1. Ana,
La madre del profeta Samuel. Vivía en Ramataim-zofim, en la región montañosa de Efraín, junto con su esposo levita Elqaná y Peniná, la otra esposa de este. Elqaná amaba más a Ana, a pesar de que esta había permanecido estéril por mucho tiempo mientras que Peniná le había dado varios hijos. Peniná vejaba a Ana debido a su esterilidad, en especial cuando Elqaná llevaba a su familia al tabernáculo de Siló cada año. (1Sa 1:1-8.)
En una de esas visitas a Siló, Ana le hizo un voto a Jehová, diciéndole que si daba a luz un hijo, se lo entregaría para Su servicio. Cuando el sumo sacerdote Elí vio que Ana movía los labios mientras oraba en silencio, al principio creyó que había bebido más de la cuenta y estaba borracha, pero al enterarse de su sobrio fervor y de su sinceridad, expresó el deseo de que Jehová Dios le concediera su petición. Ana pronto quedó encinta. Una vez dio a luz a Samuel, no volvió a ir a Siló hasta que lo destetó. Entonces se lo presentó a Jehová como había prometido, llevando consigo una ofrenda de un toro de tres años, un efá de harina y un jarrón de vino. (1Sa 1:9-28.) A partir de entonces, todos los años, cuando iba a Siló, llevaba una vestidura sin mangas para su hijo. Elí la bendijo de nuevo, y Jehová volvió a abrirle la matriz, de modo que con el tiempo dio a luz tres hijos y dos hijas. (1Sa 2:18-21.)
En Ana se observan varias cualidades deseables. Era dada a la oración y humilde, y tenía el deseo de agradar a su esposo. Todos los años lo acompañaba para presentar sacrificios en el tabernáculo. Ella misma hizo un gran sacrificio renunciando a la compañía de su hijo para cumplir con su palabra y mostrar su aprecio por la bondad de Jehová. Siguió sintiendo por él afecto materno y lo demostró haciéndole todos los años una nueva vestidura. Las ideas expresadas en su cántico de acción de gracias, cuando ella y Elqaná presentaron a Samuel para el servicio del tabernáculo, son bastante similares a los sentimientos que expresó María poco después de saber que iba a ser la madre del Mesías. (Lu 1:46-55.)
2. Ana, Profetisa que vivía en Jerusalén, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Ana enviudó después de solo siete años de matrimonio, y para cuando se presentó Jesús en el templo, ya tenía 84 años. No obstante, iba constantemente al templo, y por lo visto permanecía allí desde la hora del servicio matinal hasta el servicio vespertino. Como resultado, tuvo el privilegio de ver al niñito Jesús y dar testimonio acerca de él. Los “ayunos y ruegos” de esta mujer indican su duelo y anhelo fervoroso. Los varios siglos de dominación extranjera sobre el pueblo judío, junto con el deterioro religioso de ese período, que llegó a afectar al templo y al sacerdocio, bien pueden explicar su actitud. De todos modos, aunque no es probable que esperara ver al niño ya adulto, en aquel momento testificó con gozo a otros de la liberación que se efectuaría por medio de este Mesías venidero. (Lu 2:36-38.)
Hija de Eliam (Amiel, 1Cr 3:5) y posiblemente nieta de Ahitofel. (2Sa 11:3; 2Sa 23:34.) Primero fue esposa de Urías, el hitita, uno de los hombres poderosos de David, y más tarde se casó con este rey, después de haber sido protagonista de uno de los episodios más funestos de su vida. (2Sa 23:39.)
Bat-seba estaba bañándose al atardecer de un día de primavera, cuando el rey David alcanzó a ver a esta mujer, que era “de muy buena apariencia” desde la azotea de su palacio. Al enterarse de que su esposo se había ido a la guerra, el rey, apasionado, hizo que se la llevasen al palacio y cohabitó con ella. “Más tarde ella regresó a su casa”, y algún tiempo después le informó que estaba encinta. En seguida David tramó que Urías se acostase con su esposa para encubrir el adulterio, pero al fracasar este ardid, manejó los asuntos para que muriera en una batalla. Tan pronto como hubo pasado el período de duelo, Bat-seba llegó a ser la esposa de David y dio a luz un niño. (2Sa 11:1-27.)
“Pero la cosa [...] pareció mala a los ojos de Jehová.” Su profeta Natán reprendió al rey con una ilustración en la que representó a Bat-seba como la única “cordera” de un hombre pobre (Urías) que un hombre rico (David) tomó para agasajar a un visitante. David se arrepintió con gran pesar (Sl 51), pero el niño nacido del adulterio, de quien no se dice el nombre, murió. Años después, David volvió a sufrir las consecuencias de su pecado cuando su hijo Absalón violó a sus propias concubinas. (2Sa 11:27–12:23; 2Sa 16:21, 22.)
Bat-seba halló consuelo en su arrepentido esposo, a quien se dirigió repetidas veces como “mi señor”, imitando el ejemplo de Sara (1Re 1:15-21; 1Pe 3:6), y con el tiempo le dio a luz un hijo llamado Salomón, a quien Jehová amó y bendijo. (2Sa 12:24, 25.) Además, tuvo otros tres hijos: Simeá, Sobab y Natán, siendo este último un antepasado de María, la madre de Jesús. Ya que José descendía de Salomón, tanto la madre de Jesús como su padre adoptivo eran descendientes de David por medio de Bat-seba. (1Cr 3:5; Mt 1:6, 16; Lu 3:23, 31.)
Bat-seba aparece de nuevo en el registro bíblico hacia el final del reinado de cuarenta años de David. Este le había jurado: “Salomón tu hijo es el que llegará a ser rey después de mí”. Por consiguiente, cuando Adonías, el medio hermano mayor de Salomón, intentó usurpar el trono poco antes de la muerte de David, Bat-seba, siguiendo la recomendación del profeta Natán, le recordó al rey su juramento. Este hizo que Salomón ascendiera al trono inmediatamente, y Bat-seba llegó a ser la reina madre. (1Re 1:5-37.)
Una vez que el trono de Salomón estuvo establecido firmemente, Bat-seba se presentó ante él en calidad de intermediaria influyente con una petición a favor de Adonías. Al instante, Salomón “se levantó a su encuentro y se inclinó” y ordenó que se pusiera un trono para su madre, “para que se sentara a su derecha”. Sin embargo, esta petición puso de manifiesto la duplicidad de Adonías, por lo que Salomón hizo que se le diera muerte. (1Re 2:13-25.)
Es la cuarta de cinco mujeres que aparecen en la genealogía del Mesías que escribió Mateo. Las otras cuatro son: Tamar (Mt 1:3); Rahab y Rut, mujeres no israelitas (Mt 1:5); Batseba, “la esposa de Urías” (Mt 1:6), y María (Mt 1:16). Es posible que se haya incluido a estas mujeres en una genealogía compuesta en su mayoría por hombres porque todas ellas llegaron a ser antepasadas de Jesús debido a alguna circunstancia poco común, las cuatro primeras fueron gentiles de nacimiento.
Pablo recibió informes de las disensiones que había en la congregación de Corinto mediante los miembros de la casa de esta mujer. (1Co 1:11.) Aunque la carta de Pablo no dice si Cloe residía en Corinto o en Éfeso, ciudad desde donde se escribió, la referencia por nombre a esta casa permite suponer que al menos algunos de ella —bien familiares o esclavos— eran cristianos que los corintios conocían.
Joven judía huérfana de la tribu de Benjamín cuyo nombre hebreo era Hadassá (que significa “Mirto”); descendía de aquellos a quienes se deportó de Jerusalén junto con el rey Joaquín (Jeconías) en 617 a. E.C. (Est 2:5-7.) Era hija de Abiháil, tío de Mardoqueo. (Est 2:15.) Su primo Mardoqueo, mayor que ella y su tutor, era uno de los “siervos del rey que estaban en la puerta del rey” en el palacio de Susa durante el reinado del rey persa Asuero (Jerjes I, siglo V a. E.C.). (Est 2:7; Est 3:2.) Asuero depuso a la reina Vasti por su desobediencia, y después dio la orden de reunir a todas las vírgenes más hermosas para un período especial de masajes y tratamiento de belleza, con el fin de que el rey pudiera elegir a una de ellas para reemplazar a Vasti como reina. Ester estaba entre aquellas a las que se llevó a la casa del rey y se confió al cuidado de Hegai, el guardián de las mujeres. Mantuvo en secreto que era judía, como le aconsejó Mardoqueo. (Est 2:8, 10.) En el año séptimo del reinado de Asuero, se escogió a Ester para que fuera la reina. (Est 2:16, 17.) Durante todo este tiempo se mantuvo en contacto con Mardoqueo y siguió sus consejos. Cuando este último descubrió un complot contra el rey, ella se lo dijo al monarca en nombre de Mardoqueo. (Est 22:20, 22.)
En el año duodécimo de Asuero, Hamán el agaguita, su primer ministro, planeó la aniquilación de todos los judíos en los 127 distritos jurisdiccionales del imperio. Recibió la autorización del rey para promulgar un decreto con este fin. (Est 3:7-13.) En conformidad con la información y el consejo de Mardoqueo, Ester le reveló al rey el propósito inicuo del complot de Hamán. La reacción de este hizo que aumentase la cólera del rey, y Hamán fue colgado. (Est 4:7–7:10.) A petición de Ester, el rey promulgó un segundo decreto autorizando a los judíos a defender su vida en el día que se había fijado para su exterminio. (Est 8:3-14.) Debido al edicto del rey y por temor a Mardoqueo, quien había reemplazado a Hamán como primer ministro, los gobernadores y los oficiales del imperio ayudaron a los judíos a lograr una victoria total sobre sus enemigos. (Est 9.) Las instrucciones de Mardoqueo, confirmadas por Ester, establecieron que los judíos celebraran anualmente la fiesta de Purim, costumbre que ha continuado hasta la actualidad. (Est 9:20, 21, 29.)
Aunque el libro de Ester no menciona el nombre de Dios, las acciones de Mardoqueo y Ester prueban que ambos eran siervos fieles del Dios verdadero, Jehová. Ester desplegó las cualidades propias de quienes confían en la ley de Dios. Era de “bonita figura y hermosa apariencia” (Est 2:7), pero, lo que es más importante, manifestó el adorno de “la persona secreta del corazón en la vestidura incorruptible del espíritu quieto y apacible” (1Pe 3:4), y así se ganó el favor de Hegai, el guardián de las mujeres, y también del rey mismo. Para ella el adorno ostentoso no era lo más importante, y por eso “no solicitó nada salvo lo que Hegai [...] procedió a mencionar”. (Est 2:15.) Asimismo, demostró mucha prudencia y autodominio. Fue sumisa a su esposo Asuero, dirigiéndose a él con tacto y respeto cuando tanto su vida como la de su pueblo estuvieron en peligro. Permaneció callada cuando fue prudente hacerlo, pero habló con franqueza y sin temor cuando fue necesario, y lo hizo en los momentos oportunos. (Est 2:10; Est 7:3-6.) Aceptó el consejo de su primo Mardoqueo, hombre maduro, aun cuando el llevarlo a la práctica puso en peligro su propia vida. (Est 4:12-16.) Demostró su amor y lealtad al pueblo judío, que estaba en pacto con Dios y al que ella misma pertenecía, actuando en su favor cuando fue necesario.)
Primera mujer y última creación terrestre de Dios de la que se tiene registro.
Jehová, el Creador, sabía que no era conveniente que el hombre continuara solo. Sin embargo, antes de proceder a crear a la mujer, llevó al hombre varias bestias de la tierra y criaturas voladoras. Adán les puso nombre, pero no halló entre ellas ninguna que le sirviera de ayudante. A continuación Jehová hizo que Adán cayera en un profundo sueño, tomó de su costado una costilla y, después de cerrar la carne, formó una mujer de la costilla que había tomado del hombre. Adán sabría por revelación directa de Dios, su Creador y Padre, cómo había venido a la existencia la mujer, por lo que se complació en aceptarla, diciendo: “Esto por fin es hueso de mis huesos y carne de mi carne”, como además le indicaban sus sentidos. Adán llamó a su esposa, su complemento, ’isch·scháh (mujer o, literalmente, varona), “porque del hombre fue tomada esta”. (Gé 2:18-23.) A continuación Dios pronunció su bendición paternal sobre ambos, diciendo: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla”. También tenían que tener en sujeción a la creación animal. (Gé 1:28.) Como una obra de las manos de Dios, la mujer estaba perfectamente dotada tanto para ser madre como para ser complemento de su esposo Adán.
Engaño y desobediencia. Cierto día la mujer estaba sin su esposo cerca del árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, cuando una cautelosa y sigilosa serpiente, que un espíritu invisible usó como portavoz, le preguntó con aparente inocencia: “¿Es realmente el caso que Dios ha dicho que ustedes no deben comer de todo árbol del jardín?”. La mujer contestó correctamente, pues es de suponer que su cabeza marital, que formaba con ella una sola carne, la había informado. No obstante, cuando la serpiente contradijo a Dios y aseguró que violar el mandato divino resultaría en ser igual a Dios, conociendo lo bueno y lo malo, la mujer comenzó a ver el árbol desde un punto de vista diferente. El registro dice que “vio que el árbol era bueno para alimento, y que a los ojos era algo que anhelar, sí, el árbol era deseable para contemplarlo”. Además, la serpiente le había dicho que sería como Dios si comía de él. (Compárese con 1Jn 2:16.) Engañada por completo y con un fuerte deseo por las perspectivas que presentaba comer del fruto prohibido, la mujer transgredió la ley de Dios. (1Ti 2:14.) Después de esta acción, se dirigió a su esposo y le indujo a unirse a ella en la desobediencia al Creador. Adán escuchó la voz de su esposa. (Gé 3:1-6.)
El efecto inmediato de su transgresión fue sentir vergüenza, por lo que usaron hojas de higuera para cubrirse los lomos. Al oír la voz de Jehová, tanto Adán como su esposa se escondieron entre los árboles del jardín. Cuando Dios interrogó directamente a la mujer en cuanto a lo que había hecho, ella dijo que había comido engañada por la serpiente. Al pronunciar la sentencia sobre la mujer, Jehová indicó que el embarazo y el parto irían acompañados de más dolor, que tendría un deseo vehemente por su esposo y que él la dominaría. (Gé 3:7-13, 16.)
El registro bíblico indica que después de violar la ley de Dios, Adán llamó a su esposa Eva, “porque ella tenía que llegar a ser la madre de todo el que viviera”. (Gé 3:20.) Antes de expulsar a Adán y Eva fuera del jardín de Edén para que se enfrentaran a las penurias de una tierra maldecida, Jehová les extendió bondad inmerecida suministrándoles a ambos largas prendas de vestir de piel. (Gé 3:21.)
¿Estaba Eva en lo cierto al decir que había producido a su hijo Caín “con la ayuda de Jehová”? Cuando nació su primer hijo, Caín, fuera del paraíso, Eva exclamó: “He producido un hombre con la ayuda de Jehová”. (Gé 4:1.) Puede que Eva haya pensado que ésta sería la descendencia prometida en Gé 3:5. Estas palabras de Eva muestran que los primeros humanos ya conocían el nombre de Jehová. Más tarde, dio a luz a Abel, así como a otros hijos e hijas. Cuando Adán contaba con ciento treinta años, Eva dio a luz a un hijo, a quien puso por nombre Set, diciendo: “Dios ha nombrado otra descendencia en lugar de Abel, porque Caín lo mató”. Era muy apropiado que Eva se expresase de este modo, ya que tanto el nacimiento de Caín como el de Set fueron posibles gracias a las facultades de procreación que Dios les había dado y debido, también, a la bondad inmerecida de Dios al no ejecutarla de inmediato cuando transgredió Su mandamiento. Con el nacimiento de Set se cierra el registro de Génesis sobre Eva. (Gé 4:25; Gé 5:3, 4.)
Un personaje real. El propio Jesucristo dio testimonio de que Eva vivió en realidad y de que no fue tan solo un personaje de ficción. Cuando los fariseos lo interrogaron con respecto al divorcio, Jesús dirigió su atención al relato de Génesis con relación a la creación del hombre y la mujer. (Mt 19:3-6.) Además, cuando Pablo escribió a los corintios, expresó el temor de que sus mentes de algún modo se corrompiesen, “como la serpiente sedujo a Eva por su astucia”. (2Co 11:3.) Asimismo, en su consideración del lugar apropiado de la mujer en la congregación cristiana, Pablo presentó como una razón para no permitir “que la mujer enseñe, ni que ejerza autoridad sobre el hombre”, el hecho de que Adán fue formado primero, y que él no fue engañado, “sino que la mujer fue cabalmente engañada y llegó a estar en transgresión”. (1Ti 2:12-14.)
¿Sabía Dios que Adán y Eva iban a pecar? No. Jehová los dotó de inteligencia y libre albedrío, dándoles así la oportunidad de decidir por sí mismos si le serían o no fieles. Aunque Jehová puede ver el futuro, decide cuándo hacerlo y cuándo no.
1. Jezabel, Esposa fenicia (literalmente, cananea [gr. kja·na·nái·a]) de Acab, rey de Israel durante la última mitad del siglo X a. E.C. Fue una reina dominante y una enérgica defensora del baalismo en oposición a la adoración de Jehová. En este aspecto era como su padre Etbaal (Itobalo), rey de Sidón, por lo visto el mismo de quien el historiador Menandro (según la obra Contra Apión, de Flavio Josefo, libro I, sec. 18) dice que era un sacerdote de Astarté (Astoret) que asesinó a su propio rey a fin de conseguir el trono. (1Re 16:30, 31.)
Es muy probable que el matrimonio de Acab con esta princesa pagana, Jezabel, se celebrase por razones políticas, sin tener en consideración las desastrosas consecuencias religiosas. Después de una alianza como esta, el paso que lógicamente cabía esperar de Acab para satisfacer a su esposa baalita era que edificase un templo y un altar a Baal, erigiese un “poste sagrado” fálico y se uniese a ella en su culto idolátrico. De este modo Acab ofendió más a Jehová que todos los reyes de Israel anteriores a él. (1Re 16:32, 33.)
No satisfecha con que la adoración a Baal contase con la aprobación oficial del gobierno, Jezabel intentó desarraigar del país la adoración a Jehová. Con ese fin ordenó matar a todos los profetas de Jehová, pero Dios advirtió a Elías para que escapase al otro lado del Jordán y Abdías, el mayordomo de palacio, escondió a otros cien profetas en cuevas. (1Re 17:1-3; 1Re 18:4, 13.) Algún tiempo después, Elías tuvo que volver a huir para salvar su vida, cuando Jezabel, por medio de un mensajero personal, juró matarle. (1Re 19:1-4, 14.)
Llegó a haber 450 profetas de Baal y 400 profetas del poste sagrado, y Jezabel los atendía a todos ellos y los alimentaba de su propia mesa real, a expensas del Estado. (1Re 18:19.) No obstante, a pesar de sus fanáticos esfuerzos por eliminar la adoración de Jehová, finalmente ‘todas las rodillas que no se habían doblado a Baal, y toda boca que no lo había besado’ ascendían, según reveló Jehová, a 7.000 personas. (1Re 19:18.)
Por la manera como Jezabel trató a Nabot, se observan otros rasgos del carácter inicuo de esta mujer: era egoísta en grado sumo, sin escrúpulos, arrogante y cruel. Cuando Acab estaba malhumorado y con cara disgustada porque Nabot había rehusado venderle su viña hereditaria, esta mujer sin escrúpulos pasó por alto la posición de cabeza de su esposo y con arrogancia le dijo: “Yo misma te daré la viña de Nabot”. (1Re 21:1-7.) Luego escribió cartas, las firmó y las selló en el nombre de Acab, y ordenó a los ancianos y a los nobles del pueblo natal de Nabot que consiguieran que unos individuos inútiles lo acusaran sin base alguna de maldecir a Dios y al rey, y que lo lapidasen. De esta manera se dio muerte a Nabot mediante un juicio totalmente injusto. Luego Acab tomó posesión de la viña y la convirtió en un huerto. (1Re 21:8-16.)
Debido a ese desprecio absoluto por la justicia, Jehová decretó que Acab y su línea de descendencia fuesen destruidos. “Sin excepción, nadie ha resultado como Acab, que se vendió para hacer lo que era malo a los ojos de Jehová, a quien incitó Jezabel su esposa.” Por lo tanto, el juicio de Jehová contra esta mujer fue: “Los perros mismos se comerán a Jezabel”. (1Re 21:17-26.)
Con el transcurso del tiempo, Acab murió y fue sucedido primero por Ocozías, hijo de Jezabel, que reinó por dos años, y después por Jehoram, otro de sus hijos, que reinó durante los siguientes doce años, después de lo cual por fin desapareció la dinastía de Acab. (1Re 22:40, 51-53; 2Re 1:17; 2Re 3:1.) Durante los reinados de estos hijos, Jezabel, que entonces desempeñaba el papel de reina madre, continuó promoviendo en el país sus fornicaciones y hechicerías. (2Re 9:22.) Su influencia llegaba hasta Judá, al S., donde su inicua hija Atalía, que se había casado con el rey de Judá, perpetuó el espíritu de Jezabel en el reino meridional por seis años más después de la muerte de su madre. (2Re 8:16-18, 25-27; 2Cr 22:2, 3; 2Cr 24:7.)
Cuando le llegaron a Jezabel las noticias de que Jehú había matado a su hijo, el rey Jehoram, y que estaba en camino a Jezreel, astutamente se pintó los ojos, se arregló el cabello y se colocó en una ventana superior que daba a la plaza del palacio. Desde allí saludó al conquistador en su entrada triunfal, diciendo: “¿Le fue bien a Zimrí, el que mató a su señor?”. Este sarcástico saludo probablemente era una amenaza indirecta, pues Zimrí se había suicidado a los siete días de matar a su rey y usurpar el trono cuando vio su vida amenazada. (2Re 9:30, 31; 1Re 16:10, 15, 18.)
La respuesta de Jehú a este hostil recibimiento fue: “¿Quién está conmigo? ¿Quién?”. Cuando dos o tres oficiales de la corte se asomaron, les ordenó: “¡Déjenla caer!”. Con el peso de la caída, su sangre salpicó la pared y los caballos, y probablemente los caballos la pisotearon. Poco después, cuando fueron los hombres para enterrar a esta “hija de rey”, vieron que los perros, que se alimentaban de carroña, ya casi se habían deshecho de ella, como había predicho “la palabra de Jehová que él habló por medio de su siervo Elías”, y solo habían dejado el cráneo, los pies y las palmas de sus manos como demostración de que todo lo que Jehová dice se realiza. (2Re 9:32-37.)
2. Jezabel, Entre los cristianos de Tiatira se encontraba “aquella mujer Jezabel”, “que a sí misma se llama profetisa” probablemente un grupo de mujeres que promovían la idolatría y la fornicación. Dicha “mujer” debió recibir el nombre Jezabel por su comportamiento inicuo parecido al de la esposa de Acab. No solo enseñó religión falsa y engañó a muchos para que cometieran fornicación e idolatría, sino que además fríamente rehusó arrepentirse. Por esta razón, “el Hijo de Dios” declaró que se la echaría en un lecho de enfermo y que a sus hijos se les daría muerte, para mostrar que cada uno recibe según sus hechos. Jesús no toleró tales conductas, y tampoco deberíamos hacerlo nosotros (Apo 2:18-23; Judas 3, 4).
Una de las varias mujeres a las que Jesús curó de sus dolencias y que posteriormente le siguieron y utilizaron sus posesiones para ministrarle a él y a sus apóstoles. (Lu 8:1-3.) Según parece, Juana estuvo entre las mujeres que presenciaron la ejecución de Jesús, y puesto que prepararon especias y aceite para llevar a su tumba, fueron de las primeras personas que se enteraron de su resurrección. Cuando se lo comunicaron a los once apóstoles, sin embargo, ellos no dieron crédito a lo que oían. (Lu 23:49, 55, 56; Lu 24:1-11.) El esposo de Juana, Cuza, era sirviente de Herodes Antipas. (Lu 8:3.)
Esta mujer y su casa estuvieron entre las primeras personas de Europa que aceptaron el cristianismo como resultado de la labor del apóstol Pablo en Filipos alrededor del año 50 E.C. Procedía de la ciudad de Tiatira (Asia Menor), conocida por su industria del tinte. Más tarde, en Filipos (Macedonia), Lidia vendía púrpura (que podía referirse tanto al tinte como a las prendas de vestir y tejidos ya teñidos). Parece ser que era cabeza de su casa —que incluiría esclavos y siervos—, en cuyo caso posiblemente fuese viuda o soltera. Todo indica que Lidia era una negociante acaudalada, pues necesitaba un considerable capital para adquirir las mercancías y poseía una casa lo suficientemente amplia como para alojar a cuatro hombres: Pablo, Silas, Timoteo y Lucas. Aunque la referencia a “los de su casa” quizás indique que vivía con algunos familiares (Hch 16:14, 15.)
Hay quienes opinan que su nombre era una especie de apodo recibido en Filipos, algo así como “la lidia”, o “la de Lidia”. No obstante, hay testimonios documentales de que “Lidia” ya se usaba para aquel entonces como nombre personal.
Desde tiempos de Homero, en el siglo IX u VIII antes de nuestra era, los lidios y los pueblos vecinos eran famosos por su dominio de la tintura con púrpura. Cuentan los eruditos que el agua de Tiatira contribuía a la obtención de los colores más brillantes y permanentes.
Los tejidos de púrpura eran lujos únicamente al alcance de los ricos. Aunque el tinte se extraía de diversas fuentes, el mejor y el más caro —usado con el lino fino— procedía de un molusco mediterráneo del que se sacaba apenas una gota de materia prima. Lo que es más, para elaborar un solo gramo (0,04 onzas) del precioso tinte había que emplear 8.000 caracoles. Esta era, sin duda, la razón de su alto precio.
Lidia era “adoradora de Dios”, probablemente una prosélita judía. Puede que empezara a dar culto a Jehová en su ciudad natal, que, a diferencia de Filipos, contaba con sinagoga propia, ella y otras mujeres devotas se reunían los sábados junto a un río, a las afueras de la ciudad. Cuando el apóstol Pablo predicó a estas mujeres, Lidia escuchó atentamente. Después de haber sido bautizada junto con los de su casa, les rogó a Pablo y a sus compañeros que se quedasen con ella, diciendo: “Si ustedes me han juzgado fiel a Jehová, entren en mi casa y quédense”. Ellos no pudieron rechazar este sincero ofrecimiento de hospitalidad. Lucas, compañero de viaje de Pablo y escritor de Hechos, añade: “Sencillamente nos obligó a aceptar”. (Hch 16:11-15.)
Más tarde, Pablo y Silas fueron de nuevo a la casa de Lidia una vez que se les liberó de la prisión. Allí animaron a los hermanos y luego partieron de Filipos, el hecho de que su domicilio se juntaron con los hermanos antes de abandonar la ciudad da a entender que se convirtió en el centro de reuniones de los primeros cristianos filipenses (Hch 16:36-40.)
Quizás debido en parte a la hospitalidad de Lidia, Pablo escribió a los filipenses: “Siempre doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de ustedes en todo ruego mío por todos ustedes, mientras ofrezco mi ruego con gozo, por causa de la contribución que ustedes han hecho a las buenas nuevas desde el primer día hasta este momento”. (Flp 1:3-5.)
Dado que Pablo no menciona a Lidia en su carta a los Filipenses, escrita unos diez años después, la única información que conocemos sobre ella es la que aporta el capítulo 16 de Hechos.
Tal como predijo Cristo, en el siglo primero hubo muchos discípulos —por ejemplo, Lidia, Áquila, Priscila, Filemón y Gayo— que abrieron sus casas a sus compañeros cristianos y fueron para ellos verdaderos “hermanos, y hermanas, y madres” (Hech. 16:14, 15; 18:2-4; 3 Juan 1, 5-8).
Lidia no sabía lo que sucedería ese día. Ella nunca se imaginó que tendría un encuentro que cambiaría su vida por completo. Y lo que me encanta de esta escena es que cada detalle fue orquestado por la providencia divina. Pablo iba en una dirección diferente (Hechos 16:6-12), pero el Espíritu no le permitió continuar y luego tuvo una visión en la que un hombre de Macedonia le pedía ayuda. El apóstol se convenció de que necesitaba ir a anunciar el evangelio a ese lugar. Llegaron a Filipos, y en el día de reposo fue justo al lugar donde Lidia se reunía con las mujeres a orar.
Si Dios es quien orquesta la salvación, nosotros solo debemos compartir el evangelio con la confianza de que Él hará el trabajo que ningún ser humano puede hacer. Nos quita el peso de la decepción o el miedo de no tener un buen desempeño. Hay muchas Lidias a nuestro alrededor. Ellas solo necesitan escuchar la verdad, y Dios se encargará de abrir su corazón y atraerlas.
1. María, la madre de Jesús. Era hija de Helí, aunque en la genealogía de Lucas se lee que José, el esposo de María, era “hijo de Helí”. La Cyclopædia (de M’Clintock y Strong, 1881, vol. 3, pág. 774) dice: “Es sabido que los judíos trazaban su árbol genealógico únicamente por el nombre del varón, y cuando el linaje del abuelo pasaba al nieto por medio de una hija, se omitía el nombre de esta y se ponía el de su esposo como hijo del abuelo materno (Núm. XXVI, 33; XVII, 4-7)”. Esta debió ser la razón por la que el historiador Lucas dice que José era “hijo de Helí”. (Lu 3:23.)
María era de la tribu de Judá y descendiente de David. Por consiguiente, se podía decir que su hijo Jesús “provino de la descendencia de David según la carne”. (Ro 1:3.) Por su padre adoptivo José, descendiente de David, Jesús tenía el derecho legal al trono de David, y por su madre, como “prole”, “descendencia” y “raíz” de David, tenía el derecho hereditario natural al “trono de David su padre”. (Mt 1:1-16; Lu 1:32; Hch 13:22, 23; 2Ti 2:8; Apo 5:5; Apo 22:16.)
Si la tradición está en lo cierto, Ana fue esposa de Helí y madre de María. Una hermana de Ana tuvo una hija llamada Elisabet, que fue la madre de Juan el Bautista. Según esa tradición, Elisabet era prima de María. Las Escrituras dicen que María estaba emparentada con Elisabet, que era “de las hijas de Aarón”, de la tribu de Leví. (Lu 1:5, 36.) Algunos piensan que Salomé, esposa de Zebedeo y madre de Juan y Santiago, dos de los apóstoles de Jesús, era hermana de María. (Mt 27:55, 56; Mr 15:40; Mr 16:1; Jn 19:25.)
La visita un ángel. A finales del año 3 a. E.C., Dios envió al ángel Gabriel a María, una muchacha virgen del pueblo de Nazaret. “Buenos días, altamente favorecida, Jehová está contigo”, fue el sorprendente saludo del ángel. Cuando le dijo que concebiría y daría a luz un hijo llamado Jesús, María, que en aquel tiempo solo estaba comprometida con José, preguntó: “¿Cómo será esto, puesto que no estoy teniendo coito con varón alguno?”, a lo que el ángel respondió: “Espíritu santo vendrá sobre ti, y poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, también, lo que nace será llamado santo, Hijo de Dios”. Emocionada con la perspectiva, pero con la debida modestia y humildad, ella contestó: “¡Mira! ¡La esclava de Jehová! Efectúese conmigo según tu declaración”. (Lu 1:26-38.)
A fin de fortalecer aún más su fe para esta experiencia tan importante, a María se le informó de que su parienta Elisabet, ya anciana, había dejado de ser estéril por el poder milagroso de Jehová y estaba encinta de seis meses. María fue a visitarla, y cuando entró en su casa, la criatura que estaba en la matriz de Elisabet saltó de gozo. Ante esto, Elisabet felicitó a María diciendo: “¡Bendita eres tú entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu matriz!”. (Lu 1:36, 37, 39-45.) A continuación María pronunció bajo inspiración palabras de alabanza a Jehová por su bondad. (Lu 1:46-55.)
Tras pasar unos tres meses con Elisabet en la serranía de Judá, María volvió a Nazaret. (Lu 1:56.) Cuando José se enteró de que estaba embarazada (probablemente por boca de la propia María), pensó en divorciarse de ella en secreto, más bien que exponerla a la vergüenza pública. (A las personas comprometidas se las consideraba como si estuvieran casadas, y se requería un divorcio para disolver el compromiso.) Pero el ángel de Jehová se le apareció y le reveló a José que lo que había sido engendrado en ella era por espíritu santo. Por consiguiente, José obedeció la instrucción divina y tomó a María por esposa, “pero no tuvo coito con ella hasta que ella dio a luz un hijo; y le puso por nombre Jesús”. (Mt 1:18-25.)
Da a luz a Jesús en Belén. En el transcurso de estos acontecimientos, el decreto de César Augusto que exigía que todos se registraran en su pueblo natal resultó providencial, pues tenía que cumplirse la profecía concerniente al nacimiento de Jesús. (Miq 5:2.) Por lo tanto, José tomó a María, que se encontraba “en estado avanzado de gravidez”, y la llevó en un agotador viaje de 150 Km. desde su casa de Nazaret, en el N., hasta Belén, al S. Como no había sitio en el hospedaje, el niño nació en las condiciones más humildes y fue acostado en un pesebre. Esto ocurrió probablemente alrededor del 1 de octubre del año 2 a. E.C. (Lu 2:1-7; véanse Primeros años de la vida humana de Jesús - (it-2-pg.537); Jesucristo.)
Cuando los pastores oyeron al ángel decir: “Les ha nacido hoy un Salvador, que es Cristo el Señor, en la ciudad de David”, se apresuraron a Belén y allí hallaron la señal: el hijo de María estaba “envuelto en bandas de tela y acostado en un pesebre”. Informaron a la feliz familia lo que el gran coro de ángeles había cantado: “Gloria en las alturas a Dios, y sobre la tierra paz entre los hombres de buena voluntad”. María, por su parte, “iba conservando todos estos dichos, sacando conclusiones en su corazón”. (Lu 2:8-20.)
Al octavo día, María hizo circuncidar a su hijo en obediencia a la ley de Jehová. A los cuarenta días ella y su esposo llevaron al niño al templo de Jerusalén para presentar la ofrenda prescrita. La Ley requería el sacrificio de un carnero joven y un palomo o una tórtola. Si la familia no poseía lo suficiente para la oveja, se tenían que ofrecer dos tórtolas o dos palomos. El que María ofreciese “un par de tórtolas o dos pichones” muestra que José era un hombre de escasos recursos. (Lu 2:21-24; Le 12:1-4, 6, 8.) Cuando el anciano Simeón, un hombre justo, vio al niño, alabó a Jehová por haberle permitido contemplar al Salvador antes de morir. Volviéndose a María, dijo: “Sí, a ti misma una espada larga te atravesará el alma”, no queriendo decir que ella sería traspasada con una espada literal, sino que experimentaría dolor y sufrimiento a causa de la predicha muerte de su hijo en un madero de tormento. (Lu 2:25-35.)
Vuelve a Nazaret. Cierto tiempo después, un ángel le advirtió a José de la trama urdida por Herodes el Grande para matar al niño y le ordenó que huyese con Jesús a Egipto. (Mt 2:1-18.) Una vez muerto Herodes, la familia volvió y se estableció en Nazaret. Allí María tuvo más hijos, de los que por lo menos cuatro eran varones. (Mt 2:19-23; Mt 13:55, 56; Mr 6:3.)
Aunque la Ley no requería que las mujeres asistieran a la celebración anual de la Pascua, María solía acompañar a José año tras año en el largo y difícil viaje de unos 150 Km. hasta Jerusalén con este propósito. (Éxo. 23:17; Éxo. 34:23.) En uno de esos viajes, alrededor del año 12 E.C., después que la familia había salido de Jerusalén y recorrido la distancia correspondiente a un día para regresar a su casa, descubrieron que faltaba Jesús. Sus padres volvieron inmediatamente a Jerusalén para buscarlo. Después de tres días lo hallaron en el templo, escuchando e interrogando a los maestros. María exclamó: “Hijo, ¿por qué nos trataste de este modo? Mira que tu padre y yo te hemos estado buscando con la mente angustiada”. Jesús respondió: “¿Por qué tuvieron que andar buscándome? ¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?”. Ciertamente el lugar lógico donde hallar al Hijo de Dios era el templo, donde podría recibir instrucción bíblica. María “guardaba cuidadosamente todos estos dichos en su corazón”. (Lu 2:41-51.)
A los doce años Jesús demostró un conocimiento sobresaliente para su edad: “Todos los que le escuchaban quedaban asombrados de su entendimiento y de sus respuestas”. (Lu 2:47.) El conocimiento y el entendimiento que tenía Jesús de las Escrituras reflejaba que sus padres le habían dado una excelente educación. Tanto María como José debieron ser muy diligentes en enseñar y educar al niño, criándolo en “la disciplina y regulación mental” de Jehová y cultivando en él la costumbre de asistir a la sinagoga todos los sábados. (Lu 4:16; Ef 6:4.)
Jesús la amaba y respetaba. Después de su bautismo, Jesús no manifestó favoritismo alguno por María; no se dirigió a ella como “madre”, sino simplemente como “mujer”. (Jn 2:4; Jn 19:26.) El uso de este término en el contexto de la época no demostraba en ningún sentido falta de respeto. Su uso moderno tampoco tiene por qué transmitir un sentimiento negativo. María era la madre de Jesús según la carne, pero desde que se le engendró por espíritu en el momento de su bautismo, fue principalmente el hijo espiritual de Dios y su “madre” era “la Jerusalén de arriba”. (Gál 4:26.) Jesús puso de relieve este hecho cuando María y sus otros hijos le interrumpieron en una ocasión, mientras estaba enseñando, pidiéndole que saliese afuera, a donde ellos estaban. Jesús mostró que en realidad su madre y sus parientes cercanos eran los miembros de su familia espiritual y que los asuntos espirituales tenían prioridad sobre los carnales. (Mt 12:46-50; Mr 3:31-35; Lu 8:19-21.)
Cuando faltó el vino en una boda en Caná de Galilea y María le dijo a Jesús: “No tienen vino”, él respondió: “¿Qué tengo que ver contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora”. (Jn 2:1-4.) Jesús se valió de una antigua forma interrogativa que aparece ocho veces en las Escrituras Hebreas (Jos 22:24; Jue 11:12; 2Sa 16:10; 2Sa 19:22; 1Re 17:18; 2Re 3:13; 2Cr 35:21; Os 14:8) y seis veces en las Escrituras Griegas. (Mt 8:29; Mr 1:24; Mr 5:7; Lu 4:34; Lu 8:28; Jn 2:4.) Traducida literalmente, la pregunta diría: “¿Qué para mí y para ti?”, queriendo decir: “¿Qué hay en común entre yo y tú?”, “¿qué tenemos en común tú y yo?” o “¿qué tengo que ver contigo?”. En cada uno de los casos, la pregunta indica objeción a lo que se ha sugerido, propuesto o sospechado. Así que Jesús expresó de esta forma su bondadosa reprensión, indicándole a su madre que él recibía instrucciones de la Autoridad Suprema que le había enviado y no de ella. (1Co 11:3.) María, mujer sensible y humilde, lo entendió rápidamente y aceptó la corrección. Se hizo a un lado y, para dejar que Jesús llevase la delantera, dijo a los servidores: “Todo cuanto les diga, háganlo”. (Jn 2:5.)
María estaba junto al madero de tormento cuando fijaron a Jesús. Para ella, Jesús era más que un hijo amado, era el Mesías, su Señor y Salvador, el Hijo de Dios. Al parecer, en aquel entonces María ya había enviudado. Por consiguiente, Jesús, como primogénito de la casa de José, cumplió con su responsabilidad y pidió al apóstol Juan, probablemente su primo, que llevase a María a su casa y cuidase de ella como si fuera su propia madre. (Jn 19:26, 27.) ¿Por qué no la confió Jesús a uno de sus medio hermanos? No se dice que ninguno de ellos estuviera presente. Además, no eran creyentes, y Jesús consideraba la relación espiritual más importante que la carnal. (Jn 7:5; Mt 12:46-50.)
Discípula fiel. La última referencia bíblica a María muestra que era una mujer creyente y devota y que todavía tenía una relación estrecha con otros fieles después de la ascensión de Jesús. Los once apóstoles, María y otros discípulos estaban reunidos en un “aposento de arriba”, y “todos estos persistían de común acuerdo en oración”. (Hch 1:13, 14.)
¿Qué podemos aprender de lo que está registrado en la Biblia acerca de María? 1) Una lección sobre estar dispuestos a escuchar lo que Dios dice mediante sus mensajeros aunque lo que oigamos quizás nos perturbe al principio, o parezca imposible. (Luc. 1:26-37.)
2) Ánimo para obrar en armonía con lo que lleguemos a saber que es la voluntad de Dios, con plena confianza en él. (Véase Lucas 1:38. Como se muestra en Deuteronomio 22:23, 24, pudiera haber graves consecuencias para una joven judía si se descubría que estuviera encinta sin estar casada.)
3) Que Dios está dispuesto a utilizar a alguien sin importar la posición social que ocupe. (Compárese Lucas 2:22-24 con Levítico 12:1-8.)
4) Dar prominencia a los intereses espirituales. (Véanse Lucas 2:41 y Hechos 1:14. No se requería que las esposas judías acompañaran a sus esposos en el largo viaje todos los años a Jerusalén durante la época de la Pascua, pero María lo hacía.)
5) Aprecio a la pureza moral. (Luc. 1:34.)
6) Diligencia en cuanto a enseñar a los hijos la Palabra de Dios. (Esto se reflejó en lo que Jesús estuvo haciendo a los 12 años de edad. Véase Lucas 2:42, 46-49.)
¿Fue María concebida inmaculadamente, sin pecado original, cuando su madre la concibió? La New Catholic Encyclopedia (1967, tomo VII, págs. 378-381) admite respecto al origen de dicha creencia: “[...] la Inmaculada Concepción no se enseña explícitamente en las Escrituras [...] Los primeros padres de la Iglesia consideraban a María santa, pero no absolutamente libre de pecado. [...] Es imposible dar una fecha precisa de cuándo se tuvo dicha creencia como artículo de fe, pero parece que para el siglo VIII o el IX había sido por lo general aceptada. [...] [En 1854 el papa Pío IX definió el dogma] ‘que sostiene que la Santísima Virgen María fue protegida de toda mácula del pecado original al primer instante de ser concebida’”. El Vaticano II (1962-1965) confirmó esta creencia. (The Documents of Vatican II [Los documentos del Vaticano II], Nueva York, 1966, preparado por W. M. Abbott, S.J., pág. 88.)
La Biblia misma dice: “Ahora bien, por un solo hombre [Adán] el pecado había entrado en el mundo, y por el pecado la muerte, y luego la muerte se propagó a toda la humanidad, ya que todos pecaron” (Rom. 5:12, NBL; las bastardillas son nuestras). ¿Incluye esto a María? La Biblia informa que, en conformidad con el requisito de la Ley de Moisés, 40 días después del nacimisnto de Jesús, María ofreció en el templo de Jerusalén una ofrenda por el pecado para purificación de la inmundicia. Ella, también, había heredado de Adán el pecado y la imperfección. (Luc. 2:22-24; Lev. 12:1-8.)
¿Ascendió María al cielo con su cuerpo carnal? Al comentar sobre la proclamación que hizo el papa Pío XII en 1950, mediante la cual se hizo de este dogma un artículo oficial de la fe católica, la New Catholic Encyclopedia (1967, tomo I, pág. 972) declara: “No hay ninguna referencia explícita a la Asunción en la Biblia; sin embargo, en el decreto de promulgación el papa insiste en que las Escrituras son el fundamento esencial de esta verdad”.
La Biblia misma dice: “La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos; ni la corrupción hereda la incorrupción”. (1 Cor. 15:50, BJ). Jesús dijo que “Dios es espíritu”. Cuando Jesús resucitó, volvió a ser espíritu, ahora un “espíritu que da vida”. Los ángeles son espíritus (Juan 4:24; 1 Cor. 15:45; Heb. 1:13, 14, BJ). ¿Dónde se encuentra la base bíblica para decir que alguien habría de alcanzar vida celestial en un cuerpo que requiere el ambiente físico de la Tierra para sustentarse? (Véanse “Resurrección”.)
¿Se dio honor especial a María en la congregación cristiana del primer siglo? El apóstol Pedro no hace mención alguna de ella en sus escritos inspirados. El apóstol Pablo no usó el nombre de ella en sus cartas inspiradas, sino que se refirió a ella simplemente como “una mujer”. (Gál. 4:4.)
★¿Qué ejemplo dio Jesús mismo al referirse a su madre?
Juan 2:3, 4, BJ: “Como faltara vino [en una fiesta de bodas de Caná], le dice a Jesús su madre: ‘No tienen vino.’ Jesús le responde: ‘¿Qué tengo yo contigo, mujer [“¿qué nos va a mí y a ti”, FS]? Todavía no ha llegado mi hora.’” (De niño, Jesús se sometió a su madre y a su padre adoptivo. Pero ahora que estaba crecido rechazó de manera bondadosa, pero con firmeza, la dirección de María. Ella, humildemente, aceptó la corrección.)
Luc. 11:27, 28, BJ: “Estando él [Jesús] diciendo estas cosas, alzó la voz una mujer del pueblo, y dijo: ‘¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!’ Pero él dijo: ‘Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan.’” (Esta ciertamente habría sido una excelente oportunidad para que Jesús rindiera honor especial a su madre, si hubiera sido lo apropiado. Él no hizo tal cosa.)
★¿Qué origen histórico tiene el culto especial a María?
El sacerdote católico Andrew Greeley dice: “María es uno de los símbolos religiosos más poderosos de la historia del mundo occidental. [...] El símbolo de María vincula al cristianismo directamente con las religiones antiguas de las diosas madres”. (The Making of the Popes 1978 [La formación de los papas, 1978], E.U.A., 1979, pág. 227.)
Es interesante notar dónde se confirmó la enseñanza de que María fuera la madre de Dios. “El Concilio de Éfeso se reunió en la basílica de la Theotokos en 431. Allí, más que en cualquier otro sitio, en una ciudad tan famosa por su devoción a Artemisa, o Diana, como los romanos la llamaban, donde, según se dice, su imagen había caído del cielo, bajo la sombra del gran templo dedicado a la Magna Mater desde 330 a. de J.C., y que contuvo, según la tradición, una residencia temporera de María, era casi imposible que no se sostuviera el título de ‘La que dio a luz a Dios.’” (The Cult of the Mother-Goddess [El culto de la Diosa-Madre], Nueva York, 1959, E. O. James, pág. 207.)
2. María, La hermana de Marta y Lázaro. Jesús solía visitar el hogar de esta familia, por la que sentía un cariño especial. Su casa estaba en Betania, a unas 2 millas romanas (2,8 Km.) del monte del templo de Jerusalén y en la ladera oriental del monte de los Olivos. (Jn 11:18.) Durante una visita de Jesús en el tercer año de su ministerio, Marta, en su afán por ser una buena anfitriona, estaba excesivamente preocupada por el bienestar físico de Jesús. María, sin embargo, mostró otro tipo de hospitalidad: “Se sentó a los pies del Señor y se quedó escuchando su palabra”. Cuando Marta se quejó porque su hermana no le ayudaba, Jesús encomió a María, diciendo: “Por su parte, María escogió la buena porción, y no le será quitada”. (Lu 10:38-42.)
Ve a Lázaro resucitado. Unos meses después de la visita mencionada antes, Lázaro cayó enfermo de muerte. De manera que María y Marta enviaron recado a Jesús, que probablemente estaba al E. del Jordán, en Perea. Sin embargo, cuando llegó, Lázaro ya llevaba muerto cuatro días. Al oír que Jesús venía, Marta fue rápidamente a su encuentro para saludarle, mientras que María “se quedó sentada en casa”. A su regreso, Marta fue a su desconsolada hermana y le dijo: “El Maestro está presente, y te llama”. María se apresuró a ir a su encuentro. Sollozando a sus pies, le dijo: “Señor, si tú hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Pronunció exactamente las mismas palabras que su hermana había dicho cuando poco antes había ido al encuentro de Jesús. Al ver las lágrimas de María y de los judíos que estaban con ella, el Maestro gimió y lloró. Después que Jesús realizó el asombroso milagro de levantar a Lázaro de entre los muertos, “muchos de los judíos que habían venido a María [para consolarla] [...] pusieron fe en él”. (Jn 11:1-45.)
Unge a Jesús con aceite. Cinco días antes de que Jesús celebrase la última Pascua, él y sus discípulos fueron invitados otra vez a Betania, en esta ocasión a la casa de Simón el leproso, donde también se encontraban María y su familia. Marta estaba sirviendo la cena, mientras que María de nuevo prestó atención al Hijo de Dios. Mientras Jesús estaba reclinado, María “tomó una libra de aceite perfumado, nardo genuino, muy costoso” (aproximadamente el salario de un año) y lo derramó sobre su cabeza y sus pies. Aunque este acto de amor y consideración a Jesús pasó inadvertido, en realidad significaba la preparación para su inminente muerte y sepultura. Como en la ocasión anterior, se criticó la expresión de amor de María, y al igual que en aquella ocasión, Jesús aprobó y valoró mucho su amor y devoción. “Dondequiera que se prediquen estas buenas nuevas en todo el mundo —dijo él—, lo que esta mujer ha hecho también se contará para recuerdo de ella.” (Mt 26:6-13; Mr 14:3-9; Jn 12:1-8.)
No debe confundirse este incidente —el que María ungiera a Jesús, según Mateo, Marcos y Juan— con la unción mencionada en Lucas 7:36-50. En los dos acontecimientos se dan ciertas similitudes, aunque se aprecian algunas diferencias: el primer suceso, informado por Lucas, tuvo lugar en el distrito septentrional de Galilea; en tanto que el segundo ocurrió en el S., en Betania de Judea. El primero aconteció en la casa de Simón, un fariseo; el segundo, en la casa de Simón el leproso. En el primer caso, fue una mujer cuyo nombre no se menciona, pero a la que se conocía públicamente como una “pecadora”, probablemente una prostituta, quien realizó la unción; mientras que en el segundo fue María, la hermana de Marta. Además, hubo una diferencia de más de un año entre los dos acontecimientos.
Algunos críticos afirman que Juan contradice a Mateo y a Marcos cuando dice que el perfume se derramó sobre los pies de Jesús, más bien que sobre la cabeza. (Mt 26:7; Mr 14:3; Jn 12:3.) En un comentario sobre Mateo 26:7, Albert Barnes dice: “No obstante, no hay ninguna contradicción. Probablemente lo derramó tanto sobre la cabeza como sobre los pies. Como Mateo y Marcos habían registrado lo primero, Juan, que en parte escribió su evangelio para relatar acontecimientos que ellos omitieron, dice que el ungüento también se derramó sobre los pies del Salvador. Derramar ungüento sobre la cabeza era común, mientras que derramarlo sobre los pies era un acto de notable humildad y afecto por el Salvador, por lo que merecía que constase por escrito”. (Barnes’ Notes on the New Testament, 1974.)
3. María Magdalena. Su nombre distintivo (que significa La Torre, “De [Perteneciente a] Magdala”) probablemente se origine de la ciudad de Magdala, situada en la orilla occidental del mar de Galilea, aproximadamente a medio camino entre Capernaum y Tiberíades. No hay registro de que Jesús visitase este pueblo, aunque pasó mucho tiempo en sus alrededores. Tampoco se sabe con certeza si era el pueblo natal de María o su lugar de residencia. El que Lucas se refiera a ella como “María la llamada Magdalena” ha llevado a algunos a pensar que el evangelista quería resaltar algo especial o peculiar. (Lu 8:2.)
Jesús expulsó siete demonios de María Magdalen, razón suficiente para que ella pusiese fe en él como el Mesías y para que respaldara tal fe con excepcionales obras de devoción y servicio. Se la menciona por primera vez en el transcurso del segundo año del ministerio de Jesús, cuando él y sus apóstoles estaban “viajando de ciudad en ciudad y de aldea en aldea, predicando y declarando las buenas nuevas del reino de Dios”. Junto con Juana —la esposa del intendente de Herodes—, Susana y otras mujeres, María Magdalena continuó atendiendo con sus propios bienes las necesidades de Jesús y sus apóstoles. (Lu 8:1-3.)
La referencia más destacada a María Magdalena está relacionada con la muerte y resurrección de Jesús. Cuando se le llevó al degüello, como el Cordero de Dios, ella estaba entre las mujeres ‘que le habían acompañado desde Galilea para ministrarle’ y permanecieron allí, “mirando desde lejos” su cuerpo fijado en el madero de tormento. Junto con ella estaban María, la madre de Jesús, y Salomé, así como también la (“otra María” núm. 4). (Mt 27:55, 56, 61; Mr 15:40; Jn 19:25.) María Magdalena vio donde fue puesto el cuerpo de Cristo (Mt 27:61; Mr 15:47; Lu 23:55)
Después del entierro de Jesús, María Magdalena y otras mujeres fueron a preparar especias y aceite perfumado antes del anochecer, cuando comenzaba el sábado. Luego, al terminar el sábado y despuntar el alba, en el primer día de la semana, María y las otras mujeres llevaron el aceite perfumado a la tumba. (Mt 28:1; Mr 15:47; Mr 16:1, 2; Lu 23:55, 56; 24:1.) Cuando María vio que la tumba estaba abierta y al parecer vacía, se apresuró a contar las asombrosas noticias a Pedro y Juan, quienes corrieron hacia aquel lugar. (Jn 20:1-4.) Para cuando María llegó de nuevo a la tumba, Pedro y Juan ya habían partido. Inspeccionó el interior de la tumba y quedó atónita al ver a dos ángeles vestidos de blanco. Después, al volverse hacia atrás, vio a Jesús de pie, y pensando que era el hortelano, le preguntó dónde estaba el cuerpo para poder atenderlo. Cuando él respondió: “¡María!”, descubrió su identidad y ella le abrazó impulsivamente, a la vez que exclamó: “¡Rabboni!”. Pero no era momento para expresiones de afecto. Jesús iba a estar con ellos poco tiempo. María debía apresurarse a informar a los otros discípulos sobre su resurrección y su ascensión, como él dijo, “a mi Padre y Padre de ustedes y a mi Dios y Dios de ustedes”. (Jn 20:11-18.)
4. María, La “otra María”. La esposa de Clopas (Alfeo) y madre de Santiago el Menos y de Josés. (Mt 27:56, 61; Jn 19:25.) Aunque sin ningún apoyo bíblico, la tradición dice que Clopas y José, el padre adoptivo de Jesús, eran hermanos. De ser cierto, María sería la tía de Jesús, y los hijos de ella, sus primos.
María no solo estuvo entre las mujeres “que habían acompañado a Jesús desde Galilea para ministrarle”, sino que también fue testigo de su ejecución en el madero de tormento. (Mt 27:55; Mr 15:40, 41.) Junto con María Magdalena, permaneció fuera de su tumba aquella tarde tan amarga del 14 de Nisán. (Mt 27:61.) Al tercer día, tanto ellas como otras mujeres fueron a la tumba con especias y aceite perfumado a fin de untar el cuerpo de Jesús, pero, para su consternación, hallaron la tumba abierta. Un ángel explicó que Cristo había sido levantado de entre los muertos y les mandó: “Vayan [díganselo] a sus discípulos”. (Mt 28:1-7; Mr 16:1-7; Lu 24:1-10.) Mientras estaban en camino, el resucitado Jesús se apareció a esta María y a las otras mujeres. (Mt 28:8, 9.)
5. María, La madre de Juan Marcos. También era la tía de Bernabé. (Hch 12:12; Col 4:10.) La congregación cristiana primitiva de Jerusalén usaba su hogar como lugar de reunión. Su hijo Marcos tenía una estrecha relación con el apóstol Pedro, quien probablemente tuvo mucho que ver con su crecimiento espiritual, pues Pedro le llama “Marcos mi hijo”. (1Pe 5:13.) Cuando se liberó al apóstol del encarcelamiento al que le sometió Herodes, fue directamente a la casa de ella, “donde muchos estaban reunidos y orando”. Esta vivienda debió ser de un tamaño considerable; la presencia de una sirvienta parece indicar que María era una mujer adinerada. (Hch 12:12-17.) El que se diga que la casa era de ella y no de su esposo probablemente se deba a que era viuda. (Hch 12:12.)
6. María de Roma. Pablo le envió saludos en su carta a los Romanos, y la encomió por sus “muchas labores” a favor de la congregación de Roma. (Ro 16:6.)
Mujer judía de Betania, hermana de Lázaro y de María. (Jn 11:1, 2.) Al parecer, Cristo visitaba a menudo su casa cuando estaba en las inmediaciones de Jerusalén. Le unían a estos tres hermanos lazos afectivos, pues se dice específicamente: “Ahora bien, Jesús amaba a Marta y a su hermana y a Lázaro”. (Jn 11:5.)
Lucas informa que cuando Jesús entró en “cierta aldea”, “cierta mujer, de nombre Marta, lo recibió en la casa como huésped”. (Lu 10:38.) Sobre la base de Mateo 26:6, Marcos 14:3 y Juan 12:1-3, se ha dicho que Marta era la esposa, la viuda o incluso la hija de Simón el leproso. Sin embargo, en las Escrituras no se halla ninguna declaración específica que apoye esta opinión.
En una ocasión, cuando Jesús visitó la casa de Lázaro, Marta y María, esta “se sentó a los pies del Señor y se quedó escuchando su palabra”, mientras que Marta “estaba distraída atendiendo a muchos quehaceres”. Marta intentó que María la ayudara, diciendo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para atender las cosas? Dile, por lo tanto, que me ayude”. Obviamente Marta estaba interesada en satisfacer las necesidades materiales de Jesús. Cristo aprovechó la ocasión para recalcar el sobresaliente valor de las cosas espirituales y con bondad la reprendió: “Marta, Marta, estás inquieta y turbada en cuanto a muchas cosas. Son pocas, sin embargo, las cosas que se necesitan, o solo una. Por su parte, María escogió la buena porción, y no le será quitada”. (Lu 10:38-42.) Cristo hubiera estado satisfecho con una sola cosa para comer, con tal que Marta también obtuviese un mayor beneficio de su enseñanza.
Aunque pudiera parecer que Marta estaba excesivamente preocupada por las cosas materiales, no se debería suponer que no tenía interés en los asuntos espirituales. Después de la muerte de Lázaro, fue Marta quien acudió al encuentro de Jesús cuando este se dirigía a Betania, mientras que al principio María se quedó sentada en casa (posiblemente debido al pesar o por causa de los muchos amigos que los visitaban). Marta demostró fe en Cristo cuando dijo que Lázaro no hubiera muerto si él hubiese estado presente. También reconoció: “Yo sé que se levantará en la resurrección en el último día”, mostrando que creía en la resurrección. Durante aquella conversación, Jesús explicó que él es “la resurrección y la vida”, y que en caso de que muriese alguien que ejerciese fe en él, volvería a vivir. Cuando Cristo le preguntó a Marta: “¿Crees tú esto?”, ella claramente mostró su fe al responder: “Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, Aquel que viene al mundo”. (Jn 11:19-27.) Naturalmente, esto no descarta la posibilidad de que tuviese alguna duda respecto a lo que Jesús podía hacer o haría en el caso de su hermano muerto. (Compárese con la actitud de los apóstoles según se relata en Lu 24:5-11.) En la tumba de Lázaro, cuando Cristo ordenó que quitasen la piedra, Marta dijo: “Señor, ya debe oler mal, porque hace cuatro días [que murió]”. Jesús le preguntó entonces: “¿No te dije que si creías habrías de ver la gloria de Dios?”. Ella fue testigo de esta gloria cuando se resucitó a su hermano. (Jn 11:39-44.)
Después de la resurrección de Lázaro, Cristo partió de allí. Más tarde, volvió a Betania y se reunió con varias personas, entre ellas Marta, María y Lázaro, en casa de Simón el leproso. Se había preparado una cena y de nuevo “Marta estaba sirviendo”. Lázaro estaba en la mesa, y fue en aquella ocasión cuando María ungió a Jesús con un costoso aceite perfumado. (Jn 12:1-8; Mt 26:6-13; Mr 14:3-9.) Las Escrituras guardan silencio sobre los últimos años de la vida de Marta y cuándo y en qué circunstancias murió.
La hija más joven del rey Saúl, que se casó con David. Saúl había ofrecido a su hija mayor, Merab, como esposa a David, pero se la dio a otro hombre. Sin embargo, Mical “estaba enamorada de David”, y Saúl se la ofreció a cambio de que presentara los prepucios de 100 filisteos, pues suponía que David moriría al intentar matar a tantos guerreros enemigos. David aceptó el desafío, presentó a Saúl 200 prepucios filisteos y recibió a Mical como esposa. Sin embargo, a partir de ese momento, “Saúl volvió a sentir aún más miedo a causa de David” y se convirtió en su pertinaz enemigo. (1Sa 14:49; 1Sa 18:17-29.) Después, cuando el odio de Saúl a David alcanzó su punto máximo, Mical ayudó a su esposo a escapar de la cólera del rey. Durante la larga ausencia de David, Saúl se la dio en matrimonio a Paltí, el hijo de Lais de Galim. (1Sa 19:11-17; 1Sa 25:44.)
Cuando algún tiempo después Abner intentó celebrar un pacto con David, este rehusó verle a menos que llevase con él a Mical. David hizo llegar su petición a Is-bóset, hijo de Saúl, por medio de un mensajero, y como resultado Paltiel (Paltí) perdió a su esposa —Mical— y fue devuelta a David. (2Sa 3:12-16.)
Castigada por no mostrar respeto a David. David ya era rey cuando hizo llevar el arca del pacto a Jerusalén y demostró su júbilo por la adoración de Jehová danzando eufóricamente “ceñido con un efod de lino”. Mical lo observaba desde una ventana y “empezó a despreciarlo en su corazón”. Una vez que David regresó a su casa, Mical expresó sus sentimientos con sarcasmo, mostró falta de aprecio por el celo que David había demostrado por la adoración de Jehová y calificó de indigna su actuación. David la reprendió y también debió castigarla no teniendo relaciones sexuales con ella a partir de ese momento, pues murió sin descendencia. (2Sa 6:14-23.)
Cría a los hijos de su hermana. El relato de 2 Samuel 21:8 habla de “los cinco hijos de Mical hija de Saúl que ella había dado a Adriel”. Estos se hallaron entre los miembros de la casa de Saúl que David dio a los gabaonitas para expiar el intento de Saúl de aniquilarlos. (2Sa 21:1-10.) El aparente conflicto entre 2 Samuel 21:8 y 6:23, donde dice que Mical murió sin hijos, se puede resolver si se acepta el punto de vista de algunos comentaristas: los cinco hijos eran de la esposa de Adriel, Merab, la hermana de Mical, es probable que su hermana Merab muriera joven y Mical, quien no tenía hijos, los crió una vez que quedaron huérfanos de madre. (2Sa 21:8 - 15-5-2005-Pg.19)
Suegra de Rut, que fue antepasada de David y de Jesucristo. (Mt 1:5.)
Era esposa de Elimélec, efrateo de Belén de Judá de la época de los jueces (c. 1300 a.E.C.). Debido a un hambre severa, se mudó a Moab con su esposo y sus dos hijos, Mahlón y Kilión. Allí murió Elimélec. Posteriormente, los hijos se casaron con las moabitas Orpá y Rut, y unos diez años más tarde ambos murieron sin descendencia. (Rut 1:1-5.)
Desconsolada, Noemí decidió volver a Judá. Las dos nueras viudas iniciaron el viaje de regreso con ella, pero Noemí les recomendó que se volvieran y se casaran en su propia tierra, pues ella misma se había hecho “demasiado vieja para llegar a pertenecer a un esposo”, de modo que no podía tener más hijos con quienes ellas pudieran casarse. Orpá se volvió, pero Rut permaneció con Noemí por amor a ella y a su Dios, Jehová. (Rut 1:6-17.)
Cuando Noemí llegó a Belén, dijo a las mujeres que la saludaban: “No me llamen Noemí [Mi Agradabilidad]. Llámenme Mará [Amarga], porque el Todopoderoso me ha hecho muy amarga la situación”. (Rut 1:18-21.) Como era la época de la cosecha de la cebada, Rut bondadosamente fue a espigar para su propio sustento y el de Noemí, de suerte que fue a trabajar en el campo de Boaz. (Rut 2:1-18.) Cuando le dijo a Noemí en el campo de quién estaba trabajando, esta percibió la mano de Jehová, puesto que Boaz era un pariente cercano de Elimélec y, por lo tanto, uno de los recompradores. Noemí animó a Rut a presentarle este hecho a Boaz. (Rut 2:19–3:18.) Este respondió con prontitud y siguió el trámite legal acostumbrado para recomprar a Noemí la propiedad de Elimélec. De modo que de acuerdo con la ley de levirato o matrimonio de cuñado, Rut llegó a ser la esposa de Boaz en favor de Noemí. Cuando les nació un hijo, las vecinas le pusieron el nombre de Obed, y dijeron: “Le ha nacido un hijo a Noemí”. Por lo tanto, Obed se convirtió en el heredero legal de la casa de Elimélec de Judá. (Rut 4:1-22.)
Esposa moabita de Kilión y, al igual que Rut, nuera de Noemí. (Compárese Rut 1:3-5 con Rut 4:10.) Cuando murieron los maridos de Noemí, Orpá y Rut, estas tres viudas sin hijos emprendieron el viaje de Moab a Belén. En cierto lugar Noemí animó a sus dos nueras a que regresaran a las casas de sus madres y se casaran en Moab, pero ambas le dijeron con insistencia a Noemí: “No, sino que contigo volveremos a tu pueblo”. Orpá había tratado con bondad a su suegra y seguramente le tenía mucho afecto. (Rut 1:8-10.) El que quisiera seguir con Noemí puede que en parte se debiera a que había disfrutado de la vida dentro de una familia israelita. Noemí, sin embargo, recalcó que sería muy posible que al volver con ella estas dos moabitas tuvieran que permanecer viudas en Judá, puesto que tenía poca esperanza de casarse de nuevo para dar a luz hijos, y, aun en ese caso, estaba segura de que Orpá y Rut no querrían esperar hasta que sus hijos crecieran y pudieran cumplir con la ley del levirato. El afecto y el aprecio de Orpá no fueron suficientes para que continuase con Noemí ante ese posible futuro, de modo que, después de llorar mucho, se despidió de Noemí y de Rut, y regresó “a su pueblo y a sus dioses”. (Rut 1:3-15.)
La forma más corta del nombre aparece en los escritos de Pablo, y la más larga, en los de Lucas. Esas variaciones eran comunes en los nombres romanos.
Priscila era la esposa de Áquila, con quien siempre se la menciona. Ambos efectuaron excelentes obras cristianas y mostraron hospitalidad, no solo al acoger a algunas personas, sino también al celebrar las reuniones de congregación en su casa, tanto en Roma como en Éfeso.
Debido al decreto del emperador Claudio, Áquila y su esposa partieron de Roma y fueron a Corinto hacia el año 50 E.C. Poco después de su llegada, Pablo colaboró con ellos en hacer tiendas de campaña. (Hch 18:2, 3.) Viajaron con Pablo a Éfeso, permanecieron allí por un tiempo y contribuyeron a ‘exponer con mayor exactitud el camino de Dios’ a Apolos, varón elocuente. (Hch 18:18, 19, 18:24-28; 1Co 16:19.) Regresaron a Roma por un tiempo (Ro 16:3-5), y más tarde volvieron a Éfeso. (2Ti 4:19; 1Ti 1:3.) Estuvieron relacionados con Pablo desde el año 50 E.C., aproximadamente, hasta su muerte, unos quince años más tarde, y durante ese período ‘arriesgaron su propio cuello’ por el apóstol. (Ro 16:3, 4.)
1. Rahab,
Prostituta de Jericó que se hizo adoradora de Jehová. En la primavera del año 1473 a. E.C., dos espías israelitas entraron en Jericó y se alojaron en su casa. (Jos 2:1.) No se dice cuánto tiempo permanecieron allí, pero Jericó no era tan grande como para que tardaran mucho en espiarla.
Aunque en algunos círculos, en especial entre los judíos tradicionalistas, se ha negado que Rahab fuese una ramera o prostituta en el sentido común de la palabra, esta opinión parece carecer de fundamento. La palabra hebrea zoh·náh siempre se refiere a una relación ilícita, bien sexual, bien de infidelidad espiritual, y en todos los casos en los que se refiere a una prostituta, se traduce de esa manera, nunca por “posadera”, “mesonera” o algo similar. Hay que tener en cuenta que la prostitución no era un oficio con mala reputación entre los cananeos.
Cuando otros habitantes de la ciudad se dieron cuenta de que los dos invitados de Rahab eran israelitas, se lo informaron al rey, pero ella se apresuró a esconderlos entre los tallos de lino que se estaban secando sobre la azotea, de modo que, cuando las autoridades llegaron para detenerlos, los pudo dirigir a otra parte sin suscitar sospechas. Al actuar de esta manera, demostró mayor devoción al Dios de Israel que a su comunidad, que se hallaba bajo la condenación divina. (Jos 2:2-7.)
No se sabe con certeza cuándo se dio cuenta del propósito de los espías y de las intenciones de Israel con respecto a Jericó. Pero les confesó el gran temor y pavor que existía en la tierra debido a los informes en cuanto a cómo Jehová había salvado a Israel en diversas ocasiones durante los pasados cuarenta años. Rahab pidió a los espías que le jurasen que conservarían vivos tanto a ella como a toda su familia: padre, madre y todos los demás. Los hombres accedieron a condición de que reuniese a toda la familia en su casa, colgase un cordón escarlata de la ventana y guardase silencio respecto a la visita; Rahab prometió cumplir con todas estas condiciones, volvió a protegerlos, les permitió escapar por una ventana (la casa estaba situada sobre el muro de la ciudad) y les dijo cómo podrían eludir a sus perseguidores, que habían salido hacia los vados del Jordán. (Jos 2:8-22.)
Los espías comunicaron a Josué todo lo que había sucedido. (Jos 2:23, 24.) Cuando cayeron los muros de Jericó, la casa de Rahab, que quedaba “en un lado del muro”, no fue destruida. (Jos 2:15; Jos 6:22.) Josué ordenó que mantuvieran con vida a la familia de Rahab, y los mismos dos espías la llevaron a salvo. Después de estar aislados del campamento de Israel durante cierto tiempo, Rahab y su familia tuvieron permiso de morar entre los israelitas. (Jos 6:17, 23, 25.) Esta ex prostituta pasó a ser la esposa de Salmón y la madre de Boaz, quien llega a ser el bisabuelo del rey David. Es una de las cuatro mujeres mencionadas por nombre en la genealogía de Jesús que registra Mateo. (Rut 4:20-22; Mt 1:5, 6.) También es un ejemplo sobresaliente de alguien que, aunque no era israelita, demostró por sus obras una fe indivisa en Jehová. Pablo dice a este respecto: “Por fe Rahab la ramera no pereció con los que obraron desobedientemente, porque recibió a los espías de manera pacífica”. Del mismo tenor fue el comentario de Santiago, que dijo: “De la misma manera, también, Rahab la ramera, ¿no fue declarada justa por obras, después que hubo recibido hospitalariamente a los mensajeros y los hubo enviado por otro camino?”. (Heb 11:30, 31; Snt 2:25.)
Es la segunda de cinco mujeres que aparecen en la genealogía del Mesías que escribió Mateo. Las otras cuatro son: Tamar (Mt 1:3); Rut, mujeres no israelitas (Mt 1:5); Batseba, “la esposa de Urías” (Mt 1:6), y María (Mt 1:16). Es posible que se haya incluido a estas mujeres en una genealogía compuesta en su mayoría por hombres porque todas ellas llegaron a ser antepasadas de Jesús debido a alguna circunstancia poco común, las cuatro primeras fueron gentiles de nacimiento.
2. Rahab, (Heb. Rá·hav, de una raíz que significa “acometer con impertinencias”.) Término simbólico que se usa por primera vez en Job (9:13; 26:12), donde se traduce “acometedor” (NM). En el segundo de estos pasajes, tanto el contexto como el paralelismo del versículo lo relacionan con un gran monstruo marino. De manera similar, Isaías 51:9 enlaza Rahab con un monstruo marino: “¿No eres tú el que hizo pedazos a Rahab, el que traspasó al monstruo marino?”.
Rahab, el “monstruo marino”, vino a simbolizar a Egipto y su Faraón, quien se opuso a Moisés e Israel. Isaías 51:9, 10 menciona cómo Jehová liberó a Israel de Egipto: “¿No eres tú el que secó el mar, las aguas de la vasta profundidad? ¿El que hizo de las profundidades del mar un camino para que pasaran los recomprados?”. En Isaías 30:7 de nuevo se enlaza “Rahab” con Egipto. Asimismo, en el Salmo 87:4 la palabra “Rahab” debe hacer referencia a Egipto, pues ese nombre es el primero de una lista de enemigos de Israel que incluye a Babilonia, Filistea, Tiro y Cus. Los targumes emplean “los egipcios” en este versículo, y en el Salmo 89:10 parafrasean “Rahab” de tal manera que enlazan ese término con el arrogante Faraón de Egipto a quien Jehová humilló.
La moabita con quien se casó Mahlón después de morir su padre Elimélec. Mahlón, su madre Noemí y su hermano Kilión vivían en Moab (c. 1300 a.E.C.). Un hambre obligó a la familia a abandonar Belén de Judá, su ciudad natal. Kilión, el cuñado de Rut, se casó con Orpá, otra moabita. Con el tiempo, los dos hermanos murieron, y las dejaron viudas y sin hijos. Al enterarse de que Jehová había vuelto a manifestar su favor a Israel, Noemí emprendió viaje de regreso a Judá acompañada por sus dos nueras. (Rut 1:1-7; Rut 4:9, 10.)
Su amor leal. Aunque Orpá finalmente hizo caso de la recomendación de Noemí y regresó a su pueblo, Rut se quedó con su suegra. Dejó a sus parientes y su tierra natal, a pesar de las pocas perspectivas que tenía de volver a casarse y disfrutar de la seguridad que el matrimonio le podría proporcionar, debido al profundo amor que sentía por Noemí y a su sincero deseo de servir a Jehová en unión con su pueblo. (Rut 1:8-17; Rut 2:11.) Amaba tanto a su suegra que más tarde dijeron que ella le era mejor a Noemí que siete hijos. (Rut 4:15.)
Como llegaron a Belén al comienzo de la cosecha de la cebada, Rut fue al campo a fin de conseguir alimento para ambas. Por casualidad dio con el campo que pertenecía a Boaz, un pariente de Elimélec, y pidió permiso al capataz de los segadores para espigar. Su diligencia debió ser sobresaliente pues el capataz lo comentó con Boaz. (Rut 1:22–2:7.)
Cuando Boaz se mostró bondadoso con Rut, ella respondió con aprecio y se reconoció humildemente inferior a sus siervas. A la hora de comer Boaz le dio tanto grano tostado que hasta le sobró para llevárselo a Noemí. (Rut 2:8-14, 18.) Aunque Boaz dispuso los asuntos para que el trabajo de espigar se le hiciese más fácil, Rut no se marchó temprano, sino que continuó espigando hasta el atardecer, “después de lo cual batió lo que había espigado, y esto llegó a ser como un efá [22 l.] de cebada”. Tal como Boaz le había dicho, Rut siguió espigando en su campo durante el resto de la cosecha de la cebada y la cosecha del trigo. (Rut 2:15-23.)
Pide a Boaz que actúe como su recomprador. Noemí deseaba hallar un “lugar de descanso”, es decir, un hogar para su nuera, por lo que le dio instrucciones para que solicitase a Boaz que la recomprase. De acuerdo con dichas instrucciones, Rut bajó a la era de Boaz. Después que Boaz se acostó, ella entró furtivamente, le descubrió los pies y se acostó. A medianoche, Boaz se despertó temblando y se inclinó hacia delante. Como no la reconoció en la oscuridad, le preguntó: “¿Quién eres?”. “Soy Rut tu esclava —respondió—, y tienes que extender tu falda sobre tu esclava, porque tú eres un recomprador.” (Rut 3:1-9.)
Lo que Rut hizo, a instancias de Noemí, debe haber sido la costumbre de las mujeres cuando reclamaban el derecho de matrimonio de cuñado. Paulus Cassel hizo la siguiente observación respecto a Rut 3:9 en la obra Commentary on the Holy Scriptures de Lange: “Obviamente, este método simbólico de reclamar el más delicado de todos los derechos presupone un comportamiento sencillo y virtuoso como el de los patriarcas. La mujer confiaba en la honorabilidad del hombre. Sin embargo, no era un método fácil de aplicar. Si previamente se decía o se dejaba traslucir la intención, era como quitar el velo de silencio y discreción propio de la modestia de la solicitante. Pero una vez planteada la petición, no podía denegarse sin resultar en ignominia, bien para la mujer o para el hombre. Por consiguiente, podemos estar seguros de que Noemí no dio esta misión a su nuera sin tener la más plena confianza de que resultaría en éxito, ya que además de todas las otras dificultades, en este caso se añadió otra peculiar, a saber, que Boaz, como Rut misma dijo, era un goel [un recomprador], pero no el goel. La respuesta de Boaz también permite suponer que la petición no le era totalmente inesperada. No quiere decirse que Noemí le hubiera informado al respecto y que por eso estaba solo en la era; el hecho de que se sobresaltara muestra que no esperaba esa visita nocturna. Pero es posible que no le extrañara el que alguna vez Rut le solicitara los derechos de consanguinidad. No obstante, ni siquiera esta conjetura de lo que posible o probablemente pudiera suceder podía emplearse para librar a Rut de la necesidad de manifestar su propio libre albedrío por medio de este procedimiento simbólico” (edición de P. Schaff, 1976, pág. 42).
La reacción de Boaz permite ver que consideró virtuosas las acciones de Rut, pues dijo: “Bendita seas de Jehová, hija mía. Has expresado tu bondad amorosa mejor en el último caso que en el primer caso, al no ir tras los jóvenes, fueran de condición humilde o ricos”. Rut fue desinteresada y escogió a Boaz, un hombre mucho mayor que ella, porque era un recomprador y podría levantar un nombre para su difunto esposo y para su suegra. Puesto que hubiera sido algo natural el que una mujer joven como Rut prefiriese un hombre más joven, Boaz consideró que al hacer esto había demostrado aún más su bondad amorosa que cuando decidió quedarse con su anciana suegra. (Rut 3:10.)
Obviamente la voz de Rut debió reflejar cierta inquietud, pues Boaz se sintió impulsado a tranquilizarla: “Y ahora, hija mía, no tengas miedo. Todo lo que dices lo haré para ti, porque toda persona en la puerta de mi pueblo se da cuenta de que eres una mujer excelente”. Como ya era muy tarde, Boaz le dijo a Rut que se acostase. Sin embargo, ambos se levantaron mientras todavía era oscuro, para evitar, sin duda, que hubiese algún rumor que pudiera manchar la reputación de alguno de los dos. Boaz también dio a Rut seis medidas de cebada, lo que quizás significaba que, tal como después de seis días de trabajo venía un día de descanso, ese día estaba próximo para Rut porque él se encargaría de que tuviese un “lugar de descanso”. (Rut 3:1, 11-15, 17, 18.)
Cuando Rut llegó a su casa, Noemí, posiblemente debido a que no reconoció a la mujer que trataba de entrar en la oscuridad, le preguntó: “¿Quién eres, hija mía?”. También cabe la posibilidad de que esta pregunta tuviese que ver con la nueva identidad de Rut con relación a su recomprador. (Rut 3:16.)
Más tarde, una vez que el pariente más cercano se negó a realizar el matrimonio de cuñado, Boaz no se demoró en llevarlo a cabo. Rut le dio a luz a Boaz un hijo, Obed, y así pasó a ser una antepasada del rey David y también de Jesucristo. (Rut 4:1-21; Mt 1:5, 16.)
Es la tercera de cinco mujeres que aparecen en la genealogía del Mesías que escribió Mateo. Las otras cuatro son: Tamar (Mt 1:3); Rahab, mujeres no israelitas (Mt 1:5); Batseba, “la esposa de Urías” (Mt 1:6), y María (Mt 1:16). Es posible que se haya incluido a estas mujeres en una genealogía compuesta en su mayoría por hombres porque todas ellas llegaron a ser antepasadas de Jesús debido a alguna circunstancia poco común, las cuatro primeras fueron gentiles de nacimiento.
1. Salomé, La comparación de Mateo 27:56 con Marcos 15:40 permite concluir que Salomé quizás era la madre de los hijos de Zebedeo, es decir, de Santiago y Juan, apóstoles de Jesucristo. El primer texto menciona que cuando se fijó a Jesús en el madero, estuvieron presentes dos de las Marías: María Magdalena y María la madre de Santiago (el Menos) y de Josés, y dice que con ellas estaba la madre de los hijos de Zebedeo; por otro lado, el último texto dice que la mujer que estaba con las dos Marías se llamaba Salomé.
Como resultado de comparar otros textos, se conjetura que Salomé era también hermana carnal de María la madre de Jesús. Juan 19:25 menciona a las mismas dos Marías: María Magdalena y “la esposa de Clopas” (que generalmente se cree que era la madre de Santiago el Menos y de Josés), y añade: “Junto al madero de tormento de Jesús, pues, estaban de pie su madre y la hermana de su madre”. Si este texto, además de mencionar a la madre de Jesús, está hablando de las mismas tres personas que mencionan Mateo y Marcos, significaría que Salomé era hermana de la madre de Jesús. Pero en Mateo 27:55 y Marcos 15:40, 41 se dice que estaban allí presentes otras muchas mujeres que anteriormente habían acompañado a Jesús, de modo que Salomé podría haber estado entre ellas.
Salomé era discípula del Señor Jesucristo, y una de las mujeres que le acompañaban y le servían de sus bienes, tal como dan a entender Mateo, Marcos y también Lucas (8:3).
Si la conclusión de que Salomé era la madre de los hijos de Zebedeo es correcta, ella fue la que se acercó a Jesús para solicitarle que concediese a sus hijos sentarse respectivamente a su derecha y a su izquierda en su Reino. Mateo dice que fue la madre quien hizo la solicitud, mientras que Marcos atribuye el hecho a Santiago y a Juan. Parece ser que eran los hijos quienes lo deseaban e indujeron a su madre a que hiciera la petición. El relato de Mateo apoya este punto de vista, pues comenta que los otros discípulos se indignaron con los dos hermanos, no con la madre, cuando oyeron la petición. (Mt 20:20-24; Mr 10:35-41.)
Al rayar el alba del tercer día después de la muerte de Jesús, Salomé estaba entre las mujeres que fueron a la tumba de Jesús para untar su cuerpo con especias, pero hallaron que se había quitado la piedra, y vieron dentro de la tumba un ángel que les anunció: “Fue levantado; no está aquí. ¡Miren! El lugar donde lo pusieron”. (Mr 16:1-8.)
★¿Estaba emparentado Jesús con alguno de sus apóstoles? - (1-9-2010-Pg.15)
2. Salomé, Hija de Herodes Filipo e hija única de su madre Herodías. Con el tiempo, Herodes Antipas le quitó la esposa a su medio hermano Filipo y se casó con ella, así que entró en una relación adulterina con Herodías, la madre de Salomé. Poco antes de la Pascua del año 32 E.C., Antipas ofreció una cena en Tiberíades para celebrar su cumpleaños. Invitó a la princesa Salomé, quien para entonces era ya su hijastra, a que bailase delante de sus invitados: ‘sus hombres de primer rango y los comandantes militares y los insignes de Galilea’. Tan deleitado quedó por la actuación de Salomé, que le prometió cualquier cosa que le pidiese: hasta la mitad de su reino. Aconsejada por su malvada madre, Salomé pidió la cabeza de Juan el Bautista. Herodes, aunque afligido, “por consideración a sus juramentos y a los que estaban reclinados con él, mandó que le fuera dada; y envió e hizo decapitar a Juan en la prisión. Y la cabeza fue traída en una bandeja y dada a la jovencita, y ella la llevó a su madre”. (Mt 14:1-11; Mr 6:17-28.)
Aunque su nombre no aparece en las Escrituras, se conserva en los escritos de Josefo. Este historiador también informa que Salomé se casó con el gobernante de distrito llamado Filipo, otro medio hermano de Herodes Antipas, y que de ese matrimonio no nacieron hijos. El relato de Josefo explica que después de la muerte de Filipo se casó con su primo Aristóbulo, con quien tuvo tres hijos.
Cristiana de la congregación de Roma a la que Pablo envía saludos en su carta y encomia por su solícita labor. (Ro 16:12.) Puede que Trifosa, junto a quien se la menciona, haya sido su hermana carnal, pues era frecuente que los miembros de la misma familia se llamaran por nombres derivados de la misma raíz, como sucede en este caso. Ambos nombres eran comunes entre las mujeres de la casa de César, pero no se especifica si estas dos mujeres pertenecían a ella. (Flp 4:22.)
Cristiana de Roma a la que Pablo envió saludos y dio encomio. (Ro 16:12; véase Trifena.)
Reina consorte de Asuero (Jerjes I), el rey de Persia. En el tercer año de su reinado (493 a. E.C.), Asuero convocó a todos los nobles, príncipes y siervos de los distritos jurisdiccionales. Finalizada la conferencia, celebró un banquete de siete días, y Vasti también lo hizo para las mujeres en la casa real. Al séptimo día, Asuero ordenó a sus oficiales de la corte que llevasen a Vasti con su adorno de realeza en la cabeza para que todos pudieran contemplar su belleza. (Parece ser que la reina solía comer en la mesa del rey, pero la historia no suministra pruebas de que este fuese el caso en los grandes banquetes. Además, ella estaba celebrando al mismo tiempo un banquete con las mujeres.) Por alguna razón que no se especifica, Vasti se obstinó y no fue. Asuero se dirigió a los sabios que conocían la ley, y un príncipe, Memucán, le advirtió que Vasti no solo había obrado mal contra el rey, sino también contra todos los príncipes y contra todos los habitantes de los distritos jurisdiccionales. Pues, como él dijo, cuando las princesas oyesen lo que la reina había hecho (noticias que rápidamente se esparcirían por el castillo), podrían imitar su actitud despreciativa. (Est 1:1-22.) Vasti fue destronada, y unos cuatro años más tarde, se escogió a la judía Ester para ser la esposa de Asuero y ocupar el puesto real de Vasti. (Est 2:1-17.)