág. 246.) El erudito alemán Heinrich Meyer escribió sobre Mateo 11:12: “Así se describe ese esfuerzo y esa lucha ansiosa e irresistible en pos del reino Mesiánico que se acerca [...]. Tan ansioso y enérgico (ya no calmado y expectante) es el interés con respecto al reino. Los [bi·a·stái] son, por consiguiente, creyentes [no enemigos agresores] que luchan vigorosamente por poseerlo”. (Critical and Exegetical Hand-Book to the Gospel of Matthew, de H. Meyer, 1884, pág. 225.)
Así pues, pertenecer al reino de Dios no se conseguiría con facilidad; no sería como acercarse a una ciudad abierta en la que muy poco, o nada, dificultase la entrada. Al contrario, el Soberano Jehová Dios había colocado barreras para excluir a cualquiera que no lo mereciera. (Compárese con Jn 6:44; 1Co 6:9-11; Gál 5:19-21; Ef 5:5.) Los que entraran tendrían que recorrer un camino estrecho, pasar por una puerta angosta y pedir, buscar y tocar con insistencia. Solo entonces se les abriría el camino. El camino es “estrecho” en el sentido de que restringe a los que caminan por él para que no hagan cosas que puedan perjudicar a otros o a ellos mismos. (Mt 7:7, 8, 13, 14; compárese con 2Pe 1:10, 11.) Quizás tuvieran que perder un ojo o una mano en sentido figurado a fin de conseguir la entrada. (Mr 9:43-47.) El Reino no sería una plutocracia en la que se pudiera comprar el favor del Rey; sería difícil que un rico (gr. plóu·si·os) entrase. (Lu 18:24, 25.) No sería una aristocracia mundana; una posición social elevada no contaría. (Mt 23:1, 2, 6-12, 33; Lu 16:14-16.) Los que parecieran “primeros”, con unos antecedentes religiosos impresionantes, serían los “últimos”, y los ‘últimos serían los primeros’ en recibir los benditos privilegios relacionados con ese Reino. (Mt 19:30–20:16.) Los fariseos hipócritas, hombres prominentes que confiaban en su posición ventajosa, verían entrar en el Reino antes que ellos a las rameras y a los recaudadores que habían reformado su conducta. (Mt 21:31, 32; 23:13.) Aunque llamaran a Jesús “Señor, Señor”, a todos aquellos hipócritas que no respetasen la palabra y la voluntad de Dios revelada por medio de Jesús, se les rechazaría con las palabras: “¡Nunca los conocí! Apártense de mí, obradores del desafuero”. (Mt 7:15-23.)
Conseguirían entrar los que pusieran los intereses materiales en segundo lugar y buscaran primero el Reino y la justicia de Dios. (Mt 6:31-34.) Al igual que Cristo Jesús, el Rey ungido de Dios, estas personas amarían la justicia y odiarían el desafuero. (Heb 1:8, 9.) Los futuros miembros del Reino tendrían una inclinación espiritual, serían misericordiosos, de corazón puro y pacíficos, aunque otros hombres los vituperarían y perseguirían. (Mt 5:3-10; Lu 6:23.) El “yugo” que Jesús ofreció a tales personas significaba sumisión a su autoridad regia. Pero para los “de genio apacible y [humildes] de corazón”, como era el Rey, se trataba de un yugo suave y una carga ligera. (Mt 11:28-30; compárese con 1Re 12:12-14; Jer 27:1-7.) Esto debió conmover a sus oyentes, pues les aseguraba que su gobernación no tendría ninguna de las cualidades indeseables que habían mostrado muchos gobernantes anteriores, tanto israelitas como no israelitas. Les dio razón para creer que bajo su gobierno no habría impuestos opresivos, trabajos forzados o explotación de cualquier tipo. (Compárese con 1Sa 8:10-18; Dt 17:15-17, 20; Ef 5:5.) Como mostraron las palabras posteriores de Jesús, no solo el Cabeza del venidero gobierno del Reino demostraría su abnegación hasta el punto de dar la vida por su pueblo, sino que todos los que estuvieran asociados con él en ese gobierno también procurarían servir al prójimo en vez de ser servidos. (Mt 20:25-28; véase JESUCRISTO - [Sus obras y cualidades personales].)
La sumisión de buena gana es fundamental. El propio Jesús sentía el respeto más profundo por la voluntad y la autoridad soberana de su Padre. (Jn 5:30; 6:38; Mt 26:39.) Mientras estaba en vigor el pacto de la Ley los seguidores judíos de Jesús tenían que practicar y recomendar a otros la obediencia a dicho pacto; Jesús rechazaría de su Reino a todo el que adoptara un proceder opuesto. No obstante, este respeto y obediencia debía proceder del corazón, y no tenía que limitarse a observar la parte formal o ritual de la Ley, enfatizando solo mandatos específicos. Por el contrario, debían obedecerse principios básicos, como la justicia, la misericordia y la fidelidad. (Mt 5:17-20; 23:23, 24.) Jesús dijo que ‘no estaba lejos del reino de Dios’ al escriba que reconoció la posición singular de Jehová y que admitió que el “amarlo con todo el corazón y con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y esto de amar al prójimo como a uno mismo, vale mucho más que todos los holocaustos y sacrificios”. (Mr 12:28-34.) Por lo tanto, Jesús hizo patente en todos los aspectos que Jehová Dios solo busca a súbditos dispuestos, que prefieren Sus caminos justos y desean fervientemente vivir bajo su autoridad soberana.
La relación de pacto. Durante la última noche que Jesús pasó con sus discípulos, habló de un “nuevo pacto” con ellos que sería validado por su sacrificio de rescate (Lu 22:19, 20; compárese con 12:32); él sería Mediador entre el Soberano Jehová y ellos. (1Ti 2:5; Heb 12:24.) Además, Jesús hizo un pacto personal con sus seguidores “para un reino”, a fin de que pudieran participar con él de sus privilegios reales. (Lu 22:28-30; véase PACTO.)
Vencer al mundo. Aunque la detención, juicio y ejecución de Jesús podían dar la impresión de que su posición real era débil, en realidad constituyeron un claro cumplimiento de las profecías divinas, por lo que Dios lo permitió. (Jn 19:10, 11; Lu 24:19-27, 44.) Mediante su lealtad e integridad hasta la muerte, Jesús demostró que “el gobernante del mundo”, el Adversario de Dios, Satanás, no tenía “dominio” sobre él y que él había “vencido al mundo”. (Jn 14:29-31; 16:33.) Además, aunque su Hijo había sido fijado en un madero, Jehová manifestó su poder sin igual: la luz del Sol desapareció temporalmente, hubo un fuerte terremoto y se rasgó en dos la gran cortina que había en el templo. (Mt 27:51-54; Lu 23:44, 45.) Al tercer día, dio aún más prueba de su Soberanía cuando resucitó a su Hijo a la vida celestial, a pesar de los frágiles esfuerzos humanos por impedir la resurrección apostando guardas ante la tumba sellada de Jesús. (Mt 28:1-7.)
‘El reino del Hijo de su amor.’ Diez días después de la ascensión de Jesús a los cielos, en el Pentecostés del año 33 E.C., sus discípulos tuvieron prueba de que había sido “ensalzado a la diestra de Dios” cuando derramó espíritu santo sobre ellos. (Hch 1:8, 9; 2:1-4, 29-33.) De esta manera entró en vigor el “nuevo pacto”, y ellos se convirtieron en el núcleo de una nueva “nación santa”, el Israel espiritual. (Heb 12:22-24; 1Pe 2:9, 10; Gál 6:16.)
Entonces Cristo estaba sentado a la diestra del Padre y era el Cabeza de la congregación. (Ef 5:23; Heb 1:3; Flp 2:9-11.) Las Escrituras muestran que a partir del Pentecostés del año 33 E.C. se estableció un reino espiritual sobre los discípulos. Cuando el apóstol Pablo escribió a los cristianos colosenses del primer siglo, indicó que Jesucristo ya tenía un reino: “[Dios] nos libró de la autoridad de la oscuridad y nos transfirió al reino del Hijo de su amor”. (Col 1:13; compárese con Hch 17:6, 7.)
El reino de Cristo que empezó en el Pentecostés de 33 E.C. es de carácter espiritual, al igual que el Israel sobre el que rige: los cristianos engendrados por el espíritu de Dios para ser Sus hijos espirituales. (Jn 3:3, 5, 6.) Cuando tales cristianos engendrados por espíritu reciben su recompensa espiritual, dejan de ser súbditos terrestres del reino espiritual de Cristo para pasar a ser reyes con Cristo en los cielos. (Apo 5:9, 10.) ★¿Sobre quiénes ha estado gobernando Cristo desde 33 E.C.? - (pe-Cap.16-Pg.136-§7)
“El Reino de nuestro Señor y de su Cristo.” A finales del siglo I E.C., el apóstol Juan tuvo una revelación divina del tiempo futuro en el que Jehová Dios produciría una nueva forma de gobernación divina mediante su Hijo. En aquel tiempo, como cuando David llevó el Arca a Jerusalén, podría decirse que Jehová ‘había tomado su gran poder y había empezado a reinar’. Sería entonces cuando fuertes voces en el cielo proclamarían: “El reino del mundo sí llegó a ser el reino de nuestro Señor y de su Cristo, y él reinará para siempre jamás”. (Apo 11:15, 17; 1Cr 16:1, 31.)
“Nuestro Señor”, el Señor Soberano Jehová, impone su autoridad sobre “el reino del mundo” produciendo una nueva expresión de su soberanía sobre la Tierra. Concede a su Hijo Jesucristo una participación subsidiaria en ese Reino, de modo que se le llama “el reino de nuestro Señor y de su Cristo”. Este reino es de proporciones y dimensiones mayores que “el reino del Hijo de su amor”, del que se habla en Colosenses 1:13. “El reino del Hijo de su amor” empezó en el Pentecostés del año 33 E.C. y ha gobernado sobre los discípulos ungidos de Cristo; “el reino de nuestro Señor y de su Cristo” se inicia al fin de “los tiempos señalados de las naciones” y gobierna sobre toda la humanidad en la Tierra. (Lu 21:24.)
Después de recibir participación en “el reino del mundo”, Jesucristo toma las medidas necesarias para eliminar la oposición a la soberanía de Dios. La acción inicial tiene lugar en la región celestial; se derrota a Satanás y sus demonios y se les arroja al ámbito terrestre. Como resultado, se hace la siguiente proclamación: “Ahora han acontecido la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo”. (Apo 12:1-10.) Durante el corto período de tiempo que le queda, este principal adversario, Satanás, continúa cumpliendo la profecía de Génesis 3:15 al guerrear contra “los restantes” de la “descendencia” de la mujer, los “santos” que están en vías de gobernar con Cristo. (Apo 12:13-17; compárese con 13:4-7; Da 7:21-27.) No obstante, los “justos decretos” de Jehová se hacen manifiestos, y sus expresiones de juicio caen como plagas sobre sus opositores, lo que lleva a la destrucción de la mística Babilonia la Grande, la perseguidora principal de los siervos de Dios en la Tierra. (Apo 15:4; 16:1–19:6.)
Después, “el reino de nuestro Señor y de su Cristo” envía sus ejércitos celestiales contra los gobernantes de todos los reinos terrestres y sus ejércitos para pelear la batalla de Armagedón, en la que estos últimos son destruidos. (Apo 16:14-16; 19:11-21.) Esta es la respuesta a la petición hecha a Dios: “Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”. (Mt 6:10.) A continuación se abisma a Satanás y empieza un período de mil años en el que Cristo Jesús y sus asociados gobiernan como reyes y sacerdotes sobre los habitantes de la Tierra. (Apo 20:1, 6.)
Cristo “entrega el reino”. El apóstol Pablo también describe la gobernación de Cristo durante su presencia. Después de resucitar a sus seguidores, Cristo procede a reducir “a nada todo gobierno y toda autoridad y poder” (lógicamente, todo gobierno, autoridad y poder en oposición a la voluntad soberana de Dios). Más tarde, al final del reino milenario, “entrega el reino a su Dios y Padre”, y se somete a “Aquel que le sujetó todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas para con todos”. (1Co 15:21-28.)
Puesto que Jesucristo “entrega el reino a su Dios y Padre”, ¿en qué sentido es su reino “eterno”, como se repite una y otra vez en las Escrituras? (2Pe 1:11; Isa 9:7; Da 7:14; Lu 1:33; Apo 11:15.) Del siguiente modo: su Reino “nunca será reducido a ruinas”, sus logros serán perpetuos y él recibirá honra eterna por su papel de Rey Mesiánico. (Da 2:44.)
Durante el reinado milenario, el gobierno de Cristo sobre la Tierra desempeñará un papel sacerdotal a favor de la humanidad obediente. (Apo 5:9, 10; 20:6; 21:1-3.) De este modo terminará el dominio del pecado y la muerte como reyes sobre la humanidad obediente, ahora sujeta a su “ley”; la bondad inmerecida y la justicia serán las cualidades imperantes. (Ro 5:14, 17, 21.) Como los habitantes de la Tierra ya no estarán sujetos al pecado y la muerte, también terminará la necesidad de que Jesús rinda un servicio propiciatorio como “ayudante para con el Padre” por los pecados de los humanos imperfectos. (1Jn 2:1, 2.) La humanidad habrá recuperado la posición que tenía originalmente cuando el hombre perfecto Adán estaba en Edén. En aquel tiempo Adán no necesitaba a nadie entre él y Dios para hacer propiciación. De igual modo, al final del gobierno milenario los habitantes de la Tierra estarán en posición —de hecho, tendrán la obligación— de responder por su proceder ante Jehová Dios como Juez Supremo, sin recurrir a nadie como intermediario o ayudante legal. De ese modo Jehová, el Poder Soberano, pasa a ser “todas las cosas para con todos”. Esto significa que se habrá realizado en su totalidad el propósito de Dios de “reunir todas las cosas de nuevo en el Cristo, las cosas [que están] en los cielos y las cosas [que están] en la tierra”. (1Co 15:28; Ef 1:9, 10.)
El gobierno milenario de Jesús habrá cumplido completamente su propósito. La Tierra, en un tiempo foco de rebelión, habrá sido restaurada a una posición plena, limpia e indiscutida en el dominio del Soberano Universal. No quedará ningún reino subsidiario entre Jehová y la humanidad obediente.
Sin embargo, después de esto se someterá a esos súbditos terrestres a una prueba final de integridad y devoción. Satanás será soltado del abismo. Los que permitan que él los seduzca lo harán por la misma cuestión que surgió en Edén: la legitimidad de la soberanía de Dios, pues se dice que atacan el “campamento de los santos y la ciudad amada”. Como el Tribunal del cielo habrá zanjado judicialmente esa cuestión y habrá cerrado el caso ya no se permitirá otra rebelión prolongada. Los que no permanezcan leales al lado de Dios no podrán apelar a Cristo Jesús como un ‘ayudante propiciatorio’, sino que Jehová Dios será “todas las cosas” para ellos. No habrá ninguna apelación o mediación posible. Todos los rebeldes, espíritus y humanos, recibirán la sentencia divina de destrucción en la “muerte segunda”. (Apo 20:7-15.)
¿Es el Reino de Dios realmente un gobierno O, es una condición en el corazón de los hombres?
¿Dice realmente la Biblia que el Reino de Dios sea un gobierno?
¿Comenzó a gobernar el Reino de Dios en el primer siglo?
¿Tiene el Reino de Dios que esperar la conversión del mundo para tomar el mando?
¿Es el Reino de Dios realmente un gobierno O, es una condición en el corazón de los hombres?
★Luc. 17:21, VV (1904): “Ni dirán: Héle aquí, ó héle allí; porque, he aquí, el reino de Dios dentro de vosotros está [también NC (1972), VM; pero “entre vosotros” en BJ, VV (1960), FS; “en medio de vosotros”, Str.]. (Note que, como muestra el versículo 20, Jesús estaba hablando a los fariseos, cuya hipocresía también denunció, de modo que no pudo haber querido decir que el Reino estaba en el corazón de ellos. Más bien, el Reino, representado en Cristo, se hallaba en medio de ellos. Por tanto The Emphatic Diaglott dice: “La majestad real de Dios está entre ustedes”.)
¿Dice realmente la Biblia que el Reino de Dios sea un gobierno?
★Isa. 9:6, 7, BD: “Nos ha nacido un niño, se nos ha dado un hijo; y Él tendrá el gobierno [“poder de gobernar”, VP; “dominio”, VM; “gobierno principesco”, NM] sobre su hombro. Estos serán sus reales títulos: ‘Admirable’, ‘Consejero’, ‘Dios Poderoso’, ‘Padre Eterno’, ‘Príncipe de Paz’. Su siempre creciente y pacífico reinado no acabará jamás.”
¿Comenzó a gobernar el Reino de Dios en el primer siglo?
★Col. 1:1, 2, 13: “Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, y Timoteo nuestro hermano a los santos [los que eran herederos del Reino celestial] [...] Él [Dios] nos libró de la autoridad de la oscuridad y nos transfirió [a los santos, miembros de la congregación cristiana] al reino del Hijo de su amor.” (De modo que Cristo había comenzado, de hecho, a gobernar sobre la congregación cristiana en el primer siglo, antes que se escribiera esto, pero el establecimiento del Reino que gobernaría sobre toda la Tierra era un acontecimiento todavía futuro.)
★1 Cor. 4:8: “Ustedes ya están hartos, ¿verdad? Ya se han hecho ricos, ¿verdad? Han empezado a gobernar como reyes sin nosotros, ¿verdad? Y verdaderamente desearía que hubiesen empezado a gobernar como reyes, para que nosotros también gobernásemos con ustedes como reyes.” (Es obvio que el apóstol Pablo estaba censurándolos debido al punto de vista incorrecto de ellos.)
★Apo 12:10, 12: “¡Ahora han acontecido la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo, porque ha sido arrojado hacia abajo el acusador de nuestros hermanos, que los acusa día y noche delante de nuestro Dios! A causa de esto ¡alégrense, cielos y los que residen en ellos! Ay de la tierra y del mar, porque el Diablo ha descendido a ustedes, teniendo gran cólera, sabiendo que tiene un corto período de tiempo.” (El establecimiento del Reino de Dios se asocia aquí con el acto de arrojar del cielo a Satanás. Esto no había ocurrido al tiempo de la rebelión en Edén, como lo muestran los capítulos 1 y 2 de Job. El libro de Revelación fue escrito en 96 E.C., y Apocalipsis 1:1 muestra que este tiene que ver con acontecimientos que en aquel tiempo eran futuros.)
¿Tiene el Reino de Dios que esperar la conversión del mundo para tomar el mando?
★Sal. 110:1, 2: “La expresión de Jehová a mi Señor [Jesucristo] es: ‘Siéntate a mi diestra hasta que coloque a tus enemigos como banquillo para tus pies.’ La vara de tu fuerza Jehová enviará desde Sión, diciendo: ‘Ve sojuzgando en medio de tus enemigos.’” (Así que él tendría enemigos que sojuzgar; no toda persona se sometería a su gobernación.)
★Mat. 25:31-46: “Cuando el Hijo del hombre [Jesucristo] llegue en su gloria, y todos los ángeles con él, entonces se sentará sobre su glorioso trono. Y todas las naciones serán juntadas delante de él, y separará a la gente unos de otros, así como el pastor separa las ovejas de las cabras. [...] Y éstos [los que no mostraron amor a sus hermanos ungidos] partirán al cortamiento eterno, pero los justos a la vida eterna.” (Obviamente, no toda la humanidad se convertiría antes que Cristo fuera entronizado; tampoco resultarían ser rectos todos.)
Soberano. Jefe de estado de una monarquía. Ya que el poder y la autoridad de Jehová son ilimitados, Él es el Rey Supremo. Los reyes de Judá eran gobernantes subordinados a Él, y eran los representantes de su soberanía en la Tierra. Al igual que ellos, Jesucristo es un Rey subordinado, pero con mucha más autoridad que aquellos reyes terrestres, puesto que Jehová lo ha colocado como gobernante del universo. (Flp 2:9-11.) Por lo tanto, a Jesucristo se le ha nombrado “Rey de reyes y Señor de señores”. (Apo 19:16; véanse JESUCRISTO; REINO.)
Primeros reyes. Los reyes humanos eran soberanos investidos con autoridad suprema sobre una ciudad, tribu, nación o imperio, y su mandato solía ser vitalicio. Nemrod, un descendiente de Cam, fue el primer rey humano mencionado en el registro bíblico. Nemrod se rebeló contra la soberanía de Jehová. Su reino incluía varias ciudades de Mesopotamia. (Gé 10:6, 8-10.)
Canaán y los países vecinos tuvieron reyes mucho antes que los israelitas, de hecho, ya los tenían en los días de Abrahán. (Gé 14:1-9.) También tuvieron reyes desde los tiempos más remotos, los filisteos, los edomitas, los moabitas, los madianitas, los ammonitas, los sirios, los hititas, los egipcios, los asirios, los babilonios, los persas, los griegos y los romanos. Los dominios sobre los que reinaban eran con frecuencia reducidos, limitándose a veces tan solo a una ciudad-estado. Adoni-bézeq, por ejemplo, se jactó de haber derrotado a 70 de esos reyes. (Jue 1:7.)
El primer rey del que la Biblia dice que era justo fue Melquisedec, el rey-sacerdote de Salem. (Gé 14:18.) Aparte de Jesucristo, quien ocupa al mismo tiempo el puesto de Rey y Sumo Sacerdote, Melquisedec es el único gobernante aprobado por Dios que ha desempeñado ambas funciones. El apóstol Pablo indica que Dios empleó a Melquisedec como representación típica de Cristo. (Heb 7:1-3; 8:1, 6.) Ningún otro siervo fiel de Dios, ni siquiera Noé, intentó ser rey, y Dios tampoco nombró a ninguno hasta que mandó ungir a Saúl.
Reyes israelitas. En un principio Jehová gobernó sobre Israel como Rey invisible por medio de diversas agencias: primero, por medio de Moisés y después, valiéndose de jueces humanos, desde Otniel hasta Sansón. (Jue 8:23; 1Sa 12:12.) Con el tiempo los israelitas clamaron por un rey a fin de ser como las naciones que los rodeaban. (1Sa 8:5-8, 19.) La Ley contemplaba el nombramiento divino de un rey humano, por lo que Jehová nombró a Saúl, de la tribu de Benjamín, por medio del profeta Samuel. (Dt 17:14-20; 1Sa 9:15, 16; 10:21, 24.) Debido a su desobediencia y presuntuosidad, Saúl perdió el favor de Jehová y la oportunidad de dar comienzo a una dinastía de reyes. (1Sa 13:1-14; 15:22-28.) Luego Jehová se dirigió a la tribu de Judá y seleccionó a David, el hijo de Jesé, para ser el siguiente rey de Israel. (1Sa 16:13; 17:12.) Como David fue fiel y apoyó la adoración y las leyes de Jehová, tuvo el privilegio de iniciar una dinastía de reyes. (2Sa 7:15, 16.) Los israelitas alcanzaron el cenit de su prosperidad durante el reinado de Salomón, hijo de David. (1Re 4:25; 2Cr 1:15.)
Cuando reinaba Rehoboam, hijo de Salomón, la nación se dividió en dos reinos. Jeroboán, hijo de Nebat, de la tribu de Efraín, fue el primer rey del reino septentrional de diez tribus, generalmente llamado Israel. (1Re 11:26; 12:20.) Jeroboán fue desobediente e hizo que su pueblo se desviara a la adoración de becerros de oro, pecado por el que se ganó la desaprobación de Jehová. (Jue 1:71Re 14:10, 16.) Desde 997 hasta 740 a. E.C., en el reino septentrional gobernaron un total de veinte reyes, empezando con Jeroboán y terminando con Hosea, hijo de Elah. En el reino meridional de Judá, reinaron diecinueve reyes desde 997 hasta 607 a. E.C., empezando con Rehoboam y terminando con Sedequías (sin contar a Atalía, que usurpó el trono). (Véanse CRONOLOGÍA; SEPULTURA.)
Representantes nombrados divinamente. Los reyes que Jehová nombraba para Su pueblo tenían que actuar como Sus agentes reales. No se sentaban sobre sus propios tronos, sino sobre “el trono de la gobernación real de Jehová”, es decir, eran representantes de su gobierno teocrático. (1Cr 28:5; 29:23.) Contrario a la práctica de algunos pueblos orientales de aquellos días, la nación de Israel no deificó a sus reyes. A todos los reyes de Judá se les consideraba ungidos de Jehová, aunque el registro no especifica si se ungía literalmente con aceite a cada rey cuando ascendía al trono. Sí indica el registro que el aceite de unción literal se utilizó cuando se fundó una nueva dinastía, cuando se disputó por el trono durante la vejez de David, así como en los días de Jehoás y en la ocasión en que se pasó por alto a un hijo mayor para escoger a un hijo menor cuando se entronizó a Jehoacaz. (1Sa 10:1; 16:13; 1Re 1:39; 2Re 11:12; 23:30, 31, 34, 36.) Sin embargo, parece probable que hubiera la costumbre de ungir a los nuevos reyes.
El rey de Judá era el principal administrador de los asuntos nacionales, un pastor del pueblo. (Sl 78:70-72.) Solía tomar el mando en la batalla (1Sa 8:20; 2Sa 21:17; 1Re 22:29-33), y también hacía las veces de tribunal supremo en cuestiones judiciales, con la excepción de los casos en los que el sumo sacerdote consultaba a Jehová para decidir algunos asuntos de Estado y cuando la decisión era muy difícil o las pruebas testimoniales eran insuficientes. (1Re 3:16-28.)
Limitaciones del poder real. Las limitaciones del rey al ejercer su autoridad eran: su propio temor a Dios, la ley de Dios —que estaba obligado a obedecer— y la influencia de los profetas y de los sacerdotes, así como el consejo asesor de los ancianos. El rey tenía que escribir para sí mismo una copia de la Ley y leer de ella todos los días de su vida. (Dt 17:18, 19.) Como era el siervo y representante especial de Jehová, tenía que rendirle cuentas. Aunque es triste mencionarlo, muchos reyes de Judá se extralimitaron y fueron unos tiranos. (1Sa 22:12, 13, 17-19; 1Re 12:12-16; 2Cr 33:9.)
Líder religioso. Aunque la Ley no permitía al rey ser sacerdote, se esperaba que se comportase como el principal defensor no sacerdotal de la adoración de Jehová. A veces el rey bendecía a la nación en el nombre de Jehová y representaba al pueblo en oración. (2Sa 6:18; 1Re 8:14, 22, 54, 55.) Además de ser responsable de salvaguardar la integridad religiosa del pueblo de cualquier intrusión idolátrica, también tenía autoridad para despedir a los sumo sacerdotes que fueran infieles, como hizo el rey Salomón cuando el sumo sacerdote Abiatar apoyó la sublevación de Adonías. (1Re 1:7; 2:27.)
Esposas y propiedades. Una de las costumbres matrimoniales y familiares de los reyes de Judá era la de tener muchas esposas y concubinas, aunque la Ley estipulaba que el rey no debía multiplicar el número de sus esposas. (Dt 17:17.) Las concubinas se consideraban propiedad de la corona y pasaban al sucesor del trono junto con los derechos y las propiedades del rey. El casarse o apoderarse de una de las concubinas del difunto rey equivalía a reclamar públicamente el trono. Por consiguiente, el que Absalón tuviera relaciones con las concubinas de su padre, el rey David, y el que Adonías pidiese como esposa a Abisag, la enfermera y compañera de David en los días de su vejez, equivalía a reclamar el trono. (2Sa 16:21, 22; 1Re 2:15-17, 22.) Estas acciones se consideraban traiciones.
Aparte de la propiedad personal del rey, los despojos de guerra y las dádivas (1Cr 18:10), con el tiempo se añadieron otras fuentes de ingresos, como, por ejemplo: el impuesto especial por el producto de la tierra para la mesa real, el tributo de los reinos vasallos, el peaje para los mercaderes viajantes que pasaban por el país y las empresas comerciales, como las realizadas por flotas de Salomón. (1Re 4:7, 27, 28; 9:26-28; 10:14, 15.)
Inestabilidad del reino septentrional. En el reino septentrional de Israel se respetaba el principio de sucesión hereditaria siempre y cuando no interviniera el asesinato o la sublevación. Debido a que se practicaba la religión falsa, predominó en este reino una inestabilidad constante que contribuyó a los frecuentes asesinatos de sus reyes y a la consiguiente usurpación del trono. Solo hubo dos dinastías que duraron más de dos generaciones, la de Omrí y la de Jehú. Al no estar bajo el pacto del reino davídico, ninguno de los reyes del reino septentrional se sentó sobre el “trono de la gobernación real de Jehová” en calidad de ungido de Jehová. (1Cr 28:5.)
Reyes gentiles y reyes subordinados. Los reyes babilonios se consagraban oficialmente como monarcas de todo el Imperio babilonio asiendo la mano de la imagen de oro de Marduk. Eso es lo que hizo Ciro el Grande para regir sobre todo el imperio sin tener que conquistarlo militarmente.
Otros ascendían al trono al nombrarlos un rey superior, como, por ejemplo, el que hubiera conquistado el territorio. Era costumbre que los reyes gobernaran los dominios conquistados por medio de reyes tributarios de la localidad que tenían menor rango. De este modo Herodes el Grande fue rey tributario de Roma en Judea (Mt 2:1); y Roma también reafirmó en su reino tributario a Aretas, el rey de los nabateos. (2Co 11:32.)
Los reyes que no eran israelitas estaban más alejados de sus súbditos que los que gobernaron en el pueblo de Dios. Los reyes israelitas tenían bastante contacto con su pueblo, mientras que los reyes gentiles solían ser muy distantes. Si alguien entraba en el patio interior del rey persa sin permiso expreso, se hacía merecedor de la muerte, a menos que el rey diese su aprobación específica extendiendo su cetro, como sucedió en el caso de Ester. (Est 4:11, 16.) Por otra parte, el emperador romano podía conceder una audiencia a cualquier ciudadano romano que hubiese apelado a él debido a la decisión de un juez inferior, pero para ello era preciso pasar por muchos funcionarios de menor rango. (Hch 25:11, 12.)
Rey de los judíos. De nuevo Jesús se halló delante de Pilato. Y de nuevo se destacó la cuestión del Reino, puesto que Pilato preguntó a la chusma judía: “¿Desean . . . que les ponga en libertad al rey de los judíos?” Pero el asunto no terminó allí. Los soldados romanos captaron el tema de que había dignidad real y gobierno como cuestión. En burla, hicieron una corona de espinas y tomaron una prenda de vestir exterior de color púrpura y se las pusieron a Jesús. Lo abofetearon a la vez que lo llamaron rey de los judíos. (Juan 18:39-19:3) No hay nada que indique que Jesús haya tratado de quitarse aquella corona de espinas. Esta permaneció sobre su cabeza, y eso sirvió para hacer resaltar la cuestión de que se trataba. Nadie había de quedar en dudas. Cuando Pilato sugirió a los judíos que ellos mismos tomaran a Jesús y lo fijaran en un madero, ellos, muy astutamente, pero con falsedad, enfocaron el asunto como una infracción de la autoridad gubernamental de Roma, diciendo: “Si pones en libertad a éste no eres amigo de César. Todo el que se hace rey habla contra César.”—Juan 19:12.
Finalmente el énfasis sobre la cuestión del gobierno del Reino resaltó cuando Pilato hizo que en el madero de tormento de Jesús se colocara un título escrito en hebreo, latín y griego. Todos los que estaban presentes allí aquel día podían leerlo y no quedarían en duda en cuanto a por qué había acontecido la ejecución en el madero. Este título decía: “Jesús el nazareno el rey de los judíos.” Cuando los sacerdotes principales de los judíos vieron el título, se indignaron y dijeron a Pilato: “No escribas ‘El rey de los judíos,’ sino que él dijo: ‘Soy rey de los judíos.’” No obstante, Pilato respondió: “Lo que he escrito, he escrito.”—Juan 19:19-22.
Pilato manda poner sobre el madero un letrero que dice: “Jesús el Nazareno el rey de los judíos”. Parece que escribe esto no solo porque respeta a Jesús, sino porque detesta a los sacerdotes judíos por haberle obligado a dictar la pena de muerte contra Jesús. Para que todos puedan leer el letrero, Pilato hace que se escriba en tres idiomas: en hebreo, en el latín oficial y en el griego común. “Jesús el nazareno el rey de los judíos.” Lit.: “El rey de los judíos este”. Gr.: Ho ba·si·léus ton I·ou·dái·on hóu·tos; lat.: hic est rex Iu·dae·ó·rum; J22(heb.): zé·hu’ mé·lekj hai·Yehu·dhím. Los romanos tenían la costumbre de clavar una inscripción que identificaba el crimen por el que se condenaba al criminal.
¿Cómo es posible que Jehová permita a un rey así?
Tenemos que dar honra al que pide honra y ser sumisos a los que llevan la delantera, pues están colocados por Dios en sus debidas posiciones relativas (Ro 13:1). Al observar la historia del pueblo de Dios, quizás nos preguntamos, ¿Cómo puede Jehová permitir que tal persona tenga esos cargos de responsabilidad? ¿Por que me siento yo tan inconforme bajo este liderazgo?, la respuesta es muy sencilla, a medida que se acerca el día de Jehová, Él quiere que aprendamos a no confiar tanto en los humanos imperfectos mortales, sino en Él. Recordemos que este arreglo es una alternativa que los humanos escogieron al rechazar el reinado de Dios, es obvio que lo que se hace torcido desde el principio no puede estar derecho (Ec 1:15). Jehová ahora deja que los humanos recojan lo que sembraron, lo que nos debería de convencer más de lo insensato de la elección humana de escoger guías humanos que no tienen la capacidad de dirigir ni su propio paso y de personalidad cambiante e impredecible y así confiar en el único que no nos defraudará, Jehová (Jer 10:23). Quizás eso tenga relación con el final de hombres como Moisés y Salomón; Observa:
1. Moisés fue un buen guía o líder para el pueblo de Israel, pero Israel tenía que aprender a confiar plenamente en el liderazgo de Jehová mismo, Moisés no entró en la tierra prometida. |
Las palabras griegas y hebreas que se traducen “señor” (o términos relacionados como “dueño; amo”) se usan con referencia a: Jehová Dios (Eze 3:11), Jesucristo (Mt 7:21), uno de los ancianos que contempló Juan en una visión (Apo 7:13, 14), ángeles (Gé 19:1, 2; Da 12:8), hombres (1Sa 25:24; Hch 16:16, 19, 30) y dioses falsos (1Co 8:5). La designación “señor” suele denotar que es propietario de personas o cosas o tiene autoridad y poder sobre ellas. (Gé 24:9; 42:30; 45:8, 9; 1Re 16:24; Lu 19:33; Hch 25:26; Ef 6:5.) Sara aplicó este título a su esposo (Gé 18:12), algunos hijos lo aplicaron a sus padres (Gé 31:35; Mt 21:28, 29) y un hermano más joven a su hermano mayor (Gé 32:5, 6). Aparece como un título de respeto dirigido a personas prominentes, oficiales públicos, profetas y reyes. (Gé 23:6; 42:10; Nú 11:28; 2Sa 1:10; 2Re 8:10-12; Mt 27:63.) Cuando se utilizaba para dirigirse a extranjeros, era un título de cortesía. (Jn 12:21; 20:15; Hch 16:30.)
Jehová Dios. Jehová Dios es el “Señor del cielo y de la tierra”, el Soberano Universal debido a su condición de Creador. (Mt 11:25; Apo 4:11.) Las criaturas celestiales lo llaman “Señor”, como se ve en Apocalipsis 11:15: “En el cielo ocurrieron voces fuertes, que decían: ‘El reino del mundo sí llegó a ser el reino de nuestro Señor [Jehová] y de su Cristo[’]”. Los fieles siervos de Dios en la Tierra se dirigieron a Él como “Señor Soberano”, título que aparece más de 300 veces en las Escrituras inspiradas. (Gé 15:2; Apo 6:10.) También se le llama apropiadamente el “Señor verdadero”. (Isa 1:24.) Bajo su dirección se recoge o cosecha a la gente para que reciba la vida. Jehová es el “Amo [Señor] de la mies”. De modo que es a Él a quien hay que pedir más obreros para ayudar en la siega. (Mt 9:37, 38.)
“El Señor Soberano Jehová.” Heb.: ’Adho·nái Yeho·wíh, con ’Adho·nái en pl. para denotar excelencia, por lo cual se vierte: “Señor Soberano”; T: “Jehová Dios”; Sy: “el Señor de señores”; lat.: Dó·mi·nus Dé·us; Lutero (alemán, ed. de 1912): der Herr HErr, “el Señor SEÑOR (Jehová)”. Esta expresión aparece por primera vez en Gé 15:2, y se halla 217 veces en Ezequiel.
★Apéndice 1E - “Señor Soberano.”—Heb.: ’Adho·nái; Gr.: Dé·spo·ta; Lat.: Dó·mi·ne
★Apéndice 1H - “El Señor [verdadero].”—Heb.: ha·’A·dhóhn; r.: Ký·ri·os; lat.: Do·mi·ná·tor.
★El Señor Soberano Jehová - (cl-Cap.1-Pg.11-§13,14)
★Explicación del Texto - (Isaías 42:8)
★Soberanía - [La soberanía de Jehová-§1]
Jesucristo. Cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, se llamó a sí mismo el “Señor del sábado”. (Mt 12:8.) Por ello utilizó el sábado para hacer la obra que le había encomendado su Padre celestial, que incluía sanar a los enfermos. (Compárese con Mt 8:16, 17.) Jesús sabía que la ley mosaica, con su requisito del sábado, era una “sombra de las buenas cosas por venir”. (Heb 10:1.) Existe un sábado relacionado con esas “buenas cosas por venir”, del que Jesús será Señor. (Véase SÁBADO - [“Señor del sábado”].)
Además de sus discípulos, otras personas llamaron “Señor” a Jesús cuando estuvo en la Tierra. (Mt 8:2; Jn 4:11.) En estos casos la denominación era principalmente un título de respeto o cortesía. Sin embargo, él mostró a sus apóstoles que el llamarle “Señor” envolvía más. Dijo: “Ustedes me llaman: ‘Maestro’, y, ‘Señor’, y hablan correctamente, porque lo soy”. (Jn 13:13.) Como discípulos, estos apóstoles eran sus aprendices o alumnos. Por lo tanto, él era su Señor o Maestro.
Sobre todo después de la muerte y resurrección de Jesús, su título Señor cobró un gran significado. Por medio de su muerte sacrificatoria, compró a sus seguidores, lo que lo convirtió en su Dueño. (Jn 15:13, 14; 1Co 7:23; 2Pe 2:1; Jud 4; Apo 5:9, 10.) También era su Rey y Novio, a quien ellos estaban sujetos como su Señor. (Hch 17:7; Ef 5:22-27; compárese con Jn 3:28, 29; 2Co 11:2; Apo 21:9-14.) Para recompensar la fidelidad de su Hijo hasta el punto de morir una muerte vergonzosa en un madero, “Dios lo ensalzó a un puesto superior y bondadosamente le dio el nombre que está por encima de todo otro nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo y de los que están sobre la tierra y de los que están debajo del suelo, y reconozca abiertamente toda lengua que Jesucristo es Señor, para la gloria de Dios el Padre”. (Flp 2:9-11.) El reconocer a Jesucristo como Señor significa más que simplemente llamarle “Señor”. Requiere que se reconozca su posición y se siga un proceder de obediencia. (Compárese con Jn 14:21.) Jesús mismo dijo: “No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. (Mt 7:21.)
Jehová Dios también concedió inmortalidad a su fiel Hijo. Por lo tanto, aunque muchos hombres han gobernado como reyes o señores, solo Jesucristo, el “Rey de reyes y Señor de señores”, tiene inmortalidad. (1Ti 6:14-16; Apo 19:16.)
Como Jesús tiene las llaves de la muerte y del Hades (Apo 1:17, 18), está en posición de libertar a la humanidad de la sepultura común (Jn 5:28, 29) y de la muerte heredada de Adán. (Ro 5:12, 18.) Por lo tanto, también es el ‘Señor sobre los muertos’, entre quienes se cuenta el rey David, uno de sus antepasados terrestres. (Hch 2:34-36; Ro 14:9.) Por lo tanto, él ocupa un puesto que ningún gobernante humano jamás ha tenido. Como ‘Señor sobre los muertos,’ Jesucristo puede hacer que éstos comparezcan ante él por medio de restaurarlos a la vida. El alcance del señorío de Jesús se extiende hasta más allá de la autoridad que tiene sobre seres humanos vivos y muertos. Después de su propia resurrección, el Hijo de Dios dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y sobre la tierra.” (Mateo 28:18) Ciertamente demuestra sabiduría de parte nuestra el que nos sometamos a los gobernantes humanos por causa de Aquel que tiene mucha, mucha más autoridad que ellos. ★Con toda seguridad, Dios lo hizo Señor y Cristo - (Colección de Videos)
Un título de respeto. El hecho de que los cristianos solo tengan “un Señor”, Jesucristo (Ef 4:5), no excluye el que apliquen “señor” a otros a modo de título de respeto o cortesía. El apóstol Pedro incluso citó a Sara como un buen ejemplo para las esposas cristianas debido a su obediencia a Abrahán, “llamándolo ‘señor’”. (1Pe 3:1-6.) Esto no era un mero formalismo, sino un reflejo sincero de su sumisión, pues le llamó de este modo “dentro de sí”. (Gé 18:12.) No obstante, como todos los cristianos son hermanos, resultaría impropio que llamasen a otro cristiano “Caudillo” o “Señor”, considerándole un caudillo espiritual. (Mt 23:8-10; véanse JEHOVÁ; JESUCRISTO; SEÑORES DEL EJE.)
El término griego “kyrios”. Esta palabra griega es un adjetivo que significa la posesión de poder (ký·ros) o autoridad, aunque también se utiliza como sustantivo. Aparece en todos los libros de las Escrituras Griegas Cristianas, excepto Tito y las cartas de Juan. El término corresponde al hebreo `A·dhóhn. Como Jesucristo es el Hijo y Siervo de Dios, creado por él, llama apropiadamente “Señor” (`Adho·nái o Ký·ri·os) a su Padre y Dios (Jn 20:17), Aquel que tiene más poder y autoridad que él, su Cabeza. (Mt 11:25; 1Co 11:3.) Jesús, ensalzado a la diestra de su Padre, es “Señor de señores” con respecto a todos, excepto su propio Padre, el Dios Todopoderoso. (Apo 17:14; 19:15, 16; compárese con 1Co 15:27, 28.)
★“El Señor, en el caso de 1Pe. 2:3”:
Gr.: ho Ký·ri·os. En un comentario sobre este v., F. J. A. Hort escribió en The First Epistle of St Peter, Londres, 1898, p. 104: “En el Salmo [34:8] ό κύριος representa a Jehová, como en muchas otras ocasiones lo hace, y la LXX inserta y omite el artículo con κύριος sin guiarse claramente por ningún principio. Por otra parte, el siguiente versículo muestra que S. Pedro usó ό κύριος para referirse a Cristo, su sentido más común, aunque no universal, en el N.T. Sin embargo, sería precipitado concluir que quiso identificar a Jehová con Cristo. No se puede ver claramente tal identificación en el N.T. Aquí S. Pedro no está citando formalmente del A.T., sino simplemente tomando su lenguaje y aplicándolo a su propia manera. Su uso, aunque difiere del uso del Salmo, no discrepa de él, porque es mediante la χρηοτότης [kjre·stó·tes, “bondad”] del Hijo como la χρηοτότης del Padre se da a conocer claramente a los cristianos: ‘el que me ha visto a mí ha visto al Padre’”.
Algunas veces, un texto de las Escrituras Hebreas se refiere a Jehová, pero en virtud de su delegación de poder y autoridad, se cumple en Jesucristo. Salmo 34:8, por ejemplo, nos invita a que ‘gustemos y veamos que Jehová es bueno’. Sin embargo, Pedro aplica estas palabras al Señor Jesucristo cuando dice: “Con tal que hayan gustado que el Señor es bondadoso”. (1 Pedro 2:3.) Pedro hace mención de un principio y muestra que también es cierto en el caso de Jesucristo. Al adquirir conocimiento tanto de Jehová Dios como de Jesucristo y actuar en consecuencia, los cristianos pueden disfrutar de abundantes bendiciones del Padre y de su Hijo. (Juan 17:3.) La aplicación de Pedro no hace que el Soberano Señor Jehová sea una persona con el Señor Jesucristo.
Su uso en lugar del nombre divino. Durante el siglo II o el III E.C., los escribas sustituyeron el nombre divino, Jehová, por las palabras Ký·ri·os (Señor) y The·ós (Dios) en las copias de la Septuaginta griega, una traducción de las Escrituras Hebreas. La Vulgata latina siguió ese mismo criterio, al igual que las primeras versiones castellanas (Alba, BM, Fer y otras), algunas traducciones basadas en la Vulgata (Scío, TA) e incluso algunas versiones contemporáneas (BAS; DK; EMN, 1988; FS; HM; LT; MK; NBE; SA, 1972; Val, 1990; VP). La única de todas ellas que indica de manera uniforme dónde se ha reemplazado el tetragrámaton, el nombre divino, es La Biblia de las Américas, que lo sustituye por “DIOS” o “SEÑOR”.
No obstante, ya en 1569 Casiodoro de Reina se apartó de esta norma. En la introducción a su versión de la Biblia explicó: “Habemos retenido el nombre (Jehová) no sin gravísimas causas. Primeramente, porque donde quiera que se hallará en nuestra versión, está en el texto hebreo, y nos pareció que no lo podíamos dejar, ni mudar en otro, sin infidelidad y sacrilegio singular contra la ley de Dios”. Dijo sobre la “superstición judaica [de] no pronunciar el nombre Jehová”: “Salió esta ley encaminada del Diablo para, con pretexto de reverencia, sepultar y poner en el olvido en el pueblo de Dios su santo nombre”. (CR; Val, 1602; “Amonestación del intérprete de los Sacros Libros”, ortografía actualizada.)
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En conformidad con el ejemplo de Casiodoro de Reina, un buen número de versiones (ATI; BC; BJ; BR; CB; CI; CJ; EMN, FS, 1966; Ga; Mod; NC; RH; SA; Str; Val) han mantenido el nombre con las formas Jehová, Yavé y otras similares, aunque algunas a veces lo sustituyan de manera inexplicable y arbitraria.
En el encabezamiento JEHOVÁ - (En las Escrituras Griegas Cristianas) también se demuestra que el nombre divino, Jehová, se utilizó en los escritos originales de las Escrituras Griegas Cristianas, desde Mateo hasta Revelación. Por ello, la Traducción del Nuevo Mundo, que se emplea como la principal versión de esta obra, ha restituido el nombre divino en su traducción de las Escrituras Griegas Cristianas un total de 237 veces. Otras traducciones habían hecho lo mismo, en particular al traducir las Escrituras Griegas Cristianas al hebreo.
El Comité de la Traducción del Nuevo Mundo dice en “Restitución del Nombre Divino”: “Para saber dónde fue reemplazado con las palabras griegas Kúplog y Oeóg el nombre divino, hemos determinado dónde han citado versículos, pasajes y expresiones de las Escrituras Hebreas los escritores cristianos inspirados, y entonces nos hemos remitido al texto hebreo para ver si el nombre divino aparece allí o no. De esta manera hemos determinado la identidad que se ha de dar a Ký·ri·os y The·ós, y con qué personalidad relacionarlos”. El Comité explica a continuación: “Para no pasarnos de los límites del traductor al campo de la exégesis, hemos obrado con gran cautela respecto a verter el nombre divino en las Escrituras Griegas Cristianas, y siempre hemos considerado cuidadosamente las Escrituras Hebreas como fondo o antecedente. Hemos buscado acuerdo con nosotros en las versiones hebreas para confirmar nuestra traducción”. Este acuerdo o conformidad con las versiones hebreas existe en los 237 casos en los que el Comité de la Traducción del Nuevo Mundo ha empleado el nombre divino en el texto de su traducción (Apéndice 1D - El nombre divino en las Escrituras Griegas Cristianas (págs. 1563-1565)).
Los términos hebreos “Adhóhn” y “Adhonai”. La palabra hebrea `a·dhóhn aparece 334 veces en las Escrituras Hebreas. Comunica la idea de propiedad o jefatura, y se aplica tanto a Dios como al hombre. Su plural, `adho·ním, a veces no indica más que el plural numérico, y se traduce “señores” o “amos”. (Sl 136:3; Isa 26:13.) En otros lugares denota excelencia o majestad, ya sea con respecto a Dios o al hombre (Sl 8:1; Gé 39:2), y en esos casos los pronombres o los adjetivos calificativos van en singular. (Sl 45:11; 147:5.) En algunos lugares se utilizan dos plurales juntos, uno de ellos de excelencia para distinguir a Jehová de los otros muchos señores. (Dt 10:17; Sl 136:3; compárese con 1Co 8:5, 6.)
Los títulos `A·dhóhn y `Adho·ním se aplican a Jehová 25 veces en las Escrituras. En nueve lugares del texto masorético, `A·dhóhn va precedido del artículo definido ha, y de este modo se limita la aplicación del título a Jehová. (Éx 23:17; 34:23; Isa 1:24; 3:1; 10:16, 33; 19:4; Miq 4:13; Mal 3:1.) En los seis lugares en los que se emplea `A·dhóhn sin artículo definido aplica a Jehová, se le llama Señor (Amo) de la tierra, de modo que no hay ninguna ambigüedad. (Jos 3:11, 13; Sl 97:5; 114:7; Zac 4:14; 6:5.) En los diez lugares en los que se utiliza `Adho·ním con referencia a Jehová, la identidad queda clara por el contexto. (Dt 10:17; Ne 8:10; 10:29; Sl 8:1, 9; 135:5; 136:3; 147:5; Isa 51:22; Os 12:14.)
La terminación ai añadida a la palabra hebrea `a·dhóhn es una forma diferente del plural de excelencia. Cuando `Adho·nái va sin ningún otro sufijo hebreo, se usa exclusivamente con referencia a Jehová e indica que Él es el Señor Soberano. Según The International Standard Bible Encyclopedia (1986, vol. 3, pág. 157), “el término resalta el poder y la soberanía de Yahweh como ‘Señor’”. El que los hombres lo utilicen para dirigirse a Dios denota reconocimiento sumiso de ese gran hecho. (Gé 15:2, 8; Dt 3:24; Jos 7:7.)
Seguramente para principios de la era común, los rabinos judíos habían llegado a considerar que el nombre divino, YHWH, era demasiado sagrado para pronunciarlo. Por eso lo sustituían por `Adho·nái (algunas veces `Elo·hím) cuando leían en voz alta las Escrituras. Los soferim o escribas fueron aún más allá, y reemplazaron el nombre divino en el texto escrito por `Adho·nái en 134 ocasiones (133 en la Biblia Hebraica Stuttgartensia). Los masoretas copiaron el texto bíblico con gran cuidado entre los siglos V y IX E.C. Anotaron en la masora (sus notas sobre el texto) dónde habían hecho tales cambios los soferim. Por este motivo se conocen estos 134 cambios. (Véase la lista en el Apéndice 1B - Los 134 cambios de YHWH a ’Adho·nái por los escribas.) Teniendo esto en cuenta, el nombre `Adho·nái aún aparece en otros 306 lugares en el texto original.
El título `Adho·nái fue empleado principalmente por los profetas, en especial por Ezequiel. Casi en todas las ocasiones, este profeta lo combina con el nombre divino para formar la expresión `Adho·nái Yehwíh, “Señor Soberano Jehová”. Otro título combinado es `Adho·nái Yehwíh tseva·`óhth, “Señor Soberano, Jehová de los ejércitos”, y de las dieciséis veces que se emplea, todas menos dos (Sl 69:6; Am 9:5) se encuentran en los libros de Isaías y Jeremías. Se usa este título para presentar a Jehová como el que tiene el poder y determinación no solo de vengar a su pueblo oprimido, sino también de castigarlo por su infidelidad.
Acción de subordinar el juicio, decisión o afectos propios a los de otras personas, o de acatar y obedecer la ley o un sistema de cosas determinado. Algunos ejemplos de sumisión son: la de Jesucristo a su Padre (1Co 15:27, 28), de la congregación cristiana a Jesús (Ef 5:24) y a Dios (Heb 12:9; Snt 4:7), de los cristianos a los que llevan la delantera en la congregación. El verbo griego que se traduce por “sean sumisos” significa literalmente “estén cediendo bajo”. El biblista R. C. H. Lenski dice sobre las expresiones “ser obediente” y “ser sumiso”: “Obedecemos cuando concordamos con lo que se nos dice que hagamos, se nos persuade de su bondad y utilidad; cedemos [...] cuando nuestra opinión es contraria”. (w99 1/6 17 párr. 11; 1Co 16:15, 16; Heb 13:17, nota; 1Pe 5:5), de las cristianas al orden establecido de enseñanza en la congregación (1Ti 2:11), de los esclavos a sus dueños (Tit 2:9; 1Pe 2:18), de las esposas a sus esposos (Ef 5:22; Col 3:18; Tit 2:5; 1Pe 3:1, 5), de los hijos a sus padres (1Ti 3:4; compárese con Lu 2:51; Ef 6:1) y de los súbditos a los gobernantes o a las autoridades superiores. (Ro 13:1, 5; Tit 3:1; 1Pe 2:13; véanse AUTORIDADES SUPERIORES; JEFATURA; OBEDIENCIA.)
La sumisión o sujeción de un cristiano a los humanos envuelve la conciencia y está determinada por su relación con Dios. Por lo tanto, cuando la sumisión implicara transigir o violar la ley divina, habría que obedecer a Dios más bien que a los hombres. (Hch 5:29.) Por consiguiente, Pablo y Bernabé ‘no cedieron a manera de sumisión’ ante los falsos hermanos, quienes, en contra del propósito revelado de Dios, abogaban por la circuncisión y la adherencia a la ley mosaica como requisitos para conseguir la salvación. (Gál 2:3-5; compárese con Hch 15:1, 24-29.)
En 2 Corintios 9:13 se muestra que las contribuciones que se realizan a favor de compañeros cristianos necesitados son una prueba de la sumisión de una persona a las buenas nuevas, pues es una obligación cristiana ayudar a los compañeros creyentes necesitados. (Snt 1:26, 27; 2:14-17.)
También “siguió sujetándose” o “siguió obedeciendo”. La forma continua del verbo griego indica que, después de impresionar a los maestros del templo con su conocimiento de la Palabra de Dios, Jesús regresó a su casa y humildemente siguió sujeto a sus padres. Su obediencia fue más importante que la de cualquier otro niño, porque él tenía que cumplir la Ley mosaica a la perfección (Éx 20:12; Gál 4:4).
Por lo general, dinero u otras cosas valiosas, como ganado, que un estado o gobernante pagaba a una potencia extranjera en señal de sumisión, para mantener la paz o conseguir protección. (Si se desean considerar las palabras del idioma original, véase IMPUESTOS.) Las naciones que exigían tributo de otros pueblos solían recibir oro y plata o productos escasos en su país. De esta manera fortalecían su economía mientras mantenían débiles a las naciones subyugadas al gravar pesadamente sus recursos.
Los reyes de Judá que recibieron tributo de otros pueblos fueron David (2Sa 8:2, 6), Salomón (Sl 72:10; compárese con 1Re 4:21; 10:23-25), Jehosafat (2Cr 17:10, 11) y Uzías (2Cr 26:8), y de Israel, el rey Acab (2Re 3:4, 5). Sin embargo, debido a su infidelidad, los israelitas estuvieron sometidos muchas veces y se vieron obligados a pagar tributo a otros pueblos. Ya en el tiempo de los jueces, pagaron tributo cuando estuvieron bajo la dominación del rey moabita Eglón. (Jue 3:12-17.) En años posteriores, tanto el reino de Judá como el reino septentrional de Israel pagaron tributo a las potencias extranjeras que los sometieron. (2Re 17:3; 23:35.) En varias ocasiones pagaron lo que equivalía a una forma de tributo cuando compraron el favor de naciones enemigas o sobornaron a otras para recibir ayuda militar. (2Re 12:18; 15:19, 20; 18:13-16.)
El significado primario del término hebreo kis·sé´ es “asiento” (1Sa 4:13), “silla” (2Re 4:10), o bien pudiera aludir a un asiento de importancia especial, como un “trono” (1Re 22:10). No obstante, no se limita estrictamente a los asientos de los monarcas reinantes (1Re 2:19; Ne 3:7; Est 3:1; Eze 26:16) o a un asiento con un respaldo alto y brazos, pues, por ejemplo, mientras estaba en la puerta de Siló, Elí cayó hacia atrás de su kis·sé´, por lo que este tenía que ser un asiento sin respaldo. (1Sa 4:13, 18.) El término griego thró·nos por lo general se refiere a un asiento alto provisto de respaldo, brazos y un escabel.
Isaías 14:9 indica que los monarcas de casi todas las naciones utilizaban tronos. La Biblia menciona específicamente los tronos de Egipto (Gé 41:40; Éx 11:5; 12:29), Asiria (Jon 3:6), Babilonia (Isa 14:4, 13; Da 5:20), Persia (Est 1:2; 5:1) y Moab (Jue 3:17, 20). Los arqueólogos creen haber encontrado los tronos que utilizaron los gobernantes de todas estas naciones, con la excepción de Moab. En Meguidó se ha hallado una talla en marfil que, según se cree, representa un trono cananeo con su escabel. Los tronos no israelitas solían disponer de respaldos y brazos, y estaban lujosamente tallados y ornamentados. Un trono egipcio que se ha conservado hasta nuestros días es de madera recubierta de oro, y cierto trono asirio se hizo de hierro forjado con incrustaciones de marfil. Al parecer, el trono solía colocarse sobre un estrado, y casi siempre contaba con un escabel.
El único trono de un gobernante de Israel que se describe en detalle es el de Salomón. (1Re 10:18-20; 2Cr 9:17-19.) Parece ser que estaba situado en el “Pórtico del Trono”, uno de los edificios que había en Jerusalén, sobre el monte Moria. (1Re 7:7.) Era un ‘gran trono de marfil revestido de oro refinado con un dosel redondo detrás de él y brazos’. Aunque puede que el marfil haya sido el material básico de esta silla real, la técnica de construcción que por lo general se siguió en el templo indica que probablemente era de madera revestida de oro refinado y luego adornado ricamente con incrustaciones de paneles de marfil. Un trono de estas características parecería a simple vista estar hecho enteramente de marfil y oro. Después de mencionar que había seis peldaños que llevaban al trono, el registro continúa: “De pie al lado de los brazos estaban dos leones. Y había doce leones de pie allí sobre los seis escalones por este lado y por aquel lado”. (2Cr 9:17-19.) El simbolismo del león para denotar autoridad real encaja muy bien. (Gé 49:9, 10; Apo 5:5.) Parece ser que los doce leones correspondían a las doce tribus de Israel, y posiblemente simbolizaban su sujeción y apoyo al gobernante que se sentaba en este trono. Unido de alguna manera al trono había un escabel de oro. La descripción del trono de marfil y oro en su elevada posición y con un dosel, junto con los majestuosos leones que estaban enfrente, supera la de cualquier trono de ese entonces que hayan descubierto los arqueólogos o que esté representado en los monumentos o descrito en las inscripciones. Con razón dijo el cronista: “Ningún otro reino tenía uno que estuviera hecho exactamente como este”. (2Cr 9:19.)
En sentido figurado, el término “trono” significa un asiento de autoridad gubernamental (1Re 2:12; 16:11), o esa misma autoridad y soberanía real (Gé 41:40; 1Cr 17:14; Sl 89:44); un gobierno o administración real dominante (2Sa 14:9); control soberano sobre un territorio (2Sa 3:10), y una posición de honor (1Sa 2:7, 8; 2Re 25:28).
¿Qué es el “trono de Jehová”? Jehová, a quien hasta el “cielo de los cielos” no puede contener, no tiene que sentarse sobre un trono o silla literal. (1Re 8:27.) Sin embargo, Él simboliza su autoridad y soberanía real con un trono. Ciertos siervos de Dios tuvieron el privilegio de tener una visión de su trono. (1Re 22:19; Isa 6:1; Eze 1:26-28; Da 7:9; Apo 4:1-3.) Al hablar del trono de Jehová, su majestad o poder, su posición como Juez Supremo, los Salmos dicen que está establecido sobre justicia y juicio “desde mucho tiempo atrás”. (Sl 89:14; 93:2; 97:2.)
Jehová extendió su trono hasta la Tierra de una manera típica y específica en su relación con los hijos de Israel. Puesto que el que gobernaba en Israel tenía que ser ‘un rey que Jehová su Dios escogiera’, que gobernara en Su nombre, sobre Su pueblo y según Su ley, en realidad su trono era “el trono de Jehová”. (Dt 17:14; 1Cr 29:23.)
Además de que su gobernación real estaba identificada con la línea real de Judá, Jehová fue entronizado en Israel también en otro sentido. Jeremías lo expresó así: “Allí está el trono glorioso en alto desde el comienzo; es el lugar de nuestro santuario”. (Jer 17:12.) Se dijo que Jehová estaba “sentado sobre los querubines” que estaban sobre la cubierta propiciatoria del arca del testimonio emplazada en el santuario. (Éx 25:22; 1Sa 4:4.) La presencia de Dios estaba simbolizada por una nube que, según se dice, producía una luz milagrosa, a la que más tarde los escritores judíos llamaron luz Schekji-náh. (Le 16:2.) Aunque Jeremías predijo que el arca del pacto ya no estaría cuando Israel volviese del exilio en Babilonia, esto no significaba que el propósito de Jehová de estar entronizado en su centro de adoración hubiese cesado, pues Él mismo dijo: “En aquel tiempo llamarán a Jerusalén el trono de Jehová”. (Jer 3:16, 17.) Las profecías de restauración de Ezequiel también concuerdan con esto, pues en su visión del templo de Jehová, en el que no se veía ningún arca del pacto, se le dijo: “Hijo del hombre, este [templo] es el lugar de mi trono”. (Eze 43:7.) ★Nubes - [Uso figurado-§4]
Jehová dispuso en su pacto que el trono de la descendencia de David ‘duraría hasta tiempo indefinido’. (1Cr 17:11-14.) Al anunciar el cumplimiento de esta promesa, el ángel Gabriel le dijo a María: “Jehová Dios le dará [a Jesús] el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y de su reino no habrá fin”. (Lu 1:32, 33.) Jesús no solo iba a heredar un dominio terrestre, sino que además compartiría el trono universal de Jehová. (Apo 3:21; Isa 66:1.) Jesús, a su vez, promete compartir su trono de autoridad regia con todos aquellos que, al igual que sus apóstoles fieles, estén en el nuevo pacto con su Padre y venzan al mundo tal como él mismo lo hizo. Este privilegio se les concederá en la “re-creación”, durante la presencia de Jesús. (Mt 19:28; Lu 22:20, 28-30; Apo 3:21.)
En armonía con la profecía de Jehová pronunciada por medio de Zacarías de que el hombre llamado “Brote”, el edificador del futuro templo de Jehová, “tiene que llegar a ser sacerdote sobre su trono”, Pablo dice concerniente a Jesús: “Tenemos tal sumo sacerdote [como Melquisedec, un rey-sacerdote], y él se ha sentado a la diestra del trono de la Majestad en los cielos”. (Zac 6:11-13; Heb 8:1.) Además de a Cristo Jesús, Juan vio a toda la casa espiritual o santuario de Dios, la fiel congregación cristiana, entronizada como reyes-sacerdotes para gobernar por mil años. (Apo 20:4, 6; 1Pe 2:5.)
Como se predijo en el Salmo 45:6 y de acuerdo con la posterior aplicación de Pablo en Hebreos 1:8, el trono de Jesús, su puesto o autoridad como soberano, se origina de Jehová: “Dios es tu trono para siempre jamás”. Por otro lado, el Diablo también proporciona la base o concede la autoridad para que sus organizaciones gobiernen, como se indica en Apocalipsis 13:1, 2 con respecto a la “bestia salvaje que ascendía del mar”: “El dragón dio a la bestia su poder y su trono y gran autoridad”. Cuando Satanás le ofreció poder y autoridad similar a Jesucristo, también fijó el precio: “Si tú haces un acto de adoración delante de mí, todo será tuyo”. (Lu 4:5-7.) De manera correspondiente, el conceder a la “bestia salvaje” un trono o autoridad tiene que haber sido con la condición de que esta sirva a Satanás.
Al hablar del puesto de Jesús como Obrero Maestro de Dios, Pablo menciona que por medio de Cristo se crearon “tronos”. Al parecer, el término “tronos” aquí se refiere a puestos de autoridad oficial, tanto visibles como invisibles, dentro del orden administrativo de Dios. (Col 1:16.)
★“Delante del trono”: Apocalipsis 7:9 griego: e·noi·on tou throou; literalmente: “a la vista del trono”, literalmente: “enfrente de él” (rs 78; uw 104 párr. 3) la palabra griega que en ese pasaje se traduce “delante” (e·nó·pi·on) significa literalmente “a [la] vista [de]” y se usa varias veces respecto a humanos en la Tierra que están “delante de” o “a la vista de” Jehová. (1 Timoteo 5:21; 2 Timoteo 2:14; Romanos 14:22; Gálatas 1:20.) (re 123 párr. 12)