Acción de destinar o apartar algo para uso sagrado. El verbo hebreo na·zár (dedicar) significa básicamente “mantener separado; estar separado; retirar”. (Le 15:31; 22:2; Eze 14:7; compárese con Os 9:10, nota.) El término hebreo relacionado, né·zer, se emplea con referencia a la señal o símbolo de dedicación santa que llevaba sobre el turbante el sumo sacerdote —una vez santificada su cabeza— o el rey ungido; también se usaba para referirse al nazareato. (Nú 6:4-6; compárese con Gé 49:26, nota.)
Cuando Aarón fue instalado como sumo sacerdote, se le cubrió la cabeza con un turbante de lino fino. Atada con una cuerdecita de hilo azul, en la parte frontal llevaba de manera visible una santa “señal de dedicación [né·zer]”, una lámina de oro puro resplandeciente con la inscripción en hebreo: “La santidad pertenece a Jehová”. A continuación se le ungió con el aceite de la unción santa. (Éx 29:6, 7; 39:30, 31, nota; Le 8:9, 12.) Por consiguiente, el sumo sacerdote tenía que guardarse de incurrir en actos que profanasen el santuario, ‘porque la señal de la dedicación, el aceite de la unción de su Dios, estaba sobre él’. (Le 21:12.)
La palabra né·zer también se empleó para referirse a la “diadema”, una prenda oficial que se ceñía a la cabeza y que usaban los reyes de Israel como símbolo de su cargo sagrado. (2Sa 1:10; 2Re 11:12; 2Cr 23:11; Sl 89:39; 132:18; Pr 27:24.)
Si una persona tomaba ante Jehová el voto de nazareato, no podía cortarse el cabello ni afeitarse la barba mientras el voto estuviese en vigor, por lo que su cabello largo se convertía en el símbolo principal de su nazareato (né·zer). (Nú 6:4-21.) Cuando el profeta Jeremías asemejó a Jerusalén a alguien que viola su voto de santidad a Jehová, dijo: “Córtate tu cabello no cortado [o “dedicado”; niz·rékj, una forma de né·zer] y arrójalo”. (Jer 7:29.) Por medio de otro de sus profetas, Jehová mostró cuánto se había alejado de él la nación de Israel, al decir: “Entraron a Baal de Peor, y procedieron a dedicarse [wai·yin·na·zerú, una forma del verbo na·zár] a la cosa vergonzosa”. (Os 9:10.)
En las Escrituras Griegas Cristianas se habla de ciertas cosas dedicadas. La “fiesta [invernal] de la dedicación” (en·kái·ni·a) se menciona en relación con el ministerio terrestre de Jesús. (Jn 10:22; véase FIESTA DE LA DEDICACIÓN.) La palabra griega en·kái·ni·a procede de la misma raíz que en·kai·ní·zö, término que en Hebreos 9:18 muchas versiones traducen ‘inaugurar’ (BAS, CI, NM y otras), mientras que otras lo traducen ‘dedicar’ o ‘consagrar’ (ENP; Mod, nota; Val, 1909). De manera similar, en Hebreos 10:20 muchas traducciones utilizan ‘inaugurar’ (FF, FS, NM y otras), mientras que otras traducen ‘consagrar’ o ‘dedicar’ (Mod, nota; Scío; Val, 1909). Por otra parte, Jesús previno a sus seguidores respecto a las enseñanzas farisaicas tradicionales sobre las cosas consideradas “corbán”, es decir, dádivas dedicadas a Dios. (Mr 7:11; Mt 15:5; véase CORBÁN.) También advirtió que llegaría el tiempo en que el templo construido por Herodes sería derribado junto con sus “piedras hermosas y cosas dedicadas [a·na·thé·ma·sin]”. (Lu 21:5, 6.)
Ese valioso libro acerca de la Palabra de Dios dice lo siguiente en la página 10: “La Biblia es también singular por lo que han afirmado sus escritores. Unas 40 personas —entre ellas reyes, pastores, pescadores, funcionarios, sacerdotes, por lo menos un general, y un médico— participaron en escribir las diferentes partes de la Biblia. Pero vez tras vez los escritores dijeron lo mismo: que no escribían sus propios pensamientos, sino los de Dios”.
La escribieron durante un período que abarcó 1.610 años; de modo que no tuvieron oportunidad para confabularse. Aun así, sus escritos concuerdan, hasta en los detalles más pequeños. Para poder apreciar el grado a que las diversas partes de la Biblia se entrelazan armoniosamente, es preciso leerla y estudiarla personalmente.
Algunos han preguntado a qué escritores bíblicos se identificó mediante esas diversas profesiones o actividades. En cuanto a esto, sírvase considerar lo siguiente:
Varios escritores bíblicos fueron reyes. Puede que uno piense enseguida en David y Salomón. (Salmo 3, encabezamiento; Proverbios 1:1; Eclesiastés 1:1.) Sin embargo, Ezequías escribió la canción registrada en Isaías 38:10-20 (versículo 9). Muchos eruditos creen que él compuso también el Salmo 119, quizás antes de ascender al trono. Además, Ezequías desempeñó un papel en la compilación de los capítulos 25 a 29 de Proverbios. (Proverbios 25:1.) “Lemuel el rey” preparó el último capítulo de Proverbios. Algunos creen que Lemuel fue el rey Ezequías, aunque otros opinan que fue el rey Salomón. (Proverbios 31:1.)
Pastores: David y el profeta Amós fueron pastores. (1 Samuel 16:11-13; 17:15, 28, 34; Amós 1:1.) Amós escribió el libro bíblico que lleva su nombre, y David compuso muchos salmos. El famoso Salmo 23 ciertamente refleja lo bien que David conocía la obra del pastor.
Pescadores: De los apóstoles de Jesús que eran pescadores, Juan y Pedro fueron inspirados más tarde para escribir libros de la Biblia. (Mateo 4:18-22.) Bajo inspiración divina, Juan escribió uno de los Evangelios, tres cartas y el libro de Apocalipsis. Pedro escribió dos cartas bajo inspiración.
Funcionarios: Tanto Daniel funcionario del gobierno babilonio, como Nehemías fueron funcionarios de gobiernos extranjeros que ejercieron autoridad sobre el pueblo de Dios. (Nehemías 1:1, 11; 2:1, 2; Daniel 1:19; 2:49; 6:1-3.) Un libro bíblico lleva el nombre de Daniel y otro el de Nehemías.
Sacerdotes: Dos de los profetas de Dios utilizados para escribir libros bíblicos fueron sacerdotes: Jeremías y Ezequiel. (Jeremías 1:1; Ezequiel 1:1-3.) Además, Esdras fue un sacerdote aarónico que “era un copista hábil en la ley de Moisés”. “[Preparó] su corazón para consultar la ley de Jehová y para ponerla por obra y para enseñar en Israel disposiciones reglamentarias y justicia.” (Esdras 7:1-6, 10, 11.)
General: El papel que desempeñó Josué al conducir el ejército mientras los israelitas entraban en la Tierra Prometida y guerreaban contra muchos pueblos enemigos lo clasifica como general. (Josué 1:1-3; 11:5, 6.) Él tuvo el privilegio de escribir el libro de Josué. Además, algunos lectores de la Biblia quizás opinen que David también obró como un general (comandante militar) antes de ser rey. (1 Samuel 19:8; 23:1-5.)
★¿Quién fue ese general? - (19910315-Pg.29-(190))
Abogado:
Saulo, fue abogado rabínico y miembro de una secta judía del primer siglo que era notable por ser ‘amante del dinero’. (Lucas 16:14.) cuando se convirtió al cristianismo se le llegó a conocer como el apóstol Pablo. Él puso a un lado sus aspiraciones iniciales y consagró toda su vida al servicio de Jehová. Fue conocido, no por ser un distinguido abogado judío, sino por su predicación celosa de las buenas nuevas.
David fue comandante militar, músico y compositor, pero lo más notable es que fue “un hombre agradable [al] corazón [de Jehová]” (1 Samuel 13:14).
Finalmente, Colosenses 4:14 menciona a “Lucas el médico amado”. Lucas escribió el Evangelio que lleva su nombre, y evidentemente Hechos de Apóstoles también.
★La afirmación de que es la Palabra de Dios - (gm-Pg.10-§14,15)
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1. ’ÁLEF (álef - א) |
2. BEHTH (bet - ב) |
3. GUÍMEL (guímel - נ) |
4. DÁLETH (dálet - ד) |
5. HE’ (he - ה) |
6. WAW (waw - vav - ו) |
7. ZÁYIN (zayin - ז) |
8. JEHTH (jet - ח) |
9. TEHTH (tet - ט) |
10. YOHDH (yod - י) |
11. KAF (kaf - כ; final: ך) |
12. LÁMEDH (lámed - ל) |
13. MEM (mem - מ; final: ם) |
14. NUN (nun - נ; final: ן) |
15. SÁMEKJ (sámekh - samej - ס) |
16. `ÁYIN (ayin - ע) |
17. PE’ (pe - פ; final: ף) |
18. TSADHÉH (sadé - tsade - צ; final: ץ) |
19. QOHF (qof - ק) |
20. REHSCH (resh - ר) |
21. SIN (ש), SCHIN (shin - ש) |
22. TAW (taw - tau - ת) |
Tras la conquista de Canaán, la tierra se repartió entre las tribus de Israel. Observe dónde se establecieron algunas tribus no levitas. A la pequeña tribu de Simeón se le otorgaron varias ciudades enclavadas en el territorio de Judá. Después de la muerte de Josué, los israelitas decayeron en sentido espiritual y moral, y los enemigos los pusieron “en muy grave aprieto”. En su gran compasión, “Jehová levant[ó] jueces”, doce hombres de fe y valor que durante tres siglos libraron a la nación de sus opresores (Jue 2:15, 16, 19).
Hombres que Jehová levantó para librar a su pueblo antes del período de los reyes humanos de Israel. (Jue 2:16.) Moisés, el mediador del pacto de la Ley y caudillo nombrado por Dios, juzgó a Israel durante cuarenta años. Pero normalmente se considera que el período de los jueces empezó con Otniel algún tiempo después de la muerte de Josué, y duró hasta Samuel el profeta, a quien por lo general no se le incluye entre ellos. De modo que el período de los jueces abarcó unos trescientos años, (1473 a. E.C.-1117 a. E.C.) . (Jue 2:16; Hch 13:20.)
Jehová seleccionó y nombró a los jueces de entre las diversas tribus de Israel. Entre Josué y Samuel el registro bíblico menciona a doce jueces (sin incluir a Débora), según el siguiente orden:
Juez | Tribu | Juez | Tribu |
Otniel - (Jue 3:9) | Judá | Jaír - (Jue 10:3) | Manasés |
Ehúd - (Jue 3:15) | Benjamín | Jefté - (Jue 11:1) | Manasés |
Samgar- (Jue 3:31) | ? | Ibzán - (Jue 12:8) | Zabulón (?) |
Barac - (Jue 4:6) | Neftalí (?) | Elón - (Jue 12:11) | Zabulón |
Gedeón - (Jue 6:12) | Manasés | Abdón - (Jue 12:13) | Efraín |
Tolá - (Jue 10:1) | Isacar | Sansón - (Jue 13:24) | Dan |
No se puede precisar en todos los casos cuándo ni sobre qué zona exacta ejerció su jurisdicción cada uno de los jueces. Puede que en ciertas épocas varios jueces juzgaran al mismo tiempo en diferentes partes de Israel; el registro también indica que entre un juez y otro mediaron períodos de opresión.
El término “jueces” también aplica a las personas que debían decidir causas judiciales. En Job 31:11, 28, la frase “para la atención de los jueces” se usa en un sentido adjetivo para referirse a errores que requerían un juicio. La versión de Serafín de Ausejo (1972) traduce “iniquidad horrenda” (vs. 11) y “delito grandísimo” (vs. 28), en vez de “un error para la atención de los jueces”. El “error” que se considera en el versículo 11 es el adulterio (vss. 9, 10), delito que en el tiempo de Job tal vez juzgasen los ancianos que estaban en la puerta de la ciudad. (Compárese con Job 29:7.) Sin embargo, el “error” del versículo 28 tiene que ver con materialismo e idolatría secreta (vss. 24-27), males de la mente y el corazón que no pueden ser establecidos por boca de testigos. Por lo tanto, ningún juez humano podía determinar la culpa. No obstante, es evidente que Job reconocía que Dios podía juzgar tales males y que eran lo suficientemente serios como para merecer su juicio.
Bien porque el relato bíblico mencione lugares concretos, o porque se desprenda del nombre de la tribu a la que pertenecían, sabemos que hubo jueces por toda la Tierra Prometida. Sin importar dónde ocurrieran los hechos, Jehová cuidó a su pueblo arrepentido en tiempos de crisis. (Véanse DÍA DEL JUICIO; TRIBUNAL JUDICIAL.)
La palabra griega a·ná·sta·sis, que significa literalmente “levantamiento; alzamiento”, se emplea con frecuencia en las Escrituras Griegas Cristianas más de 40 veces para referirse a la resurrección de los muertos. El apóstol Pablo citó unas palabras de las Escrituras Hebreas —Oseas 13:14— que indican que se abolirá la muerte y se dejará sin poder al Seol (heb. sche’óhl; gr. hái·dës). (1Co 15:54, 55.) Algunas versiones traducen el término sche’óhl por “sepultura” y “hoyo”. Las Escrituras dicen que es el lugar adonde van los muertos. (Gé 37:35; 1Re 2:6; Ec 9:10.) Los usos de este término en las Escrituras Hebreas y los de su equivalente hái·dës en las Escrituras Griegas Cristianas muestran que no se refiere a una sepultura individual, sino a la sepultura común de toda la humanidad. (Eze 32:21-32; Apo 20:13; véanse HADES; SEOL.) Dejar sin poder al Seol significaría liberar a los que están en él, es decir, vaciar la sepultura común de la humanidad. Por supuesto, esto requeriría una resurrección, es decir, que se levantara de su condición inanimada de muerte o de la sepultura a los que están allí. Sí, la resurrección de los muertos es una de las principales enseñanzas bíblicas.—Hebreos 6:1, 2.
Por medio de Jesucristo. Lo expuesto indica que en las Escrituras Hebreas aparece la enseñanza de la resurrección. Sin embargo, quedó en manos de Jesucristo el “[arrojar] luz sobre la vida y la incorrupción mediante las buenas nuevas”. (2Ti 1:10.) Jesús dijo: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí”. (Jn 14:6.) Por medio de las buenas nuevas acerca de Jesucristo, se aclaró cómo vendría la vida eterna y, más aún, cómo recibirían algunos incorrupción. El apóstol afirma que la resurrección es una esperanza segura, y arguye: “Ahora bien, si de Cristo se está predicando que él ha sido levantado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos entre ustedes que no hay resurrección de los muertos? Realmente, si no hay resurrección de los muertos, tampoco ha sido levantado Cristo. Pero si Cristo no ha sido levantado, nuestra predicación ciertamente es en vano, y nuestra fe es en vano. Además, también se nos halla falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio contra Dios de que él levantó al Cristo, pero a quien no levantó si los muertos verdaderamente no han de ser levantados. [...] Además, si Cristo no ha sido levantado, la fe de ustedes es inútil; todavía están en sus pecados. [...] Sin embargo, ahora Cristo ha sido levantado de entre los muertos, las primicias de los que se han dormido en la muerte. Pues, dado que la muerte es mediante un hombre, la resurrección de los muertos también es mediante un hombre”. (1Co 15:12-21.)
El propio Cristo resucitó a varias personas cuando estuvo en la Tierra. (Lu 7:11-15; 8:49-56; Jn 11:38-44.) Después de resucitar a Jesús, Jehová le dio el poder para resucitar a los muertos y para impartir vida eterna (Jn 5:26.)
“Yo soy la resurrección y la vida.” (Jn 11:25.) Gr.: E·gó ei·mi he a·ná·sta·sis kai he zo·é; lat.: É·go sum re·sur·réc·ti·o et ví·ta; J17(heb.): ’A·no·kjí hat·tequ·máh weha·jai·yím.
La muerte y la resurrección de Jesús hacen posible que los muertos tengan la esperanza de volver a vivir. En Apocalipsis 1:18, Jesús se llama a sí mismo “el viviente” y dice que tiene “las llaves de la muerte y del Hades”. Por lo tanto, Jesús es la esperanza de los vivos y de los muertos. Él prometió abrir las tumbas y dar la vida a los muertos para que gobiernen con él en el cielo o para que vivan en su nueva tierra gobernada por su Reino celestial (Jn 5:28, 29; 2Pe 3:13).
Considere la siguiente declaración del docto bíblico A. J. Maas: “Brevemente, por lo tanto, el hecho de la resurrección de Cristo cuenta con el testimonio de más de 500 testigos oculares, cuya experiencia, simplicidad y rectitud de vida los hacían incapaces de inventar semejante fábula, individuos que vivieron en un tiempo en que cualquier intento de engañar pudiera haberse descubierto fácilmente, que en esta vida no tenían nada que ganar por su testimonio, pero que podían perderlo todo por aquella actividad, cuyo valor moral desplegado en su vida apostólica puede explicarse únicamente por el hecho de que estuvieran íntimamente convencidos de la verdad objetiva de su mensaje. Además, da testimonio de la Resurrección de Cristo el elocuente silencio de la Sinagoga que había hecho cuanto le fue posible para impedir que hubiese engaño, que fácilmente hubiese descubierto cualquier engaño, si hubiese habido alguno, que solo presentó testigos que dormían como su oposición al testimonio de los apóstoles, que no castigó el alegado descuido de la guardia oficial, y que no pudo responder al testimonio de los apóstoles excepto por amenazarlos ‘para que no hablasen más en este nombre a ningún hombre’ (Hechos, iv, 17).
Finalmente, el que miles y millones, tanto de judíos como de gentiles, creyeran el testimonio de los apóstoles a pesar de todas las desventajas que les venían a los que adoptaban tal creencia, en pocas palabras, el origen de la iglesia, necesita como explicación la realidad de la Resurrección de Cristo, pues la subida de la iglesia sin la Resurrección sería mayor milagro que la Resurrección misma.” (w79 1/5 26)
Un firme propósito de Dios. Jesucristo señaló a los saduceos, una secta que no creía en la resurrección, que los escritos de Moisés registrados en las Escrituras Hebreas —Escrituras que ellos poseían y en las que afirmaban creer— prueban que hay una resurrección; alegó que cuando Jehová dijo que era “el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”, personajes que en realidad estaban muertos, indicó que para Él era como si aquellos hombres estuvieran vivos, porque Él, “el Dios, no de los muertos, sino de los vivos”, se proponía resucitarlos. Mediante su poder, Dios “vivifica a los muertos y llama las cosas que no son como si fueran”. Pablo subraya este hecho cuando habla de la fe de Abrahán. (Mt 22:23, 31-33; Ro 4:17.)
Dios tiene el poder de resucitar. Para Aquel que tiene el poder de crear al hombre a su propia imagen, con un cuerpo perfecto y con el potencial de expresar a plenitud las maravillosas características implantadas en la personalidad humana, no supone ningún problema insuperable resucitar a una persona. Si el hombre puede grabar y conservar en una videocinta las imágenes y sonidos de una escena y luego reproducirla gracias a los principios científicos que Dios ha creado, ¡cuánto más fácil será para el gran Soberano Universal y Creador resucitar a una persona reproduciendo la misma personalidad en un cuerpo recién formado! Con respecto a la revivificación de las facultades reproductivas de Sara en su edad avanzada, el ángel dijo: “¿Hay cosa alguna demasiado extraordinaria para Jehová?”. (Gé 18:14; Jer 32:17, 27.)
Cómo surgió la necesidad de la resurrección. En el principio no era necesaria la resurrección, no era parte del propósito original de Dios para la humanidad, puesto que a los hombres no se les había creado para morir. El propósito de Dios, según Él mismo indicó, era llenar la Tierra de seres humanos vivos, no de una raza que se deteriorara y muriera. Su obra era perfecta, y, por ende, sin defecto, imperfección ni enfermedad. (Dt 32:4.) Jehová bendijo a la primera pareja humana y le dijo que se multiplicara y llenara la tierra. (Gé 1:28.) Esta bendición excluía la enfermedad y la muerte; Dios no fijó una duración limitada de vida para el hombre, sino que le dijo que moriría si desobedecía. De modo que si no desobedecía, viviría para siempre. Por su desobediencia, incurriría en el disfavor de Dios, perdería su bendición y se acarrearía una maldición. (Gé 2:17; 3:17-19.)
Por consiguiente, la muerte se introdujo en la raza humana por la transgresión de Adán. (Ro 5:12.) Debido al pecado de su padre y a la imperfección resultante, la descendencia de Adán no podía heredar de él la vida eterna, ni siquiera la esperanza de vivir para siempre. Jesús dijo que ‘un árbol podrido no puede producir fruto excelente’. (Mt 7:17, 18; Job 14:1, 2.) El concepto de la resurrección fue necesario, o se añadió, para superar esta incapacidad que tendrían los hijos de Adán que desearan obedecer a Dios.
El propósito de la resurrección. La resurrección no solo muestra el poder y la sabiduría ilimitados de Jehová, sino también su amor y misericordia, y lo vindica, además, como Aquel que conserva la vida de los que le sirven. (1Sa 2:6.) Como tiene el poder de resucitar, puede llegar al punto de mostrar que sus siervos le serán fieles hasta la mismísima muerte, y puede así responder a la acusación de Satanás que aseveraba: “Piel en el interés de piel, y todo lo que el hombre tiene lo dará en el interés de su alma”. (Job 2:4.) Jehová puede permitir que Satanás llegue hasta el extremo de matar a algunos en un esfuerzo vano por apoyar sus falsas acusaciones. (Mt 24:9; Apo 2:10; 6:11.) El hecho de que los siervos de Jehová estén dispuestos a entregar la vida en Su servicio prueba que no le sirven por razones egoístas, sino por amor. (Apo 12:11.) También prueba que reconocen a Jehová como el Todopoderoso, el Soberano Universal y el Dios de amor que es capaz de resucitarlos. Prueba, en definitiva, que rinden devoción exclusiva a Jehová por sus maravillosas cualidades, no por razones materiales egoístas. (Considérense algunas exclamaciones de los siervos de Dios registradas en Ro 11:33-36; Apo 4:11; 7:12.) Además, la resurrección es un medio del que se vale Jehová a fin de que se lleve a cabo su propósito para la Tierra, según le había declarado a Adán. (Gé 1:28.)
Esencial para la felicidad del hombre. La resurrección de los muertos, una bondad inmerecida de parte de Dios, es esencial para la felicidad de la humanidad y para reparar todo el daño, sufrimiento y opresión que le ha sobrevenido a la raza humana como resultado de la imperfección y las enfermedades, las guerras que ha peleado, los asesinatos y las acciones inhumanas cometidas por los inicuos a instigación de Satanás el Diablo. No podemos ser totalmente felices si no creemos en una resurrección. El apóstol Pablo expresó este sentimiento en las siguientes palabras: “Si solo en esta vida hemos esperado en Cristo, de todos los hombres somos los más dignos de lástima”. (1Co 15:19.)
¿Cuándo se dio por primera vez la esperanza de la resurrección? Después que Adán pecó y como consecuencia se acarreó la muerte a sí mismo y la introdujo entre sus futuros descendientes, Dios dijo a la serpiente: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la descendencia de ella. Él te magullará en la cabeza y tú le magullarás en el talón”. (Gé 3:15.)
El que causó originalmente la muerte tiene que ser eliminado. Jesús dijo a los judíos religiosos que se oponían a él: “Ustedes proceden de su padre el Diablo, y quieren hacer los deseos de su padre. Ese era homicida cuando principió, y no permaneció firme en la verdad, porque la verdad no está en él”. (Jn 8:44.) Estas palabras prueban que fue el Diablo quien habló por medio de la serpiente, y que fue un homicida desde el principio de su proceder mentiroso y diabólico. En la visión que posteriormente Cristo dio a Juan, reveló que a Satanás el Diablo también se le llama “la serpiente original”. (Apo 12:9.) Satanás se apoderó de la humanidad, pues al inducir a Adán a rebelarse contra Dios, consiguió tener bajo su influencia a los hijos de Adán. De modo que en la primera profecía, registrada en Génesis 3:15, Jehová dio la esperanza de que esta serpiente sería eliminada. (Compárese con Ro 16:20.) No solo se aplastará a Satanás la cabeza, sino que se desbaratarán, destruirán o desharán todas sus obras. (1Jn 3:8; NM, BAS, CI.) El cumplimiento de esta profecía exige que se anule la muerte adámica, lo que implica una resurrección de los descendientes de Adán que están en el Seol (Hades) como resultado de los efectos heredados del pecado. (1Co 15:26.)
La esperanza de libertad implica una resurrección. El apóstol Pablo habla de la situación que Dios permitió que existiese después que el hombre pecó, así como del propósito que tuvo al permitirla: “Porque la creación fue sujetada a futilidad [por haber nacido todos en pecado y haber sido condenados a la muerte], no de su propia voluntad [a los hijos de Adán se les trajo al mundo en esta situación, aunque no lo habían elegido ni podían cambiar lo que Adán había hecho], sino por aquel [Dios, en su sabiduría] que la sujetó, sobre la base de la esperanza de que la creación misma también será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. (Ro 8:20, 21; Sl 51:5.) Con el fin de experimentar el cumplimiento de esta esperanza de gloriosa libertad, los que han muerto tendrían que ser resucitados, libertados de la muerte y de la sepultura. Así que mediante su promesa de una “descendencia” venidera que aplastaría la cabeza de la serpiente, Dios colocó una maravillosa esperanza ante la humanidad. (Véase DESCENDENCIA, SEMILLA.)
El fundamento de la fe de Abrahán. Aunque la palabra “resurrección” no aparece en las Escrituras Hebreas, estas expresan con claridad la esperanza de la resurrección. Del registro bíblico se desprende que cuando Abrahán intentó ofrecer a su hijo Isaac, tenía fe en el poder y el propósito de Dios de levantar a los muertos. Como se declara en Hebreos 11:17-19, recibió a Isaac de entre los muertos “a manera de ilustración”. (Gé 22:1-3, 10-13.) El fundamento de la fe de Abrahán en una resurrección era la promesa que Dios le había hecho en cuanto a la “descendencia”. (Gé 3:15.) Además, tanto Abrahán como Sara ya habían experimentado algo comparable a una resurrección cuando Dios revivificó sus facultades reproductivas. (Gé 18:9-11; 21:1, 2, 12; Ro 4:19-21.) Job expresó una fe similar al decir cuando sufría intensamente: “¡Oh que en el Seol me ocultaras, [...] que me fijaras un límite de tiempo y te acordaras de mí! Si un hombre físicamente capacitado muere, ¿puede volver a vivir? [...] Tú llamarás, y yo mismo te responderé. Por la obra de tus manos sentirás anhelo”. (Job 14:13-15.)
Resurrecciones anteriores al rescate. Los profetas Elías y Eliseo resucitaron a algunas personas. (1Re 17:17-24; 2Re 4:32-37; 13:20, 21.) Sin embargo, los resucitados volvieron a morir, al igual que les ocurrió a los que resucitó Jesús cuando estuvo en la Tierra y a los que posteriormente resucitaron los apóstoles. Esto muestra que la resurrección no siempre es para vida eterna.
Puesto que Jesús había resucitado a su amigo Lázaro, es posible que este estuviera vivo para el Pentecostés de 33 E.C., cuando se derramó el espíritu santo y se ungió y engendró por espíritu (Hch 2:1-4, 33, 38) a los primeros en recibir el llamamiento celestial. (Heb 3:1.) Aunque la resurrección de Lázaro fue parecida a la que realizaron los profetas Elías y Eliseo, probablemente le dio la oportunidad de recibir una resurrección como la de Cristo, que de otro modo no hubiera tenido. ¡Cuánto amor demostró Jesús con esta acción! (Jn 11:38-44.)
“Una resurrección mejor.” Pablo dice sobre ciertas personas fieles de tiempos antiguos: “Hubo mujeres que recibieron a sus muertos por resurrección; pero otros hombres fueron atormentados porque rehusaron aceptar la liberación por algún rescate, con el fin de alcanzar una resurrección mejor”. (Heb 11:35.) Estos hombres demostraron su fe en la esperanza de la resurrección, pues sabían que la vida que tenían en aquel tiempo no era lo más importante. La resurrección que estas y otras personas experimentaron mediante Cristo tiene lugar después de la resurrección de este y su comparecencia en el cielo ante su Padre con el valor de su sacrificio de rescate. En ese tiempo, recompró el derecho a la vida de la raza humana, y pasó a ser el “Padre Eterno” en potencia. (Heb 9:11, 12, 24; Isa 9:6.) Él es “un espíritu dador de vida”. (1Co 15:45.) Tiene “las llaves de la muerte y del Hades [Seol]”. (Apo 1:18.) Con la autoridad que ahora tiene de conceder vida eterna, al debido tiempo de Dios llevará a cabo una “resurrección mejor”, pues los que la experimenten podrán vivir para siempre, sin que tengan que volver a morir inevitablemente. Si son obedientes, continuarán viviendo.
Resurrección celestial. A Jesucristo se le llama “el primogénito de entre los muertos” (Col 1:18), porque fue el primero en ser resucitado para vida eterna. Su resurrección fue “en el espíritu”, es decir, para vivir en el cielo. (1Pe 3:18.) Además, cuando se le resucitó, se le concedió una forma superior de vida y una posición superior a la que había tenido en los cielos antes de venir a la Tierra. Recibió inmortalidad e incorrupción, algo que ninguna criatura carnal puede tener, y fue hecho “más alto que los cielos”, para ocupar, después de Jehová Dios, la posición más alta del universo. (Heb 7:26; 1Ti 6:14-16; Flp 2:9-11; Hch 2:34; 1Co 15:27.) Fue el propio Jehová Dios quien lo resucitó. (Hch 3:15; 5:30; Ro 4:24; 10:9.)
Sin embargo, durante los cuarenta días que siguieron a su resurrección, Jesús se apareció a sus discípulos en diferentes ocasiones y con diversos cuerpos carnales, tal como algunos ángeles habían hecho para aparecerse a ciertos hombres de tiempos antiguos. Al igual que aquellos ángeles, Jesús tenía el poder de formar y desintegrar esos cuerpos a voluntad con el fin de probar visiblemente que había sido resucitado. (Mt 28:8-10, 16-20; Lu 24:13-32, 36-43; Jn 20:14-29; Gé 18:1, 2; 19:1; Jos 5:13-15; Jue 6:11, 12; 13:3, 13.) Las muchas veces que se apareció, especialmente aquella en la que se manifestó ante más de 500 personas, constituyen un testimonio convincente de que verdaderamente resucitó. (1Co 15:3-8.) Por ello, su resurrección está muy bien atestiguada y proporciona “a todos los hombres una garantía” de que en el futuro habrá un día de juicio o ajuste de cuentas. (Hch 17:31.)
La resurrección de los “hermanos” de Cristo. Los que son “llamados y escogidos y fieles”, seguidores de las pisadas de Cristo, sus “hermanos”, que han sido engendrados espiritualmente como “hijos de Dios”, han recibido la promesa de una resurrección como la de Cristo. (Apo 17:14; Ro 6:5; 8:15, 16; Heb 2:11.) El apóstol Pedro escribió lo siguiente a sus compañeros cristianos: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque, según su gran misericordia, nos dio un nuevo nacimiento a una esperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, a una herencia incorruptible e incontaminada e inmarcesible. Está reservada en los cielos para ustedes”. (1Pe 1:3, 4.)
Pedro también dijo que la esperanza que poseen son “preciosas y grandiosísimas promesas, para que por estas [...] lleguen a ser partícipes de la naturaleza divina”. (2Pe 1:4.) Los “hermanos” de Cristo tienen que experimentar un cambio de naturaleza, de humana a “divina”, a fin de participar con él en su gloria. Han de pasar por una muerte como la de Cristo —manteniendo integridad y renunciando para siempre a la vida humana— para luego recibir por medio de la resurrección un cuerpo inmortal e incorruptible como el de él. (Ro 6:3-5; 1Co 15:50-57; 2Co 5:1-3.) El apóstol Pablo explica que no se resucita el cuerpo; asemeja esa experiencia a una semilla que se planta y brota, pues “Dios le da un cuerpo así como le ha agradado”. (1Co 15:35-40.) Dios resucita al alma, a la persona, con un cuerpo adecuado para el ámbito en el que resucita.
En el caso de Jesucristo, entregó su vida humana como sacrificio de rescate en beneficio de la humanidad. El escritor cristiano del libro de Hebreos aplica a Jesús el Salmo 40, y dice que cuando vino al “mundo” como el Mesías de Dios, dijo: “Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me preparaste un cuerpo”. (Heb 10:5.) El propio Jesús comentó: “De hecho, el pan que yo daré es mi carne a favor de la vida del mundo”. (Jn 6:51.) De esto se desprende que Cristo no podía volver a recibir su cuerpo cuando resucitase y retirar así el sacrificio que había ofrecido a Dios en favor de los hombres. Además, ya no tenía que vivir más en la Tierra. Su “casa” está en los cielos, con su Padre, quien no es de carne, sino un espíritu. (Jn 14:3; 4:24.) Por lo tanto, Jesucristo recibió un glorioso cuerpo inmortal e incorruptible, porque “él es el reflejo de [la] gloria [de Jehová] y la representación exacta de su mismo ser, y sostiene todas las cosas por la palabra de su poder; y después de haber hecho una purificación por nuestros pecados se sentó a la diestra de la Majestad en lugares encumbrados. De modo que ha llegado a ser mejor que los ángeles [que son poderosas personas celestiales], al grado que ha heredado un nombre más admirable que el de ellos”. (Heb 1:3, 4; 10:12, 13.)
Los hermanos fieles de Cristo, que se unen a él en los cielos, renuncian a la vida humana. El apóstol Pablo muestra que habrán de tener un nuevo cuerpo transformado, o amoldado, para su nueva existencia: “En cuanto a nosotros, nuestra ciudadanía existe en los cielos, lugar de donde también aguardamos con intenso anhelo a un salvador, el Señor Jesucristo, que amoldará de nuevo nuestro cuerpo humillado para que se conforme a su cuerpo glorioso, según la operación del poder que él tiene”. (Flp 3:20, 21.)
Cuándo acontece la resurrección celestial. La resurrección celestial de los coherederos de Cristo da comienzo después que Jesucristo regresa en gloria celestial para dar atención, en primer lugar, a sus hermanos espirituales. Al propio Cristo se le llama “las primicias de los que se han dormido en la muerte”. Luego Pablo dice que cada uno será resucitado según su propia categoría: “Cristo las primicias, después los que pertenecen al Cristo durante su presencia”. (1Co 15:20, 23.) Estos, como “la casa de Dios”, han estado bajo juicio durante su derrotero de vida cristiano, empezando con los primeros de ellos en Pentecostés. (1Pe 4:17.) Son “ciertas [literalmente, “algunas”] primicias”. (Snt 1:18, Besson; Apo 14:4.) A Jesucristo se le puede comparar a las primicias de la cebada que los israelitas ofrecían el 16 de Nisán (“Cristo las primicias”), y a sus hermanos espirituales como “primicias” (“ciertas primicias”) se les puede comparar a las primicias del trigo que se ofrecían en el día del Pentecostés, el día quincuagésimo a partir del 16 de Nisán. (Le 23:4-12, 15-20.)
Como los fieles ungidos han estado bajo juicio, cuando Cristo regresa es el tiempo para darles la recompensa, como prometió a sus once apóstoles fieles la noche antes de morir: “Voy a preparar un lugar para ustedes. También, [...] vengo otra vez y los recibiré en casa a mí mismo, para que donde yo estoy también estén ustedes”. (Jn 14:2, 3; Lu 19:12-23; compárese con 2Ti 4:1, 8; Apo 11:17, 18.)
“Las bodas del Cordero.” A estos cristianos como cuerpo se les llama su “esposa” (en perspectiva). (Apo 21:9.) Están prometidos a él en matrimonio y deben ser resucitados para vida en los cielos a fin de tomar parte en “las bodas del Cordero”. (2Co 11:2; Apo 19:7, 8.) Esta era la resurrección que esperaba el apóstol Pablo, una resurrección celestial. (2Ti 4:8.) Para el tiempo de la “presencia” de Cristo, todavía están en la Tierra algunos de sus hermanos espirituales, “invitados a la cena de las bodas del Cordero”, pero los de ese grupo que ya han muerto reciben el galardón en primer lugar por medio de una resurrección. (Apo 19:9.) Este hecho se explica en 1 Tesalonicenses 4:15, 16: “Porque esto les decimos por palabra de Jehová: que nosotros los vivientes que sobrevivamos hasta la presencia del Señor no precederemos de ninguna manera a los que se han dormido en la muerte; porque el Señor mismo descenderá del cielo con una llamada imperativa, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los que están muertos en unión con Cristo se levantarán primero”.
Pablo añade a continuación: “Después nosotros los vivientes que sobrevivamos seremos arrebatados, juntamente con ellos, en nubes al encuentro del Señor en el aire; y así siempre estaremos con el Señor”. (1Te 4:17.) De modo que cuando la muerte da fin a su carrera fiel en la Tierra, los restantes invitados a “la cena de las bodas del Cordero” son resucitados inmediatamente para unirse a sus compañeros de la clase de la novia en los cielos. No se ‘duermen en la muerte’ en el sentido de tener que aguardar su resurrección durante un largo sueño, como fue el caso de los apóstoles, sino que cuando mueren, son “cambiados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, durante la última trompeta. Porque sonará la trompeta, y los muertos serán levantados incorruptibles, y nosotros seremos cambiados”. (1Co 15:51, 52.) De todos modos, “las bodas del Cordero” no tendrán lugar hasta después que se haya ejecutado juicio sobre “Babilonia la Grande”. (Apo 18.) Tras describir la destrucción de esta “gran ramera”, Apocalipsis 19:7 dice: “Regocijémonos y llenémonos de gran gozo, y démosle la gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado”. Una vez que todos los 144.000 sean finalmente aprobados y “sellados” como fieles y resucitados a los cielos, las bodas podrán realizarse.
Primera resurrección. En Apocalipsis 20:5, 6 se llama “primera resurrección” a la resurrección de los que reinarán con Cristo. El apóstol Pablo también se refiere a ella como “la resurrección más temprana de entre los muertos [literalmente, la fuera-resurrección la fuera de los muertos]”. Gr.: e·xa·ná·sta·sin. (Flp 3:11, NM; Rotherham [en inglés]; Int.) La obra Imágenes verbales en el Nuevo Testamento (de Robertson, 1989, vol. 4, pág. 603) dice sobre la expresión que Pablo utiliza en este versículo: “Aparentemente, Pablo está aquí pensando sólo [en] la resurrección de los creyentes de entre los muertos, empleando por ello un doble ex [fuera] (tën exanastasin tën ek nekrön). Pablo no está negando una resurrección general con este lenguaje, pero destaca la de los creyentes”. La obra Commentaries (de Charles Ellicott, 1865, vol. 2, pág. 87) hace la siguiente observación sobre Flp 3:11: “La resurrección de los muertos: i. e., como sugiere el contexto, la primera resurrección (Apo XX. 5), cuando, en el advenimiento del Señor, los muertos en Él se levantarán primero (1Tesalon. IV. 16), y los vivos serán arrebatados para encontrarse con él en las nubes (1Tesalon. IV. 17); compárese con Lucas XX. 35. La primera resurrección incluirá solo a los verdaderos creyentes, y al parecer precederá en el tiempo a la segunda, la de los no creyentes e incrédulos. [...] Está fuera de lugar en este pasaje toda referencia a una resurrección meramente de tipo ético (Cocceius)”. Como uno de los significados básicos de la palabra e·xa·ná·sta·sis es la “acción de levantarse [de la cama por la mañana]”, puede significar muy bien una resurrección que ocurre temprano o, con otras palabras, “la primera resurrección”. La traducción inglesa de Rotherham lee en Filipenses 3:11: “Si de algún modo puedo adelantar a la resurrección más temprana que es de entre los muertos”. ★“La primera resurrección” ya ha empezado - (1-1-2007-Pg.25)
Resurrección terrestre. Mientras Jesús colgaba del madero, uno de los malhechores que estaban junto a él comentó que Jesús no merecía tal castigo, y a continuación le solicitó: “Acuérdate de mí cuando entres en tu reino”. Jesús respondió: “Verdaderamente te digo hoy: Estarás conmigo en el Paraíso”. (Lu 23:42, 43.) Jesús le estaba diciendo en realidad: ‘En este día sombrío, cuando el que yo pretenda tener un reino parece muy improbable, tú expresas fe. Efectivamente, cuando yo entre en mi reino, me acordaré de ti’. (Véase PARAÍSO.) Esta promesa hacía necesario que el malhechor resucitase. Este hombre no era un fiel seguidor de Jesucristo. Había tenido una mala conducta, había transgredido la Ley, por lo que merecía la pena de muerte. (Lu 23:40, 41.) De modo que no podía esperar que fuese a recibir la primera resurrección. Además, murió cuarenta días antes de que Jesús ascendiera al cielo y, por lo tanto, antes del Pentecostés, que se celebró diez días después de la ascensión y fue cuando Dios ungió por medio de Jesús a las primeras personas que recibirían la resurrección celestial. (Hch 1:3; 2:1-4, 33.)
Jesús dijo que el malhechor estaría en el Paraíso. Esa palabra significa “parque; jardín o finca de recreo”. En Génesis 2:8, la Septuaginta traduce la palabra hebrea para “jardín” (gan) por la griega pa·rá·dei·sos. El paraíso en el que estará el malhechor no es el “paraíso de Dios” que se promete en Apocalipsis 2:7 “al que venza”, pues el malhechor no había vencido al mundo con Jesucristo. (Jn 16:33.) Por consiguiente, el malhechor no será miembro del Reino celestial (Lu 22:28-30), sino que será un súbdito de ese Reino cuando los que experimentan la “primera resurrección” se sienten sobre tronos para gobernar con Cristo mil años en calidad de reyes establecidos de Dios y de Cristo. (Apo 20:4, 6.)
‘Los justos y los injustos.’
El apóstol Pablo dijo a un grupo de judíos que también abrigaban la esperanza de la resurrección: “Va a haber resurrección así de justos como de injustos”. (Hch 24:15.)
La Biblia muestra con claridad quiénes son los “justos”. Los primeros en ser declarados justos son los que van a recibir una resurrección celestial. (Ro 8:28-30.)
La Biblia también llama justos a hombres fieles de la antigüedad, como Abrahán. (Gé 15:6; Snt 2:21.) Muchos de estos hombres se encuentran en la lista del capítulo 11 de Hebreos, y el escritor dice de ellos: “Y, no obstante, todos estos, aunque recibieron testimonio por su fe, no obtuvieron el cumplimiento de la promesa, puesto que Dios previó algo mejor para nosotros, para que ellos no fueran perfeccionados aparte de nosotros”. (Heb 11:39, 40.) De modo que se les perfeccionará después que se perfeccione a los que tienen parte en “la primera resurrección”.
Después está la gran muchedumbre, de la que se habla en el capítulo 7 de Apocalipsis, cuyos integrantes no forman parte de los 144.000 “sellados”, y por consiguiente no tienen la “prenda” del espíritu al no haber sido engendrados por él. (Ef 1:13, 14; 2Co 5:5.) Las Escrituras dicen que “salen de la gran tribulación” como sobrevivientes de ella, lo que permite ubicar el recogimiento de este grupo en los últimos días, poco antes de esa tribulación. Estas personas son justas por fe, y están vestidas con largas ropas blancas lavadas en la sangre del Cordero. (Apo 7:1, 9-17.) No será necesario resucitarlas como clase, pero Dios resucitará a su debido tiempo a los fieles de ese grupo que mueran antes de la gran tribulación.
Además, hay muchos “injustos” enterrados en el Seol (Hades), el sepulcro común de la humanidad, o en “el mar”, bajo las aguas. En Apocalipsis 20:12, 13 se habla del juicio de estos y de los “justos” a los que se resucita en la Tierra. “Y vi a los muertos, los grandes y los pequeños, de pie delante del trono, y se abrieron rollos. Pero se abrió otro rollo; es el rollo de la vida. Y los muertos fueron juzgados de acuerdo con las cosas escritas en los rollos según sus hechos. Y el mar entregó los muertos que había en él, y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos, y fueron juzgados individualmente según sus hechos.”
Cuándo acontece la resurrección terrestre. Este juicio se ubica en la Biblia durante el reinado milenario de Cristo y sus reyes y sacerdotes asociados. El apóstol Pablo dijo que estos “juzgarán al mundo”. (1Co 6:2.) “Los grandes y los pequeños”, personas de toda condición, estarán allí para ser juzgados imparcialmente. Se les juzgará “de acuerdo con las cosas escritas en los rollos” que se abrirán entonces. Estos no pueden referirse al registro de su vida pasada ni a un conjunto de normas con el que juzgar los hechos de su vida pasada. Como el “salario que el pecado paga es muerte”, estas personas ya habrán saldado con su muerte sus pecados pasados. (Ro 6:7, 23.) Entonces se les resucitará a fin de que puedan demostrar su actitud hacia Dios y si desean beneficiarse del sacrificio de rescate de Jesucristo para toda la humanidad. (Mt 20:28; Jn 3:16.) Aunque no se les contarán sus pecados pasados, necesitarán el rescate para ser elevados a la perfección. Tendrán que cambiar su modo de pensar y vivir anterior y amoldarlo a la voluntad y disposiciones divinas para la Tierra y su población. Por ello, “los rollos” deberán contener la voluntad y la ley de Dios para ellos durante el Día de Juicio, y su fe y obediencia a las instrucciones escritas en estos rollos suministrarán la base para el juicio y para al fin escribir sus nombres indeleblemente en el “rollo de la vida”.
Resurrección para vida y para juicio. Jesús dio esta consoladora seguridad a la humanidad: “La hora viene, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan hecho caso vivirán. [...] No se maravillen de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán, los que hicieron cosas buenas a una resurrección de vida, los que practicaron cosas viles a una resurrección de juicio”. (Jn 5:25-29.) ★Resurrección de juicio - (De los malos antes de morir.)
Un juicio de condenación.
En las susodichas palabras de Jesús, “juicio” traduce el término griego krí·sis. El helenista Parkhurst, en su obra A Greek and English Lexicon to the New Testament (Londres, 1845, pág. 342), da los siguientes significados para krí·sis en las Escrituras Griegas Cristianas: “I. Juicio; [...] II. Juicio, justicia, Mat. XXIII. 23. Comp. con XII. 20; [...] III. Sentencia condenatoria, condenación, perdición. Marcos III. 29; Juan V. 24, 29; [...] IV. La causa o base de condenación o castigo. Juan III. 19; V. Un determinado tribunal de justicia de los judíos. [...] Mat. V. 21, 22”.
Si Jesús hubiera tenido presente un juicio que podría resultar en vida al hablar de una resurrección de juicio, no habría habido ningún contraste entre esta y la “resurrección de vida”. Por lo tanto, el contexto indica que por “juicio” Jesús se refería a un juicio con sentencia condenatoria.
Los “muertos” que oyeron hablar a Jesús cuando estuvo en la Tierra. Cuando examinamos las palabras de Jesús, notamos que algunos de los “muertos” estaban escuchando su voz mientras hablaba. Pedro usó un lenguaje similar cuando dijo: “De hecho, con este propósito las buenas nuevas fueron declaradas también a los muertos, para que fueran juzgados en cuanto a la carne desde el punto de vista de los hombres, pero vivieran en cuanto al espíritu desde el punto de vista de Dios”. (1Pe 4:6.) Esto es así porque los que escuchaban a Cristo estaban ‘muertos en ofensas y pecados’ antes de oírle, pero empezarían a ‘vivir’ espiritualmente al ejercer fe en las buenas nuevas. (Ef 2:1; compárese con Mt 8:22; 1Ti 5:6.)
Juan 5:29 se refiere al fin de un período de juicio. Para comprender bien en qué momento se sitúan la ‘resurrección de vida y la resurrección de juicio’ de que habló Jesús, es muy importante recordar lo que dijo un poco antes en ese mismo contexto respecto a los que vivían entonces y que estaban muertos espiritualmente (como se explica en el subtema ‘Pasar de muerte a vida’). Dijo: “La hora viene, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan hecho caso [literalmente, “los que hayan oído”] vivirán”. (Jn 5:25, Int.) Esto indica que no hablaba de los que oyeran audiblemente su voz, sino, más bien, de ‘los que habían oído’, es decir, los que después de oír, aceptaron como verdad lo que habían oído. Los términos “oír” y “escuchar” se usan con mucha frecuencia en la Biblia con el significado de “hacer caso” u “obedecer”. (Véase OBEDIENCIA.) Los que resulten ser obedientes vivirán. (Compárese con el uso del mismo término griego [a·kóu·ö], “oír” o “escuchar”, como en Jn 6:60; 8:43, 47; 10:3, 27.) No se les juzga teniendo en cuenta lo que hicieron antes de oír su voz, sino lo que hicieron después de oírla.
Por lo tanto, cuando Jesús habló de “los que hicieron cosas buenas” y de “los que practicaron cosas viles”, se debía estar colocando al final del período de juicio, como si mirase atrás en retrospección o en repaso de las acciones de estos resucitados después de tener la oportunidad de obedecer o desobedecer las “cosas escritas en los rollos”. Solo al final del período de juicio se demostraría quién había hecho bien o mal. El resultado para “los que hicieron cosas buenas” (según las “cosas escritas en los rollos”) sería la recompensa de vida; para “los que practicaron cosas viles”, un juicio con sentencia condenatoria. De modo que la resurrección habría resultado ser de vida o de condenación.
En la Biblia es frecuente hablar de cosas como si ya se hubieran cumplido, verlas retrospectivamente, desde la óptica de su realización. No en vano Dios es “Aquel que declara desde el principio el final, y desde hace mucho las cosas que no se han hecho”. (Isa 46:10.) Así lo hace Judas cuando dice sobre ciertos hombres que se habían introducido en la congregación: “¡Ay de ellos, porque han ido en la senda de Caín, y por la paga se han precipitado en el curso erróneo de Balaam, y han perecido [literalmente, “se destruyeron”] en el habla rebelde de Coré!”. (Jud 11.) Algunas profecías emplean lenguaje similar. (Compárese con Isa 40:1, 2; 46:1; Jer 48:1-4.)
Por consiguiente, en Juan 5:29 no se hace referencia al mismo asunto que en Hechos 24:15, donde Pablo habla de la resurrección de ‘justos y de injustos’. Pablo alude claramente a los que han tenido una posición justa o injusta delante de Dios durante esta vida, y que serán resucitados. Ellos son “los que están en las tumbas conmemorativas”. (Jn 5:28; véase TUMBA CONMEMORATIVA.) En Juan 5:29, Jesús habla de esas personas después que salen de las tumbas conmemorativas y después que, por su proceder durante el reinado de Jesucristo y sus reyes y sacerdotes asociados, hayan resultado ser obedientes, con la “vida” eterna como recompensa, o desobedientes y, por lo tanto, merecedores de “juicio [de condenación]” de parte de Dios.
La recuperación del alma del Seol. El rey David de Israel escribió: “Preveía al Señor delante de mí continuamente; porque está a mi diestra, para que yo no sea conmovido [...] y además también mi carne residirá en esperanza. Porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea la corrupción”. (Sl 15:8-11, LXX [16:8-11 NM].) En el día del Pentecostés del año 33 E.C., el apóstol Pedro aplicó este salmo a Jesucristo cuando explicó a los judíos la verdad sobre su resurrección. (Hch 2:25-31.) Por consiguiente, tanto las Escrituras Hebreas como las Griegas muestran que el “alma” de Jesucristo resucitó. Fue “muerto en la carne, pero hecho vivo en el espíritu”. (1Pe 3:18.) “Carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios” (1Co 15:50), lo que también excluye carne y huesos, que no tienen vida a menos que tengan sangre. Esto se debe a que en ella está el “alma”, es decir, que es necesaria para la vida de la criatura carnal. (Gé 9:4.)
Las Escrituras muestran sin ambages que no hay un “alma inmaterial” separada y distinta del cuerpo. El alma muere cuando muere el cuerpo. Hasta de Jesucristo está escrito que “derramó su alma hasta la mismísima muerte”. Su alma estaba en el Seol. Él no existía como alma o persona durante ese tiempo. (Isa 53:12; Hch 2:27; compárese con Eze 18:4; véase ALMA.) Por consiguiente, en la resurrección no se efectúa ninguna unión entre alma y cuerpo. Sin embargo, la persona ha de tener un cuerpo, sea espiritual o terrestre, pues todas las personas, tanto celestiales como terrestres, poseen un cuerpo. Para que vuelva a ser una persona, el que ha muerto debe tener un cuerpo, sea físico o espiritual. La Biblia dice: “Si hay cuerpo físico, también lo hay espiritual”. (1Co 15:44.)
Pero, ¿vuelven a juntarse las células del cuerpo anterior en la resurrección? ¿Es acaso una reproducción exacta del cuerpo anterior, hecho precisamente tal como era cuando la persona murió? Las Escrituras responden de manera negativa cuando hablan de la resurrección de los hermanos ungidos de Cristo: “No obstante, alguien dirá: ‘¿Cómo han de ser levantados los muertos? Sí, ¿con qué clase de cuerpo vienen?’. ¡Persona irrazonable! Lo que siembras no es vivificado a menos que primero muera; y en cuanto a lo que siembras, no siembras el cuerpo que se desarrollará, sino un grano desnudo, sea de trigo o cualquiera de los demás; pero Dios le da un cuerpo así como le ha agradado, y a cada una de las semillas su propio cuerpo”. (1Co 15:35-38; Vease Siembra - [La resurrección].)
Los que alcanzan la herencia celestial reciben un cuerpo espiritual, pues Dios se complace en que tengan cuerpos que correspondan al ámbito celestial. Pero ¿qué cuerpo reciben aquellos a quienes Jehová se deleita en dar una resurrección terrestre? No podría ser el mismo cuerpo, con exactamente los mismos átomos. Cuando una persona muere y es enterrada, el proceso de descomposición convierte el cuerpo en elementos químicos orgánicos que la vegetación absorbe. Cabe la posibilidad de que otras personas coman de esa vegetación, de modo que los elementos, los átomos de la persona muerta, pueden estar en otras muchas personas. Es obvio que cuando se produzca la resurrección, esos mismos átomos no podrán estar en la persona resucitada y en todas las demás al mismo tiempo.
El cuerpo resucitado tampoco tiene por qué ser una copia exacta del cuerpo al momento de la muerte. Si el cuerpo de una persona antes de morir estaba mutilado, ¿volverá de la misma manera? Sería irrazonable, porque pudiera darse el caso de que no estuviera ni siquiera en condición de oír y hacer “las cosas escritas en los rollos”. (Apo 20:12.) Digamos que una persona murió por haberse desangrado. ¿Volverá sin sangre? No, porque no podría vivir con un cuerpo humano sin sangre. (Le 17:11, 14.) Más bien, recibirá un cuerpo del agrado de Dios. Como la voluntad y el gusto de Dios es que la persona resucitada obedezca las “cosas escritas en los rollos”, deberá tener un cuerpo sano, que posea todas sus facultades. (Jesús resucitó a Lázaro con un cuerpo entero y sano, aunque ya había empezado a descomponerse; Juan 11:39.) De esta manera, toda persona podrá ser considerada, debida y justamente, responsable de sus hechos durante el período de juicio. Sin embargo, no será perfecto en el momento en que se le resucite, pues tendrá que ejercer fe en el sacrificio de rescate de Cristo y recibir los servicios sacerdotales de Cristo y su “sacerdocio real”. (1Pe 2:9; Apo 5:10; 20:6.)
‘Pasar de muerte a vida.’ Jesús habló de los que ‘tienen vida eterna’ porque oyen sus palabras con fe y obediencia y creen en el Padre que le envió. Dijo en cuanto a cada uno de ellos: “No entra en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. Muy verdaderamente les digo: La hora viene, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan hecho caso vivirán”. (Jn 5:24, 25.)
Los que han ‘pasado de la muerte a la vida ahora’ no son los que habían muerto literalmente y estaban en las sepulturas. Cuando Jesús dijo estas palabras, toda la humanidad estaba condenada a muerte ante Dios el Juez de todos. Por lo tanto, Jesús se refería a personas que estaban muertas en sentido espiritual, a la clase de muertos espirituales que debió tener presente cuando dijo al judío que quería ir primero a su casa a enterrar a su padre: “Continúa siguiéndome, y deja que los muertos entierren a sus muertos”. (Mt 8:21, 22.)
Los que se han hecho cristianos verdaderos se encontraron en un tiempo entre las personas del mundo que estaban muertas espiritualmente. El apóstol Pablo recordó a la congregación este hecho, diciendo: “A ustedes Dios los vivificó aunque estaban muertos en sus ofensas y pecados, en los cuales en un tiempo anduvieron conforme al sistema de cosas de este mundo [...]. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, nos vivificó junto con el Cristo, aun cuando estábamos muertos en ofensas —por bondad inmerecida han sido salvados ustedes— y nos levantó juntos y nos sentó juntos en los lugares celestiales en unión con Cristo Jesús”. (Ef 2:1, 2, 4-6.)
De modo que Jehová retiró su condenación debido a que ya no andaban en ofensas y pecados contra Dios y por su fe en Cristo. Los levantó de la muerte espiritual y les dio la esperanza de vida eterna. (1Pe 4:3-6.) El apóstol Juan describe este cambio de muerte en ofensas y pecados a vida espiritual con estas palabras: “No se maravillen, hermanos, de que el mundo los odie. Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, porque amamos a los hermanos”. (1Jn 3:13, 14.)
Una bondad inmerecida de parte de Dios. La provisión de la resurrección para la humanidad es realmente una bondad inmerecida de Dios, pues Él no estaba obligado a suministrarla. Su amor al mundo de la humanidad le impulsó a dar a su Hijo unigénito a fin de que millones de personas —es más: miles de millones que han muerto sin tener un verdadero conocimiento de Dios— pudieran recibir la oportunidad de conocerle y amarle, y a fin de que los que le aman y le sirven puedan tener esta esperanza e incentivo para aguantar con fidelidad, incluso hasta la muerte. (Jn 3:16.) Con el fin de consolar a sus compañeros cristianos con la esperanza de la resurrección, el apóstol Pablo escribió a la congregación de Tesalónica sobre los que habían muerto con la esperanza de una resurrección celestial: “Además, hermanos, no queremos que estén en ignorancia respecto a los que están durmiendo en la muerte; para que no se apesadumbren ustedes como lo hacen también los demás que no tienen esperanza. Porque si nuestra fe es que Jesús murió y volvió a levantarse, así, también, a los que se han dormido en la muerte mediante Jesús, Dios los traerá con él.” (1Te 4:13, 14.)
De igual manera, los cristianos no deben apesadumbrarse, como les ocurre a los que no tienen esperanza, por aquellas personas fieles a Dios que han muerto con la esperanza de vivir en la Tierra durante Su Reino mesiánico o por los que han muerto sin haber conocido a Dios. Cuando se abra el Seol (Hades), saldrán todos los que estén allí. La Biblia menciona a muchos de los que allí se encuentran, entre ellos gente de los antiguos Egipto, Asiria, Elam, Mesec, Tubal, Edom y Sidón. (Eze 32:18-31.) Jesús indicó que al menos algunas personas impenitentes de Betsaida, Corazín y Capernaum estarán presentes en el Día de Juicio. Aunque su actitud anterior hará muy difícil que se arrepientan, se les dará la oportunidad de hacerlo. (Mt 11:20-24; Lu 10:13-15.)
El rescate se aplicará a todos aquellos por los que se ha pagado. La grandeza y generosidad del amor y la bondad inmerecida de Dios al dar a su Hijo para que ‘todo el que crea en él tenga vida’ no permite una aplicación limitada del rescate solo a los que Dios escoge para el llamamiento celestial. (Jn 3:16.) De hecho, el sacrificio de rescate de Jesucristo no sería completo si únicamente beneficiase a los que pasan a ser miembros del Reino de los cielos. No cumpliría todo el propósito para el que Dios lo ha provisto, pues Él se propuso que el Reino tuviera súbditos terrestres. Jesucristo no solo es el Sumo Sacerdote de los sacerdotes que están con él, sino del mundo de la humanidad que vivirá cuando sus asociados también gobiernen con él como reyes y sacerdotes. (Rev 20:4, 6.) Él “ha sido probado en todo sentido igual que nosotros [sus hermanos espirituales], pero sin pecado”. Por consiguiente, puede condolerse de las debilidades de las personas que se esfuerzan a conciencia por servir a Dios; y a sus reyes y sacerdotes asociados se les ha probado de la misma manera. (Heb 4:15, 16; 1Pe 4:12, 13.) ¿A favor de quiénes podrían ser sacerdotes, si no fuera a favor de la humanidad, entre la que se cuenta a los que serán resucitados durante el reinado y juicio de mil años?
Los siervos de Dios han esperado ansiosos el día de la resurrección. En el planteamiento de sus propósitos, Dios ha fijado el tiempo exacto para ello, cuando su sabiduría y gran paciencia serán completamente vindicadas. (Ec 3:1-8.) Tanto Dios como su Hijo pueden y desean efectuar la resurrección y la completarán en ese tiempo fijado.
Jehová espera gozoso la resurrección. Jehová y su Hijo deben esperar con gran gozo la completa realización de esa obra. Jesús mostró esta disposición y deseo cuando un leproso le suplicó: “‘Si tan solo quieres, puedes limpiarme.’ Con esto, él se enterneció, y extendió la mano y lo tocó, y le dijo: ‘Quiero. Sé limpio’. E inmediatamente la lepra desapareció de él, y quedó limpio”. Este conmovedor incidente, que demuestra la bondad y el amor de Cristo a la humanidad, se registró en tres evangelios. (Mr 1:40-42; Mt 8:2, 3; Lu 5:12, 13.) Y sobre el amor de Dios a la humanidad y su deseo de ayudarla, el fiel Job reflexionó: “Si un hombre físicamente capacitado muere, ¿puede volver a vivir? [...] Tú llamarás, y yo mismo te responderé. Por la obra de tus manos sentirás anhelo”. (Job 14:14, 15).
Algunos no serán resucitados. Aunque es verdad que el sacrificio de rescate de Cristo se ofreció para beneficio de toda la humanidad, Jesús indicó que su verdadera aplicación estaría limitada. Dijo: “Así como el Hijo del hombre no vino para que se le ministrara, sino para ministrar y para dar su alma en rescate en cambio por muchos”. (Mt 20:28.) Jehová Dios tiene el derecho de negarse a aceptar un rescate a favor de cualquiera que no considere merecedor. El rescate de Cristo cubre los pecados cometidos como consecuencia de la herencia pecaminosa de Adán; pero una persona puede añadir a esos pecados un proceder de pecado deliberado y voluntario, en cuyo caso su muerte se debería a ese proceder que el rescate no cubre.
El pecado contra el espíritu santo. Jesucristo dijo que el que peque contra el espíritu santo no tendrá perdón ni en este sistema de cosas ni en el venidero. (Mt 12:31, 32.) La persona que, según el juicio de Dios, peque contra el espíritu santo en este sistema de cosas no obtendría ningún beneficio de resucitar, pues como es imposible que se le perdonen los pecados, tal resurrección resultaría inútil. Jesús dictó sentencia en el caso de Judas Iscariote al llamarle “el hijo de destrucción”. A él no le aplicará el rescate, de modo que no resucitará, pues su destrucción es una sentencia establecida judicialmente. (Jn 17:12.)
Jesucristo dijo a sus opositores, los líderes religiosos judíos: “¿Cómo habrán de huir del juicio del Gehena [un símbolo de destrucción eterna]?”. (Mt 23:33; véase GEHENA.) Sus palabras indican que si no se volvían a Dios antes de morir, recibirían un juicio final adverso. La resurrección no tendría sentido para ellos, pues no les serviría de nada. Ese también parece ser el caso del “hombre del desafuero”. (2Te 2:3, 8; véase HOMBRE DEL DESAFUERO.)
Pablo dice que los que han conocido la verdad, han sido partícipes del espíritu santo y luego han apostatado, han caído en un estado del que es imposible “revivificarlos otra vez al arrepentimiento, porque de nuevo fijan en un madero al Hijo de Dios para sí mismos y lo exponen a vergüenza pública”. El rescate ya no puede ayudarlos; por esa razón, no serán resucitados. El apóstol los asemeja a un campo que solo produce espinos y cardos, por lo que se le rechaza y al fin se le quema. Esto ilustra el futuro que tienen ante ellos: aniquilación completa. (Heb 6:4-8.)
Pablo vuelve a manifestar que para los que “voluntariosamente [practican] el pecado después de haber recibido el conocimiento exacto de la verdad, no queda ya sacrificio alguno por los pecados, sino que hay cierta horrenda expectación de juicio y hay un celo ardiente que va a consumir a los que están en oposición”. Luego pone una ilustración: “Cualquiera que ha desatendido la ley de Moisés muere sin compasión, por el testimonio de dos o tres. ¿De cuánto más severo castigo piensan ustedes que será considerado digno el que ha hollado al Hijo de Dios y que ha estimado como de valor ordinario la sangre del pacto por la cual fue santificado, y que ha ultrajado con desdén el espíritu de bondad inmerecida? [...] Es cosa horrenda caer en las manos del Dios vivo”. El juicio es más severo porque a ellos no solo se les da muerte y se les entierra en el Seol, como les sucedía a los violadores de la ley de Moisés, sino que van al Gehena, de donde no hay resurrección. (Heb 10:26-31.)
Pedro indica a sus hermanos que por ser “casa de Dios”, están bajo juicio, y luego cita de Proverbios 11:31 (LXX) y les advierte del peligro de la desobediencia. En esos versículos muestra que el juicio actual de ellos podría finalizar con una sentencia de destrucción eterna, tal como Pablo había escrito. (1Pe 4:17, 18.)
El apóstol Pablo también menciona que algunos “sufrirán el castigo judicial de destrucción eterna de delante del Señor y de la gloria de su fuerza, al tiempo en que él viene para ser glorificado con relación a sus santos”. (2Te 1:9, 10.) Estas personas no sobrevivirán para hallarse bajo el reinado milenario de Cristo, y como su destrucción es “eterna”, no serán resucitados.
★Pecado - [¿Qué es el pecado imperdonable?]
★¿Ha pecado usted contra el espíritu santo? - (15-7-2007-Pg.16)
★¿He cometido el pecado imperdonable? - (19941108-Pg.18/659)
★¡La oración surte efecto! - (15-7-1986-Pg.24-§20,21)
★¿No se debe orar por un expulsado que no se ha arrepentido? - (20011201-Pg.30/735)
★¿Qué es el pecado imperdonable? - (19700201-Pg.95/96)
★¿Se debe orar a favor de un expulsado? - (19800715-Pg.30/447)
Resurrección durante los mil años. Se calcula que la cantidad de personas que han vivido en la Tierra asciende a unos 20.000 millones. Este es un cálculo muy liberal, y muchos estudiosos de la materia creen que el total ni siquiera se aproxima a esa cifra. Como ya se ha mostrado anteriormente, no todas esas personas resucitarán, pero aun suponiendo que así fuera, no se producirían problemas alimentarios ni de habitabilidad del planeta. La tierra seca tiene una superficie de unos 148 millones de Km2 (14.800 millones de hectáreas). Incluso si se dedicara la mitad de esa superficie a otros propósitos, todavía le correspondería a cada persona más de la tercera parte de una hectárea. Esta superficie bastaría para proveer alimento a una persona, sobre todo si se tiene en cuenta que, como ya quedó demostrado en el caso de la nación de Israel, la bendición de Dios resulta en abundancia de alimento. (1Re 4:20; Eze 34:27.)
Con respecto a la cuestión de si la Tierra podrá producir suficiente alimento, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura sostiene que con solo algunas mejoras básicas en la agricultura, la Tierra podría alimentar hasta nueve veces la población que se prevé para el año 2000, incluso en las zonas en desarrollo. (Land, Food and People, Roma, 1984, págs. 16, 17.)
Pero, ¿cómo se podrá atender adecuadamente a los miles de millones de resucitados, si se tiene en cuenta que la mayoría de ellos no conocían a Dios en el pasado y deberán aprender a conformarse a Sus leyes? En primer lugar, la Biblia dice que el reino del mundo llega a ser “el reino de nuestro Señor y de su Cristo, y él [reina] para siempre jamás”. (Apo 11:15.) Y el principio bíblico indica que “cuando hay juicios procedentes de [Jehová] para la tierra, justicia es lo que los habitantes de la tierra productiva ciertamente aprenden”. (Isa 26:9.) A su debido tiempo, cuando sea necesario hacérselo saber a Sus siervos, Dios revelará cómo se propone realizar esta obra. (Am 3:7.)
¿Cómo será posible resucitar y educar en solo mil años a los millones de personas? Supongamos, no con ánimo de profetizar, sino únicamente a modo de ejemplo, que la “gran muchedumbre” de personas justas que sobreviven a “la gran tribulación” (Apo 7:9, 14) se compone de unos 3.000.000 de personas (aproximadamente 1/1666 de la población mundial actual). Si tras permitir unos cien años para su formación y para que ‘sojuzguen’ parte de la Tierra (Gé. 1:28), Dios decidiese devolver a la vida a un 3% de esa cantidad, entonces por cada resucitado, habría 33 personas que podrían atenderle. Puesto que un incremento anual del 3% duplica la cantidad aproximadamente cada veinticuatro años, el número total de 20.000 millones de personas podría resucitar antes de que hubiesen transcurrido cuatrocientos años del Reino de mil años de Cristo, con lo que se daría suficiente tiempo para educar y juzgar a los resucitados sin afectar la armonía ni el orden de la Tierra. De esta manera, Dios, con su poder y sabiduría infinitos, puede llevar su propósito a un fin glorioso dentro del marco de las leyes y disposiciones que ha dado a la humanidad desde su comienzo, con la bondad inmerecida añadida de la resurrección. (Ro 11:33-36.)
Quédate con el tenedor
Érase una mujer que había sido diagnosticada con una enfermedad incurable y a la que le habían dado sólo tres meses de vida.
Así que empezó a poner sus cosas "en orden". Contactó a sus pastor y lo citó en su casa para discutir algunos aspectos de su última voluntad. La mujer también solicitó ser enterrada con su Biblia favorita. Todo estaba en orden y el pastor se estaba preparando para irse cuando la mujer recordó algún muy importante para ella. – Hay algo más, dijo ella exaltada. – Qué es?, preguntó el pastor. – Esto es muy importante, continuó la mujer. Quiero ser enterrada con un tenedor en mi mano derecha. El pastor quedó impávido mirando a la mujer, sin saber exactamente qué decir. – Eso lo sorprende o no? preguntó la mujer – Bueno, para ser honesto, estoy intrigado con la solicitud, dijo el pastor.
La mujer explicó: – En todos los años que he asistido a eventos sociales y cenas de compromiso, siempre recuerdo que cuando se retiraban los platos de la mesa, alguien inevitablemente se agachaba y decía, "Quédate con tu tenedor".
Lo mejor del banquete! Así que quiero que la gente me vea dentro de mi ataúd con un tenedor en mi mano y quiero que se pregunten:
Los ojos del pastor se llenaron de lágrimas de alegría mientras abrazaba a la mujer despidiéndose.
Ella sabía que algo mejor estaba por venir. Durante el funeral, la gente pasaba por el ataúd de la mujer y veían el precioso vestido que llevaba, su Biblia favorita y el tenedor puesto en su mano derecha. Una y otra vez el pastor escuchó la pregunta:
Durante su discurso de funeral, el pastor le platicó a las personas la conversación que había tenido con la mujer poco tiempo antes de morir.
El pastor les dijo a las personas que él no podía dejar de pensar en el tenedor y también que probablemente ellos tampoco podrían dejar de pensar en él. |
Dios pidió a Abrahán (o Abrán) que dejara atrás Ur de los caldeos, una próspera ciudad que en aquel entonces estaba situada en la ribera oriental del río Éufrates. ¿Qué ruta debía tomar? Desde Caldea, región también llamada Sumer o Sinar, dirigirse directamente hacia el oeste parecería lo más sencillo; entonces, ¿por qué subir hasta Harán?
Ur se hallaba cerca del extremo oriental de la Media Luna Fértil, un semicírculo que se extiende desde Palestina hasta las cuencas de los ríos Tigris y Éufrates. Es posible que esta zona tuviera antiguamente un clima más moderado. Bajo la curva que describe la media luna se encuentra el desierto sirio arábigo, con sus colinas de piedra caliza y llanuras de arena. Según The Encyclopædia Britannica, constituía “una barrera prácticamente infranqueable” que separaba la costa mediterránea de Mesopotamia. Había caravanas que atravesaban el desierto desde el Éufrates hasta Damasco pasando por Tadmor, pero Abrahán no condujo a su familia y sus rebaños por aquella ruta.
Más bien, remontó el valle del Éufrates hasta Harán, desde donde tal vez siguió una ruta comercial hasta un vado situado en Carquemis, para entonces dirigirse al sur, hacia Damasco y a lo que llegó a llamarse el mar de Galilea. La Via Maris, o “el Camino del Mar”, pasaba por Meguidó y llegaba hasta Egipto. Sin embargo, Abrahán cruzó las montañas de Samaria y finalmente acampó en Siquem. Más tarde continuó hacia el sur por ese camino montañoso. Siga su viaje en el mapa mientras lee Génesis 12:8–13:4, y fíjese en otros lugares que fueron escenario de sus diversas experiencias: Dan, Damasco, Hobá, Mamré, Sodoma, Guerar, Beer-seba y Moria (Jerusalén) (Gé 14:14-16; 18:1-16; 20:1-18; 21:25-34; 22:1-19).
Conocer algunos datos geográficos le permitirá comprender mejor las vivencias de Isaac y Jacob. Por ejemplo, cuando Abrahán estaba en Beer-seba, ¿adónde envió a su siervo a fin de hallar una esposa para Isaac? Lo mandó rumbo a Mesopotamia (que significa “Tierra Entre Ríos”), a Padán-aram. Imagine ahora el agotador viaje en camello que realizó Rebeca hasta encontrarse con Isaac en el Négueb, quizá cerca de Qadés (Gé 24:10, 62-64).
Posteriormente, su hijo Jacob (Israel) tuvo que emprender un largo viaje parecido a aquel para casarse con una adoradora de Jehová, pero al regreso siguió un itinerario algo diferente. Tras vadear el Jaboq cerca de Penuel, luchó con un ángel (Gé 31:21-25; 32:2, 22-30). Esaú se encontró con él en esta zona, y luego, cada uno de ellos se puso a morar en una región distinta (Gé 33:1, 15-20).
Después de que su hija Dina fue violada en Siquem, Jacob se trasladó a Betel. Ahora bien, ¿puede imaginarse hasta dónde llegaron los hijos de Jacob para que los rebaños de él pastaran y dónde dio con ellos José? En este mapa, y en el de las páginas 18 y 19, podrá ver la distancia que separa Betel de Dotán (Gé 35:1-8; 37:12-17). Los hermanos de José lo vendieron a unos mercaderes que se dirigían a Egipto. Aquel incidente preparó la escena para la llegada de los israelitas a Egipto y para el éxodo. ¿Qué ruta cree usted que siguió la caravana de los mercaderes hasta llegar a su destino? (Gé 37:25-28.)
La palabra hebrea sera·ním al parecer es un préstamo del idioma filisteo. (Jos 13:3.) Contiene las mismas consonantes que el término hebreo para “ejes” que aparece en 1 Reyes 7:30. Es un título que se aplica a los cinco señores que gobernaban las ciudades filisteas de Gaza, Asquelón, Asdod, Ecrón y Gat, al parecer porque habían formado una coalición o alianza. Según Amós 9:7, los filisteos llegaron a las costas de Canaán desde Creta, cerca del mar Egeo; por lo tanto, hay quien cree que es una palabra de origen egeo.
Los señores del eje dominaban Filistea gobernando sobre ciudades-estado individuales, pero cuando surgían asuntos de interés común, formaban un consejo de coiguales. A Akís se le llama el rey de Gat. (1Sa 21:10; 27:2.) No parece que fuera un rey en el sentido usual de la palabra, sino más bien un príncipe. Por eso, a veces se aplica el título de “príncipe” (heb. sar) a estos gobernantes. (1Sa 18:30; 29:2-4.)
Es frecuente que se les muestre cooperando en pos de un objetivo común. En una ocasión se les convocó a todos, y consultaron a sus sacerdotes y adivinos sobre qué hacer con el arca del pacto que habían capturado, después de que su presencia provocó una plaga de hemorroides y ellos mismos se vieran afectados. (1Sa 5:9–6:4.) Colaboraban cuando sus ejércitos subían contra Israel (1Sa 7:7), y en el caso de Sansón, actuaron juntos para poder vencerlo. (Jue 16:5.) Los cinco señores del eje entonces en el poder perdieron la vida cuando se reunieron en la casa del dios Dagón, en Gaza, para celebrar la captura de Sansón. (Jue 16:21-30.) ★Piedra - [Las cinco piedras de David]
Sin embargo, las ciudades-estado independientes que estaban bajo su dominio nunca se unieron para formar un reino sujeto a un gobernante. Más bien, las cinco ciudades principales y sus poblaciones dependientes funcionaban como una confederación o eje. Por ello, cuando se tomaban decisiones que afectaban a todos, los señores del eje hacían lo que se acordaba por mayoría. Un ejemplo de esto lo vemos en la decisión que tomaron de excluir a David y sus hombres del ejército filisteo, a pesar de que Akís, el señor del eje de Gat con quien David se refugió de Saúl, estaba a favor de que las fuerzas de David lucharan con él contra Saúl. (1Sa 29:2, 6, 7, 9.)
Los señores del eje fueron enemigos enconados del pueblo de Jehová a través de toda la historia de este, sobre todo hasta que David los subyugó. En muchas ocasiones formaron alianzas con otras naciones para pelear contra Israel y a menudo sometieron a este pueblo a una dominación opresiva. David redujo su poder, de manera que dejaron de ser una amenaza importante. Después del tiempo de David ya no se vuelve a encontrar la expresión “señores del eje”, sino que se les llama “reyes”. (Jer 25:20; Zac 9:5.)
Parte del complejo de edificios oficiales erigidos por el rey Salomón en un programa de edificación de trece años que empezó después de haber terminado el templo de Jerusalén (1027-1014 a. E.C.). Debió usarse para el almacenaje y la exhibición de valiosas armas y utensilios. Estaba situada al S. del templo y su nombre puede deberse bien a que se construyó con cedros del Líbano, bien a que sus numerosas y grandes columnas de cedro evocaban los bosques de ese lugar.
La Casa del Bosque del Líbano tenía 100 codos (44 m.) de longitud, 50 codos (22 m.) de anchura y 30 codos (13 m.) de altura. Sus paredes al parecer eran de piedra (1Re 7:9); en ellas se introducían los extremos de las vigas de cedro del edificio, que además se apoyaban en cuatro filas de columnas (“cuatro” en el texto hebreo; “tres” en la Versión de los Setenta griega). Encima de estas había cámaras revestidas de paneles de madera de cedro. En algunas de las reconstrucciones que se han hecho de esta casa, se ven por encima de las columnas tres capas o pisos de cámaras, que dan a un patio sin techo en medio del edificio. Se decía que las cámaras tenían “una abertura para iluminación frente a una abertura para iluminación en tres capas”. Parece ser que esto significaba que, mirando hacia afuera, al patio, había grandes ventanas o aberturas que daban a las ventanas correspondientes de las cámaras que estaban al lado opuesto del patio. O, quizás, que en cada cámara había una ventana que daba al patio y otra que daba al exterior. Las entradas (probablemente las puertas exteriores de las cámaras y quizás las interiores) “estaban cuadradas con el marco”, es decir, no tenían forma de arco, no eran abovedadas. Lo mismo era cierto de las ventanas. (1Re 7:2-5.)
Como ya se ha mencionado, surge un problema sobre la cantidad de filas de columnas, pues el texto hebreo dice que había cuatro filas y después habla de cuarenta y cinco columnas, para especificar a continuación: “Había quince por fila”. (1Re 7:2, 3.) Algunas personas han pensado que aquí el texto se refiere a las cámaras en tres capas —quince cámaras por cada fila—, y que tal vez haya habido una cantidad mayor de columnas colocadas en cuatro filas. Otros prefieren lo que dice la Versión de los Setenta: “tres” filas de columnas. Varias traducciones alteran la redacción de este texto para que la expresión “cuarenta y cinco” se refiera a las vigas más bien que a las columnas o pilares verticales. (Véanse DK; Mod; RH, 1989; VP.)
Cuando Salomón terminó la casa, colocó en ella 200 escudos de oro aleado grandes revestidos de 600 siclos de oro (unos 77.000 dólares [E.U.A.]), y 300 broqueles de oro aleado chapados con tres minas de oro (unos 19.300 dólares [E.U.A.]). El oro total empleado en los escudos y en los broqueles ascendería a más de veintiún millones de dólares (E.U.A.). Además, en la casa había una cantidad indeterminada de vasos de oro. (1Re 10:16, 17, 21; 2Cr 9:15, 16, 20.) Sisaq, el rey de Egipto, se llevó estos escudos de oro durante el reinado del hijo de Salomón, Rehoboam, quien los reemplazó por escudos de cobre y los puso bajo la custodia de los jefes de los corredores, los guardas de la entrada de la casa del rey. (1Re 14:25-28; 2Cr 12:9-11.)
En Isaías 22:8 a la Casa del Bosque del Líbano se la llama “el arsenal de la casa del bosque”.
Término que se utiliza con diversos sentidos en las Escrituras. 1) De manera general, se podía aplicar al campamento de Israel, así como a Jerusalén y a los lugares santos que había en esa ciudad. De modo específico, se podía referir a: 2) toda la tienda de reunión o, posteriormente, al templo; 3) el Santísimo, el compartimiento más interior del tabernáculo y, más tarde, del templo; 4) la primera habitación interior del tabernáculo, distinta del Santísimo. Cada vez que aparece la expresión “lugar santo” el contexto ayuda a determinar a qué se refiere.
★1. El campamento de Israel (Dt 23:14); más tarde, la tierra de Israel y en particular la ciudad de Jerusalén. (Compárese Mt 24:15 con Lu 21:20; obsérvese el uso de la expresión “ciudad santa” en Mt 27:53.) Era allí donde se encontraba el santuario de Dios, donde estaba puesto su nombre y a su pueblo se le consideraba santo. (Eze 21:2.) Todo el campamento, y posteriormente toda la tierra que Dios dio a su pueblo, tenían que mantenerse santos. Por lo tanto, todo el que ofreciese un sacrificio a un dios falso o llevase a cabo cualquier práctica inmunda profanaría el santuario de Dios o el lugar santo situado en medio de ellos. (Le 20:3; compárese con Le 18:21, 30; 19:30; Nú 5:2, 3; Jer 32:34; Eze 5:11; 23:38.)
★2. La tienda de reunión y, con el tiempo, el templo. Todas las instalaciones, incluidos el patio del tabernáculo y los patios del templo, eran un lugar santo. (Éx 38:24; 2Cr 29:5; Hch 21:28.) Los principales utensilios situados en el patio eran el altar de sacrificio y la palangana de cobre. Estos objetos eran santos. La entrada en el patio del tabernáculo se limitaba en todo momento a las personas que estuviesen limpias ceremonialmente; sucedía lo mismo en el caso del templo. Nadie podía entrar en sus patios en una condición de inmundicia. Por ejemplo, una mujer en condición inmunda no podía tocar ninguna cosa santa ni tampoco entrar en el lugar santo. (Le 12:2-4.) Incluso el que los israelitas se mantuvieran en una condición de inmundicia se consideraba una contaminación del tabernáculo. (Le 15:31.) Los que presentaban ofrendas por haberse limpiado de la lepra llevaban su sacrificio solo hasta la puerta del patio. (Le 14:11.) Ninguna persona inmunda podía participar de un sacrificio de comunión en el tabernáculo o el templo bajo pena de muerte. (Le 7:20, 21.)
★3. El Santísimo, el compartimiento más interior. En Levítico 16:2 se le llama “el lugar santo [heb. haq·qó·desch, “santo”] al interior de la cortina”. Al parecer Pablo pensaba en este compartimiento cuando, al hablar de la entrada de Jesús en el cielo, dijo que no entró en un “lugar santo [gr. há·gui·a, “santos”] hecho de manos”. (Heb 9:24.) Pablo habla del “lugar santo” (NM; “sanctasanctórum”, FF; “Santísimo”, Besson; “Lugar Santísimo”, Val, 1960; literalmente, “los santos [lugares]”, en plural mayestático) en Hebreos 10:19.
El Santísimo del tabernáculo solo contenía el arca de oro del pacto, sobre la que había dos querubines de oro con las alas extendidas. (Éx 25:10-22; 26:33.) En el templo construido por Salomón también hubo dos querubines hechos de madera de olivo recubierta con láminas de oro. (1Re 6:23-28.) Sin embargo, después del exilio babilonio, el arca sagrada había desaparecido del Santísimo.
Cuando el sumo sacerdote entraba en ese compartimiento, se hallaba rodeado de querubines bordados en la cubierta interior del tabernáculo y en la cortina. (Éx 26:1, 31, 33.) En el templo de Salomón, las paredes y el cielo raso eran de madera de cedro recubierta de oro, con entalladuras de querubines, palmeras, calabazas y guirnaldas de flores. (1Re 6:16-18, 22, 29; 2Cr 3:7, 8.)
★4. El primer y mayor compartimiento, el Lugar Santo o el Santo, distinto del compartimiento más interior, el Santísimo. (Éx 26:33.) Este compartimiento ocupaba dos terceras partes de la longitud total del edificio. (1Re 6:16, 17; 2Cr 3:3, 8.) En el lado S. del Lugar Santo estaba el candelabro de oro (Éx 25:31-40; 40:24, 25), en el extremo occidental, enfrente de la cortina que daba al Santísimo se encontraba el altar de incienso de oro (Éx 30:1-6; 40:26, 27) y en el lado N., la mesa del pan de la proposición (Éx 25:23-30; 40:22, 23; Heb 9:2, 3). También estaban allí los accesorios de oro, como los tazones, las despabiladeras, etc. En el Lugar Santo del templo estaban el altar de oro, las diez mesas del pan de la proposición y diez candelabros. Había cinco candelabros y cinco mesas a la derecha y el mismo número, a la izquierda. (1Re 7:48-50; 2Cr 4:7, 8, 19, 20.)
Cuando el sacerdote estaba dentro del Santo, veía, entre los armazones de las paredes y en el techo, los vistosos querubines bordados en la cubierta interior del tabernáculo. (Éx 26:1, 15.) Suspendida de cuatro columnas revestidas de oro estaba la cortina que daba al Santísimo, bordada también con querubines. (Éx 26:31-33.) La pantalla que quedaba a la entrada del tabernáculo era de fibras de colores. (Éx 26:36.) En el templo, las paredes de este cuarto tenían entalladuras de querubines, figuras de palmeras, adornos en forma de calabazas y guirnaldas de flores, todas revestidas de oro.
Significado simbólico. A la provisión de Dios para la expiación de la humanidad por medio del sacrificio de Cristo se la llama “la tienda más grande y más perfecta no hecha de manos”. Cristo entró “una vez para siempre en el lugar santo” de este gran templo espiritual “y obtuvo liberación eterna para nosotros”, escribe el apóstol Pablo. (Heb 9:11, 12.) Al ir al cielo y comparecer ante Jehová, Cristo entró en lo que estaba representado por el compartimiento más interior del tabernáculo, a saber, el Santísimo. (Heb 9:24, 25.) Por consiguiente, el tabernáculo y todo lo relacionado con él fue “una representación típica y sombra de las cosas celestiales”. (Heb 8:5.)
Subsacerdotes cristianos. Así como el lugar donde Dios mora es un santuario, un lugar santo, a la congregación cristiana se la asemeja de igual modo a un lugar santo, el templo de Dios. (1Co 3:17; Ef 2:21, 22.) El registro bíblico dice que mientras los seguidores ungidos de Jesucristo están en la Tierra, “están siendo edificados en casa espiritual para el propósito de un sacerdocio santo” y se les constituye en “sacerdocio real”. (1Pe 2:5, 9.) Del mismo modo que los subsacerdotes oficiaron en el patio y en el Lugar Santo, estos sacerdotes cristianos de Dios sirven ante el altar simbólico y también en el Lugar Santo simbólico. Los sacerdotes de Israel tenían que estar limpios, de modo que cuando se preparaban para oficiar en el Lugar Santo, se lavaban las manos con el agua que había en la fuente de cobre que estaba en el patio (Éx 40:30-32); también han de estarlo aquellos cristianos a los que se ha declarado justos, de quienes se dice que “han sido lavados”. (1Co 6:11.) Cuando los sacerdotes israelitas desempeñaban sus funciones en el tabernáculo, estaban rodeados de los querubines bordados en las cortinas que había en su interior, lo que recuerda el comentario de Pablo respecto a aquellos a quienes se había declarado justos, pero que aún se hallaban en la Tierra: “[Dios] nos sentó juntos en los lugares celestiales en unión con Cristo Jesús”. (Ef 2:4-6.) Por medio de su servicio, este “sacerdocio real” ofrece a Dios sacrificios de alabanza (Heb 13:15) y oraciones (comparadas a incienso; Apo 8:4), come del alimento espiritual que Dios les proporciona (al igual que hizo Dios con los sacerdotes al darles el pan de la presentación; Mr 2:26) y disfruta de la iluminación de la Palabra de la verdad de Dios (comparable a la del candelabro; Sl 119:105). El apóstol Pablo explica que gracias al sacrificio de Jesucristo, tienen la esperanza de entrar en el verdadero “Santísimo”, el cielo mismo. (Heb 6:19, 20; 9:24; 1Pe 1:3, 4; véanse CONTRIBUCIÓN SANTA; SANTÍSIMO.)
El cuarto más interior del tabernáculo y, más tarde, del templo; también llamado el Santo de Santos. (Éx 26:33, nota; 1Re 6:16.) El Santísimo del tabernáculo probablemente era cúbico, de 10 codos (cerca de 4,5 m.) de lado; las dimensiones del Santísimo en el templo construido por Salomón eran dos veces las del tabernáculo, lo que significa que tenía un volumen ocho veces mayor. Dentro estaba el arca del pacto. Según la Ley mosaica, solo el sumo sacerdote podía entrar en él una vez al año, en el Día de Expiación (Éx 26:15, 16, 18, 22, 23, 33; Le 16:2, 17; 1Re 6:16, 17, 20; 2Cr 3:8; Heb 9:3.)
El sumo sacerdote solamente entraba en el Santísimo el Día de Expiación anual; nadie más podía pasar en ningún momento de la cortina que separaba este cuarto del Santo. (Le 16:2.) Dentro del Santísimo, el sumo sacerdote se veía rodeado por los querubines bordados en colores en la parte interior del tabernáculo y en la cortina. (Éx 26:1, 31, 33.) En el templo de Salomón, las paredes y el techo eran de madera de cedro recubierta de oro, y en las paredes había grabados querubines, figuras de palmeras, adornos en forma de calabazas y flores. (1Re 6:16-18, 29; 2Cr 3:7, 8.)
En las Escrituras se dice que el sumo sacerdote entraba tres veces en el Santísimo durante el Día de Expiación: primero, con el incensario de oro de incienso perfumado encendido con brasas del altar; una segunda vez, con la sangre del toro, la ofrenda por el pecado para la tribu sacerdotal, y, finalmente, con la sangre del macho cabrío, la ofrenda por el pecado para el pueblo. (Le 16:11-15; Heb 9:6, 7, 25.) Salpicaba la sangre de los animales al suelo ante el arca del pacto, sobre cuya cubierta había querubines de oro y una nube representaba la presencia de Jehová. (Éx 25:17-22; Le 16:2, 14, 15.) Esa nube debía resplandecer como una luz brillante, siendo la única luz que había en este compartimiento del tabernáculo, pues en él no había ningún candelabro.
Mientras el tabernáculo estuvo en el desierto, todo el campamento de Israel podía ver sobre el Santísimo una nube durante el día y una columna de fuego por la noche. (Éx 13:22; 40:38; Nú 9:15; compárese con Sl 80:1.)
El Arca no estuvo en los templos posteriores. No se sabe cuándo ni cómo desapareció el arca del pacto. Al parecer, los babilonios no la tomaron cuando saquearon y destruyeron el templo en 607 a. E.C., pues no se la incluye entre los objetos del templo que se llevaron. (2Re 25:13-17; Esd 1:7-11.) Ni en el segundo templo, construido por Zorobabel, ni en el templo más lujoso de Herodes había un Arca en el Santísimo. Cuando Jesucristo murió, Jehová expresó su ira haciendo que la gruesa cortina que separaba el Santo del Santísimo se rasgara en dos de arriba a abajo. Los sacerdotes que estaban trabajando en el Lugar Santo pudieron ver entonces el interior del Santísimo y notar que en ese compartimiento no había ninguna Arca que representara la presencia de Jehová entre ellos. Esta acción de Dios confirmó que los sacrificios de expiación que ofrecía el sumo sacerdote judío ya no tenían valor y que no se necesitaban los servicios del sacerdocio levítico. (Mt 27:51; 23:38; Heb 9:1-15.)
Uso simbólico. El compartimiento Santísimo de la tienda de reunión o tabernáculo contenía el arca del pacto; la cubierta del Arca, sobre la que había dos querubines de oro, representaba el trono de Jehová. De modo que el Santísimo se empleó en sentido figurado para representar el lugar donde mora Jehová Dios, el cielo mismo. La carta inspirada a los Hebreos enseña esto cuando compara la entrada del sumo sacerdote de Israel en el Santísimo un día al año —el Día de Expiación—, con la entrada del gran Sumo Sacerdote, Jesucristo, en el lugar representado por el Santísimo, un vez para siempre con su sacrificio por los pecados. Explica: “En el segundo compartimiento [el Santísimo] el sumo sacerdote entra solo, una vez al año, no sin sangre, que él ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo. [...] Esta misma tienda es una ilustración para el tiempo señalado que está aquí ahora [...]. Sin embargo, cuando Cristo vino como sumo sacerdote de las cosas buenas que han llegado a realizarse, mediante la tienda más grande y más perfecta no hecha de manos, es decir, no de esta creación, él entró —no, no con la sangre de machos cabríos y de torillos, sino con su propia sangre— una vez para siempre en el lugar santo, y obtuvo liberación eterna para nosotros. Por lo tanto, fue necesario que las representaciones típicas de las cosas en los cielos fueran limpiadas por estos medios [es decir, salpicadas con sangre de sacrificios animales], pero las mismas cosas celestiales con sacrificios que son mejores que dichos sacrificios. Porque Cristo entró, no en un lugar santo hecho de manos, el cual es copia de la realidad, sino en el cielo mismo, para comparecer ahora delante de la persona de Dios a favor de nosotros”. (Heb 9:7-12, 23, 24.)
De modo que Jesucristo, en calidad de gran Sumo Sacerdote a la manera de Melquisedec, cumplió lo que el sumo sacerdote de Israel de la línea de Aarón solo podía hacer de manera típica cuando entraba en el Santísimo terrestre. (Heb 9:24.) Los hermanos espirituales de Cristo, coherederos con él, reciben fortaleza de las siguientes palabras de la misma carta a los Hebreos: “Tengamos nosotros, los que hemos huido al refugio, fuerte estímulo para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. Esta esperanza la tenemos como ancla del alma, tanto segura como firme, y entra cortina adentro, donde un precursor ha entrado a favor nuestro, Jesús, que ha llegado a ser sumo sacerdote a la manera de Melquisedec para siempre”. (Heb 6:18-20.)
Pablo animó de nuevo a estos cristianos a que se acercasen a Dios con libertad y confianza y se adhirieran a su esperanza sin titubear, diciéndoles: “Por lo tanto, hermanos, puesto que tenemos denuedo respecto al camino de entrada al lugar santo por la sangre de Jesús, el cual él nos inauguró como camino nuevo y vivo a través de la cortina, es decir, su carne, y puesto que tenemos un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazones sinceros en la plena seguridad de la fe, pues los corazones se nos han limpiado por rociadura de una conciencia inicua, y los cuerpos se nos han lavado con agua limpia. Tengamos firmemente asida la declaración pública de nuestra esperanza sin titubear, porque fiel es el que ha prometido”. (Heb 10:19-23.)
Lugar de carácter sagrado donde se venera a Dios o a los dioses. (1Cr 22:19; Isa 16:12; Eze 28:18; Am 7:9, 13.) Un “santuario” no tiene que ser necesariamente un edificio especial, pues el santuario de Siquem al que se hace referencia en Josué 24:25, 26 puede que simplemente fuera el lugar donde Abrahán había erigido un altar siglos antes. (Gé 12:6, 7.) Sin embargo, la expresión “santuario” designa con frecuencia el tabernáculo (Éx 25:8, 9) o el templo de Jerusalén. (1Cr 28:10; 2Cr 36:17; Eze 24:21.) Aplicado al tabernáculo, “santuario” podría significar toda la tienda y su patio (Éx 25:8, 9; Le 21:12, 23), el mobiliario y los utensilios del santuario (Nú 10:21; compárese con Nú 3:30, 31), o podría referirse al Santísimo (Le 16:16, 17, 20, 33).
Como lugar santo, el santuario de Dios tenía que mantenerse incontaminado. (Nú 19:20; Eze 5:11.) Por lo tanto, los israelitas deberían “abrigar respetuoso temor” a ese lugar especial donde Dios moraba de manera representativa. (Le 19:30; 26:2.) Cuando se les llevó de la Tierra Prometida al exilio, ya no tuvieron ningún santuario físico, pero Jehová les prometió que Él mismo sería como “un santuario” para ellos. (Eze 11:16.)
La expresión griega na·ós se usa en un sentido amplio para representar todo el complejo del templo (Jn 2:20) o solo el edificio central, con sus compartimientos Santo y Santísimo separados por la cortina. (Mt 27:51.) Por ejemplo, cuando Zacarías entró “en el santuario” para ofrecer incienso, entró en el Santo, puesto que era allí donde estaba situado el altar de incienso. (Lu 1:9-11.)
El lugar donde Dios mora en los cielos es un santuario o lugar santo. En este santuario celestial, el apóstol Juan contempló en visión el arca del pacto después del toque de la ‘séptima trompeta’. (Apo 11:15, 19.) Posteriormente, vio ángeles que salían de ese santuario, y con relación al derramamiento de los “siete tazones” de la cólera de Dios, oyó una “voz fuerte” procedente del santuario. (Apo 14:15, 17; 15:5, 6, 8; 16:1, 17.)
Al apóstol Juan se le dijo en visión sobre el patio terrestre del gran templo espiritual de Dios: “Levántate y mide el santuario del templo de Dios y el altar y a los que adoran en él. Pero en cuanto al patio que está fuera del santuario del templo, échalo fuera y no lo midas, porque ha sido dado a las naciones, y ellas hollarán bajo sus pies la santa ciudad por cuarenta y dos meses”. (Apo 11:1, 2.) El templo al que se hace referencia aquí no podía ser el de Jerusalén, puesto que ese edificio había sido destruido unas tres décadas antes. Como las naciones de las que se habla eran terrestres, solo se les podía ‘dar’ un patio que también estuviera en la Tierra. De modo que tiene que representar una condición de la que disfrutan los seguidores ungidos de Jesús mientras están en la Tierra. Si bien sería imposible que las naciones pisotearan una ubicación celestial, podrían tratar de forma vergonzosa a las personas engendradas por el espíritu de Dios para ser sus hijos y que estuviesen en vías de recibir una herencia celestial con Cristo. (Apo 3:12.) De manera similar, la profecía de Daniel concerniente a la acción de echar abajo “el lugar establecido de su santuario” (Da 8:11) y su profanación (Da 11:31) parece señalar a acontecimientos relacionados con los que estaban sirviendo de sacerdotes en el gran templo espiritual de Dios.
Los miembros de la congregación cristiana, el cuerpo de Cristo, constituyen un templo o santuario donde Dios habita por espíritu. (1Co 3:17; Ef 2:21, 22; 1Pe 2:5, 9; véase TEMPLO - [Los cristianos ungidos, un templo espiritual].)
Morada divina, lugar santo o santuario, ya sea físico o espiritual, que se emplea para la adoración. La palabra hebrea heh-kjál, traducida “templo”, también significa “palacio”. Los términos griegos hi-e-rón y na-ós se traducen “templo”, y pueden referirse a todo el recinto del templo o a su edificio central; na-ós, que significa “santuario” o “morada divina”, a veces se refiere específicamente a los compartimientos sagrados interiores del templo. (Véase LUGAR SANTO.)
El templo de Salomón.
El rey David deseaba de todo corazón edificar una casa para Jehová donde colocar el arca del pacto, que entonces moraba “en medio de telas de tienda”. A Jehová le agradó la proposición de David, pero le dijo que debido a que había derramado mucha sangre en guerras, el privilegio de hacer ese edificio lo tendría su hijo (Salomón). Esto no quería decir que Dios no aprobaba las guerras que David había peleado a favor de Su nombre y de Su pueblo, pero el templo tenía que ser edificado en paz y por un hombre de paz. (2Sa 7:1-16; 1Re 5:3-5-8:17; 1Cr 17:1-14; 22:6-10.)
★El Templo de Salomón - (Atlas de la Biblia-SRD-Pg.109)
★"Una de las mayores obras de ingeniería" - (15-1-2004-Pg.31)
Costo. David compró posteriormente la era de Ornán (Arauna) el jebuseo, situada en el monte Moria, para edificar el templo. (2Sa 24:24, 25; 1Cr 21:24, 25.) Reunió 100.000 talentos de oro, 1.000.000 de talentos de plata y gran cantidad de cobre y hierro, además de contribuir de su fortuna personal 3.000 talentos de oro y 7.000 talentos de plata. También recibió como contribuciones de los príncipes oro que valía 5.000 talentos y 10.000 dáricos y plata que valía 10.000 talentos, así como mucho cobre y hierro. (1Cr 22:14; 29:3-7.) El total ascendía a 108.000 talentos, 10.000 dáricos de oro y 1.017.000 talentos de plata, que según valores actuales equivaldría a 48.337.047.000 dólares (E.U.A.). Su hijo Salomón no se gastó todo en la construcción, y puso el sobrante en la tesorería del templo. (1Re 7:51; 2Cr 5:1.)
Trabajadores. Siguiendo el plano arquitectónico que David había recibido por inspiración, el rey Salomón empezó a edificar el templo en el año cuarto de su reinado (1034 a. E.C.), en el segundo mes, Ziv. (1Re 6:1; 1Cr 28:11-19.) La obra duró siete años. (1Re 6:37, 38.) A cambio de trigo, cebada, aceite y vino, Hiram, el rey de Tiro, le proporcionó maderas del Líbano y trabajadores diestros en la madera y la piedra, además de un experto especial, también llamado Hiram, de padre tirio y madre israelita, de la tribu de Neftalí. Este hombre era un excelente artesano que trabajaba el oro, la plata, el cobre, el hierro, la madera, la piedra y diferentes telas. (1Re 5:8-11, 18; 7:13, 14, 40, 45; 2Cr 2:13-16.)
Al organizar el trabajo, Salomón reclutó 30.000 hombres de Israel y los envió al Líbano en turnos de 10.000 al mes, permitiéndoles una estancia de dos meses en sus respectivos hogares entre cada turno. (1Re 5:13, 14.) Reclutó a 70.000 hombres de entre los “residentes forasteros” del país para llevar las cargas, y como cortadores, a 80.000. (1Re 5:15; 9:20, 21; 2Cr 2:2.) Salomón nombró a 550 hombres como capataces sobre el trabajo, y a 3.300, como ayudantes. (1Re 5:16; 9:22, 23.) De estos, probablemente 250 eran israelitas y 3.600 eran “residentes forasteros” en Israel. (2Cr 2:17, 18.)
La longitud del “codo” utilizado. En la siguiente consideración sobre las medidas de los tres templos, el de Salomón, el de Zorobabel y el de Herodes, estas se calcularán tomando como base el Codo de 44,5 cm. Sin embargo, es posible que se utilizara un codo más largo, de unos 51,8 cm. (Compárese con 2Cr 3:3, que menciona una “longitud en codos por la medida anterior”, siendo esta quizás una medida más larga que el Codo que llegó a usarse comúnmente, y con Eze 40:5.)
Plano y materiales. El templo era un edificio espléndido que se construyó de acuerdo con el plano general del tabernáculo, si bien las dimensiones interiores del Santo y el Santísimo eran mayores. El Santo tenía 40 Codos (17,8 m.) de largo por 20 codos (8,9 m.) de ancho y probablemente 30 codos (13,4 m.) de alto. (1Re 6:2.) El Santísimo tenía forma cúbica y sus lados medían 20 codos. (1Re 6:20; 2Cr 3:8.) Además, había cámaras del techo sobre el Santísimo, de unos 10 codos (4,5 m.) de altura. (1Cr 28:11.) Alrededor del templo, por tres de sus lados, había una construcción que albergaba almacenes, comedores, etc. (1Re 6:4-6, 10.)
Los materiales utilizados fueron básicamente piedra y madera. Los suelos de estos cuartos estaban revestidos de madera de enebro, las paredes interiores eran de cedro “con entalladuras grabadas de querubines y figuras de palmeras y grabados de flores” y las paredes y el techo estaban completamente revestidos de oro. (1Re 6:15, 18, 21, 22, 29.) Las puertas del Santo (en la entrada del templo) estaban hechas de enebro, talladas y revestidas con pan de oro. (1Re 6:34, 35.) Unas puertas de madera de árbol oleífero, talladas de igual manera y revestidas de oro, comunicaban el Santo con el Santísimo. Prescindiendo de cuál fuese la posición exacta de estas puertas, seguía habiendo una cortina entre ambos compartimientos al igual que en el tabernáculo. (Compárese con 2Cr 3:14.) En el Santísimo había dos gigantescos querubines de madera de árbol oleífero, revestidos de oro, y debajo de sus alas se colocó el Arca. (1Re 6:23-28, 31-33; 8:6; véase QUERUBÍN.)
Todos los utensilios del Lugar Santo eran de oro: el altar del incienso, las diez mesas del pan de la proposición, los diez candelabros y todos sus accesorios. Junto a la entrada del Lugar Santo (el primer compartimiento) se elevaban dos columnas de cobre, llamadas “Jakín” y “Boaz”. (1Re 7:15-22, 48-50; 1Cr 28:16; 2Cr 4:8.) El patio interior estaba hecho de piedra de excelente calidad y de madera de cedro (1Re 6:36), mientras que los enseres del patio, es decir, el altar de los sacrificios, el gran “mar fundido”, las diez carretillas para las palanganas de agua, así como los otros utensilios, eran de cobre. (1Re 7:23-47.) Alrededor de los patios había comedores. (1Cr 28:12.)
Una característica sobresaliente de la construcción de este templo fue que toda la piedra se cortó en la cantera con la suficiente precisión como para no tener que retocarla luego: “En cuanto a martillos y hachas o cualesquiera instrumentos de hierro, no se oyeron en la casa mientras estaba siendo edificada”. (1Re 6:7.) La obra se completó en siete años y medio (desde la primavera de 1034 a. E.C. hasta el otoño [Bul, el octavo mes] de 1027 a. E.C.). (1Re 6:1, 38.)
Inauguración. El séptimo mes, Etanim, del duodécimo año de su reinado (1026 a. E.C.), Salomón congregó a los hombres de Israel en Jerusalén para la inauguración del templo y la celebración de la fiesta de las cabañas. Se llevó el tabernáculo con su mobiliario santo, y se introdujo el arca del pacto en el Santísimo. (Véase SANTÍSIMO.) A continuación la nube de Jehová llenó el templo. Luego Salomón bendijo a Jehová y a la congregación de Israel, y mientras estaba de pie sobre una plataforma especial delante del altar de cobre de los sacrificios (véase ALTAR), ofreció una larga oración de alabanza a Jehová, en la que pidió su bondad amorosa y misericordia a favor de aquellos, tanto israelitas como extranjeros, que se volvieran a Él para temerle y servirle. Se ofreció un grandioso sacrificio de 22.000 reses vacunas y 120.000 ovejas. La inauguración duró siete días, y la fiesta de las cabañas, otros siete días más, después de lo cual, el día 23 del mes, Salomón envió al pueblo a casa gozoso y agradecido por la bondad y generosidad de Jehová. (1Re 8; 2Cr 5:1-7:10; véase SALOMÓN - [Inauguración del templo].) ★Salomón - [Inauguración del templo]
Historia. Este templo existió hasta el año 607 a. E.C., cuando lo destruyó el ejército babilonio bajo el rey Nabucodonosor. (2Re 25:9; 2Cr 36:19; Jer 52:13.) Dios permitió que las naciones hostigaran a Judá y Jerusalén, en ocasiones incluso que saquearan el templo y sus tesoros, debido a que la nación practicó la religión falsa. En algunas épocas el templo estuvo descuidado. El rey Sisaq de Egipto saqueó sus tesoros (993 a. E.C.) en los días de Rehoboam, el hijo de Salomón, solo treinta y tres años después de su inauguración. (1Re 14:25, 26; 2Cr 12:9.) El rey Asá (977-937 a. E.C.) respetaba la casa de Jehová, pero a fin de proteger Jerusalén, sobornó imprudentemente al rey Ben-hadad I de Siria con plata y oro de los tesoros del templo, con el objeto de que quebrantara su pacto con Baasá, el rey de Israel. (1Re 15:18, 19; 2Cr 15:17, 18; 16:2, 3.)
Tras un período de turbulencia y descuido del templo, el rey Jehoás de Judá (898-859 a. E.C.) supervisó su reparación. (2Re 12:4-12; 2Cr 24:4-14.) En los días de su hijo Amasías, el rey Jehoás de Israel lo saqueó. (2Re 14:13, 14.) El rey Jotán (777-762 a. E.C.) efectuó obras en el recinto del templo y edificó “la puerta superior”. (2Re 15:32, 35; 2Cr 27:1, 3.) El rey Acaz de Judá (761-746 a. E.C.) no solo envió los tesoros del templo a Tiglat-piléser III, rey de Asiria, con el fin de sobornarlo, sino que también contaminó el templo, sustituyendo su altar de cobre por otro que construyó según el modelo de uno que había en Damasco. (2Re 16:5-16.) Finalmente, cerró las puertas de la casa de Jehová. (2Cr 28:24.)
El hijo de Acaz, Ezequías (745-717 a. E.C.), hizo cuanto pudo por remediar las malas obras de su padre. Tan pronto como empezó a reinar, volvió a abrir el templo y lo limpió. (2Cr 29:3, 15, 16.) Sin embargo, posteriormente, por temor al rey de Asiria, Senaquerib, cortó las puertas y las jambas del templo que él mismo había hecho recubrir de oro y las envió a dicho rey. (2Re 18:15, 16.)
No obstante, cuando Ezequías murió, empezó medio siglo de profanación y deterioro. Su hijo Manasés (716-662 a. E.C.) fue peor que cualquiera de sus antecesores, y edificó altares “a todo el ejército de los cielos en dos patios de la casa de Jehová”. (2Re 21:1-5; 2Cr 33:1-4.) Para el tiempo del nieto de Manasés, Josías (659-629 a. E.C.), aquel magnífico edificio estaba completamente deteriorado. Debía reinar el desorden y la confusión, pues el que el sumo sacerdote Hilquías encontrara el libro de la Ley (probablemente, un rollo original escrito por Moisés) fue un descubrimiento emocionante. (2Re 22:3-13; 2Cr 34:8-21.) Una vez reparado y limpiado el templo, se celebró la mayor Pascua desde el tiempo del profeta Samuel. (2Re 23:21-23; 2Cr 35:17-19.) Esto ocurrió durante el ministerio del profeta Jeremías. (Jer 1:1-3.) Desde entonces hasta su destrucción, el templo permaneció abierto y fue utilizado por el sacerdocio, aunque muchos de los sacerdotes eran hombres corruptos.
El templo edificado por Zorobabel. Según predijo Isaías, profeta de Jehová, Dios escogió al rey Ciro de Persia para libertar a Israel de la opresión de Babilonia. (Isa 45:1.) Jehová también animó a su pueblo a regresar a Jerusalén bajo el acaudillamiento de Zorobabel, de la tribu de Judá. El pueblo llegó en 537 a. E.C., tras los setenta años de desolación predichos por Jeremías, con el propósito de reedificar el templo. (Esd 1:1-6; 2:1, 2; Jer 29:10.) Aunque este templo fue mucho menos glorioso que el de Salomón, tuvo una existencia más dilatada —casi quinientos años—, desde 515 a. E.C. hasta finales del siglo I a. E.C. (El templo de Salomón estuvo en pie unos cuatrocientos veinte años, desde 1027 hasta 607 a. E.C.)
El decreto de Ciro ordenaba: “Cualquiera que quede de todos los lugares donde esté residiendo como forastero, que los hombres de su lugar lo ayuden con plata y con oro y con bienes y con animales domésticos, junto con la ofrenda voluntaria para la casa del Dios verdadero, la cual estaba en Jerusalén”. (Esd 1:1-4.) Ciro también devolvió 5.400 vasos de oro y plata que Nabucodonosor había tomado del templo de Salomón. (Esd 1:7-11.)
En el séptimo mes (Etanim o Tisri) del año 537 a. E.C. edificaron el altar, y al año siguiente colocaron el fundamento del nuevo templo. Los reedificadores contrataron a sidonios y tirios para llevar madera de cedro del Líbano, como había hecho Salomón. (Esd 3:7.) No obstante, la oposición, en particular de los samaritanos, los desanimó, y después de quince años los opositores incluso incitaron al rey de Persia a paralizar la obra. (Esd 4.)
Los judíos habían abandonado la construcción del templo y se habían dedicado a otros menesteres, de modo que Jehová envió a sus profetas Ageo y Zacarías en el segundo año de Darío I (520 a. E.C.) a fin de animarlos a continuar, y luego se promulgó un decreto para que se respetase la orden original de Ciro y en el que se mandaba que se suministrara dinero de la tesorería real para sufragar las necesidades de los constructores y los sacerdotes. (Esd 5:1, 2; 6:1-12.) La edificación progresó con rapidez, y la casa de Jehová se terminó el tercer día de Adar del sexto año de Darío (probablemente 5 de marzo del año 515 a. E.C.). Luego los judíos inauguraron el templo reedificado y celebraron la Pascua. (Esd 6:13-22.)
Se sabe poco en cuanto a los detalles del plano arquitectónico de este segundo templo. El templo que el decreto de Ciro autorizó a edificar fue un edificio con las siguientes características: “La altura de ella será de sesenta codos [c. 27 m.], su anchura de sesenta Codos, con tres órdenes de piedras rodadas a su lugar y un orden de maderas”, pero no se especifica la longitud. (Esd 6:3, 4.) Tenía comedores, almacenes (Ne 13:4, 5) y probablemente también disponía de cámaras del techo y otras construcciones, al igual que el templo de Salomón.
Este segundo templo no tenía el arca del pacto, pues parece ser que esta ya no estaba en el templo de Salomón cuando Nabucodonosor lo saqueó en 607 a. E.C. Según el relato del libro apócrifo de (1 Macabeos 1:21-24, 57; 4:38, 44-51), solo había un candelabro en lugar de los diez que había habido en el templo de Salomón; también se menciona el altar de oro, la mesa del pan de la proposición, las vasijas y el altar de la ofrenda quemada, aunque este último era de piedra, no de cobre. Judas Macabeo dirigió la reedificación de este altar con nuevas piedras después que el rey Antíoco Epífanes lo profanó en 168 a. E.C.
★Jehová cumple sus promesas - (Esd.-Cap.1-5) - (mwb-1-2016-Pg.5/6-Gráfico)
★La reconstrucción y la reforma - (Atlas de la Biblia-SRD-Pg.149)
El templo que reedificó Herodes. En las Escrituras no se dan muchos detalles sobre este templo, por lo que la principal fuente de información es Josefo, quien lo vio personalmente e informa sobre su construcción en La Guerra de los Judíos y Antigüedades Judías. La Misná judía también suministra algunos detalles y se tienen otros gracias a la arqueología. Los datos que aparecen a continuación se han tomado de estas fuentes, aunque hay que tener en cuenta que no siempre son fidedignas. (GRABADO, vol. 2, pág. 543.)
Josefo dice en una ocasión (Guerra de los Judíos, traducción de Juan Martín Cordero, Barcelona, Orbis, 1985, libro I, cap. XVI [cap. XXI en otras ediciones], pág. 71 [sec. 1]), que Herodes reedificó el templo a los quince años de su reinado, pero en Antigüedades Judías (libro XV, cap. XI, sec. 1) afirma que fue en el año decimoctavo. Esta última fecha es la que normalmente aceptan los eruditos, aunque no se sabe con certeza cuándo comenzó el reinado de Herodes ni cómo hizo Josefo este cálculo. El santuario en sí se edificó en dieciocho meses, pero la construcción de los patios y demás anexos se extendió por ocho años. Cuando ciertos judíos se acercaron a Jesucristo en el año 30 E.C. y le dijeron: “Este templo fue edificado en cuarenta y seis años” (Jn 2:20), parece ser que se referían al trabajo que aún seguía efectuándose en el recinto del templo. No se terminó por completo hasta unos seis años antes de su destrucción en 70 E.C.
Debido a que los judíos odiaban a Herodes y desconfiaban de él, no le permitieron reedificar el templo hasta que tuvo todo preparado para el nuevo edificio. Por la misma razón no consideraron este como un tercer templo, sino como una reconstrucción, y solo hablaban del primer y el segundo templo (el de Salomón y el de Zorobabel).
En cuanto a las medidas que Josefo menciona, el Dictionary of the Bible (de Smith, 1889, vol. 4, pág. 3203) dice: “Sus dimensiones en planta son tan minuciosamente exactas, que casi sospechamos que cuando escribía tenía ante sus ojos algún plano del edificio preparado en el departamento del intendente general del ejército de Tito. Pero hay un extraño contraste con sus dimensiones en alzado, que, casi sin excepción, se puede comprobar que son exageradas y, generalmente, hasta dobladas. No obstante, como todos los edificios fueron derribados durante el sitio, era imposible culparle de error con respecto a las alturas”. ★¿A qué desafíos se enfrentó Herodes cuando quiso remodelar el templo de Jerusalén? - (1-10-2015-Pg.9)
Columnatas y puertas. Josefo escribe que Herodes duplicó el tamaño del recinto del templo, fortificando las laderas del monte Moria con grandes muros de piedra y nivelando una zona en la cima de la montaña. (La Guerra de los Judíos, libro I, cap. XXI, sec. 1; Antigüedades Judías, libro XV, cap. XI, sec. 3.) La Misná (Middot 2:1) dice que la montaña del Templo tenía 500 codos cuadrados (223 m2.). En la periferia había columnatas, y, al igual que los anteriores, el templo estaba orientado hacia el E. A lo largo del lado oriental estaba la columnata de Salomón, que consistía en tres hileras de columnas de mármol. Un día de invierno, ciertos judíos se acercaron a Jesús en ese lugar para preguntarle si él era el Cristo. (Jn 10:22-24.) Al N. y al O. también había columnatas, aunque un tanto eclipsadas por la columnata real, que daba al S. y consistía en cuatro filas de columnas corintias, 162 en total, con tres grandes pasillos. Las columnas tenían una circunferencia tan grande, que eran necesarios tres hombres con los brazos extendidos para rodear una de ellas, y eran mucho más altas que las de las otras columnatas.
Debía haber ocho puertas para entrar al recinto del templo: cuatro al O., dos al S., una al E. y otra al N. (Véase PUERTA, PASO DE ENTRADA [Puertas del templo].) Debido a la existencia de estas puertas, el primer atrio, el atrio de los gentiles, también hacía las veces de vía pública, ya que los viajeros preferían cruzarlo en lugar de circundar el recinto del templo.
Atrio (patio) de los gentiles. Las columnatas rodeaban el atrio de los gentiles, que era una amplia zona llamada así porque se permitía la entrada a los gentiles. En dos ocasiones, una al principio y otra al final de su ministerio terrestre, Jesús expulsó de este atrio a los que habían convertido la casa de su Padre en una casa de mercancías. (Jn 2:13-17; Mt 21:12, 13; Mr 11:15-18.)
Había que pasar por varios atrios para llegar al edificio central, que era el santuario en sí. Cada uno de esos sucesivos atrios tenía un mayor grado de santidad. Al cruzar el atrio de los gentiles, había un muro de tres Codos de alto (1,3 m.) con espacios abiertos para pasar. En la parte superior había grandes piedras que llevaban una advertencia en griego y en latín. La inscripción en griego decía (según una traducción): “A ningún extranjero se le permite estar dentro de la balaustrada y del terraplén en torno al santuario. Al que se le encuentre será personalmente responsable de su propia muerte”. (Enciclopedia del Mundo Bíblico, Barcelona, Plaza y Janés, 1970, vol. 2, pág. 486.) Cuando una chusma atacó en el templo al apóstol Pablo, se debió a que los judíos rumoreaban que había introducido a un gentil dentro de la zona prohibida. Aunque Pablo estaba hablando en términos simbólicos cuando dijo que Cristo ‘había destruido el muro’ que separaba a los judíos de los gentiles, esa expresión nos recuerda aquel muro literal. (Ef 2:14, nota; Hch 21:20-32.)
Atrio (patio) de las mujeres. El atrio de la mujeres estaba catorce gradas más arriba, y en él podían entrar las mujeres para adorar. En el atrio de las mujeres estaban, entre otras cosas, las arcas de la tesorería. Cada receptáculo estaba marcado con letras del alfabeto hebreo para que así la gente pudiese saber específicamente a que uso se destinaba el dinero que allí se echaba: si para el tributo del templo, para los sacrificios, el incienso, la leña, o cualquier otro propósito. Cuando Jesús se hallaba cerca de una de estas arcas, encomió a una viuda por dar todo lo que poseía. (Lu 21:1-4.) En este atrio también había varias construcciones. ★“Advertencia hallada en el patio del templo de Jerusalén que los gentiles no debían acercarse.” - (it-2-Pg.1100)
Atrio (patio) de Israel y atrio de los sacerdotes.
Quince grandes gradas semicirculares llevaban al atrio de Israel, al que podían entrar los hombres que estuvieran limpios ceremonialmente, y en el muro exterior de este atrio había almacenes.
Luego venía el atrio de los sacerdotes, que correspondía con el patio del tabernáculo. En él estaba el altar, construido de piedras no labradas. Según la Misná (Middot 3:1), tenía una base de 32 codos cuadrados (14,2 m2.), aunque Josefo dice que era mayor. (La Guerra de los Judíos, libro V, cap. V, sec. 6; véase ALTAR [Altares después del exilio].) Los sacerdotes utilizaban una superficie inclinada para subir al altar. La Misná también habla de un “pilón”. (Middot 3:6.) Al igual que el atrio de las mujeres, en este atrio también había diversas construcciones.
El edificio del templo. Como en los otros casos, el templo en sí consistía principalmente en dos compartimientos: el Lugar Santo y el Santísimo. El suelo de este edificio estaba doce gradas por encima del atrio de los sacerdotes, y, al igual que en el templo de Salomón, a los lados de este edificio también se construyeron cuartos y un aposento superior. La entrada estaba cerrada por puertas de oro, cada una de 55 Codos (24,5 m.) de alto y 16 codos (7,1 m.) de ancho. La parte delantera del edificio era más ancha que la trasera, con alas o “estribaciones” que salían 20 Codos (8,9 m.) por cada lado. El interior del Lugar Santo tenía 40 codos (17,8 m.) de longitud y 20 codos de anchura. En el Lugar Santo estaba el candelabro, la mesa del pan de la proposición y el altar del incienso, todo ello de oro.
La entrada al Santísimo estaba cerrada por una gruesa cortina, o velo, adornada hermosamente. Cuando Jesús murió, esta cortina se rasgó en dos de arriba abajo, con lo que se pudo ver que el arca del pacto ya no estaba en el Santísimo. En lugar del Arca había una losa de piedra, sobre la que el sumo sacerdote salpicaba la sangre en el Día de Expiación. (Mt 27:51; Heb 6:19; 10:20.) Este cuarto medía 20 Codos de largo y 20 codos de ancho.
Durante el sitio romano de Jerusalén en el año 70 E.C., los judíos utilizaron el recinto del templo como una ciudadela o fortaleza. Ellos mismos incendiaron las columnatas, aunque fue un soldado romano quien, contraviniendo el deseo del comandante romano Tito, incendió el templo, de modo que se cumplieron las palabras de Jesús con respecto a los edificios del templo: “De ningún modo se dejará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada”. (Mt 24:2; La Guerra de los Judíos, libro VI, cap. IV, secs. 5-7; libro VII, cap. 1, sec. 1.)
El gran templo espiritual de Jehová. El tabernáculo que construyó Moisés y los templos de Salomón, Zorobabel y Herodes fueron solo típicos o representativos. El apóstol Pablo escribió a este respecto que el tabernáculo, cuyas características básicas se incluyeron en los templos posteriores, era “una representación típica y sombra de las cosas celestiales”. (Heb 8:1-5; véase también 1Re 8:27; Isa 66:1; Hch 7:48; 17:24.) Las Escrituras Griegas Cristianas revelan la realidad representada por el tipo. Muestran que el tabernáculo y los templos construidos por Salomón, Zorobabel y Herodes, así como sus características, representaron el templo mayor y espiritual de Jehová, “la tienda verdadera, que Jehová levantó, y no el hombre”. (Heb 8:2.) Como lo muestran sus diferentes características, el templo espiritual es la provisión para acercarse a Dios en adoración sobre la base del sacrificio propiciatorio de Jesucristo. (Heb 9:2-10, 23.)
La carta inspirada a los Hebreos dice que en este templo espiritual el Santísimo es “el cielo mismo”, el lugar donde está la persona de Dios. (Heb 9:24.) Puesto que solo el Santísimo es “el cielo mismo”, el Santo y el patio de los sacerdotes, así como sus características, tienen que representar cosas terrestres, cosas relacionadas con Jesucristo durante su ministerio en la Tierra y con sus seguidores que son “participantes del llamamiento celestial”. (Heb 3:1.)
La cortina era una barrera que separaba el Santo del Santísimo; en el caso de Jesús representó “su carne”, que tenía que ofrecer en sacrificio, entregándola para siempre, a fin de poder entrar en el cielo, el Santísimo antitípico. (Heb 10:20.) Los cristianos ungidos también tienen que pasar esta barrera carnal que los separa del acceso a la presencia de Dios en el cielo. Por consiguiente, el Santo representa su condición de hijos de Dios engendrados por espíritu con la vida celestial en mira, y conseguirán su recompensa celestial una vez que entreguen sus cuerpos carnales en la muerte. (1Co 15:50; Heb 2:10.)
Mientras están en el Santo antitípico, los que han sido ungidos con espíritu santo y sirven de subsacerdotes con Cristo pueden disfrutar de iluminación espiritual, como si fuera del candelabro; pueden comer alimento espiritual, como si lo tomaran de la mesa del pan de la proposición, y pueden ofrecer oraciones, alabanza y servicio a Dios, como si presentaran incienso aromático en el altar de oro del incienso. El Santo del templo típico estaba oculto de la vista de los observadores; de igual manera, los que no son ungidos no son capaces de apreciar plenamente cómo sabe una persona que es un hijo de Dios engendrado por espíritu y qué experimenta como tal. (Apo 14:3.)
En el patio del antiguo templo estaba el altar para ofrecer sacrificios, que prefiguró la voluntad de Dios de proveer un sacrificio humano perfecto para redimir a la prole de Adán. (Heb 10:1-10; 13:10-12; Sl 40:6-8.) En el templo espiritual, el patio debe representar una condición relacionada con ese sacrificio. En el caso de Jesús, su sacrificio fue aceptable por tratarse de un humano perfecto. En el caso de sus seguidores ungidos, se les declara justos sobre la base de su fe en el sacrificio de Cristo, y de este modo Dios los ve como si no tuviesen pecado mientras aún están en la carne. (Ro 3:24-26; 5:1, 9; 8:1.)
Las características de la “tienda verdadera”, el gran templo espiritual de Dios, ya existían en el siglo I E.C. Este hecho lo indica el que Pablo dijera que el tabernáculo construido por Moisés era “una ilustración para el tiempo señalado que está aquí ahora”, es decir, para algo que existía en el tiempo de Pablo. (Heb 9:9.) Este templo ciertamente existía cuando Jesús presentó el valor de su sacrificio en el Santísimo, el cielo mismo. Debe haber llegado a existir en el año 29 E.C., cuando se ungió a Jesús con espíritu santo para ser el gran Sumo Sacerdote de Jehová. (Heb 4:14; 9:11, 12.)
Jesucristo promete a los cristianos engendrados con espíritu que al que venza, al que persevere fielmente hasta el fin, se le hará una “columna en el templo de mi Dios, y ya no saldrá de este nunca”. (Apo 3:12.) De modo que se garantiza a tal persona un lugar permanente en el “cielo mismo”, el Santísimo antitípico.
Apocalipsis 7:9-15 habla de “una gran muchedumbre” de otros adoradores de Jehová que participan en la adoración verdadera en el templo espiritual. No se dice que los que componen esta “gran muchedumbre” sean subsacerdotes, de modo que debe entenderse que están de pie en lo que representó el patio de los gentiles, una característica especial del templo reedificado por Herodes. Se menciona que los que componen esta “gran muchedumbre” “han lavado sus ropas largas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero”. Debido a su fe en el sacrificio de Cristo, se les atribuye una posición de justos que hace posible que se les conserve con vida a través de la “gran tribulación”, de modo que se dice que “salen” de ella como supervivientes.
En Isaías 2:1-4 y Miqueas 4:1-4 se habla de ‘alzar’ “la montaña de la casa de Jehová” en “la parte final de los días”, y se predice un recogimiento de gente de “todas las naciones” a esa “casa de Jehová”. Como no ha habido ningún templo físico de Jehová en Jerusalén desde el año 70 E.C., estas palabras no pueden referirse a un edificio físico, sino a un alzamiento de la adoración verdadera en la vida de los que componen el pueblo de Jehová durante “la parte final de los días”, y a un gran recogimiento de gente de todas las naciones para adorar en el gran templo espiritual de Jehová.
En los capítulos 40 al 47 del libro de Ezequiel, también se encuentra una detallada descripción del templo de Jehová, un templo que nunca se construyó en el monte Moria de Jerusalén, y que, por otra parte, nunca hubiera cabido allí. Por tanto, debe ser otra ilustración del gran templo espiritual de Jehová. Sin embargo, en este caso la atención se centra en el tiempo que sigue al ataque de Gog de Magog. (Eze 38, 39.) El relato da atención especial a las provisiones que emanan del templo y a las precauciones que se toman para mantener alejados a todos aquellos que no son dignos de adorar en sus patios. ★Aprecie el honor de adorar a Jehová en su templo espiritual - (2-10-2023-Pg.24-Sombra-Realidad)
La visión del templo de Ezequiel. En los capítulos 40 al 47 del libro de Ezequiel, también se encuentra una detallada descripción de un templo de Jehová, pero es un templo que nunca se construyó en el monte Moria de Jerusalén, y que, por otra parte, nunca hubiera cabido allí. No era una ilustración del gran templo espiritual de Dios, sino un templo que solo existía como visión. El relato da atención especial a las bendiciones que emanan del templo y a las precauciones que se toman para mantener alejados a todos aquellos que no son dignos de adorar en sus patios.
En el año 593 a. E.C., año decimocuarto después de la destrucción de Jerusalén y del templo de Salomón, el profeta y sacerdote Ezequiel fue transportado en una visión a la cima elevada de una montaña, y contempló un gran templo de Jehová. (Eze 40:1, 2.) Con el fin de humillar a los judíos exiliados y hacer que se arrepintieran, y sin duda también para consolar a los fieles, se le ordenó a Ezequiel que relatase a la “casa de Israel” todo lo que había visto. (Eze 40:4; 43:10, 11.) La visión fue muy detallada con las medidas. Las unidades de medida utilizadas fueron la “caña” (caña larga: 3,11 m.) y el “Codo” (Codo largo: 51,8 cm.). (Eze 40:5, nota.) Debido a la precisión de las medidas, hay quien cree que el templo de la visión tuvo que servir de modelo para el que construyó Zorobabel después del exilio. Sin embargo, esta afirmación no puede probarse.
Todo el recinto del templo debía tener 500 codos de lado. Tenía un patio exterior, un patio interior elevado, el templo con su altar, varios comedores y un edificio en el lado O., o posterior, del templo. Había seis enormes pasos de entrada para entrar en los patios, exterior e interior, tres para el exterior, y tres para el interior. Estos daban al N., al E. y al S., y cada puerta interior estaba en línea con su correspondiente puerta exterior. (Eze 40:6, 20, 23, 24, 27.) Dentro del muro exterior estaba el “pavimento inferior”, que tenía 50 codos (25,9 m.) de ancho, “exactamente la longitud” de los pasos de entrada. (Eze 40:18, 21.) Allí estaban situados 30 comedores, probablemente lugares para que las personas comieran sus sacrificios de comunión. (Eze 40:17.) En las cuatro esquinas de este patio exterior había lugares donde los sacerdotes preparaban, como requería la Ley, las partes de los sacrificios que correspondían a los que presentaban la ofrenda, quienes luego las tomaban en los comedores provistos para tal efecto. (Eze 46:21-24.) El resto del patio exterior entre el pavimento inferior y las puertas que daban al patio interior al parecer tenía 100 Codos de ancho. (Eze 40:19, 23, 27.)
Los sacerdotes disponían de otros comedores separados y ubicados más cerca del templo. Dos de estos, junto con dos comedores para los cantores del templo, estaban en el patio interior, al lado de los imponentes pasos de entrada interiores. (Eze 40:38, 44-46.) Asimismo, había conjuntos de comedores para el uso exclusivo de los sacerdotes al N. y al S. del santuario (Eze 42:1-12), y además servían para que los sacerdotes se cambiaran sus prendas de vestir de lino utilizadas en el servicio del templo antes de pasar al patio exterior. (Eze 42:13, 14; 44:19.) Allí también, hacia la parte trasera de los conjuntos de comedores, estaban los cocederos y los hornos de los sacerdotes, destinados básicamente al mismo uso que los del patio exterior. (Eze 46:19, 20.)
Pasando desde el patio exterior por la entrada interior se llegaba al patio interior, cuyos límites estaban a 150 codos (77,7 m.) de los límites exteriores (al E., al N. y al S.) del recinto. El patio interior tenía 200 codos (103,6 m.) de ancho. (Ezequiel 40:47 dice que el patio interior tenía 100 Codos de lado. Esto debe referirse solo a la zona de delante del templo a la que daban paso las puertas interiores.) En el patio interior destacaba el altar. (Eze 43:13-17; véase ALTAR - [El altar del templo de Ezequiel].)
El primer cuarto del santuario medía 40 codos (20,7 m.) de largo y 20 codos (10,4 m.) de ancho, y disponía de una entrada que tenía dos puertas de dos hojas cada una. (Eze 41:23, 24.) Dentro estaba la “mesa que está delante de Jehová”, que era un altar de madera. (Eze 41:21, 22.)
Los muros exteriores del santuario tenían “cámaras laterales” de cuatro Codos (2 m.) de ancho incorporadas en ellos. Había tres pisos de cámaras laterales que cubrían el muro occidental, el septentrional y el meridional, un total de 30 cámaras por piso. (Eze 41:5, 6.) Para subir los tres pisos existía un “pasaje de caracol” en el lado N. y otro en el lado S. (Eze 41:7.) En la parte trasera u occidental del templo, había una estructura situada al parecer longitudinalmente de N. a S. llamada bin-yán, un ‘edificio que daba hacia el oeste’. (Eze 41:12.) Aunque algunos eruditos han pensado que este edificio era el templo o santuario mismo, el libro de Ezequiel no respalda tal conclusión; el ‘edificio que daba hacia el oeste’ era de forma y dimensiones diferentes a las del santuario, aunque sin duda tendría alguna relación con los servicios que se efectuaban en el santuario. Puede que también haya habido uno o más edificios similares situados hacia el O. del templo de Salomón. (Compárese con 2Re 23:11 y 1Cr 26:18.)
El Santísimo de este templo tenía la misma forma que el del templo de Salomón, y medía 20 Codos en cuadro. En la visión Ezequiel vio la gloria de Jehová que venía desde el E. y que llenaba el templo. Jehová se refirió a este templo como “el lugar de mi trono”. (Eze 43:1-7.)
Ezequiel hace referencia a un muro de 500 cañas (1.555 m.) de lado que rodeaba el templo. Algunos eruditos han entendido que este muro, que era “para hacer división entre lo que es santo y lo que es profano”, estaba a unos 600 m. del recinto. (Eze 42:16-20.)
Ezequiel también contempló una corriente de agua que salía “de debajo del umbral de la Casa hacia el este” y el sur del altar, y que se convertía en un torrente profundo y caudaloso que fluía por el Arabá hasta el extremo N. del mar Salado. Allí curaba sus aguas saladas y el mar se llenaba de peces. (Eze 47:1-12.) ★Lecciones de la visión del Templo de Ezequiel - (rr-Cap.14-Pg.152-Recuadro-14A)
Los cristianos ungidos, un templo espiritual. A los cristianos ungidos en la Tierra se les compara, entre otras cosas, a un templo. Esta comparación es apropiada porque el espíritu de Dios mora en la congregación de ungidos. Pablo escribió a los cristianos de Éfeso que estaban “en unión con Cristo Jesús”, que estaban “sellados con el espíritu santo prometido”, y les dijo: “Han sido edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular de fundamento. En unión con él, el edificio entero, unido armoniosamente, va creciendo para ser un templo santo para Jehová. En unión con él, ustedes, también, están siendo edificados juntamente para ser lugar donde habite Dios por espíritu”. (Ef 1:1, 13; 2:20-22.) Se dice que estos “sellados”, colocados sobre el fundamento de Cristo, ascienden a 144.000. (Apo 7:4; 14:1.) El apóstol Pedro dice que son “piedras vivas” que “están siendo edificados en casa espiritual para el propósito de un sacerdocio santo”. (1Pe 2:5.)
Como estos subsacerdotes son “edificio de Dios”, Él no permitirá que este templo espiritual se contamine. Pablo recalca la santidad de este templo espiritual y el peligro en el que incurre el que intente contaminarlo, al decir: “¿No saben que ustedes son el templo de Dios, y que el espíritu de Dios mora en ustedes? Si alguien destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo, el cual son ustedes”. (1Co 3:9, 16, 17; véase también 2Co 6:16.)
Jehová Dios y el Cordero ‘son su templo’. Cuando Juan vio a la Nueva Jerusalén descender del cielo, dijo: “Y no vi en ella templo, porque Jehová Dios el Todopoderoso es su templo; también lo es el Cordero”. (Apo 21:2, 22.) Puesto que los miembros de la Nueva Jerusalén tendrán libre acceso para presentarse delante del rostro de Jehová, no necesitarán un templo para acercarse a Él. (1Jn 3:2; Apo 22:3, 4.) Podrán rendirle servicio sagrado directamente bajo el sumo sacerdocio del Cordero, Jesucristo. Por esta razón puede decirse que el Cordero comparte con Jehová su posición como templo de la Nueva Jerusalén.
Un impostor. Al advertir de la apostasía venidera, el apóstol Pablo habló del “hombre del desafuero” y dijo: “De modo que se sienta en el templo del Dios, y públicamente ostenta ser un dios”. (2Te 2:3, 4.) Como este “hombre del desafuero” es un apóstata, un falso maestro, solo se sienta en lo que falsamente presenta como ese templo. (Véase HOMBRE DEL DESAFUERO.)
Uso ilustrativo. En una ocasión, cuando los judíos le pidieron a Jesús una señal, él respondió: “Derriben este templo, y en tres días lo levantaré”. Los judíos pensaban que se refería al edificio del templo, pero el apóstol Juan explica: “Él hablaba acerca del templo de su cuerpo”. Cuando su Padre Jehová lo resucitó al tercer día de su muerte, los discípulos recordaron y entendieron este dicho y lo creyeron. (Jn 2:18-22; Mt 27:40.) No se le resucitó con su cuerpo carnal, ya que lo dio como sacrificio de rescate; sin embargo, su cuerpo carnal no se corrompió, sino que Dios se deshizo de él, como si se tratase de un sacrificio consumido sobre el altar. Al resucitar, Jesús siguió siendo la misma persona, con la misma personalidad, pero con un nuevo cuerpo adecuado a su nueva morada, los cielos espirituales. (Lu 24:1-7; 1Pe 3:18; Mt 20:28; Hch 2:31; Heb 13:8.)
Cofre sagrado hecho de madera de acacia y revestido de oro que se guardaba en el Santísimo del tabernáculo y, más tarde, en el Santísimo del templo construido por Salomón. Tenía una cubierta de oro macizo con dos querubines, uno frente al otro. Su contenido principal eran las dos tablas con los Diez Mandamientos (Dt 31:26; 1Re 6:19; Heb 9:4). Ver apéndices B5 y B8. Se hizo por mandato de Jehová y según su diseño.
Los escritores de la Biblia emplearon más de veinte expresiones diferentes para referirse al arca, siendo las más comunes: “el arca del pacto” (heb. `aróhn hab·beríth; gr. ki·bö·tós tës di·a·thë·kës; Jos 3:6; Heb 9:4) y “el arca del testimonio” (Éx 25:22), expresiones que no son privativas de ningún escritor en particular y que se usan indistintamente.
Modelo y diseño. Lo primero que Jehová le detalló a Moisés cuando le dio las instrucciones para construir el tabernáculo fue el modelo y el diseño del Arca, dado que iba a ser el objeto principal y más importante no solo del tabernáculo, sino también de todo el campamento de Israel. El cofre en sí mismo medía 2,5 codos de largo, 1,5 de ancho y 1,5 de alto (111 cm. × 67 cm. × 67 cm.), y estaba hecho de madera de acacia, revestido de oro puro tanto por dentro como por fuera. Coronaba el Arca un artístico “borde de oro” en forma de guirnalda “sobre ella [...] en derredor”. La segunda parte del Arca, su cubierta, estaba hecha de oro macizo, no meramente de madera revestida, y tenía la misma longitud y anchura que el cofre. Sobre esta cubierta había montados dos querubines de oro de labor a martillo, uno a cada extremo de la cubierta, con sus rostros vueltos el uno hacia el otro, las cabezas inclinadas y las alas extendidas hacia arriba “cubriendo la cubierta protectoramente”. (Éx 25:10, 11, 17-22; 37:6-9.) A esta cubierta también se la conocía como “el propiciatorio”, o “cubierta propiciatoria”. (Éx 25:17; Heb 9:5, nota; véase CUBIERTA PROPICIATORIA.)
Para transportar el Arca, se suministraron largos varales, hechos también de madera de acacia revestida de oro e insertados a través de dos anillos de oro a ambos lados del cofre. Como estos varales no se debían quitar de sus anillos, nunca había necesidad de que los portadores del Arca la tocaran. En las esquinas había cuatro patas, “patas para caminar, patas flexionadas como para caminar”, para que no se apoyase directamente en el suelo, aunque no se sabe qué altura tenían. (Commentary on the Old Testament, de C. F. Keil y F. Delitzsch, 1973, vol. 1, “The Second Book of Moses”, pág. 167.) Parece que los anillos estaban montados justo por encima de las patas, o quizás sobre ellas mismas. (Éx 25:12-16; Nú 4:5, 15; 1Re 8:8; 1Cr 15:15.)
Ceremonia de inauguración y uso. Bezalel y los hombres de corazón sabio que le ayudaban se apegaron a las instrucciones explícitas recibidas y construyeron el Arca con los materiales que el pueblo había contribuido. (Éx 35:5, 7, 10, 12; 37:1-9.) Un año después del éxodo, finalizado y erigido el tabernáculo, Moisés puso dentro del Arca las dos tablas de la Ley. (Deuteronomio 10:1-5 menciona que durante unos pocos meses, desde el momento en que Moisés recibió las tablas de la Ley en la montaña hasta que se trasladaron al Arca construida por Bezalel, estuvieron guardadas en un arca provisional de madera de acacia hecha con ese fin.) Seguidamente, Moisés introdujo los varales por los anillos del Arca, le colocó la cubierta y la llevó al tabernáculo. Una vez allí, puso en su lugar la pantalla que separaba el Santo del Santísimo y después, como parte de la ceremonia inaugural, ungió con aceite el Arca y todos sus utensilios. A partir de entonces, siempre que los sacerdotes desmontaran el tabernáculo para levantar el campamento, emplearían la misma pantalla divisoria, además de una cubierta de pieles de foca y una tela azul, para cubrir el Arca con el fin de impedir que el pueblo la mirase ‘por el más mínimo momento, y por lo tanto muriese’. (Éx 40:3, 9, 20, 21; Nú 3:30, 31; 4:5, 6, 19, 20; 7:9; Dt 10:8; 31:9; véase TABERNÁCULO.)
El Arca hacía las veces de archivo sagrado para conservar ciertos artículos que servían de recordatorio o testimonio. Las dos tablas del Testimonio o los Diez Mandamientos eran su principal contenido. (Éx 25:16.) También se guardó en ella una “jarra de oro que contenía el maná y la vara de Aarón que echó botones”, pero más tarde, en algún momento anterior a la construcción del templo de Salomón, se sacaron de ella. (Heb 9:4; Éx 16:32-34; Nú 17:10; 1Re 8:9; 2Cr 5:10.) Poco antes de morir, Moisés dio una copia del “libro de la ley” a los sacerdotes levitas y les dijo que la deberían guardar, no dentro, sino “al lado del arca del pacto de Jehová su Dios, [...] de testigo contra ti”. (Dt 31:24-26.)
Símbolo de la presencia de Dios. El Arca representó durante su existencia la presencia de Dios, quien prometió: “Allí ciertamente me presentaré a ti, y hablaré contigo desde más arriba de la cubierta, desde entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio”. “En una nube apareceré encima de la cubierta.” (Éx 25:22; Le 16:2.) Samuel escribió que Jehová ‘estaba sentado sobre los querubines’ (1Sa 4:4), de ahí que estos sirvieran como “la representación del carro” de Jehová. (1Cr 28:18.) Por lo tanto, “siempre que Moisés entraba en la tienda de reunión para hablar con [Jehová], entonces oía la voz que conversaba con él desde más arriba de la cubierta que estaba sobre el arca del testimonio, de entre los dos querubines; y le hablaba”. (Nú 7:89.) Más tarde, Josué y el sumo sacerdote Finehás también inquirieron de Jehová delante del Arca. (Jos 7:6-10; Jue 20:27, 28.) Solo al sumo sacerdote le estaba permitido entrar en el Santísimo y ver el Arca un día al año, aunque no con el propósito de comunicarse con Jehová, sino para llevar a cabo la ceremonia del Día de Expiación. (Le 16:2, 3, 13, 15, 17; Heb 9:7.)
La presencia de Jehová representada por el Arca resultó en que el pueblo de Israel disfrutase de otras bendiciones. Cuando el pueblo levantaba el campamento, la costumbre era que el Arca y la nube de Jehová fuesen delante. (Nú 10:33, 34.) Así, al tiempo de cruzar el Jordán, Jehová detuvo el caudal del río cuando los sacerdotes que llevaban el Arca pisaron las aguas de la orilla, y de ese modo se les permitió cruzar por el cauce seco. (Jos 3:1–4:18.) Asimismo, en la marcha alrededor de Jericó, un contingente militar iba delante, seguido de siete sacerdotes que tocaban el cuerno; luego iba el Arca y por último, las fuerzas de retaguardia. (Jos 6:3-13.) La victoria alcanzada en Jericó contrasta con la derrota que tiempo atrás habían experimentado, cuando un grupo de rebeldes intentó temerariamente iniciar la ocupación de la Tierra Prometida, contraviniendo las instrucciones divinas y sin que ni ‘el arca del pacto de Jehová ni Moisés se hubiesen movido de en medio del campamento’. (Nú 14:44, 45.) Hasta los filisteos, un pueblo enemigo, percibieron la presencia de Jehová cuando el Arca estuvo en el campo de batalla.
Atemorizados, gritaron: “‘¡Dios ha entrado en el campamento [de Israel]!’ [...] ‘¡Ay de nosotros, porque una cosa como esta nunca antes ha sucedido! ¡Ay de nosotros! ¿Quién nos salvará de la mano de este majestuoso Dios? Este es el Dios que fue golpeador de Egipto con toda suerte de matanza en el desierto’”. (1Sa 4:6-8.)
La presencia de Jehová siguió haciéndose manifiesta cuando los filisteos se apoderaron del Arca y se la llevaron a Asdod para colocarla junto a la imagen de Dagón. Aquella noche, la imagen de ese dios cayó rostro a tierra; a la noche siguiente, la estatua cayó de nuevo delante del Arca y quedó con la cabeza y las palmas de las manos separadas del cuerpo. En el transcurso de los siete meses siguientes, el Arca fue pasando de una ciudad filistea a otra, y según pasaba, plagaba a los filisteos con hemorroides, y dejó a Eqrón sumida en “una confusión mortífera”, hasta que finalmente fue devuelta a Israel, junto con la ofrenda por la culpa requerida. (1Sa 5:1–6:12.)
La relación del Arca con la presencia de Jehová exigía que se la tratase con el debido respeto y la más alta consideración. Debido a esto, tanto al ponerse en marcha el Arca como al posarse, Moisés pronunciaba expresiones de alabanza a Jehová. (Nú 10:35, 36.) Por otra parte, tal fue la impresión que causó en el sumo sacerdote Elí oír que los filisteos se habían apoderado del Arca, que perdió el equilibrio, cayó de espaldas y se desnucó. Por el mismo motivo, cuando su nuera estaba en la agonía de la muerte, dijo: “La gloria se ha ido de Israel al destierro, porque el arca del Dios verdadero ha sido tomada”. (1Sa 4:18-22.) Posteriormente, el rey Salomón afirmó: “Los lugares a los que ha venido el arca de Jehová son cosa santa”. (2Cr 8:11.)
No era un amuleto mágico. El Arca no era un amuleto mágico. Su sola presencia no garantizaba el éxito; más bien, las bendiciones de Jehová dependían de la condición espiritual y de la obediencia fiel de los que la poseían. Por esta razón, los israelitas, acaudillados por Josué, sufrieron una derrota en Hai debido a su infidelidad, a pesar de que el Arca estaba en el campamento. (Jos 7:1-6.) De manera similar, aunque los israelitas estaban confiados porque el Arca se hallaba entre sus fuerzas de combate, los filisteos mataron a 30.000 soldados de Israel y hasta se apoderaron de ella. (1Sa 4:1-11.) La recuperación del Arca de manos de los filisteos fue una ocasión de gran regocijo, en la que se ofrecieron sacrificios y se expresaron gracias, lo que no impidió que Jehová ‘derribara al pueblo con gran matanza’. ¿Por qué? “Porque habían mirado el arca de Jehová”, una violación de su mandato expreso. (1Sa 6:11-21; Nú 4:6, 20.) No se sabe con exactitud cuántos murieron en esa ocasión. El texto masorético dice: “De modo que derribó entre el pueblo a setenta hombres —cincuenta mil hombres—”. Esta construcción tan ambigua hace pensar que la expresión “cincuenta mil hombres” es una interpolación. La Versión Peshitta siriaca y una versión arábiga dicen que fueron derribados “cinco mil setenta hombres”. El Targum de Jonatán relata: “Y él derribó a setenta hombres entre los ancianos del pueblo, y a cincuenta mil entre la congregación”. La Versión de los Setenta dice que “él derribó a setenta hombres entre ellos, y a cincuenta mil de los hombres”, mientras que Josefo menciona solo a setenta hombres. (Antigüedades Judías, libro VI, cap. I, sec. 4.)
Lugares donde se guardó el Arca. El Arca no se guardó en un lugar permanente hasta que se erigió el templo de Salomón. Cuando se completó la mayor parte de la conquista del país (c. 1467 a. E.C.), se trasladó a Siló, donde al parecer permaneció (con la excepción del tiempo que estuvo en Betel) hasta que la capturaron los filisteos. (Jos 18:1; Jue 20:26, 27; 1Sa 3:3; 6:1.) Una vez recuperada, y de nuevo en el territorio de Israel, estuvo primero en Bet-semes y después en Quiryat-jearim, donde permaneció unos setenta años. (1Sa 6:11-14; 7:1, 2; 1Cr 13:5, 6.)
Según el texto masorético, 1 Samuel 14:18 dice que durante los enfrentamientos del pueblo de Israel con los filisteos, el rey Saúl pidió al sumo sacerdote Ahíya que llevase el Arca al campamento. Sin embargo, según la Septuaginta, Saúl le dijo a Ahíya: “‘¡Acerca el efod!’ (Porque él llevaba el efod en aquel día delante de Israel.)”.
David tenía el buen deseo de trasladar el Arca a Jerusalén, pero el procedimiento que escogió en el primer intento provocó un desastre. En lugar de transportar el Arca con los varales sobre los hombros de los levitas qohatitas, de acuerdo con las instrucciones conocidas, permitió que la colocasen sobre un carruaje. Las reses que tiraban del carro estuvieron a punto de ocasionar un vuelco, y Uzah fue derribado por agarrar el Arca, una acción que la ley divina condenaba explícitamente. (2Sa 6:2-11; 1Cr 13:1-11; 15:13; Nú 4:15.)
Por fin fue trasladada a Jerusalén, transportada como era debido por los levitas (1Cr 15:2, 15), y allí estuvo guardada en una tienda durante el resto del reinado de David. (2Sa 6:12-19; 11:11.) Los sacerdotes quisieron llevársela cuando huyeron con motivo de la rebelión de Absalón, pero David insistió en que permaneciera en Jerusalén, pues confiaba en que Jehová les permitiría a todos regresar indemnes. (2Sa 15:24, 25, 29; 1Re 2:26.) Él anhelaba construir una casa para poner en ella el Arca, pero Jehová postergó su edificación hasta el reinado de Salomón. (2Sa 7:2-13; 1Re 8:20, 21; 1Cr 28:2, 6; 2Cr 1:4.) Fue entonces, con motivo de la dedicación del templo, cuando se trasladó el Arca de la tienda en la que se hallaba en Sión al Santísimo del templo, que se había edificado sobre el monte Moria, donde fue colocada bajo la sombra de las alas de dos grandes querubines. El Arca fue la única pieza de todo el mobiliario que había estado en el tabernáculo que se llevó al templo de Salomón. (1Re 6:19; 8:1-11; 1Cr 22:19; 2Cr 5:2-10; 6:10, 11; véanse TEMPLO - [El templo de Salomón]; QUERUBÍN.)
La única referencia histórica al arca del pacto posterior a Salomón es de 642 a. E.C. —unos novecientos años después de su construcción—, y se halla en 2 Crónicas 35:3, donde se lee la orden del rey Josías de que el Arca se colocase de nuevo en el templo. Sin embargo, no se dice cómo llegó a estar fuera de él. Josías había ascendido al trono después de algunos reyes particularmente apóstatas, uno de los cuales había introducido una imagen tallada en la casa de Jehová, por lo que es posible que uno de estos reyes inicuos sacase el Arca de su lugar. (2Cr 33:1, 2, 7.) Por otra parte, bajo el patrocinio de Josías se había llevado a cabo en el templo un amplio programa de reformas, así que cabe la posibilidad de que durante las obras se trasladase el Arca a otro lugar con el fin de evitar que sufriese algún desperfecto. (2Cr 34:8–35:19.) No se hace ninguna mención de que el Arca se llevase a Babilonia, y ni siquiera figura en la lista de los artículos que se sacaron del templo, ni se menciona que fuese devuelta y colocada en el templo que reconstruyó Zorobabel ni que se reemplazase por otra. No se ha llegado a saber cuándo desapareció ni en qué circunstancias. (2Re 25:13-17; 2Cr 36:18; Esd 1:7-11; 7:12-19.)
Jeremías predijo el tiempo en que el arca del pacto ya no existiría, pero indicó que no se la echaría de menos y que no perjudicaría a los adoradores de Jehová el no tenerla. En cambio, ‘llamarían a Jerusalén el trono de Jehová’. (Jer 3:16, 17.)
En el libro simbólico de Apocalipsis, Juan dice: “Se vio en el santuario de su templo [en el cielo] el arca de su pacto”. El ‘arca del pacto’ mencionada en este pasaje tiene que ver con el nuevo pacto de Dios con la humanidad, y su presencia era una señal de que Jehová de nuevo había asumido el poder mediante Su Ungido. (Apo 11:15, 19.)
Los braserillos se usaban de diversas maneras en el santuario. Algunos eran de oro, plata o cobre y parece ser que servían de recipientes para los trozos quemados de las mechas que se quitaban de las lámparas de los candelabros de oro. (Éx 25:38; 37:23; Nú 4:9.) Los braserillos de cobre del altar de la ofrenda quemada probablemente se utilizaban como ceniceros o utensilios para quitar las brasas del fuego. (Éx 27:3; 38:3.) Además, había braserillos para quemar incienso. (Le 10:1.) El sumo sacerdote hacía humear incienso perfumado sobre el altar de oro del incienso cada mañana y entre las dos tardes. (Éx 30:7, 8.)
Cuando los israelitas levantaban el campamento y transportaban el tabernáculo a otro lugar, tenían que cubrir tanto los braserillos como otros utensilios que utilizaban con el candelabro y con el altar de la ofrenda quemada. (Nú 4:9, 14.)
Salomón hizo braserillos de oro y plata para el templo, cuyos planos se le habían dado a David por inspiración. Es posible que estos fueran más ornamentados que los que había en el tabernáculo del desierto. (1Re 7:48-50; 1Cr 28:11-19; 2Cr 4:19-22.) Se hace mención de braserillos de oro y plata auténticos que los babilonios se llevaron cuando destruyeron el templo. (2Re 25:15; Jer 52:19.)
En Hebreos 9:4 se habla de un objeto que, como el arca del pacto, pertenecía al Santísimo o estaba relacionado con este compartimiento. En griego recibe el nombre de thy·mi·a·té·ri·on, una palabra que hace referencia a algo relacionado con la quema de incienso. ¿Era el altar de incienso? Muchos traductores opinan que sí, y se apoyan en el uso que Filón y Josefo hacen de esta palabra con referencia al altar de incienso (BJ, NBE, NC y otras). De todos modos, sabido es que el altar de incienso no se encontraba en el Santísimo (Éx 30:1, 6), sino que estaba justo enfrente de la cortina, o “hacia el cuarto más recóndito”, como dice 1 Reyes 6:22. (Compárese con Éx 40:3-5.) Por otra parte, thy·mi·a·té·ri·on puede traducirse apropiadamente “incensario”, utensilio que el sumo sacerdote sí introducía en el Santísimo el Día de Expiación. (Le 16:12, 13.) En la Septuaginta griega, el vocablo thy·mi·a·té·ri·on siempre se usa con referencia al incensario (2Cr 26:19; Eze 8:11, LXX), aunque en Levítico 16:12 se utiliza una palabra diferente cuando se explica el procedimiento del Día de Expiación. No obstante, la Misná judía indica que con el tiempo en el Día de Expiación se usó un incensario de oro especial. (Yoma 4:4; 5:1; 7:4.) De modo que hay buenas razones para que algunas versiones prefieran traducir el término thy·mi·a·té·ri·on por “incensario” (CI, ENP, Mod, NM, Scío, Sd, TA, Val).
Mal uso. Nadab y Abihú, hijos de Aarón, usaron sus braserillos para ofrecer fuego ilegítimo ante Jehová, y, como resultado, perdieron la vida. (Le 10:1, 2.) De igual manera, el fuego consumió los doscientos cincuenta hombres encabezados por Coré cuando presentaron sus braserillos de cobre ante Jehová. (Nú 16:16-19, 35, 39.) Al rey Uzías se le plagó de lepra cuando usó un incensario ilícitamente. (2Cr 26:18, 19.) Los setenta ancianos de Israel de la visión de Ezequiel usaban incensarios para ofrecer incienso a los ídolos. (Eze 8:10, 11; véase INCIENSO.)
La cubierta del arca del pacto, ante la que el sumo sacerdote salpicaba la sangre de las ofrendas por el pecado el Día de Expiación.
Las versiones de la Biblia traducen el término hebreo kap-pó-reth de distintas maneras: “propiciatorio” (BJ y otras), “Expiatorio” (Ga), “Lugar del Perdón” (RH), “placa” (NBE), “tapa” (LT, VP), “cubierta” (NM; Val, 1909) y “cubierta propiciatoria” (NM). Este término proviene de un verbo raíz que significa “cubrir; tapar [el pecado]”.
Según las instrucciones que Jehová le dio a Moisés, el artesano Bezalel hizo una cubierta de oro puro para el arca sagrada del pacto, de una longitud de dos codos y medio (111 cm.) y una anchura de un codo y medio (67 cm.). Sobre esta cubierta había dos querubines de oro, uno en cada extremo, con las alas extendidas hacia arriba por encima de la cubierta, y los rostros dirigidos hacia dicha cubierta. El Arca se hallaba en el Santísimo del tabernáculo. (Éx 25:17-21; 37:1, 6-9.)
El Día de Expiación (yohm hak-kip-pu-rím, que significa “día de las cubiertas o propiciaciones” [Le 23:27, 28]) el sumo sacerdote entraba en el Santísimo y salpicaba parte de la sangre del toro ante la cubierta (delante de su lado frontal u oriental), y luego hacía lo mismo con la sangre del macho cabrío. (Le 16:14, 15.) Por consiguiente, la cubierta de oro del Arca tenía mucho que ver con la propiciación típica de pecados, es decir, con el cubrimiento de los pecados.
Cuando Dios deseaba comunicarse con Moisés o con el sumo sacerdote, hablaba desde entre los querubines que estaban sobre la cubierta propiciatoria. (Éx 25:22; Nú 7:89; compárese con Le 10:8-10; Nú 27:18-21.) Jehová dijo que se aparecería en una nube sobre la cubierta del Arca. Por lo visto, esta nube resplandecía o brillaba, iluminando el Santísimo. (Le 16:2; compárese con Sl 80:1.)
En 1 Crónicas 28:11 se llama al Santísimo, el compartimiento más interior del templo, “la casa del kap-pó-reth”. Es obvio que en esta ocasión la palabra hebrea no se usa simplemente para designar una tapa o cubierta de un cofre, sino que se emplea para referirse a la función especial de la cubierta en la propiciación de los pecados. Por consiguiente, algunas versiones traducen la expresión como: “la Casa del Propiciatorio” (NC), “el lugar para el Expiatorio” (Ga), “la pieza donde estaría el lugar del Perdón” (RH) y “la casa de la cubierta propiciatoria” (NM).
Sentido simbólico. En Hebreos 9:5 se usa la palabra griega hi-la-stë-ri-on (propiciatorio) para designar la cubierta del Arca. En el tipo o modelo, la presencia de Dios se representaba entre los dos querubines, sobre la cubierta propiciatoria. (Le 16:2; Éx 25:22.) El escritor del libro de Hebreos señala que estas cosas eran simbólicas. Al igual que el sumo sacerdote entraba el Día de Expiación en el Santísimo con la sangre de los sacrificios, Cristo llevó el valor de su sacrificio, no ante una cubierta propiciatoria literal, sino ante la mismísima presencia de Jehová Dios en el cielo. (Le 16:15; Heb 9:11-14, 24-28.)
Utensilios de oro relacionados con las lámparas del candelabro de siete brazos que estaba en el tabernáculo y con los candelabros del templo de Israel. (Éx 25:37, 38; 37:23; Nú 4:9; 1Re 7:48, 49; 2Cr 4:19-21.) A las despabiladeras se las designa por la palabra hebrea en número dual mel·qa·já·yim, derivada de una raíz que significa “tomar”. El que se use el número dual da a entender que se trata de un artefacto con, posiblemente, dos partes. Por consiguiente, en Isaías 6:6 el término mel·qa·já·yim designa las “tenazas” con las que un serafín quitó una brasa relumbrante del altar.
Se hace una distinción entre las “despabiladeras” del candelabro y los “apagadores” que se utilizaban en el templo. (1Re 7:49, 50; 2Cr 4:21, 22.) Aunque en las Escrituras no se describen las despabiladeras, quizás hayan sido tenazas usadas para asir las mechas quemadas, mientras que es posible que los apagadores fuesen utensilios parecidos a tijeras que se usaban para cortar la parte quemada de las mechas. En el tabernáculo, estos residuos se retiraban usando las despabiladeras, y se depositaban en los braserillos para su posterior eliminación. (Éx 37:23.)
Cuando se construyó el templo durante el reinado de Salomón, la palangana portátil de cobre que se utilizaba en el tabernáculo fue reemplazada por un “mar fundido [es decir, vaciado o colado]”. (Éx 30:17-21; 1Re 7:23, 40, 44.) Lo hizo Hiram, un hebreo-fenicio, y probablemente se le llamó “mar” debido a la gran cantidad de agua que podía contener. Este recipiente, que también era de cobre, tenía “diez codos [4,5 m.] de un borde al otro borde, circular todo en derredor; y su altura era de cinco codos [2,2 m.], y se requería una cuerda de treinta codos [13,4 m.] para rodearlo todo en derredor”. (1Re 7:23.)
Circunferencia. Los 30 codos de circunferencia es un número redondo, pues con más exactitud serían 31,4 codos. A este respecto, Christopher Wordsworth, en sus notas sobre la King James Version (Londres, 1887), pone en boca de un tal Rennie la siguiente observación: “Hasta el tiempo de Arquímedes [siglo III a. E.C.], la circunferencia de un círculo siempre se medía con líneas rectas de la longitud del radio; e Hiram naturalmente debió describir el mar como de 30 codos de circunferencia, midiéndolo, como siempre se hacía entonces, por su radio o semidiámetro de 5 codos, que aplicándose seis veces alrededor del perímetro, u ‘orilla’, daría los 30 codos mencionados. Es evidente que el pasaje no tenía más objeto que dar las dimensiones del mar en el lenguaje acostumbrado y conocido por todos, midiendo la circunferencia como todos los obreros hábiles, Hiram entre ellos, medían los círculos en aquel tiempo. Por supuesto, él tenía que saber perfectamente que como el hexágono inscrito en el círculo, tomando el radio como base, medía 30 codos, la circunferencia en sí mediría algo más”. Por lo tanto, parece ser que la proporción de 3 a 1 (es decir, que la circunferencia es tres veces el diámetro) era una manera común de dar las medidas, entendiendo que era aproximada.
De cobre. El mar de cobre estaba decorado con “adornos en forma de calabazas” y tenía como base doce figuras de toros, que miraban al N., S., E. y O. en grupos de tres. El borde del mar parecía una flor de lirio. Puesto que el grosor de este gran recipiente era de “un palmo menor [unos 7,5 cm.]”, puede que muy bien haya pesado alrededor de 27 Tm. (1Re 7:24-26.) Esta enorme cantidad de cobre provino de las conquistas del rey David en Siria. (1Cr 18:6-8.) La fundición se hizo en un molde de arcilla en la región del Jordán y sin duda fue un gran logro. (1Re 7:44-46.)
Capacidad. El relato de 1 Reyes 7:26 dice que el mar ‘contenía dos mil medidas de bato’, mientras que el relato paralelo de 2 Crónicas 4:5 menciona que ‘contenía tres mil medidas de bato’. Hay quien atribuye la diferencia a un error del escriba en el relato de las Crónicas. Sin embargo, aunque el verbo hebreo que significa “contener” es el mismo en cada caso, permite cierta flexibilidad en la traducción. Por eso algunas versiones traducen 1 Reyes 7:26 [7:25, Ga] para que lea que el recipiente “contenía” 2.000 medidas de bato, y traducen 2 Crónicas 4:5 para que diga que “cabían en él” o “hacía”, “podía contener” o “podía recibir [...] (por su capacidad)” 3.000 medidas de bato (BJ, RH, Ga, NM, MK). Esto da pie a que se entienda que el relato de los Reyes dice la cantidad de agua que normalmente se almacenaba en el recipiente, mientras que el relato de las Crónicas da su capacidad máxima.
Parece ser que antiguamente la medida de bato equivalía a unos 22 l., de manera que, si se mantenía a dos tercios de su capacidad, el mar normalmente contendría unos 44.000 l. de agua. Para que tuviese la capacidad indicada, este mar fundido no podía ser cilíndrico, sino que debía tener forma de bulbo. Un recipiente con esa forma y con las dimensiones dadas antes podría contener hasta 66.000 l. Josefo, historiador judío del siglo I E.C., explica que el mar tenía “figura de un hemisferio”. También indica que el mar estaba situado entre el altar de los holocaustos y el edificio del templo, algo hacia el S. (Antigüedades Judías, libro VIII, cap. III, secs. 5 y 6.)
Además del mar de cobre, había diez palanganas de cobre sobre carretillas, que probablemente se llenaban del contenido del mar de cobre. (1Re 7:38, 39.) La tradición rabínica dice que el mar estaba equipado con una especie de grifos. Las diez palanganas se usaban para lavar ciertos sacrificios y probablemente para otros trabajos de limpieza, pero “el mar era para que los sacerdotes se lavaran en él”. (2Cr 4:6.) Algunos rabíes han dicho que los sacerdotes se sumergían por completo en el agua del mar de cobre, pero Josefo explica que era “para el lavado de las manos y los pies de los sacerdotes”. (Antigüedades Judías, libro VIII, cap. III, sec. 6.) Independientemente de cuál fuese el procedimiento, el mar de cobre tenía que ver con la limpieza sacerdotal. ★¿Qué capacidad tenía el mar fundido del templo de Salomón? - (1-2-2008-Pg.15)
En la profecía. Esta información puede suministrar la clave para entender las referencias del libro de Apocalipsis al “mar vítreo” que se ve delante del trono de Dios en la visión del apóstol Juan. (Apo 4:6; 15:2.) Era “semejante a cristal”, quizás porque sus lados eran transparentes (compárese con Apo 21:18, 21) y se podía ver el contenido. Los que estaban de pie junto a él, personas que habían vencido a la “bestia salvaje” y a su “imagen”, corresponden a los “llamados y escogidos y fieles” mencionados en Apocalipsis 17:14; 20:4-6. Estos sirven de “sacerdotes de Dios y del Cristo” y de reyes con Cristo durante su reinado de mil años. (Compárese con 1Pe 2:9.) La posición de esta clase sacerdotal junto al “mar vítreo” delante del trono de Dios recuerda el comentario del apóstol sobre la congregación cristiana que Jesús ‘limpió con el baño de agua por medio de la palabra’. (Ef 5:25-27.) Jesús mismo habló del poder limpiador de la Palabra de Dios que proclamaba. (Jn 15:3.) Además, la ‘mezcla de fuego’ (Apo 15:2) con el contenido acuoso del mar debe referirse a los juicios de Dios, pues el fuego se utiliza con frecuencia en conexión con estos juicios y Dios mismo dice que es como un “fuego consumidor” para los que rechazan Su voluntad. (Heb 12:25, 29.)
Por lo tanto, el simbolismo del “mar vítreo” de la visión de Juan ilustra la explicación inspirada de Pablo de que el tabernáculo y el templo terrestres, con sus utensilios y funciones sacerdotales, fueron modelos de cosas celestiales. (Compárese con Heb 8:4, 5; 9:9, 11, 23, 24; 10:1.) En cuanto al significado de las figuras de toros sobre las que se apoyaba el mar de cobre del templo de Salomón, véase TORO.
Bolsa sagrada bordada que llevaba el sumo sacerdote de Israel sobre “su corazón” siempre que entraba en el Santo. El pectoral (heb. jó-schen) tenía que servir de “memoria”, y al parecer se le llamaba “pectoral de juicio” debido a que contenía el Urim y el Tumim, mediante los que Jehová revelaba sus juicios. (Éx 28:15, 29, 30.)
Al igual que el Efod, el pectoral estaba hecho de materiales de gran calidad: oro, hilo azul, lana teñida de púrpura rojiza, fibra escarlata carmesí y lino fino torcido. (Éx 28:15.) Estos materiales eran los mismos que se utilizaron en la confección de las diez telas de tienda con querubines bordados, la cortina que separaba el Santo del Santísimo y la pantalla para la entrada de la tienda, y que habían contribuido voluntariamente los israelitas. Bezalel y Oholiab dirigieron o efectuaron directamente la confección de estos artículos. (Éx 26:1, 31, 36; 31:2-6; 35:21-29.)
La tela para el pectoral debía ser de un codo de largo y un palmo de ancho a fin de que tuviese una forma cuadrada cuando se plegase y formara una bolsa en la que pudiera colocarse el Urim y el Tumim. La parte frontal del pectoral estaba adornada con doce piedras preciosas incrustadas en encajaduras de oro y dispuestas en cuatro hileras de tres piedras cada una. Todas las piedras tenían grabado el nombre de una de las tribus de Israel. (Éx 28:15-21, 28; 39:8-14; Le 8:8.) Es posible que las piedras estuvieran ordenadas en cada fila de derecha a izquierda (como se lee en hebreo), pero no puede decirse con certeza la piedra preciosa que correspondía a cada tribu. (Véase cada piedra preciosa bajo su encabezamiento correspondiente.)
El pectoral estaba asegurado al Efod de la siguiente manera: se pasaban dos cadenillas enroscadas de oro puro por dos anillos de oro colocados en cada uno de los extremos de la parte superior del pectoral. A su vez, estas cadenillas se ataban a los dos engastes de las hombreras del Efod. Había otros dos anillos de oro fijados en cada uno de los extremos de la orilla inferior del pectoral por la parte interior, la que daba al Efod. Estos anillos se ataban con una cuerdecita azul a los dos anillos de oro que había en la base de las hombreras del Efod, justo por encima de su cinturón. (Éx 28:22-28; 39:15-21.)
Tienda portátil de adoración que se utilizó en Israel; también se la llamó “tienda de reunión”. (Éx 39:32, 40.) Los términos hebreos eran misch-kán (residencia; morada; tabernáculo), `ó-hel (tienda) y miq-dásch (santuario). En griego se llamaba skë-né, que significa “tienda; cabaña; residencia; morada”. (Véase LUGAR SANTO.)
El tabernáculo desempeñaba un papel fundamental en el acercamiento de la nación de Israel a Dios. Constaba de dos compartimientos. El primero, el Santo, tenía un candelabro de oro, el altar de oro del incienso, la mesa del pan de la proposición y utensilios de oro; en el compartimiento interior, el Santísimo, se hallaba el arca del pacto, sobre la que había dos querubines de oro.
Cuándo se inauguró. El tabernáculo o “tienda de reunión” (llamado el “templo de Jehová” en 1Sa 1:9 y “la casa de Jehová” en 1Sa 1:24) fue construido en el desierto junto al monte Sinaí en el año 1512 a.E.C. Quedó terminado y montado, con sus muebles y utensilios, el primer día del primer mes, Abib o Nisán. (Éx 40.) Como mediador, Moisés inauguró aquel mismo día el sacerdocio de acuerdo con las instrucciones de Jehová con una ceremonia que duró siete días. Al octavo día, los sacerdotes empezaron a desempeñar sus funciones oficiales. (Le 8, 9; véase INSTALACIÓN.)
Diseño. Jehová detalló a Moisés en la montaña cómo sería el tabernáculo y le dijo: “Ve que hagas todas las cosas conforme a su modelo que te fue mostrado en la montaña”. Este modelo fue una “sombra de las cosas celestiales”, y, por lo tanto, tenía que ser exacto hasta el último detalle. (Heb 8:5.) Jehová inspiró a Bezalel y Oholiab para que el trabajo, en el que también participaron otros hombres y mujeres, se realizara perfectamente, de acuerdo con las indicaciones de Moisés. El resultado fue: “Conforme a todo lo que Jehová había mandado a Moisés, así hicieron los hijos de Israel todo el servicio”. (Éx 39:42; 35:25, 26; 36:1, 4.) Los materiales se obtuvieron gracias a contribuciones voluntarias del pueblo. (Éx 36:3, 6, 7.) Los donativos de oro, plata y cobre, así como los hilos, las telas y las pieles, procedían en gran parte de los objetos que los israelitas habían tomado de los egipcios (Éx 12:34-36; véase PIEL DE FOCA), mientras que la madera de acacia estaba disponible en el desierto. (Véase ACACIA.)
Los cálculos de este artículo se basan en el codo de 44,5 cm. Sin embargo, es posible que se utilizara el codo largo, de unos 51,8 cm. (Compárese con 2Cr 3:3; Eze 40:5.)
Cubiertas y pantallas. Sobre toda la estructura había en primer lugar una cubierta de lino con figuras de querubines bordadas en diversos colores. La cubierta constaba de dos grandes secciones de cinco telas cada una, y dichas secciones estaban unidas con presillas de hilo azul abrochadas con corchetes de oro. Cada tela solo tenía 28 codos (12,5 m.) de longitud, con lo que faltaría por lo menos 1 codo (44,5 cm.) por cada lado para que dicha cubierta llegase hasta el suelo. (Éx 26:1-6.)
Encima de la cubierta de lino iba una cubierta de pelo de cabra, dividida en dos secciones: una de seis telas y otra de cinco. Cada una de las once telas medía 30 codos (13,4 m.) de longitud. Sobre esta última se colocaba una cubierta de pieles de carnero teñidas de rojo y, finalmente, otra de pieles de foca, que al parecer llegaba hasta el suelo y que estaba provista de cuerdas para que pudiera fijarse a tierra con estacas. (Éx 26:7-14.)
Dentro había una cortina que dividía el Santo del Santísimo y que también tenía querubines bordados. (Éx 36:35.) La pantalla de la entrada, que miraba al E., era en realidad un tejido de colores hecho de lana y lino. (Éx 36:37.)
La hermosa cortina bordada separaba el Santo del Santísimo en los días de Jesús. Según la tradición judía, medía 18 metros (60 pies) de alto, 9 metros (30 pies) de ancho y 7,4 centímetros (2,9 pulgadas) de grosor. Al rasgar la pesada cortina en dos, Jehová expresó su ira contra quienes mataron a su Hijo y, al mismo tiempo, indicó que desde ese momento era posible entrar en el cielo (Heb 10:19, 20). ★Cubierta propiciatoria
Dimensiones. Según la narración bíblica, el tabernáculo (al parecer las medidas interiores) tenía 30 codos (13,4 m.) de longitud y 10 codos (4,5 m.) de altura. (Compárese con Éx 26:16-18.) Debía tener también 10 codos de anchura. (Compárese con Éx 26:22-24.) La anchura puede calcularse del siguiente modo: el lado trasero, u occidental, estaba hecho de seis armazones de un codo y medio cada uno (en total 9 codos) y dos armazones llamados postes de esquina, que debían estar colocados de modo que cada uno aumentaba en medio codo la dimensión interior. El docto judío Rashi (1040-1105 E.C.) hizo la siguiente observación al comentar sobre Éxodo 26:23: “Los ochos paneles estaban en fila, solo que la anchura total de estos dos [los postes de esquina] no se veía desde el interior del Tabernáculo, sino solo medio codo en un lado y medio codo en el otro, y así totalizaba la anchura diez codos. El codo restante de un panel y el restante del otro panel cubrían el grosor de los paneles del tabernáculo de los lados norte y sur, de modo que el exterior quedaba nivelado”. (Pentateuch With Targum Onkelos, Haphtaroth and Rashi’s Commentary, Exodus, traducción al inglés de M. Rosenbaum y A. M. Silbermann, pág. 144; cursivas de los traductores.)
Parece probable que el compartimiento del Santísimo fuese un cubo de 10 codos de lado, como también era un cubo el Santísimo del templo de Salomón construido posteriormente, en este caso de 20 codos de lado (8,9 m.). (1Re 6:20.) El Santo tenía el doble de largo que de ancho. Los siguientes detalles son de interés con respecto a la longitud del Santo del tabernáculo: cada una de las dos secciones de la cubierta de lino tenía 20 codos de ancho. (Éx 26:1-5.) De modo que una de las secciones (20 codos) se extendería desde la entrada hasta el lugar donde los corchetes la unían con la otra sección de la cubierta. Esta unión debió coincidir con la parte superior de las columnas en donde se apoyaba la cortina del Santísimo. Esta segunda sección de 20 codos cubría la parte superior del Santísimo (10 codos) y también su parte posterior (10 codos), que era el lado occidental del tabernáculo.
Armazones. Las paredes debían ser, en lugar de planchas de madera, armazones de madera de acacia revestidos de oro (parecidos a marcos de ventanas). (Éx 26:15-18.) Este punto de vista parece ser el más lógico por dos razones: 1) planchas de madera de acacia del tamaño dado hubieran sido innecesariamente pesadas y 2) los querubines bordados en la cubierta de lino no se hubieran visto, ya que las planchas los hubiesen tapado, a excepción de los que estaban bordados en la sección de la cubierta que hacía de techo. (Éx 26:1.) Por lo tanto, es razonable llegar a la conclusión de que cada armazón estaba construido de manera que en el interior del tabernáculo los sacerdotes pudieran ver los querubines de la cubierta de lino. Este punto de vista, el que se usasen armazones parecidos a marcos de ventana más bien que planchas sólidas, se ve apoyado por la opinión de varios eruditos modernos. Así que aunque la palabra hebrea qé-resch se traduce “tablas”, “tableros” o “tablones” en la mayoría de las versiones, otras la traducen por “bastidores” y “armazones [en forma de marcos]”. (Éx 26:15-29; LT; NM.)
Tanto en el lado N. como en el lado S. del tabernáculo había veinte armazones. (Éx 26:18, 20.) Cada armazón tenía diez codos (4,5 m.) de alto, uno y medio (67 cm.) de ancho y no se especifica su grosor. En la parte trasera u occidental había seis armazones, y en los ángulos, dos armazones llamados “postes de esquina”. (Éx 26:22-24.)
La Biblia habla de “anillos” en conexión con los armazones. Los anillos debían estar atados a los armazones para acomodar las barras. Tres filas de estas barras se pasaban por los anillos para mantener unida toda la estructura. La fila superior y la inferior debían constar de dos barras cada una, pues solo de la barra de en medio se dice que ‘pasaba desde un extremo hasta el otro extremo’. Estas barras eran de madera y estaban revestidas de oro. (Éx 26:26-29.)
Columnas y fundamento. Había cinco columnas revestidas de oro en la entrada o lado oriental. Además, el Santo y el Santísimo estaban divididos por una cortina que se apoyaba en otras cuatro columnas. (Éx 26:32, 37.) El fundamento de toda la estructura consistía en 100 pedestales con encajaduras en las que se introducían los espárragos, colocados en la base de los 48 armazones (dos pedestales para cada armazón y cuatro pedestales para las cuatro columnas que dividían el Santo del Santísimo). Estos pedestales eran de plata (Éx 26:19-25, 32) y cada uno pesaba un talento (c. 34 Kg.). (Éx 38:27.) Además, había cinco pedestales de cobre para las columnas de la entrada. (Éx 26:37.) Considerando el peso de la plata, estos pedestales no debían tener mucho grosor, sino que, más bien, serían placas de peso considerable.
El patio. El patio que rodeaba el tabernáculo medía 100 codos de longitud por 50 de anchura (44,5 m. por 22,2 m.). La cortina a manera de valla que había alrededor tenía 5 codos (2,2 m.) de altura. Tanto en el lado N. como en el lado S. la cortina estaba apoyada sobre 20 columnas de cobre, mientras que en los lados E. y O. se apoyaba en diez columnas. La pantalla de la entrada situada al E. estaba hecha de lino y fibras de colores, y medía 20 codos de longitud (8,9 m.). (Éx 38:9-20.)
Coste aproximado. El valor del oro y la plata usados en el tabernáculo ascendería a unos 12.000.000 de dólares (E.U.A.), y el coste de todo el tabernáculo posiblemente superaría los 13.000.000, según valores actuales. (Éx 38:24-29.)
Posibles añadiduras. Parece que con el tiempo se construyeron en el patio unas cámaras para uso de los sacerdotes, probablemente a los lados del tabernáculo. (1Sa 3:3.) También es posible que se erigieran cabañas en el patio, dentro de las cuales algunos de los que hacían ofrendas de comunión podían comer los sacrificios con sus familias.
Su ubicación en el campamento de Israel. El tabernáculo marcaba el centro del campamento de Israel. Las familias de la tribu de Leví, que cuidaban del tabernáculo (compárese con Jos 3:4), eran las que acampaban más cerca, a una respetuosa distancia de posiblemente unos 2.000 codos (890 m.). Al E. se hallaba la familia sacerdotal de Aarón; al S., los qohatitas (de los que se había seleccionado para el sacerdocio a la familia de Aarón; Éx 6:18-20); al O., los guersonitas, y al N., los meraritas. (Nú 3:23, 29, 35, 38.) A una distancia mayor estaban las otras doce tribus: Judá, Isacar y Zabulón al E.; Rubén, Simeón y Gad al S.; Efraín, Manasés y Benjamín al O., y Dan, Aser y Neftalí al N. (Nú 2:1-31.) El tabernáculo podía localizarse fácilmente desde cualquier parte del campamento gracias a la nube que permanecía durante el día sobre el Santísimo, donde estaba el arca del pacto, y al fuego durante la noche. (Éx 40:36-38.)
Cómo se transportaba. Los sacerdotes cubrían los muebles y utensilios del lugar santo cuando trasladaban el tabernáculo; luego los qohatitas transportaban sobre los hombros el arca del pacto, la mesa del pan de la proposición, el candelabro y los altares cubiertos. (Nú 4:4-15; Nú 7:9.) Los guersonitas transportaban en dos carros todas las telas del tabernáculo (excepto la cortina del Santísimo, que se colocaba sobre el Arca; Nú 4:5), las cubiertas, las colgaduras del patio, las pantallas, las cuerdas y los utensilios de servicio. (Nú 4:24-26; 7:7.) Los meraritas, con cuatro carros, se encargaban de los artículos que eran muy pesados: los armazones y las barras del tabernáculo, además de las columnas y los pedestales con encajaduras, tanto del tabernáculo como del patio, y las estacas y cuerdas correspondientes. (Nú 4:29-32; Nú 7:8.)
Historia. Después que Israel cruzó el río Jordán y entró en la Tierra Prometida, se erigió el tabernáculo en Guilgal. (Jos 4:19.) Durante el tiempo de la división de la tierra se ubicó en Siló (Jos 18:1), donde permaneció varios años (1Sa 1:3, 24) antes de ser trasladado a Nob. (1Sa 21:1-6.) Más tarde, estuvo en Gabaón. (1Cr 21:29.) Para cuando David trasladó el arca del pacto a Sión, esta había estado fuera del tabernáculo por muchos años. Sin embargo, hasta que Salomón edificó el templo, los sacrificios todavía se ofrecían en el tabernáculo, en Gabaón, al que se llamaba “el gran lugar alto”. (1Re 3:4.) Después de la construcción del templo, Salomón hizo llevar el tabernáculo a Jerusalén, posiblemente para guardarlo allí. (1Re 8:4; 2Cr 5:5.)
Uso figurado. El apóstol Pablo aclara el significado profético del tabernáculo. En un contexto en el que se considera el modelo puesto por el tabernáculo y los servicios que allí se llevaban a cabo, el apóstol llama a Jesucristo “siervo público del lugar santo y de la tienda verdadera, que Jehová levantó, y no el hombre”. (Heb 8:2.) Después dice: “Cristo vino como sumo sacerdote de las cosas buenas que han llegado a realizarse, mediante la tienda más grande y más perfecta no hecha de manos, es decir, no de esta creación”. (Heb 9:11.) Dios mandó levantar la tienda para que el pueblo le rindiera adoración verdadera y para redimirlos, en sentido simbólico, de sus pecados. Al ser una representación (Heb 9:9), prefiguraba que Dios instalaría en el cielo al gran Sumo Sacerdote Jesucristo, quien comparecería delante de su Padre con el valor de su sacrificio, que realmente puede quitar los pecados. (Heb 9:24-26; véase TEMPLO.) Este es el medio que Dios ha puesto para que los hombres fieles puedan acercarse a Él. (Heb 4:16.) Ese “santuario de la tienda del testimonio” o tabernáculo celestial fue lo que vio el apóstol Juan en visión. (Apo 15:5.)
El apóstol Pedro, como hijo de Dios ungido por espíritu con esperanza de vida celestial en asociación con Cristo Jesús, se refirió a su cuerpo carnal como si fuera un “tabernáculo”. Este era una ‘morada’, pero solo temporal, pues Pedro sabía que su muerte estaba cerca y su resurrección no sería en la carne, sino en el espíritu. (2Pe 1:13-15; 1Jn 3:2; 1Co 15:35-38, 42-44.)
Si se desea información sobre los diferentes muebles y utensilios del tabernáculo, véanse los artículos correspondientes.
La Tienda de reunión Expresión que se aplica tanto a la tienda de Moisés (Éx 33:7) como al tabernáculo sagrado erigido en el desierto. (Éx 39:32, 40; 40:2, 6, 7, 22, 24, 26, 29, 30, 32, 34, 35.) Antes de erigirse el tabernáculo, la tienda de Moisés hizo las veces de santuario temporal, pues la nube que representaba la presencia de Jehová se situaba “a” (probablemente, “enfrente de”) la entrada de esta tienda siempre que Moisés entraba, y Jehová se comunicaba con Moisés allí. Se la llamó la “tienda de reunión” probablemente debido a que el pueblo tenía que ir a esa tienda para inquirir de Jehová, de modo que era como si en realidad se reunieran con Jehová en ese lugar. (Éx 33:7-11.) Al parecer por la misma razón se llamó “tienda de reunión” al tabernáculo sagrado.
Objetos que que el sumo sacerdote usaba para determinar la voluntad divina en cuestiones de importancia nacional para las que era necesaria la respuesta de Jehová. Se seguía un procedimiento parecido al de echar suertes. El sumo sacerdote los llevaba dentro del pectoral cuando entraba en el tabernáculo. Al parecer, se dejaron de usar cuando los babilonios destruyeron Jerusalén (Éx 28:30; Ne 7:65).
Como se registra en Levítico 8:8, Moisés puso el Urim y el Tumim en el pectoral después de colocar este sobre Aarón. Aunque la preposición hebrea que aparece traducida en este pasaje por “en” (“dentro”, BAS) puede comunicar la idea de “sobre” (TA), la misma palabra se utiliza en Éxodo 25:16 al hablar de la colocación de las dos tablas de piedra en (“dentro”, Mod) el arca del pacto. (Éx 31:18.) Se ha supuesto que el Urim y el Tumim eran las doce piedras fijadas al pectoral. Pero esta idea no tiene fundamento en el texto bíblico, pues en la ceremonia de inauguración sacerdotal se le puso a Aarón el pectoral completo con las doce piedras cosidas sobre él, y luego se puso en el pectoral el Urim y el Tumim. De igual manera, una comparación de los versículos 9, 12 y 30 del capítulo 28 de Éxodo refuta la teoría de que el Urim y el Tumim fuesen las dos piedras de ónice que iban sobre las hombreras del efod del sumo sacerdote. (Éx 28:9-14.) Es evidente que estas eran objetos distintos.
Su uso. Es de destacar que el Urim y el Tumim tenían que estar sobre el corazón de Aarón cuando este se encontrara “delante de Jehová”, probablemente refiriéndose a cuando Aarón estaba de pie en el Santo, delante de la cortina que daba al compartimiento Santísimo, para inquirir de Jehová. El que estuviesen situados “sobre el corazón de Aarón” parece indicar que el Urim y el Tumim estaban en el pliegue o bolsa que formaba el pectoral. Estas piedras eran para “los juicios de los hijos de Israel”, y se utilizaban cuando se necesitaba una respuesta de Jehová a una pregunta de importancia para los líderes nacionales y, por consiguiente, para la nación misma. Jehová, el Legislador de Israel, daba una respuesta al sumo sacerdote en cuanto al proceder correcto que se había de seguir sobre cualquier asunto. (Éx 28:30.)
David pidió a Abiatar que empleara el Urim y el Tumim cuando Abiatar, habiendo escapado de una matanza de sacerdotes en Nob en la que había muerto su padre, se presentó ante David con el efod. Al parecer, era el efod del sumo sacerdote. (1Sa 22:19, 20; 23:6-15.)
Puede que fueran suertes. De las ocasiones que se registran en las Escrituras en las que se consultó a Jehová por medio del Urim y el Tumim, parece deducirse que la pregunta estaba formulada de tal manera que bastaba un “sí” o un “no” como respuesta, o, a lo más, una respuesta muy breve y directa. En una ocasión (1Sa 28:6) se menciona únicamente el Urim, aunque debe sobrentenderse que se incluía al Tumim.
Varios comentaristas bíblicos creen que el Urim y el Tumim eran “suertes sagradas”. (Éx 28:30, LT, nota.) Algunos piensan que se trataba de tres piezas, una que llevaba escrita la palabra “no”, otra con la palabra “sí” y una tercera en blanco. La pieza que se sacase daría la respuesta a la pregunta que se plantease, a menos que saliera la que estaba en blanco, lo que indicaría que no se daba respuesta. Hay quien opina que también pudieron ser dos piedras planas, blancas por un lado y negras por el otro. La piedras se arrojaban, y si coincidían las dos caras blancas boca arriba, significaba “sí”; si las dos eran negras, “no”, y si una era negra y otra blanca, no había respuesta. Hubo una ocasión en la que Saúl inquirió del sacerdote sobre la conveniencia de atacar o no a los filisteos y no hubo respuesta. Preocupado porque alguno de sus hombres hubiese pecado, imploró: “¡Oh Dios de Israel, de veras da Tumim!”. Saúl y Jonatán fueron apartados, y luego se echaron suertes para determinar cuál de los dos era el culpable. Puede verse cómo este pasaje distingue entre la acción de ‘dar Tumim’ y la de echar suertes, y, aunque parecen acciones distintas, el relato parece indicar que estaban relacionadas. (1Sa 14:36-42.)
Servían para enlazar el reino con el sacerdocio. En Deuteronomio 33:8-10 se alude al sacerdocio aarónico con las palabras: “Tu Tumim y tu Urim pertenecen al hombre que te es leal”. El que se diga que estos pertenecen “al hombre que te es leal [a Jehová]” tal vez aluda a la lealtad de la tribu de Leví (de la que vino el sacerdocio aarónico) demostrada en el incidente del becerro de oro. (Éx 32:25-29.)
Jehová sabiamente proveyó el Urim y el Tumim y los colocó en las manos del sumo sacerdote. Así el rey dependía en gran manera del sacerdocio, evitando una excesiva concentración de poder en manos del soberano. De este modo se hacía necesaria la cooperación entre la gobernación real y el sacerdocio. (Nú 27:18-21.) Jehová dio a conocer su voluntad al pueblo de Israel a través de su Palabra escrita, por medio de sueños y de los profetas, aunque parece ser que se valió de los profetas y los sueños en ocasiones especiales, mientras que el sumo sacerdote con el Urim y el Tumim siempre estaba presente al servicio del pueblo.
Su uso cesó en el año 607 a. E.C. Según la tradición judía, el uso del Urim y el Tumim cesó cuando los ejércitos babilonios mandados por el rey Nabucodonosor desolaron Jerusalén y destruyeron su templo en el año 607 a.E.C. (Talmud de Babilonia, Sotá 48b.) Esta opinión está apoyada por lo que leemos con respecto a estos objetos en los libros de Esdras y Nehemías. Allí se dijo a ciertos hombres que afirmaban ser de la línea sacerdotal pero que no podían hallar sus nombres en el registro público, que no podían comer de las cosas santísimas provistas para el sacerdocio hasta que un sacerdote se levantase con el Urim y el Tumim, pero no hay prueba escrita alguna de que se usasen por entonces, y la Biblia ya no vuelve a hacer más referencia a estos objetos sagrados. (Esd 2:61-63; Ne 7:63-65.)
El Sumo Sacerdote mayor consulta a Jehová. En la carta de Pablo a los Hebreos se dice que Jesucristo es el gran Rey-Sacerdote a la manera de Melquisedec. (Heb 6:19, 20; 7:1-3.) En él se combinan la gobernación real y el sacerdocio. Su obra sacerdotal fue prefigurada por la del sumo sacerdote del antiguo Israel. (Heb 8:3-5; 9:6-12.) Como tal Sumo Sacerdote, todo juicio de la humanidad está encomendado a sus manos. (Jn 5:22.) No obstante, cuando estuvo en la Tierra, dijo: “Las cosas que les digo a ustedes no las hablo por mí mismo; sino que el Padre que permanece en unión conmigo está haciendo sus obras” (Jn 14:10) y “no hago nada por mi propia iniciativa; sino que hablo estas cosas así como el Padre me ha enseñado”. (Jn 8:28.) También dijo: “Si juzgo, mi juicio es verídico, porque no estoy solo, sino que conmigo está el Padre que me envió”. (Jn 8:16.) Sin duda, en su ensalzada posición celestial, perfeccionado como Sumo Sacerdote para siempre, continúa en este proceder de sujeción a su Padre, acudiendo a Él por guía en el juicio. (Heb 7:28; compárese con 1Co 11:3; 15:27, 28.) ★Sumo sacerdote - [Las prendas de vestir oficiales-§8]
¿Disponían los repatriados del Urim y el Tumim, para obtener una respuesta de Jehová? Tal vez quienes decían pertenecer al linaje sacerdotal pero no podían probarlo usaran el Urim y el Tumim para dar validez a su afirmación, aunque Esdras menciona esto tan solo como una posibilidad. En las Escrituras no hay constancia de que se utilizaran entonces o en épocas posteriores. Según la tradición judía, el Urim y el Tumim desaparecieron cuando el templo fue destruido en 607 antes de nuestra era.