Había un efraimita de Ramataim-Zofim,a de la región montañosa de Efraín,b que se llamaba Elcaná.c Era hijo de Jeroham, hijo de Elihú, hijo de Tohu, hijo de Zuf.d
Todos los años, este hombre subía desde su ciudad hasta Siló para adorar a Jehová de los ejércitos y ofrecerle sacrificios. Allí es donde Hofní y Finehás, los dos hijos de Elí, le servían de sacerdotes a Jehová.
Así es como la trataba año tras año. Cada vez que Ana subía a la casa de Jehová, era tanto lo que su rival se burlaba de ella que Ana acababa llorando y no comía nada.
Pero su esposo Elcaná le dijo: “Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué no comes? ¿Por qué estás tan triste? Me tienes a mí. ¿Acaso no soy yo mejor que 10 hijos?”.
Después de que terminaron de comer y beber en Siló, Ana se levantó y se fue. En ese momento, el sacerdote Elí estaba sentado en el asiento junto a la puerta del templo de Jehová.
Y le hizo este voto: “¡Oh, Jehová de los ejércitos! Mira lo mucho que estoy sufriendo. Si te acuerdas de esta sierva tuya, si no te olvidas de mí y me das un hijo varón, yo te lo entregaré, Jehová, para que te sirva toda la vida. Y nunca se le cortará el pelo”.
Ana le respondió: “¡No, señor mío! No he bebido ni vino ni ninguna otra bebida alcohólica. Es que estoy sufriendo mucho y por eso le estoy abriendo mi corazón a Jehová.
Por la mañana, se levantaron temprano y, después de inclinarse ante Jehová, regresaron a su casa en Ramá. Elcaná tuvo relaciones sexuales con su esposa Ana, y Jehová se acordó de ella.
Pero Ana no subió, porque le dijo a su esposo: “Cuando deje de darle el pecho al niño, entonces lo llevaré para que se presente ante Jehová, y se quedará allí a partir de ese momento”.
Su esposo Elcaná le contestó: “Haz lo que te parezca bien. Quédate aquí hasta que dejes de darle el pecho. Que Jehová cumpla lo que has dicho”. Así que ella se quedó en la casa y le siguió dando el pecho a su hijo hasta que lo destetó.
En cuanto dejó de darle el pecho, subió con él a Siló. También llevó un toro de tres años, un efá de harina y una jarra grande de vino. Llegó con el niño a la casa de Jehová, en Siló.
Entonces Ana hizo esta oración:j
“Mi corazón está alegre gracias a Jehová;k Jehovál me da fuerzas.
Mi boca se abre para responder a mis enemigos, porque tus actosm de salvación me hacen feliz.
Dejen de hablar con orgullo. Que no salgan de su bocap palabras arrogantes, porque Jehováa es un Dios que todo lo sabe y evalúab las acciones correctamente.
Los que tenían comida de sobra tienen que trabajar para ganarse el pan,e pero los hambrientos ya no pasan hambre.f
La mujer estéril ha tenido siete hijos,g pero la que tenía muchos se ha quedado sola.h
Levanta del polvo al humildeo y alza del montón de cenizas al pobrep para sentarlos con príncipes y darlesr un lugar de honor.q De Jehová son los cimientos de la tierra,s y sobre ellos coloca el terreno productivo.
Jehová hará pedazosa a los que luchan contra él y tronará contra ellos desde el cielo.b Hasta en el último rincón de la tierra,c Jehová juzgará. Le dará poder a su rey.d Le dará fuerzas a su ungido”.e
En vez de quedarse con lo que les correspondía recibir del pueblo por ser sacerdotes, ellos hacían esto: cuando un hombre ofrecía un sacrificio, un ayudante del sacerdote llegaba con un gran tenedor de tres dientes mientras se hervía la carne
y lo metía en el recipiente, en la olla de dos asas, en el caldero o en la olla de un mango. Y el sacerdote se quedaba con todo lo que el tenedor sacaba. Eso se lo hacían a todos los israelitas que iban a Siló.
Además, antes de que se hiciera humear la grasa, un ayudante del sacerdote le decía al hombre que ofrecía el sacrificio: “Dale al sacerdote carne para asar. No aceptará carne hervida. Solo quiere carne cruda”.
Cuando el hombre le decía “Que primero se aseguren de hacer humear la grasa. Luego puedes quedarte con lo que quieras”, el ayudante le respondía “No, dame la carne ya. Si no, te la quito a la fuerza”.
Y Elí bendijo a Elcaná y a su esposa. Dijo: “Que Jehová te conceda tener un hijo de esta esposa a cambio del que ella le entregó a Jehová”. Y regresaron a su casa.
Elí era muy viejo, pero estaba enterado de todo lo que sus hijos le hacían a todo Israel. Y sabía que se acostaban con las mujeres que servían a la entrada de la tienda de reunión.
Si un hombre peca contra otro hombre, tal vez alguien le suplique a Jehová a favor de él. Pero, si un hombre peca contra Jehová, ¿quién orará por él?”. Pero ellos no quisieron hacerle caso a su padre, pues Jehová había decidido quitarles la vida.
Y un hombre de Dios fue a decirle a Elí: “Esto es lo que dice Jehová: ‘¿Acaso no me di a conocer claramente a la familia de tu antepasado mientras estaban en Egipto y eran esclavos de la casa del faraón?
De todas las tribus de Israel, él fue elegido para servirme de sacerdote. Él fue elegido para subir a mi altar a hacer sacrificios, para ofrecer incienso y para llevar el efod en mi presencia. Y le concedí a la familia de tu antepasado todas las ofrendas hechas con fuego por los israelitas.
¿Por qué desprecian ustedes mi sacrificio y mi ofrenda, que he ordenado hacer en mi morada? ¿Por qué sigues honrando a tus hijos más que a mí? ¿Por qué se engordan ustedes con las mejores porciones de las ofrendas que hace mi pueblo Israel?
”’Por eso las palabras de Jehová, el Dios de Israel, son estas: “Es verdad que yo dije que tu familia y la familia de tu antepasado siempre estarían a mi servicio”. En cambio, ahora Jehová dice: “Eso para mí ya es impensable. Porque honraré a los que me honran, pero los que me desprecian serán tratados con desprecio”.
Aquel hombre de los tuyos al que yo deje sirviendo en mi altar, ese hará que se te consuman los ojos y te causará mucha angustia. Sin embargo, la gran mayoría de los de tu casa morirán por la espada de los hombres.
Entonces elegiré para mí a un sacerdote que sea fiel. Él cumplirá los deseos de mi corazón. Le edificaré una casa duradera, y él siempre estará al servicio de mi ungido.
Los que queden de tu casa vendrán a inclinarse ante él para pedirle un sueldo y pan. Dirán: “Por favor, dame algún trabajo sacerdotal para tener un pedazo de pan que llevarme a la boca”’”.
Mientras tanto, el pequeño Samuel servía a Jehová bajo la supervisión de Elí. En aquellos días ya no era común oír la palabra de Jehová ni eran frecuentes las visiones.
Y corrió hasta donde estaba Elí y le dijo: “Señor, me llamaste, aquí estoy”. Pero él le respondió: “No, yo no te llamé. Vuelve a acostarte”. Así que Samuel fue y se acostó.
Jehová lo llamó otra vez: “¡Samuel!”. Entonces Samuel se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: “Señor, me llamaste, aquí estoy”. Pero él le respondió: “No, mi hijo, no te llamé. Vuelve a acostarte”.
Y Jehová lo llamó por tercera vez: “¡Samuel!”. Entonces Samuel se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: “Me llamaste, aquí estoy”.
Ahí fue cuando Elí se dio cuenta de que era Jehová quien estaba llamando al niño.
Así que Elí le dijo a Samuel: “Anda, acuéstate, y si te llama de nuevo le tienes que decir ‘Dime, Jehová, tu siervo está escuchando’”. Samuel se fue y volvió a acostarse.
Entonces Jehová se presentó y, como las otras veces, lo volvió a llamar: “¡Samuel, Samuel!”. A lo que Samuel respondió: “Dime, tu siervo está escuchando”.
Tienes que decirle que voy a condenar para siempre a su familia por el error que él ya sabe: que sus hijos están insultando a Dios pero él no los ha reprendido.
Y Elí le preguntó: “¿Qué fue lo que te dijo? No me lo ocultes, por favor. Que Dios te castigue severamente si me ocultas una sola palabra de todo lo que te dijo”.
Y las palabras de Samuel llegaban a todo Israel. En esos días, Israel salió a pelear contra los filisteos. Los israelitas acamparon al lado de Ebenézer, y los filisteos, en Afec.
Entonces los filisteos se colocaron en formación de batalla para luchar contra Israel. Pero la batalla se complicó, y los israelitas cayeron derrotados. Los filisteos mataron a unos 4.000 hombres en el campo de batalla.
Cuando los soldados regresaron al campamento, los ancianos de Israel dijeron: “¿Por qué dejó Jehová que fuéramos derrotados por los filisteos hoy? Saquemos de Siló el arca del pacto de Jehová y llevémosla con nosotros para que nos salve de las manos de nuestros enemigos”.
De modo que enviaron hombres a Siló, y estos se llevaron de allí el arca del pacto de Jehová de los ejércitos, quien está sentado en su trono sobre los querubines. Hofní y Finehás, los dos hijos de Elí, también acompañaban el arca del pacto del Dios verdadero.
Cuando los filisteos oyeron los gritos, dijeron: “¿A qué se deben esos gritos en el campamento de los hebreos?”. Al enterarse de que el Arca de Jehová estaba en el campamento,
Filisteos, sean valientes y pórtense como hombres. Si no, acabarán sirviendo a los hebreos tal como ellos les han servido a ustedes. ¡Pórtense como hombres y peleen!”.
Así que los filisteos pelearon, y los israelitas fueron derrotados, y cada uno huyó a su casa. Hubo una gran matanza: del lado de Israel cayeron 30.000 soldados de a pie.
Cuando el hombre llegó, Elí estaba sentado en el asiento junto al camino. Estaba esperando, con el corazón muy inquieto por el Arca del Dios verdadero. Cuando el hombre entró en la ciudad y dio la noticia, toda la ciudad se puso a gritar.
Entonces el hombre le dijo a Elí: “¡Yo soy el que acaba de llegar del campo de batalla! Hoy mismo escapé de allí”. Al oír esto, Elí le preguntó: “¿Qué ha pasado, hijo mío?”.
Así que el mensajero le dijo: “Israel ha huido de los filisteos, el pueblo ha sufrido una gran derrota. También han muerto tus dos hijos, Hofní y Finehás, y los filisteos se han llevado el Arca del Dios verdadero”.
En cuanto el hombre mencionó el Arca del Dios verdadero, Elí se fue de espaldas y se cayó del asiento, al lado de la puerta. Se rompió la nuca y murió, pues ya era viejo y pesaba mucho. Había juzgado a Israel durante 40 años.
Su nuera, la esposa de Finehás, estaba embarazada y a punto de dar a luz. Cuando supo que se habían llevado el Arca del Dios verdadero y que su suegro y su esposo habían muerto, se dobló porque de repente le vinieron los dolores de parto, y dio a luz.
Como se estaba muriendo, las mujeres que estaban a su lado le dijeron: “No tengas miedo, has tenido un hijo”. Pero ella no les respondió ni les hizo caso.
Al niño lo llamó Icabod, pues dijo: “La gloria se ha ido de Israel al destierro”. Dijo eso porque se habían llevado el Arca del Dios verdadero y por lo que les había pasado a su suegro y a su esposo.
Los habitantes de Asdod madrugaron al día siguiente y encontraron la estatua de Dagón bocabajo en el suelo. Había caído delante del Arca de Jehová. Así que la recogieron y la pusieron de nuevo en su lugar.
Cuando madrugaron al día siguiente, allí estaba Dagón bocabajo en el suelo delante del Arca de Jehová. La cabeza de Dagón y sus dos manos aparecieron cortadas en el umbral. Solo la parte que tenía forma de pez quedó intacta.
Cuando los hombres de Asdod vieron lo que estaba pasando, dijeron: “El Arca del Dios de Israel no puede seguir con nosotros, porque la mano de él ha sido dura con nosotros y con Dagón, nuestro dios”.
Así que reunieron a todos los gobernantes de los filisteos y les preguntaron: “¿Qué hacemos con el Arca del Dios de Israel?”. Ellos les respondieron: “Hay que llevar el Arca del Dios de Israel a Gat”. De modo que la llevaron allí.
Después que trasladaron el Arca allí, la mano de Jehová castigó a la ciudad, sembrando así el pánico. Castigó a toda la gente de la ciudad, a pequeños y grandes, y les salieron hemorroides.
Por lo tanto, trasladaron el Arca del Dios verdadero a Ecrón. Pero, en cuanto el Arca llegó allí, los ecronitas empezaron a gritar: “¡Nos han traído el Arca del Dios de Israel para matarnos a nosotros y a nuestro pueblo!”.
Entonces reunieron a todos los gobernantes de los filisteos y dijeron: “Saquen de aquí el Arca del Dios de Israel. Devuélvanla a su lugar para que no muramos, ni nosotros ni nuestro pueblo”. Pues todos en la ciudad estaban aterrorizados con la idea de morir. La mano del Dios verdadero los había castigado con dureza:
Los filisteos llamaron a los sacerdotes y a los adivinos, y les preguntaron: “¿Qué debemos hacer con el Arca de Jehová? Dígannos cómo enviarla de vuelta a su lugar”.
Ellos contestaron: “Si van a enviar de vuelta el arca del pacto de Jehová, el Dios de Israel, no la devuelvan sin una ofrenda. Asegúrense de mandarle a él una ofrenda por la culpa. Solo así podrán curarse y descubrir por qué la mano de él no ha dejado de castigarlos”.
Y les preguntaron: “¿Qué debemos mandarle como ofrenda por la culpa?”. Les respondieron: “Como los gobernantes de los filisteos son cinco, manden cinco hemorroides de oro y cinco ratones de oro. Porque cada uno de ustedes y de sus gobernantes ha sufrido el mismo azote.
Deben hacer imágenes de las hemorroides y de los ratones, que están acabando con el país. Y tienen que honrar al Dios de Israel. Quizás así su mano deje de castigarlos a ustedes, a su dios y a su tierra.
¿Por qué tienen que ponerse tercos como hicieron Egipto y el faraón? Cuando el Dios de Israel fue duro con ellos, tuvieron que dejar que los israelitas se fueran, y los israelitas salieron de allí.
Así que preparen una carreta nueva y consigan dos vacas que tengan crías y a las que nunca les hayan puesto un yugo. Luego enganchen las vacas a la carreta, pero llévense las crías de vuelta al corral, lejos de sus madres.
Coloquen en la carreta el Arca de Jehová y pongan junto al Arca una caja con los objetos de oro que le envíen a él como ofrenda por la culpa. Después dejen que se vaya
y quédense mirando. Si sube por el camino que va a Bet-Semes, hacia su propia tierra, eso quiere decir que fue el Dios de Israel quien nos hizo este daño tan grande. Pero, si no va por ahí, sabremos que no fue su mano la que nos castigó, sino que todo pasó por casualidad”.
Los hombres hicieron lo que les dijeron. Consiguieron dos vacas que tenían crías y las engancharon a la carreta. Y a las crías las metieron en el corral.
Y las vacas se fueron derecho por el camino que va a Bet-Semes. Iban mugiendo sin salirse del camino en ningún momento, ni a la derecha ni a la izquierda. Y los gobernantes de los filisteos fueron caminando detrás de ellas hasta la frontera de Bet-Semes.
La carreta entró en el campo de Josué el betsemita y se detuvo ahí, cerca de una gran piedra. Entonces hicieron leña con la madera de la carreta y le ofrecieron las vacas a Jehová como ofrenda quemada.
Los levitas bajaron el Arca de Jehová y la caja con los objetos de oro, y las colocaron en la gran piedra. Aquel día los hombres de Bet-Semes le ofrecieron a Jehová ofrendas quemadas y otros sacrificios.
Las hemorroides de oro que los filisteos le enviaron a Jehová como ofrenda por la culpa fueron estas: una por Asdod, una por Gaza, una por Asquelón, una por Gat y una por Ecrón.
Y el número de ratones de oro era igual al total de las ciudades filisteas que pertenecían a los cinco gobernantes (las ciudades fortificadas y las aldeas del campo). Y la gran piedra en la que colocaron el Arca de Jehová ha quedado como testigo hasta el día de hoy en el campo de Josué el betsemita.
Pero Dios mató a los hombres de Bet-Semes, porque habían mirado el Arca de Jehová. Mató a 50.070 del pueblo. Y el pueblo empezó a llorar su muerte, ya que Jehová los había castigado con una gran matanza.
Así que enviaron mensajeros a los habitantes de Quiryat-Jearim para decirles: “Los filisteos han devuelto el Arca de Jehová. Bajen a buscarla y llévensela”.
Pasó mucho tiempo, 20 años en total, desde el día en que el Arca llegó a Quiryat-Jearim. Y todos los de la casa de Israel se pusieron a buscar a Jehová.c
Samuel les dijo a los de la casa de Israel: “Si con todo el corazón quieren volver a Jehová,d desháganse de los dioses extranjerose y de las imágenes de Astoret,f entréguenle por completo su corazón a Jehová y sírvanle solo a él.g Entonces él los rescatará de las manos de los filisteos”.h
Por lo tanto, se reunieron en Mizpá. Sacaron agua y la derramaron ante Jehová, y ayunaron aquel día.n Allí dijeron: “Hemos pecado contra Jehová”.o Y Samuel empezó a servir como juezp de los israelitas en Mizpá.
Cuando los filisteos supieron que los israelitas se habían reunido en Mizpá, los gobernantes de los filisteos subieron a atacar a Israel. Al enterarse de esto, los israelitas tuvieron miedo de los filisteos.
Entonces Samuel tomó un corderito y se lo ofreció a Jehová como ofrenda quemada. Samuel le suplicó a Jehová que ayudara a Israel, y Jehová le respondió.
Mientras Samuel presentaba la ofrenda quemada, los filisteos avanzaron para luchar contra Israel. Y aquel día Jehová hizo que tronara muy fuerte sobre los filisteos y sembró el caos entre ellos, y fueron derrotados ante Israel.
Así fueron dominados los filisteos. No invadieron más el territorio de Israel, y la mano de Jehová siguió estando en contra de ellos todos los días de Samuel.
Y las ciudades que los filisteos le habían quitado a Israel volvieron a ser de Israel, desde Ecrón hasta Gat. Los israelitas recuperaron de manos de los filisteos los territorios de esas ciudades. Además, Israel estuvo en paz con los amorreos.
Le dijeron: “Mira, tú ya te has hecho viejo y tus hijos no han seguido tus pasos. Así que nombra un rey para que nos juzgue, como lo tienen todas las demás naciones”.
Están haciendo lo mismo que han estado haciendo desde el día en que los saqué de Egipto. Siempre me abandonan y adoran a otros dioses. Y eso es lo que ahora te están haciendo a ti.
Les dijo: “Esto es lo que tendrá derecho a exigirles el rey que los gobierne: se llevará a los hijos de ustedes para ponerlos en sus carros de guerra y en su caballería, y algunos tendrán que correr delante de sus carruajes.
A otros los hará jefes de su ejército: jefes de mil y jefes de cincuenta. Y a otros los pondrá a arar y cosechar sus campos, a fabricar sus armas de guerra y el equipo para sus carros.
Se quedará con la décima parte de lo que produzcan los campos de cereales y las viñas de ustedes, y se la dará a los funcionarios de la corte y a sus siervos.
Y Jehová le dijo a Samuel: “Escúchalos y nombra un rey para que los gobierne”. Entonces Samuel les dijo a los hombres de Israel: “Que cada uno regrese a su ciudad”.
Había un hombre de la tribu de Benjamín que se llamaba Quis. Era hijo de Abiel, hijo de Zeror, hijo de Becorat, hijo de Afías. Este benjaminita era muy rico.
Un día se perdieron los burros de Quis, el padre de Saúl. Y Quis le dijo a su hijo Saúl: “Por favor, llévate a uno de los sirvientes y vete a buscar los burros”.
Ellos recorrieron la región montañosa de Efraín y la tierra de Salisá, pero no los encontraron. Pasaron por la tierra de Saalim, pero tampoco estaban allí. Recorrieron toda la tierra de los benjaminitas, y no había ni rastro de ellos.
Cuando llegaron a la tierra de Zuf, Saúl le dijo al sirviente que estaba con él: “Vamos, regresemos, no sea que mi padre empiece a preocuparse por nosotros en vez de por los burros”.
Pero el sirviente le dijo: “Mira, en esa ciudad hay un hombre de Dios, un hombre muy respetado. Todo lo que dice se cumple sin falta. Vamos a verlo. Tal vez nos pueda decir por dónde ir”.
Saúl le dijo a su sirviente: “Pero, si vamos, ¿qué le llevamos? Ya no queda pan en nuestras bolsas. No tenemos nada que darle al hombre del Dios verdadero. ¿Acaso nos queda algo?”.
El sirviente insistió y le dijo a Saúl: “Mira, tengo en mi mano un cuarto de siclo de plata. Se lo daré al hombre del Dios verdadero, y él nos dirá por dónde ir”.
(Antiguamente, cuando alguien en Israel iba a consultar a Dios, decía: “Vayamos a ver al vidente”. Porque a los profetas de hoy antes se les llamaba videntes).
Mientras iban subiendo a la ciudad por la cuesta, se encontraron a unas muchachas que salían a sacar agua y les preguntaron: “¿Está el vidente en este lugar?”.
Ellas les contestaron: “Sí. Miren, está más adelante. Apresúrense. Acaba de llegar a la ciudad porque el pueblo va a hacer hoy un sacrificio en el lugar alto.
En cuanto entren en la ciudad, se lo van a encontrar. Vayan rápido, antes de que suba a comer al lugar alto. Porque la gente no empezará a comer hasta que él llegue y bendiga el sacrificio. Solo entonces podrán comer los invitados. Si suben ya, lo alcanzarán”.
Así que subieron a la ciudad. Y, cuando se dirigían al centro de la ciudad, vieron a Samuel, que venía a encontrarse con ellos para subir al lugar alto.
“Mañana como a esta hora te enviaré un hombre de la tierra de Benjamín. Debes ungirlo para que sea el líder de mi pueblo Israel. Él salvará a mi pueblo de las manos de los filisteos. Porque he visto el sufrimiento de mi pueblo y sus lamentos han llegado hasta mí”.
Samuel le respondió a Saúl: “Yo soy el vidente. Sube al lugar alto delante de mí. Hoy comerán conmigo y por la mañana podrán irse. Te diré todo lo que quieres saber.
En cuanto a los burros que se perdieron hace tres días, no te preocupes por ellos, porque ya los encontraron. Además, ¿a quién le pertenecen todas las cosas valiosas de Israel? ¿Acaso no son tuyas y de toda la familia de tu padre?”.
Al oír esto, Saúl contestó: “Pero ¿no soy yo de Benjamín, la más pequeña de las tribus de Israel? ¿Y no es mi familia la más insignificante de todas las familias de la tribu de Benjamín? ¿Por qué me dices eso a mí?”.
Así que el cocinero trajo una pierna entera y se la sirvió a Saúl. Y Samuel dijo: “Aquí tienes lo que estaba reservado para ti. Come, porque se reservó para que lo comieras en esta ocasión, porque yo dije ‘Tengo invitados’”. De modo que aquel día Saúl comió con Samuel.
Al día siguiente se levantaron temprano. Cuando estaba amaneciendo, Samuel llamó a Saúl, que estaba en la azotea, y le dijo: “Prepárate, y me despediré de ti”. Así que Saúl se preparó y los dos salieron afuera.
Mientras bajaban a las afueras de la ciudad, Samuel le dijo a Saúl: “Dile al sirviente que se adelante”. Y el sirviente se adelantó. “Pero tú —añadió Samuel— quédate aquí, que tengo que comunicarte un mensaje de Dios”.
Samuel entonces tomó el frasco del aceite y se lo derramó a Saúl en la cabeza. Lo besó y le dijo: “Jehová te ha ungido para que seas el líder de su pueblo.
Hoy, cuando me dejes y pases cerca de la tumba de Raquel, en el territorio de Benjamín, en Zelzá, te encontrarás con dos hombres. Ellos te dirán: ‘Los burros que buscabas ya aparecieron. Ahora tu padre ya no está preocupado por ellos, sino por ustedes, y anda diciendo: “¿Qué hago para encontrar a mi hijo?”’.
Tú sigue adelante hasta que llegues al árbol grande de Tabor. Allí te encontrarás con tres hombres que van subiendo a Betel para adorar al Dios verdadero. Uno llevará tres cabritos, otro tres panes y otro una jarra grande de vino.
Después de eso llegarás a la colina del Dios verdadero, donde hay una tropa de filisteos. Al llegar a la ciudad, verás a un grupo de profetas bajando del lugar alto. Ellos irán hablando como hablan los profetas, y delante de ellos irá gente tocando un instrumento de cuerda, la pandereta, la flauta y el arpa.
Entonces, baja a Guilgal tú primero. Allí me encontraré contigo para ofrecer sacrificios quemados y sacrificios de paz. Espérame siete días hasta que yo llegue, y entonces te diré lo que debes hacer”.
En cuanto Saúl dio media vuelta para dejar a Samuel, Dios le empezó a cambiar el corazón para que fuera como el de una persona distinta, y ese día ocurrieron todas aquellas señales.
En efecto, cuando fueron desde allí a la colina, se encontró con un grupo de profetas. En ese momento, el espíritu de Dios lo llenó de poder, y él se unió a ellos y se puso a hablar como hablan los profetas.
Cuando los que conocían a Saúl de antes vieron que iba con los profetas y hablaba como ellos, se dijeron unos a otros: “¿Qué le ha pasado al hijo de Quis? ¿Acaso también Saúl es profeta?”.
Más tarde, el hermano del padre de Saúl les preguntó a él y a su sirviente: “¿Adónde fueron?”. Saúl le respondió: “A buscar los burros, pero, como no los encontrábamos, fuimos a ver a Samuel”.
y les dijo a los israelitas: “Esto es lo que dice Jehová, el Dios de Israel: ‘Fui yo quien sacó a Israel de Egipto y quien los rescató de las manos de Egipto y de todos los reinos que los oprimían.
Pero ahora ustedes han rechazado a su Dios, su Salvador, que los salvó de todos sus males y angustias. Han dicho: “¡No importa! Nombra un rey para que nos gobierne”. Y, ahora, ocupen sus puestos delante de Jehová por tribus y por clanes’”.
Entonces hizo que se acercara la tribu de Benjamín, familia por familia. Y la familia elegida fue la de los matritas. Finalmente, el escogido fue Saúl hijo de Quis. Pero lo buscaron y no lo encontraron por ningún lado.
Fueron corriendo a buscarlo y lo sacaron de allí. Cuando Saúl ocupó su puesto en medio del pueblo, vieron que era tan alto que nadie le pasaba del hombro.
Entonces Samuel le explicó al pueblo los derechos de los reyes, los escribió en un libro y puso el libro delante de Jehová. Luego les dijo a todos que regresaran a su casa.
Y resulta que Nahás el ammonita subió con sus hombres para acampar y luchar contra Jabés, en Galaad. Todos los hombres de Jabés le dijeron a Nahás: “Haz un pacto con nosotros y te serviremos”.
Los ancianos de Jabés le dijeron: “Danos un plazo de siete días para que enviemos mensajeros por todo el territorio de Israel. Y, si nadie viene a salvarnos, nos rendiremos ante ti”.
Saúl venía del campo, guiando el ganado. Entonces preguntó: “¿Qué le pasa al pueblo? ¿Por qué están todos llorando?”. Así que le contaron lo que habían dicho los hombres de Jabés.
Agarró dos toros, los cortó en pedazos y envió los pedazos por todo el territorio de Israel con los mensajeros, quienes iban diciendo: “¡Esto es lo que le va a pasar al ganado del que no siga a Saúl y a Samuel!”. Con eso, el pueblo se llenó del temor de Jehová, y se pusieron en marcha como un solo hombre.
Y les dijeron a los mensajeros que habían venido: “Díganles esto a los hombres de Jabés, en Galaad: ‘Mañana, cuando caliente el sol, se les va a salvar’”. Así que los mensajeros fueron y se lo dijeron a los hombres de Jabés, quienes se pusieron contentísimos.
Al día siguiente, Saúl dividió a sus hombres en tres grupos. Durante la vigilia de la mañana, se abrieron paso hasta el centro del campamento y estuvieron matando ammonitas hasta que calentó el sol. Los que sobrevivieron huyeron y se dispersaron tanto que no quedaron ni dos juntos.
Así que todo el pueblo fue a Guilgal, y allí hicieron rey a Saúl delante de Jehová. Después le ofrecieron a Jehová sacrificios de paz, y Saúl y todos los israelitas celebraron la ocasión con gran alegría.
¡Aquí tienen al rey que los va a dirigir!l Yo ya estoy viejom y lleno de canas,n y mis hijos están ahí entre ustedes.o Los he dirigido a ustedes desde mi juventud hasta el día de hoy.p
Aquí me tienen.q ¿Alguna vez le he quitado a alguien su toro o su burro?r ¿He estafado o maltratado a alguien? ¿He aceptado un soborno para hacer la vista gorda?s Si es así, acúsenme delante de Jehová y de su ungido, y yo se lo compensaré”.t
Así que él les dijo: “Jehová hoy es testigo, y su ungidob también lo es, de que ustedes no tienen nada de qué acusarme”.c A lo que ellos contestaron: “Es testigo”.
Y, ahora, ocupen sus puestos, que voy a juzgarlos delante de Jehová teniendo en cuenta todas las cosas buenas que Jehová ha hecho por ustedes y sus antepasados.
”Cuando Jacob entró en Egipto y los antepasados de ustedes le suplicaron ayuda a Jehová, Jehová envió a Moisés y Aarón para sacarlos de Egipto y traerlos a vivir aquí.
Pero sus antepasados se olvidaron de Jehová su Dios, así que él los abandonó en manos de Sísara, el jefe del ejército de Hazor, y también en manos de los filisteos y del rey de Moab, quienes lucharon contra ellos.
Entonces le suplicaron ayuda a Jehová. Le dijeron: ‘Hemos pecado, Jehová, porque te hemos dejado y hemos servido a los Baales y a las imágenes de Astoret. Pero, ahora, libéranos de las manos de nuestros enemigos para que te sirvamos a ti’.
Y Jehová envió a Jerubaal, a Bedán, a Jefté y a Samuel para liberarlos de las manos de los enemigos que los rodeaban, para que ustedes pudieran vivir seguros.
Sin embargo, al ver que Nahás —el rey de los ammonitas— había venido a atacarlos, ustedes me insistieron una y otra vez ‘¡Queremos tener un rey!’ cuando en realidad Jehová su Dios es su Rey.
Si ustedes temen a Jehová, le sirven y obedecen su voz, y no se rebelan contra lo que Jehová manda, y si tanto ustedes como el rey que los gobierna siguen a Jehová su Dios, las cosas les irán bien.
Es la temporada de la cosecha del trigo, ¿verdad? Le pediré a Jehová que haga tronar y llover. Entonces sabrán y entenderán lo mal que se han portado a los ojos de Jehová pidiendo un rey”.
A continuación, Samuel le rogó a Jehová, y Jehová hizo que tronara y lloviera aquel día, de modo que todo el pueblo sintió mucho miedo de Jehová y de Samuel.
Y todo el pueblo le dijo a Samuel: “Órale a Jehová tu Dios a favor de nosotros, tus siervos, porque no queremos morir, porque hemos añadido a todos nuestros pecados la maldad de pedir un rey”.
Así que Samuel le dijo al pueblo: “No tengan miedo. Es verdad que han hecho todas estas cosas malas. Pero, ahora, no dejen de seguir a Jehová. Sirvan a Jehová con todo el corazón.
Resulta que Saúl seleccionó 3.000 hombres de Israel. De estos, 2.000 estaban con Saúl en Micmash y en la región montañosa de Betel, y 1.000 estaban con Jonatán en Guibeá de Benjamín. Al resto del pueblo le dijo que regresara a su casa.
Luego Jonatán derrotó a la tropa de filisteos que estaba en Gueba, y los filisteos oyeron lo que pasó. Y Saúl hizo que se tocara el cuerno por todo el país y se dijera: “¡Que los hebreos oigan esto!”.
Y todo Israel escuchó la noticia: “Saúl derrotó una tropa de filisteos, y ahora los filisteos detestan a Israel”. Así que se convocó a los hombres para que se unieran a Saúl en Guilgal.
Los filisteos también se juntaron para atacar a Israel. Tenían 30.000 carros de guerra, 6.000 jinetes y un ejército tan numeroso como los granos de arena que hay a la orilla del mar. Subieron a Micmash, al este de Bet-Aven, y acamparon allí.
Y los hombres de Israel se vieron en apuros ante la gran presión del enemigo. Así que se escondieron en cuevas, en hoyos, en peñascos, en lugares subterráneos y en cisternas.
Algunos hebreos hasta cruzaron el Jordán a la tierra de Gad y de Galaad. Pero Saúl todavía estaba en Guilgal, y todos los que se quedaron con él estaban temblando de miedo.
Samuel le dijo: “¿Pero qué es lo que has hecho?”. Saúl le respondió: “Vi que la gente me estaba abandonando, y tú no llegabas en el plazo fijado, y los filisteos se estaban juntando en Micmash.
Y pensé: ‘Los filisteos bajarán a Guilgal para atacarme, y yo no he buscado el favor de Jehová’. Así que me vi obligado a ofrecer el sacrificio quemado”.
Samuel le dijo a Saúl: “Lo que hiciste es una locura.m No has obedecido el mandaton que te dioo Jehová tu Dios. Si lo hubieras hecho, Jehová habría afianzado tu reino en Israel para siempre.
Pero ahora tu reino no durará.p Jehová encontrará un hombre que complazca a su corazón.q Y Jehová lo hará líderr de su pueblo, porque tú no hiciste lo que Jehová te mandó”.s
Saúl, su hijo Jonatán y los hombres que todavía estaban con ellos se quedaron en Gueba de Benjamín. Los filisteos, por su parte, habían acampado en Micmash.
otro iba por el camino de Bet-Horón, y el tercero iba por el camino que va a la frontera desde donde se ve el valle de Zeboím, en dirección al desierto.
Ahora bien, no había ni un herrero en toda la tierra de Israel, porque los filisteos habían dicho: “No dejemos que los hebreos se hagan ni una espada ni una lanza”.
Cierto día, Jonatán hijo de Saúl le dijo al ayudante que le llevaba las armas: “Vamos, crucemos al otro lado, adonde está el puesto de avanzada de los filisteos”. Pero no se lo contó a su padre.
(Quien llevaba el efod era Ahíya hijo de Ahitub, hermano de Icabod, hijo de Finehás, hijo de Elí, el sacerdote de Jehová en Siló). Y los soldados no sabían que Jonatán se había ido.
Ahora bien, entre los desfiladeros que Jonatán intentaba cruzar para llegar adonde estaba el puesto de avanzada de los filisteos, había dos grandes salientes rocosos con forma de diente, uno a cada lado. Uno se llamaba Bozez y el otro Sené.
Así que Jonatán le dijo a su escudero: “Vamos, crucemos adonde está el puesto de avanzada de esos hombres incircuncisos. Quizás Jehová haga algo por nosotros, porque a Jehová no hay nada que le impida salvar, ya sea valiéndose de muchos o de pocos”.
Entonces los dos dejaron que los filisteos del puesto de avanzada los descubrieran. Y los filisteos dijeron: “¡Miren! Los hebreos están saliendo de los agujeros donde se habían escondido”.
A continuación, los soldados del puesto de avanzada les dijeron a Jonatán y a su escudero: “¡Vengan, suban aquí, que les vamos a dar una lección!”. Al instante Jonatán le dijo a su escudero: “Sígueme, porque Jehová hará que caigan en manos de Israel”.
Entonces Jonatán se puso a trepar con manos y pies, y su escudero lo fue siguiendo. Jonatán iba delante atacando a los filisteos, y su escudero iba detrás rematándolos.
Entonces el miedo se apoderó del campamento y de todos los soldados del puesto de avanzada. Hasta las tropas de asalto estaban aterrorizadas. La tierra se puso a temblar y Dios sembró el pánico entre los filisteos.
Saúl les dijo a los hombres que estaban con él: “Hagan el favor de pasar lista para saber quién se ha ido”. Cuando pasaron lista, resultó que ni Jonatán ni su escudero estaban allí.
Mientras Saúl estaba hablando con el sacerdote, el campamento filisteo se alborotaba más y más. Y Saúl le dijo al sacerdote: “Déjalo, ya no hagas eso”.
Entonces Saúl y todos sus hombres se reunieron y fueron a la batalla. Allí vieron que los filisteos se estaban atacando unos a otros con sus espadas. Era un auténtico caos.
Además, los hebreos que se habían pasado al bando de los filisteos y que habían subido con ellos al campamento se unieron a los israelitas que estaban con Saúl y Jonatán.
Y todos los israelitas que se habían escondido en la región montañosa de Efraín oyeron que los filisteos estaban huyendo. Así que también se unieron a la batalla y los persiguieron.
Pero los hombres de Israel estaban agotados ese día, ya que Saúl les había impuesto este juramento: “¡Maldito el hombre que coma algo antes del atardecer, antes de que yo me vengue de mis enemigos!”. Así que ninguno de ellos había probado bocado.
Jonatán, sin embargo, no había escuchado el juramento que su padre les había impuesto a los soldados. Por eso extendió la vara que tenía en la mano y metió la punta en un panal de miel. Cuando la probó recuperó las fuerzas.
Uno de los soldados entonces le dijo: “Tu padre nos impuso un juramento muy estricto. Dijo: ‘¡Maldito el hombre que coma algo hoy!’. Por eso están todos tan cansados”.
De modo que le informaron a Saúl: “Mira, los hombres están pecando contra Jehová: se están comiendo la carne con la sangre”.j Y él dijo: “Ustedes han sido desleales. Rápido, hagan rodar hasta aquí una piedra grande”.
Entonces Saúl dijo: “Dispérsense entre los hombres y díganles: ‘Que cada uno traiga su toro y su oveja, y que los mate aquí; después puede comérselos. Pero no pequen contra Jehová comiéndose la carne con la sangre’”.k Esa noche cada uno llevó su toro y lo mató allí.
Más tarde, Saúl dijo: “Bajemos de noche para perseguir a los filisteos y para saquearlos hasta el amanecer. No dejaremos a ninguno con vida”. Sus hombres le contestaron: “Lo que te parezca bien”. El sacerdote entonces dijo: “Consultemos aquí al Dios verdadero”.
Entonces Saúl les dijo a todos los israelitas: “Pónganse ustedes a un lado, y mi hijo Jonatán y yo nos pondremos al otro”. Y ellos le respondieron: “Lo que te parezca bien”.
Entonces Saúl le dijo a Jonatán: “Dime, ¿qué es lo que has hecho?”. Y Jonatán le respondió: “Tan solo probé un poco de miel con la punta de la vara que llevo en la mano. ¡Aquí me tienes! ¡Estoy dispuesto a morir!”.
Pero los hombres le dijeron a Saúl: “¿Tiene que morir Jonatán, el hombre que le ha dado esta gran victoria a Israel? ¡De ninguna manera! Tan cierto como que Jehová vive, no se le tocará ni un pelo, pues él contó con Dios en todo lo que hizo hoy”. Así fue como ellos rescataron a Jonatán, y él no murió.
Saúl consolidó su reinado en Israel y guerreó contra todos los enemigos que tenía alrededor: los moabitas, los ammonitas, los edomitas, los reyes de Zobá y los filisteos. Fuera adonde fuera, los derrotaba.
Durante todo el reinado de Saúl, la guerra con los filisteos fue muy intensa. Por eso, cada vez que Saúl veía a algún hombre fuerte y valiente, lo reclutaba.
Lo que Jehová de los ejércitoso dice es esto: ‘Les pediré cuentasp a los amalequitas por lo que le hicieron a Israel, por enfrentarse a los israelitas cuando salían de Egipto.q
Por eso, vete a luchar contra los amalequitas.r Acabas con ellos y con todo lo que tienen. No les perdones la vida. Matat a hombres y mujeres, a niños y bebés,u a toros y ovejas, a camellos y burros’”.v
Entonces Saúl les dijo a los quenitas:a “Váyanse,b aléjense de los amalequitas, para que no acabe con ustedes también. Porque ustedes trataron con amor leal a todos los israelitasc cuando salieron de Egipto”.d Así que los quenitas se apartaron de los amalequitas.
Saúl y sus hombres dejaron con vida a Agag, las mejores ovejas y vacas,j los animales más gordos, y también los carneros, y conservaron todo lo que tenía valor. No quisieron acabark con nada de eso. Pero todo lo que no servía y no les interesaba lo destruyeron.
“Me pesal haber hecho rey a Saúl, porque ha dejadom de seguirme y no ha obedecidon mis palabras”. Samuelo se sintió muy angustiado y se pasó toda la nochep suplicándole a Jehová.
Al día siguiente, Samuel madrugó para encontrarse con Saúl, pero le dijeron: “Saúl fue a Carmeloq y allí se hizo un monumentor en honor a sí mismo. Luego se fue y bajó a Guilgal”.
A lo que Saúl contestó: “Eran de los amalequitas. Es que los hombresb dejaron vivas a las mejores ovejas y vacas para sacrificárselas a Jehová tu Dios.c Pero todo lo demás lo hemos destruido”.
Samuel le dijo: “¿Recuerdas que tee considerabas poca cosa cuando llegaste a ser líder de las tribus de Israel y cuando Jehová te ungióf como rey de Israel?
Sin embargo, Saúl le dijo a Samuel: “¡Pero yo obedecík la voz de Jehová! Fui a cumplir la misión que Jehová me dio, acabé con los amalequitasm y traje a Agag,l el rey de Amalec.
En respuesta, Samuel le dijo: “¿Qué le agrada más a Jehová: las ofrendas quemadasq y los sacrificios, o que se obedezca lo que Jehová dice? Está claro: obedecerr es mejor que ofrecer un sacrificio,s y hacer caso es mejor que ofrecer la grasat de carneros.
Porque la rebeldíau es tan grave como el pecado de la adivinación,v y actuar con atrevimiento es lo mismo que usar poderes mágicos y adorar ídolos.w Tú rechazaste las palabras de Jehová,a así que él te rechaza como rey”.b
Entonces Saúl le dijo a Samuel: “He pecado.c Desobedecí la orden de Jehová y lo que tú dijiste porque tuve miedo de la gented y me dejé llevar por lo que ellos dijeron.
Pero Samuel le contestó a Saúl: “No regresaré contigo, porque rechazaste las palabras de Jehová y ahora Jehová rechaza que tú sigas siendo rey de Israel”.g
Y él le respondió: “Cierto, he pecado. Pero, por favor, hónramen delante de los ancianos de mi pueblo y delante de Israel. Regresa conmigo, y me inclinaré ante Jehová tu Dios”.o
Y Samuel dijo: “Tráiganme a Agag, el rey de Amalec”. Entonces Agag se acercó a él a regañadientes, pues había pensado: “Seguro que el peligro de muerte ya pasó”.
Sin embargo, Samuel dijo: “Así como tu espadap dejó a muchas mujeresr sin hijos, tu madreq se quedará sin hijos”. Con eso, Samuel despedazó a Agag delante de Jehová en Guilgal.a
Con el tiempo, Jehová le dijo a Samuel: “¿Hasta cuándo vas a estar triste por Saúl? ¿No ves que yo lo he rechazado como rey de Israel? Llena el cuerno de aceite y ponte en camino. Quiero que vayas a ver a Jesé el betlemita, porque yo mismo he elegido a uno de sus hijos para que sea rey”.
Pero Samuel le dijo: “¿Cómo voy a ir? Si Saúl se entera, me mata”. Y Jehová le contestó: “Llévate una ternera y di: ‘Vengo para ofrecerle un sacrificio a Jehová’.
Samuel hizo lo que Jehová le dijo. Cuando llegó a Belén y los ancianos de la ciudad lo vieron, se pusieron a temblar de miedo y le preguntaron: “¿Vienes en son de paz?”.
Él les respondió: “Vengo en son de paz. Vengo para ofrecerle un sacrificio a Jehová. Santifíquense y vengan conmigo al sacrificio”. Entonces, después de santificar a Jesé y a sus hijos, los reunió para el sacrificio.
Pero Jehová le dijo a Samuel: “No te fijes en su apariencia ni en lo altos que es, porque lo he descartado. Dios no vet las cosas como las ve el hombre. El hombre ve lo que tiene ante los ojos,a pero Jehová ve el corazón”.b
Finalmente, Samuel le preguntó a Jesé: “¿Estos son todos tus hijos?”. Él contestó: “Todavía falta el más pequeño. Está pastoreando las ovejas”. Samuel entonces le dijo a Jesé: “Manda llamarlo, porque no nos sentaremos a comer hasta que él venga”.
Así que él mandó buscarlo, y lo trajeron. Era un joven de piel sonrosada,g hermosos ojos y buena presencia. Entonces Jehová dijo: “¡Este es!h Levántate y úngelo”.
Así que Samuel tomó el cuerno de aceite y ungió a David delante de sus hermanos. A partir de aquel día, el espíritu de Jehová llenó de poder a David. Más tarde, Samuel se fue a Ramá.
Por favor, señor, pídeles a estos siervos tuyos que están aquí que busquen a un hombre que sepa tocar bien el arpa. Y, cada vez que un mal espíritu de parte de Dios venga sobre ti, él tocará el arpa y tú te sentirás mejor”.
Uno de sus ayudantes le dijo: “Mira, he visto que un hijo de Jesé el betlemita toca muy bien y es un guerrero valiente y poderoso. Además, se sabe expresar y tiene buena presencia, y Jehová está con él”.
Y, cada vez que un mal espíritu de parte de Dios venía sobre Saúl, David buscaba el arpa y la tocaba. Saúl entonces encontraba alivio y se sentía mejor, y el mal espíritu se apartaba de él.
Entonces, Saúl y los hombres de Israel se reunieron y acamparon en el valle de Elá, y se colocaron en formación de batalla para enfrentarse a los filisteos.
Goliat se plantó frente al ejército de Israel y le gritó: “¿Para qué se han colocado en formación de batalla? ¿No soy yo el filisteo y no son ustedes los siervos de Saúl? Entonces, elijan a un hombre que baje a pelear conmigo.
Cierto día, Jesé le dijo a su hijo David: “Por favor, toma este efá de grano tostado y estos 10 panes. Llévalos pronto al campamento y dáselos a tus hermanos.
Así que David se levantó muy temprano y dejó a alguien cuidando a las ovejas. Entonces tomó las cosas y se fue, como Jesé le había mandado. Cuando llegó al campamento, el ejército estaba saliendo a la línea de batalla dando un grito de guerra.
Enseguida, David dejó sus cosas con el que vigilaba las pertenencias y se fue corriendo a la línea de batalla. Al llegar allí, les preguntó a sus hermanos si estaban bien.
Mientras hablaba con ellos, apareció el campeón Goliat, el filisteo de Gat. Salió de la línea de batalla de los filisteos y repitió su desafío. Y David lo oyó.
Los hombres de Israel decían: “¿Han visto al hombre que está saliendo? Viene a desafiar a Israel. A quien lo venza el rey le dará grandes riquezas y a su propia hija. Además, la familia de su padre quedará libre de obligaciones en Israel”.
David empezó a preguntarles a los hombres que estaban cerca de él: “¿Qué recompensa se le dará al hombre que venza a este filisteo y acabe con esta humillación para Israel? Porque ¿quién es este filisteo incircunciso para desafiar al ejército del Dios vivo?”.
Cuando Eliab, el hermano mayor, escuchó a David hablando con los hombres, se enojó con él y le dijo: “¿Para qué viniste? ¿Con quién dejaste esas pocas ovejas en el desierto? Te conozco, eres un insolente y tienes malas intenciones en tu corazón. Solo has bajado aquí para ver la batalla”.
David entonces le dijo a Saúl: “Mi señor, soy pastor del rebaño de mi padre. Una vez vino un león y otra vez un oso, y cada uno se llevó una oveja del rebaño.
Y David añadió: “Jehová me libró de las garras del león y del oso, y también me librará de las manos de ese filisteo”. Saúl entonces le dijo a David: “Ve, y que Jehová esté contigo”.
Después David se ató la espada encima de la ropa y trató de caminar. Pero no pudo, porque no estaba acostumbrado a llevar todo eso. Entonces David le dijo a Saúl: “Yo no me puedo mover con estas cosas, porque no estoy acostumbrado a usarlas”. Así que se las quitó de encima.
Luego tomó su bastón, fue a elegir cinco piedras lisas del riachuelo y las metió en el bolsillo de su bolsa de pastor. Entonces, con su honda en la mano, se fue acercando al filisteo.
Y David le contestó al filisteo: “Tú vienes a pelear conmigo con una espada, una lanza y una jabalina, pero yo voy a pelear contigo en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de las tropas de Israel, a quien tú has desafiado.
Hoy mismo Jehová te entregará en mis manos, y yo te venceré y te cortaré la cabeza. Hoy mismo dejaré los cadáveres del ejército filisteo para las aves del cielo y para las fieras de la tierra. Y todo el mundo sabrá que hay un Dios en Israel.
Todos los que están aquí sabrán que Jehováh no necesita ni espadas ni lanzas para salvarnos. La batallai es de Jehová, y él los entregará a todos ustedes en nuestras manos”.j
David metió la mano en la bolsa, sacó una piedra, la lanzó con la honda y le dio al filisteo en plena frente. La piedra se le clavó en la frente, y él cayó bocabajo.
David siguió corriendo y se plantó sobre él. Agarró la espada del filisteo, la sacó de su vaina y le cortó la cabeza para asegurarse de que muriera. En cuanto los filisteos vieron que su héroe había muerto, salieron huyendo.
Al ver esto, los hombres de Israel y de Judá se pusieron a gritar y persiguieron a los filisteos desde el valle hasta las puertas de Ecrón, y los cadáveres de los filisteos fueron quedando por el camino de Saaraim, hasta Gat y hasta Ecrón.
Ahora bien, en cuanto Saúl vio que David salía a enfrentarse con el filisteo, le preguntó a Abner, el jefe del ejército: “Abner, ¿quién es el padre de ese muchacho?”. Y Abner le respondió: “Oh, rey, te juro que no lo sé”.
Además, Jonatán se quitó la túnica sin mangas que llevaba puesta y se la dio a David, y también le dio su ropa de combate, su espada, su arco y su cinturón.
David empezó a salir a combatir y, sin importar adonde lo enviara Saúl, siempre tenía éxito.a Así que Saúl lo puso al mando de los hombres de guerra.b Y esto les pareció bien a los siervos de Saúl y a todo el pueblo.
Cuando David y los soldados regresaban de derrotar a los filisteos, las mujeres salían de todas las ciudades de Israel al encuentro del rey Saúl. Iban cantando y bailando con alegría, con panderetas y laúdes.
Saúl acabó enojándose muchísimo. La canción no le gustaba nada. Dijo: “De David dicen decenas de miles, pero de mí... solo miles. ¡Ahora solo falta que lo hagan rey!”.
Al día siguiente, un mal espíritu de parte de Dios se apoderó de Saúl, y él empezó a comportarse de una manera extraña en la casa. Esto ocurrió mientras David tocaba el arpa, como en otras ocasiones. Entonces Saúl, que tenía una lanza en la mano,
Saúl luego le dijo a David: “Te voy a dar a Merab, mi hija mayor, para que te cases con ella. Solo te pido que me sigas sirviendo con valentía y pelees las guerras de Jehová”. Y es que Saúl pensaba: “No lo mataré con mis propias manos. Que muera a manos de los filisteos”.
Sin embargo, cuando llegó el momento de que Merab, la hija de Saúl, le fuera entregada a David, resultó que ya la habían casado con Adriel el meholatita.
Saúl pensó: “Se la ofreceré, y así ella servirá de trampa para que él caiga en manos de los filisteos”. Así que, por segunda vez, Saúl le dijo a David: “Hoy te convertirás en mi yerno”.
Además, Saúl les ordenó a sus siervos: “Díganle a David en secreto: ‘El rey está muy contento contigo, y todos sus siervos te tienen cariño. Así que hazte yerno del rey’”.
Cuando los siervos de Saúl le dijeron esto a David, él les contestó: “¿Se creen que es tan fácil que un hombre como yo, pobre e insignificante, se convierta en yerno del rey?”.
Pero Saúl les ordenó: “Díganle esto a David: ‘Lo único que el rey quiere como dote por su hija son 100 prepucios de filisteos, para vengarse de sus enemigos’”. Y es que Saúl estaba planeando que David muriera a manos de los filisteos.
David salió con sus hombres, mató a 200 filisteos y le trajo al rey los prepucios de todos ellos para poder convertirse en su yerno. Por lo tanto, Saúl le entregó por esposa a su hija Mical.
Cada vez que los príncipes de los filisteos salían a la batalla, David tenía más éxito que todos los demás siervos de Saúl, y su nombre era muy respetado.
Pero Jonatán, que quería mucho a David, se lo contó. Le dijo: “Mi padre Saúl quiere matarte. Por favor, ten mucho cuidado mañana por la mañana. Busca un lugar donde esconderte y quédate ahí.
Así que Jonatán le habló bien de David a su padre Saúl. Le dijo: “El rey no debe pecar contra su siervo David. Él no ha pecado contra ti. Todo lo que ha hecho ha sido para tu bien.
Se jugó la vida para matar al filisteo y, gracias a eso, Jehová le dio una gran victoria a todo Israel. Tú mismo lo viste y te alegraste muchísimo. Así que ¿por qué vas a pecar y derramar sangre inocente matando a David sin ningún motivo?”.
Un día, un mal espíritu de parte de Jehová vino sobre Saúl mientras él estaba sentado en su casa con la lanza en la mano y David estaba tocando el arpa.
Saúl intentó clavar a David en la pared con la lanza, pero este lo esquivó y la lanza se clavó en la pared. David salió huyendo y escapó esa misma noche.
Más tarde, Saúl envió a unos hombres a vigilar la casa de David y a matarlo por la mañana. Pero Mical, la esposa de David, le advirtió: “Si no te escapas esta noche, mañana serás hombre muerto”.
Cuando los hombres entraron, se encontraron con que en la cama había un ídolo doméstico y una red de pelo de cabra donde tendría que estar la cabeza de David.
Saúl le preguntó a Mical: “¿Por qué me engañaste? ¿Por qué dejaste escapar a mi enemigo?”. Mical le respondió: “Es que él me dijo ‘¡O me dejas ir o te mato!’”.
David, que había salido huyendo, fue a ver a Samuel en Ramá y le contó todo lo que Saúl le había hecho. Luego los dos fueron a Nayot y se quedaron allí.
Enseguida Saúl mandó a unos hombres a capturar a David. Cuando llegaron y vieron a los profetas de más edad profetizando y a Samuel de pie dirigiéndolos, el espíritu de Dios vino sobre ellos y también empezaron a comportarse como profetas.
En cuanto Saúl se enteró, mandó a otros hombres, y estos también empezaron a comportarse como profetas. Así que Saúl mandó a un tercer grupo de hombres, y también empezaron a comportarse como profetas.
Finalmente, él mismo fue a Ramá. Cuando llegó a la cisterna grande que está en Secú, preguntó: “¿Dónde están Samuel y David?”. Le respondieron: “Allí, en Nayot de Ramá”.
Mientras iba camino a Nayot de Ramá, el espíritu de Dios vino sobre él también. Y se comportó como un profeta todo el camino hasta que llegó a Nayot de Ramá.
Él también se quitó la ropa y se comportó como un profeta delante de Samuel. Y estuvo allí tendido desnudo todo ese día y toda esa noche. De ahí que se diga “¿Acaso también Saúl es profeta?”.
David entonces salió huyendo de Nayot de Ramá. Fue a ver a Jonatán y le preguntó: “¿Qué he hecho? ¿Cuál es mi delito? ¿Qué pecado he cometido contra tu padre para que quiera quitarme la vida?”.
Jonatán le respondió: “¡Tú no vas a morir! ¡Eso ni pensarlo! Mira, mi padre no va a hacer nada sin contármelo antes, sea lo que sea. ¿Por qué me iba a ocultar este asunto? No, eso no va a pasar”.
Pero David le insistió con un juramento. Le dijo: “Tu padre sabe perfectamente que me tienes cariño y pensará: ‘Es mejor que Jonatán no se entere para que no sufra’. ¡Te juro que, tan cierto como que Jehová y tú viven, yo estoy a un solo paso de la muerte!”.
Entonces David le dijo a Jonatán: “Mañana es luna nueva, y se espera que me siente a comer con el rey. Este es el plan: tú dejarás que me vaya y yo me quedaré escondido en el campo hasta pasado mañana al atardecer.
Si tu padre se da cuenta de que no estoy, entonces dile: ‘David me suplicó que le diera permiso para ir rápido a su ciudad, a Belén, porque allí se va a ofrecer un sacrificio anual para toda su familia’.
Muéstrame amor leal, porque hiciste un pacto conmigo, tu siervo, delante de Jehová. Ahora bien, si soy culpable de algo, mátame tú mismo. ¿Para qué me vas a entregar a tu padre?”.
y Jonatán le dijo a David: “Pongo por testigo a Jehová, el Dios de Israel, de que mañana o pasado mañana, más o menos a esta hora, intentaré averiguar qué piensa mi padre. Si veo que su actitud hacia ti es buena, enviaré a alguien a avisarte.
Que Jehová me castigue severamente si me entero de que mi padre quiere hacerte daño y no te aviso para que te pongas a salvo. Que Jehová esté contigo igual que estuvo con mi padre.
Cuando mande al sirviente, le diré: ‘Vete a buscar las flechas’. Si me escuchas decirle ‘¡Mira! Las flechas están más para acá, recógelas’, entonces es que puedes volver porque, tan cierto como que Jehová vive, eso significa que todo está bien y no corres peligro.
El rey estaba sentado en su asiento de siempre, junto a la pared. Enfrente de Saúl estaba sentado Jonatán, y al lado de Saúl estaba sentado Abner. Pero el asiento de David estaba vacío.
Pero, como el día después de la luna nueva —el segundo día— el asiento de David seguía vacío, Saúl le preguntó a su hijo Jonatán: “¿Por qué no ha venido a comer el hijo de Jesé ni ayer ni hoy?”.
Me dijo: ‘Déjame ir, por favor, porque mi familia va a ofrecer un sacrificio en la ciudad, y mi propio hermano me pidió que fuera. Así que, si tú lo ves bien, te ruego que me permitas ausentarme para ver a mis hermanos’. Esa es la razón por la que no ha venido a la mesa del rey”.
Entonces Saúl se enfureció con Jonatán y le dijo: “¡Hijo de una rebelde! ¿Te crees que no sé que estás de parte del hijo de Jesé? ¡Eres una vergüenza para ti y para tu madre!
Al instante, Jonatán se levantó furioso de la mesa. Y en ese segundo día de la luna nueva no probó bocado. Se sentía muy mal por David y porque su propio padre lo había humillado.
Cuando el sirviente se fue, David salió del lugar donde estaba escondido, allí cerca, hacia el sur. Entonces cayó rostro a tierra y se inclinó tres veces. Luego se besaron y lloraron el uno por el otro, pero David fue el que más lloró.
Jonatán le dijo a David: “Vete en paz, porque los dos ya juramos por el nombre de Jehová. Dijimos: ‘Que Jehová sea testigo para siempre entre tú y yo, y entre tus descendientes y los míos’”. Después David se fue y Jonatán volvió a la ciudad.
Más tarde, David fue a Nob, donde estaba el sacerdote Ahimélec. Cuando Ahimélec lo vio, se puso a temblar de miedo y le preguntó: “¿Por qué estás solo? ¿Cómo es que no hay nadie contigo?”.
David le respondió al sacerdote Ahimélec: “El rey me encargó hacer algo, pero me dijo: ‘Que nadie se entere de la misión que te he encargado ni de las instrucciones que te he dado’. Yo he citado a mis hombres para encontrarme con ellos en cierto lugar.
Pero el sacerdote le respondió a David: “No tengo pan común, solo pan santo. Te puedo dar de ese siempre y cuando tus hombres no hayan estado con mujeres”.
David le contestó al sacerdote: “Te aseguro que, igual que en otras ocasiones en que he salido a combatir, no hemos estado con ninguna mujer. Si en misiones normales los hombres han mantenido sus cuerpos santos, ¡ahora con mucha más razón!”.
Así que el sacerdote le dio el pan santo, que era el único que tenía. Este pan de la presencia ya no estaba en el tabernáculo delante de Jehová, pues lo habían reemplazado por pan fresco el día en que se hacía el cambio.
Ahora bien, uno de los siervos de Saúl —el jefe de sus pastores— estaba allí aquel día porque había tenido que quedarse delante de Jehová. Se llamaba Doeg el edomita.
David entonces le dijo a Ahimélec: “¿No tendrás a la mano una lanza o una espada? Es que, como la misión del rey era tan urgente, no me traje ni mi espada ni mis armas”.
El sacerdote le respondió: “Tengo la espada de Goliat el filisteo, el que mataste en el valle de Elá. Está envuelta en un paño detrás del efod. Es la única que te puedo ofrecer. Si quieres usarla, llévatela”. David le dijo: “Sí, dámela. No hay otra igual a esa”.
Y los siervos de Akís le dijeron a su rey: “¿No es este David, el rey de su país? ¿No se referían a él quienes, mientras iban bailando, cantaban: ‘Saúl ha derrotado a miles, y David, a decenas de miles’?”.
Así que fingiód haber perdido el juicio y se hizo pasar por loco en medio de ellos.e Se puso a hacer garabatos en las puertas de la entrada de la ciudad y dejó que la baba le cayera por la barba.
Así que David se fue de allí y se refugió en la cueva de Adulam. Cuando sus hermanos y todos los de la casa de su padre se enteraron, bajaron adonde él estaba.
Además, se le unieron todos los que tenían problemas o deudas, así como los que estaban descontentos, y David se convirtió en su líder. Había unos 400 hombres con él.
Más tarde, David fue de allí a Mizpé de Moab y le dijo al rey de Moab: “Por favor, deja que mi padre y mi madre se queden aquí con ustedes hasta que sepa lo que Dios hará por mí”.
Más adelante, el profeta Gad le dijo a David: “No te quedes en el refugio. Vete a la tierra de Judá”. Por eso David se fue de allí y entró en el bosque de Héret.
Saúl se enteró de que habían encontrado a David y a los hombres que estaban con él. Le llegó la noticia mientras estaba sentado debajo del tamarisco en el lugar alto de Guibeá. Tenía su lanza en la mano, y todos sus siervos estaban alrededor de él.
Entonces Saúl les dijo a los siervos que estaban a su alrededor: “Hagan el favor de escucharme, hombres de Benjamín. ¿Se creen que también el hijo de Jesé les dará campos y viñas a todos ustedes? ¿Se creen que él los hará jefes de mil y jefes de cien?
¡Todos ustedes se han unido en contra de mí! ¡Ninguno me contó que mi propio hijo hizo un pacto con el hijo de Jesé! Nadie se compadece de mí ni me avisa de que mi propio hijo ha hecho que mi siervo me tienda una emboscada, como está pasando ahora”.
Enseguida el rey mandó llamar a Ahimélec hijo de Ahitub el sacerdote y a todos los sacerdotes de la casa de su padre, que estaban en Nob. Y todos fueron adonde estaba el rey.
Saúl le dijo: “¿Por qué tú y el hijo de Jesé se han unido contra mí? ¿Cómo es que le diste pan y una espada, y consultaste a Dios en nombre de él? Es mi enemigo y me quiere tender una emboscada, y eso es lo que está pasando ahora”.
Al oír esto, Ahimélec le contestó al rey: “¿Acaso tienes algún siervo que sea tan confiable como David? Es yerno del rey, jefe de tu guardia personal y alguien respetado en tu casa.
Esta no es la primera vez que consulto a Dios en su nombre, ¿verdad? ¡Yo jamás haría lo que estás diciendo! Mi señor, no me culpes ni a mí ni a nadie de la casa de mi padre. No tenía ni idea de este asunto”.
Con eso, el rey les dijo a los guardias que estaban a su alrededor: “¡Vamos, maten a los sacerdotes de Jehová! ¡Ellos se han puesto de parte de David! ¡Sabían que era un fugitivo, y no me dijeron nada!”. Pero los guardias del rey no quisieron ponerles la mano encima a los sacerdotes de Jehová.
El rey entonces le ordenó a Doeg el edomita: “¡Ve y atácalos tú!”. Al instante, Doeg atacó a los sacerdotes él mismo. Ese día mató a 85 hombres que llevaban puesto el efod de lino.
Al oír esto, David le dijo a Abiatar: “Lo sabía. Aquel día, cuando vi allí a Doeg el edomita, supe que se lo contaría a Saúl. Yo soy responsable de la muerte de todos los de la casa de tu padre.
Y David procedió a inquirir de Jehová, diciendo: “¿Iré, y tengo que derribar a estos filisteos?”. A su vez Jehová dijo a David: “Ve, y tienes que derribar a los filisteos y salvar a Queilá”.
Pero los hombres de David le dijeron: “Si ya tenemos miedo estando aquí en Judá, ¡imagínate si vamos a Queilá para luchar contra el ejército filisteo!”.
Entonces David volvió a consultar a Jehová, y esta vez Jehová le contestó: “Ponte en camino. Baja a Queilá, porque voy a entregar a los filisteos en tus manos”.
De modo que David fue con sus hombres a Queilá y luchó contra los filisteos. Mató a muchísimos y se llevó su ganado. Así fue como David salvó a los habitantes de Queilá.
Entonces le avisaron a Saúl: “David está en Queilá”. Y Saúl dijo: “Dios me lo ha entregado, porque él mismo se ha metido en una ciudad con puertas y barras, y ahora no puede escapar”.
¿Me van a entregar los líderes de Queilá en manos de él? ¿Es cierto que Saúl va a bajar, como ha oído este siervo tuyo? Oh, Jehová, Dios de Israel, díselo a tu siervo, por favor”. Jehová le contestó: “Sí, va a bajar”.
Enseguida David salió de Queilá con sus hombres —alrededor de 600— y anduvieron de un lugar para otro. Cuando Saúl se enteró de que David había escapado de Queilá, decidió no ir tras él.
David se refugió en lugares de difícil acceso del desierto, en la región montañosa del desierto de Zif. Saúl siguió buscándolo y buscándolo, pero Jehová no lo entregó en sus manos.
Le dijo: “No tengas miedo, porque mi padre Saúl no te encontrará. Tú vas a ser rey de Israel, y yo voy a ser el segundo después de ti. Y mi padre Saúl lo sabe muy bien”.
Más adelante, los hombres de Zif subieron a Guibeá, donde estaba Saúl, y le dijeron: “David está escondido cerca de nosotros, en los lugares de difícil acceso de Hores, en la colina de Hakilá, que está al sur de Jesimón.
Averigüen bien en qué lugares se esconde y tráiganme alguna prueba. Entonces iré con ustedes y, si está en el país, lo buscaré entre todos los clanes de Judá”.
Así que ellos se adelantaron a Saúl y fueron a Zif.j Mientras tanto, David y sus hombres estaban en el desierto de Maón,k en el Arabá,l al sur de Jesimón.
Después llegó Saúl con sus hombres para buscarlo.m En cuanto David lo supo, bajó hacia el peñascon y se quedó en el desierto de Maón. Cuando Saúl se enteró, se puso a perseguirloo por el desierto de Maón.
David estaba con sus hombres a un lado de la montaña cuando Saúl llegó al otro lado. David se apresuró para escapar,p pero Saúl y sus hombres ya estaban a punto de alcanzarlos para capturarlos.q
Así que Saúl se llevó a 3.000 de los mejorese soldados de todo Israel y fue a buscar a Davidf y sus hombres por los precipicios rocosos de las cabras monteses.g
Entonces Saúl llegó a los corrales de ovejas hechos de piedra que estaban junto al camino. Allí había una cueva, y él entró en ella para hacer sus necesidades.h Y resulta que David y sus hombres estaban sentados al fondo de la cueva.i sentados.
Los hombres de David le dijeron: “Este es el día en que Jehová te está diciendo: ‘Mira, aquí te entrego a tu enemigo en tus manos.j Puedes hacer con él lo que te parezca bien’”.k Así que David se levantó y, sin hacer ruido, cortó el borde de la túnica sin mangas de Saúl.
Les dijo a sus hombres: “No puedo hacerle esto a mi señor, porque es el ungidom de Jehová. Sabiendo cómo ve Jehová las cosas, jamás se me ocurriría ponerle la mano encima al ungido de Jehová”.n
Entonces David se levantó, salió de la cueva y le gritó a Saúl: “¡Mi señor el rey!”. Cuando Saúl miró atrás, David se inclinó rostro a tierra y se postró.
Hoy puedes ver con tus propios ojos que Jehová te entregó en mis manos en la cueva. Me dijeron que te matara, pero sentí compasión por ti y me dije: ‘No le pondré la mano encima a mi señor, porque es el ungido de Jehová’.
Y mira, padre mío, mira el borde de tu túnica sin mangas que tengo en la mano. Cuando lo corté, pude haberte matado, y no lo hice. Ahora puedes ver y darte cuenta de que no tengo ninguna intención de hacerte daño ni de rebelarme. Yo no he pecado contra ti. En cambio, tú me andas buscando para quitarme la vida.
Con el tiempo, Samueli murió. Todo Israel se reunió para llorarj su muerte, y lo enterraron en Ramá,k donde estaba su casa. David entonces bajó al desierto de Parán.l
Ahora bien, había un hombre muy rico en Maónm que tenía su ganado en Carmelo.n Era dueño de 3.000 ovejas y 1.000 cabras. Y resulta que estaba esquilandoo sus ovejas en Carmelo.
El hombre, que era calebita,t se llamaba Nabal,p y su esposa, Abigaíl.q Ella era una mujer sensatar y hermosa, pero su esposo era áspero y hacía cosas malas.s
He oído que ahora estás esquilando las ovejas. Pues bien, cuando tus pastores estaban con nosotros,a no los molestamos,b y nadie les quitó nada durante todo el tiempo que estuvieron en Carmelo.
Pregúntales a tus hombres y ellos te lo dirán. Por eso te ruego que recibas bien a los míos, porque hemos llegado en una época de mucha alegría. Por favor, dales a tus siervos y a tu hijo Davidc cualquier cosa que puedas darnos’”.
Nabal les dijo a los siervos de David:d “¿Y quién es ese David? ¿Qué se cree el hijo de Jesé? Hoy en día hay muchose siervos que se escapan de sus amos.
Al instante, David les ordenó a sus hombres: “¡Que cada uno tome su espada!”.h Así que todos se colocaron su espada, y David también. Unos 400 hombres subieron con él, y unos 200 se quedaron vigilando las pertenencias.i
Mientras tanto, uno de los siervos le avisó a Abigaíl, la esposa de Nabal. Le dijo: “Mira, David envió unos mensajeros desde el desierto para desearle todo lo mejor a nuestro amo, pero él les gritó y los insultó.
Esos hombres fueron muy buenos con nosotros. Nunca nos molestaron, y nadie nos quitó nada durante todo el tiempo que estuvimos con ellos en los campos.
Ahora decide qué vas a hacer. Porque esto va a acabar muy mal para el amo y para todos los de su casa. Y es que él es un hombre tan despreciable que no se puede hablar con él”.
Enseguida Abigaíl tomó 200 panes, 2 jarras grandes de vino, 5 ovejas ya preparadas, 5 seas de grano tostado, 100 tortas de pasas y 200 tortas de higos comprimidos, y lo cargó todo sobre unos burros.
David había estado diciendo: “Yo protegí todo lo que este individuo tenía en el desierto, pero no ha servido para nada. Nadie le quitó nada, y aun así él me devuelve mal por bien.
Por favor, mi señor, no le hagas caso a Nabal. Es un hombre despreciable que hace honor a su nombre. Se llama Nabal y es un insensato. Pero yo, tu sierva, no vi a los hombres que mi señor envió.
Y ahora, señor mío, tan cierto como que Jehová y tú viven, es Jehová quien te está frenando para que no te tomes la justicia por tu mano y te hagas culpable de derramar sangre. Que tus enemigos y los que quieren hacerte daño se vuelvan como Nabal.
Perdona, por favor, si tu sierva te ha ofendido. Yo sé que Jehová sin falta hará que tu casa sea duradera, mi señor. Porque tú peleas las guerras de Jehová y en toda tu vida no se ha encontrado nada malo en ti.
Mi señor, cuando alguien te persiga y trate de quitarte la vida, Jehová tu Dios tendrá tu vida bien guardada en la bolsa de la vida. Pero la vida de tus enemigos la lanzará lejos, como se lanza una piedra con la honda.
no tendrás que lamentarte ni arrepentirte en tu corazón por haberte tomado la justicia por tu mano y haber derramado sangre sin motivo. Mi señor, cuando Jehová te bendiga, acuérdate de tu sierva”.
Tan cierto como que vive Jehová, el Dios de Israel —quien ha evitado que te haga daño—, si no hubieras venido enseguida a hablar conmigo, ni un solo hombre de Nabal habría quedado vivo al amanecer”.
Más tarde, Abigaíl volvió con Nabal, que estaba en su casa dándose un festín de rey. Nabal estaba muy alegre, borracho a más no poder. Así que ella no le dijo nada hasta que amaneció.
Pero por la mañana, cuando a Nabal ya se le había pasado la borrachera, su esposa se lo contó todo. Entonces su corazón se quedó como el de un muerto, y él se quedó tieso como una piedra.
Cuando David se enteró de que Nabal había muerto, dijo: “¡Alabado sea Jehová! Nabal me humilló, pero Jehová ha defendido mi caso. Evitó que hiciera algo malo e hizo que la maldad de Nabal se volviera contra él”. Luego David le mandó un mensaje a Abigaíl para pedirle que se casara con él.
De inmediato, ella se inclinó rostro a tierra y dijo: “Aquí estoy, dispuesta a ser su esclava, su sierva, para lavar los pies de los siervos de mi señor”.
Abigaíl rápidamente se levantó, se montó en su burro y, con cinco sirvientas siguiéndola a pie, acompañó a los mensajeros de David y se convirtió en su esposa.
Saúl acampó junto al camino, en la colina de Hakilá, que está frente a Jesimón. Y David, que estaba viviendo en el desierto, oyó que Saúl había venido a buscarlo.
Luego David fue hasta el lugar donde estaba acampado Saúl y vio dónde estaban durmiendo Saúl y el jefe de su ejército, Abner hijo de Ner. Saúl estaba acostado en medio del campamento, con sus soldados acampados a su alrededor.
David entonces les preguntó a Ahimélec el hititau y a Abisáiv hijo de Zeruyá,w el hermano de Joab: “¿Quién baja conmigo al campamento de Saúl?”. Abisái contestó: “Yo voy contigo”.a
En la oscuridad de la noche, David y Abisái consiguieron entrar en el campamento, y encontraron a Saúl dormido con su lanza clavada en la tierra junto a su cabeza. Abner y los soldados estaban acostados alrededor de él.
Abisái le dijo a David: “Hoy Dios te está entregando a tu enemigo en tus manos. Por favor, déjame clavarlo al suelo con la lanza. Un solo golpe bastará, no tendré que darle otro”.
Y David agregó: “Tan cierto como que Jehová vive,e Jehová mismo lo mataráf o algún díag morirá como morimos todos o irá a lucharh y perderá la vidai en la batalla.
Sabiendo cómo ve Jehová las cosas, ¡jamás se me ocurriría ponerle la mano encima al ungido de Jehová! Por eso, toma la lanza que está junto a su cabeza y la jarra de agua, y vámonos”.
A continuación, David agarró la lanza y la jarra de agua que estaban junto a la cabeza de Saúl, y se fueron de allí. Nadie los vio ni se enteró de nada. Todos estaban dormidos. No se despertaron porque Jehová los había hecho caer en un sueño profundo.
David le dijo a Abner: “Tú eres un hombre valiente, ¿no? En Israel no hay nadie como tú. Entonces, ¿cómo es que no estuviste pendiente de tu señor el rey? Porque un soldado entró en el campamento para matarlo.
No cumpliste con tu deber. Tan cierto como que Jehová vive, ustedes merecen morir, porque no han estado pendientes de su señor, el ungido de Jehová. ¡Echa un vistazo! ¿Dónde están la lanza del rey y la jarra de agua que estaban junto a su cabeza?”.
Mi señor el rey, por favor, escucha a tu siervo. Si es Jehová quien te ha puesto en mi contra, le presentaré una ofrenda de grano y que él la acepte. Pero, si son hombres quienes lo han hecho, malditos sean delante de Jehová. Porque me han echado, me han apartado de la herencia de Jehová. Es como si me dijeran ‘¡Vete, adora a otros dioses!’.
Ahora te ruego que mi sangre no caiga al suelo lejos de la presencia de Jehová. El rey de Israel ha salido a buscar una simple pulga como si estuviera cazando una perdiz por las montañas”.
Saúl le respondió: “He pecado. Vuelve, hijo mío, David, que no voy a hacerte más daño, pues hoy has considerado que mi vida es valiosa. Yo me he portado como un tonto. He cometido un grave error”.
Ya Jehová le pagará a cada uno según su propia justicia y su propia fidelidad. Porque, aunque Jehová te entregó hoy en mis manos, yo no quise ponerle la mano encima al ungido de Jehová.
Saúl le respondió: “Que Dios te bendiga, hijo mío, David. Tú harás cosas grandes, y lo que hagas te saldrá bien”. Entonces David siguió su camino y Saúl regresó a su casa.
Pero David dijo en su corazón: “Algún día moriré a manos de Saúl. Lo mejor que puedo hacer es irme a la tierra de los filisteos. Así Saúl dejará de buscarme por todo el territorio de Israel y me libraré de caer en sus manos”.
David y sus hombres se quedaron en Gat con Akís, cada uno con los de su casa. A David lo acompañaban sus dos esposas: Ahinoam de Jezreel y Abigaíl la carmelita, la viuda de Nabal.
Entonces David le dijo a Akís: “Si te parece bien, desearía recibir un lugar donde vivir en una de las ciudades de la zona rural. Pues ¿por qué debería tu siervo vivir contigo en la ciudad real?”.
Y David subía con sus hombres a atacar a los guesuritas, los guirzitas y los amalequitas, pues vivían en la región que iba de Telam a Sur y hasta la tierra de Egipto.
Cuando David atacaba la región, no dejaba vivo ni hombre ni mujer. Pero se llevaba los rebaños, las vacas, los burros y los camellos, y también la ropa. Luego regresaba adonde estaba Akís.
Entonces Akís le preguntaba: “¿Qué lugares atacaste hoy?”. Y David le respondía: “El sur de Judá”, o “El sur del territorio de los jerahmeelitas”, o “El sur del territorio de los quenitas”.
David mataba a todo hombre y mujer para que ninguno fuera llevado a Gat, porque decía: “No vaya a ser que nos delaten y digan ‘David hizo esto y lo otro’”. (Esta fue su táctica todo el tiempo que vivió en la zona rural de los filisteos).
Por aquellos días, los filisteos reunieron sus tropas para combatir contra Israel. Así que Akís le dijo a David: “Como tú bien sabes, tú y tus hombres van a ir conmigo a la batalla”.
Ahora bien, Samuel había muerto, y todo Israel se había puesto de duelo por él y lo había enterrado en Ramá, su ciudad. Y Saúl había quitado del país a los médiums y a los adivinos.
Así que Saúl se disfrazó poniéndose otra ropa y, acompañado de dos de sus hombres, fue de noche a ver a la médium. Le dijo: “Por favor, adivíname el futuro invocando a los espíritus. Llámame al que yo te diga”.
Pero la mujer le respondió: “Tú tienes que saber lo que hizo Saúl, que quitó del país a los médiums y a los adivinos. Entonces, ¿por qué me haces esto? ¿Quieres tenderme una trampa para que me maten?”.
Enseguida él le preguntó: “¿Cómo es?”. Ella le respondió: “El que sube es un anciano y lleva puesta una túnica sin mangas”. Al darse cuenta de que se trataba de “Samuel”, Saúl se inclinó rostro a tierra y se postró.
“Samuel” entonces le preguntó a Saúl: “¿Por qué me has molestado haciéndome subir?”. Saúl le respondió: “Estoy en una situación desesperada. Los filisteos están atacándome, y Dios se ha apartado de mí y ya no me contesta, ni por los profetas ni por sueños. Por eso te he llamado, para que me digas qué tengo que hacer”.
Además, Jehová hará que Israel y tú caigan en manos de los filisteos. Mañana tú y tus hijos estarán conmigo. Y Jehová también hará que el ejército de Israel caiga en manos de los filisteos”.
Al instante, Saúl se desplomó y quedó tendido en el suelo. Le entró mucho miedo debido a las palabras de “Samuel”. Además, no tenía fuerzas, ya que no había comido nada en todo el día y en toda la noche.
Cuando la mujer se acercó a Saúl y lo vio tan afectado, le dijo: “Mi señor, obedecí lo que me ordenaste, arriesgué mi vida para hacer lo que me dijiste.
Pero él no quiso y dijo: “No voy a comer nada”. Sin embargo, como sus siervos y la mujer le insistieron, acabó haciéndoles caso. Se levantó del suelo y se sentó en la cama.
Pero los príncipes de los filisteos preguntaron: “¿Qué hacen aquí estos hebreos?”. Akís les respondió: “Él es David, el siervo del rey Saúl de Israel. Lleva conmigo un año o más. Y, desde el día en que desertó y se unió a mí, no he visto nada malo en él”.
Pero los príncipes de los filisteos se indignaron con él y le dijeron: “Dile a ese hombre que se vaya. Que regrese al lugar que le asignaste. No lo dejes ir a combatir con nosotros, no sea que se vuelva en nuestra contra en la batalla. Porque ¿qué mejor manera tendría de ganarse a su señor que llevándole las cabezas de nuestros hombres?
Así que Akís llamó a David y le dijo: “Tan cierto como que Jehová vive, tú eres para mí un hombre recto y estoy contento de que vayas con mi ejército a la batalla, pues yo no he visto nada malo en ti desde el día en que viniste a mi lado. Pero los demás gobernantes desconfían de ti.
Sin embargo, David le dijo a Akís: “Pero ¿yo qué he hecho? Desde el día en que me uní a ti, ¿has encontrado alguna falta en este siervo tuyo? Mi señor el rey, ¿por qué no puedo ir contigo a luchar contra tus enemigos?”.
Akís le contestó a David: “Para mí, tú has sido tan bueno como un ángel de Dios. Pero los príncipes de los filisteos han dicho ‘No lo dejes ir a combatir con nosotros’.
Al llegar, David y sus hombres se encontraron con que le habían prendido fuego a la ciudad y se habían llevado cautivas a sus esposas, sus hijos y sus hijas.
David estaba muy angustiado, y es que los hombres hablaban de apedrearlo, porque todos estaban muy amargados por haber perdido a sus hijos e hijas. Pero David recurrió a Jehová su Dios para fortalecerse.
Y David le consultó a Jehová: “¿Voy detrás de esta banda de saqueadores? ¿Los alcanzaré?”. Él le respondió: “Sí, persíguelos, porque los vas a alcanzar y lo recuperarás todo”.
Inmediatamente, David y los 600 hombres que estaban con él se pusieron en marcha y llegaron al torrente de Besor, donde algunos de los hombres se quedaron.
además de dos tortas de pasas y un pedazo de torta de higos comprimidos. En cuanto comió, recuperó las fuerzas, porque no había comido ni bebido agua en tres días y tres noches.
David entonces le preguntó: “¿De dónde eres? ¿Quién es tu amo?”. Él le respondió: “Soy un sirviente egipcio, esclavo de un amalequita. Mi amo me abandonó porque hace tres días me enfermé.
Al oír esto, David le preguntó: “¿Me llevas adonde está esa banda de saqueadores?”. Y él le respondió: “Si me juras por Dios que no me matarás ni me entregarás a mi amo, yo te llevo adonde están los saqueadores”.
Así que lo llevó, y allí estaban, desparramados por todo el campo, comiendo y bebiendo. Estaban celebrando haberse llevado un botín tan grande de la tierra de los filisteos y de la tierra de Judá.
Y David los atacó y estuvo peleando con ellos desde la madrugada hasta el siguiente anochecer. No escapó nadie; solo se salvaron 400 hombres, que salieron huyendo montados en camellos.
No faltaba nada, y estaban todos: del menor al mayor. Recuperaron a sus hijos y a sus hijas, y también sus pertenencias. David recuperó todo lo que se habían llevado.
Entonces David fue adonde estaban los 200 hombres que habían estado demasiado cansados para acompañarlo y se habían quedado atrás en el torrente de Besor. Y ellos salieron al encuentro de David y de los que iban con él. Al acercarse, David les preguntó cómo estaban.
Pero, entre los que habían ido con David, había algunos hombres malos y despreciables que se pusieron a decir: “Ellos no vinieron con nosotros, así que no les daremos nada de lo que recuperamos, solo le daremos a cada uno su esposa y sus hijos. Que se los lleven y se vayan”.
Pero David les dijo: “No, hermanos míos, no deben hacer eso con lo que Jehová nos ha dado. Él nos protegió y entregó en nuestras manos a esa banda de saqueadores que nos atacó.
¿Creen que alguien podría estar de acuerdo con ustedes? Todos recibirán lo mismo: el que bajó a la batalla y el que se quedó vigilando las pertenencias. Todo se repartirá por igual”.
Cuando David regresó a Ziclag, envió parte del botín a los ancianos de Judá que eran sus amigos. Les mandó decir: “Esto es un regalo para ustedes del botín que les quitamos a los enemigos de Jehová”.
Ahora bien, los filisteos estaban peleando contra Israel. Y resulta que los hombres de Israel huyeron de los filisteos y muchos murieron en el monte Guilboa.
Entonces Saúl le dijo a su escudero: “Saca tu espada y atraviésame con ella. No quiero que esos incircuncisos vengan y lo hagan ellos, ni que me traten con crueldad”. Pero su escudero no quiso hacerlo porque tenía mucho miedo. Así que Saúl mismo agarró la espada y se dejó caer sobre ella.
Cuando los israelitas que estaban en la región del valle y en la región del Jordán vieron que los hombres de Israel habían huido y que Saúl y sus hijos habían muerto, abandonaron las ciudades y huyeron. Después de eso, los filisteos vinieron y las ocuparon.
Al día siguiente, cuando los filisteos fueron a quitarles las cosas de valor a los muertos, se encontraron los cadáveres de Saúl y sus tres hijos en el monte Guilboa.
Le cortaron la cabeza a Saúl y le quitaron su armadura, y enviaron un mensaje por toda la tierra de los filisteos para dar a conocer la noticia entre el pueblo y en los templos de sus ídolos.
todos los guerreros viajaron la noche entera y quitaron los cadáveres de Saúl y sus hijos de la muralla de Bet-San. Regresaron a Jabés y allí los quemaron.