La principal palabra hebrea para “año”, scha·náh, proviene de una raíz que significa “repetir; hacer de nuevo”, y, al igual que su equivalente griega e·ni·au·tós, conlleva la idea de un ciclo de tiempo. El paso de las cuatro estaciones marca visiblemente un período anual; las estaciones se deben a la inclinación del eje de la Tierra con relación a su plano de traslación, y se suceden en el tiempo en que la Tierra completa su órbita alrededor del Sol. De este modo el Creador proporcionó un medio para medir el tiempo en términos de años. Además, con las fases regulares de la Luna se puede subdividir el año en períodos más cortos. Este modo de medir el tiempo está indicado en el mismo comienzo del registro bíblico. (Gé 1:14-16; 8:22.)
Desde el principio, el hombre hizo uso de estos indicadores de tiempo provistos por Dios, y midió el tiempo en términos de años, que a su vez subdividió en meses. (Gé 5:1-32.) La mayor parte de los pueblos antiguos usaron un año de 12 meses lunares. El año lunar común tiene 354 días y consta de meses de 29 ó 30 días, dependiendo de la aparición de cada luna nueva, por lo que es aproximadamente 11 1/4 días más corto que el verdadero año solar de 365 1/4 días (365 días 5 horas 48 minutos y 46 segundos).
En el tiempo de Noé. El primer registro de cómo se dividía el año en tiempos antiguos data de los días de Noé. Es evidente que él dividió el año en 12 meses de 30 días cada uno, pues en Génesis 7:11, 24 y Gé 8:3-5, el “diario” que mantuvo muestra que 150 días eran equivalentes a 5 meses. En este relato se mencionan directamente los meses segundo, séptimo y décimo del año del Diluvio. Entonces, después del primer día del décimo mes transcurre un período de 40 días y dos períodos de 7 días cada uno, lo que hace un total de 54 días. (Gé 8:5-12.) Luego transcurre un período de tiempo indeterminado desde que Noé envía el cuervo hasta la primera vez que envía la paloma (Gé 8:6-8), y en Génesis 8:12 también se habla de otro período indeterminado después de la tercera y última vez que envía la paloma. En el siguiente versículo hallamos que se menciona el primer día del primer mes del año siguiente. (Gé 8:13.) Sin embargo, no se revela qué método usaron Noé o sus antecesores para adecuar el año de meses de 30 días al año solar.
Egipto y Babilonia. En el antiguo Egipto el año era de 12 meses de 30 días, y anualmente se añadían 5 días más para adecuarlo al año solar. Por otra parte, los babilonios usaban el año lunar, pero ciertos años le añadían un mes decimotercero, llamado Veadar, para que las estaciones concordasen con los meses a los que solían corresponder. Ese tipo de año se llamaba lunisolar, y, obviamente, unas veces era más corto y otras más largo que el verdadero año solar, dependiendo de si el año lunar tenía 12 ó 13 meses.
El ciclo metónico. Con el tiempo se ideó el sistema de añadir 7 veces cada período de 19 años un mes intercalar o decimotercero, con lo que el resultado correspondía casi exactamente a 19 años solares reales. A este ciclo se le llamó el ciclo metónico en honor de Metón, matemático griego del siglo V a. E.C.
Los hebreos. La Biblia no dice si este era el sistema que utilizaban los hebreos originalmente para adecuar su año lunar al año solar, pero el hecho de que los nombres de sus meses lunares reflejaran una determinada temporada del año muestra que seguían algún sistema. El centro del Sol cruza el ecuador celeste dos veces al año, y es entonces cuando el día y la noche duran lo mismo en todas partes de la Tierra (unas doce horas de luz diurna y doce de oscuridad). Estas dos ocasiones se llaman equinoccio vernal (o de primavera) y equinoccio otoñal, y se producen alrededor del 21 de marzo y del 23 de septiembre según el calendario actual. Los equinoccios, por lo tanto, podían servir de punto de referencia para saber cuándo se adelantaban demasiado los meses lunares con respecto a las estaciones y compensar la diferencia añadiendo un mes intercalar.
En la antigüedad los años se computaban de otoño a otoño, y el primer mes empezaba a mediados de lo que hoy es el mes de septiembre, lo que coincide con la tradición judía de que la creación del hombre tuvo lugar en otoño. Puesto que la Biblia indica la edad de Adán en años (Gé 5:3-5), es razonable que la cuenta empezase al tiempo de su creación, y si verdaderamente ocurrió en otoño, explicaría hasta cierto grado la práctica antigua de comenzar el nuevo año en ese tiempo. Además, esta manera de contar los años encajaba con la vida agrícola de la gente, en especial en aquella parte de la Tierra, donde se concentraron tanto los pueblos antediluvianos como los que vivieron durante los primeros años posteriores al Diluvio. El año terminaba con el último período de cosecha y empezaba con los trabajos de arar y sembrar a comienzos del actual mes de octubre.
Año sagrado y año seglar. Al tiempo del éxodo de Egipto, Dios cambió el comienzo del año para la nación de Israel y decretó que empezara en el mes primaveral de Abib o Nisán. (Éx 12:1-14; 23:15.) Sin embargo, el año seglar o agrícola seguía comenzando en otoño, por lo que cuando en Éxodo 23:16 se habla de la fiesta de la recolección —que se celebraba en el séptimo mes otoñal del calendario sagrado, Etanim—, se dice que era “a la salida del año”, mientras que Éxodo 34:22 dice “al término del año”. De igual modo, las estipulaciones concernientes a los años de Jubileo muestran que estos empezaban en el mes otoñal de Etanim. (Le 25:8-18.)
El historiador judío Josefo (del siglo I E.C.) dice que el año sagrado, que empezaba en la primavera, se empleaba para las observancias religiosas, mientras que el año seglar original, que empezaba en el otoño, se usaba con relación a las actividades de vender y comprar, y otros asuntos cotidianos. (Antigüedades Judías, libro I, cap. III, sec. 3.) El regirse por un año sagrado y un año seglar fue especialmente notable en el período postexílico, es decir, después de la liberación de los judíos de Babilonia. El primer día de Nisán o Abib marcó el comienzo del año sagrado, y el primer día de Tisri o Etanim marcó el comienzo del año seglar. De manera que el primer mes de un calendario llegó a ser el séptimo del otro y viceversa. (Véase CALENDARIO.)
Las fiestas estaban en correlación con el año agrícola. Las ocasiones más importantes de cada año eran las tres grandes temporadas festivas decretadas por Jehová Dios: la celebración de la Pascua, el 14 de Nisán (seguida de la fiesta de las tortas no fermentadas); la fiesta de las semanas o Pentecostés, el 6 de Siván, y la fiesta de la recolección (precedida por el Día de Expiación), que se celebraba del 15 al 21 de Etanim. La fiesta de las tortas no fermentadas coincidía con la cosecha de la cebada; el Pentecostés, con la cosecha del trigo, y la fiesta de la recolección, con la cosecha general al término del año agrícola.
Los años sabáticos y jubilares. Bajo el pacto de la Ley, cada séptimo año era un año de descanso completo para la tierra, un año sabático. Al período o semana de siete años se le llamaba un ‘sábado de años’. (Le 25:2-8.) Cada año quincuagésimo era un año jubilar de descanso en el que se ponía en libertad a todos los esclavos hebreos y toda posesión hereditaria de tierra se devolvía a sus dueños originales. (Le 25:10-41; véase AÑO SABÁTICO.)
Método de contar la gobernación de los reyes. En los registros históricos de Babilonia se contaban los años de reinado o reinantes de un rey como años completos, comenzando a partir del 1 de Nisán. Los meses anteriores al 1 de Nisán durante los que el rey hubiera empezado a gobernar, se consideraban parte de su año de ascenso, pero históricamente se le atribuían al rey precedente como parte de su último año reinante. Si en Judá se siguió este sistema, como indica la tradición judía, entonces, cuando la Biblia habla de que los reyes David y Salomón reinaron respectivamente “cuarenta años”, hay que contar cuarenta años completos. (1Re 1:39; 2:1, 10, 11; 11:42.)
En la profecía. A menudo se usa proféticamente la palabra “año” como equivalente de 360 días (12 meses de 30 días cada uno) (Apo 11:2, 3), y a veces se emplean los términos “tiempo” y “día” para referirse a un “año”. (Apo 12:6, 14; Eze 4:5, 6.)
¿Que es “el año de la buena voluntad” que a Jesús y sus discípulos proclamaron? La predicación de las buenas nuevas está sujeta a un horario. A Jesús y sus discípulos se les comisionó “para proclamar el año de la buena voluntad de parte de Jehová, y el día de la venganza de parte de nuestro Dios; para consolar a todos los que están de duelo” (Isaías 61:2). Aunque un año es mucho tiempo, tiene un principio y un final. “El año de la buena voluntad” de Jehová es el período en que concede a los mansos la oportunidad de responder a su proclamación de libertad.
En el siglo primero, el año de la buena voluntad para la nación judía comenzó en 29 E.C., con el inicio del ministerio terrestre de Jesús, quien formuló esta exhortación: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17). Aquel año de buena voluntad se prolongó hasta “el día de la venganza” de Jehová que culminó en 70 E.C., cuando Dios dejó que los ejércitos romanos destruyeran Jerusalén y su templo (Mateo 24:3-22). Hoy vivimos otro año de buena voluntad, un año que empezó con la instauración del Reino de Dios en el cielo en 1914 y que concluirá con un nuevo día de venganza divina, esta vez más abarcador, en el que Jehová destruirá el actual sistema mundial en la “gran tribulación” (Mateo 24:21).
El séptimo año de cada septenio. En el antiguo Israel, durante ese año se dejaba la tierra en barbecho para que descansara, y a los coterráneos no se les exigía el pago de sus deudas.
Contando a partir de 1473 a. E.C., el año de la entrada de Israel en la Tierra Prometida, tenía que celebrarse un año sabático “al cabo de cada siete años”, es decir, cada séptimo año. (Dt 15:1, 2, 12; compárese con Dt 14:28.) Parece ser que el año sabático empezaba el 10 de Etanim (Tisri), el Día de Expiación, con un toque de trompeta. Sin embargo, hay quien afirma que aunque el año de Jubileo empezaba con el Día de Expiación, el año sabático empezaba el 1 de Tisri.
No se tenía que cultivar la tierra, ni sembrar ni podar, tampoco se debían recolectar las cosechas; lo que creciese en el campo se dejaba sin recoger, y podían comer de ello tanto el propietario del campo como sus esclavos, los trabajadores asalariados y los residentes forasteros. Esta era una provisión misericordiosa para los pobres y, además, para los animales domésticos y las bestias salvajes, pues así también tenían acceso al producto de la tierra durante el año sabático. (Le 25:1-7.)
Al año sabático se le llamó “el año de la liberación [hasch·schemit·táh]”. (Dt 15:9; 31:10.) Durante ese año la tierra se dejaba sin cultivar y así disfrutaba de un descanso completo o liberación. (Éx 23:11.) También tenía que haber un descanso o liberación de las deudas en las que se hubiese incurrido. Era una “liberación a Jehová”, en su honor. Aunque otros lo ven de manera diferente, algunos comentaristas opinan que las deudas no se cancelaban en realidad, sino que, más bien, el acreedor no debía apremiar a un compañero hebreo para que pagase su deuda, puesto que ese año el agricultor no tendría ingresos; sin embargo, el prestamista podía apremiar a un extranjero para que pagase. (Dt 15:1-3.) Algunos rabinos sostienen el punto de vista de que quedaban canceladas las deudas relacionadas con préstamos caritativos para ayudar a un hermano pobre, mientras que las deudas en las que se incurría debido a tratos comerciales pertenecían a otra categoría. Dicen que Hillel instituyó en el siglo I E.C. un procedimiento por medio del cual el prestamista podía ir a los tribunales y, mediante cierta declaración, asegurar que la deuda no se cancelase. (The Pentateuch and Haftorahs, edición de J. Hertz, Londres, 1972, págs. 811, 812.)
Dicho sea de paso, este año de liberación o descanso de ser apremiado a pagar las deudas no aplicaba a la liberación de esclavos, muchos de los cuales estaban en esclavitud debido a haber incurrido en deudas. Se liberaba al esclavo hebreo en el séptimo año de su servidumbre o en el Jubileo, dependiendo de cuál llegase primero. (Dt 15:12; Le 25:10, 54.)
Requería fe guardar los años sabáticos como parte del pacto de Jehová con Israel, pero el observar estrictamente el pacto resultaría en grandes bendiciones para el pueblo. (Le 26:3-13.) Dios prometió proveer lo suficiente durante la cosecha del sexto año para que hubiese alimento durante parte de tres años, desde la cosecha del sexto hasta la cosecha del octavo, puesto que en el séptimo año no debía sembrarse nada y, por lo tanto, no podía recogerse ninguna cosecha hasta el octavo año. (Compárese con Le 25:20-22.) Cuando Israel entró en la Tierra Prometida bajo la dirección de Josué, necesitaron seis años para subyugar a las naciones de Canaán y para asignar herencias de tierra. Por supuesto, durante ese tiempo los israelitas pudieron sembrar poco, si acaso algo, pero pudieron recoger algún alimento de las cosechas de los cananeos. (Dt 6:10, 11.) El año séptimo era un sábado, así que tenían que demostrar fe y obediencia esperando hasta la cosecha del año octavo, y gracias a la bendición de Dios, sobrevivieron.
Cada año de liberación, todos —hombres y mujeres, pequeñuelos y residentes forasteros—, tenían que reunirse durante la fiesta de las cabañas para oír la lectura de la Ley. (Dt 31:10-13.)
Antes del cautiverio de Israel, la tierra habría disfrutado de 121 años sabáticos, además de 17 años de Jubileo, si la nación hubiese guardado apropiadamente la Ley. Pero no se guardaron todos los años sabáticos. Cuando el pueblo fue al exilio babilonio, la tierra permaneció desolada durante setenta años “hasta que la tierra hubo pagado sus sábados”. (2Cr 36:20, 21; Le 26:34, 35, 43.) No se indica en ninguna parte de las Escrituras que los israelitas dejaran de observar precisamente setenta años sabáticos, pero Jehová les impuso setenta años de abandono forzoso de la tierra a fin de que pagaran por todos los años sabáticos que habían dejado de guardar.
El oficial de rango más alto después del sumo sacerdote. (Hch 4:1.) Tenía a su cargo a los sacerdotes que oficiaban y a los levitas, quienes a su vez estaban organizados bajo capitanes de menor rango para custodiar el templo de Jerusalén y mantener el orden. (Lu 22:4, 52.) Los sacerdotes y levitas que trabajaban en el templo estaban organizados en veinticuatro divisiones, las cuales se turnaban para servir una semana completa, dos veces al año. Es probable que cada una tuviera su propio capitán y que hubiera otros capitanes para grupos más pequeños. (1 Crónicas 24:1-18).
Aunque la Biblia no entra en detalles sobre las tareas que desempeñaba, algunas obras de consulta aportan más información al respecto. Parece que, en los tiempos de Jesús, el sacerdote que servía como capitán del templo ocupaba el segundo puesto en importancia después del sumo sacerdote. Una de sus funciones era la de supervisar la adoración en el templo de Jerusalén. También era responsabilidad suya mantener el orden dentro y fuera de aquel recinto, para lo cual coordinaba lo que algunos llaman la policía del templo. Con la ayuda de otros capitanes de menor rango, él se encargaba de que los vigilantes abrieran las puertas del templo por las mañanas y las cerraran por las noches, de que nadie entrara a las zonas de acceso restringido y de que se custodiara la tesorería del templo.
Los capitanes eran hombres de influencia. Se confabularon con los principales sacerdotes para comprar a Judas con el fin de traicionar a Jesús. Además, se valieron de los hombres a su cargo para arrestarlo. (Lu 22:3, 4, 52.) Fue el capitán del templo el que dio oficialidad al arresto de Pedro y Juan en el templo. (Hch 4:1, 3.) En una ocasión posterior, después que un ángel liberó de la prisión a Pedro y a algunos de los apóstoles, el capitán del templo fue con sus oficiales para conducirlos ante el Sanedrín, sin violencia, a fin de dar la impresión de legalidad. (Hch 5:24-26.)
Secretario o copista de las Escrituras; posteriormente, persona educada en la Ley. La palabra hebrea so·fér, que procede de una raíz que significa “contar”, se traduce “secretario”, “escribano”, “copista”; y la palabra griega gram·ma·téus se traduce “escriba”, “instructor público”. El término alude a una persona entendida. En la tribu de Zabulón estaban los que poseían el “equipo de escribano” para numerar y registrar las tropas. (Jue 5:14; compárese con 2Re 25:19; 2Cr 26:11.) Había escribas o secretarios relacionados con el trabajo en el templo. (2Re 22:3.) El secretario del rey Jehoás trabajaba con el sumo sacerdote en contar el dinero que se había contribuido, y luego se lo daba a los que pagaban el salario a los trabajadores que reparaban el templo. (2Re 12:10-12.) Baruc escribía lo que el profeta Jeremías le dictaba. (Jer 36:32.) Los secretarios del rey Asuero de Persia escribieron bajo la dirección de Hamán el decreto que promulgaba la destrucción de los judíos, y más tarde redactaron el contradecreto bajo la supervisión de Mardoqueo. (Est 3:12; 8:9.) Cuando Jesús estuvo en la tierra, eran un grupo de expertos en la Ley. Se opusieron a Jesús (Esd 7:6, nota; Mr 12:38, 39; 14:1).
El escriba egipcio solía proceder de la clase baja, pero era inteligente y educado. Sus útiles eran una paleta con huecos para tintas de diferentes colores, una jarra de agua y un pincel de caña con su estuche. Conocía bien los documentos legales y comerciales de la época, y los preparaba al dictado o de otras maneras, un trabajo por el que recibía una remuneración.
En Babilonia el escriba era profesional. Sus servicios eran casi indispensables, pues la ley requería que las transacciones comerciales se pusieran por escrito y las partes contratantes las firmaran ante testigos. El secretario solía sentarse cerca de la puerta de la ciudad, donde se efectuaba gran parte del comercio, con su estilo y pella de arcilla, listo para vender sus servicios a quien los requiriese. Los escribas registraban transacciones comerciales, escribían cartas, preparaban documentos, se encargaban de los registros del templo y realizaban otras tareas administrativas.
Los escribanos hebreos actuaban como notarios públicos, preparando certificados de divorcio y registrando otras transacciones. Al menos en tiempos posteriores, no tenían ninguna tarifa fija, de manera que se podía negociar con ellos el precio de antemano. Por lo general solo uno de los interesados pagaba el coste de la transacción, pero a veces ambas partes compartían los gastos. Ezequiel vio en una visión a un hombre con un tintero de secretario marcando sobre la frente a sus contemporáneos. (Eze 9:3, 4.)
Copistas de las Escrituras. En los días del sacerdote Esdras se empezó a reconocer a los escribas (soh·ferím, “soferim”) como grupo diferenciado. Estos eran copistas de las Escrituras Hebreas, muy cuidadosos en su trabajo, y les aterraban los errores. Con el transcurso del tiempo se hicieron extremadamente meticulosos, hasta el grado de que no solo contaban las palabras copiadas, sino incluso las letras. El hebreo se escribió solo con consonantes, hasta varios siglos después de Cristo, y omitir o añadir una sola letra hubiera cambiado con facilidad una palabra en otra. Si se detectaba el más mínimo error, por ejemplo, que una sola letra estuviera mal escrita, toda aquella sección del rollo se rechazaba como no apta para la sinagoga. Dicha sección se eliminaba y reemplazaba por otra nueva en la que no hubiese errores. Antes de escribir una palabra, la leían en voz alta. El simple hecho de escribir una sola palabra de memoria se consideraba un pecado grave. Se llegaron a introducir prácticas absurdas. Se dice, por ejemplo, que los escribas religiosos limpiaban con gran meticulosidad su pluma antes de escribir la palabra `Elo·hím (Dios) o `Adho·nái (Señor Soberano).
Sin embargo, a pesar de este cuidado extremo por evitar errores involuntarios, con el transcurso del tiempo los soferim empezaron a tomarse libertades introduciendo cambios en el texto. Cambiaron el texto hebreo primitivo en 134 pasajes a fin de que leyese `Adho·nái en lugar de YHWH. En otros pasajes se utilizó como sustituto la palabra `Elo·hím. Muchos de los cambios que hicieron los soferim se debieron a un espíritu supersticioso con relación al nombre divino, y también para evitar antropomorfismos, es decir, atribuir a Dios atributos humanos. (Véase JEHOVÁ - [La superstición oculta el nombre].) Los masoretas, nombre por el que se llegó a conocer a los copistas siglos después de Cristo, se dieron cuenta de las alteraciones que habían hecho los soferim y las registraron en el margen o al final del texto hebreo. Estas notas marginales llegaron a conocerse como la masora. En quince pasajes del texto hebreo los soferim marcaron ciertas letras o palabras con puntos extraordinarios. No hay consenso sobre el significado de estos puntos extraordinarios.
La masora de los textos hebreos, es decir, la escritura en letra pequeña al margen de la página y al final del texto, contiene una nota al lado de varios pasajes hebreos que lee: “Esta es una de las dieciocho enmiendas de los soferim”, u otra frase similar. Estas enmiendas se hicieron porque se pensaba que los pasajes originales del texto hebreo eran irreverentes para con Dios o irrespetuosos para con sus representantes terrestres. Aunque bien intencionada, fue una alteración injustificada de la Palabra de Dios. En el apéndice de la Traducción del Nuevo Mundo, página 1568, se encuentra una lista de todas la enmiendas de los soferim.
Los escribas, maestros de la Ley En un principio, los sacerdotes eran a su vez escribas. (Esd 7:1-6.) Sin embargo, se dio mucha importancia a que todos los judíos tuvieran conocimiento de la Ley. Los que estudiaron y obtuvieron una buena formación consiguieron el respeto del pueblo, y con el tiempo estos eruditos, muchos de los cuales no eran sacerdotes, formaron un grupo independiente. Por ello, en el tiempo de Jesús la palabra “escribas” designaba a una clase de hombres a quienes se había instruido en la Ley. Estos hicieron del estudio sistemático y de la explicación de la Ley su ocupación. Se les contaba entre los maestros de la Ley o los versados en ella. (Lu 5:17; 11:45.) Por lo general pertenecían a la secta religiosa de los fariseos, pues este grupo reconocía las interpretaciones o “tradiciones” de los escribas, que con el transcurso del tiempo habían llegado a ser un laberinto desconcertante de reglas minuciosas y técnicas. La expresión “escribas de los fariseos” aparece varias veces en las Escrituras. (Mr 2:16; Lu 5:30; Hch 23:9.) Este hecho puede indicar que algunos escribas eran saduceos, que creían solo en la Ley escrita, mientras que los escribas de los fariseos defendían con celo tanto la Ley como las tradiciones orales que se habían ido acumulando, ejerciendo una influencia aún mayor que los sacerdotes en la conciencia popular. Los escribas se encontraban sobre todo en Jerusalén, aunque también se les podía hallar por toda Palestina y en otras tierras entre los judíos de la Diáspora. (Mt 15:1; Mr 3:22; compárese con Lu 5:17.)
La gente respetaba a los escribas y los llamaba “Rabí” (gr. rhab·béi, “Mi Grande; Mi Excelso”; del heb. rav, que significa “muchos”, “grande”; era un título de respeto que se usaba para dirigirse a los maestros). Este término se aplica en varios lugares de las Escrituras a Cristo. En Juan 1:38 se dice que significa “Maestro”. Jesús era, de hecho, el maestro de sus discípulos, pero les prohibió que codiciaran esa designación o que se la aplicaran como título (Mt 23:8), como hacían los escribas. (Mt 23:2, 6, 7.) Condenó a los escribas de los judíos y a los fariseos porque habían hecho añadiduras a la Ley y habían ideado subterfugios para burlarla, de modo que les dijo: “Han invalidado la palabra de Dios a causa de su tradición”. Mostró un ejemplo de ello: permitían que alguien que tenía que ayudar a su padre o a su madre no lo hiciera so pretexto de que lo que poseía para ayudar a sus padres era un don dedicado a Dios. (Mt 15:1-9; Mr 7:10-13; véase CORBÁN.)
Jesús declaró que los escribas, al igual que los fariseos, habían convertido la Ley en una carga para la gente al saturarla de sus añadiduras. Además, como clase, no le tenían ningún amor a la gente ni deseo de ayudarla, no estaban dispuestos ni siquiera a mover un dedo para aliviar sus cargas. Amaban los aplausos de los hombres y los títulos altisonantes. Su religión era solo una fachada, un ritual, que encubría su hipocresía. Jesús mostró lo difícil que sería para ellos obtener el favor de Dios debido a su actitud y sus prácticas, diciéndoles: “Serpientes, prole de víboras, ¿cómo habrán de huir del juicio del Gehena?”. (Mt 23:1-33.) Los escribas tenían una gran responsabilidad, puesto que conocían la Ley. Sin embargo, habían quitado la llave del conocimiento. No se contentaban con rechazar a Jesús, de quien testificaban sus Escrituras, sino que se hicieron más reprensibles al intentar impedir por todos los medios que nadie lo reconociera o siquiera lo escuchara. (Lu 11:52; Mt 23:13; Jn 5:39; 1Te 2:14-16.)
Los escribas no solo eran responsables como “rabíes” de las aplicaciones teóricas de la Ley y de la enseñanza de esta, sino que también poseían autoridad judicial para dictar sentencias en tribunales de justicia. Había escribas en el tribunal supremo judío, el Sanedrín. (Mt 26:57; Mr 15:1.) No recibían ningún pago por juzgar, y la Ley prohibía los regalos y los sobornos. Puede ser que algunos rabíes poseyeran riquezas heredadas, pero casi todos tenían un oficio, del que se enorgullecían, puesto que les permitía mantenerse al margen de su servicio religioso. Aunque no estaba permitido remunerarles por su labor judicial, es posible que esperaran y recibieran pago por enseñar la Ley. Esto se puede inferir de lo que dijo Jesús cuando advirtió a las muchedumbres de la avaricia de los escribas y también cuando habló del asalariado a quien no le importan las ovejas. (Mr 12:37-40; Jn 10:12, 13.) Pedro escribió que los pastores cristianos no deberían obtener ganancia de sus puestos de responsabilidad. (1Pe 5:2, 3.)
En la ciudad de Jerusalén, los escribas estaban muy relacionados con el gobierno judío (Mateo 16:21). Según la obra The Anchor Bible Dictionary, “todo parece indicar que trabajaban en estrecha colaboración con los sacerdotes, tanto al juzgar y hacer cumplir las leyes y tradiciones judías, como al tratar otros asuntos del Sanedrín”. Así pues, algunos de estos prominentes maestros de la Ley formaban parte del Sanedrín (el tribunal supremo judío), junto con los sacerdotes principales y los fariseos.
Aunque la mayoría de los escribas mencionados en la Biblia eran acérrimos opositores de Jesús, algunos estuvieron de su parte. Por ejemplo, uno de ellos le aseguró: “Te seguiré adondequiera que estés para ir”. Y en otra ocasión, Jesús le dijo a cierto escriba: “No estás lejos del reino de Dios” (Mateo 8:19; Marcos 12:28-34).
Copistas de las Escrituras Griegas Cristianas. En su carta a los Colosenses, el apóstol Pablo mandó que esa carta se leyera en la congregación de los laodicenses y que se intercambiara con la de Laodicea. (Col 4:16.) Sin duda las congregaciones deseaban leer todas las cartas que los apóstoles y los otros miembros del cuerpo gobernante cristiano les dirigían, y por lo tanto se hicieron copias a fin de seguir teniéndolas a mano y para darles una circulación más amplia. Las colecciones antiguas de las cartas de Pablo (copias de los originales) son prueba de que se copiaban y distribuían a un grado considerable.
Tanto Orígenes, del siglo III, como Jerónimo, el traductor de la Biblia del siglo IV E.C., dicen que Mateo escribió su evangelio en hebreo, dirigido en especial a los judíos. Sin embargo, como había muchos judíos helenizados en la Diáspora, es posible que Mateo mismo lo tradujera más tarde al griego. Marcos escribió su evangelio sobre todo para los gentiles, como lo indican sus explicaciones de las costumbres y enseñanzas judías, la traducción de ciertas expresiones que no entenderían los lectores romanos y otros comentarios. Estos dos evangelios iban dirigidos a un público muy amplio, por lo que se hizo necesario hacer y distribuir muchas copias.
Los copistas cristianos no solían ser profesionales, pero debido a su profundo respeto por el valor de los escritos inspirados cristianos, realizaban esta labor con sumo cuidado. Un ejemplo típico de su labor es el fragmento más antiguo que existe de las Escrituras Griegas Cristianas, el Papiro Rylands núm. 457. Está escrito por ambos lados, y tan solo contiene unas cien letras (caracteres) en griego. Se ha fechado como perteneciente a la primera mitad del siglo II E.C. (GRABADO, vol. 1, pág. 323.) Aunque tiene un aire informal y no pretende ser un modelo de caligrafía, se ha dicho que es una obra cuidadosa. Es interesante que este fragmento pertenece a un códice que muy probablemente contenía todo el evangelio de Juan, es decir unas 66 hojas, o alrededor de 132 páginas en total.
Más testimonio se encuentra en los papiros bíblicos de Chester Beatty, de fecha posterior. Estos consisten en secciones de once códices griegos, producidos entre los siglos II y IV E.C. Contienen partes de nueve libros de las Escrituras Hebreas y de quince de las Escrituras Griegas. Son bastante representativos por su variedad en los estilos de escritura. Se dice de uno de los códices que es “la obra de un buen escriba profesional”. De otro se ha dicho: “La escritura es muy correcta, y aunque no destaca por su buena caligrafía, es la obra de un escriba competente”. Y de otro: “La caligrafía es tosca, pero el texto por lo general es correcto”. (The Chester Beatty Biblical Papyri: Descriptions and Texts of Twelve Manuscripts on Papyrus of the Greek Bible, de Frederic Kenyon, Londres, 1933, fascículo I, “General Introduction”, pág. 14; 1933, fascículo II, “The Gospels and Acts”, Text, pág. IX; 1936, fascículo III, “Revelation, Preface”.)
Más importante que esas características, sin embargo, es su contenido. En su conjunto corroboran los manuscritos de vitela llamados “Neutrales”, del siglo IV, que los eruditos Westcott y Hort consideran de gran valor; entre estos se encuentra el Vaticano núm. 1209 y el Sinaítico. Además, no contienen ninguna de las notables interpolaciones que se encuentran en ciertos manuscritos de vitela llamados, quizás erróneamente “Occidentales”.
Hay muchos miles de manuscritos posteriores al siglo IV E.C. Los eruditos que los han estudiado y comparado con cuidado han visto que los escribas fueron muy minuciosos en su trabajo. Algunos de estos eruditos han confeccionado recensiones basadas en estas comparaciones. Estas recensiones forman el texto básico de nuestras traducciones modernas. Los eruditos Westcott y Hort dijeron que “lo que de algún modo puede llamarse variación sustancial es tan solo una fracción pequeña de toda la variación residual, y difícilmente superaría la milésima parte de todo el texto”. (The New Testament in the Original Greek, Graz, 1974, vol. 2, pág. 2.) Sir Frederic Kenyon dijo con respecto a los papiros de Chester Beatty: “La primera y más importante conclusión derivada de su examen es satisfactoria, pues confirma la solidez esencial de los textos existentes. No hay ninguna variación fundamental ni en el Antiguo Testamento ni en el Nuevo. No hay importantes omisiones ni añadiduras de pasajes, ni ninguna variación que afecte hechos o doctrinas fundamentales. Las variaciones del texto afectan a cuestiones de menor importancia, tales como el orden de las palabras o su selección” (fascículo I, “General Introduction”, pág. 15).
Por diversas razones, en la actualidad quedan pocos trabajos de los primeros copistas. Muchas de sus copias de las Escrituras se destruyeron durante la época en que Roma persiguió a los cristianos. El paso del tiempo también se cobró su tributo. Por otra parte, el clima cálido y húmedo de algunos lugares aceleró su deterioro. Además, cuando los escribas profesionales del siglo IV E.C. sustituyeron los antiguos papiros por manuscritos de vitela, no parecía haber razón para conservar las viejas copias de papiro.
La tinta que usaban los escribas era una mezcla de hollín y goma, a la que añadían agua para su uso. El instrumento de escritura estaba hecho de caña, y humedecían la punta con agua para que actuara como un pincel. La escritura se hacía sobre rollos de cuero o papiro; posteriormente, se utilizaron hojas, que juntas formaban un códice, al que en ocasiones se colocaban cubiertas de madera.
Importante secta religiosa del judaísmo que existía en el siglo I E.C. No descendían de la clase sacerdotal, pero obedecían hasta el más mínimo detalle de la Ley y ponían las tradiciones orales al mismo nivel (Mt 23:23). Se oponían a la influencia cultural griega y, como eran expertos en la Ley y las tradiciones, tenían mucha autoridad sobre la gente (Mt 23:2-6). Algunos fueron miembros del Sanedrín. A menudo criticaron a Jesús por no respetar el sábado y las tradiciones, y por tener trato con pecadores y cobradores de impuestos. Algunos fariseos, como Saulo de Tarso, se hicieron cristianos (Mt 9:11; 12:14; Mr 7:5; Lu 6:2; Hch 26:5). Según algunos eruditos, el término significa literalmente “separados; separatistas”, quizás debido a que evitaban la inmundicia ceremonial o se separaban de los gentiles, a quienes consideraban pecadoras o (heb. `am ha·’á·rets sig.: “gente de la Tierra”), con un sentido peyorativo, para mostrar cuánto desdeñan a esas personas. (Lu 7:36-39). Los fariseos, ejercían una enorme influencia sobre las masas. No obstante, puesto que insistían en aspectos como la pureza ceremonial extrema, convertían la Ley en una carga insoportable para el pueblo. A diferencia de los saduceos, concedían gran importancia al destino y creían que las almas sobrevivían a la muerte, tras lo cual recibían la recompensa por sus virtudes o el castigo por sus vicios.
No se sabe con exactitud cuándo apareció esta secta. Los escritos del historiador judío Josefo indican que en el tiempo de Juan Hircano I (segunda mitad del siglo II a. E.C.) los fariseos ya eran un grupo influyente. Josefo escribió: “Gozan de tanta autoridad en el pueblo que si afirman algo incluso contra el rey o el pontífice [el sumo sacerdote], son creídos”. (Antigüedades Judías, libro XIII, cap. X, sec. 5.)
Josefo también proporciona detalles sobre las creencias de los fariseos. Dice: “Creen también que al alma le pertenece un poder inmortal, de tal modo que, más allá de esta tierra, tendrá premios o castigos, según que se haya consagrado a la virtud o al vicio; en cuanto a los que practiquen lo último, eternamente estarán encerrados en una cárcel; pero los primeros gozarán de la facultad de volver a esta vida”. (Antigüedades Judías, libro XVIII, cap. I, sec. 3.) “Piensan que el alma es imperecedera, que las almas de los buenos pasan de un cuerpo a otro y las de los malos sufren castigo eterno.” (La Guerra de los Judíos, libro II, cap. VIII, sec. 14.) Con respecto a sus ideas en cuanto al destino o la providencia, Josefo informa: “Atribuyen todo al destino y a Dios y creen que la facultad de actuar bien o mal depende en gran parte del hombre mismo, pero que el destino debe colaborar en cada acto particular”. (La Guerra de los Judíos, libro II, cap. VIII, sec. 14.)
Las Escrituras Griegas Cristianas revelan que los fariseos ayunaban dos veces a la semana, entregaban escrupulosamente el diezmo (Mt 9:14; Mr 2:18; Lu 5:33; 11:42; 18:11, 12) y no estaban de acuerdo con la creencia de los saduceos de que “no hay ni resurrección, ni ángel, ni espíritu”. (Hch 23:8.) Se enorgullecían de ser justos (en realidad, justos a sus propios ojos) y miraban despectivamente a la gente común. (Lu 18:11, 12; Jn 7:47-49.) Para impresionar a otros con su justicia, ‘ensanchaban las cajitas que contenían escrituras y que llevaban puestas como resguardos, y agrandaban los flecos de sus prendas de vestir’. (Mt 23:5.) Amaban el dinero (Lu 16:14) y deseaban prominencia y títulos lisonjeros. (Mt 23:6, 7; Lu 11:43.) Eran tan tendenciosos al aplicar la Ley que la hacían gravosa para el pueblo, insistiendo en que se observase según sus conceptos y tradiciones. (Mt 23:4.) Perdieron de vista por completo los asuntos importantes, es decir, la justicia, la misericordia, la fidelidad y el amor a Dios. (Mt 23:23; Lu 11:41-44.) Por otra parte, se esforzaban en gran manera por hacer prosélitos. (Mt 23:15.)
Las principales cuestiones por las que contendían con Cristo Jesús tenían que ver con la observancia del sábado (Mt 12:1, 2; Mr 2:23, 24; Lu 6:1, 2), el adherirse a la tradición (Mt 15:1, 2; Mr 7:1-5) y la asociación con los pecadores y los recaudadores de impuestos (Mt 9:11; Mr 2:16; Lu 5:30). Al parecer, los fariseos pensaban que se contaminaban si se asociaban con personas que no observaban la Ley según el punto de vista de ellos (Lu 7:36-39); por lo tanto, pusieron reparos cuando Cristo Jesús se asoció e incluso comió con pecadores y recaudadores de impuestos. (Lu 15:1, 2.) Los fariseos criticaban a Jesús y a sus discípulos debido a que no observaban el lavado de manos tradicional (Mt 15:1, 2; Mr 7:1-5; Lu 11:37, 38), pero Jesús expuso lo equivocado de su razonamiento y mostró que eran violadores de la ley de Dios por adherirse a tradiciones de origen humano. (Mt 15:3-11; Mr 7:6-15; Lu 11:39-44.) Más bien que regocijarse y glorificar a Dios por las curaciones milagrosas efectuadas por Cristo Jesús en sábado, los fariseos se llenaron de ira por lo que consideraban una violación de la ley del sábado y tramaron matarle. (Mt 12:9-14; Mr 3:1-6; Lu 6:7-11; 14:1-6.) Dijeron a un hombre ciego a quien Jesús había curado en sábado: “Este no es hombre de Dios, porque no observa el sábado”. (Jn 9:16.)
La actitud que manifestaron los fariseos mostró que en su interior no eran ni justos ni limpios. (Mt 5:20; 23:26.) Al igual que los demás judíos, tenían que arrepentirse. (Compárese con Mt 3:7, 8; Lu 7:30.) Pero la mayoría de estos fariseos prefirieron permanecer ciegos espiritualmente (Jn 9:40) e intensificaron su oposición al Hijo de Dios. (Mt 21:45, 46; Jn 7:32; 11:43-53, 57.) Algunos fariseos acusaron falsamente a Jesús de expulsar demonios por medio del gobernante de los demonios (Mt 9:34; 12:24) y de ser un testigo falso. (Jn 8:13.) Por otra parte, ciertos fariseos intentaron intimidar al Hijo de Dios (Lu 13:31), le exigieron que les mostrase alguna señal (Mt 12:38; 16:1; Mr 8:11), procuraron entramparle en su habla (Mt 22:15; Mr 12:13; Lu 11:53, 54) y, además, intentaron ponerle a prueba por medio de preguntas (Mt 19:3; 22:34-36; Mr 10:2; Lu 17:20). Finalmente, Jesús acalló sus preguntas planteándoles cómo podría el hijo de David ser el Señor de David al mismo tiempo. (Mt 22:41-46.) En la chusma que posteriormente detuvo a Jesús en el jardín de Getsemaní había fariseos (Jn 18:3-5, 12, 13), así como también entre los que pidieron a Pilato que asegurase la tumba de Jesús para que nadie pudiera robar el cuerpo. (Mt 27:62-64.)
Los fariseos ejercieron una influencia tan grande durante el ministerio terrestre de Cristo Jesús, que las personas prominentes tenían temor de confesar fe en él abiertamente. (Jn 12:42, 43.) El fariseo Nicodemo debió ser una de estas personas temerosas. (Jn 3:1, 2; Jn 7:47-52; Jn 19:39.) Es posible también que hubiese fariseos que no manifestaran una oposición enconada o que más tarde se hicieran cristianos. Por ejemplo, el fariseo Gamaliel aconsejó no oponerse a la obra de los cristianos (Hch 5:34-39), y el fariseo Saulo (Pablo) de Tarso llegó a ser un apóstol de Jesucristo. (Hch 26:5; Flp 3:5.)
Pablo era fariseo Algunos de los presentes en el sanedrín conocían a Pablo (Hch 22:5). Cuando Pablo dijo que era hijo de fariseos, los fariseos del Sanedrín seguramente entendieron que Pablo estaba reconociendo que tenía los mismos antecedentes religiosos que ellos. Sabían que él era un cristiano entusiasta, así que no pensaron que quisiera engañarlos. En este contexto, podría entenderse que Pablo era fariseo en cierto sentido. Los saduceos no creían en la resurrección, pero Pablo y los fariseos sí. Al identificarse con los fariseos, el apóstol estableció con ellos un terreno común. Según parece, sacó a relucir este tema polémico porque quería que algunos miembros del Sanedrín se pusieran de su parte, y la estrategia le funcionó (Hch 23:7-9). Más tarde, se identificó de forma parecida cuando tuvo que defenderse ante el rey Agripa (Hch 26:5). Y de nuevo mencionó sus antecedentes fariseos cuando escribió a los cristianos de Filipos (Flp 3:5). También es interesante cómo se describe en Hechos 15:5 a otros cristianos que habían sido fariseos (vea la nota de estudio para Hch 15:5).
Cualquier sistema ordenado de distribuir el tiempo en años, meses, semanas y días. Mucho antes de la creación del hombre, Dios proveyó la base para dicha distribución del tiempo. Génesis 1:14, 15 nos dice que uno de los propósitos de las “lumbreras [que había] en la expansión de los cielos” era que sirvieran para “estaciones y para días y años”. Por lo tanto, el día solar, el año solar y el mes lunar son divisiones naturales del tiempo, regidas, respectivamente, por la rotación diaria de la Tierra sobre su eje, su órbita anual alrededor del Sol y las fases mensuales de la Luna con relación a la Tierra y el Sol. Sin embargo, son arbitrarias tanto la distribución del tiempo en semanas como la del día en horas.
Desde el primer hombre, Adán, el tiempo se ha venido midiendo en términos de años. Por ejemplo, leemos que Adán tenía “ciento treinta años” cuando llegó a ser padre de Set. (Gé 5:3.)
También se empezaron a usar las divisiones mensuales. Según el registro bíblico, para la época del Diluvio el tiempo se dividía en meses de 30 días, pues se dice que un período de 5 meses equivalía a 150 días. (Gé 7:11, 24; 8:3, 4.) El mismo registro también indica que Noé dividía el año en 12 meses. (Véase AÑO.)
En esta época también se mencionan períodos de siete días, y es posible que ese tipo de distribución se haya utilizado regularmente desde tiempos remotos. (Gé 7:4, 10; 8:10, 12.) Sin embargo, no hay ninguna prueba de que existiese un requisito divino de guardar un sábado semanal hasta que Dios dio instrucciones concretas a Israel después de su éxodo de Egipto. (Véase SEMANA.)
En el pasado los hombres emplearon diversos sistemas de calendario, y varios de ellos todavía siguen en uso hoy en día. Los calendarios primitivos eran principalmente calendarios lunares, es decir, los meses del año se contaban por ciclos completos de la Luna, por ejemplo, desde una luna nueva hasta la siguiente luna nueva. Una lunación dura, como promedio, 29 días, 12 horas y 44 minutos. Aunque los meses podían ser de 29 ó 30 días, en el registro bíblico la palabra “mes” por lo general significa 30 días. (Compárese con Dt 21:13; 34:8; Apo 11:2, 3.)
Un año de 12 meses lunares es unos once días más corto que un año solar de 365 1/4 días. Puesto que el año solar determina el ciclo de las estaciones, había necesidad de ajustar el calendario a dicho año solar, lo que resultó en los llamados años lunisolares o embolismales, es decir, años solares compuestos de meses lunares. Esto se conseguía añadiendo unos días a cada año, o un mes adicional a ciertos años, con el fin de compensar la menor duración de los doce meses lunares.
Calendario hebreo. El calendario israelita se basaba en el año lunisolar o embolismal, pues Jehová Dios estableció que su año sagrado comenzase en la primavera con el mes de Abib y fijó fechas en las que se debían celebrar ciertas fiestas, fiestas que estaban relacionadas con las diferentes cosechas. Para que estas fechas coincidiesen con las cosechas respectivas, los israelitas tenían que sincronizar su calendario con las estaciones correspondientes, compensando la diferencia entre los años lunares y los solares. (Éx 12:1-14; 23:15, 16; Le 23:4-16.)
La Biblia no indica qué método usaron en un principio para determinar cuándo se debían añadir los días adicionales o el mes intercalar. Sin embargo, es lógico pensar que utilizaran los equinoccios de primavera y de otoño para determinar cuándo se retrasaban las estaciones lo suficiente como para que se requiriese un ajuste. Aunque no se menciona específicamente en la Biblia, con este fin los israelitas añadieron un decimotercer mes, llamado en tiempos postexílicos Veadar, es decir, segundo Adar.
El primer calendario judío estandarizado que se conoce es del siglo IV E.C. (c. 359 E.C.), cuando Hillel II especificó que los años de 13 meses deberían ser el tercero, sexto, octavo, undécimo, decimocuarto, decimoséptimo y decimonoveno de cada período de diecinueve años. Este ciclo de diecinueve años se conoce como el ciclo metónico, nombre derivado del matemático griego Metón (del siglo V a. E.C.), aunque hay prueba de que los babilonios perfeccionaron este ciclo con anterioridad. (Véase Babylonian Chronology, 626 B.C.-A.D. 75, de R. A. Parker y W. H. Dubberstein, 1971, págs. 1, 3, 6.) El ciclo toma en cuenta que cada diecinueve años la luna nueva y la luna llena vuelvan a caer en los mismos días del año solar.
Los meses judíos iban de luna nueva a luna nueva. (Isa 66:23.) Por esta razón, la palabra hebrea jó-dhesch, traducida “mes” (Gé 7:11) o “luna nueva” (1Sa 20:27), está relacionada con ja-dhásch, que significa “nuevo”. Otra palabra para mes, yé-raj, se traduce “mes lunar”. (1Re 6:38.) En períodos posteriores se usaron señales de fuego o se envió a mensajeros para anunciar a la gente el comienzo del nuevo mes.
En la Biblia los meses suelen designarse por su orden en el año, del primero al duodécimo. (Jos 4:19; Nú 9:11; 2Cr 15:10; Jer 52:6; Nú 33:38; Eze 8:1; Le 16:29; 1Re 12:32; Esd 10:9; 2Re 25:1; Dt 1:3; Jer 52:31.) Antes del exilio babilonio, solo se mencionan por nombre cuatro meses, a saber, Abib, el primer mes (Éx 13:4); Ziv, el segundo (1Re 6:37); Etanim, el séptimo (1Re 8:2), y Bul, el octavo. (1Re 6:38.) Los significados de estos nombres son estrictamente estacionales, una prueba más de que los israelitas utilizaban el año lunisolar. (Véanse los meses individuales por nombre.)
En tiempos postexílicos los israelitas emplearon los nombres de los meses usados en Babilonia, de los que se mencionan siete: Nisán, el primer mes, que sustituía a Abib (Est 3:7); Siván, el tercer mes (Est 8:9); Elul, el sexto (Ne 6:15); Kislev, el noveno (Zac 7:1); Tebet, el décimo (Est 2:16); Sebat, el undécimo (Zac 1:7), y Adar, el duodécimo (Esd 6:15).
Los nombres postexílicos de los restantes cinco meses aparecen en el Talmud judío y en otras obras. Son: Iyar, el segundo mes; Tamuz, el cuarto; Ab, el quinto; Tisri, el séptimo, y Hesván, el octavo. El decimotercer mes, que se intercalaba periódicamente, se llamaba Veadar, es decir, segundo Adar.
Con el tiempo, la mayoría de los meses llegaron a tener un número específico de días. Nisán (Abib), Siván, Ab, Tisri (Etanim) y Sebat tenían 30 días cada uno, mientras que Iyar (Ziv), Tamuz, Elul y Tebet tenían 29 días cada uno. Sin embargo, Hesván (Bul), Kislev y Adar podían tener 29 ó 30 días. Las variaciones de estos últimos meses servían para ajustar el calendario lunar y también para que ciertas fiestas no cayeran en días que consideraban prohibidos líderes religiosos judíos de tiempos posteriores.
Aunque el año sagrado comenzaba en la primavera con el mes de Abib (o Nisán), pues así lo había decretado Dios en el tiempo del éxodo (Éx 12:2; 13:4), el registro bíblico indica que con anterioridad los judíos calculaban el año de otoño a otoño. Esto dio lugar a dos calendarios: el sagrado y el seglar o agrícola. (Éx 23:16; 34:22; Le 23:34; Dt 16:13.) En tiempos postexílicos, el 1 de Tisri (septiembre-octubre) marcaba el comienzo del año seglar, y en esa fecha hoy se sigue celebrando el año nuevo judío, llamado Rosh Hashaná (Cabeza del Año).
En 1908 se descubrió en Guézer un calendario rudimentario en hebreo antiguo, único en su género, que según cálculos data del siglo X a. E.C. Es un calendario agrícola que describe la actividad agrícola a partir del otoño. En síntesis, habla de dos meses para almacenaje, dos de siembra y dos de crecimiento en primavera, seguidos de un mes para arrancar el lino, uno para la cosecha de la cebada y uno de cosecha general; luego, dos meses para cuidar y podar las viñas, y, por fin, un mes de frutos del verano. (Le 26:5.)
En el cuadro adjunto aparecen los meses según su orden en los calendarios sagrado y seglar, así como su correspondencia aproximada con los meses de nuestro calendario actual.
Las frecuentes referencias de los evangelios y el libro de Hechos a las diversas fiestas muestran que el calendario judío seguía vigente en los días de Jesús y los apóstoles. Estas fiestas sirven de orientación para ubicar en el tiempo los acontecimientos bíblicos de aquellos días. (Mt 26:2; Mr 14:1; Lu 22:1; Jn 2:13, 23; 5:1; 6:4; 7:2, 37; 10:22; 11:55; Hch 2:1; 12:3, 4; 20:6, 16; 27:9.)
Debe tenerse en cuenta que para los cristianos no rige ningún calendario religioso en el que se especifiquen ciertos días sagrados o fiestas, como indica con claridad el apóstol Pablo en Gálatas 4:9-11 y en Colosenses 2:16, 17. El único acontecimiento que los cristianos deben celebrar cada año es la Cena del Señor, que corresponde con la Pascua y, por lo tanto, está regida por el calendario lunar. (Mt 26:2, 26-29; 1Co 11:23-26; véase CENA DEL SEÑOR.)
Calendario juliano y gregoriano.
En el año 46 a. E.C. Julio César decretó el cambio del calendario lunar romano por el solar. Este calendario juliano, basado en los cálculos del astrónomo griego Sosígenes, tenía doce meses de duración arbitraria que formaban un año de 365 días que empezaba el 1 de enero. También entraron en vigor los años bisiestos cuatrienales, a los que se añadía un día más para compensar el retraso que se producía con respecto al año trópico (casi 365 1/4 días).
El año promedio del calendario juliano era en realidad unos once minutos y catorce segundos más largo que el verdadero año solar. Por lo tanto, en el siglo XVI ya se había acumulado una diferencia de diez días completos. En el año 1582 E.C. el papa Gregorio XIII introdujo una ligera revisión del calendario juliano: seguirían siendo bisiestos todos los años múltiplos de cuatro, con la excepción de los años seculares (los acabados en dos ceros), que solo se contarían como tales si el número de centenas era múltiplo de cuatro. Por una bula papal, en 1582 se omitieron diez días, de manera que al 4 de octubre siguió el 15 de octubre. Este calendario gregoriano es de uso común hoy día en la mayor parte del mundo, y es la base para las fechas históricas que se usan en toda esta publicación.
Aunque hoy en día los cristianos usan el calendario vigente en el país donde viven, son conscientes de que el Dios de la eternidad, Jehová, tiene su propio calendario de los acontecimientos, un calendario que no está regido por los sistemas humanos de contar el tiempo. Como escribió su profeta Daniel, “él cambia tiempos y sazones, remueve reyes y establece reyes, da sabiduría a los sabios y conocimiento a los que conocen el discernimiento. Revela las cosas profundas y las cosas ocultas, y sabe lo que está en la oscuridad; y con él de veras mora la luz”. (Da 2:21, 22.) De modo que su posición de Soberano Universal está muy por encima de nuestra Tierra rotatoria, con su día y noche, sus ciclos lunares y su año solar. Sin embargo, en su Palabra, la Biblia, Dios relaciona sus acciones y propósitos con estas medidas de tiempo para que sus criaturas terrestres sepan dónde están en relación con su gran calendario de acontecimientos. (Véase CRONOLOGÍA.)
Los meses del calendario bíblico. Los meses judíos iban de luna nueva a luna nueva. (Isa 66:23.) La palabra hebrea jó-dhesch, “mes” (Gé 7:11), viene de una raíz que significa “nuevo”, mientras que otra palabra para mes, yé-raj, significa “lunación”.
MES | Sagrado | Seglar | CORRESPONDE | TIEMPO | COSECHAS |
Nisán - [Abib] | 1.º | 7.º | Marzo - Abril | El Jordán crece (lluvias y se derrite la nieve) | Cosechas de cebada y lino |
Iyar - [Ziv] | 2.º | 8.º | Abril - Mayo | Comienza el tiempo seco. Cielos despejados | Cosechas: cebada; trigo en zonas bajas |
Siván | 3.º | 9.º | Mayo - Junio | Calor del verano. Atmósfera clara | Cosecha del trigo. Brevas, algunas manzanas |
Tamuz | 4.º | 10.º | Junio - Julio | Aumenta el calor. Rocío en varios lugares | Primeras uvas. Vegetación y manantiales se secan |
Ab | 5.º | 11.º | Julio - Agosto | Máximo calor | Comienza la vendimia |
Elul | 6.º | 12.º | Agosto - Septiembre | Continúa el calor | Cosecha de los dátiles y de los higos del verano |
Tisri - [Etanim] | 7.º | 1.º | Septiembre - Octubre | Termina el verano. | Concluye la cosecha. Se Lluvias tempranas empieza a arar la tierra |
Hesván - [Bul] | 8.º | 2.º | Octubre - Noviembre | Lluvias ligeras | Siembra de trigo y cebada. Recogida de la aceituna |
Kislev | 9.º | 3.º | Noviembre - Diciembre | Aumentan las lluvias. Escarcha. Nieve en las montañas | Crece la hierba |
Tebet | 10.º | 4.º | Diciembre - Enero | Frío máximo. Lluvioso. Nieve en los montes | Tierras bajas verdes. Cereales, aparecen las flores |
Sebat | 11.º | 5.º | Enero - Febrero | Tiempo menos frío. Continúa la lluvia | Florecen los almendros. Higueras echan brotes |
Adar | 12.º | 6.º | Febrero - Maryo | Truenos y granizo frecuentes | Florecen los algarrobos. Cosecha de cítricos |
Veadar | 13.º | Marzo | Se añadía un mes intercalar siete veces cada diecinueve años, llamado por lo general segundo Adar (Veadar) |
Nombre que se dio tras el exilio en Babiblonia al primer mes lunar judío del calendario sagrado, y que corresponde a parte de marzo y parte de abril. (Ne 2:1; Est 3:7.) En un principio se le llamaba “Abib” y se le consideraba el séptimo mes; debe ser el mes al que alude Génesis 8:4. En el tiempo del éxodo de Egipto, Jehová decretó que este mes fuera “el primero de los meses del año”. (Éx 12:2; 13:4; Nú 33:3.) Desde entonces hubo una diferencia entre el calendario sagrado, instituido por Jehová, y el calendario seglar anterior. (Véanse ABIB; CALENDARIO.) El tiempo solía ser bastante fresco en este mes primaveral, por lo que en Jerusalén la gente encendía fogatas por la noche para calentarse. (Jn 18:18.) Hasta en fechas tan tardías como el 6 de abril ha caído nieve en Jerusalén, como sucedió en 1949. El mes de Nisán llegaba hacia el final de la estación lluviosa, y se contaba con las lluvias tardías, o de primavera, para el total desarrollo del grano antes de la cosecha. (Dt 11:14; Os 6:3; Jer 5:24.) En esta época del año el río Jordán solía estar bastante crecido. (Jos 3:15; 1Cr 12:15.) En las llanuras de la costa comenzaba la cosecha de cebada y en el valle del Jordán, de clima subtropical, el trigo empezaba a madurar. (Rut 1:22; 2:23.) Sobre esta época, el lino ya recogido que estaba sobre el techo de la casa de Rahab sirvió de escondrijo para los espías. (Jos 2:6; 4:19.) Ajuste del calendario lunar. El mandato de Dios requería que los israelitas ofrecieran una gavilla de las primicias de la cosecha el día 16 de Nisán (Abib), y una segunda ofrenda de grano, pasados cincuenta días. Tales ofrendas correspondían de manera natural con las cosechas de la cebada y del trigo, respectivamente. No obstante, tal precepto hacía necesario un ajuste en el calendario de meses lunares utilizado por los israelitas: había que compensar la diferencia de 11 1/4 días que había entre el año solar y el año lunar, más corto. De lo contrario, al cabo de tres años, el mes de Nisán comenzaría treinta y tres días antes en la estación y mucho antes de la cosecha de la cebada. El registro bíblico no especifica qué método utilizaban originalmente los israelitas para lograr tal regulación, pero parece ser que cada dos o tres años se añadía un decimotercer mes para reajustar las estaciones a su debido lugar en el año civil. Parece probable que esto se determinara por observación directa, haciendo corresponder la luna nueva con el equinoccio de primavera o punto vernal, que tiene lugar cada año sobre el 21 de marzo. Cuando la luna nueva, que normalmente marcaría el comienzo del mes de Nisán (Abib), estaba demasiado distante del equinoccio de primavera, el mes se contaba como mes decimotercero o mes intercalar, y Nisán comenzaba con la siguiente luna nueva. Los judíos no adoptaron de modo definitivo un calendario normalizado hasta el siglo IV E.C. La primera de las fiestas de Nisán era la Pascua, celebrada por primera vez en Egipto; tenía lugar el día 14 del mes y en ella se sacrificaba el cordero pascual. (Éx 12:2-14; Le 23:5; Dt 16:1.) Al día siguiente comenzaba la fiesta de las tortas no fermentadas, de una semana de duración, que iba del 15 al 21 del mes. Finalmente, el 16 de Nisán se ofrecían las primicias de la cosecha de la cebada. (Éx 12:15-20; 23:15; 34:18; Le 23:6-11.) Institución de la Cena del Señor. Más de quince siglos después del éxodo, el 14 de Nisán del año 33 E.C., Jesús se reunió en Jerusalén con sus doce apóstoles para celebrar la última Pascua válida, y tras haber despedido al traidor Judas, procedió a instituir la conmemoración de su muerte por medio de la Cena del Señor. (Mt 26:17-30; 1Co 11:23-25.) Luego, antes de finalizar el día 14 de Nisán, Jesucristo murió como el Cordero de Dios, y el 16 de Nisán, el día en que el sacerdote mecía en el templo las primicias de la cosecha de la cebada, Jesús fue levantado de nuevo a la vida como primicias de la resurrección. (Lu 23:54-24:7; 1Co 15:20.) Los seguidores de Jesús continúan observando hasta este día el 14 de Nisán como conmemoración de la muerte de Cristo, en conformidad con sus instrucciones: “Sigan haciendo esto en memoria de mí”. (Lu 22:19, 20; véase CENA DEL SEÑOR.) |
Nombre original del primer mes lunar del calendario sagrado judío, que a su vez era el séptimo mes del calendario seglar. (Éx 13:4; 23:15; 34:18; Dt 16:1.) Corresponde a parte de marzo y parte de abril. Se cree que el nombre Abib significa “Espigas Verdes”, pues aunque las espigas del grano habían madurado, todavía estaban blandas. (Compárese con Le 2:14.) Durante este mes tenía lugar la cosecha o siega de la cebada, seguida semanas después por la siega del trigo. También empezaban en estas fechas las lluvias tardías o primaverales, que causaban la crecida del río Jordán hasta el punto de desbordarse. (Jos 3:15.) Para el tiempo del éxodo de Egipto, Jehová designó el mes de Abib como el primer mes del año sagrado (Éx 12:1, 2; 13:4), y después del exilio de Israel en Babilonia este nombre fue reemplazado por Nisán. (Véase NISÁN.) |
Nombre del segundo mes lunar del calendario sagrado y octavo del calendario seglar de los israelitas. (1Re 6:1, 37.) Corresponde con parte de abril y parte de mayo. Al comentar sobre el pasaje de 1 Reyes 6:1, la obra Soncino Books of the Bible dice con respecto al mes de Ziv: “Conocido en la actualidad como Iyar, el segundo mes después de Nisán. Se llamaba Ziv (brillantez) porque cae en la época del año en que la tierra se ‘abrillanta’ con capullos y flores” (edición de A. Cohen, Londres, 1950). El nombre Iyar se halla en el Talmud judío y en otras obras posteriores al exilio. En este mes se cosecha la cebada en la región montañosa y el trigo en las tierra bajas. Las colinas de Galilea se engalanan con flores, y empieza la temporada seca, tiempo en el que las nubes tempranas de la mañana desaparecen en seguida con el calor del día. Durante esa época, las plantas dependen del rocío de la noche, a la espera del mes de octubre, cuando termina la temporada seca. (Os 6:4; Isa 18:4.) El día 14 de Ziv proporcionaba una segunda oportunidad para que los israelitas celebraran la Pascua, en caso de que no hubiesen podido celebrarla el 14 de Nisán por hallarse ausentes o inmundos ceremonialmente. (Nú 9:9-13; 2Cr 30:2, 3.) Salomón empezó la construcción del templo en el mes de Ziv, y casi quinientos años después, en el mismo mes, Zorobabel inició su reedificación. (1Re 6:1; Esd 3:8.) |
Nombre del segundo mes lunar del calendario sagrado y octavo del calendario seglar de los israelitas. (1Re 6:1, 37.) Corresponde con parte de abril y parte de mayo. Al comentar sobre el pasaje de 1 Reyes 6:1, la obra Soncino Books of the Bible dice con respecto al mes de Ziv: “Conocido en la actualidad como Iyar, el segundo mes después de Nisán. Se llamaba Ziv (brillantez) porque cae en la época del año en que la tierra se ‘abrillanta’ con capullos y flores” (edición de A. Cohen, Londres, 1950). El nombre Iyar se halla en el Talmud judío y en otras obras posteriores al exilio. En este mes se cosecha la cebada en la región montañosa y el trigo en las tierra bajas. Las colinas de Galilea se engalanan con flores, y empieza la temporada seca, tiempo en el que las nubes tempranas de la mañana desaparecen en seguida con el calor del día. Durante esa época, las plantas dependen del rocío de la noche, a la espera del mes de octubre, cuando termina la temporada seca. (Os 6:4; Isa 18:4.) El día 14 de Ziv proporcionaba una segunda oportunidad para que los israelitas celebraran la Pascua, en caso de que no hubiesen podido celebrarla el 14 de Nisán por hallarse ausentes o inmundos ceremonialmente. (Nú 9:9-13; 2Cr 30:2, 3.) Salomón empezó la construcción del templo en el mes de Ziv, y casi quinientos años después, en el mismo mes, Zorobabel inició su reedificación. (1Re 6:1; Esd 3:8.) |
Nombre postexílico del tercer mes lunar del calendario sagrado judío y noveno del calendario seglar. (Est 8:9; 1Cr 27:5; 2Cr 31:7.) Corresponde a parte de mayo y parte de junio. No se sabe con seguridad el significado del nombre. El mes Siván cae al final de la primavera, cuando se acerca el intenso calor del verano. Era el tiempo de la cosecha del trigo y también el comienzo de la estación seca, que continuaría hasta mediados de octubre, o el mes lunar de Bul. (Éx 34:22; Pr 26:1.) Este debió ser el mes en que el profeta Samuel oró a Jehová y hubo una tempestad de lluvia que causó gran temor entre el pueblo. (1Sa 12:16-19.) Para ese tiempo las brevas, que habían aparecido en los árboles al final de los meses de invierno, estaban completamente maduras. (Isa 28:4; Jer 24:2.) Este también era el tiempo de las manzanas en la zona costera del Mediterráneo. (Can 2:3; compárese con Joe 1:10-12.) La fiesta de las semanas, o Pentecostés, se celebraba el día 6 de Siván, e iba acompañada de la ofrenda de las primicias de la cosecha del trigo, a los cincuenta días de haber ofrecido las de la cosecha de la cebada. (Éx 34:22; Le 23:15-21.) El día 6 de Siván del año 33 E.C. se derramó el espíritu santo sobre el grupo de unos 120 discípulos reunidos en un cuarto superior en Jerusalén. Las 3.000 personas que se bautizaron ese día salieron de entre la muchedumbre que se reunió en la ciudad para la fiesta. (Hch 1:15; 2:1-42.) En el mes de Siván el rey Asá celebró una gran fiesta tras la reforma que erradicó la religión falsa de Judá, Jerusalén y otros lugares. (2Cr 15:8-10.) Los veloces mensajeros que el rey Asuero envió para que llevaran a los judíos el mensaje en el que se les comunicaba que se les permitía defenderse el 13 de Adar, fueron enviados con casi nueve meses de antelación, el 23 de Siván, a los 127 distritos jurisdiccionales del Imperio persa, que se extendía desde la India hasta Etiopía. (Est 8:9-14.) |
Nombre que se dio después del exilio al cuarto mes lunar judío del calendario sagrado, que era, a su vez, el décimo del calendario civil. Por lo tanto, en el Targum de Jonatán, la expresión “el mes décimo” de Génesis 8:5 se traduce “el mes de Tamuz”. Tamuz era el nombre de una deidad babilonia. (Eze 8:14.) El registro bíblico no aplica este nombre al cuarto mes, sino que simplemente se refiere a él por su orden numérico. (Eze 1:1.) En cambio, el nombre aparece en la Misná judía (Taanit 4:6) y en otras obras postexílicas. El que se designara al cuarto mes con este nombre pagano, así como el uso de otros nombres postexílicos, puede haber obedecido a simple conveniencia. Debe recordarse que por entonces los judíos estaban subyugados, obligados a relacionarse con las naciones que los dominaban y a las que debían rendir cuentas, por lo que no sorprende que utilizaran los nombres de los meses que empleaban aquellas potencias extranjeras. Algunos meses del calendario gregoriano que se utiliza en la actualidad honran a los dioses Jano y Marte y a la diosa Juno, así como a los césares Julio y Augusto. Sin embargo, los cristianos, que están “en sujeción a las autoridades superiores”, continúan usándolo. (Ro 13:1.) Tamuz abarcaba parte de junio y parte de julio, cuando empezaba el calor del verano. Para esta época las vides empezaban a dar sus primeros frutos maduros. (Nú 13:20.) En el noveno día de este cuarto mes (Tamuz) del año 607 a. E.C., Nabucodonosor abrió brecha en los muros de Jerusalén después de un sitio de dieciocho meses. (2Re 25:3, 4; Jer 39:2; 52:6, 7.) Durante los setenta años de exilio que vinieron después, los judíos acostumbraban a ayunar el noveno día del cuarto mes en memoria de este golpe contra Jerusalén. (Zac 8:19.) Sin embargo, después de la segunda destrucción de Jerusalén en 70 E.C., el ayuno se observó el día 17 del cuarto mes, el día que el general romano Tito abrió brecha en los muros del templo. En este mes no había ninguna fiesta designada por Jehová. |
Nombre que recibió después del exilio el quinto mes lunar del calendario sagrado judío, que a su vez era el undécimo del calendario seglar. Corresponde a parte de julio y parte de agosto. Aarón murió en el monte Hor el primer día de Ab. (Nú 33:38.) Mientras que 2 Reyes 25:8 dice que fue en el día séptimo de este mes cuando Nebuzaradán, el siervo del rey de Babilonia, “llegó a Jerusalén”, Jeremías 52:12 afirma que Nebuzaradán “entró en Jerusalén” el día diez de este mes. Sobre este asunto la obra Soncino Books of the Bible comenta que “el intervalo de tres días tal vez se deba a la diferencia entre la llegada de Nebuzaradán al lugar y el comienzo de las operaciones” (edición de A. Cohen, Londres, 1949). De modo que es probable que Nebuzaradán llegara a Jerusalén el día séptimo, inspeccionara la ciudad extramuros, diera instrucciones para la demolición de las fortificaciones y el saqueo de los tesoros, y luego, el día diez del mes, entrara en la ciudad y su santo templo. Según Josefo (La Guerra de los Judíos, libro VI, cap. IV, secs. 5, 8), los romanos incendiaron el templo de Herodes el día diez del mes quinto (70 E.C.), y luego puntualiza que fue precisamente el mismo día y el mismo mes que los babilonios incendiaron el primer templo. Durante los siguientes setenta años de exilio en Babilonia, este quinto mes fue un tiempo de ayunos y lamentaciones en memoria de la destrucción del templo de Jerusalén. (Zac 7:3, 5; 8:19.) Fue también en el mes de Ab cuando Esdras regresó a Jerusalén, ya reedificada, para instruir a los judíos en la Ley de Jehová. (Esd 7:8, 9, 25.) |
Nombre que recibió después del destierro babilónico el sexto mes lunar judío del calendario sagrado (duodécimo del calendario seglar), que corresponde a mediados de agosto hasta mediados de septiembre. Su significado no se conoce con seguridad. Fue en el mes de Elul cuando Nehemías terminó la reconstrucción de los muros de Jerusalén, un proyecto que duró cincuenta y dos días. (Ne 6:15.) En las demás referencias bíblicas al mes de Elul se alude a él solo como sexto mes. (1Cr 27:9; Eze 8:1; Ag 1:1, 15.) Las tablas que confeccionaron Parker y Dubberstein en su obra Babylonian Chronology, 626 B.C.–A.D. 75 (1971, págs. 27-47) muestran que los babilonios utilizaban alternativamente los meses de Elul y Adar como meses intercalares. |
★Heb.: _____; Gr.: _____; Ing.: _____.
★Sinónimos: ETANIM. ★Definición: (probablemente: [Arroyos] Que Perduran; [Arroyos] Que Fluyen Siempre).. Séptimo mes lunar del calendario sagrado de los israelitas y primero del calendario seglar. (1Re 8:2.) Equivalía a parte de septiembre y parte de octubre. Después del exilio babilonio, se le llamó Tisri, nombre que no aparece en el registro bíblico, pero que se halla en los escritos postexílicos. Comienzo del año agrícola.
Mientras que Abib (Nisán) llegó a ser el primer mes del año según el calendario sagrado judío después del éxodo de Egipto, a Etanim se le continuó considerando el primer mes en sentido seglar o agrícola. Con este mes se terminaban casi todas las cosechas y se señalaba la conclusión del año agrícola. Las lluvias tempranas que caían después ablandaban el suelo para arar, lo que indicaba el inicio del nuevo ciclo agrícola. Jehová aludió a Etanim como el término del año al decir que la fiesta de la recolección tenía lugar “a la salida del año”, y también, “al término del año”. (Éx 23:16; 34:22.) Asimismo, es digno de mención que el año de Jubileo no comenzaba en el mes de Abib, sino en Etanim. (Le 25:8-12.) Un mes festivo. Etanim era también un mes de celebraciones. El primer día era el “día del toque de trompeta”. (Le 23:24; Nú 29:1.) Puesto que todas las lunas nuevas se solían anunciar con un toque de trompeta, parece ser que este día las trompetas sonaban más de lo habitual. (Nú 10:10.) El día 10 de Etanim se celebraba el Día de Expiación anual. (Le 16:29, 30; 23:27; Nú 29:7.) Desde el día 15 hasta el 21 se celebraba la fiesta de las cabañas o de la recolección, seguida de una asamblea solemne el día 22. (Le 23:34-36.) Por lo tanto, gran parte del mes de Etanim estaba ocupado por celebraciones. Sucesos ocurridos en Etanim.
Dado que la Biblia presenta información cronológica desde su mismo comienzo, y teniendo en cuenta que la primera vez que habla de años es con referencia a la vida de Adán, el hecho de que sea Etanim el primer mes del año parece apoyar la idea de que Adán comenzó su vida durante este mes. (Gé 5:1-5.) Fue el primer día del primer mes (llamado más tarde Etanim) cuando Noé, tras haber pasado ya diez meses en el arca, quitó la cubierta y vio que las aguas del Diluvio se habían secado. (Gé 8:13.) Más de mil trescientos años después, Salomón inauguró el templo de Jerusalén en el mes de Etanim. (1Re 8:2; 2Cr 5:3.) Tras la destrucción de Jerusalén en 607 a. E.C., el asesinato del gobernador Guedalías y la posterior huida a Egipto durante el mes de Etanim de los israelitas que quedaban marcaron la desolación completa de Judá. (2Re 25:25, 26; Jer 41:1, 2.) Con motivo de aquellos incidentes, se celebraba el “ayuno del séptimo mes” mencionado en Zacarías 8:19. Setenta años más tarde, para este mismo mes, los israelitas liberados del destierro en Babilonia ya habían regresado con el fin de comenzar la reconstrucción del templo de Jerusalén. (Esd 3:1, 6.) |
★Heb.: _____; Gr.: _____; Ing.: _____.
★Sinónimos: BUL, Marhesván, Marjesván. ★Definición: (de una raíz que significa: “dar; producir”) Octavo mes lunar del calendario sagrado de los israelitas y segundo mes del calendario civil. (1Re 6:37, 38; Gé 7:11.) Correspondía a parte de octubre y de noviembre. Después del exilio en Babilonia, se llamó a este mes Marhesván o Marjesván, nombre que más tarde se abrevió a Hesván. Estos nombres postexílicos no figuran en la Biblia, pero se encuentran en el Talmud judío, los escritos de Josefo y otras obras. Bul coincidía con el comienzo de la estación lluviosa en el otoño. (Dt 11:14; Joe 2:23; Snt 5:7.) Era el mes de la siembra de la cebada y el trigo, y de la recogida de la aceituna en el N. de Galilea. Los pastores regresaban del campo abierto con sus rebaños de ovejas para guarecerlas durante los meses invernales de frío y lluvia. Según Génesis 7:11 y 8:14, el Diluvio del día de Noé comenzó el día 17 del “segundo mes” de 2370 a. E.C., y para el día 27 de ese mismo mes del siguiente año lunar la tierra se había secado. Con respecto a estos hechos, Josefo (Antigüedades Judías, libro I, cap. III, sec. 3) comentó: “Esa calamidad ocurrió en el sexacentésimo año de la edad de Noé, en el segundo mes que los macedonios llaman dius y los hebreos marjeshvan; así era como contaban el año en Egipto”. De modo que, según Josefo, el segundo mes del tiempo de Noé correspondía al mes de Bul o Marhesván. Después del éxodo de Egipto, Bul llegó a ser el octavo mes del calendario sagrado, y fue durante este mes cuando Salomón terminó la construcción del templo de Jerusalén. (1Re 6:38.) Jeroboán, el fundador del reino separatista septentrional de Israel, arbitrariamente hizo de Bul un mes festivo con el fin de que el pueblo se olvidara de Jerusalén y sus fiestas. (1Re 12:26, 31-33.) |
Nombre que los judíos dieron después del exilio de Babilonia al noveno mes lunar del calendario sagrado judío y del tercero del calendario seglar, que abarca mediados de noviembre y mediados de diciembre. (Ne 1:1; Jer 36:9; Zac 7:1.) Corresponde al tercer mes del calendario seglar o civil y noveno del sagrado. Era un mes de invierno, frío y lluvioso. Por eso leemos que el rey Jehoiaquim estaba “sentado en la casa de invierno, en el mes noveno, con un brasero ardiendo delante de él”. (Jer 36:22.) Después del exilio, el pueblo se reunió en Jerusalén para asistir a la asamblea que había convocado el sacerdote Esdras, asamblea que empezó el día 20 de este mes, y “se quedó sentado en el lugar abierto de la casa del Dios verdadero, tiritando debido al asunto y a causa de las lluvias cuantiosas”. (Esd 10:9, 13.) En Juan 10:22 se menciona la fiesta de la dedicación, que se celebraba en invierno en Jerusalén. Como se muestra en el libro apócrifo de (1 Macabeos 4:52-59), Judas Macabeo instituyó esta fiesta de ocho días el 25 de Kislev del año 165 a. E.C. para conmemorar la nueva dedicación del templo de Jerusalén. En la actualidad se denomina Hanuká. (Véase FIESTA DE LA DEDICACIÓN.) |
Nombre que recibió después del destierro babilónico el décimo mes lunar judío del calendario sagrado, que era, a su vez, el cuarto del calendario seglar. (Est 2:16.) Corresponde a parte de diciembre y parte de enero, y por lo general se alude a él simplemente como el “décimo mes”. (1Cr 27:13.) Se cree que el nombre “Tebet” proviene de una raíz acadia que significa “hundirse” o “sumergirse”, y puede que se refiera a las condiciones fangosas que existen durante este mes invernal, cuando las precipitaciones alcanzan su punto máximo. Las lluvias a menudo son torrenciales en invierno, como la que puso fin a la sequía de tres años y medio en el tiempo de Elías, o como la que Jesús mencionó en su ilustración de la casa que se hundió a causa del temporal por estar cimentada sobre arena. (1Re 18:45; Mt 7:24-27.) Según The Geography of the Bible (de Denis Baly, 1957, pág. 50), a finales de diciembre acostumbra a helar en las montañas y de vez en cuando nieva en Jerusalén. (2Sa 23:20.) Aunque no es frecuente, algunas veces las carreteras han quedado bloqueadas debido a las fuertes nevadas. Quizás haya sido durante este mes cuando una nevada impidió a Trifón, el comandante del ejército sirio, llegar hasta Jerusalén. (1 Macabeos 13:22.) Obviamente, Tebet no era un mes conveniente para viajar, ni tampoco un tiempo en que los pastores pasaran la noche en los campos. Estas y otras razones demuestran que Jesús no pudo nacer en este mes. El día 10 de Tebet del año 609 a. E.C. Nabucodonosor empezó su sitio de la ciudad de Jerusalén (2Re 25:1; Jer 39:1; 52:4; Eze 24:1, 2), y posiblemente como recordatorio de este suceso, los judíos observaron el “ayuno del décimo mes”. (Zac 8:19.) |
Nombre que recibió después del exilio el undécimo mes lunar judío del calendario sagrado, que era el quinto del calendario seglar. (Zac 1:7; Dt 1:3; 1Cr 27:14.) Corresponde a parte de enero y parte de febrero. El significado del nombre no es seguro.
El mes invernal de Sebat llega algo después de la temporada de lluvias intensas, aunque todavía es un tiempo de importantes precipitaciones. Las temperaturas medias oscilan entre los 7 °C de Jerusalén y unos 10 °C más a lo largo de la costa mediterránea. Las flores rosas y blancas de los almendros son las primeras que alegran el paisaje invernal y anuncian que se acerca la primavera. |
Nombre dado después del destierro al duodécimo mes lunar del calendario religioso judío, sexto del calendario seglar. (Est 3:7.) Corresponde a parte de febrero y parte de marzo. En algunos años bisiestos, tras el mes de Adar se agrega el mes intercalar, llamado Veadar o segundo Adar. Por un decreto real del rey Asuero de Persia, dado a instigación de su primer ministro Hamán, el día 13 de Adar tenía que señalar la aniquilación de todos los judíos en los distritos jurisdiccionales del imperio. Un nuevo decreto, promulgado por mediación de la reina Ester, hizo posible que los judíos obtuvieran una victoria sobre los que debían ser sus asesinos, y luego Mardoqueo ordenó que se celebraran los días 14 y 15 de Adar en conmemoración de su liberación. (Est 3:13; 8:11, 12; 9:1, 15, 20, 21, 27, 28.) Esta fiesta judía se conoce como el Purim, nombre derivado de “Pur, es decir, la Suerte”. (Est 9:24-26; véase PURIM.) También fue en este mes cuando el gobernador Zorobabel terminó la reconstrucción del templo de Jerusalén. (Esd 6:15.) En otras partes de la Biblia solo se le menciona como “el mes duodécimo”. (2Re 25:27; 1Cr 27:15; Jer 52:31; Eze 32:1.) |
Los pueblos de la antigüedad, entre ellos los griegos instruidos, los romanos y los judíos, no tenían ningún concepto del cero. Para ellos, todo empezaba a contarse con el uno. Cuando usted estudió los números romanos en la escuela (I, II, III, IV, V, X, etc.), ¿aprendió una cifra para el cero? No, porque los romanos no tenían tal cifra. Puesto que los romanos no usaban el número cero, la era común no comenzó con un año cero, sino con 1 E.C. Esto también dio lugar al arreglo ordinal de los números, como primero (1.º), segundo (2.º), tercero (3.º), décimo (10.º) y centésimo (100.º). En las matemáticas modernas el hombre concibe que todo comienza desde nada o cero. Es probable que el cero haya sido inventado por los hindúes.
Así es que cada vez que usamos números ordinales tenemos que restar siempre uno para obtener el número completo. Por ejemplo, cuando hablamos de una fecha en el siglo XX E.C., ¿significa que han pasado 20 siglos completos? No, significa 19 siglos completos y unos cuantos años más. Para expresar números completos, tanto la Biblia como las matemáticas modernas usan números cardinales, como 1, 2, 3, 10 y 100. A estos también se les llama “números enteros”.
Ahora bien, puesto que la era común no empezó con el año cero, sino que comenzó con 1 E.C., y el calendario para los años antes de la era común no contaba hacia atrás desde un año cero, sino que empezaba con 1 a. E.C., la cifra que se usa para el año en cualquier fecha es en realidad un número ordinal. Es decir, 1990 E.C. representa realmente 1.989 años completos desde el principio de la era común, y la fecha 1 de julio de 1990 representa 1.989 años más la mitad de un año desde el principio de la era común. El mismo principio aplica a las fechas a.E.C. Por eso, para calcular cuántos años transcurrieron entre el 1 de octubre de 607 a. E.C. y el 1 de octubre de 1914 E.C., sume 606 años (más los últimos tres meses del año anterior) a 1.913 (más los primeros nueve meses del año siguiente), y el resultado es 2.519 años (más 12 meses), o 2.520 años. O si usted quiere calcular a qué fecha llegaría 2.520 años después del 1 de octubre de 607 a. E.C., recuerde que 607 es un número ordinal —realmente representa 606 años completos—, y puesto que no estamos contando desde el 31 de diciembre de 607 a. E.C., sino desde el 1 de octubre de 607 a. E.C., tenemos que sumar a 606 los tres meses del final de 607 a. E.C. Ahora reste 606 1/4 de 2.520 años. El residuo es 1.913 3/4. Eso significa que 2.520 años desde el 1 de octubre de 607 a. E.C. nos llevan 1.913 3/4 años dentro de la era común... 1.913 años completos nos traen al principio de 1914 E.C., y tres cuartas partes de un año más nos traen hasta el 1 de octubre de 1914 E.C..
Si bien se desconoce la etimología de la voz hebrea para profeta (na·ví´), el uso bíblico del término muestra que los verdaderos profetas no eran simples proclamadores, sino voceros de Dios, ‘hombres de Dios’ con mensajes inspirados (1Re 12:22; 2Re 4:9; 23:17), que estaban de pie en el “grupo íntimo” de Dios y a quienes Él revelaba su “asunto confidencial”. (Jer 23:18; Am 3:7; 1Re 17:1; véase VIDENTE.)
El término griego pro·fé·tës, que significa literalmente “proclamador [gr. pro, “ante” o “delante de”, y fë·mí, “decir”]”, designa a la persona que declara o da a conocer mensajes atribuidos a una fuente divina. (Compárese con Tit 1:12.) Aunque en este concepto entra la predicción del futuro, este no es el significado fundamental de la palabra. (Compárese con Jue 6:7-10.) Ahora bien, para que una persona viva en armonía con la voluntad de Dios ha de conocer cuáles son los propósitos revelados de Jehová para el futuro, a fin de que pueda conformar sus caminos, deseos y metas a la voluntad divina. Por consiguiente, en la gran mayoría de los casos, los profetas bíblicos transmitieron mensajes que tenían una relación directa o indirecta con el futuro (1117-442 a.E.C.).
★“Su propio profeta”: Tito 1:12 Había en Creta personas que no tenían normas morales elevadas. Pablo consideró apropiado citar las palabras que aparentemente vinieron de Epiménides, un poeta (profeta o vocero) cretense del siglo VI a. E.C. Pero Pablo concordaba con aquella descripción cuando se aplicaba particularmente a una porción de la población cretense. (w89 15/5 31) Esta opinión la compartían también los griegos, para quienes el nombre cretense llegó a ser sinónimo de “mentiroso.” (w82 15/5 4)
Las funciones del profeta en las Escrituras Hebreas. El primer vocero humano de Dios obviamente fue Adán, quien al principio transmitió las instrucciones divinas a su esposa Eva, y en ese sentido desempeñó el papel de profeta. Aquellas instrucciones no solo estaban relacionadas con su presente, sino también con el futuro, pues daban a conocer el propósito de Dios para la Tierra y la humanidad, así como el proceder que los humanos tenían que seguir para disfrutar de un futuro bendito. (Gé 1:26-30; 2:15-17, 23, 24; 3:1-3.) El primer profeta humano fiel que se menciona fue Enoc, en cuyo mensaje había una predicción específica del futuro. (Jud 14, 15.) Tanto Lamec como su hijo Noé proclamaron revelaciones inspiradas del propósito y la voluntad de Dios. (Gé 5:28, 29; 9:24-27; 2Pe 2:5.)
La palabra na·ví´ se aplica por primera vez a Abrahán. (Gé 20:7.) Este patriarca no se destacó por predecir el futuro, y menos de una manera pública. Sin embargo, Dios le había dado un mensaje, una promesa profética. Abrahán tuvo que sentirse movido a hablar de ese mensaje, en especial a su familia, explicando por qué dejaba Ur y cuál era la promesa que Dios le había hecho. (Gé 12:1-3; 13:14-17; 22:15-18.) De manera similar, Isaac y Jacob, los herederos de la promesa, fueron “profetas” que tuvieron una comunicación íntima con Dios. (Sl 105:9-15.) Además, pronunciaron bendiciones proféticas a favor de sus hijos. (Gé 27:27-29, 39, 40; 49:1-28.) Con la excepción de Job y Elihú, mediante quienes Dios reveló Sus verdades antes del éxodo, a todos los profetas verdaderos desde entonces hasta el siglo I E.C. se les escogió de entre los descendientes de Jacob (los israelitas).
Con Moisés, las funciones del profeta se enfocan de manera más definida. Jehová destaca la posición del profeta como Su vocero al designar a Aarón como “profeta” o “boca” para Moisés, mientras que este ‘le servía a Aarón de Dios’. (Éx 4:16; 7:1, 2.) Moisés predijo muchos acontecimientos que tuvieron un cumplimiento inmediato, como fue el caso de las diez plagas. Sin embargo, él sirvió de profeta o vocero divino de una manera aún más impresionante al transmitir el pacto de la Ley en Sinaí y al instruir a la nación acerca de la voluntad de Dios. Aunque el pacto de la Ley fue de un inmenso valor para los israelitas como código y guía moral, también señaló hacia el futuro a las ‘mejores cosas por venir’. (Gál 3:23-25; Heb 8:6; 9:23, 24; 10:1.) La íntima comunicación, muchas veces bilateral, que Moisés tenía con Dios, así como el que Él lo utilizase para transmitir el entendimiento mucho más amplio de Su voluntad y propósito, hizo que su posición profética fuese sobresaliente. (Éx 6:2-8; Dt 34:10.) Su hermano Aarón y su hermana Míriam, así como 70 ancianos de la nación, también rindieron un servicio profético, pues transmitieron mensajes o consejos divinos (aunque no necesariamente predicciones). (Éx 15:20; Nú 11:25; 12:1-8.)
Aparte del hombre citado en Jueces 6:8, a quien no se identifica, la profetisa Débora fue la única persona mencionada específicamente en el libro de Jueces que rendía servicio profético. (Jue 4:4-7; 5:7.) Sin embargo, el que no aparezca el término na·ví´ no significa que no hubiera otras personas que fueran profetas. Para el tiempo de Samuel, “la palabra de Jehová se había hecho rara [...]; no se diseminaba visión alguna”. Samuel sirvió de vocero de Dios desde su juventud, y el cumplimiento de los mensajes divinos hizo que todos lo reconociesen como “persona acreditada para el puesto de profeta para Jehová”. (1Sa 3:1-14, 18-21.)
Una vez instaurada la monarquía, aparece una línea de profetas casi continua. (Compárese con Hch 3:24.) Gad empezó a profetizar antes de la muerte de Samuel. (1Sa 22:5; 25:1.) Tanto él como el profeta Natán fueron destacados durante el reinado de David (2Sa 7:2-17; 12:7-15; 24:11-14, 18), y al igual que otros profetas posteriores, fueron consejeros e historiadores reales. (1Cr 29:29; 2Cr 9:29; 29:25; 12:15; 25:15, 16.) Dios se valió del propio David para pronunciar ciertas revelaciones, por lo que el apóstol Pedro le llama “profeta”. (Hch 2:25-31, 34.) Después de dividirse el reino, hubo profetas fieles tanto en el reino septentrional como en el meridional. Algunos fueron enviados a declarar mensajes proféticos ante los caudillos y el pueblo de ambos reinos. Entre los profetas del exilio y posteriores estuvieron Daniel, Ageo, Zacarías y Malaquías.
Los profetas desempeñaron un cometido vital en mantener la adoración verdadera. Su actividad sirvió de freno para los reyes de Israel y Judá, pues censuraban valerosamente a los gobernantes que erraban (2Sa 12:1-12) y proclamaban los juicios de Dios contra los inicuos. (1Re 14:1-16; 16:1-7, 12.) Cuando el sacerdocio se desvió y corrompió, Jehová se valió de los profetas para fortalecer la fe de un resto justo y para señalar a los descarriados el camino de regreso al favor divino. Al igual que Moisés, en muchas ocasiones los profetas fueron intercesores y oraron a Dios a favor del rey y del pueblo. (Dt 9:18-29; 1Re 13:6; 2Re 19:1-4; compárese con Jer 7:16; 14:11, 12.) En tiempos de crisis o de gran necesidad se mantenían especialmente activos. Daban esperanza para el futuro, como cuando sus mensajes predecían las bendiciones del gobierno mesiánico. De esa manera, no solo beneficiaron a los que vivían en aquel tiempo, sino también a las generaciones que les sucedieron hasta nuestros días. (1Pe 1:10-12.) Sin embargo, mientras cumplían con su deber, tuvieron que aguantar mucho oprobio, mofa y hasta maltrato físico. (2Cr 36:15, 16; Jer 7:25, 26; Heb 11:32-38.) Pero los que les daban una buena acogida recibían bendiciones espirituales y otros beneficios. (1Re 17:8-24; 2Re 4:8-37; compárese con Mt 10:41.)
Cómo se les nombraba e inspiraba. Aunque el puesto de profeta no dependía de pertenecer a un linaje determinado, varios profetas fueron de la tribu de Leví (como Samuel, Zacarías el hijo de Jehoiadá, Jeremías y Ezequiel), y algunos descendientes de profetas también lo fueron. (1Re 16:7; 2Cr 16:7; Zac 1:1.) Tampoco era una profesión en la que se entraba por propia iniciativa: Dios escogía a los profetas y los nombraba por medio de espíritu santo (Nú 11:24-29; Eze 1:1-3; Am 7:14, 15), que era el medio que les comunicaba lo que tenían que proclamar. (Hch 28:25; 2Pe 1:21.) Al principio algunos no estuvieron muy dispuestos a cumplir con su misión. (Éx 3:11; 4:10-17; Jer 1:4-10.) En el caso de Eliseo, este recibió su nombramiento divino de Elías, su predecesor, lo que se simbolizó arrojando su manto o prenda de vestir oficial sobre Eliseo. (1Re 19:19-21.)
Aunque a los profetas se les había nombrado por el espíritu de Jehová, parece ser que no hablaban continuamente bajo inspiración. Más bien, el registro bíblico indica que el espíritu de Dios ‘caía sobre ellos’ en ciertas ocasiones, y revelaba los mensajes que debían anunciar. (Eze 11:4, 5; Miq 3:8.) Esto tenía un efecto animador en ellos y los impelía a hablar. (1Sa 10:10; Jer 20:9; Am 3:8.) Seguramente, no solo hicieron cosas fuera de lo normal, sino que también su porte y manera de expresarse reflejarían una intensidad y sentimiento extraordinarios. Este hecho puede explicar en parte lo que significa la expresión ‘portarse como profeta’. (1Sa 10:6-11; 19:20-24; Jer 29:24-32; compárese con Hch 2:4, 12-17; 6:15; 7:55.) Puesto que estaban completamente absortos en su misión y se dedicaban a ella con celo y valor, es posible que a los demás les pareciera extraño o hasta irracional su comportamiento, como pensaron de cierto profeta unos jefes militares cuando se ungió a Jehú. Sin embargo, una vez que se dieron cuenta de que aquel hombre era un profeta, los jefes tomaron muy en serio su mensaje. (2Re 9:1-13; compárese con Hch 26:24, 25.) Cuando a Saúl, que iba en persecución de David, se le hizo ‘portarse como profeta’, se desvistió de sus prendas de vestir y “quedó caído desnudo todo aquel día y toda aquella noche”, un tiempo que David aprovechó para escapar. (1Sa 19:18–20:1.) Este relato no quiere decir que los profetas fueran desnudos con frecuencia, pues el registro bíblico indica todo lo contrario. En los otros dos casos que se registran, los profetas anduvieron desnudos con un propósito: representar algún aspecto de su profecía. (Isa 20:2-4; Miq 1:8-11.) No obstante, no se explica el propósito de la desnudez de Saúl, si fue para mostrarle como un mero hombre, desprovisto de su atuendo real e impotente ante la autoridad y poder real de Jehová, o si hubo alguna otra razón.
Jehová utilizó varios medios para inspirar a sus profetas: comunicación verbal por medio de ángeles (Éx 3:2-4; compárese con Lu 1:11-17; Heb 1:1, 2; 2:1, 2), visiones que impresionaban el mensaje de Dios en la mente consciente (Isa 1:1; Hab 1:1), sueños o visiones nocturnas mientras dormían (Da 7:1) y mensajes transmitidos cuando se hallaban en trance (Hch 10:10, 11; 22:17-21). En ciertas ocasiones la música podía contribuir a que el profeta recibiera la comunicación divina. (1Sa 10:5; 2Re 3:15.) Del mismo modo, la proclamación del mensaje inspirado también se efectuó de diversas maneras. (Heb 1:1.) Por lo general, el profeta lo proclamó tanto en lugares públicos como en regiones escasamente pobladas. (Jer 7:1, 2; 36:4-13; Mt 3:3.) Pero podía representar el mensaje por medio de símbolos, gestos y acciones simbólicas, como cuando Ezequiel representó el sitio de Jerusalén con un ladrillo, o como ocurrió con el matrimonio de Oseas y Gómer. (Eze 4:1-3; Os 1:2, 3; compárese con 1Re 11:30-39; 2Re 13:14-19; Jer 19:1, 10, 11; véanse INSPIRACIÓN; SUEÑOS; VISIÓN.)
Cómo se distinguían los verdaderos de los falsos. Si bien es cierto que en algunos casos, como los de Moisés, Elías, Eliseo y Jesús, los profetas de Dios hicieron obras milagrosas que dieron prueba fehaciente de la autenticidad de su mensaje y comisión de profetas, no hay registro de que todos las realizasen. Los tres elementos esenciales para demostrar las credenciales de un profeta verdadero eran según la ley dada a Moisés: el profeta verdadero hablaría en el nombre de Jehová, las predicciones se cumplirían (Dt 18:20-22) y sus profecías fomentarían la adoración verdadera y estarían en conformidad con la palabra y los mandamientos revelados de Dios. (Dt 13:1-4.) Este último era probablemente el más importante y decisivo, pues alguien podría usar hipócritamente el nombre de Dios y su predicción podía cumplirse por coincidencia. Pero el profeta verdadero no era simplemente un pronosticador, ni tampoco era esa su labor principal, como ya se ha mostrado. Más bien, su función era defender la justicia, y su mensaje trataba principalmente de normas morales y su aplicación. Él expresaba las normas de Dios en cuanto a diversos asuntos. (Isa 1:10-20; Miq 6:1-12.) Por consiguiente, no era necesario esperar años o generaciones para determinar si el profeta era verdadero o falso sobre la base del cumplimiento de su predicción. Su mensaje era falso si contradecía la voluntad y las normas que Dios había revelado. Por ello, si un profeta predecía paz para Israel o Judá en un tiempo en que el pueblo desobedecía la Palabra y la ley de Dios, forzosamente tenía que ser falso. (Jer 6:13, 14; 14:11-16.)
La advertencia posterior de Jesús con respecto a los falsos profetas estaba en consonancia con la que dio Moisés. Aunque emplearan su nombre e hicieran “señales y prodigios para descarriar”, sus frutos demostrarían que eran “obradores del desafuero”. (Mt 7:15-23; Mr 13:21-23; compárese con 2Pe 2:1-3; 1Jn 4:1-3.)
El profeta verdadero nunca predecía con la única finalidad de satisfacer la curiosidad humana. Todas sus predicciones tenían que ver con la voluntad, el propósito, las normas o el juicio de Dios. (1Re 11:29-39; Isa 7:3-9.) Los acontecimientos que predecía para el futuro solían ser la consecuencia de las condiciones existentes: tal como las personas sembraran, así segarían. Los falsos profetas calmaban al pueblo y a sus líderes con promesas tranquilizadoras de que, a pesar de su proceder injusto, Dios todavía estaba con ellos para protegerlos y darles prosperidad. (Jer 23:16-20; 28:1-14; Eze 13:1-16; compárese con Lu 6:26.) Su lenguaje y acciones simbólicas imitaban los de los profetas verdaderos. (1Re 22:11; Jer 28:10-14.) Aunque algunos fueron unos impostores, muchos probablemente eran profetas que con el tiempo habían desobedecido o apostatado. (Compárese con 1Re 18:19; 22:5-7; Isa 28:7; Jer 23:11-15.) También había mujeres que eran falsas profetisas. (Eze 13:17-23; compárese con Apo 2:20.) Lo que había sucedido es que un “espíritu de inmundicia” había reemplazado el espíritu de Dios. Debía darse muerte a todos esos falsos profetas. (Zac 13:2, 3; Dt 13:5.)
En el caso de aquellos que estaban a la altura de las normas divinas, el cumplimiento de ciertas profecías suyas “de corto alcance”, algunas de las cuales se realizaron simplemente al cabo de un día o de un año, dio base para confiar en que también se cumplirían sus profecías para el futuro más distante. (1Re 13:1-5; 14:12, 17; 2Re 4:16, 17; 7:1, 2, 16-20.)
Al parecer eran grupos de siervos de Dios que trabajaban juntos en una escuela para profetas o a una asociación de profetas y que sin duda gozaban de buen compañerismo. (2 Reyes 2:3-5; 4:38; compárese con 1 Samuel 10:5, 10.)
Como explica la obra Gesenius’ Hebrew Grammar (Oxford, 1952, pág. 418), el término hebreo ben (hijo de), o benéh (hijos de), puede indicar “pertenencia a un gremio o sociedad (o a una tribu o clase definida)”. (Compárese con Ne 3:8, donde “miembro de los mezcladores de ungüentos” es literalmente “hijo de los mezcladores de ungüentos”.) Por consiguiente, la expresión “hijos de los profetas” puede que designe una escuela de instrucción para los que habían sido llamados a esta vocación o simplemente un grupo de profetas que se ayudaban entre sí. Se menciona que había dichos grupos en Betel, Jericó y Guilgal. (2Re 2:3, 5; 4:38; compárese con 1Sa 10:5, 10.) Samuel presidía un grupo en Ramá (1Sa 19:19, 20), y parece que Eliseo ocupaba una posición similar en su día. (2Re 4:38; 6:1-3; compárese con 1Re 18:13.) El registro menciona que edificaban su propio lugar donde morar y que utilizaban herramientas prestadas, lo que parece indicar que vivían modestamente. Aunque a menudo compartían el alojamiento y la comida, es posible que también recibiesen asignaciones individuales para salir en misiones proféticas. (1Re 20:35-42; 2Re 4:1, 2, 39; 6:1-17; 9:1, 2.) ★¿Quiénes eran “los hijos de los profetas”? - (1-10-2012-Pg.15)
Los profetas en las Escrituras Griegas Cristianas.
La palabra griega pro·fé·tës corresponde con la hebrea na·ví´. El sacerdote Zacarías, padre de Juan el Bautista, sirvió de profeta al revelar el propósito de Dios concerniente a su hijo Juan, quien sería “llamado profeta del Altísimo”. (Lu 1:76.) El modo de vivir sencillo de Juan, así como su mensaje, recordaba a los antiguos profetas hebreos. Se le reconocía por todas partes como profeta; hasta Herodes sintió temor por causa de él. (Mr 1:4-6; Mt 21:26; Mr 6:20.) Jesús dijo que Juan era “mucho más que profeta”. (Mt 11:7-10; compárese con Lu 1:16, 17; Jn 3:27-30.)
Jesús, el Mesías, era “El Profeta”, aquel que predijo Moisés y a quien se había esperado por tanto tiempo. (Jn 1:19-21, 25-27; 6:14; 7:40; Dt 18:18, 19; Hch 3:19-26.) Su capacidad para efectuar obras poderosas y discernir asuntos de un modo extraordinario hizo que otros le reconocieran como profeta. (Lu 7:14-16; Jn 4:16-19; compárese con 2Re 6:12.) Él, más que ningún otro, era miembro del “grupo íntimo” de Dios. (Jer 23:18; Jn 1:18; 5:36; 8:42.) Citó con regularidad a profetas anteriores que testificaron sobre la comisión y el cargo que Dios le había dado. (Mt 12:39, 40; 21:42; Lu 4:18-21; 7:27; 24:25-27, 44; Jn 15:25.) Predijo de qué manera lo traicionarían y cómo moriría; dijo que, como era profeta, moriría en Jerusalén (“la que mata a los profetas”), que sus discípulos lo abandonarían, que Pedro le negaría tres veces y que sería resucitado al tercer día. Para muchas de estas profecías se basó en otras que se encontraban en las Escrituras Hebreas. (Hch 21:9Lu 13:33, 34; Mt 20:17-19; 26:20-25, 31-34.) Además de esto, predijo la destrucción de Jerusalén y su templo. (Lu 19:41-44; 21:5-24.) El cumplimiento exacto de todas estas predicciones durante la vida de los que le escuchaban puso una base firme para tener fe y convicción en que sus profecías sobre su presencia también se cumplirían. (Compárese con Mt 24; Mr 13; Lu 21.)
En el Pentecostés del año 33 E.C. tuvo lugar el predicho derramamiento del espíritu de Dios sobre los discípulos reunidos en Jerusalén, y les hizo ‘profetizar y ver visiones’. Esta actividad consistió en declarar las “cosas magníficas de Dios” y en la revelación inspirada de conocimiento acerca del Hijo de Dios y del significado que este conocimiento debería tener para sus oyentes. (Hch 2:11-40.) De nuevo habría de recordarse que el profetizar no significa solo o necesariamente predecir el futuro. El apóstol Pablo declaró que “el que profetiza edifica y anima y conforta a los hombres con su habla”, y habló del profetizar como una meta apropiada y especialmente deseable que todos los cristianos deberían esforzarse por alcanzar. Así como el hablar en lenguas extranjeras era una señal para los no creyentes, el profetizar lo era para los creyentes. Sin embargo, hasta el no creyente que asistiera a una reunión cristiana se beneficiaría de tal profetizar, pues sería censurado y examinado con cuidado de manera que los “secretos de su corazón [quedaran] manifiestos”. (1Co 14:1-6, 22-25.) Este hecho también indica que el profetizar cristiano no consiste principalmente en predecir, sino que a menudo tiene que ver con cuestiones cotidianas, aunque lo que se dice procede claramente de una fuente más allá de lo normal, pues es inspirado por Dios. Pablo dio consejo sobre la necesidad de que hubiese orden y autodominio al profetizar en la congregación, para que todos pudiesen aprender y ser animados. (1Co 14:29-33.)
Por supuesto, había ciertas personas que habían sido seleccionadas o dotadas especialmente para servir de profetas. (1Co 12:4-11, 27-29.) El propio Pablo tenía el don de profetizar; sin embargo, se le conoce principalmente como apóstol. (Compárese con Hch 20:22; 27:21-26, 31, 34; 1Co 13:2; 14:6.) Parece que los que fueron designados especialmente como profetas —por ejemplo: Ágabo, Judas y Silas— se destacaron como voceros de la congregación cristiana, y solo estaban por debajo de los apóstoles. (1Co 12:28; Ef 4:11.) Al igual que estos, los profetas no solo sirvieron en la zona en donde vivían, sino que también viajaron a diferentes lugares, dieron discursos y predijeron ciertos acontecimientos. (Hch 11:27, 28; 13:1; 15:22, 30-33; 21:10, 11.) Como en el pasado, algunas mujeres cristianas también recibieron el don de profetizar, aunque permanecían sujetas a la jefatura de los miembros varones de la congregación. (Hch 21:9; 1Co 11:3-5.)
Profetas mencionados en la Biblia
|
Entre los profetas que sirvieron en Judá se cuentan Semaya, Idó, Azarías, Oded, Hananí, Jehú, Eliezer, Jahaziel, Miqueas, Oseas, Isaías, Sofonías, Habacuc y Jeremías.
LOS DOCE PROFETAS PRINCIPALES EN SU CONTEXTO HISTÓRICO
Cabría pensar que los libros de Oseas a Malaquías aparecen en la Biblia en orden cronológico, según la época en que vivió cada escritor; pero no es así. Los primeros profetas fueron Jonás, Joel, Amós, Oseas y Miqueas, que vivieron en los siglos IX y VIII antes de nuestra era. Durante ese período, muchos monarcas de Judá (el reino del sur) e Israel (el reino del norte) fueron infieles a Dios, quien por eso derramó su cólera sobre ellos así como sobre los súbditos que los imitaron. Fue una época en la que primero Asiria y más tarde Babilonia aspiraron a dominar el mundo. ¡Poco se imaginaban entonces los israelitas que Jehová usaría a estos dos imperios para castigarlos! Sabemos, claro está, que todo el tiempo él estuvo alertando a Israel y Judá mediante sus fieles profetas.
Al acercarse el tiempo de dar su merecido a Judá y Jerusalén, Jehová levantó a un segundo grupo de enérgicos voceros. ¿Quiénes lo componían? Sofonías, Nahúm, Habacuc y Abdías, los cuales cumplieron su misión profética en el siglo VII antes de nuestra era. Los acontecimientos más trágicos de ese período fueron la destrucción de Jerusalén a manos de los babilonios en el año 607 y la deportación de los judíos. Nuevamente, se cumplieron al pie de la letra los anuncios que Dios había hecho mediante algunos de estos profetas que hablaron en su nombre. Ellos habían exhortado a sus oyentes a que abandonaran las borracheras, los actos violentos y otras malas prácticas, pero estos se negaron a cambiar (Habacuc 1:2, 5-7; 2:15-17; Sofonías 1:12, 13).
A su regreso del exilio, el pueblo de Dios tenía que centrarse en la adoración verdadera, y para ello debía recibir dirección competente, consuelo y orientación. Esta necesidad la llenó el tercer grupo de profetas: Ageo, Zacarías y Malaquías, quienes desarrollaron su labor en los siglos VI y V antes de nuestra era. Sigamos familiarizándonos con estos doce defensores incondicionales de la soberanía de Jehová y con la obra que efectuaron; así aprenderemos importantes lecciones aplicables a nuestro ministerio en estos tiempos peligrosos. Hablemos ahora de estos profetas uno por uno, en orden cronológico, según el tiempo en que prestaron su servicio.
PROCURAN RESCATAR A NACIONES TERCAS
¿Ha tenido usted alguna vez una crisis de confianza? Por ejemplo, ¿le pareció que estaba perdiendo la fe? Si así es, encontrará muy valiosas las experiencias de Jonás, quien vivió en el siglo IX antes de nuestra era. Como seguramente sabrá, Dios le ordenó que fuera a Nínive —la capital de un imperio en ascenso, Asiria— para denunciar la maldad de sus habitantes. Pero en vez de dirigirse a aquella ciudad, situada a 900 kilómetros al nordeste de Jerusalén, se embarcó rumbo a un puerto que probablemente estaba en la actual España. En efecto, se fue en dirección contraria, hacia un punto que quedaba a 3.500 kilómetros de allí. ¿Qué cree usted? ¿Sería que a Jonás le entró miedo? ¿Tendría una momentánea debilidad en la fe? ¿O tal vez le inquietaba la posibilidad de que los ninivitas se arrepintieran y, al no ser destruidos, atacaran luego a Israel? La Biblia no lo aclara. Sin embargo, este ejemplo destaca la necesidad de no dejarnos llevar por razonamientos engañosos.
Ya sabemos cómo respondió Jonás cuando Dios lo reprendió. Mientras se encontraba en el vientre del “gran pez” que lo había engullido, reconoció un hecho esencial: “La salvación pertenece a Jehová” (Jonás 1:17; 2:1, 2, 9). Después de su liberación milagrosa cumplió su misión. Sin embargo, se sintió muy decepcionado cuando Dios decidió que ya no iba a destruir a los ninivitas, en vista de que habían escuchado su mensaje y se habían arrepentido. La actitud del profeta era muy egoísta, y por ello Jehová tuvo que volver a corregirlo con cariño. No olvidemos, sin embargo, que por más que algunas personas se centren en las faltas de Jonás, Dios lo consideró un siervo fiel y obediente (Lucas 11:29).
¿Le molesta que la gente diga que el mensaje bíblico que usted lleva es alarmista? Pues bien, en el caso de Joel —nombre que significa “Jehová Es Dios”—, sus compatriotas le hacían la misma acusación. Al parecer, él puso por escrito sus profecías en Judá alrededor del año 820 antes de nuestra era, durante el reinado de Uzías. Por lo tanto, su ministerio coincidió en algún momento con el de Jonás. Joel anunció que la tierra sería desolada por oleadas de langostas. En efecto, el temible día de Jehová estaba muy cerca. Pero, como podremos comprobar, este profeta no solo proclamó condenación. Entre otros aspectos positivos, mencionó que habría “escapados”, es decir, personas fieles que se salvarían (Joel 2:32). Como vemos, el arrepentimiento permite obtener la bendición y el perdón de Jehová. Es reconfortante saber que esta verdad también forma parte del mensaje que nosotros llevamos a la gente. Además, el profeta anunció que Dios derramaría su fuerza activa, el espíritu santo, “sobre toda clase de carne”. ¿Se da cuenta del papel que desempeña usted en el cumplimiento de esta profecía? Asimismo, Joel destacó la única forma de salvarse: “Todo el que invoque el nombre de Jehová escapará salvo” (Joel 2:28, 32).
¿Le infunde respeto tener que proclamar algo de tanto peso como el mensaje divino, a menudo a quienes no demuestran interés? Entonces entenderá muy bien a Amós. Él no era hijo de un profeta ni pertenecía a una comunidad profética; tan solo era pastor de ovejas y trabajador temporero. Llevó a cabo su misión durante el reinado de Uzías de Judá, hacia finales del siglo IX antes de nuestra era. Aunque de familia humilde, Amós (nombre que significa “Que Es una Carga; Que Lleva una Carga”) transmitió mensajes de peso a Judá, Israel y las naciones vecinas. ¡Cuánto nos anima saber que Jehová puede capacitar a cualquier persona para que lleve a cabo una obra tan importante!
¿Se ha planteado usted qué sacrificios estaría dispuesto a hacer para cumplir la voluntad de Jehová? Si así es, piense en Oseas, contemporáneo de Isaías y Miqueas, y profeta durante unos sesenta años. Él recibió la orden divina de casarse con Gómer, “una esposa de fornicación” (Oseas 1:2). Esta daría a luz tres hijos, de los que al parecer solo uno fue de Oseas. ¿Por qué iba a pedir Jehová a alguien que tolerara la deshonra de la infidelidad conyugal? Porque iba a valerse de esa situación para dar una lección de lealtad y perdón. Tal como una mujer adúltera engaña a su marido, el reino del norte había traicionado a Dios. Pero Jehová mostraría cuánto amaba a su pueblo invitándolo a arrepentirse. Sin duda, nos sentimos reconfortados al observar su manera de actuar.
En estos tiempos críticos, ¿verdad que cuesta trabajo demostrar valor y confianza absoluta en Jehová? Pues bien, si usted se esfuerza por manifestar esas cualidades, logrará ser como Miqueas. Este contemporáneo de Oseas y de Isaías pronunció mensajes contra las naciones de Judá e Israel durante los reinados de Jotán, Acaz y Ezequías, quienes ocuparon el trono de Judá en el siglo VIII antes de nuestra era. Al norte, la corrupción moral y la idolatría habían alcanzado su punto máximo, de modo que el reino de Israel fue destruido por los asirios, quienes conquistaron la capital, Samaria, en el año 740. Por su parte, Judá vivía en una constante indecisión, obedeciendo unas veces a Jehová y otras siéndole infiel. Pese a las amenazas que se divisaban en el horizonte, a Miqueas le consolaba saber que el mensaje divino que proclamaba había dado fruto. En efecto, ese mensaje había frenado temporalmente la degradación espiritual que conducía a la nación al desastre. ¿Qué puede decirse de nuestros días? Sin duda, nos anima mucho ver las reacciones positivas de algunas personas ante el mensaje de salvación que llevamos.
Con el tiempo, las potencias mundiales de Egipto y Asiria fueron debilitándose, mientras que Babilonia inició un ascenso que resultaría trágico para la nación de Judá. Pero los siervos de Jehová contaban con profetas que estaban listos para advertirlos y aconsejarlos. Repasemos información sobre algunos de ellos, teniendo presente que los cristianos también predicamos un mensaje de advertencia.
Para hacer la voluntad de Dios, ¿ha tenido usted que romper con algunas tradiciones familiares? Si así es, entenderá muy bien a Sofonías. Es posible que este profeta fuera tataranieto del rey Ezequías y pariente del rey Josías. De ser este el caso, pertenecía a la realeza de Judá. Aun así, demostró obediencia a las instrucciones divinas al proclamar denuncias contra los dirigentes corruptos de su nación. En armonía con el significado de su nombre, “Jehová Ha Ocultado”, Sofonías destacó que la misericordia divina es lo único que permitirá que a los fieles “se les oculte en el día de la cólera de Jehová” (Sofonías 2:3). Felizmente, su valerosa predicación dio fruto. El joven rey Josías encabezó una reforma espiritual en la que eliminó los ídolos, reparó el templo y restableció la adoración pura (2 Reyes, capítulos 22, 23). Junto a sus compañeros Nahúm y Jeremías, el profeta Sofonías tiene que haber desempeñado un papel clave al apoyar y asesorar a este monarca. Por desgracia, el arrepentimiento de la mayoría de los judíos fue superficial. Tras la muerte de Josías en combate, recayeron en la idolatría, y no muchos años después fueron llevados cautivos a Babilonia.
Tal vez usted se considere alguien del montón, uno de tantos. Pero aunque la mayoría de los cristianos no seamos figuras destacadas, tenemos un privilegio extraordinario: ser “colaboradores de Dios” (1 Corintios 3:9). Sucede algo similar en el caso del profeta Nahúm, del que tan solo sabemos que procedía de la pequeña población de Elqós, situada probablemente en Judá. Aunque él pareciera insignificante, su mensaje era importantísimo. ¿Por qué? Porque iba dirigido contra Nínive, la capital del Imperio asirio. Aunque sus habitantes habían respondido bien a la predicación de Jonás, terminaron volviendo a las andadas. Las excavaciones arqueológicas han sacado a la luz relieves en piedra que corroboran que Nínive era, como la llamó Nahúm, una “ciudad de derramamiento de sangre” (Nahúm 3:1). Dichos grabados muestran con cuánta crueldad se trataba a los prisioneros de guerra. Con lenguaje descriptivo y muy dramático, Nahúm predijo que aquella ciudad sería arrasada. Su mensaje se cumplió, y lo mismo ocurrirá con el nuestro.
En el transcurso de los siglos, algunos lectores de la Biblia han visto que sus expectativas acerca del día de Jehová han quedado sin cumplirse. A otros tal vez los haya decepcionado la aparente tardanza en la ejecución de los juicios divinos. Ahora bien, ¿cómo se siente usted? Probablemente comprenda la inquietud de Habacuc, quien preguntó: “¿Hasta cuándo, oh Jehová, tengo que gritar por ayuda, sin que tú oigas? [...] ¿Y por qué hay expoliación y violencia enfrente de mí[?]” (Habacuc 1:2, 3).
Habacuc profetizó durante una etapa muy agitada de la historia de Judá: después de la muerte del buen rey Josías y antes de la destrucción de Jerusalén en el año 607 antes de nuestra era. Las injusticias y los actos violentos estaban a la orden del día. El profeta advirtió a Judá que las alianzas con Egipto no la librarían de los sanguinarios babilonios. Su mensaje, escrito con gran energía y dramatismo, incluyó esta alentadora promesa: “En cuanto al justo, por su fidelidad seguirá viviendo” (Habacuc 2:4). Estas palabras deben ser muy importantes para nosotros, ya que el apóstol Pablo las citó en tres libros de las Escrituras Griegas Cristianas (Romanos 1:17; Gálatas 3:11; Hebreos 10:38). De igual modo, también es Habacuc quien nos transmite la siguiente garantía de Jehová: “La visión es todavía para el tiempo señalado [...]. No llegará tarde” (Habacuc 2:3).
El profeta Abdías se distingue por haber compuesto el libro más breve de las Escrituras Hebreas: solo veintiún versículos. Lo único que sabemos de él es que profetizó contra el pueblo de Edom, el cual descendía del hermano de Jacob y era, por tanto, “hermano” de los israelitas (Deuteronomio 23:7). Pero los edomitas habían tratado al pueblo de Dios de modo muy poco fraternal. Así, en el año 607 —más o menos para cuando Abdías escribió su libro— bloquearon los caminos a los judíos que huían y los entregaron a sus enemigos, los babilonios. Jehová predijo la total desolación de Edom, y la profecía se cumplió. Como en el caso de Nahúm, sabemos muy poco de Abdías. Sin embargo, es un ejemplo alentador de que Dios puede utilizar como mensajeros suyos a personas que el mundo considera insignificantes (1 Corintios 1:26-29).
ESTÍMULO, CONSUELO Y ADVERTENCIA
Ageo es el primero de los tres profetas que predicaron tras el regreso del resto fiel en el año 537 antes de nuestra era. Es posible que él formara parte del primer grupo de repatriados de Babilonia. Junto con el gobernador Zorobabel y el sumo sacerdote Josué, y en colaboración con el profeta Zacarías, Ageo procuró estimular a los judíos a que superaran la oposición del exterior y a que abandonaran su propia actitud indiferente y materialista. Tenían que cumplir con el propósito de su regreso: la reedificación del templo de Jehová. Para ello, en el año 520 pronunció cuatro mensajes directos que pusieron de relieve el nombre y la soberanía de Dios. De hecho, en su libro aparece catorce veces la expresión “Jehová de los ejércitos”. Sus enérgicas proclamaciones motivaron al pueblo a reanudar la construcción del santuario. ¿Verdad que a nosotros también nos fortalece saber que Jehová, el Rey Soberano, posee poder infinito y comanda enormes batallones de ángeles? (Isaías 1:24; Jeremías 32:17, 18.)
A veces pudiera desalentarnos la falta de entusiasmo de algunas personas que han servido a Dios. En tales casos es fácil sentirse identificado con el profeta Zacarías. Al igual que su contemporáneo Ageo, tenía ante sí una difícil tarea: animar a sus propios hermanos de religión a proseguir las obras del templo hasta terminarlo. Por ello, se dedicó con empeño a fortalecerlos a fin de que emprendieran esa gigantesca labor. Luchando contra la actitud cómoda que manifestaban, Zacarías los alentó a tener fe firme y demostrarla con obras, y de hecho lo logró. Además, puso por escrito muchas profecías acerca del Mesías. A nosotros también nos fortalece el mensaje de que “Jehová de los ejércitos” no olvidará a quienes buscan su favor (Zacarías 1:3).
El último de los doce profetas, Malaquías, vivió a la altura de su nombre, que significa “Mi Mensajero”. Aunque sabemos poco sobre este personaje de mediados del siglo V antes de nuestra era, su libro muestra que era un intrépido vocero que censuró al pueblo de Dios por sus pecados e hipocresía. Describió una situación muy semejante a la que expuso Nehemías, probablemente contemporáneo suyo. ¿Por qué era tan necesario el mensaje de Malaquías? Porque se habían apagado el celo y el entusiasmo que habían generado décadas atrás los profetas Ageo y Zacarías, y la espiritualidad de los judíos se encontraba en pésimo estado. Armándose de valor, Malaquías denunció a los hipócritas y altivos sacerdotes, y criticó al pueblo por el poco interés con que adoraban a Jehová y le ofrecían sacrificios. Sin embargo, en armonía con el resto de las Escrituras, que ofrecen un brillante porvenir, Malaquías predijo la venida del precursor del Mesías, Juan el Bautista, así como la de Cristo mismo. El profeta cierra las Escrituras Hebreas con una promesa animadora: “el sol de la justicia ciertamente brillará” para quienes reverencian el nombre de Dios (Malaquías 4:2, 5, 6).
Aunque es Malaquías el último libro en el orden de los libros de las Escrituras Hebreas, fue Nehemías en realidad el último libro que se escribió del Viejo Testamento.
Como habrá notado, quienes compusieron los últimos doce libros de las Escrituras Hebreas eran hombres de fe y convicción (Hebreos 11:32; 12:1). Su ejemplo y su mensaje nos enseñan útiles lecciones a todos los que anhelamos que llegue “el día de Jehová” (2 Pedro 3:10). En sus respectivos libros podremos ver qué influencia pueden tener estos mensajes proféticos en nuestro futuro eterno.
Mujer que profetiza o realiza el trabajo de un profeta. Como se ha mostrado en los artículos PROFETA y PROFECÍA, el significado básico de profetizar es anunciar por inspiración los mensajes procedentes de Dios, revelar la voluntad divina, aunque no siempre implique la predicción del futuro. Al igual que existieron profetas verdaderos y falsos, también Jehová utilizó a algunas profetisas y las impulsó con su espíritu, mientras que hubo otras que fueron falsas profetisas, a las que desaprobó.
Míriam es la primera mujer a la que la Biblia llama profetisa. Probablemente Dios transmitió uno o más mensajes por medio de ella, quizás mediante canciones inspiradas. (Éx 15:20, 21.) Por eso Míriam y Aarón le dijeron a Moisés: “¿No ha hablado también [Jehová] por nosotros?”. (Nú 12:2.) El propio Jehová dijo por medio del profeta Miqueas que había enviado a “Moisés, Aarón y Míriam” delante de los israelitas cuando los sacó de Egipto. (Miq 6:4.) Aunque a Míriam se le otorgó el privilegio de transmitir mensajes divinos, no tuvo la misma relación con Dios que su hermano Moisés, y cuando no se mantuvo en su lugar apropiado, Dios la castigó con severidad. (Nú 12:1-15.)
En el período de los jueces, Débora sirvió de fuente de información procedente de Jehová, dando a conocer sus juicios sobre ciertos asuntos y transmitiendo su instrucción, como en el caso de sus mandatos a Barac. (Jue 4:4-7, 14-16.) Durante aquel período de debilidad y apostasía nacional, fue de manera figurada la “madre en Israel”. (Jue 5:6-8.) La profetisa Huldá sirvió de forma similar en los días del rey Josías, dando a conocer el juicio de Dios respecto a la nación y su rey. (2Re 22:14-20; 2Cr 34:22-28.)
Isaías llama a su esposa “la profetisa”. (Isa 8:3.) Si bien algunos comentaristas apuntan que solo lo era en el sentido de que estaba casada con un profeta, tal hipótesis carece de pruebas bíblicas que la respalden. Parece más probable que hubiera recibido alguna asignación profética de Jehová, como las profetisas anteriores.
Nehemías no habla de manera favorable de la profetisa Noadías, pues junto con “los demás profetas” intentó atemorizarle a fin de impedir la reconstrucción de los muros de Jerusalén. (Ne 6:14.) El que actuara en contra de la voluntad de Dios no tiene por qué significar que antes no hubiera disfrutado de una posición acepta.
Jehová habló a Ezequiel de mujeres israelitas que estaban “actuando como profetisas desde su propio corazón”. Esto indica que Dios no las había comisionado, sino que ellas se habían erigido en falsas profetisas. (Eze 13:17-19.) Sus acciones y propaganda eran un lazo con el que ‘cazaban almas’, pues condenaban al justo y dejaban impune al malhechor. No obstante, Jehová liberaría a su pueblo de sus garras. (Eze 13:20-23.)
Cuando nació Jesús, mientras los judíos todavía eran el pueblo que estaba en relación de pacto con Jehová, la anciana Ana sirvió de profetisa. Ella “nunca faltaba del templo, rindiendo servicio sagrado noche y día con ayunos y ruegos”. Al “hablar acerca del niño [Jesús] a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén”, profetizó en el sentido básico de ‘anunciar’ una revelación del propósito de Dios. (Lu 2:36-38.)
El don de profetizar era uno de los dones milagrosos del espíritu concedidos a la congregación cristiana recién formada. Ciertas mujeres cristianas, como las cuatro hijas vírgenes de Felipe, profetizaron bajo el impulso del espíritu santo de Dios (Hch 21:9; 1Co 12:4, 10) en cumplimiento de Joel 2:28, 29, donde se predijo que ‘sus hijos y sus hijas ciertamente profetizarían’. (Hch 2:14-18.) Sin embargo, ese don no eximía a la mujer de la responsabilidad de estar en sujeción a su esposo o a los varones de la congregación cristiana; cuando profetizaba, tenía que ponerse una cobertura sobre la cabeza en símbolo de dicha sujeción (1Co 11:3-6), y no podía ser maestra dentro de la congregación. (1Ti 2:11-15; 1Co 14:31-35.)
En la congregación de Tiatira había una mujer semejante a Jezabel que afirmaba tener poderes proféticos, pero debido a que siguió el proceder de las antiguas profetisas falsas, Jesucristo la condenó en su mensaje a Juan registrado en Apo 2:20-23. Ella actuó impropiamente como maestra y descarrió a algunos miembros de la congregación a prácticas incorrectas.
Prominente secta religiosa del judaísmo. parece ser que los saduceos, de orientación conservadora, mantenían lazos estrechos con el sacerdocio, y de hecho tenían entre sus miembros a Anás y Caifás, ambos ex sumos sacerdotes (Hech. 5:17). Josefo indica que las enseñanzas de esta poderosa secta “sólo convencían a los ricos”.
No creían ni en la resurrección ni en los ángeles. (Hch 23:8.)
No se sabe exactamente cuándo apareció la secta religiosa de los saduceos. La primera mención histórica de ellos por nombre aparece en los escritos de Josefo, donde se indica que en la última mitad del siglo II a. E.C. estaban enfrentados a los fariseos. (Antigüedades Judías, libro XIII, cap. X, sec. 6.) Josefo también da información acerca de las enseñanzas de esta secta. Sin embargo, hay ciertas dudas de que los datos que presenta se atengan a los hechos. A diferencia de los fariseos —dice Josefo—, los saduceos negaban el destino, afirmando que la persona, mediante sus propias acciones, era la única responsable de lo que le aconteciese. (Antigüedades Judías, libro XIII, cap. V, sec. 9.) Rechazaban las muchas tradiciones orales que observaban los fariseos, así como la creencia farisaica de la inmortalidad del alma y los castigos o recompensas futuros después de la muerte. Los saduceos eran más bien ásperos en sus tratos entre sí, y se decía que eran dados a la polémica. Según Josefo, sus enseñanzas atraían a “los ricos”. (Antigüedades Judías, libro XIII, cap. X, sec. 6; libro XVIII, cap. I, sec. 4; La Guerra de los Judíos, libro II, cap. VIII, sec. 14.)
Como indicó Juan el Bautista, los saduceos tenían que producir frutos propios de arrepentimiento. Eso se debía a que no habían guardado la ley de Dios, como tampoco habían hecho los fariseos. (Mt 3:7, 8.) El propio Cristo Jesús comparó su enseñanza corruptora a la levadura. (Mt 16:6, 11, 12.)
Hechos 23:8 dice con referencia a sus creencias religiosas: “Los saduceos dicen que no hay ni resurrección, ni ángel, ni espíritu, pero los fariseos los declaran todos públicamente”. Un grupo de saduceos trató de entrampar a Cristo Jesús en la cuestión de la resurrección y el matrimonio de levirato. Pero él los hizo callar, apoyándose en los escritos de Moisés, que los saduceos afirmaban aceptar, y así refutó su punto de vista de que no había resurrección. (Mt 22:23-34; Mr 12:18-27; Lu 20:27-40.) Más tarde, cuando el apóstol Pablo estuvo ante el Sanedrín, logró dividir al alto tribunal judío enfrentando a fariseos con saduceos, un enfrentamiento propiciado por las diferencias religiosas que existían entre ellos. (Hch 23:6-10.)
Aunque los fariseos y los saduceos estaban divididos en sentido religioso, se unieron para tentar a Jesús pidiéndole una señal (Mt 16:1) y en su oposición general a él. La Biblia parece indicar que los saduceos desempeñaron un papel importante en procurar la muerte de Jesús. Algunos saduceos eran miembros del Sanedrín, el tribunal que conspiró contra Jesús y más tarde lo condenó a muerte. El saduceo y sumo sacerdote Caifás era parte de ese tribunal y probablemente también otros sacerdotes prominentes. (Mt 26:59-66; Jn 11:47-53; Hch 5:17, 21.) Por lo tanto, cuando las Escrituras Griegas Cristianas hablan de ciertas acciones emprendidas por los principales sacerdotes, seguramente había saduceos implicados. (Mt 21:45, 46; 26:3, 4, 62-64; 28:11, 12; Jn 7:32.) Parece ser que llevaron la delantera en el intento de detener el crecimiento del cristianismo después de la muerte y resurrección de Jesús. (Hch 4:1-23; 5:17-42; 9:14.)
El Sanedrín, consejo administrativo y tribunal supremo de la nación judía, estaba dominado por dos facciones rivales: los fariseos y los saduceos. Según el historiador Flavio Josefo (siglo I), la principal diferencia entre ambos grupos era que los primeros trataban de imponer la observancia de un gran número de tradiciones, mientras que los últimos consideraban obligatorios únicamente los preceptos de la Ley de Moisés. Sin embargo, ambos partidos estaban unidos en su oposición a Cristo.
Tras la muerte y resurrección de Jesús, fueron los saduceos los primeros que intentaron detener la difusión del cristianismo. (Hch 4:1-23; 5:17-42; 9:14.) Este grupo desapareció después de la destrucción del templo en 70 E.C.
La palabra hebrea “semana” (scha·vú·a´) significa literalmente una unidad o período séptuplo. La palabra griega sáb·ba·ton, a su vez, se deriva del vocablo hebreo para sábado (schab·báth).
El contar los días en ciclos de siete se remonta a los comienzos de la historia del hombre. El precedente para tal división del tiempo lo puso Jehová Dios, al dividir su período de trabajo creativo en seis días o unidades de tiempo, coronados por un séptimo día de descanso. (Gé 2:2, 3.) Después de esto, la siguiente referencia a un ciclo de siete días se menciona con relación a Noé en el tiempo del Diluvio, pero nada se dice acerca de un día séptimo de descanso. (Gé 7:4, 10; 8:10, 12.) En Padán-aram y en Filistea se observaban períodos de siete días en relación con las bodas. (Gé 29:27, 28; Jue 14:12, 17.) También se observó un período de siete días en el funeral de Jacob. (Gé 50:10.) Sin embargo, el registro bíblico no indica que estos períodos de siete días se ajustaran a una estructura semanal, empezando regularmente con un día específico seguido de otros períodos comparables de siete días. En el caso de algunos pueblos antiguos, los ciclos de siete días estaban gobernados por las cuatro fases de la luna, y empezaban de nuevo con cada luna nueva. Como un mes lunar dura veintinueve o treinta días, no sería posible contar ciclos completos consecutivos de siete días.
En Génesis 24:55 aparece una referencia temprana a un período de diez días. En el antiguo Egipto el tiempo se dividía en ciclos de diez días (tres de ellos cada mes), y, como es natural, los israelitas se familiarizaron con esta división durante su larga estancia en Egipto.
Junto con las instrucciones sobre la Pascua, por primera vez hallamos una orden divina que requería la observancia de un período específico de siete días. Este período fue la fiesta anual de las tortas no fermentadas que después celebraron los israelitas a continuación de la Pascua. Tanto el primer día como el séptimo o último tenían que ser días de descanso. (Éx 12:14-20; 13:6-10.)
Instauración del día del sábado.
Sin embargo, después de la inauguración de esta semana especial, durante aproximadamente el primer mes del éxodo de los israelitas de Egipto, no se hace mención de ninguna observancia semanal que finalizara con un séptimo día de descanso. Pero después del día quince del segundo mes de su salida de Egipto, Jehová comenzó a proveer el maná, y dio por primera vez instrucciones respecto a que se observara regularmente el sábado cada siete días. (Éx 16:1, 4, 5, 22-30.) Tal observancia del sábado resultó en una división semanal de días consecutiva, sin relación alguna con los meses lunares. A este respecto, Dios formuló más tarde un decreto incluido en el pacto de la Ley dado a la nación de Israel mediante Moisés. (Éx 20:8-11; Dt 5:12-15.)
Por supuesto, había ciertos períodos de fiesta estipulados en la Ley que duraban siete días y que no empezaban o terminaban necesariamente a la par con la semana normal encabezada por el sábado. Empezaban en un día señalado del mes lunar, de modo que cada año el día inicial caía en un día diferente de la semana. Este era el caso de la fiesta de las tortas no fermentadas, que iba después de la Pascua y se celebraba del 15 al 21 de Nisán, y de la fiesta de las cabañas, que se celebraba del 15 al 21 de Etanim. La fiesta de las semanas, o Pentecostés, también se basaba en un cálculo de siete semanas más un día, pero las siete semanas se empezaban a contar el 16 de Nisán, por lo que no siempre coincidían con las semanas normales que terminaban en un sábado. (Éx 12:2, 6, 14-20; Le 23:5-7, 15, 16; Dt 16:9, 10, 13.)
Los días de la semana no recibían nombre, sino que simplemente eran designados por número, salvo el séptimo día, al que se llamó “sábado”. (Éx 20:8.) En los días de Jesús y sus apóstoles todavía se seguía ese método, si bien a la víspera del sábado se la llegó a llamar el día de la “Preparación”. (Mt 28:1; Hch 20:7; Mr 15:42; Jn 19:31.)
Períodos de siete días y de siete años.
Debido a la importancia que el pacto de la Ley concedía al sábado, es decir, el séptimo día, la palabra “sábado” se utilizaba comúnmente para representar toda la semana de siete días. (Le 23:15, 16.) También se utilizaba para referirse al séptimo año, que era un año sabático de descanso para la tierra. Y también representaba todo el período de siete años o la semana de años que finalizaba en un año sabático. (Le 25:2-8.) La Misná judía utiliza las expresiones “año séptimo” y “septenio” [literalmente, “semana de años”] en diversas ocasiones. (Shebiit 4:7-9; Sanhedrin 5:1; véase SETENTA SEMANAS - [Una profecía mesiánica].)
Las palabras ek·klë·sí·a, que significa “asamblea” o “congregación”, y sy·na·gö·guë “junta” o “juntamiento”, se usan indistintamente en la Septuaginta griega. La palabra “sinagoga” finalmente adquirió el significado del lugar o edificio donde se celebraba la asamblea. Sin embargo, no perdió completamente su significado original, pues la Gran Sinagoga no era un gran edificio, sino una asamblea de eruditos célebres, a los que se reconoce como los que pusieron en orden el canon de las Escrituras Hebreas para los judíos palestinos. Se dice que tuvo su comienzo en los días de Esdras o de Nehemías y que continuó hasta el tiempo del Gran Sanedrín, alrededor del siglo III a. E.C. Santiago utiliza la palabra en el sentido de una reunión cristiana o asamblea pública. (Snt 2:2.)
En Apo 2:9 y 3:9, “sinagoga” aplica a una asamblea dominada por Satanás. También leemos de la “Sinagoga de los Libertos”. (Hch 6:9; véase LIBERTO, HOMBRE LIBRE.)
No se sabe con exactitud cuándo empezaron a abrirse sinagogas, pero parece que fue durante el exilio de setenta años en Babilonia, cuando el templo no existía, o poco después del regreso del exilio, una vez que Esdras el sacerdote recalcó la necesidad de conocer la Ley.
En los días de Jesucristo, todas las ciudades palestinas tenían su propia sinagoga, y las ciudades más grandes tenían más de una. En Jerusalén había muchas. En las Escrituras hasta se menciona el caso de una sinagoga edificada por un oficial del ejército romano para el uso de una comunidad judía. (Lu 7:2, 5, 9.) Una de las mejores ruinas de sinagogas descubiertas se ha excavado en Tell Hum (Kefar Nahum), donde probablemente se hallaba la antigua Capernaum. En su origen el edificio tenía dos plantas. Las fechas que los eruditos asignaron a esta sinagoga van desde finales del siglo II E.C. hasta principios del siglo V E.C. El edificio se construyó en el solar que ocupaba una sinagoga anterior, del siglo I E.C. Esta sinagoga anterior, que se ha excavado más recientemente, tenía 24,2 m. de largo y 18,5 m. de ancho.
Algo que caracterizaba a las antiguas sinagogas era el almacén para los rollos de las Escrituras. Por cuestión de seguridad, la costumbre más antigua debió ser guardar los rollos fuera del edificio principal o en una habitación separada. Con el tiempo se guardaron en un arca portátil, o cofre, que se colocaba en su lugar durante el servicio religioso. En las sinagogas construidas posteriormente, el arca pasó a ser un elemento arquitectónico más, pues se construía dentro o sobre la pared. Junto al arca y frente a la congregación estaban los asientos de los oficiales que presidían la sinagoga y de los invitados distinguidos. (Mt 23:6.) La Ley se leía desde una tarima que tradicionalmente se encontraba en medio de la sinagoga. Alrededor de los tres lados había bancos para el auditorio, posiblemente con una sección separada para las mujeres. Al parecer, la orientación del edificio era un asunto importante, pues se intentaba que los adoradores estuvieran en dirección a Jerusalén. (Compárese con Da 6:10.)
¿Cuándo comenzaron a usarse las sinagogas? Algunos creen que fue durante el exilio de los judíos en Babilonia —entre los años 607 y 537 a. E.C., pues el templo de Jehová estaba en ruinas. Otros piensan que se instituyeron poco después de su regreso del destierro, cuando el sacerdote Esdras animó al pueblo a aprender y comprender la Ley de Dios (Esdras 7:10; 8:1-8; 10:3). Eran centros para la instrucción, el culto, la lectura de las Escrituras y la exhortación espiritual. Para el siglo I ya había una en cada localidad de Palestina, aunque en las ciudades principales solía haber más, y Jerusalén contaba con muchas.
Por supuesto, la presencia de judíos no se limitaba a Israel. En efecto, muchos se quedaron en Babilonia al terminar el exilio, y otros se establecieron en el extranjero por motivos comerciales. Ya en el siglo V antes de nuestra era había comunidades hebreas en los 127 distritos jurisdiccionales del Imperio persa (Est. 1:1; 3:8). Con el paso del tiempo se formaron barrios judíos en numerosas ciudades de la cuenca mediterránea. Estas comunidades, que en conjunto llegaron a conocerse como la diáspora (o dispersión), también fundaron sinagogas en los lugares donde vivían.
En la mayoría de los versículos se refiere al edificio o lugar donde se reunían los judíos para leer las Escrituras, recibir instrucción, orar o predicar. En tiempos de Jesús, había una sinagoga en todas las ciudades de tamaño considerable de Israel, y más de una en las ciudades más grandes (Lu 4:16; Hch 13:14, 15). Cada sábado se leía y explicaba la Ley en la sinagoga desde una tribuna rodeada de asientos por tres lados. Y todos los varones devotos podían participar en la lectura, las prédicas y la exhortación.
Programa de adoración. La sinagoga era un lugar de instrucción, no de sacrificio, ya que los sacrificios solo se hacían en el templo. Parece ser que el culto que se realizaba en la sinagoga consistía en alabanza, oración, recitación y lectura de las Escrituras, comentario y exhortación o prédica. Para la alabanza se empleaban los Salmos. Aunque las oraciones se tomaban hasta cierto grado de las Escrituras, con el tiempo se hicieron largas y ritualistas, y a menudo se recitaban por pretexto u ostentación. (Mr 12:40; Lu 20:47.)
Un aspecto de la adoración realizada en la sinagoga era la recitación de la Shemá, o lo que equivalía a la confesión de fe judía. Recibía su nombre de la primera palabra del primer texto utilizado, “Escucha [Schemá´], oh Israel: Jehová nuestro Dios es un solo Jehová”. (Dt 6:4.) La parte más importante del servicio religioso era la lectura de la Torá, o Pentateuco, que se hacía los lunes, jueves y todos los sábados. En muchas sinagogas la lectura de la Ley estaba programada para que se abarcase en el transcurso de un año, mientras que en otras abarcaba tres años. Debido a la importancia que se daba a la lectura de la Torá, el discípulo Santiago pudo decir a los miembros del cuerpo gobernante de Jerusalén: “Porque desde tiempos antiguos Moisés ha tenido en ciudad tras ciudad quienes lo prediquen, porque es leído en voz alta en las sinagogas todos los sábados”. (Hch 15:21.) La Misná (Meguilá 4:1, 2) también habla de la práctica de leer perícopas (pasajes) de los profetas, que recibían el nombre de las Haftarot, cada una con su comentario. Cuando Jesús entró en la sinagoga de su pueblo, Nazaret, se le dio uno de los rollos que contenían las Haftarot para que lo leyese, después de lo cual comentó sobre lo leído, como era la costumbre. (Lu 4:17-21.)
A la lectura y el comentario de la Torá y de las Haftarot les seguía la predicación o exhortación. Leemos que Jesús enseñó y predicó en las sinagogas por toda Galilea. De igual manera, Lucas registra que “después de la lectura pública de la Ley y de los Profetas” se invitó a Pablo y Bernabé a que hablaran, a predicar. (Mt 4:23; Hch 13:15, 16.)
La predicación de Pablo.
Después del Pentecostés de 33 E.C. y de la fundación de la congregación cristiana, los apóstoles, especialmente Pablo, predicaron mucho en las sinagogas. Cuando Pablo entraba en una ciudad, por lo general iba primero a la sinagoga y predicaba allí, dando a los judíos la primera oportunidad de escuchar las buenas nuevas del Reino, y después iba a los gentiles. En algunos casos pasó un tiempo considerable, pues predicó durante varios sábados en la sinagoga. En Éfeso enseñó en la sinagoga por tres meses, y después que surgió oposición, se retiró con los discípulos que creían y utilizó la sala de conferencias de la escuela de Tirano durante unos dos años. (Hch 13:14; 17:1, 2, 10, 17; 18:4, 19; 19:8-10.)
Pablo no utilizaba las sinagogas judías como lugar de reunión para la congregación cristiana. Tampoco celebraba reuniones dominicales, porque utilizaba el día de descanso judío, el sábado, para predicar a los judíos, pues ese era su día de reunión.
Similitudes cristianas. A los primeros cristianos judíos no les resultó difícil conducir reuniones ordenadas y educativas para el estudio de la Biblia, pues tenían el modelo básico de las sinagogas, cuya organización conocían bien. Se observan muchas similitudes. En la sinagoga judía, al igual que en la congregación cristiana, no había ni un sacerdocio ni un clérigo a los que estuviese limitado el derecho de hablar. Cualquier judío devoto podía participar en la lectura y el comentario en la sinagoga. En la congregación cristiana todos tenían que hacer declaración pública e incitar al amor y a las obras excelentes, pero de una manera ordenada. (Heb 10:23-25.) En la sinagoga judía las mujeres no enseñaban ni tenían autoridad sobre los hombres; tampoco en la asamblea cristiana. El capítulo 14 de 1 Corintios da instrucciones para las reuniones de la congregación cristiana, y se puede ver que eran muy similares a las que regían en la sinagoga. (1Co 14:31-35; 1Ti 2:11, 12.)
Las sinagogas tenían presidentes y superintendentes, como las congregaciones cristianas primitivas. (Mr 5:22; Lu 13:14; Hch 20:28; Ro 12:8.) Había servidores o ayudantes, y los cristianos también los tenían en su adoración. Además estaba el enviado o mensajero de la sinagoga. Aunque no hallamos un paralelo en el registro histórico de la congregación cristiana primitiva, una designación similar, “ángel”, aparece en los mensajes que Jesucristo envió a las siete congregaciones de Asia Menor. (Lu 4:20; 1Ti 3:8-10; Apo 2:1, 8, 12, 18; 3:1, 7, 14.)
Entre otros aspectos en los que la sinagoga fue precursora de las asambleas cristianas están los siguientes: las sinagogas locales reconocían la autoridad del Sanedrín de Jerusalén, tal como las congregaciones cristianas reconocían la autoridad del cuerpo gobernante de Jerusalén, según muestra con claridad el capítulo 15 de Hechos. Ni en las sinagogas ni en las congregaciones cristianas se hacían colectas, y, sin embargo, en ambas podían hacerse contribuciones para la asamblea, sus ministros y los pobres. (2Co 9:1-5.)
Ambas sirvieron también de tribunales. La sinagoga era el lugar donde se escuchaban y se resolvían todos los casos menores que tenían que ver con los judíos; del mismo modo, el apóstol Pablo razona que los cristianos deberían permitir que los que fueran maduros en la congregación juzgaran los asuntos, más bien que ir a los tribunales del mundo para zanjar diferencias entre ellos. (1Co 6:1-3.) En las sinagogas se podían administrar azotes; una medida correspondiente en la congregación cristiana era la reprensión. Como en la sinagoga, la medida más severa que se podía tomar en la congregación cristiana contra alguien que profesara ser cristiano era la expulsión o excomunión. (1Co 5:1-8, 11-13; véanse CONGREGACIÓN; EXPULSIÓN.)
Jesús predijo que sus seguidores serían azotados en las sinagogas (Mt 10:17; 23:34; Mr 13:9), y que serían echados, expulsados de ellas. (Jn 16:2.) Algunos de los gobernantes judíos creyeron en Jesús, pero no lo reconocieron públicamente por temor a ser expulsados de la congregación judía. (Jn 12:42.) Por dar testimonio de Jesús, los judíos echaron fuera a un hombre a quien Jesús había sanado de una ceguera congénita. (Jn 9:1, 34.)
Asientos del frente en la sinagoga. Esta animación muestra una reconstrucción basada parcialmente en las ruinas de una sinagoga del siglo primero en Gamala, ciudad situada a unos 10 km (6 mi) al noreste del mar de Galilea. Como no se conservan sinagogas intactas del siglo primero, no se conocen con seguridad sus características. Esta representación incluye algunas de las que probablemente tenían muchas de las sinagogas de ese tiempo.
1. Asientos del frente. Eran los mejores asientos y puede que estuvieran encima o cerca de la plataforma del orador.
2. Plataforma desde donde se leían las Escrituras. Su ubicación exacta podía variar de una sinagoga a otra.
3. Filas de asientos pegadas a la pared. Las ocupaban las personas con mayor estatus en la comunidad. Otros se sentaban sobre esterillas en el suelo. Parece que la sinagoga de Gamala tenía cuatro filas de asientos.
4. Arca, o cofre, para guardar los rollos sagrados. Puede que se colocara en la pared del fondo.
La distribución de los asientos les recordaba a los asistentes que algunas personas eran consideradas más importantes que otras, tema por el que a menudo discutían los discípulos de Jesús (Mt 18:1-4; 20:20, 21; Mr 9:33, 34; Lu 9:46-48). Versículo(s) relacionado(s): Mt 23:6; Mr 12:39; Lu 20:46