Nombre y Santidad de Jehová |
Primera y última letras del alfabeto griego. O: “la A y la Z”. Gr.: to Al fa kai to O (to Ál·fa kai to O[·mé·ga]), la primera y la última letra del alfabeto gr.; SyhJ22: “el Álef y la Tau”. En el alfabeto griego la primera letra se llama Alfa y la última letra Omega (O Grande); y por eso Jehová Dios de nuevo da énfasis al hecho de que es “el Primero y el Último” (fm 116 párr. 16)
Es a Jehová a quien se le llama “el Alfa y la Omega”. Este título destaca el hecho de que ni antes ni después de él hay dios que pueda comparársele. Él es “el principio y el fin” (Apo 21:6; 22:13). Ahora bien, aunque Apocalipsis 22:13 llama a Jehová “el primero y el último” —pues no hay nadie antes ni después de él—, el título “el Primero y el Último” que aparece en el capítulo 1 se refiere a Jesucristo, tal como lo demuestra el contexto. Él fue el primero y el último ser humano a quien Jehová resucitó personalmente para vivir como espíritu inmortal (Col. 1:18).
En el libro de Apocalipsis se usan tres veces como un título. Sin embargo, el que dicho título aparezca como parte de la traducción de Apocalipsis 1:11, como ocurre en la Versión Valera y en otras traducciones, no tiene el apoyo de algunos de los manuscritos griegos más antiguos, como el Alejandrino, el Sinaítico y el Códice Ephraemi Rescriptus. Por esta razón, esta expresión se omite en muchas traducciones modernas.
Aunque muchos comentaristas aplican este título tanto a Dios como a Cristo, un examen más cuidadoso demuestra que es privativo del Dios Supremo. El primer versículo de Apocalipsis indica que originalmente Dios dio la revelación y la transmitió mediante Jesucristo, por lo que unas veces el que habla (por medio de un representante angelical) es Dios mismo y otras es Cristo Jesús. (Apo 22:8.) De este modo, Apocalipsis 1:8 dice: “Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios [BJ; “Jehová Dios”, NM], ‘Aquel que es, que era y que va a venir’, el Todopoderoso”. Aunque el versículo Apocalipsis 1:7 anterior habla de Cristo Jesús, está claro que en el versículo 8 el título se aplica al Dios “Todopoderoso”. Con relación a esto, la obra Barnes’ Notes on the New Testament (1974) dice: “No se puede tener absoluta seguridad de que aquí el escritor quisiera referirse específicamente al Señor Jesús [...]. No es una incongruencia suponer también que aquí el escritor quisiera referirse a Dios como tal”.
Este título aparece otra vez en Apocalipsis 21:6, y en el versículo siguiente se identifica a la persona que habla, al decir: “Cualquiera que venza heredará estas cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo”. Dado que Jesús se refirió a los que son herederos con él en su Reino como “hermanos”, no como “hijos”, el que habla tiene que ser el Padre Celestial de Jesús, Jehová Dios. (Mt 25:40; compárese con Heb 2:10-12.)
La última vez que aparece este título es en Apocalipsis 22:13, donde se dice: “Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin”. En este capítulo de Apocalipsis se registran las palabras de diversas personas: los versículos 8 y 9 muestran que el ángel le habló a Juan, es obvio que el versículo 16 aplica a Jesús, la primera parte del versículo 17 se atribuye al “espíritu y la novia” y está claro que el que habla en la parte final del versículo 20 es Juan mismo. Por lo tanto, “el Alfa y la Omega” de los versículo 12-15 puede ser identificado apropiadamente como el mismo que lleva ese título las otras dos veces: Jehová Dios. La expresión del versículo 12: “¡Mira! Vengo pronto [...], para dar a cada uno según sea su obra”, no obliga a aplicar los versículo 13-15 a Jesús, dado que Dios también dice de sí mismo que “está saliendo” para ejecutar juicio. (Compárese con Isa 26:21.) Malaquías 3:1-6 habla de una venida conjunta de Jehová y de su “mensajero del pacto” para juzgar.
El título “el Alfa y la Omega” transmite la misma idea que las expresiones “el primero y el último” y “el principio y el fin” cuando se emplean con referencia a Jehová. Antes de Él no hubo ningún Dios Todopoderoso y no habrá ninguno después de Él. Él hará que la cuestión sobre la autoridad divina tenga un fin triunfante, y será vindicado para siempre como el único Dios Todopoderoso. (Compárese con Isa 44:6.)
Posición o lugar más alto. La palabra hebrea `el·yóhn (Altísimo), usada con referencia a Jehová, también se aplica a otras personas o cosas: al rey mesiánico, el David Mayor, quien está por encima de otros reyes terrestres (Sl 89:20, 27), a la posición superior que se le había prometido a Israel con respecto a las naciones (Dt 26:18, 19), a la cesta de encima (Gé 40:17), a la puerta superior (2Re 15:35), al estanque superior (2Re 18:17), al patio superior (Jer 36:10), al piso superior (Eze 41:7), a los comedores más elevados (Eze 42:5), a Bet-horón Alta (Jos 16:5) y a la fuente superior de las aguas de Guihón (2Cr 32:30). Estos usos ilustran que `el·yóhn se refiere a una posición más bien que al poder.
Cuando se aplica a Jehová, “Altísimo” destaca su posición suprema sobre todos los demás. (Sl 83:18.) Este título aparece por primera vez en Génesis 14:18-20 calificando a `El (Dios). Allí se llama a Melquisedec “sacerdote del Dios Altísimo”, y en el ejercicio de esa función bendice tanto a Abrahán como al Dios Altísimo. Este título se usa en combinación con el nombre divino Jehová (Gé 14:22; Sl 7:17) y con el plural de excelencia, `Elo·hím (Dios) (Sl 78:56), aunque también aparece solo. (Dt 32:8; Sl 9:2; Isa 14:14.)
En Daniel 7:18, 22, 25 y 27, aparece la forma plural aramea `el·yoh·nín, que se puede traducir el “Supremo” (NM), por ser un plural de excelencia o mayestático. En Daniel 7:25 también se usa la forma singular aramea `il·lái (Altísimo).
La palabra griega hy·psi·stos (Altísimo), aplicada a Jehová, la utiliza principalmente Lucas: primero en su evangelio (dos veces cuando Gabriel le anunció a María el nacimiento de Jesús) y luego en Hechos. (Lu 1:32, 35, 76; 6:35; 8:28; Hch 7:48; 16:17.) Los otros textos donde aparece esta palabra son: Marcos 5:7 y Hebreos 7:1.
Acto de crear o causar la existencia de algo o de alguien. También puede referirse a lo que ha sido creado o traído a la existencia. La palabra hebrea ba·rá´ y la griega ktí·zö significan “crear” y se usan exclusivamente con referencia a la creación divina.
Creó: heb. bará. En el AT, este verbo tiene por sujeto únicamente a Dios y se refiere siempre a una acción divina que produce un resultado nuevo e imprevisible (Isa 48.6-7; Jer 31.22). Se emplea para designar la creación del mundo y de la humanidad (Gé 1:27; 5:1; Dt 4:32; Isa 45:12), la formación del pueblo de Israel (Isa 43:1,15), la restauración de Jerusalén (Isa 65:18), la renovación interior del pecador arrepentido y perdonado (Sl 51:10) y la creación, al final de los tiempos, de un cielo nuevo y una tierra nueva (Isa 65:17; Isa 66:22).
A Jehová Dios se le identifica a través de las Escrituras como el Creador (Heb.: Boh·ré’). Es “el Creador de los cielos, [...] el Formador de la tierra y el Hacedor de ella”. (Isa 45:18.) Es el “Formador de las montañas y el Creador del viento” (Am 4:13), y “Aquel que hizo el cielo y la tierra y el mar y todas las cosas que hay en ellos”. (Hch 4:24; 14:15; 17:24.) “Dios [...] creó todas las cosas.” (Ef 3:9.) Jesucristo reconoció que Jehová era el Creador de los seres humanos, a quienes hizo macho y hembra. (Mt 19:4; Mr 10:6.) Es el único al que se puede llamar apropiadamente “el Creador”. (Isa 40:28.)
Todas las cosas “existieron y fueron creadas” debido a la voluntad de Dios. (Apo 4:11.) Jehová, que ha existido desde siempre, estaba solo antes del comienzo de la creación. (Sl 90:1, 2; 1Ti 1:17.)
Aunque Jehová, que es un Espíritu (Jn 4:24; 2Co 3:17), ha existido siempre, no se puede afirmar lo mismo de la materia que constituye el universo. Por lo tanto, cuando creó los cielos y la tierra literales, Jehová no usó materia preexistente. Génesis 1:1 deja esto claro con las palabras: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra”. En caso de que la materia hubiera existido siempre, no habría sido correcto el uso del término “principio” con referencia a las cosas materiales. Sin embargo, después de crear la tierra, Dios sí formó “del suelo toda bestia salvaje del campo y toda criatura voladora de los cielos”. (Gé 2:19.) También formó al hombre “del polvo del suelo”, soplando en sus narices aliento de vida para que llegara a ser un alma viviente. (Gé 2:7.)
El Salmo 33:6 dice apropiadamente: “Por la palabra de Jehová los cielos mismos fueron hechos, y por el espíritu de su boca todo el ejército de ellos”. Cuando la tierra aún estaba “sin forma y desierta”, con “oscuridad sobre la superficie de la profundidad acuosa”, era la fuerza activa de Dios la que se movía de un lado a otro sobre la superficie de las aguas. (Gé 1:2.) De modo que Dios usó su fuerza activa, o “espíritu” (heb. rú·aj), para efectuar la creación. Las cosas que ha creado no solo dan testimonio de su poder, sino también de su divinidad (Jer 10:12; Ro 1:19, 20), y como Jehová “no es Dios de desorden, sino de paz” (1Co 14:33), su obra creativa está marcada por el orden, no por el caos o la casualidad. Jehová le recordó a Job que había dado pasos específicos al fundar la tierra y poner barricadas al mar, e indicó que existen “estatutos de los cielos”. (Job 38:1, 4-11, 31-33.) Además, las obras creativas de Dios son perfectas al igual que todas sus otras obras. (Dt 32:4; Ec 3:14.)
La primera creación de Jehová fue su “Hijo unigénito” (Jn 3:16), “el principio de la creación por Dios”. (Apo 3:14.) Jehová usó a este “primogénito de toda la creación” para crear todas las demás cosas, tanto las que están en los cielos como aquellas que están sobre la Tierra, “las cosas visibles y las cosas invisibles”. (Col 1:15-17.) El testimonio inspirado de Juan concerniente a este hijo, la Palabra, es que “todas las cosas vinieron a existir por medio de él, y sin él ni siquiera una cosa vino a existir”, y el apóstol revela que la Palabra es Jesucristo, que vino a ser carne. (Jn 1:1-4, 10, 14, 17.) Se le representa como la sabiduría personificada que dice: “Jehová mismo me produjo como el principio de su camino”, y luego habla de sí mismo como el “obrero maestro” del Creador, Jehová. (Pr 8:12, 22-31.) En vista de la estrecha asociación de Jehová con su Hijo unigénito en la obra creativa y de que este Hijo es “la imagen del Dios invisible” (Col 1:15; 2Co 4:4), es obvio que Jehová estaba hablando con su Hijo unigénito y obrero maestro cuando dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”. (Gé 1:26.)
Una vez creado su Hijo unigénito, Jehová lo usó para traer a la existencia a los ángeles celestiales. La creación de los ángeles precedió a la fundación de la Tierra, pues cuando Jehová interrogó a Job, le preguntó: “¿Dónde te hallabas tú cuando yo fundé la tierra [...], cuando las estrellas de la mañana gozosamente clamaron a una, y todos los hijos de Dios empezaron a gritar en aplauso?”. (Job 38:4-7.) Después de crear estas criaturas de espíritu celestiales, se hicieron los cielos y la Tierra materiales. Puesto que Jehová es esencialmente el responsable de toda esta obra creativa, es a Él a quien se le atribuye. (Ne 9:6; Sl 136:1, 5-9.)
Cuando las Escrituras dicen: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra” (Gé 1:1), dejan sin determinar cuándo tuvo lugar la creación. El uso del término “principio” es, por lo tanto, incuestionable, sin importar la edad que los científicos quieran atribuirle al globo terráqueo, así como a todos los planetas y los demás cuerpos celestes. El momento real de la creación de los cielos y la Tierra materiales puede haber acontecido hace miles de millones de años.
Actividades creativas posteriores relacionadas con la Tierra. Después de referirse a la creación de los cielos y la Tierra materiales (Gé 1:1, 2), el libro de Génesis —desde el capítulo 1 hasta el capítulo 2 y versículo 3— proporciona un bosquejo de las obras creativas que se hicieron en la Tierra. A partir del versículo 5 del capítulo 2 de Génesis encontramos un relato paralelo que retoma la narración en un momento determinado del tercer “día”, después de aparecer la tierra seca y antes de la creación de la vegetación. Suministra detalles que no aparecen en el relato general del capítulo 1. El registro inspirado habla de seis períodos creativos llamados “días” y de un séptimo período o “día séptimo”, en el que Dios dejó de efectuar obras creativas terrestres y procedió a descansar. (Gé 2:1-3.) Aunque el relato de Génesis sobre la creación terrestre no hace distinciones botánicas o zoológicas detalladas de acuerdo con los criterios modernos, los términos que emplea cubren adecuadamente las divisiones principales de la vida y muestran que se las creó de modo que se reprodujeran solo según sus “géneros” respectivos. (Gé 1:11, 12, 21, 24, 25; véase GÉNERO.)
Gé 1:1, 2 hace referencia a un tiempo anterior a los seis “días” bosquejados en el cuadro. Cuando estos “días” comenzaron, el Sol, la Luna y las estrellas ya existían, como se explicita en Gé 1:1. Sin embargo, antes de estos seis “días” de obra creativa, “la tierra se hallaba sin forma y desierta y había oscuridad sobre la superficie de la profundidad acuosa”. (Gé 1:2.) Al parecer, aún había un manto de nubes que envolvía la tierra y que impedía la llegada de la luz hasta su superficie.
Cuando Dios dijo el Día Primero: “Llegue a haber luz”, debió penetrar luz difusa a través de ese manto de nubes, aunque todavía no era posible distinguir desde la superficie terrestre las fuentes de las que procedía. Parece ser que este fue un proceso gradual, como lo muestra la versión (en inglés) de J. W. Watts: “Y gradualmente vino a la existencia la luz”. (Gé 1:3, A Distinctive Translation of Genesis.) Dios efectuó una división entre la luz y la oscuridad, y llamó a la luz Día, y a la oscuridad, Noche. Esto indica que la Tierra giraba en torno a su eje durante su movimiento de traslación alrededor del Sol, de modo que los hemisferios oriental y occidental alternaban períodos de luz y de oscuridad. (Gé 1:3, 4.)
Durante el Día Segundo, Dios hizo una expansión causando que ocurriera una división “entre las aguas y las aguas”. Algunas aguas permanecieron sobre la tierra y otras, en gran cantidad, fueron elevadas muy por encima de la superficie terrestre, de manera que entre ambas llegó a haber una expansión. A esta Dios la llamó Cielo, aunque tan solo con relación a la tierra, pues no se dice que las aguas suspendidas sobre la expansión abarcaran a las estrellas u otros cuerpos del espacio exterior. (Gé 1:6-8; véase EXPANSIÓN.)
El Día Tercero el poder milagroso de Dios reunió las aguas de la tierra, de modo que apareció el terreno seco, al que Dios llamó Tierra. También fue en este día cuando Dios, no la casualidad ni ningún proceso evolutivo, confirió a la materia inanimada el principio vital, de modo que vinieron a la existencia la hierba, la vegetación y los árboles frutales. Cada una de estas tres divisiones generales podía reproducirse según su “género”. (Gé 1:9-13.)
La voluntad divina con respecto a las lumbreras se llevó a cabo durante el Día Cuarto, pues dice el registro: “Y Dios procedió a hacer las dos grandes lumbreras, la lumbrera mayor para dominar el día y la lumbrera menor para dominar la noche, y también las estrellas. Así las puso Dios en la expansión de los cielos para brillar sobre la tierra, y para dominar de día y de noche y para hacer una división entre la luz y la oscuridad”. (Gé 1:16-18.) En vista de esta descripción de las lumbreras, la mayor debe referirse al Sol, y la menor, a la Luna, aunque no se menciona a estos dos cuerpos celestes por nombre sino hasta después del relato del diluvio del día de Noé. (Gé 15:12; 37:9.)
Con anterioridad, en el primer “día”, se había usado la expresión “Llegue a haber luz”. La palabra hebrea que se utiliza en este texto para luz es `ohr, que significa luz en sentido general, mientras que en el cuarto “día” la palabra hebrea cambia a ma·`óhr, cuyo significado es una lumbrera o fuente de luz. (Gé 1:14.) De modo que el primer “día” debió penetrar una luz difusa a través del manto de nubes, aunque desde la superficie terrestre no sería posible ver las fuentes de las que procedía esa luz. Luego, en el cuarto “día”, las cosas cambiaron.
Es también digno de mención que en Génesis 1:16 no se usa el verbo hebreo ba·rá´, que significa “crear”, sino que se emplea el verbo hebreo `a·sáh, cuyo significado es “hacer”. Como el Sol, la Luna y las estrellas están incluidos en “los cielos” mencionados en Gé 1:1, estos astros se crearon mucho antes del Día Cuarto. En ese “día” Dios procedió a “hacer” que dichos cuerpos celestes llegaran a tener una nueva relación con respecto a la superficie terrestre y a la expansión que había sobre ella. Las palabras: “Las puso Dios en la expansión de los cielos para brillar sobre la tierra”, deben indicar que en ese momento se hacían distinguibles desde la superficie de la Tierra, como si estuvieran en la expansión. Además, las lumbreras tenían que “servir de señales y para estaciones y para días y años”, lo que significaba que el hombre podría utilizarlas como guía de distintas maneras. (Gé 1:14.)
El Día Quinto vio la creación en la Tierra de las primeras almas no humanas. Dios no se propuso que las demás formas de vida evolucionaran de una sola criatura, sino que literalmente enjambres de almas vivientes llegaron a existir por el poder divino. Dice el registro: “Dios procedió a crear los grandes monstruos marinos y toda alma viviente que se mueve, los cuales las aguas enjambraron según sus géneros, y toda criatura voladora alada según su género”. Complacido con su creación, Dios la bendijo y dijo que ‘se hicieran muchos’, lo que era posible porque Él había dotado a estas criaturas de muchas familias genéricas distintas con la facultad de reproducirse “según sus géneros”. (Gé 1:20-23.)
El Día Sexto “Dios procedió a hacer la bestia salvaje de la tierra según su género y el animal doméstico según su género y todo animal moviente del suelo según su género”. Al igual que toda su obra creativa anterior, esta también fue buena a los ojos de Dios. (Gé 1:24, 25.)
Hacia el final del sexto día creativo, Dios trajo a la existencia una clase de criatura completamente nueva, superior a los animales aunque inferior a los ángeles: el hombre, creado a la imagen de Dios y según su semejanza. Aun cuando Génesis 1:27 dice brevemente con respecto a la humanidad: “Macho y hembra los creó”, el relato paralelo de Génesis 2:7-9 muestra que Jehová Dios formó al hombre del polvo del suelo, sopló en sus narices aliento de vida y el hombre llegó a ser alma viviente, con un hogar paradisiaco y abundancia de alimento a su disposición. En este caso Jehová Dios utilizó para su obra creativa los elementos terrestres, y después de haber formado al hombre, creó a la mujer partiendo de una de las costillas de Adán. (Gé 2:18-25.) Con la creación de la mujer se completó el “género” hombre. (Gé 5:1, 2.)
A continuación, Dios bendijo a la humanidad, diciendo al primer hombre y a su esposa: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla, y tengan en sujeción los peces del mar y las criaturas voladoras de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra”. (Gé 1:28; compárese con Sl 8:4-8.) Dios suministró lo necesario para la humanidad y otras criaturas terrestres, pues les dio “toda la vegetación verde para alimento”. El registro inspirado dice sobre los resultados de esta obra creativa: “Después de eso vio Dios todo lo que había hecho y, ¡mire!, era muy bueno”. (Gé 1:29-31.) Al final del sexto día Dios había finalizado con éxito su trabajo de creación y “procedió a descansar en el día séptimo de toda su obra que había hecho”. (Gé 2:1-3.)
Después de exponer lo conseguido durante cada uno de los seis días de actividad creadora, en cada caso aparece la declaración: “Y llegó a haber tarde y llegó a haber mañana”, un día primero, segundo, tercero, etc. (Gé 1:5, 8, 13, 19, 23, 31.) Puesto que cada día creativo duró más de veinticuatro horas, como se explica más adelante, esta expresión no alude a una noche y un día literales, sino que debe entenderse en sentido figurado. Durante la tarde, las cosas serían indistintas, pero por la mañana podrían distinguirse con claridad. En el transcurso de la “tarde” o principio de cada uno de los períodos o “días” creativos, ningún observador angélico sería capaz de distinguir el propósito de Dios para ese día en particular, a pesar de que Él lo conociese perfectamente. Sin embargo, con la llegada de la “mañana”, habría plena luz con respecto a lo que Dios se había propuesto para ese día, pues entonces ya se habría realizado. (Compárese con Pr 4:18.)
Duración de los días creativos. La Biblia no especifica la duración de cada uno de los períodos creativos. No obstante, ya han finalizado los seis, puesto que se dijo con respecto al sexto día (como en el caso de cada uno de los cinco precedentes): “Y llegó a haber tarde y llegó a haber mañana, un día sexto”. (Gé 1:31.) Sin embargo, esta declaración no se hizo con respecto al séptimo día, en el que Dios procedió a descansar, y eso daba a entender que este día no había finalizado. (Gé 2:1-3.) Por otro lado, más de cuatro mil años después del comienzo del séptimo día, o día de descanso de Dios, Pablo indicó que aún se vivía en ese día. En Hebreos 4:1-11 se refirió a las palabras que había pronunciado David tiempo atrás (Sl 95:7, 8, 11) y al pasaje de Gé 2:2, e instó: “Hagamos, por lo tanto, lo sumo posible para entrar en ese descanso”. De manera que para el tiempo del apóstol, el séptimo día había durado miles de años y todavía no había terminado. El reinado de mil años de Jesucristo, a quien la Biblia llama “Señor del sábado” (Mt 12:8), debe ser parte del gran sábado o día de descanso de Dios. (Apo 20:1-6.) Así pues, este día de descanso de Dios vería el transcurrir de miles de años desde su comienzo hasta su culminación. La semana de días descrita en Gé 1:3 a 2:3, el último de los cuales es un día de descanso o sábado, parece corresponder con la semana en la que los israelitas dividieron su tiempo, de la que el séptimo día también era un día de descanso, según la voluntad divina. (Éx 20:8-11.) Y como el séptimo día se ha extendido por miles de años, es razonable deducir que cada uno de los seis períodos o días creativos anteriores duró también, por lo menos, miles de años.
El hecho de que un día puede durar más de veinticuatro horas lo indica Génesis 2:4, donde se hace referencia a todos los días creativos como un “día”. La observación inspirada de Pedro lo corrobora: “Un día es para con Jehová como mil años, y mil años como un día”. (2Pe 3:8.) Decir que cada día creativo dura, no veinticuatro horas, sino un período de tiempo más largo —miles de años— está de acuerdo con la realidad geológica de la misma Tierra.
La creación se anticipó a los inventos del hombre. Con miles de años de antelación, Jehová había provisto a su creación con sus propias versiones de muchos de los inventos posteriores del hombre. Por ejemplo, el vuelo de los pájaros precedió por milenios al de los aviones. El nautilo y la jibia usan tanques de flotación para descender y ascender en el océano tal como lo hacen los submarinos. El pulpo y el calamar emplean la propulsión a chorro. Los murciélagos y el delfín se valen hábilmente del sonar. Varios reptiles y aves marinas tienen en su organismo sus propias “plantas de desalinización”, lo que les permite beber agua del mar.
Las termitas disfrutan de “aire acondicionado” en sus casas utilizando el agua en sus nidos de ingenioso diseño. Algunas plantas microscópicas, insectos, peces y árboles usan su propio “anticongelante”. Los termómetros internos de algunas serpientes, mosquitos y el faisán australiano son sensibles a pequeñas variaciones de temperatura. Los avispones, las avispas y las abejas hacen papel.
Se atribuye a Tomás Edison la invención de la bombilla de luz eléctrica, si bien esta tiene el inconveniente de que pierde energía que se transforma en calor. Las creaciones de Jehová —esponjas, hongos, bacterias, luciérnagas, insectos y peces— producen luz fría y de muchos colores.
Un gran número de aves migratorias no solo tienen brújulas en el cerebro, sino que también disponen de relojes biológicos. Algunas bacterias microscópicas tienen motores rotatorios que pueden accionar hacia adelante o hacia atrás.
Buenas razones tiene el Salmo 104:24 para decir: “¡Cuántas son tus obras, oh Jehová! Con sabiduría las has hecho todas. La tierra está llena de tus producciones”.
Algunas personas tratan de relacionar el relato bíblico de la creación con relatos mitológicos paganos, como el conocido “Poema de la creación” babilonio. En realidad, en la antigua Babilonia circulaban varios relatos de la creación, pero el que ha llegado a ser más conocido es el mito que tiene que ver con Marduk, el dios nacional babilonio. En síntesis, este poema cuenta que la diosa Tiamat y el dios Apsu llegaron a ser padres de otras deidades. Las actividades de esos dioses le fueron tan angustiosas a Apsu que determinó destruirlos. Sin embargo, una de esas deidades, Ea, mató a Apsu, y cuando Tiamat intentó vengarlo, el hijo de Ea, Marduk, la mató también y dividió su cuerpo en dos, con una mitad formó el cielo y con la otra, la Tierra. Luego, con la ayuda de Ea, Marduk creó a la humanidad usando la sangre de otro dios, Kingu, el director de las huestes de Tiamat.
¿Se basó la Biblia en los relatos babilonios de la creación? P. J. Wiseman señala en su libro que cuando se descubrieron por primera vez las tablillas babilonias de la creación, algunos eruditos creían que más investigación y descubrimientos permitirían mostrar que había una correspondencia entre ellas y el relato de la creación de Génesis. Pensaban que quedaría claro que el relato de Génesis se había basado en el babilonio. Sin embargo, las investigaciones y los descubrimientos tan solo confirmaron la gran brecha entre ambos relatos. No hay ningún paralelo entre ellos. Wiseman cita de una obra publicada por los depositarios del Museo Británico —The Babylonian Legends of the Creation and the Fight Between Bel and the Dragon—, quienes sostienen que “los conceptos fundamentales de los relatos babilonio y hebreo son, en esencia, diferentes”. Wiseman hace también la siguiente observación: “Es deplorable el hecho de que, en vez de mantenerse al día con la investigación arqueológica moderna, muchos teólogos aún repitan la ya refutada teoría de que los hebreos se basaron en fuentes babilonias”. (Creation Revealed in Six Days, Londres, 1949, pág. 58.)
Aunque a algunas personas les ha parecido ver ciertas similitudes entre el poema babilonio y el relato de la creación de Génesis, es obvio que el relato bíblico de la creación y el epítome del mito babilonio antes expuesto no son en realidad similares. Por lo tanto, es innecesaria una comparación detallada de ambos. Después de examinar las aparentes similitudes y las diferencias (como el orden de los acontecimientos) de estos relatos, el profesor George A. Barton hizo la siguiente observación: “Una diferencia de mayor importancia radica en los conceptos religiosos de los dos relatos. El poema babilonio es mitológico y politeísta. No exalta de ningún modo el concepto de la deidad. Sus dioses aman y odian, traman y conspiran, luchan y destruyen. Marduk, el vencedor, logra imponerse después de una encarnizada lucha que somete sus poderes a la más dura prueba. Génesis, en cambio, refleja el monoteísmo más exaltado. Dios es tan claramente el amo de todos los elementos del universo, que estos obedecen su más mínima palabra. Controla todo sin esfuerzo. Habla y se realiza. Suponiendo, como hacen muchos eruditos, que haya una relación entre las dos narraciones, no hay mejor prueba de la inspiración del relato bíblico que ponerlo junto al babilonio. Aún hoy el capítulo de Génesis nos revela la majestad y poder del Dios único, y crea en el hombre moderno, como lo hizo en el antiguo hebreo, el deseo de adorar al Creador”. (Archaeology and the Bible, 1949, págs. 297, 298.)
Con respecto a los mitos antiguos sobre la creación, se ha dicho: “Todavía no se ha hallado ningún mito que se refiera explícitamente a la creación del universo, y los que tratan de la organización del universo y sus procesos culturales, la creación del hombre y el establecimiento de la civilización, se caracterizan por el politeísmo y las luchas de las deidades por la supremacía, en destacado contraste con el monoteísmo hebreo de Gn. 1-2”. (New Bible Dictionary, edición de J. Douglas, 1985, pág. 247.)
“Una nueva creación.” Finalizado el sexto período o “día” creativo, Jehová cesó su actividad creadora terrestre (Gé 2:2), aunque ha realizado grandes obras de naturaleza espiritual. Por ejemplo, el apóstol Pablo escribió: “Si alguien está en unión con Cristo, es una nueva creación”. (2Co 5:17.) Estar “en” o “en unión con” Cristo significa disfrutar de unidad con él como miembro de su cuerpo, su novia. (Jn 17:21; 1Co 12:27.) Para que pueda existir tal relación, Jehová Dios atrae a la persona hacia su Hijo y la engendra con espíritu santo. Este hijo de Dios engendrado por espíritu llega a ser “una nueva creación”, con la perspectiva de compartir con Cristo Jesús el reino celestial. (Jn 3:3-8; 6:44.)
La re-creación será un tiempo de “regeneración”, un tiempo “en que todo sea renovado”, como otras traducciones de la Biblia lo expresan (Compare versiones).
Jesús habló de una “re-creación”, que relacionó con el tiempo en que “el Hijo del hombre se siente sobre su trono glorioso”. (Lu 22:28-30.) La palabra griega traducida “re-creación” es pa·lin·gue·ne·sí·a, cuyos componentes significan “de nuevo; otra vez; una vez más” y “nacimiento; origen”. Compárese con Tit 3:5, n.
Jesús también habló a sus apóstoles de una “re-creación”, que relacionó con el tiempo en que “el Hijo del hombre se siente sobre su trono glorioso”. (Mt 19:28; Lu 22:28-30.) Filón usó el término con referencia a la reconstrucción del mundo después del Diluvio, y Josefo lo empleó con respecto al restablecimiento de Israel tras el exilio. La obra Theological Dictionary of the New Testament, edición de G. Kittel, dice que el uso de pa·lin·gue·ne·sí·a en Mateo 19:28 “está en línea con el de Filón y Josefo” (traducción al inglés de G. Bromiley, 1964, vol. 1, pág. 688). De modo que no se refiere a una nueva creación, sino a una regeneración, o renovación, por medio de la cual se realiza a cabalidad el propósito de Dios para la Tierra. (Véase TRIBU - [“Juzgarán a las doce tribus de Israel”].)
A la humanidad obediente, “la creación” que será “libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios”, se le prometen grandiosas bendiciones bajo el gobierno del Reino. (Ro 8:19-21; véase HIJO(S) DE DIOS - [Gloriosa libertad de los hijos de Dios].) La “justicia habrá de morar” en el sistema de cosas prometido y creado por Dios. (2Pe 3:13.) La visión apocalíptica de Juan y su declaración: “Vi un nuevo cielo y una nueva tierra”, reafirman la certeza de ese nuevo sistema. (Apo 21:1-5.)
‘Eso significa estar con Cristo en el cielo un día como rey y sacerdote para gobernar con Èl (Apo 20:6; 5:9, 10).
Jesús dijo que serían solo un “rebaño pequeño” (Luc. 12:32)’.
‘Si hay reyes, también debe haber súbditos sobre los cuales gobiernen. ¿Quiénes serán estos? (Sal. 37:11, 29; Pro. 2:21, 22)’.
Fórmula de la Creación
Formula de la relatividad descubierta en el año 1905 por Albert Einstein: E = m.c² La energía (E) = es igual a la masa o materia (m), por la velocidad de la luz al cuadrado (c²) (c² es c por c, es decir 299.792 kilómetros por segundo multiplicado por 299.792 km/s, asi c² = 89.875.000.000 km²/s²) Dado que c² = 89.875.000.000 km/s, una pequeña cantidad de masa puede convertirse en una cantidad enorme de energía. Para hacernos una idea, un gramo de materia desintegrada produciría aproximadamente 90 Terajulios. Esto son unos 25 millones de kilovatios-hora. Con esta energía, podríamos hacer lucir una bombilla de 100 vatios durante 285 siglos.
Si invertimos la formula, para obtener materia, la formula para la creación a la que se le define como “La Fórmula de Dios” sería:
Si realizáramos la conversión total en energía de tan solo un kilo de cualquier sustancia, tendríamos suficiente energía para:
Mirándolo a la inversa, también hace falta una cantidad formidable de energía para materializar “CREAR” un solo átomo. |
Perteneciente a Dios o relativo a Él; aquello que goza de esa cualidad o es de procedencia celestial.
En algunos lugares de las Escrituras Hebreas, los nombres `El (la forma singular de la palabra “Dios”) y `Elo·hím (el plural mayestático de la palabra “Dios”) se emplean seguido el uno del otro, y así aparecen en Josué 22:22 y en el Salmo 50:1 en el texto hebreo: `El `Elo·hím Yehwáh. Algunas traducciones (BC, CI) simplemente transliteran las primeras dos palabras de esta expresión, mientras que otras las vierten por “El Dios de los dioses” (BJ, CB, DK, LT) o, con algo más de exactitud, “El Poderoso Dios” (BAS), “El muy fuerte Dios” (Jos 22:22, Scío) y “El Divino, Dios” (NM). (Véase DIOS.)
Las Escrituras Griegas cristianas emplean ciertas palabras que se derivan de the·ós (dios) y que están relacionadas con el concepto de lo divino; estas son théi·os, thei·ó·tës y the·ó·tës, y se encuentran en Hechos 17:29, Romanos 1:20, Colosenses 2:9 y 2 Pedro 1:3, 4.
En Hechos 17:29 se indica que cuando Pablo estuvo en Atenas, comentó que era ilógico que el hombre se imaginara que el ‘Ser Divino [to théi·on, derivado de théi·os] fuese semejante a oro, o plata, o piedra’. Muchas versiones utilizan aquí la expresión “la divinidad” (BI, CB, Sd, Val); algunas optan por “Ser divino” (ENP; BR; SA, 1972; TA), o “Dios” (VP), y otras leen “lo divino” (BC, Besson, GR) o “la naturaleza divina” (BAS). A este respecto, la obra The International Standard Bible Encyclopedia menciona que la expresión to théi·on “se deriva del adjetivo theíos, cuyo significado es ‘perteneciente a Dios, divino’” (edición de G. Bromiley, 1979, vol. 1, pág. 913). Por otra parte, la obra Greek-English Lexicon, de Liddell y Scott, da a la expresión griega el significado de “la Divinidad [que puede significar “naturaleza divina” o “Ser divino”]” (revisión de H. Jones, Oxford, 1968, págs. 787, 788). En consecuencia, to théi·on es una expresión ambivalente, que puede referirse tanto a una persona como a una cualidad, de lo que se desprende que el traductor debe determinar por el contexto el sentido del término. En Hechos 17:29 el contexto indica con claridad que se trata de una descripción de la persona de Dios, por lo que puede decirse que la Traducción del Nuevo Mundo, así como otras versiones referidas, vierte con propiedad la expresión al usar “Ser Divino”.
En Romanos 1:20 el apóstol Pablo se refirió a la prueba visible e irrefutable relacionada con las “cualidades invisibles” de Dios, en particular “su poder sempiterno y Divinidad [Thei·ó·tës]”. Unas pocas traducciones optan por usar “deidad” (Besson; SA; Val, 1960; Val, 1989), que comunica a mucha gente la idea de persona o ser. Sin embargo, según el Greek-English Lexicon, de Liddell y Scott, el término griego thei·ó·tës significa “naturaleza divina, divinidad” (pág. 788), un significado que permite traducir thei·ó·tës con el sentido de cualidad perteneciente al Ser divino, y no con el de persona, lo que el propio contexto apoya. El comentario del apóstol alude a aquello que se puede discernir por observación de la creación material. Por ejemplo: el estudio del mundo natural no nos revela cuál es el nombre de Dios, pero sí da prueba de su “poder sempiterno”, sin el cual no hubiese sido posible crear y mantener el universo. La creación material también da así testimonio de su “Divinidad”: el hecho de que el Creador es verdaderamente Dios y merece nuestra adoración.
Luego, en Colosenses 2:9 Pablo dijo que en Cristo “mora corporalmente toda la plenitud de la cualidad divina [genitivo de the·ó·tës]”. Aquí, como en los casos anteriores, hay traducciones que optan por “Deidad”, “Dios” y “Ser Divino”, dando pie a la interpretación trinitaria de que Dios en persona mora en Cristo (BAS, Str, Val, PNT, RH, Sd). Sin embargo, Liddell y Scott definen the·ó·tës en su léxico prácticamente igual que thei·ó·tës: “divinidad, naturaleza divina” (pág. 792), y tanto la Versión Peshitta siriaca como la Vulgata latina la traducen “divinidad”. Por consiguiente, es coherente y bien fundado traducir the·ó·tës en tanto cualidad, no personalidad.
Un estudio del contexto de este pasaje permite apreciar que el que Cristo goce de “divinidad” o “naturaleza divina” no le hace igual al Dios Todopoderoso. En el capítulo anterior Pablo había dicho: “Dios tuvo a bien el que toda la plenitud morara en él”. (Col 1:19.) Por consiguiente, toda la plenitud mora en Cristo porque le “agradó al Padre” que así fuese (BAS; Val, 1960) “porque así quiso Dios” (RH), lo que significa que Cristo tiene en él la plenitud de la “divinidad” por decisión del Padre. Además, en prueba de que dicha “plenitud” no le confiere a Cristo la misma identidad del Dios Todopoderoso, está el comentario que el propio Pablo hace un poco más adelante, al decir que “Cristo está sentado a la diestra de Dios”. (Col 3:1.)
Al reparar en el contexto inmediato a Colosenses 2:9, se observa que en el versículo 8 se advierte a los cristianos que no se dejen engañar por aquellos que se apoyan en la filosofía y en la tradición humana. También se les dice que en Cristo están “cuidadosamente ocultados [...] todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”, y se les insta a seguir “andando en unión con él, arraigados y siendo edificados en él y siendo estabilizados en la fe”. (Col 2:3, 6, 7.) Luego, en los versículos 13 al 15 Pablo explica que se les ha vivificado por medio de la fe y liberado del pacto de la Ley. En definitiva, el argumento de Pablo es que los cristianos no necesitaban la Ley (que Jesús había quitado del camino) ni la filosofía y tradiciones humanas, pues ya tenían cuanto les hacía falta: una preciada “plenitud” en Cristo. (Col 2:10-12.)
Un último caso es el que se halla en 2 Pedro 1:3, 4, donde el apóstol menciona que, en virtud de “las preciosas y grandiosísimas promesas” hechas a los fieles cristianos ungidos, podían llegar a “ser partícipes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo por la lujuria”. En las Escrituras se menciona con relativa frecuencia que los cristianos son ‘partícipes’ con Cristo de sus sufrimientos, su muerte y su resurrección a vida inmortal en cuerpo espiritual, para llegar así a ser coherederos suyos del Reino celestial. (1Co 15:50-54; Flp 3:10, 11; 1Pe 5:1; 2Pe 1:2-4; Apo 20:6.) Es evidente, pues, que los cristianos que participan de la “naturaleza divina” participan con Cristo en su gloria.
★“Divinamente hermoso”: Hechos 7:20 O: “extremadamente hermoso”. Lit.: “hermoso ante el Dios”. Gr.: a·stéi·os toi The·ói. O: “extremadamente grande; divinamente grande”. Heb.: guedhoh·láh lE’·lo·hím; Gr.: me·gá·le toi The·ói. Compárese con Jon 3:3, n: “Dios”. Según The Expositor’s Bible Commentary, la expresión podría aludir, además de a su extraordinaria belleza, a “las cualidades de su corazón”. (g04 8/4 4)
La palabra que con más frecuencia se traduce por “gloria” en las Escrituras Hebreas es ka·vóhdh, cuyo sentido primario es “peso”. (Compárese con Na 2:9, donde la palabra ka·vóhdh se traduce “pesada cantidad”, y 1Sa 4:18, donde la forma adjetiva ka·védh se traduce “pesado”.) Por consiguiente, la palabra gloria puede usarse con referencia a aquello que puede hacer que una persona parezca más importante o influyente, como riquezas (Sl 49:16), posición o reputación. (Gé 45:13.) El vocablo griego correspondiente es dó·xa, cuyo significado primario era “opinión; reputación”, pero en las Escrituras Griegas Cristianas adquirió el sentido de “gloria”. Entre los diversos sentidos que el término comunica están: fama u “honra” (Lu 14:10), resplandor (Lu 2:9; 1Co 15:40) y aquello que honra a su dueño o hacedor. (1Co 11:7.)
En las Escrituras se emplea con cierta frecuencia la palabra gloria en relación con Jehová Dios. Respecto al significado que la palabra adquiere en estos casos, el Theological Dictionary of the New Testament dice: “Si en lo que respecta al hombre, [ka·vóhdh] se refiere a aquello que lo hace importante y reclama reconocimiento, bien por cuanto posee o por lo llamativo de su persona [por su dignidad o relevancia], en lo que respecta a Dios, tiene que ver con aquello que le hace impresionante para el hombre” (edición de G. Kittel, traducción de G. Bromiley, 1971, vol. 2, pág. 238). Por ello, el uso del término con relación a Dios bien pudiera referirse a una manifestación impresionante de su fuerza todopoderosa. De ahí que pueda decirse que los cuerpos celestes “están declarando la gloria de Dios”. (Sl 19:1.) En el monte Sinaí, “la gloria de Jehová” se manifestó mediante fenómenos sobrecogedores, como el de un “fuego devorador”. (Éx 24:16-18; compárese con 16:7, 10; 40:34.)
La Biblia dice con respecto al primer milagro de Jesús que él “puso de manifiesto su gloria” (Jn 2:11), gloria que en este caso se refiere al impresionante testimonio del poder milagroso que identificó a Jesús como el esperado Mesías. (Compárese con Jn 11:40-44.) En otra ocasión, Jesús oró: “Padre, glorifícame al lado de ti mismo con la gloria que tenía al lado de ti antes que el mundo fuera”. (Jn 17:5.) Empleó aquí este término para referirse a la posición exaltada que tuvo en los cielos, antes de venir a la Tierra. En respuesta a su oración, Jehová ‘glorificó a su Siervo, Jesús’, resucitándolo y llevándolo nuevamente a los cielos. (Hch 3:13-15.) Cuando Jesús se transfiguró, los apóstoles que estaban con él pudieron ‘ver su gloria’ (Lu 9:29-32), que en este caso tenía que ver con la “magnificencia” real que recibiría al tiempo de su “presencia” en el poder del Reino. (2Pe 1:16.)
A los siervos de Dios se les aconseja que “hagan todas las cosas para la gloria de Dios”. (1Co 10:31.) La gloria de Dios se hace manifiesta por la honra y la alabanza que sus siervos le dan. El comportamiento del cristiano puede hacer que otras personas ‘den gloria a Dios’. (Mt 5:16; 1Pe 2:12.) Los cristianos que responden a la dirección de Jehová son “transformados [...] de gloria en gloria”, es decir, progresan de continuo en su empeño por reflejar la gloria de Dios. (2Co 3:18.) No obstante, los cristianos deben guardarse de buscar la gloria que proviene de los hombres como hicieron algunos en el primer siglo. (Jn 12:42, 43.) Tanto Jesús como el apóstol Pablo pusieron un sobresaliente ejemplo al no buscar ni aceptar la gloria de los hombres. (Jn 5:41; 8:50; 1Te 2:5, 6.)
A corto plazo ¿de que dependerá nuestro éxito?
★El éxito o fracaso de lo que hagas o dejes de hacer dependerá mucho de la envoltura que le pongan las personas influyentes que te rodean y que tu permitas influir en tu vida, selecciona tus compañías. (Sl. 1:1-3; Mt 11:18, 19; Ec 9:11; Gál 6:4, nota).
★La gallina pone un simple huevo y todo el mundo se entera por su cacareo al que se une todo el gallinero, en cambio un diamante se hace en silencio, enterrado bajo tierra y mucha presión, pero solo se puede apreciar si se desentierra con trabajo arduo. ★En el verdadero éxito, la suerte no tiene nada que ver; la suerte es para los improvisados y aprovechados; y el éxito es el resultado obligado de la constancia, de la responsabilidad, del esfuerzo, de la organización, del equilibrio entre la razón y el corazón, del respeto y el amor propio. |
“Escoge tú”
Una mujer regaba el jardín de su casa cuando vio a tres ancianos sentados bajo un árbol frente a su jardín.
Ella no los conocía pero les dijo: No creo conocerlos, pero deben tener sed. Por favor entren a mi casa para beber algo.
La mujer entró a su casa y le contó a su marido lo que ellos le dijeron. El hombre se puso feliz:
Amor se levantó sacudiendo sus pantalones y comenzó a avanzar hacia la casa. Porque donde quiera que haya amor, no faltarán la riqueza y el éxito. (1Jn 4:8; Pr 10:22) |
“Exito”
Definir "éxito" es casi tan complicado y subjetivo como el intento de darle a "felicidad" un significado concreto. Para algunos el éxito se basa en la posesión de bienes materiales, otros lo encuentran en el reconocimiento social mientras que para otro segmento suele ser la liberación espiritual y el desapego. Sea cual sea la motivación o definición que tengas para alcanzar lo que consideras "éxito", en Cultura Colectiva definiré 12 hábitos que debes dejar para acercarte cada día más a tu objetivo:
1) No definas "éxito" con riqueza material. 2) No inicies tu día sin un propósito. 3) No todo puede ser perfecto, acéptalo. 4) No te rodees de personas negativas. 5) No te enfoques en lo negativo. 6) No te dejes vencer por los fracasos. 7) No te preocupes por lo que los demás opinen de ti 8) No hagas excusas, soluciona problemas 9) No seas celoso del éxito ajeno. 10) No des a tus seres queridos por sentado. Agradece. 11) No vivas en el pasado. 12) Nunca dejes de aprender. |
La expresión “Hijo de Dios” identifica principalmente a Cristo Jesús, aunque también reciben este apelativo los espíritus inteligentes creados por Dios, Adán antes de pecar y los seres humanos con quienes Dios ha mantenido una relación basada en un pacto.
“Hijos del Dios verdadero.” “Ángeles”, LXXA. Eran seres espirituales, no humanos (Job 1:6; Job 2:1). Pues los seres humanos llevaban casándose unos mil quinientos años, de modo que no habría necesidad de destacarlo. Así que queda claro que cuando el relato habla de la unión sexual de “las hijas de los hombres” y “los hijos del Dios verdadero” -seres espirituales que tomaron cuerpos humanos-, se refiere a un acto sin precedente, contranatural (Jud 6).
Esta pudiera ser la base de los antiguos mitos griegos acerca de los semidioses violentos, como Aquiles.
La primera vez que en la Biblia se menciona a los “hijos del Dios verdadero” es en Génesis 6:2-4, donde se dice que antes del diluvio universal, “empezaron a fijarse en las hijas de los hombres, que ellas eran bien parecidas; y se pusieron a tomar esposas para sí, a saber, todas las que escogieron”.
Muchos comentaristas sostienen que estos ‘hijos de Dios’ eran descendientes varones de Set. Se basan en la premisa de que el fiel Noé procedía de la línea de Set, mientras que los demás linajes que descendieron de Adán —el de Caín y los de sus otros hijos (Gé 5:3, 4.)— perecieron en el Diluvio. Por ello alegan que el que los “hijos del Dios verdadero” tomaran por esposas a “las hijas de los hombres” quiere decir que hubo uniones matrimoniales entre los setitas y las descendientes del malvado Caín.
No hay nada, sin embargo, que muestre que en aquel tiempo Dios hiciera tal distinción entre los linajes. El resto de las Escrituras no confirma esta conclusión, a saber, que las dos líneas hicieran enlaces maritales de los que nacieron los “poderosos” de que habla el versículo 4. Si bien es cierto que la fórmula “hijos de los hombres [o “de la humanidad”]” (que los defensores de la postura antes indicada contrastan con el apelativo ‘hijos de Dios’) se suele emplear de manera peyorativa, no siempre es así. (Compárese con Sl 4:2; 57:4; Pr 8:22, 30, 31; Jer 32:18, 19; Da 10:16.) ★¿Quiénes eran “los hijos del Dios verdadero” que, según Génesis 6:2, 4, vivían antes del Diluvio? - (15-6-2013-Pg.22)
Hijos angélicos de Dios. Por otra parte, hay una explicación que cuenta con el refrendo de otros textos bíblicos. La expresión “hijos del Dios verdadero” aparece también en Job 1:6, donde obviamente se refiere a los hijos celestiales de Dios reunidos ante Su presencia, entre los que apareció Satanás, que venía de “discurrir por la tierra y de andar por ella”. (Job 1:7; véase también 2:1, 2.) Asimismo, no cabe duda de que los “hijos de Dios” que ‘gritaron en aplauso’ cuando Él ‘colocó la piedra angular’ de la Tierra (Job 38:4-7) eran hijos angélicos y no descendientes de Adán (que aún no había sido creado). Del mismo modo, es evidente que los “hijos de Dios” mencionados en el Salmo 89:6 también son criaturas celestiales, no humanos. (Véase DIOS - [Términos hebreos].)
Los partidarios de la interpretación citada con anterioridad cuestionan que los “hijos del Dios verdadero” de Génesis 6:2-4 sean criaturas angélicas, pues objetan que el contexto se refiere exclusivamente a la maldad humana. Sin embargo, no es una objeción válida, pues la interferencia malévola de espíritus en los asuntos del hombre podría contribuir o potenciar el aumento de la iniquidad humana. Aunque estos seres no se materializaron cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, fueron responsables de conducta humana sumamente degradada. (Véanse DEMONIO; POSESIÓN DEMONIACA.) Es lógico que Génesis mencione la interferencia de algunos hijos angélicos de Dios en los asuntos humanos, ya que da cuenta a buen grado de la gravedad de la situación existente en la Tierra antes del Diluvio.
El apóstol Pedro lo corrobora, pues hace referencia a “los espíritus en prisión, que en un tiempo habían sido desobedientes cuando la paciencia de Dios estaba esperando en los días de Noé” (1Pe 3:19, 20), así como a los “ángeles que pecaron”, a los que menciona en conexión con el “mundo antiguo” del tiempo de Noé. (2Pe 2:4, 5.) Judas también hace referencia a “los ángeles que no guardaron su posición original, sino que abandonaron su propio y debido lugar de habitación”. (Jud 6.) Si se niega que los “hijos del Dios verdadero” de Génesis 6:2-4 eran espíritus, estas palabras de los escritores cristianos se convierten en un enigma, pues no se explica ni cómo se concretó la desobediencia angélica ni la relación con los días de Noé.
En ciertas ocasiones hubo ángeles que materializaron cuerpos humanos y que hasta comieron y bebieron con hombres. (Gé 18:1-22; 19:1-3.) La declaración de Jesús de que los resucitados no se casan ni se dan en matrimonio, sino que son como los “ángeles en el cielo”, muestra que entre tales criaturas celestiales no existe el matrimonio, pues no son seres sexuados. (Mt 22:30.) Ahora bien, de esto no se infiere que no pudieran materializar cuerpos humanos y formar vínculos matrimoniales con mujeres. Cabe notar que la referencia de Judas a los ángeles que no guardaron su posición original y abandonaron su “propio y debido lugar de habitación” (refiriéndose claramente al abandono del ámbito de los espíritus) precede de manera inmediata a las palabras: “Así también Sodoma y Gomorra y las ciudades circunvecinas —después que ellas de la misma manera como los anteriores hubieron cometido fornicación con exceso, e ido en pos de carne para uso contranatural— son puestas delante de nosotros como ejemplo amonestador”. (Jud 6, 7.) Por lo tanto, las pruebas bíblicas señalan de manera contundente a que en los días de Noé algunos ángeles se descarriaron y cometieron actos contrarios a su naturaleza de espíritus. Por consiguiente, no parece que haya razones válidas para cuestionar que los ‘hijos de Dios’ de Génesis 6:2-4 fuesen ángeles. (Véase NEFILIM.)
El primer hijo humano y sus descendientes. Como Jehová lo había creado, Adán era el primer “hijo de Dios” humano. (Gé 2:7; Lu 3:38.) Cuando se le echó de Edén, el santuario de Dios, y se le condenó a muerte por ser pecador voluntario, Dios le repudió, de modo que perdió la relación filial con su Padre celestial. (Gé 3:17-24.)
Sus descendientes tenían tendencias pecaminosas congénitas. (Véase PECADO.) Como habían nacido de alguien a quien Dios había rechazado, no podían alegar que eran hijos de Dios por nacimiento. Juan 1:12, 13 demuestra este hecho al mencionar que los que han recibido a Cristo Jesús y ejercido fe en su nombre han recibido la “autoridad de llegar a ser hijos de Dios, [...] [naciendo], no de sangre, ni de voluntad carnal, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. Por ello, la condición de hijos de Dios no se debe ver como algo que los descendientes de Adán reciben de manera connatural. Este y otros textos muestran que desde que Adán pecó se necesita un reconocimiento especial de Dios para que el hombre pueda ser llamado “hijo” Suyo. Esto se ilustra en Su relación con Israel.
“Israel es mi hijo.” Cuando Jehová se dirigió a Faraón, que se creía divino e hijo del dios Ra, se refirió a Israel como “mi hijo, mi primogénito”, y le dijo al déspota egipcio: “Envía a mi hijo para que me sirva”. (Éx 4:22, 23.) Por consiguiente, Dios veía a la entera nación de Israel como su “hijo” debido a que era su pueblo escogido, una “propiedad especial, de entre todos los pueblos”. (Dt 14:1, 2.) Puesto que Jehová es la Fuente de la vida y, más concretamente, puesto que produjo este pueblo en consonancia con el pacto abrahámico, se dice que es su “Creador”, su “Formador” y su “Padre”, de modo que al pueblo se le podía llamar por Su nombre. (Compárese con Sl 95:6, 7; 100:3; Isa 43:1-7, 15; 45:11, 12, 18, 19; 63:16.) Les había ‘ayudado aun desde el vientre’, refiriéndose al comienzo de su desarrollo como pueblo, y los había ‘formado’ mediante su relación con ellos y el pacto de la Ley, dando forma a las características y estructura de la nación. (Isa 44:1, 2, 21; compárese con las expresiones de Dios dirigidas a Jerusalén según se registran en Eze 16:1-14; también con las expresiones de Pablo en Gál 4:19 y 1Te 2:11, 12.) Jehová los protegió, llevó, corrigió y mantuvo como un padre a un hijo. (Dt 1:30, 31; 8:5-9; compárese con Isa 49:14, 15.) La nación debería haber glorificado a su padre tal como haría un “hijo”. (Isa 43:21; Mal 1:6.) No hacerlo sería negar su condición de hijos. (Dt 32:4-6, 18-20; Isa 1:2, 3; 30:1, 2, 9.) Algunos israelitas actuaron de manera vergonzosa y se les llamó ‘hijos de belial’ (traducción literal de la expresión hebrea que se traduce “hombres que no sirven para nada” en Dt 13:13 y en otros textos; compárese con 2Co 6:15). Se convirtieron en “hijos renegados”. (Jer 3:14, 22; compárese con 4:22.)
Dios trató a los israelitas como a hijos en sentido nacional debido a su relación de pacto con Él, como se desprende de que Dios se proclame no solo su “Hacedor”, sino también su “Recomprador” y, lo que es más, su “dueño marital”, expresión que coloca a Israel en una relación de esposa de Dios. (Isa 54:5, 6; compárese con Isa 63:8; Jer 3:14.) Probablemente debido a que los israelitas estaban en relación de pacto con Dios y a que reconocían que Él había formado la nación, se dirigían a Él como “nuestro Padre”. (Isa 63:16-19; compárese con Jer 3:18-20; Os 1:10, 11.)
La tribu de Efraín fue la más importante del reino norteño de diez tribus, y su nombre a menudo representaba al reino entero. Debido a que Jehová escogió a Efraín en lugar de Manasés —el verdadero primogénito de José— para que recibiese de su abuelo Jacob la bendición que le correspondía al primogénito, Jehová pudo llamar a la tribu de Efraín “mi primogénito”. (Jer 31:9, 20; Os 11:1-8, 12; compárese con Gé 48:13-20.)
Israelitas individuales llamados ‘hijos’. Dios también llamó ‘hijos’ a ciertos israelitas en un sentido especial. En el Salmo 2, que Hechos 4:24-26 atribuye a David, es evidente que cuando el escritor habla del “hijo” de Dios, se refiere a sí mismo. (Sl 2:1, 2, 7-12.) Ese salmo se cumplió posteriormente en Cristo Jesús, como se desprende del contexto de Hechos. Como otros versículos del salmo muestran que Dios no se dirigía a un recién nacido, sino a un hombre adulto, al decir: “Tú eres mi hijo; yo, hoy, yo he llegado a ser tu padre”, es obvio que David adquirió la condición de hijo como resultado de la selección divina para la gobernación real y por la manera paternal como Dios le trató. (Compárese con Sl 89:3, 19-27.) De manera similar, Jehová dijo de Salomón, el hijo de David: “Yo mismo llegaré a ser su padre, y él mismo llegará a ser mi hijo”. (2Sa 7:12-14; 1Cr 22:10; 28:6.)
Se puede perder la condición de hijo. Cuando Jesús estaba en la Tierra, los judíos aún afirmaban que Dios era su “Padre”. No obstante, Jesús dijo sin rodeos a algunos opositores que procedían “de su padre el Diablo”, pues escuchaban y hacían la voluntad y las obras del adversario de Dios, y, por consiguiente, mostraban que ‘no procedían de Dios’. (Jn 8:41, 44, 47.) Esto vuelve a corroborar que el hecho de que un descendiente de Adán disfrute de la condición de hijo de Dios no depende del linaje, sino de que Jehová ponga la base para tener esa relación espiritual con Él, relación que exige que los “hijos” cumplan con su parte, de manera que manifiesten las cualidades de Dios, obedezcan su voluntad y sirvan fielmente a favor de Su propósito e intereses.
Hijos cristianos de Dios. Como manifiesta Juan 1:11, 12, solo algunos de la nación de Israel, los que ejercieron fe en Cristo Jesús, recibieron la “autoridad de llegar a ser hijos de Dios”. El sacrificio de rescate de Cristo permitió que este “resto” judío (Ro 9:27; 11:5) dejara de estar bajo el pacto de la Ley, que, aunque era bueno y perfecto, los condenaba como pecadores, como esclavos bajo la custodia del pecado. De manera que Cristo los libertó para que pudieran recibir “la adopción de hijos” y llegar a ser ‘herederos gracias a Dios’. (Gál 4:1-7; compárese con Gál 3:19-26.)
Las personas de las naciones que antes estaban “sin Dios en el mundo” (Ef 2:12) también se reconciliaron con Él al ejercer fe en Cristo, y de este modo entraron en una relación de hijos. (Ro 9:8, 25, 26; Gál 3:26-29.)
Al igual que Israel, estos cristianos forman un pueblo que está bajo un pacto, pues se les introduce en el “nuevo pacto” validado por la aplicación de la sangre derramada de Cristo. (Lu 22:20; Heb 9:15.) Sin embargo, Dios mantiene una relación individual con los cristianos al aceptarlos en este pacto. Debido a que escuchan las buenas nuevas y ejercen fe, se les llama para que sean coherederos con el Hijo de Dios (Ro 8:17; Heb 3:1), Dios los ‘declara justos’ sobre la base de su fe en el rescate (Ro 5:1, 2) y, por consiguiente, ‘se les produce por la palabra de la verdad’ (Snt 1:18), de manera que ‘nacen de nuevo’ como cristianos bautizados, ungidos o engendrados por el espíritu de Dios como sus hijos, con la perspectiva de disfrutar de vida espiritual en los cielos. (Jn 3:3; 1Pe 1:3, 4.) Ellos han recibido, no un espíritu de esclavitud, tal como el que resultó de la transgresión de Adán, sino un “espíritu de adopción como hijos, espíritu por el cual clamamos: ‘¡Abba, Padre!’”. El término “Abba” es un tratamiento íntimo y cariñoso. (Ro 8:14-17; véanse ABBA; ADOPCIÓN - [Un significado cristiano].) Gracias a la superioridad del papel de Cristo como mediador y a su sacerdocio, así como a la bondad inmerecida que Dios expresa por medio de aquel, la condición de hijos de estos cristianos ungidos por espíritu es una relación con Dios más íntima que la del Israel carnal. (Heb 4:14-16; 7:19-25; 12:18-24.)
Cómo mantener la condición de hijos. Su “nuevo nacimiento” a esta esperanza viva (1Pe 1:3) no garantiza de por sí que continuarán en esta condición de hijos. Deben ser “conducidos por el espíritu de Dios”, no por su propia carne pecaminosa, y tienen que estar dispuestos a sufrir como Cristo. (Ro 8:12-14, 17.) Han de ser también “imitadores de Dios, como hijos amados” (Ef 5:1), de manera que reflejen las cualidades divinas —paz, amor, misericordia, bondad (Mt 5:9, 44, 45; Lu 6:35, 36)—, muestren que son “sin culpa e inocentes” de la maldad de la “generación torcida y aviesa” que los rodea (Flp 2:15), se purifiquen de las prácticas injustas (1Jn 3:1-4, 9, 10), obedezcan los mandamientos de Dios y acepten su disciplina. (1Jn 5:1-3; Heb 12:5-7.)
Plena adopción como hijos. Aunque se les llama para ser hijos de Dios, mientras están en la carne solo tienen una “prenda de lo que ha de venir”. (2Co 1:22; 5:1-5; Ef 1:5, 13, 14.) Por esta razón, pese a que el apóstol hablaba de sí y de sus compañeros cristianos como “hijos de Dios”, podía decir: “Nosotros mismos los que tenemos las primicias, a saber, el espíritu, sí, nosotros mismos gemimos en nuestro interior, mientras aguardamos con intenso anhelo la adopción como hijos, el ser puestos en libertad de nuestros cuerpos por rescate”. (Ro 8:14, 23.) Por consiguiente, después de vencer al mundo por su fidelidad hasta la muerte, por fin reciben la plena adopción como hijos y resucitan como hijos celestiales de Dios y “hermanos” del Principal Hijo de Dios, Cristo Jesús. (Heb 2:10-17; Apo 21:7; compárese con Apo 2:7, 11, 26, 27; 3:12, 21.) Dado que Jesús se refirió a los que son herederos con él en su Reino como “hermanos”, no como “hijos”, el que habla tiene que ser el Padre Celestial de Jesús, Jehová Dios. (Mt 25:40; compárese con Heb 2:10-12.)
Los que han recibido el llamamiento celestial saben que son hijos espirituales de Dios porque el ‘espíritu mismo [de Dios] da testimonio con su espíritu de que son hijos de Dios’. (Ro 8:16.) Esto debe significar que su espíritu actúa como una fuerza impelente que los mueve a responder de manera positiva tanto a las expresiones del espíritu de Dios que hay en su Palabra inspirada y que tienen que ver con esa esperanza celestial, como a la relación que Dios mantiene con ellos mediante Su espíritu. Por lo tanto, están seguros de que son en realidad hijos y herederos espirituales de Dios. ★¿Cuándo acontece la “revelación de los hijos de Dios”? - (19810801-Pg.31/480)
Gloriosa libertad de los hijos de Dios. El apóstol habla de la “gloria que va a ser revelada en nosotros” y también de la “expectación anhelante de la creación [que] aguarda la revelación de los hijos de Dios”. (Ro 8:18, 19.) Como la gloria de estos hijos es celestial, es patente que tal “revelación” de su gloria tiene que ir precedida de su resurrección a la vida celestial. (Compárese con Ro 8:23.) Sin embargo, en 2 Tesalonicenses 1:6-10 se indica que esto no es lo implicado, pues habla de la “revelación del Señor Jesús”, que traerá castigo judicial sobre los que han recibido el juicio adverso de Dios “al tiempo en que él viene para ser glorificado con relación a sus santos”. (Véase Apocalipsis.)
Como Pablo dice que “la creación” espera esta revelación, y entonces “será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios”, es evidente que aparte de estos “hijos de Dios” celestiales, hay otros que se benefician de la revelación de ellos en gloria. (Ro 8:19-23.) El término griego que se traduce “creación” puede referirse a cualquier criatura, humana o animal, o a la creación en general. No obstante, Pablo indica que esta “creación” está en “expectación anhelante”, y menciona que, pese a haber sido “sujetada a futilidad, [aunque] no de su propia voluntad”, ‘aguarda’ el tiempo en que será “libertada de la esclavitud a la corrupción [con el fin de tener] la gloriosa libertad de los hijos de Dios”, y mientras tanto ‘gime juntamente’ tal como hacen los “hijos” cristianos dentro de sí mismos. Todas estas acciones muestran de manera concluyente que se refiere a la creación o familia humana, no a la creación en general: los animales, la vegetación y otras creaciones animadas e inanimadas. (Compárese con Col 1:23.) Por consiguiente, esto tiene que significar que la revelación de los hijos de Dios en gloria abre el camino para que otros miembros de la familia humana entren en una relación con Dios como hijos verdaderos y disfruten de la libertad que acompaña a tal relación. (Véanse DECLARAR JUSTO - [La justificación de otro grupo de personas]; GRAN MUCHEDUMBRE.)
En vista de que Cristo es el prometido “Padre Eterno” (Isa 9:6) y de que los “hijos [cristianos] de Dios” llegan a ser sus “hermanos” (Ro 8:29), se desprende que ha de haber otros miembros de la familia humana que consigan la vida por medio de Cristo Jesús y que sean, no sus coherederos y reyes asociados y sacerdotes, sino sus súbditos en el Reino. (Compárese con Mt 25:34-40; Heb 2:10-12; Apo 5:9, 10; 7:9, 10, 14-17; 20:4-9; 21:1-4.)
Puede notarse también que Santiago (1:18) llama a estos “hijos de Dios” ungidos por espíritu “ciertas primicias” de las criaturas de Dios, una expresión similar a la utilizada con referencia a los “ciento cuarenta y cuatro mil” que son “comprados de entre la humanidad”, según se dice en Apocalipsis 14:1-4. La palabra “primicias” implica que después vienen otros frutos, de modo que la “creación” de Romanos 8:19-22 se refiere lógicamente a tales ‘frutos posteriores’ o ‘secundarios’ de la humanidad, a quienes se les otorga finalmente la condición de hijos en la familia universal de Dios debido a su fe en Cristo Jesús.
Cuando Jesús habló del futuro “sistema de cosas” y de la “resurrección de entre los muertos” a la vida en ese sistema, dijo que estos llegan a ser “hijos de Dios por ser hijos de la resurrección”. (Lu 20:34-36.)
De toda la información que se ha examinado se desprende que se puede ser ‘hijo’ de Dios en diversos sentidos. Por tanto, para determinar qué abarca dicha expresión en cada caso y la naturaleza exacta de esa relación filial hay que tomar en cuenta el contexto.
★"Vida eterna, en libertad de los hijos de Dios" - (li-1966)
Cristo Jesús, el Hijo de Dios. El evangelio de Juan pone de relieve particularmente la existencia prehumana de Jesús como “la Palabra”, y explica que “la Palabra vino a ser carne y residió entre nosotros, y tuvimos una vista de su gloria, gloria como la que pertenece a un hijo unigénito de parte de un padre”. (Jn 1:1-3, 14.) Las propias declaraciones de Jesús muestran que su condición de hijo era anterior a su nacimiento como hombre; por ejemplo, en una ocasión Jesús dijo: “Cuantas cosas he visto con mi Padre las hablo” (Jn 8:38, 42; compárese con Jn 17:5, 24); también lo muestra el claro testimonio de los apóstoles inspirados. (Ro 8:3; Gál 4:4; 1Jn 4:9-11, 14.)
Antes de venir a la Tierra, Jesús era el Hijo de Dios (Jn 3:16). Cuando nació como ser humano, Jesús pasó a ser un “hijo de Dios” igual que lo fue Adán antes de pecar (Lu 1:35; 3:38). Sin embargo, es razonable pensar que, con las palabras de Marcos 1:11, Dios no se limitó a identificar a Jesús. Al hacer esta declaración y derramar su espíritu santo sobre Jesús, Dios estaba indicando que ese hombre, Jesús, había sido engendrado como su Hijo espiritual, que había nacido de nuevo y ahora tenía la esperanza de volver al cielo para ser Rey y Sumo Sacerdote (Jn 3:3-6; 6:51; compare con Lu 1:31-33; Heb 2:17; 5:1, 4-10; 7:1-3).
★¿En qué tres ocasiones habló Dios a oídos de Jesús y otros hombres?
★“Este es mi Hijo” - (lr-Cap.5-Pg.32)
“Unigénito.” Algunos comentaristas cuestionan la traducción de la palabra griega mo·no·gue·nés por “unigénito”. Dicen que la última parte de la palabra (gue·nés) no se deriva de guen·ná·ö (engendrar), sino de gué·nos (clase), por lo que el término se refiere al ‘único de una clase o género’. Debido a ello varias traducciones dicen que Jesucristo es el “Hijo único” o “único Hijo” (BI, BJ, NBE, NVI, RH), más bien que el “hijo unigénito” de Dios. (Jn 1:14; 3:16, 18; 1Jn 4:9.) Sin embargo, aunque los componentes de la palabra no tengan que ver con la idea de nacimiento, el uso del término implica, sin lugar a dudas, la idea de descendencia o nacimiento, pues la palabra griega gué·nos significa “linaje; parentesco; prole; raza”. Se traduce “raza” en 1 Pedro 2:9. La Vulgata latina de Jerónimo traduce mo·no·gue·nés por unigenitus. Muchos lexicógrafos reconocen esta relación del término con nacimiento o descendencia.
La obra Greek and English Lexicon of the New Testament (de Edward Robinson, 1885, pág. 471) define mo·no·gue·nés como “único nacido, unigénito, i. e.: hijo único”. El Greek-English Lexicon to the New Testament (de W. Hickie, 1956, pág. 123) también da: “unigénito”. El Theological Dictionary of the New Testament dice: “Movo- [mo·no-] no denota la fuente, sino la naturaleza de la derivación. Así, μουοΥευής [mo·no·gue·nés] significa ‘de nacimiento único’, i. e.: sin hermanos o hermanas. Esto nos da la idea de unigénito. La ref[erencia] es al hijo único de unos padres, primordialmente en relación con ellos. [...] No obstante, la palabra también puede utilizarse en un sentido más general sin ref[erencia] a derivación con el significado de ‘único’, ‘sin par’, ‘incomparable’, aunque no deberían confundirse las ref[erencias] a clase o especie y a manera” (edición de G. Kittel, traducción al inglés y edición de G. Bromiley, 1969, vol. 4, pág. 738).
Con respecto al uso del término en las Escrituras Griegas Cristianas o “Nuevo Testamento”, esta última obra dice: “Significa ‘unigénito’. [...] En [Juan] 3:16, 18; 1 Jn. 4:9; [Juan] 1:18, la relación de Jesús no solo se compara a la de un hijo único con respecto a su padre. Es la relación del unigénito con respecto al Padre. [...] En Jn. 1:14, 18; 3:16, 18; 1 Jn. 4:9 μουοΥευής denota más que la singularidad o excelencia de Jesús. En todos estos versículos se le llama expresamente el Hijo, y así se le considera en 1:14. En Jn. μονοΥενής denota el origen de Jesús. Él es μ ονοΥενής en cuanto es el unigénito” (págs. 739-741).
En vista de estos comentarios y de las pruebas procedentes de las Escrituras, no hay razón para cuestionar las traducciones que muestran que Jesús no solo es el único o incomparable Hijo de Dios, sino su “Hijo unigénito”, descendiente de Dios en el sentido de que Él le ha creado. Confirman esta idea las referencias apostólicas al Hijo como “el primogénito de toda la creación” y “Aquel que nació de Dios”. (Col 1:15; 1Jn 5:18.) De hecho, Jesús mismo declara que es “el principio de la creación por Dios”. (Apo 3:14.)
Jesús, que se llamaba “la Palabra” antes de ser hombre, es el hijo “primogénito” de Dios (Col 1:15) por ser su primera creación. (Jn 1:1.) La voz “principio” que aparece en Juan 1:1 no puede referirse al “principio” de Dios el Creador, pues Él no tiene principio, es eterno. (Sl 90:2.) Debe referirse, pues, al principio de la creación, cuando Dios produjo a la Palabra como su Hijo primogénito. El término “principio” se usa de manera similar en muchos otros textos con referencia al comienzo de un período, carrera o proceder, como el “principio” de la carrera cristiana de aquellos a quienes Juan escribió su primera carta (1Jn 2:7; 3:11), el “principio” del proceder rebelde de Satanás (1Jn 3:8) o el “principio” de la desviación de Judas de la justicia. (Jn 6:64; véase JUDAS núm. 4 [Se corrompe].) Jesús es el “Hijo unigénito” (Jn 3:16) en el sentido de que es el único de los hijos de Dios, celestiales o humanos, creado exclusivamente por Dios, pues a todos los demás se les creó a través o “por medio de” ese Hijo primogénito. (Col 1:16, 17; véanse JESUCRISTO - [Existencia prehumana]; UNIGÉNITO.)
Engendrado por espíritu, vuelve a ser hijo celestial. Cuando Jesús nació como hombre, mantuvo la condición de Hijo de Dios de que disfrutaba en su existencia prehumana. Su nacimiento no fue el fruto de una concepción por simiente o esperma humano de ningún descendiente de Adán, sino que se debió a la acción del espíritu santo de Dios. (Mt 1:20, 25; Lu 1:30-35; compárese con Mt 22:42-45.) Jesús confesó que era hijo de Dios a la edad de doce años, cuando dijo a sus padres terrestres: “¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?”. Ellos no captaron el sentido de estas palabras, pues quizás pensaron que llamaba a Dios “Padre” como lo hacían los israelitas en general, como ya se ha visto. (Lu 2:48-50.)
Sin embargo, cuando Juan el Bautista lo bautizó unos treinta años después de nacer como hombre, el espíritu santo vino sobre Jesús y Dios le dijo: “Tú eres mi Hijo, el amado; yo te he aprobado”. (Lu 3:21-23; Mt 3:16, 17.) Jesús, en tanto hombre, ‘nació de nuevo’ para ser a partir de entonces un Hijo espiritual con la esperanza de volver a la vida celestial, y fue ungido con espíritu para ser el rey y sumo sacerdote nombrado por Dios. (Jn 3:3-6; compárese con 17:4, 5; véase JESUCRISTO - [Su bautismo].) De un modo parecido se expresó Dios en la transfiguración en el monte, cuando se mostró a Jesús en la gloria del Reino. (Compárese con Mt 16:28 y 17:1-5.) Con respecto a la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, Pablo aplicó parte del Salmo segundo a aquella ocasión, citando las palabras de Dios: “Tú eres mi hijo; yo, hoy, yo he llegado a ser tu padre”, y también aplicó las palabras del pacto de Dios con David, a saber: “Yo mismo llegaré a ser su padre, y él mismo llegará a ser mi hijo”. (Sl 2:7; 2Sa 7:14; Hch 13:33; Heb 1:5; compárese con Heb 5:5.) Por su resurrección de entre los muertos a vida de espíritu Jesús fue “declarado Hijo de Dios” (Ro 1:4), “declarado justo en espíritu”. (1Ti 3:16.) Por tanto, se ve que tal como David, un hombre adulto, podía ‘llegar a ser hijo de Dios’ en un sentido especial, así también Cristo Jesús ‘llegó a ser Hijo de Dios’ de una manera especial cuando fue bautizado y cuando fue resucitado, y seguramente también cuando entró en la gloria completa del Reino.
Acusación falsa de blasfemia. Debido a que Jesús varias veces llamó a Dios su Padre, ciertos judíos opuestos lo acusaron de blasfemia, diciendo: “Tú, aunque eres hombre, te haces a ti mismo un dios”. (Jn 10:33.) La mayor parte de las traducciones leen aquí “Dios”. Sin embargo, la versión de Besson y la traducción al inglés de Charles Cutler Torrey escriben la palabra en minúscula (“dios”), mientras que The Emphatic Diaglott ofrece la lectura interlineal “un dios”. La base principal para traducir “un dios” se halla en la propia respuesta de Jesús, en la que citó del Sl 82:1. Como puede verse, este texto no se refería a que hubiera personas a las que se llamara “Dios”, sino “dioses” e “hijos del Altísimo”.
Según el contexto, aquellos a quienes Jehová llamó “dioses” e “hijos del Altísimo” en este salmo eran jueces israelitas que habían obrado de manera injusta, lo que hizo que el propio Jehová tuviera que juzgar ‘en medio de esos dioses’. (Sl 82:1-6, 8.) En vista de que Jehová aplicó esos términos a aquellos hombres, ciertamente Jesús no era culpable de ninguna blasfemia al decir: “Soy Hijo de Dios”. Mientras que las obras de aquellos “dioses” o jueces contradecían su afirmación de ser “hijos del Altísimo”, las obras de Jesús siempre dieron prueba de que estaba en unión con su Padre y tenía una relación de perfecta armonía con Él. (Jn 10:34-38.)
El principal término hebreo que significa “honra” es ka-vóhdh, cuyo significado literal es “peso”. (Compárese con el uso de términos relacionados en 1Sa 4:18 y 2Sa 14:26.) De modo que a la persona a la que se honra se la considera de peso, de valía. En griego, el nombre ti-mé transmite la idea de “honra”, “estima”, “valor”, “preciosidad”. El verbo ti-má-ö también puede significar “poner precio” (Mt 27:9); el nombre ti-mé puede tener el sentido de “precio”, “valor” (Mt 27:6; Hch 4:34), y el adjetivo tí-mi-os puede significar “estimado”, “querido, o preciado” y “precioso”. (Hch 5:34; 20:24; 1Co 3:12.)
¿Qué abarca honrar a alguien? Ante todo, debe sentirse respeto por esa persona. De hecho, los términos honra y respeto están muy relacionados, por lo que suelen usarse juntos. Cuando uno pone de manifiesto, o demuestra, el respeto que siente por alguien, puede decirse que lo está honrando. En otras palabras, el respeto se refiere principalmente a cómo vemos al hermano, y la honra, a cómo lo tratamos. ¿Cómo va a mostrar un cristiano verdadera honra a sus hermanos si no los respeta en su corazón? (3 Juan 9, 10.) Tal como una planta ha de estar arraigada en tierra fértil para crecer bien y durar, la honra, para que sea auténtica y duradera, tiene que estar arraigada en el respeto de corazón. En el caso de la honra insincera, como no brota del respeto de corazón, tarde o temprano se marchita. De ahí que Pablo, antes de exhortar a los cristianos a mostrarse honra, dijera sin ambigüedades: “Sea su amor sin hipocresía” (Rom. 12:9; 1 Ped. 1:22).
Jehová Dios y Su Hijo. Por ser el Creador y Soberano, Jehová Dios merece honra, respeto reverencial. (1Ti 1:17; Heb 3:3, 4; Apo 4:9-11.) Se le honra al hacer lo que es agradable a Sus ojos, como hizo su Hijo siempre. (Jn 8:29, 49.) Durante el tiempo en que estuvo en vigor el pacto de la Ley, los israelitas podían honrar a Jehová ofreciendo sacrificios de lo mejor que tenían. (Pr 3:9; Mal 1:6-8.)
El mero formalismo religioso no supone honrar verdaderamente al Todopoderoso, pues debe haber un amor real a los caminos de Jehová y un deseo de corazón de hacer su voluntad, algo que los líderes religiosos del judaísmo del tiempo de Jesús no tenían. (Mr 7:6; Isa 29:13.)
Jesucristo puso el ejemplo perfecto de honrar a su Padre, cumpliendo Su voluntad sin defecto hasta el punto de entregar su vida en sacrificio. (Mt 26:39; Jn 10:17, 18.) Como se deleitaba en hacer la voluntad de su Padre, Él lo honró al reconocerlo como Su Hijo amado y aprobado. (2Pe 1:17; Mt 17:5.) Cuando terminó la vida terrestre de Jesús, Dios le otorgó mayor honra y dignidad que la que había tenido antes de ser hombre. (Flp 2:9-11.) El caso de Jesucristo ilustra cómo el Altísimo honra a todos los que lo honran, los reconoce como sus siervos aprobados y les prodiga bendiciones. (1Sa 2:30.)
Todos aquellos que rehúsen reconocer a Jesucristo como el inmortal Rey de reyes y Señor de señores deshonran al Padre, pues él fue quien ensalzó a su Hijo. Por ser quien es y por lo que ha hecho, el Hijo merece honra y respaldo leal. (Jn 5:23; 1Ti 6:15, 16; Apo 5:11-13.) Todos los que deseen que el Hijo los honre como sus discípulos aprobados tienen que imitar su ejemplo y adherirse fielmente a su enseñanza. (Ro 2:7, 10.)
Otras personas a las que ha de honrarse. Aunque Jehová Dios y Jesucristo merecen la mayor honra, los seres humanos también deben honrarse entre sí. Los hijos deben honrar a sus padres con su obediencia. (Dt 5:16; Ef 6:1, 2.) Cuando los padres están necesitados, sus hijos adultos pueden honrarlos con ayuda material. (Mt 15:4-6; 1Ti 5:3, 4.) El esposo honra a su esposa al tratarla con amor y dignidad, y la esposa honra a su esposo por su sujeción y respeto. (1Pe 3:1-7.) Los ancianos que trabajan duro en enseñar son tenidos por dignos de “doble honra”, lo que puede incluir ayuda material. (1Ti 5:17, 18.) Los esclavos cristianos debían honrar a sus amos realizando con respeto las tareas asignadas. (1Ti 6:1, 2.) Debe honrarse, o respetarse, a los gobernantes y otras autoridades, según requiera su posición. (Ro 13:7.) Independientemente de su posición social, toda persona merece honra por ser creación de Dios. (1Pe 2:17.)
Los cristianos deben llevar la delantera en mostrar honra a sus compañeros de creencia (Ro 12:10), lo que incluye buscar, no solo su propia ventaja, sino la de los demás (1Co 10:24), y estar dispuestos a realizar tareas humildes. (Lu 22:26; Jn 13:12-17.) Puede mantenerse este buen espíritu recordando que todos los creyentes son preciosos a la vista de Dios y que los cristianos se necesitan unos a otros, tal como cada miembro del cuerpo humano depende de los demás. (1Co 12:14-27. Véase [Efecto Pigmalión])
Aunque los cristianos no buscan la gloria, se preocupan de mantener una posición honorable ante Jehová Dios y su Hijo, lo que exige que se guarden de compañías que podrían corromperlos y que resistan los deseos de la carne pecaminosa. El hombre solo puede seguir siendo un vaso honorable para el servicio de Dios si permanece limpio en sentido moral y espiritual. (1Te 4:3-8; 2Ti 2:20-22; Heb 13:4.) En esto consiste la verdadera honra.
“Asignandole honra” Según 1Pedro 3:7 el esposo cristiano debe tratar a su esposa con ternura y mostrarle la debida consideración, como si de un vaso delicado y precioso se tratara. Tal idea no es degradante en absoluto. Tomemos como ejemplo la lámpara de Tiffany con diseños de flores de loto. Esta exquisita lámpara sin duda puede considerarse un objeto delicado. ¿Disminuye su valor el hecho de que sea frágil? ¡De ninguna manera! En 1977, la lámpara Tiffany original se subastó por la astronómica suma de 2,800,000 dolares. Su delicada composición no le restó valor, sino que lo aumentó. (w06 15/5 32; w95 15/7 19 párr. 16).
Dicho de otro modo, al asignarles honra, no se les está haciendo un favor, sino que se les otorga el reconocimiento que merecen. (g94 8/10 20) considerándolas valiosas [...] de especial estima (g86 8/1 5)
El hombre que honra a su esposa nunca la somete a agresiones físicas ni a trato humillante o despectivo que la haga sentir inútil. Por el contrario, reconoce su valor, la trata con respeto y demuestra por sus palabras y acciones, tanto públicas como privadas, que la considera valiosa (Proverbios 31:28). (cl 100 párr. 8)
Honra a tus padres
Un anciano llama a su hijo en Nueva York y le dice: "Odio arruinar estos días festivos, pero tengo que decirte que tu madre y yo nos estamos divorciando, 45 años de matrimonio, y tanta miseria ¡ya es suficiente!"
"Papá, ¿qué estás diciendo? “grita el hijo. "¿Porqué papá?, ¡si estaban de maravilla la última vez que fui a visitarlos!" !Hijo, eso ya hace más de un año y ya estoy harto de hablar de esto y es caro hacerlo por teléfono!, por favor avisa de esto a tu hermana a Hong Kong" . Frenético, el hijo llama a su hermana, y esta al enterarse explota en el teléfono. "Como diablos se están divorciando", ella grita: "Yo me encargo de esto". Ella llama a su anciano padre de inmediato, y le grita: "No se divorcien aún. No hagan una sola cosa hasta que yo llegue. Voy a llamar a mi hermano de vuelta y los dos estaremos allí mañana. Hasta entonces, no hagan nada, ¿me oyes?" - gritó mientras colgaba el teléfono. El anciano cuelga el teléfono y se dirige a su esposa: "Lo logramos Amor, nuestros hijos estarán aquí para nuestro aniversario este año y se pagarán ellos el pasaje, te amo". Quien desconoce o desatiende su origen tampoco tiene destino. Joven, no te imaginas lo rápido que te conviertes en abuelo, no dejes de honrar y amar a tus padres mientras estén con vida, llámalos por teléfono, visítalos, ellos de seguro se alegrarían más de que le lleves flores a casa que a su tumba. Pues por muy ágil que te sientas hoy día, mañana la “mecedora” será tuya. (Ex 20:12; Dt 5:16; Ef 6:2) |
No esperes lo imposible
Confórmate y da gracias porque alguien te admira, te quiere, te valora y te respeta. Pero no pretendas el imposible de que todos te quieran y valoren. Hoy tengo todos los motivos para sentirme feliz porque alguien me quiere de manera especial; muchas personas me aprecian y valoran, y unas pocas incluso me admiran, sin duda sin merecerlo como prueba a mi falta de humildad y mi engreimiento. Pero con todo, me siento un ser privilegiado, porque Jehová me consideró digno de ser parte de su pueblo. Haz tú, querido lector, una reflexión y valoración sobre ti mismo, y verás que tienes motivos sobrados para sentirte bien contigo mismo a pesar de tus defectos y miserias (Ag 2:7) Nada debe arrebatarnos los deseos de superación y de alegría por vivir. Ahí están nuestras limitaciones y carencias, pero también la gran riqueza de lo bueno y meritorio que podamos hacer (Sl 150:6) Se dice que todo el mundo quiere un buen amigo, pero pocos están dispuestos a hacer el esfuerzo para serlo, igualmente a todos nos gusta que se nos trate con honra, así mismo nosotros debemos honrar a los demás si esperamos ese mismo trato (Ro 12:10). No pidamos demasiado a la vida y demos gracias por lo que somos y tenemos; porque alguien nos quiere y valora. Pero no pretendamos el imposible y la actitud soberbia de que todos nos quieran, alaben y valoren. |
Efecto Pigmalión El efecto Pigmalión, también conocido como efecto Rosenthal o mirada apreciativa, es un fenómeno que se utiliza en psicología y pedagogía para referirse a la potencial influencia que ejerce la creencia de una persona en el rendimiento de otra. Transformación a partir del amor. “Nuestra mirada condiciona las posibilidades de realización no solo de todo ser humano sino de toda forma de vida”. El efecto Pigmalión es el suceso que describe cómo las expectativas de una persona pueden llegar a influir en el rendimiento de otra. Por lo tanto, puede afirmarse que se establece una relación directa entre las expectativas que tiene un sujeto sobre el otro y el rendimiento de éste último. (Ro 12:10; Flp 2:3) El Efecto Pigmalión está íntimamente relacionado con la profecía autocumplida. La teoría de la profecía autocumplida se basa en que cuando tenemos una creencia sobre alguien, ésta acaba cumpliéndose. Al tener una expectativa sobre una persona, intentamos comportarnos de acuerdo a esa expectativa y eso acaba provocando que se cumpla. |
Nombre personal de Dios. (Isa 42:8; 54:5.) Aunque en las Escrituras se le designa con títulos descriptivos, como “Dios”, “Señor Soberano”, “Creador”, “Padre”, “el Todopoderoso” y “el Altísimo”, su personalidad y atributos —quién y qué es Él— solo se resumen y expresan a cabalidad en este nombre personal. (Sl 83:18.) En Génesis 2:4 es la primera vez que aparece el nombre personal distintivo de Dios, (YHWH); estas cuatro letras heb. se denominan el Tetragrámaton. El nombre divino identifica a Jehová como El Que Se Propone. Solo el Dios verdadero podría llevar este nombre apropiada y auténticamente. Llama la atención al hecho de que él sin falta cumple lo que promete y ejerce un control total sobre cualquier situación que pueda surgir.
Pronunciación correcta del Nombre Divino. “Jehová” es la pronunciación más conocida en español del nombre divino, aunque la mayoría de los hebraístas apoyan la forma “Yahveh” (Yavé). Los manuscritos hebreos más antiguos presentan el nombre en la forma de cuatro consonantes, llamada comúnmente Tetragrámaton (del griego te·tra, que significa “cuatro”, y grám·ma, “letra”) y aparece más de 7.000 veces eb los manuscritos más antiguos de la Biblia. Estas cuatro letras (escritas de derecha a izquierda) son y se pueden transliterar al español como YHWH (o JHVH).
Por lo tanto, las consonantes hebreas del nombre se conocen. El problema es determinar qué vocales hay que combinar con esas consonantes. Los puntos vocálicos se empezaron a utilizar en hebreo en la segunda mitad del I milenio E.C. (Véase HEBREO, II - [Alfabeto y escritura hebrea].) No obstante, los puntos vocálicos hallados en manuscritos hebreos no proveen la clave para determinar qué vocales deberían aparecer en el nombre divino, debido a cierta superstición religiosa que había empezado siglos antes.
La introducción a una afamada versión inglesa de la Biblia señala que este nombre encierra “una promesa sumamente generosa: Dios siempre será capaz de adaptarse a toda circunstancia, a toda dificultad, a toda necesidad que surja [...]. Es una promesa, [...] una revelación, un recordatorio y un compromiso. Dios siempre será fiel a este Nombre; nunca se avergonzará de él” (The Emphasized Bible, de J. B. Rotherham). ★¿Por qué usar el nombre de Dios si existen dudas de pronunciación? - (1-9-2008-Pg.31)
La superstición oculta el nombre. En algún momento surgió entre los judíos la idea supersticiosa de que era incorrecto hasta pronunciar el nombre divino (representado por el Tetragrámaton). No se sabe a ciencia cierta qué base hubo originalmente para dejar de pronunciar el nombre. Hay quien cree que surgió la enseñanza de que el nombre era tan sagrado que no lo debían pronunciar labios imperfectos. Sin embargo, en las mismas Escrituras Hebreas no se observa que ninguno de los siervos verdaderos de Dios tuviese reparos en pronunciar su nombre. Los documentos hebreos no bíblicos, como, por ejemplo, las llamadas Cartas de Lakís, muestran que en Palestina el nombre se usaba en la correspondencia durante la última parte del siglo VII a. E.C.
Otro punto de vista es que con ello se pretendía evitar que los pueblos no judíos conocieran el nombre y lo usaran mal. Sin embargo, Jehová mismo dijo que haría que ‘su nombre fuera declarado en toda la tierra’ (Éx 9:16; compárese con 1Cr 16:23, 24; Sl 113:3; Mal 1:11, 14), para que incluso sus adversarios lo conocieran. (Isa 64:2.) De hecho, el nombre se conocía y empleaba entre las naciones paganas tanto antes de la era común como durante los primeros siglos de nuestra era. (The Jewish Encyclopedia, 1976, vol. 12, pág. 119.) También se ha dicho que el propósito era evitar que se utilizara en ritos mágicos. En tal caso, hubiera sido una medida equivocada, pues cuanto más misterioso se hiciera por su desuso, más proclive sería a que lo utilizaran en sortilegios. ★El nombre divino está en el valle - (15-1-2011-Pg.7)
¿Cuándo se arraigó la superstición? Tal como no se sabe con seguridad la razón o razones originales por las que dejó de usarse el nombre divino, de la misma manera hay mucha incertidumbre en cuanto a cuándo se arraigó realmente esta superstición. Algunos alegan que empezó después del exilio en Babilonia (607-537 a. E.C.). Sin embargo, esta teoría se basa en una supuesta disminución del uso del nombre en la última parte de las Escrituras Hebreas, un punto de vista insostenible a la luz de los hechos. Por ejemplo: Malaquías, uno de los últimos libros de las Escrituras Hebreas —escrito en la última mitad del siglo V a. E.C.—, da gran importancia al nombre divino.
Muchas obras de consulta dicen que el nombre dejó de emplearse alrededor del año 300 a. E.C. Se cita como prueba la supuesta ausencia del Tetragrámaton (o una transliteración de este) en la Septuaginta, traducción griega de las Escrituras Hebreas que se inició alrededor de 280 a. E.C. Es cierto que los manuscritos más completos de la Septuaginta que se conocen en la actualidad sustituyen sistemáticamente el Tetragrámaton por las palabras griegas Ký·ri·os (Señor) o The·ós (Dios), pero estos manuscritos importantes solo se remontan hasta los siglos IV y V E.C. Hace poco se han descubierto fragmentos de manuscritos más antiguos que prueban que en las copias más antiguas de la Septuaginta aparecía el nombre divino.
Uno de estos, conocido como el Inventario núm. 266 de los papiros Fuad, contiene parte del libro de Deuteronomio. (GRABADO, vol. 1, pág. 326.) Este papiro presenta sistemáticamente el Tetragrámaton escrito en caracteres cuadrados hebreos cada vez que aparece en el texto hebreo del que se traduce. Los eruditos dicen que data del siglo I a. E.C., lo que lo hace cuatro o cinco siglos más antiguo que los manuscritos mencionados con anterioridad. (Véase NM, apéndice, págs. 1561, 1562.)
¿Cuándo dejaron los judíos de pronunciar el nombre personal de Dios? Por tanto, al menos por escrito, no hay prueba sólida de que el nombre divino hubiera desaparecido o caído en desuso antes de nuestra era. Es en el siglo I E.C. cuando se empieza a observar cierta actitud supersticiosa hacia el nombre de Dios. Cuando Josefo, historiador judío perteneciente a una familia sacerdotal, relata la revelación de Dios a Moisés en el lugar de la zarza ardiente, dice: “Dios entonces le dijo su santo nombre, que nunca había sido comunicado a ningún hombre; por lo tanto no sería leal por mi parte que dijera nada más al respecto”. (Antigüedades Judías, libro II, cap. XII, sec. 4.) Sin embargo, las palabras de Josefo, además de ser inexactas en lo que tiene que ver con que se desconociera el nombre divino antes de Moisés, son vagas y no revelan con claridad cuál era la actitud común en el siglo I en cuanto a la pronunciación o uso del nombre divino.
La Misná judía, una colección de enseñanzas y tradiciones rabínicas, es algo más explícita. Su compilación se atribuye al rabino Yehudá ha-Nasí (Judá el Príncipe), que vivió en los siglos II y III E.C. Parte del contenido de la Misná se relaciona claramente con las circunstancias anteriores a la destrucción de Jerusalén y su templo en 70 E.C. No obstante, un docto dice sobre la Misná: “Es extremadamente difícil decidir qué valor histórico debe atribuirse a las tradiciones de la Misná. El tiempo que puede haber oscurecido o distorsionado los recuerdos de épocas tan dispares; los levantamientos, cambios y confusiones políticas que ocasionaron dos rebeliones y dos conquistas romanas; las normas de los fariseos (cuyas opiniones registra la Misná), distintas de las de los saduceos [...], todos estos son factores que deben sopesarse a la hora de valorar la naturaleza de las afirmaciones de la Misná. Además, mucho del contenido de la Misná persigue como único fin el diálogo académico, al parecer sin pretensión de ubicarlo históricamente”. (The Mishnah, traducción al inglés de H. Danby, Londres, 1954, págs. XIV, XV.) Algunas de las tradiciones de la Misná sobre la pronunciación del nombre divino son:
La Misná dice con relación al día de la expiación anual: “Los sacerdotes y pueblo estaban en el atrio y cuando oían el Nombre que pronunciaba claramente el Sumo Sacerdote, se arrodillaban, se postraban con el rostro en tierra y decían: ‘bendito el nombre de la gloria de su reino por siempre y jamás’” (Yoma 6:2). Sota 7:6 dice sobre las bendiciones sacerdotales cotidianas: “En el templo se pronunciaba el nombre como está escrito, en la provincia con una sustitución”. Sanhedrin 7:5 dice: “El blasfemo no es culpable en tanto no mencione explícitamente el Nombre”, y añade que en un juicio que tuviera que ver con una acusación de blasfemia, se usaba un nombre sustitutivo hasta haber oído todos los hechos; luego se le pedía en privado al testigo de cargo: “Di, ¿qué oíste de modo explícito?”, y se empleaba, como es lógico, el nombre divino. Cuando Sanhedrin 10:1 menciona a los “que no tienen parte en la vida futura”, observa: “Abá Saúl dice: también el que pronuncia el nombre de Dios con sus letras”. No obstante, a pesar de estos puntos de vista negativos, en la primera parte de la Misná también se halla la declaración positiva de que una persona podía “saludar a su prójimo con el nombre de Dios”, y se cita el ejemplo de Boaz. (Rut 2:4; Berajot 9:5.)
Sin exagerar su importancia, estos puntos de vista tradicionales tal vez indiquen una tendencia supersticiosa a evitar el uso del nombre divino ya antes de la destrucción del templo de Jerusalén en 70 E.C. De todos modos, se dice de modo explícito que eran principalmente los sacerdotes quienes usaban un nombre sustitutivo para el nombre divino, y eso solo en las provincias. Por otra parte, como hemos visto, es discutible el valor histórico de las tradiciones de la Misná.
Por lo tanto, no hay ninguna base sólida para asignar al desarrollo de este punto de vista supersticioso una fecha anterior a los siglos I y II E.C. Sin embargo, con el tiempo, el lector judío empezó a utilizar los términos `Adho·nái (Señor Soberano) o `Elo·hím (Dios) en sustitución del nombre divino representado por el Tetragrámaton, y así evitaba pronunciarlo cuando leía las Escrituras Hebreas en el lenguaje original. Así debió ocurrir, pues cuando empezaron a usarse los puntos vocálicos en la segunda mitad del I milenio E.C., los copistas judíos insertaron en el Tetragrámaton los puntos vocálicos de `Adho·nái o de `Elo·hím, seguramente para advertir al lector de que pronunciara esas palabras en lugar del nombre divino. Por supuesto, en las copias posteriores de la Septuaginta griega de las Escrituras Hebreas, el Tetragrámaton se hallaba completamente reemplazado por Ky·ri·os y The·ós. (Véase SEÑOR.)
Las traducciones a otros idiomas, como la Vulgata latina, siguieron el ejemplo de las copias posteriores de la Septuaginta. Por esta razón, la versión Scío, basada en la Vulgata, no contiene el nombre divino, aunque sí lo menciona en sus notas. Otro tanto ocurre con la versión Torres Amat (excepto en unas pocas ocasiones que sí aparece), mientras que La Biblia de las Américas emplea SEÑOR o DIOS para representar el Tetragrámaton en las Escrituras Hebreas cada vez que aparece.
¿Cuál es la pronunciación correcta del nombre de Dios? En la segunda mitad del I milenio E.C., los eruditos judíos introdujeron un sistema de puntos para representar las vocales que faltaban en el texto consonántico hebreo. En el caso del nombre de Dios, en vez de insertar la puntuación vocálica que le correspondía, insertaron la de `Adho·nái (Señor Soberano) o `Elo·hím (Dios) para advertir al lector que debería leer estas palabras en vez del nombre divino.
El Códice de Leningrado B 19A, del siglo XI E.C., puntúa el Tetragrámaton para que lea Yehwáh, Yehwíh y Yeho·wáh. La edición de Ginsburg del texto masorético puntúa el nombre divino para que lea Yeho·wáh. (Gé 3:14, nota.) Normalmente los hebraístas favorecen la forma “Yahveh” (Yavé) como la pronunciación más probable. Señalan que la abreviatura del nombre es Yah (Jah en la forma latinizada), como en el Salmo 89:8 y en la expresión Ha·lelu-Yáh (que significa “¡Alaben a Jah!”). (Sl 104:35; 150:1, 6.) Además, las formas Yehóh, Yoh, Yah y Yá·hu, que se hallan en la grafía hebrea de los nombres Jehosafat, Josafat, Sefatías y otros, pueden derivarse del nombre divino Yahveh. Las transliteraciones griegas del nombre divino que hicieron los escritores cristianos, a saber, I·a·bé o I·a·ou·é (que en griego se pronunciaban de modo parecido a Yahveh), pueden indicar lo mismo. Sin embargo, no hay unanimidad entre los eruditos en cuanto a la pronunciación exacta; algunos hasta prefieren otras pronunciaciones, como “Yahuwa”, “Yahuah” o “Yehuah”.
Como en la actualidad es imposible precisar la pronunciación exacta, parece que no hay ninguna razón para abandonar la forma “Jehová”, muy conocida en español, en favor de otras posibles pronunciaciones. En caso de producirse este cambio, por la misma razón debería modificarse la grafía y pronunciación de muchos otros nombres de las Escrituras: Jeremías habría de ser Yir·meyáh; Isaías, Yescha´·yá·hu, y Jesús, bien Yehoh·schú·a´ (como en hebreo) o I·ë·sóus (como en griego). El propósito de las palabras es transmitir ideas; en español, el nombre Jehová identifica al Dios verdadero, y en la actualidad transmite esta idea de manera más satisfactoria que cualquier otra de las formas mencionadas.
Importancia del Nombre. Muchos eruditos modernos y traductores de la Biblia abogan por seguir la tradición de eliminar el nombre propio de Dios. No solo alegan que su pronunciación insegura justifica tal proceder, sino que también sostienen que la supremacía y singularidad del Dios verdadero hace innecesario que tenga un nombre distintivo. Este punto de vista no tiene apoyo alguno en las Escrituras inspiradas, ni en las Hebreas ni en las Griegas Cristianas.
El Tetragrámaton aparece 6.828 veces en el texto hebreo impreso de la Biblia Hebraica y de la Biblia Hebraica Stuttgartensia. En las Escrituras Hebreas de la Traducción del Nuevo Mundo el nombre Jehová aparece un total de 6.973 veces, porque los traductores tomaron en cuenta, entre otras cosas, el hecho de que en algunos lugares los soferim habían cambiado el Tetragrámaton por `Adho·nái y `Elo·hím. (Véase NM, apéndice, El nombre divino en las Escrituras Hebreas.) La misma frecuencia con que aparece este nombre demuestra la importancia que tiene para su Portador, el Autor de la Biblia. El número de veces que se emplea en todas las Escrituras es muy superior al de cualquiera de los títulos que se le aplican, como “Señor Soberano” o “Dios”.
También debe notarse la importancia que se da a los nombres en las Escrituras Hebreas y en los pueblos semitas. El Diccionario de la Biblia (edición de Serafín de Ausejo, Barcelona, 1981, cols. 1340, 1341) dice: “Según la concepción antigua y primitiva, el n[ombre] no es sólo lo que designa, caracteriza y distingue de los demás a su portador, sino además un elemento esencial de su personalidad. [...] Si el n[ombre] de alguien es invocado o pronunciado sobre una cosa, ésta queda íntimamente ligada con la persona nombrada. [...] Si uno invoca sobre alguien el n[ombre] de un ser poderoso, le asegura su protección. (Compárese con Everyman’s Talmud, de A. Cohen, 1949, pág. 24; Gé 27:36; 1Sa 25:25; Sl 20:1; Pr 22:1; véase NOMBRE - [Reputación o fama].)
“Dios” y “Padre” no son distintivos. El título “Dios” no es ni personal ni distintivo (una persona incluso puede hacer un dios de su vientre; Flp 3:19). En las Escrituras Hebreas la misma palabra (`Elo·hím) se aplica a Jehová, el Dios verdadero, y a los dioses falsos, como el dios filisteo Dagón (Jue 16:23, 24; 1Sa 5:7) y el dios asirio Nisroc. (2Re 19:37.) El que un hebreo le dijese a un filisteo o a un asirio que adoraba a “Dios [`Elo·hím]” obviamente no hubiera bastado para identificar a la Persona a quien iba dirigida su adoración.
La obra The Imperial Bible-Dictionary, en sus artículos sobre Jehová, ilustra bien la diferencia entre `Elo·hím (Dios) y Jehová. Dice del nombre Jehová: “En todas partes es un nombre propio que señala al Dios personal y solo a él, mientras que Elohím comparte más el carácter de un nombre común, el cual, por lo general, se refiere al Supremo, aunque no necesaria ni uniformemente [...]. El hebreo puede decir el Elohím, el Dios verdadero, en contraste con todos los dioses falsos; pero nunca dice el Jehová, pues el nombre Jehová es exclusivo del Dios verdadero. Dice vez tras vez mi Dios [...], pero nunca mi Jehová, pues cuando dice mi Dios, se refiere a Jehová. Habla del Dios de Israel, pero nunca del Jehová de Israel, pues no hay ningún otro Jehová. Habla del Dios vivo, pero nunca del Jehová vivo, pues no puede concebir a Jehová de otra manera que no sea vivo” (edición de P. Fairbairn, Londres, 1874, vol. 1, pág. 856).
Lo mismo es cierto del término griego para Dios, The·ós. Este vocablo se aplicaba de igual manera al Dios verdadero y a dioses paganos como Zeus y Hermes, dioses griegos que correspondían a los romanos Júpiter y Mercurio. (Compárese con Hch 14:11-15.) Las palabras de Pablo en 1 Corintios 8:4-6 presentan la verdadera situación: “Porque aunque hay aquellos que son llamados ‘dioses’, sea en el cielo o en la tierra, así como hay muchos ‘dioses’ y muchos ‘señores’, realmente para nosotros hay un solo Dios el Padre, procedente de quien son todas las cosas, y nosotros para él”. La creencia en numerosos dioses, que hace necesario que el Dios verdadero se distinga de los falsos, ha continuado hasta nuestro siglo XX.
La referencia de Pablo a “Dios el Padre” no significa que el nombre del Dios verdadero sea “Padre”, pues esta designación aplica asimismo a todo varón humano que sea progenitor y también se refiere a hombres que son padres en otros sentidos. (Ro 4:11, 16; 1Co 4:15.) Al Mesías se le da el título de “Padre Eterno”. (Isa 9:6.) Jesús llamó a Satanás el “padre” de ciertos opositores asesinos. (Jn 8:44.) El término también se aplicó a los dioses de las naciones. Por ejemplo: en la poesía de Homero al dios griego Zeus se le representaba como el gran dios padre. En numerosos textos se muestra que “Dios el Padre” tiene un nombre diferente del de su Hijo. (Mt 28:19; Apo 3:12; 14:1.) Pablo conocía el nombre personal de Dios, Jehová, como aparece en el relato de la creación en Génesis, registro del que citó en sus escritos. Ese nombre, Jehová, distingue a “Dios el Padre” (compárese con Isa 64:8), e impide cualquier intento de fusionar o mezclar su identidad y persona con la de cualquier otro a quien pueda aplicársele el título “dios” o “padre”.
No es un dios tribal. A Jehová se le llama el “Dios de Israel” y el “Dios de sus antepasados”. (1Cr 17:24; Éx 3:16.) Esta asociación íntima con los hebreos y con la nación israelita, sin embargo, no da ninguna razón para circunscribir el nombre al de un dios tribal, como algunos han hecho. El apóstol cristiano Pablo escribió: “[¿]Es él el Dios de los judíos únicamente? ¿No lo es también de gente de las naciones? Sí, de gente de las naciones también”. (Ro 3:29.) Jehová no es solo el “Dios de toda la tierra” (Isa 54:5), sino también el Dios del universo, “el Hacedor del cielo y de la tierra”. (Sl 124:8.) En el pacto que Jehová había celebrado con Abrahán casi dos mil años antes del tiempo de Pablo, había prometido bendiciones para gente de todas las naciones, mostrando así Su interés en toda la humanidad. (Gé 12:1-3; compárese con Hch 10:34, 35; 11:18.)
Finalmente, Jehová Dios rechazó a la nación de Israel debido a su infidelidad. No obstante, su nombre continuaría asociado con la nueva nación del Israel espiritual, la congregación cristiana, incluso cuando esa nueva nación empezara a aceptar en su seno a los que no eran judíos. Cuando el discípulo Santiago presidió una asamblea cristiana en Jerusalén, dijo que Dios había “[dirigido] su atención a las naciones [no judías] para sacar de entre ellas un pueblo para su nombre”. Como prueba de que se había predicho con anterioridad, Santiago citó una profecía del libro de Amós en la que aparece dos veces el nombre de Jehová. (Hch 15:2, 12-14; Am 9:11, 12.)
En las Escrituras Griegas Cristianas. En vista de las pruebas presentadas, parece muy extraño que las copias manuscritas existentes del texto original de las Escrituras Griegas Cristianas no contengan el nombre divino en su forma completa. Por ello el nombre tampoco se encuentra en la mayoría de las traducciones del llamado Nuevo Testamento. Sin embargo, en estas traducciones sí aparece en su forma abreviada como parte de la expresión “Aleluya”, “Aleluia” o “Haleluia”. (Apo 19:1, 3, 4, 6; BAS; BC; BJ; LT; Val, 1868.) Esta expresión (“¡Alaben a Jah!” [NM]), pronunciada por hijos celestiales de Dios, hace patente que el nombre divino no estaba en desuso; es más, era tan importante y pertinente como lo había sido en el período precristiano. Entonces, ¿a qué se debe la ausencia de su forma completa en las Escrituras Griegas Cristianas?
¿Por qué no se encuentra el nombre Jehová en los manuscritos antiguos de las E.G.C.? Durante mucho tiempo se ha argumentado que como los escritores inspirados de las Escrituras Griegas Cristianas hicieron sus citas de las Escrituras Hebreas basándose en la Septuaginta, y en esta versión se había sustituido el Tetragrámaton por los términos Ký·ri·os o The·ós, el nombre de Jehová no debió aparecer en sus escritos. Como se ha mostrado, este argumento ya no es válido. Al comentar sobre el hecho de que los fragmentos más antiguos de la Septuaginta sí contienen el nombre divino en su forma hebrea, el doctor P. Kahle dice: “Ahora sabemos que el texto griego de la Biblia [la Septuaginta], en tanto fue escrito por y para judíos, no tradujo el nombre divino por kyrios, sino que en esos MSS [manuscritos] se conservó el Tetragrámaton con letras hebreas o griegas. Fueron los cristianos quienes reemplazaron el Tetragrámaton por kyrios cuando el nombre divino escrito en letras hebreas ya no se entendía”. (The Cairo Geniza, Oxford, 1959, pág. 222.) ¿Cuándo se produjo este cambio en las traducciones griegas de las Escrituras Hebreas?
Debió producirse en el transcurso de los siglos que siguieron a la muerte de Jesús y sus apóstoles. En la versión griega de Aquila, del siglo II E.C., el Tetragrámaton todavía aparecía en caracteres hebreos. Alrededor del año 245 E.C., el famoso erudito Orígenes produjo su Héxapla, una reproducción a seis columnas de las Escrituras Hebreas inspiradas que contenía: 1) el texto hebreo y arameo original, 2) una transliteración al griego del texto hebreoarameo, 3) la versión de Aquila, 4) la versión de Símaco, 5) la Septuaginta y 6) la versión de Teodoción. Basándose en las copias incompletas que se conocen actualmente, el profesor W. G. Waddell dice: “En la Héxapla de Orígenes [...] las versiones griegas de Aquila, Símaco y LXX [la Septuaginta] representan JHWH por ; en la segunda columna de la Héxapla, el Tetragrámaton está escrito en caracteres hebreos”. (The Journal of Theological Studies, Oxford, vol. 45, 1944, págs. 158, 159.) Otros creen que el texto original de la Héxapla de Orígenes empleó caracteres hebreos para el Tetragrámaton en todas sus columnas. Orígenes mismo dijo que “en los manuscritos más fieles EL NOMBRE está escrito con caracteres hebreos, no del hebreo moderno, sino del arcaico”.
En fecha tan tardía como el siglo IV E.C., Jerónimo, el autor de la traducción denominada Vulgata latina, dice en su prólogo a los libros de Samuel y Reyes: “Y hallamos el nombre de Dios, el Tetragrámaton [ ], en ciertos volúmenes griegos aun en la actualidad expresado con las letras antiguas”. En una carta escrita en Roma en 384 E.C., Jerónimo dice: “El noveno [nombre de Dios es] tetragrammo, que los hebreos tuvieron por [a·nek·fó·në·ton], esto es, ‘inefable’, y se escribe con estas tres letras: iod, he, uau, he. Algunos no lo han entendido por la semejanza de estas letras y, al hallarlo en los códices griegos, escribieron de ordinario π π [letras griegas que corresponden a las romanas pi pi]”. (Cartas de San Jerónimo, Carta 25 a Marcela.)
De modo que los llamados cristianos que “reemplazaron el Tetragrámaton por Ký·ri·os” en las copias de la Septuaginta no fueron los discípulos primitivos de Jesús, sino personas de siglos posteriores, cuando la predicha apostasía estaba bien desarrollada y había corrompido la pureza de las enseñanzas cristianas. (2Te 2:3; 1Ti 4:1.)
Jesús y sus discípulos lo usaron. Así que, con toda seguridad, en los días de Jesús y sus discípulos el nombre divino aparecía en las Escrituras, tanto en los manuscritos hebreos como en los griegos. ¿Emplearon ellos el nombre divino en su conversación y escritura? En vista de que Jesús condenó las tradiciones de los fariseos (Mt 15:1-9), sería sumamente irrazonable pensar que él y sus discípulos se dejaran influir por las ideas farisaicas (como las que se registran en la Misná) a este respecto. Por otra parte, el propio nombre de Jesús significa “Jehová Es Salvación”. Él declaró: “Yo he venido en el nombre de mi Padre” (Jn 5:43); enseñó a sus seguidores a orar: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre” (Mt 6:9); dijo que hacía sus obras “en el nombre de [su] Padre” (Jn 10:25), y la noche de su muerte dijo en oración que había puesto de manifiesto el nombre de su Padre a sus discípulos, y pidió: “Padre santo, vigílalos por causa de tu propio nombre”. (Jn 17:6, 11, 12, 26.) En vista de lo antedicho, cuando Jesús citó o leyó de las Escrituras Hebreas, ciertamente pronunció el nombre de Dios: Jehová. (Compárese Mt 4:4, 7, 10 con Dt 8:3; 6:16; 6:13; Mt 22:37 con Dt 6:5; Mt 22:44 con Sl 110:1; y Lu 4:16-21 con Isa 61:1, 2.) Como es lógico, los discípulos de Jesús, entre ellos los escritores inspirados de las Escrituras Griegas Cristianas, siguieron su ejemplo a este respecto.
¿Por qué, entonces, no aparece el nombre en los manuscritos disponibles de las Escrituras Griegas Cristianas, o el llamado Nuevo Testamento? Seguramente porque los manuscritos que hoy tenemos (del siglo III E.C. en adelante) se hicieron después que se alteró el texto original de los apóstoles y discípulos. Los copistas posteriores sin duda reemplazaron el nombre divino —el Tetragrámaton— por los términos Ký·ri·os y The·ós. (GRABADO, vol. 1, pág. 324.) Los hechos muestran que eso es justo lo que ocurrió en copias posteriores de la Versión de los Setenta de las Escrituras Hebreas.
Se recupera el nombre divino en la traducción. Basándose en estos hechos, algunos traductores han incluido el nombre “Jehová” en sus traducciones de las Escrituras Griegas Cristianas. The Emphatic Diaglott, una traducción del siglo XIX hecha por Benjamin Wilson, utiliza el nombre Jehová varias veces, en particular donde los escritores cristianos citan de las Escrituras Hebreas. Pero ya había empezado a aparecer el Tetragrámaton en traducciones de las Escrituras Griegas Cristianas al hebreo por lo menos desde 1533, cuando apareció en una de Anton Margaritha. En otras traducciones al hebreo que se hicieron desde entonces, los traductores usaron el Tetragrámaton en los lugares donde el escritor inspirado citaba de un pasaje de las Escrituras Hebreas que incluía el nombre divino.
Sobre lo propio de este proceder, nótese lo que dijo R. B. Girdlestone, anterior director del Wycliffe Hall (Oxford), antes de que se conociesen los manuscritos que mostraban que en un principio en la Septuaginta aparecía el nombre Jehová. Dice: “Si aquella versión [la Septuaginta] hubiera retenido el término [Jehová], o siquiera hubiera utilizado una palabra griega para Jehová y otra para ʼĂdônây, es indudable que tal uso se habría retenido en los discursos y argumentaciones del N[uevo] T[estamento]. Así nuestro Señor, al citar el Salmo 110, en lugar de decir, ‘Dijo el Señor a mi Señor’, hubiera podido decir ‘Jehová dijo a ʼĂdônîy’”.
Basándose en esta misma premisa (ya probada cierta), añade: “Supongamos que un erudito cristiano estuviera dedicado a traducir el Nuevo Testamento al hebreo, y que tuviera que considerar, cada vez que apareciera la palabra Κύριος, si había algo en el contexto que diera indicación de su verdadera representante hebrea. Esta es la dificultad que surgiría en la traducción del N[uevo] T[estamento] a todos los lenguajes si se hubiera dejado que el título Jehová se mantuviera en el A[ntiguo] T[estamento] [de la Septuaginta]. Las Escrituras hebreas serían una guía en muchos pasajes. Así, allí donde aparece la expresión ‘el ángel del Señor’, sabemos que el término ‘Señor’ representa a Jehová. A una conclusión similar es a la que se llegaría con la expresión ‘la palabra del Señor’ si se siguiera el precedente establecido por el A[ntiguo] T[estamento]. Lo mismo también en el caso del título ‘el Señor de los ejércitos’. Pero allí donde aparece la expresión ‘mi Señor’ o ‘nuestro Señor’ sabríamos que el término Jehová sería inadmisible, y que el término a utilizar debería ser ʼĂdônây o ʼĂdônîy”. (Sinónimos del Antiguo Testamento, traducción y adaptación de Santiago Escuain, 1986, pág. 51.) Esta premisa ha servido de base a las traducciones de las Escrituras Griegas antes mencionadas para incluir el nombre Jehová.
A este respecto es sobresaliente la Traducción del Nuevo Mundo, usada en toda esta obra, en la que el nombre divino, escrito “Jehová”, aparece 237 veces en las Escrituras Griegas Cristianas. Como ya se ha mostrado, la inclusión del nombre está bien fundada.
Uso y significado del Nombre en tiempos antiguos. A menudo se han aplicado mal los pasajes de Éxodo 3:13-16 y 6:3 para indicar que el nombre de Jehová se le reveló por primera vez a Moisés poco antes del éxodo de Egipto. Es cierto que Moisés formuló la pregunta: “Supongamos que llego ahora a los hijos de Israel y de hecho les digo: ‘El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes’, y ellos de hecho me dicen: ‘¿Cuál es su nombre?’. ¿Qué les diré?”. Pero esto no significa que él o los israelitas no conociesen el nombre de Jehová. El mismo nombre de la madre de Moisés —Jokébed— posiblemente significa “Jehová Es Gloria”. (Éx 6:20.) Seguramente la pregunta de Moisés estaba relacionada con las circunstancias en las que se hallaban los hijos de Israel. Habían sufrido dura esclavitud durante muchas décadas sin ninguna señal de alivio. Es muy probable que se hubiesen infiltrado en el pueblo la duda y el desánimo, y como consecuencia se habría debilitado su fe en el poder y el propósito de Dios de liberarlos. (Véase también Eze 20:7, 8.) Por lo tanto, el que Moisés simplemente dijera que iba en el nombre de “Dios” (ʼElo·hím) o el “Señor Soberano” (ʼAdho·nái) no hubiera significado mucho para los israelitas que sufrían. Sabían que los egipcios tenían sus propios dioses y señores, y sin duda tuvieron que oírles mofas en el sentido de que sus dioses eran superiores al Dios de los israelitas.
Asimismo, se ha de tener presente que en aquel entonces los nombres tenían un significado real, no eran simples “etiquetas” para identificar a una persona, como ocurre hoy día. Moisés sabía que el nombre de Abrán (que significa “Padre Es Alto [Ensalzado]”) se cambió a Abrahán (que significa “Padre de una Muchedumbre [Multitud]”), y que el cambio obedeció al propósito de Dios con respecto a Abrahán. El nombre de Sarai también se cambió a Sara y el de Jacob, a Israel, y en cada caso el cambio puso de manifiesto algo fundamental y profético en cuanto al propósito de Dios para ellos. Moisés bien pudo preguntarse si entonces Jehová se revelaría a sí mismo bajo un nuevo nombre para arrojar luz sobre su propósito con respecto a Israel. El que Moisés fuese a los israelitas en el “nombre” de Aquel que le envió significaba que era su representante, y el peso de la autoridad con la que Moisés hablase estaría determinado por dicho nombre y lo que representaba. (Compárese con Éx 23:20, 21; 1Sa 17:45.) Así pues, la pregunta de Moisés era significativa.
La respuesta de Dios en hebreo fue “ʼEh·yéh ʼAschér ʼEh·yéh”. Aunque algunas versiones traducen esta expresión por “YO SOY EL QUE SOY”, hay que notar que el verbo hebreo (ha·yáh) del que se deriva la palabra ʼEh·yéh no significa simplemente “ser”, sino que, más bien, significa “llegar a ser” o “resultar ser”. No se hace referencia a la propia existencia de Dios, sino a lo que piensa llegar a ser con relación a otros. Por lo tanto, la Traducción del Nuevo Mundo traduce apropiadamente la expresión hebrea supracitada de este modo: “YO RESULTARÉ SER LO QUE RESULTARÉ SER”. Después Jehová añadió: “Esto es lo que has de decir a los hijos de Israel: ‘YO RESULTARÉ SER me ha enviado a ustedes’”. (Éx 3:14, nota.)
Otras traducciones son: “YO RESULTARÉ SER LO QUE EXIGA LA NECESIDAD” y “ÉL HACE QUE LLEGE A SER”. Si, Jehová puede hacer de lo que a nosotros nos parece un desastre, un verdadero triunfo.
Las palabras que siguen a esta declaración muestran que no se estaba produciendo ningún cambio en el nombre de Dios, sino solo una mejor comprensión de su personalidad: “Esto es lo que habrás de decir a los hijos de Israel: ‘Jehová el Dios de sus antepasados, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a ustedes’. Este es mi nombre hasta tiempo indefinido, y este es la memoria de mí a generación tras generación”. (Éx 3:15; compárese con Sl 135:13; Os 12:5.) El nombre Jehová viene de un verbo hebreo que significa “llegar a ser”. Algunos expertos opinan que el nombre significa “Él Hace que Llegue a Ser”. Esta definición encaja bien con el papel de Jehová como Creador de todas las cosas y como Aquel que cumple su propósito. Solo el Dios verdadero podría llevar tal nombre de manera apropiada y legítima.
Lo antedicho ayuda a entender el sentido de lo que después le dijo Jehová a Moisés: “Yo soy Jehová. Y yo solía aparecerme a Abrahán, Isaac y Jacob como Dios Todopoderoso, pero en cuanto a mi nombre Jehová no me di a conocer a ellos”. (Éx 6:2, 3.) Dado que aquellos patriarcas, antepasados de Moisés, habían utilizado muchas veces el nombre Jehová, es obvio que Dios se refería a que se les había manifestado en la dimensión de Jehová solo de manera limitada. Para ilustrarlo: difícilmente se podría decir que aquellas personas que habían conocido a Abrán en realidad le conocieron como Abrahán (“Padre de una Muchedumbre [Multitud]”) mientras solo tenía un hijo, Ismael. A medida que le nacieron Isaac y otros hijos, y estos a su vez tuvieron prole, el nombre Abrahán adquirió mayor significado. Del mismo modo, también el nombre Jehová entonces adquiriría un significado más amplio para los israelitas.
Por lo tanto, “conocer” no significa simplemente estar informado o saber de algo o alguien. Nabal, un hombre insensato, conocía el nombre de David, pero a pesar de eso preguntó: “¿Quién es David?”, como diciendo: “¿Qué importancia tiene él?”. (1Sa 25:9-11; compárese con 2Sa 8:13.) De igual manera, Faraón le dijo a Moisés: “¿Quién es Jehová, para que yo obedezca su voz y envíe a Israel? No conozco a Jehová en absoluto y, lo que es más, no voy a enviar a Israel”. (Éx 5:1, 2.) Con estas palabras Faraón estaba diciendo que no conocía a Jehová como el Dios verdadero, ni como alguien que poseyera autoridad alguna sobre el rey de Egipto y sus asuntos, ni que tuviera poder para llevar a cabo su voluntad como se había anunciado por medio de Moisés y Aarón. Pero entonces Faraón y todo Egipto, así como los israelitas, llegarían a conocer el verdadero significado de ese nombre, la persona a quien representaba. Como Jehová le mostró a Moisés, eso llegaría como resultado de que Él realizase su propósito para con Israel: liberar al pueblo y darle la Tierra Prometida, cumpliendo así el pacto que había hecho con sus antepasados. De este modo, como Dios dijo, “ustedes ciertamente sabrán que yo soy Jehová su Dios”. (Éx 6:4-8; véase TODOPODEROSO.)
Por lo tanto, el profesor de hebreo D. H. Weir dice que los que alegan que en Éxodo 6:2, 3 se revela por primera vez el nombre Jehová “no han estudiado [estos versículos] a la luz de otros textos; de otro modo se hubieran dado cuenta de que la palabra nombre no hace referencia a las dos sílabas que componen la voz Jehová, sino a la idea que esta expresa. Cuando leemos en Isaías cap. LII. 6, ‘Por tanto, mi pueblo sabrá mi nombre’, o en Jeremías cap. XVI. 21, ‘Sabrán que mi nombre es Jehová’, o en los Salmos, Sl. IX [10, 16], ‘Y en ti confiarán los que conocen tu nombre’, vemos en seguida que conocer el nombre de Jehová es algo muy diferente de conocer las cuatro letras que lo componen. Es conocer por experiencia que Jehová es en realidad lo que su nombre expresa que es. (Compárese también con Is. XIX. 20, 21; Eze. XX. 5, 9; XXXIX. 6, 7; Sl LXXXIII. [18]; LXXXIX. [16]; 2 Cr. VI. 33.)”. (The Imperial Bible-Dictionary, vol. 1, págs. 856, 857.)
La primera pareja humana lo conocía. El nombre Jehová no se reveló por primera vez a Moisés, pues el primer hombre ya lo conocía. El nombre aparece por primera vez en el registro divino en Génesis 2:4, después del relato de las obras creativas de Dios, e identifica al Creador de los cielos y la Tierra como “Jehová Dios”. Es razonable pensar que Jehová Dios informó a Adán sobre este relato de la creación. El registro de Génesis no especifica que lo hiciera, pero tampoco dice explícitamente que Jehová le revelara a Adán cuando despertó el origen de su esposa Eva. Sin embargo, las palabras que Adán pronunció al recibir a Eva muestran que se le había informado sobre cómo Dios la había creado a partir de su propio cuerpo. (Gé 2:21-23.) Sin duda hubo mucha comunicación entre Jehová y su hijo terrestre que no se refleja en el breve relato de Génesis.
Eva es el primer ser humano de quien se dice específicamente que usó el nombre de Dios. (Gé 4:1.) Es obvio que su esposo y cabeza, Adán, le enseñó ese nombre, y también fue él quien le comunicó el mandato de Dios concerniente al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo (aunque tampoco en este caso lo especifica el registro). (Gé 2:16, 17; 3:2, 3.)
Como se muestra en el artículo ENÓS, el “invocar el nombre de Jehová” que empezó en los días de Enós, nieto de Adán, fue con falta de fe y de una manera que no tenía la aprobación divina, pues entre Abel y Noé solo de Enoc (no Enós), el hijo de Jared, se dice que ‘anduvo con el Dios verdadero’ en fe. (Gé 4:26; 5:18, 22-24; Heb 11:4-7.) Noé y su familia transmitieron el conocimiento del nombre divino al período posterior al Diluvio, hasta después del tiempo de la dispersión de los pueblos en la Torre de Babel, y llegó al patriarca Abrahán y sus descendientes. (Gé 9:26; 12:7, 8.)
La Persona identificada por el Nombre. Jehová es el Creador de todas las cosas, la gran Primera Causa; por lo tanto, no fue creado, no tuvo principio. (Apo 4:11.) “En número, sus años son inescrutables.” (Job 36:26.) Es imposible determinarle una edad, pues no hay un punto de partida desde el que contar. Aunque no tiene edad, se le llama apropiadamente “el Anciano de Días”, ya que su existencia se remonta al pasado infinito. (Da 7:9, 13.) Tampoco tendrá un fin en el futuro (Apo 10:6), pues es incorruptible y no muere, por lo que se le llama el “Rey de la eternidad” (1Ti 1:17), y para Él mil años son tan solo como una vigilia de unas pocas horas durante la noche. (Sl 90:2, 4; Jer 10:10; Hab 1:12; Apo 15:3.)
A pesar de su intemporalidad, Jehová es preeminentemente un Dios histórico, pues se identifica con tiempos, lugares, personas y acontecimientos específicos. En su relación con la humanidad ha actuado en armonía con un horario exacto. (Gé 15:13, 16; 17:21; Éx 12:6-12; Gál 4:4.) Debido a que su existencia eterna es innegable y constituye el hecho más fundamental del universo, Él ha jurado por ella con las palabras: “Como que vivo yo”, garantizando de este modo la absoluta certeza de sus promesas y profecías. (Jer 22:24; Sof 2:9; Nú 14:21, 28; Isa 49:18.) También ha habido hombres que han jurado por el hecho de la existencia de Jehová. (Jue 8:19; Rut 3:13.) Solo los insensatos dicen: “No hay Jehová”. (Sl 14:1; 10:4.)
Descripciones de su presencia. Ya que es un Espíritu que los humanos no pueden ver (Jn 4:24), cualquier descripción de su apariencia en términos humanos tan solo puede suministrar una idea aproximada de su gloria incomparable. (Isa 40:25, 26.) Aunque no vieron realmente al Creador (Jn 1:18), algunos siervos de Dios recibieron visiones inspiradas de su corte celestial. La descripción de su presencia no solo muestra su gran dignidad y majestad imponente, sino también serenidad, orden, belleza y agradabilidad. (Éx 24:9-11; Isa 6:1; Eze 1:26-28; Da 7:9; Apo 4:1-3; véase también Sl 96:4-6.)
Como se puede observar, estas descripciones emplean metáforas y símiles que asemejan la apariencia de Jehová a cosas que el hombre conoce, como las joyas, el fuego y el arco iris. Incluso se le describe como si tuviera ciertos rasgos humanos. Aunque algunos eruditos han dado demasiada importancia a lo que llaman expresiones antropomórficas de la Biblia (como las referencias a los “ojos”, los “oídos”, el “rostro” [1Pe 3:12], el “brazo” [Eze 20:33], la “diestra” [Éx 15:6] de Dios, etc.), es obvio que tales expresiones son necesarias para que el hombre comprenda la descripción. El que Jehová Dios hubiese dado al hombre una descripción de sí mismo en términos propios de espíritus, sería como plantear ecuaciones de álgebra superior a personas que solo tuviesen los más elementales conocimientos de aritmética, o intentar explicar los colores a una persona ciega de nacimiento. (Job 37:23, 24.)
Por lo tanto, los llamados antropomorfismos nunca deben tomarse de manera literal, así como no se ven literalmente otras referencias metafóricas a Dios, como, por ejemplo, el que se le llame “sol”, “escudo” o “Roca”. (Sl 84:11; Dt 32:4, 31.) La vista de Jehová (Gé 16:13), a diferencia de la de los humanos, no depende de los rayos de luz, por lo que puede ver los actos efectuados en completa oscuridad. (Sl 139:1, 7-12; Heb 4:13.) Su visión puede abarcar toda la Tierra (Pr 15:3), y no necesita ningún equipo especializado para ver crecer el embrión dentro de la matriz humana. (Sl 139:15, 16.) Su oído tampoco depende de las ondas sonoras que se transmiten en la atmósfera, pues puede “oír” expresiones aunque se pronuncien en silencio en los corazones humanos. (Sl 19:14.) El universo es tan inmenso que el hombre no puede llegar a medirlo; sin embargo, ni siquiera los cielos físicos pueden abarcar o contener el lugar de residencia de Dios, mucho menos puede hacerlo una casa o templo terrestre. (1Re 8:27; Sl 148:13.) Por medio de Moisés, Jehová advirtió de manera específica a la nación de Israel que no hiciese ninguna imagen de Él, ya fuese de forma humana o de cualquier otra creación. (Dt 4:15-18.) El relato de Lucas registra la referencia de Jesús de expulsar demonios “por medio del dedo de Dios”, en tanto que el relato de Mateo aclara que Jesús se refería al “espíritu” o fuerza activa de Dios. (Lu 11:20; Mt 12:28; compárese con Jer 27:5 y Gé 1:2.)
Las cualidades personales reveladas en la creación. Ciertas facetas de la personalidad de Jehová se revelan en sus obras creativas, incluso antes de la creación del hombre. (Ro 1:20.) El mismo acto de la creación revela su amor, pues Jehová es autosuficiente y no le falta nada. Por lo tanto, aunque creó cientos de miles de hijos celestiales, ninguno podía añadir nada a Su conocimiento ni contribuir ninguna cualidad deseable o emoción que Él no poseyese ya en grado superlativo. (Da 7:9, 10; Heb 12:22; Isa 40:13, 14; Ro 11:33, 34.)
Naturalmente, esto no significa que Jehová no halle placer en sus criaturas. Como el hombre fue creado “a la imagen de Dios” (Gé 1:27), es lógico que el gozo que un padre humano encuentra en su hijo, sobre todo si este muestra amor filial y actúa con sabiduría, refleje el gozo que Jehová halla en las criaturas inteligentes que le aman y le sirven. (Pr 27:11; Mt 3:17; 12:18.) Este placer no proviene de ninguna ganancia material o física, sino de ver a sus criaturas adherirse voluntariamente a sus normas justas y mostrar altruismo y generosidad. (1Cr 29:14-17; Sl 50:7-15; 147:10, 11; Heb 13:16.) Por el contrario, Jehová ‘se siente herido en su corazón’ cuando algunas de sus criaturas adoptan un mal camino, desprecian su amor, acarrean oprobio a su nombre y hacen sufrir cruelmente a otras personas. (Gé 6:5-8; Sl 78:36-41; Heb 10:38.)
A Jehová también le agrada ejercer su poder, bien sea creando o de otro modo, pues sus obras siempre tienen un propósito definido y un buen motivo. (Sl 135:3-6; Isa 46:10, 11; 55:10, 11.) Como el Dador generoso de “toda dádiva buena y todo don perfecto”, se deleita en recompensar con bendiciones a sus hijos e hijas fieles. (Snt 1:5, 17; Sl 35:27; 84:11, 12; 149:4.) Sin embargo, aunque es un Dios de afecto y ternura, su felicidad no depende en absoluto de sus criaturas, ni tampoco sacrifica los principios justos por sentimentalismo.
Jehová también mostró amor al conceder al primer Hijo celestial que creó el privilegio de participar con Él en toda la obra creativa posterior, tanto espiritual como material. Además, bondadosamente hizo que este hecho se llegase a conocer, con la consiguiente honra para su Hijo. (Gé 1:26; Col 1:15-17.) De modo que no temió una posible competencia, sino, más bien, ejerció completa confianza en su propia y legítima Soberanía (Éx 15:11), así como en la lealtad y devoción de su Hijo. Dios da a sus hijos celestiales una libertad relativa en el desempeño de sus deberes, incluso al permitirles en ciertas ocasiones ofrecer sus puntos de vista en cuanto a cómo llevarán a cabo cierta asignación en particular. (1Re 22:19-22.) ★Jehová valora a quienes lo obedecen - La humildad - (2-2-2021-Pg.4-§9)
Como señaló el apóstol Pablo, las cualidades invisibles de Jehová también se manifiestan en su creación material. (Ro 1:19, 20.) Su vasto poder nos deja maravillados; las enormes galaxias de miles de millones de estrellas son simples ‘obras de sus dedos’ (Sl 8:1, 3, 4; 19:1), y la riqueza de su sabiduría es tal, que el entendimiento que los hombres tienen de la creación física aún después de miles de años de investigación no es más que un “susurro” comparado con un poderoso trueno. (Job 26:14; Sl 92:5; Ec 3:11.) La actividad creativa de Jehová con respecto al planeta Tierra siguió un orden lógico y un programa definido (Gé 1:2-31), lo que hizo de la Tierra una joya en el espacio (como la llamaron los astronautas del siglo XX).
Cómo se reveló al hombre en Edén. ¿Con qué personalidad se dio a conocer Jehová a sus primeros hijos humanos? Como hombre perfecto, Adán tendría que haber concordado con las palabras posteriores del salmista: “Te elogiaré porque de manera que inspira temor estoy maravillosamente hecho. Tus obras son maravillosas, como muy bien percibe mi alma”. (Sl 139:14.) Por lo que veía en su propio cuerpo —sobresalientemente adaptable entre las criaturas terrestres— y en todo lo que le rodeaba, el hombre tenía razón sobrada para sentir un respeto reverencial a su Creador. Cada nuevo animal, ave y pez; cada diferente planta, flor y árbol, y cada campo, bosque, colina, valle y arroyo que el hombre veía, impresionaría en él la profundidad y amplitud de la sabiduría de su Padre y su atrayente personalidad reflejada en la gran variedad de sus obras creativas. (Gé 2:7-9; compárese con Sl 104:8-24.) Todos los sentidos del hombre —vista, oído, gusto, olfato y tacto— indicarían a su mente receptiva que el Creador era sumamente generoso y considerado.
Tampoco se pasaron por alto las necesidades intelectuales de Adán, su necesidad de conversación y de compañerismo, pues su Padre le proveyó una compañera inteligente. (Gé 2:18-23.) Ambos bien pudieron haber cantado a Jehová como lo hizo el salmista: “El regocijo hasta la satisfacción está con tu rostro; hay agradabilidad a tu diestra para siempre”. (Sl 16:8, 11.) Por haber sido objeto de tanto amor, Adán y Eva habrían tenido que saber que “Dios es amor”, la fuente y ejemplo supremo de amor. (1Jn 4:16, 19.)
Más importante aún, Jehová satisfizo las necesidades espirituales del hombre. El Padre de Adán se reveló a su hijo humano, comunicándose con él y encargándole trabajos, cuya realización constituiría la parte principal de la adoración del hombre. (Gé 1:27-30; 2:15-17; compárese con Am 4:13.)
Un Dios de normas morales. El hombre pronto llegó a conocer a Jehová no solo como un Proveedor sabio y generoso, sino también como un Dios de moralidad, con normas definidas sobre lo que es propio e impropio. Pero, además, si Adán conocía el relato de la creación, como se ha indicado, sabría que Jehová también tenía otras normas, pues el relato dice que Jehová vio que sus obras creativas ‘eran muy buenas’, que satisfacían su norma perfecta de calidad y excelencia. (Gé 1:3, 4, 12, 25, 31; compárese con Dt 32:3, 4.)
De no existir normas, no habría manera de determinar o juzgar lo que es bueno o malo ni de medir y reconocer grados de exactitud y excelencia. A este respecto, son de interés las siguientes observaciones de la Encyclopædia Britannica (1959, vol. 21, págs. 306, 307): “Lo que el hombre ha conseguido [en lo que respecta a normalizar o estandarizar] palidece cuando se compara con lo que se observa en la naturaleza. Las constelaciones; las órbitas de los planetas; las propiedades inmutables de conductividad, ductilidad, elasticidad, dureza, permeabilidad, refracción, fuerza o viscosidad de los materiales de la naturaleza, [...] o la estructura de las células, son unos cuantos ejemplos de la asombrosa estandarización de la naturaleza.”
La misma obra realza la importancia de la existencia de normas invariables en la creación material al decir: “Solo mediante la estandarización que se halla en la naturaleza es posible reconocer y clasificar [...] las muchas clases de plantas, peces, aves y animales. Dentro de esas clases, los individuos se parecen unos a otros en los más mínimos detalles estructurales, funcionales y de comportamiento que los caracterizan. [Compárese con Gé 1:11, 12, 21, 24, 25.] Si no fuera por esta estandarización del cuerpo humano, los médicos no sabrían si una determinada persona tiene ciertos órganos ni dónde buscarlos. [...] En realidad, sin las normas de la naturaleza, no podría existir ni una sociedad organizada, ni educación, ni medicina; cada uno de estos conceptos depende de similitudes subyacentes y comparables”.
Adán vio la estabilidad de las obras creativas de Jehová: el ciclo continuo de día y noche, el descenso constante del agua del río de Edén como resultado de la fuerza de la gravedad y un sinnúmero de otros ejemplos que probaban que el Creador de la Tierra no era un Dios de confusión, sino de orden. (Gé 1:16-18; 2:10; Ec 1:5-7; Jer 31:35, 36; 1Co 14:33.) El hombre sin duda vio que esta estabilidad era provechosa para desempeñar la labor y actividades que se le habían asignado. (Gé 1:28; 2:15), pudiendo planear el trabajo con confianza, sin ningún tipo de incertidumbre.
En vista de estos hechos, no le debería parecer extraño al hombre inteligente que Jehová fijara normas que rigieran la conducta humana y su relación con el Creador. La gran calidad de la creación de Jehová le sirvió de ejemplo a Adán para cultivar y cuidar el Edén. (Gé 2:15; 1:31.) Adán también aprendió la norma de Dios para el matrimonio, la monogamia, así como la relación que debía existir entre los cónyuges. (Gé 2:24.) La obediencia a las instrucciones de Dios se subrayaba de manera especial como algo esencial para la vida misma. Puesto que Adán era un humano perfecto, Jehová esperaba de él obediencia perfecta. Él le dio a su hijo terrestre la oportunidad de mostrar amor y devoción al obedecer su mandato de abstenerse de comer de uno de los muchos árboles frutales que había en Edén. (Gé 2:16, 17.) Este mandato era sencillo, pero las circunstancias de Adán entonces también eran sencillas, libres de las complejidades y la confusión que con el tiempo han llegado a existir. Que esta prueba sencilla manifiesta la sabiduría de Jehová, lo subrayan las palabras que Jesucristo pronunció unos cuatro mil años después: “La persona fiel en lo mínimo es fiel también en lo mucho, y la persona injusta en lo mínimo es injusta también en lo mucho”. (Lu 16:10.)
Tanto el orden como las normas establecidas, lejos de restar disfrute a la vida humana, contribuirían al mismo. El artículo sobre “normas” citado de la Encyclopædia Britannica observa lo siguiente acerca de la creación material: “A pesar de todas las muestras de estandarización que hallamos en la naturaleza, nadie la acusa de monotonía. Aunque el espectro de colores consta básicamente de una banda limitada de longitudes de onda, las variaciones y combinaciones que se pueden obtener para deleitar la vista son casi ilimitadas. De manera semejante, todas las bellas melodías de la música llegan al oído mediante un grupo también pequeño de frecuencias”. Asimismo, los requisitos de Dios para la pareja humana le permitían toda la libertad que un corazón justo pudiera desear. No había necesidad de cercarlos con una multitud de leyes y reglas. El ejemplo amoroso que el Creador les puso, así como el respeto y amor que le tenían, los protegería de traspasar los límites propios de su libertad. (Compárese con 1Ti 1:9, 10; Ro 6:15-18; 13:8-10; 2Co 3:17.)
Por lo tanto, Jehová Dios, por su propia Persona, proceder y palabras, era y es la Norma Suprema para todo el universo, la definición y suma de todo lo bueno. Por esa razón, cuando su Hijo estuvo en la Tierra, pudo decirle a un hombre: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino uno solo, Dios”. (Mr 10:17, 18; también Mt 19:17; 5:48.)
Se debe vindicar Su soberanía y santificar Su nombre. Como todo lo relacionado con la persona de Dios es santo, su nombre personal, Jehová, también lo es y por lo tanto debe santificarse. (Le 22:32.) Santificar significa “hacer santo, apartar o estimar algo como sagrado” y, en consecuencia, no usarlo como algo común u ordinario. (Isa 6:1-3; Lu 1:49; Apo 4:8; véase SANTIFICACIÓN.) Debido a la Persona que representa, el nombre de Jehová es “grande e inspirador de temor” (Sl 99:3, 5), “majestuoso” e “inalcanzablemente alto” (Sl 8:1; 148:13), y merecedor de un respeto reverente. (Isa 29:23.)
Puesto que el nombre de Jehová o su reputación también a sido ensuciado con falsas acusaciones asi como enseñanzas falsas como el infierno etc... También es apropiado vindicar o defender el nombre de Jehová de esas acusaciones falsas de Satanás y de las enseñanzas falsas sobre Él.
Profanación del nombre. Así se consideró el nombre divino hasta que los acontecimientos del jardín de Edén resultaron en su profanación. La rebelión de Satanás puso en tela de juicio la reputación de Dios. A Eva le hizo ver que hablaba en nombre de Dios al decirle “Dios sabe”, pero en realidad hizo que dudara del mandato divino, comunicado a Adán, sobre el árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo. (Gé 3:1-5.) Dado que Adán había sido comisionado por Dios y era el cabeza terrestre mediante el que transmitía sus instrucciones a la familia humana, era Su representante en la Tierra. (Gé 1:26, 28; 2:15-17; 1Co 11:3.) Se dice que los que sirven a Dios de este modo ‘ministran en el nombre de Jehová’ y ‘hablan en su nombre’. (Dt 18:5, 18, 19; Snt 5:10.) Por lo tanto, aunque su esposa Eva ya había profanado el nombre de Jehová por su desobediencia, el que Adán también lo hiciera fue un acto especialmente reprensible de falta de respeto al nombre que representaba. (Compárese con 1Sa 15:22, 23.)
La cuestión suprema es de naturaleza moral. Es evidente que el hijo celestial que se convirtió en Satanás sabía que Jehová es un Dios de normas morales, no una persona caprichosa y voluble. Si hubiera sabido que Dios era dado a estallidos violentos e incontrolados, solo podía haber esperado la exterminación instantánea por el proceder que había emprendido. De modo que la cuestión que Satanás hizo surgir en Edén no era simplemente una prueba del poder destructor de Jehová. Más bien, era una cuestión de naturaleza moral: el derecho moral de Dios a ejercer soberanía universal y requerir obediencia y devoción absoluta de todas sus criaturas en todas partes. Las palabras de Satanás a Eva revelan este hecho. (Gé 3:1-6.) De igual manera, el libro de Job relata cómo Jehová hace pública ante una asamblea de hijos angélicos la posición adoptada por su Adversario. Satanás alegó que la lealtad de Job (y, por inferencia, de cualquiera de las criaturas inteligentes de Dios) a Jehová no era sincera, no estaba basada en verdadera devoción y amor genuino. (Job 1:6-22; 2:1-8.)
De modo que la cuestión de la integridad de las criaturas inteligentes era secundaria, o subsidiaria, y se derivaba de la cuestión primaria del derecho de Dios a la soberanía universal. Se requería tiempo para demostrar la veracidad o falsedad de los cargos, para probar la actitud de corazón de las criaturas de Dios y para zanjar tales cuestiones más allá de toda duda. (Compárese con Job 23:10; 31:5, 6; Ec 8:11-13; Heb 5:7-9; véanse MALVADO; INTEGRIDAD.) Por lo tanto, Jehová no ejecutó inmediatamente a la pareja humana rebelde ni al hijo celestial que hizo surgir la cuestión, de modo que llegaron a existir las predichas descendencias que representaban lados opuestos de la cuestión. (Gé 3:15.)
El encuentro de Jesucristo con Satanás en el desierto después de cuarenta días de ayuno confirma que esta cuestión seguía vigente en aquel tiempo. La táctica serpentina que empleó el Adversario de Jehová cuando tentó al Hijo de Dios siguió el modelo puesto en Edén hacía cuatro mil años, y la oferta de Satanás de darle la gobernación sobre los reinos terrestres demostró claramente que la cuestión sobre la soberanía universal no había cambiado. (Mt 4:1-10.) El libro de Apocalipsis muestra que la cuestión seguiría vigente hasta que llegara el tiempo en que Jehová Dios declararía zanjado el caso (compárese con Sl 74:10, 22, 23) y ejecutaría juicio justo sobre todos los opositores mediante su Reino celestial para la completa vindicación y santificación de su sagrado nombre. (Apo 11:17, 18; 12:17; 14:6, 7; 15:3, 4; 19:1-3, 11-21; 20:1-10, 14.)
¿Por qué es de importancia fundamental la santificación del nombre de Dios? Todo el relato bíblico gira en torno a esta cuestión y su solución, y manifiesta el propósito principal de Jehová Dios: la santificación de su nombre. Esta santificación hacía necesario limpiar el nombre de Dios de todo oprobio y falsos cargos, es decir, vindicarlo. Pero requería mucho más que eso: requería que todas las criaturas inteligentes de los cielos y de la Tierra honraran ese nombre como sagrado, lo que, a su vez, significaba que reconocían y respetaban voluntariamente la soberanía de Jehová, y que estaban deseosos de servirle, deleitándose en hacer su divina voluntad por el amor que le profesan. La oración de David a Jehová registrada en el Salmo 40:5-10 expresa bien esta actitud y verdadera santificación del nombre de Jehová. (Obsérvese la aplicación que hace el apóstol de partes de este salmo a Cristo Jesús en Heb 10:5-10.)
Por lo tanto, el orden, la paz y el bienestar de todo el universo y sus habitantes dependen de la santificación del nombre de Jehová. Así lo mostró el Hijo de Dios, a la vez que señaló el medio de Jehová para realizar su propósito, cuando enseñó a sus discípulos a orar a Dios: “Santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”. (Mt 6:9, 10.) Este propósito fundamental de Jehová provee la clave para entender la razón de sus acciones y el modo de relacionarse con sus criaturas, según se da a conocer en toda la Biblia.
Así, notamos que a la nación de Israel, cuya historia ocupa un buen número de páginas del registro bíblico, se la escogió para ser un ‘pueblo para el nombre’ de Jehová. (Dt 28:9, 10; 2Cr 7:14; Isa 43:1, 3, 6, 7.) Según el pacto de la Ley que Dios hizo con esa nación, la cuestión que cobraba mayor importancia era dar devoción exclusiva a Jehová como Dios y no tomar su nombre de manera indigna, “porque Jehová no dejará sin castigo al que tome su nombre de manera indigna”. (Éx 20:1-7; compárese con Le 19:12; 24:10-23.) Como consecuencia de la manifestación de su poder para salvar y destruir cuando liberó a Israel de Egipto, el nombre de Jehová fue “declarado en toda la tierra”, y la fama de este nombre precedía a Israel en su marcha a la Tierra Prometida. (Éx 9:15, 16; 15:1-3, 11-17; 2Sa 7:23; Jer 32:20, 21.) Como lo expresó el profeta Isaías, “así condujiste a tu pueblo para hacer para ti mismo un nombre hermoso”. (Isa 63:11-14.) Cuando los israelitas manifestaron una actitud rebelde en el desierto, Jehová los trató con misericordia y no los abandonó. Sin embargo, reveló la razón fundamental por la que obró así, al decir: “Me puse a actuar por causa de mi propio nombre para que no fuera profanado delante de los ojos de las naciones”. (Eze 20:8-10.)
A lo largo de la historia de esa nación, Jehová mantuvo ante ellos la importancia de su sagrado nombre. Jehová escogió a Jerusalén, la ciudad capital, con su monte Sión, “para colocar allí su nombre, para hacerlo residir”. (Dt 12:5, 11; 14:24, 25; Isa 18:7; Jer 3:17.) El templo edificado en esa ciudad era la ‘casa para el nombre de Jehová’. (1Cr 29:13-16; 1Re 8:15-21, 41-43.) Lo que se efectuaba en ese templo o en esa ciudad, fuese bueno o malo, afectaba inevitablemente al nombre de Jehová y Él no lo pasaba por alto. (1Re 8:29; 9:3; 2Re 21:4-7.) Profanar el nombre de Jehová en ese lugar resultaría en la destrucción segura de la ciudad y en que Dios abandonara el templo. (1Re 9:6-8; Jer 25:29; 7:8-15; compárese con las acciones y palabras de Jesús en Mt 21:12, 13; 23:38.) Por eso, Jeremías y Daniel rogaron a favor de su pueblo y ciudad pidiendo que Jehová concediese misericordia y ayuda ‘por causa de su propio nombre’. (Jer 14:9; Da 9:15-19.)
Al predecir que purificaría al pueblo que llevaba su nombre y que lo repatriaría a Judá, Jehová les hizo saber de nuevo su interés primordial, al decir: “Y tendré compasión de mi santo nombre [...]. ‘No por causa de ustedes lo hago, oh casa de Israel, sino por mi santo nombre, el cual ustedes han profanado entre las naciones adonde han ido’. ‘Y ciertamente santificaré mi gran nombre, que estaba siendo profanado [...]; y las naciones tendrán que saber que yo soy Jehová —es la expresión del Señor Soberano Jehová— cuando yo sea santificado entre ustedes delante de los ojos de ellas.[’]”. (Eze 36:20-27, 32.)
Estos textos y otros muestran que Jehová no concede a la humanidad una importancia desmesurada. Debido a que todos los hombres son pecadores, en justicia merecen la muerte, y solo se podrá alcanzar la vida gracias a la bondad inmerecida y la misericordia de Dios. (Ro 5:12, 21; 1Jn 4:9, 10.) Jehová no le debe nada a la humanidad, y la vida eterna será un don para los que la alcancen, no un salario merecido. (Ro 5:15; 6:23; Tit 3:4, 5.) Es verdad que Él ha demostrado un amor incomparable a la humanidad (Jn 3:16; Ro 5:7, 8); no obstante, el ver la salvación humana como la cuestión principal o el criterio por medio del cual se puede calibrar la equidad, justicia y santidad de Dios, es contrario a la realidad bíblica y demuestra una perspectiva equivocada. El salmista mostró la perspectiva correcta cuando exclamó con humildad y admiración: “Oh Jehová Señor nuestro, ¡cuán majestuoso es tu nombre en toda la tierra, tú, cuya dignidad se relata por encima de los cielos! Cuando veo tus cielos, las obras de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has preparado, ¿qué es el hombre mortal para que lo tengas presente, y el hijo del hombre terrestre para que cuides de él?”. (Sl 8:1, 3, 4; 144:3; compárese con Isa 45:9; 64:8.) La santificación del nombre de Jehová Dios significa con toda razón más que la vida de la humanidad entera. Por lo tanto, según lo expresó el Hijo de Dios, el hombre debe amar a su prójimo como se ama a sí mismo, pero debe amar a Dios con todo su corazón, mente, alma y fuerzas. (Mr 12:29-31.) Esto significa amar a Jehová Dios más que a los parientes, los amigos o la vida misma. (Dt 13:6-10; Apo 12:11; compárese con la actitud de los tres hebreos en Da 3:16-18; véase CELOSO [CELO, CELOS].)
Este punto de vista bíblico no debería disgustar a nadie, antes bien, debería acrecentar el aprecio por el Dios verdadero. Dado que Jehová podía, con toda justicia, haber puesto fin a la humanidad pecaminosa, el que hiciera provisión para que algunos se salvaran enaltece aún más la grandeza de su misericordia y su bondad inmerecida. (Jn 3:36.) No se deleita en la muerte de los inicuos (Eze 18:23, 32; 33:11); sin embargo, no va a permitir que escapen de la ejecución de su juicio. (Am 9:2-4; Ro 2:2-9.) Es paciente y sufrido, y tiene preparada la salvación para los obedientes (2Pe 3:8-10); no obstante, no va a tolerar indefinidamente una situación que ocasione oprobio a su encumbrado nombre. (Sl 74:10, 22, 23; Isa 65:6, 7; 2Pe 2:3.) También muestra compasión y comprensión en lo que tiene que ver con las debilidades humanas, perdonando “en gran manera” a los arrepentidos (Sl 103:10-14; 130:3, 4; Isa 55:6, 7); de todas formas, no excusa a las personas de las responsabilidades por sus propias acciones y las consiguientes repercusiones en ellos mismos y en sus familias. Cada uno siega lo que siembra. (Dt 30:19, 20; Gál 6:5, 7, 8.) De este modo, Jehová muestra un equilibrio hermoso y perfecto entre la justicia y la misericordia. Los que entienden estas cuestiones correctamente, según se revelan en su Palabra (Isa 55:8, 9; Eze 18:25, 29-31), no cometerán el grave error de tratar a la ligera su bondad inmerecida o ‘dejar de cumplir su propósito’. (2Co 6:1; Heb 10:26-31; 12:29.) ★"Santificado sea tu nombre" - (ns-1961)
Cualidades y normas inmutables. Jehová dijo al pueblo de Israel: “Yo soy Jehová; no he cambiado”. (Mal 3:6.) Estas palabras se pronunciaron unos tres mil quinientos años después de la creación de la humanidad, y habían pasado unos mil quinientos años desde que Dios había hecho el pacto con Abrahán. Aunque hay quien alega que el Dios que se revela en las Escrituras Hebreas difiere del que revelaron Jesucristo y los escritores de las Escrituras Griegas Cristianas, la investigación muestra que esta alegación carece de fundamento. El discípulo Santiago dijo correctamente de Dios: “Con él no hay la variación del giro de la sombra”. (Snt 1:17.) No hubo ningún tipo de ‘ablandamiento’ de la personalidad de Jehová Dios con el transcurso de los siglos, pues no era necesario. Su severidad, según se revela en las Escrituras Griegas Cristianas, no es menor, ni su amor mayor, que al principio de su relación con la humanidad en Edén.
Las aparentes diferencias de personalidad en realidad no son más que aspectos diversos de su misma personalidad inmutable. Estas diferencias son el resultado de las diversas circunstancias que se presentan y de las personas con las que se trata, lo que hace necesarias distintas actitudes o relaciones. (Compárese con Isa 59:1-4.) No fue Jehová quien cambió, sino Adán y Eva, que se colocaron en una posición en la que las normas justas e inmutables de Jehová ya no permitían una relación con ellos como parte de su amada familia universal. Siendo perfectos, eran completamente responsables de su transgresión deliberada (Ro 5:14), y por lo tanto estaban más allá de los límites de la misericordia divina. De todos modos, Jehová les mostró bondad inmerecida, proveyéndoles vestiduras y permitiéndoles vivir por siglos fuera del santuario de Edén y dar a luz hijos antes de que a la postre murieran debido a los efectos de su propio proceder pecaminoso. (Gé 3:8-24.) Parece ser que después de su expulsión de Edén, cesó toda comunicación divina con Adán y su esposa.
Por qué puede tratar con humanos imperfectos. Las normas justas de Jehová hicieron posible que tratara de manera distinta con la prole de Adán y Eva que con ellos mismos. ¿Por qué? Debido a que la prole de Adán heredó el pecado, empezaron involuntariamente su vida como criaturas imperfectas con una inclinación innata hacia el mal. (Sl 51:5; Ro 5:12.) Siendo así, existía base para mostrarles misericordia. La primera profecía de Jehová (Gé 3:15), dada cuando pronunció juicio en Edén, mostró que la rebelión de sus primeros hijos humanos (y uno de sus hijos celestiales) no había amargado a Jehová ni acabado con su amor. Aquella profecía señaló en términos simbólicos hacia el enderezamiento de los efectos de esa rebelión y el restablecimiento de las condiciones a su perfección original, aunque su significado completo no se reveló hasta miles de años después. (Compárense los simbolismos de la “serpiente”, la “mujer” y la “descendencia” en Apo 12:9, 17; Gál 3:16, 29; 4:26, 27.)
Jehová ha permitido que los descendientes de Adán continúen viviendo sobre la Tierra por miles de años, aunque imperfectos y en una condición moribunda, no siendo capaces de liberarse por sí mismos de las garras mortíferas del pecado. El apóstol cristiano Pablo explicó por qué permitió Jehová esta situación, diciendo: “Porque la creación fue sujetada a futilidad, no de su propia voluntad, sino por aquel [a saber, Jehová Dios] que la sujetó, sobre la base de la esperanza de que la creación misma también será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación sigue gimiendo juntamente y estando en dolor juntamente hasta ahora”. (Ro 8:20-22.) Como se expresa en el artículo PRESCIENCIA, PREDETERMINACIÓN, no hay nada que indique que Jehová se decidiera a ejercer su presciencia para prever la desviación de la pareja original. Sin embargo, cuando esta se produjo, Jehová sí predeterminó los medios para corregir sus consecuencias. (Ef 1:9-11.) Por fin, este secreto sagrado, encerrado en la profecía simbólica de Edén, se reveló por completo en el Hijo primogénito de Jehová, enviado a la Tierra para que pudiese “dar testimonio acerca de la verdad” y “por la bondad inmerecida de Dios gustase la muerte por todo hombre”. (Jn 18:37; Heb 2:9; véase RESCATE.)
Por consiguiente, el que Dios tuviese tratos con ciertos descendientes del pecador Adán y los bendijese, no indicó ningún cambio en las normas de justicia perfecta de Jehová. Con ello no aprobaba su condición pecaminosa. Debido a la absoluta seguridad de que sus propósitos se cumplirán, Jehová “llama las cosas que no son como si fueran” (como cuando a Abrán le llamó “Abrahán”, que significa “Padre de una Muchedumbre [Multitud]”, aunque él y Sara todavía no habían tenido un hijo). (Ro 4:17.) Como Jehová sabía que al debido tiempo (Gál 4:4) proveería un rescate, el medio legal para perdonar el pecado y eliminar la imperfección (Isa 53:11, 12; Mt 20:28; 1Pe 2:24), sobre esa base siempre podría relacionarse con hombres imperfectos, herederos del pecado, y tenerlos a su servicio. Podía hacerlo porque tenía la base legal para ‘contarlos’ o considerarlos como personas justas debido a la fe en sus promesas y, finalmente, en el cumplimiento de dichas promesas en Cristo Jesús como el sacrificio perfecto por los pecados. (Snt 2:23; Ro 4:20-25.) Así, el rescate que proveyó Jehová y los beneficios que de él se derivaron no solo dan un testimonio innegable del amor y la misericordia de Dios, sino también de su fidelidad a sus propias normas elevadas de justicia, pues mediante el rescate manifiesta “su propia justicia en esta época presente, para que él sea justo hasta al declarar justo [aunque sea imperfecto] al hombre que tiene fe en Jesús”. (Ro 3:21-26; compárese con Isa 42:21; véase DECLARAR JUSTO.) ★Nuestro Padre, Jehová, nos ama profundamente - (2-2-2020-Pg.2)
Por qué pelea el ‘Dios de paz’. La declaración que Jehová hizo en Edén de que pondría enemistad entre la descendencia de su adversario y la descendencia de la “mujer”, no significó que dejara de ser el ‘Dios de paz’. (Gé 3:15; Ro 16:20; 1Co 14:33.) Puede compararse con lo que sucedió en tiempo de Jesucristo, quien, después de referirse a su unión con su Padre celestial, dijo: “No piensen que vine a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada”. (Mt 10:32-40.) El ministerio de Jesús provocó divisiones, incluso dentro de las familias (Lu 12:51-53), pero tales divisiones se debieron a su adherencia a las normas y verdades justas de Dios, así como a la proclamación de ellas. Las divisiones se produjeron porque muchas personas endurecieron sus corazones con respecto a estas verdades, mientras que otros las aceptaron. (Jn 8:40, 44-47; 15:22-25; 17:14.) No podía ser de otro modo si habían de seguirse y sostenerse los principios divinos; pero la culpa descansaría sobre aquellos que rechazaran estos principios rectos.
Del mismo modo, se predijo que habría esa enemistad porque las normas perfectas de Jehová no permitirían pasar por alto el proceder rebelde de la “descendencia” de Satanás. Dios desaprobaría a estos y bendeciría a aquellos que se adhiriesen a un proceder justo, con el consiguiente efecto divisivo (Jn 15:18-21; Snt 4:4), como en el caso de Caín y Abel. (Gé 4:2-8; Heb 11:4; 1Jn 3:12; Jud 10, 11; véase CAÍN.)
El proceder rebelde que escogieron los hombres y ángeles inicuos constituyó un desafío a la soberanía legítima de Jehová y al orden universal. Para enfrentarse a este desafío, Jehová ha tenido que hacerse una “persona varonil de guerra” (Éx 15:3-7), y así defender su propio buen nombre y normas justas, luchar a favor de aquellos que le aman y le sirven, y ejecutar juicio sobre los que merecen destrucción. (1Sa 17:45; 2Cr 14:11; Isa 30:27-31; 42:13.) Él no duda en usar su fuerza omnipotente, a veces devastadora, como en el Diluvio, la destrucción de Sodoma y Gomorra y la liberación de Israel de Egipto. (Dt 7:9, 10.) Tampoco teme dar a conocer cualquier detalle de su guerra justa, y no necesita disculparse, pues no tiene nada de qué avergonzarse. (Job 34:10-15; 36:22-24; 37:23, 24; 40:1-8; Ro 3:4.) El respeto a su propio nombre y la justicia que este representa, así como su amor a los que le aman, impulsan su actuación. (Isa 48:11; 57:21; 59:15-19; Apo 16:5-7.)
Las Escrituras Griegas Cristianas enseñan lo mismo. El apóstol Pablo animó a sus compañeros cristianos con las palabras: “El Dios que da paz aplastará a Satanás bajo los pies de ustedes en breve”. (Ro 16:20; compárese con Gé 3:15.) También mostró que es justo que Dios pague con tribulación a los que causan tribulación a sus siervos y traiga destrucción eterna sobre tales opositores. (2Te 1:6-9.) Estas declaraciones están en armonía con la enseñanza del Hijo de Dios, que no dejó lugar a dudas en cuanto a la firme determinación de su Padre de acabar por la fuerza con toda la iniquidad y los que la practican. (Mt 13:30, 38-42; 21:42-44; 23:33; Lu 17:26-30; 19:27.) En el libro de Apocalipsis se describen muchas acciones de guerra autorizadas por Dios; sin embargo, todo ello lleva, según la sabiduría de Jehová, a que llegue a haber paz universal duradera, fundada sólidamente en el derecho y la justicia. (Isa 9:6, 7; 2Pe 3:13.)
Relación con el Israel carnal y el espiritual. De igual manera, muchas de las diferencias entre las Escrituras Hebreas y las Griegas Cristianas obedecen fundamentalmente a que las primeras tratan sobre la relación de Jehová con el Israel carnal y las segundas recogen sobre todo su relación con el Israel espiritual, la congregación cristiana. De modo que por un lado tenemos a una nación cuyos millones de miembros lo son por ascendencia carnal y forman un conglomerado donde se conjuga lo bueno y lo malo, y por otro, una nación espiritual formada por personas que se han acercado a Dios mediante Jesucristo, que aman la verdad y la justicia y que se dedican personal y voluntariamente a hacer la voluntad de Jehová. Como es lógico, la manera de actuar de Dios con los dos grupos tenía que ser diferente, siendo el primero más proclive a merecer las expresiones de la ira y la severidad de Dios que el segundo.
En cualquier caso, sería un grave error no percibir los aspectos aleccionadores y reconfortantes de la personalidad de Jehová manifiestos en sus tratos con el Israel carnal. Abundan ejemplos excelentes que muestran que Jehová es la clase de Persona que Él mismo le dijo a Moisés que era: “Jehová, Jehová, un Dios misericordioso y benévolo, tardo para la cólera y abundante en bondad amorosa y verdad, que conserva bondad amorosa para miles, que perdona error y transgresión y pecado, pero de ninguna manera dará exención de castigo, que hace venir el castigo por el error de padres sobre hijos y sobre nietos, sobre la tercera generación y sobre la cuarta generación”. (Éx 34:4-7; compárese con Éx 20:5.)
Las facetas sobresalientes de la personalidad de Jehová son el amor y la gran paciencia, aunque equilibradas por la justicia, como muestra la historia de Israel, un pueblo altamente favorecido que en su mayor parte fue de “dura cerviz” y “duro corazón” al tratar con su Creador. (Éx 34:8, 9; Ne 9:16, 17; Jer 7:21-26; Eze 3:7.) Las fuertes denuncias y condenas que Jehová dirigió a Israel en repetidas ocasiones mediante sus profetas solo sirven para recalcar la grandeza de su misericordia y el sorprendente alcance de su gran paciencia. Al término de más de mil quinientos años de tratar con ellos e incluso después de que su propio Hijo murió por instigación de los líderes religiosos de la nación, Jehová siguió favoreciendo a los judíos durante tres años y medio, limitando misericordiosamente la predicación de las buenas nuevas a ese pueblo y extendiéndole de este modo una oportunidad más de que se beneficiara del privilegio de reinar con su Hijo, oportunidad que miles de arrepentidos aprovecharon. (Hch 2:1-5, 14-41; 10:24-28, 34-38; véase SETENTA SEMANAS.)
Jesucristo debió aludir a la declaración de Jehová citada antes en cuanto a ‘traer el castigo sobre los descendientes de los ofensores’ cuando dijo a los escribas y fariseos hipócritas: “Dicen: ‘Si hubiéramos estado en los días de nuestros antepasados, no hubiéramos sido partícipes con ellos en la sangre de los profetas’. Así que dan testimonio contra ustedes mismos de que son hijos de los que asesinaron a los profetas. Bueno, pues, llenen hasta el colmo la medida de sus antepasados”. (Mt 23:29-32.) A pesar de sus pretensiones, estas personas demostraron por su proceder que aprobaban las malas acciones de sus antepasados y probaron que ellos mismos seguían estando entre ‘los que odian a Jehová’. (Éx 20:5; Mt 23:33-36; Jn 15:23, 24.) Por ello, a diferencia de los judíos que se arrepintieron y prestaron atención a las palabras del Hijo de Dios, sufrieron los efectos del juicio divino contenido cuando años después tuvo lugar el sitio y la destrucción de Jerusalén, que resultó en la muerte de la mayor parte de su población. Podían haber escapado, pero escogieron no aprovecharse de la misericordia de Jehová. (Lu 21:20-24; compárese con Da 9:10, 13-15.)
Su personalidad reflejada en su Hijo. Jesucristo fue en todos los aspectos un fiel reflejo de la hermosa personalidad de su Padre, Jehová Dios, en cuyo nombre vino. (Jn 1:18; Mt 21:9; Jn 12:12, 13; compárese con Sl 118:26.) Jesús dijo: “El Hijo no puede hacer ni una sola cosa por su propia iniciativa, sino únicamente lo que ve hacer al Padre. Porque cualesquiera cosas que Aquel hace, estas cosas también las hace el Hijo de igual manera”. (Jn 5:19.) De esto se desprende, por lo tanto, que la bondad y la compasión, la apacibilidad y la ternura, así como el intenso amor a la justicia y el odio a la iniquidad que Jesús demostró (Heb 1:8, 9), son cualidades que había observado en su Padre, Jehová Dios. (Compárese Mt 9:35, 36 con Sl 23:1-6 e Isa 40:10, 11; Mt 11:27-30 con Isa 40:28-31 y 57:15, 16; Lu 15:11-24 con Sl 103:8-14; Lu 19:41-44 con Eze 18:31, 32 y 33:11.)
Todo amador de la justicia que lee las Escrituras inspiradas y que verdaderamente llega a “conocer” con entendimiento el significado completo del nombre de Jehová (Sl 9:9, 10; 91:14; Jer 16:21), no le faltan razones para amar y bendecir ese nombre (Sl 72:18-20; 119:132; Heb 6:10), alabarlo y ensalzarlo (Sl 7:17; Isa 25:1; Heb 13:15), temerlo y santificarlo (Ne 1:11; Mal 2:4-6; 3:16-18; Mt 6:9), confiar en él (Sl 33:21; Pr 18:10) y decir con el salmista: “Ciertamente cantaré a Jehová durante toda mi vida; ciertamente produciré melodía a mi Dios mientras yo sea. Sea placentera mi meditación acerca de él. Yo, por mi parte, me regocijaré en Jehová. Los pecadores serán acabados de sobre la tierra; y en cuanto a los inicuos, ya no serán. Bendice a Jehová, oh alma mía. ¡Alaben a Jah!”. (Sl 104:33-35.)
Gusten y vean
Un ateo dictaba una conferencia ante un gran auditorio defendiendo la inexistencia de Dios. Después de haber finalizado su discurso, desafió a cualquiera que tuviese preguntas a que subiera a la plataforma. Un hombre que había sido bien conocido en la localidad por su adicción a las bebidas alcohólicas, pero que había encontrado recientemente la verdad de la Biblia que lo liberó de su problema aceptó la invitación y sacando una naranja del bolsillo comenzó a pelarla lentamente. El conferencista le pidió que hiciera la pregunta; el hombre, continuó tranquilamente pelando la naranja en silencio, al término de lo cual, se la comió.
Se volvió al conferenciante y le preguntó: “¿Estaba dulce o agria?”.
Aquel hombre regenerado por el amor de Dios respondió entonces: |
¿Dónde se halla el nombre de Dios en las traducciones de la Biblia que se usan comúnmente hoy día?
★La Versión Torres Amat: El nombre de Jehová se halla en Salmo 82:19 (83:18); Isaías 42:8; pero usa “ADONAI” en Éxodo 6:3; y sustituye el nombre de Dios por “Señor” en la mayoría de los casos.
★Versión Moderna: En esta traducción se usa consecuentemente el nombre Jehová en las Escrituras Hebreas, comenzando en Génesis 2:4. También aparece en una nota al margen en Hebreos 1:10.
★La Biblia al Día: El nombre de Jehová aparece en Éxodo 3:15; 6:3. Véanse también Génesis 22:14, Éxodo 17:15, Jueces 6:24 y Ezequiel 48:35. (Pero si esta traducción de la Biblia y otras traducciones usan el nombre “Jehová” en varios lugares, ¿por qué no son consecuentes y lo emplean en todos los lugares en que aparece el tetragrámaton en el texto hebreo?)
★Traducción de Felipe Scío de San Miguel: En una nota sobre Éxodo 6:3 dice: “Jehovah [...] Este nombre Adonai no se debe tomar en su propia significación, que es Señor, sino como está en el hebreo יהוה [...] Era tan grande la veneración que le profesaban, considerándole como el propio y esencial de Dios, y como la raíz y fundamento de los otros nombres del Señor, que solamente el Sumo Pontífice solía pronunciarlo públicamente cuando bendecía al pueblo en el templo [...] Después de la ruina del templo cesó enteramente de pronunciarse, y así se olvidó su primitiva y verdadera pronunciación; de donde se originó la variedad de opiniones, que hay en esta parte entre los Expositores”. En esta versión también se usa el nombre Jehovah en notas sobre otros textos. Véanse, por ejemplo, las notas sobre Génesis 17:1, Éxodo 34:5 e Isaías 42:8. (Es interesante notar que The Catholic Encyclopedia, 1913, tomo VIII, pág. 329, declara: “Jehovah, el nombre propio de Dios en el Antiguo Testamento; por consiguiente los judíos lo llamaban el nombre por excelencia, el gran nombre, el único nombre”.)
★El libro del pueblo de Dios, la Biblia, por Levoratti-Trusso: Dice en la nota sobre Génesis 4:26 “‘El Señor’: siguiendo una costumbre judía, algunas versiones antiguas y modernas de la Biblia sustituyen con esta expresión el nombre del Dios de Israel, que en el texto hebreo aparece solamente con sus cuatros consonantes: YHWH. Hacia el siglo IV a. C., los Judíos dejaron de pronunciar ese nombre y lo sustituyeron por Adonai, “el Señor”. De allí que sea difícil saber cómo se lo pronunciaba realmente aunque varios indicios sugieren que la pronunciación correcta es Yahvé”. (Véase también la nota sobre Éxodo 3:13-15.)
★Biblia de Jerusalén: El tetragrámaton se traduce Yahvéh, comenzando en Génesis 2:4, que es el primer lugar donde aparece.
★Traducción del Nuevo Mundo: En esta traducción se usa el nombre Jehová tanto en las Escrituras Hebreas como en las Escrituras Griegas Cristianas, y aparece un total de 7.210 veces.
★Traducción de Cantera-Iglesias: En Génesis 2:4, 5; 3:11, 14, y en otros lugares usa Yahveh seguido por “’Ëlohim”.
★La Versión Valera: El nombre Jehová aparece por todas las Escrituras Hebreas. También en la nota al margen (versión de 1977) en Mateo 26:64.
★The Emphatic Diaglott de Benjamin Wilson: El nombre Jehová (escrito: Jehovah) se halla en Mateo 21:9 y en otros 17 lugares en esta traducción en inglés de las Escrituras Griegas Cristianas.
★El Nuevo Testamento, por Pablo Besson: El nombre Jehová aparece unas 120 veces (Yahvé, y variantes, 4 veces) en el Índice de las citas.
★The Holy Scriptures According to the Masoretic Text—A New Translation (Las Santas Escrituras según el texto masorético—Una nueva traducción), versión en inglés por la Sociedad de Publicaciones Judías de América, Max Margolis editor en jefe: En Éxodo 6:3 aparece el tetragrámaton hebreo en el texto inglés.
★La Nueva Biblia, Latinoamérica: Se puede hallar el nombre Yavé por todas las Escrituras Hebreas, y en una nota sobre Éxodo 3:15 se afirma que los judíos cambiaron la escritura Yavé por Yehovah.
★Versión Popular: No utiliza el nombre de Dios, pero en una nota sobre Éxodo 6:2 dice: “EL SEÑOR. Siguiendo las tradiciones judía y cristiana antiguas, se ha traducido por Señor el nombre divino representado por las cuatro consonantes hebreas YHWH”.
¿Por qué muchas traducciones no usen el nombre personal de Dios, o lo usen sólo unas cuantas veces?
¿Utilizaron el nombre Jehová los escritores inspirados de las Escrituras Griegas Cristianas?
¿Cuál es la forma correcta del nombre divino: Jehová (Jehovah), o Yavé (Yahvé, Yahvéh y Yahweh)?
¿Por qué es importante conocer el nombre de Dios y usarlo?
¿Por qué muchas traducciones no usen el nombre de Dios, o lo usan poco? El prefacio de la Revised Standard Version (Versión Normal Revisada, en inglés) explica: “Por dos razones el Comité ha vuelto al uso más familiar empleado por la Versión del Rey Jaime: 1) la palabra ‘Jehovah’ no representa con exactitud ninguna forma del Nombre que se haya usado en hebreo; y 2) el uso de cualquier nombre propio para el Dios que es uno y único, como si hubiera otros dioses de los cuales él tuviera que ser distinguido, fue descontinuado en el judaísmo antes de la era cristiana y es enteramente inapropiado para la fe universal de la Iglesia Cristiana”. (Así, han confiado en su propio punto de vista en cuanto a lo que es apropiado como la base para remover de la Santa Biblia el nombre personal del Autor Divino de ella, cuyo nombre aparece en el hebreo original más a menudo que cualquier otro nombre o cualquier título. Reconocen que siguen el ejemplo de los partidarios del judaísmo, de quienes Jesús dijo: “Han invalidado ustedes la palabra de Dios a causa de su tradición”. [Mat. 15:6.])
Los traductores que se han sentido obligados a incluir el nombre personal de Dios por lo menos una vez, o quizás varias veces, en el texto principal, aunque no lo hagan todas las veces que el nombre aparece en hebreo, evidentemente han seguido el ejemplo de William Tyndale, quien incluyó el nombre divino en su traducción del Pentateuco, publicada en 1530, rompiendo así con la práctica de excluir completamente el nombre de Dios.
¿Utilizaron el nombre Jehová los escritores de las Escrituras Griegas Cristianas?
Jerónimo, del cuarto siglo, escribió: “Mateo, quien también es Leví, y quien de publicano llegó a ser apóstol, compuso primero un Evangelio de Cristo en Judea en el lenguaje y caracteres hebreos para beneficio de los circuncisos que habían creído” (De viris inlustribus, cap. III). Este Evangelio contiene 11 citas directas de porciones de las Escrituras Hebreas en las que se halla el tetragrámaton. No hay razón para creer que Mateo no citara los pasajes tal como estaban escritos en el texto hebreo del cual citó.
Otros escritores inspirados que contribuyeron al contenido de las Escrituras Griegas Cristianas citaron centenares de pasajes de la Septuaginta, una traducción al griego de las Escrituras Hebreas. Muchos de estos pasajes contenían el tetragrámaton hebreo en el mismísimo texto griego de las copias primitivas de la Septuaginta o Versión de los Setenta. En conformidad con la propia actitud de Jesucristo con relación al nombre de su Padre, los discípulos de Jesús retendrían ese nombre en esas citas. (Compárese con Juan 17:6, 26.)
En Journal of Biblical Literature, George Howard, de la Universidad de Georgia (E.U.A.), escribió: “Es realidad conocida que los judíos de habla griega continuaron escribiendo יהוה en sus Escrituras en griego. Además, parece muy poco probable que los primeros cristianos de entre los judíos de habla griega, que serían conservadores, siguieran una práctica diferente. Aunque en referencias secundarias a Dios ellos probablemente usaron los vocablos [Dios] y [Señor], hubiera sido extremadamente raro el que hubieran removido del texto bíblico mismo el tetragrámaton. [...] Puesto que el tetragrámaton todavía se escribía en las copias de la Biblia griega que componía las Escrituras de la iglesia primitiva, es razonable creer que los escritores del N[uevo] T[estamento], al citar de la Escritura, conservaron el tetragrámaton en el texto bíblico. [...] Pero cuando fue removido del A[ntiguo] T[estamento] griego, fue removido también de las citas del A[ntiguo] T[estamento] en el N[uevo] T[estamento]. Así, pues, para algún tiempo al principio del siglo segundo el uso de reemplazos [sustitutivos para el nombre de Dios] tiene que haber desplazado al tetragrámaton en ambos testamentos” (vol. 96, núm. 1, marzo de 1977, págs. 76, 77).
¿Cuál es la forma correcta: Jehová, Jehovah o Yavé, Yahvé, Yahvéh, Yahweh? Ningún humano hoy día puede estar seguro de cómo se pronunciaba originalmente en hebreo. ¿Por qué no? El hebreo de la Biblia se escribía originalmente sólo con consonantes, sin vocales. Cuando el idioma se usaba todos los días, los lectores fácilmente suplían las vocales correspondientes. Sin embargo, con el tiempo los judíos cultivaron la idea supersticiosa de que era incorrecto pronunciar en voz alta el nombre personal de Dios, y por eso usaron expresiones sustitutivas. Siglos más tarde, eruditos judíos desarrollaron un sistema de puntuación por medio del cual indicaban las vocales que se debían usar cuando se leía el hebreo antiguo, pero pusieron las vocales correspondientes a las expresiones sustitutivas alrededor de las cuatro consonantes que representaban el nombre divino. De modo que la pronunciación original del nombre divino se perdió.
Muchos escriturarios favorecen la grafía “Yahweh”, pero hay incertidumbre, y no existe acuerdo entre ellos. Por otro lado, “Jehová” es la forma del nombre que más rápidamente se reconoce, porque se ha usado en español por siglos, y cuando se escribe con “h” final, al igual que otras formas, conserva las cuatro consonantes del tetragrámaton hebreo.
En The Emphasised Bible (La Biblia con énfasis), J. B. Rotherham usó la forma Yahweh por todas las Escrituras Hebreas. Sin embargo, posteriormente usó la forma “Jehovah” en sus Studies in the Psalms (Estudios sobre los Salmos). Explicó: “JEHOVAH... El empleo de esta forma inglesa del nombre Conmemorativo [...] en la actual versión del Salterio no brota de duda alguna en cuanto a la pronunciación más correcta, que es Yahwéh; más bien, únicamente de evidencia práctica, seleccionada personalmente, de lo deseable que es mantener la comunicación con el oído y el ojo públicos en un asunto de esta clase, en que lo principal es la intención de que se reconozca fácilmente el nombre Divino” (Londres, 1911, pág. 29).
Después de considerar varias pronunciaciones del nombre, el profesor alemán Gustav Friedrich Oehler llegó a esta conclusión: “Desde este punto en adelante uso la palabra Jehovah, porque la realidad es que este nombre en la actualidad ha llegado a estar más naturalizado en nuestro vocabulario, y no puede ser reemplazado” (Theologie des Alten Testaments, segunda edición, Stuttgart, 1882, pág. 143).
El erudito jesuita Paul Joüon declara: “En nuestras traducciones, en lugar de la forma (hipotética) Yahweh, hemos usado la forma Jéhovah [...] que es la forma literaria convencional que se usa en francés” (Grammaire de l’hébreu biblique, Roma, 1923, nota al pie de la pág. 49).
Muchos nombres cambian hasta cierto grado en la traducción de un idioma a otro. Jesús nació judío, y su nombre en hebreo quizás se pronunciaba Ye-shu´a´, pero los escritores inspirados de las Escrituras Cristianas no titubearon en usar la forma griega del nombre, I-e-sous´. En la mayoría de los otros idiomas, la pronunciación es levemente diferente, pero usamos libremente la forma que es común en nuestra lengua. Lo mismo aplica en el caso de otros nombres bíblicos. Entonces, ¿cómo podemos mostrar el debido respeto por Aquel a quien pertenece el más importante de todos los nombres? ¿Sería mediante nunca pronunciar ni escribir Su nombre porque no sabemos exactamente cómo se pronunciaba originalmente? Más bien, ¿no sería mediante usar la pronunciación y la forma de escribirlo que sean más comunes en nuestro idioma, a la vez que hablamos bien del Poseedor de ese nombre y, como adoradores de Él, nos comportamos de una manera que lo honre?
¿Por qué es importante conocer el nombre de Dios y usarlo?
¿Tiene usted una relación íntima con alguien cuyo nombre personal desconozca? Para las personas que creen que Dios no tiene nombre, a menudo él es simplemente una fuerza impersonal, no una persona real, no alguien a quien ellas conozcan y amen y a quien puedan hablar desde el corazón en oración. Si oran, sus oraciones son sencillamente una ceremonia, una repetición formalista de expresiones aprendidas de memoria.
Los cristianos verdaderos han recibido de parte de Jesús la comisión de hacer discípulos de gente de todas las naciones. Cuando se enseña a estas personas, ¿cómo podrían ellas identificar al Dios verdadero como diferente de los dioses falsos de las naciones? Solamente mediante Su nombre personal, como lo hace la Biblia misma. (Mat. 28:19, 20; 1 Cor. 8:5, 6.)
Éxo. 3:15: “Dios le dijo [...] a Moisés: ‘Esto es lo que habrás de decir a los hijos de Israel: “Jehová el Dios de sus antepasados [...] me ha enviado a ustedes.” Este es mi nombre hasta tiempo indefinido, y éste es el memorial de mí a generación tras generación.’”
Isa. 12:4: “¡Den gracias a Jehová! Invoquen su nombre. Den a conocer entre los pueblos sus tratos. Hagan mención de que su nombre está puesto en alto.”
Eze. 38:17, 23: “Esto es lo que ha dicho el Señor Soberano Jehová: ‘[...] Y ciertamente me engrandeceré y me santificaré y me daré a conocer delante de los ojos de muchas naciones; y tendrán que saber que yo soy Jehová.’”
Mal. 3:16: “Los que estaban en temor de Jehová hablaron unos con otros, cada uno con su compañero, y Jehová siguió prestando atención y escuchando. Y un libro de recuerdo empezó a ser escrito delante de él para los que estaban en temor de Jehová y para los que pensaban en su nombre.”
Juan 17:26: “[Jesús dijo en oración a su Padre:] Yo les [es decir, a sus seguidores] he dado a conocer tu nombre y lo daré a conocer, para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en unión con ellos.”
Hech. 15:14: “Simeón ha contado cabalmente cómo Dios por primera vez dirigió su atención a las naciones para tomar de entre ellas un pueblo para su nombre.”
Esta expresión que, con algunas variaciones, se halla en las Escrituras 283 veces, traduce las palabras hebreas Yeho·wáh tseva·`óhth, y la mayor parte de las veces aparece en los libros proféticos, sobre todo en Isaías, Jeremías y Zacarías. Pablo y Santiago usaron la expresión transliterada al griego en sus escritos cuando citaron de las profecías o hicieron referencia a ellas. (Ro 9:29; Snt 5:4; compárese con Isa 1:9.)
La palabra hebrea en singular tsa·vá´ (pl. tseva·`óhth) significa básicamente un ejército literal de soldados o fuerzas de combate, como en Génesis 21:22; Deuteronomio 20:9 y muchos otros textos; sin embargo, el término también se usa en un sentido figurado, como en “los cielos y la tierra y todo su ejército” o “el sol y la luna y las estrellas, todo el ejército de los cielos”. (Gé 2:1; Dt 4:19.) La forma plural (tseva·`óhth) se emplea varias veces para referirse a las fuerzas israelitas, como en Éxodo 6:26; 7:4; Números 33:1 y Salmo 44:9; 60:10. Algunos eruditos creen que en la expresión “Jehová de los ejércitos”, el término “ejércitos” no solo incluye las fuerzas angélicas, sino también el ejército israelita y los cuerpos celestes inanimados. Sin embargo, parece ser que los “ejércitos” indicados son principalmente, si no de manera exclusiva, las fuerzas angélicas.
Cuando Josué vio a un visitante angélico cerca de Jericó y le preguntó si estaba del lado de Israel o del enemigo, la respuesta fue: “No, sino que yo... como príncipe del ejército de Jehová he venido ahora”. (Jos 5:13-15.) El profeta Micaya les dijo a los reyes Acab y Jehosafat: “Ciertamente veo a Jehová sentado sobre su trono, y a todo el ejército de los cielos de pie junto a él, a su derecha y a su izquierda”, refiriéndose con claridad a los hijos celestiales de Jehová. (1Re 22:19-21.) El uso del plural en la expresión “Jehová de los ejércitos” es apropiado, puesto que a las fuerzas angélicas no solo se las representa divididas en querubines, serafines y ángeles (Isa 6:2, 3; Gé 3:24; Apo 5:11), sino también formando grupos organizados, de manera que Jesucristo pudo decir que a su llamada acudirían “más de doce legiones de ángeles”. (Mt 26:53.) En la súplica que Ezequías dirigió a Jehová por ayuda, le llamó “Jehová de los ejércitos, el Dios de Israel, sentado sobre los querubines”, lo que debía ser una alusión al arca del pacto y a las figuras de querubines que había sobre la cubierta, y que simbolizaban el trono celestial de Jehová. (Isa 37:16; compárese con 1Sa 4:4; 2Sa 6:2.) Se tranquilizó al temeroso siervo de Eliseo con una visión milagrosa en la que vio las montañas que rodeaban la ciudad sitiada, donde residía el profeta, ‘llenas de caballos y carros de guerra de fuego’, parte de las huestes angélicas de Jehová. (2Re 6:15-17.)
Por lo tanto, la expresión “Jehová de los ejércitos” transmite la idea de poder, el poder que posee el gobernante soberano del universo, quien tiene a su mando numerosas fuerzas de espíritus. (Sl 103:20, 21; 148:1, 2; Isa 1:24; Jer 32:17, 18.) Este hecho nos induce a tener profundo respeto y temor, y al mismo tiempo también es fuente de consuelo y ánimo para los siervos de Jehová. Solo y sin recibir ayuda de ninguna fuerza militar terrestre, David desafió al terrible filisteo Goliat en “el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de las líneas de batalla de Israel”. (1Sa 17:45.) No solo en tiempo de guerra literal, sino también en otras situaciones angustiosas o de importancia, el pueblo de Dios en conjunto e individualmente podía cobrar ánimo y tener esperanza al reconocer la majestad de la posición soberana de Jehová, reflejada en su control de las poderosas fuerzas que sirven desde sus cortes celestiales. (1Sa 1:9-11; 2Sa 6:18; 7:25-29.) El hecho de que los profetas usasen la expresión “Jehová de los ejércitos” suministró otra razón para que los que escuchaban las profecías estuvieran seguros de su cumplimiento.
¿Por qué es adecuado llamar a Dios “Jehová de los ejércitos”? (En 1 Samuel 1:3 es la primera vez que aparece esta expresión en M.; 1 Samuel 1:11; Ro 9:29; Snt 5:4). Como Soberano, Jehová comanda un extenso ejército de ángeles, cuyo potencial destructivo es impresionante (Josué 5:13-15; 1 Reyes 22:19; Isaías 37:36). Aunque la muerte de seres humanos nunca sea una escena grata, debemos recordar que las guerras divinas no son comparables a los mezquinos conflictos humanos. Las agresiones del hombre siempre están marcadas por la codicia y el egoísmo, por mucho que las justifiquen políticos y militares alegando motivos nobles.
Esta es la traducción de la expresión Yehwáh Schám·mah, que se aplica a la ciudad que vio el profeta Ezequiel en su visión registrada en los capítulos 40 al 48. (Eze 48:35.) Según la descripción, la ciudad de la visión es cuadrada (4.500 codos de lado [2.331 m.]) y tiene 12 puertas, cada una con el nombre de una de las tribus de Israel. (Eze 48:15, 16, 31-34.) La ciudad de la visión profética de Ezequiel pertenecerá a “toda la casa de Israel”. (Eze 45:6.) El nombre Jehová-Samah o “Jehová Mismo Está Allí” debe significar una presencia representativa de Dios como la que se expresa en otros textos, tales como: Salmo 46:5; 132:13, 14; Isaías 24:23; Joel 3:21 y Zacarías 2:10, 11, donde se dice que Jehová, a quien el ‘cielo de los cielos no puede contener’, reside en una ciudad o lugar terrestre. (1Re 8:27; véase también PRINCIPAL.)
Cualidad o estado de santo; limpieza o pureza espiritual; condición de sagrado. El término hebreo original, qó·dhesch, transmite la idea de separación, exclusividad o santificación para Dios, quien es santo; la condición de estar apartado para Su servicio. En las Escrituras Griegas Cristianas, las palabras que se traducen “santo” (há·gui·os) y “santidad” (ha·gui·a·smós [también santificación]; ha·gui·ó·tës; ha·gui·ö·sy·në) se refieren asimismo a la condición de estar separados para Dios; se usan además para referirse a la santidad como una cualidad divina y a la pureza o perfección en la conducta de una persona.
Jehová. La cualidad de santidad pertenece a Jehová. (Éx 39:30; Zac 14:20.) Cristo Jesús llamó a Dios “Padre santo”. (Jn 17:11.) A los que están en los cielos se les representa diciendo de viva voz: “Santo, santo, santo es Jehová de los ejércitos”, atribuyéndole así santidad, limpieza en grado superlativo. (Isa 6:3; Apo 4:8; compárese con Heb 12:14.) Él es el Santísimo, superior a todos los demás en santidad. (Pr 30:3; la forma plural de la palabra hebrea que se traduce “Santísimo” aquí se usa para denotar excelencia y majestad.) Las palabras “La santidad pertenece a Jehová” aparecían grabadas en la brillante lámina de oro sobre el turbante del sumo sacerdote, como recordatorio constante para los israelitas de que Jehová es la Fuente de toda santidad. Esta lámina se llamaba “la santa señal de dedicación”, lo que mostraba que el sumo sacerdote estaba apartado para un servicio de santidad especial. (Éx 28:36; 29:6.) En la canción de victoria de Moisés después de la liberación a través del mar Rojo, Israel cantó: “¿Quién entre los dioses es como tú, oh Jehová? ¿Quién es como tú, que resultas poderoso en santidad?”. (Éx 15:11; 1Sa 2:2.) Como garantía adicional de que su palabra se llevará a cabo, Jehová incluso ha jurado por su santidad. (Am 4:2.)
El nombre de Dios es sagrado, apartado de toda profanación. (1Cr 16:10; Sl 111:9.) El nombre de Jehová tiene que ser tenido como santo, santificado sobre todos los demás. (Mt 6:9.) La falta de respeto a su nombre merece la pena de muerte. (Le 24:10-16, 23; Nú 15:30.)
Como Jehová Dios es quien ha dado origen a todos los principios y leyes justos (Snt 4:12) y es la base de toda santidad, cualquier persona o cosa que sea santa llega a serlo debido a estar relacionada con Él y su adoración. Nadie puede tener entendimiento o sabiduría a menos que tenga conocimiento del Santísimo. (Pr 9:10.) La única manera de adorar a Jehová es con santidad. Si alguien que afirma adorarle practica la inmundicia, resulta detestable a su vista. (Pr 21:27.) Cuando Jehová predijo que abriría una calzada para que su pueblo regresase a Jerusalén desde el exilio en Babilonia, dijo: “Será llamada el Camino de la Santidad. El inmundo no pasará por ella”. (Isa 35:8.) El pequeño resto que regresó en 537 a.E.C. fue de todo corazón a restaurar la adoración verdadera con buenos motivos, motivos santos, no por razones políticas o egoístas. (Compárese con la profecía de Zac 14:20, 21.)
★ - Jehová - [¿Por qué es fundamental la santificación del nombre de Dios?]
★Santificación - [Jehová Dios]
★"Santificado sea tu nombre" - (ns-1961)
★Siga andando por el “Camino de la Santidad” - (2-5-2023-Pg.14)
Su espíritu santo. El espíritu o fuerza activa de Jehová esta sujeto a Su control y siempre lleva a cabo Su propósito. Es limpio, puro y santo, apartado por Dios para un uso provechoso. Por esa razón se dice que su espíritu es “santo” y es “el espíritu de santidad”. (Sl 51:11; Lu 11:13; Ro 1:4; Ef 1:13.) Cuando el espíritu santo actúa sobre una persona, se constituye en una fuerza que impele a actuar con santidad o limpieza. Todo comportamiento inmundo o impropio en algún sentido presupone resistir o “contristar” ese espíritu. (Ef 4:30.)
Aunque es una fuerza impersonal, puede ser ‘contristado’ por cuanto es una expresión de la personalidad de Dios. Toda práctica impropia tiende a ‘apagar el fuego del espíritu’ (1Te 5:19), y si esa práctica continuase, el espíritu santo de Dios se ‘sentiría herido’, lo que resultaría en que Dios considerase a la persona manifiestamente rebelde como su enemigo. (Isa 63:10.) Quien contriste al espíritu santo podría incluso blasfemar contra él, un pecado que, según dijo Jesús, no será perdonado ni en este sistema de cosas ni en el venidero. (Mt 12:31, 32; Mr 3:28-30; véase ESPÍRITU.)
Jesucristo. Jesucristo es, en un sentido especial, el Santo de Dios. (Hch 3:14; Mr 1:24; Lu 4:34.) Debe su santidad al Padre, quien lo creó como Hijo unigénito, y conservó su santidad como la criatura celestial más allegada al Padre. (Jn 1:1; 8:29; Mt 11:27.) Cuando se transfirió su vida a la matriz de la muchacha virgen María, nació como un Hijo de Dios humano y santo. (Lu 1:35.) Ha sido el único ser humano que ha mantenido santidad perfecta y sin pecado, y que al fin de su vida terrestre todavía era “leal, sin engaño, incontaminado, separado de los pecadores”. (Heb 7:26.) Fue ‘declarado justo’ por mérito propio. (Ro 5:18.) Los demás humanos solo pueden obtener un estado de santidad ante Dios sobre la base de la santidad de Cristo, y dicho estado se consigue ejerciendo fe en su sacrificio de rescate. Esa es una “santísima fe”, y si se conserva, servirá para mantener a la persona en el amor de Dios. (Jud 20, 21.)
Otras personas. Se consideraba santos a todos los miembros de la nación de Israel debido a que Dios los había escogido y santificado al introducirlos como propiedad especial en una relación de pacto exclusivo con Él. Les dijo que si le obedecían serían “un reino de sacerdotes y una nación santa”. (Éx 19:5, 6.) Por medio de la obediencia, “verdaderamente [resultarían] santos a su Dios”. Dios los exhortó: “Deben resultar santos, porque yo Jehová su Dios soy santo”. (Nú 15:40; Le 19:2.) Las leyes dietéticas, sanitarias y morales que Dios les dio les recordaban constantemente su condición de separados y santos para Dios. Las restricciones que imponían estas leyes eran una fuerza poderosa que limitaba en gran manera la relación con sus vecinos paganos, y fue una protección para mantener santo a Israel. Por otro lado, si la nación desobedecía sus leyes, perdería su condición santa ante Dios. (Dt 28:15-19.)
Aunque Israel era santa como nación, a ciertos israelitas se les consideraba santos de una manera especial. Los sacerdotes, en particular el sumo sacerdote, estaban apartados para servir en el santuario y representaban al pueblo ante Dios. En esa calidad, eran santos y tenían que mantener la santidad con el fin de poder llevar a cabo su servicio y que Dios continuara viéndolos como santos. (Le 21; 2Cr 29:34.) Los profetas y otros escritores bíblicos inspirados eran hombres santos. (2Pe 1:21.) El apóstol Pedro llama “santas” a las mujeres de tiempos antiguos que fueron fieles a Dios. (1Pe 3:5.) Los soldados de Israel eran considerados santos durante una campaña militar, pues las batallas que peleaban eran las guerras de Jehová. (Nú 21:14; 1Sa 21:5, 6.) Todos los varones primogénitos de Israel eran santos para Jehová, ya que Jehová había librado de la muerte a los primogénitos cuando se celebró la Pascua en Egipto; le pertenecían a Él. (Nú 3:12, 13; 8:17.) Por esta razón, todos los hijos primogénitos tenían que ser redimidos en el santuario. (Éx 13:1, 2; Nú 18:15, 16; Lu 2:22, 23.) Una persona (hombre o mujer) que hiciera un voto de vivir como nazareo, era santo durante el período abarcado por el voto. Este tiempo se apartaba para dedicarlo completamente a algún servicio especial a Jehová. El nazareo tenía que observar ciertos requisitos legales, y si violaba alguno de ellos, quedaba inmundo. En ese caso tenía que hacer un sacrificio especial para recuperar su estado de santidad. Los días transcurridos antes de haberse hecho inmundo no contaban para su nazareato; debía empezar de nuevo a cumplir su voto. (Nú 6:1-12.)
Lugares. La presencia de Jehová puede santificar un determinado lugar. (Cuando se apareció a ciertos hombres, lo hizo por medio de ángeles en representación suya; Gál 3:19.) En la ocasión en la que Moisés estuvo frente a la zarza que ardía oyendo la voz de un ángel que le hablaba en representación de Jehová, se le dijo que estaba de pie en suelo santo. (Éx 3:2-5.) A Josué se le recordó que se hallaba sobre suelo santo cuando un ángel, el príncipe de los ejércitos de Jehová, se materializó ante él. (Jos 5:13-15.) Cuando Pedro recordó la transfiguración de Jesús y la voz de Jehová que entonces se oyó, llamó a aquel lugar “la santa montaña”. (2Pe 1:17, 18; Lu 9:28-36.)
El patio del tabernáculo era suelo santo. Según la tradición, los sacerdotes oficiaban descalzos porque tenían que acceder al santuario, lugar que estaba relacionado directamente con la presencia de Jehová. De hecho, los dos compartimientos del santuario tenían por nombre “el Lugar Santo” y “el Santísimo”, en orden de proximidad al arca del pacto. (Heb 9:1-3.) Igualmente el templo que más tarde se edificó en Jerusalén era santo. (Sl 11:4.) Debido a que el santuario y el “trono de Jehová” se hallaban en el monte Sión y en Jerusalén, respectivamente, se consideraba que ambos lugares eran santos. (1Cr 29:23; Sl 2:6; Isa 27:13; 48:2; 52:1; Da 9:24; Mt 4:5.)
Al ejército de Israel se le instó a mantener el campamento libre de excremento humano o de cualquier otro tipo de contaminación, “porque —se les dijo— Jehová tu Dios está andando en tu campamento [...] y tu campamento tiene que resultar santo, para que él no vea en ti nada indecente y ciertamente se aparte de acompañarte”. (Dt 23:9-14.) En este caso en concreto puede verse la relación de la limpieza física con la santidad.
Períodos de tiempo. Israel tenía apartados ciertos días o períodos de tiempo, que consideraban santos, no porque hubiese en ellos cierta santidad intrínseca o inherente, sino por ser sazones de observancia especial en la adoración de Jehová. Al apartar estos períodos, Dios pensaba en el bienestar y la edificación espiritual de su pueblo. Uno de esos períodos era el sábado semanal. (Éx 20:8-11.) En estos días el pueblo podía concentrar su atención en la ley de Dios y en enseñarla a sus hijos. Otros días de convocación santa o sábado eran: el primer día del mes séptimo (Le 23:24) y el Día de Expiación, que correspondía con el décimo día del mes séptimo. (Le 23:26-32.) Los períodos de fiesta, en particular ciertos días de dichos períodos, se observaban como “convocaciones santas”. (Le 23:37, 38.) Tales fiestas eran la Pascua y la fiesta de las tortas no fermentadas (Le 23:4-8), el Pentecostés o fiesta de las semanas (Le 23:15-21) y la fiesta de las cabañas o de la recolección. (Le 23:33-36, 39-43; véase CONVOCACIÓN.)
Además, cada séptimo año era un año sabático, un año completo de santidad. Durante el año sabático tenía que dejarse sin cultivar la tierra; esta provisión, al igual que la del sábado semanal, daba a los israelitas aún más tiempo para estudiar la ley de Jehová, meditar en ella y enseñarla a sus hijos. (Éx 23:10, 11; Le 25:2-7.) Finalmente, cada quincuagésimo año se celebraba un Jubileo, al que también se consideraba santo. Este también era un año sabático, pero además permitía que la nación se recuperase económicamente hasta alcanzar la condición teocrática que Dios había provisto cuando se repartió la tierra. Era un año santo de libertad, descanso y refrigerio. (Le 25:8-12.)
Jehová mandó a los de su pueblo que ‘afligiesen sus almas’ en el Día de Expiación, un día de “convocación santa”. Esto significaba que deberían ayunar, reconocer y confesar sus pecados y sentir un pesar piadoso por haberlos cometido. (Le 16:29-31; 23:26-32.) Pero ningún día santo para Jehová tenía que ser un día de llanto y tristeza para su pueblo. Más bien, aquellos días tenían que ser de regocijo y de alabanza a Jehová por sus maravillosas provisiones, gracias a su bondad amorosa. (Ne 8:9-12.)
El día de descanso santo de Jehová. Tras contemplar sus creaciones, Jehová anunció el comienzo de un séptimo día. No se referíaaun día literal de veinticuatro horas, sino a un largo período de descanso durante el cual no ha creado más cosas en la Tierra (Gén. 2:2, 3). Y ese “día” aún no ha terminado. La Biblia no revela cuándo comenzó exactamente, pero fue algún tiempo después de la creación de Eva, la esposa de Adán, hace unos seis mil años.
La Biblia nos muestra que Dios procedió a descansar entonces, y declaró ese séptimo “día” como sagrado o santo. El apóstol Pablo indicó que este gran día de descanso de Jehová era un período de tiempo largo, pues dijo que todavía estaba en curso, y mencionó que los cristianos podían entrar en su descanso por medio de fe y obediencia. Como día santo, sigue siendo un tiempo de alivio y regocijo para los cristianos incluso en medio de un mundo fatigado y afligido por el pecado. (Heb 4:3-10; véase DÍA.)
Objetos. Había ciertas cosas que se apartaban para usarlas en la adoración. Estas llegaban a ser santas debido a que habían sido dedicadas o santificadas para el servicio de Jehová, pero no tenían santidad inherente, de modo que se las pudiese utilizar como amuleto o fetiche. Por ejemplo, uno de los principales objetos santos, el arca del pacto, no les sirvió de amuleto a los dos hijos inicuos de Elí cuando la llevaron con ellos a la batalla contra los filisteos. (1Sa 4:3-11.) Entre las cosas que se santificaron por decreto de Dios estaban: el altar de sacrificio (Éx 29:37), el aceite de la unción (Éx 30:25), el incienso especial (Éx 30:35, 37), las prendas de vestir del sacerdocio (Éx 28:2; Le 16:4), el pan de la proposición (Éx 25:30; 1Sa 21:4, 6) y todos los enseres del santuario. Estos últimos artículos eran: el altar de oro del incienso, la mesa del pan de la proposición y los candelabros, junto con sus utensilios. Muchos de estos objetos se mencionan en 1 Reyes 7:47-51. Estas cosas eran santas también en un sentido mayor, debido a que eran modelos de cosas celestiales y servirían de manera típica para el beneficio de aquellos que iban a heredar la salvación. (Heb 8:4, 5; 9:23-28.)
A la Palabra escrita de Dios se la llama “las santas Escrituras” o “santos escritos”. Se escribió bajo la influencia del espíritu santo y tiene el poder de santificar o hacer santos a aquellos que obedecen sus mandamientos. (Ro 1:2; 2Ti 3:15.)
Animales y productos agrícolas. Los primogénitos machos del ganado vacuno, lanar y cabrío se consideraban santos para Jehová, y no tenían que redimirse. Debían sacrificarse, y una porción se destinaba a los sacerdotes, quienes estaban santificados. (Nú 18:17-19.) Los primeros frutos y el diezmo eran santos, y también lo eran todos los sacrificios y todas las dádivas santificadas para el servicio del santuario. (Éx 28:38.) Todas las cosas santas para Jehová eran sagradas, y no se podían considerar a la ligera o usarse de una manera común o profana. Un ejemplo de ello es la ley concerniente al diezmo. Por ejemplo, si un hombre apartaba el diezmo de su cosecha de trigo, y luego él u otro de su casa tomaba sin querer algo de ello para uso doméstico, como pudiera ser para cocinar, esa persona era culpable de violar la ley de Dios con respecto a las cosas santas. La Ley requería que hiciera compensación al santuario de una cantidad igual más el 20%, y además tenía que ofrecer como sacrificio un carnero sano del rebaño. De esta manera se generaba un gran respeto por las cosas santas que pertenecían a Jehová. (Le 5:14-16.)
Santidad cristiana. El Caudillo de los cristianos, el Hijo de Dios, nació en santidad (Lu 1:35), y mantuvo esa santificación o santidad durante toda su vida terrestre. (Jn 17:19; Hch 4:27; Heb 7:26.) Su santidad era completa, perfecta, y saturaba todos sus pensamientos, palabras y acciones. Al mantener su santidad incluso hasta el punto de sufrir una muerte sacrificatoria, hizo posible que otros alcanzasen la santidad. En consecuencia, el llamamiento para seguir sus pasos es un “llamamiento santo”. (2Ti 1:9.) Los que reciben ese llamamiento llegan a ser los ungidos de Jehová, los hermanos espirituales de Jesucristo, y se les llama “santos” o “consagrados”. (Ro 15:26; Ef 1:1; Flp 4:21; compárese con NBE.) Reciben santidad ejerciendo fe en el sacrificio de rescate de Cristo. (Flp 3:8, 9; 1Jn 1:7.) De modo que la santidad no es inherente en ellos o no les pertenece a ellos por su propio mérito, sino que les llega a través de Jesucristo. (Ro 3:23-26.)
Las muchas referencias bíblicas a miembros vivos de la congregación identificados como “santos” o “consagrados” (NBE) hacen patente que una persona no es santificada o “consagrada” por los hombres o por una organización, ni tiene que esperar hasta después de la muerte para que le hagan “santo” o “santa”. Es “santo” en virtud del llamamiento de Dios para ser coheredero con Cristo. Es santo a los ojos de Dios mientras está sobre la Tierra, con la esperanza de vida celestial en el reino de los espíritus, donde moran Jehová Dios, su Hijo y los santos ángeles. (1Pe 1:3, 4; 2Cr 6:30; Mr 12:25; Hch 7:56.)
La conducta limpia es esencial. Los que tienen esta posición santa ante Jehová se esfuerzan, con la ayuda del espíritu de Dios, por alcanzar la santidad de Dios y de Cristo. (1Te 3:12, 13.) Esto exige estudiar la Palabra de verdad de Dios y aplicarla a su vida. (1Pe 1:22.) Requiere responder a la disciplina de Jehová. (Heb 12:9-11.) De ello se deriva que si una persona es genuinamente santa, seguirá un proceder de santidad, limpieza y rectitud moral. Se exhorta a los cristianos a que presenten sus cuerpos a Dios como sacrificio santo, tal como los sacrificios aceptables que se presentaban en el antiguo santuario también eran santos. (Ro 12:1.) El ser santos en conducta es un mandamiento: “De acuerdo con el Santo que los llamó, háganse ustedes mismos santos también en toda su conducta, porque está escrito: ‘Tienen que ser santos, porque yo soy santo’”. (1Pe 1:15, 16.)
Los que llegan a ser miembros del cuerpo de Cristo son “conciudadanos de los santos y son miembros de la casa de Dios”. (Ef 2:19.) Pasan a ser un templo santo de piedras vivas para Jehová, y constituyen “un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo para posesión especial”. (1Pe 2:5, 9.) Tienen que limpiarse de “toda contaminación de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”. (2Co 7:1.) Si un cristiano tiene hábitos que contaminan o dañan su cuerpo carnal, o lo hacen sucio o inmundo, o si sigue una doctrina o moralidad que va en contra de la Biblia, significa que no ama ni teme a Dios y se está apartando de la santidad. No se puede llevar a cabo la inmundicia y al mismo tiempo permanecer santo.
Las cosas santas deben tratarse con respeto. Si un miembro de la clase del templo usara su cuerpo de manera inmunda, no solo se contaminaría y dañaría a sí mismo, sino también al templo de Dios, y, como se dijo, “si alguien destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo, el cual son ustedes”. (1Co 3:17.) Se ha de tener presente que esa persona ha sido redimida mediante la sangre del Santo de Dios. (1Pe 1:18, 19.) Sufrirá el castigo divino cualquiera que use indebidamente lo que Jehová determina que es santo, sea su propio cuerpo u otra cosa dedicada a Él, o que haga daño o cometa un delito contra otra persona que para Dios es santa. (2Te 1:6-9.)
Dios reveló a Israel su actitud concerniente a tal uso profano de sus posesiones santas. Esto se ve en su ley que prohibía que aquellos que estaban bajo la ley mosaica dieran un uso común o profano a cosas apartadas como santas, cosas como las primicias y el diezmo. (Jer 2:3; Apo 16:5, 6; Lu 18:7; 1Te 4:3-8; Sl 105:15; Zac 2:8.) También se ve en el castigo que Dios trajo sobre Babilonia por el uso incorrecto y malicioso que dio a los vasos de su templo y a la gente de su nación santa. (Da 5:1-4, 22-31; Jer 50:9-13.) En vista de esta actitud de Dios, se recuerda repetidas veces a los cristianos la necesidad de tratar con amor y bondad a los santos de Jehová, es decir, los hermanos espirituales de Jesucristo, y se les alaba por ello. (Ro 15:25-27; Ef 1:15, 16; Col 1:3, 4; 1Ti 5:9, 10; Flm 5-7; Heb 6:10; compárese con Mt 25:40, 45.)
Dios les imputa santidad. Dios también consideró santos a los hombres y mujeres fieles que vivieron antes de que Jesús llegara y abriese el camino a la vida celestial. (Heb 6:19, 20; 10:19, 20; 1Pe 3:5.) Igualmente, una “gran muchedumbre” que no es parte de los 144.000 “sellados” puede disfrutar de santidad ante Dios. A estos se les ve con prendas de vestir limpias, lavadas en la sangre de Cristo. (Apo 7:2-4, 9, 10, 14; véase GRAN MUCHEDUMBRE.) Al debido tiempo, todos los que viven en el cielo y sobre la Tierra serán santos, pues “la creación misma también será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. (Ro 8:20, 21.)
Jehová bendice la santidad. La santidad de una persona implica un mérito concedido por Dios que repercute en la santificación de su familia. Así que si una persona casada es un cristiano santo a la vista de Dios, su cónyuge y los hijos de esta unión, en caso de no ser siervos dedicados de Dios, se benefician del mérito del que es santo. Por esa razón, el apóstol Pablo recomienda: “Si algún hermano tiene esposa incrédula, y sin embargo ella está de acuerdo en morar con él, no la deje; y la mujer que tiene esposo incrédulo, y sin embargo él está de acuerdo en morar con ella, no deje a su esposo. Porque el esposo incrédulo es santificado con relación a su esposa, y la esposa incrédula es santificada con relación al hermano; de otra manera, sus hijos verdaderamente serían inmundos, pero ahora son santos”. (1Co 7:12-14.) El cónyuge limpio, creyente, no se hace inmundo debido a sus relaciones con el cónyuge no creyente, y la familia como un todo no es considerada inmunda a los ojos de Dios. Además, la asociación del creyente con la familia provee a cualquier familiar que no sea creyente muchas oportunidades de hacerse creyente, rehacer su personalidad y presentar su cuerpo “como sacrificio vivo, santo, acepto a Dios”. (Ro 12:1; Col 3:9, 10.) La atmósfera limpia y santa que el creyente que sirve a Dios puede promover resulta en bendición para la familia. (Véase SANTIFICACIÓN - [En el matrimonio].)
Por que es vital para nosotros la santidad del nombre Jehová
Apocalipsis 4:8 dice simbólicamente que los cuatro querubines que están alrededor del trono de Jehová no tienen descanso día y noche mientras dicen: “Santo, santo, santo es Jehová Dios, el Todopoderoso”. ¿Por que es tan importante para ellos y nosotros que se mantenga santo el nombre de Jehová? Para ilustrarlo, vamos a compararlo al depósito central de agua de una ciudad, este es uno de los edificios más bien cuidados y protegidos de las ciudades, ¿Por qué? Imaginémonos el daño que podrían sufrir todos los habitantes de la ciudad, si de alguna manera se contaminase esa agua. Puesto que JEHOVÁ, es la fuente de “toda dádiva buena y todo don perfecto” (Snt 1:17; Apo 22:1), merece toda nuestra gratitud, obediencia, servicio sagrado, alabanza y gloria, como lo hacen los ángeles fieles para mantener santo su gran nombre. ★ - Jehová - [¿Por qué es fundamental la santificación del nombre de Dios?] |
Dominio; dignidad del gobernante, rey, emperador u otra persona que ejerce o posee la autoridad suprema del poder público; fundamento del poder de una persona o grupo en los que se halla depositada la máxima autoridad de un Estado.
En las Escrituras Hebreas aparece con frecuencia la palabra `Adho·nái, y 285 veces la expresión `Adho·nái Yehwíh. `Adho·nái es una forma plural de `a·dhóhn: “señor; amo”. Otra forma plural, `adho·ním, puede aplicarse a hombres simplemente como pluralidad: “señores” o “amos”. Pero el término `Adho·nái sin sufijo siempre se utiliza en las Escrituras con referencia a Dios, indicando el plural excelencia o majestad. Los traductores lo suelen traducir por “Señor”. Cuando acompaña al nombre de Dios (`Adho·nái Yehwíh), como, por ejemplo, en el Salmo 73:28, la expresión se traduce “DIOS el Señor” (BAS), “Señor Dios” (DK, PIB), “Jehová el Señor” (Mod, Val), “Señor Jehovah” (Val, 1989), “`Ádonay Yahveh” (CI), “Señor Yavé” (NC), “Yahweh Dios” (BR), “Señor Soberano Jehová” (NM). Aunque la Versión Valera de 1960 utiliza la palabra “soberano” en Job 31:28 y Ezequiel 38:2 y 39:1, no lo hace como traducción de `Adho·nái.
La palabra griega de·spó·tës designa a la persona que posee la autoridad suprema o tiene la posesión absoluta y el poder sin control alguno. (Véase el Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento, de W. E. Vine, vol. 1, 1984, pág. 93; vol. 4, 1987, págs. 44, 73.) Se traduce “señor”, “amo” y “dueño”. Cuando se utiliza para dirigirse directamente a Dios, se traduce “Señor” (NC, CI y otras), “Soberano” (Besson), “Soberano Señor” (ENP, VHA) y “Señor Soberano” (NM) en Lucas 2:29, Hechos 4:24 y Apocalipsis 6:10. Otras versiones la traducen en este último texto “Soberano” (Mod, NBE, SA, Sd, VP), “Soberano Señor” (HAR; NVI; Val, 1989), “Dominador” (RH), “Dueño” (BJ, JT, NTI) y “(el) Amo” (AFEBE, CEBIHA, CJ).
Por tanto, aunque los textos hebreos y griegos no tienen una palabra específica para “soberano”, las palabras `Adho·nái y de·spó·tës comunican esta idea cuando las Escrituras hacen referencia a Jehová Dios, indicando la excelencia de su señorío.
La soberanía de Jehová. Jehová Dios es el Soberano del universo (“Señor del universo”; Lu 2:29, Sd) debido a que es el Creador y a su Divinidad y supremacía como el Omnipotente. (Gé 17:1; Éx 6:3; Apo 16:14.) Es el Dueño de todas las cosas y la Fuente de toda autoridad y poder, el Gobernante Supremo de todos los gobiernos (Sl 24:1; Isa 40:21-23; Apo 4:11; 11:15); de Él dijo el salmista: “Jehová mismo ha establecido firmemente su trono en los cielos mismos; y sobre toda cosa su propia gobernación real ha tenido la dominación”. (Sl 103:19; 145:13.) Los discípulos de Jesús oraron dirigiéndose a Dios: “Señor Soberano, tú eres Aquel que hizo el cielo y la tierra”. (Hch 4:24, NM; véanse también CEBIHA; HAR; NTI; NVI; Val.) Para la nación de Israel, Dios mismo constituía los tres poderes del gobierno: el judicial, el legislativo y el ejecutivo. El profeta Isaías dijo: “Jehová es nuestro Juez, Jehová es nuestro Dador de Estatutos, Jehová es nuestro Rey; él mismo nos salvará”. (Isa 33:22.) Moisés da una notable descripción de Dios como Soberano en Deuteronomio 10:17.
Por ser Jehová el Soberano, tiene el derecho y la autoridad de delegar responsabilidades gubernativas. Hizo a David rey de Israel, y aunque las Escrituras hablan del ‘reino de David’, este rey reconoció a Jehová como el Gran Gobernante Soberano al decir: “Tuya, oh Jehová, es la grandeza y el poderío y la hermosura y la excelencia y la dignidad; porque todo lo que hay en los cielos y en la tierra es tuyo. Tuyo es el reino, oh Jehová, Aquel que también te alzas como cabeza sobre todo”. (1Cr 29:11.)
★Apéndice 1E - “Señor Soberano.”—Heb.: ’Adho·nái; Gr.: Dé·spo·ta; Lat.: Dó·mi·ne
★Apéndice 1H - “El Señor [verdadero].”—Heb.: ha·’A·dhóhn; r.: Ký·ri·os; lat.: Do·mi·ná·tor.
★El Señor Soberano Jehová - (cl-Cap.1-Pg.11-§13,14)
★La soberanía de Jehová y el reino de Dios - (1-12-2007-Pg.21)
★Señor - [Jehová Dios - “El Señor Soberano Jehová.”-§2]
Gobernantes terrestres. Los gobernantes de las naciones ejercen su limitada gobernación por tolerancia o permiso del Señor Soberano Jehová. Los gobiernos políticos no reciben su autoridad de Dios, es decir, no desempeñan su cargo debido a que Dios les haya concedido autoridad o poder, como se muestra en Apocalipsis 13:1, 2, donde se dice que la bestia salvaje de siete cabezas y diez cuernos consigue “su poder y su trono y gran autoridad” del dragón, Satanás el Diablo. (Apo 12:9; véase BESTIAS SIMBÓLICAS.)
De modo que aunque Dios ha permitido que se sucedan los gobiernos humanos, uno de sus reyes poderosos tuvo que reconocer por experiencia propia: “Su gobernación es una gobernación hasta tiempo indefinido, y su reino es para generación tras generación. Y a todos los habitantes de la tierra se está considerando como meramente nada, y él está haciendo conforme a su propia voluntad entre el ejército de los cielos y los habitantes de la tierra. Y no existe nadie que pueda detener su mano o que pueda decirle: ‘¿Qué estás haciendo?’”. (Da 4:34, 35.)
Por ello, mientras Dios permita la existencia de los gobiernos humanos, aplicará la admonición del apóstol Pablo a los cristianos: “Toda alma esté en sujeción a las autoridades superiores, porque no hay autoridad a no ser por Dios; las autoridades que existen están colocadas por Dios en sus posiciones relativas”. Luego el apóstol explica que cuando estos gobiernos actúan para castigar al que hace el mal, la ‘autoridad superior’ o gobernante (aunque no sea un fiel adorador de Dios) actúa indirectamente como ministro de Dios en esta misión particular, al expresar ira sobre los malhechores. (Ro 13:1-6.)
En cuanto a que estas autoridades están “colocadas por Dios en sus posiciones relativas”, las Escrituras indican que esto no significa que Dios haya constituido estos gobiernos ni que los apoye. Más bien, los ha utilizado para realizar su buen propósito en relación con su voluntad para sus siervos terrestres. Moisés dijo: “Cuando el Altísimo dio a las naciones una herencia, cuando separó a los hijos de Adán unos de otros, procedió a fijar el límite de los pueblos con consideración para el número de los hijos de Israel”. (Dt 32:8.)
El hijo de Dios como Rey. Después de que se destronó al último rey que se sentó en el “trono de Jehová” en Jerusalén (1Cr 29:23), el profeta Daniel recibió una visión en la que contempló el nombramiento futuro del propio Hijo de Dios para ser Rey. La posición de Jehová sobresale claramente cuando Él, el Anciano de Días, concede la gobernación a su Hijo. El relato dice: “Seguí contemplando en las visiones de la noche, y, ¡pues vea!, con las nubes de los cielos sucedía que venía alguien como un hijo del hombre; y al Anciano de Días obtuvo acceso, y lo presentaron cerca, aun delante, de Aquel. Y a él fueron dados gobernación y dignidad y reino, para que los pueblos, grupos nacionales y lenguajes todos le sirvieran aun a él. Su gobernación es una gobernación de duración indefinida que no pasará, y su reino uno que no será reducido a ruinas”. (Da 7:13, 14.) Cuando se compara este texto con Mateo 26:63, 64, no queda ninguna duda de que el “hijo del hombre” mencionado en la visión de Daniel es Jesucristo. Él obtiene acceso a la presencia de Jehová y recibe autoridad para gobernar. (Compárese con Sl 2:8, 9; Mt 28:18.)
Se desafía la soberanía de Jehová. La iniquidad ha existido durante la práctica totalidad de la existencia de la raza humana en la Tierra. La humanidad ha ido muriendo, y los pecados y las transgresiones contra Dios se han multiplicado. (Ro 5:12, 15, 16.) Como la Biblia indica que Dios dio al hombre un comienzo perfecto, han surgido las siguientes preguntas: ¿cómo empezaron el pecado, la imperfección y la iniquidad?, y ¿por qué ha permitido el Dios Todopoderoso que estas cosas continúen por siglos? Las respuestas tienen que ver con un desafío a la soberanía de Dios que planteó una cuestión suprema relacionada con la humanidad. ★“Destrucción” - ["Aproveche el Desafío"]
Lo que Dios quiere de los que le sirven. Durante el transcurso de los siglos, Jehová Dios ha probado mediante sus palabras y acciones que es un Dios de amor y bondad inmerecida, que ejerce justicia y juicio perfectos, y que extiende misericordia a los que intentan servirle. (Éx 34:6, 7; Sl 89:14; véanse JUSTICIA; MISERICORDIA.) Ha expresado su bondad hasta a los desagradecidos e inicuos. (Mt 5:45; Lu 6:35; Ro 5:8.) Se deleita en el hecho de que su soberanía se administra con amor. (Jer 9:24.)
Por ello desea que en su universo haya exclusivamente personas que le sirvan por amor a Él y a sus excelentes cualidades, que le amen primero a Él y después a su prójimo (Mt 22:37-39); que amen, deseen y antepongan Su soberanía a cualquier otra (Sl 84:10), y que, aunque puedan independizarse, escojan Su soberanía porque saben que Su gobernación es mucho más sabia, más justa y mejor que cualquier otra. (Isa 55:8-11; Jer 10:23; Ro 7:18.) Tales personas no sirven a Dios simplemente por temor a su omnipotencia ni por razones egoístas, sino por amor a Su justicia, derecho y sabiduría y debido a que conocen la grandeza y la bondad amorosa de Jehová. (Sl 97:10; 119:104, 128, 163.) Exclaman junto con el apóstol Pablo: “¡Oh la profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán inescrutables son sus juicios e ininvestigables sus caminos! Porque ‘¿quién ha llegado a conocer la mente de Jehová, o quién se ha hecho su consejero?’. O, ‘¿Quién le ha dado primero, para que tenga que pagársele?’. Porque procedentes de él y por él y para él son todas las cosas. A él sea la gloria para siempre. Amén”. (Ro 11:33-36.)
Tales personas llegan a conocer a Dios, y en realidad conocerle implica amarle y apegarse a su soberanía. El apóstol Juan escribe: “Todo el que permanece en unión con él no practica el pecado; nadie que practica el pecado lo ha visto ni ha llegado a conocerlo”. Y: “El que no ama no ha llegado a conocer a Dios, porque Dios es amor”. (1Jn 3:6; 4:8.) Jesús, quien conocía a su Padre mejor que ningún otro, dijo: “Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre, y nadie conoce plenamente al Hijo sino el Padre, ni conoce nadie plenamente al Padre sino el Hijo, y cualquiera a quien el Hijo quiera revelarlo”. (Mt 11:27.)
No se cultivó amor y aprecio. Por consiguiente, el desafío a la soberanía de Jehová provino de una criatura que, aunque disfrutaba de los beneficios de Su soberanía, no apreciaba su conocimiento de Él ni lo había cultivado, y, por ello, no había profundizado su amor a Él. Era una criatura celestial de Dios, un ángel. Cuando se instaló en la Tierra a la primera pareja humana, Adán y Eva, este ángel vio una oportunidad de atacar la soberanía de Dios. Primero intentaría desviar a Eva de la sumisión a la soberanía de Dios, y luego a Adán, y lo logró. Su deseo era establecer una soberanía rival.
Eva, la primera a la que se puso a prueba, no había cultivado aprecio a su Creador y Dios, y no aprovechó la oportunidad que tuvo de conocerlo. Escuchó la voz de una criatura inferior, en apariencia la serpiente, pero en realidad la voz de un ángel rebelde. La Biblia no dice que Eva se sorprendiera de oír hablar a la serpiente, pero sí dice que la serpiente era “la más cautelosa de todas las bestias salvajes del campo que Jehová Dios había hecho”. (Gé 3:1.) Nada se comenta en cuanto a que la serpiente primero comiera del fruto prohibido del “árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo” y luego aparentase hacerse sabia y pudiera hablar. El ángel rebelde, valiéndose de la serpiente para que le hablase, le presentó a la mujer (según ella supuso) la oportunidad de hacerse independiente, “de ser como Dios, conociendo lo bueno y lo malo”, y logró convencerla de que no moriría. (Gé 2:17; 3:4, 5; 2Co 11:3.)
Adán, que tampoco demostró tener aprecio y amor a su Creador y Proveedor cuando se enfrentó a la rebelión en el seno de su propia familia, no apoyó lealmente a Dios y sucumbió ante la persuasión de Eva. Perdió la fe en Dios y en Su poder de proporcionarle a su siervo leal todo buen don. (Compárese con lo que Jehová le dijo a David después de su pecado con Bat-seba, en 2Sa 12:7-9.) Adán también dio la impresión de sentirse ofendido por la pregunta de Jehová sobre su mala acción, pues respondió: “La mujer que me diste para que estuviera conmigo, ella me dio fruto del árbol y así es que comí”. (Gé 3:12.) Él no dio crédito a la mentira de la serpiente en cuanto a que no moriría, como sí había hecho Eva, pero tanto Adán como Eva emprendieron un derrotero de libre determinación, de rebelión contra Dios. (1Ti 2:14.)
Adán no pudo decir: “Dios me somete a prueba”. Más bien, lo que sucedió estuvo en armonía con el principio: “Cada uno es probado al ser provocado y cautivado por su propio deseo. Entonces el deseo, cuando se ha hecho fecundo, da a luz el pecado; a su vez, el pecado, cuando se ha realizado, produce la muerte”. (Snt 1:13-15.) De modo que los tres rebeldes —el ángel, Eva y Adán— emplearon la facultad del libre albedrío que Dios les había dado para pasar de la perfección a un comportamiento pecaminoso deliberado. (Véanse PECADO; PERFECCIÓN.)
El punto en cuestión. ¿Qué es lo que aquí se cuestionó? ¿A quién criticó y difamó este ángel que más tarde recibiría el nombre de Satanás el Diablo, cuyo desafío apoyó Adán mediante su acción rebelde? ¿Era el hecho de la supremacía de Jehová, la existencia de su soberanía? ¿Estaba la soberanía de Dios en peligro? No, pues Jehová tiene autoridad y poder supremos, y nadie, ni en el cielo ni en la Tierra, puede arrebatárselos. (Ro 9:19.) Por lo tanto, el desafío tiene que haber sido en cuanto a lo propio, merecido y justo de la soberanía de Dios, si ejercía su soberanía de una manera digna, justa y para los mejores intereses de sus súbditos, o no. Prueba de esto se halla en la manera de dirigirse a Eva: “¿Es realmente el caso que Dios ha dicho que ustedes no deben comer de todo árbol del jardín?”. Con esas palabras la serpiente insinuó que tal cosa era inaceptable, que Dios era indebidamente restrictivo, que retenía algo que la pareja humana merecía legítimamente. (Gé 3:1.)
¿Qué era el árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo? Al tomar del fruto del “árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo”, Adán y Eva expresaron su rebelión. El Creador, como Soberano Universal, estaba en su pleno derecho de promulgar la ley sobre el árbol, pues Adán, por ser persona creada, y no soberana, tenía limitaciones y necesitaba reconocer este hecho. Para que hubiera paz y armonía universal, sobre todas las criaturas racionales recaía la responsabilidad de reconocer y apoyar la soberanía del Creador. Adán demostraría que reconocía este hecho si se abstenía de comer el fruto de aquel árbol. Como padre en perspectiva de una Tierra poblada de criaturas humanas, tenía que demostrar su obediencia y lealtad hasta en lo más mínimo. El principio implicado era: “La persona fiel en lo mínimo es fiel también en lo mucho, y la persona injusta en lo mínimo es injusta también en lo mucho”. (Lu 16:10.) Adán tenía la capacidad de mostrar esa obediencia perfecta. Es evidente que no había nada intrínsecamente malo en el fruto del árbol en sí. (La prohibición no tenía nada que ver con las relaciones sexuales, pues Dios había mandado a la pareja que ‘llenasen la tierra’. [Gé 1:28.] Era el fruto de un árbol literal, como dice la Biblia.) La nota al pie de la página que aparece en Génesis 2:17 en la Biblia de Jerusalén expresa bien qué representaba el árbol:
“Esta ‘ciencia’ [conocimiento] es un privilegio que Dios se reserva y que el hombre usurpará por el pecado, 3:5, 22. No es, pues, ni la omnisciencia, que el hombre caído no posee, ni el discernimiento moral, que ya poseía el hombre inocente y que Dios no niega a su criatura racional. Es la facultad de decidir uno por sí mismo lo que es bueno y lo que es malo, y de obrar en consecuencia: una reclamación de autonomía moral, por la que el hombre no se conforma con su condición de criatura [...]. El primer pecado ha sido un atentado a la soberanía de Dios, un pecado de orgullo.”
Se acusa a los siervos de Dios de egoísmo. Una expresión posterior de esta cuestión se halla en lo que Satanás dijo a Dios en cuanto a su siervo fiel Job. Estas fueron sus palabras: “¿Ha temido Job a Dios por nada? ¿No has puesto tú mismo un seto protector alrededor de él y alrededor de su casa y alrededor de todo lo que tiene en todo el derredor? La obra de sus manos has bendecido, y su ganado mismo se ha extendido en la tierra. Pero, para variar, sírvete alargar la mano, y toca todo lo que tiene, y ve si no te maldice en tu misma cara”. Después, Satanás de nuevo presentó la siguiente acusación: “Piel en el interés de piel, y todo lo que el hombre tiene lo dará en el interés de su alma”. (Job 1:9-11; 2:4.) De ese modo acusaba a Job de no estar en armonía con Dios de corazón, que servía obedientemente a Dios solo por motivos egoístas, por lucro. Satanás calumnió a Dios respecto al ejercicio de Su soberanía, y a los siervos de Dios, en cuanto a su integridad a esa soberanía. Dijo a todos los efectos que no habría ningún hombre sobre la Tierra que mantuviese integridad a la soberanía de Jehová si a él, Satanás, se le permitía ponerle a prueba.
Jehová aceptó el desafío. No lo hizo debido a que dudara de la justicia de su soberanía. Él no necesitaba que se le probase nada. Permitió tiempo para que se analizara esta cuestión debido al amor que sentía por sus criaturas inteligentes. Dejó que Satanás pusiese al hombre a prueba ante todo el universo. Dio a sus criaturas el privilegio de demostrar que el Diablo es un mentiroso y de quitar la calumnia que manchaba, no solo el nombre de Dios, sino también el suyo propio. Satanás, con su actitud egotista, fue ‘entregado a un estado mental desaprobado’. Su enfoque al abordar a Eva fue totalmente contradictorio. (Ro 1:28.) Por una parte acusó a Dios de ejercer su soberanía de manera injusta y parcial, pero por otra debía contar con Su imparcialidad: al parecer pensó que Dios se consideraría obligado a dejarle vivir si podía probar su acusación con respecto a la infidelidad de las criaturas de Dios.
Era vital zanjar la cuestión. El que se zanjara la cuestión en realidad era un asunto vital para todos los vivientes en lo que respecta a su relación con la soberanía de Dios. Pues, una vez resuelta la cuestión nunca haría falta probarla de nuevo. Jehová deseaba que se dieran a conocer en detalle los pormenores relacionados con dicha cuestión, para que todos pudieran entenderla cabalmente. La medida que Dios tomó engendra confianza en su inmutabilidad, realza su soberanía, la hace aún más deseable y la deja firmemente establecida en la mente de todos los que la escogen. (Compárese con Mal 3:6.)
Una cuestión moral. Por tanto, no se trata de una cuestión de poder o fuerza; es principalmente una cuestión moral. Sin embargo, debido a que Dios es invisible y Satanás ha hecho todo esfuerzo posible por cegar la mente de los hombres, a veces se ha puesto en duda el poder de Jehová o incluso su existencia. (1Jn 5:19; Rev 12:9.) Los hombres han interpretado mal la razón por la que Dios ha ejercido paciencia y bondad, y se han vuelto más rebeldes. (Ec 8:11; 2Pe 3:9.) Debido a ello, el servir a Dios con integridad ha requerido ejercer fe y experimentar sufrimiento. (Heb 11:6, 35-38.) No obstante, Jehová se propone dar a conocer a todos su nombre y su soberanía. En Egipto le dijo a Faraón: “En realidad, por esta causa te he mantenido en existencia, a fin de mostrarte mi poder y para que mi nombre sea declarado en toda la tierra”. (Éx 9:16.) De igual manera, Dios ha permitido un tiempo para que tanto este mundo como su dios, Satanás el Diablo, existan y desarrollen su iniquidad, y también ha fijado un tiempo para su destrucción. (2Co 4:4; 2Pe 3:7.) La oración profética del salmista fue: “Para que la gente sepa que tú, cuyo nombre es Jehová, tú solo eres el Altísimo sobre toda la tierra”. (Sl 83:18.) Jehová mismo había jurado: “Ante mí toda rodilla se doblará, a mí toda lengua jurará, y dirá: ‘De seguro en Jehová hay plena justicia y fuerza’”. (Isa 45:23, 24.)
El alcance de la cuestión. ¿Cuál fue el alcance de la cuestión? Puesto que se indujo al hombre a pecar y un ángel había pecado, la cuestión llegó a incluir a las criaturas celestiales de Dios, hasta a su Hijo unigénito, el que estaba más cerca de Jehová Dios. Este, que siempre hacía las cosas que le agradaban a su Padre, estaría muy ansioso de servir para la vindicación de la soberanía de Dios. (Jn 8:29; Heb 1:9.) Dios lo seleccionó para esta asignación, y lo envió a la Tierra, donde nació como hijo varón de la virgen María. (Lu 1:35.) Jesús fue perfecto y mantuvo su perfección y su condición intachable durante toda su vida, incluso aguantando una muerte deshonrosa. (Heb 7:26.) Antes de su muerte dijo: “Ahora se somete a juicio a este mundo; ahora el gobernante de este mundo será echado fuera”. También: “El gobernante del mundo viene. Y él no tiene dominio sobre mí”. (Jn 12:31; 14:30.) Como Satanás no pudo conseguir quebrantar la integridad de Cristo, el juicio fue que había fracasado y estaba listo para ser echado fuera. Jesús ‘venció al mundo’. (Jn 16:33.)
Jesucristo el Vindicador de Dios. Así, de una manera totalmente perfecta, Jesucristo demostró que el Diablo era un mentiroso y zanjó por completo la cuestión: ¿habrá algún hombre fiel a Dios bajo cualquier tentación o prueba que pudiera presentársele? Por lo tanto, el Dios Soberano lo nombró Ejecutor de sus propósitos, el que erradicaría del universo la iniquidad e incluso al Diablo. Él ejercerá esta autoridad, y ‘toda rodilla se doblará y toda lengua reconocerá abiertamente que Jesucristo es Señor para la gloria de Dios el Padre’. (Flp 2:5-11; Heb 2:14; 1Jn 3:8.)
En el dominio que se otorga al Hijo, gobierna en el nombre de su Padre, ‘reduciendo a la nada’ todo gobierno y toda autoridad y poder que se opone a la soberanía de Jehová. El apóstol Pablo revela que después Jesucristo ofrecerá el más alto tributo a la soberanía de Jehová que se puede ofrecer, pues, “cuando todas las cosas le hayan sido sujetadas, entonces el Hijo mismo también se sujetará a Aquel que le sujetó todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas para con todos”. (1Co 15:24-28.)
El libro de Apocalipsis muestra que una vez que concluya el Reino de mil años de Cristo, en el que acabará con toda autoridad que intente rivalizar con la soberanía de Jehová, se soltará al Diablo por un corto período de tiempo. Intentará revivir la cuestión, pero no se concederá mucho tiempo para aquello que ya está zanjado. Satanás y los que le siguen serán completamente aniquilados. (Apo 20:7-10.)
Otros que se ponen de parte de Jehová. Aunque la fidelidad de Cristo ha demostrado que la razón esta de parte de Dios en esta gran cuestión, se permite que otros participen en apoyarlo. (Pr 27:11.) Los efectos del proceder íntegro de Cristo, que incluyó su muerte sacrificatoria, están señalados así por el apóstol: “Mediante un solo acto de justificación el resultado a toda clase de hombres es el declararlos justos para vida”. (Ro 5:18.) Cristo ha sido nombrado Cabeza de un “cuerpo” o congregación (Col 1:18), cuyos miembros participan en su muerte de integridad, y él está contento de que ellos participen con él como coherederos, como reyes asociados en su gobernación del Reino. (Lu 22:28-30; Ro 6:3-5; 8:17; Apo 20:4, 6.) Hombres fieles de la antigüedad que estaban a la expectativa de esta provisión de Dios mantuvieron integridad aunque tenían un cuerpo imperfecto. (Heb 11:13-16.) Y los otros muchos que finalmente doblarán las rodillas en reconocimiento de la Soberanía de Dios, también lo harán, reconociendo de corazón lo justo y merecido de dicha soberanía. Como cantó proféticamente el salmista, “toda cosa que respira... alabe a Jah. ¡Alaben a Jah!”. (Sl 150:6.)