Firmamento, Astrofísica, Cosmografía |
El hecho de que las palabras hebreas `Asch y `Á-yisch, así como otros términos, se usen en relación con el Sol, las estrellas y el cielo indica que aplican a alguna constelación. (Véase Job 9:7-9; 38:32, 33.) Hoy es imposible determinar a qué constelación se refieren y por eso es más seguro transliterar el nombre (como en nuestro encabezamiento), más bien que traducirlo por nombres específicos, tales como “Arcturo” (Val, 1909) (gr. Ar-któu-ros, que literalmente significa: “Guardián de la Osa”) u “Osa” (NC).
El hecho de que en Job 38:32 se haga mención de Ash “al lado de sus hijos” refuerza la creencia de que se trata de una constelación. El punto de vista más generalizado es que pudiera tratarse de la Osa Mayor, ya que esta tiene siete estrellas principales a las que se podría considerar “sus hijos”. El aspecto importante del texto no es la identificación precisa de la constelación, sino la pregunta que en este se plantea: “¿Puedes conducirlos?”. De este modo Jehová Dios destaca ante Job su sabiduría y poder como Creador, ya que es totalmente imposible para el hombre controlar los movimientos de esos inmensos cuerpos estelares.
La palabra hebrea koh·kjáv, así como las griegas a·stér y á·stron, se aplican en un sentido general a cualquier cuerpo luminoso del espacio, a excepción del Sol y la Luna, que son designados por otros nombres.
Inmensidad del universo. Se cree que la galaxia en la que está la Tierra, llamada Vía Láctea, mide unos 100 mil años luz de extremo a extremo y tiene más de 100 mil millones de estrellas como nuestro Sol. La estrella más cercana a la Tierra, perteneciente al sistema Alfa de Centauro, está a más de 40 billones de kilómetros. No obstante, esa inmensidad parece relativamente pequeña en comparación con los 100 mil millones de galaxias que se calcula que hay en todo el universo, de las que alrededor de diez mil millones están al alcance de los telescopios modernos.
La inmensidad de la creación estelar añade gran fuerza y significado a la declaración del Creador registrada en Isaías 40:26: “Levanten los ojos a lo alto y vean. ¿Quién ha creado estas cosas? Es Aquel que saca el ejército de ellas aun por número, todas las cuales él llama aun por nombre. Debido a la abundancia de energía dinámica, porque él también es vigoroso en poder, ninguna de ellas falta”. (Compárese con Sl 147:4.) El salmista dijo con profunda reverencia: “Cuando veo tus cielos, las obras de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has preparado, ¿qué es el hombre mortal para que lo tengas presente, y el hijo del hombre terrestre para que cuides de él?”. (Sl 8:3, 4.)
Edad. El hecho de que en la actualidad lleguen a los gigantes telescopios de la Tierra rayos procedentes de estrellas y galaxias remotas, situadas a millones de años luz, indica que la creación de estos cuerpos siderales tuvo lugar hace por lo menos millones de años, pues de otro modo estos rayos no hubieran llegado aún a nuestro planeta. Esta creación está incluida en la declaración inicial de Génesis 1:1: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra”. El versículo 16 no contradice estas palabras cuando dice que durante el cuarto “día”, o período creativo, “Dios procedió a hacer [...] las estrellas”. La palabra “hacer” (heb. `a·sáh) no significa lo mismo que la palabra “crear” (heb. ba·rá´). (Véase CREACIÓN.)
Cantidad de estrellas. Al hablar con el hombre, Dios usó las estrellas para significar un número incontable, comparable al de los granos de arena que hay en las orillas del mar. (Gé 22:17; 15:5; Éx 32:13; compárese con Ne 9:23; Na 3:15, 16; Heb 11:12.) Puesto que tan solo se pueden ver con claridad y a simple vista unos pocos miles de estrellas, tiempo atrás muchos pensaron que esta comparación era desproporcionada; sin embargo, en la actualidad se cree que el número de estrellas sí es comparable a todos los granos de arena de la Tierra.
Es de interés notar que aunque Moisés dijo que en cierto sentido Israel había visto el cumplimiento de la promesa abrahámica, los censos de la población que se registran en la Biblia nunca incluyeron el número total de personas que componían la nación. (Dt 1:10; 10:22; 28:62.) Más adelante se menciona que David se abstuvo de numerar a los “de veinte años de edad para abajo, porque Jehová había prometido hacer que Israel fuese tantos como las estrellas de los cielos”. (1Cr 27:23.) Ese concepto del carácter incontable de las estrellas distingue los escritos de la Biblia de los puntos de vista de otros pueblos contemporáneos.
Dispuestas de manera ordenada. Además, en diversos textos de la Biblia se subraya el orden en que estos cuerpos celestes están dispuestos; en estos textos se hace referencia a “estatutos”, “disposiciones reglamentarias” y “órbitas” (‘cursos’ MK). (Jer 31:35-37; Jue 5:20; compárese con Jud 13.) Dios aludió a las tremendas fuerzas que determinan las posiciones de las estrellas según las leyes físicas cuando interrogó a Job: “¿Puedes tú atar firmemente las ligaduras de la constelación Kimá, o puedes desatar las cuerdas mismas de la constelación Kesil? ¿Puedes hacer salir la constelación Mazarot a su tiempo señalado? [...] ¿Has llegado a conocer los estatutos de los cielos, o podrías tú poner su autoridad en la tierra?”. (Job 38:31-33.) Por consiguiente, el New Bible Dictionary (edición de J. Douglas, 1985, pág. 1144) dice: “Afirmamos que la Biblia supone de manera consecuente un universo que es completamente racional, de tamaño vasto, en contraste con el punto de vista típico del mundo contemporáneo, según el cual el universo no era racional y no mayor de lo que en realidad se podía demostrar tan solo con los sentidos”.
Las palabras del apóstol Pablo sobre la diferencia que existe entre las estrellas se puede apreciar aún más a la luz de la astronomía moderna, que muestra las diferencias en cuanto a color, tamaño, cantidad de luz producida, temperatura e incluso densidad relativa. (1Co 15:40, 41.)
La adoración de estrellas. Aunque la adoración de estrellas estaba difundida entre las antiguas naciones del Oriente Medio, el punto de vista bíblico sostenido por los siervos fieles de Dios era que estos astros eran simplemente cuerpos materiales sujetos a las leyes y el control divino, y que no dominaban al hombre, sino que servían de lumbreras e indicadores de tiempo. (Gé 1:14-18; Sl 136:3, 7-9; 148:3.) Cuando se prohibió a los israelitas hacer cualquier representación del Dios verdadero Jehová, Moisés advirtió que no fuesen seducidos a adorar al Sol, la Luna y las estrellas, que “Jehová tu Dios ha repartido a todos los pueblos debajo de todos los cielos”. (Dt 4:15-20; compárese con 2Re 17:16; 21:5; 23:5; Sof 1:4, 5.) Las naciones paganas identificaban a sus dioses con ciertas estrellas, de modo que llegaron a ver esos cuerpos estelares desde una óptica nacionalista. Se cree que Sakut y Keván, dioses que adoraba el Israel apóstata mencionados en Amós 5:26, eran los nombres babilonios del planeta Saturno, al que Esteban llama Refán cuando cita este texto. (Hch 7:42, 43.) El culto a las estrellas desempeñaba un papel muy importante en Babilonia, pero no les sirvió de nada cuando les sobrevino su destrucción. (Isa 47:12-15.)
La “estrella” vista después del nacimiento de Jesús. Es obvio que los “astrólogos de las partes orientales”, es decir, de la vecindad de Babilonia, cuya visita al rey Herodes después del nacimiento de Jesús resultó en la matanza de todos los niños varones de Belén, no eran siervos o adoradores del Dios verdadero. (Mt 2:1-18; véase ASTRÓLOGOS.) Se ha comentado que la “estrella” (gr. a·stér) que vieron pudo ser un cometa, un meteoro, una supernova o, la idea más aceptada, una conjunción planetaria. No obstante, ninguno de esos cuerpos o fenómenos pudo ‘detenerse encima de donde estaba el niñito’ y así identificar la casa del pueblo de Belén donde se encontraba Jesús. Es también notable que solo estos astrólogos paganos ‘vieron’ la estrella. Tanto el hecho de que las Escrituras condenen la astrología como los resultados adversos de la visita —que puso en peligro la vida del futuro Mesías—, permiten concluir que los astrólogos fueron dirigidos por una fuente opuesta a los propósitos de Dios con respecto al Mesías prometido. Es razonable preguntarse si el que “sigue transformándose en ángel de luz”, cuya operación es “con toda obra poderosa y señales y portentos presagiosos mentirosos”, que fue capaz de hacer que una serpiente pareciera hablar y a quien Jesús llamó “homicida cuando principió”, no podía también hacer que los astrólogos ‘vieran’ algo parecido a una estrella que primero los condujo, no a Belén, sino a Jerusalén, donde residía un enemigo mortal del Mesías prometido. (2Co 11:3, 14; 2Te 2:9; Gé 3:1-4; Jn 8:44.)
Uso figurado. En la Biblia se hace referencia a las estrellas con un sentido figurado y en metáforas o símiles para representar a ciertas personas, como en el sueño de José, en el que sus padres estaban representados por el Sol y la Luna, y sus once hermanos, por once estrellas. (Gé 37:9, 10.) En Job 38:7 se establece un paralelo entre “las estrellas de la mañana” que clamaron gozosamente cuando se fundó la Tierra y los “hijos de Dios” angélicos. El resucitado y ensalzado Jesús dijo que él era “la brillante estrella de la mañana” y prometió a sus seguidores que si vencían, les daría “la estrella de la mañana”, lo que daba a entender que tendrían parte con él en su puesto y gloria celestiales. (Apo 22:16; 2:26, 28; compárese con 2Ti 2:12; Apo 20:6.) A los siete “ángeles” de las congregaciones a los que se dieron mensajes escritos se les simboliza por siete estrellas en la mano derecha de Cristo. (Apo 1:16, 20; 2:1; 3:1.) El “ángel del abismo”, llamado en hebreo Abadón (del heb., significa: “Destrucción”). y en griego “Apolión”, significa “Destructor”, también está representado por una estrella (Apo 9:1, 11). Apocalipsis 20:1-3 se presenta al ángel que tiene “la llave del abismo” como un representante de Dios procedente del cielo, y, más bien que ser “satánico”, ata a Satanás y lo arroja al abismo.
En el dicho proverbial registrado en el capítulo 14 de Isaías, el jactancioso y ambicioso rey de Babilonia (es decir, la dinastía de reyes babilonios representada por Nabucodonosor), a quien se llama el “resplandeciente” (heb. heh·lél; “Lucifer”, Ga, Scío), aparece intentando elevar su trono “por encima de las estrellas de Dios”. (Isa 14:4, 12, 13; véase RESPLANDECIENTE.) Para referirse en términos proféticos a los reyes davídicos de Judá se emplea metafóricamente una “estrella” (Nú 24:17), y la historia bíblica muestra que la dinastía babilonia por un tiempo consiguió elevarse por encima de estos reyes de Judá al conquistar Jerusalén. Una profecía similar, registrada en el capítulo 8 de Daniel, representa al “cuerno” pequeño de una potencia futura pisando ciertas estrellas del “ejército de los cielos” y avanzando contra el Príncipe del ejército y su santuario (Da 8:9-13), mientras que, en comparación, en el capítulo 12 de Daniel se dice que aquellas personas que tienen “perspicacia” y llevan a otros a la justicia brillan “como las estrellas” en el “tiempo del fin”. (Da 12:3, 9, 10.) Por otro lado, a los que se desvían inmoralmente de la verdad se les compara a “estrellas sin rumbo fijo”. (Jud 13.)
El oscurecimiento de las estrellas, el Sol y la Luna es una figura retórica que se utiliza con frecuencia en las advertencias proféticas del desastre que resulta del juicio adverso de Dios. (Isa 13:10; Eze 32:7; Apo 6:12, 13; 8:12; compárese con Job 9:6, 7.) También se emplea el oscurecimiento de estas lumbreras en la descripción del crepúsculo de la vida de la persona de edad avanzada en Eclesiastés 12:1, 2. En otros textos se habla de estrellas que caen o que son arrojadas a la Tierra. (Mt 24:29; Apo 8:10; 9:1; 12:4.) Se predicen “señales” en el Sol, la Luna y las estrellas como prueba del tiempo del fin. (Lu 21:25.)
“Lucero.” La expresión “lucero” Lit.: “portador de luz”, (gr. fö·sfó·ros) aparece una vez, en 2 Pedro 1:19, y tiene un significado similar a “estrella de la mañana”. En ciertas estaciones del año, estas estrellas son las últimas que salen sobre el horizonte oriental antes de que el Sol aparezca, de manera que son heraldos del amanecer de un nuevo día. La referencia previa de Pedro a la transfiguración de Jesús en magnífica gloria parece establecer una relación con su poder real como la “raíz y la prole de David, y la brillante estrella [a·stér] de la mañana”. Apocalipsis 22:16 llama a Jesucristo “la brillante estrella de la mañana” en su puesto de Rey entronizado desde 1914 E.C. (Apo 2:26-28.)
‘Las estrellas pelearon contra Sísara.’ La siguiente frase del relato de Jueces 5:20 ha dado pie a diversas interpretaciones: “Desde el cielo pelearon las estrellas, sí, desde sus órbitas pelearon contra Sísara”. Algunos opinan que esta frase es una simple alusión poética a la ayuda divina. (Compárese con Jue 4:15; Sl 18:9.) Otros piensan que se produjo una lluvia de meteoritos o que a Sísara le fallaron las predicciones astrológicas. Puesto que el registro bíblico no especifica cómo “lucharon” las estrellas, parece suficiente considerar la declaración como una acción divina de naturaleza milagrosa, acción que se llevó a cabo en favor del ejército de Israel.
“Tercera parte de las estrellas” Una minoría de las estrellas y sin embargo un número considerable de ellas, puesto que la fracción “tercera” se usa como símbolo de énfasis. De modo que podría haber decenas de miles, legiones, de estos demonios, bajo el control del “dragón grande de color de fuego,” que es “el gobernante de los demonios.”—Marcos 5:9-15; Mateo 12:24; pero en cuanto a la Tierra el dragón tiene mejor éxito, porque “está extraviando a toda la tierra habitada.”—Apocalipsis 12:4, 9.
Con relación al segundo período o “día” creativo, Génesis 1:6-8 explica: “Y Dios pasó a decir: ‘Llegue a haber una expansión [heb. ra·qí·a´] en medio de las aguas, y ocurra un dividir entre las aguas y las aguas’. Entonces Dios procedió a hacer la expansión y a hacer una división entre las aguas que deberían estar debajo de la expansión y las aguas que deberían estar sobre la expansión. Y llegó a ser así. Y Dios empezó a llamar a la expansión Cielo”. Más adelante, el registro dice que aparecieron las lumbreras en “la expansión de los cielos”, y después las criaturas voladoras que volaban sobre la tierra: “Sobre la faz de la expansión de los cielos”. (Gé 1:14, 15, 17, 20.)
La Versión de los Setenta griega usó la palabra ste·ré·ö·ma (que significa “estructura firme y sólida”) para traducir la voz hebrea ra·qí·a´, y la Vulgata latina empleó el término latino firmamentum, que también transmite la idea de algo sólido y firme. Muchas versiones (BJ, NC y otras) traducen ra·qí·a´ por “firmamento”, aunque algunas de ellas ofrecen como alternativa en sus notas “extensión” (Scío, TA). En la misma línea, otras traducen “estrato” (PIB) o “expansión” (ATI, BAS, MK, Mod, NM, Val).
Hay quienes se han empeñado en tratar de demostrar que el antiguo concepto hebreo del universo era que la Tierra tenía una cúpula perforada por cuyos agujeros pasaba la lluvia, y que las estrellas estaban fijas en el interior de esa cúpula sólida. Tanto en diccionarios bíblicos como en algunas traducciones de la Biblia se pueden ver diagramas que representan tal concepto. Comentando sobre esta idea, The International Standard Bible Encyclopaedia dice: “Pero esta suposición en realidad se basa más en las ideas prevalecientes en Europa durante la Edad Media que en alguna declaración específica del A[ntiguo] T[estamento]” (edición de J. Orr, 1960, vol. 1, pág. 314).
Si bien es cierto que la raíz (ra·qá´) de la que se deriva ra·qí·a´ se usa por lo general con el sentido de ‘batir’ algo sólido, ya sea con la mano, con el pie o con algún instrumento (compárese con Éx 39:3; Eze 6:11), en algunos casos no es lógico descartar el que la palabra pueda usarse en sentido figurado. Por ejemplo, en Job 37:18 Elihú pregunta respecto a Dios: “¿Puedes tú con él batir [tar·qí·a´] los cielos nublados, duros como un espejo fundido?”. Se puede ver que no se está hablando del batido literal de una bóveda celeste sólida por el hecho de que la palabra “cielos” empleada aquí se deriva de un término (schá·jaq) que también se traduce “capa tenue de polvo” o “nubes”. (Isa 40:15; Sl 18:11.) En vista de la apariencia nebulosa de aquello que es ‘batido’, es obvio que el escritor bíblico se limita a comparar de manera figurativa a los cielos con un espejo de metal cuya faz bruñida emite un reflejo brillante. (Compárese con Da 12:3.)
Lo mismo sucede con la “expansión” que se produjo en el segundo “día” creativo: no se describe el batido de ninguna sustancia sólida, sino, más bien, la creación de un espacio abierto o una división entre las aguas que cubrían la Tierra y otras aguas que estaban por encima de ella. Así se explica la formación de la expansión atmosférica que rodea la Tierra, y se indica que hubo un tiempo en que no había tal división clara o espacio abierto, sino que todo el globo estaba envuelto en vapor de agua. Este hecho concuerda también con el razonamiento científico acerca de las etapas primitivas de la formación del planeta y el punto de vista de que en un tiempo toda el agua de la Tierra existía en forma de vapor atmosférico debido al gran calor de la superficie de la Tierra.
La advertencia que se dio a Israel mediante Moisés prueba que los escritores hebreos de la Biblia no concebían un cielo formado originalmente de metal bruñido, pues se dijo a la nación que en caso de desobedecer a Dios, el resultado sería: “Tus cielos que están sobre tu cabeza también tienen que llegar a ser de cobre; y la tierra que está debajo de ti, de hierro”, una advertencia que describe en términos metafóricos los efectos del intenso calor y la fuerte sequía sobre los cielos y la tierra de Israel. (Dt 28:23, 24.)
Asimismo, es obvio que los antiguos hebreos no compartían el concepto pagano de la existencia de “ventanas” literales en la cúpula del cielo a través de las cuales descendía la lluvia a la Tierra. Con exactitud y rigor científico, el escritor de Job cita la explicación de Elihú sobre el proceso de la lluvia: “Pues él atrae hacia arriba las gotas de agua; se filtran como lluvia para su neblina, de modo que las nubes [scheja·qím] destilan, gotean sobre la humanidad abundantemente”. (Job 36:27, 28.) Del mismo modo, la frase “compuertas [`arub·bóth] de los cielos” es claramente una expresión figurativa. (Compárese con Gé 7:11; 2Re 7:1, 2, 19; Mal 3:10; véanse también Pr 3:20; Isa 5:6; 45:8; Jer 10:13.)
En su visión de sucesos celestiales, Ezequiel describe “la semejanza de una expansión como el chispear de hielo sobrecogedor” sobre la cabeza de las cuatro criaturas vivientes. El relato abunda en expresiones figurativas. (Eze 1:22-26; 10:1.)
Aunque la formación de la expansión, o atmósfera, no requirió que se “batiese” ninguna sustancia, como, por ejemplo, algún metal, debe recordarse que la mezcla de gases que componen la atmósfera terrestre es tan material como la tierra y el agua, y tiene peso por sí misma (aparte de contener agua e infinidad de partículas sólidas, como polvo). Se calcula que el peso del aire que rodea la Tierra supera los 5.200 billones de toneladas métricas. (The World Book Encyclopedia, 1987, vol. 1, pág. 156.) La presión atmosférica al nivel del mar es de más o menos 1 Kg. por cm.2. También ejerce resistencia a los meteoritos que chocan contra la inmensa capa de aire que envuelve la Tierra, de manera que la gran mayoría de los que penetran en ella se consumen por la fricción con la atmósfera. Por lo tanto, la fuerza que comunica la palabra hebrea ra·qí·a´ concuerda con la prueba científica.
En los Salmos se dice que “la expansión” y “los cielos” informan de las obras y la gloria de Dios. (Sl 19:1.)
Aunque esta palabra se usa muchas veces en su primera acepción de “estúpido” (compárese con Sl 49:10; 92:6; Pr 1:22), en cuatro pasajes (Job 9:9; 38:31; Am 5:8; Isa 13:10 [en plural]) el contexto indica que se refiere a un cúmulo o grupo de estrellas.
Normalmente se cree que este término aplica a Orión, llamada también “El Cazador”, una constelación fácilmente visible y en la que se encuentran las estrellas gigantes Betelgeuse y Rigel. La Vulgata latina tradujo kesíl por “Orión” en Job 9:9 y Amós 5:8. La mayoría de las traducciones siguen a la Vulgata y consideran que kesíl se refiere a Orión. Los targumes antiguos y las versiones siriacas dicen “gigante”, lo que corresponde con el nombre árabe para la constelación Orión: gabbar, “El Fuerte” (su equivalente hebreo es: guib-bóhr).
El término se usa en Amós 5:8 en relación con la censura que se da a Israel por no buscar al Dios verdadero Jehová, el Hacedor de las constelaciones celestiales. En Isaías 13:9, 10 se usa el plural kesi-leh-hém (sus constelaciones de Kesil) en relación con el día de Jehová, cuando los tiranos altivos y orgullosos serán abatidos y los cuerpos celestes dejarán de despedir luz.
Algunos creen que son las estrellas Pléyades de la constelación del Taurus, o Toro. Este término se usa en Job 9:9; 38:31 y Amós 5:8 con referencia a una constelación celestial. Por lo general se cree que se refiere a las Pléyades, un grupo de estrellas formado por siete grandes astros y otros de menor tamaño, envuelto en una materia nebulosa y situado a unos trescientos años luz del Sol. En Job 38:31 Jehová le pregunta a Job si puede “atar firmemente las ligaduras de la constelación Kimá”. Hay quien relaciona este detalle con la imagen compacta que ofrece el cúmulo de las Pléyades, uno de los grupos de estrellas que mejor se divisa a simple vista. Aunque no se puede precisar cuál es la constelación a la que aquí se alude, el sentido de la pregunta pretende plantear si un simple hombre es capaz de juntar estrellas para formar con ellas una constelación permanente. Así, por medio de esta pregunta, Jehová le hizo patente a Job la inferioridad del hombre en comparación con el Soberano Universal.
Fuente de luz; lámpara; cuerpo celeste del que la Tierra recibe luz.
El relato de Génesis informa que durante el cuarto “día” creativo, Dios hizo que “[llegase] a haber lumbreras en la expansión de los cielos”. (Gé 1:14, 19.) Esto no quiere decir que la luz (heb. `ohr) misma se originase entonces, puesto que ya existía previamente. (Gé 1:3.) Tampoco significa que el Sol, la Luna y las estrellas se creasen en aquel momento. El versículo inicial de la Biblia dice: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra”. (Gé 1:1.) Por lo tanto, los cielos —con sus cuerpos celestes, entre ellos el Sol— existían con una anterioridad indefinida a todo lo sucedido durante los seis períodos creativos descritos en los siguientes versículos del primer capítulo de Génesis.
Ha de tenerse en cuenta que mientras que Génesis 1:1 registra que Dios “creó” (heb. ba·rá´) los cielos y la tierra en el principio, los versículos 16 y 17 señalan que durante el cuarto “día” creativo, “Dios procedió a hacer [heb. una forma de `a·sáh] las dos grandes lumbreras, la lumbrera mayor para dominar el día y la lumbrera menor para dominar la noche, y también las estrellas. Así las puso Dios en la expansión de los cielos para brillar sobre la tierra”. La palabra hebrea `a·sáh, frecuentemente traducida “hacer”, puede significar establecer (2Sa 7:11), designar (Dt 15:1), formar (Jer 18:4) o preparar (Apo 21:8).
Por lo tanto, estos versículos explican la nueva relación del Sol, la Luna y las estrellas, ya existentes, con el planeta Tierra. Durante el primer “día”, la luz (heb. `ohr) empezó a penetrar, probablemente de modo gradual, a través de las capas de nubes que aún envolvían la Tierra, y llegó a ser visible a un observador terrestre, si hubiera estado presente. (Gé 1:3.) Pero el cuarto “día” se produjeron ciertos cambios. Cuando se dice que en aquel día “las puso Dios en la expansión de los cielos”, debe entenderse que Dios hizo que las fuentes de luz (heb. ma·`óhr), como el Sol, la Luna y las estrellas, llegaran a ser perceptibles en la expansión con el propósito de “hacer una división entre el día y la noche” y “servir de señales y para estaciones y para días y años”. Además de dar prueba de la existencia de Dios y su majestuosidad, los movimientos aparentes de estas lumbreras permiten que el hombre señale con exactitud las estaciones, los días y los años. (Gé 1:14-18; Sl 74:16; 148:3.)
La misma palabra hebrea (ma·`óhr) se usa para designar los utensilios que alumbraban el tabernáculo, los cuales contenían aceite como combustible. (Éx 25:6; 27:20; 35:8, 14, 28; Le 24:2; Nú 4:9.) Este término también se usa de manera figurada en Proverbios 15:30, en la expresión “el brillo de los ojos”. A Egipto se le advirtió de manera profética que se le retiraría toda la luz debido a que Jehová oscurecería y cubriría de nubes todas las “lumbreras [de una forma de ma·`óhr] de luz [`ohr] de los cielos”. (Eze 32:2, 7, 8.)
“Lumbrera menor para dominar la noche” que Dios hizo como medio para indicar los “tiempos señalados”. (Gé 1:16; Sl 104:19; Jer 31:35; 1Co 15:41.) La palabra hebrea para “luna” (ya·ré·aj) está relacionada estrechamente con el término hebreo yé·raj, que significa “mes lunar”. Como el mes lunar siempre empezaba con la aparición de la luna nueva (heb. jó·dhesch), el término “luna nueva” también llegó a significar “mes”. (Gé 7:11; Éx 12:2; Isa 66:23.) La palabra griega se·lë·në se traduce “luna”, mientras que mën, otro término griego, transmite la idea de período lunar. (Lu 1:24; Gál 4:10; también Col 2:16, donde aparece ne·o·më·ní·a [luna nueva].)
La palabra leva·náh, que significa “blanco”, aparece tres veces en el texto hebreo para referirse poéticamente al brillo blanco de la luna llena, tan notable en las tierras bíblicas. (Can 6:10; Isa 24:23; 30:26.) La palabra ké·se´ o ké·seh, que significa “luna llena”, también aparece dos veces. (Sl 81:3; Pr 7:20, NM; Val, 1989)
Dado que el promedio de lunación entre luna nueva y luna nueva es de 29 días, 12 horas y 44 minutos, algunos meses lunares antiguos tenían 29 días, y otros, 30. Es probable que originalmente determinasen las lunaciones al observar que aparecía la luna creciente; pero hay indicios que muestran que en el tiempo de David se calculaba de antemano. (1Sa 20:5, 18, 24-29.) Sin embargo, según la Misná (Rosh ha-shana 1:3–2:7), después del exilio el Sanedrín judío se reunía muy de mañana el día trigésimo de siete de los meses del año para determinar el tiempo de la luna nueva. Se apostaban atalayas en lugares estratégicos elevados alrededor de Jerusalén, y en cuanto observaban la luna nueva, transmitían el informe al tribunal judío. Una vez recibido suficiente testimonio, el tribunal anunciaba: “Santificado”, lo que señalaba oficialmente el comienzo de un nuevo mes. Si las nubes o la niebla impedían la visibilidad, se declaraba que el mes anterior había tenido 30 días y el nuevo mes empezaba el día siguiente al que se había reunido el tribunal. También se dice que se daba otro anuncio por medio de una fogata que se encendía a modo de señal en el monte de los Olivos, y se repetía en otros puntos elevados por todo el país. Más tarde este método debió reemplazarse por el de mensajeros que se enviaban para llevar las noticias.
En el siglo IV E.C. se empezó a utilizar un calendario normalizado, en el que los meses judíos tenían un número fijo de días, con la excepción de Hesván, Kislev y Adar, que seguían oscilando entre 29 y 30 días, dependiendo de ciertos cálculos.
La observancia de la luna nueva. De acuerdo con el pacto de la Ley, los judíos acostumbraban a recibir la luna nueva con toques de trompeta y la presentación de sacrificios. (Nú 10:10; 2Cr 2:4; Sl 81:3; compárese con Isa 1:13, 14.) De hecho, las ofrendas prescritas en la Ley para esta ocasión eran mayores que las que se presentaban en los días de sábado. (Nú 28:9-15.) Si bien la Ley no indicaba que debiera descansarse en el día de luna nueva, de la lectura de Amós 8:5 se desprende que cesaba el trabajo. Al parecer, se tomó como día festivo (1Sa 20:5) y ocasión idónea para reunirse y recibir instrucción de la ley de Dios. (Eze 46:1-3; 2Re 4:22, 23; Isa 66:23.)
La séptima luna nueva del año (que correspondía al primer día del mes de Etanim o Tisri) era sabática, y en el pacto de la Ley se dispuso que fuese un día de completo descanso. (Le 23:24, 25; Nú 29:1-6.) Era el día “del toque de trompeta”, pero con un carácter más significativo que el de las otras lunas nuevas del año. Anunciaba la proximidad del Día de Expiación, que se celebraba el día 10 del mismo mes. (Le 23:27, 28; Nú 29:1, 7-11.)
El culto a la Luna. Aunque los israelitas se guiaban por la Luna como un indicador del tiempo para determinar sus meses y sus épocas de fiestas, tenían que abstenerse de adorar la Luna, práctica muy común en las naciones que los rodeaban. El dios-luna Sin era el dios de la ciudad de Ur, la capital de Sumer, de donde partieron Abrahán y su familia para dirigirse a la Tierra Prometida. Aunque los habitantes de Ur eran politeístas, el dios-luna Sin, una deidad masculina, era el dios supremo a quien principalmente dedicaban tanto su templo como sus altares. Abrahán y los suyos viajaron de Ur a Harán, otro centro importante de adoración a la Luna. Parece ser que el padre de Abrahán, Taré, quien murió en Harán, practicó ese tipo de adoración idolátrica. (Gé 11:31, 32.) Estas circunstancias explican por qué Josué dio a Israel antes de entrar en la Tierra Prometida la advertencia que se registra en Josué 24:2, 14: “Esto es lo que ha dicho Jehová el Dios de Israel: ‘Fue al otro lado del Río [Éufrates] donde hace mucho moraron sus antepasados, Taré padre de Abrahán y padre de Nacor, y ellos solían servir a otros dioses’. Y ahora teman a Jehová y sírvanle exentos de falta y en verdad, y quiten los dioses a quienes sus antepasados sirvieron al otro lado del Río y en Egipto, y sirvan a Jehová”.
Job también vivió entre personas que rendían culto a la Luna, y por su fidelidad a Dios manifestó su repulsa por costumbres como la de tirar besos a la Luna con la mano. (Job 31:26-28.) Los vecinos madianitas solían usar ornamentos con forma de Luna hasta para adornar sus camellos. (Jue 8:21, 26.) En Egipto, donde residieron Abrahán y algún tiempo después el pueblo de Israel, era notorio el culto al dios-luna Thot, el dios de las medidas. En días de luna llena los egipcios le sacrificaban un cerdo. Llegó a ser adorado en Grecia con el título de Hermes Trimegisto (Hermes Tres Veces Máximo). De hecho, el culto a la Luna se extendió por todo el hemisferio occidental, hasta México y Centroamérica, donde se han encontrado templos dedicados al culto lunar. El nombre lunes, del latín dies lunae, o día consagrado a la Luna, es un vestigio del antiguo culto lunar.
Los adoradores de la Luna creían que influía en la fertilidad, por lo que acudían a ella para que hiciese crecer sus cosechas y animales. En la tierra de Canaán, donde los israelitas por fin se asentaron, el culto lunar que practicaban los cananeos iba acompañado de ritos y ceremonias inmorales. A la Luna a veces se la adoró bajo el símbolo de la diosa Astoret (Astarté), deidad de la que se decía que era consorte del dios Baal. Durante la época de los jueces, el culto a ambas deidades llegó a ser con frecuencia un lazo para los israelitas. (Jue 2:13; 10:6.) Las esposas extranjeras del rey Salomón contaminaron a los habitantes de Judá con el culto a la Luna, y los sacerdotes de deidades extranjeras indujeron a Judá y Jerusalén a ofrecer humo de sacrificio al Sol, la Luna y las estrellas, una costumbre vigente hasta el reinado de Josías. (1Re 11:3-5, 33; 2Re 23:5, 13, 14.) Cuando Jezabel, la hija de Etbaal, el rey pagano de los sidonios, se casó con el rey israelita Acab, llevó consigo el baalismo y, al parecer, el culto a Astoret, la diosa-luna. (1Re 16:31.) Los israelitas tropezaron de nuevo con el culto lunar durante el exilio en Babilonia, donde se pensaba que las lunas nuevas eran ocasiones propicias para que los astrólogos predijesen el futuro. (Isa 47:12, 13.)
La Palabra de Dios debería haberles servido de protección contra esas prácticas, pues ya decía que la Luna era tan solo una de las luminarias celestes y un medio de medir el tiempo, de modo que estaba desprovista de personalidad. (Gé 1:14-18.) Poco antes de la entrada de la nación de Israel en Canaán, Jehová les advirtió que no adoraran los cuerpos celestes como si fuesen una representación de Él; cualquiera que lo hiciese sería lapidado. (Dt 4:15-19; 17:2-5.) Posteriormente, Dios dijo por boca de su profeta Jeremías que los huesos de los habitantes idólatras de Jerusalén que hubiesen muerto —entre ellos reyes, sacerdotes y profetas— serían exhumados y quedarían “como estiércol sobre la haz del suelo”. (Jer 8:1, 2.)
Hay quienes han querido ver en Deuteronomio 33:14 indicios de influencia pagana o cuando menos de una actitud supersticiosa hacia la Luna. Si bien algunas traducciones, como la Versión Valera de 1960, leen en este texto el “rico producto de la luna”, otras (BAS, LT, NBE, SA, Str, VP) muestran que el sentido del término hebreo traducido aquí por “luna” (yera·jím) es “meses” o “meses lunares”, y aplica primariamente a las temporadas del año en las que el fruto madura.
Ocurre algo parecido con el Salmo 121:6. Algunos opinan que de este texto se desprende la idea de que la exposición a la luz lunar podía ser causa de enfermedad. Sin embargo, una lectura de todo el salmo demuestra que esa es una suposición infundada, pues solo se intenta decir en lenguaje poético que Dios garantiza a sus siervos protección de la calamidad en cualquier circunstancia, bien durante las horas de luz solar o las de luz lunar.
Incluso hay quienes han cuestionado el término “lunático” que aparece en Mateo 4:24 y 17:15 en muchas versiones. Este término viene del griego se·lë·ni·á·zo·mai, cuyo significado literal es “estar afectado por la Luna”. Otras versiones lo traducen por “epiléptico” o comunican esta idea (BAS, LT, NBE, NVI, Sd). El que Mateo empleara en dos ocasiones esta palabra griega para designar a un epiléptico no significa que atribuyese dicha enfermedad a la influencia de la Luna ni que la Biblia apoye ese punto de vista, sino simple y llanamente que Mateo empleó el término común en el mundo griego de entonces para referirse a un epiléptico. De hecho, hoy se emplea el término “lunatismo” para aludir a cierto grado de perturbación mental que nada tiene que ver con la Luna. Así mismo, los cristianos del mundo hispanohablante siguen llamando “lunes” a uno de los siete días de la semana, pero eso no significa que lo consideren un día consagrado a la Luna.
En la era común. En los días de Cristo Jesús y los apóstoles, el pueblo judío no practicaba la adoración a la Luna, aunque, por supuesto, observaban las lunas nuevas conforme al pacto de la Ley. Los judíos ortodoxos todavía observan la luna nueva de cada mes como un secundario Día de Expiación por los pecados cometidos durante el mes anterior.
El 14 de Nisán, cuando la Luna alcanzaba su plenitud, se celebraba la Pascua. En esta misma fecha Jesús instituyó la cena de Conmemoración o la Cena del Señor en memoria de su muerte. (Mt 26:2, 20, 26-30; 1Co 11:20-26.)
Aunque el pacto de la Ley había llegado a su fin, algunos de los cristianos judíos y hasta gentiles siguieron celebrando las lunas nuevas y los sábados, por lo que fue necesario el consejo correctivo de Pablo registrado en Colosenses 2:16, 17 y Gálatas 4:9-11.
¿Qué temperatura hay en la Luna? La temperatura en la Luna varía desde --387 grados Fahrenheit (-233 grados centígrados) en la noche, a 253 grados Fahrenheit (123 grados centígrados) durante el día. Como la Luna no tiene atmósfera para protegerla de algunos de los rayos solares o ayudarla a atrapar el calor en la noche, su temperatura varía grandemente entre el día y la noche. |
El targum arameo identifica Mazarot con el término maz-za-lóhth, que aparece en 2 Reyes 23:5, “constelaciones del zodíaco” (NM), “las doce constelaciones” (Mod) o los signos del zodíaco (CI, LT, NBE). Hay quien cree que la palabra en cuestión se deriva de una raíz que significa “rodear” y que Mazarot se refiere a la zona celeste del zodiaco. Sin embargo, en la expresión “a su tiempo señalado”, registrada en Job 38:32, se utiliza un pronombre hebreo en singular, mientras que el término de 2 Reyes 23:5 está en plural. Por consiguiente, parece ser que Mazarot hace referencia a una constelación en particular más bien que a todo el zodiaco, si bien en la actualidad no es posible determinar a ciencia cierta de qué constelación se trata.
En Job 38:32, Jehová le pregunta a Job: “¿Puedes hacer salir la constelación Mazarot a su tiempo señalado? Y en cuanto a la constelación Ash al lado de sus hijos, ¿puedes conducirlos?”. Por lo tanto, sea cual sea la identificación de estas constelaciones en particular, Dios le pregunta a Job si puede controlar los cuerpos celestes visibles, haciendo salir a cierto grupo en su estación apropiada o conduciendo a otra constelación en la trayectoria celeste que tiene prescrita.
La mayor de las dos lumbreras celestes de la Tierra; la principal fuente de energía, sin la cual sería imposible la vida en este planeta. El Sol y la Luna sirven al hombre de reloj para medir las estaciones, los días y los años. (Gé 1:14-18.) Esta lumbrera es un regalo del “Padre de las luces celestes”, quien hace que brille sobre todos por igual, tanto sobre inicuos como sobre buenos. (Snt 1:17; Jer 31:35; Mt 5:45.) Ciertamente puede decirse que este astro alaba a su magnífico Creador. (Sl 148:3.)
El Sol es una estrella que mide aproximadamente 1.392.000 Km. de diámetro, es decir más de 100 veces el diámetro de la Tierra, y su volumen es más de 1.000.000 de veces mayor que el de la Tierra. La distancia media entre el Sol y la Tierra es de unos 149.600.000 Km. Se dice que la temperatura de la superficie solar es de unos 6.000 °C. Pero debido a la gran distancia que lo separa de la Tierra, solo una dos mil millonésima parte de su radiante energía llega a la Tierra. Sin embargo, es una cantidad más que suficiente para proporcionar las condiciones climáticas ideales que hacen posible la vida vegetal y animal sobre este planeta. (Dt 33:14; 2Sa 23:4.)
El brillo de Jehová y Cristo es superior. La sobresaliente brillantez y gloria de Jehová, el Creador del Sol, están indicadas por el hecho de que su Hijo resucitado, en una revelación parcial a Saulo, desprendió una luz cuyo “resplandor sobrepasaba el del sol”. (Hch 26:13.) En la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, no habrá necesidad de luz solar, pues la “gloria de Dios” la iluminará y el Cordero será “su lámpara”. (Apo 21:2, 23; 22:5.)
El poder de Dios sobre la luz del Sol. El día que Jesús fue fijado en un madero de tormento cayó una oscuridad sobre la Tierra que duró desde la hora sexta (11 de la mañana a 12 del mediodía) hasta la hora nona (2 a 3 de la tarde). (Mt 27:45; Mr 15:33.) El relato de Lucas añade que la oscuridad cayó “porque falló la luz del sol”. (Lu 23:44, 45.) Esto no pudo deberse a un eclipse solar causado por la Luna, como algunos creen, pues la oscuridad ocurrió en el tiempo de la Pascua, que siempre era tiempo de luna llena. Aproximadamente unas dos semanas después hay luna nueva, es decir, la luna está en la misma dirección que el Sol mirando desde la Tierra (cuando ocurren los eclipses solares).
Jehová había demostrado su capacidad de anular la luz del Sol mucho antes de esta ocasión. Ocurrió cuando los israelitas estaban en Egipto. Durante la novena plaga, una densa oscuridad envolvió a los egipcios con una oscuridad ‘que se podía palpar’. Duró tres días, más que cualquier eclipse solar causado por la Luna. Además, en la cercana tierra de Gosén, los israelitas tuvieron luz durante ese mismo tiempo. (Éx 10:21-23.)
Cuando los discípulos de Jesús le preguntaron sobre su presencia y la conclusión del sistema de cosas, este predijo que se oscurecería el Sol de forma inusual. (Mt 24:3, 29; Mr 13:24; Lu 21:25; compárese con Isa 13:10; Joe 2:10, 31; 3:15; Hch 2:20; véase CIELO - [Oscurecimiento de los cielos].)
La hora y la dirección. A menudo se designaba la hora refiriéndose a la posición del Sol. (Gé 15:12, 17; 32:31; Dt 16:6; Jos 8:29; Jue 9:33; 1Sa 11:9; Sl 113:3.) La dirección se indicaba de manera similar. (Dt 11:30; Jos 12:1.) La expresión “bajo el sol” se utilizaba para referirse a ‘cualquier lugar sobre la tierra’. (Ec 5:18; 9:11.) “Ante los ojos” del sol o “enfrente del sol” significaba “al descubierto, visible a todos”. (2Sa 12:11, 12.)
Uso figurado. A Jehová Dios se le llama “sol y escudo”, no porque sea un dios de la naturaleza, sino porque es la Fuente de la luz, de la vida y de la energía. (Sl 84:11.) También se habla de Él como una sombra para los suyos, de manera que “el sol mismo no [los] herirá”. En esas palabras se asemeja el calor del Sol a las cosas que producen calamidad. (Sl 121:6, 7.) La persecución (Mt 13:5, 6, 20, 21) y la cólera divina a veces son representadas por el calor abrasador del Sol. (Apo 7:16.)
Jehová asemejó a la rebelde Jerusalén a una mujer que había dado a luz siete hijos, y describió el juicio que le sobrevendría con la expresión figurada: “Se ha puesto su sol mientras todavía es de día”, es decir, experimentaría calamidad antes que llegase el anochecer de su vida. Esto se cumplió cuando Babilonia destruyó Jerusalén. (Jer 15:9.) De manera similar, Miqueas profetizó contra los profetas que engañaban a Israel: “El sol ciertamente se pondrá sobre los profetas, y el día tendrá que oscurecerse sobre ellos”. (Miq 3:6; compárese con Am 8:9.) La gobernación del reino de Jehová se representa como algo tan brillante que en comparación se puede decir: “La luna llena ha quedado corrida, y el sol relumbrante se ha avergonzado”. (Isa 24:23.) Jesús dijo que en la conclusión del sistema de cosas “los justos resplandecerán tan brillantemente como el sol en el reino de su Padre”. (Mt 13:39, 43; compárese con Da 12:3; véase LUZ.)
La adoración del Sol. Durante su obra de limpieza, el rey Josías “dejó sin negocio a los sacerdotes de dioses extranjeros, que los reyes de Judá habían colocado para que hicieran humo de sacrificio [...] al sol y a la luna”. “Además, hizo que los caballos que los reyes de Judá habían dado al sol cesaran de entrar en la casa de Jehová [...] y los carros del sol los quemó en el fuego.” (2Re 23:5, 11.) Tiempo después, el profeta Ezequiel recibió una visión del templo de Jehová en Jerusalén mientras se hallaba en Babilonia. Vio allí a 25 hombres entre el pórtico y el altar, “inclinándose hacia el este, al sol”. (Eze 8:16.) Esas prácticas repugnantes llevaron a Jerusalén a su ruina en el año 607 a.E.C., cuando Nabucodonosor, como instrumento de Jehová, destruyó la ciudad y el templo. (Jer 52:12-14.) ★4ª escena: Veinticinco hombres “inclinándose ante el sol” - (rr-Cap.5-Pg.58-§15-17)
La sombra que retrocedió diez gradas. La utilización de los relojes de sol se remonta al siglo VIII a. E.C. en Babilonia y Egipto. No obstante, la palabra hebrea ma·`alóhth, que muchas versiones (DK, LT, SA, etc.) traducen “reloj de sol” o “cuadrante” en 2 Reyes 20:11 e Isaías 38:8, significa literalmente “grados”, “gradas” o “escalones”. (Véanse BAS; BJ; Fer; RH, 1989; Val, 1989.) Esta misma palabra también se emplea en los encabezamientos de las quince ‘Canciones de las Subidas’, desde el Salmo 120 hasta el 134.
En 2 Reyes 20:8-11 y en Isaías 38:4-8 se halla el relato del portento que Dios realizó para el enfermo rey Ezequías como respuesta a la oración de Isaías. Este portento consistió en hacer que la sombra que avanzaba gradualmente, retrocediese y volviese a subir diez gradas. Es posible que en este pasaje se haga referencia a las gradas o grados de un cuadrante o reloj de sol, y no sería extraño que el padre de Ezequías poseyera tal dispositivo, o quizás hasta que lo hubiera obtenido de Babilonia. Sin embargo, cuando el historiador judío Josefo comenta este relato, dice que estas gradas de Acaz estaban “en el palacio”, lo que tal vez indique que formaban parte de una escalera. (Antigüedades Judías, libro X, cap. II, sec. 1.) Es posible que al lado de las escaleras se hubiera colocado una columna en la que dieran los rayos del Sol, y que proyectara una sombra que avanzara gradualmente a lo largo de las gradas y sirviese para medir el tiempo.
Cabe la posibilidad de que ese milagro tuviera que ver con la relación entre la Tierra y el Sol; de ser así, es posible que fuese parecido al registrado en Josué 10:12-14. (Véase PODER, OBRAS PODEROSAS - [El Sol y la Luna permanecen inmóviles].) De las palabras de 2 Crónicas 32:24, 31, donde se indica que se enviaron mensajeros desde Babilonia a Jerusalén para preguntar en cuanto a este suceso, se desprende que los efectos de este portento llegaron hasta lugares lejanos. ★¿Dónde se quedo ese día? - (Curiosa Noticia de la Nasa)
Nacimiento del Sol, Puesta del Sol
Momento en que el Sol despunta por el horizonte, y tiempo que tarda en desaparecer de la vista en la lejanía. El nacimiento y la puesta del Sol eran de importancia fundamental en la vida cotidiana de la gente en tiempos bíblicos. Para la mayoría de las personas la aurora era el momento en el que daba comienzo la actividad del día, mientras que al atardecer finalizaba. Por eso el salmista escribió: “El sol [...] se pone. Tú causas oscuridad, para que se haga de noche; en ella todos los animales salvajes del bosque se ponen en movimiento. Los leoncillos crinados están rugiendo por la presa y por buscar su alimento de Dios mismo. El sol empieza a brillar... se retiran, y se echan en sus propios escondites. Sale el hombre a su actividad y a su servicio hasta el atardecer. ¡Cuántas son tus obras, oh Jehová! Con sabiduría las has hecho todas. La tierra está llena de tus producciones”. (Sl 104:19-24.)
El alba marcaba el comienzo del período de luz natural, y en tiempos de Jesús señalaba el principio del cómputo de las “doce horas de luz del día”. (Mr 16:2; Jn 11:9.) Es evidente que muchos se levantaban antes del alba, como la mujer diligente de Proverbios 31:15. De igual manera, se dice que Jesús se levantaba antes del alba para orar. (Mr 1:35.) Cuando rayaba el día, las ciudades abrían sus grandes puertas, y los hombres partían hacia sus campos o viñas, las mujeres se ponían en fila para conseguir agua de los pozos, los mercados se llenaban de gente y los pescadores remaban hacia la orilla para vender la pesca de la noche, y después limpiar y remendar sus redes.
El trabajo y las actividades cotidianas continuaban hasta la puesta del Sol, momento en que los hombres regresaban de los campos y sus amos les pagaban el salario del día, las mujeres llevaban a casa el suministro de agua para la noche, la ciudad cerraba sus puertas y los vigías comenzaban la primera de las cuatro vigilias de la noche, mientras que por toda la ciudad las lámparas de aceite comenzaban a titilar en los hogares. (Jue 19:14-16; Mt 20:8-12; Dt 24:15; Gé 24:11; Ne 13:19; Mr 13:35.) No obstante, para muchos el trabajo continuaba hasta después de la cena, cuando hombres y mujeres industriosos tejían o se dedicaban a otras labores en el hogar. (Pr 31:18, 19; 2Te 3:8.) En algunas ocasiones Jesús y sus apóstoles continuaron su ministerio hasta entrada la noche. (Mt 14:23-25; Mr 1:32-34; 4:35-39; Lu 6:12; 2Co 6:4, 5.)
No obstante, mientras que la puesta del Sol marcaba el final del período de luz natural, para los judíos señalaba el comienzo de un nuevo día que oficialmente comenzaba con la puesta del Sol y que se contaba de atardecer a atardecer. (Le 23:32; compárese con Mr 1:21, 32, que muestra que el día, en este caso el sábado, finalizaba por la tarde.) Por consiguiente, el día 14 de Nisán, y con él el momento de sacrificar el cordero y comer la Pascua, comenzaba a partir de la puesta del Sol. (Éx 12:6-10; Dt 16:6; Mt 26:20; véase PASCUA.)
Puesto que el día terminaba al anochecer, la Ley requería que entonces se hiciesen algunas cosas. Por ejemplo, un vestido tomado en prenda tenía que devolverse a su propietario “al ponerse el sol”. (Éx 22:26; Dt 24:13.) En ese momento también tenía que pagarse a los trabajadores asalariados (Dt 24:15), había que bajar y enterrar el cuerpo muerto que colgara de un madero (Dt 21:22, 23; Jos 8:29; 10:26, 27) y la persona que estuviera ceremonialmente inmunda debía bañarse, y después de la puesta del Sol, se la consideraría limpia de nuevo (Le 22:6, 7; Dt 23:11). El hecho de que la puesta del Sol concluía un día y comenzaba otro enfatiza el significado de la exhortación del apóstol: “Que no se ponga el sol estando ustedes en estado provocado”. (Ef 4:26.)
En algunas ocasiones se utiliza la salida o el brillo del Sol en sentido figurado. En 2 Samuel 23:3, 4 se señala que el gobierno de alguien justo que teme a Dios resulta tan refrescante como “la luz de la mañana, cuando brilla el sol, una mañana sin nubes”. (Compárese con Mal 4:2; Mt 17:2; Apo 1:16.) Se hace la siguiente petición a Jehová en favor de sus siervos: “Sean los que te aman como cuando el sol sale en su poderío”. (Jue 5:31; Mt 13:43; Sl 110:3; Da 12:3; contrástese con Miq 3:5, 6; Jn 3:19, 20.)
Además, las expresiones “nacimiento del sol” y “puesta del sol” también se utilizan en un sentido geográfico con el significado de E. y O. (Éx 27:13; Jos 1:4; Sl 107:3; Apo 16:12.) Este es el sentido del Salmo 113:3, que dice: “Desde el nacimiento del sol hasta su puesta ha de ser alabado el nombre de Jehová”. (Véanse también Mal 1:11; Isa 45:6.) No obstante, “desde el nacimiento del sol hasta su puesta” también puede referirse a todo el día.
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