1. Anatot, Benjamita, hijo de Béker.
1. Anatot, Benjamita, hijo de Béker. (1Cr 7:8.)
2. Anatot, Uno de los cabezas del pueblo cuyo descendiente, si no él mismo, autenticó y selló el “arreglo fidedigno” acordado en los días de Nehemías, por el que el pueblo se comprometía a andar en el camino de la adoración verdadera de Jehová. (Ne 9:38; 10:1, 19.)
3. Anatot - (Anatotita) Ciudad levita del territorio de Benjamín. (Jos 21:17, 18; 1Cr 6:60.) Una pequeña aldea que está a unos 5 Km. al NNE. de Jerusalén ha conservado el nombre de Anata, pero la ubicación original de la ciudad levita se cree que es Ras el Kjarrubeh, a unos 800 m. al SO. de esa aldea. Desde su elevada posición se podía divisar el valle del Jordán y la parte septentrional del mar Muerto. Dos de los hombres poderosos de David eran de Anatot (2Sa 23:27; 1Cr 12:3), y fue allí donde Salomón desterró a Abiatar, con lo que se puso fin a la línea de sumos sacerdotes de la casa de Elí. (1Re 2:26.) Anatot fue una de las ciudades que sufrieron aflicción debido a estar en la línea de ataque de los ejércitos invasores asirios. (Isa 10:30.)
Jeremías era de Anatot, pero llegó a ser un ‘profeta sin honra’ entre su propio pueblo, y hasta le amenazaron de muerte por hablar el mensaje de verdad de Jehová. (Jer 1:1; 11:21-23; 29:27.) Como resultado, Jehová predijo calamidad para aquella ciudad, una profecía que se cumplió a su tiempo debido, cuando Babilonia invadió el país. (Jer 11:21-23.) Antes de la caída de Jerusalén, Jeremías ejerció su derecho legal de comprar en Anatot un terreno que pertenecía a su primo, una señal de que algunos volverían del exilio. (Jer 32:7-9.) Entre los primeros que regresaron del exilio con Zorobabel, se encontraba un grupo de 128 hombres de Anatot, y esta ciudad fue una de las que se repoblaron, cumpliéndose de este modo la profecía de Jeremías. (Esd 2:23; Ne 7:27; 11:32.)
★Anatotita
(De [Perteneciente a] Anatot).
Habitante de Anatot, ciudad sacerdotal del territorio de Benjamín. (2Sa 23:27; 1Cr 11:28; 12:3; 27:12.)
1. Aqub, Padre de una familia de netineos que regresó con Zorobabel de Babilonia en 537 a. E.C. (Esd 2:1, 2, 45.)
2. Aqub, Portero levita del período postexílico y cabeza de una familia de porteros. (1Cr 9:17; Esd 2:42; Ne 7:45; 11:19; 12:25.)
3. Aqub, Uno de los trece levitas que ayudaron a Esdras a ‘explicar la ley al pueblo’. (Ne 8:7, 8.)
4. Aqub, Cuarto de los siete hijos de Elioenai mencionado por nombre. Figura entre los últimos descendientes de David mencionados en el registro genealógico de las Escrituras Hebreas. (1Cr 3:24.)
1. Beerí, Hitita, padre de Judit, la esposa de Esaú. (Gé 26:34.)
1. Éder, Descendiente de Berías, de la tribu de Benjamín.
1. Éder, Descendiente de Berías, de la tribu de Benjamín, que moró en Jerusalén. (1Cr 8:1, 15, 16, 28.)
2. Éder, Descendiente de Musí, de la familia levita de Merarí, a quien se le asignó cierto servicio en el tiempo de David. (1Cr 23:21, 23-25; 24:30.)
3. Éder, Ciudad meridional de Judá. (Jos 15:21.) Casi todos los eruditos identifican la antigua Éder con Arad (Tel `Arad), ubicada a unos 28 Km. al E. de Beer-seba. Esto se debe a que si se trasponen las dos últimas consonantes hebreas del nombre de la ciudad se obtiene el nombre Arad, y a que la Versión de los Setenta (Manuscrito Vaticano núm. 1209) dice “Ara” en lugar de “Éder” en este versículo.
4. Éder - (Migdal-eder) (Hato). Torre junto a la que acampó Jacob (Israel) poco después de la muerte de Raquel. Aunque no se conoce su ubicación con exactitud, es probable que estuviese situada entre Belén y Hebrón. El nombre Éder indica que además de guarecer a los pastores, servía de atalaya desde donde podían vigilar sus rebaños. (Gé 35:19, 21, 27.) Durante la estancia de Jacob en este lugar, su hijo Rubén ‘profanó el canapé’ de su padre al tener relaciones sexuales con Bilhá, la concubina de este. (Gé 35:22; 49:3, 4.)
La misma expresión hebrea que se traduce aquí “torre de Éder” (migh·dal-`é·dher) se emplea en Miqueas 4:8, donde se vierte “torre del hato”. Puede que este versículo haga referencia al nombre del lugar donde acampó Jacob, y se use el nombre con relación al pueblo de Jehová, ‘que cojeaba’. (Miq 4:7.) Tras la restauración de Sión, Jehová vigilaría a su pueblo como si fuese desde una torre y lo protegería de cualquier peligro. Esta ilustración concuerda con otros símiles que aparecen en la profecía de Miqueas; por ejemplo, se dice que el Mesías “hará pastoreo” (Miq 5:2-4) y se llama al pueblo de Jehová “el rebaño de [Su] herencia”. (Miq 7:14.)
Het, Segundo hijo de Canaán mencionado por nombre y bisnieto de Noé a través de Cam. (Gé 10:1, 6, 15; 1Cr 1:13.) Fue el padre del pueblo hitita (1Re 10:29; 2Re 7:6; véase HITITAS), una de cuyas ramas se estableció en la región montañosa de Judá. (Éx 3:8.) En los alrededores de Hebrón Abrahán le compró a Efrón el hitita el campo de Macpelá y la cueva que allí había, como lugar para sepultura. (Gé 23:2-20; 25:8-10; 49:32.) De las catorce veces que aparece el nombre Het, diez hacen referencia a “los hijos de Het”. Dos de las esposas de Esaú eran de “las hijas de Het” (llamadas también “las hijas de Canaán”), y fueron una fuente de aflicción para los padres de Esaú. (Gé 26:34, 35; 27:46; 28:1, 6-8.)
Hititas - (Hetheas), Pueblo que descendió de Het, el segundo hijo de Canaán mencionado por nombre. (Gé 10:15.) Por lo tanto, los hititas eran de origen camítico. (Gé 10:6.)
Abrahán tuvo alguna relación con los hititas, que residían en Canaán antes de que él se trasladase allí. Jehová había prometido dar a la descendencia de Abrahán la tierra de Canaán, que estaba habitada por varias naciones, una de las cuales era la hitita. (Gé 15:18-21.) Sin embargo, Jehová le dijo a Abrahán que “todavía no [había] quedado completo el error de los amorreos [término que se usa a menudo para englobar a todas las naciones de Canaán]”. (Gé 15:16.) Por lo tanto, Abrahán respetó el derecho de propiedad de los hititas, y cuando su esposa Sara murió, negoció con Efrón, el hijo de Zóhar el hitita, la compra de una cueva donde enterrarla. (Gé 23:1-20.)
En los días de Josué, los hititas habitaban la tierra comprendida entre “el desierto y este Líbano hasta el gran río, el río Éufrates, es decir, toda la tierra de los hititas”. (Jos 1:4.) Al parecer vivían principalmente en la región montañosa, que debía incluir el Líbano y tal vez algunas zonas de Siria. (Nú 13:29; Jos 11:3.)
Bajo la maldición de Noé
Debido a que los hititas descendieron de Canaán, llegaron a estar bajo la maldición que Noé pronunció sobre él, de modo que Israel los sojuzgó en cumplimiento de las palabras de Noé registradas en Génesis 9:25-27. La religión de los hititas era pagana, probablemente una forma de adoración fálica como la de las demás religiones cananeas. El que Esaú, el nieto de Abrahán, se casara con mujeres hititas resultó ser “una fuente de amargura de espíritu para Isaac y Rebeca”, los padres de Esaú. (Gé 26:34, 35; 27:46.)
Dios dijo que la tierra que ocupaban los hititas y otros pueblos vecinos era “una tierra que mana leche y miel”. (Éx 3:8.) Sin embargo, aquellas naciones se habían corrompido hasta el extremo de que su presencia en la tierra la contaminaba. (Le 18:25, 27.) Jehová advirtió a Israel repetidas veces del peligro de participar con ellas en sus prácticas degradadas e inmundas. Tras mencionar específicamente un buen número de ellas, Jehová se las prohibió a los israelitas, diciéndoles: “No se hagan inmundos por medio de ninguna de estas cosas, porque por medio de todas estas cosas, se han hecho inmundas las naciones [entre ellas, los hititas] que voy a enviar de delante de ustedes”. (Le 18:1-30.)
Destrucción decretada.
Los hititas eran una de las siete naciones de las que se dice que eran merecedoras de ser dadas por entero a la destrucción. Se menciona que dichas naciones eran “más populosas y más fuertes” que Israel. De manera que en aquel tiempo las siete naciones deben haber ascendido a más de tres millones de personas, y los hititas serían un enemigo temible en las montañas, su baluarte. (Dt 7:1, 2.) Cuando se enteraron de que Israel había cruzado el Jordán y destruido las ciudades de Jericó y Hai, manifestaron su hostilidad al unirse a las demás naciones de Canaán para luchar contra Israel (entonces dirigido por Josué). (Jos 9:1, 2; 24:11.) En vista de eso, las ciudades de los hititas debieron haber sido destruidas y sus habitantes barridos para que no pusiesen en peligro la lealtad de Israel a Dios e hiciesen que incurriese en su desaprobación. (Dt 20:16-18.) Sin embargo, Israel no cumplió a cabalidad el mandamiento de Dios. Después de la muerte de Josué, los israelitas fueron desobedientes y no echaron a estas naciones, de modo que llegaron a ser para ellos “como espinas en sus costados” y un acoso constante. (Nú 33:55, 56.)
Historia posterior.
Debido a que Israel no obedeció a Dios destruyendo por completo a las naciones cananeas, Jehová declaró: “Por lo tanto, yo, a mi vez, he dicho: ‘No los expulsaré de delante de ustedes, y tendrán que llegar a ser lazos para ustedes, y sus dioses les servirán de señuelo’”. (Jue 2:3.) Parece ser que se toleró a los cananeos que quedaron en Israel, y en algunas ocasiones excepcionales, incluso ocuparon puestos respetables y de responsabilidad. También parece ser que los hititas fueron la única nación cananea que mantuvo importancia y poder como nación. (1Re 10:29; 2Re 7:6.)
Dos hititas, Ahimélec y Urías, fueron soldados, probablemente oficiales, del ejército de David. Urías fue un hombre celoso por la victoria de Israel sobre sus enemigos, y también observaba la Ley. David tuvo relaciones con Bat-seba, la esposa de Urías, y por ello ordenó que se le pusiera en un lugar peligroso en la batalla, donde murió. Por este motivo Jehová castigó a David. (1Sa 26:6; 2Sa 11:3, 4, 11, 15-17; 12:9-12.)
El rey Salomón ‘hizo leva de hombres’ hititas para trabajos forzados. (2Cr 8:7, 8.) Sin embargo, sus esposas extranjeras, entre las que había hititas, hicieron que se apartase de Jehová su Dios. (1Re 11:1-6.) En la Biblia se menciona que para el tiempo del reinado de Jehoram de Israel (c. 917-905 a. E.C.), los hititas todavía tenían reyes, así como medios y recursos para guerrear. (2Re 7:6.) Sin embargo, las conquistas sirias, asirias y babilonias debieron acabar con el poderío hitita.
Tras la repatriación de Israel en 537 a. E.C., los israelitas, entre ellos algunos sacerdotes y levitas, se casaron con cananeas y dieron sus hijas a cananeos. Entre aquellos cananeos había hititas. Aquello era una violación de la ley de Dios, por lo que Esdras los censuró y los impulsó a que acordaran repudiar a sus esposas extranjeras. (Esd 9:1, 2; 10:14, 16-19, 44.)
Uso figurado.
Cuando Jehová habló a Jerusalén en la profecía de Ezequiel, usó el término “hitita” en un sentido figurado, al decir: “Tu origen y tu nacimiento fueron de la tierra del cananeo. Tu padre era el amorreo, y tu madre era una hitita”. (Eze 16:3.) Cuando Israel entró en aquella tierra, los jebuseos ocupaban Jerusalén, la capital de la nación sobre la que Jehová había colocado su nombre. Pero ya que las tribus cananeas más importantes eran los amorreos y los hititas, al parecer se les menciona a ellos como representantes de las naciones cananeas, entre las que figuraban los jebuseos. Así que la ciudad había tenido un origen modesto, pero Jehová había hecho que fuese hermoseada. Su fama se extendió a todas las naciones gracias al rey David, quien se sentó sobre el “trono de Jehová” (1Cr 29:23), el arca del pacto sobre el monte Sión y, por último, el glorioso templo edificado por Salomón, el hijo de David. Pero Jerusalén se hizo corrupta e inmoral como las naciones cananeas de su alrededor, por lo que al final Jehová causó su desolación. (Eze 16:14, 15.)
Se les intenta identificar en la historia seglar.
Los historiadores y arqueólogos han intentado relacionar a los hititas de la Biblia con un pueblo homónimo de la historia seglar. La base principal para tal relación ha sido lingüística, la comparación de palabras que al parecer tienen un sonido o una grafía similar. Se “identifican” tres grupos.
En Anatolia (Asia Menor), englobada en lo que hoy es Turquía, se han desenterrado numerosas inscripciones antiguas en un lugar llamado Bogazköy, anteriormente conocido como “Hattusa”. Esta fue la capital de una tierra que los eruditos modernos han llamado Hatti y donde el idioma que se hablaba era el “hatti”. A este primer pueblo lo conquistó otro que impuso un idioma diferente, que, según los investigadores, era de la familia indoeuropea. Este idioma empleaba la escritura cuneiforme, y recibe el nombre de “hitita cuneiforme”. Con el tiempo lo reemplazó otro idioma, también de origen indoeuropeo, que en lugar de usar caracteres cuneiformes empleaba escritura jeroglífica. Recibe el nombre de “hitita jeroglífico”. Se afirma que se han hallado algunas inscripciones en este idioma en Asia Menor y el N. de Siria. Los eruditos dicen que estos tres idiomas representan tres grupos étnicos. No obstante, no existe prueba alguna que relacione a ninguno de ellos con los hititas de la Biblia. Martin Noth dijo con referencia al llamado hitita cuneiforme: “El término ‘hitita’ no se encuentra en los textos antiguos; es una creación de la ciencia moderna que se basa en la conexión histórica entre esta lengua y el reino de Hatti en Asia Menor”. Y continúa diciendo sobre los “jeroglíficos hititas”: “El término convencional de ‘hitita’ aplicado a estos jeroglíficos es inapropiado y desconcertante” (El mundo del Antiguo Testamento, 1976, pág. 242). Otro historiador, E. A. Speiser, llega a esta conclusión: “El problema que plantean los hititas de la Biblia es [...] complejo. Para empezar, hay que averiguar a qué hititas se hace referencia en un determinado pasaje bíblico: los hattis, los indoeuropeos de escritura cuneiforme o los de escritura jeroglífica” (The World History of the Jewish People, 1964, vol. 1, pág. 160).
De lo anterior se desprende que cualquier supuesta identificación de los hititas de la Biblia con el “Imperio hitita” que tenía su capital en Hattusa es simple conjetura y no ha sido probada. Por esta razón, las referencias que se hacen en esta publicación a los “hititas” de la historia seglar suelen escribirse entre comillas para recordar al lector que tal identificación no está probada y que no creemos que la prueba tenga las suficientes garantías como para considerarla definitiva.
Las inscripciones cuneiformes asirias aluden con frecuencia a “Hatti” en un contexto que permite ubicarla en Siria o Palestina, de modo que quizás se haga referencia a los hititas de la Biblia. Sin embargo, tomando como base este término, “Hatti”, algunos investigadores vinculan a los hititas bíblicos con el llamado Imperio hitita, que tenía su capital en Asia Menor, muy hacia el N. y al O. de la tierra de Canaán. Lo intentan hacer, como se detalla a continuación, refiriéndose a tres diferentes grupos étnicos.
Uno de los levitas seleccionados como comisionados para atender las contribuciones para el servicio del templo durante el reinado de Ezequías. (2Cr 31:13.)
1. Israel - Jacob, Nombre que Dios le dio a Jacob cuando este tenía unos noventa y siete años. La noche en que cruzó el valle torrencial de Jaboq para ir a encontrarse con su hermano Esaú luchó con alguien que resultó ser un ángel. Debido a la perseverancia de Jacob en la lucha, se le cambió el nombre a Israel, como muestra de la bendición de Dios. En conmemoración de esos acontecimientos, Jacob llamó al lugar Peniel o Penuel. (Gé 32:22-31.) Posteriormente, Dios le confirmó este cambio de nombre en Betel, y desde entonces hasta el final de su vida se le llamó con frecuencia Israel. (Gé 35:10, 15; 50:2; 1Cr 1:34.) Sin embargo, el nombre de Israel, que aparece más de 2.500 veces en las Escrituras, hace referencia muy a menudo a la nación compuesta por los descendientes de Jacob. (Éx 5:1, 2.)
2. Israel - (Israelitas, Lit. “hijos de Israel”) El conjunto de los descendientes de Jacob a través de la historia. (Éx 9:4; Jos 3:7; Esd 2:2b; Mt 8:10.) Como prole y descendientes de los doce hijos de Jacob, con mucha frecuencia se les llamaba “hijos de Israel” y, más esporádicamente, “casa de Israel”, “pueblo de Israel”, “varones de Israel”, “estado de Israel” o “israelitas”. (Gé 32:32; Mt 10:6; Hch 4:10; 5:35; Ef 2:12; Ro 9:4.) También se usó el nombre Israel para referirse al reino de 10 tribus del norte que se separó del reino del sur. Con el tiempo, se usó para referirse a los cristianos ungidos, “el Israel de Dios” (Gál 6:16; Gé 32:28; 2Sa 7:23; Ro 9:6).
En el año 1728 a. E.C., la casa de Jacob viajó a Egipto debido al hambre, y allí vivieron sus descendientes como residentes forasteros durante doscientos quince años. Todos los israelitas “de la casa de Jacob que entraron en Egipto”, sin contar a las esposas de los hijos de Jacob, fueron 70. Pero durante su residencia en aquel país, se convirtieron en una sociedad de esclavos muy grande, y tal vez llegaron a los dos o tres millones, o incluso más. (Gé 46:26, 27; Éx 1:7; véase ÉXODO.)
En su lecho de muerte, Jacob bendijo a sus doce hijos por este orden: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Zabulón, Isacar, Dan, Gad, Aser, Neftalí, José y Benjamín; y por medio de ellos continuó el sistema patriarcal tribal. (Gé 49:2-28.) Sin embargo, durante el período de esclavitud de Israel, los egipcios establecieron su propio sistema de superintendencia, independiente del sistema patriarcal, designando a algunos israelitas como oficiales. Estos llevaban la cuenta de los ladrillos que se producían y ayudaban a los jefes egipcios, que obligaban a trabajar a los israelitas. (Éx 5:6-19.) No obstante, cuando Moisés dio a conocer las instrucciones de Jehová a la congregación, lo hizo por medio de los “ancianos de Israel”, que eran los cabezas hereditarios de las casas paternas. Estos fueron los que le acompañaron cuando se presentó delante de Faraón. (Éx 3:16, 18; 4:29, 30; 12:21.)
Al debido tiempo, al final del período predeterminado de cuatrocientos años de aflicción, en el año 1513 a. E.C., Jehová aplastó a Egipto, la potencia mundial que dominaba en aquel tiempo, y con una gran demostración de Su soberanía todopoderosa, sacó a su pueblo Israel de la esclavitud. Con ellos salió una “vasta compañía mixta” de no israelitas que estaban contentos de compartir su suerte con el pueblo escogido de Dios. (Gé 15:13; Hch 7:6; Éx 12:38.)
★¿Qué pruebas hay de que los israelitas fueron esclavos en Egipto? - (2-3-2020-Pg.30)
Nacimiento de la nación. El pacto abrahámico confería a la congregación de Israel identidad individual, de modo que un pariente cercano podía reclamarla o recomprarla de su esclavitud. Jehová era ese pariente cercano en virtud de su pacto legal; de hecho, era su Padre, y como Recomprador legal empleó su poder punitivo para matar al primogénito de Faraón por negarse este a soltar a su hijo “primogénito”, Israel. (Éx 4:22, 23; 6:2-7.) Por lo tanto, una vez liberado legalmente de Egipto, Israel llegó a ser propiedad exclusiva de Jehová. “Solo a ustedes he conocido de todas las familias del suelo”, dijo Dios. (Am 3:2; Éx 19:5, 6; Dt 7:6.) Sin embargo, Dios juzgó conveniente no tratar con ellos estrictamente como una sociedad patriarcal, sino como la nación de Israel, creado por Él y al que dio un gobierno teocrático fundado en el pacto de la Ley como su constitución.
Tres meses después de haber salido de Egipto, se convirtieron en una nación independiente bajo el pacto de la Ley inaugurado en el monte Sinaí. (Heb 9:19, 20.) Las Diez Palabras o Diez Mandamientos escritos “por el dedo de Dios” formaban la armazón de ese código nacional, al que se añadieron aproximadamente otras 600 leyes, estatutos, regulaciones y decisiones judiciales. Fue el conjunto de leyes más amplio de cualquier nación antigua, leyes que explicaban con gran detalle la relación del hombre con su Dios y con su semejante. (Éx 31:18; 34:27, 28.)
Por tratarse de una teocracia pura, toda la autoridad judicial, legislativa y ejecutiva descansaba en Jehová. (Isa 33:22; Snt 4:12.) A su vez, el Gran Teócrata delegaba parte del poder administrativo en los representantes que Él escogía. El código de la Ley mismo hasta contemplaba que finalmente habría una dinastía de reyes que representarían a Jehová en asuntos civiles. Estos reyes, sin embargo, no eran monarcas absolutos, ya que el sacerdocio era una institución separada e independiente de la realeza, y, en realidad, los reyes se sentaban en “el trono de Jehová” como sus representantes, de modo que estaban sujetos a sus directrices y disciplina. (Dt 17:14-20; 1Cr 29:23; 2Cr 26:16-21.)
El código constitucional situaba la adoración a Jehová sobre cualquier otro asunto y dominaba todo aspecto de la vida y actividad de la nación. La idolatría constituía una traición que se pagaba con la muerte. (Dt 4:15-19; 6:13-15; 13:1-5.) El centro visible de adoración, donde se hacían los sacrificios prescritos, fue en principio el tabernáculo y más tarde el templo. El sacerdocio instituido por Dios poseía el Urim y el Tumim, mediante los que se recibía la respuesta de Jehová a cuestiones difíciles y de importancia vital. (Éx 28:30.) A fin de mantener la unidad y la salud espiritual de la nación, se celebraban asambleas regulares para hombres —cuya asistencia era obligatoria—, mujeres y niños. (Le 23:2; Dt 31:10-13.)
También se organizó un sistema de jueces sobre “decenas”, “cincuentenas”, “centenas” y “millares”, lo que permitía resolver con prontitud los asuntos judiciales del pueblo. En caso de apelación, se recurría a Moisés, quien, si lo juzgaba necesario, presentaba el caso ante Jehová para tomar una decisión definitiva. (Éx 18:19-26; Dt 16:18.) La organización militar, reclutamiento y distribución del mando, guardaba una disposición numérica parecida. (Nú 1:3, 4, 16; 31:3-6, 14, 48.)
Los cabezas hereditarios de las tribus, ancianos experimentados, sabios y prudentes, ocuparon los diversos puestos civiles, judiciales y militares. (Dt 1:13-15.) Estos ancianos representaban a la congregación de Israel delante de Jehová, y por medio de ellos Jehová y Moisés hablaron al pueblo en general. (Éx 3:15, 16.) Eran hombres que escuchaban con paciencia causas judiciales, ponían en vigor los diversos aspectos del pacto de la Ley (Dt 21:18-21; 22:15-21; 25:7-10), acataban las decisiones divinas que ya se habían pronunciado (Dt 19:11, 12; 21:1-9), proporcionaban jefatura militar (Nú 1:16), confirmaban tratados ya negociados (Jos 9:15) y, como comité bajo la jefatura del sumo sacerdote, desempeñaban otras responsabilidades (Jos 22:13-16).
Este nuevo estado teocrático de Israel, con su autoridad centralizada, todavía conservaba el sistema patriarcal de doce divisiones tribales. Sin embargo, a fin de librar a la tribu de Leví de prestar servicio militar (de manera que pudiese dedicar su tiempo exclusivamente a asuntos religiosos) y aun así contar con doce tribus que se dividiesen en doce partes la Tierra Prometida, se reajustaron las listas genealógicas oficiales. (Nú 1:49, 50; 18:20-24.) También había que resolver la cuestión de los derechos de primogénito. Rubén, el primogénito de Jacob, tenía derecho a una porción doble de la herencia (compárese con Dt 21:17), pero había perdido este derecho al tener relaciones inmorales incestuosas con la concubina de su padre. (Gé 35:22; 49:3, 4.) Había que llenar la vacante de Leví entre los doce, así como la vacante del que tenía los derechos de primogénito.
De una forma relativamente sencilla Jehová resolvió ambos asuntos con una sola acción. Los dos hijos de José, Efraín y Manasés, recibieron reconocimiento completo como cabezas tribales. (Gé 48:1-6; 1Cr 5:1, 2.) Así volvía a haber doce tribus, aparte de la de Leví, y se le daba representativamente una porción doble de la tierra a José, el padre de Efraín y Manasés. De ese modo se le quitaron los derechos de primogénito a Rubén, el primer hijo de Lea, y se le dieron a José, el primogénito de Raquel. (Gé 29:31, 32; 30:22-24.) Con estos ajustes, los nombres de las doce tribus (no levitas) de Israel fueron: Rubén, Simeón, Judá, Isacar, Zabulón, Efraín, Manasés, Benjamín, Dan, Aser, Gad y Neftalí. (Nú 1:4-15.)
Del Sinaí a la Tierra Prometida. Solo dos de los doce espías enviados a la Tierra Prometida regresaron con suficiente fe como para animar a sus hermanos a invadir y conquistar la tierra. Por lo tanto, Jehová determinó que debido a falta de fe general, todos aquellos que habían salido de Egipto y tuvieran más de veinte años de edad, con pocas excepciones, morirían en el desierto. (Nú 13:25-33; 14:26-34.) Y efectivamente, el vasto campamento de Israel vagó durante cuarenta años por la península del Sinaí. Incluso Moisés y Aarón murieron sin haber pisado la Tierra Prometida. Poco después de haber salido de Egipto un censo dio 603.550 hombres robustos, pero aproximadamente treinta y nueve años después la nueva generación totalizó 1.820 hombres menos, es decir, 601.730. (Nú 1:45, 46; 26:51.)
Durante esta vida nómada en el desierto, Jehová fue un muro de protección alrededor de los israelitas, un escudo contra sus enemigos. Únicamente permitía que les sobreviniera el mal cuando se rebelaban contra Él. (Nú 21:5, 6.) También cubrió todas sus necesidades. Les dio maná y agua, un código sanitario para proteger su salud e incluso impidió que su calzado se desgastase. (Éx 15:23-25; 16:31, 35; Dt 29:5.) Pero a pesar de tal cuidado amoroso y milagroso por parte de Jehová, Israel se quejó y murmuró en repetidas ocasiones, y de vez en cuando surgieron rebeldes que desafiaron los nombramientos teocráticos, de manera que Jehová tuvo que disciplinarlos con severidad a fin de que el resto aprendiese a temer y obedecer a su Gran Libertador. (Nú 14:2-12; 16:1-3; Dt 9:24; 1Co 10:10.)
Hacia el final de los cuarenta años que Israel vagó por el desierto, Jehová dio en sus manos a los reyes de los amorreos: Sehón y Og. Con esta victoria, Israel heredó una gran cantidad de territorio al E. del Jordán, en el que se establecieron las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés. (Dt 3:1-13; Jos 2:10.)
Israel bajo los jueces. Después de la muerte de Moisés, Josué condujo a los israelitas a través del Jordán en el año 1473 a. E.C. a una tierra ‘que manaba leche y miel’. (Nú 13:27; Dt 27:3.) En una campaña arrolladora que duró seis años, conquistaron el territorio situado al O. del Jordán, dominado hasta entonces por 31 reyes, y también ciudades fortificadas, como Jericó y Hai. (Jos 1–12.) Las llanuras costeras y ciertos enclaves, como la fortaleza jebusea que posteriormente llegó a ser la Ciudad de David, fueron excepciones. (Jos 13:1-6; 2Sa 5:6-9.) Esos elementos desafiadores de Dios a los que se permitió permanecer en la tierra fueron para Israel como espinas y cardos en su costado, y los matrimonios entre ellos y los israelitas no hicieron más que aumentar el dolor. Durante un período de más de trescientos ochenta años, desde la muerte de Josué hasta que David los subyugó por completo, esos adoradores de dioses falsos actuaron “como agentes para probar a Israel, para saber si obedecerían los mandamientos de Jehová”. (Jue 3:4-6.)
Como Jehová había mandado a Moisés, el territorio recién conquistado se dividió entre las tribus de Israel por sorteo. Se seleccionaron seis “ciudades de refugio” para la seguridad de los homicidas involuntarios. Esas y otras 42 ciudades, junto con su terreno agrícola circundante, se asignaron a la tribu de Leví. (Jos 13–21.)
Todas las ciudades nombraron jueces y oficiales en sus puertas para encargarse de los asuntos judiciales, tal como preveía el pacto de la Ley (Dt 16:18), así como ancianos que administraban los intereses generales de la ciudad en representación del pueblo. (Jue 11:5.) Aunque las tribus mantuvieron su identidad y sus herencias, desapareció una buena parte del control centralizado que se había ejercido durante la estancia en el desierto. La canción de Débora y Barac, las incidencias de las batallas de Gedeón y las actividades de Jefté revelan los problemas que surgieron por no actuar en unidad después que Moisés y su sucesor Josué desaparecieron de la escena y el pueblo dejó de buscar la guía de su cabeza invisible, Jehová Dios. (Jue 5:1-31; 8:1-3; 11:1–12:7.)
Tras la muerte de Josué y de los ancianos de su generación, el pueblo empezó a vacilar en su fidelidad y obediencia a Jehová, como un gran péndulo que se desplaza de un lado para otro entre la adoración verdadera y la falsa. (Jue 2:7, 11-13, 18, 19.) Cuando abandonaban a Jehová y se volvían a servir a los baales, Él quitaba su protección y permitía a las naciones circundantes que se lanzasen al saqueo de la tierra. Tal opresión les hacía ver la necesidad de actuar unidamente, por lo que el descarriado Israel clamaba a Jehová y Él, a su vez, levantaba jueces o salvadores para librar al pueblo. (Jue 2:10-16; 3:15.) Hubo una sucesión de esta clase de jueces valientes después de Josué, como Otniel, Ehúd, Samgar, Barac, Gedeón, Tolá, Jaír, Jefté, Ibzán, Elón, Abdón y Sansón. (Jue 3–16.)
Cada liberación tuvo un efecto unificador en la nación. También hubo otros incidentes unificadores. En una ocasión, cuando la concubina de un levita fue salvajemente violada, once tribus se unieron contra la tribu de Benjamín movidos por un sentimiento de culpa y responsabilidad nacional. (Jue 19, 20.) En otra ocasión, todas las tribus se congregaron en torno al arca del pacto en el tabernáculo que erigieron en Siló. (Jos 18:1.) Por lo tanto, supuso una pérdida nacional que los filisteos capturaran el Arca por culpa del comportamiento impropio y disoluto del sacerdocio de aquella época, en especial el de los hijos del sumo sacerdote Elí. (1Sa 2:22-36; 4:1-22.) Después de la muerte de Elí, el profeta y juez Samuel hizo el circuito de varias ciudades para encargarse de las preguntas y disputas del pueblo, lo que tuvo un efecto unificador en Israel. (1Sa 7:15, 16.)
El reino unido. Samuel se disgustó mucho cuando en el año 1117 a. E.C. Israel suplicó: “Nómbranos un rey que nos juzgue, sí, como todas las naciones”. Sin embargo, Jehová le dijo a Samuel: “Escucha la voz del pueblo [...] porque no es a ti a quien han rechazado, sino que es a mí a quien han rechazado de ser rey sobre ellos”. (1Sa 8:4-9; 12:17, 18.) De modo que el benjamita Saúl llegó a ser el primer rey de Israel, y aunque inició bien su gobernación, no mucho después su presuntuosidad le condujo a la desobediencia; la desobediencia, a su vez, a rebelión, y la rebelión, a que finalmente consultase a una médium espiritista. Al cabo de cuarenta años, su gobernación demostró ser un completo fracaso. (1Sa 10:1; 11:14, 15; 13:1-14; 15:22-29; 31:4.)
Se ungió por rey a David, de la tribu de Judá, un ‘hombre agradable al corazón de Jehová’ (1Sa 13:14; Hch 13:22), y bajo su mandato las fronteras de la nación se extendieron hasta los límites prometidos, desde “el río de Egipto hasta el gran río, el río Éufrates”. (Gé 15:18; Dt 11:24; 2Sa 8:1-14; 1Re 4:21.)
Durante el reinado de cuarenta años de David, se crearon varios cargos especializados, además del sistema tribal. Aparte de los ancianos, que eran hombres influyentes al servicio del gobierno central, el rey tenía su propio círculo íntimo de consejeros. (1Cr 13:1; 27:32-34.) Luego había un cuerpo administrativo del gobierno, más amplio y compuesto de príncipes tribales, jefes, oficiales de la corte y personal militar, que tenía responsabilidades administrativas. (1Cr 28:1.) David nombró a 6.000 levitas como jueces y oficiales para encargarse eficazmente de ciertos asuntos. (1Cr 23:3, 4.) Se crearon otros departamentos con sus superintendentes nombrados para supervisar el cultivo de los campos y para administrar cosas tales como viñas y lagares, olivares y suministros de aceite y el ganado y los rebaños. (1Cr 27:26-31.) Los intereses financieros del rey se atendían de manera similar por medio de un departamento de tesorería central, distinto del que supervisaba los tesoros almacenados en otros lugares, como, por ejemplo, en ciudades adyacentes y pueblos. (1Cr 27:25.)
Salomón sucedió en el trono a su padre David en el año 1037 a. E.C. Reinó “sobre todos los reinos desde el Río [Éufrates] hasta la tierra de los filisteos y hasta el límite de Egipto” durante cuarenta años. Su reinado se destacó especialmente por la paz y la prosperidad, puesto que las naciones circundantes siguieron “llevándole regalos y sirviendo a Salomón todos los días de su vida”. (1Re 4:21.) La sabiduría de Salomón fue proverbial, siendo el rey más sabio de tiempos antiguos, y durante su reinado Israel alcanzó el apogeo de su poder y gloria. Uno de los mayores logros de Salomón fue la construcción del magnífico templo, realizado de acuerdo con los planos que había recibido su padre por inspiración divina. (1Re 3–9; 1Cr 28:11-19.)
Pero a pesar de toda esta gloria, riquezas y sabiduría, Salomón terminó fracasando, pues permitió que sus muchas esposas extranjeras lo desviasen de la adoración pura de Jehová a las prácticas profanas de las religiones falsas. Al final, Salomón murió con la desaprobación de Jehová, y le sucedió su hijo Rehoboam. (1Re 11:1-13, 33, 41-43.)
Rehoboam, con falta de sabiduría y previsión, incrementó las ya pesadas cargas gubernamentales sobre el pueblo. Esto a su vez hizo que las diez tribus norteñas se separasen bajo Jeroboán, como el profeta de Jehová había predicho. (1Re 11:29-32; 12:12-20.) Así fue como el reino de Israel se dividió en el año 997 a. E.C.
Véanse más detalles sobre el reino dividido en ISRAEL núm. 3.)
Israel después del exilio en Babilonia. Durante los trescientos noventa años que siguieron a la muerte de Salomón y la división del reino, y hasta la destrucción de Jerusalén en el año 607 a. E.C., la expresión “Israel” por lo general solo aplicaba a las diez tribus bajo la gobernación del reino norteño. (2Re 17:21-23.) Pero con el regreso del exilio de un resto de las doce tribus, y hasta la segunda destrucción de Jerusalén, en el año 70 E.C., el término “Israel” volvió a abarcar de nuevo a la totalidad de los descendientes de Jacob que vivían en ese tiempo. De nuevo se llamó a las doce tribus “todo Israel”. (Esd 2:70; 6:17; 10:5; Ne 12:47; Hch 2:22, 36.)
En 537 a. E.C. regresaron a Jerusalén con Zorobabel y el sumo sacerdote Josué (Jesúa) 42.360 varones (a los que sin duda hay que añadir sus esposas e hijos, además de esclavos y cantores profesionales), que dieron comienzo a la reedificación de la casa de adoración de Jehová. (Esd 3:1, 2; 5:1, 2.) Posteriormente, en el año 468 a. E.C., otros israelitas regresaron con Esdras (Esd 7:1–8:36), y más tarde, en el año 455 a. E.C., probablemente hubo otros que acompañaron a Nehemías a Jerusalén con la comisión especial de reedificar los muros y las puertas de la ciudad. (Ne 2:5-9.) Sin embargo, muchos israelitas se hallaban esparcidos a través del imperio, como puede verse en el libro de Ester. (Est 3:8; 8:8-14; 9:30.)
Aunque Israel no recuperó su antigua soberanía como nación independiente, llegó a ser un estado hebreo con considerable libertad bajo la dominación persa. Se nombraron gobernantes diputados y gobernadores (como Zorobabel y Nehemías) de entre los mismos israelitas. (Ne 2:16-18; 5:14, 15; Ag 1:1.) Los hombres de mayor edad de Israel y los príncipes tribales continuaron actuando como consejeros y representantes del pueblo. (Esd 10:8, 14.) Se restableció la organización sacerdotal, basada en los registros genealógicos antiguos, que habían sido cuidadosamente preservados, y, al funcionar de nuevo tal organización levítica, se observaron los sacrificios y otros requisitos del pacto de la Ley. (Esd 2:59-63; 8:1-14; Ne 8:1-18.)
Con la caída del Imperio persa y la aparición de la potencia mundial griega, Israel se vio perjudicado por el conflicto entre los tolomeos de Egipto y los seléucidas de Siria. Estos últimos intentaron erradicar la adoración y las costumbres judías durante la gobernación de Antíoco IV Epífanes. Sus esfuerzos alcanzaron su punto máximo en el año 168 a. E.C., cuando erigieron un altar pagano sobre el altar del templo de Jerusalén y lo dedicaron al dios griego Zeus. Sin embargo, esta vejación tuvo un efecto contrario, puesto que fue la chispa que desencadenó el levantamiento de los macabeos. Tres años después, en el mismo día, el victorioso líder judío Judas Macabeo volvió a dedicar el templo purificado a Jehová con una fiesta que desde entonces han conmemorado los judíos con el nombre de Hanuká.
El siglo siguiente fue un período de gran desorden interno, durante el cual Israel se alejó cada vez más de las provisiones administrativas tribales del pacto de la Ley. La suerte de la autonomía de los macabeos o asmoneos fue muy variable durante este período, y surgieron dos grupos: los saduceos proasmoneos y los fariseos antiasmoneos. Finalmente se acudió a Roma, que para entonces era la potencia mundial, con el fin de que mediase en el conflicto. En respuesta se envió al general Cneo Pompeyo, y después de un sitio de tres meses, tomó Jerusalén en 63 a. E.C. y anexionó Judea al imperio. Roma nombró rey de los judíos a Herodes el Grande aproximadamente en 39 a. E.C., y unos tres años más tarde este rey consiguió aplastar la gobernación asmonea. Poco antes de la muerte de Herodes, en el año 2 a. E.C., Jesús nació como “una gloria de tu pueblo Israel”. (Lu 2:32.)
La autoridad imperial de Roma sobre Israel durante el siglo I E.C. estaba distribuida entre los gobernantes de distrito y los gobernadores o procuradores. La Biblia menciona como gobernantes de distrito a Filipo, Lisanias y Herodes Antipas (Lu 3:1), y habla de los gobernadores Poncio Pilato, Félix y Festo (Hch 23:26; 24:27) y de los reyes Agripa I y II. (Hch 12:1; 25:13.) No obstante, en el régimen interno de Israel aún subsistían vestigios de la institución genealógica tribal, como se ve en el hecho de que César Augusto ordenara que los israelitas se registrasen en las ciudades respectivas de sus casas paternas. (Lu 2:1-5.) Los “ancianos” y los funcionarios sacerdotales levitas todavía tenían mucha influencia en el pueblo (Mt 21:23; 26:47, 57; Hch 4:5, 23), aunque habían sustituido los requisitos escritos del pacto de la Ley por las tradiciones de los hombres a un grado considerable. (Mt 15:1-11.)
En este ambiente nació el cristianismo. Primero apareció Juan el Bautista, el precursor de Jesús, e hizo que muchos de los israelitas se volviesen a Jehová. (Lu 1:16; Jn 1:31.) Luego llegó Jesús, quien en compañía de sus apóstoles prosiguió con esa labor de rescate entre “las ovejas perdidas de la casa de Israel”, para que abriesen los ojos a la falsedad de las tradiciones humanas y viesen los inefables beneficios de la adoración pura de Dios. (Mt 15:24; 10:6.) Sin embargo, solo un resto aceptó a Jesús como el Mesías y se salvó. (Ro 9:27; 11:7.) Estos fueron los que gozosamente le aclamaron como el “Rey de Israel”. (Jn 1:49; 12:12, 13.) La mayoría rehusó poner fe en Jesús (Mt 8:10; Ro 9:31, 32) y gritó con sus líderes religiosos: “¡Quítalo! ¡Quítalo! ¡Al madero con él!”, “no tenemos más rey que César”. (Jn 19:15; Mr 15:11-15.) El tiempo pronto demostró que esta pretendida firme fidelidad al César era falsa. Los elementos fanáticos de Israel fomentaron una revuelta tras otra, y en cada ocasión la provincia sufría duras represalias de parte de los romanos, represalias que, a su vez, aumentaban el odio de los judíos a la gobernación romana. La situación finalmente llegó a ser tan explosiva que las fuerzas romanas de la zona no pudieron contenerla más y Cestio Galo, gobernador a la postre de Siria, tuvo que avanzar contra Jerusalén con un contingente más poderoso para mantener el control romano.
Después de incendiar Bezeta, situada al N. del templo, Galo acampó frente al palacio real, que tenía su situación al SO. del templo. En ese momento, dice Josefo, podría haber entrado fácilmente por la fuerza en la ciudad; sin embargo, su demora fortaleció a los insurrectos. Las unidades de avance de los romanos formaron un testudo o tortuga, una cubierta de escudos que los protegía como si fuese un caparazón, y empezaron a socavar los muros. Cuando los romanos estaban a punto de lograr su fin, se retiraron. Eso sucedió en el otoño del año 66 E.C. Josefo dice concerniente a esta retirada: “Cestio retiró repentinamente sus tropas, renunció a sus esperanzas de tomar la plaza, aunque no hubiese sufrido ningún fracaso, y sin razones valederas abandonó la ciudad”. (La Guerra de los Judíos, libro II, cap. XIX, sec. 7.) Este ataque contra la ciudad, seguido de la súbita retirada, sirvió de señal y coyuntura para que los cristianos ‘huyeran a las montañas’, como les había dicho Jesús. (Lu 21:20-22.)
Al año siguiente (67 E.C.) Vespasiano intentó sofocar el levantamiento judío, pero la inesperada muerte de Nerón en el año 68 abrió el camino para que Vespasiano se convirtiese en emperador. De modo que regresó a Roma en el año 69 y dejó que su hijo Tito continuase la campaña; al año siguiente, 70 E.C., Jerusalén fue tomada y destruida. Tres años más tarde cayó ante los romanos la última fortaleza judía, Masada. Josefo dice que durante toda la campaña contra Jerusalén murieron 1.100.000 judíos, muchos de peste y hambre, y los 97.000 cautivos fueron esparcidos como esclavos a todas partes del imperio. (La Guerra de los Judíos, libro VI, cap. IX, sec. 3.)
Véase la identidad de “las doce tribus de Israel” mencionadas en Mateo 19:28 y Lucas 22:30 en TRIBU - (“Juzgarán a las doce tribus de Israel”).
★Israelita
(De [Perteneciente a] Israel).
Descendiente de Jacob (cuyo nombre se cambió a Israel). (2Sa 17:25; Jn 1:47; Ro 11:1; véase ISRAEL núm. 1.) Según el contexto, la expresión en plural puede referirse a: 1) miembros de las doce tribus antes de la división del reino (1Sa 2:14; 13:20; 29:1), 2) miembros del reino septentrional de las diez tribus (1Re 12:19; 2Re 3:24), 3) judíos no levitas que regresaron del exilio en Babilonia (1Cr 9:1, 2) y 4) judíos del siglo I E.C. (Hch 13:16; Ro 9:3, 4; 2Co 11:22.)
3. Israel, Las tribus que en dos ocasiones formaron un reino norteño independiente. La primera división del gobierno nacional aconteció cuando murió Saúl, en 1078 a. E.C. La tribu de Judá reconoció a David como rey, pero el resto de las tribus hicieron rey a Is-bóset, el hijo de Saúl; dos años más tarde, Is-bóset fue asesinado. (2Sa 2:4, 8-10; 4:5-7.) Con el tiempo la brecha se cerró y David se convirtió en rey de las doce tribus. (2Sa 5:1-3.)
Avanzado el reinado de David, cuando se había sofocado la revuelta de su hijo Absalón, todas las tribus volvieron a reconocer a David como rey. Sin embargo, al regresar el rey a su trono, surgió una disputa relacionada con el protocolo, y en este asunto las diez tribus norteñas llamadas Israel estuvieron en desacuerdo con los hombres de Judá. (2Sa 19:41-43.)
Las doce tribus apoyaron unidamente la gobernación de Salomón, el hijo de David. Pero cuando murió, alrededor de 998 a. E.C., ocurrió la segunda división del reino. Solo las tribus de Benjamín y Judá apoyaron al rey Rehoboam, quien se sentó en el trono de su padre Salomón en Jerusalén. Israel, compuesto de las otras diez tribus que estaban al N. y al E., escogieron a Jeroboán como su rey. (1Re 11:29-37; 12:1-24.)
★La división del reino - (it-1-Pg.947)
Al principio la capital de Israel se fijó en Siquem. Tiempo después se llevó a Tirzá, y durante el reinado de Omrí se trasladó a Samaria, donde permaneció durante los siguientes doscientos años. (1Re 12:25; 15:33; 16:23, 24.) Jeroboán sabía que una misma adoración mantiene junto a un pueblo, así que para evitar que las tribus disidentes fuesen al templo de Jerusalén para adorar, erigió dos becerros de oro, no en la capital, sino en los dos extremos del territorio de Israel: uno al S., en Betel, y el otro al N., en Dan. También instaló un sacerdocio no levita para dirigir a Israel a la adoración de becerros de oro y de demonios en forma de cabra e instruirlos en ella. (1Re 12:28-33; 2Cr 11:13-15.)
A los ojos de Jehová el pecado que cometió Jeroboán fue muy grande. (2Re 17:21, 22.) Si hubiera permanecido fiel a Jehová y no se hubiese vuelto a tal idolatría crasa, Dios habría permitido que su dinastía continuase, pero como no fue así, su casa perdió el trono cuando su hijo Nadab fue asesinado menos de dos años después de la muerte de Jeroboán. (1Re 11:38; 15:25-28.)
Según se comportaba el gobernante de turno, así se comportaba la nación de Israel. Diecinueve reyes, sin contar a Tibní (1Re 16:21, 22), reinaron desde el año 997 hasta 740 a. E.C. Únicamente a nueve de ellos les sucedieron sus hijos, y solo uno tuvo una dinastía que se extendió hasta la cuarta generación. Siete de los reyes de Israel gobernaron dos años o menos; algunos, tan solo unos pocos días. Uno se suicidó, cuatro sufrieron una muerte prematura y seis fueron asesinados por hombres ambiciosos que luego ocuparon el trono de sus víctimas. Aunque el mejor de todos, Jehú, agradó a Jehová al quitar el vil baalismo fomentado por Acab y Jezabel, sin embargo, “Jehú mismo no puso cuidado en andar en la ley de Jehová el Dios de Israel con todo su corazón”, pues permitió que el culto a los becerros instituido por Jeroboán continuase por toda la tierra. (2Re 10:30, 31.)
Jehová fue muy paciente con el pueblo de Israel. Durante los doscientos cincuenta y siete años de historia de esa nación, envió a sus siervos para advertir a los gobernantes y al pueblo de sus caminos inicuos, pero en vano. (2Re 17:7-18.) Entre esos siervos devotos de Dios estuvieron los profetas Jehú (no el rey), Elías, Micaya, Eliseo, Jonás, Oded, Oseas, Amós y Miqueas. (1Re 13:1-3; 16:1, 12; 17:1; 22:8; 2Re 3:11, 12; 14:25; 2Cr 28:9; Os 1:1; Am 1:1; Miq 1:1.)
Israel tenía más dificultad que Judá en protegerse de las invasiones, puesto que aunque contaba con el doble de población, también tenía que defender casi el triple de extensión de tierra. Además de luchar contra Judá de vez en cuando, con frecuencia estuvo en guerra a lo largo de sus fronteras septentrionales y orientales con Siria, y bajo la presión de Asiria. Salmanasar V inició el sitio final de Samaria en el año séptimo del reinado de Hosea, pero se necesitaron unos tres años antes de que los asirios tomaran la ciudad en el año 740 a. E.C. (2Re 17:1-6; 18:9, 10.)
La política asiria que emprendió Tiglat-piléser III, el predecesor de Salmanasar, consistía en llevarse a los cautivos del territorio conquistado y colocar en su lugar pueblos de otras partes del imperio. Así se disuadía de futuros levantamientos. En este caso, los otros grupos nacionales llevados al territorio de Israel con el tiempo se entremezclaron tanto racial como religiosamente y llegaron a constituir un pueblo conocido como los samaritanos. (2Re 17:24-33; Esd 4:1, 2, 9, 10; Lu 9:52; Jn 4:7-43.)
Sin embargo, las diez tribus norteñas no desaparecieron por completo con la caída de Israel. Los asirios dejaron a algunas personas de esas tribus en el territorio de Israel. Otras sin duda huyeron de Israel por causa de la idolatría al territorio de Judá antes de 740 a. E.C., y sus descendientes debieron estar entre los cautivos llevados a Babilonia en 607 a. E.C. (2Cr 11:13-17; 35:1, 17-19.) Obviamente también hubo algunos descendientes de los que se habían llevado cautivos los asirios (2Re 17:6; 18:11) que se contaron entre el resto que regresó y que compuso las doce tribus de Israel a partir del año 537 a. E.C. (1Cr 9:2, 3; Esd 6:17; Os 1:11; compárese con Eze 37:15-22.)
★Los profetas y los reyes de Judá e Israel - (nwt-A6-Pg.1871-Gráfica)
4. Israel, La Tierra Prometida o territorio geográfico asignado a la nación de Israel (a las doce tribus), a diferencia del territorio de las otras naciones (1Sa 13:19; 2Re 5:2; 6:23), y sobre el que gobernaron los reyes israelitas. (1Cr 22:2; 2Cr 2:17.)
Después de la división de la nación, la expresión “tierra de Israel” a veces se usaba para referirse al territorio del reino septentrional, distinguiéndolo del de Judá. (2Cr 30:24, 25; 34:1, 3-7.) Después de la caída del reino septentrional, Judá mantuvo vivo el nombre de Israel como único reino existente de los descendientes de Israel (Jacob). Por lo tanto, el profeta Ezequiel utiliza la expresión “suelo de Israel” sobre todo con referencia a la tierra del reino de Judá y su capital Jerusalén. (Eze 12:19, 22; 18:2; 21:2, 3.) Esta fue la zona geográfica que quedó completamente desolada durante setenta años a partir de 607 a. E.C. (Eze 25:3), pero en la que un fiel resto sería reunido otra vez. (Eze 11:17; 20:42; 37:12.)
Véase una descripción geográfica de Israel y sus características climatológicas, así como su tamaño, ubicación, recursos naturales y otros rasgos relacionados, en el artículo Palestina.
5. Israel de Dios, Esta expresión, que aparece solo una vez en las Escrituras, se refiere al Israel espiritual en lugar de a los descendientes de la raza de Jacob, cuyo nombre se cambió a Israel. (Gé 32:22-28.) La Biblia habla del “Israel según la carne” (1Co 10:18) y también del Israel espiritual, cuyos integrantes no tienen que ser necesariamente descendientes de Abrahán. (Mt 3:9.) Cuando el apóstol Pablo usa la expresión “el Israel de Dios”, muestra que no tiene relación con la descendencia circuncisa de Abrahán. (Gál 6:15, 16.)
El profeta Oseas predijo que cuando Dios rechazara a la nación del Israel natural por la nación espiritual, que incluye a los gentiles, diría “a los que no son mi pueblo: ‘Tú eres mi pueblo’”. (Os 2:23; Ro 9:22-25.) A su debido tiempo, el reino de Dios se le quitó a la nación de los judíos naturales y se le dio a una nación espiritual que produjese el fruto del Reino. (Mt 21:43.) Desde luego, hubo judíos naturales que formaron parte del Israel espiritual. Los apóstoles y los demás que recibieron espíritu santo en el Pentecostés de 33 E.C. (unos 120), los que se añadieron en ese día (unos 3.000) y los que después aumentaron el número hasta unos 5.000, todos fueron judíos y prosélitos. (Hch 1:13-15; 2:41; 4:4.) Pero aun así eran, como Isaías los describió, “un simple resto” que se salvó de esa nación rechazada. (Isa 10:21, 22; Ro 9:27.)
Otros textos explican este asunto con más detalle. Al ser desgajadas algunas “ramas naturales” del olivo simbólico, se injertaron no israelitas del “acebuche”, de manera que no había distinción racial o de clases entre aquellos que “realmente son descendencia de Abrahán, herederos respecto a una promesa”. (Ro 11:17-24; Gál 3:28, 29.) “No todos los que provienen de Israel son realmente ‘Israel’.” “Porque no es judío el que lo es por fuera, ni es la circuncisión la que está afuera en la carne. Más bien, es judío el que lo es por dentro, y su circuncisión es la del corazón por espíritu.” (Ro 9:6; 2:28, 29.) El Israel natural no produjo el número de miembros que se requería; por lo tanto, Dios “dirigió su atención a las naciones para sacar de entre ellas un pueblo para su nombre” (Hch 15:14), concerniente al cual se dijo: “En un tiempo ustedes no eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios”. (1Pe 2:10.) El apóstol Pedro citó lo que se le había dicho al Israel natural y lo aplicó a este Israel espiritual de Dios, diciendo que es “una raza escogida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo para posesión especial”. (Éx 19:5, 6; 1Pe 2:9.)
Las doce tribus mencionadas en el capítulo 7 de Apocalipsis tienen que referirse a este Israel espiritual, y por varias razones de peso. La lista de los nombres no encaja con la del Israel natural registrada en el primer capítulo de Números. Además, el templo de Jerusalén, el sacerdocio y todos los registros tribales del Israel natural fueron destruidos, perdidos para siempre, mucho antes de que Juan tuviese su visión en el año 96 E.C. Pero aún más importante es que cuando Juan recibió su visión, tuvo como telón de fondo los acontecimientos ocurridos desde el Pentecostés de 33 E.C. en adelante, ya referidos en el párrafo anterior. Juan tuvo la visión de los que estaban de pie en el monte Sión celestial con el Cordero (al que el Israel natural había rechazado), y en ella se le revela el número de integrantes de este Israel espiritual de Dios: 144.000 “comprados de entre la humanidad”. (Apo 7:4; 14:1, 4.)
1. Jabín, Rey de Hazor cuando Josué invadió la Tierra Prometida. Jabín formó una confederación con los reyes cananeos del N., quienes reunieron contra Israel una fuerza militar “tan [numerosa] como los granos de arena [...], [con] muchísimos caballos y carros de guerra”. Mientras estaban acampados junto a las aguas del Merom, Josué condujo un ataque sorpresa y se lanzó en su persecución hasta consumar su derrota. A Jabín se le ejecutó más tarde, cuando se tomó y quemó la ciudad de Hazor. (Jos 11:1-14; 12:7, 19.)
2. Jabín, Rey cananeo posterior que gobernó sobre la ciudad de Hazor restaurada; posiblemente fuese descendiente del Jabín mencionado en el apartado núm. 1. El que se le llamase “rey de Canaán” pudiera denotar su supremacía sobre los otros reyes cananeos e indicar que gozaba de gran poder y autoridad, pues al parecer tenía por lo menos algunos aliados. Por otra parte, puede que esa expresión solo lo distinguiese de los reyes de otras tierras. El ejército de Jabín, que contaba con 900 carros con hoces de hierro, estaba bajo el mando de Sísara, quien en el relato bíblico recibe mayor importancia que el propio Jabín. (Jue 4:2, 3; 5:19, 20.)
Con el permiso de Jehová, Jabín oprimió con severidad al Israel apóstata durante veinte años, pero cuando los israelitas acudieron a Dios para que los liberase, Jehová levantó a Barac y Débora con el fin de que condujesen a Israel a la victoria sobre el ejército de Jabín. La esposa de Héber, el quenita, quien había estado en paz con Jabín, mató a Sísara. (Jue 4:3-22.) Los israelitas continuaron guerreando contra Jabín y finalmente le dieron muerte. (Jue 4:23, 24; Sl 83:9, 10.)
Abreviamiento poético de Jehová, el nombre del Dios Altísimo (Éx 15:1, 2), que se representa por la primera mitad del Tetragrámaton hebreo (YHWH), a saber, las letras yohdh (י) y he’ (ה), décima y quinta, respectivamente, del alfabeto hebreo.
El término Jah aparece 50 veces en las Escrituras Hebreas: 26 solo y 24 en la expresión “Aleluya”, que significa literalmente “alaben a Jah”. Algunas traducciones, como la Versión Popular, no reflejan en absoluto la existencia de la expresión “Jah” en el texto original. Otras la reflejan únicamente en la forma “Aleluya” (MK, NBE, TA, VP). Aún otras (aparte de los casos en que utilizan “Aleluya”) generalmente la sustituyen por Jehová o Yahveh, y utilizan “Yah” en contadas ocasiones (Mod, 7 veces; BJ, 1 vez). La Versión Valera (revisión de 1989) sustituye “Jah” por “Jehovah”, aunque en las notas explica que en el texto original aparece la forma “Jah”, y mantiene la forma “Aleluya”. En Bover-Cantera se sustituye 1 vez por “Yahveh” y 2 veces se elimina, y de las restantes, 24 veces aparece como “Yah” y 23 dentro de la expresión “Aleluya”. La Traducción del Nuevo Mundo conserva las 50 ocasiones en las que aparece Jah o Yah.
En las Escrituras Griegas Cristianas, “Jah” aparece 4 veces en la expresión “Aleluya”. (Apo 19:1, 3, 4, 6.) La mayoría de las Biblias se limitan a transcribir esta expresión griega y no la traducen; sin embargo, en la Traducción del Nuevo Mundo leemos: “¡Alaben a Jah!”.
“Jah” no puede ser una forma primitiva del nombre divino que se usara antes del Tetragrámaton. El nombre Jehová aparece en su forma completa, 165 veces en el libro de Génesis, según el texto masorético; sin embargo, la forma abreviada no se encuentra hasta después del éxodo. (Éx 15:2.)
Normalmente, el monosílabo Jah forma parte de las expresiones más conmovedoras de alabanza, cántico, oración y ruego. Este término se halla a menudo en los pasajes que relatan el regocijo que produce una victoria o una liberación, o cuando hay un reconocimiento de la mano poderosa y la fuerza de Dios. En este sentido, el registro bíblico nos proporciona abundantes ejemplos. Así, la frase: “¡Alaben a Jah!” (Aleluya) aparece en el libro de los Salmos como una doxología, es decir, como una expresión de alabanza a Dios. La primera de estas alabanzas se encuentra en el Salmo 104:35. En algunos salmos puede que solo esté al principio (Sl 111; 112); esporádicamente, en medio de la composición (135:3); a veces, solo al final (Sl 104; 105; 115–117); pero a menudo, tanto al principio como al final del salmo (Sl 106; 113; 135; 146–150).
Aparece 49 veces en M distinguida por un punto (mappik) en su segunda letra, y una vez, en Can 8:6, sin el mappik. TLXXSyVg: “Jehová”. Véase Ap. 1A.
En el libro de Apocalipsis los seres celestiales alaban a Jehová con esta expresión en repetidas ocasiones. (Apo 19:1-6.)
El resto de los pasajes en los que aparece “Jah” también denotan exaltación, tanto en las canciones como en las peticiones a Jehová. Por ejemplo, en la canción de liberación de Moisés (Éx 15:2), y en el registro de Isaías, en donde se consigue doble énfasis al combinar los dos nombres: “Jah Jehová”. (Isa 12:2; 26:4.) Después de haber sido sanado milagrosamente cuando estaba a punto de morir, Ezequías expresó con júbilo poético la intensidad de sus sentimientos repitiendo la expresión Jah. (Isa 38:9, 11.) En la Biblia se hace un contraste entre los muertos, que no alaban a Jah, y aquellos que están resueltos a vivir para Su alabanza. (Sl 115:17, 18; 118:17-19.) Otros salmos también expresan aprecio a Jah por su liberación, protección y corrección. (Sl 94:12; 118:5, 14.)
1. Jehozabad, Segundo de los ocho hijos de Obed-edom a quienes se incluyó entre los porteros del santuario. (1Cr 26:1, 4, 5, 13, 15.)
2. Jehozabad, Oficial benjamita del ejército de Jehosafat que estaba al mando de 180.000 hombres. (2Cr 17:17, 18.)
3. Jehozabad, Cómplice del asesinato del rey Jehoás de Judá. Jehozabad y Jozacar, siervos de Jehoás, dieron muerte al rey porque había asesinado a Zacarías, el hijo de Jehoiadá. A ellos los ejecutó Amasías, el hijo y sucesor de Jehoás. Jehozabad era hijo de una moabita llamada Simrit (tal vez la misma persona que Somer). (2Re 12:20, 21; 2Cr 24:20-22, 25-27; 25:1, 3.)
Primer hijo de Simeón mencionado por nombre, y una de las “setenta” almas de la casa de Jacob que “entraron en Egipto”. (Gé 46:10, 27; Éx 6:15.) En otros pasajes se le llama Nemuel. (Nú 26:12; 1Cr 4:24.)
Siervo de Jehoás, el rey de Judá. Él y su compañero Jehozabad asesinaron al rey como represalia por la muerte de Zacarías y tal vez por la de otros hijos del sumo sacerdote Jehoiadá. No obstante, el hijo y sucesor de Jehoás, Amasías, vengó la muerte de su padre dando muerte a Jozacar y a su cómplice. Jozacar era hijo de Simeat, una ammonita, y también se le llama Zabad. (2Re 12:20, 21; 2Cr 24:20-22, 25-27; 25:1, 3.)
1. Mamré, Principal amorreo que ayudó a Abrahán a vencer al rey Kedorlaomer.
1. Mamré, Principal amorreo que ayudó a Abrahán a vencer al rey Kedorlaomer y a sus aliados junto con sus hermanos Aner y Escol. La razón para ello estribaba seguramente en que se habían confederado con Abrahán. (Gé 14:13, 24.)
2. Mamré, Lugar que por lo general se identifica con er-Ramat el-Khalil, situado a unos 3 Km. al N. de Hebrón, pero que según algunas opiniones y a tenor de Génesis 23:17, estaba más al O. (Véase Macpelá.) Fue el principal lugar de residencia de Abrahán y, por lo menos durante un tiempo, de Isaac. Con el tiempo, tanto a ellos como a sus respectivas esposas, además de a Jacob y Lea, se les enterró en la cercana cueva de Macpelá. (Gé 13:18; 35:27; 49:29-33; 50:13.) La zona está bien regada por numerosos manantiales. En el tiempo de Abrahán había árboles grandes en Mamré; allí edificó un altar a Jehová. (13:18.) Bajo uno de esos árboles extendió hospitalidad a los ángeles antes de la destrucción de Sodoma y Gomorra. (Gé 18:1-8.) También fue en ese lugar donde Jehová le prometió que tendría un hijo de Sara. (Gé 18:9-19.) Desde las cercanías de Mamré, Abrahán podía ver hasta Sodoma y percibir el humo espeso que ascendía desde allí como resultado de la ardiente destrucción que sufrió esa región. (Gé 19:27-29.)
Algunos de los árboles grandes (casi siempre robles) que crecen en la región que actualmente se identifica con Mamré han llamado la atención de diferentes escritores desde los días de Josefo. A lo largo de los siglos se han construido santuarios, por lo general en relación con algún árbol bajo el que supuestamente Abrahán habló con los ángeles. Herodes el Grande construyó un muro de piedra alrededor de este lugar tradicional. El emperador Constantino edificó una basílica en este lugar tras la visita de su suegra a esta zona en el siglo IV E.C. Posteriormente los conquistadores musulmanes también veneraron esta zona.
1. Nemuel - (Jemuel), Primer hijo de los cinco que tuvo Simeón.
1. Nemuel - (Jemuel) Primer hijo mencionado por nombre de los cinco que tuvo Simeón y cabeza de familia de los nemuelitas. (Nú 26:12-14; 1Cr 4:24.) En la lista de los que llegaron a Egipto con Jacob se le llama Jemuel. (Gé 46:8, 10; Éx 6:15.)
★Nemuelitas
(De [Pertenecientes a] Nemuel).
Familia de Simeón descendiente de Nemuel. (Nú 26:12.)
2. Nemuel, Hijo de Eliab y nieto de Rubén. Sus hermanos fueron los rebeldes Datán y Abiram, a quienes se tragó la tierra. (Nú 26:5, 8, 9; Dt 11:6.)
Tercer hijo de Simeón mencionado por nombre. (Gé 46:10; Éx 6:15.) No se le menciona en una relación posterior de los fundadores de las familias de la tribu. (Nú 26:12-14.)
Quinto rey de Edom mencionado por nombre que gobernó antes de que hubiera reyes en Israel. Procedía de Masreqá. (Gé 36:31-37; 1Cr 1:47, 48.)
1. Sebá, Uno de los seis hijos que tuvo Cus.
1. Sebá, Uno de los seis hijos que tuvo Cus. (Gé 10:7, 8; 1Cr 1:9, 10.)
Pueblo del E. de África. En Isaías 43:3 se dice que Sebá, Egipto y Etiopía (Cus) se darían como rescate en lugar de Jacob. En un contexto similar, Isaías 45:14 aparece “sabeos” en lugar de “Sebá”, lo que indica que a los pobladores de Sebá se les llamaba sabeos. Estos versículos dan a entender que Sebá lindaba con Etiopía o formaba parte de ella, una conclusión que apoya Josefo cuando dice que “Saba” se refería a la ciudad de Meroe en el Nilo y la extensa zona (isla de Meroe) que se hallaba entre los ríos Nilo, Nilo Azul y Atbara. (Antigüedades Judías, libro II, cap. X, sec. 2.) La afirmación que se hace en Isaías 45:14 de que los sabeos eran “hombres de alta talla” está corroborada por Heródoto, que dice que los etíopes eran “los hombres más altos y apuestos del mundo”. (Historia, III, 20; véase CUS núms. 1 y 2.)
Meroe fue por mucho tiempo un centro comercial importante. Sebá y Seba son dos de los lugares distantes mencionados en el Salmo 72 cuando habla del dominio y la influencia del rey nombrado por Jehová, cuyos reyes presentarían un regalo. (Sl 72:10; Joe 3:8.)
1. Sabeos, esignación de una banda merodeadora.
1. Sabeos, Designación de una banda merodeadora que atacó la propiedad de Job de la tierra de Uz, y se llevó su ganado y sus asnas y mató a sus servidores. (Job 1:14, 15.) Job también menciona “la compañía viajante de sabeos”. (Job 6:19.)
Es difícil identificarlos con certeza, ya que pueden haber sido descendientes de varios hombres diferentes llamados Seba. Joqsán, el hijo de Abrahán, tuvo un hijo llamado Seba (Gé 25:1-3), y no se puede descartar que estos merodeadores fueran de esta línea. Sin embargo, la opinión general de los eruditos es que estos sabeos procedieron de Seba, descendiente de Cam por la línea de Cus (Gé 10:6, 7), o de Seba, hijo de Joqtán, del linaje de Sem. (Gé 10:21-29.)
2. Sabeos, Pueblo de elevada estatura mencionado en Isaías 45:14 junto con los trabajadores de Egipto y los mercaderes de Etiopía, que reconocería a Jehová y a su pueblo. Isaías 43:3 también lo relaciona con Egipto y Etiopía, pero en vez de “sabeos” dice “Sebá”, lo que indica que a los hombres de Sebá se les llamaba “sabeos”. (Véase SEBÁ núm. 2.)
3. Sabeos, Descendientes de Seba (no se sabe si de la línea de Sem o de la de Cam) que formaron un reino en el S. de la península arábiga. La reina de Seba que visitó a Salomón probablemente era de esta tierra. (1Re 10:1.) Las fuentes seglares suelen llamar sabeo a este reino, y puede que la Biblia haga lo mismo. (Véase SEBÁ núm. 6).
De acuerdo con la lectura marginal de la Biblia hebrea, algunas traducciones leen “sabeos”, o algo similar, en Ezequiel 23:42 (Fer; LT; NC, 1944; Scío, nota; Val). Sin embargo, el texto principal lee “borrachos”, por lo que otras versiones utilizan dicho término u otro semejante (BAS, BC, BJ, DK, Ga, NBE, NM, Str).
1. Shaúl, Sexto rey mencionado por nombre del antiguo Edom; sucesor de Samlá y antecesor de Baal-hanán. Procedía de “Rehobot junto al Río”. (Gé 36:31, 37, 38; 1Cr 1:48, 49.)
2. Shaúl, Último hijo de Simeón mencionado por nombre; su madre era cananea. (Gé 46:10; 1Cr 4:24.) Fundó la familia de los shaulitas, a quienes se cuenta entre los simeonitas. (Éx 6:15; Nú 26:12, 13.)
★Shaulitas
(De [Pertenecientes a] Shaúl).
Familia simeonita fundada por Shaúl. (Nú 26:12, 13.)
3. Shaúl, Descendiente levita de Qohat. (1Cr 6:22-24.)
1. Sutélah, Hijo de Efraín y antepasado tribal de los sutelahítas.
1. Sutélah, Hijo de Efraín y antepasado de la familia tribal de los sutelahítas. (1Cr 7:20; Nú 26:35-37.) Aunque el texto masorético no lo incluye en Génesis 46:20, una variante de su nombre se encuentra entre los diferentes nombres que se añadieron a este texto en la Septuaginta griega.
2. Sutélah, Efraimita que descendía del núm. 1. (1Cr 7:20, 21.)
Título persa aplicado al gobernador de un distrito jurisdiccional. Las cinco veces que aparece este término va precedido del artículo definido hebreo ha, por lo que en español se traduce “el Tirsatá”.
Los funcionarios a los que en la Biblia se llama “Tirsatá” gobernaban Judá, una de las provincias persas. Zorobabel debió ser el Tirsatá mencionado en Esdras 2:63 y Nehemías 7:65, 70. Más adelante, cuando Nehemías se convirtió en gobernador, él es el Tirsatá al que hacen referencia Nehemías 8:9 y 10:1.
1. Zabad, Efraimita de la familia de Sutélah.
1. Zabad, Efraimita de la familia de Sutélah. (1Cr 7:20, 21.)
2. Zabad, Descendiente de Judá por la línea de Jerahmeel; su bisabuelo era egipcio; hijo de Natán. (1Cr 2:3, 25, 34-37.)
3. Zabad, Uno de los hombres poderosos de David; era hijo de Ahlai. (1Cr 11:26, 41.)
4. Zabad - (Jozacar) Uno de los asesinos del rey Jehoás de Judá; era hijo de Simeat la ammonita. (2Cr 24:26.) También se le llama Jozacar. (2Re 12:21.)
5, 6, 7. Zabad, Tres israelitas a los que Esdras instó a despedir a sus esposas e hijos extranjeros. Eran hijos de Zatú, Hasum y Nebo, respectivamente. (Esd 10:10, 11, 27, 33, 43, 44.)