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Hay tres textos bíblicos en los que se usa la palabra griega a·pó·kry·fos en su sentido original para referirse a algo “cuidadosamente ocultado”. (Mr 4:22; Lu 8:17; Col 2:3.) En lo que respecta a escritos, en un principio aplicaba a los que no se leían en público y por lo tanto estaban “ocultados” de otros. Sin embargo, más tarde esa palabra adquirió el significado de espurio o no canónico, y en la actualidad se suele usar con referencia a los escritos que la Iglesia católica romana declaró parte del canon bíblico en el Concilio de Trento (1546). Los escritores católicos los llaman deuterocanónicos, que significa “del segundo [o posterior] canon”, a diferencia de los protocanónicos.
Estos escritos que se añadieron son: Tobías, Judit, Sabiduría (de Salomón), Eclesiástico o Sirácides (no Eclesiastés), Baruc, Primero de los Macabeos, Segundo de los Macabeos, añadiduras al libro de Ester y tres añadiduras a Daniel: el Cántico de los tres jóvenes, la Historia de Susana y la Historia de Bel y el dragón. No se puede precisar con exactitud cuándo se escribieron, pero se sabe que no fue antes del siglo II o III a. E.C.
Prueba en contra de su canonicidad. Aunque en algunos casos estos escritos tienen cierto valor histórico, afirmar que son canónicos carece de base sólida. Los hechos indican que el canon hebreo se completó después de la escritura de los libros de Esdras, Nehemías y Malaquías, en el siglo V a. E.C. Los escritos apócrifos nunca se incluyeron en el canon judío de las Escrituras inspiradas y no forman parte de ellas en la actualidad.
El historiador judío Josefo, del primer siglo, indica que solo se daba reconocimiento a aquellos pocos libros (del canon hebreo) que se consideraban sagrados. Dijo: “Por esto entre nosotros no hay multitud de libros que discrepen y disientan entre sí; sino solamente veintidós libros [el equivalente de los treinta y nueve libros de las Escrituras Hebreas según la división moderna], que abarcan la historia de todo tiempo y que, con razón, se consideran divinos”. Después demuestra que conoce la existencia de los libros apócrifos y su exclusión del canon hebreo, al añadir: “Además, desde el imperio de Artajerjes hasta nuestra época, todos los sucesos se han puesto por escrito; pero no merecen tanta autoridad y fe como los libros mencionados anteriormente, pues ya no hubo una sucesión exacta de profetas”. (Contra Apión, libro I, sec. 8.)
Su inclusión en la Versión de los Setenta. Los argumentos en favor de la canonicidad de estos escritos por lo general se basan en el hecho de que se hallan en muchas copias antiguas de la Versión de los Setenta griega de las Escrituras Hebreas, traducción que se comenzó en Egipto alrededor del año 280 a.E.C. No obstante, puesto que no existen ejemplares originales de la Versión de los Setenta, no se puede afirmar de forma categórica que los libros apócrifos estuvieran incluidos originalmente en esa obra. Se reconoce que muchos de estos escritos, quizás la mayoría, se escribieron después de comenzarse a traducir la Versión de los Setenta, así que es obvio que no estuvieron en la lista original de los libros que debían traducirse. Por consiguiente, en el mejor de los casos, solo pueden considerarse como adiciones a esa obra.
Además, aunque los judíos de habla griega de Alejandría finalmente insertaron esos escritos apócrifos en la Versión de los Setenta y al parecer los consideraban como parte de un canon ampliado de escritos sagrados, las palabras de Josefo citadas antes indican que nunca se incluyeron en el canon de Jerusalén (palestinense), y como máximo se les tuvo por escritos de segundo orden, y no de origen divino. Por lo tanto, el Concilio judío de Jamnia (alrededor del año 90 E.C.) excluyó específicamente todos esos escritos del canon hebreo.
La necesidad de dar la debida consideración a la postura judía al respecto se desprende con claridad de lo que el apóstol Pablo escribió en Romanos 3:1, 2.
Otros testimonios antiguos. Una de las principales pruebas externas en contra de la canonicidad de los libros apócrifos es el hecho de que ninguno de los escritores cristianos de la Biblia citó de ellos. Aunque esto no es concluyente, dado que tampoco se cita de algunos libros que sí son reconocidos como canónicos (Ester, Eclesiastés y El Cantar de los Cantares), no obstante, el que no se cite ni una sola vez de ninguno de los once escritos apócrifos no cabe duda de que es significativo.
También pesa el hecho de que los principales eruditos bíblicos, así como los “padres de la Iglesia” de los primeros siglos de la era común, por lo general han catalogado los libros apócrifos como escritos de segundo orden. Orígenes, de principios del siglo III E.C., después de una investigación cuidadosa, también distinguió entre estos escritos y los del canon verdadero. Atanasio, Cirilo de Jerusalén, Gregorio Nacianceno y Anfíloco, todos del siglo IV E.C., prepararon catálogos de los escritos sagrados según el canon hebreo, en los que ignoraron los escritos apócrifos o los colocaron en una categoría secundaria.
Jerónimo, considerado “el mejor hebraísta” de la Iglesia primitiva y traductor de la Vulgata latina (405 E.C.), adoptó una postura clara en contra de esos libros, y fue el primero en usar explícitamente la palabra “apócrifo” en el sentido de no canónico con referencia a ellos. En consecuencia, en su prólogo a los libros de Samuel y Reyes, Jerónimo menciona los libros inspirados de las Escrituras Hebreas según el canon hebreo (en el que los treinta y nueve libros están agrupados en veintidós), y entonces dice: “Así que hay veintidós libros [...]. Este prólogo de las Escrituras puede servir de advertencia al que se acerca a todos los libros que traducimos del hebreo al latín; para que sepamos que cualquiera que esté fuera de estos tiene que ser puesto entre los libros apócrifos”. Al escribirle a una dama de nombre Leta sobre la educación de su hija, Jerónimo aconsejó: “Guárdese de todo linaje de apócrifos. Y si alguna vez los quiere leer, no para buscar la verdad de los dogmas, sino por reverencia de los símbolos, sepa que no pertenecen a los autores cuyos nombres figuran a su cabeza, y que llevan revuelto mucho elemento vicioso. No se requiere menuda prudencia para buscar oro entre el fango”. (Cartas de San Jerónimo, CVII.)
Opiniones católicas divergentes. Agustín (354-430 E.C.) fue el primero en intentar incluir estos escritos en el canon bíblico, aunque en obras posteriores reconoció que había una clara diferenciación entre los libros del canon hebreo y esos “libros ajenos”. Sin embargo, la Iglesia católica, siguiendo a Agustín, los incluyó en el canon de los libros sagrados fijado por el Concilio de Cartago en el año 397 E.C. No obstante, no confirmó definitivamente que aceptaba estos escritos en su catálogo de libros bíblicos sino hasta el año 1546 E.C., en el Concilio de Trento, y esta acción se juzgó necesaria debido a que había diferentes opiniones al respecto, incluso dentro de la Iglesia. Juan Wiclef, el sacerdote y erudito católico romano que en el siglo XIV hizo la primera traducción al inglés de la Biblia con la ayuda posterior de Nicolás de Hereford, no incluyó los libros apócrifos en su obra, y en el prefacio de esta traducción dijo que esos escritos “carecían de la autoridad conferida por la aceptación general”. El cardenal dominico Cayetano, principal teólogo católico de su tiempo (1469-1534 E.C.), a quien Clemente VII llamó la “lámpara de la Iglesia”, también distinguió entre los libros del canon hebreo verdadero y las obras apócrifas, para lo que se apoyó en la autoridad de los escritos de Jerónimo.
Debe notarse así mismo que el Concilio de Trento no aceptó todos los escritos que se habían aprobado en el anterior Concilio de Cartago, sino que excluyó a tres de estos: la Oración de Manasés y Primero y Segundo de Esdras (no los libros 1 y 2 Esdras que en la versión católica Torres Amat corresponden a Esdras y Nehemías). Así, estos tres escritos, que por más de mil cien años habían formado parte de la versión aprobada de la Vulgata latina, a partir de entonces quedaron excluidos.
Prueba interna. La prueba interna de estos escritos apócrifos cuestiona aún más que la externa su canonicidad. No existe en ellos el elemento profético. Su contenido y enseñanza en ocasiones contradice a los libros canónicos y ellos mismos también se contradicen entre sí. En ellos abundan las inexactitudes históricas y geográficas y los anacronismos. En algunos casos, los escritores son culpables de falta de honradez al presentar falsamente sus obras como si fuesen de escritores inspirados de épocas anteriores. Demuestran estar bajo la influencia griega, y en ocasiones recurren a un lenguaje extravagante y un estilo literario totalmente ajeno al estilo de las Escrituras inspiradas. Dos de los escritores dan a entender que no fueron inspirados. (Véase el prólogo de 2 Macabeos 2:24-32; 15:38-40, BC.) De modo que se puede decir que la prueba más contundente contra la canonicidad de los libros apócrifos son ellos mismos. A continuación se examina cada uno de estos libros.
Tobías (Tobit). Es la historia de Tobit, un judío piadoso de la tribu de Neftalí deportado a Nínive que se queda ciego al caerle excremento de pájaro en ambos ojos. Tobit envía a Media a cobrar una deuda a su hijo Tobías, a quien un ángel que había tomado forma humana conduce a Ecbátana (Ragués). En el camino, Tobías logra pescar un pez, al que quita el corazón, el hígado y la hiel para quedárselos. Más tarde, se encuentra con una mujer que, aunque se había casado siete veces, seguía siendo virgen, pues el demonio Asmodeo había ocasionado la muerte de cada uno de sus siete esposos la misma noche de bodas. Animado por el ángel, Tobías se casa con la virgen viuda y ahuyenta al demonio quemando el corazón del pez y el hígado. A su regreso, hace que su padre recupere la vista valiéndose de la hiel del pez.
Es probable que el libro se escribiera originalmente en arameo alrededor del siglo III a. E.C. Dado el componente de superstición y error que hay en el relato, está claro que no fue inspirado por Dios. Entre las inexactitudes que contiene, se puede mencionar la siguiente: el relato afirma que Tobit vio en su juventud la revuelta de las diez tribus norteñas, un acontecimiento ocurrido en 997 a. E.C., después de la muerte de Salomón (Tobías 1:4, 5, BJ), y que más tarde fue deportado a Nínive con la tribu de Neftalí, lo que ocurrió en 740 a. E.C. (Tobías 1:10-13, NC, 732 a. E.C., nota.) De ser así, esto significaría que habría vivido más de doscientos cincuenta y siete años, cuando el caso es que en Tobías 14:1-3 (14:11, NC) se informa que Tobit murió a la edad de ciento cincuenta y ocho años. ★Tobías
Judit. La historia de una hermosa viuda judía de la ciudad de “Betulia”. Nabucodonosor envía a su oficial Holofermes en una campaña contra el N. del país con el fin de destruir toda forma de adoración que no sea la suya propia. Holofermes asedia a los judíos en Betulia, pero Judit, aparentando traicionar la causa judía, logra introducirse en su campamento y le presenta un informe falso sobre la situación de la ciudad. Se celebra una fiesta en la que Holofermes se emborracha, y Judit se apodera de su espada, lo decapita y regresa a Betulia con su cabeza. A la mañana siguiente se produce un desconcierto total en el campamento enemigo, y los judíos consiguen una victoria aplastante.
La Biblia de Jerusalén dice lo siguiente en la introducción a Tobías, Judit y Ester: “El libro de Judit manifiesta sobre todo una gran despreocupación por la historia y la geografía”. Entre las inconsecuencias que allí se señalan, figura la siguiente: los acontecimientos se sitúan durante el reinado de Nabucodonosor, “que reinó sobre los asirios en la gran ciudad de Nínive”. (Judit 1:1, 7, BJ.) Tanto en esta introducción como en las anotaciones al pie de la página que esta traducción hace al libro de Judit, se señala que Nabucodonosor fue rey de Babilonia y que nunca reinó en Nínive, ya que su padre Nabopolasar había destruido esta ciudad con anterioridad.
Respecto al itinerario bélico de Holofermes, la citada introducción dice que “es un reto a la geografía”, y en términos parecidos se expresa The Illustrated Bible Dictionary (vol. 1, pág. 76): “El relato es pura ficción; si se pretendiese que fuese real, sus inexactitudes serían inverosímiles” (edición de J. D. Douglas, 1980).
Se cree que el libro se escribió en Palestina durante la dominación helénica, hacia finales del siglo II o principios del I a. E.C. Asimismo, se opina que fue escrito originalmente en hebreo. ★Judit
Las adiciones al libro de Ester. Seis pasajes constituyen la adición hecha a este libro. En algunos textos griegos y latinos antiguos, la primera adición, de 17 versículos, antecede al primer capítulo (Est 11:2–12:6, Scío), y en ella se transcribe un sueño de Mardoqueo y se relata la conjura contra el rey que el propio Mardoqueo puso al descubierto. La segunda es una inserción entre los versículos 13 y 14 del capítulo 3 (Est 13:1-7, Scío), que presenta el texto del edicto real contra los judíos. Al final del capítulo 4 (Est 13:8–14:19, Scío) se encuentra la tercera adición, en la que se recogen las oraciones de Ester y Mardoqueo. La cuarta viene después de Ester 5:2 (Est 15:1-19, Scío), y relata la audiencia de Ester ante el rey. Después del versículo 12 del capítulo 8 (Est 16:1-24, Scío), se halla la quinta adición; en esta consta el edicto del rey, en el que autorizaba a los judíos a defenderse. Por último, en la conclusión del libro (Est 10:4–11:1, Scío) se encuentra la interpretación del sueño de Mardoqueo que figura en la introducción apócrifa.
La colocación de estas añadiduras varía de una traducción a otra. En algunas se ponen todas al final (como hizo Jerónimo en su traducción), mientras que en otras aparecen entremezcladas con el texto canónico.
En la primera se presenta a Mardoqueo como uno de los cautivos que Nabucodonosor se llevó en 617 a. E.C., y como un hombre prominente de la corte durante el segundo año del rey Asuero (en griego dice Artajerjes), más de un siglo después. Esta exposición de los hechos, que le atribuye a Mardoqueo una posición muy importante en una época tan temprana del reinado de Asuero, contradice el texto canónico de Ester. Se cree que estas añadiduras fueron obra de un judío egipcio y que se escribieron durante el siglo II a. E.C.
★Ester 11
Sabiduría (de Salomón). Es un tratado en el que se alaban los beneficios que resultan de buscar la sabiduría divina. Esta se personifica en la figura de una mujer celestial, y se incluye en el texto la oración de Salomón pidiendo sabiduría. En la última parte se repasa la historia desde Adán hasta la conquista de Canaán, entresacando ejemplos de bendiciones por haber obrado con sabiduría, en contraste con las calamidades debidas a haber carecido de ella. Se comenta la insensatez del culto a las imágenes.
Aunque no se menciona específicamente a Salomón por nombre, hay pasajes que aluden a él como su autor. (Sabiduría 9:7, 8, 12.) No obstante, otros pasajes son citas de libros bíblicos escritos siglos después de la muerte de Salomón (c. 998 a. E.C.), tomadas de la Septuaginta, traducción al griego de las Escrituras Hebreas iniciada hacia 280 a. E.C. Se piensa que el autor del libro debió ser un judío de Alejandría (Egipto) que lo escribió hacia mediados del siglo I a. E.C.
El texto pone de manifiesto que el escritor se apoya totalmente en la filosofía griega. Se vale de la terminología platónica para introducir la doctrina de la inmortalidad del alma. (Sabiduría 2:23; 3:2, 4.) Otros conceptos paganos que se incluyen en el texto son: la existencia prehumana del alma y la idea de que el cuerpo es un obstáculo o lastre para esta (8:19, 20; 9:15). Al relato de los acontecimientos históricos que van desde Adán hasta Moisés lo adornan muchos detalles imaginarios que con frecuencia están en desacuerdo con el registro inspirado.
Aunque algunas obras de consulta han pretendido demostrar que hay cierta correspondencia entre algunos pasajes de este libro apócrifo y los escritos de las Escrituras Griegas Cristianas, el parecido suele ser mínimo, y aun si fuese algo más acusado, no indicaría que los escritores cristianos se basaron en él, sino en el canon de las Escrituras Hebreas, del que el escritor apócrifo también sacó información. ★Sabiduría
Eclesiástico. Este libro, también conocido por el nombre “Sabiduría de Jesús Ben Sirá”, se caracteriza por ser el más extenso de los apócrifos y el único de autor conocido: Jesús Ben Sirá, de Jerusalén. El escritor hace algunos comentarios sobre la naturaleza de la sabiduría y cómo aplicarla a fin de llevar una vida feliz. Recalca enérgicamente la importancia de observar la Ley. Da consejo sobre muchos aspectos relacionados con el comportamiento social y la vida cotidiana, entre los que se hallan observaciones en cuanto a los modales a la mesa, los sueños y los viajes. La última parte contiene una reseña de personajes importantes de la historia de Israel, que termina con el sumo sacerdote Simón II.
En abierta contradicción con la declaración de Pablo en Romanos 5:12-19, en la que el apóstol muestra que el peso de la responsabilidad por el pecado recayó sobre Adán, el libro de Eclesiástico dice: “Por la mujer fue el comienzo del pecado, y por causa de ella morimos todos” (25:24, BJ). Además, el escritor afirma que prefiere “¡cualquier maldad, pero no maldad de mujer!” (25:13, BJ).
El libro se escribió originalmente en hebreo hacia comienzos del siglo II a. E.C. En el Talmud judío figuran citas de esta obra.
★Eclesiástico
Baruc (incluye la carta de Jeremías). Los primeros cinco capítulos del libro están escritos como si los hubiese redactado el amigo de Jeremías, el escriba Baruc, mientras que el sexto se presenta como si fuese una carta del propio Jeremías. El libro contiene las expresiones de arrepentimiento y las plegarias por auxilio del pueblo judío exiliado en Babilonia, exhortaciones para que el pueblo se apegue a la sabiduría, palabras de ánimo para que confíen en la promesa de liberación y una denunciación contra la idolatría babilonia.
El libro sitúa a Baruc en Babilonia (Baruc 1:1, 2), mientras que según el registro bíblico, se marchó a Egipto, al igual que Jeremías, y no hay prueba de que Baruc estuviese alguna vez en Babilonia. (Jer 43:5-7.) Contrario a la profecía de Jeremías sobre los setenta años que duraría la desolación de Judá y el exilio babilonio (Jer 25:11, 12; 29:10), en Baruc 6:2 se dice que los judíos permanecerían en Babilonia durante siete generaciones y que entonces serían liberados.
En el prefacio del libro de Jeremías, Jerónimo dice: “No he creído que valiese la pena traducir el libro de Baruc”, y la Biblia de Jerusalén, en su introducción a este libro, opina que algunas porciones debieron redactarse bastante tiempo después, hacia el siglo II o I a. E.C., y, por consiguiente, no pudo ser Baruc, sino otro escritor (o escritores). Es probable que se haya escrito originalmente en hebreo. ★Baruc - (Libro Apócrifo)
Cántico de los tres jóvenes. Esta adición al libro de Daniel se inserta entre los versículos 23 y 24 del capítulo 3. Consta de 67 versículos, que comienzan con una oración atribuida a Azarías cuando estaba en el horno ardiente, seguida de la intervención de un ángel que apaga el fuego y, finalmente, de una canción que los tres hebreos cantan mientras todavía se encuentran en el horno. La canción guarda una gran semejanza con el Salmo 148, pero sus referencias al templo, los sacerdotes y los querubines no cuadran con la época a la que afirma corresponder. Es posible que fuese escrita originalmente en hebreo durante el siglo I a. E.C.
Historia de Susana. Narración corta sobre un incidente ocurrido en la vida de la bella esposa de Joaquín, un acaudalado judío de Babilonia. Mientras Susana se bañaba, se le acercaron dos ancianos del pueblo que la instaron a cometer adulterio con ellos; como se negó, urdieron una acusación falsa contra ella. En el juicio se la sentenció a muerte, pero, hábilmente, el joven Daniel puso al descubierto el engaño de los dos ancianos y Susana quedó libre de acusación. Se desconoce el idioma en el que se escribió en un principio este relato. Se cree que debió redactarse en el siglo I a. E.C. En la Septuaginta griega se le colocó antes del libro canónico de Daniel, mientras que en la Vulgata latina se puso después. Por lo general se incluye en el libro de Daniel como el decimotercer capítulo.
Historia de Bel y el dragón. Una tercera añadidura al libro de Daniel que por lo general consta como el capítulo decimocuarto. Según esta narración, el rey Ciro exigió de Daniel que rindiese adoración a una imagen del dios Bel. Daniel esparce cenizas sobre el suelo del templo y al día siguiente descubre que hay pisadas que conducen hasta el lugar donde se ofrendaban los alimentos que supuestamente comía el propio ídolo, con lo que demuestra que eran los sacerdotes paganos y sus familias los que en realidad consumían los alimentos. Se ejecuta a los sacerdotes y Daniel destruye la imagen. Luego el rey le pide que rinda adoración a un dragón vivo. Daniel mata al dragón, pero la multitud enfurecida hace que se le arroje a un foso de leones. En el transcurso de los siete días que dura su encierro, un ángel prende a Habacuc por los cabellos y lo lleva desde Judea a Babilonia con un plato de cocido en las manos para alimentar a Daniel. A continuación, se vuelve a llevar a Habacuc a Judea; poco después se libera a Daniel y se arroja al foso a sus opositores, que son devorados por los leones. Se opina que esta añadidura también corresponde al siglo I a. E.C. Según The Illustrated Bible Dictionary (vol. 1, pág. 76), estas adiciones son “piadosos adornos ficticios”. ★la Historia de Bel y el dragón
Primero de los Macabeos.
Narración histórica de las luchas del pueblo judío por su independencia durante el siglo II a. E.C., desde el comienzo del reinado de Antíoco Epífanes (175 a. E.C.) hasta la muerte de Simón Macabeo (c. 134 a. E.C.). El libro está consagrado principalmente a las hazañas del sacerdote Matatías y sus hijos, Judas, Jonatán y Simón, en sus enfrentamientos con los sirios.
Este es el más valioso de los libros apócrifos por la información histórica que aporta sobre ese período. Sin embargo, como se reconoce en The Jewish Encyclopedia (1976, vol. 8, pág. 243), en esta obra “la historia está escrita desde un punto de vista humano”. Como en el caso de los otros escritos apócrifos, tampoco forma parte del canon hebreo inspirado. Probablemente se escribió en hebreo hacia las postrimerías del siglo II a. E.C.
Segundo de los Macabeos. Aunque se coloca después, su contenido es en parte paralelo al período histórico reseñado en el primero (c. 180 a. E.C. a 160 a. E.C.), pero no lo escribió el mismo autor. Se presenta como un compendio de la obra realizada con anterioridad al período indicado por un tal Jasón de Cirene. Narra la persecución de los judíos bajo Antíoco Epífanes, el saqueo del templo y su posterior dedicación.
El relato sitúa la acción en el tiempo de la destrucción de Jerusalén, y presenta a Jeremías llevando el tabernáculo y el arca del pacto a una cueva del monte desde el que Moisés había contemplado la tierra de Canaán. (2 Macabeos 2:1-16.) Como es sabido, el templo había reemplazado al tabernáculo unos cuatrocientos veinte años antes.
El dogma católico se vale de varios pasajes de este libro para apoyar algunas doctrinas, como el castigo después de la muerte (2 Macabeos 6:26), la mediación de los santos (15:12-16) y la conveniencia de orar por los muertos (12:41-46).
En su introducción a los dos libros de los Macabeos, la Biblia de Jerusalén hace el siguiente comentario sobre el segundo libro: “El estilo, que es el de los escritores helenísticos, pero no de los mejores, resulta a veces ampuloso”. Su autor no afirma haber escrito bajo inspiración divina, y dedica parte del segundo capítulo a justificar el método seleccionado para ordenar y presentar la narración histórica. (2 Macabeos 2:24-32, BJ.) Termina con las palabras: “Yo también terminaré aquí mismo mi relato. Si ha quedado bello y logrado en su composición, eso es lo que yo pretendía; si imperfecto y mediocre, he hecho cuanto me era posible”. (2 Macabeos 15:37, 38, BJ.)
El libro debió escribirse en griego entre 134 a. E.C. y 70 E.C., el año de la caída de Jerusalén.
Obras apócrifas posteriores. Sobre todo a partir del siglo II E.C., surgieron gran cantidad de escritos que pretendían ser inspirados por Dios y canónicos, y estar relacionados con la fe cristiana. Se les ha llamado el “Nuevo Testamento Apócrifo”, e imitan los evangelios, los Hechos, las cartas y las revelaciones de los libros canónicos de las Escrituras Griegas Cristianas. Un gran número de estos solo se conocen gracias a algunos fragmentos que se han conservado, o por citas o alusiones de otros escritores.
Estos escritos intentan suministrar la información que los libros inspirados omiten deliberadamente, como las actividades y acontecimientos relacionados con la vida de Jesús desde su tierna infancia hasta el momento de su bautismo. También tratan de suministrar apoyo para las doctrinas o tradiciones que no tienen base en la Biblia o que la contradicen. Por ejemplo, el llamado Evangelio de Tomás y el Protoevangelio de Santiago abundan en relatos fantásticos de supuestos milagros efectuados por Jesús durante su infancia, pero lo representan de tal manera que hacen que parezca un niño caprichoso y petulante dotado de poderes impresionantes. (Compárese con el relato auténtico de Lu 2:51, 52.) Los “Hechos” apócrifos, como los “Hechos de Pablo” y los “Hechos de Pedro”, dan gran importancia a la abstinencia total de relaciones sexuales y hasta afirman que los apóstoles animaban a las mujeres a que se separasen de sus esposos, lo que contradice el consejo inspirado de Pablo registrado en el capítulo siete de Primera a los Corintios.
Al comentar sobre tales escritos apócrifos postapostólicos, The Interpreter’s Dictionary of the Bible (edición de G. A. Buttrick, 1962, vol. 1, pág. 166) dice: “Muchos de estos son triviales; algunos, altamente teatrales; algunos, repugnantes, hasta asquerosos”. El New Standard Bible Dictionary (de Funk y Wagnalls, 1936, pág. 56) comenta: “Han sido la fructífera fuente de leyendas sagradas y tradiciones eclesiásticas. Es a estos libros adonde debemos acudir para encontrar el origen de algunos de los dogmas de la Iglesia católica romana”.
Tal como los escritos apócrifos primitivos se excluyeron de las Escrituras Hebreas precristianas, estos escritos apócrifos posteriores tampoco se aceptaron como inspirados ni se incluyeron en las primeras colecciones o catálogos de las Escrituras Griegas Cristianas. (Véase CANON.)
Las Santas Escrituras, la Palabra inspirada de Jehová, es el libro que ha sido reconocido como el más grande de todos los tiempos debido a su antigüedad, su difusión universal, el número de idiomas a los que se ha traducido, su gran valor literario y su importancia trascendental para toda la humanidad. Es independiente de todos los otros libros, no imita a ninguno. Se mantiene por sus propios méritos, dando crédito de esta forma a su único Autor. Se distingue por haber sobrevivido a controversias más violentas que ningún otro libro, pues ha sido objeto del odio de muchos enemigos.
Nombre. La palabra “Biblia” se deriva, a través del latín, de la voz griega bi·blí·a, que significa “libritos”. Esta palabra, a su vez, proviene de bi·blos, término que hace referencia a la parte interior de la planta del papiro, de la que se hacía un papel primitivo. Los griegos llamaron “Biblos” a la ciudad fenicia de Gebal, famosa por su fabricación de papel de papiro. (Véase Jos 13:5, nota.) Con el tiempo, bi·blí·a llegó a significar un conjunto de escritos, rollos o libros, y, por fin, la colección de pequeños libros que compone la Biblia. Jerónimo llamó a esta colección Bibliotheca Divina.
Jesús y los escritores de las Escrituras Griegas Cristianas se refirieron a la colección de escritos sagrados como “Escrituras” o “las santas Escrituras”, “los santos escritos”. (Mt 21:42; Mr 14:49; Lu 24:32; Jn 5:39; Hch 18:24; Ro 1:2; 15:4; 2Ti 3:15, 16.) Esta colección es la expresión escrita de un Dios que se comunica con sus criaturas, la Palabra de Dios, como lo ponen de relieve las siguientes frases bíblicas: “expresión de la boca de Jehová” (Dt 8:3), “dichos de Jehová” (Jos 24:27), “mandamientos de Jehová” (Esd 7:11), “ley de Jehová”, “recordatorio de Jehová”, “órdenes de Jehová” (Sl 19:7, 8), “palabra de Jehová” (Isa 38:4; 1Te 4:15) y ‘expresión de Jehová’ (Mt 4:4). En repetidas ocasiones se dice que estos escritos son las “sagradas declaraciones formales de Dios”. (Ro 3:2; Hch 7:38; Heb 5:12; 1Pe 4:11.)
Divisiones. El canon bíblico lo componen 66 libros, desde Génesis hasta Revelación. La selección de estos libros en particular y la exclusión de muchos otros es una prueba de que el Autor divino, además de inspirar su escritura, también cuidó la composición y conservación del catálogo sagrado. (Véanse APÓCRIFOS, LIBROS; CANON.) Treinta y nueve de los sesenta y seis libros que componen la Biblia, es decir, las tres cuartas partes, forman las Escrituras Hebreas, que en un principio se escribieron en dicho idioma, a excepción de pequeñas porciones escritas en arameo. (Esd 4:8-6:18; 7:12-26; Jer 10:11; Da 2:4b–7:28.) Los judíos combinaban varios de estos libros, de modo que solo ascendían a un total de 22 ó 24, aunque estos abarcaban exactamente la misma información que los 39 actuales. Asimismo, parece ser que tenían la costumbre de hacer tres subdivisiones de las Escrituras Hebreas: ‘la ley de Moisés, los Profetas y los Salmos’. (Lu 24:44; véase ESCRITURAS HEBREAS.) A la última parte de la Biblia se la conoce como las Escrituras Griegas Cristianas, así designada porque los 27 libros que la componen se escribieron en griego. La escritura, selección y ordenamiento de estos libros dentro del canon bíblico también demuestra la supervisión de Jehová de principio a fin. (Véase ESCRITURAS GRIEGAS CRISTIANAS.)
La subdivisión de la Biblia en capítulos y versículos (la Versión Valera tiene 1.189 capítulos y 31.102 versículos) no la efectuaron los escritores originales, sino que fue un recurso muy útil añadido siglos más tarde. En primer lugar, los masoretas dividieron las Escrituras Hebreas en versículos y después, en el siglo XIII E.C., se añadieron las divisiones de los capítulos. Por fin, en 1553 se publicó la edición de la Biblia francesa de Robert Estienne, la primera Biblia completa con la actual división de capítulos y versículos.
Los 66 libros de la Biblia forman una sola obra, un todo completo. Al igual que las divisiones en capítulos y versículos solo son ayudas convenientes para el estudio de la Biblia y no atentan contra la unidad del conjunto, lo mismo ocurre al dividir la Biblia según los idiomas en que nos llegaron los manuscritos. Por consiguiente, tenemos las Escrituras Hebreas y las Escrituras Griegas, a las que se ha añadido el calificativo “Cristianas” para distinguirlas de la Versión de los Setenta, la traducción al griego de la sección hebrea de las Escrituras. ★¿Debería llamarse “capítulos” a las secciones de los Salmos? - (19840101-Pg.31/32)
“Antiguo Testamento” y “Nuevo Testamento”. En la actualidad es frecuente llamar “Antiguo Testamento” a las Escrituras redactadas en hebreo y arameo. Este nombre se basa en la lectura de 2 Corintios 3:14 que ofrecen la Vulgata latina y muchas versiones españolas. No obstante, en este texto la traducción “antiguo testamento” es errónea. La palabra griega di·a·thé·kës significa “pacto” tanto en este versículo como en los otros 32 lugares en los que aparece en el texto griego. Por eso, varias traducciones modernas lo vierten correctamente “antiguo pacto” (BAS, NVI, Val, VP) o “antigua alianza” (BR, CJ, FF, NC). Pablo no se refiere a la totalidad de las Escrituras Hebreoarameas ni tampoco da a entender que los escritos cristianos inspirados compongan un “nuevo testamento (o pacto)”. El apóstol habla del antiguo pacto de la Ley registrado por Moisés en el Pentateuco, que solo es una parte de las Escrituras precristianas. Por esta razón dice en el siguiente versículo: “Cuando se lee a Moisés”.
De modo que no hay ninguna razón válida para llamar “Antiguo Testamento” a las Escrituras Hebreoarameas ni “Nuevo Testamento” a las Escrituras Griegas Cristianas. Jesucristo mismo llamó a la colección de escritos sagrados “las Escrituras” (Mt 21:42; Mr 14:49; Jn 5:39), y el apóstol Pablo la llamó “las santas Escrituras”, “las Escrituras” y “los santos escritos”. (Ro 1:2; 15:4; 2Ti 3:15.)
Autor. La tabla adjunta muestra que el único Autor de la Biblia, Jehová, se valió de unos cuarenta secretarios humanos o escribas para registrar Su Palabra inspirada. “Toda Escritura es inspirada de Dios”, es decir, las Escrituras Griegas Cristianas junto con “las demás Escrituras”. (2Ti 3:16; 2Pe 3:15, 16.) Esta expresión, “inspirada de Dios”, traduce la voz griega the·ó·pneu·stos, que significa “insuflada por Dios”. Al ‘respirar’ sobre hombres fieles, Dios hizo que su espíritu o fuerza activa actuase sobre ellos, dirigiendo así la escritura de su Palabra, de modo que la “profecía no fue traída en ningún tiempo por la voluntad del hombre, sino que hombres hablaron de parte de Dios al ser llevados por espíritu santo”. (2Pe 1:21; Jn 20:21, 22; véase INSPIRACIÓN.)
Este espíritu santo invisible de Dios es su “dedo” simbólico. Por eso, cuando los hombres vieron a Moisés ejecutar obras sobrenaturales, exclamaron: “¡Es el dedo de Dios!”. (Éx 8:18, 19; compárese con las palabras de Jesús de Mt 12:22, 28; Lu 11:20.) En una demostración similar de poder divino, el “dedo de Dios” dio comienzo a la escritura de la Biblia grabando los Diez Mandamientos en tablas de piedra. (Éx 31:18; Dt 9:10.) Luego, sería sencillo para Dios usar a hombres como escribas, aun cuando algunos de ellos fueran “iletrados y del vulgo” (Hch 4:13) o al margen de su ocupación, bien fueran pastores, labradores, fabricantes de tiendas, pescadores, recaudadores de impuestos, médicos, sacerdotes, profetas o reyes. La fuerza activa de Jehová puso las ideas en la mente del escritor y, en algunos casos, le permitió expresar la idea divina en sus propias palabras, por lo que en toda la obra se conjuga el estilo y la personalidad del escritor con una sobresaliente unidad de tema y propósito. De este modo la Biblia refleja la mente y la voluntad de Jehová, y es muy superior en riqueza y trascendencia a los escritos de cualquier hombre. El Dios Todopoderoso se preocupó de que su Palabra de verdad se escribiera en un lenguaje de fácil comprensión y que pudiera traducirse a casi cualquier idioma.
Ningún otro libro ha tardado tanto tiempo en completarse como la Biblia. Moisés empezó a escribirla en el año 1513 a. E.C. A partir de entonces, se siguieron añadiendo escritos sagrados a las Escrituras inspiradas hasta poco después de 443 a. E.C., cuando Nehemías y Malaquías redactaron sus libros. Luego hubo un intervalo de unos quinientos años, hasta que el apóstol Mateo escribió su relato histórico. Aproximadamente sesenta años más tarde, Juan, el último de los apóstoles, aportó su evangelio y tres cartas para completar el canon bíblico. Por lo tanto, se tardó un total de unos mil seiscientos diez años en escribir toda la Biblia. La totalidad de sus escritores fueron hebreos, parte del pueblo del que se dice que tuvo “encomendadas las sagradas declaraciones formales de Dios”. (Ro 3:2.)
La Biblia no es una colección inconexa de fragmentos heterogéneos de la literatura judía y cristiana. Más bien, es un libro en el que se percibe organización, de gran uniformidad y muy interrelacionado, que en realidad refleja el orden sistemático de su Autor, el Creador mismo. Los tratos de Dios con Israel, formalizados por un código completo de leyes, así como por regulaciones que regían hasta pequeños detalles de la vida en el campamento —cosas que más tarde tuvieron su paralelo en el reino davídico y también en la congregación cristiana del primer siglo—, reflejan y magnifican este aspecto de la Biblia relativo a la organización.
Contenido. Este Libro de los Libros revela el pasado, explica el presente y predice el futuro, algo que solo es capaz de hacer Aquel que conoce el fin desde el principio. (Isa 46:10.) La Biblia comienza con el relato de la creación del cielo y la Tierra en un tiempo pasado indeterminado y después ofrece una rápida descripción de los sucesos que prepararon la Tierra para la habitación humana. Luego se revela el origen del hombre con una explicación totalmente científica: la vida proviene únicamente de un Dador de vida; hechos todos ellos que solo podía explicar el Creador, ahora en el papel de Autor de la Biblia. (Gé 1:26-28; 2:7.) En el relato que da cuenta de por qué los hombres mueren se introduce el tema central de toda la Biblia: la vindicación de la soberanía de Jehová y el cumplimiento definitivo de su propósito para la Tierra mediante el Reino dirigido por Cristo, la Descendencia prometida; este tema estaba contenido en la primera profecía concerniente a ‘la descendencia de la mujer’. (Gé 3:15.) Pasaron más de dos mil años antes de que Dios volviese a hacer mención de esta promesa relativa a una “descendencia” cuando le dijo a Abrahán: “Mediante tu descendencia ciertamente se bendecirán todas las naciones de la tierra”. (Gé 22:18.) Más de ochocientos años después, se le confirmó la promesa a un descendiente de Abrahán, el rey David, y con el transcurso del tiempo los profetas de Jehová mantuvieron viva la llama de esta esperanza. (2Sa 7:12, 16; Isa 9:6, 7.) Transcurridos más de mil años desde los días de David y cuatro mil desde que se dio la profecía original de Edén, apareció la Descendencia prometida, Jesucristo, el heredero legal al “trono de David su padre”. (Lu 1:31-33; Gál 3:16.) Magullado en la muerte por la descendencia terrestre de la “serpiente”, este “Hijo del Altísimo” proporcionó el precio del rescate que se debía pagar por el derecho a la vida que había perdido la descendencia de Adán por causa de este, y así suministró el único medio por el que la humanidad puede obtener vida eterna. Después fue levantado al cielo, donde tendría que esperar el tiempo señalado para arrojar a “la serpiente original, el que es llamado Diablo y Satanás”, abajo a la Tierra, antes de su destrucción eterna final. En consecuencia, el gran tema anunciado en Génesis, que se va desarrollando y concretando a través de la Biblia, alcanza una gloriosa culminación en los últimos capítulos de Revelación al aclararse el grandioso propósito de Jehová por medio de su Reino. (Apo 11:15; 12:1-12, 17; 19:11-16; 20:1-3, 7-10; 21:1-5; 22:3-5.)
Por medio del Reino dirigido por Cristo, la Descendencia prometida, se vindicará la soberanía de Jehová y se santificará su nombre. Siendo este el tema central de la Biblia, en ella se engrandece el nombre personal de Dios mucho más que en cualquier otro libro; el nombre aparece 6.979 veces en la sección de las Escrituras Hebreas de la Traducción del Nuevo Mundo, esto sin contar la forma abreviada “Jah” y las numerosas ocasiones que forma parte de otros nombres, como por ejemplo Jehosúa, que significa “Jehová Es Salvación”. (Véase JEHOVÁ - [Importancia del Nombre].) No conoceríamos el nombre del Creador ni la gran cuestión relacionada con ese nombre que hizo surgir la rebelión edénica, si todo ello no se revelase en la Biblia. Tampoco conoceríamos el propósito de Dios en relación con la santificación y vindicación de ese nombre ante toda la creación.
En esta biblioteca de 66 libritos, el tema del Reino y el nombre de Jehová están entretejidos con información sobre otras muchas cuestiones. Las referencias que en ella se hacen a otras materias, como agricultura, arquitectura, astronomía, química, comercio, ingeniería, etnología, gobierno, higiene, música, poesía, filología y estrategia militar, son meramente tangenciales al desarrollo del tema bíblico, no tratados sobre tales disciplinas. No obstante, su contenido es un verdadero tesoro para los arqueólogos y paleógrafos. Ningún otro libro puede compararse a la Biblia en lo que respecta a su exactitud como obra histórica y a su penetración en el pasado remoto. No obstante, tiene mucho más valor desde un punto de vista profético, de predicción del futuro, que tan solo el Rey de la Eternidad puede revelar con exactitud. Las profecías de largo alcance de la Biblia recogen la marcha de las potencias mundiales en el transcurso de los siglos e incluso el surgimiento y desaparición final de instituciones de la actualidad.
La Palabra de verdad de Dios es un libro práctico que libera a los hombres de la ignorancia, las supersticiones, las filosofías y las tradiciones humanas absurdas. (Jn 8:32.) “La palabra de Dios es viva, y ejerce poder.” (Heb 4:12.) Sin ella no conoceríamos a Jehová ni sabríamos de los maravillosos beneficios que resultan del sacrificio de rescate de Cristo, ni tampoco entenderíamos los requisitos que tenemos que cumplir a fin de conseguir vida eterna en el justo Reino de Dios o bajo su gobierno.
La Biblia es también un libro muy práctico en otros campos, pues da consejo apropiado a los cristianos acerca de cómo deben vivir en la actualidad, llevar a cabo su ministerio y sobrevivir al fin de este sistema de cosas que va tras los placeres y se opone a Dios. A los cristianos se les dice que “cesen de amoldarse a este sistema de cosas” rehaciendo su mente y no siguiendo la línea de pensamiento de las personas mundanas, lo que puede lograrse si se tiene la misma actitud mental de humildad “que también hubo en Cristo Jesús”, despojándose de la vieja personalidad y vistiéndose de la nueva. (Ro 12:2; Flp 2:5-8; Ef 4:23, 24; Col 3:5-10.) Esto significa desplegar los frutos del espíritu de Dios: “Amor, gozo, paz, gran paciencia, benignidad, bondad, fe, apacibilidad, autodominio”, de los que se ocupa extensamente la Biblia. (Gál 5:22, 23; Col 3:12-14.)
Autenticidad. Se ha acometido contra la veracidad de la Biblia desde muchas posiciones, pero ninguno de estos ataques ha logrado socavar ni debilitar su autenticidad en lo más mínimo.
★Historia bíblica. Sir Isaac Newton afirmó en una ocasión: “Encuentro más señas de autenticidad en la Biblia que en cualquier otra historia profana”. (Two Apologies, de R. Watson, Londres, 1820, pág. 57.) Su integridad a la verdad queda demostrada en cualquier aspecto que se someta a prueba. Su historia es exacta y confiable. Por ejemplo, no se puede negar lo que explica sobre la caída de Babilonia ante los medos y los persas (Jer 51:11, 12, 28; Da 5:28) ni lo que dice sobre, por ejemplo, el gobernante babilonio Nabucodonosor (Jer 27:20; Da 1:1); el rey egipcio Sisaq (1Re 14:25; 2Cr 12:2); los gobernantes asirios Tiglat-piléser III y Senaquerib (2Re 15:29; 16:7; 18:13); los emperadores romanos Augusto, Tiberio y Claudio (Lu 2:1; 3:1; Hch 18:2), o los gobernadores romanos Pilato, Félix y Festo (Hch 4:27; 23:26; 24:27), así como tampoco es posible contradecir lo que dice sobre el templo de Ártemis de Éfeso y el Areópago de Atenas (Hch 19:35; 17:19-34). Lo que la Biblia declara sobre estos o cualesquiera otros lugares, personajes o acontecimientos es históricamente exacto en todo detalle. (Véase ARQUEOLOGÍA.)
★Razas y lenguajes.
Lo que la Biblia explica sobre las razas y lenguajes de la humanidad también es verídico. Todos los pueblos, sin importar su estatura, cultura, color o idioma, pertenecen a una misma familia humana. No puede probarse que sea falsa la división triple de la familia humana en las razas jafética, camítica y semítica, todas descendientes de Adán y Noé. (Gé 9:18, 19; Hch 17:26.) Sir Henry Rawlinson dice: “Si tuviéramos que guiarnos por la mera intersección de las sendas lingüísticas, e independientemente de cualquier referencia al registro de las Escrituras, aún tendríamos que fijar en las llanuras de Sinar el foco del que irradiaron las diferentes líneas”. (The Historical Evidences of the Truth of the Scripture Records, de G. Rawlinson, 1862, pág. 287; Gé 11:2-9.)
★Enseñanza práctica. Las enseñanzas, doctrinas y ejemplos de la Biblia son sumamente prácticos para el hombre moderno. Los principios justos y las elevadas normas morales de este libro lo distinguen de todos los demás. La Biblia no solo da respuesta a cuestiones importantes, sino que también contiene muchas directrices prácticas que, si se siguieran, contribuirían de modo importante a elevar la salud física y mental de la población de la Tierra. Suministra principios sobre lo propio y lo impropio con relación a tratos comerciales (Mt 7:12; Le 19:35, 36; Pr 20:10; 22:22, 23), laboriosidad (Ef 4:28; Col 3:23; 1Te 4:11, 12; 2Te 3:10-12), conducta moral limpia (Gál 5:19-23; 1Te 4:3-8; Éx 20:14-17; Le 20:10-16), compañías edificantes (1Co 15:33; Heb 10:24, 25; Pr 5:3-11; 13:20) y buenas relaciones familiares (Ef 5:21-33; 6:1-4; Col 3:18-21; Dt 6:4-9; Pr 13:24). En cierta ocasión, el famoso educador William Lyon Phelps dijo: “Creo que el conocimiento de la Biblia sin una carrera universitaria es más valioso que una carrera universitaria sin el conocimiento de la Biblia”. (The New Dictionary of Thoughts, pág. 46.) Con respecto a la Biblia, John Quincy Adams escribió: “De todos los libros del mundo, es el que más contribuye a hacer a los hombres buenos, sabios y felices”. (Letters of John Quincy Adams to His Son, 1849, pág. 9.)
★Exactitud científica. La Biblia tampoco se queda atrás en lo que respecta a exactitud científica. Ya sea cuando relata el orden progresivo de preparación de la Tierra para la habitación humana (Gé 1:1-31), cuando dice que la Tierra es esférica y que cuelga sobre “nada” (Job 26:7; Isa 40:22), al clasificar a la liebre como rumiante (Le 11:6) o al señalar que “el alma de la carne está en la sangre” (Le 17:11-14), la Biblia siempre resulta científicamente exacta.
★Culturas y costumbres. La Biblia tampoco se equivoca en lo que tiene que ver con culturas y costumbres. En cuestiones políticas, siempre utiliza el título debido cuando habla de un determinado gobernante. Por ejemplo, dice que Herodes Agripa y Lisanias eran gobernantes de distrito (tetrarcas); Herodes Agripa (II), rey, y Galión, procónsul. (Dt 4:21Lu 3:1; Hch 25:13; 18:12.) En tiempos romanos eran corrientes las marchas triunfales de los ejércitos victoriosos junto con sus cautivos. (2Co 2:14.) En la Biblia se hace referencia a la hospitalidad que se mostraba a los extraños, al estilo de vida oriental, al modo de comprar terrenos, a procedimientos legales relativos a contratos y a la costumbre de los hebreos y otros pueblos de circuncidarse; en todos estos detalles la Biblia es exacta. (Gé 18:1-8; 23:7-18; 17:10-14; Jer 9:25, 26.)
★Franqueza. Los escritores de la Biblia demostraron una franqueza que no se observa en otros escritores de la antigüedad. Desde el mismo principio, Moisés informó con toda sinceridad de sus pecados, así como de los pecados y errores de su pueblo, y lo mismo hicieron los otros escritores hebreos. (Éx 14:11, 12; 32:1-6; Nú 14:1-9; 20:9-12; 27:12-14; Dt 4:21.) Tampoco se encubrieron los pecados de personajes destacados, como David y Salomón, sino que se informaron abiertamente. (2Sa 11:2-27; 1Re 11:1-13.) Jonás habló de su propia desobediencia. (Jon 1:1-3; 4:1.) Otros profetas mostraron asimismo esta misma franqueza. Los escritores de las Escrituras Griegas Cristianas tuvieron el mismo interés por la información verídica que sus predecesores de las Escrituras Hebreas. Pablo habla de su anterior derrotero de vida pecaminoso. También se hace referencia a la debilidad de Marcos al abandonar la obra misional y se ponen al descubierto los errores que cometió el apóstol Pedro. (Hch 22:19, 20; 15:37-39; Gá 2:11-14.) Esta información franca y abierta permite confiar en la aseveración de la Biblia de que es honrada y veraz.
★Integridad. Los hechos dan testimonio de la integridad de la Biblia. La narrativa bíblica está entretejida de forma inseparable con la historia de la época. Relata los sucesos con honradez, veracidad y de la manera más sencilla. La candorosa sinceridad y fidelidad de sus escritores, su celo ardiente por la verdad y su gran esfuerzo por reproducir los detalles con exactitud es lo que esperaríamos de la Palabra de verdad de Dios. (Jn 17:17.)
★Profecía. Si hay un solo factor que pruebe por sí mismo que la Biblia es la Palabra inspirada de Jehová, ese es la profecía. Hay un sinnúmero de profecías de largo alcance en la Biblia que ya se han cumplido. Algunas de ellas se incluyen en el libro “Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa”, págs. 343-346.
Conservación. En la actualidad no se sabe de la existencia de ninguno de los escritos originales de la Biblia. Sin embargo, Jehová se preocupó de que se hicieran copias de esos escritos originales con el fin de reemplazarlos. Después del exilio babilonio, se produjo una demanda cada vez mayor de copias de las Escrituras debido al crecimiento de muchas comunidades judías fuera de Palestina. Unos especialistas, copistas profesionales, satisficieron esa demanda y trabajaron con gran esmero en aras de la exactitud de sus copias manuscritas. Esdras fue uno de estos hombres, un “copista hábil en la ley de Moisés, que Jehová el Dios de Israel había dado”. (Esd 7:6.)
Por cientos de años se siguieron haciendo copias manuscritas de las Escrituras Hebreas y, más tarde, de las Escrituras Griegas Cristianas. También se hicieron traducciones de estos Santos Escritos a otros idiomas. Puede decirse que el primer libro de importancia que se tradujo a otro idioma fue las Escrituras Hebreas. En la actualidad se cuentan por miles los manuscritos y versiones de la Biblia. (Véanse MANUSCRITOS DE LA BIBLIA; VERSIONES.)
La primera Biblia impresa, la Biblia de Gutenberg, salió de la prensa en el año 1456. Hoy la distribución de la Biblia (completa o en parte) ha superado los dos mil millones de ejemplares en más de mil ochocientos idiomas. No obstante, esto no se ha conseguido sin una fuerte oposición procedente de muchos sectores. En realidad, la Biblia ha tenido más enemigos que ningún otro libro. Varios papas y concilios hasta prohibieron su lectura bajo pena de excomunión. Miles de personas perdieron la vida por su amor a la Biblia y miles de ejemplares de este precioso libro fueron pasto de las llamas. Una de las víctimas de la lucha de la Biblia por sobrevivir fue el traductor William Tyndale, quien en una ocasión, mientras discutía con un clérigo, le aseguró: “Si Dios me hace merced de larga vida, haré que el muchacho que guía el arado sepa más de la Escritura que vos”. (Actes and Monuments, de John Foxe, Londres, 1563, pág. 514.)
En vista de esta violenta oposición, el honor y el agradecimiento por la supervivencia de la Biblia deben ir a Jehová, el Conservador de su Palabra. Este hecho confiere mayor significado a la cita que hace el apóstol Pedro del profeta Isaías: “Toda carne es como hierba, y toda su gloria es como una flor de la hierba; la hierba se marchita, y la flor se cae, pero el dicho de Jehová dura para siempre”. (1Pe 1:24, 25; Isa 40:6-8.) Por lo tanto, en este siglo XX, hacemos bien “en prestarle atención como a una lámpara que resplandece en un lugar oscuro”. (2Pe 1:19; Sl 119:105.) El hombre cuyo “deleite está en la ley de Jehová, y día y noche lee en su ley en voz baja”, y que luego pone en práctica las cosas que lee, es el que prospera y es feliz. (Sl 1:1, 2; Jos 1:8.) Las leyes, los recordatorios, las órdenes, los mandamientos y las decisiones judiciales de Jehová contenidos en la Biblia son para él ‘más dulces que la miel’, y la sabiduría que se deriva de ellos, más deseable “que el oro, sí, que mucho oro refinado”, pues significa su misma vida. (Sl 19:7-10; Pr 3:13, 16-18; véase CANON.) ★TABLA CRONOLÓGICA DE LOS LIBROS DE LA BIBLIA - (it-1-Pg.353)
¿Por qué leer la Biblia diariamente?
Ésta historia cuenta de un hombre de edad que vivía en una granja en las montañas de Kentucky con su nieta más pequeña. Todas las mañanas, el abuelito se levantaba temprano, se sienta en el comedor y lee de su gastada Biblia. Su nieta quería ser igual que él y trataba de imitarlo en cualquier manera que podía.
Un día la nieta pregunto: “Abuelito, trato de leer la Biblia como tú, pero no la entiendo, y lo que entiendo se me olvida tan pronto cierro el libro.
El Abuelo se giró calladamente de poner carbón en la estufa y dijo: El abuelo se carcajeó y le dijo, “Tienes que moverte un poco más rápido esta vez,” y la envió de nuevo al rió con la cesta. Esta vez la nieta corrió mas rápido, pero de nuevo la cesta estuvo vacía antes de que ella pudiera llegar a casa. Sin aliento le dijo a su abuelo que era “imposible traer agua en la cesta,” y se fue en busca de un cubo.
El Abuelo dijo: “No quiero un cubo de agua; yo quiero una cesta de agua. Tú puedes hacerlo. La chica sacó el agua y corrió duramente pero tal como sucedió anteriormente antes de llegar a su abuelo la cesta estaba vacía.
Sin aliento, le dice a su abuelo, “¡Ves abuelito, es inútil!” “Hijita, eso es lo que nos pasa cuando leemos la Biblia. No entenderás todo y no te acordaras de todo, pero cuando la lees, te cambia desde lo interior hacia fuera. Esta es la manera como Dios trabaja en nuestras vidas, mediante su palabra y la oración, Él nos refina desde el interior y poco a poco nos transforma para limpiar nuestro corazón y ayudarnos a imitar sus cualidades.” (Sl 26:2; 119:9, 105) |
La Palabra de Dios es como...
★“Agua” - (Efesios 5:25-27)
★“Alimento sólido” - (Hebreos 5:12-14) ★“El manual para la humanidad” - (2 Timoteo 3:16, 17) ★“La carta de Dios” - (Jeremías29:11; Isaías 48:17, 18) ★“Una brújula” - (2 Pedro 1:21) ★“Una espada” - (Efesios 6:17; Hebreos 4:12) ★“Una luz” - (Salmo 119:105) ★“Una semilla” - (Lucas 8:5-8, 11) ★“Un espejo” - (Santiago 1:22-25) ★“El mapa del verdadero tesoro” - (Colosenses 2:3) ★“Un Tesoro” - (Romanos 11:33) |
“Por [...] canon (regla)”. Lit.: “a la caña (de medir)”. La caña (heb. qa·néh) se utilizaba en tiempos antiguos como regla o instrumento de medir. (Eze 40:3-8; 41:8; 42:16-19.) El apóstol Pablo aplicó el término ka·nón al “territorio” que se le asignó por medida, y de nuevo a la “regla de conducta” por la que debían medir sus actos los cristianos. (2Co 10:13-16; Gál 6:16.) El “canon bíblico” llegó a denotar el catálogo de libros inspirados dignos de ser usados como regla para medir la fe, la doctrina y la conducta. (Véase BIBLIA.)
La mera escritura de un libro sagrado, su conservación a través de los siglos y su aceptación multitudinaria no prueba que sea de origen divino ni canónico. Debe tener las credenciales de paternidad literaria divina que demuestren que Dios lo ha inspirado. El apóstol Pedro escribió: “La profecía no fue traída en ningún tiempo por la voluntad del hombre, sino que hombres hablaron de parte de Dios al ser llevados por espíritu santo”. (2Pe 1:21.) Un examen del canon bíblico muestra que su contenido está a la altura de este criterio en todo respecto.
Escrituras Hebreas. En 1513 a. E.C. se dio comienzo a la compilación de la Biblia con los escritos de Moisés. En ellos se hallan los mandamientos y preceptos que Dios dio a Adán, Noé, Abrahán, Isaac y Jacob, así como las regulaciones del pacto de la Ley. El llamado Pentateuco o Torá consta de cinco libros: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. El libro de Job, que al parecer también escribió Moisés, aporta otros datos históricos sobre el período posterior a la muerte de José (1657 a. E.C.) y anterior al tiempo en que Moisés demostró ser un siervo íntegro de Dios, una época en la que no hubo “ninguno como [Job] en la tierra”. (Job 1:8; 2:3.) Moisés también escribió el Salmo 90 y, posiblemente, el 91.
No puede haber duda, a la luz de su testimonio interno, de que estos escritos de Moisés eran de origen divino, inspirados por Dios, canónicos y una pauta fiable para la adoración pura. Moisés no llegó a ser caudillo de Israel por iniciativa propia, pues al principio incluso se mostró remiso a aceptar tal responsabilidad. (Éx 3:10, 11; 4:10-14.) Más bien, fue Dios quien lo escogió, y lo invistió de tales poderes milagrosos, que incluso los sacerdotes practicantes de magia de Faraón tuvieron que reconocer que lo que este hombre hacía se originaba de Dios. (Éx 4:1-9; 8:16-19.) De modo que Moisés no fue orador ni escritor por ambición personal, sino que en obediencia a las órdenes de Dios y con las credenciales divinas del espíritu santo, se le impulsó en primer lugar a expresar parte del canon bíblico y luego a ponerlo por escrito. (Éx 17:14.)
Jehová mismo sentó el precedente de poner por escrito leyes y mandamientos. Después de hablar con Moisés en el monte Sinaí, ‘procedió a darle dos tablas del Testimonio, tablas de piedra en las que el dedo de Dios había escrito’. (Éx 31:18.) Más tarde leemos: “Y Jehová pasó a decir a Moisés: ‘Escríbete estas palabras’”. (Éx 34:27.) Por lo tanto, Jehová fue el que se comunicó con Moisés y le mandó que pusiera por escrito y conservara los cinco primeros libros del canon bíblico. Ningún concilio humano los hizo canónicos; tuvieron la aprobación divina desde su mismo principio.
“Tan pronto como Moisés hubo acabado de escribir las palabras de esta ley en un libro”, les mandó a los levitas: “Tomando este libro de la ley, ustedes tienen que colocarlo al lado del arca del pacto de Jehová su Dios, y allí tiene que servir de testigo contra ti”. (Dt 31:9, 24-26.) Es digno de mención que Israel reconoció este registro de los tratos de Dios y no negó los hechos. Ya que en muchas ocasiones el contenido de los libros desacreditaba a la nación en general, sería lógico que el pueblo los hubiera rechazado de haber sido posible, pero al parecer nunca se pusieron en tela de juicio.
Como en el caso de Moisés, Dios usó a la clase sacerdotal tanto para conservar los mandamientos escritos como para enseñárselos al pueblo. Cuando se introdujo el arca del pacto en el templo de Salomón (1027 a. E.C.), casi quinientos años después que Moisés empezó a escribir el Pentateuco, las dos tablas de piedra estaban aún en el Arca (1Re 8:9), y trescientos ochenta y cinco años más tarde, cuando se encontró “el mismísimo libro de la ley” en la casa de Jehová durante el año dieciocho de Josías (642 a. E.C.), todavía se le tenía en alta estima. (2Re 22:3, 8-20.) De manera similar, hubo “un gran regocijo” cuando Esdras leyó del libro de la Ley durante una asamblea de ocho días después del regreso del exilio babilonio. (Ne 8:5-18.)
Después de la muerte de Moisés, se añadieron los escritos de Josué, Samuel, Gad y Natán (Josué, Jueces, Rut y 1 y 2 Samuel). Los reyes David y Salomón también contribuyeron a la ampliación del canon de los Santos Escritos. Luego llegaron los profetas, de Jonás a Malaquías, cada uno con su propia aportación al canon bíblico, cada uno facultado por Dios con el don milagroso de la profecía, cada uno con las credenciales de profeta verdadero estipuladas por Jehová, a saber, hablar en Su nombre, cumplirse la profecía y volver a la gente hacia Dios. (Dt 13:1-3; 18:20-22.) Cuando se probó a Hananías y a Jeremías con relación a los dos últimos puntos (ambos hablaron en el nombre de Jehová), solo las palabras de Jeremías se realizaron. De este modo demostró que era el profeta de Jehová. (Jer 28:10-17.)
Puesto que Jehová inspiró a hombres a escribir su palabra, es lógico pensar que también se preocuparía de dirigir y vigilar la recopilación y conservación de estos escritos inspirados, a fin de que la humanidad dispusiera de una regla canónica y perdurable para la adoración verdadera. Según la tradición judía, Esdras participó en esta labor después que los judíos exiliados volvieron a Judá. No hay duda de que este hombre estaba capacitado para la tarea, pues fue uno de los escritores bíblicos inspirados, sacerdote y también “copista hábil en la ley de Moisés”. (Esd 7:1-11.) Más tarde se añadieron los libros de Nehemías y Malaquías, de modo que para fines del siglo V a. E.C. el canon de las Escrituras Hebreas quedó bien fijado, con los mismos escritos que tenemos en la actualidad.
El canon de las Escrituras Hebreas se dividió tradicionalmente en tres secciones: la Ley, los Profetas y los Escritos o Hagiógrafos, un total de 24 libros, como se muestra en la tabla. Tiempo después, algunas autoridades judías unieron los libros de Rut y Jueces, así como los de Lamentaciones y Jeremías, con lo que quedó un total de 22 libros, como el número de letras del alfabeto hebreo. En su prólogo a los libros de Samuel y Reyes, Jerónimo parece decantarse por la cuenta de 22 libros, aunque dijo: “Algunos incluyen Rut y Lamentaciones entre los Hagiógrafos [...] y así contabilizan veinticuatro libros”.
Respondiendo a unos adversarios en su obra Contra Apión (libro I, sec. 8), el historiador judío Josefo confirmó, alrededor del año 100 E.C., que el canon de las Escrituras Hebreas había sido fijado hacía mucho tiempo. Escribió: “Por esto entre nosotros no hay multitud de libros que discrepen y disientan entre sí; sino solamente veintidós libros, que abarcan la historia de todo tiempo y que, con razón, se consideran divinos. De entre ellos cinco son de Moisés, y contienen las leyes y la narración de lo acontecido desde el origen del género humano hasta la muerte de Moisés. [...] Desde Moisés hasta la muerte de Artajerjes, que reinó entre los persas después de Jerjes, los profetas que sucedieron a Moisés reunieron en trece libros lo que aconteció en su época. Los cuatro restantes ofrecen himnos en alabanza de Dios y preceptos utilísimos a los hombres”.
De modo que la canonicidad de un libro no depende de que lo acepte o rechace un consejo, comité o comunidad de hombres. La voz de tales hombres no inspirados solo tiene un valor testimonial con respecto a lo que Dios mismo ya ha hecho mediante sus representantes acreditados.
El número exacto de libros de las Escrituras Hebreas no es lo importante (si algunos se unen o se dejan separados), ni tampoco lo es el orden en el que están colocados, ya que estos libros fueron rollos independientes durante mucho tiempo después que se completó el canon. Los catálogos antiguos varían en cuanto al orden de los libros; uno, por ejemplo, coloca a Isaías después del libro de Ezequiel. Lo que importa es qué libros se incluyen. Puede decirse que solo los que hoy forman parte del canon tienen un firme respaldo a su canonicidad. Desde tiempos antiguos se han abortado los intentos de incluir otros escritos en el canon. Dos concilios judíos celebrados en Yavne o Jamnia, un poco al S. de Jope, alrededor de los años 90 y 118 E.C., respectivamente, excluyeron de manera expresa de las Escrituras Hebreas todos los escritos apócrifos.
Josefo da testimonio de esta opinión general judía sobre los escritos apócrifos cuando dice: “Desde el imperio de Artajerjes hasta nuestra época, todos los sucesos se han puesto por escrito; pero no merecen tanta autoridad y fe como los libros mencionados anteriormente, pues ya no hubo una sucesión exacta de profetas. Esto evidencia por qué tenemos en tanta veneración a nuestros libros. A pesar de los siglos transcurridos, nadie se ha atrevido a agregarles nada, o quitarles o cambiarles. Todos los judíos, ya desde su nacimiento, consideran que ellos contienen la voluntad de Dios; que hay que respetarlos y, si fuera necesario, morir con placer en su defensa”. (Contra Apión, libro I, sec. 8.)
Esta posición histórica de los judíos con respecto al canon de las Escrituras Hebreas es muy importante en vista de lo que el apóstol Pablo escribió a los romanos. A los judíos, dice el apóstol, les “fueron encomendadas las sagradas declaraciones formales de Dios”, lo que implicaba la escritura y protección del canon bíblico. (Ro 3:1, 2.)
Algunos concilios primitivos (Laodicea, 367 E.C.; Calcedonia, 451 E.C.) reconocieron, aunque no fijaron, el canon bíblico que el espíritu de Dios había autorizado, y los llamados padres de la Iglesia también demostraron una singular unanimidad en su aceptación del canon judío fijado y su rechazo de los libros apócrifos. Algunos de ellos fueron: Justino Mártir, apologista cristiano (muerto c. 165 E.C.); Melitón, “obispo” de Sardis (siglo II E.C.); Orígenes, erudito bíblico (185[?]-254[?] E.C.); Hilario, “obispo” de Poitiers (muerto en 367[?] E.C.); Epifanio, “obispo” de Constantia (desde 367 E.C.); Gregorio (257[?]-332 E.C.); Rufino de Aquilea, “el docto traductor de Orígenes” (345[?]-410 E.C.), y Jerónimo (340[?]-420 E.C.), erudito bíblico de la Iglesia latina y traductor de la Vulgata. En su prólogo a los libros de Samuel y Reyes, Jerónimo enumera los 22 libros de las Escrituras Hebreas y después dice: “Cualquiera que esté fuera de estos tiene que ser puesto en los libros apócrifos”.
El testimonio más concluyente sobre la canonicidad de las Escrituras Hebreas es la irrecusable palabra de Jesucristo y de los escritores de las Escrituras Griegas Cristianas. Aunque en ningún momento especifican el número exacto de libros, la inequívoca conclusión que se puede sacar de lo que dijeron es que el canon de las Escrituras Hebreas no contenía los libros apócrifos.
Si no hubiera habido una colección definida de Santos Escritos conocida y aceptada tanto por ellos como por aquellos a quienes hablaban, no habrían usado expresiones como “las Escrituras” (Mt 22:29; Hch 18:24); “las santas Escrituras” (Ro 1:2); “los santos escritos” (2Ti 3:15); la “Ley”, que solía significar toda la Escritura (Jn 10:34; 12:34; 15:25), y “la Ley y los Profetas”, usada como expresión genérica para aludir a todas las Escrituras Hebreas y no solo a las secciones primera y segunda de aquellas Escrituras (Mt 5:17; 7:12; 22:40; Lu 16:16). Por ejemplo, cuando Pablo se refirió a “la Ley”, citó de Isaías. (1Co 14:21; Isa 28:11.)
Es muy improbable que la Septuaginta griega original contuviera los libros apócrifos. (Véase APÓCRIFOS, LIBROS.) Pero aun si se introdujeron algunos de estos escritos de origen dudoso en las copias posteriores de la Septuaginta que circulaban en el tiempo de Jesús, ni él ni los escritores de las Escrituras Griegas Cristianas citaron de ellos, aunque usaron esa versión griega; nunca citaron como “Escritura” o producto del espíritu santo ningún escrito apócrifo. De modo que los libros apócrifos no solo carecen de indicios internos de inspiración divina y del reconocimiento de los antiguos escritores inspirados de las Escrituras Hebreas, sino que también carecen del sello de aprobación de Jesús y de sus apóstoles acreditados por Dios. A diferencia de esto, Jesús sí aprobó el canon hebreo e hizo referencia al conjunto de las Escrituras Hebreas cuando habló de “todas las cosas escritas en la ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos”, siendo los Salmos el libro primero y más largo de la sección llamada los Hagiógrafos o Santos Escritos. (Lu 24:44.)
Muy significativas también son las palabras de Jesús en Mateo 23:35 (y Lu 11:50, 51): “Para que venga sobre ustedes toda la sangre justa vertida sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien ustedes asesinaron entre el santuario y el altar”. No obstante, el profeta Uriya fue muerto durante el reinado de Jehoiaquim, más de dos siglos después del asesinato de Zacarías, acaecido poco antes de que terminara el reinado de Jehoás. (Jer 26:20-23.) De modo que si Jesús quería referirse a la lista completa de mártires, ¿por qué no dijo ‘desde Abel hasta Uriya’? Evidentemente porque el relato de Zacarías se encuentra en 2 Crónicas 24:20, 21, es decir al final del canon hebreo tradicional. Así pues, la declaración de Jesús abarcó a todos los testigos de Jehová asesinados referidos en las Escrituras Hebreas, desde Abel, mencionado en el primer libro (Génesis), hasta Zacarías, citado en el último libro (Crónicas), lo que, a modo de ilustración, sería como decir hoy “desde Génesis hasta Revelación”. ★Escrituras Hebreas - [Canon de las Escrituras Hebreas]
Escrituras Griegas Cristianas. La escritura y recopilación de los 27 libros que componen el canon de las Escrituras Griegas Cristianas siguió un curso similar al de las Escrituras Hebreas. Cristo “dio dádivas en hombres”, sí, “dio algunos como apóstoles, algunos como profetas, algunos como evangelizadores, algunos como pastores y maestros”. (Ef 4:8, 11-13.) Con la ayuda del espíritu de Dios, enunciaron la doctrina recta para la congregación cristiana y, “a modo de recordatorio”, repitieron muchas cosas que ya estaban registradas en las Escrituras. (2Pe 1:12, 13; 3:1; Ro 15:15.)
Hay pruebas documentales extrabíblicas de que ya entre los años 90 y 100 E.C. se habían recopilado, como mínimo, diez de las cartas de Pablo. Se puede asegurar que los discípulos de Jesús empezaron a compilar los escritos cristianos inspirados desde fechas tempranas. Leemos que ‘la literatura cristiana de finales del siglo I y del siglo II atestigua que se atribuía a los escritos de los apóstoles una autoridad divina. Clemente Romano afirma que Pablo, divinamente inspirado, escribió a los corintios. Los escritos de Ignacio Mártir y Policarpo están llenos de citas y alusiones tomadas de los evangelios y de las epístolas paulinas, lo cual indica la gran veneración y reverencia que tenían de estos escritos. Desde un principio los escritos apostólicos fueron coleccionados para leerlos públicamente’. (Introducción a la Biblia, de Manuel de Tuya y José Salguero, 1967, vol 1, págs. 362, 363). Todos estos fueron escritores primitivos —Clemente de Roma (30[?]-100[?] E.C.), Policarpo (69[?]-155[?] E.C.) e Ignacio de Antioquía (final del siglo I y principios del II)— que incluyeron en sus obras citas y extractos de los diferentes libros de las Escrituras Griegas Cristianas, lo que muestra que estaban familiarizados con tales escritos canónicos.
En su Diálogo con Trifón (XLIX, 5), Justino Mártir (muerto c. 165 E.C.) usó la expresión “está escrito” cuando citó de Mateo, tal como lo hacen los evangelios cuando se refieren a las Escrituras Hebreas. Lo mismo es cierto de una obra anónima anterior: la Carta de Bernabé (IV). En la Apología I (LXVI, 3; LXVII, 3) Justino Mártir llama “Evangelios” a los “Recuerdos de los Apóstoles”.
Teófilo de Antioquía (siglo II a. E.C.) declaró: “Sobre la justicia de que habla la ley, se ve que están de acuerdo los profetas y los Evangelios, pues todos, portadores del espíritu, hablaron por el solo Espíritu de Dios”. Luego usa expresiones como “nos enseña [...] la voz evangélica” (citando de Mt 5:28, 32, 44, 46; 6:3) y “nos manda la divina palabra” (citando de 1Ti 2:2 y Ro 13:7, 8). (Los tres libros a Autólico, III, 12-14.)
Para fines del segundo siglo no había ninguna duda de que se había completado el canon de las Escrituras Griegas Cristianas, y personajes como Ireneo, Clemente de Alejandría y Tertuliano reconocieron que los libros de las Escrituras Griegas Cristianas tenían la misma autoridad que las Escrituras Hebreas. Cuando citó de las Escrituras, Ireneo recurrió no menos de doscientas veces a las cartas de Pablo. Clemente dice que responderá a sus adversarios con “las Escrituras, las cuales creemos que son válidas por su autoridad omnipotente”, esto es, “por la ley y los profetas, y además por el bendito Evangelio”. (The Ante-Nicene Fathers, vol. 2, pág. 409, “Los Stromata, o misceláneos”.)
Algunos críticos han puesto en tela de juicio la canonicidad de ciertos libros de las Escrituras Griegas Cristianas, pero con muy poco fundamento. Por ejemplo, rechazar el libro de Hebreos solo porque no lleva el nombre de Pablo y porque su estilo varía ligeramente del de otras cartas paulinas es, cuanto menos, aventurado. B. F. Westcott observa que “la autoridad canónica de la epístola es independiente de su paternidad literaria paulina”. (The Epistle to the Hebrews, 1892, pág. 71.) Mucho más importante que el que no contenga el nombre de su escritor es su presencia en el Papiro de Chester Beatty núm. 2 (P46) (escrito menos de ciento cincuenta años después de la muerte de Pablo) junto a otras ocho cartas del apóstol.
En ocasiones se ha cuestionado la canonicidad de algunos de los libros cortos, como Santiago, Judas, segunda y tercera de Juan y segunda de Pedro, sobre la base de que los escritores primitivos no hicieron muchas citas de ellos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que todos juntos componen solo una treintaiseisava parte de las Escrituras Griegas Cristianas, así que tenían menos probabilidad de que se les citara. A este respecto debe notarse que para Ireneo en segunda de Pedro se encuentran las mismas pruebas de canonicidad que en el resto de las Escrituras Griegas. Lo mismo es cierto de segunda de Juan. (The Ante-Nicene Fathers, vol. 1, págs. 551, 557, 341, 443, “Ireneo contra las herejías”.) Algunos también han rechazado Revelación, pero muchos comentaristas primitivos, como Papias, Justino Mártir, Melitón e Ireneo, reconocen este libro como inspirado.
No obstante, la verdadera prueba de la canonicidad de cierto libro no es el número de veces que se citó de él ni qué escritores no apostólicos lo hicieron. Su mismo contenido debe dar prueba de que es producto del espíritu santo. Por consiguiente, no puede contener supersticiones ni demonismo, ni puede animar a la adoración de criaturas. Debe estar en total armonía y completa unidad con el resto de la Biblia, apoyando así su paternidad literaria divina. Todo libro debe conformarse al “modelo [divino] de palabras saludables” y estar en armonía con las enseñanzas y actividades de Cristo Jesús. (2Ti 1:13; 1Co 4:17.) Obviamente Dios acreditó a los apóstoles, y ellos reconocieron a otros escritores, como Lucas y Santiago, el medio hermano de Jesús. Por espíritu santo, los apóstoles tenían “discernimiento de expresiones inspiradas”, para determinar si estas procedían de Dios o no. (1Co 12:4, 10.) Con la muerte de Juan, el último de los apóstoles, llegó a su fin esta cadena confiable de hombres inspirados por Dios, de modo que el canon bíblico quedó completo con la Revelación, el evangelio de Juan y sus epístolas.
Gracias a su armonía y equilibrio los 66 libros canónicos de nuestra Biblia dan testimonio de la unidad y totalidad de las Escrituras, y las recomiendan como la palabra de Jehová de verdades inspiradas, protegida hasta la actualidad de todos sus enemigos. (1Pe 1:25.) Si se desea examinar una lista completa de los 66 libros que componen todo el canon bíblico, sus escritores, cuándo se escribieron y el tiempo que abarca cada uno, véase la “Tabla cronológica de los libros de la Biblia” en el artículo BIBLIA. (Véanse también los artículos individuales de cada libro bíblico.)
CANON JUDÍO DE LAS ESCRITURAS | ||
La Ley | Los Profetas | Los Escritos |
1. Génesis | 6. Josué | 14. Salmos |
2. Éxodo | 7. Jueces | 15. Proverbios |
3. Levítico | 8. 1, 2 Samuel | 16. Job |
4. Números | 9. 1, 2 Reyes | 17. Cantar de los Cantares |
5. Deuteronomio | 10. Isaías | 18. Rut |
11. Jeremías | 19. Lamentaciones | |
12. Ezequiel | 20. Eclesiastés | |
13. Los doce profetas (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías) | 21. Ester | |
22. Daniel | ||
23. Esdras, Nehemías | ||
24. 1, 2 Crónicas |
El escribir y enviar cartas, tanto de naturaleza oficial como comercial o personal, era un medio de comunicación muy utilizado en tiempos antiguos. (2Sa 11:14; 2Re 5:5-7; 10:1, 2; 2Cr 30:1; Esd 4:7; Isa 37:14; Jer 29:1; Hch 9:1, 2; 28:21; 2Te 2:2; Heb 13:22.)
La palabra hebrea sé·fer se refiere a cualquier cosa escrita, y tiene distintos significados: “libro; carta; escrito; certificado; escritura; documento”. La palabra griega grám·ma puede significar una letra del alfabeto o un documento. (2Co 3:7; Hch 28:21.) El término griego e·pi·sto·lë solo se usa con relación a un mensaje escrito. (1Co 5:9.)
Las cartas confidenciales solían ir selladas. (1Re 21:8.) La acción irrespetuosa de Sanbalat de enviar una carta abierta a Nehemías es posible que tuviera la intención de que los cargos falsos que contenía llegaran a ser de conocimiento público. (Ne 6:5.)
Además del papiro, los materiales que se empleaban para la escritura de cartas en tiempos antiguos eran, entre otros, los ostraca (pequeños trozos rotos de alfarería o loza de barro) y las tablillas de arcilla. Se han hallado miles de tablillas de arcilla en Babilonia y en otras regiones. Una vez lavada y limpiada, se daba a la arcilla suave la forma de una tablilla, y mientras aún estaba húmeda, se imprimían con un estilete los caracteres en forma de cuña (cuneiformes). Estas tablillas solían estar encerradas en sobres de arcilla. En el caso de contratos, el texto a veces se repetía en el sobre. Los sobres se sellaban y, más tarde, se cocían en un horno o se secaban al sol para conferirles dureza y durabilidad. (Véase ARQUEOLOGÍA.) Cuando Zacarías escribió en hebreo “Su nombre es Juan”, puede que usara una tablilla de madera parecida a la que se ve aquí. Estas tablillas se usaron durante siglos por todo el antiguo Oriente Medio. Tenían una parte más profunda que se cubría con una fina capa de cera. Para escribir sobre esta suave superficie, se usaba un estilo o punzón de hierro, bronce o marfil. Por lo general, un extremo del estilo acababa en una punta afilada y el otro en una punta aplanada. El extremo aplanado como el de un cincel se usaba para borrar lo escrito o para alisar la cera. A veces se unían dos o más tablillas con unas tiras finas de cuero. Los comerciantes, los intelectuales, los estudiantes y los cobradores de impuestos las usaban para llevar registros de carácter temporal. En la foto se ven unas tablillas del siglo segundo o tercero de nuestra era que se descubrieron en Egipto. (Lu 1:63.) ★¿A qué tipo de tablilla se alude en Lucas 1:63? - (1-1-2010-Pg.11)
Las cartas solían transcribirlas los escribas profesionales. Era habitual que los gobiernos tuvieran escribas para poner por escrito su correspondencia oficial, como sucedía en la corte persa. (Est 8:9; Esd 4:8.) También se hallaban en los mercados, cerca de las puertas de la ciudad, donde podía contratarlos la gente común para escribir cartas y registrar transacciones comerciales.
En algunas ocasiones se usaba a mensajeros (2Re 19:14) o correos (2Cr 30:6; Est 3:13; 8:14) para llevar las cartas. Parece que hasta la época romana el servicio postal era privativo de la correspondencia oficial, de modo que las personas de término medio tenían que depender de conocidos o comerciantes que viajaban para que les llevasen sus cartas.
En la antigüedad también se utilizaban las cartas de recomendación. Sin embargo, el apóstol Pablo no necesitó tales cartas para los cristianos de Corinto, ni tampoco de ellos mismos, con el fin de probar que era un ministro. Les había ayudado a llegar a ser cristianos y por lo tanto podía decir: “Ustedes mismos son nuestra carta, inscrita en nuestros corazones y conocida y leída por toda la humanidad”. (2Co 3:1-3.)
En el siglo I E.C., las cartas de Pablo, Santiago, Pedro, Juan, Judas y el cuerpo gobernante de Jerusalén contribuyeron al crecimiento y la conservación de la unidad y la limpieza de la congregación cristiana. (Hch 15:22-31; 16:4, 5; 2Co 7:8, 9; 10:8-11.)
Las Cartas de Pablo desde Corinto
Durante los dieciocho meses que Pablo estuvo en Corinto, entre los años 50 y 52, aproximadamente, Pablo redactó al menos dos cartas que se incorporaron a las Escrituras Griegas Cristianas: Primera y Segunda a los Tesalonicenses. En ese mismo período, o poco después, debió de escribir también Gálatas.
★Primera a los Tesalonicenses es su epístola inspirada más antigua. Hacia el año 50, en su segunda expedición, él había visitado Tesalónica y fundado una congregación que afrontó enseguida hostilidad, lo que los obligó a él y a Silas a marcharse (Hech. 17:1-10, 14). Preocupado por el bienestar de aquellos nuevos hermanos, el apóstol intentó dos veces regresar, pero “Satanás [le] cortó el camino”. A fin de impartirles fuerzas y consuelo, les envió a Timoteo, quien se reunió con él en Corinto a finales del año 50 y le trajo buenos informes sobre aquellos cristianos. Más tarde, Pablo les remitió esta carta (1 Tes. 2:17-3:7).
★Segunda a los Tesalonicenses la escribió al parecer poco después de la primera, quizás en el año 51. Como en la anterior, transmitió los saludos de Timoteo y Silvano, llamado Silas en la crónica de Lucas (Hech. 18:5, 18; 1 Tes. 1:1; 2 Tes. 1:1). Después de su estadía en Corinto, no hay constancia de que estos tres volvieran a encontrarse. Ahora bien, ¿por qué envió Pablo esta nueva misiva a los tesalonicenses? Por lo visto, había recibido más noticias suyas, tal vez con el emisario que les llevó la primera carta. Y esas noticias lo animaron a felicitarlos por su amor y aguante, aunque también le hicieron ver la necesidad de corregir a algunos que se imaginaban inminente la presencia del Señor (2 Tes. 1:3-12; 2:1, 2).
★Gálatas la redactó a raíz de los viajes —al menos dos— efectuados por la provincia romana de Galacia. Primero, en los años 47 y 48, acompañado de Bernabé, había visitado a los hermanos de Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe. Más tarde, en el año 49, había vuelto a la zona junto con Silas (Hech. 13:1–Hech. 14:23; Hech. 16:1-6). Les escribió porque los judaizantes, que llevaban tiempo pisándole los talones, iban enseñando que aún era obligatorio circuncidarse y obedecer la Ley de Moisés. Seguramente envió su epístola apenas se enteró de que se estaban propagando tales errores. Aunque es probable que la redactara en Corinto, también pudo haberlo hecho en Éfeso, durante una breve escala de su viaje de regreso a Antioquía de Siria, o en esta última localidad (Hech. 18:18-23).
Las Cartas que escribió Pablo en Macedonia
★Segunda a los Corintios. En esta epístola, el apóstol señala que, cuando llegó a Macedonia, estaba ansioso por saber de sus hermanos de Corinto, pero que se sintió confortado cuando Tito le trajo buenas noticias sobre ellos. Fue entonces, hacia el año 55, cuando les escribió esta carta, donde indica que aún se encontraba en Macedonia (2 Cor. 7:5-7; 9:2-4). Una de las preocupaciones que tenía en este período era completar la colecta a favor de los santos de Judea (2 Cor. 8:18-21). También le inquietaba la presencia en Corinto de “apóstoles falsos, obreros engañosos” (2 Cor. 11:5, 13, 14).
★Tito. Al parecer, esta carta también se redactó en Macedonia. En algún momento, entre los años 61 y 64, tras su liberación de la primera cautividad en Roma, Pablo visitó la isla de Creta, en la que dejó a Tito para que corrigiera algunos problemas e hiciera nombramientos en las congregaciones (Tito 1:5). Luego le escribió esta carta, en la que le pedía que se reuniera con él en Nicópolis. Aunque en la cuenca mediterránea había varias ciudades con este nombre, es muy posible que se refiriera a la del noroeste de Grecia, en cuyas cercanías probablemente estaba trabajando cuando le envió la misiva (Tito 3:12).
★Primera a Timoteo. Como la anterior, la redactó entre el 61 y el 64, período de libertad entre los dos cautiverios en Roma. En la introducción indica que le había pedido a Timoteo que se quedara en Éfeso mientras él se dirigía a Macedonia (1 Tim. 1:3). Parece que desde allí le escribió esta epístola para darle consejos paternales, palabras de ánimo y explicaciones sobre procedimientos que debía seguir en las congregaciones.
Enséñele valores
Carta de un padre al maestro de su hijo: “Estimado profesor: Él tiene que aprender que no todos los hombres son justos, no todos son verdaderos, pero por favor dígale que para cada villano hay un héroe, que para cada egoísta, también hay un líder dedicado. Enséñele que para cada enemigo, allí también habrá un amigo. Enséñele que es mejor obtener una moneda ganada con el sudor de su frente que una moneda robada. Enséñele a perder, pero también para aprender a disfrutar de la victoria, háblale de la envidia y sácalo de ella, dale a conocer la profunda alegría de la sonrisa silenciosa, y a maravillarse con los libros, pero deja que él también aprenda con el cielo, las flores en el campo, las montañas y valles.
En las bromas con amigos, explíquele que más vale una derrota honrosa que una victoria vergonzosa. Enséñele a escuchar a todos, pero en la hora de la verdad, decidir solo, enseñarle a reír cuando esté triste y explíquele que, a veces, los hombres también lloran. Enséñele a ignorar los gritos de la multitud que solo reclaman derechos sin pagar el costo de sus obligaciones. Trátelo bien, pero no lo mime, ya que solo en la prueba de fuego se sabe que el acero es real. Déjelo tener el coraje de ser impaciente y a tener coraje con paciencia. Transmítale una fe sublime al Creador y fe también en sí mismo, porque solo entonces puede tener fe en los hombres. Sé que pido mucho, pero vea lo que puede hacer, querido profesor”. La Ley mosaica mandaba a los padres educar espiritualmente a sus hijos, y ese principio también es aplicable a los padres cristianos (Dt 6:6, 7; Pr 22:6) |
Cartas a Dios
Cada día, cientos de personas en el mundo cogen papel y boli y escriben una carta… ¡a Dios! Evidentemente no se conoce la dirección exacta de la divinidad y, además, el cielo es demasiado amplio, así que muchos de los creyentes ponen como dirección Jerusalén, así, a secas. Por eso, a la oficina de correos de la ciudad llegan miles de cartas para Dios, en las que le piden salud, una mano para los exámenes, que se aparezca en sueños un familiar fallecido… Pero no sólo piden, también hay cartas de agradecimiento o arrepentimiento y, según cuentan los responsables de correos, es relativamente habitual que lleguen cartas con dinero "por ese cenicero que robé en el restaurante", o por "el juego de toallas que me llevé del hotel"… Los funcionarios, lejos de tomarse el tema a guasa, han reservado un espacio para estas cartas y cada cierto tiempo, cuando ya no caben más, las cogen, las llevan al Muro de las Lamentaciones y las meten en las grietas que hay entre las piedras. |
En la Biblia el término “copista” aplica a un transcriptor o persona que copia información escrita, específicamente las Escrituras. La palabra hebrea que se traduce “copista” es so-fér, relacionada con contar y registrar. Tiene varios significados. Puede referirse a un escriba (Jue 5:14) o a un secretario. (Jer 36:32; Eze 9:2, 3.) Un escriba puede ser un escritor público que pone por escrito composiciones que dictan otros, un secretario, un copista o un maestro de la Ley. Sin embargo, el término “copista” aplica en especial a aquellas personas cuyo trabajo era copiar la Ley y otras partes de las Santas Escrituras. Se dice que Safán, un tal Sadoc y el sacerdote Esdras eran copistas. (Jer 36:10; Ne 13:13; 12:26, 36.)
Al sacerdote Esdras, que regresó de Babilonia a Jerusalén con el resto judío en el séptimo año del rey persa Artajerjes (468 a.E.C.), se le llama “un copista hábil en la ley de Moisés” y “un copista de las palabras de los mandamientos de Jehová y de sus disposiciones reglamentarias para con Israel”. (Esd 7:6, 7, 11.) Fue en su tiempo cuando por primera vez los escribas judíos cobraron importancia como un grupo de copistas de las Escrituras. Miles de judíos se habían quedado en Babilonia y otros se habían dispersado como consecuencia de las migraciones y el comercio. Empezaron a construirse en diversos lugares salas de asamblea locales conocidas como sinagogas, de manera que los copistas tuvieron que hacer copias de los manuscritos bíblicos para cada una de ellas. Hicieron estas copias con mucho cuidado. (Véase ESCRIBA, ESCRIBANO.)
Fue Esdras, el copista hábil y sacerdote, quien leyó “el libro de la ley de Moisés” a una congregación en la Jerusalén restaurada. La explicación e instrucción competente que dieron Esdras y sus ayudantes en aquella ocasión resultó en “gran regocijo” y abundantes bendiciones para la gente reunida. (Ne 8.)
El corazón del salmista se hallaba “agitado debido a un asunto agradable” relacionado con el rey mesiánico de Dios, y por eso dijo: “Sea mi lengua el estilo de copista hábil”. (Sl 45:1-5.) Su deseo era disponer de una lengua elocuente que estuviera a la altura del tema excelso de su composición inspirada por Dios. El salmista deseaba que su lengua fuera atinada, como un estilo en las manos de un copista hábil.
En la antigüedad, los textos se copiaban a mano; era un proceso lento y concienzudo que exigía mucha habilidad (Sl 45:1). Los copistas que se mencionan por nombre en la Biblia son Esdras, Sadoc y Safán (Ne 12:26; 13:13; Jer 36:10). En vista de que los manuscritos originales se iban deteriorando, los copistas desempeñaban la necesaria labor de preservar el contenido de las Escrituras inspiradas por Dios. Por otra parte, la demanda de copias de las Escrituras aumentaba a medida que iba creciendo la cantidad de lectores. El trabajo de los copistas implicaba a menudo efectuar revisiones y correcciones minuciosas. Algunos hasta contaban las palabras y las letras de lo que copiaban. Gracias a la habilidad y el cuidado con el que llevaban a cabo su trabajo, los copistas sin duda contribuyeron a conservar la Palabra de Dios a lo largo de los siglos.
Predica la palabra
Predicar la Palabra de Dios es primordial y no es propiedad intelectual privada de los seres humanos, ya que está arraigada en la voluntad divina de Dios de llevar su mensaje de salvación y verdad al mundo entero. Esto se evidencia en los siguientes pasajes bíblicos: Deseo de salvación universal (1 Timoteo 2:4) se enfatiza la voluntad de Dios de que todos los seres humanos sean salvos y lleguen al conocimiento de la verdad, lo que demuestra que la predicación no debe ser limitada ni privatizada. Esto subraya que la predicación de la Palabra de Dios no puede ser un monopolio humano, ya que es el deseo de Dios que su mensaje alcance a todos. Imposibilidad de restringir el mensaje (Hechos 4:17-21) muestra que las autoridades religiosas intentan detener a los apóstoles para que no prediquen en el nombre de Jesús, pero estos responden que no pueden dejar de hablar de lo que han visto y oído. Esto ilustra que la predicación es una respuesta inquebrantable a la experiencia de la obra de Dios y su mensaje de redención, independientemente de cualquier restricción humana, resaltando que el mensaje es divino y no propiedad privada. Persistencia en la enseñanza (Hechos 5:42) enfatiza que los primeros discípulos continuaron predicando y enseñando incluso en el templo a pesar de la persecución por parte de sus líderes religiosos. Esto demuestra que la predicación de la Palabra de Dios no puede ser considerada como propiedad intelectual privada, ya que es esencial para la fe y el crecimiento espiritual de las personas y debe ser compartida a pesar de las adversidades. La Palabra de Dios como luz divina (2 Pedro 1:19-21) describe la Palabra de Dios como inspirada por el Espíritu Santo y no sujeta a interpretaciones privadas. Es como una lámpara que brilla en un lugar oscuro. Esto indica que la predicación de la Palabra de Dios es un medio para revelar la verdad divina y guiar a las personas en el camino de la justicia y la salvación, y esta verdad no pertenece exclusivamente a ninguna entidad humana, al igual que el Sol (2 Samuel 23:4), la lluvia (Isaías 55:10,11) o el aire (Hechos 17:25) así mismo el libre acceso a la Biblia y su explicación es un derecho fundamental público y un privilegio gratuito que Jehová otorga a la humanidad y es directamente Dios el promotor y autor de esta publicidad. (Daniel 12:4; Isaías 60:22.) Efectividad de la Palabra (1 Tesalonicenses 2:13) reconoce que la Palabra de Dios obra eficazmente en aquellos que creen. Esto refuerza la idea de que la predicación de la Palabra de Dios es un acto divino que trasciende la propiedad intelectual humana, ya que tiene el poder de transformar vidas y llevar a las personas a la fe en Cristo, demostrando que su poder va más allá de las limitaciones humanas. Así mismo, el hecho de que la verdad bíblica no se pueda privatizar asegura a los leales de no caer en la apostasía, de hecho el pueblo de Israel cayo en esa trampa al mezclarse con las naciones y aceptar sus costumbres, dejando de lado el consejo de Jehová, igualmente los cristianos primitivos dejaron la verdad al hacer de su adoración un asunto legal o estatal con Roma yendo mas allá de lo que estaba escrito. (1 Corintios 4:6) En resumen, la predicación de la palabra de Dios es la voluntad principal de Jehová pues está ligada directamente con la vindicación de su nombre, busca la salvación de todos y el conocimiento de la verdad de su reino. No puede ser considerada propiedad intelectual privada de los seres humanos, ya que se basa en la revelación divina y su poder transformador trasciende las limitaciones humanas. La predicación es un acto guiado por Dios para compartir su mensaje del reino con toda la humanidad. Tratar de monopolizar o impedir esta expansión de Dios puede acarrear graves consecuencias. (Mr 9:38-42; Hch 5:33-40) |
La expresión hebrea `asé·reth had-deva·rím, que solo se halla en el Pentateuco, se traduce al español por “Diez Palabras” y designa las diez leyes básicas del pacto de la Ley, que suelen recibir el nombre de los Diez Mandamientos. (Éx 34:28; Dt 4:13; 10:4.) A este código especial de leyes también se le llama simplemente “Palabras” (Dt 5:22) o “palabras del pacto”. (Éx 34:28.) La Versión de los Setenta (Éx 34:28; Dt 10:4) dice “dé·ka [diez] ló·gous [palabras]”, de cuya combinación se deriva la palabra Decálogo.
El origen de las tablas. En un principio el ángel de Jehová transmitió oralmente las Diez Palabras o Diez Mandamientos desde el monte Sinaí. (Éx 20:1; 31:18; Dt 5:22; 9:10; Hch 7:38, 53; véanse Gál 3:19; Heb 2:2.) Luego Moisés subió al monte para recibir las Diez Palabras en forma escrita sobre dos tablas de piedra, junto con otros mandamientos e instrucciones. Durante su prolongada estancia de cuarenta días, el pueblo se impacientó e hizo un becerro fundido para adorarlo. Cuando Moisés descendió de la montaña y vio aquel espectáculo de idolatría, arrojó e hizo añicos “las tablas [que] eran la obra de Dios”, donde estaban escritas las Diez Palabras. (Éx 24:12; 31:18–32:19; Dt 9:8-17; compárese con Lu 11:20.)
Más tarde Jehová le dijo a Moisés: “Tállate dos tablas de piedra como las primeras, y tengo que escribir sobre las tablas las palabras que se hallaban en las primeras tablas, que hiciste añicos”. (Éx 34:1-4.) Así que, después de pasar otros cuarenta días en la montaña, se hizo un duplicado de las Diez Palabras, que Moisés guardó en un arca de madera de acacia. (Dt 10:1-5.) Las dos tablas se llamaban “las tablas del pacto” (Dt 9:9, 11, 15), y tal vez por eso se llamó “el arca del pacto” al arca revestida de oro que más tarde hizo Bezalel y en la que por fin se guardaron las tablas. (Jos 3:6, 11; 8:33; Jue 20:27; Heb 9:4.) A estas Diez Palabras también se las llamó “el testimonio” (Éx 25:16, 21; 40:20), y a las tablas, “tablas del Testimonio” (Éx 31:18; 34:29), de donde se derivan las expresiones “el arca del testimonio” (Éx 25:22; Nú 4:5) y “el tabernáculo del Testimonio”, es decir, la tienda donde se guardaba el Arca. (Éx 38:21.)
Se dice que las primeras tablas las hizo Jehová, y también que en ellas “el dedo de Dios había escrito”, expresión que alude al espíritu de Dios. (Éx 31:18; Dt 4:13; 5:22; 9:10.) Del mismo modo, Jehová también escribió las segundas tablas, aunque estas las talló Moisés. Cuando en Éx 34:27 se le dice a Moisés: “Escríbete estas palabras”, no se aludía a las Diez Palabras en sí, sino que, tal como en una ocasión anterior (Éx 24:3, 4), tenía que escribir algunos de los otros detalles relacionados con las regulaciones del pacto. Por consiguiente, cuando en Éxodo 34:28b se dice: “Y él procedió a escribir sobre las tablas las palabras del pacto, las Diez Palabras”, el pronombre “él” se refiere a Jehová, como corrobora el versículo 1 de ese mismo capítulo. Más tarde, cuando Moisés repasó estos acontecimientos, confirmó que fue Jehová quien escribió por segunda vez las Diez Palabras. (Dt 10:1-4.)
El contenido de los Mandamientos. A modo de introducción a estas Diez Palabras está la declaración directa en primera persona: “Yo soy Jehová tu Dios, que te he sacado de la tierra de Egipto, de la casa de esclavos”. (Éx 20:2.) Esta no solo indica quién es el que está hablando y a quién dirige sus palabras, sino que muestra la razón por la que los judíos recibieron el Decálogo justo en aquel tiempo. A Abrahán no se le había dado el Decálogo. (Dt 5:2, 3.)
Esta división de los Diez Mandamientos, los Éx 20:2-17, es la división natural. Concuerda con lo que señala Josefo, historiador judío del primer siglo (Antigüedades judías, Libro III, capítulo 5, párr. 5), y con lo que indica Filón, filósofo judío del primer siglo, quienes los dividen así: hacen del v. 3 el primer mandamiento, de los Éx 20:4-6, el segundo mandamiento, y del Éx 20:17, que prohíbe toda codicia, el décimo mandamiento. Otros, entre ellos Agustín, consideran los Éx 20:3-6 como un solo mandamiento, pero dividen el Éx 20:17 en dos mandamientos: el noveno, en contra de codiciar la casa del semejante, y el décimo, en contra de codiciar sus posesiones vivientes. Agustín apoyó su división en la declaración paralela posterior de los Diez Mandamientos que se da en Dt 5:6-21, donde se emplean dos verbos heb. diferentes en el Éx 20:21 al prohibir el deseo codicioso de lo que pertenece a un semejante, mientras que en Éx 20:17 se usa el mismo verbo heb. en ambas ocasiones. La división de Agustín ha sido adoptada por el sistema religioso católico romano.
★El 1º mandamiento —“No debes tener otros dioses contra mi rostro”— puso a Jehová en primer lugar. (Éx 20:3.) Tenía que ver con su puesto encumbrado y su incomparable posición como el Dios Todopoderoso, el Altísimo, el Soberano Supremo. Este mandamiento indicaba que los israelitas no habían de tener otros dioses aparte de Jehová.
★El 2º mandamiento era una consecuencia natural del primero, pues prohibía cualquier forma de idolatría por ser una afrenta directa a la gloria y la Persona de Jehová. ‘No debes hacerte una imagen tallada ni una forma parecida a cosa alguna que esté en los cielos, sobre la tierra o en las aguas debajo de la tierra, ni debes inclinarte ante ellas ni servirles.’ Esta prohibición se recalca con la declaración: “Porque yo Jehová tu Dios soy un Dios que exige devoción exclusiva”. (Éx 20:4-6.)
★El 3º mandamiento se sigue de los anteriores: “No debes tomar el nombre de Jehová tu Dios de manera indigna”. (Éx 20:7.) Por esta razón las Escrituras Hebreas conceden al nombre de Jehová una gran importancia (aparece 6.973 veces en NM; véase JEHOVÁ - [Importancia del Nombre].) Solo en estos pocos versículos de las Diez Palabras (Éx 20:2-17) el nombre de Jehová aparece ocho veces. La frase “no debes tomar” conlleva la idea de “no pronunciar” o “no llevar”. Tomar el nombre de Dios de “manera indigna” significaría pronunciarlo con falsedad o llevarlo “en vano”. Los israelitas que tenían el privilegio de llevar el nombre de Dios como sus testigos y que se hicieron apóstatas estaban de hecho tomando y llevando el nombre de Jehová de manera indigna. (Isa 43:10; Eze 36:20, 21.)
★El 4º mandamiento decía: “Acordándote del día del sábado para tenerlo sagrado, seis días has de prestar servicio y tienes que hacer todo tu trabajo. Pero el séptimo día es un sábado a Jehová tu Dios. No debes hacer ningún trabajo, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu animal doméstico, ni tu residente forastero que está dentro de tus puertas”. (Éx 20:8-10.) Al considerar este día como algo santo a Jehová, todos, hasta los esclavos y los animales domésticos, se beneficiarían de un descanso refrescante. El día del sábado también daba la oportunidad de concentrarse en asuntos espirituales sin distracción.
★El 5º mandamiento —“Honra a tu padre y a tu madre”— se puede considerar como un eslabón que enlaza los cuatro primeros, que definían las responsabilidades del hombre para con Dios, con los restantes mandamientos, que establecían las obligaciones del hombre para con sus semejantes. Ya que los padres actúan como representantes de Dios, guardando el quinto mandamiento, los hijos honraban y obedecían tanto al Creador como a las personas a quienes Él había conferido la autoridad. Este mandamiento era el único de los diez con promesa: “Para que resulten largos tus días sobre el suelo que Jehová tu Dios te da”. (Éx 20:12; Dt 5:16; Ef 6:2, 3.) El enunciado de los siguientes mandamientos del código era muy conciso.
★El 6º mandamiento: “No debes asesinar” (Éx 20:13).
★El 7º mandamiento: “No debes cometer adulterio” (Éx 20:14; Dt 5:18).
★El 8º mandamiento: “No debes hurtar”. (Éx 20:13-15.) Este es el orden de estas leyes en el texto masorético, de mayor a menor según el daño causado al prójimo. Sin embargo, en algunos manuscritos griegos (Códice Alejandrino, Códice Ambrosiano) el orden es: ‘asesinato, robo, adulterio’. Filón (El Decálogo, XII, 51) dice: ‘adulterio, asesinato y robo’, mientras que en el Códice Vaticano la secuencia es: ‘adulterio, robo, asesinato’. Pasando entonces de los hechos a las palabras.
★El 9º mandamiento Pasando entonces de los hechos a las palabras, el noveno mandamiento dice: “No debes dar testimonio falsamente como testigo contra tu semejante”. (Éx 20:16.)
★El 10º mandamiento (Éx 20:17) se destacaba porque prohibía la codicia, es decir, un deseo impropio por todo aquello que le perteneciese al prójimo, incluida su esposa. Ningún legislador humano dio origen a tal ley, pues no habría manera humanamente posible de hacerla cumplir. Por otra parte, mediante este décimo mandamiento Jehová hizo que toda persona fuese responsable de forma directa ante Él, el único que ve y conoce todos los pensamientos secretos del corazón. (1Sa 16:7; Pr 21:2; Jer 17:10; Mt 5:27, 28.)
Otro orden de estas leyes. Esta manera de dividir las Diez Palabras registradas en Éxodo 20:2-17 es la lógica y natural. Así también lo hace Josefo, historiador judío del siglo I a. E.C. (Antigüedades Judías, libro III, cap. V, sec. 5), y el filósofo judío Filón, también del primer siglo (El Decálogo, XII, 51). Sin embargo, otros, como Agustín, combinan la ley en contra de los dioses extranjeros y la que está en contra de las imágenes (Éx 20:3-6; Dt 5:7-10) en un solo mandamiento, y luego, para que sigan contándose diez, dividen Éxodo 20:17 (Dt 5:21) en dos, con lo que convierten en noveno mandamiento el no codiciar la esposa del semejante y en décimo el no codiciar su casa, etc. Agustín intentó apoyar esta división en la lista paralela del Decálogo registrada en Deuteronomio 5:6-21. En el versículo 21 se utilizan dos diferentes palabras hebreas (“Tampoco debes desear [forma de ja·mádh] [...]. Tampoco debes, egoístamente, desear con vehemencia [forma de `a·wáh]”), mientras que en Éxodo 20:17 se utiliza el mismo verbo (desear) en ambas frases.
Hay otras diferencias de menor importancia en cómo se expresan los Diez Mandamientos en Éxodo y Deuteronomio, pero esto no afecta en absoluto la fuerza o el significado de las leyes. Por ejemplo: en Éxodo, las Diez Palabras se enuncian en estilo legislativo, mientras que en Deuteronomio la exposición es más narrativa, pues Moisés tan solo estaba repitiendo los mandatos de Dios a manera de recordatorio. Las Diez Palabras aparecen en diferentes pasajes con otras variaciones, pues tanto los escritores bíblicos de las Escrituras Hebreas como los de las Escrituras Griegas Cristianas las citaron con frecuencia, o las comentaron junto con otras instrucciones. (Éx 31:14; 34:14, 17, 21; Le 19:3, 11, 12; Dt 4:15-19; 6:14, 15; Mt 5:27; 15:4; Lu 18:20; Ro 13:9; Ef 6:2, 3.)
Las Diez Palabras eran un código de leyes perfecto, ya que procedía de Dios. Cuando un hombre “versado en la Ley” le preguntó a Jesucristo: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?”, Jesús citó uno que en realidad resumió los cuatro, o posiblemente los cinco, primeros mandamientos del Decálogo, diciendo: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente”. A continuación resumió el resto del Decálogo en el sucinto mandato: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”. (Mt 22:35-40; Dt 6:5; Le 19:18.)
Los cristianos no están bajo el Decálogo. Jesús nació bajo la Ley, la guardó a la perfección y al final entregó su vida como rescate por la humanidad. (Gál 4:4; 1Jn 2:2.) Además, por medio de su muerte en el madero de tormento, liberó a los que estaban bajo la Ley (que incluía las Diez Palabras o los Diez Mandamientos), “llegando a ser una maldición en lugar” de ellos. Su muerte fue la provisión para ‘borrar el documento manuscrito’, clavándolo al madero de tormento. (Gál 3:13; Col 2:13, 14.)
No obstante, es importante que los cristianos analicen la Ley con sus Diez Palabras, pues en ella se da a conocer el punto de vista de Dios sobre diferentes asuntos, y además era “una sombra de las buenas cosas por venir”, de la realidad que pertenece al Cristo. (Heb 10:1; Col 2:17; Gál 6:2.) Los cristianos “no [están] sin ley para con Dios, sino bajo ley para con Cristo”. (1Co 9:21.) Pero esa ley no los condena como pecadores, pues la bondad inmerecida de Dios por medio de Cristo hace posible el perdón de los errores cometidos por debilidad carnal. (Ro 3:23, 24.)
El acto de inscribir en una superficie letras o caracteres que comunican palabras o ideas. Al primer hombre Adán se le dotó con la facultad de hablar un idioma. Sin embargo, en un principio debió tener poca o ninguna necesidad de escribir. En aquel entonces toda la comunicación de Adán podía ser verbal, y, como hombre perfecto, no tendría que depender de un registro escrito que compensara una memoria imperfecta. No obstante, tenía la capacidad de idear algún método de escritura, pero la Biblia no dice nada con relación a que escribiera, ni antes ni después de su transgresión.
Las palabras “este es el libro de la historia de Adán” han llevado a algunos a la conclusión de que Adán fue el escritor de este “libro”. (Gé 5:1.) Comentando sobre la frase “esta es la historia” (“estos son los orígenes”), que aparece con frecuencia en el libro de Génesis, P. J. Wiseman dice: “Es la frase de conclusión de cada sección, y por lo tanto se remite a una narración previa [...]. Suele referirse al escritor de la historia o al propietario de la tablilla que la contiene”. (New Discoveries in Babylonia About Genesis, 1949, pág. 53.)
Un examen del contenido de estas historias pone en tela de juicio la corrección de las conclusiones de Wiseman. Por ejemplo, según esta opinión, la sección que empieza en el versículo 10 del capítulo 36 de Génesis debería concluir con las palabras de Génesis 37:2: “Esta es la historia de Jacob”. Sin embargo, casi todo el relato tiene que ver con la descendencia de Esaú y solo habla de Jacob de forma incidental. Por otra parte, el relato que sigue presenta extensa información sobre Jacob y su familia. Es más, si esta teoría fuera correcta, significaría que Ismael y Esaú fueron los escritores o propietarios de los documentos más extensos sobre los tratos de Dios con Abrahán, Isaac y Jacob. Esto no parece razonable, pues supondría que quienes no tuvieron ninguna participación en el pacto abrahámico fueron los más interesados en él. Sería difícil aceptar que Ismael tuviera tanto interés por acontecimientos relacionados con la casa de Abrahán como para conseguir un registro detallado de estos, que en su mayor parte ocurrieron mucho tiempo después que se le despidió con su madre Agar. (Gé 11:27b–25:12.)
De igual manera, no hubiera habido ninguna razón para que Esaú, que no tenía ningún aprecio por las cosas sagradas (Heb 12:16), escribiera o fuera propietario de un relato que tratara principalmente sobre los acontecimientos de la vida de Jacob, acontecimientos que Esaú mismo no presenció. (Gé 25:19–36:1.) Además, no parece lógico concluir que Isaac y Jacob no se interesaran en poseer un registro de los tratos de Dios con ellos, contentándose solo con breves registros de genealogías ajenas. (Gé 25:13–19a; Gé 36:10–37:2a.)
La escritura antes del Diluvio. No se puede precisar si algunos de los relatos del libro de Génesis se escribieron antes del Diluvio, y la Biblia no contiene ninguna referencia a escritura antediluviana. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la edificación de ciudades, la manufactura de instrumentos musicales y la forja de herramientas de hierro y de cobre empezaron mucho antes del Diluvio. (Gé 4:17, 21, 22.) Por lo tanto, es razonable pensar que los hombres tuvieran poca dificultad en inventar también un sistema de escritura. Puesto que en un principio solo había un idioma (que más tarde llegó a conocerse como hebreo; véase HEBREO, II) y los que siguieron hablando ese idioma, los israelitas, utilizaron un alfabeto, la escritura alfabética pudo haber existido antes del Diluvio.
El rey asirio Asurbanipal dijo haber leído “inscripciones en piedras de antes del Diluvio”. (Historia del libro, de Hipólito Escolar, Madrid, Pirámide, 1988, pág. 58.) Sin embargo, puede que esas inscripciones simplemente hayan precedido a un diluvio local de proporciones considerables, o tal vez hayan sido relatos que pretendían contar acontecimientos anteriores al Diluvio. Por ejemplo, en lo que se conoce como “la lista de los reyes sumerios”, se menciona que ocho reyes gobernaron durante 241.000 años, y después se dice lo siguiente: “(Después) el Diluvio barrió (la tierra)”. (Ancient Near Eastern Texts, edición de J. B. Pritchard, 1974, pág. 265.) Evidentemente, ese registro no es auténtico.
Según la cronología bíblica, el diluvio universal del día de Noé aconteció en el año 2370 a.E.C. Los arqueólogos han dado fechas anteriores a numerosas tablillas de barro que han desenterrado, pero estas tablillas no son documentos fechados. Por consiguiente, las fechas que se les han dado son hipotéticas y no suponen ninguna base sólida para establecer una relación temporal entre esas tablillas y el diluvio bíblico. No se puede afirmar de manera categórica que alguno de los objetos obtenidos en las excavaciones sea anterior al Diluvio. Los arqueólogos que han fechado objetos como pertenecientes al período antediluviano lo han hecho sobre la base de hallazgos que, como mucho, solo pueden interpretarse como prueba de un gran diluvio local.
La escritura después del Diluvio. Después de la confusión del lenguaje original del hombre en Babel, llegaron a existir diversos sistemas de escritura. Los babilonios, los asirios y otros pueblos utilizaron escritura cuneiforme (en forma de cuña), que, según se cree, inventaron los sumerios partiendo de su escritura pictográfica. Existen indicios de que se usaba más de un sistema de escritura al mismo tiempo. Por ejemplo, en una antigua pintura mural asiria se ve a dos escribas, uno haciendo impresiones cuneiformes con un estilo sobre una tablilla (probablemente en acadio) y el otro escribiendo con un pincel sobre piel o papiro (tal vez en arameo). La escritura jeroglífica egipcia consistía en diferentes representaciones pictóricas y formas geométricas separadas. Aunque dicha escritura continuó empleándose en las inscripciones de los monumentos y en las pinturas murales, con el tiempo llegaron a utilizarse otras dos formas de escritura (primero la hierática y después la demótica). (Véase EGIPTO, EGIPCIO.) En los sistemas no alfabéticos se representaban los objetos, las ideas transmitidas por dichos objetos y las palabras o sílabas que tenían la misma pronunciación, mediante formas pictóricas (o su representación posterior lineal o cursiva, a menudo irreconocible). Por ejemplo, un simple dibujo del azahar podría utilizarse en español para designar la “flor de azahar”, una “flor” en general, “flor” (en el sentido de lo más selecto), “azar” (casualidad) o la sílaba inicial de la ciudad de “Florencia”.
El sistema alfabético utilizado por los israelitas era fonético, y cada símbolo correspondía a una consonante, que a su vez representaba un sonido en particular. Sin embargo, el lector tenía que suplir los sonidos vocálicos, y el contexto determinaba la palabra que se quería decir en aquellos casos en que ciertos términos tuvieran el mismo deletreo, pero una diferente combinación de sonidos vocálicos. Este hecho no planteaba ningún verdadero problema, pues en la actualidad las revistas, periódicos y libros escritos en hebreo moderno omiten los puntos vocálicos casi por completo.
La lectura y la escritura en Israel. Los sacerdotes de Israel (Nú 5:23) y las personas prominentes, como Moisés (Éx 24:4), Josué (Jos 24:26), Samuel (1Sa 10:25), David (2Sa 11:14, 15) y Jehú (2Re 10:1, 6), sabían leer y escribir. El pueblo en general, salvo algunas excepciones, también sabía leer y escribir. (Compárese con Jue 8:14; Isa 10:19; 29:12.) El mandato de que los israelitas escribiesen sobre los postes de las puertas de sus casas, aunque al parecer era figurativo, daba a entender que sabían leer y escribir. (Dt 6:8, 9.) Además, la Ley requería que el rey escribiese para sí una copia de la Ley y leyese todos los días de ella una vez que ascendiese al trono. (Dt 17:18, 19; véase LIBRO.)
Pese a que en hebreo existía bastante información escrita, se han hallado pocas inscripciones israelitas. Es probable que esto se deba al hecho de que los israelitas no erigieron muchos monumentos para ensalzar sus hazañas. La mayor parte de la escritura, incluidos los libros de la Biblia, se hizo con tinta sobre papiro o pergamino, materiales no muy duraderos en el húmedo suelo de Palestina. Sin embargo, el mensaje de las Escrituras se conservó a través de los siglos por medio de reiteradas copias cuidadosas del texto. (Véanse COPISTA; ESCRIBA, ESCRIBANO; MANUSCRITOS DE LA BIBLIA.) Solo la historia de la Biblia llega al mismísimo origen del hombre y se remonta aún más allá. (Gé 1, 2.) Quizás algunos registros grabados en piedra e inscritos en tablillas de barro, así como prismas y cilindros, sean mucho más antiguos que la mayoría de los manuscritos bíblicos antiguos conservados hasta la actualidad; no obstante, estos registros no tienen un verdadero efecto en las vidas de las personas hoy día, y muchos de ellos (como la lista de los reyes sumerios) contienen manifiestas falsedades. Por consiguiente, la Biblia sobresale entre los escritos antiguos como el único legado que presenta un mensaje significativo que merece mucho más que un interés pasajero.
Crea tu imagen
La niña que miraba al abuelo escribir una carta, le preguntó: –¿Estás escribiendo una historia que nos pasó a los dos? ¿Es, quizá, una historia sobre mí?
El abuelo dejó de escribir, sonrió y dijo a la nieta:
La niña miró el lápiz, intrigada, y no vio nada de especial. ★Puedes hacer grandes cosas, pero no olvides nunca que existe una mano que guía tus pasos. A esta mano nosotros la llamamos Jehová Dios, y Él siempre te conducirá en dirección a su voluntad (Isa 30:21) ★De vez en cuando necesito dejar de escribir y usar el sacapuntas. Eso hace que el lápiz sufra un poco, pero al final está más afilado. Por lo tanto, debes ser capaz de soportar algunos dolores y correcciones, porque te harán mejor persona (Heb 12:5, 6) ★El lápiz siempre permite que usemos una goma para borrar aquello que está mal. Entiende que corregir algo que hemos hecho no es necesariamente algo malo, sino algo importante para mantenernos en el camino de la justicia (Ro 4:7, 8) ★Lo que realmente importa en el lápiz no es la madera ni su forma exterior, sino el grafito que hay dentro. Por lo tanto, cuida siempre de lo que sucede en tu interior (Sl 90:12; 1Pe 3:4) ★Siempre deja una marca. De la misma manera, has de saber que todo lo que hagas en la vida dejará huellas, por ello intenta ser consciente de cada acción. (Jos 1:8; 1Co 10:31) |
PALEOGRAFÍA Es el estudio de escritos o escrituras de la antigüedad, ofrece evidencias notables. Los estilos de escritura varían de período en período, cambiando con la costumbre de la época, y también con el cambio del idioma a medida que pasan los años. A menudo se emplea la ciencia de la paleografía para asignar fechas a documentos escritos antiguos. Considere un ejemplo. En el Rollo del Mar Muerto “A” de Isaías las letras hebreas vauy yodson de apariencia similar. Ese era el estilo alrededor de los siglos primero y segundo a. de la E.C., pero en épocas posteriores la letra yodfue notablemente más pequeña que la vau. Este es solamente un ejemplo de cómo un estudio del estilo de la escritura puede ayudar a fechar un manuscrito. (g72 22/9 8) |
En las Escrituras Griegas Cristianas, la palabra griega gra·fé (escrito) se usa solo con referencia a los escritos sagrados de la Palabra de Dios, la Biblia. Tanto los escritores de las Escrituras Hebreas como los de las Escrituras Griegas consultaron otros documentos —registros genealógicos públicos y oficiales, historias, etc.—, pero a estos no se les consideraba inspirados ni se les daba el mismo valor que a los escritos reconocidos como canónicos. Es posible que los apóstoles escribieran otras cartas a algunas congregaciones (por ejemplo, la declaración de Pablo en 1 Corintios 5:9: “En mi carta les escribí”, da a entender que había escrito una carta anterior a los Corintios, que hoy día no existe). El espíritu santo de Dios no conservó tales escritos para uso de la congregación cristiana porque solo debieron ser de importancia para aquellos a quienes iban dirigidos.
La palabra griega grám·ma, que designa una letra o carácter del alfabeto, se deriva del verbo grá·fö. Cuando se utiliza en el sentido de “documento”, a veces se vierte “escritura” en algunas traducciones y “escrito” en otras. En Juan 5:47 y 2 Timoteo 3:15 se utiliza con referencia a los “escritos” inspirados de las Escrituras Hebreas. (Véanse ESCRITURAS GRIEGAS CRISTIANAS; ESCRITURAS HEBREAS.)
Cristo y los apóstoles recurrieron a ellas. Jesucristo y los escritores de las Escrituras Cristianas utilizaron a menudo la palabra gra·fé para referirse a los escritos de Moisés y los profetas, que debido a que Dios lo había inspirado, eran la máxima autoridad en su enseñanza y su obra. Era frecuente que se denominara “Escrituras” a estos escritos hebreos en conjunto. (Mt 21:42; 22:29; Mr 14:49; Jn 5:39; Hch 17:11; 18:24, 28.) En algunas ocasiones, se usaba la palabra “Escritura” en singular, cuando se citaba un determinado texto, refiriéndose así a dicho texto como parte del conjunto de las Escrituras Hebreas. (Ro 9:17; Gál 3:8.) Asimismo se hacía referencia a un solo texto con la palabra “escritura” en el sentido de que era una declaración autorizada. (Mr 12:10; Lu 4:21; Jn 19:24, 36, 37.) Parece ser que en 2 Timoteo 3:16 y 2 Pedro 1:20 Pablo y Pedro se refieren a los escritos inspirados, tanto hebreos como griegos, con el término “Escritura”. En 2 Pedro 3:15, 16, Pedro incluye los escritos de Pablo entre las “Escrituras”.
Es posible que la expresión “escrituras proféticas” (Ro 16:26) se refiera al carácter profético de todas las Escrituras Hebreas. (Compárese con Apo 19:10.)
Personificación. Como se consideraba que las Escrituras habían sido inspiradas por Dios, es decir, que eran su Palabra o su voz (en realidad, como si Dios hablara), a veces se las personificaba, como si hablaran con autoridad divina (tal como Jesús personificó al espíritu santo o fuerza activa de Dios y dijo que este enseñaba y daba testimonio [Jn 14:26; 15:26]). (Jn 7:42; 19:37; Ro 4:3; 9:17.) Por la misma razón, se habla de las Escrituras como si poseyesen la cualidad de la presciencia y el poder de predicar. (Gál 3:8; compárese con Mt 11:13; Gál 3:22.)
Fundamentales para los cristianos. Puesto que Jesucristo recurrió constantemente a las Escrituras Hebreas para apoyar su enseñanza, es importante que sus seguidores no se desvíen de ellas. El apóstol Pablo enfatiza su valor y carácter fundamental cuando dice: “Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia, para que el hombre de Dios sea enteramente competente y esté completamente equipado para toda buena obra”. (2Ti 3:16, 17.)
Convenio escrito, debidamente firmado y algunas veces sellado, que contiene los términos legales para llevar a cabo una transacción; documento que sirve para la transferencia de bienes reales. La única ocasión en la que el registro bíblico usa el término hebreo sé·fer en este sentido en particular es con relación a la compra que efectuó Jeremías del campo de su primo Hanamel. (Jer 32:6-15.)
Hay algunos detalles dignos de mención en este relato. El dinero para la compra, “siete siclos y diez piezas de plata”, se pesó en presencia de testigos. (Jer 32:9.) Si se interpreta que esta estipulación de ‘siete y diez’ es una fórmula legal que significa 17 siclos de plata (c. 37 dólares [E.U.A.]), este hubiera sido un precio módico, considerando el tiempo y las circunstancias de la venta de esta propiedad. Era un tiempo de guerra y hambre (no muchos meses antes de que Nabucodonosor tomara Jerusalén).
Cuando se pagó el dinero, se redactaron dos escrituras, probablemente idénticas, “conforme al mandamiento [judicial] y las disposiciones reglamentarias [legales]”. Una de estas era “la escritura de compra, la que se selló”, y la otra, “la que se dejó abierta”. (Jer 32:11.) Se dice que únicamente firmaron los testigos la primera de las escrituras, y toda la transacción se llevó a cabo “ante los ojos de todos los judíos que estaban sentados en el Patio de la Guardia”. (Jer 32:12.) Luego se guardaron las dos escrituras en una vasija de barro. (Jer 32:14.)
Era muy práctica la costumbre de hacer escrituras por duplicado, pero tan solo sellar una de ellas. El dejar una copia abierta permitía que las partes interesadas se remitieran a ella. Si alguna vez se estropeaba, se ponía en tela de juicio su autenticidad o se sospechaba que había sido alterada, podía presentarse la que se había sellado a los jueces de la ciudad, quienes, después de examinar el sello, lo rompían y comparaban las dos escrituras.
Disposición o ley, tanto divina como humana, establecida y registrada formalmente. (Gé 26:5; Sl 89:30-32; Da 6:15.) La Biblia dice que Jehová Dios es el supremo dador de estatutos. (Isa 33:22; véanse LEGISLADOR; LEY.)
También se usa para referirse a las disposiciones reglamentarias de Dios para la creación inanimada. (Job 28:26; 38:10) Una “disposición reglamentaria” se define como una regla o principio autoritativo. (w73 509)
Instrumento de escritura utilizado para hacer impresiones sobre diversos materiales, como la arcilla o la cera. (Sl 45:1; Isa 8:1; Jer 8:8.) El estilo que se usaba para la escritura cuneiforme tenía una punta cuadrada o en forma de cuña y por lo general estaba hecho de caña o madera dura.
Para tallar letras en piedra o metal, se necesitaba un estilo o cincel de metal o de otro material duro. El patriarca Job exclamó: “¡Ah, que ahora mis palabras fueran escritas! ¡Ah, que en un libro fueran hasta inscritas! ¡Con estilo de hierro y con plomo, para siempre en la roca, ah, que fueran labradas!”. (Job 19:23, 24.) Al parecer, Job quería que sus palabras se labrasen en la roca y que las letras grabadas se llenasen de plomo a fin de hacerlas más duraderas. Siglos más tarde, Jehová dijo que los pecados de Judá estaban escritos con un estilo de hierro, es decir, registrados de manera indeleble. (Jer 17:1.)
Marca que identifica a una persona. Signo o escritura manuscrita, normalmente formada por nombre, apellidos y rúbrica, que una persona pone al pie de un escrito o de un documento para identificarse, autorizar el documento, expresar que aprueba su contenido, etc. La palabra “firma” es una traducción del término hebreo taw, que también es el nombre de la última letra del alfabeto hebreo, que en la antigüedad era una marca en forma de cruz (×). (Taw también se traduce “marca”; Eze 9:4, 6.) Puede que la firma a veces haya consistido en la impresión del anillo de sellar o del sello cilíndrico de alguien, o en una marca escrita distintiva de la persona o seleccionada con ese propósito.
Cuando Job afirmó su inocencia delante de sus tres “compañeros”, quienes alegaban que la causa de su sufrimiento eran sus pecados contra Dios, presentó pruebas y argumentos para demostrar que era un hombre irreprensible. Invocó a Dios para que escuchase su causa y le diese una respuesta, diciendo: “¡Ah, que tuviera a alguien que me escuchara, que conforme a mi firma el Todopoderoso mismo me respondiera!, ¡o que el individuo en el litigio conmigo hubiera escrito un documento legal mismo!”. (Job 31:35.) Con estas palabras Job manifestó que estaba dispuesto a presentar su causa delante de Dios, añadiendo su propia firma como testimonio.
Arte de tallar dibujos o letras en una superficie de madera (1Re 6:29, 32), metal (Éx 39:30) o piedra (Zac 3:9). La alusión más temprana a este arte en las Escrituras puede que sea la referencia a la sortija con sello que pertenecía a Judá. (Gé 38:18.) El grabado se hacía comúnmente con herramientas de hierro afiladas o incluso con puntas de diamante. (Jer 17:1.) Sin embargo, los Diez Mandamientos fueron escritos sobre piedra por el “dedo” de Dios. (Éx 31:18; 32:16; 34:1; 2Co 3:7.)
Cada una de las dos piedras de ónice que el sumo sacerdote llevaba sobre las hombreras de su efod tenían grabados los nombres de seis tribus de Israel. Asimismo, cada piedra preciosa que adornaba su pectoral llevaba grabado el nombre de una de las doce tribus. En la santa señal de dedicación, la lámina de oro resplandeciente que estaba sobre el turbante del sumo sacerdote, se hallaban estas palabras: “La santidad pertenece a Jehová”. El espíritu santo capacitó a Bezalel y Oholiab para que realizaran trabajo de grabado especializado y enseñaran a otros. (Éx 35:30-35; 28:9-12; 39:6-14, 30.)
Alistamiento, normalmente por nombre, linaje, tribu y casa a la que se pertenece. Abarcaba más que un simple censo o recuento de habitantes. Las inscripciones nacionales referidas en la Biblia tenían diversos propósitos, como la recaudación de impuestos, el servicio militar o, en el caso de los levitas, nombramientos para atender los deberes en el santuario.
En el Sinaí. Por orden de Jehová la primera inscripción tuvo lugar mientras los israelitas estaban acampados en el Sinaí, en el segundo mes del segundo año después del éxodo de Egipto. Para ayudar a Moisés en esta tarea, se seleccionó un cabeza de cada tribu, que supervisaba y se responsabilizaba de la inscripción de su tribu. No solo se inscribió a todos los varones de veinte años de edad para arriba (aptos para servir en el ejército), sino que la Ley también colocaba sobre los inscritos un impuesto “por cabeza” de medio siclo (1,10 dólares [E.U.A.]) para el servicio del tabernáculo. (Éx 30:11-16; Nú 1:1-16, 18, 19.) La cantidad total ascendió a 603.550, excluyendo a los levitas, que no tenían herencia en la tierra. Ellos no pagaban ningún impuesto para el tabernáculo y no se les exigía que sirvieran en el ejército. (Nú 1:44-47; 2:32, 33; 18:20, 24.)
El libro de Números muestra que también se hizo un recuento de la cantidad de primogénitos de las doce tribus y de todos los varones levitas de un mes de edad para arriba. (Nú 3:14, 15.) Esto fue debido a que Jehová había comprado para sí a los primogénitos cuando los salvó de morir con los primogénitos de Egipto. Dios deseaba usar a los levitas como varones especialmente santificados para el servicio en el santuario. Por lo tanto, Israel tenía que entregar a Jehová los levitas para redimir a los primogénitos de las otras tribus. El recuento mostró que había 22.000 varones levitas y 22.273 primogénitos que no eran levitas. (Nú 3:11-13, 39-43.) Para redimir a los 273 primogénitos restantes, se requirió que se pagara al santuario cinco siclos (11 dólares [E.U.A.]) por cada uno de ellos. (Nú 3:44-51.)
También se contaron los qohatitas, los guersonitas y los meraritas de treinta a cincuenta años de edad. A estos se les concedieron asignaciones de servicio especiales en el santuario. (Nú 4:34-39.)
En las llanuras de Moab. Se hizo una segunda inscripción en las llanuras de Moab después del azote debido al pecado de Israel con relación al Baal de Peor. Entonces se vio que la cantidad de hombres de veinte años de edad para arriba era de 601.730, una disminución de 1.820 desde el censo tomado casi treinta y nueve años antes. (Nú 26:1, 2, 51.) El recuento de levitas de un mes de edad para arriba fue de 23.000, es decir, 1.000 más que en el primer censo. (Nú 26:57, 62.)
La nefasta inscripción de David. A finales del reinado del rey David, se llevó a cabo otra inscripción, con consecuencias nefastas. El relato de 2 Samuel 24:1 dice: “Y la cólera de Jehová volvió a ponerse ardiente contra Israel, cuando uno incitó a David contra ellos, diciendo: ‘Anda, toma la cuenta de Israel y Judá’”. En el relato no se identifica quién incitó a David. ¿Fue algún consejero humano? ¿Fue Satanás? ¿Acaso fue Dios? Primero de las Crónicas 21:1 ayuda a resolver la cuestión, pues dice: “Satanás procedió a levantarse contra Israel y a incitar a David a numerar a Israel”. Esa manera de traducir el texto de la Traducción del Nuevo Mundo concuerda con el texto hebreo y con traducciones al griego, siriaco y latín, así como con otras versiones, como, por ejemplo, BJ, CI, MK, NC, Val.
No obstante, según se indica en la nota al pie de la página correspondiente a 1 Crónicas 21:1, el término hebreo sa·tán también se puede traducir “resistidor”. La Biblia de la Casa de Alba lo traduce: “un Satán”; la nota de la Versión Moderna lee: “un adversario”. De modo que cabe la posibilidad de que quien impulsó a David a optar por este proceder nefasto fuese un mal consejero humano.
Una nota al pie de la página correspondiente a 2 Samuel 24:1 muestra que este texto se podría traducir: “Y la cólera de Jehová volvió a ponerse ardiente contra Israel, cuando él incitó a David contra ellos”. La Versión Popular traduce este versículo del siguiente modo: “El Señor volvió a encenderse en ira contra los israelitas, e incitó a David contra ellos, ordenándole que hiciera un censo de Israel y Judá”. Por consiguiente, algunos comentaristas opinan que quien incitó a David a hacer el censo fue Jehová. Su ‘cólera contra Israel’, según este punto de vista, precedió al censo y se debió a sus recientes rebeliones contra Jehová y en oposición a su rey nombrado, David, cuando siguieron al ambicioso Absalón y después a un hombre que no servía para nada: Seba, hijo de Bicrí. (2Sa 15:10-12; 20:1, 2.) Esta opinión podría concordar con el punto de vista de que Satanás, o algún mal consejero humano, incitó a David a cometer ese acto, si se entiende que Jehová permitió a propósito que se incitara a David al retirarle su protección. (Compárese con 1Re 22:21-23; 1Sa 16:14; véase PRESCIENCIA, PREDETERMINACIÓN [Respecto a determinadas personas].)
Por parte de David, puede que haya habido malos motivos debido al orgullo y a la confianza que tenía en la magnitud de su ejército, en lugar de manifestar una completa confianza en Jehová. De todas formas, se hace patente que el principal motivo de David en esta ocasión no era glorificar a Dios.
Durante su reinado, David cometió adulterio, tramó la muerte de un hombre inocente e hizo un censo ilegal. A pesar de estos graves pecados, Jehová observó su arrepentimiento y permitió que continuara siendo rey hasta la muerte, cumpliendo así lealmente con el pacto del Reino que había hecho con él (2 Samuel 12:9; 1 Crónicas 21:1-7).
Joab pone objeciones. Cuando a Joab, el general de David, se le ordenó que hiciese la inscripción, presentó la siguiente objeción: “Que aun añada Jehová tu Dios al pueblo cien veces más de lo que son mientras lo estén viendo los mismos ojos de mi señor el rey. Pero en cuanto a mi señor el rey, ¿por qué se ha deleitado en esta cosa?”. (2Sa 24:3.) Las palabras de Joab dan a entender que la fuerza de la nación no dependía de números, sino de Jehová, quien podía multiplicarlos si era su voluntad. Ante la insistencia de David, Joab hizo el censo, pero a disgusto, pues el informe dice: “A Leví y Benjamín no los inscribió entre ellos, porque la palabra del rey había sido detestable a Joab” (el que no se contase a Leví estaba en armonía con la ley registrada en Números 1:47-49). Es posible que Joab se detuviera antes de registrar a Benjamín o que demorara la inscripción; entre tanto, David recapacitó y la interrumpió antes de que Joab la terminara. (1Cr 21:6.) Puede ser que Joab evitara contar a Benjamín por no querer provocar a esta tribu, ya que era la tribu de Saúl y había luchado contra el ejército de David mandado por Joab antes de unirse a las otras tribus bajo David. (2Sa 2:12-17.) Sin duda debido a lo impropio del recuento, este suceso no llegó a formar parte de la “relación de los asuntos de los días del rey David”. (1Cr 27:24.)
Según 1 Crónicas 21:5, el recuento reveló que Israel tenía 1.100.000 hombres y Judá, 470.000. El informe de 2 Samuel 24:9 menciona 800.000 hombres de Israel y 500.000 de Judá. Algunos atribuyen la diferencia a un error del escriba. Sin embargo, no es prudente llegar a esta conclusión cuando no se conocen bien las circunstancias, el sistema de recuento que empleó u otros factores. Es posible que los dos relatos hayan calculado la cifra desde puntos de vista distintos. Por ejemplo, tal vez se contasen u omitiesen los miembros del ejército permanente o sus oficiales. Puede ser que diferentes métodos de cálculo hayan ocasionado una variación a la hora de incluir a ciertos hombres bajo Judá o bajo Israel. Es posible que el capítulo 27 de 1 Crónicas sea un ejemplo de uno de esos casos. En él se citan 12 divisiones que estaban al servicio del rey, nombrando a Leví, las dos medias tribus de Manasés y todas las demás tribus, excepto las de Gad y Aser. Esto quizás se debió a que en aquel tiempo a los hombres de Gad y Aser se les contó bajo otros cabezas, o es posible que se deba a otras razones que no constan en el registro.
El juicio de Jehová. Gad, el profeta de Jehová, fue enviado a David, quien había autorizado el censo, para darle a escoger una de estas tres formas de castigo: un hambre que durara tres años, la espada de los enemigos de Israel que abatiera a Israel por tres meses o una peste durante tres días. Confiando en la misericordia de Dios más bien que en la del hombre, David escogió “[caer] en la mano de Jehová”; murieron 70.000 personas debido a la peste que les sobrevino. (1Cr 21:10-14.)
Aquí se halla otra variación entre los relatos de Samuel y de las Crónicas. El relato de 2 Samuel 24:13 hace referencia a siete años de hambre y 1 Crónicas 21:12 menciona tres. (La Septuaginta griega dice “tres” en el relato de Samuel.) Una de las explicaciones propuestas es que los siete años a los que se alude en 2 Samuel en parte fueron una extensión de los tres años de hambre que sufrieron debido al pecado de Saúl y su casa contra los gabaonitas. (2Sa 21:1, 2.) El año en curso (la inscripción tomó nueve meses y veinte días, 2Sa 24:8) sería el cuarto, y tres años más harían siete. Aunque también es posible que la diferencia se haya debido a un error de un copista, hay que decir de nuevo que antes de llegar a tal conclusión se debería tener un conocimiento completo de todos los hechos y circunstancias.
Para el servicio del templo. Cierto tiempo después, David, ya anciano, hizo contar a los levitas para su futuro servicio en el templo, esta vez, obviamente, con la aprobación de Jehová. Este recuento reveló que había 38.000 levitas de treinta años de edad para arriba, todos hombres robustos. Se les inscribió de la siguiente manera: 24.000 supervisores, 6.000 oficiales y jueces, 4.000 porteros y 4.000 músicos. (1Cr 23:1-5.)
En conexión con la construcción del templo, leemos: “Entonces Salomón tomó la cuenta de todos los hombres que eran residentes forasteros, que estaban en la tierra de Israel, después del censo que David su padre había hecho de ellos; y llegó a hallarse ciento cincuenta y tres mil seiscientos. De manera que de ellos hizo setenta mil cargadores y ochenta mil cortadores en la montaña y tres mil seiscientos superintendentes para mantener a la gente sirviendo”. (2Cr 2:17, 18.)
Inscripciones posteriores. Después hubo reyes, tanto de Israel como de Judá, que hicieron otras inscripciones. En los días del rey Amasías los hombres de Judá y Benjamín de veinte años de edad para arriba ascendían a 300.000. (2Cr 25:5.) En la inscripción del rey Uzías las fuerzas del ejército eran de 307.500 hombres, con 2.600 de los cabezas de las casas paternas sobre ellos. (2Cr 26:11-13.)
También se contó a los israelitas que regresaron bajo Zorobabel en el año 537 a. E.C.: 42.360 hombres, 7.337 esclavos y 200 cantores (según el texto masorético, Nehemías dice 245 cantores). (Esd 2:64, 65; Ne 7:66, 67; véase NEHEMÍAS, LIBRO DE.)
En el tiempo del nacimiento de Jesús. En las Escrituras Griegas Cristianas se mencionan dos inscripciones efectuadas después que Roma llegó a sojuzgar Judea. Estas no se hicieron solo para averiguar la población, sino, principalmente, para fijar impuestos y reclutar hombres para el servicio militar. Con respecto a la primera de estas, leemos: “Ahora bien, en aquellos días [c. 2 a. E.C.] salió un decreto de César Augusto de que se inscribiera toda la tierra habitada (esta primera inscripción se efectuó cuando Quirinio era el gobernador de Siria); y todos se pusieron a viajar para inscribirse, cada uno a su propia ciudad”. (Lu 2:1-3.) Este edicto del emperador fue providencial, pues obligó a José y a María a viajar de la ciudad de Nazaret a Belén, a pesar de que María estaba en avanzado estado de gravidez; así Jesús nació en la ciudad de David en cumplimiento de la profecía. (Lu 2:4-7; Miq 5:2.)
Dos inscripciones bajo Quirinio. Los críticos de la Biblia han dicho que el único censo hecho mientras Publio Sulpicio Quirinio era gobernador de Siria tuvo lugar alrededor del año 6 E.C., y que dicho censo provocó la rebelión de Judas el galileo y los celotes. (Hch 5:37.) En realidad esta fue la segunda inscripción bajo Quirinio, pues los registros descubiertos en Antioquía revelaron que algunos años antes Quirinio había sido legado del emperador en Siria. (The Bearing of Recent Discovery on the Trustworthiness of the New Testament, de W. Ramsay, 1979, págs. 285, 291.) A este respecto, el Dictionnaire du Nouveau Testament, incluido en la Biblia de Crampon (edición de 1939, pág. 360), dice: “Las eruditas investigaciones de Zumpt (Commentat. epigraph., II, 86-104; De Syria romana provincia, 97-98) y de Mommsen (Res gestæ divi Augusti) demuestran más allá de toda duda que Quirinio fue gobernador de Siria dos veces”. Muchos eruditos sitúan el tiempo de la primera gobernación de Quirinio entre los años 4 y 1 a. E.C., probablemente del 3 al 2 a. E.C., aunque hay que decir que el método utilizado para llegar a estas fechas no es seguro. (Véase QUIRINIO.) No obstante, algunos datos que proporciona Josefo permiten llegar a la conclusión de que su segunda gobernación se extendió hasta el año 6 E.C. (Antigüedades Judías, libro XVIII, cap. II, sec. 1.)
De modo que el historiador y escritor bíblico Lucas estaba en lo cierto cuando dijo concerniente a la inscripción que se llevó a cabo en el tiempo del nacimiento de Jesús: “Esta primera inscripción se efectuó cuando Quirinio era el gobernador de Siria”, distinguiéndola de la segunda, que aconteció más tarde bajo el mismo Quirinio y a la que Gamaliel hizo referencia, como informó Lucas más tarde en Hechos 5:37.
Condición o estado en el que la persona siente en su interior un estímulo que le mueve procedente de una fuente sobrehumana. Cuando esa fuente es Jehová, aquello que se dice o escribe se convierte en verdadera palabra de Dios. En 2 Timoteo 3:16, el apóstol Pablo dijo a este respecto: “Toda Escritura es inspirada de Dios”. La frase “inspirada de Dios” traduce la palabra griega compuesta the·ó·pneu·stos, que significa literalmente “insuflada por Dios”.
Esta es la única vez que aparece dicha expresión griega en las Escrituras, e identifica claramente a Dios como la Fuente y el Productor de las Sagradas Escrituras, la Biblia. El ser “insuflada por Dios” tiene cierto paralelo con la expresión que se halla en las Escrituras Hebreas en el Salmo 33:6: “Por la palabra de Jehová los cielos mismos fueron hechos, y por el espíritu [o aliento] de su boca todo el ejército de ellos”.
Resultados del funcionamiento del espíritu de Dios. El medio que Dios usó para inspirar “toda Escritura” fue su espíritu santo o fuerza activa. (Véase ESPÍRITU.) Ese espíritu santo movió o guió a ciertos hombres a poner por escrito el mensaje de Dios. Por consiguiente, el apóstol Pedro dice de la profecía bíblica: “Porque ustedes saben esto primero, que ninguna profecía de la Escritura proviene de interpretación privada alguna. Porque la profecía no fue traída en ningún tiempo por la voluntad del hombre, sino que hombres hablaron de parte de Dios al ser llevados por espíritu santo”. (2Pe 1:20, 21.) Hay testimonio fehaciente de que el espíritu de Dios actuó en la mente y el corazón de los escritores para conducirlos a la meta que Dios se había propuesto. El rey David dijo: “El espíritu de Jehová fue lo que habló por mí, y su palabra estuvo sobre mi lengua”. (2Sa 23:2.) Cuando Jesús citó el Salmo 110, dijo que David lo escribió “por inspiración [literalmente, en espíritu]” (Mt 22:43); el relato paralelo que se halla en Marcos 12:36 dice: “Por el espíritu santo”.
Tal como el espíritu de Jehová impulsó a ciertos hombres y los capacitó para desempeñar otras asignaciones divinas —la confección de vestiduras sacerdotales y equipo para el tabernáculo (Éx 28:3; 35:30-35), llevar la carga de la administración (Dt 34:9) y capitanear fuerzas militares (Jue 3:9, 10; 6:33, 34)—, también capacitó a algunos hombres para registrar las Escrituras. Por medio de ese espíritu, pudieron recibir sabiduría, entendimiento, conocimiento, consejo y poder más allá de lo normal y de acuerdo con sus necesidades particulares. (Isa 11:2; Miq 3:8; 1Co 12:7, 8.) Se dice que David recibió los planos del templo “por inspiración [literalmente, por el espíritu]”. (1Cr 28:12.) Jesús aseguró a sus apóstoles que el espíritu de Dios los ayudaría, enseñándolos, guiándolos y ayudándolos a recordar las cosas que le habían oído a él, y además les revelaría cosas futuras. (Jn 14:26; 16:13.) Esto hizo que sus relatos evangélicos fuesen veraces y exactos, incluyendo las muchas citas largas de los discursos de Jesús, aunque, por ejemplo, el relato del evangelio de Juan se escribió varias décadas después de la muerte de Jesús.
Controlados por “la mano de Jehová”. Los escritores bíblicos estuvieron bajo la “mano” de Jehová, es decir, su poder guiador y controlador. (2Re 3:15, 16; Eze 3:14, 22.) Tal como la “mano” de Jehová podía hacer que sus siervos hablasen o guardasen silencio en tiempos señalados (Eze 3:4, 26, 27; 33:22), también podía hacer que escribieran o que no lo hicieran; podía impulsar al escritor a mencionar ciertos asuntos o impedirle incluir otros. El resultado final siempre sería lo que Jehová deseaba.
Cómo recibieron los escritores la dirección divina. Tal como declara el apóstol, Dios habló “de muchas maneras” a sus siervos en tiempos precristianos. (Heb 1:1, 2.) Por lo menos en un caso, los Diez Mandamientos o Decálogo, Dios proveyó la información en forma escrita, de modo que Moisés solo tuvo que copiarla en los rollos o en cualquier otro material. (Éx 31:18; Dt 10:1-5.) En otros casos, la información se transmitió palabra por palabra, al dictado. Cuando se presentó el extenso conjunto de leyes y estatutos del pacto de Dios con Israel, Jehová le dijo a Moisés: “Escríbete estas palabras”. (Éx 34:27.) A los profetas también se les dieron con frecuencia mensajes específicos que debían transmitir, mensajes que luego se pusieron por escrito y forman parte de las Escrituras. (1Re 22:14; Jer 1:7; 2:1; 11:1-5; Eze 3:4; 11:5.)
Entre otros métodos que se usaron para transmitir información a los escritores de la Biblia estuvieron los sueños y las visiones. Los sueños o visiones de la noche, como a menudo se les llamó, debieron grabar un cuadro del mensaje o propósito de Dios en la mente de la persona dormida. (Da 2:19; 7:1.) Las visiones dadas en estado consciente fueron un método aún más frecuente de comunicar los pensamientos de Dios a la mente del escritor, y en estos casos la revelación se impresionaba de forma pictórica en la mente consciente. (Eze 1:1; Da 8:1; Apo 9:17.) Algunas visiones se recibieron cuando la persona estaba sumida en un trance. Aunque consciente, parece ser que estaba tan absorta por la visión que recibía durante el trance que no se daba cuenta de nada de lo que sucedía a su alrededor. (Hch 10:9-17; 11:5-10; 22:17-21; véase VISIÓN.)
En muchas ocasiones Dios usó a mensajeros angélicos para transmitir sus mensajes. (Heb 2:2.) El papel de estos mensajeros como transmisores de la palabra divina fue más amplio de lo que a veces el registro parece indicar. Así pues, aunque el registro parece indicar que Dios dio la Ley directamente a Moisés, tanto Esteban como Pablo muestran que usó a sus ángeles para transmitir dicho código legal. (Hch 7:53; Gál 3:19.) Puesto que los ángeles hablaron en el nombre de Jehová, al mensaje que presentaron se le podía llamar la “palabra de Jehová”. (Gé 22:11, 12, 15-18; Zac 1:7, 9.)
Sin importar qué medios en particular se emplearan para transmitir los mensajes, todas las Escrituras tienen el mismo valor, pues todas fueron inspiradas o “insufladas por Dios”.
¿Es consecuente que la Biblia sea inspirada y cada escritor escribiese con su propio estilo? Es obvio que los hombres que Dios usó para registrar las Escrituras no fueron simples autómatas que únicamente se limitaron a registrar información dictada. Leemos concerniente al apóstol Juan que la Revelación “respirada por Dios” le fue presentada por medio del ángel de Dios “en señales”, y que Juan luego “dio testimonio de la palabra que Dios dio y del testimonio que Jesucristo dio, aun de todas las cosas que vio”. (Apo 1:1, 2.) Fue “por inspiración [literalmente, “en espíritu”]” como Juan “[llegó] a estar en el día del Señor” y se le dijo: “Lo que ves, escríbelo en un rollo”. (Apo 1:10, 11.) Por lo tanto, Dios consideró oportuno permitir que los escritores bíblicos dieran uso a sus facultades mentales a la hora de seleccionar las palabras y expresiones para describir las visiones que recibieron (Hab 2:2), aunque siempre suministró la dirección necesaria a fin de que el resultado final no solo fuese exacto y verdadero, sino que también encajase con su propósito. (Pr 30:5, 6.) En Eclesiastés 12:9, 10 se indica que el escritor tenía que poner de su parte, es decir, meditar, escudriñar y ordenar las ideas a fin de presentar “palabras deleitables y la escritura de palabras correctas de verdad”. (Compárese con Lu 1:1-4.)
Estos hechos sin duda explican los diferentes estilos, así como las expresiones, que al parecer reflejan los antecedentes de cierto escritor en particular. Puede que las facultades naturales de los escritores hayan influido en la selección divina para su asignación específica; también es posible que Dios los preparase con anterioridad para que luego cumplieran Su propósito.
Una prueba de la independencia de estilo se ve en la selección de palabras que hizo Mateo, quien debido a sus antecedentes como recaudador de impuestos, fue prolijo en su referencia a cantidades y valores monetarios. (Mt 17:27; 26:15; 27:3.) Por otra parte, los escritos de Lucas, “el médico amado” (Col 4:14), se caracterizan por el empleo de términos propios de sus antecedentes médicos. (Lu 4:38; 5:12; 16:20.)
Incluso cuando el escritor decía que había recibido la “palabra de Jehová” o cierta “declaración”, es posible que esta no se hubiese transmitido palabra por palabra, sino por medio de un cuadro mental del propósito de Dios, cuadro que luego el propio escritor expresaba en palabras. Esto quizás lo indica el que los escritores a veces dijeran que habían visto (y no ‘oído’) la “declaración” o “la palabra de Jehová”. (Isa 13:1; Miq 1:1; Hab 1:1; 2:1, 2.)
Los hombres usados para escribir las Escrituras cooperaron con la acción del espíritu santo de Jehová. Fueron obedientes y sumisos a la guía de Dios (Isa 50:4, 5), estuvieron deseosos de conocer la voluntad de Dios y sus caminos. (Isa 26:9.) En muchos casos tuvieron presente ciertas metas (Lu 1:1-4) o respondieron a una evidente necesidad (1Co 1:10, 11; 5:1; 7:1), y Dios los dirigió para que lo que escribían coincidiese con su propósito y lo cumpliese. (Pr 16:9.) Como eran hombres de inclinación espiritual, tanto su mente como su corazón estaban en sintonía con la voluntad de Dios, tenían la ‘mente de Cristo’ y, por lo tanto, lo que escribieron no tuvo nada que ver con la sabiduría humana ni con “la visión de su propio corazón”, como en el caso de los profetas falsos. (1Co 2:13-16; Jer 23:16; Eze 13:2, 3, 17.)
Por consiguiente, el espíritu santo ejecutaba “variedades de operaciones” en esos escritores bíblicos. (1Co 12:6.) Podían acceder a una parte considerable de la información por medios puramente humanos, pues a veces ya existía en forma escrita, como en el caso de las genealogías y ciertos relatos históricos. (Lu 1:3; 3:23-38; Nú 21:14, 15; 1Re 14:19, 29; 2Re 15:31; 24:5; véase LIBRO.) En tales casos, el espíritu de Dios actuaba para evitar que se introdujesen inexactitudes o errores en el registro divino y también para dirigir la selección de la información que tenía que incluirse. Es obvio que Dios no inspiró todo lo que otras personas dijeron y que se incluye en la Biblia, pero el espíritu santo dirigió la selección y la transcripción exacta de la información que finalmente formó parte de las Santas Escrituras. (Véanse Gé 3:4, 5; Job 42:3; Mt 16:21-23.) De esa manera, Dios ha guardado registro en su Palabra inspirada de lo que ocurre cuando se presta atención a su voz y se actúa en armonía con su propósito, así como de las consecuencias de pensar, hablar y actuar menospreciando a Dios o desatendiendo sus rectas sendas. Por otra parte, la información concerniente a la historia prehumana de la Tierra (Gé 1:1-26), o acerca de acontecimientos y actividades celestiales (Job 1:6-12 y otros textos), así como profecías, revelaciones de los propósitos de Dios y doctrinas, no estaba al alcance del hombre y era preciso que el espíritu de Dios la transmitiese de manera sobrenatural. En cuanto a dichos y consejos sabios, aunque el escritor hubiese aprendido mucho de su experiencia personal en la vida, y más aún de su propio estudio y aplicación de la parte de las Escrituras que ya había sido registrada, todavía se requería la actuación del espíritu de Dios para asegurar que lo que se escribiera mereciera ser parte de la Palabra de Dios que es “viva y ejerce poder, [...] y puede discernir pensamientos e intenciones del corazón”. (Heb 4:12.)
Las expresiones del apóstol Pablo en su primera carta a los Corintios muestran esto. Cuando da consejo acerca del matrimonio y la soltería, dice: “Pero a los demás digo —sí, yo, no el Señor— [...]”. De nuevo: “Ahora bien, respecto a vírgenes no tengo mandamiento del Señor, pero doy mi opinión”. Y finalmente, declara sobre la mujer que se queda viuda: “Pero es más feliz si permanece como está, según mi opinión. Ciertamente pienso que yo también tengo el espíritu de Dios”. (1Co 7:12, 25, 40.) Pablo debió hacer estas declaraciones porque no había ninguna enseñanza directa del Señor Jesús a ese respecto. De ahí que diese su opinión personal como apóstol lleno de espíritu. Sin embargo, su consejo fue “insuflado por Dios” y por eso llegó a formar parte de las Sagradas Escrituras, teniendo la misma autoridad que el resto de dichas Escrituras.
Hay una clara distinción entre los escritos inspirados de la Biblia y otros escritos que, aunque manifiestan una medida de la dirección y guía del espíritu, es propio que no formen parte de las Sagradas Escrituras. Como se ha mostrado, aparte de los libros canónicos de las Escrituras Hebreas también había otros escritos, como los registros oficiales de los reyes de Judá e Israel, que en muchos casos los recopilarían hombres dedicados a Dios. Incluso los usaron en su investigación los escritores que fueron inspirados para escribir parte de las Sagradas Escrituras. Lo mismo ocurrió en los tiempos apostólicos. Además de las cartas incluidas en el canon bíblico, durante el transcurso de los años los apóstoles y ancianos también debieron escribir muchas otras cartas a las numerosas congregaciones. Aunque los escritores fueron hombres guiados por el espíritu, Dios no colocó su sello de garantía distinguiendo a estos escritos como parte de su inequívoca Palabra. Es posible que los escritos hebreos no canónicos contuviesen algunos errores, y que los escritos no canónicos de los apóstoles reflejasen hasta cierto grado el entendimiento incompleto que existió en los primeros años de la congregación cristiana. (Compárese con Hch 15:1-32; Gál 2:11-14; Ef 4:11-16.) Sin embargo, tal como por su espíritu o fuerza activa Dios otorgó a ciertos cristianos “discernimiento de expresiones inspiradas”, también pudo guiar al cuerpo gobernante de la congregación cristiana para discernir qué escritos inspirados tenían que incluirse en el canon de las Sagradas Escrituras. (1Co 12:10; véase CANON.)
Se reconoce la inspiración de las Sagradas Escrituras. ¿Qué dos líneas de prueba muestran que la Biblia es la Palabra de Dios, no palabra del hombre? La sabiduría incomparable de la Biblia y el poder que tiene para transformar a la gente. (Proverbios 2:1, 5, 6; Hebreos 4:12.)
Los siervos de Dios, entre ellos Jesús y sus apóstoles, siempre reconocieron la inspiración de las Sagradas Escrituras a medida que se fueron añadiendo al canon de la Biblia. Por “inspiración” no se quiere decir una mera elevación del intelecto y las emociones a un grado más alto de comprensión o sensibilidad (como se dice a menudo de los artistas o poetas), sino la producción de escritos que son infalibles y que tienen la misma autoridad que si los hubiese escrito Dios mismo. Por esta razón, los profetas que participaron en escribir las Escrituras Hebreas en muchísimas ocasiones atribuyeron sus mensajes a Dios, diciendo: “Esto es lo que ha dicho Jehová”, frase que aparece más de trescientas veces. (Isa 37:33; Jer 2:2; Na 1:12.) Jesús y sus apóstoles citaron de las Escrituras Hebreas con confianza de que eran la propia palabra de Dios hablada por medio de sus siervos, por lo que su cumplimiento era seguro y su autoridad, final en cualquier controversia. (Mt 4:4-10; 19:3-6; Lu 24:44-48; Jn 13:18; Hch 13:33-35; 1Co 15:3, 4; 1Pe 1:16; 2:6-9.) Contenían “las sagradas declaraciones formales de Dios”. (Ro 3:1, 2; Heb 5:12.) Después de explicar en Hebreos 1:1 que Dios habló a Israel por medio de los profetas, Pablo prosigue citando de varios libros de las Escrituras Hebreas como si las palabras las hubiese dicho Jehová personalmente. (Heb 1:5-13.) Otras referencias similares al espíritu santo se encuentran en Hechos 1:16; 28:25; Hebreos 3:7; 10:15-17.
Jesús mostró su plena fe en la infalibilidad de los escritos sagrados cuando dijo que “la Escritura no puede ser nulificada” (Jn 10:34, 35), y que ‘antes pasarían el cielo y la tierra que una letra diminuta o una pizca de una letra de la Ley sin que sucediesen todas las cosas’. (Mt 5:18.) Dijo a los saduceos que estaban equivocados con respecto a la resurrección debido a que “no [conocían] ni las Escrituras ni el poder de Dios”. (Mt 22:29-32; Mr 12:24.) Estuvo dispuesto a ser detenido y a morir debido a que sabía que eso cumpliría la Palabra escrita de Dios, las Sagradas Escrituras. (Mt 26:54; Mr 14:27, 49.)
Esas declaraciones se refieren, por supuesto, a las Escrituras Hebreas precristianas, pero queda claro que las Escrituras Griegas Cristianas también se presentaron y aceptaron como inspiradas (1Co 14:37; Gál 1:8, 11, 12; 1Te 2:13); el apóstol Pedro asoció las cartas de Pablo con el resto de las Escrituras. (2Pe 3:15, 16.) Así pues, la totalidad de las Escrituras componen la unificada y armoniosa Palabra escrita de Dios. (Ef 6:17.)
Autoridad de las copias y las traducciones. Por lo tanto, a la Palabra escrita de Dios se le puede atribuir absoluta infalibilidad. Eso es así en el caso de los escritos originales, aunque no se sabe de ninguno que haya llegado hasta nuestros días. En cambio, no se puede atribuir exactitud absoluta a las copias de esos escritos originales, como tampoco a sus traducciones a otros idiomas. Por otra parte, hay prueba sólida y razones válidas para creer que los manuscritos de las Sagradas Escrituras disponibles proporcionan copias de la palabra escrita de Dios prácticamente exactas; los puntos dudosos no influyen en el sentido del mensaje transmitido. El propósito de Dios al preparar las Sagradas Escrituras y la declaración inspirada de que “el dicho de Jehová dura para siempre” dan la seguridad de que Jehová Dios ha conservado la integridad interna de las Escrituras a través de los siglos. (1Pe 1:25.)
¿Cómo se explican las diferencias de las citas que en las E.G.C se toman de las E.H.? En muchos casos los escritores de las Escrituras Griegas Cristianas usaron la traducción griega llamada Septuaginta cuando citaron de las Escrituras Hebreas. A veces, sus citas de la Septuaginta difieren algo de la traducción de las Escrituras Hebreas tal como se conocen ahora (la mayoría de las traducciones actuales se basan en el texto hebreo masorético, que se remonta aproximadamente al siglo X E.C.). Por ejemplo, la cita que hace Pablo del Salmo 40:6 contiene la expresión “pero me preparaste un cuerpo”, expresión que se halla en la Septuaginta. (Heb 10:5, 6.) En los manuscritos hebreos disponibles del Salmo 40:6, en lugar de esa expresión, aparecen las palabras “estos oídos míos los abriste”; no obstante, en la actualidad no se puede determinar con certeza si el texto hebreo original contenía la frase que se halla en la Septuaginta. En cualquier caso, el espíritu de Dios guió a Pablo en su cita, de modo que esas palabras tienen la autorización divina. Eso no significa que toda la traducción de la Septuaginta ha de considerarse inspirada; pero los textos que citaron los escritores cristianos inspirados llegaron a formar parte integrante de la Palabra de Dios.
En algunos casos, las citas que hicieron Pablo y otros difieren de los textos hebreos y griegos que se hallan en los manuscritos disponibles. Sin embargo, las diferencias son mínimas, y cuando se examinan puede verse que se deben a que se ha parafraseado o resumido, o se han usado términos sinónimos o añadido palabras o frases explicativas. Génesis 2:7, por ejemplo, dice: “El hombre vino a ser alma viviente”, mientras que Pablo cuando citó este texto, dijo: “Así también está escrito: ‘El primer hombre, Adán, llegó a ser alma viviente’”. (1Co 15:45.) El que añadiera las palabras “primer” y “Adán” sirvió para recalcar el contraste entre Adán y Cristo. La inserción armonizaba completamente con los hechos registrados en las Escrituras y de ninguna manera desvirtuó el sentido o contenido del texto citado. Aquellos a quienes Pablo escribió disponían de copias (o traducciones) de las Escrituras Hebreas más antiguas que las que tenemos actualmente y podían examinar sus citas, como lo hicieron los habitantes de Berea. (Hch 17:10, 11.) El que la congregación cristiana del primer siglo incluyera estos escritos en el canon de las Sagradas Escrituras prueba que aceptaban tales citas como parte de la Palabra inspirada de Dios. (Compárese Zac 13:7 con Mt 26:31.)
“Expresiones inspiradas” verdaderas y falsas. La palabra griega pnéu·ma (espíritu) se usa de una manera especial en algunos escritos apostólicos. En 2 Tesalonicenses 2:2, por ejemplo, el apóstol Pablo insta a sus hermanos tesalonicenses a que no se dejen excitar o sacudir de su razón “tampoco mediante una expresión inspirada [literalmente, “espíritu”], ni mediante un mensaje verbal, ni mediante una carta como si fuera de nosotros, en el sentido de que el día de Jehová esté aquí”. Está claro que Pablo usa la palabra pnéu·ma (espíritu) en relación con ciertos medios de comunicación, como un “mensaje verbal” o una “carta”. Por este motivo, en las notas de algunas versiones leemos los siguientes comentarios sobre este texto: “El Espíritu, que, con sentido metonímico (causa por el efecto), equivale a revelación o profecía” (CJ). “El autor sagrado alude a quienes arrogándose la posesión de un carisma profético, supuestamente recibido del Espíritu Santo, se dedicaban a divulgar sus ideas personales como si vinieran de Dios” (UN). Así pues, aunque en este caso y otros similares algunas versiones traducen pnéu·ma por “espíritu”, otras muchas dicen “manifestaciones del espíritu” (BJ), “revelaciones carismáticas” (FF, Vi), “supuestas revelaciones” (NBE, TA), “anuncios proféticos” (LT), “profecía” (NVI), “inspiración” (CI, GR, SA) o “expresión inspirada” (NM).
Las palabras de Pablo aclaran que hay “expresiones inspiradas” verdaderas y las hay falsas. En 1 Timoteo 4:1, el apóstol se refiere a ambas clases cuando dice que “la expresión inspirada [del espíritu santo de Jehová] dice definitivamente que en períodos posteriores algunos se apartarán de la fe, prestando atención a expresiones inspiradas que extravían y a enseñanzas de demonios”. Este texto muestra que la fuente de las “expresiones inspiradas” falsas son los demonios. Esta idea la corrobora la visión que se dio al apóstol Juan sobre “tres expresiones inspiradas inmundas” parecidas a ranas que procedían de la boca del dragón, de la bestia salvaje y del falso profeta, y de las que se dice específicamente que son “inspiradas por demonios” y sirven para reunir a los reyes de la Tierra a la guerra en Armagedón. (Apo 16:13-16.)
Con buena razón, por lo tanto, Juan insta a los cristianos a que “prueben las expresiones inspiradas para ver si se originan de Dios”. (1Jn 4:1-3; compárese con Apo 22:6.) Luego muestra que las expresiones que en realidad son inspiradas de Dios se transmiten a través de la verdadera congregación cristiana, no de fuentes mundanas no cristianas. Por supuesto, Jehová Dios inspiró la declaración de Juan, pero, además, la carta de Juan había puesto una base sólida para decir: “El que adquiere el conocimiento de Dios nos escucha; el que no se origina de Dios no nos escucha. Es así como notamos la expresión inspirada de la verdad y la expresión inspirada del error”. (1Jn 4:6.) Lejos de ser mero dogmatismo, Juan había mostrado que tanto él como otros cristianos verdaderos manifestaban los frutos del espíritu de Dios, en particular el amor, y demostraban por su conducta correcta y habla veraz que verdaderamente ‘andaban en la luz’ en unión con Dios. (1Jn 1:5-7; 2:3-6, 9-11, 15-17, 29; 3:1, 2, 6, 9-18, 23, 24; contrástese con Tit 1:16.)
Conjunto de reglas o enseñanzas cuya obediencia es preceptiva. El verbo hebreo ya·ráh significa “instruir; dirigir; enseñar”. La voz, lé·qaj (instrucción), también hebrea, tiene el sentido primario de “recepción”. (Dt 32:2; compárese con Jer 9:20, donde la forma verbal se emplea en la expresión “reciba su oído la palabra de la boca de él”.) El mismo término se traduce en Proverbios 16:21 por “persuasiva”. El verbo griego pai·déu·ö significa “instruir; castigar; disciplinar”, y ka·të·kjé·ö, “enseñar oralmente; instruir”.
Jehová es el “Magnífico Instructor” de su pueblo (Isa 30:20), y todo aquel que recibe su instrucción está bajo la obligación de actuar en consecuencia, como dice la Biblia: “andaremos en sus sendas” y “tendrán que batir sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas”. (Isa 2:3, 4; Miq 4:2, 3.) Debido al aprecio que sus siervos tienen por la instrucción de Jehová y el deseo de ponerla por obra, piden en oración: “Instrúyeme, oh Jehová, acerca de tu camino. Andaré en tu verdad. Unifica mi corazón para que tema tu nombre”. (Sl 86:11; 27:11; 119:33.)
Jehová asignó a los sacerdotes del antiguo Israel a servir de instructores del pueblo. Moisés realzó la importancia de obedecer la instrucción que se impartiese por medio de esta vía cuando dijo: “Tienes que obrar de acuerdo con la palabra que te entreguen de aquel lugar que Jehová escoja; y tienes que poner cuidado en hacer conforme a todo lo que te instruyan. De acuerdo con la ley que te indiquen, y conforme a la decisión judicial que te digan, debes obrar. No debes desviarte de la palabra que te entreguen, ni a la derecha ni a la izquierda”. (Dt 17:10, 11; 24:8.) El apóstol Pablo escribió en los siguientes términos a los miembros de la congregación cristiana: “Todas las cosas que fueron escritas en tiempo pasado fueron escritas para nuestra instrucción, para que mediante nuestro aguante y mediante el consuelo de las Escrituras tengamos esperanza”. (Ro 15:4.) Por lo tanto, hacemos bien en familiarizarnos con los mandamientos, analizar sus principios subyacentes, aprender bien la enseñanza que por ese medio nos comunica la Palabra inspirada de Dios y luego ponerlos por obra en nuestra vida. (Véase INSTRUCTOR PÚBLICO.)
Como dice Job 12:7-10, puede derivarse instrucción hasta de los animales domésticos y de la Tierra misma. (Pr 6:6.) Las personas sabias pueden ver en la creación animada e inanimada el testimonio de la obra de Dios y del hecho de que toda la vida depende de él. Las personas que no responden a ese testimonio y no actúan en consecuencia son, como dijo el apóstol Pablo, “inexcusables”. (Ro 1:20.)
Los discípulos de Jesucristo le llamaron Instructor, reconociendo de ese modo su autoridad y la responsabilidad que tenían de obedecer su enseñanza. (Lu 5:5; 9:33.) Incluso un grupo de diez leprosos que imploró misericordia a Jesús le llamaron por ese mismo apelativo. (Lu 17:13.)
Aunque la instrucción que se recibe ha de observarse, y no es solo para entretener, esta puede impartirse de un modo que resulte grato. Por dirección de Jehová, Moisés le enseñó a Israel una canción en la que Él decía: “Goteará como la lluvia mi instrucción, destilará como el rocío mi dicho, como suaves lluvias sobre la hierba”. (Dt 32:2.) Pablo le escribió al superintendente cristiano Timoteo que siguiese “instruyendo con apacibilidad a los que no [estuviesen] favorablemente dispuestos; ya que Dios quizás les [diese] arrepentimiento que conduzca a un conocimiento exacto de la verdad”. (2Ti 2:25.) Sin embargo, la instrucción puede implicar una medida disciplinaria, de castigo, que no siempre es fácil de aceptar, pero que puede dar “fruto pacífico, a saber, justicia”, si la persona responde favorablemente a ella. (Heb 12:7-11.)
No toda la instrucción procede de personas con motivos correctos ni sus objetivos son necesariamente provechosos para la persona que la recibe. Aunque “Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios”, a los cuarenta años de edad se identificó abiertamente con el pueblo hebreo y abandonó lo que pudo haber sido su herencia en la corte real egipcia. (Hch 7:22.) Isaías hizo referencia a los profetas de Israel que enseñaban falsedad, y Miqueas escribió respecto a los sacerdotes que instruían “solo por precio”. (Miq 3:11; Isa 9:15.) Hubo personas que hasta buscaron neciamente instrucción de las estatuas fundidas. (Hab 2:18.) Los soldados que habían estado de guardia junto a la tumba de Jesús estuvieron dispuestos, después de haber sido sobornados, a llevar a efecto la instrucción que se les dio de mentir respecto a lo que había sucedido con el cuerpo de Jesús. (Mt 28:12-15.)
Aunque Moisés había sido educado “en toda la sabiduría de los egipcios”, necesitaba algo más para pastorear el rebaño de Jehová. (Hechos 7:22.) ¿Qué tipo de preparación podía necesitar? Pues bien, Jehová permitió que Moisés fuera un humilde pastor en la tierra de Madián durante cuarenta años. Al atender los rebaños de Jetró su suegro, Moisés cultivó las buenas cualidades de la mansedumbre, humildad, gran paciencia, apacibilidad de genio y autodominio. También aprendió a confiar en Jehová. Sí, el cuidado de ovejas literales cualificó a Moisés para ser un buen pastor de la nación de Israel. (Éxodo 2:15–3:1; Hechos 7:29, 30.)
En la Biblia se mencionan dos tipos de intérpretes: el traductor, que, oralmente o por escrito, transmite el significado de las palabras habladas o escritas en un idioma a personas que leen o hablan otro; y el que explica la profecía bíblica mostrando a otros el sentido, el significado y la interpretación de sueños proféticos, visiones y mensajes de origen divino.
Traducción. La confusión del lenguaje del hombre durante la construcción de la Torre de Babel resultó en que la familia humana llegase a ser súbitamente una raza plurilingüe. Esto dio lugar, a su vez, a una nueva profesión, la de intérprete o traductor. (Gé 11:1-9.) Unos cinco siglos después, José empleó a un intérprete cuando se dirigió a sus hermanos hebreos en el lenguaje egipcio a fin de ocultarles su identidad. (Gé 42:23.) La palabra que en este texto se traduce “intérprete” es una forma del verbo hebreo lits (mofarse; desdeñar). La misma palabra se traduce a veces ‘vocero’ cuando hace referencia a un enviado versado en un lenguaje extranjero, como “los voceros de los príncipes de Babilonia” enviados a conversar con el rey Ezequías de Judá. (2Cr 32:31.)
El don de hablar en lenguas extranjeras fue una de las manifestaciones del espíritu santo de Dios derramado sobre los fieles discípulos de Cristo en Pentecostés del año 33 E.C. Sin embargo, esto no fue una repetición de lo que había ocurrido veintidós siglos antes en las llanuras de Sinar. En el caso de estos discípulos, no se reemplazó su idioma original con uno nuevo, sino que conservaron su lengua materna y al mismo tiempo se les facultó para hablar acerca de las cosas magníficas de Dios en otros idiomas. (Hch 2:1-11.) Junto con esta facultad de hablar en lenguas diferentes, a los miembros de la congregación cristiana primitiva se les otorgaron otros dones milagrosos del espíritu, entre los que estaba el don de traducir de un idioma a otro. También se les dieron instrucciones acerca del uso que habían de dar a este don. (1Co 12:4-10, 27-30; 14:5, 13-28.)
El ejemplo más notable de traducción de un idioma a otro es el de traducir la Biblia a muchísimos idiomas, una tarea monumental que ha tomado siglos. En la actualidad este libro existe, en su totalidad o en parte, en más de 1.800 idiomas. Sin embargo, ninguna de tales traducciones ni sus traductores han sido inspirados. La primera traducción se remonta al siglo III a. E.C., cuando se empezó a trabajar en la Versión de los Setenta, una traducción de las Sagradas Escrituras hebreas y arameas inspiradas por Dios (39 libros según el cómputo actual) al griego común o koiné, el idioma internacional de aquella época.
Los escritores bíblicos de los 27 libros que componen las Escrituras Griegas Cristianas, con los que se completó el canon de la Biblia, citaron a menudo de las Escrituras Hebreas. Se observa que a veces usaron la Versión de los Setenta griega en lugar de traducir personalmente el texto hebreo de las Escrituras. (Compárese Sl 40:6 [39:7, LXX] con Heb 10:5.) Sin embargo, también hicieron sus propias traducciones, más bien libres, como puede verse al comparar Oseas 2:23 con Romanos 9:25. En Romanos 10:6-8 hallamos un ejemplo en el que se optó por parafrasear Deuteronomio 30:11-14 en lugar de traducirlo literalmente.
A menudo estos escritores bíblicos traducían los nombres de personas, títulos, lugares y expresiones para beneficio de sus lectores. Dieron el significado de nombres como Cefas, Bernabé, Tabita, Bar-Jesús y Melquisedec (Jn 1:42; Hch 4:36; 9:36; 13:6, 8; Heb 7:1, 2), así como el de los títulos Emmanuel, Rabí y Mesías (Mt 1:23; Jn 1:38, 41), el de lugares como Gólgota, Siloam y Salem (Mr 15:22; Jn 9:7; Heb 7:2), y el de las expresiones “Talithá kumi” y “Elí, Elí, ¿lamá sabakhthaní?”. (Mr 5:41; 15:34.)
En un principio Mateo escribió su evangelio en hebreo, según el testimonio de Jerónimo, Eusebio de Panfilia, Orígenes, Ireneo y Papías. No se sabe quién tradujo este evangelio posteriormente al griego. Algunos piensan que fue Mateo mismo quien lo hizo, en cuyo caso se trataría de la única traducción inspirada de las Escrituras que se conoce.
La palabra griega her·më·néu·ö suele significar en el griego clásico “explicar” o “interpretar”. En las Escrituras Griegas Cristianas tiene el significado de “traducir”. (Jn 1:42; 9:7; Heb 7:2.) Es similar al nombre del dios griego Hermes (Mercurio), a quien los antiguos mitólogos consideraban no solo el mensajero, enviado e intérprete de los dioses, sino también el patrón de los escritores, oradores y traductores. Los paganos de Listra llamaron “Hermes a Pablo, puesto que este era el que llevaba la delantera al hablar”. (Hch 14:12.) El prefijo me·tá quiere decir “cambio”, y añadido a her·më·néu·ö, forma la palabra me·ther·më·néu·o·mai, que también aparece varias veces en la Biblia, y significa “cambiar o traducir de un idioma a otro”. Siempre aparece en voz pasiva: “traducido”. (Mt 1:23.)
Interpretación de las profecías. Di·er·më·néu·ö es una forma de her·më·néu·ö con más fuerza e intensidad. Se usa con referencia a traducir idiomas, pero también significa “explicar completamente; interpretar completamente”. (Hch 9:36; 1Co 12:30.) Fue la palabra que Lucas usó para relatar cómo Jesús, mientras iba a Emaús con dos de sus discípulos, “les interpretó cosas referentes a él en todas las Escrituras”, comenzando con los escritos de Moisés y los profetas. Posteriormente, los dos discípulos contaron a otros la experiencia de cómo Jesús les ‘abrió por completo las Escrituras’. (Lu 24:13-15, 25-32.)
Dy·ser·mé·neu·tos tiene un significado opuesto. Aparece únicamente en Hebreos 5:11, y Pablo lo usó con el significado de “difícil de interpretar”, es decir, “difícil de explicar”. (Véase Int.)
Otra palabra griega que se traduce “interpretación” es e·pí·ly·sis, que se deriva de un verbo cuyo significado literal es “aflojar o soltar”, y, por lo tanto, “explicar o resolver”. La profecía verdadera no procede de las opiniones o interpretaciones de los hombres, sino que se origina de Dios. Por eso Pedro escribe: “Ninguna profecía de la Escritura proviene de interpretación [e·pi·lý·se·ös] privada alguna [...], sino que hombres hablaron de parte de Dios al ser llevados por espíritu santo”. (2Pe 1:20, 21.) Así pues, las profecías bíblicas nunca fueron el producto de astutas deducciones y predicciones de los hombres basadas en sus análisis personales de los acontecimientos o tendencias humanas. (Véase Gracias a Dios)
El significado de algunas profecías era obvio, por lo que no se requería ninguna interpretación. Un ejemplo de ello es la predicción de que la tribu de Judá ‘entraría en cautiverio al rey de Babilonia durante setenta años’, o que Babilonia llegaría a ser ‘un yermo desolado’. Por supuesto, no siempre se conocía cuándo se cumplirían, aunque en algunos casos también se explicitaba. El entendimiento de muchas profecías o detalles de estas no era más que parcial cuando se dieron, a la espera de que el pleno entendimiento o interpretación llegara al debido tiempo de Dios, como en el caso de algunas profecías de Daniel y de las profecías sobre el Mesías y el secreto sagrado relacionado con él. (Da 12:4, 8-10; 1Pe 1:10-12.)
Todos los sacerdotes practicantes de magia y sabios de Egipto fueron incapaces de interpretar los sueños que Dios envió a Faraón. “No hubo intérprete de estos para Faraón.” (Gé 41:1-8.) Entonces se trajo a la atención de Faraón que José había podido interpretar los sueños del jefe de los coperos y del jefe de los panaderos. (Gé 40:5-22; 41:9-13.) Sin embargo, José no se atribuyó ningún mérito a sí mismo, sino que lo atribuyó a Jehová, el intérprete de los sueños, pues dijo: “¿No pertenecen a Dios las interpretaciones?”. (Gé 40:8.) Por lo tanto, cuando se le llamó delante de Faraón para interpretar su sueño, José dijo: “¡A mí no se me tiene que tomar en cuenta! Dios anunciará bienestar a Faraón”. (Gé 41:14-16.) Después de escuchar la interpretación, hasta Faraón reconoció que José era uno “en quien [estaba] el espíritu de Dios”, puesto que ‘Dios le había hecho saber todo aquello’. (Gé 41:38, 39.)
De manera similar, Dios se valió de Daniel para comunicar la interpretación de los sueños de Nabucodonosor. Después de primero orar a Dios para entender el secreto y haber obtenido la respuesta en una visión de la noche, se llevó a Daniel delante del rey con el fin de que le recordara el sueño olvidado y le diera la interpretación. (Da 2:14-26.) Como introducción, Daniel le recordó al rey que todos sus sabios, sortílegos, sacerdotes practicantes de magia y astrólogos no habían podido interpretar el sueño. “No obstante —continuó diciendo Daniel—, existe un Dios en los cielos que es un Revelador de secretos, y [...] en cuanto a mí, no por ninguna sabiduría que exista en mí más que en cualesquiera otros que estén vivos me es revelado este secreto, excepto con la intención de que la interpretación se dé a conocer al rey.” (Da 2:27-30.)
En una segunda ocasión, cuando todos los sacerdotes practicantes de magia, sortílegos, caldeos y astrólogos fueron incapaces de interpretar el sueño del rey concerniente al gran árbol que fue cortado, se volvió a llamar a Daniel, y de nuevo se resaltó el origen divino de la profecía. En reconocimiento de este hecho, el rey le dijo a Daniel: “Yo mismo bien sé que el espíritu de los santos dioses está en ti”, y “tú eres competente, porque el espíritu de dioses santos está en ti”. (Da 4:4-18, 24.)
Años más tarde, la misma noche en que cayó Babilonia ante los medos y los persas, se llamó una vez más a este siervo de Jehová, Daniel, ya de edad avanzada, a fin de que interpretara un mensaje divino para el rey. En esta ocasión una mano misteriosa había escrito MENÉ, MENÉ, TEKEL, PARSÍN sobre la pared del palacio durante la fiesta de Belsasar. Todos los sabios de Babilonia fueron incapaces de interpretar la escritura críptica. La reina madre recordó entonces que todavía podía contarse con Daniel, aquel “en el cual hay el espíritu de dioses santos”, así como “iluminación y perspicacia y sabiduría como la sabiduría de dioses”. Al interpretar la escritura, que en realidad era una profecía, Daniel ensalzó una vez más a Jehová como el Dios de profecías verdaderas. (Da 5:1, 5-28.)
Lenguaje que pertenece a la familia indoeuropea y del que se derivan las lenguas romances, como el italiano, el español, el francés, el portugués y el rumano. En la última mitad del siglo II E.C., los poderes religiosos de Roma intentaron reemplazar el griego por el latín como lenguaje del obispado romano. Uno de los resultados fue la Vulgata latina, de Jerónimo, perteneciente al siglo IV E.C. La única traducción bíblica famosa que la precede es la Septuaginta griega.
El latín era la lengua de la Roma imperial y, por lo tanto, el idioma oficial en Palestina cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, aunque no la lengua popular. Por eso no es sorprendente hallar latinismos en las Escrituras Griegas Cristianas. La propia palabra “latín” aparece solo una vez en la Biblia, en Juan 19:20, donde se nos dice que la inscripción que se colocó sobre el madero de tormento al que fue clavado Jesús estaba escrita en hebreo, griego y latín.
En las Escrituras Griegas Cristianas el latín aparece de diversas formas, como, por ejemplo, en más de 40 nombres propios de personas y lugares: Áquila, Lucas, Marcos, Pablo, Cesarea y Tiberíades. En esta parte de la Biblia se hallan equivalentes griegos de unas 30 palabras latinas de naturaleza militar, judicial, monetaria y doméstica, como centurio (Mr 15:39, oficial del ejército), denarius (Mt 20:2, moneda romana de plata) y speculator (Mr 6:27, guardia). También aparecen ciertas expresiones o modismos latinos: “deseando satisfacer a la muchedumbre” (Mr 15:15) y “tomar suficiente fianza”. (Hch 17:9.) La sintaxis o el patrón de ciertas locuciones y oraciones a veces dejan entrever la influencia latina, a pesar de que los eruditos no se ponen de acuerdo en cuanto al grado de esta influencia.
Los latinismos aparecen de manera especial en los libros de Mateo y Marcos; este último los usó más que el resto de los escritores bíblicos. Este hecho da peso a la creencia de que Marcos escribió su evangelio en Roma, principalmente para los gentiles y en particular para los romanos. Pablo usó poco los latinismos. No aparece ninguno en la Septuaginta griega.
El que se encuentren latinismos en las Escrituras tiene un interés para los amantes de la Biblia aparte del exclusivamente académico. Está en armonía con lo que la Biblia muestra en cuanto a que Palestina estaba ocupada por Roma cuando Jesucristo estuvo en la Tierra. Además, el que los mejores escritores griegos seglares del mismo período usen estos latinismos arguye a favor de que las Escrituras Cristianas en efecto se produjeron en la época sobre la que tratan. De modo que este hecho es un testimonio más de la autenticidad de las Escrituras Griegas Cristianas.
Acción de interpretar mentalmente o traduciéndolos en sonido los signos de un escrito; cultura y erudición que se obtiene de lo escrito.
El hombre ha mostrado interés en la lectura desde tiempos antiguos. El rey asirio Asurbanipal, que tuvo una biblioteca con 22.000 tablillas de arcilla y otros textos, dijo en su día: “Soy capaz de descifrar palabra por palabra las inscripciones en piedras de antes del Diluvio”. (Historia del libro, de Hipólito Escobar, Madrid, Pirámide, 1988, pág. 58.) Puede que con este comentario se haga referencia a ciertas narraciones recogidas en la tradición y que hablaban del diluvio universal, o tal vez a algún registro asirio sobre un diluvio o inundación regional. Los únicos escritos sobre un diluvio que se hallaron en las ruinas del palacio de Asurbanipal eran los que recogían la narración babilonia del Diluvio, una narración que está llena de alusiones mitológicas. Hoy por hoy no hay manera de determinar si los asirios tuvieron en su poder escritos antediluvianos auténticos.
Obviamente, el origen de la lectura va ligado al de la escritura. Véase información relacionada con este tema en el artículo ESCRITURA.
Ha de señalarse que en el registro bíblico sobre los acontecimientos acaecidos en tiempos de Moisés (siglo XVI a. E.C.), aparecen referencias explícitas tanto a la lectura como a la escritura. (Éx 17:14.) A la nación de Israel se la animó a leer y escribir. (Dt 6:6-9.) A Josué, el sucesor de Moisés, dada su condición de caudillo de Israel, se le mandó leer las Escrituras “día y noche”, con regularidad, si quería tener éxito en la asignación que Dios le había dado. Para grabar en él la importancia de la Palabra de Dios, y probablemente como una ayuda mnemotécnica, Josué tenía que leerla “en voz baja”. (Jos 1:8.)
Dios mandó a los reyes de Israel que se hicieran una copia de Su ley y la leyeran diariamente. (Dt 17:18, 19; véase MEDITACIÓN.) El que no prestasen atención a este mandato contribuyó a que se descuidara la adoración verdadera en el país, con la consiguiente desmoralización del pueblo, que condujo a la destrucción de Jerusalén en 607 a.E.C.
Jesús tenía acceso a los rollos inspirados de las Escrituras Hebreas que había en las sinagogas, y hay registro de una ocasión en la que leyó públicamente en una sinagoga y se aplicó el texto a sí mismo. (Lu 4:16-21.) Además, cuando Satanás lo tentó tres veces, la respuesta de Jesús en cada ocasión fue: “Está escrito”. (Mt 4:4, 7, 10.) Es obvio, pues, que conocía bien las Escrituras.
Los apóstoles, piedras de fundamento secundarias de un templo santo, la congregación cristiana, consideraron que la lectura de las Escrituras era algo esencial para su ministerio. En sus escritos citaron y se refirieron cientos de veces a las Escrituras Hebreas, y recomendaron su lectura. (Hch 17:11.) Los gobernantes judíos percibieron que Pedro y Juan eran iletrados y del vulgo. (Hch 4:13.) Esto no significaba que no supieran leer ni escribir, pues ambos apóstoles escribieron cartas a los cristianos de su tiempo. Lo que querían decir es que no se les había educado según la elevada erudición de las escuelas hebreas, a los pies de los escribas. Por razones similares, los judíos se admiraron del conocimiento que Jesús tenía, pues, como ellos mismos decían, “no [había] estudiado en las escuelas”. (Jn 7:15.) El hecho de que la lectura era algo muy común en aquel tiempo lo indica el relato concerniente al eunuco y prosélito etíope que estaba leyendo al profeta Isaías, y a quien por esta razón abordó Felipe. El eunuco vio recompensado su interés en la Palabra de Dios y llegó a ser un seguidor de Cristo. (Hch 8:27-38.)
Los idiomas en los que se escribió la primera parte de la Biblia fueron el hebreo y el arameo. Ya en el siglo III a. E.C., se tradujeron al griego las Escrituras Hebreas, pues este se había convertido en la lengua internacional. Las Escrituras Griegas Cristianas, salvo el evangelio de Mateo, se escribieron directamente en ese idioma. De este modo la lectura de la Biblia estaba al alcance de casi todos los habitantes del Imperio romano que sabían leer, en particular de los judíos de Palestina y de los que se hallaban en la Diáspora.
La gran demanda que ha alcanzado la Biblia pone de manifiesto su importancia, así como su inteligibilidad, pues ha superado con mucho en tirada y distribución a cualquier otro libro, y, al tiempo de producirse esta publicación, se ha traducido total o parcialmente a más de 1.800 idiomas y dialectos, con una tirada total de miles de millones de ejemplares. Se ha calculado que la Biblia está al alcance del 97% de la población de la Tierra en su propio idioma.
En la Biblia se mencionan muchos beneficios que se derivan de leer las Escrituras, como, por ejemplo, la humildad (Dt 17:19, 20), la felicidad (Apo 1:3) y un discernimiento del cumplimiento de las profecías bíblicas (Hab 2:2, 3). Advierte a sus lectores que seleccionen sus lecturas, pues no todos los libros edifican y estimulan la mente. (Ec 12:12.)
La ayuda del espíritu de Dios es necesaria para tener verdadero discernimiento y entendimiento de la Palabra de Dios. (1Co 2:9-16.) A fin de conseguir este y otros beneficios, ha de leerse la Palabra de Dios con mente abierta, libre de prejuicios u opiniones preconcebidas; de otra manera, el entendimiento estará velado, como fue el caso de los judíos que rechazaron las buenas nuevas que Jesús predicó. (2Co 3:14-16.) La lectura superficial de la Biblia no es suficiente. Hay que poner el corazón, absorberse en su estudio, meditar profundamente en lo que se ha leído y procurar sacar provecho personal. (Pr 15:28; 1Ti 4:13-16; Mt 24:15; véase LECTURA PÚBLICA.)
¿Cómo lees?
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1. Lee todo antes de hacer nada. |
Lectura en voz alta para que un grupo de personas pueda oírla. En las sinagogas judías, los sábados se leía en público una parte de la Ley. De igual manera, en las reuniones de la congregación cristiana se leían públicamente las Escrituras inspiradas.
La palabra griega a·na·gui·nó·skö, que significa básicamente ‘conocer bien’ (2Co 1:13), se traduce ‘leer’ o ‘leer en voz alta’, y se emplea respecto a la lectura pública y privada de las Escrituras. (Mt 12:3; Lu 4:16; Hch 8:28; 13:27.) La forma nominal a·ná·gnö·sis se traduce “lectura pública”. (Hch 13:15; 1Ti 4:13.)
La lectura pública fue un importante medio que Jehová usó para instruir y educar en sus propósitos y requisitos al pueblo que estaba en pacto con Él. La primera vez que se menciona es en Éxodo 24:7, donde se dice que Moisés leyó del “libro del pacto” a oídos de todo el pueblo. De ese modo los israelitas pudieron, con conocimiento de causa, entrar en un acuerdo con Jehová para guardar la Ley. En los días del antiguo Israel había disponibles relativamente pocas copias de las Escrituras; por eso se mandó a los sacerdotes levitas: “Leerás esta ley enfrente de todo Israel a oídos de ellos”. Moisés les ordenó que cada año sabático, en la fiesta de las cabañas, leyeran la Ley a todo el pueblo: jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, israelitas y residentes forasteros, todos juntos. (Dt 31:9-12.)
Cuando Israel entró en la Tierra Prometida, Josué leyó en voz alta al pueblo “todas las palabras de la ley, la bendición y la invocación de mal”. (Jos 8:33-35.) El rey Jehosafat envió príncipes, levitas y sacerdotes para que enseñasen en las ciudades de Judá (2Cr 17:7-9), lo que debió incluir la lectura pública. Siglos más tarde, Josías leyó a oídos de todo el pueblo “el libro de la ley de Jehová por la mano de Moisés”, libro que el sacerdote Hilquías halló durante las obras de reparación del templo y que pudo tratarse del libro original de la Ley escrito por Moisés. (2Re 23:2; 2Cr 34:14.) Como resultado, se eliminó de la nación la adoración demoniaca. Después del regreso del exilio, Esdras, con el apoyo del gobernador Nehemías, leyó la Ley al pueblo desde el amanecer hasta el mediodía. No solo se leía, sino que también se explicaba o ‘ponía significado’. (Ne 8:3, 8; véase HEBREO, II - [¿Cuándo empezó el declive del hebreo?].)
En las sinagogas. Jesús tenía por costumbre leer públicamente en la sinagoga los sábados; luego ayudaba a sus oyentes explicando lo que había leído. (Lu 4:16.) Esto era algo que se había hecho por muchos años. “Porque desde tiempos antiguos Moisés ha tenido en ciudad tras ciudad quienes lo prediquen, porque es leído en voz alta en las sinagogas todos los sábados.” (Hch 15:21.) La lectura en público de la Ley y los Profetas era una costumbre en las sinagogas, y según las fuentes rabínicas, se seguía este programa: primero se leía la Shemá, lo que equivalía a la confesión judía de fe, tomada de Deuteronomio 6:4-9; 11:13-21 y Números 15:37-41. Después iba la lectura de una porción de la Torá o Ley, el Pentateuco, que en la mayoría de los casos se abarcaba en un año. Finalmente se leían extractos de los Profetas, o Haftarot, y se explicaban. Al final de la lectura pública se pronunciaba un discurso o exhortación. Después de una lectura pública similar en una sinagoga de Antioquía de Pisidia, se invitó a Pablo a hablar, y dio un discurso o exhortación, con palabras de ánimo a los reunidos. (Hch 13:15.)
En la congregación cristiana. En el primer siglo pocas personas poseían copias de los muchos rollos de la Biblia, por lo que era esencial la lectura pública. El apóstol Pablo mandó que sus cartas se leyesen públicamente en las reuniones de las congregaciones cristianas, y dio instrucciones para que las congregaciones intercambiaran sus cartas unas con otras a fin de que también pudieran leerlas. (Col 4:16; 1Te 5:27.) Pablo aconsejó al joven superintendente cristiano Timoteo que se aplicara a la “lectura pública, a la exhortación, a la enseñanza”. (1Ti 4:13.)
La lectura pública debería hacerse con afluencia. (Hab 2:2.) Dado que repercute en la educación de otros, el lector debe discernir completamente lo que está leyendo y tener un entendimiento claro de la intención del escritor, ejerciendo cuidado al leer para no dar una idea o impresión equivocada a los oyentes. Según Apocalipsis 1:3, los que lean en voz alta la profecía, así como los que escuchen las palabras y las observen, serán felices.
“Precepto dictado por la suprema autoridad, en que se manda o prohíbe una cosa en consonancia con la justicia y para el bien de los gobernados [...]. Conjunto de las leyes, o cuerpo del derecho civil [...]. Todo aquello que es arreglado a la voluntad divina y recta razón.” (Diccionario de la Lengua Española, Real Academia Española.) “Nombre abstracto aplicado al conjunto de normas creadas por los hombres para regular sus relaciones.” (Diccionario de Uso del Español, de María Moliner.) “Conjunto de preceptos que provienen de la voluntad de Dios y que han sido manifestados por una revelación.” (Nueva Enciclopedia Larousse.)
En las Escrituras Hebreas, la palabra “ley” se traduce principalmente del término hebreo toh·ráh, término relacionado con el verbo ya·ráh, que significa “dirigir; enseñar; instruir en”. En algunos casos se traduce de la voz aramea dath. (Da 6:5, 8, 15.) Otros términos que se traducen por “ley” en la Versión Moderna son misch·pát (decisión judicial; juicio) y mits·wáh (mandamiento). En las Escrituras Griegas se traduce por “ley” la palabra nó·mos, que proviene del verbo né·mö (repartir; distribuir”).
Se dice que Jehová Dios es la Fuente de la ley, el Legislador Supremo (Isa 33:22), el Soberano que delega autoridad (Sl 73:28; Jer 50:25; Lu 2:29; Hch 4:24; Apo 6:10) y sin cuyo permiso o concesión no se puede ejercer la autoridad o mando. (Ro 13:1; Da 4:35; Hch 17:24-31.) Su trono está establecido sobre la justicia y el juicio. (Sl 97:1, 2.) La voluntad expresada de Dios llega a ser ley para sus criaturas. (Véase CAUSA JUDICIAL.)
Leyes dadas a los ángeles. Los ángeles, superiores al hombre, están sujetos a la ley y a los mandamientos de Dios. (Heb 1:7, 14; Sl 104:4.) Jehová incluso dio órdenes y restringió a su adversario Satanás. (Job 1:12; 2:6.) El arcángel Miguel acató la posición de Jehová como Juez Supremo cuando dijo, al disputar con el Diablo: “Que Jehová te reprenda”. (Jud 9; compárese con Zac 3:2.) Jehová Dios ha colocado a todos los ángeles bajo la autoridad del glorificado Jesucristo. (Heb 1:6; 1Pe 3:22; Mt 13:41; 25:31; Flp 2:9-11.) Por mandato de Jesús, a Juan se le envió un mensajero angélico. (Apo 1:1.) En 1 Corintios 6:3 el apóstol Pablo dice que los hermanos espirituales de Cristo ‘juzgarán a ángeles’, lo que debe responder al hecho de que participarán de algún modo en la ejecución de juicio sobre los espíritus inicuos.
La ley de la creación divina. Otra definición de la palabra “ley”, que aparece en la Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana (Espasa-Calpe), es la siguiente: “Cada uno de los principios invariables por que se rige el mundo físico”. Como Creador de todas las cosas en el cielo y en la Tierra (Hch 4:24; Apo 4:11), Jehová ha establecido leyes que rigen todas las cosas creadas. En Job 38:10, se hace mención de una “disposición reglamentaria” sobre el mar; en Job 38:12, de ‘dar órdenes a la mañana’, y en Job 38:31-33, se dirige la atención a las constelaciones estelares y a “los estatutos de los cielos”. Este último capítulo también menciona que Dios gobierna la luz, la nieve, el granizo, las nubes, la lluvia, el rocío y los relámpagos. En los capítulos 39 al 41 se muestra el cuidado de Dios por el reino animal, y se atribuyen el nacimiento, los ciclos de la vida y los hábitos de los animales a las leyes que Dios ha dictado, no a ninguna “adaptación” evolutiva. De hecho, cuando Dios creó las diversas formas de vida, las sujetó a la ley de reproducirse “según su género”, lo que excluía la evolución. (Gé 1:11, 12, 21, 24, 25.) El hombre también produjo hijos “a su semejanza, a su imagen”. (Gé 5:3.) En el Salmo 139:13-16 se habla del crecimiento embrionario de un niño en la matriz y se dice que todas sus partes están escritas en el “libro” de Jehová antes de que ninguna de ellas viniera a la existencia. En Job 26:7 se dice que Jehová es Aquel que está “colgando la tierra sobre nada”. En la actualidad, los científicos atribuyen la posición de la Tierra en el espacio fundamentalmente a la interacción de la ley de la gravedad y la fuerza centrífuga.
Leyes dadas a Adán. En el jardín de Edén, Adán y Eva recibieron algunos mandatos de Dios relacionados con sus deberes: 1) llenar la Tierra, 2) sojuzgarla y 3) tener en sujeción a todas las otras criaturas terrestres, marinas y voladoras. (Gé 1:28.) También se les dieron leyes en cuanto a su dieta: podrían comer la vegetación que da semilla y la fruta. (Gé 1:29; 2:16.) Sin embargo, Adán recibió un mandato que prohibía comer del árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo (Gé 2:17), y este mandato se le transmitió a Eva. (Gé 3:2, 3.) A Adán se le presenta como un transgresor, debido a que violó una ley explícita. (Ro 5:14, 17; 4:15.)
Las leyes dadas a Noé y la ley patriarcal. A Noé se le dieron mandamientos relacionados con la construcción del arca y la salvación de su familia. (Gé 6:22.) Después del Diluvio, también recibió leyes, según las cuales el hombre podía incluir carne en su dieta alimentaria; se declaraba la santidad de la vida y de la sangre, en donde radica la vida; se prohibía comer la sangre; se condenaba el asesinato, y se instituía la pena capital por este delito. (Gé 9:3-6.)
El patriarca era a la vez cabeza de familia y gobernante. Se dice que Jehová es el gran Cabeza de Familia o Patriarca: “El Padre, a quien toda familia en el cielo y en la tierra debe su nombre”. (Ef 3:14, 15.) Noé, Abrahán, Isaac y Jacob son ejemplos sobresalientes de patriarcas. Jehová trató con ellos de manera especial. A Abrahán se le dio el mandato de circuncidar a todos los varones de su casa como una señal del pacto que Dios había hecho con él. (Gé 17:11, 12.) Abrahán observó los “mandatos”, “estatutos” y “leyes” de Jehová. Conocía cómo hacía justicia y juicio Jehová, y ordenó que los miembros de su casa guardasen esos estatutos. (Gé 26:4, 5; 18:19.)
Por lo general, las leyes que rigieron la vida de los patriarcas también eran reconocidas y hasta cierto grado estaban reflejadas en las leyes de las naciones de aquel tiempo, naciones que provenían de los tres hijos del patriarca Noé. Por ejemplo: el Faraón de Egipto sabía que era impropio tomar la esposa de otro hombre (Gé 12:14-20), como hicieron los reyes de los filisteos en los casos de Sara y Rebeca. (Gé 20:2-6; 26:7-11.)
En los días de Moisés, los israelitas eran esclavos en Egipto. Se habían trasladado voluntariamente a Egipto en tiempos de Jacob, pero una vez muerto José, el hijo de Jacob y primer ministro del país, se les esclavizó. De hecho, se les vendió en esclavitud sin ninguna compensación a cambio. De acuerdo con la ley patriarcal de redención y la ley de la primacía del primogénito, Jehová le dijo al Faraón por boca de Moisés y Aarón: “Israel es mi hijo, mi primogénito. Y yo te digo: Envía a mi hijo para que me sirva. Pero si rehúsas enviarlo, ¡mira!, voy a matar a tu hijo, a tu primogénito”. (Éx 4:22, 23.) Para esta redención no era necesario que se pagase un precio, y nada se le dio a Egipto a cambio. Cuando finalmente los israelitas abandonaron a sus amos egipcios, “Jehová dio favor al pueblo a los ojos de los egipcios, de modo que estos les concedieron lo que se pidió; y ellos despojaron a los egipcios”. (Éx 3:21; 12:36.) Habían entrado en Egipto con la aquiescencia del Faraón, como un pueblo libre, no como prisioneros de guerra sometidos a esclavitud. Dado que su esclavizamiento había sido injusto, Jehová se había asegurado de que al salir se les retribuyese por todo su duro trabajo.
A toda la familia se la consideraba responsable de las violaciones de la ley que cometiera alguno de sus miembros. El cabeza patriarcal era el representante responsable, a quien se culpaba por los errores de su familia y de quien se requería que castigase a cualquier malhechor de su familia. (Gé 31:30-32.)
El matrimonio y la primogenitura. Los padres eran los que concertaban el matrimonio tanto de sus hijos como de sus hijas. (Gé 24:1-4.) Era común pagar un precio por la novia. (Gé 34:11, 12.) Entre los adoradores de Jehová, el casarse con idólatras era mostrar desobediencia e ir en contra de los intereses de la familia. (Gé 26:34, 35; 27:46; 28:1, 6-9.)
La primogenitura le correspondía al hijo mayor, y a él le pertenecía por herencia. Además, la primogenitura conllevaba recibir una porción doble de los bienes. Sin embargo, el padre, como cabeza de familia, podía transferirla. (Gé 48:22; 1Cr 5:1.) Por lo general, el hijo mayor se convertía en el cabeza patriarcal cuando moría el padre. Después de casarse, los hijos podían fundar sus propias casas fuera de la jefatura del padre y llegar a ser ellos mismos cabezas de familia.
Moralidad. La fornicación era vergonzosa y se castigaba, especialmente en los casos de personas prometidas o casadas (adulterio). (Gé 38:24-26; 34:7.) Se practicaba el matrimonio de levirato cuando un hombre moría sin tener descendiente varón. En ese caso, su hermano tenía la responsabilidad de tomar por esposa a la viuda, y el primogénito de esa unión heredaría los bienes del hombre muerto y conservaría su nombre. (Dt 25:5, 6; Gé 38:6-26.)
Propiedad. En líneas generales, parece que no se tenía propiedad privada, aparte de unas pocas pertenencias personales, pues los rebaños y los enseres de la casa eran posesión común de la familia. (Gé 31:14-16.)
Sobre la base de algunos testimonios históricos relacionados, hay doctos que opinan que cuando se realizaba la venta de un terreno, existía la costumbre de mostrarle la tierra al comprador desde un lugar elevado y señalarle desde allí las lindes exactas. En el momento en que el comprador decía “la veo”, daba su conformidad legal. Cuando Jehová le prometió a Abrahán que le daría la tierra de Canaán, primero le dijo que mirara en dirección a los cuatro puntos cardinales. Abrahán no dijo “la veo” quizás porque Dios le había dicho que daría la Tierra Prometida más tarde a su descendencia. (Gé 13:14, 15.) A Moisés, el representante legal de Israel, se le dijo “ve con tus ojos” la tierra, lo que indicaría —si la costumbre aquí expuesta responde a la realidad— que aquella tierra se le entregaba a Israel, una tierra que ellos ocuparían bajo el acaudillamiento de Josué. (Dt 3:27, 28; 34:4; considérese también el ofrecimiento que Satanás le hizo a Jesús en Mt 4:8.) Otra acción que al parecer también tenía un carácter legal parecido era atravesar la tierra o entrar en ella con el objeto de significar que se tomaba posesión. (Gé 13:17; Gé 28:13.) Hay documentos antiguos en los que se hace constar el número de árboles que había en un determinado terreno cuya compra se efectuaba. (Compárese con Gé 23:17, 18.)
Custodia. Cuando un individuo prometía cuidar o ‘guardar’ a una persona, un animal o una cosa, recaía sobre él responsabilidad legal. (Gé 30:31.) En el caso de la desaparición de José, Rubén, como primogénito de Jacob, fue el responsable. (Gé 37:21, 22, 29, 30.) El que quedaba al cuidado tenía que mostrar suficiente interés por aquello que se había dejado a su cargo. Por ejemplo: debía restituir los animales robados, pero no los que morían de muerte natural o se habían perdido por razones ajenas a su control, como en el caso de que ladrones armados robasen ovejas. Si un animal moría despedazado por una fiera, tenían que presentarse pruebas de que el animal había sido despedazado para librar de responsabilidad al guardián. (Gé 37:12-30, 32, 33; Éx 22:10-13.)
Esclavitud. Los esclavos podían ser comprados para tal propósito, o simplemente serlo por haber nacido de padres esclavos. (Gé 17:12, 27.) Como ocurrió en el caso de Eliezer, el siervo de Abrahán, podían ser muy estimados en la casa patriarcal. (Gé 15:2; 24:1-4.)
La Ley de Dios dada a Israel: la Ley de Moisés. La Ley mosaica es un conjunto de más de seiscientas leyes que Jehová les dio a los israelitas. A veces, también recibe el nombre de la Ley, la Ley de Moisés y los mandamientos. Además, a los cinco primeros libros de la Biblia (de Génesis a Deuteronomio) se les llama con frecuencia la Ley. En 1513 a.E.C., Jehová le dio a Israel la Ley por medio de Moisés en el desierto de Sinaí. Cuando se inauguró el pacto de la Ley en el monte Horeb, hubo una impresionante demostración del poder de Jehová. (Éx. 19:16-19; 20:18-21; Heb 12:18-21, 25, 26.) Se dio validez al pacto con la sangre de toros y cabras. El pueblo presentó ofrendas de comunión y escuchó la lectura del libro del pacto, después de lo cual concordaron en obedecer todo lo que Jehová había hablado. Muchas de las leyes patriarcales anteriores se incorporaron en la Ley dada por mediación de Moisés. (Éx 24:3-8; Heb 9:15-21; véase PACTO.)
A menudo a los primeros cinco libros de la Biblia (de Génesis a Deuteronomio) se les llama la Ley. En otras ocasiones, este término se usa con referencia a todas las Escrituras Hebreas inspiradas. Sin embargo, los judíos normalmente consideraban que todas las Escrituras Hebreas se componían de tres secciones: “la ley de Moisés”, “los Profetas” y “los Salmos”. (Lu 24:44.) Asimismo, en Israel también eran obligatorios los mandatos que transmitían los profetas.
En la Ley se reconocía a Jehová como Soberano absoluto y también como Rey de una manera especial. Por consiguiente, puesto que Jehová era Dios y Rey de Israel, la desobediencia a la Ley era una ofensa religiosa y un delito de lesa majestad, es decir, una afrenta contra el Cabeza del Estado: el Rey Jehová. Se dijo de David, de Salomón y de los sucesores al trono de Judá que se sentaban en el “trono de Jehová”. (1Cr 29:23.) Los reyes humanos y los gobernantes de Israel estaban bajo la Ley, y aquellos que se volvían déspotas, eran violadores de la Ley y tenían que rendir cuentas a Dios. (1Sa 15:22, 23.) La monarquía y el sacerdocio estaban separados, lo que permitía que hubiese un equilibrio de poder y protegía al pueblo de la tiranía. Este hecho recordaba a los israelitas que Jehová era su Dios y su verdadero Rey. La Ley determinaba la relación que cada individuo mantenía con Dios y con su prójimo, y toda persona podía acercarse a Dios por medio del sacerdocio.
Bajo la Ley, los israelitas podían haberse convertido en un “reino de sacerdotes y una nación santa”. (Éx. 19:5, 6.) El que la Ley exigiese devoción exclusiva a Jehová, la prohibición absoluta de cualquier forma de unión de fes y las regulaciones concernientes a la limpieza religiosa y a la dieta alimentaria, constituían un “muro” para mantener a la nación bien separada de las otras naciones. (Ef 2:14.) Difícilmente un judío podría entrar en una tienda o casa gentil, o comer con gentiles, sin hacerse inmundo religiosamente. De hecho, cuando Jesús estuvo en la Tierra, se creía que con solo entrar en una casa o edificio gentil, un judío ya quedaba inmundo. (Jn 18:28; Hch 10:28.) Se protegía la santidad de la vida y la dignidad y el honor de la familia, del matrimonio y de la persona. Otros efectos de la separación religiosa que produjo el pacto de la Ley eran los siguientes: beneficios en la salud y protección de enfermedades comunes a las naciones vecinas. El obedecer las leyes de limpieza moral, higiene física y dieta alimentaria sin duda tenía efectos muy saludables.
Pero el verdadero propósito de la Ley era, como dijo el apóstol Pablo, “poner de manifiesto las transgresiones, hasta que llegara la descendencia”. La Ley era un ‘tutor que conducía a Cristo’, y señaló hacia él como objetivo principal: “Cristo es el fin de la Ley”. También reveló que todos los humanos, lo que obviamente no excluía a los judíos, eran pecadores y que la vida no se podía obtener por medio de “obras de ley”. (Gál 3:19-24; Ro 3:20; 10:4.) La Ley era “espiritual” y “santa”. (Ro 7:12, 14.) En Efesios 2:15 se le llama la “Ley de mandamientos que consistía en decretos”. En realidad, era una norma de perfección, y señalaba como perfecto y merecedor de vida a aquel que pudiera guardarla. (Le 18:5; Gál 3:12.) El hecho de que los humanos imperfectos no pudiesen cumplir la Ley demostró que “todos han pecado y no alcanzan a la gloria de Dios” (Ro 3:23); solo Jesucristo la cumplió intachablemente. (Jn 8:46; Heb 7:26.)
La Ley también era “una sombra de las buenas cosas por venir”, y las cosas relacionadas con ella eran “representaciones típicas”, de manera que tanto Jesús como los apóstoles a menudo hicieron referencia a ellas para explicar cosas celestiales y asuntos concernientes a la doctrina y conducta cristianas. Por lo tanto, la Ley proporciona un campo de estudio esencial y necesario para el cristiano. (Heb 10:1; 9:23.)
Jesús dijo que toda la Ley pendía de dos mandamientos: amar a Dios y amar al prójimo. (Mt 22:35-40.) Es interesante el hecho de que en el libro de Deuteronomio (donde se modificó un poco la Ley para tener en cuenta las nuevas circunstancias del pueblo de Israel cuando se establecieran en la Tierra Prometida) las palabras hebreas que se traducen “amor”, “amado”, etc., aparecen más de veinte veces.
Las Diez Palabras (Éx. 34:28) o Diez Mandamientos constituían la parte básica de la Ley, pero estaban combinados con unas 600 leyes más, cuya observancia era de igual obligatoriedad para los israelitas. (Snt 2:10.) Los cuatro primeros de los Diez Mandamientos definían la relación del hombre con Dios; el quinto, con Dios y con los padres, y los últimos cinco, con el prójimo. Estos últimos cinco se mencionan en orden de gravedad en función del daño causado al prójimo: asesinato, adulterio, robo, dar falso testimonio y codicia o deseo egoísta. El décimo mandamiento hace que la Ley sea única en comparación con las leyes de todas las demás naciones, pues prohíbe el deseo egoísta, algo que únicamente Dios puede sancionar. En realidad, este mandamiento revela la causa por la que se violan los otros mandamientos. (Éx 20:2-17; Dt 5:6-21; compárese con Ef 5:5; Col 3:5; Snt 1:14, 15; 1Jn 2:15-17.)
La Ley contenía muchos principios y estatutos orientadores. No obstante, los jueces tenían libertad para investigar y analizar los motivos y la actitud de los transgresores, así como las circunstancias relacionadas con la transgresión. Un transgresor que obraba de manera deliberada y que era irrespetuoso o no estaba arrepentido recibía la pena máxima. (Nú 15:30, 31.) En otros casos, se podía dictar una sentencia más liviana. Por ejemplo, mientras que se debía ejecutar sin falta a un asesino, se podía mostrar misericordia a un homicida involuntario. (Nú 35:15, 16.) En el caso de que un toro que tuviese la costumbre de acornear matase a un hombre, su dueño debería morir o pagar el rescate que le impusiesen los jueces. (Éx. 21:29-32.) Parece ser que la diferencia de castigos que se puede apreciar al comparar Éx. 22:7 con Levítico 6:1-7 dependía de que el individuo en cuestión fuese un ladrón deliberado o un malhechor que confesaba voluntariamente.
La ley de la conciencia. Esta se debe a que las personas tienen la ‘ley escrita en el corazón’. Aquellos que no están bajo una ley directa de Dios, como la Ley dada por medio de Moisés, son “una ley para sí mismos”, pues sus conciencias hacen que sean “acusados o hasta excusados” en sus propios pensamientos. (Ro 2:14, 15.) Muchas leyes justas de las sociedades paganas reflejan esta conciencia con la que se dotó originalmente a Adán, nuestro antepasado común, y que se transmitió por medio de Noé. (Véase CONCIENCIA.)
En 1 Corintios 8:7 el apóstol Pablo menciona que la falta de conocimiento cristiano exacto puede resultar en una conciencia débil. La conciencia puede ser para la persona tanto una buena guía como una guía pobre, todo dependerá del conocimiento y la formación que la persona reciba. (1Ti 1:5; Heb 5:14.) La conciencia puede corromperse y, en consecuencia, descarriar a la persona. (Tit 1:15.) Debido a que obran constantemente en contra del dictado de su conciencia, algunos terminan insensibilizándola, como el tejido cicatrizal, y su conciencia deja de ser una guía fiable. (1Ti 4:1, 2.)
“La ley del Cristo.” Pablo escribió: “Sigan llevando las cargas los unos de los otros, y así cumplan la ley del Cristo”. (Gál 6:2.) Mientras que el pacto de la Ley terminó en Pentecostés de 33 E.C. (“ya que se está cambiando el sacerdocio, por necesidad llega a haber también un cambio de la ley”, Heb 7:12), los cristianos llegan a estar “bajo ley para con Cristo”. (1Co 9:21.) Esta ley se llama la “ley perfecta que pertenece a la libertad”, “la ley de un pueblo libre”, “la ley de la fe”. (Snt 1:25; 2:12; Ro 3:27.) Por medio del profeta Jeremías, Jehová predijo esta ley cuando habló de un nuevo pacto y de escribir su ley en los corazones de su pueblo. (Jer 31:31-34; Heb 8:6-13.)
Al igual que Moisés, el mediador del pacto de la Ley, Jesucristo es el mediador del nuevo pacto. Moisés escribió la Ley en forma de código; pero Jesús no puso por escrito personalmente ninguna ley. Él habló y puso su ley en la mente y en el corazón de sus discípulos, quienes tampoco pusieron por escrito leyes en forma de código para los cristianos, ni clasificaron las leyes en categorías y subdivisiones. Sin embargo, las Escrituras Griegas Cristianas están llenas de leyes, mandamientos y decretos preceptivos para el cristiano. (Apo 14:12; 1Jn 5:2, 3; 4:21; 3:22-24; 2Jn 4-6; Jn 13:34, 35; 14:15; 15:14.)
Jesús mandó a sus discípulos que predicasen las ‘buenas nuevas del reino’. Su mandato se halla en Mateo 10:1-42 y en Lucas 9:1-6; 10:1-12. En Mateo 28:18-20 dio un nuevo mandamiento a sus discípulos: ir, no solo a los judíos, sino a todas las naciones, para hacer discípulos y bautizarlos con un nuevo bautismo, “en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo, enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado”. Por consiguiente, con autorización divina, Jesús enseñó y dio mandamientos, tanto cuando estuvo en la Tierra (Hch 1:1, 2) como después de su resurrección. (Hch 9:5, 6; Apo 1:1-3.) Todo el libro de Revelación se compone de profecías, mandamientos, admoniciones e instrucciones para la congregación cristiana.
La “ley del Cristo” abarca todos los aspectos de la vida y el trabajo de un cristiano. Con la ayuda del espíritu de Dios, el cristiano puede apegarse a sus mandatos, a fin de ser juzgado favorablemente por esa ley, pues es “la ley de ese espíritu que da vida en unión con Cristo Jesús”. (Ro 8:2, 4.)
La “ley de Dios”. El apóstol Pablo habla de la lucha que sostiene el cristiano al verse influido por dos factores: por un lado, la “ley de Dios” —la “ley de mi mente” o la “ley de ese espíritu que da vida”—, y por otro, la “ley del pecado” —o la “ley del pecado y de la muerte”—. Pablo describe el conflicto diciendo que la carne caída, infectada con el pecado, está esclavizada a la “ley del pecado”. “El tener la mente puesta en la carne significa muerte”, pero “Dios, al enviar a su propio Hijo en la semejanza de carne pecaminosa y tocante al pecado, condenó al pecado en la carne”. Gracias a la ayuda del espíritu de Dios, el cristiano puede ganar la pelea, ejerciendo fe en Cristo, dando muerte a las prácticas del cuerpo y viviendo en armonía con la dirección del espíritu. Con este proceder conseguirá la vida. (Ro 7:21–8:13.)
La ley del pecado y de la muerte. El apóstol Pablo dice que debido al pecado de Adán, el padre de la humanidad, “la muerte reinó” desde Adán hasta el tiempo de Moisés (cuando se dio la Ley), y que la Ley puso de manifiesto las transgresiones, al hacer a los hombres culpables de pecado. (Ro 5:12-14; Gál 3:19.) Como esta regla o ley del pecado obra en la carne imperfecta, ejerce poder sobre ella y hace que tienda a violar la ley de Dios. (Ro 7:23; Gé 8:21.) El pecado provoca la muerte. (Ro 6:23; 1Co 15:56.) La ley de Moisés no podía vencer el dominio de estos dos reyes: el pecado y la muerte. Sin embargo, la libertad y la victoria vienen por medio de la bondad inmerecida de Dios dada a través de Jesucristo. (Ro 5:20, 21; 6:14; 7:8, 9, 24, 25.)
La “ley de la fe”. La “ley de la fe” se contrasta con “la de obras”. El hombre no puede alcanzar la justicia mediante sus propias obras o las de la ley de Moisés, como si consiguiese la justicia como pago por su proceder, sino que la justicia viene por la fe en Jesucristo. (Ro 3:27, 28; 4:4, 5; 9:30-32.) No obstante, Santiago dice que esta fe va acompañada de obras, que en realidad son el resultado de esa fe y que están en armonía con ella. (Snt 2:17-26.)
La ley del esposo. La mujer casada está sujeta a la “ley de su esposo”. (Ro 7:2; 1Co 7:39.) El principio de la jefatura del esposo aplica en toda la organización de Dios y ha estado en vigor entre sus adoradores y en otros muchos pueblos. Dios ocupa la posición de esposo de su “mujer”, la “Jerusalén de arriba”. (Gál 4:26, 31; Apo 12:1, 4-6, 13-17.) La organización nacional judía estaba en una relación de esposa de Jehová, su esposo. (Isa 54:5, 6; Jer 31:32.)
En la ley patriarcal, el esposo era el cabeza incuestionable de la familia, y la esposa estaba en sumisión, aunque podía hacer recomendaciones, que estaban supeditadas a la aprobación del esposo. (Gé 21:8-14.) Sara llamó a Abrahán “señor”. (Gé 18:12; 1Pe 3:5, 6.) La mujer llevaba una cobertura sobre la cabeza como señal de sujeción a su cabeza marital. (Gé 24:65; 1Co 11:5.)
Bajo la Ley dada a Israel, la esposa estaba en sujeción. Cuando hacía un voto, el esposo podía aprobarlo o invalidarlo. (Nú 30:6-16.) Ella no heredaba, sino que se la consideraba parte de la herencia de la tierra, y en caso de que un pariente recomprase la herencia, también quedaba incluida. (Rut 4:5, 9-11.) Aunque no se podía divorciar de su esposo, este tenía el derecho de divorciarse de ella. (Dt 24:1-4.)
En la congregación cristiana la mujer debe reconocer la posición del hombre y no usurparla. El apóstol Pablo dice que la mujer casada se encuentra bajo la ley de su esposo mientras él vive, pero añade que queda libre cuando él muere, de modo que no es una adúltera si se casa de nuevo. (Ro 7:2, 3; 1Co 7:39.)
La “ley real”. La “ley real” ocupa con toda justicia entre todas las demás leyes que gobiernan las relaciones humanas, el lugar prominente que ocuparía un rey entre sus súbditos. (Snt 2:8.) El tema fundamental del pacto de la Ley era el amor. El segundo de los mandamientos de los que pendía toda la Ley y los Profetas decía: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo” (la ley real). (Mt 22:37-40.) Aunque los cristianos no están bajo el pacto de la Ley, se encuentran bajo el nuevo pacto y están sujetos a la ley del Rey Jehová y de su Hijo, el Rey Jesucristo.
ASPECTOS DEL PACTO DE LA LEY - (it-2 Recuadro páginas 219-225)
¿En qué sentido fue la Ley un “tutor que [...] condu[jo] a Cristo”? En tiempos de Pablo, un tutor (pedagogo, Versión interlineal griego-español del Nuevo Testamento) era un sirviente o esclavo de una casa con muchos miembros, que protegía a los niños y los acompañaba a la escuela. De forma similar, aunque la Ley fue concebida para que los israelitas tomaran conciencia del pecado, sirvió para protegerlos de las prácticas religiosas y la moralidad degradadas de las naciones vecinas (Deuteronomio 18:9-13; Gálatas 3:23), y para conducirlos al Mesías, quien les enseñaría el camino de la salvación (Gál. 3:19). Los sacrificios mostraron que se precisaba un sacrificio redentor y suministraron un patrón profético que permitiría identificar al verdadero Mesías (Hebreos 10:1, 11, 12). ★“La Ley ha llegado a ser nuestro tutor” - (1-3-2008-Pg.18)
La palabra hebrea sé·fer (libro; carta; escrito) está relacionada con el verbo sa·fár (contar) y el sustantivo so·fér (escriba; escribano; copista). (Gé 5:1; 2Sa 11:15; Isa 29:12; 22:10; Jue 5:14; Ne 13:13.) Cuando sé·fer se emplea en relación con escritos oficiales, se traduce por “documento escrito”, “certificado” y “escritura de compra”. (Est 9:25; Jer 3:8; 32:11.) El término correspondiente en griego es bí·blos, y su diminutivo, bi·blí·on (librito), se traduce por “libro”, “certificado” y “rollo”. (Mr 12:26; Heb 9:19, Int; Mt 19:7; Lu 4:17.) La palabra “Biblia” se deriva de estas palabras griegas.
El “libro” primitivo podía ser una tablilla o colección de tablillas hechas de barro, piedra, cera, madera cubierta de cera, metal, marfil o quizás un conjunto de fragmentos de cerámica (ostraca). Los rollos escritos a mano estaban hechos de hojas de diferentes materiales unidas entre sí. Entre estos materiales estaban el papiro, el pergamino (la piel de animales, como la oveja y la cabra) y la vitela (un material más fino hecho de piel de becerro), y después también se usó el lino y el papel de hilo. Finalmente, recibió el nombre de libro la colección de pliegos de hojas consecutivas, escritas a mano o impresas, que se juntan con cordeles, hilos, goma, grapas u otro método a fin de formar un volumen encuadernado.
Los rollos solo se escribían por un lado (cuando el rollo era de piel, lo hacían en el lado que originalmente estaba cubierto de pelo). Algunas veces el manuscrito se enrollaba alrededor de un palo. El lector empezaba la lectura en un extremo, sosteniendo el rollo con su mano izquierda y enrollándolo en otro palo con su mano derecha (si leía en hebreo; a la inversa, si leía en griego). Si el documento era largo, podía estar enrollado en dos palos. De ahí que la palabra española “volumen” venga del vocablo latino volumen, que significa “rollo”.
Normalmente, las hojas que se usaban para hacer rollos eran de 23 a 28 cm. de largo y de 15 a 23 cm. de ancho. Estas hojas se unían una a continuación de la otra con engrudo. Sin embargo, las hojas de los rollos del mar Muerto correspondientes al libro de Isaías, que datan del siglo II a. E.C., estaban cosidas una a la otra con hilo de lino. El rollo estaba hecho de unas diecisiete hojas cosidas entre sí, con una altura por término medio de 26,2 cm., y una anchura de entre 25,2 cm. y 62,8 cm., una tira de 7,3 m. de largo tal y como hoy se conserva. En los días de Plinio, un rollo normal (tal vez preparado así para la venta) estaría compuesto de unas veinte hojas cosidas entre sí. Un rollo de papiro egipcio que contiene la crónica del reinado de Ramsés II, llamado Papiro de Harris, tiene 40,5 m. de longitud. Para escribir el evangelio de Marcos, se pudo haber necesitado un rollo de 5,8 m., y para el de Lucas, uno de más o menos 9,5 m.
Los márgenes del rollo se recortaban, se alisaban con piedra pómez y se coloreaban, generalmente de negro. Luego se sumergía el rollo en aceite de cedro para protegerlo de los insectos. Por lo general solo se escribía sobre el lado interior del rollo, a menos que hubiese más información de la que cupiera en ese lado. En ese caso, se escribía en el lado externo o reverso. Los rollos que contenían juicios y que vieron en visión los profetas Ezequiel y Zacarías y el apóstol Juan estaban escritos por ambos lados. Esto indica que los juicios eran importantes, extensos y de peso. (Eze 2:10; Zac 5:1-3; Apo 5:1.)
Los documentos importantes estaban sellados con una pella de arcilla o cera que tenía la impresión del sello del escritor o firmante y que se unía al documento con cordeles. El apóstol Juan vio en visión un rollo con siete sellos, que le entregó al Cordero el que estaba en el trono. (Apo 5:1-7.)
Al parecer, los primeros rollos tenían hasta cuatro columnas por página u hoja, mientras que los posteriores solían tener una sola columna. El rollo de Jeremías estaba compuesto de “columnas-páginas”. Cuando se leyeron tres o cuatro columnas de ese rollo, el rey Jehoiaquim rasgó esa porción del rollo y la arrojó en el fuego. (Jer 36:23.) Las diecisiete tiras del rollo de Isaías del mar Muerto contenían 54 columnas de texto, y cada una tenía unas 30 líneas.
Los israelitas usaron los rollos hasta el tiempo de la congregación cristiana. Aunque algunas veces se llamaba libros a los registros que había en los antiguos archivos nacionales de Israel y Judá, así como a las escrituras inspiradas de los profetas de Jehová, en realidad eran rollos. (1Re 11:41; 14:19; Jer 36:4, 6, 23.)
Después del exilio en Babilonia, empezaron a abrirse sinagogas. En cada una de ellas se guardaban y utilizaban rollos de las Sagradas Escrituras, y todos los sábados se leían en público. (Hch 15:21.) Jesús mismo leyó de uno de ellos, probablemente semejante al rollo de Isaías del mar Muerto. (Lu 4:15-20.)
Códices. Parece ser que los cristianos usaron principalmente los libros en forma de rollo, al menos hasta finales del siglo I E.C. El apóstol Juan escribió la Revelación alrededor del año 96 E.C., y en el capítulo 22 de ese libro, versículos 18 y 19, se le llama “rollo”. Pero el libro en forma de rollo era muy poco manejable. El códice, que primero se cosía por el canto superior de la página, comenzó a encuadernarse por el lomo, tal y como se sigue haciendo hoy, y este nuevo formato demostró ser mucho más práctico que el tradicional rollo. Por ejemplo, se necesitaría un rollo de 32 m. de longitud para escribir el texto de los cuatro evangelios, mientras que la misma información podría transcribirse en un códice de tamaño reducido. Además, el códice era mucho más económico, pues se podían aprovechar ambos lados de la página. Por otra parte, las tapas le daban mayor protección al contenido y la localización de cualquier dato era mucho más rápida sin el incómodo manejo del rollo.
Resultaría incómodo, de hecho prácticamente imposible, buscar con rapidez ciertas declaraciones en un rollo extenso. Según todos los indicios, los cristianos adoptaron en seguida el códice o libro de hojas, pues estaban interesados en predicar las buenas nuevas y consultaban y señalaban muchas referencias de las Escrituras en su estudio de la Biblia y en su predicación.
En cuanto al hecho de que los cristianos fueron precursores en el uso del libro de hojas, si no lo inventaron, el profesor E. J. Goodspeed dice en su libro Christianity Goes to Press (1940, págs. 75, 76): “Había hombres en la Iglesia primitiva que eran sumamente conscientes del papel que desempeñaba la publicación en el mundo grecorromano, y en su celo por esparcir el mensaje cristiano por aquel mundo, se valieron de todas las técnicas de publicación, no solo de las tradicionales, antiguas y trilladas, sino de las más recientes y progresistas, y las usaron al máximo en su propaganda cristiana. Al hacerlo, dieron comienzo al uso a gran escala del libro de hojas, que hoy día ha adquirido alcance universal. Su evangelio no era un misterio esotérico, secreto, sino algo que debía proclamarse desde las azoteas, y se encargaron de llevar a cabo el antiguo lema de los profetas: ‘Publicar buenas nuevas’. Escribir cada uno de los evangelios fue un asunto importante, desde luego, pero recopilarlos y publicarlos como una colección era un hecho completamente distinto, de casi tanta importancia como la escritura de algunos de ellos”. (Véase también la Encyclopædia Britannica, 1971, vol. 3, pág. 922.)
Basándose en un discurso que pronunció el profesor Sanders (publicado en la University of Michigan Quarterly Review, 1938, pág. 109), el profesor Goodspeed publicó en su libro (pág. 71) la tabla que aparece a continuación, en la que se compara la cantidad de obras clásicas y cristianas de los siglos II, III y IV E.C., escritas en rollos o en códices:
CLÁSICAS | CRISTIANAS | |||
Siglo | Rollo | Códice | Rollo | Códice |
II | 1(?) | 4 | ||
III | 291 | 20 | 9(?) | 38 |
IV | 26 | 49 | 6(?) | 64 |
Goodspeed pasó a decir de la iniciativa editora de los cristianos primitivos: “No solo estuvieron al día con los procedimientos de su tiempo, sino que fueron adelantados en ese campo, de tal modo, que los editores de siglos posteriores han seguido su ejemplo” (pág. 78). Luego añade: “La publicación de la Biblia incentivó el desarrollo del códice para fines literarios durante el siglo II, lo que llevó a la invención de la imprenta” (pág. 99).
En otra parte de su obra (pág. 81), Goodspeed hace la siguiente observación: “El curioso comentario de Pablo en II Tim. 4:13, ‘trae [...] los libros, especialmente los pergaminos’ (los términos griegos son biblía, membranas), hace pensar en la posibilidad de que por biblía se estuviese refiriendo a los rollos judíos y por membranai, a los códices escritos por los cristianos: los evangelios y las epístolas de Pablo. La explicación del profesor Sanders insiste en la idea de que al N. del Mediterráneo al principio los códices se hicieron de pergamino”.
★De las tablas de piedra a la Biblia Din@mica
★¿Qué es el códice? - (15-2-2015-Pg.22-§12-Foto)
Palimpsestos. Debido al coste o a la escasez del material para escribir, a veces se borraban los manuscritos parcialmente raspándoles la tinta, usando una esponja húmeda o mediante diversos preparados, a fin de escribir de nuevo sobre ellos. En el caso del papiro, se borraba con una esponja si la tinta era bastante fresca; en otros casos, la escritura se tachaba, o se usaba el reverso del material como superficie para escribir. Debido a la acción atmosférica o a otras razones, en algunos palimpsestos la escritura original aún puede aparecer lo suficientemente clara como para descifrarla. Esto ocurre en el caso de varios manuscritos de la Biblia, de los que se destaca el Códice Ephraemi, que bajo lo que probablemente fue una escritura del siglo XII, contiene una parte de las Escrituras Hebreas y Griegas que, según se cree, data del siglo V E.C.
Otros libros mencionados en la Biblia. En la Biblia se habla de varios libros no inspirados. Algunos sirvieron de fuente de información para los escritores inspirados. Otros parecen ser crónicas compiladas de los registros de Estado. Entre ellos están los siguientes:
El libro de las Guerras de Jehová. En las Escrituras se mencionan diversos libros que los escritores bíblicos emplearon como fuente de información (Josué 10:12, 13; 1 Reyes 11:41; 14:19, 29). Uno de ellos fue “el libro de las Guerras de Jehová” citado por Moisés en Números 21:14, 15, que comprendía un registro histórico fidedigno de las guerras del pueblo de Jehová. Tal vez comenzaba con la victoria de Abrahán sobre los cuatro reyes que habían capturado a Lot y su familia (Gén. 14:1-16). Es posible que también haya recogido batallas, poemas épicos y relatos históricos que no se mencionan en la Biblia y que sirviera de fuente a algunos de los escritores de las escrituras hebreas.
El libro de Jasar - (O: “del [Que Es] Recto”.)
Se cita en Josué 10:12, 13, cuando Josué pide que el Sol y la Luna se detengan durante su lucha contra los amorreos, y en 2 Samuel 1:18-27, donde se registra un poema llamado “El arco”, que era una endecha sobre Saúl y Jonatán. Por lo tanto, se cree que se trataba de una colección de poemas, cánticos y otros escritos sobre temas históricos, que debieron ser de considerable interés histórico y que recibieron amplia circulación en el mundo hebreo. Sin embargo, no fueron inspirados por Dios.
★El libro de Jasar
★“libro de Jasar” y “libro de las Guerras de Jehová” ¿Se trata de escritos inspirados que se perdieron? - (15-3-2009-Pg.32)
Otros escritos históricos. En los libros de los Reyes y de las Crónicas se mencionan otros escritos históricos no inspirados: “el libro de los asuntos de los días de los reyes de Israel” (1Re 14:19; 2Re 15:31) y “el libro de los asuntos de los tiempos de los reyes de Judá”, al que se hace referencia unas quince veces y que trata sobre los reyes del reino meridional a partir de Rehoboam, el hijo de Salomón. (1Re 14:29; 2Re 24:5.) En 1 Reyes 11:41 se menciona otro registro de la gobernación de Salomón: “el libro de los asuntos de Salomón”.
Cuando Esdras compiló y escribió los libros de las Crónicas después del cautiverio, hizo referencia por lo menos catorce veces a otras fuentes, como: el “Libro de los Reyes de Israel”, la “relación de los asuntos de los días del rey David” y el “Libro de los Reyes de Judá y de Israel”. (1Cr 9:1; 27:24; 2Cr 16:11; 20:34; 24:27; 27:7; 33:18.) También mencionó libros de escritores inspirados anteriores (1Cr 29:29; 2Cr 26:22; 32:32) y registros escritos de otros profetas de Jehová que no están en las Santas Escrituras inspiradas. (2Cr 9:29; 12:15; 13:22.) Nehemías, por su parte, se remitió al “libro de los asuntos de los tiempos”. (Ne 12:23.) También se hace mención en la Biblia de los registros gubernamentales persas, en los que aparecían relatos de servicios que se habían rendido al rey, como la revelación que hizo Mardoqueo de un complot de asesinato. (Esd 4:15; Est 2:23; 6:1, 2; 10:2.)
El sabio escritor de Eclesiastés previene contra la cantidad interminable de libros que no inculcan el temor al Dios verdadero ni animan a guardar sus mandamientos. (Ec 12:12, 13.) Ejemplo de ello es lo que ocurrió en Éfeso, donde el espiritismo y el demonismo estaban muy difundidos. Después de predicarse las buenas nuevas acerca de Cristo, los que se hicieron creyentes llevaron sus libros de magia y los quemaron públicamente, un conjunto de obras cuyo valor se calculó en 50.000 piezas de plata (si eran denarios, 37.200 dólares [E.U.A.]). (Hch 19:19.)
En Éxodo 17:14 se registra el mandato de Jehová de escribir su juicio contra Amaleq en “el libro”, lo que indica que ya en 1513 a. E.C. había comenzado la compilación de los escritos de Moisés, los primeros que se conocen como inspirados.
Otras maneras de hacer referencia a la Biblia o a partes de ella son: “el libro del pacto”, al parecer la legislación contenida en Éxodo 20:22 a 23:33 (Éx 24:7), y “el rollo del libro”, las Escrituras Hebreas. (Heb 10:7.) ★“libro de Jasar” y “libro de las Guerras de Jehová” ¿Se trata de escritos inspirados que se perdieron? - (15-3-2009-Pg.32)
Uso figurado. En varias ocasiones el término “libro” se emplea en la Biblia en sentido figurado, en expresiones como ‘el libro [de Dios]’ (Éx 32:32), “libro de recuerdo”, en este libro o “registro” se inscriben a quienes están procurando hacer la voluntad de Jehová. (Mal 3:16) y “libro (rollo) de la vida” (Flp 4:3; Apo 3:5; 20:15). Parece ser que todas estas expresiones se refieren a lo mismo: el “libro” de la memoria que Dios guarda con el fin de recompensar con vida eterna, en el cielo o en la Tierra, a aquellos cuyos nombres estén escritos en él. El registro de un nombre en el “libro” de Dios es provisional, pues las Escrituras muestran que el nombre de una persona puede ‘borrarse’ de él. (Éx 32:32, 33; Apo 3:5.) Por consiguiente, solo si una persona permanece fiel a Dios puede mantener su nombre escrito en el “libro” del Altísimo. (Véase VIDA.)
Escritos y libros mencionados en la Biblia
Al parecer se trata de documentos o registros de tiempos bíblicos a los que aludieron algunos escritores de la Biblia. Sin embargo, no fueron inspirados por Dios y por lo tanto no son parte del canon bíblico.
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Hagámonos un libro de recuerdos
La mayoría de las personas cuando hablan de no olvidar algo que les hizo alguien, se refieren a algo negativo que no lo perdonan de verdad, alimentando así un espíritu amargado y rencoroso. Cuanto más provechoso y saludable sería hacerse un libro de recuerdos de cosas positivas que nos ocurrió en la vida, las muchas ocasiones en que notamos la ayuda y el cuidado de Jehová, eso desarrollará en nosotros un espíritu agradecido y feliz (Flp 4:8, 9) |
Las Sagradas Escrituras tuvieron un origen sobrehumano, pero no su escritura y conservación. El profeta Moisés comenzó su compilación bajo inspiración divina en 1513 a.E.C., y el apóstol Juan escribió la parte final más de mil seiscientos años después. En un principio no conformaban un solo libro, pero con el paso del tiempo fue necesario hacer copias de sus diferentes libros. Eso es lo que ocurrió, por ejemplo, después del exilio babilonio, pues no todos los judíos libertados regresaron a la tierra de Judá. Muchos se establecieron en lugares distantes y fundaron sinagogas a través del vasto territorio por el que se extendió la diáspora judía. Los escribas prepararon copias de las Escrituras que se necesitaban en esas sinagogas, donde los judíos se reunían para oír la lectura de la Palabra de Dios. (Hch 15:21.) Posteriormente, copistas concienzudos cristianos reprodujeron los escritos inspirados con el fin de que se beneficiasen las congregaciones cristianas, que se iban multiplicando, de modo que se pudiese llevar a cabo un intercambio de dichos escritos y se promoviese su circulación general. (Col 4:16.)
Antes de que se generalizase la imprenta de tipos móviles (a partir del siglo XV E.C.), tanto los escritos bíblicos originales como las copias se hacían a mano. Por consiguiente, recibieron el nombre de manuscritos (lat. manu scriptus, “escrito a mano”). Un manuscrito bíblico es un documento de las Escrituras, o de parte de estas, escrito a mano, diferenciándose, por tanto, del documento impreso. Los manuscritos bíblicos se produjeron principalmente en la forma de rollos y códices.
Materiales. Hay manuscritos de las Escrituras en piel, papiro y vitela. Por ejemplo, el célebre Rollo del mar Muerto de Isaías es un rollo de piel. El papiro, un tipo de papel hecho de las fibras de una planta acuática del mismo nombre, se usó para los manuscritos bíblicos en las lenguas originales y para las traducciones de los mismos que se hicieron hasta aproximadamente el siglo IV E.C. En ese tiempo el papiro empezó a ser sustituido por la vitela, un pergamino de alta calidad hecho por lo general de pieles de becerro, cordero o cabra, que mejoraba el uso previo de la piel como material de escritura. Famosos manuscritos, como el Códice Sinaítico y el Vaticano núm. 1209, del siglo IV E.C., son de pergamino o vitela.
Un palimpsesto (lat. palimpsestus; gr. pa·lím·psë·stos, que significa “raspado de nuevo”) es un manuscrito del que se ha quitado o raspado el escrito original para poder escribir encima. Un célebre palimpsesto bíblico es el Códice Ephraemi Syri Rescriptus, del siglo V E.C. Si el escrito anterior del palimpsesto, el que fue raspado, es el importante, los eruditos con frecuencia pueden leer la escritura borrada valiéndose de medios técnicos, como reactivos químicos y la fotografía. Algunos manuscritos de las Escrituras Griegas Cristianas son leccionarios, es decir, lecturas bíblicas seleccionadas para los oficios religiosos.
Estilos de escritura. Los manuscritos bíblicos escritos en griego (tanto las traducciones de las Escrituras Hebreas como las copias de las Escrituras Griegas Cristianas) pueden dividirse o clasificarse en función del estilo de la escritura, que también ayuda a fecharlos. El estilo más antiguo, empleado hasta el siglo IX E.C., es el manuscrito uncial, escrito con letras mayúsculas que no están unidas. Normalmente no hay separación entre palabras ni signos de acentuación y puntuación. El Códice Sinaítico es un manuscrito de este tipo. A partir del siglo VI, el estilo de escritura evolucionó, para llegar con el tiempo, en el siglo IX E.C., al manuscrito en cursiva o minúsculas, escrito en letras más pequeñas, muchas de las cuales estaban unidas en un estilo cursivo o trabado. La mayoría de los manuscritos de las Escrituras Griegas Cristianas que han llegado hasta nuestros días están en escritura cursiva. Los manuscritos de cursiva predominaron hasta el comienzo de la imprenta.
Los copistas. Que se sepa, en la actualidad no existe ningún manuscrito original o autógrafo de la Biblia. Sin embargo, la Biblia se ha conservado de forma exacta y confiable debido a que los copistas bíblicos en general aceptaron las Escrituras como inspiradas por Dios y procuraron realizar a la perfección su ardua labor de producir copias manuscritas de la Palabra de Dios.
Los hombres que copiaron las Escrituras Hebreas en los días del ministerio terrestre de Jesucristo y durante los siglos precedentes recibían el nombre de “escribas” (heb. soh·ferím). Esdras fue uno de los primeros; en las Escrituras se dice que era un “copista hábil”. (Esd 7:6.) Posteriormente, algunos copistas hicieron ciertas alteraciones deliberadas en el texto hebreo, pero sus sucesores, los masoretas, las detectaron y las registraron en la masora o notas marginales del texto hebreo masorético que prepararon.
Los copistas de las Escrituras Griegas Cristianas se esforzaron de igual modo por reproducir fielmente el texto de las Escrituras.
★Copista
¿Qué seguridad hay de que la Biblia no ha sufrido cambios? A pesar del cuidado que tuvieron los copistas de los manuscritos bíblicos, se introdujeron en el texto varios errores. En su mayoría son insignificantes y no afectan en nada la integridad general de la Biblia. Ha sido posible detectarlos y corregirlos gracias a una cuidadosa comparación crítica de los muchos manuscritos y versiones antiguas existentes. El estudio crítico del texto hebreo de la Biblia comenzó a fines del siglo XVIII. Por esa época, Benjamín Kennicott publicó en Oxford (1776-1780) las lecturas de más de 600 manuscritos hebreos masoréticos, y el docto italiano Giambernardo de Rossi publicó en Parma entre 1784 y 1798 una comparación de 731 manuscritos. El erudito alemán Baer también preparó textos maestros de las Escrituras Hebreas, y en fechas más recientes ha hecho lo mismo C. D. Ginsburg. En 1906, el hebraísta Rudolf Kittel presentó la primera edición de la Biblia Hebraica, resultado del cotejo de muchos manuscritos hebreos del texto masorético. El texto básico que se utilizó fue el de Ben Chayyim. Sin embargo, cuando estuvieron disponibles los textos masoréticos de Ben Asher, más antiguos y mejores, Kittel acometió la empresa de producir una tercera edición totalmente nueva, que terminaron sus ayudantes después de su muerte.
Las ediciones séptima, octava y novena de la Biblia Hebraica (1951-1955) han sido el texto fuente de la traducción al inglés de las Escrituras Hebreas de la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras, cuya primera edición se publicó entre 1950 y 1960. Una nueva edición del texto hebreo, a saber, la Biblia Hebraica Stuttgartensia, se presentó en 1977. Esta edición se utilizó para actualizar la información del aparato crítico de la Traducción del Nuevo Mundo publicada en 1984.
La primera edición impresa de las Escrituras Griegas Cristianas fue la de la Biblia políglota complutense (en griego y latín), de 1514-1517. Más tarde, en 1516, el erudito holandés Desiderio Erasmo publicó su primera edición de un texto maestro griego de las Escrituras Griegas Cristianas. Tenía muchos errores, pero se mejoró el texto en cuatro ediciones sucesivas, publicadas entre 1519 y 1535. Tiempo después, el impresor y editor parisino Roberto Estienne publicó varias ediciones del “Nuevo Testamento” griego, basado principalmente en el texto de Erasmo, pero con correcciones de la Biblia políglota complutense (edición de 1522) y de otros quince manuscritos posteriores. La tercera edición del texto griego de Estienne, publicado en 1550, se convirtió en el “texto recibido” (llamado textus receptus en latín), que se utilizó como base de muchas de las primeras versiones inglesas, como la Versión Autorizada, y que se ha tenido muy en cuenta en algunas versiones españolas, como el Nuevo Testamento de Pablo Besson y en las revisiones de la Versión Valera.
Digno de mención es el texto griego maestro preparado en tiempos más recientes por J. J. Griesbach, que se basa en los trabajos previos de otros eruditos y también en las citas bíblicas de los escritores primitivos, como Orígenes. Posteriormente, Griesbach estudió la redacción de varias versiones, como la armenia, la gótica y la de Filoxeno, y también los manuscritos existentes de tres familias o recensiones, la bizantina, la occidental y la alejandrina, con preferencia por esta última. Se publicaron ediciones de su texto griego maestro entre 1774 y 1806, y la edición principal de todo el texto griego vio la luz en 1796-1806. Se usó el texto de Griesbach para la traducción inglesa de Sharpe de 1840, y es el texto griego que aparece en The Emphatic Diaglott, de Benjamín Wilson (1864).
Un texto maestro griego de las Escrituras Griegas Cristianas aceptado ampliamente es el que presentaron en 1881 B. F. Westcott y F. J. A. Hort, de la universidad de Cambridge. Era el resultado de veintiocho años de trabajo independiente, aunque compararon notas periódicamente. Al igual que Griesbach, dividieron los manuscritos en familias y se basaron principalmente en lo que denominaron “texto neutral”, que incluía los famosos manuscritos Sinaítico y Vaticano núm. 1209, ambos del siglo IV E.C. Westcott y Hort consideraron prácticamente concluyentes las coincidencias entre estos dos manuscritos, en especial cuando se veían refrendadas por otros manuscritos unciales, aunque no se ataron a esta postura. Tomaron en consideración todo elemento de juicio concebible al intentar solucionar las diferencias textuales, y cuando dos lecturas tenían el mismo peso, lo indicaron en el texto maestro. Para hacer la traducción de las Escrituras Griegas Cristianas al inglés de la Traducción del Nuevo Mundo se usó principalmente el texto de Westcott y Hort. Sin embargo, el Comité de la Traducción del Nuevo Mundo consultó también otros textos griegos reconocidos, entre ellos el de Nestle (1948).
Al comentar sobre la historia del texto de las Escrituras Griegas Cristianas y los resultados de la investigación textual moderna, el profesor Kurt Aland escribió: “Sobre la base de cuarenta años de experiencia y con los resultados que han salido a la luz al hacer [...] 1.200 pruebas en el texto de los manuscritos, puede determinarse que el texto del Nuevo Testamento se ha transmitido de forma excelente, mejor que cualquier otro escrito de tiempos antiguos; la posibilidad de que aún se encuentren manuscritos que alteren el texto es absolutamente cero”. (Das Neue Testament—zuverlässig überliefert, Stuttgart, 1986, págs. 27, 28.)
Los manuscritos existentes de las Escrituras Cristianas (en griego y en otros idiomas) tienen variaciones textuales, lo que no debe extrañar en vista de la imperfección humana y las muchas copias que se han hecho de ellos, que han sido obra en especial de copistas no profesionales. Los manuscritos que se derivan de otro común, o de una revisión particular de textos primitivos, o proceden de una cierta región geográfica, suelen tener al menos algunas variaciones en común y por ello se dice que pertenecen a la misma familia o grupo. Basándose en la similitud de las diferencias, los eruditos han clasificado los textos en grupos, o familias, cuyo número ha aumentado con el paso del tiempo, y ahora se habla de los textos alejandrino, occidental, oriental (siriaco y cesareo) y bizantino, representados en varios manuscritos o en diferentes lecturas esparcidas por distintos manuscritos. Pero a pesar de las variaciones de las diferentes familias de manuscritos y de las que hay dentro de cada grupo, las Escrituras nos han llegado esencialmente con el mismo contenido de los escritos inspirados originales. Estas variaciones no tienen ninguna incidencia en las enseñanzas bíblicas. La crítica textual ha detectado y corregido los errores de cierta trascendencia, de modo que actualmente disponemos de un texto auténtico y confiable.
Desde que Westcott y Hort prepararon su texto griego refinado, se han producido varias ediciones críticas de las Escrituras Griegas Cristianas. Cabe destacar The Greek New Testament, del que las Sociedades Bíblicas Unidas han publicado ya su tercera edición. De idéntica fraseología es la vigésimo sexta edición del llamado texto Nestle-Aland, publicado en Stuttgart (Alemania) en 1979. (Véase ESCRITURAS GRIEGAS CRISTIANAS.)
Manuscritos de las Escrituras Hebreas. En la actualidad hay unos 6.000 manuscritos de todas las Escrituras Hebreas o de parte de ellas en diferentes bibliotecas. La gran mayoría de ellos contienen el texto masorético y son del siglo X E.C. o posteriores. Los masoretas (de la segunda mitad del I milenio E.C.) trataron de transmitir el texto hebreo fielmente y no hicieron cambios en él. No obstante, para conservar la pronunciación tradicional del texto consonántico sin vocales, concibieron un sistema de puntos vocálicos y de acentos. Además, en la masora o notas marginales dirigieron la atención a las anomalías del texto y anotaron las correcciones que consideraron necesarias. Este texto masorético es el que aparece en las Biblias hebreas impresas de hoy día.
Cuando los manuscritos de las Escrituras Hebreas que se usaban en las sinagogas judías se deterioraban, eran reemplazados por copias verificadas, y los viejos manuscritos se depositaban en la geniza (un almacén o depósito de la sinagoga). Finalmente, una vez que la geniza estaba llena, se sacaban los manuscritos y se enterraban con ceremonia. De este modo se llegaron a perder muchos manuscritos antiguos. Sin embargo, el contenido de la geniza de la sinagoga de la antigua ciudad de El Cairo se conservó, probablemente porque la tapiaron y quedó olvidada durante siglos. Después de la reconstrucción de la sinagoga en el año 1890 E.C., se reexaminaron los manuscritos de su geniza y se trasladaron de allí a diferentes bibliotecas manuscritos de las Escrituras Hebreas bastante completos y diversos fragmentos (se dice que algunos son del siglo VI E.C.).
Uno de los fragmentos más antiguos que contiene pasajes bíblicos es el Papiro de Nash, hallado en Egipto y llevado a Cambridge (Inglaterra). Este papiro, que data del siglo I o II a. E.C. y debió formar parte de una colección didáctica, consta tan solo de cuatro fragmentos de 24 líneas de un texto premasorético de los Diez Mandamientos, así como de algunos versículos de los capítulos 5 y 6 de Deuteronomio.
Desde 1947 se han hallado muchos rollos bíblicos y extrabíblicos en la zona occidental del mar Muerto, llamados comúnmente los Rollos del mar Muerto. Los más importantes son los manuscritos descubiertos dentro de varias cuevas en los alrededores de Wadi Qumrán (Nahal Qumeran). También se les conoce como los textos de Qumrán. Parece ser que en un tiempo pertenecieron a una comunidad religiosa judía asentada en los alrededores de Khirbet Qumrán (Horvat Qumeran). El primer descubrimiento lo hizo un beduino que encontró en una cueva a unos 15 Km. al S. de Jericó cierta cantidad de vasijas de barro que contenían manuscritos antiguos. Entre ellos se encontraba el famoso Rollo de Isaías (1QIsa), un rollo de piel bien conservado que contiene todo el libro de Isaías excepto algunos pocos pasajes. (GRABADO, vol. 1, pág. 322.) La escritura hebrea premasorética se ha fechado de finales del siglo II a. E.C. Por lo tanto, precede en unos mil años al manuscrito más antiguo que existe del texto masorético. Sin embargo, aunque presenta algunas diferencias en la grafía y la construcción gramatical, no se aprecian diferencias doctrinales con relación al texto masorético. Entre los documentos recuperados en la zona de Qumrán hay fragmentos de más de 170 rollos que contienen secciones de todos los libros de las Escrituras Hebreas, con la excepción de Ester; de algunos libros hay más de una copia. Se cree que estos rollos y fragmentos manuscritos datan de entre mediados del siglo III a. E.C. y mediados del siglo I E.C. En ellos se puede apreciar más de un tipo de texto hebreo, como el protomasorético y otro texto que sirve de base para la Versión de los Setenta. En la actualidad estos manuscritos aún están en fase de estudio.
Entre los manuscritos hebreos de vitela más importantes de las Escrituras Hebreas está el Códice Caraíta de El Cairo. Este códice de los Profetas contiene además la masora y los puntos vocálicos. En su colofón indica que lo terminó aproximadamente en el año 895 E.C. el renombrado masoreta Moisés ben Aser de Tiberíades. Otro manuscrito importante, del año 916 E.C., es el Códice de Petersburgo de los Últimos Profetas. El Códice Sefardita de Alepo, conservado antes en Alepo (Siria) y ahora en Israel, contenía hasta hace poco tiempo las Escrituras Hebreas completas. Su texto consonántico original fue corregido, puntuado y anotado por Aarón ben Aser, hijo de Moisés ben Aser, alrededor de 930 E.C. El manuscrito hebreo más antiguo fechado de todas las Escrituras Hebreas es el Manuscrito de Leningrado núm. B 19A, que se conserva en la biblioteca pública de Leningrado. Se copió en 1008 E.C. “de los libros preparados y anotados por el maestro Aarón ben Moisés ben Aser”. Otro manuscrito hebreo sobresaliente es un códice del Pentateuco que se conserva en el Museo Británico (Códice Oriental núm. 4445); contiene el texto de Génesis 39:20 a Deuteronomio 1:33 (excepto Nú 7:46-73 y 9:12-10:18, pasajes que o bien faltan o se han insertado con posterioridad) y data probablemente del siglo X E.C.
Muchos manuscritos de las Escrituras Hebreas de la Biblia se escribieron en griego. Entre los más destacados está uno de la colección de papiros Fuad (número de inventario 266, perteneciente a la Société Egyptienne de Papyrologie, El Cairo), que contiene porciones de Génesis y de la segunda mitad de Deuteronomio según la Versión de los Setenta. Se remonta al siglo I a. E.C., y en varios lugares del texto griego figura el nombre divino escrito en caracteres hebreos cuadriformes. También se han encontrado fragmentos de los capítulos 23 a 28 de Deuteronomio en el Papiro Rylands III núm. 458, que data del siglo II a. E.C. y se conserva en Manchester (Inglaterra). Otro manuscrito importante de la Versión de los Setenta contiene fragmentos de Jonás, Miqueas, Habacuc, Sofonías y Zacarías. En este rollo de vitela, fechado de finales del siglo I E.C., aparece el nombre divino, el Tetragrámaton, en caracteres hebreos antiguos. (Véase apéndice de NM, págs. 1561, 1562.)
Manuscritos de las Escrituras Griegas Cristianas. Las Escrituras Cristianas se escribieron en la koiné griega. Aunque en la actualidad no se tiene conocimiento de que existan manuscritos originales autógrafos, se ha calculado en más de 5.000 las copias manuscritas de las Escrituras Griegas, ya sean completas o fragmentadas.
Manuscritos en papiro.
Entre los códices en papiro hallados en Egipto alrededor de 1930, cuya adquisición fue noticia en 1931, había algunos papiros bíblicos de gran importancia. Algunos de esos códices griegos, del siglo II al IV E.C., contienen porciones de ocho libros de las Escrituras Hebreas (Génesis, Números, Deuteronomio, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel y Ester), y tres contienen porciones de quince libros de las Escrituras Griegas Cristianas. Un coleccionista americano de manuscritos, A. Chester Beatty, compró la mayor parte de esos papiros bíblicos, y actualmente se conservan en Dublín (Irlanda). El resto lo adquirió la universidad de Michigán y otras entidades.
La designación internacional de los papiros bíblicos es una “P” seguida de un número en voladita. El Papiro de Chester Beatty núm. 1 (P45) consta de porciones de 30 hojas de un códice que probablemente tenía en un principio unas 220 hojas. En el P45 hay fragmentos de los cuatro evangelios y del libro de Hechos. El P47, el Papiro de Chester Beatty núm. 3, es una porción de un códice que contiene diez páginas algo dañadas de Revelación. Se cree que estos dos papiros son del siglo III E.C. Digno de mención especial es el P46, el Papiro de Chester Beatty núm. 2, de principios del siglo III E.C. Está compuesto por 86 páginas algo dañadas de un códice que en un principio probablemente tenía 104. Contiene nueve de las cartas inspiradas de Pablo: Romanos, Hebreos, 1 Corintios, 2 Corintios, Efesios, Gálatas, Filipenses, Colosenses y 1 Tesalonicenses. Es significativo que la carta a los Hebreos esté incluida en este códice antiguo, pues como en esta no se da el nombre del escritor, a menudo se ha cuestionado que fuese obra de Pablo. Por ello, el que esta carta inspirada se incluya en el P46, que tan solo recoge cartas paulinas, indica que para el año 200 E.C. los cristianos primitivos se la atribuían a él. Además, el hecho de que la carta a los Efesios también se encuentre en este códice desmiente los argumentos de quienes cuestionan la autoría de Pablo.
En la Biblioteca de John Rylands, Manchester (Inglaterra), hay un pequeño fragmento de papiro del evangelio de Juan (algunos versículos del capítulo 18), catalogado como el Papiro de Rylands núm. 457. Se le conoce internacionalmente como P52. Es el fragmento de manuscrito más antiguo que existe de las Escrituras Griegas Cristianas, ya que se escribió en la primera mitad del siglo segundo, posiblemente alrededor del año 125 E.C., por lo tanto, aproximadamente solo un cuarto de siglo después de la muerte de Juan. El que circulase una copia del evangelio de Juan en Egipto (donde se descubrió el fragmento) en aquel tiempo muestra que las buenas nuevas según Juan debió escribirlas el propio Juan en el siglo I E.C., no un escritor desconocido bien adentrado el siglo II E.C. —después de la muerte de Juan—, como algunos críticos afirmaron en su día.
La aportación más importante a la colección de papiros bíblicos desde el descubrimiento de los papiros de Chester Beatty fue la adquisición de los papiros de Bodmer, publicados entre 1956 y 1961. Resultan particularmente importantes el núm. 2 (P66) y los núms. 14 y 15 (P75), ambos escritos sobre el año 200 E.C. El Papiro de Bodmer núm. 2 contiene una buena parte del evangelio de Juan y los núms. 14 y 15, incluyen gran parte de Lucas y Juan, y están muy cerca textualmente del Manuscrito Vaticano núm. 1209.
Manuscritos de vitela.
Los manuscritos bíblicos escritos en vitela a veces incluyen porciones de las Escrituras Hebreas y de las Griegas Cristianas, mientras que algunos de ellos son únicamente de las Escrituras Cristianas.
El Códice de Beza, designado por la letra “D”, es un valioso manuscrito del siglo V E.C. Aunque se ignora el lugar de donde procede, se sabe que se adquirió en Francia en el año 1562. Contiene los evangelios, el libro de Hechos y unos pocos versículos más. Se trata de un manuscrito uncial con el texto en griego en las páginas de la izquierda y un texto paralelo en latín en las páginas de la derecha. Este códice se conserva en la universidad de Cambridge (Inglaterra), y lo presentó a esa institución Teodoro de Beza en el año 1581.
El Códice Claromontano (D2) también está escrito en griego y latín: en griego a la izquierda y en latín a la derecha. Contiene las cartas canónicas de Pablo, Hebreos inclusive, y se considera que es del siglo VI. Se dice que lo encontraron en el monasterio de Clermont (Francia) y que lo adquirió Teodoro de Beza, aunque en la actualidad se conserva en la Bibliothèque Nationale de París.
Entre los manuscritos de las Escrituras Griegas Cristianas en vitela descubiertos más recientemente está el Códice Washingtoniano I, que contiene los evangelios en griego (en el orden “occidental” común: Mateo, Juan, Lucas y Marcos). Este códice se adquirió en Egipto en el año 1906 y se conserva en la galería de arte Freer, en Washington, D.C. El símbolo internacional de este códice es “W”. Se cree que se escribió en el siglo V E.C., excepto una parte de Juan, que debió reemplazarse en el siglo VII por haberse estropeado. El Códice Washingtoniano II, cuyo símbolo es “I”, también de la colección Freer, contiene porciones de las cartas canónicas de Pablo, entre las que se encuentra la carta a los Hebreos. Se cree que el códice se escribió en el siglo V E.C.
Las Escrituras Hebreas y Griegas Cristianas. Los manuscritos bíblicos más importantes y completos que hay en griego se escribieron en vitela en letras unciales.
Manuscrito Vaticano núm. 1209. El Manuscrito Vaticano núm. 1209 (Códice Vaticano), designado internacionalmente por el símbolo “B”, es un códice uncial del siglo IV E.C., escrito posiblemente en Alejandría, y que en un principio contenía toda la Biblia en griego. Un corrector de fecha posterior repasó las letras, quizás debido a que la escritura original se había ido borrando, pero pasó por alto las letras y palabras que consideró erróneas. Es probable que en un principio este códice tuviese unas 820 páginas, de las que hoy hay 759. La mayor parte del Génesis ha desaparecido, así como una parte del libro de los Salmos y Hebreos 9:14 a 13:25, y se han perdido en su totalidad Primera y Segunda a Timoteo, Tito, Filemón y Revelación. Este códice se conserva en la biblioteca del Vaticano, en Roma (Italia), donde está ya desde el siglo XV. Sin embargo, la dirección de la biblioteca dificultó enormemente a los eruditos el acceso al manuscrito, y no publicaron un facsímil fotográfico de todo el códice hasta 1889-1890.
El Manuscrito Sinaítico. El Manuscrito Sinaítico (Códice Sinaítico) es también del siglo IV E.C., aunque puede que el Códice Vaticano sea un poco más antiguo. El Manuscrito Sinaítico es designado por el símbolo א (`á·lef, la primera letra del alfabeto hebreo). Aunque es probable que en un tiempo contuviese toda la Biblia en griego, parte de las Escrituras Hebreas se ha perdido. Sin embargo, conserva todas las Escrituras Griegas Cristianas. En un principio este códice debía tener como mínimo 730 hojas, aunque en la actualidad solo quedan unas 393, completas o fragmentarias. Lo descubrió el docto bíblico Konstantin von Tischendorf (una parte en el año 1844 y otra en 1859) en el monasterio de Santa Catalina, al pie del monte Sinaí. En Leipzig se conservan 43 hojas de este códice; en el Museo Británico de Londres, otras 347, y en Leningrado se encuentran fragmentos de otras tres de sus hojas. En 1975 se supo del hallazgo de ocho a catorce hojas más en el mismo monasterio.
El Manuscrito Alejandrino. El Manuscrito Alejandrino (Códice Alejandrino), designado por la letra “A”, es un manuscrito griego uncial que contiene la mayor parte de la Biblia, incluido el libro de Revelación. Es posible que constase originalmente de 820 páginas, de las que se conservan 773. Por lo general se considera que este códice se escribió hacia la primera mitad del siglo V E.C., y también se conserva en el Museo Británico. (Véase apéndice de NM, págs. 1561, 1562.)
El Códice Ephraemi Syri Rescriptus. Por lo general también se cree que el Códice Ephraemi Syri Rescriptus (Códice Ephraemi), designado internacionalmente por la letra “C”, es del siglo V E.C. Es un manuscrito palimpsesto escrito en letras griegas unciales en vitela. El texto griego original se borró y sobre un buen número de páginas se escribieron los discursos de Ephraem Syrus (o el sirio) en griego. Es probable que esto se hiciese durante el siglo XII, cuando había escasez de vitela. Sin embargo, se ha podido descifrar el texto original. Aunque al parecer el Códice “C” contuvo en un tiempo todas las Escrituras en griego, en la actualidad solo se conservan 209 páginas, de las que 145 son de las Escrituras Griegas Cristianas. De modo que este códice hoy únicamente contiene algunos fragmentos de los libros de las Escrituras Hebreas y porciones de todos los libros de las Escrituras Griegas Cristianas, excepto Segunda a los Tesalonicenses y Segunda de Juan. Se conserva en la Bibliothèque Nationale de París.
Exactitud del texto bíblico.
El aprecio por la exactitud de la Biblia aumenta notablemente al observar que en comparación solo hay unos pocos manuscritos de las obras de los escritores clásicos, y ninguno es original autógrafo. A pesar de ser solo copias hechas siglos después de la muerte de los autores, los doctos hoy día aceptan tales copias posteriores como prueba suficiente de la autenticidad del texto.
Los manuscritos de las Escrituras Hebreas se prepararon con sumo cuidado. El docto W. H. Green hizo la siguiente observación con respecto al texto de las Escrituras Hebreas: “Se puede decir con seguridad que ninguna otra obra de la antigüedad se ha transmitido con tanta exactitud”. (Archaeology and Bible History, de J. P. Free, 1964, pág. 5.) El difunto escriturario sir Frederic Kenyon reafirmó la exactitud del texto bíblico en el prólogo de sus siete volúmenes titulados The Chester Beatty Biblical Papyri: “La primera y más importante conclusión que se saca del examen de [los papiros] es que confirman la solidez esencial de los textos existentes. No se muestra ninguna variación notable ni fundamental, ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento. No hay omisiones ni añadiduras importantes de pasajes, ni variaciones que afecten a hechos o doctrinas importantes. Las variaciones del texto afectan a asuntos menores, como el orden de las palabras o las palabras exactas que se usaron, [...] pero su importancia fundamental es que al aportar documentación más antigua que la conocida hasta entonces, confirman la integridad de nuestros textos existentes. En este sentido suponen una adquisición histórica” (Londres, 1933, fascículo 1, pág. 15).
En lo que atañe a las Escrituras Griegas Cristianas, sir Frederic Kenyon escribió: “El intervalo entre las fechas de su composición original y la documentación más temprana existente llega a ser tan pequeño que de hecho es insignificante, y ahora se ha eliminado el último fundamento para dudar que las Escrituras hayan llegado a nosotros sustancialmente tal como se escribieron. Tanto la autenticidad como la integridad general de los libros del Nuevo Testamento pueden considerarse finalmente probadas”. (The Bible and Archæology, 1940, págs. 288, 289.)
Siglos atrás, Jesucristo, “el testigo fiel y verdadero” (Apo 3:14), confirmó repetidas veces y con firmeza la autenticidad de las Escrituras Hebreas, como también lo hicieron sus apóstoles. (Lu 24:27, 44; Ro 15:4.) Las versiones o traducciones antiguas de las Escrituras Hebreas constituyen una prueba más de la exactitud con que estos escritos han llegado hasta nuestros días. Los manuscritos y versiones de las Escrituras Griegas Cristianas ofrecen un testimonio irrefutable de la maravillosa conservación y transmisión exacta de esa parte de la Palabra de Dios. Por consiguiente, se nos ha legado un texto bíblico auténtico, confiable y exacto. Un examen cuidadoso de los manuscritos que se han conservado de las Sagradas Escrituras pone de relieve el testimonio elocuente de su fiel conservación y permanencia, lo que da aún más significado a la declaración inspirada: “La hierba verde se ha secado, la flor se ha marchitado; pero en cuanto a la palabra de nuestro Dios, durará hasta tiempo indefinido”. (Isa 40:8; 1Pe 1:24, 25.)
Algunos pueblos paganos solían marcar con un hierro candente o de otro modo tanto a los animales como a los esclavos como indicación de propiedad. En el caso de los seres humanos, estas marcas se hacían en una parte visible del cuerpo, como, por ejemplo, en la frente. Los adoradores de dioses falsos a veces usaban como distintivo la marca de su deidad en la frente. Sin embargo, la ley que Jehová dio a Israel prohibía desfigurar a los seres humanos con marcas. Esta ley servía para impedir ciertas prácticas idólatras y daba la debida consideración a la creación de Dios. (Le 19:28.) Bajo la Ley, la única marca que alguna vez se hacía a un esclavo era la de horadar la oreja del que voluntariamente solicitaba servir de esclavo a su amo “hasta tiempo indefinido”. (Dt 15:16, 17.) Jehová predijo que, como esclavas de conquistadores extranjeros, las altivas mujeres de Judá tendrían “una marca con hierro candente [heb. ki] en vez de belleza”. (Isa 3:24.)
Uso figurado. En las Escrituras también se habla en sentido figurado de marcas hechas en el cuerpo humano. En la visión de Ezequiel se comisionó a un hombre con un tintero de secretario para que fuera por Jerusalén y ‘pusiera una marca [heb. taw] sobre los que estaban suspirando y gimiendo por todas las cosas detestables que se estaban haciendo en medio de ella’. Esta acción mostró que eran personas justas, siervos que pertenecían a Jehová, de modo que merecían ser librados de la ejecución del juicio de Jehová. La marca figurativa sobre su frente así lo atestiguaba. (Eze 9; compárese con Eze 9:4, nota; 2Pe 2:6-8.)
Pablo escribió a los gálatas: “Llevo en mi cuerpo las marcas [gr. stíg·ma·ta] de un esclavo de Jesús”. (Gál 6:17.) Fueron muchos los abusos físicos que Pablo tuvo que sufrir en su cuerpo carnal debido a su servicio cristiano, algunos de los cuales le debieron dejar cicatrices, como testimonio de la autenticidad de su afirmación de que era un esclavo fiel de Jesucristo. (2Co 11:23-27.) Es posible que estas hayan sido las marcas a las que aludió. O quizás se refirió a su vida cristiana, en la que se manifestaba el fruto del espíritu y la obra del ministerio cristiano.
Por otro lado, en la visión de Juan, las personas que recibían la marca (o grabado) de la bestia salvaje en sus frentes o sobre su mano iban a ser destruidas. La marca en la frente las identificaba públicamente como adoradores de la bestia salvaje y, por lo tanto, esclavos de ella. De modo que estas personas eran opositoras de Dios, pues la bestia salvaje recibía su autoridad del dragón, Satanás el Diablo. La marca en la mano lógicamente significaría apoyo activo a la bestia salvaje, pues la mano se utiliza para efectuar trabajo. Lit.: “grabado”. Gr.: kjá·rag·ma; J18,22(heb.): hat·táw, “la tau”, la letra heb. que corresponde a la “T” española. Compárese con Eze 9:4, n. (Apo 13:1, 2, 16-18; 14:9, 10; 16:1, 2; 20:4.)
“Una marca en su mano derecha o sobre su frente” Una marca en la mano derecha representa adecuadamente apoyo activo. ¿Y qué puede decirse de la marca en la frente? La obra The Expositor’s Greek Testament dice: “Esta es una alusión muy figurativa al hábito de marcar los soldados y los esclavos con un visible tatuaje o estigma [...]; o, todavía mejor, a la costumbre religiosa de llevar el nombre de un dios como talismán”. Muchos seres humanos, de palabra o hecho, llevan simbólicamente esta marca que los identifica como “esclavos” o “soldados” de la “bestia”. (Apo 13:3, 4.) En lo que respecta a su futuro, la obra Theological Dictionary of the New Testament (Diccionario teológico del Nuevo Testamento) dice: “Los enemigos de Dios permiten que se les grabe en la frente y en una mano la [marca] de la bestia, el misterioso número que contiene su nombre. Esto les confiere grandes oportunidades de progreso económico y comercial, pero les acarrea la ira de Dios y los excluye del reino milenario, Apo 13:16; 14:9; 20:4”. (w98 1/11 15 párr. 9)
¿Qué es la marca simbólica que el “hombre vestido de lino” les pone a las “otras ovejas” de Cristo?
La “marca” es la prueba de que estas personas mansas como ovejas son personas dedicadas y bautizadas cuya personalidad es como la de Cristo. (Ezequiel 9:2-4; Juan 10:16.)
Huellas
Cierta noche un hombre tuvo un sueño. Soñó que caminaba en la playa junto a Jesucristo.
A través de ese paseo pasaban escenas de su vida.
Se propuso preguntar al Maestro.
El Señor contestó: |
Forma españolizada de la palabra griega (que significa “cinco rollos” o “volumen quíntuplo”) con la que se designan los primeros cinco libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.
Contenido. El Pentateuco constituye una sección fundamental de la Palabra escrita de Dios, y buena parte de ella se cimenta sobre estos cinco libros. El primero de ellos, Génesis, presenta el relato inspirado de la creación, y narra la historia del hombre desde Edén a través de casi toda la era de los patriarcas hasta la muerte de José (desde “el principio” hasta 1657 a. E.C.). El segundo libro, Éxodo, comienza con la muerte de José y relata el nacimiento de Moisés en un tiempo de esclavitud, la liberación del pueblo de Dios del yugo egipcio y la inauguración del pacto de la Ley en Sinaí; incluye detalles acerca de la construcción del principal centro de adoración en el desierto, el tabernáculo (sucesos históricos acaecidos entre 1657 y 1512 a. E.C.). Levítico, el tercer libro, abarca solo un mes (1512 a. E.C.), y proporciona información inestimable acerca del sacerdocio levítico, su ordenación y deberes, así como las leyes y regulaciones que gobernaban el apoyo que la congregación debía dar a la adoración de Jehová. Como indica su nombre, el cuarto libro, Números, registra los censos que se tomaron poco después de comenzar la andadura por el desierto y también antes de que finalizara. Asimismo proporciona muchos detalles acerca de los cuarenta años que vagó Israel por el desierto (hasta 1473 a. E.C.) e incluye muchas leyes contenidas en el pacto hecho con la nación. El último libro, Deuteronomio, abarca un período de unos dos meses (1473 a. E.C.); explica porciones del pacto de la Ley y suministra muchos reglamentos que serían necesarios para la nueva generación de israelitas que se encontraban en las llanuras de Moab, listos para invadir y ocupar la Tierra Prometida. Sus últimos capítulos narran el nombramiento de Josué como caudillo tras la muerte de Moisés.
Escritor. No hay ninguna referencia bíblica que diga que Moisés escribió todo el Pentateuco; sin embargo, en él se hallan declaraciones explícitas que respaldan esa conclusión. (Éx 17:14; 24:4; 34:27; Nú 33:2; Dt 31:9, 19, 22, 24-26.) Además, en muchos pasajes las declaraciones se atribuyen directamente a Moisés: desde su primera conversación que se registra (Éx 2:13, 14) hasta su última bendición del pueblo (Dt 33:1-29), lo que incluye algunos de sus largos discursos (Dt 1:1; 5:1; 27:1; 29:2; 31:1) y memorables cánticos. (Éx 15:1-19; Dt 31:30-32:43.) En 20 de los 27 capítulos de Levítico, los versículos de apertura nos indican que lo que sigue es la palabra de Jehová hablada a Moisés para que este a su vez la informara al pueblo. Lo mismo sucede en más de 50 ocasiones en el libro de Números. Por tanto, exceptuando los versículos finales de Deuteronomio, el propio contenido del Pentateuco demuestra fehacientemente que Moisés fue su escritor.
Muchos pasajes más de la Biblia testifican que la propia mano de Moisés escribió el Pentateuco. (Jos 1:7; Jue 3:4; 2Re 18:6; Mal 4:4.) Hombres como David (1Re 2:1-3), Daniel (9:11), Esdras (6:18), Nehemías (8:1), Jesús (Mr 12:26; Lu 16:29; Jn 7:19), Lucas (24:27) y Juan (1:17) se refieren a estos escritos y los atribuyen a Moisés. Como prueba concluyente, Jesús reconoció específicamente que Moisés fue el escritor (Mr 10:3-5; Jn 5:46, 47), como también lo reconocieron los saduceos (Mr 12:18, 19).
Piel de oveja, cabra o becerro preparada de modo que ofrece una superficie donde se puede escribir. En la antigüedad, el cuero se usó por mucho tiempo con ese propósito: el Rollo del mar Muerto de Isaías, copiado en las postrimerías del siglo II a. E.C., es de cuero. El papiro de Egipto llegó a usarse más extensamente como material de escritura, pero, según Plinio, cuando el gobernante de Egipto prohibió su exportación alrededor del año 190 a. E.C., se ideó en Pérgamo utilizar el pergamino de cuero (la palabra española “pergamino” viene del latín pergamena). Esto quizás signifique simplemente que se popularizó un método ya existente de tratar las pieles para que pudiera escribirse sobre ambos lados. Si bien los rollos de papiro eran menos costosos, los pergaminos eran más duraderos.
En 2 Timoteo 4:13, el apóstol Pablo pidió a Timoteo que le llevase “los rollos, especialmente los pergaminos” (BAS, nota; NM; NTI; NVI; Val, 1989). No se indica qué contenían aquellos rollos, pero es muy posible que estuviese pidiendo porciones de las Escrituras Hebreas para estudiarlas mientras se hallaba encarcelado en Roma. La frase “especialmente los pergaminos” parece indicar que no solo había rollos de pergamino, sino también “rollos de papiro” (FF).
En la Roma antigua se utilizaban tablillas de madera recubiertas de cera para escribir sobre ellas asuntos de naturaleza temporal, pero con el tiempo fueron remplazadas por hojas de cuero o pergamino. La palabra latina membranae (pieles) designaba estos cuadernos de pergamino. En el texto citado antes, Pablo empleó el equivalente griego de esta palabra cuando pidió “los rollos, especialmente los pergaminos [mem-brá-nas]”. Por esa razón, algunos comentaristas opinan que estaba solicitando algunos rollos de las Escrituras Hebreas y además algunos apuntes o cartas de algún tipo. Por eso se ha traducido “los libros, y especialmente mis papeles” (VP, ed. de España) y “los libros también, pero sobre todo los cuadernos” (NBE). Sin embargo, no puede precisarse si “los pergaminos” eran cuadernos o rollos de pergamino (LT).
Vitela. El pergamino se obtenía normalmente de pieles de oveja, cabra o becerro. En los siglos III y IV E.C., comenzó a hacerse una distinción entre el material más basto y el más fino. Al más basto continuó llamándosele pergamino, pero el más fino tomó el nombre de vitela. La vitela se obtenía de pieles finas de ternero o cabrito, y a veces, de terneros y corderos nonatos. Para su preparación, se raspaba el pelo de la piel una vez que se había lavado, se extendía sobre un marco y se volvía a lavar y restregar para eliminar las irregularidades; luego se espolvoreaba con tiza y se frotaba con piedra pómez. De este modo se obtenía un material de escritura muy fino y suave, casi blanco, que se utilizó extensamente en obras importantes hasta la invención de la imprenta, para la que el papel daba mejor resultado, además de ser más económico. Varios manuscritos bíblicos de particular relevancia, como el Sinaítico y el Vaticano núm. 1209, que datan del siglo IV, así como el Alejandrino, del siglo V, se escribieron sobre vitela.
Instrumento fabricado de diversos modos y con distintos materiales que servía para escribir. Cuando en la antigüedad se escribía sobre arcilla, cera o metales blandos, se utilizaba el estilo (véase ESTILO) pero también se escribía con pluma y tinta en pergaminos o papiros. (3Jn 13; 2Jn 12.) La palabra griega que se traduce “pluma” (ká·la·mos) significa caña o junco, y podría traducirse de manera literal por “cálamo” o “caña de escribir”. Las plumas de caña de los antiguos egipcios tenían una cabeza fina a modo de cincel que estaba cortada de tal modo que servía de pincel. Puede que se hayan secado y endurecido las cañas enterrándolas en estiércol durante varios meses, como se ha venido haciendo en años recientes. Los griegos y romanos utilizaban cañas con puntas cortadas como luego se hizo con las plumas de ave o más recientemente con las plumillas.
Forma que adoptaban comúnmente los libros durante el período en que se escribió la Biblia. Las Escrituras se registraron y a menudo se copiaron en rollos de cuero, pergamino o papiro. (Jer 36:1, 2, 28, 32; Jn 20:30; Gál 3:10; 2Ti 4:13; Apo 22:18, 19.) Un rollo se hacía tomando varios pedazos de estos materiales y pegándolos entre sí hasta formar una hoja larga, que luego se enrollaba alrededor de un palo. Cuando el rollo era muy largo, se utilizaban dos palos, uno en cada extremo, y se iba enrollando en ambos hacia el centro. Para leer un rollo de esa clase, se desenrollaba con una mano y se enrollaba con la otra hasta localizar el lugar deseado. Una vez terminada la lectura, el rollo se volvía a enrollar de la misma manera. (Véanse más detalles en cuanto a los materiales empleados, tamaño, etcétera en LIBRO.)
Da testimonio de Jesús. Jesucristo vino a la Tierra para hacer la voluntad de Dios, como se había predicho en las Escrituras Hebreas, en el “rollo del libro”. (Sl 40:7, 8; Heb 10:7-9.) En la sinagoga de Nazaret, Jesús abrió el rollo de Isaías y leyó las palabras en las que se profetizaba que se le ungiría con el espíritu de Jehová para predicar. Luego, enrolló el volumen, se lo dio al servidor, se sentó y dijo a todos los presentes: “Hoy se cumple esta escritura que acaban de oír”. (Lu 4:16-21; Isa 61:1, 2.) De hecho, puesto que “el dar testimonio de Jesús es lo que inspira el profetizar”, todos los rollos de las Escrituras y la proclamación pública de las buenas nuevas que se hallan en los rollos de la Escrituras Cristianas tienen que ver con la posición y obra de Jesucristo en el propósito de Jehová. (Apo 19:10.)
Juan escribió al concluir el relato de su evangelio: “Hay, de hecho, muchas otras cosas también que Jesús hizo, que, si se escribieran alguna vez en todo detalle, supongo que el mundo mismo no podría contener los rollos que se escribieran”. (Jn 21:25.) Juan no intentó escribirlo todo en su evangelio, sino únicamente los detalles suficientes como para fundamentar su argumento principal, a saber, que Jesucristo era el Hijo de Dios y su Mesías. De hecho, hay suficiente información en el “rollo” de Juan, así como en el resto de las Escrituras inspiradas, para probar más allá de toda duda que “Jesús es el Cristo el Hijo de Dios”. (Jn 20:30, 31.)
Uso simbólico. La palabra “rollo” se utiliza varias veces de manera simbólica en la Biblia. Ezequiel y Zacarías vieron un rollo escrito por ambos lados. Como normalmente solo se usaba un lado del rollo, el que estuvieran escritos por los dos quizás indique la importancia, el alcance y la seriedad de los juicios registrados en ellos. (Eze 2:9–3:3; Zac 5:1-4.) En la visión de Revelación, el que estaba sentado en el trono sostenía en su mano derecha un rollo que tenía siete sellos, los cuales impedían descubrir el contenido hasta que el Cordero de Dios los abriese. (Apo 5:1, 12; 6:1, 12-14.) Más adelante Juan contempló en la visión un rollo, y recibió el mandato de comérselo. En la boca le supo dulce, pero le amargó el vientre. Como el rollo estaba abierto, no sellado, era algo que se tenía que entender. Para Juan era “dulce” recibir el mensaje que contenía, pero al parecer había en él cosas amargas que tenía que profetizar. (Apo 10:1-11.) Ezequiel tuvo una experiencia similar con el rollo que le presentaron, en el que había “endechas y gemir y plañir”. (Eze 2:10.)
“El rollo de la vida del Cordero.” Dios no escoge a los adoradores idolátricos de la simbólica “bestia salvaje” para que sean los asociados del Cordero. Por consiguiente, “el nombre de ninguno de estos está escrito en el rollo de la vida del Cordero que fue degollado”, como ya estaba determinado “desde la fundación del mundo” de la humanidad. (Apo 13:1-8; 21:27.)
Rollos de juicio y de vida. Juan también observó que “se abrieron rollos” y que se juzgó a los resucitados “de acuerdo con las cosas escritas en los rollos según sus hechos”. Estos rollos al parecer contienen las leyes e instrucciones de Jehová con las que se fija la voluntad divina para los hombres durante ese período de juicio, y su obediencia con fe o su desobediencia a lo que está escrito en los rollos es lo que revela si son dignos de que sus nombres se escriban o retengan en el “rollo de la vida” de Jehová. (Apo 20:11-15; véase VIDA.)
‘Enrollados como el rollo de un libro.’ En Isaías 34:4, el profeta pronuncia juicio contra las naciones, diciendo: “Y los cielos tienen que enrollarse, justamente como el rollo de un libro”. Es evidente que aquí se refiere a enrollar y guardar un rollo al acabar de leerlo. De manera que esa expresión simboliza que se guarda o se suprime aquello que ya no tiene utilidad o valor.
“El rollo del Libro.” Jesucristo vino a la Tierra para hacer la voluntad de Dios, como se había predicho en las Escrituras Hebreas, en el “rollo del libro”. (Sl 40:7, 8; Heb 10:7-9.) En la sinagoga de Nazaret, Jesús abrió el rollo de Isaías y leyó las palabras en las que se profetizaba que se le ungiría con el espíritu de Jehová para predicar. Luego, enrolló el volumen, se lo dio al servidor, se sentó y dijo a todos los presentes: “Hoy se cumple esta escritura que acaban de oír”. (Lu 4:16-21; Isa 61:1, 2.) De hecho, puesto que “el dar testimonio de Jesús es lo que inspira el profetizar”, todos los rollos de las Escrituras y la proclamación pública de las buenas nuevas que se hallan en los rollos de la Escrituras Cristianas tienen que ver con la posición y obra de Jesucristo en el propósito de Jehová. (Apo 19:10.)
“El rollo del profeta Isaías.” El rollo de Isaías más completo (1QIsa). Se cree que data de entre el año 125 y el año 100 antes de nuestra era. Se encontró en una cueva en Qumrán, cerca del mar Muerto. En la imagen se ve resaltada la porción de Isaías 61:1, 2, que es la que leyó Jesús cuando visitó la sinagoga de Nazaret. En el siglo primero, los libros de la Biblia no estaban divididos en capítulos y versículos, así que Jesús tuvo que buscar el pasaje que quería leer sin esa ayuda. Pero halló el lugar donde estaba escrito, lo que demuestra que conocía muy bien la Palabra de Dios. El documento está compuesto por 17 hojas de pergamino de 54 columnas de texto cosidas entre sí con hilo de lino. Las hojas tienen una altura media de 26,4 cm (10,3 in) y un ancho que varía entre los 25,2 cm (casi 10 in) y los 62,8 cm (unas 25 in). En su estado actual de conservación, el rollo mide un total de 7,3 m (24 ft) de largo. Es probable que Jesús abriera un rollo como este para encontrar el lugar donde estaban las palabras proféticas acerca del Mesías (Lu 4:17-20). En la imagen también se ven resaltados los tres lugares donde aparece el Tetragrámaton en este pasaje.
Isaías 37:24-40:2 tal como aparece en el Rollo del mar Muerto. Puede apreciarse que la porción que corresponde al capítulo 40 de Isaías empieza en la última línea de la columna en la que termina la porción correspondiente al capítulo 39
(Ponga la regla en la escala entre 35 y 29 para verlo en el rollo original)
Por lo general, un funcionario diestro en escribir y guardar registros. La palabra hebrea so·fér también se puede traducir “escribano” y “copista”.
Al menos en algunas ocasiones, en Israel había un oficial de la corte, de alto rango y confiable, llamado el “secretario del rey” o el “secretario”. (2Cr 24:11; 2Re 19:2.) No se trataba simplemente de un escriba, como el que se utilizaba para hacer documentos, ni de un copista de la Ley. (Jue 5:14; Ne 13:13; compárese con 2Sa 8:15-18; 20:23-26; véanse COPISTA; ESCRIBA, ESCRIBANO.) A veces, el secretario del rey se encargaba de cuestiones económicas (2Re 12:10, 11) y hablaba como representante del rey, en un puesto similar al de “ministro de asuntos exteriores”. (Isa 36:2-4, 22; 37:2, 3.) Bajo la gobernación de Salomón, a dos de los “príncipes” se les llama secretarios. (1Re 4:2, 3; compárese con 2Cr 26:11; 34:13.)
Además del “secretario del rey”, la Biblia habla del “secretario del jefe del ejército” (2Re 25:19; Jer 52:25) y del “secretario de los levitas”. (1Cr 24:6.) Baruc era un secretario que servía de escriba de Jeremías. (Jer 36:32.)
Es posible que la palabra hebrea deyóh, que aparece únicamente en Jeremías 36:18, proceda del egipcio. El término griego mé·lan se encuentra tres veces en las Escrituras Griegas Cristianas. (2Co 3:3; 2Jn 12; 3Jn 13.) Esta palabra es la forma neutra del adjetivo masculino mé·las, que significa “negro”. (Mt 5:36; Apo 6:5, 12.)
Las tintas solían hacerse de un pigmento o materia colorante que se dispersaba en un medio que contenía goma, cola o barniz, y que actuaba tanto de vehículo como de aglutinante para que el pigmento se adhiriera a la superficie a la que se aplicaba. Las fórmulas más primitivas de tinta y las muestras más antiguas que se han hallado revelan que el pigmento era negro carbón a base de hollín amorfo, que se obtenía de quemar aceite o madera, o carbón cristalino de una fuente animal o vegetal. Los pigmentos de las tintas rojas eran de óxidos de hierro. Las personas de la antigüedad también usaban ciertas tinturas. Josefo dice que la copia de la Ley enviada a Tolomeo Filadelfo se escribió con letras de oro. (Antigüedades Judías, libro XII, cap. II, sec. 11.) Si alguna vez se emplearon en las tintas extractos o tintes vegetales, hace mucho tiempo que desaparecieron debido a su naturaleza perecedera.
Para hacer las mejores tintas, se requería mucho tiempo para machacar y dispersar los pigmentos en la base. Luego las tintas se almacenaban en forma de pastillas o barras secas que el escriba humedecía a fin de aplicar la tinta a su pincel o caña.
Las tintas chinas se consideraron durante mucho tiempo las más duraderas, y sus tonos, los más intensos. Los documentos escritos con algunas de estas tintas pueden sumergirse en agua durante varias semanas sin que destiñan. Por otra parte, algunas tintas se hacían de manera que se pudiesen borrar con una esponja mojada o paño húmedo. Esto puede explicar el simbolismo que Jehová utilizó al decir: “Al que haya pecado contra mí, lo borraré de mi libro”. (Éx 32:33; véase también Nú 5:23; Sl 109:13, 14.)
En Ezequiel 9:2, 3, 11 se representa al hombre vestido de lino, responsable de marcar a las personas sobre la frente, con “un tintero de secretario a las caderas”, tintero que al parecer iba sujeto a un cinturón. Puede que este tintero haya sido similar al que por cierto tiempo se empleó en el antiguo Egipto. El equipo de escriba egipcio constaba de una caja de madera larga y estrecha, con un compartimiento o unas ranuras para plumas de caña. En la parte exterior, cerca de la abertura, tenía al menos un hueco para un pedacito de tinta seca. El escriba se preparaba para escribir aplicando el extremo humedecido de su pluma a la tinta. Ciertas inscripciones muestran que los escribas sirios llevaban estuches similares.
El hombre con el tintero. El hombre con el tintero de secretario de Ezequiel 9:2 representa a Jesucristo. Él marcará a los que forman la gran muchedumbre cuando, en la “gran tribulación”, determine que son ovejas (Mat. 24:21). Jehová le ha encargado a su Hijo la labor de juzgar (Juan 5:22, 23). Según Mateo 25:31-33, Jesús decidirá definitivamente quiénes son “ovejas” y quiénes son “cabras”.
Con este término se hace referencia a las traducciones de la Biblia de los idiomas hebreo, arameo y griego a otras lenguas. La obra de traducir ha hecho disponible la Palabra de Dios a miles de millones de personas que no entienden los idiomas originales de la Biblia. Las versiones primitivas de las Escrituras aparecen en la forma de manuscritos, es decir, de copias escritas a mano. Sin embargo, desde la llegada de la imprenta han aparecido muchas versiones o traducciones, de las que por lo general se han publicado grandes cantidades de ejemplares. Algunas versiones se han preparado directamente a partir de los textos bíblicos en hebreo y griego, mientras que otras son versiones de traducciones anteriores. (Cómo nos llegó la Biblia.)
Las Escrituras se han publicado, en su totalidad o en parte, en más de 1.900 idiomas. Teniendo en cuenta el alcance de estos idiomas, el 98% de la población de la Tierra puede tener acceso al menos a parte de la Biblia. Un examen de las versiones o traducciones de las Escrituras será instructivo y hará que nos sintamos agradecidos a Jehová Dios por la manera maravillosa de conservar su Palabra para el beneficio de millones de personas.
Las versiones antiguas de las Escrituras Hebreas. En la actualidad posiblemente existen 6.000 manuscritos antiguos de las Escrituras Hebreas completas o de partes de ellas escritos en hebreo (con la excepción de unas cuantas porciones escritas en arameo). Aún existen hoy también muchos manuscritos de versiones o traducciones de las Escrituras Hebreas a diversos idiomas. Algunas versiones se han traducido de traducciones anteriores del hebreo. Por ejemplo, la porción de las Escrituras Hebreas de la Versión Latina Antigua se tradujo de la Septuaginta o Versión de los Setenta, una traducción griega de las Escrituras Hebreas. Sin embargo, algunas versiones antiguas de las escrituras hebreas (la Septuaginta, los targumes arameos, la Versión Peshitta siriaca y la Vulgata latina) se tradujeron directamente del hebreo y no de una versión griega o en algún otro idioma.
El “Pentateuco” samaritano. Después de la deportación de la mayor parte de los habitantes de Samaria y de los miembros del reino de diez tribus de Israel en el año 740 a. E.C., los asirios introdujeron en aquellos territorios a gente pagana que provenía de otras regiones del imperio. (2Re 17:22-33.) Con el tiempo, los descendientes de los que se quedaron en Samaria junto con los que llevaron los asirios recibieron el nombre de samaritanos. Estos aceptaban los cinco primeros libros de las Escrituras Hebreas, y aproximadamente en el siglo IV a. E.C., produjeron el Pentateuco samaritano, que en realidad no es una traducción del Pentateuco hebreo original, sino una transliteración del texto en caracteres samaritanos que incluye algunas expresiones idiomáticas propias de ese pueblo. De los manuscritos que se conservan del Pentateuco samaritano, tan solo unos pocos son anteriores al siglo XIII E.C. La inmensa mayoría de las aproximadamente 6.000 diferencias que hay entre los textos samaritanos y hebreos no tiene ninguna importancia. Una variación de interés aparece en Éxodo 12:40, donde el Pentateuco samaritano corresponde con la Septuaginta. ★Samaritanos - [El “Pentateuco” samaritano]
Los targumes. Los “targumes” eran traducciones libres o paráfrasis de las Escrituras Hebreas al arameo. Es probable que adoptaran la forma definitiva actual aproximadamente después del siglo V E.C. Uno de los principales targumes, el “Targum de Onkelos” del Pentateuco, es bastante literal. Otro, el llamado Targum de Jonatán, o Targum de Jerusalén, de los Profetas, es menos literal. En la actualidad se conservan los targumes del Pentateuco, de los Profetas y, de fecha más tardía, de los Hagiógrafos.
La “Septuaginta” griega. La Septuaginta o Versión de los Setenta (a menudo designada LXX) fue utilizada por los judíos y los cristianos de habla griega tanto en Egipto como en otras partes. Se cree que se empezó a trabajar en esta traducción en Egipto en los días de Tolomeo Filadelfo (285-246 a. E.C.), cuando, según la tradición, 72 eruditos judíos tradujeron al griego el Pentateuco. Más tarde, por alguna razón se empleó el término “setenta”, y se llamó a esa traducción del Pentateuco Versión de los Setenta o Septuaginta, que significa “Setenta”. Con el tiempo se fueron añadiendo el resto de los libros de las Escrituras Hebreas (por diversos traductores con diferentes estilos: algunos bastante literales, otros, muy libres), hasta que finalmente se acabó la traducción de las Escrituras Hebreas durante el siglo II a. E.C., posiblemente para el año 150 a. E.C. Después, se llegó a conocer toda la obra como la Septuaginta. Los escritores de las Escrituras Griegas Cristianas citan a menudo de esta traducción. Los escritos apócrifos debieron insertarse en la Septuaginta tiempo después de que se terminara. (Véase APÓCRIFOS, LIBROS.)
Uno de los manuscritos más antiguos de la Septuaginta es el Papiro 957, Papiro de Rylands III. 458, que se conserva en la biblioteca de John Rylands, de Manchester (Inglaterra). Data del siglo II a. E.C. y consiste en porciones de Deuteronomio (23:24–24:3; 25:1-3; 26:12, 17-19; 28:31-33). Otro manuscrito, del siglo I a. E.C., es el Papiro Fuad núm. 266 (en posesión de la Société Egyptienne de Papyrologie, El Cairo), que contiene partes de la segunda mitad de Deuteronomio según la Septuaginta. En diversos pasajes de este manuscrito en griego aparece el Tetragrámaton (YHWH en español) en caracteres hebreos antiguos. (La LXX y el nombre Jehová.)
De modo que la Septuaginta griega se ha conservado en numerosos manuscritos, muchos fragmentarios y otros bastante completos. Cabe mencionar que el texto de la Septuaginta se ha conservado en los tres famosos manuscritos escritos con letras unciales sobre vitela: el Manuscrito Vaticano núm. 1209 y el Manuscrito Sinaítico, ambos del siglo IV E.C., y el Manuscrito Alejandrino, del siglo V E.C. En el Manuscrito Vaticano núm. 1209, la Septuaginta está casi completa; sin embargo, se ha perdido parte de las Escrituras Hebreas antes incluidas en el Manuscrito Sinaítico. La del Manuscrito Alejandrino es bastante completa, aunque le faltan porciones de Génesis, Primero de Samuel y Salmos.
Las versiones griegas posteriores. En el siglo II, Aquila, un prosélito judío del Ponto, hizo una nueva traducción al griego, muy literal, de las Escrituras Hebreas. Esta traducción ha desaparecido, salvo algunos fragmentos, así como citas que de ella hacen escritores antiguos. Otra traducción griega del mismo siglo es la de Teodoción. Al parecer, lo que hizo fue una revisión de la Septuaginta o de alguna otra versión griega de las Escrituras Hebreas, aunque tuvo en cuenta el texto hebreo. En la actualidad no existe ninguna copia completa de la Versión de Teodoción. Otra versión griega de las Escrituras Hebreas de la que no existe ninguna copia completa es la de Símaco. Su traducción, hecha probablemente alrededor de 200 E.C., intentó transmitir el sentido correcto sin caer en el literalismo.
Alrededor del año 245 E.C., Orígenes, un eminente erudito de Alejandría (Egipto), terminó una versión gigante y múltiple de las Escrituras Hebreas llamada Héxapla (que significa “séxtupla”). Aunque existen fragmentos de ella, no ha quedado ninguna copia manuscrita completa. Orígenes dispuso el texto en seis columnas paralelas que contenían: 1) el texto consonántico hebreo, 2) el texto hebreo transliterado al alfabeto griego, 3) la versión griega de Aquila, 4) la versión griega de Símaco, 5) la Septuaginta, revisada por Orígenes para que correspondiera más exactamente con el texto hebreo y 6) la versión griega de Teodoción. En los Salmos, usó versiones anónimas, a las que llamó Quinta, Sexta y Séptima. También utilizó la Quinta y Sexta en otros libros.
Las Escrituras Griegas Cristianas. A partir del siglo II se hicieron traducciones de las Escrituras Griegas Cristianas al sirio (un dialecto arameo). A una versión siriaca de importancia especial, que consiste en una armonización de los cuatro evangelios, se la conoce como el Diatessaron, de Taciano, y data del siglo II E.C. Es posible que esta obra se escribiese originalmente en Roma en griego y más tarde el mismo Taciano la tradujera al sirio en Siria, pero no se puede asegurar. En la actualidad se conserva una traducción al árabe del Diatessaron, además de un pequeño fragmento en vitela del siglo III en griego y una traducción armenia de un comentario sobre la mencionada traducción al árabe, perteneciente al siglo IV, y que contiene largas citas de este texto.
Hay también algunos manuscritos incompletos de una antigua versión siriaca de los evangelios (una traducción aparte del Diatessaron), la Curetoniana y los Evangelios Siriacos Sinaíticos. Aunque estos manuscritos probablemente se copiaron en el siglo V, es probable que procedan de un texto siriaco más antiguo. Puede que la versión original se haya hecho del griego alrededor del año 200 E.C. Es muy probable que en un tiempo hubiese traducciones antiguas siriacas de otros libros de las Escrituras Griegas Cristianas, pero no han llegado hasta nuestros días. En la Versión Peshitta siriaca, del siglo V E.C., se hallan todos los libros de las Escrituras Griegas Cristianas, excepto Segunda de Pedro, Segunda y Tercera de Juan, Judas y Revelación. Hacia el año 508 E.C., Filóxeno, obispo de Hierápolis, hizo que Policarpo revisase las Escrituras Cristianas de la Peshitta, y esta fue la primera vez que Segunda de Pedro, Segunda y Tercera de Juan, Judas y Revelación se añadieron a una versión siriaca.
Las Escrituras Griegas Cristianas ya estaban traducidas al latín para finales del siglo II E.C. También estaban disponibles en egipcio para aproximadamente mediados del siglo III E.C.
★Por qué confiar en los cuatro evangelios - (1-3-2010-Pg.8)
Las versiones antiguas de la Biblia completa. La Versión Peshitta siriaca, utilizada por los de habla siria que profesaban ser cristianos, fue de uso general a partir del siglo V E.C. La palabra “Peshitta” significa “sencilla”. Las Escrituras Hebreas son básicamente una traducción del hebreo hecha probablemente durante el siglo II o III E.C., aunque en una revisión posterior se efectuó un cotejo con la Septuaginta. En la actualidad existen numerosos manuscritos de la Peshitta, el más valioso de los cuales es un códice del siglo VI o VII conservado en la Biblioteca Ambrosiana de Milán (Italia). Un manuscrito de la Peshitta que contiene el Pentateuco (en el que falta Levítico) tiene una fecha que corresponde aproximadamente al año 464 E.C., lo que lo convierte en el manuscrito bíblico fechado más antiguo en cualquier lengua.
Versiones latinas antiguas. Probablemente comenzaron a aparecer a finales del siglo II E.C. La Biblia completa en latín al parecer ya se utilizaba en Cartago, en el N. de África, al menos para el año 250 E.C. Las Escrituras Hebreas de la Septuaginta (que todavía no había revisado Orígenes) se tradujeron al latín antiguo, pero las Escrituras Cristianas no se tradujeron de otra versión, sino directamente del griego. Es posible que se hayan hecho diversas traducciones, o al menos varios traductores trabajaran en la Versión Vetus Latina o Latina Antigua. Los eruditos a menudo se refieren a dos tipos básicos de texto de la Latina Antigua: el africano y el europeo. En la actualidad se conservan más de 50 manuscritos y fragmentos del Nuevo Testamento perteneciente a las versiones latinas antiguas.
Vulgata latina. La Vulgata latina es una versión de la Biblia que hizo el erudito bíblico más importante de aquel tiempo, Eusebius Hieronymus, más conocido como Jerónimo. Primero emprendió una revisión de la Versión Latina Antigua de las Escrituras Cristianas cotejándola con el texto griego; comenzó con los evangelios, que publicó en el año 383 E.C. Entre 384 y 390 E.C. aproximadamente, hizo dos revisiones de los Salmos de la Versión Latina Antigua con la Septuaginta. A la primera revisión se la conoce como el Salterio Romano, y a la segunda, como el Salterio Galicano, debido a que fueron adoptadas primero en Roma y en la Galia. Jerónimo también tradujo los Salmos directamente del hebreo, obra que recibió el nombre de Salterio Hebreo. No se sabe con seguridad cuándo exactamente terminó su revisión de las Escrituras Cristianas de la Versión Latina Antigua. Empezó a revisar las Escrituras Hebreas, pero al parecer no llegó a acabar esa revisión, sino que prefirió traducir directamente del hebreo (aunque también consultaba versiones griegas). Trabajó en su traducción del hebreo al latín desde aproximadamente el año 390 hasta el 405 E.C.
En un principio la versión de Jerónimo se recibió con hostilidad general, pero poco a poco fue consiguiendo una amplia aceptación. Debido a la aceptación general que recibió en Europa occidental, se la llegó a llamar la Vulgata, es decir, versión aceptada comúnmente (vulgata es la forma femenina del adjetivo latino vulgatus, que significa “común; divulgado”). La traducción original de Jerónimo sufrió diversas revisiones, y la Iglesia católica romana convirtió la revisión del año 1592 en su edición normalizada. En la actualidad existen miles de manuscritos de la Vulgata.
Otras traducciones antiguas. La expansión del cristianismo hizo necesarias otras versiones. Al menos para el siglo III E.C., ya se había hecho la primera traducción de las Escrituras Griegas Cristianas para los coptos egipcios. En Egipto se hablaban diversos dialectos coptos, y con el tiempo se produjeron varias versiones coptas. Las más importantes son la Versión Tebaica o Sahídica del Alto Egipto (en el S.) y la Bohaírica del Bajo Egipto (en el N.). Estas versiones contienen tanto las Escrituras Hebreas como las Griegas Cristianas y probablemente datan de los siglos III y IV E.C.
La Versión Gótica se hizo para los godos durante el siglo IV E.C., mientras estos se hallaban en Mesia (Serbia y Bulgaria). En esta versión faltan los libros de Samuel y los Reyes, que se omitieron al parecer porque el traductor, el obispo Ulfilas, pensaba que sería peligroso incluir en una versión para los godos estos libros que hablan de la guerra y también contienen información contra la idolatría.
La Versión Armenia de la Biblia data del siglo V E.C., y probablemente se preparó a partir de los textos griego y siriaco. La Versión Georgiana, hecha para los georgianos del Cáucaso, se completó hacia finales del siglo VI E.C., y aunque evidencia influencia griega, tiene una base armenia y siriaca. La Versión Etiópica, usada por los abisinios, data posiblemente de los siglos IV o V E.C. Asimismo, hay varias versiones árabes antiguas de las Escrituras. Las traducciones de algunas partes de la Biblia en árabe pueden datar incluso del siglo VII E.C., pero el registro más antiguo es el de una versión realizada en España en el año 724 E.C. La Versión Eslava se realizó en el siglo IX E.C. y se atribuye a dos hermanos: Cirilo y Metodio.