Antes de la conquista romana del año 146 E.C., el término Acaya solo se refería a una pequeña región del Peloponeso que se extendía por la costa meridional del golfo de Corinto y que coincidía prácticamente con la región que hoy lleva el mismo nombre.
En la poesía de Homero a los griegos en general se les llama “los aqueos”. Debido a la importancia de una coalición de ciudades llamada Liga Aquea, el grupo político más poderoso de Grecia cuando Roma conquistó ese país, los propios romanos solían llamar Acaya a toda Grecia.
En el año 27 E.C., cuando César Augusto reorganizó las dos provincias griegas, a saber, Macedonia y Acaya, el nombre “Acaya” aplicó a todo el Peloponeso y parte de Grecia continental. La provincia de Acaya estaba bajo la administración del senado romano y era gobernada por un procónsul desde Corinto, su capital. (2Co 1:1.) Otras ciudades de la provincia de Acaya mencionadas en las Escrituras Griegas Cristianas son Atenas y Cencreas. Acaya y la provincia de Macedonia, con la que lindaba al N., a menudo se mencionan juntas. (Hch 18:1, 18; 19:21; Ro 15:26; 16:1; 1Te 1:7, 8.)
Como respuesta a las quejas del pueblo por los severos impuestos, en el año 15 E.C. Tiberio puso a Acaya y Macedonia bajo el control imperial, y se las gobernó desde la provincia de Mesia. Esta situación duró hasta el año 44 E.C., cuando el emperador Claudio restituyó estas provincias al control del senado, haciendo que de nuevo fuese un procónsul el que asumiera la gobernación desde Corinto. Debido a que ignoraban estos hechos, en el pasado algunos comentaristas criticaron el que la Biblia dijese que Galión, ante quien se llevó a Pablo, era el “procónsul de Acaya”. (Hch 18:12.) Sin embargo, gracias a una inscripción descubierta en Delfos, se ha confirmado que en Acaya hubo un procónsul llamado Galión en el tiempo referido por el historiador Lucas, el escritor de Hechos.
En Romanos 15:26 el apóstol Pablo habla de la generosidad de los cristianos de la provincia de Acaya al proveer ayuda para sus hermanos necesitados de Jerusalén. Tanto en su segundo viaje misional como en el tercero, Pablo pasó bastante tiempo en Acaya y expresó un profundo amor a los hermanos de esa región. (2Co 11:10.)
Colina situada al NO. de la Acrópolis ateniense y separada de ella por un valle poco profundo. Esta árida cima caliza, más bien estrecha, tiene unos 113 m. de altitud, en tanto que la Acrópolis, al SE., se eleva unos 43 m. por encima de ella. Por el lado N., la colina de Marte tiene una pendiente suave, mientras que la cara S. es escarpada. En otro tiempo estuvo coronada por altares griegos, santuarios, estatuas y el tribunal supremo al aire libre del Areópago. En la actualidad todo esto ha desaparecido y tan solo quedan algunos de los asientos labrados en la roca.
En una de las visitas del apóstol Pablo a Atenas, ciertos atenienses lo asieron y lo condujeron al Areópago, mientras le decían: “¿Podemos llegar a saber qué es esta nueva enseñanza que hablas? Porque presentas algunas cosas que son extrañas a nuestros oídos”. (Hch 17:19, 20.) En respuesta, Pablo hizo una cuidadosa exposición de hechos contundentes, desarrollando un argumento lógico, persuasivo y convincente. No pudo terminar su discurso, porque “al oír de una resurrección de muertos”, algunos burlones comenzaron a mofarse. Sin embargo, para cuando surgió esta interrupción, el apóstol había logrado dividir a su auditorio en tres opiniones. Aunque unos se mofaban y otros decían que escucharían más adelante, algunos “se hicieron creyentes, entre los cuales también estuvieron Dionisio, juez del tribunal del Areópago, y una mujer de nombre Dámaris, y otros además de ellos”. (Hch 17:22-34.) En la actualidad hay una placa de bronce en la colina de Marte que contiene este discurso del apóstol Pablo y que conmemora dicho acontecimiento. No es posible afirmar con certeza que en aquella ocasión Pablo hablase ante el tribunal del Areópago, pero en su auditorio tuvo por lo menos a un componente de ese notable tribunal. (GRABADO, vol. 2, pág. 746.)
[Ilustración de la página 183]
Inscripción griega que conmemora el discurso de Pablo en el Areópago (Hch 17:22-31)
Este nombre aparece en Jueces 3:3 y 1 Crónicas 5:23. En el primer caso se refiere a un punto de la región habitada por los sidonios y los heveos, a los que no sojuzgaron los israelitas, y en este texto se le llama “monte Baal-hermón”. Suele identificársele con el mismo monte Hermón, pero puede referirse a la cordillera del Antilíbano en general o a alguna parte de ella. En 1 Crónicas 5:23 se cita “Baal-hermón” junto con Senir, el monte Hermón y la región de Basán para delimitar el territorio ocupado por la media tribu de Manasés. Es posible que se refiera a una ciudad o lugar cercano al monte Hermón, o también a toda la región montañosa de Hermón.
Una de las primeras ciudades construidas después del Diluvio. Fue en ella donde Dios ‘confundió el lenguaje de toda la tierra’. (Gé 11:9.) El nombre se deriva del verbo ba·lál, que significa “confundir”. Sin embargo, sus habitantes, considerando que era la sede del gobierno de Dios, afirmaban que el nombre estaba compuesto de Bab (Puerta) e ilu (Dios) y que por lo tanto significaba “Puerta de Dios”.
Nemrod, el “poderoso cazador en oposición a Jehová”, comenzó su reinado en Babel, ubicada “en la tierra de Sinar”, la llanura aluvial formada por el cieno de los desbordamientos de los ríos Éufrates y Tigris. (Gé 10:9, 10.) Al no haber piedras disponibles para la construcción, los edificadores hicieron uso de los extensos depósitos de barro. Dijeron: “Hagamos ladrillos y cozámoslos con un procedimiento de quema”. Como tampoco tenían cal, usaron betún como argamasa. (Gé 11:3.)
En desafío a Dios, Babel se centró en el proyecto de construcción de una torre religiosa “con su cúspide en los cielos”. Esta torre no se construyó para la adoración y alabanza de Jehová, sino que estaba dedicada a la religión falsa de origen humano, y el propósito de los edificadores era hacerse un “nombre célebre” con ella. (Gé 11:4.)
El tiempo aproximado de su construcción se puede deducir de la siguiente información: Péleg vivió desde 2269 hasta 2030 a. E.C. Su nombre significa: “División”, pues “en sus días se dividió la tierra” (es decir, “la población de la tierra”); “de allí los había esparcido Jehová sobre toda la superficie de la tierra”. (Gé 10:25; 11:9.) Un texto de Sharkalisharri, rey de Agadé (Akkad) en el tiempo de los patriarcas, menciona que restauró una torre-templo en Babilonia, con lo que da a entender que tal edificio existía antes de su reinado.
1. Babilonia - (Sesac), Nombre que más tarde se dio a la ciudad de Babel.
1. Babilonia - (Sesac)
Nombre que más tarde se dio a Babel. Esta famosa ciudad estaba situada a orillas del río Éufrates, en la llanura de Sinar, a unos 870 Km. al E. de Jerusalén y a unos 80 Km. al S. de Bagdad. Sus ruinas ocupan una gran superficie de forma triangular, tachonada de varios montículos. Tell Babil (Mujelibe), ubicado en la parte N. del triángulo, a unos 10 Km. al NE. de Hilla (Irak), conserva el antiguo nombre de la ciudad. (Véanse BABILONIA núm. 2; SINAR.)
Babilonia se extendía a ambos lados del río Éufrates y estaba rodeada por un doble sistema de muros que la hacían parecer inexpugnable.
La muralla interior, construida con ladrillos de adobe, consistía en dos muros. El interno tenía 6,5 m. de espesor, mientras que el externo, levantado a unos 7 m. del primero, tenía unos 3,5 m. de espesor. Estos muros estaban apuntalados por torres de defensa que los reforzaban estructuralmente. A unos 20 m. del muro externo había un muelle hecho de ladrillos cocidos unidos con betún, rodeado por un foso que conectaba con el Éufrates al N. y al S. de la ciudad. Este foso suministraba agua a la población, así como protección contra los ejércitos enemigos. Según los documentos de Babilonia, ocho puertas daban acceso al interior de la ciudad, pero hasta la fecha se han descubierto y excavado cuatro.
Nabucodonosor II (quien destruyó el templo de Salomón) añadió la muralla exterior, que estaba situada al E. del Éufrates y encerraba una gran superficie al N., E. y S. de la ciudad, donde la gente que vivía en sus aledaños podía refugiarse en caso de guerra. Esta muralla externa también consistía en dos muros. El interior, hecho de adobe, tenía unos 7 m. de espesor y estaba reforzado por torres de defensa. Más allá, a unos 12 m. de distancia, se encontraba el muro externo de ladrillos cocidos, que a su vez era doble. Sus dos muros, uno de casi 8 m. de espesor y el otro contiguo de unos 3,5 m., estaban interconectados por algunas de las torres.
Nabonido unió los extremos de la muralla exterior construyendo un muro a lo largo de la orilla oriental del río. Este muro, de unos 8,5 m. de ancho, también tenía torres, así como un muelle de una anchura de 3,5 m.
Heródoto, historiador griego del siglo V a. E.C., dice que dos muelles continuos, separados de la ciudad propiamente dicha por muros que tenían 25 puertas, flanqueaban el río Éufrates. Según este historiador, los muros de la ciudad medían unos 90 m. de alto, 26,5 m. de espesor y unos 95 Km. de longitud. Sin embargo, parece que estos datos de Heródoto son exagerados. La prueba arqueológica muestra que el tamaño de Babilonia era mucho menor y que su muralla exterior era mucho más corta y baja. No se ha hallado ningún resto que confirme la existencia de un muelle a lo largo de la orilla occidental del río.
De las puertas de los imponentes muros salían las calles que entretejían la ciudad. La gran vía procesional, el bulevar principal, estaba pavimentada, y los muros que la flanqueaban se hallaban decorados con leones, dragones y toros, emblemas de los dioses a los que se honraba. (Arquitectura de Babilonia) Nabucodonosor II reparó y amplió el antiguo palacio y edificó un palacio de verano a unos 2 Km. al N. También construyó unos soberbios jardines, dispuestos en terrazas elevadas sobre una estructura abovedada, conocidos como los Jardines Colgantes de Babilonia y considerados una de “las maravillas del mundo antiguo”.
Esta gran metrópolis, sentada a horcajadas sobre el río Éufrates, era un centro comercial e industrial del mundo antiguo. Más que un importante centro manufacturero, era una estación comercial para los pueblos de Oriente y Occidente, tanto por tierra como por mar. Debido a esto, su flota navegaba por todo el golfo Pérsico y otros mares más lejanos.
★¿Cómo confirman los ladrillos en las ruinas de Babilonia que la Biblia es digna de confianza? - (2-7-2023-Pg.31)
Historia. Nemrod, que vivió a finales del III milenio a. E.C., fundó Babilonia como la capital del primer imperio político de la humanidad. Sin embargo, su construcción se detuvo al confundirse el lenguaje. (Gé 11:9.) Posteriores generaciones se sucedieron en la construcción de la ciudad. Hammurabi la agrandó y reforzó, y la convirtió en la capital del Imperio babilonio semita.
Durante la hegemonía de la potencia mundial asiria, Babilonia figuró en diversas luchas y revueltas. Luego, con la decadencia de este segundo imperio mundial, Nabopolasar fundó una nueva dinastía Caldea en Babilonia alrededor de 645 a. E.C. Su hijo Nabucodonosor II concluyó la restauración de la ciudad y la llevó a su máxima gloria, por lo que se jactaba diciendo: “¿No es esta Babilonia la Grande, la cual yo mismo he construido?”. (Da 4:30.) La ciudad mantuvo este esplendor como capital de la tercera potencia mundial hasta la noche del 5 de octubre de 539 a. E.C. (calendario gregoriano), cuando cayó ante las fuerzas invasoras medopersas bajo el mando de Ciro el Grande.
Aquella noche decisiva Belsasar celebró en Babilonia un banquete para mil de sus grandes. Nabonido no estaba allí para ver la portentosa escritura que apareció sobre la pared: “MENÉ, MENÉ, TEQUEL y PARSÍN”. (Da 5:5-28.) Tras una derrota sufrida a manos de los persas, Nabonido se había refugiado en la ciudad de Borsippa, al SO. de la capital. Pero Daniel, el profeta de Jehová, estaba en Babilonia aquella noche del 5 de octubre de 539 a. E.C., e interpretó el significado de lo que se había escrito en la pared. Los hombres del ejército de Ciro no dormían en su campamento, levantado alrededor de los inexpugnables muros de la ciudad. Para ellos era una noche de actividad incesante. Siguiendo una brillante estrategia, los ingenieros del ejército de Ciro desviaron el caudaloso río Éufrates, que cruzaba la ciudad de Babilonia. Una vez conseguido esto, los persas avanzaron por el lecho del río y tomaron la ciudad por sorpresa, entrando en ella a través de las puertas que había en el muelle. Corrieron rápidamente por sus calles, matando a todo el que ofrecía resistencia, capturaron el palacio y dieron muerte a Belsasar. Todo había terminado. Babilonia había caído en una sola noche, un acontecimiento que señalaba el fin de siglos de supremacía semita. Babilonia pasó a poder de los arios, y así se cumplió la palabra profética de Jehová. (Isa 44:27; 45:1, 2; Jer 50:38; 51:30-32; véanse La caída de Babinlonia - (Pg.325); Ciro.
A partir de esa fecha memorable, 539 a. E.C., Babilonia fue decayendo y su gloria se desvaneció. En dos ocasiones se rebeló contra el emperador persa Darío I Histaspes, y en la segunda de ellas fue demolida. La ciudad, restaurada parcialmente, se rebeló contra Jerjes I y fue saqueada. Alejandro Magno pretendió hacer de ella su capital, pero murió de repente en 323 a. E.C. Nicátor la conquistó en 312 a. E.C. y transportó una gran parte de sus materiales a las orillas del Tigris con el fin de usarlos en la construcción de Seleucia, su nueva capital. Sin embargo, en tiempos cristianos primitivos aún existía la ciudad, que a la sazón contaba con una colonia de judíos, por lo que el apóstol Pedro decidió visitarla, como indica en una de sus cartas. (1Pe 5:13.) Las inscripciones allí encontradas muestran que el templo babilonio de Bel subsistía en el año 75 E.C. No obstante, parece ser que la ciudad había dejado de existir para el siglo IV E.C. Se había convertido en nada más que “montones de piedras”. (Jer 51:37.)
Hoy no queda nada de Babilonia, excepto montículos y ruinas, un verdadero yermo desolado. (Restos de Babilonia) El libro Archaeology and Old Testament Study dice: “Estas vastas ruinas, de las que solo se ha excavado una pequeña parte, pese al trabajo de Koldewey, han sido saqueadas extensamente durante los pasados siglos con el fin de conseguir materiales de construcción. En parte como consecuencia de lo antedicho, la apariencia de casi toda la superficie es ahora de un desorden tan caótico que evoca con fuerza la profecía de Isa. XIII. 19-22 y Jer. I. 39 y ss., y la impresión de desolación se ve acusada por la aridez que caracteriza el paraje donde se hallan las ruinas” (edición de D. W. Thomas, Oxford, 1967, pág. 41).
Religión.
Babilonia era un lugar muy religioso. Según los hallazgos arqueológicos y algunos textos antiguos, debió albergar más de cincuenta templos. El dios principal de la ciudad imperial era Marduk, llamado en la Biblia Merodac. Se ha afirmado que se deificó a Nemrod como Marduk, pero las opiniones de los eruditos en cuanto a la identificación de dioses con seres humanos específicos varían. En la religión de Babilonia también se destacaban las tríadas de deidades. Una de ellas, compuesta por dos dioses y una diosa, la formaban Sin (el dios-luna), Shamash (el dios-sol) e Istar, considerados los gobernantes del zodiaco. Otra tríada la componían los demonios Labartu, Labasu y Akhazu. La idolatría estaba presente por doquier. Babilonia era a todas luces “una tierra de imágenes esculpidas” e “ídolos estercolizos” inmundos. (Jer 50:1, 2, 38.)
Los babilonios creían en la inmortalidad del alma humana. (The Religion of Babylonia and Assyria, de M. Jastrow, hijo, 1898, pág. 556.)
Los babilonios desarrollaron la astrología movidos por el afán de descubrir en las estrellas el futuro del hombre. (Véase ASTRÓLOGOS.) La magia, la hechicería y la astrología desempeñaban un papel muy importante en su religión. (Isa 47:12, 13; Da 2:27; 4:7.) Muchos cuerpos celestes —por ejemplo, los planetas— recibieron el nombre de dioses babilonios. La adivinación continuó siendo un componente básico de la religión de Babilonia en los días de Nabucodonosor, quien se valió de ella a la hora de tomar decisiones. (Eze 21:20-22.)
Antigua enemiga de Israel. En la Biblia hay muchas referencias a Babilonia, empezando con el relato de Génesis sobre Babel, la ciudad original. (Gé 10:10; 11:1-9.) Entre el despojo que Acán tomó de Jericó había “un vestido oficial de Sinar”. (Jos 7:21.) Después de la caída del reino norteño de Israel en 740 a. E.C., se reemplazó a los israelitas llevados cautivos por habitantes de Babilonia y otras zonas. (2Re 17:24, 30.) Ezequías cometió el error de enseñar a los mensajeros de Babilonia los tesoros de su casa. Tiempo después, tanto estos tesoros como algunos de los “hijos” de Ezequías fueron llevados a Babilonia. (2Re 20:12-18; 24:12; 25:6, 7.) El rey Manasés (716-662 a. E.C.) también fue cautivo a esta ciudad, pero debido a que se humilló, Jehová lo restauró a su trono. (2Cr 33:11.) El rey Nabucodonosor se llevó a Babilonia los utensilios preciosos de la casa de Jehová, junto con miles de cautivos. (2Re 24:1–25:30; 2Cr 36:6-20.)
Las Escrituras Griegas Cristianas indican que Jeconías (Joaquín), a quien se había llevado prisionero a Babilonia, fue un eslabón en el linaje de Jesús. (Mt 1:11, 12, 17.) La primera carta canónica del apóstol Pedro se escribió desde Babilonia (1Pe 5:13; véase PEDRO, CARTAS DE), la ciudad que se hallaba sobre el Éufrates, y no Roma, como algunos afirman. Véase BABILONIA LA GRANDE.
Sesac Probablemente, un nombre simbólico de Babilonia. (Jer 25:26; 51:41.) Se ha apuntado que “Sesac” significa “de Puertas de Cobre”, lo que encaja con Babilonia. Otra opinión es que “Sesac” correspondía con el término SiskuKI de un registro real antiguo de Babilonia. Sisku o Siska puede que haya sido un distrito de la antigua Babilonia. Sin embargo, la tradición judía dice que Sesac es una clave del nombre hebreo Babel (o, Babilonia), según el sistema conocido como athbásch. Mediante dicho sistema criptográfico, el verdadero nombre se oculta reemplazando la última letra del alfabeto hebreo (taw) con la primera (`á-lef), la penúltima (schin), con la segunda (behth), y así sucesivamente. Por consiguiente, en “Babel” se sustituiría cada behth (b) por una schin (sch) y la lá-medh (l) por la kaf (kj), por lo que se leería Sche-schákj. El nombre Sesac también puede sugerir humillación, que es lo que Babilonia iba a experimentar. (Jer 25:26, nota; Soncino Books of the Bible, edición de A. Cohen, Londres, 1949.)
2. Babilonia - (Sumer, Caldea)
Al Imperio babilonio también se le conoció por el nombre de su capital: Babilonia, y su centro estaba en la parte baja del valle mesopotámico.
Los historiadores a veces dividen Babilonia en dos zonas: la septentrional, Akkad (Acad), y la meridional, Sumer o Caldea. El primer nombre que se da en las Escrituras a este territorio es “la tierra de Sinar”. (Gé 10:10; 11:2.) Más tarde, cuando algunos gobernantes poderosos hicieron de Babilonia su capital, dieron a esta región el mismo nombre. Ya que en algunas ocasiones el dominio lo ejercieron dinastías caldeas, a esta zona también se la conoció como “la tierra de los caldeos”. (Jer 24:5; 25:12; Eze 12:13.) Algunas de las antiguas ciudades babilonias eran Adab, Akkad, Babilonia, Borsippa, Erec, Kis, Lagash, Nippur y Ur. Por supuesto, el Imperio babilonio abarcaba más que solo Babilonia; incluía Siria y Palestina, y llegaba hasta la frontera de Egipto.
Hacia la primera mitad del siglo VIII a. E.C. gobernó Babilonia un rey asirio, Tiglat-piléser III (Pul). (2Re 15:29; 16:7; 1Cr 5:26.) Tiempo después, llegó a ser rey de Babilonia el caldeo Merodac-baladán, pero doce años más tarde lo derrocó Sargón II. Senaquerib, sucesor de Sargón II, se enfrentó a otra revuelta en Babilonia, encabezada por Merodac-baladán. Después del fallido intento de Senaquerib de apoderarse de Jerusalén en 732 a. E.C., Merodac-baladán envió mensajeros a Ezequías de Judá, posiblemente para pedir su apoyo contra Asiria. (Isa 39:1, 2; 2Re 20:12-18.) Más tarde, Senaquerib derrocó a Merodac-baladán y él mismo se coronó gobernante de Babilonia, puesto que mantuvo hasta su muerte. Su hijo Esar-hadón reconstruyó Babilonia. Los babilonios afirmaron su adhesión a Nabopolasar y le otorgaron el trono. Con él comenzó la dinastía neobabilonia, que habría de continuar hasta Belsasar. En la profecía bíblica se representa a esta dinastía —desde Nabucodonosor, hijo de Nabopolasar, hasta Belsasar— mediante la cabeza de oro de la imagen del sueño de Nabucodonosor (Da 2:37-45), y mediante un león que tenía las alas de un águila y el corazón de un hombre, en el sueño-visión de Daniel. (Da 7:4.)
En 632 a. E.C. esta nueva dinastía Caldea sojuzgó Asiria con el apoyo de los aliados medos y escitas. En 625 a. E.C., el hijo mayor de Nabopolasar, Nabucodonosor II, derrotó al faraón Nekó de Egipto en la batalla de Carquemis, y el mismo año tomó el mando del gobierno. (Jer 46:1, 2.) Bajo Nabucodonosor, Babilonia fue una “copa de oro” en la mano de Jehová para derramar indignación contra las infieles Judá y Jerusalén. (Jer 25:15, 17, 18; 51:7.) En 620 a. E.C. obligó a Jehoiaquim a pagar tributo, pero este se rebeló después de unos tres años. En 618 a. E.C., durante el tercer año tributario de Jehoiaquim, Nabucodonosor subió contra Jerusalén. (2Re 24:1; 2Cr 36:6.) Sin embargo, Jehoiaquim murió antes de que los babilonios lo apresaran. Le sucedió en el trono su hijo Joaquín, quien pronto se rindió; se le llevó cautivo a Babilonia junto con otros miembros de la nobleza en 617 a. E.C. (2Re 24:12.) Sedequías fue el siguiente rey de Judá, pero también se rebeló. En 609 a. E.C. los babilonios de nuevo sitiaron Jerusalén y por fin abrieron brecha en sus muros en 607 a. E.C. (2Re 25:1-10; Jer 52:3-12.) Ese año, 607 a. E.C., el año de la desolación de Jerusalén, es significativo en el cómputo del tiempo que pasaría hasta que Jehová, el Soberano Universal, colocara a su gobernante escogido en el poder del Reino. Los babilonios destruyeron Jerusalén en 607 a.E.C. con eso se cumplia Eze 21:25-27 y Da 4:23. El calculo sale si se le aplica lo que dice Nú 14:34 y Eze 4:6, un día por un año. (Véase TIEMPOS SEÑALADOS DE LAS NACIONES - [Comienzo de la ‘holladura’].)
Se ha encontrado una tablilla cuneiforme en la que se hace alusión a una campaña contra Egipto en el año treinta y siete del reinado de Nabucodonosor (588 a. E.C.). Esta puede ser la ocasión en la que el poderoso Egipto fue sometido al control de Babilonia, tal como se había predicho mediante el profeta Ezequiel probablemente en el año 591 a. E.C. (Eze 29:17-19.) Finalmente, después de un reinado de cuarenta y tres años, en el transcurso del cual conquistó muchas naciones y llevó a cabo un importante programa de edificación en la misma Babilonia, Nabucodonosor II murió en octubre de 582 a. E.C., y le sucedió Awel-Marduk (Evil-merodac). Este nuevo gobernante le mostró bondad al rey Joaquín en su cautiverio. (2Re 25:27-30.) Poco se sabe de los reinados de Neriglisar, el sucesor de Evil-merodac, y de Labashi-Marduk.
Sin embargo, hay disponible información histórica más completa sobre Nabonido y Belsasar, quienes al parecer gobernaban como corregentes cuando Babilonia cayó.
Para ese tiempo, los medos y los persas, bajo el acaudillamiento de Ciro el Grande, estaban a punto de tomar Babilonia y convertirse en la cuarta potencia mundial. En la noche del 5 de octubre de 539 a. E.C. (según el calendario gregoriano), Babilonia fue tomada y Belsasar asesinado. En el primer año de Ciro después de la conquista de Babilonia, este gobernante promulgó su famoso decreto que permitía regresar a Jerusalén a un buen número de exiliados, entre ellos 42.360 varones, además de muchos esclavos y cantores profesionales. Unos doscientos años después llegó a su fin la dominación persa sobre Babilonia, cuando Alejandro Magno capturó la ciudad en 331 a. E.C. A mediados del siglo II a. E.C. controlaban Babilonia los partos, gobernados por el rey Mitrídates I.
Ya que algunas comunidades judías habían florecido en este país, Pedro, el apóstol a los judíos, fue a Babilonia y desde allí escribió al menos una de sus cartas inspiradas. (Gál 2:7-9; 1Pe 5:13.) A los líderes judíos de estas comunidades orientales deben su origen el Targum Babilónico —también conocido como Targum de Onkelos— y algunos de los manuscritos de las Escrituras Hebreas. El Códice de Petersburgo de los Últimos Profetas, de 916 E.C., es importante debido a que incorpora una mezcla de las lecturas orientales (babilonias) y occidentales (tiberianas).
3. Babilonia la Grande Entre las visiones del apóstol Juan registradas en el libro de Revelación, aparecen declaraciones de juicio contra “Babilonia la Grande”, así como una descripción de ella y de su caída. (Apo 14:8; 16:19; caps. 17 y 18; 19:1-3.)
En Apocalipsis 17:3-5 se describe a Babilonia la Grande como una mujer vestida de púrpura y escarlata, adornada ricamente y sentada sobre una bestia salvaje de color escarlata que tenía siete cabezas y diez cuernos. Sobre su frente estaba escrito un nombre, “un misterio: ‘Babilonia la Grande, la madre de las rameras y de las cosas repugnantes de la tierra’”. También se la describe sentada sobre “muchas aguas”, que representan “pueblos y muchedumbres y naciones y lenguas”. (Apo 17:1-15.)
El lujo y el dominio atribuidos a Babilonia la Grande descartan que se refiera a la Babilonia literal de Mesopotamia. Después de su caída ante Ciro el persa en 539 a. E.C., perdió su posición como potencia mundial dominante, y sus cautivos, entre quienes se encontraban los judíos, fueron liberados. A pesar de que la ciudad continuó existiendo después de los días de los apóstoles, carecía de importancia mundial, y con el tiempo decayó hasta su desaparición final. De modo que a Babilonia la Grande se la debe considerar una ciudad simbólica, de la que la Babilonia literal fue el prototipo. Como la antigua ciudad da nombre a la ciudad simbólica, será útil hacer un breve examen de las características más sobresalientes de la Babilonia que estaba sobre el Éufrates, pues ofrecen pistas en cuanto a la identidad de la simbólica ciudad de la visión de Juan.
“La ciudad fue tomada por los persas bajo Ciro el Grande en 539 a. E.C. Más tarde Alejandro Magno planeó hacer de Babilonia la capital de su imperio oriental, pero después de su muerte Babilonia gradualmente dejó de ser importante.”—The Encyclopedia Americana (Nueva York, 1956), tomo III, pág. 7. “Aunque los reyes persas hicieron de Babilonia su residencia, no se hizo nada para restaurar la ciudad; y Alejandro Magno, que al tiempo de su entrada, en 331 a. E.C., había prometido a los habitantes reedificar el templo arruinado, ni siquiera pudo remover la basura, aunque empleó 10.000 trabajadores por dos meses. Después de su muerte en el palacio de Nabucodonosor, y la fundación de Seleucia a orillas del Tigris por Seleuco Nicátor, Babilonia experimentó decadencia rápida.”—The New Funk & Wagnalls Encyclopedia (Nueva York, 1950), tomo 3, pág. 872. “La fundación de Seleucia [en 312 a. E.C.] hizo que la población [de Babilonia] se mudara a la nueva capital de Babilonia y las ruinas de la ciudad vieja llegaron a ser cantera para los constructores de la nueva sede del gobierno.”— The Encyclopedia Britannica (Nueva York, 1910), tomo 3, pág. 106. (ms 54) “Por más ventajosa que sea la posición geográfica de Babilonia, otros factores ayudaron a hacer de ella ciudad dominante por un período largo. Durante toda la historia de Mesopotamia, tanto antigua como moderna, la religión ha desempeñado un papel importante en cuanto a darle prestigio y poder a una ciudad. En Mesopotamia desde el tiempo de Hammurabi en adelante la adoración de Marduk se asociaba especialmente con Babilonia. El sacerdocio adquirió poder considerable, y hasta los reyes de Asiria hallaron que les convenía recibir lo que virtualmente era un rito de coronación en Babilonia.”—The Encyclopædia Britannica (Chicago, 1946), tomo 2, pág. 841. “La civilización de los sumerios [que abrazaba a Babilonia] fue dominada principalmente por sacerdotes; a la cabeza del estado estaba el lugal (literalmente ‘gran hombre’), el representante de los dioses. La religión de los sumerios era politeísta.”—The Encyclopedia Americana (Nueva York, 1956), tomo III, pág. 8. “En el mundo antiguo ... Egipto, Persia y Grecia sintieron la influencia de la religión babilónica.... En Persia, el culto de Mitra revela la influencia inequívoca de conceptos babilónicos; y si se recuerda el grado de importancia que cobraron entre los romanos los misterios relacionados con este culto, se añadirá otro eslabón que enlaza las ramificaciones de la cultura antigua con la civilización del valle del Éufrates. La mezcla fuerte de elementos semíticos tanto en la mitología griega primitiva como en los cultos griegos es reconocida hoy tan generalmente por los eruditos que no hay por qué comentar más sobre ello. Estos elementos semíticos son en gran manera más específicamente babilónicos.”—Religion of Babylonia and Assyria (Boston, 1898), Morris Jastrow, Jr., págs. 699, 700. “Las investigaciones de escritores modernos ... uniformemente consideran a Babilonia y Asiria como la cuna del paganismo antiguo.”—The Worship of the Dead (Londres, 1904), Colonel J. Garnier, pág. 8. “Fue de Babilonia que los asirios habían traído su religión ... Sus dioses eran los dioses de Babilonia.”— The Races of the Old Testament (Londres, 1891), A. H. Sayce, pág. 60. “Juntamente con su depravación, los babilonios fueron el pueblo más religioso de la antigüedad.”—Nebuchadnezzar (Londres, 1931), G. R. Tabouis, pág. 364, basado en La Religion assyrobabylonienne (París, 1910), Paul Dhorme, pág. 220 sig. Inscripción cuneiforme: “En conjunto hay en Babilonia 53 templos de los dioses principales, 55 capillas de Marduk, 300 capillas para las deidades terrestres, 600 para las deidades celestiales, 180 altares para la diosa Istar, 180 para los dioses Nergal y Adad y otros 12 altares para diferentes dioses.”—The Bible As History (Nueva York, 1956), Werner Keller, pág. 299. (ms 55-56)
Babilonia la Grande no puede simbolizar la política ni los grandes negocios, pues se dice que estos lamentan la caída de ella. (Apo 18:9-11.) El único otro elemento del sistema mundial de Satanás es la religión. Los lazos de ella con el espiritismo confirman el factor religioso en su identificación. (Apo 18:23.) (w89 1/5 pág. 3)
¿Qué es “Babilonia la Grande”? El libro de Revelación, o Apocalipsis, contiene expresiones que no deben entenderse al pie de la letra (Apo 1:1). Por ejemplo, habla de una prostituta que lleva escrito en la frente el nombre “Babilonia la Grande”. También dice que se sienta sobre “muchedumbres y naciones” (Apo 17:1, 5, 15). Eso no podría hacerlo ninguna mujer de carne y hueso, de modo que Babilonia la Grande tiene que ser un símbolo. La cuestión es: ¿qué representa?
En Apo 17:18 se explica que es “la gran ciudad que tiene un reino sobre los reyes de la tierra”. La palabra “ciudad” nos hace pensar en un grupo organizado de personas. Además, esta “gran ciudad” controla a “los reyes de la tierra”. Por lo tanto, Babilonia la Grande tiene que ser una organización que ejerza una gran influencia por todo el planeta. Bien puede decirse que es un imperio mundial. Pero ¿de qué clase? Se trata de un imperio religioso. Veamos cómo nos llevan a esta conclusión algunos pasajes del libro de Revelación.
Los imperios pueden ser de tipo político, comercial o religioso. Sabemos que Babilonia la Grande no puede ser un imperio político porque la Palabra de Dios dice que “los reyes de la tierra [los sistemas políticos de este mundo] cometieron fornicación” con ella. El que cometa fornicación con los gobernantes de la Tierra simboliza que hace alianzas con ellos. Es comprensible, por lo tanto, que se la llame “la gran ramera” (Apo 17:1, 2; Santiago 4:4).
La Biblia dice que cuando esta mujer sea destruida, lo lamentarán los “comerciantes [...] de la tierra”, o sea, el sistema mercantil. Así, queda claro que Babilonia la Grande no es un imperio comercial. De hecho, los textos bíblicos indican que tanto los reyes como los comerciantes se quedarán mirándola desde “lejos” (Apo 18:3, 9, 10, 15-17). Por lo tanto, es lógico concluir que Babilonia la Grande no es un imperio ni político ni comercial, sino religioso.
Hay otra prueba de que se trata de un imperio religioso: se afirma expresamente que engaña a las naciones con su “práctica espiritista” (Apo 18:23). Todas las variedades de espiritismo tienen su origen en los demonios. Por eso no sorprende que la Biblia llame a Babilonia la Grande “lugar de habitación de demonios” (Apo 18:2; Deuteronomio 18:10-12). Además, vemos que este imperio se opone con empeño a la religión verdadera, pues persigue a los “profetas” y a los “santos” (Apo 18:24). Tanto odia a la religión verdadera, que persigue con violencia a “los testigos de Jesús” y llega a matarlos (Apo 17:6). No cabe duda: Babilonia la Grande representa el imperio mundial de la religión falsa, el cual incluye a todas las religiones opuestas a Jehová Dios. ★¡Salgan de Babilonia! - (6-2012-Pg.12-Parte 2)
Características de la antigua Babilonia. La fundación de la ciudad de Babilonia en las llanuras de Sinar fue concurrente con el intento de construir la Torre de Babel. (Gé 11:2-9.) La causa popular que perseguía la edificación de la torre y la ciudad no era la exaltación del nombre de Dios, sino que los edificadores se hicieran “un nombre célebre” para ellos mismos. Los zigurats desenterrados tanto en las ruinas de la antigua Babilonia como en otros lugares de Mesopotamia parecen confirmar la naturaleza esencialmente religiosa de la torre original, fuera cual fuese su forma y estilo arquitectónico. La acción decisiva que tomó Jehová Dios para impedir la construcción de la torre-templo es un indicio claro de su origen religioso falso. El nombre hebreo dado a la ciudad, Babel, significa “Confusión”, mientras que los nombres sumerio (Ka-dingir-ra) y acadio (Bab-ilu) significan “Puerta de Dios”. De modo que los habitantes que permanecieron en la ciudad alteraron su nombre para evitar el sentido condenatorio original, aunque el nuevo nombre siguió teniendo una connotación religiosa.
La Biblia menciona a Babel en primer lugar cuando habla del ‘principio del reino de Nemrod’. (Gé 10:8-10.) Por todas las Escrituras Hebreas la antigua ciudad de Babilonia se destaca como la permanente enemiga de Jehová Dios y de su pueblo.
Aunque Babilonia se convirtió en la capital de un imperio político en los siglos VII y VI a. E.C., durante toda su historia fue un prominente centro religioso que irradió su influencia a otras partes del mundo.
En su obra The Religion of Babylonia and Assyria (1898, págs. 699-701), el profesor Morris Jastrow, hijo, dice a este respecto: “En el mundo antiguo, antes de la llegada del cristianismo, Egipto, Persia y Grecia sintieron la influencia de la religión de Babilonia. [...] En Persia, el culto de Mitra revela la influencia inequívoca de los conceptos babilonios; y considerando la importancia dada en el mundo romano a los misterios relacionados con este culto, se perfila otro eslabón que conecta las ramificaciones de la cultura antigua con la civilización del valle del Éufrates”. Finalmente se refiere a “la profunda impresión que causaron en el mundo antiguo las notables manifestaciones religiosas procedentes de Babilonia y la actividad religiosa que tuvo lugar en aquella región”.
El arqueólogo V. Childe, en su libro New Light on the Most Ancient East (1957, pág. 185), sigue la pista de la influencia religiosa babilonia hacia el oriente, hasta la India. Entre otras cosas dice: “La esvástica y la cruz, comunes en estampas y placas, eran símbolos religiosos o mágicos como lo fueron en Babilonia y Elam en el período prehistórico más primitivo, y conservan este carácter en la India moderna, así como en otras partes”. De modo que la influencia religiosa de la antigua Babilonia se extendió a muchos pueblos y naciones, y llegó mucho más lejos y con mayor fuerza y permanencia que su poder político.
Al igual que la Babilonia simbólica, la antigua ciudad de Babilonia en realidad se sentaba sobre las aguas, pues estaba ubicada a ambos lados del río Éufrates y tenía varios canales y fosos llenos de agua. (Jer 51:1, 13; Apo 17:1, 15.) Estas aguas protegían la ciudad y por ellas llevaban los barcos riquezas y lujos procedentes de muchos lugares. Debe notarse que se dice que el agua del Éufrates se seca antes de que Babilonia la Grande experimente la ira del juicio divino. (Apo 16:12, 19.)
Características distintivas de la Babilonia simbólica. La mujer simbólica que lleva el nombre de Babilonia la Grande es “la gran ciudad que tiene un reino sobre los reyes de la tierra”, un reino que le permite sentarse sobre “pueblos y muchedumbres y naciones y lenguas”. (Apo 17:1, 15, 18.) Un reino sobre otros reinos y naciones es lo que se conoce como un “imperio”. Babilonia la Grande se coloca a sí misma encima de los reyes terrestres y ejerce su poder e influencia sobre ellos. Monta a la simbólica bestia salvaje de siete cabezas. En otras partes de la Biblia se utilizan las bestias como símbolos de potencias políticas mundiales. (Véase BESTIAS SIMBÓLICAS.)
Algunos estudiosos opinan que Babilonia la Grande es un imperio político, bien sea Babilonia o Roma. Ya hemos visto que Babilonia había dejado de existir como imperio político hacía tiempo cuando Juan recibió su visión profética. En cuanto a Roma, la naturaleza de su gobierno político no armoniza con la descripción del proceder de Babilonia la Grande ni con sus métodos de dominación, pues se dice que es una ramera que comete fornicación con los reyes de la tierra, los emborracha con el vino de su fornicación y extravía a las naciones con su “práctica espiritista”. (Apo 17:1, 2; 18:3, 23.) En cambio, Roma obtuvo y mantuvo su dominio mediante su férreo poder militar y la firme aplicación de la ley romana en sus provincias y colonias. Reconociendo este hecho, The Interpreter’s Dictionary of the Bible dice: “No es apropiada la identificación de Roma con Babilonia. Babilonia abarca más que un imperio o cultura. La definen mejor la idolatría extrema que los límites geográficos o temporales. Tiene la misma extensión que el reino de esa bestia que ha corrompido y esclavizado a la humanidad y a quien el Cordero debe vencer (Apo 17:14) para liberar al género humano” (edición de G. A. Buttrick, 1962, vol. 1, pág. 338).
En las Escrituras Hebreas se usa con frecuencia el símbolo de una ramera o fornicadora. A la nación de Israel se le advirtió que no se relacionase con las naciones de Canaán, porque esto la llevaría a tener “ayuntamiento inmoral con [“prostituirse ante”, CB] sus dioses”. (Éx 34:12-16.) Tanto Israel como Judá apostataron de la adoración verdadera de Jehová Dios, y se les condenó por haberse prostituido con las naciones políticas y sus dioses. (Isa 1:21; Jer 3:6-10, 13; Eze 16:15-17, 28, 29, 38; Os 6:10; 7:11; 8:9, 10.) Puede verse en estos textos que Dios no consideraba a Israel o Judá meras entidades políticas que se relacionaban con otros gobiernos políticos. Más bien, los reprendió sobre la base del pacto sagrado que existía entre Él y sus siervos, pacto que los hacía responsables de ser un pueblo santo dedicado a Dios y a su adoración pura. (Jer 2:1-3, 17-21.)
En las Escrituras Griegas Cristianas se encuentra un uso similar de esta figura. A la congregación cristiana se la compara a una virgen prometida al Cristo como su Cabeza y Rey. (2Co 11:2; Ef 5:22-27.) El discípulo Santiago advirtió a los cristianos que no cometieran adulterio espiritual haciéndose amigos del mundo. (Snt 4:4; compárese con Jn 15:19.) La fornicación de Babilonia la Grande y sus “hijas” es de una naturaleza similar. (El término “hijas” a veces se emplea en la Biblia para referirse a los suburbios o poblaciones vecinas de una ciudad o metrópolis. Este es el caso de las “poblaciones dependientes” [literalmente en hebreo, “hijas”] de Samaria y Sodoma; véase Eze 16:46-48.)
Otro factor significativo es que cuando Babilonia la Grande sufre el ataque devastador de los diez cuernos de la simbólica bestia salvaje, lamentan su caída sus compañeros de fornicación, los reyes de la tierra, y también los comerciantes y viajeros que tuvieron tratos con ella y le proporcionaron lujosas comodidades y las mejores galas. Mientras que estos representantes políticos y comerciales sobreviven a su desolación, debe notarse que no aparece en la escena ningún representante religioso lamentándose de su caída. (Apo 17:16, 17; 18:9-19.) Según el registro, el juicio sobre los reyes de la tierra se ejecuta algún tiempo después de la aniquilación de la Babilonia simbólica, y su destrucción proviene, no de los “diez cuernos”, sino de la espada del Rey de reyes, el que es llamado la Palabra de Dios. (Apo 19:1, 2, 11-18.)
Una característica distintiva más de Babilonia la Grande es su borrachera, pues se dice que está “borracha con la sangre de los santos y con la sangre de los testigos de Jesús”. (Apo 17:4, 6; 18:24; 19:1, 2.) De modo que es la correspondencia espiritual de la antigua ciudad de Babilonia, y manifiesta hacia el verdadero pueblo de Dios la misma enemistad que aquella. Es significativo el que Jesús hiciera recaer sobre los líderes religiosos la responsabilidad de “toda la sangre justa vertida sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías”. Aunque esas palabras se dirigieron a líderes religiosos del mismo grupo étnico que Jesús, la nación judía, y aunque fueron ellos quienes por algún tiempo persiguieron de manera particularmente intensa a los discípulos de Jesús, la historia muestra que luego la oposición al verdadero cristianismo procedió de otras fuentes (siendo los mismos judíos también víctimas de esta persecución). (Mt 23:29-35.)
Todos los factores supracitados son significativos y deben tomarse en consideración a fin de llegar a la conclusión correcta respecto a la verdadera identidad de la simbólica Babilonia la Grande y lo que representa.
La Biblia hace referencia a Egipto y sus habitantes más de 700 veces. A Egipto por lo general se le llama Mizraim (Mits·rá·yim) en las Escrituras Hebreas (compárese con Gé 50:11), seguramente debido a la importancia o preponderancia de los descendientes de ese hijo de Cam en dicha región. (Gé 10:6.) En la actualidad los árabes todavía llaman a Egipto Misr. En algunos salmos se le denomina “la tierra de Cam”. (Sl 105:23, 27; 106:21, 22.)
Límites y geografía. Tanto en tiempos antiguos como modernos, Egipto ha debido su existencia al río Nilo, con su fértil valle que se extiende como una cinta verde larga y estrecha a través de las regiones desérticas y resecas del África nororiental. El Bajo Egipto comprendía la vasta región del delta, donde las aguas del Nilo se abren en abanico antes de vaciarse en el mar Mediterráneo, en un tiempo, por medio de por lo menos cinco brazos separados, y hoy, solo por dos. Desde el punto donde divergen las aguas del Nilo (en la región de El Cairo moderno) hasta la costa marítima, hay aproximadamente 160 Km. La antigua Heliópolis (la bíblica On) se halla a poca distancia al N. de El Cairo, mientras que a pocos kilómetros al S. de El Cairo está Menfis (por lo general llamada Nof en la Biblia). (Gé 46:20; Jer 46:19; Os 9:6.) Hacia el S. de Menfis empieza la región del Alto Egipto, que se extiende a lo largo de todo el valle hasta la primera catarata del Nilo, en Asuán (la antigua Siene), a una distancia de unos 960 Km. No obstante, muchos doctos creen que es más lógico referirse a la parte septentrional de esta sección como Medio Egipto. Por toda esta región (del Medio y Alto Egipto), el valle llano del Nilo raras veces supera los 19 Km. de anchura, y está bordeado por ambos lados de abruptas pendientes calizas y areniscas, que forman el límite del desierto.
Más allá de la primera catarata estaba la antigua Etiopía, por lo que se dice que Egipto llegaba “desde Migdol [lugar que por lo visto estaba al NE. de Egipto] a Siene y al límite de Etiopía”. (Eze 29:10.) Aunque lo común es usar la palabra hebrea Mits·rá·yim para referirse a toda la tierra de Egipto, muchos doctos creen que en algunos casos representa al Bajo Egipto, y quizás al Medio Egipto, mientras que el nombre “Patrós” designa el Alto Egipto. La referencia a ‘Egipto [Mits·rá·yim], Patrós y Cus’ en Isaías 11:11 es comparable a una lista geográfica similar que aparece en una inscripción del rey asirio Esar-hadón, que enumera dentro de su imperio las regiones de “Musur, Paturisi y Kusu”. (Ancient Near Eastern Texts, edición de J. B. Pritchard, 1974, pág. 290.)
Egipto lindaba con el mar Mediterráneo al N. y la primera catarata del Nilo y Nubia-Etiopía al S., y estaba rodeado por el desierto de Libia (parte del Sáhara) al O. y el desierto del mar Rojo al E. Por lo tanto, en su mayor parte, estaba bastante aislado de la influencia exterior y protegido de invasiones. Sin embargo, el istmo del Sinaí, situado al NE., formaba un puente con el continente asiático (1Sa 15:7; 27:8) por el que llegaban las caravanas de mercaderes (Gé 37:25), inmigrantes y, con el tiempo, ejércitos invasores. El “valle torrencial de Egipto”, por lo general identificado con Wadi el-`Arish, situado en la península del Sinaí, al parecer marcaba el extremo nororiental del dominio de Egipto. (2Re 24:7.) Más allá estaba Canaán. (Gé 15:18; Jos 15:4.) En el desierto que quedaba al O. del Nilo había por lo menos cinco oasis que llegaron a formar parte del reino egipcio. El gran oasis Faiyum, a unos 72 Km. al SO. de la antigua Menfis, recibía agua del Nilo por medio de un canal.
Economía dependiente del Nilo. Aunque hoy día las regiones desérticas que bordean el valle del Nilo tienen poca o ninguna vegetación para sustentar la vida animal, hay indicios de que en tiempos antiguos había en los uadis o valles torrenciales muchos animales que los egipcios cazaban. Sin embargo, en aquel entonces la lluvia era escasa, y en la actualidad aún lo es más (la precipitación anual en El Cairo es de unos 50 mm.). Por lo tanto, la vida en Egipto dependía de las aguas del Nilo.
Las fuentes del Nilo se originan en las montañas de Etiopía y tierras cercanas. En esa zona la precipitación durante la estación de lluvias era suficiente para hacer crecer el caudal del río, lo que ocasionaba que todos los años durante los meses de julio a septiembre sus riberas se inundasen en Egipto. (Compárese con Am 8:8; 9:5.) Esto no solo proveía agua para los canales de riego y cuencas, sino que también depositaba tierra de aluvión que enriquecía el suelo. Tan fértil era el valle del Nilo, y también su delta, que la región bien regada de Sodoma y Gomorra que contempló Lot se asemejó al “jardín de Jehová, como la tierra de Egipto”. (Gé 13:10.) Las inundaciones del Nilo eran variables; cuando eran bajas, la producción era pobre y como resultado había hambre. (Gé 41:29-31.) La ausencia total de inundaciones provocadas por el Nilo representaba un desastre de primer orden que podía convertir al país en un yermo desolado. (Isa 19:5-7; Eze 29:10-12.)
Productos. Egipto era un país rico en agricultura, siendo sus cosechas principales la cebada, el trigo, la espelta (variedad de trigo) y el lino (que se exportaba a muchos países ya manufacturado). (Éx 9:31, 32; Pr 7:16.) Había también viñas, datileras, higueras, granados y huertos que producían una gran variedad de frutos, entre los que se contaban los pepinos, las sandías, los puerros, las cebollas y los ajos. (Gé 40:9-11; Nú 11:5; 20:5.) Según algunos doctos, la frase ‘hacer el riego de la tierra con el pie’ (Dt 11:10) hace referencia al uso de un tipo de noria que se accionaba con el pie, si bien también pudiera referirse al uso del pie para abrir y cerrar canales por los que fluía el agua para el riego.
Cuando azotaba el hambre en las tierras vecinas, la gente solía trasladarse al fructífero país de Egipto, como hizo Abrahán a principios del II milenio a. E.C. (Gé 12:10.) Con el tiempo Egipto se convirtió en el “granero” de una gran parte de la zona mediterránea. El barco que partió de Alejandría (Egipto), y en el que embarcó el apóstol Pablo en Mira en el siglo I E.C., transportaba cereales a Italia. (Hch 27:5, 6, 38.)
Otra exportación importante de Egipto era el papiro, planta parecida a los juncos que crecía en las numerosas marismas del delta (Éx 2:3; compárese con Job 8:11) y que se usaba para fabricar material para escribir. Sin embargo, debido a la escasez de bosques, Egipto se veía obligado a importar madera de Fenicia, sobre todo cedros de las ciudades portuarias, como Tiro, donde se valoraba mucho el lino egipcio de colores variados. (Eze 27:7.) Los templos y monumentos egipcios se construían de granito y algunas piedras más blandas, como la roca caliza, que abundaba en las colinas que flanqueaban el valle del Nilo. Las casas corrientes, e incluso los palacios, se construían de adobe (el material que se usaba para la construcción de los edificios). Las minas egipcias de las montañas situadas a lo largo del mar Rojo (así como en la península del Sinaí) producían oro y cobre, y con este último metal se hacían artículos de bronce que también se exportaban. (Gé 13:1, 2; Sl 68:31.)
La ganadería desempeñaba un papel importante en la economía egipcia; Abrahán adquirió ovejas, ganado y bestias de carga, como asnos y camellos, durante su estancia en ese país. (Gé 12:16; Éx 9:3.) Se hace mención de los caballos durante el período de la administración de José en Egipto (1737-1657 a. E.C.); por lo general se cree que procedían de Asia. (Gé 41:47:17; 50:9.) Puede que al principio los obtuviesen mediante transacciones comerciales o que los capturasen durante las incursiones egipcias en las tierras situadas al NE. Para el tiempo de Salomón, los caballos egipcios eran tan apreciados y su cantidad era tal, que se convirtieron en un artículo importante (junto con los carros egipcios) en el mercado mundial. (1Re 10:28, 29.)
Abundaban las aves de rapiña y las carroñeras —buitres, milanos, águilas y halcones—, así como varias aves acuáticas, entre ellas el ibis y la grulla. En el Nilo abundaban los peces (Isa 19:8), y eran comunes los hipopótamos y los cocodrilos. (Compárese con el lenguaje simbólico de Eze 29:2-5.) Las regiones desérticas estaban habitadas por chacales, lobos, hienas y leones, así como por varias clases de serpientes y otros reptiles.
Población. Los habitantes de Egipto eran camitas, seguramente descendientes de Mizraim, el hijo de Cam. (Gé 10:6.) Es posible que después de la dispersión de Babel (Gé 11:8, 9), muchos de los descendientes de Mizraim, como los ludim, los anamim, los lehabim, los naftuhim y los patrusim, emigraran al N. de África. (Gé 10:6, 13, 14.) Como se ha dicho antes, se relaciona Patrós (singular de patrusim) con el Alto Egipto, y hay cierta base para situar a los naftuhim en la región del delta.
El hecho de que el país estuviera dividido en varias secciones (llamadas más tarde nomos) desde sus tiempos más primitivos, y el que estas siguieran existiendo y formaran parte de la estructura gubernamental cuando el país se unificó bajo un gobernante principal y continuaran hasta el fin del imperio, es un indicio de que la población de Egipto debió estar compuesta de diferentes tribus familiares. Suele hablarse de 42 nomos, 20 en el Bajo Egipto y 22 en el Alto Egipto. Aunque la continua distinción que se hace en la historia egipcia entre el Alto y el Bajo Egipto quizás obedezca a razones geográficas, también puede dar cuenta de una población original dividida en tribus. Cuando el gobierno central se debilitó, el país se dividió en estas dos grandes secciones e incluso corrió el peligro de desintegrarse en numerosos reinos pequeños dentro de los diferentes nomos.
Algunas pinturas antiguas y cuerpos momificados parecen indicar que los egipcios eran de estatura pequeña, delgados y de piel oscura, aunque no negra. No obstante, puede apreciarse una variedad considerable en estas pinturas y esculturas antiguas.
Lengua. Los eruditos modernos tienden a clasificar la lengua egipcia como “semítico-camítica”. Aunque era básicamente camítica, se dice que hay muchas analogías entre su gramática y la de las lenguas semíticas, así como algunas similitudes en el vocabulario. A pesar de estas aparentes semejanzas, se reconoce que “el egipcio difiere de todas las lenguas semíticas mucho más que estas entre sí, de modo que, al menos hasta que se defina mejor su relación con las lenguas africanas, se le debe excluir del grupo semítico”. (Egyptian Grammar, de A. Gardiner, Londres, 1957, pág. 3.) José se valió de un intérprete egipcio para hablar con sus hermanos cuando quiso esconderles su identidad. (Gé 42:23.)
Hay muchos factores que hacen extremadamente difícil llegar a conclusiones definitivas sobre el idioma primitivo utilizado en Egipto. Uno de ellos es el sistema egipcio de escritura. Las inscripciones antiguas usan signos pictográficos (representaciones de animales, pájaros, plantas u otros objetos) combinados con algunas formas geométricas, sistema de escritura que los griegos llamaron jeroglífico. Aunque algunos signos representaban sílabas, estas solo se emplearon para complementar los jeroglíficos, nunca para sustituirlos. Además, en la actualidad se desconocen los sonidos que aquellas sílabas representaban. Algunos escritos cuneiformes de mediados del II milenio a. E.C. que hablan de Egipto han aportado datos de interés. Las transcripciones griegas de nombres egipcios y de otras palabras, de aproximadamente el siglo VI E.C., y algunas transcripciones arameas de un siglo más tarde, también han ayudado a deletrear las palabras egipcias transcritas. No obstante, la reconstrucción de la fonología del antiguo egipcio aún se basa en el copto, el egipcio hablado a partir del siglo III E.C. De modo que solo se puede tener un conocimiento aproximado de la estructura original del vocabulario antiguo en su forma más primitiva, en particular anterior a la estancia israelita en Egipto. Como ejemplo, véase No - (No-Amón).
Por otra parte, el conocimiento de otros idiomas camíticos africanos es muy limitado en la actualidad, por lo que es difícil determinar la relación del egipcio con estos. No se conoce ninguna inscripción de idiomas africanos no egipcios anterior a nuestra era. Los hechos apoyan el relato bíblico de la confusión de las lenguas, y parece claro que los egipcios primitivos, en tanto descendientes de Cam por medio de Mizraim, hablaban un idioma separado y distinto de las lenguas semíticas.
La escritura jeroglífica se usó sobre todo para inscripciones en monumentos y pinturas murales, en las que los símbolos se trazaban con gran detalle. Aunque continuó empleándose hasta el principio de la era común, en particular en textos religiosos, los escribas idearon una escritura menos incómoda, de formas cursivas y más simplificadas, que impresionaban con tinta sobre cuero y papiro. A este sistema se le denominó hierático. Le siguió otro todavía más fácil de escribir, llamado demótico, en especial a partir de la “dinastía XXVI” (siglos VII y VI a. E.C.). No se logró descifrar los textos egipcios hasta después del descubrimiento de la Piedra Rosetta, en el año 1799. Esta inscripción, actualmente en el Museo Británico, contiene un decreto en honor a Tolomeo V Epífanes que data del año 196 a. E.C. La escritura está en jeroglífico egipcio, demótico y griego; gracias al texto en este último idioma fue posible descifrar el egipcio.
Religión. Egipto era un país muy religioso; el politeísmo era su principal característica. Cada población y ciudad tenía su propia deidad local, que ostentaba el título de “Señor de la ciudad”. Una lista hallada en la tumba de Tutmosis III contiene los nombres de unos 740 dioses, aunque se cree que adoraban alrededor de 2000 dioses. (Éx 12:12.) Era frecuente representar al dios casado con una diosa que le daba un hijo, “y los tres formaban una tríada divina o trinidad, en la que el padre, por otra parte, no era siempre el principal, contentándose en ocasiones con el papel de príncipe consorte, mientras que la deidad principal de la localidad era la diosa”. (New Larousse Encyclopedia of Mythology, 1968, pág. 10.) Cada uno de los dioses principales moraba en un templo, que no estaba abierto al público, y era adorado por los sacerdotes, que lo despertaban cada mañana con un himno, lo bañaban, lo vestían, lo “alimentaban” y le rendían otros servicios. (Contrástese con Sl 121:3, 4; Isa 40:28.) Parece ser que en el cumplimiento de ese servicio se consideraba a los sacerdotes representantes de Faraón, quien, según se creía, también era un dios vivo, el hijo del dios Ra. Estos hechos subrayan el valor que mostraron Moisés y Aarón al personarse delante de Faraón para comunicarle el decreto del Dios verdadero, y añaden significado a la respuesta desdeñosa del monarca: “¿Quién es Jehová, para que yo obedezca su voz [...]?”. (Éx 5:2.)
A pesar de los muchos descubrimientos arqueológicos —templos, estatuas, pinturas religiosas y escritos—, poco se conoce acerca de las verdaderas creencias religiosas de los egipcios. Los textos religiosos presentan un cuadro irregular e incompleto, y por lo general omiten tanto como lo que incluyen o más. Mucho de lo que se conoce sobre la naturaleza de sus dioses y prácticas se basa en la deducción o en la información de los escritores griegos, como Heródoto y Plutarco.
Lo que se sabe es que hubo diversidad de creencias, pues las diferencias regionales, siempre presentes en la historia egipcia, resultaron en un sinfín de leyendas y mitos, a menudo contradictorios. Por ejemplo, al dios Ra se le conocía por 75 nombres y formas distintos. Al parecer, solo unas pocas de los centenares de deidades recibían adoración a nivel verdaderamente nacional. Entre las más populares estaba la trinidad o tríada de Osiris, Isis (su esposa) y Horus (su hijo). También estaban los dioses “cósmicos”, encabezados por Ra, el dios-sol, y también los dioses de la Luna, del firmamento Nut, del aire, de la Tierra Geb, del río Nilo Hapi, etc. En Tebas (la bíblica No) el dios Amón era el más importante, y con el tiempo se le concedió el título de “rey de los dioses” con el nombre de Amón-Ra. (Jer 46:25.) Durante las fiestas (Jer 46:17), llevaban a los dioses por las calles de la ciudad. Cuando, por ejemplo, los sacerdotes llevaban el ídolo de Ra en procesión religiosa, el pueblo procuraba estar presente, esperando obtener méritos por ello. Los egipcios creían que su mera presencia era un cumplimiento de su obligación religiosa, y pensaban que Ra estaba obligado a su vez a continuar concediéndoles prosperidad. Solo acudían a él para pedir bendiciones materiales y prosperidad, nunca con relación a asuntos de índole espiritual. Hay numerosas correspondencias entre los dioses principales de Egipto y de Babilonia, aunque todo parece indicar que se originaron en Babilonia y Egipto los perpetuó. (Véase DIOSES Y DIOSAS.)
Esta adoración politeísta no benefició nada a los egipcios. Tal como observa la Encyclopædia Britannica (1959, vol. 8, pág. 53), “la imaginación clásica y moderna atribuye [a la religión egipcia] verdades profundas encerradas en sus misterios impresionantes. Tenían misterios, por supuesto, como los ashanti o los ibo [tribus africanas]. Sin embargo, es un error creer que estos misterios encerrasen una verdad y que hubiese una ‘fe’ oculta tras ellos”. En realidad, la información disponible muestra que los elementos básicos de la adoración egipcia eran la magia y la superstición primitiva. (Gé 41:8.) La magia religiosa se usaba para evitar la enfermedad; el espiritismo estaba extendido, y había muchos “encantadores”, “médium espiritistas” y “pronosticadores profesionales de sucesos”. (Isa 19:3.) Se llevaban amuletos, cuentas y ‘encantamientos de la buena suerte’, se escribían sortilegios en trozos de papiro y luego se ataban alrededor del cuello. (Compárese con Dt 18:10, 11.) Cuando Moisés y Aarón efectuaron hechos milagrosos por el poder divino, los sacerdotes practicantes de magia y hechiceros de la corte de Faraón dieron la impresión de repetir esos hechos mediante artes mágicas, hasta que se vieron obligados a reconocer su impotencia. (Éx 7:11, 22; 8:7, 18, 19.)
Adoración de animales. Esta adoración supersticiosa condujo a los egipcios a practicar una idolatría sumamente degradante, que incluía la adoración de animales. (Compárese con Ro 1:22, 23.) A muchos de los dioses más importantes se les solía representar con un cuerpo humano y la cabeza de un animal o pájaro. Por ejemplo, el dios Horus tenía cabeza de halcón, y Thot, de un ibis o un mono. En algunos casos se creía que el dios realmente estaba encarnado en el cuerpo del animal, como en el caso de los bueyes Apis. Al buey Apis, considerado como una encarnación del dios Osiris, se le mantenía en un templo, y cuando moría se efectuaba un funeral y un entierro complejos. La creencia de que ciertos animales, como los gatos, babuinos, cocodrilos, chacales y varias aves, eran sagrados por virtud de su relación con ciertos dioses resultó en que los egipcios momificasen centenares de miles de tales criaturas y los enterrasen en cementerios especiales.
¿Por qué dijo Moisés que los sacrificios de Israel serían “detestables a los egipcios”? El hecho de que se veneraran tantos diferentes animales en todo Egipto fue lo que hizo que Moisés insistiese en que se le permitiese a Israel ir al desierto para hacer sus sacrificios, diciéndole a Faraón: “Suponiendo que sacrificáramos una cosa detestable a los egipcios delante de sus ojos; ¿no nos apedrearían?”. (Éx 8:26, 27.) En efecto, la mayoría de los sacrificios que Israel ofreció después habrían sido muy ofensivos para los egipcios. (Al dios-sol Ra a veces se le representaba como un becerro nacido de la vaca celestial.) Por otra parte, como se muestra en el artículo DIOSES Y DIOSAS, Jehová ejecutó juicios “en todos los dioses de Egipto” mediante las diez plagas, y los humilló en gran manera a la vez que hacía que se conociera su propio nombre por toda la tierra. (Éx 12:12.)
Durante los dos siglos que la nación de Israel permaneció en Egipto, no escapó por completo de la influencia contaminante de tal adoración falsa (Jos 24:14), lo que puede explicar las actitudes incorrectas que manifestaron muchos israelitas al comienzo del éxodo. Aunque Jehová les dijo que se deshiciesen de los “ídolos estercolizos de Egipto”, no obedecieron. (Eze 20:7, 8; 23:3, 4, 8.) El que hicieran en el desierto un becerro de oro para adorarlo quizás refleje la adoración egipcia de animales que había corrompido a algunos israelitas. (Éx 32:1-8; Hch 7:39-41.) Antes de que Israel entrase en la Tierra Prometida, Jehová volvió a advertir de forma explícita que no se mezclara con su adoración el culto a representaciones animales o a cuerpos “cósmicos”. (Dt 4:15-20.) Sin embargo, la adoración de animales resurgió de nuevo siglos más tarde, cuando Jeroboán hizo dos becerros de oro una vez regresó de Egipto y empezó a gobernar sobre el reino norteño de Israel. (1Re 12:2, 28, 29.) Es digno de mención que los escritos inspirados de Moisés están completamente libres de la influencia de la idolatría y superstición egipcias.
Falta de cualidades morales y espirituales. Algunos doctos opinan que el concepto de pecado expresado en ciertos textos religiosos egipcios se debe a la influencia semítica. Sin embargo, su confesión del pecado siempre era en sentido negativo, como comenta la Encyclopædia Britannica (1959, vol. 8, pág. 56): “Cuando [el egipcio] confesaba, no decía ‘soy culpable’; decía ‘no soy culpable’. Su confesión era negativa, y el onus probandi [la obligación de probar] recaía en sus jueces, quienes, según los papiros funerarios, siempre daban el veredicto a su favor, o por lo menos se esperaba y se confiaba que lo hicieran”. (Contrástese con Sl 51:1-5.) La religión del antiguo Egipto se basaba principalmente en ceremonias y sortilegios destinados a conseguir ciertos resultados deseados por medio del concurso de uno o más de sus numerosos dioses.
Aunque se ha afirmado que existía una forma de monoteísmo durante los reinados de los faraones Amenhotep III y Amenhotep IV (Akhenatón), cuando la adoración al dios-sol Atón llegó a ser casi exclusiva, en realidad no fue un verdadero monoteísmo. A Faraón mismo se le siguió adorando como si fuera un dios; e incluso en este período no había calidad ética en los textos religiosos egipcios, ya que los himnos al dios-sol Atón tan solo lo alababan por su calor dador de vida, pero carecían de cualquier expresión de alabanza o aprecio por cualquier cualidad espiritual o moral. Por lo tanto, cualquier alegación de que el monoteísmo de los escritos de Moisés se derivó de la influencia egipcia carece de todo fundamento.
Creencias con respecto a los muertos. En la religión egipcia se daba mucha importancia al cuidado de los muertos y a la preocupación por asegurar su bienestar y felicidad después del “cambio” o muerte. La creencia en la reencarnación o transmigración del alma fue una de las doctrinas más extendidas. Se creía que debía conservarse el cuerpo humano a fin de que el alma pudiese regresar y usarlo de vez en cuando. Los egipcios embalsamaban a sus muertos debido a esta creencia. La tumba en la que se colocaba al difunto momificado se consideraba el “hogar” del difunto. Las pirámides eran residencias colosales para los regios difuntos. Las necesidades y lujos de la vida, como joyas, ropa, muebles y suministros de alimento, se almacenaban en las tumbas para uso futuro del difunto, junto con sortilegios escritos y encantamientos (por ejemplo, el “Libro de los Muertos” Pg.352) para protegerle de los espíritus inicuos. (GRABADO, vol. 1, pág. 533.) Sin embargo, estos encantamientos no los protegieron de los ladrones de tumbas, que con el tiempo saquearon casi todas las tumbas de cierta importancia.
Aunque los cuerpos de Jacob y José fueron embalsamados, en el caso de Jacob se debió principalmente a que se deseaba conservarlo hasta que se pudiese trasladar a una tumba en la Tierra Prometida, como expresión de fe de sus descendientes. En el caso del cuerpo de José, es posible que el embalsamamiento lo efectuaran los egipcios como muestra de respeto y honra. (Gé 47:29-31; 50:2-14, 24-26.)
Vida y cultura egipcias. Tiempo atrás, los eruditos decían que Egipto era la ‘civilización más antigua’ y el lugar de origen de muchos de los inventos y del progreso. No obstante, la información más reciente disponible indica que la cuna de la civilización fue Mesopotamia. Se cree que ciertos métodos arquitectónicos egipcios, el uso de la rueda, tal vez los principios básicos de la escritura pictográfica y, en particular, los rasgos fundamentales de la religión egipcia, tuvieron su origen en Mesopotamia. Esta idea concuerda con el registro bíblico sobre la dispersión de los pueblos después del Diluvio.
El legado mejor conocido de la arquitectura egipcia son las pirámides que construyeron en Giza los faraones Khufu (Kéops), Khafra y Menkaura, pertenecientes a la IV dinastía. La mayor, la de Khufu, tiene una base que ocupa 5,3 Ha. y una altura de 137 m. (el equivalente a un edificio moderno de 40 pisos). Se calcula que se usaron 2.300.000 bloques de piedra, con un peso medio de 2,3 Tm. cada uno. Los bloques estaban tan bien cortados que encajaban casi al milímetro. También se construyeron templos colosales; el de Karnak, en Tebas (la No bíblica; Jer 46:25; Eze 30:14-16), es la mayor edificación con columnas jamás construida.
★La circuncisión fue una costumbre común entre los egipcios desde tiempos antiguos, por lo que la Biblia los menciona junto con otros pueblos circuncisos. (Jer 9:25, 26.)
★La educación se centraba fundamentalmente en la preparación de escribas en escuelas que estaban en manos del sacerdocio. Los escribas reales debían ser expertos en la escritura egipcia, y además tenían que conocer bien el arameo cuneiforme; para mediados del II milenio a. E.C., los reyes vasallos de Siria y Palestina se comunicaban con regularidad con la capital egipcia en arameo. Las matemáticas egipcias habían alcanzado el nivel de desarrollo necesario para hacer posible las proezas arquitectónicas que aquí se han referido, lo que incluiría algunos conocimientos de geometría y álgebra. Debe notarse que “Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios”. (Hch 7:22.) Aunque mucha de la sabiduría de Egipto carecía de valor, parte de ella era provechosa y útil.
★El gobierno y la ley se centraban en el rey o Faraón, considerado un dios con forma humana. Gobernaba el país mediante subordinados, o ministros, y mediante jefes feudales, cuyo poder rivalizaba con el del mismo rey en tiempos de debilidad del gobierno central. Es posible que los súbditos de estos gobernadores los vieran prácticamente como reyes, lo que explica la expresión bíblica “los reyes de Egipto” referida a tiempos específicos. (2Re 7:6; Jer 46:25.) Después de la conquista egipcia de Nubia-Etiopía, un virrey llamado “el hijo del rey de Cus” gobernó esta región situada al S. de Egipto, y hay indicios de que también Fenicia tuvo un virrey egipcio.
No se conoce ningún código de leyes egipcio; las leyes se promulgaban mediante decreto real, como en el caso en que Faraón ordenó que se sometiera a los israelitas a trabajos forzados y se ahogara a todos los varones hebreos recién nacidos. (Éx 1:8-22; 5:6-18; compárese con Gé 41:44.) Se gravaban con impuestos todas las cosechas de los terratenientes, una costumbre que al parecer empezó en los días de José, cuando toda la tierra, excepto la de los sacerdotes, llegó a ser propiedad de Faraón. (Gé 47:20-26.) Los impuestos no solo se pagaban con parte de los productos agrícolas o del ganado, sino también trabajando en proyectos del gobierno y en el ejército. Algunas de las penas que se imponían eran: amputación de la nariz, exilio en las minas, azotes con varas, encarcelamiento y muerte, normalmente por decapitación. (Gé 39:20; 40:1-3, 16-22.)
★Las costumbres sobre el matrimonio permitían la poligamia y el casamiento entre hermanos y hermanas. Esta última práctica continuó en algunos lugares de Egipto hasta el siglo II a. E.C. Se sabe que ciertos Faraones se casaron con sus hermanas, al parecer porque se pensaba que ninguna otra mujer era lo suficientemente sagrada como para casarse con un “dios viviente”. La Ley dada a Israel cuando salió de Egipto prohibía el matrimonio incestuoso, diciendo: “De la manera como hace la tierra de Egipto [...] no deben hacer ustedes; [ni] de la manera como hace la tierra de Canaán”. (Le 18:3, 6-16.)
Una creencia general es que los antiguos egipcios tenían conocimientos sobre medicina bastante científicos y avanzados. Aunque hay que reconocer que poseían algunos conocimientos de anatomía y que desarrollaron y catalogaron ciertos métodos simples de cirugía, también es cierto que en la medicina egipcia se observa mucha ignorancia. Por ejemplo, un papiro egipcio dice que el corazón está conectado a todas las partes del cuerpo mediante vasos, pero al mismo tiempo explica que estos transportan aire, agua, semen y mucosidad, en vez de sangre. No solo había un desconocimiento fundamental de las funciones del cuerpo humano, sino que los textos médicos están plagados de magia y superstición; los sortilegios y encantamientos ocupaban la mayor parte de estos textos. Entre los remedios no solo se contaban plantas y hierbas beneficiosas, sino que también se prescribían sangre de ratones, orina o excremento de moscas, que, junto con los sortilegios, “tenían el propósito de expulsar con gran disgusto al demonio que poseía el cuerpo de la persona”. (History of Mankind, de J. Hawkes y sir Leonard Woolley, 1963, vol. 1, pág. 695.) Tal falta de información pudo contribuir a algunas de las ‘malas dolencias de Egipto’, como, por ejemplo, la elefantiasis, la disentería, la viruela, la peste bubónica, la oftalmía y otras enfermedades; la obediencia fiel resultaría en una buena protección para Israel. (Dt 7:15; compárese con Dt 28:27, 58-60; Am 4:10.) Las medidas higiénicas que se impusieron a los israelitas después del éxodo contrastan marcadamente con muchas de las costumbres mencionadas en los textos egipcios. (Le 11:32-40; véase ENFERMEDADES Y SU TRATAMIENTO.)
Entre los oficios egipcios estaban la alfarería, la tejeduría, la metalistería, la joyería y la manufactura de amuletos religiosos. (Isa 19:1, 9, 10.) Para mediados del II milenio a. E.C. Egipto se había convertido en un centro de manufactura del vidrio. (Compárese con Job 28:17.)
★El transporte en el interior se centraba en el río Nilo. Los vientos del N. ayudaban a los barcos a navegar contra la corriente, y a los que viajaban desde el S. los llevaba el propio curso del río. Además de esta “calzada” principal, había canales y varios caminos, algunos de los cuales llevaban a Canaán.
Se utilizaban las caravanas y la navegación por el mar Rojo para los intercambios comerciales con otros países africanos, y grandes galeras egipcias transportaban mercancías y pasajeros a muchos puertos del Mediterráneo oriental.
★La indumentaria egipcia era sencilla. Durante gran parte de la historia primitiva de ese país, los hombres llevaron una especie de delantal con pliegues por delante; más tarde, solo las clases más humildes iban con el torso descubierto. La mujer egipcia llevaba un vestido de tirantes ceñido, hecho por lo general de lino fino. La costumbre era ir descalzo, posible causa de la proliferación de ciertas enfermedades.
En las pinturas egipcias se representa a los hombres con el pelo corto o rapado y afeitados. (Gé 41:14.) Las mujeres solían usar cosméticos.
Había distintos tipos de casas en Egipto, desde las simples cabañas de los pobres a las espaciosas casas de los ricos, con sus jardines, huertos y estanques. Como Potifar era un oficial de Faraón, probablemente vivía en una de estas casas de lujo. (Gé 39:1, 4-6.) El mobiliario también variaba: de simples taburetes a elaboradas sillas y lechos. Las casas de cierto tamaño por lo general se construían alrededor de patios abiertos. (Compárese con Éx 8:3, 13.) En el patio se solía amasar el pan y cocinar el alimento. La dieta normal egipcia constaba, probablemente, de pan de cebada, verduras, pescado (abundante y barato; Nú 11:5) y cerveza, que era la bebida común. Los que podían permitírselo, añadían diferentes carnes a su dieta. (Éx 16:3.)
★Los soldados egipcios usaban las armas de la época: arcos y flechas, lanzas, mazas, hachas y dagas. Los carros tirados por caballos desempeñaron un papel importante en la guerra. Aunque parece ser que al principio la armadura se utilizó poco, con el tiempo se generalizó su uso, al igual que el del yelmo, a menudo empenachado. La profecía de Jeremías (46:2-4) describe con exactitud a los soldados egipcios del siglo VII a. E.C. Al parecer, al principio la mayor parte del ejército se reclutaba del pueblo; después se emplearon tropas mercenarias de otras naciones. (Jer 46:7-9.)
Historia. La historia egipcia procedente de fuentes seglares es muy imprecisa, sobre todo en sus períodos iniciales. (Véase CRONOLOGÍA - [Cronología egipcia])
Visita de Abrahán. Algún tiempo después del Diluvio (2370-2369 a. E.C.) y de que comenzara la dispersión de los pueblos en Babel, los camitas ocuparon Egipto. Para cuando el hambre obligó a Abrahán (Abrán) a abandonar Canaán y bajar a Egipto (entre los años 1943 a. E.C. y 1932 a. E.C.), un Faraón (cuyo nombre no se da en la Biblia) gobernaba el país. (Gé 12:4, 14, 15; 16:16.)
Parece que Egipto recibía bien a los extranjeros, y no hay registro de que se le tuviera ninguna animosidad a Abrahán, un nómada que moraba en tiendas. Sin embargo, el temor de Abrahán a ser asesinado por causa de su bella esposa debió estar bien fundado, e indica el bajo grado de moralidad que existía en Egipto. (Gé 12:11-13.) Las plagas que le sobrevinieron a Faraón por haber llevado a Sara a su casa tuvieron su efecto y resultaron en que se ordenase a Abrahán que abandonara el país; sin embargo, no se marchó solo con su esposa, sino con más bienes de los que había llevado. (Gé 12:15-20; 13:1, 2.) Quizás fue durante su estancia en Egipto cuando Abrahán obtuvo a la sierva de Sara, Agar. (Gé 16:1.) Esta le dio un hijo, Ismael (1932 a. E.C.), que más tarde se casó con una egipcia. (Gé 16:3, 4, 15, 16; 21:21.) Así pues, los ismaelitas fueron en su comienzo predominantemente egipcios, y las regiones donde a veces levantaban sus campamentos estaban cerca de la frontera de Egipto. (Gé 25:13-18.)
El hambre azotó por segunda vez y Egipto se convirtió en el lugar adonde acudir para obtener provisiones, pero en esa ocasión (algún tiempo después de 1843 a. E.C., el año de la muerte de Abrahán) Jehová le dijo a Isaac que no planease mudarse a este país. (Gé 26:1, 2.)
José en Egipto. Unos dos siglos después de la estancia de Abrahán en Egipto, el hijo joven de Jacob, José, fue vendido en dos ocasiones: primero a una caravana madianita-ismaelita y después, en Egipto, a un oficial de la corte de Faraón (1750 a. E.C.). (Gé 37:25-28, 36.) Tal como José explicó más tarde a sus hermanos, Dios permitió esto a fin de preparar el camino para la futura mudanza de toda la familia de Jacob en un tiempo de hambre extrema. (Gé 45:5-8.) No se puede negar que la narración de los principales acontecimientos de la vida de José presenta un cuadro exacto de Egipto. (Véase JOSÉ núm. 1.) La información obtenida en monumentos, pinturas y escritos egipcios corrobora los títulos de los funcionarios, las costumbres, la indumentaria, el uso de la magia y muchos otros detalles. La investidura de José como virrey de Egipto (Gé 41:42), por ejemplo, sigue el procedimiento representado en inscripciones y murales egipcios. (Gé 41:45-47.)
La aversión de los egipcios a comer con los hebreos, como en el caso de la comida que José ofreció a sus hermanos, tal vez haya sido el resultado del orgullo y prejuicio religioso o racial, o de su desprecio por los pastores. (Gé 43:31, 32; 46:31-34.) Es muy posible que este último sentimiento se debiera a que un sistema egipcio de castas colocaba a los pastores en uno de los últimos lugares, o quizás a un fuerte rechazo de aquellos que buscaban pasto para los rebaños, pues escaseaba la tierra de cultivo.
“El período de los hicsos.” Muchos comentaristas sitúan la entrada de José en Egipto, así como la de su padre y su familia, en lo que se suele conocer como el período de los hicsos. No obstante, Merrill Unger hace la siguiente observación (Archaeology and the Old Testament, 1964, pág. 134): “Desgraciadamente [este período] es muy oscuro en Egipto, y la conquista de los hicsos no se entiende con claridad”.
Algunos eruditos sitúan el período de los hicsos entre las dinastías XIII y XVII, que gobernaron durante unos doscientos años; otros lo circunscriben a las dinastías XV y XVI, en un período de cien a ciento cincuenta años. Algunos piensan que el nombre hicsos significa “reyes pastores”, y otros, “gobernantes de países extranjeros”. Las conjeturas sobre su raza o nacionalidad han sido aún más variadas, y se ha apuntado tanto que son pueblos indoeuropeos del Cáucaso o de Asia Central, como que son hititas, gobernantes siropalestinos (cananeos o incluso amorreos) o tribus árabes.
Algunos arqueólogos dicen que la “conquista hicsa” de Egipto fue una invasión de Palestina y Egipto por parte de hordas nórdicas en veloces carros, mientras que otros piensan que fue una conquista lenta y progresiva, es decir, una infiltración gradual, o migraciones nómadas o seminómadas que o bien tomaron poco a poco el control del país, o bien se pusieron a la cabeza del gobierno existente mediante un rápido golpe de estado. En el libro The World of the Past (1963, parte V, pág. 444), la arqueóloga Jacquetta Hawkes dice: “Ya no se piensa que los gobernantes hicsos [...] representen la invasión de unas hordas conquistadoras asiáticas. El nombre al parecer significa ‘gobernantes de las tierras altas’, y eran grupos errantes de semitas que hacía tiempo que habían ido a Egipto con fines comerciales u otros fines pacíficos”. Aunque puede que este sea el punto de vista popular hoy día, aún queda el difícil problema de explicar cómo estos “grupos errantes” pudieron conquistar la tierra de Egipto, sobre todo en vista de que se cree que la dinastía XII, anterior a ese período, llevó al país al cenit del poder.
The Encyclopedia Americana (1956, vol. 14, pág. 595) dice: “El único relato detallado acerca de [los hicsos] que nos ha legado la antigüedad es un pasaje poco confiable de una obra perdida de Manetón, citada por Josefo en su réplica a Apión”. Algunas de las declaraciones que Josefo atribuye a Manetón son la fuente del nombre “hicsos”. Es interesante el hecho de que Josefo, que afirma citar literalmente a Manetón, establezca una relación directa entre los hicsos y los israelitas. Al parecer, Josefo acepta esta relación, pero rechaza sin paliativos muchos de los detalles del relato. Prefiere traducir hicsos por “pastores cautivos” en vez de “reyes pastores”. Según Josefo, Manetón (Maneto) dice que los “hicsos” conquistaron Egipto sin pelear una batalla, destruyeron ciudades y “los templos de los dioses” y causaron estragos y una gran matanza. También dice que se asentaron en la región del delta. Por último explica que los egipcios se alzaron con 480.000 hombres y pelearon una terrible y larga guerra. Cuenta que sitiaron a los hicsos en su ciudad capital, Avaris, y que luego, extrañamente, llegaron a un acuerdo que les permitió abandonar el país junto con sus familias y posesiones sin sufrir daño, después de lo cual fueron a Judea y edificaron Jerusalén. (Contra Apión, libro I, secs. 14-16, 25, 26.)
En los escritos contemporáneos los nombres de estos gobernantes iban precedidos de títulos como “Buen Dios”, “Hijo de Reʽ” (Hik-khoswet) o “Gobernante de tierras extranjeras”. El término “hicsos” debe haberse derivado de este último título. Los documentos egipcios inmediatamente posteriores a su hegemonía los llaman ‘asiáticos’. Con respecto a este período de la historia egipcia, C. E. DeVries hizo la siguiente observación: “Al querer relacionar la historia seglar con la información bíblica, algunos eruditos han intentando asociar la expulsión de los hicsos de Egipto con el éxodo israelita, pero la cronología descarta tal identificación, y otros factores hacen asimismo insostenible la hipótesis [...]. El origen de los hicsos es incierto; llegaron de algún lugar de Asia, y, en su mayor parte, llevaban nombres semíticos”. (The International Standard Bible Encyclopedia, edición de G. Bromiley, 1982, vol. 2, pág. 787.)
Puesto que el ascenso de José al poder y los beneficios que eso supuso para Israel se debieron a la providencia divina, no hay necesidad de buscar ninguna otra razón, como la de “reyes pastores” amigables. (Gé 45:7-9.) Sin embargo, es posible que el relato de Manetón, de donde procede la teoría de los “hicsos”, tan solo evoque una tradición egipcia falseada, urdida para justificar lo que aconteció en Egipto durante la estancia israelita. La ascensión de José a la posición de gobernante (Gé 41:39-46; 45:26); sus profundos cambios administrativos, que resultaron en que los egipcios vendieran sus tierras e incluso se vendieran ellos mismos a Faraón (Gé 47:13-20); el impuesto del 20% de sus productos que pagaron más tarde (Gé 47:21-26); los doscientos quince años de residencia israelita en Gosén y el hecho de llegar a exceder en número y fuerza a la población nativa, según las palabras de Faraón (Éx 1:7-10, 12, 20); las diez plagas y la devastación que estas produjeron no solo en la economía egipcia, sino incluso en sus creencias religiosas y en el prestigio de su sacerdocio (Éx 10:7; 11:1-3; 12:12, 13); el éxodo de Israel después de la muerte de todos los primogénitos de Egipto y la posterior aniquilación de lo mejor de las fuerzas militares de Egipto en el mar Rojo (Éx 12:2-38; 14:1-28); todos estos sucesos tuvieron un tremendo efecto en el país, por lo que el estamento oficial egipcio se vio ante la necesidad de dar algún tipo de explicación.
No debe olvidarse que el registro de la historia de Egipto, así como el de muchos países del Oriente Medio, estaba ligado inseparablemente al sacerdocio, bajo cuya tutela se instruía a los escribas. Habría sido muy extraño que no se hubiera inventado alguna explicación propagandística que justificara el que los dioses egipcios no hubieran podido evitar de ningún modo la calamidad que Dios trajo sobre Egipto y sus habitantes. En la historia, incluso la reciente, se han dado muchos casos en los que tal propaganda ha desvirtuado de forma tan descarada los hechos, que a los oprimidos se les ha presentado como los opresores, y a las víctimas inocentes, como los agresores peligrosos y crueles. Si Josefo transmitió con exactitud el relato de Manetón (de unos mil años después del éxodo), este tal vez represente las tradiciones distorsionadas transmitidas por las generaciones egipcias posteriores para justificar los elementos básicos del relato verdadero de la estancia de Israel en Egipto: el registrado en la Biblia. (Véase ÉXODO - [Autenticidad del relato del éxodo].)
Esclavitud de Israel. Puesto que la Biblia no menciona el nombre del Faraón que empezó a oprimir a los israelitas (Éx 1:8-22) ni tampoco el del siguiente, ante quien se presentaron Moisés y Aarón, y en cuyo reinado tuvo lugar el éxodo (Éx 2:23; 5:1), y dado que estos acontecimientos o bien se omitieron deliberadamente de los registros egipcios o bien los registros fueron destruidos, no es posible determinar en qué dinastía específica o en el reinado de qué Faraón en particular ocurrieron estos hechos. Basándose en la referencia a la construcción de las ciudades de Pitom y Raamsés por los trabajadores israelitas (Éx 1:11), algunos han opinado que Ramsés II (Ramesés II) (de la XIX dinastía) fue el Faraón que los oprimió. Se cree que estas ciudades se edificaron durante el reinado de Ramsés II. Sin embargo, en Archaeology and the Old Testament (pág. 149), Merrill Unger comenta: “Pero a la luz de la práctica notoria de Ramsés II de atribuirse el mérito de los logros de sus antecesores, lo más seguro es que él tan solo reedificase o ampliase estos lugares”. En realidad, el nombre “Ramesés” al parecer ya se aplicaba a todo un distrito para el tiempo de José. (Gé 47:11.)
Por medio de Moisés, Dios liberó a la nación de Israel de la “casa de esclavos” y del “horno de hierro”, tal como continuaron llamando a Egipto los escritores bíblicos. (Éx 13:3; Dt 4:20; Jer 11:4; Miq 6:4.) Cuarenta años más tarde, Israel inició la conquista de Canaán. Algunos han relacionado este acontecimiento bíblico con la situación narrada en lo que se conoce como las tablillas de Tell el-Amarna, halladas junto al Nilo en Tell el-Amarna a unos 270 Km. al S. de El Cairo. Las 379 tablillas son cartas de varios gobernantes cananeos y sirios (entre los que se cuentan los de Hebrón, Jerusalén y Lakís); muchas, dirigidas al Faraón que entonces gobernaba (por lo general, Akhenatón), contienen quejas acerca de las incursiones y depredaciones de los “habirú” (ʽapiru). Aunque algunos eruditos han tratado de identificar a los habirú con los hebreos o israelitas, el contenido mismo de las cartas no da base para ello. En ellas se representa a los habirú como meros invasores, a veces aliados con algunos gobernantes cananeos en rivalidades entre ciudades o regiones. Una de las ciudades que amenazaron los habirú era Biblos, en el Líbano septentrional, lejos del radio de acción de los ataques israelitas. Además, los hechos relatados en las cartas no pueden compararse con las grandes batallas y victorias que obtuvieron los israelitas en su conquista de Canaán después del éxodo. (Véase HEBREO, I [Los “habirú”].)
La estancia de Israel en Egipto quedó grabada de forma indeleble en la memoria de la nación, y la liberación milagrosa de ese país solía rememorarse como una prueba sobresaliente de la divinidad de Jehová (Éx 19:4; Le 22:32, 33; Dt 4:32-36; 2Re 17:36; Heb 11:23-29), de ahí la expresión: “Yo soy Jehová tu Dios desde la tierra de Egipto”. (Os 13:4; compárese con Le 11:45.) Ninguna circunstancia o acontecimiento eclipsó este hecho, hasta que su liberación de Babilonia les dio más prueba del poder liberador de Jehová. (Jer 16:14, 15.) Su experiencia en Egipto se registró en la Ley que se les dio (Éx 20:2, 3; Dt 5:12-15), fue la base de la fiesta de la Pascua (Éx 12:1-27; Dt 16:1-3), los guió en sus tratos con los residentes forasteros (Éx 22:21; Le 19:33, 34) y con los pobres que se vendían a sí mismos en esclavitud (Le 25:39-43, 55; Dt 15:12-15), y también suministró una base legal para la selección y santificación de la tribu de Leví para servir en el santuario. (Nú 3:11-13.) Debido a que los israelitas habían sido residentes forasteros en Egipto, los egipcios podían ser aceptados en la congregación de Israel bajo ciertos requisitos. (Dt 23:7, 8.) Los reinos de Canaán y los habitantes de las naciones vecinas sentían admiración y temor debido a los informes que oían del poder que Dios demostró contra Egipto, lo que preparó el camino para la conquista que llevó a cabo Israel (Éx 18:1, 10, 11; Dt 7:17-20; Jos 2:10, 11; 9:9), conquista que se recordó durante siglos. (1Sa 4:7, 8.) A través de su historia, toda la nación de Israel recordó estos acontecimientos en sus canciones. (Sl 78:43-51; Sl 105 y 106; 136:10-15.) ★¿Qué pruebas hay de que los israelitas fueron esclavos en Egipto? - (2-3-2020-Pg.30)
Ramsés II (1279-1213 a.E.C.)
Era conocido por los egipcios como Userma'atre'setepenra, que quiere decir "el que mantiene la armonía y el equilibrio, por derecho, elegido de Ra". También se lo conoce como Osimandias y Ramsés el Grande. Fue el tercer faraón de la Dinastía XIX (292-1186 AEC), que dijo haber ganado una importante victoria contra los hititas en la batalla de Qadesh y la utilizó para realzar su reputación de gran guerrero. En realidad, la batalla fue más un empate que una aplastante victoria para ambas partes, pero acabó con el primer tratado de paz conocido en el mundo en 1258 AEC. A pesar de que a menudo se lo asocia con el faraón del Libro del Éxodo de la Biblia, no hay indicios históricos ni arqueológicos que lo corroboren. Ramsés vivió hasta los 96 años, tuvo más de 200 esposas y concubinas, 96 hijos y 60 hijas, y llegó a vivir más que la mayoría de ellos. Su reinado fue tan largo que cuando murió todos sus súbditos habían nacido con Ramsés como faraón y se extendió el pánico pensando que el mundo se acabaría a la muerte del rey. Hizo que su nombre y sus logros se inscribieran de un extremo de Egipto al otro y prácticamente no hay ningún emplazamiento de la antigüedad de Egipto en el que no se mencione a Ramsés el Grande. |
Después de la conquista de Canaán por Israel. En Egipto no se menciona a Israel hasta el reinado del faraón Merneptah, hijo de Ramsés II (en la última parte de la XIX dinastía); esta es, en realidad, la única mención directa que puede hallarse en los registros egipcios antiguos. En una estela de victorias, Merneptah alardea de las derrotas que ha infligido a varias ciudades de Canaán y pasa a afirmar: “Israel ha sido arrasada, su descendencia ya no es”. Aunque solo era un alarde infundado, parece indicar que por aquel entonces la nación de Israel estaba establecida en Canaán. En ese caso, y si la traducción del texto es exacta, es probable que la conquista de Canaán por Israel (1473 a. E.C.) tuviera lugar entre el reinado de Akhenatón (a quien se dirigieron buena parte de las Cartas de el-Amarna) y el de Merneptah (cuyas gobernaciones, según los egiptólogos, tuvieron lugar en las dinastías XVIII y XIX, respectivamente).
No se informa que Israel tuviese contacto con Egipto durante el período de los jueces o durante los reinados de Saúl y David, aparte de la mención de un combate entre uno de los guerreros de David y un egipcio “de tamaño extraordinario”. (2Sa 23:21.) Durante el reinado de Salomón (1037-998 a. E.C.), las relaciones entre las dos naciones tuvieron tal magnitud que Salomón pudo hacer una alianza matrimonial con Faraón, casándose con su hija. (1Re 3:1.) No se especifica cuándo este Faraón desconocido conquistó Guézer, la ciudad que luego dio como dote o regalo de boda de despedida a su hija. (1Re 9:16.) Las relaciones comerciales de Salomón con Egipto incluyeron la adquisición por parte de Salomón de caballos y carros. (2Cr 1:16, 17.)
Egipto, no obstante, fue un refugio para algunos enemigos de los reyes de Jerusalén. Hadad el edomita escapó a Egipto después que David devastó Edom. Aunque era semita, el Faraón le honró con un hogar, alimento y tierra, se casó dentro de la realeza y a su hijo, Guenubat, se le trató como si fuera hijo de Faraón. (1Re 11:14-22.) Más tarde, Jeroboán, que llegó a ser rey del reino norteño de Israel después de la muerte de Salomón, también se refugió durante un tiempo en Egipto en el reinado de Sisaq. (1Re 11:40.)
Sisaq (conocido como Sesonq I en los registros egipcios) había fundado una dinastía libia de Faraones (la dinastía XXII), con su capital en Bubastis, en la región oriental del delta. En el quinto año del reinado del hijo de Salomón, Rehoboam (993 a. E.C.), Sisaq invadió Judá con una fuerza poderosa de carros, caballería e infantería, en la que figuraban soldados libios y etíopes; capturó muchas ciudades e incluso amenazó Jerusalén. Debido a la misericordia de Jehová, Jerusalén no fue devastada, pero Sisaq se llevó sus muchas riquezas. (1Re 14:25, 26; 2Cr 12:2-9.) Un relieve hallado en un muro de un templo en Karnak describe la campaña de Sisaq y enumera numerosas ciudades de Israel y Judá que fueron capturadas.
Es probable que Zérah el etíope, quien condujo sus tropas formadas por un millón de etíopes y libios contra el rey Asá de Judá (967 a. E.C.), iniciase su marcha desde Egipto. Sus fuerzas, reunidas en el valle de Zefata, al SO. de Jerusalén, sufrieron una derrota total. (2Cr 14:9-13; 16:8.)
Durante los siguientes dos siglos, Judá e Israel no sufrieron ningún ataque egipcio. Al parecer, por aquel entonces Egipto tenía considerables problemas internos, con ciertas dinastías que gobernaban simultáneamente. Mientras tanto, Asiria se convirtió en la potencia mundial dominante. Hosea, el último rey del reino de diez tribus de Israel (c. 758-740 a. E.C.), llegó a ser vasallo de Asiria, pero más tarde trató de romper el yugo asirio conspirando con el rey So de Egipto. El intento fracasó, y el reino norteño israelita pronto cayó ante Asiria. (2Re 17:4.)
Parece que entonces los nubioetíopes dominaban en Egipto, pues se cree que la XXV dinastía era etíope. Rabsaqué, el vociferante oficial del rey asirio Senaquerib, dijo a los habitantes de la ciudad de Jerusalén que confiar en la ayuda de Egipto era confiar en una “caña quebrantada”. (2Re 18:19-21, 24.) Al rey Tirhaqá de Etiopía, que entró en Canaán en ese tiempo (732 a. E.C.) y que distrajo temporalmente la atención de los asirios y sus fuerzas, se le suele relacionar con el gobernante etíope de Egipto: el faraón Taharka. (2Re 19:8-10.) La profecía que había pronunciado Isaías con anterioridad (1Re 10:28, 297:18, 19) parece confirmarlo, pues dice que Jehová silbaría “a las moscas que están a la extremidad de los canales del Nilo de Egipto y a las abejas que están en la tierra de Asiria”, lo que resultaría en un choque entre las dos potencias en la tierra de Judá y sometería a ese país a una doble presión. El docto Franz Delitzsch observó a este respecto: “Los emblemas también corresponden a la naturaleza de los dos países: la mosca, al Egipto [pantanoso] con sus enjambres de insectos [...], y la abeja, a la Asiria más montañosa y boscosa”. (Commentary on the Old Testament, 1973, vol. 7, “Isaiah”, pág. 223.)
En su declaración formal contra Egipto, Isaías al parecer predice la inestable situación que existiría en Egipto durante la última parte del siglo VIII y la primera del siglo VII a. E.C. (Isa 19.) Dice que en Egipto habría guerra civil y desintegración, que guerrearía “ciudad contra ciudad, reino contra reino”. (Isa 19:2, 13, 14.) Los historiadores modernos tienen pruebas de que hubo dinastías contemporáneas que gobernaron en diferentes secciones del país en ese tiempo. La alabada “sabiduría” de Egipto, con sus ‘dioses que nada valen y encantadores’, no protegió a esta nación de ser entregada “en mano de un amo duro”. (Isa 19:3, 4.)
Invasión asiria. El rey asirio Esar-hadón (contemporáneo del rey judaíta Manasés [716-662 a. E.C.]) invadió Egipto, conquistó Menfis, en el Bajo Egipto, y envió a muchos al exilio. Al parecer el Faraón que gobernaba en ese tiempo todavía era Taharka (Tirhaqá).
Asurbanipal reanudó el ataque y saqueó la ciudad de Tebas (la bíblica No-amón), en el Alto Egipto, donde se encontraban las mayores riquezas de los templos de Egipto. De nuevo la Biblia señala la participación de etíopes, libios y otros pueblos africanos. (Na 3:8-10.)
Algún tiempo después se retiraron de Egipto las guarniciones asirias y el país empezó a recobrar algo de su anterior prosperidad y poder. Cuando Asiria cayó ante los medos y los babilonios, Egipto había obtenido suficiente fuerza (con el apoyo de tropas mercenarias) para acudir en ayuda del rey asirio. El Faraón (Nekoh II) condujo a las fuerzas egipcias, pero en el camino se enfrentó con el ejército judaíta del rey Josías en Meguidó y se vio obligado a entrar en una batalla que no deseaba, batalla que resultó en la derrota de Judá y la muerte de Josías. (2Re 23:29; 2Cr 35:20-24.) Tres meses más tarde (en 628 a. E.C.), Nekoh quitó del trono de Judá al hijo y sucesor de Josías, Jehoacaz, se lo llevó cautivo a Egipto y colocó en su lugar a su hermano Eliaquim (de sobrenombre Jehoiaquim). (2Re 23:31-35; 2Cr 36:1-4; compárese con Eze 19:1-4.) Judá se convirtió en tributaria de Egipto, pagando una cantidad inicial equivalente a 1.046.000 dólares (E.U.A.). Durante este período el profeta Uriya efectuó su vana huida a Egipto. (Jer 26:21-23.)
Derrotado por Nabucodonosor. No obstante, el intento de Egipto de restablecer su control en Siria y Palestina duró poco; se le sentenció a beber la copa amarga de la derrota, según la profecía que Jehová había pronunciado antes por medio de Jeremías (25:17-19). La caída de Egipto empezó con su derrota decisiva en Carquemis, junto al río Éufrates, ante los babilonios, mandados por el príncipe heredero Nabucodonosor, en el año 625 a. E.C. Se hace referencia a este acontecimiento en Jeremías 46:2-10, así como en una crónica de Babilonia.
Nabucodonosor, entonces rey de Babilonia, conquistó Siria y Palestina, y Judá se convirtió en un estado vasallo de Babilonia. (2Re 24:1.) Egipto intentó por última vez mantener su hegemonía en Asia. Una fuerza militar de Faraón (su nombre no se menciona en la Biblia) salió de Egipto en respuesta a la solicitud del rey Sedequías de recibir apoyo militar en su sublevación contra Babilonia en el año 609-607 a. E.C., lo que tan solo causó un levantamiento temporal del sitio babilonio, ya que se obligó a las tropas egipcias a retroceder y Jerusalén no escapó de la destrucción. (Jer 37:5-7; Eze 17:15-18.)
A pesar de las enérgicas advertencias de Jeremías (Jer 42:7-22), el resto de la población de Judá huyó a Egipto en busca de protección, y se unió a los judíos que ya estaban en ese país. (Jer 24:1, 8-10.) Los lugares donde residieron fueron: Tahpanhés, al parecer una ciudad fortificada de la región del delta (Jer 43:7-9), Migdol (Nú 33:7, 8) y Nof, otro posible nombre de Menfis, la capital primitiva del Bajo Egipto. (Jer 44:1; Eze 30:13.) Así pues, estos refugiados entonces hablaban el “lenguaje de Canaán” (seguramente el hebreo) en Egipto. (Isa 19:18.) De manera insensata, reanudaron en ese país las mismas prácticas idolátricas que habían ocasionado el juicio de Jehová sobre Judá. (Jer 44:2-25.) No obstante, el cumplimiento de las profecías de Jehová alcanzó a los refugiados israelitas cuando Nabucodonosor marchó contra Egipto y conquistó el país. (Jer 43:8-13; 46:13-26.)
Solo se ha hallado un texto babilonio, fechado en el año trigésimo séptimo de Nabucodonosor (588 a. E.C.), que mencione una campaña contra Egipto, aunque no se puede asegurar si se refiere a la conquista original o a una mera acción militar posterior. De todas formas, Nabucodonosor recibió la riqueza de Egipto como pago por el servicio militar que había prestado en la ejecución del juicio de Jehová contra Tiro, un opositor del pueblo de Dios. (Eze 29:18-20; 30:10-12.)
En Ezequiel 29:1-16 se predice que la desolación de Egipto duraría cuarenta años, lo que quizás haya sucedido después que Nabucodonosor conquistó este país. Los comentaristas que dicen que el reinado de Amasis II (Amosis II), sucesor de Hofrá, fue muy próspero durante más de cuarenta años, se basan sobre todo en el testimonio de Heródoto, quien visitó Egipto más de cien años después. No obstante, The Encyclopædia Britannica (1959, vol. 8, pág. 62) dice acerca de la historia de Heródoto sobre este período (el “período saíta”): “Sus declaraciones demuestran no ser del todo confiables cuando se examinan a la luz de las escasas pruebas autóctonas”. La obra Commentary, de F. C. Cook, hace notar que Heródoto ni siquiera menciona el ataque de Nabucodonosor contra Egipto, y después dice: “Es notorio que aunque Heródoto registró fielmente todo lo que oyó y vio en Egipto, dependía de los sacerdotes egipcios para su información acerca de la historia del pasado, cuyos relatos adoptó con credulidad ciega [...]. Todo el relato [de Heródoto] sobre Apries [Hofrá] y Amasis está tan lleno de incoherencias y leyendas que podemos rehusar aceptarlo como historia auténtica. No extraña en absoluto que los sacerdotes tratasen de disimular la deshonra nacional del sometimiento a un yugo extranjero” (nota B., pág. 132). Por lo tanto, aunque la historia seglar no aporta pruebas claras del cumplimiento de la profecía, podemos confiar en la exactitud del registro bíblico.
Bajo dominación persa. Posteriormente Egipto apoyó a Babilonia contra la ascendente potencia de Medo-Persia. Sin embargo, para el año 525 a. E.C., Cambises II, hijo de Ciro el Grande, subyugó el país, que así llegó a estar bajo la dominación imperial persa. (Isa 43:3.) Aunque muchos judíos abandonaron Egipto para regresar a su país natal (Isa 11:11-16; Os 11:11; Zac 10:10, 11), otros permanecieron en aquella tierra. Debido a este hecho, hubo una colonia judía en Elefantina (Yeb, en egipcio), isla del Nilo cercana a Asuán, a unos 690 Km. al S. de El Cairo. Un valioso hallazgo de papiros revela las condiciones existentes en ese lugar durante el siglo V a. E.C., cuando Esdras y Nehemías cumplían con su comisión en Jerusalén. Estos documentos, escritos en arameo, contienen el nombre de Sanbalat de Samaria (Ne 4:1, 2) y del sumo sacerdote Johanán. (Ne 12:22.) Es de interés una orden oficial emitida durante el reinado de Darío II (c. 423-405 a. E.C.) que mandaba que se celebrase en la colonia “la fiesta de las tortas no fermentadas”. (Éx 12:17; 13:3, 6, 7.) Asimismo, es notable el uso frecuente del nombre Yahu, una forma del nombre Jehová (o Yavé; compárese con Isa 19:18), aunque también hay considerables pruebas de la infiltración de la adoración pagana.
Bajo gobernación griega y romana. Egipto continuó bajo la gobernación persa hasta que Alejandro Magno conquistó el país en el año 332 a. E.C., supuestamente libertando a Egipto del yugo persa, pero terminando para siempre con la gobernación de Faraones nativos. El poderoso Egipto llegó a ser un “reino de condición humilde”. (Eze 29:14, 15.)
Durante el reinado de Alejandro se fundó la ciudad de Alejandría, y después de su muerte gobernaron el país los tolomeos. En el año 312 a. E.C., Tolomeo I capturó Jerusalén, de modo que Judá se convirtió en una provincia del Egipto tolemaico hasta el año 198 a. E.C. En ese año, tras una larga lucha con el Imperio seléucida de Siria, Egipto perdió al fin el control de Palestina cuando el rey sirio Antíoco III derrotó al ejército de Tolomeo V. Más tarde, Egipto llegó a estar gradualmente bajo la influencia de Roma. En el año 31 a. E.C., en la batalla decisiva de Accio, Cleopatra abandonó la flota de Antonio, su amante romano, quien fue derrotado por Octavio, el sobrino nieto de Julio César. Octavio procedió a conquistar Egipto en el año 30 a. E.C., y este país se convirtió en una provincia romana. A esta provincia romana huyeron José y María con Jesús para escapar del decreto asesino de Herodes, y de allí regresaron después de la muerte de este a fin de que se cumpliesen las palabras de Oseas: “De Egipto llamé a mi hijo”. (Mt 2:13-15; Os 11:1; compárese con Éx 4:22, 23.)
El “egipcio” sedicioso con el que el comandante militar de Jerusalén confundió a Pablo quizás fuera el mismo que menciona Josefo. (La Guerra de los Judíos, libro II, cap. XIII, secs. 3-5.) Se dice que su insurrección se produjo durante el reinado de Nerón y cuando Félix era procurador en Judea, circunstancias que encajan con el relato de Hechos 21:37-39; 23:23, 24.
La segunda destrucción de Jerusalén, a manos de los romanos en el año 70 E.C., cumplió de nuevo las palabras de Deuteronomio 28:68, puesto que a muchos judíos sobrevivientes se les envió a Egipto como esclavos. (La Guerra de los Judíos, libro VI, cap. IX, sec. 2.)
Otras referencias proféticas y simbólicas. Gran parte de las alusiones a Egipto se hacen en juicios pronunciados en lenguaje simbólico. (Eze 29:1-7; 32:1-32.) La alianza política con Egipto representaba para los israelitas fuerza y poderío militar, de modo que la dependencia de este país llegó a simbolizar la dependencia del poder humano en vez del divino. ( Isa 31:1-3.) No obstante, en Isaías 30:1-7, Jehová mostró que el poder de Egipto era más aparente que real, llamándolo “Rahab... favorecen el sentarse quietos [“Rahab el perezoso”, CB]”. (Compárese con Sl 87:4; Isa 51:9, 10.) Junto con las muchas condenas, sin embargo, se prometió que una gran cantidad de “egipcios” llegarían a conocer a Jehová, al grado que se diría: “Bendito sea mi pueblo, Egipto”. (Isa 19:19-25; 45:14.)<
Se menciona a Egipto como parte del dominio del simbólico “rey del sur”. (Da 11:5, 8, 42, 43.) En Apocalipsis 11:8, a la infiel Jerusalén, donde se colgó en un madero al Señor Jesucristo, se la llama Egipto “en sentido espiritual”. Este es un paralelismo apropiado, pues la infiel Jerusalén esclavizó y oprimió religiosamente a los judíos; además, los primeros sacrificios de la Pascua se realizaron en Egipto, y el cordero pascual antitípico, Jesucristo, fue muerto en Jerusalén. (Jn 1:29, 36; 1Co 5:7; 1Pe 1:19.)
Valiosos hallazgos de papiros. . El suelo seco de Egipto ha hecho posible la conservación de manuscritos de papiro, que en condiciones más húmedas se habrían estropeado. Desde finales del siglo XIX se han encontrado en ese país una gran cantidad de papiros, entre ellos muchos de naturaleza bíblica, como la colección de Chester Beatty. Estos constituyen un nexo importante entre los escritos originales de la Santa Biblia y los manuscritos posteriores de vitela.
Segundo lugar donde acamparon los israelitas tras cruzar el mar Rojo. (Éx 15:27; 16:1; Nú 33:9, 10.) Aunque se desconoce su ubicación exacta, tradicionalmente se le ha relacionado con Wadi Gharandel, en la península del Sinaí, a unos 88 Km. al SSE. de Suez. Al igual que el Elim bíblico, donde había “doce manantiales de agua y setenta palmeras”, este lugar del día moderno es bien conocido por la abundancia de agua, vegetación y palmeras.
1. Hazor, La ciudad principal del N. de Canaán en la época de la conquista de Israel.
La ciudad principal del N. de Canaán en la época de la conquista de Israel bajo Josué. (Jos 11:10.) Ha sido identificada con Tell el-Qedah (Tel Hazor), a unos 11 Km. al SSE. del lugar donde se cree que estuvo Quedes. Según el arqueólogo Yigael Yadin, bajo cuya dirección se llevaron a cabo excavaciones en dicho lugar desde 1955 hasta 1958, y de nuevo entre 1968 y 1969, la Hazor del tiempo de Josué abarcaba una zona de aproximadamente 60 Ha. y podía tener entre 25.000 y 30.000 habitantes.
Jabín, el rey de Hazor, dirigió las fuerzas unidas de la parte septentrional de Canaán contra Josué, pero sufrió una humillante derrota. Hazor fue quemada; fue la única ciudad de aquella zona edificada sobre un montículo que sufrió semejante trato. (Jos 11:1-13.) Aunque más tarde fue asignada a la tribu de Neftalí (Jos 19:32, 35, 36), en el tiempo de Débora y Barac era la sede de otro poderoso rey cananeo también llamado Jabín. (Jue 4:2, 17; 1Sa 12:9.)
En una época posterior, el rey Salomón fortificó Hazor, al igual que Guézer y Meguidó. (1Re 9:15.) Los hallazgos arqueológicos indican que las puertas de estas tres ciudades eran de una construcción similar. Yigael Yadin informa de las excavaciones realizadas en Hazor en su obra The Art of Warfare in Biblical Lands (1963, vol. 2, pág. 288): “Cuando asomaron las primeras señales de la puerta de esta muralla entre el polvo y la tierra que se apartaban con cuidado, nos sorprendió su similitud con la ‘Puerta de Salomón’ descubierta en Meguidó. Antes de continuar con las excavaciones, trazamos en el suelo un plano aproximado de la puerta basándonos en la puerta de Meguidó. A continuación dijimos a los trabajadores que siguiesen removiendo escombros. Cuando terminaron, nos miraron boquiabiertos, como si fuésemos magos o adivinos. Porque allí, ante nosotros, se alzaba la puerta cuyo plano habíamos dibujado, una réplica exacta de la puerta de Meguidó, lo que demostró no solo que Salomón había construido las dos puertas, sino que había seguido el mismo plano para ambas”.
Más de doscientos años después de la muerte de Salomón, durante el reinado del rey israelita Péqah, el rey asirio Tiglat-piléser III conquistó Hazor y llevó a sus habitantes al destierro. (2Re 15:29.)
2. Hazor, Ciudad de Judá ubicada en el Négueb. Quizás pueda ser relacionada con el-Jebariyeh, situada a unos 24 Km. al ENE. del lugar donde se supone que estuvo Qadés-barnea (posiblemente el mismo lugar que Quedes). (Jos 15:21, 23.)
3. Hazor - (Queriyot-hezrón) Otro nombre que se le daba a Queriyot-hezrón (Ciudades de Hezrón), población de Judá a la que por lo general se ha identificado con Khirbet el-Qaryatein (Tel Qeriyyot), situada a unos 20 Km. al S. de Hebrón. (Jos 15:21, 25.)
4. Hazor, Localidad ubicada en el territorio de Benjamín. (Ne 11:31, 33.) Khirbet Hazzur, situada a unos 7 Km. al NO. del monte del Templo de Jerusalén, se ha sugerido como ubicación más plausible.
5. Hazor, Región del desierto arábigo al E. del Jordán sobre la que se anunció en la profecía de Jeremías que el rey Nabucodorosor (Nabucodonosor) de Babilonia la desolaría. (Jer 49:28-33.)
El monte Hermón es la montaña más alta de las inmediaciones de Palestina. Los árabes le han dado el nombre de Jebel esh-Sheikh (que posiblemente signifique “Montaña del Anciano”) o Jebel eth-Thalj (que significa “Montaña de la Nieve”). Estos nombres se deben a que la cumbre del Hermón se encuentra cubierta de nieve casi todo el año. Podría decirse que la cima nevada se asemeja a la cabellera blanca de un anciano. En tiempos antiguos, los sidonios conocían esta montaña como “Sirión” y los amorreos la llamaban “Senir”. (Dt 3:8, 9.) Parece ser que este último nombre también se usó para referirse a una parte de la cordillera del Antilíbano. (1Cr 5:23.) Otro nombre que se le dio a esta montaña fue “Siyón” (no Sión). (Dt 4:47, 48.) El salmista dijo en lenguaje figurado que el Hermón y el Tabor clamaban gozosamente en el nombre de Jehová. (Sl 89:12.)
El monte Hermón se eleva a 2.814 m. (9.232 pies) sobre el nivel del mar y se extiende a lo largo de más o menos 30 Km. de N. a S., formando el extremo meridional de la cordillera del Antilíbano. Sus cumbres están unidas por una meseta. (Sl 42:6.) Está compuesto principalmente de piedra caliza, aunque en sus vertientes oriental y occidental aflora algo de basalto. La cima se halla totalmente yerma, salvo por los matorrales bajos que la salpican, pero más abajo hay abetos, árboles frutales y arbustos. En su parte inferior, las laderas occidental y meridional están ocupadas por viñedos.
En un día claro, la cumbre del monte Hermón proporciona un espléndido panorama de gran parte de Palestina. Hacia el O. se divisan las montañas del Líbano, la llanura de Tiro y el mar Mediterráneo; hacia el SO., el monte Carmelo; hacia el S., el valle del Jordán, con la cuenca de Huleh y el mar de Galilea y hacia el E., la llanura de Damasco.
La cumbre nevada del monte Hermón condensa los vapores nocturnos y produce un abundante rocío. “No hemos experimentado jamás —observó el naturalista del siglo XIX H. B. Tristram— un rocío tan copioso. Lo empapaba todo, y ni siquiera las tiendas ofrecían mucha protección.” (The Land of Israel, Londres, 1866, págs. 608, 609.) El rocío refrescante del Hermón preserva la vegetación durante la larga estación seca. (Sl 133:3.) La unidad amorosa que existe entre el pueblo de Dios es refrescante, “como el rocío de Hermón que viene descendiendo sobre las montañas de Sión”. Las cimas del monte Hermón, cubiertas de bosques y jaspeadas de nieves perpetuas, hacían que los vapores nocturnos se elevasen, de modo que las corrientes de aire frío que bajaban por el Hermón desde el N., los llevasen hasta muy lejos y llegaban a condensarse sobre las montañas de Sión, a mas de 130 kilómetros hacia el S. Las aguas del Jordán tienen su origen en las nieves del Hermón.
Antiguamente en el monte Hermón se cobijaban leones, leopardos y otros animales salvajes. (Can 4:8.) En tiempos recientes se han visto allí zorras, lobos, leopardos y osos sirios.
El monte Hermón llegó a ser el límite septentrional de la Tierra Prometida. (Jos 12:1; 13:2, 5, 8, 11.) Josué derrotó a los heveos, que residían al pie de ese monte. (Jos 11:1-3, 8, 16, 17.) Puede que la transfiguración de Jesucristo tuviese lugar en el monte Hermón (Mt 17:1; Mr 9:2; Lu 9:28; 2Pe 1:18), pues él estaba cerca, en Cesarea de Filipo, poco antes de este acontecimiento (Mr 8:27; Véase Baal-Hermón; TRANSFIGURACIÓN).
[Ilustración de la página 1124]
Situado en la frontera norte de la Tierra Prometida, el monte Hermón tiene varias cumbres. El pico más alto alcanza los 2.814 m (9.232 ft) sobre el nivel del mar. Sus cumbres forman la parte sur de la cordillera del Antilíbano. Es posible que Jesús fuera transfigurado en el monte Hermón. La nieve del monte Hermón favorece la condensación de los vapores nocturnos, lo que produce abundancia de rocío para la tierra. (Mt 17:1; Mr 9:2; Lu 9:28.)
★Senir Nombre amorreo del monte Hermón. (Dt 3:9.) Como Primero de las Crónicas 5:23 dice “Senir y el monte Hermón”, puede que el nombre Senir también se haya utilizado para referirse a una parte de la cordillera del Hermón o del Antilíbano. Senir era un lugar que producía madera de enebro (Eze 27:5), y se dice que albergaba leones y leopardos. (Can 4:8.) Una inscripción asiria describe a Senir (Sa-ni-ru) como “un monte que mira al Líbano”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, edición de J. B. Pritchard, 1966, pág. 226.)
★Sirión Antiguo nombre sidonio del monte Hermón, llamado Senir por los amorreos. (Dt 3:9.) El nombre Sirión aparece en los textos ugaríticos hallados en Ras Shamra, en el litoral del N. de Siria, lo que corrobora la exactitud de la Biblia. Al igual que Senir, Sirión quizás también designe una parte en particular del monte Hermón. (Compárese con 1Cr 5:23.) Dado que en el Salmo 29:6 se mencionan juntos Sirión y Líbano, hay quien opina que Sirión quizás se refiere a la cordillera del Antilíbano.
★Siyón
Sign.: (Excelencia).
Otro nombre del monte Hermón, quizás más antiguo. (Dt 4:48.) Puede que Siyón, al igual que el nombre amorreo Senir, haya designado una parte en particular del monte Hermón. (Compárese con Dt 3:9; 1Cr 5:23; Can 4:8.)
“La montaña del Dios verdadero”, probablemente el monte Sinaí. (1Re 19:8; Éx 33:6.) Sin embargo, parece ser que Horeb por lo general designa la región montañosa de los alrededores del monte Sinaí, llamada también el desierto de Sinaí. (Dt 1:6, 19; 4:10, 15; 5:2; 9:8; 18:16; 29:1; 1Re 8:9; 2Cr 5:10; Sl 106:19; Mal 4:4; compárese con Éx 3:1, 2; Hch 7:30; véase SINAÍ núms. 1 y 2.)
El ángel de Jehová se le apareció a Moisés en Horeb en medio de la zarza ardiente, y le comisionó para sacar a Israel de Egipto. (Éx 3:1-15.) Más tarde, mientras los israelitas liberados estaban en Refidim, se quejaron de no tener agua para beber. De modo que, por mandato de Jehová, Moisés fue a una roca de Horeb (en la región montañosa) acompañado por algunos de los ancianos de Israel y golpeó la roca con su vara. Milagrosamente empezó a salir agua de la roca. (Éx 17:1-6; compárese con Sl 105:41.) Siglos después, el profeta Elías llegó hasta Horeb pasando por Beer-seba cuando huía de la vengativa reina Jezabel. (1Re 19:2-8.)
“Río” de la “tierra de los caldeos” cerca del cual estaba Tel-abib, comunidad donde vivían judíos exiliados. (Eze 1:1-3; 3:15.) Cuando Ezequiel habló del “río Kebar”, parece que utilizó el término hebreo na·hár (que por lo general se traduce “río”) en su sentido más amplio, con el fin de incluir los numerosos canales babilonios que tiempo atrás cruzaban la fértil región comprendida entre los cursos bajos de los ríos Éufrates y Tigris. Este uso sería consecuente con la palabra Babilonia correspondiente, que también se refiere a un río o un canal. No se puede determinar con certeza la ubicación exacta del Kebar.
No obstante, la mayoría de los geógrafos de la Biblia identifican el “río Kebar” con el Shat en-Nil, que es el naru Kabaru (o, “Gran Canal”) que aparece en los contratos en tablillas cuneiformes encontradas en la ciudad de Nippur, a unos 85 Km. al SE. de Babilonia. El Shat en-Nil se separa del Éufrates más arriba de Babilonia y fluye en dirección SE. cerca de Nippur, para volver a unirse al Éufrates al S. de Ur, unos 240 Km. más abajo de Babilonia.
En 613 a. E.C., tuvo lugar en Tel-abib, una localidad cercana al río Kebar, la primera visión que el profeta Ezequiel registró, una visión cuyos conmovedores efectos duraron siete días. Allí también recibió su comisión como “atalaya [...] a la casa de Israel”. (Eze 1:1–3:21.) En ocasiones posteriores, algunas visiones similares le hicieron recordar al profeta su experiencia en Kebar. (Eze 10:15, 20, 22; 43:3.)
Masa de agua que separa el NE. de África de la península arábiga, y comprende los dos brazos conocidos como el golfo de Suez y el golfo de `Aqaba. Según el uso moderno del término, el mar Rojo mide unos 2.250 Km. de longitud, su anchura máxima se acerca a los 354 Km. y su profundidad media es de aproximadamente 610 m. Es parte de una gran falla geológica conocida como “la gran hendidura”. Debido a su rápido índice de evaporación, las aguas de este mar son bastante saladas. Los fuertes vientos, los rápidos cambios de dirección de estos y la presencia de grandes arrecifes hacen peligrosa la navegación en el mar Rojo. A lo largo de la costa oriental hay altas cordilleras, mientras que la occidental se caracteriza por sus mesetas rocosas y colinas de poca altitud.
Hay razones justificadas para entender que las expresiones del idioma original que se vierten “mar Rojo” aplican al mar Rojo en general o a cualquiera de sus dos brazos septentrionales. (Éx 10:19; 13:18; Nú 33:10, 11; Jue 11:16; Hch 7:36.) Jehová dividió milagrosamente las aguas del mar Rojo para dejar pasar a los israelitas sobre tierra seca, pero luego ahogó en ellas a Faraón y a sus fuerzas militares, que los perseguían. (Éx 14:21–15:22; Dt 11:4; Jos 2:10; 4:23; 24:6; Ne 9:9; Sl 106:7, 9, 22; 136:13, 15.) Los pasajes bíblicos que tratan de este incidente usan la expresión hebrea yam (mar) o yam-súf (mar de juncos, cañas o espadañas). Basándose en el significado literal de yam-súf, ciertos eruditos han argüido que los israelitas simplemente cruzaron un lugar pantanoso, como pudiera ser la región de los lagos Amargos, no el mar Rojo (o su brazo occidental, el golfo de Suez, que según otras opiniones es la parte que probablemente cruzaron). Sin embargo, debería notarse que había suficiente cantidad de agua como para cubrir a las fuerzas militares de Faraón. (Éx 14:28, 29.) Esto hubiera sido imposible si solo se hubiera tratado de un terreno pantanoso. Además, Hechos 7:36 y Hebreos 11:29 excluyen esa posibilidad, pues mencionan el mismo incidente y usan la expresión griega e·ry·thrá thá·las·sa, que significa “mar Eritreo (Rojo)”. (Véase ÉXODO.) “El mar Eritreo (es decir, Rojo) es, para Heródoto [siglo V a. E.C.], el Océano Índico, el golfo Pérsico y el mar Rojo propiamente dicho”, lo más lejano a un lugar pantanoso o una exigua masa de agua. (Historia, libros I-II, de Heródoto, traducción y notas de Carlos Schrader, Gredos, 1984, nota 2, pág. 86; véase PIHAHIROT.)
En una declaración formal de calamidad contra Edom, se dice que su alarido se oiría en el mar Rojo. (Jer 49:21.) Esto es entendible, ya que la parte S. del territorio edomita limitaba con el mar Rojo (1Re 9:26), es decir, con su brazo nororiental, el golfo de `Aqaba. Los límites de Israel también se extendían hasta el mar Rojo. (Éx 23:31.)
Se cree que la palabra hebrea né·ghev se deriva de una raíz que significa “estar reseco”, y suele referirse a la región semiárida situada al S. de las montañas de Judá. Debido a que esta región está al S. de Judá, né·ghev también llegó a significar “sur”, y se usaba con referencia a un “lado del Sur” (Nú 35:5), un “límite del sur” (Jos 15:4) y una “puerta del sur” (Eze 46:9). En algunas traducciones no se distingue entre la designación geográfica y el punto cardinal, lo que provoca cierta confusión. Por ejemplo, si en Génesis 13:1 se traduce né·ghev por “sur” (CI, HM, MK), “mediodía” (Scío; Val, 1909) o “región meridional” (BR; SA, 1972; TA), parece que se indica que Abrahán fue de Egipto hacia el S., cuando en realidad se dirigió hacia el N., hacia Betel a través del Négueb. Esta dificultad se ha eliminado en la mayoría de las traducciones modernas (BJ, DK, NM, Val y otras).
Topografía. Parece ser que el Négueb de tiempos antiguos abarcaba la zona que se extendía desde el distrito de Beer-seba, al N., hasta Qadés-barnea, al S. (Gé 21:14; Nú 13:17, 22; 32:8.) El profeta Isaías dijo que esta región era una tierra de duras condiciones, guarida de leones, leopardos y serpientes. (Isa 30:6.) En la región septentrional pueden hallarse de vez en cuando manantiales, pozos y estanques, así como uno de los pocos árboles que crecen en este lugar: el tamarisco. (Gé 21:33.) Hacia el SO. de Beer-seba hay tres zonas de dunas, dos pequeñas y otra relativamente grande. Gran parte del Négueb es una meseta que oscila entre los 450 y los 600 m. sobre el nivel del mar, con picos que se acercan a los 1.050 m. Al S. y al E. de Beer-seba hay cordilleras escarpadas que generalmente van de E. a O.
Al sur de las colinas de Judá está el Négueb, donde moraron por muchos años los patriarcas Abrahán e Isaac. (Gén. 13:1-3; 24:62.) La Biblia también llama “el desierto de Zin” a la parte sur de esta zona. (Jos. 15:1.) El semiárido Négueb se extiende desde el distrito de Beer-seba al norte hasta Qadés-barnea al sur. (Gén. 21:31; Núm. 13:1-3, 26; 32:8.) La tierra desciende desde las colinas de Judá en una serie de cordilleras que se extienden al este y al oeste, de manera que presentan una barrera natural contra el tráfico o una invasión desde el sur. La tierra va bajando desde las colinas en la parte este del Négueb hasta una llanura desértica en el oeste, a lo largo del litoral. En el verano la tierra está tan árida como el desierto, salvo cerca de algunos de los valles torrenciales. No obstante, puede obtenerse agua por la excavación de pozos. (Gén. 21:30, 31.) El moderno Estado de Israel está irrigando y desarrollando partes del Négueb. “El río de Egipto” marcaba el límite del sudoeste del Négueb, además de ser parte del límite sur de la Tierra Prometida. (Gén. 15:18.)
Historia. Tanto las cisternas, como los muros de terrazas y las ruinas de muchas ciudades que se han hallado en el Négueb indican que la zona estuvo bastante poblada en la antigüedad. En esta región, los patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob hallaron pasto para sus grandes rebaños. (Gé 13:1, 2; 20:1; Gé 24:62.) En el tiempo de Abrahán, el rey elamita Kedorlaomer y sus tres aliados derrotaron a los habitantes del Négueb. (Gé 14:1-7.)
Siglos después, los espías israelitas que Moisés envió entraron en la Tierra Prometida desde el Négueb, que para ese tiempo habitaban los amalequitas. (Nú 13:17, 22, 29.) Más tarde, bajo el acaudillamiento de Josué, todos los habitantes del Négueb fueron derrotados (Jos 10:40; 11:16), y las ciudades de esta región finalmente llegaron a formar parte del territorio de la tribu de Simeón. (Jos 19:1-6.) También se establecieron en el Négueb los quenitas nómadas, pueblo emparentado con Moisés por lazos matrimoniales. (Jue 1:16; compárese con 1Sa 15:6, 7.) Los israelitas no debieron mantener el control de esa zona. A través de los años se produjeron repetidos enfrentamientos con los cananeos del Négueb, en particular con los amalequitas. (Jue 1:9; 6:3; 1Sa 15:1-9; 30:1-20.) Desde la ciudad de Ziqlag, que el rey filisteo Akís le dio a David, este último hizo incursiones contra los guesuritas, los guirzitas y los amalequitas del Négueb. (1Sa 27:5-8.) Al parecer, Israel no obtuvo el control completo del Négueb hasta la gobernación de David, después de la derrota de los edomitas. (2Sa 8:13, 14.) Seguramente un rey posterior de Judá, Uzías, edificó torres y labró cisternas en esta región. (2Cr 26:10.)
Después que los babilonios destruyeron Jerusalén, Abdías predijo que se volvería a llevar a los israelitas a su tierra, lo que incluía el Négueb. (Abd 19, 20.)
Nombre griego dado al río cuyo valle, en su parte septentrional, configuró la tierra del antiguo Egipto y la convirtió en un oasis fluvial. (MAPA, vol. 1, pág. 531.) Las Escrituras Hebreas se suelen referir al río con la expresión ye’ór (a veces, ye’óhr), que significa una “corriente” o ‘canal’ (como en Da 12:5 e Isa 33:21), o una ‘galería llena de agua’ (semejante a las que se hacen en minería, tal como en Job 28:10). Hay una ocasión en la que el término ye’óhr se usa para referirse al río Tigris (el bíblico Hidequel) de Mesopotamia. (Da 12:5-7; compárese con 10:4.) El contexto indica en todos los demás usos que aplica al Nilo o, cuando está en la forma plural, a los canales o brazos del Nilo. (Sl 78:44; Isa 7:18.) El nombre egipcio para el río (jrw), común al menos desde la llamada dinastía XVIII, guarda una correspondencia estrecha con el hebreo.
El curso del Nilo. Por lo general se considera que el Nilo es el río más largo de la Tierra. Su longitud, unos 6.671 Km., se mide desde sus manantiales, que tienen su origen en las regiones de los lagos de Ruanda y Burundi. Estos manantiales fluyen hasta el lago Victoria y de allí sale un río hasta el lago Alberto (lago Mobutu Sese Seko). Más al N., esta corriente de agua recibe el nombre de Nilo Blanco. Al Nilo Blanco se le une en Jartum el Nilo Azul, cuyas cascadas se precipitan desde las montañas de la Etiopía septentrional. Al N. de Jartum se forma el Nilo propiamente dicho, y como tal recibe únicamente las aguas de un afluente más: el río Atbara, produciéndose su confluencia con el Nilo aproximadamente a 300 Km. al NE. de Jartum. El Nilo luego serpentea a través de la meseta desolada del Sudán septentrional, pasando por seis lechos distintos de dura roca granítica que dan origen a seis cataratas entre Jartum y Asuán (la bíblica Siene), lugar donde terminaba Nubia y empezaba el antiguo Egipto. Finalmente, después de haber perdido gran parte de su caudal debido a la evaporación producida por el sol abrasador y las demandas de riego egipcias, el Nilo desemboca en el mar Mediterráneo, a unos 2.700 Km. al N. de Jartum.
A lo largo de la mayor parte del curso del río, el valle del Nilo es muy estrecho. Por ejemplo, cuando el río atraviesa Nubia, fluye casi en su totalidad por un desfiladero con el desierto a ambos lados. El valle se ensancha al N. de Asuán, en lo que era el Alto Egipto, pero los acantilados rocosos a ambos lados nunca se separan más de unos 20 Km. Sin embargo, cuando el río alcanza la región situada justo al N. de la moderna ciudad de El Cairo, se divide en dos brazos principales, actualmente llamados el Rosetta y el Damietta, según los nombres de las ciudades portuarias emplazadas en las bocas de esos brazos, en la costa mediterránea. Al abrirse en forma de abanico, las aguas crean el pantanoso delta del Nilo. Antiguamente el río tenía más brazos; los historiadores y geógrafos griegos clásicos mencionan entre cinco y siete de ellos. Estos brazos y algunos de los canales han quedado obstruidos, mermados o suprimidos por la acumulación de sedimento.
Importancia del desbordamiento anual. Una característica singular de este importante río son sus crecidas anuales y el consiguiente desbordamiento de sus cauces, a lo largo de los cuales hay pueblos agrícolas. Este proceso es consecuencia del derretimiento de las nieves en las montañas, así como de las lluvias invernales y primaverales en Etiopía, donde convierten al Nilo Azul en una corriente torrencial que se precipita hacia su confluencia con el Nilo Blanco, arrastrando sedimento fértil de las regiones altas de Etiopía. El río Atbara, con su caudal mayor de lo normal, también contribuye al aumento registrado en el nivel del Nilo. Debido a estos factores, antes de la construcción de la presa alta de Asuán, el río iniciaba la crecida en Egipto a partir de junio, llegaba a su punto máximo en septiembre y decrecía gradualmente a partir de ese mes. Al bajar el nivel de las aguas, estas dejaban tras sí un depósito de tierra muy fértil en forma de una delgada capa de barro.
En una tierra en la que prácticamente no llovía, la agricultura egipcia dependía de estas inundaciones anuales de las tierras bajas. Una crecida insuficiente tenía el mismo efecto que una sequía: ocasionaba hambre; mientras que una crecida excesiva dañaba los sistemas de riego y las casas. Los nilómetros (indicadores para medir el nivel del río) que se han descubierto en lugares antiguos son prueba de la preocupación de los egipcios por una abundante inundación. Sin esas inundaciones, el desierto, siempre cercano, se aproximaría por ambos lados justamente hasta las orillas del río. Sin embargo, las crecidas y decrecidas del Nilo se han producido, con pocas excepciones, con tanta regularidad que a través de su historia Egipto ha sido notable por sus cosechas abundantes y riqueza agrícola.
Esta completa dependencia de la economía egipcia de las aguas del Nilo quedó bien ilustrada en el sueño de Faraón acerca de las siete vacas gordas que salían del Nilo y que se alimentaban de la hierba del río, mientras que las siete vacas flacas provenían del mismo lugar. Esto vino a representar de manera fidedigna cómo la buena producción podía ser devorada por los años pobres resultantes de una inundación insuficiente. (Gé 41:17-21.)
El desbordamiento de las aguas del Nilo se usó para representar el avance de ejércitos en marcha (Jer 46:7, 8; 47:2, 3), mientras que el profeta Amós usó la crecida y decrecida de las aguas de este río para representar la agitación que vendría sobre el Israel infiel. (Am 8:8; 9:5.) Otros profetas emplearon en sentido figurado el que el río Nilo se secase, para indicar el desastre que le sobrevendría a Egipto como resultado del juicio de Dios en contra de la nación. El que el Nilo se secase no solo perjudicaría a la agricultura y a la crianza de ganado, sino que dañaría también la industria de la pesca y la producción de lino. (Isa 19:1, 5-10; Eze 29:9, 10; Zac 10:11.)
A fin de retener parte de las aguas de la inundación para uso posterior en el riego durante la época de cultivo, los egipcios recogían las aguas fangosas en grandes estanques formados con diques de tierra. Por lo tanto, cuando Jehová trajo la primera plaga sobre Egipto y convirtió sus aguas en sangre, el propio Nilo, las aguas de sus canales y estanques llenos de cañas y las “aguas represadas” se convirtieron en sangre. (Éx 7:14-25.)
Información complementaria. Además de proporcionar agua para las plantas y animales domésticos, el Nilo era la fuente de agua potable para los egipcios. (Éx 7:18, 21, 24.) Excepto durante la etapa inicial de inundación, el agua era muy buena. A lo largo de los canales del Nilo y estanques llenos de cañas, crecían en abundancia los papiros, utilizados por los egipcios para la escritura y la construcción de embarcaciones. (Isa 18:2.) Las orillas y estanques llenos de cañas constituían el hábitat de muchas aves silvestres, que se alimentaban de ranas y otras criaturas pequeñas. (Éx 8:5, 9-11.) Los grabados egipcios muestran la caza de aves desde pequeños botes. Las aguas del Nilo servían asimismo para bañarse, y según el testimonio escrito, la hija del Faraón se bañaba también en estas aguas. (Éx 2:5.) Un grabado egipcio presenta en una escena similar a una mujer de la nobleza bañándose, al tiempo que es atendida por cuatro sirvientas. El Nilo fue además la principal vía de comunicación con todo el país. Las embarcaciones que navegaban hacia el N. seguían el curso de la corriente, mientras que las que iban en dirección S., a contracorriente, aprovechaban el impulso de los vientos que soplaban desde el Mediterráneo tierra adentro. El comercio naviero de Fenicia y Creta llegaba, corriente arriba, hasta Tebas (la bíblica No-amón; Na 3:8) e incluso más lejos.
El Nilo desempeñó un papel importante en la defensa de Egipto contra las invasiones. Al S., sus cataratas hacían difícil el ataque desde la dirección de Nubia-Etiopía, mientras que la tierra pantanosa alrededor de la región del Delta impedía la entrada de grandes ejércitos desde el continente asiático. Algunos doctos opinan que el alarde del rey asirio Senaquerib de secar todos los canales del Nilo con sus pies significaba su confianza en poder superar las fosas defensivas llenas de agua que había alrededor de las ciudades y fortalezas egipcias. (2Re 19:24.)
Los ciclos del Nilo sentaron la base para la ordenación del calendario agrícola y laboral egipcio. Había tres temporadas cuatrimestrales: ’Akhet, o inundación; Peret, o aparición (se entiende, de la tierra seca, pues las aguas regresaban a su cauce), y Shomu, sequía o temporada seca (verano). El período de más actividad tenía lugar inmediatamente después que las aguas alcanzaban su nivel más alto; cuando las aguas bajaban, se programaban trabajos de construcción para mantener a la población empleada.
El símbolo de un “gran monstruo marino que yace estirado en medio de sus canales del Nilo”, que en Ezequiel 29:3-5 se aplica al Faraón, bien pudiera haberse tomado de la imagen tan común que desde antiguo han ofrecido los cocodrilos que habitan en el Nilo. También el hipopótamo ha frecuentado estas aguas, un animal que por lo general se relaciona con el “Behemot” mencionado en Job 40:15.
Los egipcios deificaron al Nilo y lo adoraron como dios de la fertilidad con el nombre de Hapi. Se le representaba con figura de hombre, pero con pecho de mujer, faja de pescador atada a una cintura rechoncha y la cabeza coronada con plantas acuáticas. Todos los años, al comienzo de la temporada de las inundaciones se celebraban fiestas en su honor, acompañadas de sacrificios. En opinión de algunos doctos, la referencia que se hace en Éxodo 7:15 a la salida de Faraón al Nilo debió estar relacionada con algún tipo de ceremonia devocional, aunque bien pudo tratarse de un mero paseo matutino o de una inspección del nivel de las aguas del río.
Canales del Nilo Canales de irrigación que salían del río Nilo. (Éx 7:19; 8:5; Sl 78:44.) La palabra hebrea para canales del Nilo (ye`o·rím) es el plural de ye´ór (río Nilo). La economía egipcia dependía por completo del Nilo. De este río se conseguía el agua para la irrigación; además, inundaba regularmente esta tierra apenas bañada por el agua de la lluvia, y dejaba tras sí un rico depósito de limo. La producción de alimentos de la nación también dependía del Nilo. Por ello, la conversión de sus aguas en sangre resultó en calamidad nacional, y el que se secaran sus canales presagiaba desastre. (Isa 19:6.)
Ciudad de Asiria a 900 km al nordeste de Jerusalén que fundó Nemrod, “poderoso cazador en oposición a Jehová”. Junto con Rehobot-Ir, Cálah y Resen, constituía la “gran ciudad”. (Gé 10:9, 11, 12; Miq 5:6.) Mucho tiempo después llegó a ser la capital del Imperio asirio. Como tal, era una “ciudad de derramamiento de sangre” (Na 3:1), puesto que los asirios libraron muchas guerras de conquista y emplearon métodos brutales para matar a los guerreros que capturaban. Sin duda, las campañas militares contribuyeron notablemente a la riqueza de la ciudad. (Na 2:9.) La deidad principal de Nínive parece haber sido Istar, diosa del amor y de la guerra.
Investigación arqueológica. Quyunjiq y Nebi Yunus (“Profeta Jonás”), dos montículos situados en la orilla oriental del río Tigris, frente a Mosul, al N. de Irak, marcan el lugar de lo que en una ocasión fue la gran ciudad de Nínive. Hoy, un pueblo moderno, con un cementerio y una mezquita, ocupa Nebi Yunus. Por eso este montículo, que cubre un palacio de Esar-hadón, no se ha investigado a fondo. Sin embargo, en Quyunjiq las excavaciones han sacado a la luz muchos objetos que testifican de la gloria pasada de Nínive. Los hallazgos incluyen miles de tablillas cuneiformes de la biblioteca de Asurbanipal, así como las ruinas del palacio de Senaquerib y el de Asurbanipal. Estos palacios eran construcciones impresionantes. Tomando como base estos hallazgos, Austen Layard escribió:
“El interior del palacio asirio debe haber sido imponente a la par que majestuoso. He conducido al lector a través de sus ruinas, de modo que puede hacerse una idea de cómo estaban dispuestas sus salas a fin de impresionar al extraño de antaño que entraba por primera vez en la residencia de los soberanos asirios. Se le hacía penetrar a través de un portal custodiado por gigantescos leones o toros de alabastro albo. En la primera estancia se hallaba rodeado de los registros esculpidos del imperio. Batallas, sitios, triunfos, hazañas de caza, ceremonias religiosas..., todos ellos aparecían en las esculturas de alabastro que, coloreadas con magnificencia, recubrían las paredes. Debajo de cada escena había grabadas inscripciones con caracteres rellenos de cobre brillante que narraban los hechos. Sobre las esculturas había pintadas otras escenas: el rey, asistido por sus eunucos y guerreros, recibe a sus prisioneros, pacta alianzas con otros monarcas o realiza algún deber sagrado. Tales representaciones se hallaban enmarcadas por cenefas coloreadas de diseño elegante y complejo. Entre los diversos ornamentos sobresalían el árbol simbólico, los toros alados y los animales espantosos. En el extremo superior de la sala se hallaba la imagen colosal del rey, que adora al dios principal o recibe de mano de su eunuco la copa sagrada. Le asistían los guerreros que le llevaban las armas, así como los sacerdotes o los dioses principales. Su ropaje y el de sus seguidores estaba adornado con grupos de figuras, animales y flores, todo ello pintado con colores llamativos.
”El extranjero andaba sobre losas de alabastro, cada una con una inscripción que contenía los títulos, genealogía y logros del gran rey. Gran número de corredores, formados por colosales leones o toros alados, o por esculturas de dioses guardianes, conducían a otras estancias, que, a su vez, desembocaban en otros salones más distantes. En cada uno de ellos aparecían nuevas esculturas. Algunos de sus muros estaban decorados con procesiones de figuras colosales: hombres armados y eunucos que siguen al rey, guerreros que portan el despojo, conducen a los prisioneros o llevan presentes y ofrendas a los dioses. En otras paredes se representaban sacerdotes alados o divinidades principales, de pie ante los árboles sagrados.
”Los techos que quedaban sobre el espectador estaban divididos en compartimientos cuadrados, pintados con flores o con figuras de animales. Algunos tenían incrustaciones de marfil y cada uno de ellos estaba circundado por elegantes cenefas y molduras. Puede que las vigas y los laterales de las cámaras tuvieran un baño de oro y plata; y en el enmaderado se utilizaron las maderas más exquisitas, entre las que destacaba la de cedro. Las lucernas cuadradas de los techos de las cámaras permitían que entrase la luz diurna.” (Nineveh and Its Remains, 1856, parte II, págs. 207-209.)
En el tiempo de Jonás. Cuando Jehová mando a Jonás el profeta de Jehová, a declararle el juicio a Nínive, Jonás se fue en dirección contraria, a Tarsis a 3.500 km de distancia. Por fin despues declaró en el siglo IX a. E.C. un juicio inminente contra Nínive como consecuencia de la iniquidad de sus habitantes. Sin embargo, debido al arrepentimiento del rey y del pueblo, Jehová perdonó a la ciudad. (Na 1:1, 2; 3:2, 5-10.) En ese tiempo Nínive era una gran ciudad, “con distancia de tres días de camino” (Jon 3:3) y con una población que ascendía a más de 120.000 hombres. (Jon 4:11.) Estos datos bíblicos no contradicen los descubrimientos arqueológicos. André Parrot, conservador en jefe de los museos nacionales franceses, hace la siguiente observación:
“En la misma forma que el París actual, en lo que es interior de su antiguo recinto, difiere extraordinariamente de lo que acostumbra a denominarse ‘el gran París’ —fórmula que comprende todos los suburbios y engloba una superficie mucho más considerable—, ¿no es posible suponer también que muchos de los que vivían lejos de Asiria consideraban como ‘Nínive’ lo que llamamos hoy ‘el triángulo asirio’ [...], que comprendía, de Khorsabad, al norte, hasta Nimrud, al sur, el rosario casi ininterrumpido de sus aglomeraciones que alcanzaban la longitud de unos 40 kilómetros?
”[...] Félix Jones calculaba que la población de Nínive podía alcanzar la cifra de 174 000 habitantes, y últimamente, durante las excavaciones de Nimrud, M. E. L. Mallowan encontró una estela de Assurnazirpal en la que se daba cuenta de haber invitado en un banquete la cantidad fabulosa de 69 574 comensales. El arqueólogo inglés consideraba que, después de deducidos los forasteros, la población de Käla´ (Nimrud) debía estimarse en unos 65 000 habitantes. Pues bien, la superficie de Nínive es doble, y así puede constatarse que la cifra indicada en Jonás (4:[11]) obtiene con ello una confirmación indirecta aunque valiosa.” (Nínive y el Antiguo Testamento, traducción de Sebastián Bartina, 1962, págs. 68, 69.)
Su destrucción cumple profecía. Aunque los ninivitas se arrepintieron debido a la predicación de Jonás (Mt 12:41; Lu 11:30, 32), reincidieron, de modo que reemprendieron sus caminos inicuos. Algunos años después del asesinato del rey asirio Senaquerib en Nínive, en la casa de su dios Nisroc (2Re 19:36, 37; Isa 37:37, 38), Nahúm (1:1; 2:8–3:19) y Sofonías (2:13-15) predijeron la destrucción de esa malvada ciudad. Sus profecías se cumplieron cuando las fuerzas conjuntas del rey Nabopolasar de Babilonia y de Ciaxares el medo sitiaron y capturaron Nínive. Parece ser que la ciudad fue incendiada, puesto que muchos relieves asirios están estropeados o manchados por el fuego y el humo. Una crónica de Babilonia informa con referencia a Nínive: “Se llevaron el gran despojo de la ciudad y el templo y [convirtieron] la ciudad en un montículo de ruinas”. (Assyrian and Babylonian Chronicles, de A. Grayson, 1975, pág. 94; GRABADO, vol. 1, pág. 958.) Hasta este día Nínive es una extensión desolada, y en la primavera los rebaños pastan cerca o encima del montículo de Quyunjiq.
Fecha de la caída de Nínive. La fecha de la caída de Nínive —el año decimocuarto de Nabopolasar— está borrada de la tablilla cuneiforme existente que relata este acontecimiento, pero a pesar de eso, puede deducirse del contexto. También es posible situar la destrucción de Nínive en el marco de la cronología bíblica: según una crónica de Babilonia, los egipcios fueron derrotados en Carquemis en el año vigésimo primero del reinado de Nabopolasar, y la Biblia muestra que este acontecimiento tuvo lugar en el año cuarto del reinado de Jehoiaquim, en 625 a. E.C. (Jer 46:2.) Por lo tanto, la destrucción de Nínive (unos siete años antes), en el año decimocuarto del reinado de Nabopolasar, ocurrió en 632 a. E.C. (Véase ASIRIA - [La caída del imperio].)
País y pueblo a los que a menudo se relaciona con los medos, tanto en la Biblia como en la historia. Los medos y los persas debían estar emparentados con las antiguas tribus arias (indoiranios), lo que supone que los persas descendían de Jafet, quizás por Madai, antepasado común de los medos. (Gé 10:2.) Darío el Grande se llama a sí mismo en una inscripción “persa, hijo de un persa, ario de estirpe aria”. (El Mundo de los Persas, de H. H. von der Osten, 1965, pág. 74.)
Ciertas inscripciones asirias que datan del período de Salmanasar III (seguramente contemporáneo de Jehú de Israel) mencionan la invasión de Media y el pago de un tributo por parte de los reyes de “Parsua”, una región que al parecer estaba situada al O. del lago Urmia y que hacía frontera con Asiria. Mientras que muchos eruditos opinan que “Parsua” era el nombre que en ese entonces se daba a la tierra de los persas, otros lo relacionan con los partos. De cualquier modo, en inscripciones posteriores se ubica a los persas mucho más al S., en “Parsa”, al SE. de Elam, en lo que hoy es la provincia de Fars, en el moderno Irán. Anshan, distrito o ciudad que limita con Elam y que posiblemente en algún momento estuviera bajo su dominio, también fue ocupada por los persas.
Así que parece ser que los persas al comienzo de su historia solo poseían la porción sudoccidental de la extensa meseta iraní. Persia limitaba al NO. con Elam y Media; al N., con Partia; al E., con Carmania, y al S. y SO., con el golfo Pérsico. Salvo el litoral del golfo Pérsico, caluroso y húmedo, el país constaba principalmente de la región meridional de los escarpados montes Zagros, y estaba dividido en valles longitudinales bastante fértiles, con laderas muy arboladas. El clima de los valles es templado, pero en las elevadas mesetas, el viento azota las tierras áridas, que soportan un frío severo en los meses de invierno. Al igual que los medos, los persas debieron dedicarse a la cría de ganado, sin abandonar la agricultura. El rey persa Darío el Grande describió con orgullo su tierra natal como “grande, con buenos caballos y buenos hombres”. (El Mundo de los Persas, de H. H. von der Osten, 1965, pág. 84.)
Si bien los persas llevaron en un principio una vida bastante austera y a menudo nómada, durante el imperio manifestaron gran afición por el lujo y los alrededores exquisitos. (Compárese con Est 1:3-7, y con la vestidura que se dio a Mardoqueo, 8:15.) Las esculturas de Persépolis representan a los persas vistiendo amplias prendas que llegaban hasta los tobillos y estaban ceñidas en la cintura, y calzando zapatos atados en el empeine. Por el contrario, se representa a los medos con vestiduras rectas de manga larga que les llegaban hasta las rodillas. (Vestiduras de los medos y los persas) Tanto los medos como los persas utilizaban una especie de pantalón; y a los soldados persas se les muestra llevando pantalón y túnica de manga larga sobre la armadura de cota de malla. Eran diestros jinetes, por lo que la caballería desempeñaba un papel importante en su estrategia bélica.
El idioma persa está clasificado dentro de la familia indoeuropea, y presenta pruebas de que está emparentado con el sánscrito de la India. En algún momento de su historia los persas comenzaron a utilizar un sistema de escritura cuneiforme, que tenía, sin embargo, un número muy reducido de signos, en comparación con los cientos de signos de la escritura cuneiforme de Babilonia y Asiria. Se han hallado algunas inscripciones de la época del imperio en persa antiguo acompañadas de traducciones al acadio y a un idioma que por lo general se ha denominado “elamita”. No obstante, los documentos oficiales que se utilizaban en la administración de los territorios imperiales se registraban principalmente en arameo como idioma internacional. (Est 4:7.)
El desarrollo del Imperio medopersa. Parece ser que los persas, al igual que los medos, fueron gobernados por varias familias nobles. Una de estas produjo la dinastía de reyes aqueménidas, linaje real del que procedió el fundador del Imperio persa: Ciro el Grande. Según Heródoto (Historia, I, 107, 108) y Jenofonte (Ciropedia, I, II, 1), Ciro nació de padre persa y madre meda, y unió a los persas bajo su caudillaje. Hasta entonces los medos habían dominado a los persas, pero Ciro consiguió una rápida victoria sobre el rey medo Astiages y capturó su capital, Ecbátana (550 a. E.C.). (Compárese con Da 8:3, 20.) El Imperio medo quedó así bajo el control de los persas.
Aunque los medos continuaron subordinados a los persas durante la dinastía aqueménida, no cabe duda de que el imperio llegó a ser de naturaleza binaria. Por consiguiente, la obra History of the Persian Empire (de A. Olmstead, 1948, pág. 37) dice: “La estrecha relación entre persas y medos no se olvidó jamás. Ecbátana siguió siendo una residencia real favorita después de ser saqueada. Los medos recibían igual honra que los persas; se les colocaba en puestos encumbrados y se les escogía para acaudillar ejércitos persas. Por lo general, los extranjeros hablaban de los medos y los persas, y cuando usaban un solo término, empleaban ‘el medo’”.
Durante el gobierno de Ciro, el Imperio medopersa se extendió aún más hacia el O., y llegó al mar Egeo como resultado de la victoria persa sobre el rey Creso de Lidia y el sometimiento de ciertas ciudades griegas de la costa. Sin embargo, su victoria más importante se produjo en 539 a. E.C., cuando Ciro el persa y Darío el Medo, al frente de una fuerza combinada de medos, persas y elamitas, tomó la poderosa Babilonia, en cumplimiento de las profecías bíblicas. (Isa 21:2, 9; 44:26–45:7; Da 5:28.) Con la caída de Babilonia llegó a su fin un largo período de supremacía semítica, reemplazada entonces por la primera potencia mundial dominante de ascendencia aria (jafética). También la tierra de Judá, así como Siria y Fenicia, quedó dentro del dominio medopersa. El decreto que Ciro emitió en 537 a. E.C. permitió a los judíos exiliados regresar a su tierra natal, que había yacido desolada exactamente setenta años. (2Cr 36:20-23.)
Capitales persas. De acuerdo con la naturaleza binaria del imperio, un medo llamado Darío se convirtió en el gobernante del derrotado reino caldeo, aunque es probable que no fuese independiente de la soberanía de Ciro. (Da 5:31; 9:1) Babilonia continuó siendo una ciudad real del Imperio medopersa y un centro religioso y comercial. Sin embargo, no parece que sus calurosos veranos fuesen del agrado de los emperadores persas, por lo que rara vez les sirvió de lugar de residencia, salvo en épocas invernales. Testimonios arqueológicos muestran que poco después de la conquista de Babilonia, Ciro regresó a Ecbátana (la moderna Hamadán), situada a más de 1.900 m. sobre el nivel del mar, al pie del monte Elvend, donde los inviernos, con nieve abundante y un frío penetrante, se compensan con veranos agradables. En Ecbátana se halló varios años después de ser emitido el memorándum de Ciro concerniente a la reconstrucción del templo de Jerusalén. (Esd 6:2-5.) La anterior capital persa estaba en Pasargada, a unos 650 Km. al SE. de Ecbátana, pero aproximadamente a la misma altitud. Cerca de Pasargada, los emperadores persas Darío, Jerjes y Artajerjes Longimano edificaron tiempo después la ciudad real de Persépolis, a la que dotaron con un gran sistema de túneles subterráneos, seguramente para suministrar agua potable. Otra capital fue Susa, situada cerca del río Coaspes (Kerja), en la antigua Elam, y que ocupaba un lugar estratégico y céntrico entre Babilonia, Ecbátana y Persépolis. Allí edificó Darío el Grande un magnífico palacio de invierno, pues en Susa, al igual que en Babilonia, el calor del verano era extremado. No obstante, con el transcurso del tiempo, Susa se convirtió en el verdadero centro administrativo del imperio.
Religión y ley. Aunque los gobernantes persas eran tan capaces de cometer crueldades como los reyes semíticos de Asiria y Babilonia, parece que al menos inicialmente demostraron cierta equidad y legalidad en el trato a los pueblos conquistados. Al parecer, su religión incluía algunos preceptos éticos. Además de su dios principal, Ahura Mazda, una deidad importante era Mitra, a la que con el tiempo no solo se conoció como un dios de la guerra, sino también como el dios de los contratos, cuyos ojos y oídos siempre estaban alerta para poner al descubierto a quien violara un acuerdo. (Véase DIOSES Y DIOSAS.) El historiador griego Heródoto escribió sobre los persas: “Desde los cinco, hasta los veinte años, sólo enseñan a sus hijos tres cosas: a montar a caballo, a disparar el arco y a decir la verdad. [...] Consideran que mentir constituye la mayor deshonra”. (Historia, I, 136, 138.) Aunque la historia de los gobernantes persas muestra que no estaban exentos de engaño e intrigas, puede que la insistencia en la inviolabilidad de la “ley de los medos y los persas” refleje cierta adhesión a algún credo tribal de lealtad a la palabra dada. (Da 6:8, 15; Est 1:19; 8:8.) Por consiguiente, cuando se halló el decreto de Ciro unos dieciocho años después de que se emitió, el rey Darío reconoció la legalidad de la postura judía respecto a la edificación del templo y ordenó que se cooperara con ellos plenamente. (Esd 6:1-12.)
La organización imperial persa manifiesta una considerable habilidad administrativa. Además de la junta consultiva o consejo privado del rey, compuesta por “siete príncipes de Persia y Media” (Est 1:14; Esd 7:14), había sátrapas nombrados sobre regiones o países importantes, como, por ejemplo: Media, Elam, Partia, Babilonia, Asiria, Arabia, Armenia, Capadocia, Lidia, Jonia y, al extenderse el imperio, Egipto, Etiopía y Libia. A estos sátrapas se les concedía un margen de autonomía en el gobierno de la satrapía, con competencias en la administración de asuntos judiciales y financieros dentro de su territorio. (Véase SÁTRAPA.) En las satrapías al parecer había gobernadores subordinados de distritos jurisdiccionales (127 en tiempos del rey Asuero), y en los distritos jurisdiccionales había príncipes de los diferentes pueblos que componían la población del distrito. (Esd 8:36; Est 3:12; 8:9.) Probablemente para compensar la desventaja que suponía el que la capital estuviese desplazada hacia un extremo del extenso imperio, se puso en marcha un rápido sistema de comunicación por medio de un servicio de correo real que empleaba mensajeros que montaban caballos de posta, y así se conectaba el trono con todos los distritos jurisdiccionales. (Est 8:10, 14.) Las carreteras reales se conservaban en buen estado; una iba de Susa hasta Sardis, en Asia Menor.
Desde la muerte de Ciro hasta la de Darío. El reinado de Ciro el Grande finalizó en 530 a. E.C., cuando murió en una campaña militar. Su hijo Cambises le sucedió en el trono y conquistó Egipto. Aunque en la Biblia no se le llama Cambises, debió ser el “Asuero” a quien los opositores de la reedificación del templo enviaron falsas acusaciones contra los judíos, como se registra en Esdras 4:6.
Las circunstancias que rodearon el fin de la gobernación de Cambises son confusas. Un relato de Darío el Grande que aparece en su inscripción de Behistún y que narran Heródoto y algunos otros con ciertas variaciones, es que Cambises mandó asesinar en secreto a su hermano Bardiya (llamado Esmerdis por Heródoto). Luego, mientras Cambises estaba en Egipto, un mago llamado Gaumata (al que Heródoto también llama Esmerdis) se hizo pasar por Bardiya (Esmerdis), usurpó el trono y consiguió que lo reconocieran como rey. Cambises murió durante su regreso de Egipto, de modo que dejó al usurpador afianzado en el trono. (Historia, III, 61-67.) La otra versión, apoyada por algunos historiadores, es que Bardiya no fue asesinado y que él, no un impostor, usurpó el trono durante la ausencia de Cambises.
Sea cual fuere el caso, el reinado de Cambises terminó 522 a. E.C. La gobernación que siguió duró siete meses, y finalizó también en 522 a. E.C., con el asesinato del usurpador, fuese Bardiya (Esmerdis) o Gaumata (el falso Esmerdis). No obstante, parece ser que durante esta breve gobernación se dirigió al trono persa una segunda acusación contra los judíos, siendo rey por entonces el “Artajerjes” bíblico (quizás un nombre o título adoptado por los reyes al ascender al trono), y esta vez las acusaciones consiguieron la proscripción real de las obras de reconstrucción del templo. (Esd 4:7-23.) A partir de entonces las obras del templo permanecieron paradas “hasta el segundo año del reinado de Darío el rey de Persia”. (Esd 4:24.)
Darío I (llamado Darío Histaspes o Darío el Grande) debió ser quien tramó o instigó la muerte del que ocupaba el trono persa, y consiguió hacerse con el poder. Durante su gobernación, las obras del templo de Jerusalén se reanudaron con aprobación real, y durante su sexto año de gobierno se finalizó la construcción del templo (a principios del año 515 a. E.C.). (Esd 6:1-15.) El reinado de Darío se caracterizó por la expansión del imperio. Extendió el dominio persa hacia el E., hasta la India, y hacia el O., hasta Tracia y Macedonia.
Para entonces los gobernantes persas ya habían cumplido los simbolismos proféticos de Daniel 7:5 y 8:4, donde, simbolizado por un oso y también por un carnero, se representa al Imperio medopersa apoderándose de territorios en tres direcciones principales: N., O. y S. Sin embargo, en una campaña contra Grecia las fuerzas de Darío fueron derrotadas en Maratón en el año 490 a. E.C. Darío murió en 486 a. E.C. (Véase DARÍO núm. 2.)
Los reinados de Jerjes y Artajerjes. Jerjes, el hijo de Darío, debió ser el rey Asuero mencionado en el libro de Ester. Sus acciones también encajan con la descripción del cuarto rey persa, que “[levantaría] todo contra el reino de Grecia”. (Da 11:2.) Intentando vengarse de la derrota persa en Maratón, Jerjes lanzó su maquinaria bélica contra la Grecia continental en 480 a.E.C. No obstante, tras la costosa victoria de las Termópilas y la destrucción de Atenas, sus fuerzas fueron derrotadas en Salamina y Platea, lo que le obligó a retirarse a Persia.
El reinado de Jerjes se caracterizó por ciertas reformas administrativas y por terminar gran parte de las obras de construcción que su padre había iniciado en Persépolis. (Compárese con Est 10:1, 2.) Las narraciones griegas sobre el final del reinado de Jerjes giran alrededor de ciertas dificultades maritales, desórdenes en su harén y la supuesta influencia que ejercían sobre él algunos de sus cortesanos. Estos relatos pueden reflejar, aunque de una manera muy confusa y distorsionada, algunos de los hechos básicos del libro de Ester, como el que se depusiera a la reina Vasti y se la reemplazara por Ester, así como la ascensión de Mardoqueo a un puesto de gran autoridad en el reino. (Est 2:17; 10:3.) Según los relatos seglares, Jerjes fue asesinado por uno de sus cortesanos.
Artajerjes Longimano, sucesor de Jerjes, se distinguió por autorizar el regreso de Esdras a Jerusalén con una importante contribución para el templo. Esto ocurrió en su año séptimo (468 a.E.C.). (Esd 7:1-26; 8:24-36.) En el año vigésimo de su reinado (455 a.E.C.), Nehemías consiguió el permiso para ir a Jerusalén y reconstruir la ciudad. (Ne 1:3; 2:1, 5-8.) Más tarde, Nehemías regresó a la corte de Artajerjes por un tiempo en el año trigésimo segundo del reinado de este rey (443 a.E.C.). (Ne 13:6.)
Los registros históricos presentan ciertas diferencias con respecto a los reinados de Jerjes y de Artajerjes. Las obras de consulta sitúan el año de ascenso de Artajerjes en 465 a.E.C. Según ciertos documentos, el reinado de Jerjes se extendió hasta su vigésimo primer año. Como tradicionalmente su reinado se cuenta a partir de 486 a.E.C., cuando murió su padre, Darío, se considera que su primer año reinante comenzó en 485 a.E.C., y su año vigésimo primero, el año de ascenso de Artajerjes, sería 465 a.E.C. Los eruditos normalmente dicen que el último año del reinado de Artajerjes comenzó en 424 a.E.C., que según algunos documentos fue su año cuadragésimo primero. De ser cierto, esto significaría que su año de ascenso fue 465 a.E.C. y su primer año reinante comenzó en 464 a.E.C.
Sin embargo, existen razones sólidas para pensar que el último año de Jerjes y el año de ascenso de Artajerjes fue 475 a.E.C. Tales pruebas provienen de tres fuentes: griegas, persas y babilonias.
★¿Cuándo comenzó el reinado de Artajerjes? - (dp-Cap.11-Pg.197-Recuadro)
Pruebas de fuentes griegas. Hay un acontecimiento de la historia griega que puede ayudarnos a determinar en qué año comenzó a gobernar Artajerjes. El estadista y héroe militar griego Temístocles fue condenado al ostracismo (destierro político acostumbrado entre los atenienses), por lo que huyó a Persia. De acuerdo con el historiador griego Tucídides (La Guerra del Peloponeso, I, CXXXVII, 3), que tiene la reputación de ser exacto, entonces Temístocles “dirigió una carta al rey Artajerjes, hijo de Jerjes, que reinaba desde hacía poco”. Plutarco (Vidas paralelas, traducción de Antonio Ranz Romanillos, “Temístocles”, [XXVII, 1]) informa que “Tucídides y Carón de Lampsaco escriben que, muerto ya [Jerjes] fue al hijo a quien Temístocles se presentó”. (Carón era un súbdito persa que vivió cuando la gobernación pasó de Jerjes a Artajerjes.) De los testimonios de Tucídides y de Carón de Lampsaco se desprende que Artajerjes acababa de comenzar su gobernación cuando Temístocles llegó a Persia.
Podemos determinar en qué año comenzó a reinar Artajerjes calculando el año en que Temístocles murió. No todas las obras de consulta dan la misma fecha para su muerte. El historiador Diodoro de Sicilia (Biblioteca Histórica, XI, 54, 1; XI, 58, 3) informa de su muerte en un relato de sucesos ocurridos “cuando Praxiergo era arconte de Atenas”, es decir, en 471/470 a. E.C. (Greek and Roman Chronology, de Alan E. Samuel, Múnich, 1972, pág. 206.) De acuerdo con Tucídides, después de llegar a Persia, Temístocles pasó un año estudiando el idioma preparándose para una audiencia ante Artajerjes. Después de eso, el rey le permitió establecerse en Persia con muchos honores. Por lo tanto, si Temístocles murió en 471/470 a. E.C., debió establecerse en Persia a más tardar en 472 a. E.C., de modo que llegó un año antes, en 473 a. E.C. Podía decirse que entonces Artajerjes “reinaba desde hacía poco”.
M. de Koutorga escribió con respecto a la fecha en que Jerjes murió y Artajerjes ascendió al trono: “Hemos visto que de acuerdo con la cronología de Tucídides, Jerjes murió a finales del año 475 a. E.C., y que según el mismo historiador, Temístocles llegó a Asia Menor poco después de la subida al trono de Artajerjes Longimano”. (Mémoires présentés par divers savants à l’Académie des Inscriptions et Belles-Lettres de l’Institut Impérial de France, serie primera, vol. 6, segunda parte, París, 1864, pág. 147.)
E. Levesque refuerza este punto de vista cuando señala: “Por lo tanto, de acuerdo con la Crónica Alejandrina, es necesario situar la muerte de Jerjes en 475 a. E.C., tras once años de reinado. El historiador Justino (III, 1) confirma esta crónica y las afirmaciones de Tucídides. Según él, cuando Jerjes murió, su hijo Artajerjes era solo un niño, un puer [muchacho], lo que sería cierto si Jerjes hubiera muerto en 475. En esa fecha Artajerjes tendría dieciséis años, mientras que en 465 habría tenido veintiséis, lo que no habría justificado la afirmación de Justino. De acuerdo con esta cronología, como Artajerjes comenzó a reinar en 475, el año vigésimo de su reinado sería 455, y no 445, como suele afirmarse”. (Revue apologétique, París, vol. 68, 1939, pág. 94.)
No obstante, si Darío murió en 486 a. E.C. y Jerjes en 475 a. E.C.., ¿cómo puede explicarse que algunos documentos antiguos digan que Jerjes reinó durante veintiún años? Es de sobra conocido que un rey y su hijo pueden ser corregentes. Si tal fue el caso de Darío y Jerjes, los historiadores pueden contar los años de reinado de Jerjes desde el comienzo de la corregencia o a partir de la muerte de su padre. Si Jerjes gobernó durante diez años con su padre y otros once solo, algunas fuentes pueden atribuirle veintiún años de reinado y otras, once.
Tenemos pruebas sólidas de que Jerjes fue corregente con su padre Darío. El historiador griego Heródoto (Historia, VII, 3) dice: “Darío reconoció que [Jerjes] tenía razón y lo nombró su sucesor. (En mi opinión, sin embargo, Jerjes hubiera reinado aun sin seguir ese consejo [...].)”. Estas palabras indican que a Jerjes se le nombró rey durante el reinado de su padre Darío.
Pruebas procedentes de fuentes persas. En algunos bajorrelieves persas pueden verse especialmente indicios de la corregencia de Jerjes y Darío. En Persépolis se han encontrado varios bajorrelieves que representan a Jerjes de pie detrás del trono de su padre, vestido con las mismas prendas que él y con la cabeza al mismo nivel, algo inusitado, pues por lo general la cabeza del rey está más alta que todas las demás. En A New Inscription of Xerxes From Persepolis (de Ernst E. Herzfeld, 1932) se señala que tanto las inscripciones como las edificaciones encontradas en Persépolis muestran que Jerjes y su padre Darío fueron corregentes. En la página 8 de esta obra, Herzfeld escribió: “El tono peculiar de las inscripciones de Jerjes en Persépolis, la mayoría de las cuales no distinguen entre su propia actividad y la de su padre, así como la relación igualmente peculiar de sus edificaciones, imposibles de asignar a Darío o a Jerjes individualmente, siempre han indicado la corregencia de Jerjes. Por otra parte, dos esculturas de Persépolis ilustran tal relación”. Con respecto a una de estas esculturas, Herzfeld señaló: “Se representa a Darío con todos los atributos reales sentado en un trono sobre un estrado llevado por representantes de las varias regiones de su imperio. Tras él en el relieve, —en la realidad, a su derecha— se encuentra Jerjes de pie con los mismos atributos reales y con la mano izquierda descansando sobre el respaldo del trono. Este gesto indica con claridad algo más que sucesión; significa corregencia”.
Sobre la fecha de los relieves que muestran a Darío y Jerjes en esa postura, Ann Farkas dice en Achaemenid Sculpture (Estambul, 1974, pág. 53) que “es posible que se hubieran colocado los relieves en el Tesoro en algún momento durante la edificación del primer anexo, en 494/493-492/491 a. C.; este ciertamente sería el mejor momento para trasladar bloques de piedra tan voluminosos. No obstante, sea cual fuera la fecha de su traslado al Tesoro, es posible que se hayan esculpido entre los años 490 y 500”.
Pruebas procedentes de fuentes babilonias. Se han encontrado en Babilonia pruebas de que la corregencia de Jerjes con su padre comenzó entre los años 490 y 500 a. E.C. Las excavaciones practicadas en esa ciudad han desenterrado un palacio de Jerjes terminado en 496 a. E.C. A este respecto, A. T. Olmstead escribió en History of the Persian Empire (pág. 215): “Sabemos que el 23 de octubre del año 498 se estaba construyendo en Babilonia la casa del hijo del rey [es decir, de Jerjes, el hijo de Darío]; no cabe duda de que este es el palacio de Darío en la sección central que ya hemos descrito. Dos años después [en 496 a. E.C.] en un documento comercial de la cercana Borsipa se hace mención de ‘un nuevo palacio’ ya terminado”.
Dos tablillas de arcilla poco comunes pueden proporcionarnos más testimonio de la corregencia de Jerjes y Darío. Una es un texto comercial sobre el alquiler de un edificio en el año de ascenso al trono de Jerjes. La tablilla está fechada en el primer mes del año, Nisán. (A Catalogue of the Late Babylonian Tablets in the Bodleian Library, Oxford, de R. Campbell Thompson, Londres, 1927, pág. 13, tablilla A. 124.) Otra tablilla lleva la fecha “mes de Ab(?), año de ascenso al trono de Jerjes”. Es notable que esta última no atribuye a Jerjes el título de “rey de Babilonia, rey de las tierras”, algo común en ese tiempo. (Neubabylonische Rechts- und Verwaltungsurkunden übersetzt und erläutert, de M. San Nicolò y A. Ungnad, Leipzig, 1934, vol. 1, parte 4, pág. 544, tablilla núm. 634, llamada VAT 4397.)
Estas dos tablillas son algo extrañas. Normalmente, el año de ascenso de un rey comienza tras la muerte de su predecesor. No obstante, hay prueba de que Darío, el antecesor de Jerjes, vivió hasta el mes séptimo de su último año, mientras que estos dos documentos del año de ascenso de Jerjes llevan fechas anteriores al mes séptimo (uno está fechado en el mes primero y el otro, en el quinto). Por lo tanto, esos documentos no se refieren al período de ascenso de Jerjes que siguió a la muerte de su padre, sino al año de ascenso durante su corregencia con Darío. Si el año de ascenso fue 496 a. E.C., cuando se había terminado la construcción del palacio de Babilonia para Jerjes, su primer año de corregencia habría comenzado al siguiente Nisán, en 495 a. E.C., por lo que su vigésimo primer y último año de reinado habría empezado en 475 a. E.C. En ese caso, el reinado de Jerjes abarcaría los diez años de reinado con Darío (desde 496 hasta 486 a. E.C.) y los once años que habría gobernado solo (desde 486 a 475 a. E.C.).
Por otra parte, los historiadores concuerdan en que el primer año de reinado de Darío II comenzó en la primavera de 423 a. E.C. Una tablilla babilonia indica que Darío II ya regía el día 4 del mes 11 de su año de ascenso, es decir, el 13 de febrero de 423 a. E.C. (Babylonian Chronology, 626 B.C.-A.D. 75, de R. Parker y W. H. Dubberstein, 1971, pág. 18.) No obstante, dos tablillas muestran que Artajerjes continuaba gobernando después del día 4 del mes 11 del año cuadragésimo primero de su reinado. Una de ellas lleva la fecha del día 17 del mes 11 de su cuadragésimo primer año de gobernación (pág. 18), y la otra está fechada en el mes 12 del año cuadragésimo primero. (Old Testament and Semitic Studies, edición de Harper, Brown y Moore, 1908, vol. 1, pág. 304, tablilla núm. 12, llamada CBM, 5505.) Por lo tanto, Artajerjes no fue sucedido en el trono en su año cuadragésimo primero, sino que gobernó durante todo él. Estos hechos indican que Artajerjes debió gobernar durante más de cuarenta y un años y que su primer año reinante no comenzó en 464 onclick="ventana(this.href);return false">>464 a. E.C.
Se encuentran pruebas de que Artajerjes Longimano gobernó más de cuarenta y un años en un documento comercial procedente de Borsipa fechado en el año quincuagésimo de Artajerjes. (Catalogue of the Babylonian Tablets in the British Museum, vol. 7: tablillas de Sippar 2, de E. Leichty y A. K. Grayson, 1987, pág. 153; tablilla B. M. 65494.) Una de las tablillas que relaciona el fin del reinado de Artajerjes con el comienzo del de Darío II tiene la siguiente fecha: “Año quincuagésimo primero, año de ascenso al trono, mes 12, día 20, Darío, rey de las tierras”. (The Babylonian Expedition of the University of Pennsylvania, Series A: Cuneiform Texts, vol. 8, parte I, de Albert T. Clay, 1908, págs. 34, 83 y lámina 57, tablilla núm. 127, llamada CBM 12803.) Puesto que el primer año reinante de Darío II fue 423 a. E.C., el año quincuagésimo primero de Artajerjes fue 424 a. E.C., y su primer año reinante, 474 a. E.C.
Por lo tanto, los testimonios que nos proporcionan las fuentes griegas, persas y babilonias concuerdan en que el año de ascenso al trono de Artajerjes fue 475 a. E.C., y su primer año reinante, 474 a. E.C. De acuerdo con esto, el año vigésimo de Artajerjes, cuando comenzaron a contar las setenta semanas de Daniel 9:24, fue 455 a. E.C. Por eso, si basándose en Daniel 9:25, se cuentan sesenta y nueve semanas de años (483 años) desde 455 a. E.C., se llega al significativo año de la llegada de Mesías el Caudillo.
Si se cuenta desde 455 a. E.C. hasta el año 1 E.C., tenemos un total de 455 años. Añadiendo los 28 restantes (para un total de 483 años), se llega al año 29 E.C., el año exacto del bautismo en agua de Jesús de Nazaret, de su ungimiento con espíritu santo y el comienzo de su ministerio público como el Mesías o Cristo. (Lu 3:1, 2, 21, 22.)
Hasta la caída y la división del imperio. Diodoro de Sicilia nos proporciona la siguiente información respecto a los sucesores de Artajerjes Longimano en el trono de Persia: “En Asia el rey Jerjes murió tras un reinado de un año o, como algunos registran, dos meses; su hermano Sogdiano le sucedió en el trono y reinó por siete meses. Este a su vez fue asesinado por Darío, quien reinó por diecinueve años”. (Biblioteca histórica, XII, 71, 1.) El verdadero nombre de este último era Ocos, pero adoptó el de Darío (Darío II) cuando subió al trono. Al parecer se trata del Darío mencionado en Nehemías 12:22.
Después de Darío II vino Artajerjes II (llamado Mnemón), durante cuyo reinado se sublevó Egipto y se deterioraron las relaciones con Grecia. A su reinado (404-359 a. E.C.) le siguió el de su hijo Artajerjes III (llamado también Ocos), a quien se atribuye una permanencia en el trono de unos veintiún años (358-338 a. E.C.) y de quien se dice que fue el más sanguinario de todos los gobernantes persas. Su hazaña más importante fue la reconquista de Egipto. A continuación la historia extrabíblica registra una gobernación de dos años de Arsés y una de cinco años de Darío III Codomano, durante cuyo reinado se asesinó a Filipo II de Macedonia (336 a. E.C.), a quien sucedió en el trono su hijo Alejandro. En 334 a. E.C. Alejandro emprendió su ataque al Imperio persa en Asia Menor; derrotó a sus fuerzas primero en Gránico, en el extremo NO., y de nuevo en Isos, en el extremo opuesto (333 a. E.C.). Finalmente, después que los griegos conquistaron Fenicia y Egipto, en el año 331 a. E.C. aplastaron la última resistencia persa en Gaugamela, y el Imperio persa llegó a su fin.
Tras la muerte de Alejandro y la posterior división del imperio, Seleuco Nicátor obtuvo el control de la mayor parte de los territorios asiáticos, de los que Persia era la parte central. Así dio comienzo la dinastía de reyes seléucidas, que continuó hasta el año 64 a. E.C. Al parecer, con Seleuco Nicátor comenzó a manifestarse la figura profética del “rey del norte” predicho por Daniel, que se opone al linaje tolemaico de reyes de Egipto, quienes al principio desempeñaron el papel del simbólico “rey del sur”. (Da 11:4-6.)
Los reyes seléucidas vieron limitado su territorio a la parte occidental de su dominio debido a las incursiones de los partos, que conquistaron el territorio de Persia propiamente dicho durante los siglos III y II a. E.C. Los partos fueron derrotados por los sasánidas en el siglo III E.C., y el gobierno de estos últimos continuó hasta la conquista árabe, en el siglo VII.
La profecía de Ezequiel (27:10) menciona a los persas entre los hombres de guerra que sirvieron en la fuerza militar de la próspera Tiro y que contribuyeron a su esplendor. También se incluye a Persia entre las naciones que forman parte de las muchedumbres dirigidas por el simbólico “Gog de la tierra de Magog” contra el pueblo que está en relación de pacto con Jehová. (Eze 38:2, 4, 5, 8, 9.)
1. Quedes, Ciudad meridional de Judá.
1. Quedes, Ciudad meridional de Judá (Jos 15:21, 23), posiblemente la misma que Qadés-barnea.
2. Quedes - (Quedes-neftalí, Quedes en Galilea)
Ciudad de Neftalí entregada a los guersonitas y escogida como ciudad de refugio. (Jos 20:7; 21:32, 33; 1Cr 6:71, 76.) Debido a su ubicación, también se la llamó “Quedes-neftalí” (Jue 4:6) y “Quedes en Galilea” (Jos 20:7). Parece ser que Quedes fue el lugar donde vivió el juez Barac y donde se congregaron sus 10.000 hombres, procedentes de Neftalí y Zabulón, antes de su victoria sobre el ejército cananeo que mandaba Sísara. (Jue 4:6, 10.) Siglos más tarde, el rey asirio Tiglat-piléser III conquistó la ciudad durante el reinado del rey Péqah de Israel (c. 778-759 a. E.C.). (2Re 15:29.)
Quedes ha sido identificada con Tell Qades (Tel Qedesh), un montículo que se yergue al pie de una pequeña llanura fértil a unos 20 Km. al SO. de Dan.
3. Quedes - (Quisión) Lugar de Isacar asignado a “los hijos de Guersom” (1Cr 6:71, 72); al parecer es el “Quisión” mencionado en la lista paralela de Josué 21:28. A unos 4 Km. al SE. de Meguidó se halla Tell Abu Qedeis (Tel Qedesh), que algunos han identificado con Quedes. De ser así, encajaría con la referencia que se halla en Josué 12:21, 22, donde parece ser que se sitúa a Quedes en las proximidades de Meguidó y Joqneam. Como Barac derrotó a Sísara en los alrededores de Meguidó (Jue 5:19), puede que haya sido cerca de este Quedes (y no del núm. 2) donde Jael dio muerte en su tienda al jefe militar cananeo Sísara. (Jue 4:11, 17, 21.)
Quedes era una ciudad fronteriza de Isacar asignada a los guersonitas. (Jos 19:17, 18, 20; 21:27, 28.) Parece ser que “Quedes”, que aparece en 1 Crónicas 6:72, es otro nombre de Quisión.
Uno de los lugares donde acamparon los israelitas en el trayecto del mar Rojo al monte Sinaí. Una vez que dejaron el desierto de Sin, acamparon en Dofqá, luego en Alús y finalmente en Refidim. (Éx 17:1; Nú 33:12-14.) Como en Refidim no había agua, el pueblo se quejó y riñó con Moisés. Por mandato de Dios, Moisés llevó a algunos de los ancianos hasta “la roca en Horeb” (probablemente la región montañosa de Horeb, no el monte (Horeb), y golpeó una roca con su vara. De allí fluyó agua, y al parecer llegó hasta el pueblo, que estaba acampado en Refidim. (Éx 17:2-7.)
Los amalequitas atacaron a los israelitas en Refidim, pero el pueblo de Dios, acaudillado por Josué, venció a sus enemigos. (Éx 17:8-16.) La posición de este relato en el registro bíblico hace suponer que los israelitas estaban en Refidim cuando el suegro de Moisés le llevó a Ziporá y a sus dos hijos, y le recomendó que seleccionase jefes para ayudarle a juzgar al pueblo. (Éx 18:1-27.)
La situación exacta de Refidim no es segura. Las diversas ubicaciones que han presentado los geógrafos se han determinado según la ruta que creen que siguieron los israelitas desde el desierto de Sin hasta el monte Sinaí. Muchos geógrafos modernos identifican Refidim con un lugar en Wadi Refayied, un poco al NO. del monte Sinaí tradicional. Junto a ese uadi hay una colina del mismo nombre, donde Moisés pudo haber estado de pie con los brazos alzados durante la batalla contra los amalequitas.
1. Sin, Región del desierto a la que se trasladaron los israelitas.
1. Sin, Región del desierto a la que se trasladaron los israelitas después de dejar Elim y un campamento a orillas del mar Rojo, un mes después del inicio del éxodo de Egipto. Tras atravesar este desierto, acamparon en diversos lugares antes de llegar al Sinaí, entre ellos Dofqá, Alús y Refidim. (Éx 16:1; 17:1; Nú 33:9-15.) En este desierto se levantaron murmuraciones y quejas en el campamento por la falta de carne. Fue en este lugar donde Jehová hizo que una bandada de codornices ‘cubriera el campamento’, y también donde los israelitas comieron maná por primera vez. En ese tiempo también se aplicó por primera vez la ley del sábado. (Éx 16:2-30.) Aunque no se sabe con certeza la ubicación exacta del desierto de Sin, es patente que se hallaba en la orilla SO. de la península del Sinaí. Los geógrafos generalmente se inclinan por la región arenosa conocida como Debbet er-Ramleh, que se extiende a los pies de la meseta del Sinaí. Esta llanura desértica también se encuentra cerca del lugar sugerido para Dofqá.
2. Sin, Una de las ciudades de Egipto que tuvieron que sufrir los efectos de la espada que el rey babilonio Nabucodonosor llevó a esa tierra. (Eze 30:6, 10, 15, 16.) Se le llamaba “la plaza fuerte de Egipto”. En la actualidad, algunas autoridades creen que puede ser la Pelusio que aparece en la Vulgata latina, antigua ciudad fortificada que se encontraba en una posición clave de defensa contra las invasiones procedentes del continente asiático. Por lo general se acepta que su ubicación coincide con el actual Tel el Farame, lugar situado a unos 32 Km. al SE. de Port Said en la costa mediterránea. Por lo tanto, las caravanas y los ejércitos que bajaban por la costa de Filistea encontraban esta fortaleza que guardaba la entrada a Egipto. El rey asirio Asurbanipal la menciona en sus anales. En la actualidad este lugar se halla rodeado de arena y marismas.
1. Sinaí - (Horeb) Montaña de Arabia (Gál 4:25) a la que al parecer también se llamaba Horeb. (Compárese con Éx 3:2, 12; 19:1, 2, 10, 11.) En las inmediaciones del monte Sinaí acamparon por casi un año los israelitas y una vasta muchedumbre mixta con numerosos rebaños y vacadas. (Éx 12:37, 38; 19:1; Nú 10:11, 12.) Aparte de acomodar a un campamento tan grande, que quizás ascendía a más de 3.000.000 de personas, los alrededores del monte Sinaí también suministraban suficiente agua y pastos para los animales domésticos. Al menos un torrente descendía de la montaña. (Dt 9:21.) En la base del monte Sinaí debió haber una zona lo suficientemente grande como para que los israelitas se reuniesen y observasen los fenómenos que ocurrían en la cima de la montaña. De hecho, pudieron retirarse y mantenerse de pie a cierta distancia. La cima del monte Sinaí era visible hasta desde el mismo campamento. (Éx 19:17, 18; 20:18; 24:17; compárese con Dt 5:30.)
Identificación. No se sabe con seguridad el lugar exacto del monte Sinaí u Horeb. La tradición lo enlaza con una cordillera de granito rojo situada en el centro de la parte S. de la península del Sinaí, entre los dos brazos septentrionales del mar Rojo. Esta cordillera mide aproximadamente 3 Km. desde el NO. hasta el SE. y tiene dos cumbres: Ras Safsafa y Jebel Musa. La zona en la que se encuentra esta cordillera está bien regada por varias corrientes. Frente a la cumbre septentrional (Ras Safsafa) se encuentra la llanura de er-Raha, con una longitud aproximada de unos 3 Km. y una anchura aproximada de 1 Km.
Basándose en sus observaciones del lugar, A. P. Stanley escribió en el siglo XIX: “La existencia de una llanura de este tipo enfrente de este monte es una coincidencia tan notable con la narración sagrada que suministra una fuerte prueba interna, no solo de su identificación con la escena, sino de que esta la relató un testigo presencial”. Al comentar sobre el descenso de Moisés y Josué del monte Sinaí, añade: “Una persona que bajara de una de las apartadas cuencas que se hallan tras el Ras Sa[f]safeh, a través de las escarpadas pendientes que lo flanquean tanto por el norte como por el sur, podría oír en el silencio los sonidos procedentes de la llanura, pero no sería capaz de ver la llanura misma hasta haber pasado el uadi El-Deir o el uadi Leja; en ese momento se encontraría bajo el escarpado risco de Sa[f]safeh”. Luego Stanley pasa a explicar que el que Moisés arrojase el polvo del becerro de oro “en el torrente que descendía de la montaña” (Dt 9:21) también encaja con este lugar, pues dice: “Esto sería perfectamente posible en el uadi Er-Raheh, en el que desemboca el uadi Leja, pues si bien es cierto que desciende del monte Santa Catalina, todavía se halla lo suficientemente próximo al Gebel Mousa [Jebel Musa] como para justificar la expresión ‘que descendía de la montaña’”. (Sinai and Palestine, 1885, págs. 107-109.)
Tradicionalmente se ha identificado el monte Sinaí con el pico meridional más alto (Jebel Musa, que significa “Montaña de Moisés”). No obstante, un buen número de eruditos coincide con Stanley y opinan que la cumbre septentrional, Ras Safsafa, es una ubicación más probable, ya que no existe ninguna llanura suficientemente grande frente al Jebel Musa.
Sucesos. Cerca del monte Sinaí, u Horeb, el ángel de Jehová se le apareció a Moisés en la zarza ardiente y lo comisionó para que sacara de Egipto a los israelitas esclavizados. (Éx 3:1-10; Hch 7:30.) Aproximadamente un año después, la nación liberada llegó al monte Sinaí. (Éx 19:2.) Entonces Moisés ascendió a la montaña, seguramente con el fin de recibir más instrucciones de Jehová, pues ya se le había revelado en la zarza ardiente que el pueblo ‘serviría al Dios verdadero sobre esa montaña’. (Éx 3:12; 19:3.)
Luego se le dijo a Moisés que comunicase a los israelitas que su obediencia estricta a la palabra de Jehová y al pacto que habían celebrado con Él resultaría en que fuesen un reino de sacerdotes y una nación santa. (Éx 19:5, 6.) Los ancianos, en calidad de representantes de toda la nación, convinieron en hacerlo. Más tarde, Jehová ordenó a Moisés que santificase al pueblo para que pudieran presentarse a Él al tercer día. Se fijaron límites alrededor de la montaña, pues todo el que la tocara, sin importar que fuese hombre o bestia, había de ser ejecutado. (Éx 19:10-15.)
En la mañana del tercer día, “empezó a haber truenos y relámpagos, y una nube densa sobre la montaña y un sonido muy fuerte de cuerno”. La gente que estaba en el campamento comenzó a temblar. A continuación Moisés los hizo salir del campamento y los llevó al pie de la montaña al encuentro del Dios verdadero. Entretanto, el monte Sinaí se mecía y humeaba por todas partes. (Éx 19:16-19; Sl 68:8.) Moisés subió a la montaña por invitación divina, y de nuevo se le dijo que hiciese hincapié en que nadie del pueblo debía tratar de ascender. No podían traspasar los límites fijados ni siquiera los “sacerdotes” (no los levitas, sino, al parecer, varones israelitas que, al igual que los patriarcas, hacían de sacerdotes para sus familias según su costumbre y derecho natural). (Éx 19:20-24.)
Una vez que Moisés descendió del monte Sinaí, los israelitas oyeron las “Diez Palabras” de en medio del fuego y la nube. (Éx 19:19–20:18; Dt 5:6-22.) En esta ocasión Jehová les habló por medio de un representante angélico, como se muestra en Hechos 7:38, Hebreos 2:2 y Gálatas 3:19. Atemorizados ante el imponente espectáculo que proporcionaban los relámpagos y el humo, y por el sonido del cuerno y los truenos, el pueblo solicitó mediante sus representantes que Dios no siguiera comunicándose con ellos de esta manera, sino que lo hiciese a través de Moisés. Ante esto, Jehová dijo a Moisés que les ordenara volver a sus tiendas. Aquella escena en el monte Sinaí tenía por objeto infundir en los israelitas un temor saludable a Dios que los impulsara a seguir observando sus mandamientos. (Éx 20:19, 20; Dt 5:23-30.) Después de esto, Moisés, posiblemente acompañado de Aarón (compárese con Éx 19:24), se aproximó a la oscura masa de nubes que había sobre el monte Sinaí, para continuar oyendo los mandamientos y decisiones judiciales de Jehová. (Éx 20:21; 21:1.)
Cuando Moisés descendió del monte Sinaí, refirió al pueblo las palabras de Jehová, y el pueblo reiteró su voluntad de obedecerle. Luego puso por escrito las palabras de Dios y a la mañana siguiente, temprano, edificó un altar y doce columnas al pie de la montaña. Se ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión, y con la sangre de las víctimas entró en vigor el pacto de la Ley. (Éx 24:3-8; Heb 9:16-22.)
Como los israelitas habían entrado en una relación de pacto con Jehová, podían acercarse al monte Sinaí por medio de sus representantes. Moisés, Aarón, Nadab, Abihú y 70 ancianos de Israel subieron a la montaña y contemplaron una impresionante visión de la gloria de Dios. (Éx 24:9-11.) Después de eso, Moisés, acompañado por Josué, ascendió a la montaña, en esta ocasión para recibir más órdenes, así como las tablas de piedra que contenían las “Diez Palabras”. Sin embargo, Moisés no recibió la invitación de entrar en la nube hasta el séptimo día. Según parece, Josué continuó esperando a Moisés en la montaña, en un lugar donde no se podía ver ni oír nada de lo que sucedía en el campamento israelita. (Éx 24:12-18.) Sin embargo, no se indica si Josué estuvo sin comer ni beber durante ese período de cuarenta días al igual que Moisés. Cuando, al finalizar este tiempo, Moisés y Josué descendieron del monte Sinaí, oyeron los cantos procedentes de la fiesta que se celebraba en el campamento israelita. Desde el pie del monte Sinaí, Moisés pudo ver la fiesta que se celebraba en torno al becerro de oro. Ante esto, estrelló de inmediato las dos tablas de piedra contra el suelo, haciéndolas añicos al pie de la montaña. (Éx 32:15-19; Heb 12:18-21.)
Posteriormente, Moisés recibió órdenes de hacer dos tablas de piedra semejantes a las que había destrozado y subir de nuevo al monte Sinaí a fin de que Jehová grabase en ellas las “Diez Palabras”. (Éx 34:1-3; Dt 10:1-4.) Moisés pasó otros cuarenta días en la montaña sin comer ni beber. Es indudable que tuvo que contar con el apoyo divino para que esto fuese posible. (Éx 34:28; al parecer se trata del mismo período de cuarenta días mencionado en Dt 9:18; compárese con Éx 34:4, 5, 8; Dt 10:10.)
Una vez que se erigió el tabernáculo, o tienda de reunión, y quedó cubierto por la nube, los mensajes divinos dejaron de venir directamente del monte Sinaí. A partir de ese momento procederían de la tienda de reunión, situada en sus inmediaciones. (Éx 40:34, 35; Le 1:1; 25:1; Nú 1:1; 9:1.)
Siglos más tarde, el profeta Elías viajó a Horeb, o Sinaí, “la montaña del Dios verdadero”. (1Re 19:8.)
2. “Desierto del Sinaí”, También designa el desierto adyacente a la montaña del mismo nombre. (Le 7:38.) No es posible determinar los límites geográficos exactos del desierto de Sinaí a partir del registro bíblico. Al parecer, estaba situado cerca de Refidim. (Éx 19:2; compárese con Éx 17:1-6.) Jetró, el suegro de Moisés, llevó al desierto de Sinaí a la esposa de Moisés, Ziporá, y sus dos hijos, Guersom y Eliezer, para que se reuniesen con Moisés. (Éx 18:1-7.) Algunos de los otros acontecimientos notables que ocurrieron en el desierto de Sinaí fueron: Israel sucumbió a la adoración del becerro durante la ausencia de Moisés (Éx 32:1-8); se ejecutó a 3.000 hombres que sin duda tuvieron un papel importante en la adoración del becerro (Éx 32:26-28); Israel expresó externamente su arrepentimiento despojándose de sus adornos (Éx 33:6); se construyó el tabernáculo y sus enseres, y se confeccionaron las vestiduras sacerdotales (Éx 36:8–39:43); se instaló el sacerdocio y comenzaron sus servicios en el tabernáculo (Le 8:4–9:24; Nú 28:6); Jehová ejecutó con fuego a Nadab y Abihú, hijos de Aarón, debido a haber ofrecido fuego ilegítimo (Le 10:1-3); se hizo la primera inscripción de varones israelitas para el ejército (Nú 1:1-3), y se celebró la primera Pascua fuera de Egipto (Nú 9:1-5).
Nombre original de la zona situada entre los ríos Tigris y Éufrates, y que más tarde se llamó Babilonia. En este lugar Nemrod se hizo rey de Babel, Erec, Akkad y Calné. Allí mismo se paralizó la construcción del templo-torre de Babel. (Gé 10:9, 10; 11:2-8.) Tiempo después, el rey de Sinar, Amrafel, fue uno de los confederados que se llevaron cautivo a Lot, el sobrino de Abrahán. (Gé 14:1, 9, 12.) En los días de Josué aún se llamaba a este territorio por su nombre original. (Jos 7:21.) Los profetas Isaías, Daniel y Zacarías también lo mencionan. (Isa 11:11; Da 1:2; Zac 5:11; véanse Babel; BABILONIA núm. 2.)
1. Sur, Nombre geográfico del que se ha dicho que es una ciudad.
1. Sur, Nombre geográfico del que se ha dicho que es una ciudad, un grupo de fortificaciones fronterizas, una región y una cadena montañosa. Se ha dicho que estaba “enfrente de Egipto”, es decir, en la frontera E. o al E. de Egipto. El contexto sitúa a Sur en la parte NO. de la península del Sinaí. (Gé 25:18.) Después de que Israel cruzó el mar Rojo, Moisés condujo al pueblo de las orillas de este mar “al desierto de Sur”. (Éx 15:22.)
Fue en la fuente que se halla “en el camino a Sur” donde tiempo antes el ángel de Jehová habló a Agar, la esclava egipcia de Abrahán, cuando esta probablemente huía a Egipto. (Gé 16:7.) Más tarde, Abrahán se trasladó de la región de Hebrón (Gé 13:18) y se puso a residir entre Qadés (Qadés-barnea, al S. de Beer-seba, en la región del Négueb) y Sur, aunque también residió por un tiempo en Guerar, ciudad filistea bastante al N. de Qadés. (Gé 20:1.) Los ismaelitas, que habitaban en el desierto, llegaron hasta “Havilá cerca de Sur”. (Gé 25:18.) Aunque el rey Saúl llegó hasta Sur en su victoriosa lucha contra los amalequitas, en el tiempo de David aún moraban en una zona similar junto con los guesuritas y los guirzitas. (1Sa 15:7; 27:8.)
Algunos de estos versículos parecen dar a entender un lugar específico más bien que solo una región en general. Si este fuera el caso, la expresión “desierto de Sur”, que se emplea en una sola ocasión, aludiría al desierto cercano a una ciudad o lugar llamado Sur. (Éx 15:22; compárese con la referencia al “desierto de Damasco” en 1Re 19:15, o con el de Zif en 1Sa 23:14.)
El significado de su nombre (muro) ha llevado a algunos a intentar identificar Sur con el antiguo muro defensivo que se hallaba a lo largo del istmo de Suez, y que según las inscripciones egipcias se construyó al principio de la historia de la nación. Otros opinan que el término aplica a una serie de fortalezas egipcias a lo largo de la frontera oriental de Egipto, frente a la península del Sinaí. No obstante, Éxodo 15:22 apunta a un lugar en la parte oriental del mar Rojo, por lo tanto, fuera de las fronteras de Egipto más bien que en su interior. Por esta razón, también se ha propuesto que el nombre Sur (muro) identifica la parte noroccidental de la cadena montañosa que cubre una gran extensión de la península del Sinaí. Vistos desde la parte egipcia del golfo de Suez, los blancos acantilados de esta larga cadena tienen la apariencia de un muro o barrera. Es posible que existiera un lugar o población llamada Sur en esta cordillera o a sus pies, que sería la última ciudad árabe antes de cruzar la frontera con Egipto. No obstante, se necesitan más pruebas para su definitiva identificación.
2. Sur - (Négueb) Véase NÉGUEB - (El sur o meridión, también llamado sud o austral.)
3. El Rey del Sur, Heb.: me·lekj-han·né·ghev. Puesto que las denominaciones “rey del norte” y “rey del sur” son títulos, pueden referirse a cualquier individuo o entidad gobernante, como un rey, una reina o un bloque de naciones que cambiaba de identidad a través del tiempo de las naciones.
La historia muestra que Gran Bretaña se convirtió en un imperio en el siglo XVII. En 1798, Napoleón I conquistó Egipto con el objetivo de entorpecer las rutas comerciales británicas. Declarada la guerra, la alianza entre británicos y otomanos obligó a los franceses a retirarse de Egipto, que en el inicio del conflicto había representado al rey del sur. En el siglo siguiente, Gran Bretaña incrementó su presencia en Egipto, y en 1882 el país se convirtió de hecho en una dependencia británica. En 1914, año en que estalló la I Guerra Mundial, Egipto pertenecía a Turquía y se hallaba bajo el mando de un jedive, o virrey. Sin embargo, cuando Turquía se alió con Alemania en la contienda, los británicos depusieron al jedive y declararon a Egipto protectorado británico. Los estrechos lazos que se fueron creando entre Gran Bretaña y Estados Unidos de América dieron lugar a la potencia mundial angloamericana. Juntas, estas dos naciones llegaron a ocupar la posición de rey del sur.
Ciudad de Manasés enclavada en el territorio de Isacar (Jos 17:11; 1Cr 7:29) que fue asignada a los levitas qohatitas. (Jos 21:20, 25.) Bajo el mandato de Josué, los israelitas derrotaron al rey de Taanac (Jos 12:7, 21), pero los manasitas no expulsaron a los cananeos de esta ciudad ni a los de algunas otras. Sin embargo, estos cananeos fueron sometidos finalmente a trabajos forzados. (Jue 1:27, 28.) En el tiempo del juez Barac, las fuerzas de Jabín, el rey de Hazor, conducidas por Sísara, el jefe de su ejército, fueron derrotadas en Taanac. (Jue 5:19.) Durante el reinado de Salomón, la ciudad estaba en el distrito asignado a Baaná, uno de los doce comisarios encargados de suministrar el alimento a la mesa real. (1Re 4:7, 12.) Los hallazgos arqueológicos de Taanac y el relieve de uno de los muros del templo de Karnak indican que el faraón Sisaq tomó la ciudad cuando invadió Palestina en el año quinto del reinado de Rehoboam, hijo y sucesor de Salomón. (2Cr 12:2-4.)
Taanac se identifica con Tell Ta`anakh, a unos 8 Km. al SSE. de Meguidó y en el límite meridional de la llanura de Jezreel (`Emeq Yizre’el). El lugar ocupaba una posición importante en por lo menos dos rutas comerciales, una que llevaba a la llanura de Akkó y la otra, a la llanura de Sarón.
Ciudad del territorio de Judá identificada normalmente con Khirbet ’et-Tuqu´, que se halla a unos 16 Km. al S. de Jerusalén y a una altitud de casi 820 m. Al E. se extiende el desierto de Judá, que, según parece, abarcaba el “desierto de Teqoa”, donde los ammonitas, moabitas y las fuerzas del monte Seír sufrieron una aplastante derrota durante el reinado de Jehosafat. (2Cr 20:20, 24.) El rey Rehoboam, nieto de David, reedificó y fortificó Teqoa, y desde entonces la ciudad fue durante siglos una avanzada del sistema de defensa de los judaítas. (2Cr 11:5, 6; compárese con Jer 6:1.) Iqués, el padre de Irá, uno de los hombres poderosos de David, era de Teqoa. (1Cr 11:26, 28.) También era de esta ciudad la mujer sabia que por orden de Joab hizo petición al rey David en favor de Absalón. (2Sa 14:1-21.) En el siglo IX a. E.C., el profeta Amós criaba ovejas en este mismo lugar. (Am 1:1.)
Algunas personas pueden concluir que cuando se menciona Teqoa en los registros genealógicos de Judá (1Cr 2:3, 24; 4:5), se hace referencia a un hijo de Asjur. Sin embargo, Teqoa no figura entre los siete hijos que le dieron a luz a Asjur sus dos esposas y que se mencionan en 1 Crónicas 4:5-7, lo que parece indicar que, en vez de ser el padre de un hijo llamado Teqoa, Asjur posiblemente fue el fundador de dicha ciudad o de su población.
★Teqoíta
(De [Perteneciente a] Teqoa).
Habitante de Teqoa. (2Cr 11:6; Jer 6:1.) Este sobrenombre se aplica a Iqués, el padre de cierto guerrero de David llamado Irá (2Sa 23:26; 1Cr 11:28; 27:9), y a una mujer sabia que por orden de Joab fingió ser viuda ante David, a fin de conseguir que Absalón retornara de su destierro. (2Sa 14:2, 4, 9.) A su regreso del exilio babilonio, los teqoítas participaron en la reconstrucción de los muros de Jerusalén, si bien sus “majestuosos” (“nobles”, NBE) no tomaron parte en la obra. (Ne 3:5, 27.)