Limpieza Espiritual, Moral y Física |
La palabra hebrea ra·játs se puede traducir “bañar” o “lavar”, y aplica tanto al cuerpo humano como a otros objetos que se limpian sumergiéndolos en el agua o mojándolos. (Le 16:24; Gé 24:32.) Sin embargo, para referirse a lavar la ropa frotándola bajo el agua, los escritores bíblicos usaron el término hebreo ka·vás, relacionado con el árabe kabasa (amasar; pisar) y el acadio kabasu (pisotear). Así, leemos en Levítico 14:8: “Y el que está limpiándose tiene que lavar [una forma de ka·vás] sus prendas de vestir y afeitarse todo el pelo y bañarse [wera·játs] en agua, y tiene que ser limpio”. (Véanse también Le 15:5-27; Nú 19:19.) La palabra griega para “baño” es lou·trón. (Tit 3:5.)
Se requiere limpieza física de todos aquellos que adoran a Jehová en santidad y pureza. Esto se mostró en el servicio del tabernáculo y, más tarde, del templo. Durante la ceremonia de instalación del sacerdocio, el sumo sacerdote Aarón y sus hijos se bañaron antes de ponerse las prendas de vestir oficiales. (Éx 29:4-9; 40:12-15; Le 8:6, 7.) Para lavarse las manos y los pies, los sacerdotes usaron el agua de la fuente de cobre del patio del tabernáculo y, después, del enorme mar fundido del templo de Salomón. (Éx 30:18-21; 40:30-32; 2Cr 4:2-6.) En el Día de Expiación el sumo sacerdote se bañaba dos veces. (Le 16:4, 23, 24.) Los que llevaban el macho cabrío para Azazel, los restos de los sacrificios animales y la vaca roja sacrificada fuera del campamento, tenían que bañar su carne y lavar sus prendas de vestir antes de volver a entrar en el campamento. (Le 16:26-28; Nú 19:2-10.)
Se requirió que los israelitas se sometieran a un baño ceremonial por varias razones. Se consideraba “inmundo” y debía bañarse cualquiera que se hubiera recobrado de la lepra, que tocara algo que había estado en contacto con alguien que tuviera “un flujo”, un hombre que tuviera una emisión de semen, una mujer después de la menstruación o de una hemorragia, o cualquiera que tuviera relaciones sexuales. (Le 14:8, 9; 15:4-27.) Cualquiera que estuviera en una tienda con un cadáver humano o lo tocara, sería “inmundo” y tendría que ser purificado con agua. Si alguien rehusaba cumplir este reglamento, ‘tenía que ser cortado de en medio de la congregación, porque era el santuario de Jehová lo que había contaminado’. (Nú 19:20.) Por lo tanto, el uso figurado de “lavar” está indicado cuando se hace referencia a una posición limpia ante Jehová. (Sl 26:6; 73:13; Isa 1:16; Eze 16:9.) Bañarse con la palabra de verdad de Jehová, simbolizada por el agua, tiene un efecto limpiador. (Ef 5:26.) ★Posturas y Ademanes - [Inocencia, rechazar la responsabilidad por algo-Lavarse las manos-§1]
En la Biblia se hallan referencias ocasionales al baño: la hija de Faraón en el Nilo (Éx 2:5); Rut antes de presentarse a Boaz (Rut 3:3); Bat-seba, sin saber que se hallaba a la vista de David (2Sa 11:2, 3); David antes de postrarse en la casa de Jehová (2Sa 12:20), y prostitutas en un estanque de Samaria (1Re 22:38). Cuando Eliseo le ordenó al leproso Naamán: ‘Báñate y sé limpio’, este lo hizo siete veces en el río Jordán. (2Re 5:9-14.) Era costumbre bañar a los recién nacidos y también los cuerpos muertos antes del entierro. (Eze 16:4; Hch 9:37.)
En el cálido clima del Oriente Medio, donde la gente andaba por caminos polvorientos con sandalias abiertas, era una señal de hospitalidad y bondad procurar que se les lavaran los pies a los invitados. Abrahán extendió esta bondad a ángeles (Gé 18:1-4); otros ejemplos son Lot, Labán y Abigail. (Gé 19:1, 2; 24:29-32; 1Sa 25:41; Lu 7:38, 44; 1Ti 5:10.) Jesús también lavó los pies a sus discípulos. (Jn 13:5-17; véase LAVAR LOS PIES.)
Los fariseos se lavaban “las manos hasta el codo”, no por razones higiénicas, sino estrictamente por tradición rabínica. (Mr 7:1-5; Mt 15:1, 2.)
La expresión hebrea es bat·téh han-né·fesch. En este caso, né·fesch (alma) puede significar “lo que se respira (o huele)”, y bat·téh (casas) también puede significar “receptáculos”.
Esqueleto absorbente, resistente y elástico de ciertos animales acuáticos que abundan en las aguas de la parte oriental del mar Mediterráneo y en otros mares. Los buceadores probablemente conseguían las esponjas arrancándolas con la mano de las rocas submarinas, tal como se hace en la actualidad. Después que el animal moría y se descomponía dentro de su esqueleto, se lavaba bien la esponja hasta que solo quedaba el esqueleto mismo.
La cualidad especial que tiene la esponja de absorber y liberar líquidos hizo que adquiriera mucha importancia comercial en la antigüedad. Cuando Jesucristo estaba en el madero de tormento, le ofrecieron en el extremo de una caña una esponja empapada en vinagre. (Mt 27:48; Mr 15:36; Jn 19:29.)
Acción con la que se daba la bienvenida y se mostraba hospitalidad, que en los calurosos países del Oriente Medio se acostumbraba a realizar antes de una comida, pues las personas solían llevar sandalias para viajar por aquellos caminos secos y polvorientos. En un hogar de término medio, el anfitrión ponía un recipiente con agua a disposición del visitante, y este se lavaba los pies. (Gé 18:4, 5; 24:32; Jue 19:21; 1Sa 25:41; Lu 7:37, 38, 44.) En cambio, si el anfitrión era una persona acomodada, tenía esclavos para hacer ese trabajo, pues se consideraba una tarea servil. Cuando David pidió a Abigail que fuese su esposa, ella manifestó su disposición al decir: “Aquí está tu esclava como sierva para lavar los pies de los siervos de mi señor”. (1Sa 25:40-42.) El que el propio anfitrión lavase los pies de la persona invitada constituía una especial demostración de humildad y afecto hacia él.
No solo se lavaban los pies como muestra de hospitalidad a un invitado, sino que además era una costumbre que cada persona se lavara los pies antes de acostarse. (Can 5:3.) Digno de reseñar es el hecho de que a los sacerdotes levitas se les exigía que se lavasen las manos y los pies antes de entrar en el tabernáculo o de oficiar ante el altar. (Éx 30:17-21; 40:30-32.)
Cuando Jesús estuvo en la Tierra, un anfitrión podía ofrecer a su invitado agua para lavarse los pies, darle un beso o untarle la cabeza con aceite. Simón el fariseo no tuvo en cuenta ninguna de estas tres expresiones de hospitalidad en la ocasión en que tuvo a Jesús como invitado. Por eso, cuando una pecadora mojó los pies de Jesús con sus lágrimas, los enjugó con su propio cabello, los besó y los untó con aceite perfumado, Jesús le echó en cara a Simón su desatención y luego le dijo a la mujer: “Tus pecados son perdonados”. (Lu 7:36-50.)
La noche antes de morir, el 14 de Nisán de 33 E.C., Jesús lavó los pies de sus apóstoles con el fin de enseñarles una lección y dejarles un “modelo”, pero no tenía la intención de instituir una nueva ceremonia. (Jn 13:1-16.) Los apóstoles habían discutido entre sí en cuanto a quién de ellos era el mayor. Más tarde, esa misma noche, después de que Jesús les lavó los pies, tuvieron otra acalorada discusión sobre quién parecía ser el mayor. (Lu 22:24-27.) No obstante, lo que Jesús había hecho no se olvidaría con facilidad. Aquella noche Jesús y sus discípulos estaban en una habitación que habían conseguido para ese fin y no como invitados en la casa de alguna otra persona, pues, de haber sido así, seguramente la servidumbre les hubiese lavado los pies. Ninguno de los apóstoles se prestó para realizar esta tarea servil en beneficio de los demás. Sin embargo, en un momento oportuno en el transcurso de la comida, Jesús se levantó, puso a un lado su prenda exterior de vestir, se ciñó una toalla, llenó de agua una palangana y les lavó los pies. Así demostró que cada uno debe servir a los demás con un espíritu humilde y buscar maneras prácticas de demostrar su amor a otros, haciendo cosas que resulten en su bienestar. Los anfitriones cristianos así lo hicieron, como se desprende de la referencia de Pablo a que las viudas cristianas, entre otras cosas, lavaban los pies de otros miembros de la congregación. (1Ti 5:9, 10.) Las Escrituras Griegas Cristianas no indican que la acción de lavar los pies a otros sea una ceremonia cristiana preceptiva. No obstante, el ejemplo de Jesús es un recordatorio a los cristianos de que deben servir amorosamente a sus hermanos aun en cosas pequeñas y también realizando a favor de ellos tareas humildes. (Jn 13:34, 35; véase BAÑAR, BAÑARSE.)
¿Por qué lavó Jesús los pies de los apóstoles?
En el antiguo Israel, muchas personas realizaban descalzas sus actividades diarias. No obstante, había quienes usaban unas sandalias que consistían en poco más que una suela sujeta con cintas al pie y al tobillo. Como los caminos y campos estaban llenos de polvo o incluso lodo, era inevitable ensuciarse los pies.
De ahí la costumbre de quitarse las sandalias al entrar en las casas. Además, era muestra de hospitalidad que el anfitrión —o uno de sus sirvientes— lavara los pies de los invitados. La Biblia habla en varias ocasiones de esta tradición. Por ejemplo, cuando Abrahán recibió a unos visitantes en su tienda, dijo: “Que se traiga un poco de agua, por favor, y se les tiene que lavar los pies. Entonces recuéstense debajo del árbol. Y permítaseme traer un pedazo de pan, y refresquen sus corazones” (Génesis 18:4, 5; 24:32; 1 Samuel 25:41; Lucas 7:37, 38, 44).
Esto nos ayuda a comprender por qué Jesús les lavó los pies a los apóstoles durante su última Pascua con ellos. Allí no estaba el dueño de la casa ni ningún sirviente, y todo parece indicar que los discípulos no se ofrecieron a realizar esa tarea. De modo que, al tomar un recipiente con agua y una toalla para lavar y secar los pies a los apóstoles, Jesús les dio una lección de amor y humildad (Juan 13:5-17).
La misma noche antes de morir vio que sus apóstoles seguían discutiendo con orgullo. De modo que les dio una lección imborrable. Atándose una toalla a la cintura, realizó la tarea más humilde que existía, la que solían realizar los sirvientes con los huéspedes: lavó los pies a todos los apóstoles, incluido Judas, que iba a usar poco después esos pies para traicionarlo (Juan 13:1-11). ★Pie - [Cristo lava los pies de sus discípulos]
“Deben lavarse los pies unos a otros” Juan 13:14: O “están obligados a”. El verbo griego que se utiliza aquí con frecuencia se usa en asuntos financieros y significa básicamente “estar en deuda con alguien” o “deberle algo a alguien” (Mt 18:28, 30, 34; Lu 16:5, 7). En este y en otros contextos tiene un sentido más amplio: “estar obligado a” o “tener la obligación de” hacer algo (1Jn 3:16; 4:11; 3Jn 8).
¿Cómo nos podemos “lavar los pies” unos a otros en nuestras reuniones?
Recordemos que cuando asistimos a nuestras reuniones, somos huéspedes en la casa de Jehová, El está presente con su espíritu y nos “limpia” espiritualmente a trabes de su instrucción bíblica. Pero, ¿cómo podemos nosotros “lavarnos los pies” unos a otros en la casa de Jehová? Esto podríamos hacerlo, por ejemplo al ir a saludar sincera y cordialmente a todos los presentes, sin pasar por alto a nadie, recordemos que Jesús lavo los pies incluso de Judas (Jn 13:3-11). Ni que decir hay, de que otra forma de hacerlo es, tomando la iniciativa a la hora de limpiar nuestro lugar de reunirnos sin esquivar ninguna de las tareas implicadas, y sin importar el cargo de responsabilidades que tengamos en la congregación (Jn 13:13, 14.) |
En tiempos antiguos las manos se lavaban derramando agua sobre ellas, en lugar de sumergirlas en un recipiente lleno de agua. De ese modo, el agua sucia caía al recipiente o palangana que pusieran debajo. (Compárese con 2Re 3:11.)
La Ley prescribía que los sacerdotes se lavaran las manos y los pies en la fuente de cobre que estaba entre el santuario y el altar antes de ministrar en el altar o de entrar en la tienda de reunión. (Éx 30:18-21.) La Ley también establecía que si se encontraba muerta a una persona y no se sabía quién era el asesino, los ancianos de la ciudad más cercana al cadáver debían tomar una ternera con la que nunca se hubiera trabajado o que nunca hubiera tirado de un yugo, y llevarla a un valle torrencial donde abundaba el agua, y allí quebrarle la cerviz. Luego, los ancianos tenían que lavarse las manos sobre la ternera, para así mostrar su inocencia del asesinato. (Dt 21:1-8.) Por otra parte, según la Ley, una persona quedaría inmunda si le tocaba alguien que padecía flujo y no se hubiera lavado las manos. (Le 15:11.)
David habló de lavarse las manos en el sentido de tenerlas moralmente limpias para poder adorar delante del altar de Jehová. (Sl 26:6.) Por otro lado, Pilato intentó inútilmente limpiarse de culpabilidad por derramamiento de sangre en conexión con la muerte de Jesús lavándose las manos delante del pueblo. Pero de este modo no se libraba de la responsabilidad por la muerte de Jesús, ya que él era quien tenía autoridad para dictar sentencia, no la chusma vociferante. (Mt 27:24.)
Los escribas y fariseos del siglo I E.C. daban gran importancia al acto de lavarse las manos, y criticaron el que los discípulos de Jesucristo traspasasen las tradiciones de los hombres de “otros tiempos” al no lavarse las manos cuando iban a tomar una comida. No se trataba solo de lavarse las manos normalmente por higiene, sino que era un ritual ceremonioso. “Los fariseos y todos los judíos no comen a menos que se laven las manos hasta el codo.” (Mr 7:2-5; Mt 15:2.) El Talmud Babilonio (Sotá 4b) coloca al que come sin lavarse las manos al mismo nivel que el que tiene relaciones con una prostituta, y dice que el que tome a la ligera el acto de lavarse las manos será “desarraigado de este mundo”. (Véase BAÑAR, BAÑARSE.)
Son varias las palabras hebreas y griegas que designan lo que es limpio y puro, así como la purificación, es decir, la acción de restablecer algo a una condición inmaculada, intachable, exenta de suciedad, adulteración o corrupción. Estas palabras no solo se refieren al estado de limpieza física, sino también, y con más frecuencia, a la limpieza moral o espiritual. Muchas veces la limpieza física coincide parcialmente con la ceremonial. La palabra hebrea que por lo general alude a la limpieza moral o ceremonial es el verbo ta·hér, que significa “estar limpio; limpiar”. Un sinónimo de ta·hér es ba·rár, que en sus varias formas significa “limpiar; seleccionar; mantener limpio; mostrarse limpio”. (Eze 20:38; Ec 3:18; Sl 18:26; Jer 4:11.) De igual manera, la palabra griega ka·tha·rós significa “limpio; puro” en sentido físico, moral y religioso. (Mt 23:26; Mt 5:8; Tit 1:15.) La palabra “inmundicia” se traduce del término hebreo ta·mé´ y del griego a·ka·thar·sí·a. (Le 5:2; Mt 23:27; Gál 5:19.)
Limpieza física. Los hábitos personales de los israelitas hicieron que fuesen un pueblo relativamente saludable, a pesar de vagar cuarenta años como nómadas por el desierto. Eso fue posible debido a las leyes de Dios que regulaban su vida nómada, como, por ejemplo, el diagnóstico y tratamiento de enfermedades. Estas leyes destacaban la importancia del agua limpia, y no todos los animales se consideraban limpios para comer. (Véase ANIMALES.) Había normas preventivas relacionadas con tocar cuerpos muertos y deshacerse de ellos, además de las cuarentenas, que impedían la propagación de enfermedades contagiosas. Otro requisito higiénico muy adelantado para aquella época era la eliminación de los residuos fecales enterrándolos. (Dt 23:12-14.) Los requisitos de bañarse con frecuencia y lavar las ropas a menudo fueron otros beneficios del código legal de aquella nación.
Las Escrituras usan con frecuencia la limpieza física como un símbolo o representación de la limpieza espiritual. Por ejemplo, se hace mención de “lino fino, brillante y limpio”, y se dice que representa “los actos justos de los santos”. (Apo 19:8.) Jesús también recurrió a un principio de limpieza física cuando hizo notar la inmundicia espiritual y la hipocresía de los fariseos. Asemejó su conducta engañosa a limpiar el exterior de una copa o de un plato sin limpiarlos por dentro. (Mt 23:25, 26.) Puso una ilustración similar durante la última cena de la Pascua cuando habló a sus discípulos en presencia de Judas Iscariote. Aunque se habían bañado y el Maestro les había lavado los pies, por lo que estaban completamente limpios en sentido físico, les dijo, hablando en sentido espiritual: “No todos ustedes están limpios”. (Jn 13:1-11.)
Es digno de notar que la Biblia menciona unas 70 causas de inmundicia física y contaminación ceremonial. Algunas de estas son: contacto con cadáveres (Le 11:32-40; Nú 19:11-19); contacto con objetos o personas inmundos (Le 15:4-12, 20-24; Nú 19:22); lepra (Le 13:1-59); emisiones de los órganos genitales, lo que incluía la eyaculación durante las relaciones sexuales (Le 15:1-3, 16-19, 32, 33); parto (Le 12:1-5), e ingestión de carne de aves, peces o animales inmundos (Le 11:41-47). Los sacerdotes en especial debían estar limpios en sentido físico y ceremonial cuando prestaban sus servicios ante Jehová. (Éx 30:17-21; Le 21:1-7; 22:2-8.) Por otra parte, en un sentido particular, los actos de asesinato e idolatría pueden contaminar la tierra. (Nú 35:33, 34; Eze 22:2-4; 36:25.)
Limpieza ceremonial. Su observancia era obligatoria para los israelitas, bajo pena de muerte. “Ustedes tienen que mantener a los hijos de Israel separados de su inmundicia, para que ellos no mueran en su inmundicia por contaminar mi tabernáculo, que está en medio de ellos.” (Le 15:31.) La limpieza normalmente se efectuaba con agua y con cenizas de una vaca roja, y la ceremonia se hacía a favor de personas, lugares y cosas. (Nú 19:2-9.) En Números 5:2 se enumeran tres causas muy comunes de inmundicia que afectaban a las personas: ‘1) Toda persona leprosa, 2) todo el que tenga flujo y 3) todo el que se haya hecho inmundo por un alma difunta’.
Lepra. Esta era la enfermedad más repugnante, y requería severas medidas de control, como un aislamiento prolongado, junto con cuidadosos y repetidos reconocimientos para determinar cuándo estaba curada la persona. (Le 13:1-46; Dt 24:8.) Por consiguiente, se requirió mucha fe para que el leproso inmundo le dijera a Jesús: “Señor, si tan solo quieres, puedes limpiarme”. Jesús no solo quería, sino que también mostró que podía curar esta enfermedad repugnante cuando ordenó: “Sé limpio”. Luego le dijo a este hombre ya curado: “Ve, muéstrate al sacerdote, y ofrece la dádiva que Moisés prescribió”. (Mt 8:2-4; Mr 1:40-44; véase LEPRA.)
En un principio, las disposiciones de la Ley prescribían una ceremonia elaborada que constaba de dos partes para que el leproso que se había curado pudiese volver a la vida normal. En la primera, el leproso ya sanado debía presentar al sacerdote en las afueras del campamento de Israel madera de cedro, fibra escarlata carmesí, hisopo y dos aves. Luego se mataba a uno de los pájaros sobre agua corriente, y su sangre tenía que recogerse en una vasija de barro, donde se sumergía el cedro, la fibra escarlata, el hisopo y el pájaro vivo; después el sacerdote salpicaba al leproso sanado siete veces con esta sangre, y el ave era liberada. Una vez que se declaraba limpia a la persona enferma, tenía que afeitarse, bañarse, lavar sus prendas de vestir y entrar en el campamento, pero debía permanecer fuera de su tienda durante siete días. En el séptimo día tenía que afeitarse de nuevo, incluso las cejas. Al día siguiente debía llevar dos carneros y una cordera de menos de un año junto con un poco de harina y aceite como ofrenda por la culpa, ofrenda por el pecado, ofrenda quemada y ofrenda de grano. La ofrenda por la culpa —que consistía en un carnero y aceite— la ofrecía el sacerdote en primer lugar como ofrenda mecida ante Jehová, y a continuación degollaba al carnero; luego ponía algo de esta sangre en el lóbulo de la oreja derecha, el dedo pulgar de la mano derecha y el dedo gordo del pie derecho del que había sido limpiado. Con el aceite se seguía un procedimiento similar: se añadía un poco de aceite a la sangre aplicada, y después se salpicaba siete veces un poco de aceite ante Jehová, y lo que restaba se vertía sobre la cabeza del que había sido limpiado. A continuación el sacerdote ofrecía el sacrificio quemado, el sacrificio de grano y el sacrificio por la culpa, hacía expiación por él y lo declaraba curado. Si la persona sanada carecía de medios, podía ofrecer dos tórtolas o dos pichones en lugar de la cordera y uno de los carneros para la ofrenda por el pecado y la ofrenda quemada. (Le 14:1-32.)
Flujos. Había leyes sobre los flujos de los órganos sexuales del hombre y de la mujer, tanto si eran naturales como si se debían a una enfermedad. Si un hombre tenía una emisión de semen involuntaria durante la noche, debía de bañarse y lavar sus prendas, y permanecía inmundo hasta el atardecer. La mujer debía contar siete días como período de inmundicia por su menstruación regular.
Sin embargo, si una mujer tenía un flujo irregular, anormal o prolongado, tenía que contar otros siete días después de que este terminaba. Del mismo modo, el varón debía contar siete días desde que acababa su flujo (tal afección de su sistema urinario no debe confundirse con la expulsión normal de semen). Cualquier cosa que un hombre o una mujer tocara o sobre la que se sentase durante su condición de inmundicia (camas, sillas, sillas de montar, prendas, etc.) quedaba inmunda, y, a su vez, cualquiera que tocara esos artículos o a la persona inmunda tenía que bañarse, lavar sus prendas de vestir y permanecer inmundo hasta el atardecer. Además de bañarse y lavar sus prendas de vestir, tanto el varón como la mujer tenían que llevar al octavo día dos tórtolas o dos palomos a la tienda de reunión, y el sacerdote tenía que ofrecerlos, uno como ofrenda por el pecado y el otro como sacrificio quemado para hacer expiación por la persona limpiada. (Le 15:1-17, 19-33.)
Cuando un hombre tenía coito con su esposa y se producía una emisión de semen, ambos debían bañarse, y eran inmundos hasta el atardecer. (Le 15:16-18.) Si inadvertidamente comenzaba la menstruación de la esposa durante el coito, el esposo era inmundo siete días, al igual que su esposa (Le 15:24), pero si mostraban desprecio por la ley de Dios deliberadamente y tenían relaciones sexuales durante la menstruación, se imponía la pena de muerte tanto al varón como a la mujer. (Le 20:18.) Por las razones mencionadas, los hombres debían abstenerse de tener coito con sus esposas cuando se requería limpieza ceremonial, como, por ejemplo, cuando se les santificaba para una expedición militar. (1Sa 21:4, 5; 2Sa 11:8-11.)
El parto también significaba un período de inmundicia para la madre. Si el recién nacido era un varón, quedaba inmunda siete días, lo mismo que durante su menstruación. Al octavo día se circuncidaba al niño, pero la madre permanecía inmunda por otros treinta y tres días en lo que respecta a tocar cualquier cosa santa o entrar en el santuario, aunque no hacía inmundo el resto de lo que tocara. Si nacía una niña, este período de cuarenta días se doblaba: catorce días más sesenta y seis días. Así que desde el nacimiento la Ley distinguía entre el varón y la hembra, asignando a esta última una posición subordinada. En ambos casos, al final del período de purificación la madre tenía que llevar un carnero de menos de un año para una ofrenda quemada, y un palomo o una tórtola para una ofrenda por el pecado. Si los padres eran demasiado pobres para dar un carnero, como era el caso de María y José, podían ofrecer dos tórtolas o dos palomos para estos sacrificios de limpieza. (Le 12:1-8; Lu 2:22-24; Menstruación.)
¿Por qué decía la ley mosaica que las relaciones sexuales y el parto hacían “inmundo”? Surge la pregunta: ¿por qué consideraba la Ley que cosas tan normales y propias como la menstruación, las relaciones sexuales entre personas casadas y el dar a luz hacían “inmunda” a la persona? Por un lado, elevaba las relaciones más íntimas del matrimonio al nivel de santidad, y enseñaba a ambos cónyuges a ejercer autodominio, a tener gran consideración por los órganos reproductores y a mostrar respeto por la santidad de la vida y la sangre. También se han escrito comentarios sobre los beneficios higiénicos que se derivaban de observar escrupulosamente estas reglas. Pero todavía hay otro aspecto que analizar
En el principio Dios creó los impulsos sexuales y la facultad de reproducción en el primer hombre y la primera mujer, y les mandó que cohabitaran y dieran a luz hijos. Por lo tanto, no era ningún pecado que la pareja perfecta tuviera relaciones sexuales. Sin embargo, cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios al comer del fruto prohibido, no al tener relaciones sexuales, se produjeron cambios drásticos. Súbitamente sus conciencias culpables y condenadas por el pecado los hicieron conscientes de su desnudez, y cubrieron de inmediato sus órganos genitales para ocultarlos de la vista de Dios. (Gé 3:7, 10, 11.) Desde entonces en adelante, los hombres no podrían cumplir con el mandato de procrear en estado de perfección, sino que, por el contrario, los padres transmitirían a los hijos la mancha hereditaria del pecado y la pena de muerte. Hasta los padres más rectos y temerosos de Dios producen hijos contaminados por el pecado. (Sl 51:5.)
Los requisitos de la Ley con respecto a las funciones de los órganos genitales enseñaron a los hombres y a las mujeres autodisciplina, restricción de las pasiones y respeto a los medios de reproducción dados por Dios. Las regulaciones de la Ley recordaban obligatoriamente a las criaturas su estado pecaminoso. No eran simples medidas sanitarias para asegurar la limpieza o la protección profiláctica contra la propagación de enfermedades. Como recordatorio de su pecaminosidad heredada, era apropiado que tanto el varón como la mujer que tuviesen flujos genitales normales observaran un período de inmundicia. Si padecían de flujos prolongados anormales debido a cierto problema físico, se requería un período de inmundicia más extenso, y a su término, igual que en el caso de una madre que daba a luz, la persona tenía que bañarse y presentar una ofrenda por el pecado, para que el sacerdote de Dios pudiera hacer expiación a su favor. María, la madre de Jesús, confesó así su pecaminosidad hereditaria y reconoció que no era inmaculada al ofrecer un sacrificio de expiación de pecados después de dar a luz a su primogénito. (Lu 2:22-24.) ★¿Por qué se volvía “inmunda” la mujer como resultado del parto?
Cadáveres. Las disposiciones de la ley mosaica que regulaban el contacto con los cadáveres distinguían diferentes grados de inmundicia: el que tocaba una bestia muerta solo quedaba inmundo ese día; el que tocaba a un hombre muerto, toda una semana. En el primer caso, solo se requería que la persona lavara sus prendas de vestir, o en el caso de que comiera un animal que hubiera muerto de muerte natural o hubiera sido despedazado por una fiera, tenía que bañarse además de lavar sus prendas de vestir. (Le 5:2; 11:8, 24, 27, 31, 39, 40; 17:15.) Se impuso el mismo requisito a los sacerdotes, con la particularidad de que si comían algo santo mientras se hallaban en estado inmundo, tenía que dárseles muerte. (Le 22:3-8.)
En el caso de las personas que tocaban un cadáver humano, era necesaria una ceremonia de purificación más complicada. Con este propósito se preparaban unas cenizas del siguiente modo: se degollaba una vaca roja fuera del campamento y el sacerdote salpicaba parte de la sangre siete veces hacia la tienda de reunión. Luego se quemaba la vaca entera (la piel, la carne, la sangre y el estiércol) y se arrojaba en las llamas madera de cedro, hisopo y fibra escarlata carmesí. Las cenizas se guardaban y se usaban “para el agua de limpieza”, que se rociaba al tercer y al séptimo día para efectuar la purificación de aquel que había tocado el cadáver humano. Al final de los siete días, tenía que lavar sus prendas de vestir y bañarse; luego se le pronunciaba limpio. (Nú 19:1-13.)
De acuerdo con este estatuto, cuando se producía una muerte, todas las personas que estaban en una casa o tienda, así como la morada misma y todas las vasijas abiertas, quedaban inmundas. El tocar incluso un hueso de un hombre muerto en el campo de batalla o una sepultura también dejaba inmunda a una persona. De ahí que en los días de Jesús hubiera la costumbre de blanquear los sepulcros un mes antes de la Pascua como precaución para que nadie tropezara inadvertidamente con uno de ellos y por esta razón no pudiera participar en la fiesta. (Nú 19:14-19; Mt 23:27; Lu 11:44.) Si alguien moría en presencia de una persona que estuviera bajo un voto de nazareo, este perdía el tiempo que ya había pasado bajo dicho voto, y tenía que ofrecer un sacrificio. (Nú 6:8-12; véanse NAZAREO; SANSÓN.)
Bajo el pacto de la Ley tenían que limpiarse los lugares y las cosas que estaban contaminados. Si un agresor desconocido cometía un asesinato, primero se determinaba cuál era la ciudad más cercana al crimen. Luego los ancianos de aquella ciudad tenían que tomar una novilla con la que no se hubiera trabajado (como sustituto del asesino), quebrarle la cerviz en un valle torrencial por donde corriese agua y limpiarse simbólicamente de toda responsabilidad lavándose las manos sobre el animal, en representación de inocencia, y suplicar que no se les atribuyera la culpa. (Dt 21:1-9.)
Se tenían que limpiar según las fórmulas prescritas las prendas de vestir y las vasijas que tocaran cuerpos muertos o se contaminaran de otras maneras. (Le 11:32-35; 15:11, 12.) Si aparecía la lepra en una prenda de vestir o en las paredes de una casa, era un asunto mucho más serio, pues si no se podía detener y parecía que iba esparciéndose, tenía que destruirse la prenda o demoler completamente la casa. (Le 13:47-59; 14:33-53.)
Había que limpiar los despojos de guerra antes de introducirlos en el campamento. Los artículos combustibles se lavaban con agua, pero los objetos de metal tenían que fundirse. (Nú 31:21-24.)
Limpieza cristiana. Los cristianos no están bajo la Ley y sus requisitos de limpieza, aunque tanto la Ley como sus costumbres permanecían en vigor cuando Jesús estuvo en la Tierra. (Jn 11:55.) La Ley tenía “una sombra de las buenas cosas por venir”; sin embargo, “la realidad pertenece al Cristo”. (Heb 10:1; Col 2:17.) Por lo tanto, Pablo escribió en cuanto a estos asuntos de purificación: “Sí, casi todas las cosas son limpiadas con sangre según la Ley [Moisés rociaba el libro, el pueblo, la tienda y las vasijas con sangre], y a menos que se derrame sangre no se efectúa ningún perdón. Por lo tanto, fue necesario que las representaciones típicas de las cosas [que están] en los cielos fueran limpiadas por estos medios”. “Porque si la sangre de machos cabríos y de toros, y las cenizas de novilla rociadas sobre los que se han contaminado, santifica al grado de limpieza de la carne, ¿cuánto más la sangre del Cristo, que por un espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, limpiará nuestra conciencia de obras muertas para que rindamos servicio sagrado al Dios vivo?” (Heb 9:19-23, 13, 14.)
Por consiguiente, la sangre del Señor Jesucristo limpia a los cristianos de todo pecado e injusticia. (1Jn 1:7, 9.) Cristo “amó a la congregación y se entregó por ella, para santificarla, limpiándola con el baño de agua por medio de la palabra”, con el fin de que fuese sin mancha, santa y sin tacha, “un pueblo peculiarmente suyo, celoso de obras excelentes”. (Ef 5:25-27; Tit 2:14.) En consecuencia, ningún miembro de esta congregación cristiana debería hacerse “olvidadizo respecto al limpiamiento de sus pecados de hace mucho”, sino que debería continuar manifestando los frutos del espíritu de Dios (2Pe 1:5-9), recordando que a “todo el que lleva fruto él [Dios] lo limpia, para que lleve más fruto”. (Jn 15:2, 3.)
De modo que los cristianos deben mantener un alto nivel de limpieza física, moral y espiritual, protegiéndose contra “toda contaminación de la carne y del espíritu”. (2Co 7:1.) En vista de que Jesús dijo que ‘lo que entra en un hombre no contamina sino lo que sale’, los beneficiarios de la sangre limpiadora de Cristo conceden mayor importancia a la limpieza espiritual y procuran mantener “un corazón limpio” y “una conciencia limpia” ante Dios. (Mr 7:15; 1Ti 1:5; 3:9; 2Ti 1:3.) Para los que tienen una conciencia limpia, “todas las cosas son limpias”, a diferencia de las personas sin fe, cuya conciencia está contaminada, para quienes “nada les es limpio”. (Tit 1:15.) Aquellos que desean permanecer limpios y puros de corazón prestan atención al consejo de Isaías 52:11, que dice: “No toquen nada inmundo; [...] manténganse limpios, ustedes los que llevan los utensilios de Jehová”. (Sl 24:4; Mt 5:8.) Haciendo esto, sus “manos” son limpiadas en sentido figurado (Snt 4:8), y Dios los trata como si fuesen personas limpias. (2Sa 22:27; Sl 18:26; véase también Da 11:35; 12:10.)
Si bien el apóstol Pablo no estaba bajo la Ley, observó sus requisitos en la ocasión en que se limpió ceremonialmente en el templo. ¿Mostró esta acción falta de coherencia? En realidad Pablo no estaba en contra de la Ley o sus disposiciones, sino tan solo mostró que Dios no requería tal obediencia de los cristianos. Cuando los procedimientos de la Ley no violaban las nuevas verdades cristianas, no se objetaba a cumplir lo que Dios prescribía en ella. Pablo tomó esta medida para no dificultar de forma innecesaria a los judíos el escuchar las buenas nuevas acerca de Jesucristo. (Hch 21:24, 26; 1Co 9:20.) En esta misma línea, también argumentó que el alimento en sí mismo puede ser limpio, pero si el comerlo hacía tropezar a su hermano, se abstendría de hacerlo. (Ro 14:14, 15, 20, 21; 1Co 8:13.) De este modo mostró una gran preocupación por la salvación de otros, e hizo todo lo que estaba a su alcance para lograr ese fin. Por consiguiente, pudo decir: “Estoy limpio de la sangre de todo hombre”. (Hch 20:26; 18:6.)
Personas limpias, particularmente en un sentido espiritual o moral; también, aquellos que se apartan para el servicio de Dios, en el cielo o en la Tierra.
Debido a sus cualidades supremas de pureza y justicia, Jehová es el Santísimo. (Os 11:12.) Con frecuencia se le llama “el Santo de Israel”. (2Re 19:22; Sl 71:22; 89:18.) El apóstol Juan dice a los demás miembros de la congregación cristiana: “Ustedes tienen una unción del santo”. (1Jn 2:20.) A Jesucristo se le llama “aquel santo y justo” en Hechos 3:14. Los ángeles de Jehová en el cielo son santos, completamente dedicados al servicio de Dios, limpios y justos. (Lu 9:26; Hch 10:22.)
En tiempos antiguos. A los seres humanos que han sido apartados para el servicio de Dios también se les llama “santos”. (Sl 34:9.) Como la nación de Israel fue introducida en una relación de pacto con Dios, pasó a ser su propiedad especial y una nación santa a sus ojos. Por esta razón la inmundicia o la maldad de algunas personas resultaba en la contaminación de toda la nación y la consecuente desaprobación de Jehová, a menos que se eliminase a dichas personas. Un ejemplo es el caso del avaricioso y desobediente Acán; su pecado trajo desgracia a Israel hasta que fue descubierto y lapidado. (Jos 7.)
Puesto que Aarón estaba ungido con aceite santo como sumo sacerdote de la nación, era santo en un sentido especial e intenso. (Sl 106:16.) Por esa razón, los requisitos que entrañaba su cargo eran muy rigurosos. (Le 21:1-15; nótense también en los vss. 16-23 los factores que inhabilitaban a un sacerdote; véase SUMO SACERDOTE.) Si el sumo sacerdote cometía un pecado, como un error de juicio, esto podría traer culpabilidad sobre el pueblo, con lo que para la expiación tendría que sacrificarse un toro joven, el mismo sacrificio que requería un error de toda la asamblea. (Le 4:3, 13, 14.)
Los santos cristianos. A los que han sido introducidos en una relación con Dios por medio del nuevo pacto se les santifica, limpia y aparta para el servicio exclusivo de Dios por medio de la “sangre del pacto”, la sangre derramada de Jesucristo. (Heb 10:29; 13:20.) Así se les constituye “santos” (“consagrados”, NBE). En consecuencia, no llegan a ser “santos” o “consagrados” por el decreto de un hombre o de una organización, sino por Dios, quien los introduce en una relación de pacto con Él mediante la sangre de Jesucristo. El término “santos” aplica a todos los que llegan a estar en unión con Cristo de este modo y participan de su herencia, y no solo a unos pocos a los que se atribuye una santidad excepcional. Además, el término “santos” se les aplica en la Biblia desde el principio de su proceder santificado en la Tierra, y no después de su muerte. Pedro dice que deben ser santos porque Dios es santo. (1Pe 1:15, 16; Le 11:44.) Además, a todos los hermanos espirituales de Cristo en las congregaciones se les llama con frecuencia “santos”. (Hch 9:13; 26:10; Ro 1:7; 12:13; 2Co 1:1; 13:13.)
Como “esposa” de Cristo, se representa a la entera congregación vestida de lino fino brillante y limpio, que significa los “actos justos de los santos”. (Apo 19:7, 8.) En la visión se ve a la simbólica “bestia salvaje” política de Satanás el Diablo guerreando contra estos mientras están sobre la Tierra. (Apo 13:3, 7.) El resultado es una fuerte prueba del aguante de los santos, pero estos vencen al observar los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. (Apo 13:10; 14:12.)
Su esperanza. En una visión paralela, Daniel contempló a una bestia salvaje que guerreaba contra los santos de Dios, y a continuación vio una escena de un tribunal en la que el “Anciano de Días” dictaba juicio a favor de los santos, que tomaban posesión de un reino de duración indefinida y recibían “el reino y la gobernación y la grandeza de los reinos bajo todos los cielos”. (Da 7:21, 22, 27.)
Estos “santos” no ejercen autoridad real mientras están sobre la Tierra, sino que deben esperar su unión con Cristo en los cielos. (Ef 1:18-21.) Primero han de ser ‘vencedores’. (Apo 3:21; compárese con Apo 2:26, 27; 3:5, 12.) Tienen que actuar como sacerdotes y reinar con Cristo durante los mil años. (Apo 20:4, 6.) El apóstol Pablo declara que los santos juzgarán al mundo y a ángeles, por lo que al parecer también participarán en la ejecución de juicio de los malvados. (1Co 6:2, 3; Apo 2:26, 27.)
Ataque contra el “campamento de los santos”. En Apocalipsis 20:7-9 se predice que Satanás el Diablo dirigirá a las naciones en una guerra contra el “campamento de los santos y la ciudad amada” después del fin de los mil años del reinado de Cristo. Es obvio que la profecía se refiere a una rebelión terrestre contra la soberanía del reino de Dios sobre la Tierra, lo que en realidad es un ataque contra los “santos”. El contexto indica que estos deben ser las personas de la humanidad restaurada que mantengan integridad a Dios y a su Rey Mesiánico. (Véase SANTIDAD.)
Falta, nota o defecto, físico o moral, que se halla en una cosa y la hace imperfecta; “cualquier cosa mala”. (Dt 17:1.)
La palabra hebrea que denota un “defecto” de índole física o moral es mum. (Le 21:17; Job 31:7.) El término griego mó·mos significa “tacha”, mientras que la palabra relacionada á·mö·mos quiere decir “sin tacha”. (2Pe 2:13; Ef 1:4.) Ambos vocablos se derivan de la raíz mö·má·o·mai, cuyo significado es “encontrar falta en”. (2Co 6:3; 8:20.)
En el caso de Jehová, “perfecta es su actividad [“sin tacha (inmaculadas) son sus obras”, Sy]”, pero, en cambio, Dios dijo de Israel: “Ellos han obrado ruinosamente por su propia cuenta; no son hijos de él, el defecto es de ellos mismos”. (Dt 32:4, 5.)
Por consiguiente, un sacerdote levita que ministrara ante el Dios perfecto tenía que estar libre de tachas físicas, como ceguera, cojera o nariz hendida, o anormalidades, como una mano demasiado larga, delgadez tísica, enfermedades de los ojos o de la piel, una mano o un pie fracturados, testículos quebrados o aplastados, o que fuese jorobado. (Le 21:18-20.) Libre de tales defectos, el sumo sacerdote de Israel podía representar al gran Sumo Sacerdote Jesucristo, quien es “sin engaño, incontaminado”. (Heb 7:26.)
Se requería que los animales que se sacrificaban bajo la ley mosaica fueran sanos, exentos de tacha. (Éx 12:5; Le 4:3, 28; Dt 15:21.) Lo mismo era cierto también de los sacrificios relacionados con el templo representativo que Ezequiel contempló en visión. (Eze 43:22, 23.) De manera semejante, Cristo, “un cordero sin tacha e inmaculado”, “se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios”. (1Pe 1:19; Heb 9:14.)
La Biblia dice de la apariencia física de algunas personas que ‘no había ningún defecto’ en ella. Tal es el caso de Absalón, la sulamita y algunos hijos de Israel que fueron llevados a Babilonia. (2Sa 14:25; Can 4:7; Da 1:4.) La Ley estimulaba a todos los que estaban bajo ella a cuidarse y protegerse mutuamente, a fin de evitar cualquier tipo de tacha. “En caso de que un hombre le causara un defecto a su asociado, entonces, tal como él haya hecho, así se le debe hacer a él.” (Le 24:19, 20.) Asimismo, el apóstol expresó su preocupación por mantener la congregación cristiana libre de tachas en sentido espiritual. (Ef 1:4; 5:27; Col 1:22; véase también Jud 24.)