Biografías - Profecías - Milagros |
Conocimiento de algo, o habilidad para ello, que se adquiere al haberlo realizado, vivido, sentido o sufrido una o más veces. 2. Conjunto de conocimientos que se adquieren en la vida o en un período y situación determinado de ésta.
Cualquier suceso extraordinario y maravilloso; acontecimiento cuya causa no se conoce y que, por lo tanto, sorprende; acto del poder divino superior al orden natural y a las fuerzas humanas. En las Escrituras Hebreas, la palabra moh·féth, que a veces se traduce “milagro”, también significa “portento presagioso”, “maravilla” y “prenda”. (Dt 28:46; 1Cr 16:12, nota.) Se suele utilizar en combinación con el término `ohth, que significa “señal”. (Dt 4:34.) En las Escrituras Griegas, la palabra dy·na·mis, “poder”, se traduce además por “fuerza”, ‘obra poderosa’, “habilidad”, “capacidad”, ‘milagro’ y ‘prodigio’. (Mt 25:15; Lu 6:19; 1Co 12:10; CI, HAR, NM, Val.)
Para aquel que lo contempla, un milagro es algo que está más allá de lo que él puede realizar o incluso de lo que puede entender plenamente. Además, es una obra poderosa que requiere la intervención de un poder o conocimiento mayor del que él posee. Sin embargo, desde el punto de vista de aquel que es la fuente de tal poder, no es un milagro. Él lo entiende y tiene la capacidad para hacerlo. Por consiguiente, muchas obras que Dios efectúa son asombrosas para los seres humanos que las contemplan, pero son simplemente el ejercicio de su poder. Si alguien afirma creer en una deidad, en particular en el Dios de la creación, no sería coherente negar el poder que Dios tiene para realizar cosas que inspiran temor en los hombres que las contemplan. (Ro 1:20; véase PODER, OBRAS PODEROSAS.)
¿Son compatibles los milagros con la ley natural? Mediante el estudio y la observación, los investigadores han advertido en el universo la uniformidad de los fenómenos naturales y han reconocido que hay leyes que rigen esa uniformidad. Una de ellas es ‘la ley de la gravedad’. Los científicos admiten la complejidad y, al mismo tiempo, seguridad, de esas leyes, y al llamarlas “leyes”, implican la existencia de Aquel que las puso en vigor. Los escépticos creen que el milagro viola las leyes que aceptan como naturales, irrevocables, inexorables; por lo tanto, el milagro no puede ocurrir, dicen ellos. Según esta actitud, todo lo que no es comprensible ni explicable por las leyes conocidas es imposible.
Sin embargo, los científicos con experiencia son cada vez más reticentes a decir que algo es imposible. El profesor John R. Brobeck, de la universidad de Pensilvania, dijo: “Un científico ya no puede decir honradamente que algo es imposible. Solo puede decir que es improbable, y que en función de nuestro conocimiento actual, es imposible explicarlo. La ciencia no puede decir que en la actualidad se conocen todas las propiedades de la materia y todas las formas de la energía [...]. [Para que un milagro se produzca,] ha de entrar en juego, además, una fuente de energía desconocida en nuestras ciencias biológicas y fisiológicas. A esta fuente de energía se la identifica en nuestras Escrituras como el poder de Dios”. (Time, 4 de julio de 1955.) El progreso de la ciencia desde entonces ha constatado la realidad de estas palabras.
Incluso en condiciones normales, los científicos no entienden completamente las propiedades del calor, la luz, el funcionamiento atómico y nuclear, la electricidad o de cualquiera de las formas de la materia. Su comprensión de estas propiedades es todavía más deficiente en condiciones extraordinarias o anormales. Por ejemplo, investigaciones recientes han permitido observar que en condiciones de frío extremo los elementos tienen un comportamiento extraño. El plomo, que no es un buen conductor eléctrico, sumergido en helio líquido enfriado a –271 °C (–456 °F) se convierte extrañamente en un superconductor y en un potente electroimán cuando se coloca un imán cerca de él. A esa temperatura tan baja el helio mismo parece desafiar la ley de la gravedad, pues sube por los laterales de la cubeta de precipitación y se desborda. (Matter, “Life Science Library”, 1963, págs. 68, 69.)
Este descubrimiento es uno de los muchos que han asombrado a los científicos, pues al parecer desarticula sus ideas previas. ¿Cómo, pues, puede alguien decir que Dios violó sus propias leyes al ejecutar obras poderosas que parecían sorprendentes y milagrosas a los hombres? Sin duda, el Creador del universo físico controla perfectamente lo que ha creado y puede manipular su creación dentro del ámbito de las leyes que la rigen. (Job 38.) Puede causar las condiciones necesarias para la ejecución de esas obras; puede acelerar, ralentizar, modificar o neutralizar reacciones. O pueden hacerlo los ángeles, que son más poderosos que el hombre, en cumplimiento de la voluntad de Jehová. (Éx 3:2; Sl 78:44-49.)
Ciertamente el científico no anula ni pasa por alto las leyes físicas cuando aplica más calor o frío, o más oxígeno, etc., para acelerar o ralentizar un proceso químico. No obstante, los escépticos niegan los milagros de la Biblia, incluido el “milagro” de la creación. De este modo en realidad están diciendo que conocen perfectamente todas las condiciones y procesos que se hayan dado jamás. Es pretender que las obras del Creador se limiten a los estrechos confines del entendimiento que ellos tienen de las leyes que rigen el mundo material.
Esta incongruencia de los científicos ha sido reconocida por un profesor sueco de Física del Plasma, que dijo: “Nadie pone en tela de juicio la obediencia de la atmósfera de la Tierra a las leyes de la mecánica y la física atómica. Sin embargo, puede resultarnos sumamente difícil determinar cómo funcionan estas leyes con respecto a una determinada situación relacionada con los fenómenos atmosféricos”. (Worlds-Antiworlds, de H. Alfvén, 1966, pág. 5.) El profesor aplicó esta idea al origen del universo. Dios estableció las leyes físicas que rigen la Tierra, el Sol y la Luna, dentro de cuyo marco los hombres han podido lograr cosas maravillosas. Seguramente Dios podía utilizar las leyes de manera que produjesen un resultado inesperado para los humanos. Por consiguiente, para Él no presentaría ningún problema dividir el mar Rojo de manera que “las aguas [fuesen] un muro” a cada lado. (Éx 14:22.) Aunque el andar sobre el agua es un hecho asombroso para el hombre, con qué facilidad se pudo llevar a cabo por el poder de “Aquel que extiende los cielos justamente como una gasa fina, que los despliega como una tienda en la cual morar”. Además, se dice que Dios es el que ha creado y controla todas las cosas en los cielos, y también que “debido a la abundancia de energía dinámica, porque él también es vigoroso en poder, ninguna de ellas falta”. (Isa 40:21, 22, 25, 26.)
Puesto que el reconocer la existencia de una ley, como la de la gravedad, supone aceptar que hay un legislador de inteligencia y poder incomparables y sobrehumanos, ¿por qué poner en duda Su capacidad para hacer cosas maravillosas? ¿Por qué intentar limitar Su obra a la infinitesimalmente pequeña esfera del conocimiento y la experiencia del hombre? El patriarca Job habla de la oscuridad y la insensatez en la que Dios permite que estén aquellos que de esta forma comparan su propia sabiduría con la de Él. (Job 12:16-25; compárese con Ro 1:18-23.)
La adherencia de Dios a su ley moral. El Dios de la creación no es un Dios antojadizo, que viola a capricho sus propias leyes. (Mal 3:6.) Este hecho se ve en su adherencia a sus leyes morales, que están en armonía con sus leyes físicas, aunque son mucho más elevadas. Por ser un Dios justo, no puede pasar por alto la injusticia. “Tú eres de ojos demasiado puros para ver lo que es malo; y mirar a penoso afán no puedes”, dice uno de los profetas. (Hab 1:13; Éx 34:7.) Jehová le dio la siguiente ley a Israel: “Alma será por alma, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie”. (Dt 19:21.) A fin de adherirse a su Ley, Dios necesitaba una base legal para perdonar a los hombres que se habían arrepentido y que estaban desamparados debido al pecado por el que estaban muriendo. (Ro 5:12; Sl 49:6-8.) Se apegó rigurosamente a la Ley, hasta el punto de sacrificar a su Hijo unigénito como rescate por los pecados de la humanidad. (Mt 20:28.) El apóstol Pablo señala que “mediante la liberación por el rescate pagado por Cristo Jesús”, Jehová pudo “exhibir su propia justicia [...], para que él sea justo hasta al declarar justo al hombre que tiene fe en Jesús”. (Ro 3:24, 26.) Si notamos que Dios no se retuvo de sacrificar a su Hijo amado por respeto a sus leyes morales, ciertamente podemos razonar que nunca necesitará “violar” sus leyes físicas para ejecutar cualquier cosa que desee dentro de su creación material.
¿Son contrarios a la experiencia humana? La simple afirmación de que los milagros no ocurrieron no prueba que en realidad no acontecieran. Una persona de nuestro tiempo puede cuestionar la veracidad de cualquier acontecimiento histórico registrado, pues no lo vivió y no existen testigos oculares vivos que lo atestigüen. Sin embargo, esto no cambia los hechos de la historia. Algunos ponen objeciones a los relatos de los milagros porque, según ellos, son contrarios a la experiencia humana, es decir, a la experiencia humana que ellos reconocen como verdad por sus observaciones, libros, etc. Si la ciencia se dejara guiar por este punto de vista, habría mucha menos investigación, desarrollo de nuevos métodos y descubrimientos. Por ejemplo, no habría seguido adelante la investigación para curar las llamadas enfermedades “incurables”, ni se hubieran producido los viajes espaciales a los planetas o a lugares aún más lejanos del universo. Sin embargo, se sigue investigando y a veces la humanidad descubre cosas completamente nuevas. Lo que se ha logrado hasta el momento asombraría a los hombres de tiempos antiguos, y una buena parte de los sucesos cotidianos de hoy se considerarían milagros.
La lógica no descarta el aspecto sobrenatural. Algunos de los que se oponen al relato bíblico sostienen que los milagros de la Biblia se pueden explicar de manera científica y lógica como simples sucesos naturales, y que los escritores bíblicos meramente atribuyeron estos sucesos a la intervención de Dios. Es verdad que se utilizaron fenómenos naturales, como los terremotos (1Sa 14:15, 16; Mt 27:51), pero este hecho en sí no prueba que Dios no interviniera en estos acontecimientos. No solo porque eran obras poderosas (por ejemplo, los terremotos mencionados antes), sino también porque se produjeron en el momento debido, se puede descartar la posibilidad de que dichos sucesos fueran casuales. Por ejemplo, algunos han afirmado que el maná que se proveyó a los israelitas era una exudación dulce y pegajosa que producen los tamariscos y algunos arbustos del desierto. Aun si esta dudosa afirmación fuera cierta, la provisión del maná todavía sería milagrosa debido a cuándo se producía, pues no aparecía en el suelo el séptimo día de cada semana. (Éx 16:4, 5, 25-27.) Además, si se dejaba hasta la mañana siguiente, producía gusanos y hedía, lo que no sucedía cuando se reservaba para el sábado. (Éx 16:20, 24.) También puede decirse que la afirmación de que el maná era una exudación de ciertos árboles no parece concordar completamente con la descripción que la Biblia da de él. El maná bíblico se encontraba en el suelo y se derretía con el calor del Sol; podía machacarse en un mortero, molerse en un molino, cocerse o hervirse. (Éx 16:19-23; Nú 11:8; véase MANÁ.)
La credibilidad del testimonio. El cristianismo se fundamenta en el milagro de la resurrección de Jesucristo (1Co 15:16-19), que constataron fehacientemente más de 500 testigos oculares. (1Co 15:3-8; Hch 2:32.)
También se debe tener en cuenta el motivo de aquellos que aceptaron el milagro de la resurrección de Jesús. Muchas personas han sido perseguidas y han muerto por sus ideas religiosas, políticas o de otro tipo. Sin embargo, los cristianos que sufrieron persecución no recibieron ningún tipo de ganancia material o política. Más que conseguir poder, riqueza y prominencia, a menudo sufrieron la pérdida de todas estas cosas. Predicaron la resurrección de Jesús, pero no utilizaron ninguna forma de violencia para promover sus creencias o defenderse. Y el que lee sus argumentos puede ver que eran personas razonables, no fanáticas. Trataban de ayudar amorosamente a sus semejantes.
Características de los milagros de la Biblia. Algunas de las características notables de los milagros bíblicos son: su naturaleza pública, su sencillez, su propósito y su motivo. Algunos se obraron en privado o ante grupos pequeños (1Re 17:19-24; Mr 1:29-31; Hch 9:39-41), pero a menudo se hacían en público, ante miles o incluso millones de observadores. (Éx 14:21-31; 19:16-19.) Jesús obraba a la vista de todo el mundo, no hacía nada en secreto. Sanaba a todos los que acudían a él, y no fracasaba con el pretexto de que algunos no tenían suficiente fe. (Mt 8:16; 9:35; 12:15.)
La sencillez era una característica tanto de sus curaciones milagrosas como de su control sobre los elementos. (Mr 4:39; 5:25-29; 10:46-52.) A diferencia de las proezas mágicas que precisaban de accesorios, escenificación, iluminación y rituales especiales, los milagros de la Biblia por lo general se hacían sin exhibición espectacular, con frecuencia en respuesta a un encuentro casual o a una solicitud, y se llevaban a cabo en la vía pública o en un lugar no preparado. (1Re 13:3-6; Lu 7:11-15; Hch 28:3-6.)
El motivo para realizar los milagros no era obtener prominencia egoísta o riqueza, sino, principalmente, glorificar a Dios. (Jn 11:1-4, 15, 40.) Los milagros no eran actos misteriosos llevados a cabo simplemente para satisfacer la curiosidad o para causar asombro. Siempre ayudaban a otros, a veces directamente de una manera física y siempre de una manera espiritual; encaminaban de nuevo a las personas hacia la adoración verdadera. Tal como “el dar testimonio de Jesús es lo que inspira el profetizar [“es el espíritu de la profecía”, notas]”, así también muchos de los milagros identificaron a Jesús como el Enviado de Dios. (Apo 19:10.)
Los milagros bíblicos no estaban relacionados solo con cosas animadas, sino también inanimadas, como calmar el viento y el mar (Mt 8:24-27), impedir la lluvia y hacer que empezase a llover (1Re 17:1-7; 18:41-45) o convertir el agua en sangre o en vino (Éx 7:19-21; Jn 2:1-11). Asimismo, se efectuaron curaciones de enfermedades físicas de todo tipo, como la “incurable” lepra (2Re 5:1-14; Lu 17:11-19) y la ceguera de nacimiento. (Jn 9:1-7.) Esta gran variedad de milagros habla en favor de su credibilidad como actos respaldados por el Creador, pues es lógico pensar que únicamente el Creador podría ejercer influencia en todos los campos de la experiencia humana y sobre todo tipo de materia.
El propósito en la congregación cristiana primitiva. Los milagros tuvieron varios propósitos importantes. Fundamentalmente, ayudaron a comprobar o a confirmar que cierto hombre recibía poder y apoyo de Dios. (Éx 4:1-9.) Las personas llegaron a esta conclusión correcta tanto en el caso de Moisés como en el de Jesús. (Éx 4:30, 31; Jn 9:17, 31-33.) Dios había prometido por medio de Moisés un profeta venidero. Los milagros de Jesús ayudaron a que los observadores lo identificaran como dicho profeta. (Dt 18:18; Jn 6:14.) En los comienzos del cristianismo, los milagros, en unión con el mensaje, sirvieron para ayudar a la gente a ver que la congregación cristiana tenía el respaldo divino y que se había apartado del sistema de cosas judío. (Heb 2:3, 4.) Con el tiempo, los dones milagrosos del primer siglo serían eliminados. Solo fueron necesarios durante los comienzos de la congregación cristiana. (1Co 13:8-11.)
Cuando se lee el relato de Hechos de Apóstoles, se ve que el espíritu de Jehová obró rápida y poderosamente en la formación de las congregaciones y consiguió que el cristianismo se arraigase con firmeza. (Hch 4:4; caps. 13, 14, 16–19.) En los pocos años transcurridos entre 33 y 70 E.C., se recogió a miles de creyentes en muchas congregaciones desde Babilonia hasta Roma, y quizás hasta puntos más occidentales. (1Pe 5:13; Ro 1:1, 7; 15:24.) Debe notarse que entonces existían pocas copias de las Escrituras. Normalmente solo las personas pudientes tenían rollos o libros de cualquier clase. En las tierras paganas no había conocimiento de la Biblia ni del Dios de la Biblia, Jehová. Prácticamente toda la comunicación era verbal. No existían comentarios bíblicos, concordancias ni enciclopedias disponibles para la gente. De modo que los dones milagrosos de conocimiento especial, sabiduría, hablar en lenguas y discernimiento de declaraciones inspiradas eran fundamentales para la congregación en aquel entonces. (1Co 12:4-11, 27-31.) Sin embargo, como escribió el apóstol Pablo, cuando esas cosas ya no se necesitaran, serían eliminadas.
La situación actual es diferente. Hoy Dios no ejecuta milagros mediante sus siervos cristianos, porque todo lo que se necesita está disponible a la población mundial que sabe leer, y para ayudar a los que no saben pero que quieren escuchar, hay cristianos maduros que han adquirido conocimiento y sabiduría mediante el estudio y la experiencia. Dios no tiene que efectuar tales milagros en este tiempo para atestiguar que Jesucristo es el libertador nombrado por Dios o demostrar que respalda a sus siervos. Aun si Dios siguiera efectuando milagros por medio de sus siervos, esto no convencería a todo el mundo, pues ni siquiera los milagros de Jesús movieron a todos los testigos presenciales a aceptar sus enseñanzas. (Jn 12:9-11.) Por otra parte, la Biblia advierte a los burlones que aún se producirán impresionantes actos de Dios en la destrucción del presente sistema de cosas. (2Pe 3:1-10; Apo 18, 19.)
Puede decirse en conclusión que los que niegan los milagros, o bien no creen que exista un Dios invisible y Creador, o bien no creen que haya ejercido su poder de ningún modo sobrenatural desde la creación. No obstante, su incredulidad no deja sin efecto la Palabra de Dios. (Ro 3:3, 4.) Los relatos bíblicos de los milagros divinos y los buenos fines que consiguieron, en armonía con las verdades y principios de su Palabra, inspiran confianza en Dios. Dan gran seguridad de que se interesa en la humanidad y de que puede proteger y protegerá a los que le sirven. Los milagros fueron modelos típicos, y su registro fortalece la fe en que Dios intervendrá en el futuro de un modo milagroso, curando y bendiciendo a la humanidad fiel. (Apo 21:4.)
Milagro | Textos |
Alimenta a 5.000 personas. | Mt 14:15-21; Mr 6:35-44; Lu 9:10-17; Jn 6:1-13 |
Calmó el mar y detuvo los vientos de una tormenta. | Marcor 4:39-41 |
Curó a ciegos, sordos, cojos y a muchos otros enfermos. | Lucas 7:21, 22 |
Alimentó a grandes muchedumbres multiplicando la comida. | Mateo 14:17-21; 8:41-55 |
Resucitó al menos a tres personas. | Lucas 7:11- 15; 15:34-38; Juan 11:38-44 |
Jesús sana a dos hombres ciegos. | Mateo 9:27-31 |
Jesús sana mujer que padecía flujo de sangre. | Mt 9:20-22; Mr 5:25-34; Lu 8:43-48 |
Período de tiempo profético referido en Daniel 9:24-27, durante el cual se reedificaría Jerusalén, aparecería el Mesías y luego sería cortado; después de este período, tanto la ciudad como el lugar santo serían desolados.
En el primer año de Darío, “el hijo de Asuero de la descendencia de los medos”, el profeta Daniel discernió de la profecía de Jeremías que estaba cerca el tiempo para la liberación de los judíos de Babilonia y su regreso a Jerusalén. Entonces oró a Jehová con ahínco en armonía con las palabras de Jeremías: “Y ustedes ciertamente me llamarán y vendrán y me orarán, y yo ciertamente les escucharé. Y ustedes realmente me buscarán y me hallarán, porque me buscarán con todo su corazón. Y yo mismo ciertamente me dejaré hallar por ustedes —es la expresión de Jehová—. [...] Y de veras los traeré de vuelta al lugar del cual los hice ir al destierro”. (Jer 29:10-14; Da 9:1-4.)
Mientras Daniel oraba, Jehová envió a su ángel Gabriel con una profecía que casi todos los comentaristas bíblicos aceptan como mesiánica, aunque hay muchas variaciones en su interpretación. Gabriel dijo:
“Hay setenta semanas que han sido determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para poner fin a la transgresión, y para acabar con el pecado, y para hacer expiación por el error, y para introducir la justicia para tiempos indefinidos, y para imprimir un sello sobre visión y profeta, y para ungir el Santo de los Santos. Y debes saber y tener la perspicacia de que desde la salida de la palabra de restaurar y reedificar a Jerusalén hasta Mesías el Caudillo, habrá siete semanas, también sesenta y dos semanas. Ella volverá y será realmente reedificada, con plaza pública y foso, pero en los aprietos de los tiempos. Y después de las sesenta y dos semanas Mesías será cortado, con nada para sí. Y a la ciudad y al lugar santo el pueblo de un caudillo que viene los arruinará. Y el fin del tal será por la inundación. Y hasta el fin habrá guerra; lo que está decidido es desolaciones. Y él tiene que mantener el pacto en vigor para los muchos por una semana; y a la mitad de la semana hará que cesen el sacrificio y la ofrenda de dádiva. Y sobre el ala de cosas repugnantes habrá el que cause desolación; y hasta un exterminio, la misma cosa que se ha decidido irá derramándose también sobre el que yace desolado.” (Da 9:24-27.)
Una profecía mesiánica. Está claro que esta profecía es una “joya” para la identificación del Mesías. Es de máxima importancia determinar el tiempo del comienzo de las setenta semanas, así como su duración. Si estas fuesen semanas literales de siete días cada una, o no se habría cumplido la profecía, lo cual es imposible (Isa 55:10, 11; Heb 6:18), o el Mesías vino hace más de veinticuatro siglos, en los días del Imperio persa, y no fue identificado. En este último caso, el gran número de requisitos especificados en la Biblia para el Mesías no se habrían satisfecho o cumplido. De manera que las setenta semanas deben simbolizar un espacio de tiempo mucho más largo. Ciertamente los acontecimientos mencionados en la profecía eran de tal naturaleza que no podían haber ocurrido en setenta semanas literales, es decir, poco más de un año y cuatro meses. La mayoría de los eruditos bíblicos concuerdan en que las “semanas” de la profecía son semanas de años. Algunas traducciones dicen “setenta semanas de años” (BR; EMN, nota; PIB, nota; TA); la Tanakh, una traducción inglesa de la Biblia publicada en 1985 por la Jewish Publication Society también da esta opción en una nota al pie de la página. “Setenta semanas.” Heb.: scha·vu·`ím schiv·`ím; es decir, 70 semanas de años, que suman 490 años (70 X 7 = 490). “Semana de años” se menciona en la Misná judía en Baba Metzia 9,x y en Sanhedrin 5,i. Véase la traducción de la Misná al inglés por H. Danby, ed. de 1950, pp. 363, 388. Compárese con Le 25:8, nn; Da 9:24.
¿Cuándo empezaron las “setenta semanas” proféticas? Nehemías recibió el permiso del rey Artajerjes de Persia para reedificar el muro y la ciudad de Jerusalén en el mes de Nisán del vigésimo año de su reinado. (Ne 2:1, 5, 7, 8.) Nehemías al parecer utilizó un año que empezaba el mes de Tisri (septiembre-octubre), como el actual año judío civil, y terminaba el mes de Elul (agosto-septiembre) como el mes duodécimo. Se desconoce si lo hizo por iniciativa propia o si era la costumbre seguida en Persia para ciertos propósitos.
Puede que algunos objeten a lo antedicho y que se apoyen en Ne 7:73, donde dice que Israel se puso a morar en sus ciudades en el mes séptimo (contando el año de Nisán a Nisán). No obstante, Nehemías copió este dato del “libro del registro genealógico de los que subieron al principio” con Zorobabel, en 537 a. E.C. (Ne 7:5.) Nehemías vuelve a decir que en su día la fiesta de las cabañas se celebró en el séptimo mes. (Ne 8:9, 13-18.) No obstante, esto se debe a que el relato dice que hallaron el mandato de Jehová “escrito en la ley”, y esa ley decía en Levítico 23:39-43 que la fiesta de las cabañas tenía que celebrarse en el “séptimo mes” (es decir, del calendario sagrado, que iba de Nisán a Nisán).
No obstante, como prueba de que Nehemías pudo usar un calendario que iba de otoño a otoño en relación con ciertos acontecimientos, puede compararse Ne 1:1-3 con 2:1-8. En el primer pasaje se lee que recibió las malas noticias sobre el estado de Jerusalén en Kislev (tercer mes del calendario civil y noveno del sagrado) del año veinte de Artajerjes. En el segundo pasaje pide permiso al rey para ir a reedificar Jerusalén, y se le concede en el mes de Nisán (séptimo mes del calendario civil y primero del sagrado), pero aún en el año veinte de Artajerjes. De modo que es obvio que Nehemías no contó los años del reinado de Artajerjes de Nisán a Nisán.
Para fijar la fecha del año veinte de Artajerjes, tenemos que retroceder al final del reinado de su padre y predecesor, Jerjes, quien murió en la última parte del año 475 a. E.C. El año de ascenso de Artajerjes empezó, pues, en 475 a. E.C., y su primer año reinante debe contarse a partir de 474 a. E.C., como muestran otros datos históricos. Por lo tanto, el año veinte del reinado de Artajerjes correspondió a 455 a. E.C. (Véase PERSIA, PERSAS - [Los reinados de Jerjes y Artajerjes].)
La salida de la palabra.” La profecía dice que habría sesenta y nueve semanas de años “desde la salida de la palabra de restaurar y reedificar a Jerusalén hasta Mesías el Caudillo”. (Da 9:25.) La historia seglar en combinación con la bíblica muestran que Jesús fue a Juan para ser bautizado, y así convertirse en el Ungido o Mesías el Caudillo, a principios del otoño del año 29 E.C. (Véase JESUCRISTO - [Cuándo nació y cuánto duró su ministerio].) Retrocediendo desde este punto de la historia, podemos determinar que las sesenta y nueve semanas de años empezaron en 455 a. E.C. En ese año tuvo lugar la significativa “salida de la palabra de restaurar y reedificar a Jerusalén”.
En Nisán (marzo-abril) del año veinte del reinado de Artajerjes (455 a. E.C.), Nehemías le pidió al rey: “Si tu siervo parece bueno ante ti, que me envíes a Judá, a la ciudad de las sepulturas de mis antepasados, para que la reedifique”. (Ne 2:1, 5.) El rey le dio permiso, y Nehemías realizó el largo viaje de Susa a Jerusalén. Alrededor del 4 de Ab (julio-agosto), después de hacer una inspección nocturna de los muros, Nehemías ordenó a los judíos: “Vengan y reedifiquemos el muro de Jerusalén, para que ya no continuemos siendo un oprobio”. (Ne 2:11-18.) De modo que Nehemías llevó a efecto aquel mismo año ‘la palabra que salió’ de la boca de Artajerjes para reedificar Jerusalén. Esto prueba claramente que las setenta semanas empezaron a contar a partir del año 455 a. E.C.
La reconstrucción de los muros terminó el día 25 de Elul (agosto-septiembre), solo cincuenta y dos días después de haber empezado la obra. (Ne 6:15.) Luego siguió la reedificación de la ciudad. En cuanto a las siete primeras “semanas” (cuarenta y nueve años), Nehemías, con la ayuda de Esdras, y después otros que posiblemente les sucedieron, trabajaron “en los aprietos de los tiempos”, con dificultades internas —entre los mismos judíos— y externas —procedentes de los samaritanos y de otras gentes—. (Da 9:25.) El libro de Malaquías, escrito después de 443 a. E.C., censura la mala situación en la que se hallaba entonces el sacerdocio judío. Se cree que el regreso de Nehemías a Jerusalén una vez que visitó a Artajerjes (compárese con Ne 5:14; 13:6, 7) se produjo después de esta fecha. La Biblia no revela exactamente cuánto tiempo continuó él personalmente edificando Jerusalén después del año 455 a. E.C. Sin embargo, la obra debió quedar prácticamente terminada en cuarenta y nueve años (siete semanas de años), y Jerusalén y su templo permanecieron hasta que llegó el Mesías. (Véase LIBRO DE MALAQUÍAS - [Cuándo se escribió].)
La llegada del Mesías después de ‘sesenta y nueve semanas’. En cuanto a las siguientes sesenta y dos “semanas” (Da 9:25), estas, como parte de las setenta y mencionadas en segundo lugar, continuarían a partir de la conclusión de las “siete semanas”. Por lo tanto, el tiempo que pasó “desde la salida de la palabra” para reconstruir Jerusalén hasta “Mesías el Caudillo” fue de siete más sesenta y dos “semanas”, es decir, sesenta y nueve “semanas” (cuatrocientos ochenta y tres años), que transcurrieron desde 455 a. E.C. hasta 29 E.C. Como se dijo antes, en el otoño de ese año, 29 E.C., Jesús fue bautizado en agua, fue ungido con espíritu santo y empezó su ministerio como “Mesías el Caudillo”. (Lu 3:1, 2, 21, 22.)
De modo que, con siglos de antelación, la profecía de Daniel señaló con precisión el año exacto de la llegada del Mesías. Los judíos quizás lo habían calculado basándose en la profecía de Daniel, de modo que estaban pendientes de la venida del Mesías. La Biblia informa que “el pueblo [estaba] en expectación, y todos razonando en sus corazones acerca de Juan: ‘¿Acaso será él el Cristo?’”. (Lu 3:15.) Aunque esperaban al Mesías, no podían determinar con exactitud ni el día, ni la semana, ni el mes de su llegada. Por ello se preguntaban si Juan era el Cristo, aunque este debió empezar su ministerio en la primavera de 29 E.C.
Cortado” a la mitad de la semana. A continuación Gabriel le dijo a Daniel: “Después de las sesenta y dos semanas Mesías será cortado, con nada para sí”. (Da 9:26.) Algún tiempo después del final de las ‘siete más sesenta y dos semanas’, en realidad, unos tres años y medio después, Cristo fue cortado al morir en un madero de tormento, entregando todo lo que tenía como un rescate para la humanidad. (Isa 53:8.) Los hechos indican que Jesús empleó la primera mitad de la “semana” en efectuar su ministerio. En una ocasión, probablemente en el otoño del año 32 E.C., dio una ilustración en la que al parecer comparaba la nación judía a una higuera (compárese con Mt 17:15-20; 21:18, 19, 43) que no había producido fruto por “tres años”. El viñador le dijo al amo de la viña: “Amo, déjala también este año, hasta que cave alrededor de ella y le eche estiércol; y si entonces produce fruto en el futuro, bien está; pero si no, la cortarás”. (Lu 13:6-9.) Puede que aquí se haya referido al período de tiempo de su propio ministerio a aquella nación insensible, ministerio que hasta ese punto había durado unos tres años y que tenía que continuar durante parte de un cuarto año.
El pacto en vigor “por una semana” Daniel 9:27 dice: “Y él tiene que mantener el pacto en vigor para los muchos por una semana [o siete años]; y a la mitad de la semana hará que cesen el sacrificio y la ofrenda de dádiva”. Este “pacto” no podría ser el pacto de la Ley, pues el sacrificio de Cristo, tres años y medio después de empezar la septuagésima “semana”, resultó en que Dios lo aboliese: “Ha quitado [el pacto de la Ley] del camino clavándolo al madero de tormento”. (Col 2:14.) También, “Cristo, por compra, nos libró de la maldición de la Ley [...]. El propósito fue que la bendición de Abrahán llegara a ser para las naciones por medio de Jesucristo”. (Gál 3:13, 14.) Por medio de Cristo, Dios extendió las bendiciones del pacto abrahámico a la prole natural de Abrahán, lo que excluyó a los gentiles hasta que estos recibieron el evangelio gracias a la predicación de Pedro a Cornelio, de nacionalidad italiana. (Hch 3:25, 26; 10:1-48.) La conversión de Cornelio y su casa ocurrió después de la conversión de Saulo de Tarso, la cual por lo general se cree que tuvo lugar alrededor del año 34 E.C.; después de esto la congregación disfrutó de un período de paz y edificación. (Hch 9:1-16, 31.) De modo que, al parecer, Cornelio entró en la congregación cristiana alrededor del otoño del año 36 E.C., el final de la septuagésima “semana”, cuatrocientos noventa años después de 455 a. E.C.
Se ‘hacen cesar’ el sacrificio y la ofrenda. La expresión ‘hacer que cesen’, usada con referencia al sacrificio y la ofrenda de dádiva, significa literalmente “hacer o causar que se sabatice, descanse o desista de trabajar”. El “sacrificio y la ofrenda de dádiva” que se ‘hicieron cesar’, según Daniel 9:27, no podrían ser el sacrificio de rescate de Jesús ni ningún sacrificio espiritual de sus seguidores. Tienen que referirse a los sacrificios y las ofrendas de dádiva que ofrecían los judíos en el templo de Jerusalén de acuerdo con la ley de Moisés.
La “mitad de la semana” sería a la mitad de los siete años, o después de tres años y medio de haber empezado esa “semana” de años. Como la septuagésima “semana” empezó en el otoño del año 29 E.C., cuando Jesús se bautizó y fue ungido para ser el Cristo, la mitad de esa semana (tres años y medio) llegaría hasta la primavera del año 33 E.C., es decir, hasta el tiempo de la Pascua (14 de Nisán) de aquel año. Este día parece haber sido el 1 de abril de 33 E.C., según el calendario gregoriano. (Véase CENA DEL SEÑOR - [Cuándo se instituyó].) El apóstol Pablo nos dice que Jesús ‘vino para hacer la voluntad de Dios’, que era ‘eliminar lo primero [los sacrificios y las ofrendas según la Ley] para establecer lo segundo’. Hizo esto al ofrecer como sacrificio su propio cuerpo. (Heb 10:1-10.)
Aunque los sacerdotes judíos continuaron ofreciendo sacrificios en el templo de Jerusalén hasta su destrucción en el año 70 E.C., los sacrificios por el pecado cesaron en lo que respecta a tener aceptación y validez para Dios. Jesús dijo a Jerusalén justo antes de morir: “Su casa se les deja abandonada a ustedes”. (Mt 23:38.) Cristo “ofreció un solo sacrificio por los pecados perpetuamente [...]. Porque por una sola ofrenda de sacrificio él ha perfeccionado perpetuamente a los que están siendo santificados”. “Ahora bien, donde hay perdón de estos [de pecados y actos desaforados], ya no hay ofrenda por el pecado.” (Heb 10:12-14, 18.) El apóstol Pablo explica que la profecía de Jeremías hablaba de un nuevo pacto, por lo que el anterior (el pacto de la Ley) había quedado anticuado y estaba “próximo a desvanecerse”. (Heb 8:7-13.)
Se pone fin a la transgresión y al pecado. El cortamiento o muerte de Jesús, su resurrección y su presentación en el cielo resultaron en que se ‘pusiera fin a la transgresión, y se acabara con el pecado, e hiciera expiación por el error’. (Da 9:24.) El pacto de la Ley había expuesto y condenado a los judíos como pecadores, y les había acarreado la maldición por haberlo quebrantado. Pero donde ‘abundaba’ el pecado, expuesto o hecho evidente por la ley mosaica, la misericordia de Dios y su favor abundaba mucho más mediante su Mesías. (Ro 5:20.) Por medio del sacrificio del Mesías, pueden cancelarse la transgresión y el pecado de los pecadores arrepentidos, y se les puede eximir del castigo.
Se introduce la justicia eterna. El valor de la muerte de Cristo sobre el madero hizo posible la reconciliación de los creyentes arrepentidos. Se corrió una cubierta propiciatoria sobre sus pecados y se abrió el camino para que Dios los ‘declarara justos’. Tal justicia será eterna y proporcionará vida eterna a los que sean declarados justos. (Ro 3:21-25.)
Unción del Santo de los Santos. Se ungió a Jesús con espíritu santo cuando se bautizó y este descendió sobre él representado visiblemente en forma de paloma. Sin embargo, la unción del “Santo de los Santos” se refiere a algo más que a la unción del Mesías, porque esta expresión no se refiere a una persona. La expresión “el Santo de los Santos”, o “el Santísimo”, se utiliza para referirse al verdadero santuario de Jehová Dios. (Da 9:24; Éx 26:33, 34; 1Re 6:16; 7:50.) Por lo tanto, la unción del “Santo de los Santos” mencionada en el libro de Daniel tiene que estar relacionada con la “tienda más grande y más perfecta no hecha de manos”, en la que entró Jesucristo como el gran Sumo Sacerdote “con su propia sangre”. (Heb 9:11, 12.) Cuando Jesús presentó el valor de su sacrificio humano a su Padre, el cielo mismo tenía el aspecto de la realidad espiritual representada por el Santísimo del tabernáculo y del templo posterior. Así que la residencia celestial de Dios en realidad había sido ungida o apartada como “el Santo de los Santos” en el gran templo espiritual que llegó a existir cuando se ungió a Jesús con espíritu santo en el año 29 E.C. (Mt 3:16; Lu 4:18-21; Hch 10:37, 38; Heb 9:24.)
‘Imprimir un sello sobre visión y profeta.’ Toda esta obra realizada por el Mesías —su sacrificio, su resurrección, su presentación con el valor de su sacrificio ante el Padre celestial y las demás cosas que ocurrieron durante la septuagésima semana— ‘imprime un sello sobre visión y profeta’, mostrando que estos son verdaderos y procedentes de Dios. Los marca con el sello de respaldo divino, como procedentes de una fuente divina, y no del hombre imperfecto. Sella la visión como limitada al Mesías porque halla su cumplimiento en él y en la obra de Dios por medio de él. (Apo 19:10.) Su interpretación se halla en él, y no podemos esperar que se cumpla en nadie más. Ninguna otra cosa revelará su significado. (Da 9:24.)
Desolaciones para la ciudad y el lugar santo. Después de las setenta “semanas”, como resultado directo de que los judíos rechazaran a Cristo durante la septuagésima “semana”, se cumplieron los acontecimientos de las últimas partes de Daniel 9:26 y 27. La historia registra que Tito, el hijo del emperador Vespasiano de Roma, fue el caudillo de las fuerzas romanas que atacaron Jerusalén. Estos ejércitos en realidad entraron en Jerusalén y en el templo mismo como una inundación, y desolaron la ciudad y su templo. El que los ejércitos paganos se estacionaran en el lugar santo los convirtió en una “cosa repugnante”. (Mt 24:15.) Todos los intentos por impedir que Jerusalén llegara a su fin fracasaron, pues Dios había decretado: “Lo que está decidido es desolaciones”, y “hasta un exterminio, la misma cosa que se ha decidido irá derramándose también sobre el que yace desolado”.
Punto de vista judío. El texto masorético, que contiene una puntuación vocálica, se preparó en la segunda mitad del I milenio E.C. Seguramente debido a que no aceptaban a Jesús como el Mesías, los masoretas puntuaron el texto hebreo en Daniel 9:25 con un ʼath·náj, o “acento pausante”, después de “siete semanas”, de modo que separaron las “siete semanas” de las “sesenta y dos semanas”; por consiguiente, las sesenta y dos semanas de la profecía, a saber, cuatrocientos treinta y cuatro años, parecen aplicar al tiempo de la reconstrucción de la antigua Jerusalén. Por ello, algunas traducciones judías leen de manera semejante a la siguiente: “Sabe pues y ten en cuenta que desde que salga la orden para restaurar y reedificar a Jerusalén hasta la venida de un ungido, un príncipe, habrá siete semanas, [el acento pausante se representa aquí por una coma] y en sesenta y dos semanas será reconstruida con plaza, y foso, pero en tiempos difíciles” (MK).
El profesor E. B. Pusey hace la siguiente observación sobre el punto masorético en una nota a un discurso presentado en la universidad de Oxford: “Los judíos pusieron el acento pausante principal del versículo bajo שִׁבְעָה [siete], para separar los dos números, 7 y 62. Debieron hacer esto deshonestamente, למען המינים (como dice Rashi [un importante rabí judío de los siglos XI y XII E.C.], al rechazar exposiciones literales que favorecían a los cristianos), ‘por causa de los herejes’, i. e., los cristianos. Pues así dividida, la última cláusula solo podía significar ‘y durante sesenta y dos semanas las calles y los muros serán restaurados y reedificados’, es decir, que Jerusalén sería reedificada durante 434 años, lo cual no tendría sentido”. (Daniel the Prophet, 1885, pág. 190.)
En cuanto a Daniel 9:26 (MK), que lee en parte: “Y después de las sesenta y dos semanas será cortado un ungido y no será más”, los comentaristas judíos aplican las sesenta y dos semanas a un período que llega hasta la época macabea, y el término “ungido”, al rey Agripa II, que vivía cuando Jerusalén fue destruida en el año 70 E.C. Otros dicen que era un sumo sacerdote llamado Onías, al que Antíoco Epífanes depuso en 175 a. E.C. La aplicación de la profecía a cualquiera de estos dos hombres la desposeería de verdadera importancia, y la discrepancia cronológica de estos acontecimientos con respecto a las sesenta y dos semanas la haría completamente inexacta. (Véase Soncino Books of the Bible [comentario sobre Da 9:25, 26], edición de A. Cohen, Londres, 1951.)
Intentando justificar su punto de vista, los eruditos judíos dicen que las “siete semanas” no son siete veces siete, o cuarenta y nueve años, sino setenta años, aunque siguen contando las sesenta y dos semanas como siete veces sesenta y dos, es decir, cuatrocientos treinta y cuatro años. Aplican ese tiempo al período del exilio babilonio. Hacen de Ciro, Zorobabel o el sumo sacerdote Josué el “ungido” de este versículo (Da 9:25), mientras que consideran que el “ungido” de Daniel 9:26 es otra persona.
La mayoría de las versiones españolas no siguen la puntuación masorética en este versículo. O bien tienen la conjunción “y” o una coma después de la expresión “siete semanas”, o bien indican en la redacción que las sesenta y dos semanas siguen a las siete como parte de las setenta, sin dar a entender que las sesenta y dos semanas apliquen al tiempo de la reconstrucción de Jerusalén. (Véase Da 9:25 en BAS, BJ, BR, Mod, NM, TA, Val.) Una nota editorial de James Strong en el Commentary on the Holy Scriptures, de Lange (Da 9:25, nota, pág. 198), dice: “La única justificación de esta traducción, que separa los dos períodos de siete semanas y sesenta y dos semanas y considera la primera como el terminus ad quem del Príncipe Ungido, y la última como el tiempo de la reconstrucción, está en la puntuación masorética, que coloca el Athnaj [acento pausante] entre los dos [...], y esta traducción implica una construcción forzada del segundo período, que está sin preposición. Por lo tanto, es mejor y más sencillo adherirse a la Versión Autorizada, que sigue todas las traducciones más antiguas” (edición de P. Schaff, 1976).
Se han expuesto muchos otros puntos de vista, algunos mesiánicos y otros no, en cuanto al significado de esta profecía. Debe notarse a este respecto que el texto de la Septuaginta que aparece en la copia más antigua que existe tergiversa de manera importante el texto hebreo. Como explicó el profesor Pusey en su obra Daniel the Prophet (págs. 328, 329), el traductor falsificó los períodos de tiempo mencionados y también añadió, alteró y cambió el lugar de las palabras a fin de que la profecía apoyara la lucha macabea. Esta traducción, que obviamente está manipulada, se ha sustituido en la mayoría de las ediciones actuales de la Septuaginta por la de Teodoción (docto judío del siglo II E.C.) que se ajusta al texto hebreo.
Algunos intentan cambiar el orden de los períodos de la profecía, mientras que otros los yuxtaponen o niegan que tengan un cumplimiento temporal. Pero los que presentan tales puntos de vista enmarañan de tal modo la explicación, que llegan a conclusiones absurdas o niegan la inspiración y veracidad de la profecía. Sobre estos últimos puntos de vista, que crean más problemas de los que solucionan, el erudito supracitado, E. B. Pusey, observa: “Estos eran los problemas que la incredulidad no podía resolver; tenía que resolverlos a su manera, lo que hasta cierto grado era más fácil, pues no hay nada que sea imposible que la incredulidad crea, excepto lo que Dios revela” (pág. 206).
Hombre que tenía, o decía tener, visiones procedentes de Dios relativas a cuestiones futuras o desconocidas. La palabra hebrea para “hombre de visiones” es jo·zéh, que se deriva de ja·záh, cuyo significado es “contemplar; tener una visión”. El término ja·záh y sus derivados se utilizan con referencia a las visiones. (Nú 24:4; Isa 1:1; 21:2; 22:1; Eze 13:7; Da 8:1; véase VIDENTE.)
Algunos hombres de visiones eran falsos, por lo que Dios se opuso a ellos (Isa 29:10; Miq 3:7), mientras que a otros los envió Él para que hablaran en Su nombre. (2Re 17:13; 2Cr 33:18.) La expresión “hombre de visiones” se aplica a los siguientes personajes: Hemán, Idó, Hananí, Gad, Asaf, Jedutún y Amós. (1Cr 25:5; 2Cr 12:15; 19:2; 29:25, 30; 35:15; Am 7:12.) Algunos, como Gad e Idó, registraron sus visiones y también escribieron otros relatos. (1Cr 29:29; 2Cr 9:29; 33:19.) No todos los profetas de Jehová eran hombres de visiones. Sin embargo, a Gad se le llamó “profeta” y también “el hombre de visiones de David”, pues por lo menos algunos de los mensajes que Dios le dio debieron ser visiones con instrucciones o consejos para el rey David. (2Sa 24:11; 1Cr 21:9.)
Mensaje inspirado; revelación o proclamación de la voluntad y propósito divinos. La profecía puede consistir en una enseñanza moral inspirada, la expresión de un mandato o juicio divino o una declaración de algo que ha de venir. Como se explica en el artículo PROFETA, los verbos raíces de los idiomas originales (heb. na·vá´; gr. pro·fë·téu·ö) no comunican la idea de predicción, si bien las predicciones son parte destacada de la profecía bíblica.
Los siguientes ejemplos ilustran el sentido de las palabras originales: cuando a Ezequiel se le mandó en una visión: “Profetiza al viento”, él simplemente expresó el mandato de Dios al viento. (Eze 37:9, 10.) Cuando durante el juicio de Jesús unos individuos le cubrieron, le abofetearon y luego dijeron: “Profetízanos, Cristo. ¿Quién es el que te hirió?”, no estaban pidiendo una predicción; más bien, lo que querían era que Jesús identificara por revelación divina quiénes le habían abofeteado. (Mt 26:67, 68; Lu 22:63, 64.) La mujer samaritana que estaba junto al pozo reconoció a Jesús como “profeta” porque le reveló cosas sobre su pasado que no hubiera podido saber a no ser mediante el poder divino. (Jn 4:17-19; compárese con Lu 7:39.) Algunas porciones bíblicas, como el Sermón del Monte de Jesús y su denunciación de los escribas y fariseos (Mt 23:1-36), también pueden definirse como profecía, pues eran ‘proclamaciones’ inspiradas del punto de vista de Dios sobre los asuntos, al igual que las declaraciones formales de Isaías, Jeremías y otros profetas anteriores. (Compárese con Isa 65:13-16 y Lu 6:20-25.)
En toda la Biblia hay muchísimos ejemplos de pronósticos o predicciones; algunos de los más antiguos se encuentran en Génesis 3:14-19; 9:24-27; 27:27-40; 49:1-28; Deuteronomio 18:15-19.
La Fuente de toda la profecía verdadera es Jehová Dios. Él la transmite por medio de su espíritu santo o, de vez en cuando, mediante mensajeros angélicos dirigidos por espíritu. (2Pe 1:20, 21; Heb 2:1, 2.) Las profecías hebreas con frecuencia empiezan diciendo: “Oigan la palabra de Jehová” (Isa 1:10; Jer 2:4); con el término “la palabra” suelen querer decir un mensaje inspirado o profecía. (Isa 44:26; Jer 21:1; Eze 33:30-33; compárese con Isa 24:3.)
¿En que sentido ‘el dar testimonio de Jesús inspira el profetizar’?
En la visión del apóstol Juan, un ángel le dijo que “el dar testimonio de Jesús es lo que inspira [literalmente, “es el espíritu de”] el profetizar”. (Apo 19:10.) El apóstol Pablo llama a Cristo el “secreto sagrado de Dios”, y dice que “cuidadosamente ocultados en él están todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”. (Col 2:2, 3.) Esto se debe a que Jehová Dios ha asignado a su Hijo el papel clave en la realización de su magnífico propósito, que consiste en la santificación de Su nombre y en que se vuelva a poner a la Tierra y sus habitantes en el lugar que Dios había previsto para ellos; esto se logra mediante “una administración al límite cabal de los tiempos señalados, a saber: reunir todas las cosas de nuevo en el Cristo, las cosas en los cielos y las cosas en la tierra”. (Ef 1:9, 10; compárese con 1Co 15:24, 25.) Como el cumplimiento del magnífico propósito de Dios está muy relacionado con Jesús (compárese con Col 1:19, 20), toda profecía, es decir, todos los mensajes inspirados de Dios y proclamados por sus siervos, señalaban hacia su Hijo. Así que, como dice Apocalipsis 19:10, todo el “espíritu” (toda la inclinación, intención y propósito) de la profecía era dar testimonio de Jesús, aquel a quien Jehová convertiría en “el camino y la verdad y la vida”. (Jn 14:6.) Esto no solo es cierto de las profecías anteriores al ministerio público de Jesús, sino de todas las profecías posteriores. (Hch 2:16-36.)
Tan pronto como estalló la rebelión en Edén, Jehová Dios empezó este “testimonio de Jesús” dando su profecía concerniente a la “descendencia” que finalmente ‘magullaría la cabeza de la serpiente’, el adversario de Dios. (Gé 3:15.) El pacto abrahámico profetizaba que vendría esa descendencia, que por medio de ella se bendecirían todas las familias de la Tierra, y que obtendría victoria sobre el adversario y la “descendencia” de este. (Gé 22:16-18; compárese con Gál 3:16.) Se predijo que la prometida descendencia, llamada “Siló” (que significa “Aquel de Quien Es; Aquel a Quien Pertenece”), vendría de la tribu de Judá. (Gé 49:10.) Por medio de la nación de Israel, Jehová reveló su propósito de tener un “reino de sacerdotes y una nación santa”. (Éx 19:6; compárese con 1Pe 2:9, 10.) Los sacrificios estipulados en la Ley dada a Israel prefiguraron el sacrificio del Hijo de Dios, y el sacerdocio, su sacerdocio real y celestial (con sacerdotes asociados) durante su reinado de mil años. (Heb 9:23, 24; 10:1; Apo 5:9, 10; 20:6.) Por consiguiente, la Ley fue un ‘tutor que conducía a Cristo’. (Gál 3:23, 24.)
El apóstol dice sobre los sucesos que marcan la historia de la nación de Israel: “Pues bien, estas cosas siguieron aconteciéndoles como ejemplos [o “con propósito típico”], y fueron escritas para amonestación de nosotros [los seguidores de Jesucristo] a quienes los fines de los sistemas de cosas han llegado”. (1Co 10:11.) David, el rey más importante de la nación, fue una figura profética del Hijo de Dios, quien heredó el pacto que Dios había hecho con David para un reino eterno. (Isa 9:6, 7; Eze 34:23, 24; Lu 1:32; Hch 13:32-37; Apo 22:6.) Las diversas batallas libradas por reyes fieles (generalmente guiados y respaldados por los profetas de Dios) prefiguraron la guerra que el Hijo de Dios librará contra los enemigos de su Reino, y las victorias que Dios les dio, el triunfo de Cristo sobre todas las fuerzas de Satanás, con la consiguiente liberación del pueblo de Dios. (Sl 110:1-5; Miq 5:2-6; Hch 4:24-28; Apo 16:14, 16; 19:11-21.)
Muchas de las profecías pronunciadas durante este período hablaban del reinado del Ungido (Mesías o Cristo) de Dios y de las bendiciones de su gobernación. Otras profecías mesiánicas señalaban a la persecución y sufrimiento que padecería el Siervo de Dios. (Compárese con Isa 11:1-10; 53:1-12; Hch 8:29-35.) Como dice el apóstol Pedro, aquellos mismos profetas “siguieron investigando qué época en particular, o qué suerte de época, indicaba respecto a Cristo [el Mesías] el espíritu que había en ellos cuando este de antemano daba testimonio acerca de los sufrimientos para Cristo y acerca de las glorias que habían de seguir a estos”. A ellos se les reveló que estas cosas tendrían un cumplimiento futuro, más allá de su tiempo. (1Pe 1:10-12; compárese con Da 9:24-27; 12:1-10.)
Como todas estas profecías se realizan en Jesucristo, lo que ratifica que son verdaderas, se entiende cómo fue que “la verdad [vino] a ser por medio de Jesucristo”. “Porque no importa cuántas sean las promesas de Dios, han llegado a ser Sí mediante él.” (Jn 1:17; 2Co 1:20; compárese con Lu 18:31; 24:25, 26, 44-46.) Pedro pudo decir con razón que “de [Jesús] dan testimonio todos los profetas”. (Hch 3:20-24; 10:43; compárese con 28:23.)
Propósito y tiempo de su cumplimiento. La profecía, ya fuera en forma de predicción o simplemente de instrucción o censura inspirada, beneficiaría tanto a los que la oyeran inicialmente como a los que en el futuro cifraran su fe en las promesas de Dios. En el caso de los primeros, las profecías les aseguraban que con el transcurso de los años o los siglos Dios no había vacilado en su propósito, sino que, por el contrario, se apegaba firmemente a los términos de su pacto y sus promesas. (Compárese con Sl 77:5-9; Isa 44:21; 49:14-16; Jer 50:5.) Por ejemplo, la profecía de Daniel suministró información inestimable para enlazar el tiempo en que se terminaron de escribir las Escrituras Hebreas, o precristianas, con la venida del Mesías. Su predicción de los acontecimientos mundiales, con la subida y caída de las sucesivas potencias, aseguró a los judíos que vivieron durante los siglos de la dominación persa, griega y romana (así como después a los cristianos) que no había ningún “punto ciego” en la visión anticipada de Dios, que los propios tiempos de esas naciones ciertamente estaban previstos y que Su propósito soberano todavía iba a tener un cumplimiento seguro. Aquello les sirvió de protección para no poner su fe y su esperanza en los regímenes mundiales pasajeros y su dominio transitorio, y les permitió dirigir su proceder con sabiduría. (Compárese con Da 8:20-26; 11:1-20.)
El hecho de que vieran cumplirse en sus días muchas profecías sirvió para que las personas sinceras se convenciesen del poder de Dios para llevar a cabo su propósito a pesar de toda oposición. Esto suponía una prueba de su incomparable Divinidad, de que Él, y solo Él, podía predecir tales acontecimientos y hacer que sucedieran. (Isa 41:21-26; 46:9-11.) Estas profecías también permitieron a dichas personas familiarizarse mejor con Dios, entendiendo con más claridad su voluntad, así como las normas morales por las que actúa y juzga, de manera que pudieran dirigir sus vidas en consonancia con esas normas. (Isa 1:18-20; 55:8-11.)
Una gran cantidad de profecías tuvieron su aplicación o cumplimiento inicial en el tiempo en que se registraron. Muchas de ellas expresaban el juicio de Dios sobre el Israel carnal y las naciones de los alrededores, y predecían que Israel y Judá serían destruidas y posteriormente se las restablecería. Sin embargo, estas profecías no dejaron de tener valor para las generaciones posteriores ni para la congregación cristiana, tanto la del siglo I E.C. como la de nuestro tiempo. El apóstol afirma: “Porque todas las cosas que fueron escritas en tiempo pasado fueron escritas para nuestra instrucción, para que mediante nuestro aguante y mediante el consuelo de las Escrituras tengamos esperanza”. (Ro 15:4.) Como Dios es inmutable en sus normas morales y su propósito (Mal 3:6; Heb 6:17, 18), su relación con Israel aclara cómo tratará situaciones similares en cualquier tiempo dado. Por consiguiente, Jesús y sus discípulos estaban justificados al aplicar a su día declaraciones proféticas que ya habían aplicado siglos antes. (Mt 15:7, 8; Hch 28:25-27.) Otras profecías eran claramente predicciones, y algunas estaban relacionadas específica y exclusivamente con el ministerio terrestre de Jesús y los sucesos posteriores. (Isa 53; Da 9:24-27.) Para los que vivían en el tiempo del Mesías, las profecías suministraron los medios para identificarlo y autenticar su comisión y su mensaje. (Véase MESÍAS.)
Una vez que Jesús partió de la Tierra, las Escrituras Hebreas y sus profecías complementaron sus enseñanzas pues proveyeron información esencial para que sus seguidores cristianos pudieran contrastar los sucesos posteriores, encajarlos y aprender su significado e importancia. Esto dio validez y fuerza a su predicación y enseñanza, y les confirió confianza y valor al encararse a oposición. (Hch 2:14-36; 3:12-26; 4:7-12, 24-30; 7:48-50; 13:40, 41, 47.) En las revelaciones inspiradas anteriores encontraron un gran caudal de instrucción moral que podían usar para “enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia”. (2Ti 3:16, 17; Ro 9:6-33; 1Co 9:8-10; 10:1-22.) Pedro, a quien le habían sido confirmadas las profecías mediante la visión de la transfiguración, dijo: “Por consiguiente, tenemos la palabra profética hecha más segura; y ustedes hacen bien en prestarle atención como a una lámpara que resplandece en un lugar oscuro”. (2Pe 1:16-19; Mt 16:28–17:9.) Por lo tanto, la profecía precristiana complementó la instrucción de Jesús y fue el medio que Dios utilizó para guiar a la congregación cristiana en decisiones importantes, como la que tuvo que ver con los creyentes gentiles. (Hch 15:12-21; Ro 15:7-12.)
Las profecías también sirvieron para advertir y aconsejar cuando había que actuar con urgencia. Un claro ejemplo en este sentido es la advertencia de Jesús sobre la venidera destrucción de Jerusalén y la situación que señalaría el momento en que sus seguidores debían huir de aquella ciudad a un lugar de seguridad. (Lu 19:41-44; 21:7-21.) Advertencias proféticas similares aplican a la presencia de Cristo. (Compárese con Mt 24:36-42.)
Junto con el derramamiento del espíritu santo en Pentecostés, los cristianos recibieron dones milagrosos, como el don de profetizar y de hablar en lenguas que no habían estudiado. En algunos casos (pero no necesariamente en todos) el don de profetizar resultaba en predicciones, como las de Ágabo (Hch 11:27, 28; 21:8-11), que permitían que la congregación cristiana o ciertos miembros de ella se preparasen para alguna emergencia o prueba. Las cartas canónicas de los apóstoles y los discípulos también contienen predicciones inspiradas, en las que advierten de la venidera apostasía y la forma que tomaría, del juicio de Dios y la futura ejecución de ese juicio, además de revelar verdades doctrinales que no se entendían antes o ampliar y aclarar las que ya se habían dado. (Hch 20:29, 30; 1Co 15:22-28, 51-57; 1Te 4:15-18; 2Te 2:3-12; 1Ti 4:1-3; 2Ti 3:1-13; 4:3, 4; compárese con Jud 17-21.) El libro de Revelación está lleno de información profética que sirve de advertencia y permite que las personas disciernan las “señales de los tiempos” (Mt 16:3) y tomen acción urgente. (Apo 1:1-3; 6:1-17; 12:7-17; 13:11-18; 17:1-12; 18:1-8.)
Sin embargo, Pablo explica en su primera carta a los Corintios que los dones milagrosos, incluido el de profetizar, serían eliminados. (1Co 13:2, 8-10.) Todo indica que tras la muerte de los apóstoles estos dones dejaron de transmitirse a otros, y por tanto, una vez que habían cumplido su propósito, dejaron de ser una característica del cristianismo. Para ese tiempo, por supuesto, el canon bíblico ya estaba completo.
Las ilustraciones de Jesús, o parábolas, eran parecidas a algunas de las alegorías que emplearon los profetas de la antigüedad. (Compárese con Eze 17:1-18; 19:1-14; Mt 7:24-27; 21:33-44.) Casi todas tuvieron algún cumplimiento en aquella época. Algunas enunciaban fundamentalmente principios morales (Mt 18:21-35; Lu 18:9-14). Otras tenían elementos temporales que se extendían hasta el tiempo de la presencia de Jesús y la “conclusión del sistema de cosas”. (Mt 13:24-30, 36-43; 25:1-46.)
Cumplimiento múltiple. La aplicación que Jesús y sus discípulos hicieron de ciertas profecías indica que una profecía de predicción puede tener más de un cumplimiento, como cuando Pablo aplicó a su día la profecía de Habacuc, cumplida originalmente en la desolación de Judá por Babilonia. (Hab 1:5, 6; Hch 13:40, 41.) Jesús mostró que la profecía de Daniel sobre la “cosa repugnante que está causando desolación” tenía que cumplirse en aquella generación que vivía entonces; sin embargo, la profecía de Daniel también relaciona la “cosa repugnante” que causa desolación con el “tiempo del fin”. (Da 9:27; 11:31-35; Mt 24:15, 16.) La prueba bíblica muestra que el que Miguel se ponga de pie significa que Jesucristo entra en acción como rey a favor de los siervos de Jehová. (Da 12:1; véase MIGUEL núm. 1.) La profecía de Jesús en relación con la conclusión del sistema de cosas también menciona su venida en el poder del Reino, pero eso no ocurrió en el siglo I E.C. (Mt 24:29, 30; Lu 21:25-32), de lo que se desprende que dicha profecía tiene un cumplimiento doble. Al analizar este hecho, la Cyclopædia de M’Clintock y Strong (1894, vol. 8, pág. 635) comenta: “Este punto de vista del cumplimiento de la profecía parece necesario para la explicación de la predicción de nuestro Señor en el Monte, que tiene que ver tanto con la caída de Jerusalén como con el fin de la era cristiana”.
Tipos de profecía. Además de las declaraciones directas pronunciadas por medio de sus profetas (acompañadas, quizás, con actos simbólicos [1Re 11:29-31] o dichas en forma alegórica), Jehová usó otros tipos de profecía. Hubo personajes proféticos que prefiguraron al Mesías, Cristo Jesús. Entre estos estaban, además de David, ya mencionado, el rey sacerdote Melquisedec (Heb 7:15-17), el profeta Moisés (Hch 3:20-22) y otros. Hay que destacar que no se debe ver a los personajes proféticos como un tipo o profecía en todo aspecto de su vida. Por ejemplo: el que Jonás estuviese tres días en el vientre del gran pez prefiguró el tiempo que Jesús permaneció en el Seol; pero el que no estuviese dispuesto a aceptar su asignación y otros aspectos de su vida no prefiguraron el proceder del Hijo de Dios. Jesús dijo de sí mismo que era “algo más que Salomón”, porque su sabiduría y la paz de la gobernación de su Reino son como las de Salomón, pero a un grado superior. Sin embargo, Jesús no ha delinquido espiritualmente como lo hizo Salomón. (Mt 12:39-42.)
Dios también empleó dramas proféticos, aspectos de la vida de determinadas personas y naciones que se tomaron de modelo para representar acontecimientos futuros relacionados con el progreso del propósito de Dios. Pablo habla de un “drama simbólico” o alegoría de esa clase relacionado con el hijo que Abrahán tuvo con Sara y el que tuvo con Agar, la esclava. Muestra que las dos mujeres “significan” dos pactos, no que ellas mismas prefiguraran o tipificaran dichos pactos, sino que en el contexto de ese drama representaron a dos mujeres simbólicas que dieron a luz hijos bajo esos pactos. Agar representó a Jerusalén, que no aceptó al Libertador del que había hablado el propio pacto de la Ley y se aferró a la Ley aun después de que Dios la hubiera dado por cumplida; en consecuencia, la Jerusalén terrestre y sus hijos estaban en esclavitud a la Ley. Por otra parte, Sara, la mujer libre, representó a la “Jerusalén de arriba”, la organización celestial de Dios, a la que se compara en sentido figurado a su esposa y que da a luz hijos conforme a lo predicho en el pacto abrahámico. (Gál 4:21-31; compárese con Jn 8:31-36.) El Diluvio del día de Noé y las condiciones que le precedieron prefiguraron las que existirían en el tiempo de la entonces futura presencia de Cristo, así como las consecuencias que experimentarían los que rechazaran el camino de Dios. (Mt 24:36-39; compárese con 1Co 10:1-11.)
Ciertos lugares tuvieron un valor profético. La ciudad de Jerusalén, o monte Sión, a veces se usaba para representar una organización celestial, es decir, la “madre” de los cristianos ungidos por espíritu. (Gál 4:26.) La “Nueva Jerusalén” simbolizó a la “novia” celestial de Cristo, formada por miembros de la congregación cristiana glorificada. (Apo 21:2, 9-14; compárese con Ef 5:23-27, 32, 33; Apo 14:1-4.) Sin embargo, la ciudad de Jerusalén puede utilizarse también para representar algo desfavorable, debido a la infidelidad general de sus habitantes. (Gál 4:25; compárese con Eze 16:1-3, 8-15; véase JERUSALÉN [Importancia de la ciudad].) Otros lugares que obviamente tienen un significado profético son: Sodoma, Egipto, Meguidó, Babilonia y el valle de Hinón o Gehena. (Apo 11:8; 16:16; 18:2; Mt 23:33.)
Algunos objetos y ciertos procedimientos sirvieron de modelo o patrón profético de algo mayor, como el caso del tabernáculo. El apóstol muestra que sus enseres, funciones y sacrificios eran un modelo de realidades celestiales, “una representación típica y sombra de las cosas celestiales”. (Heb 8:5; 9:23, 24.)
Cómo poner a prueba la profecía y su interpretación.
En vista de los falsos profetas, Juan advirtió que no se creyera toda “expresión inspirada” —básicamente eso son las profecías—; más bien aconsejó que se “[probasen] las expresiones inspiradas para ver si se [originaban] de Dios”. (1Jn 4:1.) Para determinar si una expresión inspirada es de origen divino, Juan propone una doctrina, a saber, que Cristo vino en carne. Sin embargo, es obvio que no quería decir que este era el único criterio que se debía aplicar, sino simplemente citó un ejemplo de una cuestión corriente, y tal vez predominante, debatida en aquel entonces. (1Jn 4:2, 3.) Un factor determinante es: que la profecía armonice con la palabra y el propósito revelado de Dios. (Dt 13:1-5; 18:20-22.) Además, para que la profecía o su interpretación sean correctas, dicha armonía debe ser completa, no parcial. (Véase PROFETA - [Cómo se distinguían los verdaderos de los falsos].) A algunos miembros de la congregación cristiana del primer siglo se les concedió el don del “discernimiento de expresiones inspiradas” (1Co 12:10), lo que les permitía autenticar una profecía. Aunque esta facultad milagrosa también cesó, es razonable que Dios todavía hiciera disponible el entendimiento correcto de la profecía por medio de la congregación, en especial en el predicho “tiempo del fin”, aunque no de manera milagrosa, sino como resultado de la investigación y el estudio diligentes y de que se compare la profecía con las circunstancias y los acontecimientos que se producen. (Compárese con Da 12:4, 9, 10; Mt 24:15, 16; 1Co 2:12-14; 1Jn 4:6; véase INTERPRETACIÓN.)
★Las profecías bíblicas: mucho que aprender - (2-8-2023-Pg.8)
Nr. | Suceso / Hecho | Profecía | Cumplimiento |
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1. | Profecía de Josué sobre el castigo por la reconstrucción de Jericó | Josué 6:26 | 1 Reyes 16:34 |
2. | La predicha profanación del altar de Jeroboán mediante Josías (con más de 300 años de anterioridad) | 1 Reyes 13:1-3 | 2 Reyes 23:16-18 |
3. | Ciro no había nacido todavía cuando se escribió la profecía, pues se hizo 200 años antes de que ocurriera la conquista de Babilonia. Los judíos no fueron llevados al exilio sino hasta 617-607 a.E.C., y Jerusalén y su templo no fueron destruidos sino hasta 607 a.E.C. La profecía se cumplió en detalle a partir de 539 a.E.C. Ciro desvió las aguas del río Éufrates hacia un lago artificial, las puertas de Babilonia que daban al río quedaron abiertas por descuido mientras la gente festejaba en la ciudad, y Babilonia cayó ante los medos y los persas bajo el acaudillamiento de Ciro. Después de esto, Ciro libertó a los exiliados judíos y los envió de vuelta a Jerusalén con instrucciones de reconstruir el templo de Jehová allí. (The Encyclopedia Americana, 1956, tomo III, pág. 9; Light From the Ancient Past [Luz desde el pasado antiguo], Princeton, 1959, Jack Finegan, págs. 227-229; “Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa”, Nueva York, 1983, págs. 281-284, 295) | Isa. 44:24, 27, 28; 45:1-4 (El libro de Isaías quedó completo para alrededor de 732 a. de la E.C.) |
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4. | “Judas Macabeo los echó [a los edomitas] de Palestina en el siglo II a. de J.C., y en 109 a. de J.C. Juan Hircano, caudillo macabeo, extendió el reino de Judá hasta incluir en él la parte occidental de las tierras edomitas. En el siglo I a. de J.C. la expansión romana acabó con los últimos vestigios de la independencia edomita [...] Después que los romanos destruyeron a Jerusalén en 70 d. de J.C., [...] el nombre Idumea [Edom] desapareció de la historia” (The New Funk & Wagnalls Encyclopedia, 1952, tomo 11, pág. 4114). Nótese que el cumplimiento se extiende hasta nuestro día. De ninguna manera se puede argüir que la profecía haya sido escrita después que ocurrieron los acontecimientos. | Jer. 49:17, 18 (La escritura de las profecías de Jeremías estuvo completa para el año 580 a. de la E.C.) |
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5. | Jerusalén se rebeló contra Roma y, en 66 E.C., el ejército romano bajo Cestio Galo atacó la ciudad. Pero, como informa el historiador judío Josefo, el comandante romano “levantó el sitio cuando más podía contar con el buen éxito” (Flavio Josefo, Guerra de los Judíos, volumen I, pág. 208, traducción de J. M. Cordero, 1972). Esto brindó a los cristianos la oportunidad de huir de la ciudad, lo cual hicieron, pues, según dice Eusebio Pánfilo en su libro Historia eclesiástica —véase la traducción al inglés por C. F. Cruse, Londres, 1894, pág. 75— se mudaron a Pela, más allá del Jordán. Entonces, para el tiempo de la Pascua del año 70 E.C. el general Tito sitió la ciudad, erigió un cerco de 7,2 kilómetros (4,5 millas) de largo en solo tres días y, después de cinco meses, Jerusalén cayó. “Jerusalén misma fue destruida sistemáticamente, y el Templo fue dejado en ruinas. Las obras arqueológicas nos muestran hoy lo eficaz que fue la destrucción de las edificaciones judías por todo el país” (The Bible and Archaeology [La Biblia y la arqueología], Grand Rapids, Michigan, 1962, J. A. Thompson, pág. 299). | Mt. 24:15, 16; Luc. 19:41-44; 21:20, 21 (profecía que Jesucristo pronunció en 33 E.C.) |
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6. |
Suceso / Hecho | Profecía | Cumplimiento |
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Es de la tribu de Judá |
Génesis 49:10 | Mateo 1:1-3; Lucas 3:23-33 |
Nace de una virgen |
Isaías 7:14 | Mt 1:18-25; Luc. 1:26-35 |
Nace en Belén |
Miqueas 5:2 | Mat. 2:1; Lu 2:4-11; Jn 7:42 |
Desciende del rey David, el hijo de Jesé |
Sl 132:11; Isa 9:7; 11:1-5, 10 | Mateo 1:1, 6-17; 9:27; Lu 1:32, 33; Hch 13:22, 23; Ro 1:3; 15:8, 12 |
Matanza de niños después que nació |
Jeremías 31:15, 16 | Mateo 2:16-18 |
Dios lo llama de su refugio en Egipto |
Oseas 11:1 | Mateo 2:13-15 |
Irían delante de él allanándole el camino |
Isa 40:3-5; Mal 3:1; 4:5, 6 | Mt 3:1-3; 11:12-14; 17:10-13; Mar. 1:1-4; Lu 1:17, 76; 3:3-6; 7:27; Jn 1:20-23; 3:25-28; Hch 13:24; 19:4 |
Podría ser identificado por su comisión divina. |
Isaías 61:1, 2 | Lucas 4:16-21 |
Realizaría su ministerio público en Galilea. |
Isaías 9:1, 2 | Mt 4:12-16 |
Aclaró qué es la justicia de Dios; no quebrantó a los que eran como una caña cascada |
Isaías 42:1-4 | Mt 12:10-21 |
Haría curaciones milagrosas. |
Isa 53:4 | Mt 8:14-17 |
Cargó con las enfermedades de otros; por sus heridas otros fueron sanados |
Isaías 53:4, 5 | Mt 8:16, 17; 1Pe 2:24 |
Utilizaría comparaciones y parábolas. |
Sl 78:2 | Mt 13:11-13, 31-35 |
A pesar de sus extraordinarias obras, no sería aceptado por la mayoría. |
Isa 53:1 | Jn 12:37, 38; Ro 10:16, 17 |
Sería odiado sin motivo. |
Sl 69:4 | Lu 23:13-25; Jn 7:7; 15:24, 25 |
Jehová lo reconoció como su Hijo al engendrarlo por espíritu y resucitarlo |
Sl 2:7 | Mt 3:16, 17; Mr 1:9-11; Lu 3:21, 22; Hch 13:33; Ro 1:4; Heb 1:5; 5:5 |
Su ministerio hizo que algunos vieran una gran luz |
Isaías 9:1, 2 | Mateo 4:13-16 |
Su celo por la casa de Jehová |
Salmo 69:9 | Mt 21:12, 13; Juan 2:13-17 |
No creen en él |
Isaías 53:1 | Juan 12:37, 38 |
Entra en Jerusalén montando un asno |
Zac. 9:9; Sal. 118:26 | Mateo 21:1-9; Mr 11:7-11; Lu 19:28-38; Jn 12:12-15 |
Sería muy valioso para Dios, |
Isa. 53:3; Sl 118:22, 23 | Mar. 9:12; Jn 1:11; 1 Ped. 2:4-6 |
Lo aclamaron como rey y como aquel que venía en el nombre de Jehová |
Salmos 118:26 | Juan 12:12-15 |
Lo traiciona un compañero muy cercano |
Sl 41:9; 109:8 | Mt 26:47-50; Juan 13:18, 21-30; Hch 1:16-20 |
Lo traicionan por 30 piezas de plata |
Zacarías 11:12, 13 | Mateo 26:14-16; 27:3-10; Mr 14:10, 11 |
El apóstol infiel después fue reemplazado |
Salmo 109:8 | Hechos 1:15-20 |
Le abandonarían sus discípulos |
Zac 13:7 | Mat. 26:31, 56 |
Sería juzgado y condenado a muerte |
Isaías 53:8 | Mt 26:57-68; 27:1, 2, 11-26; Mar. 15:1-15; Jn 18:12-14, 19-24, 28-40; 19:1-16 |
Sería víctima de falsos testimonios. |
Salmo 27:12; 35:11 | Mat. 26:59-61; Mar. 14:56-59 |
Calla ante sus acusadores |
Isaías 53:7 | Mat. 27:12-14; Mr 14:61; 15:4, 5; Lu 23:9; Hch. 8:28, 32-35; Rom. 12:17-21; 1 Ped. 2:23 |
Le escupirían y lo golpearían - (Dos veces le escupieron a Jesús ese día, primero los líderes religiosos y después los soldados romanos) |
Isaías 50:6; Miq 5:1; Jn 19:3 | Mt 26:67; 27:26, 30; Mr 14:65; 15:19 |
Sería clavado de pies y manos en un madero como un delincuente. |
Sl 22:16, 26; Isa. 53:12 | Mat. 27:35, 38; Mr 15:24, 25; Lu 23:33; 24:38-40; Jn 19:18, 23; 20:25, 27 |
Las autoridades romanas y los caudillos de Israel actuaron juntos contra el ungido de Jehová |
Salmo 2:1, 2 | Mt 27:1, 2; Mr 15:1, 15; Lu 23:10-12; Hch 4:25-28 |
Recibió injurias mientras estaba en el madero |
Salmo 22:7, 8 | Mat. 27:39-43; Mr 15:29-32 |
Echaron suertes sobre sus prendas de vestir |
Salmo 22:18 | Mateo 27:35; Marcos 15:24; Jn 19:23, 24. |
Fue contado entre los pecadores |
Isaías 53:12 | Mt 26:55, 56; 27:38; Lu 22:37 |
Rechazado, piedra de tropiezo, |
Isaías 8:14, 15; 28:16; 53:8; Sl 69:8; 118:22, 23 | Mt 21:42, 45, 46; Lu 20:17, 18; Hch 3:14; 4:11; Ro 9:31-33; 1Pe 2:6-8 |
El pastor es herido, y las ovejas esparcidas |
Zacarías 13:7 | Mt 26:31, 56; Jn 16:32 |
Sufre burlas y es injuriado mientras está en el madero |
Salmo 22:7, 8 | Mateo 27:39-43; Marcos 15:29-32 |
Le dan una “planta venenosa” y vinagre |
Salmo 69:21 | Mateo 27:34, 48; Marcos 15:23, 36 |
Parecería que Dios lo había abandonado |
Salmo 22:1 | Mt 27:46; Mar. 15:34 |
Lo traspasan mientras está en el madero |
Isaías 53:5; Zacarías 12:10 | Mateo 27:49; Juan 19:33-37; Apo 1:7 |
No le quiebran ni un hueso |
Éx 12:46; Salmo 34:20 | Juan 19:33, 36 |
Lo entierran con los ricos |
Isaías 53:5, 8, 9 | Mateo 27:57-60; Jn 19:38-42 |
Su muerte en sacrificio abre el camino para que muchos disfruten de una condición de justos ante Dios |
Isa 53:5; 53:8, 11, 12 | Mt 20:28; Jn 1:29; Ro 3:24; 4:25; 1Co 15:3; Heb 9:12-15; 1Pe 2:24; 1Jn 2:2 |
Resucita tras estar sepultado parte de tres días |
Jonás 1:17; 2:10 | Mateo 12:39, 40; 16:21; 17:23; 27:64; 28:1-7; Hch 10:40; 1Co 15:3-8 |
Resucita antes de corromperse |
Salmo 16:8-11 | Mar. 16:6; Hch 2:24-31; 13:34-37; 1 Ped. 3:18 |
Dios lo eleva a su diestra |
Salmo 110:1 | Hechos 7:56 |
Persona a la que Dios permite discernir Su voluntad; la que tiene tal percepción; persona a la que se ha dado clarividencia para ver o entender lo que no está al alcance de los hombres en general. La palabra hebrea ro·`éh, “vidente”, se deriva de una raíz que significa “ver”, bien literalmente o de manera figurada. El vidente era un hombre al que otros consultaban para recibir consejo sabio sobre los problemas a los que se enfrentaban. (1Sa 9:5-10.) La Biblia llama “videntes” a Samuel (1Sa 9:9, 11, 18, 19; 1Cr 9:22; 29:29), Sadoc (2Sa 15:27) y Hananí (2Cr 16:7, 10).
Las designaciones “vidente”, “profeta” y “hombre de visiones” están relacionadas estrechamente en las Escrituras. “Vidente” posiblemente tenga que ver con el discernimiento, mientras que “hombre de visiones” aplique a cómo se dio a conocer la voluntad divina, y “profeta” se relaciona más bien con el hecho de pronunciar o proclamar la voluntad de Dios. A Samuel, Natán y Gad se les llama profetas (1Sa 3:20; 2Sa 7:2; 24:11), pero en 1 Crónicas 29:29 se hace una distinción entre las tres designaciones: “Entre las palabras de Samuel el vidente y entre las palabras de Natán el profeta y entre las palabras de Gad el hombre de visiones”.
Primero de Samuel 9:9 dice: “Al profeta de hoy se le llamaba vidente en tiempos pasados”. Puede que esto se haya debido a que hacia el final de los días de los jueces y durante los reinados de los reyes de Israel (que empezaron en los días de Samuel), adquirió más relevancia el profeta como proclamador público de la voluntad de Dios. Por lo general, a Samuel se le llama el primero de la línea de hombres conocida como “los profetas”. (Hch 3:24; 13:20; véase PROFETA.)