En ese tiempo, Hananíe —uno de mis hermanos— llegó con otros hombres de Judá, y les preguntéa por el resto de los judíosb que habían salidoc del cautiveriod y también por Jerusalén.
Ellos respondieron: “Los que quedan allí en la provinciae y sobrevivieron al cautiverio están en una situación terriblef y humillante.g Las murallasa de Jerusalén están destrozadas, y sus puertasb fueron quemadas”.
Dije: “Oh, Jehová, Dios de los cielos, el Dios grande e imponente que cumple su pacto y les muestra amor leal a los que lo aman y obedecen sus mandamientos,
por favor, mantén tus oídos atentos y tus ojos bien abiertos, y escucha la oración de tu siervo, la oración que hoy te hago. Día y noche oro por tus siervos, los israelitas, y confieso los pecados que el pueblo de Israel ha cometido contra ti. Hemos pecado, tanto yo como la casa de mi padre.
Sin duda alguna nos hemos corrompido y hemos pecado contra ti al desobedecer los mandamientos, las normas y las decisiones judiciales que le diste a tu siervo Moisés.
Pero, si vuelven a mí y obedecen mis mandamientos, aunque hayan sido esparcidos hasta el último rincón de la tierra, de allí los juntaré y los traeré al lugar que he escogido para que mi nombre resida en él’.
Jehová, por favor, mantén tus oídos atentos a la oración de tu siervo y a la oración de los siervos tuyos que con gusto temen tu nombre. Por favor, haz que a tu siervo le vaya bien hoy. Haz que el rey se compadezca de mí”. En ese tiempo yo era copero del rey.
Y en el mes de nisán, en el año 20 del rey Artajerjes, le trajeron vino al rey. Yo, como siempre, agarré el vino y se lo serví. Ahora bien, yo nunca había estado triste en su presencia.
Por eso el rey me dijo: “Te veo decaído. ¿Qué te pasa? No estás enfermo, así que debe ser que tu corazón está triste”. En ese momento sentí muchísimo miedo.
Entonces le dije al rey: “¡Larga vida al rey! ¿Cómo no voy a verme triste, cuando la ciudad donde están enterrados mis antepasados está en ruinas y sus puertas fueron quemadas?”.
Y contesté: “Si al rey le parece bien y si este siervo tuyo tiene tu favor, envíame a Judá, a la ciudad donde están enterrados mis antepasados, para que pueda reconstruirla”.
Entonces el rey, que tenía a la reina sentada a su lado, me dijo: “¿Cuánto va a durar tu viaje? ¿Y cuándo volverás?”. Así pues, al rey le pareció bien enviarme, y yo le dije el tiempo que estaría fuera.
Luego le dije al rey: “Si al rey le parece bien, que me den cartas dirigidas a los gobernadores de la región que está al oeste del río Éufrates para que me dejen pasar libremente hasta que llegue a Judá.
Que también me entreguen una carta dirigida a Asaf, el guarda del Parque del Rey, a fin de que me dé madera para hacer vigas para las puertas de la Fortaleza de la Casa, para las murallas de la ciudad y para la casa donde viviré”. Y el rey me dio las cartas, pues la bondadosa mano de mi Dios estaba conmigo.
Tiempo después llegué adonde estaban los gobernadores de la región que está al oeste del río Éufrates y les di las cartas del rey. Además, el rey había enviado conmigo jefes militares y jinetes.
Cuando Sanbalatf el horonitag y Tobíash el funcionario ammonitai se enteraron de eso, les molestój mucho que alguien hubiera venido a ayudar al pueblo de Israel.
me levanté de noche con unos cuantos hombres y no le dije a nadie lo que mi Dios me había motivado a hacer por Jerusalén. El único animal que llevé era el animal en el que yo iba montado.
Así que salí de noche por la Puerta del Valle, pasé enfrente de la Fuente de la Culebra Grande y llegué a la Puerta de los Montones de Ceniza. Inspeccioné las murallas de Jerusalén, que estaban en ruinas, y sus puertas, que habían sido quemadas por completo.
De todos modos yo seguí subiendo de noche por el valle y continué inspeccionando la muralla. Después me di la vuelta, entré por la Puerta del Valle y regresé.
Los gobernantes subordinados no sabían adónde había ido yo ni qué estaba haciendo. Y es que todavía no les había dicho nada ni a los judíos ni a los sacerdotes ni a los nobles ni a los gobernantes subordinados ni a los demás trabajadores.
Al final les dije: “Ustedes ven la terrible situación en la que estamos, que Jerusalén está en ruinas y que sus puertas fueron quemadas. Vamos, reconstruyamos las murallas de Jerusalén y pongamos fin a esta humillación”.a
Luego les expliqué cómo la bondadosa manob de mi Dios estuvo conmigoc y les conté lo que el reyd me había dicho. Al oír esto, respondieron: “¡Pongámonos a construir!”. Así que se animaron unos a otros para hacer esta buena labor.e
Ahora bien, cuando Sanbalattf el horonita, Tobíasg el funcionarioh ammonitai y Guésemjk se enteraron de esto, empezaron a burlarsel de nosotros, a tratarnos con desprecio y a decirnos: “¿Qué están haciendo? ¿Acaso se están rebelandom contra el rey?”.
Sin embargo, yo les respondí: “El Dios de los cielosn es el que hará que tengamos éxito.o Y nosotros, sus siervos, construiremos la muralla. Pero ustedes no tienen nadap en Jerusalén, ni tienen derechos legales o históricosq para reclamar nada”.
El sumo sacerdote Eliasib y sus hermanos los sacerdotes se pusieron a reconstruir la Puerta de las Ovejas. La santificaron y colocaron las hojas de la puerta. Además, santificaron la sección que va hasta la Torre de Meá y hasta la Torre de Hananel.
Meremot —hijo de Uriya, hijo de Hacoz— reparó la siguiente sección; Mesulam —hijo de Berekías, hijo de Mesezabel— reparó la siguiente, y Sadoc hijo de Baaná reparó la siguiente.
Joiadá hijo de Paséah y Mesulam hijo de Besodeya repararon la Puerta de la Ciudad Vieja. Colocaron las vigas para la puerta y pusieron sus hojas, sus cerrojos y sus barras.
Melatías el gabaonita y Jadón el meronotita repararon la siguiente sección. Ellos eran hombres de Gabaón y de Mizpá que estaban bajo la autoridad del gobernador de la región que está al oeste del río Éufrates.
Uziel hijo de Harhaya, que era uno de los orfebres, reparó la siguiente sección. Y Hananías, que era uno de los fabricantes de ungüentos, reparó la siguiente. Ellos pavimentaron Jerusalén hasta el Muro Ancho.
Hanún y los habitantes de Zanóah repararon la Puerta del Valle. La reconstruyeron y después colocaron sus hojas, sus cerrojos y sus barras. También repararon 1.000 codos de la muralla, hasta la Puerta de los Montones de Ceniza.
Malkiya hijo de Recab, que era príncipe del distrito de Bet-Hakerem, reparó la Puerta de los Montones de Ceniza. La reconstruyó y colocó sus hojas, sus cerrojos y sus barras.
Salún hijo de Colhozé, que era príncipe del distrito de Mizpá, reparó la Puerta de la Fuente. La reconstruyó, le puso techo y colocó sus hojas, sus cerrojos y sus barras. También reparó la muralla del Estanque del Canal, que está al lado del Jardín del Rey, hasta la Escalera que baja de la Ciudad de David.
Nehemías hijo de Azbuc, que era príncipe de la mitad del distrito de Bet-Zur, reparó la siguiente sección, desde enfrente de las Sepulturas de David hasta el estanque artificial y hasta la Casa de los Poderosos.
Los levitas repararon la siguiente sección bajo la supervisión de Rehúm hijo de Baní; Hasabías, que era príncipe de la mitad del distrito de Queilá, reparó la siguiente sección en representación de su distrito.
Los hermanos de ellos repararon la siguiente sección. Estaban bajo la supervisión de Bavái hijo de Henadad, que era príncipe de la mitad del distrito de Queilá.
A continuación, Baruc hijo de Zabái trabajó con mucho empeño y reparó otra sección, desde el Contrafuerte hasta la entrada de la casa del sumo sacerdote Eliasib.
A continuación, Meremot —hijo de Uriya, hijo de Hacoz— reparó otra sección, desde la entrada de la casa de Eliasib hasta donde terminaba la casa de Eliasib.
Benjamín y Hasub repararon la siguiente sección, que estaba enfrente de su casa. Y Azarías —hijo de Maaseya, hijo de Ananíah— reparó la siguiente sección, que estaba cerca de su casa.
Palal hijo de Uzái reparó la siguiente sección, enfrente del Contrafuerte y de la torre que sale de la Casa del Rey, la que está más arriba y que está en el Patio de la Guardia. Pedaya hijo de Parósv reparó la siguiente sección.
Sadoc hijo de Imer reparó la siguiente sección, que estaba enfrente de su casa. Y Semaya hijo de Secanías, que era guarda de la Puerta Oriental, reparó la siguiente sección.
A continuación, Hananías hijo de Selemías y Hanún, el sexto hijo de Zalaf, repararon otra sección. Y Mesulam hijo de Berekías reparó la siguiente sección, que estaba enfrente de su casa.
A continuación, Malkiya, miembro del gremio de los orfebres, reparó la sección que va hasta la casa de los siervos del templo y de los comerciantes, enfrente de la Puerta de la Inspección y hasta el cuarto del techo de la esquina.
Entonces dijo frente a sus compañerose y al ejército de Samaria: “¿Qué pretenden estos judíos debiluchos? ¿Piensan que pueden hacer esto solos? ¿Van a ofrecer sacrificios?f ¿Acaso van a terminar en un solo día? ¿Se creen que podrán devolverles la vida a las piedras quemadas de entre los escombrosg polvorientos?”.
Y Tobíash el ammonita,i que estaba a su lado, dijo: “Basta con que un simple zorroj se suba a eso que ellos están construyendo para que su pared de piedras se derrumbe”.
Entonces oré: “Escucha,k Dios nuestro, porque nos están tratando con desprecio.l Haz que sus burlasm se vuelvan contra ellos. Haz que se los lleven cautivos a otro país como botín de guerra.
De manera que seguimos reconstruyendo la muralla, y cerramos todas sus brechas hasta la mitad de su altura. Y el pueblo siguió poniendo todo su corazón en las obras.o
Pero Sanbalat,p Tobías,q los árabes,r los ammonitass y los asdoditast se pusieron furiosos al enterarse de que la reparación de las murallas de Jerusalén estaba avanzando y de que las brechas se estaban cerrando.
Así que puse guardias en las partes más bajas del espacio que había detrás de la muralla, en los lugares desprotegidos, y los agrupé por familias. Estaban armados con espadas, lanzas y arcos.
Cuando vi que tenían miedo, inmediatamente fui a decirles a los nobles,e a los gobernantes subordinadosf y al resto del pueblo: “No les tengan miedo.g Acuérdense de Jehová, quien es grandeh e imponente,i y luchen por sus hermanos,j sus hijos y sus hijas, sus esposas y sus hogares”.
Nuestros enemigos se enteraron de que habíamos descubierto lo que estaban planeando y de que el Dios verdadero había frustrado su plan.k Entonces todos nosotros volvimos a trabajar en la muralla.
Pero, a partir de aquel día, la mitad de mis hombresl trabajaba en la obra y la otra mitad llevaba lanzas, escudos, arcos y corazas.m Y los príncipesn apoyaban a todos los de la casa de Judá
Entonces les dije a los nobles, a los gobernantes subordinadosc y al resto del pueblo: “La construcción es grande y extensa, y estamos trabajando en la muralla muy separados unos de otros.
Entonces le dije al pueblo: “Que los hombres pasen la noche dentro de Jerusalén. Cada uno estará acompañado de su ayudante. Por la noche estarán de guardia y durante el día trabajarán en las obras”.
De modo que ni yo ni mis hermanos ni mis ayudantes ni los guardias que me seguían nos quitábamos la ropa. Y todos llevábamos un arma en la mano derecha.
Nosotros somos de la misma sangre que nuestros hermanos, y nuestros hijos no valen menos que sus hijos. Aun así, tenemos que entregar a nuestros hijos e hijas como esclavos. Es más, algunas de nuestras hijas ya son esclavas. Pero no podemos hacer nada para impedirlo, porque nuestros campos y nuestras viñas ahora tienen otros dueños”.
Después de reflexionar sobre esto en mi corazón, acusé a los nobles y a los gobernantes subordinados. Les dije: “Todos ustedes están exigiéndoles intereses a sus propios hermanos”. Además, convoqué una gran asamblea a causa de lo que habían hecho.
Les dije: “Hasta donde fue posible, compramos a nuestros hermanos judíos que habían sido vendidos a las naciones para así rescatarlos. ¿Y ahora ustedes van a vender a sus propios hermanos, y nosotros vamos a tener que recomprarlos?”. Al oír esto, ellos se quedaron callados porque no sabían qué decir.
Y añadí: “Lo que están haciendo no está bien. ¿No deberían andar en el temor de nuestro Dios para que las naciones —nuestras enemigas— no puedan burlarse de nosotros?
Por favor, devuelvan hoy mismo los campos, las viñas, los olivares y las casas. Y también devuelvan los intereses que ustedes han estado exigiendo por el dinero, los cereales, el vino nuevo y el aceite que prestaron”.
Ellos respondieron: “Devolveremos todo y no pediremos nada a cambio. Haremos tal como dices”. Así que llamé a los sacerdotes e hice jurar a los culpables que cumplirían su promesa.
Además, sacudí los pliegues de mi prenda de vestir y les dije: “Que el Dios verdadero sacuda así y deje sin casa ni propiedades al hombre que no cumpla esta promesa. Que así sea sacudido y se quede sin nada”. Al oír esto, toda la congregación dijo “¡Amén!”. Luego se pusieron a alabar a Jehová. Y el pueblo cumplió lo que había prometido.
Además, desde el día en que el rey me nombró gobernador en la tierra de Judá —desde el año 20 hasta el año 32 del rey Artajerjes, 12 años en total—, ni yo ni mis hermanos hemos comido la comida que le corresponde al gobernador.
En cambio, los gobernadores anteriores habían explotado al pueblo y le habían cobrado 40 siclos de plata diarios para pan y vino. Y sus ayudantes también habían oprimido al pueblo. Pero yo, como tengo temor de Dios, no lo hice.
Todos los días preparaban para mí un toro, seis de las mejores ovejas y también aves, y cada 10 días nos servían todo tipo de vino en abundancia. Aun así, yo no reclamé la comida que le corresponde al gobernador, porque el pueblo ya tenía bastante carga con los servicios que realizaba.
Pues bien, Sanbalat,r Tobías,s Guésemt el árabeu y el resto de nuestros enemigos se enteraron de que yo había reconstruido la murallav y de que ya no quedaba ninguna brecha (aunque todavía me faltaba colocar las hojasa de las puertas).b
Enseguida, Sanbalat y Guésem me mandaron este mensaje: “Ven, fijemos una fecha para reunirnosc en una de las aldeas de la llanura de Onó”.d Pero en realidad planeaban hacerme daño.e
Así que mandé mensajerosf a decirles: “Estoy en medio de un trabajo muy importanteg y no puedo bajar. ¿Cómo voy a dejar que la obra se detenga para ir a verlos a ustedes?”.h
La carta decía: “Entre las naciones se anda diciendo —y Guésem también lo dice— que tú y los judíos planean rebelarse. Por eso estás reconstruyendo la muralla. Y, según se dice, tú vas a ser su rey.
Y también nombraste profetas para que vayan por toda Jerusalén haciendo este anuncio sobre ti: ‘¡Judá tiene un rey!’. Estas cosas llegarán a oídos del rey, así que ven para que hablemos del asunto”.
Entonces fui a la casa de Semaya —hijo de Delayá, hijo de Mehetabel— mientras él estaba recluidor allí. Él me dijo: “Fijemoss una fecha para encontrarnos en la casa del Dios verdadero, dentro del templo,t y cerremos las puertas, porque van a venir a matarte. Van a venir a matarte por la noche”.u
Dios mío, acuérdatek de Tobíasl y Sanbalat, y de estas cosas que han hecho. Acuérdate también de la profetisam Noadías y del resto de los profetas que tantas veces trataron de atemorizarme.
En cuanto nuestros enemigoso se enteraron de esto y las naciones vecinas lo vieron, todos se sintieron muy avergonzados y se dieron cuenta de que las obras se habían hecho con la ayuda de nuestro Dios.p
Muchos en Judá le habían jurado lealtad a Tobías, pues era yerno de Secanías hijo de Ará,s y su hijo Jehohanán se había casado con la hija de Mesulamt hijo de Berekías.
Después puse a cargo de Jerusalén a mi hermano Hananí y también a Hananías, el jefe de la Fortaleza, porque era un hombre muy confiable y temía al Dios verdadero más que muchos otros.
Entonces les dije: “Las puertas de Jerusalén no deben abrirse antes de la hora en que calienta el sol, y los porteros que estén de guardia al anochecer deben cerrarlas y atrancarlas. Pongan como guardias a los habitantes de Jerusalén, a unos en sus puestos de guardia y a otros enfrente de su casa”.
Entonces mi Dios me motivó a reunir a los nobles, a los gobernantes subordinados y al pueblo para hacer un registro por familias. Y encontré el libro del registro genealógico de los que habían subido primero. Allí estaba escrito:
“Estos fueron los habitantes de la provincia que salieron del cautiverio, de entre los desterrados, a quienes el rey Nabucodonosor de Babilonia había desterrado. Ellos regresaron más tarde a Jerusalén y Judá, cada uno a su propia ciudad.
Fueron los que regresaron con Zorobabel, Jesúa, Nehemías, Azarías, Raamías, Nahamaní, Mardoqueo, Bilsán, Mispéret, Bigvái, Nehúm y Baaná.
”El número de hombres israelitas incluía a:
Estos fueron los porteros: los hijos de Salum, los hijos de Ater, los hijos de Talmón, los hijos de Acub, los hijos de Hatitá y los hijos de Sobái: 138.
”Y estos fueron los que subieron de Tel-Mélah, Tel-Harsá, Kerub, Adón e Imer pero que no pudieron demostrar que su casa paterna o su origen eran israelitas:
Y de los sacerdotes: los hijos de Habaya, los hijos de Hacoz y los hijos de Barzilái, que se casó con una de las hijas de Barzilái el galaadita y adoptó el nombre de la familia de ella.
”Algunos de los jefes de las casas paternas hicieron donaciones para la obra. El gobernador donó para el fondo 1.000 dracmas de oro, 50 tazones y 530 túnicas de sacerdote.
”Y los sacerdotes, los levitas, los porteros, los cantores, algunos del pueblo, los siervos del templo y todo el resto de Israel se establecieron en sus ciudades. Para cuando llegó el séptimo mes, los israelitas ya se habían establecido en sus ciudades”.
Pues bien, todo el pueblo se reunió con un mismo propósito en la plaza que está enfrente de la Puerta del Agua. Le dijeron al copista Esdras que trajera el libro de la Ley de Moisés, que Jehová le había dado a Israel.
Así que, el primer día del séptimo mes, el sacerdote Esdras llevó la Ley ante la congregación de hombres, mujeres y todos los que podían comprender lo que escuchaban.
Y se puso a leerla en voz alta en la plaza que está enfrente de la Puerta del Agua. La leyó desde el amanecer hasta el mediodía ante los hombres, las mujeres y todos los que ya podían comprender lo que oían. Todos escuchaban con atención la lectura del libro de la Ley.
El copista Esdras estaba de pie sobre una plataforma de madera que se había hecho para la ocasión. De pie a su derecha estaban Matitías, Sema, Anaya, Urías, Hilquías y Maaseya, y a su izquierda estaban Pedaya, Misael, Malkiya, Hasum, Has-Badaná, Zacarías y Mesulam.
Entonces Esdras alabó a Jehová,q el Dios verdadero, el Grande. Y todo el pueblo exclamó “¡Amén! ¡Amén!”,r y levantaron las manos.s Luego se inclinaront y se postraron ante Jehová rostro a tierra.u
Y los levitas Jesúa, Baní, Serebías, Jamín, Acub, Sabetái, Hodías, Maaseya, Quelitá, Azarías, Jozabad, Hanán y Pelayá le estuvieron explicando la Ley al pueblo, que estaba de pie.
Y siguieron leyendo en voz alta el libro de la Ley del Dios verdadero y explicando con claridad lo que quería decir. Así ayudaron al pueblo a entender lo que se estaba leyendo.
Y Nehemías —que entonces era el gobernador—, el sacerdote y copista Esdras y los levitas que le enseñaban a la gente le dijeron a todo el pueblo: “Hoy es un día santo para Jehová su Dios. No lloren ni se lamenten”. Y es que todo el pueblo estaba llorando mientras oía las palabras de la Ley.
Él les dijo: “Vayan, coman las mejores comidas y tomen bebidas dulces, y mándenles comidag a los que no tienen nada. Porque hoy es un día santo para nuestro Señor. No estén tristes, porque la felicidad que viene de Jehová es la fortaleza de ustedes”.
De modo que todo el pueblo se fue a comer, a beber, a mandar comidah a otros y a disfrutar de ese día con gran alegría,i porque habían entendido las palabras que les habían enseñado.j
Al segundo día, los jefes de las casas paternas del pueblo, los sacerdotes y los levitas se reunieron con el copista Esdras para entender aún mejor las palabras de la Ley.k
Entonces vieron que en la Ley que Jehová había mandado mediante Moisésl estaba escrito que los israelitas debían vivir en cabañasm durante la fiesta del séptimo mes.n
También les mandaba ir por todas las ciudades y por toda Jerusalénp proclamandoo y anunciando: “Vayan a la región montañosaq y traigan ramas frondosas de olivos,r pinos, mirtos, palmeras y otros árboles frondosos para hacerse cabañas, como está escrito”.
Así que el pueblo salió y trajo ramas. Entonces se hicieron cabañas en sus propias azoteas,s en sus patios,t en los patios de la casa del Dios verdadero, en la plazau de la Puerta del Aguav y en la plaza de la Puerta de Efraín.a
De modo que todos los que habían regresado del cautiverio hicieron cabañas y se pusieron a vivir en ellas. Y todos los israelitas estaban muy alegres, porque desde el tiempo de Josué hijo de Nun hasta aquel día no se había celebrado la fiesta de esta manera.
Y se leyó el libro de la Ley del Dios verdadero todos los días, desde el primer día hasta el último. La fiesta duró siete días, y al octavo día se celebró una asamblea solemne, de acuerdo con lo establecido.
Entonces, los que eran de origen israelita se separaron de todos los extranjeros. Luego se pusieron de pie y confesaron sus propios pecados y los errores de sus padres.
De pie en su lugar, leyeron en voz alta el libro de la Ley de Jehová su Dios durante unas tres horas. Y durante otras tres horas estuvieron confesando sus pecados e inclinándose ante Jehová su Dios.
Y los levitas Jesúa, Cadmiel, Baní, Hasabneya, Serebías, Hodías, Sebanías y Petahías dijeron: “Levántense y alaben a Jehová su Dios por toda la eternidad. Oh, Dios, alabado sea tu glorioso nombre, que está por encima de cualquier bendición y alabanza.
”Soloz tú eres Jehová. Tú hiciste los cielos,a sí, el cielo de los cielos y todo su ejército.a class="sup" onMouseover="showmenu(event,linkset[7])" onMouseout="delayhidemenu()">b Hiciste la tierrac y todo lo que hay en ella,d los marese y todo lo que hay en ellos.f Tú los mantienes a todos vivos. Y el ejércitog de los cielos se inclina ante ti.
Como viste que su corazón te era fiel, hiciste un pacto con él para darle a él y a su descendencia la tierra de los cananeos, los hititas, los amorreos, los perizitas, los jebuseos y los guirgaseos. Y cumpliste tus promesas, porque eres justo.
diste señales e hiciste milagros para castigar al faraón, a sus siervos y a toda la gente de su tierra, porque sabías que habían tratado con arrogancia a tu pueblo. Y te hiciste un nombre que permanece hasta hoy.
Dividiste el mar delante de tus siervos, y ellos lo cruzaron sobre suelo seco. Arrojaste a sus perseguidores a las profundidades del mar como una piedra que se arroja a las aguas agitadas.
Cuando tuvieron hambre, les diste pan del cielo, y cuando tuvieron sed les sacaste agua del peñasco. Les dijiste que entraran en la tierra que habías jurado darles y que la ocuparan.
Se negaron a obedecera y no se acordaronb de las obras extraordinarias que realizaste delante de ellos. Más bien, se hicieron tercosc y nombraron un líderd para volver a Egipto como esclavos. Pero tú eres un Dios dispuesto a perdonar,e compasivof y misericordioso,g pacienteh y llenoi de amor leal. Por eso no los abandonaste.j
A pesar de eso, como tu misericordia es tan grande, no los abandonaste en el desierto. De día la columna de nube no se apartó de ellos para guiarlos por el camino y de noche siempre estaba la columna de fuego para alumbrarles el camino por donde tenían que ir.
”Les diste reinos y pueblos, y se los distribuiste por partes. De modo que ocuparon la tierra de Sehón —es decir, la tierra del rey de Hesbón— y la tierra de Og, el rey de Basán.
También hiciste que sus hijos fueran tan numerosos como las estrellas de los cielos. Luego los llevaste a la tierra que, como les habías prometido a sus antepasados, iban a conquistar.
De modo que sus hijos entraron en la tierra y la ocuparon. Tú sometiste delante de ellos a los cananeos, que eran los habitantes de esa tierra. Y entregaste en sus manos a los reyes y a los pueblos de esa tierra para que hicieran con ellos lo que quisieran.
Conquistaron ciudades fortificadas y tierras fértiles, y se quedaron con casas llenas de todo tipo de cosas buenas, cisternas ya excavadas, viñas, olivares y muchos árboles frutales. Así que comieron, se saciaron y engordaron. Disfrutaron de tu gran bondad.
”Sin embargo, se hicieron desobedientes, se rebelaron contra ti y le dieron la espalda a tu Ley. Mataron a tus profetas, quienes les dieron advertencias para que volvieran a ti. Y cometieron graves faltas de respeto.
Por eso hiciste que cayeran en manos de sus enemigos, que constantemente los hicieron sufrir. Pero, cuando estaban en problemas, te pedían ayuda a gritos, y tú los oías desde los cielos. Como tu misericordia es tan grande, les dabas salvadores que los rescataban de las manos de sus enemigos.
”Pero, en cuanto su situación mejoraba, volvían a hacer cosas malas delante de ti.w Entonces tú los abandonabas en manos de sus enemigos, quienes los dominaban.x Ellos volvían a suplicarte ayuda,y y vez tras vez tú los oías desde los cielosz y los rescatabas, porque tu misericordia es muy grande.a
Tú les dabas advertencias para que volvieran a obedecer tu Ley, pero ellos eran arrogantes y se negaban a escuchar tus mandamientos. Pecaron porque no siguieron tus normas, que dan vida a quienes las obedecen. Se empeñaron en darte la espalda, fueron tercos y se negaron a escuchar.
Durante muchos años fuiste muy paciente con ellos y les diste advertencias con tu espíritu a través de tus profetas, pero se negaron a escuchar. Al final hiciste que cayeran en manos de los pueblos de esas tierras.
”Y ahora, oh, Dios nuestro, Dios grande, poderoso e imponente, tú que has cumplido tu pacto y que has mostrado amor leal, no veas como poca cosa todo lo que hemos sufrido nosotros, nuestros reyes, nuestros príncipes, nuestros sacerdotes, nuestros profetas, nuestros antepasados y todo tu pueblo desde los días de los reyes de Asiria hasta hoy.
Nuestros reyes, nuestros príncipes, nuestros sacerdotes y nuestros antepasados no obedecieron tu Ley ni prestaron atención a tus mandamientos ni a los recordatorios que les diste.
Incluso durante su reinado, mientras disfrutaban de las muchas cosas buenas que les diste y estaban en la tierra extensa y fértil que les entregaste, ellos no te sirvieron ni abandonaron sus malas prácticas.
Y míranos hoy: somos esclavos. Sí, somos esclavos en la tierra que les diste a nuestros antepasados para que comieran de su producto y de sus cosas buenas.
Su abundante producto es para los reyes que has puesto sobre nosotros por causa de nuestros pecados. Ellos dominan a su antojo nuestros cuerpos y nuestro ganado. Estamos sufriendo mucho.
”Así que, en vista de todo esto, estamos haciendo una promesa solemne, poniéndola por escrito y dándole validez con el sello de nuestros príncipes, nuestros levitas y nuestros sacerdotes”.
Y el resto del pueblo —los sacerdotes, los levitas, los porteros, los cantores, los siervos del templo y todos los que se habían separado de los pueblos de las tierras vecinas para seguir la Ley del Dios verdadero, junto con sus esposas, sus hijos y sus hijas, cualquiera que tuviera conocimiento y entendimiento—
se unió a sus hermanos, sus hombres importantes. Y con una maldición y un juramento se comprometieron a andar según la Ley del Dios verdadero entregada mediante Moisés, el siervo del Dios verdadero. También se comprometieron a obedecer con cuidado todos los mandamientos, las decisiones judiciales y las normas de Jehová nuestro Señor. Dijeron:
”Y, si los pueblos de esta tierra vienen en sábado a vender mercancías y cereales de todo tipo, no les compraremos nada ni en sábado ni en cualquier otro día santo. También renunciaremos a la cosecha del séptimo año y perdonaremos todas las deudas.
para los panes apilados, para la ofrenda regular de grano, para la ofrenda quemada del sábado y de las lunas nuevas, para las fiestas establecidas, para las cosas santas, para las ofrendas por el pecado que borran la culpa de Israel y para todas las labores que se hacen en la casa de nuestro Dios.
”También hemos echado suertes para decidir en qué época del año —año tras año— le tocará llevar leña a la casa de nuestro Dios a cada casa paterna de los sacerdotes, de los levitas y del pueblo, para quemarla en el altar de Jehová nuestro Dios, como está escrito en la Ley.
También llevaremos a los primogénitos de nuestros hijos y de nuestros animales —como está escrito en la Ley— y a los primogénitos de nuestras vacas y de nuestros rebaños. Llevaremos todo a la casa de nuestro Dios, a los sacerdotes que sirven en la casa de nuestro Dios.
Además, les llevaremos a los sacerdotes —para los cuartos de almacén de la casa de nuestro Dios— las primicias de nuestra harina gruesa, nuestras contribuciones, el fruto de todos los árboles, el vino nuevo y el aceite. Y llevaremos la décima parte del producto de nuestros campos para los levitas, porque ellos son los que recogen la décima parte de los productos en todas las ciudades agrícolas.
”Y el sacerdote, el hijo de Aarón, tiene que estar con los levitas cuando ellos recojan la décima parte de los productos. De esa décima parte, los levitas deben dar una décima parte para la casa de nuestro Dios, para los cuartos del almacén.
Porque los israelitas y los hijos de los levitas deben llevar la contribución de cereales, de vino nuevo y de aceite a los cuartos de almacén. Allí es donde están los utensilios del santuario, así como los sacerdotes que están de servicio, los porteros y los cantores. No descuidaremos la casa de nuestro Dios”.
Ahora bien, los príncipes del pueblo vivían en Jerusalén. Pero se echaron suertes entre el resto del pueblo para que una de cada 10 familias se mudara a Jerusalén, la ciudad santa, y las otras 9 se quedaran en las demás ciudades.
A continuación está la lista de los jefes de la provincia que vivían en Jerusalén. (El resto de Israel, los sacerdotes, los levitas, los siervos del templo y los hijos de los siervos de Salomón vivían en las demás ciudades de Judá, cada uno en su propiedad, en su ciudad.
En Jerusalén también vivían algunos de la gente de Judá y de Benjamín). De la gente de Judá estaban Ataya —hijo de Uzías, hijo de Zacarías, hijo de Amarías, hijo de Sefatías, hijo de Mahalalel, de los hijos de Pérez—
y los hermanos de ellos que servían en el templo. En total eran 822. También estaban Adaya —hijo de Jeroham, hijo de Pelalías, hijo de Amzí, hijo de Zacarías, hijo de Pasjur, hijo de Malkiya—
y sus hermanos, que eran jefes de casas paternas. En total eran 242. También estaban Amashái —hijo de Azarel, hijo de Ahzái, hijo de Mesilemot, hijo de Imer—
y sus hermanos, que eran hombres valientes y poderosos. En total eran 128. Y el supervisor de ellos era Zabdiel, que era miembro de una familia destacada.
También estaban Matanías —hijo de Miqueas, hijo de Zabdí, hijo de Asaf—, que era el director del coro y dirigía las alabanzas durante la oración, y Bacbuquías —el segundo entre sus hermanos—, así como Abdá —hijo de Samúa, hijo de Galal, hijo de Jedutún—.
El supervisor de los levitas de Jerusalén era Uzí, hijo de Baní, hijo de Hasabías, hijo de Matanías, hijo de Micá, de los hijos de Asaf, los cantores. Él estaba a cargo del servicio que se hacía en la casa del Dios verdadero.
En cuanto a los poblados y sus campos, algunos de la gente de Judá vivían en Quiryat-Arbá y sus pueblos dependientes, en Dibón y sus pueblos dependientes, en Jecabzeel y sus poblados,
en Zanóah, en Adulam y sus poblados, en Lakís y sus campos, y en Azecá y sus pueblos dependientes. Se establecieron en la región que va desde Beer-Seba hasta el valle de Hinón.
Los jefes de las casas paternas de los levitas, así como los sacerdotes, fueron inscritos en los días de Eliasib, Joiadá, Johanán y Jadúa, es decir, hasta el reinado de Darío el persa.
Los jefes de los levitas eran Hasabías, Serebías y Jesúa hijo de Cadmiel. Y sus hermanos se ponían enfrente de ellos para alabar a Dios y darle gracias siguiendo las instrucciones de David, el hombre del Dios verdadero. Un grupo de guardias estaba al lado de otro grupo de guardias.
Matanías, Bacbuquías, Abdías, Mesulam, Talmón y Acub estaban de guardia como porteros, vigilando los cuartos de almacén junto a las puertas del templo.
Ellos realizaron su servicio en los días de Joiaquim —hijo de Jesúa, hijo de Jozadac— y en los días del gobernador Nehemías y del sacerdote y copista Esdras.
Pues bien, para la inauguración de las murallas de Jerusalén fueron a buscar a los levitas a todos los lugares donde vivían. Los trajeron a Jerusalén para celebrar la inauguración con alegría, con canciones de agradecimiento, con címbalos, con instrumentos de cuerda y con arpas.
Entonces hice que los príncipes de Judá subieran a la muralla. Además, organicé dos grandes coros para dar gracias y dos procesiones que fueran siguiéndolos. Uno de los coros se fue a la derecha y siguió caminando sobre la muralla hacia la Puerta de los Montones de Ceniza.
Y con ellos iban algunos de los hijos de los sacerdotes que llevaban las trompetas: Zacarías —hijo de Jonatán, hijo de Semaya, hijo de Matanías, hijo de Micaya, hijo de Zacur, hijo de Asaf—
y sus hermanos Semaya, Azarel, Milalái, Guilalái, Maái, Netanel, Judá y Hananí. Ellos iban con los instrumentos musicales de David, el hombre del Dios verdadero. Y el copista Esdras iba delante de ellos.
Desde la Puerta de la Fuente siguieron de frente por encima de la Escalera de la Ciudad de David, pasando por la subida de la muralla, y siguieron más arriba de la Casa de David hasta la Puerta del Agua al este.
El otro coro encargado de dar gracias fue en dirección contraria, y yo lo fui siguiendo sobre la muralla con la otra mitad de la gente. Pasaron la Torre de los Hornos, siguieron por el Muro Ancho,
pasaron la Puerta de Efraín y continuaron por la Puerta de la Ciudad Vieja, la Puerta del Pescado, la Torre de Hananel y la Torre de Meá. Luego siguieron por la Puerta de las Ovejas y llegaron a la Puerta de la Guardia, donde se detuvieron.
Finalmente, los dos coros encargados de dar gracias se detuvieron ante la casa del Dios verdadero. También nos detuvimos yo y la mitad de los gobernantes subordinados que estaban conmigo,
En aquel día ofrecieron muchos sacrificios y estuvieron muy contentos, pues el Dios verdadero los llenó de gran alegría. Las mujeres y los niños también estuvieron muy contentos. Era tanta la alegría que había en Jerusalén que podía oírse desde lejos.
Ese día se nombraron encargados de los almacenes para las contribuciones, las primicias y las décimas partes. Allí debían almacenar la parte del producto de los campos de las ciudades que, según la Ley, les correspondía a los sacerdotes y los levitas. Todo Judá estaba feliz debido a los sacerdotes y los levitas que prestaban servicio.
Y ellos empezaron a cumplir con el servicio a su Dios y con la obligación de realizar purificaciones, igual que lo hicieron los cantores y los porteros, según las instrucciones de David y su hijo Salomón.
Porque tiempo atrás, en los días de David y Asaf, había directores que dirigían a los cantores y también las canciones de alabanza y agradecimiento a Dios.
Y, durante los días de Zorobabel y durante los días de Nehemías, todo Israel daba la parte que les correspondía a los cantores y a los porteros, según las necesidades diarias. También daba la parte que les correspondía a los levitas, y los levitas a su vez daban la parte que les correspondía a los descendientes de Aarón.
Ese día se le leyó al pueblo el libro de Moisés. Y vieron que decía que nunca se debía admitir ni a los ammonitas ni a los moabitas en la congregación del Dios verdadero,
ya que ellos no habían recibido a los israelitas con pan y agua. Al contrario, le habían pagado a Balaam para que los maldijera. Pero nuestro Dios convirtió aquella maldición en una bendición.
Eliasib le había facilitado a Tobías un cuarto grande de almacén. Allí se guardaba antes la ofrenda de grano, el olíbano, los utensilios y la décima parte de los cereales, del vino nuevo y del aceite que les correspondía a los levitas, a los cantores y a los porteros. Allí también se guardaba la contribución para los sacerdotes.
Durante todo ese tiempo yo no estuve en Jerusalén, porque en el año 32 del rey Artajerjes de Babilonia yo había vuelto adonde estaba el rey. Sin embargo, algún tiempo después le pedí permiso para ausentarme.
Entonces regresé a Jerusalén y me di cuenta de la barbaridad que Eliasib había hecho para complacer a Tobías: le había facilitado un cuarto de almacén en el patio de la casa del Dios verdadero.
Después ordené que limpiaran los cuartos de almacén y volví a poner allí los utensilios de la casa del Dios verdadero, la ofrenda de grano y el olíbano.
También me enteré de que los levitas no habían estado recibiendo la parte que les correspondía. Por eso los levitas y los cantores que servían allí se habían tenido que ir, cada uno a su propio campo.
Así que reprendí a los gobernantes subordinados y les dije: “¿Por qué permitieron que se descuidara la casa del Dios verdadero?”. Luego reuní a los que se habían ido e hice que volvieran a realizar sus funciones.
Entonces puse al sacerdote Selemías, al copista Sadoc y a Pedaya, uno de los levitas, a cargo de los cuartos de almacén. El ayudante de ellos era Hanán, hijo de Zacur, hijo de Matanías. A todos se les consideraba hombres de confianza. Ellos tenían la responsabilidad de entregarles a sus hermanos la parte que le correspondía a cada uno.
Dios mío, acuérdate de mí y de lo que he hecho en este asunto. No borres de tu memoria el amor leal que he demostrado por tu casa y por los servicios que se realizan en ella.
En aquellos días vi que había gente que pisaba los lagares de vino en sábado, que recogía cereales y los cargaba en burros y que traía a Jerusalén vino, uvas, higos y todo tipo de productos en sábado. Así que les advertí que dejaran de vender provisiones en ese día.
Además, los tirios que vivían en la ciudad traían pescado y mercancías de todo tipo, y se lo vendían a la gente de Judá. Lo hacían en Jerusalén en sábado.
Eso fue lo que hicieron sus antepasados, y por eso nuestro Dios nos mandó todas estas desgracias a nosotros y también a la ciudad. ¿Y ahora ustedes se ponen a profanar el sábado? ¿Acaso quieren hacer que Dios se enoje todavía más con Israel?”.
Así que, en cuanto las sombras empezaron a cubrir las puertas de Jerusalén, antes de que comenzara el sábado, ordené que se cerraran y que no se abrieran hasta que terminara el sábado. También puse a algunos de mis ayudantes a vigilar las puertas para que nadie trajera ninguna mercancía en sábado.
Entonces les advertí: “¿Qué hacen aquí? Si vuelven a pasar la noche enfrente de la muralla, los echaré de aquí a la fuerza”. A partir de entonces dejaron de venir en sábado.
Además, les dije a los levitas que debían purificarse con regularidad y venir a vigilar las puertas para que el sábado se mantuviera santo. Oh, Dios mío, acuérdate también de esto y ténmelo en cuenta. Tú, que estás lleno de amor leal, ten compasión de mí.
Así que reprendí a esos judíos y los maldije, golpeé a algunos de los hombres y les arranqué los cabellos, y los hice jurar por Dios. Les dije: “No casarán a sus hijas con los hijos de ellos. Tampoco casarán a sus hijos con las hijas de ellos ni se casarán ustedes con ellas.
¿No fue esa la razón por la que pecób el rey Salomón de Israel? Entre muchas otras naciones no hubo un rey como él.c Su Dios lo amaba,d y por eso lo hizo rey de todo Israel. A pesar de eso, incluso a él lo hicieron pecare sus esposas extranjeras.
Yo purifiqué al pueblo de toda contaminación extranjera y organicé las responsabilidades de los sacerdotes y de los levitas, de cada uno según su servicio.