Descenso a los infiernos

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Cristo está muerto y desciende a los infiernos. En el silencio del Sábado Santo, sobre la tierra es el día del dolor, pero en los infiernos ya es Pascua. Cristo desciende como el sol que disipa para siempre las tinieblas de la muerte.

El icono significa lo que canta los maitines del Gran Sábado en la liturgia oriental: "Tú has bajado sobre la tierra para salvar a Adán, pero no encontrándolo sobre la tierra, oh Señor, has ido a buscarlo a los infiernos".

El Amor se ha donado gratuita y totalmente para ir en busca de la oveja perdida, ha bajado hasta las profundidades de los infiernos para arrancar a los hombres de la esclavitud del pecado y de la muerte y para introducir a toda la humanidad en la sala de las bodas, en el Paraíso.

Cristo ha atravesado la muerte, simbolizada por el círculo negro, y ahora, insertado en las dos esferas paradisíacas, agarra a Adán y lo atrae hacia sí. Es el encuentro entre el primer y el segundo Adán: el Nuevo restituye al primero la imagen y la semejanza con Dios. "Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo" (1 Cor 15,21-22). Frente a Adán se encuentra Eva, la madre de todos los vivientes, también ella tiende los brazos hacia el Salvador. Sus manos están cubiertas porque tocaron el fruto prohibido. Cristo Rey tiene una vestidura dorada, resplandeciente de la gloria divina; él está por encima de los abismos, debajo de él caen despedazadas las puertas de los infiernos.

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David, Salomón y Juan el Bautista.

Los dos grupos de figuras representan a los profetas y a los justos que esperan al Salvador. A la izquierda se reconoce: al rey David, Salomón y Daniel con el típico gorro babilónico. Más cercano a Jesús, Juan el Bautista que repite su gesto de testigo.
A la derecha se encuentran Moisés con las tablas de la Ley, Abraham con el rostro arrugado y Noé con las vestiduras veteadas con los colores del arco iris; ellos son los testigos de la Alianza. Todos reconocen al Señor en quien han esperado: en él se cumplen la Ley y las promesas. "¡Saca mi alma de la cárcel, y daré gracias a tu nombre! En torno a mí los justos harán corro, por tu favor para conmigo" (Sal 142,8). Cristo liberador anuncia el evangelio a los prisioneros: todo cristiano participa de este celo apostólico a favor de todos aquellos que en este mundo están en los infiernos, sentados en las tinieblas y en la sombra de muerte.

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Detalle de Moisés, Abraham y Noé con algunos profetas detrás.