Y David le dijo: “Dime, por favor, ¿qué pasó?”. Él respondió: “La gente ha huido de la batalla y muchos han caído y han muerto. Hasta Saúl y su hijo Jonatán han muerto”.
El joven dijo: “Por casualidad, yo estaba en el monte Guilboa y vi a Saúl apoyándose en su lanza, y los carros de guerra y los jinetes se le estaban acercando.
Así que fui hacia él y lo maté, porque sabía que estaba tan malherido que no iba a sobrevivir. Entonces le quité la corona de la cabeza y el brazalete que llevaba en el brazo para traérselos aquí a mi señor”.
Se pusieron a gritar y a llorar, y ayunaron hasta el atardecer por Saúl, por su hijo Jonatán, por el pueblo de Jehová y por la casa de Israel, porque habían caído a espada.
No lo cuenten en Gat; no lo anuncien en las calles de Asquelón, para que las hijas de los filisteos no se alegren, para que las hijas de los incircuncisos no lo celebren.
Oh, montañas de Guilboa, que no haya rocío ni lluvia sobre ustedes, ni campos que produzcan ofrendas santas; porque allí el escudo de poderosos fue manchado, el escudo de Saúl ya no está ungido con aceite.
Después de eso, David le consultó a Jehová: “¿Debo subir a una de las ciudades de Judá?”. Jehová le dijo: “Sí, sube”. David entonces le preguntó: “¿Adónde voy?”. Él contestó: “A Hebrón”.
David también se llevó a los hombres que estaban con él, a cada uno con los de su casa, y se quedaron a vivir en las ciudades que estaban por la zona de Hebrón.
Entonces los hombres de Judá vinieron y ungieron a David allí como rey de la casa de Judá. Y le dijeron a David: “Fueron los hombres de Jabés-Galaad los que enterraron a Saúl”.
Así que David envió mensajeros a los hombres de Jabés-Galaad para decirles: “Que Jehová los bendiga, porque le demostraron amor leal a su señor Saúl al enterrarlo.
Joab hijo de Zeruyá y los siervos de David también salieron y se encontraron con ellos en el estanque de Gabaón. Un grupo se sentó a un lado del estanque, y el otro grupo, al otro lado.
Se agarraron unos a otros por la cabeza, cada uno clavó su espada en el costado del otro, y cayeron muertos todos juntos. Por eso se le llamó Helcat-Hazurim a aquel lugar, que está en Gabaón.
Entonces Abner le dijo: “Vete a la derecha o a la izquierda, atrapa a uno de los muchachos y quédate con todo lo que le quites”. Pero Asahel no quiso dejar de perseguirlo.
Pero él no quiso parar, así que Abner lo hirió en el abdomen con la parte de atrás de su lanza, y la lanza le salió por la espalda. Allí mismo cayó y murió. Todos los que pasaban por donde Asahel había caído y muerto se detenían un momento.
Entonces Joab y Abisái se pusieron a perseguir a Abner. Al ponerse el sol, llegaron a la colina de Amá, que está frente a Guíah, en el camino al desierto de Gabaón.
Abner entonces le gritó a Joab: “¿Es que nuestras espadas nunca se saciarán? ¿No te das cuenta de que esto solo nos traerá amargura? ¿Qué esperas para decirle a tu gente que deje de perseguir a sus hermanos?”.
Ante eso, Joab dijo: “Tan cierto como que vive el Dios verdadero, si no hubieras dicho nada, la gente habría seguido persiguiendo a sus hermanos hasta por la mañana”.
Se llevaron a Asahel y lo enterraron en la tumba de su padre, que está en Belén. Luego Joab y sus hombres caminaron toda la noche y llegaron a Hebrón al amanecer.
La guerra entre la casa de Saúl y la casa de David continuó por un buen tiempo. Mientras que David se fue haciendo más y más fuerte, la casa de Saúl se fue haciendo cada vez más débil.
Ahora bien, Saúl había tenido una concubina llamada Rizpá, hija de Ayá. Un día, Is-Bóset le dijo a Abner: “¿Por qué tuviste relaciones con la concubina de mi padre?”.
Abner se enojó mucho por las palabras de Is-Bóset y dijo: “¿Acaso soy un perro de Judá? Hasta el día de hoy, he mostrado amor leal a la casa de tu padre Saúl, y a sus hermanos y amigos. No te he traicionado entregándote en manos de David. Y, aun así, ahora me pides cuentas por un error con una mujer.
Abner enseguida le envió mensajeros a David para decirle: “¿A quién le pertenece el país?”. Y también para decirle: “Haz un pacto conmigo y haré todo lo que pueda para poner a todo Israel de tu parte”.
David respondió: “Muy bien. Haré un pacto contigo. Solo te pido una cosa, que cuando vengas a verme no te presentes ante mí sin haberme traído a Mical, la hija de Saúl”.
Entonces David le envió mensajeros a Is-Bóset, hijo de Saúl, para decirle: “Dame a mi esposa Mical, con quien me comprometí por 100 prepucios de filisteos”.
Ahora actúen, porque Jehová le dijo a David: ‘Por medio de mi siervo David salvaré a mi pueblo Israel de las manos de los filisteos y de todos sus enemigos’”.
Entonces Abner habló con la gente de Benjamín. También fue a hablar en privado con David en Hebrón para comunicarle lo que Israel y todos los de la casa de Benjamín habían acordado.
Entonces Abner le dijo a David: “Déjame ir a reunir a todo Israel ante mi señor el rey para que hagan un pacto contigo y tú llegues a ser rey sobre todo lo que desees”. Así que David lo dejó ir y Abner se fue en paz.
Justo entonces, Joab y los siervos de David volvían de haber atacado un lugar y traían un gran botín. Abner ya no estaba con David en Hebrón porque David lo había dejado irse en paz.
Entonces Joab dejó a David, mandó mensajeros en busca de Abner y ellos lo trajeron de vuelta desde la cisterna de Sirá. Ahora bien, David no se enteró de nada de esto.
Cuando Abner volvió a Hebrón, Joab lo llevó aparte, dentro de la puerta de la ciudad, para hablar con él en privado. Pero, estando allí, lo apuñaló en el abdomen y Abner murió. Eso se lo hizo por haber matado a su hermano Asahel.
Que la culpa recaiga sobre la cabeza de Joab y sobre toda la casa de su padre. ¡Que en la casa de Joab nunca falte algún hombre que padezca secreciones genitales, o que tenga lepra, o que trabaje hilando con el huso, o que muera a espada, o que pase hambre!”.
Entonces David les dijo a Joab y a toda la gente que estaba con él: “Rásguense la ropa, pónganse tela de saco y lloren por Abner”. Hasta el rey David iba andando detrás de la camilla funeraria.
Tus manos no estaban atadas ni tus pies tenían grilletes. Caíste como quien cae ante criminales”. En ese momento, todo el pueblo volvió a llorar por él.
Más tarde, toda la gente vino a convencer a David para que comiera mientras aún era de día, pero David juró: “¡Que Dios me castigue severamente si como pan o cualquier otra cosa antes de ponerse el sol!”.
Aunque yo he sido ungido como rey, hoy soy débil. Estos hombres, los hijos de Zeruyá, son demasiado crueles para mí. Que Jehová le dé su merecido a quien hace el mal”.
Había dos hombres al mando de las bandas de saqueadores que le pertenecían al hijo de Saúl: uno se llamaba Baaná y el otro Recab. Eran hijos de Rimón el beerotita, de la tribu de Benjamín. (Y es que Beerot también era considerada parte de Benjamín.
Ahora bien, Jonatán, hijo de Saúl, tenía un hijo llamado Mefibóset. Él estaba lisiado de los pies. Resulta que, cuando tenía cinco años, llegó de Jezreel la noticia de que Saúl y Jonatán habían muerto. Su nodriza entonces lo tomó en brazos y huyó, pero, mientras huía desesperada, se le cayó y quedó lisiado.
Los hijos de Rimón el beerotita —Recab y Baaná— fueron a la casa de Is-Bóset durante la hora más calurosa del día, mientras él dormía su siesta del mediodía.
Cuando ellos entraron en la casa, él estaba en su cuarto acostado en la cama. Lo apuñalaron y lo mataron; después le cortaron la cabeza y se la llevaron. Caminaron toda la noche por el camino del Arabá.
Llegaron a Hebrón, le llevaron la cabeza de Is-Bóset al rey David y le dijeron: “Aquí está la cabeza de Is-Bóset hijo de Saúl, tu enemigo, el que quería quitarte la vida. Hoy Jehová le ha concedido a mi señor el rey la venganza contra Saúl y sus descendientes”.
Pero David les contestó a Recab y a su hermano Baaná, los hijos de Rimón el beerotita: “Tan cierto como que vive Jehová —quien me libró de todas mis angustias—,
al hombre que vino a decirme ‘Saúl está muerto’ creyendo que me traía buenas noticias, lo agarré y lo maté en Ziclag. ¡Esa fue la recompensa que yo le di por hacer de mensajero!
¡Con más razón haré lo mismo con los malvados que mataron a un hombre inocente en su propia casa sobre su cama! ¿No debería pedirles cuentas a ustedes por la sangre de él y eliminarlos de la tierra?”.
David entonces les ordenó a sus hombres que los mataran. Les cortaron las manos y los pies, y los colgaron junto al estanque de Hebrón. En cambio, la cabeza de Is-Bóset se la llevaron y la enterraron en la sepultura de Abner, en Hebrón.
Ya desde antes, cuando Saúl era nuestro rey, tú eras el que dirigía a Israel en sus campañas militares. Y Jehová te dijo: ‘Tú pastorearás a mi pueblo Israel y serás líder de Israel’”.
Así, todos los ancianos de Israel vinieron a ver al rey a Hebrón, y el rey David hizo un pacto con ellos en Hebrón delante de Jehová. Después ungieron a David como rey de Israel.
El rey y sus hombres fueron a Jerusalén a luchar contra los jebuseos que vivían en aquella región. Pero los jebuseos se burlaron de David diciéndole: “¡Nunca vas a entrar aquí! Hasta los ciegos y los cojos van a ahuyentarte”. Y es que pensaban: “David nunca entrará aquí”.
Aquel día, David dijo: “¡Los que ataquen a los jebuseos, que vayan por el túnel del agua para matar a ‘los cojos y los ciegos’, a quienes David odia!”. Por eso se dice: “Los ciegos y los cojos nunca entrarán en la casa”.
Entonces David se quedó a vivir en la fortaleza, a la que se llamó Ciudad de David, y se puso a hacer construcciones por todos lados, desde el Montículo hacia adentro.
El rey Hiram de Tiro le envió mensajeros a David. También mandó madera de cedro, así como carpinteros y albañiles para levantar muros, y se pusieron a construirle una casa a David.
David le consultó a Jehová: “¿Subo a luchar contra los filisteos? ¿Los entregarás en mis manos?”. Jehová le contestó: “Sí, sube, porque sin falta entregaré a los filisteos en tus manos”.
Así que David fue a Baal-Perazim y allí los derrotó. Y dijo: “Jehová ha abierto delante de mí una brecha en el frente enemigo, como una brecha que abren las aguas”. Por eso llamó a aquel lugar Baal-Perazim.
David consultó a Jehová, pero él le contestó: “No subas a atacarlos de frente. En vez de eso, da un rodeo y atácalos por detrás, frente a los arbustos bacá.
Y, cuando oigas salir un sonido de pasos de las copas de los arbustos bacá, entonces actúa con decisión, porque Jehová habrá salido ante ti para derrotar al ejército de los filisteos”.
Entonces David y todos los hombres que estaban con él salieron hacia Baale-Judá para subir desde allí el Arca del Dios verdadero. Delante de ella la gente invoca el nombre de Jehová de los ejércitos, quien ocupa su trono sobre los querubines.
Ahora bien, para transportar el Arca del Dios verdadero desde la casa de Abinadab —que estaba en la colina—, la pusieron en una carreta nueva. Y Uzá y Ahió, hijos de Abinadab, llevaban la carreta nueva.
David y todos los de la casa de Israel estaban celebrando la ocasión delante de Jehová con toda clase de instrumentos de madera de enebro, arpas y otros instrumentos de cuerda, panderetas, sistros y címbalos.
Entonces Jehová se enojó muchísimo con Uzá. El Dios verdadero lo ejecutó allí mismo por esa falta de respeto, y él murió al lado del Arca del Dios verdadero.
David no quiso traerse el Arca de Jehová adonde él estaba en la Ciudad de David. En vez de eso, hizo que la llevaran a la casa de Obed-Edom el guitita.
Entonces le informaron al rey David: “Gracias al Arca del Dios verdadero, Jehová ha bendecido la casa de Obed-Edom y todo lo que tiene”. Así que David se fue muy alegre a buscar el Arca del Dios verdadero a la casa de Obed-Edom para subirla a la Ciudad de David.
Pero, cuando el Arca de Jehová entró en la Ciudad de David, Mical,h hija de Saúl, miró hacia abajo por la ventana y, al ver al rey David saltando y bailando dando vueltas delante de Jehová, empezó a despreciarloi en su corazón.j
David había preparado una tienda para el Arca de Jehová. Así que la metieron allí y la colocaron en su lugar. Entonces David presentó ofrendas quemadas y sacrificios de paz delante de Jehová.
Además, le dio a todo el pueblo, a toda la multitud de Israel, a cada hombre y mujer, una rosca de pan, una torta de dátiles y una torta de pasas, y luego la gente se fue, cada uno a su casa.
Cuando David volvió para bendecir a los de su propia casa, Mical, hija de Saúl, salió a su encuentro y le dijo: “¡De cuánta gloria se ha cubierto hoy el rey de Israel! ¡Se mostró medio desnudo ante los ojos de las esclavas de sus siervos, como un cabeza hueca que se desnuda en público!”.
Entonces David le dijo a Mical: “Fue ante Jehová ante quien yo estaba celebrando la ocasión. Él me escogió a mí en vez de a tu padre y a los de su casa, y él me nombró a mí como líder del pueblo de Jehová, Israel. Así que lo celebraré delante de Jehová
el rey le dijo al profeta Natán: “Aquí estoy yo viviendo en una casa de cedro mientras que el Arca del Dios verdadero está en medio de telas de tienda”.
Desde el día que saqué de Egipto al pueblo de Israel hasta hoy, yo no he morado en ninguna casa, sino que he estado andando de acá para allá en una tienda y en un tabernáculo.
En todo el tiempo que anduve con los israelitas, ¿acaso le dije una sola palabra de esto a alguno de los líderes de las tribus de Israel a quienes nombré para que pastorearan a mi pueblo Israel? ¿Alguna vez les pregunté ‘¿Por qué no me han construido una casa de cedro?’?”’.
Ahora dile a mi siervo David: ‘Esto es lo que dice Jehová de los ejércitos: “Yo te saqué de los campos de pasto, donde andabas detrás del rebaño, para que llegaras a ser líder de mi pueblo Israel.
Y estaré contigo vayas donde vayas. Voy a eliminar a todos tus enemigos delante de ti. Y te haré un gran nombre como el de los grandes hombres de la tierra.
Voy a designar un lugar para mi pueblo Israel. Allí los estableceré y vivirán sin que nunca más los molesten. Los malvados no volverán a oprimirlos como en el pasado,
desde el día en que nombré jueces sobre mi pueblo Israel. Y te daré descanso de todos tus enemigos. ”’”Además, Jehová te ha dicho que Jehová hará una casa para ti.
Cuando tus días lleguen a su fin y descanses con tus antepasados, yo levantaré después de ti a tu descendencia, a tu propio hijo, y estableceré con firmeza su reino.
Yo seré su padre y él será mi hijo. Cuando él haga algo malo, yo lo reprenderé con la vara de los hombres y con los golpes de los hijos de los hombres.
Ante eso, el rey David fue y se sentó delante de Jehová, y dijo: “Señor Soberano Jehová, ¿quién soy yo? ¿Qué es mi familia para que me hayas traído hasta aquí?
Y, como si esto no fuera suficiente, oh, Señor Soberano Jehová, también dices que la casa de tu siervo durará hasta un futuro lejano; y esto es ley para toda la humanidad, Señor Soberano Jehová.
Por eso eres realmente grande, Señor Soberano Jehová. No hay nadie como tú y no hay Dios aparte de ti; todo lo que hemos oído con nuestros propios oídos lo confirma.
¿Y qué otra nación en la tierra es como tu pueblo Israel? Dios mío, tú fuiste y los rescataste para que fueran tu pueblo; te hiciste un nombre al realizar cosas grandes e impresionantes por ellos. Por tu pueblo, al que rescataste de Egipto para que fuera tuyo, expulsaste a las naciones y sus dioses.
Que tu nombre sea engrandecido para siempre y así la gente diga: ‘Jehová de los ejércitos es Dios de Israel’. Y que la casa de tu siervo David esté firmemente establecida delante de ti.
Porque tú, Jehová de los ejércitos, el Dios de Israel, le has hecho una revelación a tu siervo al decir: ‘Te construiré una casa’. Por eso tu siervo tiene el valor de hacerte esta oración.
Así que dígnate bendecir la casa de tu siervo, y que esta continúe para siempre delante de ti. Porque tú, Señor Soberano Jehová, lo has prometido. Y que la casa de tu siervo sea bendita para siempre con tu bendición”.
También derrotó a los moabitas. Hizo que se acostaran en el suelo y los midió con una cuerda: los que quedaran dentro de la medida de dos cuerdas tenían que morir, y los que quedaran dentro del largo de una cuerda seguirían con vida. Los moabitas se convirtieron en siervos de David y le pagaban tributo.
Entonces David puso tropas en Siria de Damasco, y los sirios se convirtieron en sus siervos y le pagaban tributo. Jehová le daba la victoria a David dondequiera que iba.
Así que Toi envió a su hijo Joram al rey David para preguntarle cómo estaba y felicitarlo por luchar contra Hadadézer y derrotarlo (y es que Hadadézer había luchado muchas veces contra Toi). Joram le llevó a David objetos de plata, oro y cobre.
Y puso tropas en Edom. Por todo Edom colocó tropas, y todos los edomitas llegaron a ser siervos de David. Jehová le daba la victoria a David dondequiera que iba.
Resulta que había un siervo de la casa de Saúl llamado Zibá, así que lo mandaron llamar. El rey David le preguntó: “¿Eres Zibá?”. “Sí, soy tu siervo”, le contestó.
El rey continuó: “¿Queda alguien de la casa de Saúl a quien yo pueda demostrarle el amor leal de Dios?”. Zibá le respondió al rey: “Todavía queda un hijo de Jonatán, que está lisiado de los dos pies”.
Entonces Mefibóset —hijo de Jonatán, hijo de Saúl— entró adonde estaba David. Al instante se inclinó rostro a tierra y se postró. David le dijo: “¡Mefibóset!”, y él respondió: “Aquí está tu siervo”.
“No tengas miedo —le dijo David—, porque sin falta te mostraré amor leal debido a tu padre Jonatán. Te devolveré todas las tierras de tu abuelo Saúl y comerás siempre a mi mesa”.
A continuación, el rey mandó llamar a Zibá, el sirviente de Saúl, y le dijo: “Todo lo que pertenecía a Saúl y a toda su casa se lo doy al nieto de tu amo.
Tú, tus hijos y tus siervos le cultivarán las tierras y cosecharán su producto para que las personas que tiene a su cargo el nieto de tu amo tengan alimento. Pero Mefibóset, el nieto de tu amo, comerá siempre a mi mesa”. Pues bien, Zibá tenía 15 hijos y 20 siervos.
Zibá luego le dijo al rey: “Tu siervo hará todo lo que mi señor el rey le mande”. A partir de entonces, Mefibóset comió a la mesa de David como uno de los hijos del rey.
Entonces David dijo: “Le mostraré amor leal a Hanún hijo de Nahás igual que su padre me mostró amor leal a mí”. Así que David envió a sus siervos para que lo consolaran por la pérdida de su padre. Pero, cuando los siervos de David llegaron a la tierra de los ammonitas,
los príncipes de los ammonitas le dijeron a su señor Hanún: “¿Te crees que David ha mandado a sus siervos a consolarte porque quiere honrar a tu padre? ¿No será que los mandó a espiarnos y a inspeccionar la ciudad para derrotarla?”.
Así que Hanún agarró a los siervos de David, les afeitó la mitad de la barba, les cortó la ropa por la mitad, a la altura de las nalgas, y los mandó de vuelta.
El rey David fue informado de esto y, como habían sido tan humillados, enseguida envió unos hombres a su encuentro para decirles: “Quédense en Jericó hasta que les vuelva a crecer la barba, y después regresen”.
Con el tiempo, los ammonitas se dieron cuenta de que se habían ganado el odio de David, así que enviaron mensajeros para contratar sirios de Bet-Rehob y de Zobá —20.000 soldados de a pie—, así como al rey de Maacá con 1.000 hombres y a 12.000 hombres de Istob.
Y los ammonitas fueron y se colocaron en formación de batalla a la entrada de la puerta de la ciudad mientras los sirios de Zobá y de Rehob, junto con Istob y Maacá, estaban aparte, en campo abierto.
Cuando Joab vio que las fuerzas de ataque venían contra él por delante y por detrás, eligió a algunos de los mejores soldados de Israel y los colocó en formación de batalla para enfrentarse con los sirios.
Cuando los ammonitas vieron que los sirios habían escapado, huyeron de Abisái y se metieron en la ciudad. Después de eso, Joab dejó a los ammonitas y volvió a Jerusalén.
Cuando se lo informaron a David, él inmediatamente reunió a todo el ejército de Israel, cruzó el Jordán y llegó a Helam. Los sirios entonces se colocaron en formación de batalla para enfrentarse con David y lucharon contra él.
Pero los sirios huyeron de Israel. David mató a 700 conductores de carros y a 40.000 jinetes sirios, y también hirió a Sobac, el jefe del ejército, quien murió allí.
Cuando todos los reyes, los siervos de Hadadézer, vieron que Israel los había vencido, enseguida acordaron la paz con Israel y se convirtieron en sus súbditos. Y los sirios ya no se atrevieron a ayudar a los ammonitas.
A principios de año, cuando los reyes salen a hacer sus campañas militares, David envió a Joab, a sus siervos y a todo el ejército de Israel para acabar con los ammonitas. Ellos cercaron Rabá, mientras que David se quedó en Jerusalén.
En cierta ocasión al anochecer, David se levantó de la cama y se puso a caminar por la azotea de la casa real. Desde allí vio a una mujer bañándose, y ella era muy hermosa.
Entonces David mandó mensajeros para que la trajeran. Así que la mujer entró adonde estaba él, y él se acostó con ella. (Esto ocurrió mientras ella estaba purificándose de su impureza). Después, ella regresó a su casa.
Entonces le informaron a David: “Urías no bajó a su casa”. Así que David le preguntó a Urías: “¿No acabas de volver de un viaje? ¿Por qué no bajaste a tu casa?”.
Urías le respondió a David: “Tanto el Arca como Israel y Judá se están quedando en refugios temporales, y mi señor Joab y los siervos de mi señor están acampando en pleno campo. ¿Cómo voy a irme yo a mi casa a comer y beber y a acostarme con mi esposa? ¡Tan cierto como que tú vives, yo no voy a hacer eso!”.
Entonces David le dijo a Urías: “Quédate aquí hoy también, y dejaré que te vayas mañana”. De modo que Urías se quedó en Jerusalén aquel día y el día siguiente.
Luego David lo mandó llamar para que viniera a comer y beber con él, y lo emborrachó. Pero, al anochecer, Urías no bajó a su casa, sino que se fue a dormir con los siervos de su señor.
En su carta escribió esto: “Pongan a Urías en las primeras líneas de batalla, donde la lucha es más violenta. Luego retírense y déjenlo solo para que lo ataquen y muera”.
quizás el rey se enoje y te diga: ‘¿Por qué tuvieron que ir a pelear tan cerca de la ciudad? ¿No sabían que ellos dispararían desde lo alto de la muralla?
¿Quién mató a Abimélec hijo de Jerubéset? ¿No fue una mujer que le arrojó una piedra de molino desde lo alto de la muralla y así lo mató en Tebez? ¿Por qué tuvieron que acercarse tanto a la muralla?’. En ese caso, dile: ‘Tu siervo Urías el hitita también murió’”.
Luego el mensajero le dijo a David: “Sus hombres nos llevaban ventaja y salieron a pelear contra nosotros en el campo, pero nosotros los hicimos retroceder hasta la entrada de la puerta de la ciudad.
Y, como los arqueros les disparaban a tus siervos desde lo alto de la muralla, algunos de los siervos del rey murieron. Tu siervo Urías el hitita también murió”.
Al oír esto, David le ordenó al mensajero: “Dile a Joab: ‘No dejes que eso te afecte, pues la espada puede devorar a cualquiera. Intensifica la batalla contra la ciudad y conquístala’. Y anímalo también”.
Tan pronto como el periodo de duelo terminó, David la mandó traer a su casa. Ella llegó a ser su esposa y le dio un hijo. Pero lo que David había hecho le desagradó mucho a Jehová.
Así que Jehová mandó a Natán a ver a David. Cuando se presentó ante David, Natán le dijo: “Había dos hombres en una ciudad. Uno era rico y el otro pobre.
pero el hombre pobre no tenía más que una pequeña ovejita que había comprado. Él la cuidaba, y ella fue creciendo en compañía de él y sus hijos. Ella comía de lo poquito que él tenía, bebía de su vaso y dormía en sus brazos. Era como una hija para él.
Un día, el hombre rico recibió la visita de un viajero, pero no quiso usar ninguna de sus propias ovejas ni de sus vacas para prepararle una comida. En vez de eso, agarró la ovejita del hombre pobre y se la preparó al que había venido”.
Entonces Natán le dijo a David: “¡Tú eres ese hombre! Esto es lo que dice Jehová, el Dios de Israel: ‘Yo mismo te ungí como rey de Israel y te rescaté de las manos de Saúl.
Estuve dispuesto a darte la casa de tu amo y a entregarte a las esposas de tu amo en tus brazos. También te di la casa de Israel y de Judá. Y, por si eso no fuera suficiente, estaba dispuesto a hacer mucho más por ti.
¿Por qué despreciaste la palabra de Jehová, haciendo lo que es malo a sus ojos? A Urías el hitita lo derribaste a espada, y a su esposa la tomaste por esposa tuya, y a él lo mataste por la espada de los hijos de Ammón.
Esto es lo que dice Jehová: ‘Ahora te mandaré calamidades que saldrán de tu propia casa. Y, delante de tus propios ojos, te quitaré a tus esposas y se las daré a otro, y él se acostará con ellas a plena luz del día.
Al séptimo día, el niño murió. Pero los siervos de David tenían miedo de decirle que el niño había muerto. Decían: “Cuando el niño estaba vivo, hablábamos con el rey y no quería escucharnos. ¿Cómo vamos a decirle ahora que el niño ha muerto? Podría cometer una barbaridad”.
Cuando David vio que sus siervos estaban susurrando entre sí, dedujo que el niño había muerto. David les preguntó a sus siervos: “¿Se murió el niño?”. “Sí, murió”, le respondieron.
Entonces David se levantó del suelo. Se lavó, se untó con aceite, se cambió de ropa y se fue a la casa de Jehová para adorarlo. Después fue a su casa, pidió que le trajeran algo de comer y comió.
Sus siervos le preguntaron: “¿Qué manera de actuar es esa? Cuando el niño vivía, estuviste ayunando y no dejabas de llorar. Pero, en cuanto el niño murió, te levantaste y comiste”.
Entonces David se puso a consolar a su esposa Bat-Seba. Fue y se acostó con ella, y con el tiempo ella dio a luz un hijo al que llamaron Salomón. Y Jehová lo amaba.
Entonces quitó la corona de la cabeza de Malcam. Esta corona, de un talento de oro junto con piedras preciosas, se la pusieron a David en la cabeza. Él también se llevó un botín enorme de la ciudad.
Además, sacó a la gente de la ciudad para ponerla a trabajar aserrando piedras, manejando instrumentos cortantes de hierro y hachas de hierro, y fabricando ladrillos. Esto fue lo que hizo con todas las ciudades de los ammonitas. Finalmente, David y todos los soldados regresaron a Jerusalén.
Amnón estaba tan angustiado debido a su hermana Tamar que se puso enfermo. La razón es que ella era virgen y a Amnón le parecía imposible intentar algo con ella.
Así que le preguntó: “¿Por qué tú, que eres el hijo del rey, estás tan deprimido cada mañana? ¿Por qué no me cuentas qué te pasa?”. Amnón le contestó: “Es que estoy enamorado de Tamar, la hermana de mi hermano Absalón”.
Jehonadab entonces le dijo: “Acuéstate en la cama y finge estar enfermo. Cuando tu padre venga a verte, dile: ‘Por favor, que venga mi hermana Tamar y me traiga algo de comer. Si prepara delante de mí el alimento que se les sirve a los enfermos y ella me lo da, yo lo comeré’”.
De modo que Amnón se acostó y fingió estar enfermo, y el rey vino a verlo. Entonces Amnón le dijo al rey: “Por favor, que venga mi hermana Tamar. Que haga delante de mí dos panes en forma de corazón y que me los dé para que yo coma”.
Amnón ahora le dijo a Tamar: “Trae la comida al dormitorio, para que tú me des de comer”. Así que Tamar tomó los panes en forma de corazón que había hecho y se los llevó a su hermano Amnón al dormitorio.
¿Cómo podría yo vivir con esa vergüenza? Y a ti te verían como un hombre despreciable en Israel. Por favor, habla con el rey, porque él no se opondrá a que yo sea tuya”.
De pronto, Amnón empezó a sentir un odio muy intenso hacia ella, y ese odio llegó a ser más fuerte que el amor que le había tenido antes. Así que le dijo: “¡Levántate y lárgate!”.
(Ella llevaba puesta una túnica especial, porque así se vestían las hijas vírgenes del rey). El sirviente la sacó afuera y le echó el cerrojo a la puerta.
Entonces Tamar se echó cenizas en la cabeza, rasgó la túnica especial que llevaba puesta y se fue caminando y dando gritos con las manos sobre la cabeza.
Al verla, su hermano Absalón le preguntó: “¿Fue tu hermano Amnón el que te hizo esto? Hermana mía, guarda silencio. Él es tu hermano. No le des vueltas a este asunto en tu corazón”. Después de aquello, Tamar se quedó a vivir en la casa de su hermano Absalón, aislada de la gente.
Cuando el rey David se enteró de todo esto, se enojó mucho. Pero no quería herir los sentimientos de su hijo Amnón, porque era su primogénito y lo amaba.
Después de dos años completos, resulta que los esquiladores de Absalón estaban en Baal-Hazor, cerca de Efraín, así que Absalón invitó a todos los hijos del rey a un banquete.
Pero el rey le contestó: “No, mi hijo. Si vamos todos, seremos una carga para ti”. Aunque Absalón siguió insistiéndole, el rey no quiso ir, pero lo bendijo.
Entonces Absalón les ordenó a sus sirvientes: “Estén pendientes. Tan pronto como el corazón de Amnón esté alegre por el vino, les diré ‘¡Ataquen a Amnón!’. Ahí es cuando ustedes tienen que matarlo. No tengan miedo, ¿acaso no soy yo el que les está dando la orden? Sean fuertes y valientes”.
Así que los sirvientes de Absalón hicieron con Amnón justo lo que Absalón les había mandado. En ese momento, todos los otros hijos del rey se levantaron, cada uno se subió a su mula y huyeron.
Pero Jehonadab hijo de Simeá, hermano de David, dijo: “Que mi señor no se crea que han matado a todos los jóvenes hijos del rey, porque el único que murió es Amnón. Fue por orden de Absalón, quien lo tenía decidido desde el día en que Amnón humilló a su hermana Tamar.
Mientras tanto, Absalón huyó. Más tarde, el centinela levantó la vista y vio a mucha gente viniendo por el camino que había detrás de él, junto a la montaña.
Tan pronto como acabó de hablar, los hijos del rey entraron llorando desconsoladamente. Y el rey y todos sus siervos también lloraron con muchísimo dolor.
Entonces Joab mandó buscar en Tecoa a una mujer astuta y le dijo: “Quiero que actúes como si estuvieras de duelo. Ponte ropa de luto y no te untes con aceite. Compórtate como una mujer que lleva mucho tiempo llorando la muerte de alguien.
Ahora toda la familia se ha vuelto en contra de tu sierva y andan diciendo: ‘¡Entrega al que asesinó a su hermano, para que lo matemos y así pague por la vida del hermano que asesinó! No importa que eso implique acabar con el heredero’. Me apagarán la última brasa encendida que me queda, y dejarán a mi esposo sin nombre ni descendiente sobre la superficie de la tierra”.
Y la tecoíta le dijo al rey: “Oh, mi señor el rey, que la culpa recaiga sobre mí y la casa de mi padre. Pero que el rey y su trono queden libres de culpa”.
Pero ella añadió: “Por favor, que el rey se acuerde de Jehová tu Dios para que el vengador de la sangre no aumente el daño y mate a mi hijo”. Y él respondió: “Tan cierto como que Jehová vive, a tu hijo no se le tocará ni un pelo”.
Ella le dijo: “¿Por qué has decidido entonces hacer algo así contra el pueblo de Dios? Con lo que el rey acaba de decir, se está haciendo culpable, pues el rey no trae de vuelta a su propio hijo desterrado.
Sin falta moriremos y seremos como agua derramada en el suelo, que no se puede recuperar. Pero Dios no quitaría una vida, y él toma en cuenta las razones por las que el desterrado no debe seguir apartado de él para siempre.
Yo he venido a decirle esto a mi señor el rey porque la gente me metió miedo. Así que tu sierva dijo: ‘Por favor, déjenme hablar con el rey. Quizás el rey atienda la petición de su esclava.
Quizás el rey escuche a su esclava y la rescate de las manos del hombre que quiere arrancarnos a mí y a mi único hijo de la herencia que Dios nos dio’.
Entonces tu sierva dijo: ‘Que las palabras de mi señor el rey me tranquilicen, por favor’. Porque mi señor el rey distingue lo bueno de lo malo como un ángel del Dios verdadero. Que Jehová tu Dios esté contigo”.
El rey ahora le contestó a la mujer: “Te voy a preguntar algo y te pido que no me escondas nada”. Ella le respondió: “Hable mi señor el rey, por favor”.
El rey entonces le preguntó: “¿Fue Joab quien te metió en todo esto?”. La mujer respondió: “Tan cierto como que tú vives, oh, mi señor el rey, es tal como dice mi señor el rey, pues fue tu siervo Joab quien me dio instrucciones y le indicó a esta sierva tuya todo lo que debía decir.
Tu siervo Joab ha hecho esto para darle otra perspectiva al asunto, pero mi señor es tan sabio como el ángel del Dios verdadero y sabe todo lo que está pasando en el país”.
Joab enseguida cayó rostro a tierra, se postró y se puso a alabar al rey. Y Joab le dijo: “Ahora tu siervo sabe que cuenta con tu favor, oh, mi señor el rey, porque el rey ha atendido la petición de este siervo suyo”.
Pues bien, en todo Israel no había ningún hombre tan alabado por su belleza como Absalón. Desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza, no había ningún defecto en él.
Al final les dijo a sus siervos: “El terreno de Joab está al lado del mío, y tiene allí algo de cebada. Vayan y préndanle fuego”. Así que los siervos de Absalón le prendieron fuego al terreno.
Absalón le contestó a Joab: “Mira, yo te mandé este mensaje: ‘Ven acá y deja que te envíe al rey para que le preguntes de mi parte: “¿Para qué me vine de Guesur? Habría sido mejor quedarme allí. Que ahora el rey me deje ir a verlo y, si soy culpable de algo, que me mate”’”.
Así que Joab se presentó ante el rey y se lo dijo. Entonces el rey llamó a Absalón, que vino y se postró ante él rostro a tierra. Luego el rey besó a Absalón.
Y Absalón se levantaba temprano y se plantaba al lado del camino que iba a la puerta de la ciudad. Cuando algún hombre tenía que llevar un caso legal ante el rey para pedir justicia, Absalón lo llamaba y le preguntaba: “¿De qué ciudad eres tú?”. El hombre le respondía: “Tu siervo es de una de las tribus de Israel”.
Entonces Absalón añadía: “¡Si tan solo me nombraran juez en el país! Así todo el que tuviera un caso legal o una disputa podría venir a verme y yo me encargaría de que se le hiciera justicia”.
Absalón hacía esto con todos los israelitas que venían a ver al rey para pedir justicia. De esta manera, Absalón se fue robando el corazón de los hombres de Israel.
Es que cuando estaba viviendo en Guesur, en Siria, tu siervo hizo este voto solemne: ‘Si Jehová me trae de vuelta a Jerusalén, le presentaré una ofrenda a Jehová’”.
Absalón ahora envió espías por todas las tribus de Israel con estas instrucciones: “En cuanto oigan el sonido del cuerno, anuncien esto: ‘¡Absalón se ha convertido en rey en Hebrón!’”.
Y resulta que 200 hombres de Jerusalén habían ido allí con Absalón. Los invitaron y ellos fueron sin sospechar nada porque no sabían lo que estaba pasando.
Además, cuando ofreció los sacrificios, Absalón mandó llamar a Ahitofel el guilonita, que era consejero de David y estaba en Guiló, su ciudad. La conspiración siguió ganando fuerza y cada vez había más gente apoyando a Absalón.
Enseguida David les dijo a todos los siervos suyos que estaban con él en Jerusalén: “¡Vamos, huyamos de aquí o ninguno de nosotros podrá escapar de Absalón! ¡Rápido, para que no nos sorprenda y cause un desastre y mate a espada a toda la ciudad!”.
Todos los siervos que iban con él y todos los keretitas, los peletitas y los guititas —600 hombres que lo habían seguido desde Gat— iban desfilando mientras el rey les pasaba revista.
Entonces el rey le dijo a Ittáie el guitita: “¿Por qué vas a venir tú también? Vuelvef y quédate con el nuevo rey, porque eres extranjero y estás desterrado de tu lugar de origen.
Apenas llegaste ayer, ¿cómo voy a obligarte ahora a andar de un lado para otrog con nosotros y acompañarme cada vez que yo me vaya? ¡Vuelve y llévate a tus hermanos, y que Jehová te muestre amor lealh y fidelidad!”.i
Pero Ittái le contestó al rey: “¡Tan cierto como que viven Jehová y mi señor el rey,j dondequiera que esté mi señor el rey, allí estarák tu siervo, sea para vivir o para morir!”.
Los habitantes de por allí lloraban a gritos mientras toda aquella gente iba cruzando. El rey estaba parado junto al valle de Cedrón y toda su gente iba cruzando el valle hacia el camino que lleva al desierto.
Sadoc también estaba allí, y todos los levitas iban con él llevando el arca del pacto del Dios verdadero. Ellos se detuvieron y pusieron el Arca del Dios verdadero en el suelo. Y Abiatar llegó mientras la gente terminaba de cruzar el valle desde la ciudad.
Pero el rey le dijo a Sadoc: “Vuelve a llevar el Arca del Dios verdadero a la ciudad. Si tengo la aprobación de Jehová, él me traerá de vuelta y me dejará verla y ver su morada.
El rey le dijo al sacerdote Sadoc: “¿No eres un vidente? Vuelvan a la ciudad en paz y llévense a sus dos hijos: a tu hijo Ahimáaz y a Jonatán hijo de Abiatar.
David lloraba mientras subía por el monte de los Olivos; iba descalzo y con la cabeza cubierta. Y toda la gente que estaba con él también se cubrió la cabeza y lloraba mientras subía.
Entonces le dijeron a David: “Ahitofel es uno de los que están conspirando con Absalón”. Al oír esto, David dijo: “¡Ay, Jehová, te ruego que los consejos de Ahitofel se vuelvan como los de un tonto!”.
Cuando David llegó a la cima del monte, donde la gente solía adorar a Dios, Husái el arkita estaba allí esperándolo, con su túnica rasgada y con tierra en la cabeza.
En cambio, puedes ayudarme a frustrar los consejos de Ahitofel si vuelves a la ciudad y le dices a Absalón ‘Soy tu siervo, oh, rey. Aunque antes servía a tu padre, ahora soy siervo tuyo’.
¿No están allí contigo los sacerdotes Sadoc y Abiatar? Todo lo que oigas de la casa del rey se lo tienes que informar a los sacerdotes Sadoc y Abiatar.
Y, mira, como allí con ellos están sus dos hijos —Ahimáaz hijo de Sadoc y Jonatán hijo de Abiatar—, comuníquenme a través de ellos todo lo que ustedes oigan”.
Cuando David pasó un poco más allá de la cima del monte, allí estaba esperándolo Zibá, el sirviente de Mefibóset, con un par de burros ensillados y cargados con 200 panes, 100 tortas de pasas, 100 tortas de fruta de verano y una jarra grande de vino.
El rey le preguntó a Zibá: “¿Por qué has traído estas cosas?”. Zibá contestó: “Los burros son para que monten en ellos los de la casa del rey, el pan y la fruta de verano son para que coman los hombres, y el vino es para quienes se agoten en el desierto”.
El rey entonces le preguntó: “¿Y dónde está el nieto de tu amo?”. Zibá le respondió al rey: “Se quedó en Jerusalén, porque dijo: ‘La casa de Israel me devolverá ahora el reino de mi abuelo’”.
El rey le dijo a Zibá: “Pues, mira, todo lo que tiene Mefibóset es tuyo”. Y Zibá le dijo: “Me inclino ante ti. Espero tener tu favor, mi señor el rey”.
Cuando el rey David llegó a Bahurim, salió un hombre de la familia de la casa de Saúl que se llamaba Simeí, hijo de Guerá, y fue hacia él gritando maldiciones.
Les estuvo tirando piedras a David y a todos sus siervos, así como a todos los demás, incluidos los guerreros poderosos que el rey David tenía a su derecha y a su izquierda.
Jehová te ha hecho pagar por toda la sangre que derramaste en la casa de Saúl, a quien le quitaste el trono. Por eso Jehová ha puesto el reino en manos de tu hijo Absalón. ¡Ahora la desgracia te persigue, porque eres un asesino!”.
Entonces Abisái hijo de Zeruyá le dijo al rey: “¿Por qué debería ese perro muerto maldecir a mi señor el rey? Por favor, déjame ir y cortarle la cabeza”.
Pero el rey le contestó: “¿Qué tiene que ver esto con ustedes, hijos de Zeruyá? Déjenlo que me maldiga, porque fue Jehová quien le dijo: ‘¡Maldice a David!’. Así que ¿cómo va alguien a preguntarle por qué lo hace?”.
David entonces les dijo a Abisái y a todos sus siervos: “Miren, si mi propio hijo, que salió de mí, quiere quitarme la vida, ¡con más razón un benjaminita! ¡Déjenlo! ¡Que me maldiga, porque Jehová le dijo que lo hiciera!
Tras esto, David y sus hombres siguieron por el camino mientras Simeí iba por al lado de la montaña, paralelo a él, maldiciéndolo y tirándole piedras y mucho polvo.
Husái le contestó a Absalón: “No. Yo estoy de parte del que han elegido tanto Jehová como estos hombres y todos los demás hombres de Israel. Y me quedaré con él.
Ahitofel le contestó a Absalón: “Ten relaciones con las concubinas de tu padre, las que él dejó para que cuidaran la casa. Así todo Israel sabrá que te has ganado el odio de tu padre, y los que te apoyan se fortalecerán”.
En aquellos días, los consejos de Ahitofel se consideraban como las palabras del Dios verdadero. Así es como David y Absalón veían todos los consejos de Ahitofel.
Luego te traeré de vuelta a toda la gente. Dependiendo de lo que le pase al hombre que estás buscando, toda la gente podrá regresar. Así todo el pueblo estará en paz”.
Así que Husái se presentó ante Absalón, y Absalón le dijo: “Esto es lo que nos aconsejó Ahitofel. ¿Deberíamos seguir su consejo? Si no, dinos tú qué hacer”.
Husái continuó: “Tú sabes bien lo poderosos que son tu padre y sus hombres. Y ellos están desesperados, como una osa que ha perdido a sus cachorros en el campo. Además, tu padre es un guerrero y no pasará la noche entre la gente.
Ahora mismo estará escondido en una de las cuevas o en algún otro lugar. Y, si él ataca primero, quienes oigan la noticia dirán: ‘¡Los que apoyan a Absalón fueron derrotados!’.
Hasta el hombre más valiente, el que tiene un corazón como de león, se derretirá de miedo. Porque todo Israel sabe que tu padre es poderoso y que sus hombres son valientes.
Este es mi consejo: que se reúnan todos los hombres de Israel, desde Dan hasta Beer-Seba, tantos como los granos de arena que hay junto al mar, y tú debes dirigirlos a la batalla.
Lo atacaremos dondequiera que esté, y le caeremos encima como el rocío que cae sobre el suelo. Ninguno de ellos sobrevivirá, ni él ni ninguno de sus hombres.
Entonces Absalón y todos los hombres de Israel dijeron: “¡El consejo de Husái el arkita es mejor que el de Ahitofel!”. Y es que Jehová había decidido frustrar el acertado consejo de Ahitofel. Así Jehová llevaría a Absalón al desastre.
Más tarde, Husái les dijo a los sacerdotes Sadoc y Abiatar: “Esto fue lo que Ahitofel les aconsejó a Absalón y a los ancianos de Israel. Pero esto fue lo que les aconsejé yo.
Y, ahora, envíenle rápido a David esta advertencia: ‘No te quedes esta noche en los lugares de paso del desierto. Tienes que cruzar el río. Si no, el rey y toda la gente que está con él podrían ser exterminados’”.
Jonatán y Ahimáaz se estaban quedando en En-Roguel. Como no querían arriesgarse a que los vieran entrar en la ciudad, una sierva fue y les dio el mensaje, y ellos fueron a avisar al rey David.
Pero un joven los vio y se lo contó a Absalón. Así que los dos se fueron rápido y llegaron a Bahurim, a la casa de un hombre que tenía un pozo en el patio. Se escondieron dentro de él,
Los siervos de Absalón llegaron a la casa de la mujer y le preguntaron: “¿Dónde están Ahimáaz y Jonatán?”. La mujer respondió: “Se fueron hacia las aguas”. Los hombres los buscaron, pero no los encontraron, así que regresaron a Jerusalén.
Después de que los hombres se fueron, ellos salieron del pozo y fueron a decirle al rey David: “Ahitofel aconsejó esto y aquello en contra de ustedes. Así que crucen rápidamente el río”.
Cuando Ahitofel vio que no habían seguido su consejo, ensilló un burro y se fue a su casa, a su pueblo. Después de darles instrucciones a los de su casa, se ahorcó y así murió. Fue enterrado en la sepultura de sus antepasados.
Absalón puso a Amasá al mando del ejército en sustitución de Joab. Amasá era hijo de un hombre llamado Itrá el israelita, quien tuvo relaciones con Abigaíl hija de Nahás, hermana de Zeruyá, la madre de Joab.
David llegó a Mahanaim, y enseguida Sobí hijo de Nahás, de Rabá de los ammonitas, junto con Makir hijo de Amiel, de Lo-Debar, y Barzilái el galaadita, de Roguelim,
miel, mantequilla, ovejas y queso. Todo esto se lo trajeron a David y a la gente que estaba con él para que comieran, pues decían: “Esta gente que está en el desierto tiene hambre y sed, y está cansada”.
Y David puso un tercio de los hombres bajo el mando de Joab, un tercio bajo el mando de Abisái hijo de Zeruyá —el hermano de Joab— y el otro tercio bajo el mando de Ittái el guitita. Luego el rey les dijo a los hombres: “Yo también iré con ustedes”.
Pero ellos le dijeron: “No vengas, porque si nosotros huyéramos no les importaría, y si la mitad de nosotros muriéramos tampoco les importaría, porque tú vales por 10.000 de nosotros. Así que es mejor que nos mandes ayuda desde la ciudad”.
El rey les dijo: “Haré lo que les parezca mejor a ustedes”. De modo que el rey se quedó junto a la puerta de la ciudad, y todos los hombres salieron en grupos de cien y de mil.
Luego el rey les dio a Joab, a Abisái y a Ittái esta orden: “Traten con consideración al joven Absalón. Háganlo por mí”. Todos los hombres oyeron al rey cuando les dio a los jefes esta orden sobre Absalón.
Absalón acabó encontrándose de frente con los siervos de David. Resulta que él iba montado en una mula, y la mula se metió bajo las espesas ramas de un gran árbol y a Absalón se le enredó la cabeza en el árbol. Como la mula siguió adelante, él se quedó colgando en el aire.
Joab le contestó al hombre que se lo dijo: “Pues, si lo viste, ¿por qué no lo mataste allí mismo? Con mucho gusto yo te habría dado 10 piezas de plata y un cinturón”.
Pero el hombre le dijo a Joab: “Ni aunque me dieran 1.000 piezas de plata le pondría la mano encima al hijo del rey. Porque oímos al rey darte a ti, a Abisái y a Ittái esta orden: ‘Asegúrense de que nadie le haga daño al joven Absalón’.
Al oír esto, Joab dijo: “¡No voy a perder el tiempo contigo!”. Así que agarró tres palos puntiagudos y se los clavó a Absalón en el corazón mientras este seguía vivo entre las ramas del gran árbol.
Agarraron el cuerpo de Absalón, lo arrojaron a un gran hoyo en el bosque y le pusieron encima un enorme montón de piedras. Y todos los hombres de Israel huyeron a sus casas.
Ahora bien, cuando Absalón vivía, se había erigido una columna en el valle del Rey, porque decía: “No tengo ningún hijo que conserve el recuerdo de mi nombre”. Así que le puso su nombre a la columna, y hasta el día de hoy la llaman Monumento de Absalón.
Ahimáaz hijo de Sadoc le dijo otra vez a Joab: “Por favor, sin importar lo que pase, déjame correr detrás del cusita”. Pero Joab le dijo: “¿Para qué vas a ir tú también, hijo mío, si ya no tienes ninguna noticia que dar?”.
Aun así, él insistió: “No importa lo que pase, déjame ir”. Así que Joab le dijo: “¡Anda, corre!”. Y Ahimáaz salió corriendo por el camino del distrito del Jordán y consiguió adelantar al cusita.
David estaba sentado entre las dos puertas de la ciudad. El centinela subió a la azotea que había encima de la puerta, junto a la muralla, y, cuando levantó la vista, vio a un hombre que venía corriendo solo.
el centinela vio a otro hombre corriendo y le gritó al portero: “¡Mira! ¡Otro hombre que va corriendo solo!”. El rey dijo: “Este también trae noticias”.
Entonces Ahimáaz le gritó al rey: “¡Todo va bien!”. Luego se inclinó rostro a tierra ante el rey y dijo: “¡Alabado sea Jehová tu Dios, quien le ha entregado a mi señor el rey los hombres que se rebelaron en su contra!”.
Sin embargo, el rey preguntó: “¿Está bien el joven Absalón?”. Ahimáaz respondió: “Vi que había un gran alboroto cuando Joab nos envió a mí y al otro siervo del rey, pero no supe de qué se trataba”.
Entonces llegó el cusita, que dijo: “Traigo noticias para mi señor el rey: hoy Jehová te ha hecho justicia librándote de las manos de todos los que se rebelaron contra ti”.
Pero el rey le dijo al cusita: “¿Está bien el joven Absalón?”. El cusita le contestó: “¡Que todos los enemigos de mi señor el rey y todos los que se rebelaron contra ti para hacerte daño acaben como el joven!”.
Esto sacudió al rey, quien subió a la habitación de la azotea que había encima de la puerta y se puso a llorar. Mientras caminaba, decía: “¡Hijo mío, Absalón! ¡Hijo mío! ¡Absalón, hijo mío! ¡Ojalá hubiera muerto yo en tu lugar! ¡Absalón, hijo mío, hijo mío!”.
Entonces Joab entró en la casa donde estaba el rey y le dijo: “Hoy has avergonzado a todos tus siervos, los que hoy mismo te salvaron la vida a ti, a tus hijos, a tus hijas, a tus esposas y a tus concubinas.
Tú amas a los que te odian y odias a los que te aman. Ahora has dejado claro que tus jefes y tus siervos no significan nada para ti, porque estoy seguro de que, si hoy viviera Absalón y todos los demás estuviéramos muertos, tú estarías contento.
Ahora levántate y sal a animar a tus siervos. Si no lo haces, te juro por Jehová que esta noche no quedará ni un solo hombre contigo. Y eso será peor que todos los males que has sufrido desde joven”.
Así que el rey se levantó y se sentó a la puerta de la ciudad. Y le informaron a todo el pueblo: “El rey está sentado a la puerta”. Entonces toda la gente se presentó ante el rey. Pero los hombres de Israel habían huido, cada uno a su hogar.
Por todas las tribus de Israel la gente discutía y decía: “El rey nos libró de nuestros enemigos y nos rescató de los filisteos. Pero ahora resulta que salió del país huyendo de Absalón.
El rey David les envió a los sacerdotes Sadoc y Abiatar este mensaje: “Hablen con los ancianos de Judá y díganles: ‘Los comentarios de todo Israel han llegado hasta la casa donde está el rey. ¿Por qué tienen que ser ustedes los últimos en hacer que el rey vuelva a su propia casa?
Y díganle a Amasá: ‘¿No somos de la misma sangre? Que Dios me castigue severamente si no te nombro jefe del ejército a partir de hoy en lugar de Joab’”.
y lo acompañaban 1.000 hombres de Benjamín. También Zibá, el sirviente de la casa de Saúl, junto con sus 15 hijos y 20 siervos, bajó deprisa al Jordán antes que el rey.
Atravesó el lugar de paso del río para ayudar a los de la casa del rey a cruzarlo y para hacer todo lo que el rey quisiera. Ahora bien, cuando el rey estaba a punto de cruzar el Jordán, Simeí hijo de Guerá cayó a sus pies.
Y le dijo al rey: “Que mi señor no me culpe ni recuerde el mal que tu siervo cometió el día en que mi señor el rey salió de Jerusalén. Que el rey no lo tome a pecho,
Pero David dijo: “¿Qué tiene que ver esto con ustedes, hijos de Zeruyá? ¿Por qué me llevan la contraria? ¿Acaso no vuelvo a ser hoy rey de Israel? Entonces, ¿por qué debería hoy matarse a alguien en Israel?”.
Mefibóset, el nieto de Saúl, también bajó a recibir al rey. No se había aseado los pies ni se había recortado el bigote ni había lavado su ropa desde el día en que el rey se fue hasta el día en que volvió en paz.
Él le contestó: “Mi señor el rey, es que mi siervo me engañó. Como estoy lisiado, yo había dicho: ‘Déjame preparar mi burro para montarlo y acompañar al rey’.
Pero él le contó calumnias a mi señor el rey sobre este siervo tuyo. Sin embargo, mi señor el rey es como un ángel del Dios verdadero, así que haz lo que te parezca bien.
Mi señor el rey pudo haber condenado a muerte a todos los de la casa de mi padre, pero en vez de eso pusiste a tu siervo entre los que comen a tu mesa. ¿Qué derecho tengo yo de reclamarle algo más al rey?”.
Barzilái era muy mayor, tenía 80 años. Durante el tiempo que el rey se estuvo quedando en Mahanaim, Barzilái le proporcionó víveres, pues era un hombre muy rico.
Yo ya tengo 80 años. ¿Acaso puedo distinguir entre las cosas buenas y las malas? ¿Puede este siervo tuyo saborear lo que come y bebe? ¿Soy capaz todavía de escuchar la voz de cantores y cantoras? ¿Qué sentido tiene que este siervo tuyo se convierta en una carga más para mi señor el rey?
Por favor, deja que tu siervo regrese. Déjame morir en mi ciudad, cerca de la sepultura de mi padre y mi madre. Pero, mira, aquí tienes a tu siervo Kimham. Que él vaya y cruce con mi señor el rey. Haz por él lo que te parezca bien”.
Toda la gente entonces empezó a cruzar el Jordán. Y el rey, cuando ya iba a cruzar él también, besó a Barzilái y lo bendijo. Y Barzilái regresó a su casa.
Entonces, todos los hombres de Israel le preguntaron al rey: “¿Por qué nuestros hermanos, los hombres de Judá, se han traído al rey a escondidas y lo han hecho cruzar el Jordán con los de su casa y con todos los hombres de David?”.
Todos los hombres de Judá les contestaron a los hombres de Israel: “Porque el rey es familia nuestra. ¿Y por qué se enojan? ¿Acaso hemos comido algo a costa del rey o hemos recibido algún regalo?”.
Pero los hombres de Israel les dijeron a los de Judá: “Nosotros tenemos 10 partes en el reino, así que tenemos más derechos que ustedes sobre David. ¿Por qué nos trataron con desprecio? ¿No deberíamos haber sido nosotros los primeros en traer de vuelta al rey?”. Sin embargo, las palabras de los hombres de Judá pudieron más que las de los hombres de Israel.
Ahora bien, había allí un alborotador llamado Seba hijo de Bicrí, un benjaminita. Tocó el cuerno y dijo: “Nosotros no tenemos nada que ver con David; no tenemos ninguna herencia con el hijo de Jesé. ¡Vamos, Israel! ¡Que cada uno vuelva con sus dioses!”.
Ante eso, todos los hombres de Israel dejaron de seguir a David para seguir a Seba hijo de Bicrí. Pero los hombres de Judá, desde el Jordán hasta Jerusalén, no abandonaron a su rey.
Cuando el rey David llegó a su casa en Jerusalén, puso en una casa bajo guardia a las 10 concubinas que había dejado para cuidar la casa. Se encargaba de que tuvieran comida, pero no volvió a tener relaciones con ellas. Estuvieron recluidas allí hasta el día de su muerte, viviendo como viudas aunque su esposo estaba vivo.
Entonces David le dijo a Abisái: “Seba hijo de Bicrí podría hacernos más daño que Absalón. Llévate a los siervos de tu señor y persíguelo, no sea que encuentre ciudades fortificadas y se nos escape”.
Así que los hombres de Joab, los keretitas, los peletitas y todos los hombres poderosos salieron detrás de él; salieron de Jerusalén para perseguir a Seba hijo de Bicrí.
Cuando llegaron cerca de la gran piedra que hay en Gabaón, Amasá vino a su encuentro. Joab tenía puesta su ropa de combate y llevaba una espada a la cintura. Pero, al acercarse, la espada se salió de su vaina y cayó.
Amasá no le prestó atención a la espada que Joab tenía en la mano. Joab se la clavó en el abdomen y los intestinos se le salieron y cayeron al suelo. No tuvo que clavársela de nuevo; una vez fue suficiente para matarlo. Después de esto, Joab y su hermano Abisái se fueron a perseguir a Seba hijo de Bicrí.
Mientras tanto, Amasá estaba revolcándose en su sangre en medio del camino. Cuando aquel hombre vio que todo el mundo se paraba allí, apartó a Amasá del camino y lo dejó en el campo. Además, lo cubrió con una prenda de vestir porque vio que todos los que pasaban junto a él se detenían.
Seba fue pasando por todas las tribus de Israel hasta llegar a Abel de Bet-Maacá. Y los bicritas se reunieron y también entraron en la ciudad detrás de él.
Joab y sus hombres llegaron, cercaron Abel de Bet-Maacá y levantaron una rampa para atacar la ciudad, porque estaba situada dentro de una fortificación. Y los hombres de Joab se pusieron a excavar bajo la muralla para derribarla.
Así que él se acercó, y la mujer le preguntó: “¿Eres Joab?”. Él respondió: “Sí, soy yo”. Entonces ella le dijo: “Escucha las palabras de tu sierva”. “Te escucho”, le dijo él.
Yo represento a los pacíficos y fieles de Israel. Tú quieres destruir una ciudad que es como una madre en Israel. ¿Por qué vas a acabar con la herencia de Jehová?”.
No, no se trata de eso. Lo que pasa es que un hombre de la región montañosa de Efraín llamado Seba hijo de Bicrí se ha rebelado contra el rey David. Tan solo entréguenme a ese hombre y me retiraré de la ciudad”. Entonces la mujer le dijo a Joab: “¡Te lanzaremos su cabeza por encima de la muralla!”.
Enseguida la mujer sabia fue a hablar con todo el pueblo y ellos le cortaron la cabeza a Seba hijo de Bicrí y se la lanzaron a Joab. Entonces él tocó el cuerno y los hombres se retiraron de la ciudad, cada uno a su hogar. Y Joab regresó a Jerusalén, adonde estaba el rey.
Ahora bien, en los días de David hubo una época de hambre que duró tres años seguidos. Así que David consultó a Jehová, y Jehová contestó: “Saúl y los de su casa son culpables de derramar sangre, porque él mató a los gabaonitas”.
(Por cierto, los gabaonitas no eran de los israelitas, sino de los amorreos que quedaban. Los israelitas habían jurado dejarlos con vida, pero Saúl intentó acabar con ellos por el fervor que sentía por el pueblo de Israel y Judá). De modo que el rey llamó a los gabaonitas para hablar con ellos.
David les dijo a los gabaonitas: “¿Qué puedo hacer por ustedes? ¿Cómo puedo compensarlos por nuestro pecado, para que ustedes bendigan la herencia de Jehová?”.
Los gabaonitas le contestaron: “Ni la plata ni el oro pueden compensar lo que nos hicieron Saúl y los de su casa. Y tampoco podemos matar a nadie en Israel”. A lo que él dijo: “Pídanme lo que quieran, que yo lo haré”.
así que queremos que nos den a siete de sus hijos. Colgaremos sus cadáveres delante de Jehová en Guibeá de Saúl, el escogido de Jehová”. El rey dijo: “Yo se los entregaré”.
Pero el rey le tuvo compasión a Mefibóset —hijo de Jonatán, hijo de Saúl— debido al juramento que David y Jonatán, el hijo de Saúl, se habían hecho delante de Jehová.
El rey eligió a Armoní y Mefibóset, los dos hijos de Rizpá hija de Ayá, que ella había tenido con Saúl, y a los cinco hijos de Mical hija de Saúl, que ella había tenido con Adriel hijo de Barzilái el meholatita.
Luego se los entregó a los gabaonitas, y ellos colgaron sus cadáveres en la montaña delante de Jehová. Los siete murieron juntos. Los mataron en los primeros días de la cosecha, al comienzo de la cosecha de la cebada.
Después Rizpá hija de Ayá tomó tela de saco y la extendió sobre la roca. Se quedó allí desde el comienzo de la cosecha hasta que desde los cielos cayó lluvia sobre los cuerpos; no permitió que las aves del cielo se posaran sobre ellos de día ni que los animales salvajes del campo se les acercaran de noche.
Así que David fue a buscar los huesos de Saúl y de su hijo Jonatán. Los tenían los líderes de Jabés-Galaad, quienes los habían robado de la plaza de Bet-San, donde los filisteos los habían colgado el día en que los filisteos derrotaron a Saúl en Guilboa.
Entonces enterraron los huesos de Saúl y de su hijo Jonatán en la tierra de Benjamín, en Zelá, en la tumba de su padre Quis. Tan pronto como hicieron todo lo que el rey había mandado, Dios escuchó las súplicas de ellos a favor del país.
Una vez más, estalló la guerra entre los filisteos e Israel. Así que David bajó con sus siervos y peleó contra los filisteos, pero empezó a sentirse muy cansado.
Uno de los descendientes de los refaím, llamado Isbí-Benob, que tenía una lanza de cobre que pesaba 300 siclos y una espada nueva, quiso matar a David.
Enseguida Abisái hijo de Zeruyá vino a salvarlo. Atacó al filisteo y lo mató. Entonces los hombres de David le juraron al rey: “¡Ya no saldrás más a la batalla con nosotros, para que no apagues la lámpara de Israel!”.
Otra vez estalló la guerra con los filisteos en Gob. Y Elhanánd hijo de Jaaré-Oreguim el betlemita mató a Goliat el guitita, que tenía una lanza cuyo palo era como el rodillo de un telar.e
Y de nuevo estalló una guerra. Estalló en Gat, donde había un hombre de tamaño extraordinario, con 6 dedos en cada mano y 6 dedos en cada pie, 24 en total. Este también era descendiente de los refaím.
Mi Dios es mi roca, en quien yo me refugio, mi escudo, mi poderoso salvador, mi refugio seguro y mi lugar adonde huir, mi salvador; tú eres el que me salva de la violencia.
Estas son las últimas palabras de David: “Las palabras de David hijo de Jesé, las palabras del hombre que fue enaltecido, el ungido del Dios de Jacob y el agradable cantor de las canciones de Israel.
eso es como la luz de la mañana cuando brilla el sol, como una mañana sin nubes. Es como el resplandor después de la lluvia, que hace brotar hierba de la tierra’.
¿No es así mi casa ante Dios? Porque él ha hecho conmigo un pacto eterno, bien detallado y seguro. Ese pacto significa mi salvación total y todo mi placer, ¿no es por eso por lo que él la hace florecer?
Para que un hombre las toque, debe estar equipado con un arma de hierro y el palo de una lanza, y deben quemarse por completo con fuego allí donde estén”.
Estos son los nombres de los guerreros poderosos de David: Joseb-Basébet, un tahkemonita, el líder de los tres. En una ocasión, mató a 800 hombres con su lanza.
Después de él estaba Eleazar, hijo de Dodó, hijo de Ahohí. Él también era uno de los tres guerreros poderosos que estaban con David cuando desafiaron a los filisteos. Los filisteos se habían reunido allí para la batalla y, cuando los hombres de Israel se retiraron,
él se mantuvo en su posición y mató filisteos hasta que se le cansó el brazo y se le quedó la mano rígida de tanto agarrar la espada. Jehová les dio una gran victoria aquel día; y los soldados iban detrás de él para quitarles a los muertos las cosas de valor.
Después de él estaba Samá hijo de Agué el hararita. Cuando los filisteos se reunieron en Lehí, donde había un terreno sembrado de lentejas, los soldados huyeron de los filisteos.
Tres de los 30 jefes bajaron durante la época de la cosecha a ver a David en la cueva de Adulam. Una tropa de filisteos estaba acampada en el valle de Refaím.
Ante esto, los tres guerreros poderosos entraron por la fuerza en el campamento de los filisteos, sacaron agua de la cisterna junto a la puerta de Belén y se la llevaron a David. Pero él se negó a beberla y la derramó para Jehová.
Dijo: “¡Oh, Jehová, yo jamás haría esto! ¿Cómo podría beber la sangre de estos hombres, que fueron y arriesgaron sus vidas?”. Así que se negó a beberla. Estas son las cosas que hicieron sus tres guerreros poderosos.
Benaya hijo de Jehoiadá era un hombre valiente que hizo muchas hazañas en Cabzeel. Mató a los dos hijos de Ariel de Moab, y en un día de nieve se metió en una cisterna y mató a un león.
También mató a un egipcio de tamaño extraordinario. Él solo llevaba un palo, mientras que el egipcio tenía una lanza en la mano. A pesar de eso, se enfrentó al egipcio, le arrebató su lanza y con ella lo mató.
Ahora bien, aunque él destacaba todavía más que los treinta, no llegó al nivel de los tres. Sin embargo, David lo puso al mando de su guardia personal.
Jehová volvióe a enfurecerse con los israelitas cuando alguien hizo que David actuara en contra de ellos diciéndole: “Anda, haz un censof de Israel y Judá”.
Así que el rey le dijo a Joab, el jefe del ejército, que estaba allí con él: “Hazme el favor de ir por todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Beer-Seba, y registra al pueblo, para que yo sepa cuánta gente hay”.
Pero Joab le dijo al rey: “Que Jehová tu Dios multiplique al pueblo por 100 y que mi señor el rey lo vea con sus propios ojos, pero ¿para qué quiere mi señor el rey hacer algo así?”.
Sin embargo, las palabras del rey pudieron más que las de Joab y los jefes del ejército. Así que Joab y los jefes del ejército salieron de la presencia del rey para registrar al pueblo de Israel.
Cruzaron el Jordán y acamparon en Aroer, a la derecha de la ciudad que está en medio del valle, y fueron en dirección a la tierra de los gaditas y luego a Jazer.
Entonces fueron a la fortaleza de Tiro y a todas las ciudades de los heveos y de los cananeos, y finalmente acabaron en el Négueb de Judá, en Beer-Seba.
Joab entonces le dio al rey el número de los que fueron registrados. Israel tenía 800.000 guerreros armados con espadas y Judá contaba con 500.000 hombres.
Pero, después de haber contado al pueblo, David sintió que su corazón lo condenaba, y le dijo a Jehová: “He pecado muchísimo haciendo esto. Ahora, por favor, Jehová, perdona el error de tu siervo, porque me he portado como un estúpido”.
Así que Gad se presentó ante David y le dijo: “¿Qué prefieres? ¿Siete años de hambre en el país? ¿Tres meses huyendo de tus enemigos mientras te persiguen? ¿O tres días de epidemia en el país? Ahora piénsalo bien y dime qué debo contestarle al que me envió”.
David le respondió a Gad: “Esto es muy duro para mí. Prefiero que caigamos en manos de Jehová,o porque su misericordiap es grande. Pero no quiero caerq en manos de ningún hombre”.
Cuando el ángel extendió la mano hacia Jerusalén para destruirla, Jehová sintió pesar por aquella calamidad y le dijo al ángel que estaba destruyendo al pueblo: “¡Basta! Baja ya la mano”. El ángel de Jehová estaba cerca de la era de Arauna el jebuseo.
Cuando David vio al ángel que estaba hiriendo al pueblo, le dijo a Jehová: “Soy yo el que ha pecado, soy yo el que cometió el error. Pero estas ovejas, ¿qué han hecho ellas? Por favor, haz que tu mano me castigue a mí y a la casa de mi padre”.
Arauna preguntó: “¿Por qué ha venido mi señor el rey a ver a su siervo?”. David le respondió: “He venido a comprarte la era para construirle un altar a Jehová y que así se detenga el azote contra el pueblo”.
Pero Arauna le dijo a David: “Que mi señor el rey se la quede y que ofrezca lo que quiera. Aquí tienes las reses para la ofrenda quemada y el trillo y los aparejos de las reses para que te sirvan de leña.
Sin embargo, el rey le contestó a Arauna: “No, yo tengo que pagarte por ella. No voy a ofrecerle a Jehová mi Dios sacrificios quemados que no me han costado nada”. Así que David compró la era y las reses por 50 siclos de plata.
Y David le construyó allí un altar a Jehová y le ofreció sacrificios quemados y sacrificios de paz. Entonces Jehová escuchó los ruegos por el país, y el azote contra Israel se detuvo.