Arquitectura, Construcciones, Edificaciones |
Depósito o construcción aislada en donde se guardan alimentos —vino, aceite— y también metales, piedras preciosas u otros artículos. Cuando se destina al depósito de grano trillado, se llama granero. En tiempos antiguos se usaban trojes, torres y otros lugares como almacenes (1Cr 27:25; 2Cr 32:27, 28; Joe 1:17; Ag 2:19), e incluso hubo ciudades dedicadas principalmente al almacenamiento. (Éx 1:11.)
Fue necesario disponer de almacenes en los que se pudiese recoger el diezmo y las contribuciones que hacía Israel de sus cosechas al santuario en beneficio de los levitas. (Mal 3:10.) Había levitas a cargo de estos depósitos que también se encargaban de distribuir el abastecimiento entre sus hermanos. (1Cr 26:15, 17; Ne 12:44; 13:12, 13.)
En el antiguo Egipto había varios tipos de graneros. Uno de ellos era semejante a los silos del día moderno. En la parte superior tenía una escotilla, por la que, con la ayuda de una escalera, la persona vaciaba el grano, y tenía puertezuelas correderas a nivel del suelo para extraerlo. Desde hace mucho tiempo también se han usado en el Oriente Medio graneros subterráneos, preferidos en zonas escasamente pobladas por estar ocultos de la vista de los merodeadores.
Valor ilustrativo. Cuando Jesucristo instó a sus discípulos a no inquietarse por las necesidades materiales, sino a solo procurar el “pan para este día”, les recordó que Dios se cuida de alimentar a las aves, que no tienen graneros en los que guardar alimento. (Mt 6:11, 25, 26; Lu 12:22, 24.) En otra ocasión, para mostrar que la vida no depende de las cosas que se poseen, propuso la ilustración de un hombre rico que planeaba derribar sus graneros y hacerse unos mayores con el fin de almacenar todos sus bienes, cuando le sobrevino la muerte; así que todas sus riquezas no le fueron de provecho alguno. (Lu 12:13-21.)
En lugar de animarnos a poner nuestra confianza en los bienes materiales y almacenarlos en gran cantidad, el sabio escritor de Proverbios dice: “Honra a Jehová con tus cosas valiosas [...]. Entonces tus almacenes de abastecimientos estarán llenos de abundancia”. (Pr 3:9, 10.) La nación de Israel lo experimentó, pues cuando obedecía a Jehová y llevaba todos los diezmos al santuario, se la bendecía con abundancia. (Dt 28:1, 8; 1Re 4:20; 2Cr 31:4-10; Mal 3:10.) En el Salmo 144:11-15 el rey David se vale de un contraste para mostrar quiénes son las personas verdaderamente felices. En vista del contexto (véanse los vss. 11 y 12), lo más probable es que esté describiendo a los que confían en su tesoro de cosas materiales y se jactan de su riqueza diciendo: “Nuestros graneros están llenos, y suministran productos de una suerte tras otra [...]. ¡Feliz es el pueblo para quien es justamente así!”. Sin embargo, las siguientes palabras de David: “¡Feliz es el pueblo cuyo Dios es Jehová!”, reconociendo así que Jehová era la verdadera fuente de su prosperidad y felicidad.
Uso figurado. Juan el Bautista advirtió a los fariseos y a los saduceos de su peligrosa situación, asemejando a los que estaban verdaderamente arrepentidos a trigo que tenía que recogerse, y a aquellos líderes, a paja. Les dijo: “El que viene después de mí [...] recogerá su trigo en el granero, mas la paja la quemará con fuego que no se puede apagar”. (Mt 3:7-12; Lu 3:16, 17.) Jesús predijo una “siega”, y la comparó a “una conclusión de un sistema de cosas”, en la que los “segadores” angelicales recogerían la “mala hierba” simbólica para quemarla, mientras que el “trigo” se recogería en el “granero” de Dios, es decir, la congregación cristiana restaurada, donde los congregados tendrían el favor y la protección divinos. (Mt 13:24-30, 36-43.)
Jehová habla de algunas cosas que debido a las fuerzas creadas (las leyes naturales) no pueden salirse de sus límites fijados, y también de cosas que están bajo Su control, reservadas para propósitos especiales, como si estuviesen en “almacenes”. Dice que ‘reúne las aguas del mar como por una presa y las pone en almacenes’. (Sl 33:7.) También, con respecto a otros fenómenos naturales utilizados en ocasiones contra Sus enemigos, Dios le preguntó a Job: “¿Has entrado en los almacenes de la nieve, o ves siquiera los almacenes del granizo, que yo he retenido para el tiempo de angustia, para el día de pelea y guerra?”. (Job 38:22, 23; compárese con Jos 10:8-11; Jue 5:20, 21; Sl 105:32; 135:7.) Hasta a los mismos ejércitos de los medos y los persas bajo el rey Ciro Jehová los consideró como parte de las “armas de su denunciación” que sacaba de su “almacén” para luchar contra Babilonia. (Jer 50:25, 26.)
Montón de tierra o piedras, o incluso un muro, levantado con el fin de fortificar un lugar.
Un cerco de sitiar (heb. so·leláh) consistía en un amontonamiento de tierra o piedras que se apilaba con objeto de crear una rampa sobre la que aproximar arietes y maquinaria de asedio a una ciudad amurallada. (2Sa 20:15.) El rey asirio Senaquerib levantó un cerco de sitiar contra Lakís. Las excavaciones efectuadas en este lugar muestran que ese cerco estaba construido mayormente de piedras y argamasa. Sin embargo, Senaquerib no pudo levantar un cerco de sitiar contra Jerusalén. (2Re 19:32.)
Nabucodonosor, el rey de Babilonia, levantaría cercos de sitiar contra las ciudades de Jerusalén y Tiro. (Jer 6:6; Eze 21:22; 26:7, 8.) El profeta Ezequiel ilustró de manera profética el sitio de Jerusalén cuando recibió instrucciones de grabar sobre un ladrillo una representación de dicha ciudad y amontonar contra él un cerco de sitiar. (Eze 4:1, 2.)
El antemural (heb. ma·tsóhr) mencionado en Zacarías 9:3, 4 parece aludir a la fortificación de Tiro, ciudad de elevadas murallas construidas con enormes bloques de piedra. La ciudad de Babilonia tenía una fortaleza sobresaliente, pues contaba con dos antemurales, uno interior y otro exterior, ambos hechos de ladrillo. (Véase BABILONIA núm. 1.)
En algunos casos, el antemural (heb. jehl), que formaba parte de las murallas, se erigía con la tierra que se amontonaba al excavar un foso alrededor de la ciudad. Al borde del foso de Hazor se elevaba un antemural de unos 15 m. de alto, lo que significa que desde el fondo del foso hasta la parte superior del antemural había un desnivel de unos 30 m. Jerusalén también estaba fortificada y contaba con un antemural. (Sl 122:7; 48:13; véase FORTIFICACIONES.)
La ayuda divina, o “salvación”, es una protección segura, comparable a muros y antemural. Así, Isaías 26:1 dice lo que Jehová haría por la ciudad de Jerusalén: “Él pone la salvación misma por muros y antemural”.
Recinto al aire libre, cercado y sin techo, donde se solían guardar las ovejas y cabras por la noche para protegerlas de los ladrones y los depredadores. Consistía en un muro de piedra tosca con una fuerte puerta. Aunque con ese propósito también se utilizaban cuevas y otros refugios naturales, los apriscos acostumbraban a ser unos cercados permanentes con un muro de piedra alrededor (Nú 32:16; 1Sa 24:3; Sof 2:6) y una entrada. (Jn 10:1.) Al igual que en tiempos más recientes, estos muros podían verse cubiertos de abrojos. También puede que hubiera construcciones bajas y de techo plano en el lado más protegido del recinto para refugiar a las ovejas de las inclemencias del tiempo. Aunque en ocasiones se guardaban en el mismo aprisco los rebaños de varios pastores, no había peligro de confusión, pues las ovejas solo respondían a la voz de su respectivo pastor. En la entrada del aprisco se colocaba un portero, que por la mañana abría la puerta a los pastores. (Jn 10:2-4.)
En la profecía de Miqueas se compara al pueblo reunificado de Israel con un “rebaño en el aprisco”. (Miq 2:12, NM; SA.) El término hebreo que el texto masorético emplea en este pasaje es bots·ráh, que se traduce consecuentemente como “Bozrá”, nombre que corresponde al de una ciudad de Edom y una de Moab. No obstante, al tomar en consideración la fraseología de Miqueas 2:12, muchos escriturarios opinan que bots·ráh también puede traducirse “aprisco” (CJ, Str) o “redil” (Ga, MK). Por otra parte, si la puntuación vocálica del término fuese ligeramente distinta podría corresponder con la palabra arábiga sirat (aprisco).
[Fotografía en la página 163]
Cabaña y aprisco de piedra para el pastor y sus ovejas
Mezcla que se aplica entre los ladrillos o las piedras para unirlos (como en el caso de un muro), o que se utiliza para enlucir paredes. (Le 14:42, 45; 1Cr 29:2; Isa 54:11; Jer 43:9.) En la antigua Palestina se usaba para la construcción de calidad una mezcla resistente a la intemperie (llamada argamasa o mortero), hecha de cal, arena y agua. Para enlucir había otro tipo de argamasa, consistente en una mezcla de arena, cenizas y cal. A esta mezcla a veces se le añadía aceite, o bien se daba una mano de aceite a la pared después de haberla enlucido, con el fin de conseguir una superficie casi impermeable. Con ese propósito, en Egipto se usaba (incluso se usa en tiempos modernos) una argamasa compuesta de dos partes de arcilla, una de cal y una de paja y cenizas.
En lugar de usar argamasa, los edificadores de la Torre de Babel emplearon betún, que “les sirvió de argamasa”. (Gé 11:3.) Los babilonios que les sucedieron seguramente conseguían el betún para hacer su argamasa de unas fuentes subterráneas próximas a la ciudad de Hit, que se hallaba a orillas del Éufrates y a poca distancia de Babilonia. Según Heródoto (I, 179), cuando se construyeron los bordes del foso y las murallas de la ciudad de Babilonia, se empleó asfalto caliente como argamasa.
Durante el período de esclavitud que los israelitas pasaron en Egipto, los egipcios “siguieron amargándoles la vida con dura esclavitud en trabajos de argamasa de barro y ladrillos”. (Éx 1:14.) Los ingredientes se mezclaban —por lo general con los pies— hasta conseguir que la masa tuviese la consistencia de la melaza. A la mezcla se le añadía paja a fin de darle cohesión. Pasado el tiempo, cuando los israelitas estuvieron en su propia tierra, en lugares donde había muy poca piedra útil para la construcción, utilizaron argamasa de barro y adobes como recurso básico.
Los adobes no eran un material durable y resistente en un clima húmedo. Por consiguiente, a fin de proteger una pared levantada recientemente o de proteger y reforzar una que hubiese sufrido desperfectos, solían enlucirse con argamasa o yeso. Sin embargo, si solo se encalaban o embadurnaban con una mezcla pobre de argamasa que tuviese muy poca o ninguna cal, no podía esperarse que resistiesen tormentas fuertes. (Compárese con Eze 13:11-16.)
La arqueología bíblica es el estudio de los pueblos y acontecimientos mencionados en la Biblia a través del fascinante registro sepultado en la tierra. El arqueólogo cava, analiza la roca, las paredes, los edificios en ruinas y las ciudades desmoronadas; descubre alfarería, tablillas de arcilla, inscripciones, tumbas y otros restos antiguos de los que va recogiendo información. A menudo tales estudios mejoran el entendimiento de las circunstancias en las que se escribió la Biblia y las condiciones de vida de los hombres de fe de la antigüedad, así como de los idiomas que hablaron ellos y los pueblos circunvecinos. La arqueología ha ampliado nuestro conocimiento de todas las regiones citadas en la Biblia: Palestina, Egipto, Persia, Asiria, Babilonia, Asia Menor, Grecia y Roma.
La arqueología bíblica es un estudio científico relativamente nuevo. Fue en 1822 cuando se halló en la Piedra Rosetta la clave para descifrar la escritura jeroglífica egipcia. Veinte años más tarde se logró comprender la escritura cuneiforme asiria. En 1843 se dio comienzo a un programa de excavaciones en Asiria, y en 1850 se hizo lo propio en Egipto.
Algunos lugares y hallazgos más importantes. La arqueología ha servido para confirmar muchos aspectos históricos del relato bíblico en relación con estas tierras y para apoyar cuestiones que en algún tiempo pusieron en duda los críticos modernos. Ha sido posible demostrar que hoy carecen de fundamento tanto el escepticismo mantenido respecto al relato de la Torre de Babel, como la negación de la existencia del rey babilonio Belsasar y el rey asirio Sargón (cuyos nombres no se hallaron en fuentes extrabíblicas al menos hasta el siglo XIX) y hasta la crítica adversa que se ha hecho de diversos aspectos de estas tierras mencionados en la Biblia. Se ha desenterrado un verdadero caudal de prueba material que concuerda por completo con el texto bíblico.
Babilonia. Las excavaciones efectuadas en la antigua ciudad de Babilonia y en sus alrededores han sacado a la luz la ubicación de varios zigurats o templos en forma de pirámides escalonadas, como el templo en ruinas de Etemenanki dentro del recinto amurallado de Babilonia. Los registros e inscripciones que se hallaron concernientes a estos templos a menudo contienen las palabras: “Su cima llegará a los cielos”. Hay registro de que el rey Nabucodonosor dijo: “Elevé la cúspide de la Torre escalonada de Etemenanki de modo que su cumbre rivalizara con los cielos”. Un fragmento hallado al N. del templo de Marduk, en Babilonia, relata la caída de un zigurat semejante con estas palabras: “La edificación de este templo ofendió a los dioses. En una noche derribaron lo que se había edificado. Los esparcieron a otros países e hicieron extraña su habla. Impidieron el progreso”. (Bible and Spade, de S. L. Caiger, 1938, pág. 29.) Se descubrió que el zigurat ubicado en Uruk (la Erec bíblica) estaba construido con arcilla, ladrillos y asfalto. (Compárese con Gé 11:1-9.)
Cerca de la Puerta de Istar de Babilonia, se desenterraron alrededor de trescientas tablillas cuneiformes que se remontan al período del reinado de Nabucodonosor. Entre las listas de nombres de trabajadores y cautivos que entonces vivían en Babilonia y a los que se daban provisiones, aparece el de “Yaukin, rey de la tierra de Yahud”, es decir, “Joaquín, el rey de la tierra de Judá”, llevado a Babilonia cuando Nabucodonosor tomó Jerusalén en 617 a. E.C., pero a quien liberó de la casa de detención Awel-Marduk (Evil-merodac), sucesor de Nabucodonosor, y a quien se prescribió una porción designada de alimento. (2Re 25:27-30.) En estas tablillas también se menciona a cinco de los hijos de Joaquín. (1Cr 3:17, 18.)
Ciertos hallazgos han puesto al descubierto una gran cantidad de información sobre el panteón de dioses babilonios, entre ellos el principal dios, Marduk —más tarde llamado Bel—, y el dios Nebo, ambos mencionados en Isaías 46:1, 2. Mucha de la información sobre las inscripciones del reinado de Nabucodonosor tiene que ver con su amplio programa de construcción, que hizo de la Babilonia de su día una espléndida urbe. (Compárese con Da 4:30.) El nombre de Awel-Marduk, su sucesor (llamado Evil-merodac en 2Re 25:27), aparece en una vasija descubierta en Susa (Elam).
También en Babilonia, en el lugar donde estaba el templo del dios Marduk, se encontró un cilindro de arcilla del rey Ciro, el conquistador de Babilonia. Este cilindro relata la facilidad con que Ciro capturó la ciudad y también da cuenta de su política de repatriar a los pueblos cautivos que residían en Babilonia, lo que armoniza con el registro bíblico que había profetizado que Ciro sería el conquistador de Babilonia y quien repatriaría a los judíos a Palestina durante su reinado. (Isa 44:28; 45:1; 2Cr 36:23.)
Las excavaciones realizadas cerca de la actual Bagdad en la segunda mitad del siglo XIX aportaron muchas tablillas y cilindros de arcilla, como la hoy famosa Crónica de Nabonido. Todas las objeciones levantadas en contra del capítulo cinco del libro de Daniel, en cuanto a que Belsasar gobernara en Babilonia al tiempo de la caída de esta ciudad, se desvanecieron gracias a este documento, que probó que Belsasar, el mayor de los hijos de Nabonido, era corregente con su padre, quien en la parte final de su reinado, confió el gobierno de Babilonia a su hijo.
Ur, el que fuera antiguo hogar de Abrahán (Gé 11:28-31), dio prueba de haber sido una metrópoli prominente con una civilización muy avanzada. Esta ciudad sumeria se encontraba situada sobre el Éufrates, cerca del golfo Pérsico. Las excavaciones que hizo sir Leonard Woolley indican que dicha ciudad estaba en la cúspide de su poder y prestigio cuando Abrahán partió de allí hacia Canaán, antes de 1943 a. E.C. Su templo en forma de zigurat es el mejor conservado de todos los que se han encontrado. Las tumbas reales de Ur proveyeron una enorme abundancia de objetos de oro y joyas de un gran valor artístico, así como instrumentos musicales, entre ellos el arpa. (Compárese con Gé 4:21.) Además, se encontró un hacha pequeña de acero, no meramente de hierro. (Compárese con Gé 4:22.) También en este lugar, miles de tablillas de arcilla revelaron muchos detalles en cuanto a cómo se vivía hace unos cuatro mil años. (Véase UR núm. 2.)
En el lugar donde estaba ubicada la antigua Sippar, en el Éufrates, a unos 32 Km. de Bagdad, se encontró un cilindro de arcilla del rey Ciro, el conquistador de Babilonia. Este cilindro relata la facilidad con que Ciro capturó la ciudad y también da cuenta de su política de repatriar a los pueblos cautivos que residían en Babilonia, lo que armoniza con el registro bíblico que había profetizado que Ciro sería el conquistador de Babilonia y quien repatriaría a los judíos a Palestina durante su reinado. (Isa 44:28; 45:1; 2Cr 36:23.) ★¿Quién era Nemrod, y qué plan fracasó en sus días? - (15-2-2013-Pg.7-§19,20)
Asiria. En 1843 se descubrió sobre un afluente septentrional del río Tigris, cerca de Jorsabad, el palacio del rey asirio Sargón II, situado sobre una plataforma de casi 10 Ha. Los trabajos arqueológicos allí efectuados sacaron a este rey mencionado en Isaías 20:1 de la oscuridad en la que se encontraba y lo elevaron a un lugar de importancia histórica. (GRABADO, vol. 1, pág. 960.) En uno de sus anales, Sargón II se atribuye la conquista de Samaria (740 a. E.C.). También registra la captura de Asdod, referida en Isaías 20:1. Aunque en un tiempo muchos destacados escriturarios pensaron que Sargón II no había existido, hoy es uno de los reyes asirios más conocidos.
Nínive, la capital de Asiria, fue donde se hicieron las excavaciones que desenterraron el inmenso palacio de Senaquerib, que tenía unas 70 habitaciones con 3.000 m. de paredes cubiertas de losas esculpidas. En una de ellas se representa a prisioneros judaítas llevados al cautiverio después de la caída de Lakís, en 732 a. E.C. (2Re 18:13-17; 2Cr 32:9; GRABADO, vol. 1, pág. 952.) Más interesantes aún resultaron ser los anales de Senaquerib hallados en Nínive y que estaban inscritos en prismas de arcilla. En uno de ellos Senaquerib narra la campaña asiria contra Palestina durante el reinado de Ezequías (732 a. E.C.), pero —y esto es muy notable— el jactancioso monarca no alardea de haber tomado la ciudad de Jerusalén, lo que da apoyo al registro bíblico. (Véase SENAQUERIB.) El informe del asesinato de Senaquerib a manos de sus hijos también se registra en una inscripción de Esar-hadón, su sucesor, así como en una inscripción del siguiente rey. (2Re 19:37.) Además de la mención que Senaquerib hace del rey Ezequías, también aparecen en los registros cuneiformes de diversos emperadores asirios los nombres de Acaz y Manasés, reyes de Judá, y los de Omrí, Jehú, Jehoás, Menahem y Hosea, reyes de Israel, así como el de Hazael, rey de Damasco.
Persia. Cerca de Behistún, en Irán (la antigua Persia), el rey Darío I (521-486 a. E.C.; Esd 6:1-15) hizo grabar una inscripción monumental en lo alto de un despeñadero de caliza, en la que narraba la unificación del Imperio persa que había logrado y atribuía el éxito a su dios Ahura Mazda. Es de valor primordial el que la inscripción se registrara en tres idiomas: babilonio (acadio), elamita y persa antiguo, pues esta fue la clave para descifrar la escritura cuneiforme asirobabilonia, ininteligible hasta ese entonces. Como resultado de este trabajo, ahora es posible leer miles de tablillas de arcilla e inscripciones en lenguaje babilonio.
Entre 1880 y 1890, arqueólogos franceses excavaron en Susa, el escenario de los acontecimientos registrados en el libro de Ester. (Est 1:2.) Una vez desenterrado el palacio real de Jerjes, que abarcaba una superficie aproximada de una hectárea, se descubrió el esplendor y la magnificencia de los reyes persas. Los hallazgos confirmaron la exactitud de los detalles mencionados por el escritor del libro de Ester concerniente a la administración del reino persa y la construcción del palacio. El libro The Monuments and the Old Testament (de I. M. Price, 1946, pág. 408) comenta: “No hay nada descrito en el Antiguo Testamento que pueda recomponerse tan vívida y exactamente por medio de las excavaciones actuales como ‘Susa el palacio’”. (Véase SUSA.)
Mari y Nuzi. Desde 1933 se han venido realizando excavaciones en la antigua ciudad real de Mari (Tell Hariri), ubicada cerca del Éufrates y a unos 11 Km. al NNO. de Abu Kemal, en el SE. de Siria. Con el tiempo se desenterró un enorme palacio de unas 6 Ha. que tenía 300 habitaciones, en el que se encontraron unos archivos con más de 20.000 tablillas de arcilla. En el recinto palaciego se hallaban las estancias reales, habitaciones administrativas y una escuela de escribas. Muchas paredes lucían grandes pinturas murales al fresco, en los cuartos de baño había bañeras y en las cocinas del palacio se encontraron moldes de pastelería. Según parece, la ciudad fue una de las más sobresalientes y brillantes que hubo hacia el inicio de la andadura del II milenio a. E.C. Las inscripciones en tablillas de arcilla contenían, entre otras cosas, decretos reales, asuntos públicos, cuentas y dictámenes para la construcción de canales, esclusas, diques y otros proyectos de riego, así como correspondencia aduanera y de política exterior. Hay registro de frecuentes censos tomados con motivo de la aplicación de impuestos y el alistamiento militar. La religión ocupaba un lugar destacado, en particular el culto a la diosa de la fertilidad, Istar, cuyo templo también se encontró. Se practicaba la adivinación del mismo modo que en Babilonia: mediante la observación del hígado, la astrología y métodos similares. El rey babilonio Hammurabi destruyó prácticamente esta ciudad. Fue de particular interés el hallazgo de nombres como Péleg, Serug, Nacor, Taré y Harán, todos anotados como nombres de ciudades del N. de Mesopotamia y que correspondían a nombres de familiares de Abrahán. (Gé 11:17-32.)
En Nuzi, una ciudad situada al E. del Tigris y al SE. de Nínive que fue desenterrada entre 1925 y 1931, se encontró un mapa grabado en arcilla —el más antiguo que se ha descubierto— y también pruebas de que hacia el siglo XV a. E.C. ya se efectuaban allí operaciones de compra-venta por pagos aplazados. Se sacaron a la luz unas veinte mil tablillas de arcilla que, según se cree, escribieron en lenguaje babilonio escribas huritas. En este conjunto de documentos había un caudal de información sobre la jurisprudencia de la época, en relación con cuestiones como la adopción, contratos matrimoniales, derechos de herencia y testamentos. En algunos respectos se aprecia una estrecha similitud con las costumbres patriarcales referidas en el relato de Génesis. Cuando una pareja no tenía hijos, existía la costumbre de adoptar uno para que atendiese al matrimonio en su vejez, le diese sepultura y heredase el patrimonio familiar, costumbre que guarda relación con las palabras de Abrahán en Génesis 15:2 acerca de Eliezer, su esclavo de confianza. Se cuenta también la venta de un derecho de primogenitura que recuerda el caso de Jacob y Esaú. (Gé 25:29-34.) Además, en estos documentos se hace referencia a la posesión de pequeñas figuras de arcilla, dioses familiares cuya tenencia se consideraba comparable a la posesión de un título de propiedad, de tal modo que al que los poseía se le consideraba como aquel en quien recaía el derecho a la propiedad o a la herencia. Esto podría explicar el hurto de Raquel de los terafim de su padre y el gran interés de este por recuperarlos. (Gé 31:14-16, 19, 25-35.)
Egipto. El relato de la ida de José a Egipto, seguida de la llegada de toda la familia de Jacob y su estancia en esa tierra, suministra la descripción bíblica más detallada de ese país. Los hallazgos arqueológicos ponen de manifiesto lo muy exacto que es este cuadro, tanto que no lo hubiera podido presentar de esa manera un escritor que hubiera vivido mucho tiempo después, como algunos críticos han afirmado. J. G. Duncan dice en cuanto al escritor del relato de José en su libro New Light on Hebrew Origins (1936, pág. 174): “Utiliza el título correcto, tal como se usaba en la época de la que se habla, y en los casos en que no hay una palabra hebrea equivalente, sencillamente adopta la palabra egipcia y la translitera al hebreo”. Los nombres egipcios, la posición que ocupaba José como administrador de la casa de Potifar, las casas de encierro, los títulos “jefe de los coperos” y “jefe de los panaderos”, la importancia que los egipcios daban a los sueños, la costumbre de los panaderos egipcios de llevar las canastas de pan sobre su cabeza (Gé 40:1, 2, 16, 17), la posición como primer ministro y administrador de alimentos que el Faraón otorgó a José, la manera de investirlo de tal poder, el aborrecimiento que sentían los egipcios hacia los pastores de ovejas, la notable influencia de los magos en la corte egipcia, el asentamiento de los israelitas como residentes temporales en la tierra de Gosén, las costumbres funerarias egipcias: todos estos puntos y otros muchos mencionados en el registro bíblico los verifica con claridad el testimonio arqueológico desenterrado en Egipto. (Gé 39:1–47:27; 50:1-3.)
En Karnak (la antigua Tebas), situada a orillas del Nilo, hay un enorme templo egipcio en cuya pared S. aparece una inscripción que confirma la campaña del rey egipcio Sisaq (Sesonq I) en Palestina, mencionada en 1 Reyes 14:25, 26 y 2 Crónicas 12:1-9. El relieve gigantesco en el que se narran sus victorias muestra a 156 prisioneros de Palestina maniatados, cada uno de los cuales representa una ciudad o aldea, cuyo nombre aparece en caracteres jeroglíficos. Entre los nombres identificables se cuentan los de Rabit (Jos 19:20), Taanac, Bet-seán y Meguidó (donde se ha desenterrado una porción de una estela o pilar inscrito de Sisaq) (Jos 17:11), Sunem (Jos 19:18), Rehob (Jos 19:28), Hafaraim (Jos 19:19), Gabaón (Jos 18:25), Bet-horón (Jos 21:22), Ayalón (Jos 21:24), Socoh (Jos 15:35) y Arad (Jos 12:14). En esta relación incluso se menciona el “campo de Abrán” como una de sus capturas, lo que constituye la referencia más antigua a Abrahán en los registros egipcios. También en esta zona se encontró un monumento de Merneptah, hijo de Ramsés II, que contiene un himno en el que aparece la única mención del nombre Israel en textos egipcios antiguos.
En Tell el-Amarna, situada a unos 270 Km. al S. de El Cairo, una campesina descubrió por accidente unas tablillas de arcilla que condujeron al hallazgo de un buen número de documentos escritos en acadio, pertenecientes a los archivos reales de Amenhotep III y su hijo Akhenatón. Las 379 tablillas, cuyo contenido se publicó, son parte de la correspondencia que enviaron a Faraón los príncipes vasallos de las numerosas ciudades-reinos de Siria y Palestina, incluso alguna del gobernador de Urusalim (Jerusalén), y revelan un cuadro de luchas e intrigas que concuerda por completo con la descripción bíblica de aquellos tiempos. Algunos han relacionado con los hebreos a los “habiru”, contra quienes se presentan muchas quejas en estas cartas, pero todos los indicios tienden a indicar que se trataba más bien de diversos pueblos nómadas que ocupaban un nivel social muy bajo en la sociedad de aquel tiempo. (Véase HEBREO, I - [Los “habiru”].)
En Elefantina, una isla del Nilo de nombre griego situada en el extremo S. de Egipto (cerca de Asuán), se estableció una colonia judía después de la caída de Jerusalén en 607 a. E.C. Allí se encontraron en 1903 gran cantidad de documentos escritos en arameo, en su mayor parte en papiro, que datan del siglo V a. E.C. y de la época del Imperio medopersa. Los documentos mencionan a Sanbalat, el gobernador de Samaria. (Ne 4:1.)
Es indudable que los hallazgos más valiosos desenterrados en Egipto son los fragmentos y porciones en papiro de los libros bíblicos, tanto de las Escrituras Hebreas como de las Griegas, algunos de los cuales se remontan al siglo II a. E.C. El clima seco y el suelo arenoso convirtieron a este país en un almacén idóneo para la conservación de tales documentos en papiro. (Véase MANUSCRITOS DE LA BIBLIA.)
Palestina y Siria. En este territorio se han excavado unos seiscientos lugares cuyos restos pueden fecharse. Muchos de los datos obtenidos son de carácter general, es decir: más bien que referirse a acontecimientos específicos, apoyan el registro bíblico en un sentido amplio. Por ejemplo, en el pasado se hicieron esfuerzos por desacreditar el relato bíblico de la desolación completa de Judá durante el cautiverio babilonio. No obstante, las excavaciones verifican en su conjunto el relato bíblico. En este sentido W. F. Albright dice: “No conocemos ni un solo caso de que una ciudad de la Judea [Judá] propiamente dicha estuviera ocupada sin interrupción durante todo el período exílico. Para subrayar el contraste, señalaremos que Betel, que en los tiempos preexílicos se hallaba precisamente al otro lado de la frontera norte de Judea [Judá], no fue destruida en esa época, sino que prosiguió ocupada hasta finales del siglo VI [a. E.C.]”. (Arqueología de Palestina, 1962, pág. 144.)
En la antigua ciudad fortificada de Bet-san (Bet-seán), que guardaba el acceso al valle de Esdrelón por el E., se hicieron excavaciones de gran importancia que revelaron la existencia de dieciocho niveles, lo que exigió que se cavara hasta una profundidad de 21 m. (GRABADO, vol. 1, pág. 959.) El registro bíblico muestra que Bet-san no era una de las ciudades que en un principio ocuparon los israelitas y que para el tiempo de Saúl, la habitaban los filisteos. (Jos 17:11; Jue 1:27; 1Sa 31:8-12.) Las excavaciones apoyan en general este registro e indican que Bet-san sufrió destrucción algún tiempo después de que los filisteos se apoderaran del arca del pacto. (1Sa 4:1-11.) Fue de particular interés el descubrimiento en esta ciudad de ciertos templos cananeos. En 1 Samuel 31:10 se dice que los filisteos pusieron la armadura del rey Saúl “en la casa de las imágenes de Astoret, y su cadáver lo fijaron en el muro de Bet-san”, mientras que 1 Crónicas 10:10 lee: “Pusieron su armadura en la casa del dios de ellos, y su cráneo lo fijaron en la casa de Dagón”. Dos de los templos descubiertos pertenecían a la misma época, y uno de ellos al parecer era el templo de Astoret, mientras que se considera que el otro correspondía a Dagón. Esto armonizaría con los textos citados antes, que hablan de la existencia de dos templos en Bet-san.
Ezión-guéber fue la ciudad portuaria de Salomón situada en el golfo de `Aqaba. Es posible que corresponda al Tell el-Kheleifeh (desenterrado entre los años 1937 y 1940), donde se hallaron pruebas de la existencia de una antigua fundición de cobre, puesto que en un montículo poco elevado de esa región se encontró escoria de cobre y restos de ese mismo mineral. Sin embargo, el arqueólogo Nelson Glueck modificó radicalmente sus conclusiones originales concernientes al lugar en un artículo publicado en The Biblical Archaeologist (1965, pág. 73). Su punto de vista de que allí había habido un sistema de altos hornos de fundición se basó en el descubrimiento en el más importante de los edificios excavados de lo que —para él— eran “agujeros de chimeneas”. Más tarde llegó a la conclusión de que estas aberturas en los muros del edificio eran el resultado del “deterioro o la quema de vigas de madera que estaban colocadas a lo ancho de los muros y que servían de soportes”. Ahora se cree que el edificio que antes se había considerado una fundición era en realidad una estructura que servía de almacén y granero. Si bien todavía se sostiene que en esa ciudad se llevaban a cabo actividades metalúrgicas, hoy día no se piensa que hayan sido de la envergadura que antes se creyó. Esto subraya el hecho de que los datos arqueológicos dependen en primer lugar de la interpretación individual del arqueólogo, interpretación, por otra parte, que en ningún caso es infalible. La Biblia misma no habla de industrias de cobre en Ezión-guéber, en tanto que alude a la fundición de artículos de este metal en una localidad del valle del Jordán. (1Re 7:45, 46.)
En tiempos de Josué se dijo que la ciudad de Hazor, en Galilea, era “la cabeza de todos estos reinos”. (Jos 11:10.) Las excavaciones practicadas en la zona han demostrado que en su día la ciudad ocupó unas 60 Ha. y debió tener una población numerosa, por lo que debió ser una de las ciudades más importantes de la región. Salomón la fortificó, y, por otra parte, el testimonio de aquel período manifiesta que pudo ser una de las “ciudades de los carros”. (1Re 9:15, 19.)
Con motivo de tres expediciones diferentes (1907-1909; 1930-1936; 1952-1958), la ciudad de Jericó pasó por varios períodos de excavaciones. Las interpretaciones que siguieron a los hallazgos ponen de manifiesto una vez más que la arqueología, como ocurre con otros campos del saber humano, no es una fuente de información absolutamente estable. Aunque cada una de las tres expediciones sacó a la luz información, fueron distintas sus conclusiones respecto a los antecedentes históricos de la ciudad y, en particular, a la fecha de su caída ante el ejército israelita. En cualquier caso, es posible afirmar que, en su conjunto, los hallazgos de estas tres expediciones presentan un cuadro general como el que se ofrece en el libro Arqueología bíblica (de G. E. Wright, 1975, pág. 113), que dice: “La ciudad sufrió una terrible destrucción o una serie de destrucciones durante el segundo milenio antes de Cristo y [...] permaneció prácticamente desierta durante varias generaciones”. La destrucción estuvo acompañada de un gran incendio, como lo muestran los restos desenterrados. (Véase Jos 6:20-26.)
En 1867 se descubrió en Jerusalén un viejo túnel de agua que salía de la fuente de Guihón y penetraba en la colina situada a sus espaldas. (Véase GUIHÓN núm. 2.) Este descubrimiento puede arrojar luz sobre el relato de la toma de la ciudad por David, registrado en 2 Samuel 5:6-10. Entre 1909 y 1911, se despejó el entero sistema de túneles conectados con la fuente de Guihón. Uno de ellos, conocido como el túnel de Siloam, tenía un promedio de unos 2 m. de altura y estaba labrado en roca a lo largo de unos 533 m., desde Guihón hasta el estanque de Siloam, en el valle de Tiropeón (dentro de la ciudad). Así que parece tratarse del proyecto del rey Ezequías mencionado en 2 Reyes 20:20 y 2 Crónicas 32:30. Resultó de gran interés la antigua inscripción hallada en la pared del túnel, escrita en hebreo primitivo, y que narra la perforación de dicho túnel e informa de su longitud. Esta inscripción se usa como punto de referencia para fechar otras inscripciones hebreas que se han encontrado.
A unos 44 Km. al OSO. de Jerusalén, se hallaba Lakís, importante fortaleza del sistema defensivo que protegía la región montañosa de Judá. A este respecto, el profeta menciona en Jeremías 34:7 que “las fuerzas militares del rey de Babilonia estaban peleando contra Jerusalén y contra todas las ciudades de Judá que quedaban, contra Lakís y contra Azeqá; porque estas, las ciudades fortificadas, eran las que quedaban entre las ciudades de Judá”. Las excavaciones realizadas en Lakís han demostrado que en el transcurso de muy pocos años la ciudad fue pasto de las llamas en dos ocasiones, lo que parece indicar que sufrió dos ataques babilonios (618-617 y 609-607 a. E.C.); después permaneció desolada por un largo período de tiempo.
Entre las cenizas del segundo incendio se encontraron veintiún ostraca (fragmentos de vasijas de barro con escritura grabada), que, según se cree, forman parte de una correspondencia mantenida poco antes de que Nabucodonosor destruyese la ciudad en su último ataque. Estos documentos, conocidos como las Cartas de Lakís, reflejan una situación crítica y angustiosa, y parece que se escribieron a Yaós, el comandante del ejército de Lakís, desde un destacamento de las fuerzas judaítas. (GRABADO, vol. 1, pág. 325.) La carta IV dice lo siguiente: “Haga Yahvé que mi señor reciba, aun en esta hora, buenas noticias [...] estamos a la espera de las señales de Laquis, conforme a todas las órdenes que ha dado mi señor, porque no podemos ver Azecá”. Este informe recoge con notable parecido la misma situación referida en el pasaje de Jeremías 34:7, citado antes, y parece que deja entrever que o bien Azeqá ya había caído o por alguna razón no se comunicaba por medio de las señales de humo convenidas.
La carta III, escrita por Hosaya, contenía el siguiente comunicado: “Haga Yahvé que mi señor escuche nuevas de paz [...]. Se ha informado a tu siervo, diciendo: ‘El comandante del ejército, Konías, hijo de Elnatán, ha regresado para marchar a Egipto; y ha enviado aviso a Jodavías, hijo de Ajías, y a sus hombres para obtener [alimentos] de él’”. El fragmento bien podría referirse al hecho de que Judá buscase la ayuda de Egipto, algo que los profetas habían condenado. (Jer 46:25, 26; Eze 17:15, 16.) Los nombres de Elnatán y Hosaya, que se hallan en el texto de esta carta, también se encuentran en Jeremías 36:12 y 42:1. Otros nombres que figuran en esta colección de cartas aparecen asimismo en el libro de Jeremías: Guemarías (36:10), Nerías (32:12) y Jaazanías (35:3). Cierto es que no se puede afirmar que estos nombres correspondan a las mismas personas, pero si se tiene en cuenta que Jeremías vivió ese agitado período, la coincidencia es en sí misma notable.
Llama la atención el uso frecuente del Tetragrámaton en estas cartas, pues pone de manifiesto que los judíos de esa época no tenían aversión alguna al empleo del nombre divino. También es de interés la impresión en arcilla de un sello con la inscripción: “Guedalías, que está sobre la casa”. Guedalías era el nombre del gobernador de Judá que nombró Nabucodonosor después de la caída de Jerusalén, y para muchos es probable que la inscripción del sello se refiera a él. (2Re 25:22; compárese con Isa 22:15; 36:3.)
Meguidó era una ciudad fortificada con un emplazamiento estratégico que dominaba un paso importante al valle de Jezreel. La reedificó Salomón y se la menciona junto con las ciudades de depósitos y las ciudades de los carros de su reino. (1Re 9:15-19.) Excavaciones hechas en el lugar conocido como Tell el-Mutesellim, un montículo de algo más de 5 Ha., pusieron al descubierto lo que para algunos eruditos parecen haber sido establos con capacidad para unos 450 caballos. Al principio se pensó que estas construcciones pertenecían a la época de Salomón, pero después los expertos dijeron que eran de un período posterior, tal vez del reinado de Acab.
La Piedra Moabita fue uno de los primeros hallazgos de especial importancia en la zona que queda al E. del Jordán. (GRABADO, vol. 1, pág. 325.) Descubierta en 1868 en Dibón, al N. del valle de Arnón, presenta la versión del rey Mesá sobre su alzamiento contra Israel. (Compárese con 2Re 1:1; 3:4, 5.) La inscripción dice en parte: “Yo (soy) Meša, hijo de Kemoš-[...], rey de Moab, el Dibonita [...] En cuanto a Omrí, rey de Israel, humilló a Moab muchos años (lit.: días), pues Kemoš [el dios de Moab] se había enojado con su país. Y su hijo le siguió y dijo también: ‘Humillaré a Moab’. En mi época habló (así), pero ¡he triunfado sobre él y sobre su casa, al paso que Israel ha perecido para siempre! [...] Y Kemoš me dijo: ‘Ve, ¡toma a Nebo de Israel!’. Por lo tanto, fui de noche y combatíla desde el alba hasta el mediodía, conquistándola y matando a todos [...]. Y tomé de allí los [vasos] de Yahweh, arrastrándolos ante Kemoš”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, edición de J. B. Pritchard, 1966, pág. 248.) Puede verse, por consiguiente, que la estela no solo menciona el nombre del rey Omrí de Israel, sino también el Tetragrámaton: las cuatro letras hebreas del nombre divino.
La Piedra Moabita también hace referencia a muchos topónimos mencionados en la Biblia, como por ejemplo: Atarot y Nebo (Nú 32:34, 38); el Arnón, Aroer, Medebá y Dibón (Jos 13:9); Bamot-baal, Bet-baal-meón, Jáhaz y Quiryataim (Jos 13:17-19); Bézer (Jos 20:8); Horonaim (Isa 15:5), y Bet-diblataim y Queriyot (Jer 48:22, 24). En consecuencia, apoya la historicidad de todos estos lugares.
Las excavaciones realizadas en Ras Shamra (la antigua Ugarit) en la costa N. de Siria, frente a la isla de Chipre, han aportado información sobre la existencia de un culto muy parecido al de Canaán: deidades de ambos sexos, templos, prostitución “sagrada”, ritos, sacrificios y oraciones. Entre un templo dedicado a Baal y otro consagrado a Dagón, se encontró una habitación en la que había una biblioteca con centenares de textos religiosos que según se cree datan del siglo XV y principios del XIV a. E.C. Los textos poéticos mitológicos han puesto al descubierto muchos datos relacionados con las deidades cananeas El, Baal y Ashera, y las prácticas idolátricas degradadas que conformaban el culto a estos dioses. Merrill F. Unger dice en su libro Archaeology and the Old Testament (1964, pág. 175): “La literatura épica ugarítica ha contribuido a revelar el alto grado de depravación que caracterizó a la religión cananea. Por tratarse de un modelo politeísta grosero en extremo, sus ritos cultuales eran bárbaros y totalmente licenciosos”. En las excavaciones también se encontraron imágenes de Baal, así como de otros dioses. (Véase DIOSES Y DIOSAS - [Deidades cananeas].) Los textos hallados estaban redactados en una escritura cuneiforme alfabética desconocida hasta entonces, diferente de la escritura cuneiforme acadia. Se escribía de derecha a izquierda, como en hebreo, aunque el alfabeto tenía algunas letras más, treinta en total. Al igual que en Ur, en este yacimiento se encontró un hacha de guerra de acero.
Samaria, capital sumamente fortificada del reino septentrional de Israel, se edificó sobre una colina que se elevaba a más de 90 m. desde el fondo del valle. Los restos de sus macizas murallas dobles, que en algunos puntos formaban un baluarte de casi 10 m. de ancho, dan prueba de su fortaleza para resistir sitios prolongados, como los mencionados en 2 Reyes 6:24-30 (en el caso de Siria) y en 2 Reyes 17:5 (en el caso del poderoso ejército asirio). La mampostería de piedra encontrada en el lugar —que, según se cree, pertenece al tiempo de los reyes Omrí, Acab y Jehú— es de una artesanía espléndida. Lo que parece ser el embasamiento del palacio tiene una medida aproximada de 90 por 180 m. En el recinto del palacio se ha encontrado una gran cantidad de fragmentos, placas y paneles de marfil, que podrían tener relación con la casa de marfil de Acab mencionada en 1 Reyes 22:39. (Compárese con Am 6:4.) En el extremo NO. de la cima de la colina se descubrió un gran estanque revestido de cemento de unos 10 m. de largo por 5 de ancho, que bien pudiera tratarse del “estanque de Samaria” en el que se lavó la sangre del carro de Acab. (1Re 22:38.)
Han resultado de gran interés los sesenta y tres fragmentos de vasijas (ostraca) con inscripciones en tinta, que probablemente datan del siglo VIII a. E.C. El sistema israelita de escribir los números usando trazos verticales, horizontales e inclinados, aparece en los recibos de embarques de vino y aceite a Samaria desde otras ciudades. En un recibo típico leemos lo siguiente:
En el décimo año.
A Gaddiyau [probablemente, el encargado del tesoro].
De Azzo [quizás el pueblo o distrito desde donde se enviaba el vino o el aceite].
Abibáal, 2
Ahaz, 2
Seba, 1
Merib-báal, 1
Estos recibos también revelan el uso frecuente de la palabra Baal como parte de los nombres, ya que por cada once nombres que contienen alguna forma del nombre Jehová, unos siete incluyen el de Baal, lo que con toda probabilidad indica la infiltración de la adoración a Baal, como se explica en el registro bíblico.
La Biblia también da cuenta de la ardiente y violenta destrucción de Sodoma y Gomorra, así como de la existencia de pozos de betún (asfalto) en aquella región. (Gé 14:3, 10; 19:12-28.) Son muchos los eruditos que opinan que en aquel tiempo el nivel de las aguas del mar Muerto debió experimentar una inesperada subida, y se extendió así el extremo meridional de este mar por una distancia considerable y anegó con ello el lugar donde debieron estar emplazadas estas dos ciudades. Las exploraciones llevadas a cabo en la zona demuestran que se trata de una tierra calcinada debido a la presencia de petróleo y asfalto. A este respecto, Jack Finegan hace el siguiente comentario en su libro Light From the Ancient Past (1959, pág. 147): “Un minucioso examen de los testimonios literarios, geológicos y arqueológicos conduce a la conclusión de que las depravadas ‘ciudades de la llanura’ que fueron destruidas (Gé 19:29) se hallaban en una franja de tierra hoy sumergida [...], y que su destrucción tuvo lugar a causa de un gran terremoto que probablemente estuvo acompañado de explosiones, descargas eléctricas, combustión de gases naturales y fenómenos ígneos”. (Véase también SODOMA.)
La arqueología y las Escrituras Griegas Cristianas. El hallazgo de un denario de plata con la imagen de Tiberio puesto en circulación alrededor del año 15 E.C. (GRABADO, vol. 2, pág. 544) confirma el relato del uso que Jesús hizo de un denario que llevaba la efigie de ese césar. (Mr 12:15-17; compárese con Lu 3:1, 2.) Una losa encontrada en Cesarea con los nombres Pontius Pilatus y Tiberieum corrobora el hecho de que por aquel entonces Poncio Pilato era el gobernador romano de Judea. (Véanse PILATO; GRABADO, vol. 2, pág. 741.)
El libro de Hechos de Apóstoles —que, según todos los indicios del propio texto, escribió Lucas— contiene numerosas referencias a ciudades y a sus provincias respectivas, así como a oficiales de distinto rango y con diversos títulos que estaban en funciones en un tiempo determinado (compárese con Lu 3:1, 2), pormenorización esta que se presta a que el escritor incurra en muchos errores. No obstante, el testimonio arqueológico disponible demuestra a un grado notable la exactitud de Lucas. Por ejemplo, en Hechos 14:1-6, Lucas sitúa Listra y Derbe dentro de la región licaónica, pero da a entender que Iconio estaba en otro territorio, mientras que varios escritores romanos, como es el caso de Cicerón, situaron Iconio en Licaonia. Sin embargo, una inscripción descubierta en 1910 muestra que a Iconio se la consideraba una ciudad de Frigia, más bien que de Licaonia.
Asimismo, una inscripción hallada en Delfos corrobora que, seguramente hacia el 51-52 E.C., Galión era procónsul de Acaya. (Hch 18:12.) Unas diecinueve inscripciones que datan del siglo II a. E.C. al siglo III E.C. confirman el uso apropiado que hace Lucas del título gobernantes de la ciudad (singular, po·li·tár·kjēs) aplicado a los oficiales de Tesalónica (Hch 17:6, 8), y en cinco de estas inscripciones se alude específicamente a dicha ciudad. (Véase GOBERNANTES DE LA CIUDAD.) De manera similar, la referencia a Publio como el “hombre prominente” (prṓ·tos) de Malta (Hch 28:7) es el título exacto que ha de usarse, como lo atestiguan dos inscripciones aparecidas en Malta, una en latín y la otra en griego. En Éfeso se han descubierto los restos del templo de Ártemis, así como algunos textos de magia. (Hch 19:19, 27.) Las excavaciones efectuadas allí también sacaron a la luz un teatro con capacidad para unas 25.000 personas e inscripciones que hacen alusión a los “comisionados de fiestas y juegos”, como los que intervinieron a favor de Pablo, y también a un “registrador”, como el que aquietó a la chusma en la ocasión citada. (Hch 19:29-31, 35, 41.)
Algunos de estos hallazgos impulsaron a Charles Gore a escribir en A New Commentary on Holy Scripture lo siguiente en cuanto a la exactitud de Lucas: “Por supuesto, debe reconocerse que la arqueología moderna prácticamente ha obligado a los críticos de san Lucas a pronunciarse a favor de la extraordinaria exactitud de todas sus alusiones a hechos y sucesos históricos” (edición de Gore, Goudge y Guillaume, 1929, pág. 210).
Valor relativo de la arqueología. La arqueología ha sacado a la luz información provechosa que ha ayudado a la identificación, a menudo tentativa, de emplazamientos bíblicos. De igual manera, ha desenterrado documentos escritos que han contribuido a un mejor entendimiento de los idiomas originales en los que se escribió la Biblia; también ha esclarecido las condiciones de vida y las actividades de los pueblos antiguos, así como de los gobernantes a los que se hace referencia en las Escrituras. No obstante, en lo que respecta a la autenticidad y veracidad de la Biblia, así como a la fe en ella, en sus enseñanzas y en su revelación de los propósitos y promesas de Dios, es preciso decir que la arqueología no es un complemento esencial ni una confirmación necesaria de la veracidad de la Palabra de Dios. El apóstol Pablo se expresa al respecto del siguiente modo: “Fe es la expectativa segura de las cosas que se esperan, la demostración evidente de realidades aunque no se contemplen. [...] Por fe percibimos que los sistemas de cosas fueron puestos en orden por la palabra de Dios, de modo que lo que se contempla ha llegado a ser de cosas que no aparecen”. (Heb 11:1, 3.) “Andamos por fe, no por vista.” (2Co 5:7.)
Esto no significa que la fe cristiana no tenga base alguna en lo que se puede ver o que tan solo trate de lo que es intangible. Lo cierto es que en todas las épocas, las circunstancias del entorno de las personas, sus propias vidas y sus experiencias personales han suministrado pruebas abundantes que permiten convencerse de que la Biblia es la verdadera fuente de revelación divina y que no contiene nada que no esté en armonía con los hechos demostrables. (Ro 1:18-23.) El conocimiento del pasado a la luz de los descubrimientos arqueológicos es interesante y tiene cierto valor, pero no es indispensable. El conocimiento del pasado a la luz de la Biblia es, por sí solo, suficiente y absolutamente confiable. La Biblia, con o sin la arqueología, da verdadero significado al presente e ilumina el futuro. (Sl 119:105; 2Pe 1:19-21.) Débil, sin duda, será la fe que necesite de ladrillos desmoronados, vasijas rotas y muros derruidos para sustentarse en ellos como si de una muleta se tratase.
Conclusiones arqueológicas poco fiables. Si bien es cierto que los descubrimientos arqueológicos a veces han refutado las críticas de quienes cuestionan los relatos bíblicos o la historicidad de ciertos sucesos y han ayudado a personas sinceras afectadas por dichos argumentos, no han silenciado a los críticos de la Biblia ni son un fundamento verdaderamente sólido del que depende la confianza en el registro bíblico. Las conclusiones que se extraen de la mayor parte de las excavaciones dependen principalmente del razonamiento deductivo e inductivo de los investigadores, quienes, al igual que los detectives, reúnen las pruebas en las que se basan para apoyar unas conclusiones. Aun hoy día, aunque los detectives descubran y reúnan una cantidad impresionante de prueba circunstancial y material, cualquier caso fundado tan solo en dicha prueba, pero que carezca de testigos presenciales dignos de crédito, sería considerado muy débil si se presentara ante un tribunal. Cuando las sentencias solo se han basado en este tipo de prueba, se han cometido injusticias y errores graves. Por consiguiente, es razonable esperar que sea más probable incurrir en este error cuando entre la investigación y el acontecimiento han transcurrido dos o tres mil años.
El arqueólogo R. J. C. Atkinson trazó un paralelo similar, al decir: “No puedo por menos que imaginar lo difícil que les resultaría a los arqueólogos del futuro la tarea de reconstruir el dogma, el ritual y la doctrina de las iglesias cristianas solo a partir de las ruinas de los edificios eclesiásticos, sin la ayuda de algún documento escrito o inscripción. Nos hallamos, por lo tanto, ante una situación paradójica para la arqueología: siendo el único método que el hombre tiene —en ausencia de registros escritos— de investigar su pasado, se convierte gradualmente en un medio de estudio impráctico al aproximarse a los aspectos de la vida más específicamente humanos”. (Stonehenge, Londres, 1956, pág. 167.)
Pero el que a los arqueólogos no les sea posible presentar el pasado antiguo más que con una exactitud aproximada no es el único problema. A pesar de su deseo de mantener un punto de vista puramente objetivo al estudiar las pruebas que desentierran, están —al igual que otros científicos— sujetos a las debilidades humanas, así como a las inclinaciones y ambiciones personales, lo que puede llevarlos a un razonamiento equivocado. El profesor W. F. Albright menciona este inconveniente en el siguiente comentario: “Por otra parte, hay peligro en buscar nuevos descubrimientos y novedosos puntos de vista, hasta el grado de menospreciar unas obras más antiguas que tienen más valor. Esto es particularmente cierto en campos como el de la arqueología y la geografía bíblicas, en donde el dominio de los instrumentos y métodos de investigación es tan arduo que siempre existe la tentación de descuidar un método preciso, substituyendo con hábiles combinaciones y brillantes suposiciones una obra más lenta y sistemática”. (Atlas Histórico Westminster de la Biblia, edición de G. E. Wright, 1956, pág. 9.)
Diferencias en la datación. Al considerar las fechas que los arqueólogos asignan a sus hallazgos, es muy importante tener en cuenta lo expuesto con anterioridad. A este respecto, Merrill F. Unger dice: “Por ejemplo, Garstang fecha la caída de Jericó c. 1400 a. E.C. [...]; Albright apoya la fecha de c. 1290 a. E.C. [...]; Hugues Vincent, el acreditado arqueólogo de Palestina, defiende el año 1250 a. E.C. [...]; mientras que para H. H. Rowley, Ramsés II es el Faraón de la opresión y el éxodo aconteció bajo su sucesor, Marniptah [Merneptah], alrededor de 1225 a. E.C.”. (Archaeology and the Old Testament, pág. 164, nota 15.) A la vez que argumenta en favor de la fiabilidad del proceso y del análisis arqueológico moderno, el profesor Albright reconoce que “a los no especialistas todavía les es muy difícil abrirse camino entre los datos y las conclusiones contradictorias de los arqueólogos”. (Arqueología de Palestina, pág. 258.)
Con el fin de fechar los objetos descubiertos, se ha empleado el reloj de radiocarbono y otros métodos modernos. No obstante, el siguiente comentario de G. Ernest Wright en The Biblical Archaeologist (1955, pág. 46) pone de manifiesto que este método carece de una total exactitud: “Puede advertirse que el nuevo método de carbono 14 para fechar ruinas antiguas no ha estado tan exento de error como se esperaba. [...] Algunas pruebas han dado resultados que sin duda eran erróneos, probablemente por diversas razones. Por el momento, solo es posible confiar en los resultados, sin cuestionarlos, cuando se han hecho varias pruebas con resultados casi idénticos y cuando mediante otros métodos de cálculo parece confirmarse la fecha [cursivas nuestras]”. Más recientemente, The New Encyclopædia Britannica (Macropædia, 1976, vol. 5, pág. 508) comentó: “Cualquiera que sea la causa [...], parece fuera de duda que la datación con carbono 14 carece de la exactitud que los historiadores tradicionalistas quisieran que tuviese”. (Véase CRONOLOGÍA - [Fechas arqueológicas].)
Valor relativo de las inscripciones. Se han encontrado miles y miles de inscripciones antiguas que se están interpretando. Albright dice: “Los documentos escritos forman, y con mucho, el más importante cuerpo singular de material descubierto por los arqueólogos. De ahí que sea extremadamente importante lograr una clara idea de su carácter y de nuestra habilidad para interpretarlos”. (Atlas Histórico Westminster de la Biblia, pág. 11.) Estas pueden estar escritas en trozos de alfarería, tablillas de arcilla, papiros, o esculpidas en granito. No obstante, cualquiera que sea el material utilizado, ha de sopesarse y probarse en cuanto a valor y fiabilidad a la información que transmiten. El error o la falsedad intencional pueden ponerse por escrito —y con frecuencia así ha sucedido— tanto en piedra como en papel. (Véanse CRONOLOGÍA - [Cronología bíblica e historia seglar]; SARGÓN.)
Por ejemplo, el registro bíblico relata que Adramélec y Sarézer, hijos de Senaquerib, mataron a su padre, y que Esar-hadón, otro de sus hijos, le sucedió en el trono. (2Re 19:36, 37.) No obstante, una crónica de Babilonia decía que a Senaquerib lo había asesinado su hijo en una revuelta el día vigésimo de Tebet. Tanto Nabonido, rey babilonio del siglo VI a. E.C., como Beroso, sacerdote babilonio del siglo III a. E.C., presentan la misma versión en sus escritos, a saber, que Senaquerib murió a manos de uno solo de sus hijos. Sin embargo, en un fragmento del Prisma de Esar-hadón descubierto más tarde, este hijo de Senaquerib que le sucedió en el trono —el propio Esar-hadón— afirma con claridad que sus hermanos (plural) se rebelaron y mataron a su padre, después de lo cual huyeron. Al comentar sobre este asunto en Universal Jewish History (1948, vol. 1, pág. 27) Philip Biberfeld dice: “La Crónica de Babilonia, Nabonido y Beroso estaban equivocados; solo el registro bíblico demostró ser fidedigno. La inscripción de Esar-hadón lo confirmó hasta en los mínimos detalles, así que demostró ser más exacto en lo que respecta a este suceso de la historia asirobabilonia que las propias fuentes babilonias mismas. Este es un hecho de máxima importancia, incluso para la evaluación de fuentes contemporáneas que no estén en concordancia con la tradición bíblica”.
Problemas para descifrar y traducir. Asimismo, es necesario que el cristiano demuestre la debida cautela antes de aceptar sin reservas la interpretación que se da de las muchas inscripciones halladas en los diversos idiomas antiguos. En algunos casos, como el de la Piedra Rosetta y la inscripción de Behistún, los especialistas han adquirido un amplio conocimiento de un lenguaje desconocido hasta ese momento, gracias a comparar relatos escritos en dicho lenguaje con otros paralelos escritos en otro idioma conocido. Sin embargo, no debería esperarse que tales aportaciones resolviesen todos los problemas o permitiesen obtener un entendimiento pleno del lenguaje con todos sus matices y expresiones idiomáticas. Incluso el entendimiento de los idiomas bíblicos básicos —hebreo, arameo y griego— ha progresado de manera considerable en tiempos recientes, y todavía son objeto de estudio. En lo que atañe a la Palabra inspirada de Dios, es lógico esperar que el Autor de la Biblia nos capacite para obtener el entendimiento correcto de su mensaje por medio de las traducciones que están disponibles en los idiomas modernos. Pero no ocurre lo mismo con los escritos de las naciones paganas.
En la obra El misterio de los hititas (de C. W. Ceram, Destino, 1981, págs. 103, 107), se recoge un comentario sobre un prestigioso asiriólogo que contribuyó a descifrar el idioma “hitita”, con el que se ilustra bien la necesidad de ser precavidos y se pone de manifiesto una vez más que las dificultades existentes para descifrar las inscripciones antiguas a menudo no reciben un tratamiento tan objetivo como cabría esperar. Ceram dice: “En [su] obra, que es un verdadero prodigio, las revelaciones de capital importancia se entrelazan con ingeniosos errores [...] [;] contiene errores de bulto, pero como están apoyados por argumentaciones que a primera vista parecen irrebatibles, se ha tardado muchos años en poder descubrirlos y eliminarlos”. A continuación, pasa a hablar sobre la fuerte obstinación de este docto ante cualquier intento de modificar sus hallazgos. Después de muchos años, finalmente consintió en hacer algunos cambios, y como resultado, ¡modificó aquellas lecturas que, como más tarde se demostró, eran las acertadas! Al relatar la violenta disputa cargada de recriminaciones personales que surgió entre este docto y otro erudito de la escritura jeroglífica “hitita”, Ceram escribe: “Quien tilde de impertinente el tono de esta polémica, olvida que un gran problema [...] exige un abandono total por parte del investigador, que a su solución debe consagrar toda una vida”. En consecuencia, a pesar de que el tiempo y el estudio han eliminado muchos errores en la interpretación de las inscripciones antiguas, hacemos bien en tener presente que es probable que las futuras investigaciones resulten en otros ajustes.
Estos hechos realzan la superioridad de la Biblia como fuente de conocimiento confiable, de información veraz y guía segura. Este conjunto de documentos escritos —llegado hasta nosotros no por excavación, sino preservados por su Autor, Jehová Dios— nos ha legado el cuadro más claro del pasado del hombre. La Biblia es “viva, y ejerce poder” (Heb 4:12), y es la “palabra del Dios vivo y duradero”. “Toda carne es como hierba, y toda su gloria es como una flor de la hierba; la hierba se marchita, y la flor se cae, pero el dicho de Jehová dura para siempre.” (1Pe 1:23-25.)
[Ilustración de la página 197]
Estela en la que Merneptah, hijo de Ramsés II, se jacta de su victoria sobre Israel; es la única mención conocida del nombre Israel en un documento egipcio antiguo
Arte de proyectar y construir edificios. De un examen del registro bíblico se trasluce que en el transcurso de los mil seiscientos cincuenta y seis años previos al Diluvio del día de Noé, hubo una diversificación tanto de los estilos de construcción de viviendas como de las costumbres domésticas. Después del asesinato de Abel, se dice que Caín “se puso a morar” en un determinado lugar y que allí “se ocupó en edificar una ciudad”. (Gé 4:16, 17.) Jabal, uno de sus descendientes, llegó a ser el “fundador de los que moran en tiendas y tienen ganado”, mientras que otro de sus descendientes fue “forjador de toda clase de herramienta de cobre y de hierro”. (Gé 4:20, 22.) Si bien los descendientes de Caín perecieron en el Diluvio, las aptitudes manuales y el empleo de herramientas no desaparecieron con ellos.
No obstante, la obra de construcción realmente sobresaliente de ese período antediluviano —el arca que Noé y sus hijos edificaron— la llevaron a cabo descendientes de Set. Aunque Dios proporcionó la estructura básica y sus dimensiones, es de justicia reconocer las aptitudes arquitectónicas de Noé, el maestro de obras. Las dimensiones del arca fueron: 300 codos de longitud (133,5 m.), 50 codos de anchura (22,3 m.) y 30 codos de altura (13,4 m.), y es posible que haya tenido unos 9.000 m.2 de superficie hábil. Para que una estructura como esa —con tres pisos y una techumbre con voladizo— pudiese soportar todo su peso y tuviese suficiente estabilidad, necesitaba, además de los “compartimientos”, un entramado de columnas y travesaños de madera. Aunque se calafateó con alquitrán, fue necesario además casar y ajustar bien los maderos a fin de conseguir la máxima impermeabilidad posible. (Gé 6:13-16; véase ARCA núm. 1.)
Primeras edificaciones postdiluvianas. Después del Diluvio, la Biblia menciona a Nemrod, destacado edificador de varias ciudades. (Gé 10:8-12.) Por entonces se emprendió otra construcción de grandes proporciones: la Torre de Babel, una obra que Dios desaprobó. En su construcción se emplearon nuevos materiales, como ladrillos de arcilla cocida y argamasa de betún. La intención de los edificadores era hacer de esa torre la edificación más alta conocida hasta entonces. (Gé 11:3, 4.)
Seguramente Abrahán, el antepasado de los israelitas, vio en Ur de los caldeos estilos arquitectónicos bastante avanzados. (Gé 11:31.) Las excavaciones practicadas en ese emplazamiento han puesto al descubierto el trazado de calles, edificios de dos plantas con escaleras de ladrillos y conjuntos de templos y palacios que, según estimaciones, datan del III milenio a. E.C. En estos edificios se hallaron también los indicios más antiguos del empleo de arcos voladizos (se construían entre dos paredes, haciendo avanzar hiladas sucesivas hasta cerrar el vano) y arcos de medio punto con piedra clave.
Más tarde, durante su estancia en Egipto (Gé 12:10), es posible que Abrahán observara las maravillas arquitectónicas de aquella tierra. Se cree que la pirámide escalonada de Saqqara, construida para el rey Djeser (Zoser), data del III milenio a. E.C., y es uno de los ejemplos más antiguos que quedan de edificaciones monumentales en bloques de piedra labrada. (La pirámide escalonada de Saqqara) La gran pirámide de Khufú (Keops), construida en Gizeh algún tiempo después y cuya inmensa base ocupa una superficie de unas 5,3 Ha., fue erigida con 2.300.000 bloques de piedra caliza, cada uno de los cuales tenía un peso aproximado de 2,3 Tm. Al tiempo de su construcción, su altura debió ser de 147 m.; sin embargo, a los arquitectos de nuestra época no solo les impresiona por su altura y tamaño, sino por la gran precisión en la ejecución de la obra. Algunos siglos después, los egipcios edificaron más hacia el N., en la orilla oriental del Nilo, el templo de Karnak, el templo más grande conocido que jamás haya construido el hombre. Su techumbre se sostenía sobre 134 grandes columnas que tenían un diámetro de 3 m. y estaban decoradas con relieves en vivos colores.
Arquitectura israelita. Durante el período de sometimiento a esclavitud en Egipto, los israelitas participaron en numerosos trabajos de construcción bajo la dirección de capataces egipcios. (Éx 1:11-14.) Algún tiempo después, Jehová les dio instrucciones en el desierto para que erigiesen el tabernáculo a base de armazones, pedestales con encajaduras, barras y columnas, una estructura cuya ejecución también requeriría gran ingenio arquitectónico. (Éx 25:9, 40; 26:15-37; Heb 8:5.) Si bien es cierto que la mayoría de los que realizaron este trabajo (y que en Egipto habían participado en labores de construcción) murieron antes de llegar a la Tierra Prometida, la generación que les sucedió llevó consigo el concepto y los métodos de construcción, así como el conocimiento del manejo de las herramientas destinadas a ese fin. (Compárese con Dt 27:5.) La ley mosaica prescribía al menos un requisito aplicable a la construcción. (Dt 22:8.) Como era de esperar, cuando los israelitas conquistaron la tierra, tomaron pueblos y ciudades enteras con sus edificaciones intactas, aunque también llevaron a cabo labores de construcción. (Nú 32:16; Dt 6:10, 11; 8:12.) Por aquel entonces (1473 a. E.C.), en Canaán había muchas ciudades amuralladas y fuertemente fortificadas. (Nú 13:28.)
Aunque el pueblo de Israel no ha dejado restos arquitectónicos impresionantes que demuestren su originalidad e ingenio en este campo, no se debe suponer que carecía de esos conocimientos. A diferencia de las naciones paganas, Israel no erigió grandes monumentos en honor de sus gobernantes o sus héroes militares. Por otra parte, aun cuando se construyó un único templo ubicado en Jerusalén, la apostasía dio lugar a la edificación de otros centros de adoración falsa. Hoy nada queda ni del primer templo ni del que le sucedió. Entre las ruinas más impresionantes que se han descubierto se hallan las puertas que daban entrada a las ciudades de Meguidó, Hazor y Guézer, todas ellas de idéntica construcción y edificadas, según se cree, durante el reinado de Salomón. (1Re 9:15.) La extensión del muro exterior de cada una de estas tres puertas era de unos 20 m. y había sido levantado con piedras colocadas cuidadosamente. El paso de entrada tenía a cada lado tres pilastras equidistantes que hacían de jambas y permitían la formación de seis cámaras, tres a cada lado, que lo flanqueaban, donde se solían materializar algunas operaciones comerciales o se apostaban soldados con el fin de repeler el intento de los ejércitos enemigos de abrirse paso al interior de la ciudad. (Véase PUERTA, PASO DE ENTRADA.) En Meguidó y en Samaria se han encontrado ejemplos de mampostería de gran calidad, piedras cinceladas con meticulosidad y colocadas en su lugar, unidas con tal precisión, que en algunos casos ni siquiera ha sido posible introducir entre dos de ellas la hoja delgada de un cuchillo. Con toda seguridad, la construcción del templo de Salomón se llevó a cabo con la misma alta calidad. (1Re 5:17; 6:7.)
Los hallazgos arqueológicos nos permiten deducir que las casas israelitas debieron ser, por lo general, de construcción muy modesta, o incluso muy toscas, según afirman algunos investigadores. Sin embargo, las pruebas en las que se basan esas opiniones son muy exiguas. A este respecto, The Interpreter’s Dictionary of the Bible dice: “El conocimiento que hoy se tiene del tema se halla limitado tanto por la escasa atención que los escritores antiguos le dedicaron a la arquitectura, como por los pocos restos de edificaciones que han quedado, la mayoría de las cuales han sido destruidas con el paso del tiempo y debido a la acción de generaciones posteriores de edificadores” (edición de G. A. Buttrick, 1962, vol. 1, pág. 209). En consecuencia, es infrecuente topar con más de una o dos hiladas de mampostería sobre la cimentación de los restos de las edificaciones halladas en Palestina. Por otra parte, también es razonable suponer que las mejores casas hayan sido el blanco principal del saqueo y la acción depredadora de buscadores de materiales de construcción.
Materiales y métodos de construcción en la antigüedad. Desde tiempos antiguos ha sido común emplear la cimentación de piedra para las edificaciones. Cuando se usaban piedras sin labrar, se alineaban y unían a una piedra angular, que se alisaba y ajustaba convenientemente. (Compárese con Sl 118:22; Isa 28:16.) En Levítico 14:40-48 se hace referencia al mortero de barro que empleaban los israelitas para enlucir sus casas de piedra. Si el resto de la casa, aparte de la cimentación, no se acababa en piedra, se levantaban las paredes con ladrillos de argamasa de barro sobre el fundamento pétreo. (Compárese con Isa 9:10.) A veces se combinaba la madera con la construcción a base de ladrillos. El uso de determinados materiales dependía de la materia prima disponible en la zona. En Mesopotamia, por ejemplo, siendo que se carecía de madera y piedra, se utilizaba sobre todo el ladrillo de adobe, mientras que en Palestina solía abundar la piedra caliza y otros tipos de piedra. El zarzo emplastecido era un método primitivo y económico de levantar una pared: se clavaban en tierra unas estacas, a las que se iba entretejiendo un entramado de cañas o mimbres sobre el que se aplicaba arcilla. Seca y endurecida esta al calor del Sol, la pared formada se enlucía cada cierto tiempo con el fin de protegerla de los elementos. (Véase MUROS.)
El techo de una edificación solía hacerse colocando travesaños de madera o piedra entre dos paredes maestras, aunque también podían colocarse postes o pilares entre las dos paredes, apoyando sobre estos los travesaños, para ampliar el vano de la techumbre. Como desde tiempos antiguos ya se conocían y empleaban el arco voladizo y el arco de medio punto, capaces de aguantar mucho más peso, es probable que se utilizase este recurso en edificaciones más grandes para sostener techumbres planas. En estas construcciones se acostumbraba a colocar dos hileras de columnas de madera o piedra, cada una sobre un basamento o plinto. Se ha afirmado que eran de este tipo las columnas de la casa de Dagón, adonde los filisteos llevaron a Sansón después de cegarlo. En aquella ocasión, había unas tres mil personas sobre el techo observando a Sansón, aparte de los que se hallaban reunidos en la casa, cuando este juez derribó las dos columnas y toda la casa se vino abajo. (Jue 16:25-30.)
El techo de las casas y las edificaciones más pequeñas solía hacerse de atados de ramajes o juncos que se colocaban apretados de una viga a otra y se recubrían con una capa de arcilla, que luego se alisaba. Al techo se le daba una ligera pendiente para que vertiese el agua. Este tipo de techumbre aún se encuentra en las viviendas actuales del valle del Jordán.
Las edificaciones de Palestina seguían básicamente el modelo rectangular. Si se trataba de una vivienda familiar, la distribución interior seguía una disposición algo irregular a base de pequeñas habitaciones rectangulares. El poco espacio disponible en las ciudades, por lo general superpobladas, determinaba el tamaño y la forma de los edificios. Si se tenía suficiente espacio, podía hacerse un patio interior, en torno al que se disponían las habitaciones —todas ellas con acceso a este— y con una única puerta de entrada desde la calle. El mismo concepto de edificación de estilo rectangular, normal en las viviendas familiares, se usó también en la construcción de residencias reales, almacenes, centros de reunión —como las sinagogas—, tumbas y en la construcción de la casa de Dios: el templo.
Obras que realizaron los reyes de Judá e Israel. Cierto es que el registro bíblico dice que David edificó casas en Jerusalén (1Cr 15:1), pero, al parecer, la única edificación mencionada específicamente que se levantó durante el reinado de David fue la “casa de cedros”, construida con materiales y mano de obra aportados por el rey fenicio Hiram de Tiro. (1Cr 14:1; 17:1.) David también hizo grandes preparativos para la construcción del templo que se erigió durante el reinado de su hijo Salomón. Entre otras cosas, mandó labrar piedras cuadradas, forjar clavos de hierro, almacenar cobre y madera de cedro “en gran cantidad” y, con el mismo fin, guardó un abastecimiento de oro, piedras preciosas y piedrecitas de mosaico. (1Cr 22:1-4; 29:1-5.) Además, fue el medio que Dios usó para inspirar el “plano arquitectónico” de todo el templo y su equipamiento. (1Cr 28:11, 19.) La palabra hebrea para la expresión “plano arquitectónico” (tav·níth) proviene de la raíz ba·náh (“edificar”; 1Cr 22:11), y en otros lugares se traduce por “modelo” y “representación”. (Éx 25:9; 1Cr 28:18.)
La arquitectura israelita alcanzó su máximo esplendor durante el reinado de Salomón. (2Cr 1:15; Ec 2:4-6.) Si bien es verdad que fueron los obreros fenicios del rey Hiram quienes cortaron la madera de cedro de los bosques del Líbano que se empleó en la construcción del templo, el registro bíblico no apoya el punto de vista generalizado de que el templo de Jerusalén fue principal y fundamentalmente una obra de los fenicios. El registro menciona a un fenicio-israelita llamado Hiram que contribuyó en la obra de edificación, pero su trabajo tuvo que ver, sobre todo, con labores decorativas y de metalistería, trabajos realizados después que el templo había sido construido, siguiendo los planos proporcionados por David. (1Cr 28:19.) El rey Hiram de Tiro reconoció que entre los israelitas también había “hombres hábiles”. (1Re 7:13-40; 2Cr 2:3, 8-16; compárese con 28:20, 21.) Por otra parte, fue el propio Salomón quien dirigió las obras de edificación del templo (1Re 6:1-38; 2Cr 3:1-4:22), como también el que construyó el patio del templo, la Casa del Bosque del Líbano —singular por sus cuarenta y cinco columnas de madera de cedro y su especial diseño para la iluminación—, el Pórtico de las Columnas, el Pórtico del Trono, su propia casa y la casa para la hija de Faraón, todo a base de piedra labrada costosa ‘conforme a medida’. (1Re 7:1-12.)
Otros reyes que se destacaron por sus edificaciones fueron Asá (1Re 15:23), Baasá (1Re 15:17), Omrí (1Re 16:23, 24), Acab (1Re 22:39), Jehosafat (2Cr 17:12), Uzías (2Cr 26:6-10, 15), Jotán (2Cr 27:3, 4) y Ezequías (2Re 20:20). El túnel de Siloam (533 m. de largo), atribuido a Ezequías, y los túneles descubiertos en Lakís, Gabaón, Guézer y Meguidó, fueron verdaderas proezas de ingeniería.
Edificaciones postexílicas en Palestina. Parece que durante este período el pueblo judío solo llevó a cabo construcciones modestas. Sin embargo, en el siglo I a. E.C., tanto Herodes el Grande como sus sucesores emprendieron grandes obras arquitectónicas, que incluyeron la reconstrucción del templo de Jerusalén (Mr 13:1, 2; Lu 21:5), el puerto de Cesarea, un gran viaducto que atravesaba la parte central de Jerusalén, edificios administrativos, teatros, hipódromos y baños públicos. Una de las proezas arquitectónicas más sobresalientes de Herodes el Grande fue la fortaleza de Masada, construida sobre una montaña que se eleva unos 400 m. sobre el nivel del mar Muerto. Aparte de las zonas fortificadas, Herodes hizo construir un elegante palacio con tres gradas escalonadas colgantes, un jardín y varias piscinas. Además, levantó un segundo palacio, que tenía un baño romano, sistema de calefacción en las paredes y una vasija con conducción de agua para hacerse lavados íntimos sentado. Además, dotó a aquella inmensa fortaleza pétrea con doce grandes aljibes, que en conjunto tenían capacidad para almacenar casi cuarenta millones de litros de agua. (Los romanos destruyen Jerusalén.)
Arquitectura asiria, babilonia y persa. Como resultado de la caída del reino septentrional de Israel (740 a. E.C.) y la derrota del reino meridional de Judá (607 a. E.C.), el pueblo judío tomó contacto con las espléndidas realizaciones arquitectónicas de los imperios asirio, babilonio y persa. El palacio de Jorsabad, levantado por Sargón II, era notable por su uniformidad y simetría, sus magníficos relieves, ladrillos vidriados y pinturas en baldosas al esmalte. El palacio que Senaquerib hizo edificar en Nínive era una inmensa estructura que tenía unas setenta habitaciones y más de 3.000 m. lineales de muros con losas esculpidas. (2Re 19:36; compárese con Jon 3:2, 3.) Se cree que fue Senaquerib quien hizo construir un acueducto de 48 Km. de recorrido, para llevar el agua desde el río Gomer hasta los jardines de Nínive. En la región oriental de Siria se hallaba el palacio real de Mari, una enorme edificación que tenía trescientas habitaciones y ocupaba una superficie de 6 Ha. Las ruinas de la antigua Babilonia, con sus impresionantes murallas, avenidas otrora famosas y numerosos palacios y templos, también son un testimonio mudo de una magnificencia extinta.
Es posible que los judíos que se hallaban en Susa bajo la dominación persa hayan contemplado el esplendor del palacio de Darío I y sus recintos interiores, ornamentados con ladrillos vidriados de rico colorido. (Arquitectura persa en Susa - (it-2-Pg.330).) En Persépolis, el fasto tal vez era aún más imponente (Persépolis - (it-2-Pg.329)), desde la Puerta de Jerjes, custodiada por dos colosales toros, hasta el palacio, con las amplias salas de audiencias de Darío y Jerjes, y la Sala de las Cien Columnas. Las columnas persas eran más elegantes y estilizadas que las conocidas columnas jónicas de los griegos. La proporción entre la altura y el diámetro de las que se hallaban en la Sala de las Cien Columnas era de 12 a 1, mientras que la proporción máxima de las columnas corintias era de 10 a 1, y solo de 6 a 1 en el caso de las egipcias. Además, el espacio entre columnas en los edificios persas era dos veces más que el que se dejaba en los griegos, con lo que se conseguía crear una mayor sensación de espacio, de la que carecían edificaciones antiguas similares. ★¿Eran de verdad impresionantes las construcciones de Nabucodonosor, rey de Babilonia? - (1-11-2011-Pg.12)
Estilos y métodos griegos y romanos. En el siglo VII a. E.C., la arquitectura griega entró en su “época dorada”, un período dilatado que duró hasta el siglo IV a. E.C. La ciudad de Atenas se convirtió en centro de majestuosos templos y edificios erigidos en honor de las deidades griegas, como el Partenón, el templo de la Victoria y el Erecteion. Algunas de las construcciones destacadas de Corinto eran el templo de Apolo y la amplísima plaza de mercado (a·go·rá). El estilo arquitectónico por lo general recibe el nombre de uno de los tres órdenes de hermosas columnas griegas: dórico, jónico y corintio.
La arquitectura romana debe mucho a los estilos griegos, aunque en términos generales era más funcional y en cierto modo carecía de su sutil belleza. Los romanos también se nutrieron de la arquitectura etrusca, conocida por el arco etrusco, montado a base de piedras cortadas en cuña. En el siglo VI a. E.C. se empleó este tipo de arco de forma notable en la construcción de la Cloaca Máxima de Roma. Se atribuye a los arquitectos romanos la difusión del arco de medio punto y la bóveda, elementos empleados en la construcción de rotondas grandes y diáfanas y de espaciosos corredores. Los mamposteros griegos erigieron majestuosas edificaciones sin necesidad de argamasa o cemento, gracias a su singular habilidad y precisión al igualar las juntas de los grandes bloques de mármol que utilizaron. Los romanos usaron una mezcla de tierra volcánica y cal, llamada puzolana, que actuaba como cemento hidráulico de gran fuerza y cohesión. Con el empleo del mortero de puzolana pudieron ampliar el vano de los arcos y construir edificios de varios pisos, como el gigantesco Coliseo, edificación de cuatro pisos que fue construida en el siglo I E.C. y que según diversas estimaciones tenía un aforo de 40.000 a 87.000 personas sentadas. Entre las construcciones romanas de más valor se hallan las grandes vías de comunicación por carretera, de uso militar, y los formidables acueductos, cuyo desarrollo dio comienzo en particular a partir del siglo III a. E.C. El apóstol Pablo dio un buen uso al sistema de carreteras romano, y en su viaje a Roma seguramente vio el acueducto del emperador Claudio, levantado junto a la vía Apia.
Arquitectura cristiana. Así como la nación de Israel no se distinguió por una arquitectura fastuosa, tampoco fue este el caso de los cristianos primitivos o israelitas espirituales, cuyas edificaciones fueron más bien modestas. A este respecto, el Unger’s Bible Dictionary (1965, págs. 84, 85) dice: “Hacia el siglo III había en existencia algunas edificaciones que ellos habían erigido, pero no eran ni relevantes ni costosas”. Hubo que esperar a la época del emperador Constantino —cuando se favoreció a todos los que estaban predispuestos a relacionarse con el Estado—, para que los cristianos nominales comenzaran a desarrollar un estilo arquitectónico propio, del que con el tiempo saldrían algunos de los edificios más recargados y pomposos que se han conocido.
La arquitectura en la profecía; uso figurado. En las profecías bíblicas se emplean numerosos términos arquitectónicos, y también se usan en sentido figurado. Las profecías sobre la restauración tienen mucho que ver con la edificación (o reedificación) del pueblo de Dios y sus ciudades. (Isa 58:12; 60:10; 61:4; Eze 28:26; 36:36.) Se predice que a Sión se la edificaría sobre piedras con argamasa dura, fundamentos de zafiros, almenajes de rubíes y puertas de piedras relumbrantes como el fuego. (Isa 54:11, 12.) Respecto a la sabiduría se comenta que ha edificado su propia casa (Pr 9:1) y que, junto con el discernimiento y el conocimiento, es esencial para la edificación de la familia. (Pr 14:1; 24:3, 4.) A Jehoiaquim se le condena por haber edificado su palacio con injusticia y no haber pagado a los obreros su salario, y a los caldeos, por su parte, por haber edificado una ciudad con derramamiento de sangre y el duro trabajo de pueblos subyugados. (Jer 22:13-15; Hab 2:12, 13.) A los que sin fundamento se imaginan que disfrutan de paz con Dios se les compara a quien construye y enluce un tabique, que Jehová derriba en su furor con una ráfaga de tempestades de viento y piedras de granizo, de manera que lo destroza y pone al descubierto su fundamento. (Eze 13:10-16.) El salmista asegura que a menos que Jehová edifique la casa, en vano trabajan los edificadores. (Sl 127:1.) Asimismo, los que no hacen caso a Dios edificarán casas antes de que venga “el gran día de Jehová”, pero no las ocuparán. (Sof 1:12-14; compárese con Am 5:11.) En cambio, se dice que los siervos de Dios “edificarán casas, y las ocuparán” y “usarán a grado cabal” la obra de sus manos. (Isa 65:17-23; compárese con Ec 3:3.)
En las Escrituras Griegas Cristianas, Jesús hizo referencia a la importancia de calcular el costo antes de iniciar una obra de construcción, cuando animó a los que le escuchaban a evaluar con detenimiento el compromiso de llegar a ser uno de sus seguidores. (Lu 14:28-30.) En varias ilustraciones se pone de relieve la necesidad de colocar un fundamento sólido. (Mt 7:24-27; Lu 6:48, 49; 1Ti 6:17-19; 2Ti 2:19; Heb 11:10.) Jesús también habla de edificar su congregación sobre una “masa rocosa” (pé·tra) (Mt 16:18); y del propio Jesús se dice que es el fundamento aparte del cual “nadie puede poner ningún otro”, aunque también se afirma que es “la piedra que los edificadores rechazaron”. (1Co 3:11; Mt 21:42; Hch 4:11; Sl 118:22.) Siendo él la principal piedra angular, todas las demás “piedras vivas” que constituyen el templo se colocan y alinean sobre él, utilizando por “cordel de medir” el derecho y por “instrumento de nivelar”, la justicia. (Ef 2:20, 21; 1Pe 2:4-8; Isa 28:16, 17.) Jesús comparó su propio cuerpo con un templo que sería levantado “en tres días”, en contraste con el templo de Jerusalén de su día y el conjunto de edificios que lo rodeaban, cuya construcción había tardado unos cuarenta y seis años y aún no había terminado. (Jn 2:18-22.) El apóstol Pablo, “como sabio director de obras”, recomendó que al edificar sobre el fundamento de Cristo, se emplearan materiales de alta calidad, incombustibles. (1Co 3:10-17.) De la cualidad del amor se dice que es un material de construcción básico. (1Co 8:1; compárese con Sl 89:2.) En su visión de la Nueva Jerusalén, el apóstol Juan la describe como una ciudad radiante, formada de piedras preciosas, cuyos muros se apoyaban sobre piedras de fundamento que tenían inscritos los nombres de “los doce apóstoles del Cordero”. (Rev 21:9-27.) Del propio Dios se dice que es el Gran Constructor de todo cuanto existe, por lo que no reside en edificios hechos por el hombre. (Heb 3:4; Hch 7:48-50; 17:24, 25; Isa 66:1.)
Asfalto de color negro o pardusco. Se emplean tres palabras hebreas para referirse a este mineral. Dos de ellas indican la diferencia en cuanto a consistencia: pez (zé·feth) se refiere a su estado líquido y betún (je·már) a su estado sólido. La tercera, alquitrán (kó·fer), alude a su uso como revestimiento para la madera. (Véase PEZ, I.) Debido a sus cualidades impermeables, le ha sido útil al hombre ya desde antes del Diluvio, pues a Noé se le dio la siguiente instrucción para construir el arca: “Tendrás que cubrirla por dentro y por fuera con alquitrán”. (Gé 6:14.)
El arca de papiro que llevó a Moisés entre los juncos del Nilo cuando era niño había sido impermeabilizada con “betún y pez”. (Éx 2:3.) Los edificadores de la ciudad de Babilonia descubrieron que la impermeabilidad del betún y su adherencia lo hacían idóneo como argamasa para sus ladrillos cocidos en hornos. (Gé 11:3.)
El betun es una sustancia natural derivada del petróleo. Es muy común en Mesopotamia, donde aflora de la tierra y se espesa de forma natural. En tiempos bíblicos era muy conocido por sus propiedades adherentes. En palabras de cierta obra de consulta, era “ideal para edificios hechos a base de ladrillos cocidos”.
En la revista Archaeology apareció un artículo sobre una reciente visita a los restos del zigurat (pirámide escalonada) de la antigua ciudad de Ur (Mesopotamia). El autor cuenta: “Entre los ladrillos quemados todavía se ve el mortero de betún, uno de los primeros usos de los grandes yacimientos petroleros del sur de Irak. Hubo un tiempo en que esta pegajosa sustancia negra, que tanta inestabilidad política y violencia provoca hoy en la región, unía literalmente a esta civilización. Muchas construcciones han perdurado miles de años gracias a que el betún empleado como argamasa y como pavimento ha impermeabilizado los frágiles ladrillos de arcilla sumerios”.
En un tiempo, el valle de Sidim, ubicado cerca de Sodoma y Gomorra en la región del mar Muerto, fue notorio por tener “pozo tras pozo de betún”. (Gé 14:10.) Todavía el mar arroja de vez en cuando betún a la playa, lo que permite suponer que en la actualidad Sidim está sumergido bajo las aguas del mar Muerto. El betún es también un material inflamable, como indica Isaías cuando profetizó que la tierra de Edom tendría que “llegar a ser como pez ardiente”. (Isa 34:9.)
Sitio a cielo abierto de donde se extraen diversos tipos de piedra, como la caliza y el mármol, que se hallan a flor de tierra. Se cree que una gran zona situada cerca de la actual Puerta de Damasco de Jerusalén fue en la antigüedad una cantera. La primera referencia a las canteras que aparece en la Biblia se halla en Josué 7:4, 5, donde se informa que unos 3.000 israelitas huyeron de Hai hasta Sebarim, que significa “Canteras”. Tiempo después, cuando Salomón se dispuso a edificar el templo, mandó que se extrajeran grandes piedras de fundamento de las montañas del Líbano, y se reclutó a decenas de miles de hombres para ese trabajo. (1Re 5:13-18; 6:7.) En tiempo de Jehoás también se contrataron canteros para la reparación del templo. (2Re 12:11, 12.) Asimismo, la tumba donde se enterró a Jesús estaba labrada en la roca. (Mt 27:59, 60; Mr 15:46.)
Jehová puso en boca de Isaías una elocuente metáfora que alude a la cantera y su explotación. (Isa 51:1.) Como se indica en el versículo dos, “la roca” al parecer era Abrahán, el fundador humano de la nación, y el “hueco del hoyo”, Sara, cuya matriz a modo de hoyo dio a luz a Isaac, antepasado de Israel. (Isa 51:2.) Sin embargo, como el nacimiento de Isaac se debió al poder divino y fue un acto milagroso, la metáfora también puede tener una aplicación mayor y espiritual. Así, Deuteronomio 32:18 se refiere a Jehová como “La Roca que [...] engendró” a Israel, “Aquel que te produjo [el mismo verbo usado con relación a Sara en Isaías 51:2] con dolores de parto”.
A veces se usaba el mismo nombre para referirse al producto de la cantera. Así, la palabra hebrea pesi·lím, traducida “canteras” en Jueces 3:19, 26, se traduce en otras partes “imágenes esculpidas”. (Dt 7:5; Sl 78:58; Isa 10:10.) Por esta razón, algunos han pensado que Ehúd se volvió desde un lugar donde había imágenes de dioses paganos, el producto de la cantera, para ver a Eglón. Sin embargo, muchos traductores prefieren la traducción “canteras”.
Algunas canteras antiguas encontradas con trabajos parcialmente terminados y abandonados han arrojado luz sobre los métodos antiguos de explotación. Se cortaban en la roca canales estrechos y profundos, en los que se insertaba madera seca que se empapaba de agua para que se hinchase hasta que la roca se partiese por las hendiduras. En tiempos de los romanos, se labraban las piedras, de hasta cinco y diez toneladas, a cierta distancia de los lugares de construcción. Luego se transportaban en rodillos o sobre plataformas tiradas por multitudes de esclavos.
Cantero Hombre que tiene el oficio de labrar piedras; aquel que corta, labra y talla piedras para la construcción. (2Re 12:11, 12; 2Cr 24:12.) El rey David colocó a los residentes forasteros de Israel “como canteros para labrar piedras cuadradas” (cortadas en su exacta medida) para el futuro templo de Jehová. (1Cr 22:2, 15; compárese con 1Re 6:7.)
La palabra hebrea bi·ráh, traducida “castillo” o ‘lugar fortificado’, solo aparece en los libros de Daniel, Ester, Crónicas y Nehemías, terminados entre 536 y algún tiempo después de 443 a. E.C., una vez concluido el exilio babilonio. (1Cr 29:1, nota; 2Cr 17:12; Est 1:2, nota.)
Esdras empleó la terminología de su tiempo cuando puso en boca del rey David el término “castillo” para referirse al templo de Salomón, en el relato en que dicho rey anima al pueblo a apoyar incondicionalmente su construcción. (1Cr 29:1, 19.)
Nehemías construyó un castillo o fortaleza justo al NO. del templo reconstruido, el lado más vulnerable de la ciudad. (Ne 2:8; 7:2.) Por lo visto, los Macabeos levantaron otro castillo en el mismo lugar, más tarde reconstruido por Herodes el Grande y llamado Fortaleza Antonia. En este castillo el comandante militar romano interrogó a Pablo. (Hch 21:31, 32, 37; 22:24; véase ANTONIA, FORTALEZA.)
“Susa el castillo”, situado a unos 360 Km. al E. de Babilonia, era una residencia temporal del rey persa, en la que Nehemías estuvo trabajando de copero real antes de partir hacia Jerusalén. (Ne 1:1.) También fue el marco de una de las visiones de Daniel. (Da 8:2.) Sin embargo, por lo que más se conoce a “Susa el castillo” es por ser el telón de fondo del libro de Ester. (Est 1:2, 5; 3:15; 8:14.) Parece ser que no era únicamente un edificio en particular, sino un complejo de edificios reales dentro de un área fortificada. Ciertos detalles que se dan en el relato respaldan este hecho. Por ejemplo, allí estaba la “casa de las mujeres”, donde se preparaba a las vírgenes para presentarlas a Asuero. (Est 2:3, 8.) Asimismo, antes de ser elevado a la posición de ministro, Mardoqueo se colocaba diariamente “en la puerta del rey”, situada “en Susa el castillo”. (Est 2:5, 21; 3:2-4; véase SUSA.)
Cavidad subterránea artificial usada por lo general para almacenar agua. Mientras que los pozos se excavan a fin de aprovechar las aguas subterráneas naturales, las cisternas suelen hacerse para recoger y retener el agua de lluvia o la que procede de los manantiales. A diferencia de los estanques, lo habitual es que la parte superior esté cubierta. La palabra hebrea bohr se traduce por “cisterna” (Gé 37:20-29; 2Sa 23:20), “hoyo carcelario”, cuando se usa con ese propósito (Gé 40:15), y “hoyo” cuando se refiere al “Seol” o se cita en paralelo con esta expresión (Sl 30:3; Pr 1:12; Eze 31:14, 16).
Las cisternas eran vitales en la Tierra Prometida. Por lo general eran el único medio de disponer de un suministro suficiente de agua, pues en la zona montañosa no abundaban los pozos y los manantiales, y de encontrarse, solían secarse hacia el final del verano. Las cisternas artificiales para agua también hicieron posible que se formaran aldeas en lugares donde de otra forma el suministro de agua hubiera sido demasiado escaso, tal como en el Négueb. Con el fin de infundir ánimo a Su pueblo, Jehová prometió que encontrarían cisternas ya excavadas cuando entraran en la Tierra Prometida. (Dt 6:10, 11; Ne 9:25.) Se menciona que el rey Uzías labró “muchas cisternas” por todo Judá. (2Cr 26:1, 10.) Desde la parte alta de Galilea hasta el Négueb, las cisternas literalmente ascendían a miles y se han descubierto gran cantidad de ellas. Hasta parece que los moabitas pensaban que lo conveniente era que cada casa tuviera su propia cisterna. Su rey Mesá, del siglo X a. E.C., dijo, según se registra en la Piedra Moabita: “No había cisterna en el interior de la ciudad en Qarhoh, por lo que dije a todo el pueblo: ‘¡Haga cada uno de vosotros una cisterna para sí en su casa!’”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, edición de J. B. Pritchard, 1966, pág. 249.) Senaquerib intentó atraer a los habitantes de Jerusalén prometiéndoles que si capitulaban, “[bebería] cada cual el agua de su propia cisterna”. (2Re 18:31; Isa 36:16.)
Las cisternas solían labrarse en la roca. Si esta era sólida y sin grietas, había poco problema de filtraciones, pero en la caliza porosa que cubría gran parte de Palestina era necesario impermeabilizar las paredes interiores con yeso. Las cisternas excavadas en la tierra se revestían con ladrillo o piedra y entonces se enlucían para conseguir paredes sólidas. Estas cisternas comúnmente tenían forma de pera, más anchas en el fondo que en la parte superior; algunas veces la boca tenía solo de 30 a 60 cm. de diámetro. Cuando se modificaban o agrandaban las cuevas naturales para que sirvieran de cisternas, se dejaba que algunas columnas de roca natural apoyaran el techo, o se construían arcos dentro de la cisterna con el mismo propósito, como en unas descubiertas en el Négueb. El agua de lluvia se dirigía hacia el depósito subterráneo por medio de canales hechos en las laderas de las colinas.
Eclesiastés 12:6 se refiere a “la rueda del agua para la cisterna”, pero generalmente el agua se sacaba con la ayuda de jarros suspendidos de cuerdas. El que de vez en cuando se rompieran esos jarros explica que se hayan encontrado fragmentos de cerámica en el fondo de la mayoría de las cisternas. La costumbre primitiva de arrojar tierra en una cisterna que tenía agua con el fin de posar el verdín del agua explica en parte por qué muchas están parcialmente llenas de tierra. Las tapas que se colocaban sobre las aberturas servían hasta cierto grado de protección contra la contaminación del agua y evitaban que las personas o los animales cayeran dentro. El que un cuerpo muerto cayera por accidente dentro de una cisterna no hacía que las aguas fuesen inmundas ceremonialmente; no obstante, el que sacaba el cuerpo muerto sí era inmundo. (Éx 21:33; Le 11:35, 36.) Además, la tapa de la cisterna ayudaba a mantener fresca el agua y a reducir la evaporación. (Jer 6:7.) Algunas cisternas grandes tenían varias aberturas por las que se sacaba el agua, y en cisternas de gran tamaño y profundidad había escaleras que descendían al interior hasta unos 30 m. o más.
Otros usos. En unos cuantos casos las cisternas se usaban para otros propósitos aparte de almacenar agua. Si las cisternas que se hallaban en regiones secas se sellaban contra la humedad, las ratas y los insectos, eran lugares excelentes para almacenar grano, y también podían camuflarse con facilidad para evitar el robo; algunas cisternas que se han encontrado en terrenos donde no hay ninguna fuente natural de agua debieron construirse a propósito como graneros. Por otra parte, a veces se utilizaron cisternas vacías como prisiones. (Zac 9:11.) Los hermanos de José lo arrojaron a una cisterna (Gé 37:20-24), y más tarde se encontró en un “hoyo carcelario” (literalmente, “cisterna”) en Egipto. (Gé 40:15, nota; 41:14.) La décima plaga de Egipto alcanzó “hasta el primogénito del cautivo que estaba en el hoyo carcelario [literalmente, “la casa de la cisterna” o “mazmorra”]”. (Éx 12:29.) A Jeremías se le encarceló en “la casa de la cisterna” o “mazmorra” y más tarde se le arrojó a un pozo fangoso. (Jer 37:16; 38:6-13.) En una ocasión, cuando los israelitas huían de los filisteos, algunos se escondieron en cisternas, y en otra ocasión, la gran cisterna de Asá se convirtió en una tumba para setenta cuerpos. (1Sa 13:6; Jer 41:4-9.) Debido a su naturaleza permanente, algunas cisternas sirvieron de indicadores geográficos. (1Sa 19:22; 2Sa 3:26; 2Re 10:14.)
Uso figurado. En dos pasajes dignos de mención se usa el término “cisterna” en sentido figurado. Jehová dice que los que le abandonan para buscar protección y ayuda en otro lugar dejan en realidad “la fuente de agua viva, para labrarse cisternas, cisternas rotas, que no pueden contener el agua”. (Jer 2:13, 18.) Aconsejando sobre la fidelidad marital, Salomón dijo: “Bebe agua de tu propia cisterna”. (Pr 5:15.)
Apoyo vertical que sirve para sostener ciertas partes de una construcción; pilar o cualquier cosa que por su aspecto se asemeja o es comparable a una columna.
En la antigüedad, algunos pueblos del Oriente Medio erigieron columnas sagradas relacionadas con su religión falsa, las cuales muy probablemente eran símbolos fálicos. Cuando los israelitas entraron en la Tierra Prometida, se les dijo que destruyesen tales columnas sagradas, y se les prohibió erigir columnas de esa clase. (Dt 7:5; 16:22.) Sin embargo, en algunas ocasiones adoptaron prácticas religiosas paganas y erigieron columnas sagradas. (1Re 14:23; 2Re 3:2; véase COLUMNA SAGRADA.)
Aparte del uso impropio de las columnas, un uso que Dios odiaba, en las Escrituras Hebreas se hace mención de columnas o piedras erigidas con una intención conmemorativa. Estas no eran objetos de adoración idolátrica ni tampoco símbolos de órganos sexuales; servían para recordar hechos o acontecimientos históricos.
Jacob levantó columnas de piedra en Betel en dos ocasiones. En ambas lo hizo en reconocimiento del trato especial que Jehová le había dispensado en ese preciso lugar. (Gé 28:18, 19, 22; 31:13; 35:14, 15.) La columna que Jacob colocó sobre la tumba de Raquel debió ser de piedra, y todavía existía en los días de Moisés. (Gé 35:19, 20.) Cuando los israelitas aceptaron las leyes que Moisés había recibido de Dios, el propio Moisés edificó un altar y “doce columnas correspondientes a las doce tribus de Israel”. (Éx 24:4.) Más tarde, Josué dio instrucciones similares con relación a piedras que habían de representar a las tribus, aunque en el relato no reciben el nombre de columnas. Estas le servirían de memoria a Israel, y los padres podrían explicar a sus hijos su significado. (Jos 4:1-9, 20-24.)
Un pacto o una victoria podía señalarse erigiendo una piedra, que a menudo era una columna. (Gé 31:44-53; Jos 24:26; 1Sa 7:10-12.) El rey Saúl ‘se erigió un monumento en Carmelo’ después de su victoria sobre los amalequitas. (1Sa 15:12.) La palabra hebrea que aquí se ha traducido “monumento” por lo general se traduce “mano”, pero también se usa en 2 Samuel 18:18 con relación a la “columna” que Absalón erigió y a la que se conoce como “Monumento de Absalón” (NM, CI, NBE). Por lo tanto, Saúl debió erigir una columna o monumento de victoria. (Compárese con Isa 56:5; véase ABSALÓN.)
Es posible que en la profecía de Isaías 19:19 se haga alusión a una columna levantada como monumento conmemorativo. En esta profecía, escrita en el siglo VIII a. E.C., se habla de acontecimientos posteriores a la destrucción de Jerusalén en 607 a. E.C. Tal como se profetizó en Isaías 19:18, algunos judíos que los babilonios no se habían llevado cautivos huyeron a Egipto y se establecieron en ciudades egipcias. (Jer 43:4-7; 44:1.) Por consiguiente, muchos comentaristas piensan que la promesa de que habría “una columna a Jehová” al lado del límite de Egipto significa que se tendría en cuenta o recordaría a Jehová en Egipto, sea que hubiese allí una columna literal o no. (Compárese con Isa 19:20-22.)
Columnas para la construcción. Las referencias bíblicas y los descubrimientos arqueológicos muestran que en el Oriente Medio se usaban columnas de madera, piedra y ladrillo como soportes arquitectónicos. Las vigas del techo o pisos superiores solían apoyarse en columnas verticales. (Pr 9:1; Jue 16:25, 29; 1Re 7:2.) Las columnas de madera y de ladrillo a veces descansaban sobre bases de piedra. La Casa del Bosque del Líbano de Salomón tenía filas de columnas de madera de cedro que sostenían las vigas de las cámaras superiores. Al parecer, el nombre del edificio obedece bien a la procedencia de la madera de sus columnas, bien al parecido de estas con un bosque. El cercano Pórtico de las Columnas también fue sobresaliente por sus muchas columnas, aunque el registro no especifica ni la cantidad ni el material de que estaban hechas. (1Re 7:1-6; compárese con Eze 40:16, 48, 49.) En el patio del palacio de Asuero se usaron columnas de mármol. (Est 1:6.)
Las dos enormes columnas de cobre que estaban enfrente del pórtico, llamadas “Jakín” y “Boaz”, eran las más notables del templo de Salomón. (1Re 7:15; 2Re 25:17; Jer 52:21; véase CAPITEL.) El New Bible Dictionary (edición de J. Douglas, 1985, pág. 941) comenta que puede que el rey se pusiera de pie al lado de una de estas columnas en ocasiones ceremoniales, pero que no es posible confirmarlo, pues la Biblia solo dice que el rey estaba “de pie junto a su columna a la entrada”. (2Cr 23:13; 2Re 11:14; 23:3.) Cabe la posibilidad de que se pusiera de pie junto a una puerta del patio interior o en cualquier otro lugar elevado para dirigirse al pueblo. ★“Dos grandes columnas con mucho significado” - (8-2022-Pg.12/61-Foto)
En el tabernáculo se utilizaron columnas de menor tamaño: cuatro de madera de acacia para sostener la cortina que separaba el Santo del Santísimo y cinco para sustentar la pantalla de la entrada. (Éx 26:32-37.) Otras sesenta columnas sostenían las colgaduras de lino que había alrededor del patio y la pantalla de la puerta del mismo. (Éx 27:9-16.)
Es posible que el baldaquino de la litera de Salomón se apoyara en pequeñas columnas ornamentales de plata. (Can 3:9, 10.)
Uso figurado. Tanto el material del que están hechas como su función en la construcción hacen de las columnas símbolos apropiados de apoyo fuerte. Pueden ilustrar aquello que sostiene algo con firmeza. A la congregación cristiana se la pudo llamar “columna y apoyo de la verdad” porque sostiene la verdad en contraste con el error religioso. (1Ti 3:15.) De Santiago, Cefas y Juan se decía que “parecían ser columnas” en la congregación primitiva, tal vez porque estaban establecidos sólidamente y eran firmes apoyadores de ella. (Gál 2:9.) Los cristianos que venzan serán hechos columnas en el “templo” de Dios, obteniendo una posición permanente en el edificio espiritual. (Apo 3:12.) La idea de la solidez de las columnas se halla en la alusión que a ellas se hace en la descripción de los pies de un ángel fuerte. (Apo 10:1.) Las piernas del pastor que amaba a la sulamita eran como “columnas de mármol”, hermosas y fuertes. (Can 5:15.)
¿Por cuánto tiempo acompañaron a Israel las columnas de nube y de fuego? Jehová condujo milagrosamente a los israelitas fuera de Egipto y a través del desierto, yendo “delante de ellos durante el día en una columna de nube [...] y durante la noche en una columna de fuego para darles luz, para ir”. (Éx 13:21.) No se trataba de dos columnas, sino de una “columna de fuego y nube” que normalmente tenía la apariencia de una nube durante el día y de fuego durante la noche. (Éx 14:24.) Cuando los egipcios persiguieron a los israelitas, la columna se desplazó hacia atrás, quizás extendiéndose como un muro. (Sl 105:38, 39.) Así se dejó en oscuridad a los egipcios, aunque alumbraba el lado de los israelitas. (Éx 14:19, 20.) La presencia de la columna encima del tabernáculo cuando este se edificó era una señal de que Jehová estaba en su lugar santo. (Éx 40:35.) Esta columna le representaba, y Él habló desde ella. (Nú 14:14; 12:5; Sl 99:7.) Aunque la columna no les indicó el camino más corto, la única forma que tenían de llegar a la Tierra Prometida era dejándose dirigir por ella.
Unas semanas después de salir de Egipto, los israelitas presionaron a Aarón para que les fabricara un becerro de oro. Imagínese la situación. En un sector del campamento se alcanzaba a ver la columna de fuego y nube, la majestuosa prueba de que estaba con ellos su Libertador, Jehová. Pero al mismo tiempo, no lejos de allí, los israelitas estaban adorando a un ídolo sin vida mientras decían: “Este es tu Dios, oh Israel, que te hizo subir de la tierra de Egipto”. (Éxo. 32:4; Neh. 9:18.)
La última vez que se hace mención de esta columna en el contexto histórico fue justo antes de que Israel entrase en la Tierra Prometida. (Dt 31:15.) Una vez que los israelitas se establecieron en la tierra de la promesa, ya no necesitaban una columna que los guiara como durante el tiempo de su vagar por el desierto. (Compárese con Éx 40:38; Isa 4:5.)
¿Quién o qué, dirige nuestra vida?
A veces la columna de fuego que dirigía al pueblo de Israel por el desierto se levantaba de noche y los israelitas tenían que partir tras de ella, también sucedía que los israelitas no les gustaba el lugar donde tenían que acampar, pero la columna se paraba allí y tenían que acampar en ese lugar por indicación de Jehová. Esto también nos enseña que no podemos huir de situaciones, simplemente porque no nos gustan, ni abandonar nuestra pareja porque supuestamente dejamos de amarla. Tenemos que tener en cuenta siempre a Jehová y permitir que Él dirija nuestra vida (Pr. 3:5; Sl 119:105). ★Amor - [Amar es una decisión] |
La expresión hebrea traducida así se refiere básicamente a algo enhiesto. Debió ser un símbolo fálico de Baal o, en ocasiones, de otros dioses falsos. (Éx 23:24; 2Re 3:2; 10:27.) En varios lugares del Oriente Medio se han hallado columnas verticales de piedra que no parecían desempeñar ninguna función arquitectónica. El que se hayan descubierto al lado de objetos de naturaleza religiosa hace suponer que eran columnas sagradas. Algunas de ellas están sin labrar y miden 1,8 m. de altura o más.
Antes de que entraran en la Tierra Prometida, a los israelitas se les ordenó que no erigiesen ninguna columna sagrada y que hiciesen añicos o pedazos las que habían levantado los cananeos. (Éx 34:13; Le 26:1; Dt 12:3; 16:22.) La manera como había que destruirlas indica que probablemente estaban hechas de piedra. Sin embargo, en 2 Reyes 10:26 se habla de quemar las columnas sagradas, lo que da a entender que algunas eran de madera. Puede que en este caso se haga referencia al poste sagrado o aserá. (Véase POSTE SAGRADO.)
Israel desatendió las claras advertencias de Dios dadas por medio de Moisés. Tanto el territorio del reino de Judá como el de las diez tribus llegaron a estar llenos de columnas sagradas. (1Re 14:22, 23; 2Re 17:10.) Sin embargo, los reyes fieles de Judá —Asá, Ezequías y Josías— las hicieron pedazos (2Re 18:4; 23:14; 2Cr 14:3), y cuando Jehú desarraigó la adoración de Baal del reino de diez tribus, se demolió la columna sagrada de ese dios. (2Re 10:27, 28.)
El verbo “edificar” significa construir o hacer una cosa juntando los elementos necesarios. La palabra hebrea para “edificar” es ba·náh. De ella proceden bin·yáh (“casa”; Eze 41:13), bin·yán (“edificio”; Eze 41:12), miv·néh (“estructura”; Eze 40:2) y tav·níth (“modelo”, Éx 25:40; “representación”, Dt 4:16; “plano arquitectónico”, 1Cr 28:11). El verbo griego común para “edificar” es oi·ko·do·mé·ö; el sustantivo oi·ko·do·më significa “edificio”. (Mt 16:18; 1Co 3:9.)
Jehová Dios, en tanto Creador de todas las cosas, es el Edificador por excelencia. (Heb 3:4; Job 38:4-6.) El Logos (la Palabra), que llegó a ser Jesucristo, fue el Obrero Maestro que Dios usó para crear todas las cosas. (Jn 1:1-3; Col 1:13-16; Pr 8:30.) El hombre no tiene la capacidad de crear, sino que ha de construir con materiales ya existentes. Sin embargo, fue creado con la capacidad de planear, manufacturar instrumentos y edificar, capacidad que se puso de manifiesto desde el principio de la historia humana. (Gé 1:26; 4:20-22.)
Caín, el primer hijo de Adán y Eva, es el primer hombre del que la Biblia dice que edificó una ciudad, a la que dio el nombre de su hijo Enoc. (Gé 4:17.) Noé construyó un arca según las instrucciones que recibió de Jehová. (Gé 6:13, 14.) Nemrod, “poderoso cazador en oposición a Jehová”, edificó varias ciudades, a saber, Babel, Erec, Akkad, Calné y también Nínive, Rehobot-Ir, Cálah y Resen. (Gé 10:9-12.)
Durante el tiempo en que los israelitas fueron esclavos en Egipto, edificaron ciudades como lugares de depósito para Faraón, a saber, Pitom y Raamsés. (Éx 1:11.) Cuando Jehová los condujo a la Tierra Prometida, encontraron allí ciudades que los cananeos habían edificado. Los israelitas tomaron y usaron muchas de estas, así como sus casas. (Dt 6:10, 11.)
En el desierto, Moisés supervisó la construcción del tabernáculo y todos sus utensilios, de acuerdo con el modelo que había recibido de Jehová. (Éx 25:9.) Bezalel y Oholiab llevaron la delantera en la obra, pero el espíritu santo de Dios acentuó sus habilidades de modo que todo se hiciera justo como Dios le había mandado a Moisés. (Éx 25:40; 35:30–36:1.)
Cuando David arrebató la ciudad de Jerusalén a los jebuseos, la amplió con muchos edificios, entre ellos, una casa para sí mismo. (2Sa 5:9-11.) Su hijo Salomón fue un edificador de renombre, cuya obra más importante fue el templo de Jehová, quien había inspirado a David los planos arquitectónicos del mismo. (1Cr 28:11, 12.) David había reunido gran parte de los materiales para la edificación del templo: oro, plata, cobre, hierro, madera, piedra y piedras preciosas, algunos contribuidos por el pueblo, y otros, de su propio patrimonio. (1Cr 22:14-16; 29:2-8.) Hiram, el rey de Tiro, actuó con Salomón como había actuado con David, proveyéndole materiales, en especial madera de cedro y enebro, y trabajadores. (1Re 5:7-10, 18; 2Cr 2:3.) El rey Hiram también envió a un hombre llamado Hiram (Hiram-abí), hijo de un hombre tirio y una mujer israelita, artesano experimentado en trabajos de oro, plata, cobre, hierro, piedras, madera y tejidos. (1Re 7:13, 14; 2Cr 2:13, 14.)
Salomón realizó otras grandes obras de construcción, como una casa para sí mismo, la Casa del Bosque del Líbano, el Pórtico de las Columnas y el Pórtico del Trono. La construcción del templo y otros edificios gubernamentales tomó veinte años. (1Re 6:1; 7:1, 2, 6, 7; 9:10.) Después Salomón emprendió un programa de construcción a nivel nacional, que incluyó las ciudades de Guézer y Bet-horón Baja, Baalat y Tamar (Tadmor) en el desierto, así como ciudades de almacenamiento, ciudades de los carros y ciudades para los hombres de a caballo. (1Re 9:17-19.) Excavaciones realizadas en Palestina, en particular en Hazor, Meguidó y Guézer, han desenterrado puertas de ciudades y fortificaciones que los arqueólogos atribuyen a Salomón.
Rehoboam, el hijo de Salomón, destacó como edificador entre los reyes de Israel y Judá. Algunas de sus obras fueron la reedificación de Belén, Etam, Teqoa, Bet-zur, Socó, Adulam, Gat, Maresah, Zif, Adoraim, Lakís, Azeqá, Zorá, Ayalón y Hebrón. También reforzó y aprovisionó los lugares fortificados. (2Cr 11:5-11.) Otros edificadores fueron el rey Baasá de Israel, quien “se puso a edificar a Ramá”; el rey Asá de Judá, que edificó Gueba, en Benjamín, y Mizpá; Hiel el betelita, que perdió a dos hijos cuando reconstruyó Jericó —Abiram, su primogénito, cuando colocó el fundamento, y Segub, el más joven, cuando puso las puertas—, tal como Josué había profetizado (1Re 15:17, 22; 16:34; Jos 6:26), y el rey Acab de Israel, que edificó una casa de marfil, además de varias ciudades. (1Re 22:39.)
El rey Uzías de Judá fue también un gran constructor. (2Cr 26:9, 10.) Demostró ser un buen estratega militar al fortificar Jerusalén con “máquinas de guerra, invención de ingenieros”. (2Cr 26:15.) En unos bajorrelieves que representan la conquista de Lakís por Senaquerib, se ve un tipo de fortificación especial en las torres, que los arqueólogos han atribuido a Uzías.
Jotam también efectuó muchas obras de construcción. (2Cr 27:3, 4.) Más tarde, Ezequías fortificó Jerusalén de forma considerable y cavó un túnel para introducir en la ciudad el agua del manantial de Guihón. (2Cr 32:2-5, 30.) Las personas que visitan Jerusalén en la actualidad todavía pueden ver este túnel.
Después del exilio, Zorobabel viajó de Babilonia a Jerusalén con unos cincuenta mil hombres y empezó a reconstruir el templo de Jehová. La obra terminó el 6 de marzo de 515 a. E.C. Más tarde, en 455 a. E.C. Nehemías llegó de Susa para reconstruir el muro de la ciudad. (Esd 2:1, 2, 64, 65; 6:15; Ne 6:1; 7:1.)
Al rey Nabucodonosor de Babilonia se le conoce principalmente por sus hazañas militares, pero también fue un gran constructor. Edificó varios templos a dioses falsos en Babilonia y también destacó en la construcción de obras públicas. Tanto es así que sus inscripciones no se centran en sus hazañas militares, sino en sus obras de construcción, entre ellas, templos, palacios, calles, diques y muros. Hizo de Babilonia un prodigio del mundo antiguo, pero ninguno de los edificios de esta ciudad podía compararse a los famosos Jardines Colgantes que construyó para mitigar la nostalgia de su reina meda. A esta obra se la consideró una de las siete maravillas del mundo antiguo.
El rey Herodes el Grande reconstruyó el segundo templo de Jehová en Jerusalén. Como los judíos desconfiaban de él, le obligaron a reunir primero todos los materiales y a ir construyendo el nuevo templo a medida que demolía el antiguo. Debido a su desconfianza y a la aversión que tenían a Herodes, los judíos no lo consideraron el tercer templo, aunque así es como se le ha llamado con frecuencia. Para el año 30 E.C. se llevaban cuarenta y seis años de trabajo en el recinto del templo (Jn 2:20), y las obras continuaron por muchos años más. Herodes también hizo una ciudad con un puerto artificial, Cesarea, reconstruyó Samaria y realizó muchas otras construcciones tanto en Palestina como en otras tierras.
Durante su vida en la Tierra, Jesús estuvo relacionado con la construcción, pues trabajó de “carpintero”. (Mr 6:3.)
Los materiales de construcción que se usaban en tiempos bíblicos eran: tierra, madera de varias clases, piedra, piedras preciosas, metales, tejidos, yeso, mortero y betún. También se usaba la cal para enlucir, colorantes para decorar la madera y tintes para los tejidos. En ocasiones se pintaban o esmaltaban los ladrillos. (Véase LADRILLO.)
En la Biblia se mencionan muchos instrumentos y herramientas, como el hacha (Dt 19:5), el martillo (Jue 4:21), el martillo de fragua, el yunque, los clavos (Isa 41:7), la sierra (Isa 10:15), las sierras para piedras (1Re 7:9), el cordel o soga de medir (Zac 1:16; 2:1), la caña de medir (Eze 40:3; Apo 21:15), la plomada (Am 7:7, 8; Zac 4:9, 10), el instrumento de nivelar (2Re 21:13; Isa 28:17), la escofina, el compás (Isa 44:13), el podón (Isa 44:12; Jer 10:3), el cincel (Éx 20:25) y las balanzas (Isa 40:12). ★¿A qué desafíos se enfrentó Herodes cuando quiso remodelar el templo de Jerusalén? - (1-10-2015-Pg.9)
Uso figurado. Se compara a la congregación cristiana a un edificio o templo edificado sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, y del que Cristo Jesús es la piedra angular de fundamento. Se la llama “edificio de Dios”, ‘lugar donde habita Dios por espíritu’. (1Co 3:9; Ef 2:20-22.) Jesús se aplicó el cumplimiento del Salmo 118:22, identificándose como la “piedra” que los líderes religiosos judíos y sus seguidores, los “edificadores”, rechazaron. (Mt 21:42; Lu 20:17; Hch 4:11; 1Pe 2:7.) A los miembros individuales de la congregación se les llama “piedras vivas”. (1Pe 2:5.) A la congregación glorificada, también llamada novia de Cristo, se la representa como una ciudad, la Nueva Jerusalén. (Apo 21:2, 9-21.)
Jesús comparó a sus oyentes a dos tipos de edificadores: el que edifica su personalidad y modo de vivir sobre la masa rocosa de la obediencia a Cristo, por lo que puede resistir las tormentas de la oposición y la tribulación, y el que edifica sobre la arena de la desobediencia, de forma que no le es posible mantenerse en pie cuando sobreviene la presión. (Mt 7:24-27.) En calidad de “director de obras”, el apóstol Pablo también habla de edificar personalidades cristianas. (1Co 3:10-15.) En cierta ocasión Jesús dijo: “Derriben este templo, y en tres días lo levantaré”. (Jn 2:19.) Los judíos pensaron que se refería al templo de Herodes y usaron estas palabras contra él en su juicio, diciendo: “Nosotros le oímos decir: ‘Yo derribaré este templo que fue hecho de manos y en tres días edificaré otro, no hecho de manos’”. (Mr 14:58.) Jesús hablaba en sentido figurado, refiriéndose al “templo de su cuerpo”. Murió y al tercer día fue levantado. (Jn 2:21; Mt 16:21; Lu 24:7, 21, 46.) Su Padre Jehová Dios lo resucitó con otro cuerpo no hecho de manos como el templo de Jerusalén, un cuerpo espiritual hecho (edificado) por Él mismo. (Hch 2:24; 1Pe 3:18.) Este uso de ‘edificar’ o ‘construir’ aplicado al cuerpo no es único, pues el registro bíblico dice sobre la creación de Eva: “Y Jehová Dios procedió a construir de la costilla que había tomado del hombre una mujer”. (Gé 2:22.)
Jesucristo predijo que en los “últimos días” la gente se dedicaría a edificar y a otras ocupaciones propias de la vida, por lo que olvidaría el significado real de los tiempos, tal como en los días de Lot, y que la destrucción les sorprendería absortos en estas actividades. (Lu 17:28-30; véanse ARQUITECTURA; FORTIFICACIONES.)
Mi casa Es Su Casa
Había una vez un viejo carpintero que, cansado ya de tanto trabajar, decidió retirarse y dedicarle tiempo a su familia. Así se lo comunicó a su jefe, y aunque iba a extrañar su salario, necesitaba retirarse y estar con su familia; de alguna forma sobreviviría. Al contratista le entristeció mucho la noticia de que su mejor carpintero se retiraba y le pidió un último favor, que si podía construir una casa más antes de retirarse. El carpintero aceptó la proposición del jefe y empezó la construcción de su última casa pero, a medida que pasaba el tiempo, se dio cuenta de que su corazón no estaba de lleno en el trabajo. Arrepentido de haberle dicho que sí a su jefe, el carpintero no puso el esfuerzo y la dedicación que siempre ponía cuando construía para su jefe y la construyó con materiales de inferior calidad y sin la pasión que lo caracterizaba. Cuando el carpintero terminó su trabajo el contratista vino a inspeccionar la casa. Al terminar la inspección le entregó la llave de la casa al carpintero y le dijo: "Esta es tu casa, mi regalo para ti y tu familia por tantos años de buen servicio". El carpintero sintió que el mundo se le iba… Grande fue la vergüenza que sintió al recibir la llave de la casa, "su casa". Si tan solo el hubiese sabido que estaba construyendo su propia casa, lo hubiese hecho todo de una manera diferente (Col 3:23.) Así también pasa con nosotros. A diario construimos relaciones en nuestras vidas, y en muchas ocasiones ponemos el menor esfuerzo posible para hacer que esa relación progrese. Entonces, con el tiempo es que nos damos cuenta de la necesidad que tenemos de esa relación. Si lo pudiésemos hacer de nuevo, lo haríamos totalmente diferente. Pero no podemos regresar.
Tú eres el carpintero. Cada día martillas un clavo, pones una puerta, o eriges una pared con tus relaciones. Alguien dijo una vez: "La vida es un proyecto que haces tú mismo. Tus actitudes y las selecciones que haces hoy, construyen la casa en la cual mañana tendrás que vivir". |
Revestimiento para paredes y tabiques que solía hacerse de arcilla mezclada con paja. A veces esta mezcla llevaba también cal, cenizas, fragmentos pulverizados de loza, conchas molidas o piedra caliza. (Le 14:42; Eze 13:10-16; Da 5:5; véase ARGAMASA.)
La única mención que se hace en el registro bíblico de una escalera es en Génesis 28:12, donde se usa el término hebreo sul·lám con referencia a una escalera que Jacob contempló en un sueño. El patriarca vio una escalera (o quizás algo que se asemejaba a un tramo ascendente de piedras) que tenía su base en la Tierra y llegaba hasta los cielos. Los ángeles de Dios ascendían y descendían por esta escalera, por encima de la cual había una representación de Jehová Dios. (Gé 28:13.) Esta escalera, con los ángeles sobre ella, muestra la comunicación que existe entre la Tierra y el cielo, así como el hecho de que los ángeles son ministros de Dios en favor de aquellos que tienen su aprobación.
Cuando Jesús dijo a sus discípulos: “Muy verdaderamente les digo: Verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios ascendiendo y descendiendo al Hijo del hombre”, es posible que tuviera presente la visión de Jacob. (Jn 1:51.)
Las escaleras formaban parte del equipo bélico de asedio, y se las representa con frecuencia en las inscripciones egipcias y asirias. En un bajorrelieve de Nínive se ve a los asirios empleando escaleras en el asalto a Lakís.
En tiempos antiguos las escaleras también se utilizaban para otros propósitos, como en la construcción. En la estela de Ur-Nammu aparecen en la construcción de un zigurat. En un bajorrelieve asirio de Tell Halaf, que se cree que data del siglo IX a. E.C., se representa a un hombre subiendo a una palmera con la ayuda de una escalera.
Establecimiento donde se da instrucción. La palabra “escuela” se deriva del griego skjo·lé, cuyo significado primordial es “ocio”, tranquilidad, tiempo libre; por extensión, aquello para lo que se utilizaba el ocio: discusión, conferencia, estudio, erudición.
El Creador colocó sobre los padres la responsabilidad de enseñar a los hijos el verdadero significado de la vida, tanto en sentido físico como espiritual. En el antiguo Israel apartó a la tribu de Leví para la educación religiosa del pueblo. (Véase EDUCACIÓN; MAESTRO; MEDITACIÓN.)
Más tarde llegaron a existir centros de instrucción religiosa avanzada. Por ejemplo, Saulo (Pablo) estudió a los pies de Gamaliel. Los judíos ponían en tela de juicio las aptitudes de cualquiera que enseñara la ley de Dios si antes no había estudiado en sus escuelas. (Hch 22:3; Jn 7:15.)
Pablo presentó discursos en la sinagoga de Éfeso por un período de tres meses, pues las sinagogas eran centros de instrucción. No obstante, cuando algunos se opusieron enérgicamente a las buenas nuevas, dirigió a los discípulos a la sala de conferencias de la escuela de Tirano, donde pronunció discursos todos los días por espacio de dos años. No se especifica el propósito de esa escuela, pero a Pablo se le permitió utilizar sus instalaciones, quizás durante varias horas al día. (Hch 19:8-10.)
Los lugares de reunión de la congregación servían de escuelas, y allí se estudiaban los rollos de las Escrituras Hebreas, así como los escritos de los apóstoles y de los que se asociaban con ellos. Pocos cristianos podían poseer todos los rollos hebreos o copias de todas las cartas cristianas. Por consiguiente, las reuniones brindaban la oportunidad de examinar y considerar a cabalidad las Escrituras. (Col 4:16.) Los cristianos pobres que no poseían otro material en el que escribir textos bíblicos para estudio y uso personal utilizaban ostraca (fragmentos de cerámica). Cuando escuchaban la lectura de las Escrituras o tenían acceso a los rollos en la reunión, los escribían con tinta sobre fragmentos de cerámica. Al mismo tiempo, se seguía instruyendo a toda la familia en el hogar como parte fundamental de la educación cristiana. (Ef 6:4; 1Co 14:35.) Ni los judíos ni los apóstoles cristianos instituyeron ningún sistema de enseñanza especial para niños, como las “catequesis infantiles” de la actualidad. (Véase Escolar.com; Ciencias Galilei.)
¿Qué es el estudio? Es más que una simple lectura superficial; entraña emplear las facultades mentales en el examen cuidadoso o prolongado de cierto tema. Supone analizar lo que se lee, compararlo con lo que ya se sabe y tomar nota de las razones que apoyan lo que se afirma. Cuando estudie, reflexione en las ideas que le resulten nuevas y en cómo aplicar mejor la guía de las Escrituras. Además, pensará en ocasiones en las que ayudar al prójimo valiéndose de lo que ha aprendido. Obviamente, el estudio exige meditación.
Observa y veras
"Se puede aprender algo de cualquier cosa", dijo una vez un maestro a sus alumnos.
"¿Que podemos aprender de un tren?", pregunto dubitativamente un alumno. |
Depósito grande y abierto para recoger y almacenar agua. Los estanques artificiales se excavaban en el terreno o se labraban en la roca. A veces estaban situados dentro de las ciudades y se les conectaba con las fuentes por medio de conductos. Esto aseguraba a los habitantes el suministro de agua incluso en tiempos de sitio. Algunos estanques eran formaciones naturales, por ejemplo, cuevas, que se ampliaban o adaptaban.
Entre los diversos estanques mencionados en las Escrituras están los de Gabaón (2Sa 2:13; véase GABAÓN, GABAONITAS), Hebrón (2Sa 4:12), Hesbón (Can 7:4; véase BAT-RABIM), Samaria (1Re 22:38) y Jerusalén. Algunos han apuntado que los estanques que hizo el congregador (rey Salomón) para regar tal vez sean los que se han hallado al S. de Belén. (Ec 2:6.) El agua de los manantiales cercanos se almacenaba en esos embalses.
Estanques de Jerusalén. El emplazamiento aproximado del estanque del rey Ezequías que estaba junto al conducto que construyó para llevar las aguas de la fuente de Guihón dentro de Jerusalén corresponde con el estanque de Siloam, la actual Birket Silwan, situada en el límite suroccidental de la Ciudad de David. (2Re 20:20; 2Cr 32:30.) Al parecer, el estanque de Siloam del siglo primero (Jn 9:7) se ha encontrado cerca de allí, a unos 100 m. al SSE. de Birket Silwan.
Las referencias bíblicas al “estanque viejo” (Isa 22:11), “estanque superior” (2Re 18:17; Isa 7:3; 36:2) y “estanque inferior” (Isa 22:9) no dan ninguna indicación acerca de su posición exacta con relación a la ciudad de Jerusalén. Por lo general los eruditos creen que el “estanque inferior” (quizás el “Estanque del Canal” mencionado en Ne 3:15) puede identificarse con Birket el-Hamra, en el extremo meridional del valle de Tiropeón. Hay menos consenso en cuanto al emplazamiento del “estanque superior”. (Véase ESTANQUE DEL CANAL.)
Es posible que el “Estanque del Rey” estuviese entre la Puerta de los Montones de Ceniza y la Puerta de la Fuente. (Ne 2:13-15.) Quizás sea el estanque mencionado en Nehemías 3:16.
Concerniente al estanque de Betzata, véase BETZATA.
Estanque de cañas. A diferencia de la palabra hebrea bere·kjáh, que significa “estanque” (por ejemplo, un estanque artificial), la voz `aghám significa “estanque lleno de cañas”, probablemente una acumulación natural de agua en una depresión. (Éx 7:19; 8:5; Sl 107:35; 114:8; Isa 35:7; 41:18.) La profecía que dice que Dios haría de Babilonia “estanques de agua llenos de cañas” indicaba de manera gráfica la desolación que le sobrevendría. (Isa 14:23.)
La palabra hebrea que se traduce “fortificación” tiene el sentido primario de lugar impenetrable, inaccesible. (Compárese con Zac 11:2, nota.) La fortificación de un pueblo era costosa, difícil, y requería un contingente defensivo adecuado, por lo que no todos los pueblos estaban fortificados. Las ciudades más grandes solían estar amuralladas, mientras que los pueblos más pequeños de la región, conocidos como “pueblos dependientes”, no tenían murallas. (Jos 15:45, 47; 17:11.) En caso de una invasión enemiga, los habitantes de estos pueblos podían huir a la ciudad amurallada. Por lo tanto, las ciudades fortificadas servían de refugio para los habitantes de la comarca. También se amurallaban aquellas ciudades que estaban emplazadas en lugares estratégicos para proteger caminos importantes, abastecimientos de agua, rutas de avituallamiento y vías de comunicación.
La fortaleza y la altura de las fortificaciones de muchas de las ciudades de la Tierra Prometida eran de tal envergadura que los diez espías desleales, de los doce enviados por Moisés a la tierra de Canaán, dijeron: “Las ciudades fortificadas son muy grandes” y están “fortificadas hasta los cielos”. Su falta de fe les hizo ver aquellas ciudades como fortalezas inexpugnables. (Nú 13:28; Dt 1:28.)
Las ciudades de las tierras bíblicas por lo general cubrían una superficie de muy pocas hectáreas, aunque hubo algunas de mayor extensión. Las ciudades capitales de imperios como Egipto, Asiria, Babilonia, Persia y Roma fueron excepcionalmente grandes. La ciudad de Babilonia tuvo uno de los sistemas defensivos de tiempos bíblicos más sólidos que se conocen. No solo estaban bien fortificadas sus murallas, sino que además, como estaba situada junto al río Éufrates, disponía de una formidable fosa defensiva, así como de un buen abastecimiento de agua. De ahí que creyese que podía retener indefinidamente a cualquier contingente de cautivos. (Isa 14:16, 17.) No obstante, un golpe estratégico de Ciro el persa le permitió capturarla en una sola noche, pues desvió el curso del Éufrates de tal modo que sus ejércitos pudieron entrar en la ciudad por las puertas de la muralla que daban a la ribera del río. (Da 5:30.)
Se requerían tres elementos básicos para que una ciudad estuviera fortificada: 1) muros que sirviesen de barrera ante el enemigo, 2) armas para que las fuerzas defensoras pudieran luchar con el fin de repeler a los atacantes y 3) un suministro de agua adecuado. Los víveres podían almacenarse durante el tiempo de paz, pero era esencial una fuente de agua constante y accesible para que una ciudad resistiese un sitio sin importar lo que durase.
Fosos y antemurales. Algunas ciudades estaban rodeadas por un foso lleno de agua, en especial si había cerca un río o un lago. Como ejemplos notables están: Babilonia, junto al Éufrates, y No-amón (Tebas), junto a los canales del Nilo. (Na 3:8.) Cuando no había grandes suministros de agua en las inmediaciones, solía construirse un foso seco, como en el caso de Jerusalén, que fue reedificada con un foso. (Da 9:25.)
Con la tierra extraída de la excavación del foso, se levantaba junto a este un antemural o “baluarte”. (2Sa 20:15.) En algunas ocasiones, este antemural estaba revestido de piedra y formaba un glacis, o pendiente, que ascendía hasta el muro, edificado sobre el antemural. El foso descubierto por los arqueólogos en las defensas occidentales de la ciudad de Hazor tenía 80 m. de ancho en la parte superior y 40 m. en la parte inferior. Tenía más de 15 m. de profundidad, y la altura del antemural que se elevaba desde su parte superior era la misma (aproximadamente 15 m.). Esto hacía que, midiéndolo desde el fondo del foso, la parte superior del antemural estuviese a unos 30 m. de altura. Encima de este se levantaba el muro de la ciudad. (Compárese con Sl 122:7.)
Era muy difícil subir por un antemural de estas características, sobre todo con arietes, por lo que el ejército atacante construía una rampa, o “cerco de sitiar”, por la que hacían subir los arietes. (2Sa 20:15; véase ARIETE.) La anchura del foso debilitaba considerablemente la eficacia de los arqueros del ejército agresor, y disparar hacia arriba desde esa posición era poco efectivo. Por otra parte, los constructores de la rampa estaban continuamente a tiro desde las murallas de la ciudad, bajo una lluvia de flechas, piedras y, en ocasiones, teas encendidas. No todas las ciudades tuvieron foso o antemural, siendo su único elemento defensivo sus muros.
Muros. Después del foso y el antemural, el muro era el siguiente elemento defensivo. Algunos muros y torres disponían de lugares protegidos para el emplazamiento de los soldados, así como de cuartos de almacenaje y escaleras para acceder a la parte superior. Los muros estaban hechos de grandes piedras —algunas gigantescas—, ladrillos y tierra; en los más antiguos las piedras se colocaron sin argamasa, aunque con el tiempo se fue generalizando su uso. La argamasa se hacía de modo parecido a los ladrillos: se pisaba el barro con los pies, mezclándolo con agua. De no seguir este procedimiento, se hubiese agrietado y el muro de defensa hubiese quedado debilitado. (Compárese con Eze 13:9-16; Na 3:14.)
Era frecuente construir una muralla interior de mayor altura y otra exterior algo más baja, a veces separadas entre sí por un foso. En torno a la muralla exterior se construían bastiones, redondos o cuadrados, y se remataba el borde superior de la muralla con una construcción dentada, un almenaje que servía a los arqueros de protección contra las piedras y flechas enemigas, al mismo tiempo que les permitía disparar por entre sus huecos. Los bastiones sobresalían de la muralla de tal modo que los arqueros situados en ellos podían dirigir el ataque desde los flancos que quedaban a ambos lados y disparar a derecha e izquierda contra las fuerzas enemigas que intentasen escalar el muro o abrir una brecha en él.
El muro interior era más sólido y ancho. Después de la invención de los contundentes arietes, en particular los que emplearon los asirios, se empezaron a construir muros mucho más fuertes y anchos que pudiesen resistir los embites de esas devastadoras máquinas de guerra. En Tell en-Nasbeh (Mizpá [?]) se encontró un muro de piedra cuya anchura tenía por término medio un grosor de 4 m. y una altura de 12 m. La parte superior estaba coronada por un almenaje, como casi todas las murallas que protegían las ciudades. ★¿Existía un muro literal entre judíos y gentiles, según Efesios 2:11-15? - (1-7-2008-Pg.21)
Torres y puertas. En los muros interiores se edificaban torres (además de las que se hallaban en los muros exteriores). Eran más altas que el muro, y a veces sobresalían hasta 3 m. por encima de él. Estaban almenadas en la parte superior, y algunas veces tenían aberturas por debajo del almenaje para la conveniencia de los arqueros y de los que arrojaban piedras. El que las torres sobresaliesen del muro —como también ocurría con los bastiones— y nunca estuviesen colocadas a más de dos tiros de flecha de distancia, y por lo general mucho más cerca, permitía que los defensores dominasen toda la zona a lo largo del muro. En la parte superior de la torre había un saliente que tenía aberturas en el suelo, de manera que los disparos de los arqueros, las piedras y las teas podían dirigirse directamente hacia abajo a los invasores. En las Escrituras se mencionan en muchas ocasiones estas torres. (Ne 3:1; Jer 31:38; Zac 14:10.) Las torres también servían de puestos para los atalayas, desde donde podían ver acercarse al enemigo a gran distancia. (Isa 21:8, 9.)
Generalmente, en la parte más elevada de la ciudad se edificaba la ciudadela. Esta tenía un torreón y sus propios muros, aunque no eran tan fuertes como los que rodeaban la ciudad. La ciudadela era la última fortaleza de refugio y resistencia. Cuando los soldados enemigos abrían una brecha en los muros de la ciudad, tenían que luchar por las calles de esta para alcanzar la torre. Así era la torre de Tebez, que atacó Abimélec después de capturar la ciudad y donde una mujer le rompió el cráneo al arrojar una piedra superior de molino sobre su cabeza. (Jue 9:50-54.)
Aparte de estas torres (heb. migh·dál; plural, migh·da·lím), otras se construyeron en lugares solitarios y sirvieron de ‘puestos de vigilancia’, con el fin de proteger pozos y abastecimientos de agua, caminos, líneas fronterizas y vías de comunicación o de avituallamiento. El rey Uzías de Judá se distinguió, entre otras cosas, por haber construido torres en Jerusalén y en el desierto, las cuales parece que se levantaron con el fin de proteger las cisternas de agua que hizo construir para abrevar su ganado. (2Cr 26:9, 10.) En el Négueb se han encontrado varias de estas torres.
La parte más vulnerable del sistema defensivo de una ciudad eran sus puertas, por lo que eran los puntos que más encarnizadamente se defendían en caso de ataque. Solo se construían las puertas que fuesen necesarias para el tránsito de los habitantes que entraban y salían de la ciudad durante el tiempo de paz, y solían hacerse de madera o de madera y metal, a veces forradas íntegramente de metal para que resistiesen el fuego. En las excavaciones arqueológicas se han encontrado puertas totalmente carbonizadas, lo que indica que fueron incendiadas con el fin de derribarlas y penetrar en la ciudad. (Véase PUERTA, PASO DE ENTRADA.)
Entre los reyes de Judá que se destacaron por la construcción de fortificaciones se hallan: Salomón, quien hizo construir “ciudades fortificadas con muro, puertas y barra”; el rey Asá, que edificó ciudades con “muros alrededor, y torres, puertas dobles y barras”, y Uzías, que construyó “torres en el desierto” y “máquinas de guerra” en Jerusalén. (2Cr 8:3-5; 14:2, 6, 7; 26:9-15.)
Fortificaciones erigidas por el ejército que estaba al asedio. A veces, el ejército que estaba al asedio erigía sus propias fortificaciones en torno a su campamento, con el fin de protegerse de las incursiones del ejército sitiado o de ataques organizados por los aliados de la ciudad asediada. Estos campamentos fortificados solían ser circulares u ovalados y por lo general tenían murallas y torres almenadas. Para la construcción de estas fortificaciones, solía cortarse el arbolado de varios kilómetros a la redonda de la ciudad. No obstante, en la ley que Jehová dio a los israelitas se les prohibió cortar árboles frutales con este propósito. (Dt 20:19, 20.)
Fortificaciones de estacas puntiagudas.
Cuando Jesucristo predijo la destrucción de Jerusalén, indicó que sus enemigos edificarían alrededor de ella una “fortificación de estacas puntiagudas” o “empalizada”. (Lu 19:43, Int.)
Esta es la única vez que se usa la palabra griega kjárax en las Escrituras Griegas Cristianas. Significa “poste” o “estaca afilada que se usaba para cercar una zona”. También puede referirse a una construcción militar hecha con estacas o a una empalizada. Las palabras de Jesús se cumplieron en el año 70, cuando las tropas romanas, comandadas por Tito, levantaron un muro de asedio o empalizada alrededor de Jerusalén. Así, Tito logró tres objetivos: impedir el suministro de alimentos, evitar que los judíos huyeran y obligarlos a rendirse.
El historiador Josefo confirma el cumplimiento exacto de esta profecía. Tito quiso edificar una fortificación para evitar que los judíos saliesen de la ciudad, y de esta manera provocar su rendición o, si esta no se llegaba a producir, hacer más fácil la toma de la ciudad debido al hambre que habría de producirse. Sus argumentos triunfaron y el ejército se organizó para encargarse del proyecto: las legiones y las divisiones más pequeñas del ejército compitieron unas con otras para finalizar la tarea, y los soldados se apresuraron a fin de agradar a sus superiores. Con el fin de proveer materiales para la construcción de esta fortificación, la región rural alrededor de Jerusalén, unos 16 Km. a la redonda, fue despojada de sus árboles. De manera asombrosa, según Josefo, los más de 7 Km. de fortificación se terminaron en solo tres días, una empresa que normalmente hubiera requerido varios meses. Fuera del muro de esta fortificación se construyeron trece lugares para guarniciones, y su circunferencia combinada era de unos dos kilómetros. (La Guerra de los Judíos, libro V, cap. XII, secs. 1, 2, 4.)
Descubrimientos arqueológicos. El rey Salomón, que mantuvo el interés en la construcción que manifestó su padre David, se destacó por sus obras de edificación. Aparte de haber dirigido la construcción del magnífico templo de Jehová levantado en Jerusalén, Salomón reforzó las murallas de la ciudad y construyó fortificaciones en Meguidó, Hazor y Guézer. Para llevar a cabo las obras de excavación en estos lugares, los arqueólogos se orientaron por el comentario de 1 Reyes 9:15, que dice: “Ahora bien, esta es la relación de los que fueron reclutados para trabajo forzado, una leva que el rey Salomón hizo para edificar la casa de Jehová y su propia casa y el Montículo y el muro de Jerusalén y Hazor y Meguidó y Guézer”. Hallaron que las puertas de estas tres últimas ciudades obedecían a un mismo diseño: tenían 17 m. de anchura, y la entrada, flanqueada por dos torres cuadradas, conducía a un vestíbulo de 20 m. de largo que tenía tres recámaras a cada lado; tenían cierto parecido con las puertas del templo de la visión de Ezequiel. (Eze 40:5-16.)
Justo encima de las murallas que Salomón hizo construir en Meguidó y en Hazor, se levantaron otras murallas, posiblemente bajo la dirección de Acab. Estas eran más gruesas y consistentes que las anteriores, tal vez debido a que en ese tiempo ya estaban en uso los pesados arietes asirios.
El abastecimiento de agua de Meguidó se hallaba en una cueva natural ubicada en la estribación occidental del montículo sobre el que se había edificado la ciudad. Con el fin de conducir el agua a la ciudad, se hizo perforar un pozo que bajaba a unos 30 m. de profundidad, 22 m. de los cuales se cortaron en la roca viva, hasta llegar a la altura de la fuente. A ese nivel se perforó un túnel horizontal con una ligera pendiente. Su recorrido era de unos 67 m. hasta alcanzar la fuente misma de agua. El ligero desnivel que había entre la fuente y el tope del pozo vertical hacía que el agua llegara a la ciudad por el efecto de la fuerza de gravedad. Se tapió la entrada natural a la fuente con una gruesa pared.
El túnel que Ezequías hizo construir con el fin de proteger el curso de agua que fluía desde Guihón —un túnel de unos 533 m. de longitud cortado en la roca por el que se hacía llegar el agua a Jerusalén— fue una obra de ingeniería aún mayor que la anterior, y gracias a ella la ciudad pudo resistir un largo asedio. (2Cr 32:30.)
Era frecuente construir cisternas, bien públicas o privadas, para abastecer de agua a una ciudad durante períodos de asedio. En una estela que estuvo en Dibón, en la tierra de Moab, (actualmente, en el Louvre de París) erigida por el rey Mesá de Moab, se halla la siguiente inscripción: “También construí sus puertas y construí sus torres y construí la casa del rey, e hice sus dos albercas para el agua en el interior de la ciudad. Y no había cisterna en el interior de la ciudad en Qarhoh, por lo que dije a todo el pueblo: ‘¡Haga cada uno de vosotros una cisterna para sí en su casa!’”.
Usos simbólicos. Como las torres que había en el desierto eran los lugares de refugio más seguros en varios kilómetros a la redonda, Proverbios 18:10 dice con propiedad: “El nombre de Jehová es una torre fuerte. A ella corre el justo, y se le da protección”. También son significativas las palabras que se hallan en el Salmo 48: “En sus torres de habitación [de Sión] Dios mismo ha llegado a ser conocido como altura segura. [...] Marchen ustedes alrededor de Sión, y vayan a la redonda de ella, cuenten sus torres. Fijen su corazón en su antemural. Inspeccionen sus torres de habitación, para que puedan relatarlo a la generación futura”. (Compárese con Heb 12:22.) Esto sería especialmente significativo para los judíos que mirasen hacia arriba, a la gran plaza fuerte de Jerusalén con sus poderosos muros de defensa, la cual se elevaba a mayor altura que casi cualquier otra capital importante de la historia humana. Por medio del profeta Zacarías, Jehová se refirió a sí mismo como “un muro de fuego todo en derredor” de Jerusalén. De esta manera da a su pueblo seguridad alentadora de que aunque los muros de piedra pueden ser derribados, Él mismo es realmente la defensa de sus siervos. (Sl 48:3, 11-13; Zac 2:4, 5.)
La base o infraestructura sobre la que se erige un edificio y que sirve para distribuir por igual sobre el suelo el peso de este. Como la fuerza y solidez de un edificio dependen en gran parte de la fortaleza de su fundamento, se tiene que ejercer mucho cuidado al colocarlo. Los buenos fundamentos eran muy importantes en Palestina, no solo para resistir las fuertes lluvias, vientos e inundaciones, sino también los terremotos, pues esta es una región de actividad sísmica. Un buen número de los términos hebreos que se traducen “fundamento” provienen de la raíz ya·sádh, que significa “fundar, colocar el fundamento, fijar sólidamente”. (Isa 23:13; 51:13; Sl 24:2.) El término griego correspondiente, que en Hechos 16:26 se emplea literalmente, es the·mé·li·os.
Cuando el Gran Edificador, Jehová, respondió a Job desde la tempestad de viento, comparó la Tierra a un edificio. (Job 38:4-7.) Aunque la Tierra cuelga sobre la nada, tiene, por decirlo así, fundamentos duraderos a los que no se les hará tambalear, debido a que las leyes inmutables que gobiernan el universo la mantienen firmemente en su lugar, y el propósito de Dios concerniente a la Tierra ha permanecido inalterado. (Job 26:7; 38:33; Sl 104:5; Mal 3:6.) Por otro lado, la injusticia y la desobediencia a la ley de Dios en realidad derriban los fundamentos que dan estabilidad a la Tierra, haciendo que los fundamentos de la tierra figurativa (la gente y sus sistemas establecidos) tambaleen. (Sl 82; 11:3; Pr 29:4.)
No se debe confundir la colocación de los fundamentos de la tierra con la “fundación [“un echar [simiente]”. Gr.: ka·ta·bo·lés.] del mundo”. Del comentario de Jesús en Lucas 11:48-51 se desprende que Abel vivió al tiempo de la fundación del mundo, que se refiere a la humanidad, no al planeta Tierra, cuyo fundamento había sido colocado mucho tiempo antes. (Véanse ABEL núm. 1; MUNDO.)
La colocación de un fundamento al parecer era una ocasión de gozo. Cuando se colocó el ‘fundamento de la Tierra’, los ángeles gritaron en aplauso. También hubo una efusión de gran regocijo cuando se colocaron los fundamentos del templo de Zorobabel, aunque los que habían contemplado la gloria del templo anterior cedieron a las lágrimas. (Job 38:4, 6, 7; Esd 3:10-13.)
Al igual que Salomón había usado grandes y costosas piedras labradas para el fundamento del templo, Dios colocó una preciada piedra de fundamento para la “casa espiritual”, de la que los seguidores ungidos de Jesús son “piedras vivas” y el propio Jesús, la piedra angular de fundamento. Sobre el fundamento de los apóstoles y profetas cristianos se coloca a todos los demás componentes de la clase de los santos, para edificar un “lugar donde habite Dios por espíritu”. Jehová mismo escoge a todas las “piedras” que conforman esta casa espiritual. (1Pe 2:4-6; Ef 2:19-22; véase PIEDRA ANGULAR.)
Es muy apropiado que las doce piedras de fundamento simbólicas de la Nueva Jerusalén, que llevan los nombres de los doce apóstoles del Cordero, sean piedras preciosas. (Apo 21:14, 19, 20.) La Nueva Jerusalén descrita en Revelación está compuesta por los 144.000 comprometidos con el novio. La “Jerusalén celestial” mencionada en Hebreos 12:22 está formada por 144.001, siendo este “uno” el novio, el Rey. Esta última es la ciudad con fundamentos verdaderos que Abrahán esperaba. (Heb 11:10.) Por consiguiente, los libros bíblicos de Hebreos y Revelación muestran que hay una estrecha relación entre la “Jerusalén celestial” y la Nueva Jerusalén.
Como Jesús había trabajado durante su existencia prehumana al lado de su Padre como obrero maestro colocando los fundamentos de la Tierra, apreciaba plenamente el valor de un fundamento sólido, como se observa en su ilustración del varón discreto que ahondó y colocó el fundamento de su casa sobre la masa de roca, mientras que el varón necio edificó su casa sobre la arena, de modo que sufrió graves pérdidas. (Pr 8:29, 30; Mt 7:24-27; Lu 6:47-49.) De igual manera, cuando Pablo comparó la tarea de hacer cristianos con el trabajo de edificar, subrayó la importancia de edificar con materiales incombustibles sobre el fundamento que ha sido colocado, a saber, Jesucristo, con el fin de no ‘sufrir pérdida’. (1Co 3:10-15; Ef 3:17.)
Pablo también comparó ciertas enseñanzas bíblicas primarias a un fundamento, y animó a los hebreos a que, habiendo aprendido la doctrina primaria acerca de Cristo, no permanecieran estáticos, sino que se esforzaran por alcanzar la madurez. (Heb 6:1, 2; véanse CASA; TIERRA.)
Fundación del mundo ★Juan 17:24 “Antes de un echar [simiente]”. Gr.: pro ka·ta·bo·lés. La palabra griega que aquí se traduce “fundación” también se usa en Hebreos 11:11, donde se traduce “concebir” porque aparece junto a la palabra descendencia. Aquí, en la expresión “fundación del mundo” Gr.: ka·ta·bo·lés, parece referirse al momento en el que Adán y Eva tuvieron hijos. Jesús relaciona “la fundación del mundo” con Abel, probablemente el primer ser humano digno de ser redimido y de ser inscrito “en el rollo de la vida desde la fundación del mundo” (Lu 11:50, 51; Apo 17:8). Estas palabras que dijo Jesús en oración también confirman que, mucho tiempo antes de que Adán y Eva tuvieran hijos, Dios ya amaba a su Hijo unigénito.
Cámara diseñada para procesar diversos materiales. Los hornos de calcinación de tiempos antiguos se usaban para cocer ladrillos, hacer cerámica y preparar cal. La palabra hebrea kiv·schán solo se refiere a los hornos de calcinación, no a otras clases de hornos. (Véase HORNO.)
En vista de los logros anteriores al Diluvio en la forja de herramientas de cobre y de hierro (Gé 4:22), es probable que los hornos de calcinación también se emplearan desde los albores de la historia del hombre. Aunque no se mencionan directamente, debieron usarse en los días de Nemrod, pues cuando después del Diluvio se dispusieron a edificar la ciudad de Babel y su torre en la tierra de Sinar, dijeron: “¡Vamos! Hagamos ladrillos y cozámoslos con un procedimiento de quema”. (Gé 11:3.) Las ruinas de la antigua Babilonia demuestran que ya en aquella época se usaban ladrillos cocidos en hornos de calcinación. Esos resistentes ladrillos se usaban en los muros chapeados de las estructuras más importantes y para enladrillar suelos. Algunas de las casas excavadas en Ur (donde vivió Abrahán) tienen el piso inferior de ladrillos y el superior, de adobes, que, aunque no eran tan duraderos como los ladrillos, eran más económicos, fáciles de fabricar y resistentes en climas secos. (Véase LADRILLO.)
Los hornos de calcinación egipcios para alfarería se asemejaban a una chimenea cónica, con una placa perforada entre el hogar, que estaba debajo, y la cámara de cocción, que estaba arriba. Las piezas de alfarería se colocaban en esta cámara antes de encender el combustible. La cocción correcta del horno de calcinación era un secreto profesional entre los alfareros egipcios, y se requería destreza para conseguir el acabado deseado de los productos. El tiro producido por el aire que corría con fuerza desde el hogar hacia arriba por el conducto de humos, conducía el fuego a través de la placa perforada y alrededor de las piezas de alfarería antes de salir por la chimenea.
Como preparación para el sexto azote contra Egipto y su orgulloso Faraón, Jehová les dijo a Moisés y Aarón: “Llévense ambas manos llenas de hollín de un horno, y Moisés tiene que aventarlo hacia los cielos a la vista de Faraón”. En cumplimiento de estas instrucciones, “tomaron el hollín de un horno y estuvieron de pie delante de Faraón, y Moisés aventó el hollín hacia los cielos, y este se convirtió en diviesos con ampollas, que les salieron a hombre y bestia”. (Éx 9:8-10.)
Los hornos de calcinación palestinos descubiertos en Meguidó miden 2,5 por 3 m. y tienen forma de u. En los hornos de este tipo el hogar está situado en el centro de la curva. El tiro, que entraba por debajo de la puerta del hogar, empujaba las llamas hacia las dos cámaras de cocción y las hacía salir por los dos conductos de humos situados en la parte de atrás del horno de calcinación.
Hornos de cal. Los hornos de cal se usaban en la antigua Palestina debido a la abundancia de piedra caliza. En tiempos más recientes se han construido en aquella región hornos de cal en las laderas de las colinas, aprovechando la colina como pared trasera. Se han construido con piedras sin labrar y sin mortero, rellenando los espacios entre las piedras con arcilla, y con una ancha boca encima. Después de llenar el interior con piedra caliza triturada, se encendía un fuego con leña en la base del horno. La fuerte corriente que entraba por un conducto situado en la parte baja del horno hacía subir las llamas a través de la piedra caliza, y la calentaba hasta que se convertía en cal. Este proceso solía durar varios días. (Véase CAL.)
La primera referencia bíblica directa a un horno de calcinación se encuentra en Génesis 19:28. En este texto se utiliza el humo denso de un horno para describir la escena que Abrahán vio cuando miró abajo, hacia las incendiadas Sodoma y Gomorra, y observó que “humo denso ascendía de la tierra como el humo denso de un horno de calcinación”.
Cuando los israelitas se reunieron en la base del monte Sinaí para ‘encontrarse con el Dios verdadero’, fueron testigos oculares de un estremecedor espectáculo, pues “el monte Sinaí humeaba por todas partes, debido al hecho de que Jehová había descendido sobre él en fuego; y su humo seguía ascendiendo como el humo de un horno de calcinación, y toda la montaña estaba temblando muchísimo”. (Éx 19:18.)
La traducción de 2 Samuel 12:31 que dan algunas Biblias (BR; DK; Mod; TA; Val, 1909) parece indicar que David hizo que los cautivos ammonitas ‘fueran arrojados a los hornos de ladrillos’, pero el sentido del texto hebreo, corrigiendo solo una letra, parece ser que “los hizo servir en la fabricación de ladrillos” (NM, NC, BJ).
Horno destinado a 1) fundir minerales y 2) derretir metales previamente fundidos a fin de vaciarlos en moldes o calentarlos para la forja. En tiempos bíblicos este tipo de horno se construía de ladrillo o piedra. En Tell Qasileh, en las afueras de Tel Aviv-Yafo, y en Tell Jemmeh (Tel Gamma), al S. de Gaza, se han hallado hornos circulares para fundir cobre que se cree que datan de la época de los jueces. Estos hornos estaban equipados con grandes conductos hechos de adobe diseñados para conducir el aire a la cámara de fuego. Los crisoles de barro, con cobre dentro, se colocaban encima de las losas de piedra, que a su vez estaban puestas sobre las cenizas del fuego que se producía en el interior del horno.
Nabucodonosor arrojó a un horno de fuego a los tres fieles compañeros hebreos de Daniel debido a que rehusaron inclinarse ante la imagen de oro que había erigido. (Da 3.) El registro no dice si era un horno común.
De manera figurada, se comparó a Egipto, que sometió a Israel a un severo yugo de esclavitud, a un horno de hierro. (Dt 4:20.) El derramamiento de la ira de Dios sobre la casa de Israel también se asemeja a la licuación del metal en un horno. (Eze 22:18-22.) Véanse otros usos de la palabra en sentido comparativo o ilustrativo en Proverbios 17:3; 27:21; Salmo 12:6. (Véanse HORNO; HORNO DE CALCINACIÓN; REFINAR, REFINADOR.)
Acción o ceremonia con la que se da principio solemne a una cosa, edificio, lugar o servicio público. La voz “inaugurar” se traduce del verbo hebreo ja·nákj, del que se deriva el sustantivo januk·káh y del griego en·kai·ní·zö, que significa fundamentalmente “hacer nuevo, o innovar”, como se haría con un acto de dedicación. La palabra hebrea né·zer, con la que se hace referencia a la santa señal de dedicación, se considera en el artículo DEDICACIÓN.
Cuando se puso en vigor el pacto de la ley mosaica, fue iniciado solemnemente con ceremonias propias para la ocasión, que incluyeron sacrificios de animales y la rociadura de sangre sobre el altar, sobre el libro y sobre el pueblo. El apóstol Pablo hizo referencia a este acontecimiento como el acto con el que se inauguró ese pacto. (Éx 24:4-8; Heb 9:18-20.)
Con las palabras “ni el pacto anterior fue inaugurado [forma del gr. en·kai·ní·zö] sin sangre” (Heb 9:18) Pablo indica que el nuevo pacto fue puesto en vigor de manera similar: inaugurado por la muerte de Jesús, su resurrección y ascensión a los cielos, para presentar allí el valor de su vida humana y más tarde derramar espíritu santo sobre sus discípulos. Habiendo sido resucitado en espíritu, Jesucristo podía entrar en el “lugar santo” verdadero (los cielos donde está presente Jehová) y con su sacrificio de rescate hacer posible que sus seguidores ungidos también entrasen allí. Por lo tanto, podía decirse que inició, abrió o inauguró el camino a los cielos que otros emprenderían tiempo después. (Heb 10:19, 20.)
También leemos de ceremonias solemnes en el desierto relacionadas con las ofrendas de los principales de las tribus en la inauguración del altar del tabernáculo. (Nú 7:10, 11, 84-88.) Hubo una asamblea especial para la inauguración del templo de Salomón y su gran altar para los sacrificios. (1Re 8:63; 2Cr 7:5, 9.)
Cuando se reedificó el templo bajo la dirección de Zorobabel después del exilio en Babilonia, hubo ceremonias solemnes de inauguración en las que se sacrificaron centenares de animales. (Esd 6:16, 17.) Posteriormente, bajo la dirección de Nehemías se restauraron los muros alrededor de la reedificada Jerusalén, y de nuevo hubo una esmerada fiesta de inauguración, con dos numerosos coros de acción de gracias que participaron en alabar a Jehová. (Ne 12:27-43.)
Aparte de estas impresionantes ceremonias nacionales de inauguración, la Biblia menciona la costumbre de estrenar o inaugurar una casa o vivienda (Dt 20:5), y en el encabezamiento del Salmo 30, atribuido a David, se llama a este salmo “Canción de inauguración de la casa”.
Cuando Nabucodonosor terminó de levantar la gran imagen de oro en la llanura de Dura, llamó a todos los sátrapas, prefectos, gobernadores, consejeros, tesoreros, jueces, magistrados policiacos y administradores de los distritos jurisdiccionales para que presenciaran la impresionante ceremonia inaugural con la que pretendía unir a todos sus súbditos en un mismo acto de adoración. Los tres jóvenes hebreos, que también estuvieron presentes, rehusaron tomar parte en este acto de idolatría nacional y abjurar de su adoración a Jehová. (Da 3:1-30.)
Hasta el día actual, los judíos celebran todos los años en el mes de diciembre la fiesta que llaman de Hanuká. Esta celebración rememora la inauguración (heb. januk·káh) del templo con motivo de la limpieza que hizo Judas Macabeo en 165 a. E.C., después de la profanación de Antíoco IV Epífanes. (Jn 10:22; véase FIESTA DE LA DEDICACIÓN.)
Masa de arcilla o barro endurecido utilizada para la construcción. En las tierras bíblicas se ha usado tanto el adobe como el ladrillo (heb. leve·náh) desde tiempos remotos. Los edificadores de la antigua Babel no hallaron piedra en las proximidades del lugar que escogieron para levantar su ciudad, de modo que usaron ladrillos en vez de piedra, y betún en lugar de argamasa. Al parecer, los cocieron en hornos, es decir, los endurecieron “con un procedimiento de quema”. (Gé 11:3.) En el antiguo Egipto, los israelitas esclavizados trabajaron en la fabricación de adobes. La situación se hizo más difícil cuando se les mandó que ellos mismos recogiesen la paja y aun así produjesen la misma cantidad de adobes. (Éx 5:7-19.) En la Tierra Prometida, los israelitas continuaron usando adobes para la construcción, aunque parece que preferían la piedra. (Isa 9:10.) A pesar de que en las montañas de Palestina abunda la piedra, en algunas zonas hay muy poca de buena calidad. Por consiguiente, en las tierras bajas, en ciudades como Jericó y Ezión-guéber, no solo usaron ladrillo para los muros de la ciudad, sino también para las viviendas. En algunos lugares de Siria y Palestina las casas se construyen actualmente en parte con piedras labradas y el resto con adobes, y se emplea la piedra labrada para los muros que quedan más expuestos a las tormentas invernales.
En el proceso de fabricación de ladrillos o de adobes, primero se quitaban del barro o la arcilla las sustancias extrañas, y después se mezclaba con paja cortada en trozos muy pequeños u otras materias vegetales. Este procedimiento queda corroborado por un comentario hallado en un documento del antiguo Egipto, el Papiro Anastasi, que dice: “No había quien moldeara ladrillos ni había paja en el vecindario”. (Life in Ancient Egypt, de A. Erman, 1894, pág. 117.) Aunque en Egipto también se han hallado ladrillos sin paja, parece más bien una excepción, que no permite suponer que cuando los israelitas tuvieron que conseguir paja para hacer adobes, los hicieran sin ella. Gracias a pruebas realizadas en años recientes se ha podido comprobar que la mezcla de paja con arcilla facilita la manipulación de la masa y triplica la resistencia del ladrillo o del adobe que se hace con ella.
Preparada la mezcla de barro o arcilla y paja, se humedecía con agua, se amasaba con los pies y luego se moldeaba a mano o se comprimía en moldes cuadriláteros de madera (heb. mal·bén; Na 3:14). Es posible que espolvorearan los moldes con tierra seca para sacarlos con facilidad. Mientras todavía estaba húmedo, solían sellarlo con la marca del monarca reinante. A continuación lo cocían en un horno o, en su defecto, se dejaba como adobe.
En Babilonia era común cocer los ladrillos en hornos, y estos ladrillos eran los que por lo general se empleaban en la construcción de las murallas de la ciudad y en las paredes y suelos de los palacios. A veces se empleaban adobes para el tabicaje o en la construcción de muros muy gruesos, alternándolos con ladrillos. En cambio, parece que en Egipto, Asiria y Palestina predominó el uso del adobe, si bien el ladrillo era de calidad superior, pues el primero tendía a deshacerse cuando había inundaciones y a encogerse bajo el intenso calor del verano. Sin embargo, parece que en casos muy concretos dieron muy buen resultado, como en Ezión-guéber, cuyas edificaciones han permanecido en pie durante siglos. (Véase HORNO DE CALCINACIÓN.)
El uso generalizado del adobe explica por qué ha permanecido oculto durante siglos el emplazamiento de algunas ciudades antiguas. Los adobes desmoronados de las ciudades formaron montículos de tierra de aspecto muy parecido al del terreno circundante. En Palestina y Siria esos montículos con frecuencia contienen las ruinas de varias ciudades.<
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Los ladrillos o los adobes variaban considerablemente en forma y tamaño. La forma rectangular era la más común en Egipto, aunque para la construcción de los arcos se empleaba un ladrillo con forma de cuña. El ladrillo egipcio tenía de 36 a 51 cm. de largo, de 15 a 23 cm. de ancho y de 10 a 18 cm. de alto. En Babilonia se han hallado ladrillos cuadrados, oblongos, triangulares y de cuña. Sin embargo, los ladrillos de épocas posteriores, como los del tiempo de Nabucodonosor, por lo general eran cuadrados y medían unos 30 cm. de lado.
El comentario que se hace en Isaías sobre hacer humo de sacrificio sobre los ladrillos, bien pudiera referirse al tipo de pavimento del lugar donde se ofrecían los sacrificios o a los ladrillos que se colocaban en los tejados. (Isa 65:3.)
Objeto fabricado y compuesto por un conjunto de piezas ajustadas entre sí que se usa para facilitar o realizar un trabajo determinado, generalmente transformando una forma de energía en movimiento o trabajo.
Forma castellanizada de la palabra hebrea que por lo general se emplea en la Biblia para designar la jamba de la puerta. Mezu·záh y la forma plural mezu·zóhth aparecen en Éxodo 12:7 (nota), 22, 23, donde se habla de salpicar la sangre de la víctima pascual sobre las jambas de la puerta, y en Éxodo 21:6, que presenta el caso de un esclavo que deseaba continuar al servicio de su amo, por lo que se le acercaba a la puerta, o a “la jamba de la puerta”, y allí su amo le horadaba la oreja con un punzón. También hay referencias a las jambas del templo construido por Salomón (1Re 6:31, 33; 7:5) y las del templo simbólico que Ezequiel vio en su visión. (Eze 41:21; 45:19; 46:2.)
El término castellanizado “mezuzá” designa en la actualidad un pedazo rectangular de pergamino que contiene el texto hebreo de Deuteronomio 6:4-9 y Deuteronomio 11:13-21, por lo general escrito en veintidós líneas. El pergamino se enrolla y se coloca en el interior de una caja de madera, metal o vidrio, que los judíos ortodoxos colocan en la jamba derecha de las puertas de sus casas en posición inclinada, con la parte superior mirando hacia adentro y la parte inferior hacia afuera. La palabra hebrea Schad·dái (que significa “Todopoderoso”) se escribe en el dorso del pergamino, y en muchas ocasiones puede observarse a través de un cristal de la caja que contiene la mezuzá. A veces la mezuzá está decorada artísticamente. Cuando los judíos ortodoxos devotos entran o salen de una casa, tocan la mezuzá con la mano y rezan: “Que Dios guarde mi salida y mi entrada desde ahora y para siempre”. (Compárese con Sl 121:8.)
El uso de la mezuzá es consecuencia de una interpretación literal del mandato registrado en Deuteronomio 6:9 (nota) y 11:20.
Obra pública de arquitectura, escultura o grabado, que se realiza para perpetuar el recuerdo de una persona o hecho memorable. La Biblia menciona algunos, aunque no siempre se les llama monumentos.
Jehová se le apareció a Jacob en una visión nocturna (1781 a. E.C.) para confirmarle que iba a heredar el pacto hecho con Abrahán. A fin de conmemorar este suceso, Jacob tomó la piedra que le había servido de almohada, la erigió a modo de columna y la ungió con aceite. Luego llamó al lugar Betel. (Gé 28:10-19.) Unos veinte años más tarde, Jacob y Labán, tras celebrar un pacto de paz, levantaron una columna y un majano en la región montañosa de Galaad para que les recordaran su compromiso. (Gé 31:25, 44-52.) Cuando Jehová introdujo a Israel en la Tierra Prometida (1473 a. E.C.), se erigieron dos monumentos en el lugar donde cruzaron el Jordán, uno en medio del lecho del río y el otro en la orilla occidental, en Guilgal. Estos debían servir para conmemorar el milagro que les permitió cruzar, y cuando en el futuro sus hijos les preguntaran qué representaban, sus padres tenían que contarles lo que Jehová había hecho por Su pueblo. (Jos 4:4-9, 20-24.)
Tras su victoria sobre los amalequitas, el rey Saúl ‘se erigió un monumento’ (heb. yadh). (1Sa 15:12.) El término hebreo yadh, que por lo general se traduce “mano”, también puede significar “monumento”, pues al igual que una mano alzada capta la atención, un monumento dirige la atención de la gente hacia cierta cosa.
El Monumento (heb. yadh) de Absalón era, al igual que tantos otros, una columna. Absalón lo erigió en la llanura baja del Rey, no muy lejos de Jerusalén, porque, como dijo: “No tengo hijo para que se conserve en recuerdo mi nombre”. (2Sa 18:18.) Sin embargo, en la actualidad no se sabe nada acerca de ese monumento aparte de lo que dice la Biblia. No debe confundirse con la tumba del valle de Cedrón llamada de la misma manera, pues, si bien la tradición eclesiástica la atribuye a Absalón, su estilo arquitectónico es del período grecorromano. (Véase ABSALÓN.)
Al igual que el traidor Absalón, los eunucos no tenían ninguna esperanza de tener descendencia que perpetuase su nombre. Sin embargo, si, a diferencia de Absalón, eran fieles a Jehová, Él les concedería “algo mejor que hijos e hijas”. Jehová prometió: “Les daré en mi casa y dentro de mis muros un monumento [heb. yadh] y un nombre [...]. Un nombre hasta tiempo indefinido les daré, uno que no será cortado”. (Isa 56:4, 5; compárese con Pr 22:1.)
Las lápidas también se erigían como recordatorios, como, por ejemplo, la que señalaba “la sepultura del hombre del Dios verdadero” que predijo lo que Josías haría con el altar de Betel. (2Re 23:16-18; 1Re 13:1, 2.)
Construcciones de albañilería que pueden servir de barrera, delimitar un terreno o formar un cercado. Siempre que el hombre ha construido casas y ciudades, ha levantado muros de muy diversos materiales, diseños y propósitos. El tamaño y la consistencia de un edificio depende en buena medida de la construcción y los materiales utilizados en los muros.
Los muros del palacio de David eran de piedra labrada. (2Sa 5:11.) De igual manera, los muros exteriores del templo de Salomón eran de piedra de cantería, y su interior se revistió parcialmente con madera de cedro. (1Re 6:2, 7, 15.) A su vez, estos paneles interiores de madera estaban ornamentados con entalladuras y revestidos de oro. (1Re 6:29; 1Cr 29:4; 2Cr 3:4, 7.) El interior de los muros del palacio de Belsasar estaba enlucido. (Da 5:5.) En los hogares de la gente corriente, los muros por lo general eran de construcción muy sencilla, bien de adobes, piedras sin labrar o de una estructura de madera que después se enlucía. En ocasiones los muros se blanqueaban. (Hch 23:3.)
Los muros de las ciudades. En tiempos antiguos el temor hizo que las personas levantaran muros protectores alrededor de las ciudades grandes, con el fin de evitar las invasiones enemigas. (1Re 4:13; Isa 25:12.) En caso de ataque, los habitantes de los pequeños “pueblos dependientes” de los alrededores (Nú 21:25) también se refugiaban dentro de la ciudad amurallada. En lo que tenía que ver con los derechos de los propietarios de casas, la ley mosaica hacía una distinción legal entre los pueblos amurallados y los que no tenían muro. (Le 25:29-31.) Los muros no solo constituían una barrera física entre las viviendas de la ciudad y el enemigo, sino que también suministraban una posición elevada desde la que los defensores podían protegerlos para que el enemigo no los socavara ni abriera brecha en ellos por medio de arietes. (2Sa 11:20-24; 20:15; Sl 55:10; Can 5:7; Isa 62:6; Eze 4:1, 2; 26:9.) Por eso las fuerzas atacantes a veces construían muros de asedio como protección, y se colocaban detrás de ellos para asaltar los muros de la ciudad. (2Re 25:1; Jer 52:4; Eze 4:2, 3; 21:22; véase FORTIFICACIONES.)
Otros muros. A menudo se construían muros de piedra para cercar las viñas o los campos y para formar corrales o rediles para las ovejas. (Nú 22:23-25; Pr 24:30, 31; Isa 5:5; Miq 2:12; Hab 3:17.) Asimismo, había muros de contención a lo largo de las terrazas de las laderas de las colinas. (Job 24:11.) Estos muros eran bastante permanentes, y estaban construidos con piedras del campo sin labrar, en algunas ocasiones colocadas con barro o argamasa.
Muros simbólicos. En las Escrituras a veces se mencionan los muros en sentido figurado, como representación de protección y seguridad (1Sa 25:16; Pr 18:11; 25:28), o como símbolo de separación. (Gé 49:22; Eze 13:10.) En este último sentido, Pablo escribió a los efesios: “Porque él [Cristo] es nuestra paz, el que hizo de los dos grupos uno solo y destruyó el muro de en medio que los separaba”. (Ef 2:14.) “Muro del medio”. Una alusión al muro (o barrera de celosía) de la zona del templo que impedía que los adoradores gentiles no santificados entraran en los patios interiores, que eran accesibles únicamente a los adoradores judíos santificados. Según la Misná (traducida por Danby, 1950, p. 592), se llamaba “el Soreg” a la barrera. Se dice que este muro era de 1,3 m (4,3 pies) de altura. Véase Ap. 9F.. Pablo estaba bien familiarizado con “el muro de en medio” del patio del templo de Jerusalén, en el que había una señal de advertencia para que nadie que no fuera judío pasase al otro lado, bajo pena de muerte. Sin embargo, aunque cuando Pablo escribió a los efesios en el año 60 ó 61 E.C. posiblemente aludió a él de manera ilustrativa, en realidad no quiso decir que el muro literal hubiese sido demolido, pues todavía estaba en pie. Más bien, el apóstol pensaba en el pacto de la Ley, que había sido como un muro, porque mantuvo separados a los judíos de los gentiles durante siglos. Sobre la base de la muerte de Cristo, ocurrida casi treinta años antes, aquel “muro” simbólico había sido demolido, “Hizo de los dos grupos uno solo” o “de las dos cosas una sola”.
A Jeremías se le dijo que sería como un muro fortificado de cobre contra aquellos que se le opusieran. (Jer 1:18, 19; 15:20.) En otra ilustración se representa al pueblo de Dios morando en una ciudad sin muros literales, y por lo tanto aparentemente indefensos, disfrutando de paz y seguridad gracias a la ayuda invisible de Dios. (Eze 38:11.) Desde otro punto de vista, una ciudad fuerte sería aquella que tuviera a Jehová como un “muro de fuego” (Zac 2:4, 5), o que tuviera ‘muros de salvación’ puestos por Jehová, más bien que simples muros hechos de piedra o ladrillo. (Isa 26:1.) Se dice que la “santa ciudad, la Nueva Jerusalén”, que desciende del cielo, tiene un “muro grande y encumbrado” de jaspe, cuya altura es de 144 codos, o unos 64 m., y doce piedras de fundamento, doce piedras preciosas que tienen grabados los nombres de los doce apóstoles. (Apo 21:2, 12, 14, 17-19.)
Que orina contra la pared. La expresión de desdén “nadie que orina contra la pared” (1 Rey. 14:10; 21:21; 2 Rey. 9:8), era una expresión idiomática hebrea, obviamente despectiva, con la que se aludía a los varones, y por eso algunas traductores simplemente vierten la expresión “todo hijo de madre.” ★Nadie que orina contra lo pared - (1-7-1997-Pg.15-Nota)
Casa destinada para residencia de los reyes; edificio de grandes dimensiones y generalmente suntuoso que sirve de residencia a un gran personaje, sea un rico o un noble. (Da 4:4; Lu 11:21.) Una de las palabras hebreas para palacio es heh·kjál, y a menudo se aplicó al templo como morada del Señor Soberano Jehová. (1Sa 1:9; 1Re 6:3; Esd 5:14; Da 5:3.) Los palacios de la antigüedad solían ser fortalezas semejantes a castillos, con muros almenados y puertas macizas. (Ne 1:1; Est 1:2.) Los espaciosos patios y lujosos jardines privados, habituales en los palacios, daban esplendor real y belleza a sus terrenos. (Est 1:5.)
La Biblia menciona los palacios de Asiria (Na 1:1; 2:6), Babilonia (2Re 20:18; 2Cr 36:7; Isa 39:7; Da 1:4; 5:5) y Persia (Esd 4:14; Est 7:7, 8). Se dice que los de Babilonia eran “palacios de deleite exquisito”. (Isa 13:22.) No obstante, uno de los palacios más espléndidos del mundo antiguo, a juzgar por la impresión que le causó a la reina de Seba, fue el que edificó Salomón. (1Re 10:4, 5.)
Palacio de Salomón Erigido sobre el monte Moria, al S. del templo, solo fue una de las diversas construcciones gubernamentales de esta zona, que en conjunto tardaron en construirse unos trece años. En este complejo real se encontraban los siguientes edificios: “la Casa del Bosque del Líbano”, “el Pórtico de las Columnas” y el “Pórtico del Trono”. Además del palacio del rey, también había una casa especial para la hija de Faraón, una de las muchas esposas de Salomón. (1Re 7:1-8.)
La descripción que tenemos del palacio de Salomón es muy breve comparada con los detalles del templo palaciego. Sin embargo, el tamaño de las piedras de fundamento indica que tuvo que ser una estructura impresionante. La longitud de estas piedras era en algunos casos de 8 codos (3,6 m.) y en otros, de 10 codos (4,5 m.); su anchura y grosor debieron ser proporcionales, por lo que pesaría muchas toneladas. Los muros estaban formados por piedras costosas labradas cuidadosamente conforme a medidas específicas, tanto en la superficie interior como en la exterior. (1Re 7:9-11; compárese con Sl 144:12.)
Cuando en el Salmo 45 el salmista hizo referencia al “magnífico palacio de marfil”, tal vez tuviera presente la decoración y el mobiliario del palacio de Salomón. El escritor inspirado de Hebreos aplica las palabras de este salmo a Jesucristo, el Rey celestial. (Sl 45:8, 15; compárense los vss. 6 y 7 con Heb 1:8, 9; Lu 4:18, 21.)
Palacio del Gobernador El término griego prai·tó·ri·on (del lat. praetorium) designa la residencia oficial de los gobernadores romanos. Poncio Pilato interrogó a Cristo Jesús en el palacio del gobernador de Jerusalén, y en su patio los soldados romanos se burlaron de él. (Mr 15:16; Jn 18:28, 33; 19:9.) Algunas autoridades han identificado el palacio del gobernador con la Fortaleza Antonia, pero otras se inclinan por el palacio que edificó Herodes el Grande. En apoyo de este último punto de vista se han presentado las siguientes razones: 1) Según Filón, filósofo judío del primer siglo (Sobre la embajada ante Cayo, 306, XXXIX), el palacio de Herodes se llamaba “la residencia de los gobernadores”, y fue allí donde el gobernador Pilato colgó escudos en honor de Tiberio César. 2) El historiador judío Josefo informa que el procurador Gesio Floro hizo de ese palacio su cuartel. (La Guerra de los Judíos, libro II, cap. XIV, sec. 8.) 3) El palacio de Herodes en Cesarea se usaba como palacio del gobernador de aquella ciudad. (Hch 23:33-35.)
El palacio de Herodes que se encontraba en Jerusalén estaba situado en el ángulo noroccidental de la parte alta o meridional de la ciudad. Según la descripción de Josefo, estaba rodeado por murallas de 30 codos (13 m.) de alto, cuyas torres se distribuían a distancias iguales. Intramuros tenía peristilos, patios y arboledas. Los salones estaban amueblados lujosamente con objetos de oro, plata y mármol. Había dormitorios con cabida para cien personas. (Antigüedades Judías, libro XV, cap. IX, sec. 3; La Guerra de los Judíos, libro V, cap. IV, sec. 4.)
Casas de reyes Cuando Jesús habló de los que vivían en “casas de reyes”, es posible que sus oyentes pensaran en los lujosos palacios construidos por Herodes el Grande (Mt 11:8; Lu 7:25). En la foto se ven los restos de una parte del palacio de invierno que construyó en Jericó. El edificio tenía un área de recepción con columnas que medía 29 por 19 m (95 por 62 ft), patios con columnas rodeados de muchas habitaciones, y una casa de baños con un sistema de calefacción y refrigeración propio de la época. Junto al palacio había un jardín de varios niveles. Es posible que este palacio se quemara durante una revuelta que ocurrió unas décadas antes de que Juan el Bautista comenzara su ministerio. Fue reconstruido por Arquelao, el hijo de Herodes.
Cuando Jesús nació, lo pusieron en un pesebre, en el que lo vieron los pastores que recibieron el anuncio angélico de su nacimiento. (Lu 2:7, 12, 16.) La palabra griega que aquí se traduce por “pesebre” es fát·në, que significa “comedero” (compárese con Lu 13:15), y puede aplicar también a una cuadra o a un establo. El término hebreo `e·vús suele significar “pesebre”, y en la Septuaginta griega se tradujo con la palabra fát·në, igual que otros tres términos hebreos que en español se han vertido “pesebres” (2Cr 32:28), “cercados” (Hab 3:17) y “forraje” (Job 6:5).
Los arqueólogos han hallado en Palestina grandes bloques de piedra caliza ahuecados en forma de pilón de unos 90 cm. de largo, 50 cm. de ancho y 60 cm. de profundidad, y que según se cree servían de pesebres. También es posible que, al igual que en tiempos más recientes, los pesebres se labrasen en los mismos muros de roca de las cuevas que se usaban para cobijar a los animales.
Piedra que hace esquina en un edificio, juntando y sosteniendo dos paredes. Por lo general son bloques rectangulares, que se solapan de modo que ambas paredes quedan entrelazadas. La principal piedra angular era la piedra angular de fundamento o piedra base (del latín: Primarii Lapidis) además de sostener la estructura, da terminación a su forma. Solía escogerse una que fuera especialmente fuerte para los edificios públicos y los muros de la ciudad. La piedra angular de fundamento se usaba como guía al ir colocando las otras piedras en su lugar, y se alineaba con la ayuda de una plomada. Para que el edificio quedase bien construido, había que ajustar todas las demás piedras con respecto a la piedra angular de fundamento. A veces las piedras angulares de fundamento eran de gran tamaño, y también servían para unir entre sí las diferentes partes de una estructura.
Otra piedra angular importante era la “cabeza del ángulo” o piedra clave. (Sl 118:22.) Con esta expresión al parecer se hacía referencia a la piedra más alta y por tanto la que coronaba una estructura. Por medio de ella los dos muros que se juntaban en esa esquina se mantenían unidos en la parte superior, de modo que no se separasen y se derrumbase la estructura.
Hubo gozo y alabanza a Jehová en el momento en que se colocó el fundamento del templo en los días de Zorobabel. (Esd 3:10, 11.) Además, se predijo que cuando Zorobabel ‘sacara la piedra de remate’, se gritaría con respecto a ella: “¡Qué encantadora! ¡Qué encantadora!”. (Zac 4:6, 7.) En cambio, a Babilonia le aguardaba aflicción y devastación, pues Jehová predijo: “Y la gente no tomará de ti una piedra para una esquina ni una piedra para fundamentos, porque yermos desolados hasta tiempo indefinido es lo que llegarás a ser”. (Jer 51:26.)
Uso figurado y simbólico. Jehová preguntó a Job con respecto al fundamento de la Tierra: “[¿]Quién colocó su piedra angular[?]”. De este modo se compara a la Tierra, el lugar donde reside el hombre y donde ha levantado muchos edificios, a un edificio gigantesco con su piedra angular. Su fundamento, que no podía atribuirse al hombre porque aún no se había creado a la humanidad, hizo que los “hijos de Dios” gritaran en aplauso. (Job 38:4-7.)
Algunas versiones emplean “piedra(s) angular(es)” para traducir el término hebreo pin·náh, cuyo significado básico es “ángulo”, pero que también se aplica de forma metafórica a un principal como “ángulo” de defensa o apoyo, es decir, como un hombre clave. De ahí que en Isaías 19:13 algunas traducciones utilicen “rincón” (Fer), “ángulo” (Scío), “esquinas” (Val, 1909), “piedra(s) angular(es)” (BAS, FS, LT y otras) y “baluarte” (BR, TA), mientras que otras emplean “jefes” (BJ, CI, VP y otras) y “notables” (NBE), de modo que concuerdan con la Traducción del Nuevo Mundo, que opta por “hombres clave”. (CR, la nota lee: “Sus sabios. Sus príncipes. Su senado. Sus columnas”. Véase también Jue 20:2; 1Sa 14:38; Zac 10:4, donde el hebreo dice literalmente “las torres de las esquinas”, es decir, hombres importantes o fundamentales, jefes.) Esta aplicación que se hace del “ángulo” a un hombre clave resulta significativa cuando tomamos en cuenta la utilización de la “piedra angular” en la profecía mesiánica.
En las Escrituras se llama a Jesucristo “la piedra angular de fundamento” de la congregación cristiana, pues a esta se la compara con una casa espiritual. Jehová profetizó por medio de Isaías, que Él colocaría como fundamento en Sión “una piedra, una piedra probada, el precioso ángulo de un fundamento seguro”. (Isa 28:16.) Pedro citó esta profecía y la aplicó a Jesucristo, la “piedra angular de fundamento” sobre la que se edifican los cristianos ungidos individuales como “piedras vivas” a fin de que lleguen a ser una casa espiritual o templo para Jehová. (1Pe 2:4-6.) De manera similar, Pablo mostró que a los miembros de la congregación cristiana se les había edificado “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular de fundamento”, en unión con quien el edificio entero, unido armoniosamente, “va creciendo para ser un templo santo para Jehová”, un lugar donde Él pueda habitar por espíritu. (Ef 2:19-22.)
El Salmo 118:22 revela que la piedra que los edificadores rechazaron “ha llegado a ser cabeza del ángulo” (heb. ro´sch pin·náh). Jesús citó y se aplicó esta profecía a sí mismo como “la principal piedra angular” (gr. ke·fa·lé gö·ní·as, cabeza del ángulo). (Mt 21:42; Mr 12:10, 11; Lu 20:17.) Tal como la piedra que corona un edificio, Jesucristo es la piedra de remate de la congregación cristiana de ungidos, semejante a un templo espiritual. Pedro también aplicó el Salmo 118:22 a Cristo, indicando que era “la piedra” rechazada por los hombres, pero escogida por Dios para ser “la cabeza del ángulo”. (Hch 4:8-12; véase también 1Pe 2:4-7.)
En las Escrituras Hebreas, la palabra para pórtico, `eh·lám (o `u·lám), no se utiliza con referencia a las casas privadas. Es difícil determinar si las casas israelitas tenían algún tipo de pórtico o porche. Los restos arqueológicos de algunas casas de Meguidó indican que estaban construidas alrededor de un patio y que “una habitación de la planta baja servía de vestíbulo”. (The Biblical Archaeologist, mayo de 1968, págs. 46, 48.) El término `eh·lám se emplea en las Escrituras con referencia a: dos de los edificios públicos que construyó Salomón, la parte frontal del templo de Salomón y ciertas partes de los pasos de entrada y del templo que se le mostró a Ezequiel en visión.
Pórtico de las Columnas. Uno de los edificios oficiales que Salomón construyó en el recinto del templo algún tiempo después de haber terminado este. (1Re 7:1, 6.) En vista de que la mención de este lugar aparece entre los comentarios acerca de la Casa del Bosque del Líbano y el Pórtico del Trono, es muy posible que el Pórtico de las Columnas estuviese al S. del templo y entre esos dos edificios oficiales. Por consiguiente, alguien que procediese del S. podía cruzar o rodear la Casa del Bosque del Líbano, entrar en el Pórtico de las Columnas y cruzarlo para entrar en el Pórtico del Trono.
Tenía 50 codos (22,3 m.) de longitud y 30 codos (13,4 m.) de anchura. Su mismo nombre da a entender que consistía en hileras de columnas imponentes. Primero de los Reyes 7:6 menciona que había otro pórtico enfrente con columnas y un cobertizo. Esto tal vez signifique que primero se llegaba a un pórtico que tenía un cobertizo sostenido por columnas. Este daba directamente al Pórtico de las Columnas propiamente dicho. Si las dimensiones dadas solo aplican al Pórtico de las Columnas, entonces no hay constancia del tamaño de la parte con cobertizo.
Es posible que este edificio fuera una gran entrada para el Pórtico del Trono. También pudo ser el lugar de trabajo del rey y donde recibía a los visitantes.
Pórtico del Trono. Edificio que construyó Salomón una vez terminado el templo. (1Re 7:1, 7.) El “pórtico de juicio” al que se hace referencia en el texto parece ser sinónimo del “Pórtico del Trono”. De modo que el “Pórtico del Trono” probablemente fue el lugar donde Salomón colocó su trono adornado con marfil y oro, en el que se sentaba para juzgar. (1Re 10:18-20.)
La descripción completa de este edificio es: “Hizo el pórtico de juicio; y lo cubrieron por dentro con madera de cedro desde el suelo hasta las vigas superiores”. (1Re 7:7.) El texto masorético dice concretamente “de suelo a suelo”, por lo que hay quien cree que había madera de cedro desde el suelo de este edificio hasta el suelo del Pórtico de las Columnas, mencionado en el versículo precedente. Sin embargo, la Versión Peshitta siriaca dice “desde el suelo al techo”, y la Vulgata latina, “desde el suelo hasta la parte superior”. Por lo tanto, la mayoría de los traductores opinan que la madera de cedro era algún tipo de espléndido revestimiento de madera que iba desde el suelo del pórtico hasta sus vigas o techo (BAS, BJ, DK, NM, Val y otras). Aunque faltan otros detalles arquitectónicos, esta descripción indica que el edificio no tenía ningún lado abierto y con columnas, como al parecer tenían el Pórtico de las Columnas y la Casa del Bosque del Líbano.
Puesto que el Pórtico del Trono se menciona inmediatamente después del Pórtico de las Columnas, es posible que este último edificio se utilizara como entrada principal del Pórtico del Trono. Una persona que llegara desde el S. tendría que atravesar el Pórtico de las Columnas para entrar en el pórtico de juicio.
El templo de Salomón. Aunque las partes principales del templo eran los compartimientos Santo y Santísimo, enfrente del Santo (hacia el E.) había un pórtico imponente que servía de entrada al templo. Tenía 20 codos (8,9 m.) de longitud (a lo largo de la anchura del templo), 10 codos (4,5 m.) de anchura (1Re 6:3) y 120 codos (53,4 m.) de altura. En 2 Crónicas 3:4 se hace referencia a la altura del pórtico al hablar de otras medidas para la casa, medidas aceptadas generalmente y que concuerdan con las de Primero de los Reyes. (Compárese 2Cr 3:3, 4 con 1Re 6:2, 3, 17, 20.) Así pues, el pórtico tendría la apariencia de una torre alta y rectangular que sobresalía muy por encima del resto del edificio del templo. Delante del pórtico se alzaban las dos columnas macizas de cobre llamadas “Jakín” y “Boaz”. (1Re 7:15-22; 2Cr 3:15-17.) El pórtico también tenía puertas (el rey Acaz las cerró, pero más tarde su hijo Ezequías las abrió y reparó). (2Cr 28:24; 29:3, 7.) Especialmente por la mañana, cuando el sol naciente brillaba directamente sobre él, el pórtico elevado del templo debe haber ofrecido una vista impresionante.
La visión que Ezequiel recibió del templo. En la visión que Ezequiel tuvo del santuario del templo se mencionan bastantes pórticos. El edificio mismo del templo tenía un pórtico en la parte de enfrente (hacia el E.), al igual que el templo de Salomón. Sin embargo, este pórtico tenía 20 codos (10,4 m.) de longitud y 11 codos (o 5,7 m.) de anchura; la altura no se especifica. (Estas medidas están basadas en el codo largo, de aproximadamente 51,8 cm.; véase Eze 40:5, nota.) Tenía columnas, algunas de ellas laterales, y había “un cobertizo de madera sobre el frente del pórtico afuera”, probablemente cerca de la parte superior. (Eze 40:48, 49; 41:25, 26.) Además, cada uno de los tres pasos de entrada exteriores (viniendo desde el E., el S. y el N.) tenían incorporado un pórtico con ventanas de marcos que se enangostaban. Parece ser que cuando se subía por las escaleras hasta el paso de entrada, se cruzaba por tres cámaras de la guardia a cada lado, y luego, al cruzar un umbral, se llegaba al pórtico antes de entrar en el patio exterior. (Eze 40:6-17.) Cada uno de los tres pasos de entrada interiores también tenía un pórtico, que posiblemente se encontraba muy próximo a la entrada de la puerta, nada más subir los escalones. En el pórtico del paso de entrada que daba al N. había cuatro mesas para degollar el holocausto. (Eze 40:35-42.)
La palabra hebrea be´ér, que se traduce “pozo”, por lo general designa un hoyo o agujero hecho en el suelo para aprovechar un suministro natural de agua. El término be´ér aparece en algunos nombres de lugares, como: Beer-lahai-roí (Gé 16:14), Beer-seba (Gé 21:14), Beer (Nú 21:16-18) y Beer-elim (Isa 15:8). Esta palabra también puede significar otro tipo de “pozo” (Gé 14:10), y en los Salmos 55:23 (“hoyo”) y 69:15 (“pozo”) parece referirse a la sepultura. Se utiliza de manera metafórica para hacer referencia a una esposa o una mujer amada. (Pr 5:15; Can 4:15.) En Proverbios 23:27, donde a la mujer extranjera se la asemeja a un pozo angosto, el término posiblemente hace alusión al hecho de que el obtener agua de un pozo angosto suele plantear dificultades, pues los jarros de barro se rompen fácilmente contra sus costados. (Véase FUENTE, MANANTIAL.)
Los pozos han sido de gran importancia desde tiempos muy remotos en las tierras donde la estación seca es muy larga, en especial en las regiones desérticas. El que alguien usara un pozo sin autorización antiguamente se consideraba una violación de los derechos de propiedad. (Nú 20:17, 19; 21:22.) La escasez de agua y el trabajo implicado en excavarlos hizo que los pozos se convirtieran en una posesión valiosa. En diversas ocasiones surgieron disputas violentas y contiendas por causa de ellos. Por esta razón, en una ocasión el patriarca Abrahán dejó establecido formalmente que cierto pozo de Beer-seba era suyo. (Gé 21:25-31; 26:20, 21.) Sin embargo, después de su muerte los filisteos no hicieron caso de los derechos que tenía su hijo y heredero Isaac, y cegaron todos los pozos que habían cavado los siervos de su padre Abrahán. (Gé 26:15, 18.)
Los pozos por lo general tenían alrededor un brocal y estaban cubiertos con una gran piedra, sin duda para que no entrase suciedad y evitar que animales o personas cayeran en ellos. (Gé 29:2, 3; Éx 2:15, 16.) Cerca de algunos pozos había pilones o canales para abrevar los animales domésticos. (Gé 24:20; Éx 2:16-19.) Por las colinas de Palestina se excavaron pozos en la piedra caliza, y muchas veces se labraban en la roca peldaños que llevaban hasta el agua. Para sacar agua de algunos pozos, había que descender a su interior y sumergir una vasija directamente en ella. Sin embargo, cuando el agua estaba a mucha profundidad, solía sacarse por medio de un pozal de cuero (Nú 24:7) o un jarro de barro (Gé 24:16) suspendido de una cuerda.)
En tiempos bíblicos, algunos pozos tenían una profundidad de más de 30 metros y la gente tenía que bajar por una escalera para ‘sacar’ agua. ¡Era una tarea difícil! El ‘sacar’ las intenciones del corazón de una persona pudiera ser igual de difícil (Pr 20:5).
Sal de ese pozo
Hay varios personajes en la Biblia que estuvieron en pozos, algunos por fuerzas mayores, pero otros lo hacemos voluntariamente. Algunos de los métodos para no caer en ese pozo voluntariamente o salir de el si ya estamos dentro, son los siguientes:
1. Acepta el amor incondicional de Dios y confía en Él.
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Solían cercarse los huertos y las viñas con plantas espinosas para protegerlos de los ladrones y los animales. (Isa 5:5.) Las Escrituras emplean la expresión “[poner] un seto” en sentido figurado para denotar la provisión de protección. (Job 1:10.) Por otra parte, ‘cercar’ se usa para designar la acción de colocar obstáculos o levantar barreras con el propósito de dejar a un individuo o a una nación en situación indefensa y desamparada, sin ninguna salida. (Job 3:23; Os 2:6; compárese con Job 19:8; Lam 3:7-9.) Miqueas escribió con referencia a la corrupción moral que existía entre los israelitas de su día, que ‘el más recto de ellos era peor que un seto de espinos’, por lo que este tiene de punzante, hiriente y perjudicial. (Miq 7:4.)
Edificio o local (que los griegos llamaron thé·a·tron) donde se representaban dramas, tragedias, comedias, danzas y espectáculos musicales. En el teatro solían representarse obras inmorales que los cristianos fieles evitaban (Ef 5:3-5), y también se utilizaba como lugar de asamblea pública.
Los compañeros de viaje de Pablo fueron llevados al teatro de Éfeso cuando el platero Demetrio incitó a una chusma contra estos misioneros cristianos. Aunque el apóstol estaba dispuesto a presentarse ante el pueblo reunido en el teatro, los discípulos y “hasta algunos de los comisionados de fiestas y juegos, que eran amigables con él”, le disuadieron de hacerlo. (Hch 19:23-31.)
En Grecia se construyeron teatros desde aproximadamente el siglo V a. E.C., y con el tiempo los hubo en diversas ciudades principales. La mayoría de los teatros griegos estaban construidos en forma de hemiciclo sobre la ladera cóncava de una colina. Los asientos podían estar hechos de madera o piedra. Había pasillos que los separaban en secciones, y estaban alineados en gradas, aprovechando la pendiente de la colina. La or·kjé·stra (zona para danzas o coros) ocupaba el centro del teatro; detrás había una plataforma elevada con un fondo, o skë·né.
Se han hallado ruinas de teatros en lugares como Éfeso, Atenas y Corinto. El gran teatro excavado en Éfeso tenía unas 66 hileras de asientos y podía acomodar a un auditorio de aproximadamente 25.000 personas. Aun en la actualidad, la acústica es tan buena, que incluso si se habla en voz baja en el escenario, se oye con facilidad desde la última fila.
Los romanos solían construir edificios para teatros sin depender de los desniveles naturales del terreno. Algunos teatros tenían un techo sobre el escenario y parte de las gradas. Otro tipo, el anfiteatro romano, era un local descubierto de forma redonda o elíptica con gradas alrededor para el acomodo de los espectadores. El semiderruido Coliseo de Roma, terminado en 80 E.C., fue uno de los anfiteatros romanos más notables. Herodes el Grande construyó teatros en varias ciudades, entre ellas Damasco y Cesarea. Josefo dijo que Herodes “edificó un teatro en Jerusalén y luego un anfiteatro en la llanura”. (Antigüedades Judías, libro XV, cap. VIII, sec. 1.)
La palabra griega thé·a·tron puede referirse tanto al edificio en sí como al espectáculo que allí se presentaba. Pablo escribió: “Porque me parece que a nosotros los apóstoles Dios nos ha puesto últimos en exhibición como hombres designados para muerte, porque hemos llegado a ser un espectáculo teatral [thé·a·tron] al mundo, tanto a ángeles como a hombres”. (1Co 4:9.) De esta manera, Pablo aludió al acostumbrado número final de las competiciones romanas de gladiadores, en las que ciertos participantes eran sacados sin armas e indefensos y sometidos a una carnicería y muerte segura.
Los griegos y los romanos acostumbraban a hacer pasar por el teatro a los criminales condenados a muerte, donde las multitudes reunidas se burlaban de ellos. Cuando Pablo escribió a los cristianos hebreos, al parecer se refirió a esta costumbre, pues aunque no hay registro de que estos cristianos hubieran sido sometidos a tal trato, habían aguantado sufrimientos comparables. El apóstol les exhortó: “Sigan acordándose de los días anteriores, en los cuales, después que hubieron sido iluminados, ustedes aguantaron una gran contienda bajo sufrimientos, a veces estando expuestos como en un teatro tanto a vituperios como a tribulaciones, y a veces llegando a ser partícipes con los que estaban pasando por tal experiencia”. (Heb 10:32, 33.)
Edificio fuerte, más alto que ancho, y normalmente más elevado que sus alrededores. La historia de la edificación de torres se remonta a poco después del Diluvio, cuando los hombres de las llanuras de Sinar dijeron: “¡Vamos! Edifiquémonos una ciudad y también una torre con su cúspide en los cielos”. (Gé 11:2-4.) Se cree que el estilo arquitectónico de esta torre era como el de los zigurats religiosos de líneas piramidales que se han descubierto en esa parte de la Tierra. (Véanse ARQUEOLOGÍA - [Babilonia]; BABEL.)
En tiempos antiguos en los viñedos se levantaban torres sencillas en la que se apostaban guardas que protegían las cosechas contra los ladrones y los animales. (Nota: Algunos estudiosos creen que estructuras provisionales más baratas, como cabañas, o chozas, eran mucho más comunes que las torres de piedra (Isa 1:8). La existencia de una torre indicaría que el dueño había tomado medidas excepcionales en provecho de su “viña”.) Además, el dueño levanta muros de contención con piedras para que las terrazas de la viña no se desmoronen (Isa 5:5). Esta era una forma usual de impedir que el agua arrastrara consigo el mantillo, la importantísima capa superior del suelo. (Isa 5:1, 2; Mt 21:33; Mr 12:1; ip-1 74 párr. 4.)
En los muros de las ciudades también se edificaban torres de defensa militar, si bien las más grandes solían estar en las esquinas y flanqueando las puertas. (2Cr 26:9; 32:5; Eze 26:4, 9; Sof 1:16; 3:6.) En ocasiones se usaron las torres como cadena defensiva de puestos avanzados a lo largo de una frontera, o como lugares de refugio en zonas aisladas para los pastores y otras personas. (2Cr 26:10; 27:4; véanse ATALAYA; FORTIFICACIONES.)
Una torre construida en el interior de una ciudad solía servir de ciudadela. Las torres de Siquem, Tebez y Penuel eran construcciones de esa clase. (Jue 8:9, 17; 9:46-54.) Se han hallado también ruinas de otras torres de ciudades en Jericó, Bet-san, Lakís, Meguidó, Mizpá y Samaria.
El término hebreo migh·dál, que significa “torre” (Eze 29:10; 30:6), forma parte del nombre de ciertos lugares, como Migdal-gad (que significa “Torre de Buena Fortuna”) y Migdal-el (que significa “Torre de Dios”). (Jos 15:37; 19:38.)
En ocasiones, los ejércitos asaltantes levantaban “torres de asedio” cuando atacaban a las ciudades fortificadas. Servían de posiciones elevadas desde las que disparaban los arqueros o lanzadores. Algunas de estas torres de asalto estaban provistas de arietes y protegían a los que los manejaban. (Isa 23:13.)
Las torres de Jerusalén. La Torre de los Hornos de Cocer estaba situada en el extremo NO. de la ciudad, cerca o al lado de la Puerta de la Esquina. (Ne 3:11; 12:38.) No se sabe con seguridad por qué se le dio ese nombre, pero es muy posible que se deba a que los panaderos estaban por aquellos alrededores. Puede que haya sido una de las torres que Uzías edificó durante su reinado en Jerusalén, de 829 a 778 a. E.C. (2Cr 26:9.) A lo largo de la muralla N. de la ciudad había otras dos torres importantes: la Torre de Hananel, reconstruida y santificada en los días de Nehemías (Ne 3:1; 12:39; Jer 31:38; Zac 14:10), y, hacia el E., cerca de ella y de la Puerta de las Ovejas, la Torre de Meah. Tampoco se sabe por qué se llamaba Meah, que significa “Centenar”. (Ne 3:1; 12:39.)
En el muro E., al S. del recinto del templo, estaba “la torre que sale”, y todavía más al S., en las proximidades del palacio de David, había una torre relacionada con la Casa del Rey, cerca del Patio de la Guardia. (Ne 3:25-27.) Algunos creen que en El Cantar de los Cantares se hace referencia a esta torre con la expresión: “La torre de David, edificada en series de piedras, en la cual están colgados mil escudos, todos los escudos circulares de los hombres poderosos”. (Can 4:4.) Esta torre no debería confundirse con la llamada Torre de David, que es más moderna e incorpora la Torre de Fasael, parcialmente destruida por Tito en el año 70 E.C. Dicha torre fue una de las tres que Herodes el Grande edificó para proteger su nuevo palacio, erigido cerca del lugar de la antigua Puerta de la Esquina, en el extremo occidental de la ciudad.
La Torre de Siloam probablemente estaba en las inmediaciones del estanque de Siloam, ubicado en el sector SE. de Jerusalén. Jesús comentó que esta torre se derrumbó y causó la muerte de dieciocho hombres, un acontecimiento que debía estar fresco en la memoria de su auditorio. (Lu 13:4; véase ANTONIA, FORTALEZA.)
Uso figurado. Aquellos que miran con fe y obediencia a Jehová tienen gran seguridad, tal como cantó David: “Has resultado ser un refugio para mí, una torre fuerte frente al enemigo”. (Sl 61:3.) Los que reconocen lo que su nombre encierra, confían en ese nombre, y lo representan fielmente, no tienen nada que temer, puesto que la Biblia dice: “El nombre de Jehová es una torre fuerte. A ella corre el justo, y se le da protección”. (Pr 18:10; compárese con 1Sa 17:45-47.)