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La palabra hebrea scha·lísch (tercer hombre, con referencia al tercer guerrero de un carro de guerra) se ha traducido de diversas maneras en varias versiones de la Biblia, como por ejemplo: “capitán”, “oficial”, “escudero”, “ayudante” y “adjutor”.
Algunos monumentos tienen inscripciones que ilustran cómo eran los carros de guerra de los “hititas” y los asirios, y muestran a tres hombres: el conductor, el guerrero (con la espada, la lanza o el arco) y el que llevaba el escudo. Aunque por lo general en los monumentos egipcios no se han encontrado dibujos de carros ocupados por tres hombres, en Éxodo 14:7 se usa el término hebreo scha·lísch con relación a los guerreros que iban en los carros de Faraón. El tercer guerrero del carro, que normalmente era quien llevaba el escudo, actuaba como auxiliar del comandante del carro de guerra o, en otras palabras, como adjutor. La palabra española “adjutor” significa uno “que ayuda a otro”.
Después de decir que Salomón no constituyó en esclavo a ninguno de los hijos de Israel, 1 Reyes 9:22 declara: “Pues ellos eran los guerreros, y los siervos de él, y sus príncipes, y sus adjutores y jefes de los que conducían sus carros y de sus hombres de a caballo”. En un comentario sobre este texto, C. F. Keil dice que el término scha·li·schím (plural), usado en este pasaje, podría entenderse como “adjutores reales”. (Commentary on the Old Testament, 1973, vol. 3, “1 Kings”, pág. 146.)
En los días del rey Jehoram de Israel, los sirios sitiaron Samaria, lo que con el tiempo provocó el hambre en la ciudad. Cuando Eliseo profetizó que habría abundancia de alimento, el adjutor especial de Jehoram ridiculizó la profecía. Tal como Eliseo predijo, el adjutor vio su cumplimiento, pero no pudo comer ningún alimento porque murió atropellado en el paso de entrada. (2Re 7:2, 16-20.)
Por mandato de Jehú, sus corredores y adjutores, entre ellos probablemente Bidqar, derribaron a los adoradores de Baal. (2Re 9:25; 10:25.) Péqah, otro adjutor del que se habla en las Escrituras, asesinó a Peqahías, el rey de Israel, y lo sucedió en el trono. (2Re 15:25; véase Eze 23:15, nota.)
Oficial subalterno asignado a escoltar a un magistrado romano en público y llevar a cabo sus instrucciones. El término griego correspondiente era rha·bdóu·kjos, cuyo significado literal es “portador de la vara” (Hch 16:35, 38, compárese con Int), mientras que el romano era lictor. Como distintivo del cargo que ocupaba y como símbolo de la autoridad de magistrado, en las colonias romanas el lictor llevaba las fasces, que consistían en un haz de varas de olmo o de abedul atadas alrededor del mango de madera de una segur. La hoja de esta hacha sobresalía por uno de los extremos del haz.
Algunas de las funciones de los alguaciles romanos eran de naturaleza policial, pero diferían del servicio policiaco moderno en que estaban bajo la estricta jurisdicción del magistrado y siempre a su servicio. Ningún ciudadano podía solicitar directamente sus servicios, ya que solo respondían a las órdenes de sus magistrados.
Cuando el magistrado aparecía en público, sus alguaciles anunciaban su presencia, le abrían paso entre la muchedumbre y se aseguraban de que recibiese la honra que correspondía a su rango. Además, montaban guardia a la entrada de su casa, daban curso a sus mensajes, conducían a los delincuentes ante él, prendían a los infractores y a veces se encargaban de azotarlos.
Oficialmente, a los alguaciles se les nombraba por un año, pero en la práctica solían ejercer sus funciones por períodos más largos. La mayoría eran libertos. Estaban exentos del servicio militar y recibían un sueldo por sus servicios.
Puesto que Filipos era una colonia romana, estaba gobernada por magistrados civiles imperiales. Fue de ellos de quienes partió la orden de azotar a Pablo y a Silas. Al día siguiente, enviaron a sus alguaciles a ponerlos en libertad, pero Pablo rehusó aceptar la medida de desagravio que estos le propusieron y exigió que sus superiores, los magistrados civiles, reconociesen el error que habían cometido. (Hch 16:19-40; véase MAGISTRADO.)
Máquina de guerra que utilizaban los sitiadores para abrir una brecha en las puertas y las murallas de una ciudad o fortaleza, o para demolerlas. En su forma más sencilla, consistía en una pesada viga de madera con una punta de hierro que imitaba la cabeza de un carnero. El término hebreo para ariete (kar) es el mismo que para carnero, coincidencia debida, tal vez, a su forma o a su acción de topetar. (Eze 4:1, 2; 21:22.)
Los sitiadores levantaban un terraplén contra las murallas de la ciudad para que sirviera de plano inclinado sobre el que atacar con los arietes y otras máquinas de guerra. A veces empujaban sobre la rampa torres de la altura de las murallas de la ciudad, y de ese modo colocaban a los atacantes al mismo nivel que los defensores, quienes intentaban inutilizar los arietes arrojando teas encendidas sobre ellos o inmovilizándolos con cadenas o rezones.
Persona adiestrada en el uso del arco y las flechas. El uso del arco y la flecha después del Diluvio hizo posible que el hombre cazara animales muy veloces y peligrosos para ser capturados de otra manera, con el fin de utilizarlos para alimento, ropa y abrigo. Cuando Nemrod asumió el poder, probablemente se reclutaron arqueros para su servicio.
En el siglo XX a. E.C., Ismael, el primogénito de Abrahán, “se hizo arquero” a fin de poder alimentarse en el desierto. (Gé 21:20.) Esaú, nieto de Abrahán, también era un arquero diestro. (Gé 27:3.) Las inscripciones de la época dan fe de que desde los tiempos más remotos, los principales guerreros de las fuerzas de ataque egipcias eran arqueros. Asimismo, existen esculturas babilonias que representan a arqueros. En los días de Josué (Jos 24:12), David (1Cr 12:1, 2) y en tiempos posteriores, los arqueros componían una parte importante del ejército de Israel. (2Cr 14:8; 26:14.) Fueron los arqueros de los filisteos, los sirios y los egipcios quienes hirieron de muerte a los reyes Saúl, Acab y Josías, respectivamente. (1Sa 31:1-3; 1Re 22:34, 35; 2Cr 35:20, 23.)
En ciertos relieves hallados en Nínive se ven arqueros asirios montados en carros y con dos arcos: uno largo y otro corto. Mientras disparaban una flecha, ya tenían otras preparadas en la mano, lo que daba mayor celeridad a los disparos. La estrategia asiria consistía en desbaratar al enemigo con un diluvio de flechas y luego perseguirlo con la espada y la lanza.
Se ha afirmado que los persas han sido los mejores arqueros. Unos relieves hallados en Persépolis y en Susa muestran a soldados medos y persas equipados con arcos y aljabas. A los niños persas se les enseñaba a disparar con el arco y a cabalgar desde los cinco años hasta los veinte; su caballería era experta incluso en disparar flechas hacia atrás. La estrategia persa se fundaba en la maniobrabilidad y libertad de movimiento de los arqueros, que atacaban al enemigo con una lluvia de flechas.
Los imperios occidentales de Grecia y Roma no dieron tanta importancia al arco y la flecha como las naciones orientales, aunque a veces los arqueros desempeñaron un papel significativo en sus victorias. Es posible que esto se debiera a que los griegos disparaban el arco a la altura del cuerpo, un sistema menos eficaz que el de los egipcios y los persas, que lo hacían a la altura de la mejilla o del ojo. Parece ser que se usaba a los mercenarios cretenses y asiáticos como diestros saeteros, mientras que los griegos y los romanos se especializaron más en la espada y la lanza. (Véase ARMAS, ARMADURA.)
Uso figurado. Al profetizar sobre sus hijos, Jacob debió referirse al trato injusto que sufrió José a manos de sus hermanos con estas palabras: “Los arqueros [literalmente, “dueños de flechas”] siguieron hostigándolo, y dispararon contra él”. (Gé 49:23.) De manera parecida, Job se refiere a la aparente animosidad divina contra él, al decir: “Sus arqueros me rodean”. (Job 16:13.) El vocablo hebreo rav, traducido aquí por ‘arquero’, viene de ra·váv, que significa “disparar”. (Gé 49:23.) También figura en Proverbios 26:10, que dice: “Como arquero que todo lo traspasa es el que alquila a alguien estúpido, o el que alquila a los transeúntes”. Este proverbio pone de manifiesto el daño que se puede provocar si desde un puesto de responsabilidad se encargase un determinado trabajo a una persona que no estuviese capacitada para realizarlo.
1. Atalaya, (Masculino.) Sin.: “vigía”. Heb.: tso·féh. Hombre que vigila, por lo general de noche, para proteger propiedades o personas de posibles daños y dar aviso ante una amenaza de peligro. En términos militares también se le suele llamar guarda o centinela. (Jer 51:12, nota; Hch 12:6; 28:16; véase GUARDIA.)
Como protección contra el robo y el vandalismo, solía haber en tiempos bíblicos personas que vigilaban las viñas u otras cosechas que iban madurando, así como los rebaños, y con ese propósito se situaban en cabañas o torres de vigilancia elevadas construidas para tal fin. (2Re 17:9; 2Cr 20:24; Job 27:18; Isa 1:8.) Las fuerzas de asedio que atacaban los lugares fortificados apostaban atalayas o centinelas que daban información militar a sus comandantes. (Jer 51:12.) Cuando el rey Saúl estaba acampado con su ejército, también tenía atalayas o vigías, cuya responsabilidad era la de velar por el bienestar de su rey. (1Sa 14:16; 26:15, 16.)
Solían apostarse atalayas sobre los muros y las torres de las ciudades para ver de lejos a los que se acercaban. (2Sa 18:24-27; 2Re 9:17-20.) A veces también hacían sus rondas de inspección por las calles de la ciudad. (Can 3:3; 5:7.) Las personas recelosas y que estaban despiertas durante las peligrosas horas nocturnas tal vez preguntasen repetidas veces a dichos atalayas si todo iba bien (Isa 21:11, 12), y era natural que los mismos atalayas anhelaran que llegara la luz del día. (Sl 130:6.) La ciudad que además de tener atalayas contaba con la protección de Jehová podía considerarse feliz. (Sl 127:1.)
Uso figurado. Jehová levantó profetas que servían de atalayas figurativos para la nación de Israel (Jer 6:17), y ellos, a su vez, hablaron en ocasiones de atalayas simbólicos. (Isa 21:6, 8; 52:8; 62:6; Os 9:8.) En su papel de atalayas, estos profetas, tenían la responsabilidad de advertir a los inicuos de su inminente destrucción, y en caso de no hacerlo, se les consideraba culpables de su muerte. Naturalmente, si las personas eran insensibles y no prestaban atención a la advertencia, perecían por su propio error, pero el profeta quedaba libre de culpa. (Eze 3:17-21; 33:1-9.) Un profeta infiel era tan inútil como un atalaya ciego o un perro mudo. (Isa 56:10.)
2. Atalaya, (Femenino.) Lugar de vigilancia o puesto de observación que solía construirse sobre los muros de una ciudad (véase TORRE), en las zonas desérticas o en las fronteras. Las atalayas estaban destinadas principalmente a fines militares, como protección de ciudades o fronteras, pero también se construían como refugio para los pastores y los agricultores en lugares aislados, desde donde un atalaya también podía advertir la presencia de merodeadores con el fin de proteger los rebaños y las cosechas que iban madurando. (2Cr 20:24; Isa 21:8; 32:14.)
Hubo varias ciudades llamadas Mizpé (heb. mits·péh, “Atalaya”), probablemente debido a que estaban en lugares elevados o porque en ellas se habían erigido torres importantes. A veces la Biblia distinguía estas ciudades mencionando su ubicación, como “Mizpé de Galaad” (Jue 11:29) y “Mizpé de Moab”. (1Sa 22:3.)
Jacob erigió un montón de piedras y lo llamó “Galeed” (que significa “Majano de Testimonio”) y “La Atalaya”, porque como dijo después Labán: “Atalaye Jehová entre yo y tú cuando estemos situados sin vernos el uno al otro”. (Gé 31:45-49.) Este montón de piedras daría testimonio de que Jehová estaba atalayando para asegurarse de que Jacob y Labán cumpliesen su pacto de paz.
La palabra hebrea para “campamento” (ma·janéh) se deriva del verbo ja·náh, que significa “acampar; asentar campamento”. (Jue 15:9; Éx 14:2; Gé 33:18.) Estos términos se usan con referencia a un campamento de nómadas (Gé 32:21; 33:18), al campamento de los levitas durante su estancia en el desierto, así como al de toda la nación (Nú 2:17), y al campamento de un ejército (2Re 25:1). La palabra griega para “campamento” es pa·rem·bo·lë.
Campamento de Israel. El éxodo israelita de Egipto no se produjo en confusión tumultuosa, sino en “orden de batalla”, como era propio de “los ejércitos de Jehová”. (Éx 13:18; 12:41; 6:26.) Es posible que este orden de batalla fuera similar al de un ejército de cinco cuerpos: la vanguardia, el cuerpo principal, la retaguardia y dos alas. Como en aquel tiempo la sociedad israelita aún era patriarcal, se asignaron los lugares en el orden de marcha conforme a tribus y familias. Según las costumbres de la época, los siervos, los criados y otras personas dependientes de la familia se contaban como parte de la casa, de modo que la “vasta compañía mixta” que salió de Egipto probablemente estaba entremezclada con las diversas tribus, clanes y familias israelitas. (Éx 12:38; Nú 11:4; Dt 29:11.)
El campamento se organizó según las instrucciones divinas hacia el comienzo del segundo año, cuando se erigió el tabernáculo. El centro del campamento, tanto geográfico como en importancia, era la tienda, que simbolizaba la presencia de Jehová, el tabernáculo, con el patio que la rodeaba. Su entrada daba al E., donde acampaban Moisés, Aarón y los sacerdotes. (Nú 3:38.) El resto de los levitas (en total 22.000 varones de un mes de edad para arriba) acampaban en los tres lados restantes: los qohatitas, al S.; los guersonitas, al O., y los meraritas, al N. (Nú 3:23, 29, 35, 39.) Estos últimos dos grupos se encargaban del bagaje, los carruajes y los animales que se utilizaban para el transporte del tabernáculo y sus enseres. De modo que los que estaban asignados a servir en el santuario de Jehová vivían alrededor del tabernáculo, y así actuaban como un cerco protector que evitaba la intrusión de los no levitas, “para que no se suscite indignación contra la asamblea de los hijos de Israel”. (Nú 1:53; 7:3-9.)
Las doce tribus acampaban detrás de las tiendas levitas, tres en cada uno de los lados del tabernáculo. Al parecer, el pueblo estaba a una distancia considerable de este; algunos comentaristas opinan que esta distancia era de unos 900 m., pues cuando Israel cruzó el Jordán, el pueblo tuvo que estar a “unos dos mil codos” del arca del pacto. (Jos 3:4.) Se distribuyó a las doce tribus en cuatro grandes divisiones, cada una llamada por el nombre de la tribu central de la división. Por ejemplo, a la división de tres tribus del lado E. del tabernáculo se la llamó Judá, y tenía a un lado a Isacar y al otro a Zabulón. (Nú 2:3-8.) Cuando se dio comienzo a esta distribución en 1512 a.E.C., la división de tres tribus de Judá tenía 186.400 hombres de veinte años para arriba. (Nú 1:1-3; 2:9.) Al S. estaba la división de tres tribus de Rubén, que incluía a las de Simeón y Gad, con un total de 151.450 hombres de guerra. (Nú 2:10-16.) Tanto estas dos divisiones del E. y del S. como los levitas descendían de Jacob por medio de Lea y su criada Zilpá. (Gé 35:23, 26.) A propósito, el que Rubén y los qohatitas acamparan al S. del santuario explica la asociación física de los rubenitas rebeldes Datán y Abiram y el qohatita Coré. (Nú 16:1.) Al O. se encontraba la división de tres tribus de Efraín, flanqueada por Manasés y Benjamín, todos descendientes de Raquel, en total 108.100 hombres para el ejército. (Nú 2:18-24.) Finalmente, al N. acampaba la división de tres tribus de Dan, con Aser y Neftalí, un total de 157.600 hombres de guerra. (Nú 2:25-31.) Dan y Neftalí eran descendientes de la criada de Raquel, Bilhá, y Aser, de la criada de Lea, Zilpá. (Gé 35:25, 26.)
El campamento de Israel era de gran tamaño. Las cantidades cifradas antes totalizan 603.550 hombres de guerra, además de las mujeres y los niños, las personas ancianas e impedidas, los 22.000 levitas y “una vasta compañía mixta” de extranjeros, en total quizás más de 3.000.000 de personas. (Éx 12:38, 44; Nú 3:21-34, 39.) No se sabe qué superficie ocupaba el campamento de Israel, pues los cálculos varían considerablemente. Cuando el campamento se asentó enfrente de Jericó, en las llanuras de Moab, se dice que se extendía “desde Bet-jesimot hasta Abel-sitim”. (Nú 33:49.)
Por lo general se piensa que, para mayor seguridad y eficacia, la configuración del campamento era rectangular o cuadrada. El campamento debía tener límites fijos, pues se habla de entrar y salir de él. (Le 13:46; 16:26, 28; 17:3.) También tenía algún tipo de ‘puertas’. (Éx 32:26, 27.) Josefo menciona asimismo que había caminos que lo cruzaban. (Antigüedades Judías, libro III, cap. XII, sec. 5.) Todo esto requería técnica y organización para levantarlo rápidamente en una nueva ubicación con el mínimo esfuerzo y tiempo.
Se suministraron “señales para la casa de sus padres” como ayuda para que cada uno encontrara su lugar en el campamento. (Nú 2:2.) Como la expresión hebrea dé·ghel, traducida “división de tres tribus”, también significa “pendón” (Can 2:4), es posible que hubiera marcadores tribales y también enseñas familiares. La Biblia no dice ni cuántas eran ni cómo eran estas señales.
El gobierno del campamento de Jehová era muy eficiente. Bajo dirección teocrática se nombraron jefes sobre decenas, cincuentenas, centenares y millares. Estos eran “hombres capaces, temerosos de Dios, hombres dignos de confianza, que [odiaban] la ganancia injusta”. (Éx 18:21; Dt 1:15.) Bajo su dirección se hizo posible una buena supervisión y mantenimiento, así como un sistema judicial justo; mediante ellos también se consiguió una comunicación rápida con todo el pueblo. Ciertos toques de trompeta señalaban que había asamblea bien de los principales de las tribus, bien de toda la asamblea, representada por todos los representantes nombrados de la congregación. (Nú 1:16; 10:2-4, 7, 8.)
Un código elaborado de leyes regulaba todo aspecto de la vida en el campamento. Se podía mantener la salud y pureza del campamento gracias a las diversas regulaciones sanitarias. A los leprosos, a cualquiera que tuviera una enfermedad infecciosa o un flujo y a los que hubieran tocado un cadáver se les excluía del campamento hasta que se les pronunciaba limpios. (Nú 5:2, 3.) Se enterraba a los muertos fuera del campamento (Le 10:4, 5) y también se echaban las cenizas de las ofrendas quemadas y los cuerpos de ciertos sacrificios. (Le 4:11, 12; 6:11; 8:17.) A los criminales se les ejecutaba fuera (Le 24:14; Nú 15:35, 36), y los cautivos de guerra y los guerreros que regresaban tenían que quedarse en el exterior durante un período de purificación. (Nú 31:19.)
El traslado de este enorme campamento de un lugar a otro (Moisés menciona 40 de estos campamentos en Números 33) también fue una maravillosa demostración de organización. Mientras la nube descansaba sobre el tabernáculo, el campamento seguía en el mismo lugar, y cuando la nube se alzaba, el campamento partía. “Por orden de Jehová acampaban, y por orden de Jehová partían.” (Nú 9:15-23.) Dos trompetas de plata hechas de labor de martillo comunicaban estas órdenes de Jehová al campamento general. (Nú 10:2, 5, 6.) Toques especiales fluctuantes de trompeta indicaban que debía levantarse el campamento. La primera vez que esto ocurrió fue “en el segundo año [1512 a.E.C.], en el segundo mes, el día veinte del mes”. Con el arca del pacto a la vanguardia, partió la primera división de tres tribus, encabezada por Judá y seguida de Isacar y Zabulón. A continuación iban los guersonitas y los meraritas, que llevaban sus porciones asignadas del tabernáculo. Luego, la división de tres tribus, encabezada por Rubén y seguida de Simeón y Gad. Después de ellos iban los qohatitas con el santuario, y seguidamente la división de tres tribus de Efraín, por delante de Manasés y Benjamín. Por fin, en la retaguardia estaba la división encabezada por Dan, acompañada de Aser y Neftalí. De manera que las dos divisiones más fuertes y numerosas tomaron las posiciones de vanguardia y retaguardia. (Nú 10:11-28.)
“De modo que fueron marchando de la montaña de Jehová por camino de tres días [...]. Y la nube de Jehová estaba sobre ellos.” (Nú 10:33, 34.) No se especifica la longitud de la columna que formaba el campamento en marcha, ni la velocidad ni distancia que se cubría en un día. Como había niños pequeños y rebaños, es probable que se viajara despacio. Posiblemente durante esta marcha, que tomó tres días, no se configuraba el campamento ni se erigía el tabernáculo solo para pernoctar; no se preparaba más que solo lo necesario para comer y dormir. ★“Lecciones del campamento de Israel” - (3-2020-Pg.2/19-Foto)
Cuando la palabra “campamento” se usa en un contexto bélico, su significado varía. Por ejemplo, puede denotar la base de operaciones de la que salen las partidas merodeadoras; ejemplo de ello son Guilgal y Siló. (Jos 4:19; 5:10; 9:6; 10:6, 15, 43; 18:9; Jue 21:12.) “Campamento” a veces significa el ejército propiamente dicho, más bien que el lugar donde levantan las tiendas por la noche. (Jos 10:5; 11:4, 5.) “Acampar contra” una ciudad tenía el significado de guerrear contra ella, así como ‘asentar campamento’ también indicaba la preparación para la guerra. (Jue 9:50; 1Sa 11:1; 28:4; 2Re 25:1.)
La elección de un lugar para que acampara el ejército dependía de varios factores. Los terrenos elevados de difícil acceso proveían una protección natural y exigían menos guardia que los lugares abiertos más vulnerables. (1Sa 26:3.) El campamento tenía que tener acceso al agua. (2Re 3:9.) Josué derrotó a una confederación de reyes acampados cerca de las aguas de Merom. (Jos 11:5.) Las fuerzas de Gedeón acamparon junto al pozo de Harod (Jue 7:1), y una tercera parte del ejército de David acampó en el valle torrencial de Besor hasta que sus compañeros regresaron de la victoria. (1Sa 30:9, 10.)
A veces se cercaba el campamento para protegerlo, como en el caso del de Saúl; esto se solía hacer con bagaje, carros y animales. (1Sa 26:5, 7.) Los ejércitos que disponían de carros en ocasiones los usaban para rodear el campamento. Los campamentos más permanentes podían protegerse con trincheras y montículos de tierra todo alrededor. De todas formas, como las batallas no solían librarse en el lugar donde estaba el campamento, a menos que se produjera un ataque por sorpresa (Jos 11:7), por lo general no se hacían extensos atrincheramientos ni fuertes cercados.
Los registros históricos sobre la vida en el campamento de los ejércitos de las naciones paganas nos permiten conocer cómo sería en tiempos bíblicos. El campamento egipcio de Ramsés II, por ejemplo, estaba cercado con escudos. El campamento fortificado asirio solía ser circular y fortificado con muros y torres. Todas las tiendas de los campamentos persas miraban hacia el E., y sus campamentos estaban protegidos por trincheras y terraplenes. Los campamentos militares griegos también eran circulares, con la tienda del comandante en el centro. Cuando el ejército romano asentaba campamento, se excavaba una zanja de considerable tamaño alrededor del nuevo lugar de acampada.
Botín con el que se hace el vencedor después de una batalla o —menos frecuente— el ladrón después de haber robado. (Lu 11:21, 22.) Aunque Israel tomó despojo de los pueblos a los que venció, ese no fue el móvil de sus batallas, sino solo, un modo de recompensarles Jehová por llevar a cabo su voluntad como sus ejecutores.
Cuando Abrahán rescató a Lot de manos de Kedorlaomer, se negó a aceptar el despojo que el rey de Sodoma le ofreció, para que así nadie dijese que había sido el rey, y no Jehová, quien lo había enriquecido. (Gé 14:1-24; Heb 7:4.)
Reparto del despojo. Después de vengarse Israel de los madianitas por las numerosas muertes que por su causa había sufrido el pueblo (Nú 25), los israelitas tomaron un gran despojo, que dividieron en dos partes, una para los 12.000 hombres que intervinieron en la lucha y la otra para los que permanecieron en el campamento. De la parte que correspondió a los hombres que lucharon, se le dio una quinientosava parte a los levitas, y de la parte de los que permanecieron en el campamento, una cincuentava parte. En reconocimiento de su aprecio por la protección de Jehová en la lucha, en la que no habían tenido bajas, los soldados entregaron voluntariamente al santuario una buena parte de su despojo en oro, en especial joyas y otros ornamentos. (Nú 31:3-5, 21-54.)
Aunque esta fórmula no se siguió al pie de la letra en ocasiones posteriores, parece que fijó un criterio general para el reparto del despojo. (1Sa 30:16-20, 22-25; Sl 68:12.) En la época de los reyes, una porción del despojo se apartaba para el rey o para el santuario. (2Sa 8:7, 8, 11, 12; 2Re 14:14; 1Cr 18:7, 11.)
Conquista de Canaán. Las ciudades de las siete naciones que había en Canaán tenían que ser destruidas por completo y sus habitantes, ejecutados; solo podían dejar con vida el ganado y quedarse con algunos artículos. (Dt 20:16-18; 7:1, 2; Jos 11:14.) Jericó fue una excepción por haber sido la primicia de la conquista de Canaán: solo los metales se salvaron de la destrucción y se dieron al santuario. (Jos 6:21, 24.) Rahab y su casa se salvaron por causa de la fe que esta mujer demostró. (Jos 6:25.) Cuando los israelitas tomaron las ciudades de otras naciones, dejaron con vida a las vírgenes y a los niños. (Dt 20:10-15.) Los despojos tenían que limpiarse según el género o material: los tejidos, pieles y maderas se lavaban; los metales se purificaban al fuego. (Nú 31:20-23.)
Ciudades apóstatas. Las ciudades israelitas que apostataban eran aniquiladas y el despojo se quemaba en la plaza pública; la ciudad tenía que “llegar a ser un montón de ruinas hasta tiempo indefinido”. (Dt 13:12-17.)
Cristo despoja la casa de Satanás. Jesucristo despojó o ‘saqueó’ la casa de Satanás cuando expulsó demonios de personas posesas y las sanó de las afecciones que estos les habían ocasionado. (Mt 12:22-29.) Además, “cuando ascendió a lo alto se llevó cautivos; dio dádivas en hombres”, lo que significó que los arrebató del control de Satanás e hizo de ellos dádivas, hombres que contribuirían a la edificación de su congregación. (Ef 4:8, 11, 12.)
Religiosos falsos ávidos de despojo. Jesucristo dijo que los escribas y fariseos eran como ladrones, estaban “llenos de saqueo”, un botín que debían haber conseguido a base de extorsionar a las viudas y a los indefensos. También se merecieron ese calificativo por haber mantenido a la gente en servidumbre religiosa, privándoles de “la llave del conocimiento”. (Mt 23:25; Lu 11:52.) Los guías religiosos del pueblo judío se habían distinguido por haber instigado el saqueo de los bienes que pertenecían a los cristianos. (Heb 10:34.)
En su uso bíblico, un representante oficial enviado por un gobernante en una ocasión especial y con un propósito específico. Se solía utilizar en este puesto a hombres maduros; esa es la razón por la que las palabras griegas pre·sbéu·ö (‘actuar como embajador’, Ef 6:20; ‘ser embajador’, 2Co 5:20) y pre·sbéi·a (“cuerpo de embajadores”, Lu 14:32) están relacionadas con pre·sby·te·ros, que significa “hombre mayor; anciano”. (Hch 11:30; Apo 4:4.)
Jesucristo vino como el “apóstol” de Dios o el “enviado”. Él es quien ha “arrojado luz sobre la vida y la incorrupción mediante las buenas nuevas”. (Heb 3:1; 2Ti 1:10.)
Después de que Cristo dejó la escena terrestre y ascendió a los cielos, se asignó a sus seguidores fieles a actuar en su lugar, “en sustitución de Cristo”, como embajadores de Dios. De hecho, Pablo menciona específicamente su función de embajador. (2Co 5:18-20.) A él, como a todos los seguidores ungidos de Jesucristo, se le envió a las naciones y a las personas que estaban alejadas de Jehová Dios, el Soberano Supremo, en calidad de embajador en un mundo que no estaba en paz con Dios. (Jn 14:30; 15:18, 19; Snt 4:4.) Como tal, Pablo era portador de un mensaje de reconciliación con Dios mediante Cristo. Mientras estaba en prisión, dijo de sí mismo que era un “embajador en cadenas”. (Ef 6:20.) El hecho de que estuviera en cadenas demostraba la hostilidad de este mundo hacia Dios, Cristo y el gobierno del Reino mesiánico, pues desde tiempos remotos se ha considerado inviolable la figura del embajador. Con esta falta de respeto a los embajadores enviados para representar al reino de Dios bajo Cristo, las naciones pusieron de manifiesto su más dura hostilidad e incurrieron en el más grave de los insultos.
Al cumplir con su cometido de embajador, Pablo respetó las leyes de las naciones, pero permaneció estrictamente neutral con respecto a las actividades políticas y militares del mundo. Su proceder estuvo de acuerdo con el principio de que los embajadores deben obedecer la ley del país adonde se les envía, aunque no tienen que jurar lealtad a dicho país.
Como el apóstol Pablo, todos los fieles seguidores ungidos de Cristo engendrados por el espíritu santo que tienen una ciudadanía en los cielos son “embajadores en sustitución de Cristo”. (2Co 5:20; Flp 3:20.)
La manera como una persona recibe a estos embajadores de Dios determina cómo la tratará Dios a ella. Jesucristo usó este principio en su ilustración del hombre que era dueño de una viña y que primero envió a sus esclavos como sus representantes y luego a su hijo. Los cultivadores de la viña maltrataron brutalmente a aquellos esclavos y mataron al hijo del dueño. Por esta razón, el dueño de la viña dio muerte a los cultivadores hostiles. (Mt 21:33-41.) Jesús también empleó otra ilustración: un rey a cuyos esclavos asesinaron cuando salieron en calidad de mensajeros a llamar a los invitados a un banquete de bodas. A los que recibieron de esta manera a los representantes del rey les consideró sus enemigos. (Mt 22:2-7.) Jesús enunció este principio con claridad cuando dijo: “El que recibe a cualquiera a quien yo envío me recibe a mí también. A su vez, el que me recibe a mí recibe también al que me envió”. (Jn 13:20; véase también Mt 23:34, 35; 25:34-46.)
Además, Jesús usó el trabajo en pro de la paz que efectúa un embajador, para ilustrar la necesidad que tenemos de pedir la paz con Jehová Dios y dejar todas las cosas con el fin de seguir las pisadas de su Hijo y obtener el favor divino y la vida eterna. (Lu 14:31-33.) Por otra parte, también ilustró que es una insensatez relacionarse con los que envían embajadores para hablar en contra de aquel a quien Dios confiere poder real. (Lu 19:12-14, 27.) Los gabaonitas son un buen ejemplo en lo que respecta a buscar la paz de un modo prudente y eficaz. (Jos 9:3-15, 22-27.)
Un embajador no se inmiscuye en los asuntos políticos ni militares del país donde se encuentra, sino que permanece neutral. Su trabajo es representar y defender los intereses de su propio gobierno.
Jesús, quien ahora es Rey del Reino celestial, también tiene embajadores y enviados que apoyan su gobierno declarando pacíficamente las buenas nuevas (Mateo 24:14; Juan 18:36). Por eso, Pablo escribió a sus compañeros cristianos: “No guerreamos según lo que somos en la carne. Porque las armas de nuestro guerrear no son carnales, sino poderosas por Dios para derrumbar [...] razonamientos y toda cosa encumbrada que se levanta contra el conocimiento de Dios” (2 Corintios 10:3-5; Efesios 6:13-20).
En tiempos precristianos no existía un cargo gubernamental oficial que equivaliera exactamente al de embajador del día moderno. No había un oficial residente que representara a un gobierno extranjero. Por eso, los términos “mensajero” (heb. mal·`ákj) y “enviado” (heb. tsir) designan con más exactitud las obligaciones de estos personajes en tiempos bíblicos. No obstante, en muchos aspectos, algunos de los cuales se considerarán más adelante, su rango y su condición eran similares a los de los embajadores. Estos hombres eran representantes oficiales que llevaban mensajes de un gobierno a otro.
A diferencia de los embajadores de hoy día, los enviados o mensajeros de la antigüedad no residían en capitales extranjeras, por lo que prestaban ese servicio solo en ocasiones especiales y con un propósito específico. Solían ser personas de rango (2Re 18:17, 18), y su cargo era muy respetado. En consecuencia, se les garantizaba inviolabilidad personal cuando visitaban a otros gobernantes.
El trato que se daba a los mensajeros o enviados de un gobernante se consideraba como si se diese al gobernante y a su gobierno. Por eso, cuando Rahab mostró favor a los mensajeros que Josué había enviado como espías a Jericó, en realidad lo hacía porque reconocía que Jehová era el Dios y Rey de Israel. Por consiguiente, Jehová le mostró favor mediante su siervo Josué. (Jos 6:17; Heb 11:31.) Una violación grave de la costumbre internacional de respetar a los enviados fue la acción de Hanún, el rey de Ammón, a quien el rey David envió algunos de sus siervos en gesto de amistad. El rey de Ammón escuchó a sus príncipes, que falsamente llamaron espías a los mensajeros, y humilló en público a estos enviados, demostrando así su falta de respeto a David y a su gobierno. Este ultraje provocó la guerra. (2Sa 10:2-11:1; 12:26-31.)
A diferencia de la costumbre actual de retirar al embajador cuando se rompen las relaciones diplomáticas con un país, los pueblos de tiempos antiguos mandaban mensajeros o portavoces cuando surgían situaciones de tensión en un intento de reanudar las relaciones pacíficas. Isaías habla de estos “mensajeros de paz”. (Isa 33:7.) Ezequías envió una súplica de paz a Senaquerib, el rey de Asiria. A pesar de la amenaza de Senaquerib a las ciudades fortificadas de Judá, los asirios dieron paso libre a los mensajeros porque iban como enviados de Ezequías. (2Re 18:13-15.) Otro ejemplo se encuentra en el registro sobre Jefté, juez de Israel. Este juez despachó mensajeros con una carta de protesta por una mala acción del rey de los ammonitas y para aclarar una disputa sobre derechos territoriales. Jefté habría zanjado la cuestión mediante sus enviados sin llegar a la guerra si el rey ammonita hubiera respondido de forma favorable. A los mensajeros se les permitió pasar entre los ejércitos sin estorbo. (Jue 11:12-28; véase MENSAJERO.)
Acción de apostarse en un sitio oculto para atacar por sorpresa. Tres palabras hebreas que significan “emboscada” (`é·rev, `ó·rev y ma·`aráv) vienen de la raíz `a·ráv, que significa “acechar”. (Job 37:8; Jer 9:8; Sl 10:8; Jue 9:32.) De igual manera, la palabra griega para “emboscada” (e·né·dra) está relacionada con el verbo e·ne·dréu·ö, que también significa “acechar”. (Hch 25:3; 23:21.)
Josué empleó con habilidad la emboscada cuando atacó Hai, apostando a 5.000 hombres al O. de la ciudad por la noche y desplegando el cuerpo principal del ejército al N. de esta. A la mañana siguiente atrajo a los defensores de la ciudad tras sí fingiendo una derrota, lo que permitió que las fuerzas emboscadas entraran en la ciudad y la tomaran. (Jos 8:2-21.) La disputa que se suscitó entre los terratenientes de Siquem y el hijo de Gedeón, Abimélec, tuvo que ver con las emboscadas. (Jue 9:25, 31-45.) Sansón fue objeto de emboscadas filisteas. (Jue 16:1-12.) Saúl preparó una emboscada contra Amaleq, y más tarde acusó a David de haberse emboscado contra él. (1Sa 15:5; 22:8.) Otras emboscadas fueron las que se produjeron durante la guerra entre Israel y la tribu de Benjamín (Jue 20:29-44), la emboscada fracasada de Jeroboán contra Judá (2Cr 13:13-19), la que confundió a los que atacaron a Judá en los días de Jehosafat (2Cr 20:22, 23), las que se mencionan en el relato de la caída de Jerusalén (Lam 4:19) y la emboscada que Jehová decretó contra Babilonia. (Jer 51:12.) Jehová protegió de emboscadas a los exiliados judíos en su viaje de regreso a Jerusalén. (Esd 8:31; véase GUERRA.)
El nombre hebreo `é·rev, que significa “emboscada”, se usa con relación a tácticas de caza. (Job 37:8; 38:40.) El verbo hebreo `a·ráv se usa figurativamente para referirse a la prostituta que acecha a los hombres (Pr 7:12; 23:28) y las tácticas empleadas por los inicuos contra los inocentes y los justos. (Sl 10:9; Pr 1:11, 18; 12:6; 24:15; Miq 7:2; compárese con Job 31:9.) En Israel se decretaba la pena de muerte para el hombre que mataba a otro después de haberlo acechado. (Dt 19:11, 12.)
Los más de cuarenta judíos que “se comprometieron con maldición” tramaron una emboscada contra el apóstol Pablo, pero el sobrino de este los descubrió. (Hch 23:12-35.)
Servidor militar de un rey u otro líder. Su comisión consistía en llevar la armadura y las armas, permanecer junto a su comandante frente al peligro y obedecer sus órdenes. La voz “escudero” traduce el término hebreo no·sé´ ke·lím, que significa literalmente “llevador de armadura o armas; armígero”. (1Sa 14:6; compárese con 1Sa 14:1.) Cuando un guerrero prominente hería a un enemigo, a veces era su escudero quien daba el golpe de gracia. (1Sa 14:13.) Se seleccionaba a estos servidores de entre los soldados más valientes, y solían ser muy leales a sus comandantes. (1Sa 14:6, 7; 31:5.)
Cuando Abimélec se vio herido de muerte, hizo que su escudero le diera muerte, para que no se dijese: “Fue una mujer quien lo mató”. (Jue 9:52-54.) David sirvió a Saúl de escudero durante un tiempo. (1Sa 16:21.) El escudero que no quiso dar el golpe de gracia a Saúl cuando este agonizaba se suicidó después que el rey se quitó la vida. (1Sa 31:3-6.) Jonatán y Joab también tuvieron escuderos a su servicio (1Sa 14:6-14; 2Sa 18:15; 23:37; 1Cr 11:39), al igual que otros guerreros importantes de naciones antiguas, como el gigante filisteo Goliat. (1Sa 17:7, 41.)
En las Escrituras precristianas, el nombre “guardia” proviene del verbo hebreo scha·már, que tiene el significado básico de “guardar; observar; vigilar”. (Gé 3:24; 17:9; 37:11; 1Sa 26:15.) Los trabajadores que reedificaron el muro de Jerusalén bajo la dirección de Nehemías también hicieron de guardias durante la noche. (Ne 4:22, 23.) Los reyes tenían corredores que acompañaban sus carros como guardias. Este fue el caso de Absalón y de Adonías cuando trataron de usurpar el trono de Israel. (2Sa 15:1; 1Re 1:5.) Bajo el rey Rehoboam, los corredores hacían de vigilantes en las puertas del palacio y guardaban los valiosos escudos de cobre. (1Re 14:27, 28.) El sumo sacerdote Jehoiadá usó a corredores en el templo, así como a la guardia de corps caria, para proteger al joven rey Jehoás y para ejecutar a Atalía. (2Re 11:4-21; véanse CORREDORES; GUARDIA DE CORPS CARIA.)
La palabra hebrea tab·báj, que se traduce “cocinero” en 1 Samuel 9:23, quería decir en primer lugar “matarife; matador”, y más tarde llegó a significar “verdugo”. También se usa este mismo término en otros pasajes con referencia a la guardia de corps de Faraón de Egipto y del rey Nabucodonosor de Babilonia. (Gé 37:36; 2Re 25:8, 11, 20; Da 2:14.) La palabra hebrea misch·má·`ath, que se traduce “súbditos” en Isaías 11:14, significa básicamente “oyentes” y se usa para designar a la guardia de corps de David (2Sa 23:23; 1Cr 11:25) y a la guardia de corps de Saúl, de la que David había sido jefe. (1Sa 22:14.)
En las prisiones romanas era costumbre encadenar al prisionero a un guardia militar o a dos para máxima seguridad. (Hch 12:4, 6.) Sin embargo, durante la primera reclusión del apóstol Pablo en Roma, se le mostró consideración y no fue encadenado; podía vivir en su propia casa alquilada vigilado solo por un guardia militar que se alojaba con él. (Hch 28:16, 30.) Puede que durante su segunda reclusión haya sido encadenado a un guardia.
Para impedir que el pueblo creyera en la resurrección de Jesús, los principales sacerdotes sobornaron a los guardias romanos para que propagaran el engaño de que los seguidores de Jesús habían robado su cuerpo. (Mt 27:62-66; 28:11-15; véase SOLDADO.)
César Augusto creó la guardia pretoriana romana en el año 13 a.E.C. como guardia de corps imperial. (Flp 1:12, 13.) El emperador Tiberio la tenía acampada permanentemente cerca de los muros de Roma, y por medio de ella podía controlar cualquier insurrección del pueblo. El comandante de la guardia tenía una gran importancia, pues sus fuerzas podían ascender a unos 10.000 hombres. Con el tiempo, la guardia pretoriana llegó a ser tan poderosa que no solo pudo elevar a emperadores al poder, sino también destronarlos.
Los sacerdotes y los levitas estaban organizados bajo capitanes para guardar el templo de Jerusalén. (Véase CAPITÁN DEL TEMPLO.)
El término hebreo netsív puede designar un contingente permanente de soldados estacionados en una instalación militar. La palabra hebrea relacionada, mats·tsáv (avanzada) comunica una idea similar. (1Sa 13:23; 14:1, 4, 6, 11, 12, 15; 2Sa 23:14.)
Durante los reinados de Saúl y David, los filisteos tenían guarniciones en territorio israelita. (1Sa 10:5; 13:3, 4; 1Cr 11:16.) De igual manera, cuando David derrotó a Siria y a Edom, mantuvo guarniciones en su territorio para evitar una posible rebelión. (2Sa 8:6, 14; 1Cr 18:13.) Posteriormente, Jehosafat instaló guarniciones en Judá y en las ciudades de Efraín que Asá había capturado, con el fin de conservar la paz y seguridad de la tierra. (2Cr 17:1, 2.) La presencia de tal cuerpo militar fue de suma importancia para mantener el orden y proteger los intereses reales en los territorios donde era probable que la población nativa se rebelase.
En el siglo I E.C. había una guarnición romana en Jerusalén. Sus cuarteles estaban en la elevada Fortaleza Antonia, junto a los terrenos del templo. Cuando una multitud de judíos arrastró a Pablo fuera del templo e intentó matarlo, los soldados de esta guarnición bajaron rápidamente y lo rescataron. (Hch 21:31, 32.) Durante las fiestas de los judíos se añadían a esta guarnición tropas de refuerzo. (Véase ANTONIA, FORTALEZA.)
Situación hostil que va acompañada de acciones destinadas a subyugar o aniquilar a quien se considera enemigo. En hebreo existen varias palabras que se relacionan con la guerra. Una de ellas proviene del verbo raíz qa·ráv, cuyo significado primario es “acercarse”, es decir, acercarse para luchar. El nombre griego pó·le·mos significa “guerra”, y el verbo stra·téu·ö proviene de una raíz que hace alusión a un ejército acampado.
La Biblia dice que Nemrod “salió [de su tierra] para Asiria” —lo que se entiende como una agresión contra el territorio de Asur, el hijo de Sem—, donde edificó ciudades. (Gé 10:11.) En los días de Abrahán, Kedorlaomer, rey de Elam, subyugó varias ciudades (al parecer todas las que estaban alrededor del extremo meridional del mar Muerto) por un período de doce años. Cuando los habitantes de esas ciudades se rebelaron, Kedorlaomer y sus aliados guerrearon contra ellos, derrotaron a las fuerzas de Sodoma y Gomorra, tomaron sus posesiones y capturaron a Lot, el sobrino de Abrahán, junto con toda su casa. Ante eso, Abrahán reunió a 318 siervos adiestrados y junto con sus tres aliados persiguió a Kedorlaomer y consiguió recobrar a los cautivos y todo el botín, si bien no retuvo para sí nada del botín. Este es el primer registro de una guerra librada por un siervo de Dios. El que Abrahán guerreara para liberar a otro siervo de Jehová tuvo Su aprobación, pues a su regreso Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo, lo bendijo. (Gé 14:1-24.)
Guerras decretadas por Dios.
Jehová es “persona varonil de guerra”, “el Dios de los ejércitos” y “poderoso en batalla”. (Éx 15:3; 2Sa 5:10; Sl 24:8, 10; Isa 42:13.) Como Creador y Soberano Supremo del universo, no solo tiene el derecho de ejecutar o autorizar la ejecución de los desaforados y de guerrear contra todos los obstinados que rehúsan obedecer sus justas leyes, sino que, además, la justicia le obliga. Por lo tanto, Jehová obró con justicia al destruir a los inicuos en el Diluvio, a Sodoma y Gomorra y a las fuerzas de Faraón. (Gé 6:5-7, 13, 17; 19:24; Éx 15:4, 5; compárese con 2Pe 2:5-10; Jud 7.)
★"A Jehová pertenece la batalla" - (1-1-1989-Pg.18-Foto)
★¿Por qué no peleamos en las guerras, como hacían los israelitas? - (2-10-2022-Pg.29)
Dios utiliza a Israel como brazo ejecutor. Jehová asignó a los israelitas el deber sagrado de ser su brazo ejecutor en la Tierra Prometida en la que les había introducido. Antes de su liberación de Egipto ellos no habían conocido el arte de la guerra. (Éx. 13:17.) Al dirigir victoriosamente a Israel contra “siete naciones más populosas y más fuertes” que ellos, Dios engrandeció su nombre como “Jehová de los ejércitos, el Dios de las líneas de batalla de Israel”. Esto demostró que “ni con espada ni con lanza salva Jehová, porque a Jehová pertenece la batalla”. (Dt 7:1; 1Sa 17:45, 47; compárese con 2Cr 13:12.) También les dio a los israelitas la oportunidad de demostrar su obediencia a los mandatos de Dios hasta el extremo de arriesgar la vida en guerras decretadas por Dios. (Dt 20:1-4.)
Se prohíbe guerrear para ampliar las fronteras marcadas por Dios. Dios prohibió estrictamente a Israel que guerrease para conquistar más territorio del que se le había concedido o atacase a una nación sin habérselo mandado. No tenía que contender con las naciones de Edom, Moab o Ammón. (Dt 2:4, 5, 9, 19.) Sin embargo, como con el tiempo esas naciones atacaron a los israelitas, se vieron obligados a guerrear en defensa propia. En esos casos tuvieron la ayuda de Dios. (Jue 3:12-30; 11:32, 33; 1Sa 14:47.)
Cuando en el período de los jueces el rey de Ammón intentó justificar su agresión contra Israel acusándole falsamente de anexionarse territorio ammonita, Jefté rebatió su argumento aludiendo a hechos históricos. Por eso, Jefté luchó contra sus agresores, basándose en el principio de que ‘todo aquel a quien Jehová nuestro Dios desposee de delante de nosotros es al que nosotros desposeeremos’. Jefté no entregaría a un intruso ni un centímetro de la tierra que Jehová le había dado. (Jue 11:12-27; véase JEFTÉ.)
Guerra santificada. Antiguamente se acostumbraba a santificar a las fuerzas combatientes antes de entrar en batalla. (Jos 3:5; Jer 6:4; 51:27, 28.) Durante la guerra, los combatientes de Israel, incluso los no judíos (por ejemplo, Urías, el hitita, que probablemente era un prosélito circunciso), tenían que permanecer limpios en sentido ceremonial. Durante las campañas militares no estaban permitidas las relaciones sexuales, ni siquiera con la esposa. Por esta razón las prostitutas no seguían al ejército de Israel. Además, el mismo campamento tenía que mantenerse limpio de contaminación. (Le 15:16, 18; Dt 23:9-14; 2Sa 11:11, 13.)
Cuando era necesario castigar al Israel infiel, a los ejércitos extranjeros que llevaban la destrucción se les consideraba ‘santificados’, en el sentido de que Jehová los había ‘apartado’ para la ejecución de sus justos juicios. (Jer 22:6-9; Hab 1:6.) De manera similar, Jehová llamó a las fuerzas militares (principalmente los medos y los persas) que destruyeron a Babilonia: “Mis santificados”. (Isa 13:1-3.)
Debido a la avidez de los falsos profetas de Israel, se dijo que ‘santificaban la guerra’ contra cualquiera que no contribuyese para su sustento. Con una actitud santurrona, alegaban que Dios aprobaba sus actos de opresión, entre los que figuraban la persecución e incluso muerte de profetas verdaderos y siervos de Dios. (Miq 3:5; Jer 2:8; Lam 4:13.)
Reclutamiento. Jehová mandó que se reclutase para servicio militar a los varones físicamente capacitados de Israel de veinte años de edad para arriba. Según Josefo, servían hasta los cincuenta años (Antigüedades Judías, libro III, cap. XII, sec. 4). Se rechazaba a los tímidos y cobardes porque las guerras de Israel eran guerras de Jehová, y quienes manifestasen una fe débil y fuesen temerosos podían debilitar la moral del ejército. Por otra parte, estaban exentos del servicio militar los hombres que habían terminado de edificar una casa y no la habían estrenado o los que habían plantado una viña y no habían tomado de su fruto. Estas exenciones se basaban en el derecho que tenía un hombre de disfrutar del fruto de su trabajo. El recién casado estaba exento por un año. De esta manera se le concedía tiempo para tener un heredero y conocerlo. Con estas provisiones, Jehová demostró su interés y consideración por la familia. (Nú 1:1-3, 44-46; Dt 20:5-8; 24:5.) Como los levitas servían en el santuario, se les eximía de prestar servicio militar, lo que mostraba que para Jehová el bienestar espiritual del pueblo era más importante que la defensa militar. (Nú 1:47-49; 2:32, 33.)
Leyes respecto al ataque y asedio de las ciudades. Jehová dio instrucciones a Israel en cuanto al procedimiento militar a seguir en la conquista de Canaán. Las siete naciones de Canaán mencionadas en Deuteronomio 7:1, 2 tenían que ser exterminadas totalmente, incluyendo a las mujeres y los niños. Sus ciudades tenían que ser dadas por entero a la destrucción. (Dt 20:15-17.) Según Deuteronomio 20:10-15, a otras ciudades primero se las advertía y se les estipulaban las condiciones para un acuerdo de paz. Si la ciudad se rendía, se perdonaba la vida a sus habitantes y se les obligaba a hacer trabajos forzados. El poder rendirse con la seguridad de que se les perdonaría la vida y no se violaría ni acosaría a sus mujeres, era un incentivo para que capitulasen ante el ejército de Israel y evitaran mucho derramamiento de sangre. Si la ciudad no se rendía, se mataba a todos los varones para evitar el riesgo de una posterior sublevación. A “las mujeres y los niñitos” se les dejaba con vida. Las “mujeres” a las que se hace referencia en este relato eran sin duda vírgenes, pues en Deuteronomio 21:10-14 se dice que cuando un israelita escogía como esposa a una cautiva de guerra, ella tenía que llorar a sus padres, no a su esposo. Además, tiempo antes, cuando Israel derrotó a Madián, se le dijo específicamente que solo tenía que perdonar la vida a las mujeres vírgenes. El mantener con vida solo a las vírgenes protegería a Israel de la adoración falsa y posiblemente de contraer enfermedades venéreas. (Nú 31:7, 17, 18.) (En cuanto a lo justo del decreto de Dios contra las naciones cananeas, véase CANAÁN, CANANEOS - [Israel conquista Canaán].)
Los árboles frutales no debían cortarse para obras de asedio. (Dt 20:19, 20.) Los caballos del enemigo eran desjarretados durante el ardor de la batalla para incapacitarlos y luego se les daba muerte. (Jos 11:6.) ★Un ataque que viene del norte - (2-4-2020-Pg.2)
No todas las guerras de Israel fueron justas. Cuando Israel se hizo infiel, se vio envuelto en conflictos que no eran más que luchas por el poder. Este fue el caso de los enfrentamientos de Abimélec contra Siquem y Tebez en el tiempo de los jueces (Jue 9:1-57), y la guerra de Omrí contra Zimrí y Tibní que le permitió apoderarse del trono del reino de diez tribus. (1Re 16:16-22.) Además, en lugar de confiar en que Jehová los protegería de sus enemigos, los israelitas empezaron a confiar en el poder militar, los caballos y los carros de guerra. Por eso, en el tiempo de Isaías, el país de Judá estaba “lleno de caballos” y “no [había] límite para sus carros”. (Isa 2:1, 7.)
Estrategia y tácticas de guerra de la antigüedad. A veces se enviaban espías para explorar el lugar antes del ataque. Estos espías no tenían el propósito de provocar disturbios, rebeliones o movimientos subversivos. (Nú 13:1, 2, 17-19; Jos 2:1; Jue 18:2; 1Sa 26:4.) Se utilizaban llamadas especiales de trompeta para reunir a las fuerzas militares, emitir una llamada de guerra y dar una señal de acción unida. (Nú 10:9; 2Cr 13:12; compárese con Jue 3:27; 6:34; 7:19, 20.) En ocasiones las fuerzas se dividían y se desplegaban a fin de atacar desde los flancos o para tender emboscadas o trampas. (Gé 14:15; Jos 8:2-8; Jue 7:16; 2Sa 5:23, 24; 2Cr 13:13.) Hubo por lo menos una ocasión en que, por orden de Jehová, se colocó en la vanguardia de las fuerzas armadas a cantores que ofrecían alabanza a Dios. Aquel día Dios luchó por Israel, poniendo en confusión al campamento del enemigo y haciendo que se mataran unos a otros. (2Cr 20:20-23.)
El combate se libraba principalmente cuerpo a cuerpo, hombre contra hombre. Se utilizaban diversas armas: espadas, lanzas, jabalinas, flechas, piedras de honda, etc. Durante la conquista de la Tierra Prometida, Israel no cifró su confianza ni en los caballos ni en los carros, sino más bien en el poder salvador de Jehová. (Dt 17:16; Sl 20:7; 33:17; Pr 21:31.) Posteriormente, los ejércitos de Israel empezaron a utilizar caballos y carros, al igual que los egipcios y otros pueblos. (1Re 4:26; 20:23-25; Éx 14:6, 7; Dt 11:4.) Algunos ejércitos extranjeros contaban con carros de guerra armados con hoces de hierro que salían de sus ejes. (Jos 17:16; Jue 4:3, 13.)
Las tácticas bélicas cambiaron durante el transcurso de los siglos. Por lo general, Israel no se concentró en desarrollar armas ofensivas, aunque dio considerable atención a la fortificación. El rey Uzías de Judá se hizo famoso por haber hecho “máquinas de guerra, invención de ingenieros”, cuya misión principal era la defensa de Jerusalén. (2Cr 26:14, 15.) Los ejércitos asirios y babilonios se destacaron especialmente por sus muros de asedio y terraplenes, por los que se hacían subir torres con arietes para atacar la parte más elevada y débil del muro de la ciudad. En lo alto de estas torres se colocaban arqueros y honderos. Además de las torres, se empleaban otras máquinas de asedio, como las gigantescas catapultas. (2Re 19:32; Jer 32:24; Eze 4:2; Lu 19:43.) Al mismo tiempo, los defensores de la ciudad intentaban resistir el ataque con la ayuda de arqueros y honderos y la de sus soldados, que arrojaban teas desde los muros y las torres y desde las catapultas que se hallaban en el interior de la ciudad. (2Sa 11:21, 24; 2Cr 26:15; 32:5.) Cuando se asaltaban fortificaciones amuralladas, una de las primeras cosas que intentaban hacer los invasores era cortar el suministro de agua de la ciudad, mientras que la ciudad amenazada de sitio solía cegar las fuentes de agua de los alrededores a fin de que no las usasen los atacantes. (2Cr 32:2-4, 30.)
Los vencedores también cegaban los pozos y los manantiales de la zona y esparcían piedras sobre el suelo, incluso en algunas ocasiones sembraban el suelo de sal - (§4). (Jue 9:45; 2Re 3:24, 25; véanse ARMAS, ARMADURA; FORTIFICACIONES.)
Jesús predijo la guerra. Jesús, hombre de paz, dijo que “todos los que toman la espada perecerán por la espada”. (Mt 26:52.) A Pilato le dijo que si su Reino hubiese sido de este mundo, sus servidores habrían luchado para evitar que fuese entregado a los judíos. (Jn 18:36.) Sin embargo, predijo que debido a que Jerusalén lo había rechazado como el Mesías, sufriría asedio y desolación, durante la cual sus “hijos” (habitantes) serían ‘arrojados al suelo’. (Lu 19:41-44; 21:24.)
Poco antes de su muerte, Jesús pronunció profecías que aplicaban a aquella generación y también al tiempo en que comenzara su presencia en el poder del Reino: “Van a oír de guerras e informes de guerras; vean que no se aterroricen. Porque estas cosas tienen que suceder, mas todavía no es el fin. Porque se levantará nación contra nación y reino contra reino”. (Mt 24:6, 7; Mr 13:7, 8; Lu 21:9, 10.)
Cristo guerrea como “Rey de reyes”. La Biblia revela que el resucitado Señor Jesucristo, a quien su Padre ha concedido ‘toda autoridad en el cielo y sobre la tierra’, participará en una guerra para destruir a todos los enemigos de Dios e introducirá paz eterna, como indica su título “Príncipe de Paz”. (Mt 28:18; 2Te 1:7-10; Isa 9:6.)
El apóstol Juan tuvo una visión de lo que ocurriría después del entronizamiento de Cristo en el cielo. En el Salmo 2:7, 8 y 110:1, 2 se había profetizado que el Hijo de Dios ‘le pediría que le diese naciones por herencia suya’, y que como respuesta Jehová le enviaría para ‘ir sojuzgando en medio de sus enemigos’. (Heb 10:12, 13.) La visión de Juan describió una guerra en el cielo, en la que Miguel (Jesucristo [véase MIGUEL núm. 1]) conduciría a los ejércitos celestiales en una guerra contra el dragón, Satanás el Diablo, como resultado de la cual el Diablo y sus ángeles serían arrojados a la Tierra. Esta guerra se peleará inmediatamente después del ‘nacimiento de un hijo, un varón’, que iba a pastorear a todas las naciones con vara de hierro. (Apo 12:7-9.) Luego se oyó una voz fuerte en el cielo que anunció: “¡Ahora han acontecido la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo [...]!”. Este anuncio trajo gran consuelo y gozo entre los ángeles, pero para la Tierra fue presagio de problemas y hasta guerras, pues la voz siguió diciendo: “¡Ay de la tierra y del mar!, porque el Diablo ha descendido a ustedes, teniendo gran cólera, sabiendo que tiene un corto espacio de tiempo”. (Apo 12:10, 12.)
Después que se arrojó a Satanás a la Tierra, los siervos terrestres de Dios, el resto de la ‘descendencia de la mujer’, “los cuales observan los mandamientos de Dios y tienen la obra de dar testimonio de Jesús”, llegaron a ser el blanco principal del Diablo. Satanás inició una guerra contra ellos, que consistió tanto en un conflicto espiritual como en verdadera persecución, y hasta llegó a la propia muerte en el caso de algunos. (Apo 12:13, 17.) Los capítulos siguientes (13, 17–19) describen los agentes e instrumentos que Satanás utiliza contra ellos, así como la victoria de los santos de Dios bajo su Caudillo Jesucristo.
“La guerra del gran día de Dios el Todopoderoso.” El capítulo 19 de Apocalipsis nos da una visión de la mayor guerra de toda la historia humana, algo que sobrepasa cualquier otra cosa que el hombre haya presenciado. Al comienzo de la visión se la llama “la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso”. En orden de batalla contra Jehová y el Señor Jesucristo como Comandante del ejército de Dios (las huestes celestiales), se hallan ‘la bestia salvaje y los reyes de la tierra y sus ejércitos’ simbólicos, reunidos en el campo de batalla por “expresiones inspiradas por demonios”. (Apo 16:14; 19:19.) No se representa a ningún siervo terrestre de Dios tomando parte en el combate. Por el contrario, los reyes de la Tierra “combatirán contra el Cordero, pero, porque es Señor de señores y Rey de reyes, el Cordero los vencerá”. (Apo 17:14; 19:19-21; véase HAR-MAGEDÓN.) Después de la lucha, se atará a Satanás por mil años, ‘para que no extravíe más a las naciones hasta que se terminen los mil años’. (Apo 20:1-3.)
Cuando concluya esta guerra, la Tierra disfrutará de paz durante mil años. El salmo declara a este respecto, “[Jehová] hace cesar las guerras hasta la extremidad de la tierra. Quiebra el arco y verdaderamente corta en pedazos la lanza; quema los carruajes en el fuego”. Este salmo tuvo su primer cumplimiento cuando Dios trajo paz a la tierra de Israel al destruir los instrumentos de guerra del enemigo. Pero una vez que Jesucristo derrote a los instigadores de la guerra en Har-Magedón, se disfrutará de paz completa y satisfaciente hasta la extremidad de esta esfera terrestre. (Sl 46:8-10.) Finalmente, las personas favorecidas con vida eterna serán las que habrán batido “sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas” y que no habrán ‘aprendido más la guerra’. “Porque la boca misma de Jehová de los ejércitos lo ha hablado.” (Isa 2:4; Miq 4:3, 4.)
La amenaza de guerra habrá terminado para siempre. La visión de Apocalipsis pasa a mostrar que al final de los mil años se soltará a Satanás el Diablo de su prisión en el abismo y de nuevo inducirá a muchos a luchar contra los que permanezcan leales a Dios. Pero no se les hará ningún daño, porque ‘descenderá fuego del cielo’ y devorará a estos enemigos; así se hará desaparecer para siempre toda amenaza de guerra. (Apo 20:7-10.)
El guerrear cristiano. Aunque el cristiano no guerrea de una manera física contra sangre y carne (Ef 6:12), sí participa en una guerra, una lucha espiritual. El apóstol Pablo explica la guerra que se produce dentro del cristiano entre “la ley del pecado” y “la ley de Dios”, o ‘la ley de la mente’ (la mente cristiana que está en armonía con Dios). (Ro 7:15-25.)
Debido a que esta guerra es muy intensa, el cristiano tiene que esforzarse muchísimo para salir victorioso. Sin embargo, puede confiar en que logrará la victoria gracias a la bondad inmerecida de Dios mediante Cristo y a la ayuda del espíritu de Dios. (Ro 8:35-39.) Jesús dijo en cuanto a esta lucha: “Esfuércense vigorosamente por entrar por la puerta angosta” (Lu 13:24), y el apóstol Pedro aconsejó: “Sigan absteniéndose de los deseos carnales, los cuales son los mismísimos que llevan a cabo un conflicto [o: “están prestando servicio militar” (stra·téu·on·tai)] en contra del alma”. (1Pe 2:11, Int; compárese con Snt 4:1, 2.)
Contra espíritus inicuos. Además de guerrear contra la ley del pecado, el cristiano tiene una pelea contra los demonios, quienes se aprovechan de las tendencias de la carne a fin de tentar al cristiano para que peque. (Ef 6:12.) En esta lucha los demonios también inducen a los que están bajo su influencia para que tienten o se opongan y persigan a los cristianos en un esfuerzo por quebrantar su integridad a Dios. (1Co 7:5; 2Co 2:11; 12:7; compárese con Lu 4:1-13.)
Contra enseñanzas falsas. El apóstol Pablo también habló de una guerra que tanto él como sus compañeros estaban librando al desempeñar su comisión como personas nombradas para cuidar de la congregación cristiana. (2Co 10:3.) La congregación de Corinto había sufrido la mala influencia de hombres altivos a quienes Pablo llamó “apóstoles falsos”, que causaban divisiones y sectas en la congregación porque atribuían indebida importancia a personas. (2Co 11:13-15.) En realidad, se convirtieron en seguidores de hombres, tales como Apolos, Pablo y Cefas. (1Co 1:11, 12.) Los miembros de la congregación se volvieron carnales, perdiendo el punto de vista espiritual de que estos hombres tan solo representaban a Cristo y que unidamente servían para el mismo propósito. (1Co 3:1-9.) Veían a sus hermanos en la congregación ‘según lo que eran en la carne’, es decir, de acuerdo con su apariencia, habilidades innatas, personalidades, etc., en vez de verlos como hombres espirituales. No percibían que el espíritu de Dios estaba actuando en la congregación y que lo que lograban hombres como Pablo, Pedro y Apolos era gracias al espíritu de Dios y para Su gloria.
Por lo tanto, Pablo se sintió impelido a escribirles: “En verdad ruego que, estando presente, no use del denuedo con aquella confianza con que estoy contando tomar medidas denodadas contra algunos que nos valoran como si anduviéramos según lo que somos en la carne. Porque aunque andamos en la carne, no guerreamos según lo que somos en la carne. Porque las armas de nuestro guerrear no son carnales, sino poderosas por Dios para derrumbar cosas fuertemente atrincheradas. Porque estamos derrumbando razonamientos y toda cosa encumbrada que se levanta contra el conocimiento de Dios; y ponemos bajo cautiverio todo pensamiento para hacerlo obediente al Cristo”. (2Co 10:2-5.)
Pablo escribió a Timoteo, a quien había dejado en Éfeso para cuidar de la congregación: “Este mandato te encargo, hijo, Timoteo, de acuerdo con las predicciones que condujeron directamente a ti, que por estas sigas guerreando el guerrear excelente; manteniendo la fe y una buena conciencia”. (1Ti 1:18, 19.) Timoteo no solo tenía que enfrentarse con la carne pecaminosa y la oposición de los enemigos de la verdad, sino que también tenía que luchar contra la infiltración de falsas doctrinas y contra los que querían corromper la congregación. (1Ti 1:3-7; 4:6, 11-16.) Esta acción protegería a la congregación de la apostasía que Pablo sabía que surgiría una vez que los apóstoles desaparecieran. (2Ti 4:3-5.) Por consiguiente, Timoteo se iba a enfrentar a una verdadera lucha.
Pablo pudo decirle a Timoteo: “He peleado la excelente pelea, he corrido la carrera hasta terminarla, he observado la fe”. (2Ti 4:7.) Pablo había mantenido su fidelidad a Jehová y Jesucristo demostrando una conducta correcta y desempeñado bien su servicio frente a la oposición, el sufrimiento y la persecución. (2Co 11:23-28.) Además, había cumplido con la responsabilidad que su puesto como apóstol del Señor Jesucristo conllevaba, luchando por mantener a la congregación cristiana limpia y sin mancha, como una virgen casta, y como “columna y apoyo de la verdad”. (1Ti 3:15; 1Co 4:1, 2; 2Co 11:2, 29; compárese con 2Ti 2:3, 4.)
La ayuda material de Dios al cristiano. Con relación a la lucha del cristiano, Dios ve a su siervo como un soldado que le pertenece, por lo que le provee las cosas materiales necesarias. El apóstol razona sobre la autoridad de alguien que sirve como ministro de otros: “¿Quién es el que jamás sirve de soldado a sus propias expensas?”. (1Co 9:7.)
Los cristianos y las guerras de las naciones. Los cristianos siempre han mantenido estricta neutralidad en las guerras de las naciones y de los grupos o facciones de cualquier clase. (Jn 18:36; 1Co 5:1, 13; Ef 6:12.) Para ver ejemplos en cuanto a la actitud de los cristianos primitivos a este respecto, véase EJÉRCITO - [Los llamados cristianos primitivos]. ★Cristianos neutrales en los últimos días - (1-11-2002-Pg.14-Foto)
Otros usos. La canción que entonaron Barac y Débora tras la victoria sobre el ejército de Jabín, el rey de Canaán, contiene un detalle que pone de relieve un principio: “Ellos [Israel] procedieron a escoger dioses nuevos. Fue entonces cuando hubo guerra en las puertas”. (Jue 5:8.) Tan pronto como abandonaron a Jehová por la adoración falsa, empezaron a tener dificultades y sus enemigos llegaron a las mismas puertas de sus ciudades. Por ello, el salmista declaró: “A menos que Jehová mismo guarde la ciudad, de nada vale que el guarda se haya quedado despierto”. (Sl 127:1.)
Salomón escribió en Eclesiastés 8:8: “No hay hombre que tenga poder sobre el espíritu para restringir el espíritu; [...] ni hay licencia alguna en la guerra”. En el día de su muerte una persona no puede retener el espíritu o fuerza de vida e impedir que regrese a Dios, su Dador y Fuerza, para así vivir más tiempo. La humanidad moribunda no puede evitar que la muerte le alcance. Tampoco puede librarse, mediante esfuerzos humanos, de la guerra que su enemigo la Muerte libra contra ella sin hacer excepciones. El hombre pecaminoso no puede hacer que otro hombre como él le sustituya en la muerte y de esta manera librarse de ella. (Sl 49:6-9.) La única liberación posible se debe a la bondad amorosa de Jehová por la mediación de su hijo Jesucristo. “Así como el pecado reinó con la muerte, así mismo también la bondad inmerecida reinara mediante la justicia con vida eterna en mira mediante Jesucristo nuestro Señor.” (Ro 5:21.)
¿Cómo se organiza una guerra?
Por regla general la guerra comienza en las mentes de personas con ciertos intereses premeditados.
Para conseguir sus objetivos tienen que generar un clima que lleve a la hostilidad, inseguridad, miedo, abusos y despertar en las mentes la necesidad de entrar en acción para remediarlo. Las personas o naciones interesadas en llevar a cabo la guerra para obtener sus objetivos ahora empiezan a buscar simpatizantes o aliados que lo apoyen en el ataque y se refuerzan tanto de armamentos como de personal nombrados. Para ello se usan campañas manipuladas de propaganda contaminante de la mente de los que se desea persuadir, al mismo tiempo que se reprime o se censura todo grito de auxilio de los abusados, objeto del ataque en las noticias o medios. Hoy en día se ven claramente los pasos preliminares de una guerra a escala mundial en las noticias y programas de televisión de todo el mundo, se está generando una falta de confianza absoluta a todo el mundo, se pone en sospecha al amable vecino, el maestro atento, el pastor servicial, la esposa fiel, el hijo educado… El mensaje es: “Ya no puedes confiar en nadie”. Al mismo tiempo se esta generando un clima de intolerante nacionalismo y división cuyas raíces son el egoísmo, haciendo creer, muchas veces justificadamente, a cada individuo ser victima de injusticias que exigen esa separación y rebelión y creándose así un estado de anarquía universal, lo que al mismo tiempo crea la necesidad de un remedio universal que abre perfectamente la puerta al profetizado nuevo sistema mundial con su falsa propaganda de paz y seguridad (Apo 16:14, 16; 1Te 5:3) |
Soldado que antiguamente usaba la honda en la guerra. La honda por lo general consistía en una tira que se usaba para lanzar piedras; con ese fin, se doblaba, se colocaba una piedra en el doblez y se hacía girar agarrando los dos extremos de la tira juntos; cuando había alcanzado suficiente velocidad, se soltaba uno de los extremos para que la piedra saliera disparada.
Los honderos constituían una parte importante de las fuerzas militares. La tribu de Benjamín tenía 700 hombres escogidos, cada uno de los cuales “podía tirar piedras con la honda a un cabello y no erraba”. (Jue 20:15, 16.) Los targumes dicen que los keretitas y los peletitas del ejército de David eran honderos expertos. Los honderos también constituyeron una parte importante de la fuerza militar del rey Uzías. (2Cr 26:13, 14.) Senaquerib utilizó un cuerpo de honderos en el ejército asirio, hecho que queda recogido en monumentos de la época. Las fuerzas combatientes de los egipcios, sirios, persas, sicilianos y otros pueblos también tuvieron divisiones similares. En el ejército romano los honderos formaban parte de las auxilia. Josefo relata que en el siglo I E.C. los honderos judíos demostraron su habilidad contra las fuerzas romanas. (Antigüedades Judías, libro XVII, cap. X, sec. 2; La Guerra de los Judíos, libro II, cap. XVII, sec. 5; libro IV, cap. I, sec. 3)
En los ejércitos antiguos los honderos solo componían una división de la infantería. También estaban los arqueros, como complemento de los honderos, y una cantidad menor de lanceros. Cuando eran requeridos para empezar el ataque o detener al enemigo, los honderos pasaban de la retaguardia a la vanguardia por pasillos que se abrían entre los soldados. En otras ocasiones disparaban desde atrás sobre las cabezas de los lanceros. Los honderos eran de especial importancia en los ataques a ciudades amuralladas. Las piedras que se disparaban desde el suelo podían alcanzar a los que estaban apostados en las murallas y también diferentes blancos del interior de la ciudad. (2Re 3:25.) Cuando se inventaron las máquinas de sitio y las torres de asalto, los honderos se aprovecharon de las posiciones elevadas que sus plataformas les ofrecían.
Una ventaja que tenía el hondero sobre el hombre que manejaba la espada o la lanza, ambos vestidos con armadura, era su eficacia desde lejos. Se afirma que podían disparar con acierto hasta una distancia de 120 m. con piedras y aún más lejos con bolas de plomo.
Hacerse un hondero diestro y experimentado exigía mucho tiempo y entrenamiento. Los pastorcillos que cuidaban y protegían los rebaños de las bestias depredadoras conseguían esta destreza tan necesaria. El pastorcillo David se sintió mucho mejor equipado con su honda que con la pesada armadura de Saúl. Pero sin duda no habría podido enfrentarse a Goliat si no hubiera tenido fe en Jehová y Él no le hubiera dado fuerzas. El resultado de la lucha no dependió de la superioridad de las armas ni de la destreza, sino del apoyo de Jehová. Como David le dijo a Goliat: “Yo voy a ti con el nombre de Jehová de los ejércitos, [...] a quien tú has desafiado [...]. Y toda esta congregación sabrá que ni con espada ni con lanza salva Jehová, porque a Jehová pertenece la batalla”. Una piedra salió de la honda de David, seguramente guiada y acelerada por Jehová, se hundió en la frente de Goliat y lo derribó, de modo que David pudo ‘darle muerte definitivamente’ con la propia espada de aquel. (1Sa 17:38-51; Véase “Armas” - (Honda))
Nombre por el que se identificó a sí mismo uno de los dos endemoniados a quienes Cristo Jesús encontró en la región que quedaba al E. del mar de Galilea. Sin embargo, su verdadero nombre obviamente no era Legión, sino que se refería a que estaba poseído por muchos demonios. Posiblemente el principal de estos demonios hizo que el hombre dijese que su nombre era Legión. En vista de que en el siglo I E.C. las legiones romanas generalmente estaban formadas por 6.000 hombres, esto puede dar una idea de la gran cantidad de demonios que poseían a este hombre. El endemoniado y su compañero eran tan feroces, que nadie se atrevía a pasar por la zona donde ellos se guarecían entre las tumbas. Bajo la influencia demoniaca, el hombre que se identificó como Legión andaba desnudo, gritaba día y noche y se cortaba con piedras. Todos los esfuerzos que se habían hecho por atarlo, incluso con grilletes y cadenas, habían sido en vano. Sin embargo, Cristo Jesús liberó a este hombre y a su compañero del poder de los demonios. Luego los demonios tomaron posesión de una piara de cerdos e hicieron que se precipitase por el despeñadero al mar de Galilea, y todos los cerdos murieron en sus aguas. (Mt 8:28-34; Mr 5:1-20; Lu 8:26-39 véanse CERDO; GADARENOS.)
(del latín legio, derivado de legere, recoger, juntar, seleccionar)¿Por qué preguntó Jesús por el nombre del demonio? Jesús le preguntó su nombre y este le contestó: legión, porque eran muchos. El Señor seguramente conocía esta situación, pero hizo la pregunta para que sus discípulos y los que estaban observando la escena tengan una idea más acabada de la obra que Satanás hace en las personas que permiten por diversas causas la intervención del Reino de las Tinieblas en sus propias vidas. Estas criaturas malignas son como los pandilleros que se unen y sienten satisfación en abusar de una persona indefensa mientras ellos se divierten a costa de su victima. |
La palabra hebrea guevúl significa “límite”, pero también puede referirse al territorio comprendido dentro de unos límites o fronteras. De ahí que Josué 13:23 diga: “Y el límite [heb. guevúl] de los hijos de Rubén vino a ser el Jordán; y esto, como territorio [u·ghevúl], fue la herencia”.
Jehová fija los límites. Antes del Diluvio, Dios echó a la primera pareja humana del Edén, por lo que se vieron obligados a vivir fuera de sus límites (Gé 3:23, 24), y expulsó a Caín de los alrededores del “suelo” desde el que ‘clamaba’ la sangre de su hermano Abel. (Gé 4:10, 11.) Posteriormente, puso un límite de “ciento veinte años” (Gé 6:3) al tiempo que la población antediluviana viviría antes de que la inmensa mayoría fuese destruida. (Gé 6:13.) Después decretó que los sobrevivientes del Diluvio ‘llenaran la tierra’, y cuando el hombre intentó contravenir ese mandato, deshizo sus maquinaciones y los forzó a cumplir lo decretado. (Gé 9:1, 19; 11:1-9.)
Siglos más tarde, Dios le prometió a Abrahán y a su descendencia que les daría una tierra con límites fijos. (Gé 15:18-21; Éx 23:31.) Permitió que los cananeos que residían en ella continuaran habitándola por un período predicho de “cuatrocientos años”, antes de que, habiéndose completado “el error de los amorreos”, entrase en vigor el edicto de desahucio. (Gé 15:13-16.) Por otra parte, Jehová también decretó que los israelitas no invadiesen los límites de naciones como Edom, Moab y Ammón, que descendían de parientes de los antepasados de los israelitas. (Dt 2:4, 5, 18, 19.) En este contexto histórico han de entenderse las palabras de la canción de Moisés en Deuteronomio 32:8, que dicen: “Cuando el Altísimo dio a las naciones una herencia, cuando separó a los hijos de Adán unos de otros, procedió a fijar el límite de los pueblos con consideración para el número de los hijos de Israel”.
Basándose en el derecho soberano de Jehová de determinar los límites nacionales, algún tiempo después el juez Jefté defendió el derecho de Israel a ocupar la tierra que Dios les había dado. (Jue 11:12-15, 23-27.) Sin embargo, como Israel no llevó a efecto fielmente los mandatos divinos, Jehová permitió que algunos pueblos enemigos permanecieran dentro de los límites de su territorio (Nú 33:55; Jue 2:20-23), hasta que durante el reinado de David —cuatro siglos después de la entrada del pueblo en Canaán—, Israel consiguió controlar por primera vez todo el territorio comprendido dentro de los límites prometidos. (2Sa 8:1-15.)
Tal y como se les había advertido, con el tiempo Jehová permitió que naciones paganas penetraran a través de las fronteras de la Tierra Prometida y condujesen a Israel al exilio, en castigo por su apostasía. (Dt 28:36, 37, 49-53; Jer 25:8-11.) Por medio de sus profetas Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel, Jehová predijo la caída sucesiva de potencias mundiales, comenzando por Babilonia, y el orden en que aparecerían. (Isa 13:1–14:4; 44:28–45:5; Jer 25:12-29; Eze 21:18-27; Da 2, 7, 8 y 11:1–12:4.) Si bien Jehová toleraría por un “tiempo señalado” la existencia de las naciones políticas y su dominación de la Tierra, también predijo su destrucción y la desaparición de las fronteras de su dominación política a manos del Reino en poder del Mesías. (Da 2:44; compárese con Apo 11:17, 18; 19:11-16.)
“Los límites fijos de la morada de los hombres.” Pablo dijo a los atenienses que le escuchaban que Dios “decretó los tiempos señalados y los límites fijos [gr. ho·ro·the·sí·as, literalmente, “demarcaciones; delimitaciones”] de la morada de los hombres”. (Hch 17:26.) En el Salmo 74:17 se recoge un comentario similar con relación al Creador: “Tú fuiste el que estableció todos los límites de la tierra; verano e invierno... tú mismo los formaste”. Al Altísimo se le deben todos los límites naturales de la Tierra: ríos, lagos, mares y montañas, que configuran el lugar donde el hombre habita. (Compárese con Jer 5:22.)
Los límites de las tribus de Israel. (El Territorio de las tribus de Israel.) Cuando Israel conquistó la Tierra Prometida, a las tribus de Rubén y Gad y a la media tribu de Manasés se les concedió tomar su herencia “del lado del Jordán hacia el naciente”. (Nú 32:1-5, 19, 33-42; 34:14, 15; Jos 13:8-13, 15-32.) Después de seis años de luchas contra los cananeos con el fin de someterlos, llegó el momento de determinar los límites de la tierra asignada al O. del Jordán a las restantes nueve tribus y a la media tribu de Manasés. Jehová designó a Josué, a Eleazar el sacerdote y a un principal de cada tribu para que constituyesen una comisión que supervisase la distribución. (Nú 34:13-29; Jos 14:1.) El procedimiento seguido se apegó a las instrucciones que Dios le había dado a Moisés tiempo atrás: “Conforme al gran número debes aumentar la herencia de uno, y conforme al corto número debes reducir la herencia de uno. A cada uno se debe dar su herencia en proporción con sus inscritos. Solo que por sorteo debe repartirse proporcionalmente la tierra”. (Nú 26:52-56; 33:53, 54.)
Por consiguiente, parece que la distribución de la tierra se efectuó en función de estos dos criterios: por sorteo y conforme al tamaño de la tribu. Es posible que mediante el sorteo se determinase el lugar aproximado de la herencia que correspondería a cada tribu, bien al N., S., E. u O. de la tierra, bien en la región de la llanura costera o en la zona montañosa. Como la decisión procedía de Jehová, se evitaron los recelos y disputas entre las tribus. (Pr 16:33.) De este modo Dios también podía controlar el resultado del sorteo con el fin de que la asignación de cada tribu correspondiese con la profecía que el patriarca Jacob había pronunciado en su lecho de muerte y que se registra en Génesis 49:1-33.
Después de determinar por sorteo la ubicación geográfica de la tribu, había que delimitar sus fronteras, tomando en cuenta el segundo criterio: el tamaño de la tribu. “Y tienen que repartirse proporcionalmente la tierra como posesión, por sorteo, según sus familias. Al populoso deben aumentarle su herencia, y al escaso deben reducirle su herencia. A donde le resulte la herencia por sorteo, allí llegará a ser suya.” (Nú 33:54.) En consecuencia, si bien la decisión tomada por sorteo respecto a la ubicación geográfica era invariable, la extensión de la herencia se ajustaría al tamaño de la tribu. A eso se debe el que se redujese el territorio de Judá cuando se vio que era demasiado grande y se asignase una parte a la tribu de Simeón. (Jos 19:9.)
El aumento o la disminución de la extensión de la herencia no se determinó en todo caso por el criterio de proporcionalidad, pues la tribu de Dan, la segunda más populosa, recibió una de las extensiones de tierra más pequeñas, lo que indica que se debieron tener en cuenta otros criterios, como el número de ciudades que había en la región, la orografía del terreno y la calidad del suelo para el cultivo. (Compárese con Jos 17:14-18.)
Una vez decididos los límites exactos de cada tribu, se determinaron las asignaciones de tierra por familia, lo que al parecer no se hizo por sorteo, sino por designación directa de un comité nombrado para ese fin e integrado por Eleazar, Josué y los principales de las tribus. (Jos 17:3, 4.) Deuteronomio 19:14 dice a este respecto: “No debes mover hacia atrás los hitos de tu semejante, cuando los antecesores hayan fijado los límites en tu herencia”. (Véase HITO.)
El relato referente a la división del territorio que estaba al O. del Jordán muestra que primero se sortearon las asignaciones correspondientes a Judá (Jos 15:1-63), José (Efraín) (Jos 16:1-10) y la media tribu de Manasés (Jos 17:1-13), y seguidamente se fijaron sus límites y se enumeraron sus ciudades. Hecho esto, parece que se interrumpió el trabajo de dividir la tierra, pues se indica que el campamento de Israel se trasladó de Guilgal a Siló. (Jos 14:6; 18:1.) No obstante, no se indica cuánto tiempo duró esta interrupción, pero sí se menciona que Josué reprendió a las siete tribus restantes por su dilación en ocupar el resto de la tierra. (Jos 18:2, 3.) Algunos estudiosos han procurado explicar esta actitud de las siete tribus aduciendo que el abundante botín conseguido durante la conquista y la relativa tranquilidad ante la inexistencia de un peligro inminente de ataque de los cananeos, hizo que esas tribus no tuviesen prisa por ocupar el resto del territorio conquistado. Puede ser que además estuviesen poco dispuestos a encararse al problema de tener que dominar los reductos de tenaz resistencia enemiga que aún quedaban en el territorio. (Jos 13:1-7.) Por otro lado, es posible que su conocimiento de esa parte de la Tierra Prometida fuese mucho más limitado que el de la tierra que ya se había distribuido.
Con el fin de agilizar la ocupación de la tierra, Josué envió una delegación de veintiún hombres, tres por cada una de las siete tribus, a delinear “el mapa de la tierra en siete partes” y después que lo hubieron delineado “por ciudades”, echó suertes con el fin de conocer la decisión de Jehová. (Jos 18:4-10.) Las herencias individuales se consideran en Josué 18:11–19:49.
La tribu sacerdotal de Leví no recibió una asignación en una región determinada, sino que le correspondieron 48 ciudades por todo el territorio de la nación y sus dehesas. (Jos 13:14, 33; 21:1-42.)
Otros límites. Mediante el pacto de la Ley, Dios ‘separó’ a Israel como su pueblo escogido durante mil quinientos cuarenta y cinco años. (Le 20:26.) No obstante, con la muerte sacrificatoria de su Hijo “destruyó el muro de en medio” que separaba a los gentiles de los judíos y abolió la Ley de mandamientos. En Efesios 2:12-16, Pablo aludió a la barrera o muro (soreg) que había en el recinto del templo y que a los gentiles les estaba prohibido traspasar bajo pena de muerte; esta barrera le sirvió al apóstol de ejemplo para ilustrar la división que el pacto de la Ley había originado.
Bajo el nuevo pacto mediado por Jesús, se fijó una demarcación de naturaleza espiritual de mucho más alcance que cualquier límite geográfico, una demarcación que separaba a la nación espiritual constituida por la congregación cristiana del resto de la humanidad. (Jn 17:6, 14-19; 1Pe 2:9-11.) Jehová había predicho mucho antes que edificaría Sión con gemas preciosas y haría sus límites “de piedras deleitables”, una profecía de la que citó Jesús, y aplicó los versículos siguientes a todos aquellos que llegarían a ser sus discípulos. (Isa 54:12, 13; Jn 6:45; compárese con Apo 21:9-11, 18-21.) Estos linderos espirituales deben considerarse inviolables, pues Dios advierte que el que los traspase será destruido. (Compárese Isa 54:14, 15; 60:18 con 1Co 3:16, 17.)
Por otra parte, se requiere que quienes componen la nación espiritual de Dios permanezcan dentro de esos límites, conscientes de las restricciones morales que estos marcan (1Co 5:9-13; 6:9, 10; 1Te 4:3-6) y de la frontera espiritual que los separa de la adoración falsa y de los comportamientos mundanos (2Co 6:14-18; Snt 4:4; Apo 18:4), así como de las normas que rigen la relación que debe existir entre los cristianos y “las autoridades superiores” de los gobiernos vigentes (Ro 13:1, 5; Jos 17:1-13; Hch 4:19, 20; 5:29), las relaciones entre personas casadas (1Co 7:39; 1Pe 3:1, 7) y muchos otros campos de la vida.
Pablo también muestra que había límites en el territorio asignado para la actividad ministerial. (2Co 10:13-16.)
“Mantenga la distancia”
El colegio necesitaba un nuevo conductor para el autobús escolar, así que se preparó un Test para seleccionar a uno de los tres candidatos que se presentaron y se planteó a los tres la siguiente prueba:
★Se llevó al primer candidato por cierto camino a un lugar donde había una curva cerrada en una subida fuerte, y se le preguntó: ¿Cuánto puede usted acercar el autobús a la orilla del camino en ésta curva sin precipitarse al vacio por el precipicio? El conductor echó un vistazo, replicando: “Creo que hasta seis centímetros de la orilla, sin arriesgar la seguridad”. ★Al segundo candidato para el trabajo se le planteó la misma situación. Examinó la curva y dijo al examinador: “Creo que puedo llevar el autobús hasta dos centímetros de la orilla, sin caer al precipicio”. ★El profesor llevó al tercer candidato al mismo escenario, haciéndole la misma proposición. De inmediato, éste respondió: “¿Me tiene usted por loco? A mi no me preocupa cuán cerca pueda llevar el autobús a la orilla. Más bien, trataré de alejarme lo más posible de la línea de peligro”. Éste fue contratado.
Para el cristiano, hay una “línea de peligro” entre los intereses del Reino y el mundo. Tal como el tercer conductor, cada cristiano debe mantenerse tan distante como sea posible de la zona de peligro. El apóstol Pablo escribió: “Aborrezcan lo que es inicuo; adhiéranse a lo que es bueno” (Ro 12:9). |
En Babilonia, los magistrados eran funcionarios civiles de los distritos jurisdiccionales. Estaban versados en la ley y tenían autoridad judicial limitada. Entre los oficiales a los que se reunió para inclinarse delante de la imagen de oro de Nabucodonosor también había magistrados. (Da 3:2, 3.)
La administración del gobierno en las colonias romanas estaba en manos de magistrados civiles, por lo general conocidos en latín como duumviri (duunviros). La junta de magistrados podía componerse de tres, cuatro, generalmente cinco o incluso diez o doce miembros. Estos tenían la responsabilidad de mantener el orden, administrar las finanzas, interrogar y juzgar a los que transgredían la ley y dar la orden de que se ejecutara el castigo. A veces aparecen sus nombres y títulos en las monedas que la ciudad acuñaba. A los magistrados se les asignaban alguaciles, o lictores, para cumplir sus órdenes. (Véase ALGUACIL.)
Los magistrados civiles de la colonia romana de Filipos (Hch 16:12) pusieron a Pablo y a Silas en el cepo sin haberlos juzgado. Al día siguiente enviaron alguaciles para soltarlos, pero a fin de vindicar pública y legalmente las buenas nuevas que predicaba, Pablo pidió que fuesen los magistrados mismos quienes les soltasen. Estos, temiendo dificultades con Roma por haber azotado a ciudadanos romanos, ofrecieron sus excusas a Pablo y Silas, y los soltaron. (Hch 16:19-39.)
Alguien que va delante para preparar la llegada de otra persona. Este trabajo supone explorar y espiar, despejar la senda, proclamar y anunciar que alguien se aproxima, o mostrar el camino para que otros lo sigan. Por lo general, el precursor es menos importante que la persona que le sigue, aunque no siempre.
En Oriente era costumbre que delante del carro real fueran corredores para preparar y anunciar la llegada del rey, así como para prestarle ayuda. (1Sa 8:11.) Por eso Absalón y Adonías hicieron que 50 corredores fueran delante de sus carros personales, a fin de imitar la dignidad real, así como para añadir prestigio y aparente aprobación a sus respectivas rebeliones. (2Sa 15:1; 1Re 1:5; véase CORREDORES.)
Juan el Bautista fue el precursor de Cristo predicho en Isaías 40:3 y Malaquías 3:1 y 4:5, 6: “Alguien está clamando en el desierto: ‘¡Despejen el camino de Jehová! Hagan recta la calzada[’]”. “Envío mi mensajero, y él tiene que despejar un camino delante de mí.” La proclamación anticipada de Juan hizo que la gente estuviera en expectativa de Jesús, que lo buscara y esperara; y, como resultado, que pudiera escucharle, honrarle y seguirle. (Mt 3:1-12; 11:7, 10, 14; Mr 9:11-13; Lu 1:13-17, 76; Jn 1:35-37.) De manera similar, se enviaron mensajeros delante de Jesús, y estos fueron a una aldea de los samaritanos “para hacerle preparativos”. (Lu 9:52.)
Sin embargo, el único pasaje de las Escrituras en donde aparece la palabra “precursor” hace referencia a Jesús. (Heb 6:19, 20.) Él no fue precursor en el sentido de ser inferior a los que iban detrás de él. Por el contrario, fue el primero que alcanzó la gloria celestial, y abrió y preparó el camino al cielo para la congregación de los que habrían de seguir sus pasos. (Jn 14:2, 3.) De modo que ellos se acercan a Dios con denuedo por el camino que su Precursor inauguró. (Heb 10:19-22; Véase Evangelizador.)
Procesión oficial que celebra la victoria sobre las fuerzas enemigas. La palabra griega thri·am·béu·ö, que significa “conducir en una procesión triunfal”, solo aparece dos veces en las Escrituras, cada una en un marco ilustrativo algo diferente. (2Co 2:14; Col 2:15.)
Procesiones triunfales entre las naciones.
Egipto, Asiria y otras naciones conmemoraban sus victorias militares con procesiones triunfales. En los días de la república romana, uno de los mayores honores que el Senado podía otorgar a un general vencedor era permitirle celebrar su victoria con una solemne y costosa procesión triunfal, en la que no se pasaba por alto ningún detalle de pompa y gloria.
La procesión romana discurría lentamente por la Via Triumphalis, cuyo sinuoso trazado conducía al templo de Júpiter, que se alzaba sobre el monte Capitolino. Delante iba un grupo de músicos tocando y entonando canciones de victoria, seguido de un grupo de hombres jóvenes que llevaban a los animales para el sacrificio. Detrás iban carros cargados con el botín de guerra, seguidos de enormes carrozas, en las que se representaban escenas de batallas que mostraban la destrucción de ciudades y templos, y en las que a veces se colocaba, coronando la representación, una figura del comandante militar derrotado. A los reyes, príncipes y generales capturados, junto con su familia y servidumbre, se les conducía encadenados y con frecuencia, desnudos, para su humillación y vergüenza.
A continuación iba el carro del general vencedor —adornado con marfil y oro, y al que se habían sujetado guirnaldas de laurel—, tirado por cuatro corceles blancos o, a veces, por elefantes, leones, tigres o ciervos. Los hijos del vencedor iban sentados a sus pies o en un carro aparte detrás del de su padre. Los cónsules y magistrados le seguían a pie, y tras ellos, los oficiales y tribunos militares con el ejército vencedor, todos con guirnaldas de laurel y regalos, cantando loas a su caudillo. A la vanguardia de la procesión se hallaban los sacerdotes y sus ayudantes, que llevaban a la principal víctima sacrificatoria, un buey blanco.
Al paso de la procesión, el pueblo arrojaba flores delante del carro del vencedor, y el humo del incienso que se quemaba en los templos perfumaba el recorrido. Este aroma era para el ejército vencedor augurio de honores, ascensos en su carrera, fortuna y una vida algo más desahogada, pero para los vencidos era un olor de muerte, la muerte que les esperaba al terminar la procesión. Este hecho ayuda a entender la aplicación espiritual que Pablo hace de la ilustración en 2 Corintios 2:14-16.
Se edificaron arcos del triunfo en honor de algunos generales. El Arco de Tito (Roma) todavía conmemora la caída de Jerusalén en 70 E.C. Tito, acompañado de su padre, el emperador Vespasiano, celebró su victoria sobre Jerusalén con una procesión triunfal. Algunos arcos servían de puertas de la ciudad, pero la función de la mayoría era solo monumental. El diseño de los arcos puede que haya representado el yugo de sumisión bajo el que se obligaba a marchar a los cautivos.
Los cristianos participan en una procesión triunfal. Pablo basó su metáfora en estos ejemplos y en su conocimiento general de la época cuando escribió a los corintios: “Gracias a Dios que siempre nos conduce en una procesión triunfal en compañía con el Cristo”. (2Co 2:14-16.) El cuadro presenta a Pablo y a sus compañeros cristianos como súbditos devotos de Dios, “en compañía con el Cristo”, como hijos, oficiales de rango y soldados victoriosos, formando parte del séquito de Dios, quien los conduce en una gran procesión triunfal a lo largo de una ruta perfumada.
En Colosenses 2:15 la situación es bastante diferente. Allí se muestra a los gobiernos y las autoridades enemigos bajo el control de Satanás como los cautivos y prisioneros de la procesión triunfal. Jehová, el Vencedor, los desnuda y exhibe en público como derrotados, como los vencidos “mediante ello”, es decir, el “madero de tormento” mencionado en el versículo anterior. La muerte de Cristo en el madero de tormento no solo proveyó la base para quitar el “documento manuscrito”, el pacto de la Ley, sino también hizo posible que se liberase a los cristianos de la esclavitud a los poderes satánicos de la oscuridad.
Otras procesiones. La Biblia también menciona otras procesiones celebradas con motivo de algún acontecimiento de singular trascendencia, y en las que participaron multitudes de personas. David describe la procesión victoriosa de Jehová desde Sinaí hasta el lugar del santo templo en Jerusalén, con carros de guerra de Dios, cautivos, cantores, músicos y multitudes congregadas bendiciendo al Santo de Israel. (Sl 68:17, 18, 24-26.) Hubo una procesión como parte de la ceremonia inaugural celebrada después que se reconstruyeron los muros de Jerusalén en los días de Nehemías. (Ne 12:31.) Además, en el Salmo 118:27 se menciona una “procesión festiva” que debía estar relacionada con la fiesta anual de las cabañas.
Persona que sirve en un ejército. En las Escrituras Hebreas se utilizan con frecuencia términos precisos para designar la función específica que desempeñaban: soldados de caballería (Éx 14:9), corredores (1Sa 22:17), honderos (2Re 3:25), hombres que manejan la lanza y el escudo (2Cr 25:5), disparadores (2Cr 35:23), arqueros (Job 16:13) o manejadores del arco (Isa 21:17). El vocablo griego para “soldado” es stra·ti·ó·tës. (Véase EJÉRCITO.)
Durante el tiempo de la dominación romana, era normal ver soldados en Judea. En Capernaum, un oficial del ejército dijo: “Porque yo [...] tengo soldados bajo mí”, de lo que se desprende que allí había soldados apostados a su mando. (Mt 8:5-9.) También había tropas romanas apostadas en la Fortaleza Antonia de Jerusalén, como lugar estratégico desde donde controlar a los judíos. Cuando Pablo fue por última vez a Jerusalén, el comandante militar que estaba al cargo de esos soldados lo rescató de una chusma y, al día siguiente, de los fariseos y saduceos amotinados. (Hch 21:30-35; 22:23, 24; 23:10.) Al descubrirse un complot contra la vida de Pablo, el comandante proveyó una escolta de 70 jinetes, 200 soldados y 200 lanceros para llevarlo hasta Antípatris, y los jinetes siguieron acompañándolo desde allí hasta Cesarea. (Hch 23:12-33.)
Soldados judíos. También había soldados judíos, entre los que se contaban los que preguntaron a Juan el Bautista: “¿Qué haremos?”. Posiblemente su labor era de inspección y estaba relacionada con las aduanas y la recaudación de impuestos. (Lu 3:12-14.)
La ejecución y el entierro de Jesús. Puesto que Jesús fue entregado al gobernador romano y acusado de sedición contra Roma, se utilizó a soldados romanos para ejecutarlo. Estos lo ultrajaron en gran manera, mofándose de él, escupiéndole y golpeándole antes de llevárselo para fijarlo en un madero. (Mt 27:27-36; Jn 18:3, 12; 19:32-34.) Repartieron entre sí sus prendas exteriores de vestir y echaron suertes sobre su prenda interior. El destacamento que fijó a Jesús en el madero constaba por lo visto de cuatro soldados. (Jn 19:23, 24.) Al observar los fenómenos que ocurrieron y las circunstancias en las que Jesús había muerto, el oficial del ejército encargado de la ejecución dijo: “Ciertamente este hombre era Hijo de Dios”. (Mr 15:33-39.) Había soldados romanos apostados ante la tumba de Jesús para hacer guardia. (Mt 27:62-66.) Si estos hubiesen sido de la guardia judía del templo, los judíos no hubieran tenido que pedírselos a Pilato. Además, los principales sacerdotes prometieron solucionar el asunto con el gobernador si él se enteraba de que el cuerpo de Jesús había desaparecido. (Mt 28:14.)
El primer cristiano gentil. Unos tres años y medio más tarde, un soldado romano, un centurión, envió dos sirvientes y “un soldado devoto” para invitar a Pedro a ir a Cesarea. Ante la predicación de Pedro, Cornelio y su casa, que probablemente incluiría a aquel “soldado devoto” que estaba a su servicio, recibieron el derramamiento de espíritu santo y se convirtieron en los primeros gentiles que formaron parte de la congregación cristiana. (Hch 10:1, 7, 44-48.)
La liberación de Pedro. Algún tiempo después, el apóstol Pedro fue detenido por orden de Herodes Agripa I y encarcelado bajo la vigilancia de cuatro relevos de cuatro soldados cada uno. En cada relevo, dos soldados vigilaban la puerta de la prisión, mientras los otros dos custodiaban personalmente a Pedro, que se hallaba encadenado a ellos, uno a cada lado. No obstante, durante la noche se apareció un ángel, que soltó las cadenas de Pedro y lo sacó de la prisión. Esto causó una gran conmoción entre los soldados, y Herodes, tras examinar a los guardias responsables, “mandó que se los llevaran al castigo”, que, según la costumbre romana, probablemente sería la muerte. (Hch 12:4-10, 18, 19.)
Se muestra bondad a Pablo. Cuando el apóstol Pablo fue llevado a Roma en barco debido a que había apelado a César, se le puso bajo la custodia de una división de soldados al mando de un oficial de la banda de Augusto llamado Julio. Este hombre trató a Pablo con bondad y le permitió ir a ver a sus amigos y disfrutar de su hospitalidad. Al principio no debía creer que Pablo tuviese la guía de Dios, así que prefirió hacer caso al dueño de la nave y al piloto. No obstante, después de que la nave se halló a merced de una gran tempestad durante varios días, Pablo relató una visión que había tenido, en la que se garantizaba la vida de todos los que se hallaban en el barco, y en esta ocasión el oficial y sus hombres le escucharon. Cuando la embarcación comenzó a hacerse pedazos cerca de Malta, los soldados se dispusieron a dar muerte a todos los prisioneros, pero Julio deseaba que Pablo saliera ileso y se lo impidió. (Hch 27:1, 3, 9-11, 20-26, 30, 31, 39-44.) Una vez en Roma, se permitió a Pablo vivir en su propia casa alquilada bajo la custodia de un soldado. (Hch 28:16, 30.)
Uso simbólico. Al defender su apostolado en su carta a la congregación de Corinto, Pablo escribió: “¿Quién es el que jamás sirve de soldado a sus propias expensas?”. (1Co 9:7.) Aunque Pablo no había aceptado ayuda material de los corintios, con estas palabras razonó que, como soldado al servicio de su Amo, Cristo, ciertamente tenía autoridad para recibir esa ayuda. Pablo también consideró soldados de Cristo a los que trabajaban en cooperación con él en la predicación de las buenas nuevas, y los llamó ‘compañeros de armas’. (Flp 2:25; Flm 2.)
Pablo había encargado una pesada responsabilidad a Timoteo, por lo que le escribió: “Como excelente soldado de Cristo Jesús, acepta tu parte en sufrir el mal. Ningún hombre que sirve como soldado se envuelve en los negocios comerciales de la vida, a fin de conseguir la aprobación de aquel que lo alistó como soldado”. (2Ti 2:3, 4.) Un buen soldado espera dificultades, y sabe que tiene que estar listo para servir en todo momento y aguantar en medio de las condiciones más difíciles. Mientras toma parte en una guerra, el soldado no busca su propia comodidad ni lo que a él le agrada. Su tiempo y energías están supeditados a las órdenes de su superior. Además, un soldado abandona su negocio, granja, oficio o vocación con el fin de servir en el ejército. No se envuelve en otras actividades que apartarían su mente y sus energías de lo más importante: la pelea en la que participa. De no hacerlo así, probablemente perdería su vida o la de los que dependiesen de él. Según los historiadores, los soldados romanos no podían participar en ningún tipo de actividad comercial, y tenían prohibido actuar como tutores o curadores de cierta propiedad, para evitar que se distrajeran de su propósito como soldados. Bajo la ley mosaica, el hombre recién casado, el que tuviera una casa que aún no hubiese estrenado o una viña de la que no hubiese recibido fruto estaba exento del servicio militar. Además, un hombre que fuese temeroso ciertamente resultaría ser un mal soldado y socavaría la moral de sus compañeros; por eso la Ley también eximía a tal hombre. (Dt 20:5-8.) De modo que los cristianos, fuesen de origen judío o gentil, captarían en seguida la fuerza de la ilustración de Pablo.
En la carta a los Efesios, Pablo bosquejó claramente que el soldado cristiano no lucha contra sangre y carne, sino contra “las fuerzas espirituales inicuas en los lugares celestiales”. Por lo tanto, la armadura que se necesita para esta lucha no se puede conseguir de fuentes mundanas, sino que tiene que ser la armadura que proviene de Jehová Dios, quien da la victoria por medio del comandante de su ejército, Jesucristo. (Ef 6:11-17.)
Tú, luchador de la resistencia
Dentro de este sistema mundial, se nos considera como luchadores de la resistencia. Nuestra misión es la de unirnos a las fuerzas de la organización de Jehová, la resistencia al gobernante de este mundo y devolver la tierra a su propietario y gobernante original. Has sido elegido para seguir a Cristo y restablecer el Reino de Dios y luego expandir sus fronteras tanto como puedas anunciando su Reino (Ef 6:11, 12). No es una tarea que puedas hacer por ti solo, sin embargo, debes unirte a otros de la misma mente y la misma preciosa fe, el pueblo de Jehová (Heb 10:24, 25). Esta es una revolución que muy probablemente no será transmitida en el noticiero de esta noche. Lo más probable es que no vayas a ganar mucha atención ni a recibir los elogios que corresponden a un héroe. Sin embargo, debes aceptar el reto de convertirte en un héroe de Dios sin descuidarte (Ef 6:13-18; 1Ti 1:18).
Dios no te forzará a hacerlo. Tú debes tomar tu propia decisión (2Ti 1:8; 2:3). Toma tu antorcha de la verdad y transmite luz en la oscuridad de este mundo, enseñándoles el engaño en el que viven y son explotados (2Co 4:4; Jn 8:32). |
Grupo de personas constituido por varias familias o clanes, unidos por la raza o las costumbres bajo los mismos jefes.
Las palabras hebreas que suelen traducirse por “tribu” (mat·téh y sché·vet) significan “vara” o “bastón”. (Éx 7:12; Pr 13:24.) Es probable que esas palabras pasasen a significar “tribu” en el sentido de grupo de personas conducidas por uno o varios jefes que llevaban un cetro o bastón. (Compárese con Nú 17:2-6.) En la mayoría de los casos donde el contexto muestra que ambas palabras tienen el sentido de “tribu”, se usan con respecto a una de las tribus de Israel, tal como la “tribu [mat·téh] de Gad” o la “tribu [sché·vet] de los levitas”. (Jos 13:24, 33.) Sin embargo, la expresión la ‘tribu que Dios redimió como su herencia’ (Sl 74:2) se refiere a la entera nación de Israel como “tribu” o pueblo diferente de otras naciones y pueblos. En cambio, el término “tribu” de Números 4:18 parece tener un sentido más restrictivo, aplicado a los qohatitas, una subdivisión de la tribu de Leví. Las “tribus” egipcias mencionadas en Isaías 19:13 deben aplicar a ciertas categorías de personas, sea en virtud de su región, de su casta o de algún otro factor.
El término griego fy·lë (traducido “tribu”) se refiere a un grupo de personas unidas por una ascendencia común, y también, a una subdivisión del mismo, es decir, a un clan o tribu. La palabra se usa frecuentemente en las Escrituras Griegas Cristianas con respecto a las tribus de la nación de Israel. (Hch 13:21; Ro 11:1; Flp 3:5; Heb 7:13, 14; Apo 5:5.) En expresiones como “de toda tribu y lengua y pueblo y nación”, el término “tribu” al parecer significa un grupo de personas relacionadas por una ascendencia común. (Apo 5:9.) Tales expresiones son completas, y abarcan a todos los habitantes de la Tierra, tanto si se consideran según tribus de personas interrelacionadas, grupos lingüísticos, secciones grandes de la humanidad o divisiones políticas. (Apo 7:9; 11:9; 13:7; 14:6.) El término fy·lë también aparece en la expresión “todas las tribus de la tierra” registrada en Apocalipsis 1:7, y debe significar todas las personas de la Tierra, puesto que el versículo también dice “todo ojo le verá”. (Compárese con Mt 24:30.)
Tribus de Israel. Las tribus de Israel descendieron de los doce hijos de Jacob. (Gé 29:32–30:24; 35:16-18.) Estos “doce cabezas de familia [gr. dö·de·ka pa·tri·ár·kjas]” produjeron “las doce tribus de Israel”. (Gé 49:1-28; Hch 7:8). Sin embargo, Jacob bendijo a los dos hijos de José, Manasés, el mayor, y Efraín, el menor, al decirles: “Efraín y Manasés llegarán a ser míos como Rubén y Simeón”. (Gé 48:5, 13-20.) No había una “tribu” de José cuando todas las tribus recibieron su herencia en la Tierra Prometida. (Jos 13–19.) Se contó a los “hijos de José” —Manasés y Efraín— como dos tribus distintas en Israel. (Véanse LÍMITE.) No obstante, como Jehová había dispuesto, esto no aumentó a trece el número de las tribus de Israel que recibieron una herencia de tierra, pues los levitas no recibieron ninguna. Jehová había escogido a “la tribu de Leví” (Nú 1:49) en lugar de los primogénitos de las otras tribus para ministrar en el santuario. (Éx 13:1, 2; Nú 3:6-13, 41; Dt 10:8, 9; 18:1; véase LEVITAS.) Por consiguiente, había doce tribus no levitas en Israel. (Jos 3:12, 13; Jue 19:29; 1Re 11:30-32; Hch 26:7.)
Cuando Moisés bendijo a las tribus (Dt 33:6-24), no se mencionó por nombre a Simeón, quizás porque la tribu se había reducido mucho y su porción iba a estar incluida en el territorio de Judá. En la visión de Ezequiel de la contribución santa, las tribus que se mencionan son las mismas que en el libro de Josué reciben una herencia de tierra. (Eze 48:1-8, 23-28.) En esta visión, la tribu de Leví estaba ubicada dentro de “la contribución santa”. (Eze 48:9-14, 22.)
Estructura tribal. La organización de los israelitas se basaba en gran parte en la estructura tribal. En el desierto, tanto el orden de marcha como los campamentos se organizaban según las tribus. (Nú 2:1-31; 10:5, 6, 13-28.) La herencia de tierra se asignó por tribus, y se dieron leyes especiales para que la tierra no pasara de una tribu a otra. (Nú 36:7-9; Jos 19:51.)
Dentro de cada tribu la tierra se dividía según los cabezas de familia. Aunque la tribu era la división más importante de la nación, cada tribu se subdividía en grandes “familias” (usado este término en un sentido amplio) descendientes de los cabezas paternos. (Nú 3:20, 24; 34:14.) Dentro de cada “familia” había muchas casas. Esta estructura general del pueblo se ilustra bien en Josué 7:16-18 y 1 Samuel 9:21; 10:20, 21.
Tribus del Israel espiritual. Apocalipsis 7:4-8 divide a los 144.000 miembros del Israel espiritual en doce ‘tribus’ de 12.000 miembros cada una. (Véase ISRAEL DE DIOS.) Esta lista difiere ligeramente de las listas de los hijos de Jacob (incluye a Leví) que eran los cabezas tribales del Israel natural. (Gé 49:28.) La razón para tal diferencia puede ser la siguiente:
Rubén, el hijo primogénito de Jacob, perdió su derecho de primogénito por su conducta impropia. (Gé 49:3, 4; 1Cr 5:1, 2.) José (el hijo primogénito de Jacob y de su segunda esposa Raquel, su favorita) obtuvo el derecho de la primogenitura, lo que comprendía el derecho de heredar dos partes o porciones en Israel. (Gé 48:21, 22.) En la lista de Apocalipsis “José” debe representar a Efraín, y Manasés representa la segunda porción de José en este Israel espiritual. También se incluye la tribu de Leví; para que Leví no aumente el número total de tribus, se descarta a la de Dan en la lista de Apocalipsis 7:4-8, aunque eso no supone ninguna descalificación de esa tribu. La inclusión de Leví también sirve para mostrar que no hay ninguna tribu sacerdotal especial en el Israel espiritual, pues toda la nación espiritual es un “sacerdocio real”. (1Pe 2:9.)
“Juzgarán a las doce tribus de Israel.” Jesús dijo a los apóstoles que en ‘la re-creación se sentarían sobre doce tronos y juzgarían a las doce tribus de Israel’. (Mt 19:28; véase CREACIÓN - [La re-creación].) Más tarde se expresó en términos similares cuando hizo un pacto para un Reino con sus fieles apóstoles. (Lu 22:28-30.) No sería razonable que Jesús quisiese decir que ellos juzgarían a las doce tribus del Israel espiritual mencionado posteriormente en Apocalipsis, puesto que los apóstoles tenían que ser parte de ese grupo. (Ef 2:19-22; Apo 3:21.) Se dice que aquellos “llamados a ser santos” juzgarán “al mundo”, no a sí mismos. (1Co 1:1, 2; 6:2.) Los que reinarán con Cristo constituirán un reino de sacerdotes. (1Pe 2:9; Apo 5:10.) Por consiguiente, las “doce tribus de Israel” que se mencionan en Mateo 19:28 y Lucas 22:30 deben representar al “mundo” de la humanidad que no forma parte de esa clase real sacerdotal y al que juzgarán los que se sientan en los tronos celestiales. (Apo 20:4.)