Vida y Muerte |
El uso dado en el contexto bíblico a los términos originales (heb. né·fesch; gr. psy·kjé) muestra que la palabra “alma” se refería tanto a una persona como a un animal o a la vida que hay en ambos.
Sin embargo, la idea que la palabra “alma” comunica hoy a la mayoría de la gente no concuerda con el significado de los términos hebreo y griego que emplearon los escritores bíblicos inspirados. Este es un hecho cada vez más reconocido. Ya en 1897, después de un análisis detallado del uso de né·fesch, el profesor C. A. Briggs hizo la siguiente observación en el Journal of Biblical Literature (vol. 16, pág. 30): “El uso que en la actualidad se le da en inglés a la palabra alma por lo general transmite un significado muy diferente de [né·fesch] en hebreo, y es fácil que el lector incauto la interprete mal”. Lo mismo pudiera decirse respecto al uso de la palabra “alma” en nuestro idioma.
Más recientemente, cuando la Sociedad de Publicaciones Judías de América editó una nueva traducción de la Torá —los cinco primeros libros de la Biblia—, el jefe de redacción, H. M. Orlinsky, de la universidad Hebrew Union, dijo que la palabra “alma” casi se había eliminado de dicha traducción porque “la palabra hebrea que se trata aquí es ‘nefesch’”. Añadió que ‘otros traductores habían interpretado que esta significa “alma”, algo completamente inexacto. La Biblia no dice que tengamos un alma. “Nefesch” es la persona misma, su necesidad de alimentarse, la mismísima sangre de sus venas, su propio ser’. (The New York Times, 12 de octubre de 1962.)
¿Cuál es el origen de la doctrina de la invisibilidad e inmortalidad del alma humana?
La dificultad estriba en que los significados que se suelen atribuir a la palabra “alma” no se derivan principalmente de las Escrituras Hebreas o de las Griegas Cristianas, sino de la antigua filosofía griega, que en realidad es pensamiento religioso pagano. El filósofo griego Platón, por ejemplo, puso en boca de Sócrates las siguientes palabras: “El alma, [...] que se separa pura, sin arrastrar nada del cuerpo, [...] se va hacia lo que es semejante a ella, lo invisible, lo divino, inmortal y sabio, y al llegar allí está a su alcance ser feliz, apartada de errores, insensateces, terrores, [...] y de todos los demás males humanos, [...] para pasar de verdad el resto del tiempo en compañía de los dioses”. (Fedón, 80 d, e; 81 a.)
En contraste directo con la enseñanza griega de que psy·kjé (alma) es inmaterial, intangible, invisible e inmortal, las Escrituras muestran que cuando psy·kjé y né·fesch se utilizan con respecto a las criaturas terrestres, ambas se refieren a lo que es material, tangible, visible y mortal.
La New Catholic Encyclopedia (1967, vol. 13, pág. 467) dice: “Nepes [né·fesch] es un término mucho más abarcador que nuestro vocablo ‘alma’, pues significa vida (Éx 21:23; Dt 19:21) y sus diversas manifestaciones vitales: respiración (Gé 35:18; Job 41:13[21]), sangre (Gé 9:4; Dt 12:23; Sl 140[141].8), deseo (2Sa 3:21; Pr 23:2). El alma en el AT [Antiguo Testamento] no significa una parte del hombre, sino el hombre completo: el hombre como ser viviente. De manera similar, en el NT [Nuevo Testamento] significa la vida humana: la vida de la persona, el sujeto consciente (Mt 2:20; 6:25; Lu 12:22-23; 14:26; Jn 10:11, 15, 17; 13:37)”.
La traducción católica romana The New American Bible, en su “Glosario de términos de la teología bíblica” (págs. 27, 28), dice: “En el Nuevo Testamento, ‘salvar uno su alma’ (Mr 8:35) no significa salvar alguna parte ‘espiritual’ del hombre, como algo en oposición a su ‘cuerpo’ (en el sentido platónico), sino a la persona completa, destacando el hecho de que la persona vive, desea, ama y ejerce su voluntad, etc., además de ser algo concreto y físico” (publicada por P. J. Kenedy & Sons, Nueva York, 1970).
Né·fesch viene de una raíz que significa “respirar”, y en un sentido literal se podría traducir como “un respirador”. El Lexicon in Veteris Testamenti Libros (de Koehler y Baumgartner, Leiden, 1958, pág. 627) la define como “la sustancia que respira, que hace del hombre y del animal seres vivientes Gé 1:20, el alma (estrictamente diferente de la noción griega del alma), el asiento de la cual es la sangre Gé 9:4f; Le 17:11; Dt 12:23: (249 veces) [...] alma = ser viviente, individuo, persona”.
La palabra griega psy·kjé se define en los léxicos griego-inglés como “vida”, y “el ser o la personalidad consciente como centro de las emociones, deseos y afectos”, “un ser vivo”, y esos léxicos muestran que ese término se usó para referirse a “animales” no solo en la Biblia, sino en obras griegas. Por supuesto, como esas fuentes tratan principalmente de los escritos griegos clásicos, también incluyen todos los significados que los filósofos griegos paganos dieron a esa palabra, como: “espíritu difunto”, “el alma inmortal e inmaterial”, “el espíritu del universo” y “el principio inmaterial del movimiento y la vida”. Seguramente, el término psy·kjé también se aplicaba a la “mariposa” o “polilla”, criaturas que experimentan una metamorfosis, transformándose de oruga en criatura alada, debido a que algunos de los filósofos paganos enseñaron que el alma salía del cuerpo al momento de morir. (Greek-English Lexicon, de Liddell y Scott, revisión de H. Jones, Oxford, 1968, págs. 2026, 2027; New Greek and English Lexicon, de Donnegan, 1836, pág. 1404.)
Los escritores griegos antiguos aplicaron psy·kjé de diversas maneras inconsecuentes, pues sus filosofías personales y religiosas influían en el uso que le daban a dicho término. De Platón, a cuya filosofía se pueden atribuir (como por lo general se reconoce) las ideas comunes en cuanto al “alma”, se dice: “Mientras que a veces habla de una de las [supuestas] tres partes del alma, la ‘inteligente’, como una necesariamente inmortal, mientras que las otras dos son mortales, también habla como si hubiera dos almas en un cuerpo: una inmortal y divina, y otra mortal”. (“Thoughts on the Tripartite Theory of Human Nature”, de A. McCaig, en The Evangelical Quarterly, Londres, 1931, vol. 3, pág. 121.)
En vista de esta inconsecuencia en los escritos no bíblicos, es imprescindible dejar que las Escrituras hablen por sí mismas, mostrando lo que los escritores inspirados querían decir cuando utilizaban el término griego psy·kjé o el hebreo né·fesch. Este último aparece 754 veces en el texto masorético de las Escrituras Hebreas y psy·kjé aparece 102 veces en el texto de Westcott y Hort de las Escrituras Griegas Cristianas; en total, 856 veces. Debido a este uso frecuente, es posible determinar con exactitud el sentido que tenían estas voces para los escritores bíblicos inspirados y el que deberían transmitir al lector moderno. Al efectuar este examen, se observa que, a pesar del sentido amplio de estos términos y sus diferentes matices, no hay inconsecuencia ni confusión entre los escritores bíblicos en lo relacionado con la naturaleza del hombre, como sucedió entre los filósofos griegos del llamado período clásico.
★¿Se refería Satanás a la inmortalidad del alma al hablar con Eva? - (2-12-2019-Pg.15)
Las primeras almas terrestres. Né·fesch aparece por primera vez en Génesis 1:20-23. En el quinto “día” creativo Dios dijo: “‘Enjambren las aguas un enjambre de almas vivientes [né·fesch], y vuelen criaturas voladoras por encima de la tierra [...]’. Y Dios procedió a crear los grandes monstruos marinos y toda alma viviente [né·fesch] que se mueve, los cuales las aguas enjambraron según sus géneros, y toda criatura voladora alada según su género”. Con referencia al sexto “día” creativo, né·fesch se aplica de manera similar al “animal doméstico y animal moviente y bestia salvaje de la tierra”, pues se dice que son “almas vivientes”. (Gé 1:24.)
En las instrucciones que Dios dio al hombre después de crearlo, utilizó de nuevo el término né·fesch para referirse a la creación animal: “Todo lo que se mueve sobre la tierra en que hay vida como alma [literalmente, en lo que hay alma viviente (né·fesch)]”. (Gé 1:30.) Otros pasajes donde se designa así a los animales son: Génesis 2:19; 9:10-16; Levítico 11:10, 46; 24:18; Números 31:28; Ezequiel 47:9. Ha de notarse que las Escrituras Griegas Cristianas también aplican la palabra griega psy·kjé a animales, como en Apocalipsis 8:9 y 16:3, donde se utiliza con relación a las criaturas del mar.
Por tanto, las Escrituras muestran con claridad que né·fesch y psy·kjé se utilizan para designar a la creación animal inferior al hombre. No obstante, veremos que estos mismos términos también aplican al hombre.
★“Alma viviente, “criatura respiradora, Persona viviente.”: Heb.: lené·fesch jai·yáh; né·fesch jai·yáh, sing. La palabra hebrea es néfesh, que literalmente significa ‘criatura que respira’. Gr.: psy kjen zo san (psy·kjén zó·san, “alma viviente”; psy·kjón zo·són, pl. “alma de vivientes”); lat.: á·ni·mam vi·vén·tem, se refiere tanto a animales como al hombre. Véanse Gé 1:20, 21, 30; 1Co 15:45.
Traducción tradicional de la palabra hebrea néfesh y de la griega psykhḗ. Al analizar cómo se usan estos términos en la Biblia, queda claro que básicamente se refieren a 1) personas, 2) animales o 3) la vida de una persona o un animal (Gé 1:20; 2:7; Nú 31:28; 1Pe 3:20; también notas). En contraste con cómo se usa la palabra alma en muchos contextos religiosos, la Biblia muestra que tanto néfesh como psykhḗ, cuando se habla de seres terrestres, hacen referencia a algo que es material, tangible, visible y mortal.
En esta traducción, los términos originales se han traducido generalmente según su significado en cada contexto, usando expresiones como “vida”, “ser vivo”, “persona”, “todo el ser” o sencillamente con un pronombre personal (por ejemplo, “él” en vez de “su alma”). En muchos casos, en las notas aparece “alma” como otra posible traducción. Cuando se usa “alma”, ya sea en notas o en el texto principal, se debe entender de acuerdo con esta explicación. Cuando se habla de que alguien hace algo con toda el alma, quiere decir que lo hace con todo su ser, de todo corazón o dedicándole la vida entera (Dt 6:5; Mt 22:37). En algunos contextos, los términos originales pueden referirse a los deseos o al apetito de un ser vivo. También pueden referirse a un muerto o a un cadáver (Nú 6:6; Pr 23:2; Is 56:11; Ag 2:13).
El alma humana. Exactamente la misma expresión hebrea que se usa para la creación animal, a saber, né·fesch jai·yáh (alma viviente), se aplica a Adán cuando se dice que después que Dios formó al hombre del polvo del suelo y sopló en sus narices el aliento de vida, “el hombre vino a ser alma viviente”. (Gé 2:7.) El hombre era diferente de la creación animal, pero esa distinción no se debía a que él fuese un né·fesch (alma) y los animales no, sino más bien, a que, como muestra el registro, solo el hombre fue creado “a la imagen de Dios”. (Gé 1:26, 27.) Se le creó con cualidades morales como las de Dios, y muy superior a los animales en poder y sabiduría; por consiguiente, podía tener en sujeción a todas las formas inferiores de vida animal. (Gé 1:26, 28.) El organismo del hombre era más complejo y versátil que el de los animales. (Compárese con 1Co 15:39.) Además, Adán tenía la perspectiva de vivir para siempre, aunque luego la perdió, algo que nunca se ha dicho de las criaturas inferiores al hombre. (Gé 2:15-17; 3:22-24.)
Es verdad que el relato dice que ‘Dios procedió a soplar en las narices del hombre aliento [una forma de nescha·máh] de vida’, mientras que no se dice lo mismo de la creación animal. Sin embargo, hay que tener presente que el relato de la creación del hombre es mucho más detallado que el de la creación de los animales. Además, en Génesis 7:21-23 se narra la destrucción que el Diluvio causó a “toda carne” que estaba fuera del arca, tanto a los animales como a las personas, y entonces dice: “Todo lo que tenía activo en sus narices el aliento [una forma de nescha·máh] de la fuerza de vida, a saber, cuanto había en el suelo seco, murió”. Es obvio que el aliento de vida de las criaturas animales también vino originalmente del Creador, Jehová Dios.
El “espíritu” (heb. rú·aj; gr. pnéu·ma) o fuerza de vida del hombre tampoco es distinto de la fuerza de vida de los animales, pues Eclesiastés 3:19-21 dice que “todos tienen un solo espíritu [werú·aj]”.
El alma: una criatura viva. El relato dice que el hombre “vino a ser alma viviente”; por lo tanto, el hombre era un alma, no tenía un alma inmaterial, invisible e intangible que residiera dentro de él. El apóstol Pablo muestra que la enseñanza cristiana no difería de la enseñanza hebrea primitiva, pues cita de Génesis 2:7 y dice: “Así también está escrito: ‘El primer hombre, Adán, llegó a ser alma viviente [psy·kjén zö·san]’. [...] El primer hombre procede de la tierra y es hecho de polvo”. (1Co 15:45-47.)
En Génesis se muestra que el alma viviente resulta de la combinación del cuerpo terrestre con el aliento de vida. La expresión “aliento de la fuerza de vida [literalmente, aliento del espíritu, es decir, fuerza activa (rú·aj), de vida]” (Gé 7:22) indica que la fuerza de vida o “espíritu” que hay en todas las criaturas, tanto humanas como animales, se sostiene por medio de la respiración (al aspirar el oxígeno del aire). Esta fuerza de vida se halla en toda célula del cuerpo de la criatura, como se considera en los artículos ESPÍRITU; VIDA.
Como el término né·fesch se refiere a la criatura misma, deberían atribuirse a esta palabra las funciones o características normales propias de criaturas físicas. Este es precisamente el caso en las Escrituras. Se dice que né·fesch (alma) come carne, grasa, sangre o cosas materiales similares (Le 7:18, 20, 25, 27; 17:10, 12, 15; Dt 23:24); tiene hambre o desea con vehemencia alimento y bebida (Dt 12:15, 20, 21; Sl 107:9; Pr 19:15; 27:7; Isa 29:8; 32:6; Miq 7:1); es engordada (Pr 11:25); ayuna (Sl 35:13); toca cosas inmundas, tal como un cuerpo muerto (Le 5:2; 7:21; 17:15; 22:6; Nú 19:13); es ‘secuestrada’ o ‘alguien se apodera de ella como prenda’ (Dt 24:6, 7); hace trabajo (Le 23:30); se refresca con agua fría cuando está cansada (Pr 25:25); es comprada (Le 22:11; Eze 27:13); dada como ofrenda para cumplir un voto (Le 27:2); es puesta “en hierros” (Sl 105:18); se desvela (Sl 119:28), y lucha por aliento (Jer 15:9).
Puede observarse que en muchos textos se hace referencia a “mi alma”, “tu alma”, “su alma”, etc. Esto es debido a que né·fesch y psy·kjé pueden significar la persona misma como alma. Por lo tanto, a menudo es posible expresar el sentido del término por medio de pronombres personales. En cuanto a esto, el Lexicon in Veteris Testamenti Libros (pág. 627) explica que “mi néphesh” significa “yo” (Gé 27:4, 25; Isa 1:14); “tu néphesh” significa “tú” (Gé 27:19, 31; Isa 43:4; 51:23); “el néphesh de él” significa “él, él mismo” (Nú 30:2; Isa 53:10); “el néphesh de ella” significa “ella, ella misma” (Nú 30:5-12), etc.
El término griego psy·kjé se utiliza de manera similar. El Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento (de W. E. Vine, vol. 1, pág. 79), da como uno de sus usos: “(i) el equivalente a los pronombres personales, utilizado para énfasis y efecto: 1.a persona, Jn 10:24 (‘nosotros’); He 10:38; cp. Gn 12:13; Nm 23:10; Jue 16:30; Sal 120:2 (‘me’); 2.a persona, 2 Co 12:15; He 13:17”, etc.
Representa la vida como criatura.
Tanto né·fesch como psy·kjé también se utilizan para referirse a vida, no tan solo como una fuerza o principio abstracto, sino vida como criatura, humana o animal.
Así, cuando Raquel estaba dando a luz a Benjamín, su né·fesch (“alma” o vida como criatura) salió de ella y ella murió (Gé 35:16-19), cesó de ser una criatura viva. De manera similar, cuando el profeta Elías resucitó al hijo de la viuda de Sarepta, el né·fesch (“alma” o vida como criatura) del niño regresó a él y “llegó a vivir”, volvió a ser una criatura viva. (1Re 17:17-23.)
Debido a que la vida de la criatura está ligada inseparablemente a la sangre (la sangre derramada representaba la vida de la persona o criatura [Gé 4:10; 2Re 9:26; Sl 9:12; Isa 26:21]), las Escrituras hablan de que el né·fesch (alma) está “en la sangre”. (Gé 9:4; Le 17:11, 14; Dt 12:23.) Es obvio que esta expresión no tiene un sentido literal, ya que las Escrituras también hablan de la “sangre de sus almas” (Gé 9:5; compárese con Jer 2:34), y las muchas referencias ya consideradas no podrían aplicarse solo a la sangre o a sus cualidades sostenedoras de la vida.
Né·fesch (alma) no se utilizó con referencia a la vida vegetal, ni durante su creación en el tercer “día” creativo (Gé 1:11-13) ni más tarde, pues la vegetación no tiene sangre.
Algunos ejemplos del uso de la palabra griega psy·kjé para referirse a ‘vida como criatura’ pueden hallarse en Mateo 6:25; 10:39; 16:25, 26; Lucas 12:20; Juan 10:11, 15; 13:37, 38; 15:13; Hechos 20:10. Los siervos de Dios tienen la esperanza de resucitar en el caso de que mueran, es decir, tienen la esperanza de vivir de nuevo como “almas” o criaturas vivas. Por esa razón, Jesús podía enseñar: “El que pierda su alma [su vida como criatura] por causa de mí y de las buenas nuevas, la salvará. En realidad, ¿de qué provecho le es al hombre ganar todo el mundo y pagarlo con perder su alma? ¿Qué, realmente, daría el hombre en cambio por su alma?” (Mr 8:35-37), y también: “El que tiene afecto a su alma la destruye, pero el que odia su alma en este mundo la resguardará para vida eterna”. (Jn 12:25.) Estos textos, y otros similares muestran cómo deben entenderse las palabras de Jesús en Mateo 10:28: “No se hagan temerosos de los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; sino, más bien, teman al que puede destruir tanto el alma como el cuerpo en el Gehena”. Aunque los hombres pueden matar el cuerpo, no pueden matar a la persona para siempre, ya que en armonía con el propósito de Dios, esta sigue viva (compárese con Lu 20:37, 38), pues Él restaurará a tal persona fiel a la vida por medio de la resurrección. Los siervos de Dios consideran que perder su “alma” o vida como criatura es algo solo temporal, no permanente. (Compárese con Apo 12:11.)
Mortal y destructible. Por otro lado, Mateo 10:28 dice que Dios “puede destruir tanto el alma [psy·kjén] como el cuerpo en el Gehena”, lo que muestra que psy·kjé no se refiere a algo inmortal o indestructible. De hecho, no hay ni un solo caso en todas las Escrituras, tanto hebreas como griegas, donde a las palabras né·fesch o psy·kjé las modifiquen términos como inmortal, indestructible, imperecedero u otros similares. (Véanse INCORRUPCIÓN; INMORTALIDAD.) En cambio, hay veintenas de textos en las Escrituras Hebreas y Griegas que hablan de né·fesch o psy·kjé (alma) como mortal y sujeta a la muerte (Gé 19:19, 20; Nú 23:10; Jos 2:13, 14; Jue 5:18; 16:16, 30; 1Re 20:31, 32; Sl 22:29; Eze 18:4, 20; Mt 2:20; 26:38; Mr 3:4; Heb 10:39; Snt 5:20); que muere, es “cortada” o destruida (Gé 17:14; Éx 12:15; Le 7:20; 23:29; Jos 10:28-39; Sl 78:50; Eze 13:19; 22:27; Hch 3:23; Apo 8:9; 16:3), tanto por espada (Jos 10:37; Eze 33:6) como por “sofocación” (Job 7:15); que está en peligro de morir ahogada (Jon 2:5); que baja al hoyo o al Seol (Job 33:22; Sl 89:48), o que es librada de allí (Sl 16:10; 30:3; 49:15; Pr 23:14).
Alma muerta. La expresión ‘alma difunta o muerta’ también aparece varias veces, y simplemente significa “una persona muerta”. (Le 19:28; 21:1, 11; 22:4; Nú 5:2; 6:6; Ag 2:13; compárese con Nú 19:11, 13.)
Deseo. A veces la palabra né·fesch se utiliza para expresar el deseo del individuo, que le llena y luego le empuja a lograr su meta. Por ejemplo, Proverbios 13:2 dice sobre los que tratan traidoramente que ‘su mismísima alma es violencia’, es decir, que son partidarios acérrimos de la violencia, y llegan a ser en realidad la violencia personificada. (Compárese con Gé 34:3, nota; Sl 27:12; 35:25; 41:2.) A los falsos pastores de Israel se les llama “perros fuertes en el deseo del alma”, insaciables. (Isa 56:11, 12; compárese con Pr 23:1-3; Hab 2:5.)
Servicio de toda alma El término griego que se traduce “de toda alma” significa literalmente “del alma”. “Alma” denota a la persona completa, con todas sus facultades físicas y mentales. Por lo tanto, servir de toda alma quiere decir dar de nosotros, usando todas nuestras facultades y energías al mayor grado posible en el servicio a Dios. Dicho sencillamente, significa hacer todo lo que nuestra alma pueda. (Marcos 12:29, 30.)
Tal como se ha mostrado, “alma” significa básicamente toda la persona. Sin embargo, ciertos textos nos exhortan a buscar, amar y servir a Dios con ‘todo nuestro corazón y toda nuestra alma’. (Dt 4:29; 11:13, 18.) Deuteronomio 6:5 dice: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza vital”. Jesús dijo que era necesario servir con toda el alma y todas las fuerzas y, además, “con toda tu mente”. (Mr 12:30; Lu 10:27.) Ahora bien, surge la pregunta de por qué se mencionan estos otros conceptos junto con el alma si esta los abarca todos. Ilustremos el probable significado: una persona pudiera venderse a sí misma (su alma) en esclavitud a otra persona, de modo que llegara a ser posesión de su dueño y amo. Sin embargo, pudiera ocurrir que no sirviera a su amo de todo corazón, con plena motivación y deseo de agradarle, y que por lo tanto no utilizase todas sus fuerzas o facultades mentales en favor de los intereses de su amo. (Compárese con Ef 6:5; Col 3:22.) Por consiguiente, estas otras facetas probablemente se mencionan para destacarlas, de modo que no las olvidemos o pasemos por alto en nuestro servicio a Dios, a quien pertenecemos, y al servir a su Hijo, cuya vida fue el precio de rescate que nos compró. El servicio a Dios “de toda alma” comprende a toda la persona, sin exclusión de parte alguna del cuerpo, función, capacidad o deseo. (Compárese con Mt 5:28-30; Lu 21:34-36; Ef 6:6-9; Flp 3:19; Col 3:23, 24.) ★¿Qué significa amar a Jehová con todo el alma? - (15-6-2014-Pg.13-§7)
Alma y espíritu son distintos. El “espíritu” (heb. rú·aj; gr. pnéu·ma) no debería confundirse con el “alma” (heb. né·fesch; gr. psy·kjé), pues se refieren a cosas diferentes. Por esa razón, Hebreos 4:12 dice que la Palabra de Dios ‘penetra hasta dividir el alma del espíritu y las coyunturas de su tuétano’. (Compárese también con Flp 1:27; 1Te 5:23.) Como se ha mostrado, el alma (né·fesch; psy·kjé) es la criatura misma, mientras que el espíritu (rú·aj; pnéu·ma) por lo general se refiere a la fuerza de vida de la criatura viva o alma, aunque los términos del lenguaje original también pueden tener otros significados.
Para ilustrar mejor la distinción entre las palabras griegas psy·kjé y pnéu·ma, examinemos la consideración del apóstol Pablo en su primera carta a los Corintios, en cuanto a la resurrección de los cristianos a vida de espíritu. En ella Pablo contrasta “lo que es físico [psy·kji·kón, literalmente, “animal (de índole de alma)”]” con “lo que es espiritual [pneu·ma·ti·kón]”. De esta manera muestra que hasta el tiempo de su muerte los cristianos tienen un cuerpo “animal [de índole de alma]”, tal como lo tuvo el primer hombre Adán; mientras que al resucitar, los cristianos ungidos reciben un cuerpo espiritual como el del glorificado Jesucristo. (1Co 15:42-49.) Judas hace una comparación en cierto modo similar al hablar de “hombres animales [psy·kji·kói, literalmente, “individuos animales (de índole de alma)”], que no tienen espiritualidad [literalmente, “que no tienen espíritu” (pnéu·ma)]”. (Jud 19.)
Dios como poseedor de alma. En vista de lo supracitado, los textos en los que Dios habla de “mi alma” (Le 26:11, 30; Sl 24:4; Isa 42:1) deben entenderse como otro ejemplo de antropomorfismo, es decir, de atribuir a Dios características físicas y humanas para facilitar la comprensión, como cuando se habla de que Dios tiene ojos, manos, etc. La expresión bíblica ‘mi né·fesch’ referida a Jehová obviamente significa ‘yo mismo’ o ‘mi persona’, pues “Dios es un Espíritu [Pnéu·ma]”. (Jn 4:24; véase JEHOVÁ - [Descripciones de su presencia].)
¿Ha sido predeterminado para toda persona un “tiempo de morir”?
Esta creencia era popular entre los griegos y los romanos. Según la mitología pagana de ellos, las Parcas o Suertes eran tres diosas que hilaban el hilo de la vida, determinaban cuán largo sería, y lo cortaban.Eclesiastés 3:1, 2 habla de un “tiempo de morir”. Pero como indicación de que esto no es un momento fijo que haya sido predeterminado para el individuo, Eclesiastés 7:17 aconseja: “No seas inicuo en demasía, ni te hagas tonto. ¿Por qué debes morir cuando no es tu tiempo?”. Proverbios 10:27 dice: “Los años mismos de los inicuos serán acortados”. Y Salmo 55:23 añade: “En cuanto a hombres culpables de derramamiento homicida de sangre y de engaño, no llegarán a vivir la mitad de sus días”. Entonces, ¿qué significa Eclesiastés 3:1, 2? Sencillamente está considerando el ciclo continuo de vida y muerte en este sistema de cosas imperfecto. Hay un tiempo en que la gente nace y un tiempo en que muere... esto último por lo general a no más de 70 u 80 años de edad, pero a veces antes y a veces más tarde. (Sal. 90:10; véase también Eclesiastés 9:11.)
Si el momento de la muerte y el modo de morir de cada persona estuviera ya fijo al tiempo de su nacimiento o antes, no habría necesidad de que uno evitara las situaciones peligrosas ni cuidara de su salud, y las precauciones para evitar accidentes no alterarían las tasas de mortalidad. Pero ¿cree usted que un campo de batalla durante una guerra es un lugar tan seguro como el hogar de uno lejos de la zona de batalla? ¿Cuida usted de su salud o lleva a sus hijos al médico? ¿Por qué sucede que, como promedio, los fumadores mueren a una edad tres o cuatro años menor que la que alcanzan los que no fuman? ¿Por qué hay menos accidentes mortales cuando los que viajan en automóviles usan cinturones de seguridad y cuando los conductores de vehículos obedecen las leyes del tráfico? Es obvio que el tomar precauciones es provechoso.
¿Es “la voluntad de Dios” todo cuanto sucede? ★2 Ped. 3:9: “Jehová [...] es paciente para con ustedes porque no desea que ninguno sea destruido, sino desea que todos alcancen el arrepentimiento.” (Pero no toda persona responde debidamente a la paciencia de Dios. Ciertamente no es “la voluntad de Dios” lo que tiene lugar cuando algunos no se arrepienten. Compárese con Apocalipsis 9:20, 21.)
★Jer. 7:23-26: “Esta palabra sí les expresé en mandato a ellos [Israel], diciendo: ‘Obedezcan mi voz, y ciertamente llegaré a ser su Dios, y ustedes mismos llegarán a ser mi pueblo; y tienen que andar en todo el camino que yo les mande, a fin de que les vaya bien.’ Pero ellos no escucharon [...] yo seguí enviando a ustedes todos mis siervos los profetas, madrugando diariamente y enviándolos. Pero ellos no me escucharon, y no inclinaron su oído, sino que siguieron endureciendo su cerviz.” (Obviamente la maldad que tenía lugar en Israel no era “la voluntad de Dios”.)
★Mar. 3:35: “Cualquiera que hace la voluntad de Dios, éste es mi hermano y hermana y madre.” (Si todo cuanto alguien hiciera fuera “la voluntad de Dios”, entonces toda persona habría disfrutado de la clase de relación con Jesús que él describe aquí. Pero él dijo a algunos: “Ustedes proceden de su padre el Diablo” [Juan 8:44].)
¿Qué Cultivas?
¿Existe el destino o somos fruto de nuestros propios deseos, decisiones y actitudes? No cabe duda de que estamos expuestos al suceso imprevisto (Ec 9:11), No obstante, somos lo que hemos decidido ser. Nuestra libertad puede verse afectada por pasiones, miedos, ignorancia, etc... Pero siempre seremos libres. Incluso aquel que delega sus decisiones a otros es libre en el momento en que decidió hacer eso, por tanto es inevitable ser responsables de nosotros mismos (Gal 6:5.) La Biblia habla también de que cada uno tiene una tendencia de corazón y ese dicta nuestro destino dependiendo de si es bueno o malo, pero también el corazón se puede educar y trabajar para hacerlo bueno y tomar decisiones buenas que afectarán positivamente a nuestro destino (Snt 1:14, 15.) Nuestros pensamientos forjan nuestro destino, la mente y el corazón son como la tierra, podemos plantar cualquier semilla y recibimos ese fruto sea bueno o malo, dependiendo de la semilla o pensamiento que elegimos cultivar (Gal 6:7, 8.) ¿Cómo conseguir lo que deseamos? Jesús dijo: "¡Todas las cosas son posibles para uno si tiene fe!” (Marcos 9:23) "La fe sigue a lo oído" lo que introducimos en nuestra mente y cultivamos en el corazón por medio de la meditación (Ro 10:17) Debemos ponernos metas claramente definidas y orar fervientemente y actuar consecuentemente para conseguirlas, manteniéndolas siempre claras en nuestra mente (Mt 7:7) Hay quien dice que eso depende de sus genes o del lugar y circunstancias que se crió, es curioso que la Biblia compara el corazón a tierra donde cae la semilla del Reino y dependiendo de si es buena o mala da fruto, cambiando así completamente la vida del individuo (1Ti 1:12-14.) Si te fijaste alguna vez cuando viajabas por lugares rurales, las parcelas de los campos cambian radicalmente de color como si estuvieran pintadas, a pesar de que linda una tierra con otra el color de estas puede ser totalmente distinto según el propietario, eso muestra que aun la tierra como el corazón se puede trabajar y mejorar si le ponemos empeño, así, somos el fruto de nuestros propios pensamientos, decisiones, costumbres y educación, todo eso está en nuestro poder de elección y Jehová puede ayudarnos a cosechar buenos resultados si somos humildes y nos dejamos moldear, igual que la tierra se puede arar, desempedrar, deshierbar, abonar y regar, la mente y el corazón se pueden educar y dirigir. (2Cr 12:14.) Si no nos responsabilizamos de ser ingenieros de nuestro futuro, seremos prisioneros de nuestro pasado, todo depende de las decisiones que tomes HOY. (Dt 30:19, 20).
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Dios se propuso desde un principio que el hombre viviera eternamente. El primer hombre, Adán, fue creado perfecto y con la oportunidad de disfrutar de una vida inacabable si permanecía obediente a Dios. (Gé 2:15-17.) Sin embargo, por su desobediencia, desaprovechó esa oportunidad y, en consecuencia, pasó a todo el género humano una herencia de pecado y muerte. (Ro 5:12.)
Durante el período patriarcal. En la época antediluviana, la duración de la vida se situó, por término medio, en torno al milenio. (Gé 5:5-29.) Por haber estado más cerca de la perfección que el primer hombre había tenido, la gente de aquella época gozó de una mayor longevidad que generaciones posteriores. La persona de mayor longevidad fue Matusalén, que vivió novecientos sesenta y nueve años. Después del Diluvio, el promedio de esperanza de vida bajó rápidamente.
Hay quienes opinan que la duración del año antediluviano era de solo un mes. Sin embargo, este punto de vista no tiene base bíblica, pues, de haber sido así, significaría que Enós tuvo su primer hijo antes de los ocho años de edad y que hombres como Quenán, Mahalalel, Jared y Enoc fueron padres antes de cumplir los seis años. (Gé 5:9, 12, 15, 18, 21.) De una comparación de Génesis 7:11 con Génesis 8:3, 4 se desprende que ciento cincuenta días equivalían a cinco meses. Además, el hecho de que en el transcurso de ese mismo año la Biblia mencione el décimo mes, seguido de un período de cuarenta días y de, por lo menos, dos septenios de días, indica que el año duraba doce meses. (Gé 8:5, 6, 10, 12-14.)
Desde Moisés en adelante. Hace unos tres mil quinientos años, Moisés hizo el siguiente comentario con relación a la duración de la vida: “En sí mismos los días de nuestros años son setenta años; y si debido a poderío especial son ochenta años, sin embargo su insistencia está en penoso afán y cosas perjudiciales”. (Sl 90:10.) Esencialmente, esta observación no ha cambiado.
A través de los siglos, el hombre se ha esforzado en vano por aumentar la esperanza de vida. Si bien es cierto que en muchos países ha mejorado, la obra Vitality and Aging (de James Fries y Lawrence Crapo, 1981, págs. 74, 75), dice a este respecto: “El promedio de esperanza de vida en Estados Unidos ha pasado de unos cuarenta y siete años a finales del siglo pasado, a más de setenta y tres años en la actualidad, un aumento de más de veinticinco años. [...] Sin embargo, un examen crítico de esta estadística muestra que el aumento de la esperanza de vida se debe a la eliminación de las causas de muerte prematura, más bien que a la prolongación misma de la vida”.
Hace casi unos dos mil años, Jesucristo dijo que no había persona capaz de “añadir un codo a la duración de su vida” (Lu 12:25), pero también dijo: “Las cosas que son imposibles para los hombres son posibles para Dios”. (Lu 18:27.) En efecto, por medio del profeta Isaías Dios había predicho: “Como los días de un árbol serán los días de mi pueblo”. (Isa 65:22.) Y en Isaías 25:8 se había profetizado: “Él realmente se tragará a la muerte para siempre, y el Señor Soberano Jehová ciertamente limpiará las lágrimas de todo rostro”. Esta misma promesa fue repetida en el último libro de la Biblia con estas palabras: “Y [Dios] limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor”. (Apo 21:4.)
El relato de la creación que se encuentra en el primer capítulo de Génesis manifiesta que Jehová Dios creó a todas las criaturas vivientes de la Tierra “según sus géneros”. (Gé 1:11, nota.) Hacia la parte final del sexto día creativo ya habían sido creadas gran variedad de familias ‘genéricas’ básicas sobre la Tierra, que comprendían formas de vida muy complejas, todas ellas con la facultad de reproducirse, de acuerdo con un patrón fijo y ordenado, “según sus géneros”. (Gé 1:12, 21, 22, 24, 25; 1Co 14:33.)
Los “géneros” mencionados en la Biblia parecen constituir divisiones de formas de vida, en las cuales pueden producirse cruces fértiles. En tal caso, el límite que separa unos “géneros” de otros tiene que trazarse en el punto donde ya es imposible la fertilización.
En años recientes el término “especie” se ha usado de tal manera que ha causado confusión al compararlo con la palabra “género”. El sentido primario de “especie” es “conjunto de cosas que forman un grupo, por tener uno o varios caracteres comunes”, pero en el campo de la biología se aplica a conjuntos de animales o plantas que pueden fecundar entre sí y que tienen una o varias características comunes. Por lo tanto, podría haber muchas especies o variedades dentro de cada uno de los ‘géneros’ de Génesis.
Tanto por la explicación de la creación que se da en la Biblia como por las leyes implantadas por Dios para el control del mundo natural, es perfectamente explicable la gran diversidad que se observa dentro de cada “género” creado, pero no hay base alguna para sostener, como hacen algunos, que desde que terminó el período creativo han aparecido nuevos “géneros”. La regla invariable de que no puede haber procreación entre “géneros” distintos responde a un principio biológico hasta la fecha incuestionable. Ni siquiera con la ayuda de avanzados laboratorios y la tecnología moderna se han podido formar en la actualidad nuevos “géneros”. Además, la fecundación entre “géneros” distintos afectaría el propósito divino de tener familias genéricas separadas y destruiría la individualidad de las diversas especies de criaturas vivientes, flora y fauna en general. Por consiguiente, en vista de la evidente diferenciación de los “géneros” creados, se puede considerar que un “género” es una unidad separada e independiente de los demás.
Desde que existen registros hasta hoy, los perros siempre han sido perros, los gatos, gatos, y los elefantes han sido y serán elefantes. La esterilidad sigue siendo el factor delimitante de lo que constituye un “género”. Este fenómeno hace posible —mediante la prueba de la esterilidad— determinar los límites de todos los “géneros” que existen hoy. Mediante esta prueba natural de fertilización, es posible descubrir las relaciones primarias dentro del mundo animal y vegetal. Por ejemplo, la frontera de la esterilidad representa un vacío infranqueable entre el hombre y los animales. Pruebas de apareamiento que se han realizado demuestran que el mero parecido entre dos “géneros” no es un criterio válido para catalogarlos como de la misma especie. Si bien el hombre y el chimpancé tienen algún parecido entre sí, músculos y osamenta semejantes, la total imposibilidad de conseguir un híbrido de hombre y antropoide demuestra que estamos ante dos creaciones separadas que no corresponden al mismo “género” creado.
Hubo un tiempo en el que se pensó que la hibridación sería el mejor medio de producir un nuevo “género”, pero en todos los casos en los que supuestamente se había conseguido un resultado positivo, se pudo demostrar con relativa facilidad que los individuos apareados eran de un mismo “género”, como en el caso del caballo y del burro, ambos équidos. El resultado de este cruce es la mula, que, salvo en raras excepciones, es estéril y, por lo tanto, incapaz de reproducirse por el medio natural. El propio Charles Darwin se vio obligado a reconocer que la “distinción de las formas específicas y el no estar ligadas entre sí por innumerables [eslabones] de transición, es una dificultad muy evidente”. (El origen de las especies, editorial EDAF, 1985, cap. 10, pág. 315.) Esta afirmación sigue siendo cierta.
Si bien es posible que el número de “géneros” creados se limite a unos centenares, existen en el mundo muchas más variedades de animales y plantas. Según la investigación moderna, en una misma familia botánica puede haber hasta centenares de miles de plantas diferentes. Algo parecido sucede en el reino animal; por ejemplo, en el “género” de los félidos puede haber una gran variedad de gatos, al igual que hay variedad entre los bóvidos, los cánidos y hasta en la especie humana, lo que ha producido una gran diversidad dentro de cada “género”. Pero aun así, prevalece un hecho fundamental: sin importar cuánta variedad haya dentro de ellos no puede haber fusión genética entre estos géneros.
La investigación geológica ha aportado pruebas inconfundibles de que los fósiles de los especímenes más antiguos de un determinado animal son muy parecidos a sus descendientes actuales. Por ejemplo, las cucarachas fósiles halladas entre lo que se supone que son los fósiles de insectos más antiguos son idénticas a las actuales. Hay una total ausencia de fósiles de transición entre un “género” y otro. El caballo, el elefante, el águila, el roble, el nogal, el helecho..., todos permanecen circunscritos a su “género”, sin evolucionar hacia “géneros” distintos. El testimonio del registro fósil concuerda plenamente con el relato bíblico de la creación, que muestra que en el transcurso de los últimos días creativos Jehová creó todas las formas de vida que existen sobre la Tierra en gran cantidad y “según sus géneros”. (Gé 1:20-25.)
Todo lo considerado permite deducir que Noé pudo seleccionar las especies animales necesarias para preservarlas en el arca durante el Diluvio. La Biblia no dice que tuviese que escoger un animal de cada una de las variedades existentes. De hecho, dice: “De las criaturas voladoras según sus géneros y de los animales domésticos según sus géneros, de todos los animales movientes del suelo según sus géneros, dos de cada uno entrarán a donde ti allí para conservarlos vivos”. (Gé 6:20; 7:14, 15.) Jehová Dios sabía que solo era necesario salvar especímenes representativos de cada “género”, ya que después del Diluvio se reproducirían en todas sus variedades. (Véase ARCA de Noé - núm. 1.)
Después que las aguas del Diluvio remitieron, salieron del arca los relativamente pocos “géneros” de animales que habían sido conservados con vida, se dispersaron por toda la superficie de la Tierra y, con el transcurso del tiempo, produjeron una gran variedad dentro de sus respectivos “géneros”. Aunque desde entonces han aparecido muchas variedades nuevas, los “géneros” que sobrevivieron al Diluvio han permanecido invariables, sin experimentar cambio alguno en plena concordancia con la inmutable palabra de Jehová Dios. (Isa 55:8-11.)
Proceso de tratar un cuerpo muerto (humano o animal) con diversas sustancias, como aceites aromáticos, con el fin de preservarlo de la descomposición. Si no fueron los egipcios los inventores de este arte, al menos lo practicaron desde tiempos remotos. La momia es el cuerpo muerto, humano o animal, conservado por embalsamamiento siguiendo los métodos antiguos egipcios o de otros pueblos. Los egipcios no eran los únicos que embalsamaban cuerpos humanos, también lo hacían otros pueblos antiguos, como los asirios, los persas y los escitas.
Embalsamamiento de Jacob y José. En la Biblia solo se mencionan dos casos de embalsamamiento propiamente dicho, ambos en Egipto, el país donde murió Jacob. El registro inspirado dice que después de lamentar el fallecimiento de su padre, “mandó José a sus siervos, los médicos, que embalsamaran a su padre. De modo que los médicos embalsamaron a Israel, y tomaron cuarenta días completos para él, pues esos son los días que suelen tomar para el embalsamamiento, y los egipcios continuaron derramando lágrimas por él setenta días”. (Gé 50:2, 3.) José murió a la edad de ciento diez años, “y mandaron embalsamarlo, y fue puesto en un ataúd en Egipto”. (Gé 50:26.) Parece que el propósito principal de embalsamar a Jacob fue conservar su cuerpo hasta su entierro en la Tierra Prometida, y en el caso de José, puede que la razón haya sido su importante posición. (Gé 49:29-32; 50:13, 24, 25; Éx 13:18, 19; Jos 24:32.)
Según Heródoto, se sumergía el cadáver en natrón setenta días. Sin embargo, la Biblia dice que cuando los médicos egipcios embalsamaron a Jacob, mucho tiempo antes, “tomaron cuarenta días completos para él, pues esos son los días que suelen tomar para el embalsamamiento, y los egipcios continuaron derramando lágrimas por él setenta días”. (Gé 50:3.) Los eruditos han intentado conciliar Génesis 50:3 con las palabras de Heródoto. Por una parte, puede que los cuarenta días mencionados en Génesis no hayan incluido el tiempo de la inmersión del cuerpo en natrón. Por otro lado, es bastante posible que Heródoto simplemente se equivocase al decir que el cuerpo muerto se colocaba en natrón setenta días. El historiador griego posterior Diodoro Sículo, del siglo I a. E.C., dijo que el proceso egipcio de embalsamar duraba más de treinta días. (Biblioteca histórica, I, 91, 5, 6.) Naturalmente, es posible que haya habido procedimientos egipcios de embalsamar que ninguno de estos historiadores mencionara, y puede que en diversos momentos de la historia, los procesos de embalsamamiento tuvieran diferente duración.
El entierro de hebreos y de cristianos. El deterioro de los restos humanos hallados en las tumbas palestinas indica que los hebreos no tenían la costumbre de embalsamar a los muertos (al menos con fines de conservación al modo egipcio), ni tampoco solían hacerlo los seguidores primitivos de Cristo. Los hebreos fieles y los cristianos verdaderos reconocían que el alma muere, tanto en el caso del hombre como del animal, y que el cuerpo vuelve al polvo. (Ec 3:18-20; Eze 18:4.) El hecho de que en las Escrituras se hable tan poco del embalsamamiento corrobora la conclusión de que ni los hebreos ni los cristianos primitivos la practicaron.
Las Escrituras dicen sobre el entierro del rey Asá: “Lo acostaron en la cama que había sido llenada de aceite balsámico y diferentes clases de ungüentos mezclados en un ungüento de confección especial. Además, le hicieron una quema funeral extraordinariamente grande”. Este texto no se refiere a la incineración del rey, sino a una quema de especias. (2Cr 16:13, 14.) Y en el caso de considerar este uso de ungüentos como alguna forma de embalsamamiento, es seguro que no era semejante al egipcio.
Cuando Jesucristo murió, Nicodemo llevó “un rollo de mirra y áloes, como cien libras”, y dice el registro: “De modo que ellos tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con las vendas con especias, así como tienen costumbre los judíos de preparar para el entierro”. (Jn 19:39, 40.) Sin embargo, esta costumbre no se conocía como embalsamamiento ni seguía los procesos de embalsamar egipcios. Esas palabras describen cómo se solía preparar un cuerpo para la inhumación, de manera similar a como se preparó a Lázaro para el entierro. Este último caso muestra que los judíos no acostumbraban a seguir un proceso elaborado de embalsamamiento para conservar el cuerpo por mucho tiempo, pues cuando Jesús dijo: “Quiten la piedra”, Marta replicó: “Señor, ya debe oler mal, porque hace cuatro días”. Este comentario habría estado fuera de lugar si a Lázaro lo hubieran embalsamado. Los pies y las manos de Lázaro estaban “atados con envolturas, y su semblante estaba envuelto en un paño”, aunque sin duda no con la intención de impedir que su cuerpo se corrompiera. (Jn 11:39, 44; véase SEPULTURA.)
¿Es apropiado que un cristiano haga embalsamar a un ser querido que ha muerto? El embalsamamiento es un medio para preservar los cadáveres. En la antigüedad generalmente se hacía por razones religiosas, pero no sería así en el caso de los adoradores verdaderos (Eclesiastés 9:5; Hechos 24:15). Esta técnica solo posterga lo inevitable: el regreso del cuerpo al polvo (Génesis 3:19). Sin embargo, los cristianos no deben inquietarse por este asunto si las leyes exigen que se embalsamen los restos, si algunos familiares así lo desean o si hay que hacerlo porque vendrán parientes o amigos de lugares distantes para el funeral.
Las referencias directas a incorrupción solo se hallan en las Escrituras Griegas Cristianas, donde este término traduce la palabra griega a·fthar·sí·a. Este vocablo se compone del prefijo negativo a y una forma del verbo fthéi·rö (que significa “corromper”, 2Co 7:2; “echar a perder”, 1Co 15:33; de donde adquiere el sentido de “degradar”; y también “matar” o “destruir”, 2Pe 2:12). De igual manera se usa la forma adjetivada á·fthar·tos (incorruptible).
Corrupción y corruptibilidad.
Sign.: pervertir, depravar, corromper, viciar, alterar, envilecer, degenerar, contaminar, descarriar, estropear, prostituir, escandalizar, dañar. // Ant.: Perfeccionar, mejorar.
Al considerar la incorrupción, es útil analizar primero el uso de las palabras griegas para corrupción y corruptibilidad. Téngase presente, ante todo, que no es lo mismo ‘corrupto’ que ‘corruptible’, es decir, que puede corromperse.
La corrupción y la corruptibilidad pueden estar relacionadas tanto con cosas materiales como inmateriales. La corona que los atletas griegos buscaban era corruptible, sujeta a deterioro, descomposición o desintegración (1Co 9:25); incluso el oro (soluble en agua regia) y la plata son corruptibles. (1Pe 1:18; compárese con Snt 5:3.) Los barcos pueden ser “destrozados” o, literalmente, “completamente corrompidos” (de la forma intensiva di·a·fthéi·rö), es decir, su estructura llega a deshacerse por completo. (Apo 8:9.) También se emplea la misma palabra griega cuando se habla de ‘arruinar’ la Tierra. (Apo 11:18.) El hombre, la criatura carnal, es corruptible. (Ro 1:23.) En su estado imperfecto, el cuerpo está sujeto a enfermedades y, con el transcurso del tiempo, a la desaparición con la muerte, debido a que se descomponen los elementos que lo forman. (Hch 13:36.) En el ámbito inmaterial las malas compañías pueden corromper o echar a perder los buenos hábitos (1Co 15:33); los hombres pueden llegar a corromperse mentalmente, a desviarse de la sinceridad, de la castidad y de la verdad (2Co 11:3; 1Ti 6:5; 2Ti 3:8), lo que resulta en el deterioro moral: la corrupción de la personalidad. (Ef 4:22; Jud 10.)
Incluso los cuerpos humanos perfectos son corruptibles, es decir, pueden deteriorarse o ser destruidos. Por este motivo, el apóstol Pablo pudo decir que Jesús, después de su resurrección, estuvo “destinado a nunca más volver a la corrupción” (Hch 13:34), o no volver a vivir nunca en un cuerpo humano corruptible. Únicamente la intervención de Dios evitó que el cuerpo carnal que tenía su hijo durante su existencia terrestre viese la corrupción en el sepulcro. (Hch 2:31; 13:35-37.) Sin embargo, eso no quiere decir que ese cuerpo se conservase para que Jesús se sirviese de él después de resucitar, puesto que el apóstol Pedro dice que Jesús fue “muerto en la carne, pero hecho vivo en el espíritu”. (1Pe 3:18.) Por lo tanto, Dios debió deshacerse milagrosamente de ese cuerpo, no permitiendo su descomposición. (Véase CUERPO - [El cuerpo de carne de Cristo].)
A pesar de que los ángeles son espíritus, tienen cuerpos corruptibles, puesto que se declara que están sujetos a destrucción. (Mt 25:41; 2Pe 2:4; compárese con Lu 4:33, 34.)
Esclavitud humana a la corrupción. Aunque Adán, tenía un cuerpo corruptible, aun siendo perfecto, llegó a estar en “esclavitud a la corrupción” solo cuando se rebeló contra Dios y transmitió esa condición a todos sus descendientes: la raza humana. (Ro 8:20-22.) Esta esclavitud a la corrupción es consecuencia del pecado o transgresión (Ro 5:12) y produce imperfección corporal que lleva a la degradación, enfermedad, vejez y muerte. Por este motivo, el que ‘siembra teniendo en mira la carne siega de su carne la corrupción’ y no obtiene la vida eterna prometida a aquellos que siembran teniendo en mira el espíritu. (Gál 6:8; compárese con 2Pe 2:12, 18, 19.)
Los cristianos alcanzan la incorrupción. Como se ha indicado, las Escrituras Hebreas no hacen ninguna referencia directa a la incorrupción, y con frecuencia recalcan la mortalidad del alma humana. Así pues, el apóstol dice que Jesucristo “ha arrojado luz sobre la vida y la incorrupción mediante las buenas nuevas”. (2Ti 1:10.) A través de Jesús, Dios reveló el secreto sagrado de su propósito: otorgar a los cristianos ungidos el privilegio de reinar con su Hijo en los cielos. (Lu 12:32; Jn 14:2, 3; compárese con Ef 1:9-11.) Por medio de la resurrección de entre los muertos de Jesucristo, el salvador de los cristianos, Dios les ha dado la esperanza viva de “una herencia incorruptible e incontaminada e inmarcesible [...] reservada en los cielos”. (1Pe 1:3, 4, 18, 19; compárese con 1Co 9:25.) Ellos experimentan “un nuevo nacimiento” mientras están todavía en la carne, es decir, se les otorga la posición de hijos espirituales de Dios, nacidos de “semilla reproductiva incorruptible, mediante la palabra del Dios vivo y duradero”. (1Pe 1:23; compárese con 1Jn 3:1, 9.)
A pesar de que Dios les trata como hijos espirituales y tienen la promesa de una herencia incorruptible, estos cristianos llamados al Reino celestial no poseen la inmortalidad o la incorrupción mientras están en la carne en la Tierra. Esto puede verse por el hecho de que “por aguante en la obra que es buena buscan gloria y honra e incorruptibilidad”. (Ro 2:6, 7.) La “incorruptibilidad” que buscan no significa meramente libertad de la corrupción moral, pues por seguir el ejemplo de Cristo y ejercer fe en su sacrificio de rescate, ya han “escapado de la corrupción que hay en el mundo por la lujuria” (2Pe 1:3, 4), “aman a nuestro Señor Jesucristo en incorrupción” y ‘muestran incorrupción en su enseñanza’. (Ef 6:24; Tit 2:7, 8.) La incorruptibilidad (junto con la gloria y la honra) que buscan por medio de perseverancia fiel está relacionada con su glorificación cuando sean resucitados como verdaderos hijos espíritus de Dios, según se muestra en la primera carta de Pablo a los Corintios.
Levantado a inmortalidad e incorrupción. Cuando Cristo Jesús resucitó de entre los muertos, obtuvo la inmortalidad, y desde entonces posee una “vida indestructible”. (1Ti 6:15, 16; Heb 7:15-17.) Siendo “la representación exacta [del] mismo ser” de su Padre, que es el Dios incorruptible (Heb 1:3; 1Ti 1:17), el resucitado Jesús también disfruta de incorruptibilidad.
Unidos con Jesús en la semejanza de su resurrección, a sus coherederos también se les resucita, no solo a vida eterna como espíritus, sino a inmortalidad e incorrupción. Después de haber vivido, servido fielmente y muerto con cuerpos corruptibles, reciben cuerpos espirituales incorruptibles, como Pablo manifiesta con claridad en 1 Corintios 15:42-54. Por lo tanto, la inmortalidad debe referirse a la calidad de la vida de que disfrutan, su perdurabilidad e indestructibilidad, en tanto que la incorrupción tiene que ver con el organismo o cuerpo que Dios les da, el cual, por constitución, no puede deteriorarse, descomponerse ni ser destruido. De modo que al parecer Dios les otorga el poder de ser autárquicos, independientes de fuentes exteriores de energía, a diferencia de las demás criaturas carnales y espíritus. Esto es una prueba conmovedora de la confianza que Dios deposita en ellos. Sin embargo, esta existencia independiente e indestructible no les exime de la autoridad de Dios, y ellos, al igual que su cabeza, Jesucristo, continúan sujetos a la voluntad e instrucciones de su Padre. (1Co 15:23-28; véanse ALMA; INMORTALIDAD.)
El término griego (a·tha·na·sí·a) se forma con el prefijo negativo a seguido de una forma de la palabra “muerte” (thá·na·tos). En consecuencia, el significado básico es “no mortalidad”, y con él se alude a la cualidad de la vida de que se disfruta: inacabable e indestructible. (1Co 15:53, 54; 1Ti 6:16, nota.) La voz griega a·fthar·sí·a, que significa “incorrupción”, se refiere a aquello que no se puede corromper o pudrir, que es imperecedero. (Ro 2:7; 1Co 15:42, 50, 53; Ef 6:24; 2Ti 1:10.)
Las expresiones “inmortal” e “inmortalidad” no aparecen en las Escrituras Hebreas, que, sin embargo, muestran que Jehová Dios, la Fuente de toda vida, no está sujeto a la muerte, de modo que es inmortal. (Sl 36:7, 9; 90:1, 2; Hab 1:12.) Este hecho también lo subraya el apóstol cristiano Pablo al referirse a Dios como el “Rey de la eternidad, incorruptible”. (1Ti 1:17.)
Como se explica en el artículo ALMA, las Escrituras Hebreas también ponen de manifiesto que el hombre no tiene inmortalidad inherente. Son numerosas las referencias a que el alma humana (heb. né·fesch) muere, se encamina a la tumba y es destruida. (Gé 17:14; Jos 10:32; Job 33:22; Sl 22:29; 78:50; Eze 18:4, 20.) En armonía con las Escrituras Hebreas, las Escrituras Griegas Cristianas también contienen referencias a la muerte del alma (gr. psy·kjë). (Mt 26:38; Mr 3:4; Hch 3:23; Snt 5:20; Apo 8:9; 16:3.) Por consiguiente, las Escrituras Griegas Cristianas no contradicen o alteran la enseñanza inspirada que se halla en las Escrituras Hebreas, a saber, que el hombre, el alma humana, es mortal. Sin embargo, las Escrituras Griegas Cristianas contienen la revelación del propósito de Dios de conceder inmortalidad a algunos de sus siervos.
¿Por qué puede decirse que Jesús es “el único que tiene inmortalidad”? El primero que la Biblia dice que fue recompensado con el don de la inmortalidad es Jesucristo. Él no poseía la inmortalidad antes de que Dios le resucitase, como indican las palabras inspiradas del apóstol en Romanos 6:9: “Cristo, ahora que ha sido levantado de entre los muertos, ya no muere; la muerte ya no es amo sobre él”. (Compárese con Apo 1:17, 18.) Por esta razón, cuando 1 Timoteo 6:15, 16 dice que él es “el Rey de los que reinan y Señor de los que gobiernan como señores”, muestra que difiere de todos los otros reyes y señores en el sentido de que es “el único que tiene inmortalidad”. Por ser mortales, los otros reyes y señores mueren, tal como le ocurría también al sumo sacerdote de Israel. Sin embargo, el glorificado Jesús, el sumo sacerdote nombrado por Dios a la manera de Melquisedec, tiene “vida indestructible”. (Heb 7:15-17, 23-25.)
En este pasaje, la palabra “indestructible” se traduce de la palabra griega a·ka·tá·ly·tos, que significa básicamente “indisoluble”. (Heb 7:16, nota.) La palabra se compone del prefijo negativo a, al que le siguen otras palabras relacionadas con “disolver”, como en la declaración de Jesús concerniente a la “disolución” o derribo de las piedras del templo de Jerusalén (Mt 24:1, 2) y en la referencia de Pablo a la disolución de la “tienda” terrestre de los cristianos, es decir, de su vida en cuerpos humanos. (2Co 5:1.) Por lo tanto, la vida inmortal otorgada a Jesús cuando se le resucitó no es meramente una vida sin fin; más bien, se trata de una vida que no puede sufrir ningún tipo de deterioro y que está más allá de toda destrucción.
A los herederos del Reino se les otorga inmortalidad. A los cristianos ungidos llamados a reinar con Cristo en los cielos (1Pe 1:3, 4) se les promete que participarán con él en la semejanza de su resurrección. (Ro 6:5.) Así pues, como en el caso de su Señor y cabeza, los miembros ungidos de la congregación cristiana que mueren en fidelidad reciben una resurrección a vida inmortal espiritual, de manera que “esto que es mortal se [viste] de inmortalidad”. (1Co 15:50-54.) Su inmortalidad, al igual que la de Jesús, no significa simplemente vida eterna o el hecho de no morir. El que también se les otorga el “poder de una vida indestructible” como coherederos con Cristo lo indica la relación que el apóstol Pablo establece entre la incorruptibilidad y la inmortalidad que alcanzan. (1Co 15:42-49.) Sobre ellos “la muerte segunda no tiene autoridad”. (Apo 20:6; véase INCORRUPCIÓN.)
El que se otorgue inmortalidad a los herederos del Reino es aún más notable cuando se tiene en cuenta que incluso los ángeles de Dios son mortales, a pesar de que no poseen cuerpos carnales, sino espirituales. Está claro que los ángeles pueden morir pues se emitió un juicio de muerte contra el hijo espiritual que se convirtió en adversario de Dios, o Satanás, y contra todos los demás ángeles que siguieron ese derrotero satánico y “no guardaron su posición original, sino que abandonaron su propio y debido lugar de habitación”. (Jud 6; Mt 25:41; Apo 20:10, 14.) Por consiguiente, el que se otorgue “vida indestructible” (Heb 7:16) o “vida indisoluble” a los cristianos que obtienen el privilegio de reinar con el Hijo de Dios en el Reino celestial demuestra de manera maravillosa la confianza que Dios tiene en ellos. (Véanse CIELO - [El camino a la vida celestial]; VIDA.)
Cese de todas las funciones vitales; por lo tanto, lo contrario de la vida. (Dt 30:15, 19.) En la Biblia, se aplican las mismas palabras del lenguaje original que se traducen “muerte” o “morir” tanto al hombre como a los animales y plantas. (Ec 3:19; 9:5; Jn 12:24; Jud 12; Apo 16:3.) Sin embargo, en el caso de los humanos y los animales, la Biblia muestra la función esencial de la sangre en mantener la vida al decir que el “alma de la carne está en la sangre”. (Le 17:11, 14; Gé 4:8-11; 9:3, 4.) Tanto del hombre como de los animales se dice que ‘expiran’, esto es, ‘exhalan’ el aliento de vida (heb. nisch·máth jai·yím). (Gé 7:21, 22; compárese con Gé 2:7.) Y las Escrituras muestran que tanto en el hombre como en los animales la muerte sigue a la pérdida del espíritu (fuerza activa) de vida (heb. rú·aj jai·yím). (Gé 6:17, nota; 7:15, 22; Ec 3:19; véase ESPÍRITU.)
Según la Biblia, ¿qué es la muerte? Es interesante ver la consonancia existente entre estas declaraciones bíblicas y lo que científicamente se denomina el proceso de la muerte. En el hombre, por ejemplo, cuando el corazón deja de latir, la sangre cesa de transportar los nutrientes y el oxígeno (que se obtiene al respirar) a los miles de millones de células del cuerpo. Sin embargo, según se señala en The World Book Encyclopedia (1987, vol. 5, pág. 52b), “cuando los pulmones y el corazón dejan de funcionar, puede decirse que la persona está clínicamente muerta, aunque no tiene que significar necesariamente que se haya producido la muerte somática. Las células del cuerpo viven aún varios minutos, de modo que si el corazón y los pulmones reanudan su funcionamiento y suministran a las células el oxígeno necesario, aún es posible reanimar a la persona. Al cabo de unos tres minutos, comienzan a morir las células cerebrales, las más sensibles a la falta de oxígeno. Al poco tiempo, la persona estará muerta sin posibilidad de reanimación, y el resto de las células irá muriendo gradualmente. Las últimas en morir son las células óseas, capilares y dérmicas, cuyo crecimiento puede continuar durante varias horas”. Así que aunque es evidente que la respiración y la sangre son necesarias para mantener la fuerza activa de vida (rú·aj jai·yím) en las células, también se hace patente que la muerte no solo se debe a que cesa la respiración o a que el corazón deja de latir, sino a que la fuerza de vida o espíritu desaparece de las células del cuerpo. (Sl 104:29; 146:4; Ec 8:8.)
Por qué mueren los humanos. La primera mención de la muerte en la Biblia aparece en Génesis 2:16, 17, cuando Dios le dio al primer hombre el mandato de no comer del árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo. La violación de aquel mandato traería como consecuencia la muerte. (Véase NM, nota.) Sin embargo, en el caso de los animales, la muerte ya debía ser un proceso natural, pues no se hace ninguna alusión a ellos cuando la Biblia relata cómo se introdujo la muerte en la familia humana. (Compárese con 2Pe 2:12.) Por lo tanto, Adán entendía la gravedad de la desobediencia, que, como le había advertido su padre celestial, se castigaría con la pena de muerte, pena que sufrió por incurrir en ese pecado. (Gé 3:19; Snt 1:14, 15.) Con el tiempo, su pecado y el fruto de este, la muerte, se extendieron a toda la humanidad. (Ro 5:12; 6:23.)
En ocasiones se recurre a ciertos textos para intentar probar que, al igual que los animales, el hombre fue creado para morir con el tiempo; entre esos textos están la referencia a que la duración de la vida del hombre es de unos ‘setenta u ochenta años’ (Sl 90:10) y el comentario del apóstol acerca de que les “está reservado a los hombres morir una vez para siempre, pero después de esto un juicio”. (Heb 9:27.) No obstante, estos textos se escribieron después de que la muerte se introdujo en la humanidad, y se aplican a los humanos imperfectos y pecadores. La impresionante longevidad de los hombres antediluvianos ha de considerarse como al menos un reflejo del enorme potencial que posee el cuerpo humano, un potencial mucho mayor que el de los animales, aunque se hallen en las circunstancias más favorables. (Gé 5:1-31.) Como ya ha quedado demostrado, la Biblia no deja lugar a dudas, y relaciona la aparición de la muerte en la familia humana con el pecado de Adán.
Puesto que el pecado ha apartado de Dios a la humanidad, se dice que toda se halla en “esclavitud a la corrupción”. (Ro 8:21.) Tal esclavitud se debe al fruto corrupto que producen las obras del pecado en el cuerpo, de modo que todos los que desobedecen a Dios están bajo el dominio del pecado y son esclavos suyos “con la muerte en mira”. (Ro 6:12, 16, 19-21.) Se dice que Satanás tiene “el medio para causar la muerte” (Heb 2:14, 15) y se le llama “homicida” (Jn 8:44), no necesariamente porque produzca la muerte de manera directa, sino porque lo hace al servirse del engaño y la seducción al pecado, al inducir o fomentar el tipo de conducta que produce corrupción y muerte (2Co 11:3), y al originar actitudes asesinas en la mente y corazón de los hombres. (Jn 8:40-44, 59; 13:2; compárese con Snt 3:14-16; 4:1, 2.) Por lo tanto, no se presenta a la muerte como un amigo del hombre, sino como su “enemigo”. (1Co 15:26.) Por lo general, los que desean la muerte son las personas que están sufriendo un dolor tan extremo que no pueden resistirlo. (Job 3:21, 22; 7:15; Apo 9:6.)
La condición de los muertos. La Palabra de Dios muestra que los muertos “no tienen conciencia de nada en absoluto” y que la muerte es una condición de inactividad total. (Ec 9:5, 10; Sl 146:4.) Se dice que los que mueren van al “polvo de la muerte” (Sl 22:15), y que “están impotentes en la muerte”. (Pr 2:18; Isa 26:14.) En la muerte no hay mención de Dios ni se le alaba. (Sl 6:5; Isa 38:18, 19.) Tanto en las Escrituras Hebreas como en las Griegas la muerte se asemeja al sueño, comparación que no solo es apropiada debido a la inconsciencia de los muertos, sino también porque tienen la esperanza de despertar gracias a la resurrección. (Sl 13:3; Jn 11:11-14.) Al resucitado Jesús se le llama “las primicias de los que se han dormido en la muerte”. (1Co 15:20, 21; véanse HADES; SEOL.)
Mientras que los antiguos egipcios y otros pueblos paganos, especialmente los filósofos griegos, creían en la inmortalidad del alma humana, tanto las Escrituras Hebreas como las Griegas dicen que el alma (heb. né·fesch; gr. psy·kjë) muere (Jue 16:30; Eze 18:4, 20; Apo 16:3), que necesita que se la libre de la muerte (Jos 2:13; Sl 33:19; 56:13; 116:8; Snt 5:20) o, como sucede en el caso de la profecía mesiánica concerniente a Jesucristo, que puede ‘derramarse hasta la mismísima muerte’. (Isa 53:12; compárese con Mt 26:38.) El profeta Ezequiel condena a los que tramaban “dar muerte a las almas que no deberían morir” y “conservar vivas a las almas que no deberían vivir”. (Eze 13:19; véase ALMA.)
Por ello, en el Vocabulario Bíblico de la versión de Evaristo Martín Nieto (edición de 1974) se comenta lo siguiente bajo el apartado “Antropología bíblica”: “Hay que evitar, ante todo, el concepto nuestro, procedente de la filosofía griega, que considera al hombre como un ser compuesto de dos sustancias —alma y cuerpo— distintas y bien definidas”. De igual manera, Edmond Jacob, profesor de Antiguo Testamento de la universidad de Estrasburgo, señala que, puesto que en las Escrituras Hebreas la vida se halla relacionada directamente con el alma (heb. né·fesch), “es lógico que la muerte se represente en ocasiones como la desaparición de esta né·fesch. (Gén. 35:18; I Reyes 17:21; Jer. 15:9; Jonás 4:3.) El que la né·fesch ‘salga’ debe entenderse como una figura retórica, pues no continúa existiendo con independencia del cuerpo, sino que muere junto con él. (Núm. 31:19; Jue. 16:30; Eze 13:19.) Ningún texto bíblico apoya la opinión de que el ‘alma’ se separa del cuerpo en el momento de morir”. (The Interpreter’s Dictionary of the Bible, edición de G. A. Buttrick, 1962, vol. 1, pág. 802.)
Redención de la condena a la muerte. El Salmo 68:20 dice: “A Jehová el Señor Soberano pertenecen los caminos de salir de la muerte”. Por medio del sacrificio de su vida humana, Jesucristo se convirtió en el “Agente Principal” de la vida y la salvación (Hch 3:15; Heb 2:10), y por medio de él se asegura la abolición de la muerte. (2Ti 1:10.) Cuando Jesús murió, ‘gustó la muerte por todo hombre’ y proveyó un “rescate correspondiente por todos”. (Heb 2:9; 1Ti 2:6.) Por medio del “solo acto de justificación” de Jesús, se hizo posible cancelar la condenación a la muerte causada por el pecado, de manera que hombres de toda clase pudieran disfrutar de ser “[declarados] justos para vida”. (Ro 5:15, 16, 18, 19; Heb 9:27, 28; véanse DECLARAR JUSTO; RESCATE.) Así que se podía decir que los seguidores verdaderos de Jesús en efecto habían “pasado de la muerte a la vida”. (Jn 5:24.) Sin embargo, los que desobedecen al Hijo y no ejercen amor ‘permanecen en muerte’ y bajo la condenación de Dios. (1Jn 3:14; Jn 3:36.) Los que quieren estar libres de condenación y de la “ley del pecado y de la muerte” han de guiarse por el espíritu de Dios y producir sus frutos, pues “tener la mente puesta en la carne [pecaminosa] significa muerte”. (Ro 8:1-6; Col 1:21-23.)
Jesús comparó su trayectoria de sacrificio, que culminó con su muerte y resurrección, a un bautismo. (Mr 10:38, 39; Lu 12:50; compárese con Ef 4:9, 10.) El apóstol Pablo mostró que los seguidores ungidos de Jesús también experimentarían un bautismo similar en la muerte, para a continuación resucitar a gloria celestial. (Ro 6:3-5; Flp 3:10, 11.) Cuando Pablo expresó su ferviente deseo de recibir la herencia de la vida celestial, explicó que los cristianos engendrados por espíritu no anhelaban la muerte en sí misma, ni tampoco permanecer “desnudos” en ella, sino el hecho de ‘ponerse’ un cuerpo celestial con el fin de ‘hacer su hogar con el Señor’. (2Co 5:1-8; compárese con 2Pe 1:13-15.) Entretanto, pese a que la muerte ‘obra’ en ellos, llevan mediante su ministerio un mensaje de vida a las personas. (2Co 4:10-14; Pr 18:21; véase BAUTISMO - [Bautismo en Cristo Jesús, en su muerte].)
Entre los que se benefician de ese ministerio se cuenta la gran muchedumbre, que tiene la perspectiva de sobrevivir a la gran tribulación y disfrutar de vida eterna en una tierra paradisiaca. Debido a que ejercen fe en el valor expiatorio del sacrificio de Jesús, también llegan a hallarse en una condición limpia ante Dios. (1Jn 2:2; Apo 7:9, 14.)
Jesús dice que él mismo tiene “las llaves de la muerte y del Hades” (Apo 1:18), y las utiliza para librar a aquellos de quienes la muerte ha hecho presa. (Jn 5:28, 29; Apo 20:13.) El hecho de que Jehová Dios librase a Jesús del Hades “ha proporcionado a todos los hombres una garantía” del venidero día de juicio de Dios, y asegura que habrá una resurrección para los que se hallan en el Hades. (Hch 17:31; 1Co 15:20, 21.) De los que heredan el reino de Dios en inmortalidad se dice que triunfan sobre la muerte mediante su resurrección, con lo que se vence el “aguijón” de esta. (1Co 15:50, 54-56; compárese con Os 13:14; Apo 20:6.)
La destrucción de la muerte. Isaías 25:8 registra la profecía de que Dios “realmente se tragará a la muerte para siempre, y el Señor Soberano Jehová ciertamente limpiará las lágrimas de todo rostro”. El aguijón que produce la muerte es el pecado (1Co 15:56), de modo que la muerte obra en el cuerpo de todos los que tienen el pecado y la imperfección resultante. (Ro 7:13, 23, 24.) Por lo tanto, para suprimir la muerte, es necesario eliminar lo que la causa: el pecado. Cuando se haya erradicado el último vestigio de pecado de la humanidad obediente, la autoridad de la muerte se habrá abolido, y la muerte misma será destruida, lo que se conseguirá durante el reinado de Cristo. (1Co 15:24-26.) Por eso, la muerte, que sobrevino a la raza humana como consecuencia de la transgresión de Adán, “no será más”. (Ro 5:12; Apo 21:3, 4.) Su destrucción se asemeja de manera figurada a que se la arroje en un “lago de fuego”. (Apo 20:14; véase LAGO DE FUEGO.)
Muerte segunda. El “lago de fuego” al que son arrojados la muerte, el Hades, la simbólica “bestia salvaje” y el “falso profeta”, así como Satanás, sus demonios y los que se entregan a la iniquidad en la Tierra, significa “la muerte segunda”. (Apo 20:10, 14, 15; 21:8; Mt 25:41.) Al principio la muerte fue el resultado de la transgresión de Adán y por ella pasó a toda la humanidad; por lo tanto, la “muerte segunda” debe ser distinta de esta muerte heredada. De los textos citados se desprende que no hay liberación posible de la “muerte segunda”. La situación de los que sufren la “muerte segunda” corresponde al resultado que se advierte en textos como Hebreos 6:4-8; 10:26, 27 y Mateo 12:32. Por otro lado, aquellos de los que se dice que consiguen la “corona de la vida” y tienen parte en la “primera resurrección” no se ven afectados por la muerte segunda. (Apo 2:10, 11.) Los que han de reinar con Cristo reciben inmortalidad e incorrupción, por lo que están más allá de la “autoridad” de la muerte segunda. (1Co 15:50-54; Apo 20:6; compárese con Jn 8:51.)
Uso ilustrativo. Se personifica a la muerte como un ‘rey’ que gobierna a la humanidad desde el tiempo de Adán (Ro 5:14) junto con el ‘Rey Pecado’. (Ro 6:12.) Se dice que estos reyes ejercen su “ley” sobre aquellos que están bajo su dominio. (Ro 8:2.) Con la venida de Cristo y la provisión del rescate, la bondad inmerecida empezó a ejercer un reino superior sobre aquellos que aceptan el don de Dios, “con vida eterna en mira”. (Ro 5:15-17, 21.)
Aunque los hombres, desatendiendo los propósitos de Dios, pueden intentar hacer su propio convenio o pacto con el Rey Muerte, este fracasará. (Isa 28:15, 18.) Se representa a la muerte como un jinete que cabalga detrás de la guerra y el hambre, y causa una gran mortandad a los habitantes de la Tierra. (Apo 6:8; compárese con Jer 9:21, 22.)
Se dice que los que están espiritualmente enfermos o angustiados están “llegando a las puertas de la muerte” (Sl 107:17-20; compárese con Job 38:17 y Sl 9:13), y los que pasan por tales “puertas” entran en la figurativa “casa de reunión para todo viviente” (Job 30:23; compárese con 2Sa 12:21-23), con sus “cuartos interiores” (Pr 7:27) y una capacidad que nunca llega a satisfacerse. (Hab 2:5.) Los que van al Seol son como ovejas pastoreadas por la muerte. (Sl 49:14.)
Los “dolores de la muerte”. En Hechos 2:24 el apóstol Pedro dice que Jesús fue ‘desatado de los dolores de la muerte, porque no era posible que él continuara retenido por ella’. La palabra griega (ö·dín) que se traduce aquí “dolores” se refiere en otros pasajes a los dolores de parto (1Te 5:3), pero también puede significar agonía, dolor, calamidad o angustia en sentido general. (Mt 24:8.) Además, los traductores de la Septuaginta griega tradujeron con ella la palabra hebrea jé·vel en textos donde el significado evidente es “soga”. (2Sa 22:5, 6; Sl 18:4, 5.) Una palabra hebrea de la misma familia significa “dolores de parto”, lo que ha llevado a algunos comentaristas y lexicógrafos a la conclusión de que el término griego (ö·dín) que Lucas usó en Hechos 2:24 también tenía este doble sentido, al menos en el griego helénico de tiempos apostólicos. Por eso, muchas traducciones leen en este versículo: “las ataduras [“ligaduras”, AFEBE, CB, EMN, Sd; “lazos”, CI, Vi, 1977; “vínculos”, Ga] de la muerte” (FF, Mensajero, NBE, NC, SA y otras). En numerosos textos el peligro de muerte se representa intentando atrapar en un lazo a la persona amenazada (Pr 13:14; 14:27), con sogas que le rodean y le bajan a “las circunstancias angustiosas del Seol”. (Sl 116:3.) Aunque los textos ya examinados muestran que en la muerte no hay consciencia, y es obvio que Jesús no sufrió dolor literal mientras estuvo muerto, no obstante se presenta la muerte como una experiencia amarga y angustiosa (1Sa 15:32; Sl 55:4; Ec 7:26), no solo por el dolor que normalmente la precede (Sl 73:4, 5), sino por la pérdida de toda actividad y libertad que produce su paralizante agarro. De modo que es posible que fuera en este sentido como la resurrección de Jesús le ‘desató’ de los “dolores de la muerte” y le liberó de su angustioso agarro.
Cambio en la condición espiritual. La muerte se usa para ilustrar la condición de muerte espiritual de todo el mundo, de manera que Jesús pudo hablar de que los ‘muertos enterraran a los muertos’, y el apóstol pudo referirse a la mujer que vivía para la satisfacción sensual diciendo que “está muerta aunque esté viviendo”. (Lu 9:60; 1Ti 5:6; Ef 2:1.) Y como la muerte física exime de las deudas u obligaciones contraídas (Ro 6:7), el que se desobligue o se libere a un cristiano del pecado y de la condenación de la ley mosaica también se asemeja a la muerte, pues tal persona ha ‘muerto’ en cuanto a su situación y obligaciones anteriores. (Ro 6:2, 11; 7:2-6.) El que muere así de manera figurada todavía está vivo físicamente, y queda libre para seguir a Cristo como un esclavo de la justicia. (Ro 6:18-20; Gál 5:1.)
El uso de la muerte para representar un cambio de condición ayuda a entender visiones proféticas como la del libro de Ezequiel, donde se asemeja al pueblo de Dios exiliado en Babilonia a huesos secos y a personas muertas y enterradas. (Eze 37:1-12.) Estas tenían que “llegar a vivir” otra vez y establecerse de nuevo en su propio suelo. (Eze 37:13, 14.) Se hallan ilustraciones comparables en Apocalipsis 11:3, 7-12 y Lucas 16:19-31.
Fluido maravilloso que circula por el sistema vascular de los seres humanos y de la mayoría de los animales pluricelulares; en hebreo es dam, y en griego, hái·ma. La sangre suministra nutrientes y oxígeno a todas las partes del cuerpo, se lleva los desechos y desempeña un papel fundamental en proteger al cuerpo de las infecciones. Su composición química es tan sumamente compleja que los científicos aún desconocen mucho sobre la sangre.
La sangre está tan enlazada con los procesos de la vida que en la Biblia se dice que el alma está en la sangre: “Porque el alma de la carne está en la sangre, y yo mismo la he puesto sobre el altar para ustedes para hacer expiación por sus almas, porque la sangre es lo que hace expiación en virtud del alma en ella”. (Le 17:11.) La Biblia relaciona aún de modo más directo la vida con la sangre al decir: “El alma de toda clase de carne es su sangre”. (Le 17:14.) Está claro que la Palabra de Dios trata la vida y la sangre como algo sagrado.
Quitar la vida. Jehová es la fuente de la vida. (Sl 36:9.) El hombre no puede devolver una vida que haya quitado. “Todas las almas... a mí me pertenecen”, dice Jehová. (Eze 18:4.) Por lo tanto, quitar una vida es quitar la propiedad de Jehová. Todo ser vivo tiene un propósito y un lugar en la creación de Dios. Ningún hombre tiene el derecho de quitar una vida excepto cuando Dios lo permite y según la manera como Él dice.
Después del Diluvio, se ordenó a Noé y sus hijos, los progenitores de toda la raza humana, que respetaran la vida, la sangre, de sus semejantes. (Gé 9:1, 5, 6.) Por otra parte, Dios tuvo la bondad de permitirles añadir la carne animal a su dieta. Sin embargo, tenían que reconocer que la vida de todo animal que mataran para comer pertenecía a Dios, y debían demostrarlo derramando la sangre en el suelo como agua. Este era un modo de devolverla a Dios y no utilizarla para propósitos personales. (Dt 12:15, 16.)
El hombre tenía el derecho de disfrutar de la vida que Dios le había concedido, y cualquiera que le privara de esa vida sería responsable ante Dios. Esto se mostró cuando Dios dijo al asesino Caín: “La sangre de tu hermano está clamando a mí desde el suelo”. (Gé 4:10.) Incluso si alguien odiaba a su hermano hasta el grado de desear verlo muerto, o lo calumniaba o daba un falso testimonio contra él con el objeto de poner en peligro su vida, se hacía culpable de la sangre de su prójimo. (Le 19:16; Dt 19:18-21; 1Jn 3:15.)
Debido al punto de vista de Dios sobre el valor de la sangre, se decía que la sangre de una persona asesinada contaminaba la tierra, una contaminación que solo podía expiarse si se derramaba la sangre del homicida. Tomando esto como base, la Biblia autorizaba la pena capital para el asesino, la cual se ejecutaba mediante la autoridad debidamente constituida. (Nú 35:33; Gé 9:5, 6.) En el Israel antiguo no estaba permitido aceptar ningún rescate para librar de la pena de muerte a un asesino deliberado. (Nú 35:19-21, 31.)
En los casos en que no se podía descubrir al homicida a pesar de las investigaciones, se consideraba culpable de derramamiento de sangre a la ciudad más cercana al lugar donde se había encontrado el cadáver. Para eliminar dicha culpabilidad, los ancianos de esa ciudad tenían que efectuar el procedimiento requerido por Dios, negar rotundamente cualquier culpa o conocimiento del asesinato y orar a Dios por su misericordia. (Dt 21:1-9.) Si un homicida involuntario no estaba seriamente preocupado por haber quitado una vida y no seguía el procedimiento fijado por Dios para protegerse huyendo a la ciudad de refugio y permaneciendo allí, el pariente más cercano del muerto, como vengador autorizado, estaba obligado a matarle para eliminar del país la culpa de sangre. (Nú 35:26, 27; véase VENGADOR DE LA SANGRE.)
Uso apropiado. El único uso de la sangre que Dios aprobaba era el relacionado con los sacrificios. A aquellos que estaban bajo la ley mosaica les mandó que ofrecieran sacrificios para hacer expiación por el pecado. (Le 17:10, 11.) También estuvo en armonía con su voluntad el que su Hijo, Jesucristo, ofreciera su vida humana perfecta como sacrificio por los pecados. (Heb 10:5, 10.)
La aplicación de la sangre de Cristo para la salvación del hombre se prefiguró en las Escrituras Hebreas de diversas maneras. Durante la celebración de la primera Pascua en Egipto, la sangre que se salpicó sobre la parte superior de la entrada y sobre los postes de la puerta de los hogares israelitas protegió al primogénito que había en su interior de morir a manos del ángel de Dios. (Éx 12:7, 22, 23; 1Co 5:7.) El pacto de la Ley, que contenía disposiciones expiatorias típicas, fue validado por medio de la sangre de animales. (Éx 24:5-8.) Los numerosos sacrificios cruentos, en particular los que se ofrecían en el Día de Expiación, servían para expiar los pecados de una manera típica, y representaban la verdadera eliminación del pecado por medio del sacrificio de Cristo. (Le 16:11, 15-18.)
La sangre del pacto mencinada en Mt 26:28 de un nuevo pacto, entre Jehová y los cristianos ungidos, fue validado por el sacrificio de Jesús (Heb 8:10). La expresión que utilizó Jesús en este caso es la misma que usó Moisés cuando actuó de mediador para inaugurar el pacto de la Ley con los israelitas en el monte Sinaí (Éx 24:8; Heb 9:19-21).La sangre de los toros y los machos cabríos validó el pacto entre Dios y la nación de Israel. De igual modo, la sangre de Jesús validó el nuevo pacto que Jehová celebraría con el Israel espiritual y que entraría en vigor en el Pentecostés del año 33 E.C. (Heb 9:14, 15).
El que la sangre tuviera que derramarse al pie o base del altar y ponerse sobre los cuernos del mismo ilustra el poder legal que tenía a la vista de Dios, pues Él la aceptaba para fines expiatorios. La expiación tenía su base o fundamento en la sangre, y la fuerza (representada por los cuernos) del sacrificio radicaba también en la sangre. (Le 9:9; Heb 9:22; 1Co 1:18.)
En las Escrituras Griegas Cristianas se subrayó aún con más fuerza la santidad de la sangre. Ya no tenía que ofrecerse más sangre animal, pues aquellas ofrendas animales solo eran una sombra de la realidad: Jesucristo. (Col 2:17; Heb 10:1-4, 8-10.) El sumo sacerdote de Israel introducía una parte representativa de la sangre en el Santísimo del santuario terrestre. (Le 16:14.) Jesucristo, como el verdadero sumo sacerdote, no entró en el cielo mismo con su sangre, que había sido derramada en el suelo (Jn 19:34), sino con el valor de su vida humana perfecta representada por su sangre. Nunca perdió este derecho a la vida por causa del pecado, sino que lo retuvo para utilizarlo como expiación de pecados. (Heb 7:26; 8:3; 9:11, 12.) Por estas razones, su sangre clama por mejores cosas que la del justo Abel. Solo la sangre del sacrificio perfecto del Hijo de Dios puede clamar por misericordia, mientras que la de Abel, así como la de los seguidores de Cristo que han muerto como mártires, clama por venganza. (Heb 12:24; Apo 6:9-11.)
¿A quiénes aplica la prohibición de comer sangre? Jehová permitió a Noé y a sus hijos que añadieran la carne animal a su dieta después del Diluvio, pero les prohibió estrictamente comer sangre. (Gé 9:1, 3, 4.) En ese momento, Dios promulgó una ley que no solo aplicaba a Noé y a su familia inmediata, sino a toda la humanidad desde aquel tiempo, pues todos los que han vivido después del Diluvio descienden de la familia de Noé.
Joseph Benson escribió sobre la permanencia de esta prohibición: “Debe observarse que esta prohibición de comer sangre dada a Noé y a toda su posteridad, y repetida a los israelitas de manera muy solemne bajo la ley mosaica, nunca se ha revocado, sino, al contrario, se ha ratificado bajo el Nuevo Testamento, Hechos XV., y de ese modo se ha convertido en una obligación perpetua”. (Notes, de Benson, 1839, vol. 1, pág. 43.)
Bajo la ley mosaica. Jehová incorporó en el pacto de la Ley que hizo con la nación de Israel la ley que había dado a Noé. Dejó bien sentado que se imputaba “culpa de sangre” a cualquiera que no prestase atención al procedimiento estipulado por la ley de Dios incluso cuando se mataba a un animal. (Le 17:3, 4.) La sangre de un animal que se matara para comer tenía que derramarse en el suelo y cubrirse con polvo. (Le 17:13, 14.) Todo el que comiese sangre de cualquier tipo de carne sería ‘cortado de entre su pueblo’. Quien violara deliberadamente esta ley concerniente a la santidad de la sangre debía ser cortado, es decir, había que darle muerte. (Le 17:10; 7:26, 27; Nú 15:30, 31.)
Al comentar sobre Levítico 17:11, 12, la Cyclopædia (de M’Clintock y Strong, 1882, vol. 1, pág. 834) dice: “Este mandato estricto no solo aplicaba a los israelitas, sino también a los extranjeros que residían entre ellos. El castigo señalado para los que lo transgredían era el de ser ‘cortados del pueblo’, con lo que parece que se quiere dar a entender la pena de muerte (comp. con Heb. X, 28), aunque es difícil determinar si se infligía con la espada o por lapidación”.
Según Deuteronomio 14:21, se permitía vender a un residente forastero o a un extranjero un animal que hubiera muerto por sí mismo o al que hubiera despedazado una fiera. De este modo se hacía una distinción entre la sangre de tales animales y la de aquellos que se mataban para alimento. (Compárese con Le 17:14-16.) Los israelitas, así como los residentes forasteros que abrazaban la adoración verdadera y llegaban a estar bajo el pacto de la Ley, estaban obligados a obedecer los elevados requisitos de aquella Ley. La gente de todas las naciones estaba bajo el requisito de Génesis 9:3, 4, pero Jehová esperaba más de los que estaban bajo el pacto de la Ley que de los extranjeros y residentes forasteros que no se habían hecho adoradores suyos.
La sangre expía los pecados Cuando un israelita desobedecía un mandato divino, no quedaba irremediablemente condenado. En vista de que, como muestra la Biblia, la sangre y la vida son equivalentes, podía degollar un animal y ofrecerlo en el altar (Levítico 4:27-31). Si estaba arrepentido, su culpa quedaba expiada, o borrada, con ese sacrificio, aunque solo de forma provisional.
El término bíblico traducido “expiación” transmite la idea de “sustitución”, así como la de “cubierta” (por ejemplo, la tapa que encaja muy bien en un recipiente). Claro, en el caso de los pecados de una persona, no había ningún animal que pudiera sacrificarse para “cubrirlos”, o expiarlos, a la perfección. Pero los sacrificios de animales eran como una sombra, o modelo, de la expiación perfecta de los pecados que tendría lugar en el futuro (Hebreos 10:1, 4).
Esa expiación se logró “mediante el ofrecimiento del cuerpo de Jesucristo una vez para siempre” (Hebreos 10:10). La vida humana perfecta de Cristo, representada por su “sangre preciosa, [que era] como la de un cordero sin tacha e inmaculado”, correspondía con toda exactitud a la vida que había perdido Adán (1 Pedro 1:19). Así, demostrando un amor y una sabiduría extraordinarios, se cumplieron las exigencias de la justicia y se hizo posible nuestra “liberación eterna” (Hebreos 9:11, 12; Juan 3:16; Apocalipsis 7:14). ★Liberados con "sangre preciosa" - (15-3-2006-Pg.8)
En el cristianismo. El cuerpo gobernante de la congregación cristiana del primer siglo, dirigido por el espíritu santo, tomó una decisión sobre el asunto de la sangre. El decreto que emitió decía: “Porque al espíritu santo y a nosotros mismos nos ha parecido bien no añadirles ninguna otra carga, salvo estas cosas necesarias: que sigan absteniéndose de cosas sacrificadas a ídolos, y de sangre, y de cosas estranguladas, y de fornicación. Si se guardan cuidadosamente de estas cosas, prosperarán. ¡Buena salud a ustedes!”. (Hch 15:22, 28, 29.) La prohibición incluía carne sin desangrar (“cosas estranguladas”).
Este decreto se basa en el mandato divino de no comer sangre dado a Noé y a sus hijos y, por lo tanto, a toda la humanidad. A este respecto, sir Isaac Newton dijo lo siguiente en The Chronology of Antient Kingdoms Amended (Dublín, 1728, pág. 184): “Esta ley [de abstenerse de la sangre] era anterior a los días de Moisés, pues se dio a Noé y a sus hijos mucho antes de los días de Abrahán: y, por lo tanto, cuando los apóstoles y ancianos del Concilio de Jerusalén declararon que los gentiles no estaban obligados a circuncidarse y guardar la ley de Moisés, aceptaron esta ley de abstenerse de la sangre y de cosas estranguladas como una ley de Dios anterior, impuesta no solo a Abrahán, sino a todas las naciones, mientras vivían juntas en Sinar bajo el dominio de Noé: y de la misma clase es la ley de abstenerse de carnes ofrecidas a los Ídolos o Dioses falsos, y de la fornicación”. (Cursivas suyas.)
Observada desde los tiempos apostólicos. El concilio de Jerusalén envió su decisión a las congregaciones cristianas para que la observaran. (Hch 16:4.) Unos siete años después de que el concilio de Jerusalén emitió el decreto, los cristianos seguían obedeciendo la “decisión de que se [guardaran] de lo sacrificado a los ídolos así como también de la sangre y de lo estrangulado y de la fornicación”. (Hch 21:25.) Y más de cien años después, en 177 E.C., en Lyón (ahora Francia), cuando los enemigos de los cristianos los acusaron falsamente de comer niños, una mujer llamada Bíblida dijo: “¿Cómo podrían comer a un niño estas gentes si ni siquiera les está permitido comer sangre de animales irracionales?”. (Historia Eclesiástica, de Eusebio, V, I, 26.)
Los cristianos primitivos se abstuvieron de comer sangre de cualquier tipo. A este respecto, Tertuliano (c. 160-230 E.C.) dijo en su obra El Apologético (ediciones Aspas, Madrid, traducción de Germán Prado, cap. IX [13, 14], págs. 47, 48): “Ruborícese vuestro error ante los cristianos, los que en nuestros suculentos banquetes ni siquiera admitimos sangre de animales y por esto mismo nos abstenemos de comer animales ahogados o muertos, para no contaminarnos con sangre alguna, aun de la que quedó dentro de las carnes. Uno de los medios que empleáis también para someter a prueba a los cristianos es presentarles unas botas [o, según otros traductores, morcillas] llenas de sangre, convencidos de que eso les está vedado y de que es un medio de hacerles salir del recto camino”. Minucio Félix, abogado romano que murió sobre el año 250 E.C., dijo algo parecido: “A nosotros prohibido nos está presenciar homicidios y el oírlos; y tanto horror nos causa la sangre de nuestros semejantes, que ni siquiera gustamos en los alimentos la de los animales comestibles”. (El Octavio, ediciones Aspas, Madrid, 1944, traducción de Santos de Domingo, XXX [6], pág. 128.) ★Curiosidades sobre el Conocimiento exacto
Integridad implicada. Desde que se inauguró el nuevo pacto sobre la base de la sangre de Jesús, los cristianos han reconocido el valor dador de vida de esta sangre, que Jehová ha provisto mediante Jesús como el gran Sumo Sacerdote que “entró —no, no con la sangre de machos cabríos y de torillos, sino con su propia sangre— una vez para siempre en el lugar santo, y obtuvo liberación eterna para nosotros”. Mediante fe en la sangre de Cristo, los cristianos han limpiado sus conciencias de obras muertas, de modo que pueden rendir servicio sagrado al Dios vivo. Se interesan en su salud física, pero les interesa principalmente y mucho más su salud espiritual y su posición ante el Creador. Quieren mantener su integridad al Dios vivo y no negar el sacrificio de Jesús, no estimarlo como de valor ordinario ni hollarlo bajo sus pies, pues no buscan la vida que es transitoria, sino la vida eterna. (Heb 9:12, 14, 15; 10:28, 29.)
¿Las fracciones sanguíneas y procedimientos médicos que impliquen el uso de mi sangre? La Biblia manda a los cristianos que “se abstengan [...] de la sangre” (Hech. 15:20). Por eso los testigos de Jehová rechazan toda transfusión de sangre completa o de cualquiera de sus cuatro componentes principales: glóbulos rojos, glóbulos blancos, plaquetas y plasma. Además, no donan sangre ni aceptan que se almacene la suya para transfundírsela después (Lev. 17:13, 14; Hech. 15:28, 29).
¿Qué son las fracciones sanguíneas, y por qué es su propia decisión?
Las fracciones sanguíneas son elementos que se extraen de la sangre mediante un proceso llamado fraccionamiento. Por ejemplo, al fraccionar el plasma, uno de los cuatro componentes principales de la sangre, se obtienen las siguientes sustancias: agua (91,5%); proteínas —albúminas, globulinas y fibrinógeno— (7%), y otras sustancias —nutrientes, hormonas, gases, vitaminas, desechos y electrolitos— (1,5%).
¿Están incluidas también las fracciones en el mandato de abstenerse de sangre? No podemos responder de manera categórica. La Biblia no da instrucciones específicas sobre la cuestión de las fracciones. Muchas de ellas proceden de sangre que ha sido donada para fines médicos. Cada cristiano debe decidir según su conciencia si aceptará o rechazará el uso de fracciones sanguíneas en su tratamiento.
Cuando vaya a tomar esas decisiones, plantéese las siguientes preguntas: “¿Tengo presente que rechazar todas las fracciones sanguíneas significa que no aceptaré ciertos medicamentos, como algunos destinados a combatir diversos virus y enfermedades o algunos que contribuyen a la coagulación de la sangre para detener una hemorragia? ¿Puedo explicar a un médico por qué rechazo o acepto ciertas fracciones sanguíneas?”.
¿Por qué es una cuestión de conciencia aceptar la propia sangre del paciente? Aunque los cristianos no donan sangre ni aceptan que se almacene la suya para transfundírsela después, algunos procedimientos o pruebas en los que se emplea la propia sangre del paciente no están claramente en contraposición con los principios bíblicos. Por lo tanto, cada persona debe decidir según su conciencia si aceptará o rechazará ciertos tipos de procedimientos médicos que impliquen el uso de su propia sangre.
Cuando vaya a tomar esas decisiones, pregúntese lo siguiente: “Si desviaran parte de mi sangre fuera de mi cuerpo e incluso llegara a interrumpirse su flujo durante un tiempo, ¿me permitiría la conciencia educada por la Biblia considerarla aún parte de mí, de modo que no fuera necesario ‘derramarla en el suelo’? (Deu. 12:23, 24.) ¿Tendría la conciencia tranquila si durante un procedimiento médico extrajeran parte de mi sangre, la modificaran y la devolvieran a mi cuerpo? ¿Tengo presente que rechazar todos los procedimientos médicos que implican el uso de mi propia sangre significa que rechazo tratamientos como la diálisis o el uso de una bomba de circulación extracorpórea? ¿He analizado bien este asunto y he orado antes de tomar una decisión?”.
¿Qué decidiré? Lea detenidamente los dos cuestionarios que aparecen en las siguientes páginas. En el cuestionario número 1 figuran algunas fracciones que se extraen de la sangre y los usos que normalmente reciben en el campo de la medicina. Marque en cada apartado si aceptará o rechazará esas fracciones en particular. En el cuestionario número 2 figuran algunos procedimientos médicos comunes en los que se utiliza la propia sangre del paciente. Marque en cada apartado si aceptará o rechazará ese procedimiento en particular. Estos cuestionarios no son documentos legales, pero las respuestas que marque le ayudarán a rellenar su tarjeta DPA (Durable Power of Attorney).
Las decisiones las debe tomar usted mismo, sin dejarse influir por lo que opine otra persona. Además, ningún cristiano debería criticar lo que otros decidan, pues en estos asuntos, “cada uno llevará su propia carga de responsabilidad” (Gál. 6:4, 5).
El río de la vida
La vida es algo tan magnífico y precioso, y no obstante cuan poco sabemos la mayoría acerca de nosotros mismos. Cualquier joven sabe más sobre un auto y su funcionamiento que lo que un adulto sabe sobre sí mismo. Pero es curioso que lo que sabe sobre el auto le puede ayudar a entender lo que sucede en nuestro cuerpo, pues hay muchas asombrosas similitudes. Si aspiramos y exhalamos fuertemente hemos hecho funcionar un motor de 30 billones de cilindros, esa es la cantidad de células que tiene el cuerpo humano, cada una de ellas es un pequeño motor que consume combustible y requiere oxigeno para quemarlo, se calienta y debe ser refrigerado, elimina un gas de desecho y efectúa un trabajo. Un motor de 30 billones de cilindros que consumen combustible y oxigeno, desecha gases y debe de ser refrigerado noche y día durante el transcurso de nuestra vida.
Un motor normal de un coche necesita, combustible en el depósito, aceite como lubricante en el motor, agua en el radiador, una toma de corriente eléctrica para el encendido, una entrada de aire para la combustión y un tubo de escape para los gases de la quema. Dios podría haber hecho eso mismo para alimentar cada uno de nuestros mini motores o células, pero no lo hizo, sino que hizo algo que para cualquier constructor de motores es prácticamente imposible, Dios combinó todos éstas funciones en una sola línea, el torrente sanguíneo (Le 17:11, 14; 1Jn 1:7.) |
¿Cómo entendieron los mandatos bíblicos respecto a la sangre los cristianos del siglo I E.C.?
¿Está incluida la sangre humana en la prohibición bíblica?
¿Es en realidad lo mismo que comer sangre una transfusión?
En el caso de un paciente que rehúsa sangre, ¿hay tratamientos sustitutivos?
Si alguien dice...‘Ustedes dejan morir a sus hijos, porque rehúsan las transfusiones de sangre. Eso me parece terrible’
Si alguien dice...‘Ustedes no creen en las transfusiones de sangre’
¿Qué hay si un médico dice: “Usted morirá si no recibe una transfusión de sangre”?
¿Aceptan los testigos de Jehová fracciones menores de la sangre? - (20040615-Pg.15)
¿Cómo entendieron los mandatos bíblicos respecto a la sangre los cristianos del siglo I E.C.?
Tertuliano (c. 160-230 E.C.): “Avergüéncese vuestro error si pensó comían sangre de los que no pueden comer sangre de reses. Los cristianos no comemos sangre de animales ni morticinios [...] Finalmente, entre las invenciones con que tentáis la observancia de nuestra ley, una es darnos una morcilla de sangre, porque os persuadís con certeza de que el cristiano que come sangre se desvía de su ley. Quien esto sabe, ¿con qué ilación puede legítimamente inferir que apetece sangre de hombres el que aborrece sangre de reses?” (Quinto Septimio F. Tertuliano, Apología contra los gentiles, Colección Austral, 1947, pág. 40).Minucio Félix (siglo III E.C.): “Tanto nos retraemos de la sangre humana, que en nuestro alimento no usamos sangre ni de animales comestibles”. (The Ante-Nicene Fathers [Los padres de antes del Concilio de Nicea], Grand Rapids, Mich., 1956, edición preparada por A. Roberts y J. Donaldson, tomo IV, pág. 192.)
¿Está incluida la sangre humana en la prohibición bíblica?
Sí; y así lo entendieron los cristianos primitivos. Hch 15:29 dice que “sigan absteniéndose de [...] sangre”. No dice simplemente que se abstengan de sangre animal. (Compárese con Levítico 17:10, donde se prohibió comer “cualquier clase de sangre”.) Tertuliano (quien escribió en defensa de las creencias de los cristianos primitivos) declaró: “Entenderemos que el decreto prohibitorio sobre ‘la sangre’ es mucho mayor (decreto prohibitorio) sobre la sangre humana”. (The Ante-Nicene Fathers, tomo IV, pág. 86.)¿Es en realidad lo mismo que comer sangre una transfusión?
En el hospital, cuando un paciente no puede comer por la boca, recibe alimentación por vía intravenosa. Ahora bien, ¿estaría realmente obedeciendo el mandato de ‘seguir absteniéndose de sangre’ la persona que nunca hubiera puesto sangre en su boca, pero aceptara sangre mediante una transfusión? (Hch 15:29). A modo de comparación, imagínese que un médico le dice a cierto hombre que tiene que abstenerse del alcohol. ¿Estaría dicho hombre obedeciendo al médico si dejara de tomar bebidas alcohólicas, pero hiciera que le inyectaran el alcohol directamente en las venas?En el caso de un paciente que rehúsa sangre, ¿hay tratamientos sustitutivos?
En muchos casos la sencilla solución salina, el lactato de Ringer y el dextrán pueden usarse para expandir el volumen del plasma, y estas sustancias están disponibles en casi todos los hospitales modernos. De hecho, al usar estas sustancias se evitan los riesgos que acompañan a las transfusiones de sangre. La publicación Canadian Anaesthetists’ Society Journal (enero de 1975, pág. 12) dice: “Los riesgos de la transfusión de sangre son las ventajas de los sustitutivos del plasma: se evitan la infección bacteriana o viral, las reacciones a las transfusiones y la sensibilización de Rh”. Los testigos de Jehová no tienen ninguna objeción religiosa al uso de soluciones no sanguíneas para expandir el plasma.De hecho, los testigos de Jehová se benefician de mejor tratamiento médico porque no aceptan sangre. En la revista American Journal of Obstetrics and Gynecology (1 de junio de 1968, pág. 395), cierto médico reconoció: “No hay duda de que el verse uno operando sin la posibilidad de administrar una transfusión le hace mejorar su cirugía. Uno se hace considerablemente más agresivo en cuanto a aplicar sujeción a todo vaso sangrante”.
Todo tipo de cirugía puede efectuarse con éxito sin transfusiones sanguíneas. Esto incluye operaciones a corazón abierto, cirugía cerebral, la amputación de miembros y la extirpación total de órganos cancerosos. El doctor Philip Roen, al escribir para New York State Journal of Medicine (15 de octubre de 1972, pág. 2527), dijo: “No hemos vacilado en practicar absolutamente ningún procedimiento quirúrgico indicado en presencia de la proscripción del reemplazo de la sangre”. El doctor Denton Cooley, del Instituto Cardíaco de Texas, E.U.A., dijo: “Nos impresionaron tanto los resultados que obtuvimos [al usar soluciones no sanguíneas para expandir el plasma] en los testigos de Jehová que empezamos a usar el procedimiento en todos nuestros pacientes cardíacos” (El periódico Union, de San Diego, 27 de diciembre de 1970, pág. A-10). “La cirugía a corazón abierto ‘sin sangre’, que originalmente se desarrolló para los miembros adultos de la secta de los testigos de Jehová porque su religión prohíbe las transfusiones de sangre, ahora se ha adaptado para emplearla sin peligro en delicados procedimientos relacionados con el corazón de infantes y niños” (Cardiovascular News, febrero de 1984, pág. 5).
Si alguien dice...‘Ustedes dejan morir a sus hijos, porque rehúsan las transfusiones de sangre’
★‘Nosotros sí permitimos que se les hagan transfusiones... de las que hay que no causan daño. Aceptamos el tipo de transfusiones que no entrañan el riesgo de contraer males como el SIDA, la hepatitis y la malaria. Queremos que nuestros hijos reciban el mejor tratamiento, como estoy seguro que lo querría cualquier padre amoroso’. Entonces pudiera añadir: 1) ‘Cuando hay una gran pérdida de sangre, lo más necesario es restablecer el volumen del fluido. Sin duda usted sabe que realmente más del 50 por 100 de nuestra sangre es agua; además están los glóbulos rojos y los blancos, y así por el estilo. Cuando se pierde mucha sangre, el cuerpo mismo vierte grandes reservas de glóbulos sanguíneos en el sistema y acelera la producción de nuevos glóbulos. Pero hace falta el volumen del fluido. Para satisfacer esta necesidad se pueden usar soluciones no sanguíneas que den expansión al volumen del plasma, y nosotros las aceptamos’. 2) ‘Se han usado soluciones para expandir el volumen del plasma en el caso de miles de personas, y los resultados han sido excelentes’. 3) ‘Más importante aún para nosotros es lo que la Biblia misma dice en Hechos 15:28, 29’.
★‘Puedo comprender su punto de vista. Supongo que usted se imagina a su propio hijo en tal situación. Como padres, haríamos todo lo posible por proteger el bienestar de nuestros hijos, ¿no es cierto? De modo que si personas como usted y yo fuéramos a rechazar cierto tipo de tratamiento médico para nuestro hijo, ciertamente tendría que haber una razón de peso para ello’. Entonces pudiera añadir: 1) ‘¿Cree usted que en algunos padres pudiera influir lo que la Palabra de Dios dice aquí en Hechos 15:28, 29?’. 2) ‘Así que la cuestión es: ¿Tenemos suficiente fe como para hacer lo que Dios manda?’.
Si alguien dice...‘Ustedes no creen en las transfusiones de sangre’
★‘Los periódicos han publicado relatos acerca de algunas situaciones en que se creía que unos Testigos morirían si no aceptaban sangre. ¿Es a esto a lo que usted se refiere?... ¿Por qué hacemos lo que hacemos en cuanto a esto?’. Entonces pudiera añadir: 1) ‘¿Ama usted a su esposa (esposo) lo suficiente como para estar dispuesto (dispuesta) a arriesgar su propia vida por ella (él)?... También hay hombres que arriesgan la vida por su país, y a estos se les considera héroes, ¿no es así? Pero hay alguien que es más grande que cualquier persona o cosa aquí en la Tierra, y ese es Dios. ¿Arriesgaría usted su vida por amor a él y por lealtad a Su gobernación?’. 2) ‘En realidad, el asunto en cuestión es la lealtad a Dios. La Palabra de Dios es la que nos dice que nos abstengamos de sangre (Hechos 15:28, 29)’.
★‘Hay muchas cosas que son muy comunes hoy día y que los testigos de Jehová evitan... por ejemplo, el mentir, el adulterio, el robar, el fumar y —como usted dijo— el uso de la sangre. ¿Por qué? Porque regimos nuestra vida por la Palabra de Dios’. Entonces pudiera añadir: 1) ‘¿Sabe usted que la Biblia dice que debemos ‘abstenernos de sangre’? Quisiera mostrárselo (Hechos 15:28, 29)’. 2) ‘Quizás usted recuerde que Dios dijo a nuestros primeros padres, Adán y Eva, que podían comer de todo árbol de Edén excepto de uno. Pero desobedecieron, comieron de aquel fruto prohibido, y lo perdieron todo. ¡Qué tonto fue aquello! Ahora, por supuesto, no hay un árbol que tenga fruto prohibido. Pero después del Diluvio de los días de Noé, Dios estableció nuevamente una prohibición para la humanidad. Esta vez tuvo que ver con la sangre (Gén. 9:3, 4)’. 3) ‘Por eso la verdadera cuestión es: ¿Tenemos fe en Dios? Si le obedecemos, tenemos ante nosotros la perspectiva de vivir para siempre en perfección bajo su Reino. Hasta si morimos, él nos asegura que habrá una resurrección’.
¿Qué hay si un médico dice: “Usted morirá si no recibe una transfusión de sangre”?
★‘Si la situación es realmente tan grave, ¿puede el médico garantizar que el paciente no moriría si se le administrara sangre?’. Entonces pudiera añadir: ‘Pero hay alguien que puede volver a dar vida a la persona, y ese es Dios. ¿No concuerda usted en que, al verse uno cara a cara con la muerte, el volver la espalda a Dios por violar su ley sería una mala decisión? Yo verdaderamente tengo fe en Dios. ¿La tiene usted? La Palabra de Dios promete una resurrección a los que ejercen fe en su Hijo. ¿Cree usted eso? (Juan 11:25)’.
★‘Quizás eso quiera decir que él personalmente no sabe cómo tratar el caso sin usar sangre. Si es posible, procuramos que se comunique con un médico que haya tenido la experiencia necesaria, o contratamos los servicios de otro médico’.
Sepultura en la que se colocaban los restos de una persona fallecida con la esperanza de que fuese recordada, en particular por Dios. Traduce el término griego mnēméion, que viene del verbo que se traduce “recordar”. Esto indica que se recuerda a la persona fallecida (Jn 5:28, 29, nota).
Con respecto a las palabras griegas que se usan para referirse a un lugar de sepultura o tumba, A. T. Robertson dice en su obra Imágenes verbales en el Nuevo Testamento (1990, vol. 5, pág. 112): “Taphos (sepulcro) presenta la idea de sepultura (thaptö, sepultar) como en Mt. 23:27; mnëmeion (de mnaomai, mimnëskö, recordar) es [una memoria] (un sepulcro como un monumento)”. Relacionada con mnë·méi·on está la palabra mnë·ma, que al parecer tiene un significado correspondiente, y se refiere también a una memoria o registro de un suceso o de una persona muerta, de donde adquiere el sentido de monumento funerario y, posteriormente, de sepulcro. (Véase el Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento, de W. E. Vine, 1987, vol. 4, pág. 47.)
Esa clase de tumba podía ser una sepultura excavada en el suelo o, como a menudo era el caso entre los hebreos, una cueva natural o un panteón labrado en la roca. (Compárese con Hch 7:16 y Gé 23:19, 20.) Como se ha visto antes, mientras que la palabra tá·fos (sepulcro) resalta la idea de entierro, las palabras mnë·ma (tumba) y mnë·méi·on (tumba conmemorativa) ponen de relieve la idea de conservar el recuerdo del difunto. De modo que estos últimos términos parecen comunicar una idea más concreta de permanencia que tá·fos; están relacionadas con la palabra latina monumentum.
Parece ser que los sepulcros judíos solían edificarse a las afueras de las ciudades, aunque los de los reyes constituían una notable excepción. Todas las referencias a las tumbas en las Escrituras Griegas Cristianas parecen situarlas a las afueras de las ciudades, excepto la referencia a la tumba de David que aparece en Hechos 2:29. Las zonas donde había tumbas a veces eran frecuentadas por dementes y posesos, debido a que estaban aisladas y también a que los judíos las evitaban por causa de su inmundicia ceremonial. (Mt 8:28; Mr 5:5.)
No eran ostentosas. Aunque servían de recuerdo del fallecido, parece ser que las tumbas conmemorativas judías no solían adornarse ostentosamente. Algunas pasaban tan inadvertidas que la gente podía caminar sobre ellas sin darse cuenta. (Lu 11:44.) Aunque la costumbre de los pueblos paganos vecinos era adornar las tumbas tan lujosamente como las circunstancias lo permitiesen, las sepulturas judías más antiguas que se han encontrado se caracterizan por su sencillez. Esto se debía a que la religión judía no les permitía venerar a los difuntos ni fomentaba la creencia en una existencia posterior a la muerte en la región de los espíritus, ideas en las que sí creían los egipcios, cananeos y babilonios. Por lo tanto, aun cuando muchos críticos aseguran que la adoración del pueblo de Israel era desde sus comienzos sincrética, es decir, que combinaba doctrinas contradictorias, y que se desarrolló al añadírsele dogmas y costumbres de cultos anteriores, la resistencia fundamental a tal corrupción religiosa vuelve a demostrarse en la sencillez de sus sepulturas. Con el tiempo, sin embargo, algunos se desviaron. Jesús dijo que en su día los escribas y fariseos tenían por costumbre adornar las tumbas conmemorativas de los profetas y otros. (Mt 23:29, 30.) Debido a las influencias de Grecia y Roma, la tendencia de la clase acaudalada en aquel tiempo era la de hacerse tumbas más pretenciosas.
Las principales tumbas que se mencionan en las Escrituras Griegas Cristianas, aparte de la de Juan el Bautista (Mr 6:29), son la de Lázaro y la de Jesús. La tumba de Lázaro era la típica tumba judía, una cueva con una piedra que obstruía la entrada, que, a juzgar por otras tumbas halladas en Palestina, debió haber sido relativamente pequeña. El contexto indica que se hallaba en las afueras de la aldea. (Jn 11:30-34, 38-44.)
La tumba de Jesús. La tumba que se utilizó para enterrar a Jesús era una tumba nueva que pertenecía a José de Arimatea, y no era una cueva, sino que había sido labrada en una roca situada en un jardín no muy lejos del lugar donde se fijó a Jesús en el madero. La entrada se cerraba con una piedra grande al parecer circular, del tipo que a veces se empleaba en esas tumbas. (Mt 27:57-60; Mr 16:3, 4; Jn 19:41, 42.) Puede que en su interior hubiese salientes en forma de banco labrados en la roca o nichos verticales excavados en la pared, en donde se podían depositar los cuerpos. (Compárese con Mr 16:5.)
Se afirma que la ubicación de la tumba original de Jesús corresponde a uno de dos lugares principales: el lugar tradicional, sobre el que se construyó la iglesia del Santo Sepulcro, o el conocido como la tumba del Jardín, labrado en una gran piedra que sobresale de una colina que aún hoy está fuera de las murallas de la ciudad. Sin embargo, no existe ninguna prueba concreta de que la tumba conmemorativa que albergó el cuerpo de Jesús estuviese en alguno de ellos. (Véase GÓLGOTHA.)
‘Se abrieron tumbas’ cuando Jesús murió. El texto de Mateo 27:52, 53 referente a “las tumbas conmemorativas [que] se abrieron” como resultado de un terremoto que ocurrió cuando Jesús murió ha causado bastante polémica, y hay quien afirma que tuvo lugar una resurrección. Sin embargo, cuando se comparan esas palabras con los textos referentes a la resurrección, se hace patente que estos versículos no hablan de una resurrección, sino simplemente de que los cuerpos fueron arrojados fuera de sus tumbas, un incidente similar a otros que han ocurrido en tiempos más recientes, como en Ecuador en 1949 y en Sonsón (Colombia) en 1962, cuando un violento temblor de tierra arrojó 200 cadáveres del cementerio fuera de sus tumbas. (El Tiempo, Bogotá [Colombia], 31 de julio de 1962.)
En el recuerdo de Dios. En vista de que la palabra mnë·méi·on lleva implícita la idea de recordar, parece especialmente indicado el uso que se hace de ella (en lugar de tá·fos) en Juan 5:28 con respecto a la resurrección de “todos los que están en las tumbas conmemorativas”, y contrasta marcadamente con la idea de rechazar y borrar por completo de la memoria que comunica la palabra Gehena. (Mt 10:28; 23:33; Mr 9:43.) La importancia que los hebreos daban al entierro (véase SEPULTURA - [§3]) indica el interés que tenían en ser recordados, principalmente por Jehová, en quien tenían fe como el “remunerador de los que le buscan solícitamente”. (Heb 11:1, 2, 6.) Se han hallado muy pocas inscripciones en las tumbas de origen israelita, y las que se han hallado por lo general consisten solo en el nombre. Los reyes más destacados de Judá no dejaron grandes monumentos en los que se grabasen alabanzas a su memoria y hazañas, como fue el caso de los reyes de otras naciones. Por lo tanto, parece evidente que el interés de los hombres fieles de tiempos antiguos se centraba en que su nombre estuviese en el “libro de recuerdo” mencionado en Malaquías 3:16. (Compárese con Ec 7:1; véase NOMBRE - [Nombres escritos en el “libro de la vida” o “libro de recuerdo”.].)
La idea básica de recuerdo que se infiere de las palabras griegas originales para “tumba” o “tumba conmemorativa” también añade significado a la súplica del ladrón que fue fijado en un madero al lado de Jesús: “Acuérdate de mí cuando entres en tu reino”. (Lu 23:42.)
Estado de actividad. Existencia animada de un ser o duración de esa existencia. Las formas de vida terrestres por lo general poseen la facultad de crecer, metabolizar, responder a estímulos externos y reproducirse. La palabra hebrea de la que se traduce vida en las Escrituras es jai·yím, y la griega, zö·ë. También se utiliza el término hebreo né·fesch y el griego psy·kjë —ambos significan “alma”— para hacer referencia a la vida, no en sentido abstracto, sino a la vida como persona o animal. (Compárese el uso que se les da a las palabras “alma” y “vida” en Job 10:1; Sl 66:9; Pr 3:22.) La vegetación tiene vida en el sentido de que posee la facultad de crecer, reproducirse y adaptarse, pero no tiene vida como alma. En lo que respecta a la creación inteligente, la vida en el sentido pleno equivale a existencia en estado perfecto y el derecho a disfrutarla.
Jehová Dios es la fuente. La vida siempre ha existido porque Jehová Dios es el Dios vivo, la Fuente de la vida, y su existencia no tiene ni principio ni fin. (Jer 10:10; Da 6:20, 26; Jn 6:57; 2Co 3:3; 6:16; 1Te 1:9; 1Ti 1:17; Sl 36:9; Jer 17:13.) Dio vida a la primera de sus creaciones, la Palabra, su Hijo unigénito. (Jn 1:1-3; Col 1:15.) Por medio de este Hijo, creó otros hijos angélicos. (Job 38:4-7; Col 1:16, 17.) Más tarde llegó a existir el universo físico (Gé 1:1, 2), y en el tercero de los “días” creativos de la Tierra aparecieron las primeras formas de vida física: la hierba, la vegetación y los árboles frutales. En el quinto día creó las primeras almas vivientes: los animales marinos y las criaturas voladoras aladas. En el sexto día llegaron a existir los animales terrestres y, finalmente, el hombre. (Gé 1:11-13, 20-23, 24-31; Hch 17:25; véanse CREACIÓN; DÍA.)
Por consiguiente, la aparición de la vida en la Tierra no tuvo que esperar a que se produjera una combinación fortuita de elementos químicos en ciertas condiciones idóneas. Tal cosa no se ha observado jamás y, de hecho, es imposible. La vida en la Tierra vino a la existencia como resultado de un mandato directo de Jehová Dios, la Fuente de la vida, y por la acción directa de su Hijo al llevar a cabo ese mandato. Solo la vida puede engendrar vida. El relato bíblico dice en todos los casos que lo creado produjo prole a su semejanza o “según su género”. (Gé 1:12, 21, 25; 5:3.) Los científicos se han dado cuenta de que verdaderamente existen marcadas divisiones entre los diferentes “géneros”, y, además de la cuestión de su origen, este ha sido el principal obstáculo a su teoría de la evolución. (Véase GÉNERO.)
Fuerza de vida y aliento. En las criaturas terrestres o “almas” se conjugan la fuerza activa de vida, o “espíritu” que las anima, y el aliento que sustenta esa fuerza de vida. Tanto el espíritu (fuerza de vida) como el aliento son provisiones de Dios; Él puede destruir la vida quitando cualquiera de estas dos cosas. (Sl 104:29; Isa 42:5.) En el tiempo del Diluvio, los animales y los humanos se ahogaron; su aliento cesó y la fuerza de vida se extinguió. “Todo lo que tenía activo en sus narices el aliento de la fuerza de vida [literalmente, “todo en lo que [había] el aliento de la fuerza activa (espíritu) de vida en sus narices”], a saber, cuanto había en el suelo seco, murió.” (Gé 7:22, nota; compárese con ATI, BAS, CI, CJ, DK, Mod, SA, Val; véase ESPÍRITU.)
Organismo. Todo lo que tiene vida, sea espiritual o carnal, posee un organismo o cuerpo. La vida en sí misma es impersonal e incorpórea, y simplemente constituye el principio vital. Al hablar de la clase de cuerpo con el que volverían las personas resucitadas, el apóstol Pablo explica que en la creación hay diferentes clases de cuerpos, en función del ambiente para el que hayan sido creados. Dice en cuanto a los que viven en la Tierra: “No toda carne es la misma carne, sino que hay una de la humanidad, y hay otra carne del ganado, y otra carne de las aves, y otra de los peces”. También menciona que “hay cuerpos celestes, y cuerpos terrestres; mas la gloria de los cuerpos celestes es de una clase, y la de los cuerpos terrestres es de una clase diferente”. (1Co 15:39, 40.)
La Encyclopædia Britannica (edición de 1942, vol. 14, pág. 42) dice con respecto a la diferencia de la carne de los diversos cuerpos terrestres: “Otra característica es la individualidad química que se manifiesta en todas partes, pues cada tipo distinto de organismo parece tener alguna proteína propia y distintiva, y un ritmo o tasa de metabolismo que le caracteriza. Así que, considerando la cualidad general de la persistencia en el metabolismo continuo, hay tres hechos fundamentales: 1) la síntesis de proteínas que compensa la descomposición de las mismas, 2) la aparición de dichas proteínas en un estado coloidal y 3) su carácter específico entre los diferentes tipos”. (Bastardillas nuestras.)
La transmisión de la fuerza de vida. Jehová dio origen a la fuerza de vida de las primeras criaturas de cada “género” (por ejemplo: de la primera pareja humana), fuerza de vida que podría transmitirse después a la prole por medio de la reproducción. Tras la concepción, los mamíferos le aportan oxígeno y otros nutrientes a la criatura hasta el momento de su nacimiento, cuando esta ya empieza a respirar por sí misma, lactar y, finalmente, comer.
Cuando Dios creó a Adán, formó su cuerpo, que necesitaba tanto el espíritu (fuerza de vida) como la respiración para poder vivir y mantenerse vivo. En Génesis 2:7 se dice que Dios procedió a “soplar en sus narices el aliento [forma de nescha·máh] de vida, y el hombre vino a ser alma viviente”. La expresión “aliento de vida” debe referirse a algo más que el mero hecho de respirar. Dios puso en Adán el espíritu o germen de vida, así como el sistema respiratorio para sostenerla. Fue entonces cuando Adán se convirtió en persona viviente y pudo dar expresión a las características de su personalidad, como también demostrar mediante la facultad del habla y sus acciones que era superior a los animales, que era un “hijo de Dios”, hecho a Su imagen y semejanza. (Gé 1:27; Lu 3:38.)
La vida del hombre y de los animales depende de la fuerza de vida iniciada en el primer ejemplar de cada especie y de la función de la respiración, esencial para sostenerla. La ciencia biológica da testimonio de este hecho por la distinción que hace entre muerte somática o real (también llamada muerte clínica), que es el cese absoluto de las funciones del cerebro, sistema circulatorio y respiratorio (el cuerpo como una unidad organizada está muerto), y la muerte de los tejidos (también llamada muerte biológica o muerte absoluta), que significa la desaparición de toda actividad biológica en los tejidos y células del cuerpo. Así que aunque se haya producido la muerte somática, la fuerza de vida todavía subsiste en las células de los tejidos del cuerpo, hasta que finalmente toda célula muere por completo (muerte de los tejidos).
Muerte y envejecimiento.
Tanto la vida vegetal como animal son transitorias. Sin embargo, para los científicos subsiste un interrogante: ¿por qué envejece y muere el hombre?
Cierto sector de la ciencia supone que toda célula tiene una duración de vida determinada genéticamente. En apoyo de esta idea se remiten a experimentos realizados con células cultivadas artificialmente cuya mitosis se detuvo después de la quincuagésima división. No obstante, hay científicos que afirman que dichos experimentos no explican por qué envejece todo el organismo. Aun se barajan otras explicaciones, como, por ejemplo, la teoría de que el cerebro libera hormonas que desempeñan un importante papel en el proceso de envejecimiento y muerte. Sin embargo, el comentario del médico Roy L. Walford respecto a este tema pone de manifiesto la necesidad de ser cautos a la hora de mostrar preferencia por una u otra explicación. Walford dijo: “No debe alarmar, ni siquiera sorprender, el hecho de que pueda demostrarse que el paradigma de Hayflick [la teoría de que el envejecimiento es un factor genético intraconstruido en la célula] está errado o pueda reemplazarse por otro mejor, que en última instancia también podría ser falso. Toda teoría puede ser cierta en su momento” (Maximun Life Span, 1983, pág. 75).
Cuando se analizan los descubrimientos y conclusiones a las que llega la ciencia, se puede ver que la mayoría de los científicos no atribuyen el origen de la vida al Creador, y esperan descubrir por sus propios medios el secreto del envejecimiento y de la muerte con la intención de prolongar la esperanza de vida indefinidamente. Pasan por alto que fue el propio Creador quien sentenció a muerte a la primera pareja humana e hizo que esa sentencia se cumpliese de un modo que al hombre no le es posible comprender plenamente. De manera parecida, Dios reserva el premio de la vida eterna a todo aquel que ejerza fe en su Hijo. (Gé 2:16, 17; 3:16-19; Jn 3:16.)
Adán perdió la vida para sí mismo y para su prole. Cuando Dios creó a Adán, puso en el jardín de Edén el “árbol de la vida”. (Gé 2:9.) El fruto de este árbol no tenía ninguna cualidad intrínseca que impartiese vida; más bien, representaba la garantía de vivir “hasta tiempo indefinido” que Dios otorgaría a aquel que recibiese su permiso para comer del fruto. Como Dios colocó el árbol en el jardín con algún propósito, a Adán sin duda se le hubiese permitido comer de su fruto una vez que hubiera demostrado su fidelidad hasta un grado que Dios considerara satisfactorio y suficiente. Después que Adán transgredió, se le impidió comer del árbol. Jehová dijo: “Ahora, para que no alargue la mano y efectivamente tome fruto también del árbol de la vida y coma y viva hasta tiempo indefinido...”. Seguidamente hizo valer su palabra; no permitiría que alguien indigno de la vida viviese en el jardín que había sido creado para personas justas y comiese del árbol de la vida. (Gé 3:22, 23.)
Adán, que había disfrutado de vida perfecta —cuya continuidad estaba condicionada a su obediencia a Jehová (Gé 2:17; Dt 32:4)—, experimentó entonces la operación del pecado y su fruto: la muerte. Sin embargo, seguía teniendo gran energía vital. Incluso en su triste situación, aislado de Dios y de la verdadera espiritualidad, vivió novecientos treinta años antes de que lo abatiese la muerte. Mientras tanto, pudo transmitir a sus descendientes una medida de vida, no su plenitud, que permitió a muchos de ellos vivir de setecientos a novecientos años. (Gé 5:3-32.) Santiago, el medio hermano de Jesús, explica el proceso que se dio en Adán: “Cada uno es probado al ser provocado y cautivado por su propio deseo. Entonces el deseo, cuando se ha hecho fecundo, da a luz el pecado; a su vez, el pecado, cuando se ha realizado, produce la muerte”. (Snt 1:14, 15.)
Lo que el hombre necesita para vivir. La inmensa mayoría de los investigadores científicos no solo pasan por alto la razón por la que muere la humanidad, sino, lo que es más importante, desconoce cuál es el requisito principal para alcanzar la vida eterna. Si bien es necesario que el cuerpo humano se alimente con regularidad, respire, beba y coma, hay algo mucho más importante para la conservación de la vida. Jehová hizo referencia a esto en su Palabra al decir: “No solo de pan vive el hombre, sino que de toda expresión de la boca de Jehová vive el hombre”. (Dt 8:3.) Jesucristo repitió este mismo principio y dijo además: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra”. (Jn 4:34; Mt 4:4.) En otra ocasión dijo: “Así como me envió el Padre viviente y yo vivo a causa del Padre, así también el que se alimenta de mí, sí, ese mismo vivirá a causa de mí”. (Jn 6:57.)
Cuando Dios creó al hombre, lo hizo a su imagen, según su semejanza. (Gé 1:26, 27.) Como es natural, no a Su imagen y semejanza física, pues Dios es un espíritu y el hombre es de carne. (Gé 6:3; Jn 4:24.) Es decir, el hombre, a diferencia de los “animales irracionales” (2Pe 2:12), podía ejercer la facultad de la razón, tendría atributos como los de Dios: amor, sentido de justicia, sabiduría y poder. (Compárese con Col 3:10.) Podía entender el porqué de su existencia y lo que el Creador requería de él. Por consiguiente, a diferencia de los animales, tenía capacidad espiritual, podía expresar su aprecio por el Creador y adorarlo. Esta capacidad creó una necesidad en Adán: necesitaba algo más que alimento físico; necesitaba sustento espiritual. Y para poder disfrutar de bienestar mental y físico, tenía que ejercitar su espiritualidad.
De manera que no puede haber una continuidad indefinida de la vida independientemente de Jehová Dios y sus provisiones espirituales. Jesús dijo sobre vivir para siempre: “Esto significa vida eterna, el que estén adquiriendo conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste, Jesucristo”. (Jn 17:3.)
Regeneración. Con el fin de que el hombre pueda recuperar la perfección corporal y la perspectiva de vivir para siempre, Jehová ha provisto la verdad, “la palabra de vida”. (Jn 17:17; Flp 2:16.) El seguir la verdad proporcionará un conocimiento de la provisión que Dios ha hecho de Jesucristo, que se dio a sí mismo “en rescate en cambio por muchos”. (Mt 20:28.) Únicamente a través de esta provisión se puede restablecer al hombre a la plenitud en sentido espiritual y físico. (Hch 4:12; 1Co 1:30; 15:23-26; 2Co 5:21; véase RESCATE.)
Por lo tanto, la regeneración a la vida viene por medio de Jesucristo. Se dice que él es “el último Adán [...] un espíritu dador de vida”. (1Co 15:45.) Se le llama proféticamente “Padre Eterno” (Isa 9:6), y se le identifica como el que “derramó su alma hasta la mismísima muerte” y que la ‘puso como ofrenda por la culpa’. Como tal “Padre”, puede regenerar a la humanidad, dando así vida a los que son obedientes y ejercen fe en la ofrenda de su alma. (Isa 53:10-12.)
La esperanza de los hombres de tiempos antiguos. Los fieles de la antigüedad tenían la esperanza de vivir. El apóstol Pablo hace notar este hecho. Se remonta al tiempo de la prole de Abrahán antes de que se diera la Ley y habla de sí mismo, un hebreo, como si estuviese vivo entonces, en el sentido de que era un descendiente en potencia de sus antepasados. Dice: “Yo estaba vivo en otro tiempo aparte de ley; mas cuando llegó el mandamiento, el pecado revivió, pero yo morí. Y el mandamiento que era para vida, este hallé que fue para muerte”. (Ro 7:9, 10; compárese con Heb 7:9, 10.) Hombres como Abel, Enoc, Noé y Abrahán esperaban en Dios. Creían en la “descendencia” o simiente que magullaría la cabeza de la serpiente, lo que significaría liberación (Gé 3:15; 22:16-18); esperaban que llegase el Reino de Dios, la “ciudad que tiene fundamentos verdaderos”, y creían en una resurrección de los muertos. (Heb 11:10, 16, 35.)
Jehová dijo cuando dio la Ley: “Tienen que guardar mis estatutos y mis decisiones judiciales, los cuales, si el hombre los hace, entonces tendrá que vivir por medio de ellos”. (Le 18:5.) Seguramente, cuando los israelitas recibieron la Ley, la aceptaron como una vía que abría ante ellos la esperanza de la vida. La Ley era ‘santa y justa’, y todo aquel que pudiese cumplir a plenitud sus normas quedaría marcado como persona absolutamente justa. (Ro 7:12.) No obstante, en lugar de dar vida, puso de manifiesto la condición imperfecta y pecaminosa de los israelitas, así como de la humanidad en general. Además, la Ley condenaba a muerte a los judíos. (Gál 3:19; 1Ti 1:8-10.) Pablo dijo: “Cuando llegó el mandamiento, el pecado revivió, pero yo morí”. Por consiguiente, la Ley no podía dar vida.
El apóstol razona: “Si se hubiera dado una ley capaz de dar vida, la justicia realmente habría sido por medio de ley”. (Gál 3:21.) Entonces, como la Ley había condenado a los judíos, estos ya no solo eran pecadores como prole de Adán, sino que también estaban bajo una incapacidad adicional. Por esta razón Cristo murió en un madero de tormento. Pablo dijo: “Cristo, por compra, nos libró de la maldición de la Ley, llegando a ser una maldición en lugar de nosotros, porque está escrito: ‘Maldito es todo aquel que es colgado en un madero’”. (Gál 3:13.) Al remover este obstáculo (la maldición que se acarrearon los judíos por quebrantar la Ley), Jesucristo quitó de delante de los judíos la barrera que les impedía alcanzar la vida, dándoles así la oportunidad de conseguirla. De este modo, su rescate podía beneficiarles a ellos y también a otras personas.
La vida eterna: recompensa de Dios.
“Vida eterna.” Heb.: jai·yéh `oh·lám; Gr.: zo·én ai·ó·ni·on; Lat.: ví·tam ae·tér·nam; Ing.: Everlasting life.
En todo el registro bíblico se manifiesta que la esperanza de los siervos de Jehová ha sido la de recibir vida eterna de Su parte. Esta esperanza los ha animado a mantener fidelidad. No es una expectativa egoísta. El apóstol escribe: “Además, sin fe es imposible serle de buen agrado, porque el que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que llega a ser remunerador de los que le buscan solícitamente”. (Heb 11:6.) Dios es remunerador, y esa es una de las cualidades por las que merece la plena devoción de sus criaturas.
Inmortalidad, incorrupción, vida divina. La Biblia dice que Jehová es inmortal e incorruptible. (1Ti 1:17.) Su Hijo ha sido la primera criatura a la que Él ha concedido estos dones. Cuando el apóstol Pablo escribió a Timoteo, Cristo era el único que había recibido la inmortalidad. (1Ti 6:16.) No obstante, también se les ha prometido a los hermanos espirituales de Cristo. (Ro 2:7; 1Co 15:53, 54.) Ellos también llegan a ser partícipes de la “naturaleza divina”, partícipes con Cristo en su gloria. (2Pe 1:4.) Los ángeles son criaturas celestiales, pero no son inmortales, pues los que se vuelven demonios serán destruidos. (Mt 25:41; Lu 4:33, 34; Apo 20:10, 14; véanse INCORRUPCIÓN; INMORTALIDAD.)
Vida terrestre sin corrupción. ¿Con qué esperanza cuenta el resto de la humanidad que no recibe vida celestial? Jesús dijo: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna”. (Jn 3:16.) En la parábola de las ovejas y las cabras, las personas de las naciones que han sido juzgadas como ovejas y separadas a la diestra de Jesús parten “a la vida eterna”. (Mt 25:46.) Pablo habla de los “hijos de Dios” y “coherederos con Cristo”, y dice que “la expectación anhelante de la creación aguarda la revelación de los hijos de Dios”. Luego pasa a decir: “La creación misma también será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. (Ro 8:14-23.) Cuando Adán fue creado como humano perfecto, era un “hijo de Dios”. (Lu 3:38.) La visión profética de Apocalipsis 21:1-4 señala al tiempo en el que existirá “un nuevo cielo” y “una nueva tierra”, y promete que entonces “la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor”. Como esta no es una promesa para las criaturas celestiales, sino específicamente para “la humanidad”, da la garantía de que habrá una nueva sociedad humana terrestre que vivirá bajo el “nuevo cielo” y experimentará el restablecimiento de la mente y el cuerpo hasta tener salud completa y vida eterna como “hijos de Dios” terrestres.
En el mandato que Dios dio a Adán estaba implícito que Adán no moriría si obedecía. (Gé 2:17.) Lo mismo es cierto de la humanidad obediente; cuando su último enemigo, la muerte, sea reducida a la nada, no habrá en el cuerpo de la persona obediente ningún pecado que obre en él para ocasionarle la muerte. Vivirá hasta tiempo indefinido. (1Co 15:26.) La muerte será reducida a la nada al final del reinado de Cristo, que, según el libro de Apocalipsis, durará mil años. En este libro se dice que los que serán reyes y sacerdotes con Cristo ‘llegarán a vivir, y reinarán con el Cristo por mil años’. “Los demás de los muertos”, que no llegarán a vivir ‘hasta que se terminen los mil años’, tienen que ser los que sigan con vida al fin de los mil años, pero antes de que Satanás sea liberado del abismo y traiga la prueba decisiva para la humanidad. Al fin de los mil años, las personas de la Tierra habrán alcanzado la perfección humana y estarán en la misma condición en que se hallaban Adán y Eva antes de pecar. Entonces podrá decirse que verdaderamente tienen vida en perfección. Los que después pasen la prueba, cuando Satanás sea soltado por un corto período de tiempo, podrán disfrutar de esa condición de vida para siempre. (Apo 20:4-10.)
El camino a la vida. Jehová, la Fuente de la vida, ha revelado cuál es el camino de la vida por medio de su Palabra de verdad. El Señor Jesucristo “ha arrojado luz sobre la vida y la incorrupción mediante las buenas nuevas”. (2Ti 1:10.) Dijo a sus discípulos: “El espíritu es lo que es dador de vida; la carne no sirve para nada. Los dichos que yo les he hablado son espíritu y son vida”. Un poco después, preguntó a sus apóstoles si le iban a dejar como ya habían hecho otros. Pedro respondió: “Señor, ¿a quién nos iremos? Tú tienes dichos de vida eterna”. (Jn 6:63, 66-68.) El apóstol Juan llamó a Jesús “la palabra de la vida”, y dijo: “Por medio de él era vida”. (1Jn 1:1, 2; Jn 1:4.)
Las palabras de Jesús hacen patente que los esfuerzos humanos por prolongar la vida de manera indefinida son fútiles, al igual que las teorías de que ciertas dietas o regímenes traerán vida a la humanidad. Como máximo, pueden mejorar la salud temporalmente. El único camino a la vida es la obediencia a las buenas nuevas, es decir, a “la palabra de vida”. (Flp 2:16.) Para conseguir vida, la persona debe mantener su mente fija “en las cosas de arriba, no en las cosas sobre la tierra”. (Col 3:1, 2.) Jesús dijo a sus oyentes: “El que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna, y no entra en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida”. (Jn 5:24; 6:40.) Ya no son pecadores condenados que están en el camino de la muerte. El apóstol Pablo escribió: “Por lo tanto, no tienen condenación los que están en unión con Cristo Jesús. Porque la ley de ese espíritu que da vida en unión con Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte”. (Ro 8:1, 2.) Juan dice que un cristiano sabe que ha “pasado de muerte a vida” si ama a sus hermanos. (1Jn 3:14.)
El que busca la vida debe seguir a Cristo, pues “no hay otro nombre debajo del cielo que se haya dado entre los hombres mediante el cual tengamos que ser salvos”. (Hch 4:12.) Jesús mostró que hay que tener conciencia de la necesidad espiritual y tener hambre y sed de justicia. (Mt 5:3, 6.) No solo debe oír las buenas nuevas, sino que también ha de ejercer fe en Jesucristo e invocar el nombre de Jehová por medio de él. (Ro 10:13-15.) Siguiendo el ejemplo de Jesús, tal persona debe bautizarse en agua. (Mt 3:13-15; Ef 4:5.) Luego tiene que seguir buscando el Reino y la justicia de Jehová. (Mt 6:33.)
Ha de salvaguardarse el corazón. La persona que se hace discípulo de Jesucristo debe mantenerse en el camino de la vida. De hecho, se le advierte: “El que piensa que está en pie, cuídese de no caer”. (1Co 10:12.) Además, se le aconseja: “Más que todo lo demás que ha de guardarse, salvaguarda tu corazón, porque procedentes de él son las fuentes de la vida”. (Pr 4:23.) Jesús explicó que del corazón emanan razonamientos inicuos, adulterios, asesinatos y otras malas inclinaciones, tendencias que podrían culminar en muerte. (Mt 15:19, 20.) La persona puede salvaguardarse de esa clase de razonamientos si procura llenar el corazón con alimento espiritual vivificante —la verdad de la Fuente pura de la vida— y así protegerlo de una inclinación impropia que podría resultar en que se apartase del camino de la vida. (Ro 8:6; véase CORAZÓN.)
Salvaguardar la vida protegiendo el corazón incluye tener la lengua controlada, pues “muerte y vida están en el poder de la lengua, y el que la ama comerá su fruto”. (Pr 18:21.) Jesús dio la explicación al decir: “Las cosas que proceden de la boca salen del corazón, y esas cosas contaminan al hombre”. (Mt 15:18; Snt 3:5-10.) No obstante, el que da buen uso a la lengua, para alabar a Dios y hablar sobre cosas constructivas, podrá mantenerse en el camino de la vida. (Sl 34:12-14; 63:3; Pr 15:4.)
La vida presente. El rey Salomón probó todo lo que esta vida le podía ofrecer en cuanto a riquezas, casas, jardines y otros placeres, y tras ello llegó a la conclusión: “Odié la vida, porque el trabajo que se ha hecho bajo el sol era calamitoso desde mi punto de vista, porque todo era vanidad y un esforzarse tras viento”. (Ec 2:17.) Salomón no odió la vida en sí, pues es una ‘dádiva buena y don perfecto de arriba’. (Snt 1:17.) Lo que odió fue la vida calamitosa y vana que resulta de vivir como lo hace el mundo sujeto a futilidad. (Ro 8:20.) En la conclusión de su libro, dio la exhortación de temer al Dios verdadero y guardar sus mandamientos, que es el camino a la verdadera vida. (Ec 12:13, 14; 1Ti 6:19.) El apóstol Pablo dijo de sí mismo y de sus compañeros cristianos que si, después de su vigorosa predicación, en la que dieron testimonio acerca de Cristo y de la resurrección, ‘solo en esta vida habían esperado en Cristo, de todos los hombres eran los más dignos de lástima’. ¿Por qué? Porque habrían confiado en una esperanza falsa. “Sin embargo —continuó Pablo—, ahora Cristo ha sido levantado de entre los muertos.” “Por consiguiente, amados hermanos míos, háganse constantes, inmovibles, siempre teniendo mucho que hacer en la obra del Señor, sabiendo que su labor no es en vano en lo relacionado con el Señor.” (1Co 15:19, 20, 58.)
Árboles de la vida. Además de la referencia al árbol de la vida que hubo en Edén (Gé 2:9), del que ya se ha tratado anteriormente, la expresión “árbol[es] de la vida” aparece en varias ocasiones en las Escrituras, y siempre en un sentido figurado o simbólico. Se dice que la sabiduría es “árbol de vida a los que se asen de ella”, por cuanto les suministrará lo que necesitan —no solo para disfrutar de la vida presente, sino también de la vida eterna—, es decir, conocimiento de Dios, discernimiento y buen juicio para obedecer sus mandamientos. (Pr 3:18; 16:22.)
“El fruto del justo es un árbol de vida, y el que está ganando almas es sabio”, dice otro proverbio. (Pr 11:30.) El justo gana almas por su habla y ejemplo, es decir, que las personas que le escuchan consiguen alimento espiritual, se las conduce a servir a Dios y reciben la vida que Él provee. De manera similar, “la calma de la lengua es árbol de vida, pero el torcimiento en ella significa un quebrantamiento del espíritu”. (Pr 15:4.) El habla calmada de la persona sabia ayuda y reconforta el espíritu de los que le oyen, fomenta en ellos buenas cualidades y les ayuda a proseguir en el camino de la vida; pero la torcedura de la lengua es como un fruto podrido, trae problemas y desánimo, y daña a los que escuchan lo que dice.
Proverbios 13:12 dice: “La expectación pospuesta enferma el corazón, pero la cosa deseada es árbol de vida cuando sí viene”. El cumplimiento de un deseo que se ha esperado por mucho tiempo es fortalecedor y reconfortante, y renueva las energías.
El glorificado Jesucristo promete al cristiano que venza que le concederá comer del “árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios” (Apo 2:7), y en los últimos versículos del libro de Apocalipsis leemos de nuevo: “Y si alguien quita algo de las palabras del rollo de esta profecía, Dios le quitará su porción de los árboles de la vida y de la santa ciudad, cosas de las cuales se ha escrito en este rollo”. (Apo 22:19.) En el contexto de estos dos pasajes bíblicos, Cristo Jesús está hablando a los que vencen, a aquellos que no ‘recibirán daño de la muerte segunda’ (Apo 2:11), a quienes se dará “autoridad sobre las naciones” (Apo 2:26), se hará una “columna en el templo de mi Dios” (Apo 3:12) y que se sentarán con Cristo en su trono celestial. (Apo 3:21.) Por lo tanto, el árbol o los árboles no pueden ser literales, pues los que venzan y coman de dichos árboles son participantes del llamamiento celestial (Heb 3:1) y tienen lugares reservados para ellos en el cielo. (Jn 14:2, 3; 2Pe 1:3, 4.) De modo que deben simbolizar la provisión de Dios para vida ininterrumpida, en este caso, la vida celestial e inmortal que se concede a los fieles como vencedores con Cristo.
En Apocalipsis 22:1, 2 se habla de “árboles de vida” en un contexto diferente. Se muestra que las naciones comen las hojas de los árboles con propósitos curativos. Estas personas se encuentran a lo largo del río que fluye del templo-palacio de Dios, donde está su trono. Ese cuadro aparece después de verse establecer el nuevo cielo y la nueva tierra y oírse la declaración de que “la tienda de Dios está con la humanidad”. (Apo 21:1-3, 22, 24.) Este sería, pues, un simbolismo de las provisiones curativas y sustentadoras de la vida para la humanidad a fin de que esta finalmente pueda vivir para siempre. Estas provisiones proceden del trono real de Dios y del Cordero Jesucristo.
Se hacen varias referencias al “rollo de la vida” o al “libro” de Dios, en el que deben hallarse los nombres de todos aquellos que debido a su fe pueden esperar que se les conceda el premio de la vida, bien en el cielo o sobre la Tierra. Contiene los nombres de todos los siervos de Jehová “desde la fundación del mundo”, el mundo de la humanidad redimible. Parece ser que el nombre de Abel fue el primero en escribirse. (Apo 17:8; Mt 23:35; Lu 11:50, 51.)
¿Qué significa el que el nombre de una persona se escriba en el libro o “rollo de la vida”? El que el nombre de una persona se escriba en “el libro de la vida” o “libro de recuerdo” no significa que esa persona queda predestinada a la vida eterna. Para que su nombre permanezca escrito, la persona tiene que ser obediente. De ahí que Moisés rogara a Jehová a favor de Israel, diciendo: “Pero ahora si perdonas su pecado..., y si no, bórrame, por favor, de tu libro que has escrito”. Jehová respondió: “Al que haya pecado contra mí, lo borraré de mi libro”. (Éx 32:32, 33.) De modo que la lista habría de experimentar ciertos cambios debido a la desobediencia de algunos, por lo que sus nombres serían ‘borrados’ o ‘tachados’ del “libro”. (Apo 3:5.)
En la escena de juicio que aparece en Apocalipsis 20:11-15 se ve que durante el reinado milenario de Cristo se abre “el rollo de la vida” para que se apunten nuevos nombres en él, y también se abren otros rollos que contienen instrucciones. Aquellos que vuelven a la vida gracias a la ‘resurrección de los injustos’ tendrán entonces la oportunidad de conseguir que sus nombres sean escritos en “el libro de la vida”, siempre y cuando cumplan obedientemente con las instrucciones que se hallan escritas en los rollos. (Hch 24:15.) Como cabe esperar, los siervos fieles de Dios que vuelvan en la ‘resurrección de los justos’ ya tendrán sus nombres escritos en “el rollo de la vida”. Su obediencia leal a las instrucciones divinas hará posible que sus nombres permanezcan escritos en él.
¿Cómo puede lograr una persona que su nombre sea inscrito permanentemente en “el libro de la vida”? Aquellos cuya esperanza es la vida celestial consiguen la inscripción permanente de sus nombres ‘venciendo’ al mundo mediante su fe y demostrando fidelidad “hasta la misma muerte”. (Apo 2:10; 3:5.) En cambio, quienes tienen esperanza de vivir sobre la Tierra deberán demostrar su lealtad a Jehová durante la prueba final y decisiva que tendrá lugar al fin del reinado milenario de Cristo. (Apo 20:7, 8.) Una vez conseguido, habrán logrado que Dios retenga sus nombres permanentemente en “el libro de la vida”, lo que significará que Jehová habrá reconocido que son justos en todo sentido y merecedores del derecho a la vida eterna sobre la Tierra. (Ro 8:33.)
‘El rollo del Cordero.’ “El rollo de la vida del Cordero” es un rollo aparte. Parece ser que solo contiene los nombres de los que acompañan al Cordero, Jesucristo, aquellos con quienes él comparte su gobierno del Reino, lo que incluye a los que aún están en la Tierra a la espera de su herencia celestial. (Apo 13:8; compárese con Apo 14:1, 4.) Se dice que los que tienen sus nombres en el ‘rollo del Cordero’ entran en la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, y llegan a formar parte del Reino mesiánico celestial. (Apo 21:2, 22-27.) Sus nombres se hallan tanto en ‘el rollo del Cordero’ como en “el libro de la vida” de Dios. (Flp 4:3; Apo 3:5.)
El río de agua de vida. En la visión registrada en el libro de Apocalipsis, Juan vio “un río de agua de vida, claro como el cristal, que fluía desde el trono de Dios y del Cordero” por en medio del camino ancho de la santa ciudad, la Nueva Jerusalén. (Apo 22:1, 2; 21:2.) El agua es esencial para la vida. El cumplimiento de la visión comienza durante “el día del Señor”, poco después del establecimiento del Reino de Dios. (Apo 1:10.) Es un tiempo en el que miembros de la novia todavía están en la tierra invitando personalmente a “cualquiera que tenga sed” a tomar gratis el agua de la vida. (Apo 22:17.) Después de la destrucción del sistema de cosas actual, el río continúa fluyendo, cada vez con más caudal, en el nuevo mundo. La visión muestra que a lo largo del río hay árboles que producen fruto y cuyas hojas son para la curación de las naciones. De modo que estas aguas vivificantes deben ser las provisiones para la vida que Jehová ha hecho por medio del Cordero, Jesucristo, a favor de todos los que recibirán vida.
‘La humedad de la vida.’ En el Salmo 32:1-5, David muestra la felicidad que se experimenta cuando hay perdón, aunque también revela la angustia que se siente antes de confesar a Jehová las transgresiones y recibir Su perdón. Antes de su confesión mientras intentaba ocultar su error, al salmista le remordió la conciencia y dijo: “La humedad de mi vida se ha cambiado como en el calor seco del verano”. Le agotó intentar reprimir una conciencia culpable, y la angustia debilitó su vigor tal como un árbol puede perder su humedad vivificante durante una sequía o en el intenso calor seco del verano. Las palabras de David pueden indicar sufrimiento mental y físico, o, al menos, la pérdida de gozo en la vida por no haber confesado su pecado. El perdón y el alivio solo vendrían como resultado de confesar su pecado a Jehová. (Pr 28:13.)
“La bolsa de la vida.” Cuando Abigail suplicó a David que no se vengase de Nabal y de este modo le libró de incurrir en culpa de sangre, le dijo: “Cuando se levante un hombre para ir en seguimiento de ti y para buscar tu alma, el alma de mi señor ciertamente resultará estar envuelta en la bolsa de la vida con Jehová tu Dios; pero, en cuanto al alma de tus enemigos, la lanzará como de dentro del hueco de la honda”. (1Sa 25:29-33.) Tal como una persona envuelve algo valioso para protegerlo y conservarlo, la vida de David estaba en las manos del Dios vivo, quien lo salvaría de sus enemigos si esperaba en Él y no intentaba conseguir la salvación por sus propios medios. Por otra parte, Dios desecharía el alma de los enemigos de David.
La composición del cuerpo humano, ¿prueba que este fuera diseñado para vivir eternamente? Es de conocimiento general que el cerebro humano tiene una capacidad que excede por mucho la que usamos durante toda nuestra vida actual, sea que alcancemos 70 o hasta 100 años de edad. La Encyclopædia Britannica declara que el cerebro humano “está dotado de una potencialidad considerablemente mayor de la que se puede utilizar durante la vida de una persona” (1976, tomo 12, pág. 998). El científico Carl Sagan dice que el cerebro humano pudiera almacenar información que “llenaría unos veinte millones de volúmenes, tantos como en las bibliotecas más grandes del mundo” (Cosmos, 1980, pág. 278). Respecto a la capacidad del “sistema de archivar” del cerebro humano, el bioquímico Isaac Asimov escribió que tal sistema es “perfectamente capaz de encargarse de cualquier carga de aprendizaje y memoria que el ser humano probablemente haya de poner sobre él... y mil millones de veces más que esa cantidad, también” (The New York Times Magazine, 9 de octubre de 1966, pág. 146). (¿Por qué fue dotado de tal capacidad el cerebro humano si no habría de utilizarla? ¿No es razonable que los humanos, que tienen capacidad ilimitada para aprender, fueran de hecho diseñados para vivir para siempre?)
¿Hay vida en otros planetas?
The New York Times informa: “La búsqueda de vida inteligente en otras partes del universo [...] comenzó hace 25 años [...] La tarea impresionante, que abarca explorar centenares de miles de millones de estrellas, hasta ahora no ha producido indicación clara de que exista vida más allá de la Tierra” (2 de julio de 1984, pág. A1).
The Encyclopedia Americana dice: “No se han detectado definitivamente otros planetas [fuera de nuestro sistema solar]. Pero por cada planeta que pudiera existir fuera del sistema solar hay una probabilidad de que la vida haya comenzado y evolucionado hasta llegar a ser una civilización avanzada” (1977, tomo 22, pág. 176). (Como lo refleja esta declaración, ¿pudiera ser que uno de los principales motivos para la extremadamente costosa búsqueda de la vida en el espacio sideral sea el deseo de hallar alguna prueba para la teoría de la evolución, alguna prueba de que el hombre no fue creado por Dios y por eso no tiene que rendirle cuentas?)
La Biblia revela que la vida que hay en esta Tierra no es la única vida que existe. Hay seres celestiales, espirituales —Dios y los ángeles— que son inmensamente superiores al hombre en inteligencia y poder. Ya se han comunicado con la humanidad y han explicado el origen de la vida y cuál es la solución para los problemas abrumadores a que se enfrenta el mundo. (Véanse, “Biblia” y “Dios”.)
¿Prefiere envase o contenido?
Un grupo de profesionales, todos triunfadores en sus respectivas carreras, se juntó para visitar a su antiguo profesor. Pronto la charla devino en quejas acerca del interminable ‘stress’ que les producía el trabajo y la vida en general.
El profesor les ofreció café, fue a la cocina y pronto regresó con una cafetera grande y una selección de tazas de lo más selectas: de porcelana, plástico, vidrio, cristal -unas sencillas y baratas, otras decoradas, unas caras, otras realmente exquisitas...
Cuando lo hubieron hecho, el viejo maestro se aclaró la garganta y con mucha calma y paciencia se dirigió al grupo: Esa es realmente la causa de muchos de sus problemas relativos al “stress” (Heb 13:5; 1Ti 6:6-8.)
Continuó: “Les aseguro que la taza no le añadió calidad al café. En verdad la taza solamente disfraza o reviste lo que bebemos”. Ahora piensen en esto: La vida es el café. Los trabajos, el dinero, la posición social, etc. son meras tazas, que le dan forma y soporte a la vida y el tipo de taza que tengamos no define ni cambia realmente la calidad de vida que llevemos. A menudo, por concentrarnos sólo en la taza dejamos de disfrutar el café (1Jn 2:15-17.) ¡Disfruten su café! La gente más feliz no es la que tiene lo mejor de todo sino la que hace lo mejor con lo que tiene; así pues, recuérdenlo: ★Vivan de manera sencilla.
El resto déjenselo a Dios. y recuerden: Y... DISFRUTEN SU CAFÉ!! (1Ti 6:6-8 ; Flp 4:6, 11.) |
“Vive”
La piel se arruga, el cabello se emblanquece. En un cerrar de ojos, los días se convierten en años… Y lo que antes eran llamas hoy son brasas, que los vientos no pueden apagar, sino avivar.
Pero lo más importante no se deteriora; tu fe y tu esperanza no tienen edad, la experiencia las ha ennoblecido. La vida tiene diferentes capítulos, aunque pases un mal capítulo, no significa el final de la historia.
Si extrañas lo que hacías, intenta volver a hacerlo.
No dejes que se oxide el hierro que hay en ti.
Pero nunca te detengas, vive con la eternidad en mira. |
Vivimos por y para Jehová
Si quieres vivir intensa y satisfactoriamente, IMITA A JEHOVÁ, bendice, adorna, embellece, dignifica, ama lo que veas, huelas, gustes, toques o trates, sea persona animal o cosa, vive el momento y hazlo con todos tus sentidos, no descuides las cosas pequeñas ni lo que te rodea, sé detallista, en todo y todos hay muchísimos mensajes esperando a ser descubiertos por personas apreciativas y profundas, se agradecido, no des las cosas por sentado, acéptate a ti mismo con tus virtudes y defectos, aprovecha toda ocasión que se te presente, para regalar, honrar, atender, amar y servir a los demás, deja una bella huella personal por donde quieras que pases. Cuando le dediques atención a alguien, hazle sentir que es la única persona en la Tierra que tiene toda tu atención en ese momento, no lo hagas a medias, por ejemplo atendiendo los mensajes de tu celular simultaneamente, los otros notan si eres una persona superficial o eres una autentica personalidad y haz todo con amor y pasión como para Jehová, entonces disfrutarás de una vida satisfaciente y feliz, además encontraras verdaderos amigos, aunque serán pocos, pero autenticos. (Ro 14:8; 1Co 10:31) |