Oficios y Profesiones |
Artesano que edifica con ladrillo o piedra. (2Re 12:12; 22:6.) El mampostero de tiempos antiguos labraba y aserraba piedras, y las usaba para construir muros y diversas clases de edificios. (2Sa 5:11; 1Re 7:9-12; 1Cr 22:2; 2Cr 24:12.) Otras construcciones podían ser sepulturas (Isa 22:16) y túneles para agua. (2Re 20:20.)
Algunas de las herramientas que usaban los albañiles eran las siguientes: el martillo, el hacha, la sierra para piedras, el instrumento de nivelar, el cordel de medir y la plomada. (1Re 6:7; 7:9; Isa 28:17; Zac 4:10.) Como se muestra en algunos monumentos, entre los utensilios que usaban los albañiles egipcios estaban el mazo y el cincel, que también debieron utilizar los albañiles israelitas. En la construcción egipcia se medían las piedras y se marcaban con líneas oscuras que servían de guías para los canteros. Cada piedra llevaba una marca o número que designaba su posición prevista en el edificio.
Los albañiles antiguos eran capaces de disponer las piedras de tal modo que no se necesitaba usar argamasa. Aún en la actualidad es imposible introducir la hoja de un cuchillo entre las piedras macizas de ciertos restos de construcciones de Palestina del tiempo de Herodes. (Véase ARQUITECTURA.)
Persona que se dedica a hacer ollas, platos y otras vasijas de barro cocido. El significado literal del término hebreo correspondiente (yoh·tsér) es “formador” o “uno que forma” (Jer 18:4, nota), mientras que el término griego (ke·ra·méus) proviene de una raíz que significa “mezcla”, significado con el que tal vez se aluda a la necesidad de añadir agua al barro o a la arcilla para trabajar con ella. Desde tiempos antiguos los alfareros han moldeado el barro para hacer vasijas con él, que luego endurecían por un proceso de cocción, con lo que conseguían utensilios que no se ablandaban al mojarse. El alfarero podía trabajar solo, pero a veces tenía ayudantes, normalmente aprendices. Parece que en un tiempo existió entre los hebreos un grupo de alfareros reales. (1Cr 4:21-23.)
Los pasos que solía seguir el alfarero eran: lavar y limpiar el barro de impurezas, dejarlo en reposo y hollar el material húmedo con los pies para hacerlo pastoso y maleable. (Isa 41:25; Véase el significado de Humildad.) A continuación lo amasaba a mano y luego lo colocaba sobre la rueda de alfarero.
La antigua rueda o torno de alfarero por lo general estaba hecha de piedra (aunque algunas veces era de madera) y consistía básicamente en un disco plano centrado sobre un eje vertical que se hacía girar en sentido horizontal. Para que el disco tuviera estabilidad y adquiriera velocidad a medida que se hacía girar a mano, se colocaba en el borde algún material pesado. Más tarde se añadió una rueda inferior más grande y más pesada (en el mismo eje de la rueda superior y que también giraba en sentido horizontal), lo que permitía que el alfarero, estando sentado, hiciera girar las ruedas con el pie.
El alfarero ponía la pella de barro sobre la rueda, y a medida que esta giraba, iba formando con las manos una vasija. (Jer 18:3, 4.) Luego, tal vez la secaba un poco al sol y de nuevo la colocaba sobre la rueda, donde la alisaba y pulía por medio de guijas, conchas o algún instrumento, y después le daba un diseño a la superficie. Los métodos variaban, pero podía darle un diseño en forma de cuerda, por ejemplo, presionando una cuerda retorcida contra la pieza todavía húmeda. Las vasijas a menudo se pintaban de forma decorativa. Otras se vidriaban (Pr 26:23) y entonces se cocían en un horno de alfarería. O podía aplicarse a la pieza pasta líquida coloreada (arcilla de alfarero en forma semilíquida) con propósitos decorativos, después de lo cual se volvía a cocer en el horno.
El alfarero fabricaba desde jarros grandes (Lam 4:2) hasta lámparas, hornos y juguetes, tales como muñecas y figuras de animales. También hacía tazones, copas, frascos y otros recipientes (Le 15:12; 2Sa 17:28; Jer 19:1; Lu 22:10), además de ollas y algunas tarteras. Los artículos de loza de barro a veces se sellaban para mostrar dónde se habían hecho y con frecuencia el alfarero estampaba su propia “marca de fábrica” en un asa de la olla.
A veces el alfarero usaba un molde dentro del cual apretaba el barro para que se le grabasen los detalles. Así es como solían hacerse en tiempos posteriores las lámparas. Se formaban dos piezas y, antes de que el barro se secase por completo, se unían entre sí. De vez en cuando algunos artículos se moldeaban a mano sin usar la rueda. Sin embargo, el alfarero solía usar la rueda o torno.
En los yacimientos arqueológicos se han descubierto con bastante frecuencia, y a veces en grandes cantidades, trozos de vasijas de barro. (Véase TIESTO.) Los arqueólogos consideran que las diversas clases de piezas de alfarería halladas en esos emplazamientos contribuyen a determinar la presencia de diferentes culturas y a calcular el período de ocupación al que corresponde, según los estratos excavados en el yacimiento. También han procurado determinar la densidad poblacional que tuvo la zona en la antigüedad, basándose en la cantidad de fragmentos hallados en el lugar.
La autoridad que el alfarero tiene sobre la arcilla se usa como ilustración para mostrar la soberanía de Jehová sobre los individuos y las naciones. (Isa 29:15, 16; 64:8.) La casa de Israel era para Dios “como el barro en la mano del alfarero”, siendo Él el Gran Alfarero. (Jer 18:1-10.) El hombre no está en posición de disputar con Dios, al igual que no se esperaría que la arcilla desafiase a aquel que le dio forma. (Isa 45:9.) Tal como se puede aplastar un recipiente de loza de barro, de la misma manera Jehová puede traer calamidad devastadora sobre un pueblo como castigo por su maldad. (Jer 19:1-11.)
Respecto a la autoridad, conferida por Dios, que ejerce el rey mesiánico sobre las naciones, se predijo: “Las quebrarás con cetro de hierro, como si fueran vaso de alfarero las harás añicos”. (Sl 2:9; compárese con Da 2:44; Apo 2:26, 27; 12:5.)
De una sola pella de barro, el alfarero podía hacer una vasija para un uso honroso y otra para un uso deshonroso, es decir, para un uso común u ordinario. De manera similar, Jehová tiene autoridad para moldear a los individuos de la manera que a Él le agrada, y ha tolerado a los inicuos, o “vasos de ira hechos a propósito para la destrucción”, lo que ha obrado para el beneficio de los “vasos de misericordia”, las personas que componen el Israel espiritual. (Ro 9:14-26.)
Cómo nos da forma Jehová
Se dice que Jehová ‘forma’ o moldea su propósito en lo que respecta a acciones o sucesos futuros (2 Reyes 19:25; Isaías 46:11). Este término procede de la palabra hebrea ya·tsár, relacionada con otra que significa “alfarero” (Jer 18:4; 18:11). Como si fuéramos barro bien húmedo, Jehová nos amasa y forma a trabes de las pruebas, el estudio de su palabra y la experiencia para que seamos cada vez más parecidos al ejemplo perfecto que nos puso su hijo Jesucristo, hasta que seamos una imagen perfecta del molde. (Ro 8:29; 1Co 11:1)
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Somos recipientes de barro
Como de barro que estamos hechos (Ro 9:21-24), somos muy vulnerables a recibir daño e incluso rajarnos por los golpes de la vida, pero eso no debe de impedir que en la medida de nuestras circunstancias sigamos siendo fieles portadores de luz y alabadores de Jehová.
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Persona que ejercita un arte u oficio mecánico. La palabra hebrea ja·rásch suele traducirse por “artesano”, término de sentido amplio, pero cuando aparece relacionada con algún material determinado, se emplea una expresión más específica, como, por ejemplo, “[el] que trabaja en madera y metal” (Dt 27:15), ‘trabajador en obras de madera’, ‘trabajadores en obras de piedra’ (2Sa 5:11), “[el] que talla hierro”, “[el] que talla en madera” (Isa 44:12, 13) y, también, “herrero” (1Sa 13:19) y ‘fabricantes’ (Isa 45:16). Un ejemplo más de los diversos oficios que se agrupaban bajo el concepto “artesanía”, lo suministra el comentario que se hace sobre Bezalel, quien con Oholiab trabajaba tanto en metal como en piedras preciosas y madera, y era tejedor y teñidor, experto en “toda clase de artesanía”. (Éx 35:30-35; véase también 2Re 12:11, 12.)
Muchos de los oficios artesanales —fabricación de herramientas, ladrillos, recipientes de arcilla y productos textiles; carpintería; hilandería; tejeduría, y joyería— en un tiempo fueron simples ocupaciones domésticas efectuadas por hombres y mujeres. Como consecuencia de la sedentarización de las comunidades, llegó la especialización. Aun antes del Diluvio hubo personas que se dieron a conocer por ser artesanos especializados. (Gé 4:21, 22.) En 617 a. E.C., Nabucodonosor se llevó cautivos de Jerusalén al exilio en Babilonia a los artífices, junto con los príncipes y los ingenieros militares. (2Re 24:14, 16; Jer 24:1; 29:2.) En algunas ciudades, los artesanos de un determinado oficio vivían en una misma zona, y con el tiempo constituyeron gremios, llegaron a ser conocidos por su principal ocupación y ejercieron una gran influencia en la vida social de la ciudad. (Ne 3:8, 31, 32; 11:35; Jer 37:21; Hch 19:24-41.) No hay mucha información concreta en cuanto a cómo realizaban su trabajo los artesanos, salvo la escritura y las representaciones artísticas que Egipto nos ha legado, en las que se describe y representa gráficamente a los artesanos en el desempeño de su oficio.
La prohibición contenida en la ley mosaica en contra de la idolatría retuvo a los judíos de tomar parte activa en la fabricación de figuritas y otros objetos de culto, una expresión artística muy común en aquella época. (Éx 20:4; Dt 4:15-18; 27:15.) Es un hecho que en naciones como Asiria y Babilonia el desarrollo del culto a las imágenes y del arte escultórico fue paralelo. (Sl 115:2, 4-8; Isa 40:19, 20; 44:11-20; 46:1, 6, 7; Jer 10:2-5.) En Éfeso, Demetrio y sus compañeros de oficio artesanal (gr. te·kjní·tai) vivían de la fabricación de templetes de plata en honor a Ártemis. (Hch 19:24-27. Véase Los plateros de Éfeso forman una chusma contra Pablo.)
Para una consideración más detallada de algunos oficios artesanos, véanse los artículos LADRILLO; TINTES, TEÑIR.
En sus parábolas de los talentos y las minas Jesús hizo referencia a banqueros y a un banco que daba intereses por el dinero depositado. (Mt 25:27; Lu 19:23.) Al igual que la palabra española “banco”, la palabra griega (trá·pe·za) que se traduce banco significaba literalmente “mesa” (Mt 15:27), o en un contexto financiero, como por ejemplo el trabajo de los cambistas, se refería al mostrador para la transacción de dinero. (Mt 21:12; Mr 11:15; Jn 2:15.)
El que se hable del banquero (gr. tra·pe·zéi·tës) que aceptaba depósitos y pagaba intereses señala a una operación más importante que la que solía realizar el corredor de cambios (gr. ker·ma·ti·stës) o cambista (kol·ly·bi·stës). Las operaciones más importantes que estos efectuaban era cambiar moneda local por moneda extranjera y proporcionar monedas de valor inferior a cambio de otras que tenían un valor más elevado, servicios por los que recibían cierta comisión. (Véase CAMBISTA.) Puede que algunos de ellos también realizasen operaciones bancarias, aceptando depósitos y haciendo préstamos, pero por lo general estas transacciones financieras las manejaban hombres acaudalados, como los mercaderes y los dueños de grandes fincas.
Hay prueba de que este tipo de operaciones posiblemente se efectuaban en tiempos de Abrahán, pues los antiguos sumerios de las llanuras de Sinar tenían “un sistema singularmente complejo de prestar y recibir préstamos, mantener dinero en depósito y proporcionar cartas de crédito.” (The Encyclopedia Americana, 1956, vol. 3, pág. 152.) En Babilonia, como más tarde en Grecia, la actividad bancaria se centró alrededor de los templos religiosos, cuya naturaleza sacrosanta suponía una seguridad contra los ladrones.
Habida cuenta del carácter fundamentalmente agrícola de la economía israelita, la necesidad de empresas financieras era muchísimo menor que en los centros comerciales, como Babilonia, Tiro y Sidón. Cierto es que en Deuteronomio 23:19 se condenaba que los israelitas recibieran intereses de los préstamos que hacían a sus compañeros, pero parece ser que esta ley tenía que ver sobre todo con los préstamos que se obtenían por necesidad o pobreza. (Compárese con Éx 22:25; Le 25:35-37; 2Re 4:1-7.) Se permitía específicamente recibir intereses de préstamos hechos a extranjeros. (Dt 23:20.) Los objetos de valor se solían dejar al cuidado de alguna persona de confianza para que los guardara (Éx 22:7), aunque había quien los enterraba, como el esclavo perezoso de la parábola de Jesús. (Mt 25:25; compárese con Mt 13:44.) Esta práctica debía ser común, a juzgar por la gran cantidad de objetos de valor y monedas que tanto los arqueólogos como los granjeros han desenterrado en las tierras bíblicas.
A algunos de los israelitas que regresaron de Babilonia a la tierra de Judá se les condenó por sus exigencias bancarias a sus hermanos necesitados, pues requerían como avales sus casas, tierras, viñas e incluso sus hijos, y aplicaban un interés del 12% anual (un 1% mensual). Como consecuencia, los deudores que no podían pagar debido a insolvencia sufrían la pérdida de sus propiedades. (Ne 5:1-11.) Sin embargo, estos abusos no hicieron condenable el recibir intereses, como lo muestra la aprobación implícita de Jesús del uso del capital para generar ganancias. (Véase INTERÉS.)
Persona dedicada a cambiar la moneda de un país por la de otro y ciertas cantidades de dinero por un equivalente en monedas de otro valor. El cambista recibía ciertos honorarios por cada una de estas transacciones monetarias. De modo que la palabra griega kol·ly·bi·stës (cambista) viene del término kól·ly·bos, una monedita que se pagaba como comisión por el cambio de dinero. La palabra griega ker·ma·ti·stës (corredor de cambios, o: cambiante), de Juan 2:14, está relacionada con kér·ma, traducida ‘moneda’ en el siguiente versículo. La Misná judía dice que los cambistas también guardaban el dinero y pagaban los salarios previa presentación de una orden de pago. (Baba mesia 3:11; 9:12.)
En el tiempo del ministerio terrestre de Jesús, el impuesto anual del templo era de dos dracmas (un didracma). (Mt 17:24.) Como los judíos que vivían en otros países aprovechaban para pagar este impuesto cuando iban cada año a Jerusalén para la celebración de la Pascua, necesitaban los servicios de los cambistas para conseguir moneda local, tanto para el impuesto como quizás también para la compra de animales sacrificatorios y otros artículos. Según la Misná (Sheqalim 1:3), el día 15 de Adar, más o menos un mes antes de la Pascua, los cambistas iban a las provincias para cobrar el impuesto del templo, y el 25 de Adar, cuando los judíos y prosélitos de muchos otros países empezaban a llegar a Jerusalén, volvían y se establecían en el recinto del templo.
Fue en el templo donde Jesucristo volcó en dos ocasiones las mesas de los cambistas y los condenó por haber convertido el templo en “una casa de mercancías” o “una cueva de salteadores”. (Jn 2:13-16; Mt 21:12, 13; Mr 11:15-17.) Seguramente Jesús consideró desmesurados los honorarios de los cambistas. Cabe mencionar que en algunas ocasiones se hicieron grandes ganancias con la venta de animales para sacrificios. La Misná cuenta que en cierta ocasión el precio de un par de palomas fue de un denario de oro (25 denarios de plata). Debido a esto, Simeón, el hijo de Gamaliel, se sintió impulsado a decir: “¡Por el Templo! No me acostaré esta noche hasta que no estén a un denario (de plata)”. Aquel mismo día se redujo drásticamente el precio. (Keritot 1:7, traducción de Carlos del Valle.)
Alguien que tiene a su custodia personas acusadas de quebrantar la ley; guardián de una prisión. Dos palabras griegas de las Escrituras se han traducido ‘carcelero’: ba·sa·ni·stës, que significa “atormentador”, y de·smo·fy·lax, nombre compuesto de de·smós (correa; grillete) y fy·lax (guarda).
Los carceleros a menudo infligían crueles torturas a los prisioneros, de ahí que se les llamara ba·sa·ni·stës. Por ejemplo, a veces a los deudores se les enviaba a prisión por no pagar lo que debían. Allí el carcelero podía azotarlos y torturarlos, y no se les liberaba hasta que, como dijo Jesús, “[pagasen] la última moneda de ínfimo valor”. (Mt 5:25, 26.) Este también fue el fondo de la ilustración de Jesús sobre el esclavo falto de misericordia. Cuando el amo supo lo que había hecho su desagradecido esclavo, “lo entregó a los carceleros [ba·sa·ni·stáis], hasta que pagara todo lo que se debía”. (Mt 18:34, 35; compárese con Apo 14:11, donde ba·sa·ni·smóu se traduce “tormento”.)
Según la costumbre romana, si los prisioneros se escapaban, los carceleros tenían que sufrir la pena que se había impuesto a los escapados. Por lo tanto, leemos que cuando un ángel liberó a Pedro de la prisión, Herodes “sometió a examen a los guardas y mandó que se los llevaran al castigo”. (Hch 12:19.)
En Filipos, a Pablo y a Silas se les arrastró ante los magistrados civiles, quienes mandaron que se les golpeara con varas; “después de haberles descargado muchos golpes, los echaron en la prisión, y ordenaron al carcelero [de·smo·fy·la·ki] que los guardara con seguridad. Porque recibió tal orden, este los echó en la prisión interior y les aseguró los pies en el cepo”. (Hch 16:22-24.) Luego, a medianoche, un gran terremoto abrió todas las puertas de la prisión. El carcelero se imaginó que los prisioneros se habían escapado, así que, conocedor del severo castigo que le esperaba, estaba a punto de quitarse la vida cuando Pablo le informó que todos se encontraban allí. Estos sucesos, junto con lo que Pablo le dijo, resultaron en que ejerciese fe y en que él y su casa llegaran a ser creyentes bautizados. (Hch 16:25-36.)
Hombre que tiene por oficio hacer objetos útiles de madera. El término hebreo ja·rásch designaba tanto al “artífice”, como al “trabajador” y al “constructor”, obreros que utilizaban diversos materiales, como la madera, el metal o la piedra. (2Re 12:11; 2Cr 24:12; Éx 28:11; 1Cr 14:1.) El equivalente griego es té·ktön, traducido “carpintero” en Mateo 13:55 y Marcos 6:3.
Noé y sus tres hijos tuvieron que hacer mucho trabajo de carpintería en la construcción de la enorme arca según el modelo que les había dado Jehová. (Gé 6:14-16.)
En Israel, los carpinteros construían casas y, en tiempos posteriores, también sinagogas. Aunque los edificios se hacían en su mayor parte de piedra y tierra, se usaba la madera para, por ejemplo, las vigas y las puertas. El carpintero de tiempos bíblicos fabricaba, entre otras cosas, muebles, como mesas, banquillos y bancos. Muchos utensilios se hacían parcial o totalmente de madera, tal es el caso de los arados y los trillos. (2Sa 24:22.) En la construcción del tabernáculo y su mobiliario, Jehová dio guía especial a Bezalel y Oholiab. Su espíritu acentuó la habilidad de estos hombres para realizar el mejor trabajo de carpintería y también en otros oficios. (Éx 31:2-11.) De Tiro llegaron buenos carpinteros para construir la casa de David (2Sa 5:11), y Zorobabel usó a carpinteros para edificar el segundo templo de Jerusalén. (Esd 3:7.)
A Jesús no solo se le llamó “el hijo del carpintero” (Mt 13:55), sino también “el carpintero”. (Mr 6:3.) Como los padres hebreos solían enseñar su oficio a sus hijos, Jesús también debió aprender la carpintería de su padre adoptivo, José.
Asamblea en la carpintería
Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extensa asamblea. Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que renunciara. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y, además se pasaba el tiempo golpeando. El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo; dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.
Ante el ataque, el tornillo acepto también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Y la lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro que siempre se la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto. En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Finalmente, la tosca madera inicial se convirtió en un lindo mueble. Cuando la carpintería quedo nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces, cuando tomó la palabra el serrucho y dijo: "Señores a quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestra cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos". La asamblea encontró, entonces, que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era para afinar y limar asperezas y observar que el metro era preciso y exacto. Se sintieron, entonces un equipo capaz de producir muebles de calidad. Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos.
Ocurre lo mismo con los seres humanos. Observen y lo comprobaran, cuando en un lugar se busca a menudo defectos en los demás, la situación se vuelve tensa y negativa.
Es fácil encontrar defectos, cualquiera puede hacerlo, pero encontrar cualidades eso es para los espíritus superiores que son capaces de inspirar todos los éxitos humanos. ★“Congregación” - [4. Fabulosa herramienta]
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Oficial de la corte real que servía el vino u otras bebidas al rey. (Gé 40:1, 2, 11; Ne 1:11; 2:1.) Uno de los deberes del copero principal era probar el vino antes de dárselo al monarca. Esta práctica se llevaba a cabo porque siempre cabía la posibilidad de que se atentara contra la vida del rey envenenando el vino.
Un requisito indispensable para ocupar este puesto era gozar de completa confianza, ya que la vida del rey estaba en juego. Su posición era una de las más honorables en la corte. El copero principal solía estar presente en las reuniones y en las conversaciones reales. Como su relación con el rey era estrecha y, por lo general, confidencial, a menudo tenía una influencia considerable sobre él. Fue el copero de Faraón quien recomendó a José. (Gé 41:9-13.) El rey Artajerjes de Persia tenía en alta estima a su copero Nehemías. (Ne 2:6-8.) Cuando este viajó a Jerusalén, Artajerjes le suministró una escolta militar. (Ne 2:9.)
El hecho de que en las ilustraciones antiguas los coperos aparezcan con frecuencia indica la importancia de su posición. A la reina de Seba le impresionó mucho la “servidumbre [de Salomón] para las bebidas, y el atavío de esta”. (2Cr 9:4.)
El escritor bíblico Nehemías fue copero del rey persa Artajerjes (Nehemías 1:11). En los palacios del antiguo Oriente Medio, la persona que realizaba este trabajo no era un simple sirviente. De hecho, el copero era un funcionario de alto rango. Al examinar la literatura clásica y las muchas representaciones pictóricas en las que aparece la figura del copero, podemos llegar a ciertas conclusiones sobre la posición de Nehemías en la corte persa.
El copero tenía que ser un hombre en quien el monarca confiara totalmente, ya que antes de que le sirvieran el vino al rey, lo cataba para comprobar que no estuviera envenenado. Según el historiador Edwin M. Yamauchi, “las constantes conspiraciones dentro de la corte aqueménida [persa] hacían totalmente imprescindible contar con asistentes confiables”. Por lo general, el copero gozaba del favor especial del rey y tenía mucha influencia sobre este. Es posible que su contacto diario con el monarca le permitiera decidir quiénes podían obtener audiencia con él.
Seguramente fue gracias a su privilegiada posición que Nehemías obtuvo el permiso real para volver a Jerusalén a reconstruir las murallas. Sin duda, Artajerjes valorabamucho a su copero y no quería prescindir de sus servicios durante mucho tiempo. Como señala The Anchor Bible Dictionary, ante la petición de Nehemías, “lo único que el rey le preguntó fue: ‘¿Cuándo volverás?’” (Nehemías 2:1-6).
Veloces correos de a pie o siervos de una persona importante que corrían delante de su carro. La palabra “corredor” traduce una forma participial del término hebreo ruts, “correr”. En algunas versiones se traduce “infante”, “peatón” y “guardia”; sin embargo, hay otra palabra para “hombre de a pie”, ragh·lí, o, en su forma completa, `isch ragh·lí.
El término “corredores” puede referirse simplemente a personas que corrían con rapidez, como Asahel, el hermano de Joab, o a mensajeros veloces, como Ahimáaz, el hijo de Sadoc. (2Sa 2:18; 18:19, 23, 27.) En cierta ocasión Elías corrió unos 30 Km., desde el Carmelo hasta Jezreel, para llegar delante del carro del rey Acab. Esto fue posible porque “la misma mano de Jehová resultó estar sobre Elías”. (1Re 18:46.)
En sentido oficial, los corredores eran hombres veloces seleccionados para correr delante del carro del rey. Cuando conspiraron para usurpar la gobernación, tanto Absalón como, más tarde, Adonías, emplearon 50 corredores delante de su carro para dignificar y dar prestigio a su plan. (2Sa 15:1; 1Re 1:5.) Los corredores hacían de guardia personal del rey, algo parecido a una guardia real de la actualidad. (1Sa 22:17; 2Re 10:25.) Trabajaban de guardias a la entrada de la casa del rey y le acompañaban desde su casa al templo. (1Re 14:27, 28; 2Re 11:6-8, 11; 2Cr 12:10.) Asimismo, eran los que llevaban los mensajes del rey. (2Cr 30:6.) Para el tiempo del rey persa Asuero, parece ser que se había reemplazado a los mensajeros de a pie por jinetes que cabalgaban sobre veloces caballos de posta. (Est 3:13, 15; 8:10, 14.)
Uso ilustrativo. En las Escrituras Griegas Cristianas hay algunas referencias a correr en sentido literal. (Mt 28:8; Mr 9:15, 25; 10:17; Jn 20:2.) Sin embargo, el apóstol Pablo usa este concepto como ilustración. Escribió a la congregación de Corinto: “¿No saben ustedes que los corredores en una carrera todos corren, pero solo uno recibe el premio? Corran de tal modo que lo alcancen. Además, todo hombre que toma parte en una competencia ejerce autodominio en todas las cosas. Pues bien, ellos, por supuesto, lo hacen para obtener una corona corruptible, pero nosotros una incorruptible. Por lo tanto, la manera como estoy corriendo no es incierta; la manera como estoy dirigiendo mis golpes es como para no estar hiriendo el aire; antes bien, aporreo mi cuerpo y lo conduzco como a esclavo, para que, después de haber predicado a otros, yo mismo no llegue a ser desaprobado de algún modo”. (1Co 9:24-27.)
Los participantes en los juegos griegos se sometían a un entrenamiento intenso y a una disciplina rígida; además, cuidaban estrictamente tanto la dieta como el comportamiento. Los jueces vigilaban con rigor que se respetasen las reglas de la carrera. El esfuerzo de un corredor que llegaba primero violando las reglas era en vano, tal como lo expresó el apóstol: “Además, si alguien compite hasta en los juegos, no es coronado a menos que haya competido de acuerdo con las reglas”. (2Ti 2:5.) Los corredores miraban el premio que estaba situado en la línea de meta. Pablo ‘corrió’ de esa manera resuelta e incondicional (Gál 2:2; Flp 2:16; 3:14), por eso pudo decir hacia el final de su vida: “He peleado la excelente pelea, he corrido la carrera hasta terminarla, he observado la fe. De este tiempo en adelante me está reservada la corona de la justicia”. (2Ti 4:7, 8.)
Cuando Pablo trató el tema de cómo seleccionaba Dios a aquellos que compondrían el Israel espiritual, explicó que el Israel según la carne confiaba en su parentesco con Abrahán. (Ro 9:6, 7, 30-32.) Ellos creían que eran los escogidos, y ‘corrían’ o se afanaban tras la justicia, pero de manera equivocada. Como resultado, trataron de establecer su justicia mediante sus obras y no se sujetaron a la justicia de Dios. (Ro 10:1-3.) Pablo puso de relieve la justicia de Dios en su rechazo al Israel carnal como nación y la formación de un Israel espiritual. En relación con este tema, expresó la siguiente idea: “No depende del que desea ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia”. (Ro 9:15, 16.)
La historia del origen del Maratón
La historia o más bien leyenda comenzó en Grecia alrededor del año 490 a. E.C. con el mítico soldado Filípides que corrió de Ática a Atenas para decir que habían ganado la Batalla del Maratón. Realmente fue un hecho histórico que sigue hoy día siendo recordado con la habitual carrera de maratón en los eventos deportivos de todo el mundo. Filípides era un soldado mensajero capaz de correr largas distancias para llevar mensajes importantes, por lo que se requería de él un gran aguante. Sin duda la carrera más famosa y la que le ha dado fama mundial ocurrió durante la batalla del Maratón en la que tuvo que recorrer 42,195 kilómetros para llevar aquel importantísimo mensaje. Aunque en nuestra carrera cristiana debemos quitarnos todo peso innecesario, no debemos deshacernos de nuestra armadura pues no se trata solo de una carrera, sino también de una lucha (Heb 12:1; 1Co 9:26; 2Ti 4:7) |
Hombres seleccionados especialmente del cuerpo de guardia real para entregar en zonas distantes del reino tanto los decretos reales como otra correspondencia urgente del rey. Para estos correos (heb. ra·tsím; literalmente, “corredores”) la velocidad en la entrega era primordial. (2Cr 30:6, 10; Jer 51:31.)
El sistema de correos del Imperio persa contaba con estaciones de relevos o postas, donde tanto caballos como correos descansados esperaban para llevar los mensajes importantes a su destino. (Est 3:13-15; 8:10, 14.) Los correos se apresuraban a llevar los mensajes día y noche y sin importar las condiciones climatológicas. En el Imperio romano había estaciones cada pocos kilómetros, y en ellas se guardaban de forma permanente 40 caballos a disposición de los correos. Los correos romanos eran capaces de viajar unos 160 Km. en un día, lo que suponía una distancia considerable para aquellos tiempos. Con este sistema de caballos de posta, los mensajes reales podían enviarse hasta los confines de un imperio en un período de tiempo relativamente corto.
Persona que tiene por oficio curtir pieles, arte de someterlas a cierto tratamiento que las hace aptas para fabricar con ellas distintos artículos. (2Re 1:8; Mt 3:4.) En la antigüedad la operación de curtir se realizaba de modo similar a como se hace hoy en ciertos lugares del Oriente Medio: en una curtiduría de uno o dos cuartos con herramientas y tinas para preparar las pieles. La preparación del cuero consistía básicamente en: 1) después de haber remojado la piel, aflojarle el pelo con una solución de cal; 2) quitarle el pelo y descarnar la piel, y 3) curtir la piel con un licor hecho de zumaque, corteza de roble u otras clases de plantas.
Pedro pasó “bastantes días [...] en Jope con cierto Simón, curtidor”, cuya casa estaba junto al mar. (Hch 9:43; 10:32.)
Los curtidores sufrían el menosprecio de muchos judíos porque su oficio los ponía en contacto con pieles, cadáveres de animales y materiales repugnantes. De hecho, se los consideraba indignos de presentarse en el templo, y tenían que ubicar su taller a más de 50 codos (algo más de 20 metros o 70 pies) de la población. Tal vez fuera esta una de las razones por las que el domicilio de Simón estaba “junto al mar” (Hch 10:6).
Aquel que es enseñado, aprendiz, alumno. La palabra hebrea (lim·múdh) con la que se alude a un discípulo se refiere básicamente a la persona que está en el proceso de aprender, que recibe enseñanza o que es adiestrada en una determinada disciplina. (Compárese con Isa 8:16, nota.) La palabra mal·mádh es una palabra afín que alude a la “aguijada” que se emplea para dirigir el ganado. (Jue 3:31; compárese con Os 10:11.) Por otra parte, la voz griega ma·thë·tés (discípulo) se usa en relación con la persona que centra la mente en algo concreto.
El término “discípulos” se emplea en las Escrituras Griegas con referencia a los seguidores de Jesús, de Juan el Bautista, de los fariseos y de Moisés. (Mt 9:14; Lu 5:33; Jn 9:28.) Los primeros discípulos de Jesús procedían del grupo de seguidores de Juan el Bautista. (Jn 1:35-42.) El término se usó también en Mateo 10:1 y 11:1 con referencia a los doce hombres que Jesús escogió para que fuesen sus apóstoles, y en un sentido más amplio, para referirse a todos los que creyeron en la enseñanza de Jesús, pues hasta se habló de por lo menos uno que fue su discípulo en secreto. (Lu 6:17; Jn 19:38.) Sin embargo, en los evangelios por lo general se usa en relación con el grupo de seguidores más íntimos de Jesús, los que le acompañaron en sus viajes evangelizadores y a quienes enseñó e instruyó. Por lo tanto, la palabra aplica principalmente a todos aquellos que no solo creen, sino que siguen con atención la enseñanza de Cristo. A estos se les debe enseñar a “observar todas las cosas” que Jesús ha mandado. (Mt 28:19, 20.)
Jesús enseñaba a sus discípulos con el propósito de que llegasen a ser como él, predicadores y maestros de las buenas nuevas del Reino, por lo que dijo: “El alumno no es superior a su maestro, pero todo el que esté perfectamente instruido será como su maestro”. (Lu 6:40.) La historia posterior probó la eficacia de su enseñanza, pues sus discípulos continuaron en la obra que les había enseñado e hicieron discípulos por todo el Imperio romano (Asia, Europa y África) antes del final del primer siglo. Esta fue su obra principal, en armonía con el mandato de Jesucristo de Mateo 28:19, 20.
Las palabras de cierre del mandato de Jesús: “Y, ¡miren!, estoy con ustedes todos los días hasta la conclusión del sistema de cosas”, expresan con claridad que los cristianos están obligados a hacer discípulos de gente de todas las naciones hasta este mismo día. No hacen discípulos para sí mismos, los enseñados son discípulos de Jesucristo, pues siguen su enseñanza, no la de hombres. Por eso a los discípulos se les llamó cristianos por providencia divina. (Hch 11:26.) De manera semejante, Isaías también tuvo discípulos, pero no suyos. Eran discípulos que conocían la ley de Jehová y con quienes se hallaba el testimonio de esa ley. (Isa 8:16.)
Ser discípulo de Jesús no significa dedicarse a una vida contemplativa. Jesús no buscó su propia satisfacción, sino que siguió un derrotero que le enfrentó a la mayor oposición que el Diablo y sus agentes pudieron presentar. (Ro 15:3.) Jesús dijo que sus discípulos deberían amarle a él más que a sus familiares más allegados y que a sus propias almas, amar a sus hermanos cristianos y producir fruto espiritual. La persona que quiere ser discípulo de Cristo tiene que tomar su madero de tormento y seguir los pasos marcados por él. Para hacerlo, ha de ‘despedirse de todos sus bienes’, y a cambio recibirá muchas más cosas valiosas, si bien con persecuciones, también con la promesa de la vida eterna venidera. (Lu 14:26, 27, 33; Jn 13:35; 15:8; Mr 10:29, 30; véase CRISTIANO; Ficha de los Apóstoles.)
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Medita en esta pregunta: ¿No es sorprendente que la sabiduría, el amor, el poder y la justicia concentrada en una sola persona como lo fue Jesús, solo consiguiera que alrededor de 120 personas fueran sus seguidores en los 33 años que vivió en la Tierra? Pero gracias a la bondad inmerecida de Jehová, hizo que Ageo 2:7 profetizara que Él mismo mecería a las naciones para sacar las cosas deseable, y aquí estamos, millones de personas que llegamos a reconocer (por la mecedura de Jehová y no por méritos propios), a quien merece de verdad la pena seguir, y eso con todo el corazón.
Ahora, Jehová nos sigue meciendo, para que no nos durmamos ni perdamos el rumbo de las pisadas de Cristo. |
Personas que obtienen información mediante la observación secreta. En 1512 a.E.C. Moisés envió desde el campamento de Israel en el desierto de Parán a doce principales (que representaban a todas las tribus, excepto a la de Leví) para que examinaran la tierra de Canaán. Jehová lo había autorizado cuando los israelitas dijeron: “Enviemos hombres delante de nosotros, sí, para que nos exploren la tierra y vuelvan a traernos palabra respecto al camino por el cual debemos subir y las ciudades a las que ciertamente llegaremos”. (Dt 1:22, 23.) Es probable que los espías se separasen y viajasen de dos en dos a través de la tierra hasta “el punto de entrada de Hamat”, al N., y hacia el O., en dirección al mar. (Nú 13:21; véase HAMAT, HAMATEO.) Cuando regresaron, todos reconocieron que la tierra ‘manaba leche y miel’, pero diez de ellos presentaron un informe que manifestaba falta de fe y que atemorizó a los israelitas. Tan solo Josué y Caleb los animaron a entrar en la tierra y tomarla. Debido a la falta de fe que mostró Israel al permitir que el mal informe influyese en su ánimo, Dios decretó que todos los hombres mayores de veinte años murieran en el desierto durante el período de cuarenta años en que la nación vagaría por él. Las únicas excepciones fueron Josué, Caleb y la tribu de Leví. (Nú 13:1-33; 14:6-38; Dt 1:24-40.)
En 1473 a.E.C. Josué envió a dos espías al otro lado del Jordán con el fin de explorar Jericó. Rahab, la ramera, los ayudó, y tanto ella como su casa fueron librados cuando cayó Jericó. (Jos 2:1-24; 6:1, 22-25; Heb 11:31.) En los siguientes pasajes también se mencionan situaciones en las que intervinieron espías: Jueces 1:22-26; 18:1-10, 14, 17; 1 Samuel 26:4. Hanún de Ammón acusó a los mensajeros del rey David de ser espías y por este motivo los maltrató. (2Sa 10:1-7.) Absalón envió espías por todo Israel, no tanto con el fin de recabar información para su conspiración contra David como para conseguir apoyo para su causa subversiva. (2Sa 15:10-12.)
Cuando el apóstol Pablo escribió con relación a la visita que hizo a Jerusalén con Bernabé y Tito, dijo que en aquel tiempo había ‘falsos hermanos introducidos calladamente, que habían entrado a hurtadillas para espiar su libertad que tenían en unión con Cristo Jesús’. (Gál 2:1-5.)
Persona que ha sido instruida en una determinada disciplina del conocimiento y que da instrucción en público. La expresión “instructor público” traduce la voz griega gram·ma·téus. Se ha traducido por “maestro de la ley” y “maestro” (VP), “letrado” (DGH) y “persona instruida” (NM, notas de Mt 13:52 y 23:34). Esta palabra griega suele traducirse “escriba”; sin embargo, con el fin de dejar claro que no se hace referencia al grupo religioso judío conocido por ese nombre, la Traducción del Nuevo Mundo la traduce por “instructor público” cuando el pasaje habla de los discípulos de Jesús.
Cuando Jesús estuvo en la Tierra, los escribas (gram·ma·téis) eran hombres versados en la Ley y maestros del pueblo, pero las tradiciones humanas y las doctrinas paganas los habían corrompido. En su caso, el término “escribas” había llegado a ser un título que los designaba como una clase, más bien que aludir a las ocupaciones propias de su oficio de copistas.
Jesús vino a dar testimonio de la verdad. Con el fin de que las buenas nuevas del Reino se predicaran, preparó a sus discípulos para que fuesen maestros, instructores públicos, del Reino de Dios. Cuando Jesús se refirió a sus discípulos como instructores públicos, dio realce a su puesto y a la importancia de prestar atención a su enseñanza; los comparó a personas instruidas que disponían de un verdadero tesoro almacenado del cual sacar recursos. (Mt 13:52.) Los envió al pueblo de Israel, pero sus escribas no supieron reconocer los tesoros que Dios les estaba ofreciendo por medio de estos hombres. En cambio, se opusieron a esa instrucción pública y participaron en azotar, perseguir y matar a Jesús y a sus instructores públicos, con lo que demostraron ser instructores falsos. Sin embargo, muchas personas de Israel y de las naciones aceptaron la enseñanza de los instructores que Jesús preparó y ellos mismos llegaron a ser también instructores públicos de la Palabra de Dios. (Mt 23:34; 28:19, 20.)
Bajo la Ley, los levitas estaban encargados de que la gente recibiera instrucción pública. (Le 10:11; Dt 17:10, 11; 2Cr 17:7-9.) Moisés y Josué —levita y efraimita, respectivamente— instruyeron en público al pueblo de Dios, el primero en calidad de mediador del pacto de la Ley y el segundo en calidad de caudillo de la nación. (Dt 4:1; 34:9; Jos 8:35.) De manera semejante, tanto los jueces como los reyes que fueron fieles enseñaron la Ley cuando intervinieron en audiencias judiciales y presidieron en ocasiones relacionadas con la adoración. (1Re 8:1-61; 2Re 23:2.)
Un instructor público que puso un ejemplo sobresaliente fue el sacerdote Esdras, quien con el apoyo de Nehemías llevó a cabo un programa de instrucción pública en beneficio de los israelitas repatriados de Babilonia. Leyó públicamente la Ley y organizó a los levitas para que ‘explicaran la ley al pueblo’, ‘poniéndole significado’ y ‘dándole entendimiento en la lectura’, ‘instruyendo así a la gente’. (Ne 8:1-9.)
Cese del trabajo que se desempeña, o de ciertas funciones del mismo.
Cuando Jehová asignó a los levitas (los que no eran de la familia sacerdotal de Aarón) a servir en la tienda de reunión bajo la dirección de los sacerdotes, dispuso amorosamente los medios necesarios para su bienestar. Mandó a Moisés: “Esto es lo que aplica a los levitas: De veinticinco años de edad para arriba él vendrá a entrar en la compañía, en el servicio de la tienda de reunión. Pero después de la edad de cincuenta años se retirará de la compañía de servicio y no prestará más servicio. Y él tiene que ministrar a sus hermanos en la tienda de reunión al encargarse de la obligación, pero no debe prestar servicio”. (Nú 8:23-26; 1Cr 23:3.)
En el capítulo 4 de Números se detalla la organización del servicio levita. Allí se manifiesta que los levitas debían estar registrados entre las edades de treinta y cincuenta años.
El montaje, desmontaje y transporte de la tienda de reunión requería mucha fuerza física. Cada uno de los 96 pedestales de plata con encajaduras pesaba un talento (unos 34 Kg.); también había cuatro pedestales para las columnas que se situaban entre el Santo y el Santísimo, que probablemente pesaban lo mismo, y cinco pedestales de cobre para las columnas de la entrada del tabernáculo. (Éx 26:19, 21, 25, 32, 37; 38:27.) Los 48 armazones (de 4,5 m. de largo y 67 cm. de ancho) eran de acacia, una madera compacta y pesada, y además estaban recubiertos de oro. (Éx 26:15-25, 29.) Había barras revestidas de oro que se colocaban a ambos lados del tabernáculo y en su parte trasera. (Éx 26:26-29.) Todos estos objetos eran pesados. Además, hay que contar con el peso considerable de las cubiertas hechas de lino y piel de foca, carnero y cabra, así como de la pantalla que rodeaba el patio, con sus postes, pedestales con encajaduras, estacas de tienda y demás utensilios. Todo el trabajo relacionado con el tabernáculo exigía fuerza física. (Éx 26:1-14; 27:9-19.) Aunque se suministraron seis carros para el transporte de estos objetos, la mesa del pan de la proposición, el candelabro de oro y el altar de los sacrificios revestido de cobre, se llevaban a cuestas. (Eran los sacerdotes, no los levitas no sacerdotales, quienes llevaban el arca del pacto.) (Nú 7:7-9; Éx 25:10-40; 27:1-8; Nú 4:9, 10; Jos 3:15.)
Otro propósito de la jubilación era, al parecer, permitir que todos los levitas tuvieran la oportunidad de tener asignaciones de servicio en el santuario, pues solo se necesitaba una cantidad limitada de ellos, especialmente mientras se utilizó la tienda de reunión o tabernáculo. Los sacerdotes, es decir, los levitas de la familia de Aarón, no se jubilaban.
Por lo visto, los levitas servían en lo que se podría denominar “período de aprendizaje” durante cinco años, entre los veinticinco y los treinta años de edad. Puede que no se empleara a estos trabajadores más jóvenes para las labores más duras, que se reservaban para los que tenían más de treinta años de edad, hombres ya adultos. (Véase EDAD.) Posteriormente, cuando el Arca se ubicó de modo permanente en el monte Sión (y en especial a punto de comenzar la construcción del templo), el duro trabajo de transportar el santuario terminó. Por esa razón David dispuso que los levitas comenzaran a servir al cumplir los veinte años. Muy probablemente, esta reducción de edad se debió a que, a raíz de la construcción del templo, se ampliaron los servicios que se prestaban en él y hacían falta más trabajadores para encargarse de ellos. (1Cr 23:24-27.)
Los levitas que se jubilaban a la edad de cincuenta años no se retiraban de todo servicio. Todavía podían servir voluntariamente y “ministrar a sus hermanos en la tienda de reunión al encargarse de la obligación”. (Nú 8:26.) Probablemente servían de consejeros y ayudaban a atender parte del trabajo más ligero que entraba dentro de la obligación de los levitas, pero se les libraba del trabajo más pesado. Y seguían siendo maestros de la Ley para el pueblo. (Dt 33:8-10; 2Cr 35:3.) Los levitas jubilados que vivían en las ciudades de refugio eran de ayuda a los que se refugiaban allí.
Los que llegan a ser “hermanos” espirituales de Jesucristo y seguidores de sus pisadas constituyen un “sacerdocio real”. (Heb 2:10-12; 1Pe 2:9.) Para estos no hay jubilación. El apóstol Pablo se mantuvo activo en su ministerio mientras estuvo recluido en prisión y participó asiduamente en su actividad ministerial hasta que se le dio muerte. (Hch 28:30, 31; 2Ti 4:6, 7.) Pedro se mantuvo activo hasta el final de su vida. (2Pe 1:13-15.) Juan escribió su evangelio y sus tres cartas canónicas a una edad muy avanzada, alrededor del año 98 E.C.
Los de la “gran muchedumbre” que vio Juan después de la visión de los 144.000 “sellados” estaban “rindiendo servicio sagrado [a Dios] día y noche”, o sea, continuamente. Por lo tanto, no hay jubilación del servicio a Dios para ningún cristiano. (Apo 7:4, 9, 15.)
Nombre que se daba a aquel que en tiempos bíblicos lavaba ropa usada y también blanqueaba y encogía ropa nueva, le quitaba las grasas y otras sustancias y así la preparaba para teñirla. Al parecer, el término en hebreo proviene de una palabra que significa “pisotear”, es decir, lavar pisando con los pies para soltar la suciedad. (Mal 3:2; véase BAÑAR, BAÑARSE.) La palabra griega para “limpiador de ropa” (gna·féus) está emparentada con gná·fos (cardencha; carda o peine), y alude tanto a la persona que preparaba tela nueva como a la que lavaba y restregaba prendas de vestir sucias.
Los lavanderos de la antigüedad podían limpiar o blanquear considerablemente la ropa. Sin embargo, cuando Marcos describió la incomparable blancura de las vestiduras de Jesús durante la transfiguración, dijo: “Sus prendas de vestir exteriores se volvieron relucientes, mucho más blancas de lo que pudiera blanquearlas cualquier limpiador de ropa en la tierra”. (Mr 9:3; Campo del Lavandero.)
Álcali En hebreo la palabra para álcali es né·ther, un carbonato sódico al que también se conoce como natrón. Para distinguirlo del “álcali vegetal”, se le llama “álcali mineral”. El natrón es carbonato sódico natural, y en el ámbito comercial, se le conoce como sosa comercial o sal sosa. En Proverbios 25:20 se alude a su efervescencia cuando se mezcla con un ácido débil. Aunque en algunas traducciones se le llama “nitro”, no se debe confundir con el nitro moderno, que puede ser nitrato potásico o sódico.
Este álcali es un limpiador muy eficaz, bien solo o como componente del jabón. Este hecho añade fuerza a las palabras de Jehová en cuanto al grado de la pecaminosidad de Israel: “Aunque hicieras el lavado con álcali y tomaras para ti grandes cantidades de lejía, tu error ciertamente sería una mancha delante de mí”. (Jer 2:22.)
En la antigüedad el álcali se obtenía de diversas fuentes, como de los lagos, o de yacimientos en Siria, India, Egipto y a lo largo de las costas sudorientales del mar Muerto. Se informa que los egipcios y otros pueblos lo usaban, no solo como detergente, sino también como levadura para la elaboración del pan, para volver más tierna la carne hervida, mezclado con vinagre como remedio para el dolor de muelas y también en el embalsamamiento.
Lejía La palabra hebrea bo·ríth, que se traduce “lejía” (en algunas traducciones, “jabón”), se refiere a un “álcali vegetal” distinto del né·ther, el llamado álcali mineral. La diferencia no dependía de la composición química, sino, más bien, de dónde se obtenía. En Jeremías 2:22 aparecen las dos palabras en el mismo versículo. Químicamente la lejía de tiempos bíblicos era carbonato sódico o carbonato potásico, dependiendo de si las cenizas de las que se obtenía eran de la vegetación que crecía cerca del mar en suelo salino o de la vegetación que crecía en el interior. Se separaban los productos químicos de las cenizas por lixiviación con agua. Esta lejía es diferente del producto químico actual llamado “lejía”, el hidróxido potásico, que es muy cáustico. La antigua lejía del lavandero no solo se usaba para limpiar vestiduras (Mal 3:2), sino también para reducir metales como el plomo y la plata. (Isa 1:25.)
Potasa La palabra hebrea bor se traduce en Job 9:30 “potasa” (CJ, LT, NM), “jabón” (FS, RH) y “lejía” (CI, NC). El texto dice que se usaba para limpiar las manos. Se cree que este limpiador era carbonato potásico o carbonato sódico. Potasa proviene de la palabra alemana Pottasche, que alude a cómo se obtenía: primero lixiviaban ceniza (asche) de madera, y luego la solución se hervía en una olla (pot).
Persona que transmite información o enseña un trabajo de palabra o por el ejemplo. Un buen maestro fundamenta lo que dice con explicaciones, pruebas o por el empleo de otros métodos, a fin de ayudar al que le escucha a aceptar y recordar lo que oye.
Jehová Dios, el Creador, es el Magnífico Instructor o Maestro de sus siervos. (1Re 8:36; Sl 27:11; 86:11; 119:102; Isa 30:20; 54:13.) Las mismas obras creativas enseñan que existe un Dios Omnisapiente y son en sí mismas un campo para investigación y aprendizaje que solo se ha aprovechado de manera parcial. (Job 12:7-9.) Además, Jehová Dios ha enseñado a los humanos su nombre, sus propósitos y sus leyes por medio de revelaciones. (Compárese con Éx 4:12, 15; 24:12; 34:5-7.) Tales revelaciones se hallan en la Palabra de Dios, la Biblia, y sirven de base para enseñar a otros cuál es Su voluntad. (Ro 15:4; 2Ti 3:14-17.) El espíritu de Dios también ejerce la función de maestro. (Jn 14:26.)
La enseñanza entre los israelitas. Dios dio a los padres israelitas la responsabilidad de enseñar a sus hijos. (Dt 4:9; 6:7, 20, 21; 11:19-21; Sl 78:1-4.) No obstante, los profetas, los levitas, en especial los sacerdotes, y otros sabios, servían de maestros de la entera nación. (Compárese con 2Cr 35:3; Jer 18:18; véase EDUCACIÓN; ESCUELA.)
Profetas. Los profetas enseñaban al pueblo los atributos y propósitos de Jehová, denunciaban la mala conducta de los israelitas y señalaban el camino correcto que debían seguir. Su enseñanza solía ponerse por escrito. (Compárese con 1Sa 12:23-25; Isa 7:3, 4; 22:15, 16; Jer 2:2.) Entre sus métodos de enseñanza estaban: las preguntas (Jer 18:13, 14; Am 3:3-8; Ag 2:11-14), las ilustraciones (2Sa 12:1-7; Isa 10:15; Jer 18:3-10), los enigmas (Eze 17:2) y las representaciones simbólicas. (1Re 11:30-32; Jer 13:4-11; 19:1-12; 27:2; 28:10-14; Eze 4:1–5:4; véase PROFETAS.)
Sacerdotes y levitas. Los sacerdotes y los levitas tenían la responsabilidad de enseñar la ley de Dios a la nación de Israel (Le 10:11; 14:57; 2Cr 15:3; 35:3), una tarea que desempeñaban de diversas maneras. Todos los años sabáticos, se leía toda la Ley al pueblo entero: hombres, mujeres, niños y residentes forasteros, durante la fiesta de las cabañas. (Dt 31:9-13.) A veces los levitas se valían de las respuestas audibles del pueblo para inculcar las leyes divinas en los oyentes. (Compárese con Dt 27:14-26.) Aparte de leer la Ley al pueblo, los sacerdotes y los levitas también explicaban su significado. (Compárese con Ne 8:8.) Sus decisiones judiciales enseñaban al pueblo los principios de la justicia divina. (Dt 17:8-13; 1Cr 26:29; 2Cr 19:8-11; véase SACERDOTES; LEVITAS.)
Escribas. En los días de Jesús, los escribas eran maestros prominentes de la Ley. Pero no se preocuparon nunca por los verdaderos problemas y necesidades del pueblo. Al igual que los fariseos, los escribas daban más importancia a las reglas y tradiciones que a la misericordia, la justicia y la fidelidad. Convirtieron la Ley en una carga para el pueblo. (Mt 23:2-4, 23, 24; Lu 11:45, 46.) Debido a su actitud de superioridad hacia las personas comunes, no fueron un ejemplo digno de imitar, por lo que su enseñanza no tuvo el efecto que pudo haber tenido. (Compárese con Mt 23:3, 6, 7; Jn 7:48, 49; véase ESCRIBA, ESCRIBANO.)
¿Qué hizo que la enseñanza de Jesús fuera tan eficaz? Aunque los líderes religiosos del judaísmo no eran sinceros cuando se dirigían a Jesucristo como “Maestro [gr. Di·dá·ska·los]”, él tuvo el reconocimiento tanto de los creyentes como de los no creyentes. (Mt 8:19; 9:11; 12:38; 19:16; 22:16, 24, 36; Jn 3:2.) Los oficiales que fueron a detenerle quedaron tan impresionados por su enseñanza que regresaron con las manos vacías y dijeron: “Jamás ha hablado otro hombre así”. (Jn 7:46.) Jesús enseñó “como persona que tiene autoridad, y no como [los] escribas”. (Mt 7:29.) Dios era la Fuente de su enseñanza (Jn 7:16; 8:28), y Jesús la transmitió con sencillez, lógica irrefutable, preguntas penetrantes, metáforas llamativas e ilustraciones significativas basadas en cosas conocidas. (Mt 6:25-30; 7:3-5; 24-27; véase ILUSTRACIONES.) También empleó lecciones prácticas: lavó los pies a sus discípulos con el fin de enseñarles que deberían servirse los unos a los otros. (Jn 13:2-16.)
Jesucristo tenía un amplio conocimiento gracias a la relación íntima que había tenido con su Dios y Padre antes de venir a la Tierra, por lo que conocía a Dios como nadie y podía hablar sobre su Padre con el mejor conocimiento de causa. Jesús mismo dijo: “Nadie conoce plenamente al Hijo sino el Padre, ni conoce nadie plenamente al Padre sino el Hijo, y cualquiera a quien el Hijo quiera revelarlo”. (Mt 11:27; Jn 1:18.)
Jesús también conocía a cabalidad la Palabra escrita de Dios. Cuando se le preguntó qué mandamiento era el mayor de la Ley, resumió sin vacilar toda la Ley en dos mandamientos, citando de Deuteronomio (6:5) y Levítico (19:18). (Mt 22:36-40.) En el transcurso de su ministerio, se refirió, directa e indirectamente, a pasajes de aproximadamente la mitad de los libros de las Escrituras Hebreas: Génesis (2:24; Mt 19:5; Mr 10:7, 8), Éxodo (3:6; Mt 22:32; Lu 20:37), Levítico (14:2-32; Mt 8:4), Números (30:2; Mt 5:33), Deuteronomio (5:16; Mt 15:4; Mr 7:10), 1 Samuel (21:4-6; Mt 12:3, 4), 1 Reyes (17:9; Lu 4:26), Job (42:2; Mt 19:26), Salmos (8:2; 110:1; Mt 21:16; 22:44), Proverbios (24:12; Mt 16:27), Isaías (6:9, 10; Mt 13:14, 15; Jn 12:40), Jeremías (7:11; Mt 21:13; Mr 11:17; Lu 19:45, 46), Lamentaciones (2:1; Mt 5:35), Daniel (9:27; Mt 24:15), Oseas (6:6; Mt 9:13), Jonás (1:17; Mt 12:40), Miqueas (7:6; Mt 10:21, 35, 36), Zacarías (13:7; Mt 26:31) y Malaquías (3:1; Mt 11:10).
Además, el ejemplo perfecto de Jesús le daba a su enseñanza mucho más peso. (Jn 13:15.) No era como los escribas y fariseos, de quienes dijo: “Todas las cosas que les digan, háganlas y obsérvenlas, pero no hagan conforme a los hechos de ellos, porque dicen y no hacen”. (Mt 23:3.)
Otros aspectos que hicieron que la enseñanza de Jesús tuviera autoridad y fuera eficaz fueron su comprensión del ser humano y su interés amoroso. Su agudo discernimiento complementó el conocimiento milagroso de los antecedentes y la manera de pensar de las personas. (Mt 12:25; Lu 6:8; Jn 1:48; 4:18; 6:61, 64; 13:11.) “Él mismo conocía lo que había en el hombre.” (Jn 2:25.) Se compadecía de las personas hasta tal grado que sacrificaba su descanso para enseñarles. En una ocasión Jesús y sus discípulos fueron en barca a un lugar solitario para descansar un poco. “Pero la gente los vio ir y muchos llegaron a saberlo, y de todas las ciudades concurrieron allá a pie, y se adelantaron a ellos. Pues, al salir, él vio una muchedumbre grande, y se enterneció por ellos, porque eran como ovejas sin pastor. Y comenzó a enseñarles muchas cosas.” (Mr 6:31-34.)
Jesús fue comprensivo con sus oyentes. Cuando sus discípulos no entendían una ilustración, se la explicaba pacientemente (Mt 13:10-23), aunque, consciente de sus limitaciones, no les daba demasiada información (Jn 16:4, 12), y les repetía la misma enseñanza cuando era necesario. (Mr 9:35; 10:43, 44.) A menudo añadía a su respuesta una parábola o ilustración, que dejaba en sus oyentes una honda impresión y los hacía pensar. (Mt 18:1-5, 21-35; Lu 10:29-37.)
★¿En qué idioma es probable que enseñara Jesús a sus discípulos? - (15-12-2015-Pg.5-§7)
★“Lógica aplastante” - (cf-Cap.11-Pg.113)
El espíritu de Dios enseña. Durante los tres años y medio de su ministerio terrestre, Jesús enseñó a sus apóstoles para que continuaran la obra que él había comenzado. Como eran humanos imperfectos, no podrían recordar todo detalle de su enseñanza, pero Jesús les prometió: “El ayudante, el espíritu santo, que el Padre enviará en mi nombre, ese les enseñará todas las cosas y les hará recordar todas las cosas que les he dicho”. (Jn 14:26.) Con ello quiso decir que el espíritu de Dios les enseñaría todo lo que necesitaran para cumplir con su ministerio. Les aclararía especialmente lo que habían oído con anterioridad pero que no habían entendido, y les recordaría las cosas que Jesús había dicho mientras estuvo con ellos. Como maestro, les revelaría la aplicación correcta de sus palabras. (Compárese con Jn 2:19-22; véase VERDAD - [“El espíritu de la verdad”].)
Cuando los llevaran ante asambleas públicas, reyes y otros gobernantes, los discípulos de Jesús podían confiar plenamente en que el espíritu de Dios les haría recordar y les serviría de maestro. Como un amigo, les ayudaría a recordar lo que podían decir y a aplicar este conocimiento. Como resultado, se daría un buen testimonio y acallaría a los opositores. (Mt 10:18-20; Mr 13:11; Lu 12:11, 12; 21:13-15.) Por esa razón Pedro y Juan pudieron hablar con valentía cuando el más alto tribunal judío, el Sanedrín, los interrogó sobre la curación de un hombre cojo de nacimiento. Su arrojo, inusitado en “hombres iletrados y del vulgo”, maravilló a los miembros del Sanedrín. Las palabras de Pedro y la presencia del hombre curado dejaron a estos hombres instruidos sin “nada que replicar”. (Hch 4:5-14.)
Puesto que toda la Palabra de Dios se escribió bajo inspiración (2Ti 3:16), solo ella contiene la enseñanza del espíritu. Por consiguiente, los cristianos no deben prestar la más mínima atención a la enseñanza que esté en conflicto con la Palabra de Dios. El apóstol Juan escribió: “No necesitan que nadie les esté enseñando; antes bien, como la unción de él les está enseñando acerca de todas las cosas, y es verdad y no es mentira, y así como les ha enseñado, permanezcan en unión con él”. (1Jn 2:27.) Juan dirigía estas palabras a los cristianos ungidos por espíritu, que conocían a Jehová Dios y a su Hijo Cristo Jesús y entendían perfectamente la verdad de Dios, por lo que no necesitaban maestros que negasen al Padre y al Hijo. Tales maestros solo podían extraviarles de la verdad que les había enseñado el espíritu de Dios en armonía con lo que los Escritos Sagrados claramente exponen. (1Jn 2:18-26.) Por esa razón los cristianos no deberían recibir a maestros apóstatas en sus hogares, ni siquiera darles un saludo. (2Jn 9-11.) ★Jehová dirige nuestra labor mundial de enseñanza - (15-2-2015-Pg.24)
‘Hagan discípulos enseñándoles.’ Después de su resurrección, Jesucristo encargó a sus seguidores la obra de hacer discípulos, bautizándolos y enseñándoles todas las cosas que él les había mandado. (Mt 28:19, 20.) Esta obra de enseñanza comenzó en el día del Pentecostés del año 33 E.C., cuando aproximadamente 3.000 judíos y prosélitos aceptaron a Jesús como el prometido Mesías y fueron bautizados. La enseñanza de estos nuevos discípulos no terminó con el discurso de Pedro, que les ayudó a hacerse seguidores de Cristo Jesús. Había mucho más que aprender. Por esta razón, los que habían ido a Jerusalén desde lugares distantes para estar presentes en la fiesta del Pentecostés, alargaron su estancia con el fin de poder dedicarse a la enseñanza de los apóstoles. Día tras día se reunían en el recinto del templo, seguramente para escuchar a los apóstoles. Otros judíos y prosélitos también escucharon allí las buenas nuevas, de modo que la cantidad de varones creyentes acabó aumentando a unos 5.000. (Hch 2:14–4:4.) Además de enseñar públicamente en el templo, los apóstoles declararon las buenas nuevas sobre Jesucristo de casa en casa. (Hch 5:42; véase PREDICADOR, PREDICAR - [“De casa en casa”].)
Más tarde, cuando se esparcieron los creyentes por causa de la persecución y comenzó la predicación entre los no judíos, la obra de hacer discípulos se extendió a lugares distantes. (Hch 8:4-12; 11:1-26.) Como había ocurrido en Jerusalén, la búsqueda de las personas de buen corazón se hizo por medio de la predicación y la enseñanza pública, y después se seguía enseñando a los que se hacían discípulos. Por ejemplo, en Éfeso, el apóstol Pablo enseñó públicamente en la sinagoga. Cuando surgió oposición, separó a los discípulos de los judíos no creyentes, y pronunció discursos ante los discípulos en la sala de conferencias de la escuela de Tirano. (Hch 19:8-10.) También enseñó a los discípulos en sus hogares y buscó de casa en casa a otras personas interesadas, tal como les dijo a los ancianos de la congregación de Éfeso: “No me retraje de decirles ninguna de las cosas que fueran de provecho, ni de enseñarles públicamente y de casa en casa”. (Hch 20:20, 21; compárese con Hch 18:6, 7 sobre la actividad de Pablo en Corinto; véase DISCÍPULO.)
Maestros en la congregación cristiana. Como resultado de la actividad del apóstol Pablo y de otros creyentes, se formaron congregaciones cristianas progresivas en muchos lugares. Para ayudar a todos los que se asociaban con estas congregaciones a “alcanzar la unidad en la fe y en el conocimiento exacto del Hijo de Dios, a un hombre hecho, a la medida de estatura que pertenece a la plenitud del Cristo”, se necesitaban maestros capacitados. (Ef 4:11-13.) Por este motivo, los que servían de maestros tenían una seria responsabilidad, que afectaba las mismas vidas de sus compañeros cristianos. El puesto de los maestros era de tal importancia que ocupaban el tercer lugar, justo después de los apóstoles y los profetas, según el orden en que Dios había “colocado” a los miembros de la congregación. (1Co 12:28.) No era un puesto disponible a todos los miembros de la congregación (1Co 12:29), y en particular no estaba disponible para las mujeres. El apóstol Pablo escribió: “No permito que la mujer enseñe, ni que ejerza autoridad sobre el hombre”. (1Ti 2:12.) Solo ocupaban este puesto los superintendentes o ancianos nombrados por medio del espíritu. (Hch 20:17, 25-30; 1Ti 3:1, 2; 5:17.)
El ejemplo de estos ancianos tenía que ser digno de imitar, y su enseñanza debía ser exacta, fiel a la Palabra inspirada de Dios. Como maestros cualificados, fueron un baluarte contra el abandono de la fe verdadera: prestos a ayudar a las víctimas de enseñanzas erróneas y a disciplinar a los sectarios. (1Ti 4:6, 7, 16; 6:2b-6; 2Ti 2:2, 14-26; 3:14-17; Tit 1:10, 11; 2:1, 6, 7; 3:9-11; compárese con Apo 2:14, 15, 20-24.)
Los ancianos (gr. pre·sbý·te·roi) abnegados en su dedicación a la enseñanza eran merecedores de respeto, consideración (compárese con Heb 13:17) y hasta de ayuda material voluntaria. Esto es lo que el apóstol Pablo quiso decir cuando escribió: “Además, que cualquiera a quien se esté enseñando oralmente [literalmente, “el que está siendo instruido por medio de hacer resonar hacia abajo (en los oídos)”] la palabra haga partícipe en todas las cosas buenas al que da dicha instrucción oral”. (Gál 6:6.) “Que los ancianos que presiden excelentemente sean tenidos por dignos de doble honra, especialmente los que trabajan duro en hablar y enseñar. Porque la escritura dice: ‘No debes poner bozal al toro cuando trilla el grano’; también: ‘El trabajador es digno de su salario’.” (1Ti 5:17, 18.)
El hombre que se esforzaba altruistamente por ser superintendente, capacitado para enseñar a otros en la congregación, ‘deseaba una obra excelente’. (1Ti 3:1.) Es obvio que Santiago no pretendió hacerle desistir de su esfuerzo cuando dijo: “No muchos de ustedes deberían hacerse maestros, hermanos míos, sabiendo que recibiremos juicio más severo”. (Snt 3:1.) Estas palabras recalcaban, más bien, la seria responsabilidad que recaía sobre los maestros de la congregación. Por lo visto, algunos se erigieron en maestros, aunque no se les había nombrado ni tampoco reunían los requisitos para ello. Las personas en quienes pensaba Santiago probablemente se parecían mucho a aquellas a las que se refirió Pablo cuando escribió a Timoteo: “Ciertos individuos han sido apartados al habla ociosa, queriendo ser maestros de ley, pero sin percibir ni las cosas que dicen ni las cosas acerca de las cuales hacen vigorosas afirmaciones”. (1Ti 1:6, 7.) Es probable que tales hombres desearan la prominencia que se derivaba de ser maestros de sus compañeros creyentes. Pero Santiago corrigió esta tendencia al mostrar que se iba a exigir más de los maestros de la congregación. A la hora de rendir cuentas, se les exigiría más que a otros cristianos. (Compárese con Ro 14:12.) Sin embargo, ellos, como todos, también tropezarían en palabra. (Snt 3:2.)
En qué sentido deberían ser maestros todos los cristianos. Aunque relativamente pocos eran maestros de la congregación, todos los cristianos deberían tener la meta de poder enseñar sus creencias personalmente a otros. A los cristianos hebreos se les dijo claramente: “Aunque deberían ser maestros en vista del tiempo, de nuevo necesitan que alguien les enseñe desde el principio las cosas elementales de las sagradas declaraciones formales de Dios”. Puesto que los judíos habían sido los primeros en recibir las buenas nuevas en cuanto al Cristo, no debían ser pequeñuelos espirituales, sino ejemplos en madurez cristiana y aptitud docente. (Heb 5:12–6:2.) Por consiguiente, es obvio que aquí el escritor inspirado estaba hablando de enseñar en un sentido general. En la misma línea está su referencia al judío que sobre la base de su conocimiento llega a ser “corregidor de los irrazonables, maestro de los pequeñuelos”. (Ro 2:17-20.) Sin embargo, Pablo muestra que esta enseñanza honrará a Dios solo si el maestro vive de acuerdo con lo que enseña. (Ro 2:21-24.)
Los cristianos también podían aprender unos de otros. Por ejemplo, las mujeres de más edad podían enseñar a las mujeres jóvenes en asuntos como el ‘amar a sus esposos, amar a sus hijos, ser de juicio sano, castas, trabajadoras en casa, buenas, sujetas a sus propios esposos, para que no se hablara injuriosamente de la palabra de Dios’. Tal enseñanza privada solo surtía efecto si iba respaldada por un buen ejemplo. (Tit 2:3-5; compárese con 2Ti 1:5; 3:14, 15.)
¿Por qué no es la habilidad natural lo más importante para ser un buen maestro? El apóstol Pablo comprendía la importancia de amar a quienes enseñaba, y así lo demostró en su manera de actuar (1 Tes. 2:7, 8). Nosotros también podemos demostrar que nos interesamos sinceramente en cada uno de nuestros estudiantes. ¿Cómo? Dedicando tiempo a conocerlos mejor. Al hablar con ellos de los principios bíblicos, lo más seguro es que nos vayamos familiarizando con sus circunstancias. Quizás notemos que en algunos aspectos de su vida ya están aplicando lo que han aprendido, mientras que en otros todavía necesitan hacer cambios. Si les explicamos cómo pueden poner en práctica los principios bíblicos, les mostraremos amor y los ayudaremos a convertirse en auténticos discípulos de Cristo. Lo más importante es orar con el estudiante y pedir por él en la oración. A la persona debe quedarle claro que nuestro objetivo es ayudarla a conocer íntimamente a su Creador, acercarse a él y seguir su beneficiosa guía.
Jesús fue paciente y comprensivo. Por ejemplo, aunque no dudaba en corregir a sus discípulos cuando era necesario, siempre lo hacía con cariño (Mar. 9:33-37). Les dejó claro que confiaba en que ellos también serían buenos predicadores de las buenas nuevas, lo cual tuvo que haberles animado mucho (Juan 21:15-17). Jamás ha existido un maestro tan amoroso como Jesús. Su actitud le ganó el cariño de sus discípulos y los motivó a obedecer sus mandamientos (Juan 14:15). Los discípulos de Jesús tenían ese mismo amor por las personas a quienes predicaban. Estuvieron dispuestos a sufrir persecución y a arriesgar su vida para servir a los demás y predicar las buenas nuevas. ¡Qué cariño sentían por las personas a las que ayudaban! Fijémonos en estas conmovedoras palabras del apóstol Pablo: “Teniéndoles tierno cariño, nos fue de mucho agrado impartirles, no solo las buenas nuevas de Dios, sino también nuestras propias almas, porque ustedes llegaron a sernos amados” (1 Tes. 2:8)
“Enseñado oralmente”
Lit.: “siendo ahondado por sonido a”. Gr.: ka·te·kjóu·me·nos; lat.: ca·te·ci·zá·tur. El texto griego de este pasaje indica que las enseñanzas de la Palabra de Dios se hacen resonar en la mente y el corazón de aquel a quien ‘se enseña oralmente’. De este modo llegamos a estar capacitados para ser maestros de otras personas (Hechos 18:25). (w02 1/4 16 párr. 7)
La lectura interlineal saca a luz el sentido básico de las palabras griegas que se usaron respecto a enseñanza oral usando las expresiones “aquel en quien se ahonda por sonido” y “el que ahonda por sonido.” Esto muestra vívidamente que el sonido de la voz del maestro penetraba en los oídos de su estudiante de la Biblia. Esto hacía que el curso de instrucción fuera uno de enseñanza oral. (w70 311 párr 22) literalmente, “el que está siendo instruido por medio de hacer resonar hacia abajo (en los oídos)” (“Maestro, Enseñanza” - [Maestros en la congregación cristiana-it-2-Pg.275-§3])
Según un diccionario autorizado, Dictionnaire de Theologie Catholique, “la palabra catequesis viene del verbo griego katequeö, que significa literalmente resonar o hacer resonar, y, figurativamente, enseñar por medio de comunicar o instruir oralmente: las palabras del maestro resonando en respuesta a las preguntas del estudiante, y las respuestas del estudiante resonando en respuesta a las preguntas del maestro.... Hech. XVIII, 25 ... Luc. I, 4... Gál. VI, 6.” (g79 22/2 6)
De la mano del maestro
Estaba golpeado y rallado y como remate en una subasta, el subastador pensó que por su escaso valor, no tenía sentido perder demasiado tiempo con el viejo violín, pero lo levantó con una sonrisa.
-¿Cuánto dan señores? -gritó-, ¿quién empezará a apostar por mí?
En ese momento, desde el fondo de la sala un hombre canoso se adelantó y recogió el arco;
Cesó la música y con una voz silenciosa y tranquila dijo:
-Mil dólares y… ¿quién da dos? -¡Dos mil!, ¿Y quién da tres? La gente aplaudía, pero algunos decían: "No entendemos bien, ¿qué cambió su valor?". La respuesta no se hizo esperar: "¡La Mano del Maestro!"
¿Qué marcará el valor y calidad de su vida? Eso dependerá si se deja dirigir por la mano del "Gran Maestro" por excelencia. |
¿Quién es tu maestro?
★Si sólo la desgracia te sensibiliza.
Entonces la desgracia será tu maestro. ★Si sólo ante la carencia pones fin a tu arrogancia.
★Si sólo la enfermedad detiene una vida de abusos.
★Si sólo ante la tragedia te solidarizas.
Cuando seas: Agradecido, Humilde, Modesto y Solidario
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Hombre que maneja un barco o ayuda en su manejo; navegante u hombre de mar. (1Re 9:26, 27; Eze 27:8, 9; Apo 18:17-19.) La vida de los antiguos marineros era peligrosa. En un mar tempestuoso estaban a merced de las olas. El salmista escribió: “A causa de la calamidad, su misma alma va derritiéndose. Dan vueltas y se mueven con inseguridad como un borracho, y aun toda su sabiduría resulta confusa. Y se ponen a clamar a Jehová en su angustia”. (Sl 107:26-28.)
Hechos 27:15-19 contiene un relato vívido de las medidas tomadas por los marineros durante una tormenta. Alzaron a bordo el esquife, que se remolcaba y por lo visto servía de bote salvavidas cuando se necesitaba. Ciñeron el barco por debajo, posiblemente con cuerdas o cadenas, es decir, se las pasaron alrededor del casco de la nave y las tensaron en la cubierta. Arriaron los aparejos, lo que puede referirse a que arriaron la vela mayor. También arrojaron algunos artículos por la borda a fin de alijar la nave para incrementar de este modo su flotabilidad. (Compárese con Jon 1:5; Hch 27:38; véase NAVE.)
Persona que transmite mensajes orales o escritos, o efectúa encargos. (Gé 32:3-6; Jue 6:34, 35; 11:12-27; 2Sa 5:11; 1Re 19:2; 2Re 19:8-14; Lu 7:18-24; 9:52.) A veces los correos servían de mensajeros. (2Cr 30:6-10; Jer 51:31.) Para conseguir una comunicación más rápida, se despachaban mensajeros a caballo. (2Re 9:17-19; Est 8:10-14; véase CORREOS.) En tiempos antiguos se llamaba heraldos a los mensajeros que pregonaban públicamente decretos reales o de Estado. (Da 3:4-6; 5:29.) Se podían enviar mensajeros a pedir paz (Isa 33:7), a solicitar ayuda militar (2Re 16:7; 17:4) o a pedir tributo o la rendición de una ciudad. (1Re 20:1-9; 2Re 18:17-35.) Se les otorgaba paso libre para llevar a cabo su misión. El maltrato a los mensajeros reales cuando iban en visita de cortesía a otra nación era un incidente de tal gravedad que podía originar una guerra. (2Sa 10:1-7; véase EMBAJADOR.)
Tanto la palabra hebrea como la griega para “mensajero” se pueden referir a mensajeros celestiales o ángeles. (Sl 104:4; Jn 1:51.) El contexto permite determinar si se trata de mensajeros humanos o angélicos. Por ejemplo, en Isaías 63:9 el “mensajero personal” de Jehová sin lugar a dudas es su ángel, pues este mensajero salvó a los israelitas. (Compárese con Éx 14:19, 20.)
Además de emplear mensajeros angélicos para transmitir información a hombres y mujeres en la Tierra y para llevar a cabo otras tareas (véase ÁNGEL), Jehová se ha valido repetidas veces de mensajeros humanos. Sus profetas y sacerdotes fueron mensajeros para la nación de Israel. (2Cr 36:15, 16; Ag 1:13; Mal 2:7.) Las declaraciones de sus profetas siempre se cumplían, pues Jehová es “Quien lleva a cabo por completo el consejo de sus propios mensajeros”. (Isa 44:26.)
“Mensajero del pacto.” En cumplimiento de Malaquías 3:1, Juan el Bautista apareció como el mensajero que preparó el camino delante de Jehová y predispuso a los judíos para la venida del principal representante de Dios, Jesucristo. (Mt 11:10, 11; Mr 1:1-4; Lu 7:27, 28.)
Como predicho “mensajero del pacto”, Jesucristo vino al templo y lo limpió. (Mt 21:12, 13; Mr 11:15-17; Lu 19:45, 46.) Fue el mensajero del pacto abrahámico, pues sobre la base de este pacto se concedió a los judíos la primera oportunidad de llegar a ser herederos del Reino. Este fue el pacto al que Pedro apeló cuando instó a los judíos al arrepentimiento. También es digno de notar que Zacarías, el padre de Juan el Bautista, se refirió al pacto abrahámico cuando mencionó el “cuerno de salvación” que Jehová levantaría “en la casa de David”: el Mesías. (Compárese con Mt 10:5-7; 15:24; 21:31; Lu 1:69-75; Hch 3:12, 19-26.)
Persona que compra, vende o permuta con la intención de obtener ganancias. El término hebreo que se traduce “comerciante” o “mercader” se refiere literalmente a alguien que ‘viaja de un lugar a otro’ con fines comerciales. (Gé 34:10, nota.)
Desde el principio de la historia del hombre, hubo personas hábiles en alguna ocupación y que se especializaron en ella. (Gé 4:20-22.) Es natural que el siguiente paso fuese el comercio entre ellas, y con el devenir del tiempo, muchas personas, tanto hombres como mujeres (Eze 27:3), se dedicaron exclusivamente al comercio y negociaron con gran variedad de bienes. Cuando Abrahán se avecindó en Canaán, a comienzos del II milenio a. E.C., ya se empleaban y reconocían ciertos pesos y medidas comerciales. (Gé 23:16.) La ley mosaica dictaba que las medidas de los mercaderes habían de ceñirse a una norma y ser justas. (Dt 25:13-16; Pr 11:1; 20:10; Miq 6:11.)
Algunos comerciantes tenían su propio establecimiento, mientras que otros negociaban en las plazas del mercado y los bazares de las ciudades. (Ne 13:20.) Algunos poseían flotas de naves que surcaban los mares lejanos en busca de mercancías valiosas procedentes de países distantes. (Sl 107:23; Pr 31:14.) Otros viajaban por las extensas rutas comerciales terrestres del mundo antiguo. (1Re 10:14, 15; 2Cr 9:13, 14.) Los hermanos de José lo vendieron a mercaderes viajeros que se dirigían a Egipto. (Gé 37:25, 28.)
Toda nación, grande o pequeña, tenía sus comerciantes, y muchas se enriquecieron gracias a ellos, como, por ejemplo, Etiopía (Isa 45:14), Asiria (Na 1:1; 3:16), el reino de Salomón (1Re 10:28; 2Cr 1:16) y Sidón y Tiro (Isa 23:2, 8).
La profecía de Ezequiel describe a la ciudad de Tiro como una gran capital mercantil a la que acudían naves y caravanas procedentes de todo el mundo con el fin de hacer negocios. La misma profecía menciona la amplia variedad de artículos que estos mercaderes comercializaban y que enriquecieron a esta ciudad portuaria, por ejemplo: plata, hierro, estaño, plomo, artículos de cobre, caballos, mulos, marfil, ébano, turquesa, lana, telas teñidas, corales, rubíes, trigo, alimento especial, miel, aceite, bálsamo, vino, casia, caña aromática, géneros tejidos, perfumes, piedras preciosas y oro. (Eze 27:2, 12-25.)
La palabra griega ém·po·ros (pó·ros significa “viaje”) se refiere a un comerciante viajero, o alguien que está “de viaje”. Un ejemplo es el comerciante viajero que buscaba perlas selectas de gran valor. (Mt 13:45.) El libro simbólico de Revelación dice que los comerciantes viajeros se enriquecieron gracias a “la gran ramera [...] ‘Babilonia la Grande, la madre de las rameras[’]”, y por eso lloran y se lamentan por ella al tiempo de su caída y destrucción. (Apo 17:1, 5; 18:3, 11-15.) Babilonia la Grande también tiene sus propios comerciantes viajeros, “los hombres de primer rango de la tierra”. (Apo 18:23.)
Jesús habló de “un comerciante viajero que buscaba perlas excelentes” (Mateo 13:45). En la Biblia también se menciona a “comerciantes viajeros” que poseían piedras preciosas, seda, maderas olorosas, marfil, canela, incienso y especias de la India (Apocalipsis 18:11-13). Pues bien, ¿cómo conseguían sus productos? Gracias a las rutas comerciales que llegaban al este de Palestina. Tal es el caso de algunas maderas perfumadas, como el sándalo, que procedían de la India. También se podían encontrar perlas de gran valor en el golfo Pérsico, en el mar Rojo y, según el autor del Periplus Maris Erythraei, en los alrededores de Muziris y en Ceilán. Es probable que las perlas del océano Índico fueran las mejores y las más costosas.
Artesano que funde, martillea, talla, graba o hace otros trabajos con los metales. (Isa 41:7.) El primer “forjador de toda clase de herramienta de cobre y de hierro” del que hay registro en la historia es Tubal-caín. (Gé 4:22.) Los antiguos metalarios hacían herramientas, artículos domésticos, armas, armaduras, instrumentos musicales, adornos y figurillas. Además de forjar artículos nuevos, también hacían trabajos de reparación. (2Cr 24:12.) Muchos se especializaron en el trabajo de los metales: oro (Ne 3:8, 31, 32), plata (Jue 17:4; Hch 19:24) o cobre (2Ti 4:14). A veces formaban asociaciones o gremios. (Ne 3:31; Hch 19:24-28.) Su oficio exigía destreza en el diseño artístico.
Es posible que los israelitas conocieran la metalistería antes de su entrada en Egipto, o que la aprendieran allí. Cuando se produjo el éxodo, ya tenían la destreza necesaria para fabricar una estatua fundida de un becerro y una serpiente de cobre. (Éx 32:4; Nú 21:9.) Sin embargo, fue aún más impresionante la manufactura de diversos artículos de metal para el servicio del tabernáculo. Bezalel y sus colaboradores recibieron ayuda del espíritu de Jehová en su trabajo de metalistería. (Éx 31:2, 3; 35:30-35.)
Tiempo después, a los israelitas sometidos al dominio filisteo no se les permitió tener sus propios metalarios. Esta medida impedía que se hicieran armas. (1Sa 13:19-22.) Sin duda por razones similares, Nabucodonosor tomó cautivos a los metalarios y otros artífices en su primera campaña contra Jerusalén. (2Re 24:14, 16; Jer 24:1; 29:1, 2.)
Antiguos comentarios judíos alegan que Tubal-caín era forjador de armas (Gén. 4:22). El rabino Rashi relata en cuanto a él: “Refinó y mejoró la obra de Caín [su violento antepasado] por medio de proveer armas para asesinos.” El historiador Josefo agrega un pensamiento similar sobre Tubal-caín, al decir que éste “superó a todos los hombres en fuerzas, y se distinguió en el arte del guerrear.” Sin duda el desarrollo y el uso continuo de armas metálicas hizo que aumentaran las condiciones violentas. Para el tiempo del Diluvio la Biblia informa: “Vio Dios la tierra y, ¡mire! estaba arruinada, porque toda carne había arruinado su camino sobre la tierra.” (Gén. 6:12) (g80 22/10 10)
Persona que hace o vende pan. La palabra hebrea para panadero, `o·féh, se deriva del verbo `a·fáh, el término habitual para “cocer”. (Gé 19:3; 40:2.) Otro verbo hebreo para “cocer” es `ugh (Eze 4:12), que al parecer está emparentado con `u·gháh, cuyo significado es “torta redonda”. (Gé 18:6; véase TORTA.)
En el hogar hebreo, eran las mujeres las que principalmente cocían pan y tortas, aunque en algunas casas más grandes lo hacían los esclavos. Samuel dijo de parte de Jehová a los israelitas que habían solicitado un rey humano: “Las hijas de ustedes las tomará como mezcladoras de ungüento y cocineras y panaderas”. (1Sa 8:13.) No obstante, los hombres a veces supervisaban el trabajo o cocían algo ellos mismos, como se indica en el caso de Lot. Cuando dos ángeles le visitaron en Sodoma, “coció tortas no fermentadas, y ellos se pusieron a comer” el banquete que les había preparado. (Gé 19:1-3.)
En tiempos bíblicos el pan solía cocerse en hornos. (Véase HORNO.) Sin embargo, en algunas ocasiones se seguía otro procedimiento. Se encendía un fuego sobre unas piedras que se habían colocado juntas. Cuando estaban bien calientes, se apartaban las cenizas y se colocaba la masa sobre las piedras. Al rato se daba la vuelta a la torta y se dejaba sobre las piedras hasta que el pan estaba completamente cocido. (Os 7:8.) Los viajeros a veces cocían un pan basto en un hoyo poco profundo lleno de guijarros calientes sobre los que se había encendido un fuego. Se quitaban las ascuas, se colocaba la masa sobre las piedras calentadas y posiblemente se le daba la vuelta varias veces mientras se cocía. (1Re 19:6.)
Las ofrendas de grano hechas por los israelitas a menudo eran “algo cocido en horno”, tomadas “de la tartera” o sacadas “de la caldera profunda de freír”. (Le 2:4-7.) La tartera a la que aquí se hace referencia era un utensilio de barro cocido a modo de placa gruesa, como una sartén llana con concavidades. También se usaban tarteras de hierro. (Eze 4:3.)
En las ciudades había panaderos profesionales. Mientras Jeremías estuvo bajo custodia en el Patio de la Guardia de Jerusalén durante la época de escasez que hubo antes de la destrucción de la ciudad en 607 a.E.C., se le dio una ración diaria de un pan redondo procedente “de la calle de los panaderos” mientras duró el abastecimiento. (Jer 37:21.) De modo que los que se dedicaban al oficio de panadero al parecer ocupaban una calle determinada en Jerusalén. Años más tarde, cuando se reedificaron los muros de Jerusalén bajo la supervisión de Nehemías, también se reparó “la Torre de los Hornos de Cocer”. (Ne 3:11; 12:38.) No se sabe exactamente la razón de que la torre recibiera ese nombre tan poco común, pero es posible que se debiera a que allí estaban situados los hornos de los panaderos.
Parece que el panadero real era un hombre de cierta importancia en el antiguo Egipto. Una pintura mural hallada en la tumba de Ramsés III en el Valle de los Reyes, en Tebas, representa una panadería real egipcia en pleno trabajo y muestra cómo amasaban el pan con los pies, hacían hogazas de pan y preparaban el horno. De acuerdo con el relato de Génesis, uno de los panaderos reales de Egipto fue conocido por pecar contra el rey y ser encarcelado. Mientras estaba en prisión, tuvo un sueño, en el que llevaba tres cestas de pan en la cabeza, y las aves comían de la que estaba más arriba. Al tercer día el “jefe de los panaderos” salió de la prisión y fue ‘colgado’, con lo que se cumplió la interpretación de José: “Las cestas son tres días. Dentro de tres días Faraón alzará tu cabeza de sobre ti y ciertamente te colgará en un madero; y las aves ciertamente comerán tu carne de sobre ti”. (Gé 40:1-3, 16-22.)
Persona que se dedica a capturar pájaros. (Pr 6:5; Sl 124:7.) Los hebreos se valían principalmente de trampas, lazos o redes, aunque puede que también usasen otros medios, como el arco y la flecha y la honda.
Después del Diluvio, las aves podían servirle al hombre de alimento, siempre que estuviesen correctamente desangradas. (Gé 9:2-4.) Aunque más tarde la ley mosaica prohibió comer ciertas clases de aves, a una gran variedad de ellas se las consideraba alimento ‘limpio’. (Dt 14:11-20.) La sangre de las aves que se cazaban debía ‘derramarse y cubrirse de polvo’. (Le 17:13, 14.) Además de servir de alimento (Ne 5:18; 1Re 4:22, 23), las aves que se atrapaban también podían destinarse a sacrificios (Le 1:14), y es probable que los pajareros suministrasen algunas de las palomas que se ponían a la venta en el templo de Jerusalén en el tiempo de Jesús. (Jn 2:14, 16.) Las aves que se caracterizaban por su plumaje vistoso o por su canto melodioso probablemente se vendían como animales de compañía. (Compárese con Job 41:5; 1Re 10:22.)
Trampas y lazos. Se cree que dos de los términos hebreos que se utilizan para designar trampas y lazos (moh·qésch y paj) se refieren principalmente a los que usaban los pajareros. Se ha indicado que moh·qésch (“lazo”; Am 3:5) se refiere a un lazo que hacía funcionar un pajarero (o varios), mientras que paj (Job 22:10; Sl 91:3) alude a una trampa que se cerraba automáticamente cuando el animal se introducía en ella. Se utilizaba un cebo o señuelo para hacer que los pájaros se acercasen a las trampas. (Pr 7:23.) El vocablo hebreo para “pajarero” (ya·qúsch o ya·qóhsch) procede del verbo raíz ya·qósch, que significa “tender un lazo”. (Jer 50:24.)
Todos los cristianos verdaderos nos enfrentamos a un temible enemigo de inteligencia y astucia sobrehumanas. En la Biblia se le llama ‘el pajarero’. Este poderoso enemigo no es otro que Satanás. Al igual que un astuto cazador de pájaros, el Diablo trata de engañar y entrampar a los siervos de Jehová. El pajarero de tiempos bíblicos tenía que preparar trampas eficaces si quería atrapar aves. Pues bien, al comparar a Satanás con un pajarero, la Biblia nos ayuda a comprender mejor sus métodos. El Diablo nos estudia a cada uno por separado. Primero se fija en cómo somos y en qué hábitos tenemos y, después, nos tiende sutiles trampas con el objetivo de capturarnos vivos (2 Tim. 2:26). Caer en sus trampas puede llevarnos a la ruina espiritual y, finalmente, a la destrucción. De modo que si queremos escapar de este “pajarero”, nos conviene conocer sus trampas.
El pajarero de tiempos antiguos tenía que estudiar las costumbres y peculiaridades de cada variedad de pájaro y emplear métodos ingeniosos para esconder y camuflar las trampas. (Compárese con Job 18:10; Sl 64:5, 6; 140:5.) Debido a que las aves tienen los ojos a ambos lados de la cabeza, su campo visual es más amplio que el del hombre. Además, algunas aves pueden distinguir objetos a una distancia para la que el hombre necesitaría prismáticos. Esta visión, aunada a la cautela característica de las aves, resalta la veracidad del proverbio: “Es para nada que se tiende la red ante los ojos de cualquier cosa que posee alas”. (Pr 1:17.)
El hombre, que es incapaz de prever el futuro y tiene reducida capacidad para hacer frente a la calamidad, se asemeja a ‘pájaros a los que se coge en una trampa (heb. bap·páj), cogidos en lazo en tiempo calamitoso, cuando este cae sobre ellos de repente’. (Ecl 9:12.) Los justos deben enfrentarse a lazos sutiles, trampas ocultas, cebos atractivos y señuelos colocados en su camino con el fin de atraerlos hacia los dominios de los inicuos, que pretenden ocasionarles ruina moral y espiritual. (Sl 119:110; 142:3; Os 9:8.) Se condena a las profetisas falsas por estar “cazando las almas como si fueran cosas voladoras”. (Eze 13:17-23.) Sin embargo, debido a que Jehová está con sus siervos fieles, el alma de estos “es como un pájaro que ha escapado de la trampa de los que usan señuelo. La trampa está quebrada, y nosotros mismos hemos escapado”. (Sl 124:1, 7, 8.) El salmista oró: “Guárdame de las garras de la trampa [faj] que me han tendido, y de los lazos [u·mo·qeschóhth, forma femenina plural de moh·qésch] de los que practican lo que es perjudicial. Los inicuos caerán en sus propias redes todos juntos, mientras yo, por mi parte, paso adelante”. (Sl 141:9, 10.)
Pajarero no cazador
Un pajarero y un cazador son dos roles distintos relacionados con las aves, pero difieren en sus prácticas y motivaciones: ★ Pajarero: Un pajarero es alguien que se dedica a la captura y entrenamiento de aves rapaces, como el halcón, para la práctica de la cetrería, donde estas aves son utilizadas para cazar presas específicas. En el caso de la avicultura, se crían aves como el avestruz con el fin de aprovechar sus huevos, carne u otros productos. Por otro lado, la mensajería con aves, como las palomas mensajeras, ha sido históricamente utilizada para el envío de mensajes a larga distancia, aprovechando la habilidad natural de estas aves para regresar a su lugar de origen. ★ Cazador: Por otro lado, un cazador de aves es alguien que caza aves con el propósito de obtener comida, deporte o trofeos. Los cazadores pueden usar armas de fuego, arcos u otras herramientas para cazar aves, y su actividad está regulada por leyes de caza que varían según la región y las especies de aves. En resumen, la principal diferencia entre un pajarero y un cazador es que el primero se dedica a atrapar las aves para usarlas, mientras que el segundo las caza con diversos propósitos, como la alimentación o el deporte. |
El término hebreo para “partera” es el participio femenino del verbo ya·ládh (alumbrar, dar a luz), y se refiere a la comadrona, la mujer que ayuda o asiste a la parturienta en el alumbramiento, corta el cordón umbilical y lava a la criatura. En tiempos antiguos frotaba al recién nacido con sal y lo envolvía en bandas de tela. (Eze 16:4.)
Tanto los amigos íntimos o parientes como las mujeres de más edad de la comunidad en ocasiones asistían en el alumbramiento, pero debido a que se necesita conocimiento especial, destreza y experiencia, sobre todo en los partos difíciles, solo unas pocas mujeres hacían de ello su profesión. En el caso del nacimiento de Benjamín, “mientras [Raquel] experimentaba dificultad en el parto”, la partera pudo asegurarle que tendría aquel hijo, aunque Raquel misma murió. (Gé 35:16-19.) Durante el complicado parto que tuvo Tamar al dar a luz gemelos —Pérez y Zérah—, la partera estuvo alerta para determinar quién sería el primogénito. Cuando Zérah “extendió la mano”, rápidamente le ató un marcador de color escarlata. Sin embargo, él retiró la mano y su hermano salió primero, lo que le provocó a Tamar una ruptura perineal. (Gé 38:27-30.)
Durante la esclavitud de los israelitas en Egipto, las parteras se encontraron en una situación muy crítica y peligrosa: el Faraón llamó a dos de ellas, Sifrá y Puá, y les mandó que dieran muerte a todos los hijos varones de los hebreos en cuanto nacieran. Probablemente estas dos mujeres eran las parteras principales y tenían la responsabilidad de transmitir las órdenes del rey a sus compañeras. No obstante, “las parteras temían al Dios verdadero, y no hacían como les había hablado el rey de Egipto, sino que conservaban vivos a los varoncitos”. Por esta razón el Faraón les pidió explicaciones cuando dijo: “¿Por qué han hecho esta cosa[?]”. A esto las parteras fingieron que el asunto estaba fuera de su control e insistieron en que las mujeres hebreas eran “vigorosas”, por lo que daban a luz ‘antes que la partera pudiera entrar a donde ellas’. (Éx 1:15-19.) Por haber temido a Jehová y haberse negado a cometer infanticidio, Jehová las bendijo y recompensó concediéndoles tener su propia familia. (Éx 1:20, 21.)
Persona que guarda, guía y apacienta el ganado. Por lo común se entiende el de ovejas o el de ovejas y cabras. (Gé 30:35, 36; Mt 25:32; véase OVEJA.) La vida pastoril se remonta a Abel, el hijo de Adán. (Gé 4:2.) Aunque en otros lugares se consideraba un trabajo honorable, en el Egipto agrícola se miraba a los pastores con desdén. (Gé 46:34.)
El rebaño solían atenderlo el dueño, sus hijos (tanto hombres como mujeres) o algún otro pariente. (Gé 29:9; 30:31; 1Sa 16:11.) Los ricos, como Nabal, tenían siervos que trabajaban de pastores, y puede que hubiera un mayoral que estuviera a cargo de ellos. (1Sa 21:7; 25:7, 14-17.) Al rebaño solía irle bien cuando era el dueño o sus familiares quienes pastoreaban los animales. Pero un asalariado no siempre ponía todo su interés en el rebaño, por lo que a veces este sufría. (Jn 10:12, 13.)
El equipo de un pastor podía constar de: una tienda (Isa 38:12), una capa para envolverse (Jer 43:12), una vara y una honda para defenderse, un zurrón para guardar la comida (1Sa 17:40; Sl 23:4) y un cayado largo para guiar el rebaño (Le 27:32; Miq 7:14).
Los pastores nómadas, como Abrahán, moraban en tiendas y se trasladaban de un lugar a otro a fin de hallar pastos para sus rebaños. (Gé 13:2, 3, 18.) Sin embargo, a veces el dueño de los animales permanecía en cierto lugar, su hogar o campamento, mientras que sus siervos o familiares viajaban con el rebaño. (Gé 37:12-17; 1Sa 25:2, 3, 7, 15, 16.)
¿Conocen en realidad las ovejas la voz de su pastor? En ocasiones, los rebaños de varios pastores se encerraban por la noche en el mismo aprisco y se ponía un portero para vigilarlos. Cuando por la mañana llegaban los pastores, llamaban a su rebaño, y las ovejas respondían a su pastor, y solamente a él. El pastor las conducía a los pastos yendo delante del rebaño. (Jn 10:1-5.) A partir de sus propias observaciones en Siria y Palestina durante el siglo XIX, W. M. Thomson escribió: “[Las ovejas] son tan mansas y están tan entrenadas que siguen a su guardián con la máxima docilidad. Este las conduce desde el aprisco o desde las casas de las aldeas a donde quiere. Como en esta región hay muchos rebaños, cada uno toma un sendero diferente y se encarga de hallar pasto para las ovejas. Por lo tanto, es necesario que se las enseñe a seguir al pastor sin desviarse a los campos de maíz sin cercar que se extienden tentadores a ambos lados. Si alguna oveja se desvía, sin duda tendrá problemas. El pastor emite una llamada penetrante de vez en cuando para recordarles su presencia. Ellas conocen su voz y siguen adelante; pero si un extraño las llama, se paran, levantan la cabeza alarmadas y, si se repite, se vuelven y huyen, porque no conocen la voz de un extraño. Esta no es una descripción imaginaria de una parábola; es la pura realidad. He hecho el experimento repetidas veces. El pastor va delante, no solo para señalar el camino, sino para asegurarse de que sea transitable y seguro”. (The Land and the Book, revisión de J. Grande, 1910, pág. 179.)
De igual manera, J. L. Porter en The Giant Cities of Bashan and Syria’s Holy Places (1868, pág. 45) explica: “Los pastores sacaron sus rebaños fuera de las puertas de la ciudad mientras nosotros los mirábamos y escuchábamos con mucho interés. Había miles de ovejas y cabras que formaban una masa densa y confusa. Los pastores estaban juntos de pie esperando a que todas salieran. Luego se separaron, y cada uno tomó un camino diferente, emitiendo mientras se iban una llamada aguda y peculiar. Las ovejas la oyeron. Al principio, la masa se agitó y se movió como si una convulsión interna la hubiera sacudido, pero a continuación empezaron a despuntar columnas en la dirección que tomaron los pastores; estas se hicieron cada vez más largas hasta que la masa amorfa se convirtió en largas corrientes vivas que seguían a sus guías”.
Por la noche el pastor llevaba los animales de regreso al aprisco, se colocaba en la puerta y contaba las ovejas según iban pasando por debajo de su cayado o de sus manos. (Le 27:32; Jer 33:13; véase APRISCO.)
Así como un pastor oriental, incluso en estos tiempos, a menudo llama a sus ovejas por nombre (se habla de casos de pastores a los que se han cubierto los ojos, pero que incluso así reconocen a sus ovejas una por una), así también Jesús, como el buen pastor, tiene un conocimiento íntimo y personal de todos aquéllos a los que quiere salvar.
Las ovejas conocen la voz de su pastor “El pastor moderno . . . tiene una memoria maravillosa, que retiene el nombre de todas las ovejas. A veces los rebaños se componen de centenares de ovejas, y no obstante cada una tiene nombre y el pastor lo conoce, y llama a cada oveja por su nombre correcto. . . . [Un observador] cuenta que ha observado a pastores con rebaños en las laderas del monte Hermón: ‘Cada pastor . . . entrena sus ovejas a venir cuando las llama, a ir en orden, de dos en dos o de cuatro en cuatro, en cuadros y círculos; una del círculo exterior en un rebaño de mil ovejas viene cuando se le llama por nombre.’ Es la voz del pastor la que reconoce la oveja.
“En una ocasión un extraño le declaró a un pastor sirio que las ovejas conocían la indumentaria y no la voz de su amo. El pastor dijo que era la voz la que conocían. Para demostrar esto, cambió indumentaria con el extraño, que fue entre las ovejas con la indumentaria del pastor, llamando a las ovejas pero imitando la voz del pastor, y trató de conducirlas. Ellas no conocían su voz, pero cuando el pastor las llamó, aunque estaba disfrazado, las ovejas corrieron inmediatamente al oír su llamada.”—Orientalisms in Bible Lands, por E. W. Rice, págs. 159-161.
George A. Smith relató su observación personal en el libro Geografía histórica de la Tierra Santa: “Algunas veces disfrutamos nuestro descanso de mediodía junto a uno de aquellos pozos judeos, a los que bajan tres o cuatro pastores con sus rebaños. Los rebaños se mezclan entre sí, y nos preguntábamos cómo cada pastor iba a reunir de nuevo al suyo. Pero después que [las ovejas] habían terminado de beber y de retozar, los pastores uno a uno se iban a diferentes sitios del valle, y cada uno llamaba con su peculiar llamada, y las ovejas de cada uno salían de la multitud y se iban con su propio pastor, y los rebaños se iban con tanto orden como habían venido”.
Una vida dura. La vida del pastor no era fácil. Estaba expuesto al calor, al frío y a noches en vela. (Gé 31:40; Lu 2:8.) A veces arriesgaba su vida para proteger al rebaño de los depredadores, como leones, lobos y osos, y también de los ladrones. (Gé 31:39; 1Sa 17:34-36; Isa 31:4; Am 3:12; Jn 10:10-12.) El pastor tenía que evitar que el rebaño se esparciese (1Re 22:17), debía buscar a las ovejas perdidas (Lu 15:4), llevar en su seno a los corderos débiles o cansados (Isa 40:11) y cuidar a los enfermos y heridos, vendando los miembros que tuvieran rotos y frotándoles las heridas con aceite de oliva. (Sl 23:5; Eze 34:3, 4; Zac 11:16.) Debía tener cuidado cuando pastoreaba a las ovejas que estaban criando. (Gé 33:13.) El pastor abrevaba al rebaño diariamente, por lo general alrededor del mediodía. (Gé 29:3, 7, 8.) Si lo abrevaba en pozos, tenía que llenar de agua los abrevaderos o las zanjas del suelo. (Éx 2:16-19; compárese con Gé 24:20.) En los pozos a veces había encuentros desagradables con otros pastores. (Gé 26:20, 21.)
El pastor tenía el derecho de participar del producto del rebaño (1Co 9:7), y solía cobrar su salario en especie, llevándose animales (Gé 30:28, 31-33; 31:41), aunque a veces también cobraba en dinero. (Zac 11:7, 12.) Es posible que tuviera que responsabilizarse de las pérdidas (Gé 31:39), aunque bajo el pacto de la Ley no se requería ninguna compensación por un animal que hubiese sido despedazado por una fiera. (Éx 22:13.)
Lo que se ha dicho sobre los pastores también puede aplicarse en general a los manaderos. Sin embargo, estos no solo atendían ovejas y cabras, sino también ganado vacuno, asnos, camellos y cerdos. (Gé 12:16; 13:7, 8; Mt 8:32, 33.)
En el Oriente Medio el pastor beduino ha permanecido esencialmente inalterado a través de los siglos. Todavía lleva una larga prenda de vestir semejante a camisa que casi toca el suelo. Su saco exterior, o aba, puede ser de pelo de camello o de burda lana hilada a mano. Y sobre su cabeza lleva su toca arábiga. El pastor es responsable de hallar buenos pastos y adecuados lugares para abrevar. Cuando las ovejas se enferman, o cuando nacen los corderos, hay que darles atención especial. Hace años un nativo de Siria informó haber visto a pastores atender sus rebaños sobre las faldas del monte Hermón: “Cada pastor vigilaba su rebaño cuidadosamente para ver cómo les iba. Cuando hallaba a un cordero recién nacido lo colocaba en los pliegues de su aba, o saco grande, puesto que estaría demasiado débil para seguir a la madre. Cuando su seno estaba lleno, ponía los corderos sobre sus hombros, deteniéndoles de las patas, o los metía en una bolsa o canasta sobre el lomo de un asno, hasta que los pequeños podían seguir a las madres.” (w73 339)
Uso figurado e ilustrativo. Jehová es un Pastor que cuida amorosamente a sus ovejas, es decir, a su pueblo. (Sl 23:1-6; 80:1; Jer 31:10; Eze 34:11-16; 1Pe 2:25.) Su Hijo Jesucristo es el “gran pastor” (Heb 13:20) y el “pastor principal”, bajo cuya dirección los superintendentes de las congregaciones cristianas pastorean el rebaño de Dios de buena voluntad, con altruismo y con verdaderas ganas. (1Pe 5:2-4.) Jesús se refirió a sí mismo como el “pastor excelente” que realmente siente compasión por las “ovejas”, como demostró al entregar su alma a favor de ellas. (Jn 10:11; véase Mt 9:36.) Pero como se predijo, cuando se hirió al “pastor excelente”, el rebaño se esparció. (Zac 13:7; Mt 26:31.)
El término “pastores” a veces se refiere en la Biblia a los gobernantes y caudillos de los israelitas, tanto fieles como infieles. (Isa 63:11; Jer 23:1-4; 50:6; Eze 34:2-10; compárese con Nú 27:16-18; Sl 78:70-72.) De manera similar, también aplicaba a los caudillos de otras naciones. (Jer 25:34-36; 49:19; Na 3:18; compárese con Isa 44:28.) En Jeremías 6:3, con la palabra “pastores” parece hacerse alusión a los comandantes de los ejércitos invasores. En un cuadro profético de la restauración de Israel se menciona a los pastores con sus rebaños (Jer 33:12), mientras que la profecía sobre la desolación de Babilonia decía que la devastación sería tan completa, que ‘no habría pastores que dejaran que sus rebaños se echaran allí’. (Isa 13:20.)
En Apocalipsis 12:5, la acción de ‘pastorear’ a las naciones con una vara de hierro significa su destrucción. (Compárese con Sl 2:9.)
Apacentar
Sin.: Pastorear, Educar, instruir, pacer, pastar. Dar pasto al ganado o llevarlo a pastar.
La vida de un pastor podía ser difícil. Soportaba calor y frío, y pasaba noches sin dormir (Gé 31:40; Lu 2:8). Defendía al rebaño de depredadores como leones, lobos y osos, y lo protegía de los ladrones (Gé 31:39; 1Sa 17:34-36; Is 31:4; Am 3:12; Jn 10:10-12). El pastor mantenía juntas a las ovejas del rebaño (1Re 22:17), buscaba a las perdidas (Mt 18:12, 13; Lu 15:4), cargaba a los corderos débiles o enfermos en sus brazos (Isa 40:11) o en sus hombros, y cuidaba a las enfermas y heridas (Eze 34:3, 4; Zac 11:16). La Biblia a menudo habla de los pastores y de su trabajo en sentido simbólico. Por ejemplo, a Jehová se lo compara con un pastor que cuida con cariño a sus ovejas, es decir, a su pueblo (Sl 23:1-6; 80:1; Jer 31:10; Eze 34:11-16; 1Pe 2:25). A Jesús se lo llama el “gran pastor” (Heb 13:20) y “el pastor principal”, y bajo su dirección los superintendentes de la congregación cristiana pastorean al rebaño de Dios de buena gana, de forma sacrificada y con empeño (1Pe 5:2-4).
★¿Apacientan las religiones a sus rebaños, o los esquilan? - (19880322-Pg.1*/162-Foto)
★“Ellos ciertamente los apacentarán” - (jr-Cap.11-Pg.132-§9-14-Foto)
★Jehová alimenta a sus ovejas - (19811201-Pg.9/714)
¿Cuál es la diferencia entre un Pastor y un Cowboy?
Lo que más distingue a estos dos es su relación con el rebaño y su propietario. El pastor suele ser como el propietario mismo con su rebaño, va delante previniendo los peligros, conoce a sus miembros por nombre y estos lo siguen gustosamente, pues están convencido de que los dirige a buenos pastos y los defiende y protege de peligros preliminares (Jn 10:1-5). El cowboy, suele ser un asalariado vagabundo, que incluso aprovecha la tarea de dirigir el rebaño para trasladarse a otras tierras más prósperas para él mismo, acostumbra ir detrás de la manada con la que no tiene gran intimidad, empujando y usando un látigo o hasta su pistola para intimidar y dirigir el rebaño a la fuerza, a donde él contrató para recibir su paga. (Jer 23:1-4; Jn 10:11-15) No cabe duda de que las ovejas de Jehová se merecen un pastor amoroso y compasivo, el buen pastor va delante y atrae, no detrás empujando y asustando a las ovejas (Jn 6:44; Jer 3:15; Heb 13:7; 1Pe 5:2, 3). “Para dirigir personas, camina detrás de ellas” |
En tiempos antiguos los porteros servían en diversos lugares: las puertas de la ciudad, las puertas del templo e incluso en las entradas de los hogares. Los porteros que tenían a su cargo las puertas de la ciudad debían asegurarse de que estuvieran cerradas por la noche, y estaban en ellas como guardianes. Otros guardianes estaban apostados como vigías sobre la puerta o en una torre, desde donde podían ver a los que se acercaban a la ciudad y anunciar su llegada. Estos vigías cooperaban con el portero (2Sa 18:24, 26), quien tenía una gran responsabilidad, puesto que de él dependía en buena medida la seguridad de la ciudad. Además, los porteros transmitían a los que estaban dentro de la ciudad los mensajes de aquellos que llegaban a ella. (2Re 7:10, 11.) A los porteros del rey Asuero, dos de los cuales tramaron asesinarle, también se les llamó oficiales de la corte. (Est 2:21-23; 6:2.)
En el templo Poco antes de morir, el rey David organizó extensamente a los levitas y a los trabajadores del templo. En este último grupo se encontraban los porteros, que ascendían a 4.000. Cada división de porteros trabajaba siete días seguidos. Tenían que vigilar la casa de Jehová y asegurarse de que las puertas se abriesen y cerrasen al debido tiempo. (1Cr 9:23-27; 23:1-6.) Además de la responsabilidad de estar de guardia, algunos atendían las contribuciones que las personas llevaban para el templo. (2Re 12:9; 22:4.) Tiempo después, el sumo sacerdote Jehoiadá puso guardas especiales en las puertas del templo cuando ungió al joven Jehoás por rey, a fin de protegerlo de la reina Atalía, que había usurpado el trono. (2Re 11:4-8.) Cuando el rey Josías emprendió la lucha contra la adoración idolátrica, los porteros ayudaron a quitar del templo los utensilios empleados en la adoración de Baal. Luego quemaron todo esto fuera de la ciudad. (2Re 23:4.)
En los días de Jesucristo, los sacerdotes y los levitas trabajaban de porteros y atalayas en el templo reedificado por Herodes. Tenían que mantenerse constantemente despiertos en su puesto para que no los sorprendiera desprevenidos el superintendente u oficial del monte del Templo, que se presentaba de improviso en sus rondas. Había otro oficial que estaba a cargo de echar las suertes para los servicios del templo. Cuando este llegaba y llamaba a la puerta, el guarda tenía que estar despierto para abrirle, pues podría sorprenderlo dormido. Respecto a mantenerse despierto, la Misná (Middot 1:2) explica: “El oficial del monte del templo acostumbraba a rondar por cada una de las guardias, llevando delante de él varias antorchas encendidas. Al vigilante que no estaba en pie, que no le decía: ‘oficial de la montaña del templo, la paz sea contigo’ y que era manifiesto que estaba dormido, lo golpeaba con su bastón. Tenía también permiso para quemarle el vestido” (véase también Apo 16:15).
Estos porteros y guardas estaban apostados en sus lugares para proteger el templo de robos e impedir la entrada a toda persona inmunda o a posibles intrusos.
En los hogares. En los días de los apóstoles, algunas casas tenían porteros. Por ejemplo, en la casa de María, la madre de Juan Marcos, una sirvienta llamada Rode contestó cuando Pedro llamó a la puerta después de que un ángel lo liberó de la prisión. (Hch 12:12-14.) Asimismo, fue la muchacha empleada como portera en la casa del sumo sacerdote la que preguntó a Pedro si era uno de los discípulos de Jesús. (Jn 18:17.)
Pastores. En tiempos bíblicos, los pastores solían guardar sus rebaños de ovejas en un aprisco o redil durante la noche. Estos apriscos consistían en un muro de piedra bajo con una entrada. Los rebaños de un hombre o de varios se guardaban en el aprisco durante la noche, con un portero que los vigilaba y protegía. Jesús recurrió a la costumbre que existía de tener un aprisco vigilado por un portero, cuando se refirió a sí mismo de modo figurado, no solo como el pastor de las ovejas de Dios, sino también como la puerta por la que podían entrar dichas ovejas. (Jn 10:1-9.)
Cristianos. Jesús puso de relieve la necesidad de que el cristiano se mantuviera atento y a la expectativa de su venida como ejecutor de los juicios de Jehová. Asemejó al cristiano a un portero a quien su amo manda que se mantenga alerta porque no sabe cuándo regresará de su viaje por el extranjero. (Mr 13:33-37; véanse GUARDIA; PUERTA, PASO DE ENTRADA.)
En el Imperio romano, una de las funciones oficiales de los funcionarios imperiales era la de recaudar las capitaciones y los impuestos sobre las tierras. Sin embargo, el derecho de recaudar impuestos sobre las exportaciones, importaciones y el transporte de mercancías por el país lo compraban en subasta pública los mejores postores, que obtenían como ganancia la diferencia entre el dinero que recaudasen y la cantidad que habían pagado en la subasta. Estos hombres, conocidos por el nombre de publicanos, arrendaban a subcontratistas el derecho de recaudar impuestos en ciertas partes de su territorio. Los subcontratistas, a su vez, estaban al cargo de otros hombres que recaudaban personalmente los impuestos. Por ejemplo, parece ser que Zaqueo era el jefe de los recaudadores de impuestos de Jericó y sus alrededores. (Lu 19:1, 2.) Por otra parte, Mateo, a quien Jesús llamó para ser apóstol, era uno de los que recaudaban personalmente los impuestos, y al parecer tenía su oficina de impuestos en Capernaum o en sus alrededores. (Mt 10:3; Mr 2:1, 14.)
En Palestina había muchos recaudadores de impuestos judíos. Sus compatriotas los tenían en muy poca estima, pues a menudo exigían un impuesto superior al fijado. (Mt 5:46; Lu 3:12, 13; 19:7, 8.) Los otros judíos solían evitar su compañía y los situaban en la misma categoría que los pecadores, o incluso que las rameras. (Mt 9:11; 11:19; 21:32; Mr 2:15; Lu 5:30; 7:34.) También guardaban rencor a los recaudadores de impuestos porque estaban al servicio de una potencia extranjera, Roma, y tenían contacto estrecho con los gentiles “inmundos”. Por lo tanto, tratar a un “hermano” que se hiciese pecador impenitente como si fuese un “recaudador de impuestos” significaba no buscar su compañía. (Mt 18:15-17.)
La Cyclopedia de McClintock y Strong dice: “A los publicanos [recaudadores de impuestos] del Nuevo Test[amento] se les consideraba traidores y apóstatas, contaminados por su contacto frecuente con los paganos, complacientes instrumentos del opresor. Se les clasificaba con los pecadores. [...] Aislados como estaban, y evitados por los hombres decentes, sus únicos amigos o compañeros se encontraban entre los marginados como ellos”.
Cristo Jesús no toleró la corrupción que existía entre los recaudadores de impuestos. Aunque se le criticó por ello, estuvo dispuesto a dar ayuda espiritual a los que deseaban oírle. (Mt 9:9-13; Lu 15:1-7.) En una de sus ilustraciones, mostró que el recaudador de impuestos que se reconocía humildemente pecador y se arrepentía, era más justo que el fariseo orgulloso que se creía justo. (Lu 18:9-14.) Algunos recaudadores de impuestos humildes y arrepentidos, como Mateo y Zaqueo, tuvieron la oportunidad de emprender el camino que les permitiría acceder al Reino de los cielos. (Mt 21:31, 32.)
Jesús invita a Mateo a ser su seguidor Después de dirigirse a una multitud en Capernaúm, Jesús alcanzó a ver a un cobrador de impuestos llamado Mateo sentado en su oficina. Los cobradores de impuestos eran despreciados porque muchos de ellos se enriquecían a costa de la gente. Aun así, Jesús vio algo bueno en Mateo y lo invitó a ser su seguidor. Mateo respondió de inmediato y se convirtió en el quinto discípulo de Jesús que se le unió en su ministerio (Lu 5:1-11, 27, 28; Mt 4:18-22). Tiempo después, Jesús lo eligió para que fuera uno de los 12 apóstoles (Mt 10:2-4; Mr 3:16-19). El Evangelio de Mateo refleja su formación y experiencia. Por eso este escritor es muy preciso cuando habla de dinero y cifras (Mt 17:27; 26:15; 27:3). También destaca mucho la misericordia de Dios, que permitió que un despreciado cobrador de impuestos como él se arrepintiera y se convirtiera en ministro de las buenas noticias del Reino (Mt 9:9-13; 12:7; 18:21-35).
Separar los metales de sus impurezas. Este trabajo lo realiza un artesano llamado refinador, que derrite el metal varias veces en crisoles a fin de quitarle la escoria y las impurezas. (Sl 12:6; Pr 17:3; 27:21.) Se han hallado restos de escoriales en los alrededores de la antigua Sucot, donde Salomón tenía algunas de las operaciones mineras y de fundición. A veces se quemaban las impurezas; en otras ocasiones se amalgamaba la escoria espumajosa con lejía de refinador (véase LAVANDERO) a fin de poder eliminarla de la superficie. (Isa 1:25; Mal 3:2.) El refinador se sentaba delante de su horno y atizaba el fuego de carbón con un fuelle. (Jer 6:29; Mal 3:3.)
El oro suele contener plata en cantidades variables. No se sabe cómo separaban estos metales en tiempos bíblicos, pero parece que tenían diferentes métodos, pues Proverbios (17:3 y 27:21) dice: “El crisol es para la plata, y el horno es para el oro”. Puesto que el ácido nítrico no se descubrió probablemente hasta el siglo IX E.C., con anterioridad a esa fecha se purificaba el oro por otros medios. Por ejemplo, si contenía plomo, primero se eliminaban las impurezas fundiendo el oro, que permanecía adherido al plomo. Luego se eliminaba el plomo por ebullición lenta (método que recibe el nombre de copelación), y así quedaba el oro puro. Este proceso exige considerable destreza, pues si la temperatura es demasiado elevada o la ebullición es demasiado rápida, podría eliminarse el oro junto con el plomo. El refinador aprende a juzgar y controlar la refinación por el color del metal fundido. (Compárese con Sl 12:6; Jer 6:28-30; Eze 22:18-22.) En las Escrituras se menciona el empleo de lejía en la refinación de la plata. (Mal 3:2, 3.)
Si el mineral de cobre era un óxido o un carbonato, se trituraba, se mezclaba con carbón y se sometía a un proceso de combustión para liberar el cobre en estado metálico. Sin embargo, si se trataba de un sulfuro, primero había que tostarlo para eliminar el azufre en forma de dióxido y a la misma vez convertir el sulfuro de cobre en óxido cúprico. Luego se reducía quemando el óxido con carbón para obtener el metal libre.
La extracción del hierro era más difícil, debido al extraordinario calor que se precisa. El hierro funde a 1.535 °C. Sin embargo, en la antigüedad se construyeron hornos de fundición equipados con fuelles para provocar una corriente de aire, de manera parecida a lo que sucede en los altos hornos de la actualidad. (Dt 4:20; Jer 6:29; Eze 22:20-22.) No hay detalles de cómo eran los hornos hebreos para refinar el hierro, pero posiblemente hayan sido similares a los de la antigua India. Estos estaban hechos de arcilla y tenían forma de pera. El diámetro de la base era de aproximadamente 1 m., y se estrechaba hasta medir unos 30 cm. en la boca. Unos fuelles de piel de cabra provistos de boquillas unidas a tubos de arcilla suministraban aire a la base del horno. Se cargaba con carbón, se prendía el fuego y se añadía la mena. Luego se añadía otra capa de carbón encima y se mantenía el calor intenso durante tres o cuatro horas. Una vez completada la colada, se abría la parte frontal del horno y salía el lingote de metal.
En la actualidad, la extracción del plomo de su mena más común, la galena (es decir, el sulfuro de plomo), es cuestión de dos pasos simples. Primero se tuesta la mena inyectando aire precalentado para convertir el sulfuro de plomo en óxido de plomo; el azufre se combina con el oxígeno y forma dióxido de azufre. Luego el óxido de plomo se mezcla con coque, se carga en un alto horno y el anhídrido carbónico se vaporiza, y deja el plomo líquido en el crisol.
Uso figurado. A Jehová se le compara a un refinador. Su Palabra es muy refinada. (2Sa 22:31; Sl 18:30; 119:140; Pr 30:5.) Esta Palabra, que ha sido comprobada y verificada cabalmente, es uno de los medios que Dios utiliza para purificar a su pueblo de toda escoria pecaminosa de inmundicia. (Sl 17:3; 26:2; 105:19; Da 12:9, 10; Mal 3:3.) Las pruebas ardientes también refinan a la persona fiel. (Isa 48:10; Da 11:35; Zac 13:9; compárese con 1Pe 1:6, 7.) Por otro lado, los inicuos son juzgados como simple escoria espumajosa que ha de ser arrojada a un escorial, que no sirve para nada. (Sl 119:119; Pr 25:4, 5; Eze 22:18-20.)
Arte de labrar una escultura en madera, piedra, metal y arcilla. Los términos “talla” y “grabado” se han utilizado indistintamente para traducir diferentes voces hebreas. La más utilizada, pé·sel, se usa con relación a imágenes talladas o grabadas.
La prohibición de que Israel tallara imágenes para adorarlas se incluyó primero en el Decálogo (Éx 20:4) y se repitió posteriormente. “Maldito es el hombre que hace una imagen tallada.” (Dt 27:15; 4:16, 23; 5:8.) Los profetas incidieron una y otra vez en la insensatez de tallar o cincelar ídolos y adorarlos, y condenaron esta práctica. (Sl 97:7; Isa 42:17; 44:9-20; 45:20; Jer 10:14, 15; Na 1:14; Hab 2:18.) Si el pueblo de Dios reverenciaba las imágenes talladas como parte de su adoración, dividiría la adoración exclusiva que debía a Jehová. Por lo tanto, Israel perdía el favor divino cuando se apartaba de Dios y adoraba las tallas de sus propias manos. (Jue 18:18, 30, 31; 2Re 21:7-9; 2Cr 33:7, 22; Eze 8:10.)
Por otro lado, las tallas que se hicieron para el tabernáculo y el gran templo de Salomón no eran para adoración, sino que cumplían un propósito ornamental y simbólico. Jehová mismo mandó que se hicieran esas tallas y puso su espíritu sobre Bezalel y Oholiab, los hábiles artesanos que se escogieron para supervisar la construcción del tabernáculo. (Éx 35:30, 31, 34.) Objetos como el candelabro, los querubines que había sobre el Arca, las gemas grabadas del pectoral y la lámina de oro del turbante del sumo sacerdote son algunos ejemplos de tallas acabadas en oro y realizadas en piedras preciosas que había en el tabernáculo. (Éx 25:18, 19, 31-40; 28:2, 21, 36.) En el templo de Salomón había querubines tallados en madera de cedro, figuras de palmeras, grabados de flores y adornos en forma de calabazas, todos revestidos de oro. (1Re 6:18-35; 2Cr 2:7.) De igual manera, había muchas tallas en el templo simbólico de la visión de Ezequiel. (Eze 41:17-20.)
Debido a la condena divina de tallar ídolos e imágenes para la adoración, no sorprende que aquellas tallas que los arqueólogos han hallado en Palestina tengan origen o influencia paganos. No solo se abstuvieron los israelitas de tallar imágenes de sus grandes líderes, sino que tampoco hicieron relieves de sus victorias militares. Por otra parte, los relieves, estatuas y otros objetos tallados de Egipto, Asiria, Babilonia y Persia arrojan luz sobre la adoración, guerras y vida cotidiana de aquellos pueblos antiguos. Algunas de las cosas más comunes que se han encontrado revelan que se labró en piedra, barro, madera, vidrio, marfil, gemas, hueso, yeso, conchas, metales y alabastro, para hacer tronos, leones, columnas, joyas, sellos, sarcófagos, tablillas de piedra, muebles, decoraciones murales y diferentes utensilios.
El tutor de tiempos bíblicos no solía ser el maestro, sino el que acompañaba al niño a la escuela, y posiblemente a otras actividades, y lo recogía. Él entregaba el niño al instructor. Su labor se extendía desde la infancia hasta la pubertad o durante más tiempo. Tenía que proteger al niño de daños físicos o morales. (Del mismo modo, la palabra “tutor” ha mantenido en castellano el sentido de “protector” o “guardián” que tenía en latín.) Sin embargo, las responsabilidades del tutor incluían también la disciplina, y posiblemente se le encargaba la educación del niño en cuestiones de comportamiento. La disciplina de los tutores podía ser severa, ya fueran estos esclavos o tutores pagados.
Por esta razón, Gálatas 3:24, 25 dice que “la Ley ha llegado a ser nuestro tutor [gr. pai·da·gö·gós, literalmente, “conductor del niño”] que nos conduce a Cristo, para que se nos declarara justos debido a fe. Pero ahora que ha llegado la fe, ya no estamos bajo tutor”. La Ley era estricta. Revelaba que los judíos eran transgresores y los condenaba. (Gál 3:10, 11, 19.) En realidad, condujo a los judíos debidamente disciplinados a su Instructor, Jesucristo. El apóstol Pablo dice: “Antes que llegara la fe, estábamos guardados bajo ley, entregados juntos en custodia, esperando la fe que estaba destinada a ser revelada”. (Gál 3:23.)
En tiempos de Pablo, un tutor (pedagogo, Versión interlineal griego-español del Nuevo Testamento) era un sirviente o esclavo de una casa con muchos miembros, que tenía el deber de proteger a los niños y acompañarlos a la escuela. (w02 1/6 15 párr.11) Como el apóstol había aconsejado a los cristianos de Colosas, de manera similar escribió a los de Galacia que no fueran como niños por medio de colocarse voluntariamente bajo aquello que se asemejaba a un ‘pedagogo’ o ‘tutor,’ a saber, la ley mosaica. La relación de ellos con Dios ahora era como la de un hijo desarrollado con su padre. La ley mosaica había llegado a ser ‘elemental,’ en comparación con la enseñanza cristiana. (w72 574)
El apóstol Pablo dijo a los corintios: “Pues aunque ustedes tengan diez mil tutores en Cristo, ciertamente no tienen muchos padres; porque en Cristo Jesús yo he llegado a ser padre de ustedes mediante las buenas nuevas”. (1Co 4:14, 15.) Pablo había sido el primero en llevar el mensaje de vida a Corinto, de modo que era como un padre para aquella congregación de cristianos creyentes. Aunque otros pudieran después cuidar de sus intereses, como los tutores que tenían niños a su cargo, esto no cambiaría la relación de Pablo con los corintios. Los “tutores”, como Apolos, podían tener un interés genuino en la congregación, pero el interés de Pablo tenía un motivo más profundo: había sido el padre de la congregación en un sentido espiritual. (Compárese con Gál 4:11, 19, 20; véanse EDUCACIÓN; INSTRUCCIÓN.)