En el primer año del rey Ciroa de Persia, Jehová movióc al rey Ciro de Persia a proclamard un decreto por todo su reino para que se cumplieran las palabras de Jehová pronunciadas por Jeremías.b El decreto —que también puso por escrito—e decía:
“Esto es lo que dice el rey Ciro de Persia:f ‘Jehová, el Dios de los cielos,h me ha dadog todos los reinos de la tierra y me ha encargado que le construya una casa en Jerusalén,i que está en Judá.
Aquellos de ustedes que formen parte de su pueblo, que su Dios esté con ellosj y que suban a Jerusalén —que está en Judá— y reconstruyan la casa de Jehová, el Dios de Israel. Él es el Dios verdadero,k cuya casa estaba en Jerusalén.l
A cualquiera que esté residiendo como extranjero,m sea donde sea, que sus vecinos lo ayuden. Que le den oro, plata, bienes y ganado, además de las ofrendas voluntariasn que quieran hacer para la casa del Dios verdadero, que estaba en Jerusalén’”.
Entonces, los jefes de las casas paternaso de Judá y de Benjamín, los sacerdotes y los levitas —todos aquellos a los que el Dios verdaderop había motivado— se prepararon para subir y reconstruir la casa de Jehová,q que estaba en Jerusalén.
Además, el rey Ciro mandó devolver los utensilios de la casa de Jehová que Nabucodonosor se había llevado de Jerusalén y había puesto en la casa de su dios.
El rey Ciro de Persia hizo que, bajo la supervisión del tesorero Mitrídates, se sacaran y se anotaran en una lista para Sesbazar, el jefe de la tribu de Judá.
Estos fueron los habitantes de la provincia que salieron del cautiverio, de entre los desterrados, a quienes el rey Nabucodonosor de Babilonia había desterrado a Babilonia. Ellos regresaron más tarde a Jerusalén y Judá, cada uno a su propia ciudad.
Fueron los que regresaron con Zorobabel, Jesúa, Nehemías, Seraya, Reelaya, Mardoqueo, Bilsán, Mispar, Bigvái, Rehúm y Baaná.
El número de hombres israelitas incluía a:
Estos fueron los hijos de los porteros: los hijos de Salum, los hijos de Ater, los hijos de Talmón, los hijos de Acub, los hijos de Hatitá y los hijos de Sobái: en total 139.
Y estos fueron los que subieron de Tel-Mélah, Tel-Harsá, Kerub, Adón e Imer pero que no pudieron demostrar que su casa paterna o su origen eran israelitas:
Y de los hijos de los sacerdotes: los hijos de Habaya, los hijos de Hacoz y los hijos de Barzilái, que se casó con una de las hijas de Barzilái el galaadita y adoptó el nombre de la familia de ella.
Cuando llegaron adonde estaba la casa de Jehová en Jerusalén, algunos de los jefes de las casas paternas hicieron ofrendas voluntarias para reconstruir la casa del Dios verdadero en el mismo lugar.
Los sacerdotes, los levitas, algunos del pueblo, los cantores, los porteros y los siervos del templo se establecieron en sus ciudades. Y todo el resto de Israel se estableció en sus ciudades.
Jesúa hijo de Jehozadac y sus compañeros sacerdotes, así como Zorobabel hijo de Sealtiel y sus hermanos, se pusieron a reconstruir el altar del Dios de Israel para presentar en él sacrificios quemados, tal como está escrito en la Ley de Moisés, el hombre del Dios verdadero.
De modo que, a pesar del miedo que les tenían a los pueblos vecinos, construyeron el altar en el mismo lugar donde estaba antes. Luego empezaron a presentar en él sacrificios quemados para Jehová: los sacrificios quemados de la mañana y los del atardecer.
Entonces celebraron la Fiesta de las Cabañas, como está escrito, y todos los días ofrecieron la cantidad de sacrificios quemados indicada para cada día.
Después presentaron las ofrendas quemadas regulares, las ofrendas de las lunas nuevas y las de todos los periodos de fiesta santificados de Jehová, así como las ofrendas voluntarias que cualquiera quisiera hacerle a Jehová.
A partir del primer día del séptimo mes comenzaron a presentarle sacrificios quemados a Jehová, aunque todavía no se habían colocado los cimientos del templo de Jehová.
Entonces les dieron dinero a los picapedreros y a los artesanos. Además, les dieron comida, bebida y aceite a los sidonios y a los tirios para que llevaran madera de cedro por mar desde el Líbano hasta Jope, como les había autorizado el rey Ciro de Persia.
En el segundo año de su llegada a la casa del Dios verdadero en Jerusalén, en el segundo mes, Zorobabel hijo de Sealtiel y Jesúa hijo de Jehozadac comenzaron la obra junto con el resto de sus hermanos, los sacerdotes y los levitas, y todos los que habían regresado a Jerusalén del cautiverio. Y les encargaron a los levitas mayores de 20 años que supervisaran las obras de la casa de Jehová.
Así que Jesúa, sus hijos y sus hermanos, y Cadmiel y sus hijos, los hijos de Judá, se unieron para supervisar a los que estaban trabajando en la casa del Dios verdadero. También se les unieron los hijos de Henadad, sus hijos y sus hermanos, que también eran levitas.
Cuando los trabajadores colocaron los cimientos del templo de Jehová, los sacerdotes iban vestidos con traje oficial y llevaban las trompetas, y los levitas, los hijos de Asaf, llevaban los címbalos. Ellos se pusieron de pie para alabar a Jehová siguiendo las instrucciones que había dado el rey David de Israel.
Y empezaron a alabar a Jehová y a darle las gracias. Cantaban por turnos: “Porque él es bueno; su amor leal por Israel dura para siempre”. Luego, todo el pueblo se puso a elevar la voz y a alabar a Jehová porque se habían colocado los cimientos de la casa de Jehová.
Muchos de los sacerdotes, los levitas y los jefes de las casas paternas —aquellos que ya eran ancianos y que habían visto la casa anterior— se pusieron a llorar a gritos cuando vieron que se colocaban los cimientos de esta casa. Pero muchos otros se pusieron a gritar de alegría con todas sus fuerzas.
Enseguida se acercaron a Zorobabel y a los jefes de las casas paternas y les dijeron: “Déjennos trabajar con ustedes. Nosotros también adoramos a su Dios y llevamos haciéndole sacrificios desde los días del rey Esar-Hadón de Asiria, quien nos trajo a este lugar”.
Pero Zorobabel, Jesúa y el resto de los jefes de las casas paternas de Israel les dijeron: “Ustedes no van a construir con nosotros una casa para nuestro Dios. Nosotros solos construiremos la casa de Jehová, el Dios de Israel, tal como nos ha mandado el rey Ciro, rey de Persia”.
Y, en los días del rey Artajerjes de Persia, tanto Bislam, Mitrídates y Tabeel como el resto de sus compañeros le escribieron una carta al rey Artajerjes. Ellos la tradujeron al arameo y la escribieron con letras arameas.
(La carta fue escrita por Rehúm —el principal funcionario del gobierno—, el escriba Simsái y el resto de sus compañeros, los jueces y los gobernadores de menor rango, los secretarios, el pueblo de Erec, los babilonios, los habitantes de Susa —es decir, los elamitas—
y las demás naciones que el grande y honorable Asnapar llevó al destierro y estableció en las ciudades de Samaria, y el resto de la gente de la región que está al oeste del río Éufrates.
Esta es una copia de la carta que le enviaron). “Al rey Artajerjes de parte de sus siervos, los hombres de la región que está al oeste del río Éufrates:
Le informamos al rey que los judíos que subieron de donde estás tú adonde estamos nosotros han llegado a Jerusalén. Ellos están reconstruyendo la ciudad rebelde y malvada, y están terminando las murallas y reparando los cimientos.
También le informamos al rey que, si reconstruyen la ciudad y terminan las murallas, no pagarán ningún impuesto ni tributo ni peaje. Y esto causará pérdidas a los tesoros de los reyes.
Nosotros comemos la sal del palacio y no está bien que dejemos que se perjudiquen los intereses del rey. Por eso enviamos esta carta para avisar al rey
y para que se haga una investigación en el libro de los registros de tus antecesores. Descubrirás en el libro que esta ciudad es una ciudad rebelde, que perjudica a reyes y provincias, y que en ella se han fomentado revueltas desde la antigüedad. Por esa razón fue destruida.
Le informamos al rey que, si se reconstruye la ciudad y se terminan las murallas, entonces no tendrás ningún dominio de la región que está al oeste del río Éufrates”.
El rey respondió a Rehúm —el principal funcionario del gobierno—, al escriba Simsái, al resto de sus compañeros que vivían en Samaria y al resto de la gente de la región que está al oeste del río Éufrates: “¡Saludos!
Por orden mía se ha hecho una investigación y se ha comprobado que, desde la antigüedad, esa ciudad se ha levantado contra los reyes y que en ella se han producido muchas rebeliones y revueltas.
Después de que se les leyó la copia del documento oficial del rey Artajerjes a Rehúm, al escriba Simsái y a sus compañeros, ellos fueron a toda prisa a Jerusalén y por la fuerza hicieron que los judíos se detuvieran.
En ese momento se detuvo la reconstrucción de la casa de Dios, que estaba en Jerusalén, y quedó interrumpida hasta el segundo año del reinado del rey Darío de Persia.
Luego, el profeta Ageo y el profeta Zacarías, nieto de Idó, se pusieron a hablarles a los judíos que estaban en Judá y en Jerusalén en el nombre del Dios de Israel, quien estaba con ellos.
Fue entonces cuando Zorobabel hijo de Sealtiel y Jesúa hijo de Jehozadac retomaron la reconstrucción de la casa de Dios, que estaba en Jerusalén. Y los profetas de Dios estaban con ellos apoyándolos.
En aquel tiempo, Tatenái —el gobernador de la región que está al oeste del río Éufrates— y Setar-Bozenái y sus compañeros fueron adonde estaban ellos y les preguntaron: “¿Quién les dio la orden de construir esta casa y terminar esta estructura?”.
Pero Dios estaba velando por los ancianos de los judíos, y no les impidieron continuar sin que primero se le enviara un informe a Darío y se recibiera un documento oficial sobre el asunto.
Esta es una copia de la carta que Tatenái —el gobernador de la región que está al oeste del río Éufrates— y Setar-Bozenái y sus compañeros —los gobernadores de menor rango de la región que está al oeste del río Éufrates— le enviaron al rey Darío.
Le informamos al rey que fuimos a la casa del gran Dios, en la provincia de Judá. Vimos que la están reconstruyendo con piedras enormes. Además, están colocando maderas en las paredes. Las obras están avanzando muy rápido gracias al gran interés y los esfuerzos del pueblo.
”Ellos nos respondieron: ‘Somos los siervos del Dios de los cielos y de la tierra. Estamos reconstruyendo la casa que un gran rey de Israel construyó y terminó hace muchos años.
Pero nuestros padres hicieron enojar al Dios de los cielos. Por eso él los hizo caer en manos del rey Nabucodonosor de Babilonia, el caldeo. Este rey fue el que destruyó esta casa y llevó a la gente al destierro en Babilonia.
Además, el rey Ciro mandó sacar del templo de Babilonia los recipientes de oro y de plata de la casa de Dios, los cuales Nabucodonosor había sacado del templo de Jerusalén y había llevado al templo de Babilonia. Y le dieron los recipientes a un hombre llamado Sesbazar, a quien Ciro nombró gobernador.
Cuando este Sesbazar llegó, colocó los cimientos de la casa de Dios, que está en Jerusalén. Y desde entonces se está reconstruyendo, pero todavía no se ha terminado’.
”Por lo tanto, si al rey le parece bien, solicitamos que se haga una investigación en el tesoro real que está en Babilonia y se compruebe si el rey Ciro dio la orden de reconstruir esa casa de Dios en Jerusalén. También solicitamos que se nos envíe la decisión del rey”.
“En el primer año del rey Ciro, el rey Ciro dio esta orden relacionada con la casa de Dios en Jerusalén: ‘Que los judíos reconstruyan la casa para que puedan ofrecer sacrificios allí, y que coloquen sus cimientos. La casa medirá 60 codos de alto y 60 codos de ancho,
Además, que se devuelvan los recipientes de oro y de plata de la casa de Dios, los cuales Nabucodonosor sacó del templo que estaba en Jerusalén y trajo a Babilonia. Deben colocarse en su lugar en el templo de Jerusalén y dejarse en la casa de Dios’”.
“Así que ustedes, Tatenái —el gobernador de la región que está al oeste del río Éufrates—, Setar-Bozenái y sus compañeros —los gobernadores de menor rango de la región que está al oeste del río Éufrates—, manténganse lejos de allí.
Además, para ayudar a estos ancianos de los judíos a reconstruir esa casa de Dios, les doy la siguiente orden: para que no se interrumpan las obras, deben pagarles de inmediato los gastos con los fondos del tesoro real procedentes de los impuestos de la región que está al oeste del río Éufrates.
Y todos los días, sin falta, deben darles a los sacerdotes que están en Jerusalén lo que pidan, cualquier cosa que necesiten: toros jóvenes, carneros y corderos para las ofrendas quemadas al Dios del cielo, así como trigo, sal, vino y aceite.
También he dado la orden de que, si alguien desobedece este decreto, deben arrancar un madero de su casa, levantar a la persona y fijarla en él. Deben convertir su casa en una letrina pública por su delito.
Y que el Dios que ha hecho que su nombre resida allí derribe a cualquier rey o pueblo que desobedezca esta orden y destruya esa casa de Dios, que está en Jerusalén. Yo, Darío, he dado la orden. Que se cumpla de inmediato”.
Así que Tatenái —el gobernador de la región que está al oeste del río Éufrates—, Setar-Bozenái y sus compañeros cumplieron de inmediato todo lo que ordenó el rey Darío.
Los ancianos de los judíos, animados por las profecías del profeta Ageo y de Zacarías —nieto de Idó—, siguieron trabajando y avanzando en la reconstrucción. Y finalizaron la reconstrucción como había mandado el Dios de Israel y como habían mandado Ciro, Darío y el rey Artajerjes de Persia.
Entonces los israelitas, los sacerdotes, los levitas y el resto de los que estuvieron desterrados celebraron con alegría la inauguración de esta casa de Dios.
Para la inauguración de esta casa de Dios, presentaron 100 toros, 200 carneros, 400 corderos y, como ofrenda por el pecado de todo Israel, 12 machos de las cabras, de acuerdo con el número de las tribus de Israel.
Y nombraron para el servicio de Dios en Jerusalén a los sacerdotes según sus grupos y a los levitas según sus divisiones, como estaba escrito en el libro de Moisés.
Todos los sacerdotes y los levitas estaban puros porque todos, sin excepción, se habían purificado. Así que mataron al animal del sacrificio de la Pascua en favor de todos los que estuvieron desterrados, de sus compañeros sacerdotes y de ellos mismos.
Luego los israelitas que habían regresado del destierro comieron del sacrificio. Lo comieron junto con todos los que se habían unido a ellos y se habían separado de la impureza de las naciones de aquella tierra para adorar a Jehová, el Dios de Israel.
Además, celebraron felices la Fiesta de los Panes Sin Levadura durante siete días, porque Jehová los había llenado de alegría y había hecho que el rey de Asiria se pusiera de parte de ellos y los apoyara en las obras de la casa del Dios verdadero, el Dios de Israel.
Este Esdras subió de Babilonia. Él era un copista experto en la Ley de Moisés, la cual había dado Jehová, el Dios de Israel. Como la mano de Jehová su Dios estaba con él, el rey le dio todo lo que pidió.
Esdras había preparadod su corazón para consultar la Ley de Jehová,e ponerla en prácticaf y enseñarg sus normash y sus decisiones judicialesi en Israel.
Esta es una copia de la carta que el rey Artajerjes le dio al sacerdote y copista Esdras, que era un experto en el estudio de los mandamientos de Jehová y de sus normas para Israel:
Además, llevarás toda la plata y el oro que te den en toda la provincia de Babilonia y la donación que el pueblo y los sacerdotes quieran darte para la casa de su Dios, que está en Jerusalén.
Con ese dinero debes comprar cuanto antes toros, carneros, corderos y sus correspondientes ofrendas de grano y ofrendas líquidas, y debes ofrecer esto en el altar de la casa de tu Dios en Jerusalén.
”Yo, el rey Artajerjes, les he dado la orden a todos los tesoreros de la región que está al oeste del río Éufrates de entregarle de inmediato al sacerdote Esdras —el copista de la Ley del Dios de los cielos— todo lo que les pida:
Que todo lo que el Dios de los cielos ordene para su casa se haga con empeño. Así el Dios de los cielos no se enojará con el reino ni con los hijos del rey.
Además, les informo que no está permitido cobrarles ni impuestos ni tributos ni peajes a los sacerdotes, a los levitas, a los músicos, a los porteros, a los siervos del templo o a los demás trabajadores de esta casa de Dios.
”Y tú, Esdras, usando la sabiduría que tu Dios te ha dado, nombra magistrados y jueces para juzgar a todos los habitantes de la región que está al oeste del río Éufrates, todos los que conocen las leyes de tu Dios. Además, ustedes deben enseñarle estas leyes a cualquiera que no las conozca.
Dios me ha demostrado amor leal y me ha concedido el favor del rey, de sus consejeros y de los poderosos príncipes del rey. Así que cobré valor porque la mano de Jehová mi Dios estaba conmigo y reuní a algunos jefes de Israel para que subieran conmigo.
Pues bien, estos fueron los jefes de las casas paternas y el registro genealógico de los que subieron conmigo de Babilonia durante el reinado del rey Artajerjes:
Los reuní a orillas del ríok que llega a Ahavá,l y acampamos allí durante tres días. Pero, cuando busqué entre la gente del pueblom y los sacerdotes,n no encontré ningún levita.o
Por lo tanto, mandé llamar a los jefes Eliezer, Ariel, Semaya, Elnatán, Jarib, Elnatán, Natán, Zacarías y Mesulam, y a los maestrosp Joiarib y Elnatán.
Y les mandé que fueran a hablar con Idó, el líder de un lugar llamado Casifía. Les dije que les pidieran a Idó y a sus hermanos —los siervos del templo que estaban en Casifía— que nos trajeran siervos para la casa de nuestro Dios.
Como la bondadosa mano de Dios estaba con nosotros, nos trajeron a Serebías —un hombre sensato de los hijos de Mahlí, nieto de Leví, hijo de Israel— junto con sus hijos y sus hermanos. En total 18 hombres.
Y había 220 siervos del templo, a los que David y los príncipes habían puesto al servicio de los levitas. Todos ellos habían sido registrados por nombre.
Entonces mandé que allí, junto al río Ahavá, se hiciera un ayuno a fin de humillarnos delante de nuestro Dios y pedirle su guía para el viaje que haríamos con nuestros hijos y todos nuestros bienes.
Me dio vergüenza pedirle al rey soldados y jinetes para que nos protegieran de los enemigos durante el camino, porque le habíamos dicho: “La bondadosa mano de nuestro Dios está con todos los que lo buscan, pero su fuerza y su furia están contra todos los que lo abandonan”.
Y les pesé la plata, el oro y los utensilios que el rey, sus consejeros, sus príncipes y todos los israelitas que estaban allí presentes habían donado para la casa de nuestro Dios.
Entonces les dije: “Ustedes son santos para Jehová, y los utensilios son santos, y la plata y el oro son una ofrenda voluntaria para Jehová, el Dios de sus antepasados.
Cuídenlos bien hasta que los pesen delante de los jefes de los sacerdotes y los levitas y de los príncipes de las casas paternas de Israel en Jerusalén, en los cuartos de la casa de Jehová”.
Y los sacerdotes y los levitas recibieron la plata, el oro y los utensilios que les habían pesado para llevarlos a Jerusalén, a la casa de nuestro Dios.
Por fin, el día 12 del primer mes nos marchamos del río Ahavá y viajamos hacia Jerusalén. La mano de nuestro Dios estuvo con nosotros, y en el camino él nos libró de los enemigos y de los asaltantes.
Y al cuarto día pesamos la plata, el oro y los utensilios en la casa de nuestro Dios y se los entregamos al sacerdote Meremot hijo de Uriya, que estaba con Eleazar hijo de Finehás y con los levitas Jozabad hijo de Jesúa y Noadías hijo de Binuí.
Y los que salieron del cautiverio, los que estuvieron desterrados, presentaron sacrificios quemados al Dios de Israel: 12 toros por todo Israel, 96 carneros, 77 corderos y, como ofrenda por el pecado, 12 machos de las cabras. Todo esto se presentó como ofrenda quemada para Jehová.
Después les entregamos las órdenes del rey a los sátrapas del rey y a los gobernadores de la región que está al oeste del río Éufrates, y ellos dieron su apoyo al pueblo y a la casa del Dios verdadero.
Y, en cuanto se hicieron todas estas cosas, los príncipes se acercaron y me dijeron: “El pueblo de Israel, los sacerdotes y los levitas no se han separado de los pueblos de las tierras vecinas ni de sus prácticas detestables. No se han separado de las prácticas de los cananeos, de los hititas, de los perizitas, de los jebuseos, de los ammonitas, de los moabitas, de los egipcios ni de los amorreos.
Porque ellos y sus hijos se han casado con mujeres de esos pueblos. Así que ellos, la descendencia santa, se han mezclado con los pueblos de esas tierras. Es más, los príncipes y los gobernantes subordinados han sido los primeros en cometer esta infidelidad”.
Y, debido a la infidelidad de los que habían regresado del destierro, todos los que respetaban profundamente las palabras del Dios de Israel se reunieron a mi alrededor. Yo me quedé sentado y desconcertado hasta la ofrenda de grano del atardecer.
Cuando llegó la hora de presentar la ofrenda de grano del atardecer, me levanté de mi humillación. Entonces, con mis ropas rasgadas, caí de rodillas y alcé las manos hacia Jehová mi Dios.
Y dije: “Dios mío, me siento tan avergonzado y abochornado que no me atrevo a levantar mi rostro hacia ti, Dios mío. Y es que nuestros errores se han multiplicado sobre nuestras cabezas, y nuestras culpas se han amontonado hasta llegar al cielo.
Desde los días de nuestros antepasados hasta ahora, nos hemos hecho muy culpables. Y, por nuestros errores, tanto nosotros como nuestros reyes y nuestros sacerdotes hemos sido entregados en manos de los reyes de otros países. Nos han matado a espada, nos han llevado al cautiverio, nos han saqueado y nos han humillado, y lo mismo pasa hoy.
Pero por un breve momento nos has mostrado favor, Jehová nuestro Dios. Has permitido que algunos escapemos y nos has dado una posición segura en tu lugar santo para que brillen nuestros ojos, oh, Dios nuestro, y para devolvernos un poco el ánimo durante nuestra esclavitud.
Porque, aunque somos esclavos, tú, nuestro Dios, no nos has abandonado durante nuestra esclavitud. Nos has mostrado amor leal y nos has concedido el favor de los reyes de Persia. Así nos devolviste el ánimo para levantar tu casa y reconstruir sus ruinas, y nos diste un muro de piedra en Judá y en Jerusalén.
los cuales nos diste por medio de tus siervos los profetas. Tú nos dijiste: ‘La tierra en la que van a entrar para conquistarla es impura porque la gente de esas tierras es impura. Ellos tienen prácticas detestables y han llenado la tierra de un extremo a otro con su impureza.
Por tanto, no casen a las hijas de ustedes con los hijos de ellos, ni acepten las hijas de ellos para los hijos de ustedes. Y nunca busquen la paz de ellos ni su prosperidad. Así ustedes se harán fuertes, comerán lo bueno de la tierra y se la dejarán en herencia a sus hijos para siempre’.
Y, después de todo lo que nos ha pasado por nuestras malas acciones y nuestra gran culpa —aunque tú, Dios nuestro, no nos has tratado como merecemos por nuestros errores, sino que nos has permitido escapar a los que estamos aquí—,
¿acaso volveremos a desobedecer tus mandamientos y formaremos alianzas matrimoniales con gente que tiene esas prácticas detestables? ¿No te enojarías tanto que nos destruirías por completo, sin que nadie escape ni sobreviva?
Oh, Jehová, Dios de Israel, tú eres justo, porque algunos hemos sobrevivido hasta este día. Estamos ante ti con nuestra culpa, porque no se puede estar de pie ante ti después de lo que hemos hecho”.
Esdras oraba y confesaba estos pecados llorando acostado bocabajo delante de la casa del Dios verdadero. Mientras tanto, se reunió a su alrededor una gran multitud de hombres, mujeres y niños de Israel. La gente estaba llorando muchísimo.
Y Secanías hijo de Jehiel, de los hijos de Elam, le dijo a Esdras: “Nosotros le hemos sido infieles a nuestro Dios al casarnos con mujeres extranjeras de los pueblos de esta tierra. Pero todavía hay esperanza para Israel.
Hagamos un pacto con nuestro Dios y despidamos a todas esas esposas y a sus hijos. Así seguiremos la guía de Jehová y de los que respetan profundamente el mandamiento de nuestro Dios. Hagamos lo que dice la Ley.
Esdras estaba delante de la casa del Dios verdadero, y de ahí se fue al cuarto que Jehohanán hijo de Eliasib tenía en el templo. Fue allí, pero no comió nada ni bebió agua porque estaba de duelo por la infidelidad de los que habían regresado del destierro.
Y, de acuerdo con la decisión de los príncipes y los ancianos, si alguien no aparecía en el plazo de tres días, esa persona sería expulsada del grupo de los desterrados y todos sus bienes serían confiscados.
Así que todos los hombres de Judá y Benjamín se reunieron en Jerusalén a los tres días: el día 20 del noveno mes. Y todo el pueblo se quedó sentado en un patio de la casa del Dios verdadero, temblando por la gravedad del asunto y por las fuertes lluvias.
Entonces, el sacerdote Esdras se levantó y les dijo: “Ustedes han sido infieles al casarse con mujeres extranjeras, y así han aumentado la culpa de Israel.
Ahora confiésenle su pecado a Jehová, el Dios de sus antepasados, y obedézcanlo. Sepárense de los pueblos de esta tierra y también de esas esposas extranjeras”.
Sin embargo, hay mucha gente y estamos en la estación lluviosa. No es posible quedarse afuera. Además, este asunto no va a tomar ni un día ni dos, porque hemos sido muy rebeldes.
Así que permite, por favor, que nuestros príncipes representen a toda la congregación y que todos los que están en nuestras ciudades que se hayan casado con mujeres extranjeras vengan en una fecha determinada, acompañados de los ancianos y los jueces de cada ciudad, hasta que calmemos la ardiente furia de nuestro Dios causada por esto”.
Sin embargo, los que habían regresado del destierro hicieron lo que se había acordado. Y el sacerdote Esdras y los jefes de las casas paternas —todos registrados por nombre— se reunieron aparte el primer día del décimo mes para investigar el asunto.
Se descubrió que algunos de los hijos de los sacerdotes se habían casado con mujeres extranjeras. De los hijos de Jesúa hijo de Jehozadac y de sus hermanos, fueron Maaseya, Eliezer, Jarib y Guedalías.