Familia, Consanguíneo, Parentescos |
Con relación a una persona, padres de su madre o de su padre. Los términos “abuelos”, “abuelo” y “abuela” no aparecen muchas veces en las traducciones de la Biblia. En 1 Reyes 15:10, 13 se traduce “abuela” de la misma palabra que significa “madre”, algo procedente, pues Maacá era la abuela de Asá, no su madre. (1Re 15:1, 2, 8.) Parece ser que Maacá continuó como reina madre durante el reinado de Asá hasta que se la destituyó debido a su idolatría. (1Re 15:13.) De manera correspondiente, el término “padre” se usa a veces con referencia a un abuelo o a un antepasado. (Gé 28:13; 2Sa 9:7.) También se usa la expresión “padre de tu madre” para designar a los abuelos. (Gé 28:2; Jue 9:1.)
El apóstol Pablo dice que los “hijos o nietos” deberían “seguir pagando la debida compensación a sus padres y abuelos [gr. pro·gó·nois]”. (1Ti 5:4.) Otra forma de la misma palabra (pro·gó·non) se vierte “antepasados” en 2 Timoteo 1:3. A Loida, la abuela (gr. mám·më) de Timoteo, se la encomia por tener una ‘fe sin hipocresía’, y al parecer ayudó a Timoteo a desarrollar su fe y en su crecimiento espiritual. (2Ti 1:5; 3:14, 15.)
Acción de tomar alguien como hijo a una persona que no lo es por relación natural. La palabra griega traducida “adopción” (hui·o·the·sí·a) es un tecnicismo legal que significa literalmente “colocación como hijo”. (Compárese con Ro 8:15, nota.)
En las Escrituras Hebreas no se habla de la adopción desde el punto de vista del procedimiento legal, pero en varios casos se presenta esa idea básica. Parece ser que antes de que nacieran Ismael e Isaac, Abrahán pensaba que su esclavo Eliezer estaba en vías de ocupar una posición similar a la de un hijo adoptivo y que probablemente sería el heredero de su casa. (Gé 15:2-4.) La práctica de adoptar a esclavos como hijos era corriente en el Oriente Medio y, como tales, estos esclavos tenían ciertos derechos con respecto a la herencia, aunque nunca superaban a los de los hijos verdaderos.
Tanto Raquel como Lea consideraron a los hijos que sus siervas le dieron a luz a Jacob como si fueran suyos propios, ‘dados a luz sobre sus rodillas’. (Gé 30:3-8, 12, 13, 24.) Estos hijos participaron de la herencia igual que los nacidos a las esposas legales de Jacob. Eran hijos que él había engendrado, y puesto que las esclavas eran propiedad de las esposas, tanto Raquel como Lea tenían derecho de propiedad sobre esos hijos.
A Moisés lo adoptó de niño la hija de Faraón. (Éx 2:5-10.) Dado que los hombres y las mujeres gozaban de igualdad de derechos bajo la ley egipcia, la hija de Faraón estaba en condiciones de ejercer su derecho de adopción.
No parece que la adopción fuera común en la nación de Israel. La ley del levirato debió eliminar en buena medida una de las razones básicas para la adopción de hijos, la continuidad del nombre paterno. (Dt 25:5, 6.)
Un significado cristiano. El apóstol Pablo usa varias veces en las Escrituras Griegas Cristianas el concepto de la adopción, para referirse a la nueva condición de los que son llamados y escogidos por Dios. Por ser descendientes del imperfecto Adán, estos estaban en esclavitud al pecado y no poseían la condición inherente de hijos de Dios. No obstante, mediante Cristo Jesús reciben por compra la adopción como hijos y también llegan a ser herederos con Cristo, el Hijo unigénito de Dios. (Gál 4:1-7; Ro 8:14-17.) No obtienen esa condición de hijos por relación natural, sino por la elección de Dios y según Su voluntad. (Ef 1:5.) Si bien se les reconoce como hijos de Dios desde el momento en que Él los engendra mediante Su espíritu (1Jn 3:1; Jn 1:12, 13), la realización plena de este privilegio como Sus hijos espirituales depende de su fidelidad hasta el fin. (Ro 8:17; Apo 21:7.) Por eso, Pablo dijo de ellos: “Aguardamos con intenso anhelo la adopción como hijos, el ser puestos en libertad de nuestros cuerpos por rescate”. (Ro 8:23.)
Tal estado de adopción trae como beneficio la libertad de “un espíritu de esclavitud que ocasione temor”, reemplazado por la confianza propia de quienes son hijos, y el beneficio de la esperanza de una herencia celestial que les es asegurada por el testimonio que da el espíritu de Dios. Al mismo tiempo, se les recuerda a tales hijos espirituales que la posición de adopción de la que disfrutan se debe a la bondad inmerecida de Jehová y a Su selección, no a un derecho inherente. (Ro 8:15, 16; Gál 4:5-7.)
En Romanos 9:4 Pablo habla de los israelitas carnales como aquellos “a quienes pertenecen la adopción como hijos y la gloria y los pactos y la promulgación de la Ley”, una alusión a la posición singular que tuvo Israel mientras fue el pueblo de Dios. De manera que en ocasiones Dios se refirió a Israel como “mi hijo”. (Éx 4:22, 23; Dt 14:1, 2; Isa 43:6; Jer 31:9; Os 1:10; 11:1; compárese con Jn 8:41.) No obstante, la filiación verdadera tenía que esperar a la provisión del rescate mediante Cristo Jesús, y dependía de la aceptación de esta provisión divina y de que se pusiera fe en ella. (Jn 1:12, 13; Gál 4:4, 5; 2Co 6:16-18.)
Unión de diferentes grupos, familias, personas o estados, ya sea por matrimonio, acuerdo mutuo o convenio legal, con el fin de conseguir ciertos beneficios mutuos o para la búsqueda conjunta de un propósito deseado. El término hebreo ja·vár, cuyo significado literal es “unir”, se usa en sentido figurado con el significado de “aliarse; asociarse”. (Éx 28:7; Sl 94:20; 2Cr 20:35.) Otro término afín al anterior, ja·vér, comunica el concepto de un aliado o socio. (Jue 20:11; Sl 119:63.)
Abrahán formó una alianza con los amorreos Mamré, Escol y Aner poco después de su llegada a Canaán. Aunque no se especifica la naturaleza de esa confederación, el registro dice que se unieron a Abrahán para rescatar a su sobrino Lot de unos reyes invasores. (Gé 14:13-24.) En aquel entonces Abrahán residía como forastero en una tierra de pequeños reinos, y quizás tuvo que hacer algún tipo de declaración formal a manera de pacto para poder vivir pacíficamente en medio de ellos. No obstante, Abrahán evitó comprometerse sin necesidad con esos gobernantes políticos, tal como se manifiesta en su declaración al rey de Sodoma registrada en Génesis 14:21-24. Más tarde, el rey filisteo Abimélec le recordó a Abrahán en Guerar su condición de forastero en la tierra de Filistea y que residía allí gracias a su consentimiento, por lo que le pidió que hiciese un juramento como garantía de su fidelidad. Abrahán consintió y, más tarde, después de discutir sus derechos con respecto a un pozo de agua, hizo un pacto con Abimélec. (Gé 20:1, 15; 21:22-34.)
Isaac, el hijo de Abrahán, también llegó a morar en Guerar, aunque con el tiempo Abimélec le pidió que se mudara de aquellas inmediaciones, a lo que accedió. Volvieron a surgir disputas en cuanto a sus derechos sobre el agua, por lo que Abimélec y sus principales asociados más tarde le pidieron a Isaac que hiciese un “juramento de obligación” y un pacto, seguramente como renovación del que habían hecho con Abrahán. Ambas partes hicieron declaraciones juradas, asegurándose recíprocamente que observarían una conducta pacífica. (Gé 26:16, 19-22, 26-31; compárese con Gé 31:48-53.) El apóstol Pablo dice que estos patriarcas primitivos declararon en público que eran extraños y residentes temporales en la tierra, esperando una ciudad que tiene fundamentos verdaderos, cuyo edificador y hacedor es Dios. (Heb 11:8-10, 13-16.)
La situación era distinta cuando la nación de Israel entró en Canaán, la Tierra Prometida. El Dios Soberano le había concedido el derecho total a esa tierra, en cumplimiento de la promesa que había hecho a sus antepasados, y por lo tanto, no entrarían en ella como residentes forasteros. Por consiguiente, Jehová prohibió que hicieran alianzas con las naciones paganas de esa tierra. (Éx 23:31-33; 34:11-16.) Solo se sujetarían a las leyes y estatutos de Dios, no a los de aquellas naciones destinadas a desaparecer. (Le 18:3, 4; 20:22-24.) Se les advirtió en especial que no formaran alianzas matrimoniales con tales naciones, ya que dichas alianzas no solo propiciarían el matrimonio con esposas paganas, sino que además los vincularían con parientes paganos y con sus prácticas y costumbres religiosas falsas, lo que resultaría en apostasía y en un lazo. (Dt 7:2-4; Éx 34:16; Jos 23:12, 13.)
Alianzas matrimoniales. El verbo hebreo ja·thán, traducido “forma una alianza matrimonial”, está relacionado con los términos jo·thén (suegro), ja·thán (yerno, novio), jo·thé·neth (suegra) y jathun·náh (casamiento). (1Sa 18:22; Éx 3:1; 4:25; Gé 19:14; Dt 27:23; Can 3:11.)
Abrahán había insistido en que Isaac no tomase esposa de entre los cananeos (Gé 24:3, 4), y este dio instrucciones similares a Jacob. (Gé 28:1.) Después que Siquem el heveo violó a Dina, Hamor, el padre de este, instó a la familia de Jacob a entrar en alianzas matrimoniales con su tribu. Aunque los hijos de Jacob fingieron aceptar esa propuesta, no cumplieron con sus términos, pues más tarde, después de vengar el honor de Dina, se llevaron cautivos a las mujeres y los niños heveos. (Gé 34:1-11, 29.) Tiempo después, Judá se casó con una mujer cananea (Gé 38:2); José, con una egipcia (Gé 41:50), y Moisés, con una madianita, Ziporá, seguramente la “cusita” mencionada en Números 12:1. (Éx 2:16, 21.) Estos matrimonios se contrajeron antes de que se diera la Ley, así que no se les podría considerar como una violación de esta.
En la batalla contra Madián, los israelitas solo conservaron vivas a las mujeres y muchachas vírgenes. (Nú 31:3, 18, 35.) La Ley permitía tomar como esposas a esas mujeres huérfanas y cautivas de guerra. (Dt 21:10-14.) En cambio, en la Tierra de Promisión con frecuencia se pasó por alto la advertencia de Dios concerniente a las alianzas matrimoniales con paganos, lo que resultó en dificultades y apostasía. (Jue 3:5, 6.)
Las alianzas matrimoniales a veces tenían por objeto el logro de determinados fines, como cuando Saúl invitó a David a formar una alianza matrimonial con él tomando a su hija Mical por esposa. (1Sa 18:21-27.) Una de las seis esposas que más tarde le dio hijos a David en Hebrón fue la hija del rey de Guesur. (2Sa 3:3.) Hay quien opina que ese enlace era una alianza matrimonial en la que David entró con el propósito de debilitar la posición de su rival Is-bóset, puesto que Guesur era un pequeño reino situado al N. de Mahanaim, la capital de este. A comienzos de su reinado, el rey Salomón formó una alianza matrimonial con Faraón tomando a su hija como esposa. (1Re 3:1; 9:16.) Este matrimonio y los demás que contrajo con esposas paganas (moabitas, ammonitas, edomitas, sidonias e hititas) con el tiempo hicieron que Salomón sucumbiera a la práctica de la idolatría. (1Re 11:1-6.) La alianza matrimonial del rey Acab con el rey de Sidón al casarse con Jezabel, hija de este último, le trajo resultados desastrosos similares al reino septentrional de Israel. (1Re 16:31-33.) Tiempo después, el rey Jehosafat entró en una alianza matrimonial imprudente con la casa idolátrica de Acab, con consecuencias perjudiciales perdurables para el reino de Judá. (2Cr 18:1; 21:4-6; 22:2-4.)
Después del exilio, Esdras se escandalizó al descubrir que incluso los sacerdotes y los levitas habían hecho alianzas matrimoniales con los cananeos y otros pueblos, situación a la que se puso fin de inmediato. (Esd 9:1-3, 12-14; 10:1-5, 10-14, 44.) Sin embargo, en tiempos de Nehemías, Tobías el ammonita se valió de alianzas matrimoniales para unirse a la familia sacerdotal de Jerusalén, y de este modo consiguió muchos aliados entre los nobles de Judá, hasta el extremo de lograr que, contrario a lo que mandaba la Ley (Dt 23:3), el sacerdote Eliasib hiciese un comedor para él en el patio del templo. No obstante, Nehemías arrojó con indignación todos sus muebles fuera del comedor. (Ne 6:18; 13:4-9, 25-27; véase MATRIMONIO - [Matrimonios prohibidos-§1].)
Pactos. Otro tipo de alianzas, aparte de las matrimoniales, eran los pactos. Aunque el pacto que Israel hizo con los gabaonitas se debió a un engaño (Jos 9:3-15), una vez hecho, Israel lo respetó y estuvo dispuesto a pelear para proteger a los gabaonitas. (Jos 9:19-21; 10:6, 7.) Entre Jonatán y David existió una alianza personal mediante un pacto (1Sa 18:3; 20:11-17), una relación que Saúl condenó por considerarla una conspiración. (1Sa 22:8.) El rey Hiram de Tiro fue amigable con David cuando este sucedió a Saúl como rey, y llegó a ser un “amador de David”. (2Sa 5:11; 1Re 5:1.) Las relaciones amistosas continuaron, y cuando Salomón subió al trono, hizo una alianza con el rey Hiram a fin de que le suministrara muchos de los materiales que se necesitaban para la construcción del templo. (1Re 5:2-18.) Por este contrato se permitió que miles de trabajadores israelitas entraran en el Líbano y sus bosques. Hiram incluso se dirigió a Salomón como “hermano mío”. (1Re 9:13.) Tiro proveyó marineros para la flota de naves de Salomón que tenía su base en Ezión-guéber. (1Re 9:26, 27.) Cuando, más tarde, el reino de Tiro se volvió contra Israel y entregó a los exiliados israelitas a Edom, se le acusó de haber violado el “pacto de hermanos”. (Am 1:9.)
Alianzas imprudentes con otras naciones. En tiempos de peligro, o movidos por ambición, los reyes de Judá e Israel con frecuencia pasaron por alto las fuertes advertencias de los profetas de Dios contra formar alianzas con otras naciones. (Isa 30:2-7; Jer 2:16-19, 36, 37; Os 5:13; 8:8-10; 12:1.) Los siguientes ejemplos muestran que este proceder nunca produjo buenos resultados.
El rey Asá de Judá usó los tesoros reales para conseguir que el rey Ben-hadad I de Siria rompiera su pacto con el rey Baasá de Israel. (1Re 15:18-20.) Debido a que Asá ‘se apoyó en Siria’ más bien que en Jehová, el profeta Hananí le reprendió con las palabras: “Has actuado tontamente respecto a esto, pues desde ahora en adelante existirán guerras contra ti”. (2Cr 16:7-9.) Más tarde, el rey Acab de Israel hizo un pacto con Ben-hadad, a quien había derrotado, y recibió una condenación similar de un profeta de Dios. (1Re 20:34, 42.) Jehosafat se alió con Acab para atacar a Siria, y después del fracaso de este ataque, el profeta Jehú le preguntó: “¿Es a los inicuos a quienes se ha de dar ayuda, y es para los que odian a Jehová para quienes debes tener amor? Y por esto hay indignación contra ti procedente de la persona de Jehová”. (2Cr 18:2, 3; 19:2.) Más tarde, Jehosafat colaboró con el inicuo rey Ocozías de Israel en la construcción de naves; por esta acción se le condenó proféticamente, condena que se cumplió cuando las naves fueron destrozadas. (2Cr 20:35-37.) En obediencia al consejo divino, Amasías de Judá decidió sabiamente no hacer uso de las tropas mercenarias de Israel, a pesar de que eso le significó perder los cien talentos de plata (660.600 dólares [E.U.A.]) que les había pagado. (2Cr 25:6-10.)
Cuando en el siglo VIII a. E.C. Asiria comenzó a sobresalir como potencia mundial, su sombra amenazante llevó a los reinos más pequeños a muchas alianzas y conspiraciones. (Compárese con Isa 8:9-13.) Las naciones construyeron nuevas armas de guerra, y eso también aumentó el temor. (Compárese con 2Cr 26:14, 15.) Menahem de Israel sobornó a su atacante, el rey Pul (Tiglat-piléser III) de Asiria. (2Re 15:17-20.) Rezín de Siria y Péqah de Israel se aliaron para conspirar contra Acaz de Judá, quien, a su vez, usó los tesoros reales y los del templo para comprar la protección de Tiglat-piléser III de Asiria, lo que resultó en la caída de la ciudad siria de Damasco. (2Re 16:5-9; 2Cr 28:16.) Con la vana esperanza de librarse del yugo del rey asirio Salmanasar V, Hosea de Israel conspiró contra él, para lo que se alió con el rey So de Egipto. A pesar de todo, Israel cayó ante los asirios en 740 a. E.C. (2Re 17:3-6.) En contraste, el fiel Ezequías de Judá, aunque se le acusó falsamente de cifrar su confianza en Egipto, solo se apoyó en Jehová y se le salvó del ataque de Senaquerib de Asiria. (2Re 18:19-22, 32-35; 19:14-19, 28, 32-36; compárese con Isa 31:1-3.)
En sus últimos años, el reino de Judá fluctuó entre Egipto y Babilonia, ‘prostituyéndose’ con ambas potencias. (Eze 16:26-29; 23:14.) Llegó a estar bajo la dominación de Egipto durante el reinado de Jehoiaquim (2Re 23:34), pero pronto fue hecho súbdito de Babilonia. (2Re 24:1, 7, 12-17.) El último rey, Sedequías, intentó inútilmente liberar a Judá de Babilonia mediante una alianza con Egipto, pero este intento resultó en la destrucción de Jerusalén. (2Re 24:20; Eze 17:1-15.) No habían aceptado el consejo inspirado de Isaías: “Por volver y descansar se salvarán ustedes. Su poderío resultará estar simplemente en mantenerse sosegados y en confianza plena”. (Isa 30:15-17.)
Durante el tiempo de los macabeos se hicieron muchos tratados y alianzas con los sirios y los romanos a fin de obtener beneficios políticos, pero Israel no consiguió liberarse de su servidumbre. En un período posterior, los religiosos saduceos se distinguieron por buscar la colaboración política como medio de conseguir la independencia de la nación. Ni ellos ni los fariseos aceptaron el mensaje del Reino proclamado por Cristo Jesús, sino que se aliaron con Roma, y declararon: “No tenemos más rey que César”. (Jn 19:12-15.) No obstante, su alianza religioso-política con Roma terminó definitivamente en la desastrosa destrucción de Jerusalén en 70 E.C. (Lu 19:41-44; 21:20-24.)
Los simbolismos de Apocalipsis 17:1, 2, 10-18; 18:3 tienen que ver con alianzas políticas y religiosas. (Compárese con Snt 4:1-4.) De modo que todo el registro bíblico pone de relieve el principio declarado por Pablo: “No lleguen a estar unidos bajo yugo desigual con los incrédulos. Porque, ¿qué consorcio tienen la justicia y el desafuero? ¿O qué participación tiene la luz con la oscuridad? [...], sálganse de entre ellos, y sepárense”. (2Co 6:14-17.)
Grupo formado por un conjunto de familias procedentes de un tronco común y con la misma herencia; su tamaño es parecido al de la tribu.
Las tres ocasiones en las que aparece la palabra hebrea `um·máh alude a un grupo grande de no israelitas, y se traduce “clan”.
1) A los descendientes de los doce hijos de Ismael se les llama “clanes” al principio de la historia de ese grupo étnico (Gé 25:16),
2) lo mismo es cierto de los descendientes de Madián (Nú 25:15) y
3) también se halla este término en la poesía hebrea del Salmo 117:1, donde aparece en paralelo con “naciones”.
En Números 18:2 se traduce “clan” la palabra hebrea sché·vet, que por lo general se traduce “tribu”. Este es un caso excepcional que tiene el propósito de reflejar la distinción que se hace en el texto hebreo, pues en este versículo aparecen las palabras mat·téh y sché·vet, que suelen traducirse “tribu” indistintamente.
La concubina ocupaba entre los hebreos una posición similar a la de una esposa secundaria, y en algunas ocasiones se hablaba de ella como de una esposa. Parece ser que las concubinas eran esclavas, a las que se podía encuadrar en uno de los siguientes apartados: 1) una muchacha hebrea vendida por su padre (Éx 21:7-9), 2) una muchacha extranjera comprada como esclava o 3) una muchacha extranjera capturada en la guerra. (Dt 21:10-14.) Algunas eran esclavas o sirvientas de mujeres libres, como en los casos de las mujeres que servían a Sara, Lea y Raquel. (Gé 16:3, 4; 30:3-13; Jue 8:31; 9:18.)
El concubinato ya existía antes del pacto de la Ley y luego fue reconocido y regulado por esta, que protegía tanto los derechos de las esposas como los de las concubinas. (Éx 21:7-11; Dt 21:14-17.) La concubina no tenía en la casa todos los derechos que le pertenecían a la esposa; un hombre podía tener varias esposas y varias concubinas. (1Re 11:3; 2Cr 11:21.) En los casos de esterilidad de la esposa, a veces ella misma le entregaba a su esposo su criada como concubina, y al hijo que nacía se le consideraba hijo de la mujer libre, su ama. (Gé 16:2; 30:3.) Los hijos de las concubinas eran legítimos y podían ser herederos. (Gé 49:16-21; compárese con Gé 30:3-12.)
Como según la costumbre oriental, las esposas y concubinas de un rey solo podían llegar a pertenecer a su sucesor legal, Absalón, que hizo gala de una total falta de respeto a David, trató de dar fuerza a sus intentos de conseguir la corona teniendo relaciones con las diez concubinas de su padre. (2Sa 16:21, 22.) Después que Salomón fue entronizado, Adonías, su hermano mayor, que ya había intentado conseguir el trono, se dirigió a la madre de Salomón, Bat-seba, con estas palabras: “Tú misma bien sabes que la gobernación real había de llegar a ser mía”, y luego le solicitó que pidiera al rey que le diera por esposa a Abisag la sunamita, que al parecer era una esposa o concubina de David. Salomón contestó con enfado: “Solicita también para él la gobernación real”, y mandó que se diera muerte a Adonías, lo que probó que había interpretado su solicitud como un intento de conseguir el trono. (1Re 1:5-7; 2:13-25.)
Dios no tuvo a bien restaurar la norma original de monogamia que había establecido en el jardín de Edén hasta la venida de Jesucristo, pero dio protección legal a la concubina. Como es lógico, el concubinato contribuyó a un aumento más rápido de la población de Israel. (Mt 19:5, 6; 1Co 7:2; 1Ti 3:2; véase MATRIMONIO - [Poligamia].)
Uso figurado. El apóstol Pablo compara a Jehová al esposo de una mujer libre, la “Jerusalén de arriba”, que es la “madre” de los cristianos engendrados por espíritu, como Abrahán fue esposo de Sara. Asemeja la relación de Jehová con la nación de Israel, representada por su ciudad capital Jerusalén, a la de un esposo y una concubina. Mediante el pacto de la Ley, Jehová ‘se casó’ con la “sirvienta” (o ‘concubina’) Jerusalén, relación análoga a la de Abrahán con la sierva y concubina Agar. (Gál 4:22-29; compárese con Isa 54:1-6.)
La palabra hebrea zé·ra´ y la griega spér·ma, que se han traducido “descendencia; simiente o semilla”, aparecen muchas veces en las Escrituras con los siguientes usos o aplicaciones: a) agrícola y botánico, b) fisiológico y c) metafórico para referirse a “prole”.
Agrícola y botánico. La economía de Israel era fundamentalmente agrícola, por lo que la Biblia se refiere en muchas ocasiones a sembrar, plantar y cosechar, y menciona con frecuencia la palabra “semilla”. La primera mención aparece en el registro del tercer día creativo, cuando Jehová dijo: “Haga brotar la tierra hierba, vegetación que dé semilla, árboles frutales que lleven fruto según sus géneros, cuya semilla esté en él, sobre la tierra”. (Gé 1:11, 12, 29.) Jehová reveló de esa manera su propósito de vestir la tierra de vegetación que se reproduciría a partir de semillas, “según su género”, y así se mantendrían diferenciados cada uno de los géneros creados.
Fisiológico. El término hebreo zé·ra´ se utiliza en Levítico 15:16-18; 18:20, en sentido fisiológico, con referencia a una emisión de semen. En Levítico 12:2 la forma causativa del verbo za·rá´ (sembrar) se vierte en otras traducciones ‘concebir’. En Números 5:28 una forma pasiva de za·rá´ aparece junto con zé·ra´ y se traduce “poner encinta con semen” (NM), “asementará semilla” (Val, 1868), “concebirá simiente” (BAS, nota).
Metafórico. La mayoría de los casos en que la Biblia utiliza la palabra zé·ra´ es con referencia a prole o posteridad. En Génesis 7:3 se designa con este término la prole animal. En Génesis 9:9 se alude a la prole humana de Noé; en Génesis 16:10, a la prole de Agar. Dios le mandó a Abrahán y a su “descendencia” natural que se circuncidasen como una señal del pacto que Dios estaba haciendo con ellos. (Gé 17:7-11.)
La palabra griega spér·ma se usa del mismo modo que la hebrea zé·ra´. (Compárese con Mt 13:24; 1Co 15:38; Heb 11:11; Jn 7:42.) Jesucristo utilizó la palabra relacionada spó·ros (sementera [cosa sembrada]) para simbolizar la palabra de Dios. (Lu 8:11.)
Un secreto sagrado. Cuando Dios juzgó a Adán y Eva, pronunció una profecía que dio esperanza a su prole, diciéndole a la serpiente: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la descendencia de ella. Él te magullará en la cabeza y tú le magullarás en el talón”. (Gé 3:15.) La identidad de la prometida “descendencia” fue desde el principio un secreto sagrado de Dios.
Esta declaración profética reveló que habría un libertador que destruiría a aquel a quien la serpiente representaba, a saber, la gran serpiente y enemigo de Dios, Satanás el Diablo. (Apo 12:9.) También indicó que el Diablo tendría una “descendencia”. Se requeriría tiempo para que se produjese a ambas descendencias y llegase a haber enemistad entre ellas.
★Los Personajes de éste Génesis 3:15.:
“Ti”: Apo 12:3, 9;
La mujer: Apo 12:1;
Tu descendencia: Apo 12:9;
La descendencia de ella: Apo 12:5.
La ‘descendencia de la serpiente’. Cuando la Biblia habla de “descendencia” en sentido simbólico, se refiere a aquellas personas que imitan el mismo modelo de comportamiento de su “progenitor” figurado, que tienen su mismo espíritu o disposición. Caín, el primer hijo de Adán y Eva, es un ejemplo de la descendencia de la serpiente. El apóstol Juan hace un comentario esclarecedor a este respecto: “Los hijos de Dios y los hijos del Diablo se hacen evidentes por este hecho: Todo el que no se ocupa en la justicia no se origina de Dios, tampoco el que no ama a su hermano. Porque este es el mensaje que ustedes han oído desde el principio, que debemos tener amor unos para con otros; no como Caín, que se originó del inicuo y degolló a su hermano. ¿Y por qué causa lo degolló? Porque sus propias obras eran inicuas, pero las de su hermano eran justas”. (1Jn 3:10-12; compárese con Jn 8:44.)
Por consiguiente, la descendencia de la serpiente a lo largo de los siglos se ha compuesto de aquellos que tienen el espíritu del Diablo, odian a Dios y luchan contra Su pueblo, sobre todo personas religiosas que afirman servir a Dios, pero que en realidad son falsos e hipócritas. Jesús identificó a los líderes religiosos judíos de su día como parte de la descendencia de la serpiente, al decir: “Serpientes, prole [gr. guen·né·ma·ta, “engendrados”] de víboras, ¿cómo habrán de huir del juicio del Gehena?”. (Mt 23:33, NM; Int.)
Con el tiempo se fueron revelando diversos aspectos relacionados con el secreto de Dios respecto a la prometida “descendencia” de la mujer. No obstante, quedaban interrogantes por contestar: ¿procedería esa descendencia del cielo o de la Tierra? En caso de que fuera celestial o espiritual, ¿tendría una vida terrestre? ¿Sería una descendencia única, o varias descendencias? ¿Cómo destruiría a la serpiente y liberaría a la humanidad?
Como ya se ha comentado, la serpiente mencionada en Gé 3:15, objeto de la sentencia de Jehová, no era literal; un animal no podía tener conciencia de la cuestión que se dirimía: la pertinencia de la soberanía de Jehová. Acontecimientos posteriores han permitido comprobar que Dios se dirigió a una criatura inteligente, su archienemigo Satanás el Diablo. El libro de Job lo explica al presentar a Satanás impugnando la lealtad de Job a Jehová con el fin de respaldar su reto a la soberanía de Dios. (Job 1:6-12; 2:1-5.) Es evidente, entonces, que el “padre” de la descendencia de la serpiente era un espíritu creado, un ángel, Satanás el Diablo. ★La primera profecía de la Biblia - (1-1-2011-Pg.10-Gráfico)
La ‘descendencia de la mujer’ es espiritual. Prescindiendo de la visión que hayan podido tener los hombres fieles del pasado sobre este asunto, las Escrituras Griegas Cristianas dejan claro que para ‘magullar en la cabeza’ a ese enemigo espiritual, la persona angélica llamada Diablo, la prometida ‘descendencia de la mujer’ no podría ser simplemente humana, tendría que ser un espíritu poderoso. ¿Cómo se haría realidad esta descendencia y quién sería su ‘madre’, la “mujer”?
Pasaron unos dos mil años hasta que se mencionó por segunda vez a la “descendencia” prometida, mención hecha al fiel Abrahán, descendiente de Sem. En una profecía pronunciada con anterioridad, Noé se había referido a Jehová como “el Dios de Sem” (Gé 9:26), lo que indicaba que Sem tenía Su favor. A Abrahán, por su parte, se le anunció que la “descendencia” vendría de su propio linaje. (Gé 15:5; 22:15-18.) El que Abrahán recibiese la bendición del sacerdote Melquisedec confirmó esta promesa. (Gé 14:18-20.) Mediante ella, Dios reveló a Abrahán que tendría prole, y también reveló que la descendencia prometida tendría una trayectoria terrestre.
“La descendencia de Dios” Se refiere a la nación del Israel antiguo, de la cual Malaquías dijo que había sido ‘creada por Dios’. Esta ‘creación’ tuvo lugar cuando Jehová puso a los israelitas en pacto consigo en el monte Sinaí y los hizo así su “propiedad especial” y “una nación santa”. Pero al tiempo de escribirse este versículo estaba en peligro de contaminarse en sentido religioso. ★¿Qué es "la descendencia de Dios" mencionada en Mal 2: 15? - (15-9-1987-Pg.31)
Se predijo una persona. Al hablar de la descendencia de Abrahán y otros personajes, tanto los términos hebreos como los griegos están en singular, refiriéndose por lo general a esa prole en sentido colectivo. Parece ser que hubo una razón de peso para que se utilizara con tanta frecuencia el término colectivo zé·ra´, “descendencia”, más bien que la palabra estrictamente plural ba·ním, “hijos” (singular, ben), con respecto a la posteridad de Abrahán. El apóstol Pablo señala a este hecho al explicar que cuando Dios habló de las bendiciones que vendrían por medio de la descendencia de Abrahán, se refería principalmente a una persona, a saber, Cristo. Pablo dice: “Ahora bien, las promesas se hablaron a Abrahán y a su descendencia. No dice [o: Él no dice]: ‘Y a descendencias [gr. spér·ma·sin]’, como si se tratara de muchos, sino como tratándose de uno solo: ‘Y a tu descendencia [gr. spér·ma·ti]’, que es Cristo”. (Gál 3:16, nota.)
Algunos eruditos han objetado a la declaración de Pablo con respecto al uso singular y plural de “descendencia”. Dicen que cuando la palabra hebrea zé·ra´ se utiliza con el sentido de descendencia, nunca cambia su forma, pareciéndose en este uso a nuestras palabras españolas “leña” o “trigo”, y que los verbos y adjetivos que acompañan a la palabra tampoco indican la singularidad o pluralidad del término “descendencia”. Aunque esto es así, hay otro factor que demuestra que la explicación de Pablo es exacta tanto en sentido gramatical como doctrinal. La Cyclopædia de M’Clintock y Strong (1894, vol. 9, pág. 506) dice al explicar este factor: “Con respecto a los pronombres, la construcción es completamente diferente de las dos anteriores [es decir, la de los verbos y adjetivos utilizados con la palabra “descendencia”]. Un pronombre en singular [utilizado con zé·ra´] señala a un individuo, uno solo, o uno de entre muchos; mientras que un pronombre en plural representa a todos los descendientes. Esta regla se sigue de manera invariable en la Versión de los Setenta. [...] Pedro entendió esta construcción, pues deduce que Gén. XXII, 17, 18 se refiere a una descendencia individual, al hablar a los judíos nativos en la ciudad de Jerusalén antes de la conversión de Pablo (Hech. III, 26), como David había hecho mil años antes (Sal. LXXII, 17)”.
Además, esta obra de consulta dice: “La distinción que Pablo hizo no es entre una descendencia y otra, sino entre la única descendencia y las muchas; y si consideramos que cita del mismo pasaje que Pedro [Gé 22:17, 18], el pronombre ‘sus [de él, en el original hebreo] enemigos’ justifica por completo su argumento. El término descendencia con un pronombre en singular equivale exactamente a hijo”.
Por ejemplo, la expresión “mi prole” puede referirse a uno o a muchos, pero si después de esta expresión se aludiese a la prole como “él”, sería obvio que se hablaba de un solo hijo o descendiente.
La promesa hecha a Abrahán de que todas las familias de la tierra se bendecirían por medio de su “descendencia” no podía haber incluido a toda la prole de Abrahán como su “descendencia”, ya que ni la prole de su hijo Ismael ni la de los hijos que tuvo con Queturá fueron utilizadas para bendecir a la humanidad. La descendencia de la bendición fue por medio de Isaac. “Es por medio de Isaac por quien lo que será llamado descendencia tuya será”, dijo Jehová. (Gé 21:12; Heb 11:18.) Tiempo después esta promesa se limitó aún más cuando, de los dos hijos de Isaac —Jacob y Esaú—, se bendijo a Jacob de forma especial. (Gé 25:23, 31-34; 27:18-29, 37; 28:14.) Jacob la siguió limitando al mostrar que las personas serían reunidas en torno a Siló (que significa “Aquel de Quien es; Aquel a Quien Pertenece”), de la tribu de Judá. (Gé 49:10.) Más tarde, de todo Judá, se limitó la venidera descendencia al linaje de David. (2Sa 7:12-16.) Los judíos del siglo I E.C. esperaban que viniese una sola persona en calidad de Mesías o Cristo como libertador (Jn 1:25; 7:41, 42), aunque también pensaban que como prole o descendencia de Abrahán, serían el pueblo favorecido y, como tal, los hijos de Dios. (Jn 8:39-41.)
Otros forman parte de la descendencia. Después que el ángel de Jehová evitó que Abrahán llegase a sacrificar a su hijo Isaac, le dijo: “Por mí mismo de veras juro —es la expresión de Jehová— que por motivo de que has hecho esta cosa y no has retenido a tu hijo, tu único, yo de seguro te bendeciré y de seguro multiplicaré tu descendencia como las estrellas de los cielos y como los granos de arena que hay en la orilla del mar; y tu descendencia tomará posesión de la puerta de sus enemigos. Y mediante tu descendencia ciertamente se bendecirán todas las naciones de la tierra”. (Gé 22:16-18.)
Si esta promesa de Dios debía cumplirse en una descendencia espiritual, otros tenían que ser añadidos a la descendencia principal. Y el apóstol Pablo explica que así fue. Sostiene que a Abrahán se le concedió la herencia por promesa y no por ley. La Ley tan solo fue añadida para poner de manifiesto las transgresiones “hasta que llegara la descendencia”. (Gál 3:19.) De esto se deduce, por tanto, que la promesa le era segura a toda su descendencia, “no solo a la que se adhiere a la Ley, sino también a la que se adhiere a la fe de Abrahán”. (Ro 4:16.) Las palabras de Jesucristo a los judíos que se opusieron a él: “Si son hijos de Abrahán, hagan las obras de Abrahán”, indican que Dios reconoce como descendencia de Abrahán a los que tienen la fe de Abrahán, no a los que descienden de él por medio de la carne. (Jn 8:39.) El apóstol lo deja muy claro cuando dice: “Además, si pertenecen a Cristo, realmente son descendencia de Abrahán, herederos respecto a una promesa”. (Gál 3:29; Ro 9:7, 8.)
Por consiguiente, la promesa de Dios: “De seguro multiplicaré tu descendencia como las estrellas de los cielos y como los granos de arena que hay en la orilla del mar”, tiene un cumplimiento espiritual y significa que otros, que “pertenecen a Cristo”, son añadidos como parte de la descendencia de Abrahán. (Gé 22:17; Mr 9:41; 1Co 15:23.) Dios no reveló la cantidad, sino que la dejó tan indeterminada para el hombre como la cantidad de estrellas y de granos de arena. Hasta el año 96 E.C., en el Apocalipsis al apóstol Juan, no puso Dios de manifiesto que el Israel espiritual, los “sellados” con el espíritu de Dios (prenda de su herencia celestial) ascienden a 144.000 personas. (Ef 1:13, 14; Apo 7:4-8; 2Co 1:22; 5:5.)
Estos 144.000 están de pie junto al Cordero sobre el monte Sión y “fueron comprados de entre la humanidad como primicias para Dios y para el Cordero”. (Apo 14:1, 4.) Jesucristo dio su vida por ellos, ‘prestando así ayuda a la descendencia de Abrahán’ como su gran Sumo Sacerdote (Heb 2:14-18), y Dios, con bondad, le entregó a su Hijo esta congregación en calidad de “esposa”. (Jn 10:27-29; 2Co 11:2; Ef 5:21-32; Apo 19:7, 8; 21:2, 12.) Ellos llegan a ser reyes y sacerdotes, y Jesús comparte con ellos la gloria y el Reino que el Padre le ha dado. (Lu 22:28-30; Apo 20:4-6.) El secreto sagrado sobre la descendencia es tan solo una parte del gran secreto sagrado relacionado con el reino de Dios y su Rey mesiánico. (Ef 1:9, 10; véase SECRETO SAGRADO.)
El apóstol Pablo explica la actuación de Dios en relación con esta descendencia cuando habla de Abrahán, Sara (la mujer libre) e Isaac (el hijo de la promesa). Asemeja a Sara a “la Jerusalén de arriba”, “nuestra madre [es decir, madre de los cristianos engendrados por espíritu]”, y a Isaac, a los cristianos ungidos que llegan a ser hijos de la “Jerusalén de arriba”. (Gál 4:22-31.)
La llegada de la “descendencia”. Como se ha establecido, Jesús es la “descendencia” primaria. Sin embargo, no era la ‘descendencia de la mujer’ (es decir, “la Jerusalén de arriba”) cuando nació como hombre. Por supuesto, era un descendiente natural de Abrahán por medio de su madre María y era de la tribu de Judá, y tanto de manera natural, por medio de María, como legal, por medio de su padre adoptivo José, era del linaje de David. (Mt 1:1, 16; Lu 3:23, 31, 33, 34.) Por lo tanto, reunía las condiciones de las promesas proféticas.
Pero no llegó a ser la ‘descendencia de la mujer’, la Descendencia que iba a bendecir a todas las naciones, hasta que fue ungido por el espíritu, y llegó a ser un hijo espiritual de Dios. Esto sucedió cuando Juan lo bautizó en el río Jordán, en el año 29 E.C. Para entonces Jesús tenía unos treinta años. El espíritu santo que descendió sobre él se manifestó a Juan en forma de paloma, y Dios mismo lo reconoció como hijo suyo en aquel momento. (Mt 3:13-17; Lu 3:21-23; Jn 3:3.)
La ampliación de la “descendencia” empezó a producirse cuando se derramó el espíritu santo en el Pentecostés del año 33 E.C. Jesús había ascendido al cielo, a la presencia de su Padre, y había enviado el espíritu santo a estos primeros seguidores suyos, entre los que estaban los doce apóstoles. (Hch 2:1-4, 32, 33.) Actuando como el Sumo Sacerdote a la manera de Melquisedec, entonces prestó gran ‘ayuda’ a la descendencia secundaria de Abrahán. (Heb 2:16.)
La enemistad entre las dos descendencias. La gran serpiente, Satanás el Diablo, ha producido una “descendencia” que ha manifestado la enemistad más implacable contra los que han servido a Dios con fe como la de Abrahán, tal como testifica abundantemente el registro bíblico. Satanás ha intentado dificultar o impedir el desarrollo de la descendencia de la mujer. (Compárese con Mt 13:24-30.) Sin embargo, esta enemistad alcanzó su punto máximo en la persecución de la descendencia espiritual, en especial en el caso de Jesucristo. (Hch 3:13-15.) Pablo menciona el drama profético para ilustrarlo. “Tal como en aquel entonces —dice— el que nació a la manera de la carne [Ismael] se puso a perseguir al que nació a la manera del espíritu [Isaac], así también ahora”. (Gál 4:29.) Más adelante, la Biblia describe proféticamente el establecimiento del Reino en el cielo, cuando se arroja al Diablo del cielo abajo a la Tierra con solo un corto espacio de tiempo para continuar manifestando su enemistad, y dice: “Y el dragón se airó contra la mujer, y se fue para hacer guerra contra los restantes de la descendencia de ella, los cuales observan los mandamientos de Dios y tienen la obra de dar testimonio de Jesús”. (Apo 12:7-13, 17.) Esta guerra contra el resto de la descendencia de la mujer termina cuando ‘Satanás es quebrantado bajo sus pies’. (Ro 16:20.)
Bendice a todas las familias de la tierra. Jesucristo, la Descendencia, ya ha traído grandes bendiciones a las personas de buen corazón por medio de sus enseñanzas y de guiar a su congregación desde el Pentecostés. Pero desde el principio de su reinado de mil años, sus “hermanos” espirituales, resucitados y partícipes en su gobernación del Reino, también serán sus subsacerdotes. (Apo 20:4-6.) Durante el tiempo en que “los muertos, los grandes y los pequeños”, estén de pie ante el trono para ser juzgados, los que ejerzan fe y obediencia “se bendecirán”, asiéndose de la vida por medio de la descendencia de Abrahán (Apo 20:11-13; Gé 22:18), lo que significará vida eterna y felicidad para ellos. (Jn 17:3; compárese con Apo 21:1-4.)
La resurrección de la “descendencia”. Cuando el apóstol Pedro explica la resurrección de la Descendencia, Jesucristo, escribe que ‘fue muerto en la carne, pero hecho vivo en el espíritu’. (1Pe 3:18.) Su coapóstol Pablo recurre a una ilustración agrícola al tratar el tema de la resurrección de los coherederos con Cristo. Razona así: “Lo que siembras no es vivificado a menos que primero muera; y en cuanto a lo que siembras, no siembras el cuerpo que se desarrollará, sino un grano desnudo, sea de trigo o cualquiera de los demás; pero Dios le da un cuerpo así como le ha agradado, y a cada una de las semillas su propio cuerpo. [...] Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, se levanta en incorrupción. Se siembra en deshonra, se levanta en gloria. [...] Se siembra cuerpo físico, se levanta cuerpo espiritual”. (1Co 15:36-44.) Por consiguiente, los que componen la ‘descendencia de la mujer’, la “descendencia de Abrahán”, mueren entregando sus cuerpos terrestres de carne corruptible, y se les resucita con cuerpos gloriosos incorruptibles.
Semilla reproductiva incorruptible. El apóstol Pedro habla a sus hermanos espirituales acerca de su “nuevo nacimiento a una esperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, a una herencia incorruptible e incontaminada e inmarcesible”. Dice que ‘está reservada en los cielos para ellos’. Les recuerda que no fueron libertados con cosas corruptibles, tales como plata y oro, sino con la sangre de Cristo. Después añade: “Porque se les ha dado un nuevo nacimiento, no de semilla corruptible, sino de semilla reproductiva incorruptible, mediante la palabra del Dios vivo y duradero”. Aquí la palabra “semilla” es la voz griega spo·rá, que se refiere a la semilla sembrada y, por consiguiente, con capacidad de reproducción. (1Pe 1:3, 4, 18, 19, 23.)
De esta manera Pedro les recuerda a sus hermanos su condición de hijos del “Dios vivo y duradero”, no de un padre humano que muere y que no puede transmitirles incorruptibilidad ni vida eterna. La semilla incorruptible con la que se les ha dado este nuevo nacimiento es el espíritu santo de Dios, su fuerza activa, que obra conjuntamente con su palabra perdurable inspirada por el espíritu. El apóstol Juan, de igual manera, dice en cuanto a estos ungidos por espíritu: “Todo el que ha nacido de Dios no se ocupa en el pecado, porque la semilla reproductiva de Él permanece en el tal, y no puede practicar el pecado, porque ha nacido de Dios”. (1Jn 3:9.)
Este espíritu actúa en ellos para generar un nuevo nacimiento como hijos de Dios. Es una fuerza que limpia, y produce el fruto del espíritu, no las obras corruptas de la carne. El que tenga en él esta semilla reproductiva no practicará, por lo tanto, las obras de la carne. El apóstol Pablo dice al respecto: “Porque Dios nos llamó, no con permiso para inmundicia, sino con relación a santificación. Así, pues, el hombre que muestra desatención, no está desatendiendo a hombre, sino a Dios, que pone su espíritu santo en ustedes”. (1Te 4:7, 8.)
Sin embargo, si un cristiano engendrado por espíritu resistiese constantemente al espíritu santo, lo ‘contristase’, ‘entristeciese’ o ‘hiriese’, con el tiempo Dios le retiraría su espíritu. (Ef 4:30, nota; compárese con Isa 63:10.) Una persona podría ir tan lejos como hasta incurrir en blasfemia contra el espíritu, lo que le abocaría a un desenlace fatal. (Mt 12:31, 32; Lu 12:10.) Por esa razón, Pedro y Juan recalcaron la importancia de mantener la santidad y el amor de Dios, amar a los hermanos desde el corazón y aceptar con sumisión la guía del espíritu de Dios, pues solo así demostrarían ser verdaderos hijos leales de Dios. (1Pe 1:14-16, 22; 1Jn 2:18, 19; 3:10, 14.)
Compartiendo la mejor semilla
Una historia que nos enseña a trabajar unidos por la felicidad de todos En cierta ocasión, un reportero le preguntó a un agricultor si podía divulgar el secreto de su maíz, el cual ganaba el concurso al mejor producto año tras año. El agricultor confesó que se debía a que compartía su semilla con los vecinos. - "¿Por qué comparte su mejor semilla de maíz con sus vecinos, si usted también entra al mismo concurso año tras año?" preguntó el reportero. - "Verá usted, señor," dijo el agricultor, el viento lleva el polen del maíz maduro, de un sembrío a otro. Si mis vecinos cultivaran un maíz de calidad inferior, la polinización cruzada degradaría constantemente la calidad del mío. Si voy a sembrar buen maíz, debo ayudar a que mi vecino también lo haga". Quienes decidan vivir bien, deben ayudar a que los demás vivan bien, porque el valor de una vida se mide por las vidas que toca. Y quienes optan por ser felices, deben ayudar a que otros encuentren la felicidad, porque el bienestar de cada uno se halla unido al bienestar de todos. (Pr 11:25) Como decía un antiguo jefe mío: “Procuro que a ti te vaya bien, para que a mi me vaya mejor.” |
Acción por la que el niño deja de mamar y se alimenta comiendo. En tiempos antiguos las madres solían amamantar a sus hijos durante bastante tiempo, a menos que por alguna circunstancia se hiciesen necesarios los servicios de una nodriza. (Éx 2:5-10.) El momento en que el niño dejaba de ser amamantado y se le daba otro tipo de alimentación señalaba un cambio significativo en su vida. (Isa 11:8; Gé 28:9.) Este feliz acontecimiento podía ser motivo para un banquete, como el que preparó Abrahán en el destete de Isaac. (Gé 21:8.)
En aquellos días las mujeres por lo general amamantaban a sus hijos mucho más tiempo de lo que se acostumbra en la actualidad. A Samuel se le destetó cuando tenía suficiente edad como para estar bajo el cuidado del sumo sacerdote Elí y servir en el tabernáculo. (1Sa 1:24-28.) Debía tener por lo menos tres años, ya que los varones levitas eran registrados a partir de esa edad. (2Cr 31:16.) Raphael Patai (Family, Love and the Bible, Londres, 1960, pág. 175) dice de los niños árabes: “Se conocen casos de niños que fueron amamantados hasta los diez años”. Todo parece indicar que Isaac tenía unos cinco años cuando se le destetó. (Véase, ISAAC.)
Aunque el niño ya no busca alimento en el seno materno después del destete, todavía goza de la sensación de seguridad y satisfacción que encuentra en los brazos de su madre. De manera semejante, David dijo que sosegó y aquietó su alma “como un niño destetado sobre su madre” y que su alma estaba sobre él “como un niño destetado”. Parece que halló sosiego, quietud y satisfacción para su alma debido a que no buscó prominencia, manifestó humildad, evitó la altivez y se retrajo de andar ‘en cosas demasiado grandes’. Instó a Israel a hacer lo mismo, a ‘esperar en Jehová hasta tiempo indefinido’ con humildad. (Sl 131:1-3.)
La disolución legal de la unión marital, es decir la ruptura del vínculo matrimonial entre esposo y esposa. Varios de los términos que se emplearon en los idiomas originales para el verbo “divorciarse” tienen el sentido literal de ‘despedir’ (Dt 22:19; Mal 2:16), ‘dejar ir’, ‘soltar (aflojar)’ (Mt 1:19; 19:3), ‘expulsar’, ‘echar fuera’ (Le 22:13) y ‘cortar’. (Compárese con Dt 24:1, 3, donde la expresión “certificado de divorcio” significa literalmente “libro de cortamiento”.)
Cuando Jehová unió a Adán y Eva en matrimonio, no dispuso medio alguno para un eventual divorcio, cosa que Jesús dejó muy clara en su respuesta a la pregunta que le hicieron los fariseos: “¿Es lícito para un hombre divorciarse de su esposa por toda suerte de motivo?”. Jesucristo les explicó que el propósito de Dios era que el hombre dejara a sus padres y se uniera a su esposa, para así llegar a ser una sola carne, y añadió: “De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por lo tanto, lo que Dios ha unido bajo un yugo, no lo separe ningún hombre”. (Mt 19:3-6; compárese con Gé 2:22-24.) A renglón seguido, los fariseos preguntaron: “Entonces, ¿por qué prescribió Moisés dar un certificado de despedida y divorciarse de ella?”. La respuesta de Jesús fue: “Moisés, en vista de la dureza del corazón de ustedes, les hizo la concesión de que se divorciaran de sus esposas, pero tal no ha sido el caso desde el principio”. (Mt 19:7, 8.)
Aunque a los israelitas les estaba permitido divorciarse por varias razones como una concesión, Jehová Dios reglamentó el divorcio en su Ley dada a Israel por medio de Moisés. Deuteronomio 24:1 dice: “En caso de que un hombre tome a una mujer y de veras la haga su posesión como esposa, entonces tiene que suceder que si ella no hallara favor a sus ojos por haber hallado él algo indecente de parte de ella, entonces él tendrá que escribirle un certificado de divorcio y ponérselo en la mano y despedirla de su casa”. No se especifica la naturaleza de la ‘indecencia’ (literalmente, “la desnudez de una cosa”), pero no podía ser adulterio porque, según la ley de Dios dada a Israel, la muerte, no el divorcio, era la sanción prescrita para aquellos que fuesen culpables de adulterio. (Dt 22:22-24.) Parece que en un principio la ‘indecencia’ que le daba al esposo hebreo base para el divorcio tenía que ver con acciones graves, como el que la esposa le demostrara gran falta de respeto o le acarrease vergüenza a la familia. Y ya que la Ley decía: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”, no es razonable suponer que pudieran usarse impunemente faltas insignificantes como excusas para divorciarse de la esposa. (Le 19:18.)
En los días de Malaquías muchos esposos judíos fueron desleales a sus esposas: se divorciaban de ellas por toda suerte de motivos, y así se libraban de las esposas de su juventud con el fin, tal vez, de casarse con mujeres paganas más jóvenes. En lugar de apoyar la ley de Dios, los sacerdotes permitieron este proceder y, en consecuencia, incurrieron en el desagrado de Jehová. (Mal 2:10-16.) Asimismo, parece que en el tiempo de Jesús los judíos se amparaban en muy diversas razones para divorciarse, como se ve por la pregunta que los fariseos le hicieron a Jesús: “¿Es lícito para un hombre divorciarse de su esposa por toda suerte de motivo?”. (Mt 19:3.)
Según la costumbre israelita, el hombre pagaba una dote por la mujer que llegaba a ser su esposa y se la consideraba su posesión. Ella disfrutaba de muchas bendiciones y privilegios, pero tenía un papel subordinado en la unión marital. Su posición se muestra además en Deuteronomio 24:1-4, donde se menciona que el marido podía divorciarse de su esposa, pero no que la esposa pudiera divorciarse de su esposo; por ser considerada propiedad del esposo, no podía divorciarse de él. La primera mención extrabíblica de una israelita que intentó divorciarse de su esposo fue la de Salomé, la hermana del rey Herodes, quien envió a su esposo, el gobernador de Idumea, un certificado de divorcio disolviendo su matrimonio. (Antigüedades Judías, libro XV, cap. VII, sec. 10.) Las palabras de Jesús: “Si alguna vez una mujer, después de divorciarse de su esposo, se casa con otro, ella comete adulterio”, parecen indicar que, o bien el divorcio por iniciativa de la mujer ya había empezado a surgir en su día, o que preveía que esa situación se produciría. (Mr 10:12.)
Certificado de divorcio. Los abusos que se produjeron más tarde no deberían movernos a concluir que la concesión recogida en la ley mosaica facilitaba al esposo israelita la consecución del divorcio. Para hacerlo se seguía un procedimiento legal. Así tenía tiempo para reconsiderar una decisión tan seria como esa. Evidentemente, la Ley pretendía evitar divorcios apresurados y dar a las mujeres cierta protección legal. El esposo tenía que redactar un documento —“escribirle [a su esposa] un certificado de divorcio”— y, hecho esto, “ponérselo en la mano y despedirla de su casa”. (Dt 24:1.) Sin embargo, en tiempos de Jesús, los líderes religiosos hicieron que divorciarse fuera muy sencillo. El historiador judío del siglo primero Josefo, que era fariseo y estaba divorciado, dijo que el divorcio estaba permitido “por cualquier causa, y entre hombres hay muchas causas de ésas”.
Aunque las Escrituras no entran en más detalles, parece que este procedimiento incluía el consultar a hombres debidamente autorizados, que primero intentarían reconciliar a la pareja. El tiempo que tomaba la preparación del certificado y la tramitación legal del divorcio daba lugar a que el esposo reconsiderara su decisión. Como el divorcio tenía que estar bien justificado, la observancia rigurosa de la ley evitaba que se hiciera precipitadamente. Además, así también se protegían los derechos e intereses de la esposa. Las Escrituras no dicen nada respecto al contenido del “certificado de divorcio”.
Entre los años 1951 y 1952 se encontraron numerosos objetos antiguos en unas cuevas situadas en el desierto de Judea, en la ribera norte del uadi Murabbaat. Entre los manuscritos hallados en el lecho seco de aquel torrente se cuenta un acta de divorcio escrita en arameo, que data del año 71 ó 72 de nuestra era. El documento deja constancia de un divorcio que tuvo lugar el día primero del mes de marhesván, durante el año sexto de la rebelión judía contra Roma. Según indica, un hombre llamado José, hijo de Naqsán, residente en Masada, se divorció de Míriam, hija de Jonatán de Hanablata. El certificado especifica que ella quedaba libre para casarse con cualquier otro varón judío que eligiera, y que José le había devuelto la dote y compensado con el cuádruple del valor de los objetos dañados. Al final aparecen las firmas de José y tres testigos: Eliezer, hijo de Malca; José, hijo de Malca, y Eleazar, hijo de Hananá.
★Certificado de Divorcio - (Sucesos-Mateo-Pg.7-Foto)
★¿Qué era el “certificado de divorcio” que menciona la Biblia? - (1-9-2008-Pg.25-Foto)
★¿Qué razones admitían los guías religiosos judíos como base para el divorcio? - (1-4-2016-Pg.9-Foto)
Segundas nupcias de cónyuges divorciados. En Deuteronomio 24:1-4 también se estipulaba que la mujer divorciada tendría “que salir de la casa de él e ir y llegar a ser de otro hombre”, lo que significaba que estaba libre para casarse de nuevo. De igual manera, se decía: “Si este último hombre le ha cobrado odio y le ha escrito un certificado de divorcio y se lo ha puesto en la mano y la ha despedido de su casa, o en caso de que muriera el último hombre que la haya tomado por esposa, no se permitirá al primer dueño de ella que la despidió tomarla de nuevo para que llegue a ser su esposa después que ella ha sido contaminada; porque eso es cosa detestable ante Jehová, y no debes conducir al pecado la tierra que Jehová tu Dios te da como herencia”. Al primer marido le estaba prohibido tomar de nuevo a la esposa de la que se había divorciado, quizás para evitar la posibilidad de que ambos tramaran el divorcio de ella de su segundo marido o, incluso, la muerte de este, con el fin de volver a casarse. Tomarla de nuevo era una inmundicia a los ojos de Dios, y ya que el primer marido la había despedido por ser una mujer en la que había hallado “algo indecente”, hacía el ridículo si volvía a tomarla después de haber estado unida legalmente a otro hombre.
Seguramente, el que el primer esposo no pudiese volver a casarse con la esposa de la que se había divorciado, después que ella se había casado de nuevo —aunque su segundo marido se divorciase de ella o muriese—, hacía que el esposo que tuviese la intención de poner fin a su matrimonio reflexionase seriamente antes de hacerlo. (Jer 3:1.) Sin embargo, no se especifica prohibición alguna en el supuesto de que ella no se hubiese casado de nuevo después de haberse consumado el divorcio.
Despido de esposas paganas. Antes de que los israelitas entraran en la Tierra Prometida, se les dijo que no formaran alianzas matrimoniales con sus habitantes paganos. (Dt 7:3, 4.) No obstante, en los días de Esdras los judíos habían tomado esposas extranjeras, y, en oración a Dios, Esdras reconoció su culpabilidad en este asunto. En respuesta a su exhortación y en reconocimiento de su error, los hombres de Israel que habían tomado esposas extranjeras las despidieron “junto con hijos”. (Esd 9:10–10:44.)
Sin embargo, como se desprende del consejo inspirado de Pablo, los cristianos que provenían de diversas naciones (Mt 28:19) no tenían que divorciarse de sus cónyuges por no ser estos adoradores de Jehová, ni siquiera separarse de ellos. (1Co 7:10-28.) Pero cuando se trataba de contraer un nuevo matrimonio, a los cristianos se les aconsejaba casarse “solo en el Señor”. (1Co 7:39.)
José piensa en divorciarse. Estando María prometida en matrimonio a José, se halló que estaba encinta por espíritu santo: “Sin embargo, José su esposo, porque era justo y no quería hacer de ella un espectáculo público, tenía la intención de divorciarse de ella secretamente”. (Mt 1:18, 19.) Como a una pareja comprometida se la consideraba casada, se podía decir que José era el esposo de María y que María era la esposa de José (Mt 1:20). Entonces, para anular el compromiso, era necesario el divorcio.
Si una joven comprometida tenía relaciones sexuales con otro hombre, era lapidada, al igual que se hacía con la mujer adúltera. (Dt 22:22-29.) Para poder sentenciar a muerte por apedreamiento a una persona, se requería que su culpabilidad se demostrase por el testimonio de dos testigos. (Dt 17:6, 7.) Es evidente que José no tenía testigos que acusasen a María, y aunque estaba embarazada, José no tuvo una explicación satisfactoria de los hechos hasta que el ángel de Jehová le informó. (Mt 1:20, 21.) No se dice si el ‘divorcio en secreto’ que José se proponía hacer incluiría la entrega de un certificado, pero seguramente él se apegaría a los principios expresados en Deuteronomio 24:1-4 y le otorgaría el divorcio a María en presencia de solo dos testigos, con lo que la situación quedaría zanjada legalmente y evitaría exponerla sin necesidad a la vergüenza. Si bien Mateo no da todos los detalles relacionados con el procedimiento que José pensaba seguir, sí indica que deseaba tratar con misericordia a María. Al optar por este proceder, no se dice que obrase de modo injusto, al contrario, si “[tuvo] la intención de divorciarse de ella secretamente”, fue “porque era justo y no quería hacer de ella un espectáculo público”. (Mt 1:19.)
Condiciones que impedían el divorcio en Israel. Según la ley de Dios dada a Israel, bajo ciertas condiciones era imposible divorciarse. Podía darse el caso de que un hombre tomara una esposa, tuviese relaciones con ella y luego llegara a odiarla. Podía declarar con falsedad que no era virgen cuando se casó con ella, lo que suponía acusarla injustamente de actos escandalosos y acarrearle un mal nombre. Si los padres de la muchacha demostraban que su hija había sido virgen al tiempo de casarse, los hombres de la ciudad tenían que disciplinar al esposo que la había acusado con falsedad, imponiéndole una multa de cien siclos de plata (220 dólares [E.U.A.]), que daban al padre de la muchacha, y ella tenía que continuar siendo la esposa de aquel hombre, pues estaba escrito: “No se le permitirá divorciarse de ella en todos sus días”. (Dt 22:13-19.) Asimismo, si se descubría que un hombre tenía relaciones con una virgen que no estaba comprometida, la Ley prescribía: “El hombre que se acostó con ella entonces tiene que dar al padre de la muchacha cincuenta siclos de plata (110 dólares [E.U.A.]), y ella llegará a ser su esposa debido a que la humilló. No se le permitirá divorciarse de ella en todos sus días”. (Dt 22:28, 29.) ★¿Por qué tenía que casarse y nunca podía divorciarse de ella? - (15-11-1989-Pg.31)
Si los cónyuges sencillamente no pueden vivir juntos en paz, ¿es permisible la separación? 1 Cor. 7:10-16: “A los casados doy instrucciones, sin embargo no yo, sino el Señor, que la esposa no debe irse de su esposo; pero si de hecho se fuera, que permanezca sin casarse o si no que se reconcilie con su esposo; y el esposo no debe dejar a su esposa. Pero a los demás digo, sí, yo, no el Señor [pero, como muestra el versículo 40, Pablo fue dirigido por espíritu santo]: Si algún hermano tiene esposa incrédula, y sin embargo ella está de acuerdo en morar con él, no la deje; y la mujer que tiene esposo incrédulo, y sin embargo él está de acuerdo en morar con ella, no deje a su esposo. Porque el esposo incrédulo es santificado con relación a su esposa, y la esposa incrédula es santificada con relación al hermano; de otra manera, sus hijos verdaderamente serían inmundos, mas ahora son santos. Pero si el incrédulo procede a irse, que se vaya; no está en servidumbre el hermano o la hermana en tales circunstancias, antes Dios los ha llamado a ustedes a paz. Pues, esposa, ¿cómo sabes que no salvarás a tu esposo? O, esposo, ¿cómo sabes que no salvarás a tu esposa?” (¿Por qué soportaría el creyente dificultades y se esforzaría sinceramente por mantener unido el matrimonio? Por respeto al origen divino del matrimonio y con la esperanza de que con el tiempo al incrédulo tal vez se le ayudara a llegar a ser siervo del Dios verdadero.)
¿Sobre qué única base bíblica podría divorciarse el cristiano? Jesús dijo en su Sermón del Monte: “Además se dijo: ‘Cualquiera que se divorcie de su esposa, déle un certificado de divorcio’. Sin embargo, yo les digo que todo el que se divorcie de su esposa, a no ser por motivo de fornicación, la expone al adulterio, y cualquiera que se case con una divorciada comete adulterio”. (Mt 5:31, 32.) Posteriormente, después de decirles a los fariseos que la concesión de divorcio registrada en la ley mosaica no había sido una disposición vigente “desde el principio”, comentó: “Yo les digo que cualquiera que se divorcie de su esposa, a no ser por motivo de fornicación, y se case con otra, comete adulterio”. (Mt 19:8, 9.) En nuestro día, suele distinguirse entre “fornicación” y “adulterio”: el primer término aplica a la persona que tiene relaciones sexuales con otra del sexo opuesto sin estar casada, y el segundo, a la persona casada que consiente en tener ayuntamiento sexual con alguien del sexo opuesto que no es su cónyuge legal. Sin embargo, como se explica en el artículo FORNICACIÓN, este término traduce la palabra griega por·néi·a, que engloba toda forma de acto sexual ilícito fuera del matrimonio bíblico. En consecuencia, las palabras de Jesús en Mateo 5:32 y 19:9 indican que la única base válida para el divorcio es que uno de los dos cónyuges cometa por·néi·a. Dada esta circunstancia, un cristiano podría valerse de este recurso y divorciarse de su cónyuge, con lo que quedaría libre para casarse de nuevo, si lo desease, con una persona de su misma fe. (1Co 7:39.)
Si una persona casada tuviese relaciones sexuales con alguien de su mismo sexo, incurriría en un acto sucio y repulsivo (homosexualidad) y, de no arrepentirse, no podría ser contado entre los herederos del Reino. Las Escrituras también condenan el ayuntamiento con animales: la bestialidad. (Le 18:22, 23; Ro 1:24-27; 1Co 6:9, 10.) Todos estos actos —sucios en sumo grado— quedan englobados en el amplio concepto de por·néi·a. Además, ha de decirse que bajo la ley mosaica la homosexualidad y la bestialidad comportaban la pena de muerte y dejaban al cónyuge inocente en libertad para casarse de nuevo. (Le 20:13, 15, 16.)
Por otra parte, Jesucristo dijo que “todo el que sigue mirando a una mujer a fin de tener una pasión por ella ya ha cometido adulterio con ella en su corazón”. (Mt 5:28.) Sin embargo, no quiso decir con esto que ese sentimiento interior, no materializado, daba base para el divorcio. Con sus palabras, Jesús puso de manifiesto que el corazón debe mantenerse limpio y que no es procedente albergar pensamientos y deseos impropios. (Flp 4:8; Snt 1:14, 15.)
La ley rabínica judía realzaba el deber que tenía la pareja de hacer uso del débito conyugal, y si la esposa era estéril, permitía que el esposo se divorciara de ella. Sin embargo, en las Escrituras no hay base alguna que le otorgue al cristiano esa prerrogativa. La prolongada esterilidad de Sara no le dio base a Abrahán para divorciarse de ella, como tampoco —por la misma razón— pensó Isaac en divorciarse de Rebeca, Jacob de Raquel o el sacerdote Zacarías de Elisabet. (Gé 11:30; 17:17; 25:19-26; 29:31; 30:1, 2, 22-25; Lu 1:5-7, 18, 24, 57.)
No hay nada en las Escrituras que justifique a un cristiano divorciarse de su cónyuge por ser este incapaz de pagar el débito conyugal, haber perdido su sano juicio o contraído una enfermedad incurable o repulsiva. El espíritu de amor, que es propio de los cristianos, induce, no al divorcio, sino a tratar con conmiseración a ese cónyuge. (Ef 5:28-31.) Tampoco otorga la Biblia al cristiano el derecho de divorciarse de su cónyuge por ser de diferente religión; muestra, más bien, que si permanecen juntos, el cónyuge cristiano puede atraer al incrédulo a la fe verdadera. (1Co 7:12-16; 1Pe 3:1-7.)
Cuando Jesús dijo en el Sermón del Monte que ‘todo el que se divorciara de su esposa por cualquier otro motivo que no fuese el de la fornicación, la exponía al adulterio, y que cualquiera que se casara con una divorciada cometería adulterio’ (Mt 5:32), mostró que si el divorcio se producía por motivos ajenos a la por·néi·a de la esposa, el esposo la dejaría ante el riesgo de incurrir en adulterio en el futuro. Siendo que la base del divorcio no era el adulterio, no tenía verdadero valor desvinculante y, por lo tanto, no la dejaba en libertad para casarse con otro hombre y hacer vida conyugal con él. Además, cuando Cristo dijo que cualquiera que “se case con una divorciada comete adulterio”, se refería a una mujer divorciada por razones ajenas al “motivo de fornicación” (por·néi·a). Su divorcio, aunque legalmente válido, no tenía el refrendo de las Escrituras.
Marcos, al igual que Mateo (Mt 19:3-9), registró lo que dijo Jesús a los fariseos con relación al divorcio y citó a Cristo cuando dijo: “Cualquiera que se divorcie de su esposa y se case con otra comete adulterio contra ella, y si alguna vez una mujer, después de divorciarse de su esposo, se casa con otro, ella comete adulterio”. (Mr 10:11, 12.) Una declaración similar se hace en Lucas 16:18: “Todo el que se divorcia de su esposa y se casa con otra comete adulterio, y el que se casa con una mujer divorciada de un esposo comete adulterio”. Leídos por separado, estos versículos parecen prohibir el divorcio a los seguidores de Cristo sea cual sea la circunstancia, o, cuando menos, indicar que un divorciado no podría casarse de nuevo, a no ser que muriese el cónyuge del que se divorció. Sin embargo, estas palabras de Jesús, según aparecen en Marcos y Lucas, deben entenderse a la luz de la declaración más completa registrada por Mateo. En esta se incluye la frase “a no ser por motivo de fornicación” (Mt 19:9; véase también Mt 5:32), mostrando que lo que Marcos y Lucas escribieron sobre el divorcio al citar a Jesús aplicaría siempre que la razón para el divorcio no hubiese sido la fornicación (por·néi·a) de uno de los cónyuges.
Sin embargo, una persona no está obligada bíblicamente a divorciarse de un cónyuge adúltero arrepentido. El esposo o esposa cristiano puede responder con misericordia, al igual que Oseas, que al parecer tomó de nuevo a su esposa adúltera Gómer, y Jehová, que mostró misericordia al Israel arrepentido que había sido culpable de adulterio espiritual. (Os 3.)
Se restablece la norma original de Dios. Con sus palabras, Jesús dejó claro que se restablecía la elevada norma sobre el matrimonio que Dios fijó en un principio, y que aquellos que llegaran a ser sus discípulos tendrían que adherirse a esa norma. Aunque las concesiones recogidas en la ley mosaica continuaban vigentes, sus verdaderos discípulos, que se interesarían en hacer la voluntad del Padre y en ‘hacer’ o poner por obra los dichos enseñados por Jesús (Mt 7:21-29), no se ampararían en dichas concesiones a fin de ‘endurecer su corazón’ hacia sus cónyuges. (Mt 19:8.) No violarían el principio original que gobierna el matrimonio por el afán de divorciarse de sus cónyuges a toda costa y sobre bases distintas a la que Jesús indicó: la fornicación (por·néi·a).
La persona soltera que cometiese fornicación con una prostituta llegaría a ser “un solo cuerpo” con ella. De igual manera, el adúltero se constituiría “un solo cuerpo”, no con su esposa, con quien ya lo era, sino con aquella con la que tuviese relaciones inmorales. En consecuencia, no solo pecaría contra sí mismo, su propio cuerpo, sino contra el “solo cuerpo” que hasta ese momento formaba con su esposa. (1Co 6:16-18.) Esa es la razón por la que el adulterio proporciona una base válida para desatar el vínculo conyugal con el respaldo de los principios bíblicos, y cuando esas condiciones se dan, el divorcio da fin al matrimonio legal y deja en libertad al cónyuge inocente para casarse de nuevo con toda dignidad. (Heb 13:4.)
El divorcio en sentido figurado. Las relaciones conyugales se emplean en la Biblia en sentido figurado. (Isa 54:1, 5, 6; 62:1-6.) Del mismo modo, se hace referencia al divorcio o a la acción de despedir a una esposa en términos simbólicos. (Jer 3:8.)
En 607 a. E.C., el reino de Judá fue echado abajo, Jerusalén sufrió destrucción y a los habitantes de la tierra se los llevaron al cautiverio babilonio. Años antes de que esto ocurriese, Jehová había profetizado a judíos que llegarían a estar en cautiverio: “¿Dónde, pues, está el certificado de divorcio de la madre de ustedes, a la cual yo despedí?”. (Isa 50:1.) La “madre” u organización nacional había sido despedida por una razón justa, no porque Jehová rompiese unilateralmente su pacto e iniciase una tramitación de divorcio, sino debido a sus pecados contra la ley del pacto. Sin embargo, hubo un resto de israelitas arrepentidos que le oró a Jehová a fin de que los aceptase de nuevo en aquella relación de esposa y los restaurase a su tierra. Por causa de su propio nombre, en 537 a. E.C., cuando los setenta años de desolación terminaron, Jehová restauró de nuevo a su pueblo y lo condujo a su tierra. (Sl 137:1-9; véase MATRIMONIO.)
Promesa mutua de casamiento. En el pueblo hebreo las negociaciones concomitantes solían ser responsabilidad de los padres de la pareja, en especial del padre. (Gé 24:1-4; 38:6; 21:21.) Sin embargo, era frecuente tomar en cuenta las preferencias del joven. (Jue 14:2.) Las muchachas que heredaban la propiedad ancestral por haber muerto su padre sin dejar descendencia masculina podían casarse con quien deseasen, siempre y cuando fuese alguien de su propia tribu. (Nú 36:6.) En el caso de Isaac, fue el mismo Jehová quien escogió su pareja. (Gé 24:50, 51.) Después de la selección de la novia y la proposición de matrimonio, que por lo general efectuaban los padres (o solo el padre) del novio, venían los desposorios o esponsales. Este era un procedimiento formal que dirigían los padres de la novia y, a menudo, un amigo o representante legal del novio. (Gé 24:1-4; Jn 3:29.)
Un rasgo importante de los esponsales era el mó·har, la dote que se pagaba por la novia. El término mó·har aparece tres veces en la Biblia. (Gé 34:12; Éx 22:16, 17; 1Sa 18:25.) Esta dote solía pagarse a los padres. En el caso de Rebeca, el siervo de Abrahán dio “cosas selectas” a su madre y a su hermano Labán, que fue quien llevó la delantera en las negociaciones. (Gé 24:53.) El mó·har también podía pagarse rindiendo servicios. (Gé 29:15-30; Jos 15:16.) En Éxodo 22:16, 17 se muestra que también se había de pagar el mó·har al padre de una muchacha seducida como indemnización por la ofensa cometida, aun cuando este rehusara darla en matrimonio. En algunas ocasiones, el padre de la novia le daba a ella un “regalo de despedida”, y a veces, como en el caso de Rebeca, recibía regalos cuando se celebraba el compromiso. (1Re 9:16; Jos 15:17-19; Gé 24:53.)
Los hebreos veían a una pareja comprometida como si estuviera casada, aunque la cohabitación no tenía lugar hasta que se terminaban las formalidades de la boda. (Gé 19:8, 14; Jue 14:15, 16, 20.)
Para los judíos los desposorios creaban tal grado de obligación, que en el caso de no celebrarse el matrimonio debido a un cambio de opinión del novio o por alguna razón justificada, la joven no podía casarse con otro hasta recibir un certificado legal de divorcio que la librara de su compromiso. (Mt 1:19.) Si la muchacha cometía fornicación con otro hombre estando ya comprometida con su novio, se la juzgaba como adúltera y se la sentenciaba a muerte. (Dt 22:23, 24.) Incluso si un hombre tenía relaciones con una muchacha esclava que estaba “designada para otro hombre”, pero que todavía no había sido redimida o liberada, a ambos se les consideraba culpables y se les castigaba. Sin embargo, no se les daba muerte, porque no había sido puesta en libertad. (Le 19:20-22.)
Por otra parte, al hombre comprometido se le eximía de las obligaciones militares. (Dt 20:7.)
La Biblia no especifica a qué edad celebraban los hebreos los esponsales. Hoy día, en algunos países del Oriente Medio la boda se celebra después que la novia alcanza los dieciséis años, y solo en raras ocasiones antes de esa edad. El Talmud prohíbe el matrimonio en el caso del varón que tiene menos de trece años y un día, y en el caso de la mujer que tiene menos de doce años y un día.
Por lo general no transcurría mucho tiempo entre el compromiso y el matrimonio, aunque en ocasiones podían pasar varios años para que el novio pagase el precio estipulado o rindiese el servicio deseado. En el caso de Jacob, el período de esponsales duró siete años, durante los que tuvo que servir para poder conseguir a Raquel, aunque luego se le entregó a Lea. Luego tuvo que esperar una semana más antes de recibir a Raquel, si bien continuó sirviendo a Labán otros siete años por ella. (Gé 29:20-28.)
El cristiano debe considerar su palabra con la misma seriedad, y en el caso de un compromiso para casarse, ha de seguir el principio que expresó Jesús: “Simplemente signifique su palabra Sí, Sí, su No, No; porque lo que excede de esto proviene del inicuo” (Mt 5:37), y que luego recordó Santiago: “Pero que su Sí signifique Sí, y su No, No, para que no caigan bajo juicio”. (Snt 5:12.)
La novia de Cristo. Jesucristo está desposado con una novia, la congregación cristiana, que es su cuerpo. (Ef 1:22, 23.) En el Pentecostés de 33 E.C. los primeros miembros de la “novia” recibieron el espíritu santo con su don milagroso de lenguas. Esto equivalía a los regalos de los esponsales, y para la novia espiritual de Cristo constituyó “una prenda por anticipado de [su] herencia, con el propósito de poner en libertad por rescate la propia posesión de Dios, para su gloriosa alabanza”. (Ef 1:13, 14.) Pablo dijo que los que él había introducido en la verdad de Cristo y habían llegado a ser cristianos estaban prometidos en matrimonio a un solo esposo, y los animó a que se mantuviesen limpios para presentarse como una virgen casta al Cristo. (2Co 11:2, 3.) Mientras están en la Tierra, a los que han sido prometidos al Cristo se les considera invitados a la cena de las bodas del Cordero. (Apo 19:9.)
Por fin! La pareja perfecta
Nadia era bella y atraía a todos los que la conocían. A pesar de ello, Nadia se sentía muy sola. Tras la alegría del primer encuentro con sus pretendientes, les encontraba defectos. Entonces, sentía que su amor se marchitaba y seguía anhelando su ideal de pareja perfecta. Un día, Nadia oyó hablar de un sabio que a todos conmovía con sus palabras. Aquella noche, decidió consultarle su problema (Pr 28:26).
"Tal vez -se decía- me pondrá en el camino de ese hombre ideal que sueño".
Fueron transcurriendo los años hasta que de pronto, un día…- dijo el anciano haciendo una emocionada pausa, -Por fin la vi, resplandeciente y bella. “No solo debes casarte con persona de valía, también debes esperar y hacerlo en el mejor día”. Usted quizás diga: ‘Pero en mi congregación no puedo encontrar a nadie. Son pocas las personas de mi edad’. Eso pudiera ser cierto. Pero ¿tiene usted la convicción de que Jehová desea que sea feliz? “Él se interesa por ustedes.” (1Pe 5:6, 7.) ¿Recuerda el proverbio que dice: “La esposa discreta es de parte de Jehová”? (Pr 19:14.) Entonces, ¿por qué no considera en sus oraciones el asunto del matrimonio? (Flp 4:6, 7.) |
Mujer casada. La voz hebrea `isch·scháh (literalmente, “varona”) significa “mujer” o “esposa”, es decir, aquella mujer que era “poseída por un esposo”. (Isa 62:4, nota.) El término griego gy·në puede significar también “esposa” o “mujer” en general, casada o no. Jehová Dios le proveyó una esposa al primer hombre, Adán, quitándole una costilla y formando de ella una mujer. Por eso ella llegó a ser hueso de sus huesos y carne de su carne. La mujer era el complemento del hombre y fue creada como su ayudante. (Gé 2:18, 20-23.) Dios trató directamente con Adán, y este, a su vez, transmitió los mandamientos de Dios a su esposa. Debido a que había sido creado primero y a la imagen de Dios, era el cabeza y el vocero de Dios para ella. El hombre tenía que ejercer su jefatura con amor, y la mujer, como ayudante, debía cooperar en el mandato de procrear dado a la pareja. (Gé 1:28; véase MUJER.)
Después del pecado, primero de Eva, que tentó a su esposo en vez de ayudarlo, y luego de Adán, que la siguió en la transgresión, Dios pronunció juicio sobre la mujer, diciendo: “Aumentaré en gran manera el dolor de tu preñez; con dolores de parto darás a luz hijos, y tu deseo vehemente será por tu esposo, y él te dominará”. (Gé 3:16.) Desde aquel tiempo, en muchos pueblos de la tierra la mujer ha sido dominada, a menudo con rudeza, por su esposo, y en muchos casos se la ha tratado más como una sierva que como una compañera y ayudante.
En el pueblo hebreo. En la antigua sociedad hebrea, el hombre era el cabeza de la casa y el dueño (heb. bá·`al) de su esposa, y la mujer era la poseída (be´u·láh). La mujer ocupó un lugar honorable y dignificado entre los siervos de Dios. Aun estando sujetas a sus cabezas maritales, las mujeres piadosas tenían mucha libertad de acción y se sentían felices en su lugar; Jehová las bendijo usándolas para llevar a cabo servicios especiales en favor de la adoración verdadera. Algunos ejemplos de las muchas esposas fieles de la Biblia son Sara, Rebeca, Débora, Rut, Ester y María, la madre de Jesús.
La Ley protegía a la esposa.
Aunque el esposo ocupaba la posición superior dentro del matrimonio, Dios requería que cuidase y proveyese lo necesario para su familia, tanto de manera material como espiritual. Además, sobre él recaía cualquier acción indebida de su familia. Por consiguiente, tenía una gran responsabilidad. A pesar de que disfrutaba de mayores privilegios que su esposa, la ley de Dios también la protegía a ella y le daba ciertos privilegios singulares para que pudiera llevar una vida feliz y productiva.
Algunos ejemplos de las disposiciones de la Ley que tenían que ver con la esposa son los siguientes: tanto el esposo como la esposa podían ser ejecutados por cometer adulterio. Si el esposo sospechaba de infidelidad oculta por parte de su esposa, podía llevarla al sacerdote para que Jehová Dios la juzgase. Si la mujer era culpable, sus órganos reproductivos se atrofiaban, pero si no lo era, se exigía que el esposo la dejase encinta, para así mostrar públicamente su inocencia. (Nú 5:12-31.) Un esposo podía divorciarse de su esposa si hallaba en ella algo indecente. Es probable que en este apartado entrasen cosas como mostrarle una gran falta de respeto o traer descrédito sobre la casa de él o la de su padre. No obstante, la esposa estaba protegida, porque se exigía que el esposo escribiera un certificado de divorcio. De este modo ella estaba libre para casarse con otro hombre. (Dt 24:1, 2.) El esposo podía invalidar un voto de su esposa si pensaba que era imprudente o perjudicial para el bienestar de la familia. (Nú 30:10-15.) No obstante, esto era una salvaguarda para la esposa, pues la protegía de cualquier acción precipitada que pudiera acarrearle dificultades.
La Ley mosaica permitía la poligamia, pero regulada de tal forma que protegía a la esposa. El esposo no podía transferir el derecho de primogenitura del hijo de una esposa menos amada al de su esposa favorita. (Dt 21:15-17.) Cuando un israelita vendía a su hija como sierva y el amo la tomaba como concubina pero no se complacía en ella, él podía dejar que fuese redimida, pero no podía venderla a un pueblo extranjero. (Éx 21:7, 8.) Si él o su hijo la habían tomado como concubina y después se habían casado con otra mujer, a ella se le tenía que seguir proveyendo alimento, ropa, abrigo y el débito conyugal. (Éx 21:9-11.)
En el caso de que un esposo acusase maliciosamente a su esposa de haber simulado ser virgen cuando se casó y su acusación resultase ser falsa, era castigado: tenía que pagar al padre de ella el doble del precio de una virgen y no podía divorciarse de ella en toda su vida. (Dt 22:13-19.) Si un hombre seducía a una virgen no comprometida, tenía que pagar el precio de matrimonio a su padre y, si este lo permitía, casarse sin la posibilidad de divorciarse de ella nunca. (Dt 22:28, 29; Éx 22:16, 17.)
Aunque la condición de la esposa en la sociedad hebrea difería en cierto modo de su posición en la sociedad occidental de hoy día, la esposa hebrea fiel disfrutaba del lugar que ocupaba, así como de su trabajo. Ella ayudaba a su esposo, criaba a su familia, atendía la casa y encontraba muchos motivos de satisfacción y deleite, ya que podía manifestar a plenitud su naturaleza y sus talentos femeninos.
Descripción de una buena esposa. En Proverbios 31 se describe el trabajo y la felicidad de la esposa fiel. Se dice que es de más valor que los corales para su esposo. Este puede depositar su confianza en ella. Es trabajadora: teje y hace ropa para su familia, atiende las compras de las cosas necesarias para la casa, trabaja en la viña, dirige la casa y a los siervos, ayuda a aquellos que lo necesitan, viste a su familia de manera atractiva e incluso consigue algunos ingresos con su trabajo, equipa a su familia para emergencias futuras, se expresa de manera sabia y bondadosa, y recibe la alabanza de su esposo y de sus hijos por su temor a Jehová y buenas obras, honrándoles de este modo en la Tierra. Verdaderamente, aquel que ha hallado una buena esposa ha encontrado una buena cosa y consigue buena voluntad de Jehová. (Pr 18:22.)
En la congregación cristiana. La norma en la congregación cristiana es que cada hombre casado tenga solo una esposa. (1Co 7:2; 1Ti 3:2.) A las esposas se les ordena que estén en sujeción a sus esposos, tanto si ellos son creyentes como si no. (Ef 5:22-24.) Las esposas no deben negar a su cónyuge el débito conyugal, pues, como en el caso del esposo, la esposa tampoco “ejerce autoridad sobre su propio cuerpo”. (1Co 7:3, 4.) A las esposas se les aconseja que su principal adorno sea la persona secreta del corazón y que produzcan el fruto del espíritu, a fin de que por medio de su conducta el esposo incrédulo pueda ser atraído al cristianismo. (1Pe 3:1-6.)
Uso figurado. En sentido figurado, Jehová consideró a Israel como su esposa, debido al pacto que había efectuado con la nación. (Isa 54:6.) El apóstol Pablo llama a Jehová el Padre de los cristianos que han sido ungidos por espíritu, y a la “Jerusalén de arriba”, su madre, como si Jehová estuviese casado con ella para producir cristianos ungidos por espíritu. (Gál 4:6, 7, 26.) También se habla de la congregación cristiana como la novia o esposa de Jesucristo. (Ef 5:23, 25; Apo 19:7; 21:2, 9.)
Una esposa capaz
Dos mujeres llegaron en una reunión usando ropas muy indecentes que mostraban demasiado de sus cuerpos.
Una señora mayor las saludo cariñosamente y después de darles un buen vistazo les pidió que se sentaran. Por ejemplo:
1. ¿Dónde puedes encontrar los diamantes?
2. ¿Dónde se encuentran las perlas?
3. ¿Dónde puedes encontrar el oro?
Habiendo dicho eso, volvió a mirarlas fijamente y dijo; "Tu cuerpo es sagrado y único".
Primero se pondrán en contacto con tu gobierno (tu familia), firmará contratos profesionales (matrimonio) y lo extraerá profesionalmente (matrimonio civil). ¡Vestiros bonito, pero decentemente! Tu cuerpo es hermoso, es un tesoro y algún día un buen hombre, merecedor de descubrirlo se sentirá dichoso de hacerlo, de tener una mujer culta y maravillosa sin importar el físico, lo más valioso son los sentimientos y los valores internos que mantuvo reservados para un merecedor que sabe valorarlos (Pr 14:1; 31:10.) |
Poema a mi esposa
Cuando me despierto y cuando me acuesto yo pienso en ti, Eres el aire que me rodea, el cielo que se alza sobre mi, la tierra que me sostiene. Me gusta tu música, adoro tu belleza, la luz del sol me hace pensar en ti, tú eres la hermana que no he tenido, la madre que casi he olvidado, la mujer con la que siempre he soñado, todas las conexiones posibles que puede haber entre un hombre y una mujer deseo tenerlas contigo, únicamente contigo. |
La voz hebrea `isch (hombre) y la griega a·nér (varón) se refieren a un hombre casado. (Os 2:16, nota; Ro 7:2, Int.) Otros términos que se utilizan con este significado son `a·dhóhn (señor), bá·`al (dueño; amo) y ré·a´ (compañero; amigo). (Gé 18:12; 20:3; Jer 3:20.) En Israel también se podía llamar “esposo” al hombre que estaba prometido, y “esposa”, a la muchacha. (Dt 22:23, 24; Mt 1:18-20.)
Un hombre podía prometerse con una mujer o concertar con ella un futuro matrimonio al pagar a su padre o tutores el precio de la novia o el dinero de compra. (Éx 22:16, 17.) Entonces ella llegaba a ser su propiedad. (Éx 20:17.) Él pasaba a ser el bá·`al, que significa “propietario; dueño”, y a la mujer se la llamaba be`u·láh, que significa “poseída como esposa”. (Gé 20:3; Dt 22:22; Isa 62:4.) Jehová dijo de la antigua nación de Israel: “Yo mismo he llegado a ser su dueño marital [forma de bá·`al]”. (Jer 3:14; Isa 62:4, 5; véase HERENCIA - [Período de la Ley].)
En los tiempos de los patriarcas el esposo servía de sacerdote y juez para la familia, y en todas las Escrituras se refleja un profundo respeto al esposo y padre. (Gé 31:31, 32; Job 1:5; 1Pe 3:5, 6; compárese con Dt 21:18-21; Est 1:10-21.)
Jefatura. Cuando el hombre se casa, coloca a su mujer bajo una nueva ley, “la ley de su esposo”, de acuerdo con la cual el esposo puede establecer reglas y pautas de comportamiento para su familia. (Ro 7:2, 3.) Llega a ser el cabeza, y la esposa debe sujetarse a él. (Ef 5:21-24, 33.) Esta es una jefatura relativa, en vista de las jefaturas superiores de Dios y de Cristo. (1Co 11:3.)
El esposo está obligado a rendir a su esposa el débito conyugal, pues “el esposo no ejerce autoridad sobre su propio cuerpo, sino su esposa”. (1Co 7:3-5.) También es responsable del bienestar espiritual y material de la familia. (Ef 6:4; 1Ti 5:8.)
La jefatura del esposo coloca sobre él una seria responsabilidad. Aunque es dueño de su esposa, tiene que reconocer que ella es de gran valor a los ojos de Dios, sobre todo si es cristiana. Ha de amarla como se ama a sí mismo, pues ambos forman “una sola carne”. (Gé 2:24; Mt 19:4-6; Ef 5:28, 33.)
Los esposos tienen que tratar a sus esposas con el mismo cuidado amoroso que Cristo trata a la congregación. (Ef 5:25, 28-30, 33.) Deben reconocer que la esposa es el “vaso más débil”, y asignarle honra, tomando en consideración su naturaleza física y emocional. Esto es especialmente importante si la pareja es cristiana, siendo coherederos del “favor inmerecido de la vida”, a fin de que las oraciones del esposo no sean estorbadas. (1Pe 3:7.) Aun en el caso de que la esposa no sea creyente, el esposo no tiene derecho a divorciarse o separarse de ella. Ha de morar con ella, si ella lo permite, pensando en que puede ayudarla a hacerse creyente y también educar a sus hijos para la salvación. (1Co 7:12, 14, 16; véanse FAMILIA; MATRIMONIO; PADRE.)
Divorcio. Bajo la ley mosaica el hombre podía divorciarse de su esposa (ella no tenía ese derecho). El esposo tenía que darle un certificado de divorcio. (Dt 24:1-4.) Jesucristo mostró que el divorcio se permitía en Israel como una concesión, debido a la dureza de corazón del pueblo. (Mt 19:8.) Sin embargo, si un hombre seducía a una muchacha virgen no comprometida, debía casarse con ella (a menos que su padre rehusara entregársela), y no podía divorciarse en toda la vida. (Dt 22:28, 29.)
Tanto las Escrituras Hebreas como las Griegas recalcan que el esposo debe limitar las relaciones sexuales a su cónyuge (Pr 5:15-20) y que debe mantener honorable el matrimonio, porque Dios juzgará a los fornicadores y a los adúlteros. (Heb 13:4.) En tiempos patriarcales y bajo la Ley Dios permitió la poligamia, pero en la congregación cristiana el hombre solo puede tener una esposa viva. (Gé 25:5, 6; 29:18-28; Dt 21:15-17; Mt 19:5; Ro 7:2, 3; 1Ti 3:2.) La única base bíblica para divorciarse y casarse de nuevo es la “fornicación”. (Mt 19:9; véase FORNICACIÓN.)
Uso ilustrativo. Como la antigua nación de Israel estaba comprometida con Jehová por medio del pacto de la Ley, Dios era su “dueño marital”. (Jer 3:14.) El apóstol Pablo habla de Jehová como el padre de los cristianos ungidos, sus hijos espirituales, y de la “Jerusalén de arriba”, como su madre, indicando que Jehová se considera a sí mismo esposo de esta Jerusalén. (Gál 4:6, 7, 26; compárese con Isa 54:5.)
A Jesucristo se le considera esposo de la congregación cristiana. (Ef 5:22, 23; Apo 19:7; 21:2.) Esta analogía pone de relieve tanto su jefatura como el cuidado amoroso que dispensa a la congregación. Él entregó su propia vida por ella y continúa alimentándola y cuidándola.
“Esposo de una sola mujer”. o en el idioma original, “hombre de una mujer” (1 Timoteo 3:2, 12; Tito 1:6)... En el contexto significa básicamente que para alcanzar un puesto de responsabilidad en la congregación cristiana, un hermano casado debe ser fiel y leal a su esposa, y tener una conducta moralmente irreprochable. (w07 1/4 31)
El término hebreo misch·pa·jáh (familia) no solo significa conjunto de ascendientes y descendientes de un mismo linaje, sino, por extensión, tribu, pueblo o nación. La palabra griega correspondiente, pa·tri·á, también tiene un sentido amplio. Jehová Dios es el originador de la familia. Es el Padre de su familia celestial y Aquel a quien ‘toda familia en la tierra debe su nombre’. (Ef 3:14, 15.) Jehová formó la primera familia humana, y se propuso que con este medio se llenara la Tierra. Además, permitió que Adán, aunque había pecado, tuviera una familia e hijos “a su semejanza, a su imagen”. (Gé 5:3.) Desde entonces, ha mostrado con claridad en su Palabra que concede una gran importancia a las facultades de procreación que ha dado al hombre, y por medio de las cuales el ser humano puede perpetuar su nombre y linaje familiar en la Tierra. (Gé 38:8-10; Dt 25:5, 6, 11, 12.)
La estructura familiar y su conservación. La familia era la unidad básica en la sociedad hebrea antigua. Estaba configurada como un gobierno: el padre ejercía la jefatura y era responsable ante Dios, mientras que la madre hacía las veces de subdirectora con autoridad sobre los hijos en el ámbito doméstico. (Hch 2:29; Heb 7:4.) La unidad familiar era un reflejo en pequeña escala de la gran familia de Dios. En la Biblia, se representa a Dios como esposo de la “Jerusalén de arriba”, de la que se dice que es madre de Sus hijos. (Gál 4:26; compárese con Isa 54:5.)
La familia de la época de los patriarcas pudiera compararse en algunos aspectos a una corporación moderna. Sus miembros poseían algunas cosas en exclusiva, pero por lo general las propiedades eran un bien común y el padre se encargaba de administrarlas. Si en el seno familiar alguien cometía un mal, se consideraba como una ofensa contra toda la familia y, en particular, contra el cabeza de la casa. El oprobio recaía sobre él y se le hacía responsable de tomar las medidas necesarias para corregir el mal. (Gé 31:32, 34; Le 21:9; Dt 22:21; Jos 7:16-25.)
La norma original de Dios para la familia fue la monogamia. Aunque la poligamia llegó a ser una práctica común, siempre fue contraria a la norma dictada originalmente por Dios. Sin embargo, permitió que existiese hasta que llegase el momento de restablecer la norma original, lo que ocurrió con la llegada de la congregación cristiana. (1Ti 3:2; Ro 7:2, 3.) En el pacto de la Ley, Dios no solo reconoció la existencia de la poligamia, sino que la reguló, de modo que la unidad familiar permaneciera viva e intacta. No obstante, el propio Jehová había dicho: “Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, y tiene que adherirse a su esposa, y tienen que llegar a ser una sola carne”. Tiempo después, su Hijo citó estas mismas palabras y añadió: “De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por lo tanto, lo que Dios ha unido bajo un yugo, no lo separe ningún hombre”. (Gé 2:24; Mt 19:4-6.) La Biblia muestra que Adán solo tuvo una esposa, que vino a ser ‘la madre de todo el que ha vivido’. (Gé 3:20.) Lo mismo puede decirse de los tres hijos de Noé, que dieron comienzo a la repoblación de la Tierra después del diluvio universal; eran hijos de padres monógamos y cada uno llevó consigo a través del Diluvio a una sola esposa. (Gé 8:18; 9:1; 1Pe 3:20.)
Bajo el pacto de la Ley. En los Diez Mandamientos que Dios dio a Israel se recalca la unidad familiar. El quinto mandamiento dice: “Honra a tu padre y a tu madre”, que es el primer mandamiento con una promesa implícita. (Dt 5:16; Ef 6:2.) La rebeldía de un hijo en contra de sus padres constituía una rebelión tanto contra el sistema de gobierno establecido por Dios como contra Dios mismo. Si golpeaba a su padre o a su madre, los maldecía o llegaba a ser un rebelde incorregible, debía ser ejecutado. (Éx 21:15, 17; Le 20:9; Dt 21:18-21.) Los hijos debían mostrar el debido respeto a sus padres, y aquel que tratara a su padre o madre con desprecio sería maldito. (Le 19:3; Dt 27:16.)
El séptimo mandamiento —“No debes cometer adulterio”— prohibía cualquier unión sexual entre una persona casada y otra ajena al vínculo matrimonial. (Éx 20:14.) Se esperaba que todos los niños nacieran en el seno de una familia. Los hijos ilegítimos no eran reconocidos como miembros de la congregación de Israel, y a sus descendientes no se les permitía llegar a serlo hasta la décima generación. (Dt 23:2.)
En tanto que el séptimo mandamiento, que prohibía el adulterio, servía para salvaguardar la unidad familiar, el décimo, prohibía los malos deseos, protegía además la integridad de la familia propia, así como el hogar y la familia del semejante. Este mandamiento protegía lo más entrañable y vinculado a la vida de familia: esposa, casa, sirvientes, animales y demás posesiones. (Éx 20:17.)
Bajo el ordenamiento de la Ley, se guardó un minucioso registro genealógico. Además, la herencia de la tierra como patrimonio familiar reforzó mucho más la condición indivisible de la familia. El registro genealógico fue de particular importancia en el caso del linaje de Judá y, posteriormente, en el de su descendiente David. Como la promesa de la llegada del rey mesiánico a través de estas familias era conocida, se llevó un meticuloso registro del parentesco familiar de este linaje. Y aunque es cierto que la Ley no abolió la poligamia, protegió la integridad de la familia y conservó intacto el registro genealógico por medio de una rigurosa legislación que regulaba la poligamia. La Ley no dio amparo en ningún momento ni a la permisividad ni a la promiscuidad sexual. Los hijos que nacían de relaciones polígamas o de concubinato se consideraban legítimos, hijos de hecho y de derecho de su progenitor. (Véase CONCUBINA.)
La Ley prohibió explícitamente alianzas matrimoniales con las siete naciones cananeas que serían expulsadas de la Tierra Prometida. (Dt 7:1-4.) Por no cumplir con este mandato, la nación de Israel cayó en el lazo del culto a dioses falsos y finalmente fue víctima del cautiverio a manos de sus enemigos. Un ejemplo notorio de este grave pecado fue el de Salomón. (Ne 13:26.) Esdras y Nehemías pusieron en marcha un activo programa de reformas entre los israelitas repatriados, que habían contaminado sus familias y al propio Israel casándose con mujeres extranjeras. (Esd 9:1, 2; 10:11; Ne 13:23-27.)
Cuando Dios envió a su Hijo unigénito a la Tierra, hizo que naciera en el seno de una familia. Le procuró un padre adoptivo temeroso de Dios y una madre amorosa. Jesús se mantuvo sujeto a sus padres durante su infancia, respetándolos y obedeciéndolos. (Lu 2:40, 51.) Incluso mientras agonizaba en el madero de tormento mostró respeto e interés amoroso por su madre, probablemente viuda para entonces, cuando le dijo: “¡Mujer, ahí está tu hijo!”, y al discípulo que él amaba: “¡Ahí está tu madre!”. De este modo instruyó a su discípulo para que la llevara a su hogar y cuidara de ella. (Jn 19:26, 27.)
Cómo realza la Biblia la importancia de la familia en la congregación cristiana? En la congregación cristiana la familia es la unidad básica de la comunidad de cristianos verdaderos. En las Escrituras Griegas Cristianas puede hallarse mucha información sobre las relaciones familiares. Como en el Israel antiguo, al hombre se le dignifica con la jefatura de la familia; la mujer dirige la casa bajo la supervisión general de su esposo y en sujeción a él. (1Co 11:3; 1Ti 2:11-15; 5:14.) Después de comparar a Jesús con un esposo y cabeza de familia, cuya ‘esposa’ es la congregación, Pablo aconseja a los esposos que ejerzan la jefatura con amor y a las esposas, que respeten y se sujeten a sus esposos. (Ef 5:21-33.) A los hijos se les manda que obedezcan a sus padres, y en particular al padre se le encomienda la responsabilidad de criar a sus hijos en la disciplina y regulación mental de Jehová. (Ef 6:1-4.)
El hombre casado que ocupa un puesto de superintendente en la congregación cristiana ha de apegarse a normas elevadas, como corresponde a un cabeza de familia. Debe presidir su casa apropiadamente y tener a sus hijos en sujeción, de modo que no sean ingobernables ni se les acuse de conducta disoluta, pues, como razona Pablo al asemejar la familia a la congregación, “si de veras no sabe algún hombre presidir su propia casa, ¿cómo cuidará de la congregación de Dios?”. (1Ti 3:2-5; Tit 1:6.) La esposa recibe la exhortación de amar a su esposo y a sus hijos, ser hacendosa y sujetarse a su esposo. (Tit 2:4, 5.)
Jesús predijo que la oposición a la verdad de Dios ocasionaría división en las familias. (Mt 10:32-37; Lu 12:51-53.) Pero el apóstol Pablo, teniendo presente el bienestar del cónyuge incrédulo y de los hijos, instó encarecidamente a los creyentes a no romper los lazos familiares. También recalcó el gran valor de la relación de familia cuando señaló que Dios considera ‘santos’ a los hijos pequeños, aun cuando el cónyuge incrédulo no esté limpio de pecados sobre la base de fe en Cristo. De hecho, es posible que tenga las mismas prácticas que Pablo dijo que tenían algunos cristianos antes de aceptar las buenas nuevas acerca del Cristo. (1Co 7:10-16; 6:9-11.) El consejo de Pablo a la pareja sobre el débito conyugal es otra salvaguarda de la unidad de la familia cristiana. (1Co 7:3-5.)
El fomentar la asociación cristiana en el seno familiar resultó ser una bendición para muchas familias, pues, como dijo Pablo, “esposa, ¿cómo sabes que no salvarás a tu esposo? O, esposo, ¿cómo sabes que no salvarás a tu esposa?”. (1Co 7:16.) Este hecho se pone de manifiesto en algunos de los saludos que Pablo dirigió en sus cartas a determinadas familias. Hubo creyentes que tuvieron el privilegio de ofrecer sus casas para las reuniones de la congregación. (Ro 16:1-15.) El misionero cristiano Felipe, por ejemplo, fue un padre de familia, cuyas cuatro hijas fueron cristianas celosas, que tuvo la bendición de hospedar por algún tiempo en su casa de Cesarea al apóstol Pablo y a sus compañeros de viaje. (Hch 21:8-10.) A la propia congregación cristiana se la denomina “casa de Dios”, cuyo integrante principal y cabeza es Jesucristo. Esta “casa” le reconoce como la Simiente por medio de la cual se bendecirán todas las familias de la Tierra. (1Ti 3:15; Ef 2:19; Col 1:17, 18; Gé 22:18; 28:14.)
Las Escrituras inspiradas predijeron que se produciría un ataque frontal contra la institución familiar, que fuera de la congregación cristiana traería como consecuencia el desmoronamiento de los principios morales y de la sociedad humana. Pablo, por su parte, dijo que “en períodos posteriores” aparecerían doctrinas inspiradas por demonios, como la ‘prohibición de casarse’, y que “en los últimos días” surgiría un estado de desobediencia a los padres, deslealtad y falta de “cariño natural”, que llegaría a ser común aun entre personas que tendrían “una forma de devoción piadosa”. Luego advierte a los cristianos que se aparten de esa clase de personas. (1Ti 4:1-3; 2Ti 3:1-5.)
Babilonia la Grande, la enemiga de la “mujer” de Dios (Gé 3:15; Gál 4:27) y de la “novia” de Cristo (Apo 21:9), identificada en la Biblia como una gran “ramera”, es una organización que comete fornicación con los reyes de la Tierra. Se dice que es “madre de las rameras y de las cosas repugnantes de la tierra” —lo que indica que engendra “hijas” entregadas a la prostitución— y que promueve indiferencia a las instituciones de Dios y a Sus mandatos, como, por ejemplo, las normas que contribuyen a la integridad familiar. (Apo 17:1-6.) Ha procurado inducir a otros a prostituirse y lo ha conseguido, engendrando muchas “rameras”, todo con el fin de evitar que la “novia” de Cristo conserve su pureza. No obstante, para regocijo y bendición de todo el universo, la “novia” ha salido victoriosa, manteniéndose limpia y casta, digna de ser parte de la “familia” de Jehová como “esposa” de Jesucristo. (2Co 11:2, 3; Apo 19:2, 6-8; véanse MATRIMONIO y otros parentescos familiares bajo sus nombres respectivos.)
Por lo general, una generación se refiere a todas las personas que nacieron aproximadamente en el mismo período. (Éx 1:6; Mt 11:16.) El significado de “contemporáneos” está relacionado con esta palabra. Por otra parte, en Génesis 6:9 se dice que Noé “resultó exento de falta entre sus contemporáneos [literalmente, “generaciones”]”. Por eso, cuando generación se refiere a los miembros de la familia, puede designar un conjunto de descendientes, como los hijos o nietos. (Job 42:16.)
Este término también puede emplearse como medida de tiempo respecto al pasado o al futuro. A diferencia de la Tierra, que permanece para siempre, las generaciones de la humanidad que descendieron del pecador Adán han sido transitorias (Ec 1:4; Sl 104:5); pero las expresiones “mil generaciones” y “generaciones incontables” se refieren a lo que existe hasta tiempo indefinido. (1Cr 16:15; Isa 51:8.) El mandato a los judíos de que la celebración de la Pascua tenía que observarse “durante todas sus generaciones” indicaba una observancia continua hasta un tiempo que en aquel entonces era indeterminado. (Éx 12:14.) Dios le declaró a Moisés que Jehová era su nombre como memoria “hasta tiempo indefinido”, “a generación tras generación”, es decir, para siempre. (Éx 3:15.) El apóstol Pablo nos dice que a Dios hay que darle gloria “por todas las generaciones”, y añade: “Para siempre jamás”. (Ef 3:21.)
Una generación puede significar una clase de personas, es decir, aquellos que se caracterizan por ciertas cualidades o condiciones. La Biblia habla de “la generación del justo” (Sl 14:5; 24:6; 112:2), así como de una “generación torcida y aviesa” o “una generación de perversidad”. (Dt 32:5, 20; Pr 30:11-14.) Cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, habló de manera similar de la gente de la nación judía de aquel tiempo, y el apóstol Pablo aplicó esas expresiones al mundo de su día apartado de Dios. (Mt 12:39; 16:4; 17:17; Mr 8:38; Flp 2:14, 15.)
Una palabra hebrea para “generación” es dohr, que se corresponde con el arameo dar. (Da 4:3, 34.) Dohr se deriva de un verbo raíz que significa “apilar en un círculo” o “ir de acá para allá” (Eze 24:5; Sl 84:10), por lo que el significado básico es el de “círculo”. Una palabra emparentada con esta es dur, que significa “pelota”. (Isa 22:18.) El equivalente en griego es gue·ne·á, que proviene de una raíz que significa “nacer”.
Otra palabra hebrea, toh·le·dhóhth, se traduce a veces “generaciones” o “registros de los descendientes” (Nú 3:1; Rut 4:18), “descendientes” o “familias” (1Cr 5:7; 7:2, 4, 9) e “historia” u “orígenes”. (Gé 2:4; 5:1; 6:9; compárese con BAS, BJ, NM, SA, Scío, Val, y otras traducciones.)
Duración. Cuando la palabra “generación” se emplea con referencia a las personas que viven en un tiempo en particular, no puede determinarse la duración exacta de ese tiempo, aunque se entiende que estará dentro de unos límites razonables. Estos límites estarán determinados por la duración de la vida de la gente de ese tiempo o de una población dada. La duración media de vida de las generaciones desde Adán hasta Noé era de más de ochocientos cincuenta años. (Gé 5:5-31; 9:29.) Pero después de Noé, la duración de la vida del hombre se redujo drásticamente. Por ejemplo, Abrahán vivió tan solo ciento setenta y cinco años. (Gé 25:7.) En la actualidad, al igual que en los días de Moisés, la vida de una persona que viva en condiciones favorables puede llegar a los setenta u ochenta años. Moisés escribió: “En sí mismos los días de nuestros años son setenta años; y si debido a poderío especial son ochenta años, sin embargo su insistencia está en penoso afán y cosas perjudiciales; porque tiene que pasar rápidamente, y volamos”. (Sl 90:10.) Moisés expuso la norma general, aunque una minoría pueda superar esos años. Él mismo fue una excepción, pues vivió ciento veinte años, así como su hermano Aarón (ciento veintitrés años), Josué (ciento diez años) y algunos más que poseían una fuerza y vitalidad fuera de lo común. (Dt 34:7; Nú 33:39; Jos 24:29.)
“Esta generación” de las profecías de Jesucristo. Cuando la profecía bíblica habla de “esta generación”, se hace necesario tomar en cuenta el contexto para determinar el significado de la palabra “generación”. Cuando Jesucristo denunció a los líderes religiosos judíos, concluyó diciendo: “En verdad les digo: Todas estas cosas vendrán sobre esta generación”. La historia muestra que unos treinta y siete años después (en el año 70 E.C.), esa generación contemporánea vivió la destrucción de Jerusalén, tal como se había predicho. (Mt 23:36.)
Más tarde, en ese mismo día, Jesús usó de nuevo casi las mismas palabras, al decir: “En verdad les digo que de ningún modo pasará esta generación hasta que sucedan todas estas cosas”. (Mt 24:34.) En esta ocasión Jesús estaba respondiendo a una pregunta acerca de la desolación de Jerusalén y su templo, así como acerca de la señal de su presencia y la conclusión del sistema de cosas. De modo que lo que mencionó sobre “esta generación” se extendía, como es lógico, hasta el año 70 E.C. Sin embargo, con la palabra “generación”, Jesús también estaba haciendo referencia a personas cuyas vidas estarían relacionadas de alguna manera con los acontecimientos predichos para el tiempo de su presencia. (Mt 24.)
Las personas de la generación de este siglo XX que viven desde 1914 han experimentado simultáneamente y con gran intensidad este notable número de acontecimientos terroríficos: guerras internacionales, grandes terremotos, pestes terribles, hambre ampliamente extendida, persecución de cristianos y otras condiciones que Jesús predijo en el capítulo 24 de Mateo, el capítulo 13 de Marcos y el capítulo 21 de Lucas.
Cómo pudieron vivir antes
Un día un joven le preguntó a su abuelo: "¡Abuelo! Cómo pudieron vivir antes...
- Sin tecnología
El abuelo respondió:
- Sin oraciones 👉 Cuando montábamos en bicicleta, nunca usamos el casco , si nos hacíamos daño, la mercromina lo curaba todo. 👉 Después de la escuela, hacíamos los deberes y salíamos a jugar a la calle hasta el anochecer. Cada padre nos llamaba con su particular silbido y sin rechistar para casa. 👉 Jugábamos con amigos de verdad, no amigos de internet. 👉 Si alguna vez nos sentíamos sedientos, bebíamos agua de la fuente , no agua embotellada u osmotizada. 👉 Nunca nos pusimos enfermos compartiendo el mismo vaso con nuestros amigos/as. 👉 Nunca ganamos peso comiendo platos de arroz todos los días y chocolate con pan. 👉 No le pasó nada a nuestros pies a pesar de andar descalzos durante horas. 👉 Nunca usamos suplementos alimenticios para mantenernos saludables. 👉 Solíamos crear nuestros propios juguetes y jugar con ellos. 👉 Nuestros padres no eran ricos. Ellos nos dieron amor, no materiales mundanos. 👉 Nunca tuvimos , teléfonos móviles , DVD, Play Station, Xbox, videojuegos, ordenadores personales, iPhone , iPad , Netflix ,internet... pero sí tuvimos amigos/as de verdad y no amigos/as virtuales. 👉 Visitábamos las casas de nuestros amigos/as sin haber sido invitados y disfrutamos de la comida con ellos. 👉 Los familiares vivían cerca para disfrutar el tiempo con la familia. 👉 Es posible que hayamos estado en fotos en blanco y negro, pero podemos encontrar recuerdos muy coloridos en esas fotos.
👉 Somos una generación única y más comprensiva, porque somos la última generación que escuchó a sus padres ... ¡Somos una edición limitada! |
Conjunto de bienes que, al morir su propietario, pasa a sus herederos; inclinaciones, costumbres, carácter o temperamento que se hereda de los progenitores o de los antecesores. El verbo hebreo que se utiliza con mayor frecuencia es na·jál (sustantivo, na·jaláh). Tiene que ver con la obtención o transmisión de una herencia o posesión hereditaria, por lo general debido a una sucesión. (Nú 26:55; Eze 46:18.) El verbo ya·rásch se usa a veces con el sentido de “suceder como heredero”, aunque suele significar “tomar posesión”, sin tener que ver con sucesión. (Gé 15:3; Le 20:24.) En el contexto militar tiene el sentido de “desposeer; expulsar”. (Dt 2:12; 31:3.) Las palabras griegas para “herencia” están relacionadas con klë·ros, que originalmente significaba “suerte”; luego, “participación”, y por último, “herencia”. (Mt 27:35; Hch 1:17; 26:18.)
En Israel la herencia consistía principalmente en posesiones territoriales, aunque también incluía bienes muebles. Además, la Biblia habla de la herencia de cosas de naturaleza espiritual. Por ejemplo, a los cristianos ungidos por espíritu se les llama “herederos por cierto de Dios, pero coherederos con Cristo”. Si permanecen fieles, les espera “la herencia eterna”. (Ro 8:17; Heb 9:15.)
Período patriarcal. Los fieles patriarcas hebreos, Abrahán, Isaac y Jacob, no poseían tierra alguna, excepto el campo donde estaba la cueva que se usó como sepultura y el terreno que Jacob compró cerca de Siquem. (Gé 23:19, 20; 33:19.) El mártir cristiano Esteban dijo sobre la residencia de Abrahán en Canaán: “Sin embargo, no le dio ninguna posesión heredable en ella, no, ni lo ancho de un pie; pero prometió dársela como posesión, y después de él a su descendencia, cuando todavía no tenía hijo”. (Hch 7:5.) Estos hombres legaron como herencia material su ganado y sus bienes muebles. El primogénito heredaba dos partes de la propiedad, en comparación con la que se asignaba a los otros hijos. Las hijas del patriarca Job recibieron una herencia de entre sus hermanos, aunque no se dice si esta incluía o no una posesión territorial. (Job 42:15.)
El padre podía transferir el derecho de primogenitura si tenía razones válidas, dando la herencia del primogénito a un hijo más joven. En los casos registrados en la Biblia, el cambio que se produjo no obedeció a capricho o favoritismo, sino a una razón específica. Ismael, el hijo mayor de Abrahán, fue el futuro heredero durante catorce años. (Gé 16:16; 17:18-21; 21:5.) No obstante, a petición de Sara, y con la aprobación de Jehová, Abrahán despidió a Ismael, que para entonces tenía diecinueve años. El derecho de primogénito recayó sobre Isaac, quien con el tiempo recibió todo lo que pertenecía a Abrahán, con la excepción de los regalos que este dio a los hijos que más tarde tuvo con Queturá. (Ge 21:8-13; 25:5, 6.) Rubén, el primogénito de Jacob, perdió su derecho de primogénito por tener relaciones con la concubina de su padre. (Gé 49:3, 4; 1Cr 5:1, 2.) Jacob dio la bendición más importante a Efraín, el hijo menor de José, y no a Manasés, el mayor. (Gé 48:13-19.)
El concubinato era legal. De hecho, a veces en la Biblia se llama “esposa” a la concubina, y al hombre con quien vive, “esposo”. También se utilizan los términos yerno y suegro para designar sus respectivas relaciones familiares. (Gé 16:3; Jue 19:3-5.) A los hijos de las concubinas se les reconocía como legítimos, de modo que tenían una posición hereditaria igual a la de los hijos de la esposa.
Antes de tener hijos, Abrahán se refirió a su esclavo Eliezer como el futuro heredero de sus bienes, pero Jehová le dijo que tendría un hijo como heredero. (Gé 15:1-4.)
Período de la Ley. Bajo la Ley no se permitía que un padre considerase como primogénito al hijo de la esposa más amada en lugar de al verdadero primogénito nacido de una esposa menos amada. Tenía que darle al primogénito una porción doble de todo lo que poseía. (Dt 21:15-17.) Cuando no había hijos varones, recibían la herencia las hijas. (Nú 27:6-8; Jos 17:3-6.) Sin embargo, cuando las hijas heredaban tierras, se requería solo que se casasen dentro de la familia de la tribu de su padre, a fin de evitar que su herencia circulase de tribu en tribu. (Nú 36:6-9.) En los casos en los que no hubiese prole, el orden hereditario era el siguiente: 1) los hermanos del difunto, 2) los hermanos de su padre y 3) el pariente consanguíneo más cercano. (Nú 27:9-11.) La esposa no recibía ninguna herencia de su esposo. Cuando no había descendencia, la esposa pasaba a ser la propietaria de la tierra hasta que la redimiese el que tenía el derecho de recompra. En tal caso, se recompraba a la esposa junto con la propiedad. (Rut 4:1-12.) Bajo la ley del matrimonio de cuñado, el primer hijo que la mujer tenía con el recomprador llegaba a ser el heredero del esposo fallecido y conservaba su nombre. (Dt 25:5, 6.)
Tierras hereditarias. Jehová dio su herencia a los hijos de Israel y especificó a Moisés los límites de la tierra. (Nú 34:1-12; Jos 1:4.) Los hijos de Gad y de Rubén y la media tribu de Manasés recibieron su territorio de Moisés. (Nú 32:33; Jos 14:3.) El resto de las tribus recibieron su herencia por sorteo bajo la dirección de Josué y Eleazar. (Jos 14:1, 2.) En armonía con la profecía de Jacob registrada en Génesis 49:5, 7, a Simeón y Leví no se les dio como herencia una sección separada de territorio: el territorio de Simeón se hallaba dentro del de Judá, en donde tenía algunas ciudades (Jos 19:1-9), mientras que a Leví se le dieron 48 ciudades por todo Israel. En el caso de los levitas, se dijo que Jehová era su herencia, debido a que habían recibido el nombramiento para servicio especial en el santuario. A cambio de su servicio, recibían el diezmo como su porción o herencia. (Nú 18:20, 21; 35:6, 7.) Dentro del seno de cada tribu, las familias recibieron su territorio asignado. A medida que estas aumentaban y los hijos heredaban, la tierra se dividía progresivamente en parcelas cada vez más pequeñas.
La tierra no podía venderse a perpetuidad, puesto que permanecía como propiedad de la misma familia de generación en generación. En realidad, la venta de la tierra consistía tan solo en su arrendamiento por el valor de las cosechas que produciría, y el precio de compra se computaba dependiendo del número de años que quedasen hasta el Jubileo más cercano. Con la llegada de este acontecimiento, todas las posesiones de tierra volverían a su propietario original, a no ser que la tierra ya se hubiese recomprado antes del Jubileo. (Le 25:13, 15, 23, 24.) En esta reglamentación se incluían las casas que estaban en ciudades no amuralladas, pues se las consideraba parte del campo abierto. Para la casa que estaba dentro de una ciudad amurallada, el derecho de recompra tan solo duraba un año (contando desde el tiempo de la venta), y a partir de este momento se convertía en propiedad del comprador. En el caso de las casas en las ciudades levitas, el derecho de recompra se perpetuaba indefinidamente debido a que los levitas no tenían ninguna herencia de tierra. (Le 25:29-34.)
La inviolabilidad de la posesión hereditaria se ilustra en el caso de la viña de Nabot. Este rehusó vendérsela al rey o cambiársela por otra viña, y la corona no tenía el derecho de apropiársela. (1Re 21:2-6.) Sin embargo, una persona podía dar por entero una parte de su herencia a Jehová para el santuario. Si lo hacía, no podía ser redimida, sino que permanecía como propiedad del santuario y de su sacerdocio. No obstante, si alguien deseaba santificar parte de su propiedad para uso temporal del santuario, podía hacerlo, y si más tarde deseaba redimirla, podía recomprarla si añadía una quinta parte de su valoración. Todo esto, sin duda, protegía de pérdidas a la tesorería del santuario, y también generaba gran respeto hacia el santuario y hacia lo que allí se ofrecía para la adoración de Jehová. Si el campo santificado se vendía a otro hombre, en el Jubileo era como un campo dado por entero y no regresaba al propietario original, permaneciendo como propiedad del santuario y su sacerdocio. (Le 27:15-21, 28; véase SANTIFICACIÓN - [Santificación de la tierra].)
De lo dicho se infiere que los testamentos no tenían razón de ser y que ni siquiera existía dicha expresión en la terminología hebrea, puesto que las leyes de la herencia eliminaban cualquier necesidad de tal documento. El propietario incluso repartía los bienes muebles durante su vida, o se repartían según las leyes de la herencia a su muerte. En la ilustración de Jesús del hijo pródigo, el hijo más joven solicitó y recibió su porción de la propiedad antes de la muerte de su padre. (Lu 15:12.)
★“Padre, dame la parte que me toca de la herencia”: (Lu 15:12) En conformidad con la Ley mosaica, a los hijos les tocaba por derecho una considerable parte del patrimonio paterno, aunque normalmente no la reclamarían en vida del padre. (Deuteronomio 21:15-17.) Pedir por adelantado la porción de su herencia fue muy insensible de su parte. Aun así, el padre accedió amorosamente a su demanda. (Compáralo con Génesis 25:5, 6.) Se ve, pues, que el defecto estaba en la actitud del hijo, no en la del padre. Como lo señala el erudito Alfred Edersheim, al parecer el problema radicaba en “su aversión al orden y disciplina en la casa” y su “deseo [egoísta] de libertad y diversión”. (La vida y los tiempos de Jesús el Mesías, tomo II, página 204, versión de Xavier Vila.) (g05 8/1 19)
Beneficios de las leyes hereditarias. Las leyes que regulaban las posesiones hereditarias, y el que estas se dividieran en porciones más pequeñas a medida que la población aumentaba, eran en sí mismas un factor que contribuía a una mayor unidad familiar. En una tierra como la de Israel, muy montañosa, al igual que la de Judea, esto era una ventaja, puesto que propiciaba el que los israelitas hiciesen un uso óptimo de la tierra, incluso formando terrazas en las laderas de las colinas, lo que resultaba en revestir la tierra de belleza y vegetación. De esta forma, el olivo, la higuera, la palmera y la vid suministraban alimento para una gran población. El que cada hombre fuese propietario de su tierra originaba un gran amor a la tierra en la que vivía e incentivaba la diligencia. Además, la reglamentación del Jubileo restauraba a la nación a su condición original teocrática cada quincuagésimo año. De este modo se ayudaba a mantener una economía equilibrada. Sin embargo, igual que ocurrió con otros aspectos de la Ley, con el tiempo los abusos se fueron introduciendo paulatinamente.
Como Jehová le había dicho a los israelitas, Él era el verdadero Propietario de la tierra. Desde su punto de vista, ellos eran pobladores y residentes forasteros. Por lo tanto, podía sacarlos de la tierra en cualquier momento que estimase oportuno. (Le 25:23.) Por ejemplo, debido a sus numerosas violaciones de la ley de Dios, se les mandó al exilio en Babilonia durante setenta años, y permanecieron bajo dominación gentil incluso después de ser repatriados en 537 a. E.C. Finalmente, en el año 70 E.C., los romanos los desarraigaron por completo del país, vendiendo a miles de ellos como esclavos. Hasta sus registros genealógicos se perdieron o fueron destruidos.
Herencia cristiana. Jesucristo, en calidad de hijo de David, hereda su trono. (Isa 9:7; Lu 1:32.) Como Hijo de Dios, hereda la gobernación celestial mediante el pacto que Jehová hizo con él. (Sl 110:4; Lu 22:28-30.) Así, hereda las naciones para hacer añicos a todos los opositores y con el fin de gobernar para siempre. (Sl 2:6-9.)
Se dice que los miembros ungidos de la congregación cristiana tienen una herencia celestial y que comparten la herencia de Jesús por ser sus “hermanos”. (Ef 1:14; Col 1:12; 1Pe 1:4, 5.) Esta herencia incluye la Tierra. (Mt 5:5.)
Como Dios redimió a Israel de Egipto, este pueblo llegó a ser su posesión o “herencia” (Dt 32:9; Sl 33:12; 74:2; Miq 7:14), y además prefiguró a la “nación” del Israel espiritual, a la que Dios considera su “herencia” porque la posee, habiéndola comprado mediante la sangre de Jesucristo, su Hijo unigénito. (1Pe 2:9; 5:2, 3; Hch 20:28.)
Jesucristo señaló que las personas que dejan cosas valiosas por causa de su nombre y por causa de las buenas nuevas “[heredarán] la vida eterna”. (Mt 19:29; Mr 10:29, 30; véanse MATRIMONIO DE CUÑADO; PRIMOGÉNITO; PRIMOGENITURA.)
★“Son herederos con ellas”: 1 Pedro 3:7 El libro Barnes’ Notes on the New Testamentseñala que el consejo de Pedro “contiene una verdad fundamental referente al sexo femenino. En todo sistema religioso, exceptuando el cristiano, se ha juzgado a la mujer inferior al hombre en todos los sentidos. El cristianismo enseña que [...] ella tiene derecho a la totalidad de las esperanzas y promesas que ofrece la religión. [...] Esta verdad por sí sola sacaría al sexo femenino de la condición denigrada en que se halla a nivel mundial y acabaría de inmediato con la mitad de los males sociales de la humanidad”. (g94 8/10 21)
Persona que con respecto a otra tiene los mismos padres; en hebreo `aj, y en griego, a·del·fós. Algunos de los mencionados en la Biblia son Caín y Abel, hijos de Adán y Eva (Gé 4:1, 2; 1Jn 3:12); Jacob y Esaú, hijos gemelos de Isaac y Rebeca (Gé 25:24-26); Santiago y Juan, hijos de Zebedeo y su esposa (Mt 4:21; 27:56; compárese con Jue 8:19); Moisés y Aarón, hermanos de Míriam (Nú 26:59) y Lázaro, hermano de Marta y María (Jn 11:1, 19). El término “hermanos” a veces se refiere a medio hermanos, hijos del mismo padre y diferente madre, como los doce hijos que Jacob tuvo con cuatro diferentes mujeres (Gé 34:1, 27; 35:22-26; 37:4; 42:3, 4, 13; 1Cr 3:1-9); o de la misma madre y diferente padre, como en el caso de los hermanos de Jesús, y quizás de David y sus hermanas. (Mt 13:55, 56; Mr 6:3; 1Cr 2:13-16; 2Sa 17:25; véase “Hermanos de Jesús” en este mismo artículo.)
Las palabras “hermano” y “hermana” no se limitaban al parentesco inmediato. Abrahán y Labán llamaron “hermanos” a sus respectivos sobrinos, Lot y Jacob. (Gé 11:27; 13:8; 14:14, 16; 29:10, 12, 15; compárese con Le 10:4.) En Israel, los miembros de la misma tribu tenían una relación fraternal (2Sa 19:12, 13; Nú 8:26), y en un sentido más amplio todos los israelitas eran hermanos, descendientes, por decirlo así, de un padre común, Jacob, y estaban unidos en la adoración del mismo Dios, Jehová. (Éx 2:11; Dt 15:12; Mt 5:47; Hch 3:17, 22; 7:23; Ro 9:3.) Incluso se llamaba hermanos a los edomitas, descendientes de Abrahán por medio del hermano gemelo de Jacob, Esaú, y, por lo tanto, emparentados con Israel. (Nú 20:14.) Se habló de la “hermandad” (heb. `a·jawáh) de los reinos reunificados de Judá e Israel. (Zac 11:14.)
Estos términos también se aplican a los que están unidos en una causa común y tienen metas y propósitos similares. Por ejemplo, el rey Hiram de Tiro llamó al rey Salomón mi hermano, no solo por tener su mismo rango y posición, sino posiblemente también por sus intereses mutuos en suministrar madera y otros materiales para la construcción del templo. (1Re 9:13; 5:1-12.) “¡Miren! ¡Qué bueno y qué agradable es que los hermanos moren juntos en unidad!”, escribió David, indicando que la paz y unidad de los hermanos carnales no depende solo de su parentesco. (Sl 133:1.) El afecto y el interés mutuos, no el parentesco, es lo que llevó a David a llamar hermano a Jonatán. (2Sa 1:26.) También se llama hermanos a compañeros que tienen una naturaleza y disposición similares, aunque sean malas. (Pr 18:9.) El término “hermana” se usa en sentido amplio para referirse también a todas las mujeres de una misma nación. (Nú 25:17, 18.) A veces podía hacer referencia a naciones o ciudades que tenían una relación estrecha o que llevaban a cabo prácticas morales similares. (Jer 3:7-10; Eze 16:46, 48, 49, 55; 23:32, 33.)
Por otra parte, la palabra hebrea para hermanas (`a·jóhth) se traduce “(la) otra” al describir ciertos objetos del tabernáculo con relación a otros iguales, y también en las visiones de Ezequiel. (Éx 26:3, 5, 6, 17; Eze 1:9, 23; 3:13.)
Es obvio que los hijos de Adán se casaron con sus hermanas, ya que toda la humanidad desciende de Adán y Eva. (Gé 3:20; 5:4.) La propia esposa de Adán, Eva, como ‘hueso de sus huesos y carne de su carne’, estaba emparentada con él aún más estrechamente que una hermana. (Gé 2:22-24.) En aquel tiempo, casarse con una hermana o con una medio hermana no representaba ningún estigma. El relato bíblico informa que más de dos mil años después, Abrahán se casó con Sara, su medio hermana. (Gé 20:2, 12.) Sin embargo, unos cuatrocientos treinta años más tarde, la ley mosaica prohibió tales uniones clasificándolas como incestuosas. (Le 18:9, 11; 20:17; Dt 27:22.) Al alejarse la raza humana de la perfección original de Adán, el matrimonio entre personas emparentadas estrechamente llegó a ser perjudicial.
En la sociedad patriarcal y bajo la ley mosaica, los hermanos carnales asumían ciertos privilegios y obligaciones. Cuando moría el padre, el hermano mayor, el primogénito, recibía una porción doble de la herencia de la familia y también la responsabilidad de hacer las veces de cabeza de familia. Un hermano carnal era el primero que tenía el derecho de recompra, así como la responsabilidad de efectuar el matrimonio de levirato y de actuar como vengador de la sangre. (Le 25:48, 49; Dt 25:5.)
En la congregación cristiana. Los miembros de la congregación cristiana disfrutan de una relación espiritual entre sí análoga a la de hermanos. Jesús llamó a sus discípulos “hermanos” (Mt 25:40; 28:10; Jn 20:17), y enseñó que las relaciones espirituales tenían prioridad sobre las carnales. Los que hacían la voluntad de su Padre eran ‘hermanos’ tenidos en más alta estima que simples hermanos según la carne. Dijo: “Cualquiera que hace la voluntad de mi Padre [...], ese es mi hermano y hermana y madre”. (Mt 12:48-50; Mr 3:34, 35.) El que esté dispuesto a romper lazos terrestres por causa del Reino, si eso fuese necesario, tendrá un “céntuplo” de “hermanos” y otros ‘familiares’ ahora, además de “vida eterna” en el futuro. (Mt 19:29; Mr 10:29, 30; Lu 14:26.) De modo que se debe amar menos a los parientes carnales que a Cristo, y si es necesario, se les debe dejar atrás a causa de él. (Mt 10:37; 19:29; Mr 10:29, 30; Lu 14:26.) De hecho, el hermano entregará a la muerte al hermano. (Mr 13:12.) El término “hermano” no solo se aplicó a los asociados íntimos de Jesús, sino a toda la congregación de creyentes (Mt 23:8; Heb 2:17), “toda la asociación de hermanos” “que tienen la obra de dar testimonio de Jesús”. (1Pe 2:17; 5:9; Apo 19:10.) Tal asociación de hermanos espirituales muestran “amor fraternal” en su medida más plena. (Ro 12:10; Heb 13:1.)
En el Pentecostés, Pedro se dirigió a aquellos que procedían de tierras distantes, incluidos los prosélitos, con el término “hermanos”. (Hch 2:8-10, 29, 37.) Aunque a veces entre los creyentes cristianos se distinguía a los varones de las mujeres llamándolos “hermanos” y “hermanas”, respectivamente (Ro 16:1; 1Co 7:14, 15; 9:5; Snt 2:15), el término “hermanos” se aceptaba para los grupos mixtos, y no se restringía a los varones. (Hch 1:15; Ro 1:13; 1Te 1:4.) Ese es el sentido que tiene en todas las cartas cristianas inspiradas, salvo en tres (Tito, 2 Juan, Judas), así como en las obras de los escritores eclesiásticos primitivos. Los apóstoles previnieron a las congregaciones contra los “falsos hermanos” que se habían infiltrado en ellas. (2Co 11:26; Gál 2:4.)
“Entre falsos hermanos”: Lo más peligroso de todo, y sin duda lo más penoso para Pablo, eran los “falsos hermanos” traicioneros o “seudo hermanos” (The Kingdom Interlinear Translation of the Greek Scriptures). Desde el tiempo del traidor Judas Iscariote, ha habido tales personas entre los seguidores de Cristo. Puede ser que en los días de Pablo los “apóstoles superfinos” de Corinto se hallaran entre los “falsos hermanos”. Éstos eran especialmente peligrosos debido a que traidoramente pretendían ser amigos mientras que en realidad eran traicioneros desleales. Aquellos hombres trataban de hallar alguna acusación contra Pablo. (2 Corintios 11:5, 12-14; compare con Daniel 6:4, 5.) (w83 15/5 9-10)
Hermanos de Jesús. Los cuatro evangelios, Hechos de Apóstoles y dos de las cartas de Pablo mencionan a “los hermanos del Señor”, “el hermano del Señor”, “sus hermanos”, “sus hermanas” y hasta dan el nombre de cuatro de los “hermanos”: Santiago, José, Simón y Judas. (Mt 12:46; 13:55, 56; Mr 3:31; Lu 8:19; Jn 2:12; Hch 1:14; 1Co 9:5; Gál 1:19.) La mayoría de los doctos bíblicos aceptan las muchas pruebas de que Jesús tuvo por lo menos cuatro hermanos y dos hermanas, y que todos fueron fruto del matrimonio de José y María después del nacimiento milagroso de Jesús.
Las teorías arbitrarias de que estos hermanos de Jesús eran hijos de un matrimonio de José anterior o de un matrimonio de levirato deben considerarse fruto de la imaginación, puesto que en las Escrituras no hay ningún hecho que lo confirme y ni siquiera se insinúa algo semejante. La afirmación de que el término “hermano” (a·del·fós) en este caso significa “primo” (a·ne·psi·ós) es una aseveración teórica, una invención que se atribuye a Jerónimo y que se remonta, como muy pronto, al año 383 E.C. Jerónimo no solo no aporta ningún apoyo para su hipótesis de nuevo cuño, sino que, además, en escritos posteriores titubea en sus opiniones e incluso expresa dudas sobre su “teoría de los primos”. J. B. Lightfoot comenta: “San Jerónimo no alegó que la tradición confiriera autoridad a su teoría, y por ello la prueba a favor de esta solo ha de buscarse en las Escrituras. He examinado las pruebas bíblicas, y el [...] conjunto de dificultades [...] contrarresta con creces los argumentos secundarios a su favor y, de hecho, llevan a que se rechacen”. (St. Paul’s Epistle to the Galatians, Londres, 1874, pág. 258.)
Cuando el relato tiene que ver con un sobrino o un primo, en las Escrituras Griegas no se usa la palabra a·del·fós. Más bien, al referirse a dicho parentesco se dice: “El hijo de la hermana de Pablo” o “Marcos el primo [a·ne·psi·ós] de Bernabé”. (Hch 23:16; Col 4:10.) En Lucas 21:16 aparece la palabra griega syg·gue·nón (parientes, tales como primos) junto con a·del·fón (hermanos), lo que muestra que esas expresiones no se usaban con imprecisión o indistintamente en las Escrituras Griegas.
Durante el ministerio de Jesús, “sus hermanos, de hecho, no ejercían fe en él”, lo que con toda seguridad los excluyó de ser sus hermanos en sentido espiritual. (Jn 7:3-5.) Jesús contrastó a estos hermanos según la carne con sus discípulos, aquellos que creían en él y que eran sus hermanos espirituales. (Mt 12:46-50; Mr 3:31-35; Lu 8:19-21.) Esta falta de fe por parte de sus hermanos carnales impide que se les identifique con los apóstoles del mismo nombre: Santiago, Simón y Judas; además se les distingue de manera explícita de los discípulos de Jesús. (Jn 2:12.)
La relación de estos hermanos de Jesús con su madre, María, también indica que eran sus hijos, no parientes más lejanos. Por lo general se les menciona junto con ella. Declaraciones como que Jesús era el “primogénito” (Lu 2:7) y que José “no tuvo coito con ella hasta que ella dio a luz un hijo” también apoyan el punto de vista de que José y María tuvieron otros hijos. (Mt 1:25.) Incluso algunos vecinos de Nazaret reconocieron e identificaron a Jesús como “el hermano de Santiago y de José y de Judas y de Simón”, y añadieron: “Y sus hermanas están aquí con nosotros, ¿no es verdad?”. (Mr 6:3.)
A la luz de estos textos surge la pregunta: ¿por qué, entonces, justamente antes de su muerte, Jesús confió el cuidado de su madre María al apóstol Juan en vez de a sus hermanos carnales? (Jn 19:26, 27.) Lógicamente porque el primo de Jesús, el apóstol Juan, era un hombre de fe probada, era el discípulo a quien Jesús amaba de forma entrañable, y esta relación espiritual trascendía la carnal; además, hay que recordar que no hay ningún indicio de que en aquel tiempo los hermanos de Jesús fuesen discípulos suyos.
Después de la resurrección de Jesús, la actitud de indecisión de sus hermanos carnales cambió, puesto que estuvieron junto con su madre y los apóstoles cuando estos se reunieron para orar después de la ascensión de Jesús. (Hch 1:14.) Este hecho da pie para pensar que también estuvieron presentes en el derramamiento del espíritu santo en el día del Pentecostés. Santiago, el hermano de Jesús, uno de los hombres de mayor edad del cuerpo gobernante de Jerusalén a quien se destaca en el registro bíblico, escribió la carta que lleva su nombre. (Hch 12:17; 15:13; 21:18; Gál 1:19; Snt 1:1.) Otro hermano de Jesús, Judas, escribió asimismo la epístola que lleva su nombre. (Jud 1, 17.) Pablo indica que por lo menos algunos de los hermanos de Jesús estaban casados. (1Co 9:5.)
Uso figurado. Cuando el sabio escritor Salomón destaca la importancia de los mandamientos de Jehová, anima a estar estrechamente unidos a la sabiduría, diciendo: “Di a la sabiduría: ‘Tú eres mi hermana’; y al entendimiento mismo quieras llamar ‘Pariente’”. (Pr 7:4.)
En hebreo y griego se utilizan varios términos con diferentes matices para referirse a la descendencia humana. El término hebreo común para niño (hijo) es yé·ledh. (Gé 21:8.) Emparentada con esta palabra está la voz yal·dáh, que se refiere a una “jovencilla” o una “niña”. (Joe 3:3; Gé 34:4; Zac 8:5.) Ambas palabras proceden de la raíz ya·ládh, que significa “producir; alumbrar; dar a luz”. Otros dos vocablos hebreos para hijo (`oh·lél y `oh·lál) vienen del verbo raíz `ul, que significa “dar de mamar; lactar”. (1Sa 22:19; Jer 6:11; Gé 33:13.) El término hebreo usual para muchacho o joven es ná·`ar. (Gé 19:4; Jue 8:20.) Sin embargo, este término también se usa con referencia a niños pequeños, como Moisés cuando tenía tres meses. (Éx 2:6; compárese con 2Sa 12:16.) La voz hebrea taf (niñitos; pequeñuelos) transmite la idea básica de andar “con pasos menudos”. (Gé 43:8; 45:19; Isa 3:16.) Entre los términos griegos se encuentran té·knon (hijo), te·kní·on (hijito), thy·gá·tër (hija), pai·dí·on (niñito) y ár·sën (hijo varón). (Mt 10:21; Jn 13:33; Mt 14:6; Mt 2:8; Apo 12:13.) La voz griega në·pi·os se refiere a un pequeñuelo (1Co 13:11), y bré·fos, a una “criatura”. (Lu 1:41.)
Para que la raza humana se multiplicase, el Creador, Jehová, le dio la capacidad de engendrar hijos, quienes a su vez llegarían a ser adultos y con el tiempo también serían padres. El mandato de que se procrearan se encuentra en Génesis 1:28. Tener hijos siempre ha sido un deseo normal de la gente. Los israelitas de la antigüedad deseaban especialmente tener hijos varones. (Gé 4:1, 25; 29:32-35.) El salmista lo expresó así: “Los hijos [varones] son una herencia de parte de Jehová [...]. Feliz es el hombre físicamente capacitado que ha llenado su aljaba de ellos”. (Sl 127:3-5.) Ese interés se debía a la promesa de Dios de hacerlos una nación poderosa, y en especial a que abrigaban la esperanza de que uno de sus hijos resultara ser la “descendencia” por medio de la que vendrían las bendiciones de Dios a la humanidad, según se le prometió a Abrahán. (Gé 22:18; 28:14; 1Sa 1:5-11.) Al debido tiempo, el ángel Gabriel le anunció a María, una muchacha virgen de la tribu de Judá, que era “altamente favorecida”, y añadió: “Concebirás en tu matriz y darás a luz un hijo, y has de ponerle por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y Jehová Dios le dará el trono de David su padre”. (Lu 1:28, 31, 32.) El tener muchos hijos se consideraba una bendición de Dios (Sl 127:3-5; 128:3-6), mientras que la esterilidad se veía como un oprobio. (Gé 30:23.)
En tiempos bíblicos el nacimiento de un niño solía ser una ocasión más feliz que el nacimiento de una niña, aunque en el círculo familiar los padres amaban igual a las hijas que a los hijos. Su preferencia por los varones se debía a que por medio de ellos se mantenía el nombre y la línea de descendencia familiar, y las posesiones hereditarias permanecían en la familia. (Nú 27:8.) La prioridad del varón se refleja también en el hecho de que el período de purificación según la Ley era el doble en caso del nacimiento de una hija. (Le 12:2-5.) Asimismo, el hijo primogénito pertenecía a Jehová y tenía que ser redimido con un precio de redención. (Éx 13:12, 13; Nú 18:15, 16.)
Los nombres de las hijas no se registraban con tanta asiduidad como los de los hijos. (1Cr 2:34, 35.) Pero Jesús no hizo distinción entre varón y hembra. Sanó a la hija de una mujer fenicia y resucitó a la hija de Jairo cuando los afligidos padres de esta niña intercedieron. (Mt 15:22-28; Lu 8:41, 42, 49-56.)
Antiguamente, cuando una criatura nacía, se la lavaba con agua y después se la frotaba con sal (Eze 16:4), para que la piel quedase seca, tersa y firme. Luego se envolvía al bebé con pañales o bandas de tela bien ajustadas. (Job 38:9; Lu 2:12.) Las madres amamantaban a sus pequeños durante dos años y medio o tres, y a veces hasta más tiempo. En circunstancias especiales, como cuando la madre moría o no tenía suficiente leche, se recurría a nodrizas.
En tiempos antiguos los niños solían recibir el nombre cuando nacían. A veces se lo daba el padre (Gé 5:29; 16:15; 21:3; 35:18) y otras, la madre (Gé 4:25; 29:32; 1Sa 1:20). Con el tiempo se pasó a dar nombre a los varones israelitas el día de su circuncisión, a saber, el octavo día. (Lu 1:59; 2:21.)
A menudo se identificaba o distinguía a los hombres por el nombre de su padre o de un antepasado más distante. Por ejemplo, a David se le llamó “el hijo de Jesé”. (1Sa 22:7, 9.) Se solía unir la palabra hebrea ben o la aramea bar (hijo) al nombre del padre como prefijo, y así se formaba un apellido para el hijo, como en el caso de Bar-Jesús (significa “Hijo de Jesús”). (Hch 13:6.) Ciertas versiones dejan el prefijo sin traducir, otras lo traducen en la mayoría de los casos y algunas dan la traducción en el margen. También esos prefijos podían unirse al nombre debido a las circunstancias que rodeaban el nacimiento del niño, como Ben-ammí, que significa “Hijo de Mi Pueblo [es decir, parientes]”, y no hijo de extranjeros; o Ben-oní, que significa “Hijo de Mi Duelo”, y que fue el nombre que le dio a Benjamín su madre Raquel cuando ella estaba a punto de morir. (Gé 19:38; 35:18.) Aunque algunas veces el niño se llamaba igual que su padre, por lo general el nombre que se le daba tenía que ver con las circunstancias que precedían o acompañaban al nacimiento, o estaba relacionado con el nombre de Jehová. Con el tiempo, ciertos nombres simplemente llegaron a ser tradicionales y no tenían nada que ver con el significado original.
Las madres utilizaban diversos métodos para transportar a sus hijos pequeños. A veces se ataban el niño a la espalda o lo llevaban sobre los hombros. Por boca de Isaías, Jehová hace referencia a la costumbre de las madres de estrechar a sus hijos contra su seno, de subírselos a los hombros o apoyárselos al costado, justo por encima de la cadera. (Isa 49:22; 66:12.) Moisés también mencionó que se transportaba a los niños apoyados contra el seno. (Nú 11:12.)
A los hijos varones los atendía especialmente la madre hasta que tenían unos cinco años. Como es natural, el padre tenía la responsabilidad principal de enseñar al hijo las Escrituras desde su infancia con la ayuda de la madre. (Dt 6:7; Pr 1:8; Ef 6:4; 2Ti 3:15.) Según iban creciendo, el padre los educaba e instruía en la agricultura, la ganadería o en algún oficio, como el de carpintero. José y David fueron pastorcillos. (Gé 37:2; 1Sa 16:11.)
Las niñas estaban bajo la custodia directa de la madre, aunque naturalmente seguían sujetas a la jurisdicción del padre. Mientras vivían en casa, se les enseñaba a desempeñar las tareas domésticas, que les serían de gran valor para la vida adulta. Raquel era pastora. (Gé 29:6-9.) Las mujeres jóvenes trabajaban en los campos durante la siega (Rut 2:5-9), y la muchacha sulamita dice que sus hermanos la hicieron guardiana de las viñas. (Can 1:6.)
En la sociedad patriarcal a las hijas se les dieron ciertos derechos y responsabilidades, pero también se les impusieron limitaciones. Tenían diversos quehaceres asignados. Las hijas de los sacerdotes podían comer de las porciones sacerdotales de los sacrificios. (Gé 24:16, 19, 20; 29:6-9; Le 10:14.) No era legal que un padre prostituyese a su hija, pero si se daba el caso de que la violasen, podía cobrar por el daño. (Éx 22:16, 17; Le 19:29; Dt 22:28, 29.) En ciertas ocasiones los padres ofrecieron sus hijas vírgenes a chusmas depravadas a fin de proteger a sus invitados. (Gé 19:6-8; Jue 19:22-24.) A veces las hijas recibían una herencia junto con sus hermanos, pero en el caso de las cinco hijas de Zelofehad, cuyo padre murió sin hijos varones, recibieron la herencia completa de sus antepasados, aunque con la condición de que se casaran con hijos de Manasés para que la herencia quedara dentro de la misma tribu. (Nú 36:1-12; Jos 15:19; Job 42:15.)
En Israel los niños pequeños también disfrutaban de esparcimiento y diversiones. Jesús hizo referencia a los niños que jugaban en la plaza del mercado imitando las actividades que habían visto realizar a los mayores. (Mt 11:16, 17; Zac 8:5.)
Los jóvenes israelitas bien educados se acordaban de su Creador en los días de su mocedad, y algunos incluso fueron ministros suyos. Siendo Samuel un niño, se le usó para ministrar a Jehová en el tabernáculo. (1Sa 2:11.) Con solo doce años de edad, Jesús estaba muy interesado en el servicio de su Padre e intentaba aprender todo lo posible hablando con los maestros en el templo. (Lu 2:41-49.) Una niñita hebrea que tenía gran fe en Jehová y en su profeta Eliseo fue la responsable de que Naamán se dirigiese a Eliseo para curarse de la lepra. (2Re 5:2, 3.) En el Salmo 148:12, 13, tanto los muchachos como las muchachas reciben el mandato de alabar a Jehová. Debido a la enseñanza bíblica que habían recibido, cuando unos muchachos vieron a Jesús en el templo, clamaron diciendo: “¡Salva, rogamos, al Hijo de David!”, y Jesús los aprobó. (Mt 21:15, 16.)
Los padres eran los responsables de la educación y preparación de sus hijos. Debían darles instrucción y guía tanto de palabra como con el ejemplo. El programa educativo era el siguiente: 1) Se les enseñaba a temer a Jehová. (Sl 34:11; Pr 9:10.) 2) Se exhortaba al niño a honrar a su padre y a su madre. (Éx 20:12; Le 19:3; Dt 27:16.) 3) Se inculcaba con diligencia en su mente enseñable la disciplina o instrucción de la Ley, sus mandamientos y doctrinas, y se les educaba en las actividades de Jehová y sus verdades reveladas. (Dt 4:5, 9; 6:7-21; Sl 78:5.) 4) Se les recalcaba el respeto a las personas mayores. (Le 19:32.) 5) Se grababa en su mente de manera indeleble la importancia de obedecer. (Pr 4:1; 19:20; 23:22-25.) 6) Se daba mucha importancia a la preparación práctica para la vida adulta. Las muchachas aprendían las labores del hogar, y los muchachos aprendían el oficio de su padre o quizás algún otro. 7) Se enseñaba a los niños a leer y escribir.
Después del exilio en Babilonia, hubo sinagogas en la mayoría de las ciudades, y con el tiempo los maestros instruyeron allí a los muchachos. Los padres también instruían a sus hijos cuando iban a las asambleas que se celebraban con el propósito de adorar y alabar a Jehová. (Dt 31:12, 13; Ne 12:43.) Los padres de Jesús lo habían llevado a Jerusalén para la Pascua. En el viaje de regreso lo echaron de menos y luego lo hallaron en el templo, “sentado en medio de los maestros, y escuchándoles e interrogándolos”. (Lu 2:41-50; véase EDUCACIÓN.)
Si se daba el caso de que un hijo se volvía un rebelde incorregible después de haber recibido suficientes advertencias y la disciplina necesaria, se tomaba una medida más drástica. Se llevaba al hijo ante los ancianos de la ciudad, y después que los padres atestiguaban que era irreformable, se le condenaba a la pena capital por lapidación. Es obvio que no se trataba de un niñito, sino de un hijo ya crecido, pues las Escrituras dicen que era “glotón y borracho”. (Dt 21:18-21.) Se daba muerte al que hería a su padre o a su madre, o invocaba el mal contra sus padres. La razón para tomar esas medidas tan rigurosas era que la nación debía eliminar lo que era malo de en medio de ellos, y de esta manera “todo Israel [oiría] y verdaderamente [llegaría] a tener miedo”. Por consiguiente, por medio del castigo que se infligía a tales ofensores, se restringía en gran manera cualquier tendencia que hubiese en la nación hacia la delincuencia juvenil o la falta de respeto a la autoridad de los padres. (Éx 21:15, 17; Mt 15:4; Mr 7:10.)
Un grupo de muchachos mostró gran falta de respeto a Eliseo, el profeta nombrado de Dios, cuando se burlaron de él diciéndole: “¡Sube, calvo! ¡Sube, calvo!”. Querían que Eliseo, que llevaba la conocida prenda de vestir de Elías, siguiera subiendo hacia Betel, o que se fuera de la Tierra, como suponían que había hecho Elías. (2Re 2:11.) No lo querían por allí. Finalmente, Eliseo se volvió e invocó el mal contra ellos en el nombre de Jehová. “Entonces dos osas salieron del bosque y se pusieron a despedazar a cuarenta y dos niños del número de ellos.” (2Re 2:23, 24.)
Jesús profetizó que los hijos se levantarían contra sus padres y los padres contra los hijos debido a la posición que adoptarían como seguidores suyos. (Mt 10:21; Mr 13:12.) El apóstol Pablo predijo que entre los problemas importantes que caracterizarían “los últimos días” estarían los hijos desobedientes a los padres y la ausencia de cariño natural. (2Ti 3:1-3.)
Cuando el apóstol Pablo mencionó los requisitos para los ancianos y siervos ministeriales de la congregación cristiana, especificó que los hombres seleccionados para esos puestos de responsabilidad deberían tener “hijos creyentes no acusados de disolución, ni ingobernables”, y que tendrían que estar en sujeción con toda seriedad, pues dice: “Si de veras no sabe algún hombre presidir su propia casa, ¿cómo cuidará de la congregación de Dios?”. (Tit 1:6; 1Ti 3:4, 5, 12.)
Autoridad de los padres. La autoridad de los padres, en particular la del padre, era bastante amplia. Mientras el padre vivía y era capaz de dirigir su casa, los hijos debían estar en sujeción a él. Sin embargo, cuando un hijo formaba su propio hogar independiente, entonces llegaba a ser el cabeza de su casa. Un padre podía vender a sus hijos como esclavos por un tiempo (aunque no vendería a una hija a un extranjero) para pagar sus deudas, o quizás darlos como fianza. (Éx 21:7-10; 2Re 4:1; Ne 5:2-5; Mt 18:25.) La autoridad del padre sobre la hija era tal que hasta podía anular un voto que ella hubiera hecho. Sin embargo, no tenía autoridad para impedir que adorara a Jehová u obedeciera sus mandamientos, pues el padre era un miembro de la nación de Israel, de modo que estaba dedicado a Dios y debía cumplir la Ley. (Nú 30:3-5, 16.) Una hija era propiedad de su padre hasta que la casaba. (Jos 15:16, 17; 1Sa 18:17, 19, 27.) Los padres escogían el cónyuge para sus hijos y tramitaban el matrimonio. (Gé 21:21; 24:2-4; 28:1, 2; Éx 21:8-11; Jue 14:1-3.) Si más tarde la hija enviudaba o se divorciaba, podía volver a la casa de su padre y pertenecerle de nuevo. (Gé 38:11; Le 23:13.)
Los derechos hereditarios se transmitían por medio del padre. Si nacían gemelos, se esforzaban concienzudamente por identificar al hijo que nacía primero (Gé 38:28), pues el primogénito recibía una porción doble de la herencia de su padre. (Dt 21:17; Gé 25:1-6.) Cuando el padre moría, se distribuía la herencia, y el hijo mayor solía asumir la jefatura de la casa y la responsabilidad de sustentar a las mujeres de la familia. Al hijo que nacía de un matrimonio de levirato se le criaba como si fuese hijo del difunto, y heredaba su propiedad. (Dt 25:6; Rut 4:10, 17.)
Usos figurados. La palabra hebrea ben y la griega hui·ós, que significan “hijo”, se suelen utilizar en un sentido más amplio que simplemente para designar la prole masculina inmediata de alguien. El término “hijo” puede significar: hijo adoptivo (Éx 2:10; Jn 1:45), un descendiente, como un nieto o un bisnieto (Éx 1:7; 2Cr 35:14; Jer 35:16; Mt 12:23), o un yerno. (Compárese 1Cr 3:17 con Lu 3:27 [Sealtiel por lo visto era hijo de Jeconías y yerno de Nerí]; Lu 3:23 dice: “José, hijo de Helí”, por lo visto en el sentido de yerno [en esta frase hui·ós, “hijo”, no aparece en el texto griego, pero se sobrentiende].)
El término “hija” se aplicaba también a otros parentescos. Por ejemplo, en ciertas circunstancias se refería a: una hermana (Gé 34:8, 17), una hija adoptiva (Est 2:7, 15), una nuera (Jue 12:9; Rut 1:11-13), una nieta (1Re 15:2, 10, donde la palabra hebrea para hija, bath, se traduce “nieta” en NM y en las notas de EMN; Mod; Str y Val, 1989; véase 2Cr 13:1, 2) y una descendiente. (Gé 5:4; 27:46; Lu 1:5; 13:16.)
Aparte de emplearse para designar estos parentescos directos, el término “hija” también se aplicaba a las mujeres en general (Gé 6:2, 4; 30:13; Pr 31:29); las mujeres de un país, un pueblo o una ciudad en particular (Gé 24:37; Jue 11:40; 21:21), y las adoradoras de dioses falsos (Mal 2:11). Las personas que ocupaban un puesto de autoridad o que simplemente eran mayores solían utilizar el término “hija” como una forma amable de tratamiento a una mujer más joven. (Rut 3:10, 11; Mr 5:34.) Algunos derivados de la palabra hebrea bath se traducen también por “ramas” de un árbol (Gé 49:22) y “pueblos dependientes” de una ciudad mayor. (Nú 21:25; Jos 17:11; Jer 49:2.) El término para “hija”, con sus muchos sentidos, aparece más de 600 veces en la Biblia.
La palabra “hijos” se utiliza con frecuencia con un propósito descriptivo, como en el caso de: “orientales” (literalmente, “hijos del Este”; 1Re 4:30 y Job 1:3, nota); “ungidos” (literalmente, “hijos del aceite”; Zac 4:14, nota); miembros (“hijos”) de ciertos grupos dedicados a una labor, como “hijos de los profetas” (1Re 20:35) o “miembro [“hijo”] de los mezcladores de ungüentos” (Ne 3:8); los desterrados que regresaron (“los hijos del Exilio”; Esd 10:7, 16, nota); ‘hombres que no servían para nada’, villanos (“hijos de belial”; Jue 19:22, nota). A los que siguen cierto proceder o conducta, o a los que manifiestan una determinada característica, se les designa por expresiones como: “hijos del Altísimo”, “hijos de la luz e hijos del día”, “hijos del reino”, “hijos del inicuo”, “hijo del Diablo”, “hijos de la desobediencia”. (Lu 6:35; 1Te 5:5; Mt 13:38; Hch 13:10; Ef 2:2.) De igual manera, para referirse al juicio o resultado que corresponde a cierta característica, se utilizan expresiones como: “merecedor del Gehena” (literalmente, “hijo del Gehena”) y “el hijo de destrucción”. (Mt 23:15; Jn 17:12; 2Te 2:3.) Isaías, que predijo el castigo que Dios daría a Israel, llamó a la nación “mis trillados y el hijo de mi era”. (Isa 21:10.)
Los ángeles creados por Dios también son hijos suyos. (Job 1:6; 38:7.) Adán, como creación de Dios, fue un hijo suyo. (Lu 3:38.) A los jueces y gobernantes de Israel contra quienes vino la palabra de Dios se les llamó “hijos del Altísimo”, seguramente debido a que representaban la gobernación divina en Israel, aunque se habían hecho transgresores de la Ley. (Sl 82:6.) A aquellos a quienes Dios escoge para ser coherederos con su Hijo Jesucristo también se les llama “hijos de Dios”. (Ro 8:14-17.)
A los descendientes de Israel se les llama “hijos en la carne”, e Isaías los denomina “hijos de la transgresión”, debido a sus caminos rebeldes contra Jehová. (Ro 9:8; Isa 57:4.) En los días de los apóstoles se llamó a ciertas personas inicuas “hijos malditos” e “hijos del Diablo”. (2Pe 2:14; 1Jn 3:10.) Por el contrario, a aquellos que ejercen fe en Cristo y son engendrados por espíritu se les llama “hijos de Dios”. (Jn 1:12; Ro 8:16.) A los discípulos se les llama con frecuencia hijos. (Jn 13:33; Heb 2:13.)
Se dice que los que van a recibir una resurrección de entre los muertos son “hijos de la resurrección” (Lu 20:36); los coherederos con Cristo son “hijos de la promesa” (Ro 9:8) o hijos “de la mujer libre” (Gál 4:31). Todos los que desean obtener vida en el Reino de los cielos tienen que desplegar humildad, receptividad y confianza, cualidades características de los niños. (Mt 18:2-4.) A los hombres y las mujeres que se esfuerzan por obedecer a Dios manifestando la luz de la verdad en su vida se les llama “hijos obedientes” e “hijos de la luz”. (1Pe 1:14; Ef 5:8.)
Pablo aconsejó a los corintios como a hijos, diciéndoles que se ‘ensancharan’ en tiernos cariños; con anterioridad los había animado a que no se hicieran niñitos en sus facultades de entendimiento. Los cristianos no buscan conocimiento o experiencia en la iniquidad, sino que, sabiamente, permanecen inexpertos e inocentes como pequeñuelos a ese respecto. (2Co 6:13; 1Co 14:20.)
Experiencia: “El valor de nuestros pequeñuelos”
Una niña de 7 años, hija de testigos de Jehová de Colombia, en la clase de lenguaje escolar se le estaba haciendo repetir a cada alumno la frase: “Azul es el cielo, azul es el mar, azul es el manto de la virgen del Pilar”. Allí estaba ella solita ante este dilema; cuando le tocó a ella, se puso a recitar: “Azul es el cielo, azul es el mar y como soy testigo de Jehová no digo más”. (Sl 8:2) |
La forma de vida terrestre más elevada y una obra del Creador, Jehová Dios. Jehová formó al hombre del polvo del suelo, sopló en sus narices el aliento de vida “y el hombre vino a ser alma viviente”. (Gé 2:7; 1Co 15:45.) Después que Adán fue creado y puso nombre a los animales, Jehová hizo que cayese en un profundo sueño, y, mientras dormía, tomó una de sus costillas y la usó para hacer a la mujer. Por esa razón, cuando se la presentó, Adán pudo decir: “Esto por fin es hueso de mis huesos y carne de mi carne”. La llamó Mujer (`isch·scháh) “porque del hombre fue tomada esta”. (Gé 2:21-23.) Después Adán le puso por nombre Eva (que significa “Una Viviente”). (Gé 3:20.)
Existen varios términos hebreos y griegos que se refieren al hombre. `A·dhám significa “hombre; humano; hombre terrestre; humanidad” (genérico); `isch, “hombre; individuo; esposo”; `enóhsch, “hombre mortal”; gué·ver, “hombre físicamente capacitado; hombre robusto”; za·kjár, “macho; varón”; algunas otras palabras hebreas también se traducen a veces “hombre”. La voz griega án·thrö·pos significa “hombre; humanidad” (genérico); a·nër, “hombre; varón; esposo”.
Cuando Pablo dio testimonio acerca de la creación del ser humano por Dios, dijo a los atenienses: “Hizo de un solo hombre toda nación de hombres, para que moren sobre la entera superficie de la tierra”. (Hch 17:26). Por lo tanto, todas las naciones y razas tienen un origen común.
A Adán y Eva se les creó hacia el final del sexto “día” creativo. (Gé 1:24-31.) No existen registros del hombre antiguo, su escritura, agricultura y otras ocupaciones, anteriores a 4026 a. E.C., la fecha de la creación de Adán. Puesto que las Escrituras trazan la historia del hombre desde la misma creación de la primera pareja humana, no puede existir lo que se ha dado en llamar “hombre prehistórico”. Los registros de los fósiles hallados en la Tierra no han suministrado ningún eslabón entre el hombre y los animales. Además, en los registros más antiguos del hombre —tanto documentos escritos como dibujos en cuevas, esculturas o similares— no se hace ninguna referencia en absoluto a la existencia de seres infrahumanos. Las Escrituras establecen claramente lo contrario: el hombre fue originalmente un hijo de Dios y degeneró. (1Re 8:46; Ec 7:20; 1Jn 1:8-10.) El arqueólogo O. D. Miller hizo la siguiente observación: “La tradición de la ‘edad de oro’ no fue un mito. La antigua doctrina de que hubo una decadencia posterior, una dolorosa degeneración de la raza humana desde un estado original de felicidad y pureza, sin duda englobaba una gran verdad, aunque lamentable. Nuestras filosofías modernas de que la historia comienza con el hombre primitivo en estado salvaje necesitan una nueva introducción. [...] No, el hombre primitivo no fue un salvaje”. (Har-Moad, 1892, pág. 417.)
La Biblia dice que el hogar original del hombre era “un jardín en Edén”. (Gé 2:8; véase Edén.) La ubicación indicada está relativamente cerca del lugar de la primitiva civilización postdiluviana. P. J. Wiseman expresa el punto de vista general de los doctos: “Toda la prueba que tenemos disponible, procedente del Génesis, de la arqueología y de las tradiciones populares, señala a la llanura mesopotámica como el hogar más antiguo del hombre. La civilización del Lejano Oriente, ya sea en China o la India, no puede competir con esta tierra en lo que respecta a la antigüedad de sus pueblos, por lo que fácilmente se la puede considerar la cuna de la civilización”. (New Discoveries in Babylonia About Genesis, 1949, pág. 28.)
¿En qué sentido está hecho el hombre “a la imagen de Dios”? Cuando Dios reveló a su “obrero maestro” el propósito divino de crear a la humanidad, le dijo: “Hagamos al hombre [`a·dhám] a nuestra imagen, según nuestra semejanza”. (Gé 1:26, 27; Pr 8:30, 31; compárese con Jn 1:1-3; Col 1:15-17.) Nótese que las Escrituras no dicen que Dios creó al hombre a la imagen de una bestia salvaje o de un animal doméstico o de un pez. Se hizo al hombre ‘a la imagen de Dios’; era un “hijo de Dios”. (Lu 3:38.) En cuanto a la forma o aspecto del cuerpo de Dios, “nadie ha contemplado a Dios nunca”. (1Jn 4:12.) Nadie en la Tierra conoce la apariencia del cuerpo de Dios, que es glorioso, celestial y espiritual; por lo tanto, no podemos comparar el cuerpo del hombre con el de Dios. “Dios es un Espíritu.” (Jn 4:24.)
Sin embargo, el hombre fue hecho a ‘la imagen de Dios’ en el sentido de que fue creado con cualidades morales como las de Él, a saber, amor y justicia. (Compárese con Col 3:10.) También tiene facultades y sabiduría superiores a las de los animales, de manera que puede apreciar aquello que Dios aprecia y valora, como la belleza y las artes, el habla y el raciocinio, así como otros procesos similares de la mente y el corazón. Además, el hombre tiene capacidad espiritual y puede llegar a conocer a Dios y comunicarse con Él. (1Co 2:11-16; Heb 12:9.) Por tales razones el hombre estaba capacitado para ser el representante de Dios y tener en sujeción a las criaturas voladoras, terrestres y marinas.
Por ser una creación de Dios, el hombre originalmente era perfecto. (Dt 32:4.) Por consiguiente, Adán pudo haber legado a su posteridad la perfección humana y la oportunidad de vivir para siempre en la Tierra. (Isa 45:18.) A él y a Eva se les ordenó: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla”. A medida que su familia hubiese ido aumentando, habrían cultivado y embellecido la Tierra de acuerdo con el proyecto de su Creador. (Gé 1:28.)
Cuando el apóstol Pablo escribió sobre las posiciones relativas que Dios dispuso para el hombre y la mujer, dijo: “Quiero que sepan que la cabeza de todo varón es el Cristo; a su vez, la cabeza de la mujer es el varón; a su vez, la cabeza del Cristo es Dios”. Luego indicó que una mujer que ora o profetiza en la congregación con la cabeza descubierta avergüenza al que es su cabeza. Para reforzar su argumento, añadió: “Porque el varón no debe tener cubierta la cabeza, puesto que es la imagen y gloria de Dios; pero la mujer es la gloria del varón”. Al hombre se le creó primero, y durante algún tiempo estuvo solo, siendo la única criatura en la Tierra hecha a la imagen de Dios. La mujer fue hecha del hombre y habría de estar sujeta a él, mientras que Dios no debe sujetarse a nadie. La jefatura del hombre, sin embargo, está por debajo de la de Dios y la de Cristo. (1Co 11:3-7.)
Libre albedrío. Debido a que había sido hecho a la imagen de Dios y según su semejanza, el hombre tenía libre albedrío. También disponía de libertad para escoger entre hacer lo bueno o lo malo. Esta libertad le permitía dar mucha más honra y gloria a Dios que la creación animal, pues podía obedecer voluntaria y amorosamente a su Creador. Podía alabarlo de manera inteligente por sus maravillosas cualidades y apoyar su soberanía. Ahora bien, su libertad era relativa, no absoluta. Podía continuar viviendo feliz solo si reconocía la soberanía de Jehová. Esto lo indicaba el árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, del que tenía prohibido comer. Hacerlo sería un acto de desobediencia, una rebelión contra la soberanía de Dios. (Gé 2:9, 16, 17.)
Como Adán era “hijo de Dios” (Lu 3:38), su relación con Dios era como la de un hijo con su padre; por consiguiente, debería haberle obedecido. Además, Dios creó en el hombre un deseo innato de adorarle. Si este deseo se desvirtuaba, dirigiría al hombre mal y destruiría su libertad, convirtiéndolo en esclavo de lo creado en vez del Creador, lo que, a su vez, resultaría en la degradación del hombre.
Un hijo celestial de Dios que se rebeló hizo que Eva pecase, y ella puso la tentación ante Adán, quien participó deliberadamente en la rebelión contra Jehová. (Gé 3:1-6; 1Ti 2:13, 14.) Adán y Eva llegaron a ser como aquellos de quienes Pablo habló más tarde en Romanos 1:20-23. Debido a su transgresión, Adán perdió su condición de hijo y su perfección, e introdujo el pecado con la imperfección y la muerte en su descendencia, la entera raza humana. Sus descendientes llevaron desde el nacimiento la imagen de su padre Adán: fueron imperfectos, con la muerte obrando en sus cuerpos. (Gé 3:17-19; Ro 5:12; véase ADÁN núm. 1.)
“El hombre que somos interiormente.” Personalidad”. Cuando la Biblia habla del conflicto que el cristiano tiene con la carne caída y pecaminosa, usa las expresiones el “hombre que soy por dentro”, “el hombre que somos interiormente” y frases similares. (Ro 7:22; 2Co 4:16; Ef 3:16.) Esas expresiones son apropiadas debido a que los cristianos han sido “hechos nuevos en la fuerza que impulsa su mente”. (Ef 4:23.) La fuerza o inclinación que dirige su mente es espiritual. Se esfuerzan por ‘desnudarse de la vieja personalidad [literalmente, “el viejo hombre”] y vestirse de la nueva personalidad [literalmente, “el (hombre) nuevo”]’. (Col 3:9, 10; Ro 12:2.) Cuando los cristianos ungidos son bautizados en Cristo, son “bautizados en su muerte”; la vieja personalidad es fijada en un madero, “para que [el] cuerpo pecaminoso [sea] hecho inactivo”. Pero hasta el momento de su muerte en la carne y su resurrección, el cuerpo carnal todavía está allí para luchar en contra del “hombre espiritual”. Es una lucha difícil, por lo que Pablo dice: “En esta casa de habitación verdaderamente gemimos”. Pero a menos que esos cristianos se rindan y sigan deliberadamente los deseos de la carne, el sacrificio de rescate de Jesucristo cubre los pecados de la vieja personalidad, con los deseos carnales que obran en sus miembros. (Ro 6:3-7; 7:21-25; 8:23; 2Co 5:1-3.)
Conócete a ti mismo
Existen por lo menos 3 versiones de quienes somos nosotros mismos realmente: El que nosotros creemos ser, el que los demás piensan que somos, y el que realmente somos. Muchas personas viajan y experimentan toda clase de experiencias para como ellos dicen: "Encontrarse ellos mismos", lamentablemente muchos se quedan perdidos en un mar de dudas o en alguna experiencia que les costó la salud, la familia, la economía o incluso la vida. No obstante por suerte o desgracia a muchos de nosotros se nos presentan en la puerta de casa muchas oportunidades para conocernos a nosotros mismos y saber quiénes somos realmente. He aquí una lista de oportunidades que nos ayudan a identificarnos como personas:
1. Cuando recibimos un regalo o encomio. |
El hombre espiritual. Lit.: “el espiritual”. Gr.: ho [...] pneu·ma·ti·kós; Vgc lat.: spi·ri·tu·á·lis. En esos casos la Biblia especifica el objeto (cuerpo, bendición, comprensión, casa) al que califica el adjetivo “espiritual”. Pero en otros casos, el contexto debe determinar el sentido y la debida traducción del término “espiritual”. (w93 15/10 pág. 28)
El apóstol contrasta al hombre espiritual con el hombre físico: “Pero el hombre físico [literalmente, “animal (de índole de alma)”] no recibe las cosas del espíritu de Dios, porque para él son necedad”. (1Co 2:14.) Este “hombre físico” no alude meramente a alguien que vive en la Tierra, alguien con un cuerpo carnal, puesto que, obviamente, los cristianos en la Tierra tienen cuerpos carnales. El hombre físico del que se habla aquí se refiere a alguien que carece de inclinación espiritual en su vida. Es “animal (de índole de alma)” porque sigue los deseos del alma humana y excluye las cosas espirituales.
Pablo continúa diciendo que el “hombre físico” no puede llegar a conocer las cosas del espíritu de Dios “porque se examinan espiritualmente”. Luego agrega: “Sin embargo, el hombre espiritual examina de hecho todas las cosas, pero él mismo no es examinado por ningún hombre”. El hombre espiritual tiene entendimiento de lo que Dios revela; también ve la posición y el derrotero incorrectos del hombre físico. No obstante, el hombre físico no es capaz de entender la posición, las acciones y el derrotero de vida del hombre espiritual; tampoco puede ningún hombre juzgar al hombre espiritual, puesto que solo Dios es su Juez. (Ro 14:4, 10, 11; 1Co 4:3-5.) Como ilustración y argumento, el apóstol añade: “Porque ‘¿quién ha llegado a conocer la mente de Jehová, para que le instruya?’”. Nadie, por supuesto. “Pero —dice Pablo de los cristianos— nosotros sí tenemos la mente de Cristo.” Los cristianos llegan a ser hombres espirituales al conseguir la mente de Cristo, que les permite conocer a Jehová y sus propósitos. (1Co 2:14-16.)
Véanse ANCIANO; HIJO DEL HOMBRE
Test de personalidad
Di exactamente qué ves en esta imagen y te diré algo interesante sobre tu personalidad En nuestra sociedad, estamos muy acostumbrados a relacionarnos con aquellas personas de quienes podemos sacar conclusiones acerca de su personalidad a través de sus gestos. La forma de expresarse, caminar, relacionarse o incluso las posiciones de sueño pueden revelar rasgos importantes sobre las personas. La caligrafía de una persona puede indicar la personalidad a la que nos enfrentamos, pero a lo largo de los años se han desarrollado distintos test ópticos para determinar distintos rasgos del carácter de las personas. Por supuesto, no hay que olvidar que aunque estén basadas en la ciencia, no debemos juzgar de antemano a las personas (1Sa 16:7.) Esto es una sencilla prueba para ti. ¿Qué es lo primero que ves en esta imagen? ¿Viste una mujer joven o un anciano? En el caso de que hayas visto ambos, toma como referencia el rostro que viste más rápido. Si viste primero la mujer, eres una persona alegre y optimista. La felicidad es una de las prioridades en tu vida, pero por otro lado, te cuesta aceptar los obstáculos en tu camino. Confía en Jehová y en tu experiencia para tomar decisiones importantes y verás que a través de tu iniciativa, siempre saldrás adelante. Por otra parte, si viste el anciano primero, significa que eres una persona que analiza todo antes de tomar decisiones importantes. Eres perfeccionista y a veces los demás no entienden tu punto de vista. No te preocupes por eso, ya que detrás de tus ideas puede estar la mente de un creador o artista inspirado. |
Con esta expresión se denomina al hijo que ha perdido a su padre. Tanto el huérfano de padre como la viuda estarían más expuestos a sufrir opresión y a pasar dificultades por no tener en la casa un hombre que los apoyara y protegiera sus intereses. Por consiguiente, bajo la Ley se cuidaba de su bienestar, y no solo se aseguraba la justicia para el huérfano de padre, la viuda y el residente forastero, sino también las provisiones para su sustento. (Éx 22:22-24; Dt 24:17.) Las rebuscas que quedaban en el campo, en los olivos y en las viñas estaban disponibles para estos necesitados. (Dt 24:19-21.) Se les invitaba expresamente a que participaran en la fiesta de la recolección (fiesta de las cabañas), una celebración anual en la que había abundancia y durante la cual podían disfrutar de los banquetes que acompañaban a esta ocasión. (Dt 16:9-14.) Cada tres años el diezmo especial que los israelitas solían comer en Jerusalén se depositaba dentro de las puertas de sus ciudades. El huérfano de padre estaba autorizado legalmente a obtener una porción de este diezmo. (Dt 14:28, 29; 26:12, 13.)
¿Cuánta importancia tiene que los siervos de Dios se preocupen por los huérfanos? Puesto que era fácil pasar por alto a estos afligidos e indefensos, Jehová usó la expresión “huérfano de padre” con relación al grado de justicia alcanzado por Israel o su desviación de ella. Cuando la nación disfrutaba de buena salud espiritual, se cuidaba al huérfano de padre; sin embargo, cuando se pervertía la justicia en la tierra, caía en el olvido, y este era un síntoma de decadencia nacional. (Sl 82:3; 94:6; Isa 1:17, 23; Jer 7:5-7; 22:3; Eze 22:7; Zac 7:9-11; Mal 3:5.) La maldición de Jehová recaería sobre aquellos que oprimiesen al huérfano de padre. (Dt 27:19; Isa 10:1, 2.) Jehová habla de sí mismo como su Redentor (Pr 23:10, 11), Ayudador (Sl 10:14) y Padre (Sl 68:5). Él es quien ejecuta juicio a su favor (Dt 10:17, 18), les muestra misericordia (Os 14:3), les da alivio (Sl 146:9) y los conserva vivos. (Jer 49:11.)
Una de las marcas que identifican al cristianismo verdadero es la consideración a las personas afligidas por la pérdida de los padres o del esposo. El discípulo Santiago escribe a los cristianos: “La forma de adoración que es limpia e incontaminada desde el punto de vista de nuestro Dios y Padre es esta: cuidar de los huérfanos y de las viudas en su tribulación, y mantenerse sin mancha del mundo”. (Snt 1:27.)
La palabra griega para huérfano (or·fa·nós) se usa en sentido figurado en Juan 14:18, y se ha traducido de diferentes maneras: “desamparados” (NBE, edición española), “abandonados” (BI; EMN, 1988; Sd; VP), “desconsolados” (NM).
Al igual que la palabra hebrea `av (padre), `em (madre) es probablemente una palabra onomatopéyica que refleja uno de los primeros sonidos labiales del niño. El término puede referirse a la madre, a una madrastra (Gé 37:10; compárese con Gé 30:22-24; 35:16-19) y también a una antepasada, pues Eva, la esposa de Adán, fue “la madre de todo el que viviera”. (Gé 3:20; 1Re 15:10.) La palabra griega para “madre” es më·tër. Estos términos también se usan en sentido figurado.
Las mujeres hebreas tenían muy arraigado en su corazón el deseo de tener familia numerosa, especialmente debido a las promesas de Dios de convertir a Israel en una nación populosa y de que por medio de esa nación vendría la descendencia prometida. (Gé 18:18; 22:18; Éx 19:5, 6.) El que una mujer no tuviera hijos se consideraba una de las mayores desgracias. (Gé 30:1.)
Bajo el pacto de la Ley, una mujer era “inmunda” en sentido religioso después del nacimiento de un niño durante cuarenta días (siete más treinta y tres), y si era una niña, el doble de ese tiempo, es decir, ochenta días (catorce más sesenta y seis). (Le 12:2-5.) Durante los siete y los catorce días, respectivamente, era inmunda para todas las personas, incluido su esposo, pero en el caso de los treinta y tres y sesenta y seis días, respectivamente, era inmunda solo en lo relativo a las cosas sagradas y las relacionadas con el servicio religioso en el santuario.
Las madres hebreas daban el pecho a sus hijos hasta los tres años, y algunas veces hasta los cinco o más, pues creían que cuanto más tiempo los amamantaran, más fuertes crecerían. (Véase DESTETE.) Si la madre moría o no tenía suficiente leche, se recurría a una nodriza. Por lo tanto, la expresión “de los pequeñuelos y de los lactantes” que aparece en la Biblia podría incluir a los que tuvieran suficiente edad para ser destetados, adquirir el conocimiento necesario a fin de alabar a Jehová y recibir preparación en el santuario. (Mt 21:15, 16; 1Sa 1:23, 24; 2:11.)
Había una intimidad especial entre la madre y los hijos, pues ella los cuidaba directamente hasta que los destetaba, momento en que el padre empezaba a dirigir de modo más personal la educación del hijo. La posición de la madre en la casa era de reconocida importancia. Había que respetarla aun en su vejez. (Éx 20:12; 21:15, 17; Pr 23:22; Dt 5:16; 21:18-21; 27:16.) Por supuesto, su posición siempre era secundaria a la de su esposo, a quien tenía que respetar y obedecer. De niño, Jesús se sometió a su padre adoptivo José y a su madre María. (Lu 2:51, 52.)
Cuando el padre tenía más de una esposa, los hijos se valían de la palabra “madre” para distinguir a su progenitora de las demás esposas de su padre. Igualmente, la expresión “hijos de mi madre” se usaba para diferenciar a los medio hermanos de los hermanos carnales. (Jue 8:19; Gé 43:29.)
La madre debía transmitir a los hijos las instrucciones y mandatos del padre y procurar que se cumplieran. (Pr 1:8; 6:20; 31:1.) Administraba la casa teniendo presente las directrices de su esposo. Dar a luz hijos y criarlos debidamente la mantenía ocupada y en cierto modo evitaba que se hiciese chismosa o se entremetiese en asuntos ajenos. Mantenerse firme en la fe la protegería. (1Ti 5:9-14; 2:15.) Una buena madre preparaba el alimento, la ropa para el hogar, para sus hijos y para otros miembros de la casa, de tal modo que su esposo e hijos tendrían sobradas razones para alabarla ante otros. (Pr 31:15, 19, 21, 28.)
Uso figurado. La palabra “madre” tiene en Jueces 5:7 el sentido de mujer que atiende y cuida a otros. Pablo comparó la ternura que sentía hacia los que había introducido en la verdad, sus hijos espirituales, con la de una “madre que cría”. (1Te 2:7; véase AMABILIDAD.)
Debido a la estrecha relación espiritual que existe en la congregación, las mujeres cristianas son como madres y hermanas de sus compañeros cristianos, por lo que se las ha de tratar con el mismo respeto y castidad. (Mr 3:35; 1Ti 5:1, 2.) A las esposas cristianas que siguen el buen ejemplo de Sara, la esposa de Abrahán, se las llama “hijas” de ella. (1Pe 3:6.)
Como el cuerpo del hombre se hizo “del polvo del suelo”, la Tierra puede asemejarse a su “madre”. (Gé 2:7; Job 1:21.) A veces se describe una ciudad como si se tratase de una madre, y a sus habitantes se les llama sus hijos. En el caso de Jerusalén, la ciudad, como sede del gobierno, representó a toda la nación, y a los israelitas se les consideró sus hijos. (Gál 4:25, 26; Eze 23:4, 25; compárese con Sl 137:8, 9.) También se decía que una gran ciudad era como una madre para sus “poblaciones dependientes” circundantes, o, literalmente, sus “hijas”. (Eze 16:46, 48, 53, 55; véase nota del vs. 46.) A Babilonia la Grande, “la gran ciudad”, se la llama “la madre de las rameras y de las cosas repugnantes de la tierra”. (Apo 17:5, 18.)
Madre
Dos amigas se encontraban tomando un café y una le comenta en tono de queja a la otra: -“Mi mamá me llama mucho por teléfono para pedirme que vaya a platicar con ella. Yo voy poco y en ocasiones siento que me molesta su forma de ser. Ya sabes como son los viejos: cuentan las mismas cosas una y otra vez. Además, nunca me faltan los compromisos: con el trabajo, mi novio, y los amigos…”
-“Yo en cambio…” – le dijo su compañera – “…platico mucho con mi mamá. -“Caramba” se apenó la otra “… Eres mejor que yo.”
-“No lo creas, soy igual que tu“, respondió la amiga con tristeza,
“Murió hace tiempo, pero mientras estuvo conmigo, tampoco iba a platicar con ella y pensaba lo mismo que tú. Si de algo te sirve mi experiencia, platica con tu mamá hoy que todavía la tienes, valora su presencia resaltando sus virtudes que seguro las tiene y trata de hacer a un lado sus errores que de una forma u otra ya forman parte de su ser. No esperes a que esté en un panteón, porque ahí la reflexión duele hasta el fondo del alma, porque entiendes que ya nunca podrás hacer lo que dejaste pendiente, será un hueco que nunca podrás llenar, no permitas que te pase lo que me pasó a mi.
En el automóvil, iba pensando en las palabras de su amiga. Desafortunadamente no siempre valoramos el cariño o la amistad que otras personas nos ofrecen, y en ocasiones lo perdemos miserablemente, porque no lo supimos cuidar, hasta que ya no nos pertenece (Ex 20:12; Dt 27:16.) |
Unión de un hombre y una mujer como esposos, según la norma de Dios. El matrimonio es una institución divina, originada por Jehová en Edén, y núcleo del círculo familiar. El propósito fundamental del matrimonio era la multiplicación del género humano. Jehová, el Creador del hombre y de la mujer, decretó que esta multiplicación se efectuara por medio del matrimonio (Gé 1:27, 28), y solemnizó la primera boda humana (Gé 2:22-24).
El matrimonio formaría un vínculo permanente entre el hombre y la mujer, de modo que pudieran ayudarse mutuamente. Al vivir juntos en amor y confianza, podrían disfrutar de gran felicidad. Jehová creó a la mujer como una compañera del hombre, y al formarla de la costilla de este, la convirtió en su pariente carnal más cercano, su propia carne. (Gé 2:21.) Como Jesús comentó, no fue Adán, sino Dios, quien dijo: “Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se adherirá a su esposa, y los dos serán una sola carne”. Estas palabras muestran sin lugar a dudas que desde el principio la norma de Jehová Dios para el matrimonio ha sido la monogamia. (Mt 19:4-6; Gé 2:24.)
El matrimonio era el estado común en la sociedad hebrea. En las Escrituras Hebreas no existe ninguna palabra para soltero. Siendo que el propósito básico del matrimonio era tener hijos, se comprende la declaración de la familia de Rebeca cuando la bendijeron: “Que llegues a ser millares de veces diez mil” (Gé 24:60); también, el ruego de Raquel a Jacob: “Dame hijos, o si no seré mujer muerta”. (Gé 30:1.)
El matrimonio no solo afectaba a la familia, sino también a toda la tribu o comunidad patriarcal, pues podía incidir en la fuerza de la tribu, así como en su economía. Por esta razón, la selección de una esposa y todos los acuerdos, lo que abarcaba los económicos, tenían que fijarlos los padres o tutores implicados, aunque a veces se buscaba el consentimiento de los contrayentes (Gé 24:8) y no se solían pasar por alto los sentimientos románticos de ambos. (Gé 29:20; 1Sa 18:20, 27, 28.) Por lo general, los padres del joven llevaban a cabo los primeros pasos o proposiciones, pero a veces eran los padres de la muchacha, en especial si había diferencia de rango. (Jos 15:16, 17; 1Sa 18:20-27.)
Parece que la costumbre general consistía en que un hombre buscase una esposa entre sus propios parientes o dentro de su tribu, como se deduce de lo que Labán le dijo a Jacob referente a su hija: “Mejor me es darla a ti que darla a otro hombre”. (Gé 29:19.) Los adoradores de Jehová, sobre todo, seguían esta costumbre, como Abrahán, quien envió a buscar de entre sus parientes en su propio país una esposa para su hijo Isaac, más bien que tomar una de las hijas de los cananeos, en medio de los que estaba morando. (Gé 24:3, 4.) Se desaprobaban y se desanimaban con firmeza los matrimonios con los que no adoraban a Jehová. Era una forma de deslealtad. (Gé 26:34, 35.) Bajo la Ley, estaban prohibidas las alianzas matrimoniales con personas de las siete naciones cananeas. (Dt 7:1-4.) Sin embargo, un soldado podía casarse con una virgen cautiva de otra nación extranjera después de un período de purificación, durante el cual ella estaba de duelo por sus padres muertos y se deshacía de todas sus conexiones religiosas del pasado. (Dt 21:10-14.)
Dote. Antes de que se concertase el contrato matrimonial, el joven, o su padre, tenía que pagar al padre de la muchacha la dote o precio de la novia. (Gé 34:11, 12; Éx 22:16; 1Sa 18:23, 25.) Este hecho se consideraba una compensación por la pérdida de los servicios de la hija y por los problemas y gastos que los padres habían tenido al cuidarla y educarla. A veces se pagaba la dote con ciertos servicios a favor del padre. (Gé 29:18, 20, 27; 31:15.) En la Ley había un precio de compra determinado para una virgen que no estaba comprometida y a la que seducía un hombre. (Éx 22:16.)
Formalización del matrimonio. El rasgo central y característico de la boda propiamente dicha era la manera solemne de llevar a la novia de la casa de su padre a la casa de su esposo en la fecha acordada; con este acto se manifestaba el significado del matrimonio, representado por la admisión de la novia en la familia del esposo. (Mt 1:24.) Antes de la Ley, en los días de los patriarcas, la boda consistía simplemente en lo antedicho. Era un acontecimiento totalmente civil. No había ninguna ceremonia o rito religioso, y ningún sacerdote oficiaba o daba validez al matrimonio. El novio llevaba a la novia a su casa, o a la tienda o casa de sus padres. Se daba a conocer públicamente, se reconocía y se registraba, y el matrimonio ya era válido. (Gé 24:67.)
Sin embargo, tan pronto como se concertaba el casamiento y los contrayentes estaban comprometidos, se les consideraba como si estuvieran unidos en matrimonio. Por ejemplo: las hijas de Lot todavía estaban en su casa, bajo la jurisdicción de su padre, pero a los hombres que estaban comprometidos con ellas se les llamó los “yernos [de Lot] que habían de tomar a sus hijas”. (Gé 19:14.) Aunque Sansón nunca se casó con cierta mujer filistea, sino que solo estuvo comprometido con ella, se la llama su esposa. (Jue 14:10, 17, 20.) La Ley decretaba que si una muchacha comprometida cometía fornicación, había que darle muerte a ella y al hombre culpable. Si había sido violada, se tenía que dar muerte al hombre. Sin embargo, cualquier caso que tuviera que ver con una muchacha que no estuviese comprometida se trataba de manera diferente. (Dt 22:22-27.)
Los matrimonios se registraban. Bajo la Ley, tanto los matrimonios como los nacimientos que resultaban de la unión se inscribían en registros oficiales de la comunidad. Por esta razón tenemos una genealogía exacta de Jesucristo. (Mt 1:1-16; Lu 3:23-38; compárese con Lu 2:1-5.)
Celebración. Aunque en Israel las bodas no iban acompañadas de ninguna ceremonia, se celebraban con gran gozo. El día de la boda, la novia se arreglaba con esmero en su propia casa. Primero se bañaba y se untaba con aceite perfumado. (Compárese con Rut 3:3 y con Eze 23:40.) A veces, ayudada por sirvientas, se ponía “fajas para los pechos” y un vestido blanco espléndidamente bordado, dependiendo de su condición social. (Jer 2:32; Apo 19:7, 8; Sl 45:13, 14.) Si podía, se engalanaba con adornos y joyas (Isa 49:18; 61:10; Apo 21:2), y después se cubría con una prenda fina, una especie de velo, que se extendía de la cabeza a los pies. (Isa 3:19, 23.) Esto explica por qué Labán pudo engañar fácilmente a Jacob, de manera que este no se dio cuenta de que se le daba a Lea en lugar de a Raquel. (Gé 29:23, 25.) Rebeca se puso una mantilla cuando se dirigía al encuentro de Isaac. (Gé 24:65.) Este acto simbolizaba la sumisión de la novia a la autoridad del novio. (1Co 11:5, 10.)
El novio se vestía también con su mejor atavío y frecuentemente con una prenda hermosa para la cabeza y una guirnalda encima. (Can 3:11; Isa 61:10.) Partía de su casa al anochecer y se dirigía a la casa de los padres de la novia acompañado por sus amigos. (Mt 9:15.) Desde allí, la procesión, acompañada de músicos, cantores y, normalmente, de personas que llevaban lámparas, se dirigía hacia la casa del novio o la casa de su padre.
Aquellos que se encontraban a lo largo de la ruta tomaban gran interés en la procesión. Las voces de la novia y del novio se oían con alborozo. Algunos se unían a la procesión, en especial doncellas que llevaban lámparas. (Jer 7:34; 16:9; Isa 62:5; Mt 25:1.) El novio podía pasar un tiempo considerable en su casa y después la procesión también podía demorarse antes de partir de la casa de la novia, por lo que sería bastante tarde y algunos de los que esperaban a lo largo del camino podrían adormecerse, como en la ilustración de Jesús sobre las diez vírgenes. El cantar y el alborozo se podían oír a cierta distancia, y los que lo oían gritaban: “¡Aquí está el novio!”. Los servidores estaban preparados para dar la bienvenida al novio cuando llegase, y los que estaban invitados a la cena de bodas podían entrar en la casa. Después que el novio y su séquito habían entrado en la casa y se cerraba la puerta, era demasiado tarde para que entraran los invitados que se habían retrasado. (Mt 25:1-12; 22:1-3; Gé 29:22.) Se consideraba un gran insulto rehusar la invitación a un banquete de bodas. (Mt 22:8.) En algunas ocasiones, a los invitados se les proporcionaban trajes (Mt 22:11), y con frecuencia aquel que había extendido la invitación era quien designaba los lugares que se debían ocupar. (Lu 14:8-10.)
El amigo del novio. “El amigo del novio” desempeñaba un papel muy importante en la celebración de la boda, y se le consideraba como aquel que unía a los novios. Se regocijaba cuando oía la voz del novio conversando con la novia, y se sentía contento de haber visto su labor bendecida con un final feliz. (Jn 3:29.)
Prueba de virginidad. Después de la cena, el esposo llevaba a su novia a la cámara nupcial. (Sl 19:5; Joe 2:16.) En la noche de bodas se usaba una tela o prenda, y después se guardaba o se daba a los padres de la esposa para que las señales de la sangre de la virginidad de la muchacha constituyeran una protección legal para ella en el caso de que más tarde se la acusase de no haber sido virgen o de haber sido una prostituta antes de la boda. De otra manera, podían lapidarla por haberse presentado en matrimonio como una virgen sin mancha y haber acarreado gran oprobio a la casa de su padre. (Dt 22:13-21.) Esta costumbre de guardar la tela ha continuado vigente en algunos pueblos del Oriente Medio hasta tiempos recientes.
Privilegios y responsabilidades. El esposo era el cabeza de la casa, y a él se le dejaba la decisión final en cuanto a los asuntos que afectaban al bienestar y la economía de la familia. Si creía que la familia se vería afectada de manera adversa, hasta podía anular un voto de su esposa o hija. El hombre comprometido con una mujer también debía tener esta autoridad. (Nú 30:3-8, 10-15.) El esposo era el señor, el amo de la casa, y se le consideraba el dueño (heb. bá·`al) de la mujer. (Dt 22:22.)
El capítulo 31 de Proverbios enumera algunas de las responsabilidades de la esposa para con su esposo o dueño, que incluían el trabajo de la casa, hacer y cuidar la ropa, algunas compras y ventas y la supervisión general del hogar. Aunque la mujer estaba en sujeción y en cierto sentido era propiedad del esposo, disfrutaba de una excelente posición y muchos privilegios. Su esposo tenía que amarla, aun en el caso de que fuese la esposa secundaria o de que se la hubiese tomado cautiva. No la debía maltratar ni discriminar en el débito conyugal, y tenía que darle alimento, ropa y protección. Asimismo, el esposo no podía constituir como primogénito al hijo de su esposa favorita a costa del hijo de la esposa “odiada” (es decir, menos querida). (Éx 21:7-11; Dt 21:11, 14-17.) Los hebreos fieles amaban a sus esposas, y si la esposa era sabia y vivía en armonía con la ley de Dios, el esposo la escuchaba y aprobaba sus acciones. (Gé 21:8-14; 27:41-46; 28:1-4.)
Se protegía incluso a la virgen no comprometida a la que había seducido un hombre que no estaba casado, pues, si el padre lo permitía, el seductor tenía que casarse con la muchacha y no se podía divorciar de ella en todos sus días. (Dt 22:28, 29.) Si el esposo acusaba formalmente a la esposa de no haber sido virgen cuando se casaron y la acusación resultaba falsa, se le imponía una multa al esposo y nunca se podía divorciar de ella. (Dt 22:17-19.) En caso de que resultase inocente una mujer acusada de cometer adulterio en secreto, su esposo tenía que dejarla encinta para que pudiera dar a luz un hijo y así demostrar en público su inocencia. Se respetaba la dignidad de la persona de la esposa. Estaba prohibido tener relaciones con ella durante la menstruación. (Le 18:19; Nú 5:12-28.)
Matrimonios prohibidos. Además de estar prohibidas las alianzas matrimoniales con los que no adoraban a Jehová, en especial con las siete naciones de la tierra de Canaán (Éx 34:14-16; Dt 7:1-4), estaba prohibido casarse dentro de ciertos grados de consanguinidad o afinidad. (Le 18:6-17.)
A un sumo sacerdote le estaba prohibido casarse con una viuda, una mujer divorciada, una violada o una prostituta, pues se tenía que casar solo con una virgen de su pueblo. (Le 21:10, 13, 14.) A los otros sacerdotes tampoco se les permitía casarse con una prostituta, una mujer violada o una mujer divorciada de su esposo. (Le 21:1, 7.) Según Ezequiel 44:22, se podían casar con una virgen de la casa de Israel o una viuda de otro sacerdote.
Si una hija heredaba propiedades, no se podía casar con alguien que no fuera de su tribu. De esta manera se evitaba que la posesión hereditaria pasase de tribu en tribu. (Nú 36:8, 9.)
Divorcio. Cuando el Creador instituyó el matrimonio, no dispuso que hubiese divorcio. El hombre tenía que adherirse a su esposa y tenían “que llegar a ser una sola carne”. (Gé 2:24.) De modo que el hombre tendría una sola esposa que sería una carne con él. El divorcio tuvo su comienzo después de la caída del hombre en el pecado, y de la imperfección y degradación consecuentes.
Cuando Dios dio la Ley a Israel, no obligó a seguir la norma original, sino que reguló el divorcio para que no afectara negativamente a la familia israelita. Sin embargo, a su debido tiempo Dios restableció la norma original. Jesús declaró el principio que debía regir en la congregación cristiana: la “fornicación” (gr. por·néi·a) es la única base válida para el divorcio. Explicó que Dios no obligó a los israelitas por medio de Moisés a seguir esta norma debido a su dureza de corazón. (Mt 19:3-9; Mr 10:1-11.)
Por lo tanto, la única causa que puede romper el matrimonio en la congregación cristiana, aparte de la muerte, que lo deja sin efecto, es la fornicación, que hace que el ofensor llegue a ser ilícitamente una sola carne con otra persona. La parte inocente puede usar este hecho como base para disolver el matrimonio, si así lo desea, y volver a casarse. (Mt 5:32; Ro 7:2, 3.) Aparte de esta concesión en caso de “fornicación” (gr. por·néi·a), las Escrituras Griegas aconsejan a los cristianos que no se separen de sus cónyuges, sean creyentes o incrédulos, y requiere que si lo hacen, no tengan relaciones sexuales con nadie más. (1Co 7:10, 11; Mt 19:9.)
Bajo la Ley, el esposo podía divorciarse de su esposa si hallaba algo “indecente” en ella. Esto no incluía el adulterio, pues este se castigaba con la muerte. Podía ser una grave falta de respeto al esposo o a la casa de su padre, o algo que acarreara oprobio a la familia. El esposo tenía que darle un certificado escrito de divorcio, lo que implica que a la vista de la comunidad el divorcio tenía que estar justificado. Como el certificado era un documento legal, tendría que contar con la aprobación de los ancianos o autoridades de la ciudad. La mujer podía volver a casarse y el certificado la protegía de ser acusada por ello de adulterio. No se permitía el divorcio al hombre que seducía a una muchacha antes de casarse o que acusaba falsamente a su mujer de no ser virgen cuando se había dado en matrimonio. (Dt 22:13-19, 28, 29.)
Si después del divorcio una mujer se casaba con otro hombre y este más tarde se divorciaba de ella o moría, el esposo original no podía casarse con ella de nuevo. Esta ley impedía que se provocara el divorcio o quizás incluso hasta que se tramara la muerte del segundo esposo para que la pareja original pudiera volver a casarse. (Dt 24:1-4.)
Jehová odiaba el divorcio injusto, sobre todo cuando se traicionaba a una adoradora fiel con el objeto de casarse con una mujer pagana, que no pertenecía a su pueblo escogido. (Mal 2:14-16.) ★Divorcio
Poligamia.
“Poliginia”, se define como “matrimonio de un hombre con dos o más mujeres a la vez”. (w95 15/7 pág. 12 párr. 10)
La norma original de Dios para la humanidad no contemplaba la poligamia, ya que el esposo y la esposa tenían que llegar a ser una sola carne, y esa práctica se prohibió expresamente en la congregación cristiana. Los superintendentes y siervos ministeriales, que han de ser ejemplos en la congregación, deben ser hombres que no tengan más de una esposa viva. (1Ti 3:2, 12; Tit 1:5, 6.) Este hecho está en armonía con lo que el verdadero matrimonio tendría que representar: la relación de Jesucristo y su congregación, la única esposa que Jesús posee. (Ef 5:21-33.)
Al igual que ocurrió con el divorcio, aunque en un principio la poligamia no entraba en los planes de Dios, se toleró hasta el tiempo de la congregación cristiana. La poligamia dio comienzo poco después del pecado de Adán. La primera vez que se menciona en la Biblia es con respecto a un descendiente de Caín, Lamec, de quien se dice: “Procedió a tomar para sí dos esposas”. (Gé 4:19.) Con respecto a algunos de los ángeles, la Biblia menciona que antes del Diluvio “los hijos del Dios verdadero [...] se pusieron a tomar esposas para sí, a saber, todas las que escogieron”. (Gé 6:2.)
Bajo la ley patriarcal y bajo el pacto de la Ley se practicó el concubinato. La concubina estaba en una condición reconocida legalmente: su situación no era de fornicación ni adulterio. Según la Ley, si el hijo primogénito era el de la concubina, recibía de igual modo la herencia que correspondía al primogénito. (Dt 21:15-17.)
Sin duda el concubinato y la poligamia permitieron que los israelitas se multiplicaran con más rapidez, de modo que, si bien Dios no los había instituido, sino simplemente permitido y regulado, sirvieron en aquel tiempo para cierto propósito. (Éx 1:7.) Incluso Jacob, que entró en una relación polígama por engaño de su suegro, fue bendecido con doce hijos y algunas hijas de sus dos esposas y las criadas de estas, quienes llegaron a ser sus concubinas. (Gé 29:23-29; 46:7-25.)
¿Por qué permitió Dios que Abrahán, Jacob y Salomón tuvieran cada uno más de una esposa? Jehová no es el autor de la poligamia. Dio a Adán solamente una esposa. Más tarde, Lamec, descendiente de Caín, tomó para sí dos esposas (Gé 4:19). Con el tiempo otros imitaron su ejemplo, y algunos tomaron como concubinas a esclavas. Dios toleró la práctica, y bajo la Ley de Moisés hasta estableció medidas para asegurar que se tratara debidamente a las mujeres que estuvieran en tal relación. Hizo esto hasta que se estableció la congregación cristiana, pero entonces requirió que Sus siervos volvieran a la norma que él mismo había instituido en Edén.
En cuanto a Abrahán, él tomó a Sarai (Sara) como esposa. Cuando ella tenía unos 75 años de edad y creía que nunca tendría un hijo, ella pidió a su esposo que tuviera relaciones con la sirvienta suya para que Sarai pudiera tener un hijo legal mediante ella. Abrahán lo hizo, pero esto ocasionó graves desavenencias en su casa (Gé 16:1-4). Jehová cumplió su promesa a Abrahán respecto a una “descendencia” cuando, posteriormente, de manera milagrosa hizo que Sara misma llegara a estar embarazada (Gé 18:9-14). No fue sino hasta después de la muerte de Sara cuando Abrahán tomó otra esposa. (Gé 23:2; 25:1.)
Jacob llegó a ser polígamo debido a que su suegro lo engañó. La poligamia no era lo que Jacob tenía presente cuando fue a buscar una esposa en Padán-aram. El registro bíblico suministra suficientes detalles acerca de la desdichada rivalidad entre sus esposas. (Gé 29:18–30:24.)
Se sabe muy bien que Salomón tuvo muchas esposas, al igual que concubinas. Pero no todo el mundo está al tanto de que, al hacer esto, él estaba violando el mandamiento que Jehová había dado claramente en cuanto a que el rey “tampoco debe [...] multiplicarse esposas, para que no se desvíe su corazón” (Deu. 17:17). También debe notarse que, debido a la influencia de sus esposas extranjeras, Salomón se volvió a la adoración de dioses falsos y “empezó a hacer lo que era malo a los ojos de Jehová [...] Y Jehová llegó a estar enojado con Salomón”. (1 Rey. 11:1-9.)
El matrimonio cristiano. Jesucristo mostró que aprobaba el matrimonio cuando asistió al banquete de bodas en Caná de Galilea. (Jn 2:1, 2.) Como ya se ha indicado, la monogamia es la norma original de Dios, restablecida por Jesucristo en la congregación cristiana. (Gé 2:24; Mt 19:4-8; Mr 10:2-9.) Puesto que tanto al hombre como a la mujer se les dotó originalmente con la capacidad de expresar amor y afecto, esta institución tenía que ser feliz, bendita y pacífica. El apóstol Pablo usa la ilustración de Cristo como esposo y cabeza de la congregación, su novia. Él es un ejemplo perfecto de la tierna bondad y el cuidado que el esposo debería tener a su esposa, amándola como a su propio cuerpo. Pablo también señala que la esposa, por su parte, debe tenerle profundo respeto a su esposo. (Ef 5:21-33.) El apóstol Pedro aconseja a las esposas que se sometan a sus esposos y los atraigan por medio de su conducta casta, profundo respeto y espíritu tranquilo y apacible. Pone a Sara —quien llamaba “señor” a su esposo Abrahán— como ejemplo digno de imitar. (1Pe 3:1-6.)
En todas las Escrituras Griegas Cristianas se resalta la limpieza y la lealtad en el vínculo matrimonial. Pablo dice: “Que el matrimonio sea honorable entre todos, y el lecho conyugal sea sin contaminación, porque Dios juzgará a los fornicadores y a los adúlteros”. (Heb 13:4.) Asimismo, aconseja el respeto mutuo entre el esposo y la esposa, y que cumplan con el débito conyugal.
El consejo del apóstol de ‘casarse en el Señor’ está en armonía con la práctica de los antiguos siervos de Jehová de casarse solo con los que también eran adoradores verdaderos. (1Co 7:39.) Sin embargo, el apóstol aconseja a los que no están casados que pueden servir al Señor sin distracción si permanecen solteros. Menciona que en vista del tiempo, los que se casan deberían vivir ‘como si no tuviesen esposas’, es decir, no deberían dedicarse completamente a los privilegios y responsabilidades maritales para hacer de ellos el interés primordial de su vida, sino que deberían buscar y atender los intereses del Reino, al tiempo que no descuidaban sus responsabilidades matrimoniales. (1Co 7:29-38.)
Pablo aconsejó que no se incluyera a las viudas más jóvenes en la lista de personas a las que la congregación ayudaba solo porque expresaran el deseo de dedicarse en exclusiva a las actividades ministeriales cristianas; era mejor que se casaran de nuevo. Explica que sus impulsos sexuales podían inducirlas a desatender su expresión de fe, de modo que aceptaran el apoyo económico de la congregación como si fueran buenas trabajadoras, al tiempo que intentaban casarse y se volvían unas desocupadas y entremetidas. De ese modo incurrirían en un juicio desfavorable. El matrimonio, los hijos y el atender una casa, además de afianzarse en la fe cristiana, las mantendrían ocupadas y las protegerían de caer en el chisme y en las habladurías. Esto permitiría a la congregación socorrer a las viudas que tuvieran derecho a tal ayuda. (1Ti 5:9-16; 2:15.)
★Casarse “solo en el Señor” - (15-9-2011-Pg.14-§16-18)
★Consejo divino para la elección de un cónyuge - (20010515-Pg.16/305)
★Sigamos a Cristo, el líder perfecto - (15-5-2011-Pg.26)
Celibato.
El apóstol Pablo advierte que uno de los rasgos característicos de la apostasía que tenía que venir sería el celibato obligatorio, ‘el que se prohibiera casarse’. (1Ti 4:1, 3.) Algunos de los apóstoles estaban casados. (1Co 9:5; Lu 4:38.) Cuando Pablo expone los requisitos para los superintendentes y los siervos ministeriales de la congregación cristiana, dice que estos hombres, si estaban casados, solo deberían tener una esposa. (1Ti 3:1, 2, 12; Tit 1:5, 6.)
★¿Es el celibato un requisito para los ministros cristianos? - (19980608-Pg.16/337)
★¿Es obligatorio el celibato para los ministros cristianos? - (1-2-2017-Pg.8)
Incesto.
Relación sexual entre familiares consanguíneos muy cercanos o que proceden por su nacimiento de un tronco común. El incesto —del latín incestus, es decir, '"incasto", "no casto"— es la práctica de relaciones sexuales entre individuos muy próximos por consanguinidad —parentesco biológico o consanguíneo—. Se califican como incestuosas, en todas las culturas, a las relaciones sexuales entre hermanos, entre madres o padres y sus hijos, entre tíos y sobrinos, entre abuelos y nietos, y así todos los ancestros consanguíneos con sus descendientes. Aunque la consanguinidad es menor, en muchas culturas se consideran también incestuosas las relaciones sexuales entre tíos, primos y sobrinos.
★¿Cómo fue que Caín llegó a tener una esposa? - (1-9-2010-Pg.25)
★La Ley mosaica sobre el matrimonio entre parientes - (1-2-2002-Pg.29)
★Los matrimonios incestuosos... ¿cómo deben verlos los cristianos? - (15-8-1978-Pg.25)
★Padres, protejan a sus hijos - (200710-Pg.9*/290)
★¿Por qué permitió Dios en el pasado el matrimonio entre hermano y hermana? - (rs-Pg.239)
★Protejan a sus hijos - (Caleb-Lecc.17)
Los cristianos y las leyes civiles sobre el matrimonio. En la mayoría de los países de la Tierra hoy día el matrimonio está regulado por leyes de las autoridades civiles, el “César”, que el cristiano normalmente debe cumplir. (Mt 22:21.) La Biblia no dice en ningún lugar que el matrimonio requiera una ceremonia religiosa o los servicios de un clérigo. Como se hacía en tiempos bíblicos, el matrimonio debe legalizarse según las leyes del país, y tanto los matrimonios como los nacimientos han de registrarse siempre que la ley lo requiera. Ya que los gobiernos del “César” regulan de este modo el matrimonio, el cristiano tiene que recurrir a ellos para legalizar su matrimonio, y aún si quisiera utilizar el adulterio de su cónyuge como base bíblica para poner fin a su matrimonio, tendría que conseguir un divorcio legal si fuera posible. El cristiano que volviera a casarse sin mostrar el debido respeto a los requisitos bíblicos y legales violaría las leyes de Dios. (Mt 19:9; Ro 13:1.) ★¿Por qué es importante casarse legalmente? - (fg-Lecc.9-Pg.18-§1,2-Foto)
El matrimonio y la resurrección. Un grupo de opositores de Jesús que no creían en la resurrección le hicieron una pregunta con el propósito de ponerlo en un aprieto. En su respuesta reveló que “los que han sido considerados dignos de ganar aquel sistema de cosas y la resurrección de entre los muertos ni se casan ni se dan en matrimonio”. (Lu 20:34, 35; Mt 22:30.) ★"Hasta que la muerte nos separe" - (1-3-2010-Pg.18)
Usos simbólicos. A través de las Escrituras Jehová se presenta a sí mismo como un esposo. Se consideró casado con la nación de Israel. (Isa 54:1, 5, 6; 62:4.) Cuando Israel se rebeló al practicar la idolatría o algún otro tipo de pecado contra Dios, se dijo que había cometido prostitución al igual que una esposa infiel, de modo que Dios estaba justificado para divorciarse de esa nación. (Isa 1:21; Jer 3:1-20; Os 2.)
En el capítulo 4 de Gálatas, el apóstol Pablo asemeja la nación de Israel a la esclava Agar, la concubina de Abrahán, y al pueblo judío, a Ismael, el hijo de Agar. Tal como Ismael era el hijo de la esposa secundaria de Abrahán, así los judíos eran los hijos de la “esposa” secundaria de Jehová. El lazo que vinculaba a Israel con Jehová era el pacto de la Ley. Pablo asemeja la “Jerusalén de arriba”, la “mujer” de Jehová, a Sara, la esposa libre de Abrahán. Los cristianos son los hijos espirituales libres de esta mujer también libre, la “Jerusalén de arriba”. (Gál 4:21-31; compárese con Isa 54:1-6.)
Al igual que Abrahán, el gran Padre, Jehová Dios, supervisa la selección de una novia para su hijo Jesucristo, no una mujer terrestre, sino la congregación cristiana. (Gé 24:1-4; 2Te 2:13; 1Pe 2:5.) El “amigo del novio”, Juan el Bautista, a quien Jehová había mandado delante de su Hijo, le presentó a este los primeros miembros de su congregación. (Jn 3:28, 29.) Esta novia congregacional es “un solo espíritu” con Cristo, como su cuerpo. (1Co 6:17; Ef 1:22, 23; 5:22, 23.) Tal como en Israel la novia se bañaba y se adornaba, Jesucristo se asegura de que su novia, al prepararse para la boda, se bañe de manera que esté perfectamente limpia sin mancha o tacha. (Ef 5:25-27.) En el Salmo 45 y en Apocalipsis 21 se la describe adornada con hermosura para la boda.
En el libro de Apocalipsis, Jehová predice el tiempo en el que la boda de su Hijo se habría acercado y la novia estaría preparada: ataviada de lino fino, brillante y limpio. Se dice que los invitados a la cena de las bodas del Cordero están felices. (Apo 19:7-9; 21:2, 9-21.) La noche antes de morir, Jesús instituyó la Cena del Señor, es decir la Conmemoración de su muerte, y mandó a sus discípulos que siguieran observándola. (Lu 22:19.) Esta observancia se tenía que guardar ‘hasta que él llegase’. (1Co 11:26.) Del mismo modo que en tiempos antiguos el novio llegaba a la casa de la novia con el fin de sacarla de casa de sus padres y llevarla al hogar que él había preparado para ella en la casa de su padre, así Jesucristo viene para sacar a sus compañeros ungidos de su anterior hogar terrestre y llevarlos consigo, para que donde él esté, ellos también estén, en la casa de su Padre, en el cielo. (Jn 14:1-3.)
¿Qué puede contribuir a mejorar un matrimonio?
★1) Estudiar la Palabra de Dios juntos con regularidad y pedir ayuda a Dios en oración para resolver los problemas. (2 Tim. 3:16, 17; Pro. 3:5, 6; Fili. 4:6, 7.)
★2) Estimar el principio de jefatura. Esto coloca una responsabilidad de peso sobre el esposo (1 Cor. 11:3; Efe. 5:25-33; Col. 3:19). También exige que la esposa haga un esfuerzo diligente. (Efe. 5:22-24, 33; Col. 3:18; 1 Ped. 3:1-6.)
★3) Limitar el interés sexual al propio cónyuge (Pro. 5:15-21; Heb. 13:4). El que cada cónyuge se interese amorosamente en las necesidades del otro puede protegerlos de la tentación de cometer algún mal. (1 Cor. 7:2-5.)
★4) Hablarse de manera bondadosa y considerada uno al otro; evitar los arrebatos de cólera, las quejas y la crítica severa. (Efe. 4:31, 32; Pro. 15:1; 20:3; 21:9; 31:26, 28.)
★5) Industria y confiabilidad en el cuidado del hogar y de la ropa de la familia, también en la preparación de comidas sanas. (Tito 2:4, 5; Pro. 31:10-31.)
★6) Aplicar humildemente el consejo bíblico, sea que uno opine que la otra persona está haciendo todo lo que debe o no. (Rom. 14:12; 1 Ped. 3:1, 2.)
★7) Dar atención individualmente al desarrollo de cualidades espirituales. (1 Ped. 3:3-6; Col. 3:12-14; Gál. 5:22, 23.)
★8) Dar a los hijos, si los hay, el amor, la instrucción y la disciplina que necesitan. (Tito 2:4; Efe. 6:4; Pro. 13:24; 29:15.)
¿Ayudante o rival?
En una reunión de esposas coge la palabra una mujer y cuenta su historia: “Una vez yo llegué a casa y le dije a mi esposo: Yo vengo muy cansada del trabajo y a partir de hoy no voy a volver a cocinar. El primer día no vi nada, el segundo día no vi nada, el tercer día lo vi cocinando y desde ese día es el quien se encarga de la cocina.” “Bravo!, hurra!”, gritaban y aplaudían las mujeres.
Le toca el turno a otra que cuenta su historia: Cuenta su historia la última mujer: “Una vez yo llegué a casa y le dije a mi esposo: Yo vengo muy cansada del trabajo y a partir de hoy no voy a volver ni a cocinar ni a lavar ropa. El primer día no vi nada, el segundo día no vi nada, el tercer día ya veía un poquito por el ojo izquierdo.” Esta anécdota refleja muy bien la tendencia del mundo con referencia al matrimonio, pero en medio de las risas que puedan producir, se ven los dos extremos que han proliferado, un movimiento feminista y un típico espíritu machista. La Biblia no presenta ninguno de los dos, sino un modelo sano y edificante.
El matrimonio no es una competencia para ver quién es más fuerte, quién grita más alto o quién dice cosas más hirientes. Cuando Jehová creó a la primera pareja, enfatizó la necesidad de colaborar: Eva debía ser el “complemento” o ayudante de Adán (Ge 2:18). ★"¡Ya basta de aparentar que nos entendemosl" - (19930801-Pg.3*/452-Foto) |
¿Eres tóxico con tu pareja?
★Tienes un complejo de superioridad Algunas veces puedes ver el problema en tu espejo. Las personas desdeñosas destruyen sus relaciones porque consideran a su pareja como alguien inferior (Col 3:12, 14). Poner los ojos en blanco, torcer los labios o usar un tono sarcástico con tu pareja son señales inequívocas de desprecio. “El desprecio es degradante”, prácticamente “Le dice ‘eres un idiota'”. (Flp 2:3). ★Eres un gran manipulador “Se convierte en una triple amenaza cuando le ocultas información, le mientes y la manipulas para hacerle creer que ella tiene la culpa“, “Estás dañando tu relación irremediablemente”. ” (Pr 3:32.) ★Eres inseguro Los estudios sugieren que, como los individuos con poca autoestima temen el rechazo de su pareja, evitan las conductas que creen que podría causarlo, como expresar lo que verdaderamente sienten (1Co 13:4-7). Quizá lo mejor sea trabajar en ti mismo, a menos de que tu pareja esté dispuesta a apoyarte mientras fortaleces tu autoestima. “La clave para cambiar es rodearte de personas positivas que se preocupen por ti y te valoren”. De modo que aprendamos a vernos a través de los ojos de Dios. Saber que él considera deseables a los que lo aman y que confía en ellos —aunque se vean indignos— puede contribuir mucho a nuestra felicidad (1Jn 3:19, 20). “Pasa tiempo con tus amigos y con tu familia en lugar de buscar un nuevo amor”, pues eso solo trasladaría el problema. Y haz algo que te haga sentir bien contigo mismo, como ayudar a otras personas con la predicación del Reino o en actividades teocráticas. ★Siempre amenazas con terminar En lugar de recurrir a amenazas para lograr lo que quieres, aléjate para tranquilizarte y pensar racionalmente antes de empezar a decir frases erráticas de las que podrías arrepentirte después (Sl 141:3; Pr 13:3; 21:23). ★Eres impulsivo La doctora Cooper sugiere escribir un diario cuando sientas que te estás enojando para detectar la causa, o “medir tu enojo” en una escala de 0 a 10. Si sabes que pierdes la cabeza cuando llegas a 9, trata de recordar cómo te sentías estando en 2, y trata de controlarte hasta alcanzar un estado de mayor calma. Cuando te sientas llegar a un 6 o 7, aléjate para tranquilizar tus pensamientos y emociones. De no ser así, llegarás al 9 con facilidad (Pr 17:14). ★Nunca solucionas los problemas Los adultos tienden a emplear más estímulos negativos que información positiva como auxiliares para el aprendizaje, para formarse primeras impresiones o para analizar sus experiencias. Esto podría deberse a que la amígdala, el centro de procesamiento emocional del cerebro, está más armonizado con las emociones negativas porque suelen ser más intensas que las positivas. “Si nunca ofreces una disculpa ni admites que estás equivocado y que intentarás enmendarte, tu pareja solo juntará recuerdos negativos relacionados con tu injusticia“, dice el doctor Tatkin. “Eso romperá la relación” (Ef 4:26; Mt 7:12.) ★Eres adicto a las redes sociales Puede deberse a que estás compartiendo selfies escandalosas en lugar de escribir sobre tu relación, o a que coqueteas con tus exparejas o con desconocidos en Internet. (Pr 22:1). “Dejar que la tecnología te controle puede convertirte accidentalmente en la persona tóxica de tu relación”, dice la doctora Leder-Elder. “Tu deseo de obtener la validación de otras personas puede provocar celos innecesarios.” Es mejor sentarse y platicar sobre cómo las redes sociales pueden ayudar al éxito de su relación (Sl 26:4). ★Si usas las redes, no te enredes - (Colección de Vídeos) ★Pierdes amigos con rapidez “Muchas personas con conductas negativas no notan que lo son“, “No sabrás cómo corregirlo si no sabes qué estás haciendo mal”. Pregúntale a un amigo o a un ex en qué fallaste para saber por dónde comenzar (Pr 27:17). ★Solo piensas en ti mismo El narcisismo es un comportamiento difícil de superar, pero puedes lograrlo si te das cuenta de que has tratado mal a los demás y de que eres egoísta en tus relaciones. El primer paso para cambiar cualquier conducta es reconocer que existe un problema y buscar cómo resolverlo (2Ti 3:16, 17.). ★Eres voluble Desde el inicio, sé honesto sobre tus dudas con respecto a lo que quieres y necesitas de la relación. Así, la otra persona sabrá en lo que se está metiendo (Ef 4:24). ★Tus amigos y familiares causan problemas Para tratar de resolver la tensión, organiza una reunión para que tu pareja y tus seres queridos se conozcan. Si no funciona, quizá tengas que recurrir a una decisión muy compleja: o tu familia o tu pareja. Pero Leder-Elder afirma que hay que considerarla solamente si tu relación lleva mucho tiempo consolidada, en caso de que elijas al amor sobre los lazos de sangre (Mt 12:48-50). ★Evitas los conflictos a toda costa “Esto enloquece a tu pareja porque solamente puede conectar contigo en lo positivo”. La clave está en apartar tus incomodidades y compartir tus inquietudes a tu pareja, además de mostrar que estás ahí para apoyarla y escucharla (Pr 17:17). ★Nunca aceptas la responsabilidad por tus acciones Culpar a los demás es tu herramienta para ayudarte a rechazar los sentimientos incómodos, pero nadie tiene por qué soportarlo. Aceptar la responsabilidad por tus errores es uno de los muchos modos en que puedes ayudar a que tu relación sea duradera (Ec 11:9; Gal 6:7.) ★No muestras tus emociones “Las coloca en un tremendo estado de inseguridad porque lo interpretarán como una amenaza aunque no sea esa la intención”. Escucha con atención y realiza expresiones faciales y sonidos en respuesta a lo que te dice tu pareja. Así sabrá lo que estás pensando y no tendrá que sacar sus propias conclusiones (que podrían ser erróneas).
La Biblia recomienda: “Que su habla siempre sea con gracia, sazonada con sal, para que sepan cómo deben dar una respuesta a cada uno” (Col 4:6). ★Humillas a tu pareja “Tienes que ponerte en los zapatos del otro y comprender cómo te sentirías si te humillaran”, dice Sussman. “Mejor piensa en otras alternativas para decirle a tu pareja lo que te molesta, amorosamente y sin lastimarlo” (Ef 5:28; 5:33; 4:31). ★No defiendes a tu pareja “Una relación se basa en el amor y la seguridad; no en la atracción ni el romance”. “Si no estás cooperando a esa necesidad mutua de seguridad, no tiene sentido estar con otra persona”. Deja de quedarte callado y aprende a defender justamente lo que amas y debería tener prioridad en tu vida, poniendo a Jehová en primer lugar, seguido por tu pareja (Sl 127:1; Mr 12:30; Mt 19:5, 6). ★Tu pareja siempre es el último en enterarse
Si no, ese tipo de conducta puede interpretarse como una traición. “No deberías tener que pensar qué le dirás y qué no le dirás a tu pareja, debes ser tú mismo y sentir que tienes libertad para hablar”, si, deberíamos hablar libremente desde el corazón con nuestra pareja (Pr 27:9; 31:11). |
Conocido también como matrimonio de levirato; costumbre por la que un hombre se casaba con la viuda sin hijos de su hermano para producir descendencia y perpetuar su linaje. La palabra hebrea que significa “realizar matrimonio de cuñado” es ya·vám, que está emparentada con los términos hebreos para “cuñado” y “viuda del hermano”. Con el tiempo, esta costumbre se incorporó a la Ley mosaica (Gé 38:8; Dt 25:5, nota; 25:7.)
La ley concerniente al matrimonio de cuñado registrada en Deuteronomio 25:5, 6 decía: “En caso de que unos hermanos moren juntos y uno de ellos haya muerto sin tener hijo, la esposa del muerto no debe llegar a ser de un hombre extraño afuera. Su cuñado debe ir a ella, y tiene que tomarla por esposa y realizar con ella el matrimonio de cuñado. Y tiene que suceder que el primogénito que ella dé a luz debe suceder al nombre de su hermano muerto, para que el nombre de este no sea borrado de Israel”. Esta ley aplicaba tanto si el cuñado estaba casado como si no.
Jehová es Aquel “a quien toda familia en el cielo y en la tierra debe su nombre”. (Ef 3:15.) Él se interesa en la conservación del nombre y del linaje familiar. Se seguía este principio en los tiempos patriarcales y se incorporó más tarde en el pacto de la Ley con Israel. La mujer no tenía que “llegar a ser de un hombre extraño afuera”, es decir, no debía casarse con nadie que no fuera de la familia. Cuando su cuñado la tomaba, el primogénito debía llevar el nombre del difunto, no el del cuñado. Esto no significa que al niño hubiera que ponerle ese nombre, sino que por medio de él seguía la línea familiar y la posesión hereditaria continuaba perteneciendo a la familia del difunto.
Al parecer, las palabras “en caso de que unos hermanos moren juntos” no se referían a que vivieran en la misma casa, sino en la misma vecindad. Sin embargo, la Misná (Yebamot 2:1, 2) dice que se refieren a vivir, no en la misma comunidad, sino en el mismo tiempo. Por supuesto, el vivir a gran distancia habría hecho que a un hombre le resultara muy difícil encargarse de su propia herencia y de la de su hermano hasta que un heredero pudiese hacerlo. Este caso no sería frecuente, porque las herencias familiares solían estar en la misma zona.
Un ejemplo de matrimonio de cuñado en tiempos patriarcales es el caso de Judá. Judá dio a Tamar por esposa a su primogénito Er, pero Jehová le dio muerte debido a su iniquidad. “En vista de aquello, Judá dijo a Onán: ‘Ten relaciones con la esposa de tu hermano y realiza con ella matrimonio de cuñado y levanta prole para tu hermano’. Pero Onán sabía que la prole no llegaría a ser suya; y sucedió que, cuando sí tuvo relaciones con la esposa de su hermano, desperdició su semen en la tierra para no dar prole a su hermano.” (Gé 38:8, 9.) Debido a que no había querido cumplir con su obligación respecto al matrimonio de cuñado, Jehová también le dio muerte. Luego Judá le dijo a Tamar que esperara a que creciera su tercer hijo Selah, pero cuando llegó el tiempo, no le pidió a Selah que realizara el matrimonio de cuñado con Tamar.
Cuando murió la esposa de Judá, Tamar ideó una treta para conseguir que su suegro le diera un heredero. Se disfrazó con un chal y un velo y se sentó en el camino por el que sabía que tenía que pasar Judá. Este la tomó por una ramera y tuvo relaciones con ella. Tamar tomó unas prendas como prueba de sus relaciones con Judá, y cuando la verdad salió a la luz, Judá no la culpó, sino que admitió que había sido más justa que él. El registro dice que no tuvo más relaciones con ella cuando supo quién era. De modo que Judá, sin saberlo, le dio a Er un heredero mediante su nuera. (Gé 38.)
Si el fallecido no tenía más hermanos vivos, otros varones de la familia tenían que cumplir con este deber, como lo muestra el caso de Boaz, narrado en el libro bíblico de Rut (Rut 1:3, 4; 2:19, 20; 4:1-6).
En Marcos 12:20-22 leemos que unos miembros de la secta de los saduceos hicieron referencia al matrimonio de levirato, lo que indica que en los días de Jesús seguía celebrándose. ¿Cuál era el objetivo de esta práctica? Flavio Josefo, historiador judío del siglo primero, explica que no solo conservaba el nombre familiar, sino que también mantenía las propiedades en la familia y protegía a la viuda. En aquella época, la mujer no tenía derecho a heredar los bienes de su difunto esposo, mientras que el hijo nacido del matrimonio de levirato sí podía recibir las posesiones del fallecido.
La Ley permitía a los parientes negarse a “edificar la casa de su hermano” —es decir, cumplir con el matrimonio de cuñado—, pero tal actitud era considerada una deshonra (Deuteronomio 25:7-10; Rut 4:7, 8).
Bajo la Ley, en caso de que un cuñado no desease cumplir con su deber, la viuda tenía que llevar el asunto a los hombres de mayor edad de la ciudad e informarles de este hecho. El hombre debía comparecer delante de ellos y declarar que no deseaba casarse con ella. Entonces la viuda tenía que quitarle la sandalia del pie y escupirle en la cara. Después, al hombre “se le [tenía] que llamar por nombre en Israel: ‘La casa de aquel a quien le fue quitada la sandalia’”, una expresión de oprobio para su casa. (Dt 25:7-10.)
Puede que la costumbre de quitar la sandalia haya surgido del hecho de que cuando alguien tomaba posesión de una propiedad de tierra, lo hacía pisando el suelo con sus sandalias puestas y así hacía valer su derecho de posesión. Al quitarse la sandalia y dársela a otro, renunciaba a su derecho de propiedad ante los testigos ancianos que estaban en la puerta de la ciudad. (Rut 4:7.)
El libro de Rut aclara mejor este tema. Un hombre de Judea llamado Elimélec murió, así como sus dos hijos, y dejaron viudas a Noemí y a sus dos nueras. Un hombre al que en la Biblia se llama “Fulano” era un pariente cercano de Elimélec, quizás un hermano. Al ser el pariente más cercano, era el go·`él o recomprador. Este hombre rehusó cumplir con su deber, y él mismo se quitó la sandalia y probablemente se la dio a Boaz, el siguiente pariente más cercano, para cederle así el derecho de recompra. Boaz compró el terreno de Elimélec y por lo tanto tomó a Noemí, pero puesto que ella era demasiado mayor para dar a luz hijos, su nuera, la viuda Rut, se convirtió en la esposa de Boaz a fin de producir un hijo para el nombre de Elimélec. Cuando nació Obed, las vecinas dijeron: “Le ha nacido un hijo a Noemí”, pues consideraron al niño como hijo de Elimélec y Noemí. Boaz y Rut desempeñaron un servicio para Jehová, y el nombre que se le dio a su hijo significa “Siervo; Sirviente”. Esta solución tuvo la bendición de Jehová, ya que Obed fue antepasado de David, de modo que formó parte del linaje directo de Jesucristo. (Rut 4.)
El derecho de matrimonio de levirato por lo visto pasaba al pariente varón más cercano, según se establecía en la ley que regía la herencia sobre la propiedad, a saber, el hermano mayor, los otros hermanos por orden de edad, luego el tío paterno, etc. (Nú 27:5-11.) En la referencia que se hace al matrimonio de cuñado en Mateo 22:23-28 y Lucas 20:27-33, se deja entrever que el deber de casarse con la viuda sin hijos de un hombre pasaría de un hermano a otro en el caso de que estos fueran muriendo. Un hermano más joven no podía pasar por delante del hermano mayor, pues era este quien primero tenía la obligación, a menos que rehusase cumplir con ella.
Persona del sexo femenino, especialmente la que ha pasado la pubertad. La expresión hebrea para mujer es `isch·scháh (literalmente, “varona”), que también puede traducirse “esposa”. De igual modo, la palabra griega gy·në se traduce “mujer” y “esposa”.
Creación. Aun antes de que Adán siquiera solicitase una compañera humana, Dios, su Creador, se propuso crearla. Después de poner a Adán en el jardín de Edén y darle la ley respecto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, Jehová dijo: “No es bueno que el hombre continúe solo. Voy a hacerle una ayudante, como complemento de él”. (Gé 2:18.) Dios no impuso al hombre el mandato de seleccionar una compañera del reino animal, pues le llevó a los animales con el único fin de que les pusiese nombre. Adán no sentía la más mínima inclinación por la zoofilia, y se daba perfecta cuenta de la ausencia de una compañera idónea para él en el ámbito animal. (Gé 2:19, 20.) “Por lo tanto Jehová Dios hizo caer un sueño profundo sobre el hombre y, mientras este dormía, tomó una de sus costillas y entonces cerró la carne sobre su lugar. Y Jehová Dios procedió a construir de la costilla que había tomado del hombre una mujer, y a traerla al hombre. Entonces dijo el hombre: ‘Esto por fin es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada Mujer, porque del hombre fue tomada esta’.” (Gé 2:21-23.)
Su posición y responsabilidades. La mujer fue creada del hombre, y por ello su existencia dependía de este. Como era “una sola carne” con él, su complemento y ayudante, tenía que someterse a él como su cabeza. También estaba bajo la ley que Dios le había dado a Adán en cuanto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo. Tenía la responsabilidad de trabajar para el bien del hombre, tendrían hijos y juntos dominarían los animales. (Gé 1:28; 2:24.)
Puesto que era normal que la mujer de tiempos bíblicos estuviera casada, los textos que se refieren a sus responsabilidades suelen estar relacionados con su posición de esposa. El principal deber de toda mujer en Israel era rendir adoración verdadera a Jehová Dios. Un ejemplo fue Abigail, que se casó con David después de la muerte de su esposo Nabal, ‘hombre que no servía para nada’. Aunque Nabal actuó mal —rehusó emplear sus bienes materiales para ayudar a David, el ungido de Jehová—, Abigail comprendió que no estaba obligada a efectuar una acción contraria a la voluntad de Jehová, como había hecho su esposo. Jehová la bendijo por apegarse a la adoración correcta ayudando a su ungido. (1Sa 25:23-31, 39-42.)
En segundo lugar, la mujer tenía que obedecer a su esposo. Su deber era trabajar arduamente para el bien de la casa y procurar la honra de su cabeza y marido. Esto resultaría en el mayor honor para ella. Proverbios 14:1 dice al respecto: “La mujer verdaderamente sabia ha edificado su casa, pero la tonta la demuele con sus propias manos”. Ella siempre tendría que hablar bien de su esposo y aumentar el respeto que otros sintieran por él, y el esposo debería poder estar orgulloso de ella. “Una esposa capaz es una corona para su dueño, pero como podredumbre en sus huesos es la que actúa vergonzosamente.” (Pr 12:4.) En el capítulo 31 de Proverbios se habla de su posición honorable y de los privilegios que tiene como esposa, junto con las bendiciones que recibe por su fidelidad, diligencia y sabiduría. (Véase ESPOSA - [Descripción de una buena esposa].)
En Israel, la madre tenía mucho que ver en que sus hijos aprendiesen justicia, respeto y diligencia, y con frecuencia su consejo y su influencia sobre sus hijos mayores resultaba en el bien de ellos. (Gé 27:5-10; Éx 2:7-10; Pr 1:8; 31:1; 2Ti 1:5; 3:14, 15.) Las muchachas en particular aprendían a ser buenas esposas, pues su madre las enseñaba a cocinar, tejer y todo lo relacionado con la administración del hogar. Por su parte, el padre enseñaba un oficio a sus hijos. Las esposas también podían dirigirse con libertad a sus maridos (Gé 16:5, 6), y en ocasiones les ayudaban a tomar decisiones acertadas. (Gé 21:9-13; 27:46–28:4.)
Por lo general, la elección de la novia correspondía a los padres del novio. Pero, al igual que había sucedido anteriormente en el caso de Rebeca, parece que bajo la Ley también se daba atención al parecer de la muchacha. (Gé 24:57, 58.) Aunque la poligamia era común, pues Dios no restableció el estado original de monogamia hasta que se fundó la congregación cristiana (Gé 2:23, 24; Mt 19:4-6; 1Ti 3:2), se regulaban las relaciones polígamas.
Incluso las leyes militares favorecían tanto a la esposa como al esposo al eximir del ejército durante un año al hombre recién casado. De este modo la pareja podía ejercer su derecho de tener un hijo, que sería de gran consuelo para la madre en ausencia de su esposo, y más aún en el caso de que perdiese la vida en la batalla. (Dt 20:7; 24:5.)
La Ley no hacía distinción entre hombres y mujeres si eran culpables de adulterio, incesto, bestialidad y otros delitos. (Le 18:6, 23; 20:10-12; Dt 22:22.) Ninguna mujer debía ponerse la ropa de un hombre, ni un hombre ropa de mujer, ya que esto podía inducir a la inmoralidad y, en particular, a la homosexualidad. (Dt 22:5.) Las mujeres podían beneficiarse de los sábados, las leyes que tenían que ver con el nazareato, las fiestas y todas las provisiones de la Ley en general. (Éx 20:10; Nú 6:2; Dt 12:18; 16:11, 14.) Los hijos tenían el deber de honrar y obedecer a su madre de la misma manera que a su padre. (Le 19:3; 20:9; Dt 5:16; 27:16.)
Privilegios en la congregación cristiana. En sentido espiritual, no hay distinción entre hombre y mujer para aquellos a quienes Dios llama a la herencia celestial (Heb 3:1) a fin de ser coherederos con Jesucristo. El apóstol escribe: “Todos ustedes, de hecho, son hijos de Dios mediante su fe en Cristo Jesús [...], no hay ni varón ni hembra; porque todos ustedes son una persona en unión con Cristo Jesús”. (Gál 3:26-28.) Todos ellos tienen que recibir un cambio de naturaleza en su resurrección al ser hechos copartícipes de la “naturaleza divina”, y en esta condición nadie será mujer, pues entre las criaturas celestiales no existe el sexo femenino, porque el sexo es el medio otorgado por Dios para la reproducción de las criaturas terrestres. (2Pe 1:4.)
Proclamadoras de las buenas nuevas. Hubo mujeres entre los que recibieron los dones del espíritu santo en el día del Pentecostés de 33 E.C., mujeres a las que se hace referencia en la profecía de Joel como “hijas” y “siervas”. Desde aquel día en adelante, las mujeres cristianas que recibieron estos dones hablaron en lenguas extranjeras que no habían entendido antes y ‘profetizaron’, no necesariamente en el sentido de predecir importantes acontecimientos futuros, sino de proclamar las verdades bíblicas. (Joe 2:28, 29; Hch 1:13-15; 2:1-4, 13-18; véase PROFETISA.)
Cuando las mujeres hablaban a otros acerca de las verdades de la Biblia, no se circunscribían a sus compañeros de creencia. Antes de ascender al cielo, Jesús había dicho a sus seguidores: “Recibirán poder cuando el espíritu santo llegue sobre ustedes, y serán testigos de mí tanto en Jerusalén como en toda Judea, y en Samaria, y hasta la parte más distante de la tierra”. (Hch 1:8.) Posteriormente, en el día del Pentecostés de 33 E.C., cuando el espíritu santo se derramó sobre los 120 discípulos (entre ellos varias mujeres), a todos se les otorgó el privilegio de testificar (Hch 1:14, 15; 2:3, 4.); y la profecía de Joel (2:28, 29) a la que se refirió Pedro en aquella ocasión, menciona específicamente a las mujeres. De modo que ellas se contaban entre los que tenían la responsabilidad de ser testigos de Jesús “tanto en Jerusalén como en toda Judea, y en Samaria, y hasta la parte más distante de la tierra”. Consecuentemente, el apóstol Pablo informó más tarde que Evodia y Síntique, dos hermanas de Filipos, se habían “esforzado lado a lado [con él] en las buenas nuevas”. Asimismo, Lucas menciona a Priscila, quien junto con su marido, Áquila, ‘exponía el camino de Dios’ en Éfeso. (Flp 4:2, 3; Hch 18:26.)
Reuniones de congregación. En algunas reuniones la mujer podía orar o profetizar, siempre que llevase una cobertura para la cabeza. (1Co 11:3-16; véase COBERTURA PARA LA CABEZA.) Sin embargo, en reuniones de carácter público, cuando “toda la congregación”, así como los “incrédulos”, se reunía en un lugar (1Co 14:23-25), las mujeres tenían que ‘guardar silencio’. Si ‘querían aprender algo, podían preguntarle a su propio esposo en casa, porque era vergonzoso que una mujer hablase en la congregación’. (1Co 14:31-35.)
Aunque no se permitía a la mujer enseñar en una reunión de congregación, podía enseñar fuera de la congregación a las personas que deseaban aprender la verdad de la Biblia y las buenas nuevas acerca de Jesucristo (compárese con Sl 68:11), y, además, debía ser ‘maestra de lo que es bueno’ para las mujeres más jóvenes (y los niños) dentro de la congregación. (Tit 2:3-5.) Pero no tenía que ejercer autoridad sobre el hombre o disputar con él, como, por ejemplo, en las reuniones de la congregación. Tenía que recordar lo que le sucedió a Eva y lo que Dios dijo con respecto a la posición de la mujer después del pecado de Adán y Eva. (1Ti 2:11-14; Gé 3:16.)
Los superintendentes y siervos ministeriales han de ser varones.
No se menciona a las mujeres cuando se habla sobre las “dádivas en hombres” que Cristo dio a la congregación. Las palabras “apóstoles”, “profetas”, “evangelizadores”, “pastores” y “maestros” se encuentran en género masculino. (Ef 4:8, 11.)
Por consiguiente, cuando el apóstol Pablo escribió a Timoteo acerca de los requisitos que debían llenar los “superintendentes” (e·pí·sko·poi), que también eran “ancianos” (pre·sbý·te·roi), así como los “siervos ministeriales” (di·á·ko·noi) de la congregación, especifica que deben ser varones, y en caso de estar casados, ‘esposos de una sola mujer’. Ningún apóstol hace mención de un puesto de “diaconisa” (di·a·kó·nis·sa). (1Ti 3:1-13; Tit 1:5-9; compárese con Hch 20:17, 28; Flp 1:1.)
Aunque se dijo que Febe (Ro 16:1) era “ministra” (di·á·ko·nos, sin el artículo definido griego), es evidente que a ella no se la nombró “sierva ministerial” en la congregación, pues este cargo no se contempla en las Escrituras. El apóstol no estaba diciendo a la congregación que aceptara las instrucciones que ella diese, sino que la recibiera bien y ‘le prestasen ayuda en cualquier asunto en que los necesitara’. (Ro 16:2.) El que Pablo se refiriera a ella como “ministra” se relacionaba obviamente con su actividad en la proclamación de las buenas nuevas, y en ese sentido Febe era una ministra que se asociaba con la congregación de Cencreas. (Compárese con Hch 2:17, 18.)
En el hogar. En las Escrituras se dice que la mujer es “un vaso más débil, el femenino”. En consecuencia, su esposo ha de tratarla de acuerdo con esta condición. (1Pe 3:7.) Ella tiene muchos privilegios, entre otros, participa en la enseñanza de los hijos y cuida de los asuntos domésticos con la aprobación de su esposo y bajo su dirección. (1Ti 5:14; 1Pe 3:1, 2; Pr 1:8; 6:20; cap. 31.) Tiene el deber de ser sumisa a su esposo (Ef 5:22-24) y ha de rendirle el débito conyugal. (1Co 7:3-5.)
Adorno. La Biblia no condena en ninguna parte el uso de adornos o joyas en el arreglo personal, pero manda que se haga con modestia y decoro. El apóstol dice que la mujer debería llevar vestido bien arreglado y adornarse “con modestia y buen juicio”. No debería concederse importancia excesiva a peinados, adornos y vestiduras costosas, sino a aquellas cosas que contribuyen a la belleza espiritual, a saber, “buenas obras”, y a “la persona secreta del corazón en la vestidura incorruptible del espíritu quieto y apacible”. (1Ti 2:9, 10; 1Pe 3:3, 4; compárese con Pr 11:16, 22; 31:30.)
El apóstol Pedro dice a esas mujeres sumisas que muestran una conducta casta, respetuosa y piadosa: “Ustedes han llegado a ser hijas de ella [Sara], con tal que sigan haciendo el bien y no teman a ninguna causa de terror”. Por lo tanto, estas esposas tienen la magnífica oportunidad de ser ‘descendientes’ de la fiel Sara, no en sentido literal, sino por imitar su conducta. Sara tuvo el privilegio de dar a luz a Isaac y llegar a ser antepasada de Jesucristo, la ‘descendencia principal de Abrahán’. (Gál 3:16.) Por consiguiente, las esposas cristianas que demuestran ser hijas de Sara en sentido figurado, aun teniendo esposos incrédulos, tienen la seguridad de que Dios las recompensará abundantemente. (1Pe 3:6; Gé 18:11, 12; 1Co 7:12-16.)
Mujeres que sirvieron a Jesús. Hubo mujeres que disfrutaron de privilegios en relación con el ministerio terrestre de Jesús, aunque no de los privilegios concedidos a los 12 apóstoles y a los 70 evangelizadores. (Mt 10:1-8; Lu 10:1-7.) Varias mujeres ministraron a Jesús con sus propios bienes. (Lu 8:1-3.) Una le ungió poco antes de su muerte, y debido a su acción, Jesús aseguró que por todo el mundo, donde se predicasen las buenas nuevas, ‘lo que esa mujer hizo también se contaría para recuerdo de ella’. (Mt 26:6-13; Jn 12:1-8.) Hubo mujeres entre aquellos a quienes Jesús se apareció el día de su resurrección, y también las había entre aquellos a quienes se apareció más tarde. (Mt 28:1-10; Jn 20:1-18.)
Uso figurado. En varias ocasiones se usa simbólicamente a la mujer para representar a congregaciones u organizaciones. También puede simbolizar ciudades. A la congregación de Cristo se la llama su “novia”, y también se la llama “la santa ciudad, la Nueva Jerusalén”. (Jn 3:29; Apo 21:2, 9; 19:7; compárese con Ef 5:23-27; Mt 9:15; Mr 2:20; Lu 5:34, 35.)
Jehová habló de la congregación o nación de Israel como su “mujer”, pues Él era su “dueño marital” en virtud del pacto de la Ley que existía entre ellos. En las profecías de restauración Dios habla a Israel en estos términos, a veces dirigiendo sus palabras a Jerusalén, la ciudad que gobernaba la nación. Los ‘hijos e hijas’ (Isa 43:5-7) de esta mujer eran los miembros de la nación de Israel. (Isa 51:17-23; 52:1, 2; 54:1, 5, 6, 11-13; 66:10-12; Jer 3:14; 31:31, 32.)
En muchas ocasiones, se hace referencia a otras naciones o ciudades en femenino o como si se tratase de mujeres. Algunos ejemplos son: Moab (Jer 48:41), Egipto (Jer 46:11), Rabá de Ammón (Jer 49:2), Babilonia (Jer 51:13) y la simbólica Babilonia la Grande. (Apo 17:1-6; véanse BABILONIA LA GRANDE; HIJOS.)
La “mujer” de Génesis 3:15. Cuando Dios sentenció a los padres de la humanidad, Adán y Eva, prometió que la “mujer” produciría una descendencia que magullaría la cabeza de la serpiente. (Gé 3:15.) Este era un “secreto sagrado” que Dios se proponía revelar a su debido tiempo. (Col 1:26.) Algunos factores que concurrieron en el anuncio de la promesa profética proporcionan indicios en cuanto a la identidad de la “mujer”. Puesto que su descendencia tendría que magullar la cabeza de la serpiente, no podía tratarse de una descendencia humana, pues las Escrituras muestran que las palabras de Dios no se dirigieron a una serpiente literal. En Apo 12:9 se indica que la “serpiente” es Satanás el Diablo, un espíritu. En consecuencia, la “mujer” de la profecía no podría ser una mujer humana, como María, la madre de Jesús. El apóstol arroja luz sobre esta cuestión en Gálatas 4:21-31. (Véase DESCENDENCIA.)
En este pasaje el apóstol habla de la mujer libre de Abrahán y de su concubina Agar, y dice que Agar corresponde a la ciudad literal de Jerusalén bajo el pacto de la Ley, y sus “hijos”, a los ciudadanos de la nación judía; mientras que Sara, la esposa de Abrahán, corresponde a la “Jerusalén de arriba”, dice Pablo, su madre espiritual y la de sus compañeros ungidos por espíritu. Esta “madre” celestial también sería la “madre” de Cristo, el mayor de sus hermanos espirituales a quienes Dios engendra como Padre. (Heb 2:11, 12; véase MUJER LIBRE.)
Lógicamente, y en armonía con las Escrituras, la “mujer” de Gé 3:15 tiene que ser una “mujer” espiritual. Y en correspondencia con el hecho de que la “novia” o “esposa” de Cristo no es una mujer individual, sino una mujer compuesta de muchos miembros espirituales (Apo 21:9), la “mujer” que da a luz a los hijos espirituales de Dios, Su ‘esposa’ (predicha proféticamente en las palabras de Isaías y Jeremías citadas antes), estaría formada por muchas personas celestiales. Sería un conjunto de personas u organización, una organización celestial.
Se describe a esta “mujer” en la visión de Juan, en el capítulo 12 de Apocalipsis. Se la representa dando a luz a un hijo, un gobernante que habrá de “pastorear a todas las naciones con vara de hierro”. (Compárese con Sl 2:6-9; 110:1, 2.) Juan recibió esta visión mucho después del nacimiento humano de Jesús y de su unción como el Mesías de Dios. Como obviamente tiene que ver con la misma persona, ha de hacer referencia, no al nacimiento humano de Jesús, sino a otro acontecimiento, a saber, su acceso al poder del Reino. En consecuencia, lo que aquí se representó fue el nacimiento del Reino mesiánico de Dios.
Después se ve a Satanás persiguiendo a la “mujer” y haciendo guerra contra “los restantes de la descendencia de ella”. (Apo 12:13, 17.) Puesto que se trata de una “mujer” celestial y que entonces Satanás ya había sido arrojado a la Tierra (Apo 12:7-9), las personas celestiales que integraban esta “mujer” se hallaban fuera de su alcance, pero sí podía atacar al resto de su “descendencia” o hijos, los hermanos de Jesucristo que todavía estaban en la Tierra. De esa manera persiguió a la “mujer”. ★Qué representan los personajes de Génesis 3:15 - (15-10-2014-Pg.7-¿Qué significa?)
Otros usos. Cuando Dios predijo el hambre que pasaría Israel si quebrantaba Su pacto, dijo: “Entonces diez mujeres realmente cocerán el pan de ustedes en un solo horno y les devolverán su pan por peso”. El hambre llegaría a ser tan acuciante que diez mujeres necesitarían un solo horno, mientras que normalmente usarían uno cada una. (Le 26:26.)
Después de advertir a Israel de las calamidades que le sobrevendrían por su infidelidad, Jehová dijo por medio del profeta Isaías: “Y siete mujeres realmente se agarrarán de un solo hombre en aquel día, y dirán: ‘Comeremos nuestro propio pan y nos vestiremos de nuestras propias mantas; solo que se nos llame por tu nombre para quitar nuestro oprobio’”. (Isa 4:1.) En los dos versículos precedentes (Isa 3:25, 26) Dios indicó que los hombres de Israel morirían en guerra. Así informó a Israel del efecto que tales condiciones tendrían en el número de varones de la nación, que los diezmarían hasta el punto de que habría varias mujeres para un solo hombre. Aceptarían con gusto su nombre y algunas de sus atenciones, aunque tuvieran que compartirlo con otras mujeres. También aceptarían la poligamia o el concubinato con tal de tener alguna participación, aunque fuese pequeña, en la vida de un hombre, y disminuir de ese modo la vergüenza que significaba para ellas la viudez o la soltería y el hecho de no ser madres.
En una profecía de consuelo para Israel, Jehová dijo: “¿Hasta cuándo te dirigirás para acá y para allá, oh hija infiel? Pues Jehová ha creado una cosa nueva en la tierra: Una simple hembra estrechará en derredor a un hombre físicamente capacitado”. (“La mujer cortejará al varón”, CI.) (Jer 31:22.) Hasta entonces Israel, con quien Dios estaba en una relación de matrimonio debido al pacto de la Ley, había estado dando vueltas “para acá y para allá” en infidelidad. Jehová invitó a la “virgen de Israel” a que erigiera marcas de camino y postes de señal para guiarse en su regreso, y a que fijara su corazón en la calzada por donde habría de volver. (Jer 31:21.) Jehová pondría su espíritu en ella de manera que estuviese ansiosa por regresar. Por lo tanto, tal como una esposa se abrazaría a su esposo a fin de volver a tener buenas relaciones, así Israel se estrecharía en derredor de Jehová Dios con el fin de restablecer buenas relaciones con Él como su esposo.
El “deseo de las mujeres”. La profecía de Daniel dice que el “rey del norte” “al Dios de sus padres no dará consideración; y al deseo de las mujeres y a todo otro dios no dará consideración, sino que sobre todos se engrandecerá. Pero al dios de las plazas fuertes, en su posición dará gloria”. (Da 11:37, 38.) Las “mujeres” pueden representar en este texto a las naciones más débiles que llegan a ser ‘criadas’ del “rey del norte”, como vasos más débiles. Ellas tienen sus dioses, a quienes desean y adoran, pero el “rey del norte” no les presta atención y rinde homenaje a un dios del militarismo.
Las “langostas” simbólicas. En la visión de las “langostas” simbólicas de Apocalipsis 9:1-11, se describe a estas langostas con “cabellos como cabellos de mujeres”. En armonía con el principio bíblico de que el cabello largo de la mujer es señal de sujeción a su cabeza marital, el cabello de estas “langostas” simbólicas debe representar la sujeción de aquellos a quienes simbolizan al que en la profecía se representa como su cabeza y rey. (Véase ABADÓN.)
144.000 ‘no contaminados con mujeres’.
En Apocalipsis 14:1-4 se representa a los 144.000 de pie con el Cordero sobre el monte Sión, y se dice que han sido “comprados de la tierra. Estos son los que no se contaminaron con mujeres; de hecho, son vírgenes”. Se dice que tienen una relación con el Cordero más íntima que cualquier otra persona, ya que son los únicos que aprenden la “canción nueva”. (Apo 14:1-4.) Este hecho indica que constituyen la “esposa” del Cordero. (Apo 21:9.) Son personas celestiales, como lo muestra el que estén de pie con el Cordero sobre el monte Sión celestial. Por lo tanto, el que ‘no se contaminen con mujeres’ y que sean “vírgenes” no significa que ninguno de estos 144.000 nunca se haya casado, pues las Escrituras no prohíben que los que han de ser coherederos con Cristo se casen mientras están en la Tierra. (1Ti 3:2; 4:1, 3.) Tampoco implica que todos los 144.000 sean hombres, pues “no hay ni varón ni hembra” en lo que tiene que ver con la relación espiritual de los coherederos de Cristo. (Gál 3:28.) Por lo tanto, estas “mujeres” deben ser simbólicas, organizaciones religiosas como Babilonia la Grande y sus ‘hijas’; cualquier unión y participación con estas organizaciones religiosas falsas haría imposible mantenerse sin mancha. (Apo 17:5.) Esta descripción simbólica está de acuerdo con el requisito recogido en la Ley según el cual el sumo sacerdote de Israel solo podía tomar por esposa a una virgen, pues Jesucristo es el gran Sumo Sacerdote de Jehová. (Le 21:10, 14; 2Co 11:2; Heb 7:26.)
Con referencia a que Jesús se dirigiera a María como “mujer”, véase MARÍA núm. 1 - (Jesús la amaba y respetaba).
Mujer Libre Mujer que no se halla en esclavitud. Este término se emplea con relación a Sara, la esposa de Abrahán, y a la “Jerusalén de arriba”. Desde el tiempo en que Jehová Dios libró a los israelitas del cautiverio de Egipto y les dio la Ley en el monte Sinaí hasta que se puso fin al pacto de la Ley, en 33 E.C., Jehová trató a la nación de Israel como si fuese una esposa secundaria. (Jer 3:14; 31:31, 32.) Sin embargo, la Ley no le dio a la nación de Israel el estado de mujer libre, porque mostraba que los israelitas se hallaban en sujeción al pecado y, en consecuencia, eran esclavos. Por lo tanto, era apropiado que Pablo comparase a la Jerusalén esclava de su día con la sierva Agar, la concubina de Abrahán, y a los “hijos”, o ciudadanos de esa Jerusalén, con Ismael, el hijo de Agar. En cambio, la primera mujer de Jehová, la Jerusalén de arriba, siempre ha sido, a semejanza de Sara, una mujer libre, y por consiguiente, sus hijos son libres también. Para llegar a ser un hijo libre de la Jerusalén de arriba y tener “la libertad de ella”, hace falta ser libertado del cautiverio al pecado por el Hijo de Dios. (Gál 4:22–5:1 y nota de 5:1; Jn 8:34-36.)
La palabra hebrea ya·ládh significa “dar a luz; alumbrar; producir; ser padre de” (Gé 4:1, 2; 16:15; 30:39; 1Cr 1:10), y está emparentada con yé·ledh (“niño”; Gé 21:8), moh·lé·dheth (nacimiento; hogar; parientes; Gé 31:13, nota) y toh·le·dhóhth (historia; orígenes históricos; engendramientos; genealogía; Gé 2:4, nota; Mt 1:1, nota). Si bien el término hebreo jil (o, jul) se utiliza en general respecto a los dolores de parto, también se emplea en Job 39:1 y Proverbios 25:23 con referencia al alumbramiento. (Compárese Isa 26:17, 18; véase DOLORES DE PARTO.) El término griego guen·ná·ö significa “ser padre (o madre) de; dar a luz; nacer” (Mt 1:2; Lu 1:57; Jn 16:21; Mt 2:1), y tí·ktö se traduce “dar a luz”. (Mt 1:21.)
Salomón señaló que hay un “tiempo de nacer”, lo que en el hombre suele ocurrir a los doscientos ochenta días de la concepción. (Ec 3:2.) Aunque el día en que un bebé nace por lo general es un día de gran regocijo para los padres, según el sabio rey Salomón, el día de la muerte es aún mejor que el día del nacimiento, siempre que respalde a la persona una vida llena de logros y un buen nombre ante Dios. (Lu 1:57, 58; Ec 7:1.)
Desde tiempos antiguos las parteras han ayudado en el alumbramiento. Para ayudar a la madre, así como a la partera, se han utilizado ciertas sillas parteras. Es posible que se tratara de dos piedras grandes o ladrillos sobre las que la madre se ponía en cuclillas durante el alumbramiento. (Éx 1:16.) La palabra hebrea que se traduce “asiento para partos” en el libro de Éxodo (`ov·ná·yim) está relacionada con el término hebreo para “piedra”, y solo aparece una vez más en la Biblia, en Jeremías 18:3, donde se traduce “ruedas del alfarero”. The International Standard Bible Encyclopedia explica: “En ambos casos esta palabra se utiliza en la forma dual, lo que sin duda indica que la rueda del alfarero estaba compuesta por dos discos, y sugiere que el asiento para partos era igualmente doble” (vol. 1, 1979, pág. 516). Los antiguos jeroglíficos confirman que tales sillas parteras se empleaban en Egipto.
En Ezequiel 16:4 se explica, aunque de modo figurado, los procedimientos que solían emplear las parteras después del nacimiento. Primeramente se cortaba el cordón umbilical y se lavaba al niño, luego se le frotaba con sal y se le envolvía con bandas de tela. La razón para emplear sal podría ser secar la piel y hacerla firme y tersa, mientras que el envolverlo en bandas de pies a cabeza, como en el caso de Jesús (Lu 2:7), que daba al niño una apariencia casi de momia, servía para mantener el cuerpo caliente y erguido; por otra parte, se decía que pasar las bandas bajo la barbilla y alrededor de la cabeza enseñaba al niño a respirar por la nariz. Tal cuidado de los recién nacidos se remonta a tiempos antiguos, pues Job conocía dichas bandas de tela. (Job 38:9.)
Después de atender las necesidades inmediatas del hijo y la madre, se presentaba al padre el recién nacido o se le anunciaba el nacimiento, y el padre lo reconocía como suyo. (Jer 20:15.) Asimismo, cuando una sirvienta tenía un niño engendrado por el esposo de su ama estéril en sustitución de ella, se reconocía que la prole pertenecía al ama. (Gé 16:2.) Tal debió ser el propósito de Raquel cuando pidió que su esclava Bilhá ‘diera a luz sobre las rodillas de ella’ para ‘poder conseguir de ella hijos’. (Gé 30:3.) Sin embargo, esas palabras no significaban que el alumbramiento fuera a hacerse literalmente sobre las rodillas de Raquel, sino que podía tener al niño sobre sus rodillas como si fuera suyo. (Compárese con Gé 50:23.)
Bien cuando nacía el bebé, bien cuando se le circuncidaba, ocho días después, uno de los padres le ponía nombre. Si entre ellos había diferencias de opinión, predominaba la decisión del padre. (Gé 16:15; 21:3; 29:32-35; 35:18; Lu 1:59-63; 2:21.) Por lo general la madre amamantaba al bebé (Gé 21:7; Sl 22:9; Isa 49:15; 1Te 2:7), si bien en algunas ocasiones lo hacían otras mujeres. (Éx 2:7.) Al niño no se le solía destetar hasta los dos o tres años o más. Parece que en el caso de Isaac fue a los cinco años, ocasión que se celebró y festejó. (Gé 21:8; 1Sa 1:22, 23.)
Bajo la ley mosaica, la mujer que daba a luz un varón quedaba ceremonialmente inmunda por siete días, además de otros treinta y tres días para su propia purificación. Si el bebé era niña, la madre permanecía inmunda por catorce días, a los que se añadían sesenta y seis días más para su purificación. Cuando finalizaba el período de purificación, tenía que ofrecer un holocausto y una ofrenda por el pecado: un carnero joven junto con un pichón o una tórtola, o bien dos tórtolas o dos pichones, según lo permitiera la situación de los padres. (Le 12:1-8; Lu 2:24.) En caso de que se tratase del hijo primogénito, tenía que ser redimido mediante el pago de cinco siclos de plata (11 dólares [E.U.A.]). (Nú 18:15, 16; véase PRIMOGÉNITO.)
En muchas ocasiones las Escrituras utilizan de forma figurada términos relacionados con el alumbramiento. (Sl 90:2; Pr 27:1; Isa 66:8, 9; Snt 1:15.) La intensidad de los dolores de parto es un buen símil del sufrimiento inevitable que puede provenir de otras fuentes. (Sl 48:6; Jer 13:21; Miq 4:9, 10; Gál 4:19; 1Te 5:3.) Por otra parte, Jesús dijo que para entrar en el Reino, se debería ‘nacer del agua y del espíritu’ en sentido espiritual. Esto implica el bautizarse en agua y ser engendrado por el espíritu de Dios, y así llegar a ser hijo de Dios con la perspectiva de participar del Reino celestial. (Jn 3:3-8; 2Co 5:17; 1Pe 1:3, 23.) Apocalipsis narra en lenguaje simbólico el alumbramiento de “un hijo, un varón” en los cielos después de un período de dolores intensos. (Apo 12:1-5.)
Respecto de una persona, mujer de su hijo. Las palabras hebrea (kal·láh) y griega (nym·fë) para “nuera” también se traducen “novia” en algunas ocasiones. (Can 4:8-12; Isa 61:10; Jer 7:34; Jn 3:29; Apo 18:23; 21:2, 9; 22:17.)
En la época patriarcal era habitual que el padre hiciese los preparativos para la boda de su hijo, por lo que en gran medida él mismo elegía a su propia nuera (Gé 24), que pasaba a formar parte de la familia, de modo que cuando esta se trasladaba, también iba con ellos la nuera. (Gé 11:31.) La ley mosaica castigaba con pena de muerte al hombre que tenía relaciones con su nuera. (Le 18:15; 20:12; Eze 22:11.)
La disposición y actitud de las nueras respecto a sus suegros era muy variada. Por ejemplo, Rut demostró que era la compañera más fiel y leal de su suegra Noemí, mucho más que Orpá, pues dijo: “Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde mueras tú, yo moriré”. (Rut 1:6-17, 22; 4:14, 15.) Sin embargo, las esposas hititas de Esaú causaron gran perturbación a sus suegros Isaac y Rebeca. (Gé 26:34; 27:46.) Jesucristo también predijo que el mensaje del Reino separaría a nueras y suegras. (Lu 12:53.)
La voz hebrea `av, que se traduce “padre”, es una palabra onomatopéyica derivada de los primeros sonidos emitidos por un niño. El término hebreo `av y el griego pa·tër se usan con varios sentidos: como progenitor (Pr 23:22; Zac 13:3; Lu 1:67), cabeza de una casa o familia ancestral (Gé 24:40; Éx 6:14), antepasado (Gé 28:13; Jn 8:53), originador de una nación (Mt 3:9), fundador de una clase o profesión (Gé 4:20, 21), protector (Job 29:16; Sl 68:5), originador de algo (Job 38:28) y como expresión de respeto (2Re 5:13; Hch 7:2).
Por ser el Creador, a Jehová Dios se le llama Padre. (Isa 64:8; compárese con Hch 17:28, 29.) También es el Padre de los cristianos engendrados por espíritu, y como expresión del respeto y la estrecha relación filial que esto implica, se usa el término arameo `Ab·bá´. (Ro 8:15; véase ABBA.) No obstante, todos los que manifiestan fe con la esperanza de obtener vida eterna pueden dirigirse a Dios como Padre. (Mt 6:9.) A Jesucristo, el Mesías, se le llamó proféticamente Padre Eterno debido a que fue el Agente Principal de la vida enviado por Dios. (Isa 9:6.) Por otra parte, a la persona que tiene imitadores, seguidores o quienes manifiestan sus mismas cualidades, se le considera padre de estos. (Mt 5:44, 45; Ro 4:11, 12.) En este sentido se dice que el Diablo es un padre. (Jn 8:44; compárese con Gé 3:15.)
Jesús prohibió que se aplicara el término “padre” a los hombres como un título formal o religioso. (Mt 23:9.) Pablo fue como un padre para algunos cristianos debido a que les había llevado las buenas nuevas y los había nutrido espiritualmente, pero en ningún texto se le aplica el término “padre” como un título religioso. (1Co 4:14, 15.) Pablo se comparó a sí mismo a un padre y a una madre en relación con los cristianos tesalonicenses. (1Te 2:7, 11.) La expresión “Padre Abrahán”, que aparece en Lucas 16:24, 30, se usa básicamente en el sentido de antepasado carnal.
La autoridad y responsabilidades del padre. Como se indica en la Biblia, el padre era el cabeza de la casa, el guardián, el protector, el que tomaba las decisiones finales y el juez del grupo familiar. (1Co 11:3; Gé 31:32.) Entre los patriarcas, así como en el antiguo Israel antes de que se fundara el sacerdocio levítico, el padre actuaba como sacerdote al representar a su familia en la adoración. (Gé 12:8; Job 1:5; Éx 19:22.) El padre tenía la autoridad sobre su casa hasta su muerte. En caso de que un hijo se casara y se estableciera en una casa independiente, se convertía en el cabeza de dicha casa, aunque había de seguir mostrando el debido respeto a su padre. Cuando una hija se casaba, quedaba bajo la jefatura de su esposo. (Nú 30:3-8.) En tiempos bíblicos el padre solía concertar el matrimonio de sus hijos. Si se veía en aprietos económicos, podía vender a su hija como esclava, si bien se tomaban ciertas medidas para su protección. (Éx 21:7.)
Preocupación paternal por los miembros de la familia. Como representante de Dios, el padre es responsable de la enseñanza de los principios divinos a los miembros de su casa. (Gé 18:19; Ef 6:4; Dt 6:6, 7.) Al enseñar y disciplinar a sus hijos, el padre también puede dar mandamientos e instrucciones personales, que la madre ayuda a llevar a cabo. (Pr 1:8; 6:20.) El padre temeroso de Dios siente profundo amor por sus hijos y los exhorta y consuela con gran ternura. (1Te 2:11; Os 11:3.) Para que puedan andar en la senda correcta, los disciplina, corrige y censura. (Heb 12:9; Pr 3:12.) Asimismo, se deleita en sus hijos, y se regocija especialmente cuando demuestran tener sabiduría. (Pr 10:1.) Por otra parte, se siente profundamente desconsolado y vejado si sus hijos siguen un proceder estúpido. (Pr 17:21, 25.) Ha de ser compasivo y misericordioso (Mal 3:17; Sl 103:13), y tomar en consideración tanto sus necesidades como sus peticiones. (Mt 7:9-11.) Las muchas descripciones del amor y el cuidado de Dios por su pueblo constituyen un modelo para los padres humanos.
★“Ustedes padres”:
(Efesios 6:4) Un escritor explica que en las generaciones anteriores, “el padre era responsable de la educación moral y espiritual de sus hijos. [...] Pero la revolución industrial acabó con esa intimidad; el padre dejó su granja y tienda, así como su hogar, para trabajar en una fábrica y luego en una oficina. La madre asumió muchos de los deberes que en un tiempo habían sido responsabilidad del padre.
La paternidad se convirtió cada vez más en un concepto abstracto”. (w94 15/7 16 párr. 3) Aunque algunos están familiarizados con esas palabras, quizás no comprendan de lleno que ese texto bíblico está dirigido especialmente al padre, el hombre de la casa, pues probablemente entiendan que Efesios 6:4 se dirige tanto al padre como a la madre. la palabra griega que se usó fue pa·té·res, que es el plural de “padre”, con referencia a varones, Pablo dirigió sus palabras directamente al hombre de la familia. (w91 1/9 30)
El nombre paterno en el registro genealógico. La ascendencia de un hombre se trazaba a través de la línea paterna, no la materna. No obstante, aun cuando existen razones bien fundadas para creer que Lucas traza la genealogía de Jesús por la línea materna (una excepción a la regla), no menciona su nombre, si bien pone en su lugar el de su esposo José, quien figura como hijo de Helí, el padre de María. Esto no sería impropio, pues José era el hijo político de Helí. (Véase GENEALOGÍA DE JESUCRISTO.)
Como entonces no se usaban apellidos, se solía distinguir a un hombre llamándolo “hijo de fulano”. Por ejemplo, a Isaac se le llamó “el hijo de Abrahán”. (Gé 25:19.) Muchos nombres hebreos llevaban como apellido la palabra hebrea ben o la aramea bar seguida del nombre del padre, como en “Ben-Hur” (1Re 4:8, VP; “el hijo de Hur”, NM) y en “Simón Bar Jona” o “Simón hijo de Jonás”. (Mt 16:17; NC, NM.)
En la expresión “fue padre de” (Gr.: e·guén·ne·sen; lat.: gé·nu·it, lit. “engendró”, “generó”, “procreó”), la palabra padre puede referirse no solo al padre, sino también al abuelo o a un antepasado masculino más lejano (Mt 1:8, 11).
En Mateo 1:11, se utiliza la expresión ‘padre’ con el sentido de ‘abuelo’, ya que Josías era en realidad padre de Jehoiaquim, quien a su vez era padre de Jeconías, al que también se llama Joaquín y Conías (2Re 24:6; 1Cr 3:15-17; Est 2:6; Jer 22:24).
Persona de la misma familia, ya sea por consanguinidad o afinidad. En los idiomas originales de la Biblia se utilizaron varias palabras, que tienen los siguientes significados y usos:
Go·`él (del heb. ga·`ál, que significa “redimir” o “recomprar”) se refiere al pariente varón más cercano que tenía el derecho de recomprador o de vengador de la sangre. “El vengador de la sangre” debía ejecutar a los asesinos. (Nú 35:16-19.) El parentesco que unía a Boaz con Noemí y Rut era el de “recomprador”. (Rut 2:20; 3:9, 12, 13; 4:1, 3, 6, 8, 14.) Jehová mismo, el Magnífico Padre o Dador de Vida, es a la vez Vengador y Recomprador de sus siervos. (Sl 78:35; Isa 41:14; 43:14; 44:6, 24; 48:17; 54:5; 63:16; Jer 50:34.)
Sche`ér (del heb., significa “organismo”) hace referencia a un pariente carnal o consanguíneo. Las leyes de Dios prohibían las relaciones sexuales con un “pariente consanguíneo” cercano, como, por ejemplo, una tía. (Le 18:6-13; 20:19.) Si un israelita se endeudaba con un extranjero y tenía que venderse como esclavo, un hermano, un tío, un primo, o cualquier otro “pariente consanguíneo” podía recomprarlo. (Le 25:47-49.) Si alguien moría sin que tuviese hijos, hijas, hermanos o tíos, la herencia se entregaba al “pariente consanguíneo” más cercano. (Nú 27:10, 11.)
Qa·róhv (del heb., significa “cerca”) no solo incluye a un pariente cercano, sino también a un conocido íntimo. Si un hermano empobrecía hasta el punto de tener que vender sus posesiones, alguien “de parentesco próximo” tenía que recomprarlas para él. (Le 25:25.) Job se sintió afligido porque sus “conocidos íntimos” lo habían abandonado, y David se lamentó de que sus “conocidos íntimos” también se hubiesen apartado de él. (Job 19:14; Sl 38:11.)
Algunos términos emparentados con ya·dhá´ (del heb., significa “conocer”) pueden referirse tanto a un pariente como a un conocido. Noemí tenía “un pariente de su esposo” llamado Boaz. Jehú ejecutó a toda la casa de Acab, incluidos sus “conocidos”. (Rut 2:1; 2Re 10:11.)
En las Escrituras Griegas Cristianas, syg·gue·nés se refiere a un pariente consanguíneo, pero no se aplica en ningún caso a la relación entre padres e hijos. De acuerdo con esta regla, obsérvese que Jesús dijo a sus seguidores: “Serán entregados hasta por padres y hermanos y parientes [syg·gue·nón] y amigos”. (Lu 21:16.) Cuando Jesús, de doce años de edad, se perdió, sus padres empezaron a buscarlo entre “los parientes”. (Lu 2:44.) Jesús aconsejó que cuando se dé un banquete, no se invite a los “parientes”, quienes tal vez lo paguen de alguna manera, sino, más bien, a los pobres. (Lu 14:12-14.) Cuando Pedro llevó las buenas nuevas de salvación a Cornelio, sus “parientes” también estaban presentes. (Hch 10:24.) En su carta a los Romanos, Pablo llamó “parientes” tanto a los israelitas en conjunto como a varias personas individuales. (Ro 9:3; 16:7, 11, 21.)
Embarazo de la mujer o de un animal hembra.
Cuando Jehová mandó a Adán y Eva: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra”, mostró que la preñez sería parte del papel normal de la mujer. (Gé 1:28.) Al introducirse la imperfección en la familia humana, Dios explicó que aumentarían los dolores de la preñez. (Gé 3:16; véase DOLORES DE PARTO.) La palabra hebrea ha·ráh significa ‘concebir; llegar a estar encinta’. (1Cr 4:17; 7:23.) El concepto equivalente en griego se expresaba la mayoría de las veces con el modismo “tener en [el] vientre”, cuyo significado era “llevar en el seno un hijo” o estar embarazada. (Mt 1:18, 23, NTI.)
Para los judíos los hijos, especialmente los varones, eran una bendición (Sl 127:3; 128:3; Gé 29:32-35; 30:5, 6), y la esterilidad, una vergüenza y un oprobio. (Lu 1:24, 25; Gé 25:21; 30:1.) Por consiguiente, la mujer casada deseaba quedar encinta. (1Sa 1:2, 11, 20.) Una vez concebida la criatura, ya se consideraba un alma al embrión o feto en desarrollo, y si alguien provocaba la muerte de ese feto que crecía en la matriz, el acto se juzgaba según la regla de “alma por alma”. (Éx 21:22, 23.) Por eso, el que un enemigo rajase o abriese a una mujer encinta era un acto horrendo. (Os 13:16; Am 1:13; 2Re 8:12; 15:16.)
Los últimos momentos de la preñez estarían acompañados de dolores (Sl 48:6; 1Te 5:3), pero ese desconsuelo temporal concluiría con el nacimiento de la criatura, de modo que el embarazo por lo general tendría una conclusión feliz y satisfactoria. (Jn 16:21, 22.)
“¡Ay de las mujeres que estén encintas!” Cuando Jesús respondió a la pregunta de los apóstoles sobre la conclusión del sistema de cosas, habló acerca de huir de Judea y dijo: “¡Ay de las mujeres que estén encintas y de las que den de mamar en aquellos días!”. (Mt 24:19; Mr 13:17; Lu 21:23.) El cumplimiento y la veracidad de esas palabras quedaron manifiestos en los acontecimientos que ocurrieron antes y durante la destrucción de Jerusalén en el año 70 E.C. Aunque por lo general una mujer encinta puede trabajar y moverse hasta cierto grado (Lu 1:39, 56; 2:5), una larga huida a pie por terreno montañoso sería algo muy duro para ella, sobre todo si estuviera en estado avanzado de gravidez. Las mujeres que estaban encintas y las que daban de mamar cuando las fuerzas romanas sitiaron Jerusalén experimentaron muchísimas adversidades. Imperaba el hambre, y la mujer embarazada necesita una nutrición apropiada. Por ejemplo, en caso de que no tome suficiente calcio, puede estropeársele la dentadura, pues el cuerpo absorbe calcio para formar los huesos de la criatura que se está desarrollando. Por otra parte, el instinto maternal y protector de la mujer haría que su sufrimiento aumentase al ver a niños padecer hambre y morir, sabiendo que pronto daría a luz un hijo en tales condiciones. Josefo escribió lo que hacían algunas personas hambrientas en la Jerusalén sitiada: “No existía piedad ninguna, ni para los ancianos ni para los niños de corta edad. Alzaban a los niños prendidos a sus bocados y los tiraban al suelo”. (La Guerra de los Judíos, libro V, cap. X, sec. 3; compárese con Lu 23:29.)
Uso figurado. El período de embarazo que culmina con el nacimiento de una criatura se utiliza varias veces en un sentido figurado. Israel perdió el favor de Dios debido a que sus habitantes infieles habían ‘concebido lo gravoso y dado a luz lo que era perjudicial’. (Isa 59:2-8; compárese con Sl 7:14.) El proceso empezó cuando permitieron que ciertos “pensamientos perjudiciales” y deseos incorrectos impregnasen su mente y corazón y, de hecho, se incubasen allí, lo que resultó inevitablemente en que diesen a luz “obras perjudiciales”. (Compárese con Snt 1:14, 15.)
Isaías representa a Israel en otro lugar como una mujer que gime debido a sus dolores de parto y dice a Dios: “Así nos hemos puesto nosotros a causa de ti, oh Jehová. Hemos llegado a estar en preñez, hemos tenido dolores de parto; por decirlo así, hemos dado a luz viento. Ninguna salvación verdadera logramos en cuanto a la tierra, y ningún habitante procede a caer en nacimiento [“a nacer”, VP]”. (Isa 26:17, 18.) Estas palabras pueden indicar que, a pesar de las bendiciones recibidas de Dios (compárese con Isa 26:15) y de que Él había puesto delante de Israel la oportunidad de llegar a ser “un reino de sacerdotes y una nación santa” (Éx 19:6), Israel todavía no había visto realizado el cumplimiento de la promesa, por tanto tiempo esperado, concerniente a la descendencia mediante la que fluirían bendiciones. (Gé 22:15-18.) Los esfuerzos que Israel había hecho con la meta de la salvación no habían servido para nada; como nación no podían traer la liberación “de la esclavitud a la corrupción” por la que toda la creación “sigue gimiendo juntamente y estando en dolor juntamente”. (Ro 8:19-22; compárese con 10:3; 11:7.) Con la conquista babilonia, la tierra ‘se desvaneció’ por causa de su contaminación al haber violado el pacto de Dios, y ‘los habitantes de la tierra decrecieron en número’. (Isa 24:4-6.)
En cambio, al repatriar a su pueblo, Jehová hizo que Jerusalén fuese como una mujer que había quedado encinta de su marido y daba a luz muchos hijos. (Isa 54:1-8.)
El apóstol Pablo cita esta profecía del capítulo 54 de Isaías y la aplica a “la Jerusalén de arriba[, la cual] es libre, y ella es nuestra madre”. (Gál 4:26, 27.) Esto sirve de ayuda para entender la visión registrada en Apocalipsis 12:1-5, en la que una “mujer” celestial que está encinta da a luz “un hijo, un varón, que ha de pastorear a todas las naciones con vara de hierro”. El pastorear a las naciones con una vara de hierro está relacionado directamente con el Reino mesiánico de Dios, de modo que la visión ha de tratar sobre el nacimiento de ese Reino, puesto que, después que es derrotado el ataque de Satanás contra el “hijo” recién nacido, se oye el consiguiente grito: “¡Ahora han acontecido la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo!”. (Apo 12:10.) La angustia que siente la “mujer” celestial encinta antes de dar a luz hace recordar la expresión “dolores de parto” que Pablo usa en Gálatas 4:19, que al parecer representa un interés profundo y deseo ferviente de ver el desarrollo completo de un asunto (en el caso de Pablo, el que los creyentes gálatas se desarrollasen plenamente como cristianos).
“El antojo de Sara”
Jehová nos ha prometido satisfacer todas nuestras necesidades (Sl 37:4)
Él espera de nosotros paciencia y fe en sus promesas mientras seguimos sirviéndole con gozo. Eso fue también lo que esperaba de Abrahán y su esposa Sara, después que les prometió que los bendeciría con descendencia (Ge 22:18) Lamentablemente Sara se impacientó por falta de fe, y se adelanto a los planes de Dios recurriendo a su propio método de satisfacer su necesidad de una familia y haciendo que su sierva Agar procreara por ella, ya que ella era estéril. Esto no salió bien, pues cuando llego la descendencia prometida por Jehová de sus propias entrañas, Isaac, se generó un conflicto familiar que pudo haberle costado su propio matrimonio, de hecho el problema tomó dimensiones internacionales al tener que ser despedida Agar con su hijo Ismael, el hijo premeditado que Agar le parió a Abrahán por el antojo de Sara. Los descendientes de Ismael llegaron a ser en gran parte el mundo Islámico, incluso en medio de la nación de Israel hasta hoy día (Ge 16:10, 12) Lamentablemente hoy se pueden encontrar a muchas “Agar” colgando con su “Ismaelitos”, solas, sin marido por antojos como el quererse casar y no esperar los planes de Jehová, desatendiendo el mandato de “casarse solo en el Señor” (1Co 7:39) Cuanto mejor es ser pacientes y mostrar fe en las promesas de Jehová que son confiables y nunca vienen tarde, ni acompañadas de dolor (Pr 10:22) |
Respecto de una persona, el hijo de un tío suyo. La única vez que aparece la palabra griega a·ne·psi·ós (primo) es en Colosenses 4:10, donde Pablo llama a Marcos “el primo de Bernabé”. Aunque el significado básico de este término griego es “primo hermano”, puede aplicarse en sentido amplio a un primo en cualquier grado de parentesco. Aunque en la Septuaginta aparece también en plural en Números 36:11, en el texto masorético la expresión hebrea utilizada es literalmente “hijos de los hermanos de su padre”.
Algunas traducciones (AF, BR, Esc, FF, PNT, TNV, UN, Vi) leen en Lu 1:36 que Elisabet (Isabel) era prima (syg·gue·nís) de María. No obstante, se entiende que esta palabra griega es una forma peculiar del término syg·gue·nés, que muchas versiones traducen por “pariente”. (Lu 2:44; 21:16; Hch 10:24; BJ, NBE, NM y otras.) Las cinco veces que aparece syg·gue·nés en la Septuaginta tiene el significado de “pariente” en general, en vez del significado moderno más restringido de “primo”. (Le 18:14; 20:20; 25:45; 2Sa 3:39; Eze 22:6; LXX.)
Si bien en las Escrituras Hebreas no existe ninguna palabra para primo, este parentesco se halla indicado por expresiones como “los hijos de Uziel, tío de Aarón”, o “el hijo de su tío”. (Le 10:4; 25:49.) También hay registro de matrimonios entre primos, como el de Jacob y Raquel, y el de las hijas de Zelofehad. (Gé 28:2; 29:10-12; Nú 36:11.) Estos matrimonios entre primos no se hallaban entre las prohibiciones de la ley mosaica sobre el incesto. (Le 18:8-16.) En la actualidad, las leyes civiles difieren a este respecto, pues algunos países permiten el matrimonio entre primos, mientras que otros lo prohíben.
Fundamentalmente, el primogénito es el hijo mayor del padre, más bien que el de la madre; es decir, el comienzo de la facultad generativa del padre. (Dt 21:17.) Este término también se aplica al primer macho nacido de los animales. (Gé 4:4.)
El primogénito disfrutó desde tiempos remotos de una posición honorable dentro de la familia, era el que continuaba con la jefatura de la familia y recibía una parte doble de la herencia paterna. (Dt 21:17.) José sentó a Rubén en una comida de acuerdo con el derecho de primogénito que le correspondía. (Gé 43:33.) No obstante, la Biblia no siempre otorga honra al primogénito según el orden de nacimiento, sino que el primer lugar suele otorgarse al más prominente o fiel de los hijos. (Gé 6:10; 1Cr 1:28; compárese con Gé 11:26, 32; 12:4; véanse HERENCIA; PRIMOGENITURA.)
La primogenitura desempeñó un papel importante cuando Jehová libró a su pueblo de la esclavitud en Egipto. Para los egipcios los primogénitos eran sagrados y estaban dedicados al dios-sol Amón-Ra, quien supuestamente los protegía. La décima plaga que Jehová envió sobre los egipcios desacreditó a este dios y mostró que era incapaz de proteger a los primogénitos. Por haber obedecido las instrucciones de Dios relativas a matar una oveja y salpicar los postes y la parte superior de la entrada de las casas con su sangre, los primogénitos israelitas se salvaron de la muerte, a diferencia de los primogénitos egipcios, que murieron todos, hombres y bestias. (Éx 12:21-23, 28, 29.) Esta expresión debía hacer referencia al hijo primogénito y no al cabeza de la casa, quien podría también haber sido a su vez el primogénito. Es probable que el propio Faraón fuese un primogénito, y sin embargo a él no se le quitó la vida. No obstante, puede que no hubiese un primogénito literal en toda casa egipcia (como, por ejemplo, en el caso de una pareja casada que no tuviese hijos o cuando el primogénito hubiese muerto con anterioridad). Debido a que Éxodo 12:30 dice que “no había casa en que no hubiera un muerto”, la aniquilación pudo haber alcanzado al principal de la casa que ocupaba la posición del primogénito. ★Dioses y Diosas - [Las diez plagas - 10.ª Muerte de los primogénitos. - (Éx. 12:12, 29)]
Puesto que los hijos primogénitos de los israelitas serían los cabezas de las diversas casas, representaban a la entera nación. En realidad, Jehová llamó a toda la nación su “primogénito”, por ser su nación primogénita debido al pacto abrahámico. (Éx 4:22.) Por haber conservado la vida a los primogénitos, Jehová mandó que le fuera santificado “todo primogénito varón que abre cada matriz entre los hijos de Israel, entre hombres y bestias”. (Éx 13:2.) De modo que todos los hijos primogénitos fueron dedicados a Dios.
Luego Jehová tomó a los varones de la tribu de Leví, seguramente sin contar los 300 primogénitos de esta tribu (compárese Nú 3:21, 22, 27, 28, 33, 34 con 3:39), en lugar de los hijos primogénitos de Israel que tenían más de un mes de edad. Por cada uno de los 273 israelitas que excedía el número de los levitas, habría que dar a Aarón y a sus hijos un precio de rescate de cinco siclos (11 dólares [E.U.A.]). Jehová también tomó a los animales domésticos de los levitas en lugar de los animales domésticos primogénitos de las otras tribus. (Nú 3:40-48.) Desde entonces en adelante, el hijo primogénito debería presentarse a Jehová en el tabernáculo o en el templo una vez que hubiera concluido el período de inmundicia de la madre, y se le redimiría mediante el pago del valor estimado para los niños de un mes a cinco años de edad, “cinco siclos de plata, según el siclo del lugar santo”. (Le 12:1-3; 27:6; Nú 18:15, 16.)
Los primogénitos machos de los animales limpios —el toro, el cordero o la cabra— no habrían de redimirse. No se tendría que hacer trabajar a ese toro ni esquilar a esa oveja. En cambio, serían sacrificados a Jehová en el tabernáculo o en el templo al octavo día de su nacimiento. (Éx 22:30; Nú 18:17; Dt 15:19, 20.) Ahora bien, si el animal tenía un defecto grave, el dueño no debía sacrificarlo a Jehová, sino comerlo en su morada. (Dt 15:21-23.)
El primogénito de un asno no podía sacrificarse, pues era un animal inmundo, por lo que tenía que ser redimido o recomprado y reemplazado por una oveja. En caso contrario, tendría que quebrársele la cerviz, puesto que pertenecía a Jehová y el hombre no tenía derecho a utilizarlo. (Éx 13:12, 13; 34:19, 20.) No obstante, Levítico 27:27 dice: “Si es de las bestias inmundas y él tiene que redimirlo conforme a la valoración, entonces tiene que dar por añadidura a ella la quinta parte de ella. Pero si no se recobra por compra, entonces tiene que venderse conforme a la valoración”. Algunos comentaristas ven en este texto una modificación de la ley anterior sobre la redención de un asno. Sin embargo, parece ser que Levítico 27:27 se refiere a otra cuestión: más que a un animal inmundo, como el asno, la expresión “si es de las bestias inmundas” quizás se refiera a un animal que era inmundo en el sentido de que no era apto para sacrificio debido a que tenía algún defecto.
¿Por qué llama Jehová primogénito a “David mi siervo” si no era el primer hijo? Cuando en el Salmo 89 Jehová habla de “David mi siervo” y repasa el pacto para el reino que hizo con él, dice entre otras cosas: “Yo mismo lo pondré como primogénito, el altísimo de los reyes de la tierra”. (Sl 89:20, 27.) David no era hijo primogénito (1Cr 2:13-15), por lo que parece que Jehová se refería de manera profética al “primogénito celestial” de Dios, representado por David, y a quien Él confiere una dignidad real superior a la de cualquier otro gobernante humano. (Compárese con Eze 34:24, donde se llama al Mesías “mi siervo David”.)
Cuando se dice que Jesucristo es “el primogénito de toda la creación” y “el primogénito de los muertos”, no solo se indica que es el más distinguido entre los que Dios ha creado o resucitado, sino que fue el primero en ser creado y el primero en ser resucitado de entre los muertos a vida eterna. (Col 1:15, 18; Apo 1:5; 3:14.) Cuando estuvo en la Tierra, fue el hijo primogénito de María, y lo presentaron en el templo según requería la ley de Dios. (Lu 2:7, 22, 23.) El apóstol Pablo llama a los seguidores de Jesucristo que han sido matriculados en los cielos “la congregación de los primogénitos”, los primeros que Dios aceptó como hijos sobre la base de su fe en el sacrificio de Jesús y los primeros de los seguidores de Jesús que serían resucitados sin que tuvieran que morir de nuevo. (Heb 12:23.)
La expresión “primogénito de la muerte”, que se emplea en Job 18:13, se utiliza para aludir a la más mortífera de las enfermedades.
Derechos que por naturaleza pertenecían al hijo primogénito. Tanto el término hebreo (bekjo·ráh) como el griego (prö·to·tó·ki·a) para “primogenitura” provienen de raíces que encierran la idea básica de “primogénito”.
Bajo el sistema patriarcal, el hijo mayor se convertía en el cabeza de familia a la muerte del padre, y tenía autoridad sobre los demás miembros mientras viviesen en la casa, aunque también tenía el deber de cuidarlos. El primogénito heredaba el puesto del padre al representar a la familia ante Jehová. Solía recibir la bendición especial del padre. (Gé 27:4, 36; 48:9, 17, 18.) Además, le correspondían dos partes de los bienes de su padre, en otras palabras, recibía dos veces más de lo que recibían sus hermanos. Bajo la ley mosaica, un hombre que tuviera más de una esposa no podía quitarle la primogenitura a su hijo mayor y dársela al hijo de la esposa predilecta. (Dt 21:15-17.)
En tiempos de los patriarcas, el padre podía transferir la primogenitura a otro hijo por ciertas causas, como en el caso de Rubén, que perdió sus derechos de primogénito debido a que fornicó con la concubina de su padre. (1Cr 5:1, 2.) El primogénito podía vender su primogenitura a alguno de sus hermanos, como hizo Esaú, quien despreció su primogenitura y la vendió a su hermano Jacob a cambio de una sola comida. (Gé 25:30-34; 27:36; Heb 12:16.) No hay registro de que Jacob hiciese valer la primogenitura que había comprado para obtener una parte doble de la propiedad de Isaac, que consistía en bienes muebles o personales puesto que, con la excepción del campo de Macpelá, donde había una cueva que servía de sepultura, Isaac no tenía tierras. En lo que Jacob estaba verdaderamente interesado era en transmitir valores espirituales a su familia, es decir, la promesa dada a Abrahán concerniente a la descendencia. (Gé 28:3, 4, 12-15.)
En el caso de los reyes de Israel, la primogenitura parece haber conllevado el derecho de sucesión al trono. (2Cr 21:1-3.) No obstante, puesto que Jehová era el verdadero Rey y Dios de Israel, no tuvo en cuenta tal derecho cuando esto se adecuaba a su propósito, como ocurrió con Salomón. (1Cr 28:5.)
Como Jesucristo es “el primogénito de toda la creación” y siempre ha sido fiel a su Padre Jehová Dios, disfruta del derecho de primogenitura, por el que se le ha nombrado “heredero de todas las cosas”. (Col 1:15; Heb 1:2; véase HERENCIA.)
Existen situaciones extremas en las que un cristiano o cristiana opta por separarse, o incluso divorciarse, pese a que su pareja no ha cometido fornicación. Cuando esto sucede, la Biblia establece que quien decida irse “permanezca sin casarse, o, si no, que se reconcilie” (1 Corintios 7:11). De modo que, en tales casos, el cristiano no queda libre para comenzar a relacionarse con otra persona con miras a volver a casarse (Mateo 5:32). Veamos ahora varias situaciones excepcionales que han llevado a algunos a separarse.
★Negativa a mantener a la familia. Hay esposos que no cubren las necesidades básicas de su familia, pero no porque no puedan, sino porque no quieren; y, como resultado, la someten a graves privaciones. ¿Qué dice la Biblia sobre ellos? “Si alguno no provee para los [...] miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe.” (1 Timoteo 5:8.) En caso de que un marido así rehúse cambiar, la esposa tendrá que determinar si la separación legal es un paso necesario para velar por el bienestar de sus hijos y el suyo propio. Ahora bien, siempre que se acuse a un cristiano de este tipo de negligencia, los ancianos de la congregación investigarán el asunto a fondo, ya que constituye un motivo por el que podría ser expulsado.
★Maltrato físico muy grave. Hay quienes se vuelven tan agresivos que ponen en peligro la salud, o incluso la vida, de su pareja. Si el cónyuge maltratador es cristiano, los ancianos deben analizar el caso, pues los arrebatos de cólera y la conducta violenta son motivos de expulsión (Gálatas 5:19-21).
★Peligros muy graves para la vida espiritual. Hay cónyuges que intentan impedir por todos los medios que su pareja sirva a Jehová o que incluso tratan de obligarla a violar de algún modo los mandatos bíblicos. En tales casos, el cónyuge cristiano tendrá que determinar si la única manera de “obedecer a Dios [...] más bien que a los hombres” es obteniendo la separación (Hechos 5:29).
Conviene destacar que en casos tan extremos como los anteriores no debe animarse al cónyuge inocente ni a separarse de su pareja ni a permanecer con ella. Aunque los ancianos y otros hermanos maduros pueden brindar apoyo y dar consejos bíblicos, deben reconocer que, en definitiva, el único que conoce lo que pasa entre marido y mujer es Jehová. Si una cristiana (o un cristiano) exagerara la gravedad de sus problemas matrimoniales para justificar su separación, no estaría honrando ni a la institución matrimonial ni al propio Dios. Además, Jehová sabe si alguien está recurriendo a maquinaciones astutas, sin importar lo bien tramadas que estén. En efecto, “todas las cosas están desnudas y abiertamente expuestas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). Ahora bien, si existe una situación sumamente peligrosa y, como último recurso, el cristiano decide separarse, nadie debería criticarlo. En último término, “todos estaremos de pie ante el tribunal de Dios” (Romanos 14:10-12).
Estado del no casado. En el principio, después de crear a Adán, “Jehová Dios pasó a decir: ‘No es bueno que el hombre continúe solo. Voy a hacerle una ayudante, como complemento de él’”. (Gé 2:18, 21-24.) A partir de entonces, el matrimonio se convirtió en el estado normal de vida, y las excepciones eran escasas y por razones especiales. (Véase MATRIMONIO.)
En las Escrituras Hebreas no hay palabra para “soltero”. Uno de estos casos especiales fue el de Jeremías. Dios ordenó a este profeta que permaneciera soltero y no engendrara hijos, pues aquella nación se iba a encontrar en circunstancias desesperadas, en las que un conquistador cruel e inmisericorde mataría atrozmente a los niños. (Jer 16:1-4.) La hija de Jefté fue otra excepción, pues por respeto al voto de su padre, permaneció soltera voluntariamente en el servicio de tiempo completo en la casa de Jehová. (Jue 11:34-40.)
El apóstol Pablo habló de los beneficios de la soltería, siempre que no se estuviese bajo presión excesiva, ‘encendido de pasión’ y, por lo tanto, en peligro de cometer fornicación. El proceder de la soltería es “mejor” en el sentido de que permite servir a Dios “sin distracción”. (1Co 7:1, 2, 8, 9, 29-38; 9:5.) No se comenta si las cuatro hijas de Felipe el evangelizador se casaron más tarde, pero cuando Lucas escribió Hechos dijo que eran “vírgenes, que profetizaban”. (Hch 21:8, 9.)
Cristo Jesús, al igual que Jeremías, permaneció sin casarse. En una conversación con sus discípulos en cuanto a si se tenía que preferir la soltería más bien que el matrimonio, dijo: “No todos hacen lugar para el dicho, sino únicamente los que tienen el don. [...] Y hay eunucos que a sí mismos se han hecho eunucos por causa del reino de los cielos. Quien pueda hacer lugar para ello, haga lugar para ello”. (Mt 19:10-12.)
Por consiguiente, la soltería es un don cuya ventaja básica es la libertad que proporciona al que lo posee. Aquí Jesús utilizó lenguaje figurado. Los hombres no ‘hacen lugar para ello’ haciéndose eunucos de manera literal, sino en sus corazones, decidiendo de manera voluntaria mantenerse solteros, bien por toda la vida o por un período de tiempo, y manteniendo esa decisión con autodominio.
Sin embargo, la enseñanza y la práctica del celibato obligatorio por parte de ciertos grupos religiosos no tiene apoyo en las Escrituras. Al contrario, está escrito: “En períodos posteriores algunos se apartarán de la fe, [...] prohibirán casarse”. (1Ti 4:1-3.) Muchos de los apóstoles, o, más bien, la mayor parte de ellos, eran hombres casados. (1Co 9:5.) Lo que hace que los que tienen el don de la soltería no se casen no es necesariamente un voto de celibato, sino su deseo y disposición de aplicarse al servicio de Dios en estado de soltería.
Oportunidades y desafíos de la soledad en la soltería
Sabes hoy pensé en tu soledad, es curioso que la oruga es muy social y no suele estar sola cuando esta en ese estado arrastrándose y comiendo grandes cantidades de verde, pero cuando se va a transformar en mariposa se va sola y se aísla en un capullo solitario y oscuro, allí a solas hace la transformación más grande conocida en el mundo animal (la metamorfosis), sin testigos ni compañía que la apoyen, solo Jehová que la trabaja y le da forma con su gran amor y sabiduría. La soledad bien usada con un buen programa de estudio y buena comunicación con nuestro padre Jehová puede hacer milagros en nosotros, nos ayuda a conocernos mejor, convivir y amarnos nosotros mismos equilibradamente y superar debilidades (Ro 12:2, 3). Y el resultado es asombroso, al ver una brillante y hermosa mariposa nadie se podría imaginar lo que fue anteriormente. No te estoy animando a permanecer sola/o, ese estado es temporal como el de la pupa, solo ten paciencia, y no te arrastres con el primer gusano que se te cruce en tu vida. Muestra tu fe en las promesas de Jehová y vive tu vida con la eternidad en mira, no te sientas apurado ni con prisas (Gé 29:18, 20.) Pablo fue el apóstol que más viajó por el mundo. Pero cuando lo tenían arrestado en prisión, no se apuró, él usaba bien su tiempo escribiéndole a las congregaciones, así ni preso dejo de aprovechar el tiempo, superándose a sí mismo y ayudando a otros (Flp 4:12.) Es curioso que Jehová le hiciera pareja a todos los animales pero Adán lo dejara solo, (Gé 2:18) ¿se le paso algo por alto a Jehová? No, Jehová estuvo una eternidad en soledad antes de crear a su hijo Jesucristo (Col 1:15) y no quiso privar a Adán de esa gran experiencia, parece ser que Jehová reconocía por experiencia propia lo bueno que es la soledad antes de traer a alguien a su vida, de hecho se dice que nadie sabe amar de verdad sino conoce el contraste: "La soledad". Nos sentimos solos y empezamos a pedirle a Jehová una pareja, entonces es como si Jehová nos dijera: -muy bien te la daré, pero para esa nueva etapa de tu vida necesitas cambiar tu modo de vida; si, te tienen que crecer alas-, y entonces nos hace sentir como en un capullo (Cámara) de soledad, no intentemos romperlo antes de tiempo, esperemos haber hecho los cambios pertinentes en nuestra persona y la vida nos dará la señal cuando es el momento apropiado.
De la noche a la mañana otro gusano transformado en mariposa se posa en la misma flor donde nosotros estamos posados, pero no como gusanos sino como mariposa, pues queremos volar juntos no arrastrarnos ★“Esforzarse” - [Una lucha vital]
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En las Escrituras Hebreas, la palabra jam designa al padre del esposo (Gé 38:13, 25; 1Sa 4:19, 21), y en género femenino, ja·móhth, a la madre del esposo, es decir, la suegra de la esposa. (Rut 1:14; Miq 7:6.)
El verbo hebreo ja·thán significa “formar una alianza matrimonial”. (Dt 7:3; 1Sa 18:20-27; 1Re 3:1; 2Cr 18:1.) Al suegro del marido, es decir, el padre de la esposa, se le designa con un participio masculino del verbo hebreo ja·thán. Este mismo participio, pero en femenino, hace referencia a la suegra. (Dt 27:23.)
A la pareja comprometida se la veía como si ya estuviera casada aunque todavía no se hubiera celebrado el matrimonio, por lo que a la mujer se la consideraba la esposa del hombre. (Jue 14:20.) En consecuencia, al hombre se le llamaba “yerno” (se empleaba un nombre derivado de ja·thán), independientemente de si se había realizado la alianza matrimonial (Jue 19:5; 1Sa 22:14; Ne 6:18; 13:28) o se contemplaba hacerlo, como en el caso de los “yernos” de Lot. (Gé 19:12, 14; compárese con Jue 15:6.) Las hijas de Lot solo estaban comprometidas, pues de otro modo vivirían con sus esposos y no en la casa de su padre. Otra prueba de que los dos hombres eran solo futuros yernos (comprometidos con las hijas de Lot pero no casados con ellas todavía) lo constituye el hecho de que, como indican la mayoría de las versiones españolas, el hebreo permite traducir el versículo como sigue: “Sus yernos [de Lot] que habían de tomar [o, que tenían la intención de tomar] a sus hijas”. (Gé 19:14, Mod, nota; NM; Val; compárese con BAS, BJ, LT, RH, etc.)
En las Escrituras Griegas Cristianas pen·the·rós se traduce “suegro” (Jn 18:13), y su forma femenina, pen·the·rá, “suegra”. (Mt 8:14; 10:35; Mr 1:30; Lu 4:38; 12:53; véase NUERA.)
La suegra de Simón. Es decir, la suegra de Pedro, también llamado Cefas (Jn 1:42). Esta declaración concuerda con las palabras de Pablo que se encuentran en 1Co 9:5 y que dan a entender que Cefas era un hombre casado. Parece que la suegra de Pedro vivía en la casa que él compartía con su hermano Andrés (Mr 1:29-31). Ver la nota de estudio de Mt 10:2, donde se explican los distintos nombres del apóstol Pedro.
El término hebreo dohdh, que a veces se traduce “tío” o “hermano del padre” (Le 10:4; 20:20; 25:49; Nú 36:11; 1Sa 10:14-16; 14:50; Est 2:7, 15; Jer 32:7-9, 12; Am 6:10), tiene una aplicación más amplia que la palabra española “tío”. No solo aplica a un pariente, por lo general el hermano del padre, sino que también puede denotar (en singular o plural) “amor” (Pr 7:18), expresiones de cariño o de amor (Can 1:2, 4; Eze 16:8; 23:17) y un ser amado (Can 1:14, 16; Isa 5:1). Sin embargo, el contexto u otros textos relacionados suelen determinar cuál es la relación familiar que se designa con la palabra hebrea dohdh. Por ejemplo, dohdh se utiliza con respecto a la relación entre el rey Joaquín y el rey Sedequías. Como Sedequías era el hermano de Jehoiaquim, el padre de Joaquín, en este caso la palabra dohdh designa, obviamente, al tío o hermano del padre. (2Re 24:6, 15, 17; 1Cr 3:15.) En hebreo se usa la expresión “hermano de su madre” para referirse al tío materno. (Gé 29:10.) En 1 Crónicas 27:32 se dice que el consejero Jonatán era el dohdh de David, y 2 Samuel 21:21 y 1 Crónicas 20:7 indican que este Jonatán era el hijo de Simeí, el hermano de David. Por consiguiente, Jonatán, el dohdh de David, tuvo que ser su sobrino, no su tío.
La forma femenina de dohdh se emplea con referencia a la tía de una persona, bien la hermana de su padre o de su madre, bien la esposa de su tío. Es un parentesco que solo se menciona en las Escrituras Hebreas. El que un hombre tuviera relaciones sexuales con su tía se consideraba incestuoso y estaba estrictamente prohibido por la ley mosaica. (Le 18:12-14; 20:19, 20.)
El texto masorético dice con respecto a los padres de Moisés: “Ahora bien, Amram tomó por esposa a Jokébed, hermana de su padre”. (Éx 6:20; Nú 26:59.) Ese tipo de matrimonio estaba permitido en aquella época, pues tuvo lugar más de ochenta años antes de darse la Ley. (Véase JOKÉBED.)
“El hijo de la hermana de Pablo” puso en conocimiento de este y luego del comandante romano de Jerusalén el complot que se había tramado contra la vida de su tío. (Hch 23:16-22.)
Algunos lexicógrafos definen la palabra griega mo·no·gue·nés como “solo en su clase, único” o “el único miembro de una familia o género”. (Greek-English Lexicon of the New Testament, de Thayer, 1889, pág. 417; Greek-English Lexicon, de Liddell y Scott, Oxford, 1968, pág. 1144.) El término define la relación de hijos e hijas respecto a sus padres.
Las Escrituras hablan del “hijo unigénito” de una viuda que vivía en la ciudad de Naín, de la “hija unigénita” de Jairo y del hijo “unigénito” de un hombre, de quien Jesús expulsó un demonio. (Lu 7:11, 12; 8:41, 42; 9:38.) La Septuaginta griega usa esta palabra con referencia a la hija de Jefté, de quien está escrito: “Ahora bien, ella era absolutamente la única hija. Además de ella, él no tenía ni hijo ni hija”. (Jue 11:34.)
El apóstol Juan dice repetidas veces que el Señor Jesucristo es el Hijo unigénito de Dios (Jn 1:14; 3:16, 18; 1Jn 4:9), aunque este término no hace referencia a su nacimiento humano ni a su condición de hombre. Como el Ló·gos o Palabra, “este estaba en el principio con Dios”, incluso “antes que el mundo fuera”. (Jn 1:1, 2; 17:5, 24.) Ya entonces, en su existencia prehumana, era el “Hijo unigénito”, a quien su Padre envió “al mundo”. (1Jn 4:9.)
También se dice que tiene una “gloria como la que pertenece a un hijo unigénito de parte de un padre” y que está “en la posición del seno para con el Padre”. (Jn 1:14, 18.) Es difícil pensar en una relación entre un padre y su hijo más íntima o más amorosa y tierna que esta. P75אc; P66א*BC*: “dios unigénito”; ACcItVgSyc,h: “el Hijo unigénito”.
La nota al pie de la página en Juan 1:18 revela que el Códice Sinaítico y otros manuscritos antiguos apoyan la lectura “el dios unigénito”, en vez de “el Hijo unigénito”. La referencia אc en esta nota también sirve como corrección, ya que este códice apoya el que se restaure el artículo definido en “el dios unigénito”. La posición de Jesucristo es singular, como lo atestigua este versículo. (Véase “Pecho, Seno” - [POSICIÓN DEL SENO].)
Los ángeles del cielo son hijos de Dios, tal como Adán fue un “hijo de Dios”. (Gé 6:2; Job 1:6; 38:7; Lu 3:38.) Pero el Ló·gos, a quien más tarde se llamó Jesús, es el “Hijo unigénito de Dios”. (Jn 3:18.) Él es el único de esta clase, el único a quien Dios mismo creó directamente sin la mediación o colaboración de ninguna criatura. Es el único a quien Dios, su Padre, utilizó para traer a la existencia a todas las otras criaturas. Es el primogénito y el principal entre todos los otros ángeles (Col 1:15, 16; Heb 1:5, 6), a los que las Escrituras llaman “los que tienen parecido a Dios” o “dioses”. (Sl 8:4, 5.) Por lo tanto, según algunos de los manuscritos mejores y más antiguos, al Señor Jesucristo se le llama apropiadamente “el dios unigénito [gr. mo·no·gue·nés the·ós]”. (Jn 1:18; BAS; CB; CEBIHA; DGH; EMN; Ga; NTI; PIB; UN; Val, 1989.)
Algunas versiones, en apoyo del concepto trinitario “Dios el Hijo”, traducen la frase mo·no·gue·nés the·ós por “Dios Unigénito” (AF; AFEBE, 1972; NC) o por otras fórmulas que recuerdan la fraseología trinitaria. No obstante, según expresa W. J. Hickie en su Greek-English Lexicon to the New Testament (1956, pág. 123), resulta difícil entender por qué estos traductores no traducen mo·no·gue·nés the·ós por “el Dios unigénito” o “el unigénito Dios”, si traducen mo·no·gue·nés hui·ós por “el Hijo unigénito”.
Pablo llamó a Isaac el “hijo unigénito” de Abrahán (Heb 11:17), aunque Abrahán engendró a Ismael por medio de Agar, así como a varios hijos más por medio de Queturá. (Gé 16:15; 25:1, 2; 1Cr 1:28, 32.) Sin embargo, el pacto de Dios solo se hizo por medio de Isaac, el único hijo de Abrahán que vino por la promesa de Dios y el único hijo de Sara. (Gé 17:16-19.) Además, cuando Abrahán ofreció a Isaac, él era el único hijo en la casa de su padre, pues todavía no le habían nacido hijos a Queturá, e Ismael, que se había marchado unos veinte años antes, ya estaría casado para ese tiempo y sería cabeza de su propia casa. (Gé 22:2.)
De modo que, desde varios puntos de vista relacionados con la promesa y el pacto —temas sobre los que Pablo estaba escribiendo a los hebreos—, Isaac era el hijo unigénito de Abrahán. Así Pablo compara “las promesas” y el “hijo unigénito” con la “‘descendencia tuya’ [...] mediante Isaac”. (Heb 11:17, 18.) Ya fuera por estas razones u otras, Josefo también llamó a Isaac “unigénito” de Abrahán. (Antigüedades Judías, libro I, cap. XIII, sec. 1.)
Mujer que no ha vuelto a casarse tras morir su esposo. La muerte del esposo rompe el lazo matrimonial y la mujer puede volver a casarse si así lo desea. (Rut 1:8-13; Ro 7:2, 3; 1Co 7:8, 9.) En la sociedad patriarcal, y luego bajo la ley mosaica, el hermano de un hombre que hubiese muerto sin hijos tenía que tomar como esposa a la viuda de su hermano y darle un hijo para continuar el linaje del difunto. (Gé 38:8; Dt 25:5-10; Rut 4:3-10; véase MATRIMONIO DE CUÑADO.)
La viuda podía volver a la casa de su padre una vez muerto su cónyuge. (Gé 38:11.) En la Ley había una disposición específica con este fin en beneficio de la hija de un sacerdote que “quedara viuda o divorciada”. Puesto que el sacerdote recibía diezmos para el sostén de su casa, la hija podía participar de esta provisión. Esto garantizaba que no se encararía a la pobreza, y por lo tanto evitaba cualquier oprobio que de otra manera caería sobre el sacerdocio. (Le 22:13.) La Ley de Dios concedía a las viudas que no tenían ningún apoyo o protección el derecho de rebuscar en los campos, los olivares y las viñas (Dt 24:19-21), beneficiarse de la abundancia de las fiestas anuales (Dt 16:10-14) y participar cada tercer año de los diezmos que contribuía la nación. (Dt 14:28, 29; 26:12, 13.)
Interés de Jehová y Cristo por las viudas. Jehová dijo que Él “ejecuta juicio para el huérfano de padre y la viuda”. (Dt 10:18.) La Ley exigía que se tratara con absoluta justicia y equidad a las viudas. (Éx 22:22-24; Dt 24:17.) Se pronunciaba una maldición sobre los que pervertían el juicio de las viudas (Dt 27:19), y en los escritos de los profetas se exhortaba a tratarlas correctamente. (Isa 1:17, 23; 10:1, 2; Jer 22:3; Eze 22:7; Zac 7:9, 10; Mal 3:5.)
Jesús se interesó en el bienestar de las viudas de Israel cuando acusó a los escribas de ‘devorar las casas de las viudas’. (Mr 12:38-40; Lu 20:46, 47.)
La ayuda cristiana a las viudas. Durante la emergencia que surgió en la congregación cristiana poco después del día del Pentecostés del año 33 E.C., a las viudas de habla griega se les estaba pasando por alto en la distribución diaria. Cuando este asunto se presentó a los apóstoles, lo consideraron de tal importancia que nombraron a “siete varones acreditados [...] llenos de espíritu y de sabiduría” para supervisar la distribución equitativa de alimento. (Hch 6:1-6.)
El apóstol Pablo dio instrucciones completas en 1 Timoteo 5:3-16 para que la congregación cristiana cuidara amorosamente de las viudas. La congregación tenía que atender a las viudas necesitadas, pero si la viuda tenía hijos o nietos, habrían de ser ellos los que asumieran la responsabilidad de proveer para sus necesidades, o, como Pablo mandó, “si alguna mujer creyente tiene viudas [es decir, que fuesen sus familiares], que las socorra, y que la congregación no esté bajo la carga. Entonces esta puede socorrer a las que realmente son viudas [es decir, a las que realmente carecen de ayuda]”. Para que se pusiera a una viuda en la lista para recibir ayuda material de la congregación tenía que haber “cumplido no menos de sesenta años” y haber demostrado buena moralidad, devoción fiel y amorosa a Jehová, así como hospitalidad y amor a otras personas. Por otra parte, el apóstol recomienda que las viudas jóvenes se vuelvan a casar, tengan hijos y lleven una casa, evitando de esta manera el lazo de los impulsos sexuales y el peligro de estar ‘desocupadas y volverse chismosas y entremetidas en asuntos ajenos’.
Santiago, el medio hermano de Jesús, destacó la importancia de cuidar de los huérfanos y de las viudas en su tribulación cuando puso en paralelo esta responsabilidad con el mantenerse sin mancha del mundo, y así indicó que era un requisito para la adoración que es limpia e incontaminada desde el punto de vista de Dios. (Snt 1:27.)
Entre las viudas de fe notable están Tamar (Gé 38:6, 7), Noemí y Rut (Rut 1:3-5), Abigail (1Sa 25:37, 38, 42), la viuda de Sarepta (1Re 17:8-24) y Ana la profetisa (Lu 2:36, 37; compárese lo que Lucas dice de Ana con los requisitos que registró Pablo en 1Ti 5:3-16 para que una viuda mereciera recibir ayuda). Por otra parte, Jesús alabó a una viuda, cuyo nombre no se menciona, porque contribuyó al templo todo lo que tenía. (Mr 12:41-44.)
Uso figurado. A las ciudades abandonadas y desoladas se las compara simbólicamente a viudas. (Lam 1:1; compárese con Jer 51:5.) Babilonia la Grande, “la gran ciudad que tiene un reino sobre los reyes de la tierra”, se jacta —como lo hizo su tipo, la antigua Babilonia— de que nunca se quedará viuda. No obstante, tal como la antigua Babilonia en realidad se quedó “viuda”, lo mismo le pasará a la Babilonia la Grande de la actualidad. (Isa 47:8, 9; Apo 17:18; 18:7, 8.)
Sorprendentemente hermoso es lo que la Escritura enseña con respecto a la forma en que Dios provee a las viudas:
★Dios es el “Padre de huérfanos y defensor de las viudas” (Sl. 68:5).
★Ellas están bajo su cuidado y protección especiales (Ex. 22:23; Dt. 10:18; Pr. 15:25; Sl. 146:9).
★Por medio del diezmo y “la espiga olvidada” provee para ellas (Dt. 14:29; 24:19–21; 26:12, 13).
★En las fiestas que Dios ha instituido, ellas también deben regocijarse (Dt. 16:11, 14).
★Bendice a los que las ayudan y las honran (Isa. 1:17, 18; Jer. 7:6; 22:3, 4).
★Dios reprende y castiga a los que las dañan (Ex. 22:22; Dt. 24:17; 27:19; Job 24:3, 21; 31:16; Sl. 94:6; Zac. 7:10; Mal. 3:5).
★Son objeto de la tierna compasión de Cristo, lo cual se ve claramente en los Evangelios, especialmente el Evangelio según Lucas (Mr. 12:42, 43; Lu. 7:11–17; 18:3, 5; 20:47; 21:2, 3).
★La iglesia primitiva no se olvidaba de ellas. Los primeros siervos ministeriales (diáconos) fueron nombrados debido a que se descuidó a ciertas viudas, de modo que en adelante las viudas recibierán mejor cuidado (Hch. 6:1–6). Y según Santiago, una de las manifestaciones de una adoración pura y sin mancha es esta: “Cuidar de los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones” (Snt. 1:27). Véase también 1Ti. 5:3–8. Se puede afirmar con toda certeza que el estado espiritual de una congregación se puede medir por la medida en que cuida de sus miembros, especialmente sus viudas y huerfanos.
La palabra hebrea bethu·láh aplica a una mujer que nunca ha estado unida a un hombre en matrimonio ni ha tenido relaciones sexuales. (Gé 24:16; Dt 32:25; Jue 21:12; 1Re 1:2; Est 2:2, 3, 17; Lam 1:18; 2:21.) Sin embargo, el término griego par·thé·nos puede aplicar tanto a mujeres como a hombres solteros. (Mt 25:1-12; Lu 1:27; Hch 21:9; 1Co 7:25, 36-38.)
Según la Ley, un hombre que seducía a una virgen que no estaba comprometida tenía que darle a su padre 50 siclos de plata (110 dólares [E.U.A.]) y casarse con ella (si su padre lo consentía), y no se le permitía divorciarse de ella en “todos sus días”. (Éx 22:16, 17; Dt 22:28, 29.) Pero como se consideraba que una virgen comprometida ya pertenecía a un esposo, tenía que ser lapidada si no gritaba cuando intentaban violarla. No gritar indicaba que daba su consentimiento, y, por lo tanto, la convertía en adúltera. (Dt 22:23, 24; compárese con Mt 1:18, 19.) El que se considerara que una virgen comprometida pertenecía a un esposo explica también por qué Joel 1:8 habla de la “virgen” que plañe por “el dueño de su juventud”.
Ya que los que retienen su virginidad disfrutan de una mayor libertad en el servicio del Señor, el apóstol Pablo recomendó la soltería como el mejor proceder para los cristianos que tuvieran autodominio. (1Co 7:25-35.) Sin embargo, aconsejó a los que no lo tuvieran: “Si alguno piensa que se está portando impropiamente para con su virginidad, si esta ha pasado la flor de la juventud, y esa es la manera como debe efectuarse, que haga lo que quiera; no peca. Que se casen”. (1Co 7:36.) La palabra griega que se traduce “virginidad” en 1 Corintios 7:36-38 significa literalmente “virgen”. Por esta razón se ha propuesto la idea de que Pablo estaba hablando en cuanto a la responsabilidad de un padre o un guardián de una hija casadera. Por ello, la traducción de Antonio Fuentes Mendiola dice: “Pero si alguno piensa que falta contra su hija doncella por dejar pasar su edad, y que debe casarla, haga lo que quiera: no peca; que la case”. Otro punto de vista es que este texto aplica al hombre que está decidiendo si debe casarse con su prometida. Por eso, La Biblia interconfesional lee: “Es posible que alguno, debido al ardor desbordante de su edad, piense que está propasándose con su novia y que conviene actuar en consecuencia. Que se casen, si es lo que desea; ningún pecado hay en ello”. Sin embargo, por lo que el contexto indica, no se hace referencia a una muchacha virgen, sino a la propia virginidad de la persona. Un comentarista señaló respecto a esta explicación: “‘El Apóstol no quiere decir una virgen, sino el “estado de virginidad” o celibato, sea un hombre o una mujer’. Esta última opinión parece ser el verdadero sentido de las palabras del Apóstol”. (Comentario de la Santa Biblia, de Adam Clarke, 1988, vol. 3, pág. 401. Véase también la obra Matthew Henry’s Commentary on the Whole Bible, 1976, vol. 3, pág. 1036.) Como la palabra griega par·thé·nos aplica también a hombres solteros, es procedente y parece encajar mejor con el contexto el que la Traducción del Nuevo Mundo y las versiones inglesas de J. B. Rotherham y de J. N. Darby utilicen el término “virginidad”.
Virginidad espiritual. Tal como el sumo sacerdote en Israel solo podía tomar como esposa a una virgen (Le 21:10, 13, 14; compárese con Eze 44:22), igualmente el gran Sumo Sacerdote, Jesucristo, solo debe tener una “virgen” como su “esposa” espiritual celestial. (Apo 21:9; Heb 7:26; compárese con Ef 5:25-30.) Por lo tanto, el apóstol Pablo estaba profundamente preocupado por la pureza de la congregación corintia, y deseaba presentarla “cual virgen casta al Cristo”. (2Co 11:2-6.) La esposa de Cristo está compuesta de 144.000 personas ungidas por espíritu que individualmente mantienen su ‘virginidad’ permaneciendo separadas del mundo y manteniéndose puras en sentido moral y doctrinal. (Apo 14:1, 4; compárese con 1Co 5:9-13; 6:15-20; Snt 4:4; 2Jn 8-11.)
Profecía mesiánica. Aunque la palabra hebrea para “virgen” es bethu·láh, en Isaías 7:14 aparece otro término (`al·máh): “¡Miren! La doncella [ha·`al·máh] misma realmente quedará encinta, y va a dar a luz un hijo, y ciertamente le pondrá por nombre Emmanuel”. La palabra `al·máh significa “doncella”, y puede aplicar a una virgen o a una muchacha que no lo es. Se aplica a “la doncella” Rebeca antes de casarse cuando también se la llamó “virgen” (bethu·láh). (Gé 24:16, 43.) Bajo inspiración divina, Mateo utilizó la palabra griega par·thé·nos (virgen) al mostrar que Isaías 7:14 tuvo su cumplimiento final en el nacimiento virginal de Jesús, el Mesías. Tanto Mateo como Lucas muestran claramente que la madre de Jesús, María, era una virgen que quedó encinta por obra del espíritu santo de Dios. (Mt 1:18-25; Lu 1:26-35.)
Ciudades, lugares y pueblos. El término “virgen” se utiliza a menudo con relación a ciudades, lugares o pueblos. Se hace referencia a la “virgen” o “virgen hija” de “mi pueblo” (Jer 14:17), de Israel (Jer 31:4, 21; Am 5:2), de Judá (Lam 1:15), de Sión (2Re 19:21; Lam 2:13), de Egipto (Jer 46:11), de Babilonia (Isa 47:1) y de Sidón (Isa 23:12). Parece ser que el sentido de este uso figurado es que los pueblos o lugares así llamados no habían sido tomados ni violados por conquistadores extranjeros, o bien que en un tiempo eran independientes como una virgen.
¿Era María realmente virgen cuando dio a luz a Jesús? Luc. 1:26-31 (BJ) informa que fue a “una virgen” llamada María a quien el ángel Gabriel llevó la siguiente noticia: “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús”. Entonces, como declara el versículo 34, “María respondió al ángel: ‘¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón [“actualmente soy virgen”, CI, nota; “pues yo no conozco varón”, NC (1972); “no estoy teniendo coito con varón alguno”, NM]?’”. Mateo 1:22-25 (BJ) agrega: “Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: ‘Dios con nosotros.’ Despertó José del sueño, e hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su esposa. Y sin haberla conocido, dio ella a luz un hijo, a quien él puso por nombre Jesús”.
¿Es razonable esto? Ciertamente no era imposible para el Creador, que había diseñado los órganos reproductivos humanos, fecundar por medios sobrenaturales un óvulo que se hallaba en la matriz de María. De manera maravillosa, Jehová transfirió a la matriz de María la fuerza vital y el patrón de la personalidad de su Hijo primogénito celestial. La propia fuerza activa de Dios, su espíritu santo, protegió el desarrollo de la criatura en el vientre de María de modo que naciera como ser humano perfecto. (Luc. 1:35; Juan 17:5.)
¿Fue María siempre virgen? Mat. 13:53-56, BJ: “Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí, y, viniendo a su tierra, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: ‘¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos [a·del·phoi´, en griego] Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas [a·del·phai´, en griego] ¿no están todas entre nosotros?’” (Con este texto como base, ¿concluiría usted que Jesús fue el único hijo de María, o, más bien, que ella tuvo otros hijos e hijas?)
La New Catholic Encyclopedia (1967, tomo IX, pág. 337) admite respecto a las palabras griegas a·del·phoi´ y a·del·phai´, que se usan en Mateo 13:55, 56, que “tienen el significado de hermano y hermana en sentido pleno en el mundo de habla griega del tiempo del Evangelista y naturalmente serían tomadas en este sentido por su lector griego. Hacia fines del siglo IV (c. 380) Helvidio, en una obra que se ha perdido, recalcó este hecho a fin de atribuir a María otros hijos además de Jesús y hacer de ella un modelo para las madres de familias grandes. San Jerónimo, motivado por la fe tradicional de la iglesia en la virginidad perpetua de María, escribió un tratado en contra de Helvidio (383 A.C.) en el que desarrolló una explicación [...] que aún está en boga entre los eruditos católicos”.
Mar. 3:31-35, BJ: “Llegan su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: ‘¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan.’ Él les responde: ‘¿Quién es mi madre y mis hermanos?’ Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: ‘Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.’” (Aquí se hace una clara distinción entre los hermanos carnales de Jesús y sus hermanos espirituales, sus discípulos. Nadie arguye que la referencia que se hace a la madre de Jesús signifique algo diferente de lo que dice. ¿Es consecuente, pues, razonar que sus hermanos carnales no eran hermanos carnales, sino quizás primos? Para referirse a parientes más bien que a hermanos, se usa otra palabra griega [syg·ge·non´], como en Lucas 21:16.)
¿Fue María la madre de Dios? El ángel que informó a María del venidero nacimiento milagroso no le dijo que Dios sería su hijo. Dijo: “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo [...] El que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios”. (Luc. 1:31-35, BJ.)
Heb. 2:14, 17, BJ: “Así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también participó él [Jesús] de las mismas cosas [...] Por eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos.” (Pero ¿se habría asemejado él “en todo a sus hermanos” si hubiera sido un Dios-hombre?)
La New Catholic Encyclopedia dice: “María es realmente la madre de Dios si se llenan dos requisitos: que realmente sea la madre de Jesús y que Jesús realmente sea Dios” (1967, tomo X, pág. 21). La Biblia dice que María fue la madre de Jesús, pero ¿era Jesús Dios? En el cuarto siglo, mucho tiempo después que se hubo terminado de escribir la Biblia, la Iglesia formuló su declaración de la Trinidad. (New Catholic Encyclopedia, 1967, tomo XIV, pág. 295; véase “Jehová”.) En aquel entonces, en el Credo Niceno, la Iglesia se refirió a Jesucristo como el “mismo Dios”. Después de aquello, en el Concilio de Éfeso de 431 E.C., la Iglesia proclamó a María The·o·to´kos, lo cual significa “La que da a luz a Dios” o “Madre de Dios”. Sin embargo, ni esa expresión ni la idea que ella encierra se hallan en el texto de ninguna de las traducciones de la Biblia. (Véanse “Jesucristo”.)