Filosofía, Religión, Tradición |
En la antigüedad era una práctica común en ocasiones de duelo hacerse incisiones en la carne o rasguños en los brazos, manos y cara. (Jer 47:5; 48:37.) Con ello al parecer se intentaba apaciguar o aplacar a las deidades que, según se creía, tenían autoridad sobre los muertos. Hablando del comportamiento de los escitas a la muerte de su rey, el historiador griego Heródoto (IV, 71) escribe que en señal de luto “se cortan un trozo de oreja, se afeitan el cabello en redondo, se hacen cortes en los brazos, se desgarran la frente y la nariz y se clavan flechas a través de la mano izquierda”.
Sin embargo, el infligirse laceraciones en la carne no se limitaba a los ritos de duelo. Los profetas de Baal se cortaron “según su costumbre con dagas y con lancetas, hasta que hicieron chorrear la sangre sobre sí” con la esperanza de que su dios contestase sus ruegos. (1Re 18:28.) Algunos creen que la automutilación tenía un propósito similar a los sacrificios humanos. Ambas prácticas se basaban en la creencia de que se podía obtener el favor de un dios mediante el sufrimiento físico o el derramamiento de sangre. (w98 1/1 pág. 30) Otros pueblos antiguos también practicaban ritos similares. Por ejemplo, Heródoto (II, 61) menciona que durante el festival de Isis, los carios que residían en Egipto se sajaban la frente con cuchillos.
La ley de Dios prohibía específicamente hacerse cortaduras en la carne por causa de los muertos. (Le 19:28; 21:5; Dt 14:1.) La razón: Israel era un pueblo santo a Jehová, su propiedad especial (Dt 14:2), y como tal, tenía que permanecer libre de estas prácticas. Además, estas manifestaciones extremas de duelo acompañadas de laceraciones eran totalmente impropias para un pueblo consciente de la condición real de los muertos, así como de la esperanza de la resurrección. (Da 12:13; Heb 11:19.) Por otra parte, la prohibición de las mutilaciones grabaría en los israelitas un respeto apropiado por el cuerpo humano como creación de Dios.
A pesar de todo, parece ser que en algunas ocasiones los israelitas pasaron por alto la ley de Dios con respecto a practicarse cortaduras en la carne. (Jer 41:5; compárese con Miq 5:1.)
Según ciertos entendidos el luto es una situación o estado anímico que sigue a la muerte de un ser querido; y muchas personas tienen la tendencia de reflejarlo de manera física mediante signos, o conjunto de símbolos (generalmente de color negro) con la finalidad de que otros lo vean y de esa manera se pretende dar a entender que se esta de luto; para tal fin se utilizan botones, lazos, etc, que se deben colocar en regiones visibles de la vestimenta, y o inclusive la persona de luto puede vestirse de manera parcial o total con prendas de color negro o marrón oscuro, esto se hace en muchas partes del mundo como "tradición" que pasa de generación en generación; sin embargo ésta practica NO ES INOFENSIVA pues hecha a un lado la esperanza de la resurrección, pues los que observan esta practica dan a entender (aunque no lo sepan) que ya no tienen esperanza de ver de nuevo a su ser querido que se "fue"... -de allí se desprende la razón por la cual los cristianos genuinos nos cuidamos de no caer en dicha practica, pues aunque si sentimos dolor cuando se nos muere un ser querido sabemos y tenemos la maravillosa esperanza de la resurrección, (2 Sam. 1:11, 12; Hechos 24:15.) Por eso debemos cuidarnos de no imitar el proceder del mundo, colocando lazos en las fotos de difuntos apoyando alguna causa, porque tal vez estamos dando a entender que no tenemos esperanza! (1 Tes. 4:13).
Aniversario del nacimiento de una persona; en hebreo, yohm hul·lé·dheth (Gé 40:20), y en griego, gue·né·si·a (Mt 14:6; Mr 6:21).
Los hebreos mantenían registro del año de su nacimiento, como lo atestiguan los datos genealógicos y cronológicos recogidos en la Biblia. (Nú 1:2, 3; Jos 14:10; 2Cr 31:16, 17.) Las edades de los levitas, los sacerdotes y los reyes no se dejaban a la simple conjetura (Nú 4:3; 8:23-25; 2Re 11:21; 15:2; 18:2), lo que también fue cierto en el caso de Jesús. (Lu 2:21, 22, 42; 3:23.)
Según las Escrituras, el día en que nacía un niño era una ocasión de regocijo y de acción de gracias por parte de los padres. Este proceder era muy apropiado, pues la Palabra de Dios dice: “¡Miren! Los hijos son una herencia de parte de Jehová; el fruto del vientre es un galardón”. (Sl 127:3; Jer 20:15; Lu 1:57, 58.) Sin embargo, en las Escrituras no se encuentra ningún indicio de que los adoradores fieles de Jehová hayan participado en la práctica pagana de celebrar cumpleaños.
En la Biblia solo se registra la celebración de dos cumpleaños: el de Faraón de Egipto (siglo XVIII a. E.C.) y el de Herodes Antipas (siglo I E.C.). Estos dos relatos guardan cierta semejanza, ya que en ambas ocasiones hubo grandes festejos y se otorgaron favores. Asimismo, en los dos casos se produjeron ejecuciones: en el primero murió ahorcado el jefe de los panaderos de Faraón y en el segundo se decapitó a Juan el Bautista. (Gé 40:18-22; 41:13; Mt 14:6-11; Mr 6:21-28.)
La expresión de Oseas 7:5, “en el día de nuestro rey”, puede referirse a una fiesta de cumpleaños del rey apóstata de Israel, en la que los príncipes ‘se causaron enfermedad debido al vino’, aunque también podría haber sido el aniversario de su ascensión al trono, una ocasión en la que solían celebrarse este tipo de fiestas.
No debe entenderse que cuando se dice que los hijos de Job “celebraban un banquete en la casa de cada uno en su propio día” se quiera indicar que estaban celebrando su cumpleaños. (Job 1:4.) En este versículo la palabra “día” traduce el término hebreo yohm, y se refiere al período de tiempo que va del alba a la puesta del Sol. Por otra parte, la palabra “cumpleaños” traduce un término hebreo que se compone a su vez de dos vocablos: yohm (día) y hul·lé·dheth. La distinción entre “día” y cumpleaños puede apreciarse en Génesis 40:20, donde aparecen ambas expresiones: “Ahora bien, al tercer día [yohm] resultó que era el cumpleaños [literalmente, “el día (yohm) del nacimiento (hul·lé·dheth)”] de Faraón”. Por consiguiente, es seguro que en Job 1:4 no se habla de un cumpleaños, como sí ocurre, sin lugar a dudas, en Génesis 40:20. Parece ser que los siete hijos de Job estaban disfrutando de una reunión familiar (probablemente una fiesta de primavera o de la cosecha que duraba una semana), y cada hijo era anfitrión del banquete que se celebraba en su casa “en su propio día”.
La llegada del cristianismo no supuso ningún cambio en el punto de vista sobre las celebraciones de cumpleaños. Jesús dio comienzo a una conmemoración obligatoria de su muerte, no de su nacimiento, cuando dijo: “Sigan haciendo esto en memoria de mí”. (Lu 22:19.) Si los cristianos primitivos no celebraban o conmemoraban el cumpleaños de su Salvador, con mucha menos razón el suyo propio. El historiador Augusto Neander escribe: “La noción de una fiesta de cumpleaños estaba lejos de las ideas de los cristianos de este período”. (The History of the Christian Religion and Church, During the Three First Centuries, traducción de H. J. Rose, 1848, pág. 190.) “Orígenes [comentarista de la Biblia del siglo III E.C.] [...] insiste en que ‘no se relata que ninguna de las personas santas mencionadas en las Escrituras haya celebrado una fiesta o hecho un gran banquete en su cumpleaños. Son solo los pecadores (como Faraón y Herodes) quienes hacen grandes festividades el día en que nacieron en este mundo’.” (The Catholic Encyclopedia, 1913, vol. 10, pág. 709.)
Queda claro, entonces, que la celebración de los cumpleaños no se origina ni en las Escrituras Hebreas ni en las Griegas. Por otra parte, la Cyclopædia de M’Clintock y Strong (1882, vol. 1, pág. 817) dice que los judíos “consideraban las celebraciones de cumpleaños como parte de la adoración idolátrica [...], probablemente debido a los ritos idolátricos que se observaban en ellas en honor del que era tenido por dios patrón del día en que nacía el homenajeado”.
Cualquier cosa que se adore puede denominarse un dios, puesto que el adorador le atribuye un poder superior al suyo y la venera. Una persona incluso puede hacer de su vientre un dios. (Ro 16:18; Flp 3:18, 19.) En la Biblia se mencionan muchos dioses (Sl 86:8; 1Co 8:5, 6), pero al mismo tiempo dice que los dioses de las naciones son dioses inútiles. (Sl 96:5; véase DIOSES Y DIOSAS.)
Términos hebreos.
’Elo·hím, “Dios”, con el artículo definido se halla por primera vez en Gé 5:22. El título ’Elo·hím está en pl. para denotar excelencia o majestad, y no una personalidad múltiple ni varios dioses. Gr.: ho The os (ho The·ós), sing. para denotar una sola persona, “Dios”. Compárese con Jue 16:23, n.
Entre las palabras hebreas que se traducen “Dios” se encuentra `El, que probablemente signifique “Poderoso; Fuerte” (Gé 14:18); se emplea para referirse a Jehová, a otros dioses e incluso a hombres. También se usa mucho en nombres propios compuestos, como Eliseo (Dios Es Salvación) y Miguel (¿Quién Es Como Dios?). En algunos lugares aparece el término `El acompañado del artículo definido (ha·`El, literalmente, “el Dios”) para referirse a Jehová, con el objeto de distinguirlo de otros dioses. (Gé 46:3; 2Sa 22:31; véase NM, apéndices 1F y 1G.)
En Isaías 9:6 a Jesús se le llama en términos proféticos `El Guib·bóhr, “Dios Poderoso” o “Poderoso Dios de tiempos indefinidos”; lat.: Dé·us fór·tis. (no `El Schad·dái, Dios Todopoderoso, expresión que se aplica a Jehová en Génesis 17:1).
El plural `e·lím se emplea para referirse a otros dioses, como ocurre en Éxodo 15:11 (“dioses”), pero también se usa como plural mayestático y de excelencia, por ejemplo, en el Salmo 89:6: “¿Quién puede parecerse a Jehová entre los hijos de Dios [bi·venéh `E·lím]?”. Aquí, como en muchos otros lugares, la forma plural se utiliza para referirse a una sola persona, conclusión que sustenta el que la Septuaginta griega traduzca `E·lím por la forma singular The·ós, y la Vulgata latina, por Deus.
La palabra hebrea `elo·hím (dioses) parece derivarse de una raíz cuyo significado es “ser fuerte”. Es la forma plural de `elóh·ah (dios). Aunque a veces con la forma plural se alude a una pluralidad de dioses (Gé 31:30, 32; 35:2), se emplea con más frecuencia como plural mayestático, de dignidad y excelencia. En las Escrituras se usa con referencia al propio Jehová, a los ángeles, a ídolos (tanto en singular como en plural) y al hombre.
Cuando `Elo·hím se utiliza con referencia a Jehová, tiene el sentido de plural mayestático, de dignidad y excelencia. (Gé 1:1.) A este respecto, una obra comenta lo siguiente: “Elohim ‘es uno de estos plurales de abstracción del que el hebreo y otras lenguas semíticas proporcionan muchos ejemplos, y su empleo corriente con verbos y cualificaciones en singular debería bastar para que no se reconociese en ello un vestigio de politeísmo’. ‘Es un plural de plenitud y fuerza y de poder’ o un plural de intensidad semítico, para recalcar enfáticamente la idea trascendental de divinidad con todo lo que ella incluye. [...] Elohim es el Creador de todas las cosas, el Dios único, Señor del universo”. (Biblia Comentada, Profesores de Salamanca, vol. 1, págs. 47, 48.)
El título `Elo·hím singulariza el poder de Jehová como el Creador. Aparece 35 veces en el relato de la creación, y en cada uno de los casos el verbo que determina la acción está en singular. (Gé 1:1-2:4.) En él residen la suma y sustancia de los poderes infinitos.
En el Salmo 8:5 el término `elo·hím se usa también con referencia a los ángeles, un uso que Pablo refrenda en Hebreos 2:6-8 al citar ese mismo pasaje. En Génesis 6:2, 4 y Job 1:6; 2:1, se les llama benéh ha·`Elo·hím, “hijos de Dios” (Val), o “hijos del Dios verdadero” (NM). Por otra parte, el Lexicon in Veteris Testamenti Libros, de Koehler y Baumgartner (1958), en la página 134 los define como “seres divinos (individuales), dioses”, y en la página 51 se refiere a “los dioses (individuales)”, después de lo cual cita Génesis 6:2; Job 1:6; 2:1; 38:7. En consecuencia, en el Salmo 8:5 `elo·hím se traduce “ángeles” (LXX), y también “los que tienen parecido a Dios” (NM).
El término `elo·hím se usa también para referirse a los ídolos. A veces este plural significa sencillamente “dioses”. (Éx 12:12; 20:23.) En otras ocasiones es un plural mayestático que hace referencia a un solo dios o diosa. Sin embargo, es evidente que las deidades así aludidas no eran tríadas. (1Sa 5:7b [Dagón]; 1Re 11:5 [la “diosa” Astoret]; Da 1:2b [Marduk].)
En el Salmo 82:1, 6 —Salmo que Jesús citó en Juan 10:34, 35— se usa `elo·hím (“dioses”) para referirse a criaturas humanas, los jueces de Israel, a quienes se podía llamar dioses por el puesto que ocupaban como representantes y voceros de Jehová. De modo parecido, a Moisés se le dijo que sirviese de “Dios” a su hermano Aarón y ante Faraón. (Éx 4:16, nota; 7:1.)
Hay un buen número de casos en la Biblia en los que `Elo·hím aparece antecedido del artículo definido ha. (Gé 5:22.) F. Zorell dice respecto a esta construcción: “En las Santas Escrituras, esta expresión designa principalmente al único Dios verdadero, Jahvé; [...] ‘Jahvé es el [único] Dios [verdadero]’, Dt 4:35; 4:39; Jos 22:34; 2Sa 7:28; 1Re 8:60, etc.”. (Lexicon Hebraicum Veteris Testamenti, Roma, 1984, pág. 54.) (Los corchetes son del autor.)
El término griego equivalente. En la Septuaginta, así como en las Escrituras Griegas Cristianas, el término griego acostumbrado para `El y `Elo·hím es the·ós.
El Dios verdadero Jehová. Heb.: weha·’Él.; bidh·vár ha·’Elo·hím. El artículo definido ha, “el”, que precede al título ’Elo·hím, es para comunicar énfasis. El Dios verdadero no es un Dios innominado. Su nombre es Jehová como el único Dios verdadero y distinguirlo de los dioses falsos. (Gé 5:22, 24; 46:3; Dt 4:39; 6:4; Sl 83:18.) Él es Dios debido a que es el Creador. (Gé 1:1; Apo 4:11.) El Dios verdadero es real (Jn 7:28), una persona (Hch 3:19; Heb 9:24); no es una ley natural que actúe sin un legislador vivo ni tampoco una fuerza ciega que produzca algo determinado por medio de accidentes. Respecto a la persona de Dios, el Diccionario Enciclopédico Salvat (1967, vol. 4, pág. 635) dice en el artículo “Dios”: “Supremo Ser, criador del Universo, que lo conserva y rige por su providencia. [...] Es un ser real, viviente, personal, distinto del mundo, cuya existencia es absolutamente necesaria. [...] Una inteligencia sapientísima que todo lo ordena con miras a un fin. [...] Todos los pueblos, primitivos o modernos, [...] han creído en la divinidad. Testimonio tan universal y constante no puede menos de ser voz de la verdad”. ★Verdad - [Jehová, el Dios de la verdad.]
Cuando Dios dijo…
Cuando DIOS quiso crear peces, le habló al mar (Gé 1:20, 22). Cuando DIOS quiso crear árboles, le habló a la tierra (Gé 1:11, 12). Pero cuando DIOS quiso crear al hombre, se volvió hacia SÍ mismo. Así que Jehová dijo, “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gé 1:26, 27).
REFLEXIÓN:
Recordemos que el agua sin peces sigue siendo agua, pero los peces sin agua no son nada. |
¿Dios o Diosa?
En muchas películas y narraciones se representa a Dios con una voz impresionante, profunda y poderosa que infunde temor, por otra parte se han esparcido muchas mentiras sobre la personalidad de Dios, como el que castiga a las personas incorregibles en un tormentoso y cruel infierno por la eternidad, imágenes que ponen a Dios como un ser duro y cruel como un guerrero barbaro. Aunque es cierto que la Biblia presenta a Dios como Jehová... “persona varonil de guerra”. (Éx 15:3) o como un padre (es decir, masculino, Mateo 7:9) no significa que Él tenga un género, pues es completo en sí mismo y no necesita un complemento (Gé 2:18) Es curioso como en la creación transmitió Dios algunas de sus características en los humanos e incluyó “Hombre y mujer” entre ellas (Gé 1:27) En la Biblia se atribuye frecuentemente las formas y cualidades humanas a lo que no es humano, en especial a divinidades, esto se llama antropomorfismo y sirve para hacernos entendible a nuestros límites humanos las cosas divinas, por eso se habla de la mano de Dios, su trono, etc... Aunque cada persona o religión tiene su propia imagen de Dios, lo relevante es cómo se describe Dios mismo en su palabra:
(Juan 4:24) dice que Dios “es un Espíritu”, lo que lo excluye de todo límite humano. De éstos y muchos otros pasajes de la Biblia se desprende claramente que Jehová es mucho más de lo que nosotros conocemos o nos podemos imaginar, pero en su amor Él se inclina hacia nosotros para que lo conozcamos describiéndose a sí mismo como Padre y madre, pastor, instructor, protector y muchas cosas más que nosotros conocemos y podemos asimilar. |
El Dios de Israel
Nombre que Jacob le dio al primer altar que erigió después de su regreso de Harán.
A Jacob se le había cambiado el nombre a Israel como resultado de su lucha en Peniel con el ángel de Jehová, después de lo cual tuvo un encuentro pacífico con su hermano Esaú. Posteriormente se estableció en Sucot y más tarde, en Siquem. En este último lugar compró una porción de terreno a los hijos de Hamor y asentó allí su tienda. (Gé 32:24-30; 33:1-4, 17-19.) “Después de eso erigió allí un altar y lo llamó Dios el Dios de Israel”, es decir: “Dios es el Dios de Israel”. (Gé 33:20.) Al relacionar su nuevo nombre, Israel, con el nombre del altar, Jacob daba a entender que aceptaba y apreciaba tanto el nombre como la guía de Dios, quien lo había conducido a salvo de vuelta a la Tierra Prometida. Esta expresión solo aparece una vez en las Escrituras.
Pruebas de la existencia del “Dios vivo”.
“Dios vivo.” Heb.: ’Elo·hím, seguido por el adjetivo en pl. jai·yím, “vivo”; en 2Re 19:4, 16 e Isa 37:4, 17: “Dios”, seguido por el adjetivo en sing., jai. Este título aparece por primera vez en Dt 5:26.
El orden, el poder y la complejidad de la creación, tanto macroscópica como microscópica, así como la relación de Dios con su pueblo a lo largo de la historia, prueban la realidad de la existencia de Dios. Al investigar lo que se podría llamar el “Libro de la creación divina”, los científicos aprenden mucho, y solo se puede aprender de un libro que sea producto de la preparación y el pensamiento inteligente del autor.
En contraste con los dioses inanimados de las naciones, a Jehová se le llama “el Dios vivo”. (Jer 10:10; 2Co 6:16.) En todas partes hay testimonio de su actividad y grandeza: “Los cielos están declarando la gloria de Dios; y de la obra de sus manos la expansión está informando”. (Sl 19:1.) Los hombres no tienen ninguna razón o excusa válida para negar a Dios, ya que “lo que puede conocerse acerca de Dios está entre ellos manifiesto, porque Dios se lo ha puesto de manifiesto. Porque las cualidades invisibles de él se ven claramente desde la creación del mundo en adelante, porque se perciben por las cosas hechas, hasta su poder sempiterno y Divinidad, de modo que ellos son inexcusables”. (Ro 1:18-20.)
La Biblia dice que Jehová Dios vive desde tiempo indefinido hasta tiempo indefinido, para siempre (Sl 90:2, 4; Apo 10:6), que es el Rey de la eternidad, incorruptible, invisible y el único Dios verdadero. (1Ti 1:17.) No ha existido ningún dios antes que Él. (Isa 43:10, 11.)
★Conozcamos mejor a Jehová observando la creación - (2-3-2023-Pg.15)
★“El es el Dios [...] de los vivos” - (1-2-2013-Pg.7)
★Recordemos que Jehová es “el Dios vivo” - (2-6-2024-Pg.20)
Infinito, pero abordable. El Dios verdadero es infinito y su total comprensión está más allá de la mente del hombre. La criatura humana jamás podría esperar llegar a ser igual a su Creador ni comprender a cabalidad Su mente (Ro 11:33-36); no obstante, Él puede ser hallado y suministra a los que le adoran todo lo necesario para su bienestar y felicidad. (Hch 17:26, 27; Sl 145:16.) Dios tiene todo el poder y la completa disposición para dar dádivas buenas y dones a sus criaturas, como dijo el discípulo Santiago: “Toda dádiva buena y todo don perfecto es de arriba, porque desciende del Padre de las luces celestes, y con él no hay la variación del giro de la sombra”. (Snt 1:17.) Jehová siempre actúa según sus propias normas justas, haciendo todas las cosas sobre una base legal. (Ro 3:4, 23-26.) Por esta razón, todas sus criaturas pueden tener absoluta confianza en Él, sabiendo que siempre actúa en armonía con los principios que ha establecido. Dios no cambia (Mal 3:6), y no hay “variación” en Él en cuanto a la aplicación de sus principios. Tampoco es parcial (Dt 10:17, 18; Ro 2:11), y es imposible que mienta. (Nú 23:16, 19; Tit 1:1, 2; Heb 6:17, 18.)
Sus atributos. El Dios verdadero no es omnipresente, pues se dice que tiene una ubicación concreta. (1Re 8:49; Jn 16:28; Heb 9:24.) Su trono está en el cielo. (Isa 66:1.) Como Dios Todopoderoso, es omnipotente. (Gé 17:1; Apo 16:14.) “Todas las cosas están desnudas y abiertamente expuestas a los ojos de [Él]”, y Dios es “Aquel que declara desde el principio el final”. (Heb 4:13; Isa 46:10, 11; 1Sa 2:3.) Su poder y conocimiento se extienden a todas partes y alcanzan toda región del universo. (2Cr 16:9; Sl 139:7-12; Am 9:2-4.)
El Dios verdadero es espíritu, no carne (Jn 4:24; 2Co 3:17), aunque a veces asemeje sus atributos de vista, poder y otros a facultades humanas. De forma que habla de manera figurada de su “brazo” (Éx 6:6), sus “ojos” y sus “oídos” (Sl 34:15), y señala que, como el Creador de los ojos y oídos humanos, puede ver y oír. (Sl 94:9.)
Algunos de los principales atributos de Dios son el amor (1Jn 4:8), la sabiduría (Pr 2:6; Ro 11:33), la justicia (Dt 32:4; Lu 18:7, 8) y el poder. (Job 37:23; Lu 1:35.) Él es un Dios de orden y de paz. (1Co 14:33.) Es completamente santo, limpio y puro (Isa 6:3; Hab 1:13; Apo 4:8), feliz (1Ti 1:11) y misericordioso. (Éx 34:6; Lu 6:36.) En las Escrituras se mencionan muchas otras cualidades que conforman su personalidad. ★¿Es Dios omnipresente? - (4-2011-Pg.28)
Su posición. Jehová es el Soberano Supremo del universo, el Rey eterno. (Sl 68:20; Da 4:25, 35; Hch 4:24; 1Ti 1:17.) La posición de su trono es suprema. (Eze 1:4-28; Da 7:9-14; Apo 4:1-8.) Él es la Majestad (Heb 1:3; 8:1), el majestuoso Dios, el Majestuoso. (1Sa 4:8; Isa 33:21.) Es la Fuente de toda vida. (Job 33:4; Sl 36:9; Hch 17:24, 25.)
Su justicia y gloria. El Dios verdadero es un Dios justo. (Sl 7:9.) Es el glorioso Dios. (Sl 29:3; Hch 7:2.) Disfruta de eminencia sobre todo (Dt 33:26); se viste de eminencia y fuerza (Sl 93:1; 68:34), con dignidad y esplendor. (Sl 104:1; 1Cr 16:27; Job 37:22; Sl 8:1.) “Su actividad es dignidad y esplendor mismos.” (Sl 111:3.) Hay gloria y esplendor en su gobernación real. (Sl 145:11, 12.)
Su propósito. Dios tiene un propósito que va a realizar y que no se puede frustrar. (Isa 46:10; 55:8-11.) Este propósito es, según se expresa en Efesios 1:9, 10: “Reunir todas las cosas de nuevo en el Cristo, las cosas en los cielos y las cosas en la tierra”. Así, por mediación de Cristo, todas las criaturas racionales llegarán a estar en plena armonía con Dios. (Compárese con Mt 6:9, 10.) Por ser Jehová el Creador, nadie —ni ningún otro dios— ha existido antes que Él; por lo tanto, es “el primero” y ‘después de él no habrá dios alguno’, porque la gente de las naciones jamás podrá encontrar a otro dios real y vivo que sea capaz de profetizar. (Isa 44:6; 43:10; 46:9, 10.) Como el Alfa y la Omega (Apo 22:13), es el único Dios Todopoderoso, y conducirá a feliz término la cuestión surgida en torno a su soberanía, quedando así vindicado para siempre como el único Dios Todopoderoso. (Apo 1:8; 21:5, 6.) Nunca olvida o abandona sus propósitos o sus pactos, lo que le convierte en un Dios confiable y leal. (Sl 105:8.)
Un Dios comunicativo. Debido a que tiene un gran amor a sus criaturas, ofrece muchas oportunidades para que le conozcan y sepan de sus propósitos. En tres ocasiones se ha oído su propia voz en la Tierra. (Mt 3:17; 17:5; Jn 12:28.) También se ha comunicado por medio de ángeles (Lu 2:9-12; Hch 7:52, 53) y a través de hombres, como Moisés, a quienes dio instrucciones y revelaciones, y de manera especial por medio de su Hijo Jesucristo. (Heb 1:1, 2; Apo 1:1.) El medio de comunicación con los que forman parte de su pueblo es Su Palabra escrita, que los capacita para estar completamente equipados como sus siervos y ministros, y los instruye en el camino de la vida. (2Pe 1:19-21; 2Ti 3:16, 17; Jn 17:3.)
Contraste con los dioses de las naciones. Del Dios verdadero, el Creador de los gloriosos cuerpos celestes, emana una gloria y un resplandor que la vista humana no puede resistir, pues Jehová mismo dijo: “Ningún hombre puede verme y sin embargo vivir”. (Éx 33:20.) Solo los ángeles, criaturas espíritus, pueden contemplar su rostro en un sentido literal. (Mt 18:10; Lu 1:19.) Sin embargo, como muestra de bondad amorosa a los seres humanos, Dios les permite ver sus excelentes cualidades por medio de su Palabra, donde se revela a sí mismo mediante su Hijo Cristo Jesús. (Mt 11:27; Jn 1:18; 14:9.)
En el libro de Revelación Dios nos da una idea del efecto de su presencia. El apóstol Juan tuvo una visión que le reveló el efecto de contemplarle en su trono. Dios no tenía la apariencia de un ser humano, pues su figura no le ha sido revelada al hombre, como más tarde dijo Juan mismo: “A Dios ningún hombre lo ha visto jamás”. (Jn 1:18.) Más bien, se le representa con la apariencia de gemas sumamente pulidas, preciosas, brillantes y hermosas, gemas que atraen la vista y provocan una deleitable admiración. Su ‘apariencia era semejante a una piedra de jaspe y a una piedra preciosa de color rojo, y alrededor del trono había un arco iris de apariencia semejante a una esmeralda’ (Apo 4:3); todos estos detalles hacen que la apariencia de Dios sea hermosa y agradable a la vista y que provoque admiración. También hay gloria alrededor de su trono y un ambiente de calma y serenidad. Esto es lo que indica la presencia de un arco iris perfecto, de color esmeralda, que, además, evoca la calma agradable y silenciosa que sigue a una tormenta. (Compárese con Gé 9:12-16.)
Por lo tanto, qué diferente es el Dios verdadero de los dioses de las naciones, a quienes a menudo se representa como grotescos, enojados, feroces, implacables, inmisericordes, caprichosos al bendecir o maldecir, horripilantes, diabólicos y dispuestos a torturar a criaturas terrestres (almas humanas) en un ‘infierno’.
“Un Dios que exige devoción exclusiva.” “Aunque hay aquellos que son llamados ‘dioses’, sea en el cielo o en la tierra, así como hay muchos ‘dioses’ y muchos ‘señores’, realmente para nosotros hay un solo Dios el Padre.” (1Co 8:5, 6.) Jehová es el Dios Todopoderoso, el único Dios verdadero y quien con todo derecho exige devoción exclusiva. (Éx 20:5.) Sus siervos no deben permitir que otras personas ocupen en su corazón y acciones el lugar que le corresponde a Dios. Asimismo, Él requiere que sus adoradores le adoren con espíritu y con verdad. (Jn 4:24.) Es el único por el que deben sentir reverencia respetuosa. (Isa 8:13; Heb 12:28, 29.)
Entre los otros poderosos a los que se llama “dioses” en la Biblia está Jesucristo, quien es “el dios unigénito”. No obstante, él mismo fue claro al decir: “Es a Jehová tu Dios a quien tienes que adorar, y es solo a él a quien tienes que rendir servicio sagrado”. (Jn 1:18; Lu 4:8; Dt 10:20.) Los ángeles son “los que tienen parecido a Dios”, pero uno de ellos impidió que Juan le adorase, diciéndole: “¡Ten cuidado! ¡No hagas eso! [...] Adora a Dios”. (Sl 8:5; Heb 2:7; Apo 19:10.) A los hombres poderosos de los hebreos se les llamaba “dioses” (Sl 82:1-7); pero Dios no se había propuesto que ningún hombre recibiese adoración. Cuando Cornelio empezó a rendir homenaje a Pedro, el apóstol le detuvo con las palabras: “Levántate; yo mismo también soy hombre”. (Hch 10:25, 26.) Ciertamente, no deben adorarse los dioses falsos que los hombres han inventado y formado a través de los siglos desde la rebelión en Edén. La ley mosaica da una advertencia enérgica en contra de abandonar a Jehová para volverse a esos dioses falsos. (Éx 20:3-5.) Jehová, el Dios verdadero, no tolerará indefinidamente la rivalidad de los dioses falsos que nada valen. (Jer 10:10, 11.)
Después del reinado milenario de Cristo, durante el que reducirá a la nada toda autoridad y poder en oposición a Dios, Cristo le entregará el reino a su Dios y Padre, quien entonces llegará a ser “todas las cosas para con todos”. (Ro 8:33; 1Co 15:23-28.) Con el tiempo, todos los vivientes reconocerán la soberanía de Dios y alabarán su nombre constantemente. (Sl 150; Flp 2:9-11; Apo 21:22-27; véase JEHOVÁ.)
Busque a Dios
Un hombre fue a una barbería a cortarse el cabello y recortarse la barba. Como es costumbre entabló una amena conversación con el barbero. Hablaban de muchos temas. De pronto tocaron el tema de Dios y el barbero dijo: "Fíjese caballero que yo no creo que Dios exista, como usted dice... ¿Por qué dice usted eso? - preguntó el cliente. Pues es muy fácil, basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. O dígame, si Dios existiera ¿habría tantos enfermos, habría niños abandonados? Si Dios existiera no habría sufrimiento ni tanto dolor para la humanidad. Yo no creo que exista un Dios que permita todas estas cosas. El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión. El barbero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio.
Recién abandona la barbería cuando vio en la calle a un hombre barbudo y el cabello largo, al parecer hacía mucho tiempo que no se lo cortaba y se veía muy desarreglado. Entonces entró de nuevo a la barbería y le dijo al barbero: ¡No! - dijo el cliente - no existen porque si existieran no habría personas con el pelo y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle. Ah, los barberos si existen, lo que pasa es que esas personas no vienen a mí. ¡Exacto! - dijo el cliente - ese es el punto. Dios sí existe, lo que pasa es que hay personas que no van a Él, no le buscan ni le permiten entrar en sus vidas. (Isa 55:3; Hch 17:27; Snt 4:8) |
Los judíos apóstatas del tiempo de Isaías se hicieron partícipes del culto al “dios de la Buena Suerte” (heb. gadh) y al “dios del Destino” (heb. mení). Sus adoradores tenían por costumbre preparar una mesa de comida y bebida ante ellos. Jehová dijo a esos adoradores que serían degollados por la espada. (Isa 65:11, 12.)
Entre los asirios y los babilonios era frecuente preparar comida y bebida para sus dioses. La gente de Harán hacía votos al “dios de la Buena Suerte” y esperaban que este los aprobara. A este respecto, la versión Scío dice en una nota sobre Isaías 65:11 que “según escribe S. Jerónimo, el último día del año [los egipcios] ponían en todas las ciudades a esta falsa deidad una mesa colmada de toda suerte de frutas y viandas, y un vaso lleno de vino, para darle gracias con esta ceremonia de la abundancia y frutos, que habían tenido el año que acababa; y para implorarla de nuevo, para el que iba luego a comenzar”. (Véase Corpus Christianorum, Series Latina, LXXIII A, S. Hieronymi presbyteri opera, Pars. 1, 2A, Tyrnholt, 1963, pág. 754.)
Parte de una inscripción que figuraba sobre un altar que vio el apóstol Pablo cuando estuvo en Atenas. Los atenienses expresaron su temor por las deidades edificando muchos templos y altares. Llegaron hasta el punto de deificar cosas abstractas, erigiendo altares a la Gloria, la Modestia, la Fuerza, la Persuasión y la Piedad. Quizás por temor a omitir algún dios y caer en su disfavor, los hombres de Atenas habían erigido un altar con las palabras inscritas: “A un Dios Desconocido”.
Al comienzo de su discurso a los Estoicos, Epicúreos y otros que se habían reunido en el Areópago (Colina de Marte), Pablo, con tacto, dirigió su atención a este altar “A un Dios Desconocido”, diciendo que era a este Dios, hasta ese entonces desconocido para ellos, a quien él predicaba. (Hch 17:18, 19, 22-34.)
Los escritores griegos Filóstrato (170 [?]-245 E.C.) y Pausanias (siglo II E.C.) atestiguan de la existencia de altares de esta naturaleza en Grecia. Pausanias habla de “altares de los dioses llamados desconocidos” (Descripción de Grecia, traducción de Antonio Tovar, Orbis, 1986, Ática, cap. I, sec. 4) y Filóstrato escribe en su obra Vida de Apolonio de Tiana (VI, III): “Hay más moderación en hablar bien de todos los dioses y especialmente en Atenas, en donde incluso en honor de dioses desconocidos se alzan altares”.
Las palabras griegas Agnóstoi Theói estaban escritas en un altar en Atenas. Los atenienses expresaron su temor por los dioses construyendo muchos templos y altares, hasta el punto de hacer altares a deidades abstractas como la Gloria, la Modestia, la Fuerza, la Persuasión y la Piedad. Quizás por miedo a omitir a algún dios y hacerlo enojar, dedicaron un altar “a un Dios Desconocido”. De esta manera, estaban reconociendo la existencia de un Dios al que no conocían. Con habilidad, Pablo usó ese altar para empezar a hablarles de ese Dios que desconocían, el Dios verdadero.
El vocablo hebreo `it·tím se utiliza en Isaías 19:3 para referirse a los “encantadores” egipcios. La palabra hebrea jé·ver (vertida ‘maleficio’, o ‘hechizo’) se refiere a un conjuro que puede expresarse de palabra, por canción o por escrito, con el fin de “atar” a alguien. (Sl 58:5; Isa 47:9, 12.) “Las conchas zumbadoras ornamentales” de las hijas de Sión, que muy probablemente llevaban puestas, eran, sin duda, amuletos. La palabra hebrea que se emplea para referirse a ellos (leja·schím) proviene de una raíz que significa “cuchichear; encantar”. (Isa 3:20; compárese con 2Sa 12:19; Sl 58:5.) Tales prácticas espiritistas figuraban entre “las cosas detestables” que Jehová había prohibido a su pueblo. (Dt 18:9-11.) Los babilonios, egipcios y otros pueblos de la antigüedad se distinguieron por su fe en los encantamientos y maleficios. (Isa 19:3; 47:9, 12.)
El encantamiento de serpientes puede ser una forma de espiritismo, y es un vestigio de los antiguos ritos practicados por los adoradores de serpientes. El encantador debe hechizar a la serpiente, por lo general una cobra, para que parezca que está encantada cuando él toca una flauta u otro instrumento similar. Las serpientes no son sordas ni tienen ningún impedimento en el oído, como algunos creen, sino que, como se desprende del Salmo 58:4, 5, pueden oír la voz y la música de los encantadores. Quizás se piense que tan solo es un truco, y que la serpiente ha sido amaestrada, del mismo modo que se haría con cualquier otro animal, colocándola en una cesta con una tapa, tocando música suave y bajando la tapa en seguida cuando tratara de salir, de modo que por fin aprendiera a obedecer la música y a erguirse sin intentar escapar. Aunque esto puede darse en algunos casos, en otros la influencia de los espíritus parece evidente.
El hecho de que se mencione esta práctica espiritista en la Biblia da prueba de su antigüedad. (Sl 58:4, 5; Ec 10:11; Isa 3:3; Jer 8:17.)
★Cobra - [¿Cómo puede la cobra “escuchar la voz de encantadores”?]
Ficción, mito, invención, cuento falso o falsedad. La palabra mý·thos aparece en 1 Timoteo 1:4; 4:7; 2 Timoteo 4:4; Tito 1:14; 2 Pedro 1:16.
El término mý·thos se contrapone a a·lë·thei·a, “verdad”, que viene a significar la esencia verdadera, manifiesta, de un asunto. En Gálatas 2:5 la expresión “la verdad de las buenas nuevas” contrasta la enseñanza verdadera del evangelio con las deformaciones que se han hecho de él. Los apóstoles advirtieron a los cristianos del peligro de que alguien los desviara de la verdad a los cuentos falsos, ya que estos no tenían ninguna base en la realidad, sino que eran producto de la imaginación humana. El judaísmo estaba lleno de tales cuentos falsos, tradiciones de los ancianos que compusieron lo que se dio en llamar la “ley oral”, que llegó a formar parte del Talmud. El judaísmo, principal oponente del cristianismo en el primer siglo, había recibido fuertes influencias de las filosofías y enseñanzas paganas.
Examinemos por ejemplo uno de estos cuentos falsos del Talmud Palestiniense (Jerusalén): “R. Samuel b. Nahman dijo en nombre de R. Jonathan: las tablas en las que Moisés recibió los Diez Mandamientos tenían seis palmos menores de largo y tres de ancho: Moisés sostenía dos palmos y Dios otros dos, de modo que había un espacio de dos palmos entre sus dedos; y cuando los israelitas estaban adorando el becerro, Dios trató de quitarle a Moisés las tablas de las manos; pero las manos de Moisés tenían tanta fuerza que se las arrebató a Él”. La historia continúa diciendo que entonces las letras se desprendieron de las tablas. Debido a que “la escritura las sostenía”, las tablas “empezaron a pesar demasiado en las manos de Moisés, por lo que cayeron y se rompieron”. (Ta`anit, V, págs. 116, 117, traducción de A. W. Greenup.)
Los escritos apócrifos están repletos de relatos imaginarios, como aquel que cuenta que Daniel mató a un gran dragón con una mezcla de pez, grasa y pelos (Daniel 14:23-27, NC, porción añadida), y otro que menciona que Tobías obtuvo poderes para curar y exorcizar demonios del corazón, la hiel y el hígado de un pez monstruoso. (Tobías 6:2-9, 19, NC.)
Los cristianos han de rechazar las fábulas. En 1 Timoteo 1:4 Pablo dice a los cristianos que no presten atención a cuentos falsos. Estos pueden hacer que el cristiano se envuelva en investigaciones que no son de ningún beneficio real y que hasta pueden apartar su mente de la verdad. Algunos de estos cuentos falsos son como los que relatan las viejas que han pasado su vida en prácticas mundanas. Violan las normas santas y justas de Dios. (1Ti 4:6, 7; Tit 1:14.) En 2 Pedro 1:16 el apóstol Pedro hace mención de tales cuentos falsos (que no solo son ficticios, sino que además están ingeniosa y astutamente tramados para, en el caso de que fuera posible, apartar al cristiano) y los contrapone al relato verídico y real de la transfiguración, hecho del que fue testigo ocular. (Mr 9:2.) Por su parte, Pablo predijo en 2 Timoteo 4:3, 4 que en un futuro la gente se desviaría a los cuentos falsos, prefiriéndolos a la verdad.
Algunas historias del origen de los Gnomos de jardín
Según el folclore alemán, los gnomos o enanos de jardín son amuletos de la buena suerte. Se supone que ayudan en las tareas de la casa y en las áreas rurales suelen ser colocados en las vigas de los galpones como vigías. Según la teoría más aceptada de las cientos que existen, la historia de estos se remonta a la Edad Media, en Turquía. Los enanos de jardín serían réplicas de pigmeos que se reclutaban para trabajar en galerías de minas subterráneas. Estos pequeños mineros utilizaban bonetes rojos rellenos con hierbas para protegerse de los derrumbes, y vestían prendas coloridas con el fin de ser vistos en la oscuridad de las cavernas. Dichos personajes fueron rápidamente considerados como símbolos de las fuerzas ocultas, de la ingeniosidad y del conocimiento de tesoros escondidos. Para exorcizar posibles maleficios de estos seres que vivían en contacto con criaturas infernales del centro de la tierra, para conjurar a estos demonios hipotéticos, los explotadores de minas mandaron confeccionar figuras de tierra semejantes a sus empleados. Los gnomos de jardín fueron descritos por primera vez durante el período renacentista por el alquimista suizo Paracelso (1493 -1541) como “figuras diminutas que rehuyen a la presencia de los humanos”. Durante este período, los “enanos” de piedra, que normalmente eran figurillas de un metro de altura, chillonamente pintadas, se colocaban comúnmente en los jardines de los ricos. Teofrasto Paracelso fue conocido entre otras cosas porque se creía que había logrado transmutar plomo en oro mediante la Alquimia y por haber creado un homúnculo, un diminuto humano a partir de procesos alquímicos. |
La palabra griega fi·lo·so·fí·a significa literalmente “amor a la sabiduría”. En su uso moderno, el término tiene que ver con los intentos humanos por entender e interpretar, por medio de la razón y la especulación, toda la experiencia humana, las causas y los principios fundamentales de la realidad.
Las palabras griegas para “filosofía” y “filósofo” aparecen solo una vez en las Escrituras Griegas Cristianas. (Col 2:8; Hch 17:18.) Cuando Pablo escribió a la congregación de Colosas (Asia Menor), probablemente algunos estaban en peligro de ser afectados por “la filosofía y el vano engaño según la tradición de los hombres”. La filosofía griega era entonces muy importante. Pero el contexto de Colosenses 2:8 muestra que quienes preocupaban a Pablo de manera especial eran los judaizantes, los cuales intentaban que los cristianos volviesen a observar la ley mosaica, con la circuncisión obligatoria, los días de fiesta y la abstinencia de ciertos alimentos. (Col 2:11, 16, 17.) Pablo no estaba opuesto al conocimiento, pues oró que los cristianos fuesen llenos de conocimiento; pero, como dijo, para conseguir la sabiduría verdadera y el conocimiento exacto, se debe reconocer el papel de Jesucristo en el desarrollo del propósito de Dios. (Col 1:9, 10; 2:2, 3.)
Los colosenses tenían que estar atentos para que nadie, tal vez utilizando argumentos persuasivos, se los llevase como presa por medio de una manera de pensar o punto de vista humanos. Tal filosofía sería parte de las “cosas elementales [stoi·kjéi·a] del mundo”, es decir, los principios o componentes básicos y factores motivadores del mundo, “y no según Cristo”. (Col 2:4, 8.) ¿Se refería a los filósofos griegos, como Platón y Sócrates? Aunque estos suponían una amenaza para los cristianos verdaderos, en aquellos días la palabra “filosofía” tenía un significado más amplio. Solía usarse con referencia a muchos grupos y escuelas de pensamiento, incluso a aquellos de naturaleza religiosa. Por ejemplo, Josefo y Filón, judíos del siglo primero, llamaron a su religión una filosofía, quizá para hacerla más atractiva. (w98 1/6 12 párr. 13)
Cuando Pablo estuvo en Atenas, se enfrentó con “filósofos de los epicúreos así como de los estoicos”. (Hch 17:18.) Ellos llamaron “charlatán” al apóstol, usando la palabra griega sper·mo·ló·gos, que aplica literalmente a un ave que recoge semillas. La palabra también transmite la idea de alguien que recoge porciones sobrantes de conocimiento y las repite sin ningún orden o método. Aquellos filósofos desdeñaron a Pablo y su mensaje. Básicamente, la filosofía epicúrea decía que el obtener placer, en particular placer intelectual, era lo más importante en la vida (1Co 15:32), y aunque aceptaba la existencia de dioses, explicaba que estos estaban más allá de la experiencia y el interés humanos. La filosofía de los estoicos recalcaba la suerte o el destino natural; la persona debería tener una elevada moralidad, pero debía ser indiferente al dolor o el placer. Ni los epicúreos ni los estoicos creían en la resurrección. En su discurso ante esos hombres, Pablo subrayó la relación y la responsabilidad del ser humano para con el Creador, y enlazó con ello la resurrección de Cristo y la “garantía” que esta ofrece a los hombres. Para los griegos que buscaban “sabiduría”, el mensaje del Cristo era “necedad” (1Co 1:22, 23), y cuando Pablo mencionó la resurrección, muchos de sus oyentes empezaron a burlarse, aunque algunos se hicieron creyentes. (Hch 17:22-34.)
Pablo recalcó varias veces en sus cartas inspiradas que la sabiduría y el “falsamente llamado ‘conocimiento’” del mundo son necedad para Dios, y que los cristianos tienen que evitarlos. (1Co 1:18-31; 2:6-8, 13; 3:18-20; 1Ti 6:20.)
Un ídolo es una imagen, una representación de algo o un símbolo, material o imaginario, que es objeto de devoción fervorosa. En términos generales, la idolatría es la veneración, amor, culto o adoración de un ídolo. Normalmente está relacionada con un poder superior, real o supuesto, tanto si se le atribuye una existencia animada (humano, animal o, incluso, una organización) como si se trata de algo inanimado (una fuerza u objeto inanimado de la naturaleza). La idolatría suele ir acompañada de algún tipo de ceremonia o rito.
Los términos hebreos con los que se hacía referencia a los ídolos solían aludir tanto al material del que estaban hechos como a su inutilidad, o eran términos con una profunda carga despectiva. Entre estos hay palabras que se han traducido por expresiones como “imagen tallada o esculpida” (literalmente, “talla”); “estatua fundida, imagen o ídolo” (literalmente, “algo fundido; vaciado”); “ídolo horrible”; “ídolo vano” (literalmente, “vanidad”), e “ídolo estercolizo”. La palabra “ídolo” es traducción de la voz griega éi·dö·lon.
No todas las imágenes son ídolos. La ley de Dios sobre no hacerse imágenes (Éx 20:4, 5) no quiso decir que quedaba terminantemente prohibido hacer una estatua o algún tipo de representación material. Este hecho queda patente por el mandato posterior de Jehová de hacer dos querubines de oro para la cubierta del Arca y bordar representaciones de querubines sobre las diez telas de la cubierta interior del tabernáculo y sobre la cortina que separaba el Santo del Santísimo. (Éx 25:18; 26:1, 31, 33.) De igual manera, el interior del templo de Salomón, cuyos planos arquitectónicos recibió David por inspiración divina (1Cr 28:11, 12), estaba decorado con gran belleza con bajorrelieves de querubines, palmeras y flores. En el Santísimo de este templo había querubines de madera de árbol oleífero revestidos de oro. (1Re 6:23, 28, 29.) El mar fundido descansaba sobre doce toros de cobre, y las paredes laterales de las carretillas de cobre para el uso del templo estaban decoradas con figuras de leones, toros y querubines. (1Re 7:25, 28, 29.) Había doce leones a lo largo de los escalones que conducían al trono de Salomón. (2Cr 9:17-19.)
Sin embargo, estas representaciones no eran ídolos; solo los sacerdotes que oficiaban podrían ver las que estaban en el interior del tabernáculo y luego en el interior del templo. Nadie, salvo el sumo sacerdote, entraba en el Santísimo, y tan solo lo hacía el Día de Expiación. (Heb 9:7.) Por lo tanto, no había ningún peligro de que los israelitas pudiesen incurrir en idolatrar a los querubines de oro del Santuario. Estas figuras eran principalmente una representación de los querubines celestiales. (Compárese con Heb 9:24, 25.) Y es evidente que no se las había de venerar, pues no se debía dar adoración ni a los mismos ángeles. (Col 2:18; Apo 19:10; 22:8, 9.)
Por supuesto, en ocasiones algunas imágenes se convirtieron en ídolos, aunque originalmente no se tenía la intención de que fuesen objetos de veneración. La serpiente de cobre que Moisés hizo en el desierto llegó a ser adorada y por esta razón el fiel rey Ezequías la trituró. (Nú 21:9; 2Re 18:1, 4.) El efod que hizo el juez Gedeón llegó a ser un “lazo” para él y para su casa. (Jue 8:27.)
Imágenes como ayuda en la adoración. Las Escrituras no aprueban el uso de imágenes como un medio de dirigirse a Dios en oración. Esta práctica va en contra del principio que dice que aquellos que buscan a Jehová deben adorarle con espíritu y con verdad. (Jn 4:24; 2Co 4:18; 5:6, 7.) Él no tolera que se mezclen prácticas idolátricas con la adoración verdadera, como lo ilustra el hecho de que condenase la adoración del becerro, a pesar de que los israelitas lo habían relacionado con Su nombre. (Éx 32:3-10.) Jehová no comparte su gloria con imágenes esculpidas. (Isa 42:8.)
No hay ni una sola ocasión en las Escrituras en la que los siervos fieles de Jehová hayan recurrido al uso de ayudas visuales para orar a Dios ni que hayan practicado alguna forma de adoración relativa. Es cierto que según la traducción católica Scío de San Miguel, Hebreos 11:21 dice: “Por fe Jacob, estando para morir, bendijo a cada uno de los hijos de Joseph: y adoró la altura de su vara”. Sin embargo, en una nota al pie de la página, la traducción católica Bover-Cantera comenta lo siguiente sobre este texto: “El sentido más obvio es: (Jacob) inclinado adoró (a Dios) (apoyándose) sobre la extremidad de su (propio) báculo”. Esta última forma de traducir el texto, y otras con pequeñas variaciones, demuestra que este versículo de ningún modo apoya la adoración relativa. Además, está en armonía con el sentido del texto hebreo de Génesis 47:31, y así lo han traducido casi todas las versiones católicas.
Formas de idolatría. Algunas de las prácticas idolátricas mencionadas en la Biblia eran repugnantes, como, por ejemplo, la prostitución ceremonial, el sacrificio de niños, la borrachera y la autolaceración hasta el punto de hacer chorrear la sangre. (1Re 14:24; 18:28; Jer 19:3-5; Os 4:13, 14; Am 2:8.) A los ídolos se les veneraba participando de la comida y bebida que se ofrecía en fiestas celebradas en su honor (Éx 32:6; 1Co 8:10), inclinándose y haciéndoles sacrificios, con cantos y danzas e incluso besándolos. (Éx 32:8, 18, 19; 1Re 19:18; Os 13:2.) La idolatría también se practicaba disponiendo una mesa con alimento y bebida para los dioses falsos (Isa 65:11), ofreciendo libaciones, tortas de sacrificio y humo de sacrificio (Jer 7:18; 44:17), así como llorando en ciertas ceremonias religiosas (Eze 8:14). La Ley prohibía tatuarse, hacerse cortaduras, imponerse calvicie sobre la frente, cortar los mechones de los lados y la extremidad de la barba, posiblemente debido a su relación, al menos en parte, con las prácticas idolátricas que eran comunes en las naciones vecinas. (Le 19:26-28; Dt 14:1.)
También hay formas más sutiles de idolatría. La codicia es idolatría (Col 3:5), puesto que el objeto deseado desvía del Creador el afecto de la persona, de modo que se convierte en un ídolo. En lugar de servir a Jehová Dios fielmente, una persona puede llegar a ser esclavo de su vientre, es decir, de su deseo o apetito carnal, y hacer de esto su dios. (Ro 16:18; Flp 3:18, 19.) Puesto que el amor al Creador se demuestra por la obediencia (1Jn 5:3), la rebelión y la presuntuosidad son comparables a actos de idolatría. (1Sa 15:22, 23.)
Idolatría antes del Diluvio. La idolatría no comenzó en la región visible, sino en la invisible. Una gloriosa criatura celestial desarrolló el deseo egoísta de parecerse al Altísimo. Fue tan fuerte su deseo que consiguió apartarle de Jehová, su Dios, y su idolatría le hizo rebelarse. (Job 1:6-11; 1Ti 3:6; compárese con Isa 14:12-14; Eze 28:13-15, 17.)
De manera similar, Eva se hizo a sí misma la primera idólatra humana al codiciar el fruto prohibido, y este deseo incorrecto la llevó a desobedecer el mandato de Dios. Adán también llegó a ser culpable de idolatría al permitir que un deseo egoísta rivalizase con su amor a Jehová y posteriormente desobedecer al Creador. (Gé 3:6, 17.)
Desde la rebelión en Edén, tan solo una minoría de la humanidad ha permanecido libre de la idolatría. Durante la vida de Enós, el nieto de Adán, parece que se llegó a practicar cierta forma de idolatría: “En aquel tiempo se dio comienzo a invocar el nombre de Jehová”. (Gé 4:26.) Pero esta invocación no fue con fe, como sí había hecho el justo Abel muchos años antes, por lo que sufrió martirio a manos de su hermano Caín. (Gé 4:4, 5, 8.) Lo que debió comenzar en los días de Enós fue una forma de adoración falsa en la que el nombre de Jehová se usaba mal o se aplicaba de manera impropia. Probablemente los hombres se hacían llamar por el nombre de Dios o usaban este nombre para dirigirse a otros hombres (por medio de los cuales pretendían acercarse a Dios en adoración), o bien aplicaban el nombre divino a objetos usados como ídolos (a modo de ayuda visible y tangible al intentar adorar al Dios invisible).
El registro bíblico no revela hasta qué grado se practicó la idolatría desde los días de Enós hasta el Diluvio. La situación debió ir deteriorándose progresivamente, pues en los días de Noé vio “Jehová [...] que la maldad del hombre abundaba en la tierra, y que toda inclinación de los pensamientos del corazón de este era solamente mala todo el tiempo”. Además, la inclinación pecaminosa que heredó el hombre, la presencia de los ángeles materializados que tuvieron relaciones con las hijas de los hombres, así como la prole híbrida de estas uniones, los nefilim, ejercieron sobre el mundo de ese tiempo una fuerte influencia hacia lo malo. (Gé 6:4, 5.)
La idolatría en tiempos de los patriarcas. A pesar de que el Diluvio del día de Noé aniquiló a todos los idólatras humanos, la idolatría surgió de nuevo, esta vez encabezada por Nemrod, “poderoso cazador en oposición a Jehová”. (Gé 10:9.) Sin duda bajo su dirección empezó la construcción de Babel y su torre (probablemente un zigurat para adoración idolátrica). No obstante, Jehová frustró los planes de aquellos constructores, confundiendo su lenguaje. Como no podían entenderse unos con otros, abandonaron gradualmente la construcción de la ciudad y se dispersaron. Sin embargo, la idolatría que empezó en Babel no terminó allí. Aquellos hombres llevaron consigo sus conceptos religiosos falsos. (Gé 11:1-9; véase DIOSES Y DIOSAS.)
Al igual que Babel, Ur de los caldeos, la siguiente ciudad que se menciona en las Escrituras, no estaba dedicada a la adoración del Dios verdadero, Jehová. Las excavaciones arqueológicas efectuadas en ese lugar han revelado que la deidad de aquella ciudad era el dios-luna Sin. En Ur residía Taré, el padre de Abrán (Abrahán). (Gé 11:27, 28.) Como Taré vivía en un entorno en el que se practicaba la idolatría, es posible que a él también le hubiese afectado, tal como dan a entender las palabras que siglos más tarde Josué dirigió a los israelitas: “Fue al otro lado del Río [Éufrates] donde hace mucho moraron sus antepasados, Taré padre de Abrahán y padre de Nacor, y ellos solían servir a otros dioses”. (Jos 24:2.) Sin embargo, Abrahán puso fe en Jehová, el Dios verdadero.
Allí a donde Abrahán y sus descendientes fueron se encontraron con la idolatría, fruto de la influencia de la apostasía original de Babel. En consecuencia, siempre estaba presente el peligro de contaminarse con aquella idolatría. Los mismos parientes de Abrahán tenían ídolos. Por ejemplo, Labán, suegro del nieto de Abrahán, Jacob, tenía terafim o dioses familiares. (Gé 31:19, 31, 32.) A Jacob mismo se le hizo necesario instruir a su casa para que se librasen de todos sus dioses extranjeros, y luego escondió los ídolos que le habían entregado. (Gé 35:2-4.) Es posible que se deshiciese de ellos de esta manera con el fin de que ninguno de los miembros de su casa usase el metal con un motivo impropio, atribuyéndole un valor especial por haber sido antes un ídolo. No se especifica si previamente Jacob fundió o machacó las imágenes.
La idolatría y el pueblo de Dios. Tal como Jehová le había indicado a Abrahán, sus descendientes, los israelitas, llegaron a ser residentes forasteros en una tierra que no era la suya, Egipto, y allí sufrieron aflicción. (Gé 15:13.) En esa tierra pudieron ver de cerca las prácticas idolátricas más acentuadas, ya que la costumbre de hacer ídolos estaba muy extendida. A muchas de las deidades que se adoraban en Egipto se las representaba con cabezas de animales: Bastet, con cabeza de gato; Hator, con cabeza de vaca; Horus, con cabeza de halcón; Anubis, con cabeza de chacal (Reinos Fronterizos de Israel), y Thot, con cabeza de ibis, por mencionar solo algunos ejemplos. Se veneraban las criaturas marinas, voladoras y terrestres, y cuando los animales sagrados morían, se les momificaba.
La Ley que Jehová le dio a su pueblo después de liberarlos de Egipto condenaba sin ambages las prácticas idolátricas tan extendidas en tiempos pasados. El segundo de los Diez Mandamientos prohibía de manera expresa hacerse una imagen tallada para adoración o una representación de cualquier cosa que estuviese en los cielos, sobre la tierra o en las aguas. (Éx 20:4, 5; Dt 5:8, 9.) En sus exhortaciones finales a los israelitas, Moisés recalcó la imposibilidad de hacer una imagen del Dios verdadero y les advirtió que se cuidasen del lazo de la idolatría. (Dt 4:15-19.) Como otra salvaguarda para que no se hiciesen idólatras, se les ordenó que no celebrasen ningún pacto con los habitantes paganos de la tierra a la que iban a entrar y que no formasen alianzas matrimoniales con ellos. Más bien, los israelitas tendrían que aniquilarlos, y también debían destruir todos los objetos idolátricos: altares, columnas sagradas, postes sagrados e imágenes esculpidas. (Dt 7:2-5.)
Josué, el sucesor de Moisés, reunió a todas las tribus de Israel en Siquem y las exhortó a que se librasen de los dioses falsos y sirviesen fielmente a Jehová. El pueblo estuvo de acuerdo en hacerlo, y continuaron sirviendo a Jehová no solo durante la vida de Josué, sino también con los hombres de más edad que vivieron después de él. (Jos 24:14-16, 31.) Pero con el tiempo surgió una apostasía general. El pueblo empezó a adorar a deidades cananeas: Baal, Astoret y el poste sagrado o aserá. Por esta razón Jehová abandonó a los israelitas en manos de sus enemigos. No obstante, cuando se arrepentían, les tenía misericordia y levantaba jueces para librarlos. (Jue 2:11-19; 3:7; véanse ASTORET; BAAL núm. 4; COLUMNA SAGRADA; POSTE SAGRADO.)
Durante la gobernación de los reyes. No se dice que los israelitas practicaran la idolatría a nivel general durante los reinados de Saúl, primer rey de Israel, Is-bóset, su hijo, y David. Sin embargo, hay muestras de que aún quedaban vestigios de idolatría en el reino. Por ejemplo, Mical, hija de Saúl, tenía una imagen de terafim en su poder. (1Sa 19:13; véase TERAFIM.) No obstante, la idolatría no llegó a practicarse abiertamente hasta la última parte del reinado de Salomón, hijo de David. El propio Salomón impulsó y aprobó la idolatría bajo la influencia de sus numerosas esposas extranjeras. Se edificaron lugares altos para Astoret, Kemós y Milcom o Mólek. El pueblo en general sucumbió a la adoración falsa y empezó a inclinarse delante de esos ídolos de deidades. (1Re 11:3-8, 33; 2Re 23:13; véanse KEMÓS; MÓLEK.)
Debido a esta idolatría, Jehová le quitó diez tribus a Rehoboam, hijo de Salomón, y se las dio a Jeroboán. (1Re 11:31-35; 12:19-24.) A pesar de que a Jeroboán se le aseguró que su reino permanecería firme si continuaba sirviendo a Jehová fielmente, una vez llegó a ser rey, instituyó la adoración del becerro, pues temía que el pueblo se rebelase en contra de su gobernación si iba continuamente a Jerusalén para adorar. (1Re 11:38; 12:26-33.) La adoración idolátrica del becerro y el culto a Baal, importado de Tiro durante el reinado de Acab, persistieron durante todos los días del reino de las diez tribus. (1Re 16:30-33.) Sin embargo, no todos apostataron. Durante el reinado de Acab, todavía había un resto de 7.000 personas que nunca habían doblado la rodilla delante de Baal ni le habían besado, y esto en un tiempo en que los profetas de Jehová estaban siendo ejecutados con la espada, seguramente por instigación de Jezabel, esposa de Acab. (1Re 19:1, 2, 14, 18; Ro 11:4; véase BECERRO - [Adoración de becerros].)
A excepción de la erradicación de la adoración de Baal que llevó a cabo Jehú (2Re 10:20-28), no hay registro de ninguna reforma religiosa emprendida por un monarca del reino de diez tribus. Ni el pueblo ni los gobernantes del reino septentrional prestaron atención a los profetas que en repetidas ocasiones les envió Jehová, de modo que el Todopoderoso finalmente los abandonó en manos de los asirios, debido a su sórdida trayectoria de idolatría. (2Re 17:7-23.)
En el reino de Judá la situación no fue muy diferente, aparte de las reformas que llevaron a cabo algunos reyes. Si bien el reino se había dividido como consecuencia directa de la idolatría, Rehoboam, el hijo de Salomón, no tomó en serio la disciplina de Jehová y evitó la idolatría. Tan pronto como pudo asegurar su posición, él y todo el pueblo de Judá apostataron. (2Cr 12:1.) La gente se ocupó en la construcción de lugares altos, donde colocaron columnas sagradas y postes sagrados, y se entregó a la prostitución ceremonial. (1Re 14:23, 24.) Aunque Abiyam manifestó fe en Jehová cuando luchó contra Jeroboán y se le bendijo con la victoria, después imitó en buena medida el proceder pecaminoso de su padre y predecesor en el trono, Rehoboam. (1Re 15:1, 3; 2Cr 13:3-18.)
Los siguientes dos reyes de Judá, Asá y Jehosafat, sirvieron a Jehová fielmente y procuraron erradicar del reino la idolatría. Pero Judá estaba tan inmersa en la adoración que se practicaba en los lugares altos, que pese a los esfuerzos de ambos reyes por destruirlos, parece ser que se conservaron en secreto o proliferaron de nuevo. (1Re 15:11-14; 22:42, 43; 2Cr 14:2-5; 17:5, 6; 20:31-33.)
El reinado del siguiente rey de Judá, Jehoram, dio comienzo con una brutal matanza y abrió un nuevo capítulo en la práctica idolátrica de Judá, un rebrote que se atribuye al hecho de que Jehoram estaba casado con la idólatra Atalía, la hija de Acab. (2Cr 21:1-4, 6, 11.) Cuando Ocozías sucedió a su padre Jehoram en el trono, la reina madre, Atalía, fue su consejera. Tanto durante su reinado como durante el de Atalía, que posteriormente usurpó el trono, la idolatría tuvo la sanción de la corona. (2Cr 22:1-3, 12.)
Al comienzo del reinado de Jehoás, después de la ejecución de Atalía, se instauró de nuevo la adoración verdadera. Sin embargo, después de la muerte del sumo sacerdote Jehoiadá, volvió a introducirse el culto a los ídolos por instigación de los príncipes de Judá. (2Re 12:2, 3; 2Cr 24:17, 18.) Por consiguiente, Jehová abandonó a las fuerzas militares judaítas en manos de los invasores sirios, y a Jehoás le dio muerte su propia servidumbre. (2Cr 24:23-25.)
La ejecución del juicio de Dios sobre Judá y la violenta muerte de Jehoás debieron causar una profunda impresión en su hijo Amasías, de tal modo que al comienzo de su reinado obró con rectitud a los ojos de Jehová. (2Cr 25:1-4.) No obstante, después de derrotar a los edomitas, se llevó sus imágenes y se puso a rendirles culto. (2Cr 25:14.) La retribución por este proceder vino con la derrota que el reino septentrional le infligió a Judá y cuando más tarde unos conspiradores dieron muerte a Amasías. (2Cr 25:20-24, 27.) Si bien por lo general se dice que Azarías (Uzías) y su hijo Jotán obraron con rectitud a los ojos de Jehová, sus súbditos siguieron practicando la idolatría en los lugares altos. (2Re 15:1-4, 32-35; 2Cr 26:3, 4, 16-18; 27:1, 2.)
Durante el reinado de Acaz, el hijo de Jotán, las condiciones religiosas de Judá se degradaron aún más. Acaz mismo llegó a practicar la idolatría a un grado nunca visto en Judá; fue el primer rey de Judá del que se dice que sacrificó a su hijo en el fuego como acto religioso falso. (2Re 16:1-4; 2Cr 28:1-4.) Jehová castigó a Judá permitiendo que sus enemigos la derrotasen. Sin embargo, en lugar de arrepentirse, Acaz supuso que Siria les había derrotado porque los reyes sirios tenían el favor de sus dioses, por lo que decidió ofrecer sacrificios en honor de esas deidades con el fin de atraerse su favor. (2Cr 28:5, 23.) Además, cerró las puertas del templo y rompió en pedazos sus utensilios. (2Cr 28:24.)
Aunque Acaz no sacó provecho alguno de la disciplina de Jehová, su hijo Ezequías sí se benefició. (2Cr 29:1, 5-11.) En el primer año de su reinado, reinstauró la adoración verdadera de Jehová. (2Cr 29:3.) Durante su gobernación se destruyeron ramificaciones de la adoración falsa no solo en Judá y Benjamín, sino también en Efraín y Manasés. (2Cr 31:1.)
No obstante, Manasés, el hijo de Ezequías, volvió a dar auge a la idolatría (2Re 21:1-7; 2Cr 33:1-7), un hecho para el que la Biblia no da ninguna explicación. Puede ser que consejeros y príncipes que no estaban dedicados exclusivamente al servicio de Jehová no diesen en un principio buena orientación a Manasés, que había empezado a gobernar a los doce años. Sin embargo, a diferencia de Acaz, cuando se le condujo cautivo a Babilonia, respondió a esta medida disciplinaria de Jehová y se arrepintió, lo que le llevó a emprender a su regreso un programa de reformas en Jerusalén. (2Cr 33:10-16.) Posteriormente, su hijo Amón reanudó los sacrificios a las imágenes esculpidas. (2Cr 33:21-24.)
Con el reinado de Josías llegó una erradicación completa de la idolatría en Judá. Se profanaron todos los santuarios del culto idolátrico en Judá, e incluso los de las ciudades de Samaria. Así mismo, dejó sin negocio a los sacerdotes de las deidades extranjeras y a todos los que ofrecían humo de sacrificio a Baal, al Sol, a la Luna, a las constelaciones zodiacales y a todo el ejército de los cielos. (2Re 23:4-27; 2Cr 34:1-5.) Con todo, esta campaña a gran escala contra la idolatría no supuso una reforma de efecto permanente. Los últimos cuatro reyes de Judá, Jehoacaz, Jehoiaquim, Joaquín y Sedequías, persistieron en la idolatría. (2Re 23:31, 32, 36, 37; 24:8, 9, 18, 19; véanse ASTRÓLOGOS; LUGARES ALTOS; ZODIACO.)
Las diversas referencias a la idolatría que aparecen en los escritos de los profetas iluminan los hechos acaecidos durante los últimos años del reino de Judá. Los lugares del culto idolátrico, la prostitución ceremonial y el sacrificio de niños continuaron existiendo (Jer 3:6; 17:1-3; 19:2-5; 32:29, 35; Eze 6:3, 4), y hasta los levitas se hicieron culpables de practicar idolatría. (Eze 44:10, 12, 13.) El profeta Ezequiel fue llevado en visión hasta el templo de Jerusalén, donde vio a un ídolo detestable, un “símbolo de celos”, y la representación de reptiles y bestias asquerosas que eran veneradas, así como también el culto a Tamuz y al Sol. (Eze 8:3, 7-16.)
A pesar de que los israelitas adoraron a los ídolos, hasta el extremo de sacrificar a sus propios hijos en el fuego, también practicaron una forma aparente de adoración a Jehová y llegaron a creer que no les sobrevendría calamidad alguna. (Jer 7:4, 8-12; Eze 23:36-39.) Al haberse hundido en la idolatría, llegaron a hacerse tan irreflexivos, que cuando por fin les sobrevino la calamidad que Dios había predicho en su Palabra y Jerusalén fue desolada (en 607 a.E.C.), la atribuyeron a no haberle ofrecido a la “reina de los cielos” humo de sacrificio y libaciones. (Jer 44:15-18; véase REINA DE LOS CIELOS.)
Por qué se entregó Israel a la idolatría. Hubo muchos factores que hicieron que tantos israelitas abandonaran en repetidas ocasiones la adoración verdadera. Por ser una de las obras de la carne, la idolatría era atractiva para los deseos de la carne. (Gál 5:19-21.) Una vez establecidos en la Tierra Prometida, puede que los israelitas hayan observado cómo sus vecinos paganos, a quienes no habían expulsado en su totalidad, obtenían buenas cosechas debido a su mayor experiencia en cultivar la tierra. Es probable que muchos preguntaran y siguieran el consejo de sus vecinos cananeos en cuanto a lo que se necesitaba para agradar al Baal o Señor de cada región. (Sl 106:34-39.)
Formar alianzas matrimoniales con los idólatras también indujo a la apostasía. (Jue 3:5, 6.) La promiscuidad sexual relacionada con la idolatría se convirtió en una tentación muy grande. Sirve de ejemplo lo que ocurrió en Sitim, en las llanuras de Moab, donde miles de israelitas se dieron a la inmoralidad y participaron en adoración falsa. (Nú 22:1; 25:1-3.) Para algunos, tal vez haya sido tentador el poder entregarse a la borrachera en los santuarios de los dioses falsos. (Am 2:8.)
También les atraía poder supuestamente conocer de antemano lo que el futuro les iba a deparar. Este interés nacía del deseo de asegurarse de que todo iba a ir bien. Como muestras de este proceder están Saúl, que consultó a una médium espiritista, y Ocozías, que envió a inquirir de Baal-zebub, el dios de Eqrón. (Eze 23:36-391Sa 28:6-11; 2Re 1:2, 3.)
La adoración de ídolos: una necedad. En numerosas ocasiones las Escrituras dejan bien claro cuán tonto es confiar en dioses de madera, piedra o metal. Isaías describe la fabricación de ídolos y muestra lo estúpido que es el que alguien use parte de la madera de un árbol para cocinar su alimento y para calentarse, y luego con el resto se haga un dios al que dirigirse por ayuda. (Isa 44:9-20.) Este mismo profeta escribió que en el día de la furia de Jehová los adoradores falsos arrojarán sus ídolos, que nada valen, a las musarañas y a los murciélagos. (Isa 2:19-21.) “Ay del que dice al pedazo de leña: ‘¡Oh, sí, despierta!’, a una piedra muda: ‘¡Oh, despierta!’.” (Hab 2:19.) Los que hacen ídolos mudos llegarán a ser como ellos, es decir, inanimados. (Sl 115:4-8; 135:15-18; véase Apo 9:20.)
Punto de vista sobre la idolatría. Para los siervos fieles de Jehová, los ídolos siempre han sido algo aborrecible. Las Escrituras a menudo se refieren a los dioses falsos y a los ídolos en términos desdeñosos, como algo que carece de valor (1Cr 16:26; Sl 96:5; 97:7), horrible (1Re 15:13; 2Cr 15:16), vergonzoso (Jer 11:13; Os 9:10), detestable (Eze 16:36, 37) y repugnante (Eze 37:23). Con frecuencia se les llama “ídolos estercolizos”, una expresión que traduce el término hebreo guil·lu·lím, emparentado con una palabra que significa “estiércol”. (1Re 14:10; Sof 1:17.) Esta expresión de desprecio, que aparece por primera vez en Levítico 26:30, se puede hallar unas cuarenta veces tan solo en el libro de Ezequiel, empezando en el versículo 4 del capítulo 6.
El fiel Job reconoció que incluso si su corazón fuese seducido en secreto a fijarse en los cuerpos celestiales, como la Luna, y su ‘mano procediese a besar su boca’ (el gesto, al parecer, de lanzar un beso con la mano con intención idolátrica), habría negado a Dios y se habría vuelto idólatra. (Job 31:26-28; compárese con Dt 4:15, 19.) Con referencia a alguien que practicaba la justicia, Jehová dijo por medio del profeta Ezequiel: “Sus ojos no levantó a los ídolos estercolizos de la casa de Israel”, en el sentido de no hacerles súplicas o esperar su ayuda. (Eze 18:5, 6.)
Otro excelente ejemplo de huir de la idolatría fue el de los tres hebreos, Sadrac, Mesac y Abednego, quienes rehusaron inclinarse delante de la imagen de oro erigida por el rey Nabucodonosor en la llanura de Dura, aunque se les amenazó con morir en el horno ardiente. (Da 3.)
Los cristianos primitivos siguieron el consejo inspirado: “Huyan de la idolatría” (1Co 10:14), y los que hacían imágenes veían al cristianismo como una amenaza para sus negocios lucrativos. (Hch 19:23-27.) Los historiadores informan que los cristianos que vivían en el Imperio romano se colocaron a menudo en una posición similar a la de los tres hebreos por no participar en actos idolátricos. El reconocer el carácter divino del emperador como cabeza del Estado ofreciendo tan solo un poco de incienso podría haber librado de la muerte a estos cristianos, pero pocos transigieron. Entendieron claramente que, si se habían vuelto de los ídolos para servir al Dios verdadero (1Te 1:9), el regresar a la idolatría significaría ser excluidos de la Nueva Jerusalén y perder el premio de la vida. (Apo 21:8; 22:14, 15.)
Incluso hoy día los siervos de Jehová deben guardarse de los ídolos. (1Jn 5:21.) La Biblia profetiza que se ejercerían grandes presiones sobre todos los habitantes de la Tierra para que adorasen a la simbólica “bestia salvaje” y a su “imagen”. Nadie que persista en tal adoración idolátrica recibirá el premio que Dios da: la vida eterna. “Aquí está lo que significa aguante para los santos.” (Apo 13:15-17; 14:9-12; véase COSA REPUGNANTE, COSA ASQUEROSA.)
Representación o semejanza de una persona o cosa. (Mt 22:20.) La palabra “semejante” no significa “copia” o “reproducción” sino “estatua”. Es un símbolo, no una realidad. Tal como el ser humano sabe que Dios lo creó a su imagen y semejanza, es muy natural que el hombre conciba a Dios a su semejanza. Es totalmente imposible describir a Dios.
En la Biblia las imágenes suelen estar relacionadas con la idolatría, aunque no siempre es así. Por ejemplo, cuando Dios creó al hombre, dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen [o: “sombra; parecido”], según nuestra semejanza”. Cualidades como el amor, la sabiduría, el poder, la justicia, el libre albedrío, la espiritualidad, el sentido moral y común asi como la conciencia son algunos atributos de la semejanza que tenemos con Jehová y su hijo Jesucristo. (Gé 1:26, 27.) El Hijo de Dios dijo que su Padre es “un Espíritu”, lo que descarta cualquier semejanza física entre Dios y el hombre. (Jn 4:24.) Más bien, el hombre tiene cualidades que reflejan las de su Creador celestial, cualidades que le distinguen claramente de la creación animal. (Véase ADÁN núm. 1.) A pesar de estar hecho a la imagen de su Creador, el hombre no tenía que ser adorado o venerado.
Del mismo modo que el propio hijo de Adán, Set, quien nació en imperfección, fue hecho a la “semejanza [de Adán], a su imagen” (Gé 5:3), el que Adán fuese hecho en el principio a la semejanza de Dios lo identificaba como su hijo terrestre. (Lu 3:38.) A pesar de que el hombre había caído en la imperfección, después del Diluvio del tiempo de Noé, se citó como base para la ley divina que autorizaba a los humanos a aplicar la pena capital a los asesinos el que la humanidad hubiese sido hecha originalmente a la imagen de Dios. (Gé 9:5, 6; véase VENGADOR DE LA SANGRE.) En las instrucciones cristianas sobre la cobertura de la cabeza de la mujer, se le dice al varón cristiano que no debería cubrirse, puesto que el hombre “es la imagen y gloria de Dios”, mientras que la mujer es la gloria del varón. (1Co 11:7.)
¿Reflejó Jesús siempre al mismo grado su semejanza con el Padre? El Hijo primogénito de Dios, que más tarde llegó a ser el hombre Jesús, es la imagen de su Padre. (2Co 4:4.) Puesto que obviamente fue a ese Hijo a quien Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”, la semejanza del Hijo con su Padre, el Creador, existió desde que fue creado. (Gé 1:26; Jn 1:1-3; Col 1:15, 16.) Cuando estuvo en la Tierra como hombre perfecto, reflejó las cualidades y la personalidad de su Padre al mayor grado posible dentro de las limitaciones humanas, de manera que pudo decir: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también”. (Jn 14:9; 5:17, 19, 30, 36; 8:28, 38, 42.) Esta semejanza, sin embargo, se hizo aún más patente cuando se le resucitó a vida espiritual y Jehová Dios, su Padre, le dio “toda autoridad [...] en el cielo y sobre la tierra”. (1Pe 3:18; Mt 28:18.) Puesto que Dios ensalzó a Jesús “a un puesto superior”, este reflejó entonces la gloria de su Padre a un grado todavía mayor que antes de descender de los cielos para venir a la Tierra. (Flp 2:9; Heb 2:9.) Ahora es la “representación exacta de su mismo ser [de Dios]”. (Heb 1:2-4.)
Dios predetermina a todos los miembros ungidos de la congregación cristiana para ser “hechos conforme a la imagen de su Hijo”. (Ro 8:29.) Cristo Jesús es su modelo, no solo en su patrón de vida, a medida que siguen sus pisadas e imitan su derrotero y caminos, sino también en su muerte y resurrección. (1Pe 2:21-24; 1Co 11:1; Ro 6:5.) Habiendo llevado la “imagen [terrestre] de aquel hecho de polvo [Adán]”, posteriormente llevan como criaturas celestiales “la imagen del celestial [último Adán, Cristo Jesús]”. (1Co 15:45, 49.) Durante su vida terrestre, tienen el privilegio de “[reflejar] como espejos la gloria de Jehová” que brilla para ellos procedente del Hijo de Dios, transformándose progresivamente en esa misma imagen, que es un reflejo de la gloria divina. (2Co 3:18; 4:6.) Por consiguiente, Dios crea en ellos una nueva personalidad, que es un reflejo o imagen de sus propias cualidades divinas. (Ef 4:24; Col 3:10.)
El uso impropio de las imágenes. Si bien se espera que los humanos imiten y se esfuercen por reflejar las cualidades de su Padre celestial, y amolden su vida al ejemplo de su Hijo, la Biblia condena la veneración de imágenes en el culto. En la Ley que se le dió a Israel quedó claramente manifiesto el desagrado de Dios por dicha práctica. No se prohibió solo el que se hiciesen imágenes talladas, sino que se hiciese “forma” alguna de cosas que se hallasen en el cielo, la tierra o el mar, con el fin de rendirles adoración. (Éx 20:4, 5; Le 26:1; Isa 42:8.) Podían estar hechas de materiales y de formas muy diversas —madera, metal o piedra; talladas, fundidas, repujadas o esculpidas; con forma humana, animal, de aves, de objetos inanimados o de simples formas simbólicas—, pero en ningún caso aprobaba Dios que se venerasen. Hacer imágenes era para Dios un ‘acto ruinoso’, una comisión de mal, algo detestable y ofensivo que podía resultar en la maldición de Dios sobre todo el que las hiciese. (Dt 4:16-19, 23-25; 27:15; Nú 33:52; Isa 40:19, 20; 44:12, 13; Eze 7:20.) Decorarlas con oro y plata no las hacía menos repulsivas a los ojos de Dios ni evitaba que fuesen inmundas y que se las calificara de “¡Nada más que mugre!”. (Dt 7:5, 25; Isa 30:22.)
Su empleo en la adoración es para Dios inexcusable, pues atenta contra la razón y el intelecto, manifiesta necedad, razonamiento superficial y cegarse a la realidad de los hechos. (Isa 44:14-20; Jer 10:14; Ro 1:20-23.) Las imágenes no beneficiaban en nada y, por ser objetos mudos e inanimados, no podían dar conocimiento, guía o protección, y eran algo de que avergonzarse. (Isa 44:9-11; 45:20; 46:5-7; Hab 2:18-20.) Las declaraciones proféticas de Jehová que predecían con exactitud acontecimientos futuros frustraron las pretensiones de los israelitas infieles de atribuir el curso de los acontecimientos a sus ídolos. (Isa 48:3-7.)
A pesar de las advertencias divinas, los israelitas y otras personas intentaron tontamente combinar el uso de imágenes con la adoración al Dios verdadero, Jehová. (Éx 32:1-8; 1Re 12:26-28; 2Re 17:41; 21:7.) En el tiempo de los jueces hubo una mujer que hasta santificó unas piezas de plata en honor a Jehová y luego las empleó para hacer una imagen religiosa. (Jue 17:3, 4; 18:14-20, 30, 31.) Antes de la destrucción de Jerusalén a manos de Babilonia, se habían introducido imágenes detestables en el recinto del templo; a una de estas se la llamó “símbolo de celos”, lo que parece una alusión al acto de incitar a Dios a celos, dándole a aquella imagen el honor que le correspondía a Jehová. (Eze 8:3-12; Éx 20:5.)
Sin embargo, por mandato de Jehová, y por lo tanto apropiadamente, se hicieron representaciones de plantas, flores, animales y hasta de querubines. Eran representaciones simbólicas relacionadas con la adoración de Dios y no se les daba veneración ni culto alguno por medio de oraciones ni sacrificios. (Véase ÍDOLO, IDOLATRÍA.)
Las imágenes del libro de Daniel. En el segundo año de la gobernación de Nabucodonosor (contando desde el tiempo de la conquista de Jerusalén en 607 a.E.C.), el rey babilonio tuvo un sueño que le perturbó notablemente y le impidió dormir. Parece que el rey no pudo recordar el contenido de aquel sueño, por lo que pidió a sus sabios y sacerdotes que le revelasen el sueño y su interpretación. Los sabios babilonios, pese a alardear de sus aptitudes como reveladores de lo oculto, fueron incapaces de satisfacer la petición del rey. Como consecuencia, fueron sentenciados a muerte, lo que también puso en peligro la vida de Daniel y de sus tres compañeros. Con la ayuda de Jehová, Daniel fue capaz, no solo de revelar el sueño, sino también su interpretación. Sus manifestaciones de agradecimiento y alabanza después de que se le reveló el secreto realzan a Jehová como la Fuente de la sabiduría y del poder, y aquel que “cambia tiempos y sazones, remueve reyes y establece reyes”. (Da 2:1-23.) Es evidente que el sueño fue dirigido por Dios, y sirvió para ilustrar en términos proféticos el inexorable poder divino sobre el curso de los acontecimientos humanos.
Nabucodonosor vio en su sueño una imagen de forma humana, inmensa y pavorosa, con un cuerpo compuesto por diferentes metales cuya calidad —comenzando desde la cabeza— iba decreciendo, aunque ganaba en dureza. La imagen comenzaba con oro y terminaba con hierro. Sin embargo, los pies y los dedos de los pies eran de barro mezclado con hierro. Una piedra que había sido cortada de una montaña trituró la imagen, hasta que quedó convertida en polvo; posteriormente, la piedra llenó toda la Tierra. (Da 2:31-35.)
Una estatua Al instituirse ellos mismo reyes y gobernantes los hombres rechazaron a Dios como rey, lo que equivalía a idolatría, (Daniel 4:28-32.) por eso fue muy apropiado el que Jehová mandara a Nabucodonosor como primer rey de las potencias mundiales un sueño ilustrado por una imagen que compondría a todas las potencias humanas y que finalmente a su debido tiempo sería sustituida por el que tiene el derecho legal y moral, el propio reino de Dios. (Daniel 2:44.) |
¿Qué significan las partes de la imagen del sueño de Nabucodonosor? La imagen está relacionada con la dominación de la Tierra y el propósito de Jehová Dios respecto a esa dominación, según la interpretación inspirada de Daniel. La cabeza de oro representó a Nabucodonosor, quien, por permiso divino, había llegado a ser el gobernante más poderoso del mundo y, lo que es más importante, había derribado al reino típico de Judá. Sin embargo, cuando Daniel dijo: “Tú mismo eres la cabeza de oro”, parece que no limitó el significado de la cabeza únicamente a Nabucodonosor. Puesto que las otras partes del cuerpo simbolizaban reinos, la cabeza debió representar la dinastía de reyes babilonios desde Nabucodonosor hasta la caída de Babilonia, en los días del rey Nabonido y su hijo Belsasar. (Da 2:37, 38.)
El reino representado por los pechos y brazos de plata sería la potencia medopersa, que derrotó a Babilonia en el año 537 a.E.C. Fue “inferior” a la dinastía babilonia, pero no en el sentido de que dominara sobre un territorio menor o tuviera menos poderío militar o económico. La superioridad de Babilonia tal vez se deba al hecho de que esta potencia fue la que derribó el reino típico de Dios en Jerusalén, una distinción que no ostentaba Medo-Persia. La dinastía medopersa de gobernantes mundiales finalizó con Darío III Codomano, cuyas fuerzas fueron completamente derrotadas por Alejandro de Macedonia en el año 331 a.E.C. Grecia sería la potencia que correspondería con el vientre y los muslos de cobre de la imagen. (Da 2:39.)
Aunque dividido, el Imperio griego o helénico mantuvo su dominación hasta que finalmente fue absorbido por el poder creciente de Roma. Por lo tanto, la potencia mundial romana aparece simbolizada en la imagen por las piernas de hierro, un metal inferior, pero más duro. La historia ha dejado un extenso registro de la fuerza de Roma para quebrar y aplastar a los reinos opositores, tal como indicaba la profecía. (Da 2:40.) Sin embargo, Roma por sí sola no encaja con todo lo que representan las piernas y los pies de la imagen, pues la gobernación del Imperio romano no duró hasta la conclusión del sueño profético, cuando se corta la piedra simbólica de la montaña y tritura toda la imagen, para a continuación llenar toda la Tierra.
Por ello, algunos comentaristas bíblicos opinan como M. F. Unger, quien dijo: “El sueño de Nabucodonosor descifrado por Daniel describe el devenir y el fin de los ‘tiempos de los gentiles’ (Lu 21:24; Apo 16:19), es decir, de la potencia mundial gentil que ha de ser destruida con la segunda venida de Cristo. [...] Los diez dedos corresponden a la condición en la que se hallará la dominación mundial gentil cuando dé contra ella la piedra cortada (Da 2:34, 35). [...] Con el primer advenimiento de Cristo no se produjo el repentino golpe de la piedra contra la imagen ni se dio la condición representada por los diez dedos”. (Unger’s Bible Dictionary, 1965, pág. 516.) Daniel mismo le dijo a Nabucodonosor que el sueño tenía que ver con “lo que ha de ocurrir en la parte final de los días” (Da 2:28), y puesto que la piedra simbólica representa al reino de Dios, es de esperar que la dominación prefigurada por las piernas y los pies de hierro de la imagen habría de extenderse hasta el tiempo en que se estableciera ese Reino y tomara acción para “[triturar] y [poner] fin a todos estos reinos”. (Da 2:44.)
La historia muestra que aunque el Imperio romano siguió existiendo en la forma del Sacro Imperio Romano Germánico, con el tiempo dio paso a un poder creciente, Gran Bretaña, que otrora había sido parte del imperio. Debido a la estrecha afinidad entre Gran Bretaña y Estados Unidos, así como al hecho de que normalmente han obrado de común acuerdo, se suele llamar a ambas naciones potencia mundial angloamericana, la potencia de la historia mundial que domina en la actualidad.
La mezcla de hierro y barro en los dedos de la gran imagen ilustra gráficamente la condición que se habría de presentar al final de la dominación política mundial. En las Escrituras se usa el barro en sentido metafórico para representar al hombre hecho del polvo de la tierra. (Da 2:31-35Job 10:9; Isa 29:16; Ro 9:20, 21.) Por consiguiente, en la interpretación de Daniel el barro se relaciona con “la prole de la humanidad”, y el que se mezcle con el hierro hace que lo simbolizado por los diez dedos de la imagen resulte frágil. Esto indica que la fuerza férrea de la forma final de dominación mundial que ejercen los reinos terrestres experimenta un debilitamiento y una falta de cohesión. (Da 2:41-43.) El hombre común tendría una mayor influencia en los asuntos de gobierno. Como en la Biblia el número “diez” se emplea consecuentemente para representar totalidad (véase NÚMERO), los diez dedos representarían a todo el sistema mundial de gobiernos humanos existente cuando se establece el reino de Dios y toma acción en contra de las potencias mundiales. (Compárese con Apo 17:12-14.)
La imagen de oro que tiempo después erigió Nabucodonosor en la llanura de Dura no está relacionada directamente con la imagen inmensa del sueño. En vista de sus dimensiones —60 codos (27 m.) de altura y tan solo 6 codos (2,7 m.) de anchura (o una proporción de 10 a 1)—, no parece probable que haya sido una estatua de forma humana, a menos que tuviese un pedestal muy alto, más alto que la estatua misma. La proporción de la figura humana en cuanto a altura y anchura es de 4 a 1. Por consiguiente, es posible que la imagen solo haya sido de naturaleza simbólica, tal vez como los obeliscos del antiguo Egipto. (Da 3:1.)
La imagen de la bestia salvaje. Después de ver una bestia salvaje de siete cabezas que ascendía del mar, el apóstol Juan vio en visión a una bestia de dos cuernos que ascendía de la tierra. Esta hablaba como un dragón y decía a los que moran sobre la Tierra ‘que hiciesen una imagen a la bestia salvaje [de siete cabezas]’. (Apo 13:1, 2, 11-14.) En la Biblia se usan repetidas veces las bestias como símbolos de gobiernos políticos. Por lo tanto, la imagen de la bestia salvaje de siete cabezas debe ser alguna entidad que refleje las características e intenciones del sistema político mundial que domina la Tierra, representado por la bestia salvaje de siete cabezas. Lógicamente, esta imagen también debería tener siete cabezas y diez cuernos, como la bestia salvaje que asciende del mar a la que representa. Es de interés destacar que en el capítulo 17 de Revelación se describe a otra bestia salvaje de siete cabezas, pero distinta de la que asciende del mar. Tanto el significado de esta bestia como el de la bestia salvaje de siete cabezas y el de la bestia de dos cuernos se explica en el artículo BESTIAS SIMBÓLICAS.
Después de mencionarla por primera vez en el capítulo 13 de Revelación, se suele hacer referencia a la imagen de la bestia junto con la bestia salvaje, particularmente con relación a la adoración de esa bestia salvaje y al hecho de recibir su marca, cosas de las que también participa la imagen de la bestia. (Apo 14:9-11; 15:2; 16:2; 19:20; 20:4; véase MARCA.)
Religión que profesan los judíos. (Gál 1:13, 14.) En el siglo I E.C., las diversas formas del judaísmo no se basaban por entero en las Escrituras Hebreas. Una de las divisiones más importantes del judaísmo, los saduceos, rechazaba la enseñanza bíblica de la resurrección y negaba la existencia de los ángeles. (Mr 12:18-27; Hch 23:8.) Aunque los fariseos —otra rama importante del judaísmo— disentían de los saduceos en estas cuestiones (Hch 23:6-9), eran culpables de haber invalidado la Palabra de Dios a causa de sus numerosas tradiciones sin fundamento bíblico. (Mt 15:1-11.) Fueron estas tradiciones, no la Ley —que en realidad era un tutor que conducía a Cristo (Gál 3:24)—, las que hicieron que a muchas personas les resultara difícil aceptar a Cristo. La Ley era de por sí santa y buena (Ro 7:12), pero las tradiciones humanas esclavizaron a los judíos. (Col 2:8.) El celo ardiente de Saulo (Pablo) por ‘las tradiciones de sus padres’ lo impulsó a perseguir con violencia a los cristianos. (Gál 1:13, 14, 23; véanse FARISEOS; SADUCEOS.)
La secta de los esenios. Los esenios eran un grupo de ascetas que, en palabras de Flavio Josefo, eran admirados “por encima de todos los que practican la virtud, por su apego a la justicia”: los esenios sin duda eran la secta de doctrina, moral y prácticas más puras y espirituales. No aparecen nunca en el Nuevo Testamento ni fueron objeto nunca de reprensión por parte de Cristo. Efectivamente, mientras los fariseos y saduceos se oponían a Cristo de todas las maneras posibles y conspiraron para matarlo por no poder soportar su doctrina, los esenios no se hicieron nunca presentes en la vida pública de Cristo, ya que tenían la costumbre de vivir en comunidades aisladas en zonas montañosas y desérticas, para no participar de la perversión moral y espiritual que campaba a sus anchas en el Templo y las sinagogas en tiempos de Cristo. Se consideraban el verdadero resto de Israel, y esperaban recibir en un estado de pureza al Mesías prometido. Llevaban una vida contemplativa y ascética, y buena parte de sus creencias reflejaban conceptos persas y griegos.
Rompieron con el sacerdocio oficial y se abstuvieron de participar en los servicios y sacrificios religiosos que se llevaban a cabo en el templo; pero, por lo demás, se adherían estrechamente a la Ley. Al igual que los fariseos, a quienes se parecían en muchos sentidos, cayeron víctimas de la influencia helenística y adoptaron la creencia en un alma inmortal. Los esenios del tiempo de Pablo no tenían el matrimonio en alta estima. Por lo general ellos eran célibes, como personas de los círculos clericales de hoy día que tienen la idea errónea de que el celibato es más santo que el matrimonio. Según The Interpreter’s Dictionary of the Bible, los esenios eran aún más exclusivos que los fariseos y “a veces podían ser más farisaicos que estos mismos”.
La Encyclopædia Judaica habla de su supuesto pacifismo y dice que “probablemente era como el de los testigos de Jehová del día moderno”. Pero es evidente que, en realidad, los esenios no practicaron la estricta neutralidad que hoy observan los testigos de Jehová. La obra judía Pictorial Biblical Encyclopedia dice que “lucharon heroicamente en la rebelión contra Roma, y hasta algunos de los líderes salieron de sus filas”. El historiador judío Josefo menciona a uno de esos líderes: un cierto “Juan el esenio”, quien sirvió en el puesto de general judío durante la insurrección del año 66 E.C.
Los Rollos del mar Muerto, descubiertos en 1947, suministran información sobre la secta religiosa de Qumrán, la cual, según algunos eruditos, es idéntica a la de los esenios. Pero en cuanto a que Jesús y Juan el Bautizante perteneciesen a este grupo o por lo menos hubiesen sido influidos por él, The New Encyclopædia Britannica dice: “Importantes argumentos [...] contradicen esta hipótesis”. Existen “diferencias fundamentales entre la secta de Qumrän y Juan el Bautista [...] [,] [así como] diferencias diametrales entre los puntos de vista de la secta y el alcance del ministerio de Jesús, su mensaje de salvación, su entendimiento de la voluntad de Dios [...] y, especialmente, el carácter singular de su mandato del amor y su compañerismo con pecadores y rechazados”.
Los rollos que exponen las reglas y creencias de la secta de Qumrán dejan muy claro que no había una única forma de judaísmo en el tiempo de Jesús. Dicha secta tenía tradiciones que diferían de las de los fariseos y saduceos, unas discrepancias que con toda probabilidad resultaron en que sus miembros se retiraran al desierto. Estos creían erróneamente que en ellos se cumplía Isaías 40:3, que habla sobre una voz en el desierto que hacía recto el camino de Jehová. Unos cuantos fragmentos de los rollos se refieren al Mesías, cuya venida los autores consideraban inminente. Este hecho es de particular interés debido al comentario de Lucas de que ‘el pueblo estaba en expectación’ de la aparición del Mesías (Lucas 3:15).
Los esenios, que según muchos fueron una secta monástica judía, enseñaron que hacia el final de un período de cuatrocientos noventa años aparecerían dos Mesías, pero no podemos asegurar que sus cálculos se basaran en la profecía de Daniel. Aun si ese fue el caso, cuesta imaginar que los judíos en general llegaran a conocer los cálculos cronológicos de un grupo que llevaba una vida tan recluida.
Título de una diosa a la que adoraban los israelitas apóstatas en los días de Jeremías. (Jer 44:17-19.)
Aunque en el culto a la “reina de los cielos” estaban implicadas principalmente las mujeres, al parecer toda la familia participaba de alguna manera. Las mujeres cocían tortas de sacrificio, los hijos recogían la leña y los padres prendían el fuego. (Jer 7:18.) El hecho de que los que huyeron a Egipto después del asesinato del gobernador Guedalías atribuyeran su calamidad a su negligencia en hacer humo de sacrificio y libaciones a la “reina de los cielos”, refleja que la adoración a esta diosa había arraigado entre los judíos. Sin embargo, el profeta Jeremías indicó vigorosamente lo equivocados que estaban. (Jer 44:15-30.)
Las Escrituras no identifican de modo específico a la “reina de los cielos”. Hay quien opina que se trataba de Inanna, la diosa sumeria de la fertilidad, que en Babilonia recibía el nombre de Istar. El nombre Inanna significa literalmente “Reina del Cielo”, y los textos acadios llaman a Istar “reina de los cielos” y “reina de los cielos y las estrellas”.
Parece ser que el culto a Istar se extendió a otras naciones. En una de las tablillas de el-Amarna, dirigida a Amenhotep III, el autor, Tusratta, menciona a “Istar, dueña del cielo”. En Egipto, una inscripción del rey Horemheb, quien se cree que reinó durante el siglo XIV a. E.C., menciona a “Astarté [Istar], señora del cielo”. Un fragmento de una estela hallado en Menfis que data del reinado de Merneptah, un monarca egipcio que, según se cree, reinó en el siglo XIII a. E.C., contiene una representación de Astarté junto con la inscripción: “Astarté, señora del cielo”. Durante el período persa, a Astarté se la conocía en Siene (la moderna Asuán) con el sobrenombre de “reina de los cielos”.
El culto a la “reina de los cielos” se extendió hasta el siglo IV E.C. Hacia el año 375 a.E.C., Epifanio escribió en su tratado Panarion (79, 1, 7): “Algunas mujeres adornan una especie de carro o un banco con cuatro esquinas, y en cierto día festivo del año, tras cubrirlo con una tela de lino, colocan ante él un pan y lo ofrecen en nombre de María. Luego todas las mujeres participan de este pan”. Epifanio (79, 8, 1, 2) relacionó estas costumbres con el culto a la “reina de los cielos” del que se habla en Jeremías, y citó Jeremías 7:18 y 44:25. (Epiphanius, edición de Karl Holl, Leipzig, 1933, vol. 3, págs. 476, 482, 483.)
Conjunto de conocimientos, doctrinas o costumbres que pasan de padres a hijos o que se convierten en modo invariable de pensar o actuar. La palabra griega pa·rá·do·sis significa literalmente “lo dado junto a”, de donde adquiere el sentido de “lo que se transmite oralmente o por escrito”. (1Co 11:2, Int.) En las Escrituras Griegas Cristianas, la palabra se emplea tanto para tradiciones válidas o aceptables relacionadas con la adoración verdadera, como para tradiciones erróneas o cuya observancia se tenía por perjudicial y censurable.
Los judíos adoptaron muchas tradiciones a través de los siglos. Estas tenían que ver con cosas como el modo de vestir y de tratar asuntos sociales, como bodas y entierros. (Jn 2:1, 2; 19:40.) También hubo aspectos del culto judío del siglo I E.C. que se convirtieron en costumbre o tradición, como usar vino en la comida de la Pascua y celebrar la rededicación del templo. (Lu 22:14-18; Jn 10:22.) Jesús y sus apóstoles no se opusieron a estas costumbres aunque sabían que la Ley no las exigía. Cuando la sinagoga se convirtió en un lugar común de adoración para los judíos, surgió la tradición de adorar allí todos los sábados. Lucas dice que Jesús también asistía, “según su costumbre”. (Lu 4:16.)
Tradiciones desaprobadas. Sin embargo, los líderes religiosos judíos añadieron a la Palabra escrita muchas tradiciones verbales que consideraban indispensables para la adoración verdadera. Pablo (Saulo), como fariseo, siguió con extraordinario celo las tradiciones del judaísmo antes de su conversión al cristianismo. Por supuesto, entre esas tradiciones estaban tanto las no censurables como las reprobables. El seguir los “mandatos de hombres como doctrinas” le llevó a ser un perseguidor de cristianos. (Mt 15:9.) Por ejemplo, los fariseos ‘no comían a menos que se lavasen las manos hasta el codo, teniendo firmemente asida la tradición de los hombres de otros tiempos’. (Mr 7:3.) Esos hombres no adoptaron dicha práctica por motivos de higiene, sino, más bien, como un ritual ceremonial que supuestamente tenía mérito religioso. (Véase LAVARSE LAS MANOS.) Cristo mostró que no había base para criticar a sus discípulos por no seguir ese y otros “mandatos de hombres” superfluos. (Mt 15:1, 2, 7-11; Mr 7:4-8; Isa 29:13.) Además, debido a su tradición concerniente al “corbán” (un don dedicado a Dios), los líderes religiosos habían invalidado la Palabra de Dios, y así traspasaron su mandato. (Éx 20:12; 21:17; Mt 15:3-6; Mr 7:9-15; véase CORBÁN.)
Ni Jesús ni sus discípulos citaron jamás la tradición oral judía para apoyar sus enseñanzas, sino que, por el contrario, se remitieron a la Palabra escrita de Dios. (Mt 4:4-10; Ro 15:4; 2Ti 3:15-17.) Después de la fundación de la congregación cristiana, regirse por las tradiciones judías no bíblicas equivalía a una “forma de conducta infructuosa” que los judíos habían ‘recibido por tradición de sus antepasados [gr. pa·tro·pa·ra·dó·tou, “transmitida de padres”]’. (1Pe 1:18.) Al hacerse cristianos, aquellos judíos abandonaron sus tradiciones. Cuando algunos falsos maestros de Colosas instaron a los cristianos a adoptar esa forma de adoración, Pablo desaprobó “la filosofía y el vano engaño según la tradición de los hombres”. Debía referirse especialmente, a las tradiciones del judaísmo. (Col 2:8, 13-17.)
Tradiciones cristianas. Vista la tradición como información transmitida oralmente o mediante ejemplo, la información que el apóstol Pablo recibió directamente de Jesús pudo transmitirse apropiadamente a las congregaciones cristianas como tradición cristiana aceptable. Ese fue el caso, por ejemplo, de la celebración de la Cena del Señor. (1Co 11:2, 23.) Las enseñanzas y el ejemplo que pusieron los apóstoles constituyeron una tradición válida. Por lo tanto, Pablo, que había trabajado arduamente con sus manos a fin de no ser una carga económica para sus hermanos (Hch 18:3; 20:34; 1Co 9:15; 1Te 2:9), podía instar a los cristianos tesalonicenses ‘a que se apartasen de todo hermano que anduviese desordenadamente y no según la tradición [pa·rá·do·sin]’ que habían recibido. Aquel que no quisiera trabajar no estaba siguiendo el excelente ejemplo o tradición de los apóstoles. (2Te 3:6-11.)
Las “tradiciones” necesarias para la adoración limpia e incontaminada con el tiempo se incluyeron en las Escrituras inspiradas. Por lo tanto, las tradiciones —o preceptos— que transmitieron Jesús y sus apóstoles, y que eran esenciales para la vida, no se dejaron en forma oral para que se distorsionasen con el paso del tiempo, sino que se registraron con exactitud en la Biblia para el beneficio de los cristianos que viviesen en períodos posteriores. (Jn 20:30, 31; Apo 22:18.)