Adoración, Servicio Sagrado |
En las cortes del antiguo Oriente, una persona solo podía acercarse al monarca según la reglamentación establecida y con su permiso. En la mayoría de los casos, los que deseaban que el monarca les concediera una audiencia se ponían en contacto con un intermediario, quien los presentaba al gobernante y respondía de sus credenciales. Entrar en el patio interior del rey persa Asuero sin una invitación significaba la muerte; sin embargo, cuando la reina Ester se presentó ante el rey a riesgo de su vida, fue favorecida con su aprobación. (Est 4:11, 16; 5:1-3.) Las acciones y palabras de los hermanos de José ilustran el cuidado que se ejercía para no ofender a un rey, pues Judá le dijo a José: “Porque es lo mismo contigo que con Faraón”. (Gé 42:6; 43:15-26; 44:14, 18.) De modo que el acceso a la presencia de un gobernante terrestre, un simple hombre imperfecto, solía ser algo muy difícil de conseguir y un privilegio inusual.
Santidad de la presencia de Dios. Aunque Pablo declaró en Atenas que Dios “no está muy lejos de cada uno de nosotros” (Hch 17:27) y en toda Su Palabra, la Biblia, se muestra que Dios es realmente accesible, el que se le acerca debe reunir ciertos requisitos y tener Su permiso o aprobación. La visión que Daniel tuvo del majestuoso tribunal celestial del “Anciano de Días” ante el que el “hijo del hombre [...] obtuvo acceso” y ‘fue presentado cerca, aun delante, de Aquel’, ilustra la dignidad, respeto y orden relacionados con la presencia del Gobernante Soberano del universo. (Da 7:9, 10, 13, 14; compárese con Jer 30:21.) Los textos de Job 1:6 y 2:1 indican que en determinadas ocasiones a los hijos angelicales de Dios se les invita a comparecer ante su presencia inmediata. El que Satanás estuviera entre ellos era solo por permiso divino.
El hombre también tendría que estar en comunicación con su Dios y Padre, pues fue hecho a la imagen y semejanza de su Creador, es decir, se le confirió una cierta medida de los atributos divinos, y además se le dio la responsabilidad de cuidar del planeta Tierra y la creación animal que lo habita. (Gé 1:26, 27.) Un ejemplo de esta comunicación se encuentra en Génesis 1:28-30; 2:16, 17.
Como criaturas perfectas y, por lo tanto, sin ningún sentimiento de culpabilidad ni conciencia de pecado, Adán y Eva podían acercarse a Dios para conversar con Él sin sentir la necesidad de disponer de un intercesor entre ellos y su Creador, del mismo modo que unos hijos se acercan a su padre. (Gé 1:31; 2:25.) Una vez que pecaron y se rebelaron contra Dios, perdieron esta relación con Él y se hicieron reos de la condenación a la muerte. (Gé 3:16-24.) No se dice si después del pecado intentaron acercarse de nuevo a Dios.
Mediante la fe, buenas obras y sacrificios. El relato de Caín y Abel y su modo de acercarse a Dios mediante ofrendas muestra que la fe y las buenas obras son requisitos previos para poder acercarse al Creador. Por ejemplo, a Caín se le privó de la aceptación divina hasta que ‘se dirigiera a hacer lo bueno’. (Gé 4:5-9; 1Jn 3:12; Heb 11:4.) Más tarde, en tiempo de Enós, se empezó a “invocar el nombre de Jehová”, pero parece que no fue una invocación sincera (Gé 4:26), pues el siguiente hombre de fe que se menciona después de Abel no fue Enós, sino Enoc, quien ‘andaba con Dios’, una indicación de que se acercó a Dios y de que Él le aprobó. (Gé 5:24; Heb 11:5.) La profecía de Enoc registrada en Judas 14, 15 muestra, no obstante, que este hombre de fe vivió en un tiempo de desenfrenada falta de respeto a Dios. (Véase ENÓS.)
El derrotero de Noé, justo y exento de falta entre sus contemporáneos, le permitió acercarse a Dios y ser conservado con vida. (Gé 6:9-19.) Después del Diluvio, se acercó a Dios mediante un sacrificio, como lo hiciera Abel; fue bendecido por ello y se le informó de otros requisitos necesarios para conseguir la aprobación divina, así como del pacto de Dios con toda carne que garantizaba que no se volvería a producir un diluvio global. (Gé 8:20, 21; 9:1-11.) La expresión “Jehová, el Dios de Sem” parece dar a entender que este hijo de Noé consiguió una posición de mayor favor ante Dios que sus dos hermanos. (Gé 9:26, 27.)
El sacerdocio de Melquisedec. Aunque Noé ofició en el altar en favor de su familia, hasta el tiempo de Melquisedec no se menciona específicamente a ningún “sacerdote” que ayudara a los hombres a acercarse a Dios. Abrahán reconoció su sacerdocio, pues “le dio el décimo de todo”. (Gé 14:18-20.) En Hebreos 7:1-3, 15-17, 25 se presenta a Melquisedec como un tipo profético de Cristo Jesús.
Otros patriarcas se acercan a Dios. Abrahán tuvo una relación con Dios que se destacó en especial por la fe, obediencia y modo respetuoso de acercarse a Él mediante altares y ofrendas (Gé 18:18, 19; 26:3-6; Heb 11:8-10, 17-19), por lo que se le llamó ‘amigo de Dios’. (Isa 41:8; 2Cr 20:7; Snt 2:23.) Llegó a tener una relación pactada con Él. (Gé 12:1-3, 7; 15:1, 5-21; 17:1-8.) Como señal de esta relación, se le dio la circuncisión, que durante un cierto período de tiempo fue un requisito para la aceptación divina. (Gé 17:9-14; Ro 4:11.) La posición de Abrahán le permitió hacer súplicas a favor de otras personas (Gé 20:7), aunque siempre manifestó un profundo respeto a Jehová o sus representantes. (Gé 17:3; 18:23-33.) Job, pariente lejano de Abrahán, actuó como sacerdote de su familia ofreciendo sacrificios quemados en su favor (Job 1:5); también oró por sus tres “compañeros”, y “Jehová aceptó el rostro de Job”. (Job 42:7-9.)
Isaac y Jacob, herederos de la promesa hecha a Abrahán, se acercaron a Dios invocando el “nombre de Jehová” con fe, construyendo altares y presentando ofrendas. (Heb 11:9, 20, 21; Gé 26:25; 31:54; 33:20.)
El ángel de Dios le dijo a Moisés que no se acercara a la zarza ardiente y que se quitara las sandalias porque estaba de pie en “suelo santo”. (Éx 3:5.) Como representante nombrado de Dios ante la nación de Israel, Moisés tuvo acceso especial a la presencia divina durante su vida y Jehová le habló “boca a boca”. (Nú 12:6-13; Éx 24:1, 2, 12-18; 34:30-35.) Al igual que Melquisedec, fue un tipo profético de Cristo Jesús. (Dt 18:15; Hch 3:20-23.)
Se recalca la importancia de acercarse a Dios del modo que Él aprueba. Antes de establecer el pacto de la Ley, Jehová mandó a toda la nación de Israel que se santificara durante tres días y lavara sus mantos. Se fijaron límites en derredor para el pueblo, y nadie, ni hombre ni animal, podía tocar el monte Sinaí, bajo pena de muerte. (Éx 19:10-15.) Luego, Moisés “hizo que el pueblo saliera del campamento al encuentro del Dios verdadero”, lo situó al pie de la montaña y subió para recibir las cláusulas del pacto de la Ley en medio de truenos y relámpagos, humo y fuego, y sonidos de instrumento de viento. (Éx 19:16-20.) Se le ordenó que no dejara que ‘los sacerdotes y el pueblo se abrieran paso para subir a Jehová, para que no irrumpiera él contra ellos’. (Éx 19:21-25.) “Los sacerdotes” aquí mencionados eran, quizás, los principales de Israel, un varón de cada familia, que, como tales, ‘se acercaban con regularidad a Jehová’, al igual que hiciera Job, en favor de su familia.
Bajo el pacto de la Ley. El pacto de la Ley incluía una provisión para que tanto los individuos como la nación en conjunto pudieran acercarse a Dios. Esta provisión consistía en un sacerdocio nombrado, unos sacrificios prescritos por la Ley y un tabernáculo, más tarde sustituido por un templo. Los descendientes del levita Aarón desempeñaron las funciones del sacerdocio en beneficio del pueblo. Ningún otro israelita, ni siquiera los levitas que no eran de la línea aarónica, podía acercarse al altar ni a los utensilios santos para efectuar tal servicio, bajo pena de muerte. (Le 2:8; Nú 3:10; 16:40; 17:12, 13; 18:2-4, 7.) Los sacerdotes tenían que satisfacer requisitos estrictos tanto en lo que tenía que ver con la limpieza física como ceremonial, y debían ponerse el atuendo aprobado cuando se acercaban al altar o al “lugar santo”. (Éx 28:40-43; 30:18-21; 40:32; Le 22:2, 3.) Cualquier falta de respeto o violación de las instrucciones divinas sobre el modo de acercarse al Dios Soberano incurría en la pena de muerte, como en el caso de dos de los hijos de Aarón. (Le 10:1-3, 8-11; 16:1.) Aarón y los que le sucedieron en el sumo sacerdocio eran los únicos a los que estaba permitido entrar en el Santísimo ante el arca del pacto, símbolo de la presencia de Jehová, y aun a ellos solo se les permitía una vez al año, en el Día de Expiación. (Le 16:2, 17.) En esta posición privilegiada Aarón prefiguró a Cristo Jesús como el Sumo Sacerdote de Dios. (Heb 8:1-6; 9:6, 7, 24.)
Durante la dedicación del templo de Jerusalén, el rey Salomón se acercó a Jehová en favor de la nación. Oró que Sus ojos resultaran estar abiertos día y noche hacia esa casa en la que Él había puesto Su nombre y que oyera las súplicas del rey, de la nación y también de los extranjeros que se unieran a Israel, de cualquiera que ‘orara hacia esa casa’. Todos podían tener acceso a Jehová, desde el rey hasta el más pequeño de la nación. (2Cr 6:19-42.)
En Israel, eran el rey, el sacerdote o el profeta quienes se acercaban a Dios para tratar cuestiones que afectaban a toda la nación. El Urim y el Tumim del sumo sacerdote se empleaban en ciertas ocasiones para determinar la instrucción divina. (1Sa 8:21, 22; 14:36-41; 1Re 18:36-45; Jer 42:1-3.) La violación de la ley de Dios sobre la manera apropiada de acercarse a Él incurría en castigo, como en el caso de Uzías (2Cr 26:16-20), y podía resultar en la privación total de comunicación con Dios, como fue el caso de Saúl. (1Sa 28:6; 1Cr 10:13.) El relato de Uzah, el hijo de Abinadab, ilustra que Jehová no permite ninguna frivolidad con respecto a su Soberana Presencia y los objetos relacionados con ella. Este hombre agarró el arca del pacto para que no volcara y como resultado, “la cólera de Jehová se encendió contra Uzah, y el Dios verdadero lo derribó allí por el acto irreverente”. (2Sa 6:3-7.)
El ritual y los sacrificios son insuficientes. Aunque se ha alegado que la adoración a Jehová evolucionó del ritual y los sacrificios al requisito moral, los hechos muestran que no fue así. El simple ritual y los sacrificios en sí mismos nunca fueron suficientes, solo proveyeron una base legal simbólica para acercarse a Dios. (Heb 9:9, 10.) Jehová mismo era el que finalmente decidía a quién aceptar, por lo que el Salmo 65:4 dice: “Feliz es aquel a quien tú escoges y haces que se acerque, para que resida en tus patios”. Se recalcó de continuo la importancia de la fe, la justicia, el no ser culpable de derramamiento de sangre, la veracidad y la obediencia a la voluntad expresa de Dios, como requisitos para acercarse a Él, de modo que el que podría subir a la montaña de Jehová no sería el que simplemente llevara dones al Soberano Universal, sino “el inocente de manos y limpio de corazón”. (Sl 15:1-4; 24:3-6; 50:7-23; 119:169-171; Pr 3:32; 21:3; Os 6:6; Miq 6:6-8.) Cuando no existían esas cualidades, los sacrificios, los ayunos e incluso las oraciones se hacían detestables e inútiles a los ojos de Jehová. (Isa 1:11-17; 58:1-9; 29:13; Pr 15:8.) Si una persona cometía un mal, tenía que acercarse a Dios con un espíritu quebrantado y un corazón aplastado para que Él la aceptara. (Sl 51:16, 17.) Dios no podía aprobar el oficio sacerdotal si los sacerdotes despreciaban su nombre y ofrecían sacrificios inaceptables. (Mal 1:6-9.)
El acercarse a Dios también se describe como la comparecencia de uno mismo ante un tribunal y ante un juez para juicio. (Éx 22:8; Nú 5:16; Job 31:35-37; Isa 50:8.) En Isaías 41:1, 21, 22 Jehová dice a los grupos nacionales que se acerquen con sus causas polémicas y sus disputas para que Él los juzgue.
Base para acercarse a Dios bajo el nuevo pacto. Como base legal pictórica, el pacto de la Ley con sus sacrificios de animales señaló a una base superior para acercarse a Dios. (Heb 9:8-10; 10:1.) Esta vino por medio del nuevo pacto, gracias al cual todos ‘conocerían a Jehová, desde el menor de ellos aun hasta el mayor de ellos’. (Jer 31:31-34; Heb 7:19; 8:10-13.) En su calidad de único Mediador de ese nuevo pacto, Cristo Jesús llegó a ser “el camino”. Él dijo: “Nadie viene al Padre sino por mí”. (Jn 14:6, 13, 14.) La muerte de Cristo eliminó la barrera que separaba a los judíos de las naciones gentiles incircuncisas que no estaban incluidas en el pacto nacional de Dios con Israel, de modo que “mediante él nosotros, ambos pueblos, tenemos el acceso al Padre por un solo espíritu”. (Ef 2:11-19; Hch 10:35.) La fe en Dios como Aquel que es “remunerador de los que le buscan solícitamente”, y en el rescate, es el requisito previo para acercarse a Dios y para que Él nos reciba bondadosamente a través de Jesucristo. (Heb 11:6; 1Pe 3:18.) Los que se acercan a Dios mediante Cristo Jesús como su Sumo Sacerdote e Intercesor saben que “siempre está vivo para abogar por ellos” (Heb 7:25), y con confianza pueden ‘acercarse con franqueza de expresión al trono de la bondad inmerecida’. (Heb 4:14-16; Ef 3:12.) No se acercan con temor de ser condenados (Ro 8:33, 34), pero mantienen el temor piadoso y la reverencia que merece tal acercamiento a Dios, “el Juez de todos”. (Heb 12:18-24, 28, 29.)
El modo cristiano de acercarse a Dios exige sacrificios y ofrendas de índole espiritual. (1Pe 2:4, 5; Heb 13:15; Ro 12:1.) La Biblia dice que tanto los templos materiales como el oro, la plata y las imágenes de piedra no son de ningún beneficio para acercarse al Dios verdadero. (Hch 7:47-50; 17:24-29; compárese con Ef 2:20-22.) Los amigos del mundo son enemigos de Dios; Él se opone a los altivos, pero los humildes que tienen ‘manos limpias’ y ‘un corazón puro’ pueden ‘acercarse a Dios, y él se acercará a ellos’. (Snt 4:4-8.)
Los cristianos ungidos llamados a la esperanza celestial tienen un “camino de entrada al lugar santo por la sangre de Jesús”, y como conocen bien al “gran sacerdote sobre la casa de Dios”, pueden ‘acercarse con corazón sincero en la plena seguridad de la fe’. (Heb 10:19-22.)
En cuanto a la importancia de acercarse a Dios con confianza, el salmista hace un resumen apropiado de la cuestión con las palabras: “Porque, ¡mira!, los mismísimos que se mantienen alejados de ti perecerán. Ciertamente reducirás a silencio a todo el que, inmoralmente, te deja. Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es bueno para mí. En el Señor Soberano Jehová he puesto mi refugio, para declarar todas tus obras”. (Sl 73:27, 28; véase ORACIÓN.)
Jehová nos escogió
El hecho de que Jesús pasara toda una noche orando antes de escoger a sus apóstoles nos asegura de que el que Jehová nos halla escogido para formar parte de su pueblo no es una casualidad sino un privilegio que Jehová nos concede bien fundado en lo que Él pudo ver en nuestro corazón (Jn 6:44).
Es bondad inmerecida de parte de Jehová y al mismo tiempo es la única manera de haber hallado el camino correcto y haber hecho la elección correcta entre los miles de caminos religiosos y filosóficos que nos rodea, pues nuestra ignorancia y limitaciones jamás nos hubieran permitido escoger acertadamente el camino de la vida. |
¿Quién te trajo aqui?
Satanás el diablo lleva más de 6.000 años andando por la Tierra y discurriendo sobre sus habitantes (Job 1:7; Job 2:2) En este tiempo ha aprendido mucho sobre los humanos y su manera de actuar ante sus diferentes trampas. Todo su empeño es ridiculizar a Jehová y demostrarle que los humanos somos seres interesados y egoístas, que no nos importa nuestra relación con Jehová, si eso nos pone en conflicto con nuestros propios intereses o los de las personas que nos cuidan. Ahora estamos a punto de ver su última actuación, una obra maestra de estrategia tramposa y maligna, no será una actuación Premiere sino su finale (Mt 24:21, 22; Apo 12:12) para eso de seguro que se le habrá ocurrido lo más maligno de la suma de sus experiencias pasadas contra los siervos de Jehová. El seguro siguió con interés la escena cuando: José se encontraba en Egipto, estaba en la casa de Potifar sirviendo cuando la esposa de este intentó seducirlo, él huyó y se busco con eso problemas graves, la esposa de Potifar posiblemente argumentó: ¿De donde sacaste esa forma de ver el sexo? ¿quién te enseñó esas tonterías? y ¿Quién te trajo aquí? (Gé 37:25-27) Moisés vuelve por mandato de Dios a Egipto después de haber huido hacía 40 años, viene con la misión de libertar al pueblo de Israel de la esclavitud. El faraón pudo haber argumentado, diciendo: ¿No fuiste tu quien huyó hace tiempo denunciado por tus hermanos israelitas de haber asesinado a uno de mis soldados? ¿Quién te llevó al destierro y quién te trajo aquí? (Gé 2:11-14) Israel había apostatado cuando Sadrac, Mesac y Abednego fueron deportados a Babilonia, como disciplina de Jehová mismo (2Cr 36:16-21) Allá se les trató con dignidad y posiblemente estaban más seguros que en Israel apostatado, pero Nabucodonosor exigió que se adorara a sus dioses, cosa que estos israelitas fieles rechazaron, Nabucodonosor pudo argumentar de que los había respetado y esperaba lo mismo de ellos con sus dioses, después de todo porque estaban en Babilonia, ¿Quién los enseñó a adorar a Jehová? ¿Donde estaban su rey y sus sacerdotes? ¿Quién o qué los llevó a Babilonia? Estos ejemplos nos enseñan una cosa muy importante, nuestra relación con Jehová no es un asunto familiar, ni congregacional, ni de organización humana alguna, es un asunto personal que solo nosotros individualmente tenemos que desarrollar y cuidar, no cabe duda que muchos tienen la dicha de poder contar con la ayuda de otros siervos fieles en su servicio a Jehová, pero no olvidemos que esa bendición también puede ser precisamente la fuente que ponga a prueba nuestra integridad a Jehová, a fin de cuentas es un asunto individual y personal con Jehová, que tarde o temprano tendremos que demostrar. |
Expresión de elogio y admiración. Cuando el objeto de esta es la persona de Dios, tiene carácter de adoración. El verbo hebreo ha·lál y el griego ai·néö se traducen “alabar”. (Sl 113:1; Isa 38:18; Ro 15:11; véanse ALELUYA; HALLEL.) El sustantivo griego hy·mnos, del que se deriva la palabra española “himno”, encierra la idea de alabanza o cántico de alabanza dirigido a Dios. (Mr 14:26, nota.)
Alabar el nombre de Dios significa rendir alabanza al Altísimo mismo. (Sl 69:30.) Él merece la mayor alabanza porque es “bueno” o la esencia misma de la excelencia moral, el Creador, el Ayudador de los que se hallan en angustia, el Sustentador y Libertador de su pueblo. (Sl 135:3; 150:2; 1Cr 16:25, 26.) Jamás compartirá su alabanza con imágenes inanimadas, incapaces de ofrecer ayuda a quienes las adoran. (Isa 42:8.)
La alabanza desempeñó un papel importante en la adoración que el pueblo de Israel le ofreció a Jehová. Al ser el Todopoderoso objeto constante de expresiones de alabanza, el salmista pudo decir de Él: “Habitas en las alabanzas de Israel”. (Sl 22:3.) El rey David organizó a los sacerdotes y los levitas para que alabaran a Dios con canciones e instrumentos musicales. El sistema que él organizó continuó vigente en el templo construido por Salomón, y desde entonces, los sacerdotes y los levitas se encargaron durante años de ofrecer alabanzas, para lo que usaron las composiciones musicales inspiradas cuya letra se ha conservado hasta el día de hoy en el libro de los Salmos. (1Cr 16:4-6; 23:2-5; 2Cr 8:14; véase MÚSICA.)
Los siervos fieles de Jehová no permitieron que nada interfiriese en la alabanza a la que Dios tenía derecho exclusivo. El profeta Daniel, por ejemplo, no dejó de alabar a Jehová aun cuando se decretó que hacerlo era ilegal y que se castigaría a quien lo hiciese arrojándolo a un foso de leones. (Da 6:7-10.) El propio Jesucristo puso el ejemplo superlativo de otorgar la alabanza a Jehová al no hacer nada de su propia iniciativa. Toda la vida del hijo de Dios y su ministerio, lo que incluye sus milagros, resultaron en alabanza a su Padre. (Lu 18:43; Jn 7:17, 18.)
Los cristianos del primer siglo continuaron usando los salmos inspirados como un medio de alabar a Jehová. Además, parece que ellos mismos compusieron “alabanzas a Dios”, o himnos, y “canciones espirituales”, es decir, de temas espirituales. (Ef 5:19; Col 3:16.) Sin embargo, la alabanza cristiana no se circunscribe a estas canciones, sino que halla su expresión en la vida misma de la persona y en el interés activo que se tome en el bienestar espiritual y físico de otros. (Heb 13:15, 16.)
Alabanza dirigida a criaturas humanas. La autoadulación manifiesta orgullo y no es constructiva para quien la escucha. Debido a que implica autoexaltación, en menoscabo de otros, es una actitud carente de amor. (1Co 13:4.) Si una persona recibiera alabanza, esta debería ser una manifestación espontánea expresada por observadores imparciales, por personas que no esperaran ningún beneficio a cambio. (Pr 27:2.)
Aunque la alabanza provenga de otras personas, puede poner a prueba al que la recibe. Tal vez genere en él sentimientos de superioridad u orgullo y propicie su caída. Pero si se recibe con la disposición de ánimo apropiada, puede tener un efecto positivo en la persona, haciendo que reconozca humildemente su deuda con Jehová Dios y animándola a mantener su comportamiento moral a un nivel tan meritorio. El proverbio inspirado habla del posible efecto de la alabanza en una persona, pues pone de manifiesto su verdadera condición; dice: “El crisol es para la plata, y el horno es para el oro; y un individuo es conforme a su alabanza”. (Pr 27:21; compárese con VP.)
No hay mayor elogio o alabanza posible que el que Dios otorgue su aprobación. Ese reconocimiento se otorgará al tiempo de la revelación de nuestro señor Jesucristo en su gloria (1Co 4:5; 1Pe 1:7), y no depende de méritos materiales, sino de que se haya vivido de un modo digno de un siervo de Jehová. (Ro 2:28, 29; véase JUDÍO[A].) Por otra parte, es posible que altos funcionarios estatales alaben a los verdaderos cristianos por su rectitud y respeto a la ley. (Ro 13:3.) Cuando se hace patente a los observadores que la conducta excelente de los cristianos obedece a que son siervos devotos de Jehová, la alabanza que les prodigan recae sobre Jehová y su Hijo, de quienes son discípulos leales.
Elogiar, un arma de doble filo - 10 alternativas al elogio edificante
1. "Mmmm!": Cuando no sabemos qué decir, es mejor esto que un elogio. Mostramos interés por lo que el niño nos está enseñando y esperamos a ver si nos cuenta más.
2. "Vaya! Qué has hecho? Cuéntame!": El niño ve que nos interesamos y seguro que está encantado de darnos más detalles. 3. "Te has esforzado mucho para hacer esto, verdad? Estás orgulloso?": En vez de centrarnos en el resultado nos centramos en el esfuerzo y fomentamos la motivación interna del niño. 4. "Se te ve muy feliz! Estás contento de haber conseguido hacer esto?": Nuevamente nos centramos en su sensación de logro y en su auto-motivación. 5. "Veo que has...": Simplemente describimos lo que ha hecho, estamos reconociendo su trabajo pero de una manera neutral. 6. "Lo has conseguido!": Cuando somos conscientes del gran esfuerzo que le ha costado conseguir algo, es una buena ocasión para reaccionar más efusivamente. 7. "Fíjate! Antes no podías hacer esto y ahora sí!": Nos centramos en el hecho de que el niño está creciendo y aprendiendo. 8. "Gracias! Me gusta que hayas hecho esto para mí!": Cuando el niño ha hecho algo para regalárnoslo por supuesto hay que agradecérselo. 9. "Esto no lo habías hecho nunca! Cómo has aprendido?": En este caso le damos valor al proceso de aprendizaje. 10. "Me gusta lo que has hecho, podrías enseñarme a hacerlo?": Con esta reacción le estamos enviando al niño el mensaje de que su trabajo nos gusta tanto que nos gustaría aprender a hacerlo, y que él tiene la capacidad de enseñarnos. (Pr 17:15.) |
Básicamente, una estructura o lugar elevado sobre el que se ofrecían sacrificios o se quemaba incienso como parte de la adoración al Dios verdadero o a otra deidad. La palabra hebrea miz·bé·aj (altar) proviene de la raíz verbal za·váj (degollar, sacrificar), por lo que alude fundamentalmente al lugar donde se degüella o sacrifica. (Gé 8:20; Dt 12:21; 16:2.) Algo parecido ocurre con la palabra griega thy·si·a·sté·ri·on (altar), derivada de la raíz verbal thy·ö, cuyo significado también es “degollar; sacrificar”. (Mt 22:4; Mr 14:12.) El término griego bö·mós se emplea con referencia al altar de una deidad falsa. (Hch 17:23.)
La primera mención de un altar en el texto bíblico aparece después del Diluvio, cuando “Noé empezó a edificar un altar a Jehová” e hizo ofrendas quemadas sobre él. (Gé 8:20.) Las únicas ofrendas mencionadas con anterioridad al Diluvio fueron las de Caín y Abel, y aunque es de suponer que las hiciesen sobre un altar, no se dice nada al respecto. (Gé 4:3, 4.)
Abrán edificó un altar en Siquem (Gé 12:7), también en algún lugar entre Betel y Hai (Gé 12:8; 13:3), luego en Hebrón (Gé 13:18) y, seguramente, sobre el monte Moria, donde Dios le dio un carnero en sustitución de Isaac. (Gé 22:9-13.) Aunque solo en este último caso se especifica que Abrán ofreció un sacrificio en el altar, el significado de la palabra hebrea empleada indica que en cada uno de los otros casos debió presentarse una ofrenda. Tiempo después, Isaac edificó un altar en Beer-seba (Gé 26:23, 25), y Jacob construyó altares en Siquem y Betel. (Gé 33:18, 20; 35:1, 3, 7.) Estos altares que hicieron los patriarcas probablemente fueron como los que más tarde Dios mencionó en el pacto de la Ley, o bien un montículo de tierra o una plataforma de piedras sin labrar. (Éx 20:24, 25.)
Después de la victoria sobre los amalequitas, Moisés edificó un altar al que puso por nombre “Jehová-nisí” (Jehová Es Mi Poste-Señal). (Éx 17:15, 16.) Luego, cuando se instituyó el pacto de la Ley, edificó un altar al pie del monte Sinaí, sobre el que se ofrecieron sacrificios. La sangre de estos se roció sobre el altar, el libro y el pueblo, con lo que se validó y puso en vigor el pacto. (Éx 24:4-8; Heb 9:17-20.)
Altares del tabernáculo. De acuerdo con el diseño divino, se construyeron para el tabernáculo dos altares: el altar de la ofrenda quemada (también llamado “altar de cobre” [Éx 39:39]) y el altar del incienso. El primero, que tenía forma de un cajón hueco, estaba hecho de madera de acacia, y al parecer carecía de tapa y de fondo. Medía 2,2 m. de lado y 1,3 m. de alto, y de las cuatro esquinas superiores salían “cuernos”. Estaba revestido de cobre en su totalidad. Asimismo, tenía un enrejado o rejilla de cobre debajo del canto del altar, “por dentro” y “hacia el centro”. En sus cuatro extremidades, “cerca del enrejado”, había cuatro anillos, y parece que por ellos se pasaban los dos varales de madera de acacia revestidos de cobre que se usaban para transportar el altar. De esta descripción se desprende que quizás se había hecho una ranura en dos de los lados del altar para poder insertar una rejilla plana, y que los anillos sobresalían por ambos lados. No obstante, las opiniones de los eruditos en la materia varían de forma considerable. Muchos creen que había dos juegos de anillos y que los del segundo juego, por los que se insertaban los varales para transportar el altar, estaban adosados directamente a su parte exterior. Algunos de los utensilios de cobre del altar eran los recipientes y las palas para la ceniza, los tazones para recoger la sangre de los animales, los tenedores para manipular la carne y los braserillos. (Éx 27:1-8; 38:1-7, 30; Nú 4:14.)
Este altar de cobre para las ofrendas quemadas estaba colocado delante de la entrada del tabernáculo. (Éx 40:6, 29.) Aunque tenía poca altura, es posible que, con el fin de facilitar la manipulación de los sacrificios colocados en su interior, se levantara un poco el suelo a su alrededor o tuviera una rampa. (Compárese con Le 9:22, donde se dice que Aarón “bajó” de hacer las ofrendas.) Puesto que el animal era sacrificado “al lado del altar que da al norte” (Le 1:11), el “lugar para las cenizas grasosas” que se retiraban del altar estaba al E. (Le 1:16) y la palangana de cobre “para el lavado” se encontraba al O. (Éx 30:18), el único lado libre donde podía haber estado dicha rampa era el S. ★“Los altares del tabernáculo y su función” - (10-2020-Pg.7/80-Foto)
Altar del incienso.
El altar del incienso (también llamado “altar de oro” [Éx 39:38]) estaba igualmente hecho de madera de acacia, pero “su superficie superior y sus lados” estaban revestidos de oro. Alrededor de la parte superior había un borde de oro. El altar medía 44,5 cm. de lado y 89 cm. de alto, y también tenía “cuernos” que salían de las cuatro esquinas superiores. Debajo del borde de oro, y en dos costados opuestos, había dos anillos de oro para insertar los varales de madera de acacia recubiertos de oro que se usaban para transportar el altar. (Éx 30:1-5; 37:25-28.) En este altar se quemaba un incienso especial dos veces al día, por la mañana y al atardecer. (Éx 30:7-9, 34-38.) En otras partes se menciona el uso de un incensario o un braserillo para quemar incienso, que también se empleaba en conexión con el altar del incienso. (Le 16:12, 13; Heb 9:4; Apo 8:5; compárese con 2Cr 26:16, 19.) El altar del incienso estaba colocado dentro del tabernáculo, justo delante de la cortina del Santísimo, por lo que se dice que estaba “delante del arca del testimonio”. (Éx 30:1, 6; 40:5, 26, 27.)
★Braserillo
★Incienso
La santificación y el uso de los altares del tabernáculo. Al tiempo de la ceremonia de instalación del tabernáculo, ambos altares fueron ungidos y santificados. (Éx 40:9, 10.) En aquella ocasión, al igual que en otras posteriores en las que se presentaron ciertas ofrendas por el pecado, la sangre del animal sacrificado se puso sobre los cuernos del altar de ofrendas quemadas y el resto se derramó sobre la base. (Éx 29:12; Le 8:15; 9:8, 9.) Hacia la conclusión de la ceremonia de instalación, una porción del aceite de la unción y de la sangre que estaba sobre el altar se salpicó sobre Aarón y sus hijos, así como sobre sus prendas de vestir, con el objeto de santificarlos. (Le 8:30.) En total, se necesitaron siete días para la santificación del altar de las ofrendas quemadas. (Éx 29:37.) En el caso de otras ofrendas quemadas, sacrificios de comunión y ofrendas por la culpa, la sangre se rociaba sobre el altar, mientras que si el sacrificio era de aves, la sangre se salpicaba o se derramaba al lado del altar. (Le 1:5-17; 3:2-5; 5:7-9; 7:2.) Las ofrendas de grano se hacían humear sobre el altar como “olor conducente a descanso” a Jehová. (Le 2:2-12.) El sumo sacerdote y sus hijos comían la parte sobrante de la ofrenda de grano junto al altar. (Le 10:12.) Todos los años, en el Día de Expiación, el sumo sacerdote limpiaba y santificaba el altar, poniendo sobre los cuernos un poco de la sangre de los animales sacrificados y rociándola siete veces sobre el altar. (Le 16:18, 19.)
De todos los animales sacrificados se apartaban porciones con el fin de hacerlas humear sobre el altar, por lo que siempre se mantenía ardiendo en el altar un fuego que nunca debía apagarse. (Le 6:9-13.) De este fuego se apartaba una llama para quemar el incienso. (Nú 16:46.) Solo Aarón y aquellos de sus descendientes que no tuviesen defecto físico alguno estaban autorizados a rendir servicio en el altar. (Le 21:21-23.) El resto de los levitas solo servían en calidad de ayudantes. Cualquier otro hombre que sin ser descendiente de Aarón se acercase al altar tenía que ser muerto. (Nú 16:40; 18:1-7.) Se destruyó a Coré y su asamblea porque no reconocieron esta designación divina, y los braserillos de cobre que habían llevado consigo fueron batidos en finas láminas, que se usaron para revestir el altar en señal de que no debería acercarse nadie que no fuese de la descendencia de Aarón. (Nú 16:1-11, 16-18, 36-40.)
Una vez al año también se hacía expiación por el altar de oro para el incienso poniendo sangre sobre los cuernos de este. Otra ocasión en la que se repetía esta misma ceremonia era cuando se presentaban ofrendas por el pecado de algún sacerdote. (Éx 30:10; Le 4:7.)
Cuando los hijos de Qohat transportaban el altar de incienso y el altar de las ofrendas quemadas, los cubrían, el primero, con una tela azul y pieles de foca, y el segundo, con una tela de lana teñida de púrpura rojiza y, también, pieles de foca. (Nú 4:11-14; véase TABERNÁCULO.)
Altares del templo. Antes de la dedicación del templo de Salomón, el altar de cobre que se hizo en el desierto sirvió para los sacrificios que Israel ofrecía en el lugar alto de Gabaón. (1Re 3:4; 1Cr 16:39, 40; 21:29, 30; 2Cr 1:3-6.) El altar de cobre que después se hizo para el templo cubría una superficie dieciséis veces mayor que el anterior, y medía unos 9 m. de lado y unos 4,5 m. de alto. (2Cr 4:1.) En vista de su altura, era imprescindible que tuviera una vía de acceso. La ley de Dios prohibía el uso de escalones para el altar, con el fin de evitar descubrir la desnudez de los sacerdotes. (Éx 20:26.) Hay quien cree que los calzoncillos de lino que usaban Aarón y sus hijos servían para obviar este mandamiento y así hacer permisibles los escalones. (Éx 28:42, 43.) Sin embargo, parece probable que usaran una rampa para acercarse a la parte superior del altar de la ofrenda quemada. Josefo (La Guerra de los Judíos, libro V, cap. V, sec. 6) indica que en el altar del templo que Herodes construyó tiempo después se utilizó una rampa. Si la situación del altar del templo de Salomón siguió el modelo del altar del tabernáculo, la rampa probablemente estaba en el lado S. del altar. De este modo el “mar fundido”, donde los sacerdotes se lavaban, quedaba cerca, pues también estaba en el lado S. (2Cr 4:2-5, 9, 10.) Es probable que la configuración del altar construido para el templo siguiera el modelo del altar del tabernáculo, y no se da una descripción detallada de él.
Fue ubicado donde David había edificado con anterioridad su altar temporal en el monte Moria (2Sa 24:21, 25; 1Cr 21:26; 2Cr 8:12; 15:8), que, según la tradición, era el lugar donde Abrahán se había dispuesto a sacrificar a Isaac. (Gé 22:2.) La sangre de los animales sacrificados se derramaba en la base del altar, y cabe la posibilidad de que existiera cierto tipo de conducto para conducir la sangre fuera del recinto del templo. Según se informa, el templo de Herodes tuvo un conducto así, conectado con el cuerno del altar que daba al SO.; en la roca del recinto del templo donde se supone que se alzaba el altar, se ha hallado una abertura que lleva a un canal subterráneo que desemboca en el valle de Cedrón.
El altar del incienso para el templo estaba hecho de madera de cedro, lo único que, según parece, lo diferenciaba del que había en el tabernáculo, ya que también estaba revestido de oro. (1Re 6:20, 22; 7:48; 1Cr 28:18; 2Cr 4:19.)
Cuando se dedicó el templo, Salomón pronunció su oración delante del altar de las ofrendas quemadas. Una vez terminada, bajó fuego del cielo y consumió los sacrificios que había sobre el altar. (2Cr 6:12, 13; 7:1-3.) A pesar de que este altar de cobre tenía una superficie aproximada de setenta y nueve metros cuadrados, resultó demasiado pequeño para la gran cantidad de sacrificios que se ofrecieron, por lo que fue necesario santificar el centro del patio y así disponer de más lugar para el sacrificio. (1Re 8:62-64.)
Durante la parte final del reinado de Salomón y los reinados de Rehoboam y Abiyam, el altar de las ofrendas quemadas cayó en el abandono, de manera que cuando el rey Asá comenzó su reinado, hizo que fuese renovado. (2Cr 15:8.) Algún tiempo después, el rey Uzías fue herido de lepra por intentar quemar incienso sobre el altar de oro para incienso. (2Cr 26:16-19.) Respecto al altar de cobre para las ofrendas quemadas, el rey Acaz hizo que se le desplazase a un lado para poner en su lugar un altar pagano. (2Re 16:14.) Sin embargo, su hijo Ezequías hizo limpiar el altar de cobre y sus utensilios, los santificó y reanudó su servicio. (2Cr 29:18-24, 27; véase TEMPLO.)
Altares después del exilio.
Al regresar a Jerusalén del exilio, lo primero que se construyó, bajo la dirección de Zorobabel y el sumo sacerdote Jesúa, fue el altar para las ofrendas quemadas. (Esd 3:2-6.) Con el tiempo también se hizo un nuevo altar del incienso.
El rey sirio Antíoco Epífanes se llevó el altar de oro del incienso, y dos años más tarde (168 a. E.C.) construyó un altar encima del gran altar de Jehová y en él ofreció un sacrificio a Zeus. (1 Macabeos 1:20-64.) Después de esto, Judas Macabeo construyó un nuevo altar de piedras sin labrar y colocó de nuevo el altar del incienso. (1 Macabeos 4:44-49.)
El altar de las ofrendas quemadas del templo de Herodes se hizo de piedras sin labrar, y, según Josefo (La Guerra de los Judíos, libro V, cap. V, sec. 6), tenía 50 codos de lado y 15 codos de alto, aunque la Misná judía (Middot 3:1) le atribuye dimensiones menores. Fue a este altar al que Jesús se refirió en su día. (Mt 5:23, 24; 23:18-20.) No se da una descripción del altar del incienso de dicho templo, aunque se le menciona en Lucas 1:11 con relación a Zacarías, el padre de Juan, cuando un ángel se le apareció, de pie, al lado derecho del altar.
El altar del templo de Ezequiel. En el templo que Ezequiel vio en visión, el altar para las ofrendas quemadas también estaba situado delante del templo (Eze 40:47), pero tenía un diseño diferente al de los anteriores altares. Consistía en varias secciones que se adentraban sucesivamente dejando salientes escalonados. Sus dimensiones están dadas en función del codo largo (51,8 cm.). La base del altar era de un codo de espesor, y como borde alrededor de la parte superior tenía un “labio” de un palmo (unos 26 cm.) que formaba una especie de ranura o canalón, quizás para recibir la sangre derramada. (Eze 43:13, 14.) Descansando sobre la misma base, pero un codo más adentro del borde exterior, había otra sección que medía dos codos de alto (unos 104 cm.). Una tercera sección, también adentrada un codo y de cuatro codos de alto (unos 208 cm.), tenía asimismo un borde que la rodeaba, en este caso de medio codo (unos 26 cm.), formando quizás un segundo canal o un saliente protector. Finalmente, el hogar del altar, que también estaba adentrado un codo en comparación con la sección que le precedía, todavía subía otros cuatro codos, y de él salían cuatro “cuernos”. Había escalones que daban al E., para facilitar el acceso al hogar del altar. (Eze 43:14-17.) Al igual que ocurrió con el altar construido en el desierto, para este también se debía observar un período de siete días de expiación e instalación. (Eze 43:19-26.) En el primer día de Nisán se debía efectuar la expiación anual por el altar y el resto del santuario. (Eze 45:18, 19.) El río de aguas curativas que vio Ezequiel fluía desde el templo hacia el E. y pasaba por el lado S. del altar. (Eze 47:1.)
En la visión no se hace una alusión específica al altar del incienso. Sin embargo, la descripción del “altar de madera” que se halla en Ezequiel 41:22 y en especial la referencia al mismo como la “mesa que está delante de Jehová”, indica que este corresponde al altar del incienso más bien que a la mesa del pan de la proposición. (Compárese con Éx 30:6, 8; 40:5; Rev 8:3.) Este altar tenía tres codos de alto (unos 155 cm.) y probablemente dos codos de lado (unos 104 cm.). ★Lecciones de la visión del Templo de Ezequiel - (rr-Cap.14-Pg.152-Recuadro-14A)
Otros altares. Dado que después del Diluvio la humanidad no siguió con Noé en la adoración pura, es de suponer que proliferaron los altares para la religión falsa. Las excavaciones realizadas en Canaán, Mesopotamia y otros lugares prueban que existieron desde tiempos muy remotos. Balaam hizo levantar sucesivamente siete altares en tres lugares distintos cuando intentó, aunque en vano, invocar una maldición contra Israel. (Nú 22:40, 41; 23:4, 14, 29, 30.)
A los israelitas se les mandó demoler todos los altares paganos y destrozar las columnas y los postes sagrados que se acostumbraban a construir junto a estos. (Éx 34:13; Dt 7:5, 6; 12:1-3.) Nunca deberían imitarlos ni ofrecer a sus hijos en el fuego como hacían los cananeos. (Dt 12:30, 31; 16:21.) En lugar de muchos altares, Israel solo debía tener un altar para la adoración del único Dios verdadero, y debía estar ubicado en el lugar que Jehová escogiera. (Dt 12:2-6, 13, 14, 27; contrástese con Babilonia, donde había 180 altares exclusivamente en honor a la diosa Istar.) Al principio se les ordenó que hicieran un altar de piedras sin labrar después de cruzar el río Jordán (Dt 27:4-8), orden que cumplió Josué al construir un altar en el monte Ebal. (Jos 8:30-32.) Después de la división de la tierra conquistada, las tribus de Rubén y Gad y la media tribu de Manasés construyeron un altar monumental junto al Jordán, lo que provocó una gran agitación entre las otras tribus hasta que se determinó que no se había construido con motivos apóstatas, sino como recordatorio de su fidelidad a Jehová como el Dios verdadero. (Jos 22:10-34.)
Aunque se construyeron otros altares, parece ser que solo fue para ocasiones específicas, no para un uso continuo, y por lo general después de apariciones de ángeles o por instrucción suya. Algunos ejemplos son: el ubicado en Bokim y los de Gedeón y Manóah. (Jue 2:1-5; 6:24-32; 13:15-23.) El registro no indica si el altar que el pueblo edificó en Betel cuando consideraba cómo impedir la desaparición de la tribu de Benjamín tuvo la aprobación divina o sencillamente fue un caso de hacer “lo que era recto a sus propios ojos”. (Jue 21:4, 25.) Como representante de Dios, Samuel ofreció un sacrificio en Mizpá y también construyó un altar en Ramá. (1Sa 7:5, 9, 10, 17.) Esto quizás se debió al hecho de que, después de haber desaparecido el Arca del tabernáculo de Siló, ya no había ninguna prueba de la presencia de Jehová allí. (1Sa 4:4, 11; 6:19-21; 7:1, 2; compárese con Sl 78:59-64.)
Uso de altares temporales. En varias ocasiones se construyeron altares temporales. Por ejemplo, Saúl ofreció un sacrificio en Guilgal y construyó un altar en Ayalón. (1Sa 13:7-12; 14:33-35.) En el primer caso se le condenó por no esperar a que Samuel presentase el sacrificio, pero no se dice nada en cuanto a la selección de estos lugares para hacer los sacrificios.
David le dijo a Jonatán que explicara su ausencia de la mesa de Saúl el día de la luna nueva diciéndole que había ido a Belén para un sacrificio familiar anual; sin embargo, dado que esto era un subterfugio, no se puede saber con seguridad si de verdad se celebraba ese tipo de sacrificio. (1Sa 20:6, 28, 29.) Más tarde, siendo ya rey, David edificó un altar en la era de Arauna (Ornán) por mandato divino. (2Sa 24:18-25; 1Cr 21:18-26; 22:1.) La declaración registrada en 1 Reyes 9:25 en cuanto a que Salomón ‘ofrecía sacrificios sobre el altar’ obviamente significa que hacía que se ofreciesen por medio del sacerdocio autorizado. (Compárese con 2Cr 8:12-15.)
Parece que cuando se erigió el templo en Jerusalén, el altar tuvo una ubicación definitiva: en el “lugar que Jehová su Dios escoja [...], y allá tendrás que ir”. (Dt 12:5.) Con la excepción del altar que utilizó Elías en el monte Carmelo para la prueba del fuego delante de los sacerdotes de Baal (1Re 18:26-35), todos los demás altares construidos a partir de entonces estuvieron relacionados con la apostasía. Salomón mismo fue el primer culpable de tal apostasía debido a la influencia de sus esposas extranjeras. (1Re 11:3-8.) Jeroboán, el rey del reino norteño recién formado, procuró que sus súbditos no fueran al templo de Jerusalén construyendo altares en Betel y Dan. (1Re 12:28-33.) Luego un profeta predijo que durante el reinado del rey Josías de Judá se daría muerte a los sacerdotes que oficiaban en el altar de Betel y se quemarían huesos humanos sobre él. Como señal, el altar se partió, y tiempo después se cumplió cabalmente aquella profecía. (1Re 13:1-5; 2Re 23:15-20; compárese con Am 3:14.)
Durante la gobernación del rey Acab de Israel, se empezaron a hacer muchos altares paganos (1Re 16:31-33), y en el tiempo del rey Acaz de Judá había altares “en todo rincón de Jerusalén”, así como en los muchos “lugares altos”. (2Cr 28:24, 25.) Manasés llegó al extremo de edificar altares dentro de la casa de Jehová y altares para “el ejército de los cielos” en dos patios del templo. (2Re 21:3-5.)
Aunque los reyes fieles destruyeron periódicamente estos altares paganos (2Re 11:18; 23:12, 20; 2Cr 14:3; 30:14; 31:1; 34:4-7), Jeremías todavía pudo decir antes de la caída de Jerusalén: “Tus dioses han llegado a ser tantos como el número de tus ciudades, oh Judá; y son tantos como el número de las calles de Jerusalén los altares que ustedes han puesto para la cosa vergonzosa, altares para hacer humo de sacrificio a Baal”. (Jer 11:13.)
Durante el exilio y en el período apostólico. Según los papiros de Elefantina, los judíos que huyeron durante el período del exilio a Elefantina, en el Alto Egipto, edificaron un templo y un altar; y algunos siglos más tarde, los judíos que vivían cerca de Leontópolis hicieron lo mismo. (Antigüedades Judías, libro XIII, cap. III, sec. 1; La Guerra de los Judíos, libro VII, cap. X, secs. 2 y 3.) Este último templo y su correspondiente altar fueron construidos por el sacerdote Onías en un intento de cumplir Isaías 19:19, 20.
Ya en la era común, cuando el apóstol Pablo habló a los atenienses, se refirió a un altar dedicado “A un Dios Desconocido”. (Hch 17:23.) Existe amplia información histórica en respaldo del registro de Hechos. Se dice que Apolonio de Tiana, quien visitó Atenas un poco después que Pablo, comentó: “Hay más moderación en hablar bien de todos los dioses y especialmente en Atenas, en donde incluso en honor de dioses desconocidos se alzan altares”. (Vida de Apolonio de Tiana, de Filóstrato, VI, III.) En el siglo II E.C. el geógrafo Pausanias informó que en el camino que iba desde el puerto de la bahía de Falero hasta la ciudad de Atenas había observado “altares de los dioses llamados desconocidos, [y] de héroes”. También habló del “altar de los dioses desconocidos” en Olimpia. (Descripción de Grecia, traducción de Antonio Tovar, Orbis, 1986, Ática, cap. I, sec. 4; Élide, libro I, cap. XIV, sec. 8.) En 1909 se descubrió un altar parecido en Pérgamo, en las inmediaciones del templo de Deméter.
El significado de los altares. En los capítulos 8 y 9 de la carta a los Hebreos, el apóstol Pablo expone con absoluta claridad que todo lo relacionado con el tabernáculo y el templo tenía un valor típico. (Heb 8:5; 9:23.) Las Escrituras Griegas Cristianas ponen de manifiesto cuál es el significado típico de los dos altares. El altar de las ofrendas quemadas representa la “voluntad” de Dios, es decir, su voluntad o disposición de aceptar el sacrificio humano perfecto de su Hijo unigénito. (Heb 10:5-10.) El que estuviese frente a la entrada que conducía al santuario recalca que el ejercer fe en el sacrificio de rescate es imprescindible para que Dios apruebe a una persona. (Jn 3:16-18.) La insistencia en que solo hubiese un altar de sacrificios armoniza con las palabras de Cristo: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí”, y también está de acuerdo con muchas otras referencias bíblicas sobre la unidad que debe observarse en la fe cristiana. (Jn 14:6; Mt 7:13, 14; 1Co 1:10-13; Ef 4:3-6; véase además la profecía de Isa 56:7 y 60:7, en cuanto a que personas de todas las naciones acudirían al altar de Dios.)
Es cierto que hubo quienes corrieron a sujetarse a los cuernos del altar en un esfuerzo por obtener protección; no obstante, la ley de Dios prescribía que el asesino deliberado tenía que ser retirado ‘hasta de estar a Su altar, para que muriera’. (Éx 21:14; compárese con 1Re 1:50-53; 2:28-34.) Por otra parte, el salmista dijo: “Lavaré mis manos en la inocencia misma, y ciertamente marcharé alrededor de tu altar, oh Jehová”. (Sl 26:6.)
Aunque la cristiandad ha usado las palabras que se hallan en Hebreos 13:10 para justificar la edificación de nuevos altares, el contexto muestra que el “altar” del que Pablo habla no es literal, sino simbólico. (Heb 13:10-16.) Minucio Félix (al igual que otros apologistas) muestra que era común que cuando a los cristianos primitivos se les acusaba de no tener altares ni templos para el ejercicio del culto, respondieran que ‘no tenían templos ni altares’ por considerarlos innecesarios en la adoración. (El Octavio, X, 1-2; XXXII, 1.) Y en un comentario sobre Hebreos 13:10 recogido en la obra Word Studies in the New Testament, de M. R. Vincent, 1957, vol. IV, pág. 567), se hace la siguiente observación: “Es un error pretender encontrar entre los cristianos primitivos algún objeto en particular que correspondiese a un altar, bien una cruz, la mesa para la eucaristía o el propio Cristo. Más bien, los conceptos de acercamiento a Dios —sacrificios, expiación, perdón y aprobación divinas, y salvación—, se conjugan y, por lo general, se representan, mediante un altar figurativo, tal como en el altar judío convergieron todos estos conceptos”. Los profetas hebreos condenaron con dureza la multiplicación de altares. (Isa 17:7, 8.) Oseas dijo que Efraín se había “multiplicado altares para pecar” (Os 8:11; 10:1, 2, 8; 12:11), Jeremías afirmó que el pecado de Judá estaba grabado “en los cuernos de sus altares” (Jer 17:1, 2) y Ezequiel predijo que los falsos adoradores ejecutados llegarían a estar “todo en derredor de sus altares”. (Eze 6:4-6, 13).
Las expresiones proféticas de juicio divino también están relacionadas con el altar verdadero. (Isa 6:5-12; Eze 9:2; Am 9:1.) Las almas de los que habían sido degollados por dar testimonio acerca de Dios, clamaban precisamente desde “debajo del altar”, y decían: “¿Hasta cuándo, Señor Soberano santo y verdadero, te abstienes de juzgar y de vengar nuestra sangre en los que moran en la tierra?”. (Apo 6:9, 10; compárese con 8:5; 11:1; 16:7.)
En Apocalipsis 8:3, 4, el altar de oro para incienso está relacionado explícitamente con las oraciones de los santos. Era una costumbre de los judíos orar “a la hora en que se ofrecía el incienso”. (Lu 1:9, 10; compárese con Sl 141:2.) Este único altar de incienso también representa la única vía de acercamiento a Dios acerca de la cual hablan las Escrituras Griegas Cristianas. (Jn 10:9; 14:6; 16:23; Ef 2:18-22; véase OFRENDAS.)
El significado literal del sustantivo griego a·po·ká·ly·psis es “descubrimiento” o “revelación”, y se suele utilizar para hacer referencia a manifestaciones de asuntos espirituales o de la voluntad y los propósitos divinos. (Lu 2:32; 1Co 14:6, 26; 2Co 12:1, 7; Gál 1:12; 2:2; Ef 1:17; Apo 1:1; NTI.) Tales revelaciones son posibles gracias a la acción del espíritu de Dios. Con respecto a la revelación del “secreto sagrado”, el apóstol Pablo escribió: “En otras generaciones este secreto no fue dado a conocer a los hijos de los hombres como ahora ha sido revelado a sus santos apóstoles y profetas por espíritu, a saber, que gente de las naciones hubieran de ser coherederos y miembros del cuerpo y participantes con nosotros de la promesa en unión con Cristo Jesús mediante las buenas nuevas”. (Ef 3:1-6; Ro 16:25.)
El libro de Hechos confirma con claridad que esta revelación del secreto sagrado era el resultado de la acción del espíritu de Dios. Guiados por el espíritu, Pedro, Pablo y Bernabé predicaron a los no judíos. Los no judíos, o “gente de las naciones”, que se hicieron creyentes recibieron espíritu santo aunque eran incircuncisos, y de este modo pasaron a formar parte del pueblo para el nombre de Dios. (Hch 10:9-48; 13:2-4.) El profeta Amós había predicho este acontecimiento bajo inspiración, y en el siglo I E.C., se hizo patente el cumplimiento de su profecía mediante la acción del espíritu de Dios. (Hch 15:7-20; compárese con Am 9:11, 12, LXX.)
La Biblia también habla de la “revelación del justo juicio de Dios” (Ro 2:5), la “revelación de los hijos de Dios” (Ro 8:19) y la “revelación de Jesucristo” y “de su gloria”. (1Pe 1:13; 4:13.) Para determinar cuándo tienen lugar estas revelaciones, es útil examinar el contexto y otros textos relacionados. En cada caso, la revelación es un tiempo en el que los justos reciben recompensas y bendiciones particulares, o en el que los inicuos sufren destrucción.
De los hijos de Dios. El apóstol Pablo explicó en la carta a los Romanos que los “hijos” de Dios eran los que habían recibido el espíritu de adopción. Como son coherederos con Cristo, estos hijos de Dios también serán glorificados. (Ro 8:14-18.) El Señor Jesucristo ‘amoldará de nuevo sus cuerpos humillados’ para que se conformen al cuerpo glorioso de él (Flp 3:20, 21), y reinarán con él. (2Ti 2:12.) De modo que la “revelación de los hijos de Dios” indica el tiempo en que será obvio que han sido realmente glorificados y que reinan con Cristo Jesús. La gloria que será revelada en ellos será tan magnífica como para hacer que todos los sufrimientos que hayan tenido antes en la Tierra parezcan insignificantes. (Ro 8:18, 19.) Esta revelación va acompañada de magníficas bendiciones, pues el apóstol Pablo escribe: “La creación misma también será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. (Ro 8:21.) ★¿Cuándo acontece la “revelación de los hijos de Dios”? - (19810801-Pg.31/480)
Del justo juicio de Dios. En Romanos 2:5 la “revelación del justo juicio de Dios” se relaciona con el ‘día de la ira de Dios’. Por lo tanto, el justo juicio de Dios se revela cuando ‘él da a cada uno según sus obras’: vida eterna a los que aguantan en la obra que es buena y destrucción a los que obedecen la injusticia. (Ro 2:6-8.)
De Jesucristo. La “revelación de Jesucristo” y “de su gloria” es un tiempo para recompensar a sus seguidores fieles y ejecutar venganza sobre los impíos. Él se revela como Rey glorioso, con autoridad para recompensar y castigar. Las Escrituras muestran que los cristianos ungidos por espíritu que aguantan fielmente el sufrimiento tendrán “gran gozo” durante la revelación de la gloria de Cristo. (1Pe 4:13.) En ese tiempo, la cualidad probada de su fe será hallada una causa de alabanza, gloria y honra, y estos cristianos recibirán bondad inmerecida. (1Pe 1:7, 13.) Por otro lado, los que no conocen a Dios y no obedecen las buenas nuevas acerca del Señor Jesús serán destruidos para siempre, una acción que aliviará a quienes habían sufrido tribulación por su causa. (2Te 1:6-10.)
Por ser Jehová Dios el Soberano universal, tiene el derecho de decretar que sus siervos se congreguen y de fijar el tiempo y lugar para hacerlo. Toma medidas como estas con la intención de favorecer a sus siervos. En tiempos pasados, las asambleas del pueblo de Dios cumplieron cometidos diferentes, si bien todas contribuyeron a unificarlo, pues todos los presentes escucharon simultáneamente lo mismo. Aquellas asambleas redundaron en muchos beneficios espirituales y con frecuencia fueron ocasiones de gran regocijo.
Términos en hebreo y griego. En la Biblia se emplean diversas expresiones hebreas y griegas para referirse a una reunión. Una muy común en el texto hebreo es `e·dháh, que proviene de la raíz ya·`ádh, cuyo significado es “nombrar; designar”, y por lo tanto se refiere a un grupo de personas reunidas por designación. (Compárese con 2Sa 20:5; Jer 47:7.) Es frecuente que el término `e·dháh se use con referencia a la comunidad israelita en expresiones como “la asamblea” (Le 8:4, 5; Jue 21:10), “la asamblea de Israel” (Éx 12:3; Nú 32:4; 1Re 8:5) y “la asamblea de Jehová” (Nú 27:17).
La palabra hebrea moh·`édh procede asimismo de la raíz `e·dháh y significa “tiempo señalado” o “lugar señalado” (1Sa 13:8; 20:35); se emplea 223 veces en las Escrituras Hebreas, como, por ejemplo, en la expresión “la tienda de reunión” (Éx 27:21) y en relación con las fiestas estacionales. (Le 23:2, 4, 37, 44.) También se utiliza en Isaías 33:20, donde a Sión se le llama “el pueblo de nuestras ocasiones festivas”.
El vocablo hebreo miq·rá´, cuyo significado es “convocación”, procede del verbo raíz qa·rá´ (llamar). Se emplea en Isaías 4:5 con referencia al monte Sión, llamado en este caso “lugar de convocación”. Además, su uso es frecuente por hallarse en la expresión “convocación santa”. (Éx 12:16; Le 23:2, 3.) En dichas convocaciones no se permitía realizar ningún trabajo cotidiano.
Para referirse a reuniones, también se emplea la palabra qa·hál, relacionada con un verbo que significa “convocar; congregar”. (Éx 35:1; Le 8:4.) Suele usarse para designar a la congregación como grupo organizado. A veces se emplea la forma sustantiva qa·hál (congregación) conjuntamente con `e·dháh (asamblea). (Le 4:13; Nú 20:8, 10.) Formas de ambas palabras aparecen en la expresión “congregación de la asamblea de Israel” (heb. qehál `adhath-Yis·ra·`él). (Éx 12:6.)
Entre estos términos hebreos ha de mencionarse también `atsa·ráh, traducido por “asamblea solemne”. Se usa en relación con la fiesta de las cabañas y la Pascua. (Le 23:36; Dt 16:8.)
Para designar reuniones íntimas de diversa índole, se empleaba la palabra hebrea sohdh, que significa “habla confidencial; intimidad”. (Sl 83:3; Job 29:4.) En el Salmo 89:7 se traduce por “grupo íntimo” en el siguiente contexto: “A Dios ha de tenérsele respetuoso temor en medio del grupo íntimo de santos; él es grande e inspirador de temor sobre todos los que están a su alrededor”.
La palabra griega ek·klë·sí·a (de ek, “fuera de”, y klé·sis, “llamada”) se suele utilizar en la Septuaginta para traducir el término hebreo qa·hál (congregación) y a veces `e·dháh (asamblea), aunque para esta última también se emplea la voz griega sy·na·gö·gué (“juntamiento”; de syn, “juntamente”, y á·gö, “traer”). Por lo general, en las Escrituras Griegas Cristianas ek·klë·sí·a se traduce por “congregación”, y es así como se vierte en Hechos 7:38, donde se usa con referencia a la congregación de Israel. La palabra sy·na·gï·gué aparece en Hechos 13:43 (“asamblea de la sinagoga”) y en Santiago 2:2 (“reunión”). Finalmente, la palabra griega pa·né·gy·ris (de pan, “todo”, y a·go·rá, que designa a cualquier clase de asamblea), se traduce en Hebreos 12:23 por la expresión “asamblea general” (NM; BAS; Mod; Str, 12:22).
En las Escrituras hay bastantes referencias relacionadas con asambleas de carácter constructivo en sentido espiritual, aunque también se habla de asambleas con una intención inicua o injusta. Por ejemplo, para denominar a los partidarios del rebelde Coré se usó la expresión “su entera asamblea”. (Nú 16:5.) En una de sus oraciones a Jehová, David dijo: “La mismísima asamblea de los tiránicos ha buscado mi alma”. (Sl 86:14.) También, cuando Demetrio el platero instigó a la gente de Éfeso para que se opusiese a Pablo, “unos gritaban una cosa y otros otra; porque la asamblea estaba en confusión, y la mayoría de ellos no sabía por qué razón se habían reunido”. (Hch 19:24-29, 32.)
Por otra parte, debe decirse que el orden era la nota predominante durante las reuniones del pueblo de Jehová; eran asambleas que gozaban de un apoyo masivo, así como ocasiones de provecho espiritual que solían proporcionar gran regocijo.
En armonía con las instrucciones que Dios les había dado, Moisés y Aarón reunieron en Egipto a todos los ancianos de Israel, les expusieron todas las palabras de Jehová, ejecutaron señales y el pueblo creyó. (Éx 4:27-31.) Más tarde, como había ordenado Dios, el pueblo se reunió al pie del monte Sinaí (Horeb) y allí vivió una impresionante experiencia, pues llegó a ser testigo de la presentación de la Ley. (Éx 19:10-19; Dt 4:9, 10.)
Jehová le mandó a Moisés en el desierto que hiciese dos trompetas de plata que se usarían para convocar a la asamblea y para levantar el campamento. Si se tocaban ambas, toda la asamblea acudiría a la convocación, mientras que si solo se hacía tocar una, acudirían únicamente los principales de Israel. El lugar concertado para reunirse era a la “entrada de la tienda de reunión”. (Nú 10:1-4; Éx 29:42.) Tiempo después, por voluntad de Jehová, los israelitas se reunieron con regularidad en el templo de Jerusalén con motivo de las tres grandes fiestas anuales. (Éx 34:23, 24; 2Cr 6:4-6.)
Asambleas representativas. En ciertas convocatorias, al pueblo de Israel podían representarlo “los principales de la asamblea” (Éx 16:22; Nú 4:34; 31:13; 32:2; Jos 9:15, 18; 22:30), o los “ancianos”. (Éx 12:21; 17:5; 24:1.) Cuando había que dirimir casos judiciales, un determinado grupo de personas se reunía a la entrada de la ciudad. Una vez reunidos, allí o en cualquier otro lugar, la decisión no se tomaba por procedimientos democráticos, sino, más bien, ancianos respetados imbuidos de un espíritu teocrático sopesaban los hechos a la luz de la ley divina y entonces exponían su decisión. (Dt 16:18; 17:8-13.) De modo parecido, cuando se producían casos de igual naturaleza, a la congregación cristiana primitiva la representaban aquellos a quienes el espíritu santo había colocado en puestos de responsabilidad. (Hch 20:28.) En Israel toda la asamblea podía tomar parte en la ejecución de la pena capital si el mal cometido exigía su aplicación. (Le 24:14; Nú 15:32-36; Dt 21:18-21.)
Asambleas generales. Las asambleas generales celebradas en Israel solían ser fiestas religiosas, asambleas solemnes (2Cr 34:29, 30; Joe 2:15) o acontecimientos de importancia nacional sobre los que en ciertas ocasiones informaban al pueblo corredores que iban anunciando la convocación. (1Sa 10:17-19; 2Cr 30:6, 13.) El sábado semanal era un día de “descanso completo, una convocación santa” (Le 23:3), un día dedicado a la consideración de la Palabra de Dios, como más tarde se hizo en las sinagogas, donde ‘Moisés era leído en voz alta todos los sábados’. (Hch 15:21.) También se conmemoraban la observancia de la luna nueva (Nú 28:11-15), el día del toque de trompeta (Nú 29:1-6), el Día anual de Expiación (Le 16), la Pascua (en conmemoración de la liberación de Israel del cautiverio egipcio; Éx 12:14) y, tiempo después, la fiesta del Purim (en conmemoración de la liberación de los judíos de la amenaza de aniquilación en el Imperio persa; Est 9:20-24), así como la fiesta de la dedicación (en recuerdo de la rededicación del templo, celebrada el 25 de Kislev del año 165 a. E.C.; Jn 10:22, 23). Aparte de estas, había otras tres “fiestas periódicas de Jehová” de carácter anual: la fiesta de las tortas no fermentadas, la fiesta de las semanas (después llamada Pentecostés) y la fiesta de las cabañas. (Le 23.) Sobre estas tres fiestas, Dios había decretado: “En tres ocasiones del año se presentará todo varón tuyo delante del rostro del Señor verdadero, Jehová”. (Éx 23:14-17.) En reconocimiento del gran valor espiritual de estas celebraciones, muchos varones israelitas procuraban asistir a ellas con toda su familia. (Lu 2:41-45.) Además, Moisés especificó que cada siete años, los hombres, las mujeres, los niños y los residentes forasteros de Israel debían congregarse durante la fiesta de las cabañas en el lugar que Dios escogiese, ‘a fin de que escucharan y a fin de que aprendieran, puesto que tenían que temer a Jehová su Dios y cuidar de poner por obra todas las palabras de la ley’. (Dt 31:10-12.) Por consiguiente, se ve que se dispusieron medios para que los israelitas se reunieran con mucha frecuencia y examinaran juntos la Palabra de Dios y sus propósitos. (Véase FIESTA.)
Terminada la construcción del templo, Salomón convocó una gran asamblea en Jerusalén con el objeto de dedicar aquel impresionante edificio. La asamblea se extendió por varios días, y cuando se dio por terminada, el pueblo se marchó gozoso y “sintiéndose bien en el corazón por el bien que Jehová había ejecutado para con David y para con Salomón y para con Israel su pueblo”. (2Cr 5:1–7:10.)
Para las multitudes que se congregaban en el templo con objeto de celebrar las fiestas anuales, estas constituían una experiencia muy grata y provechosa espiritualmente, como ocurrió en el caso de la Pascua celebrada en tiempos de Ezequías, en la que “llegó a haber gran regocijo en Jerusalén”. (2Cr 30:26.) En los días de Nehemías hubo otra convocación que resultó en un “regocijo muy grande”. (Ne 8:17.) Esdras leyó del libro de la ley de Moisés ante todos los que se habían congregado en Jerusalén, ante “todos los de suficiente inteligencia como para escuchar”, y todos estuvieron atentos. (Ne 8:2, 3.) Gracias a la instrucción que Esdras y otros levitas impartieron, los asistentes se regocijaron “porque habían entendido las palabras que se les habían dado a conocer”. (Ne 8:12.) Después celebraron la fiesta de las cabañas, y al octavo día “hubo una asamblea solemne, conforme a la regla”. (Ne 8:18; Le 23:33-36.)
Las sinagogas: lugares de reunión. Durante el cautiverio judío, o poco después, se empezaron a usar las sinagogas. Con el tiempo, se abrieron sinagogas en muchos lugares, y las ciudades grandes llegaron a tener más de una. Eran sobre todo centros docentes en los que se leían y enseñaban las Escrituras, aunque también fueron lugares de oración y culto a Dios. Jesús y sus discípulos acostumbraban a ir a las sinagogas a impartir instrucción y alguna palabra de estímulo a los presentes. (Mt 4:23; Lu 4:16; Hch 13:14, 15; 17:1, 2; 18:4.) Debido a que en las sinagogas se leían las Escrituras con regularidad, Santiago pudo decirle al cuerpo gobernante cristiano, que se hallaba en Jerusalén: “Desde tiempos antiguos Moisés ha tenido en ciudad tras ciudad quienes lo prediquen, porque es leído en voz alta en las sinagogas todos los sábados”. (Hch 15:21.) Los aspectos básicos del culto practicado en las sinagogas se reprodujeron en los lugares de reunión de los cristianos: lectura y explicación de las Escrituras, palabras de estímulo, oración y alabanzas a Dios. (1Co 14:26-33, 40; Col 4:16; véase SINAGOGA.)
Reuniones cristianas. En varias ocasiones, como en el Sermón del Monte, grandes multitudes de personas se congregaron en torno a Jesús para escuchar sus dichos, de lo que derivaron muchos beneficios. (Mt 5:1–7:29.) Estas reuniones multitudinarias no eran asambleas organizadas con anterioridad, pero a veces duraron suficiente tiempo como para requerir que se diese de comer a todos los presentes, circunstancia que Jesús resolvió multiplicando milagrosamente los alimentos. (Mt 14:14-21; 15:29-38.) Jesús reunía con frecuencia a sus discípulos para impartirles enseñanza espiritual, y después de su muerte, continuaron reuniéndose, como en el Pentecostés de 33 E.C., cuando se derramó espíritu santo sobre todos los que se habían congregado. (Hch 2:1-4.)
Por lo general, los cristianos primitivos se reunían en pequeños grupos, si bien hubo ocasiones en las que se llegó a reunir “una muchedumbre bastante grande”. (Hch 11:26.) Tiempo después, Santiago, el medio hermano de Jesús, consideró conveniente aconsejar al Israel espiritual que no mostrara favoritismo a personas ricas en la celebración de una reunión pública (gr. sy·na·gö·gué) de la congregación. (Snt 2:1-9.)
La importancia de las reuniones. La importancia de obtener beneficio pleno de las reuniones que Jehová provee para el enriquecimiento espiritual de su pueblo se puso de manifiesto en la observancia anual de la Pascua. Todo varón limpio ceremonialmente que no guardase la Pascua debido, no a haberse ausentado por hallarse de viaje, sino por desinterés, tenía que ser muerto. (Nú 9:9-14.) Cuando el rey Ezequías convocó a los habitantes de Judá e Israel en Jerusalén para la conmemoración de una Pascua, el mensaje que les envió decía en parte: “Hijos de Israel, vuélvanse a Jehová [...], no endurezcan su cerviz como lo hicieron sus antepasados. Den lugar a Jehová y vengan a su santuario que él ha santificado hasta tiempo indefinido, y sirvan a Jehová su Dios, para que la cólera ardiente de él se vuelva de contra ustedes. [...] Jehová el Dios de ustedes es benévolo y misericordioso, y no apartará de ustedes el rostro si se vuelven a él”. (2Cr 30:6-9.) La no comparecencia deliberada hubiese indicado fuera de toda duda que la persona le daba la espalda a Dios. Si bien es cierto que los cristianos no celebran fiestas como la Pascua, Pablo los insta a no abandonar las reuniones periódicas del pueblo de Dios, al decir: “Y considerémonos unos a otros para incitarnos al amor y a las obras excelentes, sin abandonar el reunirnos, como algunos tienen por costumbre, sino animándonos unos a otros, y tanto más al contemplar ustedes que el día se acerca”. (Heb 10:24, 25; véase CONGREGACIÓN; CONVOCACIÓN.)
Ejercicio y práctica de un estilo de vida austero y de renuncia a placeres materiales con el fin de adquirir unos hábitos que conduzcan a la perfección moral y espiritual. 2. Doctrina que propone alcanzar la perfección moral y espiritual mediante este estilo de vida.
En la congregación cristiana de Colosas algunos estaban siendo entrampados en prácticas ascéticas. Sin duda esto se debía principalmente a la influencia de los judíos que trataban de hacer que los cristianos volvieran a estar bajo la Ley, insistiendo en que observaran sus preceptos (Col 2:18, 21).
Igualmente hoy, los cristianos quizás ayunen por un tiempo limitado por razones prácticas. Pero no deben hacerlo creyendo que es un requisito religioso impuesto a la congregación cristiana. Todo lo que hacen lo hacen con la mira de servir más plenamente a Jehová, como dijo el apóstol: “El que come, come para Jehová, pues da gracias a Dios; y el que no come, no come para Jehová, y sin embargo da gracias a Dios.”—Rom. 14:6.
El término griego bá·pti·sma se refiere al proceso de inmersión, es decir, sumergirse y emerger; se deriva del verbo bá·ptö, “sumergir”. (Jn 13:26.) En la Biblia, “bautismo” e “inmersión” son términos sinónimos, como se muestra en la versión El Nuevo Testamento original (traducción de H. J. Schonfield), en la que se vierte Romanos 6:3, 4 de la siguiente manera: “¿Podéis ignorar que quienes nos hemos vinculado a Cristo por la inmersión hemos quedado así asociados con su muerte? Mediante esta vinculación con él por la inmersión nos hemos sepultado juntamente con él”. (Véanse también ENP; NM; NBE, nota.) La Septuaginta griega usa una palabra derivada de bá·ptö (sumergir) en Éxodo 12:22 y Levítico 4:6. Cuando se sumerge a alguien en agua, está “enterrado” temporalmente, fuera de la vista, y luego se le levanta.
Examinemos cuatro diferentes aspectos del bautismo y algunas cuestiones relacionadas: 1) el bautismo de Juan, 2) el bautismo en agua de Jesús y sus seguidores, 3) el bautismo en Jesucristo y en su muerte y 4) el bautismo de fuego. (Mt 3:11, 16; 28:19; Jn 3:23; 1Pe 3:21).
El bautismo de Juan. Juan, hijo de Zacarías y Elisabet, fue el primer ser humano a quien Dios autorizó a bautizar en agua. (Lu 1:5-7, 57.) El mismo hecho de que se le conociese como “Juan el Bautista” o “el bautizante” (Mt 3:1; Mr 1:4) indica que el pueblo llegó a tener conocimiento del bautismo o inmersión en agua en especial a través de él. Además, las Escrituras prueban que su ministerio y bautismo provenían de Dios, no de sí mismo. El ángel Gabriel habló proféticamente de sus obras como procedentes de Dios (Lu 1:13-17), y Zacarías, por medio del espíritu santo, anunció que sería un profeta del Altísimo para preparar los caminos de Jehová. (Lu 1:68-79.) Más tarde, Jesús confirmó que el ministerio y el bautismo de Juan procedían de Dios. (Lu 7:26-28.) El discípulo Lucas registra que ‘la declaración de Dios fue a Juan el hijo de Zacarías en el desierto. De modo que entró predicando bautismo’. (Lu 3:2, 3.) El apóstol Juan dice de él: “Se levantó un hombre que fue enviado como representante de Dios: su nombre era Juan”. (Jn 1:6.)
Se puede entender mejor el significado del bautismo de Juan contrastando varias traducciones de Lucas 3:3. Juan vino “predicando bautismo en símbolo de arrepentimiento para perdón de pecados” (NM); “predicando que para recibir el perdón de los pecados era necesario bautizarse como manifestación externa de un arrepentimiento interno” (PNT); “proclamando un bautismo, en señal de arrepentimiento, para el perdón de los pecados” (NBE); “diciendo a la gente que debían volverse a Dios y ser bautizados, para que Dios les perdonara sus pecados” (VP). Estas formas de verter este pasaje dejan claro que el bautismo no limpiaba los pecados; para que hubiera limpieza de pecados, era necesario arrepentirse y cambiar el derrotero de vida; el bautismo simbolizaba ese proceder.
Así, el bautismo que efectuó Juan no supuso para la persona una limpieza especial de parte de Dios mediante su siervo Juan, sino una demostración pública y símbolo de arrepentimiento de pecados cometidos contra la Ley, la cual tenía que conducirlos a Cristo. (Gál 3:24.) De modo que Juan preparó a un grupo de personas para ‘ver el medio de salvar de Dios’. (Lu 3:6.) Su obra sirvió para “alistar para Jehová un pueblo preparado”. (Lu 1:16, 17.) Isaías y Miqueas habían profetizado esta obra. (Isa 40:3-5; Mal 4:5, 6.)
Algunos eruditos intentan ver antecedentes del bautismo de Juan y del bautismo cristiano en las antiguas ceremonias de purificación de la Ley (Éx 29:4; Le 8:6; 14:8, 31, 32; Heb 9:10, nota) o en acciones individuales. (Gé 35:2; Éx 19:10.) Sin embargo, estos casos no tienen ninguna analogía con el verdadero significado del bautismo, pues eran abluciones para limpieza ceremonial. Solo un caso tiene cierto parecido con la inmersión total de un cuerpo en agua que se efectúa en el bautismo: el de Naamán el leproso, quien se sumergió en el agua siete veces. (2Re 5:14.) No obstante, su acción no le llevó a ninguna relación especial con Dios, solo le curó de la lepra. Además, según las Escrituras, a los prosélitos se les circuncidaba, no se les bautizaba. Para poder participar de la Pascua o de la adoración en el santuario, la persona tenía que circuncidarse. (Éx 12:43-49.)
Tampoco hay ninguna base para afirmar que Juan tomara prestado el bautismo de la secta judía de los esenios o de la de los fariseos. Estas dos sectas tenían muchos requisitos de abluciones periódicas. Pero Jesús dijo que estos eran solo mandatos de hombres que invalidaban el mandamiento de Dios por la tradición propia. (Mr 7:1-9; Lu 11:38-42.) Juan bautizaba en agua porque, como dijo, Dios lo envió para hacerlo. (Jn 1:33.) No lo enviaron los esenios o los fariseos. Su comisión no era hacer prosélitos judíos, sino bautizar a aquellos que ya pertenecían a la congregación judía. (Lu 1:16.)
Juan sabía que con su actividad meramente estaba preparando el camino delante del Mesías, el Hijo de Dios, y que así daría paso al ministerio mucho más importante de este último. Juan bautizaba para que el Mesías fuese puesto de manifiesto a Israel. (Jn 1:31.) Según el registro de Juan 3:26-30, el ministerio del Mesías aumentaría, en tanto que el de Juan tendría que ir menguando. Aquellos a los que bautizaron los discípulos de Jesús durante el ministerio terrestre de su maestro —y que por lo tanto también llegaron a ser discípulos de Jesús—, fueron bautizados en símbolo de arrepentimiento a la manera del bautismo de Juan. (Jn 3:25, 26; 4:1, 2.) ★Notas de Hechos 19:3
Bautismo de Jesús en agua. El significado y propósito del bautismo de Jesús tuvo que ser completamente diferente del que tenían el resto de los bautismos que Juan efectuó, pues Jesús “no cometió pecado, ni en su boca se halló engaño”. (1Pe 2:22.) Por lo tanto, no podía someterse a un acto que simbolizara arrepentimiento. Debió ser por este motivo por el que Juan no quería bautizar a Jesús, pero él le dijo: “Deja que sea, esta vez, porque de esa manera nos es apropiado llevar a cabo todo lo que es justo”. (Mt 3:13-15.)
Lucas registra que Jesús estaba orando cuando se bautizó. (Lu 3:21.) Además, el escritor de la carta a los Hebreos dice que cuando Jesucristo ‘entró en el mundo’ (no cuando nació, pues no podía decir esas palabras, sino cuando se presentó para el bautismo e inició su ministerio), dijo, según el Salmo 40:6-8 (Versión de los Setenta): “‘Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me preparaste un cuerpo[’]. [...] ‘¡Mira! He venido (en el rollo del libro está escrito de mí) para hacer tu voluntad, oh Dios’”. (Heb 10:5-9.) Jesús pertenecía por nacimiento a la nación judía, que estaba en un pacto nacional con Dios, el pacto de la Ley. (Éx 19:5-8; Gál 4:4.) Debido a este hecho, Jesús ya estaba en una relación de pacto con Jehová Dios cuando se presentó a Juan para ser bautizado. Él iba más allá de lo que requería la Ley. Se presentaba él mismo a su Padre Jehová para hacer la “voluntad” de Él, voluntad que consistía en ofrecer su cuerpo “preparado” y así eliminar los sacrificios de animales que se ofrecían por requerimiento de la Ley. El apóstol Pablo comenta: “Por dicha ‘voluntad’ hemos sido santificados mediante el ofrecimiento del cuerpo de Jesucristo una vez para siempre”. (Heb 10:10.) La voluntad del Padre para Jesús también requería que trabajara en favor de los intereses del Reino, y Jesús también se presentó para este servicio. (Lu 4:43; 17:20, 21.) Jehová aceptó y reconoció esta presentación de su Hijo, ungiéndolo con espíritu santo y diciendo: “Tú eres mi Hijo, el amado; yo te he aprobado”. (Mr 1:9-11; Lu 3:21-23; Mt 3:13-17.)
★El bautismo de Jesús - (jy-Pg.Cap.12-Pg.34-Foto)
★Juan bautiza a Jesús - (my-Cap.88-Pg.193)
Bautismo en agua de los seguidores de Jesús El bautismo de Juan tenía que ser sustituido por el bautismo que Jesús había ordenado: “Hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo”. (Mt 28:19.) Ese fue el único bautismo en agua que contó con la aprobación de Dios a partir del Pentecostés de 33 E.C. Algunos años después, Apolos, un discípulo que tenía mucho celo e impartía enseñanza correcta sobre Jesús, tan solo conocía el bautismo de Juan. Hubo que instruir a este hombre en este aspecto, lo mismo que hizo Pablo con los discípulos que se encontró en Éfeso. A ellos se les había bautizado con el bautismo de Juan, pero sin duda cuando ya no estaba en vigor, pues Pablo efectuó su visita a Éfeso unos veinte años después de haber expirado el pacto de la Ley. Entonces se les bautizó apropiadamente en el nombre de Jesús y recibieron el espíritu santo. (Hch 18:24-26; 19:1-7.)
El bautismo cristiano requería entender la Palabra de Dios y tomar una decisión consciente de presentarse para hacer Su voluntad revelada, como se demostró en el Pentecostés de 33 E.C., cuando los judíos y prosélitos que se habían reunido en Jerusalén, y que ya tenían conocimiento de las Escrituras Hebreas, oyeron hablar a Pedro acerca de Jesús, el Mesías, con el resultado de que tres mil “abrazaron su palabra de buena gana” y “fueron bautizados”. (Hch 2:41; 3:19–4:4; 10:34-38.) Algunos samaritanos fueron bautizados después de creer las buenas nuevas predicadas por Felipe. (Hch 8:12.) El eunuco etíope, un prosélito judío que, como tal, tenía conocimiento de Jehová y de las Escrituras Hebreas, primero oyó la explicación del cumplimiento de esas Escrituras en Cristo, la aceptó y después quiso ser bautizado. (Hch 8:34-36.) Pedro explicó a Cornelio que “el que le teme [a Dios] y obra justicia le es acepto” (Hch 10:35), y que todo el que pone fe en Jesucristo consigue perdón de pecados por medio de su nombre. (Hch 10:43; 11:18.) Todo esto está en armonía con el mandato de Jesús: “Hagan discípulos [...], enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado”. Es apropiado que se bautice a aquellos que aceptan la enseñanza y llegan a ser discípulos. (Mt 28:19, 20; Hch 1:8.)
En el Pentecostés, los judíos, responsables como pueblo de la muerte de Jesús y conocedores del bautismo de Juan, se sintieron “heridos en el corazón” debido a la predicación de Pedro. Preguntaron: “Hermanos, ¿qué haremos?”, a lo que Pedro contestó: “Arrepiéntanse, y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, y recibirán la dádiva gratuita del espíritu santo”. (Hch 2:37, 38.) Es preciso señalar que Pedro dirigió la atención de ellos a algo nuevo: no al arrepentimiento y al bautismo de Juan, sino a la necesidad de arrepentirse y bautizarse en el nombre de Jesucristo para conseguir el perdón de pecados. No afirmó que el bautismo en sí mismo limpiase los pecados, pues sabía que es “la sangre de Jesús su Hijo [lo que] nos limpia de todo pecado”. (1Jn 1:7.) Más tarde, refiriéndose a Jesús como el “Agente Principal de la vida”, les dijo a los judíos en el templo: “Arrepiéntanse, por lo tanto, y vuélvanse para que sean borrados sus pecados, para que vengan tiempos de refrigerio de parte de la persona de Jehová”. (Hch 3:15, 19.) Así les mostró que lo que supondría perdón de pecados era el arrepentirse de su mal proceder en contra de Cristo y ‘volverse’, aceptándolo. En esta ocasión Pedro no habló del bautismo.
Por lo que se refiere a los judíos, el pacto de la Ley fue abolido sobre la base de la muerte de Cristo en el madero de tormento (Col 2:14), y el nuevo pacto entró en vigor en el Pentecostés de 33 E.C. (Compárese con Hch 2:4; Heb 2:3, 4.) No obstante, Dios continuó extendiendo favor especial a los judíos por tres años y medio, durante los cuales los discípulos de Jesús se concentraron en predicar a judíos, prosélitos judíos y samaritanos. Sin embargo, alrededor del año 36 E.C., Dios le dio instrucciones a Pedro para que fuese al hogar del gentil Cornelio, un oficial del ejército romano, y, al derramar su espíritu santo sobre él y todos los de su casa, le mostró a Pedro que a partir de entonces se podía aceptar a los gentiles para bautismo en agua. (Hch 10:34, 35, 44-48.) Puesto que Dios ya no reconocía el pacto de la Ley con los judíos circuncisos y tan solo aceptaba su nuevo pacto mediado por Jesucristo, ya no consideraba que los judíos naturales, aunque fueran circuncisos, estuvieran en relación especial con Él. Por consiguiente, ya no podían alcanzar una buena posición ante Dios observando la Ley, que ya no era válida, o mediante el bautismo de Juan, que tenía relación con la Ley. A partir de ese momento estaban obligados a acercarse a Dios poniendo fe en su Hijo y siendo bautizados en agua en el nombre de Jesucristo, a fin de tener el reconocimiento y favor de Jehová. (Véase SETENTA SEMANAS - [El pacto en vigor “por una semana”].)
Por lo tanto, después de 36 E.C., todos, tanto judíos como gentiles, han disfrutado de la misma posición a los ojos de Dios. (Ro 11:30-32; 14:12.) Las personas de las naciones gentiles no estaban en el pacto de la Ley y nunca habían sido parte de un pueblo que tuviera una relación especial con Dios, el Padre, excepto aquellos a los que se había circuncidado como prosélitos judíos. A partir de ese momento, se les extendía la oportunidad a nivel individual de llegar a ser parte del pueblo de Dios. No obstante, antes de que se les pudiese bautizar en agua, tenían que acercarse a Dios, ejerciendo fe en su hijo Jesucristo. Luego debía seguir el bautismo en agua, según el ejemplo y mandato de Cristo. (Mt 3:13-15; 28:18-20.)
Este bautismo cristiano tiene un efecto vital en la posición de la persona ante Dios. Después de decir que Noé construyó un arca en la que se conservó con vida a través del Diluvio tanto a él como a su familia, el apóstol Pedro escribió: “Lo que corresponde a esto ahora también los está salvando a ustedes, a saber, el bautismo (no el desechar la suciedad de la carne, sino la solicitud hecha a Dios para una buena conciencia), mediante la resurrección de Jesucristo”. (1Pe 3:20, 21.) El arca era prueba tangible de que Noé se había dedicado a hacer la voluntad de Dios y había realizado fielmente la obra que Él le había asignado. Eso hizo posible que conservara la vida. De modo correspondiente, se salvará del presente mundo inicuo a los que se dedican a Jehová sobre la base de la fe en el resucitado Jesucristo, se bautizan en símbolo de esa dedicación y hacen la voluntad de Dios. (Gál 1:3, 4.) Ya no se encaminan a la destrucción con el resto del mundo. Dios les concede una buena conciencia con la esperanza de la salvación.
El bautismo no es para infantes. En vista del hecho de que ‘oír la palabra’, ‘abrazarla de buena gana’ y ‘arrepentirse’ preceden al bautismo en agua (Hch 2:14, 22, 38, 41), y de que el bautismo requiere que la persona tome una decisión solemne, está claro que se debe tener por lo menos suficiente edad para oír, creer y tomar esa decisión. No obstante, algunos defienden el bautismo de infantes. Citan los pasajes donde se dice que se bautizó a ‘casas’, como las de Cornelio, Lidia, el carcelero filipense, Crispo y Estéfanas. (Hch 10:48; 11:14; 16:15, 32-34; 18:8; 1Co 1:16.) Creen que también se bautizó a los niños pequeños de esas casas. Sin embargo, en el caso de Cornelio, los bautizados fueron aquellos que habían oído la palabra y recibido el espíritu santo, y luego hablaron en lenguas y glorificaron a Dios; esas cosas no podían aplicar a niños pequeños. (Hch 10:44-46.) Lidia era una “adoradora de Dios, [...] y Jehová le abrió el corazón ampliamente para que prestara atención a las cosas que Pablo estaba hablando”. (Hch 16:14.) El carcelero filipense tuvo que ‘creer en el Señor Jesús’, lo que implica que los demás de su familia también tuvieron que creer para ser bautizados. (Hch 16:31-34.) “Crispo, el presidente de la sinagoga, se hizo creyente en el Señor, y también toda su casa.” (Hch 18:8.) Todo esto demuestra que el bautismo implicaba oír, creer y glorificar a Dios, cosas que los niños pequeños no pueden hacer. Cuando en Samaria oyeron y creyeron “las buenas nuevas del reino de Dios y del nombre de Jesucristo, procedieron a bautizarse”, pero como especifica el registro bíblico, los bautizados fueron ‘varones y mujeres’, no niños. (Hch 8:12.)
El apóstol Pablo dijo a los corintios que los hijos eran “santos” gracias al padre creyente, lo que no prueba que se bautizara a los niños, sino, más bien, implica lo opuesto. Los hijos menores demasiado jóvenes para tomar esa decisión se beneficiarían del mérito de su padre creyente, no de ningún supuesto bautismo sacramental que le impartiera un mérito independiente. Si hubiera sido apropiado bautizar a los niños pequeños, no hubiesen necesitado que se les extendiese el mérito del padre creyente. (1Co 7:14.)
Es verdad que Jesús dijo: “Cesen de impedir que [los niñitos] vengan a mí, porque el reino de los cielos pertenece a los que son así” (Mt 19:13-15; Mr 10:13-16), pero no se bautizó a los niños. Jesús los bendijo, y no hay nada que indique que el que pusiera las manos sobre ellos fuera una ceremonia religiosa. También mostró que ‘el reino de Dios pertenecía a los que eran así’ debido a que esos niños eran enseñables y confiados, y no al bautismo. A los cristianos se les ordena que sean “pequeñuelos en cuanto a la maldad”, pero “plenamente desarrollados en facultades de entendimiento”. (Mt 18:4; Lu 18:16, 17; 1Co 14:20.)
El historiador de la religión Augustus Neander escribió lo siguiente de los cristianos del primer siglo: “El bautismo de niños era desconocido en este período [...]. No aparecen indicios de bautismo de niños sino hasta un período de tiempo tan tardío como el de Ireneo (c. 140-203 E.C.) —y con toda seguridad no antes—; y el que este fuese reconocido por primera vez durante el transcurso del tercer siglo como parte de la tradición apostólica es una prueba en contra, más bien que a favor, de su origen apostólico”. (History of the Planting and Training of the Christian Church by the Apostles, 1864, pág. 162.)
Inmersión completa. La definición dada antes muestra con claridad que el bautismo es una inmersión completa y no el mero hecho de derramar o rociar agua. Los bautismos registrados en la Biblia corroboran este hecho. A Jesús se le bautizó en el Jordán, un río de tamaño considerable, después de lo cual “subió del agua”. (Mr 1:10; Mt 3:13, 16.) Juan escogió para bautizar un lugar situado en el valle del Jordán, cerca de Salim, “porque allí había una gran cantidad de agua”. (Jn 3:23.) El eunuco etíope pidió que se le bautizara cuando él y Felipe llegaron a “cierta masa de agua”. En aquella ocasión, ambos “bajaron al agua”, y después se dice que ‘subieron del agua’. (Hch 8:36-40.) Todos estos ejemplos dan a entender que había suficiente agua como para tener que entrar y salir de ella andando, y no un pequeño estanque donde el agua llegase hasta los tobillos. Además, el hecho de que el bautismo también se usa para simbolizar un entierro indica que se trataba de una inmersión completa. (Ro 6:4-6; Col 2:12.)
Las fuentes históricas muestran que los primeros cristianos bautizaban por inmersión. Sobre este tema, el Diccionario de la Biblia (edición de Serafín de Ausejo, 1981, col. 213) dice: “Por el vocabulario mismo [de las Escrituras] se ve que el bautismo se administraba por inmersión”. El Diccionario Enciclopédico Salvat (1967, vol. 2, pág. 577) añade: “El primitivo ritual del BAUTISMO [...] se efectuó en la Iglesia cristiana primitiva por inmersión”.
Bautismo en Cristo Jesús, en su muerte. Cuando fue bautizado en el río Jordán, Jesús sabía que empezaba para él una etapa de sacrificio. Sabía que su ‘cuerpo preparado’ tenía que morir y que habría de hacerlo en inocencia, como un sacrificio humano perfecto cuyo valor serviría de rescate para la humanidad. (Mt 20:28.) Entendía que debía sumirse en la muerte, pero que sería levantado de ella al tercer día. (Mt 16:21.) Por eso, comparó su experiencia a un bautismo en la muerte. (Lu 12:50.) Explicó a sus discípulos que durante su ministerio ya estaba experimentando este bautismo. (Mr 10:38, 39.) Jesús fue completamente bautizado en la muerte el día que murió en el madero de tormento (el 14 de Nisán de 33 E.C.). Este bautismo quedó consumado cuando su Padre, Jehová Dios, lo resucitó al tercer día (el levantarlo formaba parte del bautismo). El bautismo de Jesús en la muerte es, sin duda, distinto de su bautismo en agua. Fue bautizado en agua al principio de su ministerio, y en ese momento dio comienzo su bautismo en la muerte.
Los fieles apóstoles de Jesucristo fueron bautizados en agua según el bautismo de Juan. (Jn 1:35-37; 4:1.) Pero todavía no se les había bautizado con espíritu santo cuando Jesús les indicó que también se les sometería a un bautismo simbólico como el suyo, el bautismo en la muerte. (Mr 10:39.) Por lo tanto, el bautismo en su muerte es algo diferente del bautismo en agua. Pablo dijo lo siguiente en su carta a la congregación cristiana de Roma: “¿O ignoran que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte?”. (Ro 6:3.)
Jehová es el responsable de ejecutar este bautismo en Cristo Jesús, así como el bautismo en su muerte. Él ungió a Jesús, convirtiéndolo en el Cristo o Ungido. (Hch 10:38.) Así que lo bautizó con espíritu santo para que por medio de él más tarde sus seguidores también pudieran ser bautizados con espíritu santo. Por lo tanto, los que llegan a ser coherederos con él, aquellos que tienen esperanza celestial, han de ser “bautizados en Cristo Jesús”, es decir, en el Ungido Jesús, quien al tiempo de su ungimiento también fue engendrado como hijo espiritual de Dios. De este modo llegan a estar unidos a él, su Cabeza, y a formar parte de la congregación que es el cuerpo de Cristo. (1Co 12:12, 13, 27; Col 1:18.)
El proceder de estos seguidores cristianos que son bautizados en Cristo Jesús es un proceder de integridad bajo prueba desde que se les bautiza en él, un enfrentamiento diario con la muerte y, por fin, una muerte de integridad, como explica el apóstol Pablo en su carta a los cristianos romanos: “Por lo tanto, fuimos sepultados con él mediante nuestro bautismo en su muerte, para que, así como Cristo fue levantado de entre los muertos mediante la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida. Porque si hemos sido unidos con él en la semejanza de su muerte, ciertamente también seremos unidos con él en la semejanza de su resurrección”. (Ro 6:4, 5; 1Co 15:31-49.)
Cuando escribió a la congregación de Filipos, Pablo aclaró la cuestión aún más, al describir su propio proceder como “una participación en sus sufrimientos, sometiéndome a una muerte como la de él, para ver si de algún modo puedo alcanzar la resurrección más temprana de entre los muertos”. (Flp 3:10, 11.) Solo el Padre celestial Dios Todopoderoso, que es el Bautizante de aquellos a los que se bautiza en unión con Jesucristo y en su muerte, puede consumar este bautismo. Lo hace por medio de Cristo al levantarlos de la muerte para unirlos con Jesucristo en la semejanza de su resurrección a una vida celestial inmortal. (1Co 15:53, 54.)
El apóstol Pablo ilustra que una congregación de personas puede, por decirlo así, ser bautizada o sumergida en un libertador y caudillo cuando dice que la congregación de Israel ‘fue bautizada en Moisés por medio de la nube y del mar’. A los israelitas los cubría una nube protectora y los muros de agua que tenían a cada lado, de modo que, hablando simbólicamente, se les sumergió. Moisés predijo que Dios levantaría un profeta semejante a él mismo; Pedro aplicó esta profecía a Jesucristo. (1Co 10:1, 2; Dt 18:15-19; Hch 3:19-23.)
¿Qué es el bautismo “con el propósito de ser personas muertas”? Los traductores han vertido de varias maneras el pasaje de 1 Corintios 15:29: “¿Qué harán los que se bautizan por los muertos?” (Val); “por aliviar a los difuntos” (TA); “en favor de los difuntos” (SA, 1972); “en atención a los muertos” (GR); “con el propósito de ser personas muertas” (NM).
Se han dado muchas interpretaciones distintas a este versículo. La más común es que Pablo se estaba refiriendo a la costumbre del bautismo sustitutorio en agua, es decir, bautizar a personas vivas en favor de otras muertas, a modo de sustitución, para beneficiarlas. No es posible probar que existiera tal práctica en los días de Pablo, y no estaría de acuerdo con los textos que especifican con claridad que los que se bautizaban eran los “discípulos”, los que personalmente ‘abrazaban la palabra de buena gana’, los que ‘creían’. (Mt 28:19; Hch 2:41; 8:12.)
La obra A Greek-English Lexicon, de Liddell y Scott, incluye “por”, “en favor de” y “por causa de” entre los significados de la preposición griega hy·pér cuando se usa con palabras en el caso genitivo, como en 1 Corintios 15:29 (revisión de H. Jones, Oxford, 1968, pág. 1857). En algunos contextos la expresión “por causa de” equivale a “con el propósito de”. Ya en 1728 Jacob Elsner notó que diferentes escritores griegos habían dado a la preposición hy·pér con palabras en genitivo un significado de finalidad, es decir, un significado que expresa propósito, y señaló que en 1 Corintios 15:29 esta construcción tiene tal significado. (Observationes Sacræ in Novi Foederis Libros, Utrecht, vol. 2, págs. 127-131.) De acuerdo con esto, la Traducción del Nuevo Mundo emplea la expresión “con el propósito de” para verter hy·pér en este versículo.
Cuando un término puede traducirse gramaticalmente de más de una manera, la correcta es la que armoniza con el contexto. En este caso el contexto (1Co 15:3, 4) muestra que el tema principal tratado es la creencia en la muerte y la resurrección de Jesucristo. Los siguientes versículos presentan prueba de la seguridad de esta creencia (vss. 5-11); consideran las graves implicaciones de negar la creencia en la resurrección (vss. 12-19), el hecho de que la resurrección de Cristo asegura que otros serán levantados de entre los muertos (vss. 20-23) y que todo ello tiene como fin la unificación de toda la creación inteligente con Dios (vss. 24-28). El versículo 29 es, obviamente, parte integral de esta consideración. Pero, ¿de la resurrección de quiénes se trata en el versículo 29? ¿De la de aquellos de cuyo bautismo se habla en el versículo? ¿O es la de alguien que hubiera muerto antes de que tuviera lugar ese bautismo? ¿Qué indican los versículos siguientes? Los versículos 30 a 34 muestran claramente que en el 29 se está hablando de las perspectivas de vida futura de cristianos vivos, y los versículos 35 a 58 aclaran que eran cristianos fieles que tenían la esperanza de vida celestial.
Esto está de acuerdo con Romanos 6:3, que dice: “¿O ignoran que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte?”. Como este texto pone de manifiesto, ese no es un bautismo al que el cristiano se somete en favor de alguien ya muerto; por el contrario, es algo que afecta el propio futuro de la persona.
¿En qué sentido, entonces, fueron bautizados aquellos cristianos “con el propósito de ser personas muertas”, o “bautizados en su muerte”? Fueron sumergidos en un proceder de vida íntegro hasta la muerte, como en el caso de Cristo, y con la esperanza de una resurrección como la suya a vida espiritual inmortal. (Ro 6:4, 5; Flp 3:10, 11.) Este no era un bautismo que se realizaba rápidamente, como en el caso del bautismo en agua. Más de tres años después de su bautismo en agua, Jesús habló de un bautismo que en su caso aún no se había consumado y que todavía estaba en el futuro para sus discípulos. (Mr 10:35-40.) Como este bautismo culmina en la resurrección a la vida celestial, debe empezar con la influencia del espíritu de Dios en la persona de tal modo que engendre esta esperanza, y debe terminar, no con la muerte, sino con la realización de la perspectiva de vida espiritual inmortal por medio de la resurrección. (2Co 1:21, 22; 1Co 6:14.)
★¿Bautizados en favor de los muertos? - (20000715-Pg.17/434-§7)
★¿Dice 1Co 15:29 que cristianos se bautizaban por personas muertas? - (2-12-2020-Pg.14)
★¿Qué es el bautismo por los muertos? - (1-10-2003-Pg.29)
El lugar de la persona en el propósito de Dios. Debe notarse que el que se bautiza en agua entra en una relación especial como siervo de Jehová, para hacer Su voluntad. La persona no determina cuál va a ser la voluntad de Dios para ella, sino que es Dios quien decide cómo la va a usar y dónde la va a colocar en el contexto de Sus propósitos. Por ejemplo, en el pasado, toda la nación de Israel tenía una relación especial con Dios, era Su propiedad (Éx 19:5), pero solo se seleccionó a la tribu de Leví para desempeñar los servicios en el santuario, y de esta tribu, solo la familia de Aarón constituyó el sacerdocio. (Nú 1:48-51; Éx 28:1; 40:13-15.) Jehová Dios designó exclusivamente a la línea de la familia de David como asiento de la realeza. (2Sa 7:15, 16.)
Del mismo modo, los que se someten al bautismo cristiano llegan a ser propiedad de Dios, sus esclavos, a quienes Él emplea como considera conveniente. (1Co 6:20.) Un ejemplo de lo antedicho lo hallamos en Apocalipsis, donde se hace referencia a un número definido de personas a las que se ‘sella’, a saber, 144.000. (Apo 7:4-8.) Aun antes de la aprobación final, el espíritu santo de Dios sirve como un sello que da a los que son sellados una garantía anticipada de su herencia celestial. (Ef 1:13, 14; 2Co 5:1-5.) También se dijo a los que tienen tal esperanza: “Dios ha colocado a los miembros en el cuerpo [de Cristo], cada uno de ellos, así como le agradó”. (1Co 12:18, 27.)
Jesús llamó la atención a otro grupo cuando dijo: “Tengo otras ovejas, que no son de este redil; a esas también tengo que traer, y escucharán mi voz, y llegarán a ser un solo rebaño, un solo pastor”. (Jn 10:16.) Estas no pertenecen al “rebaño pequeño” (Lu 12:32), pero también tienen que acercarse a Jehová por medio de Jesucristo y ser bautizadas en agua.
La visión dada al apóstol Juan, registrada en Apocalipsis, concuerda con estas palabras de Jesús, pues, después de ver a los 144.000 “sellados”, Juan vuelve sus ojos a “una gran muchedumbre, que ningún hombre podía contar”. Se dice que estos “han lavado sus ropas largas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero”, indicando así su fe en el sacrificio de rescate de Jesucristo, el Cordero de Dios. (Apo 7:9, 14.) Por lo tanto, aunque tienen el favor divino —están “de pie delante del trono [de Dios]”—, no son los que Él selecciona para componer los 144.000 “sellados”. La visión sigue diciendo que esta “gran muchedumbre” sirve a Dios día y noche y que Él la protegerá y cuidará. (Apo 7:15-17.)
Bautismo con fuego. Cuando muchos fariseos y saduceos acudieron a Juan el Bautista, él los llamó “prole de víboras”. Habló del que tenía que venir y dijo: “Ese los bautizará con espíritu santo y con fuego”. (Mt 3:7, 11; Lu 3:16.) El bautismo con fuego y el bautismo con espíritu santo no son lo mismo. El primero no podía ser, como algunos alegan, las lenguas de fuego del Pentecostés, porque a los discípulos no se les sumergió en fuego. (Hch 2:3.) Juan dijo a sus oyentes que se efectuaría una división: el trigo sería recogido, después de lo cual se quemaría la paja con un fuego que no se podría apagar. (Mt 3:12.) También mostró que el fuego no sería una bendición o recompensa, sino que se debería a que ‘el árbol no producía fruto excelente’. (Mt 3:10; Lu 3:9.)
Usando el fuego como símbolo de destrucción, Jesús predijo la ejecución de los inicuos que ocurriría durante su presencia con las siguientes palabras: “Pero el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre y los destruyó a todos. De la misma manera será en aquel día en que el Hijo del hombre ha de ser revelado”. (Lu 17:29, 30; Mt 13:49, 50.) Hay otros ejemplos —en 2 Tesalonicenses 1:8, Judas 7 y 2 Pedro 3:7, 10— en los que el fuego no representa una fuerza salvadora, sino destructiva.
Hacer o pronunciar santo; una solicitud a Dios para la concesión de favor divino; otorgar bondad; favor; ensalzar como santo; glorificar; hablar bien de; proteger o guardar del mal; traer felicidad.
Las distintas palabras hebreas que por lo general se traducen “bendecir” o “bendición” aparecen unas cuatrocientas veces en las Escrituras. El verbo ba·rákj se suele traducir “bendecir”. En algunos pasajes el término se traduce “desear el bien” (1Sa 25:14), ‘felicitar’ (1Cr 18:10), ‘saludar’ (2Re 4:29). El sustantivo de este término hebreo se encuentra en el nombre de la llanura baja de Beracá (que significa “Bendición”), pues fue en ese lugar donde Jehosafat y su pueblo bendijeron a Jehová. (2Cr 20:26.) Un verbo de la misma raíz se traduce ‘arrodillarse’ o “hincarse de rodillas”. (Gé 24:11; 2Cr 6:13; Sl 95:6.)
Los soferim judíos, o escribas, enmendaron varios pasajes para que leyeran ‘bendecir’ en vez de ‘maldecir’ (1Re 21:10, 13; Job 1:5, 11; 2:5, 9), porque pensaban que era blasfemo hasta mencionar que alguien maldijese a Dios. (Véase Apéndice 2B.)
El significado literal del verbo griego eu·lo·gué·ö es “hablar bien de”. El vocablo eu·lo·guí·a (literalmente, “bendición”) se usa en Romanos 16:18 en un sentido desfavorable como “habla lisonjera” que seduce el corazón.
En la Biblia se usan las palabras “bendecir” y “bendición” al menos en relación con cuatro aspectos principales: 1) Jehová bendice al hombre, 2) el hombre bendice a Jehová, 3) el hombre bendice a Cristo y 4) el hombre bendice a su semejante.
Jehová bendice al hombre. “La bendición de Jehová... eso es lo que enriquece, y él no añade dolor con ella.” (Pr 10:22.) Jehová bendice a los que aprueba al protegerlos, favorecerlos, guiarlos, hacer que prosperen y cubrir sus necesidades, con el consecuente beneficio para esas personas.
La buena voluntad de Jehová para con sus criaturas terrestres se manifestó cuando Él las produjo. En el caso de los géneros animales creados en el quinto día, la bendición de Dios fue una declaración de su propósito con respecto a ellos. (Gé 1:22.) La bendición de Dios sobre Adán y Eva al fin del sexto día les hubiera permitido, de haber permanecido obedientes, continuar en su favor, porque Él hizo provisión para la satisfacción de todas sus necesidades espirituales y físicas. (Gé 1:28; 2:9; 5:2.)
Cuando Jehová terminó su obra creativa terrestre en los seis días creativos, no faltaba nada para el bienestar de su creación. (Gé 1:31.) Entonces procedió a descansar, es decir, dejó de trabajar en este respecto, bendijo el séptimo día y lo declaró sagrado, santo. La creación humana tenía ante sí la perspectiva de felicidad y bendiciones indefinidas. (Gé 2:3; Éx 20:11.)
Cuando Noé y su familia salieron del arca, Jehová los vio con favor, los bendijo y les dio a conocer Su voluntad para ellos. Si hacían la voluntad de Jehová, prosperarían con su favor y protección. (Gé 9:1.)
La bendición de Abrahán y su descendencia es de vital importancia para toda la humanidad. (Gé 12:3; 18:18; 22:18.) Jehová bendijo a Abrahán y Sara al reavivar sus facultades reproductivas milagrosamente, lo que les permitió tener un hijo en su vejez. (Gé 17:16; 21:2.) Hizo que Abrahán prosperara y lo usó de manera pictórica para prefigurar cosas mayores. (Gál 4:21-26.) Por consiguiente, el que Dios bendijera a Abrahán dándole un hijo cobra mayor significado en la promesa de bendición de gente de todas las naciones por medio de aquel a quien Isaac prefiguró, Jesucristo. (Gál 3:8, 14; Hch 3:25, 26; Heb 6:13-20.)
La bendición de Jehová sobre una persona o un pueblo depende de la obediencia a Él. (Éx 23:25.) Los marcados contrastes señalados en los capítulos 27 y 28 del libro de Deuteronomio muestran con claridad que la maldición de Jehová, que resulta en castigo severo, está sobre los desobedientes, mientras que su bendición descansa sobre los obedientes. Cuando recae sobre estos, la bendición de Jehová produce prosperidad espiritual y cubre sus necesidades materiales, siendo manifiesta en sus hogares, su tierra, su prole, sus animales, el suministro de alimento, sus viajes y cada uno de sus actos. “Las bendiciones son para la cabeza del justo.” (Pr 10:6, 7.) Cuando el pueblo de Jehová es fiel y obediente, Él se complace en ‘abrir las compuertas de los cielos y realmente vaciar una bendición hasta que no haya más carencia’. (Mal 3:10.)
★“Altamente favorecida”: Los lingüistas dicen que la expresión “llena de gracia” es una traducción imprecisa, y que la expresión original griega que empleó Lucas debe traducirse con más exactitud por “objeto del favor de Dios”. La Nueva Biblia Española, católica, traduce así Lucas 1:28: “Alégrate, favorecida”. No hay razón para pensar que María ascendió corporalmente al cielo porque era “favorecida” por Dios. La versión católica Nácar-Colunga también dice que el primer mártir cristiano, Esteban, estaba “lleno de gracia”, o era favorecido, y a él no se le atribuye ninguna resurrección corporal. (Hechos 6:8.) (w94 15/2 28) Griego kecharitomene; kjá·ris “favor”. (w77 294; Véase significado de los nombres: Anás; Hanatón)
El hombre bendice a Jehová. Esencialmente, el hombre bendice a Jehová al alabarle. También se le bendice por medio de expresiones de gratitud, reconociéndolo como Aquel de quien fluyen todas las bendiciones, hablando bien de Él en toda ocasión, adorándole y sirviéndole. (Sl 26:12.) Otra forma de bendecir a Jehová es predicando las buenas nuevas, ya que así se alaba su nombre y sus propósitos. (Mt 24:14; Heb 13:15.)
El hombre ha bendecido a Jehová por librar a su pueblo de la opresión (Éx 18:9, 10); por satisfacer sus necesidades (Dt 8:10); por su dignidad, poder, gobernación y belleza como Cabeza de todo (1Cr 29:10-12, 20); por impulsar a su pueblo a apoyar su adoración (2Cr 31:8); en oración de confesión por guardar su pacto y su misericordia (Ne 9:5, 31, 32); por dar sabiduría y poder (Da 2:19-23), y por proteger a sus siervos y demostrar su soberanía (Da 3:28; 4:34). El libro de los Salmos bendice constantemente a Jehová y pide a todos en los cielos y en la Tierra que alaben su nombre por sus muchas cualidades magníficas. El hombre también bendice a Jehová por la dádiva de su Hijo Jesucristo. (Sl 16:7; 103:1, 20-22; 145:2, 10; Jn 3:16; compárese con Hch 2:8-11; Apo 7:11, 12; 14:6, 7.)
El hombre bendice a Cristo. A Jesús mismo también han de bendecirlo todos. Elisabet bendijo a la madre de Jesús, María, y al fruto de su vientre aún no nacido. (Lu 1:42.) El origen celestial de Jesús, su venida en el nombre de Jehová como su Hijo, su ministerio, su sacrificio, su sacerdocio, su realeza y su bondad inmerecida hacen que con justicia sea aclamado como alguien bendito. (Jn 12:13; 2Co 8:9; Heb 1:2; 7:24-26.) En cumplimiento del Salmo 118:26, la muchedumbre lo aclamó como el bendito de Jehová en su entrada triunfal en Jerusalén. (Mt 21:9.) Todas las criaturas angélicas y terrestres han de bendecirle. (Apo 5:12, 13.)
El hombre bendice a su semejante. A diferencia de Jehová, quien en toda ocasión cumple las bendiciones que expresa, el hombre no siempre puede cumplir las bendiciones que pronuncia en favor de otras personas. Cuando en la Biblia un hombre pronuncia una bendición, suele significar un ruego por la bendición divina, aunque no se exprese necesariamente en una oración. Así, aunque el objeto de tal bendición sea otra persona, la Fuente es ciertamente Dios mismo. En otros casos, el que un hombre bendiga a su semejante constituye una expresión de gratitud, es decir, un reconocimiento de buenas cualidades o de un trabajo bien hecho.
Con relación a tener la autoridad de Dios para bendecir o la facultad de cumplir la bendición, Pablo expuso el siguiente principio al hablar de la superioridad del sacerdocio de Melquisedec sobre el de Leví: “Ahora bien, sin disputa alguna, lo menor es bendecido por lo mayor”. (Heb 7:7.) Al ser rey y sacerdote de Dios, Melquisedec pudo hablar de Su parte con autoridad y de manera profética cuando bendijo a Abrahán. (Gé 14:18-20; Heb 7:1-4.)
Se ha bendecido a las personas que de algún modo han contribuido a la alabanza de Jehová. Moisés bendijo a Bezalel y a los demás trabajadores cuando terminaron la construcción del tabernáculo. (Éx 39:43.) A los sacerdotes y levitas, los líderes espirituales de la nación, se les comisionó para bendecir al pueblo en numerosas ocasiones. (Nú 6:23-27; Le 9:22, 23; Dt 10:8; 21:5; 1Cr 23:13; 2Cr 30:27.) El sumo sacerdote Elí bendijo a los padres de Samuel por la dádiva de su hijo para el servicio del tabernáculo. (1Sa 2:20, 21.) David bendijo al pueblo después de llevar el Arca a Jerusalén (2Sa 6:18; 1Cr 16:2), y Salomón con sabiduría siguió el mismo proceder cuando dedicó el templo a Jehová. (1Re 8:14, 55.) Simeón, ya anciano, bendijo a los padres de Jesús (Lu 2:34), quien a su vez bendijo a los niños que acudían a él. (Mr 10:16.)
Ocasiones para bendecir. En oración, una persona, alaba a Dios, le da gracias y lo bendice; también se expresa en favor de los compañeros de fe y de los que buscan a Dios, y los bendice. Por lo general se dice o pide una bendición sobre los alimentos que se van a compartir antes de una comida mediante una oración. Con tal oración se le dan a Jehová las gracias y la alabanza por sus provisiones espirituales y materiales, y se le pide que el alimento beneficie a los que lo comparten y les dé fuerzas para servirle. (1Sa 9:13; Mt 14:19; Lu 9:16.) Al bendecir el pan y el vino en la Cena del Señor, se le dan a Dios las gracias y la alabanza, al tiempo que se le pide que todos los que participen puedan beneficiarse en sentido espiritual de lo que los emblemas simbolizan y puedan permanecer en unidad e integridad como cuerpo de Cristo. (Mt 26:26; 1Co 10:16.)
En la sociedad patriarcal, el padre solía bendecir a sus hijos poco antes de morirse. Esta bendición era de gran importancia y se tenía en alta estima. Por ejemplo, Isaac bendijo a Jacob —pensando que era el primogénito, Esaú— con mayor favor y prosperidad que a su hermano, y seguramente pidió a Jehová que cumpliese esta bendición, pues él era ya ciego y viejo. (Gé 27:1-4, 23-29; 28:1, 6; Heb 11:20; 12:16, 17.) Más tarde, Isaac confirmó y amplió su bendición, sabiendo en esta ocasión a quién bendecía. (Gé 28:1-4.) Antes de morir, Jacob bendijo primero a los dos hijos de José y después a los suyos propios. (Gé 48:9, 20; 49:1-28; Heb 11:21.) De manera similar, antes de su muerte, Moisés bendijo a la entera nación de Israel. (Dt 33:1.) En todos estos casos los resultados prueban que se había hablado proféticamente. En algunas ocasiones, al pronunciar tales bendiciones, la mano del que bendecía se colocaba sobre la cabeza del que recibía la bendición. (Gé 48:13, 14.)
El que un hombre bendijera a otro a modo de saludo indicaba un deseo de bienestar para esa persona. Jacob bendijo a Faraón cuando se le llevó ante su presencia. (Gé 47:7; véase también 1Sa 13:10; 25:14; 1Re 1:47; 2Re 10:15.) Las bendiciones se podían dar al partir. Por ejemplo, la familia de Rebeca la bendijo cuando se marchó de casa para casarse con Isaac. (Gé 24:60; véase también Gé 28:1; 2Sa 19:39; 1Re 8:66.)
A veces las bendiciones implicaban dar regalos (Gé 33:11; Jos 14:13; 15:18, 19), por eso el regalo mismo podía llamarse una bendición, de ahí la expresión “regalo de bendición”. Los regalos podían ofrecerse como una expresión de buenos deseos hacia un ser querido, en un esfuerzo por conseguir su favor o en prueba de gratitud. (1Sa 25:27; 30:26.)
Las alabanzas podían ser a su vez bendiciones. Boaz alabó a Rut por su bondad amorosa, y esta alabanza fue una bendición. (Rut 3:10.) A los hombres que se ofrecían para realizar un servicio a favor de la adoración de Jehová el pueblo los bendecía. (Ne 11:2.) Los hijos también deben bendecir a sus padres. (Pr 30:11.)
Una bendición puede significar asimismo habla favorable o edificante. Jesús exhortó a que continuaran “bendiciendo a los que los maldicen”. (Lu 6:28.) Pablo añadió: “Sigan bendiciendo a los que los persiguen; estén bendiciendo, y no maldiciendo”. (Ro 12:14.) Esto no significa alabar a los opositores, sino tratarlos bien y hablarles de modo amable, considerado y veraz, lo que puede ayudarlos a cambiar de actitud. (1Co 4:12; 1Pe 3:9.) El conseguir que alguien se vuelva de su proceder inicuo es una bendición, pues favorece a la persona y además trae alabanza a Jehová. (Hch 3:26.) También debe tenerse en cuenta la manera y el momento de decir las cosas. (Pr 27:14.)
Ser una bendición para otros. Una persona puede ser una bendición para su prójimo si sigue un proceder de obediencia a Dios. La asociación con aquellos a quienes Jehová bendice hace que uno mismo reciba bendiciones. Por ejemplo, se bendijo a Labán porque Jacob cuidaba de sus rebaños. (Gé 30:27, 30.) La casa y el campo de Potifar prosperaron debido a la supervisión de José. (Gé 39:5.) La presencia de diez ciudadanos justos hubiese hecho que Dios perdonase a Sodoma. (Gé 18:32.) El siervo dedicado de Dios puede conseguir Su favor para su cónyuge no creyente y para sus hijos pequeños. (1Co 7:14.) Jesús dijo que cuando aconteciese la mayor tribulación del mundo, ‘aquellos días se acortarían por causa de los escogidos’, de otra manera “ninguna carne se salvaría”. (Mt 24:21, 22; compárese con Isa 65:8.) El imitar el ejemplo de aquellos a quien Dios bendice es fuente de mayores bendiciones. (Gál 3:9; Heb 13:7; 1Co 11:1; 2Te 3:7.) Por hacer el bien a los hermanos de Cristo, es decir, a los “escogidos” de Dios, Jehová derrama bendiciones sobre las “ovejas”, con la recompensa de vida eterna. (Mt 25:31-34, 40, 46.)
‘Bendiciones que nos enriquecen’ ahora
★Tenemos un conocimiento exacto de las doctrinas bíblicas.
★Nos hemos librado de prácticas y hábitos perjudiciales. ★Disfrutamos de una vida familiar feliz. ★Tenemos la garantía de que pronto se solucionarán los problemas del mundo. ★Conocemos la clave de la verdadera felicidad. ★Contamos con un importante y eficaz programa de enseñanza. ★Gozamos de una relación personal con Jehová y del apoyo de una hermandad internacional unida. ★Abrigamos la esperanza de volver a ver a los seres queridos que han muerto (Juan 5:28, 29). |
¿Gracia o Desgracia?
En una aldea había un anciano muy pobre, pero hasta los reyes lo envidiaban porque poseía un hermoso caballo blanco. Estos le ofrecieron cantidades fabulosas por el caballo, pero el hombre decía:
— Para mí, él no es un caballo, es una persona.
Todo el pueblo se reunió diciendo:
— No vayan tan lejos, –dijo el viejo–,
La gente se rió del viejo. Ellos siempre habían sabido que estaba un poco loco.
De nuevo se reunió la gente diciendo: Esta vez la gente no pudo decir mucho más, pero por dentro sabían que estaba equivocado. Habían llegado doce caballos hermosos.
El viejo tenía un hijo que comenzó a entrenar a los caballos.
La gente volvió a reunirse y a juzgar:
— Ustedes están obsesionados con juzgar –dijo el viejo.
Sucedió que pocas semanas después el país entró en guerra y todos los jóvenes del pueblo eran llevados por la fuerza al ejército.
— Tenías razón viejo, era una fortuna. Aunque tullido, tu hijo aún está contigo.
— Siguen juzgando, –dijo el viejo. Nadie sabe.
No juzgues por meras apariencias, se cegara con fragmentos del momento, sacarás conclusiones de etapas de la vida incompletas. Solo Jehová sabe si una bendición acabara en desgracia o lo que parece una desgracia acabe en bendición. Nunca olvidemos el significado del gran nombre que define a nuestro Dios: "JEHOVÁ" |
Con esta expresión se hace referencia a las buenas nuevas del reino de Dios y de la salvación por medio de la fe en Jesucristo. En la Biblia se las llama “las buenas nuevas del reino” (Mt 4:23), “las buenas nuevas de Dios” (Ro 15:16), “las buenas nuevas acerca de Jesucristo” (Mr 1:1), “las buenas nuevas de la bondad inmerecida de Dios” (Hch 20:24), “las buenas nuevas de la paz” (Ef 6:15) y las “buenas nuevas eternas” (Apo 14:6).
La palabra griega traducida “buenas nuevas” (“evangelio” en muchas versiones) es eu·ag·gué·li·on. Un “evangelizador” (la palabra española es prácticamente una transcripción del término griego) es un predicador de las buenas nuevas. (Hch 21:8; 2Ti 4:5.)
Su contenido. Las diversas expresiones que se acaban de mencionar dan una idea del contenido y el alcance de las buenas nuevas. Incluyen todas las verdades sobre las que habló Jesús y escribieron sus discípulos. Aunque los hombres de la antigüedad esperaban en Dios y tenían fe debido al conocimiento que habían llegado a tener de Jehová, los propósitos de Dios se hicieron patentes con claridad por primera vez “mediante la manifestación de nuestro Salvador, Cristo Jesús, que ha abolido la muerte, pero ha arrojado luz sobre la vida y la incorrupción mediante las buenas nuevas”. (2Ti 1:9, 10.)
Siglos antes, Dios había declarado buenas nuevas a Abrahán, en las que puso de manifiesto el medio por el que se había propuesto proveer las buenas nuevas eternas. Dijo: “Por medio de ti todas las naciones serán bendecidas”. (Gál 3:8.) Más tarde, mediante el profeta Isaías Jehová habló de la predicación de las buenas nuevas. Jesucristo leyó de esta profecía en la sinagoga de Nazaret, y después dijo: “Hoy se cumple esta escritura que acaban de oír”. (Lu 4:16-21.) La profecía de Isaías explicaba el propósito y efecto de las buenas nuevas que se habían de predicar, en particular desde el tiempo de la venida del Mesías. (Isa 61:1-3.)
Su progreso. Cuando Jesús nació, el ángel anunció a los pastores: “No teman, porque, ¡miren!, les declaro buenas nuevas de un gran gozo que todo el pueblo tendrá”. (Lu 2:10.) Juan el Bautista preparó el camino para la predicación de las buenas nuevas que efectuaría Jesús, diciendo a los judíos: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt 3:1, 2); y en cuanto a la predicación de Juan, Jesús dijo: “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos es la meta hacia la cual se adelantan con ardor los hombres, y los que se adelantan con ardor se asen de él”. (Mt 11:12.)
Durante su ministerio terrestre, Jesús limitó su predicación de las buenas nuevas a los judíos y prosélitos, pues decía: “No fui enviado a nadie aparte de las ovejas perdidas de la casa de Israel”. (Mt 15:24.) Cuando envió a los doce apóstoles, les mandó que ‘no se fueran por el camino de las naciones, y no entraran en ciudad samaritana; sino, más bien, que fueran continuamente a las ovejas perdidas de la casa de Israel’. (Mt 10:5, 6.) En una ocasión predicó a una mujer samaritana (los samaritanos estaban emparentados con los israelitas), pero no entró en la ciudad a predicar. Sin embargo, la respuesta de la mujer y de los demás fue tan favorable, que Jesús se quedó con ellos por dos días. (Jn 4:7-42.)
Después de su muerte y resurrección, Jesús les dio a sus discípulos el siguiente mandamiento: “Vayan, por lo tanto, y hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo, enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado”. (Mt 28:19, 20.) También les aseguró que su predicación llegaría hasta “la parte más distante de la tierra”. (Hch 1:8.) Sin embargo, durante más o menos los siguientes tres años y medio, el espíritu santo hizo que los discípulos limitaran su predicación a los judíos y samaritanos. Luego Dios envió a Pedro para llevar las buenas nuevas a la casa de Cornelio, un oficial del ejército romano. (Hch 10, 11; 15:7.) Desde aquel tiempo en adelante, se declararon las buenas nuevas hasta las partes más remotas y al grado máximo que permitían las circunstancias.
Su importancia. El apóstol Pablo escribió con fuerte convicción sobre la provisión para la salvación que Dios había hecho mediante Jesucristo. Dijo que si alguien declaraba a los gálatas algo que estuviera más allá de lo que habían aceptado, una enseñanza diferente, ‘fuera maldito’. Luego, hablando de la fuente de las buenas nuevas que declaraba, añadió: “Ni las recibí de ningún hombre, ni me fueron enseñadas, salvo mediante revelación por Jesucristo”. (Gál 1:8, 11, 12.) Era necesaria esta afirmación concluyente, pues incluso entonces había quien intentaba derrumbar la verdadera fe predicando ‘otras buenas nuevas’. (2Co 11:4; Gál 1:6, 7.) Pablo advirtió de una apostasía que iba a venir y dijo que el ‘misterio del desafuero’ ya estaba obrando, por lo que amonestó a los cristianos a recordar el propósito de las buenas nuevas y a estar firmes y mantener asidas las tradiciones que por dirección del espíritu habían aprendido de los apóstoles. (2Te 2:3, 7, 14, 15; véase TRADICIÓN.)
Jesús consideró que la adherencia fiel a las buenas nuevas y el continuar proclamándolas era más importante que la vida presente de la persona, y Pablo reconoció que era vital declararlas con fidelidad. (Mr 8:35; 1Co 9:16; 2Ti 1:8.) Puede que una persona sufra la pérdida de sus posesiones más apreciadas e incluso que sea perseguida, pero también recibirá el céntuplo ahora, “casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y campos, [...] y en el sistema de cosas venidero vida eterna”. (Mr 10:29, 30.)
Las buenas nuevas son la piedra de toque por la que se juzga a la humanidad: aceptarlas y obedecerlas resulta en salvación; rechazarlas y desobedecerlas supone destrucción. (1Pe 4:5, 6, 17; 2Te 1:6-8.) Teniendo esto presente, el motivo de predicar las buenas nuevas debe ser puro y el cristiano debe predicarlas desde el corazón, por amor a los que le escuchan. Tanto apreciaban los apóstoles la importancia de las buenas nuevas dadoras de vida y tanto fulguraban con el espíritu de Dios y con el amor, que no solo impartían las buenas nuevas a los que escuchaban su predicación, sino también sus “propias almas”. (1Te 2:8.) Dios concedió a los proclamadores de las buenas nuevas el derecho de aceptar ayuda material de aquellos a quienes predicaban (1Co 9:11-14), pero Pablo y sus compañeros estimaban tanto su privilegio como portadores de las buenas nuevas, que no quisieron aprovecharse económicamente de él en lo más mínimo, e incluso evitaron causar esa impresión. El apóstol Pablo describe su proceder a este respecto en 1 Corintios 9:15-18 y 1 Tesalonicenses 2:6, 9.
Enemigos. Las buenas nuevas han sido combatidas enconadamente. El apóstol identificó la fuente de la enemistad de la siguiente manera: “Ahora, si las buenas nuevas que declaramos están de hecho veladas, están veladas entre los que están pereciendo, entre quienes el dios de este sistema de cosas ha cegado las mentes de los incrédulos, para que no pase a ellos la iluminación de las gloriosas buenas nuevas acerca del Cristo, que es la imagen de Dios”. (2Co 4:3, 4.) Los primeros enemigos de las buenas nuevas fueron los líderes religiosos de los judíos. Sin embargo, su enemistad resultó en bien para los gentiles, es decir, la gente de las naciones, ya que abrió la oportunidad para que fueran copartícipes de “la promesa en unión con Cristo Jesús mediante las buenas nuevas”. (Ro 11:25, 28; Ef 3:5, 6.)
Los enemigos de las buenas nuevas causaron mucho sufrimiento a los cristianos, y se requirió que los apóstoles lucharan arduamente ante los gobernantes para “defender y establecer legalmente las buenas nuevas”, con el fin de que pudieran esparcirse con la mayor libertad posible. (Flp 1:7, 16; compárese con Mr 13:9-13; Hch 4:18-20; 5:27-29.)
El ministerio terrestre de Cristo y su regreso. Es digno de mención que durante los seis meses anteriores a que Jesús fuera a Juan el Bautista para bautizarse, este predicó: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado”, y cuando Jesús se presentó, Juan le identificó como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. (Mt 3:1, 2; Jn 1:29.) De manera que dirigió la atención de la gente hacia el rey mesiánico que habían esperado por tanto tiempo. (Hch 19:4.)
Cuando Jesús estuvo en la Tierra, tanto él como sus discípulos anunciaron: “El reino de los cielos se ha acercado”. (Mt 4:17; 10:7.) Además, una vez ungido como Cristo, el Rey, Jesús dijo a sus enemigos, los fariseos: “El reino de Dios está en medio de ustedes”. (Lu 17:20, 21.) Este fue el tema o punto central de las buenas nuevas durante el ministerio terrestre de Jesús. Sin embargo, no se informa que una vez muerto los discípulos proclamaran que el Reino se había “acercado” o que estaba muy cerca. Más bien, predicaron las buenas nuevas de que Jesús había ascendido al cielo después de haber dejado su vida como precio de rescate para la salvación, y que estaba sentado a la diestra de Dios. También predicaron sobre el regreso de Jesús en un tiempo futuro y sobre el Reino que tendría que venir. (Heb 10:12, 13; 2Ti 4:1; Apo 11:15; 12:10; 22:20; compárese con Lu 19:12, 15; Mt 25:31.)
Los discípulos de Jesús le preguntaron: “¿Qué será la señal de tu presencia y de la conclusión del sistema de cosas?”. Como parte de su respuesta, Jesús enumeró ciertas cosas que tendrían lugar durante su presencia. Una de ellas fue: “Estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”. (Mt 24:3, 14; Mr 13:10; compárese con Col 1:23.) En la Revelación que el apóstol Juan recibió alrededor del año 96 E.C., vio a un “ángel que volaba en medio del cielo” y que tenía “buenas nuevas eternas que declarar como noticias gozosas a los que moran en la tierra, y a toda nación y tribu y lengua y pueblo, y decía con voz fuerte: ‘Teman a Dios y denle gloria, porque ha llegado la hora del juicio por él’”. (Apo 14:6, 7.) Estas declaraciones inspiradas indican que en los “últimos días” habría una proclamación sin paralelo de las buenas nuevas del Reino.
¿Por qué hay pasajes de la Biblia repetidos?
Hay varias repeticiones en la Biblia. Esto llama nuestra atención porque si tomamos un libro moderno no encontramos algo parecido. Si esto sucediera, el libro sería juzgado como mal hecho.
La Biblia, en realidad, no es un libro, sino un conjunto de 66 libros, una verdadera biblioteca. No fue obra de un autor que se sentó y escribió desde el principio hasta el final, de manera coherente. Cada uno de los libros bíblicos nació de manera independiente, insertado dentro de un contexto especial. Y eso, a veces, vale incluso para un libro particular, que no tuvo un solo autor, pero reúne diferentes tradiciones, textos tomados de fuentes diversas y reunidos por un editor, que dio la forma que tiene hoy.
Más que el Antiguo Testamento, ejemplos más significativos tenemos en el Nuevo Testamento, pues muchos de los escritores de las Escrituras Griegas hacen referencia a textos de las escrituras Hebreas, citando a veces textualmente de estas. Además, los 3 primeros evangelios, llamados frecuentemente sinópticos, son muy parecidos y cuentan eventos repetidos. Lo que Mateo dice, muchas veces, aparece también en Marcos y Lucas y algunas veces en Juan. Cada uno de los evangelistas quiso narrar la vida de Cristo desde su punto de vista, teniendo en vista principalmente al público para lo cual escribía. Y cada uno cuenta las cosas según su personalidad y cultura. Lucas, por ejemplo, subraya la misericordia, Marcos, en cambio, la enseñanza de los apóstoles.
Recuerde que la Biblia es una biblioteca. En una biblioteca la información puede repetirse, pero cada una aporta detalles diferentes que enriquecen y complementan un cuadro más claro del propósito de Dios y de la persona de Jesús.
★¿Por qué en la Biblia hay frases que se repiten? - (w-2-2-2024-Pg.31)
Cerca del año 55 E.C., Pablo escribió a los corintios desde Éfeso lo siguiente: “Ahora bien, respecto a la colecta que es para los santos: así como di órdenes a las congregaciones de Galacia, háganlo de esa manera ustedes también”. (1Co 16:1, 2.) La palabra griega lo·guí·a (colecta) se usaba por lo menos desde el siglo III a. E.C., pero en la Biblia solo aparece en estos dos versículos.
La selección de términos que hace Pablo indica que la colecta no debía ser de alimento ni de ropa, sino de dinero, y al decir “la colecta”, muestra que era una colecta especial que los corintios ya conocían. Las instrucciones de Pablo solo tenían que ver con el procedimiento de esta. Tenía que ser privada, cada uno “en su propia casa”, y voluntaria, según cada uno ‘fuera prosperando’, tal como se hacía en “las congregaciones de Galacia”. (1Co 16:1, 2.)
Las “órdenes” que Pablo daba no eran mandatos arbitrarios u obligatorios, sino que obedecían a su calidad de encargado y supervisor de este programa de ayuda que afectaba a varias congregaciones. (1Co 16:1.) El apóstol y otros cristianos habían planeado con cuidado dicho programa. Además de preocuparse de las necesidades espirituales de las congregaciones, Pablo siempre tenía presentes las necesidades físicas de los cristianos pobres, y parece ser que esta colecta estaba destinada sobre todo a los cristianos de Judea, que para aquel tiempo estaban sometidos a fuertes presiones. (Gál 2:10.) En otros lugares Pablo alude a esta colecta con expresiones como “una contribución a los pobres de los santos que están en Jerusalén” (Ro 15:26), el “ministerio que es para los santos” (2Co 9:1), “su liberal dádiva previamente prometida”, “este servicio público” (2Co 9:5, 12) y “dádivas de misericordia” (Hch 24:17). Este interés amoroso por las necesidades de los compañeros creyentes era una de las marcas identificadoras del cristianismo del primer siglo. (Jn 13:35; véase CONTRIBUCIÓN.)
Regalo, dinero o ayuda que se da a una o más personas. La palabra hebrea teru·máh significa “contribución; porción sagrada; ofrenda alzada”. (Éx 25:2, nota; 29:27, nota.) Viene del verbo rum, cuyo significado literal es “estar alto; estar ensalzado; alzar” (Job 22:12; 1Sa 2:1; Gé 14:22), y que en la forma causativa puede significar “hacer que se alce [como contribución]”, es decir, “contribuir”. (Le 22:15.)
Una contribución no tiene por qué ser solo material. Por ejemplo, Pablo dio gracias a Dios por la contribución de los cristianos filipenses a las buenas nuevas. Ellos contribuyeron participando en la predicación de las buenas nuevas y también apoyando con lealtad dicha predicación con ayuda material, como la que le prestaron a Pablo y probablemente a otros cristianos. (Flp 1:3-5; 4:16-18.)
Los israelitas tuvieron el privilegio de hacer contribuciones para la construcción y el equipamiento de los edificios destinados a la adoración verdadera. Contribuyeron con materiales para el tabernáculo y su mobiliario (Éx 25:1-9; 35:4-9), “una ofrenda voluntaria a Jehová” que hubo de detenerse porque “resultó suficiente para toda la obra que había de hacerse, y más que suficiente”. (Éx 35:20-29; 36:3-7.) Como parte de la contribución del rey David para la construcción del futuro templo, se contaba su “propiedad especial” de oro y plata, que ascendía a más de 1.202.000.000 de dólares (E.U.A.). Por su parte, los príncipes y los jefes del pueblo contribuyeron gozosamente oro y plata por valor de más de 1.993.000.000 de dólares (E.U.A.), además de cobre, hierro y piedras. (1Cr 29:1-9.)
La Ley requería algunas contribuciones. Cuando Moisés tomó un censo de los israelitas, todo varón de más de veinte años tuvo que ofrecer un rescate por su alma, “medio siclo [probablemente 1,10 dólares (E.U.A.)], según el siclo del lugar santo”. Era la “contribución de Jehová” para hacer expiación por sus almas y “a favor del servicio de la tienda de reunión”. (Éx 30:11-16.) Según el historiador judío Josefo (La Guerra de los Judíos, libro VII, cap. VI, sec. 6), con el tiempo este “impuesto sagrado” se pagó anualmente. (2Cr 24:6-10; Mt 17:24; véase IMPUESTOS.)
Dios dispuso que los israelitas contribuyeran las “décimas partes” del producto de la tierra para la manutención de los levitas, la tribu sacerdotal, quienes, a su vez, contribuían la décima parte al sumo sacerdote para el sostén de este y de su familia. (Nú 18:26-28; véase DIEZMO.) Jehová le dio al sumo sacerdote Aarón la custodia de las contribuciones que los israelitas entregaban a Dios, y permitía que él y sus hijos participaran de las ofrendas y del aceite, el vino, el grano y los primeros frutos maduros de la tierra que el pueblo daba a Jehová, así como también de ciertas porciones de los sacrificios de animales. Al sumo sacerdote se le entregaba un impuesto de los despojos de guerra como “contribución de Jehová”, y otra parte se destinaba a los levitas. (Nú 31:1, 2, 28-30.)
Los israelitas presentaban diversas ofrendas y sacrificios a Jehová, algunos de los cuales estipulaba específicamente la Ley. Sin embargo, otros eran completamente voluntarios, como las ofrendas votivas y de acción de gracias. (Le 7:15, 16; véase OFRENDAS.)
En los días del rey Jehoás se colocó un cofre en la puerta de la casa de Jehová para recibir las contribuciones que permitieran acometer una reparación de envergadura del templo. Los príncipes y el pueblo se regocijaron de llevar “el impuesto sagrado” con el que se hacía posible renovar la casa de Dios y hacer los utensilios del templo. (2Cr 24:4-14.)
Los que no eran israelitas también contribuían para la adoración verdadera. Cuando Esdras y el resto judío partieron de Babilonia hacia Jerusalén en 468 a. E.C., llevaron consigo plata, oro y utensilios, una contribución del rey Artajerjes de Persia, sus consejeros, sus príncipes y los israelitas de Babilonia. Estos artículos de valor se pusieron al cuidado de hombres de confianza durante el viaje. (Esd 7:12-20; 8:24-30.)
Jesucristo y sus apóstoles aceptaron ayuda material para llevar a cabo su ministerio. (Lu 8:1-3.) Los cristianos de Macedonia y Acaya se mostraron especialmente dispuestos a ayudar a sus hermanos necesitados, y tuvieron “gusto en compartir sus cosas haciendo una contribución a los pobres de los santos que [estaban] en Jerusalén”, probablemente una contribución monetaria. (Ro 15:26; véase COLECTA.)
La palabra griega para “contribución” (koi·nö·ní·a), que aparece en Romanos 15:26 y 2 Corintios 9:13, puede tener el significado literal de “compartimiento (la acción de compartir)”. Esta misma palabra griega se usa en Hebreos 13:16: “No olviden el hacer bien y el compartir cosas con otros, porque dichos sacrificios le son de mucho agrado a Dios”.
Al parecer, muchos de los judíos y prosélitos extranjeros que se convirtieron al cristianismo el día del Pentecostés de 33 E.C., permanecieron durante un tiempo en Jerusalén para aprender más acerca de la fe. A fin de que ninguno padeciese necesidad, contribuyeron sus bienes voluntariamente; “todas las cosas las tenían en común”. (Hch 4:32-37; compárese con Hch 5:1-4.) Más tarde, la congregación de Jerusalén dispuso que se hiciera una distribución diaria de alimento para las viudas necesitadas. (Hch 6:1-3.) Pablo dio instrucciones en cuanto al uso de fondos contribuidos para cuidar de las viudas que de verdad merecían tal ayuda. (1Tim 5:9, 10; véase SOCORRO.)
En la congregación cristiana primitiva no se obligaba a nadie a contribuir. A este respecto, Pablo escribió: “Que cada uno haga tal como lo ha resuelto en su corazón, no de mala gana ni como obligado, porque Dios ama al dador alegre”. (2Cor 9:7.)
La cuantía de la contribución no es necesariamente una prueba de la generosidad del dador. En una ocasión Jesús estaba observando a las personas que depositaban dinero en las arcas de la tesorería del templo. Los ricos echaban muchas monedas, pero a Jesús le impresionó la generosidad de corazón de una viuda necesitada que echó tan solo dos pequeñas monedas de ínfimo valor, y dijo: “Esta viuda, aunque pobre, echó más que todos ellos. Porque todos estos echaron dádivas de lo que les sobra, mas esta echó, de su indigencia, todo el medio de vivir que tenía”. (Lu 21:1-4; Mr 12:41-44.) Pablo hizo la siguiente observación en cuanto a las contribuciones para la ayuda de compañeros creyentes pobres: “Si primero está allí la prontitud, es especialmente acepto según lo que tiene la persona, no según lo que no tiene”. (2Co 8:12.)
Aunque en realidad nadie puede enriquecer a Jehová, pues Él posee todas las cosas (1Cr 29:14-17), el contribuir es un privilegio que permite al adorador manifestar su amor a Dios. Las contribuciones que se dan, no para que otros lo sepan o con motivos egoístas, sino con la actitud apropiada y a fin de adelantar la adoración verdadera, producen felicidad y traen la bendición de Dios. (Hch 20:35; Mt 6:1-4; Pr 3:9, 10.) Se puede ser partícipe de esta felicidad si parte de los bienes materiales que se poseen se dedican regularmente para el apoyo de la adoración verdadera y para ayudar a aquellos que lo merecen. (1Co 16:1, 2.)
Jehová suministra el mejor ejemplo en este sentido, puesto que le ha dado a la humanidad “vida y aliento y todas las cosas” (Hch 17:25), ha ofrecido a su Hijo unigénito en beneficio de todos (Jn 3:16) y enriquece a los cristianos para que, a su vez, sean generosos con lo que tienen. (2Co 9:10-15.) De hecho, “toda dádiva buena y todo don perfecto es de arriba, porque desciende del Padre de las luces celestes”. (Snt 1:17; véase REGALO, DÁDIVA.)
Denominación que recibe una porción de territorio en la visión que tuvo Ezequiel sobre la división de la Tierra Prometida.
Cada una de las doce tribus, a excepción de la de Leví (Efraín y Manasés representaban a José, con lo que el total era doce), recibió como herencia una porción de terreno que atravesaba el país de E. a O. Al S. de la porción asignada a Judá, que ocupaba el séptimo lugar contando desde el N., había una franja administrativa. (Eze 48:1-8.) El límite septentrional de esta franja correspondía con el límite meridional del territorio de Judá; al S. limitaba con la porción hereditaria de Benjamín, que ocupaba el quinto lugar contando desde el extremo meridional. (Eze 48:23-28.) La anchura de esta franja administrativa de N. a S. era de 25.000 codos (13 Km.). El pueblo debía darla para uso gubernamental. (Eze 48:8.)
El santuario de Jehová estaba en medio de una “contribución” de 25.000 codos en cuadro dentro de la franja administrativa. Lo que quedaba de la franja al E. y al O. de esta “contribución”, dos porciones, era para el principal. (Eze 48:20-22; véase PRINCIPAL.) La “contribución” cuadrada estaba dividida de la siguiente forma: a lo largo del límite septentrional, una franja de 10.000 codos (5,2 Km.) de ancho para los levitas no sacerdotales. No se podía vender o cambiar nada de ese terreno asignado, “porque es algo santo a Jehová”. (Eze 48:13, 14.) Al S. de esta porción levita había otra franja de 10.000 codos, una “contribución santa para los sacerdotes”. Era en esta sección sacerdotal donde estaba situado el santuario o templo de Jehová. (Eze 48:9-12.) Al S. quedaba una franja de 5.000 codos (2,6 Km.) de ancho, que era “algo profano para la ciudad, para morada y para dehesa”. (Eze 48:15.) En el centro de esta sección estaba la ciudad llamada “Jehová Mismo Está Allí”. Esta ciudad, de 4.500 codos (2,3 Km.) en cuadro, tenía doce puertas y una dehesa de 250 codos (130 m.) de ancho todo alrededor. El resto de la contribución se distribuía de la siguiente manera: 10.000 codos al E. de la ciudad y 10.000 codos al O. Este terreno también se consideraba profano y tenían que cultivarlo las tribus de Israel a fin de proveer alimento para la ciudad. (Eze 48:15-19, 30-35.)
Por consiguiente, “la contribución santa” tenía en realidad 25.000 codos de E. a O. y 20.000 codos de N. a S. Consistía en dos franjas de 10.000 codos de anchura, una asignada a los sacerdotes y la otra a los levitas. El resto de la contribución de 25.000 codos en cuadro era “algo profano” que se usaba “para la ciudad, para morada y para dehesa”. (Eze 48:10, 13-15, 18, 20, 21.)
Reunión de gente para un propósito especial; asamblea. En las Escrituras el término “convocación” se traduce de la palabra hebrea miq·rá´. (Nú 10:2; compárese con Isa 1:13, nota.)
Las “convocaciones santas” estaban programadas del siguiente modo: 1) todos los sábados (Le 23:3); 2) los días primero y séptimo de la fiesta de las tortas no fermentadas del mes de Nisán (marzo-abril) (Nú 28:18, 25; Le 23:6-8); 3) la fiesta de las semanas o fiesta de la cosecha, más tarde conocida como Pentecostés, celebrada en el tercer mes, Siván (mayo-junio) (Le 23:15-21); 4) los días primero y décimo del séptimo mes, Etanim o Tisri (septiembre-octubre); el décimo era el Día de Expiación (Le 23:23-27; Nú 29:1, 7), y 5) el primer día de la fiesta de las cabañas, que empezaba el día quince del séptimo mes, Etanim o Tisri; también el día después de esta fiesta de siete días. (Le 23:33-36.)
Una característica singular de estas “convocaciones santas” era que durante ellas no se permitía hacer ningún trabajo laborioso. Por ejemplo, los días primero y séptimo de la fiesta de las tortas no fermentadas eran “convocaciones santas”, y concerniente a ellas Jehová mandó: “No ha de hacerse ningún trabajo en ellos. Solo lo que cada alma necesite comer, solo eso puede hacerse para ustedes”. (Éx 12:15, 16.) No obstante, durante las “convocaciones santas” los sacerdotes se ocupaban en ofrecer sacrificios a Jehová (Le 23:37, 38), lo que no violaba ningún mandato sobre no hacer trabajo cotidiano normal. Esas ocasiones no eran períodos de ocio para la gente, sino que eran tiempos de gran beneficio espiritual. El sábado semanal el pueblo se reunía para adorar en público y recibir instrucción. Eran edificados por la lectura pública y la explicación de la Palabra escrita de Dios, como ocurría en las sinagogas de tiempos posteriores. (Hch 15:21.) Por lo tanto, aunque la gente no hacía trabajo laborioso alguno durante el sábado u otras “convocaciones santas”, se dedicaba a la oración y meditación en el Creador y sus propósitos. (Véase ASAMBLEA.)
Aquello que se da a los necesitados para aliviar su situación. A pesar de que en las Escrituras Hebreas no se mencionan directamente los “dones de misericordia” (en otras versiones: “limosnas”, “obras de caridad”, “obras de misericordia”) como tales, la Ley daba instrucciones específicas a los israelitas en cuanto a sus obligaciones para con los pobres. No tenían que ser tacaños, sino generosos, con sus hermanos necesitados. (Dt 15:7-10.)
Provisiones para los pobres en Israel. La Ley permitía que una persona entrara en viñedos o sembrados ajenos y comiese del fruto de estos hasta satisfacerse, pero no debía cargar el fruto y llevárselo. (Dt 23:24, 25.) Además prescribía que cuando se recogiera la cosecha, no se segaran los campos completamente hasta la orilla ni se espigaran en su totalidad, como tampoco debería recogerse todo el fruto de los olivos y los viñedos, ya que las rebuscas de la siega y de las otras cosechas deberían quedar para el residente forastero, el huérfano de padre y la viuda. (Le 19:9, 10; Dt 24:19-21.)
Cada tres años, los israelitas tenían que llevar la décima parte de todo su producto de ese año y depositarlo en el interior de las puertas de la ciudad, donde los levitas, los residentes forasteros, los huérfanos y las viudas podrían acudir por sustento. (Dt 14:28, 29; véase DIEZMO.)
Cada siete años y cada cincuenta años, o año de Jubileo, la tierra tenía que permanecer en barbecho para disfrutar de un descanso sabático completo, así que no se hacía la recogida normal de las cosechas. Lo que creciera en ella libremente estaba a disposición de los pobres, aunque también podían servirse de esos frutos el propietario de la tierra, sus esclavos y sus jornaleros. No obstante, parece que durante el año sabático los israelitas por lo general se abastecían de los alimentos que tenían almacenados. (Éx 23:10, 11; Le 25:1-7, 11, 12, 20-22.)
Los principios enunciados en la Ley, relacionados con la obligación que el pueblo de Israel tenía hacia los pobres, se repiten en otras partes de las Escrituras Hebreas. (Job 31:16-22; Sl 37:21; 112:9; Pr 19:17; Ec 11:1, 2.) A los que muestran consideración a los desfavorecidos se les pronuncia felices y se les asegura que cosecharán bendiciones. (Sl 41:1, 2; Pr 22:9.) En la época de Isaías se instó a los israelitas desleales a que compartiesen su pan con los hambrientos, su hogar con los desposeídos y su ropa con el desnudo, un proceder que resultaría en el favor divino. (Isa 58:6, 7.) Por medio de su profeta Ezequiel, Jehová dijo del hombre justo: “Al hambriento daba su propio pan, y al desnudo cubría con una prenda de vestir”. (Eze 18:7-9.)
Como Jehová había prometido bendecir a su pueblo, no tenía por qué haber existido pobreza entre los israelitas. Ahora bien, la ausencia de pobreza estaba condicionada a la obediencia a la Ley. En consecuencia, tanto por causa de la imperfección humana como por la desobediencia a la ley divina, siempre habría pobres entre el pueblo. (Dt 15:4, 5, 11.) Aun así, la mendicidad debió ser infrecuente en el antiguo Israel, pues una de las calamidades que se dijo que les sobrevendría a los inicuos era el que sus propios hijos se verían obligados a mendigar. (Sl 109:10; compárese con 37:25; véase POBRES.)
Punto de vista improcedente sobre el dar. Con el tiempo, el pueblo judío llegó a atribuir a las dádivas de misericordia no solo un mérito intrínseco, sino también un valor expiatorio. Así, de acuerdo con las concepciones talmúdicas, se interpretó Proverbios 11:4 (“Las cosas valiosas no serán de ningún provecho en el día del furor, pero la justicia misma librará de la muerte”) de la siguiente manera: “Como el agua apaga un fuego ardiente, así las limosnas expían los pecados”. (The Jewish Encyclopedia, 1976, vol. 1, pág. 435.) Parece que en los días de Jesús algunos ofrecían sus dádivas con gran ostentación, lo que le impulsó a condenar esa práctica en su Sermón del Monte. (Mt 6:2-4.)
Dádivas cristianas de misericordia. Se animó a los miembros del “rebaño pequeño” de Jesús a “[vender] las cosas que les [pertenecían] y [dar] dádivas de misericordia”. (Lu 12:32, 33.) Jesús dio un consejo similar al joven gobernante rico, y luego le dijo: “Ven, sé mi seguidor”. (Mt 19:16-22; Lu 18:18-23; véase también Jn 13:29.) Jesús recalcó la necesidad de dar “como dádivas de misericordia las cosas que están dentro”. Puede que se haya referido a las cualidades del corazón, en vista de cómo realzó inmediatamente después la importancia de la justicia y el amor. (Lu 11:39-42.)
Medidas de socorro organizadas. Como resultado de que unos 3.000 judíos y prosélitos llegaran a formar parte de la congregación cristiana el día del Pentecostés, así como del continuo incremento en el número de creyentes de entonces en adelante, surgió entre los cristianos una situación excepcional, que exigía poner temporalmente los recursos económicos en un fondo común. Esta medida tenía la finalidad de ayudar a los que habían acudido a la fiesta desde tierras distantes, de forma que pudiesen quedarse más tiempo del previsto a fin de profundizar en su nueva fe. Por lo tanto, los que tenían posesiones las vendían y entregaban el producto de la venta a los apóstoles para que se distribuyera entre los que estaban en necesidad. “Todos los que se hacían creyentes estaban juntos, teniendo todas las cosas en común.” Ahora bien, estas medidas eran totalmente voluntarias, como se ve por la pregunta de Pedro a Ananías: “Mientras permanecía contigo, ¿no permanecía tuyo?, y después que fue vendido, ¿no continuaba bajo tu control?”. (Hch 2:41-47; 4:4, 34, 35; 5:4.)
Parece ser que con el tiempo disminuyó el alcance de estas medidas de socorro, pero, aun así, se distribuía alimento a las viudas necesitadas de la congregación. Por esta causa, los cristianos judíos de habla griega comenzaron a murmurar en contra de los de habla hebrea “porque a sus viudas se las pasaba por alto en la distribución diaria”. Con el fin de corregir esta situación, los apóstoles recomendaron que la congregación escogiese siete varones acreditados “llenos de espíritu y de sabiduría” que hiciesen la distribución de los alimentos. Se llevó a los hombres escogidos ante la presencia de los apóstoles, quienes, después de haber orado, les pusieron al cargo de esa responsabilidad. Su trabajo incluía, seguramente, la administración de fondos, hacer compras y guardar registro de la distribución de los alimentos. (Hch 6:1-6.) Cuando Pablo escribió su primera carta a Timoteo, todavía existía un procedimiento para el cuidado de las viudas, como se desprende de las instrucciones a Timoteo en cuanto a quiénes podían recibir tal apoyo económico. (1Ti 5:3-16.)
Además de cuidar de las viudas, la congregación del primer siglo organizó medidas de socorro a favor de otros creyentes necesitados. Aunque este dar organizado estaba dirigido por hombres nombrados de la congregación, de nuevo era completamente voluntario. (Hch 11:28-30; Ro 15:25-27; 1Co 16:1-3; 2Co 9:5, 7; véase SOCORRO.)
Importancia relativa del dar material. En las Escrituras Griegas Cristianas no solo se estimula a ser hospitalario y compartir con otros, sino que se muestra que mantener a la propia familia y ayudar a los hermanos necesitados son requisitos cristianos. (Ro 12:13; 1Ti 5:4, 8; Snt 2:15, 16; 1Jn 3:17, 18.) La preocupación sincera por los pobres caracteriza a la religión verdadera. (Snt 1:27; 2:1-4.) Jesús indicó que el hacer el bien a “los más pequeños de estos [sus] hermanos” distingue a las “ovejas” de las “cabras”. (Mt 25:31-46.) Ahora bien, la ayuda que prestan las “ovejas” se debe a su reconocimiento de la posición de los seguidores de Cristo más bien que ser un simple acto humanitario. (Mt 10:40-42.)
Para que el dador obtenga verdadera felicidad, nunca debe dar nada rezongando ni de mala gana o como obligado, pues “Dios ama al dador alegre”. (2Co 9:7; Hch 20:35; 1Pe 4:9.) Por otra parte, las dádivas de misericordia materiales no son suficientes en sí mismas para conseguir la vida eterna, y Jesucristo no les atribuyó importancia primordial. (Jn 17:3; 12:1-8.)
Décima parte o diez por ciento dado o pagado como tributo, en especial con propósitos religiosos.
En la Biblia se relatan dos ocasiones anteriores a la entrada en vigor del pacto de la Ley, en las que se le dieron a Dios o a un representante suyo una décima parte de las posesiones. La primera de ellas fue cuando Abrahán le dio a Melquisedec una décima parte del despojo de su victoria sobre Kedorlaomer y sus aliados. (Gé 14:18-20.) El apóstol Pablo cita este incidente como prueba de que el sacerdocio de Cristo a la manera de Melquisedec es superior al de Leví, puesto que Leví, que estaba “en los lomos” de Abrahán, pagó diezmos a Melquisedec. (Heb 7:4-10.) El segundo caso tiene que ver con Jacob, quien en Betel hizo un voto de darle una décima parte de sus bienes materiales a Dios. (Gé 28:20-22.)
Sin embargo, en esos dos relatos se habla tan solo de que alguien dio voluntariamente un diezmo. No hay ningún registro de que Abrahán o Jacob ordenasen a sus descendientes seguir tales ejemplos, estableciendo así una práctica religiosa, una costumbre o una ley. En el caso de Jacob, habría sido innecesario hacer un voto si ya se hubiera encontrado bajo la obligación de pagar diezmos. Por lo tanto, es obvio que el pago de diezmos no era una costumbre o una ley entre los antiguos hebreos. Se instituyó con la inauguración del pacto de la Ley y no antes.
Leyes mosaicas relativas a pagar diezmos. Jehová dio a Israel leyes acerca de los diezmos con propósitos concretos. Al parecer había dos diezmos sobre el ingreso anual, a excepción del año sabático, en el que no se pagaba ningún diezmo puesto que no se esperaba ningún ingreso. (Le 25:1-12.) Sin embargo, algunos eruditos creen que solo había un diezmo. Los diezmos venían a añadirse a las primicias, que tenían que ofrecerse obligatoriamente a Jehová. (Éx 23:19; 34:26.)
El primer diezmo, que consistía en una décima parte del producto de la tierra, de los árboles frutales y de las vacadas y los rebaños (quizás del aumento que hubiesen experimentado), se llevaba al santuario y se daba a los levitas, ya que ellos no tenían ninguna herencia en la tierra, sino que estaban dedicados al servicio del santuario. (Le 27:30-32; Nú 18:21, 24.) A su vez, los levitas daban una décima parte de lo que recibían al sacerdocio aarónico para su sustento. (Nú 18:25-29.)
El grano se trillaba y el fruto de la vid y del olivo se convertía en vino y aceite antes de entregarlos como diezmo. (Nú 18:27, 30; Ne 10:37.) Si en lugar del diezmo del producto, un israelita deseaba dar el valor en dinero, podía hacerlo, pero tenía que añadir una quinta parte adicional al valor del producto. (Le 27:31.) El caso del rebaño y del hato era diferente. A medida que los animales salían por la puerta del aprisco uno a uno, el propietario marcaba con una vara uno de cada diez como el diezmo, sin examinarlo o seleccionarlo. (Le 27:32, 33.)
Parece ser que había otro diezmo, un segundo diezmo, que se apartaba cada año para otros propósitos distintos del apoyo directo al sacerdocio levítico, aunque los levitas recibían parte de él. Por lo general, las familias israelitas lo usaban y lo disfrutaban en gran medida cuando se reunían en las fiestas nacionales. En los casos en que la distancia a Jerusalén era demasiado grande para llevar hasta allí este diezmo, el producto se convertía en dinero, que se empleaba en Jerusalén para el mantenimiento y el disfrute de la familia durante la convocación santa. (Dt 12:4-7, 11, 17, 18; 14:22-27.) Hacia el final de cada tercer y sexto año del ciclo sabático de siete años, este diezmo, en vez de usarse para sufragar gastos en las asambleas nacionales, se apartaba para los levitas, residentes forasteros, viudas y huérfanos de la comunidad local. (Dt 14:28, 29; 26:12.)
Estas leyes sobre el diezmo a las que estaban sujetos los israelitas no eran excesivas. No hay que olvidar que Dios prometió hacer prosperar a Israel abriendo “las compuertas de los cielos” si se obedecían las leyes de los diezmos. (Mal 3:10; Dt 28:1, 2, 11-14.) Cuando el pueblo se hacía negligente respecto al pago del diezmo, el servicio del sacerdocio sufría, puesto que los sacerdotes y los levitas se veían obligados a trabajar seglarmente y por consiguiente descuidaban sus servicios ministeriales. (Ne 13:10.) Tal infidelidad contribuía a la decadencia de la adoración verdadera. Es lamentable que cuando las diez tribus apostataron con la adoración de becerros, utilizaron el diezmo para apoyar esta adoración falsa. (Am 4:4, 5.) Por otra parte, cuando Israel fue fiel a Jehová y estuvo bajo la gobernación de administradores justos, se restableció el pago de diezmos a los levitas, y Jehová, fiel a su promesa, hizo que no hubiese escasez. (2Cr 31:4-12; Ne 10:37, 38; 12:44; 13:11-13.)
La Ley no prescribía ningún castigo para la persona que no pagase el diezmo. Jehová colocó a los israelitas bajo la obligación moral de pagarlo y dos veces en cada ciclo sabático, es decir, al final de cada tercer y sexto año, tenían que confesar delante de Él que se había pagado en su totalidad. (Dt 26:12-15.) Cualquier cosa que se retenía de forma indebida se consideraba como algo robado a Dios. (Mal 3:7-9.)
En el siglo I E.C. los líderes religiosos judíos, en particular los escribas y fariseos, hicieron del diezmo y otras obras externas un despliegue de adoración santurrona, pero su corazón estaba muy alejado de Dios. (Mt 15:1-9.) Jesús los reprendió por su actitud egoísta e hipócrita, subrayando que eran meticulosos en dar el décimo de “la hierbabuena y del eneldo y del comino” (algo que, de todos modos, era su obligación), pero que al mismo tiempo desatendían “los asuntos de más peso de la Ley, a saber: la justicia y la misericordia y la fidelidad”. (Mt 23:23; Lu 11:42.) En una ilustración Jesús contrastó al fariseo orgulloso que se creía justo —por sus obras de ayuno y los diezmos que daba— con el recaudador de impuestos que, a pesar de ser menospreciado por el fariseo, se humilló, confesó sus pecados a Dios y rogó misericordia divina. (Lu 18:9-14.)
Los cristianos no han de pagar el diezmo. En ningún momento se les ordenó a los cristianos del primer siglo que pagasen diezmos. Bajo la Ley, el propósito principal había sido apoyar el templo de Israel y su sacerdocio. Por consiguiente, la obligación de pagar el diezmo cesaría cuando el pacto de la ley mosaica finalizase, al llegar a su fin con la muerte de Cristo en el madero de tormento. (Ef 2:15; Col 2:13, 14.) Es cierto que los sacerdotes levíticos continuaron sirviendo en el templo de Jerusalén hasta que fue destruido en el año 70 E.C., pero desde 33 E.C. los cristianos llegaron a ser parte de un sacerdocio espiritual nuevo, un sacerdocio que no necesitaba diezmos. (Ro 6:14; Heb 7:12; 1Pe 2:9.)
A los cristianos se les animaba a apoyar el ministerio, tanto mediante su propia actividad ministerial como mediante sus contribuciones materiales. En vez de dar cantidades fijas para sufragar los gastos de la congregación, habían de contribuir ‘según lo que tenía la persona’, dando ‘como lo había resuelto en su corazón, no de mala gana ni como obligado, porque Dios ama al dador alegre’. (2Co 8:12; 9:7.) Se les animó a seguir el principio: “Que los ancianos que presiden excelentemente sean tenidos por dignos de doble honra, especialmente los que trabajan duro en hablar y enseñar. Porque la escritura dice: ‘No debes poner bozal al toro cuando trilla el grano’; también: ‘El trabajador es digno de su salario’”. (1Ti 5:17, 18.) Sin embargo, el apóstol Pablo dejó un buen ejemplo al no convertirse en una carga económica indebida para la congregación. (Hch 18:3; 1Te 2:9.)
Predicador del evangelio o buenas nuevas; alguien que lleva un buen mensaje. El término griego eu·ag·gue·li·stés (evangelizador) viene de eu·ag·gué·li·on, que significa “buena nueva” o “evangelio”. (Véase BUENAS NOTICIAS; también Na 1:15, nota; Mt 4:23, nota.) Jehová es el gran Evangelizador o Portador de buenas nuevas. Después que Adán pecó, las palabras de Génesis 3:15 acerca de que habría una descendencia que aplastaría la cabeza de la serpiente fueron buenas nuevas, y supusieron una esperanza para la humanidad. (Ro 8:20.) Al ampliar la promesa sobre la descendencia, Jehová le declaró a Abrahán buenas nuevas. (Gál 3:8; Gé 12:1-3.) En Isaías 52:7 se profetizó que alguien ‘traería buenas nuevas’ con respecto a la restauración de los judíos de Babilonia. El apóstol Pablo cita este texto en conexión con la evangelización que efectúan los cristianos. (Ro 10:15.) El ángel Gabriel actuó como evangelizador cuando anunció a Zacarías las buenas nuevas del venidero nacimiento de Juan el Bautista, y a María las del nacimiento de Jesús. Otro ángel informó de la buena nueva a los pastores cuando Jesús nació. (Lu 1:18-38; 2:10.) Juan el Bautista fue un evangelizador, pues se dice que “continuó declarando las buenas nuevas al pueblo”. (Lu 3:18.) De hecho, todos los discípulos de Jesús participaron en el ministerio público de declarar las buenas nuevas, de modo que fueron evangelizadores. (Hch 8:4.)
Misioneros evangelizadores especiales. Aunque todos los cristianos reciben la comisión de ser evangelizadores de las buenas nuevas y predicar a otras personas, esta palabra se usa de un modo especial en Efesios 4:8, 11, 12. En este pasaje, Pablo habla de las “dádivas en hombres” que Cristo entregó a la congregación cuando ascendió a los cielos: “Y dio algunos como apóstoles, algunos como profetas, algunos como evangelizadores, algunos como pastores y maestros [...] para la edificación del cuerpo del Cristo”. El trabajo específico de estos evangelizadores era el de ser misioneros. Ellos a menudo abrirían nuevos campos en lugares donde no se había predicado antes. En la lista de Efesios 4:11 los evangelizadores preceden a los pastores y a los maestros, porque después que se han predicado las buenas nuevas y se han hecho discípulos, los pastores y los maestros continúan la obra de edificación.
Felipe es un ejemplo de alguien a quien se llama específicamente evangelizador. Después del Pentecostés, inició la obra en la ciudad de Samaria con gran éxito. Guiado por un ángel, Felipe le predicó las buenas nuevas acerca del Cristo a un eunuco etíope, a quien él mismo bautizó. Más tarde, el espíritu condujo a Felipe a predicar en Asdod y en todas las ciudades hasta llegar a Cesarea. (Hch 8:5, 12, 14, 26-40.) Asimismo, Pablo trabajó de forma activa en la evangelización. (2Co 10:13-16.) También Timoteo fue un evangelizador o misionero. Cuando Pablo le dio su última exhortación, subrayó de manera especial la evangelización: “Tú, sin embargo, mantén tu juicio en todas las cosas, sufre el mal, haz la obra de evangelizador, efectúa tu ministerio plenamente”. Timoteo participaba con otros cristianos en la predicación de las buenas nuevas y, como era superintendente en Éfeso, también se dedicaba al pastoreo y la enseñanza. (2Ti 4:5; 1Ti 1:3.)
La evangelización en el “tiempo del fin”. La obra de evangelización más extensa de toda la historia tendría que efectuarse en el “tiempo del fin”, según la declaración de Jesús registrada en Mateo 24:14: “Estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada [...]; y entonces vendrá el fin”. En la actualidad, las naciones tienen sus misioneros en el campo de la economía, la política, la medicina, etc.; sin embargo, a los cristianos se les manda predicar el reino de Dios y hacer discípulos de Jesucristo. (2Ti 4:2; 1Co 9:16; 1Pe 1:12, 25; 4:17.) El ángel que vuela en medio del cielo con las buenas nuevas eternas hace la siguiente proclamación: “Teman a Dios y denle gloria, porque ha llegado la hora del juicio por él, de modo que adoren al que hizo el cielo y la tierra y el mar y las fuentes de las aguas”. (Apo 14:6, 7.) Estas son las buenas nuevas que el evangelizador o misionero cristiano debe llevar. Así como la Biblia habla de algunos cristianos, como Felipe, que fueron misioneros o evangelizadores en un sentido especial, en la actualidad algunos cristianos tal vez vayan a otros países para predicar en calidad de misioneros. (Hch 21:8.) No obstante, todos los cristianos están comisionados y obligados a ser evangelizadores donde sea que se encuentren, predicando las buenas nuevas a hombres de toda clase. (Ro 10:9, 10.)
En el libro Evangelism in the Early Church, Michael Green, de Oxford (Inglaterra), comenta: “Uno de los aspectos más impresionantes de la evangelización del primer siglo fue la clase de personas que la asumió. [...] [La evangelización] fue prerrogativa y deber de todo miembro de la iglesia. [...] El cristianismo fue ante todo un movimiento laico, difundido por misioneros espontáneos”. El término “evangelizador” significa “que evangeliza o predica la buena nueva”. Las instrucciones de Jesucristo sobre la evangelización aplicarían a todos sus seguidores. Él dijo: “Se proclamará esta Buena Nueva [evangelio] del Reino en el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin”. (Mateo 24:14, Biblia de Jerusalén.) Esto significa que la evangelización de más amplio alcance se realizaría en “el tiempo del fin”. (Daniel 12:4.) (g92 8/7 27)
“De evangelizador”: tanto en el hebreo como en el griego la palabra “ángel” significa literalmente “mensajero”, y la palabra “evangelizador” se deriva de dos palabras griegas que significan “bueno” y “ángel” (o “mensajero”). (w83 15/6 16 párr. 4) Este término traduce el vocablo griego eu·ag·gue·li·stës, de la misma familia que la palabra eu·ag·gué·li·on, la cual quiere decir “buenas nuevas”. Así pues, el evangelizador es un predicador, o mensajero, de buenas nuevas. (w95 1/12 8; w92 1/9 16 párr. 1.)
En la Biblia se usa este término con referencia a cubrir los pecados. En las Escrituras Hebreas son comunes los términos relacionados con la expiación, sobre todo en los libros de Levítico y Números. La palabra hebrea para expiar es ka·fár, y probablemente significaba en un principio “cubrir” o, según piensan algunos, “borrar”.
En las Escrituras Hebreas, este concepto estaba relacionado con los sacrificios que se hacían para que el pueblo pudiera acercarse a Dios y adorarlo. Bajo la Ley mosaica se ofrecían sacrificios, especialmente en el Día de Expiación anual, por los pecados de cada persona y de toda la nación a fin de reconciliarse con Dios. Esos sacrificios representaron el sacrificio de Jesús, que expió por completo los pecados de la humanidad una vez y para siempre. Así se le dio a todo el mundo la oportunidad de reconciliarse con Jehová (Le 5:10; 23:28; Col 1:20; Heb 9:12).
El hombre necesita expiación. El hombre tiene necesidad de que se le cubran o expíen los pecados debido al pecado heredado (1Re 8:46; Sl 51:5; Ec 7:20; Ro 3:23), del que solo él es responsable, no Dios. (Dt 32:4, 5.) Adán perdió la vida eterna en perfección, y transmitió el pecado y la muerte a su prole (Ro 5:12), de modo que todos sus descendientes llegaron a estar condenados a muerte. Para que la humanidad pudiera recuperar la oportunidad de disfrutar de vida eterna, y en armonía con el principio legal que más tarde Jehová incorporaría en la ley mosaica, a saber, el de igual por igual, tenía que hacerse expiación con algo que equivaliera exactamente a lo que Adán había perdido. (Dt 19:21.)
La idea primaria que transmite la palabra “expiación” en la Biblia, es “cubrir” o “cambiar”, y lo que se da como cambio por otra cosa tiene que tener el mismo valor. Ningún ser humano imperfecto podía suministrar tal expiación para restaurar la vida humana perfecta a la humanidad en general ni a nadie en particular. (Sl 49:7, 8.) Para hacer expiación por lo que Adán había perdido, tenía que proveerse una ofrenda por el pecado que tuviera el valor exacto de una vida humana perfecta.
Jehová Dios instituyó un modo de hacer expiación en el pueblo de Israel que tipificó una provisión mayor de expiación. Jehová, no el hombre, es quien debe recibir el crédito por determinar y revelar los medios de expiación para cubrir el pecado heredado y suministrar liberación de la resultante condena de muerte.
Sacrificios de expiación. Dios mandó a los israelitas que ofrecieran sacrificios como ofrendas por el pecado para hacer expiación. (Éx 29:36; Le 4:20.) De particular importancia era el Día de Expiación anual, cuando el sumo sacerdote de Israel ofrecía sacrificios de animales a favor de sí mismo, de los demás levitas y de las tribus no sacerdotales de Israel. (Le 16.) Los sacrificios de animales tenían que ser inmaculados, lo que indicaba que su antitipo debía ser perfecto. Además, el que se diera la vida de la víctima y se derramara su sangre muestra el valor que tenía la expiación. (Le 17:11.) Las ofrendas por el pecado que hacían los israelitas y los diferentes rasgos del Día de Expiación anual debieron impresionar en ellos la gravedad de su estado pecaminoso y lo necesitados que estaban de una expiación completa. Sin embargo, los sacrificios de animales no podían expiar por completo el pecado humano, porque la creación animal es inferior al hombre, a quien se dio el dominio sobre ella. (Gé 1:28; Sl 8:4-8; Heb 10:1-4; véanse DÍA DE EXPIACIÓN; OFRENDAS.)
Cumplimiento en Cristo Jesús. Las Escrituras Griegas Cristianas relacionan sin ambages la expiación completa de los pecados humanos con Jesucristo. En él se cumplen los tipos y sombras de la ley mosaica, ya que es a quien señalan los diferentes sacrificios de animales. Como humano perfecto, sin pecado, fue la ofrenda por el pecado de todos los descendientes de Adán que con el tiempo serán liberados del pecado y la muerte heredados. (2Co 5:21.) Cristo “ofreció un sacrificio por los pecados perpetuamente” (Heb 10:12), y no hay duda de que es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. (Jn 1:29, 36; 1Co 5:7; Apo 5:12; 13:8; compárese con Isa 53:7.) El perdón depende del derramamiento de sangre (Heb 9:22), y a los cristianos que andan en la luz se les asegura que “la sangre de Jesús su Hijo [los] limpia de todo pecado”. (1Jn 1:7; Heb 9:13, 14; Apo 1:5.)
La vida humana perfecta de Jesús ofrecida en sacrificio es la ofrenda por el pecado antitípica. Es el elemento valioso con el que se compra a la humanidad, redimiéndola del pecado y la muerte heredados. (Tit 2:13, 14; Heb 2:9.) Cristo mismo afirmó: “El Hijo del hombre no vino para que se le ministrara, sino para ministrar y para dar su alma en rescate [gr. ly·tron] en cambio por muchos”. (Mr 10:45; véase RESCATE.) Su sacrificio fue el pago exacto por lo que había perdido el pecador Adán, ya que Jesucristo era perfecto y, por lo tanto, igual que Adán antes de su pecado. (1Ti 2:5, 6; Ef 1:7.)
Se hace posible la reconciliación. El pecado causa una división entre el hombre y Dios, pues Jehová no aprueba el pecado. La relación entre el hombre y su Creador solo podía restablecerse si se satisfacía el requisito de una verdadera expiación del pecado. (Isa 59:2; Hab 1:13; Ef 2:3.) Jehová Dios ha hecho posible la reconciliación entre sí mismo y la humanidad pecaminosa mediante el hombre perfecto Cristo Jesús. Por ello, el apóstol Pablo escribió: “También nos alborozamos en Dios mediante nuestro Señor Jesucristo, mediante quien ahora hemos recibido la reconciliación”. (Ro 5:11; véase RECONCILIACIÓN.) Por consiguiente, para conseguir el favor de Dios, es necesario aceptar la mediación de Jesucristo: la provisión de Dios para la reconciliación. Solo por este medio es posible llegar a estar en una posición comparable a la de Adán antes de su pecado. Dios manifiesta su amor al hacer posible esta reconciliación. (Ro 5:6-10.)
La propiciación satisface la justicia. Todavía tenía que satisfacerse la justicia. Aunque el hombre había sido creado perfecto, perdió esta condición cuando pecó, y tanto él como sus descendientes llegaron a estar bajo la condenación de Dios. La justicia y la fidelidad a los principios de rectitud requerían que Dios ejecutara la sentencia de su ley contra el desobediente Adán. No obstante, el amor movió a Dios, a proporcionar un modo de satisfacer la justicia para que, sin violarla, la descendencia arrepentida del pecador Adán pudiera ser perdonada y consiguiera la paz con Dios. (Col 1:19-23.) Por lo tanto, Jehová “envió a su Hijo como sacrificio propiciatorio por nuestros pecados”. (1Jn 4:10; Heb 2:17.) La propiciación mueve a la consideración propicia o favorable. El sacrificio propiciatorio de Jesús elimina la razón por la que Dios tiene que condenar a los hombres y hace posible que les extienda favor y misericordia. Esta propiciación elimina el cargo de pecado y la condena de muerte resultante en el caso del Israel espiritual y de todos los demás que se valgan de ella. (1Jn 2:1, 2; Ro 6:23.)
La idea de la sustitución sobresale en ciertos textos bíblicos relativos a la expiación. Por ejemplo, Pablo observó que “Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras” (1Co 15:3), y que “Cristo, por compra, nos libró de la maldición de la Ley, llegando a ser una maldición en lugar de nosotros, porque está escrito: ‘Maldito es todo aquel que es colgado en un madero’”. (Gál 3:13; Dt 21:23.) Pedro comentó: “Él mismo cargó con nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero, para que acabáramos con los pecados y viviéramos a la justicia. Y ‘por sus heridas ustedes fueron sanados’”. (1Pe 2:24; Isa 53:5.) Pedro también escribió: “Cristo murió una vez para siempre respecto a pecados, un justo por injustos, para conducirlos a ustedes a Dios”. (1Pe 3:18.)
Esta disposición amorosa promueve la fe. Dios y Cristo han ejemplificado su amor en esta provisión de expiación completa de los pecados heredados del hombre. (Jn 3:16; Ro 8:32; 1Jn 3:16.) Sin embargo, para beneficiarse de ella, la persona tiene que arrepentirse de verdad y ejercer fe. Jehová no se complacía en los sacrificios de Judá cuando se ofrecían sin la actitud apropiada. (Isa 1:10-17.) Dios envió a Cristo “como ofrenda para propiciación mediante fe en su sangre”. (Ro 3:21-26.) Los que con fe aceptan la provisión de Dios para expiación mediante Jesucristo pueden obtener la salvación; los que la desprecian, no. (Hch 4:12.) Y para cualquiera que ‘voluntariosamente practique el pecado después de haber recibido el conocimiento exacto de la verdad, no queda ya sacrificio alguno por los pecados, sino que hay cierta horrenda expectación de juicio’. (Heb 10:26-31.)
La palabra española “grasa” se usa para traducir diversos términos hebreos que no solo aplican a la sustancia que su nombre indica, sino también a todo aquello que es carnoso y gordo. Estos términos también se pueden utilizar en sentido figurado para referirse a lo que es rico o fértil, o para dar la idea de insensibilidad de la mente y el corazón.
La palabra hebrea jé·lev se usa normalmente para referirse a la “grasa” como sustancia, tanto procedente de animales (Le 3:3), como del hombre. (Jue 3:22.) Para designar el sebo o grasa que está sobre los riñones o lomos en las ofrendas quemadas también se usa la palabra pé·dher. (Le 1:8, 12; 8:20.) La primera vez que aparece la palabra jé·lev es en Génesis 4:4, con relación al sacrificio que Abel hizo a Jehová de los “trozos grasos” de los primogénitos de su rebaño. También se usa jé·lev como metáfora de la porción más rica y mejor de algo. Un ejemplo de ello lo encontramos en Génesis 45:18, cuando Faraón extiende a José la invitación para que toda su familia coma “la parte más rica [jé·lev] de la tierra”. De igual manera, Números 18:12 dice: “Todo lo mejor [jé·lev] del aceite y todo lo mejor [jé·lev] del vino nuevo y el grano, [...] te los he dado a ti”. (Véanse Sl 81:16; 147:14.)
La ley sobre la grasa. En el tercer capítulo de Levítico, Jehová dio instrucciones a los israelitas sobre el uso de la grasa en los sacrificios de comunión. Cuando ofrecieran reses vacunas o cabras, habrían de hacer que humearan sobre el altar la grasa que estaba alrededor de los lomos, de los intestinos y sobre los riñones, así como el apéndice graso que está sobre el hígado. En el caso de las ovejas, había de ofrecerse igualmente la cola grasa entera. (Las ovejas de Siria, Palestina, Arabia y Egipto tienen colas gordas que a veces pesan hasta 5 Kg. o más.) La Ley decía específicamente: “Toda la grasa pertenece a Jehová. [...] No deben comer grasa alguna ni sangre alguna”. (Le 3:3-17.)
La grasa ardería rápidamente y se consumiría por completo sobre el altar. No habría de dejarse hasta la mañana siguiente nada de la grasa que se hubiera ofrecido sobre el altar; existía la posibilidad de que se echara a perder y su olor fuera desagradable, algo absolutamente impropio para cualquier cosa que formara parte de las ofrendas sagradas. (Éx 23:18.)
No aplica a los cristianos. Cuando después del Diluvio se dio permiso a Noé y su familia para añadir la carne a su dieta, se les prohibió comer sangre, pero no se dijo nada sobre la grasa. (Gé 9:3, 4.) Esto ocurrió más de ochocientos cincuenta años antes del pacto de la Ley hecho con Israel, en el que se prohibía consumir tanto la sangre como la grasa. Más tarde, en el siglo I E.C., el cuerpo gobernante de la congregación cristiana reafirmó esta prohibición respecto a la sangre para los cristianos (Hch 15:20, 28, 29), pero al igual que en el caso de Noé y su familia, no se hizo ninguna observación sobre si los cristianos podían comer grasa. De todo ello se desprende que la ley que prohibía comer grasa se dio exclusivamente a la nación de Israel.
Por qué se dio esta ley. Bajo el pacto de la Ley, se consideraba que tanto la sangre como la grasa le pertenecían exclusivamente a Jehová. La vida está en la sangre, y solo Jehová es quien puede dar esta vida; por lo tanto, a Él le pertenece. (Le 17:11, 14.) Se consideraba que la grasa era la parte más sabrosa de la carne del animal. Al ofrecer la grasa del animal, el adorador reconocía que las “primeras” o mejores partes le pertenecen a Jehová, quien provee con abundancia, y sería una demostración de su deseo de ofrecer lo mejor a Dios. Debido a que la ofrenda simbolizaba que los israelitas le entregaban lo mejor a Jehová, se decía que humeaba sobre el altar como “alimento” y como un “olor conducente a descanso” para Él. (Le 3:11, 16.) Por consiguiente, comer la grasa era apropiarse ilegalmente de lo que estaba santificado a Dios, usurpar los derechos de Jehová. Estaba castigado con la pena de muerte. No obstante, a diferencia de la sangre, la grasa podía usarse para otros propósitos, por lo menos en el caso de un animal que muriese de muerte natural o que lo matase otra bestia. (Le 7:23-25.)
Alcance de la aplicación de la ley. Sobre la base de este último texto, muchos escriturarios han intentado limitar la prohibición de Levítico 3:17 a la grasa de aquellos animales aptos para ser ofrecidos en sacrificio, tales como los toros, las ovejas y las cabras. La enseñanza judía rabínica está dividida a este respecto. No obstante, el mandato acerca de la grasa que se da en Le 3:17 está enlazado con la ley sobre comer sangre, que incluía claramente la sangre de todos los animales. (Compárese con Le 17:13; Dt 12:15, 16.) En consecuencia, parece más lógico que la ley acerca de la grasa aplicase a todos los animales, incluso a aquellos que los israelitas matasen para su uso cotidiano.
El que la prohibición aplicase a toda la grasa no se contradice con el texto de Deuteronomio 32:14, que dice que Jehová dio a Israel “grasa de carneros” para comer. Esta es una expresión figurativa que hace referencia a lo mejor del rebaño o, tal como traduce la frase la Versión Popular, “lo mejor de los corderos”. (Véanse también BR, Mod, TA.) Este sentido poético se indica además en las expresiones que vienen a continuación en este mismo versículo, referentes a “la grasa de los riñones del trigo” y la “sangre de la uva”. Lo mismo sucede en Nehemías 8:10, donde se le manda al pueblo: “Vayan, coman las cosas grasas”. Por esta declaración no podemos concluir que consumieron literalmente grasa. “Las cosas grasas” es una expresión que hace referencia a las porciones suculentas, a las cosas que no estaban desprovistas de carne o eran secas, sino, más bien, sustanciosas, entre las que estaban los platos sabrosos que se preparaban con aceites vegetales. Por eso, otras versiones muestran que se les animaba a comer “buenas tajadas” (NBE), “ricos manjares” (Val, 1989) o “buenos platos” (EMN, 1988).
La ley mosaica no impedía cebar las ovejas y las reses. Por ello, el registro habla del “torillo cebado” que se mató para el hijo pródigo. (Lu 15:23.) El alimento de Salomón incluía “cuclillos engordados” y “reses vacunas gordas”. (1Re 4:23.) En 1 Samuel 28:24 aparece la palabra hebrea `e·ghel-mar·béq, que se traduce “becerro engordado”, y los términos mé·aj y merí´ hacen referencia a un ‘animal bien alimentado’ o a un ‘animal cebado’. (Isa 5:17; Eze 39:18.) No obstante, esto no significa que se ‘engordara’ a los animales con el propósito de producir sebo o capas de grasa, sino para que se hicieran robustos, fuertes. (Compárese con Gé 41:18, 19.)
Otros términos hebreos. Algunos de los términos hebreos que se usan para designar cualquier cosa que tuviese “grasa” son los derivados del verbo raíz scha·mén. Aunque significa “engordar” (Dt 32:15; Jer 5:28), también conlleva la idea de ser “robusto”. La Versión de Salvatore Garofalo traduce Isaías 6:10, donde aparece el término scha·mén: “Recubre de grasa el corazón de ese pueblo”, o lo que es lo mismo, hazlo insensible y torpe, como si lo envolviera una capa de grasa. Por otra parte, en Jueces 3:29 se describe a ciertos moabitas como “cada uno robusto [scha·mén, literalmente, “grueso”] y cada uno hombre valiente”. Una palabra emparentada con esta, sché·men, suele traducirse “aceite”.
El verbo da·schén significa literalmente “engordar”, pero también puede llevar la idea de prosperar. En ese caso, da·schén (y la palabra emparentada dé·schen), indica bienestar, fertilidad o abundancia. Por eso, Jehová dijo a Israel que los introduciría en una tierra “que mana leche y miel, y ciertamente comerán y quedarán satisfechos y engordarán [wedha·schén]”. (Dt 31:20.) También se nos dice que los que son generosos, diligentes y confían en Jehová ‘serán engordados’, es decir, disfrutarán de gran prosperidad, (Pr 11:25; 13:4; 28:25) y en Proverbios 15:30 se menciona que las buenas noticias ‘hacen engordar los huesos’, los llena de médula o, en otras palabras, vigorizan todo el cuerpo. Por otra parte, dé·schen también transmite la noción de abundancia, como, por ejemplo, en el Salmo 36:8, donde se dice que los hijos de los hombres “beben hasta saciarse de la grosura [mid·dé·schen; “abundancia”, Val]” de la casa de Dios. (Compárese con Jer 31:14.)
Cuando el nombre dé·schen se refiere a los desperdicios del altar para sacrificios en el tabernáculo, la mayoría de las versiones lo traducen por “cenizas”. (Le 1:16; 4:12; 6:10, 11, MK, NC, VP.) Sin embargo, otros eruditos creen que “cenizas” no refleja a cabalidad el significado de la raíz en la lengua original. Por eso utilizan expresiones como “grasa incinerada” (BJ, 1972), “cenizas de(l) sebo” (BAS, nota) o “cenizas grasosas” (NM), porque entienden que la grasa derretida de los sacrificios empapaba la leña que ardía debajo.
La palabra ba·rí´ expresa la idea de estar sano y bien alimentado. Se traduce “gordo” (Eze 34:3, 20; Jue 3:17), “saludable” (Hab 1:16) y también “grueso”. (Gé 41:2, 7.)
Acción de dar a conocer, descubrir o poner a la vista algo. El término griego e·pi·fá·nei·a, traducido “manifestación”, se utiliza en las Escrituras con referencia al período de tiempo que Jesucristo estuvo en la Tierra y, especialmente, a diversos acontecimientos que habrían de ocurrir en el futuro, durante su presencia investido de poder real.
El Hijo de Dios manifestado en carne. Con respecto a la “manifestación [en carne] de nuestro Salvador, Cristo Jesús”, el apóstol Pablo escribió las palabras de 2 Timoteo 1:9-11. El que Jehová enviara a Su Hijo desde el cielo repercutiría en la vindicación de Su nombre y soberanía, resultaría en la ‘abolición de la muerte’ heredada de Adán y brindaría a algunos seres humanos la oportunidad de recibir vida incorruptible en el cielo. Una característica del desenvolvimiento del “secreto sagrado de esta devoción piadosa” fue que Jesús fuese “puesto de manifiesto en carne”. (1Ti 3:16.) Según Pablo, el acto de enviar Dios a su Hijo fue una ‘manifestación’ de Su bondad inmerecida “que trae salvación a toda clase de hombres [...], y nos instruye a repudiar la impiedad y los deseos mundanos y a vivir con buen juicio y justicia y devoción piadosa en medio de este sistema de cosas actual, mientras aguardamos la feliz esperanza y la gloriosa manifestación del gran Dios y del Salvador nuestro, Cristo Jesús”. (Tit 2:11-13.) La manifestación de Cristo en gloria resultaría en que también se manifestase la gloria de Dios, Aquel que lo envió. ★¿Qué ocurrió al tercer día de morir Jesús? - (15-7-2014-Pg.29-§3)
Cristo manifestado en gloria celestial. Se predijo que durante su presencia, Cristo dirigiría la atención a sus hermanos espirituales que durmieran en la muerte, aquellos de los que Pablo dijo que, al igual que él, habían “amado su manifestación”, de modo que recibirían la ‘corona de la justicia como recompensa’. (2Ti 4:8.) También se profetizó que cuando el Señor “[descendiese] del cielo con una llamada imperativa, con voz de arcángel y con trompeta de Dios”, se levantarían primero los muertos en unión con Cristo, quien los recibiría en casa a sí mismo, y de esta forma se les manifestaría poderosamente en su gloria. Luego procedería a manifestar su presencia a los hermanos de ellos que aún estuviesen en la Tierra, a los que llevaría ‘a casa a sí mismo’ al momento de su muerte. (1Te 4:15, 16; Jn 14:3; Apo 14:13.)
En calidad de rey y juez. Aunque cuando Cristo estuvo ante Poncio Pilato dijo que su Reino no era parte de este mundo, no negó que fuese rey. (Jn 18:36, 37.) Sin embargo, no se manifestó en calidad de potentado, puesto que no había llegado el tiempo para asumir la autoridad de su Reino. No obstante, llegaría el tiempo en que “la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” se reconocería claramente, y él ejercería autoridad como “el feliz y único Potentado” y “el Rey de los que reinan y Señor de los que gobiernan como señores”. (1Ti 6:13-16; Da 2:44; 7:13, 14.)
En virtud del Reino venidero y de la manifestación de Cristo, Pablo le dijo a Timoteo: “Solemnemente te encargo delante de Dios y de Cristo Jesús, que está destinado a juzgar a los vivos y a los muertos, y por su manifestación y su reino: predica la palabra”. (2Ti 4:1, 2.) El apóstol se refirió al tiempo en que la gloriosa posición de Cristo en los cielos se haría manifiesta de manera inequívoca, cuando haría sentir los juicios de Dios en la Tierra.
Al destruir al “hombre del desafuero”. Cuando Pablo escribió a los cristianos de Tesalónica “tocante a la presencia de nuestro Señor Jesucristo”, les instó a que no se dejasen sacudir de su razón o excitar por algún mensaje “en el sentido de que el día de Jehová [estuviera] aquí”. El simbólico “hombre del desafuero”, que se había opuesto durante siglos a Dios y Cristo, entonces sería reducido a la nada “por la manifestación de su presencia”. Este “desaforado” reconocería la presencia de Cristo, no por fe, como lo harían los cristianos, que amaban su manifestación, sino por el poder que manifestaría Jesús al aniquilar a los que forman este “hombre” colectivo. (2Te 2:1-8; véase HOMBRE DEL DESAFUERO.)
Manifestación del espíritu y la verdad. Cuando los discípulos de Cristo recibieron el espíritu santo invisible, este se ‘manifestó’ mediante pruebas visibles. Algunas de estas fueron: la facultad de hablar en lenguas extranjeras, los dones de curación y el discernimiento de las expresiones inspiradas. (1Co 12:7-10.) El apóstol Pablo también explica que con la buena conducta y la predicación cristianas se ‘pone de manifiesto la verdad’ a otras personas. (2Co 4:2.)
Manifestaciones de Jesús después de resucitado
★1º.- Una primera aparición a María Magdalena (Mr. 16:9 y Jn. 20:11-18). En Mateo, en esta primera aparición a Magdalena acompaña “la otra María” (Mt. 28:9-10)
★2º.- Una aparición que podría ser la primera en Lucas a los dos discípulos que iban “a un pueblo llamado Emaús” (Lu. 24:13-32), la cual es aparentemente recogida también por Marcos (Mr. 16:12), aunque para él es la segunda, después de la de Magdalena. ★3º.- Una aparición a Pedro en solitario que podría ser la primera en Lucas (Lu. 24:34) –ello depende ya lo vimos de la interpretación que demos al texto en el que Lucas relata las apariciones a los discípulos de Emaús y a Pedro- y que para Pablo es indudablemente la primera (1Co. 15:5). ★4º.- Una aparición a los Once en Jerusalén que recogen Marcos (Mr. 16:14), Lucas (Lu. 24:36-50) y Pablo (1Co. 15:5). ★5º.- Una aparición también en Jerusalén a los Once menos Tomás que recoge Juan (Jn. 20:19-23). Podría ser la misma que la anterior, sólo que Marcos, Lucas y Pablo habrían omitido citar la ausencia de Tomás. ★6º.- Una aparición ocho días después de resucitado a los Once, esta vez con Tomás incluído (Jn. 20:24-29), también en Jerusalén. ★7º.- Una aparición a más de quinientos discípulos a la vez en lugar indeterminado que recoge Pablo (1Co. 15:6). ★8º.- Una aparición a Santiago, probablemente el medio hermano de Jesús, en lugar indeterminado, que también recoge Pablo (1Co. 15:7). ★9º.- Una aparición a siete discípulos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos, en el lago Tiberíades, que recoge Juan (Jn. 21:1-23). ★10º.- Otra aparición a “los once discípulos” en Galilea que recoge Mateo (Mt. 28:16-20). ★11º.- Una última aparición a los Once, probablemente acompañados por María (como sostiene firmemente la tradición), que habría tenido lugar en Jerusalén o Betania, en la que Jesús se despide y asciende al cielo, la cual recogen Lucas dos veces (Lu. 24:36-50 y Hch. 1:4-11), Marcos (Mr. 16:14) y Pablo (1Co. 15:7). |
Esta expresión aparece en Isaías 14:13, donde el rey de Babilonia dice en su corazón: “Por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono, y me sentaré sobre la montaña de reunión, en las partes más remotas del norte”.
Algunos eruditos dicen que esta “montaña de reunión” era una elevación distante septentrional, que los babilonios consideraban el lugar donde moraban sus dioses. Sin embargo, las palabras de Isaías 14:13 no profetizaban lo que diría el rey de Babilonia, sino la ambición y la actitud que tendría. (Compárese con Isa 47:10.) Eran parte de un dicho proverbial que los israelitas repatriados pronunciarían contra el rey de Babilonia. (Isa 14:1-4.) Por lo tanto, es lógico que se identifique la “montaña de reunión” a la luz de las Escrituras, no sobre la base de lo que deben haber sido las concepciones religiosas paganas del rey de Babilonia. Ciertamente el rey de Babilonia no tendría ningún deseo de elevar su trono por encima de las estrellas de un dios a quien adoraba. Además, Isaías 14:14 muestra claramente que no se hace referencia a ninguno de los dioses babilonios, sino al Altísimo. Por consiguiente, la “montaña de reunión” debe relacionarse con el Dios Altísimo.
En el tiempo de Isaías había solo una montaña, el monte Sión (cuyo nombre llegó a incluir el recinto del templo, que estaba sobre el monte Moria), donde Dios se reunía de modo representativo con su pueblo. (Compárese con Isa 8:18; 18:7; 24:23; Joe 3:17.) Se le podía denominar apropiadamente la “montaña de reunión”, porque todos los israelitas varones adultos debían presentarse ante el rostro de Jehová tres veces al año en el santuario que allí había. (Éx 23:17.) El Salmo 48:1, 2 confirma esa conclusión, pues sitúa el monte Sión en una ubicación septentrional, y la “montaña de reunión” también se hallaba en “los lados remotos del norte”.
Los hombres han presentado ofrendas a Dios desde tiempos remotos. Las primeras ofrendas de las que hay registro son las primicias del suelo que presentó el hijo mayor de Adán, Caín, y los primogénitos del rebaño que ofreció su hijo más joven, Abel. Tanto la actitud como los motivos debieron diferir, pues Dios aprobó la ofrenda de Abel pero miró con desaprobación la de Caín. (Más tarde, el pacto de la Ley reguló tanto las ofrendas de animales como las ofrendas de grano.) Abel debió haber tenido fe en la promesa de liberación de Dios por medio de la Descendencia prometida y seguramente entendía que se debía derramar sangre, es decir, que alguien tendría que ser ‘magullado en el talón’ para que la humanidad pudiese recuperar la perfeccción que Adán y Eva habían perdido. (Gé 3:15.) Debido a que se reconocía pecador, su fe lo movió a presentar una ofrenda que requería derramar sangre, prefigurando así con exactitud el verdadero sacrificio por los pecados: Jesucristo. (Gé 4:1-4; Heb 11:4.)
En la sociedad patriarcal. Después de salir del arca, el cabeza de familia Noé ofreció a Jehová un sacrificio de acción de gracias que fue “conducente a descanso” (calmante, tranquilizador), y a continuación Jehová celebró el pacto del “arco iris” con Noé y su prole. (Gé 8:18-22; 9:8-16.) Posteriormente leemos que los fieles patriarcas presentaron ofrendas a Jehová. (Gé 8:20; 31:54.) Como cabeza de familia, Job desempeñaba la función de sacerdote para los suyos y sacrificaba ofrendas quemadas a Dios a favor de ellos. (Job 1:5.) El más notable y significativo de los sacrificios antiguos fue el intento de Abrahán de ofrecer a Isaac por mandato de Jehová. Cuando Jehová observó la fe y la obediencia de Abrahán, le proveyó bondadosamente un carnero en sustitución para el sacrificio. Este acto de Abrahán prefiguró la ofrenda que Jehová haría de su Hijo unigénito, Jesucristo. (Gé 22:1-14; Heb 11:17-19.)
Bajo la Ley. Todos los sacrificios efectuados bajo el pacto de la Ley señalaban a Jesucristo y su sacrificio o a los beneficios que se derivan de dicho sacrificio. (Heb 8:3-5; 9:9; 10:5-10.) Así como Jesucristo fue un hombre perfecto, todos los animales sacrificados también tenían que ser sanos y sin tacha. (Le 1:3, 10; 3:1.) Tanto el israelita como el residente forastero que adoraba a Jehová tenían que presentar las diversas ofrendas. (Nú 15:26, 29.) ★¿Por qué exigía la Ley que se hicieran sacrificios? - (hl-Sec.13-Pg.21)
Las ofrendas quemadas se presentaban íntegramente a Dios; el adorador no retenía para sí ninguna parte del animal. (Compárese con Jue 11:30, 31, 39, 40.) Estas ofrendas constituían un llamamiento a Jehová para que aceptase, o indicase que aceptaba, la ofrenda por el pecado que a veces las acompañaba. Jesucristo, a modo de “holocausto”, se entregó completamente.
Ocasiones en que se presentaban ofrendas quemadas, y sus características: 1) Se ofrecían con regularidad: cada mañana y cada anochecer (Éx 29:38-42; Le 6:8-13; Nú 28:3-8), cada día sabático (Nú 28:9, 10), el primer día del mes (Nú 10:10), el día de la Pascua y los siete días de la fiesta de las tortas no fermentadas (Le 23:6-8; Nú 28:16-19, 24), el Día de Expiación Le 16:3, 5, 29, 30; Nú 29:7-11), el día del Pentecostés (Le 23:16-18; Nú 28:26-31) y cada día de la fiesta de las cabañas. (Nú 29:12-39.)
2) Otras ocasiones: en la consagración del sacerdocio (Le 8:18-21; véase INSTALACIÓN), en la instalación de los levitas (Nú 8:6, 11, 12), en la celebración de pactos (Éx 24:5; véase PACTO), con las ofrendas de comunión y con ciertas ofrendas por la culpa y el pecado (Le 5:6, 7, 10; 16:3, 5), al hacer votos (Nú 15:3, 8) y en conexión con las purificaciones. (Le 12:6-8; 14:2, 30, 31; 15:13-15, 30.)
3) Animales ofrecidos y procedimiento que se seguía: toros, carneros, machos cabríos, tórtolas o palomos. (Le 1:3, 5, 10, 14.) Si la ofrenda era de la vacada o del rebaño, el que la presentaba ponía su mano sobre la cabeza del animal (así reconocía que era su ofrenda y esta se hacía a su favor). (Le 1:4.) Luego se degollaba el animal y se rociaba la sangre “en derredor sobre el altar” de la ofrenda quemada. (Le 1:5, 11.) A continuación se desollaba y descuartizaba; se lavaban los intestinos (la asadura no se quemaba sobre el altar) y las canillas; la cabeza y las otras partes del cuerpo se ponían sobre el altar (el sacerdote que oficiaba recibía la piel; Le 7:8). (Le 1:6-9, 12, 13.) Si se trataba de un ave, se le tenía que quitar el buche y las plumas; luego se quemaban sobre el altar la cabeza y el cuerpo. (Le 1:14-17.) ★¿Por qué era bueno para los israelitas que Jehová les permitiera ofrecer tórtolas y palomas? - (2-2-2022-Pg.31)
Ofrendas de comunión (ofrendas de paz). Las ofrendas de comunión aceptables a Jehová indicaban paz con Él. El adorador y su casa participaban de la ofrenda. (Según la tradición, en el patio del tabernáculo se erigieron cabañas alrededor de la parte interior de la cortina que rodeaba el patio; en el templo se hicieron comedores.) El sacerdote que oficiaba recibía una porción y otra los sacerdotes que estaban de servicio. Jehová recibía el humo grato de la grasa que ardía, y la sangre, que representaba la vida, se entregaba a Dios como suya. Por lo tanto, era como si los sacerdotes, los adoradores y Jehová participasen juntos de la comida, lo que representaba que disfrutaban de relaciones pacíficas. La persona que participaba mientras se hallaba en una condición de inmundicia (cualquiera de las inmundicias mencionadas en la Ley) o que comía la carne después de haberse guardado más tiempo del prescrito (pues en el clima cálido empezaría a corromperse) tenía que ser cortada del pueblo. Esa persona contaminaba o profanaba la comida por ser ella misma inmunda o por comer lo que era sucio para Jehová Dios, y así mostraba falta de respeto a las cosas sagradas. (Le 7:16-21; 19:5-8.)
La Cena del Señor (Conmemoración o Última Cena) es una comida de comunión. (1Co 10:16.) Los que han sido introducidos en ‘el nuevo pacto en virtud de la sangre de Cristo’ la comparten en fe y participan de los emblemas que representan el cuerpo y la sangre de Jesús. También comparten la comida con Jehová, pues Él es el Originador de ese pacto. Ellos buscan obtener la aprobación de Dios y están en paz entre sí y también con Jehová por medio de Jesucristo. Como se exige limpieza de los que participan en una comida de comunión, Pablo advierte que los cristianos deben examinarse antes de celebrar la Conmemoración. El tratar con ligereza o desprecio la ocasión o los emblemas de vino y pan sin fermentar sería profanar algo sagrado, y los haría merecedores de juicio adverso. (1Co 11:25, 27-29; véase CENA DEL SEÑOR.)
En la ofrenda de acción de gracias, ofrenda de comunión que alababa a Dios por sus provisiones y bondades amorosas, se comía carne, pan leudado y pan sin fermentar. Por lo tanto, el adorador celebraba la ocasión usando lo que podría llamarse “alimento cotidiano”. (Sin embargo, nunca se colocaba pan leudado sobre el altar como ofrenda a Dios.) Cuando se hacía esta expresión de gracias y de alabanza a Dios, la carne se tenía que comer aquel mismo día, no el siguiente. (En otras ofrendas de comunión la carne podía comerse al día siguiente.) (Le 7:11-15.) Este hecho hace recordar la oración que Jesucristo enseñó a sus seguidores: “Danos hoy nuestro pan para este día”. (Mt 6:11.)
Ocasiones en que se presentaban ofrendas de comunión, y sus características: 1) Ocasión: cuando se celebraban pactos (Éx 24:5), durante la celebración de los períodos festivos y el comienzo de los meses (Nú 10:10; Éx 12:2-14; Le 23:15-19; Nú 29:39) y en otras ocasiones.
2) Propósito: conseguir la aprobación de Dios; también hacer ruego o súplica a Dios en tiempos de infortunio. (Le 19:5; Jue 20:26; 21:4; 1Sa 13:9; 2Sa 24:25.)
3) Animales que se usaban y procedimiento que se seguía: reses vacunas (machos o hembras), ovejas y cabras. (No se utilizaban aves, pues se consideraba que no eran suficiente para una comida de sacrificio.) (Le 3:1, 6, 12.) El que hacía la ofrenda ponía su mano sobre la cabeza del animal y este era degollado. Luego el sacerdote rociaba la sangre “en derredor sobre el altar” de la ofrenda quemada (Le 3:2, 8, 13), y la grasa (parte de la cual era la cola grasa de la oveja) se colocaba sobre el altar de la ofrenda quemada. (Le 3:3-5, 9.) Los sacerdotes recibían el pecho, y la pierna derecha era para el sacerdote que oficiaba. (Éx 29:26, 28; Le 7:28-36.)
4) Tipos de ofrendas de comunión: de acción de gracias o alabanza, de voto (véase Nú 6:13, 14, 17) y voluntarias.
Ofrendas por el pecado. Todas estas ofrendas se hacían cuando se cometía un pecado involuntario debido a la debilidad de la carne imperfecta, no “con mano alzada”, es decir, de manera abierta, expresa y orgullosa. (Nú 15:30, 31, nota.) Se utilizaban diversos sacrificios animales, desde toros hasta palomos, dependiendo de la posición y las circunstancias de la persona o personas cuyo pecado debía expiarse. Es digno de notar que las personas cuyos pecados se tratan en el capítulo 4 de Levítico habían hecho “una de las cosas que Jehová manda que no deben hacerse” y por lo tanto eran culpables de pecado. (Le 4:2, 13, 22, 27.) Véase más información sobre las ofrendas por el pecado del Día de Expiación en DÍA DE EXPIACIÓN.
Ocasiones en que se presentaban ofrendas por el pecado, y sus características: 1) Ofrenda por el pecado del sumo sacerdote que traía culpa sobre el pueblo. (Le 4:3.) El sumo sacerdote llevaba un toro, le ponía la mano sobre la cabeza y lo degollaba. Luego introducía su sangre en el Santo y salpicaba un poco enfrente de la cortina, ponía parte sobre los cuernos del altar de incienso y el resto la derramaba “a la base del altar de la ofrenda quemada”; la grasa (como en las ofrendas de comunión) se quemaba sobre el altar de la ofrenda quemada (Le 4:4-10), y el resto del animal (incluida la piel) se quemaba en un lugar limpio fuera de la ciudad, donde se vertían las cenizas del altar. (Le 4:11, 12.)
2) Ofrenda por el pecado de toda la asamblea (algún pecado cometido por la asamblea del que no eran conscientes los responsables hasta más tarde). (Le 4:13.) La congregación llevaba un toro sobre cuya cabeza los ancianos ponían sus manos. Luego uno de ellos lo degollaba, y el resto del procedimiento era el mismo que en el caso de un pecado del sumo sacerdote. (Le 4:14-21.)
El pecado que un sumo sacerdote cometía en su puesto y en su calidad de representante de toda la nación ante Jehová traía culpabilidad sobre toda la asamblea. Este error podía ser: una equivocación en el juicio, en aplicar la Ley o al tratar una cuestión de importancia nacional. Por dicho pecado y por el pecado de toda la asamblea se exigía el más valioso de los sacrificios, a saber, un toro. (Le 4:3, 13-15.)
En el caso de las ofrendas por el pecado de las personas individuales, la sangre no se llevaba más allá del altar. Sin embargo, en los casos de pecado del sumo sacerdote y de la entera asamblea, la sangre también se llevaba al Santo, el primer compartimiento del santuario, y se salpicaba enfrente de la cortina, al otro lado de la cual, en el Santísimo, ‘residía’ Jehová, representado por una luz milagrosa situada sobre el arca del pacto. (La sangre solo se introducía en el segundo compartimiento, el Santísimo, en las ofrendas por el pecado que se hacían el Día de Expiación; Le 16.) Ningún sacerdote podía comer nada de las ofrendas cuya sangre se había introducido en el Santo. (Le 6:30.)
3) Ofrenda por el pecado de un principal: El procedimiento era similar, con la excepción de que se usaba un cabrito y la sangre no se introducía en el Santo, sino que parte de ella se ponía sobre los cuernos del altar de la ofrenda quemada y el resto se derramaba en su base; la grasa se hacía humear sobre el altar (Le 4:22-26); los sacerdotes debían recibir una porción para comer, como en otras ofrendas por el pecado (Le 6:24-26, 29); las vasijas en las que se cocía la carne tenían que restregarse (o ser hechas pedazos, si eran de barro) para que no se profanase nada de la “cosa santísima”, lo que ocurriría si parte del sacrificio se adhería al recipiente y este se usaba después para propósitos corrientes. (Le 6:27, 28.)
4) Ofrenda por el pecado de un israelita cualquiera: una cabrita o una cordera; el procedimiento era el mismo que en el caso del pecado de un principal. (Le 4:27-35.) En el siguiente caso, los pecados difieren de los anteriores en que las personas implicadas cometían un error y “no [ponían] por obra todos estos mandamientos [de Dios]”, es decir, cometían un pecado de omisión. (Nú 15:22.)
5) Ofrenda por toda la asamblea: un cabrito (Nú 15:22-26); ofrenda por el pecado de un individuo: una cabra en su primer año. (Nú 15:27-29.)
En los casos en que los sacerdotes tenían que comer parte de la ofrenda por el pecado, parece ser que al participar, se les consideraba como si ‘respondiesen por el error’ de los que hacían la ofrenda por el pecado “para hacer expiación por ellos delante de Jehová”, en virtud de su santo cargo. (Le 10:16-18; 9:3, 15.)
Ofrendas por la culpa. Las ofrendas por la culpa también eran ofrendas por causa del pecado, pues si no se peca no se incurre en culpa alguna. Se presentaban con motivo de pecados especiales por los que una persona había contraído culpabilidad, y diferían ligeramente de las demás ofrendas por el pecado en que al parecer servían para satisfacer o restablecer un derecho. O bien se había violado un derecho de Jehová, o un derecho de su santa nación; por lo tanto, la ofrenda por la culpa se presentaba para satisfacer a Jehová por el derecho que se había violado, recuperar ciertos derechos de pacto para el malhechor arrepentido y obtener alivio del castigo por su pecado. (Compárese con Isa 53:10.)
En los casos abarcados en Levítico 5:1-6, 17-19, las personas habían pecado sin darse cuenta, sin pensar o por descuido, y desearon corregir el mal cuando se llamó a su atención el asunto. Por otro lado, los pecados de los que trata Levítico 6:1-7 no eran pecados cometidos sin darse cuenta o por descuido, sino pecados debidos a las debilidades y los deseos carnales, no a una rebelión deliberada y presuntuosa contra Dios. La persona había llegado a estar herida en su conciencia, de modo que se había arrepentido voluntariamente, confesado su pecado y, tras hacer una restitución, buscaba misericordia y perdón. (Mt 5:23, 24.)
Estas leyes destacan un hecho: aunque la Ley era estricta para el pecador deliberado y no arrepentido, permitía tomar en consideración los motivos, las circunstancias y la actitud, de modo que se podía extender misericordia bajo la Ley, como sucede en el caso de la congregación cristiana. (Compárese con Le 6:1-7; Éx 21:29-31; Nú 35:22-25; 2Co 2:5-11; 7:8-12; 1Ti 1:2-16.) Pero obsérvese que ninguno de estos males se podía cometer impunemente; había que compensar al perjudicado y, además, hacer una ofrenda por la culpa a Jehová. Salvo algunas diferencias, las ofrendas por la culpa se efectuaban de la misma manera que las ofrendas por el pecado, y los sacerdotes recibían una porción para comer. (Le 7:1, 5-7.)
Ocasiones en que se presentaban ofrendas por la culpa, y sus características: ★1) Un testigo de un asunto que no testificase o informase al oír una imprecación pública, alguien que inconscientemente se hiciese inmundo por haber tocado un cuerpo muerto o una persona inmunda, y alguien que de manera imprudente o irreflexiva jurara hacer o no hacer algo. (Le 5:1-4.) Esa persona tenía que confesar de qué manera había pecado. (Le 5:5.) Las ofrendas por la culpa variaban según las circunstancias financieras. (Le 5:6-10.) En el caso de una ofrenda de grano, no se debía poner nada de aceite ni de olíbano, porque era una ofrenda por el pecado y por lo tanto una ofrenda de grano obligatoria, no una ofrenda voluntaria, gozosa, procedente de alguien que estuviese en buena posición ante Dios. (Le 5:11-13.)
★2) Alguien que hubiera pecado sin intención contra cosas santas de Jehová. Por ejemplo: cualquiera que se hubiese apropiado involuntariamente del grano apartado como diezmo para el santuario y lo usase para sí mismo o para su casa (para un uso común, profanando así la cosa santificada). (Le 5:15a; compárese con Le 22:14-16.) En este caso, se tenía que hacer compensación al santuario añadiendo, además, una quinta parte (Le 5:16), y se presentaba un carnero como ofrenda por la culpa. (Le 5:15.)
★3) Una persona que involuntariamente hiciera algo (probablemente por negligencia) que Jehová hubiese prohibido tenía que ofrecer un carnero “conforme a la valoración”. (Le 5:17-19.)
★4) El caso de alguien que engañase a su asociado al quedarse con bienes encomendados a su cuidado, robar, defraudar, guardarse algo que había hallado o mentir. (Le 6:2, 3; compárese con Éx 22:7-13 y obsérvese que esto no incluye el falso testimonio contra el semejante, como en Dt 5:20.) En primer lugar, la persona tenía que confesar el mal. Después, hacer una compensación total a la persona perjudicada añadiendo una quinta parte. (Le 6:4, 5; Nú 5:6, 7.) Si esta había muerto, la compensación la recibía el pariente varón más próximo; si no había ningún pariente próximo, la recibía el sacerdote. (Nú 5:8.) Por último, tenía que ofrecer un carnero como ofrenda por su culpa.
Ofrendas de grano. Las ofrendas de grano se hacían junto con las ofrendas de comunión, las ofrendas quemadas y las ofrendas por el pecado, y también como primicias; en otras ocasiones se ofrecían independientemente. (Éx 29:40-42; Le 23:10-13, 15-18; Nú 15:8, 9, 22-24; 28:9, 10, 20, 26-28; cap. 29.) Servían para agradecer la generosidad de Dios al dar bendiciones y prosperidad; a menudo iban acompañadas de aceite e incienso. Las ofrendas de grano podían ser: de flor de harina, de grano tostado o de tortas en forma de anillo o galletitas delgadas cocidas sobre la tartera o en la caldera profunda de freír. Se ponía una parte de la ofrenda de grano sobre el altar de la ofrenda quemada, otra la comían los sacerdotes y, en las ofrendas de comunión, el adorador también participaba. (Le 6:19-23; 7:11-13; Nú 18:8-11.) Ninguna de las ofrendas de grano presentadas sobre el altar podía contener levadura o “miel” —al parecer, zumo de higos espesado, de una consistencia semejante al jarabe, o zumo de frutas en general— que pudiera fermentar. (Le 2:1-16.)
Junto con la mayoría de las ofrendas también se presentaban libaciones, especialmente una vez que los israelitas se establecieron en la Tierra Prometida. (Nú 15:2, 5, 8-10.) La libación consistía en vino (“licor embriagante”) que se derramaba sobre el altar. (Nú 28:7, 14; compárese con Éx 30:9; Nú 15:10.) El apóstol Pablo escribió a los cristianos de Filipos: “Si yo estoy siendo derramado como libación sobre el sacrificio y servicio público a los cuales los ha conducido la fe, me alegro”. En esta ocasión usó el ejemplo de una libación para expresar su disposición a gastarse a favor de los compañeros cristianos. (Flp 2:17.) Poco antes de su muerte escribió a Timoteo: “Ya estoy siendo derramado como libación, y el debido tiempo de mi liberación es inminente”. (2Ti 4:6.)
Ofrendas mecidas. En las ofrendas mecidas, el sacerdote debía colocar sus manos debajo de las del que sostenía el sacrificio que se iba a presentar y las mecía de acá para allá, o quizás era el mismo sacerdote el que mecía la ofrenda. (Le 23:11a.) Parece ser que Moisés, como mediador del pacto de la Ley, hizo esto con Aarón y sus hijos cuando los consagró para el sacerdocio. (Le 8:28, 29.) Esta acción prefiguró la presentación de las ofrendas a Jehová. Ciertas ofrendas mecidas constituían la porción destinada a los sacerdotes. (Éx 29:27.)
La presentación de una gavilla (o la medida de un omer) de las primicias de la siega de la cebada el 16 de Nisán era una ofrenda mecida llevada a cabo por el sumo sacerdote. Fue en esta fecha del año 33 E.C. cuando se resucitó a Jesucristo, “las primicias de los que se han dormido en la muerte”. (1Co 15:20; Le 23:11b; Jn 20:1.) En el día del Pentecostés se mecían dos panes con levadura de las primicias del trigo. (Le 23:15-17.) Este fue el día en que Jesús, como Sumo Sacerdote en los cielos, pudo presentar a Jehová las primicias de sus hermanos espirituales de la congregación cristiana tomados de entre la humanidad pecaminosa y ungidos por el derramamiento del espíritu santo. (Hch 2:1-4, 32, 33; compárese con Snt 1:18.)
Porciones sagradas (ofrendas alzadas). La palabra hebrea teru·máh se traduce en algunas ocasiones “porción sagrada” cuando se refiere a la parte del sacrificio que se alzaba como la porción que pertenecía a los sacerdotes. (Éx 29:27, 28; Le 7:14, 32; 10:14, 15.) También se traduce frecuentemente “contribución” cuando se refiere a las cosas dadas al santuario, las cuales, con excepción de lo que se sacrificaba sobre el altar, iban asimismo dirigidas al sustento de los sacerdotes. (Nú 18:8-13, 19, 24, 26-29; 31:29; Dt 12:6, 11.)
¿Qué puede implicar un sacrificio?
Un sacrificio puede significar quedarse en un lugar que no te gusta, con personas que no te caen bien, para cumplir una tarea noble. Es curioso que para que nazca nueva vida o algo bueno, “alguien” tiene que sufrir dolor y sacrificarse, como los dolores que soporta una mujer durante el parto. Por ejemplo a veces un hermano es el único siervo de Jehová en la escuela o en el trabajo, quizás hasta le pida a Jehová que le mande un hermano para no sentirse solo en ese lugar, pero, ¿estamos dispuestos a desaprovechar esas oportunidades de poder ayudar a otros a conocer a Jehová y vivir para siempre, solo para que nosotros nos permitamos el lujo de poder almorzar o charlar con nuestro hermano durante las pausas? (Heb 13:15) |
Acción de dirigirse al Dios verdadero o a dioses falsos en actitud de adoración. El habla dirigida a Dios no tiene por qué ser oración, como se deduce del juicio en Edén y del caso de Caín. (Gé 3:8-13; 4:9-14.) La oración conlleva devoción, confianza, respeto y un sentido de dependencia de aquel a quien se dirige la oración. Las diversas palabras hebreas y griegas relacionadas con la oración transmiten ideas tales como pedir, solicitar, rogar, suplicar, instar con ruegos, implorar, buscar, inquirir, así como alabar, dar gracias y bendecir.
Por supuesto, las peticiones y las súplicas se pueden dirigir a los hombres, y a veces las palabras correspondientes a estas en los idiomas originales tienen este sentido (Gé 44:18; 50:17; Hch 25:11); sin embargo, la palabra española “oración”, usada en sentido religioso, no aplica a esos casos. A una persona se le puede “suplicar” o “implorar” que haga algo, pero eso no significa que se la vea como Dios. Por ejemplo, a una persona no se le haría una petición en silencio, ni se haría cuando dicha persona no estuviese visiblemente presente, como se hace al orar a Dios.
El “Oidor de la oración”. Todo el registro bíblico muestra que las oraciones deben dirigirse a Jehová (Sl 5:1, 2; Mt 6:9), el “Oidor de la oración” (Sl 65:2; 66:19), que tiene poder para actuar a favor de los que le piden. (Mr 11:24; Ef 3:20.) Orar a dioses falsos y a sus imágenes idolátricas queda expuesto como una estupidez, puesto que los ídolos no tienen la capacidad de oír ni la de actuar, y los dioses a los que representan no merecen ser comparados con el Dios verdadero. (Jue 10:11-16; Sl 115:4, 6; Isa 45:20; 46:1, 2, 6, 7.) La prueba de divinidad que tuvo lugar en el monte Carmelo entre Jehová y Baal demostró la necedad de orar a deidades falsas. (1Re 18:21-39; compárese con Jue 6:28-32.)
Aunque hay quien afirma que es propio orar a otros seres, como, por ejemplo, al Hijo de Dios, las Escrituras indican lo contrario. Es cierto que hay ocasiones, aunque raras, en las que se dirigen palabras al resucitado Jesucristo en los cielos. Cuando Esteban estaba a punto de morir, le suplicó a Jesús: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. (Hch 7:59.) Sin embargo, el contexto muestra las circunstancias que dieron lugar a esa inusual expresión. En aquel momento Esteban tenía una visión de “Jesús de pie a la diestra de Dios”, y debió reaccionar como si estuviera personalmente ante él, sintiéndose libre de dirigir esta súplica a aquel a quien reconocía como cabeza de la congregación cristiana. (Hch 7:55, 56; Col 1:18.) De igual manera, en la conclusión de la Revelación, el apóstol Juan dice: “¡Amén! Ven, Señor Jesús”. (Apo 22:20.) No obstante, el contexto indica de nuevo que Juan había oído hablar a Jesús de su futura venida en una visión (Apo 1:10; 4:1, 2), y que con la expresión supracitada demostró su deseo de que se produjera esa venida. (Apo 22:16, 20.) En ambos casos —tanto el de Esteban como el de Juan— la situación difiere poco de la conversación que este último tuvo con una criatura celestial en esta visión de Apocalipsis. (Apo 7:13, 14; compárese con Hch 22:6-22.) No hay nada que indique que en otras circunstancias los discípulos cristianos se dirigiesen a Jesús después de su ascensión al cielo. Por ello, el apóstol Pablo escribe: “En todo, por oración y ruego junto con acción de gracias, dense a conocer sus peticiones a Dios”. (Flp 4:6.)
El artículo ACERCARSE A DIOS examina la posición de Cristo Jesús como mediador de la oración. Por medio de la sangre de Jesús, ofrecida a Dios en sacrificio, “tenemos denuedo respecto al camino de entrada al lugar santo”, es decir, denuedo para acercarnos a la presencia de Dios en oración, haciéndolo “con corazones sinceros en la plena seguridad de la fe”. (Heb 10:19-22.) Jesucristo, por lo tanto, es el único “camino” de reconciliación con Dios, el único medio para acercarse a Él en oración. (Jn 14:6; 15:16; 16:23, 24; 1Co 1:2; Ef 2:18; véase JESUCRISTO - [Su posición fundamental en el propósito de Dios].) ★El “Oidor de la oración - (1-10-2010-Pg.23)
Aquellos a quienes Dios oye. Gente “de toda carne” puede acercarse al “Oidor de la oración”, Jehová Dios. (Sl 65:2; Hch 15:17.) Incluso durante el período en que Israel era “propiedad particular” de Dios, su pueblo en relación de pacto con Él, los extranjeros podían acercarse a Jehová en oración reconociendo a Israel como el instrumento de Dios y al templo de Jerusalén como su lugar escogido para presentar los sacrificios. (Dt 9:29; 2Cr 6:32, 33; compárese con Isa 19:22.) Con la muerte de Cristo desapareció para siempre toda distinción entre judío y gentil. (Ef 2:11-16.) En el hogar del italiano Cornelio, Pedro reconoció que “Dios no es parcial, sino que, en toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto”. (Hch 10:34, 35.) De modo que el factor determinante es lo que hay en el corazón de la persona y lo que este le impulsa a hacer. (Sl 119:145; Lam 3:41.) Los que observan los mandamientos de Dios y hacen “las cosas que son gratas a sus ojos” tienen la seguridad de que sus “oídos” también están abiertos hacia ellos. (1Jn 3:22; Sl 10:17; Pr 15:8; 1Pe 3:12.)
Por el contrario, Dios no oye con favor a los que pasan por alto la Palabra y la ley de Dios, derraman sangre y practican otros actos inicuos; sus oraciones le son ‘detestables’. (Pr 15:29; 28:9; Isa 1:15; Miq 3:4.) Su misma oración puede ‘ser un pecado’. (Sl 109:3-7.) El rey Saúl perdió el favor de Dios debido a su derrotero presuntuoso y rebelde, y “aunque Saúl inquiría de Jehová, Jehová nunca le contestaba, ni por sueños ni por el Urim ni por los profetas”. (1Sa 28:6.) Jesús dijo que las personas hipócritas que intentaban atraer la atención a su devoción cuando oraban, ya habían recibido el “galardón completo” de los hombres, pero no de Dios. (Mt 6:5.) Los fariseos de apariencia piadosa hacían largas oraciones y se jactaban de tener una moralidad superior; sin embargo, Dios los condenaba debido a su derrotero hipócrita. (Mr 12:40; Lu 18:10-14.) Aunque de boca se acercaban a Él, su corazón estaba muy alejado de Dios y de su Palabra de verdad. (Mt 15:3-9; compárese con Isa 58:1-9.)
El ser humano ha de tener fe en Dios y en que Él es “remunerador de los que le buscan solícitamente” (Heb 11:6), acercándose a Él en la “plena seguridad de la fe”. (Heb 10:22, 38, 39.) Es esencial que todos reconozcamos nuestra condición pecaminosa, y si una persona ha cometido pecados graves, que ‘ablande el rostro de Jehová’ (1Sa 13:12; Da 9:13), ablandando primero su propio corazón con arrepentimiento, humildad y contrición sinceros. (2Cr 34:26-28; Sl 51:16, 17; 119:58.) Entonces, es posible que Dios se deje rogar, le otorgue perdón y le oiga con favor (2Re 13:4; 2Cr 7:13, 14; 33:10-13; Snt 4:8-10); de ese modo ya no volverá a sentir que Dios ha ‘obstruido el acceso a él mismo con una masa de nubes, para que no pase la oración’. (Lam 3:40-44.) Aunque quizás Dios no retire por completo su oído, no obstante, si la persona no sigue su consejo, sus oraciones pueden ser “estorbadas”. (1Pe 3:7.) Los que buscan perdón deben perdonar a otros. (Mt 6:14, 15; Mr 11:25; Lu 11:4.)
¿Por qué asuntos es apropiado orar? Las oraciones consisten básicamente en: confesión (2Cr 30:22), peticiones o solicitudes (Heb 5:7), expresiones de alabanza y acción de gracias (Sl 34:1; 92:1) y votos (1Sa 1:11; Ec 5:2-6). La oración que Jesús enseñó a sus discípulos era simplemente un modelo, pues ni Jesús ni sus discípulos se adhirieron rígidamente a esas palabras específicas en sus oraciones posteriores. (Mt 6:9-13.) Las primeras palabras de esta oración modelo se concentran en la cuestión de primera importancia: la santificación del nombre de Dios —que empezó a ser vituperado en la rebelión de Edén— y la realización de la voluntad divina por medio del Reino prometido, a la cabeza del cual está la descendencia prometida, el Mesías. (Gé 3:15; véase JEHOVÁ - [Se debe santificar y vindicar Su nombre].) Tal oración requiere que el que ora esté claramente del lado de Dios en esa cuestión.
La parábola de Jesús registrada en Lucas 19:11-27 muestra que la ‘venida del Reino’ significa: su venida para ejecutar juicio, destruir a todos los opositores y aliviar y recompensar a todos aquellos que confían en él. (Compárese con Apo 16:14-16; 19:11-21.) Por lo tanto, la siguiente expresión: “Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”, no se refiere principalmente a que los seres humanos hagan la voluntad de Dios, sino, más bien, a que Dios mismo actúe en cumplimiento de su voluntad para la Tierra y sus habitantes, y manifieste el poder que tiene para llevar a cabo su propósito declarado. Por supuesto, el que ora también expresa de ese modo su preferencia por esa voluntad y su deseo de someterse a ella. (Mt 6:10; compárese con Mt 26:39.) La solicitud de recibir el pan de cada día, perdón, protección contra la tentación y liberación del inicuo está relacionada con el deseo que tiene el que hace la súplica de continuar viviendo en el favor de Dios. Expresa este deseo por todos los que comparten su fe, no solo por sí mismo. (Compárese con Col 4:12.)
Los asuntos mencionados en esa oración modelo son de importancia fundamental para todos los hombres de fe y expresan necesidades que todas las personas tienen en común. Por otra parte, el relato bíblico muestra que hay muchos otros asuntos que pueden afectar a las personas a mayor o menor grado o que pueden ser el resultado de circunstancias particulares; estos también son temas apropiados para incluir en oración. Aunque no se mencionan específicamente en la oración modelo de Jesús, sin embargo, están relacionados con los que esta presenta. Así pues, las oraciones personales prácticamente pueden abarcar toda faceta de la vida. (Jn 16:23, 24; Flp 4:6; 1Pe 5:7.)
Aunque todos desean correctamente que su conocimiento, entendimiento y sabiduría aumenten (Sl 119:33, 34; Snt 1:5), es posible que algunos lo necesiten de manera especial. Se puede pedir la guía de Dios en asuntos que tengan que ver con decisiones judiciales, como hizo Moisés (Éx 18:19, 26; compárese con Nú 9:6-9; 27:1-11; Dt 17:8-13), o en el nombramiento de personas a puestos especiales de responsabilidad dentro del pueblo de Dios. (Nú 27:15-18; Lu 6:12, 13; Hch 1:24, 25; 6:5, 6.) O se puede pedir fortaleza y sabiduría para llevar a cabo ciertas asignaciones o para encararse a pruebas o peligros específicos. (Gé 32:9-12; Lu 3:21; Mt 26:36-44.) Los motivos para bendecir a Dios y darle gracias pueden variar según las propias experiencias personales. (1Co 7:7; 12:6, 7; 1Te 5:18.)
En 1 Timoteo 2:1, 2 el apóstol habla de oraciones “respecto a hombres de toda clase, respecto a reyes y a todos los que están en alto puesto”. Durante su última noche con sus discípulos, Jesús dijo en oración que no hacía petición respecto al mundo, sino respecto a los que Dios le había dado, y también dijo que ellos no eran parte del mundo, sino que este los odiaba. (Jn 17:9, 14.) Por lo tanto, parece ser que las oraciones cristianas respecto a los gobernantes del mundo se limitan a determinados aspectos. Las palabras que a continuación dijo el apóstol indican que tales oraciones son fundamentalmente a favor del pueblo de Dios, “a fin de que sigamos llevando una vida tranquila y quieta con plena devoción piadosa y seriedad”. (1Ti 2:2.) Hay ejemplos anteriores que ilustran este hecho, como la oración de Nehemías para que Dios lo ‘hiciese objeto de piedad’ delante del rey Artajerjes (Ne 1:11; compárese con Gé 43:14) y el mandato que Jehová dio a los israelitas en cuanto a ‘buscar la paz de la ciudad [Babilonia]’ en la que estarían exiliados, orando a favor de ella, pues ‘en la paz de ella resultaría haber paz para ellos mismos’. (Jer 29:7.) De igual manera, los cristianos oraron con respecto a las amenazas de los gobernantes de su día (Hch 4:23-30), y sus oraciones a favor de Pedro cuando se hallaba encarcelado debieron incluir también a los oficiales que tenían autoridad para liberarlo. (Hch 12:5.) Asimismo, en armonía con el consejo de Cristo, oraron por sus perseguidores. (Mt 5:44; compárese con Hch 26:28, 29; Ro 10:1-3.)
Desde tiempos antiguos se le ha dado gracias a Dios por sus provisiones, como el alimento. (Dt 8:10-18; nótese también Mt 14:19; Hch 27:35; 1Co 10:30, 31.) Sin embargo, se debe agradecer la bondad de Dios con relación a “todo”, no solo a las bendiciones materiales. (1Te 5:17, 18; Ef 5:19, 20.)
En resumen, lo que rige el contenido de las oraciones es el conocimiento de la voluntad de Dios, puesto que el que suplica debe darse cuenta de que si quiere que su solicitud le sea otorgada, esta tiene que agradar a Dios. Sabiendo que los inicuos y los que no hacen caso de la Palabra de Dios no gozan de Su favor, es obvio que el que hace la súplica no puede solicitar lo que es contrario a la rectitud y a la voluntad revelada de Dios, que incluye las enseñanzas del Hijo de Dios y de sus discípulos inspirados. (Jn 15:7, 16.) Por lo tanto, lo que se dijo en cuanto a ‘pedir alguna cosa’ (Jn 16:23) no debe tomarse fuera del contexto. La expresión “alguna cosa” evidentemente no abarca lo que se sabe o hay motivo para creer que no agrada a Dios. Juan escribe: “Y esta es la confianza que tenemos para con él, que, no importa qué sea lo que pidamos conforme a su voluntad, él nos oye”. (1Jn 5:14; compárese con Snt 4:15.) Jesús les dijo a sus discípulos: “Si dos de ustedes sobre la tierra convienen acerca de cualquier cosa de importancia que soliciten, se les efectuará debido a mi Padre en el cielo”. (Mt 18:19.) Si bien es propio incluir en la oración cosas materiales, como el alimento, no lo son los deseos y ambiciones materialistas, según se indica en Mateo 6:19-34 y 1 Juan 2:15-17. Tampoco es correcto orar por aquellos a los que Dios condena. (Jer 7:16; 11:14.)
Romanos 8:26, 27 da a entender que en ciertas circunstancias el cristiano no sabría exactamente qué pedir; no obstante, Dios entiende sus ‘gemidos’ no expresados. El apóstol muestra que esto se debe al espíritu o fuerza activa de Dios. Hay que recordar que Dios inspiró las Escrituras por medio de su espíritu. (2Ti 3:16, 17; 2Pe 1:21.) En estas se incluyeron profecías y acontecimientos que prefiguraron las circunstancias que les sobrevendrían a sus siervos en tiempos posteriores, y mostraron cómo Dios los guiaría y les daría la ayuda que necesitaban. (Ro 15:4; 1Pe 1:6-12.) Es posible que el cristiano no se dé cuenta de que lo que pudiera haber pedido en oración (pero que no sabía cómo) ya estaba enunciado en la Palabra inspirada de Dios hasta después que haya recibido la ayuda necesaria. (Compárese con 1Co 2:9, 10.)
La respuesta a las oraciones. Aunque en el pasado Dios mantuvo cierto grado de comunicación recíproca con algunas personas, eso no fue lo común, puesto que la mayor parte de las veces la limitó a representantes especiales, como Abrahán y Moisés. (Gé 15:1-5; Éx 3:11-15; compárese con Éx 20:19.) Incluso en esos casos, las palabras de Dios se transmitieron mediante ángeles, a excepción de cuando habló a su Hijo o acerca de él mientras este estuvo en la Tierra. (Compárese con Éx 3:2, 4; Gál 3:19.) Tampoco fueron frecuentes los mensajes entregados personalmente por ángeles materializados, como lo manifiesta el efecto perturbador que solían producir en aquellos que los recibían. (Jue 6:22; Lu 1:11, 12, 26-30.) De modo que en la mayoría de los casos, la respuesta a las oraciones se daba por medio de los profetas o concediendo la solicitud o rehusando otorgarla. Muchas veces la respuesta de Jehová a las oraciones se podía discernir claramente, como cuando libraba a Sus siervos de sus enemigos (2Cr 20:1-12, 21-24) o satisfacía sus necesidades físicas en tiempos de gran escasez. (Éx 15:22-25.) Pero no hay duda de que las respuestas más frecuentes no eran tan obvias, puesto que estaban relacionadas con dar fuerza moral y entendimiento para que la persona pudiera apegarse a un derrotero justo y desempeñar el trabajo que Dios le había asignado. (2Ti 4:17.) En particular en el caso del cristiano, la respuesta a las oraciones tenía que ver con asuntos principalmente espirituales, los cuales, aunque no son tan espectaculares como algunos actos poderosos de Dios en tiempos antiguos, son igualmente vitales. (Mt 9:36-38; Col 1:9; Heb 13:18; Snt 5:13.)
La oración aceptable debe dirigirse a la persona adecuada —Jehová Dios—, tratar sobre asuntos apropiados —los que están en armonía con los propósitos declarados de Dios—, hacerse de la manera debida —por el medio nombrado por Dios, Cristo Jesús— y con un buen motivo y un corazón limpio. (Compárese con Snt 4:3-6.) Además de todo lo antedicho, es necesario persistir. Jesús dijo que se ‘siguiera pidiendo, buscando y tocando’, sin desistir. (Lu 11:5-10; 18:1-7.) Hizo surgir la cuestión de si hallaría sobre la Tierra fe en el poder de la oración durante su futura ‘llegada’. (Lu 18:8.) La aparente demora de Dios en contestar algunas oraciones no se debe a incapacidad ni a falta de deseo de ayudar, como prueban las Escrituras. (Mt 7:9-11; Snt 1:5, 17.) En algunos casos la respuesta debe esperar el ‘horario’ de Dios. (Lu 18:7; 1Pe 5:6; 2Pe 3:9; Apo 6:9-11.) No obstante, parece ser que el motivo principal es que así Dios deja que los que le piden demuestren la profundidad de su interés, la intensidad de su deseo y la autenticidad de su motivo. (Sl 55:17; 88:1, 13; Ro 1:9-11.) A veces deben ser como Jacob, que luchó mucho tiempo a fin de obtener una bendición. (Gé 32:24-26.)
De manera similar, aunque no se puede presionar a Jehová Dios para que actúe por la mera cantidad de suplicantes, Él advierte el grado de interés que muestran sus siervos en conjunto y actúa cuando colectivamente muestran profunda preocupación e interés unido. (Compárese con Éx 2:23-25.) Cuando existe cierto grado de apatía, Dios puede retener su ayuda. En la reconstrucción del templo de Jerusalén, un proyecto que no recibió el apoyo necesario durante algún tiempo (Esd 4:4-7, 23, 24; Ag 1:2-12), hubo interrupciones y retrasos, mientras que más tarde Nehemías reconstruyó los muros de la ciudad con oración y buen apoyo en tan solo cincuenta y dos días. (Ne 2:17-20; 4:4-23; 6:15.) En la carta a la congregación corintia, Pablo habla de cómo Dios lo libró de la muerte, y dice: “Ustedes también pueden coadyuvar con su ruego por nosotros, a fin de que por muchos se den gracias a favor nuestro por lo que se nos da bondadosamente debido a muchos rostros vueltos hacia arriba en oración”. (2Co 1:8-11; compárese con Flp 1:12-20.) Se destaca con frecuencia el poder de la oración de intercesión, tanto individual como colectiva. Con respecto a ‘orar unos por otros’ Santiago dijo: “El ruego del hombre justo, cuando está en acción, tiene mucho vigor”. (Snt 5:14-20; compárese con Gé 20:7, 17; 2Te 3:1, 2; Heb 13:18, 19.)
También se destaca la ‘súplica’ frecuente a Jehová, el Gobernante Soberano, sobre un tema de naturaleza personal. El que ora presenta razones de por qué cree que la petición es apropiada, de su motivo correcto y desinteresado, y de que hay otros factores que pesan más que sus propios intereses o consideraciones. Estos podrían ser la honra del propio nombre de Dios, el bien de su pueblo o también el efecto que pudiera tener en los observadores el que Dios actuara o se retuviera de hacerlo. Se puede apelar a la justicia de Dios y a su bondad amorosa, ya que Él es un Dios de misericordia. (Compárese con Gé 18:22-33; 19:18-20; Éx 32:11-14; 2Re 20:1-5; Esd 8:21-23.) Cristo Jesús también ‘aboga’ por sus fieles seguidores. (Ro 8:33, 34.)
Todo el libro de los Salmos consiste en oraciones y canciones de alabanza a Jehová, cuyo contenido ilustra lo que debería ser la oración. Entre muchas oraciones notables se cuentan las de Jacob (Gé 32:9-12), Moisés (Dt 9:25-29), Job (Job 1:21), Ana (1Sa 2:1-10), David (2Sa 7:18-29; 1Cr 29:10-19), Salomón (1Re 3:6-9; 8:22-61), Asá (2Cr 14:11), Jehosafat (2Cr 20:5-12), Elías (1Re 18:36, 37), Jonás (Jon 2:1-9), Ezequías (2Re 19:15-19), Jeremías (Jer 20:7-12; el libro de Lamentaciones), Daniel (Da 9:3-21), Esdras (Esd 9:6-15), Nehemías (Ne 1:4-11), ciertos levitas (Ne 9:5-38), Habacuc (Hab 3:1-19), Jesús (Jn 17:1-26; Mr 14:36) y los discípulos de Jesús (Hch 4:24-30). (Véanse POSTURAS Y ADEMANES; INCIENSO - [Significado].)
¿Es correcto dirigir oraciones a María como intercesora? Jesucristo dijo: “Vosotros, pues, oraréis así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos [...]’”. También dijo: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. [...] Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré”. (Mat. 6:9; Juan 14:6, 14, FS; las bastardillas son nuestras.)
¿Serán recibidas con tanta comprensión y compasión las oraciones que se dirijan al Padre mediante Jesucristo como las que se le dirijan mediante alguien que haya participado en las experiencias comunes a las mujeres? Respecto al Padre, la Biblia nos dice: “Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Yahvéh para quienes le temen; que él sabe de qué estamos plasmados, se acuerda de que somos polvo”. Él es “Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad” (Sal. 103:13, 14; Éxo. 34:6, BJ). Además, respecto a Cristo está escrito: “Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para ser socorridos en el tiempo oportuno”. (Heb. 4:15, 16, BJ.)
Toda forma de oración y ruego ★La alabanza. Ciertamente, en vista de quién es Jehová, de sus cualidades y la posición que ocupa en el universo, él merece que lo alabemos (Salmo 33:1) Las canciones son una de las formas de alabar a Jehová.
★ La acción de gracias es otra forma de oración. ¡Y tenemos muchísimas razones para dar gracias al Dador de “toda dádiva buena y todo don perfecto”! (Santiago 1:17.) Apropiadamente, se nos aconseja que ‘demos gracias a Jehová por su bondad amorosa y por sus maravillosas obras para con los hijos de los hombres’ (Salmo 107:31). El que nuestro corazón y nuestra mente estén llenos de aprecio ciertamente nos ayuda a estar firmes en contra de Satanás.
★ Las peticiones constituyen otra forma de oración. Podemos pedir, y es correcto que pidamos, cosas como la sabiduría (Santiago 1:5), espíritu santo (Lucas 11:13), el perdón de los pecados (1 Juan 1:9; 2:1, 2) y la bendición de Dios sobre nuestros esfuerzos (Salmo 90:17).
★ El ruego o súplica es otra forma de oración. Tiene que ver con suplicar o implorar encarecidamente a Jehová Dios, como en tiempos muy difíciles o de gran peligro. Por eso, cuando estuvo preso, Pablo pidió que rogaran por él (Efesios 6:18-20). La oración puede fortalecernos inmensamente ante las tentaciones, las pruebas o el desánimo (Mateo 26:41). Jesús “ofreció ruegos y también peticiones a Aquel que podía salvarlo de la muerte, con fuertes clamores y lágrimas, y fue oído favorablemente por su temor piadoso” (Hebreos 5:7). Estas formas de oración positivamente nos ayudan a estar firmes contra Satanás.
Orar en toda ocasión. Los soldados leales se mantienen en comunicación con el cuartel general y obedecen las órdenes. Como soldados cristianos, tenemos que mantenernos en constante comunicación con nuestro Soberano, Jehová Dios, mediante su gran “comandante a los grupos nacionales”, Jesucristo. (Isaías 55:4.) Podemos hacer esto, no mediante oraciones superficiales, sino por medio de súplicas sinceras que reflejen apego a Jehová y devoción profunda. Al comunicarnos regularmente con Jehová, cada día recibimos fuerzas para seguir luchando.
Todos los días se nos presentan muchas oportunidades de orar, ya que nos surgen problemas, nos encaramos a tentaciones y tenemos que tomar decisiones (Efesios 6:18). Si buscamos la guía de Dios en todo aspecto de la vida, nuestra amistad con él sin duda crecerá. Cuando dos amigos afrontan juntos los problemas, ¿verdad que sus lazos de amistad se fortalecen? (Proverbios 17:17.) Pues lo mismo le sucede a nuestra amistad con Jehová cuando nos apoyamos en él y recibimos su ayuda (2 Crónicas 14:11).
¿Qué sucedería si Jehová nos concediera todas nuestras peticiones?
A veces nos preguntamos cual es nuestro don dentro del pueblo de Jehová, cuando leemos los dones del espíritu en la carta de Pablo a los Efesios
(Ef 4:11) se alistan algunos de éstos y se ha visto algunos que los enumeran incluso con los dedos, claro cuando llegan al dedo meñique uno como que se retrae y dice para si... pero yo no quiero ser el meñique de la mano, yo prefiero ser el índice o el pulgar.
En Ro 12:4 se compara a la congregación con un cuerpo que tiene diferentes miembros con diferentes funciones que colaboran para un fin.
¿Que pasaría si mi mano le dijera al pie, "Yo no te ayudo a ponerte el zapato"? pues a mi también me gustaría llevar zapatos. |
Oración de una niña
Señor, ésta noche te pido algo especial:
Conviérteme en un móvil. Señor, no te pido mucho solamente: Por favor, quiero ser un móvil. |
La visita de Jesús
Un buen día Jesús decidió visitar a un celoso cristiano; Mañana estaré en tu casa de huésped, le dijo… Llegó el día y el cristiano estaba atareadisimo haciendo los preparativos para tan distinguido huésped. El mismo día se presentó el vecino con un problema de salud pidiéndole un favor de ir a la botica a por unos medicamentos para sus dolores; pero el cristiano no podía dejar esperar a Jesús si se presentara durante su ausencia, así que no pudo ayudar a su vecino. Poco después llamó por teléfono un conocido que estaba deprimido y simplemente necesitaba hablar con alguien, pero el cristiano estaba muy ocupado para atenderlo, pues Jesús lo iba a visitar en cualquier momento. Precisamente ese día tenía que venir un familiar suyo pidiendo al cristiano que le echara una mano pues tenía que mover un mueble pesado que él solo no podía, naturalmente el cristiano no podía hoy. Pasaron las horas y Jesús no aparecía por casa del cristiano, cuando se hizo muy tarde el cristiano oró y preguntó a Jesús porque lo había olvidado y no lo visito. Jesús le dijo: "Hoy estuve tres veces en tu casa y no tenías tiempo para atenderme" (Mt 25:45)
Lección: |
¿Cómo orar desde el corazón?
¿Por qué orar en el nombre de Jesús?
¿Qué nos impulsa a orar con confianza?
¿Por qué es esencial orar antes de tomar una decisión importante?
¿A quién debemos orar?
¿Hay que adoptar una postura especial al orar?
¿Qué asuntos podemos mencionar en nuestras oraciones?
¿Cuánto deben durar nuestras oraciones?
¿Con qué frecuencia debemos orar?
¿Por qué se dice “amén” al final de las oraciones?
¿Por qué es importante orar a Dios si él ‘sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos’?
¿Que oraciones son notables de la Biblia?
¿Por qué es fundamental que las parejas oren juntas?
¿Qué consiguen los diferentes tipos de oraciones?
¿Por qué es bueno buscar momentos para orar a solas?
¿Cómo orar desde el corazón?
Para que nuestras oraciones públicas o privadas agraden a Jehová, tienen que nacer del corazón. Así, no repetiremos una y otra vez una simple oración aprendida sin pensar en lo que decimos.
Por supuesto, es posible que tengamos que orar sobre el mismo asunto repetidas veces. Esto no sería impropio, pues Jesús exhortó: “Sigan pidiendo, y se les dará; sigan buscando, y hallarán; sigan tocando, y se les abrirá” (Mateo 7:7). Quizá se necesite un nuevo Salón del Reino porque Jehová esté haciendo prosperar la predicación en determinada localidad (Isaías 60:22). En tal caso sería apropiado mencionar repetidas veces esa necesidad en nuestras oraciones privadas o en las públicas en las reuniones del pueblo de Jehová. Eso no supondría ‘proferir repeticiones vacías’. Jesús mismo oró vez tras vez en el jardín de Getsemaní “diciendo la misma palabra” (Mar. 14:32-39).
¿Por qué orar en el nombre de Jesús? Claro está, Dios siempre ha escuchado las oraciones de sus siervos fieles (1 Samuel 1:9-19; Salmo 65:2). Sin embargo, desde que Dios estableció su pacto con Israel, todo el que deseara que sus oraciones fueran escuchadas tenía que reconocer que Israel era la nación que Jehová había escogido. Más tarde, a partir de los días de Salomón, había que aceptar que el templo era el lugar elegido por Dios para que se ofrecieran sacrificios (Deuteronomio 9:29; 2 Crónicas 6:32, 33). No obstante, este sistema de adoración fue transitorio. Tal como escribió el apóstol Pablo, la Ley que se dio a Israel y los sacrificios que se ofrecían en el templo eran “una sombra de las buenas cosas por venir, pero no la sustancia misma de las cosas” (Hebreos 10:1, 2). La sombra tenía que dar paso a la realidad (Colosenses 2:17). Por ello, desde el año 33 de nuestra era, tener una relación personal con Jehová ya no ha dependido de observar la Ley mosaica. Antes bien, hay que obedecer a Jesucristo, aquel a quien la Ley señalaba (Juan 15:14-16; Gálatas 3:24, 25).
¿Qué nos impulsa a orar con confianza?
Con este ejemplo de un padre que atiende las peticiones de su hijo, Jesús revela lo que Jehová siente hacia quienes acuden a él en oración (Lucas 10:22). En primer lugar, observe el siguiente contraste: el hombre al que se le pide ayuda en la primera ilustración no estaba muy dispuesto a darla; Jehová, por el contrario, es como el cariñoso padre humano que se desvive por dar a su hijo lo que este le pide (Salmo 50:15). Además, Jesús muestra con un razonamiento contundente que Jehová desea de corazón ayudarnos. El razonamiento es este: si un padre humano —pese a ser ‘inicuo’ debido al pecado heredado— es capaz de dar cosas buenas a su hijo, con mucha más razón podemos esperar que nuestro Padre celestial, en su infinita bondad, dé espíritu santo a sus hijos que lo adoran (Santiago 1:17).
¿Qué lección aprendemos? Que podemos tener la seguridad de que nuestro Padre celestial está muy dispuesto a darnos espíritu santo si se lo pedimos (1 Juan 5:14). Aunque le oremos una y otra vez, él jamás responderá como el hombre de la ilustración, que dijo a su amigo: “Deja de causarme molestia. La puerta ya está asegurada con cerradura” (Lucas 11:7). Mostrando que Jehová es todo lo contrario de aquel hombre, Jesús da esta exhortación: “Sigan pidiendo, y se les dará; sigan buscando, y hallarán; sigan tocando, y se les abrirá” (Lucas 11:9, 10). En efecto, Jehová “nos responderá en el día que llamemos” (Salmo 20:9; 145:18).
La ilustración de Jesús sobre el padre amoroso también subraya que Jehová es muchísimo más bondadoso y tierno que cualquier padre humano. Por lo tanto, ninguno de nosotros debe pensar que las dificultades que afronta son prueba de que ha desagradado a Jehová. Es Satanás, nuestro principal enemigo, quien desea que pensemos así (Job 4:1, 7, 8; Juan 8:44). Esos sentimientos de culpa no tienen fundamento bíblico, pues Jehová no nos somete a prueba “con cosas malas” (Santiago 1:13). Nuestro Padre celestial no nos envía dificultades semejantes a serpientes o escorpiones. Más bien, da “cosas buenas a los que le piden” (Mateo 7:11; Lucas 11:13). Cuanto más comprendamos lo bueno que es Jehová y lo dispuesto que está a ayudarnos, más impulsados nos sentiremos a orarle con confianza. Y al hacerlo, podremos expresar los mismos sentimientos del salmista que escribió: “Verdaderamente Dios ha oído; ha prestado atención a la voz de mi oración” (Salmo 10:17; 66:19).
¿Por qué es esencial orar antes de tomar una decisión importante? Orar. Debemos pedirle a Jehová con confianza que nos guíe para tomar la decisión apropiada. A menudo, el espíritu santo nos traerá a la mente principios bíblicos aplicables a la situación o quizá nos permita entender con mayor claridad algún pasaje de las Escrituras relacionado con el asunto (Santiago 1:5, 6).
¿A quién debemos orar? Jesús enseñó a sus discípulos a orar así: “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mateo 6:9). Por lo tanto, debemos dirigir nuestras oraciones únicamente a Jehová Dios. Sin embargo, él quiere que reconozcamos la posición que ocupa su Hijo unigénito, Jesucristo. Jehová envió a Jesús a la Tierra para que fuera el rescate que nos liberara del pecado y la muerte (Juan 3:16; Romanos 5:12). Además, lo nombró Sumo Sacerdote y Juez (Juan 5:22; Hebreos 6:20). Por eso, las Escrituras nos dicen que oremos mediante Jesús. Él mismo dijo: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). Para que nuestras oraciones sean escuchadas, deben ir dirigidas únicamente a Jehová por medio de su Hijo.
¿Hay que adoptar una postura especial al orar? La Biblia no manda colocarse de una manera concreta para que las oraciones sean oídas. La Biblia enseña que hay varias posturas adecuadas para orar. Por ejemplo, la persona puede estar sentada, inclinada, arrodillada o de pie (1 Reyes 8:22; 1 Crónicas 17:16; Nehemías 8:6; Daniel 6:10; Marcos 11:25; Lucas 22:41). Lo que de verdad importa no es adoptar una postura para que nos vean, sino tener la debida actitud. De hecho, podemos orar en silencio y en cualquier lugar, tanto si estamos realizando nuestras labores habituales como si surge una emergencia. Puede que nadie se dé cuenta de que estamos orando, pero Jehová sí nos escucha (Nehemías 2:1-6; Joel 2:12, 13).
¿Qué asuntos podemos mencionar en nuestras oraciones?
Las oraciones consisten básicamente en: confesión (2Cr 30:22), peticiones o solicitudes (Heb 5:7), expresiones de alabanza y acción de gracias (Sl 34:1; 92:1) y votos (1Sa 1:11; Ec 5:2-6). La oración que Jesús enseñó a sus discípulos era simplemente un modelo, pues ni Jesús ni sus discípulos se adhirieron rígidamente a esas palabras específicas en sus oraciones posteriores. (Mt 6:9-13.)
La Biblia responde: “No importa [...] lo que pidamos”, siempre que sea “conforme a su voluntad, [Jehová] nos oye” (1 Juan 5:14). Así que podemos incluir cualquier asunto que esté de acuerdo con la voluntad de Dios. Por ejemplo, ¿desea él que le contemos nuestras preocupaciones? ¡Claro que sí! Orar a Jehová es como hablar con un amigo íntimo. Podemos ‘derramarle nuestro corazón’, es decir, expresarle con toda confianza lo que sentimos (Salmo 62:8). También es apropiado pedirle que nos ayude con su espíritu santo a hacer lo que está bien (Lucas 11:13). Además, le rogamos que nos guíe para tomar buenas decisiones y que nos dé fuerzas para aguantar las dificultades (Santiago 1:5). Cuando pecamos, debemos suplicarle que nos perdone, teniendo en cuenta nuestra fe en el sacrificio de Cristo (Efesios 1:3, 7). Pero no oremos solo por nosotros, sino también por otras personas, como nuestros familiares o hermanos cristianos (Hechos 12:5; Colosenses 4:12).
En nuestras oraciones debemos dar la máxima importancia a las cuestiones relacionadas con Jehová Dios. Tenemos razones de sobra para alabarlo y darle gracias de todo corazón por su gran bondad (1 Crónicas 29:10-13). En Mateo 6:9-13 encontramos la oración que Jesús dio como modelo. En ella se nos enseña a pedir que se santifique el nombre de Dios, es decir, que se trate como algo santo o sagrado. A continuación se pide que venga el Reino de Dios y que se haga la voluntad divina en la Tierra como se hace en el cielo. Notemos que Jesús incluye los asuntos personales después de mencionar estas cuestiones importantes relacionadas con Jehová. Si nosotros también dejamos que Dios ocupe el lugar más importante en nuestras oraciones, demostraremos que no estamos interesados solo en nuestro bienestar.
¿Cuánto deben durar nuestras oraciones?
La Biblia no pone límites a la duración de las oraciones, sean privadas o públicas. Pueden ser cortas, como las que hacemos antes de comer, o largas, como cuando le abrimos el corazón a Jehová en privado (1 Samuel 1:12, 15).
Antes de escoger a sus 12 apóstoles, Jesús oró toda la noche. (Lucas 6:12.) Sin embargo, ¿cuán larga debería ser una oración pública? Bueno, antes de pasar los emblemas al instituir la Conmemoración de su muerte, Jesús ‘dijo una bendición’ y ‘dio gracias’, evidentemente lo hizo con oraciones breves. (Mateo 26:26-28.) Por otra parte, la oración de Salomón en la dedicación del templo fue bastante larga. También lo fue la oración de Jesús la noche antes de morir. (2 Crónicas 6:14-42; Juan 17:1-26.)
Por lo tanto, no hay una regla acerca de cuán larga debe ser una oración pública. Pero no existe ninguna virtud especial en hacer oraciones largas. De hecho, Jesús criticó a los santurrones escribas que hacían oraciones interminables para llamar la atención y ‘devoraban las casas de las viudas y por pretexto hacían largas oraciones’. (Lucas 20:46, 47.) Eso no impresiona a Jehová. Lo importante es orar con sinceridad. En las oraciones en que se representa a otras personas se deben mencionar claramente las circunstancias o necesidades de tales personas, y deben ser de una largura apropiada a la ocasión. No tenemos que hacer oraciones largas en que se divague y abarque muchos puntos ajenos a la ocasión. La oración puede ser relativamente corta al dar gracias por una comida. Tampoco tiene que ser muy larga la oración para dar comienzo a una reunión cristiana. El que representa en oración a una familia al comienzo o al final del día, o el que lo hace al final de una asamblea, quizás desee incluir puntos adicionales apropiados para la ocasión. Por lo tanto, la duración de las oraciones dependerá de las necesidades y las circunstancias. Como dice un dicho, “al hacercarte a Jehová en oración es mejor tener mucho corazón humilde y pocas palabras, que muchas palabras sin corazón” (Lucas 18:9-14; Salmo 138:6.)
¿Con qué frecuencia debemos orar? La Biblia nos dice: “Oren de continuo”, “perseveren en la oración” y “oren incesantemente” (Mateo 26:41; Romanos 12:12; 1 Tesalonicenses 5:17). Eso no quiere decir que vamos a pasar las veinticuatro horas orando. Significa, más bien, que todos los días debemos ofrecer oraciones a Jehová para darle gracias por su bondad y para pedirle que nos guíe, consuele y dé fuerzas. ¡Qué bendición! Jehová nos permite orarle todas las veces que queramos y por tanto tiempo como deseemos. Si valoramos el privilegio de hablar con nuestro Padre celestial, encontraremos muchas ocasiones para hacerlo.
¿Por qué se dice “amén” al final de las oraciones?
Tanto en español como en griego, esta palabra es una transliteración del término hebreo `amén, y quiere decir “así sea” o “ciertamente”. Por lo general, la pronunciaba el público al unísono al final de una oración, un juramento, una bendición o una maldición. Hoy día se usa para indicar que la persona que está escuchando concuerda con lo que se acaba de expresar. Según un diccionario bíblico, conlleva la idea de que “algo es cierto, seguro, válido, confiable y fiel”. En tiempos bíblicos, también se utilizaba cuando alguien se comprometía legalmente a cumplir un juramento o un pacto, así como a asumir las consecuencias en caso de no hacerlo (Deuteronomio 27:15-26).
Durante su ministerio, Jesús utilizó el término griego amën al comienzo de algunas de sus afirmaciones. De este modo destacaba que lo que iba a decir era absolutamente cierto. En estos casos, amën se traduce “en verdad” o “de cierto” (Mateo 5:18; 6:2, 5; Reina-Valera, 1960). Hubo ocasiones en que Jesús lo pronunció dos veces seguidas, como ocurre en el Evangelio de Juan. En estos casos, la expresión se traduce “muy verdaderamente” (Juan 1:51). Se dice que este uso —característico de Jesús— es único en toda la literatura sagrada.
En las Escrituras Griegas Cristianas, Jesús recibe el título “Amén”, lo que señala que su testimonio es “fiel y verdadero” (Apocalipsis [Apocalipsis] 3:14).
Hay ejemplos bíblicos que muestran que es conveniente finalizar las oraciones personales y públicas diciendo “amén” (1 Crónicas 16:36; Salmo 41:13). Cuando decimos “amén” en privado, confirmamos que nuestras palabras han sido sinceras. Cuando lo decimos en público (sea en silencio o en voz alta), manifestamos que estamos de acuerdo con lo que se ha expresado (1 Corintios 14:16).
¿Por qué es importante orar a Dios si él ‘sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos’?
Mat. 6:8 Para empezar, porque al pedirle espíritu santo demostramos que confiamos en él. Pensemos en las razones que nos llevan a ayudar a una persona. ¿No es cierto que a veces lo hacemos porque nos gusta que haya confiado en nosotros y nos haya pedido ayuda? (Compárese con Proverbios 3:27.) Del mismo modo, a Jehová le complace que acudamos a él para pedirle su espíritu, y sin falta nos lo dará. Otro marco donde nos exponemos a la influencia del espíritu es en nuestras reuniones y asambleas. Es muy importante que nos esforcemos por prestar buena atención. Así lograremos comprender “las cosas profundas de Dios” (1 Cor. 2:10).
Al orar mostramos que tenemos fe en Dios y que lo consideramos la fuente de “toda dádiva buena y todo don perfecto”. (Salmo 139:4; Santiago 1:17; Hebreos 11:6.) Jehová se complace en nuestras oraciones. (Proverbios 15:8.) Él se alegra de oír nuestras expresivas palabras de aprecio y alabanza, tal como un padre se regocija cuando oye pronunciar a su hijo pequeño palabras sinceras de gratitud. (Salmo 119:108.) Cuando existe una buena relación entre padre e hijo, existe también una comunicación afectuosa. El niño que se siente amado desea hablar con su padre. Lo mismo sucede en nuestra relación con Dios. Si apreciamos de veras lo que estamos aprendiendo de Jehová y el amor que él nos muestra, sentiremos un gran deseo de comunicarnos con él en oración. (1 Juan 4:16-18.)
¿Que oraciones son notables de la Biblia?
Todo el libro de los Salmos consiste en oraciones y canciones de alabanza a Jehová, cuyo contenido ilustra lo que debería ser la oración. Entre muchas oraciones notables se cuentan las de Jacob, si ante nosotros se presentara una situación difícil que nos creara ansiedad y hasta nos hiciera temer por el bienestar de nuestros seres queridos, podríamos repasar la oración de Jacob ante su inminente encuentro con Esaú, su vengativo hermano (Gé 32:9-12), Moisés (Dt 9:25-29), Job (Job 1:21), Ana (1Sa 2:1-10), David (2Sa 7:18-29; 1Cr 29:10-19), Salomón (1Re 3:6-9; 8:22-61), Otra posibilidad sería estudiar la súplica que ofreció el rey Asá cuando un ejército de un millón de etíopes amenazaba al pueblo de Dios (2Cr 14:11), Jehosafat (2Cr 20:5-12), En caso de que nos preocupase un problema que pudiera causar oprobio al nombre de Jehová, sería bueno meditar en la oración que pronunció Elías ante los adoradores de Baal congregados en el monte Carmelo (1Re 18:36, 37), Jonás (Jon 2:1-9), Ezequías (2Re 19:15-19), Jeremías (Jer 20:7-12; el libro de Lamentaciones), Daniel (Da 9:3-21), Esdras (Esd 9:6-15), así como en la que hizo Nehemías concerniente al deplorable estado de Jerusalén (Ne 1:4-11), ciertos levitas (Ne 9:5-38), Habacuc (Hab 3:1-19), Jesús (Jn 17:1-26; Mr 14:36) y los discípulos de Jesús (Hch 4:24-30). Leer oraciones como estas y reflexionar sobre ellas fortalece nuestra fe, además de proporcionarnos ideas para dirigirnos apropiadamente a Jehová y contarle las preocupaciones que nos abruman.
Cuando no tenemos la sabiduría necesaria para enfrentarnos a una crisis, podemos orar como Jehosafat: ‘No sabemos qué debemos hacer, pero nuestros ojos están hacia ti, Jehová’ (2Cr 20:12). Es posible que el espíritu santo nos haga recordar ideas bíblicas necesarias para resolver el problema, o Dios puede ayudarnos de maneras que superan el razonamiento humano (Romanos 8:26, 27).
¿Por qué es fundamental que las parejas oren juntas? Una forma en que las parejas pueden incluir a Dios en su matrimonio es estudiando la Biblia juntos. Estudiar juntos la Biblia hace que los matrimonios estén muy conscientes de las normas divinas; además, fortalece su espiritualidad y los ayuda a progresar. Los matrimonios felices también oran juntos. Si el esposo le abre el corazón a Jehová y menciona las necesidades particulares de su matrimonio, la relación de pareja se fortalecerá. Por ejemplo, cuando usted y su cónyuge tienen desacuerdos, ¿no le parece que los resolverían más fácilmente si buscaran la guía del Todopoderoso? (Mat. 6:14, 15.) También sería muy bueno que ambos actuaran en conformidad con su oración, ayudándose el uno al otro y “soportándose [...] y perdonándose liberalmente” (Col. 3:13). Al orar a Dios y cifrar nuestra esperanza en él, nos sentimos menos agobiados, pues sabemos que se interesa por nosotros (1 Ped. 5:7).
¿Qué consiguen los diferentes tipos de oraciones?
★Oraciones de agradecimiento. Cuando le damos gracias a Dios por todo lo bueno que nos ocurre, nos concentramos en las bendiciones que recibimos. Por eso, nos volvemos personas más agradecidas, felices y optimistas (Filipenses 4:6).
Ejemplo: La oración de Jesús para agradecerle a su Padre que lo escuchara (Juan 11:41).
★Oraciones para pedir perdón. Pedir a Dios que nos perdone alivia el sentimiento de culpa. Además, educa nuestra conciencia, pues nos hace más conscientes de la gravedad del pecado y profundiza nuestro arrepentimiento.
Ejemplo: La oración del arrepentido David (Salmo 51).
★Oraciones para pedir guía y sabiduría. Nos hacen más humildes, ya que nos recuerdan nuestras limitaciones y nos ayudan a confiar en nuestro Padre celestial, y no en nosotros mismos (Proverbios 3:5, 6).
Ejemplo: La oración en que Salomón le pidió a Dios que lo guiara y le diera sabiduría para reinar sobre Israel (1 Reyes 3:5-12).
★Oraciones en momentos de angustia. Cuando algo nos preocupa intensamente, nada nos alivia más que abrirle nuestro corazón a Dios. Al mismo tiempo, aprendemos a depender de Jehová (Salmo 62:8).
Ejemplo: La oración que hizo el rey Asá frente a un poderoso enemigo (2 Crónicas 14:11).
★Oraciones a favor de quienes necesitan ayuda. Así combatimos el egoísmo y cultivamos virtudes como la compasión y la empatía.
Ejemplo: La oración de Jesús a favor de sus discípulos (Juan 17:9-17).
★Oraciones de alabanza. Nuestro respeto y amor por Jehová aumenta cuando alabamos sus cualidades y sus maravillosas obras. Estas oraciones también nos acercan más a nuestro Dios y Padre celestial.
Ejemplo: La oración en que David alabó con aprecio las creaciones de Dios (Salmo 8).
Pero la lista de beneficios no acaba ahí: gracias a la oración, obtenemos “la paz de Dios que supera a todo pensamiento” (Filipenses 4:7). Sin duda alguna, gozar de tranquilidad en el mundo actual es un tesoro de inestimable valor. ¡Hasta es beneficioso para la salud! (Proverbios 14:30.) ★La oración ¿Sirve de algo? - (1-10-2010-Pg.10*)
¿Por qué es bueno buscar momentos para orar a solas? Jesús solía buscar oportunidades para orar a solas, lejos de las multitudes (Mat. 14:13; Luc. 6:12). También nosotros necesitamos esos momentos. Cuando oramos en calma y sin distracciones, es más fácil tomar decisiones que agraden a Dios y que contribuyan a nuestro bienestar espiritual. Ahora bien, Jesús también oraba en público. En nuestras reuniones hay hombres leales que oran en representación de la congregación (1 Tim. 2:8). Al final de esas oraciones, todos los presentes deben poder decir “amén”, expresión que significa “así sea”. Claro, para que puedan hacerlo, tienen que estar de acuerdo con lo que se ha dicho. En el padrenuestro, Jesús no dijo nada que pudiera ofender o perturbar a los demás (Luc. 11:2-4). Tampoco se puso a repasar los problemas ni las necesidades de cada uno de los presentes. Los asuntos personales deben reservarse para las oraciones que hacemos en privado, no en público. Y debemos tener cuidado de no revelar información confidencial al orar en público.
Se cree que la palabra hebrea `asche·ráh (plural `asche·rím) puede referirse a 1) un poste sagrado que representa a Aserá, diosa cananea de la fertilidad (Jue 6:25, 26), y 2) a una imagen de esta diosa. Al parecer, eran postes verticales hechos, al menos en parte, de madera. Puede que fueran postes sin tallar o incluso árboles. (2Re 13:6, nota.) Al parecer, eran postes verticales hechos, al menos en parte, de madera. Puede que fueran postes sin tallar o incluso árboles (Dt 16:21; 1Re 15:13). Sin embargo, no siempre es posible determinar si cierto texto en particular se refiere al objeto idolátrico o a la diosa. Algunas versiones traducen esta palabra “poste [o cipo] sagrado”, pero la transliteran o adoptan otra solución cuando parece referirse a la diosa (CB, LT). Otras no intentan hacer una diferencia, sino tan solo transliteran la palabra hebrea (DK) o la traducen siempre “poste sagrado” (NM). Por otra parte, algunas versiones antiguas la suelen traducir “bosque” (Scío; Val, 1909), traducción que resulta del todo impropia en textos como 2 Reyes (4 Reyes, Scío) 23:6 y 2 Crónicas 24:18, donde se habla de sacar el “bosque” del templo de Jerusalén y de servir a los “bosques”.
Los postes sagrados. Al parecer los postes sagrados estaban en posición vertical, y estaban hechos de madera, o por lo menos tenían partes de ella, pues a los israelitas se les ordenó que los cortasen y los quemasen. (Éx 34:13; Dt 12:3) Posiblemente fueron simples postes sin tallar, y quizás, en algunas ocasiones, incluso árboles, puesto que al pueblo de Dios se le dijo: “No debes plantar para ti ninguna clase de árbol como poste sagrado”. (Dt 16:21.)
Israel y Judá pasaron por alto el mandato expreso de Dios de no erigir columnas sagradas y postes sagrados, y los colocaron sobre “toda colina alta y debajo de todo árbol frondoso” junto a los altares que usaban para sacrificios. Se ha afirmado que los postes representaban la feminidad, mientras que las columnas representaban la masculinidad. Estos objetos idolátricos, probablemente símbolos fálicos, guardaban relación con orgías sexuales, como lo indica el que ya desde el tiempo del reinado de Rehoboam hubiera prostitutos en el país. (1Re 14:22-24; 2Re 17:10.) Solo en raras ocasiones hubo reyes, como Ezequías (y Josías), que ‘quitaron los lugares altos e hicieron pedazos las columnas sagradas y cortaron los postes sagrados’. (2Re 18:4; 2Cr 34:7.)
Los textos de Ras Shamra identifican a esta diosa como la esposa del dios El, “Creador de las Criaturas”, y la llaman “señora Aserá del Mar” y “Progenitora de los Dioses”, lo que la convierte en madre de Baal. Sin embargo, las funciones de las tres diosas prominentes del baalismo (Anat, Aserá y Astoret) debieron intercambiarse fácilmente, como se desprende de las fuentes extrabíblicas, así como del propio registro bíblico. Si bien Astoret figuraba como la esposa de Baal, es posible que a Aserá también se la considerase como tal.
Durante el período de los jueces, los israelitas apóstatas “se pusieron a servir a los Baales y a los postes sagrados [los aserás]”. (Jue 3:7, nota; compárese con 2:13.) El que esas deidades aparezcan en plural puede indicar que cada localidad tenía su Baal y su aserá. (Jue 6:25.) Jezabel, la esposa sidonia de Acab, el rey de Israel, tenía 450 profetas de Baal y 400 profetas del poste sagrado o aserá que ‘comían a su mesa’. (1Re 18:19.)
La degradada adoración de Aserá llegó a practicarse hasta en el mismísimo templo de Jehová. El rey Manasés hasta colocó allí una imagen tallada del poste sagrado, probablemente una representación de la diosa Aserá. (2Re 21:7.) A Manasés se le disciplinó con el cautiverio en Babilonia, si bien demostró haberse beneficiado de dicha disciplina, pues cuando regresó a Jerusalén, limpió la casa de Jehová de objetos idolátricos. No obstante, su hijo Amón reanudó el degradante culto a Baal y Aserá, que iba acompañado de prostitución ceremonial. (2Cr 33:11-13, 15, 21-23.) Eso obligó al justo rey Josías, sucesor de Amón, a derribar “las casas de los prostitutos de templo que estaban en la casa de Jehová, donde las mujeres tejían tiendas-capillas para el poste sagrado”. (2Re 23:4-7.)
Para determinar el sentido del concepto bíblico “predicar”, es conveniente examinar el significado de los términos hebreos y griegos originales. La palabra griega kë·rys·sö, que por lo general se traduce “predicar”, tiene el sentido primario de “proclamar como heraldo; ser heraldo; oficiar de heraldo; proclamar (victorioso)”. Un sustantivo de la misma familia es ké·ryx, que significa “pregonero; divulgador; enviado; heraldo (que hacía proclamación y mantenía el orden en asambleas, etc.)”. Otro sustantivo relacionado es ké·ryg·ma, cuyo significado es “proclamación del heraldo; pregón; anuncio (de victoria en los juegos); mandato; convocatoria”. (A Greek-English Lexicon, de H. Liddell y R. Scott, revisión de H. Jones, Oxford, 1968, pág. 949.) Por lo tanto, kë·rys·sö no comunica la idea de pronunciar un sermón a un grupo limitado de discípulos, sino hacer una proclamación abierta y pública. Sirve de ejemplo el uso que se hace del término al hacer referencia a “un ángel fuerte que proclamaba [kë·rys·son·ta] con voz fuerte: ‘¿Quién es digno de abrir el rollo y desatar sus sellos?’”. (Apo 5:2; compárese también con Mt 10:27.)
La palabra eu·ag·gue·lí·zo·mai significa “declarar buenas nuevas”. (Mt 11:5.) Otras palabras relacionadas son di·ag·guél·lö, “declarar por todas partes; notificar” (Lu 9:60; Hch 21:26; Ro 9:17), y ka·tag·guél·lö, “publicar; hablar de; proclamar; dar publicidad”. (Hch 13:5; Ro 1:8; 1Co 11:26; Col 1:28.) La diferencia principal entre ké·rys·sö y eu·ag·gue·lí·zo·mai estriba en que la primera destaca cómo se hace la proclamación, indicando que es una declaración pública, autorizada, mientras que la última pone de relieve el contenido de la misma, la comunicación del eu·ag·gué·li·on, es decir, de la buena nueva o evangelio.
Kë·rys·sö corresponde en cierta medida al término hebreo ba·sár, que significa “llevar noticias; anunciar; actuar como portador de noticias”. (1Sa 4:17; 2Sa 1:20; 1Cr 16:23.) Sin embargo, ba·sár no encierra el mismo grado de carácter o autorización oficial.
La predicación en las Escrituras Hebreas. Noé es la primera persona a la que se llama “predicador” (2Pe 2:5), aunque la actividad profética que anteriormente había llevado a cabo Enoc puede que implicara cierta predicación. (Jud 14, 15.) La predicación de justicia que Noé hizo antes del Diluvio probablemente incluyó una llamada al arrepentimiento y una advertencia de la destrucción venidera, como se desprende del comentario de Jesús en cuanto a que las personas “no hicieron caso”. (Mt 24:38, 39.) Por consiguiente, la proclamación pública que Noé efectuó con la autorización divina no fue principalmente un mensaje de buenas nuevas. Además, es curioso que Noé no recibió el mandato de predicar, sino de edificar el arca y rescatar a los animales y su familia, a pesar de eso parece que salió de Noé mismo el hecho de advertir a sus contemporáneos del cataclismo inminente, y esa cualidad de misericordia de su corazón seguro que seria un factor que Jehová tuvo en cuenta para considerarlo digno de sobrevivir y para que mas tarde se le considerara en su palabra como un predicador de justicia. La palabra griega kë·rýs·sö significa “proclamar” en general (buenas o malas noticias), a diferencia de eu·ag·gue·lí·zo·mai: “declarar una buena nueva”. Noé fue predicador (o heraldo, kë·ryx) en el mundo antediluviano y anunció la advertencia divina.
Después del Diluvio, muchos hombres, como Abrahán, sirvieron de profetas que pronunciaron revelaciones divinas. (Sl 105:9, 13-15.) Sin embargo, no parece que dichas revelaciones se pronunciaran de manera regular o pública antes de que Israel se asentase en la Tierra Prometida. No se ordenó a los antiguos patriarcas que fuesen heraldos. Durante el período de los reyes de Israel, los profetas fueron portavoces públicos que proclamaron abiertamente los decretos de Dios, sus juicios y sus llamamientos. (Isa 58:1; Jer 26:2.) La proclamación de Jonás en Nínive encaja bien con la idea que transmite el término ké·ryg·ma, y se emplea dicho término para referirse a su obra. (Compárese con Jon 3:1-4; Mt 12:41.) Sin embargo, el ministerio de los profetas por lo general era mucho más amplio que el de un heraldo o predicador, y en algunos casos tenían voceros. (2Re 5:10; 9:1-3; Jer 36:4-6.) Algunos de sus mensajes y visiones se pusieron por escrito y no se proclamaron oralmente (Jer 29:1, 30, 31; 30:1, 2; Da 7–12); otros muchos se dieron en privado, y a veces también los profetas se valían de acciones simbólicas para transmitir ideas. (Véanse PROFECÍA; PROFETA.)
Así como se proclamaron amonestaciones, advertencias y juicios, también se proclamaron buenas nuevas de victoria, liberación y bendiciones, como también de alabanza a Jehová Dios. (1Cr 16:23; Isa 41:27; 52:7; en estos textos se emplea la voz hebrea ba·sár.) En ciertas ocasiones, las mujeres proclamaban o cantaban la nueva de una victoria en batalla o de una liberación venidera. (Sl 68:11; Isa 40:9; compárese con 1Sa 18:6, 7.)
Las Escrituras Hebreas también predijeron la obra de predicación que efectuarían Cristo Jesús y la congregación cristiana. Jesús citó Isaías 61:1, 2 y dijo que allí se predecía su comisión divina y su autorización para predicar. (Lu 4:16-21.) En cumplimiento del Salmo 40:9 (el apóstol Pablo aplicó a Jesús los versículos precedentes en Heb 10:5-10), Jesús ‘anunció las buenas nuevas [una forma de ba·sár] de justicia en la congregación grande’. El apóstol Pablo citó Isaías 52:7 (concerniente al mensajero que llevaba las noticias sobre la liberación de Sión de su cautiverio) y relacionó esas palabras con la obra de predicación de los cristianos. (Ro 10:11-15.)
En las Escrituras Griegas Cristianas. Aunque Juan el Bautista anduvo principalmente en las regiones desérticas, efectuó la obra de predicador o mensajero público, anunciando a los judíos que acudían a él que se había acercado el Mesías y el reino de Dios y llamándolos al arrepentimiento. (Mt 3:1-3, 11, 12; Mr 1:1-4; Lu 3:7-9.) Juan fue al mismo tiempo profeta, maestro (con discípulos) y evangelizador. (Lu 1:76, 77; 3:18; 11:1; Jn 1:35.) Era “representante de Dios” y testigo suyo. (Jn 1:6, 7.)
Jesús no se quedó en la región desértica de Judea después de ayunar allí durante cuarenta días, ni tampoco se aisló para llevar una vida monástica. Reconoció que su comisión divina exigía una obra de predicación y la llevó a cabo públicamente, en las ciudades y aldeas, en el recinto del templo, en las sinagogas, en las plazas de mercado y en las calles, así como en las regiones rurales. (Mr 1:39; 6:56; Lu 8:1; 13:26; Jn 18:20.) Al igual que Juan, hizo algo más que predicar. Su enseñanza recibe más énfasis aún que su predicación. La diferencia entre enseñar (di·dá·skö) y predicar radica en que el maestro no solo proclama, sino que instruye, explica, presenta argumentos y pruebas. Por lo tanto, la obra de los discípulos de Jesús, tanto antes como después de la muerte de este, tenía que ser una combinación de predicación y enseñanza. (Mt 4:23; 11:1; 28:18-20.)
El tema de la predicación de Jesús fue: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado”. (Mt 4:17.) Como heraldo oficial, Jesús alertaba a sus oyentes de la actividad de su Dios soberano y de que aquel era un tiempo de oportunidad y decisión. (Mr 1:14, 15.) Como predijo Isaías, no solo llevó buenas nuevas y consuelo a los mansos, a los quebrantados de corazón y a los que estaban de duelo, además de proclamar libertad a los cautivos, sino que también proclamó “el día de la venganza de parte de nuestro Dios”. (Isa 61:2.) Jesús anunció con denuedo los propósitos, decretos, nombramientos y juicios de Dios ante los gobernantes y ante el pueblo. ★Predicación en la plaza del mercado - (15-9-2008-Pg.25)
Después de la muerte de Jesús. Cuando Jesucristo fue resucitado, dio destellos de luz respecto a una obligación que recaía sobre todos sus seguidores. Jesús se apareció en una montaña de Galilea y dio esta instrucción a una asamblea de 500 discípulos donde había hombres, mujeres y posiblemente hasta niños reunidos. Véase Hch 2:1-11; Joe 2:28, 29
Después de su muerte, en particular desde el Pentecostés del año 33 E.C. en adelante, los discípulos de Jesús llevaron a cabo la obra de predicar, primero entre los judíos y, con el transcurso del tiempo, a todas las naciones. Al ser ungidos con espíritu santo, reconocieron —y así se presentaron ante sus oyentes— que eran heraldos autorizados (Hch 2:14-18; 10:40-42; 13:47; 14:3; compárese con Ro 10:15), del mismo modo que Jesús resaltó que había sido ‘enviado por Dios’ (Lu 9:48; Jn 5:36, 37; 6:38; 8:18, 26, 42), quien le había dado “mandamiento en cuanto a qué decir y qué hablar”. (Jn 12:49.) Por lo tanto, cuando se les ordenó que dejasen de predicar, su respuesta fue: “Si es justo a vista de Dios escucharles a ustedes más bien que a Dios, júzguenlo ustedes mismos. Pero en cuanto a nosotros, no podemos dejar de hablar de las cosas que hemos visto y oído”. “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres.” (Hch 4:19, 20; 5:29, 32, 42.) Esta actividad de predicar era una parte esencial de su adoración, una manera de alabar a Dios, un requisito para obtener salvación. (Ro 10:9, 10; 1Co 9:16; Heb 13:15; compárese con Lu 12:8.) Debido a ello, todos los discípulos, hombres y mujeres, tenían que participar en esa obra hasta la “conclusión del sistema de cosas”. (Mt 28:18-20; Lu 24:46-49; Hch 2:17; compárese con Hch 18:26; 21:9; Ro 16:3.)
Aquellos predicadores cristianos primitivos no tenían una gran educación desde el punto de vista mundano. El Sanedrín llegó a decir que los apóstoles Pedro y Juan eran “hombres iletrados y del vulgo”. (Hch 4:13.) Los judíos se admiraban del propio Jesús, “y decían: ‘¿Cómo tiene este hombre conocimiento de letras, cuando no ha estudiado en las escuelas?’”. (Jn 7:15.) Los historiadores seglares se han expresado en términos parecidos. Por ejemplo, Celso, uno de los primeros autores primitivos que escribió en contra del cristianismo, hizo asunto de burla el que los entusiásticos predicadores del evangelio fuesen “cardadores, zapateros y bataneros, [...] las gentes, en fin, más incultas y rústicas”. (Contra Celso, III, 55.) Pablo lo explicó de esta manera: “Pues ustedes contemplan su llamamiento por él, hermanos, que no muchos sabios según la carne fueron llamados, no muchos poderosos, no muchos de nacimiento noble; sino que Dios escogió las cosas necias del mundo, para avergonzar a los sabios”. (1Co 1:26, 27.)
Sin embargo, pese a no haber recibido una educación elevada en las escuelas del mundo, los predicadores cristianos primitivos no carecían de preparación. Jesús preparó bien a los doce apóstoles antes de enviarlos a predicar. (Mt 10.) Esta preparación no consistió solo en instrucciones orales, sino también en aspectos prácticos. (Lu 8:1.)
El tema de la predicación cristiana continuó siendo “el reino de Dios”. (Hch 20:25; 28:31.) Sin embargo, su proclamación contenía rasgos adicionales si se compara con la que se efectuó antes de la muerte de Cristo. El “secreto sagrado” del propósito de Dios se había revelado por medio de Cristo; su muerte en sacrificio había llegado a ser un factor vital en la fe verdadera (1Co 15:12-14), y su ensalzada posición como Rey y Juez asignado por Dios debía ser reconocida y aceptada por todos aquellos que obtendrían el favor divino y la vida. (2Co 4:5.) Por lo tanto, se dice a menudo que los discípulos ‘predican a Cristo Jesús’. (Hch 8:5; 9:20; 19:13; 1Co 1:23.) Un estudio de su actividad pone de manifiesto que su ‘predicación acerca de Cristo’ no implicaba que dieran a entender a sus oyentes que Cristo era una figura independiente o separada del reino de Dios y de su propósito global. Más bien, proclamaron lo que Jehová Dios había hecho para su Hijo y por medio de él, y cómo se estaban cumpliendo y se cumplirían en Jesús los propósitos de Dios. (2Co 1:19-21.) De modo que toda esa predicación era para la propia alabanza y gloria de Dios, “mediante Jesucristo”. (Ro 16:25-27.)
Ellos no efectuaban su predicación solo por deber, y su papel de heraldos tampoco consistía en la simple proclamación formal de un mensaje. Brotaba de una fe sincera y se efectuaba con el deseo de honrar a Dios y con la esperanza amorosa de llevar la salvación a otros. (Ro 10:9-14; 1Co 9:27; 2Co 4:13.) Por esa razón, los predicadores estaban dispuestos a que los sabios del mundo los tratasen como necios o que hasta los judíos los persiguiesen como herejes. (1Co 1:21-24; Gál 5:11.) También acompañaban su predicación con razonamientos y persuasión a fin de ayudar a los oyentes a creer y ejercer fe. (Hch 17:2; 28:23; 1Co 15:11.) Pablo dice que él mismo había sido nombrado “predicador y apóstol y maestro”. (2Ti 1:11.) Esos cristianos no eran heraldos asalariados, sino adoradores dedicados que daban de sí mismos, de su tiempo y de sus fuerzas en favor de la predicación. (1Te 2:9.)
Puesto que todos los que se hacían discípulos también se convertían en predicadores de la Palabra, las buenas nuevas se esparcían rápidamente, y para el tiempo en que Pablo escribió su carta a los Colosenses (c. 60-61 E.C., o unos veintisiete años después de la muerte de Cristo), pudo decir que las buenas nuevas ‘se habían predicado en toda la creación que está bajo el cielo’. (Col 1:23.) Por lo tanto, la profecía de Cristo sobre la ‘predicación de las buenas nuevas a todas las naciones’ tuvo un cumplimiento limitado antes de la destrucción de Jerusalén y su templo en el año 70 E.C. (Mt 24:14; Mr 13:10; MAPA, vol. 2, pág. 744) Tanto las palabras de Jesús como el libro de Apocalipsis, escrito después de esa destrucción, señalan que habría un cumplimiento mayor de esta profecía cuando Cristo empezara a ejercer la gobernación real y antes de la destrucción de todos los adversarios de ese Reino, una época lógica en la que efectuar una gran obra de proclamación. (Apo 12:7-12, 17; 14:6, 7; 19:5, 6; 22:17.)
¿Qué resultados deberían esperar los predicadores cristianos por sus esfuerzos? La experiencia de Pablo muestra que “algunos creían las cosas que se decían; otros no creían”. (Hch 28:24.) La verdadera predicación cristiana, basada en la Palabra de Dios, requiere una respuesta. Es vigorosa, dinámica y, sobre todo, presenta una cuestión que obliga a las personas a ponerse de un lado u otro. Algunos se vuelven opositores activos del mensaje del Reino. (Hch 13:50; 18:5, 6.) Otros escuchan durante un tiempo, pero luego se echan atrás por diversos motivos. (Jn 6:65, 66.) Sin embargo, hay quienes aceptan las buenas nuevas y actúan en consecuencia. (Hch 17:11; Lu 8:15.)
“De casa en casa.” Jesús fue directamente a la gente con el mensaje del Reino, y les enseñó en lugares públicos y en sus hogares. (Mt 5:1; 9:10, 28, 35.) Cuando envió a sus primeros discípulos a predicar, les dijo: “En cualquier ciudad o aldea que entren, busquen hasta descubrir quién en ella es merecedor”. (Mt 10:7, 11-14.) Es razonable suponer que esa labor de ‘búsqueda’ requeriría ir a los hogares de la gente, donde los ‘merecedores’ escucharían el mensaje y los discípulos podrían encontrar acomodo para pasar la noche. (Lu 9:1-6.)
Posteriormente, Jesús “designó a otros setenta y los envió de dos en dos delante de sí a toda ciudad y lugar adonde él mismo iba a ir”. Este grupo no se limitaría a predicar en público, sino que también iría a los hogares de la gente, pues Jesús les dijo: “Dondequiera que entren en una casa, digan primero: ‘Tenga paz esta casa’”. (Lu 10:1-7.)
En los días que siguieron al Pentecostés de 33 E.C., los discípulos de Jesús continuaron llevando las buenas nuevas a los hogares de la gente. Aunque se les ordenó que “dejaran de hablar”, el registro bíblico dice que “todos los días en el templo, y de casa en casa, continuaban sin cesar enseñando y declarando las buenas nuevas acerca del Cristo, Jesús”. (Hch 5:40-42; compárese con BAS; Besson; ENP, nota; Ga; NTI; NVI; PNT; Val, 1989.) La expresión “de casa en casa” traduce las palabras griegas kat´ ói·kon, cuyo significado literal es “según casa”; el sentido de la preposición griega ka·tá en este contexto es distributivo (“de casa en casa”) y no meramente adverbial (‘en casa’). (Véase NM, nota.) Este método de llegar a la gente, visitándolos en sus hogares, produjo resultados sobresalientes: “El número de los discípulos siguió multiplicándose muchísimo en Jerusalén”. (Hch 6:7; compárese con Hch 4:16, 17 y 5:28.)
Cuando el apóstol Pablo se despidió de los ancianos de Éfeso, les dijo: “Desde el primer día que puse pie en el distrito de Asia [...] no me retraje de decirles ninguna de las cosas que fueran de provecho, ni de enseñarles públicamente y de casa en casa. Antes bien, di testimonio cabalmente, tanto a judíos como a griegos, acerca del arrepentimiento para con Dios y de la fe en nuestro Señor Jesús”. (Hch 20:18-21; compárese con BAS; ENP; Mod; NVI; PIB; SA; TNV; Val, 1989.) Con estas palabras Pablo hizo referencia al esfuerzo que había hecho por darles testimonio cuando aún eran incrédulos, personas que necesitaban aprender “acerca del arrepentimiento para con Dios y de la fe en nuestro Señor Jesús”. En consecuencia, puede decirse que desde el comienzo de su servicio misional en Asia, Pablo buscó “de casa en casa” a las personas de disposición espiritual. Una vez que las encontraba, seguramente volvía a visitarlas para continuar enseñándoles, y después que se hacían creyentes, para fortalecerlas en la fe. El Dr. A. T. Robertson hace el siguiente comentario sobre Hechos 20:20: “Por (según) casas. Vale la pena señalar que este predicador, el mayor de todos, predicaba por las casas, y no hacía de sus visitas meras ocasiones sociales” (Imágenes verbales en el Nuevo Testamento, 1989, vol. 3, pág. 361)
Predicación dentro de la congregación. La mayor parte de la actividad de predicación registrada en las Escrituras Griegas Cristianas está relacionada con la proclamación efectuada fuera de la congregación. No obstante, cuando Pablo exhortó a Timoteo: “Predica la palabra, ocúpate en ello urgentemente en tiempo favorable, en tiempo dificultoso”, incluyó la predicación que Timoteo, en calidad de superintendente, haría en el seno de la congregación. (2Ti 4:2.) La carta de Pablo a Timoteo era una carta pastoral, es decir, iba dirigida a alguien que realizaba una labor de pastoreo entre los cristianos, y en ella le aconseja sobre aspectos de dicho ministerio de superintendencia. Antes de exhortarle a que ‘predicase la palabra’, Pablo advirtió a Timoteo de la apostasía que empezaba a manifestarse y que iba a extenderse hasta alcanzar proporciones considerables. (2Ti 2:16-19; 3:1-7.) Después de animar a Timoteo a que se asiera de “la palabra” y no se desviara de ella en su predicación, Pablo muestra la necesidad de tener una actitud de urgencia al decir: “Porque habrá un período en que no soportarán la enseñanza saludable”, sino que acumularán maestros para que les enseñen según sus propios deseos y por ello “apartarán sus oídos de la verdad”, con lo que no se refería a los de afuera, sino a los de dentro de la congregación. (2Ti 4:3, 4.) Timoteo no debía perder su equilibrio espiritual, sino que tenía que ser constante en declarar con denuedo la Palabra de Dios (no filosofías humanas o especulaciones inútiles) a los hermanos, aunque eso pudiese acarrearle dificultad y sufrimiento por parte de los miembros de la congregación que tenían una mala inclinación. (Compárese con 1Ti 6:3-5, 20, 21; 2Ti 1:6-8, 13; 2:1-3, 14, 15, 23-26; 3:14-17; 4:5.) Al hacer eso, actuaría como un freno para la apostasía y estaría libre de culpa de sangre, como fue el caso de Pablo. (Hch 20:25-32.)
¿Qué objeto tuvo el que Jesús predicara a “los espíritus en prisión”? En 1 Pedro 3:19, 20, después de hablar de la resurrección de Jesús a vida espiritual, el apóstol dice: “En esta condición también siguió su camino y predicó (O: “anunció; pregonó”. Gr.: e·ké·ry·xen; lat.: prae·di·cá·vit) a los espíritus en prisión, que en un tiempo habían sido desobedientes cuando la paciencia de Dios estaba esperando en los días de Noé, mientras se construía el arca”. Comentando acerca de este texto, el Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento dice: “En 1 Pe 3:19 se hace referencia, probablemente, no a gratas nuevas (de las que no hay [prueba de] que fueran predicadas por Noé, como tampoco hay [pruebas] reales de que los espíritus de los antediluvianos estén realmente ‘encarcelados’), sino al acto de Cristo después de Su resurrección al proclamar Su victoria a los espíritus angélicos caídos” (de W. E. Vine, vol. 3, pág. 215).
Como se ha indicado, kë·rýs·sö se refiere a una proclamación que puede anunciar tanto un bien como un mal, como cuando Jonás proclamó la venidera destrucción de Nínive. Como Judas señaló, los ángeles desobedientes han sido reservados para “el juicio del gran día.” Por lo tanto, la predicación por el resucitado Jesús a aquellos ángeles injustos solo habría sido una predicación de juicio condenatorio. (w72 64) Compárese con Da 5:29, n: “Anunciaron”. Los únicos espíritus en prisión a los que se hace referencia en las Escrituras son aquellos ángeles del día de Noé que fueron ‘entregados a hoyos de densa oscuridad’ (2Pe 2:4, 5) y que están reservados “con cadenas sempiternas bajo densa oscuridad para el juicio del gran día”. (Jud 6.) Por lo tanto, la predicación del resucitado Jesús a tales ángeles injustos solo podría haber consistido en una predicación de juicio. Ha de señalarse aquí que el libro de Apocalipsis, que Jesucristo transmitió a Juan hacia el fin del primer siglo por medio de visiones, contiene mucha información relacionada con Satanás el Diablo y sus demonios y su definitiva destrucción, lo que es en sí una predicación de juicio. (Apo 12–20.) El que Pedro emplease el verbo en tiempo pasado (“predicó”) indicaría que esa predicación de Jesús debió tener lugar antes de que él escribiese su primera carta.
★¿Qué quiere decir la Biblia cuando afirma que Jesús “predicó a los espritus en prisión”? - (15-6-2013-Pg.23)
★¿Quiénes fueron los “espíritus en prisión” que predicó Jesús? - (19720115-Pg.63)
¿Qué implica predicar y enseñar? Predicar significa declarar o dar a conocer un mensaje. Enseñar tiene un significado parecido, pero implica algo más: conlleva la idea de transmitir el mensaje de forma más profunda y detallada. Para enseñar bien hay que buscar maneras de llegar al corazón de la persona a fin de infundir en ella el deseo de vivir de acuerdo con lo que aprende.
El buen maestro procura crear un ambiente cómodo para que sus alumnos tomen parte activa en la clase y se sientan libres de expresarse. Se interesa sinceramente en sus estudiantes, se adapta a su capacidad y sus necesidades, y toma en cuenta sus circunstancias. Cuando el maestro tiene verdadero amor por sus estudiantes, estos lo perciben. Como resultado, él disfruta de enseñar, y ellos, de aprender. Jesús amaba de verdad a la gente. Su mayor muestra de amor fue entregar su vida humana perfecta para salvar a la humanidad (Juan 15:13). Pero también demostró su amor durante su ministerio. Atendió sin descanso las necesidades físicas, y sobre todo espirituales, de la gente. En vez de esperar que acudieran a él, recorrió a pie cientos de kilómetros para llevarles las buenas nuevas (Mat. 4:23-25).
Citas Bíblicas sobre la Predicación Gálatas 4:13 “Pero saben que fue debido a una enfermedad que pude predicarles las buenas noticias por primera vez.” - (Durante una enfermedad también podemos predicar eficazmente.) |
Principios o primeros frutos que produce cualquier cosa. La palabra hebrea re´·schíth (de una raíz que significa “cabeza”) se utiliza con el sentido de primera parte, punto de partida o “principio” (Dt 11:12; Gé 1:1; 10:10), lo “mejor” (Éx 23:19, nota), y “primicias” (Le 2:12). La palabra hebrea bik·ku·rím se traduce “primeros frutos maduros”, y se utiliza sobre todo con relación al grano y al fruto. (Na 3:12.) El término griego para primicias es a·par·kjé, y se deriva de una raíz cuyo significado básico es “primacía”.
Jehová exigió a la nación de Israel que le ofreciera las primicias tanto de hombres y animales, como del fruto de la tierra. (Éx 22:29, 30; 23:19; Pr 3:9.) El que los israelitas dedicasen sus primicias a Jehová probaría su aprecio por la bendición que Él les daba y por la tierra y la cosecha. También expresaría su gratitud al Dador de “toda dádiva buena”. (Dt 8:6-10; Snt 1:17.)
Jehová ordenó a la nación que le ofreciera representativamente las primicias, en especial durante la fiesta de las tortas no fermentadas. De acuerdo con este mandato, el 16 de Nisán el sumo sacerdote mecía ante Jehová en el santuario algunas de las primicias de la cosecha de grano: una gavilla de cebada, que era la primera cosecha del año según el calendario sagrado. (Le 23:5-12.) En el Pentecostés, cincuenta días después de haberse mecido la gavilla de cebada, se presentaban las primicias de la cosecha del trigo como ofrenda mecida, en la forma de dos panes leudados hechos de harina fina. (Le 23:15-17; véase FIESTA.)
Además de estas ofrendas de grano que hacía el sumo sacerdote a favor de la nación, los israelitas tenían que presentar como ofrenda primicias de todo su producto. Todo primogénito, fuese varón o animal macho, se santificaba a Jehová, bien ofreciéndolo o redimiéndolo. (Véase PRIMOGÉNITO.) Las primicias de la harina a medio moler habrían de ofrecerse en forma de tortas anulares. (Nú 15:20, 21.) Los israelitas también ponían en cestas el fruto del suelo y lo llevaban al santuario (Dt 26:1, 2), y una vez allí repetían las palabras registradas en Deuteronomio 26:3-10. Lo que se recitaba era en realidad un recuento de la historia de la nación, desde su entrada en Egipto hasta su liberación y llegada a la Tierra Prometida.
Se dice que surgió la costumbre de que cada localidad enviara a un representante con las primicias contribuidas por los habitantes del distrito, para que no tuvieran que subir todos a Jerusalén cada vez que maduraban las primicias. La Ley no determinaba la cantidad de las primicias que habría de ofrecerse, sino que se dejaba a la generosidad y espíritu dispuesto del dador. Sin embargo, tenían que ofrecerse las porciones más selectas, lo mejor. (Nú 18:12; Éx 23:19; 34:26.)
Al árbol recién plantado se le consideraba impuro los primeros tres años, como si fuera incircunciso. En el cuarto año todo su fruto llegaba a ser santo a Jehová, y en el quinto el dueño podía recogerlo para sí. (Le 19:23-25.)
Los sacerdotes y los levitas se servían de las primicias que las doce tribus no levitas daban a Jehová, puesto que ellos no habían recibido herencia en la tierra. (Nú 18:8-13.) El que se ofrecieran las primicias fielmente agradaba a Jehová y suponía una bendición para todos los implicados (Eze 44:30), mientras que Dios vería el que no se presentaran como si le estuvieran robando algo que le pertenecía, y con este proceder se ganarían su desaprobación. (Mal 3:8.) En algunas ocasiones los israelitas desatendieron esta práctica, si bien en determinados períodos gobernantes celosos de la adoración verdadera la restablecieron. Durante el período de reformas del rey Ezequías, se prolongó la celebración de la fiesta de las tortas no fermentadas, ocasión en que el rey Ezequías instruyó al pueblo para que cumpliera con su obligación respecto a la contribución de las primicias y el diezmo. El pueblo respondió a esto de buena gana y llevó en gran cantidad las primicias del grano, el vino nuevo, el aceite, la miel y todos los productos del campo, desde el tercer mes hasta el séptimo. (2Cr 30:21, 23; 31:4-7.) Después de volver de Babilonia, Nehemías dirigió al pueblo en hacer el juramento para andar en la ley de Jehová, y en él se incluía la ofrenda de las primicias de cada clase. (Ne 10:29, 34-37; véase OFRENDAS.)
Uso figurado y simbólico. A Jesucristo se le engendró por espíritu al tiempo de su bautismo, y se le resucitó de entre los muertos a la vida de espíritu el 16 de Nisán de 33 E.C., precisamente el día en el que se presentaban ante Jehová en el santuario las primicias de la primera cosecha de grano. Por lo tanto, se le llama las primicias, siendo en realidad las primeras primicias para Dios. (1Co 15:20, 23; 1Pe 3:18.) Los seguidores fieles de Jesucristo, sus hermanos espirituales, también son primicias para Dios, pero no las primeras, y más bien se asemejan a la segunda cosecha de grano, el trigo, que se presentaba a Jehová en el día del Pentecostés. En total son 144.000, y se dice que son “comprados de entre la humanidad como primicias para Dios y para el Cordero” y que son “ciertas primicias de sus criaturas”. (Apo 14:1-4; Snt 1:18.)
El apóstol Pablo también llama “primicias” al resto de judíos fieles que llegaron a ser los primeros cristianos. (Ro 11:16.) Al cristiano Epéneto se le llama “primicias de Asia para Cristo” (Ro 16:5), y a la casa de Estéfanas, “las primicias de Acaya”. (1Co 16:15.)
Puesto que los cristianos ungidos son engendrados por el espíritu como hijos de Dios con la esperanza de ser resucitados a una vida inmortal en los cielos, se dice que durante su vida en la Tierra ‘tienen las primicias, a saber, el espíritu, [...] mientras aguardan con intenso anhelo la adopción como hijos, el ser puestos en libertad de sus cuerpos por rescate’. (Ro 8:23, 24.) Pablo dice que él y aquellos compañeros cristianos cuya esperanza es vivir como espíritus tienen “la prenda de lo que ha de venir, es decir, el espíritu”, al que también llama “una prenda por anticipado de nuestra herencia”. (2Co 5:5; Ef 1:13, 14.)
Acción de volver a la concordia, de atraer y acordar los ánimos desunidos. Las palabras griegas relacionadas con el término reconciliación se derivan del verbo al·lás·sö, que significa básicamente “cambiar; alterar”. (Hch 6:14; Gál 4:20, Int.)
Por lo tanto, aunque la forma compuesta ka·tal·lás·sö significa esencialmente “cambiar” o “canjear”, adquirió el significado de “reconciliar”. (Ro 5:10.) Pablo empleó este verbo al hablar de la mujer separada que debía ‘reconciliarse’ con su esposo. (1Co 7:11.) En las instrucciones de Jesús registradas en Mateo 5:24 en cuanto a que se deberían ‘hacer primero las paces’ con el hermano antes de presentar una ofrenda sobre el altar, aparece un término de la misma familia: di·al·lás·so·mai.
Reconciliación con Dios.
Pablo utiliza los términos ka·tal·lás·sö y a·po·ka·tal·lás·sö (una forma intensificada) en la carta a los Romanos y en otras varias, al tratar el tema de la reconciliación del hombre con Dios por medio del sacrificio de Cristo Jesús.
La reconciliación con Dios es necesaria porque ha existido un alejamiento, una separación, una falta de armonía y de relaciones amistosas, más que eso, enemistad. Esta mala relación se produjo como consecuencia del pecado del primer hombre, Adán, y la consiguiente pecaminosidad e imperfección que heredaron todos sus descendientes. (Ro 5:12; compárese con Isa 43:27.) Por esa razón el apóstol podía decir que “el tener la mente puesta en la carne significa enemistad con Dios, porque esta no está sujeta a la ley de Dios, ni, de hecho, lo puede estar [debido a la naturaleza imperfecta y pecaminosa que ha heredado]. Por eso los que están en armonía con la carne no pueden agradar a Dios”. (Ro 8:7, 8.) Existe enemistad porque las normas perfectas de Dios no permiten que Él apruebe o tolere el mal. (Sl 5:4; 89:14.) En cuanto a su Hijo, quien reflejó las cualidades perfectas de su Padre, está escrito: “Amaste la justicia, y odiaste el desafuero”. (Heb 1:9.) Por consiguiente, aunque “Dios es amor” y “tanto amó [...] al mundo [de la humanidad] que dio a su Hijo unigénito” a favor de él, el hecho es que toda la humanidad ha estado enemistada con Dios, y Él ha manifestado al mundo de los hombres el amor que se tiene a los enemigos, el amor que está fundado sobre los principios (gr. a·gá·pë) más bien que sobre el afecto o la amistad (gr. fi·lí·a). (1Jn 4:16; Jn 3:16; compárese con Snt 4:4.)
Como la norma de justicia de Dios es perfecta, no puede tolerar ni aprobar el pecado, pues este consiste en la violación de su voluntad expresa. Él es “benévolo y misericordioso”, y “rico en misericordia” (Sl 145:8, 9; Ef 2:4); pero no antepone la misericordia a la justicia. Como se observa correctamente en la Cyclopædia, de M’Clintock y Strong (1894, vol. 8, pág. 958), la relación entre Dios y el hombre pecaminoso es por ello una relación “legal, como la de un soberano en calidad de juez y un delincuente que ha infringido sus leyes y se ha alzado contra su autoridad, y al que por tanto se trata como enemigo”. Esta era la situación en la que quedó la humanidad como consecuencia del pecado heredado de su primer padre, Adán.
La base para la reconciliación. Únicamente puede haber una reconciliación completa con Dios por medio del sacrificio de rescate de Cristo Jesús; él es “el camino” y nadie va al Padre sino por él. (Jn 14:6.) Su muerte sirvió de “sacrificio propiciatorio [gr. hi·la·smón] por nuestros pecados”. (1Jn 2:2; 4:10.) La palabra hi·la·smós significa “medio de apaciguamiento; expiación”. Está claro que el sacrificio de Jesucristo no era un “medio de apaciguamiento” en el sentido de que calmara los sentimientos heridos que Dios pudiera tener o le aplacara, pues es patente que la muerte de su amado Hijo no produciría tal efecto. Más bien, ese sacrificio apaciguó o satisfizo las exigencias de la justicia perfecta de Dios al sentar la base recta y justa para el perdón del pecado, a fin de que Dios “sea justo hasta al declarar justo al hombre [pecaminoso por herencia] que tiene fe en Jesús”. (Ro 3:24-26.) Al suministrar el medio para la expiación o compensación completa de los pecados y acciones ilícitas humanas, el sacrificio de Cristo creó una situación propicia para que a partir de ese momento el hombre procurara y consiguiera restablecer una buena relación con el Dios Soberano. (Ef 1:7; Heb 2:17; véase RESCATE.)
Así que, por medio de Cristo, Dios ha abierto el camino que le permite “reconciliar de nuevo consigo mismo todas las otras cosas, haciendo la paz mediante la sangre que [Jesús] derramó en el madero de tormento”. Como resultado, los que en un tiempo estaban “alejados y eran enemigos” debido a que tenían la mente fija en la maldad podían beneficiarse de la reconciliación, que se logra “por medio del cuerpo carnal de [Jesús] mediante su muerte”, lo que permite que se les presente “santos y sin tacha y no expuestos a ninguna acusación delante de él”. (Col 1:19-22.) A partir de ese momento, Jehová Dios podía ‘declarar justos’ a los que seleccionase para ser sus hijos espirituales, quienes no estarían bajo ninguna acusación, pues ya estaban completamente reconciliados con Dios y en paz con Él. (Compárese con Hch 13:38, 39; Ro 5:9, 10; 8:33.)
¿Qué podemos decir entonces de hombres que sirvieron a Dios antes de la muerte de Cristo? Por ejemplo: Abel, de quien se dijo que “se le dio testimonio de que era justo, pues Dios dio testimonio respecto a sus dádivas”; Enoc, quien “tuvo el testimonio de haber sido del buen agrado de Dios”; Abrahán, quien “vino a ser llamado ‘amigo de Jehová’”; Moisés, Josué, Samuel, David, Daniel, Juan el Bautista y los discípulos de Cristo, a quienes Jesús dijo antes de su muerte: “El Padre mismo les tiene cariño”. (Heb 11:4, 5; Snt 2:23; Da 9:23; Jn 16:27.) Jehová mantuvo una relación con todos ellos y los bendijo. Por tanto, ¿cómo es que tales personas necesitarían una reconciliación por medio de la muerte de Cristo?
Estas personas obviamente se reconciliaron hasta cierto grado con Dios. No obstante, al igual que el resto del mundo de la humanidad, todavía eran pecadores por herencia, como de hecho lo reconocían al ofrecer los sacrificios de animales. (Ro 3:9, 22, 23; Heb 10:1, 2.) Es verdad que algunos hombres han pecado de manera más abierta o grave que otros, y hasta se han vuelto manifiestamente rebeldes; pero el pecado sigue siendo pecado, sin importar su grado o alcance. Por lo tanto, como todos son pecadores, todos los descendientes de Adán, sin excepción, necesitan la reconciliación con Dios que el sacrificio de su Hijo ha hecho posible.
La relativa amistad de Dios con hombres como los mencionados antes se basaba en la fe que ellos mostraron, fe que abarcaba la creencia de que Dios proveería al debido tiempo el medio para librarlos por completo de su condición pecaminosa. (Compárese con Heb 11:1, 2, 39, 40; Jn 1:29; 8:56; Hch 2:29-31.) Por consiguiente, la relativa reconciliación de la que disfrutaron estaba supeditada al rescate que Dios proveería en el futuro. Como se muestra en el artículo DECLARAR JUSTO, Dios ‘contó’, ‘imputó’ o abonó en cuenta su fe como justicia, y, sobre esa base, teniendo en mira la absoluta certeza de que proveería un rescate, podía considerarlos provisionalmente sus amigos sin violar sus normas de justicia perfecta. (Ro 4:3, 9, 10; NM, Besson; compárese también con 3:25, 26; 4:17.) Sin embargo, las exigencias propias de su justicia con el tiempo tendrían que satisfacerse, de manera que se saldarían con el pago real del precio de rescate requerido. Todo esto exalta la importancia del papel de Cristo en el propósito de Dios, y demuestra que, aparte de Cristo Jesús, no hay ningún hombre que pueda alcanzar una posición de justo ante Dios por méritos propios. (Compárese con Isa 64:6; Ro 7:18, 21-25; 1Co 1:30, 31; 1Jn 1:8-10.)
Pasos necesarios para conseguir la reconciliación. Dado que Dios es el ofendido y es su ley la que se ha infringido vez tras vez, el hombre es quien debe reconciliarse con Dios y no Dios con el hombre. (Sl 51:1-4.) El hombre no está en un plano de igualdad con Dios, y la norma de la justicia divina no está sujeta a cambios, enmiendas o modificaciones. (Isa 55:6-11; Mal 3:6; compárese con Snt 1:17.) Por lo tanto, sus condiciones para la reconciliación no son negociables, no están sujetas a juicio o componenda. (Compárese con Job 40:1, 2, 6-8; Isa 40:13, 14.) Aunque muchas versiones traducen Isaías 1:18: “El Señor dice: Vengan, vamos a discutir este asunto” (VP), o emplean expresiones parecidas (BJ, SA, Str), una traducción más adecuada y coherente es: “Vengan, pues, y enderecemos los asuntos entre nosotros [“Vengan, para que arreglemos cuentas”, RH; véanse también CB, CI, EMN] —dice Jehová—”. La culpa de esta falta de armonía con Dios la tiene exclusivamente el hombre, no Dios. (Compárese con Eze 18:25, 29-32.)
Este hecho no impide que Dios demuestre su misericordia tomando la iniciativa de abrir el camino para la reconciliación por medio de su Hijo. El apóstol escribe: “Porque, de hecho, Cristo, mientras todavía éramos débiles, murió por impíos al tiempo señalado. Porque apenas muere alguien por un hombre justo; en realidad, por el hombre bueno, quizás, alguien hasta se atreva a morir. Pero Dios recomienda su propio amor [a·gá·pën] a nosotros en que, mientras todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. Mucho más, pues, dado que hemos sido declarados justos ahora por su sangre, seremos salvados mediante él de la ira. Porque si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios mediante la muerte de su Hijo, mucho más, ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida. Y no solo eso, sino que también nos alborozamos en Dios mediante nuestro Señor Jesucristo, mediante quien ahora hemos recibido la reconciliación”. (Ro 5:6-11.) Jesús, quien “no conoció pecado”, fue hecho “pecado por nosotros” y murió como ofrenda humana a fin de librar a las personas de la acusación y la pena del pecado. Librados de tal acusación, tienen la oportunidad de parecer justos a los ojos de Dios, y, por lo tanto, de “[llegar] a ser justicia de Dios por medio de él [Jesús]”. (2Co 5:18, 21.)
Además, Dios demuestra su misericordia y amor enviando embajadores a la humanidad pecaminosa. En la antigüedad se enviaban embajadores principalmente en tiempos de hostilidad (compárese con Lu 19:14), no de paz, y su misión solía consistir en ver si podía evitarse la guerra o en fijar las condiciones que propiciaran la paz cuando existía un estado de guerra. (Isa 33:7; Lu 14:31, 32; véase EMBAJADOR.) Dios envía a sus embajadores cristianos a los hombres para que puedan aprender sus condiciones de reconciliación y para que se valgan de ellas. El apóstol escribe: “Somos, por lo tanto, embajadores en sustitución de Cristo, como si Dios estuviera suplicando mediante nosotros. Como sustitutos por Cristo rogamos: ‘Reconcíliense con Dios’”. (2Co 5:20.) Esta súplica no significa que se debilite la posición de Dios o su oposición al mal; es una invitación misericordiosa a los ofensores para que busquen la paz y escapen de las inevitables consecuencias de la justa ira divina, que sobrevendrá a los que persistan en oponerse a Su santa voluntad y que supondrá su segura destrucción. (Compárese con 33:11 onclick="ventana(this.href);return false">Eze 33:11.) Incluso los cristianos tienen que cuidarse de ‘no aceptar la bondad inmerecida de Dios y dejar de cumplir su propósito’, es decir, no buscar continuamente el favor y la buena voluntad de Dios durante el “tiempo acepto” y el “día de salvación” que Él provee misericordiosamente, como muestran las siguientes palabras de Pablo. (2Co 6:1, 2.)
Al reconocer la necesidad de reconciliarse y aceptar la provisión de Dios para ello, a saber, el sacrificio de su Hijo, la persona debe arrepentirse de su proceder de pecado y convertirse o volverse de seguir el camino del mundo pecaminoso de la humanidad. Apelando a Dios sobre la base del rescate de Cristo, puede obtener perdón de pecados y reconciliación, y como resultado, “tiempos de refrigerio [...] de la persona de Jehová” (Hch 3:18, 19), así como paz mental y de corazón. (Flp 4:6, 7.) Como ha dejado de ser un enemigo con quien Dios está encolerizado, puede decirse que en realidad ha “pasado de la muerte a la vida”. (Jn 3:16; 5:24.) Después, a fin de mantener la buena voluntad de Dios, ha de ‘invocarle en apego a la verdad’, ‘continuar en la fe y no dejarse mover de la esperanza de las buenas nuevas’. (Sl 145:18; Flp 4:9; Col 1:22, 23.)
¿En qué sentido ha reconciliado Dios consigo mismo a un mundo? El apóstol Pablo dice que “mediante Cristo [Dios] estaba reconciliando consigo mismo a un mundo, no imputándoles sus ofensas”. (2Co 5:19.) Estas palabras no deberían interpretarse mal y concluir que todas las personas se reconcilian automáticamente con Dios en virtud del sacrificio de Jesús, pues seguidamente el apóstol continúa hablando de la obra de embajadores, que consiste en suplicar a los hombres: “Reconcíliense con Dios” (2Co 5:20.) Lo que en realidad se proveyó es el medio para que puedan reconciliarse todos los del mundo de la humanidad que deseen responder. Por consiguiente, Jesús vino “para dar su alma en rescate en cambio por muchos”, y “el que ejerce fe en el Hijo tiene vida eterna; el que desobedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él”. (Mt 20:28; Jn 3:36; compárese con Ro 5:18, 19; 2Te 1:7, 8.)
No obstante, Jehová Dios se propuso “reunir todas las cosas de nuevo en el Cristo, las cosas en los cielos y las cosas en la tierra”. (Ef 1:10.) Aunque es necesaria la destrucción de los que se niegan a ‘enderezar los asuntos’ (Isa 1:18) con Jehová Dios, el resultado será un universo en completa armonía con Dios, en el que la humanidad volverá a disfrutar de Su amistad y de bendiciones continuas, como ocurría al principio en Edén. (Apo 21:1-4.)
Jehová Dios puso fin a la relación que mantenía con la nación de Israel en virtud de Su pacto, debido a que fueron infieles y rechazaron a su Hijo. (Mt 21:42, 43; Heb 8:7-13.) El apóstol debe referirse a este hecho cuando dice que el ‘desecharlos significó reconciliación para el mundo’ (Ro 11:15), pues, como muestra el contexto, de este modo se abrió el camino para el mundo ajeno a la comunidad o congregación judía. En otras palabras, las naciones no judías tenían la oportunidad de unirse a un resto fiel judío, con el que se había hecho el nuevo pacto, y formar la nueva nación de Dios, el Israel espiritual. (Compárese con Ro 11:5, 7, 11, 12, 15, 25.)
Como pueblo de Dios, su “propiedad especial” (Éx 19:5, 6; 1Re 8:53; Sl 135:4), el pueblo judío había disfrutado de una relativa reconciliación con Dios, aunque aún tenía la necesidad de una reconciliación plena por medio del predicho Redentor, el Mesías. (Isa 53:5-7, 11, 12; Da 9:24-26.) Las naciones no judías, por otra parte, estaban ‘alejadas del estado de Israel, eran extrañas a los pactos de la promesa, no tenían esperanza y estaban sin Dios en el mundo’, pues no tenían una posición reconocida ante Él. (Ef 2:11, 12.) No obstante, de acuerdo con el secreto sagrado relacionado con la Descendencia, Dios se propuso bendecir a personas de “todas las naciones de la tierra”. (Gé 22:15-18.) El medio para hacerlo, el sacrificio de Cristo Jesús, abrió por tanto el camino para que personas de las naciones no judías alejadas de Dios ‘estuvieran cerca por la sangre del Cristo’. (Ef 2:13.) No solo esto, sino que aquel sacrificio también eliminó la división entre el judío y el que no lo era, pues cumplió el pacto de la Ley y lo quitó del camino, lo que permitió a Cristo “reconciliar plenamente con Dios a ambos pueblos en un solo cuerpo mediante el madero de tormento, porque había matado la enemistad [la división producida por el pacto de la Ley] por medio de sí mismo”. A partir de entonces, tanto el judío como el que no lo era podía acercarse a Dios mediante Cristo Jesús, y con el tiempo se introdujo en el nuevo pacto como herederos del Reino con Cristo a los que no eran judíos. (Ef 2:14-22; Ro 8:16, 17; Heb 9:15.)
Acto o proceso de santificar o poner aparte para el servicio o uso de Jehová Dios. La cualidad o estado de santo, santificado o purificado se llama “santidad”. La palabra “santificación” dirige la atención a la acción que produce, manifiesta o mantiene la santidad. (Véase SANTIDAD.) Los términos que se derivan del verbo hebreo qa·dhásch y los relacionados con el adjetivo griego há·gui·os se traducen “santo”, “santificado”, “hecho sagrado” y “apartado”.
★“Han sido santificados”: O: “ustedes han sido tenidos por sagrados (tratados como santos)”. Gr.: he·gui·á·sthe·te; lat.: sanc·ti·fi·cá·ti é·stis; J17,22 Heb.: qud·dasch·tém (1Co 6:11).
★“Me santifico”: “Y me tengo por sagrado (trato como santo)”. Gr.: kai [...] e·gó ha·gui·á·zo e·mau·tón; lat.: et [...] é·go sanc·tí·fi·co me íp·sum; J17 Heb.: wehith·qad·dasch·tí.
★“Para santificar”: “Para que santificara (tuviera por sagrado; tratara como santo).” Heb.: lehaq·di·schóh; Gr.: tou ha·gui·a·sthé·nai.
★“Santificándolos”: O: “que los tiene por sagrados (los trata como santos)”. Heb.: meqad·disch·kjém; Gr.: ho ha·gui·á·zon hy·más; lat.: qui sanc·tí·fi·co vos.
★“Santificado sea tu nombre”: O: “sea tenido por sagrado; sea tratado como santo”. “Y él ciertamente será santificado (tenido por sagrado; tratado como santo).” Heb.: weniq·dásch; Gr.: ha·gui·a·sthé·to, ha·gui·a·sthé·so·mai, “seré santificado”; lat.: sanc·ti·fi·cé·tur; J17,18 Heb.: yith·qad·dásch, “que sea santificado”.
★“Santificar (tener por sagrado; tratar como santo”: Heb.: leqad·désch; Gr.: ha·gui·á·zein; lat.: sanc·ti·fi·cán·dum.
★“Santificaré”: “tendré por sagrado (trataré como santo)”. Heb.: weqid·dasch·tí; Gr.: ha·gui·á·so; lat.: sanc·ti·fi·cá·bo.
★“Santifiquen”: O: “Tengan por sagrada; Traten como santa”. Heb.: qad·deschú; Gr.: ha·gui·á·sa·te; lat.: sanc·ti·fi·cá·te.
Mediante un examen del uso de las palabras de los idiomas originales se puede llegar a un mejor entendimiento del tema. En las Escrituras se aplican a: 1) Jehová Dios, 2) Jesucristo, 3) ángeles, 4) hombres y animales, 5) cosas, 6) períodos de tiempo u ocasiones y 7) posesiones de tierra. A veces, la palabra hebrea para “santificarse” se usaba en el sentido de prepararse, disponerse o hacer por estar en condición apropiada. Jehová ordenó a Moisés que dijese a los israelitas quejumbrosos: “Santifíquense para mañana, puesto que ciertamente comerán carne”. (Nú 11:18.) Antes de que Israel cruzase el río Jordán, Josué les ordenó: “Santifíquense, porque mañana Jehová hará cosas maravillosas en medio de ustedes”. (Jos 3:5.) En todos los casos la expresión tiene un sentido religioso, espiritual y moral. Puede denotar el librarse de cualquier cosa que le desagrada a Jehová o que es malo a sus ojos, como la inmundicia física. Dios le dijo a Moisés: “Ve al pueblo, y tienes que santificarlos hoy y mañana, y ellos tienen que lavar sus mantos [...] porque al tercer día descenderá Jehová ante los ojos de todo el pueblo sobre el monte Sinaí”. (Éx 19:10, 11.) El verbo se usa en el sentido de purificar o limpiar, tal como en 2 Samuel 11:4, donde dice: “Ella estaba santificándose de su inmundicia”.
Jehová dijo al pueblo de Israel que tenía que mantenerse separado de las naciones del mundo y limpio de sus prácticas; con ese fin, le dio leyes, entre ellas las que definían qué alimentos eran limpios y cuáles eran inmundos. Luego le dio la razón: “Porque yo soy Jehová su Dios, y ustedes tienen que santificarse y tienen que resultar santos, porque yo soy santo”. (Le 11:44.)
Jehová Dios.
Jehová Dios es santo y absolutamente puro. Como Creador y Soberano Universal, tiene el derecho de recibir la adoración exclusiva de todas sus criaturas. Por eso dice que demostrará su santidad al actuar para santificarse y santificar su nombre delante de los ojos de toda la creación: “Y ciertamente me engrandeceré y me santificaré y me daré a conocer delante de los ojos de muchas naciones; y tendrán que saber que yo soy Jehová”. (Eze 38:23.) Aquellos que desean el favor de Dios y la vida deben “santificarlo” a Él y también “santificar” Su nombre, es decir, mantener ese nombre en su lugar adecuado como separado y más alto que todos los demás. (Le 22:32; Isa 8:13; 29:23.) Jesús enseñó a sus seguidores que la cosa más importante por la que orar es: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre [o, “sea tenido por sagrado; sea tratado como santo”]”. (Mt 6:9, nota.)
★ - Jehová - [¿Por qué es fundamental la santificación del nombre de Dios?]
★“Que tu nombre
sea santificado” - (2-6-2020-Pg.3)
★“Que tu nombre
sea santificado” - (Aclaración de creencias) - (2-8-2023-Pg.18)
★Santidad - [Jehová]
★"Santificado sea tu nombre" - (ns-1961)
Jesucristo. Jehová Dios seleccionó a su Hijo unigénito y lo envió a la Tierra para que efectuase una obra especial a favor del nombre de Dios y para que diera su vida como sacrificio por la humanidad. Pero los judíos no lo recibieron y respetaron como el enviado que era; más bien, negaron su condición de hijo y su posición con su Padre. Jesús les respondió: “¿Me dicen ustedes a mí, a quien el Padre santificó y despachó al mundo: ‘Blasfemas’, porque dije: Soy Hijo de Dios?”. (Jn 10:36.)
El apóstol Pedro aconseja a los cristianos: “Santifiquen al Cristo como Señor en su corazón”. Muestra que el que actúe de esa manera permanecerá apartado del mal y hará el bien. La gente de las naciones siente en su corazón admiración y temor al hombre y a otras cosas. No obstante, el cristiano debería colocar a Cristo en el debido lugar en su escala de afectos y motivos. Esto querría decir reconocer su posición como Agente Principal de la vida, Rey Mesiánico, Sumo Sacerdote de Dios y aquel que dio su vida como rescate. También debería mantener ante él el ejemplo de buena conducta de Cristo y conservar una buena conciencia con relación a su propia conducta como cristiano. Si una persona, incluso un gobernante, exigiese rudamente una razón de su esperanza, el cristiano que santifica al Cristo en su corazón haría una buena defensa, pero con un genio apacible y profundo respeto. (1Pe 3:10-16.)
Ángeles. Jesús llama a los ángeles de Dios “santos” ángeles, santificados, apartados para el uso sagrado de Jehová. (Mr 8:38; Lu 9:26; compárese con Sl 103:20.) Comparecen ante la sagrada presencia de Jehová, contemplando su rostro. (Mt 18:10; Lu 1:19.)
Hombres y animales. En el pasado Dios escogió a ciertas personas a las que deseaba emplear en su servicio exclusivo, y las santificó. Cuando decidió valerse de los varones de la tribu de Leví para que se encargasen del tabernáculo sagrado y sus servicios, le dijo a Moisés: “En cuanto a mí, ¡mira!, de veras tomo a los levitas de entre los hijos de Israel en lugar de todos los primogénitos de los hijos de Israel que abren la matriz; y los levitas tienen que llegar a ser míos. Porque todo primogénito es mío. El día en que herí a todo primogénito en la tierra de Egipto santifiqué para mí a todo primogénito de Israel, desde hombre hasta bestia. Deben llegar a ser míos. Yo soy Jehová”. A fin de redimir a los primogénitos de las once tribus restantes, exigió que los israelitas diesen a cambio a todos los varones de la tribu de Leví. Luego tuvieron que entregar cinco siclos (11 dólares [E.U.A.]) al santuario por cada varón primogénito que superase el número total de los varones levitas. Esto eximía a los primogénitos de tener que ser apartados para el servicio exclusivo de Jehová. (Nú 3:12, 13, 46-48.)
Después, se consideraba santificado a todo primogénito varón que abría matriz, pero era presentado en el templo y redimido mediante el pago de cinco siclos. (Éx 13:2; Le 12:1-4; Nú 18:15, 16.) Se consideraba santificados a aquellos que estaban bajo los votos de nazareato durante el período de su voto. (Nú 6:1-8.) Los primogénitos de los animales domésticos también tenían que santificarse para el sacrificio, o, en algunos casos, para ser redimidos. (Dt 15:19; véase PRIMOGÉNITO.)
El sacerdocio. Jehová también se propuso apartar a una familia en particular dentro de la tribu de Leví, a saber, a Aarón y sus hijos y sus descendientes varones, a fin de que le sirviesen de sacerdotes para ofrecer sacrificios. (Éx 28:1-3, 41.) Así pues, fueron santificados con sacrificios apropiados en una simbólica serie de actos narrada en el capítulo 29 de Éxodo. También se santifica al Sumo Sacerdote eterno de Jehová, Jesucristo, así como a sus compañeros sacerdotes, es decir, aquellos que siguen los pasos de Cristo y a los que Dios unge para ser miembros del cuerpo de Cristo. (2Te 2:13; Apo 1:6; 5:10.)
El proceso de santificación. Hay un cierto procedimiento al que tiene que someterse el que es santificado como seguidor de los pasos de Cristo. Empleando la palabra santificar en el sentido de purificar o limpiar del pecado a la vista de Dios, el apóstol Pablo escribió: “Porque si la sangre de machos cabríos y de toros, y las cenizas de novilla rociadas sobre los que se han contaminado, santifica al grado de limpieza de la carne, ¿cuánto más la sangre del Cristo, que por un espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, limpiará nuestra conciencia de obras muertas para que rindamos servicio sagrado al Dios vivo?”. (Heb 9:13, 14.)
“La sangre de Cristo” significa el valor de su vida humana perfecta, y es esta la que lava la culpa del pecado de la persona que cree en él. Santifica realmente (no solo de manera típica; compárese con Heb 10:1-4) y purifica la carne del creyente a la vista de Dios, de modo que puede disfrutar de una conciencia limpia. Además, Dios declara justo a ese creyente y lo hace elegible para ser uno de los subsacerdotes de Jesucristo. (Ro 8:1, 30.) A estos se les llama há·gui·oi, “santos”, “consagrados” (NBE), o personas santificadas para Dios. (Ef 2:19; Col 1:12; compárese con Hch 20:32, que habla de “los santificados [tois hë·gui·a·smé·nois]”.)
De modo que en el caso de los que tienen que ser coherederos con Cristo se dan varios pasos. Primero, Jehová Dios los tiene que dirigir a Cristo Jesús mediante fe en la verdad de la Palabra de Dios. (Jn 6:44; 17:17; 2Te 2:13.) Luego, una vez que Jehová los acepta, se puede decir que “han sido lavados, [...] santificados, [...] declarados justos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y con el espíritu de nuestro Dios”. (1Co 6:11.) Cristo llega a ser para ellos ‘sabiduría, justicia y santificación y liberación por rescate’. (1Co 1:30.) El apóstol Pablo dijo de ellos: “Porque tanto el [Cristo] que está santificando como los que están siendo santificados, todos emanan de uno solo, y por esta causa él no se avergüenza de llamarlos ‘hermanos’”. (Heb 2:11-13.) Se convierten en ‘hijos de Dios’ y “hermanos” del Hijo Principal de Dios al ser engendrados por espíritu. (Ro 8:14-17; Jn 3:5, 8.)
Debe mantenerse.
El proceso de santificación no depende solo de una de las partes. La santificación debe mantenerse, y en esto el creyente también tiene un papel que desempeñar. Puede perder su santificación o conservarla.
Cristo Jesús ha puesto el modelo para aquellos que son santificados. (Jn 13:15.) Dijo en oración a Dios: “Me santifico a favor de ellos, para que ellos también sean santificados mediante la verdad”. (Jn 17:19.) Jesús se mantuvo sin culpa y conservó así su condición de apartado para el propósito de santificar a sus seguidores. De igual manera, ellos deben mantener su santificación hasta el final de su carrera terrestre. Para ello han de permanecer alejados de cosas deshonrosas y de las personas que las practican, con el fin de que cada uno sea un “vaso para propósito honroso, santificado, útil a su dueño, preparado para toda buena obra”. (2Ti 2:20, 21.) Tienen que darse cuenta de que se les ha comprado con la propia sangre de Cristo y de que, por la voluntad de Dios, “[han] sido santificados mediante el ofrecimiento del cuerpo de Jesucristo una vez para siempre”. (Heb 10:10.) Se les ha aconsejado que “sigan tras [...] la santificación sin la cual nadie verá al Señor”. (Heb 12:14.)
Aunque todavía están en la carne imperfecta con inclinación al pecado, los santificados pueden tener éxito. Al advertir del peligro de perder la propia santificación, Pablo les recuerda que ‘se les santificó por la sangre del nuevo pacto’. (Heb 10:29; Lu 22:20.) Como Mediador del nuevo pacto, Cristo les ayuda a cumplir con las condiciones del pacto por medio de la obediencia y una conducta casta, a fin de que puedan mantener su santificación. “Por una sola ofrenda de sacrificio él ha perfeccionado perpetuamente a los que están siendo santificados.” (Heb 10:14.) Como Mediador y Sumo Sacerdote, Cristo “puede salvar completamente a los que están acercándose a Dios mediante él”. (Heb 7:25.) Pero si vuelven a practicar el pecado, no hay un segundo sacrificio, sino solo la expectativa de juicio y destrucción. (Heb 10:26, 27.)
Por consiguiente, no se llama a los santificados para que puedan seguir actuando como antes de ser santificados o para que puedan regresar al proceder del pasado. El apóstol Pablo exhorta: “Porque esto es la voluntad de Dios: la santificación de ustedes, que se abstengan de la fornicación; que cada uno de ustedes sepa tomar posesión de su propio vaso en santificación y honra”. “Porque Dios nos llamó, no con permiso para inmundicia, sino con relación a santificación.” (1Te 4:3, 4, 7.)
La Palabra de Dios y Su espíritu. La Palabra de Dios desempeña un gran papel en la santificación, y debe seguirse fielmente para que la santificación se mantenga. (Hch 20:32.) Dios envía al creyente y santificado su espíritu santo, una fuerza poderosa que obra en él para limpiarlo. Ayuda al santificado a ser obediente, manteniéndolo en un derrotero de vida limpio. (1Pe 1:2.) La guía del espíritu de Dios hace posible que la ofrenda de esa persona sea santificada, limpia, aceptable a Dios. (Ro 15:16.) Cualquier inmundicia representa un desprecio al espíritu de Dios y tiende a ‘contristarlo’. (Ef 4:30; 1Te 4:8; 5:19.) Puede llegar a convertirse en blasfemia contra el espíritu santo, que no será perdonada. (Mt 12:31, 32; Lu 12:8-10.)
Santificación de lugares. El lugar donde mora Jehová o cualquier lugar donde more de manera representativa, es un lugar santo o santificado, un santuario. Tanto el tabernáculo que se usó en el desierto como los templos que posteriormente construyeron Salomón y Zorobabel (el de este último fue reconstruido y ampliado más tarde por Herodes el Grande) fueron designados como miq·dásch o qó·dhesch, lugares ‘apartados’ o ‘santos’. Como esos lugares estaban situados en medio de un pueblo pecador, tenían que purificarse (de una manera típica o simbólica) periódicamente de inmundicia salpicando la sangre de animales sacrificados. (Le 16:16.)
Jerusalén. De la misma manera, Jerusalén, la ciudad del gran Rey (Sl 48:1, 2; 135:21), y el lugar donde estaba ubicada, se consideraban santificados. (Isa 48:1, 2; 52:1; Ne 11:1; Da 9:24.) De manera correspondiente, la Nueva Jerusalén, la ciudad celestial, es un santuario en el que solo se permite la entrada a personas santificadas, quedando prohibida esta, por lo tanto, a todo el que practique inmundicia de cualquier tipo (como espiritismo, fornicación, asesinato, idolatría y mentira). (Apo 21:2; 22:14, 15, 19.)
El jardín de Edén, un santuario. Jehová se aparecía, representativamente, en el jardín de Edén para conversar con Adán y Eva e instruirlos; era un lugar limpio, sin pecado, perfecto, donde el hombre estaba en paz con Dios. (Gé 1:28; 2:8, 9; 3:8, 9; Dt 32:4.) Por ello, se expulsó de él a Adán y Eva cuando pecaron. Este paraíso era un lugar apartado o santificado por Dios para que lo ocuparan personas justas y limpias. Una vez que Adán y Eva pecaron, se les expulsó de él para que no pudieran tomar del árbol de la vida y así vivir para siempre a pesar de ser pecadores. (Gé 3:22-24.)
La zarza ardiente y el monte Sinaí. Cuando Jehová comisionó a Moisés para que regresara a Egipto y liberara a su pueblo de la esclavitud en su nombre (Éx 3:15, 16), despachó a un ángel, que se apareció a Moisés en una zarza ardiente. Cuando Moisés se acercó, el ángel, como representante de Jehová, le ordenó que se quitara las sandalias, porque, según le dijo, “el lugar donde estás de pie es suelo santo [qó·dhesch]”. (Éx 3:1-5.)
Más tarde, cuando se reunió al pueblo al pie del monte Sinaí y se le dio el pacto de la Ley, Jehová mandó a Moisés: “Fíjale límites a la montaña y hazla sagrada”, porque Jehová estaba allí, representado por sus ángeles. (Éx 19:23; Gál 3:19.) Todo el que traspasase los límites tenía que ser muerto, pues ninguna persona no autorizada podía acercarse a la presencia de Jehová. (Éx 19:12, 13.) Sin embargo, Moisés, como el mediador nombrado por Dios, sí podía hacerlo. En esto prefiguró proféticamente a Jesucristo, el gran Mediador de los cristianos ungidos, cuando estos se acercan al monte Sión celestial. (Heb 12:22-24.)
Ciudades de refugio y campamentos del ejército. En Israel se apartaron ciertas ciudades para el propósito especial de servir de lugar de refugio para el homicida involuntario. Fueron santificadas, es decir, se les dio un “estado sagrado”. (Jos 20:7-9.)
Los campamentos del ejército de Israel eran lugares santificados, pues Dios ‘andaba en el campamento’. Por lo tanto, había que mantener limpieza física, moral y espiritual. (Dt 23:9-14; 2Sa 11:6-11.)
Santificación de cosas. Puesto que el tabernáculo y el templo eran edificios santificados, las cosas que había en ellos también tenían que ser santas, santificadas. El arca del pacto, el altar del incienso, la mesa del pan de la proposición, el candelabro, el altar de la ofrenda quemada, la palangana, todos los utensilios, el incienso, el aceite de la unción, incluso las prendas de los sacerdotes, eran cosas santificadas. Solo podían manejarlas y transportarlas personas santificadas: los sacerdotes y los levitas. (Éx 30:25, 32, 35; 40:10, 11; Le 8:10, 11, 15, 30; Nú 4:1-33; 7:1.) Los sacerdotes que servían en el tabernáculo rendían “servicio sagrado en una representación típica y sombra de las cosas celestiales; así como Moisés, cuando estaba para hacer la tienda hasta completarla, recibió el mandato divino: Porque dice él: ‘Ve que hagas todas las cosas conforme a su modelo que te fue mostrado en la montaña’”. (Heb 8:4, 5.)
Sacrificios y alimento. Los sacrificios y ofrendas eran santificados en virtud de haber sido ofrecidos de la manera prescrita sobre el altar santificado. (Mt 23:19.) La porción que recibían los sacerdotes era santa, y no podían comerla los que no formaban parte de las casas sacerdotales, y ni siquiera los sacerdotes que estaban en una condición “inmunda”. (Le 2:3; 7:6, 32-34; 22:1-13.) El pan de la proposición era igualmente santo, santificado. (1Sa 21:4; Mr 2:26.)
Igual que el alimento provisto por Jehová para su sacerdocio era santificado, así el alimento que Él provee para sus siervos cristianos también es santificado, tal como deberían ser todas las cosas de las que participan sus siervos santificados. El apóstol Pablo previene contra hombres sin conciencia que harían gala de una falsa santificación, “que [prohibirían] casarse, y [mandarían] abstenerse de alimentos que Dios creó para que [participasen] de ellos con acción de gracias los que tienen fe y conocen la verdad con exactitud. La razón de esto es que toda creación de Dios es excelente, y nada ha de desecharse si se recibe con acción de gracias, porque se santifica mediante la palabra de Dios y oración sobre ello”. (1Ti 4:1-5.) Si la Palabra de Dios declara limpia una cosa, es limpia, y el cristiano, al dar gracias por ella en oración, la acepta como santificada, y, por consiguiente, Dios lo considera limpio cuando come de ella.
Diezmos. El diezmo del grano, el fruto y el rebaño que los israelitas apartaban se consideraba santificado y no podía usarse para ningún otro propósito. (Le 27:30, 32.) Por ello, nadie puede utilizar mal una cosa santificada ni perjudicar de palabra o por acción a ninguna de las personas santificadas por Dios, entre ellas, los hermanos ungidos de Cristo, y estar sin culpa ante Dios. Jesús mostró este hecho a los judíos cuando lo acusaron de blasfemia. (Jn 10:36.) El apóstol Pedro advirtió de la destrucción que le sobrevendrá a los inicuos, a quienes describe como “osados, voluntariosos, [que] no tiemblan ante los gloriosos [a quienes Jehová ha santificado], sino que hablan injuriosamente”. (2Pe 2:9-12; compárese con Jud 8.)
Épocas u ocasiones. El registro bíblico nos dice lo que Dios hizo cuando terminó su obra creativa con respecto a la Tierra: “Para el día séptimo Dios vio terminada su obra que había hecho, y procedió a descansar [...]. Y Dios procedió a bendecir el día séptimo y a hacerlo sagrado”. (Gé 2:2, 3.) Por lo tanto, los hombres tenían que emplear este “día” como un “día” de servicio sagrado y obediencia a Jehová. No debían contaminarlo con obras para beneficio propio. De modo que Adán y Eva violaron ese “día” cuando eligieron la libre determinación, hacer su propia voluntad en la Tierra, con independencia de su Soberano, Jehová. El ‘día de descanso’ de Dios aún continúa, según el registro de Hebreos 3:11, 13; 4:1-11. Como Dios santificó ese “día”, apartándolo para su propósito, en él tendrá que cumplirse completamente y con justicia ese propósito para la Tierra. (Compárese con Isa 55:10, 11.)
Los días sabáticos y días especiales de fiesta eran santificados, así como el año de Jubileo y otros períodos. (Éx 31:14; Le 23:3, 7, 8, 21, 24, 27, 35, 36; 25:10.)
Santificación de la tierra. En Israel, una persona podía santificar a Dios una parte de su herencia. Podía hacerlo apartando esa parcela de manera que el producto de la tierra fuese al santuario, o pagando al santuario el valor de la tierra (es decir, de sus cosechas) de acuerdo con la valoración que hiciese el sacerdote. Si decidía recomprarla, tenía que añadir al precio la quinta parte de la valoración del campo (en proporción con el número de cosechas hasta el año de Jubileo) que hubiese hecho el sacerdote. El campo retornaba a su propietario en el Jubileo. (Le 27:16-19.)
Los siguientes versículos al parecer hablan del propietario que lo vendía a otra persona sin efectuar la recompra del campo, y en tal caso la Ley estipulaba que el campo pasaba a ser posesión permanente del santuario al tiempo del Jubileo. Concerniente a esta ley registrada en Levítico 27:20, 21, F. C. Cook dice en su Commentary: “Puede que [las palabras] se refieran a un caso en el que un hombre vendiera su parte de un campo fraudulentamente y se quedara con el precio después de haberlo dedicado al santuario”. O puede que se tratase de un caso en el que un hombre retuviese el uso del campo y cumpliese por un tiempo con su voto pagando una especie de renta anual, una proporción estipulada del precio de redención, pero que posteriormente vendiera el campo a otro con el propósito de adquirir dinero en efectivo. Debido a que el propietario había tratado lo que había sido santificado al santuario como propiedad suya, despreciando su santidad al comerciar con ello, tal campo se consideraba “dado por entero”.
Puede que el principio haya sido similar al de la ley registrada en Deuteronomio 22:9: “No debes sembrar tu viña con semilla de dos tipos, no sea que pierdas en entrega al santuario el pleno producto de la semilla que sembraras y el producto de la viña”. Tal pérdida sería el resultado de infringir la ley dada anteriormente en Levítico 19:19.
La distinción entre cosas “santificadas” y “dadas por entero” era que estas últimas no podían redimirse. (Véase PROSCRIPCIÓN.) Con las casas se hacía lo mismo. (Le 27:14, 15.) Sin embargo, si un hombre santificaba el campo que había comprado de la posesión hereditaria de otra persona, el campo volvía al propietario original cuando llegaba el Jubileo. (Le 27:22-24.)
En el matrimonio. El apóstol Pablo dice al cristiano casado: “El esposo incrédulo es santificado con relación a su esposa, y la esposa incrédula es santificada con relación al hermano; de otra manera, sus hijos verdaderamente serían inmundos, pero ahora son santos”. Debido a la consideración que Jehová tiene al cristiano, la relación matrimonial de este con su cónyuge incrédulo no se considera contaminante. La limpieza del santificado no santifica al cónyuge como uno de los santos de Dios, pero la relación entre ambos es limpia, honorable. Al observar el derrotero cristiano del creyente, el cónyuge incrédulo tiene una excelente oportunidad de recibir beneficios e incluso de salvarse. (1Co 7:14-17.) Debido al ‘mérito’ del creyente, a los hijos pequeños de esa unión se les ve como santos, bajo el cuidado y protección divinos, en lugar de inmundos, como aquellos que no tienen ni un solo padre creyente. (Véase SANTIDAD - [Jehová bendice la santidad].)
Algo que se origina de Dios, se oculta hasta el tiempo debido y se revela solo a aquellos a quienes Él escoge para que lo conozcan.
La palabra griega my·stë·ri·on, traducida “secreto sagrado”, se refiere principalmente a lo que conocen los iniciados. En las antiguas religiones mistéricas que florecieron en el tiempo de la congregación cristiana primitiva, los que deseaban tomar parte en las celebraciones de los misterios tenían que experimentar una iniciación; a los no iniciados se les negaba el acceso tanto a los llamados ritos sagrados como al conocimiento de ellos. Los iniciados estaban obligados por un voto de silencio a no divulgar los secretos. Sin embargo, también había un uso seglar, “cotidiano”, de la palabra, como para referirse a un secreto personal, un secreto entre amigos, secretos de familia, etc. El apóstol Pablo usa la forma pasiva de my·é·ö en este último sentido cuando dice: “He aprendido el secreto [literalmente, “he sido iniciado en los secretos”] tanto de estar saciado como de tener hambre, tanto de tener abundancia como de padecer necesidad”. (Flp 4:12.)
Diferente de las religiones mistéricas. El Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento (de W. E. Vine, 1984, vol. 3, pág. 23) explica sobre la palabra griega my·stë·ri·on: “En el [Nuevo Testamento] denota no lo que es misterioso, como sucede con el término castellano, sino aquello que, estando más allá de la posibilidad de ser conocido por medios naturales, sólo puede ser dado a saber por revelación divina, y se hace saber de una manera y en un tiempo señalados por Dios, y sólo a aquellos que están iluminados por Su Espíritu. En su sentido ordinario, un misterio significa conocimiento retenido; su significado bíblico es verdad revelada. De ahí que los términos especialmente asociados con este tema sean ‘dado a conocer’, ‘revelado’, ‘declarado’, ‘dispensación’, etc.”.
Los secretos sagrados de Dios y otros “misterios” de la Biblia, como el de Babilonia la Grande, no son, por lo tanto, cosas que han de mantenerse en secreto indefinidamente, sino que Jehová Dios ha de revelarlas a su debido tiempo a los que cifran su esperanza en Él y a quienes Él escoge para revelárselas. El apóstol Pablo trata este aspecto de los asuntos en 1 Corintios 2:6-16. En ese pasaje llama al “secreto sagrado” de Dios “sabiduría escondida”, revelada por medio del espíritu de Dios a sus siervos cristianos. Es algo que el espíritu del mundo o la sabiduría humana de hombres físicos no puede desentrañar, sino que es pronunciado y entendido por aquellos ‘que combinan asuntos espirituales con palabras espirituales’. Anteriormente Jesucristo había hecho notar a sus discípulos: “A ustedes se les ha dado el secreto sagrado [gr. my·stë·ri·on] del reino de Dios, mas a los de afuera todas las cosas ocurren en ilustraciones, para que, aunque estén mirando, miren y sin embargo no vean, y, aunque estén oyendo, oigan y sin embargo no capten el sentido de ello, ni nunca se vuelvan y se les dé perdón”. (Mr 4:11, 12; Mt 13:11-13, Notas; Lu 8:10.)
La gran diferencia entre el secreto sagrado de Dios y los secretos de las religiones mistéricas es, ante todo, su contenido: el secreto de Dios es buenas nuevas, no una mentira o un engaño hecho por el hombre. (Jn 8:31, 32, 44; Col 1:5; 1Jn 2:27.) En segundo lugar, los escogidos para entender el secreto sagrado de Dios no están obligados a mantenerlo secreto, sino a darle la proclamación y la publicidad más amplias posibles. Esto se muestra, como se ha indicado anteriormente, por el hecho de que la Biblia emplee con relación al “secreto sagrado de las buenas nuevas” expresiones como ‘predicar, “dar a conocer”, ‘poner de manifiesto’, ‘declarar’, “hablar”, etc. Los cristianos verdaderos declararon con gran vigor estas buenas nuevas que contenían el entendimiento del secreto sagrado para que se oyeran en “toda la creación que está bajo el cielo”. (1Co 2:1; Ef 6:19; Col 1:23; 4:3, 4.) Dios es el que determina los que no son merecedores y oculta de ellos el entendimiento. Esto no es parcialidad, pues les oculta el entendimiento de su secreto sagrado debido a la “insensibilidad de su corazón”. (Ef 4:17, 18.)
Se centra en Cristo. Puesto que “el dar testimonio de Jesús es lo que inspira el profetizar”, “el secreto sagrado de Dios” debe centrarse en Cristo. (Apo 19:10; Col 2:2.) Todos “los secretos sagrados” de Dios están relacionados con su Reino mesiánico. (Mt 13:11.) El apóstol Pablo escribe a los compañeros cristianos: “Cuidadosamente ocultados en él están todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”, y “en él mora corporalmente toda la plenitud de la cualidad divina”. (Col 2:2, 3, 9.)
Pablo dijo que él tenía una mayordomía de los “secretos sagrados de Dios” (1Co 4:1), y habló de la comprensión que tenía “del secreto sagrado del Cristo”. (Ef 3:1-4.) Explicó que este secreto sagrado es sabiduría escondida que Dios predeterminó antes de los sistemas de cosas. (1Co 2:7.) La declaración del misterio o “secreto sagrado de Dios” empezó con la profecía de Jehová registrada en Génesis 3:15. Durante siglos, los hombres de fe estuvieron a la espera de la “descendencia” prometida que libraría a la humanidad del pecado y la muerte, pero no entendían con claridad quién sería esta “descendencia” ni cómo vendría y traería liberación. Todo esto no se aclaró hasta que Cristo vino y “[arrojó] luz sobre la vida y la incorrupción mediante las buenas nuevas”. (2Ti 1:10.) A partir de ese momento, se empezó a entender el misterio de la ‘descendencia de la mujer’. ★“Jesucristo” - [El “secreto sagrado”.]
El Reino mesiánico. Pablo da en sus escritos una visión completa de la revelación del secreto sagrado del Cristo. En Efesios 1:9-11 explica que Dios dio a conocer el “secreto sagrado” de su voluntad, y dice: “Es según su beneplácito que él se propuso en sí mismo para una administración al límite cabal de los tiempos señalados, a saber: reunir todas las cosas de nuevo en el Cristo, las cosas en los cielos y las cosas en la tierra. Sí, en él, en unión con el cual a nosotros también se nos asignó como herederos, por cuanto fuimos predeterminados según el propósito de aquel que opera todas las cosas conforme a la manera como su voluntad aconseja”. Este “secreto sagrado” incluye un gobierno, el Reino mesiánico de Dios. “Las cosas [que están] en los cielos”, a las que Pablo se refiere, son los herederos en perspectiva de ese Reino celestial con Cristo. “Las cosas [que están] en la tierra” serán sus súbditos terrestres. Jesús mostró a sus discípulos que el secreto sagrado tenía que ver con el Reino cuando les dijo: “A ustedes se les ha dado el secreto sagrado del reino de Dios”. (Mr 4:11.)
Incluye a la congregación. Hay muchas facetas en el secreto sagrado. El apóstol añadió otros detalles cuando explicó que el secreto sagrado engloba a la congregación, de la que Cristo es cabeza. (Ef 5:32; Col 1:18; Apo 1:20.) Los miembros de la congregación son sus coherederos, con quienes comparte el Reino. (Lu 22:29, 30.) Se les escoge tanto de entre los judíos como de entre los gentiles. (Ro 11:25; Ef 3:3-6; Col 1:26, 27.) Esta faceta del “secreto sagrado” no se pudo entender con claridad hasta que en el año 36 E.C. Pedro fue enviado a visitar al gentil Cornelio y vio que la casa de este gentil recibía los dones del espíritu santo. (Hch 10:34, 44-48.) Pablo escribió a los cristianos gentiles: “Estaban [...] sin Cristo, [...] extraños a los pactos de la promesa, y no tenían esperanza, y estaban sin Dios en el mundo. Pero ahora, en unión con Cristo Jesús, ustedes los que en un tiempo estaban lejos han llegado a estar cerca por la sangre del Cristo”. (Ef 2:11-13.) Por medio de la relación que Dios mantiene con la congregación, los “gobiernos y [...] las autoridades en los lugares celestiales” llegarían a conocer “la grandemente diversificada sabiduría de Dios”. (Ef 3:10.)
En una visión de la Revelación, se le mostró a Juan esta congregación compuesta de 144.000 personas compradas “de entre la humanidad como primicias para Dios y para el Cordero”. Estaban de pie con el Cordero Jesucristo sobre el monte Sión, el lugar donde está situada la ‘ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial’. En la antigua Jerusalén terrestre estaba “el trono de Jehová”, en el que se sentaban reyes de la línea de David; también se hallaba allí el templo de Jehová. Jesucristo está entronizado en la Jerusalén celestial, y sus seguidores ungidos con espíritu comparten su gobernación real. (Apo 14:1, 4; Heb 12:22; 1Cr 29:23; 1Pe 2:4-6.) La resurrección de estos a inmortalidad e incorrupción durante el tiempo de la presencia de Cristo es una de las características de la manera de actuar de Dios con la congregación, un “secreto sagrado” en sí misma. (1Co 15:51-54.)
El secreto sagrado de la devoción piadosa. Pablo escribió a Timoteo: “Te escribo estas cosas [...] para que sepas cómo debes comportarte en la casa de Dios, que es la congregación del Dios vivo, columna y apoyo de la verdad. Realmente, se reconoce que el secreto sagrado de esta devoción piadosa es grande: ‘Él [Jesucristo] fue puesto de manifiesto en carne, fue declarado justo en espíritu, se apareció a ángeles, fue predicado entre naciones, fue creído en el mundo, fue recibido arriba en gloria’”. (1Ti 3:14-16.)
“La congregación del Dios vivo” tenía la verdad y conocía con exactitud el misterio o “secreto sagrado” de la verdadera devoción piadosa, y no solo tenía la forma, sino también el poder de tal devoción piadosa. (Contrástese con 2Ti 3:5.) Por lo tanto, podía ser “columna y apoyo de la verdad” en medio de un mundo de error y religión falsa, los ‘misterios’ que son sagrados para Satanás y para los que él ha cegado. (2Co 4:4.) La devoción piadosa de Jesucristo mismo se predijo y expuso en las Escrituras Hebreas inspiradas. Durante siglos, desde que se desafió la soberanía de Dios y se puso en tela de juicio la integridad del hombre, fue un misterio, o un “secreto sagrado”, si se podría mantener una devoción piadosa completa, inquebrantable y sin tacha bajo la presión del Diablo. ¿Podría alguien resistir la prueba y mantenerse completamente limpio, sin pecado ni mancha, con devoción exclusiva a Jehová? De ser así, ¿quién? Con estas preguntas estaba relacionada la cuestión de quién sería la ‘descendencia de la mujer’ que magullaría la cabeza de la Serpiente. Este hecho se revelaría completamente cuando Cristo ‘fuera puesto de manifiesto en carne, fuera declarado justo en espíritu, se apareciera a ángeles, fuera predicado entre naciones, fuera creído en el mundo, fuera recibido arriba en gloria’. (1Ti 3:16; 6:16.) Sin duda esto sería algo grande. La gran cuestión de la devoción piadosa se centraba en la persona de Jesucristo. ¡Qué grandeza hubo en el proceder de devoción piadosa de Cristo! ¡Cómo ha beneficiado a la humanidad y vindicado y ensalzado el nombre de Jehová! (Véase DEVOCIÓN PIADOSA.)
Queda terminado. En la visión dada al apóstol Juan se le dijo: “En los días de dar el toque el séptimo ángel, cuando esté a punto de tocar su trompeta, verdaderamente queda terminado el secreto sagrado de Dios, según las buenas nuevas que él declaró a sus propios esclavos los profetas”. (Apo 10:7.) Esta conclusión del secreto sagrado está relacionada estrechamente con el toque de trompeta del séptimo ángel que acompaña el anuncio que se hace en el cielo: “El reino del mundo sí llegó a ser el reino de nuestro Señor y de su Cristo, y él reinará para siempre jamás”. (Apo 11:15.) De modo que el secreto sagrado de Dios queda terminado en el momento en que Jehová da comienzo a su Reino por medio de su Mesías o Cristo. Jesucristo habló mucho a sus discípulos, los “esclavos” de Dios, acerca del reino de Dios, y dijo que “estas buenas nuevas del reino” seguirían predicándose hasta el fin (té·los, griego) del “sistema de cosas”. Después que ‘el secreto sagrado de Dios quedara terminado’, las “buenas nuevas” que se predicarían incluirían, por lo tanto, lo que anunciaron las voces en el cielo: “El reino del mundo sí llegó a ser el reino de nuestro Señor y de su Cristo”. (Mt 24:3, 14.)
Para obtener una explicación sobre el ‘misterio del desafuero’ (2Te 2:7), véase HOMBRE DEL DESAFUERO. Para obtener una explicación sobre el “misterio: ‘Babilonia la Grande’” (Apo 17:5), véase BABILONIA LA GRANDE.