Jesucristo, Congregación |
Proceso de manejo o supervisión que tiene como fin el cumplimiento de una responsabilidad o la consecución de un objetivo.
La palabra hebrea traducida “administración” en 1 Crónicas 26:30 (pequd·dáh) viene de la raíz pa·qádh, que significa “visitar; dar atención a”. (Rut 1:6, nota.) También se vierte “cuidado; supervisión”. (2Cr 24:11; Nú 3:32; compárese con 2Re 11:18, nota; véase SUPERINTENDENTE.)
Desde el principio de la historia humana, Dios autorizó al hombre perfecto a cuidar de la Tierra y tener en sujeción a sus criaturas. (Gé 1:26-28.) Después de la rebelión del hombre, en particular a partir del Diluvio, se desarrolló y consolidó un sistema patriarcal de administración. Dirigía y administraba la vida familiar y la propiedad, e imponía normas de conducta.
La gestión de los asuntos nacionales, incluida la delegación de autoridad a subordinados confiables, que protagonizó Moisés según la voluntad divina durante los cuarenta años de viaje por el desierto suministra un brillante ejemplo de administración. (Éx 18:19-26.) La responsabilidad principal de administración dentro del sacerdocio recaía sobre el sumo sacerdote (Nú 3:5-10); sin embargo, a otros les correspondía supervisar ciertos servicios. (Nú 3:25, 26, 30-32, 36, 37; 4:16.) Después de la entrada de Israel en la Tierra Prometida, los jueces fueron los administradores de la nación con el apoyo divino. (Jue 2:16, 18; Rut 1:1.)
Con el establecimiento del reino de Israel, comenzó a funcionar un sistema de administración más completo. En tiempos del rey David la estructura administrativa estaba bastante pormenorizada: había oficiales que servían directamente bajo el rey y administradores de divisiones por todo el país. (1Cr 26:29-32; 27:1, 16-22, 25-34.) Durante su reinado también fue totalmente organizado el sacerdocio: se nombraron supervisores sobre los trabajos del tabernáculo, oficiales y jueces, porteros, cantores y músicos, y se hicieron 24 divisiones sacerdotales para que se encargaran del servicio en el tabernáculo. (1Cr 23:1-5; 24:1-19.) La administración de Salomón era aún más extensa, y se demostró su eficacia de un modo sobresaliente en la construcción del templo. (1Re 4:1-7, 26, 27; 5:13-18.)
Otras naciones también idearon complejos sistemas de administración, como lo indican las clases de oficiales que reunió Nabucodonosor cuando inauguró su imagen de oro. (Da 3:2, 3.) El mismo Daniel fue ‘hecho gobernante’ (del arameo schelét) sobre el distrito jurisdiccional de Babilonia, y bajo su mandato se les otorgó participación en la “administración” (arameo, `avi·dháh) civil a Sadrac, Mesac y Abednego. (Da 2:48, 49.)
Mediante referencias a la mayordomía y la superintendencia, a menudo se considera en las Escrituras Griegas Cristianas el uso apropiado de la responsabilidad y autoridad que han sido delegadas en aquellos encargados de supervisar la aplicación y ejecución de la voluntad expresa de Dios dentro de su pueblo. (Lu 16:2-4; 1Co 9:17; Ef 3:2; Col 1:25; Tit 1:7.) Aunque tal responsabilidad ante Dios es de suma importancia (Sl 109:8; Hch 1:20), la Biblia también recalca el valor de los intereses de aquellos que sirven bajo tal administración. (1Pe 4:10; véase MAYORDOMO.)
¿Qué es la “administración” que Dios inició en 33 E.C.? En su bondad inmerecida, Dios dispuso tener “una administración [gr. oi·ko·no·mí·an, literalmente: “manejo de la casa”] al límite cabal de los tiempos señalados, a saber: reunir todas las cosas de nuevo en el Cristo, las cosas en los cielos y las cosas en la tierra”. (Ef 1:10; compárese con Lu 12:42, nota.) Esta “administración”, o manejo progresivo, que Dios ha estado llevando a cabo desde 33 E.C., tiene como objetivo la unificación de todas sus criaturas inteligentes. La primera etapa de la “administración” de Dios es la reunión de nuevo de “las cosas en los cielos”, es decir, la preparación de la congregación de herederos del Reino que han de vivir en los cielos bajo Jesucristo como su Cabeza espiritual. (Ro 8:16, 17; Ef 1:11; 1Pe 1:4.) La segunda etapa de esta “administración” es la reunión de “las cosas en la tierra”, esto es, la preparación de aquellos que han de vivir en un paraíso terrestre. (Jn 10:16; Apo 7:9, 10; 21:3, 4.)
Regreso de Jesucristo al cielo cuarenta días después de su resurrección.
El escenario de la ascensión de Jesús fue el monte de los Olivos (Hch 1:9, 12), cerca de Betania (Lu 24:50), localidad que se hallaba en la ladera oriental de ese monte. Solo fueron testigos de la ascensión un grupo limitado, sus apóstoles fieles. (Hch 1:2, 11-13.) El testimonio bíblico dice que “estando ellos mirando, fue elevado, y una nube se lo llevó” de su vista. Continuaron mirando hacia lo alto hasta que los ángeles les advirtieron: “Este Jesús que fue recibido de entre ustedes arriba al cielo, vendrá así de la misma manera como lo han contemplado irse al cielo”. (Hch 1:9-11.)
Debe señalarse que los ángeles se refirieron a la “manera” de marchar Jesús (gr. tró·pos), no a la forma (gr. mor·fé). Cuando lo alcanzó una nube, se hizo invisible al ojo humano. A este respecto, el libro de Hechos muestra que su ascensión no fue un acontecimiento ostentoso, acompañado de gran bullicio, sino que solo la vieron un puñado de seguidores fieles, sus apóstoles, que únicamente presenciaron el comienzo. De ese modo, solo observaron cómo ascendió Jesús, lo que les permitiría ser testigos de ese hecho, como lo eran de su resurrección. (Hch 1:3.) En consecuencia, él no ‘desapareció’ simplemente de delante de ellos, como lo había hecho antes con dos de sus discípulos en Emaús o como lo había hecho el ángel que se le apareció a Gedeón y que “desapareció de su vista”. (Lu 24:31; Jue 6:21, 22.) En cierto modo, su ascensión se asemejó más a la del ángel que se le apareció a Manóah y a su esposa. Este hizo que ellos prepararan un sacrificio, y “al ascender la llama de sobre el altar hacia el cielo, entonces el ángel de Jehová ascendió en la llama del altar mientras Manóah y su esposa estaban mirando”. (Jue 13:20.)
Según Hechos 1:3-9, la ascensión de Jesús aconteció cuarenta días después de su resurrección, de modo que hubo un lapso de tiempo entre los hechos citados en Lucas 24:1-49, acaecidos el día de su resurrección, y el momento de la ascensión, referido en el versículo 51 de ese mismo capítulo. También ha de mencionarse que las palabras “comenzó a ser llevado arriba al cielo”, que aparecen en ese versículo, no se incluyen en algunos manuscritos antiguos, de modo que algunas traducciones modernas las han puesto entre corchetes (GR, SA). No obstante, sí aparecen en el Papiro Bodmer (P75), en el Manuscrito Alejandrino y en el Manuscrito Vaticano núm. 1209, así como en otros manuscritos antiguos.
Qué efecto tuvo en los discípulos. Hasta el día de la ascensión de Jesús los discípulos todavía pensaban en un reino terrestre en manos de él, como se desprende de sus palabras de Hechos 1:6. Al iniciar su ascensión y permitir que sus discípulos fuesen testigos de los primeros momentos, Jesús les dejó constancia de que su reino era celestial y de que, a diferencia de David, que “no ascendió a los cielos”, su posición a partir de entonces estaría a “la diestra de Dios”, como Pedro testificó valerosamente en el día del Pentecostés. (Hch 2:32-36.)
Asimismo, dicha acción les haría recordar y comprender muchas de las declaraciones previas de Jesús que aludían a tal posición celestial. Él había escandalizado a algunos con las palabras: “¿Qué hay, pues, si contemplaran al Hijo del hombre ascender a donde estaba antes?” (Jn 6:62); igualmente había dicho a los judíos: “Ustedes son de las regiones de abajo; yo soy de las regiones de arriba”. (Jn 8:23.) En la noche de su postrera reunión con los apóstoles, les había comentado que ‘seguía su camino al Padre para prepararles un lugar’ (Jn 14:2, 28); mientras estaba con ellos en su última noche de vida como humano, le informó a su Padre que había ‘terminado la obra sobre la tierra’ que se le había asignado, y oró: “Glorifícame al lado de ti mismo con la gloria que tenía al lado de ti antes que el mundo fuera”, para luego añadir: “Yo voy a ti”. (Jn 17:4, 5, 11.) Al ser detenido, hizo un comentario similar ante el Sanedrín. (Mt 26:64.) Después de su resurrección, dijo a María Magdalena: “Deja de colgarte de mí. Porque todavía no he ascendido al Padre. Pero ponte en camino a mis hermanos y diles: ‘Asciendo a mi Padre y Padre de ustedes y a mi Dios y Dios de ustedes’”. (Jn 20:17.) No obstante, pese a todo, está claro que los apóstoles no llegaron a entender con claridad el significado de estas manifestaciones hasta el momento de la ascensión. Más tarde, Esteban tuvo una visión de Jesús a la diestra de Dios (Hch 7:55, 56) y Pablo, por su parte, experimentó el efecto de la gloria celestial de Jesús. (Hch 9:3-5.)
La inauguración de un “camino nuevo y vivo”. Si bien Jesús inició su ascenso en forma física —lo que hizo posible que sus apóstoles le vieran—, no hay base para suponer que retuviera la misma forma después de interponerse la nube. El apóstol Pedro afirma que Jesús murió en la carne, pero que fue resucitado “en el espíritu”. (1Pe 3:18.) Pablo expone la siguiente regla: “Carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios”. (1Co 15:50; compárese también la declaración de Jesús en Jn 12:23, 24 con 1Co 15:35-45.) Pablo asemeja la ascensión de Jesús ante la presencia de Dios en los cielos a la entrada del sumo sacerdote en el compartimiento Santísimo del tabernáculo en el Día de Expiación, y especifica que en tal ocasión el sumo sacerdote solo llevaba la sangre (no la carne) de las víctimas sacrificadas. (Heb 9:7, 11, 12, 24-26.) Entonces compara la cortina —que separaba el primer compartimiento del siguiente, el Santísimo— a la carne de Cristo. El sumo sacerdote no se llevaba la cortina consigo cuando entraba en el Santísimo ante la presencia típica de Dios, sino que pasaba a través de esa barrera, de manera que esta quedaba a sus espaldas. Por eso, Pablo manifiesta que “tenemos denuedo respecto al camino de entrada al lugar santo por la sangre de Jesús, el cual él nos inauguró como camino nuevo y vivo a través de la cortina, es decir, su carne”. (Heb 9:3, 24; 10:10, 19, 20; compárese con Jn 6:51; Heb 6:19, 20; véase Cielo - [Ascensión al cielo].)
La ascensión de Jesús al cielo para presentar ante Jehová el valor redentor de su sangre derramada inauguró un “camino nuevo y vivo” de acceso a Dios en oración, pero también abrió el camino a la vida celestial, lo que armoniza con lo que Jesús había dicho a este respecto con anterioridad: “Ningún hombre ha ascendido al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre”. (Jn 3:13.) Por consiguiente, nadie, ni Enoc ni Elías, ni siquiera David, había inaugurado ese camino. (Gé 5:24; 2Re 2:11; Hch 2:34.) Como dijo Pablo: “El espíritu santo aclara que el camino al lugar santo todavía no se había puesto de manifiesto entre tanto que estaba en pie la primera tienda”. (Heb 9:8; véanse ELÍAS núm. 1; ENOC núm. 2.)
Exactitud de la expresión. Hay quien objeta que el relato de la ascensión transmite el concepto primitivo de que el cielo está encima de la Tierra, lo que manifestaría ignorancia en cuanto a la estructura del universo y la rotación terrestre. Ahora bien, si hubiese que satisfacer a esos críticos, se deberían eliminar del lenguaje las palabras “arriba”, “encima” y otras semejantes. Sin embargo, aun en esta era del espacio se puede decir que, por ejemplo, un transbordador espacial tripulado por astronautas ha realizado un “ascenso” de más de 900.000 pies de altura para entrar en órbita, cuando en realidad sabemos que, técnicamente, se separó o alejó de la superficie de la Tierra esa distancia. Es interesante notar que sobre el grupo de ángeles que anunció a coro el nacimiento de Jesús se dijo que una vez que concluyeron su misión, ‘partieron de ellos al cielo’. (Lu 2:15; compárese con Hch 12:10.) De modo que si bien la partida de Jesús comenzó con un movimiento ascendente desde el lugar donde se hallaban sus discípulos, pudo haber tomado después cualquier dirección que le condujese ante la presencia de su Padre celestial. Fue una ascensión no solo en sentido direccional, sino, y esto es más importante, en lo que respecta al campo de actividad y al nivel de existencia que a partir de entonces tendría Jesús en la región espiritual y ante la elevada presencia del Dios Altísimo, un dominio que no se rige por el sentido de dirección y dimensión humanos. (Compárese con Heb 2:7, 9.)
Por qué fue esencial. La ascensión de Jesús al reino celestial fue esencial por diversas razones o propósitos. Él había declarado que debía ‘seguir su camino’ a fin de poder enviar el espíritu santo de Dios como ayudante para sus discípulos. (Jn 16:7-14.) El que Jesús derramara ese espíritu en el día de Pentecostés suministró a los discípulos una prueba rotunda de que había alcanzado la presencia de Dios y había presentado ante Él su sacrificio de rescate. (Hch 2:33, 38.) Esta presentación del valor de su sangre también hizo que la ascensión fuera vital, pues dicha presentación no habría de hacerse sobre la Tierra en el Santísimo del templo de Jerusalén, sino únicamente en “el cielo mismo, [...] delante de la persona de Dios”. (Heb 9:24.) De igual manera, fue necesaria debido a que a Jesús se le asignó y glorificó como el “gran sumo sacerdote que ha pasado por los cielos”. (Heb 4:14; 5:1-6.) Pablo explica que “si estuviera sobre la tierra, no sería sacerdote”, pero que habiéndose “sentado a la diestra del trono de la Majestad en los cielos”, Jesús ahora “ha obtenido un servicio público más admirable, de modo que también es mediador de un pacto correspondientemente mejor”. (Heb 8:1-6.) Debido a esto, como los cristianos están sujetos al pecado heredado, se sienten consolados al saber que tienen “un ayudante para con el Padre, a Jesucristo, uno que es justo”. (1Jn 2:1; Ro 8:34; Heb 7:25.)
Finalmente, la ascensión fue necesaria para que Jesús administrara el reino del que llegó a ser heredero, “y ángeles y autoridades y poderes fueron sujetados a él”. (1Pe 3:22; Flp 2:6-11; 1Co 15:25; Heb 10:12, 13; compárese con Da 7:14.) Habiendo “vencido al mundo” (Jn 16:33), participó en el cumplimiento de la profecía registrada en el Salmo 68:18 al ‘ascender a lo alto y llevarse cautivos’, profecía cuyo significado explica Pablo en Efesios 4:8-12.
Cena literal que conmemora la muerte del Señor Jesucristo, por lo que apropiadamente se la denomina la Conmemoración. Es el único acontecimiento que la Biblia manda celebrar a los cristianos. (1Co 11:20.)
Dos apóstoles que fueron testigos presenciales y participantes, a saber, Mateo y Juan, registraron la institución de la Cena del Señor. Marcos y Lucas, aunque no estuvieron presentes, complementaron el relato con algunos detalles. Pablo también esclareció algunas cuestiones cuando dio instrucciones a la congregación de Corinto. Estas fuentes nos dicen que la noche antes de su muerte, Jesús se reunió con sus discípulos en un espacioso aposento superior para observar la Pascua. (Mr 14:14-16.) Mateo informa: “Mientras continuaron comiendo, Jesús tomó un pan y, después de decir una bendición, lo partió y, dándolo a los discípulos, dijo: ‘Tomen, coman. Esto significa mi cuerpo’. También, tomó una copa y, habiendo dado gracias, la dio a ellos, diciendo: ‘Beban de ella, todos ustedes; porque esto significa “mi sangre del pacto”, que ha de ser derramada a favor de muchos para perdón de pecados. Pero les digo: de aquí en adelante de ningún modo beberé yo de este producto de la vid hasta aquel día en que lo beba nuevo con ustedes en el reino de mi Padre’. Por último, después de cantar alabanzas, salieron al monte de los Olivos”. (Mt 26:17-30; Mr 14:17-26; Lu 22:7-39; Jn 13:1-38; 1Co 10:16-22; 11:20-34.)
Cuándo se instituyó. La Pascua siempre se observaba el 14 de Nisán (Abib), el día de luna llena o cerca de ese día, pues en el calendario judío el primer día de cada mes (mes lunar) era el día de luna nueva, determinado por observación visual. Por consiguiente, el día 14 del mes sería hacia la mitad de una lunación. En el artículo JESUCRISTO - [Cuándo murió] se muestra que Jesús murió el 14 de Nisán del año 33 E.C. Como los cálculos astronómicos indican que hubo un eclipse de luna el viernes 3 de abril del año 33 E.C., según el calendario juliano, viernes 1 de abril, según el calendario gregoriano, y los eclipses de luna siempre se producen en tiempo de luna llena, es posible concluir con bastante seguridad que, de acuerdo con el calendario gregoriano, la fecha de la muerte de Jesús, el 14 de Nisán del año 33 E.C., cayó en jueves-viernes, 31 de marzo–1 de abril del año 33 E.C. (Canon of Eclipses, de Oppolzer, traducción al inglés de O. Gingerich, 1962, pág. 344.)
La noche antes de su muerte Jesús observó su última cena pascual, después de lo cual instituyó la Cena del Señor. Antes de que empezara la cena de la Conmemoración, se echó afuera al traidor Judas, y el registro bíblico informa que para entonces ya “era de noche”. (Jn 13:30.) Puesto que en el calendario judío el día comenzaba al anochecer e iba hasta el anochecer del día siguiente, la Cena del Señor se celebró también el 14 de Nisán, es decir, el anochecer del jueves 31 de marzo. (Véase DÍA - [¿A qué se refiere la expresión “entre las dos tardes”?].)
Periodicidad de su celebración. Tanto Lucas como Pablo registran que cuando Jesús instituyó la conmemoración de su muerte, dijo: “Sigan haciendo esto en memoria de mí”. (Lu 22:19; 1Co 11:24.) Estas palabras permiten concluir que Jesús quiso decir que sus seguidores deberían celebrar la Cena del Señor una vez al año, y no con más frecuencia. La Pascua, que se observaba en conmemoración de la liberación que trajo Jehová en 1513 a. E.C. sobre el pueblo de Israel cautivo en Egipto, se conmemoraba tan solo una vez al año: cada 14 de Nisán. En consecuencia, dado que la Conmemoración también era un aniversario, sería lógico que se celebrara únicamente el 14 de Nisán.
Pablo citó a Jesús cuando dijo concerniente a la copa: “Sigan haciendo esto, cuantas veces la beban, en memoria de mí”, y añadió: “Porque cuantas veces coman este pan y beban esta copa, siguen proclamando la muerte del Señor, hasta que él llegue”. (1Co 11:25, 26.) La expresión “cuantas veces” puede referirse a algo que se hace solo una vez al año, en especial cuando esta acción se repite durante muchos años. (Heb 9:25, 26.) El 14 de Nisán Cristo dio su cuerpo literal en sacrificio en un madero de tormento y derramó su sangre vital para perdón de pecados. De modo que fue ese día cuando aconteció la “muerte del Señor” y, por consiguiente, esa es la fecha en la que se habría de conmemorar su muerte.
Los participantes estarían “ausentes del Señor” y habrían de celebrar ‘muchas veces’ la Cena del Señor hasta que muriesen en fidelidad. Una vez que resucitasen a vida celestial, estarían junto con Cristo y ya no necesitarían una celebración para recordarlo. Al decir con respecto a la duración de esta observancia “hasta que él llegue”, el apóstol Pablo se refirió a que Cristo vendría de nuevo y los recibiría en el cielo cuando resucitasen durante su presencia. Las palabras que Jesús dirigió a los once apóstoles más tarde aquella misma noche clarifican esta idea: “Si prosigo mi camino y les preparo un lugar, vengo otra vez y los recibiré en casa a mí mismo, para que donde yo estoy también estén ustedes”. (Jn 14:3, 4; compárese con 2Co 5:1-3, 6-9.)
Jesús les mencionó a sus discípulos que el vino que había bebido (en esa Pascua, antes de la Conmemoración) era lo último que bebería del producto de la vid ‘hasta aquel día en que lo bebiera nuevo con ellos en el reino de su Padre’. (Mt 26:29.) Ya que él no bebería vino de manera literal en el cielo, es obvio que se refería a lo que el vino a veces simboliza en las Escrituras: el gozo. Lo que ellos esperaban con gran expectación era estar juntos en el Reino. (Ro 8:23; 2Co 5:2.) El rey David escribió en canción sobre el “vino que regocija el corazón del hombre mortal” como provisión de Jehová, y su hijo Salomón dijo: “El vino mismo regocija la vida”. (Sl 104:15; Ec 10:19.)
Los emblemas. En lo que tiene que ver con el pan que Jesús usó cuando instituyó la Cena del Señor, Marcos registra lo siguiente: “Mientras continuaban comiendo, él tomó un pan, y habiendo dicho una bendición, lo partió y se lo dio a ellos, y dijo: ‘Tómenlo; esto significa mi cuerpo’”. (Mr 14:22.) El pan era el que había disponible para la cena pascual que Jesús y sus discípulos acababan de celebrar. Era pan sin levadura, ya que no se permitía que hubiera levadura en los hogares judíos durante la Pascua ni en el transcurso de la fiesta de las tortas no fermentadas, que tenía lugar inmediatamente después. (Éx 13:6-10.) A veces en las Escrituras se usa la levadura para denotar lo pecaminoso. Es apropiado que el pan no tuviese levadura porque representa el cuerpo carnal sin pecado de Jesús. (Heb 7:26; 9:14; 1Pe 2:22, 24.) El pan ácimo era aplastado y quebradizo; por lo tanto, como era costumbre entonces al comer, hubo que partirlo. (Lu 24:30; Hch 27:35.) Lo mismo hizo Jesús cuando multiplicó milagrosamente el pan para miles de personas: lo partió con el fin de distribuirlo. (Mt 14:19; 15:36.) Por consiguiente, queda claro que el partir el pan de la Conmemoración no tenía en sí ningún significado espiritual.
Después de pasar el pan, Jesús tomó una copa, “ofreció gracias y se la dio a ellos, y todos bebieron de ella. Y les dijo: ‘Esto significa mi “sangre del pacto”, que ha de ser derramada a favor de muchos’”. (Mr 14:23, 24.) Usó vino fermentado, no zumo de uvas sin fermentar. Cuando en la Biblia aparece el término vino, es con referencia al vino literal, no al zumo de uvas sin fermentar. (Véase VINO Y BEBIDAS ALCOHÓLICAS.) El vino fermentado, y no el zumo de uvas, reventaría los “odres viejos”, tal como dijo Jesús. Sus enemigos le acusaron de ser “dado a beber vino”, acusación que no tendría significado alguno si el “vino” hubiese sido simplemente zumo de uvas. (Mt 9:17; 11:19.) En aquella ocasión todavía había vino de la celebración pascual que acababa de concluir y Cristo muy apropiadamente lo usó al instituir la conmemoración de su muerte. El vino debió ser tinto, pues solo así sería un símbolo apropiado de la sangre. (1Pe 1:19.) ★Los emblemas - (15-12-2013-Pg.23-§5-7)
Comida de comunión. En el antiguo Israel un hombre podía disponer una comida de comunión. En primer lugar, llevaba un animal al santuario, donde se degollaba. Luego, una porción del animal ofrecido se colocaba sobre el altar para “olor conducente a descanso a Jehová”, con otra se quedaba el sacerdote que oficiaba y una tercera era para los hijos sacerdotales de Aarón; además, el que presentaba la ofrenda participaba de la comida junto con su casa. (Le 3:1-16; 7:28-36.) Al que era ‘inmundo’ según la Ley se le prohibía comer un sacrificio de comunión bajo pena de ser “[cortado] de su pueblo”. (Le 7:20, 21.)
La Cena del Señor es también una comida de comunión, porque hay una participación conjunta. Jehová Dios participa como el Autor de la celebración, Jesucristo es el sacrificio de rescate y sus hermanos espirituales toman de los emblemas como copartícipes. El que ellos coman de “la mesa de Jehová” significa que están en paz con Él. (1Co 10:21.) De hecho, las ofrendas de comunión se llamaban a veces “ofrendas de paz”. (Le 3:1, nota.)
Los que participan en comer del pan y beber del vino reconocen que son copartícipes en Cristo y que están en completa unidad. El apóstol Pablo dice: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es un participar de la sangre del Cristo? El pan que partimos, ¿no es un participar del cuerpo del Cristo? Porque hay un solo pan, nosotros, aunque muchos, somos un solo cuerpo, porque todos participamos de ese solo pan”. (1Co 10:16, 17.)
Cuando participan, muestran que están en el nuevo pacto y que reciben sus beneficios: Dios les perdona los pecados por medio de la sangre de Cristo. Ellos estiman como de gran valor la “sangre del pacto” por la que se les santifica. (Heb 10:29.) En las Escrituras se dice que son “ministros de un nuevo pacto” y que sirven para sus fines. (2Co 3:5, 6.) Con toda propiedad participan del pan emblemático, porque pueden decir: “Por dicha ‘voluntad’ hemos sido santificados mediante el ofrecimiento del cuerpo de Jesucristo una vez para siempre”. (Heb 10:10.) Participan de los sufrimientos de Cristo y de una muerte como la suya: muerte de integridad. Por eso, esperan participar en “la semejanza de su resurrección”, una resurrección a vida inmortal en un cuerpo espiritual. (Ro 6:3-5.)
El apóstol Pablo dice de aquellos que participan: “Cualquiera que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será culpable respecto al cuerpo y la sangre del Señor. Primero apruébese el hombre a sí mismo después de escrutinio, y así coma del pan y beba de la copa. Porque el que come y bebe, come y bebe juicio contra sí mismo si no discierne el cuerpo”. (1Co 11:27-29.) Las prácticas inmundas, no bíblicas o hipócritas harían que la persona fuera indigna de comer. Si comiese en tal condición, estaría comiendo y bebiendo juicio contra sí misma. Lejos de mostrar aprecio por el sacrificio de Cristo, su propósito y significado, estaría manifestando falta de respeto y desprecio. (Compárese con Heb 10:28-31.) Tal persona estaría en peligro de ser ‘cortada del pueblo de Dios’, como ocurría en Israel con aquel que participaba en condición inmunda de una comida de comunión. (Le 7:20.)
En efecto, Pablo compara la Cena del Señor a una comida de comunión israelita, cuando habla en primer lugar de los que participan juntos en Cristo y luego pasa a decir: “Miren a aquello que es Israel según la carne: Los que comen los sacrificios, ¿no son partícipes con el altar? [...] No pueden estar bebiendo la copa de Jehová y la copa de demonios; no pueden estar participando de ‘la mesa de Jehová’ y de la mesa de demonios”. (1Co 10:18-21.)
Los que participan y otros asistentes a la Cena. Mientras estaba con sus doce apóstoles, Jesús les dijo: “En gran manera he deseado comer con ustedes esta pascua antes que sufra”. (Lu 22:15.) Pero el relato de Juan, un testigo ocular, revela que Jesús despidió al traidor Judas antes de instituir la Conmemoración. Como Jesús sabía que Judas era quien le iba a traicionar, en el transcurso de la Pascua mojó un bocado y se lo dio, a continuación de lo cual le ordenó que se marchase. (Jn 13:21-30.) El registro de Marcos también da a entender el mismo orden de acontecimientos. (Mr 14:12-25.) En la Cena del Señor que siguió, Jesús pasó el pan y el vino a los once apóstoles restantes, y les dijo que comieran y bebieran. (Lu 22:19, 20.) Más tarde, les recordó que ellos eran los que ‘con constancia habían continuado con él en sus pruebas’, otra indicación de que ya se había despedido a Judas. (Lu 22:28.)
No hay nada que muestre que Jesús mismo comiera del pan o bebiera de la copa durante la Conmemoración. Él dio su cuerpo y su sangre a favor de ellos y para validar el nuevo pacto, por medio del cual se les borrarían los pecados. (1Co 11:27-29Jer 31:31-34; Heb 8:10-12; 12:24.) Sin embargo, Jesús no tenía pecados. (Heb 7:26.) Él medió el nuevo pacto entre Jehová Dios y los que fueron escogidos para ser sus coherederos. (Heb 9:15; véase PACTO.) Además de los apóstoles, presentes en aquella cena, otros llegarían a formar parte del “Israel [espiritual] de Dios”, es decir, del “rebaño pequeño”, y finalmente serían reyes y sacerdotes con Cristo. (Gál 6:16; Lu 12:32; Apo 1:5, 6; 5:9, 10.) Por lo tanto, todos los hermanos espirituales de Cristo que estuvieran en la Tierra habrían de participar en esta cena cada vez que se celebrase. Se dice que son “ciertas primicias de sus criaturas” (Snt 1:18) que han sido comprados de la humanidad como “primicias para Dios y para el Cordero”, y en la visión de Juan se revela que el número asciende a 144.000. (Apo 14:1-5.)
Los observadores que no participan. El Señor Jesucristo reveló que durante su presencia habría personas que harían bien a sus hermanos espirituales, visitándolos en tiempo de necesidad y dándoles apoyo. (Mt 25:31-46.) Cuando estas personas asistieran a la celebración de la Cena del Señor, ¿tendrían derecho a participar de los emblemas? Las Escrituras dicen que a aquellos que tuvieran derecho a participar de los emblemas como “herederos por cierto de Dios, pero coherederos con Cristo”, Dios, por medio de su espíritu santo, les suministraría pruebas y les daría seguridad de que son sus hijos. El apóstol Pablo escribe: “El espíritu mismo da testimonio con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios”, y luego sigue diciendo que hay otras personas que se benefician de lo que Dios ha previsto para estos hijos: “Porque la expectación anhelante de la creación aguarda la revelación de los hijos de Dios”. (Ro 8:14-21.) Puesto que los coherederos con Cristo tienen que ‘gobernar como reyes y sacerdotes sobre la tierra’, el Reino beneficiará a sus súbditos terrestres. (Apo 5:10; 20:4, 6; 21:3, 4.) Como es lógico, estos se interesan en el Reino y en su desarrollo. Por lo tanto, asisten como observadores a la celebración de la Cena del Señor, pero, al no ser coherederos con Cristo ni hijos espirituales de Dios, no participan de los emblemas, como sí hacen los copartícipes en la muerte de Cristo, que tienen la esperanza de una resurrección a vida celestial con él. (Ro 6:3-5.)
No se produjo ninguna transubstanciación o consubstanciación. Jesús todavía tenía su cuerpo carnal cuando ofreció el pan. Este cuerpo, completo e intacto, tenía que ofrecerse la tarde siguiente (según el calendario judío seguiría siendo el mismo día Heb 9:25, 26.) El 14 de Nisán) como un sacrificio perfecto e inmaculado por los pecados. Asimismo, conservaba toda su sangre para aquel sacrificio perfecto: “Derramó su alma [que está en la sangre] hasta la mismísima muerte”. (Isa 53:12; Le 17:11.) Por consiguiente, Jesús no realizó durante la cena ningún milagro de transubstanciación, cambiando el pan y el vino por su carne y sangre literales. Por las mismas razones, tampoco se puede decir, como alegan los que se adhieren a la doctrina de la consubstanciación, que hizo que su carne y su sangre estuvieran presentes o combinadas milagrosamente con el pan y el vino.
Las palabras de Jesús registradas en Juan 6:51-57 no contradicen lo que se acaba de exponer. Jesús no estaba hablando de la Cena del Señor, pues esta cena no se instituyó sino hasta un año después. El ‘comer’ y ‘beber’ mencionados en el relato son figurativos y se realizan ejerciendo fe en Jesucristo, como indican los versículos 35 y 40.
Por otra parte, el comer carne y sangre humanas sería canibalismo. Por esa razón se escandalizaron los judíos que no tenían fe en Jesús y que no entendieron su afirmación sobre comer su carne y beber su sangre. Esta reacción indica el punto de vista judío respecto a comer carne y sangre humanas, según enseñaba la Ley. (Jn 6:60.)
Asimismo, el beber sangre era una violación de la ley que Dios dio a Noé antes del pacto de la Ley (Gé 9:4; Le 17:10), y el Señor Jesucristo nunca mandaría a otros que violasen la ley divina. (Compárese con Mt 5:19.) Además, Jesús mandó: “Sigan haciendo esto en memoria de mí”, no ‘en sacrificio de mí’. (1Co 11:23-25.)
Por lo tanto, el pan y el vino son emblemas que representan la carne y la sangre de Cristo de una manera simbólica, como simbólicas son sus palabras en cuanto a comer su carne y beber su sangre. Jesús había dicho a los que se ofendieron por sus palabras: “De hecho, el pan que yo daré es mi carne a favor de la vida del mundo” (Jn 6:51), lo que se cumplió cuando murió en sacrificio en el madero de tormento. Luego, su cuerpo fue enterrado y su Padre se deshizo de él antes de que viera la corrupción. (Hch 2:31.) Nadie comió jamás de su carne o de su sangre de manera literal.
Observancia apropiada y ordenada. En algunos aspectos la congregación cristiana de Corinto había incurrido en una mala condición espiritual, de modo que el apóstol Pablo dijo que ‘muchos estaban débiles y enfermizos, y no pocos estaban durmiendo en la muerte’. Esto se debía en buena parte a que no entendían bien la Cena del Señor y su significado, y no respetaban el carácter sagrado de la ocasión. Había quienes se llevaban la cena para comerla antes de la celebración o durante la misma, y algunos de estos comían en exceso y abusaban de la bebida, mientras que otros miembros de la congregación que no tenían cena pasaban hambre y se sentían avergonzados ante la presencia de aquellos que tenían en abundancia. Como su mente estaba soñolienta o concentrada en otras cosas, no se hallaban en posición de participar de los emblemas con aprecio. Además, la congregación estaba dividida, porque había quienes favorecían a Pedro, quienes preferían a Apolos y quienes se decantaban por Pablo. (1Co 1:11-13; 11:18.) No reparaban en que esta ocasión, de manera especial, debía realzar la unidad. No percibían por completo su seriedad: los emblemas representaban el cuerpo y la sangre del Señor, y la cena era un recordatorio de su muerte. Por eso Pablo subrayó el grave peligro que corrían los que participaban sin discernir estos hechos. (1Co 11:20-34.)
¿Qué significado e importancia tiene la Conmemoración? Jesús dijo a sus fieles apóstoles: “Sigan haciendo esto en memoria de mí” (Luc. 22:19). Al escribir a los miembros de la congregación cristiana engendrada mediante espíritu, el apóstol Pablo agregó: “Porque cuantas veces coman este pan y beban esta copa, siguen proclamando la muerte del Señor, hasta que él llegue” (1 Cor. 11:26). Así que la Conmemoración da atención especial al significado de la muerte de Jesucristo en el desarrollo del propósito de Dios. Hace resaltar el significado de la muerte de Jesús en sacrificio, particularmente con relación al nuevo pacto y la manera como su muerte afecta a los que serán herederos con él en el Reino celestial. (Juan 14:2, 3; Heb. 9:15.)
La Conmemoración también es un recordatorio de que la muerte de Jesús y la manera como se efectuó, en armonía con el propósito de Dios expresado desde Génesis 3:15 en adelante, sirvieron para vindicar el nombre de Jehová. Al mantener integridad a Jehová hasta su muerte, Jesús probó que el pecado de Adán no se debía a que Dios hubiera creado al hombre con alguna falta, y que el ser humano podía mantener devoción piadosa perfecta aun bajo presión severa; así Jesús vindicó a Jehová Dios como Creador y Soberano Universal. Además de eso, el propósito de Jehová era que la muerte de Jesús proveyera el sacrificio humano perfecto que se necesitaba para rescatar a la descendencia de Adán, y así hacer posible que los miles de millones de personas que ejercieran fe vivieran para siempre en una Tierra paradisíaca, en cumplimiento del propósito original de Jehová y como expresión de Su gran amor a la humanidad. (Juan 3:16; Gén. 1:28.)
¡Qué inmensa responsabilidad pesaba sobre Jesús la última noche que pasó como hombre en la Tierra! Él no solo sabía cuál era el propósito de su Padre celestial para con él, sino que también sabía que tenía que demostrar su fidelidad bajo prueba. Si hubiera fallado, ¡qué oprobio tan grande hubiera traído sobre su Padre, y qué terrible pérdida hubiera sido esto para la humanidad! Debido a todo lo que se lograría por medio de su muerte, fue muy apropiado que Jesús diera instrucciones para que se conmemorara aquella ocasión.
¿Qué significa el pan y el vino que se sirven en la Conmemoración? Con relación al pan sin levadura que Jesús dio a sus apóstoles cuando instituyó la Conmemoración, él dijo: “Esto significa mi cuerpo” (Mar. 14:22). Aquel pan simbolizó su propio cuerpo de carne sin pecado. Él daría su cuerpo a favor de las perspectivas de vida futuras de la humanidad, y en esta ocasión se da atención especial a las perspectivas de vida que hace posible para los que serían escogidos como participantes con Jesús en el Reino celestial.
Cuando pasó el vino a sus apóstoles fieles, Jesús dijo: “Esto significa mi ‘sangre del pacto,’ que ha de ser derramada a favor de muchos” (Mr 14:24). El vino simbolizó su propia sangre vital. Su sangre derramada haría posible el perdón de pecados en el caso de los que ejercieran fe en ella. En esta ocasión Jesús estaba recalcando que la sangre haría posible que sus coherederos en perspectiva quedaran limpios de pecado. Sus palabras también indican que mediante su sangre se haría vigente el nuevo pacto entre Jehová Dios y la congregación de cristianos ungidos con espíritu.
Lugares destacados en las cenas En el siglo primero lo común era reclinarse a una mesa para comer. La persona apoyaba su codo izquierdo sobre un cojín y comía con la mano derecha. En el mundo grecorromano, el comedor típico tenía tres divanes colocados alrededor de una mesa baja. Los romanos llamaban a este comedor triclinium (término en latín derivado de una palabra griega que significa ‘habitación con tres divanes’). Aunque este sistema permitía acomodar a nueve personas, tres por diván, se popularizó usar divanes más largos para acomodar a más gente. La tradición establecía que cada diván tenía un grado de honor diferente: uno era el de honor más bajo (A), otro era el intermedio (B) y el otro era el de mayor honor (C). El lugar en el diván también tenía su importancia. Se consideraba que cada persona era superior a la que tenía a su derecha pero era inferior a la que tenía a su izquierda. En los banquetes formales, el anfitrión solía sentarse en el primer lugar (1) del diván de menor importancia. Y el lugar de mayor honor (2) era el más próximo al anfitrión, en el diván del medio. No está claro lo extendida que estaba esta costumbre entre los judíos, pero Jesús aludió a ella al hablar a sus discípulos sobre la necesidad de ser humildes. (Mt 23:6; Mr 12:39; Lu 14:7-9; 20:46)
Grupo de personas reunido para un propósito o actividad en particular. La palabra hebrea que suele traducirse “congregación” en la Traducción del Nuevo Mundo es qa·hál, que viene de una raíz cuyo significado es “convocar; congregar”. (Nú 20:8; Dt 4:10.) Se usa frecuentemente con relación a un cuerpo organizado, y se encuentra en las expresiones “congregación de Israel” (Le 16:17; Jos 8:35; 1Re 8:14), “congregación del Dios verdadero” (Ne 13:1) y “congregación de Jehová”. (Dt 23:2, 3; Miq 2:5.) Qa·hál designa diferentes tipos de convocatorias humanas: con fines religiosos (Dt 9:10; 18:16; 1Re 8:65; Sl 22:25; 107:32), para tratar asuntos civiles (1Re 12:3) y para la guerra (1Sa 17:47; Eze 16:40). En el libro de Eclesiastés se identifica a Salomón como “el congregador” (heb. qo·hé·leth). (Ec 1:1, 12.) En su calidad de rey, congregó o reunió al pueblo para la adoración de Jehová. Una ocasión notable fue cuando reunió a sus súbditos con motivo de la inauguración del templo de Jerusalén. (1Re 8:1-5; 2Cr 5:2-6.)
La palabra traducida “congregación” en las Escrituras Griegas Cristianas es ek·klë·sí·a, de la que se deriva el vocablo “iglesia”. Ek·klë·sí·a viene de dos raíces griegas: ek, que significa “fuera”, y ka·lé·ö, que significa “llamar”. Por lo tanto, designa a un grupo de personas a las que se ha ‘llamado hacia afuera’ o se ha convocado, sea oficial o extraoficialmente. Es la palabra que se usa con referencia a la congregación de Israel en Hechos 7:38 y también para aludir a la “asamblea” que el platero Demetrio levantó contra Pablo y sus compañeros en Éfeso. (Hch 19:23, 24, 29, 32, 41.) Sin embargo, su uso más frecuente es con relación a la congregación cristiana. Se aplica a la congregación cristiana en general (1Co 12:28); a una congregación de una ciudad en particular, como Jerusalén (Hch 8:1), Antioquía (Hch 13:1) o Corinto (2Co 1:1), y a un grupo específico que se reúne en casa de alguien. (Ro 16:5; Flm 2.) También se mencionan congregaciones cristianas individuales o “congregaciones de Dios”. (Hch 15:41; 1Co 11:16.) La mayoría de las versiones españolas utilizan la palabra “iglesia” en textos que hablan de la congregación cristiana, como en 1 Corintios 16:19, pero puesto que muchas personas relacionan el término iglesia con un edificio para servicios religiosos más bien que con una congregación reunida para adorar, esa traducción puede conducir a equívocos.
La palabra griega ek·klë·sí·a se emplea a veces en la Versión de los Setenta para traducir el vocablo hebreo qa·hál, como en el Salmo 22:22, nota (21:23, LXX).
La congregación de Israel. Desde el tiempo de Moisés en adelante, las Escrituras llamaron congregación a la nación de Israel. Jehová dispuso que el gobierno de la congregación fuese, no democrático, del pueblo, sino teocrático, es decir, de Él mismo. Precisamente con ese propósito se introdujo a la nación en el pacto de la Ley. (Éx 19:3-9; 24:6-8.) Puesto que Moisés era el mediador de aquel pacto, los israelitas podían decir: “Moisés nos impuso como mandato una ley, una posesión de la congregación de Jacob” (Dt 33:4), aunque Jehová era su Juez, Dador de Estatutos y Rey. (Isa 33:22.) De este modo, la nación era una congregación de Dios y se la podía llamar la “congregación de Jehová”. (Nú 16:3; 1Cr 28:8.)
A veces qa·hál (congregación) se emplea junto con otra palabra hebrea, `e·dháh (asamblea). (Le 4:13; Nú 20:8, 10.) `E·dháh viene de una raíz cuyo significado es “nombrar”, así que quiere decir un grupo reunido por nombramiento, y con frecuencia se aplica a la comunidad de Israel, como en la expresión “asamblea de Israel”. (Éx 12:3.) Los que constituían la población hebrea de la nación de Israel componían la congregación (qa·hál; Nú 15:15), mientras que, al parecer, la asamblea (`e·dháh) abarcaba tanto a los israelitas como a los residentes forasteros que vivían con ellos. (Éx 12:19.) Parece ser que a los residentes forasteros circuncisos se les contaba como parte de la congregación de Israel, en una aplicación general y extendida de este término. (Nú 15:14-16.)
No obstante, había excepciones en cuanto a quiénes podían formar parte de la “congregación de Jehová”. Ningún hombre castrado o que ‘tuviera cortado su miembro viril’ podía entrar en la congregación, ni los hijos ilegítimos ni los varones ammonitas ni moabitas podían formar parte de ella “hasta la décima generación”. Sin embargo, los hijos de los edomitas y de los egipcios de “la tercera generación” podían “entrar de por sí en la congregación de Jehová”. (Dt 23:1-8.) El hecho de que se excluyera “hasta la décima generación” a los hijos de alguien que fuera hijo ilegítimo promovía respeto a la ley de Jehová contra el adulterio. (Éx 20:14.) Y a pesar de que los mutilados sexualmente no podían integrarse en la “congregación de Jehová”, recibían consuelo de las palabras registradas en Isaías 56:1-7. De todas maneras, las personas excluidas de la “congregación de Jehová” en el Israel antiguo tenían la posibilidad de llegar a recibir las provisiones y bendiciones que Jehová otorgaba a las personas de las demás naciones. (Gé 22:15-18.)
A aquellos que formaban parte de la congregación de Israel se les mostraba misericordia si pecaban por error, pero se les ejecutaba en caso de hacer algo malo deliberadamente. (Nú 15:27-31.) Por ejemplo, había que cortar de la congregación y ejecutar a quien rehusase purificarse cuando estaba “inmundo” ceremonialmente, comiese de la carne del sacrificio de comunión estando en esa condición, participase de la grasa de las ofrendas o de la sangre o comiese cosas santas mientras estaba inmundo. (Nú 19:20; Le 7:21-27; 17:10, 14; 22:3.) Se debía ejecutar también a aquel que trabajase en sábado (Éx 31:14), entregase su prole a Mólek, se volviera a médium espiritistas y pronosticadores profesionales de sucesos, se entregara a ciertas clases de inmoralidad sexual y a quien no ‘se afligiera’ en el Día de Expiación anual. (Le 20:1-6, 17, 18; 23:27-30; véanse también Éx 30:31-33; Le 17:3, 4, 8, 9; 18:29; 19:5-8.)
Los habitantes de Israel estaban organizados en tribus, familias y casas. El incidente que tuvo que ver con Acán muestra esta organización del pueblo, pues en esa ocasión Israel se presentó primero tribu por tribu, luego familia por familia, más tarde casa por casa y por fin hombre físicamente capacitado por hombre físicamente capacitado, hasta que se aisló a Acán como el malhechor. (Jos 7:10-19.)
En Israel, los “príncipes” solían actuar en representación de todo el pueblo. (Esd 10:14.) Así, los “principales de las tribus” hicieron sus presentaciones cuando se erigió el tabernáculo. (Nú 7:1-11.) Los sacerdotes, levitas y “cabezas del pueblo” también actuaron como representantes de la nación cuando se autenticó por sello el “arreglo fidedigno” en los días de Nehemías. (Ne 9:38–10:27.) Durante el viaje de los israelitas por el desierto, doscientos cincuenta de los “principales de la asamblea, los convocados de la reunión, hombres de fama”, se congregaron con Coré, Datán, Abiram y On en contra de Moisés y Aarón. (Nú 16:1-3.) En conformidad con la instrucción divina, Moisés seleccionó a 70 ancianos de Israel para que le ayudaran a llevar “la carga del pueblo”, demasiado pesada para él solo. (Nú 11:16, 17, 24, 25.) En Levítico 4:15 se habla de “los ancianos de la asamblea”; al parecer los ancianos de la nación, sus cabezas, sus jueces y sus oficiales eran los representantes del pueblo. (Nú 1:4, 16; Jos 23:2; 24:1.)
En el desierto se usaron dos trompetas de plata para convocar a la asamblea y también para levantar el campamento. La asamblea se reunía con Moisés a la entrada de la tienda de reunión si se tocaban ambas trompetas, pero en caso de que se tocara solo una, no se presentaban más que “los principales como cabezas de los millares de Israel”. (Nú 10:1-4.) A veces los reyes convocaron reuniones (1Re 8:5; 2Cr 20:4, 5), y Ezequías usó a corredores para convocar al pueblo a Jerusalén con ocasión de la gran celebración de la Pascua que tuvo lugar en su día. (2Cr 30:1, 2, 10-13.)
En tiempos posteriores, el cuerpo judicial conocido como el Sanedrín (compuesto de 71 miembros: el sumo sacerdote y otros 70 hombres principales de la nación, “la asamblea de los ancianos”) llegó a concentrar un poder considerable. (Mt 26:59; Lu 22:66.)
Durante el exilio babilonio de los judíos, o poco después, se generalizó el uso de las sinagogas, edificios donde se congregaban los judíos, y con el tiempo se establecieron en diferentes lugares; Jesús enseñó en la sinagoga de Nazaret, por ejemplo. (Lu 4:16-21.) Las sinagogas eran, en realidad, escuelas donde se leían y enseñaban las Escrituras, y donde también se oraba y se daba gracias a Dios. (Hch 15:21; véase SINAGOGA.)
La congregación de Israel estaba en una posición singular. Moisés les recordó: “Porque tú eres un pueblo santo a Jehová tu Dios. Es a ti a quien Jehová tu Dios ha escogido para que llegues a ser su pueblo, una propiedad especial, de entre todos los pueblos que están sobre la superficie del suelo”. (Dt 7:6.) Sin embargo, la congregación judía dejó de ser la congregación de Dios, quien la abandonó por rechazar a Su propio Hijo. (Hch 4:24-28; 13:23-29; Mt 21:43; 23:37, 38; Lu 19:41-44.)
La congregación cristiana de Dios. Antes de que se rechazase a la nación judía y llegase a su fin la posición que había gozado como congregación de Dios, Jesucristo se identificó como la “masa rocosa” sobre la que edificaría ‘su congregación’. (Mt 16:18.)
Esta es la primera vez que aparece el término griego ekklesía. Proviene de dos palabras griegas: ek, que significa “fuera”, y kaléo, que significa “llamar”. Se refiere a un grupo de personas que han sido llamadas o convocadas con un fin o para una actividad en concreto. En este contexto, Jesús predice la fundación de la congregación cristiana, formada por cristianos ungidos. Ellos, “como piedras vivas”, son “edificados en casa espiritual” (1Pe 2:4, 5). Este término griego se usa con frecuencia en la Septuaginta como equivalente de la palabra hebrea que se traduce “congregación”, que a menudo se refiere a la entera nación de siervos de Dios (Dt 23:3; 31:30). En Hechos 7:38, se llama“congregación” a los israelitas a los que Dios llamó o hizo salir de Egipto. De igual modo, los cristianos a los que “llamó de la oscuridad” y ha “escogido del mundo” forman “la congregación de Dios” (1Pe 2:9; Jn 15:19; 1Co 1:2)
Así es como entendió Pedro lo que Jesús le dijo, pues más tarde le identificó como la “piedra” figurativa que fue rechazada por los hombres, pero “escogida, preciosa, para con Dios”, y como la “piedra angular de fundamento” en la que se puede ejercer fe sin sufrir desilusión. (1Pe 2:4-6; Sl 118:22; Isa 28:16.) Pablo también identificó sin ambages a Jesucristo como el fundamento sobre el que se edifica la congregación cristiana. (Ef 2:19-22; 1Co 3:11.) Además, dado que pertenece a Jehová, es apropiado que se la llame “la congregación de Dios”. (Hch 20:28; Gál 1:13.)
Esta congregación cristiana (gr. ek·klë·sí·a), fundada sobre Cristo, también lo tiene como cabeza. Por eso se dice: “Él [Dios] también sujetó todas las cosas debajo de sus pies, y lo hizo cabeza sobre todas las cosas en cuanto a la congregación, la cual es su cuerpo, la plenitud de aquel que llena todas las cosas en todos”. (Ef 1:22, 23; véase también Col 1:18.)
En Pentecostés de 33 E.C., cuando se derramó el espíritu santo sobre los seguidores de Jesús en Jerusalén, la congregación cristiana de Dios sustituyó a la de Israel. Jesús escogió a los que llegarían a ser los primeros miembros de aquella congregación poco después de su bautismo, justo al principio de su ministerio terrestre. (Hch 2:1-4; Jn 1:35-43.) De entre sus primeros seguidores seleccionó a los doce apóstoles. (Lu 6:12-16.) Más tarde, escogió a Saulo de Tarso, quien llegó a ser un “apóstol a las naciones”. (Hch 9:1-19; Ro 11:13.) Los doce apóstoles fieles del Cordero Jesucristo —entre los que hay que contar a Matías, sustituto de Judas— constituyen fundamentos secundarios de la congregación cristiana. (Hch 1:23-26; Apo 21:1, 2, 14.)
A esta congregación se la llama “la congregación de los primogénitos que han sido matriculados en los cielos”, el número total de los cuales, bajo Cristo la cabeza, es de 144.000. (Heb 12:23; Apo 7:4.) A estos llamados se les ‘compra de entre la humanidad’ para llevar a cabo una obra especial aquí en la Tierra y luego estar con Cristo en los cielos como su novia. Tal como había que satisfacer ciertos requisitos para pertenecer a la congregación hebrea de Dios, también hay requisitos que satisfacer para formar parte de la ‘congregación cristiana de Dios’. Los que la componen son vírgenes espirituales que van siguiendo al Cordero, Jesucristo, no importa adónde vaya, ‘y no se halla en su boca falsedad; están sin tacha’. (Apo 14:1-5.)
Es Jehová quien escoge a los que forman parte de la congregación cristiana. (Ro 8:30; 2Te 2:13.) A los primeros se les llamó de la congregación judía rechazada, que no había aceptado al Hijo de Dios como su Mesías. No obstante, empezando con Cornelio en 36 E.C., también se llamó a miembros de la congregación cristiana de entre las demás naciones, de manera que Pablo pudo decir: “No hay ni judío ni griego, no hay ni esclavo ni libre, no hay ni varón ni hembra; porque todos ustedes son una persona en unión con Cristo Jesús”. (Gál 3:28; Hch 10:34, 35; Ro 10:12; Ef 2:11-16.) Cristo cumplió con el pacto de la Ley, del que Moisés había sido mediador y que regulaba a la congregación de Israel, y Jehová Dios lo quitó del camino (Mt 5:17; 2Co 3:14; Col 2:13, 14); no obstante, los miembros de la congregación cristiana de Dios participan de los beneficios del nuevo pacto mediado por Jesucristo, el Moisés Mayor. (Mt 26:28; Heb 12:22-24; Hch 3:19-23.) Asimismo, mientras que los sacerdotes y reyes de Israel eran ungidos con aceite (Éx 30:22-30; 2Re 9:6), los que Dios escoge para ser miembros de la congregación cristiana son ungidos con espíritu santo (2Co 1:21, 22; 1Jn 2:20) y Jehová Dios los adopta como hijos. (Ef 1:5.)
La congregación hebrea estaba compuesta básicamente de israelitas naturales. Las personas que componen la congregación cristiana ungida de Dios son israelitas espirituales y forman las tribus del Israel espiritual. (Apo 7:4-8.) Puesto que la mayoría de los israelitas naturales rechazaron a Jesucristo, “no todos los que provienen de Israel son realmente ‘Israel’”, es decir, Israel espiritual. (Ro 9:6-9.) Y con respecto a la congregación cristiana de Dios compuesta de judíos espirituales, Pablo escribió: “No es judío el que lo es por fuera, ni es la circuncisión la que está afuera en la carne. Más bien, es judío el que lo es por dentro, y su circuncisión es la del corazón por espíritu”. (Ro 2:28, 29.)
Cuando las Escrituras aluden a “la congregación” en sentido general, suelen referirse a los 144.000, los seguidores ungidos de Cristo, sin incluirle a él. (Ef 5:32; Heb 12:23, 24.) Sin embargo, en Hebreos 2:12 por inspiración se aplican a Jesucristo las palabras de David registradas en el Salmo 22:22, lo que hace ver que el término “congregación” puede incluir también a su cabeza, Jesucristo. Citando parcialmente a David, el escritor de la carta a los Hebreos dijo: “Porque tanto el que está santificando como los que están siendo santificados, todos emanan de uno solo, y por esta causa él no se avergüenza de llamarlos ‘hermanos’, como dice: ‘Declararé tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré con canción’”. (Heb 2:11, 12.) Al igual que David formaba parte de la congregación de Israel, en medio de la que alababa a Jehová, en este caso a Jesucristo se le puede considerar miembro de la congregación espiritual, pues se llama a los demás sus “hermanos”. (Compárese con Mt 25:39, 40.) David perteneció a la congregación israelita de Jehová Dios, de la que también formó parte Jesucristo cuando estuvo en la Tierra, predicando en medio de sus miembros. Un resto de esa congregación llegó a ser parte de la congregación de Jesús.
Organización de la congregación cristiana. Aunque se fundaron congregaciones cristianas en distintos lugares, no funcionaban independientemente unas de otras. Todas reconocían la autoridad del cuerpo gobernante cristiano de Jerusalén, que componían los apóstoles y los ancianos de la congregación de Jerusalén, y no había ningún otro cuerpo rival que intentara supervisar la congregación desde otro lugar. Fue al cuerpo gobernante cristiano fiel del siglo I E.C. a quien se sometió la cuestión de la circuncisión, y cuando este, dirigido por el espíritu santo, tomó una decisión, todas las congregaciones cristianas la aceptaron y se sometieron a ella de forma voluntaria. (Hch 15:22-31.)
El cuerpo gobernante de Jerusalén envió a representantes viajeros. Por ejemplo, se despachó a Pablo y a otros cristianos para que entregaran la mencionada decisión del cuerpo gobernante a las congregaciones: “Ahora bien, a medida que iban viajando por las ciudades entregaban a los de allí, para que los observaran, los decretos sobre los cuales habían tomado decisión los apóstoles y ancianos que estaban en Jerusalén”. Con respecto a los resultados, se dice: “Por lo tanto, en realidad, las congregaciones continuaron haciéndose firmes en la fe y aumentando en número de día en día”. (Hch 16:4, 5.) Cuando algún tiempo antes los apóstoles que estaban en Jerusalén “oyeron que Samaria había aceptado la palabra de Dios, les despacharon a Pedro y a Juan; y estos bajaron y oraron para que recibieran espíritu santo”. (Hch 8:14, 15.)
Las congregaciones se adhirieron estrechamente a la dirección del cuerpo gobernante cristiano, que supervisaba el nombramiento de ancianos. (Tit 1:1, 5.) Bajo la influencia del espíritu santo, el cuerpo gobernante dirigió el nombramiento de superintendentes y auxiliares —siervos ministeriales— en todas ellas. Los hombres colocados en esos puestos de confianza y responsabilidad tenían que satisfacer unos requisitos específicos. (1Ti 3:1-13; Tit 1:5-9.) Los representantes viajeros del cuerpo gobernante, como Pablo, siguieron los pasos de Cristo y pusieron un buen ejemplo a imitar. (1Co 11:1; Flp 4:9.) Todos los que eran pastores espirituales tenían que hacerse “ejemplos del rebaño” (1Pe 5:2, 3), mostrar interés amoroso en los miembros de la congregación (1Te 2:5-12) y ser verdaderas ayudas para los que padecieran enfermedad espiritual. (Gál 6:1; Snt 5:13-16; véanse ANCIANO; MINISTRO; SUPERINTENDENTE.)
Así, tal como Jehová organizó a la congregación de Israel bajo ancianos, cabezas, jueces y oficiales (Jos 23:2), también se preocupó de que ancianos nombrados a puestos de confianza supervisaran la congregación cristiana. (Hch 14:23.) Y tal como en ocasiones hubo hombres responsables que actuaron en representación de toda la congregación de Israel, como a la hora de tratar asuntos judiciales (Dt 16:18), Dios dispuso que de igual manera toda congregación cristiana estuviera representada en tales asuntos por hombres responsables colocados en posiciones de autoridad por el espíritu santo. (Hch 20:28; 1Co 5:1-5.) Sin embargo, cuando surgían dificultades personales entre los miembros de la congregación de Dios, las palabras de Jesucristo registradas en Mateo 18:15-17 (pronunciadas antes de que Dios rechazara a la congregación judía y, por lo tanto, en un principio aplicables a ella) sirvieron de base para zanjar o tratar tales problemas.
Jehová Dios colocó a los miembros del “cuerpo” espiritual “así como le agradó”. Pablo escribió: “Dios ha colocado a las personas respectivas en la congregación: primero, apóstoles; segundo, profetas; tercero, maestros; luego obras poderosas; luego dones de curaciones; servicios de ayuda, capacidades directivas, diferentes lenguas”. No todos llevaban a cabo las mismas funciones, pero todos eran necesarios en la congregación cristiana. (1Co 12:12-31.) Pablo explicó que el que se suministrara a la congregación cristiana apóstoles, profetas, evangelizadores, pastores y maestros era “con miras al reajuste de los santos, para obra ministerial, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos logremos alcanzar la unidad en la fe y en el conocimiento exacto del Hijo de Dios, a un hombre hecho, a la medida de estatura que pertenece a la plenitud del Cristo”. (Ef 4:11-16.)
Dios dio sus leyes a la congregación de Israel y le hizo ver que “no solo de pan vive el hombre, sino que de toda expresión de la boca de Jehová vive el hombre”. (Dt 8:1-3.) Jesucristo también reconoció que el hombre no vivía solo de pan, “sino de toda expresión que sale de la boca de Jehová”. (Mt 4:1-4.) De modo que se ha hecho la provisión adecuada para que la congregación cristiana tenga el alimento espiritual que necesita; Cristo mismo habló del “esclavo” mediante el que se dispensaría tal alimento a los “domésticos” cristianos. Como parte de su profecía acerca de su presencia y de “la conclusión del sistema de cosas”, mostró que cuando el “amo” llegara, nombraría a este “esclavo fiel y prudente” “sobre todos sus bienes”. (Mt 24:3, 45-47.)
En la congregación de Israel eran importantes las reuniones para adorar a Jehová y examinar su ley. (Dt 31:12; Ne 8:1-8.) De igual manera, las reuniones para la adoración de Jehová y el estudio de las Escrituras son un rasgo esencial de la congregación cristiana de Dios, por lo que el escritor de la carta a los Hebreos advirtió a los receptores de esta que no abandonaran el reunirse. (Heb 10:24, 25.) Con el tiempo los judíos usaron sus sinagogas para leer y enseñar las Escrituras, ofrecer oraciones y dar alabanza a Dios. Estas costumbres pasaron a los lugares de reunión cristianos, aunque desprovistas del elemento ritualista que con el tiempo llegó a existir en los servicios de las sinagogas. En la sinagoga no había ninguna clase sacerdotal separada, sino que cualquier varón judío devoto podía participar en la lectura y comentario de las Escrituras. De igual manera, la congregación cristiana primitiva carecía de la distinción entre clero y legos. Por supuesto, ni en la congregación ni en la sinagoga podía la mujer enseñar o ejercer autoridad sobre el varón. (1Ti 2:11, 12.)
El mantenimiento del orden apropiado en las reuniones de la congregación cristiana de Dios estaba de acuerdo con el hecho de que Jehová, quien dispuso que los seguidores de Cristo fueran una congregación, “no es Dios de desorden, sino de paz”. Este orden también obraba para el completo beneficio espiritual de todos los asistentes. (1Co 14:26-35, 40; véase ASAMBLEA.)
¿En qué cuatro sentidos se emplea la palabra congregación en las Escrituras Griegas Cristianas? El término correspondiente en griego es ek·klë·sí·a, compuesto de dos palabras que significan “fuera” y “llamar”. A veces se refiere a grupos no religiosos, como “la asamblea” que Demetrio convocó contra Pablo en Éfeso (Hechos 19:32, 39, 41). Sin embargo, en la Biblia normalmente se aplica a la congregación cristiana. Aunque hay versiones que lo traducen “iglesia”, el Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado afirma que “este término no designa jamás un edificio ni un lugar de culto”.
Principalmente se refiere al conjunto de cristianos ungidos (en algunos versículos incluye a Cristo Heb 12:23). En otros casos, la expresión “la congregación de Dios” alude a todos los cristianos que viven en cierta época, sin importar dónde esperan vivir bajo el Nuevo Orden. El tercer uso designa a todos los cristianos de cierta zona geográfica. Por último, también se utiliza para hablar de los cristianos de una congregación local.
Las siete congregaciones de Apocalipsis
Congregación | Autoridad | Introducción | Problema | Corrección | Resultado |
---|---|---|---|---|---|
1. Éfeso | Apo 2:1 | Apo 2:2, 3 | Apo 2:4 | Apo 2:5, 6 | Apo 2:7 |
2. Esmirna | Apo 2:8 | Apo 2:9 | - | Apo 2:10 | Apo 2:11 |
3. Pérgamo | Apo 2:12 | Apo 2:13 | Apo 2:14, 15 | Apo 2:16 | Apo 2:17 |
4. Tiatira | Apo 2:18 | Apo 2:19 | Apo 2:20, 21 | Apo 2:24, 25 | Apo 2:26-28 |
5. Sardis | Apo 3:1 | - | Apo 3:1, 2 | Apo 3:3, 4 | Apo 3:4 |
6. Filadelfia | Apo 3:7 | Apo 3:8 | - | Apo 3:8-11 | Apo 3:12 |
7. Laodicea | Apo 3:14 | - | Apo 3:15-17 | Apo 3:18-20 | Apo 3:21 |
Todas se hallaban en un radio de 120 millas (192 Kilómetros) en torno a Éfeso, y estaban conectadas por excelentes carreteras.
★Las congregaciones de Revelación - (it-2-Pg.945-946)
¿Cómo tener gozo en las reuniones de congregación?
Si tenemos la impresión de que nuestras reuniones no nos aportan tanto como en tiempos atrás, no debemos buscar la culpa en los oradores, lo más probable es que estamos llenos del conocimiento de Jehová, y a menos que impartamos este conocimiento a otros y pongamos así a circular la fuente de agua de vida, no vamos a aceptar nuevo alimento, pues no tenemos espacio para nada nuevo. Tenemos que ir a las reuniones con la actitud de impartir ánimo y amor, a servir y no a que nos sirvan. (Jn 4:14; Ec. 5:1) |
Fabulosa herramienta.
La joven se quedó tirada con una llanta pinchada, nunca había cambiado un neumático, así que espero que algún transeúnte le ayudara, al poco tiempo se paró un joven que le explicó cómo se hacía ese trabajo. Primero saco el gato del portamaletas y dejó boquiabierta a la joven, cuando esta vio como esa pequeña herramienta levantaba todo un coche sin apenas esfuerzos, en pocos minutos la rueda fue cambiada, y la joven quedó tan impresionada con el gato que hasta le hizo un forro de lana.
Al pasar el tiempo, le volvió a pasar lo mismo, pero ahora ella se sentía capacitada, pues tenía su gato, con entusiasmo lo sacó del portamaletas y subió el auto en un abrir y cerrar de ojos. Así puede pasarnos en la familia o congregación si no sabemos apreciar los dones de cada componente del grupo (Ro 12:3-8). ★Carpintero - [Asamblea en la carpintería]
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Formulario de reclamaciones
Queridos hermanos y amigos, en algunos comentarios he notado que hay quien se siente un poco incómodo por ciertos artículos, pido perdón al que se sienta así, pero como en toda buena familia, no a todos les gustan las espinacas o los condimentos de ésta, entre bromas y consejos queremos aprender y pasarlo bien al mismo tiempo que es como mejor se aprende, me es un placer compartir con vosotros lo que yo al mismo tiempo estoy aprendiendo y agradezco mucho sus comentarios, de los que también aprendo mucho. Por favor, no se sienta nadie ofendido, pues queremos seguir pasando un rato agradable y aprendiendo juntos, al mismo tiempo que nos animamos y amamos, es verdad que a veces puede faltar sal a cierto artículo, siéntase libre para sazonarlo usted mismo con un comentario edificante y positivo (Col 4:6), pues no es nuestra intención ofender ni rebajar a nadie, lo contrario es cierto, animarnos y fortalecernos para que seamos un pueblo conocido por nuestro amor, unidad y conocimiento bíblico exacto en acción (Jn 13:17; Flp 4:8.)
Además, quiero recordar al grupo que cuando hay algo que corregir, se hace en privado, si quieres felicitar, puedes hacerlo por los comentarios públicos. |
“Mi Congregación Soy Yo”
(El siguiente relato lo completa usted.)
Érase una vez, o ¿Sigue siendo? Todos trabajaban tan arduamente, asistiendo y participando en los mismos servicios y campañas como usted lo hace. Los ancianos, siervos ministeriales y demás hermanos, manifiestan el mismo interés y lealtad a la congregación y todos sus miembros que tiene usted. Prestan la misma importancia e interes a sus actividades recreativas, negocios, trabajos seglares y demás asuntos materiales que pone usted en la actualidad.
Además, cada miembro hacia sus contribuciones de la manera que ofrenda usted.
Siendo todos los miembros exactamente como usted, Tal como una cadena es tan fuerte como el más débil de sus eslabones, así la congregación será tan fuerte y unida como cada uno de sus miembros aporta.
Si siente un día la tentación de criticar su congregación, pregúntese antes: El amor esta estrechamente ligado al conocimiento, mientras mejor conozcamos a nuestros hermanos, más lo amaremos, así mismo para llegar a conocerlos es necesario, reunirnos, salir a predicar y mostrar hospitalidad a todos los miembros de la congregación. |
Nunca abandonemos el reunirnos
La congregación cristiana es como cuando uno entra en una cabaña de madera en un monte frío y ventoso de invierno, abre la puerta de la cabaña y enfrente encuentra una chimenea encendida, uno se acerca como atraído mágicamente, se quita el abrigo, los guantes y sombrero que necesita afuera y nos damos vueltas delante del fuego para calentarnos por todas partes, entonces somos recibidos cariñosamente por el anfitrión, que nos ofrece un sillón cómodo, una taza de chocolate con canela y menta y nos brinda una cálida y animadora conversación. ¿Qué más se puede pedir? Estamos calentitos y cómodos, recibimos alimento excelente y instrucción edificante y amorosa con una excelente compañía, eso es asistir al Salón del Reino. |
Las bendiciones de dedicar tiempo antes y después de las reuniones.
Jehová ve en lo secreto nuestro interés y amor por las cosas espirituales y nos bendice públicamente, en Juan 20:1 se dice que María Magdalena fue sola a la tumba de Jesús un domingo por la mañana de madrugada, así se enteró la primera de un gran
acontecimiento, la resurrección de Jesucristo. Después de contárselo a todos los discípulos, éstos pasaron por la tumba y constataron el acontecimiento, el (vers. 10) dice que después todos se fueron a casa, menos María Magdalena (vers. 11), esa devoción a Jehová le trajo las bendiciones de ver como primera a Jesucristo resucitado (Juan 20:12-18). También tenemos el caso de la viuda, cuyo nombre no conocemos, pues en lo secreto ella echo dos moneditas de cobre de ínfimo valor en el templo, nuevamente algo que nadie se enteró, pero que no paso por desapercibido a Jehová, quien se encargó, de que hoy día todo el mundo se estere de lo que hizo aquella buena mujer. Si nosotros hacemos lo posible por la adoración a Jehová, Él hará lo imposible para nosotros (Lu 21:1-4). |
El término griego latinizado Kjri·sti·a·nós, que tan solo aparece en tres ocasiones en las Escrituras Griegas Cristianas, designa a los seguidores de Cristo Jesús, es decir, los defensores del cristianismo. (Hch 11:26; 26:28; 1Pe 4:16.)
“Fue primero en Antioquía [Siria] donde a los discípulos por providencia divina se les llamó cristianos.” (Hch 11:26.) Es posible que este nombre ya se usara en el año 44 E.C., cuando ocurrieron los acontecimientos narrados en este relato, aunque la estructura gramatical del texto no lleva necesariamente a esa conclusión. Algunos creen que esta denominación se originó poco tiempo después. En todo caso, para 58 E.C., el término era bien conocido en la ciudad de Cesarea y hasta lo usaban los oficiales públicos, pues fue entonces cuando el rey Agripa II le dijo a Pablo: “En poco tiempo me persuadirías a hacerme cristiano”. (Hch 26:28.)
Cuando los escritores de la Biblia se dirigían a sus compañeros de creencia o se referían a los seguidores de Cristo, empleaban expresiones como “creyentes en el Señor”, “hermanos” y “discípulos” (Hch 5:14; 6:3; 15:10), “escogidos” y “fieles” (Col 3:12; 1Ti 4:12), “esclavos de Dios” y “esclavos de Cristo Jesús” (Ro 6:22; Flp 1:1), “santos”, “congregación de Dios” y ‘los que invocan al Señor’ (Hch 9:13; 20:28; 1Co 1:2; 2Ti 2:22). Estos términos de significado doctrinal fueron sobre todo de uso interno. Los de afuera llamaban al cristianismo el “Camino” (Hch 9:2; 19:9, 23; 22:4), y los opositores, “la secta de los nazarenos” o solo “esta secta”. (Hch 24:5; 28:22.)
El primer lugar donde se llamó cristianos a los seguidores de Cristo fue Antioquía de Siria. Es poco probable que fuesen los judíos quienes llamasen a los seguidores de Jesús “cristianos” (griego) o “mesianistas” (hebreo), pues eso habría implicado un reconocimiento tácito de que Jesús era el Mesías o Cristo después de haberlo rechazado como tal. Algunos creen que quizás la población pagana los apodó cristianos en son de burla o por escarnio, pero la Biblia muestra que fue un nombre dado por Dios: “Por providencia divina se les llamó cristianos”. (Hch 11:26.)
El verbo griego usado en este pasaje, kjrë·ma·tí·zö, suele traducirse simplemente “se les llamó”, como hacen la mayoría de las traducciones en Hechos 11:26. No obstante, hay traducciones que indican que Dios tuvo algo que ver con la selección del nombre ‘cristiano’. Entre ellas se destacan la Traducción del Nuevo Mundo, Young’s Literal Translation y The Simple English Bible. La traducción de Young lee: “A los discípulos también se les llamó cristianos por dirección divina primero en Antioquía”.
Tal como se usa la palabra griega kjrë·ma·tí·zö en las Escrituras Griegas Cristianas, siempre está asociada con algo sobrenatural, un oráculo o algo divino. La obra Exhaustive Concordance of the Bible, de Strong, la define en su diccionario griego (1890, pág. 78) como “proferir un oráculo, [...] i. e., indicar por dirección divina”. La obra Greek and English Lexicon (de Edward Robinson, 1885, pág. 786) da este significado: “Refiriéndose a una respuesta, oráculo o declaración divinos: dar respuesta, hablar como un oráculo, amonestar de parte de Dios”. El Greek-English Lexicon of the New Testament (de Thayer, 1889, pág. 671) dice: “Dar un mandato o amonestación divinos; enseñar desde el cielo [...]; ser mandado, amonestado, instruido divinamente [...]; ser portavoz de revelaciones divinas; promulgar los mandatos de Dios”. En su obra Explanatory Notes (1832, vol. 3, pág. 419), Thomas Scott dice sobre este texto: “La palabra implica que esto se hizo por revelación divina, pues por lo general tiene este significado en el Nuevo Testamento, y se traduce ‘amonestado de Dios’ o ‘amonestado por Dios’, aun cuando no aparece la palabra griega para DIOS en el texto”. Clarke dice en su Commentary: “La palabra [kjrë·ma·tí·sai], que en nuestro texto común traducimos fueron llamados, significa en el Nuevo Testamento nombrar, amonestar o nominar por dirección Divina. Este es el sentido con el que se usa la palabra en Mateo II. 12 [...]. Si, por consiguiente, el nombre se dio por nombramiento Divino, es muy probable que se dirigiera a Saulo y Bernabé para que lo dieran; y que, por lo tanto, el nombre cristiano proceda de Dios”. (Véanse Mt 2:12, 22; Lu 2:26; Hch 10:22; Ro 7:3, Int; Heb 8:5; 11:7; 12:25, donde aparece este verbo griego.)
Las Escrituras hablan de Jesucristo como Novio, Cabeza y Esposo de sus seguidores ungidos. (2Co 11:2; Ef 5:23.) Apropiadamente, pues, al igual que a una esposa le agrada tomar el nombre de su esposo, a la clase de la “novia” de Cristo le complació recibir un nombre que identificaba a sus miembros como pertenecientes a él. De este modo, los observadores de los cristianos del primer siglo podían identificarlos en seguida, no solo por su actividad, sino también por su nombre, como una agrupación totalmente diferente del judaísmo, una agrupación que iba en aumento y en la que no había ni judío ni griego, sino que todos estaban bajo su Cabeza y Caudillo: Jesucristo. (Gál 3:26-28; Col 3:11.)
Lo que significa ser cristiano. Jesús extendió una invitación para que se le siguiera. “Si alguien quiere venir en pos de mí —dijo—, repúdiese a sí mismo y tome su madero de tormento y sígame de continuo.” (Mt 16:24.) Los verdaderos cristianos tienen fe absoluta en que Jesucristo es en un sentido especial el Ungido de Dios y su Hijo unigénito, la Descendencia Prometida que sacrificó su vida humana como rescate. También creen que se le resucitó y ensalzó a la diestra de Jehová, y que recibió autoridad para sojuzgar a sus enemigos y vindicar Su nombre. (Mt 20:28; Lu 24:46; Jn 3:16; Gál 3:16; Flp 2:9-11; Heb 10:12, 13.) Para los cristianos la Biblia es la Palabra inspirada de Dios, la verdad absoluta, provechosa para enseñar y disciplinar al hombre. (Jn 17:17; 2Ti 3:16; 2Pe 1:21.)
De los cristianos verdaderos se requiere más que simplemente confesar que tienen fe. Es necesario que la creencia se demuestre por obras. (Ro 10:10; Snt 2:17, 26.) A pesar de nacer en pecado, los que llegan a ser cristianos se arrepienten, se vuelven, dedican su vida a la adoración y el servicio a Jehová y se bautizan en agua. (Mt 28:19; Hch 2:38; 3:19.) Tienen que mantenerse limpios de la fornicación y la idolatría, y no deben comer sangre. (Hch 15:20, 29.) Se desnudan de la vieja personalidad —con sus arrebatos de cólera, habla obscena, mentir, robar, borrachera y “cosas semejantes a estas”— y ponen su vida en armonía con los principios bíblicos. (Gál 5:19-21; 1Co 6:9-11; Ef 4:17-24; Col 3:5-10.) “Que ninguno de ustedes —escribió Pedro a los cristianos— sufra como asesino, o ladrón, o malhechor, o como entremetido en asuntos ajenos.” (1Pe 4:15.) Los cristianos han de ser amables, considerados y de genio apacible, y deben tener gran paciencia y autodominio. (Gál 5:22, 23; Col 3:12-14.) Proveen para los suyos y cuidan de ellos, y además aman al prójimo como a sí mismos. (1Ti 5:8; Gál 6:10; Mt 22:36-40; Ro 13:8-10.) La principal cualidad por la que se ha de identificar a los cristianos verdaderos es el amor sobresaliente que se tienen entre sí. “En esto —dijo Jesús— todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre sí.” (Jn 13:34, 35; 15:12, 13.)
Los cristianos verdaderos imitan el ejemplo de Jesús, el Gran Maestro y Testigo Fiel de Jehová. (Jn 18:37; Apo 1:5; 3:14.) “Vayan, por lo tanto, y hagan discípulos de gente de todas las naciones”, es el mandato de su Caudillo. (Mt 28:19, 20.) Al llevarlo a cabo, los cristianos ‘testifican públicamente y de casa en casa’, exhortando a personas de todo el mundo a huir de Babilonia la Grande y depositar su esperanza y confianza en el reino de Dios. (Hch 5:42; 20:20, 21; Apo 18:2-4.) No hay duda de que estas son buenas nuevas, pero la proclamación de este mensaje les ocasiona gran persecución y sufrimiento, tal como le ocurrió a Jesucristo. Sus seguidores no son mayores que él; les basta llegar a ser como él. (Mt 10:24, 25; 16:21; 24:9; Jn 15:20; 2Ti 3:12; 1Pe 2:21.) Si alguno “sufre como cristiano —aconsejó Pedro—, no se avergüence, sino siga glorificando a Dios en este nombre”. (1Pe 4:16.) Los cristianos dan a “César” aquello que les pertenece a las autoridades superiores de este mundo —honra, respeto, tributo—, pero al mismo tiempo permanecen separados de los asuntos de este mundo (Mt 22:21; Jn 17:16; Ro 13:1-7), y por eso el mundo los odia. (Jn 15:19; 18:36; 1Pe 4:3, 4; Snt 4:4; 1Jn 2:15-17.)
Es comprensible que en el primer siglo estas personas —que tenían unos principios cristianos de moralidad e integridad tan elevados, y que, además, predicaban con franqueza y gran celo un mensaje tan emocionante— en seguida atrajeran la atención. Los viajes misionales de Pablo, por ejemplo, eran como un fuego que se propagaba por ciudad tras ciudad —Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra, Derbe y Perga, en un viaje; Filipos, Tesalónica, Berea, Atenas y Corinto, en otro— y que movía a la gente a reflexionar y tomar una posición con respecto a las buenas nuevas del reino de Dios. (Hch 13:14–14:26; 16:11–18:17.) Miles de personas abandonaron sus organizaciones religiosas falsas, abrazaron el cristianismo de todo corazón y emprendieron con celo la actividad de predicar, en imitación de Cristo Jesús y los apóstoles. Esto hizo que fuesen objeto de odio y persecución, promovidos sobre todo por los líderes religiosos y los gobernantes políticos mal informados. A su Caudillo, Jesucristo, el Príncipe de Paz, se le había ejecutado bajo el cargo de sedición; entonces, a los cristianos, amadores de la paz, se les acusaba de ‘turbar la ciudad’, ‘trastornar la tierra habitada’ y ser personas de las que “en todas partes se habla en contra”. (Hch 16:20; 17:6; 28:22.) Parece ser que para cuando Pedro escribió su primera carta (c. 62-64 E.C.), la actividad de los cristianos se conocía bastante bien en diversos lugares, como “Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia”. (1Pe 1:1.)
El testimonio de los que no eran cristianos. Algunos escritores seglares de los dos primeros siglos también reconocieron la presencia e influencia del cristianismo primitivo en su mundo pagano. Por ejemplo, el historiador romano Tácito, nacido alrededor del año 55 E.C., escribió acerca del rumor que acusaba a Nerón de ser el responsable de incendiar Roma (64 E.C.), y luego dijo: “En consecuencia, para acabar con los rumores, Nerón presentó como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba cristianos, aborrecidos por sus ignominias. [...] El caso fue que se empezó por detener a los que confesaban abiertamente su fe, y luego, por denuncia de aquellos, a una ingente multitud, y resultaron convictos no tanto de la acusación del incendio cuanto de odio al género humano. Pero a su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por los perros tras haberlos hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día, eran quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la noche”. (Anales, XV, 44.) Suetonio, otro historiador romano que nació a finales del siglo I E.C., relata los acontecimientos que ocurrieron durante el reinado de Nerón: “Los cristianos, clase de hombres llenos de supersticiones nuevas y peligrosas, fueron entregados al suplicio”. (Los doce Césares, traducción de Jaime Arnal, Orbis, Barcelona, 1985, “Nerón Claudio”, XVI, 2.)
Flavio Josefo menciona en su obra Antigüedades Judías, libro XVIII, cap. III, sec. 3) algunos acontecimientos de la vida de Jesús, y añade: “Desde entonces hasta la actualidad [cerca de 93 E.C.] existe la agrupación de los cristianos”. Cuando Plinio el Joven, gobernador de Bitinia en 111 ó 112 E.C., se enfrentó al ‘problema cristiano’, escribió al emperador Trajano explicándole los métodos que estaba usando y pidiéndole consejo. “Empecé por interrogarles a ellos mismos”, escribió Plinio. Si lo admitían, eran castigados. Sin embargo, otros “negaban ser o haber sido cristianos”. Cuando se ponía a estos a prueba, no solo reaccionaban ofreciendo sacrificios paganos, sino incluso “maldiciendo por último a Cristo —cosas todas que se dice ser imposible forzar a hacer a los que son de verdad cristianos— [...]”. Cuando contestó esta carta, Trajano encomió a Plinio por lo que estaba haciendo: “Has seguido [...] el procedimiento que debiste en el despacho de las causas de los cristianos que te han sido delatados”. (Actas de los Mártires, B. A. C., Madrid, 1987, “Carta de Plinio a Trajano”, pág. 245; “Rescripto del emperador Trajano”, pág. 247)
El cristianismo del primer siglo no utilizaba ni templos ni altares ni crucifijos, ni tampoco favoreció a eclesiásticos con títulos e indumentaria especial. Los cristianos primitivos no celebraban fiestas estatales y rehusaban prestar servicio militar. “Hasta la década 170-80 después de Jesucristo no hay prueba alguna de cristianos dentro del ejército. [...] Parece más probable que la Iglesia impidiera a sus miembros hacer el servicio militar que el permitirles servir sin reproche o penalidad algunos.” (Actitudes cristianas ante la guerra y la paz, de Ronald H. Bainton, Madrid, 1963, pág. 64.)
No obstante, como indicaba la carta de Plinio, no todos los que se llamaban cristianos demostraron ser tales cuando se les puso a prueba. Como se había predicho, el espíritu de la apostasía empezó a obrar durante el período apostólico. (Hch 20:29, 30; 2Pe 2:1-3; 1Jn 2:18, 19, 22.) En menos de trescientos años, el campo de trigo del cristianismo se vio invadido por la mala hierba de los anticristos apóstatas, hasta que por fin salió a la luz, con la participación del emperador romano Constantino el Grande (acusado de asesinar a no menos de siete de sus amigos y parientes cercanos), una religión estatal disfrazada con el nombre de “cristianismo”.
El Cuerpo Gobernante forma parte y es el representante de la clase del “esclavo fiel y prudente” y la preside como pastores y superintendentes espirituales, como es obvio, para cumplir con sus grandes responsabilidades, el esclavo fiel tendría que tomar muchas decisiones. En el siglo primero, la junta administrativa formada por los apóstoles y ancianos de Jerusalén actuaba en representación del esclavo, decidiendo por la entera comunidad cristiana (Hechos 15:1, 2). Lo que determinaba aquella junta —a la que llamamos cuerpo gobernante— se transmitía a las congregaciones a través de cartas y representantes viajantes. Los cristianos recibían con gusto sus claras instrucciones, y al cooperar de buena gana promovían la paz y la unidad de todos (Hechos 15:22-31; 16:4, 5; Filipenses 2:2).
Hoy, al igual que en los comienzos del cristianismo, el Cuerpo Gobernante de los seguidores de Cristo en la Tierra está formado por un pequeño grupo de superintendentes ungidos por espíritu. Cristo, Cabeza de la congregación, se vale de su “mano derecha” (su fuerza en acción) para dirigir a estos fieles hombres que supervisan la obra del Reino (Apocalipsis 1:16, 20). En su autobiografía, Albert Schroeder, quien terminó hace poco su servicio en la Tierra y fue por años miembro del Cuerpo Gobernante, escribió lo siguiente acerca de dicha junta: “Se reúne todos los miércoles, y la reunión comienza con oración y se pide la dirección del espíritu de Jehová. Se hace un verdadero esfuerzo por ver que todo asunto que se trate y toda decisión que se tome esté en armonía con la Palabra de Dios, la Biblia”. Estos cristianos ungidos fieles merecen nuestra confianza. Especialmente en su caso, debemos seguir esta exhortación de Pablo: “Sean obedientes a los que llevan la delantera entre ustedes, y sean sumisos, porque ellos están velando por las almas de ustedes” (Hebreos 13:17).
En nuestros tiempos se ha identificado estrechamente al Cuerpo Gobernante con el personal de redacción de la Sociedad Watch Tower y su junta directiva. Pero el Cuerpo Gobernante es diferente de esa corporación legal, puesto que la existencia de la corporación es simplemente jurídica, con una oficina central fijada geográficamente, puede ser disuelta por César, el Estado. No es así en el caso del Cuerpo Gobernante, que no es un instrumento jurídico, sino que sus miembros “son nombrados por espíritu santo bajo la dirección de Jehová y Cristo”. Así, pues, el Cuerpo Gobernante sigue funcionando y recibiendo el apoyo sin reserva de los testigos de Jehová por todo el mundo.
El Cuerpo Gobernante es una provisión amorosa y un ejemplo de fe digno de imitar (Filipenses 3:17). Al aferrarse y seguir a Cristo como modelo, se hace eco de estas palabras de Pablo: “No que seamos nosotros amos sobre la fe de ustedes, sino que somos colaboradores para su gozo, porque es por su fe que están firmes” (2 Corintios 1:24). Al vigilar las tendencias existentes, el Cuerpo Gobernante señala los beneficios de atenerse al consejo bíblico, ofrece sugerencias en cuanto a la aplicación de las leyes y los principios de la Biblia, advierte de peligros ocultos y proporciona a sus “colaboradores” el estímulo necesario. Así cumple con su mayordomía cristiana, ayuda a estos a mantener el gozo y los fortalece en la fe para que estén firmes (1 Corintios 4:1, 2; Tito 1:7-9).
Si un Testigo toma decisiones basándose en el consejo bíblico que ofrece el Cuerpo Gobernante, lo hace por voluntad propia debido a que su estudio personal de la Biblia lo ha convencido de que es el proceder debido. La misma Palabra de Dios influye en todos los Testigos para que pongan en práctica el sano consejo bíblico que da el Cuerpo Gobernante, con pleno reconocimiento de que las decisiones que tomen afectarán su relación personal con Dios, a quien están dedicados (1 Tesalonicenses 2:13).
Cómo está organizado el Cuerpo Gobernante.
Al igual que los cristianos del siglo I, los testigos de Jehová aceptamos la dirección de un consejo rector de varones ungidos que actúan en representación del “esclavo fiel y prudente” (Mat. 24:45). Esta junta, que recibe el nombre de Cuerpo Gobernante, se reúne como grupo una vez por semana. Sus integrantes se distribuyen en seis comités, cada uno con funciones propias.
★Comité de Coordinadores. Como indica su nombre, está formado por los coordinadores de los demás comités y un secretario (también miembro del Cuerpo Gobernante). Su misión es ayudar a todos los comités a funcionar eficientemente. Además, supervisa los asuntos de carácter jurídico, así como el uso de los medios de comunicación cuando es necesario ofrecer al público una imagen fiel de nuestras creencias. También adopta medidas en casos de catástrofes, persecuciones u otras emergencias que afecten a los hermanos de cualquier parte del mundo.
★Comité de Personal. Vela por el bienestar espiritual y físico de los voluntarios que sirven en las sucursales. Además, tiene a su cargo la selección de nuevos voluntarios. ★Comité de Publicación. Coordina la impresión, edición y envío de publicaciones bíblicas. También tiene a su cuidado las imprentas y propiedades que utilizan las corporaciones de los testigos de Jehová. Supervisa la construcción de todas las sucursales, así como la edificación de Salones del Reino y Salones de Asambleas en países con pocos recursos, y vela por el buen uso de los donativos recibidos. ★Comité de Servicio. Supervisa la predicación y todo lo referente a los superintendentes de las congregaciones, circuitos y distritos, y los evangelizadores de tiempo completo. También prepara Nuestro Ministerio del Reino. Además, envía las invitaciones para la Escuela de Galaad, dedicada a la formación de misioneros, y para la de Entrenamiento Ministerial, que prepara a siervos ministeriales y ancianos solteros. Posteriormente decide dónde servirán los graduados.★Comité de Enseñanza. Supervisa la educación que se imparte en las reuniones y asambleas, así como la preparación de recursos audiovisuales. También prepara los programas de las escuelas de Galaad y del Servicio de Precursor y otros cursos, entre ellos los que reciben los voluntarios de las sucursales.
★Comité de Redacción. Prepara publicaciones que ofrecen alimento espiritual a las congregaciones y al público en general. Contesta preguntas bíblicas, coordina la traducción por todo el mundo y aprueba materiales tales como guiones de dramas y bosquejos de discursos.
El Cuerpo Gobernante recurre a la guía del espíritu santo. Sus miembros no se consideran líderes del pueblo de Jehová. Más bien, como todos los cristianos ungidos que están en la Tierra, “van siguiendo al Cordero [Jesucristo] no importa adónde vaya” (Apo 14:4).
En la respuesta a la pregunta de los apóstoles sobre su futura presencia y la conclusión del sistema de cosas, Jesucristo incluyó una parábola o ilustración que trataba de un “esclavo fiel y prudente” y de un “esclavo malo”. El amo del esclavo fiel le nombró sobre sus domésticos, los sirvientes de la casa, con el fin de suministrarles el alimento. De ser aprobado a la llegada de su amo (al parecer, al regresar de algún viaje), sería recompensado con tener a su cargo todas las propiedades del amo. (Mt 24:3, 45-51.)
En la ilustración paralela registrada en Lucas 12:42-48, al esclavo se le llama “mayordomo”, es decir, encargado o administrador de la casa con autoridad sobre sirvientes, aunque él mismo también es un sirviente. En tiempos antiguos este puesto a menudo lo ocupaba un esclavo fiel. (Compárese con Gé 24:2; también con el caso de José, Gé 39:1-6.) En la ilustración de Jesús, al mayordomo en un principio solo se le asigna supervisar y dispensar a su debido tiempo los alimentos a los asistentes o sirvientes del amo. Después, y debido al desempeño fiel y discreto de su ministerio, se amplió su responsabilidad hasta abarcar la supervisión de todas las posesiones del amo. En lo que tiene que ver con la identificación del “amo” (gr. ky·ri·os, que también se traduce “señor”), Jesús ya había mostrado que él mismo ocupaba esa posición con respecto a sus discípulos, y ellos en algunas ocasiones se dirigieron a él como tal. (Mt 10:24, 25; 18:21; 24:42; Jn 13:6, 13.) Aún queda por determinar a quién prefigura el personaje del mayordomo o esclavo fiel y prudente y lo que representa el dar el alimento a los domésticos.
La palabra “esclavo” está en singular. Sin embargo, esto no significa que el “esclavo” prefigure necesariamente a una sola persona privilegiada. Las Escrituras contienen ejemplos del uso de un sustantivo en singular para referirse a un colectivo, como cuando Jehová se dirigió a la entera nación de Israel y le dijo: “Ustedes son mis testigos [plural] [...], aun mi siervo [singular] a quien he escogido.” (Isa 43:10.) Al “anticristo” se le presenta como un colectivo compuesto de anticristos individuales. (1Jn 2:18; 2Jn 7.) De igual manera, el “esclavo” está compuesto de varios miembros. Se le nombraría durante el tiempo del fin como conducto para dar alimento espiritual “al tiempo apropiado”. (Mt 24:3, 45; Lu 12:42.) En el siglo primero, Jesús demostró cómo se dispensaría el alimento espiritual a la congregación cristiana. Él distribuyó el alimento físico a las muchedumbres por medio de unos pocos discípulos. De igual modo, el alimento espiritual tendría que dispensarse mediante unos pocos. (Mt 14:19; Mr 6:41; Lu 9:16.) Jesús capacitó a sus apóstoles para el papel que desempeñarían después del Pentecostés de 33 E.C. como conducto para dispensar alimento espiritual. A estos apóstoles se les unieron luego otros ancianos. Juntos formaron un cuerpo gobernante para resolver cuestiones y dirigir la obra de predicar y enseñar las buenas nuevas del Reino. (Hch 2:42; 8:14; 15:1, 2, 6-29.) Tras la muerte de los apóstoles, se introdujo una gran apostasía. Pero en el tiempo del fin —y siguiendo el mismo patrón que él estableció en el siglo primero— Jesús eligió a un pequeño grupo de hombres ungidos por espíritu santo para servir de “esclavo fiel y discreto” y preparar y dispensar alimento espiritual durante su presencia.
Los domésticos son todos los que reciben el alimento espiritual en la congregación cristiana, ya sean ungidos o de las “otras ovejas”. (Jn 10:16.) Esto incluye a los miembros del “esclavo fiel y discreto” a nivel individual, puesto que ellos también reciben el alimento espiritual. Quienes componen el esclavo fiel recibirán más responsabilidades si se les halla fieles cuando se produzca la prometida llegada del amo. Cuando reciban su recompensa celestial y lleguen a ser reyes con Cristo, él los nombrará sobre “todos sus bienes”. Junto a los demás de los 144.000, compartirán la inmensa autoridad celestial de Cristo. (Mt 24:46, 47; Lu 12:43, 44.)
Se utiliza principalmente como traducción de la expresión hebrea ben–`a·dhám. En este caso `a·dhám, más bien que referirse a Adán como persona, tiene el sentido genérico de “humanidad”, por lo que, en esencia, la expresión ben–`a·dhám significa “hijo de la humanidad; hijo humano o terrestre”. (Sl 80:17; 146:3; Jer 49:18, 33.) A menudo se utiliza esta expresión en paralelo con otros términos hebreos para “hombre”, a saber: `isch, que significa “varón” (compárese con Nú 23:19; Job 35:8; Jer 50:40) y `enóhsch, “hombre mortal”. (Compárese con Sl 8:4; Isa 51:12; 56:2.) En el Salmo 144:3 la expresión “hijo del hombre mortal” viene del hebreo ben–`enóhsch, mientras que en Daniel 7:13 aparece el equivalente arameo (bar `enásch).
En griego esa expresión es hui·ós tou an·thró·pou, cuya última parte representa la palabra genérica griega para “hombre” (án·thrö·pos). (Mt 16:27.)
¿Por qué se llama reiteradamente “hijo del hombre” a Ezequiel y a Daniel?
El libro de las Escrituras Hebreas donde aparece con más frecuencia esa expresión es Ezequiel, donde Dios se dirige al profeta como “hijo del hombre” más de 90 veces. (Eze 2:1, 3, 6, 8.) Parece ser que el que se llame de esta manera al profeta sirve para destacar que solo es una criatura humana de carne y hueso, y así realza el contraste que existe entre el vocero humano y la Fuente de su mensaje, el Dios Altísimo (Eze 3:17). En Daniel 8:17 se llama del mismo modo al profeta Daniel. El mismo nombre se da a Jesucristo unas 80 veces en los Evangelios, indicando claramente que el Hijo de Dios había venido como ser humano, no como una encarnación. También muestra que Jesús cumpliría la profecía de Daniel 7:13, 14 (Mt 19:28; 20:28).
Cristo Jesús, “el Hijo del hombre”.
En los evangelios se encuentra esta expresión casi ochenta veces, y en todos los casos aplica a Jesucristo. Indica que, al nacer de una madre humana, Jesús era un ser humano y no solo un ser espiritual materializado. Él la utilizó para referirse a sí mismo. (Mt 8:20, notas; 9:6; 10:23; 16:13; 26:64.) Además de aparecer en los evangelios, también se encuentra en Hechos 7:56; Hebreos 2:6; Apocalipsis 1:13 y 14:14.
El que Jesús se aplicase a sí mismo esta expresión mostraba con claridad que el Hijo de Dios era en realidad un ser humano, que “vino a ser carne”. (Jn 1:14.) Era “procedente de una mujer”, puesto que la virgen hebrea María lo había concebido y dado a luz. (Gál 4:4; Lu 1:34-36.) Por consiguiente, no “se encarnó” o simplemente materializó un cuerpo humano, como habían hecho antes ciertos ángeles, sino que llegó a ser un verdadero ‘hijo de la humanidad’ al nacer de una madre humana. (Compárese con 1Jn 4:2, 3; 2Jn 7; véase CARNE.)
Por esta razón el apóstol Pablo podía aplicar el Salmo 8 a Jesucristo. En su carta a los Hebreos (2:5-9) Pablo citó los versículos que dicen: “¿Qué es el hombre mortal [`enóhsch] para que lo tengas presente, y el hijo del hombre terrestre [ben–`a·dhám] para que cuides de él? También procediste a hacerlo un poco menor que los que tienen parecido a Dios [“un poco inferior a los ángeles”, en Hebreos 2:7], y con gloria y esplendor entonces lo coronaste. Lo haces dominar sobre las obras de tus manos; todo lo has puesto debajo de sus pies”. (Sl 8:4-6; compárese con Sl 144:3.) Pablo muestra que, para cumplir este salmo profético, Jesús fue hecho en realidad “un poco inferior a los ángeles” y verdaderamente llegó a ser un “hijo [mortal] del hombre terrestre”, para que muriese como tal y así “gustase la muerte por todo hombre”, para que después su Padre, que lo resucitó, lo coronara con gloria y esplendor. (Heb 2:8, 9; compárese con el vs. 14; Flp 2:5-9.)
Por lo tanto, la designación “Hijo del hombre” también sirve para identificar a Jesucristo como el gran Congénere de la humanidad, aquel que tiene el poder de rescate para redimirla de la esclavitud al pecado y la muerte, y como el gran Vengador de la sangre. (Le 25:48, 49; Nú 35:1-29; véanse RECOMPRA, RECOMPRADOR; RESCATE; VENGADOR DE LA SANGRE.)
Por consiguiente, el que a Jesús se le llamara “Hijo de David” (Mt 1:1; 9:27) destaca el hecho de que era el heredero del pacto del Reino que se cumpliría en el linaje de David; el que se le llamase “Hijo del hombre” indica que es de la raza humana en virtud de su nacimiento carnal, y el que se le llame “Hijo de Dios” subraya su origen divino, que no descendió del pecador Adán ni heredó la imperfección de él y que, por lo tanto, disfruta de una posición completamente justa ante Dios. (Mt 16:13-17.)
¿Qué es la “señal del Hijo del hombre”?
Sin embargo, hay otra razón de peso para que Jesús se aplicara con frecuencia la expresión “Hijo del hombre”. Esta tiene que ver con el cumplimiento de la profecía registrada en Daniel 7:13, 14. Daniel vio en visión a “alguien como un hijo del hombre” viniendo con las nubes de los cielos, que obtuvo acceso al “Anciano de Días” y a quien se le concedió “gobernación y dignidad y reino, para que los pueblos, grupos nacionales y lenguajes todos le sirvieran aun a él”, y cuyo reino sería perdurable.
Debido a que la interpretación angélica de la visión, registrada en Daniel 7:18, 22 y 27, habla de los “santos del Supremo” y dice que toman posesión del Reino, muchos comentaristas han tratado de mostrar que aquí el “hijo del hombre” es una “persona colectiva”, es decir, ‘los santos de Dios en su aspecto colectivo [...] considerados en conjunto como pueblo’, ‘el pueblo glorificado e ideal de Israel’. Sin embargo, este razonamiento es superficial a la luz de las Escrituras Griegas Cristianas. No toma en consideración el hecho de que Cristo Jesús, el rey ungido de Dios, hizo un ‘pacto para un reino’ con sus seguidores a fin de que pudieran participar con él en su Reino, y que aunque ellos tienen que gobernar como reyes y sacerdotes, lo harán bajo su jefatura y por medio de la autoridad que él les ha concedido. (Lu 22:28-30; Apo 5:9, 10; 20:4-6.) Por tanto, reciben autoridad para gobernar sobre las naciones solo debido a que él la recibió primero del Dios Soberano. (Apo 2:26, 27; 3:21.)
La propia respuesta de Jesús a la pregunta del sumo sacerdote muestra cómo debe entenderse esta expresión. Dijo: “Lo soy [el Cristo, el Hijo de Dios]; y ustedes verán al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder y viniendo con las nubes del cielo”. (Mr 14:61, 62; Mt 26:63, 64.)
Por lo tanto, la profecía de la venida del Hijo del hombre a la presencia del Anciano de Días, Jehová Dios, aplica claramente a una persona: el Mesías, Jesucristo. Los hechos muestran que así lo entendía el pueblo judío. Los escritos rabínicos aplicaban la profecía al Mesías. (Soncino Books of the Bible, edición de A. Cohen, Londres, 1951, comentario sobre Da 7:13.) Seguramente debido a que deseaban algún cumplimiento literal de esta profecía, los fariseos y los saduceos le pidieron a Jesús que “les mostrara alguna señal del cielo”. (Mt 16:1; Mr 8:11.) Después que Jesús murió como hombre y fue resucitado a vida de espíritu, Esteban tuvo una visión de los “cielos abiertos” y vio “al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios”. (Hch 7:56.) Este hecho muestra que aunque Jesucristo sacrificó su naturaleza humana como rescate por la humanidad, en su posición celestial sigue aplicándole la designación mesiánica “Hijo del hombre”.
En la primera parte de su declaración al sumo sacerdote sobre la venida del Hijo del hombre, Jesús dijo que estaría “sentado a la diestra del poder”. Por lo visto estas palabras hacen alusión al Salmo profético 110, ya que Jesucristo había mostrado con anterioridad que este salmo le aplicaba. (Mt 22:42-45.) Este pasaje, así como la aplicación que hizo el apóstol en Hebreos 10:12, 13, revela que Jesucristo tendría que esperar durante un tiempo antes de que su Padre le enviase para ir “sojuzgando en medio de [sus] enemigos”. Por lo tanto, se desprende que la profecía de Daniel 7:13, 14 no se cumple cuando Jesucristo resucitó y ascendió al cielo, sino cuando Dios le autoriza para tomar acción contra todos los opositores con una expresión vigorosa de su regia autoridad. Por tanto, ‘la venida del Hijo del hombre al Anciano de Días’ al parecer es contemporánea de la situación que se presenta en Apocalipsis 12:5-10, cuando el simbólico niño es arrebatado al trono de Dios. Sin embargo, en Mateo 24:30 y Lucas 21:27, Jesús profetizó sobre la “señal del Hijo del Hombre” justo después de mencionar fenómenos celestiales que la Biblia asocia con la ejecución del juicio divino contra los humanos malvados. (Compárese Mt 24:29 y Lu 21:25, 26 con Isa 13:9, 10 y Joe 2:30, 31.) Como “todas las tribus de la tierra [...] verán al Hijo del hombre viniendo sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria” y “se golpearán en lamento”, es evidente que esto se refiere al momento en que una demostración sobrenatural del poder real de Jesús llene de temor el corazón de las personas que no hayan amoldado su vida a la voluntad divina.
Otras visiones proféticas de Revelación (17:12-14; 19:11-21) muestran el ejercicio de pleno poder real del Rey mesiánico sobre “pueblos, grupos nacionales y lenguajes” (Da 7:14), de modo que el que es “como un hijo del hombre” en Apocalipsis 14:14 y 1:13 seguramente también representa a Jesucristo.
Con respecto al ‘Hijo del hombre que viene con las nubes y todo ojo lo ve’ (Mt 24:30; Apo 1:7), véanse NUBE - (Uso figurado); OJO; PRESENCIA.
Término que proviene de la raíz verbal hebrea ma·scháj, que significa “untar” y, por lo tanto, “ungir”. (Éx 29:2, 7.) Mesías (ma·schí·aj) significa “Ungido”. El equivalente griego es Kjri·stós, o Cristo. (Mt 2:4, nota.)
La forma adjetiva ma·schí·aj se aplica en las Escrituras Hebreas a muchos hombres. David recibió el nombramiento oficial de rey cuando se le ungió con aceite, por lo que se dice que era el “ungido” o, literalmente, “mesías”. (2Sa 19:21; 22:51; 23:1; Sl 18:50.) A otros reyes, entre ellos Saúl y Salomón, se les llama el “ungido” o “el ungido de Jehová”. (1Sa 2:10, 35; 12:3, 5; 24:6, 10; 2Sa 1:14, 16; 2Cr 6:42; Lam 4:20.) El término también se aplica al sumo sacerdote. (Le 4:3, 5, 16; 6:22.) A los patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob se les llama los “ungidos” de Jehová. (1Cr 16:16, 22, nota.) Al rey persa Ciro se le denomina “ungido” debido a que Dios lo había nombrado para efectuar cierta comisión. (Isa 45:1; véase UNGIDO, UNGIR.)
En las Escrituras Griegas Cristianas, la forma transliterada Mes·sí·as aparece en el texto griego en Juan 1:41 con la siguiente explicación: “Que, traducido, significa Cristo”. (Véase también Jn 4:25.) En algunas ocasiones el término Kjri·stós se usa solo con referencia al que es o alega ser el Mesías o el Ungido. (Mt 2:4; 22:42; Mr 13:21.) Sin embargo, la mayor parte de las veces va acompañado del nombre personal Jesús —“Jesucristo” o “Cristo Jesús”— para indicar que él es el Mesías. A veces la expresión hace referencia solo y específicamente a Jesús, y se entiende entonces que Jesús es El Cristo, como en la declaración: “Cristo murió por nosotros”. (Ro 5:8; Jn 17:3; 1Co 1:1, 2; 16:24; véase CRISTO.)
Mesías en las Escrituras Hebreas. En Daniel 9:25, 26 la palabra ma·schí·aj aplica exclusivamente al Mesías venidero. (Véase SETENTA SEMANAS.) Sin embargo, muchos otros textos de las Escrituras Hebreas se refieren a este Ungido que habría de venir, si bien no de manera exclusiva. Por ejemplo, aunque el Salmo 2:2 tuvo su primera aplicación cuando los reyes filisteos intentaron destronar a David, el rey ungido, Hechos 4:25-27 hace una segunda aplicación al Mesías predicho: Jesucristo. Además, muchos hombres que recibieron el título de “ungido” prefiguraron o representaron de diversas maneras a Jesucristo y la obra que él haría; entre estos estuvieron David, los sumos sacerdotes de Israel y Moisés (al que se llama “Cristo” en Heb 11:23-26).
Profecías mesiánicas que no utilizan la palabra “Mesías”. Los judíos entendieron que eran profecías mesiánicas varios textos de las Escrituras Hebreas que no mencionaban específicamente al “Mesías”. Alfred Edersheim localizó 456 pasajes “a los cuales la antigua Sinagoga se refiere como mesiánicos”, y menciona 558 referencias en los escritos rabínicos más antiguos que apoyaban tales aplicaciones. (La vida y los tiempos de Jesús el Mesías, 1988, vol. 1, pág. 200; 1989, vol. 2, págs. 689-726.) Por ejemplo, en Génesis 49:10 se profetizó que el cetro para gobernar pertenecería a la tribu de Judá y que Siló vendría por ese linaje. El Targum de Onkelos, el Targum de Jerusalén y el Midras reconocen que la expresión “Siló” aplica al Mesías.
Las Escrituras Hebreas contienen muchas profecías que proporcionan detalles sobre los antecedentes del Mesías, cuándo vendría, su actividad, el trato que recibiría y su papel en los designios de Dios. Las diversas señales referentes al Mesías se combinaron y crearon un cuadro imponente que ayudaría a los verdaderos adoradores a identificarle, y que proporcionaría base para tener fe en que él era el verdadero Caudillo enviado por Jehová. Aunque los judíos no comprendieron previamente todas las profecías relacionadas con el Ungido, los evangelios dan prueba de que tenían conocimiento suficiente como para identificar al Mesías cuando llegase.
La opinión en el siglo I E.C. La información histórica disponible, principalmente la que se registra en los evangelios, revela qué pensaban los judíos sobre el Mesías en el siglo I E.C.
Rey e hijo de David.
Expresión que a menudo se aplica a Jesús y que destaca que es el heredero del pacto del Reino, que se cumpliría con un descendiente de David (Mt 1:1, Notas 12:23; 21:9).
Los judíos habían aceptado que el Mesías sería un rey del linaje de David. Cuando los astrólogos indagaron sobre el “que nació rey de los judíos”, Herodes el Grande sabía que se referían al “Cristo”. (Mt 2:2-4.) Jesús preguntó a los fariseos si sabían de quién sería descendiente el Cristo o Mesías. Aunque aquellos líderes religiosos no creían en Jesús, sabían que el Mesías sería hijo de David. (Mt 22:41-45.)
Nacería en Belén. En Miqueas 5:2, 4 se predijo que el “gobernante en Israel”, que sería “grande hasta los cabos de la tierra”, saldría de Belén. Se interpretaba que esta era una profecía mesiánica. Cuando Herodes el Grande preguntó a los principales sacerdotes y escribas dónde tenía que nacer el Mesías, respondieron: “En Belén de Judea”, y citaron Miqueas 5:2. (Mt 2:3-6.) Incluso el pueblo conocía esa profecía. (Jn 7:41, 42.)
Un profeta que realizaría muchas señales. Dios predijo por medio de Moisés la venida de un gran profeta (Dt 18:18), y en los días de Jesús los judíos lo aguardaban. (Jn 6:14.) La manera como el apóstol Pedro usó las palabras de Moisés en Hechos 3:22, 23 indica que sabía que incluso los opositores religiosos aceptarían su naturaleza mesiánica, y esto prueba que Deuteronomio 18:18 era de conocimiento general. La samaritana que estaba junto al pozo también pensaba que el Mesías sería un profeta. (Jn 4:19, 25, 29.) Las personas esperaban que el Mesías realizara señales. (Jn 7:31.)
Diferentes creencias. Aunque en general los judíos esperaban al Mesías, no todos creían lo mismo respecto a él. Por ejemplo, muchos sabían que vendría de Belén, pero otros desconocían este dato. (Mt 2:3-6; Jn 7:27.) Algunos pensaban que el Profeta y el Cristo habían de ser personas diferentes. (Jn 1:20, 21; 7:40, 41.) Ciertas profecías sobre el Mesías no las entendían ni siquiera los discípulos de Jesús. Esto es cierto sobre todo con respecto a las profecías sobre el rechazo, pasión, muerte y resurrección del Mesías. (Isa 53:3, 5, 12; Sl 16:10; Mt 16:21-23; 17:22, 23; Lu 24:21; Jn 12:34; 20:9.) No obstante, cuando sucedieron estas cosas y se descifraron las profecías, los discípulos, e incluso los que aún no lo eran, empezaron a entender la naturaleza profética de estos textos de las Escrituras Hebreas. (Lu 24:45, 46; Hch 2:5, 27, 28, 31, 36, 37; 8:30-35.) Como la mayoría de los judíos no aceptaban que el Mesías tuviera que sufrir y morir, los cristianos primitivos insistieron en este tema en su predicación al pueblo judío. (Hch 3:18; 17:1-3; 26:21-23.)
Expectativas erróneas. El relato de Lucas indica que muchos judíos esperaban con anhelo la venida del Mesías precisamente cuando Jesús estaba en la Tierra. Simeón y otros judíos “[esperaban] la consolación de Israel” y la “liberación de Jerusalén” cuando Jesús fue llevado al templo poco después de su nacimiento. (Lu 2:25, 38.) Durante el ministerio de Juan el Bautista, las personas estaban “en expectación” en cuanto al Cristo o Mesías. (Lu 3:15.) Sin embargo, muchos esperaban que el Mesías se adaptara a sus ideas preconcebidas. Las profecías de las Escrituras Hebreas revelaban que el Mesías vendría para desempeñar dos funciones distintas: sería alguien ‘humilde que cabalga sobre un asno’, y, por otra parte, vendría “con las nubes de los cielos” para aniquilar a los opositores y hacer que todos los gobiernos le sirviesen a él. (Zac 9:9; Da 7:13.) Los judíos no percibieron que estas profecías se referían a dos venidas del Mesías diferentes y muy distanciadas.
Las fuentes judías concuerdan con Lucas 2:38 en que el pueblo estaba esperando que la liberación de Jerusalén se produjera entonces. The Jewish Encyclopedia observa: “Anhelaban el libertador prometido de la casa de David, que los libertaría del yugo del odiado usurpador extranjero, terminaría con el impío dominio romano y establecería su propio reino de paz” (1976, vol. 8, pág. 508). Intentaron hacerle rey terrestre (Jn 6:15), pero como se negó a cumplir sus aspiraciones, acabaron por rechazarlo.
Juan el Bautista y sus discípulos probablemente creyeron que el Mesías sería un rey terrestre. Juan sabía que Jesús era el Mesías y el Hijo de Dios, pues había sido testigo presencial de su ungimiento con espíritu santo y había oído la voz de aprobación de Dios. A Juan no le faltaba fe. (Mt 11:11.) De modo que su pregunta: “[¿]Hemos de esperar a uno diferente?”, pudo significar: ‘¿Hemos de esperar a otro que cumpla todas las esperanzas de los judíos?’. En respuesta Jesús señaló a las obras que estaba haciendo (cosas que se habían predicho en las Escrituras Hebreas), y concluyó con las palabras: “Y feliz es el que no haya tropezado a causa de mí”. Aunque esta respuesta implicaba la necesidad de fe y discernimiento, sirvió para satisfacer y consolar a Juan, y le dio la seguridad de que Jesús era Aquel que cumpliría las promesas de Dios. (Mt 11:3; Lu 7:18-23.) Además, antes de su ascensión, los discípulos de Jesús pensaban que iba a liberar en aquel tiempo a Israel de la dominación gentil y establecer el Reino (restaurar el reino de la línea davídica) en la Tierra. (Lu 24:21; Hch 1:6.)
Mesías falsos. Tal como Jesús había predicho, tras su muerte los judíos siguieron a muchos Mesías falsos. (Mt 24:5.) “Según Josefo, parece que en el primer siglo, antes de la destrucción del templo [en 70 E.C.], aparecieron varios Mesías que prometían alivio del yugo romano y que pronto hallaron seguidores.” (The Jewish Encyclopedia, vol. 10, pág. 251.) Más tarde, en el año 132 E.C., Bar Kokba (Bar Koziba), uno de los falsos Mesías más importantes, fue aclamado como el rey mesiánico. Los soldados romanos mataron a miles de judíos al reprimir la sublevación que dirigió. Aunque la aparición de falsos Mesías demuestra que a muchos judíos lo que les interesaba era un Mesías político, también prueba que entendían bien que tenía que haber un Mesías personal, no solo una era o una nación mesiánica. Algunos opinan que Bar Kokba era descendiente de David, lo que hubiera dado una aparente validez a sus pretensiones mesiánicas. Sin embargo, como los registros genealógicos debieron destruirse en el año 70 E.C., los que después de esta fecha alegaran ser el Mesías, no podrían demostrar su pertenencia a la familia de David. (De modo que el Mesías tenía que aparecer antes del año 70 E.C., como fue el caso de Jesús, para poder acreditar su linaje davídico. Este hecho demuestra que las personas que todavía esperan que el Mesías venga a la Tierra están equivocadas.) Entre los falsos Mesías posteriores estuvieron Moisés de Creta, quien afirmó que dividiría el mar entre Creta y Palestina, y Sereno, que engañó a muchos judíos de España. The Jewish Encyclopedia (vol. 10, págs. 252-255) cuenta veintiocho falsos Mesías entre el año 132 E.C. y 1744 E.C.
Aceptación de Jesús como Mesías. Los hechos históricos registrados en los evangelios demuestran que Jesús era el verdadero Mesías. Las personas del siglo I E.C., que pudieron preguntar a los testigos oculares y examinar las pruebas, consideraron que la información histórica era auténtica. Estaban tan seguros de su exactitud que estuvieron dispuestos a aguantar persecución y morir por su fe basada en aquella información confiable. Los relatos históricos de los evangelios muestran que varias personas reconocieron en público que Jesús era el Cristo o Mesías. (Mt 16:16; Jn 1:41, 45, 49; 11:27.) Jesús no dijo que estuviesen equivocados; de hecho, en varias ocasiones admitió, directa o indirectamente, que era el Cristo (Mt 16:17; Jn 4:25, 26), aunque en otras les ordenó que no lo publicasen. (Mr 8:29, 30; 9:9; Jn 10:24, 25.) Jesús actuó donde las personas pudieran ver y oír sus obras, para que creyesen sobre la base sólida de estas pruebas, a fin de que su fe estuviese fundada en su propio testimonio ocular del cumplimiento de las Escrituras Hebreas. (Jn 5:36; 10:24, 25; compárese con Jn 4:41, 42.) Hoy se dispone del relato de los evangelios acerca de la vida y obra de Jesús, y también de las Escrituras Hebreas, que suministran un abundante caudal de información sobre lo que Jesucristo haría para que los humanos conociesen y creyesen que en realidad es el Mesías. (Jn 20:31; véase JESUCRISTO; PROFECÍAS SOBRE EL MESÍAS.)
El término “palabra” traduce con frecuencia en las Escrituras la voz hebrea da·vár y la griega ló·gos, que en la mayoría de los casos se refieren a una idea, dicho o declaración completos más bien que simplemente a un término o elemento del habla. (Para referirse a una sola palabra, en griego se utiliza el término rhé·ma [Mt 27:14], aunque este también puede significar un dicho o un asunto expresado.) Cualquier mensaje del Creador, como el pronunciado a través de un profeta, es “la palabra de Dios”. En unos cuantos lugares el término Ló·gos (Palabra) es un título dado a Jesucristo.
La palabra de Dios. La expresión “la palabra de Jehová” aparece en las Escrituras, con ligeras variaciones, cientos de veces. Por medio de “la palabra de Jehová” se crearon los cielos. Dios dio la orden y esta se llevó a cabo. “Dios procedió a decir: ‘Llegue a haber luz’. Entonces llegó a haber luz.” (Sl 33:6; Gé 1:3.) No debe entenderse de esto que Jehová mismo no realiza ningún trabajo (Jn 5:17), si bien tiene miríadas de ángeles que responden a Su palabra y ejecutan Su voluntad. (Sl 103:20.)
Toda la creación, tanto animada como inanimada, está sometida a la palabra de Dios, por lo que Él puede utilizarla para cumplir sus propósitos. (Sl 103:20; 148:8.) Su palabra es confiable, pues cuando Dios promete algo, se acuerda de cumplirlo. (Dt 9:5; Sl 105:42-45.) Como Él mismo ha dicho, su palabra “durará hasta tiempo indefinido”; nunca volverá a Él sin haber realizado su propósito. (Isa 40:8; 55:10, 11; 1Pe 1:25.)
Jehová es un Dios comunicativo, en el sentido de que de diversas maneras revela a sus criaturas su voluntad y propósitos. Las palabras que Dios dirigió a ciertos hombres, como Adán, Noé, Abrahán y otros, debieron ser pronunciadas por medio de un ángel. (Gé 3:9-19; 6:13; 12:1.) A veces empleó a santos varones, como Moisés y Aarón, para comunicar sus propósitos. (Éx 5:1.) “Toda palabra” que Moisés mandó a Israel era en realidad la palabra de Dios. (Dt 12:32.) Dios también habló por boca de profetas, como Eliseo y Jeremías, y profetisas, como Débora. (2Re 7:1; Jer 2:1, 2; Jue 4:4-7.)
Muchos de los mandamientos divinos se pusieron por escrito desde el tiempo de Moisés en adelante. El Decálogo, llamado comúnmente los Diez Mandamientos y conocido en las Escrituras Hebreas como “las Diez Palabras”, primero se pronunció oralmente y después fue ‘escrito por el dedo de Dios’ sobre tablas de piedra. (Éx 31:18; 34:28; Dt 4:13.) En Deuteronomio 5:22 a estos mandamientos se les llama las “Palabras”. (Véase DIEZ PALABRAS.)
Josué escribió “palabras [adicionales] en el libro de la ley de Dios” bajo inspiración divina, igual que hicieron otros escritores bíblicos fieles. (Jos 24:26; Jer 36:32.) Con el tiempo se recopilaron todos esos escritos y formaron lo que se conoce como las Sagradas Escrituras o Santa Biblia. “Toda Escritura [...] inspirada de Dios” incluye hoy el número completo de los libros canónicos de la Biblia. (2Ti 3:16; 2Pe 1:20, 21.) En las Escrituras Griegas Cristianas a menudo se hace referencia a la palabra inspirada de Dios simplemente como “la palabra”. (Snt 1:22; 1Pe 2:2.)
Hay muchos sinónimos de palabra de Dios. Por ejemplo, en el Salmo 119, donde aparecen referencias a la(s) “palabra(s)” de Jehová más de veinte veces, se hallan sinónimos en algunos paralelismos poéticos, como, por ejemplo: ley, recordatorios, órdenes, disposiciones reglamentarias, mandamientos, decisiones judiciales, estatutos y dichos de Jehová. Esto muestra también que en este contexto el término “palabra” se refiere a una idea completa o mensaje.
La palabra de Dios se describe de varias otras maneras, que matizan su finalidad y significado. Es “la ‘palabra’ [o “dicho” (rhé·ma)] de fe” (Ro 10:8, Int), “la palabra [o mensaje (forma de ló·gos)] de la justicia” (Heb 5:13) y “la palabra de la reconciliación” (2Co 5:19). La palabra o mensaje de Dios es como la “semilla”, que produce mucho fruto si se planta en buena tierra (Lu 8:11-15); también se dice que sus dichos ‘corren con velocidad’. (Sl 147:15.)
★La Palabra de Dios es viva ¡usémosla! - (15-8-2014-Pg.11)
★La palabra de nuestro Dios durará hasta tiempo indefinido - (2-9-2017-Pg.18)
★“Permanecen en mi palabra” - (1-3-2012-Pg.4)
★¿Qué es “la palabra de Dios” que, según Heb 4:12, “es viva, y ejerce poder”? - (2-9-2016-Pg.13)
Predicadores y maestros de la palabra. El mayor exponente y defensor de la palabra inspirada de verdad de Jehová fue el Señor Jesucristo. Asombró a las personas con sus métodos de enseñanza (Mt 7:28, 29; Jn 7:46), pero no se atribuyó el crédito a sí mismo, sino que dijo: “La palabra que ustedes oyen no es mía, sino que pertenece al Padre que me ha enviado”. (Jn 14:24; 17:14; Lu 5:1.) Los fieles discípulos de Cristo permanecieron en su palabra, lo que los libró de la ignorancia, la superstición y el temor, así como también de la esclavitud al pecado y la muerte. (Jn 8:31, 32.) A menudo era necesario que Jesús discrepara de los fariseos, cuyas tradiciones y enseñanzas invalidaban la “palabra [o declaración] de Dios”. (Mt 15:6; Mr 7:13.)
No es solo un asunto de oír la palabra de Dios predicada, sino que también es esencial actuar y mostrar obediencia a ese mensaje. (Lu 8:21; 11:28; Snt 1:22, 23.) Después que se preparó a fondo para el ministerio a los apóstoles y discípulos, ellos obedecieron la palabra y emprendieron la obra de predicar y enseñar. (Hch 4:31; 8:4, 14; 13:7, 44; 15:36; 18:11; 19:10.) Como resultado, “la palabra de Dios siguió creciendo, y el número de los discípulos siguió multiplicándose”. (Hch 6:7; 11:1; 12:24; 13:5, 49; 19:20.)
Los apóstoles y los que estaban con ellos no eran vendedores ambulantes de las Escrituras, como era el caso de los falsos pastores. Lo que predicaban era el franco mensaje de Dios sin adulterar. (2Co 2:17; 4:2.) El apóstol Pablo dijo a Timoteo: “Haz lo sumo posible para presentarte aprobado a Dios, trabajador que no tiene de qué avergonzarse, que maneja la palabra de la verdad correctamente”. Además se mandó a Timoteo: “Predica la palabra, ocúpate en ello urgentemente en tiempo favorable, en tiempo dificultoso”. (2Ti 2:15; 4:2.) Pablo también aconsejó a las esposas cristianas que vigilasen su conducta “para que no se [hablase] injuriosamente de la palabra de Dios”. (Tit 2:5.)
Desde que el Diablo contradijo a Dios en el jardín de Edén, ha habido muchos opositores satánicos a la palabra de Dios. Como testifican la profecía e historia bíblicas, muchas personas han perdido la vida por defender la palabra de Dios. (Apo 6:9.) También es un hecho histórico que la persecución no ha podido detener la proclamación de la palabra de Dios. (Flp 1:12-14, 18; 2Ti 2:9.)
El poder de la palabra y el espíritu de Dios. La palabra de Dios ejerce un gran poder en sus oyentes, significa vida. Cuando Israel estaba en el desierto, Dios le demostró que “no solo de pan vive el hombre, sino que de toda expresión de la boca de Jehová vive el hombre”. (Dt 8:3; Mt 4:4.) Es “la palabra de vida”. (Flp 2:16.) Jesús pronunció las palabras de Dios y dijo: “Los dichos [rhé·ma·ta] que yo les he hablado son espíritu y son vida”. (Jn 6:63.)
El apóstol Pablo escribió: “La palabra [o mensaje (ló·gos)] de Dios es viva, y ejerce poder, y es más aguda que toda espada de dos filos, y penetra hasta dividir entre alma y espíritu, y entre coyunturas y su tuétano, y puede discernir pensamientos e intenciones del corazón”. (Heb 4:12.) Llega al corazón y revela si la persona realmente vive en armonía con los principios correctos. (1Co 14:23-25.)
La palabra de Dios es la verdad y puede santificar a una persona para que Dios la utilice. (Jn 17:17.) Puede hacer que sea sabia y feliz, y puede llevar a cabo cualquier obra que Dios se proponga. (Sl 19:7-9; Isa 55:10, 11.) Puede equipar completamente a una persona para toda buena obra y capacitarla para vencer al inicuo. (2Ti 3:16, 17; compárese con 1Jn 2:14.)
Sobre la predicación de Jesús se comenta: “Dios lo ungió con espíritu santo y poder, y fue por la tierra haciendo bien y sanando a todos los que eran oprimidos por el Diablo; porque Dios estaba con él”. (Hch 10:38.) El apóstol Pablo convirtió a personas, hasta a paganos, no “con palabras persuasivas de sabiduría, sino con una demostración de espíritu y poder”. (1Co 2:4.) Las palabras que habló por la acción del espíritu santo de Dios, basadas en las Escrituras, la Palabra de Dios, obraron de manera poderosa para que la gente se convirtiera. Escribió a la congregación de Tesalónica: “Las buenas nuevas que predicamos no resultaron estar entre ustedes con habla solamente, sino también con poder y con espíritu santo y fuerte convicción”. (1Te 1:5.)
Juan el Bautista se presentó “con el espíritu y poder de Elías”, es decir, con su fuerza y vigor. Asimismo, el espíritu de Jehová dirigió a Juan para que hablara las palabras de Dios, que ejercen gran poder. Por esta razón pudo tener éxito en “volver los corazones de padres a hijos, y los desobedientes a la sabiduría práctica de los justos, para alistar para Jehová un pueblo preparado”. (Lu 1:17.)
No debería subestimarse el mensaje de las buenas nuevas procedentes de la palabra de Dios, la Biblia, pues las palabras que contiene son más poderosas que cualquier otra cosa que el hombre pueda hablar o imaginar. A los bereanos de la antigüedad se les encomió porque “examinaban con cuidado las Escrituras” para ver si lo que un apóstol les había enseñado era correcto. (Hch 17:11.) El “poder de espíritu santo” respalda y da poder a los ministros de Dios cuando declaran su poderosa Palabra. (Ro 15:13, 19.) ★La palabra de Dios ejerce poder - (2-9-2017-Pg.23)
“La Palabra” como título. O “el Logos”, “el Verbo” (en griego, ho lógos). Aquí, al igual que en Jn 1:1, 14 y Apo 19:13, el término se usa como título. Juan indica que ese título le corresponde a Jesús. Se le aplicó a Jesús cuando era un ser espiritual antes de venir a la tierra, cuando era un hombre perfecto durante su ministerio terrestre y, después, cuando fue alzado al cielo. Jesús era el portavoz mediante quien Dios transmitía información e instrucciones a sus otros hijos espirituales y a los seres humanos. Así que es razonable pensar que, antes de que Jesús viniera a la tierra, muchas de las veces en las que Jehová se comunicó con los seres humanos utilizó a la Palabra, el ángel que le servía de portavoz (Gé 16:7-11; 22:11; 31:11; Éx 3:2-5; Jue 2:1-4; 6:11, 12; 13:3). ★Algunos títulos que se le asignan a Jesucristo - (cf-Cap.2-Pg.23-Recuadro)
“La Palabra era un dios.” Juan dice con respecto a la existencia prehumana del Hijo: “En el principio la Palabra era, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era un dios”. (Jn 1:1, NM.) Algunas versiones (HAR; Mod; Scío; Val, 1960) leen: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Esta lectura y otras similares comunican la idea de que el Verbo, o la Palabra, era idéntico al Dios Altísimo, mientras que la primera, tomada de la Traducción del Nuevo Mundo, indica que el Verbo o la Palabra no es el Dios, el Dios Todopoderoso, sino un ser poderoso, un dios. (Hasta a los poderosos jueces del antiguo Israel se les llamó “dioses”; Sl 82:6; Jn 10:34, 35.) Por este motivo, en el texto griego aparece el artículo definido ho, “el”, delante del primer “Dios”, mientras que no aparece delante del segundo.
Otras traducciones ayudan a clarificar el sentido del texto. La lectura interlineal palabra por palabra del texto griego en la traducción The Emphatic Diaglott (de Benjamin Wilson, 1864) dice: “En un principio era la Palabra, y la Palabra era con el Dios, y un dios era la Palabra”. El texto acompañante de esta obra pone con mayúscula inicial y versalitas el primer “Dios”, mientras que el segundo “dios” que aparece en la frase está escrito con mayúscula inicial y minúsculas: “En el Principio era el LOGOS y el LOGOS era con DIOS, y el LOGOS era Dios”. La obra El Evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético (de Juan Mateos y Juan Barreto, Cristiandad, Madrid, 1982, pág. 54) ofrece la lectura: “Y un Dios era el proyecto [ló·gos]” (bastardillas nuestras).
Dichas traducciones apoyan el hecho de que Jesús, como Hijo de Dios y aquel a quien Él utilizó para crear todas las otras cosas (Col 1:15-20), es de hecho un “dios”, un poderoso, pero no el Dios Todopoderoso. Otras traducciones reflejan este punto de vista. The New English Bible dice: “Y lo que Dios era, la Palabra era”. El Nuevo Testamento original, de Hugh J. Schonfield lee: “La Palabra, pues, era divina”. El término griego que se traduce “Palabra” es Ló·gos; por eso, la versión de Moffatt dice: “El Logos era divino”. An American Translation lee: “La Palabra era divina”. Algunos traductores alemanes dicen: “Estaba estrechamente vinculada a Dios, sí, incluso [era] de esencia divina” (Boehmer); “La Palabra era incluso de esencia divina” (Stage); “Y Dios (= de esencia divina) era la Palabra” (Menge); “Y Dios de cierto tipo era la Palabra” (Thimme). La obra Lectura del evangelio de Juan, I (de Xavier León-Dufour, ediciones Sígueme, Salamanca, 1989, pág. 59), plantea como alternativa la lectura: El Logos “estaba en la esfera de Dios”. Todas estas traducciones destacan la cualidad de la Palabra, no su identidad con su Padre, el Dios Todopoderoso. Como era Hijo de Jehová Dios, era de cualidad divina. (Col 2:9; compárese con 2Pe 1:4, donde se promete “naturaleza divina” a los coherederos de Cristo.)
The Four Gospels—A New Translation (segunda edición, 1947), del profesor Charles Cutler Torrey, lee: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era dios. Cuando él estaba en el principio con Dios todas las cosas fueron creadas por medio de él; sin él no llegó a existir ninguna cosa creada”. (Jn 1:1-3.) Obsérvese que lo que se dice que es la Palabra se escribe con la inicial en minúscula, es decir, “dios”.
Esta Palabra o Ló·gos fue la única creación directa de Dios, su hijo unigénito, y por lo tanto Su asociado más íntimo, a quien se dirigió cuando dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza”. (Gé 1:26.) Por consiguiente, Juan continuó diciendo: “Este estaba en el principio con Dios. Todas las cosas vinieron a existir por medio de él, y sin él ni siquiera una cosa vino a existir”. (Jn 1:2, 3.)
Otros textos muestran claramente que la Palabra era el agente de Dios mediante el que llegaron a existir todas las otras cosas. Hay “un solo Dios el Padre, procedente de quien son todas las cosas, [...] y hay un solo Señor, Jesucristo, mediante quien son todas las cosas”. (1Co 8:6.) La Palabra, el Hijo de Dios, fue “el principio de la creación por Dios”, o dicho de otra manera, “el primogénito de toda la creación; porque por medio de él todas las otras cosas fueron creadas en los cielos y sobre la tierra”. (Apo 3:14; Col 1:15, 16.)
★El Verbo, ¿Quién es según Juan? - (wr)
★Era un dios - (Era divino.)
★¿“La Palabra era Dios”? - (ti-Pg.26)
Ministerio terrestre y glorificación celestial. Al debido tiempo ocurrió un cambio. Juan explica: “De modo que la Palabra vino a ser carne y residió entre nosotros [como el Señor Jesucristo], y tuvimos una vista de su gloria, gloria como la que pertenece a un hijo unigénito de parte de un padre”. (Jn 1:14.) Al llegar a ser carne, los testigos oculares en la Tierra pudieron ver, oír y palpar a la Palabra. De esta manera, los humanos pudieron tener contacto y relación directa con “la palabra de la vida”, la cual, según dice Juan, “era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado atentamente y nuestras manos palparon”. (1Jn 1:1-3.)
Como se muestra en Apocalipsis 19:11-16, el glorificado Señor Jesucristo continúa llevando el título “La Palabra”. Allí Juan dice que en una visión del cielo vio un caballo blanco cuyo jinete se llamaba “Fiel y Verdadero”, “La Palabra de Dios”, y “sobre su prenda de vestir exterior, aun sobre su muslo, tiene un nombre escrito: Rey de reyes y Señor de señores”.
Por qué se le da el título “La Palabra” al Hijo de Dios. Un título suele aludir a la función o responsabilidad desempeñada por el que lo lleva. Este era el caso del título Kal-Hatzé —cuyo significado es “la voz o palabra del rey”—, que se daba a un oficial abisinio. Basándose en los viajes que hizo desde el año 1768 hasta 1773, James Bruce menciona qué responsabilidades tenía el Kal-Hatzé: Se hallaba de pie junto a una ventana que estaba cubierta con una cortina. A través de esta cortina le hablaba el rey, que estaba oculto en el interior. Luego, él transmitía el mensaje a quien correspondiera. De este modo el Kal-Hatzé actuaba como la palabra o voz del rey abisinio. (Travels to Discover the Source of the Nile, Londres, 1790, vol. 3, pág. 265; vol. 4, pág. 76.)
También hay que recordar que Dios hizo que Aarón fuese la palabra o “boca” de Moisés cuando dijo: “Él tiene que hablar por ti al pueblo; y tiene que suceder que él te servirá de boca, y tú le servirás de Dios”. (Éx 4:16.)
De manera similar, el Hijo primogénito de Dios fue la Boca o Vocero de su Padre, el gran Rey de la Eternidad. Era el medio de comunicación de Dios para transmitir información e instrucciones a otros hijos celestiales y humanos del Creador. Es razonable pensar que en muchas de las ocasiones en las que Dios se comunicó con el hombre antes de que Jesús viniera a la Tierra, utilizó a la Palabra como su portavoz angélico. (Gé 16:7-11; 22:11; 31:11; Éx 3:2-5; Jue 2:1-4; 6:11, 12; 13:3.) En vista de que el ángel que guió a los israelitas a través del desierto tenía ‘el nombre de Jehová dentro de él’, puede que haya sido el Hijo de Dios, la Palabra. (Éx 23:20-23; véase JESUCRISTO - [Existencia prehumana].)
Una prueba de que Jesús continuó siendo el Vocero o la Palabra de su Padre durante su ministerio terrestre es lo que les dijo a sus oyentes: “No he hablado de mi propio impulso, sino que el Padre mismo, que me ha enviado, me ha dado mandamiento en cuanto a qué decir y qué hablar. [...] Por lo tanto, las cosas que hablo, así como el Padre me las ha dicho, así las hablo”. (Jn 12:49, 50; 14:10; 7:16, 17.)
¿Cómo podemos evitar que nuestras palabras provoquen un “incendio”? Primero debemos examinar nuestros motivos. En lugar de pensar mal de un hermano, deberíamos analizar por qué tenemos una actitud crítica hacia él. ¿Será que queremos rebajarlo para quedar bien nosotros? Recordemos que criticar solo empeora las cosas.
Citas Bíblicas sobre la Palabra
Job 6:2, 3 “¡Ojalá se pudiera pesar toda mi angustia
y ponerla en la balanza junto a mi desgracia! 3 Porque ahora pesa más que la arena de los mares. Por eso mis palabras han sido tan precipitadas.”
Job 42:6 “Por eso retiro lo dicho y me arrepiento en polvo y ceniza”. |
El poder de la palabra
Un ciego indigente sentado en la acera puso un pequeño cartón al su lado en el que ponía: "Soy ciego, ayúdeme por favor" y delante había dispuesto una gorra para recaudar limosnas, pero su suerte no parecía grande hasta que paso una joven por su lado, tomó el cartón y por el reverso escribió: "Hoy hace un precioso día y yo no lo puedo ver", y se lo colocó nuevamente a su lado. A partir de ese momento los pasantes le ayudaron mucho más generosamente. Este es un ejemplo de como a veces no es lo que pedimos sino como lo pedimos lo que marca la diferencia (Pr 25:15). |
Usa la palabra
Di lo que te molesta cuando te moleste, no cuando te hartes; para que puedas decirlo con tus mejores palabras y no cometas el error de expresarlo con tus peores ofensas, busca un buen momento y habla con amor, paciencia y consideración, además se presto para oír (Ec 3:7; Pr 15:23; 25:11; Jn 16:12; Snt 1:19). Hay días llenos de viento, hay días llenos de furia, hay días llenos de lágrimas, pero también existen días llenos de amor, que nos dan el coraje para seguir adelante (Ef 4:26; Col 4:6). |
Palabras peligrosas que te limitan
★No Este es un vocablo que, de manera paradójica, suele acercarnos justamente a los resultados que queremos alejar. Se trata de una palabra ambigua que la mente no registra. Si, por ejemplo, te digo: «no pienses en un elefante amarillo», estaré propiciando que esa imagen acuda a tu mente. Cuando utilizamos expresiones de este tipo, tendemos de forma inconsciente a eliminar el «no» y a centrarnos en lo que le sigue. Por ello, cuando nos decimos «no te pongas nervioso»o «no quiero estar enfermo», en realidad nos estamos programando para el nerviosismo y la enfermedad. Sería mucho más conveniente dirigirnos afirmaciones en positivo, tales como: «mantén la calma» o «quiero permanecer sano». ★Tengo que Por ello, es preferible utilizar las fórmulas «quiero» o «voy a». Por ejemplo, es mejor afirmar: «quiero ser más sociable«. O «voy a trabajar», si utilizar el «quiero» en este caso te resulta demasiado falso o contradictorio. Con estas expresiones nos programamos para que nos sea mucho más sencillo y ligero llevar a cabo estas actividades. ★Pero Para evitar este fenómeno podemos sustituir el «pero» por un «sin embargo». De esta manera, el mensaje principal queda intacto aunque añadamos después otra información. También podemos invertir el orden de las ideas: «discutimos demasiado pero te quiero». Sin duda así el mensaje será mejor recibido. ★Pobrecito Aunque lo hagamos con la mejor intención, utilizando esta palabra le hacemos un flaco favor a la persona que la recibe. Pues le estamos programando para sentirse una víctima impotente de las circunstancias. Tratemos de sustituir este vocablo por otras expresiones que empoderen a la persona y le recuerden sus capacidades para salir adelante. ★Nunca, siempre, nadie, todos Tratemos de utilizar expresiones más ajustadas a la realidad. Y sobre todo, que permitan un margen de cambio y mejora. «He hecho esto mal», «ahora no me siento feliz», destacan que se trata de hechos puntuales y nos permiten actuar para modificarlos. ★Luego, mañana, algún día Si realmente quieres cumplir tus propósitos evita pensar y hablar en estos términos. Fija una fecha o una hora exactas para ponerte en marcha. ★Ya lo sé En definitiva, recuerda siempre que el lenguaje es la base de nuestros pensamientos, de la comunicación con nosotros y con los demás. Cuando razonamos lo hacemos a partir de frases y enunciados. Por ende, la decisión de emplear unas u otras palabras condicionará nuestra forma de percibir el mundo. |