Por su parte, el apóstol Pedro escribe su primera carta justo antes de la campaña de persecución que emprende el emperador romano Nerón en el año 64. Su propósito es animar a los hermanos a seguir adelante con una fe firme. Poco después les envía una segunda carta, en la que los exhorta a prestar atención a la palabra de Dios y les advierte sobre el día de Jehová. Sin lugar a dudas, nosotros también podemos sacar mucho provecho de las cartas de Santiago y Pedro (Heb. 4:12).
“Feliz es el hombre que sigue aguantando la prueba —escribe Santiago—, porque al llegar a ser aprobado recibirá la corona de la vida.” Jehová nos ayudará a aguantar las pruebas dándonos sabiduría, pero debemos pedírsela con fe (Sant. 1:5-8, 12).Santiago señala que también los maestros de la congregación necesitan fe y sabiduría. Luego advierte a sus hermanos que la lengua, aunque es pequeña, puede manchar todo el cuerpo, y los previene contra las tendencias mundanas que pueden perjudicar su relación con Dios. También explica lo que debe hacer un cristiano enfermo espiritualmente a fin de recuperarse (Sant. 3:1, 5, 6; 5:14, 15).
Respuestas a preguntas bíblicas:
El Diccionario razonado de sinónimos y contrarios, de J. M. Zainqui, dice que perseverancia es “constancia en los propósitos y empresas”, y su Diccionario moderno de sinónimos y contrarios dice que perseverancia es la “capacidad para mantener un mismo objetivo a pesar de las dificultades”. "El aguante no es una actitud de resignación ante las pruebas, es mantenerse firme ante la adversidad, es la virtud que puede cambiar en gloria la desgracia más grande porque más allá del dolor ve la meta" (w91 15/12 14 párr. 1)
El verbo griego hy·po·mé·nö, que significa literalmente “permanecer o quedarse bajo”, se ha traducido ‘permanecer atrás’ en Lucas 2:43 y Hechos 17:14. Asimismo, llegó a tener el sentido de “quedarse en un lugar sin abandonarlo; perseverar; permanecer firme”, y por lo tanto también se traduce ‘aguantar’. (Mt 24:13.) El nombre hy·po·mo·né por lo general denota “aguante” valeroso, firme y paciente, un aguante que no pierde la esperanza aun a pesar de obstáculos, persecución, pruebas o tribulaciones.
De vez en cuando, todos somos afligidos “por diversas pruebas” (1 Pedro 1:6). Ahora bien, el hecho de que alguien pase por una prueba, ¿significa forzosamente que está aguantando? En realidad, no. El sustantivo griego que se traduce “aguante” significa “la acción de permanecer firme [...] frente a los males que acosan”. Hablando del aguante al que se refieren los escritores de la Biblia, cierto estudioso en la materia explica: “Es el espíritu que puede sobrellevar las cargas por su esperanza inflamada, no por simple resignación [...]. Es la cualidad que mantiene a un hombre firme contra los elementos. Es la virtud que puede transmutar en gloria a la desgracia más grande, porque, más allá del dolor, ve la meta”.
Por lo tanto, aguantar no es solo cuestión de sufrir penalidades porque no hay manera de evitarlas. En sentido bíblico implica firmeza, mantener la debida actitud mental, sin perder la esperanza ante la adversidad. A modo de ilustración, pensemos en dos hombres que están presos en condiciones semejantes, pero por motivos muy distintos. Uno es un delincuente común que cumple su condena con resentimiento y amargura. El otro es un cristiano que, aunque ha sido encarcelado por su lealtad, permanece fiel y mantiene una actitud positiva porque ve en su situación una oportunidad de demostrar su fe. Difícilmente consideraríamos al malhechor un modelo de aguante, ¿verdad? Sin embargo, el cristiano leal sería para nosotros un ejemplo perfecto de esta invaluable cualidad (Santiago 1:2-4).
Si de veras queremos desarrollar aguante, no podemos huir temerosos ante las pruebas de fe; al contrario, tenemos que hacerles frente. El aguante es el resultado de afrontar y vencer las pruebas grandes y pequeñas que se nos presentan a diario.
Por qué es necesario. Es posible que los cristianos tengan que encararse a la indiferencia de otros, al oprobio, a ser representados falsamente, a hostilidad intensa, al odio de familiares allegados, maltrato, encarcelamiento e incluso a la muerte. (Mt 5:10-12; 10:16-22; 24:9, 10, 39; Mr 13:9, 12, 13; Apo 13:10.) Esto exige aguante, ya que sin esta cualidad esencial es imposible llegar a obtener la vida eterna. (Ro 2:7; Heb 10:36; Apo 14:12.) Esto se debe a que lo importante no es lo bien que una persona haya comenzado su discipulado cristiano, sino cómo lo termina. Jesucristo se expresó al respecto del siguiente modo: “El que haya aguantado hasta el fin es el que será salvo”. (Mt 24:13.) “Mediante el aguante de parte de ustedes adquirirán sus almas.” (Lu 21:19.)
Las personas que aceptan con rapidez “la palabra de Dios”, pero solo de modo superficial, carecen de aguante. Se rinden pronto si tienen que aguantar tribulación o persecución, de modo que pierden la aprobación y la bendición de Dios. Por el contrario, los que cultivan aprecio profundo por “la palabra de Dios” aguantan con firmeza. “Llevan fruto con aguante”, y aun cuando tengan que soportar dificultades, sufrimiento o desánimo, continúan proclamando con fidelidad el mensaje de Dios. (Lu 8:11, 13, 15.) ★“Ustedes tienen necesidad de aguante” - (19960401-Pg.32/226)
Cómo se mantiene. El meditar en el excelente ejemplo que han puesto los siervos de Dios —como los profetas de tiempos precristianos, Job, los apóstoles Pablo y Juan y muchos otros— y observar el resultado de su fidelidad, puede ser un estímulo para continuar aguantando en tiempos de tribulación. (2Co 6:3-10; 12:12; 2Te 1:4; 2Ti 3:10-12; Snt 5:10, 11; Apo 1:9.) Sobre todo debe tenerse presente en todo momento el aguante perfecto de Jesucristo. (Heb 12:2, 3; 1Pe 2:19-24.) Podemos comprender mejor la intensidad del sufrimiento que Jesús aguantó si tomamos en cuenta que su organismo perfecto expiró unas horas después de haber sido fijado en el madero, mientras que a los malhechores que estaban a su lado tuvieron que quebrarles las piernas para acelerar su muerte. (Juan 19:31-33.) Ellos no habían pasado por el sufrimiento mental y físico al que Jesús había sido sometido durante toda la noche anterior; sufrió tanto que tal vez no podía ni siquiera cargar su propio madero de tormento. (Marcos 15:15, 21.) (w93 15/9 pág. 13 párr. 17)
También es importante no perder de vista la esperanza cristiana de vida eterna sin pecado, una esperanza que ni siquiera la muerte a manos de los perseguidores nos puede arrebatar. (Ro 5:4, 5; 1Te 1:3; Apo 2:10.) Todo el sufrimiento que se haya tenido que soportar en el presente parecerá insignificante cuando se compare con el cumplimiento de esa magnífica esperanza. (Ro 8:18-25.) Desde la perspectiva que proporciona la eternidad, cualquier sufrimiento, por intenso que parezca en el momento, resulta ‘momentáneo y liviano’. (2Co 4:16-18.) El recordar la naturaleza transitoria de las pruebas y adherirse a la esperanza cristiana puede evitar que se deje lugar a la desesperación o a la infidelidad a Jehová Dios.
El aguante cristiano no depende de la fortaleza personal. Es el Altísimo quien sostiene y fortalece a sus siervos por medio de su espíritu y el consuelo de las Escrituras. Jehová “suministra aguante” a los que confían plenamente en Él, y por eso es apropiado que los cristianos oren pidiéndole ayuda, incluida la sabiduría necesaria para hacer frente a una prueba en concreto. (Ro 15:4, 5; Snt 1:5.) Jehová nunca permitirá que nadie se vea sometido a una prueba que le sea imposible soportar. Si una persona acude a Él por ayuda y no pierde la fe, sino que confía por completo en Él, el Todopoderoso le proporcionará una salida que le permitirá aguantar. (1Co 10:13; 2Co 4:9.)
No existe límite alguno a la fortaleza que los cristianos pueden obtener mientras sufren tribulación. El apóstol Pablo oró por los colosenses para que fuesen “hechos poderosos con todo poder al alcance de la gloriosa potencia de [Dios] para que aguanten plenamente y sean sufridos con gozo”. (Col 1:11.) Un ejemplo de cómo actúa esta “gloriosa potencia” es la resurrección de Jesucristo para ser ensalzado a la derecha del Padre. (Ef 1:19-21.)
Jehová Dios y su Hijo desean que todos los cristianos se mantengan fieles. Esta afirmación se desprende del estímulo que Jesucristo dio con relación al aguante a las congregaciones cristianas de Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. (Apo 2:1-3, 8-10, 12, 13, 18, 19; 3:4, 5, 7, 10, 11, 14, 19-21.)
Actitud apropiada hacia las pruebas. Los cristianos no deben temer las pruebas y tribulaciones, pues saben que su futuro eterno depende de su aguante y que pueden confiar en la ayuda divina. Tampoco han de resentirse por ellas ni quejarse, amargarse o compadecerse de sí mismos. El apóstol Pablo instó: “Alborocémonos estando en tribulaciones, puesto que sabemos que la tribulación produce aguante”. (Ro 5:3.) Las pruebas que se sobrellevan con paciencia y firmeza gracias a la ayuda divina muestran que un cristiano posee la cualidad necesaria del aguante, algo que no había manera de saber o probar con certeza antes del comienzo de la tribulación.
El aguante tendrá “completa su obra” si se deja que la prueba siga su curso sin que se quebranten los principios bíblicos con objeto de ponerle fin en seguida. Entonces la fe se habrá probado y refinado, y su poder sustentador se habrá puesto de manifiesto. Puede que también hayan quedado expuestas ciertas debilidades, de modo que el cristiano podrá apreciarlas y efectuar los cambios necesarios. Las pruebas que se aguantan con fidelidad moldean a una persona y pueden lograr que sea más paciente, compasiva, bondadosa y amorosa en el trato con sus semejantes. Por eso, al dejar que “el aguante tenga completa su obra”, la persona no tendrá “deficiencia en nada” de lo que Jehová busca en sus siervos aprobados. (Snt 1:2-4.)
“Aguanta y vence”
En una selva vivían tres leones. Un día el mono, el representante electo por los animales, convocó a una reunión para pedirles una toma de decisión. Todos nosotros -dijo el mono- sabemos que el león es el rey de los animales, pero tenemos una gran confusión: En la selva existen tres leones y los tres son muy fuertes. ¿A cuál de ellos debemos rendir obediencia? ¿Cuál de ellos deberá ser nuestro Rey?
Los leones supieron de la reunión y comentaron entre sí: -Es verdad, la preocupación de los animales tiene mucho sentido.
Necesitamos saber cual será el elegido, pero, ¿Cómo descubrirlo?
El primer león intentó escalar y no pudo llegar. El segundo empezó con todas las ganas, pero, también fue derrotado. El tercer león tampoco lo pudo conseguir y bajó derrotado. Todos los animales hicieron silencio y la miraron con gran expectativa. -¿Cómo?, preguntaron todos.
-Es simple… dijo el águila. Yo estaba volando cerca de ellos y cuando volvían derrotados en su escalada por la montaña escuché lo que cada uno dijo a la montaña.
La diferencia, completó el águila, es que el tercer león tuvo una actitud de vencedor cuando sintió la derrota en aquel momento. El único ser humano que siempre agradó a Dios y reflejó su gloria a la perfección fue Jesús. Claro, nosotros no somos perfectos, pero podemos y debemos hacer todo lo posible por imitarle. Jehová toma en cuenta y bendice los esfuerzos y progresos que hacemos para glorificarlo en nuestro crecimiento como cristianos. (Flp 4:13; 2Ti 2:22; Mt 24:13) |
1:5.
¿Cómo conseguir la sabiduría para atender nuestro servicio?.
¿Cómo podemos los seguidores del Salomón Mayor encontrar la sabiduría divina? Puesto que esta sabiduría se encuentra en la Biblia, debemos esforzarnos por estudiarla detenidamente y meditar en ella, sobre todo en las enseñanzas de Jesús (Pro. 2:1-5). Además, debemos seguir pidiéndole a Jehová que nos dé sabiduría. La Biblia nos asegura que él contestará nuestras súplicas y nos dará el espíritu necesario para hallar las perlas de sabiduría que en ella se encuentran. Estas nos ayudarán a sobrellevar nuestros problemas y a tomar buenas decisiones (Luc. 11:13). A Salomón se le conoce como “el congregador” porque reunió al pueblo para adorar a Dios y “enseñó de continuo conocimiento a la gente” (Ecl. 12:9, 10). Jesús, que es Cabeza de la congregación, también es el congregador de su pueblo, pues lo invita a adorar a Jehová (Juan 10:16; Col. 1:18). Por eso debemos asistir a todas las reuniones, ya que allí se nos instruye de continuo.
¿Cree usted firmemente en esta garantía inspirada? Quizás haya cristianos que no se consideren suficientemente sabios para afrontar responsabilidades en la congregación. En tal caso, pueden obtener más sabiduría estudiando con empeño la Palabra de Dios y las publicaciones bíblicas. Harían bien en preguntarse: “¿Tengo un programa regular de estudio de las Escrituras y pido sabiduría en mis oraciones?”. No olvidemos que Salomón oró a Dios y recibió “un corazón sabio y entendido” que le permitió distinguir con claridad el bien del mal a la hora de dictar juicios (1 Rey. 3:7-14). Es cierto que este es un caso muy especial. Sin embargo, podemos tener la certeza de que Jehová también dará la sabiduría necesaria a todos aquellos a los que les encomiende el cuidado de las ovejas (Pro. 2:6).
1:6.
¿Por qué debemos orar con fe?.
Sean cuales sean sus circunstancias, ore con fe. Si su lealtad está siendo sometida a prueba, siga el consejo del discípulo Santiago: ore a Jehová con la total confianza de que él puede darle la sabiduría necesaria para enfrentarse a las pruebas (Sant. 1:5-8). Dios conoce los problemas que nos inquietan y puede guiarnos y consolarnos mediante su espíritu. Ábrale su corazón con plena fe, “sin dudar nada”, y acepte la dirección de su espíritu y los consejos de su Palabra. Ana, una de las dos esposas de Elqaná el levita, era estéril. Ella le pidió a Dios un hijo y tenía fe en que su oración sería contestada (1 Sam. 1:9-18). Si meditamos en la plegaria de esta devota mujer, veremos cómo enriquecer nuestras propias oraciones y entenderemos que aun la tristeza que producen los problemas puede superarse si oramos con la confianza de que Dios nos contestará (1 Sam. 2:1-10).
1:14, 15.
¿Qué nos ayudará a no caer en la inmoralidad sexual?.
Para evitar la inmoralidad sexual, preguntémonos: “¿Permito que mis ojos despierten en mí un apetito por imágenes o textos inmorales, que tan fácilmente aparecen en libros, Internet o programas de televisión?”. Si alguien que está dedicado a Dios “sigue mirando” a una persona del sexo opuesto con intenciones inmorales, tiene que hacer cambios radicales; debe, por decirlo así, arrancarse el ojo y tirarlo (Mat. 5:27-29). Debemos seguir el consejo de Pablo: “Amortigüen [o “den muerte a”] [...] los miembros de su cuerpo que están sobre la tierra en cuanto a fornicación, inmundicia, apetito sexual, deseo perjudicial y codicia, que es idolatría” (Col. 3:5; Traducción en lenguaje actual). Estas palabras ponen de relieve las contundentes medidas que hay que tomar para luchar contra los deseos carnales.
Todos los días se nos presentan muchas oportunidades de hacer lo malo, así que es muy posible que en algún momento nos sintamos tentados. Ya en tiempos bíblicos se advirtió a los cristianos: “Ninguna tentación los ha tomado a ustedes salvo lo que es común a los hombres” (1 Corintios 10:13). Aun así, cada cual decide lo que hace con esos malos deseos: borrarlos de inmediato de la mente o seguir alimentándolos. Como advirtió el discípulo Santiago en su carta, si no tenemos cuidado, un simple deseo puede hacerse “fecundo” y llevarnos a hacer lo que está mal.
1:17.
¿Qué verdad fundamental resulta muy fortalecedora?.
Esta verdad fundamental nos reconforta y fortalece, sobre todo cuando afrontamos dificultades. ¿Por qué? Puesto que Jehová no cambia y siempre es fiel a su palabra, sus siervos de la actualidad podemos estar completamente seguros de que a nosotros también nos ayudará y protegerá (Sal. 37:40). Por mucho que se oponga Satanás, jamás podrá impedir que los testigos de Jehová le den a su Dios la adoración que se merece. La Palabra de Dios afirma: “Sea cual sea el arma que se forme contra ti, no tendrá éxito, y sea cual sea la lengua que se levante contra ti en el juicio, la condenarás” (Isa. 54:17). Los opositores han tratado de impedir que el pueblo de Dios cumpla con su comisión de predicar, pero han fracasado en el intento.
En la vida diaria siempre adoptamos medidas de protección a fin de evitar accidentes, asaltos o infecciones. De igual modo, para prevenir los peligros espirituales tenemos que seguir la guía que nos proporciona Jehová a través de las publicaciones, las reuniones y las asambleas cristianas. También hemos de pedir consejo a los ancianos y aprender de los demás hermanos y sus muchas cualidades. ¡Cuánto nos ayuda la congregación a actuar con sabiduría! (Pro. 13:20; 1 Ped. 4:10.) Sin duda, Jehová tiene la capacidad de protegernos de cualquier peligro que pudiera hacernos perder su favor (Rom. 8:38, 39). Tomemos como ejemplo los ataques que han lanzado contra la congregación nuestros poderosos enemigos religiosos y políticos. En la mayoría de los casos, su principal interés no ha sido tanto matarnos como apartarnos de nuestro santo Dios.
Los dones que Dios da a los hombres son una expresión de su bondad inmerecida. La misma palabra kjá·ri·sma (literalmente, “don de gracia”), que aparece diecisiete veces en las Escrituras Griegas Cristianas, implica un regalo que denota bondad inmerecida (kjá·ris) por parte de Dios. (Ro 6:23; 1Co 12:4; 2Ti 1:6; 1Pe 4:10.) Por lo tanto, lo más apropiado es que los dones recibidos de Jehová se usen para el beneficio del prójimo y para la gloria de Dios, es decir, de Aquel que los ha concedido. (1Pe 4:10, 11.) Estos dones no son para el provecho egoísta del que los recibe; dado que tal persona ha ‘recibido gratis’, está bajo la obligación de ‘dar gratis’. (Mt 10:8.) Cierto helenista la define como “algo que nos llega gratis y sin merecerlo; [...] algo que se da a un hombre, pero que él no ha ganado ni ha hecho méritos para ello, sino que proviene de la gracia de Dios, y nunca podría haber sido logrado, conseguido ni poseído por el propio esfuerzo del hombre”. (w98 15/2 24)
“Toda dádiva buena y todo don perfecto es de arriba.” (Snt 1:17.) Jehová es un dador generoso, y permite que tanto los justos como los inicuos se beneficien de la luz del Sol y de la lluvia. De hecho, “da a toda persona vida y aliento y todas las cosas”. Los dones de Dios, como el alimento, la bebida y el ver el bien por el duro trabajo personal, contribuyen al disfrute del hombre. (Mt 5:45; Hch 17:24, 25; Ec 3:12, 13; 5:19; 1Ti 6:17.) Tanto la soltería como el matrimonio son dones de Dios, dones que han de disfrutarse dentro de los límites de sus requisitos. Como la persona soltera está más libre para dedicarse al servicio de Jehová sin distracción, la soltería es el mejor de los dos dones. (Pr 18:22; Mt 19:11, 12; 1Co 7:7, 17, 32-38; Heb 13:4.)
El sacrificio de Cristo, un don de Dios. La bondad inmerecida de Jehová al entregar a su Hijo como sacrificio redentor es un don inapreciable, y los que ejercen fe en dicho sacrificio pueden alcanzar el don de la vida eterna. (Ro 6:23; Jn 3:16.) Su “indescriptible dádiva gratuita” comprende toda la benignidad y bondad amorosa que Dios manifiesta hacia su pueblo por mediación de Jesucristo. (2Co 9:15; compárese con Ro 5:15-17.) ★La dádiva gratuita de Dios de la bondad inmerecida - (1-8-2003-Pg.21)
Espíritu santo. Dios imparte a los que forman su pueblo el don del espíritu, que los prepara para evitar las obras degradadas de la carne y hace posible que puedan cultivar su fruto: amor, gozo, paz, gran paciencia, benignidad, bondad, fe, apacibilidad y autodominio. (Hch 2:38; Ro 8:2-10; Gál 5:16-25.) El espíritu de Jehová es una guía segura y de él emana el poder que, por ser de naturaleza extraordinaria, ayuda a los cristianos a llevar a buen fin las tareas que Dios les encarga, prescindiendo de las dificultades que les sobrevengan. (Jn 16:13; 2Co 4:7-10.) Jesús aseguró a sus discípulos que el espíritu de Dios les enseñaría todas las cosas, les haría recordar aquellas que él les había enseñado y les ayudaría a hacer una defensa de su fe incluso ante gobernantes. (Jn 14:26; Mr 13:9-11.)
Sabiduría y conocimiento. El conocimiento y la sabiduría verdaderos son dones de Dios, y Él invita a sus siervos a pedirlos en oración, tal y como hizo Salomón en su día. (Snt 1:5; 2Cr 1:8-12.) Sin embargo, para adquirir conocimiento, se requiere estudiar con rigor toda la información que Dios ha proporcionado por medio de su Palabra. (Pr 2:1-6; 2Ti 2:15; 3:15.) No obstante, el estudio de la Palabra de Dios por sí solo no garantiza los dones de la sabiduría y del conocimiento. El conocimiento y la sabiduría verdaderos solo se alcanzan por medio de Jesucristo y con la ayuda del espíritu de Dios. (1Co 2:10-16; Col 2:3.)
La sabiduría divina sirve de protección y de guía en la vida. (Ec 7:12; Pr 4:5-7.) Por emanar de Dios, es claramente distinta de la sabiduría mundana, la cual es necedad desde el punto de vista de Dios, además de ser nociva, pues no cuenta para nada con Él. (1Co 1:18-21.) “Pero la sabiduría de arriba es primeramente casta, luego pacífica, razonable, lista para obedecer, llena de misericordia y buenos frutos, sin hacer distinciones por parcialidad, sin ser hipócrita.” (Snt 3:17.)
El conocimiento exacto de la voluntad de Dios ayuda al que lo adquiere a ‘asegurarse de las cosas más importantes’, para no hacer tropezar a otros, y a ‘andar de una manera digna de Jehová a fin de agradarle plenamente’. (Flp 1:9-11; Col 1:9, 10.) Además, el conocimiento es uno de los factores que ayuda al cristiano a ser una persona activa y productiva en su servicio a Dios. (2Pe 1:5-8.) El don de la sabiduría que Dios otorga comprende mucho más que solo el conocimiento de hechos aislados, incluye el entendimiento de esos hechos y el saber cómo usarlos al “dar una respuesta a cada uno”. (Col 4:6.)
Dones de servicio y “dádivas en hombres”. Las asignaciones de servicio en la organización terrestre de Dios son realmente dones de Jehová. (Nú 18:7; Ro 12:6-8; Ef 3:2, 7.) A los que han sido favorecidos con tales asignaciones de servicio por la bondad inmerecida de Dios, también se les llama “dádivas en hombres”, y Jesucristo, representante de Dios y cabeza de la congregación, ha dado estas dádivas a la congregación con el fin de que sus miembros puedan ser edificados individualmente y alcanzar la madurez. (Ef 4:8, 11, 12.) La persona que tiene el don debe seguir cultivándolo y no descuidarlo jamás, para que así pueda desempeñar sus responsabilidades fielmente y su labor llegue a ser una bendición para otros. (1Ti 4:14; 2Ti 1:6.) Con la ayuda de Jehová, cualquier cristiano que se esfuerce por emplear a cabalidad sus aptitudes y superar los obstáculos que se le presenten, puede llegar a estar capacitado para cumplir con toda asignación de servicio que Dios le otorgue. (Flp 4:13.)
Estas “dádivas en [la forma de] hombres” cumplen el papel de pastores que velan por la armonía de la congregación. Por ejemplo, ¿qué puede hacer un anciano si ve que dos hermanos andan siempre compitiendo entre sí? Debe darles consejo en privado. Al animarles “con espíritu de apacibilidad” a reajustar su actitud, consolidará la unidad de la congregación (Gál. 5:26–6:1). Las “dádivas en [la forma de] hombres” también cumplen el papel de maestros, pues fortalecen nuestra fe en las enseñanzas de la Biblia. Así promueven la unidad y nos ayudan a alcanzar la madurez. Pablo señaló que trabajan “a fin de que ya no seamos pequeñuelos, aventados como por olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza por medio de las tretas de los hombres, por medio de astucia en tramar el error” (Efe. 4:13, 14). No obstante, todos debemos colaborar para que nuestra hermandad esté unida, tal como todas las partes del cuerpo contribuyen al bienestar de las demás realizando sus funciones respectivas (Efe. 4:15, 16).
Dones del espíritu. El bautismo con espíritu santo iba acompañado de dones milagrosos. Esto era una señal de que Dios ya no tenía a la congregación judía a su servicio, sino que aprobaba a la congregación cristiana fundada por su Hijo. (Heb 2:2-4.) En el día del Pentecostés los dones milagrosos concurrieron con el derramamiento del espíritu santo. Más tarde, en cada uno de los casos mencionados en las Escrituras alusivos a la transmisión de dones milagrosos del espíritu estuvo presente Pablo o al menos uno de los doce apóstoles que Jesús escogió directamente. (Hch 2:1, 4, 14; 8:9-20; 10:44-46; 19:6.) La transmisión de aquellos dones llegó a su fin con la muerte de los apóstoles, y se fueron extinguiendo a medida que sus portadores abandonaban la escena terrestre.
Así como las obras aparentemente milagrosas por sí mismas no revisten de autorización divina al que las ejecuta, la incapacidad de los siervos de Dios para efectuarlas con la ayuda del poder divino tampoco presupondría que no tuvieran el respaldo de Dios. (Mt 7:21-23.) No todos los cristianos del primer siglo podían realizar obras poderosas, sanar, hablar en lenguas y traducir. A Pablo y a otros cristianos se les habían otorgado varios dones del espíritu por la bondad inmerecida de Dios. Sin embargo, los dones milagrosos serían una señal característica de la infancia de la congregación y, tal como se predijo, cesarían. De hecho, Jesús mismo indicó que sus seguidores se identificarían, no por realizar obras poderosas, sino por amarse unos a otros. (1Co 12:29, 30; 13:2, 8-13; Jn 13:35.)
Pablo enumera nueve diferentes manifestaciones o acciones del espíritu: 1) habla de sabiduría, 2) habla de conocimiento, 3) fe, 4) dones de curaciones, 5) obras poderosas, 6) profetizar, 7) discernimiento de expresiones inspiradas, 8) lenguas diferentes y 9) interpretación de lenguas. Todos estos dones del espíritu servían para un propósito beneficioso, pues no solo contribuían al crecimiento cuantitativo de la congregación, sino que también resultaban en su edificación espiritual. (1Co 12:7-11; 14:24-26.)
“Habla de sabiduría.” Si bien la sabiduría se puede adquirir mediante el estudio, la aplicación y la experiencia, el “habla de sabiduría” que aquí se menciona fue al parecer una aptitud milagrosa para emplear el conocimiento convenientemente con el fin de resolver los problemas que surgían en la congregación. (1Co 12:8.) Fue “según la sabiduría que le fue dada” como Pablo escribió las cartas que llegaron a formar parte de la Palabra inspirada de Dios. (2Pe 3:15, 16.) Parece ser que este don también se manifestó en la destreza que algunos tuvieron para defender la verdad ante los opositores de tal modo que eran incapaces de rebatirles o contestarles. (Hch 6:9, 10.)
“Habla de conocimiento” y “fe.” Todos los miembros de la congregación cristiana primitiva tenían un conocimiento de base sobre Jehová y Jesucristo, así como sobre la voluntad de Dios y sus requisitos para la vida. Por consiguiente, el “habla de conocimiento” debió ser un conocimiento superior que estaba más allá del conocimiento de base que tenían los cristianos en general, era un conocimiento milagroso. De manera semejante, la “fe” aquí mencionada, entendida como un don del espíritu, debió ser una fe milagrosa que ayudó a determinados cristianos a vencer obstáculos gigantescos que de otro modo hubiesen entorpecido su servicio a Dios. (1Co 12:8, 9; 13:2.)
“Curaciones.” El don de curaciones se empleó para sanar por completo a personas enfermas, prescindiendo de la naturaleza de las afecciones. (Hch 5:15, 16; 9:33, 34; 28:8, 9.) Jesucristo y sus discípulos habían efectuado curaciones antes del Pentecostés, y si bien algunas de las personas a las que se sanó manifestaron abiertamente su fe, no se requería que la persona enferma profesara tener fe. (Compárese con Jn 5:5-9, 13.) En una ocasión Jesús atribuyó la incapacidad de sus discípulos para sanar a un epiléptico, no a falta de fe por parte de la persona que quería que sanasen a su hijo, sino a la falta de fe de sus discípulos. (Mt 17:14-16, 18-20.) En las Escrituras no se refiere ni un solo caso en el que Jesús o sus discípulos no hayan podido realizar una curación por falta de fe de la persona enferma. Pablo no empleó el don de curaciones para sanar a Timoteo de su afección estomacal, no porque atribuyese sus frecuentes casos de enfermedad a falta de fe, sino por no hacer uso del don para fines personales. En consecuencia, se limitó a recomendarle que bebiese un poco de vino por causa de su estómago. (1Ti 5:23; véanse FE; SANAR, CURAR.)
“Obras poderosas.” Estas obras incluyeron milagros como el resucitar a personas muertas, expulsar demonios y hasta cegar a opositores (1Co 12:10), obras poderosas que contribuyeron a aumentar la cantidad de creyentes que se unieron a la congregación cristiana. (Hch 9:40, 42; 13:8-12; 19:11, 12, 20.)
“Profetizar.” El don de profetizar fue más importante que el don de hablar en lenguas, ya que contribuía a fortalecer la congregación, y también hacía posible que la persona incrédula reconociese que Dios verdaderamente estaba con los cristianos. (1Co 14:3-5, 24, 25.) Si bien todos los miembros de la congregación cristiana hablaron acerca del cumplimiento de las profecías registradas en la Palabra de Dios (Hch 2:17, 18), solo los que tuvieron el don milagroso de profetizar pudieron predecir acontecimientos, tal como lo hizo Ágabo. (Hch 11:27, 28; véanse PROFECÍA; PROFETA - [Los profetas en las Escrituras Griegas Cristianas].)
“Discernimiento de expresiones inspiradas.” Este don confería la aptitud de discernir si una expresión inspirada procedía de Dios o no (1Co 12:10); ayudaba al que lo poseía a evitar la trampa del engaño, que podía conducirle a apartarse de la verdad, y protegía a la congregación de la influencia de profetas falsos. (1Jn 4:1; compárese con 2Co 11:3, 4.)
“Lenguas.” El don milagroso de hablar en lenguas fue una consecuencia inmediata del derramamiento del espíritu de Dios en el Pentecostés del año 33 E.C. Unos 120 discípulos que se hallaban reunidos en una habitación superior (posiblemente cerca del templo) pudieron hablar entonces acerca de las “cosas magníficas de Dios” en las lenguas nativas de los judíos y prosélitos que habían ido a Jerusalén para observar la fiesta procedentes de lugares distantes. Este cumplimiento de la profecía de Joel demostró que Dios estaba usando a la nueva congregación cristiana y había dejado ya a la congregación judía. A fin de recibir el don gratuito del espíritu santo, los judíos y prosélitos tenían que arrepentirse y ser bautizados en el nombre de Jesús. (Hch 1:13-15; 2:1-47.)
El don de lenguas resultó muy útil para los cristianos del primer siglo, pues gracias a él pudieron predicar a los que hablaban otros idiomas. Sirvió de señal para los incrédulos. Sin embargo, cuando Pablo escribió a la congregación cristiana de Corinto, dio instrucciones de que en sus reuniones no hablasen todos en lenguas, puesto que si entraban extraños e incrédulos y no entendían nada, llegarían a la conclusión de que estaban locos. También recomendó que el hablar en lenguas ‘se limitase a dos o tres a lo más, y por turno’. Sin embargo, en caso de que nadie pudiera traducir, el que hablaba en una lengua tenía que permanecer en silencio en la congregación, hablando consigo mismo y con Dios. (1Co 14:22-33.) Si no se traducía, el hablar en lenguas no serviría para edificar a otros, puesto que tal habla carecería de significado por ser incomprensible y nadie escucharía. (1Co 14:2, 4.)
Si el que hablaba en una lengua no podía traducir, ni él mismo ni los que no estuviesen familiarizados con esa lengua entenderían lo que estaba diciendo. Por lo tanto, Pablo animó a los que tenían el don de lenguas a que orasen para que también pudiesen traducir y así edificar a todos los oyentes. Todo lo susodicho permite ver con facilidad por qué Pablo, bajo inspiración, clasificó el hablar en lenguas como un don menor, y señaló que en una congregación prefería hablar cinco palabras con su mente (entendimiento) que diez mil en una lengua. (1Co 14:11, 13-19.)
Pablo explicó que después que aquellos dones milagrosos cumplieran su propósito, cesarían: “Sea que haya dones de profetizar, serán eliminados; sea que haya lenguas, cesarán”. (1 Corintios 13:8.)
Sí, la Biblia dice claramente que el don de lenguas cesaría. Pero ¿cuándo? Hechos 8:18 revela que los dones del espíritu se recibían “mediante la imposición de las manos de los apóstoles”. Por lo tanto, es obvio que la transmisión de los dones del espíritu, incluso el hablar en lenguas, cesaría cuando muriera el último apóstol. Por consiguiente, cuando las personas que habían recibido esos dones de los apóstoles también terminaran su derrotero terrestre, el don milagroso cesaría. Para ese tiempo la congregación cristiana estaría bien fundada y se habría extendido a muchos países.
“Interpretación de lenguas.” La persona que tenía este don podía traducir una lengua, aunque fuese desconocida para él. (1Co 12:10.) El don de interpretación complementó el de hablar en lenguas, pues hizo posible que toda la congregación se beneficiase de la información traducida a su idioma. (1Co 14:5.)
Otras operaciones del espíritu. Cuando Pablo hizo mención de algunas de las operaciones del espíritu relacionadas con la colocación de los miembros individuales del cuerpo de Cristo, dijo: “Dios ha colocado a las personas respectivas en la congregación: primero, apóstoles; segundo, profetas; tercero, maestros; luego obras poderosas; luego dones de curaciones; servicios de ayuda, capacidades directivas, diferentes lenguas”. (1Co 12:27, 28.) Los “servicios de ayuda” puede que hayan incluido el organizar auxilio material para los hermanos necesitados, como, por ejemplo, distribuir alimento a las viudas necesitadas, para lo que se nombraron siete hombres “llenos de espíritu y de sabiduría” en la congregación de Jerusalén. (Hch 6:1-6.) Las “capacidades directivas” eran necesarias para poder llevar a cabo la comisión de hacer discípulos que Jesús les encargó. (Mt 28:19, 20.) Esta obra misional, así como el fundar nuevas congregaciones y guiar las actividades de estas, requería dirección diestra. A este respecto cabe indicar que cuando Pablo se refirió a su participación en el programa de edificación de Dios, dijo de sí mismo que era un “sabio director de obras”. (1Co 3:10.)
Control de los dones del espíritu. Al parecer, los que tenían dones del espíritu solo podían usarlos cuando el espíritu de Jehová los facultaba para ello. Por ejemplo, aunque Felipe “tenía cuatro hijas, vírgenes, que profetizaban”, cuando Pablo permaneció en Cesarea en casa de Felipe, ninguna de ellas predijo que sería detenido, sino un profeta de nombre Ágabo, que había llegado de Judea. (Hch 21:8-11.) En una reunión de congregación, un profeta podía recibir una revelación mientras otro profeta estaba hablando, pero el que la recibía podía controlar el don cuando el espíritu de Dios actuaba en él, es decir, podía abstenerse de hablar hasta que se le diese la oportunidad. Por consiguiente, el profetizar, hablar en lenguas y traducir podía hacerse de una manera ordenada en la congregación para la edificación de todos. (1Co 14:26-33.)
El concepto de perfección se expresa en hebreo con términos derivados de verbos tales como ka-lál (perfeccionar; compárese con Eze 27:4), scha-lám (quedar completo; compárese con Isa 60:20) y ta-mám (completar; llegar a la perfección; compárese con Sl 102:27; Isa 18:5). En las Escrituras Griegas Cristianas se emplean las palabras té-lei-os (adjetivo), te-lei-ó-tës (nombre) y te-lei-ó-ö (verbo) para comunicar ideas como: llevar a la perfección o alcanzar la plenitud (Lu 8:14; 2Co 12:9; Snt 1:4); ser una persona desarrollada físicamente, adulta o madura (1Co 14:20; Heb 5:14), y haber alcanzado el objetivo, propósito o meta conveniente o señalada. (Jn 19:28; Flp 3:12.)
La importancia del punto de vista correcto. Para entender correctamente la Biblia, no se debe incurrir en el error común de pensar que todo lo que se llama “perfecto” lo es en sentido absoluto, es decir, a un grado infinito o ilimitado. La perfección en sentido absoluto tan solo corresponde al Creador, Jehová Dios. Debido a esto, Jesús pudo decir de su Padre: “Nadie es bueno, sino uno solo, Dios”. (Mr 10:18.) Jehová es incomparable en su excelencia, merecedor de toda alabanza, supremo en sus magníficas cualidades y poderes, a tal grado, que “solo su nombre es inalcanzablemente alto”. (Sl 148:1-13; Job 36:3, 4, 26; 37:16, 23, 24; Sl 145:2-10, 21.) Moisés alabó la perfección de Dios, diciendo: “Porque yo declararé el nombre de Jehová. ¡Atribuyan ustedes grandeza, sí, a nuestro Dios! La Roca, perfecta es su actividad, porque todos sus caminos son justicia. Dios de fidelidad, con quien no hay injusticia; justo y recto es él”. (Dt 32:3, 4.) Todos los caminos, palabras y leyes de Dios son perfectos, refinados y no tienen falta o defecto. (Sl 18:30; 19:7; Snt 1:17, 25.) Nunca podría presentarse una causa justa contra Dios, criticar o censurar sus obras; más bien, siempre se le debe alabanza. (Job 36:22-24.)
Toda otra perfección es relativa. La perfección de cualquier otra persona o cosa es relativa, no absoluta (compárese con Sl 119:96); es decir, una cosa es “perfecta” en relación con el propósito o fin para el que su diseñador o hacedor la designa, o el uso al que la destina su receptor o usuario. El significado mismo de perfección requiere que haya quien decida cuándo algo está “completo”, las normas de excelencia, los requisitos que han de satisfacerse, así como los detalles que son esenciales. En última instancia, Dios, el Creador, es el Árbitro supremo de la perfección, Aquel que fija las normas de acuerdo con sus propósitos e intereses justos. (Ro 12:2; véase JEHOVÁ - [Un Dios de normas morales].)
Veamos un ejemplo: el planeta Tierra fue una de las creaciones de Dios, y al final de los seis ‘días’ creativos Dios declaró el resultado: “muy bueno”. (Gé 1:31.) Satisfacía sus normas supremas de excelencia, por consiguiente, era perfecto. Sin embargo, después de esto Dios asignó al hombre a ‘sojuzgar la tierra’, en el sentido de cultivarla y hacer que toda ella, no solo el Edén, fuese un jardín de Dios. (Gé 1:28; 2:8.)
La tienda o tabernáculo que se levantó en el desierto por mandato de Dios y de acuerdo con sus especificaciones, fue un tipo o modelo profético en pequeña escala de una “tienda más grande y más perfecta”; el Santísimo de aquella tienda es la residencia celestial de Jehová, en la que Cristo Jesús entró como Sumo Sacerdote. (Heb 9:11-14, 23, 24.) La tienda terrestre fue perfecta, pues satisfizo los requisitos de Dios y sirvió para el fin designado. No obstante, una vez que cumplió el propósito de Dios, dejó de utilizarse. La tienda representaba algo de una perfección mucho mayor.
A la ciudad de Jerusalén, con el monte Sión, se la llamó la “perfección de belleza”. (Lam 2:15; Sl 50:2.) Estas palabras no significan que hasta el más mínimo detalle de la ciudad fuese de una belleza sublime, sino que su belleza provenía del esplendor que Dios le había conferido al convertirla en capital de sus reyes ungidos y sede de su templo. (Eze 16:14.) También se representa a la próspera ciudad comercial de Tiro como un barco cuyos constructores —los que trabajaban para enriquecerla— habían ‘perfeccionado su belleza’, y la habían llenado con lujosos productos de muchas tierras. (Eze 27:3-25.)
Por lo tanto, en cada caso se debe examinar el contexto para determinar el sentido que se da a la palabra perfección.
La perfección de la ley mosaica.
La Ley que se dio a Israel a través de Moisés incluía entre sus disposiciones la institución de un sacerdocio y las ofrendas de sacrificios de animales. Como muestra el apóstol Pablo bajo inspiración, aunque la Ley provenía de Dios, por lo que era perfecta, ni la Ley ni el sacerdocio ni los sacrificios mismos hicieron perfectos a los que se esforzaban por cumplirla. (Heb 7:11, 19; 10:1.) En lugar de libertar del pecado y la muerte, en realidad hizo más patente el pecado. (Ro 3:20; 7:7-13.) No obstante, todas estas disposiciones divinas cumplieron con el propósito designado por Dios: la Ley sirvió de “tutor” para conducir a los hombres al Cristo, fue una “sombra [perfecta] de las buenas cosas por venir”. (Gál 3:19-25; Heb 10:1.)
Por consiguiente, cuando Pablo habla de la “incapacidad de parte de la Ley, en tanto que era débil a causa de la carne” (Ro 8:3), es obvio que se refiere —como explica Hebreos 7:11, 18-28— a la incapacidad del sumo sacerdote judío (que era quien, según la Ley, se encargaba de los sacrificios y entraba en el Santísimo el Día de Expiación con la sangre del sacrificio) de “salvar completamente” a quienes servía. Aunque el ofrecer sacrificios por medio del sacerdocio aarónico permitió que el pueblo tuviera una posición aprobada ante Dios, esto no les libró por completo (es decir, a la perfección) de la conciencia del pecado. El apóstol se refiere a este aspecto cuando dice que los sacrificios de expiación no pueden “perfeccionar a los que se acercan”, es decir, perfeccionarlos respecto a su conciencia. (Heb 10:1-4; compárese con Heb 9:9.) El sumo sacerdote no podía proporcionar el precio de rescate necesario para una verdadera redención del pecado. Solo el servicio sacerdotal perdurable de Cristo y su sacrificio pueden lograrlo. (Heb 9:14; 10:12-22.)
La Ley era “santa”, ‘buena’, “excelente” (Ro 7:12, 16), y todo el que pudiera cumplir a plenitud con esta Ley perfecta sería perfecto y merecedor de vida. (Le 18:5; Ro 10:5; Gál 3:12.) Por esta misma razón, la Ley trajo condenación y no vida, no porque no fuese buena, sino a causa de la naturaleza imperfecta y pecaminosa de los que estaban bajo ella. (Ro 7:13-16; Gál 3:10-12, 19-22.) La Ley perfecta puso de manifiesto la imperfección de ellos y su pecaminosidad. (Ro 3:19, 20; Gál 3:19, 22.) A este respecto, también sirvió para identificar a Jesús como el Mesías, pues fue el único capaz de observar toda la Ley, con lo que demostró que era un hombre perfecto. (Jn 8:46; 2Co 5:21; Heb 7:26.)
La perfección de la Biblia. Las Sagradas Escrituras constituyen el mensaje perfecto, refinado, puro y verdadero de Dios. (Sl 12:6; 119:140, 160; Pr 30:5; Jn 17:17.) Aunque con el transcurso de los siglos se han hecho numerosísimas copias de los escritos originales que han introducido algunas variaciones, es un hecho reconocido que dichas variaciones son de menor importancia, de tal modo que aun si las traducciones modernas de la Biblia no fuesen absolutamente perfectas, sí lo sería el mensaje divino que contienen.
Es posible que para algunas personas la Biblia sea un libro más difícil de leer que otros, que requiere mayor esfuerzo y concentración; hasta puede que encuentren pasajes que no entienden. Puede que algunas personas más críticas insistan en que, para ser perfecta, ni siquiera deberían existir diferencias menores o lo que, según sus criterios, parecen ser inconsecuencias. Sin embargo, ni unas ni otras restan perfección a las Santas Escrituras, pues la verdadera medida de su perfección radica en que alcance las normas de excelencia fijadas por Jehová Dios, cumpla con el propósito para el que él, su Autor, la ha destinado y que, por ser la Palabra publicada del Dios de la verdad, esté libre de falsedades. El apóstol Pablo puso de relieve la perfección de “los santos escritos” al decir: “Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia, para que el hombre de Dios sea enteramente competente y esté completamente equipado para toda buena obra”. (2Ti 3:15-17.) Lo que las Escrituras Hebreas hicieron a favor de los israelitas cuando las observaron, lo que el conjunto de las Escrituras logró en provecho de la congregación cristiana durante el siglo primero y lo que la Biblia puede hacer hoy en pro de las personas, todo esto es de por sí una prueba convincente de sus cualidades como un instrumento ideal de Dios para llevar a cabo Su propósito. (Compárese con 1Co 1:18.)
El contenido mismo de las Escrituras, incluidas las enseñanzas del Hijo de Dios, tiene por finalidad que el entendimiento del propósito de Dios, el que se haga su voluntad y se obtenga la salvación dependan fundamentalmente del corazón de la persona. (1Sa 16:7; 1Cr 28:9; Pr 4:23; 21:2; Mt 15:8; Lu 8:5-15; Ro 10:10.) La Biblia se destaca por su capacidad para “discernir pensamientos e intenciones del corazón”, y así poner al descubierto la verdadera condición interior de la persona. (Heb 4:12, 13.) También muestra claramente que el conocimiento de Dios no puede adquirirse sin esfuerzo. (Compárese con Pr 2:1-14; 8:32-36; Isa 55:6-11; Mt 7:7, 8.) También es un hecho evidente que Dios ha revelado sus designios a las personas humildes y no a los altivos, porque ‘hacerlo así vino a ser la manera que él mismo aprobó’. (Mt 11:25-27; 13:10-15; 1Co 2:6-16; Snt 4:6.) En consecuencia, el hecho de que una persona cuyo corazón no responde al mensaje de la Biblia encuentre en las Escrituras razones que, en su opinión, justifican que rechace su mensaje, censura y disciplina, no significa que la Biblia sea imperfecta. Demostraría, más bien, la veracidad de los razonamientos bíblicos expuestos antes y que la Biblia, desde el único punto de vista válido, el de su Autor, es perfecta. (Isa 29:13, 14; Jn 9:39; Hch 28:23-27; Ro 1:28.) El tiempo y la experiencia práctica demuestran que aquellas cosas relacionadas con la Palabra de Dios, que son ‘necias’ o ‘débiles’ para los sabios de este mundo, encierran una sabiduría y poder superiores a las teorías, puntos de vista filosóficos y razonamientos de sus detractores humanos. (1Co 1:22-25; 1Pe 1:24, 25.)
Para entender y apreciar la perfecta Palabra de Dios, la fe sigue siendo un requisito esencial. Puede que una persona piense que ciertos detalles y explicaciones deberían estar en la Biblia, a fin de revelar por qué en determinados casos Dios aprobó o desaprobó acciones concretas o por qué actuó de una manera en particular; puede que también piense que hay otras explicaciones en la Biblia que son superfluas. No obstante, es de rigor reconocer que si la Biblia se conformara a criterios humanos como los suyos, no sería entonces perfecta desde el punto de vista de Dios. Esa actitud equivocada queda de manifiesto en la declaración de Jehová respecto a la superioridad de sus pensamientos y caminos en comparación con los del hombre, y por su afirmación de que su palabra “tendrá éxito seguro” en el cumplimiento de su propósito. (Isa 55:8-11; Sl 119:89.) Este es el sentido de la palabra perfección, tal como muestran las definiciones que aparecen al comienzo de este artículo. ★“La ley de Jehová es perfecta” - (cl-Cap.13-Pg.128)
Perfección y libre albedrío. La información que ya se ha considerado sienta la base para entender que hasta las criaturas perfectas de Dios podían ser desobedientes. Pensar que la desobediencia no podría darse en una criatura perfecta presupone desconocer el significado del término, sustituyéndolo por un concepto personal que es contrario a los hechos. Dios ha facultado a las criaturas inteligentes con libre albedrío: el privilegio y la responsabilidad de decidir por sí mismas el proceder que deben seguir. (Dt 30:19, 20; Jos 24:15.) Este fue el caso de la primera pareja humana, lo que hizo posible que pudiera ponerse a prueba su devoción a Dios. (Gé 2:15-17; 3:2, 3.) Como su Hacedor, Jehová sabía con qué facultades los había dotado, y las Escrituras dejan claro que deseaba una adoración y un servicio que emanaran de mentes y corazones movidos por amor genuino, no una obediencia mecánica, como de autómatas. (Compárese con Dt 30:15, 16; 1Cr 28:9; 29:17; Jn 4:23, 24.) Si Adán y su esposa no hubiesen tenido libre albedrío, no habrían satisfecho los requisitos de Dios, ni habrían sido completos o perfectos según Sus normas.
Ha de recordarse que en lo que tiene que ver con el hombre, la perfección es relativa y está circunscrita al ámbito humano. Aunque Adán fue creado perfecto, no podía traspasar los límites que el Creador le había fijado, ni podía, por ejemplo, comer tierra, piedras o madera, sin sufrir las consecuencias. Si intentaba respirar agua en lugar de aire, se ahogaría. De manera similar, si permitía que su mente y corazón se alimentaran con pensamientos incorrectos, llegaría a abrigar deseos insanos y, por último, pecaría y moriría. (Snt 1:14, 15; compárese con Gé 1:29; Mt 4:4.)
Está claro que los factores determinantes son la voluntad y selección personales. Si insistiéramos en que un hombre perfecto no puede adoptar un mal proceder cuando hay una cuestión moral de por medio, ¿no deberíamos, por la misma razón, argüir también que una criatura imperfecta no podría adoptar un proceder correcto si tuviese que decidir sobre esa misma cuestión moral? Sin embargo, hay criaturas imperfectas que sí han adoptado un proceder correcto en asuntos morales que implican obediencia a Dios y hasta han escogido ser perseguidos antes que transigir, mientras que al mismo tiempo hay quienes escogen hacer lo que saben que es incorrecto. Por consiguiente, no todas las malas acciones pueden justificarse con la imperfección humana. De nuevo, los factores determinantes son la voluntad y la selección personal. Asimismo, en el caso del primer hombre, la perfección humana por sí sola no garantizaba una conducta recta, sino el ejercicio de su libre albedrío y la facultad de selección, impulsados ambos por el amor a su Dios y a lo que es recto. (Pr 4:23.)
El primer pecador y el rey de Tiro. Como muestran las palabras de Jesús en Juan 8:44 y lo que revela el capítulo 3 de Génesis, el pecado y la imperfección en el ámbito humano fue antecedido por un proceso semejante en el ámbito de las criaturas celestiales. Aunque la endecha que se halla en Ezequiel 28:12-19 se dirige al “rey de Tiro”, debe ser un reflejo del comportamiento paralelo al del primer hijo celestial de Dios que pecó. La vanidad del “rey de Tiro”, el que se erigiera a sí mismo en ‘dios’, el que se le llame “querubín” y la referencia al “Edén, el jardín de Dios”, son datos que corresponden a lo que la Biblia dice en relación con Satanás el Diablo: que se hinchó de orgullo, estuvo relacionado con la serpiente edénica y se le llama “el dios de este sistema de cosas”. (1Ti 3:6; Gé 3:1-5, 14, 15; Apo 12:9; 2Co 4:4.)
El anónimo “rey de Tiro”, que residía en una ciudad sobre la que se afirmaba que era “perfecta en belleza”, estaba él mismo “lleno de sabiduría y [era] perfecto [adjetivo derivado del heb. ka-lál] en hermosura” y estaba “exento de falta [heb. ta-mím]” en sus caminos desde que se le creó hasta que la iniquidad se halló en él. (Eze 27:3; 28:12, 15.) Esta endecha puede que tenga su primer cumplimiento en la dinastía de reyes tirios, no en un rey en concreto. (Compárese con la profecía pronunciada en Isa 14:4-20 en contra del anónimo “rey de Babilonia”.) En ese caso, puede que la endecha haga alusión a las relaciones amistosas y de cooperación que la dinastía de reyes tirios mantuvo con David y Salomón durante sus respectivos reinados, cuando incluso contribuyeron a la edificación del templo de Jehová en el monte Moria. Por lo tanto, al principio no hubo nada que reprochar a la postura oficial del gobierno tirio hacia Israel, el pueblo de Jehová. (1Re 5:1-18; 9:10, 11, 14; 2Cr 2:3-16.) Sin embargo, otros reyes posteriores abandonaron esa postura ‘intachable’, ‘exenta de falta’, y Tiro fue condenada por Joel, Amós y Ezequiel, los profetas de Dios. (Joe 3:4-8; Am 1:9, 10.) Al margen de la evidente similitud entre el comportamiento del “rey de Tiro” y el del principal Adversario de Dios, esta profecía es un ejemplo más de cómo las expresiones “perfección” y “exento de tacha” pueden emplearse en sentido relativo.
¿Cómo es posible decir que los siervos imperfectos de Dios fueron “exentos de falta”? El justo Noé fue “exento de falta entre sus contemporáneos”. (Gé 6:9.) Job era un hombre “sin culpa y recto”. (Job 1:8.) Se emplean expresiones similares al hablar de otros siervos de Dios. Como todos eran descendientes del pecador Adán, y por consiguiente pecadores, es obvio que tales hombres se hallaban ‘exentos de falta y sin culpa’ en el sentido de que estaban a la altura de lo que Dios requería de ellos, y lo que Dios requería de ellos tenía en cuenta sus limitaciones e imperfección. (Compárese con Miq 6:8.) Igual que un alfarero no puede esperar la misma calidad si moldea una vasija con barro común que si la moldea con arcilla refinada, los requisitos de Jehová toman en consideración la fragilidad de los humanos imperfectos. (Sl 103:10-14; Isa 64:8.) Aunque cometieron errores e incurrieron en males debido a su carne imperfecta, no obstante, los hombres fieles manifestaron un “corazón completo [heb. scha·lém]” para con Jehová. (1Re 11:4; 15:14; 2Re 20:3; 2Cr 16:9.) Por lo tanto, dentro de sus límites, su devoción era completa, sin fisuras y, en sus circunstancias, satisfacía los requisitos divinos. Puesto que el Juez Divino se complacía en su adoración, ninguna criatura humana o celestial tenía base para criticar el servicio de ellos a Dios. (Compárese con Lu 1:6; Heb 11:4-16; Ro 14:4; véase JEHOVÁ - [Por qué puede tratar con humanos imperfectos].)
En las Escrituras Griegas Cristianas se reconoce que la imperfección es inherente a la humanidad que desciende de Adán. En Santiago 3:2 se muestra que el que pudiera dominar la lengua y no tropezar en palabra sería un “varón perfecto, capaz de refrenar [...] su cuerpo entero”; sin embargo, en esto “todos tropezamos muchas veces”. (Compárese con el vs. 8.) No obstante, se habla de ciertas perfecciones relativas alcanzadas por el hombre pecaminoso. Jesús dijo a sus seguidores: “Ustedes, en efecto, tienen que ser perfectos, como su Padre celestial es perfecto”. (Mt 5:48.) En esta ocasión hizo referencia al amor y la generosidad. Mostró que simplemente ‘amar a los que los aman’ constituía un amor incompleto, defectuoso. Por consiguiente, sus seguidores deberían perfeccionar su amor o completarlo, al amar también a sus enemigos y así imitar el ejemplo de Dios. (Mt 5:43-47.) De manera similar, al joven que le preguntó a Jesús cómo obtener la vida eterna se le mostró que su adoración —que ya presuponía obediencia a los mandamientos de la Ley— aún carecía de algunas características esenciales. Si ‘deseaba ser perfecto’, tenía que desarrollar plenamente su adoración (compárese con Lu 8:14; Isa 18:5) cumpliendo con estos rasgos. (Mt 19:21; compárese con Ro 12:2.)
El apóstol Juan muestra que el amor de Dios se hace perfecto en los cristianos que permanecen en unión con Él, observan la palabra de su Hijo y se aman unos a otros. (1Jn 2:5; 4:11-18.) Este amor perfecto echa fuera el temor y concede “franqueza de expresión”. El contexto muestra que Juan se refiere en este pasaje a la “franqueza de expresión para con Dios”, franqueza que habría de tenerse, por ejemplo, al orar. (1Jn 3:19-22; compárese con Heb 4:16; 10:19-22.) La persona en la que el amor de Dios alcanza una expresión plena, puede acercarse a su Padre celestial confiado, sin sentirse condenado en su corazón como si fuera un hipócrita o estuviera desaprobado. Sabe que observa los mandamientos de Dios y hace lo que le agrada a su Padre, por lo que se siente libre tanto para expresarse como para hacer sus peticiones a Jehová. No se siente como si Dios le restringiera el privilegio de lo que puede decir o pedir. (Compárese con Nú 12:10-15; Job 40:1-5; Lam 3:40-44; 1Pe 3:7.) Tampoco se inhibe por temores mórbidos ni se encamina al “día del juicio” con remordimientos de conciencia o algo que ocultar. (Compárese con Heb 10:27, 31.) Al contrario, igual que un niño que no teme pedir algo a sus amorosos padres, el cristiano en quien el amor está plenamente desarrollado se siente seguro de que “no importa qué sea lo que pidamos conforme a su voluntad, él nos oye. Además, si sabemos que nos oye respecto a cualquier cosa que estemos pidiendo, sabemos que hemos de tener las cosas pedidas porque se las hemos pedido a él”. (1Jn 5:14, 15.)
Sin embargo, este ‘amor perfecto’ no echa fuera todo temor. No elimina el temor reverencial y filial a Dios, que nace de un profundo respeto por la posición que Él ocupa, su poder y su justicia. (Sl 111:9, 10; Heb 11:7.) Tampoco suprime el temor normal, gracias al cual una persona puede evitar el peligro y proteger su vida, ni el temor causado por un peligro repentino. (Compárese con 1Sa 21:10-15; 2Co 11:32, 33; Job 37:1-5; Hab 3:16, 18.)
Además, la unidad completa se consigue por medio del “vínculo perfecto” del amor, lo que hace que los verdaderos cristianos sean “perfeccionados en uno”. (Col 3:14; Jn 17:23.) Naturalmente, esta perfección también es relativa y no significa que desaparecerán todas las diferencias de personalidad, como aptitudes, hábitos, conciencia y otros factores individuales afines. Sin embargo, cuando se alcanza, su plenitud conduce a acción, creencia y enseñanza unificadas. (Ro 15:5, 6; 1Co 1:10; Ef 4:3; Flp 1:27.)
La perfección de Cristo Jesús. Jesús nació como ser humano perfecto, santo, sin pecado. (Lu 1:30-35; Heb 7:26.) Como es natural, su perfección física no era infinita, sino que se hallaba dentro de los límites humanos, y experimentó algunas limitaciones propias de su condición humana: se cansó, tuvo hambre y sed; era mortal. (Mr 4:36-39; Jn 4:6, 7; Mt 4:2; Mr 15:37, 44, 45.) El propósito de Jehová Dios era emplear a su Hijo como Sumo Sacerdote a favor de la humanidad. Aunque era un hombre perfecto, tuvo que ser ‘perfeccionado’ (gr. te·lei·ó·ö) para acceder a ese puesto, y satisfacer a cabalidad los requisitos que su Padre había fijado, lo que le capacitaba para el fin o la meta designada. Se exigía que fuera “semejante a sus ‘hermanos’ en todo respecto”, aguantara el sufrimiento y aprendiera la obediencia bajo prueba, como tendrían que hacerlo sus “hermanos” o seguidores. De esta manera, podría “condolerse de nuestras debilidades, [como] uno que ha sido probado en todo sentido igual que nosotros, pero sin pecado”. (Heb 2:10-18; 4:15, 16; 5:7-10.) Además, después de morir como un sacrificio perfecto y resucitar, recibiría vida espiritual inmortal en los cielos, y así sería “perfeccionado para siempre” para su puesto sacerdotal. (Heb 7:15-; 9:11-14, 24.) Igualmente, todos los que servirán con Cristo como sacerdotes serán ‘hechos perfectos’, es decir, llevados a la meta celestial que buscan y a la que han sido llamados. (Flp 3:8-14; Heb 12:22, 23; Apo 20:6.)
El “Perfeccionador de nuestra fe”. A Jesús se le llama el “Agente Principal [o Caudillo Principal] y Perfeccionador de nuestra fe”. El término griego te·lei·o·tés, que se usa en esta frase, se refiere a alguien que perfecciona, que realiza o completa algo. Como “Perfeccionador”, Jesús completó la fe en el sentido de que su venida a la Tierra cumplió las profecías bíblicas y así puso un fundamento más sólido para la fe. (w94 15/10 14; Heb 12:2.) Es cierto que mucho antes de la venida de Jesucristo, la fe de Abrahán fue “perfeccionada” por sus obras de fe y obediencia, de manera que consiguió la aprobación divina y Dios celebró con él un pacto juramentado. (Snt 2:21-23; Gé 22:15-18.) Pero la fe de todos aquellos hombres fieles anteriores al ministerio terrestre de Jesús era incompleta o imperfecta, pues ellos no comprendían las profecías que para entonces aún no se habían cumplido con relación a Jesús como el Mesías y la Descendencia de Dios. (1Pe 1:10-12.) Con su nacimiento, ministerio, muerte y resurrección a la vida celestial, estas profecías se cumplieron, y la fe en Cristo tuvo un fundamento más firme, respaldado por hechos históricos. Por lo tanto, en este sentido de fe perfeccionada, la fe “ha llegado” a través de Cristo Jesús (Gál 3:24, 25), quien demostró ser el “guía” (CP), “jefe” (Mensajero, Vi), “caudillo” (FF), “conductor” (CJ), “iniciador” (LT, Sd, UN), “pionero” (GR, NBE) o Agente Principal de nuestra fe. Desde su posición celestial, continuó siendo el Perfeccionador de la fe de sus seguidores: derramó espíritu santo sobre ellos en el Pentecostés y les dio revelaciones que progresivamente alimentaron y aumentaron su fe. (Hch 2:32, 33; Heb 2:4; Apo 1:1, 2; 22:16; Ro 10:17.)
“Para que ellos no fueran perfeccionados aparte de nosotros.” Después de repasar el registro de hombres fieles del período precristiano, desde Abel en adelante, el apóstol dice que ninguno de estos obtuvo “el cumplimiento de la promesa, puesto que Dios previó algo mejor para nosotros, para que ellos no fueran perfeccionados aparte de nosotros”. (Heb 11:39, 40.) En este pasaje, la expresión “nosotros” se refiere claramente a los cristianos ungidos (Heb 1:2; 2:1-4), los “participantes del llamamiento celestial” (Heb 3:1), por quienes Cristo “inauguró [un] camino nuevo y vivo” en el lugar santo de la presencia celestial de Dios. (Heb 10:19, 20.) Ese llamamiento celestial implica ser sacerdotes celestiales de Dios y de Cristo durante su reinado milenario. Asimismo, se les concede “poder para juzgar”. (Apo 20:4-6.) Parece lógico, entonces, que el “algo mejor” que Dios previó para esos cristianos ungidos sea la vida celestial y los privilegios que ellos reciben. (Heb 11:40.) No obstante, su revelación —al intervenir junto a Cristo en la destrucción del inicuo sistema de cosas— abre el camino para que aquellos de la creación que procuren alcanzar “la gloriosa libertad de los hijos de Dios” consigan la liberación de la esclavitud a la corrupción. (Ro 8:19-22.) En Hebreos 11:35 se muestra que los hombres fieles de tiempos precristianos mantuvieron integridad bajo sufrimiento “con el fin de alcanzar una resurrección mejor”, seguramente mejor que la de los “muertos” mencionados al comienzo del versículo, quienes resucitaron solo para volver a morir. (Compárese con 1Re 17:17-23; 2Re 4:17-20, 32-37.) Por consiguiente, el que se ‘perfeccione’ a estos hombres fieles de tiempos precristianos, debe estar relacionado con el que se les resucite o restablezca a la vida y después se les liberte “de la esclavitud a la corrupción” gracias a los servicios del sacerdocio de Cristo Jesús y sus sacerdotes durante el gobierno milenario.
La humanidad recupera la perfección en la Tierra. En armonía con la oración: “Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”, este planeta ha de experimentar el efecto y fuerza plenos de la realización de los propósitos de Dios. (Mt 6:10.) El inicuo sistema de cosas controlado por Satanás será destruido. Se eliminará toda falta y defecto de los sobrevivientes que continúen demostrando obedientemente su fe, de modo que todo cuanto quede satisfaga las normas de Dios en cuanto a excelencia, plenitud y cabalidad. De Apo 5:9, 10, se desprende que esto incluirá el perfeccionamiento de las condiciones terrestres y de las criaturas humanas. En ese pasaje se declara que las personas ‘compradas para Dios’ (compárese con Apo 14:1, 3) llegan a ser “un reino y sacerdotes para nuestro Dios, y han de reinar sobre la tierra”. El deber de los sacerdotes bajo el pacto de la Ley no solo era representar a las personas ante Dios al ofrecer sacrificios, sino también proteger la salud física de la nación, oficiando en la limpieza ceremonial de los que incurriesen en inmundicia y determinando cuándo estaba curado alguien que había padecido lepra. (Le 13-15.) Además era responsabilidad del sacerdocio ayudar al pueblo a elevar su salud mental y espiritual. (Dt 17:8-13; Mal 2:7.) Puesto que la Ley tenía “una sombra de las buenas cosas por venir”, es de esperar que el sacerdocio celestial bajo Cristo Jesús, que actuará durante su reinado milenario (Apo 20:4-6), ejecute un trabajo similar. (Heb 10:1.)
El cuadro profético de Apocalipsis 21:1-5 garantiza que la humanidad redimida no tendrá más lágrimas, lamento, clamor, dolor y muerte. Por medio de Adán entró en la raza humana el pecado y, como consecuencia, el sufrimiento y la muerte. (Ro 5:12.) Naturalmente, todo esto es parte de las “cosas anteriores” que han de desaparecer. La muerte es el salario del pecado, y “como el último enemigo, la muerte ha de ser reducida a nada” por medio del gobierno del Reino de Cristo. (Ro 6:23; 1Co 15:25, 26, 56.) Esto significa para la humanidad obediente regresar a la perfección de que disfrutaba el hombre en Edén al principio de la historia. Por lo tanto, los seres humanos podrán disfrutar no solo de perfección en cuanto a fe y amor, sino también de perfección en lo que respecta a estar totalmente libres de pecados; estarán, plenamente y sin defecto, a la altura de las justas normas de Dios para el hombre. La profecía de Apocalipsis 21:1-5 también tiene que ver con el Reino de mil años de Cristo, ya que a la “Nueva Jerusalén”, cuyo ‘descenso del cielo’ está enlazado con la desaparición de las aflicciones de la humanidad, se la muestra como “novia” o congregación glorificada de Cristo, es decir: los que componen el sacerdocio real del gobierno milenario de Cristo. (Apo 21:9, 10; Ef 5:25-32; 1Pe 2:9; Apo 20:4-6.)
La perfección de la humanidad será relativa, limitada al ámbito humano. Sin embargo, quienes la consigan gozarán a plenitud de la vida terrestre. “El regocijo hasta la satisfacción [plena] está con [el] rostro [de Jehová]”, y el que ‘la tienda de Dios esté con la humanidad’ indica que se refiere a la humanidad obediente, aquellos hacia quienes el rostro de Jehová se vuelve con aprobación. (Sl 16:11; Apo 21:3; compárese con Sl 15:1-3; 27:4, 5; 61:4; Isa 66:23.) No obstante, la perfección no significa que no haya variedad, como a menudo concluyen las personas. El reino animal, producto de la ‘actividad perfecta’ de Jehová (Gé 1:20-24; Dt 32:4), encierra una gran variedad. La perfección del planeta Tierra tampoco es incompatible con la variedad, el cambio o el contraste. Admite lo sencillo y lo complejo, lo simple y lo elaborado, lo amargo y lo dulce, lo áspero y lo suave, los prados y los bosques, las montañas y los valles. Abarca el frescor estimulante de la incipiente primavera, el calor del verano con su cielo azul translúcido, la hermosura de los colores otoñales y la belleza de la nieve recién caída. (Gé 8:22.) Los humanos perfectos no serán criaturas estereotipadas, con personalidad, talento y aptitudes idénticos. Como han mostrado las definiciones iniciales, la uniformidad no es necesariamente una acepción de perfección.
¿Puede un ser perfecto dejar de serlo? Aunque Dios creó perfectos a todos los seres inteligentes, estos no tenían libertad absoluta. Adán era perfecto. Aun así, tenía que respetar los límites físicos impuestos por el Creador. Por ejemplo, no podía comer tierra ni piedras ni madera sin sufrir las consecuencias. Tampoco podía ignorar la ley de la gravedad y tirarse desde un precipicio sin acabar gravemente herido o incluso muerto.
De igual modo, ningún ser perfecto —humano o espiritual— puede ir más allá de los límites morales fijados por Dios sin sufrir las consecuencias. Así pues, cualquier criatura inteligente puede hacer mal uso de su libertad de decisión y, por tanto, equivocarse y pecar (Génesis 1:29; Mateo 4:4).
Maravilla, la Perfecta
Desperté, no sabía dónde estaba, ¿qué pasaba? De repente me dio un vuelco el corazón y recordé que vivía un día después del Armagedón. ¿Estoy sóla? -preguntaba. A nadie alcanzo mi visión y busque por si encontraba a alguien de mi congregación.
A lo lejos observaba que alguno se acercaba... Seguí caminando y dude no lo podía creer… ¡¿no es aquel chico Javier?! ¡¡¡Si predicar no quería!!! ¡¡Siempre obligado salía!!… ¡Cuantas cosas hay que ver! Mas adelante encontré lo que nunca imaginé… ¡¡la hermana Amatista!!... ¡PERO SI ERA TAN MATERIALISTA! ni aun en el paraíso la perdería de vista. Mi paciencia culminó cuando junto a mi llego un compañero precursor que de ¡¡listo se las daba!! pero que a mi entender de seguro que a las horas no llegaba. Estuve a punto de gritar... QUE PASA JEHOVÁ… ¡¡¡¡QUE HACE TODA ESTA GENTE AQUÍ!!!!... Pero muda me quedé... y es que tuve que callar... porque en sus rostros yo vi que asombrados me miraban y es que tampoco esperaban que pudiera estar yo allí (Isa 11:3). |
1:19.
¿Qué implica escuchar con atención en el ministerio?.
1) Animar al interlocutor a expresarse, y hacer una pausa a fin de darle tiempo para responder.
2) Escuchar atentamente cuando hable.
3) Darle las gracias por expresar su punto de vista.
4) Hacerle preguntas con tacto para entender mejor lo que piensa.
5) Prepararse bien a fin de tener una idea clara de lo que se desea comunicar, lo cual contribuirá a que se esté relajado y se preste atención.
1:21.
¿Qué se logra eliminando la maldad del corazón y de la mente?.
Ciertamente debemos librarnos de “toda suciedad”, es decir, todo lo que es repugnante a la vista de Dios y promueve la ira. Además, debemos desechar “esa cosa superflua, la maldad” y limpiar nuestra vida de cualquier tipo de inmundicia de la carne o del espíritu. (2 Corintios 7:1; 1 Pedro 1:14-16; 1 Juan 1:9.) La eliminación de la maldad del corazón y la mente nos ayudó a ‘aceptar con apacibilidad la implantación de la palabra’ de la verdad. (Hechos 17:11, 12.) Aunque haga tiempo que somos cristianos, debemos permitir que la verdad bíblica siga implantándose en nosotros. ¿Por qué? Porque la palabra implantada produce, con la ayuda del espíritu de Dios, “la nueva personalidad” que nos permite alcanzar la salvación. (Efesios 4:20-24.)
1:22.
¿Cómo puede ayudarnos la Biblia a mejorar nuestra espiritualidad?.
Santiago escribió por inspiración a sus hermanos espirituales para animarlos a hacerse un examen sincero con la ayuda de la Palabra de Dios. Les dijo: “Si alguno es oidor de la palabra, y no hacedor, este es semejante al hombre que mira su rostro natural en un espejo. Pues se mira, y allá se va e inmediatamente olvida qué clase de hombre es. Pero el que mira con cuidado en la ley perfecta que pertenece a la libertad, y persiste en ella, este, por cuanto se ha hecho, no un oidor olvidadizo, sino un hacedor de la obra, será feliz al hacerla” (Sant. 1:23-25). Una persona puede usar un espejo para comprobar su apariencia y, de ser necesario, corregirla. Ahora bien, ¿de qué nos sirve mirarnos en el espejo si no hacemos nada para corregir los problemas que detectamos? Lo que debemos hacer es actuar en conformidad con lo que descubrimos en “la ley perfecta” de Dios, ponerla en práctica. Efectuemos de inmediato los cambios que se requieran (Heb. 12:12, 13).
1:25.
¿Qué es “la ley perfecta que pertenece a la libertad”?.
“La ley perfecta que pertenece a la libertad” no es la Ley mosaica, pues la finalidad de esta era “poner de manifiesto las transgresiones”, y Cristo ya cumplió ese objetivo (Mat. 5:17; Gál.3:19).
Santiago se refería a “la ley del Cristo”, también llamada “la ley de la fe” y “la ley de un pueblo libre” (Gál. 6:2; Rom. 3:27; Sant. 2:12).Por tanto, esta ley perfecta abarca todo lo que Jehová espera de nosotros.
2:10.
¿Por qué transgrederíamos la ley si no tratáramos a los demás con misericordia?.
Los muchos estatutos y requisitos del pacto de la Ley en realidad abrieron el camino para que, debido a la imperfección de los que estaban sujetos a ella, se cometieran muchas de tales ofensas (Ro 5:20); la nación de Israel en conjunto cometió el desacierto de no guardar aquel pacto. (Ro 11:11, 12.) Como todos los diversos estatutos de aquella Ley eran parte de un único pacto, la persona que daba “un paso en falso” en un solo estatuto se convertía en ofensor y “transgresor” de todo el pacto y, por consiguiente, de todos sus estatutos.
Si no tenemos misericordia y mostramos favoritismo, transgredimos la ley. (Santiago 2:10-13.) Al dar un paso en falso en este punto, nos hacemos ofensores respecto a todas las leyes de Dios.
2:13.
¿Se habla aqui de la misericordia de Jehová?.
Es verdad que el escritor bíblico Santiago dijo que “La misericordia se alboroza triunfalmente sobre el juicio”. Sin embargo, en el contexto estaba hablando, no de Jehová, sino de los cristianos que son misericordiosos con, por ejemplo, los atribulados y los pobres (Santiago 1:27; 2:1-9). Cuando juzga a esta clase de cristianos bondadosos, Jehová tiene en cuenta su conducta y con misericordia los perdona sobre la base del sacrificio de su Hijo. Así, la conducta misericordiosa de ellos triunfa sobre el fallo adverso que pudieran merecer (Proverbios 14:21; ; Mt 7:2).
Sus siguientes palabras también indican esto, pues tratan de las necesidades de los hermanos que están en “desnudez y carecen del alimento suficiente para el día”. (Snt 2:14-17.) Estas palabras corresponden con las de Jesús, cuando dijo que a los misericordiosos se les mostrará misericordia. (Mt 5:7; compárese con Mt 6:12; 18:32-35.) Cuando Dios traiga a juicio las obras humanas, mostrará misericordia a los que han sido misericordiosos, piadosos y compasivos y que han prestado su ayuda a los necesitados; así la misericordia que ellos han demostrado triunfará sobre cualquier juicio adverso que de otra manera hubiera podido corresponderles. Dice el proverbio: “El que muestra favor al de condición humilde le presta a Jehová, y Él le pagará su trato”. (Pr 19:17.) Muchos otros textos corroboran esta explicación de Santiago. (Compárese con Job 31:16-23, 32; Sl 37:21, 26; 112:5; Pr 14:21; 17:5; 21:13; 28:27; 2Ti 1:16, 18; Heb 13:16.)
2:13a.
¿Por qué transgrederíamos la ley si no tratáramos a los demás con misericordia?.
Si no tenemos misericordia y mostramos favoritismo, transgredimos la ley. (Santiago 2:10-13.) Al dar un paso en falso en este punto, nos hacemos ofensores respecto a todas las leyes de Dios. Los israelitas que no cometían adulterio pero eran ladrones, transgredían igualmente la Ley mosaica. Como cristianos, se nos juzga según “la ley de un pueblo libre”, el Israel espiritual con quien se ha celebrado un nuevo pacto y tiene escrita la ley en el corazón. (Jeremías 31:31-33.)
2:13b.
¿Por qué no pueden esperar la misericordia de Dios quienes muestran favoritismo?.
Si afirmamos tener fe, pero seguimos mostrando favoritismo, nos hallamos en peligro. A aquellos que no tienen amor ni misericordia se les hará el juicio sin misericordia. (Mateo 7:1, 2.) Santiago dice: “La misericordia se alboroza triunfalmente sobre el juicio”. Si aceptamos la guía del espíritu santo de Jehová y tratamos siempre a los demás con misericordia, no se nos condenará cuando se nos juzgue. Por el contrario, se nos tendrá misericordia y así esta triunfará sobre la justicia estricta o el juicio adverso.
2:13c.
¿Cómo puede un cristiano casado contribuir a la restauración de su cónyuge expulsado
sin estar fuera de armonía con la acción de expulsión de la congregación?.
Cuando se expulsa a un cónyuge, el otro cónyuge, como “una sola carne” con éste, correctamente puede hacer cuanto pueda por llevar a éste al arrepentimiento y su restauración en la congregación. El abstenerse de compañerismo espiritual no excluiría el uso de la Biblia o publicaciones que explican la Biblia, pues, como hemos visto, el compañerismo entraña una mutualidad de sentimiento y punto de vista, una igualdad de camaradería. Si el cónyuge en buena posición usa la Palabra de Dios o publicaciones que se basan en ella como medio puramente restaurativo y correctivo, esto no constituiría dicho compañerismo. De consiguiente el esposo que estuviera planeando leer cierto material bíblico podría animar a una esposa expulsada a escuchar su lectura de ello. O una esposa cuyo esposo estuviera expulsado podría preguntarle si estaría dispuesto a escuchar mientras ella efectuara dicha lectura. Por supuesto, puede haber una discusión como resultado de tal lectura. En tal caso, el abstenerse de compañerismo de modo espiritual se mantiene cuidando de que no haya participación en ningún sentimiento o actitud incorrecto manifestado por el expulsado ni ninguna anuencia a aceptar cualquier condonación de la acción incorrecta que resultó en que él o ella fuera expulsado. (Vea el libro Organización para predicar el Reino y hacer discípulos, página 170.)
Sentimiento de pena o compasión por los que sufren, que impulsa a ayudarles o aliviarles; en determinadas ocasiones, virtud que impulsa a ser benévolo en el juicio o castigo.
La palabra hebrea ra-jamím y la griega é-le-os (verbo, e-le-é-ö) suelen traducirse “misericordia”. Un examen de estos términos y de su uso ayuda a resaltar todos sus matices y significado. El verbo hebreo ra-jám se define como “sentir o irradiar afecto entrañable; [...] ser compasivo”. (A Hebrew and Chaldee Lexicon, edición de B. Davies, 1957, pág. 590.) Según el lexicógrafo Gesenius, “la idea principal parece radicar tanto en el hecho de tener cariño y tratar con dulzura como en el sentimiento de tierna emoción”. (A Hebrew and English Lexicon of the Old Testament, traducción al inglés de E. Robinson, 1836, pág. 939.) El término está estrechamente relacionado con la palabra para “matriz”; se puede referir también a las “entrañas”, las cuales se ven afectadas cuando se siente de manera afectuosa y tierna la compasión o piedad. (Compárese con Isa 63:15, 16; Jer 31:20).
En las Escrituras ra-jám solo se emplea una vez como sentimiento del hombre hacia Dios, cuando el salmista dijo: “Te tendré cariño [forma de ra-jám], oh Jehová fuerza mía”. (Sl 18:1.) En el plano humano, José manifestó esta misma cualidad cuando se le conmovieron “sus emociones internas [forma de ra-jamím]” debido a su hermano Benjamín, y lloró. (Gé 43:29, 30; compárese con 1Re 3:25, 26.) Cuando las personas veían la posibilidad de que las maltrataran sus captores (1Re 8:50; Jer 42:10-12) u oficiales de mayor autoridad (Gé 43:14; Ne 1:11; Da 1:9), deseaban y pedían en oración piedad o misericordia, para que se les tratara con favor, amabilidad y consideración. (Contrástese con Isa 13:17, 18.)
La misericordia de Jehová. El uso más frecuente del término tiene que ver con la relación de Jehová con su pueblo. La piedad de Dios (ra-jám) con su pueblo se compara con la que siente una mujer por los hijos de su vientre y con la misericordia de un padre hacia sus hijos. (Isa 49:15; Sl 103:13.) La nación de Israel necesitó ayuda misericordiosa muchas veces debido a que se apartaba con frecuencia de la justicia y se metía en graves aprietos. Si demostraba una actitud correcta de corazón y se volvía a Jehová, Él les otorgaba su compasión, favor y benevolencia. (Dt 13:17; 30:3; Sl 102:13; Isa 54:7-10; 60:10.) El que enviara a su Hijo para que naciese en Israel fue prueba de un “amanecer” venidero de compasión y misericordia divinas para el pueblo. (Lu 1:50-58, 72-78.)
La palabra griega é-le-os transmite algo del sentido de la palabra hebrea ra-jamím. La obra Vine’s Expository Dictionary of Old and New Testament Words dice: “ÉLEOS (έλεος) ‘es la manifestación externa de la compasión; por una parte, presupone que el que se beneficia de ella tiene una necesidad, y, por otra, que el que la manifiesta cuenta con los medios para satisfacer dicha necesidad’”.
El verbo (e-le-é-ö) por lo general transmite la idea de “sentir condolencia de las desgracias ajenas, en particular la condolencia que se manifiesta en obras” (1981, vol. 3, págs. 60, 61). Por lo tanto, los ciegos, los endemoniados, los leprosos o aquellos cuyos hijos estaban afligidos estaban entre las personas que provocan é-le-os, es decir, la expresión de la misericordia y piedad. (Mt 9:27; 15:22; 17:15; Mr 5:18, 19; Lu 17:12, 13.) En respuesta a la súplica: “Ten misericordia de nosotros”, Jesús realizó milagros que liberaron a tales personas. No lo hizo de una manera indiferente y rutinaria, sino “enternecido”. (Mt 20:31, 34.) Aquí el escritor del evangelio usó una forma del verbo splag-kjní-zo-mai, relacionado con splág-kjna, que significa literalmente “entrañas” o “intestinos”. (Hch 1:18.) Este verbo expresa el sentimiento de piedad, mientras que é-le-os se refiere a la manifestación activa de tal piedad, por consiguiente, a un acto de misericordia.
No se limita a la acción judicial. La palabra “misericordia” comunica con bastante frecuencia la idea de abstenerse o retraerse, por ejemplo, de castigar, por compasión o condolencia. Por lo tanto, suele tener una connotación judicial, como cuando un juez muestra clemencia al atenuar el castigo de un malhechor. Puesto que la manera como Dios muestra misericordia siempre está en armonía con sus otras cualidades y normas rectas, entre ellas su justicia y apego a la verdad (Sl 40:11; Os 2:19), y dado que todos los hombres son por herencia pecaminosos y merecen la muerte como salario por el pecado (Ro 5:12; compárese con Sl 130:3, 4; Da 9:18; Tit 3:5), es evidente que el perdón del error y la moderación en el castigo suelen englobarse en el concepto de la misericordia divina. (Sl 51:1, 2; 103:3, 4; Da 9:9; Miq 7:18, 19.) Sin embargo, lo susodicho permite ver que los términos hebreos y griegos (ra·jamím; é·le·os) no se limitan al hecho de perdonar o retraerse de administrar una pena judicial. El perdón del error no es en sí mismo la misericordia a la que suelen referirse estos términos; más bien, dicho perdón abre el camino a la misericordia. Dios nunca pasa por alto sus normas perfectas de justicia al expresar misericordia, y por esta razón ha provisto el sacrificio de rescate por medio de su Hijo Cristo Jesús, lo que ha hecho posible el perdón de pecados sin que se atente contra la justicia. (Ro 3:25, 26.)
De modo que la misericordia normalmente no se refiere a una acción negativa (como retraerse de castigar), sino a una acción positiva, a la expresión de consideración o piedad que alivia al que sufre.
Este hecho se ilustra bien en la parábola de Jesús sobre el samaritano que vio tendido en el camino a un hombre que había sido asaltado y golpeado. Demostró que era “prójimo” de aquel hombre porque, movido por la piedad, “actuó misericordiosamente para con él” curándole las heridas y cuidando de él. (Lu 10:29-37.) En este caso la misericordia no tuvo que ver ni con el perdón de malas acciones ni con procedimientos judiciales.
Por lo tanto, las Escrituras muestran que la misericordia de Jehová Dios no es una cualidad que solo entra en juego cuando juzga a las personas por haber cometido algún mal. Más bien, es una cualidad característica de la personalidad de Dios, su manera normal de reaccionar para con el necesitado, una faceta de su amor. (2Co 1:3; 1Jn 4:8.) Él no es como los dioses falsos de las naciones, insensibles y sin compasión. Por el contrario, “Jehová es benévolo y misericordioso, tardo para la cólera y grande en bondad amorosa. Jehová es bueno para con todos, y sus misericordias están sobre todas sus obras”. (Sl 145:8, 9; compárese con Sl 25:8; 104:14, 15, 20-28; Mt 5:45-48; Hch 14:15-17.) Es “rico en misericordia”, su sabiduría está “llena de misericordia”. (Ef 2:4; Snt 3:17). Eso se demostró mediante su Hijo, cuya personalidad, habla y acciones eran un reflejo de las cualidades de su Padre. (Jn 1:18.) Cuando las muchedumbres salían para escucharle, Jesús ‘se enternecía [forma de splag·kjní·zo·mai]’, incluso antes de ver su reacción a lo que iba a decirles, porque estaban “desolladas y desparramadas como ovejas sin pastor”. (Mr 6:34; Mt 9:36; compárese con Mt 14:14; 15:32.)
Una necesidad humana. Obviamente, la incapacidad fundamental y mayor de la humanidad viene del pecado heredado de su antepasado Adán. Por lo tanto, todos se hallan en extrema necesidad, en una condición lastimosa. Jehová Dios ha sido misericordioso con la humanidad al dotarla de los medios para librarse de esta gran incapacidad y sus consecuencias: la enfermedad y la muerte. (Mt 20:28; Tit 3:4-7; 1Jn 2:2.) Por ser misericordioso, tiene paciencia, porque “no desea que ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen el arrepentimiento”. (2Pe 3:9.) Jehová desea responder a todos con bien; lo prefiere (compárese con Isa 30:18, 19), pues no halla ningún ‘deleite en la muerte de los inicuos’, y “no de su propio corazón ha afligido ni desconsuela a los hijos de los hombres”, como ocurrió con la destrucción de Judá y Jerusalén. (Eze 33:11; Lam 3:31-33.) Es la dureza de corazón de la gente, su obstinación y negativa a responder a su benevolencia y misericordia, lo que le obliga a adoptar un proceder diferente, lo que hace que su misericordia se haya “encerrado” y no les alcance. (Sl 77:9; Jer 13:10, 14; Isa 13:9; Ro 2:4-11.)
No se debe abusar de la misericordia. Aunque Jehová tiene gran misericordia para con los que se acercan a Él con sinceridad, de ningún modo eximirá de castigo a los que no se arrepienten y realmente merecen castigo. (Éx 34:6, 7.) No se puede abusar de la misericordia divina; no se puede pecar con completa impunidad o librarse de los resultados o las consecuencias de un mal proceder. (Gál 6:7, 8; compárese con Nú 12:1-3, 9-15; 2Sa 12:9-14.) Jehová puede, misericordiosamente, ser sufrido, mostrar gran paciencia y dar a las personas la oportunidad de corregir su mal proceder; aunque manifieste desaprobación, puede que no los abandone por completo, sino que misericordiosamente continúe dándoles ayuda y dirección. (Compárese con Ne 9:18, 19, 27-31.) Pero si no responden, su paciencia tiene un límite y Él retendrá su misericordia y actuará contra ellos por causa de Su propio nombre. (Isa 9:17; 63:7-10; Jer 16:5-13, 21; compárese con Lu 13:6-9.)
No está regida por normas humanas. Al hombre no le corresponde poner las normas o criterios por los que Dios debe mostrar misericordia. Desde su posición celestial estratégica y en armonía con su propio buen propósito, con su previsión de futuro y facultad de leer el corazón del hombre, Jehová ‘muestra misericordia a quien quiera mostrar misericordia’. (Éx 33:19; Ro 9:15-18; compárese con 2Re 13:23; Mt 20:12-15.) En el capítulo 11 de Romanos el apóstol considera la incomparable sabiduría y misericordia de Dios al dar una oportunidad de entrar en el Reino celestial a los gentiles. Estos no formaban parte de la nación de Dios, Israel, por lo que no habían sido objeto de la misericordia que se derivaba de la relación de pacto con Él. Además, su vida se caracterizaba por su desobediencia a Dios. (Compárese con Ro 9:24-26; Os 2:23.) Pablo explica que a Israel se le dio la primera oportunidad, pero que en su mayor parte fueron desobedientes. Como consecuencia, se abrió el camino para que los gentiles fuesen parte del prometido “reino de sacerdotes y una nación santa”. (Éx 19:5, 6.) Pablo concluye: “Porque Dios los ha encerrado a todos juntos [judíos y gentiles] en la desobediencia, para mostrarles misericordia a todos ellos”. Gracias al sacrificio de rescate de Cristo, podría eliminarse de todos los que ejercieran fe (entre ellos los gentiles) el pecado adámico que había trascendido a toda la humanidad, y gracias a su muerte en el madero de tormento, se podría librar de la maldición de la Ley a los que estaban obligados a ella (los judíos), a fin de que todos pudieran recibir misericordia. El apóstol exclama: “¡Oh la profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán inescrutables son sus juicios e ininvestigables sus caminos!”. (Ro 11:30-33; Jn 3:16; Col 2:13, 14; Gál 3:13.)
Buscar la misericordia de Dios. Los que desean disfrutar de la misericordia de Dios deben buscarle con una buena predisposición de corazón y abandonando sus malos caminos y pensamientos perjudiciales (Isa 55:6, 7); no solo es preciso, sino propio, que le teman y le muestren aprecio por sus preceptos justos (Sl 103:13; 119:77, 156, 157; Lu 1:50); y si se desvían del proceder justo que han estado siguiendo, no deben intentar encubrirlo, sino confesarlo y arrepentirse con un corazón contrito. (Sl 51:1, 17; Pr 28:13.) Otro factor imprescindible es que ellos mismos deben ser misericordiosos. Jesús dijo: “Felices son los misericordiosos, puesto que a ellos se les mostrará misericordia”. (Mt 5:7.)
Dones de misericordia. Los fariseos mostraron una actitud inmisericorde hacia otros, por lo que Jesús los reprendió, diciendo: “Vayan, pues, y aprendan lo que esto significa: ‘Quiero misericordia, y no sacrificio’”. (Mt 9:10-13; 12:1-7; compárese con Os 6:6.) Él colocó la misericordia entre los asuntos de más peso de la Ley. (Mt 23:23.) Como se observa, aunque tal misericordia podía abarcar clemencia judicial, como la que los fariseos pudieran tener la oportunidad de mostrar, tal vez por ser miembros del Sanedrín, su aplicación no se limitaba a ese contexto. Se refería primordialmente a la manifestación activa de piedad o compasión, a obras de misericordia. (Compárese con Dt 15:7-11.)
Esta misericordia se podía expresar por medio de una contribución material. Pero para que Dios la considere de valor, debe haber un buen motivo, no ser simplemente un ‘altruismo interesado’. (Mt 6:1-4.) Las dádivas materiales estaban entre las “dádivas de misericordia [una forma de e·le·ë·mo·sý·në]” características de Dorcas (Hch 9:36, 39), y probablemente también entre las de Cornelio, dádivas que junto con sus oraciones resultaron en que Dios le oyera favorablemente. (Hch 10:2, 4, 31.) Jesús dijo que el error de los fariseos radicaba en no dar “como dádivas de misericordia las cosas que están dentro”. (Lu 11:41.) Por lo tanto, la verdadera misericordia debe brotar del corazón.
Jesús y sus discípulos se destacaron especialmente por las dádivas espirituales, de mucho más valor que las materiales, que misericordiosamente ofrecieron. (Compárese con Mt 5:7Jn 6:35; Hch 3:1-8.) Los miembros de la congregación cristiana, en especial los que actúan en ella como ‘pastores’ (1Pe 5:1, 2), deben cultivar la cualidad de la misericordia y reflejarla, tanto en aspectos materiales como espirituales, “con alegría”, nunca de mala gana. (Ro 12:8.) El que la fe de ciertos miembros de la congregación se debilite puede hacer que enfermen espiritualmente y hasta que expresen dudas. Debido al peligro de muerte espiritual, se exhorta a sus compañeros cristianos a que sean misericordiosos con ellos y los ayuden a evitar un mal fin. Mientras manifiestan su misericordia hacia aquellos cuyas acciones no han sido correctas, deben cuidarse de no caer en la misma tentación, y han de ser conscientes de que no solo deben amar la justicia, sino también odiar el mal. Su trato misericordioso no implica que aprueban el mal. (Jud 22, 23; compárese con 1Jn 5:16, 17; véase DÁDIVAS DE MISERICORDIA.)
La misericordia se alboroza triunfalmente sobre el juicio. El discípulo Santiago escribe: “Al que no practica misericordia se le hará su juicio sin misericordia. La misericordia se alboroza triunfalmente sobre el juicio”. (Snt 2:13.) El contexto muestra que Santiago desarrolla aquí los comentarios que había hecho antes respecto a la adoración verdadera, el cuidado misericordioso que se le debe a los afligidos y la atención a los pobres sin discriminación ni favoritismo por los ricos. (Snt 1:27; 2:1-9.) Sus siguientes palabras también indican esto, pues tratan de las necesidades de los hermanos que están en “desnudez y carecen del alimento suficiente para el día”. (Snt 2:14-17.) Cuando Dios traiga a juicio las obras humanas, mostrará misericordia a los que han sido misericordiosos, piadosos y compasivos y que han prestado su ayuda a los necesitados; así la misericordia que ellos han demostrado triunfará sobre cualquier juicio adverso que de otra manera hubiera podido corresponderles. Dice el proverbio: “El que muestra favor al de condición humilde le presta a Jehová, y Él le pagará su trato”. (Pr 19:17.) Muchos otros textos corroboran esta explicación de Santiago. (Compárese con Job 31:16-23, 32; Sl 37:21, 26; 112:5; Pr 14:21; 17:5; 21:13; 28:27; 2Ti 1:16, 18; Heb 13:16.)
Santiago habla aquí de la misericordia con la que cada siervo de Jehová debe tratar a su prójimo. En el sentido de que cuando el cristiano tenga que rendirle cuentas, Jehová recordará sus obras de misericordia y lo perdonará tomando como base el sacrificio redentor de su Hijo (Rom. 14:12). Sin duda, una de las razones por las que David fue tratado con misericordia cuando pecó con Bat-seba es que él mismo había sido misericordioso (1 Sam. 24:4-7). Por otro lado, “al que no practica misericordia se le hará su juicio sin misericordia” (Sant. 2:13a). No debería sorprendernos, por tanto, que la lista de individuos a los que Jehová considera “merecedores de muerte” incluya a los “despiadados”, o faltos de misericordia (Rom. 1:31, 32). Estas palabras corresponden con las de Jesús, cuando dijo en su Sermón del Monte que a los misericordiosos se les mostrará misericordia. (Mt 5:7; compárese con Mt 6:12; 18:32-35.) Sus palabras son muy claras y contundentes: quien quiera recibir la misericordia divina tiene que ser misericordioso.
La misericordia del Sumo Sacerdote de Dios. El libro de Hebreos explica por qué Jesús, como Sumo Sacerdote mayor que los sacerdotes aarónicos, tuvo que nacer como hombre, sufrir y morir: “Por consiguiente, le era preciso llegar a ser semejante a sus ‘hermanos’ en todo respecto, para llegar a ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel en cosas que tienen que ver con Dios, a fin de ofrecer sacrificio propiciatorio por los pecados de la gente”. Habiendo sufrido bajo prueba, “puede ir en socorro de los que están siendo puestos a prueba”. (Heb 2:17, 18.) Los que se dirigen a Dios por medio de Jesús pueden hacerlo con confianza, pues tienen el registro de su vida, sus palabras y sus acciones. “Porque no tenemos como sumo sacerdote a uno que no pueda condolerse de nuestras debilidades, sino a uno que ha sido probado en todo sentido igual que nosotros, pero sin pecado. Acerquémonos, por lo tanto, con franqueza de expresión al trono de la bondad inmerecida, para que obtengamos misericordia y hallemos bondad inmerecida para ayuda al tiempo apropiado.” (Heb 4:15, 16.)
El que Jesús sacrificara su propia vida fue un gesto sobresaliente de misericordia y amor. Ya en el cielo, también manifestó su misericordia como Sumo Sacerdote, como en el caso de Pablo (Saulo), con quien fue misericordioso debido a su ignorancia. Pablo expresa: “No obstante, la razón por la cual se me mostró misericordia fue para que, por medio de mí como el caso más notable, Cristo Jesús demostrara toda su gran paciencia como muestra de los que van a cifrar su fe en él para vida eterna”. (1Ti 1:13-16.) Tal como Jehová Dios, el Padre de Jesús, mostró misericordia muchas veces a Israel al salvarlos de sus enemigos, liberarlos de sus opresores y conducirlos a un estado de paz y prosperidad, así también los cristianos pueden tener una esperanza firme en la misericordia que se les expresará por medio del Hijo de Dios. Por consiguiente, Judas escribe: “Manténganse en el amor de Dios, mientras esperan la misericordia de nuestro Señor Jesucristo con vida eterna en mira”. (Jud 21.) La maravillosa misericordia de Dios por medio de Cristo estimula a los verdaderos cristianos a que no desfallezcan en su ministerio, sino que lo lleven a cabo de manera altruista. (2Co 4:1, 2.)
Trato misericordioso a los animales. Proverbios 12:10 dice: “El justo está cuidando del alma de su animal doméstico, pero las misericordias de los inicuos son crueles”. Mientras que la persona justa conoce las necesidades de sus animales y se preocupa por su bienestar, las misericordias de la persona inicua no se conmueven por necesidades como estas. Según los principios egoístas e insensibles del mundo, el trato que muchos dan a los animales solo se basa en el beneficio que pueden conseguir de ellos. Lo que la persona inicua consideraría un cuidado adecuado en realidad puede ser un trato cruel. (Contrástese con Gé 33:12-14.) El interés que la persona justa siente por sus animales tiene un precedente en el propio interés que Dios siente por ellos como parte de su creación. (Compárese con Éx 20:10; Dt 25:4; 22:4, 6, 7; 11:15; Sl 104:14, 27; Jon 4:11.)
La misericordia y la bondad. Otros vocablos que guardan relación con los términos ra·jamím y é·le·os y que con frecuencia se utilizan conjuntamente con estos son la palabra hebrea jé·sedh (Sl 25:6; 69:16; Jer 16:5; Lam 3:22) y la palabra griega kjá·ris (1Ti 1:2; Heb 4:16; 2Jn 3), que significan, respectivamente: “bondad amorosa [amor leal]” y “bondad inmerecida”. Jé·sedh difiere de ra·jamím en que recalca la devoción o el apego leal y amoroso al objeto de la bondad, mientras que ra·jamím destaca la tierna compasión o piedad que se siente. De igual manera, la diferencia principal entre kjá·ris y é·le·os es que kjá·ris expresa especialmente la idea de una dádiva gratuita e inmerecida, con lo que se enfatiza la magnanimidad y generosidad del dador, mientras que é·le·os pone de relieve la respuesta misericordiosa a las necesidades de los afligidos o desfavorecidos. Por consiguiente, Dios mostró kjá·ris (bondad inmerecida) a su Hijo cuando “bondadosamente le dio [e·kja·rí·sa·to] el nombre que está por encima de todo otro nombre”. (Flp 2:9.) Esta bondad no estaba impulsada por piedad, sino por la generosidad amorosa de Dios. (Véase BONDAD.)
La misericordia de Jehová
Dios escogió las cosas necias del mundo, para avergonzar a los sabios por su gran misericordia. (1Co 1:27) ¿Por qué escogió Jehová a Pablo como siervo suyo? Para demostrar su gran misericordia; y ese fue el tema principal de Pablo en sus cartas por su propia experiencia, por la mucha misericordia y bondad que Jehová le mostró a el mismo. Seria curioso escuchar la opinión de un consejero empresarial, sobre los miembros del grupo que Jesucristo escogió para fundar la congregación cristiana. Supongamos que Jesucristo le hubiera pasado las solicitudes de sus apóstoles a la gestaría Jordán en Jerusalén para que las calificaran.
Estos son los 12 miembros que he escogido para la fundación de mi empresa, examinen por favor sus currículos y háganme saber lo que ustedes piensan.
Simón Pedro, es una persona emocionalmente inestable y peligrosamente impulsivo.
Dios escogió las cosas necias del mundo, para avergonzar a los sabios. (1Co 1:27) |
3:6.
Infierno y Gehena... ¿qué diferencia existe?.
La expresión “infierno de fuego” es una tergiversación del significado de la palabra griega “Gehena”, nombre que antiguamente identificaba al basurero que estaba fuera de la ciudad de Jerusalén y que Jesús utilizó como símbolo de destrucción eterna. (Mateo 10:28.) ¿Y qué hay de la palabra “infierno” (traducida del vocablo hebreo “sche’óhl” y del griego “hái-des”)? Si fuese un lugar de tormento, ¿hubiera querido alguien ir allí? Difícilmente. Sin embargo, el patriarca Job pidió a Dios que le ocultase en ese lugar. (Job 14:13.) Jonás prácticamente fue al infierno de la Biblia cuando estuvo en el vientre del gran pez, y desde allí oró a Dios para que lo liberase. (Jonás 2:1, 2.) El infierno de la Biblia es la sepultura común de la humanidad, donde los muertos descansan en la memoria amorosa de Dios, a la espera de una resurrección. (Juan 5:28, 29.)
3:13.
¿Cómo podemos los humanos imperfectos manifestar la “apacibilidad que pertenece a la sabiduría”?.
La Biblia nos habla de personas que se destacaron por su carácter apacible o manso, como por ejemplo Moisés. Pese a la gran responsabilidad que tenía, se dice que él “era con mucho el más manso de todos los hombres que había sobre la superficie del suelo” (Núm. 11:29; 12:3). Y recordemos que Jehová le dio fuerzas para que llevara a cabo su voluntad. A Jehová le complace utilizar a personas apacibles para cumplir su propósito. Es obvio, pues, que a los seres humanos imperfectos sí nos es posible manifestar la “apacibilidad que pertenece a la sabiduría” (Sant. 3:13). Pero ¿cómo podemos demostrarla a mayor grado? La apacibilidad forma parte del fruto del espíritu santo de Jehová (Gál. 5:22, 23). Por lo tanto, pidámosle a Jehová que nos dé su espíritu y esforcémonos por manifestar su fruto. Podemos tener la seguridad de que él nos ayudará a ser más apacibles. El salmista nos da una razón poderosa para manifestar esta cualidad cuando garantiza que Dios “enseñará a los mansos Su camino” (Sal. 25:9).
4:1.
¿Por qué habló Santiago de tales actos a los cristianos?.
Siglos después de la muerte de Santiago, los cristianos falsos guerrearon entre sí y se asesinaron unos a otros en sentido físico. Sin embargo, Santiago escribía a los miembros del “Israel de Dios” del siglo primero, futuros ‘sacerdotes y reyes’ celestiales (Apocalipsis 20:6). Ellos no se asesinaban ni mataban en guerras literales. ¿Por qué, entonces, habló Santiago de tales actos a los cristianos? Pues bien, el apóstol Juan llamó homicida a cualquiera que odiara a su hermano. Y Pablo se refirió a los conflictos de personalidad y las enemistades que había en las congregaciones como ‘contiendas’ y “peleas” (Tito 3:9; 2 Timoteo 2:14; 1 Juan 3:15-17). Al parecer Santiago tendría asimismo presente la falta de amor a los hermanos en la fe. Los cristianos actuaban entre ellos de manera semejante a como suelen tratarse las personas del mundo.
¿Por qué sucedía esto en las congregaciones cristianas? Debido a las malas actitudes, como la codicia y los “deseos vehementes de placer sensual”. El orgullo, los celos y la ambición también pueden quebrantar la amorosa hermandad cristiana de la congregación (Santiago 3:6, 14). Estas actitudes convierten a la persona en amiga del mundo y, por tanto, enemiga de Dios. Nadie que albergue actitudes como estas puede esperar que seguirá formando parte de la organización de Dios.
4:5.
¿Qué texto bíblico está citando Santiago?.
Aquí Santiago no está citando ningún versículo en concreto. Estas palabras inspiradas por Dios posiblemente se basan en textos como Génesis 6:5; 8:21; Proverbios 21:10 y Gálatas 5:17.
Pesar o padecimiento por razón de las pertenencias, prosperidad, ventajas, posición o reputación ajenas. Las personas envidiosas desean lo que tienen los demás, y suelen pensar que los que poseen el objeto de su deseo no se lo merecen. La palabra hebrea qin-`áh puede referirse, según el contexto, a celo, ardor, insistencia en la devoción exclusiva, o bien a los celos y la envidia (2Re 19:31; Sl 79:5; Nú 25:11; 5:14; Job 5:2), a diferencia del término griego fthó-nos, que siempre tiene una connotación negativa y significa envidia. (Ro 1:29.)
Una de las malas inclinaciones del hombre pecaminoso es la tendencia a la envidia. (Sant. 4:5.) Es una expresión del odio. Debido a que los filisteos envidiaban la prosperidad de Isaac, cegaron con malicia los pozos de los que dependían sus rebaños y manadas. Por último, su rey exigió que Isaac se marchara de la zona. (Gé 26:14-16, 27.) La envidia que Coré, Datán y Abiram, sentían por la dignidad y honra de la posición que ocupaban Moisés y Aarón provocó su rencoroso ataque verbal. (Nú 16:1-3; Sl 106:16-18.) La respuesta favorable de la gente al mensaje de Jesús suscitó la envidia de los sacerdotes principales y de muchos ancianos judíos. Su envidia alcanzó cotas insospechadas cuando entregaron al Hijo de Dios a Pilato para que este dictara su sentencia de muerte. (Mt 27:1, 2, 18; Mr 15:10.)
Abogar por enseñanzas que no están de acuerdo con las de Jesús genera envidia. El principal interés del que las enseña no es la gloria de Dios, sino la promoción de su propia doctrina. La envidia resultante puede llevar a que se intente representar a los verdaderos cristianos en falsos colores, calumniarlos y socavar su labor e influencia sana. (1Ti 6:3, 4.) El apóstol Pablo tuvo que contender con personas que tenían malos motivos, que predicaban a Cristo por envidia. Por esta envidia, intentaron desacreditar la reputación de Pablo y su autoridad apostólica. Quisieron desanimar y desalentar al apóstol, que para entonces estaba preso. Procuraron ganar prestigio en detrimento de Pablo con el objeto de alcanzar sus fines egoístas. (Flp 1:15-17.)
Peligro de ceder a la envidia. La gente que consigue lo que quiere mediante el fraude y la violencia puede disfrutar por un tiempo de prosperidad, seguridad y buena salud. Es posible que los inicuos incluso tengan una muerte pacífica, no angustiosa. Cuando un siervo de Dios observa que sus circunstancias son menos favorables que las de los inicuos, puede ser que permita que la envidia erosione su aprecio por el valor de hacer la voluntad divina, como le sucedió al salmista Asaf. (Sl 73:2-14.) Por ello, en repetidas ocasiones las Escrituras ofrecen razones sólidas por las que no se debe envidiar a los malhechores ni adoptar sus caminos: los que practican la injusticia son tan transitorios como la hierba que se seca en seguida bajo el calor del sol. (Sl 37:1, 2.) Aunque los que consiguen sus objetivos mediante la violencia disfruten de prosperidad, son detestables a Jehová y están bajo su maldición (Pr 3:31-33), su vida no tiene futuro. (Pr 23:17, 18; 24:1, 19, 20.)
La patética suerte de la persona envidiosa se anuncia en el proverbio inspirado: “El hombre de ojo envidioso [literalmente, “malo; maligno”] se agita tras cosas valiosas, pero no sabe que la carencia misma le sobrevendrá”. (Pr 28:22.) En efecto, la persona de ojo envidioso se encamina a la carencia. Se esfuerza por elevarse a sí misma a la altura de aquellos a quienes envidia, pero al mismo tiempo se degrada en sentido moral, sacrificando los principios justos. Aun si consigue riquezas, son temporales y tiene que abandonarlas cuando le sobreviene la muerte. De modo que se ha esforzado o ‘agitado’ para nada. Jesús mencionó “el ojo envidioso [literalmente, “inicuo”]” entre las cosas inicuas que proceden del interior del hombre y lo contaminan. (Mr 7:22, 23.)
La envidia es una de las obras despreciables de la carne que se interpone en el camino hacia el Reino de Dios. (Gál 5:19-21.) Todos los que persistan en ella “son merecedores de muerte”. (Ro 1:29, 32.) Sin embargo, con la ayuda del espíritu de Dios es posible evitar la envidia. (Gál 5:16-18, 25, 26; Tit 3:3-5; 1Pe 2:1.)
“Combatamos la envidia con afecto”
Cuenta una fábula que en cierta ocasión una serpiente empezó a perseguir a una luciérnaga; ésta huía muy rápido y llena de miedo de la feroz depredadora, pero la serpiente no pensaba desistir en su intento de alcanzarla. La luciérnaga pudo huir durante el primer día, pero la serpiente no desistía, dos días y nada, al tercer día, ya sin fuerzas, la luciérnaga detuvo su agitado vuelo y le dijo a la serpiente: ¿Puedo hacerte tres preguntas? No acostumbro conceder deseos a nadie, pero como te voy a devorar, puedes preguntar, respondió la serpiente.
Entonces dime: ¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?
¿Yo te hice algún mal?
Entonces, ¿Por qué quieres acabar conmigo? Muchos de nosotros nos hemos visto envueltos en situaciones donde nos preguntamos:
¿Por qué me pasa esto si yo no he hecho nada malo?
La envidia es uno de los peores sentimientos que podemos tener. Al abrazar la humildad y cultivar un espíritu modesto, glorificamos a Dios y fortalecemos la unidad en cualquier ámbito de nuestra vida, evitando que la envidia contamine nuestro carácter sincero. En lugar de sucumbir a la desconfianza y la competencia, honramos a Jehová, permitiendo que el espíritu de armonía florezca en nuestro hogar, trabajo, congregación y amistades. (Tit 3:3; 1Pe 4:4; Snt 4:5) ★La fábula de la serpiente y la luciérnaga
|
¿Cómo podemos superar la tendencia a la envidia?
Al esforzarnos por sentir amor y cariño por nuestros hermanos en la fe, relacionarnos con personas espirituales, hacer el bien y alegrarnos “con los que se regocijan” (Ro 12:15) No es justo desear conseguir lo que tienen otros, sin estar dispuesto a invertir lo que el otro tuvo que sacrificar para adquirir lo que ahora disfruta. De todas formas no es prudente darle demasiada importancia a si alguien nos acepta o no, pues en el día de Jehová no vamos a darle cuentas a un individuo, sino a Jehová. |
¿Quién define a un pueblo?
Envidia: "Carcoma de virtudes", ella define a España como ningún otro pecado (Periódico El mundo - 5 ago. 2017)
Se supone que la ENVIDIA es el más grave pecado de los españoles.
Cervantes, en sus consejos a Sancho, la llama "raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes";
Camilo José Cela: "el español (...) arde en el fuego de la envidia ..." Julio Iglesias en su canción "Vuela alto" describe la actitud que yo solo note en mi propia carne en este país. Duele tener que admitir que después de pasar mi juventud en el extranjero con una imagen infantil de fantasía de lo que era España, haya despertado bruscamente después de volver a este país con la dura realidad que sus poetas y medios describen. |
La humildad es la actitud mental totalmente contraria al orgullo y la vanidad. Es una virtud que nace en el corazón y se manifiesta en la forma de hablar, comportarse y tratar al prójimo. No es debilidad, sino una disposición mental que agrada a Jehová. La persona humilde reconoce que todo el mundo le supera en algún aspecto (Filipenses 2:3). Además, acepta sugerencias de otros y está dispuesta a hacer por ellos tareas que algunos pudieran considerar serviles.
La palabra "humildad" viene del latín humilitas y esta viene de la raíz humus que significa "tierra". La palabra humildad esta relacionada con la aceptación de nuestras propias limitaciones, bajeza, sumisión y rendimiento. Cualidades muy humanas (de la tierra) si son comparadas con los dioses que estaban en el cielo.
En las Escrituras Hebreas la palabra “humildad” se deriva de una raíz (`a·náh) que significa “afligido; humillado; oprimido”. Las palabras derivadas de esta raíz se han traducido de varias maneras: “humildad”, “mansedumbre”, “aflicción”, etc. Otros dos verbos hebreos que tienen que ver con la “humildad” son ka·ná` (literalmente, “someter[se]”) y scha·fél (literalmente, “ser o hacerse bajo”). En las Escrituras Griegas Cristianas, la palabra ta·pei·no·fro·sý·në, que procede de las palabras ta·pei·nó·ö, “humillar”, y frën, “mente”, se traduce “humildad” y “humildad mental”.
Para ser humildes tenemos que razonar sobre nuestra relación personal con Dios y con nuestro semejante según se indica en la Biblia, y luego poner en práctica los principios aprendidos. La palabra hebrea hith·rap·pés, que se traduce “humíllate”, significa literalmente “pisotéate”. Expresa muy bien la acción a la que hace referencia el sabio en Proverbios: “Hijo mío, si has salido fiador por tu semejante, [...] si has sido cogido en un lazo por los dichos de tu boca, [...] has caído en la palma de la mano de tu semejante: Ve y humíllate [pisotéate], e inunda con importunaciones a tu semejante. [...] Líbrate”. (Pr 6:1-5.) En otras palabras: echa a un lado tu orgullo, reconoce tu error, endereza los asuntos y busca perdón. Jesús exhortó a que las personas se humillasen delante de Dios como si fueran un niño, y que en vez de tratar de ser prominentes, ministrasen o sirviesen a sus hermanos. (Mt 18:4; 23:12.)
También se aprende humildad cuando se pasa por una experiencia que hace humillar el espíritu. Jehová dijo a Israel que los había humillado haciéndolos vagar cuarenta años por el desierto a fin de ponerlos a prueba para ver lo que había en su corazón, y para hacerles saber que “no solo de pan vive el hombre, sino que de toda expresión de la boca de Jehová vive el hombre”. (Dt 8:2, 3.) Sin duda muchos de los israelitas se beneficiaron de esta dura experiencia y se hicieron más humildes debido a ella. (Compárese con Le 26:41; 2Cr 7:14; 12:6, 7.) Si una persona o una nación rehúsa humillarse o aceptar disciplina humillante, a su debido tiempo sufrirá humillación. (Pr 15:32, 33; Isa 2:11; 5:15.)
Le agrada a Dios. La humildad tiene un gran valor a los ojos de Jehová. Aunque Dios no le debe nada a la humanidad, debido a su bondad inmerecida está dispuesto a mostrar misericordia y favor a los que se humillan delante de Él. Esas personas muestran que no confían o se jactan en sí mismos, sino que buscan a Dios y desean hacer su voluntad. Como dijeron los escritores cristianos inspirados Santiago y Pedro, “Dios se opone a los altivos, pero da bondad inmerecida a los humildes”. (Snt 4:6; 1Pe 5:5.)
Jehová oye incluso a aquellos que en el pasado han practicado vilezas, si verdaderamente se humillan delante de Él y le ruegan que les extienda su misericordia, Él los oye. Al promover la adoración falsa en el país, el rey Manasés de Judá sedujo a los habitantes de Judá y Jerusalén “para que hicieran peor que las naciones que Jehová había aniquilado de delante de los hijos de Israel”. Sin embargo, después que Jehová permitió que Manasés fuese llevado cautivo al rey de Asiria, “siguió humillándose mucho a causa del Dios de sus antepasados. Y siguió orando a Él, de modo que Él se dejó rogar por él y oyó su petición de favor y lo restauró en Jerusalén a su gobernación real; y Manasés llegó a saber que Jehová es el Dios verdadero”. Así fue como Manasés aprendió la humildad. (2Cr 33:9, 12, 13; compárese con 1Re 21:27-29.)
Da la guía debida. El que se humilla delante de Dios puede esperar que Él lo guíe y ayude. Sobre Esdras recayó la difícil tarea de dirigir el viaje de regreso de Babilonia a Jerusalén de más de 1.500 hombres, sin contar a los sacerdotes, los netineos, las mujeres y los niños. Además, llevaban consigo una gran cantidad de oro y plata para hermosear el templo de Jerusalén. Necesitaban protección en el viaje, pero Esdras no quiso pedir al rey de Persia una escolta militar, lo que hubiera significado ampararse en el poder humano, máxime cuando anteriormente le había dicho: “La mano de nuestro Dios está sobre todos los que lo buscan para bien”. Por lo tanto, proclamó un ayuno para que el pueblo se humillase delante de Jehová. Pidieron ayuda a Dios, y Él los escuchó y protegió de las emboscadas, de modo que pudieron realizar el viaje sin incidentes. (Esd 8:1-14, 21-32.) Dios favoreció a Daniel, mientras este estaba en el exilio en Babilonia, enviándole un ángel con una visión debido a que se había humillado ante Él en su búsqueda de guía y entendimiento. (Da 10:12.)
La humildad guiará a la persona por la senda verdadera y le traerá gloria, puesto que Dios es el que ensalza y abate. El humilde es paciente, sufrido y no se toma demasiado en serio. La humildad resulta en que tengamos verdaderos amigos que nos aman. Y más importante: resulta en la bendición de Jehová (Sl 75:7.) “Antes de un ruidoso estrellarse el corazón del hombre es altanero, y antes de la gloria hay humildad.” (Pr 18:12; 22:4.) Por lo tanto, el que por su altivez busca prestigio fracasará, como le sucedió al rey Uzías de Judá, que se ensoberbeció y usurpó los deberes sacerdotales: “Tan pronto como se hizo fuerte, su corazón se hizo altivo aun hasta el punto de causar ruina, de modo que actuó infielmente contra Jehová su Dios y entró en el templo de Jehová para quemar incienso sobre el altar del incienso”. Cuando se enfureció con los sacerdotes porque lo corrigieron, se le hirió con lepra. (2Cr 26:16-21.) La falta de humildad descarrió a Uzías para su propia perdición.
Es una ayuda en tiempo de adversidad. La humildad es de gran ayuda al enfrentarse al desafío de la adversidad. Si sobreviene calamidad, la humildad ayuda a aguantar y perseverar, así como a continuar sirviendo a Dios. El rey David pasó por muchas adversidades. Fue perseguido como un proscrito por el rey Saúl. Pero nunca se quejó de Dios ni se ensalzó a sí mismo por encima del ungido de Jehová. (1Sa 26:9, 11, 23.) Cuando pecó contra Jehová debido a sus relaciones con Bat-seba, y Natán, el profeta de Dios, le censuró con gran firmeza, David se humilló delante de Dios. (2Sa 12:9-23.) Más tarde, cuando cierto benjamita llamado Simeí empezó a invocar el mal sobre David públicamente, y su oficial Abisai quiso matarlo por haber sido tan irrespetuoso con el rey, David demostró humildad. Respondió a Abisai: “Miren que mi propio hijo, que ha salido de mis mismas entrañas, anda buscando mi alma; ¡y cuánto más ahora un benjaminita! [...] Quizás vea Jehová con su ojo, y Jehová realmente me restaure el bien en vez de su invocación de mal este día”. (2Sa 16:5-13.) Después David censó al pueblo en contra de la voluntad de Jehová. El relato lee: “Y el corazón de David empezó a darle golpes después de haber contado así al pueblo. Por consiguiente, David dijo a Jehová: ‘He pecado muchísimo en lo que he hecho [...] he obrado muy tontamente’”. (2Sa 24:1, 10.) Aunque fue castigado, siguió siendo rey; su humildad le permitió recobrar el favor de Jehová.
Una cualidad de Dios. Jehová Dios dice de sí mismo que es humilde. No se trata de que sea inferior en algo ni de que deba sumisión a nadie. Su humildad radica en que ejerce misericordia y gran compasión para con los humildes pecadores. El que hasta se interese en los pecadores y haya provisto a su Hijo como sacrificio por los pecados de la humanidad es una expresión de su humildad. Jehová Dios ha permitido la iniquidad durante unos seis mil años, así como que la humanidad viniese a la existencia a pesar de que su padre Adán había pecado. Por su bondad inmerecida, mostró misericordia a la descendencia de Adán, dándoles la oportunidad de alcanzar la vida eterna. (Ro 8:20, 21.) Todo ello pone de manifiesto la humildad de Dios, junto con sus otras excelentes cualidades.
El rey David vio y apreció esta cualidad en la bondad inmerecida que Dios ejerció con él. Después que Jehová le había librado de la mano de todos sus enemigos, cantó: “Tú me darás tu escudo de salvación, y tu humildad es lo que me hace grande”. (2Sa 22:36; Sl 18:35.) Aunque Jehová se sienta en su lugar ensalzado en los más altos cielos y con la máxima dignidad, sin embargo, puede decirse: “¿Quién es como Jehová nuestro Dios, aquel que está haciendo su morada en lo alto? Está condescendiendo en tender la vista sobre cielo y tierra, y levanta al de condición humilde desde el polvo mismo; ensalza al pobre del mismísimo pozo de cenizas, para hacer que se siente con nobles, con los nobles de su pueblo”. (Sl 113:5-8.)
★Jehová “Sabio de corazón”, pero humilde - (cl-Cap.20-Pg.199)
★Qué significa para nosotros LA HUMILDAD DE JEHOVA - (1-11-2004-Pg.29)
La humildad de Jesucristo. Cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, puso el mejor ejemplo de humildad como siervo de Dios. La noche antes de su muerte se ciñó con una toalla, y lavó y secó los pies de cada uno de sus doce apóstoles, un servicio que acostumbraban a efectuar los criados y los esclavos. (Jn 13:2-5, 12-17.) Él había dicho a sus discípulos: “El que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado”. (Mt 23:12; Lu 14:11.) El apóstol Pedro, que estuvo presente esa noche, recordó el excelente ejemplo que puso Jesús de vivir de acuerdo con sus palabras. Más tarde aconsejó a sus compañeros creyentes: “Todos ustedes cíñanse con humildad mental los unos para con los otros [...]. Humíllense, por lo tanto, bajo la poderosa mano de Dios, para que él los ensalce al tiempo debido”. (1Pe 5:5, 6.)
El apóstol Pablo estimula a los cristianos a tener la misma actitud mental que tuvo Jesucristo. Llama la atención a la elevada posición que tenía el Hijo de Dios en su existencia prehumana con su Padre Jehová en los cielos, y a que estuvo dispuesto a despojarse a sí mismo tomando la forma de esclavo para llegar a ser semejante a los hombres. Pablo añade: “Más que eso, al hallarse [Jesús] a manera de hombre, se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, sí, muerte en un madero de tormento”. Las palabras de Jesús en cuanto a la recompensa que recibe el que se humilla resultaron absolutamente veraces en su propio caso, puesto que el apóstol añade: “Por esta misma razón, también, Dios lo ensalzó a un puesto superior y bondadosamente le dio el nombre que está por encima de todo otro nombre”. (Flp 2:5-11.)
Pero es aún más sobresaliente el hecho de que aunque Cristo goza de una posición tan ensalzada, cuando ejerza ‘toda autoridad en el cielo y sobre la tierra’ para llevar a cabo la voluntad de Dios respecto a la Tierra (Mt 28:18; 6:10), al final de su reinado de mil años su humildad no habrá cambiado. Por eso las Escrituras dicen: “Pero cuando todas las cosas le hayan sido sujetadas, entonces el Hijo mismo también se sujetará a Aquel que le sujetó todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas para con todos”. (1Co 15:28.)
Jesucristo dijo de sí mismo: “Soy de genio apacible y humilde de corazón”. (Mt 11:29.) Cuando se presentó a la gente de Jerusalén como su rey, cumplió la profecía que decía de él: “¡Mira! Tu rey mismo viene a ti. Es justo, sí, salvado; humilde, y cabalga sobre un asno, aun sobre un animal plenamente desarrollado, hijo de un asna”. (Zac 9:9; Jn 12:12-16.) Cuando desde su ensalzada posición celestial ataca a los enemigos de Dios, se le da proféticamente el mandato: “En tu esplendor sigue adelante al éxito; cabalga en la causa de la verdad y la humildad y la justicia”. (Sl 45:4.) Por lo tanto, los que son humildes pueden regocijarse aunque hayan sufrido quebranto y maltrato a manos de personas orgullosas y altaneras, ya que pueden derivar consuelo de las palabras: “Busquen a Jehová, todos ustedes los mansos de la tierra, los que han practicado Su propia decisión judicial. Busquen justicia, busquen mansedumbre. Probablemente se les oculte en el día de la cólera de Jehová”. (Sof 2:3.)
Las palabras de Jehová a Israel antes de la destrucción de Jerusalén advirtieron y consolaron a los humildes, pues Él dijo que actuaría en favor suyo a su debido tiempo: “Entonces removeré de en medio de ti a los tuyos que altivamente se alborozan; y nunca más serás altiva en mi santa montaña. Y ciertamente dejaré permanecer en medio de ti un pueblo humilde y de condición abatida, y realmente se refugiarán en el nombre de Jehová”. (Sof 3:11, 12.)
El orgullo se define como una autoestimación excesiva, un sentimiento de superioridad irrazonable en cuanto a los talentos de uno. La humildad, precisamente lo opuesto, significa estar libre de orgullo o arrogancia. La humildad verdaderamente resultará en la salvación de muchos, tal como está escrito: “A la gente humilde la salvarás; pero tus ojos están contra los altivos, para rebajarlos”. (2Sa 22:28.) De modo que tenemos la seguridad de que el rey Jesucristo, que cabalga en la causa de la verdad, de la humildad y de la justicia, salvará a su pueblo, que se humilla ante él y ante su Padre, Jehová.
Los cristianos deben cultivar la humildad. Después que el apóstol Pablo aconseja a sus compañeros cristianos que se vistan de la nueva personalidad que “va haciéndose nueva según la imagen de Aquel que la ha creado”, dice: “De consiguiente, como escogidos de Dios, santos y amados, vístanse de los tiernos cariños de la compasión, la bondad, la humildad mental, la apacibilidad y la gran paciencia”. (Col 3:10, 12.) Citando del excelente ejemplo de Cristo, les exhorta a considerar “con humildad mental que los demás [siervos de Dios] son superiores a [ellos]”. (Flp 2:3.) De nuevo hace el llamamiento: “Estén dispuestos para con otros del mismo modo como lo están para consigo mismos; no tengan la mente puesta en cosas encumbradas, sino déjense llevar con las cosas humildes. No se hagan discretos a sus propios ojos”. (Ro 12:16.)
En esta misma línea Pablo dice a los cristianos de la ciudad de Corinto: “Porque, aunque soy libre respecto de toda persona, me he hecho el esclavo de todos, para ganar el mayor número de personas. Y por eso a los judíos me hice como judío, para ganar a judíos; a los que están bajo ley me hice como bajo ley, aunque yo mismo no estoy bajo ley, para ganar a los que están bajo ley. A los que están sin ley me hice como sin ley, aunque yo no estoy sin ley para con Dios, sino bajo ley para con Cristo, para ganar a los que están sin ley. A los débiles me hice débil, para ganar a los débiles. Me he hecho toda cosa a gente de toda clase, para que de todos modos salve a algunos”. (1Co 9:19-22.) Se necesita verdadera humildad para hacer esto.
“Como uno de los menores” (Lu 9:48) La palabra griega que se traduce “uno de los menores” se aplicaba a la persona humilde, modesta, insignificante o de escaso prestigio e influencia.
Obra en favor de la paz. La humildad promueve la paz. La persona humilde no lucha contra sus hermanos cristianos para defender sus supuestos “derechos” personales. El apóstol razonó que aunque tenía libertad para hacer todas las cosas, haría solo lo que fuera edificante, y si algo en particular molestaba la conciencia de un hermano, dejaría de hacerlo. (Ro 14:19-21; 1Co 8:9-13; 10:23-33.)
También requiere humildad el mantener la paz poniendo en práctica el consejo de Jesús de perdonar a los demás los pecados que cometan contra nosotros. (Mt 6:12-15; 18:21, 22.) Cuando alguien ofende a otra persona, supone una prueba para su humildad obedecer el mandato de dirigirse al ofendido y admitir el error pidiendo perdón (Mt 5:23, 24), y en el caso de que sea el ofendido el que se dirige al ofensor, solo el amor y la humildad podrán mover al ofensor a reconocer su error y a actuar inmediatamente para enderezar los asuntos. (Mt 18:15; Lu 17:3; compárese con Le 6:1-7.) No obstante, la paz que tal humildad produce tanto al individuo como a la organización sobrepasa cualquier sentimiento de humillación; además, esa acción humilde desarrolla y fortalece en la persona la excelente cualidad de la humildad.
Esencial para la unidad de la congregación. La humildad ayudará al cristiano a estar contento con lo que tiene y a mantener el gozo y el equilibrio. La interdependencia de la congregación cristiana, según lo ilustró el apóstol en 1 Corintios, capítulo 12, se basa en la obediencia, la humildad y la sumisión al orden teocrático. Por lo tanto, aunque a los varones de la congregación se les dice: “Si algún hombre está procurando alcanzar un puesto de superintendente, desea una obra excelente”, también se les recuerda que no busquen ambiciosamente un puesto de responsabilidad, como, por ejemplo, el de ser maestros de la congregación, puesto que estos “[recibirán] juicio más severo”. (1Ti 3:1; Snt 3:1.)
Todos, tanto hombres como mujeres, deberían ser sumisos a los que llevan la delantera y esperar que Jehová les dé cualquier nombramiento o asignación de servicio, puesto que de Él procede el nombramiento. (Sl 75:6, 7.) Tal como dijeron algunos de los levitas, hijos de Coré: “He escogido estar de pie al umbral en la casa de mi Dios más bien que ir de acá para allá en las tiendas de la iniquidad”. (Sl 84:10.) Lleva tiempo desarrollar tal humildad verdadera. Cuando las Escrituras enumeran de aquellos a quienes se nombraría para el puesto de superintendente, especifican que no debería nombrarse a nadie recién convertido, “por temor de que se hinche de orgullo y caiga en el juicio pronunciado contra el Diablo”. (1Ti 3:6.)
Humildad falsa. A los cristianos se les advierte que su humildad no sea solo superficial, para que no lleguen a estar “[hinchados] sin debida razón por su disposición de ánimo carnal”. El que es verdaderamente humilde no pensará que el Reino de Dios o la entrada en él tiene que ver con lo que come o bebe, o con lo que evita comer o beber. La Biblia indica que uno puede comer y beber, o bien abstenerse de tomar ciertas cosas si cree que debe hacerlo debido a su salud o su conciencia. No obstante, si alguien piensa que se gana el favor de Dios siguiendo o abandonando determinadas prácticas como el comer, beber o tocar ciertas cosas, u observar ciertos días religiosos, no se da cuenta de que dichas prácticas tienen “una apariencia de sabiduría en una forma autoimpuesta de adoración y humildad ficticia, un tratamiento severo del cuerpo; pero no son de valor alguno en combatir la satisfacción de la carne”. (Col 2:18, 23; Ro 14:17; Gál 3:10, 11.) Como lo expresa The Expositor’s Bible: “El hombre que sabe que es humilde, y está creído de ello, a la vez que echa un vistazo con el rabillo de sus ojos entornados a cualquier espejo donde pueda verse a sí mismo, no es humilde en absoluto”. (w85 15/7 12 párr. 10)
La falsa humildad, es decir que ellos se sentían orgullosos de ser humildes, en realidad puede resultar en que el individuo se haga altivo, puesto que puede llegar a pensar que es justo debido a sus propios méritos, o puede sentir que lleva a cabo sus fines, sin darse cuenta de que no puede engañar a Jehová. Si se hace altivo, con el tiempo será humillado de una manera que no le gustará. Será abatido, y cabe la posibilidad de que sea para su propia destrucción. (Pr 18:12; 29:23. Véase MODESTIA.)
Pequeñuelos
★Cuándo ser como pequeñuelo - (19730115-Pg.60/61)
★No hagamos tropezar a “estos pequeños” - (2-6-2021-Pg.20)
La humildad se puede aprender y perder
1. Cuando se nos honra con algún privilegio o responsabilidad. Agar (Gé 16:4-9) 2. Cuando alcanzamos logros en la vida. Rey Uzías (2Cr 26:3-5; 16) 3. Cuando recibimos un consejo. Rey Uzías (2Cr 26:17-19) 4. Si conseguimos cierta riqueza. Los israelitas (Os 13:6) 5. Cuando nos elogian. Herodes (Hch 12:21-23; Lu 18:18, 19; Pr 27:21) |
Ser GRANDE
CERCA de la antigua ciudad egipcia de Tebas (actualmente Karnak), a unos 500 kilómetros al sur de El Cairo, se eleva una inmensa estatua de 18 metros en honor del faraón Amenhotep III.
El visitante no puede menos que sentirse diminuto al contemplarla.
No obstante el mundo sabe muy bien que un gran hombre es el que sirve a sus semejantes.
El médico que va a cualquier hora del día a servir y salvar a sus pacientes; el cristiano que está siempre entre los suyos donde se le necesita; el empresario que se toma un interés activo en las condiciones y problemas de sus empleados; la persona a la que todo el mundo puede acudir sabiendo que le atenderá, que no considerará una molestia dedicarles un poco de su tiempo e interés, esas son las grandes personas que todo el mundo ama, personas humildes como un niño. La grandeza de una persona no se mide por su tamaño ni por su posición, sino por su sabiduría y moral, puesta al servicio y bienestar de la humanidad y el medio ambiente. Procura ser el tipo de persona que te gustaría conocer y tener como íntimo amigo |
4:7.
¿Qué poderosa fuerza puede darnos Jehová, y por qué debemos pedírsela?.
Jesús les aseguró a sus discípulos que Dios les daría su espíritu al decirles: “Si ustedes, aunque son [imperfectos y relativamente] inicuos, saben dar buenos regalos a sus hijos, ¡con cuánta más razón dará el Padre en el cielo espíritu santo a los que le piden!” (Luc. 11:13). No dejemos de pedirle a Jehová su poderosísimo espíritu santo, pues este reforzará nuestra determinación de oponernos al Diablo y nos ayudará a vencer. Además, tenemos que ponernos todas las piezas de la armadura espiritual (Efe. 6:11-18, nota). La Biblia muestra otro factor que ayudó a Jesús a oponerse al Diablo y que también puede ayudarnos a nosotros: “Por el gozo que fue puesto delante de él aguantó un madero de tormento” (Heb. 12:2). Nosotros sentiremos el mismo gozo que Jesús si apoyamos la soberanía de Jehová, honramos su santo nombre y tenemos siempre presente la esperanza de la vida eterna.
4:8.
¿Por qué es la protección espiritual la más importante, y cómo nos da Jehová dicha protección?.
Lo más valioso que tenemos es nuestra amistad con Jehová (Sal. 25:14; 63:3). Sin ella, nuestra existencia no tendría sentido y perderíamos la esperanza de vivir para siempre. Jehová nos da todo lo necesario para conservar nuestra relación con él. Tenemos su Palabra, su espíritu santo y la congregación mundial. Si estudiamos su Palabra con regularidad y diligencia, se fortalecerán nuestra fe y nuestra esperanza (Rom. 15:4). Si le rogamos que nos dé su espíritu, tendremos las fuerzas necesarias para resistir las tentaciones de participar en conducta impropia para un cristiano (Luc. 11:13). Si seguimos la dirección que nos marca el esclavo fiel mediante las publicaciones bíblicas, las reuniones y las asambleas, estaremos bien nutridos con el “alimento” espiritual que nos da “al tiempo apropiado” (Mat. 24:45). Todo esto nos protege espiritualmente y nos ayuda a estar cerca de Dios.
4:8a.
¿Cómo animar a los inactivos a volver de inmediato al rebaño?.
Vivimos en los últimos días; el fin de este sistema de cosas es inminente. Por eso, anime a los inactivos a que comiencen ahora mismo a asistir a las reuniones. Dígales que Satanás está tratando de arruinar su relación con Dios y de hacerles creer que tendrán menos presiones si abandonan la adoración pura. Recuérdeles que la única manera de sentir verdadero alivio de las presiones es siendo un discípulo fiel de Jesús (Mat. 11:28-30). Si el hermano que se ha alejado siente temor de volver a ver a sus hermanos, usted podría recordarle que cuando el hijo pródigo regresó a casa, fue recibido con gran alegría (Luc. 15:11-24). Y lo mismo sucede hoy cuando alguien regresa al rebaño. Anímelo a oponerse al Diablo y acercarse a Dios (Sant. 4:7, 8).
4:15.
¿Cómo evitaremos que la expresión “si Jehová quiere” se convierta en una simple muletilla?.
★Años atrás los Estudiantes Internacionales de la Biblia acostumbraban añadir a cualquier declaración en cuanto al futuro la abreviatura D.V., que quiere decir Deo volente, que significa “si Dios quiere”.
Debemos impedir que se convierta en una frase gastada con la cual impresionar a los demás o justificar una decisión. Más bien, al desempeñar cualquier actividad, como las que se requieren para cumplir la obligación bíblica de mantener a la familia, hemos de tomar en cuenta la voluntad de Dios y resolvernos de corazón a efectuarla.
Esta es una expresión que destaca la necesidad de tomar en cuenta la voluntad de Dios al hacer o planificar algo. El apóstol Pablo siempre tuvo presente este principio (1Co 4:19; 16:7; Heb 6:3). El discípulo Santiago también animó a sus lectores a decir: “Si Jehová quiere, viviremos y también haremos esto o aquello” (Snt 4:15). Expresiones como estas no deberían ser palabras vacías. Cuando alguien dice: “Si Jehová quiere”, debe esforzarse por actuar en armonía con la voluntad de Jehová. No siempre es necesario decir estas palabras en voz alta; es suficiente con pensarlas (Hch 21:14; 1Co 4:19; Snt 4:15).
5:7, 8.
¿En qué se parece la agricultura al cultivo de la fe y la paciencia?.
Este proceso es similar al ciclo agrícola de siembra, cultivo y cosecha. Cada vez que sus campos producen en abundancia, el granjero se siente más seguro de volverlos a sembrar. Claro, sabe que tendrá que esperar pacientemente a que llegue la siega, pero eso no lo desanima.
De hecho, puede que hasta cultive más tierras que la temporada anterior, pues confía en que darán fruto. Algo similar ocurre con los consejos divinos. Cada vez que repetimos el ciclo de aprenderlos, aplicarlos y cosechar los beneficios, nuestra confianza en Jehová crece y se nos hace más fácil esperar las bendiciones que sabemos que vendrán (Santiago 5:7, 8).
5:7.
¿Por qué es la paciencia imprescindible?.
Muchos de los productos que cultiva el agricultor tardan en crecer. Lo mismo sucede con los frutos que los cristianos cultivamos en la gente: la comprensión de la Palabra de Dios, el amor a Jehová y el espíritu cristiano. Así pues, tenemos que ser pacientes. Santiago escribió: “¡Miren! El labrador sigue esperando el precioso fruto de la tierra, aguardándolo con paciencia hasta que recibe la lluvia temprana y la lluvia tardía. Ustedes también ejerzan paciencia; hagan firme su corazón, porque se ha acercado la presencia del Señor” (Sant. 5:7, 8). Santiago animó a sus hermanos en la fe a tener “paciencia [...] hasta la presencia del Señor”. El propio Jesús demostró esta cualidad con sus discípulos, pues cada vez que no entendían algo, se lo explicaba con mucha paciencia, fuera directamente o valiéndose de ilustraciones (Mat. 13:10-23; Luc. 19:11; 21:7; Hech. 1:6-8). Hoy en día vivimos en la presencia del Señor. Sin embargo, sigue siendo necesario que enseñemos con paciencia a la gente, pues así lograremos que lleguen a ser discípulos de Cristo (Juan 14:9).
5:17a.
¿Por qué oró Elías que no lloviera?.
El ruego de Elías estaba en armonía con la voluntad de Jehová de disciplinar a la nación por haberse apartado de Él. Ahora bien, el profeta sabía que la sequía por la que oraba acarrearía sufrimiento a la gente. Israel era una nación principalmente agropecuaria; de ahí que el rocío y la lluvia fuesen de vital importancia. Una sequía prolongada ocasionaría una enorme aflicción. La vegetación se marchitaría y las cosechas se perderían. Los animales domésticos que se usaban para el trabajo y la comida morirían, e incluso algunas familias se verían al borde de la inanición. ¿Quiénes sufrirían más? La gente común. Más tarde, una viuda le dijo a Elías que solo disponía de un puñado de harina y un poco de aceite. Su única expectativa era morir de hambre junto con su hijo (1 Reyes 17:12). Al orar de esta manera, Elías tuvo que tener fe firme en que Jehová cuidaría de los siervos Suyos, ricos y pobres, que no se habían alejado de la adoración verdadera. Las Escrituras muestran que Elías no quedó decepcionado (1 Reyes 17:13-16; 18:3-5).
Tres años después, cuando Jehová le dio a entender que haría llover pronto, su ferviente deseo de ver el fin de la sequía se observó en las repetidas e intensas oraciones que ofreció ‘agazapándose a tierra y manteniendo su rostro puesto entre las rodillas’ (1 Reyes 18:42). En varias ocasiones, instó a su servidor: “Sube, por favor. Mira en dirección al mar”, para ver si había algún indicio de que Jehová había escuchado sus oraciones (1 Reyes 18:43). ¡Qué gozo tuvo que haber sentido cuando finalmente, en respuesta a sus oraciones, “el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto”! (Santiago 5:18.)
5:20.
¿De quién es el alma que se salva de la muerte?.
Santiago dice que “el que hace volver a un pecador del error de su camino salvará su alma de la muerte”. Aquí Santiago se está refiriendo al alma del pecador que se ha arrepentido y cambia. El cristiano que lo ayuda lo salva de la muerte espiritual y tal vez de la destrucción eterna. De esta manera, tal cristiano cubre “una multitud de pecados”: los que había cometido el pecador.
1:14, 15. El pecado nace de los malos deseos. Por eso no deberíamos alimentar esos deseos recreándonos en ellos. Concentrémonos, más bien, en las cosas que edifican y llenemos con ellas nuestra mente y corazón (Fili. 4:8).
2:8, 9. El favoritismo va en contra de “la ley real”, la ley del amor. Por eso los cristianos verdaderos no tratamos a nadie con parcialidad.
2:14-26. Nosotros hemos sido “salvados mediante fe”, no “debido a obras” de la Ley mosaica o del cristianismo. Pero no basta con decir que tenemos fe en Dios (Efe. 2:8, 9; Juan 3:16). También debemos actuar de acuerdo con su voluntad.
3:13-17. “La sabiduría de arriba” es muy superior a la sabiduría “terrenal, animal, demoníaca”. Así pues, busquemos la sabiduría de Dios como si fuera un tesoro (Pro. 2:1-5).
3:18. La semilla de las buenas nuevas del Reino “se siembra con paz por los que están haciendo la paz”. Por eso es importante que seamos personas conciliadoras y humildes, y que evitemos las peleas y las discusiones. Si no estamos en paz con cualquier hermano en la congregación, sera todo en vano lo que escuchemos o estudiemos de la palabra de Jehová, pues caera en un corazón duro que no pone en practica la misericordia (Mr 4:2-20). Preste especial atención al (vers. 13) que da a entender que el espiritu de Jehová no esta con la persona que no esta en paz con sus hermanos y que por eso no entenderá ni practicará lo que esta escuchando o aprendiendo.
“HA PERDIDO el juicio.” Eso fue lo que los parientes de Jesús pensaron de él. Durante el período de su ministerio terrestre, “sus hermanos, de hecho, no ejercían fe en él”, y Santiago —al igual que José, Simón y Judas— no estuvo entre los primeros discípulos de Jesús. (Mar. 3:21; Juan 7:5; Mat. 13:55.) ¿Qué base hay para decir, pues, que fue Santiago el medio hermano de Jesús quien escribió el libro bíblico que lleva el nombre de Santiago?
2 Las Escrituras indican que el resucitado Jesús se le apareció a Santiago, y esto indudablemente lo convenció por completo de que Jesús era el Mesías. (1 Cor. 15:7.) Hechos 1:12-14 dice que, aun antes del Pentecostés, María y los hermanos de Jesús se congregaban para orar con los apóstoles en un aposento superior en Jerusalén. Pero ¿no escribió la carta uno de los apóstoles llamado Santiago? No, pues desde el principio el escritor no se identifica como apóstol, sino como ‘esclavo del Señor Jesucristo’. Además, las palabras de introducción de Judas, similares a las de Santiago, dicen que Judas, también, era “esclavo de Jesucristo, pero hermano de Santiago”. (Sant. 1:1; Jud. 1.) De esto podemos concluir, sin temor a equivocarnos, que Santiago y Judas, los medio hermanos carnales de Jesús, escribieron los libros bíblicos que llevan sus nombres.
3 Santiago estaba eminentemente capacitado para escribir una carta de consejo a la congregación cristiana. A él se le respetaba mucho por estar entre los superintendentes de la congregación de Jerusalén. Pablo dice que “Santiago el hermano del Señor” era una de las “columnas” de la congregación, junto con Cefas y Juan. (Gál. 1:19; 2:9.) La prominencia de Santiago se deja ver por el hecho de que tan pronto como Pedro fue librado de la prisión donde estaba mandó avisar inmediatamente a “Santiago y a los hermanos” lo que había sucedido. ¿Y no fue Santiago quien sirvió como vocero de ‘los apóstoles y los ancianos’ cuando Pablo y Bernabé viajaron a Jerusalén para solicitar que se decidiera el asunto de la circuncisión? Dicho sea de paso, tanto la decisión que se tomó entonces como la carta de Santiago empiezan con la misma salutación: “¡Saludos!”... otro indicio de que tuvieron el mismo escritor. (Hech. 12:17; 15:13, 22, 23; Sant. 1:1.)
4 El historiador Josefo nos dice que el sumo sacerdote Anán (Ananías), saduceo, fue responsable de que se apedreara a muerte a Santiago. Esto fue después de la muerte del gobernador romano Festo, alrededor de 62 E.C., y antes de que el sucesor de este, Albino, entrara en funcionesa. Pero ¿cuándo escribió su carta Santiago? Él dirigió su carta desde Jerusalén a “las doce tribus que están esparcidas por todas partes”, literalmente: “las (que están) en la dispersión”. (Sant. 1:1, nota.) Se habría requerido tiempo para que el cristianismo se esparciera después del derramamiento de espíritu santo en 33 E.C., y se habría requerido tiempo, también, para que se desarrollaran las circunstancias alarmantes que se mencionan en la carta. Además, la carta indica que los cristianos ya no constaban de grupos pequeños, sino que estaban organizados en congregaciones con “ancianos” maduros que podían orar por los débiles y darles apoyo. También, había transcurrido suficiente tiempo como para que se introdujera en las congregaciones cierto grado de complacencia y formalismo (Sant. 2:1-4; 4:1-3; 5:14; 1:26, 27). Por consiguiente, es muy probable que Santiago haya escrito su carta en una fecha tardía, quizás poco antes de 62 E.C., si son correctos tanto el relato de Josefo sobre los sucesos relacionados con la muerte de Festo como las fuentes que dicen que Festo murió alrededor de 62 E.C.
5 En cuanto a la autenticidad de Santiago, la carta está incluida en los manuscritos Vaticano núm. 1209, Sinaítico y Alejandrino. Aparece en por lo menos diez catálogos antiguos anteriores al Concilio de Cartago de 397 E.C.b. Citaron mucho de ella escritores eclesiásticos primitivos. Una profunda armonía interna con lo restante de las Escrituras inspiradas se hace muy patente en los escritos de Santiago.
6 ¿Por qué escribió esta carta Santiago? Una consideración cuidadosa de la carta revela que ciertas circunstancias internas estaban causando dificultades entre los hermanos. Había un rebajamiento de las normas cristianas, sí, hasta se las pasaba por alto, de modo que algunas personas se habían convertido en adúlteras espirituales respecto a la amistad con el mundo. Personas que han querido inventar supuestas contradicciones han alegado que la carta de Santiago, que anima a desplegar fe mediante obras, anula los escritos de Pablo respecto a la salvación por fe y no por obras. Sin embargo, el contexto revela que Santiago se refiere a fe apoyada por obras y no solo por palabras, mientras que está claro que Pablo se refiere a las obras de la Ley. En realidad, Santiago complementa los argumentos de Pablo al ir un paso más allá cuando define cómo se manifiesta la fe. El consejo de Santiago sobre los problemas diarios del cristiano es sumamente práctico.
7 Ilustraciones tomadas de la vida cotidiana, en las que hay animales, barcos, labradores y vegetación, apoyan de modo animado los argumentos de Santiago sobre la fe, la paciencia y el aguante. El que Santiago copie así los eficaces métodos docentes de Jesús comunica muchísima fuerza a su consejo. Esta carta graba en uno el agudo discernimiento que Santiago tenía de los móviles que impulsan a las personas.
8 Aguantar con paciencia como “hacedores de la palabra” - (1:1-27) Santiago empieza con palabras de estímulo: “Considérenlo todo gozo, mis hermanos, cuando se encuentren en diversas pruebas”. Mediante aguantar con paciencia se les hará completos. Si alguien carece de sabiduría, debe seguir pidiéndosela a Dios, sin dudar como si fuera una ola del mar impelida por el viento, sino con fe. El de condición humilde será ensalzado, pero el rico se desvanecerá como la flor que perece. Feliz es el hombre que aguanta la prueba, pues “recibirá la corona de la vida, que Jehová prometió a los que continúan amándolo”. Dios no tienta al hombre con cosas malas para que caiga. Es el deseo incorrecto de uno mismo lo que se hace fecundo y da a luz el pecado, y este, a su vez, produce la muerte (Sant. 1:2, 12, 22).
9 ¿De dónde vienen todas las dádivas buenas? Del invariable “Padre de las luces celestes”. “Porque fue su voluntad —dice Santiago—, él nos produjo por la palabra de la verdad, para que fuéramos ciertas primicias de sus criaturas.” Por lo tanto, los cristianos deben ser prestos en cuanto a oír, lentos en cuanto a hablar, lentos en cuanto a ira, y deben desechar toda suciedad y maldad moral y aceptar la implantación de la palabra que salva. “Háganse hacedores de la palabra, y no solamente oidores.” Porque el que mira con cuidado en la ley de la libertad (semejante a un espejo) y persiste en ella “será feliz al hacerla”. La adoración formal del hombre que no refrena su lengua es vana, pero “la forma de adoración que es limpia e incontaminada desde el punto de vista de nuestro Dios y Padre es esta: cuidar de los huérfanos y de las viudas en su tribulación, y mantenerse sin mancha del mundo” (Sant. 1:17, 18, 22, 25, 27).
10 La fe perfeccionada por obras correctas - (2:1-26) Los hermanos están haciendo distinciones y prefiriendo los ricos a los pobres. Pero ¿no es cierto que “Dios escogió a los que son pobres respecto al mundo para que sean ricos en fe y herederos del reino”? ¿No son opresores los ricos? Los hermanos deben practicar la ley real: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”, y deben apartarse del favoritismo. También deben practicar misericordia porque, respecto a la Ley, el que viola un solo punto los viola todos. La fe sin obras carece de significado, al igual que decir a hermanos o hermanas en necesidad: “Manténganse calientes y bien alimentados”, sin prestar ayuda práctica. ¿Puede mostrarse la fe aparte de las obras? ¿No fue perfeccionada la fe de Abrahán por sus obras al ofrecer a Isaac sobre el altar? De igual manera, Rahab la ramera fue “declarada justa por obras”. De modo que la fe sin obras está muerta (Sant. 2:5, 8, 16, 19, 25).
11 Ejercer dominio de la lengua para enseñar sabiduría - (3:1-18) Los hermanos deben ser cautelosos en cuanto a hacerse maestros, para que no reciban juicio más severo. Todos tropezamos muchas veces. Como un freno domina el cuerpo de un caballo y un pequeño timón domina un barco grande, así cierto miembro pequeño, la lengua, tiene gran poder. ¡Es como un fuego que puede incendiar un gran bosque! Los animales salvajes pueden ser domados más fácilmente que la lengua. Con esta los hombres bendicen a Jehová, pero maldicen a su semejante. Eso no es correcto. ¿Produce una fuente tanto agua amarga como dulce? ¿Puede una higuera producir aceitunas; una vid, higos; agua salada, agua dulce? Santiago pregunta: “¿Quién es sabio y entendido entre ustedes?”. Que muestre sus obras con mansedumbre y evite el espíritu de contradicción, alardes animales en contra de la verdad. Porque “la sabiduría de arriba es primeramente casta, luego pacífica, razonable, lista para obedecer, llena de misericordia y buenos frutos, sin hacer distinciones por parcialidad, sin ser hipócrita” (Sant. 3:13, 17).
12 Apartarse del placer sensual y la amistad con el mundo - (4:1-17) “¿De qué fuente son las peleas entre ustedes?” Santiago contesta su propia pregunta: ¡“Sus deseos vehementes de placer sensual”! Los móviles de algunos son incorrectos. Los que quieren ser amigos del mundo son “adúlteras”, y se hacen enemigos de Dios. Por lo tanto, Santiago exhorta: “Opónganse al Diablo, y él huirá de ustedes. Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes”. Jehová ensalzará al humilde. Así que los hermanos deben dejar de juzgarse unos a otros. Y como nadie puede estar seguro de que estará vivo de un día al siguiente, deben decir: “Si Jehová quiere, viviremos y también haremos esto o aquello”. El gloriarse es inicuo, y es un pecado saber lo que es correcto y no hacerlo (Sant. 4:1, 4, 7, 8, 15).
13 ¡Felices son los que aguantan con justicia! - (5:1-20) ‘¡Lloren y aúllen, ricos!’, declara Santiago. ‘El moho de sus riquezas será testimonio contra ustedes. Jehová de los ejércitos ha oído los gritos por auxilio de los segadores a quienes ustedes han privado de su salario. Ustedes han vivido en lujo y placer sensual, y han condenado y asesinado al justo.’ No obstante, en vista de la proximidad de la presencia del Señor, los hermanos deben ejercer paciencia, como el labrador que espera su cosecha, y tomar en consideración el modelo de los profetas, “que hablaron en el nombre de Jehová”. ¡Felices son los que han aguantado! Los hermanos deben recordar el aguante de Job y el resultado que Jehová dio, “que Jehová es muy tierno en cariño, y misericordioso” (Sant. 5:1-6, 10, 11).
14 Que dejen de hacer juramentos. Más bien, que su “Sí signifique Sí”, y su “No, No”. Deben confesar abiertamente sus pecados y orar los unos por los otros. Como lo demuestran las oraciones de Elías, “el ruego del hombre justo [...] tiene mucho vigor”. Si alguno se deja extraviar de la verdad, el que lo haga volver “salvará su alma de la muerte y cubrirá una multitud de pecados” (Sant. 5:12, 16, 20).
15 Aunque Santiago menciona solamente dos veces el nombre de Jesús (Sant. 1:1; 2:1), da mucha aplicación práctica a las enseñanzas del Amo, como lo revela una comparación cuidadosa de la carta de Santiago con el Sermón del Monte. A la misma vez, el nombre de Jehová aparece 13 veces (Traducción del Nuevo Mundo), y Sus promesas se destacan como recompensas para los cristianos que conservan la fe (Sant. 4:10; 5:11). Vez tras vez Santiago toma ilustraciones y citas convenientes de las Escrituras Hebreas para desarrollar su consejo práctico. Identifica la fuente por sus expresiones: “según la escritura”, “se cumplió la escritura” y “la escritura dice”; y pasa a aplicar tales pasajes al modo de vivir cristiano (Sant. 2:8, 23; 4:5). Al aclarar puntos de consejo y edificar fe en la Palabra de Dios como conjunto armonioso, Santiago hace referencias apropiadas a las obras de fe de Abrahán, a la demostración de fe por Rahab mediante obras, al aguante fiel de Job y al hecho de que Elías dependió de la oración. (Sant. 2:21-25; 5:11, 17, 18; Gén. 22:9-12; Jos. 2:1-21; Job 1:20-22; 42:10; 1 Rey. 17:1; 18:41-45.)
16 Es inestimable el consejo de Santiago de que seamos hacedores de la palabra y no simplemente oidores, que sigamos demostrando la fe por obras de justicia, que hallemos gozo en aguantar diversas pruebas, que sigamos pidiendo sabiduría a Dios, que siempre nos acerquemos a él en oración y que practiquemos la ley real: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”. (Sant. 1:22; 2:24; 1:2, 5; 4:8; 5:13-18; 2:8.) Son enérgicas sus advertencias contra enseñar el error, usar la lengua de manera injuriosa, hacer distinción de clases en la congregación, desear con vehemencia placer sensual y confiar en las riquezas corruptibles (Sant. 3:1, 8; 2:4; 4:3; 5:1, 5). Santiago dice claramente que la amistad con el mundo equivale a adulterio espiritual y enemistad con Dios, y define la forma práctica de adoración que es limpia a la vista de Dios: “cuidar de los huérfanos y de las viudas en su tribulación, y mantenerse sin mancha del mundo” (Snt. 4:4; 1:27). Todo este consejo, tan práctico y fácil de entender, es exactamente lo que uno esperaría de esta ‘columna’ de la congregación cristiana primitiva. (Gál. 2:9.) Su bondadoso mensaje queda como guía para los cristianos en nuestros tiempos turbulentos, pues es “sabiduría de arriba”, que produce el “fruto de la justicia”. (Sant. 3:17, 18.)
17 Santiago deseaba ayudar a sus hermanos a alcanzar su meta de vivir en el Reino de Dios. Por eso les da esta exhortación: “Ustedes también ejerzan paciencia; hagan firme su corazón, porque se ha acercado la presencia del Señor”. Ellos son felices si siguen aguantando la prueba, porque la aprobación de Dios significa recibir “la corona de la vida, que Jehová prometió a los que continúan amándolo” (Sant. 5:8; 1:12). De modo que la promesa de Dios acerca de la corona de la vida —sea vida inmortal en los cielos o vida eterna en la Tierra— se destaca como razón convincente para perseverar en obras de fidelidad. De seguro esta maravillosa carta nos animará a todos a seguir con empeño tras la meta de la vida eterna, sea en el cielo o en el nuevo mundo de Jehová gobernado por la Descendencia relacionada con el Reino, nuestro Señor Jesucristo (Sant. 2:5).
Carta inspirada de las Escrituras Griegas Cristianas. Es una de las llamadas cartas “generales”, porque, al igual que Primera y Segunda de Pedro, Primera de Juan y la carta de Judas (pero a diferencia de la mayoría de las cartas del apóstol Pablo), no se dirigía a ninguna congregación o persona específica. Esta carta se dirige a “las doce tribus que están esparcidas por todas partes”. (Snt 1:1.)
Escritor. El escritor se identifica simplemente como “Santiago, esclavo de Dios y del Señor Jesucristo”. (Snt 1:1.) Jesús tenía dos apóstoles llamados Santiago (Mt 10:2, 3), pero no es probable que ninguno de ellos escribiera la carta. Un apóstol, Santiago el hijo de Zebedeo, murió como mártir alrededor del año 44 E.C., y como se muestra en el apartado “Cuándo y dónde se escribió”, esto implicaría una fecha muy temprana para que él hubiese sido el escritor. (Hch 12:1, 2.) El otro apóstol, Santiago el hijo de Alfeo, no tiene relevancia en el registro bíblico, y se sabe muy poco de él. La naturaleza franca de la carta de Santiago no parece apoyar la posibilidad de que el escritor fuese Santiago el hijo de Alfeo, pues él probablemente se habría identificado como uno de los doce apóstoles con el fin de respaldar sus fuertes palabras con autoridad apostólica.
Las pruebas señalan, más bien, al Santiago que era medio hermano de Jesucristo, a quien este se apareció de manera particular después de su resurrección, y que alcanzó relevancia entre los discípulos. (Mt 13:55; Hch 21:15-25; 1Co 15:7; Gál 2:9.) El escritor de la carta de Santiago se identifica a sí mismo como un “esclavo de Dios y del Señor Jesucristo”, de manera muy similar a Judas, quien en la introducción a la carta que lleva su nombre se llama a sí mismo un “esclavo de Jesucristo, pero hermano de Santiago”. (Snt 1:1; Jud 1.) Además, las palabras de apertura de la carta de Santiago incluyen el término “¡Saludos!” (1:1), al igual que la carta concerniente a la circuncisión que se envió a las congregaciones cuando obviamente Santiago, el medio hermano de Jesús, tuvo una participación destacada en la asamblea de “los apóstoles y los ancianos” reunida en Jerusalén. (Hch 15:13, 22, 23.)
Canonicidad. La carta de Santiago está incluida en el Manuscrito Vaticano núm. 1209 y en los manuscritos Sinaítico y Alejandrino de los siglos IV y V E.C. También aparece en la Versión Peshitta siriaca y al menos en diez catálogos antiguos anteriores al Concilio de Cartago del año 397 E.C. Escritores religiosos primitivos, como Orígenes, Cirilo de Jerusalén, Jerónimo y otros, citaron de esa carta, reconociéndola como parte auténtica de las Sagradas Escrituras.
Cuándo y dónde se escribió.
La carta no dice nada que dé a entender que Jerusalén ya hubiera caído ante los romanos (en 70 E.C.). Según el historiador judío Josefo, un sumo sacerdote llamado Anán, que era saduceo, fue el responsable de llevar a Santiago y a otros ante el Sanedrín y hacer que se les lapidara. Josefo dice que ese hecho ocurrió después de la muerte del procurador romano Festo, pero antes de que llegara su sucesor, Albino. (Antigüedades Judías, libro XX, cap. IX, sec. 1.) Si eso es cierto y si las fuentes que dicen que Festo murió alrededor del año 62 E.C. son correctas, entonces Santiago tuvo que escribir su carta algún tiempo antes de esa fecha.
Como Santiago residía en Jerusalén, probablemente la escribió desde allí. (Gál 1:18, 19.)
A quiénes se escribió. Santiago escribió a “las doce tribus que están esparcidas por todas partes”, o “las [que están] en la dispersión”. (Snt 1:1, nota.) Se dirigió a sus “hermanos” espirituales, es decir, los que tenían “la fe de nuestro Señor Jesucristo”, y principalmente los que vivían fuera de Palestina (1:2; 2:1, 7; 5:7). Aunque Santiago basa gran parte de su argumento en las Escrituras Hebreas, esto no prueba que su carta fuese solo para cristianos judíos, del mismo modo que el que hoy en día alguien esté familiarizado con las Escrituras Hebreas no prueba que sea de ascendencia judía. El que llame a Abrahán “nuestro padre” (2:21) está en armonía con las palabras de Pablo en Gál 3:28, 29, donde muestra que lo que determina que uno sea de la verdadera descendencia de Abrahán no es el ser judío o griego. Por lo tanto, las “doce tribus” a las que se dirige la carta tienen que ser el “Israel de Dios”, el Israel espiritual. (Gál 6:15, 16.)
Propósito.
Parece que Santiago tenía un propósito doble al escribir:
1) exhortar a sus compañeros de creencia a desplegar fe y aguante durante sus pruebas y
2) advertirles de los pecados que resultan en la desaprobación divina.
Algunos habían caído en el lazo de mirar con favoritismo a los más prominentes y ricos. (Snt 2:1-9.) No discernían lo que eran realmente a los ojos de Dios, y eran oidores de la palabra pero no hacedores (1:22-27). Habían empezado a usar la lengua de manera incorrecta, y sus deseos vehementes de placer sensual provocaban peleas entre ellos (3:2-12; 4:1-3). Su deseo de poseer cosas materiales había llevado a algunos a ser amigos del mundo y, por lo tanto, a no mantenerse como vírgenes castas, sino a convertirse en “adúlteras” espirituales que estaban en enemistad con Dios (4:4-6).
Santiago los corrigió para que no solo fueran oidores, sino también hacedores, y les mostró mediante ejemplos bíblicos que un hombre que tiene verdadera fe la manifestará por medio de obras que estén en consonancia con su fe. Por ejemplo, un cristiano que tuviera verdadera fe no le diría a un hermano que estuviera desnudo y que careciera de alimento: ‘Ve en paz, manténte caliente y bien alimentado’, sin darle los artículos de primera necesidad (Snt 2:14-26). Santiago no contradecía a Pablo al decir que hay que ganar la salvación por medio de obras. Aceptaba la fe como la base para la salvación, pero dijo que no puede haber fe genuina que no produzca buenas obras. Esto está en armonía con lo que Pablo dice sobre el fruto del espíritu en Gálatas 5:22-24, con su consejo registrado en Efesios 4:22-24 y Colosenses 3:5-10 sobre el vestirse de la nueva personalidad y con la exhortación de Hebreos 13:16 en cuanto a hacer el bien y compartir cosas con otros.
Estilo. La carta de Santiago tiene un fuerte tono profético y contiene muchas figuras y símiles, lo que le da cierta semejanza a los discursos de Jesucristo, como el del Sermón del Monte. Al igual que Jesús, Santiago recurría a cosas físicas —el mar, la vegetación, los animales, los barcos, un labrador, la tierra— para respaldar de manera vívida sus argumentos sobre la fe, el control de la lengua, la paciencia, etc. (Snt 1:6, 9-11; 3:3-12; 5:7.) Además de este rasgo, el empleo de preguntas directas y los más de 50 imperativos que aparecen en esta carta relativamente breve hacen de ella una epístola dinámica.
Relación con escritos inspirados anteriores. Santiago citó o se refirió a las Escrituras Hebreas con relación a la creación del hombre (Snt 3:9; Gé 1:26), Abrahán y Rahab (Snt 2:21-26; Gé 15:6; 22:9-12; Jos 2; Isa 41:8), Job (Snt 5:11; Job 1:13-22; 2:7-10; 42:10-17), la Ley (Snt 2:8, 11; Éx 20:13, 14; Le 19:18; Dt 5:17, 18) y Elías (Snt 5:17, 18; 1Re 17:1; 18:1). Hay muchos ejemplos obvios de consonancia directa con las declaraciones de Jesucristo. Algunos son: la actitud tocante a la persecución (Snt 1:2; Mt 5:10-12), pedir y recibir cosas de Dios (Snt 1:5, 17; Lu 11:9-13), ser tanto oidores como hacedores (Snt 1:22; Mt 7:21-27), mantenerse separados del mundo (Snt 4:4; Jn 17:14), no juzgar a otros (Snt 4:12; Lu 6:37) y ser de palabra confiable (Snt 5:12; Mt 5:33-37).
Las palabras de Santiago 4:5 han presentado un problema porque no se sabe con certeza de qué porción de las Escrituras Hebreas citó (o simplemente hizo referencia) Santiago. Este texto dice: “¿O se figuran ustedes que la escritura dice en balde: ‘Es con tendencia hacia la envidia con lo que el espíritu que se ha domiciliado en nosotros sigue anhelando’?”. Existe la opinión de que, bajo inspiración divina, Santiago sacó esas palabras de la idea general implícita en textos tales como Génesis 6:5; 8:21; Proverbios 21:10 y Gálatas 5:17.
Carta que subraya que la fe debe demostrarse mediante obras |
Los cristianos que perseveran fielmente tienen razones para sentirse gozosos - (1:1-18)
★Dios proveerá con generosidad la sabiduría necesaria para aguantar si se sigue pidiendo con fe
|
La adoración que Dios acepta exige obras justas como demostración de fe - (1:19–2:26)
★Rechacen toda maldad, pero acepten la palabra de Dios con apacibilidad; pongan en práctica la palabra y no sean meros oidores de ella
|
Los maestros tienen gran responsabilidad ante Jehová - (3:1-18)
★Al igual que todos los cristianos, ellos también deben aprender a controlar la lengua
|
Las tendencias mundanas afectarán su relación con Dios - (4:1–5:12)
★Los que luchan para conseguir sus propósitos egoístas, así como los que condenan a sus hermanos, tienen que arrepentirse
|
Para recobrarse de la enfermedad espiritual, debe pedir ayuda a los ancianos - (5:13-20)
★La curación espiritual vendrá tras confesar abiertamente el pecado, así como por las oraciones de los ancianos a favor del pecador
|