Tanto el término hebreo mal·`ákj como el griego ág·gue·los significan literalmente “mensajero”, y aparecen unas cuatrocientas veces en la Biblia. Cuando el mensajero referido es un espíritu, la palabra se traduce “ángel”, mientras que si es obvio que se trata de una criatura humana, se vierte “mensajero”. (Gé 16:7; 32:3; Snt 2:25; Apo 22:8; véase MENSAJERO.) No obstante, en Revelación, libro lleno de simbolismos, algunas de las referencias a ángeles puede que apliquen a criaturas humanas. (Apo 2:1, 8, 12, 18; 3:1, 7, 14.)
Algunas veces a los ángeles se les llama espíritus, por ser invisibles y poderosos. Por ejemplo: “Salió un espíritu y se paró delante de Jehová”; “¿No son todos ellos espíritus para servicio público?”. (1Re 22:21; Heb 1:14.) Dado que tienen cuerpos espirituales invisibles, residen “en los cielos”. (Mr 12:25; 1Co 15:44, 50.) También se les llama “hijos del Dios verdadero”, “estrellas de la mañana” y “santas miríadas” (o “los santos”). (Job 1:6; 2:1; 38:7; Dt 33:2.)
Los ángeles ni se casan ni se reproducen según su género, sino que Jehová los creó individualmente a través de su Hijo primogénito, “el principio de la creación por Dios”. (Mt 22:30; Apo 3:14.) “Por medio de él [este Hijo primogénito, la Palabra] todas las otras cosas fueron creadas en los cielos [...], las cosas invisibles [...]. También, él es antes de todas las otras cosas y por medio de él se hizo que todas las otras cosas existieran.” (Col 1:15-17; Jn 1:1-3.) Se creó a los ángeles mucho antes que al hombre, ya que al ‘fundar la tierra’, “las estrellas de la mañana gozosamente clamaron a una, y todos los hijos de Dios empezaron a gritar en aplauso”. (Job 38:4-7.)
En cuanto a la cantidad de huestes angelicales que hay en el cielo, Daniel dice que vio “mil millares que seguían ministrándole [a Dios], y diez mil veces diez mil que seguían de pie directamente delante de él”. (Da 7:10; Heb 12:22; Jud 14.)
Orden y posición. Como en el caso de la creación visible, también en la región invisible hay orden y posición entre los ángeles. El ángel principal, tanto en poder como en autoridad, es Miguel, el arcángel. (Da 10:13, 21; 12:1; Jud 9; Apo 12:7; véanse ARCÁNGEL; MIGUEL núm. 1.) Debido a su preeminencia y por ser “el gran príncipe que está plantado a favor de los hijos de tu pueblo [de Dios]”, se cree que es el ángel que condujo a Israel por el desierto. (Éx 23:20-23.) Los serafines disfrutan de una posición muy elevada entre los ángeles debido a sus privilegios y honra. (Isa 6:2, 6; véase SERAFINES.) Sin embargo, las Escrituras mencionan con más frecuencia (unas noventa veces) a los querubines, y lo que se dice sobre sus obligaciones y responsabilidades pone de manifiesto que también ostentan una posición especial entre los ángeles. (Gé 3:24; Eze 10:1-22; véase QUERUBÍN.) Luego está la gran cantidad de mensajeros angélicos que sirven como medio de comunicación entre Dios y el hombre, si bien, no se limitan sencillamente a transmitir mensajes, sino que, como agentes y comisarios del Dios Altísimo, son responsables de ejecutar el propósito divino, sea este proteger y liberar al pueblo de Dios o destruir a los inicuos. (Gé 19:1-26.)
No son fuerzas impersonales. Algunas personas opinan que los ángeles no son personas concretas, sino, más bien, fuerzas impersonales enviadas para realizar la voluntad de Dios; sin embargo, no es eso lo que enseña la Biblia. El tener un nombre personal implica individualidad, y el que en la Biblia se suministren dos nombres de ángeles, Miguel y Gabriel, apoya esta conclusión. (Da 12:1; Lu 1:26.) El que no se mencionaran más nombres fue una protección para que no se les rindiera honra y adoración indebidamente. Jehová envió a los ángeles como agentes para que actuaran en el nombre de Él, no en el suyo propio. Por esa razón, cuando Jacob le preguntó su nombre a un ángel, él rehusó dárselo (Gé 32:29); cuando Josué le pidió a un ángel que se identificara, este solo le contestó que era un “príncipe del ejército de Jehová” (Jos 5:14), y cuando los padres de Sansón le preguntaron al ángel su nombre, tampoco se lo reveló, sino que dijo: “¿Precisamente por qué debes preguntar acerca de mi nombre, cuando es nombre maravilloso?”. (Jue 13:17, 18.) El apóstol Juan hasta trató de adorar a un ángel, pero se le reprendió dos veces: “¡Ten cuidado! ¡No hagas eso! [...] Adora a Dios”. (Apo 19:10; 22:8, 9.)
Como seres inteligentes, los ángeles pueden comunicarse unos con otros (1Co 13:1), hablar diversos idiomas humanos (Nú 22:32-35; Da 4:23; Hch 10:3-7) y glorificar y alabar a Jehová. (Sl 148:2; Lu 2:13.) Los ángeles son asexuales porque fueron creados así, no porque sean fuerzas impersonales. Sin embargo, por lo general se les representa como varones, y al materializarse, siempre adoptaron forma humana masculina, ya que de Dios y de su Hijo siempre se habla también en masculino. Cuando en los días de Noé ciertos ángeles materializados se entregaron a los placeres del sexo, Jehová los expulsó de sus cortes celestiales. Con ese proceder demostraron su individualidad. Al igual que la humanidad, los ángeles son criaturas con libre albedrío, es decir, con la facultad de hacer una elección personal entre lo correcto y lo incorrecto. (Gé 6:2, 4; 2Pe 2:4.) El registro bíblico muestra que hordas de ángeles escogieron voluntariamente unirse a Satanás en su rebelión. (Apo 12:7-9; Mt 25:41.)
Facultades y privilegios. Puesto que Dios creó al hombre “un poco inferior a los ángeles” (Heb 2:7), se entiende que estos tienen una capacidad mental mayor que la del hombre, y que también son sobrehumanos en poder. “Bendigan a Jehová, oh ángeles suyos, poderosos en potencia, que llevan a cabo su palabra.” Su conocimiento y poder se manifestaron cuando dos ángeles provocaron la destrucción ardiente de Sodoma y Gomorra y en el caso en que un solo ángel mató a 185.000 soldados del ejército asirio. (Sl 103:20; Gé 19:13, 24; 2Re 19:35.)
Los ángeles también pueden desplazarse a grandes velocidades, velocidades muy superiores a las conocidas en el mundo físico. Por ejemplo, una de las veces en que Daniel estuvo orando, Dios envió a un ángel para contestar su oración, y este llegó a los pocos instantes, aun antes de que concluyera la oración. (Da 9:20-23.)
No obstante, a pesar de su superioridad en capacidad mental y poderes espirituales, los ángeles también tienen ciertas limitaciones. Jesús dijo que no sabían el “día y hora” en que este sistema de cosas sería barrido. (Mt 24:36.) Aunque se interesan profundamente en el desarrollo de los propósitos de Jehová, hay algunas cosas que no alcanzan a comprender. (1Pe 1:12.) Se regocijan por el arrepentimiento de un pecador y observan el “espectáculo teatral” de los cristianos aquí en la escena del mundo. También observan el ejemplo apropiado que ponen las mujeres cristianas que usan una señal de autoridad sobre su cabeza. (Lu 15:10; 1Co 4:9; 11:10; véase INMORTALIDAD - [A los herederos del Reino se les otorga inmortalidad].)
Como ministros de Jehová, han disfrutado de muchos privilegios desde tiempos inmemoriales. Hubo ángeles que ministraron a favor de Abrahán, Jacob, Moisés, Josué, Isaías, Daniel, Zacarías, Pedro, Pablo y Juan, por mencionar solo unos cuantos. (Gé 22:11; 31:11; Jos 5:14, 15; Isa 6:6, 7; Da 6:22; Zac 1:9; Hch 5:19, 20; 7:35; 12:7, 8; 27:23, 24; Apo 1:1.) Sus mensajes forman parte del contenido de la Biblia. En Revelación se menciona a los ángeles muchas más veces que en cualquier otro libro bíblico. Por ejemplo: se habla de que hay innumerables ángeles alrededor del gran trono de Jehová; siete tocan las siete trompetas, mientras que otros siete derraman los siete tazones de la cólera de Dios; un ángel que vuela en medio del cielo tiene “buenas nuevas eternas” y otro proclama que “Babilonia la Grande ha caído”. (Apo 5:11; 7:11; 8:6; 14:6, 8; 16:1.)
Respaldan la obra de Cristo y sus seguidores. Los santos ángeles de Dios siguieron con sumo interés la vida terrestre de Jesús de principio a fin. Anunciaron su concepción y nacimiento, y le ministraron después de su ayuno de cuarenta días. Un ángel lo fortaleció mientras oraba en Getsemaní en su última noche como ser humano. Cuando la muchedumbre se le acercó para arrestarle, de haberlo querido, hubiera tenido nada menos que doce legiones de ángeles a sus órdenes. Además, anunciaron su resurrección y también presenciaron su ascensión al cielo. (Mt 4:11; 26:53; 28:5-7; Lu 1:30, 31; 2:10, 11; 22:43; Hch 1:10, 11.)
Desde entonces en adelante, los mensajeros espíritus de Dios han continuado ministrando a Sus siervos en la Tierra, tal como Jesús prometió: “No desprecien a uno de estos pequeños; porque les digo que sus ángeles en el cielo siempre contemplan el rostro de mi Padre”. (Mt 18:10.) “¿No son todos ellos espíritus para servicio público, enviados para servir a favor de los que van a heredar la salvación?” (Heb 1:14.) Es cierto que estos poderosos mensajeros angélicos ya no se muestran visiblemente para intervenir a favor de los siervos terrestres de Jehová, como lo hicieron cuando pusieron en libertad a los apóstoles de la prisión; no obstante, a los siervos de Dios se les garantiza que el ejército de criaturas invisibles protectoras, siempre presente, es tan real como las fuerzas angelicales que rodearon al profeta Eliseo y a su servidor. “Porque él dará a sus propios ángeles un mandato acerca de ti, para que te guarden en todos tus caminos.” En efecto: “El ángel de Jehová está acampando todo en derredor de los que le temen, y los libra”. (Sl 91:11; 34:7; Hch 5:19; 2Re 6:15-17.)
También se hace mención de los ángeles que acompañan a Jesucristo cuando él se sienta a juzgar y se efectúa la separación del “trigo” y la “mala hierba” y la de las “ovejas” y las “cabras”. De igual manera, los ángeles se unen a Miguel en su guerra contra el dragón y sus fuerzas demoniacas al tiempo en que es dado a luz el reino de Dios en los cielos. Además, lucharán al lado del Rey de reyes cuando se inicie la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso. (Mt 13:41; 25:31-33; Apo 12:7-10; 19:14-16.)
¿Quiénes son los ángeles? - (w-19951101-Pg.8*/649)
AL CONTRARIO de lo que piensa mucha gente, los ángeles no son las almas de los seres humanos fallecidos. La Biblia dice claramente que los muertos “no tienen conciencia de nada en absoluto”. (Eclesiastés 9:5.) ¿Cuál es, entonces, el origen de los ángeles? La Biblia enseña que Dios los creó individualmente antes de fundar la Tierra. (Job 38:4-7.) La cantidad de ángeles que componen la familia celestial de Dios puede ascender a cientos de millones o quizás miles de millones. Algunos se unieron a Satanás en su rebelión. (Daniel 7:10; Apocalipsis 5:11; 12:7-9.) Como Jehová es un Dios de orden, no sorprende que su enorme familia de ángeles esté organizada. (1 Corintios 14:33.) ★Cada uno tiene su nombre y su propia personalidad. Como los ángeles fieles son humildes, no quieren que los seres humanos los adoren. Los ángeles tienen diferentes rangos y tareas. Algunas de estas son: servir delante del trono de Jehová, anunciar los mensajes divinos, proteger y guiar a los siervos de Dios de la Tierra, ejecutar las sentencias divinas y apoyar la predicación del Reino (Salmo 34:7; Ap. 14:6; 22:8, 9). ★En el futuro, los ángeles lucharán junto a Jesús en la guerra de Armagedón (Ap. 16:14, 16; 19:14, 15). ★El ángel principal, tanto en poder como en autoridad, es el arcángel, Jesucristo, a quien también se llama Miguel. (1 Tesalonicenses 4:16; Judas 9.) Bajo su autoridad hay serafines, querubines y ángeles. ★Los serafines están al servicio del trono de Dios. Según parece, su asignación implica declarar la santidad de Dios y mantener la limpieza de su pueblo. (Isaías 6:1-3, 6, 7.) ★También se ve a los querubines en la presencia de Jehová. Son portadores y escoltas de Su trono y mantienen en alto Su majestad. (Salmo 80:1; 99:1; Ezequiel 10:1, 2.) ★Los ángeles (palabra que significa “mensajeros”) son agentes y comisarios de Jehová. Llevan a cabo la voluntad divina, sea esta liberar al pueblo de Dios o destruir a los inicuos. (Génesis 19:1-26.) |
El prefijo “arc”, que significa “jefe” o “principal”, denota que hay un único arcángel o ángel principal. Este término nunca se emplea en plural en las Escrituras. En 1 Tesalonicenses 4:16 se habla de la preeminencia del arcángel y la autoridad que corresponde a su puesto con relación al resucitado señor Jesucristo: “El Señor mismo descenderá del cielo con una llamada imperativa, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los que están muertos en unión con Cristo se levantarán primero”. En vista de esto, es significativo que Miguel sea el único nombre que en las Escrituras se relaciona directamente con la palabra “arcángel”. (Jud 9; véase MIGUEL núm. 1.)
Espíritu invisible malvado que tiene poderes sobrehumanos. El término griego dái·mön (demonio) solo aparece una vez en las Escrituras Griegas Cristianas (Mt 8:31), mientras que en las demás ocasiones se emplea dai·mó·ni·on. Por otra parte, la palabra griega para “espíritu”, pnéu·ma, a veces también se usa con referencia a espíritus inicuos o demonios (Mt 8:16), y en ocasiones viene adjetivada por términos como ‘inicuo’, ‘inmundo’, “mudo” y “sordo”. (Lu 7:21; Mt 10:1; Mr 9:17, 25; véase ESPÍRITU - [Espíritus].)
Dios no creó a los demonios como tales. El primero que se hizo demonio a sí mismo fue Satanás el Diablo, quien llegó a ser el gobernante de otros hijos angélicos de Dios que también se hicieron demonios. (Mt 12:24, 26.) En los días de Noé, ángeles desobedientes se materializaron, se casaron con mujeres y engendraron una prole híbrida llamada nefilim. (Véase NEFILIM.) No obstante, se desmaterializaron cuando llegó el Diluvio. (Gé 6:1-4.) Cuando volvieron al reino de los espíritus, no recuperaron su elevada posición original, pues Judas 6 dice: “A los ángeles que no guardaron su posición original, sino que abandonaron su propio y debido lugar de habitación, los ha reservado con cadenas sempiternas bajo densa oscuridad para el juicio del gran día”. (1Pe 3:19, 20.) Por lo tanto, sus actividades están limitadas a esa condición de densa oscuridad espiritual. (2Pe 2:4.) Aunque no se les permite materializarse, aún pueden ejercer gran poder e influencia sobre la mente y la vida de los hombres. Incluso tienen poder para entrar en hombres y animales y poseerlos, y los hechos muestran que también se valen de cosas inanimadas, como casas, fetiches y amuletos. (Mt 12:43-45; Lu 8:27-33; véase POSESIÓN DEMONIACA.)
El objeto de toda esa actividad demoniaca es poner a la gente en contra de Jehová y de la adoración pura que a Él se le debe. Con buena base, la ley de Jehová prohibió tajantemente toda forma de demonismo. (Dt 18:10-12.) Sin embargo, el pueblo rebelde de Israel se apartó tanto de esa ley que llegó al extremo de sacrificar a sus hijos e hijas a demonios. (Sl 106:37; Dt 32:17; 2Cr 11:15.) En el tiempo de Jesús la influencia demoniaca estaba muy extendida, y la expulsión de demonios fue uno de los principales milagros que efectuó Cristo. (Mt 8:31, 32; 9:33, 34; Mr 1:39; 7:26-30; Lu 8:2; 13:32.) Jesús otorgó este poder a sus doce apóstoles y a los setenta discípulos que comisionó, para que también pudiesen expulsar demonios en su nombre. (Mt 10:8; Mr 3:14, 15; 6:13; Lu 9:1; 10:17.)
Hoy en día la influencia demoniaca no es menos manifiesta; sigue siendo cierto que “las cosas que las naciones sacrifican, a demonios las sacrifican”. (1Co 10:20.) En el último libro de la Biblia, la “revelación por Jesucristo, que Dios le dio, para mostrar a sus esclavos las cosas que tienen que suceder dentro de poco” (Apo 1:1), se da una advertencia profética respecto a la intensificación de la actividad demoniaca que habría sobre la Tierra, al decir: “Hacia abajo fue arrojado el gran dragón, la serpiente original, el que es llamado Diablo y Satanás, que está extraviando a toda la tierra habitada; fue arrojado abajo a la tierra, y sus ángeles [demonios] fueron arrojados abajo con él. [...] A causa de esto, [...] ¡Ay de la tierra y del mar!, porque el Diablo ha descendido a ustedes, teniendo gran cólera, sabiendo que tiene un corto período de tiempo”. (Apo 12:9, 12.) También dice que las expresiones inmundas semejantes a ranas, “son, de hecho, expresiones inspiradas por demonios, y ejecutan señales, y salen a los reyes de toda la tierra habitada, para reunirlos a la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso”. (Apo 16:13, 14.)
Por lo tanto, los cristianos deben luchar tenazmente en contra de esas fuerzas espirituales inicuas. Al comentar que no basta con solo creer, el discípulo Santiago dijo: “Tú crees que hay un solo Dios, ¿verdad? Haces bastante bien. Y sin embargo los demonios creen y se estremecen”. (Snt 2:19.) Pablo advirtió: “En períodos posteriores algunos se apartarán de la fe, prestando atención a expresiones inspiradas que extravían y a enseñanzas de demonios”. (1Ti 4:1.) No es posible comer de la mesa de Jehová y al mismo tiempo alimentarse de la mesa de los demonios. (1Co 10:21.) Por consiguiente, hay que luchar con firmeza en contra del Diablo y sus demonios, “contra las fuerzas espirituales inicuas en los lugares celestiales”. (Ef 6:12.)
¿Qué eran los “demonios” para los griegos a quienes Pablo predicó? El uso dado hasta aquí al término “demonio” es restringido y concreto si se compara con la noción que tenían los filósofos de la antigüedad y el uso que se dio a este vocablo en el griego clásico. El Theological Dictionary of the New Testament (edición de G. Kittel, vol. 2, pág. 8) dice a este respecto: “El significado del adj[etivo dai-mó-ni-os] destaca con toda claridad la peculiar concepción griega de los demonios, pues designa todo aquello que se halla más allá de las posibilidades humanas y que puede retrotraerse a la intervención de poderes superiores, tanto en lo que respecta al bien como en lo que se refiere al mal. Para los escritores precristianos, [to dai-mó-ni-on] tenía el sentido de lo ‘divino’” (traducción al inglés de G. Bromiley, edición de 1971). En una discusión que sostuvieron con Pablo los filósofos epicúreos y estoicos, dijeron de él: “Parece que es publicador de deidades [gr. dai-mo-ní-ön] extranjeras”. (Hch 17:18.)
Cuando Pablo se dirigió a los atenienses, empleó una forma compuesta del griego dái-mön, al decir: “Parecen estar más entregados que otros al temor a las deidades [gr. dei-si-dai-mo-ne-sté-rous; ‘más supersticiosos’, Vulgata latina]”. (Hch 17:22.) En un comentario sobre esta palabra compuesta, F. F. Bruce dice: “El buen o mal sentido de esta expresión se determina por el contexto. De hecho, es tan ambigua como la palabra ‘religiosos’ [...] que en un contexto como este sería mejor traducir por ‘muy religiosos’. No obstante, traducirla por ‘supersticiosos’ [como hacen Scío y Val, 1909] no es del todo inexacto; para Pablo, aquella religión era fundamentalmente supersticiosa, como también lo era —aunque sobre otra base— para los epicúreos”. (The Acts of the Apostles, 1970, pág. 335.)
Cuando Festo se dirigió al rey Herodes Agripa II, le dijo que los judíos habían tenido ciertas disputas con Pablo respecto a su propia “adoración de la deidad [gr. dei-si-dai-mo-ní-as; ‘superstición’, Vulgata latina]”. (Hch 25:19.) A propósito de esta palabra, F. F. Bruce comentó que “podría traducirse sin ambages por la palabra ‘superstición’ [como hacen BR, NC, Scío, TA y Val, 1909]. El adjetivo correspondiente tiene la misma ambigüedad que en Hechos 17:22”. (Commentary on the Book of the Acts, 1971, pág. 483.)
★DEMONIO DE FORMA DE CABRA.
Espíritu Maligno (Inmundo)
El término “espíritu inmundo” se refiere a los demonios que controlaban a las personas no creyentes. Por su presencia en la persona, le dejaba en una condición contraria a la santidad de Dios.
Solamente el poder divino era capaz de liberar a la persona de un espíritu malo. Vea poder otorgado a los discípulos del Señor Jesús. Mt 10:1.
Más de un espíritu inmundo puede entrar en un hombre. Mt 12:43-45.
Alguien posesionado no siempre evidencia la actividad demoníaca hasta que haya provocación. Vea hombre en la sinagoga que se tornó violento. Mr 1:23-27.
Los opositores del Señor Jesús explicaban el poder del Espíritu Santo dentro de El como proveniente de un espíritu inmundo Mr 3:28-20.
Vea explicación anterior del Señor sobre la lucha contra Satanás.
(Otros textos al respecto: Mr 5:2, 8, 13; 6:7 7:25 9:25; Lu 4:33, 36; 6:18; 8:29; 9:42; 11:24.)
Entre los griegos había la noción que los “demonios” eran buenos. Pensaban que eran los espíritus o fantasmas de personas ya muertas que venían a posesionarse o a controlar a los que estaban en la tierra.
El Antiguo Testamento los reconoce en los adivinos. (Lev 19:31).
El Nuevo Testamento los reconoce como personalidades. (Snt 2:19; Apo 16:14.)
Jesús hizo referencia a ellos en una parábola. (Lu 11:24-26.)
Jesús hace distinción entre ellos y las enfermedades. (Mt 10:8; Lu 10:17-20.)
Jesús les habla, ellos contestan y expresan un deseo. (Mr 5:8-13; 9:25.)
Tienen conocimiento de Jesús. (Mt 8:29)
Del griego drá·kon, que representa un monstruo terrorífico, un devorador en forma de serpiente. Aparece trece veces en la Biblia, pero solo en el libro de Revelación —de contenido totalmente simbólico—, y representa a Satanás el Diablo. Él es el “dragón grande de color de fuego, con siete cabezas y diez cuernos”, que tiene una cola que arrastra “la tercera parte de las estrellas del cielo” tras sí. Estas “estrellas” son ángeles que antes del Diluvio fueron inducidos a materializarse en forma humana y así se convirtieron en demonios. (Apo 12:3, 4; Jud 6.) A Satanás el dragón y a estos demonios se les arrojó del cielo, abajo, a las inmediaciones de la Tierra. “De modo que hacia abajo fue arrojado el gran dragón, la serpiente original, el que es llamado Diablo y Satanás.” (Apo 12:7-9.) En esta condición degradada persigue al resto de la “mujer” de Dios, los que tienen “la obra de dar testimonio”. (Apo 12:13-17.)
Este Satanás, de aspecto de dragón, es el que da poder y gran autoridad a la simbólica bestia salvaje que tiene siete cabezas y diez cuernos, y, a su vez, recibe adoración de los pueblos de “toda la tierra”. (Apo 13:2-4.) Juan ve también en visión que las “expresiones inspiradas por demonios” parecidas a ranas que croan, que salen a “los reyes de toda la tierra habitada”, proceden de la boca del dragón, o Satanás, así como de la boca de la “bestia salvaje” y del “falso profeta”. Tienen el efecto de reunir a estos gobernantes y sus apoyadores “a la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso [...] en el lugar que en hebreo se llama Har-Magedón [Armagedón]”. (Apo 16:13-16.) A continuación de esta guerra, la mayor de todas las habidas, el “ángel” que desciende del cielo prenderá “al dragón, la serpiente original, que es el Diablo y Satanás”, y lo atará y arrojará al abismo por mil años. (Apo 20:1-3; véase SATANÁS.)
Criatura angélica de alto rango con deberes especiales, que se distingue del orden de los serafines. La primera de las noventa y una veces que se menciona la palabra querubín en la Biblia es en Génesis 3:24, donde se explica que cuando Dios expulsó a Adán y Eva de Edén, situó querubines (heb. keru-vím) en la entrada oriental con la hoja llameante de una espada “para guardar el camino al árbol de la vida”. No se especifica si Dios situó allí más de dos querubines.
Entre los enseres del tabernáculo que se construyó en el desierto, había figuras que representaban querubines. A ambos extremos de la cubierta del Arca, elevándose encima de ella, había dos querubines de oro de labor a martillo, “con sus rostros el uno hacia el otro” e inclinados hacia la cubierta en actitud de adoración. Cada uno tenía dos alas que se extendían hacia arriba y cubrían protectoramente la cubierta. (Éx 25:10-21; 37:7-9.) La cubierta interior de las telas para tienda del tabernáculo y la cortina que dividía el Santo del Santísimo también tenían figuras de querubines bordadas. (Éx 26:1, 31; 36:8, 35.)
Estas no eran, como algunos afirman, figuras grotescas hechas a imitación de las monstruosas imágenes aladas que adoraban las naciones paganas de los alrededores. Más bien, según el testimonio unánime de la tradición judía antigua (la Biblia no dice nada al respecto), eran refinadísimas obras de arte que representaban criaturas angélicas de forma humana y gloriosa belleza, hechas en todo detalle ‘conforme al modelo’ que Moisés recibió del propio Jehová. (Éx 25:9.) El apóstol Pablo dice que eran “querubines gloriosos que cubrían con su sombra la cubierta propiciatoria”. (Heb 9:5.) Estos querubines en realidad estaban relacionados con la presencia de Jehová: “Y allí ciertamente me presentaré a ti, y hablaré contigo desde más arriba de la cubierta, desde entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio”. (Éx 25:22; Nú 7:89.) Por eso se decía que Jehová estaba “sentado sobre [o, entre] los querubines”. (1Sa 4:4; 2Sa 6:2; 2Re 19:15; 1Cr 13:6; Sl 80:1; 99:1; Isa 37:16.) De manera simbólica, los querubines eran “la representación del carro” sobre el que Jehová montaba (1Cr 28:18), y las alas de los querubines conferían tanto protección como rapidez al viajar. En consonancia con eso, en una canción poética David aludió a la rapidez con la que Jehová fue en su ayuda diciendo que “vino cabalgando sobre un querubín, y vino volando [...] sobre las alas de un espíritu”. (2Sa 22:11; Sl 18:10.)
Los detallados planos arquitectónicos del magnífico templo de Salomón indicaban que se colocaran en el Santísimo dos enormes querubines hechos de madera de árbol oleífero y revestidos de oro. Tenían una altura de diez codos (4,5 m.) y estaban colocados en el centro de la habitación, mirando hacia el E., a una distancia de diez codos entre sí. Las alas estaban extendidas de forma que mientras que con una tocaban la punta del ala del otro, con la otra tocaban la pared que daba al N. y al S. respectivamente, y por lo tanto abarcaban los veinte codos de ancho de la habitación. (Véase TEMPLO.) El arca del pacto y sus varales quedaban en el centro, debajo de sus alas. Las paredes y las puertas del templo también estaban decoradas con tallas grabadas de querubines revestidos de oro. Igualmente, los lados de las carretillas de cobre para el agua estaban adornadas con querubines. (1Re 6:23-35; 7:29-36; 8:6, 7; 1Cr 28:18; 2Cr 3:7, 10-14; 5:7, 8.) De manera similar, había querubines tallados que adornaban las paredes y las puertas del templo que Ezequiel contempló en visión. (Eze 41:17-20, 23-25.)
Ezequiel también relata varias visiones en las que se vieron querubines simbólicos cuya descripción era poco común. Primero los llama “criaturas vivientes” (Eze 1:5-28), para luego identificarlos como “querubines” (Eze 9:3; 10:1-22; 11:22). En estas visiones gráficas los querubines están asociados íntimamente con la gloriosa persona de Jehová y le sirven de continuo.
En este libro profético también se le dijo a Ezequiel que levantara “una endecha acerca del rey de Tiro”, en la que le identifica con un glorioso querubín cubriente y que estuvo una vez “en Edén, el jardín de Dios”, pero que fue despojado de su hermosura y reducido a cenizas sobre el suelo. “Esto es lo que ha dicho el Señor Soberano Jehová: ‘[...] Tú eres el querubín ungido que cubre, y yo te he colocado a ti. En la montaña santa de Dios resultaste estar. En medio de piedras de fuego te paseabas. Estuviste exento de falta en tus caminos desde el día que fuiste creado hasta que se halló injusticia en ti. [...] Yo te pondré como profano fuera de la montaña de Dios, y te destruiré, oh querubín que cubre [“oh querubín protector”, Vg]’.” (Eze 28:11-19.)
Espíritus que se hallan alrededor del trono de Jehová en los cielos. (Isa 6:2, 6.) La palabra hebrea sera-fím es un nombre plural que se deriva del verbo sa-ráf, que significa “quemar; arder”. (Le 4:12.) De ahí que el término hebreo sera-fím signifique literalmente “ardientes”. Cuando en otros lugares esta palabra, ya sea en singular o plural, se refiere a criaturas terrestres, su significado es “venenosa”, “abrasadora (que causa inflamación)” y “culebra abrasadora”. (Nú 21:6, 8, notas.)
El profeta Isaías nos cuenta su visión con las siguientes palabras: “En el año que murió el rey Uzías, yo, sin embargo, conseguí ver a Jehová, sentado en un trono excelso y elevado, y sus faldas llenaban el templo. Había serafines de pie por encima de él. Cada uno tenía seis alas. Con dos se cubría el rostro, y con dos se cubría los pies, y con dos volaba de acá para allá. Y este clamó a aquel y dijo: ‘Santo, santo, santo es Jehová de los ejércitos. La plenitud de toda la tierra es su gloria’. [...] Y procedí a decir: ‘¡Ay de mí! ¡Pues puedo darme como reducido a silencio, porque hombre inmundo de labios soy, y en medio de un pueblo inmundo de labios moro; pues mis ojos han visto al mismo Rey, Jehová de los ejércitos!’. Ante eso, uno de los serafines voló a donde mí, y en su mano había una brasa relumbrante que él había tomado con tenazas del altar. Y él procedió a tocarme la boca y a decir: ‘¡Mira! Esto ha tocado tus labios, y tu error se ha ido y tu pecado mismo queda expiado’”. (Isa 6:1-7.)
No se da ninguna descripción de la Persona Divina. Sin embargo, se dice que las faldas de su vestidura majestuosa llenaban el templo y no dejaban lugar para que alguien estuviese de pie. Su trono no descansaba sobre el suelo, sino que, además de ser “excelso”, era “elevado”. El que los serafines estuvieran “de pie” puede significar “suspendidos” en el aire por medio de uno de sus pares de alas, tal como la nube estaba parada o suspendida junto a la entrada de la tienda de Jehová en el desierto. (Dt 31:15.) El profesor Franz Delitzsch comenta en cuanto a la posición de los serafines: “Los serafines en realidad no destacarían sobre la cabeza del que estaba sentado sobre el trono, sino que estarían suspendidos por encima de la túnica que le pertenecía a Él y con la que estaba lleno el salón”. (Commentary on the Old Testament, 1973, vol. 7, parte 1, pág. 191.) En lugar de decir que “había serafines de pie por encima de él”, la Vulgata lee que estaban de pie por encima de “ello”.
De alto rango. Estas poderosas criaturas celestiales son ángeles que ocupan una posición muy elevada en la organización de Dios, pues se les muestra al servicio del trono de Dios. Los querubines de la visión de Ezequiel correspondían a corredores que acompañaban el carro celestial de Dios. (Eze 10:9-13.) Esta idea de posiciones de rango o autoridad en los cielos está en armonía con Colosenses 1:16, donde se habla de las cosas que están “en los cielos y sobre la tierra, las cosas visibles y las cosas invisibles, no importa que sean tronos, o señoríos, o gobiernos, o autoridades”.
Su función y responsabilidad. No se menciona la cantidad de serafines, pero se dice que estaban clamando uno al otro, lo que permite entender que se hallaban a cada lado del trono declarando la santidad y la gloria de Jehová en canción antifonal, es decir, uno (o un grupo) repetía después del otro la declaración: “Santo, santo, santo es Jehová de los ejércitos. La plenitud de toda la tierra es su gloria”, o respondía con una parte de ella al otro. (Compárese con la lectura de la Ley y la respuesta del pueblo, en Dt 27:11-26.) Con humildad y modestia ante la presencia del Supremo, cubrían sus rostros con uno de sus tres pares de alas, y como estaban en un lugar santo, cubrían sus pies con otro par en debido respeto al Rey celestial. (Isa 6:2, 3.)
El clamor de los serafines con respecto a la santidad de Dios muestra que tienen que ver con la declaración de su santidad y el reconocimiento de su gloria por todo el universo, lo que abarca la Tierra. Uno de los serafines tocó los labios de Isaías con una brasa relumbrante del altar para limpiar su pecado y su error. Tal acción puede darnos un indicio de que su trabajo está relacionado en cierta medida con la limpieza del pecado del pueblo de Dios, en virtud del sacrificio de Jesucristo sobre el altar de Dios. (Isa 6:3, 6, 7.)
Su forma en las visiones. La descripción de los serafines con pies, alas, etc., debe entenderse de manera simbólica. Su semejanza a la forma de criaturas terrestres solo representa algunas de sus aptitudes o de las funciones que realizan, tal como a menudo Dios habla simbólicamente de sí mismo como si tuviera ojos, oídos y otros rasgos humanos. El apóstol Juan muestra que ningún hombre conoce la forma de Dios al decir: “Amados, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Sí sabemos que cuando él sea manifestado seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es”. (1Jn 3:2.)
Control e influencia que mantiene a una persona cautiva a un espíritu inicuo invisible. En tiempos bíblicos, los endemoniados se veían afligidos de diversas maneras: algunos quedaban mudos, otros padecían ceguera o actuaban como si estuviesen locos, y algunos poseían una fuerza sobrehumana. Todos eran maltratados de forma perversa por estos tiranos invisibles. (Mt 9:32; 12:22; 17:15; Mr 5:3-5; Lu 8:29; 9:42; 11:14; Hch 19:16.) Entre sus víctimas había hombres, mujeres y niños. (Mt 15:22; Mr 5:2.) Algunas veces la persona estaba poseída al mismo tiempo por muchos demonios, lo que agravaba su aflicción. (Lu 8:2, 30.) Cuando se expulsaba al demonio, la persona volvía a un estado mental normal y sano. Existe una diferencia entre la posesión demoniaca y la enfermedad o dolencia física común, pues Jesús curó ambos tipos de males. (Mt 8:16; 17:18; Mr 1:32, 34.)
Algunos de los mayores milagros de Jesús consistieron en librar del cautiverio demoniaco a personas que se hallaban poseídas, pues los demonios no tenían poder contra él. No obstante, no todas las personas estaban contentas porque expulsaba demonios. Los fariseos lo acusaron de estar asociado con el gobernante de los demonios, Beelzebub, cuando en realidad, como el propio Jesús indicó, ellos eran la prole del Diablo. (Mt 9:34; 12:24; Mr 3:22; Lu 11:15; Jn 7:20; 8:44, 48-52.) Jesús conocía la fuente de su poder sobre los demonios, y reconoció públicamente que era el espíritu santo de Jehová. (Mt 12:28; Lu 8:39; 11:20.) Los mismos demonios reconocieron la identidad de Jesús y le llamaron “Hijo de Dios”, “el Santo de Dios” y “Jesús, Hijo del Dios Altísimo”. (Mt 8:29; Mr 1:24; 3:11; 5:7; Lu 4:34, 41; Hch 19:15; Snt 2:19.) Sin embargo, Jesús no permitió en ninguna ocasión que testificasen a su favor. (Mr 3:12.) No obstante, a un hombre que había sido librado del poder de los demonios le animó a que comunicara a sus familiares ‘todas las cosas que Jehová había hecho por él’. (Mr 5:18-20.)
Jesús también otorgó autoridad sobre los demonios a sus 12 apóstoles, y más tarde a los 70 que envió, de manera que ellos también podían curar a los endemoniados en el nombre de Jesús. (Mt 10:8; Mr 3:15; 6:13; Lu 9:1; 10:17.) Incluso un hombre que no iba con Jesús y sus apóstoles pudo expulsar a un demonio sobre la base del nombre de Jesús. (Mr 9:38-40; Lu 9:49, 50.) Los apóstoles mantenían este poder después de la muerte de Jesús. Pablo expulsó un “demonio de adivinación” de una sirvienta, aunque aquello encolerizó mucho a sus dueños debido a que amaban el dinero. (Hechos 16:16-19.) Pero cuando ciertos impostores, los siete hijos del sacerdote Esceva, intentaron expulsar a un demonio en el nombre de “Jesús a quien Pablo predica”, el hombre poseído logró dominar a los siete, de modo que huyeron heridos y desnudos. (Hch 19:13-16.)
A veces la conducta salvaje y desenfrenada de ciertos desequilibrados mentales se debe a que están poseídos por estos invisibles secuaces de Satanás. En algunas ocasiones se ha informado de médium espiritistas que expulsan esos demonios, lo que recuerda las palabras de Jesús: “Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios [...]?’. Y sin embargo, entonces les confesaré: ¡Nunca los conocí!”. (Mt 7:22, 23.) Por lo tanto, hay razones apremiantes para que prestemos atención al consejo: “Sean vigilantes” y “pónganse la armadura completa que proviene de Dios para que puedan estar firmes contra las maquinaciones del Diablo” y sus demonios. (1Pe 5:8; Ef 6:11.)
¿De cuántos hombres expulsó Jesús los demonios que se apoderaron de los cerdos? Mateo, el evangelista, menciona a dos hombres. (Mat. 8:28) Pero Marcos y Lucas solo mencionan a uno. (Mar. 5:2; Luc. 8:27) Sin duda Marcos y Lucas concentraron su atención solamente en un hombre bajo posesión demoníaca porque Jesús le habló a él y el caso de éste fue el más sobresaliente de los dos. Quizás había sido más violento y había sufrido por más tiempo bajo el control demoníaco que el otro hombre. Después de eso, posiblemente solo aquel hombre haya querido acompañar a Jesús tras el incidente. En vez de permitir esto, Jesús le mandó que diera a saber lo que Jehová había hecho para él. (Mar. 5:18-20) En una situación algo paralela, Mateo habla de dos ciegos que fueron sanados por Jesús, mientras que Marcos y Lucas mencionan a uno solo. (Mat. 20:29-34; Mar. 10:46; Luc. 18:35) Puesto que evidentemente la conversación de Jesús se dirigió en particular a una sola persona en cada caso, Marcos y Lucas no mencionaron el hecho de que hubiera otro hombre endemoniado y otro hombre ciego presentes. Sin embargo, el relato del Evangelio de Mateo no es incorrecto por suministrar estos detalles.
FANTASMAS, duendes, genios, demonios...
Personas de diversas religiones creen en estos espíritus y los consideran malignos, buenos, o ambas cosas a la vez. Otras, en cambio, opinan que no son más que una superstición, un producto de la imaginación. Ahora bien, ¿qué dice la Biblia sobre este tema?
La Biblia enseña que el Creador mismo es un Espíritu y que sus primeras creaciones fueron espíritus, o ángeles (Juan 4:24; Hebreos 1:13, 14). Además, habla de espíritus malignos, a los que a veces llama demonios (1 Corintios 10:20, 21; Santiago 2:19). Pero no enseña que Dios creara a los demonios. Entonces, ¿quiénes son, y de dónde salieron?
Cuando Dios creó a seres espirituales, los dotó de libre albedrío, es decir, de la capacidad de elegir por ellos mismos si hacer el bien o el mal. Por desgracia, tras la creación del ser humano, un número no especificado de ángeles optó por hacer el mal rebelándose contra Dios.
El primer espíritu que se rebeló, el más infame, se convirtió en Satanás. “No permaneció firme en la verdad”, dijo Jesucristo (Juan 8:44). ¿Qué impulsó a Satanás a volverse contra Dios? Empezó a codiciar la adoración que le pertenece exclusivamente al Creador, actúen conformidad con ese deseo y se erigió en un dios rival. De esta manera se hizo a sí mismo Satanás, palabra que significa “opositor”. Siglos más tarde, antes del diluvio universal, otros ángeles se unieron a ´el al abandonar su puesto en los cielos y materializarse en forma humana para vivir en la Tierra (Génesis 6:1-4; Santiago 1:13-15). Cuando vino el Diluvio, todo indica que “los ángeles que pecaron” se desmaterializaron y regresaron a la región espiritual (2 Pedro 2:4; Génesis 7:17-24). Andando el tiempo se les llegó a conocer como demonios (Deuteronomio 32:17; Marcos 1:34).
Pero la situación de los ángeles desobedientes pasó a ser muy distinta de la que habían tenido antes de rebelarse. Judas 6 explica: “A los ángeles que no guardaron su posición original, sino que abandonaron su propio y debido lugar de habitación, [Dios] los ha reservado con cadenas sempiternas bajo densa oscuridad para el juicio del gran día”. En efecto, Dios no permitió que los demonios volvieran a tener los privilegios que antes habían disfrutado en el cielo. Más bien, los privó de toda iluminación espiritual echándolos en simbólicos “hoyos de densa oscuridad”.
“Extraviando a toda la tierra habitada”
Aunque todo apunta a que los demonios no pueden materializarse de nuevo como seres humanos, siguen teniendo mucho poder y ejerciendo gran influencia sobre las ideas y la vida de la gente. De hecho, Satanás, junto con sus huestes demoníacas, “está extraviando a toda la tierra habitada” (Apocalipsis 12:9; 16:14). ¿De qué manera? En buena medida, a través de “enseñanzas de demonios” (1 Timoteo 4:1). Estas doctrinas falsas, a menudo de carácter religioso, han cegado la mente de millones de personas a la verdad sobre Dios (2 Corintios 4:4). Lo invitamos a considerar algunas de tales enseñanzas.
★La creencia de que los muertos siguen vivos. Por medio de apariciones, voces y diversos engaños, los demonios inducen a la gente a creer que los vivos pueden comunicarse con los muertos. Con ello también fomentan la mentira de que hay un alma que sobrevive a la muerte del cuerpo. Sin embargo, la Biblia afirma rotundamente que los muertos “no tienen conciencia de nada en absoluto” (Eclesiastés 9:5, 6). Puesto que ‘han bajado al silencio’, ni siquiera pueden alabar a Dios (Salmo 115:17).
★La moral del “todo vale”. “El mundo entero yace en el poder del inicuo”, dice 1 Juan 5:19. Valiéndose de los medios de comunicación y de otros canales, Satanás y sus demonios promueven la maliciosa idea de que los seres humanos deben dar rienda suelta a sus más bajos deseos (Efesios 2:1-3). Por esa razón, el mundo de hoy está plagado de perversiones sexuales y de todo tipo de inmoralidad. Estas conductas llegan incluso a verse como normales, mientras que los principios bíblicos se suelen considerar anticuados o intolerantes.
★La creencia en el espiritismo. En cierta ocasión, el apóstol Pablo se encontró con una sirvienta poseí da por “un demonio de adivinación [mediante el que] proporcionaba mucha ganancia a sus amos practicando el arte de la predicción” (Hechos 16:16). Pablo se negó a escucharla, pues sabía de dónde procedían sus dotes sobrenaturales. Además, no quería ofender a Dios, para quien son detestables todas las formas de espiritismo, incluyendo la astrología y la práctica de invocar a poderes ocultos (Deuteronomio 18:10-12).
¿Cómo puede usted protegerse de los espíritus malignos? La Biblia responde: “Sujétense [...] a Dios; pero opónganse al Diablo, y el huirá de ustedes” (Santiago 4:7). Podemos seguir este mandato obedeciendo en nuestra vida las enseñanzas de la Biblia, el único libro sagrado que denuncia abiertamente a Satanás, los demonios y sus “artimañas” (Efesios 6:11, nota; 2 Corintios 2:11). La Biblia también nos dice que los espíritus malignos y todos los que se oponen a Dios dejarán de existir (Romanos 16:20). “Los rectos son los que residirán en la tierra, y los exentos de culpa son los que quedarán en ella”, asegura Proverbios 2:21.
Puede que los discípulos erróneamente pensaran que un mensajero angélico que había venido en representación de Pedro estaba a la puerta. Examinemos el contexto de este pasaje.
Pedro había sido arrestado por Herodes, quien había dado muerte a Santiago, de modo que los discípulos tenían motivo para creer que lo mismo le ocurriría a Pedro. Encadenado y encarcelado, el apóstol se hallaba bajo la vigilancia de cuatro relevos de cuatro soldados cada uno. Sin embargo, cierta noche un ángel lo sacó milagrosamente de la prisión. Cuando el apóstol se dio cuenta de lo que había sucedido, dijo: “Ahora sé realmente que Jehová envió su ángel y me libró de la mano de Herodes” (Hechos 12:1-11).
Pedro enseguida fue a la casa de María, la madre de Juan Marcos, donde se hallaban varios discípulos. Cuando tocó a la puerta de entrada, una sierva joven llamada Rode fue a ver quién era. Al reconocer la voz de Pedro, corrió para avisar a los demás, sin tan siquiera abrirle la puerta al apóstol. Al principio, los discípulos no podían creer que Pedro estuviera allí. Por eso, supusieron equivocadamente que era “su ángel” (Hechos 12:12-15).
¿Creían los discípulos que Pedro ya había muerto y que su espíritu incorpóreo estaba en la entrada? Difícilmente, pues los seguidores de Jesús conocían las verdades bíblicas sobre la condición de los muertos, es decir, entendían que estos “no tienen conciencia de nada en absoluto” (Eclesiastés 9:5, 10). Entonces, ¿qué quisieron decir cuando afirmaron: “Es su ángel”?
Los discípulos de Jesús sabían que a lo largo de la historia los ángeles habían prestado ayuda personal al pueblo de Dios. Por ejemplo, Jacob habló del “ángel que ha estado recobrándome de toda calamidad” (Génesis 48:16). Y respecto a un niño que se hallaba entre ellos, Jesús dijo a sus discípulos: “Miren que no desprecien a uno de estos pequeños; porque les digo que sus ángeles en el cielo siempre contemplan el rostro de mi Padre que está en el cielo” (Mateo 18:10). Con estas palabras, no quiso decir que cada uno de sus seguidores tuviera un ángel de la guarda. Más bien, estaba destacando que estas criaturas espirituales al servicio de Dios están muy interesadas en los cristianos verdaderos.
Cabe señalar que Las Escrituras del Nuevo Pacto vierten el vocablo ág·gue·los (“ángel”) como “mensajero [celestial]” (corchetes del autor y ortografía actualizada). Parece que algunos judíos creían que cada siervo de Dios tenía su propio ángel, esto es, un “ángel de la guarda”. Por supuesto, tal creencia no aparece de forma explícita en la Palabra de Dios. Con todo, es posible que cuando los discípulos dijeron “es su ángel”, creyeran que un mensajero angélico en representación de Pedro estaba de pie a la entrada.
La investidura del sacerdocio para desempeñar ese puesto. La palabra hebrea para “instalación” (mil·lu·`ím) significa literalmente “llenado”, es decir, la acción de llenar la mano de poder o facultar. (Éx 29:22, nota; compárese con Eze 43:26, nota; véase Manos - [Llenar la mano de poder].) Se usa el mismo término para referirse al engaste de joyas. (1Cr 29:2.)
Se escogió a Aarón y a sus hijos de la familia qohatita de la tribu de Leví para que fueran sacerdotes en Israel. (Éx 6:16, 18, 20; 28:1.) La ceremonia de instalación duró siete días, al parecer del 1 al 7 de Nisán del año 1512 a. E.C., mientras el pueblo de Israel estaba acampado al pie del monte Sinaí, en la península arábiga. (Éx 40:2, 12, 17.) La tienda de reunión se había erigido el primer día del mes; Jehová había escogido a la familia sacerdotal y había ordenado a Moisés, el hermano de Aarón, que efectuase la ceremonia de santificación e instalación del sacerdocio como mediador del pacto de la Ley. Las instrucciones para el procedimiento se dan en el capítulo 29 de Éxodo, y el relato de cómo Moisés llevó a cabo la ceremonia se halla en el capítulo 8 de Levítico.
En el transcurso del primer día, con la presencia de Jehová representada por la columna de nube encima del tabernáculo (Éx 40:33-38), Moisés reunió todo lo necesario para el sacrificio: el toro, los dos carneros, la cesta de tortas no fermentadas, el aceite de la unción y las prendas de vestir sacerdotales. Tal como se le había mandado, convocó a la congregación de Israel, lo que probablemente quería decir a los hombres de mayor edad como representantes de toda la congregación, para que se reuniesen a la entrada de la tienda de reunión, fuera de la cortina que rodeaba el patio. Como parece que ellos podían ver lo que acontecía en el patio, es probable que se hubiese quitado la pantalla de la puerta de entrada, que tenía 20 codos (casi 9 m.) de anchura. (Le 8:1-5; Éx 27:16.)
Moisés lavó a Aarón y a sus hijos, Nadab, Abihú, Eleazar e Itamar (o les ordenó que se lavasen) en la palangana de cobre que estaba en el patio, y luego colocó sobre Aarón las vestiduras gloriosas de sumo sacerdote. (Nú 3:2, 3.) Ataviado con hermosas prendas de vestir, Aarón recibió las vestiduras que representaban las cualidades y responsabilidades de su cargo. Después Moisés ungió el tabernáculo, todo el mobiliario y sus utensilios, así como el altar de la ofrenda quemada, la palangana y los utensilios relacionados con este servicio. Con este procedimiento se santificó todo lo mencionado y se reservó para el uso y servicio exclusivo de Dios a partir de entonces. Finalmente, Moisés ungió a Aarón derramándole el aceite sobre la cabeza. (Le 8:6-12; Éx 30:22-33; Sl 133:2.)
Toro de la ofrenda por el pecado. A continuación Moisés vistió a los hijos de Aarón, después de lo cual hizo que tanto Aarón como sus hijos pusiesen sus manos sobre la cabeza del toro de la ofrenda por el pecado. Esta acción significó el reconocimiento de que la ofrenda les beneficiaba a ellos como casa sacerdotal. Después de degollar el toro, Moisés puso parte de la sangre sobre el altar y vertió el resto en su base, lo que simbolizaba la limpieza de la contaminación debida a la naturaleza pecaminosa de los sacerdotes que oficiaban en el altar. La sangre que se ponía sobre los cuernos del altar significaba que el poder de los sacrificios se hallaba en la sangre derramada de la víctima. (Heb 9:22.) También se salpicaba parte de la sangre sobre el altar cuando se presentaban otras ofrendas. (Le 1:5, 11; 3:2; 4:6; 16:18.) Hay que notar, sin embargo, que puesto que este era el ‘día de ordenación’ para el sacerdocio y no el día nacional de expiación por los pecados, la sangre del toro no se introducía en el Santísimo. (Véase Le 16:14.) Como en el caso de otras ofrendas por el pecado, se colocaban sobre el altar la grasa de los intestinos, el apéndice del hígado y los dos riñones con su grasa. (Le 4:8-10, 20, 26, 31.) Uno de los sacerdotes llevaba fuera del campamento el resto del toro, con su piel y estiércol, para quemarlo. (Le 8:13-17.)
Carneros para el sacrificio. Luego Aarón y sus hijos colocaron sus manos sobre el carnero de la ofrenda quemada, tras lo cual fue degollado y se salpicó sobre el altar parte de su sangre. Posteriormente se cortó en trozos el carnero, se lavó y se quemó sobre el altar, salvo el estiércol y la piel. (Le 7:8.) Del mismo modo que este carnero de la ofrenda quemada se ofrecía completo y no se retenía nada para el consumo humano, esos sacerdotes quedaban completamente santificados para el servicio sacerdotal santo de Jehová. (Le 8:18-21; compárese con Le 1:3-9.)
Después los sacerdotes colocaron las manos sobre el otro carnero, el “carnero de la instalación”, y lo sacrificaron. En este caso la sangre se usó de manera diferente: parte se puso sobre el lóbulo de la oreja derecha, el dedo pulgar derecho y el dedo gordo del pie derecho de Aarón y de sus hijos; por lo tanto, cuando ofrecieran sacrificios tenían que usar plenamente las facultades que representaban esos miembros. Moisés salpicó sobre el altar el resto de la sangre. (Le 8:22-24.)
Antes de que se ofreciese de la manera habitual, la grasa que se hallaba alrededor de los órganos del carnero, se colocó sobre la pierna derecha del animal, junto con cada una de las tres clases de tortas no fermentadas que se hallaban en la cesta. Luego, todo esto se puso sobre las palmas de Aarón y de sus hijos, y después Moisés lo meció delante de Jehová, por lo visto colocando sus manos debajo de las de los sacerdotes. Esto significaba que sus manos estaban ‘llenas de poder’, es decir, llenas de dones de sacrificio, así como completamente equipadas y con poder para ofrecer sacrificios. Así se les mostró que no solo estaban autorizados para ofrecer las porciones grasas sobre el altar, sino también para recibir dones para su sustento, lo que constituía una abundante provisión de Jehová para el sacerdocio. La parte del carnero que se mecía, la pierna derecha, era la que se solía destinar al sacerdote que oficiaba. (Le 7:32-34; Nú 18:18.) En esta ocasión, toda la ofrenda se consumió sobre el altar. Por tanto, se presentó (meció) delante de Jehová y se ofreció realmente, en reconocimiento de que era un don de Jehová para el sacerdocio. (Le 8:25-28.)
Moisés, que hizo de sacerdote durante el servicio de instalación, recibió entonces su porción: el pecho del carnero de instalación, después de haberlo presentado como ofrenda mecida. (Le 8:29; véase también Éx 29:26-28.)
Parte de la sangre del carnero y del aceite de la unción (al parecer mezclados) se salpicó sobre Aarón y sus hijos, así como sobre sus vestiduras, a fin de santificarlos. De este modo se mostraba también que ofrecían sacrificios dirigidos por el espíritu de Dios. No se dice que se ungiera a los hijos de Aarón derramándoles aceite sobre la cabeza, como en el caso de su padre. (Le 8:30.)
La parte del carnero que no se había quemado sobre el altar ni se había dado a Moisés tenía que cocerse, y Aarón y sus hijos debían comerla, junto con las tortas que aún quedaban en la cesta, a la entrada de la tienda de reunión. Todo el alimento sobrante tenía que quemarse a la mañana siguiente. De esta manera se resaltaba la limpieza y también se recalcaba lo completo de su santificación y de su servicio (porque lo que se comía no llegaba a pudrirse ni a ponerse rancio, y los restos se destruían por completo). Es de notar también que no había levadura en las tortas. (Le 8:31, 32; Éx 29:31-34.)
Conclusión de la instalación. La instalación duró siete días, y los sacerdotes no pudieron desempeñar sus funciones en el sentido más completo hasta que no terminó esta ceremonia. Cada día se sacrificaba un toro como ofrenda por el pecado para purificar el altar. Durante los siete días, día y noche, los sacerdotes, recién ordenados, tenían que ocupar puestos de guardia a la entrada de la tienda de reunión, guardando “la vigilia obligatoria de Jehová”, para que no muriesen. (Le 8:33-36; Éx 29:35-42.)
En el octavo día, los sacerdotes, completamente equipados e instalados en su puesto, oficiaron (sin la ayuda de Moisés) por primera vez, efectuando un servicio de expiación por la nación de Israel. El pueblo de Israel necesitaba esta limpieza, no solo debido a su pecaminosidad natural, sino también a su reciente desobediencia en relación con el becerro de oro, lo que había ocasionado el disfavor de Jehová. (Le 9:1-7; Éx 32:1-10.) Cuando concluyó este primer servicio de los sacerdotes, Jehová manifestó su aprobación y les confirmó en su puesto enviando fuego milagroso desde la columna de nube encima del tabernáculo, que devoró el resto del sacrificio colocado sobre el altar. (Le 9:23, 24.)
La Biblia no registra que hubiera una ceremonia de instalación para los sucesores de Aarón. Por lo visto, este único servicio de instalación fue suficiente para colocar a la casa de Aarón y a todos sus descendientes varones en el sacerdocio por tiempo indefinido, hasta que fuera instalado en su puesto el verdadero y eterno Sumo Sacerdote, Jesucristo. (Heb 7:12, 17; 9:11, 12; véanse SACERDOTE; SUMO SACERDOTE.)
Antes de que se fundara la congregación cristiana, los sacerdotes eran para los verdaderos adoradores de Dios los representantes de Jehová ante el pueblo y los encargados de instruirlos acerca de Él y Sus leyes. A su vez, representaban al pueblo ante Dios mediante la presentación de sacrificios, intercesiones y ruegos. Hebreos 5:1 dice a este respecto: “Todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es nombrado a favor de los hombres sobre las cosas que tienen que ver con Dios, para que ofrezca dádivas y sacrificios por los pecados”. El término hebreo que se traduce por “sacerdote” es ko·hén, y el griego, hi·e·réus. Examinar el servicio sagrado que rendían los sacerdotes de Israel en el templo de Jerusalén nos ayudará a entender mejor la misericordiosa provisión por la cual los hombres pecadores pueden reconciliarse con Dios. (Hebreos 10:1-7.)
En los primeros tiempos. En tiempos patriarcales, el cabeza de familia era el sacerdote de la familia, y la responsabilidad pasaba al primogénito en caso de que muriese el padre. Por ejemplo, en tiempos antiguos, Noé actuó como sacerdote en favor de su familia. (Gé 8:20, 21.) El cabeza Abrahán tenía una gran familia con la que viajaba de lugar en lugar, edificando altares y haciendo sacrificios a Jehová en los diversos lugares donde acampaba. (Gé 14:14; 12:7, 8; 13:4.) Dios dijo de Abrahán: “Porque he llegado a conocerlo a fin de que dé mandato a sus hijos y a su casa después de él de modo que verdaderamente guarden el camino de Jehová para hacer justicia y juicio”. (Gé 18:19.) Isaac y Jacob siguieron la misma norma (Gé 26:25; 31:54; 35:1-7, 14), y Job, que no era israelita, aunque probablemente era pariente lejano de Abrahán, también tuvo por costumbre ofrecer sacrificios a Jehová en favor de sus hijos, pues decía para sí: “Quizás mis hijos hayan pecado y hayan maldecido a Dios en su corazón”. (Job 1:4, 5; véase también 42:8.) Sin embargo, la Biblia no llama específicamente a estos hombres ko·hén o hi·e·réus. Sin embargo, a Jetró, el cabeza de familia y suegro de Moisés, se le llama “sacerdote [ko·hén] de Madián”. (Éx 2:16; 3:1; 18:1.)
Melquisedec, el rey de Salem, era un sacerdote (ko·hén) singular. La Biblia no guarda ningún registro de sus antepasados, su nacimiento o su muerte. No recibió su sacerdocio por herencia, y no tuvo ni predecesores ni sucesores en ese cargo. Desempeñaba las funciones de rey y sacerdote. Su sacerdocio era mayor que el levítico, pues Leví en realidad presentó diezmos a Melquisedec, ya que todavía estaba en los “lomos de Abrahán” cuando este ofreció diezmos a Melquisedec, quien lo bendijo. (Gé 14:18-20; Heb 7:4-10.) Melquisedec prefiguró en esto a Jesucristo, el “sacerdote para siempre a la manera de Melquisedec”. (Heb 7:17.)
Los cabezas de familia de la prole de Jacob (Israel) debieron hacer de sacerdotes hasta que Dios instituyó el sacerdocio levítico. Por consiguiente, cuando Dios condujo al pueblo al monte Sinaí, ordenó: “Que también los sacerdotes que con regularidad se acercan a Jehová se santifiquen, para que Jehová no irrumpa contra ellos”. (Éx 19:22.) Esto ocurrió antes de que se instituyera el sacerdocio levítico. Pero a Aarón se le permitió subir con Moisés a la montaña parte del camino aunque todavía no estaba designado como sacerdote. Esta circunstancia armonizaba con la posterior designación de Aarón y sus descendientes como sacerdotes. (Éx 19:24.) Esta fue una indicación temprana de que Dios pensaba reemplazar el antiguo sistema (el sacerdocio ejercido por el cabeza de familia) por un sacerdocio de la casa de Aarón.
Bajo el pacto de la Ley. Mientras los israelitas eran esclavos en Egipto, Jehová santificó para sí a todo hijo primogénito de Israel cuando destruyó a los primogénitos de Egipto en la décima plaga. (Éx 12:29; Nú 3:13.) Por consiguiente, estos primogénitos pertenecían a Jehová, y solo podían utilizarse para servir a Dios de algún modo especial. Dios podía haber designado a todos estos varones primogénitos de Israel como sacerdotes o cuidadores del santuario. Sin embargo, le pareció mejor utilizar varones de la tribu de Leví para este servicio. Por esta razón permitió que la nación ofreciera a los varones levitas a cambio de los varones primogénitos de las otras doce tribus (los descendientes de Efraín y Manasés, los hijos de José, fueron contados como dos tribus). El censo indicó que la cantidad de primogénitos no levitas de un mes de edad para arriba superaba en 273 a los varones levitas, de manera que Dios exigió un precio de rescate de cinco siclos (11 dólares [E.U.A.]) por cada uno de los 273, y el dinero se cedió a Aarón y sus hijos. (Nú 3:11-16, 40-51.) Antes de esta transacción, Jehová ya había apartado a los varones de la familia de Aarón de la tribu de Leví para que constituyesen el sacerdocio de Israel. (Nú 1:1; 3:6-10.)
Durante un largo período de tiempo, solo a la nación de Israel se le concedió la oportunidad de aportar los miembros para “un reino de sacerdotes y una nación santa” (Éx 19:6), pero esa oportunidad dejó de ser exclusiva debido a que la nación rechazó al Hijo de Dios. (Compárese con Mt 21:43; 1Pe 2:7-10.)
En un principio el rey de Israel era Jehová, pero más tarde hizo que el linaje real recayese sobre David. Aunque Jehová continuaba siendo el Rey invisible, el linaje davídico actuó en su representación en la administración temporal del reino. Por eso se decía que estos reyes terrestres se sentaban en el “trono de Jehová”. (1Cr 29:23.) No obstante, el sacerdocio se mantuvo en el linaje aarónico, separado del poder real. En cualquier caso, únicamente aquella nación reunió en sí misma tanto el reino como el sacerdocio de Jehová Dios y su “servicio sagrado”. (Ro 9:3, 4.)
Inauguración del sacerdocio. Solo Dios puede nombrar a un sacerdote; nadie puede ocupar ese puesto por decisión propia. (Heb 5:4.) De acuerdo con este hecho, Jehová mismo nombró a Aarón y su casa para el sacerdocio “hasta tiempo indefinido” y los separó de la familia de los qohatitas, una de las tres divisiones principales de la tribu de Leví. (Éx 6:16; 28:43.) No obstante, Moisés, que había actuado como mediador del pacto de la Ley, intervino en representación de Dios al santificar a Aarón y a sus hijos, y luego llenar sus manos de poder para que oficiasen de sacerdotes; el relato de esta ceremonia se encuentra en Éxodo 29 y Levítico 8. Al parecer, la inauguración del sacerdocio duró siete días, del 1 al 7 de Nisán del año 1512 a. E.C. (Véase INSTALACIÓN.) El sacerdocio recién inaugurado comenzó sus servicios a favor del pueblo de Israel al día siguiente, el 8 de Nisán.
Requisitos. Jehová puso los requisitos que debían llenar los del linaje familiar de Aarón que sirvieran en el altar de Dios. Un sacerdote tenía que estar sano físicamente y tener una apariencia normal. En caso contrario no podría acercarse con ofrendas al altar ni tampoco a la cortina que estaba entre los compartimientos del tabernáculo llamados Santo y Santísimo. No obstante, aun en estas circunstancias, tenía el derecho de recibir ayuda del diezmo y podía participar de las “cosas santas” provistas como alimento para el sacerdocio. (Le 21:16-23.)
No se especifica a qué edad se emprendía el sacerdocio, si bien el censo de los qohatitas que se tomó en el monte Sinaí incluyó a los que tenían entre treinta y cincuenta años de edad. (Nú 4:3.) Los levitas empezaban su servicio obligatorio en el santuario a los veinticinco años de edad (aunque durante el reinado de David se redujo a los veinte; Nú 8:24; 1Cr 23:24) y se retiraban a los cincuenta, siempre y cuando no fuesen sacerdotes, pues no existía la jubilación para estos. (Nú 8:25, 26; véase JUBILACIÓN.)
Manutención. A la tribu de Leví no se le concedió ninguna porción de terreno como herencia, más bien, vivieron ‘esparcidos por Israel’, en las 48 ciudades que se les dio para residir con sus familias y ganado. Trece de estas ciudades fueron asignadas a los sacerdotes. (Gé 49:5, 7; Jos 21:1-11.) Hebrón, una de las ciudades de refugio, era una ciudad sacerdotal. (Jos 21:13.) Si a los levitas no se les asignó ninguna tierra en herencia, se debió a lo que el propio Jehová dijo: “Yo soy la parte que te corresponde, y tu herencia, en medio de los hijos de Israel”. (Nú 18:20.) Los levitas cumplían con el trabajo que correspondía a su ministerio y mantenían sus casas y las dehesas de las ciudades que se les asignaron. También tenían que cuidar de otros terrenos que los israelitas dedicasen al uso del santuario. (Le 27:21, 28.) Jehová dispuso que los levitas recibieran un diezmo de todo el producto de la tierra de las otras doce tribus. (Nú 18:21-24.) De este diezmo, o décima parte, los levitas, a su vez, tenían que dar una décima parte de todo lo mejor como diezmo para el sacerdocio. (Nú 18:25-29; Ne 10:38, 39.) De modo que el sacerdocio recibía un 1% del producto nacional, lo que le permitía dedicar todo su tiempo al servicio a Dios.
Aunque esta contribución era abundante, no era comparable al lujo y poder financiero que tenía la clase sacerdotal de las naciones paganas. Por ejemplo, los sacerdotes egipcios eran propietarios de tierras (Gé 47:22, 26), y valiéndose de astutos manejos, se convirtieron en la clase más rica y poderosa de Egipto. La obra A History of the Ancient Egyptians (de James H. Breasted, 1908, págs. 355, 356, 431, 432) explica que durante la llamada ‘vigésima dinastía’ el Faraón pasó a ser un mero títere. El sacerdocio se había adueñado de la región aurífera de Nubia y de la extensa provincia del Alto Nilo. El sumo sacerdote era el funcionario fiscal más importante del país —después del jefe de los tesoreros—, estaba al mando de los ejércitos y tenía acceso al tesoro del país. En las representaciones pictográficas se destaca más al sumo sacerdote que al Faraón.
Cuando Israel descuidaba su adoración y se volvía negligente en el pago de los diezmos, el sacerdocio sufría, así como los levitas no sacerdotales, que tenían que buscar otro trabajo para mantener a sus familias. Esta mala actitud hacia el santuario y su manutención hacía a su vez que la nación sufriera aún más por la falta de espiritualidad y de conocimiento de Jehová. (Ne 13:10-13; véase también Mal 3:8-10.)
El sacerdocio recibía: 1) el diezmo regular; 2) el precio de redención por los primogénitos, tanto de los hijos varones como de los machos de las bestias; en el caso de un toro, un cordero o un macho cabrío que fueran primogénitos, recibían la carne como alimento (Nú 18:14-19); 3) el precio de redención por los hombres y las cosas que se apartaban como santas, así como las cosas dedicadas a Jehová (Le 27); 4) ciertas porciones de las diversas ofrendas que llevaba el pueblo, así como el pan de la proposición (Le 6:25, 26, 29; 7:6-10; Nú 18:8-14); 5) se beneficiaban de las ofrendas de lo mejor de las primicias del grano, el vino y el aceite (Éx 23:19; Le 2:14-16; 22:10 [la palabra “extraño” del último texto se refiere a alguien que no era sacerdote]; Dt 14:22-27; 26:1-10); con la excepción de ciertas porciones específicas que solo los sacerdotes podían comer (Le 6:29), sus hijos e hijas y, en algunos casos, los demás de la casa del sacerdote (incluso los esclavos) podían participar legítimamente de aquellas ofrendas (Le 10:14; 22:10-13); 6) los sacerdotes sin duda participaban del diezmo que se hacía en el tercer año para los levitas y los pobres (Dt 14:28, 29; 26:12), y 7) participaban del botín de guerra. (Nú 31:26-30.)
Vestimenta. Los sacerdotes servían descalzos mientras desempeñaban sus funciones, pues el santuario era suelo santo. (Compárese con Éxodo 3:5.) En las instrucciones para la manufactura de las prendas de vestir especiales de los sacerdotes no se mencionaban las sandalias. (Éx 28:1-43.) Llevaban calzoncillos de lino que cubrían desde las caderas hasta los muslos por decoro, ‘para cubrir la carne desnuda para que no incurrieran en error y ciertamente murieran’. (Éx 28:42, 43.) Encima llevaban un traje talar de lino fino ceñido con una banda de lino. Luego se ‘envolvían’ un tocado sobre la cabeza. (Le 8:13; Éx 28:40; 39:27-29.) Parece ser que este tocado era algo diferente del turbante del sumo sacerdote, que posiblemente estaba cosido en forma de envoltura y colocado sobre su cabeza. (Le 8:9.) Al parecer en época posterior los sacerdotes llevaban de vez en cuando un efod de lino, aunque no con bordados lujosos como el del sumo sacerdote. (1Sa 2:18.)
Prescripciones y funciones. Los sacerdotes tenían que mantenerse limpios y observar normas morales elevadas. Cuando entraban en la tienda de reunión y antes de presentar una ofrenda en el altar, tenían que lavarse las manos y los pies en la palangana que estaba en el patio, ‘para que no murieran’. (Éx 30:17-21; 40:30-32.) Con una advertencia similar se les mandó que no bebieran vino ni licor embriagante cuando sirvieran en el santuario. (Le 10:8-11.) No podían contaminarse tocando un cadáver o lamentándose por los muertos; esto los dejaría temporalmente inmundos para el servicio. Sin embargo, todo sacerdote, excepto el sumo sacerdote, podía contaminarse por la muerte de alguien con quien tuviera un estrecho vínculo familiar: madre, padre, hijo, hija, hermano y hermana virgen que fuese próxima a él (al parecer que viviese con él o cerca de él); posiblemente, la esposa también estaba incluida entre las personas próximas a él. (Le 21:1-4.) El sacerdote que quedase inmundo debido a lepra, a un flujo, a un cadáver u otra cosa inmunda, no podía comer de las cosas santas o llevar a cabo un servicio en el santuario hasta ser limpio; de lo contrario, debía morir. (Le 22:1-9.)
A los sacerdotes se les prohibía afeitarse la cabeza o las extremidades de las barbas y hacerse incisiones, pues estas eran costumbres de los sacerdotes paganos. (Le 21:5, 6; 19:28; 1Re 18:28.) El sumo sacerdote solo podía casarse con una muchacha virgen; los sacerdotes podían casarse con viudas, pero no con divorciadas ni con prostitutas. (Le 21:7, 8; compárese con los vss. 10, 13, 14.) Todos los miembros de la familia del sumo sacerdote tenían que mantener la elevada norma de moralidad y la dignidad que merecía el puesto de sacerdote. Por consiguiente, si una hija de un sacerdote se hacía prostituta, había que darle muerte, y después quemarla como algo detestable a Dios. (Le 21:9.)
Cuando el campamento se trasladaba de un lugar a otro en el desierto, era un deber de Aarón y sus hijos cubrir el mobiliario y los utensilios sagrados del tabernáculo antes de que los qohatitas pudiesen cargar con ellos, a fin de evitar que muriesen por verlos. Cuando nuevamente acampaban, solo Aarón y sus hijos podían quitarles la cubierta de nuevo en la tienda. (Nú 4:5-15.) En los traslados, los sacerdotes llevaban el arca del pacto. (Jos 3:3, 13, 15, 17; 1Re 8:3-6.)
Los sacerdotes eran responsables de tocar las trompetas santas con el fin de dirigir al pueblo, tanto en el caso de montar o levantar el campamento, como de reunirse, entrar en batalla o celebrar alguna fiesta a Jehová. (Nú 10:1-10.) Los sacerdotes y los levitas estaban exentos de reclutamiento militar, aunque tocaban las trompetas y cantaban delante del ejército. (Nú 1:47-49; 2:33; Jos 6:4; 2Cr 13:12.)
Los deberes sacerdotales en el santuario eran los siguientes: degollar los sacrificios que llevaba el pueblo, rociar la sangre sobre el altar, cortar en pedazos los sacrificios, mantener ardiendo el fuego del altar, cocer la carne y recibir todas las otras ofrendas, como las de grano, y ocuparse de los casos de inmundicia y de los votos especiales correspondientes, etc. (Le 1–7; 12:6; 13–15; Nú 6:1-21; Lu 2:22-24.) Se encargaban de las ofrendas quemadas de la mañana y del atardecer y de todos los otros sacrificios que se hacían regularmente en el santuario, excepto los que eran responsabilidad del sumo sacerdote; también quemaban incienso sobre el altar de oro. (Éx 29:38-42; Nú 28:1-10; 2Cr 13:10, 11.) Ponían en orden las lámparas, las mantenían abastecidas de aceite (Éx 27:20, 21) y cuidaban del aceite santo y del incienso. (Nú 4:16.) Bendecían al pueblo en asambleas solemnes, según se indica en Números 6:22-27. Pero ningún otro sacerdote podía estar en el santuario cuando el sumo sacerdote entraba en el Santísimo para hacer expiación. (Le 16:17.)
Los sacerdotes eran los que principalmente tenían el privilegio de explicar la ley de Dios y desempeñaban un papel importante en juzgar a Israel. En las ciudades asignadas a ellos, ayudaban a los jueces y participaban con ellos en casos extraordinarios que no podían decidir los tribunales locales. (Dt 17:8, 9.) Tenían que estar presentes junto con los ancianos de la ciudad en los casos de asesinato aún no resueltos, a fin de asegurarse que se siguiera el procedimiento debido para quitar de la ciudad la culpa por derramamiento de sangre. (Dt 21:1, 2, 5.) Si un esposo celoso acusaba a su esposa de haber cometido adulterio en secreto, tenía que llevarla al santuario, donde el sacerdote efectuaba la ceremonia prescrita, en la que se apelaba al conocimiento que Jehová tenía de la inocencia o la culpabilidad de la mujer, con el fin de que Él juzgara directamente. (Nú 5:11-31.) En todos los casos tenía que respetarse el juicio emitido por los sacerdotes o los jueces nombrados; la falta de respeto o desobediencia deliberada se castigaba con la pena de muerte. (Nú 15:30; Dt 17:10-13.)
Los sacerdotes instruían al pueblo en la Ley; la leían y explicaban a los que iban al santuario para adorar. Cuando no estaban desempeñando sus deberes asignados, también tenían muchas oportunidades de impartir tal enseñanza, tanto en el recinto del santuario como en otras partes del país. (Dt 33:10; 2Cr 15:3; 17:7-9; Mal 2:7.) Al regresar de Babilonia a Jerusalén, el sacerdote Esdras reunió al pueblo y pasó horas leyendo y explicándoles la Ley ayudado por otros sacerdotes y los levitas. (Ne 8:1-15.)
La administración sacerdotal servía de salvaguarda para la nación tanto en limpieza religiosa como en salud física. El sacerdote tenía que juzgar entre lo que era limpio e inmundo en los casos de lepra, tanto en el caso de un hombre como de una prenda de vestir o una casa. Se aseguraba de que se llevasen a cabo las reglas legales de cuarentena. También oficiaba en la limpieza de los que habían sido contaminados por un cuerpo muerto o estaban inmundos debido a flujos anormales, etc. (Le 13–15.)
¿Cómo se determinaban en Israel las asignaciones de los sacerdotes en el templo? El rey David organizó veinticuatro divisiones o relevos de sacerdotes, dieciséis eran de la casa de Eleazar y ocho de la de Itamar. (1Cr 24:1-19.) Sin embargo, del exilio en Babilonia solo regresaron sacerdotes de cuatro divisiones, al menos al principio. (Esd 2:36-39.) Hay quien opina que con el fin de continuar la anterior organización, las cuatro familias que regresaron se dividieron de manera que de nuevo hubo veinticuatro relevos. El doctor Edersheim indica en El Templo: Su ministerio y servicios en tiempos de Cristo (1990, pág. 98), que esto se llevó a cabo sacando cada familia cinco suertes por los que no habían regresado, y así formaron de entre ellos veinte relevos más, a los que dieron los nombres originales. Zacarías, el padre de Juan el Bautista, era un sacerdote de la octava división, la de Abías. Sin embargo, si el doctor Edersheim estuviese en lo cierto, puede que Zacarías no fuese descendiente de Abías, sino que solo perteneciese a la división que llevaba su nombre. (1Cr 24:10; Lu 1:5.) Al no haber información más completa, no se pueden sacar conclusiones definitivas.
En el servicio del templo los sacerdotes estaban organizados bajo diversos oficiales. Se echaban suertes para asignar ciertos servicios. Cada una de las veinticuatro divisiones servía durante una semana a la vez, por lo que estaban asignados a desempeñar su responsabilidad dos veces al año. Seguramente todo el sacerdocio servía en las temporadas de fiesta, cuando el pueblo ofrecía miles de sacrificios, como sucedió en la dedicación del templo. (1Cr 24:1-18, 31; 2Cr 5:11; compárense con 2Cr 29:31-35; 30:23-25; 35:10-19.) Un sacerdote podría servir en otras ocasiones siempre que no interfiriera en los servicios específicos de los sacerdotes asignados durante ese tiempo del año. Según las tradiciones rabínicas, en los días de Jesús había muchos sacerdotes, por lo que se hizo necesario subdividir el servicio semanal entre las varias familias que formaban parte de una división, y así cada familia tenía la oportunidad de servir uno o más días, según la cantidad de miembros que tuviese.
El servicio diario que probablemente se consideraba de más honor era el de quemar incienso sobre el altar de oro. Esto se hacía después de ofrecer el sacrificio. Mientras se quemaba el incienso, el pueblo estaba reunido en oración fuera del santuario. La tradición rabínica dice que se echaban suertes para efectuar este servicio, pero que a alguien que hubiera oficiado previamente no se le permitía participar a menos que todos los presentes hubieran realizado ese servicio antes. (El Templo: Su ministerio y servicios en tiempos de Cristo, págs. 166, 175.) Si esto era así, por lo general un sacerdote solo tendría ese honor una vez en su vida. Era este servicio el que estaba efectuando Zacarías cuando el ángel Gabriel se le apareció para anunciarle que él y su esposa Elisabet tendrían un hijo. Cuando Zacarías salió del santuario, la muchedumbre reunida allí pudo discernir por su apariencia y su incapacidad para hablar que había visto algo sobrenatural en el santuario; por lo tanto, el suceso llegó a ser de conocimiento público. (Lu 1:8-23.)
Parece ser que todos los sábados los sacerdotes tenían el privilegio de cambiar el pan de la proposición. En ese mismo día la división sacerdotal de esa semana completaba su servicio y empezaba el nuevo relevo para la siguiente semana. Los sacerdotes llevaban a cabo estas y otras funciones necesarias sin que representase un quebrantamiento del sábado. (Mt 12:2-5; compárese con 1Sa 21:6; 2Re 11:5-7; 2Cr 23:8.)
Lealtad. Cuando las diez tribus se separaron del reino gobernado por Rehoboam y fundaron el reino septentrional con Jeroboán como rey, la tribu de Leví permaneció leal y se adhirió al reino de dos tribus de Judá y Benjamín. Jeroboán hizo sacerdotes a hombres que no eran de la tribu de Leví para que sirvieran en la adoración de becerros de oro y expulsó a los sacerdotes de Jehová, los hijos de Aarón. (1Re 12:31, 32; 13:33; 2Cr 11:14; 13:9.) Después, pese a que muchos de los sacerdotes de Judá fueron infieles a Dios, en algunas ocasiones el sacerdocio desempeñó un papel destacado en ayudar a la nación a permanecer fiel a Jehová. (2Cr 23:1, 16; 24:2, 16; 26:17-20; 34:14, 15; Zac 3:1; 6:11.) Para el tiempo del ministerio de Jesús y los apóstoles, los sumos sacerdotes se habían vuelto muy corruptos, aunque había muchos sacerdotes que aún tenían buenos sentimientos hacia Jehová en sus corazones, como lo demuestra el que poco después de la muerte de Jesús “una gran muchedumbre de sacerdotes empezó a ser obediente a la fe”. (Hch 6:7.)
Otras aplicaciones del término “sacerdote”. En el Salmo 99:6 se llama sacerdote a Moisés en virtud de su función de mediador y de su designación para llevar a cabo el servicio de santificación en el santuario, donde Aarón y sus hijos fueron instalados en el sacerdocio. Moisés intercedió por Israel, invocando el nombre de Jehová. (Nú 14:13-20.) La palabra “sacerdote” también se usó a veces con el sentido de “lugarteniente” o “ministro u oficial principal”. En la lista de los oficiales principales del rey David, el registro dice: “En cuanto a los hijos de David, llegaron a ser sacerdotes”. (2Sa 8:18; compárese con 2Sa 20:26; 1Re 4:5; 1Cr 18:17.)
El sacerdocio cristiano. Jehová había prometido que si Israel guardaba su pacto, sería para Él “un reino de sacerdotes y una nación santa”. (Éx 19:6.) Sin embargo, el sacerdocio del linaje de Aarón solo continuaría hasta que llegara el sacerdocio mayor que prefiguraba. (Heb 8:4, 5.) Perduraría hasta el final del pacto de la Ley y la inauguración del nuevo pacto. (Heb 7:11-14; 8:6, 7, 13.) La oportunidad de ser sacerdotes de Jehová en Su Reino prometido se ofreció en primer lugar y de manera exclusiva a Israel. Con el tiempo, esta posibilidad también se extendió a los gentiles. (Hch 10:34, 35; 15:14; Ro 10:21.)
Solo un resto de los judíos aceptaron a Cristo, por lo que la nación no llegó a proporcionar los miembros del verdadero reino de sacerdotes y nación santa. (Ro 11:7, 20.) Debido a la infidelidad de Israel, Dios le había advertido de esto por medio de su profeta Oseas siglos antes, cuando dijo: “Porque el conocimiento es lo que tú mismo has rechazado, yo también te rechazaré de servirme como sacerdote; y porque sigues olvidando la ley de tu Dios, yo me olvidaré de tus hijos, aun yo”. (Os 4:6.) De manera correspondiente, Jesús dijo a los líderes judíos: “El reino de Dios les será quitado a ustedes y será dado a una nación que produzca sus frutos”. (Mt 21:43.) No obstante, como Jesús se hallaba sometido a la Ley cuando vivió en la Tierra, reconoció al sacerdocio aarónico y mandó a los leprosos que curó que fueran al sacerdote y llevasen la ofrenda prescrita. (Mt 8:4; Mr 1:44; Lu 17:14.)
El día del Pentecostés del año 33 E.C. llegó a su fin el pacto de la Ley y se inauguró el “pacto correspondientemente mejor”, el nuevo pacto. (Heb 8:6-9.) Ese día Dios puso de manifiesto el cambio mediante el derramamiento del espíritu santo. Luego el apóstol Pedro explicó a los judíos presentes que procedían de muchas naciones que su única salvación dependía entonces de arrepentirse y aceptar a Jesucristo. (Hch 2; Heb 2:1-4.) Tiempo después Pedro habló de los edificadores judíos que rechazaron a Jesucristo como la piedra angular y pasó a decir a los cristianos: “Pero ustedes son ‘una raza escogida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo para posesión especial’”. (1Pe 2:7-9.)
Pedro también explicó que el nuevo sacerdocio es una “casa espiritual para el propósito de un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptos a Dios mediante Jesucristo”. (1Pe 2:5.) Jesucristo es su gran Sumo Sacerdote, y ellos, al igual que los hijos de Aarón, forman un cuerpo de sacerdotes. (Heb 3:1; 8:1.) Sin embargo, mientras que el sacerdocio aarónico no tenía nada que ver con la realeza, en este “sacerdocio real” de Cristo y sus coherederos se combinan las dos responsabilidades. El apóstol Juan dice en el libro de Revelación con respecto a los seguidores de Jesucristo: “Nos desató de nuestros pecados por medio de su propia sangre —e hizo que fuéramos un reino, sacerdotes para su Dios y Padre—”. (Apo 1:5, 6.)
Este último libro de la Biblia también revela el número de este cuerpo de sacerdotes. Se ve a los que Jesucristo hizo “que fueran un reino y sacerdotes para nuestro Dios” cantando una canción nueva, en la que dicen que se les compró con la sangre de Cristo. (Apo 5:9, 10.) Más adelante se dice que los que cantan la canción nueva son 144.000 “comprados de entre la humanidad como primicias para Dios y para el Cordero”. (Apo 14:1-5.) Finalmente se ve que este sacerdocio es resucitado a vida celestial y se une a Jesucristo en su gobernación, de modo que pasan a ser “sacerdotes de Dios y del Cristo” que ‘reinan’ con Cristo durante su reinado milenario. (Apo 20:4, 6.)
Un examen del sacerdocio de Israel y de sus funciones, así como de los beneficios para las personas de esa nación (Heb 8:5), da cierta idea de los beneficios y las bendiciones que las personas recibirán del sacerdocio perfecto y eterno de Jesucristo y su cuerpo de sacerdotes cuando reinen juntos sobre la Tierra por mil años. Tendrán el privilegio de enseñar a las personas la ley de Dios (Mal 2:7), lograr un perdón completo de los pecados sobre la base del sacrificio de rescate del gran Sumo Sacerdote (al administrar los beneficios de ese sacrificio) y efectuar la curación de todas las enfermedades. (Mr 2:9-12; Heb 9:12-14; Heb 4:1410:1-4, 10.) También harán una distinción entre lo que es limpio e inmundo a la vista de Dios, quitarán toda inmundicia (Le 13–15), juzgarán a las personas con justicia y harán que la ley justa de Jehová se ponga en vigor por toda la Tierra. (Dt 17:8-13.)
Tal como la tienda de reunión en el desierto era un lugar donde Dios moraba con los hombres, un santuario donde ellos podían acercarse a Él, así durante el milenio la tienda de Dios estará de nuevo con la humanidad, más cerca de ella y de un modo más duradero y beneficioso. Dios tendrá tratos con la humanidad mediante sus representantes: el gran Sumo Sacerdote Jesucristo y los 144.000, que sirven con Cristo de sacerdotes en el gran templo espiritual prefigurado por el tabernáculo sagrado, o tienda de reunión, del desierto. (Éx 25:8; Heb 4:14; Apo 1:6; 21:3.) Con tal sacerdocio real, las personas con toda seguridad serán felices, como lo era Israel cuando el reino y el sacerdocio actuaban con fidelidad a Dios, un período durante el cual “Judá e Israel eran muchos, como los granos de arena que están junto al mar por su multitud, y comían y bebían y se regocijaban”, y moraban “en seguridad, cada uno debajo de su propia vid y debajo de su propia higuera”. (1Re 4:20, 25.)
Sacerdotes paganos. Las naciones antiguas tenían sacerdotes por medio de los cuales se podían dirigir a sus dioses. El pueblo reverenciaba a estos hombres, que siempre ejercían gran influencia, pues solían hallarse entre la clase dirigente, o eran consejeros allegados de los gobernantes. El sacerdocio era la clase más educada, y por lo general mantenía al pueblo en ignorancia. De esta manera podían aprovecharse de la superstición de la gente y su temor a lo desconocido. Por ejemplo, en Egipto las personas eran inducidas a adorar al río Nilo como un dios, y consideraban que sus sacerdotes eran poseedores de un control divino sobre sus desbordamientos regulares, de los que dependían sus cosechas.
Esta manera de fomentar la ignorancia supersticiosa estaba en franco contraste con el sacerdocio de Israel, que constantemente leía y enseñaba la Ley a la nación entera. Todos los hombres tenían que conocer a Dios y su Ley. (Dt 6:1-3.) Las personas sabían leer y escribir, y Dios les mandaba que escribieran sus mandamientos sobre sus puertas y sobre los postes de las puertas, y que leyeran y enseñaran Su ley a sus hijos. (Dt 6:4-9.)
El sacerdocio israelita no era una imitación del pagano. Hay quienes afirman, a pesar de los hechos, que el sacerdocio israelita y muchas de sus normas eran un calco del sistema sacerdotal egipcio. Arguyen que la vida y educación de Moisés, el mediador del pacto de la Ley, en la corte faraónica y su preparación en “toda la sabiduría de los egipcios” tuvieron en él una profunda influencia. (Hch 7:22.) Sin embargo, pasan por alto el hecho de que si bien Moisés fue el mediador de la Ley que se entregó a Israel, no fue en modo alguno el legislador. Jehová fue el Legislador de Israel (Isa 33:22) y transmitió la Ley a su mediador, Moisés, por medio de ángeles. (Gál 3:19.)
Dios mismo detalló cada uno de los aspectos relacionados con el culto del pueblo de Israel. A Moisés se le dieron los planos para la construcción de la tienda de reunión (Éx 26:30), y se le ordenó: “Ve que hagas todas las cosas conforme a su modelo que te fue mostrado en la montaña”. (Heb 8:5; Éx 25:40.) Jehová expuso y detalló el modelo de todo el servicio del santuario. Este hecho queda refrendado en el registro bíblico repetidas veces, al decir respecto a Moisés y los hijos de Israel: “Siguieron haciendo conforme a todo lo que Jehová había mandado a Moisés. Hicieron precisamente así. [...] Conforme a todo lo que Jehová había mandado a Moisés, así hicieron los hijos de Israel todo el servicio. Y llegó a ver Moisés toda la obra, y, ¡mire!, la habían hecho tal como había mandado Jehová. Así habían hecho”. “Y Moisés procedió a hacer conforme a todo lo que le había mandado Jehová. Hizo precisamente así.” (Éx 39:32, 42, 43; 40:16.)
Según los egiptólogos, la vestimenta de los sacerdotes egipcios tenía características similares a la de los sacerdotes de Israel, como era el uso de tejidos de lino. Además, los sacerdotes egipcios solían afeitarse el cuerpo, al igual que los levitas (aunque no los sacerdotes de Israel; Nú 8:7). También eran similares las prácticas lavatorias. Pero, ¿prueban estas pocas similitudes que ambos sacerdocios tuvieron un mismo origen o que uno provino del otro? Por todo el mundo se emplean hoy géneros y métodos similares en la confección, en la construcción de casas y edificios o en las tareas cotidianas, pero también hay métodos y estilos muy diferentes. Solo porque haya algún parecido no decimos que esas cosas han tenido un origen común o que la similitud en la vestimenta tiene el mismo significado o sentido religioso.
En muchísimas características de la vestimenta y los procedimientos no hay el más mínimo parecido entre el sacerdocio israelita y el egipcio. Por ejemplo, los sacerdotes israelitas oficiaban descalzos, pero los egipcios calzaban sandalias. El diseño de las túnicas sacerdotales egipcias era muy diferente al israelita, y su vestimenta y demás accesorios tenían símbolos alusivos al culto de sus dioses falsos. Se rapaban la cabeza, algo que no hacían los sacerdotes israelitas (Le 21:5), y usaban pelucas y tocados —como muestran las inscripciones pictográficas halladas en los monumentos egipcios— totalmente desconocidos en el sacerdocio israelita. Además, Jehová había dicho con toda claridad que Israel no adoptaría ninguna práctica egipcia o de otras naciones en su adoración ni en su régimen judicial. (Le 18:1-4; Dt 6:14; 7:1-6.)
Por consiguiente, puede afirmarse que carece de fundamento la suposición de que el sacerdocio israelita imitó al egipcio. Ha de recordarse que la idea de ofrecer sacrificios y constituir un sacerdocio provino originalmente de Dios, y que desde el principio fue expresada por hombres fieles, como Abel y Noé, y, en la sociedad patriarcal, por Abrahán y otros siervos fieles de Dios. Así, esta herencia quedó en la conciencia común de todas las naciones, si bien distorsionada con el transcurso del tiempo de formas muy diversas debido a que abandonaron al Dios verdadero y la adoración pura. Aunque las naciones paganas tenían la inclinación innata de adorar, carecían de la guía de Jehová, por lo que idearon muchos ritos impropios y degradados, diametralmente opuestos a la adoración verdadera.
Prácticas repugnantes de los sacerdotes paganos. Los sacerdotes egipcios del día de Moisés se opusieron a él ante el Faraón e intentaron desacreditarles a él y a su Dios Jehová por medio de las artes mágicas (Éx 7:11-13, 22; 8:7; 2Ti 3:8), pero se vieron obligados a admitir su derrota y humillación. (Éx 8:18, 19; 9:11.) Los adoradores de Mólek de Ammón sacrificaron a sus hijos e hijas quemándolos en el fuego. (1Re 11:5; 2Re 23:10; Le 18:21; 20:2-5.) Los adoradores cananeos de Baal siguieron la misma práctica detestable, y también se laceraban y practicaban ritos inmorales obscenos y repugnantes. (Nú 25:1-3; 1Re 18:25-28; Jer 19:5.) Los sacerdotes del dios filisteo Dagón y los sacerdotes babilonios de Marduk, Bel e Istar practicaron la magia y la adivinación. (1Sa 6:2-9; Eze 21:21; Da 2:2, 27; 4:7, 9.) Todos adoraban imágenes hechas de madera, piedra y metal. Incluso el rey Jeroboán del reino de diez tribus de Israel colocó sacerdotes para dirigir la adoración de los becerros de oro y los “demonios de forma de cabra”, con el fin de impedir que el pueblo practicase la adoración verdadera en Jerusalén. (2Cr 11:15; 13:9; véase MIQUEAS núm. 1.)
Dios condena los sacerdocios no autorizados. Jehová estaba opuesto de manera inalterable a todas estas prácticas, que en realidad constituían demonolatría. (1Co 10:20; Dt 18:9-13; Isa 8:19; Apo 22:15.) Cada vez que estos dioses o el sacerdocio que los representaba participaban en desafiar abiertamente a Jehová, eran humillados. (1Sa 5:1-5; Da 2:2, 7-12, 29, 30; 5:15.) A menudo sus sacerdotes y profetas sufrían la muerte. (1Re 18:40; 2Re 10:19, 25-28; 11:18; 2Cr 23:17.) Y como durante la existencia del pacto de la Ley Jehová no reconoció ningún sacerdocio aparte del de la casa de Aarón, se desprende que el único camino para acercarse a Jehová es el prefigurado por el puesto de Aarón, es decir, el sacerdocio de Jesucristo, que también es el gran Sumo Sacerdote a la manera de Melquisedec. (Hch 4:12; Heb 4:14; 1Jn 2:1, 2.) Los verdaderos adoradores de Dios tienen que evitar todo sacerdocio que se oponga a este Rey-Sacerdote ordenado por Dios y a su cuerpo de sacerdotes. (Dt 18:18, 19; Hch 3:22, 23; Apo 18:4, 24.) Véase SUMO SACERDOTE.
¿Qué deberes tenían los sacerdotes en sus asignaciones? Dentro de la nación exclusiva de Israel, varias tribus tenían como su deber trabajo específico. Por ejemplo, los deberes sacerdotales estaban limitados a los miembros varones de la familia de Aarón, y el resto de la tribu levita actuaba como sus ayudantes. (Núm. 3:3, 6-10) El erigir, desmontar y transportar el tabernáculo era el trabajo de los levitas no sacerdotales. Su trabajo estaba organizado a sumo grado bajo el rey David, quien nombró supervisores, oficiales, jueces, porteros y tesoreros. Más tarde, después de la edificación del templo de Salomón, un vasto número ayudaba a los sacerdotes en los patios y los comedores en relación con las ofrendas, sacrificios, obra de purificación, pesar, medir y varios deberes de vigilancia. Mucho de esto era trabajo duro y falto de encanto. En una ocasión el número de sacerdotes alcanzó el total de 1.760, todos “hombres poderosos de habilidad para la obra del servicio de la casa del Dios verdadero.” (1 Cró. 9:10-13) Estos eran sacerdotes de capacidades notables. Sin embargo, no podemos imaginarnos que todos estos sacerdotes hayan estado sumamente capacitados o dotados al nacer, que les haya sido excepcionalmente fácil ser peritos en cualquier cosa que se les asignaba. No, más bien por diligencia en aprender sus trabajos y por atención resuelta a sus deberes asignados, todos sin excepción al debido tiempo consiguieron la reputación de ser hombres muy competentes para la obra de Jehová. Esto pone de relieve el hecho de que los hombres pueden trabajar en cosas que les gusta hacer o en las que no les gusta hacer. Si un hombre se aplica, ningún trabajo es tan tosco o servil que no pueda elevarlo; ningún trabajo tan aburrido o falto de animación que no le pueda inspirar un poco de vida; ningún trabajo tan soso que el hombre no pueda avivarlo con su imaginación, si solo se aplica.
Principal representante del pueblo ante Dios que tenía a su cargo la supervisión de los demás sacerdotes.
En la Biblia se usan diversos términos para designar al sumo sacerdote: “el sumo [literalmente, “gran”] sacerdote” (Nú 35:25, 28; Jos 20:6, nota), “el sacerdote, el ungido” (Le 4:3), “el sacerdote principal [o sumo; literalmente, “cabeza”]” (2Cr 26:20, nota; 2Re 25:18, nota), “el cabeza” (2Cr 24:6) o, simplemente, “el sacerdote” (2Cr 26:17). En este último caso, el contexto determina si se trata del sumo sacerdote o de otro. En las Escrituras Griegas Cristianas se usa la expresión “sacerdotes principales” para referirse a los hombres principales del sacerdocio, al parecer se refería a los sacerdotes más influyentes, entre los que podían estar anteriores sumos sacerdotes ya depuestos y, posiblemente, también los cabezas de las 24 divisiones sacerdotales. (Esd 7:5; Mt 2:4; Mr 8:31.)
Jehová nombró a Aarón, el primer sumo sacerdote de Israel. (Heb 5:4.) El sumo sacerdocio de Israel empezó con Aarón, y se pasaba del padre al hijo primogénito, a menos que ese hijo muriese o se le inhabilitase, como sucedió en el caso de los dos hijos mayores de Aarón, que pecaron contra Jehová y murieron. (Le 10:1, 2; véase INSTALACIÓN.) El rey Salomón depuso a un sumo sacerdote en cumplimiento de la profecía divina, y colocó en su lugar a otro hombre cualificado de la línea de Aarón. (1Re 2:26, 27, 35.) Más adelante, cuando la nación estaba bajo la dominación gentil, los gobernantes gentiles destituían y nombraban sumos sacerdotes a voluntad. Sin embargo, parece ser que a lo largo de toda la historia de la nación, hasta la destrucción de Jerusalén en 70 E.C., los sumos sacerdotes fueron descendientes de Aarón, con pocas excepciones, como, por ejemplo, Menelao, llamado también Onías (véase Antigüedades Judías, libro XII, cap. V, sec. 1), de quien en 2 Macabeos 3:4, 5 y 4:23 se indica que era benjamita.
Aptitudes y requisitos.
Los requisitos para desempeñar ese cargo eran muy rígidos, en vista de la dignidad de ese puesto, la intimidad de que disfrutaba el sumo sacerdote con Jehová al representar a la nación ante Él y también del significado típico del sumo sacerdocio.
En Levítico 21:16-23 se halla una lista de defectos físicos que inhabilitaban para el sacerdocio. El sumo sacerdote tenía otras restricciones: solo podía casarse con una virgen de Israel, no con una viuda. (Le 21:13-15.) Además, no se le permitía contaminarse con los muertos, es decir, tocar un cadáver humano, aunque fuese su padre o su madre, pues se haría inmundo. Tampoco debía dejar su cabello desaseado ni rasgar las vestiduras por causa de los muertos. (Le 21:10-12.)
La Biblia no especifica a qué edad se podía empezar a servir de sumo sacerdote. Dice que los levitas tenían que retirarse a los cincuenta años, pero no comenta nada en cuanto a los sacerdotes, a excepción del sumo sacerdote, de quien se dice que su nombramiento era vitalicio. (Nú 8:24, 25.) Aarón tenía ochenta y tres años cuando fue con Moisés ante Faraón, y al parecer fue ungido por sumo sacerdote al año siguiente. (Éx 7:7.) Tenía ciento veintitrés años cuando murió, y había permanecido en su puesto hasta el momento de su muerte. (Nú 20:28; 33:39.) La reglamentación de las ciudades de refugio mostraba que el sumo sacerdote ejercía sus funciones de por vida, pues se decía que el homicida involuntario tenía que permanecer en la ciudad hasta la muerte del sumo sacerdote. (Nú 35:25.)
Instalación. Un examen de los privilegios que le fueron conferidos a Aarón poco después de la salida de Egipto ofrece una idea del papel que Jehová tenía pensado asignarle. En el desierto, camino del Sinaí, se le mandó a Aarón que llenase una jarra con maná y la depositase delante del Testimonio como algo que debería guardarse. Por ese entonces aún no existían la tienda de reunión ni el arca del pacto. (Éx 16:33, 34, nota.) Posteriormente, a Aarón se le puso al cargo de la tienda sagrada y del Arca. Se dice específicamente que a Aarón y a sus hijos, además de a los 70 ancianos de Israel, se les concedió el privilegio de acercarse al monte Horeb, donde tuvieron una visión de Dios. (Éx 24:1-11.)
Jehová hizo la primera referencia a su intención de apartar a Aarón y a sus hijos para el sacerdocio cuando dio instrucciones a Moisés para confeccionar las prendas sacerdotales. (Éx 28.) Después de comunicarle estas instrucciones, Jehová le explicó el procedimiento que debería seguir para la instalación del sacerdocio y luego dio a conocer claramente su propósito: “El sacerdocio tiene que venir a ser de ellos como estatuto hasta tiempo indefinido”. (Éx 29:9.)
De acuerdo con la majestad y pureza de Jehová, Aarón y sus hijos no podían realizar función sacerdotal alguna hasta que fuesen santificados y facultados mediante la ceremonia de la instalación (Éx 29), que ofició Moisés en calidad de mediador del pacto de la Ley. La ceremonia de santificación duró siete días, del 1 al 7 de Nisán de 1512 a. E.C., a cuyo término el sacerdocio quedó instalado y las manos de los sacerdotes se llenaron de poder para actuar como tales. (Le 8.) Al día siguiente, el 8 de Nisán, tuvo lugar un sacrificio de expiación a favor del pueblo (muy similar al Día de Expiación anual que se mandó celebrar el 10 de Tisri; la narración de este primer servicio sacerdotal se halla en Levítico 9). Esta primera actuación era conveniente y necesaria, pues el pueblo de Israel tenía que limpiarse de sus pecados, entre los que se hallaba su reciente transgresión relacionada con el becerro de oro. (Éx 32.)
Uno de los aspectos más significativos de la ceremonia de la instalación del sumo sacerdote fue la unción de Aarón al derramar sobre su cabeza el aceite santo, cuya preparación se hizo de acuerdo con las instrucciones dadas por Dios. (Le 8:1, 2, 12; Éx 30:22-25, 30-33; Sl 133:2.) A los sumos sacerdotes que sucedieron a Aarón se les llama “ungidos”. Aunque la Biblia no menciona directamente ningún caso más de unción con aceite literal, enuncia la siguiente ley: “Y las prendas de vestir santas que son de Aarón servirán para sus hijos después de él para ungirlos en ellas y para llenarles la mano de poder en ellas. Siete días las llevará puestas el sacerdote que le suceda de entre sus hijos y que entre en la tienda de reunión para ministrar en el lugar santo”. (Éx 29:29, 30.)
★Instalación
Las prendas de vestir oficiales. Además de las prendas de vestir de lino que llevaba regularmente, similares a las de los sacerdotes (Le 16:4), el sumo sacerdote tenía para ciertas ocasiones otras prendas de vestir especiales de mayor gloria y belleza. Los capítulos 28 y 39 de Éxodo describen el diseño y la confección de estas bajo la dirección de Moisés según el mandato de Dios. La prenda más interior (aparte de los calzoncillos de lino, que iban “desde las caderas hasta los muslos” y que todos los sacerdotes llevaban “para cubrir la carne desnuda”; Éx 28:42) era el traje talar (heb. kut-tó-neth), hecho de lino fino (probablemente blanco) tejido en obra escaqueada. Al parecer, este traje talar tenía mangas largas, llegaba hasta los tobillos y estaba tejido en una sola pieza. Alrededor del cuerpo, probablemente por encima de la cintura, llevaba una banda de lino fino torcido tejido con hilo azul, púrpura rojiza y fibra escarlata carmesí. (Éx 28:39; 39:29.)
El turbante, que era diferente de las prendas para la cabeza que llevaban los sacerdotes, también era de lino fino. (Éx 28:39.) Tenía adherida a la parte delantera una lámina resplandeciente de oro puro, sobre la que estaban grabadas las palabras: “La santidad pertenece a Jehová”. (Éx 28:36.) Esta lámina se llamaba “la santa señal de dedicación”. (Éx 29:6; 39:30.)
Encima del traje talar de lino llevaban la vestidura azul sin mangas (heb. me´íl). Parece ser que también estaba tejida en una sola pieza, con un borde fuerte alrededor de la apertura de la parte superior a fin de evitar que se rasgase; para ponérsela se la pasaban por la cabeza. Era más corta que el traje talar de lino, y alrededor de su dobladillo inferior llevaba campanillas de oro y granadas alternadas, hechas de hilo azul, púrpura rojiza y fibra escarlata. Cuando el sumo sacerdote se ocupaba de su trabajo en el santuario, se podía oír el tintineo de esas campanillas. (Éx 28:31-35.)
Así como el azul habría de servir de señal a los israelitas de que tenían que “acordarse de todos los mandamientos de Jehová y ponerlos por obra”, el glorioso sumo Sacerdote celestial pone el ejemplo correcto para todos al estimar altamente los recordatorios de Jehová y referirse a ellos mientras estuvo en la tierra como humano, tal como el salmista los apreciaba en gran manera. (Salmo 119:129.)
El efod era una prenda de vestir parecida a un delantal que constaba de una parte delantera y una trasera y que llegaba hasta la mitad del muslo. Lo llevaban todos los sacerdotes y, a veces, también otras personas no vinculadas al sacerdocio. (1Sa 2:18; 2Sa 6:14.) No obstante, el efod de la hermosa indumentaria de los sumos sacerdotes era una obra de bordado especial. Estaba hecho de lino fino torcido con lana teñida de púrpura rojiza, fibra escarlata carmesí e hilos de oro (para hacerlos batían el oro en hojas delgadas y, después, las cortaban en hilos). (Éx 39:2, 3.) El efod tenía dos hombreras, ‘que se unían en sus dos extremos’. Las dos partes del efod se mantenían juntas en los hombros por medio de broches de oro engastados con dos piedras de ónice, cada una de las cuales tenía grabada sobre ella seis nombres de los hijos de Israel (Jacob) según el orden de sus nacimientos. Un cinturón del mismo material ataba el efod alrededor de la cintura; el cinturón estaba “sobre” el efod, posiblemente sujeto al efod como parte de él. (Éx 28:6-14.)
Puesto que aquellos que estaban ocupados con algún trabajo, así como los siervos o los esclavos, llevaban una banda o cinturón, esta llegó a ser un símbolo de servicio o de ministrar a otros. En Apocalipsis 19:8 aprendemos que “el lino fino representa los actos justos de los santos”. También se puede entender la banda a la luz de lo que escribió Isaías en Isaías 11:5.)
El pectoral de juicio era sin duda la parte más costosa y gloriosa de la vestidura del sumo sacerdote. Estaba hecho del mismo material que el efod, su forma era rectangular y su longitud, doble que su anchura, pero estaba doblado de manera que formaba un cuadro de algo más de 22 cm. de lado. El doblez formaba una especie de bolsillo o bolsa. Lo adornaban doce piedras preciosas engastadas en oro, cada una de las cuales tenía grabado el nombre de uno de los hijos de Israel. El rubí, el topacio, la esmeralda y las otras piedras preciosas estaban ordenadas en cuatro filas. En cada una de las cuatro esquinas había un anillo de oro. Los dos anillos de la parte superior estaban unidos a las hombreras del efod por medio de unas cadenillas de oro enroscadas en forma de cordel, y los dos anillos de la parte inferior estaban unidos con cuerdecitas azules al efod, por encima del cinturón. (Éx 28:15-28.)
Moisés puso el Urim y el Tumim “en el pectoral”. (Le 8:8.) No se sabe exactamente qué eran el Urim y el Tumim. Algunos eruditos creen que eran unas suertes que se echaban o se sacaban del pectoral por mandato de Jehová, y que, básicamente, daban un “sí” o un “no” como respuesta a una pregunta. De ser así, puede que hayan estado colocadas dentro de la “bolsa” que formaba el doblez del pectoral. (Éx 28:30; CJ, comentario; NC, nota.) Quizás este sea el procedimiento que se indica en 1 Samuel 14:41, 42. No obstante, también se ha dicho que el Urim y el Tumim tenían que ver de alguna manera con las piedras del pectoral, aunque este punto de vista parece menos probable. Otras referencias al Urim y Tumim se hallan en Números 27:21; Deuteronomio 33:8; 1 Samuel 28:6; Esdras 2:63 y Nehemías 7:65.
El sumo sacerdote llevaba estas hermosas vestiduras cuando se acercaba a Jehová para inquirir sobre algún asunto importante. (Nú 27:21; Jue 1:1; 20:18, 27, 28.) Además, después de terminar las ofrendas por el pecado en el Día de Expiación, se cambiaba las vestiduras de lino blanco y se ponía las vestiduras de gloria y hermosura. (Le 16:23, 24.) Al parecer también llevaba estas prendas en otras ocasiones.
Las instrucciones sobre el Día de Expiación registradas en el capítulo 16 de Levítico no especifican que el sumo sacerdote tuviera que levantar sus manos y bendecir al pueblo después de ponerse su indumentaria gloriosa. Sin embargo, cuando se llevó a cabo el servicio de expiación el día después de la instalación del sacerdocio, de manera muy similar a como se haría en el Día de Expiación, el registro dice: “Entonces Aarón alzó sus manos hacia el pueblo y lo bendijo”. (Le 9:22.) Jehová había indicado lo que se debería solicitar con esa bendición cuando le dijo a Moisés: “Habla a Aarón y sus hijos, diciendo: ‘De esta manera deben bendecir a los hijos de Israel, diciéndoles: “Jehová te bendiga y te guarde. Jehová haga brillar su rostro hacia ti, y te favorezca. Jehová alce su rostro hacia ti y te asigne paz”’”. (Nú 6:23-27.)
Su responsabilidad y sus deberes. El hecho de que los pecados del sumo sacerdote pudieran acarrear culpabilidad sobre todo el pueblo, destacaba la dignidad, seriedad y responsabilidad de su puesto. (Le 4:3.) Solo el sumo sacerdote podía entrar en el compartimiento Santísimo del santuario, y debía hacerlo exclusivamente un día al año, el Día de Expiación. (Le 16:2.) Ese día, no podía haber en la tienda de reunión ningún otro sacerdote cuando él entraba en ella. (Le 16:17.) Oficiaba todos los servicios del Día de Expiación. Hacía expiación por su casa y por el pueblo en ocasiones especiales (Le 9:7), e intervenía ante Jehová a favor del pueblo cuando la cólera de Jehová ardía contra ellos. (Nú 15:25, 26; 16:43-50.) Cuando surgían asuntos de importancia nacional, él era el que se dirigía a Jehová con el Urim y el Tumim (Nú 27:21), y también era quien oficiaba cuando se degollaba y quemaba la vaca roja, cuyas cenizas se empleaban para el agua de limpieza. (Nú 19:1-5, 9.)
El sumo sacerdote podía participar en cualquier deber o ceremonia sacerdotal si lo deseaba. La cantidad de sacerdotes había aumentado mucho para el tiempo del rey David, y con el fin de que todos pudieran servir, este rey ordenó a los sacerdotes en 24 divisiones. (1Cr 24:1-18.) Este sistema continuó mientras duró el sacerdocio. Sin embargo, el sumo sacerdote no estaba restringido a ciertos períodos de servicio en el santuario, como era el caso de los sacerdotes. Su servicio era ininterrumpido. (Los sacerdotes podían ayudar en cualquier momento, pero ciertos deberes estaban reservados como privilegio exclusivo de la división de sacerdotes que estuviese desempeñando sus funciones ese día.) Al igual que en el caso de los sacerdotes, las temporadas de las fiestas eran las épocas de más ocupación para el sumo sacerdote.
El santuario, sus trabajos y la tesorería estaban bajo la supervisión del sumo sacerdote. (2Re 12:7-16; 22:4.) Parece ser que para atender esta tarea había un “segundo sacerdote”, que era su principal ayudante. (2Re 25:18.) En tiempos posteriores, el ayudante, llamado el “Sagán”, ejercía las funciones de sumo sacerdote cuando por alguna razón este no podía atender sus deberes. (El Templo: Su ministerio y servicios en tiempos de Cristo, de A. Edersheim, 1990, pág. 112.) A Eleazar, el hijo de Aarón, se le asignó una superintendencia especial. (Nú 4:16.)
El sumo sacerdote también llevaba la delantera en la instrucción religiosa de la nación. (Le 10:8-11; Dt 17:9-11.)
Él y los que gobernaban (Josué, los jueces y, durante la monarquía, el rey) constituían el tribunal supremo de la nación. (Dt 17:9, 12; 2Cr 19:10, 11.) Después que se formó el Sanedrín (en tiempos posteriores), el sumo sacerdote era el que presidía este consejo de ancianos. No obstante, según algunas tradiciones, solo lo hacía en algunas ocasiones. (Mt 26:57; Hch 5:21.) El sumo sacerdote Eleazar participó con Josué en dividir la tierra entre las doce tribus. (Jos 14:1; 21:1-3.)
La muerte del sumo sacerdote tenía que comunicarse a todas las ciudades de refugio, pues significaba la liberación de todos los homicidas involuntarios que estaban confinados dentro de sus límites. (Nú 35:25-29.)
La línea de los sumos sacerdotes. En el cuadro adjunto se muestra la línea de descendencia del sumo sacerdote y los nombres de los que sirvieron en ese puesto. La Biblia solo nombra específicamente a unos cuantos sumos sacerdotes, pero incluye los registros genealógicos de la línea de Aarón. Probablemente buena parte de los que se incluyen en las tablas genealógicas fueron sumos sacerdotes, aunque la Biblia no contenga un registro de sus actos ni los mencione específicamente como tales. Los pocos sumos sacerdotes de los que habla la Biblia son insuficientes para cubrir el lapso de tiempo particularmente entre el principio del sacerdocio, en 1512 a. E.C., y la destrucción de Jerusalén, en 607 a. E.C. Además, en las tablas genealógicas suelen pasarse por alto algunos nombres, de manera que puede que haya habido otros sumos sacerdotes cuyos nombres no se mencionan. El cuadro, por lo tanto, no intenta dar una lista completa y precisa, pero puede ayudar al lector a formarse una mejor idea de la línea de los sumos sacerdotes.
El sacerdocio de Melquisedec. El primer sacerdote que se menciona en la Biblia es Melquisedec, quien fue “sacerdote del Dios Altísimo” y rey de Salem (Jerusalén). Abrahán se encontró con este rey-sacerdote cuando volvió de derrotar a los tres reyes que se habían aliado con el rey elamita Kedorlaomer. Abrahán reconoció el origen divino de la autoridad de Melquisedec, pues aceptó su bendición y le dio el décimo del botín. En la Biblia no aparece el registro de los antepasados de Melquisedec ni tampoco se dice nada de su nacimiento ni de su muerte. No tuvo ni predecesores ni sucesores. (Gé 14:17-24.)
El sumo sacerdocio de Jesucristo. El libro bíblico de Hebreos dice que desde que Jesucristo resucitó y entró en el cielo, es un “sumo sacerdote a la manera de Melquisedec para siempre”. (Heb 6:20; 7:17, 21.) Para indicar la grandeza del sacerdocio de Cristo y su superioridad en contraste con el sacerdocio aarónico, el escritor muestra que Melquisedec ocupaba los puestos de rey y sacerdote por designación del Dios Altísimo, no por herencia. Cristo Jesús, que no era de la tribu de Leví, sino de la de Judá, y de la línea de David, no heredó su puesto por ser descendiente de Aarón, sino por nombramiento directo de Dios, como en el caso de Melquisedec. (Heb 5:10.) La promesa registrada en el Salmo 110:4: “Jehová ha jurado (y no sentirá pesar): ‘¡Tú eres sacerdote hasta tiempo indefinido a la manera de Melquisedec!’”, convierte a Cristo en un Rey-Sacerdote celestial. Pero Cristo, además, posee la autoridad del Reino debido a ser descendiente de David, el heredero del Reino prometido en el pacto davídico. (2Sa 7:11-16.) De manera que Jesucristo ejerce las funciones combinadas de rey y sacerdote al igual que Melquisedec.
La sobrepujante excelencia del sumo sacerdocio de Cristo se muestra también por el hecho de que Leví, el progenitor del sacerdocio judío, presentó diezmos a Melquisedec, pues estaba en los lomos de Abrahán cuando el patriarca dio un diezmo al rey-sacerdote de Salem. Además, según ese razonamiento, Leví también fue bendecido por Melquisedec, y la regla es que el menor es bendecido por el mayor. (Heb 7:4-10.) El apóstol también subraya con respecto a Melquisedec que estuvo “sin padre, sin madre, sin genealogía, sin tener principio de días ni fin de vida”, por lo que pudo representar el sacerdocio eterno de Jesucristo, quien ha sido resucitado a “una vida indestructible”. (Heb 7:3, 15-17.)
Sin embargo, aunque Cristo no recibe su sacerdocio por ser descendiente carnal de Aarón ni tiene ningún predecesor ni sucesor en su puesto, cumple con el modelo ejemplificado por el sumo sacerdote Aarón. El apóstol deja este hecho muy claro cuando muestra que el tabernáculo en forma de tienda que se construyó en el desierto era un modelo de “la tienda verdadera, que Jehová levantó, y no el hombre”, y que los sacerdotes levíticos rendían “servicio sagrado en una representación típica y sombra de las cosas celestiales”. (Heb 8:1-6; 9:11.) También dice que Jesucristo, quien ofreció su propio cuerpo perfecto en lugar de ofrecer sacrificios animales, abolió la validez o la necesidad de aquellos sacrificios y luego “[pasó] por los cielos”, “no con la sangre de machos cabríos y de torillos, sino con su propia sangre[,] una vez para siempre en el lugar santo, y obtuvo liberación eterna para nosotros”. (Heb 4:14; 9:12; 10:5, 6, 9.) Él entró en el lugar santo tipificado por el Santísimo en el que entraba Aarón, a saber, “el cielo mismo, para comparecer ahora delante de la persona de Dios a favor de nosotros”. (Heb 9:24.)
No era necesario repetir el sacrificio de Jesús como el sumo sacerdote antitípico, como ocurría con los sacrificios de los sacerdotes aarónicos, porque el de Jesús quitó definitivamente el pecado. (Heb 9:13, 14, 25, 26.) Además, en el tipo o sombra, ningún sacerdote del sacerdocio aarónico podía vivir suficiente tiempo para salvar completamente, es decir, llevar a una salvación y perfección completas a aquellos a quienes ministraba, pero Cristo “puede salvar completamente a los que están acercándose a Dios mediante él, porque siempre está vivo para abogar por ellos”. (Heb 7:23-25.)
Además de su responsabilidad de ofrecer los sacrificios, el sumo sacerdote también bendecía al pueblo y lo instruía en las justas leyes de Dios. En Jesucristo también se combinan estas tres funciones. Al comparecer ante su Padre en los cielos, “ofreció un solo sacrificio por los pecados perpetuamente, y se sentó a la diestra de Dios, esperando desde entonces hasta que se coloque a sus enemigos como banquillo para sus pies”. (Heb 10:12, 13; 8:1.) Además, “la segunda vez que aparece será aparte del pecado y a los que lo están esperando con intenso anhelo para la salvación de ellos”. (Heb 9:28.)
La superioridad de Jesucristo como Sumo Sacerdote se ve también en otro sentido. Llegó a ser un hombre de carne y sangre como sus “hermanos” (Heb 2:14-17), y fue probado completamente; sufrió toda clase de oposición, persecución y finalmente una muerte ignominiosa. Como dice el registro bíblico, “aunque era Hijo, aprendió la obediencia por las cosas que sufrió; y después de haber sido perfeccionado vino a ser responsable de la salvación eterna para todos los que le obedecen”. (Heb 5:8, 9.) El apóstol Pablo explica cuál es uno de los beneficios que se deriva del hecho de que Jesús haya sido probado, al decir: “Pues por cuanto él mismo ha sufrido al ser puesto a prueba, puede ir en socorro de los que están siendo puestos a prueba”. (Heb 2:18.) Todo aquel que lo invoque puede tener la seguridad de que recibirá un trato misericordioso y considerado, pues, como Pablo dice: “No tenemos como sumo sacerdote a uno que no pueda condolerse de nuestras debilidades, sino a uno que ha sido probado en todo sentido igual que nosotros, pero sin pecado”. (Heb 4:15, 16.)
Los sacerdotes cristianos. Jesucristo es el único sacerdote “a la manera de Melquisedec” (Heb 7:17), pero, al igual que Aarón, el sumo sacerdote de Israel, Jesucristo tiene un cuerpo de sacerdotes que su Padre Jehová le ha proporcionado. A estos se les ha prometido que serán coherederos con él en los cielos y participarán como reyes asociados en su Reino. (Ro 8:17.) Se les conoce como “un sacerdocio real” (1Pe 2:9), y en la visión del libro bíblico de Revelación se les presenta cantando una canción nueva, en la que dicen que Cristo los ha comprado con su sangre y los ha hecho “un reino y sacerdotes para nuestro Dios, y han de reinar sobre la tierra”. (Apo 5:9, 10.) Después, la misma visión revela que la cantidad total asciende a 144.000 personas. También se dice que estos han “sido comprados de la tierra”, como seguidores del Cordero, “comprados de entre la humanidad como primicias para Dios y para el Cordero”. (Apo 14:1-4; compárese con Snt 1:18.) En este capítulo de Revelación (14) se da la advertencia con respecto a la marca de la bestia y se muestra que el evitar esta marca “significa aguante para los santos”. (Apo 14:9-12.) Estos 144.000 comprados son los que aguantan fielmente y llegan a vivir y reinar con Cristo, pues se dice que “serán sacerdotes de Dios y del Cristo, y reinarán con él por los mil años”. (Apo 20:4, 6.) Son los servicios de Jesús como sumo sacerdote lo que los introduce en esta posición gloriosa.
Beneficiarios del sacerdocio celestial. La visión de la Nueva Jerusalén que se da en Revelación ofrece información en cuanto a los que se beneficiarán de los servicios del Sumo Sacerdote, Jesucristo, y de su cuerpo de sacerdotes celestiales que colabora con él. Tal como Aarón, su familia y la tribu sacerdotal de Leví ministraron a las doce tribus de Israel en la tierra de Palestina, se dice de la Nueva Jerusalén que “las naciones andarán por medio de su luz”. (Véase Apo 21:2, 22-24.)
Sacerdote principal. En las Escrituras Hebreas, otro nombre para el sumo sacerdote. En las Escrituras Griegas Cristianas, la expresión sacerdotes principales al parecer se refería a los sacerdotes más influyentes. Incluía a sumos sacerdotes depuestos y posiblemente a los jefes de las 24 divisiones sacerdotales (2Cr 26:20; Esd 7:5; Mt 2:4; Mr 8:31).
HACE poco más de 100 años, el químico ruso Dimitri Ivanovich Mendeleiev se puso a reflexionar sobre la correlación que existe entre los elementos. De sus investigaciones llegó a la conclusión de que aún no se habían descubierto ciertos elementos. |
¿Software o hardware?
Mientras más descubrimientos hace la ciencia y más cosas aprendemos, más increíble parece que todo se haya ordenado de esa manera tan maravillosa para que nuestra existencia sea posible por casualidad. Es curioso que a medida que más aprendemos más aumenta el Software y mengua el hardware, pensemos tan solo en la cantidad de cables y material que se ahorra desde el invento del wifi, lo que indica que la cúspide de lo ideal y perfecto es espiritual no físico.
Yo, ¿sólo estoy formado por un montón de componentes químicos? ¿Qué es lo que hace que esté vivo? ¿Y qué pasa con mi espíritu?
Todo lo que conocemos está formado por átomos, según como estén agrupados se forma una cosa u otra. Si a mi se me estropea un ordenador, simplemente me hago de uno nuevo y pongo todos mis programas y datos personales, que es lo que más vale y aprecio en ese nuevo ordenador, y si tuviera que escoger, prefiero perder el ordenador (los elementos) que son sustituibles relativamente fácil, a perder mis datos (El espíritu) que es lo más valioso y apreciado, además que me definen a mi como persona individual y única (Mt 10:28; 16:25; Jn 6:63.)
El orden requiere de inteligencia, a su vez la inteligencia necesita un cerebro, por su parte el cerebro ocupa un cuerpo y finalmente un cuerpo tiene una identidad única, un nombre. |