Esclavitud, Pecado, Causa Judicial |
Acción de imputar a alguien un delito. Al acusado se le llama a rendir cuentas. Una palabra hebrea que se traduce “acusación” (sit·náh) viene del verbo raíz sa·tán, que significa “resistir”. (Esd 4:6; compárese con Zac 3:1.) La palabra griega que con más frecuencia se traduce “acusar” es ka·të·go·ré·ö, y transmite la idea de ‘hablar contra’ alguien, por lo general en un sentido judicial o legal. (Mr 3:2; Lu 6:7.) La palabra griega di·a·bál·lö, traducida en Lucas 16:1 ‘acusar’, también puede traducirse ‘calumniar’ (Int), y está relacionada con di·á·bo·los (calumniador), raíz de la palabra “Diablo”.
El término griego traducido en Lucas 3:14 ‘acusar falsamente’ (sy·ko·fan·té·ö) se vierte ‘extorsionar por acusación falsa’ en Lucas 19:8, si bien su significado literal es “apoderarse por muestra de higos”. Una de las diversas explicaciones que se han dado sobre el origen de esta palabra es la siguiente: en la antigua Atenas estaba prohibida la exportación de higos fuera de la provincia. Al que denunciaba y acusaba a otros de intentar exportar higos se le llamaba “mostrador de higos”. El término llegó a significar informador maligno, acusador por afán de lucro, acusador falso, chantajista.
Cabría la posibilidad de que se acusara a alguien de un delito, pero que fuera totalmente inocente, irreprochable, víctima de una acusación falsa. Por eso, aunque la ley hebrea imponía a todo miembro de la nación la responsabilidad de denunciar a los malhechores, también suministraba la protección que el acusado necesitaba. Unos cuantos ejemplos de la ley mosaica servirán para ilustrar estos principios. Si una persona tenía conocimiento de algún delito, debía hacer llegar la acusación a las autoridades debidas (Le 5:1; 24:11-14), quienes, por su parte, tenían que “escudriñar e investigar e inquirir cabalmente” las acusaciones para determinar su validez antes de administrar el castigo. (Dt 13:12-14.) El testigo de un mal no debía encubrirlo ni eludir la responsabilidad de acusar al culpable, aunque fuera un pariente cercano, como un hermano, un hijo, una hija o el cónyuge. (Dt 13:6-8; 21:18-20; Zac 13:3.) Se requería el testimonio de dos o tres testigos, no siendo suficiente la palabra de un solo acusador. (Nú 35:30; Dt 17:6; 19:15; Jn 8:17; Heb 10:28.)
La ley de Moisés también confería al acusado el derecho de enfrentarse al acusador ante el tribunal de justicia para que pudiera probarse totalmente la veracidad de los cargos. (Dt 19:16-19; 25:1.) Un caso típico fue el de las dos prostitutas que se presentaron con un niño ante el rey Salomón para que decidiera cuál era la verdadera madre. (1Re 3:16-27.)
La ley romana también requería que los acusadores se presentaran ante el tribunal. Por esa razón, cuando Pablo, ciudadano romano, fue juzgado ante los gobernadores Félix y Festo, también se requirió la presencia de los acusadores. (Hch 22:30; 23:30, 35; 24:2, 8, 13, 19; 25:5, 11, 16, 18.) Sin embargo, la comparecencia de Pablo ante César en Roma tenía como objeto conseguir su absolución, no acusar a su propia nación. (Hch 28:19.) No fue Pablo, ni siquiera Jesús, sino Moisés, quien, mediante su conducta y escritos, acusó a la nación judía de violar la Ley. (Jn 5:45.)
Se acusó a tres hebreos de no adorar a la imagen de oro de Nabucodonosor, y como consecuencia, se les arrojó a un horno ardiente. La acusación era verdadera, pero estaba basada en una ley mala. Como no habían cometido ningún delito, cuando apelaron al Tribunal Supremo celestial, Jehová los declaró inocentes. (Da 3:8-25.) De manera similar, se libró a Daniel de la muerte y a los acusadores que urdieron un complot contra él se les arrojó a los leones. (Da 6:24.) En estos dos relatos la palabra “acusaron” traduce la frase aramea que significa literalmente “comieron los trozos [de carne arrancada del cuerpo]”, frase que también puede traducirse “calumniaron”. (Da 3:8; 6:24, notas.) Los opositores a la reconstrucción del templo de Jerusalén escribieron una carta en la que acusaban de subversión a los constructores, y debido a esa acusación falsa, se prohibió que siguieran las obras, prohibición que posteriormente resultó ser ilegal. (Esd 4:6–6:12.) De igual modo, los líderes religiosos buscaron maneras de acusar a Jesús de infringir la ley. (Mt 12:10; Lu 6:7.) Por fin consiguieron que se arrestara a aquel hombre inocente, y en el juicio siguieron acusando falsamente con gran vehemencia al Justo, Jesús. (Mt 27:12; Mr 15:3; Lu 23:2, 10; Jn 18:29.) Estos ejemplos muestran lo impropio que es levantar falsos testimonios, en especial si los que lo hacen ocupan posiciones de autoridad. (Lu 3:14; 19:8.)
“Estar Libre de Acusación” En la congregación cristiana, los ancianos y los siervos ministeriales no solo no deben levantar falso testimonio contra otros, sino que además ellos mismos tienen que estar libres de acusación. (1Ti 3:10; Tit 1:6.) En el caso de que se acuse a un anciano, debe haber dos o tres testigos que respalden la acusación. (Mt 18:16; 2Co 13:1; 1Ti 5:19.) Toda la congregación debe estar libre de acusación (1Co 1:8; Col 1:22), aunque esto no significa que estará libre de acusación falsa, pues el Gran Adversario, Satanás el Diablo, es el “acusador de nuestros hermanos, que los acusa día y noche delante de nuestro Dios”. (Apo 12:10.)
La expresión “libre de acusación” traduce el término griego a·nég·klë·tos (pronúnciese anénkletos), y sobre esta palabra el Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, de Coenen, Beyreuther y Bietenhard, dice: “Anénklëtos [presupone] el foro jurídico de una corte de justicia que acusa, y designa una conducta irreprochable, contra la que no se puede levantar ninguna acusación”. Por consiguiente, antes de que a una persona se le nombre anciano debe llevar una vida limpia, irreprochable y libre de cualquier acusación. Podrá seguir ejerciendo el puesto solo si se mantiene libre de acusaciones justificadas. (Compárese con 1 Timoteo 3:10.) (g92 8/5 26-7)
Enemigo que contiende o resiste; antagonista o rival. La palabra hebrea para “adversario” (tsar) viene de una raíz que significa “hostigar; mostrar hostilidad a”. (Nú 25:18; Sl 129:1.) El significado básico de la palabra griega an·tí·di·kos es “adversario en juicio” en un caso legal (Lu 12:58; 18:3), pero puede referirse a otros adversarios, o enemigos, como en 1 Pedro 5:8.
El Adversario más inicuo, Satanás el Diablo, logró que tanto hombres como ángeles (véase DEMONIO) se unieran a él en su oposición a Dios y al hombre. Mostró por primera vez su oposición en el jardín de Edén, donde, utilizando medios crueles y engañosos, condujo a Eva y luego a Adán a un proceder de rebelión que acarreó el pecado y la muerte a toda la humanidad. En el tribunal celestial, Satanás demostró su antagonismo al acusar a Jehová de sobornar a Job para que le fuera leal, acusación que se convirtió en una cuestión de importancia universal. (Job 1:6-11; 2:1-5; véase SATANÁS.)
Los adoradores de Jehová de todos los tiempos se han enfrentado a oposición similar de parte del Adversario, materializada a través de sus agentes. Por ejemplo, cuando el resto del pueblo de Dios volvió de Babilonia, hubo quienes intentaron impedir la reconstrucción del templo y el muro de la ciudad. (Esd 4:1; Ne 4:11.) El odioso Hamán, que tenía el espíritu del Diablo, demostró ser un adversario inicuo de los judíos en los días de la reina Ester. (Est 7:6.) Hoy día los cristianos tienen que mantenerse alerta, vigilantes, en guardia, y han de librar una dura lucha por la fe contra las maquinaciones del Adversario. (Ef 6:11, 12; Jud 3.) Pedro aconseja: “Mantengan su juicio, sean vigilantes. Su adversario, el Diablo, anda en derredor como león rugiente, procurando devorar a alguien. Pero pónganse en contra de él, sólidos en la fe”. (1Pe 5:8, 9.) El poder de Jehová finalmente triunfará sobre todos los opositores. (Jer 30:16; Miq 5:9.)
Cuando el pueblo de Dios fue infiel, Él permitió que sus adversarios lo atacaran y derrotaran. (Sl 89:42; Lam 1:5, 7, 10, 17; 2:17; 4:12.) Sin embargo, como los enemigos sacaron conclusiones equivocadas de estas victorias, y se las atribuyeron a ellos mismos y alabaron a sus dioses, o pensaron que no tendrían que rendir cuentas por cómo habían tratado al pueblo de Jehová (Dt 32:27; Jer 50:7), Él tuvo que humillar a estos orgullosos y jactanciosos adversarios. (Isa 1:24; 26:11; 59:18; Na 1:2.) Hizo esto por motivo de su santo nombre. (Isa 64:2; Eze 36:21-24.)
Bajo la Ley, un malhechor que mereciera la pena capital solía ser apedreado hasta morir. (Le 20:2.) De este modo se ‘eliminaba lo que era malo de en medio de ellos’. Todo Israel se enteraba del castigo, y se infundía en su corazón un temor a ese mal proceder. (Dt 13:5, 10, 11; 22:22-24.) Al apedrear al malhechor, el pueblo mostraba su celo por la adoración verdadera, su afán de que no hubiese ningún reproche sobre el nombre de Dios y su deseo de mantener limpia la congregación.
Antes de apedrear a un malhechor, se exigía que por lo menos dos testigos concordasen en su testimonio contra él y después ellos mismos tenían que ser los que arrojaran las primeras piedras. (Le 24:14; Dt 17:6, 7.) La perspectiva de llegar a ser el ejecutor hacía que una persona se lo pensase con detenimiento antes de prestar cualquier declaración y sin duda disuadía del falso testimonio, pues si este era descubierto, el testigo mentiroso tenía que pagar con su vida. (Dt 19:18-20.)
Normalmente se apedreaba a los malhechores fuera de la ciudad. (Nú 15:35, 36; 1Re 21:13; contrástese con Dt 22:21.) Después, para que sirviera de advertencia, el cadáver podía ser fijado en un madero, pero se retiraba a la puesta del Sol, pues tenía que enterrarse aquel mismo día. (Dt 21:21-23.)
Jesús habló de Jerusalén como “la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella”. (Mt 23:37; compárese con Heb 11:37.) A él mismo se le amenazó con ser apedreado (Jn 8:59; 10:31-39; 11:8) y a Esteban lo mataron de esta manera. (Hch 7:58-60.) En Listra, ciertos judíos fanáticos “apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, imaginándose que estaba muerto”. (Hch 14:19; compárese con 2Co 11:25.)
Para conocer cuáles eran las ofensas castigadas con la pena de lapidación, véase DELITO Y CASTIGO.
Acción, ademán o palabras con que se procura poner en ridículo o despreciar a personas o cosas. Hay varias palabras hebreas y griegas que expresan diversos grados de burla, cuya selección depende de los contextos. Por consiguiente, en la Biblia leemos que había quienes se mofaban, escarnecían, hacían gestos de desprecio y se reían o burlaban de otros.
Por lo general, la gente detesta a los burladores. (Pr 24:9.) Si estos no aceptan la reprensión, acabarán en desastre. (Pr 1:22-27.) Y ¡qué despreciables son aquellos que hacen escarnio de los pobres o de sus propios padres! (Pr 17:5; 30:17.) Los burladores a menudo rehúsan escuchar la reprensión (Pr 13:1) y no aman a los que los censuran. (Pr 9:7, 8; 15:12.) Sin embargo, se les tiene que disciplinar para el beneficio de los demás. (Pr 9:12; 19:25, 29; 21:11.) En lugar de asociarse con este tipo de personas, es mejor ahuyentarlas; son mucho más felices aquellos que no quieren sentarse con los burladores impíos. (Sl 1:1; Pr 22:10.)
Burla de los siervos de Dios. Los siervos fieles de Jehová sufren todo tipo de burla injustificada: a Job se le acusó falsamente de escarnecer a otros (Job 11:3), cuando fue él el escarnecido, el burlado y el convertido en un hazmerreír por su proceder de integridad. (Job 12:4; 17:2; 21:3.) A David le hicieron escarnio y se mofaron de él. (Sl 22:7; 35:16.) De igual manera, Eliseo (2Re 2:23), Nehemías y los que estaban con él (Ne 2:19; 4:1), y muchos otros, “recibieron su prueba por mofas”. (Heb 11:36.) Cuando el rey Ezequías de Judá envió mensajeros por todas las ciudades de Efraín y Manasés para animar a sus habitantes a ir a Jerusalén y celebrar la Pascua, muchos hablaron de ellos con mofa y los escarnecieron. (2Cr 30:1, 10.) En realidad, así fue como trataron los apóstatas de las dos casas de Israel a los profetas y mensajeros de Dios hasta que la furia de Jehová cayó sobre ellos. (2Cr 36:15, 16.)
Jesús y sus discípulos fueron objeto de burla. Durante su ministerio terrestre, Jesucristo, el Siervo y Profeta de Dios, fue objeto de gestos de desprecio, se rieron y burlaron de él, le trataron con insolencia y hasta le escupieron. (Mr 5:40; Lu 16:14; 18:32.) Los sacerdotes judíos y los gobernantes manifestaron un desprecio especialmente odioso. (Mt 27:41; Mr 15:29-31; Lu 23:11, 35.) Los soldados romanos se unieron a la mofa cuando se les entregó a Cristo. (Mt 27:27-31; Mr 15:20; Lu 22:63; 23:36.)
Las personas mal informadas y los no creyentes también se mofaron de los discípulos de Jesucristo. (Hch 2:13; 17:32.) Al hablar del desprecio que habían sufrido sus compañeros de fe a manos de los judíos, el apóstol Pablo acude al cuadro profético de tiempos antiguos según el cual, Isaac, a la edad de unos cinco años, fue despreciado por Ismael, su medio hermano de diecinueve años, quien por celos “se burlaba” de Isaac (le “embromaba”, CI, BC [nota: con burlas de mala ley]). (Gé 21:9.) Pablo da la aplicación profética diciendo: “Ahora bien, nosotros, hermanos, somos hijos pertenecientes a la promesa, así como Isaac lo fue. Pero tal como en aquel entonces el que nació a la manera de la carne se puso a perseguir al que nació a la manera del espíritu [Dios intervino para causar el nacimiento de Isaac], así también ahora”. (Gál 4:28, 29.) Más tarde, Pablo escribe: “De hecho, todos los que desean vivir con devoción piadosa en asociación con Cristo Jesús también serán perseguidos”. (2Ti 3:12.)
Aguantar la burla con el punto de vista apropiado. Jesucristo sabía desde el principio que tendría que enfrentarse a la burla y que esta continuaría hasta su muerte. Sin embargo, reconocía que en realidad el oprobio era contra Jehová, a quien representaba, lo que aún le resultaba más doloroso, pues ‘siempre había hecho las cosas que agradaban a su Padre’ (Jn 8:29), y además, estaba más interesado en la santificación del nombre de su Padre que en cualquier otra cosa. (Mt 6:9.) Por consiguiente, “cuando lo estaban injuriando, no se puso a injuriar en cambio. Cuando estaba sufriendo, no se puso a amenazar, sino que siguió encomendándose al que juzga con justicia”. El apóstol Pedro dice esto al exhortar a los cristianos, en particular a los esclavos, a no tomar represalias, pues Cristo es el ejemplo para ellos: un “dechado —dice Pedro— para que sigan sus pasos con sumo cuidado y atención”. (1Pe 2:18-23; Ro 12:17-21.)
Jeremías, un profeta de Dios, dijo en un determinado momento: “Vine a ser objeto de risa todo el día; todos me hacen escarnio”. Momentáneamente se debilitó y pensó en abandonar su obra profética, debido al oprobio y mofa incesantes. No obstante, reconoció que el escarnio venía por “la palabra de Jehová”, que resultó ser en su corazón como un fuego ardiente que era incapaz de contener. Por su fidelidad, Jehová estuvo con él “como un terrible poderoso”, lo que fortaleció a Jeremías para seguir sirviendo a Dios con lealtad. (Jer 20:7-11.)
Job mantuvo su integridad a pesar de mucha burla. No obstante, equivocó su punto de vista y cometió un error, por el que se le tuvo que corregir. Elihú dijo de él: “¿Qué hombre físicamente capacitado es como Job, que bebe el escarnio como agua?”. (Job 34:7.) A Job llegó a preocuparle demasiado su propia justificación más bien que la de Dios, y magnificó su justicia en lugar de la de Jehová. (Job 35:2; 36:24.) Consideró que la burla de la que era objeto por parte de sus tres “compañeros” iba dirigida a él, no a Dios. En este sentido era como el que bebe agua con placer, como el que permite ser objeto de escarnio y de burla y deriva placer de ello. Más tarde Dios le explicó que estos burladores en realidad (en el análisis final) hablaban falsedad contra Él. (Job 42:7.) De manera similar, cuando Israel pidió un rey, Jehová le dijo al profeta Samuel: “No es a ti a quien han rechazado, sino que es a mí a quien han rechazado de ser rey sobre ellos”. (1Sa 8:7.) Y Jesús dijo a sus discípulos: “Serán objeto de odio de parte de todas las naciones [no por causa de ustedes mismos, sino] por causa de mi nombre”. (Mt 24:9.) El tener estas cosas presentes le hará posible al cristiano aguantar la burla con la actitud apropiada y recibir una recompensa por su perseverancia. (Lu 6:22, 23.)
La burla justificable. La burla puede ser merecida y bien justificada. Alguien que no sea previsor o que no haga caso del buen consejo puede tomar un derrotero insensato que le haga objeto de burla. Por ejemplo, Jesús habló de un hombre que empezó a edificar una torre sin calcular primero el costo. (Lu 14:28-30.) Jehová colocó a Israel “como oprobio a [sus] vecinos, escarnio y mofa a los que están todo en derredor” de él, debido a su rebeldía y desobediencia, desobediencia que había llegado hasta el grado de causar oprobio al nombre de Dios entre las naciones. (Sl 44:13; 79:4; 80:6; Eze 22:4, 5; 23:32; 36:4, 21, 22.) El profeta Elías se mofó con propiedad de los sacerdotes de Baal porque desafiaban a Jehová. (1Re 18:26, 27.) Después que Senaquerib desafió con escarnio y habló abusivamente de Jehová delante del rey Ezequías y del pueblo de Jerusalén, se volvieron las tornas, y tanto este altivo rey asirio como su ejército sufrieron la burla, el escarnio, el oprobio y la derrota ignominiosa. (2Re 19:20, 21; Isa 37:21, 22.) Moab también llegó a ser un objeto de burla. (Jer 48:25-27, 39.) Las naciones de la Tierra han ridiculizado a Dios hasta el límite, pero Jehová se ríe de ellas y les hace escarnio por su resistencia imprudente a Su soberanía universal y los malos frutos que cosechan debido a su derrotero. (Sl 2:2-4; 59:8; Pr 1:26; 3:34.)
Los burlones de los “últimos días”. Una de las señales que marcarían los “últimos días” sería la presencia de “burlones [literalmente, “embromadores (en mofa)”] con su burla, procediendo según sus propios deseos [“sus propios deseos de cosas impías” (Jud 17, 18)] y diciendo: ‘¿Dónde está esa prometida presencia de él? Pues, desde el día en que nuestros antepasados se durmieron en la muerte, todas las cosas continúan exactamente como desde el principio de la creación’”. (2Pe 3:3, 4.) Es obvio que tales personas no prestan atención al consejo de Isaías 28:21, 22, donde se advierte del grave peligro que supone escarnecer a Jehová.
“De Dios uno no se puede mofar.” El apóstol Pablo advierte del serio peligro en que está quien intenta mofarse de Dios, es decir, quien piensa que los principios de la gobernación de Dios se pueden tratar con desprecio o transgredir impunemente. Escribe a los cristianos gálatas: “Porque si alguien piensa que es algo, no siendo nada, está engañando su propia mente. [...] No se extravíen: de Dios uno no se puede mofar. Porque cualquier cosa que el hombre esté sembrando, esto también segará; porque el que esté sembrando con miras a su carne, segará de su carne la corrupción; pero el que esté sembrando con miras al espíritu, segará del espíritu vida eterna”. (Gál 6:3-8.)
En este pasaje el apóstol muestra que una persona no debería engañarse a sí misma con una apreciación falsa de su mérito, olvidándose de Dios y su Palabra. Al contrario, debería limpiar su vida para andar por medio del espíritu, como manda la Palabra de Dios. Si alguien no obra de este modo y continúa sembrando teniendo en mira los deseos carnales, estará ‘aceptando la bondad inmerecida de Dios y dejando de cumplir su propósito’, y, por lo tanto, tratando la instrucción que proviene de Dios como algo despreciable. (2Co 6:1.) Puede engañarse pensando que está salvo; sin embargo, Dios conoce su corazón y le juzgará en consecuencia.
Cuarto pequeño y oscuro, por lo general subterráneo, usado como prisión. La palabra hebrea para “calabozo” (mas·guér) proviene de una raíz que significa “cerrar”. (Gé 19:6; Jue 3:23.) David se sintió como si estuviera en un calabozo cuando, mientras huía del rey Saúl, se escondió en una cueva como fugitivo proscrito. Su situación parecía muy sombría: con su vida siempre en peligro, con asechanzas en su camino y sin un lugar adonde huir. Oró a Jehová por liberación. (Sl 142:7.) Isaías usa el término simbólicamente en dos lugares: 1) En relación con la atención que Jehová daría al “ejército de la altura” (posiblemente los ángeles desobedientes) y a “los reyes del suelo”, el profeta dice que serían “encerrados en el calabozo” y que “después de una abundancia de días”, se les daría atención, quizás refiriéndose a la liberación temporal de los ángeles desobedientes. (Isa 24:21, 22; compárese con Apo 20:1-3.) 2) En Isaías 42:7 el profeta se refiere al calabozo cuando predice una liberación de la oscuridad y encarcelamiento espirituales. Bajo inspiración, el anciano Simeón aplicó esta profecía a aquellos a quienes Jesucristo llevaría la luz de la verdad. (Lu 2:25-32; véase PRISIÓN.)
Lugar donde se encierra a las personas a quienes se priva de libertad mientras están a la espera de un juicio o una vez que se les ha hallado culpables de quebrantar la ley. En las lenguas originales de la Biblia existen diferentes expresiones para referirse a la prisión, entre ellas: “casa del castillo [redondo]” (Gé 39:20, nota), “casa de la cisterna” (Éx 12:29, nota), “casa de detención” (1Re 22:27), “casa de custodia” (Gé 42:19; Jer 52:11), “casa de encierro” (Jue 16:21; Ec 4:14), “casa de los cepos” (2Cr 16:10), “cárcel” (Mt 11:2), “prisión” (Mt 14:10) y “lugar público de custodia” (Hch 5:18).
Entre los diversos pueblos de la antigüedad, como los egipcios, los filisteos, los asirios, los babilonios y los persas, el confinamiento carcelario era una forma de castigo legal. (Gé 39:20; Jue 16:25; 2Re 17:4; Esd 7:26; Jer 52:31-33.) A los prisioneros posiblemente se les sujetaba con grilletes y se les obligaba a hacer trabajos forzados, como moler. (Jue 16:21; 2Re 17:4; Sl 105:17, 18; Jer 52:11.) En Egipto, a veces se ponía a un prisionero de confianza (como lo fue José) a cargo de los otros presos, y se le asignaba a atender a los que antes de su confinamiento habían ocupado puestos importantes. (Gé 39:21–40:4.)
Las prisiones se remontan por lo menos al siglo XVIII a. E.C., pues fue por entonces cuando confinaron injustamente a José en la prisión que estaba conectada con la “casa del jefe de la guardia de corps”. (Gé 39:20; 40:3; 41:10.) Parece que esta cárcel egipcia tenía un calabozo u hoyo en forma de cisterna, donde se retenía a algunos prisioneros. (Gé 40:15; 41:14; compárese con Isa 24:22.)
La ley mosaica no contemplaba que hubiera prisiones para castigo. Como la justicia tenía que ejecutarse rápidamente (Jos 7:20, 22-25), el Pentateuco muestra que solo se ponía a la persona bajo custodia en los casos en que se requería aclaración divina. (Le 24:12; Nú 15:34.) No obstante, con el tiempo los israelitas tuvieron cárceles. Al profeta Jeremías, por ejemplo, lo recluyeron en la “casa de los grilletes, en la casa de Jehonatán”. Esta prisión tenía “cuartos abovedados”, quizás celdas de calabozo, y las condiciones eran tan malas que Jeremías temió por su vida. (Jer 37:15-20.) Posteriormente se le trasladó al “Patio de la Guardia”, donde le daban una ración diaria de pan, podía recibir visitas y dirigir transacciones comerciales. (Jer 32:2, 8, 12; 37:21; véanse 1Re 22:27; 2Cr 16:10; Heb 11:36.)
En el siglo I E.C., según la costumbre romana, los carceleros o guardas eran responsables personalmente de los prisioneros. (Hch 12:19.) Por eso, el carcelero de Filipos estuvo a punto de suicidarse cuando creyó que sus prisioneros habían escapado. (Hch 16:27.) Para mayor seguridad, se solían estacionar guardas en las puertas de la prisión, y posiblemente ponían los pies de los prisioneros en el cepo o encadenaban sus manos a las de los guardianes. (Hch 5:23; 12:6-10; 16:22-24.) A algunos prisioneros se les permitía recibir visitas. (Mt 25:36; Hch 23:35; 24:23, 27; 28:16-31; véanse CARCELERO; LIGADURA.)
Como Cristo Jesús había predicho, muchos de sus seguidores estuvieron en la cárcel. (Lu 21:12; Hch 26:10; Ro 16:7; Col 4:10; Heb 10:34; 13:3.) El apóstol Juan escribió desde su exilio en la isla de Patmos que la prisión seguiría siendo una forma de persecución para los cristianos. (Apo 2:10.)
Uso figurado. En un sentido figurado, “prisión” puede referirse a una tierra de exilio (como lo fue Babilonia) o a una condición de esclavitud o confinamiento espiritual. (Isa 42:6, 7; 48:20; 49:5, 8, 9; 61:1; Mt 12:15-21; Lu 4:17-21; 2Co 6:1, 2.) Aunque las criaturas celestiales desobedientes del día de Noé no tienen cuerpos físicos que puedan estar sujetos mediante ligaduras literales, se les han limitado sus actividades y se hallan en una condición de densa oscuridad con respecto a Jehová Dios, como si estuvieran en una prisión. (1Pe 3:19; Jud 6; véase TÁRTARO.) El abismo en el que se encerrará a Satanás por mil años también es una “prisión”, un lugar de restricción o confinamiento parecido a la muerte. (Apo 20:1-3, 7.)
En 1 Pedro 3:19, 20 la palabra griega para “espíritus” es pneua·sin, mientras que la palabra que se traduce “almas” es psy·khaiLos “espíritus” no eran almas incorpóreas o sin cuerpo, sino ángeles desobedientes; las “almas” a las que se hace referencia aquí eran personas vivas, humanos, Noé y su casa. ★¿Abrió Jesús el camino al cielo para los que habían muerto antes que él muriera? - (rs-Pg.73-§4)
Traducción del: 1. Heb. bör, "hoyo", "cisterna" (Ge. 40:15; 41:14). 2. Heb. bëth habbör, "casa de una cisterna", Casa de encierro, “casa del castillo [redondo]” (Ex. 12:29; Jer.37:15). 3. Heb. bëth kele, "cárcel", "prisión" (Isa 42:7). 4. Gr. fulake "lugar de guarda", "prisión" (Mt. 5:25; Hch. 5:19; Apo 2:10; 18:2; etc.). 5. Gr. tersis (Hch. 4:3 etc.). Existen otras palabras y expresiones que dan la misma idea de confinamiento.
Lugar de encierro para las personas que esperan el juicio o que han sido sentenciadas por una corte o un gobernante. En las antiguas naciones paganas los castigos se caracterizaban por la crueldad (Jue. 1:7; 2Re. 25:7), y los lugares de encarcelamiento a veces se diseñaban como para privar a los prisioneros de toda comodidad. Con frecuencia se usaban las cisternas vacías o con poca agua para poner en ellas prisioneros. Dado que el calabozo y/o la mazmorra era la parte más oscura y pésima -por lo general ubicados en una cueva subterránea-, es fácil comprender que una persona no podía subsistir mucho tiempo en un confinamiento tan inhumano. José fue encadenado por lo menos durante una parte de su confinamiento (Sal. 105:17, 18). En la cárcel filistea, Sansón fue engrillado y forzado a hacer un trabajo humillante (Jue. 16:21). Jeremías fue recluido en una mazmorra ("cisterna", BJ) donde se enterró en el barro y estuvo a punto de morir de hambre (Jer. 38:6, 9). Más tarde, fue sacado de allí y puesto en "el patio de la 211 Cárcel hasta el día que fue tomada Jerusalén" por los babilonios (v 28). Algunos de los profetas sufrieron prisión a manos de los gobernantes y del pueblo, rebeldes y enfurecidos (1Re. 22:26, 27; 2Cr. 16:10; Mt. 14:3; cf Heb. 11:36).
Cristo enseñó a sus discípulos a socorrer a los que están en la Cárcel (Mt. 25:36, 39; etc.). Los primeros cristianos con frecuencia sufrían prisión no sólo a manos de los paganos, sino también ante la ira de los judíos (Hch. 4:3; 12:1-4; etc.). Dios a veces intervino para liberar a sus siervos (5:19; 12:6-10; 16:25-27). A veces, los presos eran encadenados a soldados asignados para cuidarlos (12:6, 7; cf 28:16, 20). Pablo y Silas fueron encarcelados en Filipos (Flp 16:23, 24), y Pablo, más tarde, estuvo en la Cárcel durante más de 2 años en Cesarea (Hch. 23:35; 24:27). En Roma, Pablo fue 2 veces confinado: la primera vez, durante 2 años en su propia casa alquilada (28:16, 30); y más tarde (cf 2Ti. 1:8), de acuerdo con la tradición, en una prisión romana. También de acuerdo con ella, tanto Pablo como Pedro estuvieron un tiempo en la Cárcel Mamertina en Roma (aunque es poco probable que Pedro, por no ser ciudadano romano y no tener importancia política, hubiera sido recluido en un lugar reservado para los prisioneros políticos). Los seguidores de Cristo fueron advertidos de que a veces su suerte sería la de ser encarcelados (Apo 2:10).
En la historia bíblica se habla de varios cautiverios distintos. (Nú 21:29; 2Cr 29:9; Isa 46:2; Eze 30:17, 18; Da 11:33; Na 3:10; Apo 13:10; véase CAUTIVO.) No obstante, con la expresión “el cautiverio” se suele hacer referencia al gran exilio al que las potencias mundiales de Asiria y Babilonia llevaron a los judíos lejos de la Tierra Prometida, en el transcurso de los siglos VIII y VII a. E.C. A este suceso también se le conoce como el “destierro” y la “deportación”. (Esd 3:8; 6:21; Mt 1:17; véase DESTIERRO.)
Jeremías, Ezequiel y otros profetas advirtieron de esta gran calamidad en declaraciones como las siguientes: “¡Y el que esté para el cautiverio, al cautiverio!”. “Y en cuanto a ti, oh Pasjur, y todos los habitantes de tu casa, se irán al cautiverio; y a Babilonia llegarás.” “Hay esta declaración formal contra Jerusalén y toda la casa de Israel [...]. ‘Al destierro, al cautiverio irán’.” (Jer 15:2; 20:6; Eze 12:10, 11.) Años después, Nehemías (7:6) relata lo siguiente con respecto al regreso del cautiverio babilonio: “Estos son los hijos del distrito jurisdiccional que subieron del cautiverio del pueblo desterrado a quienes Nabucodonosor el rey de Babilonia había llevado al destierro y que más tarde volvieron a Jerusalén y a Judá”. (Véase también Esd 2:1; 3:8; 8:35; Ne 1:2, 3; 8:17.)
Al parecer, Asiria fue la primera potencia en aplicar la política de trasladar de su país natal a poblaciones enteras y repoblar el territorio con cautivos procedentes de otras partes del imperio. Esta política de deportación llevada a cabo por los asirios no se impuso únicamente contra los judíos, pues cuando Damasco, la capital de Siria, cayó ante el abrumador ataque militar de esta segunda potencia mundial, su pueblo fue desterrado a Quir, como se había predicho por medio del profeta Amós. (2Re 16:8, 9; Am 1:5.) Esta práctica tenía un doble efecto: por un lado, desanimaba a los pocos que quedaban en su país natal de iniciar un levantamiento, y por otro, las naciones circundantes, que tal vez habían sido amigables con los cautivos, estaban menos inclinadas a prestar ayuda y apoyo a los nuevos extranjeros, que habían sido llevados de lugares distantes.
Tanto en el caso del reino septentrional de Israel, con sus diez tribus, como en el del reino meridional de Judá, formado por dos tribus, la causa que los llevó al cautiverio fue la misma: el abandono de la adoración verdadera de Jehová en favor de los dioses falsos. (Dt 28:15, 62-68; 2Re 17:7-18; 21:10-15.) Jehová, por su parte, envió a sus profetas vez tras vez con el fin de advertir a ambos reinos, pero fue en vano. (2Re 17:13.) Ninguno de los reyes del reino de diez tribus de Israel llegó a efectuar una limpieza completa de la adoración falsa que había introducido Jeroboán, el primer rey de esa nación. El reino meridional de Judá no prestó atención ni a las advertencias directas de Jehová ni al ejemplo del cautiverio de Israel. (Jer 3:6-10.) Por último, a los habitantes de ambos reinos se les llevó al exilio en varias deportaciones generales.
Comienzo del exilio. Durante el reinado de Péqah, rey israelita de Samaria (c. 778-759 a.E.C.), el rey asirio Pul (Tiglat-piléser III) fue contra Israel, capturó una importante sección del N. del país y deportó a sus habitantes a las partes orientales de su imperio. (2Re 15:29.) Este mismo monarca también se apoderó del territorio situado al E. del Jordán, de donde “se llevó al destierro a los de los rubenitas y de los gaditas y de la media tribu de Manasés, y los llevó a Halah y a Habor y a Hará y al río Gozán para continuar hasta el día de hoy”. (1Cr 5:26.)
En 742 a.E.C. el ejército asirio bajo el mando de Salmanasar V sitió Samaria. (2Re 18:9, 10.) Cuando esta ciudad cayó en 740 a.E.C., lo que supuso el fin del reino de diez tribus, sus habitantes fueron llevados al exilio a “Halah y [a] Habor, junto al río Gozán, y [a] las ciudades de los medos”. Esto se debió a que, como dicen las Escrituras, “no habían escuchado la voz de Jehová su Dios, sino que siguieron traspasando su pacto, aun todo lo que había mandado Moisés el siervo de Jehová. Ni escucharon ni ejecutaron”. (2Re 18:11, 12; 17:6; véase SARGÓN.)
Las ciudades de Samaria se repoblaron con cautivos de lugares distantes. “Subsiguientemente, el rey de Asiria trajo gente de Babilonia y de Cutá y de Avá y de Hamat y de Sefarvaim, y los hizo morar en las ciudades de Samaria en lugar de los hijos de Israel; y ellos empezaron a tomar posesión de Samaria y a morar en sus ciudades.” (2Re 17:24.) Estos pobladores extranjeros importaron su religión pagana; “cada nación diferente llegó a ser hacedora de su propio dios”. Como no mostraron ningún respeto a Jehová, Él “envió leones entre ellos, y estos llegaron a ser matadores entre ellos”. Después el rey de Asiria hizo regresar a uno de los sacerdotes israelitas, quien “llegó a ser maestro de ellos respecto de cómo habían de temer a Jehová”. Luego el relato añade: “De Jehová se hicieron temedores, pero de sus propios dioses resultaron ser adoradores, conforme a la religión de las naciones de entre las cuales los habían conducido al destierro”. (2Re 17:25-33.)
Durante los poco más de cien años siguientes al derrocamiento del reino septentrional, comenzaron otros exilios importantes. Antes de sufrir una derrota humillante por mano de Dios en 732 a.E.C., Senaquerib atacó algunos lugares de Judá. Este rey dice en sus anales que capturó a 200.150 habitantes de los pueblos y ciudades fortificadas de Judá, si bien, a juzgar por el tono de su relato, el número debe ser exagerado. (2Re 18:13.) Su sucesor, Esar-hadón, y el monarca asirio que le siguió en el trono, Asnapar (Asurbanipal), trasladaron a los cautivos a territorios extranjeros. (Esd 4:2, 10.)
En 628 a.E.C. el faraón Nekó de Egipto puso en cadenas a Jehoacaz, hijo de Josías, gobernante del reino meridional, y lo llevó cautivo a Egipto. (2Cr 36:1-5.) Sin embargo, tuvo que pasar más de una década, hasta 617 a.E.C., para que cautivos de Jerusalén fueran llevados al exilio babilonio. Nabucodonosor atacó la ciudad rebelde y se llevó a la clase alta de la población, entre quienes se encontraban el rey Joaquín y su madre, y hombres como Ezequiel, Daniel, Hananías, Misael y Azarías, junto con ‘los príncipes y todos los hombres valientes y poderosos —a diez mil estuvo llevando al destierro— y también todo artífice y edificador de baluartes. A nadie se dejó atrás excepto a la clase de condición humilde de la gente. A sus oficiales de la corte y a los hombres de nota del país se los llevó como gente desterrada de Jerusalén a Babilonia. En cuanto a todos los hombres valientes, siete mil, y los artífices, y los edificadores de baluartes, mil, todos los hombres poderosos que se ocupaban en la guerra, el rey de Babilonia procedió a llevarlos como gente desterrada a Babilonia’. También se llevó gran parte del tesoro del templo. (2Re 24:12-16; Est 2:6; Eze 1:1-3; Da 1:2, 6.) Sedequías, tío de Joaquín, subió al trono como rey vasallo. Tan solo algunas personas importantes, entre las que estaba el profeta Jeremías, permanecieron en Jerusalén. En vista de la gran cantidad de cautivos mencionados en 2 Reyes 24:14, la cifra de 3.023 dada en Jeremías 52:28 parece referirse a los que tenían cierto rango o eran cabezas de familia, sin contabilizar, por tanto, a sus esposas e hijos, que ascendían a miles.
Finalmente, Jerusalén cayó ante Nabucodonosor en 607 a.E.C., después de un sitio de dieciocho meses. (2Re 25:1-4.) En esta ocasión se sacó de la ciudad a la mayor parte de sus habitantes. A algunos de los de condición humilde se les permitió permanecer “como viñadores y trabajadores bajo obligación”, con Guedalías como gobernador en Mizpá. (Jer 52:16; 40:7-10; 2Re 25:22.) Los babilonios se llevaron cautivos, entre otros, a “algunos de los de condición humilde del pueblo y a los demás del pueblo que quedaban en la ciudad y a los desertores [...] y a los demás de los obreros maestros”. La expresión “que quedaban en la ciudad” parece dar a entender que muchos habían perecido debido al hambre, la enfermedad o el fuego, o que habían muerto en la guerra. (Jer 52:15; 2Re 25:11.) A los hijos de Sedequías, los príncipes de Judá, los oficiales de la corte, ciertos sacerdotes y muchos otros ciudadanos importantes se les ejecutó por orden del rey de Babilonia. (2Re 25:7, 18-21; Jer 52:10, 24-27.) Esto explicaría el número tan reducido de exiliados, ya que el total indicado ascendía únicamente a 832, probablemente los cabezas de sus casas, sin contar ni a sus esposas ni a sus hijos. (Jer 52:29.)
Unos dos meses más tarde, después del asesinato de Guedalías, el resto de los judíos que quedaban en Judá huyeron a Egipto, y se llevaron consigo a Jeremías y Baruc. (2Re 25:8-12, 25, 26; Jer 43:5-7.) Es posible que algunos de los judíos también huyeran a otras naciones cercanas. Probablemente fue de entre estas naciones de donde Nabucodonosor se llevó a 745 cautivos, cabezas de sus casas, cinco años más tarde, cuando Jehová le usó como garrote simbólico para hacer pedazos a las naciones que lindaban con Judá. (Jer 51:20; 52:30.) Josefo dice que cinco años después de la caída de Jerusalén, Nabucodonosor invadió Ammón y Moab, y luego prosiguió hacia el S. y se vengó de Egipto. (Antigüedades Judías, libro X, cap. IX, sec. 7.)
Jerusalén no sufrió la misma suerte que otras ciudades conquistadas, como, por ejemplo, Samaria, habitada de nuevo con cautivos procedentes de otras partes del Imperio asirio. A diferencia de la política habitual de los babilonios para con las ciudades que conquistaban, Jerusalén y sus alrededores fueron despoblados de habitantes y quedaron desolados, como Jehová había predicho. Algunos críticos de la Biblia ponen en duda el que la tierra de Judá, en un tiempo próspera, se convirtiese de repente en “un yermo desolado, sin habitante”, pero no hay pruebas históricas ni registros de este período que prueben lo contrario. (Jer 9:11; 32:43.) El arqueólogo G. Ernest Wright escribe: “La violencia que se abatió sobre Judá queda atestiguada [...] por los testimonios arqueológicos de que diversas ciudades fueron quedando una tras otra deshabitadas en esta época. Algunas no volverían a ser ocupadas nunca de nuevo”. (Arqueología bíblica, 1975, págs. 261, 262.) W. F. Albright concuerda con esta misma idea: “No conocemos ni un solo caso de que una ciudad de la Judea [Judá] propiamente dicha estuviera ocupada sin interrupción durante todo el período exílico”. (Arqueología de Palestina, 1962, pág. 144.)
Condiciones de los exiliados. Por lo general, el cautiverio se consideraba un período de opresión y esclavitud. Jehová le dijo a Babilonia que en lugar de mostrar misericordia a Israel, ‘sobre el viejo había hecho muy pesado su yugo’. (Isa 47:5, 6.) Es muy posible que a los judíos, al igual que a otros pueblos cautivos, se les exigieran ciertos pagos (impuestos, tributos, peajes) proporcionales a su producción o ganancias. Por otra parte, el que se hubiese despojado y destruido el gran templo de Jehová, se hubiera dado muerte o llevado al exilio al sacerdocio y se hubiera deportado y sometido a una potencia extranjera a los adoradores de Dios era sin duda una situación opresiva.
Sin embargo, el sufrir exilio en una tierra extranjera era preferible a la esclavitud cruel y perpetua o a la ejecución sádica, como era habitual en las conquistas asirias y babilonias. (Isa 14:4-6; Jer 50:17.) Parece ser que los judíos cautivos disfrutaban de cierta libertad de movimiento y hasta cierto grado podían administrar sus propios asuntos. (Esd 8:1, 16, 17; Eze 1:1; 14:1; 20:1.) “Esto es lo que ha dicho Jehová de los ejércitos, el Dios de Israel, a todos los desterrados, a quienes he hecho ir al destierro de Jerusalén a Babilonia: ‘Edifiquen casas y habiten en ellas, y planten jardines y coman su fruto. Tomen esposas y lleguen a ser padres de hijos y de hijas; y tomen esposas para sus propios hijos y den sus propias hijas a esposos, para que den a luz hijos e hijas; y háganse muchos allí, y no se hagan pocos. También, busquen la paz de la ciudad a la cual los he hecho ir en destierro, y oren a Jehová a favor de ella, porque en la paz de ella resultará haber paz para ustedes mismos’.” (Jer 29:4-7.) Algunos llegaron a adquirir destreza en diversos oficios, lo que resultó muy útil una vez terminado el exilio. (Ne 3:8, 31, 32.) Los judíos se especializaron en las transacciones comerciales. Entre los archivos de negocios se encontraron muchos nombres judíos. Debido a las relaciones comerciales y al contacto social con los no judíos, el lenguaje hebreo empezó a reflejar la influencia aramea.
Como es natural, el período de cautiverio, que para algunos deportados ascendió a ochenta años, afectó la adoración que como comunidad rendían al Dios verdadero Jehová. Puesto que no había templo ni altar ni sacerdocio organizado, no era posible ofrecer sacrificios diarios. No obstante, los fieles podían practicar la circuncisión, abstenerse de alimentos inmundos, observar el sábado y orar constantemente, a pesar del desprecio y la burla de que fuesen objeto. El rey Darío y otras personas eran conscientes de que Daniel ‘servía con constancia’ a su Dios. Incluso cuando mediante un decreto se prohibió bajo pena de muerte hacer petición a cualquiera excepto al rey, “hasta tres veces al día [Daniel] se hincaba de rodillas y oraba y ofrecía alabanza delante de su Dios, como había estado haciendo regularmente antes de esto”. (Da 6:4-23.) El que los exiliados mantuvieran tal fidelidad en su adoración a pesar de las restricciones existentes, supuso una ayuda para que no perdieran su identidad nacional. También podían sacar provecho de contrastar la sencillez de la adoración a Jehová con el ostentoso materialismo idolátrico de Babilonia. Asimismo, la presencia de Ezequiel y Daniel, profetas de Jehová, tuvo que suponer un beneficio para ellos. (Eze 8:1; Da 1:6; 10:1, 2.)
Como los judíos construían sinagogas en los lugares donde estaban, aumentaba la necesidad de tener copias de las Escrituras en las comunidades judías esparcidas por Media, Persia y Babilonia. A Esdras se le conocía como “un copista hábil en la ley de Moisés”, lo que indica que se habían llevado de Judá copias de la ley de Jehová, de las que se hicieron transcripciones. (Esd 7:6.) Entre estos preciados rollos de generaciones anteriores sin duda se encontraba el libro de Salmos, y es probable que durante el cautiverio o poco después se compusieran tanto el Salmo 137, como quizás también el Salmo 126. Los seis salmos llamados de Hallel (113 a 118) se cantaban en las grandes fiestas de la Pascua celebradas después que el resto judío regresó de Babilonia.
Restauración y Dispersión. La política babilonia de retener indefinidamente a los cautivos no daba lugar a ninguna esperanza de liberación. Israel en otro tiempo había recurrido a Egipto por ayuda, pero entonces esta nación no estaba en posición militar de socorrer al pueblo judío, como tampoco lo estaban ninguna de las demás naciones que ya no eran enemigas directas de los judíos. La base para la esperanza solo se encontraba en las promesas proféticas de Jehová. Moisés y Salomón habían hablado con siglos de anterioridad de la restauración que seguiría al cautiverio. (Dt 30:1-5; 1Re 8:46-53.) Otros profetas también aseguraron que se produciría una liberación del exilio. (Jer 30:10; 46:27; Eze 39:25-27; Am 9:13-15; Sof 2:7; 3:20.) En los últimos 18 capítulos (49–66) de su profecía, Isaías llevó este tema de la restauración a un gran punto culminante. No obstante, los falsos profetas se equivocaron al predecir una pronta liberación, y todos los que confiaron en ellos sufrieron una triste desilusión. (Jer 28:1-17.)
El fiel Jeremías fue el único que indicó la duración exacta —setenta años— de la desolación de Jerusalén y Judá, después de lo cual vendría la restauración. (Jer 25:11, 12; 29:10-14; 30:3, 18.) En el primer año de Darío el medo, Daniel discernió “por los libros el número de los años acerca de los cuales la palabra de Jehová había ocurrido a Jeremías el profeta, para cumplir las devastaciones de Jerusalén, a saber, setenta años”. (Da 9:1, 2.)
¿Cuántos exiliados regresaron de Babilonia a Jerusalén en 537 a. E.C.? A principios del año 537 a. E.C., el rey persa Ciro II emitió un decreto que permitía a los cautivos regresar a Jerusalén y reconstruir el templo. (2Cr 36:20, 21; Esd 1:1-4.) En seguida se organizó el regreso. Bajo la dirección del gobernador Zorobabel y del sumo sacerdote Jesúa, “los hijos del Destierro” (Esd 4:1), que totalizaban 42.360 hombres, además de 7.537 esclavos y cantores, hicieron el viaje de regreso, que duró unos cuatro meses. Una nota al pie de la página de la sexta edición de la traducción de la Biblia de Isaac Leeser dice que en total regresarían unas 200.000 personas, incluidos mujeres y niños. Para el séptimo mes, en el otoño, ya estaban instalados en sus ciudades. (Esd 1:5–3:1.) A través de Joaquín (Jeconías) y Zorobabel se había conservado providencialmente la línea real de David que llevaría a Jesucristo. Lo mismo sucedió con el linaje del sumo sacerdote levítico, perpetuado a través de Jehozadaq y, luego, de su hijo Jesúa. (Mt 1:11-16; 1Cr 6:15; Esd 3:2, 8.)
Otros cautivos regresaron más tarde a Palestina. En 468 a. E.C. acompañaron a Esdras más de 1.750, cifra que probablemente solo incluye a los varones adultos. (Esd 7:1–8:32.) Unos cuantos años después Nehemías hizo al menos dos viajes de Babilonia a Jerusalén, pero no se indica cuántos judíos regresaron con él. (Ne 2:5, 6, 11; 13:6, 7.)
El cautiverio puso fin a la separación entre Judá e Israel. Cuando los conquistadores deportaban a los desterrados, no distinguían entre orígenes tribales. “Los hijos de Israel y los hijos de Judá están siendo oprimidos juntos”, dijo Jehová. (Jer 50:33.) En el primer contingente que regresó en 537 a. E.C., había representantes de todas las tribus de Israel. Tiempo después, una vez terminada la reconstrucción del templo, se ofreció un sacrificio de doce machos cabríos, “conforme al número de las tribus de Israel”. (Esd 6:16, 17.) Esta reunificación posterior al cautiverio se había predicho en la profecía. Por ejemplo, Jehová había prometido traer “a Israel de vuelta” (Jer 50:19), y había dicho asimismo: “Traeré de vuelta a los cautivos de Judá y a los cautivos de Israel, y ciertamente los edificaré tal como en el comienzo”. (Jer 33:7.) La visión de Ezequiel de los dos palos que se fusionaron en uno solo (37:15-28) indicó que los dos reinos se convertirían de nuevo en una sola nación. Isaías predijo que Jesús llegaría a ser una piedra de tropiezo “para ambas casas de Israel”, lo que difícilmente significaría que Jesús o los doce que envió durante su tercera gira por Galilea, tendrían que visitar asentamientos judíos en la lejana Media para predicar a los descendientes de los israelitas del reino septentrional. (Isa 8:14; Mt 10:5, 6; 1Pe 2:8.) La profetisa Ana, que estaba en Jerusalén cuando nació Jesús, era de la tribu de Aser, que en un tiempo había formado parte del reino norteño. (Lu 2:36.)
No todos los judíos regresaron a Jerusalén con Zorobabel, solo “un simple resto”. (Isa 10:21, 22.) Muy pocos de los que volvieron habían visto el templo original. Muchos de los de edad avanzada no se decidieron a regresar debido a los riesgos del viaje, y otros prefirieron quedarse, aunque desde un punto de vista físico hubieran podido realizar el viaje. Probablemente muchos habían conseguido con los años cierta independencia económica y optaron por quedarse donde estaban. Si la reconstrucción del templo de Jehová no ocupaba el primer lugar en su vida, no se iban a sentir impulsados a emprender el arriesgado viaje ni a enfrentarse a un futuro incierto. Y, por supuesto, los que se habían hecho apóstatas no tenían ningún incentivo para regresar.
Esto significa que parte del pueblo judío siguió dispersado, y a esta parte se la llegó a conocer como la Di·a·spo·rá, es decir, la “Dispersión”. En el siglo V a. E.C. se encontraban comunidades judías en los 127 distritos jurisdiccionales del Imperio persa. (Est 1:1; 3:8.) Algunos descendientes de los desterrados hasta alcanzaron puestos gubernamentales encumbrados: por ejemplo, Mardoqueo y Ester, durante el gobierno del rey persa Asuero (Jerjes I), y Nehemías, que llegó a ser copero real de Artajerjes Longimano. (Est 9:29-31; 10:2, 3; Ne 1:11.) Cuando compilaba las Crónicas, Esdras escribió que muchos de aquellos dispersados en varias ciudades orientales continuaban “hasta el día de hoy” (c. 460 a. E.C.). (1Cr 5:26.) Posteriormente, en tiempos del Imperio griego, Alejandro Magno llevó a los judíos a su nueva ciudad egipcia de Alejandría, donde aprendieron el idioma griego. Fue allí donde empezó la traducción de las Escrituras Hebreas al griego, que llegaría a ser conocida como la Versión de los Setenta, en el siglo III a. E.C. Las guerras siro-egipcias ocasionaron el traslado de muchos judíos a Asia Menor y a Egipto, respectivamente. Después de conquistar Jerusalén en el año 63 a.E.C., Pompeyo se llevó a muchos judíos a Roma como esclavos.
La gran dispersión de judíos por todo el Imperio romano fue un factor que contribuyó a la rápida difusión del cristianismo. Jesús limitó su predicación al suelo de Israel, pero mandó a sus discípulos que llevaran el testimonio “hasta la parte más distante de la tierra”. (Hch 1:8.) Durante la fiesta del Pentecostés del año 33 E.C. había en Jerusalén judíos de diferentes partes del Imperio romano, quienes oyeron a los cristianos engendrados por espíritu predicar acerca de Jesús en las lenguas de Partia, Media, Elam, Mesopotamia, Capadocia, Ponto, el distrito de Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, Libia, Creta, Arabia y Roma. Miles de ellos volvieron a sus hogares con la nueva fe que habían hallado. (Hch 2:1-11.) Pablo halló sinagogas en la mayoría de las ciudades que visitó, y en ellas pudo predicar con facilidad a los judíos de la Diáspora. En Listra Pablo encontró a Timoteo, cuya madre era judía. Áquila y Priscila acababan de llegar de Roma cuando Pablo fue a Corinto, sobre el año 50 E.C. (Hch 13:14; 14:1; 16:1; 17:1, 2; 18:1, 2, 7; 19:8.) La gran cantidad de judíos que había en Babilonia justificó el que Pedro fuera allí para continuar su ministerio entre “los circuncisos”. (Gál 2:8; 1Pe 5:13.) Esta comunidad de judíos de Babilonia fue el centro más importante del judaísmo por bastante tiempo después de la destrucción de Jerusalén en el año 70 E.C. ★Cuando los judíos regresaron del cautiverio en Babilonia, viajaron unos 800 km, o 1.600 km? - (15-10-1986-Pg.31)
Persona esclava, desterrada, confinada o presa, en especial la que es apresada en la guerra. (Nú 21:1.) En tiempos antiguos los ejércitos vencedores no solo se llevaban como despojo el ganado de los vencidos, sino también las poblaciones de las ciudades y territorios conquistados. (1Cr 5:21; 2Cr 14:14, 15; Am 4:10.) En una ocasión los filisteos se llevaron como botín el arca del pacto, con horrendas consecuencias para ellos. (1Sa 4:11–5:12.) Las referencias a los cautivos se remontan a tiempos patriarcales; el primero mencionado en la Biblia es Lot, a quien Abrahán rescató de las fuerzas de Kedorlaomer. (Gé 14:14; 31:26; 34:25-29.) Aun cuando Job no había sido víctima de la guerra, en cierto sentido estuvo en una “condición de cautiverio” hasta que Jehová lo rescató de la miseria. (Job 42:10.)
Cuando los israelitas conquistaron la Tierra Prometida, dieron por entero a la destrucción a ciertas ciudades junto con sus habitantes, como, por ejemplo, Jericó, las primicias de la conquista. (Jos 6:17, 21.) Cuando tomaban ciudades que no debían darse por entero a la destrucción, no les estaba permitido violar a las mujeres, como hacían las naciones paganas. Si deseaban tomar por esposa a una mujer cautiva, tenían que cumplir ciertos requisitos. (Lam 5:11; Nú 31:9-19, 26, 27; Dt 21:10-14.)
Por otro lado, debido a la infidelidad de Israel, Jehová en ocasiones permitía que las naciones enemigas que atacaban a su pueblo se llevaran cautivos. (2Cr 21:16, 17; 28:5, 17; 29:9.) Los ejemplos más notables tuvieron lugar en los siglos VIII y VII a. E.C., cuando las potencias mundiales de Asiria y Babilonia se llevaron al destierro a miles de israelitas. (Véase CAUTIVERIO.) Ahíya y Jeremías predijeron este desastre nacional que se avecinaba. (1Re 14:15; Jer 15:2.) Moisés también había advertido que sus hijos e hijas ‘se irían al cautiverio’ como castigo por su desobediencia a Jehová, y añadió que en caso de arrepentirse, estos cautivos con el tiempo regresarían. (Dt 28:41; 30:3.) Salomón previó la cautividad que vendría como resultado de la infidelidad, y pidió a Jehová que liberara a los cautivos si se arrepentían. (1Re 8:46-52; 2Cr 6:36-39; véanse también 2Cr 30:9; Esd 9:7.)
El trato que se daba a los cautivos variaba mucho según las circunstancias. Algunas veces se les permitía quedarse en su propia tierra con la condición de que pagaran tributos y no se rebelaran contra su nuevo dueño. (Gé 14:1-4; 2Sa 8:5, 6; 2Re 17:1-4.) En ocasiones se permitía que el monarca vencido siguiera gobernando como rey vasallo, o podía ser sustituido. (2Re 23:34; 24:1, 17.) A veces se daba muerte a un gran número de cautivos, como los 10.000 a quienes se despeñó para que ‘reventaran’. (2Cr 25:12.) Algunos conquistadores eran muy crueles y despiadados con los cautivos, llegando al extremo de colgarlos “de solamente la mano” (Lam 5:12), cortarles la nariz y las orejas (Eze 23:25), cegarlos con hierros candentes o sacarles los ojos con lanzas o dagas (Jue 16:21; 1Sa 11:2; Jer 52:11) y rajar “a las mujeres encintas” de una ciudad conquistada. (Am 1:13.) En algunas inscripciones se representa a los sádicos asirios, sobresalientes por su extrema crueldad, atando a los cautivos y despellejándolos vivos.
Se solía apartar a los cautivos para trabajos forzados (2Sa 12:29-31; 1Cr 20:3), llevarlos a la esclavitud o venderlos como bienes muebles. (1Sa 30:1, 2; 2Re 5:2; Isa 14:3, 4.) A menudo los conquistadores se deleitaban en atar a los cautivos juntos por el cuello o la cabeza (compárese con Isa 52:2), sujetarlos con grilletes (2Re 25:7) o conducirlos “desnudos y descalzos, y con las nalgas descubiertas”, para su humillación y vergüenza. (Isa 20:4.)
La liberación y el retorno de los cautivos judíos era el feliz tema de muchas profecías. (Isa 49:24, 25; Jer 29:14; 46:27; Eze 39:28; Os 6:11; Joe 3:1; Am 9:14; Sof 3:20.) El salmista también esperaba el tiempo en que ‘Jehová recogería a los cautivos de su pueblo’. (Sl 14:7; 53:6; 85:1; 126:1, 4.) Muchas de estas profecías se cumplieron en escala pequeña a partir del año 537 a.E.C., cuando un resto de los cautivos que estaban bajo la dominación del Imperio persa empezaron a volver a Jerusalén para reconstruir la ciudad y su gran templo. (Esd 2:1; 3:8; 8:35; Ne 1:2, 3; 7:6; 8:17.) Se predijo específicamente que ciertas naciones enemigas del pueblo de Jehová irían al cautiverio, como, por ejemplo, Babilonia (Isa 46:1, 2; Jer 50:1, 2), Egipto (Jer 43:11, 12; Eze 30:17, 18) y Moab. (Jer 48:46.)
Jesús se aplicó a sí mismo las palabras de Isaías 61:1, 2 como aquel a quien Jehová había enviado “para predicar una liberación a los cautivos y un recobro de vista a los ciegos”. (Lu 4:16-21.) El apóstol Pablo basa algunas de sus ilustraciones en la práctica antigua de los conquistadores de tomar cautivos. (Ef 4:8; 2Co 10:5.) En el último libro de la Biblia se establece el principio: “Si alguno está para cautiverio, se va en cautiverio”. (Apo 13:10.)
“Cautivado” Santiago 1:14 O: “capturado como por carnada”. Lit.: “siendo atraído por carnada”. Su objetivo es cautivar (literalmente “atraer y atrapar con cebo”, según el Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento exhaustivo, de Vine) a internautas incautos, a quienes ‘tratan de seducir’ (Proverbios 1:10). (g04 8/12 19)
Equivalente dado o recibido por servicios prestados, pérdida o daño. La palabra hebrea traducida “dar compensación” (scha·lém) está relacionada con scha·lóhm, que significa “paz” (Éx 21:36; 1Re 5:12), de modo que el verbo implica una restauración de la paz mediante pago o restitución. De acuerdo con la ley que Dios le dio a Israel a través de Moisés, había que dar compensación por cualquier daño o pérdida que se produjese en el campo de las relaciones humanas. Asimismo, se debía hacer compensación por el trabajo o los servicios prestados. Los jornaleros —israelitas o extranjeros— habían de recibir sus salarios en el mismo día. (Le 19:13; Dt 24:14, 15.)
Daños a personas. Aquel que dañase a su semejante en el transcurso de una riña tendría que hacer una compensación en función del tiempo que el herido pasase sin trabajar, hasta que hubiera sanado por completo. (Éx 21:18, 19.)
Si en el transcurso de una lucha entre hombres se le causaba algún daño a una mujer encinta o se le provocaba el parto por accidente, aunque sin consecuencias fatales, el hombre culpable tenía que pagar los daños fijados por el dueño de la mujer (si se hiciera una reclamación exagerada, los jueces decidirían la suma a pagar). (Éx 21:22.)
En el caso de que un toro tuviese la costumbre de acornear y se hubiese advertido a su dueño de este hecho, pero él no lo hubiese puesto bajo vigilancia, si el toro acorneaba mortalmente a un esclavo, el propietario del animal debía pagar al amo del esclavo una compensación de 30 siclos (66 dólares [E.U.A.]). Según los comentaristas judíos, esto aplicaba a los esclavos extranjeros, pero no a los hebreos. Si el toro acorneaba a una persona libre, el dueño debía morir. Ahora bien, se le podía imponer un rescate siempre y cuando a los ojos de los jueces las circunstancias y otros factores permitiesen una pena más indulgente. En tal caso, el dueño del toro tenía que pagar la cantidad que impusieran los jueces y sufría la pérdida del toro, pues se le lapidaba, y su carne no se podía comer. (Éx 21:28-32.) Esta ley aplicaría igualmente en el caso de otros animales que pudieran infligir heridas mortales.
Cuando un hombre seducía a una virgen que no estaba comprometida, tenía que tomarla por esposa. Aun si el padre rehusaba terminantemente dársela por esposa, el hombre debía pagarle al padre de ella el precio habitual de compra de una virgen (50 siclos; 110 dólares [E.U.A.]), debido a que su valor como novia había disminuido y ahora tenía que ser compensado. (Éx 22:16, 17; Dt 22:28, 29.)
En caso de calumnia. A un hombre que acusara falsamente a su esposa de haber alegado con engaño ser virgen al tiempo de la boda se le exigía que pagase al padre de ella el doble del precio de una virgen (2 × 50 siclos; 220 dólares [E.U.A.]), pues había acarreado mala fama a una virgen de Israel. (Dt 22:13-19.)
También se requería una forma de compensación en el caso de que un hombre acusara falsamente a su esposa de infidelidad. Si se probaba que la acusación era verdadera, la mujer perdía las facultades reproductivas y, en consecuencia, el privilegio de tener hijos; mientras que si se la hallaba inocente, se exigía que el esposo la dejara encinta. De ese modo a ella se la recompensaba con la bendición de tener un hijo. (Nú 5:11-15, 22, 28.)
En caso de hurto. La Ley disuadía de hurtar. Concerniente a un ladrón, decía: “Sin falta ha de dar compensación. Si no tiene nada, entonces él tiene que ser vendido por las cosas que haya hurtado. Si, inequívocamente, lo hurtado fuera hallado vivo en su mano, desde toro hasta asno y hasta oveja, ha de dar compensación doble”. Esto también aplicaba en los casos en los que se robaba dinero u otros objetos o animales. Si el ladrón había degollado el animal hurtado o lo había vendido, entonces tenía que hacer una compensación mayor: por un toro, cinco de la vacada, y por una oveja, cuatro del rebaño. (Éx 22:1, 3, 4, 7.) Esta ley protegía e indemnizaba a la víctima y hacía que el ladrón trabajase para pagar por su delito, en vez de quedarse sentado en una cárcel como una carga económica para la comunidad y dejar a la víctima sin compensación.
Daños y perjuicios contra la propiedad. Un hombre que mataba el animal de otra persona tenía que pagar por él. (Le 24:18, 21.) Cuando un toro mataba a otro, se vendía el vivo, y tanto su precio como el animal muerto se dividían equitativamente entre los dos dueños. Sin embargo, si se sabía que el toro era violento, el dueño compensaba al otro dándole un toro vivo y tomando el muerto, que, como es lógico, tenía mucho menos valor. (Éx 21:35, 36.)
En el caso de que un animal traspasase los límites del campo y paciese en campo ajeno, el dueño del animal habría de dar en compensación por el daño causado lo mejor de su campo o de su viña. Si alguien encendía un fuego que llegaba al campo de otra persona y causaba daño, el dueño de este campo tenía que recibir compensación completa por los daños recibidos. El juicio era más severo en el caso de que un animal causase daño debido a que los animales eran más fáciles de controlar que el fuego y porque el animal que pacía en otro campo estaba beneficiándose injustamente como un ladrón; por ello se requería una compensación superior a la cuantía del daño. (Éx 22:5, 6.)
Entrega de bienes a un depositario. Cuando se dejaban objetos o bienes a una persona para que los custodiase y durante este tiempo eran robados, el ladrón, caso de ser encontrado, tenía que hacer la compensación doble habitual. Cosas como dinero, objetos, etc., no requerían un cuidado especial, pero tenían que guardarse en un lugar seguro. Si lo que se dejaba era un animal doméstico, el que lo guardaba (el depositario) debía tener el mismo cuidado que si fuera de su propio rebaño. Por lo general, a estos depositarios se les pagaba por el alimento que necesitaban los animales y posiblemente por el trabajo adicional que esto suponía. Si un animal moría de muerte natural, lo despedazaba una fiera o lo robaba una partida merodeadora, el depositario estaba libre de culpa, pues no era responsable de la pérdida, pues lo mismo les habría podido suceder a sus animales. Si por el contrario el robo se producía por negligencia del depositario o este hubiera podido impedirlo, era responsable y tenía que hacer compensación. (Éx 22:7-13; véase Gé 31:38-42.)
Un hombre que pedía prestado un animal o un objeto a otra persona para su uso tenía que compensar cualquier daño que pudiera producirse. (Éx 22:14.) Si el dueño estaba con él, no se requería ninguna compensación, ya que el propietario tenía que vigilar su posesión. En el caso de que se dejase en alquiler, el dueño tenía que sufragar la pérdida, pues se suponía que había tomado en cuenta el riesgo al establecer el precio de alquiler. (Éx 22:15.)
¿Error o Fracaso?
Un conserje del Banco First Security en Boise, Idaho, en una ocasión, por error, puso en la basura una caja de ocho mil cheques que valían ochocientos cuarenta mil dólares. Esa noche, el operador del triturador de papeles con diligencia vació la caja de cheques en su máquina cortando así los cheques en pedacitos de papel de menos de un centímetro (1/4 pulgada). Luego vació los pedacitos en el contenedor de basura en la calle. A la mañana siguiente, cuando el supervisor se percató de lo que había pasado, quería llorar. La mayoría de los cheques habían sido cambiados en el banco y estaban esperando ser enviados a la casa de cobro. Su pérdida representaba la pesadilla de un contador ya que la mayoría de los cheques estaban aún sin registrar y como resultado, los banqueros no podían saber quién pagó qué a quién. ¿Qué hizo el supervisor? Ordenó que los pedacitos de papel fueran reconstruidos. Entonces, cincuenta empleados trabajaron en dos turnos, seis horas al día dentro de seis habitaciones, cambiando, combinando y pegando los pedazos como si fuera un rompecabezas, hasta que los ocho mil cheques fueran reconstruidos. Un error se convierte en un fracaso si se rehúsa corregirlo y equilibrar la balanza de la justicia compensando lo que falta. El verdadero fracaso no es el error cometido sino nuestra respuesta negativa a querer corregirlo. ¡Si cometes un error, trabaja en la solución para reponer lo que faltaba! Cuando esta fuera de nuestro alcance arreglar el error cometido, Jehová en su gran misericordia y bondad inmerecida, nos consuela y nos paga esa deuda por medio del sacrificio de su hijo Jesucristo (1Jn 2:1, 2; Pr 10:17; Mt 5:23, 24; 2Co 7:11; Heb 10:21, 22.) |
Cuando este término se usaba en Israel con relación a un castigo por violación de la Ley, era sinónimo de pena de muerte. Algunos eruditos rabínicos creen que tan solo suponía la expulsión de la congregación de Israel, aunque sus opiniones difieren de manera notable entre sí.
Sin embargo, una vez examinados los textos de las Escrituras que enumeran las ofensas por las que se prescribía este castigo, se puede llegar a la conclusión de que se refería a la pena capital, ejecutada bien por las autoridades de Israel o por Dios mismo. Los delitos por los que se prescribía el cortamiento eran de naturaleza muy grave y entre ellos se contaban la falta de respeto a Jehová (el Dios y Rey de Israel), la idolatría, el sacrificio de niños, el espiritismo, la profanación de cosas sagradas y algunas prácticas repugnantes, como el incesto, la bestialidad y la sodomía. En algunos casos se menciona específicamente la pena de muerte en relación con la ofensa castigada con el ‘cortamiento’. (Éx 31:14; Le 7:27; 18:6, 22, 23, 29; 20:3-6; 22:3, 4, 9; 23:28-30; Nú 4:15, 18, 20; 15:30, 31; véase también Éx 30:31-33, 38.)
Cuando el escritor de la carta a los Hebreos dijo: “Cualquiera que ha desatendido la ley de Moisés muere sin compasión, por el testimonio de dos o tres” (Heb 10:28), debió tener presente la declaración de Números 15:30: “El alma que haga algo deliberadamente, [...] esa alma tiene que ser cortada de entre su pueblo”. Al pronunciar el castigo que merecen las “cabras” simbólicas, Jesús usó la siguiente expresión a fin de contrastar la vida con la muerte: “Estos partirán al cortamiento eterno [gr. kó·la·sin; literalmente, “poda; escamonda”], pero los justos a la vida eterna”. (Mt 25:46.)
En sus tratos con la nación de Israel, Jehová Dios decretó que ciertas cosas, personas e incluso ciudades enteras estuvieran bajo proscripción sagrada, de modo que no podían recibir ningún uso común o profano. Koehler y Baumgartner definen jé·rem como “cosa o persona dada por entero (a la destrucción o uso sagrado, y, por lo tanto, excluida de uso profano)”, y la forma causativa del verbo ja·rám, como “desterrar (por proscripción [...], excluir de la sociedad y la vida, dar por entero a la destrucción)”. (Lexicon in Veteris Testamenti Libros, Leiden, 1958, pág. 334.) Lo que se daba por entero en cierto sentido se convertía en “tabú” para los israelitas. La palabra árabe afín ha mantenido un significado similar hasta nuestros días. Los musulmanes consideran haram el territorio sagrado de La Meca y Medina, y desde tiempos primitivos el harim de un jeque ha sido terreno prohibido para cualquiera que no fuera el amo del harén o sus eunucos.
La proscripción sagrada figura por primera vez en la Ley dada a Israel. En Éxodo 22:20 leemos: “El que haga sacrificios a dios alguno, aparte de solo a Jehová, ha de ser dado por entero a la destrucción [una forma de ja·rám]”. Este decreto se aplicó imparcialmente a los mismos israelitas, como cuando se dio muerte a 24.000 de ellos en Sitim por haber sucumbido a la idolatría. (Nú 25:1-9.) La posesión de algo dado por entero a la destrucción podía hacer objeto de tal proscripción también a quien lo poseía. Por eso, Dios dio a los israelitas la siguiente advertencia en cuanto a las imágenes religiosas de las naciones de Canaán: “No debes introducir una cosa [imagen] detestable en tu casa y realmente llegar a ser una cosa dada por entero a la destrucción [jé·rem] como ella. Debes tenerle asco en sumo grado y detestarla absolutamente, por ser cosa dada por entero a la destrucción”. (Dt 7:25, 26.)
La proscripción sagrada no siempre significaba destrucción. Algunos artículos, animales e incluso campos podían darse por entero a Jehová, y así se convertían en objetos santos para uso sagrado del sacerdocio o para el servicio del templo. No obstante, las personas que llegaban a estar bajo proscripción sagrada tenían que morir sin falta. Nada dado por entero podía ser redimido a ningún precio, lo que constituía la principal diferencia entre lo que se daba por entero y lo que se santificaba. (Le 27:21, 28, 29; compárese con los vss. 19, 27, 30, 31; Nú 18:14; Jos 6:18, 19, 24; Eze 44:29; Esd 10:8.)
Cananeos. Fue durante la conquista de Canaán cuando la proscripción sagrada alcanzó su mayor importancia. Cuando el rey cananeo Arad atacó a Israel en el Négueb, antes de que la nación entrara definitivamente en la tierra, Jehová aprobó el voto israelita de dar por entero a la destrucción a las ciudades de su reino. (Nú 21:1-3.) Después atacaron a Israel los reinos de Sehón y Og, al E. del Jordán, y también llegaron a estar bajo proscripción, lo que resultó en la aniquilación de todos los habitantes de sus ciudades; lo único que se conservó fueron los animales y algún despojo. (Dt 2:31-35; 3:1-7.) Más tarde, justo antes de que los israelitas cruzaran el Jordán, Jehová volvió a recalcar en las llanuras de Moab la importancia vital de practicar la adoración verdadera y evitar todas las influencias corruptoras. Decretó que siete naciones de la Tierra Prometida tenían que estar bajo proscripción y que los israelitas debían dar por entero a la destrucción a sus poblaciones idólatras, actuando de este modo como Sus ejecutores. (Dt 7:1-6, 16, 22-26.) Solo a las ciudades lejanas que no pertenecían a estas naciones se les daba la oportunidad de buscar la paz; pero las naciones que Dios designaba como dadas por entero a la destrucción tenían que ser aniquiladas, “a fin de que estos no les enseñen a hacer conforme a todas sus cosas detestables, que ellos han hecho a sus dioses, y ustedes realmente pequen contra Jehová su Dios”. (Dt 20:10-18.) El que se dejara a alguien con vida llevaría inevitablemente a que su religión falsa infectara y contaminara a Israel. Su exterminio podía servir para conservar la vida de los israelitas y, más importante aún, mantendría la pureza de la adoración al Soberano Universal, Jehová Dios. La misma proscripción debía aplicar a cualquier familiar apóstata o a los futuros habitantes de cualquiera de las ciudades israelitas que se establecieran en la Tierra Prometida. (Dt 13:6-17.)
Al O. del Jordán, Jericó fue la primera ciudad dada por entero a la destrucción, y no quedó nada de ella, excepto los artículos de metal para uso del tabernáculo. A Rahab y a su familia se les excluyó de la proscripción debido a su fe. A pesar de la enfática advertencia de Josué de que la no observancia de la proscripción podía resultar en que toda la nación fuera dada por entero a la destrucción, Acán tomó algunos de los artículos proscritos y así se hizo a sí mismo “una cosa dada por entero a la destrucción”. Solo su muerte evitó que toda la nación llegara a estar bajo la misma proscripción. (Jos 6:17-19; 7:10-15, 24-26.)
Gabaonitas. Después se dio por entero a la destrucción a numerosas ciudades. (Jos 8:26, 27; 10:28-42; 11:11, 12.) El registro dice acerca de estas: “Resultó que no hubo ciudad que hiciera la paz con los hijos de Israel, salvo los heveos que habitaban en Gabaón. Todas las demás las tomaron por guerra. Pues resultó ser el proceder de Jehová dejar que se les pusiera terco el corazón, para que declararan guerra contra Israel, a fin de que él los diera por entero a la destrucción, para que no llegaran a recibir consideración favorable, sino para que los aniquilara, tal como Jehová había mandado a Moisés”. (Jos 11:19, 20.)
Fracaso asirio. El rey asirio Senaquerib se jactó de que ningún dios había podido salvar a las naciones que sus antepasados habían dado por entero a la destrucción. (2Cr 32:14.) Sin embargo, los dioses falsos asirios no fueron capaces de hacer efectiva tal proscripción sobre Jerusalén, y el Dios verdadero Jehová puso de relieve la impotencia de Senaquerib para cumplir su amenaza. No obstante, con el tiempo la misma tierra de Judá llegó a ser una tierra dada por entero a la destrucción y fue devastada por Nabucodonosor, debido a la tozudez y rebelión de sus habitantes. (Jer 25:1-11; Isa 43:28.) Después a Babilonia misma se la dio por entero a la destrucción en el sentido más amplio de la expresión. (Jer 50:21-27; 51:1-3; compárese con Apo 18:2-8.)
Otra mención. Cuando Israel se estableció en la tierra, los israelitas que residían en Jabés-galaad llegaron a estar bajo proscripción por no apoyar una acción unida contra la tribu de Benjamín en castigo por su iniquidad. (Jue 21:8-12.) El rey Saúl no cumplió a cabalidad la proscripción sobre Amaleq y su rey, so pretexto de que lo conservado había de ofrecerse en sacrificio a Jehová. Se le dijo que “el obedecer [era] mejor que un sacrificio” y que se daría la gobernación a otra persona. (1Sa 15:1-23.) El rey Acab fue culpable de una acción similar con respecto al rey sirio Ben-hadad II. (1Re 20:42.) Los ammonitas y los moabitas dieron por entero a la destrucción a los habitantes del monte Seír. (2Cr 20:22, 23.)
Las proscripciones sagradas figuran también en varias profecías. Malaquías 4:5, 6 predice la obra de “Elías el profeta antes de la venida del día de Jehová, grande e inspirador de temor”, para que Jehová “no venga y realmente hiera la tierra con un darla por entero a la destrucción”. Debido al final severo de esta profecía, los judíos acostumbran repetir la lectura del Malaquías 4:5, que tiene un tono feliz. Repeticiones similares se han hecho al final de otros libros, tales como Eclesiastés, Isaías y Lamentaciones. (Compárese con Mt 24:21, 22.) Daniel 11:44 describe al simbólico “rey del norte” saliendo con gran furia “para aniquilar y dar por entero a muchos a la destrucción”. Se dice que Jehová da por entero a “todas las naciones” a la destrucción debido a Su indignación. (Isa 34:2; compárese con Apo 19:15-21.) Por una proscripción, la triunfante “hija de Sión” da la ganancia injusta y los recursos de los pueblos enemigos por entero al “Señor verdadero de toda la tierra”. (Miq 4:13.) Se predijo que una vez que Jerusalén fuera liberada de todos sus enemigos, sería habitada de nuevo y que ‘no ocurriría más proscripción para destrucción’. (Zac 14:11; compárese con Apo 22:3.)
Todos estos textos dan fe de la declaración divina de Deuteronomio 7:9, 10: “Y bien sabes tú que Jehová tu Dios es el Dios verdadero, el Dios fiel, que guarda pacto y bondad amorosa en el caso de los que lo aman y de los que guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones, pero que paga en su cara al que lo odia, y lo destruye. No titubeará para con aquel que lo odia; le pagará en su cara”. El hijo de Dios, que dio su vida en rescate, dijo: “El que ejerce fe en el Hijo tiene vida eterna; el que desobedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él”. (Jn 3:36.) Las “cabras” malditas de la parábola profética de Mateo 25:31-46 son sin duda las personas sobre quienes permanece la ira de Dios y que, por lo tanto, son dadas por entero a destrucción eterna.
En la Versión de los Setenta la palabra jé·rem suele traducirse por el término griego a·ná·the·ma. (Véanse MALDICIÓN; VOTO.)
Asunto que se tramita ante un tribunal judicial; audiencia o juicio. El principal verbo hebreo que tiene que ver con causas judiciales es riv, que significa “reñir; contender; conducir una causa judicial”. (Gé 26:20; Dt 33:8; Pr 25:8.) La forma sustantiva se traduce “controversia; disputa; litigio; causa judicial”. (Éx 23:2; Dt 25:1; Sl 35:23; Isa 34:8.) La palabra hebrea din (juicio) a veces se traduce “causa judicial; reclamación legal; litigio”. (Job 35:14; Sl 140:12; Pr 22:10.) Entre los siervos de Dios, el propósito principal de las causas judiciales era satisfacer los requisitos divinos y, en segundo lugar, hacer justicia a la persona o personas implicadas. Dios se interesaba personalmente hasta en las ofensas entre seres humanos, como lo muestran las palabras que Moisés dirigió a los jueces israelitas y que se registran en Deuteronomio 1:16, 17.
En el jardín de Edén se celebró una causa judicial para poner al descubierto los hechos y las implicaciones de aquel caso, hacerlas de conocimiento público y también sentenciar a los ofensores. Jehová llamó a Adán y Eva ante su presencia para interrogarlos. Aunque sabía todas las cosas, celebró una audiencia, aclaró las acusaciones, puso al descubierto los hechos por medio de preguntas y les permitió expresarse en defensa propia. Los ofensores confesaron. A continuación Jehová tomó su decisión y aplicó la ley con justicia y bondad inmerecida, a la vez que mostró misericordia a la prole futura de Adán y Eva retrasando cierto tiempo la ejecución de la sentencia de muerte dictada contra ellos. (Gé 3:6-19.)
Jehová Dios, el Juez Supremo, fijó así el modelo para todos los procesos jurídicos que habrían de efectuarse en su pueblo. (Gé 3:1-24.) Las causas judiciales que se celebraban según las regulaciones de Dios tenían el propósito de conocer y discutir los hechos para hacer justicia, justicia que, de ser posible, se templaba con misericordia. (Dt 16:20; Pr 28:13; compárese con Mt 5:7; Snt 2:13.) Con todo este procedimiento se pretendía mantener a la nación de Israel libre de contaminación y también contribuía al bienestar individual de los israelitas, así como de los residentes forasteros y pobladores que hubiese entre ellos. (Le 19:33, 34; Nú 15:15, 16; Dt 1:16, 17.) La Ley dada a la nación indicaba el procedimiento que debía seguirse en las causas civiles y también en los casos de infracción o delito (como los cometidos contra Dios y el Estado), malos entendidos, riñas personales y problemas a nivel individual, familiar, tribal y nacional.
Procedimiento. Si los casos en disputa eran de naturaleza personal, se animaba a las partes interesadas a evitar riñas y solventar los asuntos en privado (Pr 17:14; 25:8, 9), pero si no eran capaces de llegar a un acuerdo, se les permitía acudir a los jueces. (Mt 5:25.) Jesús dio un consejo a sus discípulos que iba en esta misma línea. (Mt 18:15-17.) No había ningún procedimiento formal o complicado para encargarse de las causas judiciales ni antes de Moisés ni bajo la Ley (aunque después de la formación del Sanedrín empezaron a introducirse algunos formalismos), pero los casos se llevaban a cabo de una manera racional y ordenada. Para que la justicia pudiera administrarse a todos, los tribunales estaban abiertos a las mujeres, a los esclavos y a los residentes forasteros. (Job 31:13, 14; Nú 27:1-5; Le 24:22.) El acusado estaba presente cuando se presentaba testimonio contra él y se le permitía defenderse. Ni en los tribunales patriarcales ni en los israelitas había un equivalente al fiscal moderno; tampoco era necesario un abogado defensor. Los procesos en los tribunales se efectuaban sin coste alguno para los litigantes.
Las cuestiones de naturaleza civil o criminal se presentaban ante los jueces. Se llamaba a las dos partes, se reunían testigos y se celebraba la audiencia, por lo general en un lugar público, normalmente en las puertas de la ciudad. (Dt 21:19; Rut 4:1.) Los jueces interrogaban a los litigantes y examinaban las pruebas y el testimonio presentados. A menos que no hubiese suficientes pruebas o que el asunto fuese demasiado difícil, en cuyo caso lo remitían a un tribunal superior, los jueces pronunciaban el veredicto sin demora. Las sentencias, hasta cuando se trataba de flagelación o pena de muerte, se llevaban a cabo de inmediato. La Ley no disponía que se encerrase a nadie en prisión. Solo se mantenía a alguien bajo custodia en los casos en que se tenía que consultar a Jehová para tomar una decisión. (Le 24:12; véanse DELITO Y CASTIGO; TRIBUNAL JUDICIAL.)
La culpabilidad siempre se sancionaba; no había excepciones. Tampoco podía ser sobreseída. Según lo que la Ley exigiese, se administraba el castigo o se hacía compensación. Luego, el culpable tenía que presentar una ofrenda en el santuario para hacer las paces con Dios. Estos sacrificios de expiación eran obligatorios siempre que alguien pecaba. (Le 5:1-19.) Hasta los pecados involuntarios conllevaban culpa y exigían que se hiciesen ofrendas para expiación. (Le 4:1-35.) Cuando alguien que cometía delitos del tipo de engaño, fraude o extorsión se arrepentía voluntariamente y confesaba, tenía que hacer compensación y también presentar una ofrenda por la culpa. (Le 6:1-7.)
Pruebas. Si una persona era testigo de apostasía, sedición, asesinato —que contaminaba la tierra— u otros delitos graves, tenía la obligación de informarlo y de testificar lo que sabía; de lo contrario, estaría sujeta a la maldición divina, que se proclamaría públicamente. (Le 5:1; Dt 13:8; compárese con Pr 29:24; Est 6:2.) Sin embargo, para establecer un asunto no bastaba con un testigo, sino que se requerían dos o más. (Nú 35:30; Dt 17:6; 19:15; compárese con Jn 8:17, 18; 1Ti 5:19; Heb 10:28.) La Ley ordenaba que los testigos hablasen la verdad (Éx 20:16; 23:7), y en algunos casos se les ponía bajo juramento (Mt 26:63), en especial cuando aquel en quien recaían las sospechas era a su vez el único testigo. (Éx 22:10, 11.) Como se pensaba que cuando se estaba en una causa judicial ante los jueces o en el santuario, era como si se estuviera en pie delante de Jehová, los testigos tenían que reconocer que eran responsables ante Dios. (Éx 22:8; Dt 1:17; 19:17.) Un testigo no debía aceptar soborno ni dejarse persuadir por ningún inicuo para mentir o tramar violencia. (Éx 23:1, 8.) Ni la presión de la muchedumbre ni la riqueza o la pobreza de los implicados en el caso tenía que influir en su testimonio. (Éx 23:2, 3.) Nada debería retenerle de testificar contra un violador inicuo de la Ley, como un apóstata o un rebelde, ni siquiera los vínculos familiares. (Dt 13:6-11; 21:18-21; Zac 13:3.)
El testigo que resultaba ser falso recibía el castigo que se hubiera impuesto a la persona acusada en caso de haberla hallado culpable. (Dt 19:17-21.) A los testigos de todas las sentencias capitales se les obligaba a arrojar la primera piedra en la ejecución del convicto. De modo que tenían la obligación legal de demostrar su celo por la adoración limpia y verdadera y por eliminar lo que era malo de Israel. Ese requisito también servía para disuadirles de dar falso testimonio. Solo una persona muy cruel sería capaz de levantar una falsa acusación, sabiendo que luego tendría que ser el primero en dar comienzo a la ejecución del acusado. (Dt 17:7.)
Pruebas materiales y circunstanciales. Cuando una fiera mataba a un animal encomendado al cuidado de alguien, la persona responsable tenía que presentar como prueba el cuerpo despedazado del animal para quedar exonerada de responsabilidad. (Éx 22:10-13.) Si un esposo acusaba a su mujer de haber alegado falsamente ser virgen cuando se casó, el padre de la muchacha podía llevar el manto del lecho matrimonial como prueba de su virginidad y presentarlo ante los jueces con el fin de librarla de la acusación. (Dt 22:13-21.) Bajo la ley patriarcal, en algunos casos también se aceptaban las pruebas materiales. (Gé 38:24-26.) Otras pruebas a las que se daba consideración eran las circunstanciales. Por ejemplo, si se atacaba a una muchacha comprometida en la ciudad, el que no gritase se consideraba una prueba de que se había sometido voluntariamente y se la juzgaba culpable. (Dt 22:23-27.)
Adulterio secreto. Si un hombre sospechaba que su esposa había cometido adulterio, pero no tenía testigos presenciales y ella no lo confesaba, podía llevarla delante del sacerdote para que Jehová la juzgara, puesto que Él había visto y conocía todos los hechos. No se trataba de ordalías. En el procedimiento mismo no había nada que perjudicara a la mujer o que hiciera manifiesta su inocencia o culpabilidad, sino que era Jehová quien la juzgaba y daba a conocer su veredicto. Si era inocente, no le ocurría nada, y su esposo tenía que ponerla encinta. Si era culpable, sus órganos reproductivos quedaban afectados y no podía tener hijos. En caso de que hubiera los dos testigos que requería la Ley, el asunto no se llevaba ante Jehová de este modo, sino que los jueces la juzgaban culpable y se la lapidaba. (Nú 5:11-31.)
Documentos. Se utilizaban registros o documentos de varias clases. Un esposo que despedía a su esposa estaba obligado a darle un certificado de divorcio. (Dt 24:1; Jer 3:8; compárese con Isa 50:1.) Había registros genealógicos, como se observa en Primero de las Crónicas. También se hace mención de escrituras que registraban la venta de bienes raíces. (Jer 32:9-11.) Desde el principio de la historia humana existieron anales históricos (Gé 5:1; 6:9) y se escribieron muchas cartas, algunas de las cuales puede que se conservasen y figurasen en ciertas causas judiciales. (2Sa 11:14; 1Re 21:8-14; 2Re 10:1; Ne 2:7.)
El juicio de Jesús. La peor parodia que jamás se ha hecho de la justicia fue el juicio de Jesucristo y la sentencia que se dictó contra él. Antes de su juicio, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se habían confabulado para darle muerte. De manera que los jueces ya estaban predispuestos y habían decidido el veredicto aun antes de que tuviese lugar el juicio. (Mt 26:3, 4.) Luego sobornaron a Judas para que traicionase a Jesús. (Lu 22:2-6.) Debido a la improcedencia de sus acciones, no le arrestaron en el templo a plena luz del día, sino que esperaron el amparo de la noche, y entonces enviaron una muchedumbre armada con garrotes y espadas para arrestarle en un lugar solitario fuera de la ciudad. (Lu 22:52, 53.)
Primero se llevó a Jesús a la casa de Anás, el antiguo sumo sacerdote, que todavía tenía gran autoridad, aunque en aquel entonces el sumo sacerdote era su yerno Caifás. (Jn 18:13.) Allí lo interrogaron y abofetearon. (Jn 18:22.) Después lo llevaron atado a la presencia del sumo sacerdote Caifás. Los principales sacerdotes y todo el Sanedrín buscaron testigos falsos. Se presentaron muchos para hablar contra Jesús, pero no se podían poner de acuerdo en su testimonio; solo lo hicieron dos, que tergiversaron las palabras de Jesús registradas en Juan 2:19. (Mt 26:59-61; Mr 14:56-59.) Por fin, el sumo sacerdote puso bajo juramento a Jesús y le preguntó si era el Cristo, el Hijo de Dios. Cuando Jesús respondió afirmativamente y aludió a la profecía de Daniel 7:13, el sumo sacerdote rasgó sus prendas de vestir y pidió al tribunal que lo declarase culpable de blasfemia. Este fue el veredicto, y se le sentenció a muerte. Después de esto le escupieron en el rostro, le dieron puñetazos y lo desafiaron con escarnio, lo que constituyó una violación de la Ley. (Mt 26:57-68; Lu 22:66-71; compárese con Dt 25:1, 2; Jn 7:51 y Hch 23:3.)
Después de este juicio nocturno ilegal, el Sanedrín se reunió muy de mañana para confirmar su veredicto y ‘consultar entre sí’. (Mr 15:1.) Entonces llevaron a Jesús, atado de nuevo, al palacio del gobernador, a Pilato, pues decían: “A nosotros no nos es lícito matar a nadie”. (Jn 18:31.) Allí se le acusó de prohibir pagar los impuestos a César y de decir que era Cristo, un rey. La blasfemia contra el Dios de los judíos no hubiera sido una acusación muy seria a los ojos de los romanos, pero la sedición sí. Después de intentar en vano que Jesús testificara contra sí mismo, Pilato les dijo a los judíos que no lo hallaba culpable de ningún delito. Sin embargo, cuando descubrió que era galileo, lo envió a Herodes, que tenía la jurisdicción sobre Galilea. Herodes interrogó a Jesús, esperando verle realizar alguna señal, pero Jesús rehusó. Entonces Herodes lo deshonró, burlándose de él, y lo envió de nuevo a Pilato. (Lu 23:1-11.)
Pilato intentó libertar a Jesús basándose en una costumbre de aquel tiempo, pero los judíos rehusaron y en su lugar pidieron la liberación de un sedicioso y asesino. (Jn 18:38-40.) A continuación, Pilato hizo flagelar a Jesús y los soldados lo maltrataron de nuevo. Después de eso Pilato le sacó afuera e intentó conseguir su liberación, pero los judíos insistieron: “¡Al madero! ¡Al madero con él!”, de manera que por fin dio la orden de que lo fijasen en un madero. (Mt 27:15-26; Lu 23:13-25; Jn 19:1-16.)
¿Qué leyes de Dios violaron los sacerdotes judíos en el proceso contra Jesús? Algunas de las leyes que los judíos violaron descaradamente en el juicio de Cristo son las siguientes: soborno (Dt 16:19; 27:25); conspiración y perversión del juicio y la justicia (Éx 23:1, 2, 6, 7; Le 19:15, 35); falso testimonio, con la connivencia de los jueces (Éx 20:16); la puesta en libertad de un asesino (Barrabás), con lo que trajeron sobre sí y sobre la tierra culpabilidad por derramamiento de sangre (Nú 35:31-34; Dt 19:11-13); formación de una chusma, o ‘seguir tras la muchedumbre para efectuar el mal’ (Éx 23:2, 3); la ley que prohibía seguir los estatutos de otras naciones, pues clamaron que a Jesús se le fijase en un madero, y también la que estipulaba que a un criminal se le tenía que apedrear o dar muerte antes de ser fijado en un madero, y no torturado hasta morir (Le 18:3-5; Dt 21:22); aceptar como rey a un pagano (César) que no era de su propia nación, rechazando al Rey que Dios había escogido (Dt 17:14, 15), y, finalmente, fueron culpables de asesinato. (Éx 20:13.)
“Apariencias”
Una pareja joven tenía varios años de casados y nunca pudieron tener hijos. Para no sentirse solos, compraron un cachorro pastor alemán y lo amaron como si fuera su propio hijo. El cachorro creció hasta convertirse en un grande y hermoso pastor alemán. Siempre fue muy fiel, quería y defendía a sus dueños contra cualquier peligro. Después de siete años de tener al perro, la pareja logro tener el hijo tan ansiado. Estaban muy contentos con su nuevo hijo y disminuyeron las atenciones que tenían con el perro. Este se sintió relegado y comenzó a sentir celos del bebe y ya no era el perro cariñoso y fiel que tuvieron durante siete años. Un día la pareja dejo al bebe plácidamente durmiendo en la cuna y fueron a la terraza a preparar una carne asada. Cual fue su sorpresa cuando se dirigían al cuarto del bebe y ven al perro en el pasillo con la boca ensangrentada, moviéndoles la cola. El dueño del perro pensó lo peor, saco un arma y mato en el acto al perro, acto seguido, corre al cuarto del bebe y encuentra para su sorpresa una gran serpiente degollada, al lado de la cuna del bebe, entonces el dueño se da cuenta de lo que acaba de hacer, había matado a su fiel perro equivocadamente! ¿Cuantas veces no hemos juzgado apresurada e injustamente por meras apariencias? Lo que es peor, juzgamos y condenamos sin investigar a que se debe su comportamiento, cuales son sus pensamientos y sentimientos. Muchas veces las cosas no son tan malas como parecen, sino todo lo contrario.
La próxima vez que nos sintamos tentados a juzgar y condenar a alguien recordemos la historia del perro fiel, así aprenderemos a no levantar falsos contra una persona hasta el punto de dañar su imagen injustamente |
“Juzga-té”
A veces pensamos tener derecho para juzgar a alguien, y como Dios nos ha dado relativa libertad no parece suceder nada cuando lo hacemos. No obstante, es curioso que Jehová con éste acto, nos está dando la oportunidad de juzgarnos a nosotros mismos (Mateo 7:2; 18:23-35; Snt 2:13)
No se trata de cómo juzgamos a alguien allegado o familiar, sino a alguien que no es de nuestro agrado, hay es donde se ve las cualidades que tenemos en el corazón que es donde se escribe nuestra sentencia y destino.
Aunque la misericordia y el amor son un requisito de todo cristiano al tratar con todos, no por eso nos garantizamos el perdón de parte de Jehová, pues no es la única medida que Jehová usará en nuestro propio juicio, aún si cumplimos el primer requisito y somos misericordiosos y perdonadores con otros, Jehová evaluará nuestros motivos individualmente y siempre será por su bondad inmerecida el perdón que Jehová nos otorgue ★Delito y castigo - [¿Cuál es tu condena?]
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La palabra hebrea para sangre (dam; plural, da·mím) a veces se refiere a la culpa en que se incurre por el derramamiento de sangre inocente, por lo que se traduce “culpa de sangre”. (Éx 22:2, nota; 1Re 2:37, nota.)
Las “manos que derraman sangre inocente” han sido una de las cosas que más ha detestado Jehová desde que la sangre del justo Abel clamó a Él desde el suelo. (Pr 6:16, 17; Gé 4:10; Sl 5:6.) Desde tiempos primitivos, los hombres también han sido conscientes de la santidad de la sangre; cuando Noé y su familia salieron del arca, se les informó de las terribles consecuencias que sufrirían los que fueran culpables de derramar sangre inocente. (Gé 9:6; 37:21, 22; 42:22.)
Al debido tiempo se promulgaron leyes que detallaban los crímenes que merecían la muerte, de modo que cualquiera podía evitar la culpa de sangre. También se promulgó legislación preventiva para proteger al pueblo de derramar sangre inocente. Tenían que colocarse pretiles en los terrados de las casas con el fin de evitar que alguien pudiera caerse. (Dt 22:8.) El propietario de un toro debía adoptar medidas para que este no acorneara a nadie. (Éx 21:29.) Si se mataba a un ladrón cuando intentaba penetrar en una casa de noche, no existía culpa de sangre, pero era distinto si se le daba muerte de día. (Éx 22:2, 3.) Se crearon ciudades de refugio con el propósito de proteger al homicida involuntario del vengador de la sangre. (Nú 35:25; Dt 19:9, 10; Jos 20:2, 3; véase VENGADOR DE LA SANGRE.) Si Ezequiel no cumplía con su deber de atalaya en favor de Israel, la sangre del pueblo estaría sobre él. (Eze 3:18, 20; 33:6, 8.) Teniendo esto presente, entendemos qué quiso decir el apóstol Pablo cuando comentó que no tenía culpa de sangre. (Hch 18:6; 20:26.)
La Biblia habla tanto de los que no fueron culpables de derramamiento de sangre como de los que sí lo fueron, en este último caso para que sirvan de ejemplos amonestadores. Por ejemplo, en una ocasión Saúl no llegó a ser culpable de sangre porque se retuvo de matar a David, pero más tarde acarreó culpa de sangre sobre toda su casa cuando tontamente mató a algunos gabaonitas. (1Sa 19:5, 6; 2Sa 21:1.) También hubo otros que de alguna manera fueron culpables de sangre. (Jue 9:24; 2Sa 1:16; 4:6-12.) David, por otra parte, no incurrió en esta culpa porque siguió la advertencia de Jehová transmitida mediante Abigail. (1Sa 25:24-26, 31, 33.) La ciudad de Jerusalén fue destruida en 607 a.E.C. debido a su grave culpa de sangre. (Eze 22:2-4; 23:37, 45.) Los líderes religiosos falsos del día de Jeremías no pudieron negar su culpa de sangre, como tampoco los del tiempo de Jesús, pues en ambos casos la sangre de los siervos fieles de Jehová había teñido de rojo sus faldas. (Jer 2:34; Mt 23:35, 36; 27:24, 25; Lu 11:50, 51.) La gran “ramera” Babilonia la Grande tiene tanta culpa de sangre, que se dice que está borracha con la sangre del pueblo de Jehová. (Apo 17:5, 6; 18:24.)
No cabe duda de que tales personas culpables de derramar sangre inocente no merecen vivir la mitad de su vida, como dijo David. (Sl 55:23.) Al igual que este rey, toda persona debería orar que Jehová lo librara de culpa de sangre y de los que son culpables de sangre. (Sl 51:14; 59:2; 139:19.) Como se predijo en la profecía de Revelación, pronto llegará el tiempo en que un fuerte canto de alabanza ascenderá a Jehová debido a que se habrá aniquilado a los últimos elementos de Babilonia la Grande y se habrá vengado toda la sangre inocente. (Apo 19:1, 2.)
Las Escrituras Griegas Cristianas especifican de qué tres maneras podría hacerse culpable de sangre delante de Dios un cristiano: 1) derramando sangre, asesinando, lo que incluiría a los que apoyan activa o pasivamente las actividades de organizaciones culpables de sangre (como Babilonia la Grande [Apo 17:6; 18:2, 4] u otras organizaciones que han derramado mucha sangre inocente [Apo 16:5, 6; compárese con Isa 26:20, 21]); 2) comiendo o bebiendo sangre de cualquier modo (Hch 15:20), y 3) no predicando las buenas nuevas del Reino, lo que supone retener la información salvavidas que contienen. (Hch 18:6; 20:26, 27; compárese con Eze 33:6-8.)
Pena capital no prescrita en la ley mosaica. La mayoría de las naciones emplearon esta manera de ajusticiar. Cuando en Israel se efectuaba una decapitación, por lo general se hacía después que a la persona se le había dado muerte, y el propósito era llamar la atención del público a su comportamiento ignominioso, para que sirviese de repulsa, de comunicación pública del juicio o de advertencia.
Se dice que Faraón ‘alzó la cabeza de sobre’ su panadero, lo que parece indicar que lo hizo decapitar. (Gé 40:19.) Después que David derribó a Goliat valiéndose de su honda, asió la espada del gigante y “le dio muerte cuando con ella le cortó la cabeza” en presencia de los ejércitos israelita y filisteo. Como resultado, el pánico se apoderó de las fuerzas militares filisteas, que sufrieron una aparatosa derrota. (1Sa 17:51, 52.) Después de la muerte de Saúl, los filisteos le cortaron la cabeza y colgaron su cuerpo junto al de sus hijos en el muro de la ciudad de Bet-san. (1Sa 31:9, 12.) El hijo de Saúl, Is-bóset, fue asesinado por dos maleantes, Recab y Baanah, que, después de matarle, le cortaron la cabeza y se la llevaron a David creyendo que así se ganarían su favor, pero David hizo que fuesen ejecutados. (2Sa 4:5-12.) Los habitantes de la ciudad de Abel de Bet-maacá atendieron el consejo de una mujer sabia y, con el fin de salvar la ciudad, decapitaron a Seba, el hijo de Bicrí, y arrojaron su cabeza por encima del muro para entregársela a Joab. Sin embargo, no se dice si le habían dado muerte antes de decapitarlo. (2Sa 20:15, 21, 22.) Por instrucción de Jehú, los ancianos y los hombres prominentes de Samaria mataron a los 70 hijos de Acab, los decapitaron y enviaron sus cabezas en cestas a la ciudad de Jezreel, donde las pusieron en dos montones en la puerta de entrada, todo lo cual dio prueba del cumplimiento del juicio de Jehová que Elías había pronunciado. (2Re 10:6-10; 1Re 21:20-22.)
La Biblia también menciona que Herodes Antipas hizo decapitar en prisión a Juan el Bautista por petición de su hija Herodías. (Mt 14:8-11; Mr 6:24-28; Lu 9:9.) Finalmente, Juan vio en una visión “las almas de los que fueron ejecutados con hacha por el testimonio que dieron de Jesús y por hablar acerca de Dios”. (Apo 20:4; véase DELITO Y CASTIGO.)
Juicios pronunciados por una o más personas que ocupan una posición de autoridad. (2Sa 8:15; 1Re 3:16-28; 10:9; 2Re 25:6; 2Cr 19:8-10.) Por ser Jehová Dios Juez, Legislador y Rey (Isa 33:22), le dio a la nación de Israel un extenso código de leyes. Sus decisiones sobre cuestiones legales suministraron pautas para decidir cuestiones personales, así como aspectos internos y externos de la nación. (Véanse CAUSA JUDICIAL; LEY; TRIBUNAL JUDICIAL.)
Muchas de estas decisiones judiciales se le dieron a la nación de Israel en el monte Sinaí. (Ne 9:13.) No obstante, algunas situaciones exigían una decisión judicial en particular. Por ejemplo, en el caso de Zelofehad, de la tribu de Manasés, al que únicamente le sobrevivieron hijas, surgió la cuestión de si a ellas les correspondería una herencia. Jehová pronunció una decisión que resolvió esta causa y que después sirvió de precedente legal para tratar situaciones semejantes. (Nú 27:1-11; 36:1-12; véase también Le 24:10-16.) De manera similar, una decisión judicial que tomó David en cuanto a la distribución del botín de guerra sentó precedente. (1Sa 30:23-25.)
Al estipular que ciertas acciones sumamente nocivas, aunque comunes, eran merecedoras de la pena capital, las decisiones judiciales divinas sobresalieron de modo singular entre las leyes de las naciones contemporáneas. Los pueblos vecinos practicaban la bestialidad, la sodomía, el incesto y otras formas de degradación que eran nocivas mental, física y espiritualmente. (Le 18:6-30; 20:10-23.) Por consiguiente, de haberlas obedecido, las decisiones judiciales de Jehová habrían colocado a la nación de Israel en un nivel muy superior. Con la bendición de Jehová, si Israel se apegaba a Sus mandamientos, recibiría beneficios tangibles, lo que haría que otras naciones dijeran: “Esta gran nación sin duda es un pueblo sabio y entendido”. (Dt 4:4-6.) Ya que estas decisiones judiciales eran en realidad una bendición para Israel (Le 25:18, 19; Dt 4:1; 7:12-15; 30:16), no sorprende que el salmista orara que se le enseñasen las decisiones judiciales de Jehová. (Sl 119:108.) Las apreció tanto que alabó a Jehová siete veces al día (Sl 119:164), incluso levantándose a medianoche para dar gracias a Dios por ellas. (Sl 119:62.)
Sin embargo, las decisiones judiciales de la Ley, aunque eran buenas, justas y santas, sirvieron simplemente de tutor que conducía a Cristo y se las reemplazó con el nuevo pacto. (Ro 7:12; Gál 3:24; Heb 8:7-13.) Por lo tanto, sería de esperar que la obediencia a los mandamientos o decisiones judiciales del nuevo pacto resultara en bendiciones mucho mayores que las que experimentó el Israel natural bajo la Ley. (Jn 13:34, 35; 1Co 6:9-11; 1Pe 1:14, 15, 22, 23; 2:9, 10; 1Jn 5:3.)
El verbo hebreo tsa·dhéq (afín a tsé·dheq, que significa “justicia”) se traduce a veces por ‘declarar justo’ y “pronunciar justo”. (Éx 23:7; Dt 25:1.) Esta expresión bíblica también queda recogida en la Biblia con las palabras “justificar” y “justificación”. Los vocablos originales (di·kai·ó·ö [verbo] y di·kái·ö·ma, di·kái·ö·sis [sustantivos]) que aparecen en las Escrituras Griegas Cristianas, donde más se habla de este tema, conllevan básicamente la idea de absolver o librar de cualquier cargo, considerar libre de culpa y, por lo tanto, exonerar o pronunciar y tratar como justo. (Véanse el Greek-English Lexicon of the New Testament, de W. Bauer, revisión de F. W. Gingrich y F. Danker, 1979, págs. 197, 198, y A Greek-English Lexicon, de H. Liddell y R. Scott, revisión de H. Jones, Oxford, 1968, pág. 429.)
Por ejemplo, el apóstol Pablo dice que Dios es “probado justo [forma de di·kai·ó·ö]” en sus palabras y que sale victorioso cuando lo juzgan sus detractores. (Ro 3:4.) Jesús comentó que la “sabiduría queda probada justa por sus obras” y que, al rendir cuentas en el Día del Juicio, los hombres serán ‘declarados justos [forma de di·kai·ó·ö]’ o condenados por sus palabras. (Mt 11:19; 12:36, 37.) Dijo además que el humilde recaudador de impuestos que oraba arrepentido en el templo “bajó a su casa probado más justo” que el jactancioso fariseo que oraba al mismo tiempo. (Lu 18:9-14; 16:15.) El apóstol Pablo mencionó que la persona que muere queda ‘absuelta [forma de di·kai·ó·ö] de su pecado’ por haber pagado con su muerte. (Ro 6:7, 23.)
Sin embargo, estas palabras griegas también se usan con un sentido especial: para hacer referencia al acto por el cual Dios considera a una persona libre de culpa (Hch 13:38, 39; Ro 8:33) y, como se verá más adelante, para referirse a su determinación de atribuirle integridad perfecta a una persona y juzgarla merecedora del derecho a la vida.
En la época precristiana. En el principio Adán era perfecto, una persona justa, un ‘hijo humano de Dios’. (Lu 3:38.) Era justo por ser una creación de Dios, quien lo había declarado “muy bueno” (Gé 1:31), pero no se mantuvo íntegro a su Creador, por lo que perdió su condición de justicia y la de su prole. (Gé 3:17-19; Ro 5:12.)
Sin embargo, entre sus descendientes hubo hombres de fe, como Noé, Enoc y Job, que ‘anduvieron con el Dios verdadero’. (Gé 5:22; 6:9; 7:1; Job 1:1, 8; 2:3.) Se dice que Abrahán ejerció fe en Dios y fue “declarado justo”; asimismo, se dijo que Rahab manifestó su fe por sus obras y por eso fue “declarada justa” y se la salvó de morir cuando la ciudad fue destruida. (Snt 2:21-23, 25.) Debe observarse que en la cita de la carta de Santiago, así como en la carta de Pablo a los Romanos (4:3-5, 9-11) —en la que Pablo cita de Génesis 15:6—, se indica que la fe de Abrahán le fue ‘contada por justicia’. Para entender el significado de esta expresión, hay que examinar el sentido del verbo griego lo·guí·zo·mai (contar), que se emplea en la frase.
Cómo se ‘cuenta’ como justo a alguien. El verbo griego lo·guí·zo·mai antiguamente se empleaba en relación con cálculos numéricos o cómputos contables que se asentaban o en la columna del debe o en la del haber. En la Biblia se emplea con el sentido de “calcular; acreditar; contar; tomar en cuenta”. Por ejemplo, en 1 Corintios 13:5 Pablo dice que el amor “no lleva cuenta [forma de lo·guí·zo·mai] del daño” (compárese con 2Ti 4:16), y al salmista David se le atribuyen las palabras “feliz es el hombre cuyo pecado Jehová de ninguna manera tomará en cuenta”. (Ro 4:8.) Pablo, por su parte, aconsejó a quienes evaluaban las cosas superficialmente que las sopesasen bien y consideraran los pros y los contras, por decirlo de algún modo. (2Co 10:2, 7, 10-12.) Pero también le preocupaba que se ‘acreditara [forma de lo·guí·zo·mai] más’ a su labor ministerial de lo que realmente le correspondía. (2Co 12:6, 7.)
El término lo·guí·zo·mai también puede llevar la idea de “estimar; evaluar; valorar; conceptuar o contar entre (un grupo, clase o tipo)”. (1Co 4:1.) De ahí que Jesús dijese que él sería “contado [forma de lo·guí·zo·mai] con los desaforados”, es decir, clasificado o conceptuado como uno de ellos. (Lu 22:37.) En su carta a los Romanos, Pablo dice que a la persona incircuncisa que guardase la Ley “su incircuncisión [le sería] contada por circuncisión”, lo que significa que se le estimaría o conceptuaría como persona circuncisa. (Ro 2:26.) En sentido parecido, se insta a los cristianos a ‘tenerse por muertos con referencia al pecado, pero vivos con referencia a Dios por Cristo Jesús’. (Ro 6:11.) Además, aunque los cristianos gentiles ungidos no eran descendientes de Abrahán, fueron “contados como descendencia” suya. (Ro 9:8.)
¿Cómo pudo Abrahán ser declarado justo antes de la muerte de Cristo? De la misma manera, lo que Abrahán hizo —su fe y sus obras— “le fue contado [estimado; acreditado; reputado] por justicia”. (Ro 4:20-22.) Como es natural, esto no quiso decir que tanto él como otros siervos precristianos fieles fueran perfectos o estuvieran libres de pecado, pero sí implica que por haber ejercido fe en la promesa de Dios respecto a la “descendencia” y haberse esforzado por obedecer los mandatos divinos, no se les tuvo por injustos e indignos a la vista de Dios, como el resto de la humanidad. (Gé 3:15; Sl 119:2, 3.) Bondadosamente, Jehová los consideró libres de culpa alguna en comparación con la humanidad alejada de Él. (Sl 32:1, 2; Ef 2:12.) De modo que, sobre la base de su fe, Dios podía tener tratos con esos hombres imperfectos y bendecirlos sin contravenir por ello sus normas perfectas de justicia. (Sl 36:10.) Por su parte, esos hombres fieles reconocieron que necesitaban ser redimidos del pecado y esperaron la llegada del tiempo en el que Dios proporcionaría esa redención. (Sl 49:7-9; Heb 9:26.)
El “solo acto de justificación” de Jesucristo. Las Escrituras muestran que cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, tuvo un cuerpo humano perfecto (1Pe 1:18, 19), y que retuvo su perfección manteniendo y fortaleciendo su integridad cuando fue puesto a prueba. Esto estaba de acuerdo con el propósito de Dios de “perfeccionar mediante sufrimientos al Agente Principal” de la salvación. (Heb 2:10.) En otras palabras, como indica Pablo en Hebreos 5:7-10, la obediencia de Jesús, así como su determinación a permanecer íntegro, fue perfeccionada, y él también fue perfeccionado para ocupar la posición de sumo sacerdote de Dios para la salvación. Debido a que terminó intachable —en toda la extensión de la palabra— su derrotero terrestre, Dios lo reconoció como persona justificada. Por consiguiente, fue el único hombre que, bajo pruebas, permaneció totalmente justo o recto ante Dios por méritos propios. Por este “un solo acto de justificación [forma de di·kái·Ö·ma]”, es decir, por demostrar que era justo a la perfección en toda su vida intachable, hasta morir una muerte sacrificatoria, sentó la base para que otras personas que ejercieran fe en él pudiesen ser declaradas justas. (3:25, 26; 4:25.)
En la congregación cristiana. Con la venida del Hijo de Dios como Redentor prometido, llegó a existir un nuevo factor sobre el que Dios podía basar sus tratos con sus siervos humanos. Los seguidores de Jesucristo que han sido llamados para ser sus hermanos espirituales con la perspectiva de ser coherederos con él en el reino celestial (Ro 8:17), primero son declarados justos por Dios sobre la base de su fe en Jesucristo. (Ro 3:24, 28.) Este es un acto judicial de Jehová Dios. Por consiguiente, nadie puede ‘presentar acusación’ contra sus escogidos ante Él como Juez Supremo. (Ro 8:33, 34.) ¿Por qué toma Dios esta acción con relación a ellos?
En primer lugar, Jehová es perfecto y santo. (Isa 6:3.) Por consiguiente, en armonía con su santidad, aquellos a quienes acepta como sus hijos deben ser perfectos. (Dt 32:4, 5.) Jesucristo, el Hijo principal de Dios, demostró ser perfecto, “leal, sin engaño, incontaminado, separado de los pecadores”. (Heb 7:26.) Sin embargo, sus seguidores son escogidos de entre los hijos de Adán, quien, debido a su pecado, engendró una familia imperfecta y pecadora. (Ro 5:12; 1Co 15:22.) Por ello, como se muestra en Juan 1:12, 13, los seguidores de Jesús no eran en un principio hijos de Dios. Por su bondad inmerecida, Él dispuso un proceso de “adopción” por medio del cual acepta a estas personas favorecidas y las introduce en una relación espiritual como parte de la familia de sus hijos. (Ro 8:15, 16; 1Jn 3:1.) Por consiguiente, Dios sienta la base para su entrada, o adopción, en la condición de hijos, al declararlos justos por medio del mérito del sacrificio de rescate de Cristo, en el que ejercen fe, un sacrificio que los exonera de toda culpa debida al pecado. (Ro 5:1, 2, 8-11; compárese con Jn 1:12.) De este modo se les “imputa” o atribuye condición de justos, todos sus pecados les son perdonados y no se les tienen en cuenta. (Ro 4:6-8; 8:1, 2; Heb 10:12, 14.)
Este acto de justificación va más lejos que el de Abrahán (y de otros siervos precristianos de Dios), explicado en párrafos anteriores. Santiago señaló el alcance de la justificación de Abrahán en estos términos: “Se cumplió la escritura que dice: ‘Abrahán puso fe en Jehová, y le fue contado por justicia’, y vino a ser llamado ‘amigo de Jehová’”. (Snt 2:20-23.) En consecuencia, sobre la base de su fe, la justificación de Abrahán le hizo amigo de Dios, pero no le confirió la condición de hijo de Dios mediante un ‘nuevo nacimiento’ que le permitiese alcanzar vida celestial. (Jn 3:3.) El registro bíblico aclara que antes de que Cristo viniese, ni la adopción en calidad de hijos de Dios ni la esperanza celestial estaban al alcance del hombre. (Jn 1:12, 17, 18; 2Ti 1:10; 1Pe 1:3; 1Jn 3:1.)
Todo lo considerado hace ver que aunque estos cristianos disfrutan de una condición de personas justas ante Dios, no han alcanzado en la carne la perfección literal o verdadera. (1Jn 1:8; 2:1.) En vista de su perspectiva de vida celestial, en realidad no necesitan tal perfección física. (1Co 15:42-44, 50; Heb 3:1; 1Pe 1:3, 4.) Sin embargo, por ser declarados justos, es decir, habiéndoseles ‘imputado’ o atribuido justicia, satisfacen los requisitos de Dios en este sentido y Él los introduce en el “nuevo pacto” validado por la sangre de Jesucristo. (Lu 22:20; Mt 26:28.) Estos hijos espirituales adoptivos, que se encuentran dentro del nuevo pacto realizado con el Israel espiritual, son ‘bautizados en la muerte de Cristo’ y, finalmente, sufren una muerte como la suya. (Ro 6:3-5; Flp 3:10, 11.)
Si bien Jehová perdona sus pecados e imperfecciones, en su carne persiste una lucha, como explicó Pablo en su carta a los Romanos (7:21-25), una lucha entre la ley implantada en su mente renovada (Ro 12:2; Ef 4:23), o la “ley de Dios”, y la “ley del pecado”, anidada en sus miembros. Esto se debe a que no gozan de un cuerpo perfecto aunque se les ha imputado justicia y perdonado sus pecados. Esta lucha interior pone a prueba su integridad a Dios; pueden ganarla con la ayuda del espíritu de Dios y el auxilio de su misericordioso sumo sacerdote, Jesucristo. (Ro 7:25; Heb 2:17, 18.) Sin embargo, para ganarla se requiere que constantemente ejerzan fe en el sacrificio redentor de Cristo y le sigan, manteniendo así su condición de justos a la vista de Dios (compárese con Apo 22:11) y asegurando para sí “su llamamiento y selección”. (2Pe 1:10; Ro 5:1, 9; 8:23-34; Tit 3:6, 7.) Si, por el contrario, incurren en una práctica del pecado, apartándose de la fe, pierden su condición favorecida ante Dios, su justificación, porque están ‘fijando de nuevo en un madero al Hijo de Dios para sí mismos y exponiéndolo a vergüenza pública’ (Heb 6:4-8), lo que supondría la destrucción de ellos. (Heb 10:26-31, 38, 39.) A este respecto, Jesús habló del pecado imperdonable, y el apóstol Juan distinguió entre el “pecado que no incurre en muerte” y el que “sí incurre en muerte”. (Mt 12:31, 32; 1Jn 5:16, 17.)
Después de su fiel proceder hasta la muerte, Jesucristo fue “hecho vivo en el espíritu” y recibió inmortalidad e incorrupción. (1Pe 3:18; 1Co 15:42, 45; 1Ti 6:16.) De esta forma fue “declarado [o pronunciado] justo en espíritu” (1Ti 3:16; Ro 1:2-4) y se sentó a la diestra de Dios en los cielos. (Heb 8:1; Flp 2:9-11.) Los seguidores fieles de las pisadas de Cristo esperan con anhelo una resurrección como la de él (Ro 6:5) y llegar a ser partícipes de la “naturaleza divina”. (2Pe 1:4.)
La justificación de otro grupo de personas. En una de sus parábolas relacionadas con su gloriosa venida en el poder del Reino, Jesús llama “justos” a las personas que compara a ovejas. (Mt 25:31-46.) Sin embargo, es de destacar que en esta parábola los “justos” conforman un grupo separado y distinto de aquel al que llama ‘mis hermanos’. (Mt 25:34, 37, 40, 46; compárese con Heb 2:10, 11.) Debido a que las personas comparadas a ovejas ayudan a los “hermanos” espirituales de Cristo, manifestando así su fe en él, reciben la bendición divina y se les llama “justos”. Como en el caso de Abrahán, su justificación o declaración de justos les hace amigos de Dios. (Snt 2:23.) Mientras que las “cabras” partirán al “cortamiento eterno”, las “ovejas”, por su condición justa, se salvarán. (Mt 25:46.)
En la visión que se halla en Apocalipsis 7:3-17 se pinta un cuadro paralelo a este: se diferencia entre una “gran muchedumbre”, cuya cantidad es indefinida, y los 144.000 “sellados”. (Compárese con Ef 1:13, 14; 2Co 5:1.) El que esta “gran muchedumbre” haya ‘lavado y emblanquecido sus ropas largas en la sangre del Cordero’ es una prueba de que disfruta de una condición justa ante Dios. (Apo 7:14.)
A los de la “gran muchedumbre”, que sobreviven a la “gran tribulación”, aún no se les ha declarado justos para vida, es decir, acreedores del derecho a la vida eterna sobre la Tierra. Deben seguir bebiendo de las “fuentes de aguas de vida” —conducidos por el Cordero, Jesucristo— durante todo el reinado milenario de Cristo. (Apo 7:17; 22:1, 2.) Si demuestran ser fieles a Jehová durante la prueba final que les sobrevendrá al final de los mil años, sus nombres permanecerán escritos en el libro de la vida, lo que significa que Dios finalmente los declarará o considerará justos en toda la extensión de la palabra. (Apo 20:7, 8; véase VIDA - [Árboles de la vida].)
¿Pueden ser declarados justos, aun ahora, los que tienen la esperanza terrenal? Es necesario, aun en la actualidad, que se declare justas a las personas escogidas por Dios para recibir vida celestial; que se les considere como si tuvieran vida humana perfecta. (Romanos 8:1.) Esto no es necesario ahora en el caso de los que tienen la esperanza de vivir para siempre en la Tierra. Sin embargo, a estos se les puede declarar justos ahora como amigos de Dios, como lo fue el fiel Abrahán. (Santiago 2:21-23; Romanos 4:1-4.) Después que hayan alcanzado la verdadera perfección humana al final del Milenio y pasen la prueba final, estarán en condiciones de ser declarados justos con el fin de que reciban vida eterna como humanos.
Dios prueba que es justo en todos sus actos. Se ha podido comprobar que en sus tratos con los humanos imperfectos Dios jamás ha violado sus propias normas de rectitud y justicia. No ha imputado justicia a humanos pecadores sobre la base de los méritos que estos pudieran tener, pues esto hubiese supuesto una aprobación tácita del pecado. (Sl 143:1, 2.) El apóstol Pablo explicó al respecto: “Todos han pecado y no alcanzan a la gloria de Dios, y es como dádiva gratuita que por su bondad inmerecida se les está declarando justos mediante la liberación por el rescate pagado por Cristo Jesús. Dios lo presentó como ofrenda para propiciación mediante fe en su sangre. Esto fue con el fin de exhibir su propia justicia, porque estaba perdonando los pecados que habían ocurrido en el pasado mientras Dios estaba ejerciendo longanimidad; para exhibir su propia justicia en esta época presente, para que él sea justo hasta al declarar justo al hombre que tiene fe en Jesús”. (Ro 3:23-26.) De esa manera, Dios ha proporcionado por su bondad inmerecida un marco legal, sobre la base del sacrificio de Cristo, mediante el cual puede perdonar los pecados de los que ejercen fe con completa justicia y rectitud.
Intentos humanos por probarse a sí mismos justos. Ya que solo Dios puede declarar justa a una persona, carece de valor el que alguien intente probar que es justo por méritos propios o porque otros le juzguen justo. Por ejemplo, a Job se le censuró porque, si bien no culpaba a Dios de mal alguno, declaraba “justa su propia alma más bien que a Dios”. (Job 32:1, 2.) Por otra parte, el hombre versado en la Ley que le preguntó a Jesús por el camino a la vida eterna fue censurado indirectamente por intentar probar que era justo. (Lu 10:25-37.) Jesús también condenó a los fariseos por declararse a sí mismos justos delante de los hombres. (Lu 16:15.) Más tarde, el apóstol Pablo mostró que debido a la condición imperfecta y pecaminosa de la humanidad, nadie podía considerarse a sí mismo justo, ni siquiera podían ser declarados justos quienes adujesen que cumplían con la ley mosaica. (Ro 3:19-24; Gál 3:10-12.) Más bien, recalcó que la fe en Cristo Jesús es la única base sobre la que ser declarados justos. (Ro 10:3, 4.) La carta inspirada de Santiago complementa el argumento de Pablo, pues Santiago arguye que son las obras de fe, como las de Abrahán y Rahab, no las obras propias de la Ley, las que dan prueba de que la fe está viva. (Snt 2:24, 26.)
En el primer siglo hubo hombres que, diciéndose apóstoles, cuestionaron sin fundamento alguno el apostolado y las obras cristianas de Pablo, procurando atraer hacia sí mismos a los miembros de la congregación corintia. (2Co 11:12, 13.) Pablo, consciente de que estaba desempeñando fielmente la mayordomía que Cristo le había encomendado, dijo que no le preocupaba el juicio de hombres que sin autoridad alguna se erigían en “tribunal humano” para juzgarle; ni siquiera confiaba en el juicio que él pudiese hacer de sí mismo, solo Jehová podía ser su juez. (1Co 4:1-4.) De esto se deriva el siguiente principio: los criterios humanos sobre la condición justa o injusta del hombre no son fiables, a menos que tengan el respaldo de la Palabra de Dios. La persona debe acudir a dicha Palabra y dejarse escudriñar por ella. (Heb 4:12.) Sin embargo, cuando un hermano cristiano —sobre todo un anciano— censura a otro sobre una base bíblica sólida, no se debería desestimar la censura recurriendo a la autojustificación. (Pr 12:1; Heb 12:11; 13:17.) Por su parte, Dios condenará a aquel que desde una posición autorizada intervenga como juez en una controversia y pronuncie “justo al inicuo a cambio de un soborno”. (Isa 5:23; Snt 2:8, 9.)
Esta expresión, que únicamente aparece cuatro veces en las Escrituras Griegas Cristianas, es una traducción de la palabra griega ló·gui·on (que significa “palabrita”), un diminutivo de ló·gos (palabra). En un principio ló·gui·on significaba tan solo una breve declaración sagrada, pero con el tiempo llegó a significar toda comunicación u oráculo divino. Muchas versiones traducen ló·gui·on simplemente por ‘oráculo’ (CI, FS, Mod). La versión Cantera-Iglesias ofrece la traducción alternativa “revelaciones” en su nota sobre Romanos 3:2, traducción que también adopta la versión Cantera-Pabón en Hebreos 5:12.
Esteban llamó a la Ley dada a Moisés en el monte Sinaí “vivas y sagradas declaraciones”. (Hch 7:38.) El apóstol Pablo se refirió a todas las Escrituras Hebreas y probablemente también a las Escrituras Griegas Cristianas inspiradas que ya se habían escrito para ese tiempo cuando dijo: “¿Cuál, pues, es la superioridad del judío, o cuál es el provecho de la circuncisión? Muchísimo de todas maneras. En primer lugar, porque a ellos fueron encomendadas las sagradas declaraciones formales de Dios”. (Ro 3:1, 2.) Por lo tanto, la redacción de este conjunto de escrituras inspiradas fue encomendada a los judíos, quienes escribieron “al ser llevados por espíritu santo”. (2Pe 1:20, 21.)
La carta que el apóstol Pablo escribió a los hebreos denomina “sagradas declaraciones” las enseñanzas que entregaron a la humanidad el Señor Jesucristo, sus apóstoles y otros escritores inspirados cristianos. (Heb 5:12; compárese con Heb 6:1, 2.) Pedro también confiere este sentido amplio a la expresión al decir a los seguidores de Cristo en 1 Pedro 4:11: “Si alguno habla, que hable como si fueran las sagradas declaraciones formales de Dios”. Asimismo, considera que los escritos del apóstol Pablo tienen la misma autoridad que “las demás Escrituras”. (2Pe 3:15, 16.)
La Versión de los Setenta griega usa frecuentemente la palabra ló·gui·on, como en el Salmo 12:6 (11:6, LXX), que dice: “Los dichos de Jehová son dichos puros”.
Desde los tiempos más remotos, el hombre, hecho a la imagen del Dios de justicia (Gé 1:26; Sl 37:28; Mal 2:17), ha poseído ese mismo atributo. (Isa 58:2; Ro 2:13-15.) La primera ocasión en la que Jehová pronunció una sentencia para aplicar la justicia fue en el caso de la primera pareja humana y de la serpiente, que representaba al Diablo. La pena por la desobediencia a Dios, desobediencia que equivalía a rebelión contra la soberanía del Gobernante del universo, fue la muerte. (Gé 2:17.) Más tarde, Caín, conocedor del atributo humano de la justicia, se dio cuenta de que desearían matarle para vengar el asesinato de su hermano Abel. En este caso, Jehová no dio autorización a nadie para que ejecutase a Caín, sino que se reservó darle la retribución que se merecía. Esto fue lo que hizo al cortar la línea de descendencia de Caín en el Diluvio. (Gé 4:14, 15.) Unos setecientos años antes de este acontecimiento, Enoc había predicho que Dios ejecutaría a todos aquellos que hubiesen cometido hechos impíos. (Gé 5:21-24; Jud 14, 15.)
Después del Diluvio. Después del Diluvio Jehová promulgó otras leyes, que, entre otras cosas, por primera vez autorizaban al hombre a ejecutar una sentencia de muerte. (Gé 9:3-6.) Posteriormente, Jehová dijo respecto a Abrahán: “Porque he llegado a conocerlo a fin de que dé mandato a sus hijos y a su casa después de él de modo que verdaderamente guarden el camino de Jehová para hacer justicia y juicio”. (Gé 18:19.) Se puede ver que la sociedad patriarcal conocía las leyes de Dios y se guiaba por ellas.
Jehová manifestó su punto de vista sobre el adulterio y la sanción que este merecía cuando le dijo a Abimélec que por haber tomado a Sara con la intención de hacerla su esposa (aunque no sabía que era la esposa de Abrahán), se diera por muerto. (Gé 20:2-7.) Judá dictó sentencia de muerte contra Tamar por haberse prostituido. (Gé 38:24.)
La Ley de Dios a Israel. Cuando se organizó al pueblo de Israel como nación, Dios llegó a ser su Rey, Legislador y Juez. (Isa 33:22.) Les dio las “Diez Palabras” o “Diez Mandamientos”, y así enunció los principios sobre los que se basaban la mayor parte de las aproximadamente seiscientas leyes restantes. Las “Diez Palabras” empezaban con esta declaración: “Yo soy Jehová tu Dios, que te he sacado de la tierra de Egipto” (Éx 20:2), lo que constituía la razón principal para obedecer toda la Ley. La desobediencia no era tan solo una violación de la ley dada por el Cabeza gobernante, sino, además, una ofensa contra el Cabeza espiritual, su Dios, y una blasfemia contra Dios era un delito de lesa majestad, una traición.
En la Ley se hallaban los mismos principios que habían gobernado la sociedad patriarcal, si bien esta era más detallada y abarcaba todo aspecto de la vida cotidiana. Toda ley enunciada en el Pentateuco era de tal elevada norma de moralidad, que ningún hombre podía intentar seguirla completamente sin comprobar que la propia Ley le condenaba como pecador imperfecto. “El mandamiento es santo y justo y bueno”, y “la Ley es espiritual”, dice el apóstol Pablo. “Fue añadida para poner de manifiesto las transgresiones.” (Ro 7:12, 14; Gál 3:19.) Era la ley de Dios para Israel, en la que se fijaban los principios y los decretos formales de Jehová, no simplemente una recopilación de casos que podrían surgir o que ya habían surgido.
Por lo tanto, las sanciones previstas en la Ley ayudarían a mostrar que el pecado era “mucho más pecaminoso”. (Ro 7:13.) La ley del talión, de igual por igual, fijó una norma de justicia exacta. La Ley sirvió para la paz y la tranquilidad de la nación, salvaguardó a Israel mientras la obedeció y protegió al ciudadano contra los malhechores, compensándole cuando robaban o destruían su propiedad.
Los Diez Mandamientos, tal como se registran en el capítulo 20 de Éxodo y en el capítulo 5 de Deuteronomio, no incluyen la sanción que debía imponerse para cada violación. Sin embargo, estos castigos están explicitados en otros lugares. El castigo por violar los siete primeros mandamientos era la muerte. En caso de robo, el castigo era restituir lo robado y compensar a la víctima; un testigo falso recibía un castigo igual al daño que había pretendido causar. El último mandamiento, que estaba en contra de la codicia o el deseo incorrecto, no podía ser castigado por los jueces. Trascendía las leyes humanas, puesto que hacía de cada persona su propio guardián espiritual y llegaba a la raíz u origen de la violación de los mandamientos. El que se diera rienda suelta al deseo incorrecto con el tiempo llevaría a que se violase uno de los otros nueve mandamientos.
Delitos graves bajo la Ley.
★Delitos capitales.
Bajo la Ley se prescribía la pena de muerte en los siguientes casos:
1) blasfemia (Le 24:14, 16, 23);
2) adorar a cualquier otro Dios que no fuese Jehová y practicar idolatría en cualquiera de sus formas (Le 20:2; Dt 13:6, 10, 13-15; 17:2-7; Nú 25:1-9);
3) hechicería, espiritismo (Éx 22:18; Le 20:27);
4) profecía falsa (Dt 13:5; 18:20);
5) quebrantar el sábado (Nú 15:32-36; Éx 31:14; 35:2);
6) asesinato (Nú 35:30, 31);
7) adulterio (Le 20:10; Dt 22:22);
8) que una mujer se casase alegando falsamente que era virgen (Dt 22:21);
9) mantener relaciones sexuales con una muchacha comprometida (Dt 22:23-27);
10) incesto (Le 18:6-17, 29; 20:11, 12, 14);
11) sodomía (Le 18:22; 20:13);
12) bestialidad (Le 18:23; 20:15, 16);
13) secuestro (Éx 21:16; Dt 24:7);
14) golpear o injuriar a los padres (Éx 21:15, 17);
15) dar falso testimonio en una causa en la que el castigo para el acusado fuera la muerte (Dt 19:16-21), y
16) acercarse al tabernáculo sin estar autorizado (Nú 17:13; 18:7).
En muchos casos la pena era el ‘cortamiento’, que por lo general se ejecutaba mediante la lapidación. Además de prescribirse en casos de pecado deliberado o injurias y habla irrespetuosa contra Jehová (Nú 15:30, 31), esta sentencia se dictaba por muchas otras causas como: permanecer incircunciso (Gé 17:14; Éx 4:24), abstenerse deliberadamente de celebrar la Pascua (Nú 9:13), pasar por alto el Día de Expiación (Le 23:29, 30), hacer o emplear aceite santo de unción para fines profanos (Éx 30:31-33, 38), comer sangre (Le 17:10, 14), comer de un sacrificio hallándose la persona inmunda (Le 7:20, 21; 22:3, 4, 9), comer pan leudado estando en curso la fiesta de las tortas no fermentadas (Éx 12:15, 19), presentar un sacrificio en cualquier otro lugar que no fuese el tabernáculo (Le 17:8, 9), comer de un sacrificio de comunión al tercer día de su presentación (Le 19:7, 8), desatender la purificación (Nú 19:13-20), tocar cosas sagradas sin estar autorizado (Nú 4:15, 18, 20), mantener relaciones sexuales durante la menstruación (Le 20:18) y comer la grasa de las ofrendas. (Le 7:25; véase CORTAMIENTO.)
Castigos impuestos por la Ley.
Los castigos prescritos en la Ley dada por Jehová a través de Moisés contribuyeron a mantener la tierra limpia de contaminación a la vista de Dios: todo el que practicaba cosas detestables era eliminado. Los castigos tuvieron un efecto disuasorio, infundieron respeto por la santidad de la vida, la ley del país, su Legislador (Dios) y también por el prójimo. Cuando la Ley se obedecía, protegía a la nación de la pobreza y de la decadencia moral, con sus enfermedades repugnantes y perjuicio físico.
En la Ley no se prescribían castigos brutales. Ningún hombre podía ser castigado por los males que otro hubiese cometido. Los principios estaban expuestos con claridad. A los jueces se les permitía cierta libertad para juzgar cada caso individualmente, teniendo en cuenta las circunstancias, motivos y actitudes de los acusados. La justicia tenía que aplicarse con todo rigor. (Heb 2:2.) Así, un asesino no podía escapar de la pena de muerte ofreciendo dinero, sin importar la suma de que se tratase. (Nú 35:31.) Si un hombre era homicida involuntario, podía huir a una de las ciudades de refugio. El confinamiento dentro de los límites de la ciudad le hacía tomar conciencia de lo sagrado de la vida y de que incluso el homicidio involuntario no podía tomarse a la ligera, sino que requería una compensación. Por otra parte, como trabajaba en la ciudad de refugio, no representaba una carga económica para la comunidad. (Nú 35:26-28.)
La sanción del delito permitía tranquilizar y compensar a la víctima de un ladrón o del que hubiese ocasionado daños a su propiedad. Si al ladrón no le era posible pagar la cantidad estipulada, se le podía vender como esclavo, bien a la víctima o a otra persona. De esta forma, a medida que el delincuente trabajaba para su propio sustento, podía restituir lo robado y no se convertía en una carga para el Estado, como ocurre hoy con el sistema penitenciario. Estas leyes eran justas y servían para la rehabilitación del delincuente. (Éx 22:1-6.)
Bajo la Ley, la sentencia de muerte se ejecutaba por lapidación (Le 20:2, 27) y, en algunas ocasiones, por la espada, sobre todo si había que ejecutar a muchos. (Éx 32:27; 1Re 2:25, 31, 32, 34.) Si una ciudad apostataba, todos sus habitantes tenían que ser ejecutados a espada. (Dt 13:15.) En Éxodo 19:13 se hace alusión a la muerte por la lanza o posiblemente por la flecha. (Véase Nú 25:7, 8.) También se hace mención de la decapitación, aunque puede que la ejecución se llevase a cabo por otro medio y luego se decapitase el cadáver. (2Sa 20:21, 22; 2Re 10:6-8.) La Ley prescribía que se quemase o colgase a los que incurriesen en los delitos más graves. (Le 20:14; 21:9; Jos 7:25; Nú 25:4, 5; Dt 21:22, 23.) Como se ve en estos textos, estas sentencias se ejecutaban únicamente después de haber dado muerte a la persona.
Si Dios decretaba que se diese por entero a la destrucción a los prisioneros de guerra, se les solía ejecutar con la espada. (1Sa 15:2, 3, 33.) Aquellos que se rendían estaban obligados a efectuar trabajos forzados. (Dt 20:10, 11.) Las traducciones antiguas del pasaje de 2 Samuel 12:31 transmiten la idea de que David torturó a los habitantes de Rabá y Ammón, mientras que las versiones más recientes muestran que solo les impuso trabajos forzados. (Véanse NM, BJ, VP.)
La ejecución por despeñamiento no estaba recogida en la Ley; sin embargo, el rey Amasías de Judá hizo ejecutar de este modo a diez mil hombres de Seír. (2Cr 25:12.) Lo mismo intentaron hacerle a Jesús los habitantes de Nazaret. (Lu 4:29.)
Cuando se lesionaba a otra persona intencionadamente, se hacía justicia por medio de la ley del talión o de desquite, es decir, “ojo por ojo”. (Dt 19:21.) Hay por lo menos una ocasión en el registro bíblico en la que se ejecutó esta sentencia. (Jue 1:6, 7.) Basándose en las pruebas, los jueces determinaban previamente si el crimen era deliberado o simplemente una negligencia o un accidente. Una excepción a la hora de aplicar esta ley se producía cuando una mujer trataba de ayudar a su esposo en una pelea, agarrando los órganos sexuales del oponente de su marido. En este caso, en vez de inutilizar los órganos genitales de la mujer, tenía que amputársele la mano. (Dt 25:11, 12.) Esta ley muestra la importancia que Dios concede a los órganos reproductores. Además, puesto que la mujer le pertenecía a su esposo, esta ley misericordiosamente tomó en cuenta el derecho del esposo a tener hijos por medio de su esposa.
La Misná menciona cuatro penas de muerte: lapidación, decapitación, estrangulamiento y abrasamiento; no obstante, las tres últimas no figuraban en la Ley ni fueron jamás autorizadas por Dios, sino que las introdujo la tradición, transgrediendo el mandamiento de Dios. (Mt 15:3, 9.) Un ejemplo de las atrocidades que por esta causa cometieron los judíos puede verse en la manera de ejecutar el abrasamiento: “Ordenación legal respecto a la muerte por abrasamiento. Se hundía al reo en estiércol hasta las rodillas. Se le ponía un paño fuerte con otro más débil y se le envolvía en torno al cuello. Uno tiraba hacia su parte y el otro hacia la suya, hasta que (el reo) abría la boca. Se encendía entonces una mecha [según la Guemara (52a) era una tira de plomo] y se introducía por su boca, haciéndola bajar hasta las entrañas que resultaban abrasadas”. (La Misná, Sanedrín 7:2.)
La ley ha regido al hombre desde el principio, bien la ley divina o la ley de la conciencia implantada por Dios. Como resultado, cuanto más se han apegado los hombres a la adoración verdadera, más razonables y misericordiosos han sido los castigos que dictaban sus leyes, y cuanto más se alejaban de ella, más corrupto llegaba a ser su sentido de justicia. Este hecho se manifiesta al comparar las leyes de las naciones de la antigüedad con las leyes de Israel.
Egipto. Se sabe muy poco acerca de los castigos que imponían los egipcios: prescribían azotes (Éx 5:14, 16); ahogamiento (Éx 1:22); decapitación, después de la cual se colgaba el cuerpo en un madero (Gé 40:19, 22); ejecución por la espada, y encarcelamiento. (Gé 39:20.)
Asiria. En el Imperio asirio los castigos eran muy severos: pena de muerte, mutilación (cortaban las orejas, la nariz, los labios o castraban al reo), empalamiento, privación de entierro, azotes con vara, imposición de pagos en cantidades determinadas de plomo y trabajos forzados. La ley asiria entregaba al asesino al pariente más próximo de la víctima, quien podía escoger entre darle muerte o desposeerlo de su hacienda. Como el Estado apenas controlaba la ejecución de esta medida y, a diferencia de Israel, no existían ciudades de refugio, su aplicación daría lugar a enemistades hereditarias entre familias. Castigar el adulterio era prerrogativa del marido, quien podía matar a su esposa, mutilarla, infligirle cualquier castigo o dejarla en libertad; se requería además que castigase del mismo modo al amante adúltero. A muchos prisioneros de guerra se les desollaba vivos, se les cegaba, se les arrancaba la lengua o se les empalaba, quemaba o ajusticiaba de otras maneras.
Babilonia. Del llamado código de Hammurabi (que en realidad no es un código desde un punto de vista estrictamente jurídico) se sabe que es una colección de decisiones o “repertorios de jurisprudencia” escritos en tablillas de arcilla pertenecientes a una legislación anterior a su día. Más tarde, estas tablillas se copiaron, quizás en un estilo diferente de escritura, en una estela que se colocó en el templo de Marduk en Babilonia. Es probable que se hicieran copias de este código y se depositaran en diferentes ciudades del imperio. Posteriormente, un conquistador llevó esta estela a Susa, donde fue descubierta en el año 1902.
¿Se basó la ley mosaica en el código de Hammurabi? A diferencia de la ley mosaica, el código de Hammurabi no pretendía establecer principios, más bien, parece que su propósito era ayudar a los jueces a decidir en ciertas causas dándoles precedentes o mostrando errores de decisiones previas que indicarían lo que debería hacerse en causas futuras. Por ejemplo, no fija una sanción para el asesinato, puesto que ya había un castigo admitido para este delito y sin duda para otros delitos comunes. El código de Hammurabi no trataba de abarcar el entero espectro de la ley. Cada una de las reglas de este código empieza con las siguientes palabras: ‘Si un señor hace esto o aquello’. Debido a que tiene que ver con ejemplos específicos, más bien que formular principios, simplemente expone el juicio para ciertas situaciones o delitos. El código se basa fundamentalmente en leyes ya existentes, presentando casos concretos para resolver situaciones difíciles, frecuentes en la sociedad babilonia de aquel tiempo.
En modo alguno sirvió de modelo para la ley mosaica. Por ejemplo, en el código de Hammurabi hallamos lo que pudiera llamarse castigo de “interdependencia”. Una de las reglas dice: “Si un albañil ha edificado una casa [...], pero no ha dado solidez a la obra y la casa que construyó se ha desplomado y ha causado la muerte [...] al hijo del propietario de la casa [...], recibirá la muerte el hijo de ese albañil”. (Código de Hammurabi, traducción de Federico L. Peinado, Tecnos, 1986, sec. XIX, párrs. 229, 230.) Por el contrario, la ley que Dios dio por medio de Moisés decía: “Padres no deben ser muertos a causa de hijos, ni hijos deben ser muertos a causa de padres”. (Dt 24:16.) Cuando se robaban objetos de valor, la sentencia por lo general no era la restitución, como en la ley mosaica, sino la muerte. En algunos casos de robo se requería la restitución de hasta treinta veces el valor de lo robado. Si el hombre no podía pagar, tenía que ser ejecutado. Nabucodonosor utilizó como castigo la desmembración y el fuego, como en el caso de los tres jóvenes hebreos que fueron arrojados vivos a un horno ardiente. (Da 2:5; 3:19, 21, 29; Jer 29:22.)
Persia. Durante el reinado de Darío el medo, Daniel fue arrojado al foso de los leones, pero sus falsos acusadores sufrieron después el mismo castigo junto con sus esposas e hijos. (Da 6:24.) Posteriormente, el rey Artajerjes de Persia autorizó a Esdras a ejecutar juicio sobre todo el que no cumpliese con la ley del Dios de Esdras o la del rey, “ya sea para muerte o para exilio, o para multa de dinero o para prisión”. (Est 7:26.) Asuero colgó a Hamán de un madero de cincuenta codos (22 m.) de altura, y también colgó a los dos guardas que pretendían atentar contra su vida. (Est 7:9, 10; 2:21-23.)
Se han encontrado algunas tablillas de arcilla con leyes decretadas por Darío I de Persia; en ellas el castigo prescrito para el hombre que atacara a otro con un arma y le hiriera o matara era de 5 a 200 latigazos, aunque a veces se penaba con empalamiento. Según explican ciertos autores griegos, en la legislación persa las ofensas contra el Estado, el rey, su familia o su propiedad por lo general acarreaban la pena de muerte. La ejecución del castigo acostumbraba a ser despiadada. No existe mucha información respecto a la sanción por delitos comunes, si bien parece que los castigos más frecuentes eran la mutilación de las manos o los pies, o cegar al reo.
Otras naciones de Palestina. Con exclusión de Israel, las restantes naciones de Palestina castigaban con encarcelamiento y cadenas, mutilación, cegar al reo, pasar a espada a los prisioneros de guerra, rajar a las mujeres encintas y estrellar a sus hijos contra una pared o una piedra. (Jue 1:7; 16:21; 1Sa 11:1, 2; 2Re 8:12.)
Roma. Además de la ejecución con la espada, que incluía la decapitación (Mt 14:10), algunos de los métodos de castigo más comunes eran: palizas; el látigo, que a veces tenía atados huesos, trozos pesados de metal o ganchos; ahorcamiento; despeñamiento; ahogamiento; bestias salvajes en la arena; luchas de gladiadores, y la hoguera. A los prisioneros se les solía poner en cepos (Hch 16:24) o encadenar a un soldado. (Hch 12:6; 28:20.) La ley Valeria y la ley Porcia eximían a los ciudadanos romanos de ser flagelados: la primera, por apelación del ciudadano al pueblo; la segunda, sin necesidad de apelación.
Grecia.
Los castigos que infligían los griegos eran, por lo general, del mismo tipo que los romanos. A los criminales se les condenaba a despeñamiento —bien por un despeñadero o una sima—, azotes hasta morir, ahogamiento, envenenamiento y ejecución con la espada.
Para más información, véanse los tipos de delitos y castigos por sus respectivos nombres.
¿Cuál es tu condena?
Lamentablemente a muchas personas se les ha enseñado erroneamente que el Dios de la Biblia condena a las personas cruelmente en un infierno de fuego, pero lejos de es, la realidad es que Dios se define a sí mismo como la personificación del amor (1Jn 4:8, 16.) Es tal su amor que hasta nos deja nuestro propio juicio mayormente en nuestra mano, observe las siguientes citas bíblicas:
★“Llamo hoy al cielo y a la tierra para que sean testigos: Yo te estoy dando a escoger entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige la vida para que tú y tus descendientes puedan vivir” ★ “No se engañen ustedes mismos, porque de Dios no se burla nadie. Uno cosecha lo que siembra.” ★“Porque si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, su Padre que está en el cielo los perdonará también a ustedes; pero si no perdonan a otros, tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus pecados.” ★“Dejen de juzgar, para que no sean juzgados; porque con el juicio con que ustedes juzgan, serán juzgados; y con la medida con que miden, se les medirá.” ★“Todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te alcanzarán si escuchas siempre la voz de Jehová tu Dios:... Y tiene que suceder que si no escuchas la voz de Jehová tu Dios, teniendo cuidado de poner por obra todos sus mandamientos y sus estatutos que te estoy mandando hoy, entonces todas estas invocaciones de mal tienen que venir sobre ti y alcanzarte: ...” |
Expulsión por decreto de un lugar o territorio determinado, como la tierra o país de la persona; el significado literal del término hebreo es “salida; partida”. Cuando Caín mató a su hermano Abel, la sentencia fue el destierro del suelo en el que se hallaba y se le condenó a ser un fugitivo errante por la tierra. Él se había dedicado a cultivar el suelo, pero este ya no respondería a su labranza. (Gé 4:2, 3, 11-14.)
A los israelitas se les dijo que Jehová conduciría a la nación al destierro si traspasaban el pacto que Jehová había hecho con ellos por mediación de Moisés. (Dt 28:36, 37, 64; 29:28.) Jehová, de hecho, fue la Autoridad que decretó el destierro de su pueblo en tres ocasiones, si bien se valió del poderío militar de otras naciones. Estas ocasiones fueron: 1) el destierro asirio de Israel (2Re 15:29; 18:9-12), 2) el destierro babilonio de Judá (2Re 25:8-11, 21) y 3) el destierro romano del pueblo judío (Lu 21:20-24). ★La caída de Judá: Exilio a Babilonia-(Fotos)
Israel. Antes de que terminara el reinado del rey israelita Péqah, hacia el año 758 a.E.C., Tiglat-piléser III se llevó al destierro asirio a israelitas de la tribu de Neftalí, un destierro al que, según parece, también fueron llevados rubenitas, gaditas y algunos de la media tribu de Manasés. (1Cr 5:4-6, 26.) Años más tarde, Salmanasar V sitió la ciudad de Samaria y, después de tres años (en 740 a.E.C.), o bien él o bien Sargón II, su sucesor, llevó al destierro a una gran cantidad de habitantes, a los que sustituyó por gente traída de “Babilonia y de Cutá y de Avá y de Hamat y de Sefarvaim, y los hizo morar en las ciudades de Samaria en lugar de los hijos de Israel”. (2Re 17:5, 6, 24.)
Judá. En 617 a.E.C., el rey Nabucodonosor se llevó al exilio babilonio a la realeza y a los hombres prominentes de Judá. (2Re 24:11-16.) Unos diez años más tarde, después de la caída de Jerusalén a manos de Babilonia en 607 a.E.C., Nebuzaradán, el jefe de la guardia de corps, se llevó cautivos a los que habían quedado y a los desertores judíos, un grupo del que solo regresó un pequeño resto setenta años después. (2Re 25:11; Jer 39:9; Isa 10:21, 22; véase CAUTIVERIO.)
Después de la caída de Babilonia, muchos judíos no regresaron a su tierra, por lo que la diáspora judía siguió su curso. En la época de Asuero (Jerjes I, rey de Persia, que reinó sobre 127 distritos jurisdiccionales desde la India hasta Etiopía), Hamán, un funcionario del rey, dijo al presentar una acusación contra ellos: “Hay cierto pueblo esparcido y separado entre los pueblos en todos los distritos jurisdiccionales de tu reino”. (Est 1:1; 3:8.) ★El exilio a Babilonia - (Atlas de la Biblia-SRD-Pg.144)
El siglo I E.C. En el primer siglo había comunidades judías en Tesalónica, Atenas, Corinto, Éfeso, Roma y Babilonia, así como en otras ciudades del mundo antiguo. (Hch 17:1, 16, 17; 18:1, 4, 19.) Muchos se asentaron en Babilonia, donde Pedro les predicó. (1Pe 5:13.) Según Josefo, en el siglo I a. E.C. “había muchos judíos” en Babilonia. (Antigüedades Judías, libro XV, cap. II, sec. 2.) En el año 49, o a principios de 50 E.C., el emperador romano Claudio decretó el destierro de todos los judíos de Roma, lo que también afectó a los judíos conversos al cristianismo, como Áquila y Priscila (Prisca), un matrimonio al que Pablo conoció alrededor del año 50 E.C., poco después del decreto de Claudio. (Hch 18:2.) Áquila y Priscila acompañaron a Pablo hasta Éfeso, y cuando él escribió a los cristianos de Roma desde Corinto (c. 56 E.C.), ambos —así como muchos de los judíos desterrados— ya debían haber regresado a Roma, aprovechando que Claudio había muerto y Nerón era el nuevo emperador. (Hch 18:18, 19; Ro 16:3, 7, 11.)
En Lucas 21:24 Jesús predijo que Jerusalén sería cercada, un suceso que ocurrió en 70 E.C., cuando el ejército romano a las órdenes de Tito sitió la ciudad en un momento en el que estaba atestada de judíos que habían llegado de otros países con motivo de la fiesta de las tortas no fermentadas. Los romanos cercaron la ciudad y por fin la destruyeron, dando muerte a 1.100.000 judíos y tomando cautivos a otros 97.000, a los que luego se dispersó por otras naciones.
Ruina, asolamiento; por lo general, de cosas materiales o de seres vivos (2Re 21:3; Jer 18:7; Da 2:12, 14, 18), aunque también puede referirse a ruina espiritual. (1Co 3:17; véase TEMPLO - [Los cristianos ungidos, un templo espiritual].)
El verbo hebreo `a·vádh, que suele traducirse “destruir” (Le 23:30; Sl 21:8, 10), significa básicamente “perder” o “perecer” y corresponde al término griego a·pól·ly·mi. (Éx 10:7; 1Sa 9:20; Mr 3:6; 4:38; Lu 15:4.) El sustantivo de `a·vádh es `avad·dóhn, cuyo significado es “destrucción”. (Job 26:6, nota; véanse ABADÓN; APOLIÓN.) El verbo hebreo ja·rám puede significar “dar por entero a la destrucción” o poner bajo proscripción sagrada, es decir, apartar del uso ordinario o profano. (Éx 22:20, nota; véase COSA DADA POR ENTERO.)
Con el objeto de salvaguardar su nombre y sus normas de justicia, Jehová a veces ha considerado necesario ejecutar a aquellos que merecen destrucción. La iniquidad de la gente del tiempo de Noé hizo que Jehová los destruyera en un diluvio universal que puso fin al mundo de aquel entonces. (2Pe 3:5, 6.) De manera semejante, a causa del “clamor de queja acerca de Sodoma y Gomorra” y de su ‘grave pecado’, Jehová destruyó tanto a las ciudades como a sus habitantes. (Gé 18:20; 19:13, 24, 25.) Además de emplear fuerzas naturales, a veces usó a agentes humanos para ejecutar sentencias de destrucción, como en el caso de las naciones inicuas de Canaán, cuya aniquilación encargó a su pueblo Israel como principal ejecutor de su decreto condenatorio. (Dt 9:1, 3, 4; 20:15-18.)
Con todo merecimiento, Jehová ha destruido a transgresores intencionados, a los que incurren en mentira y a quienes han hostigado a sus siervos. (Le 23:30; Sl 5:6; 143:12.) Asimismo, ha intervenido en contra de la religión falsa y sus ídolos (Nú 33:52; Dt 12:2, 3), y hasta trajo destrucción sobre su pueblo Israel al comprobar que habían desobedecido su pacto. (Dt 8:19, 20; 28:63; Jer 31:28.)
¿Están muertas para siempre todas aquellas personas que Dios destruyó en el pasado? La Biblia muestra que no toda destrucción es eterna, lo que se advierte por la equiparación que se hace en dos ocasiones de la palabra hebrea `avad·dóhn (destrucción) con “Seol”. (Job 26:6; Pr 15:11.) Mientras que el profeta Sofonías habló de la destrucción de Asiria, Ezequiel dijo que los asirios bajarían al Seol. (Sof 2:13; Eze 32:21, 22.) Además, cuando Moisés refirió la destrucción de los rebeldes Datán y Abiram, dijo que bajaron “vivos al Seol”. (Nú 16:31, 33.) Y ya que el sentido bíblico de Seol es el sepulcro común de la humanidad del que habrá resurrección, es evidente que no toda destrucción —ni siquiera cuando es Dios quien la causa— es necesariamente eterna.
Destrucción eterna. La Biblia no dice que todas las personas que han muerto serán resucitadas, como se infiere del comentario de Jesús cuando habló de “los que han sido considerados dignos de ganar aquel sistema de cosas y la resurrección de entre los muertos”. (Lu 20:35.) En Mateo 10:28 Jesús también indicó que habría quienes sufrirían destrucción eterna, pues dijo: “No se hagan temerosos de los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; sino, más bien, teman al que puede destruir tanto el alma como el cuerpo en el Gehena”. A este respecto, The New International Dictionary of New Testament Theology (edición de C. Brown, 1978, vol. 3, pág. 304) dice: “Mat. 10:28 no enseña que el alma sea potencialmente inmortal, sino que el juicio divino sobre los impenitentes es irreversible”. Además, el Greek-English Lexicon of the New Testament (de W. Bauer, revisión de F. W. Gingrich y F. Danker, 1979, pág. 95) indica que la expresión griega que en Mateo 10:28 se traduce “destruir tanto el alma como el cuerpo en el Gehena” significa “muerte eterna”. Por lo tanto, la persona que va al Gehena sufre destrucción sin la posibilidad de resurrección. (Véase GEHENA.)
“Sodoma y Gomorra y las ciudades circunvecinas [...] son puestas delante de nosotros como ejemplo amonestador al sufrir el castigo judicial de fuego eterno.” (Jud 7.) Este castigo no solo se cumplió en las ciudades mismas, sino también en sus habitantes, pues es evidente que fueron ellos quienes cometieron los graves pecados que resultaron en su aniquilación.
La posibilidad de sufrir destrucción eterna estará en juego durante la conclusión del presente sistema de cosas. Cuando los discípulos de Jesús le preguntaron ‘cuál sería la señal de su presencia y de la conclusión del sistema de cosas’, él incluyó en su respuesta la parábola de las ovejas y las cabras. (Mt 24:3; 25:31-46.) Predijo que el rey celestial diría a las “las cabras”: “Váyanse de mí, ustedes que han sido maldecidos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles”, y añadiría: “Estos partirán al cortamiento eterno”. Queda claro, entonces, que la actitud y el comportamiento de determinadas personas resultará en su total destrucción.
Sin embargo, Jehová “no desea que ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen el arrepentimiento”. (2Pe 3:9; compárese con Eze 18:23, 32.) De hecho, tanto ha amado Jehová a la humanidad, que ofreció a su propio hijo, Jesucristo, como sacrificio redentor. (Jn 3:16; compárese con Snt 4:12.) No obstante, a pesar de esta amorosa provisión, una gran parte de la humanidad rehúsa emprender “el camino que conduce a la vida” y permanece en “el camino que conduce a la destrucción”. (Mt 7:13, 14.)
La Biblia muestra que serán muchas las cosas, personas e instituciones que serán destruidas para siempre. Jesús llamó a Judas “el hijo de destrucción” (Jn 17:12); por traicionar de forma deliberada al Hijo de Dios, se hizo merecedor de destrucción eterna. Lo mismo puede decirse de los que blasfeman contra el espíritu santo. Incurren en “pecado eterno”, un pecado que no les “será perdonado, no, ni en este sistema de cosas ni en el venidero”. (Mr 3:28, 29; Mt 12:32; véase BLASFEMIA.) También aguarda destrucción eterna a los que deliberadamente “no conocen a Dios y [...] no obedecen las buenas nuevas acerca de nuestro Señor Jesús”. (2Te 1:8, 9.) Además, al “hombre del desafuero” colectivo también se le designa “hijo de la destrucción”. (2Te 2:3; véase HOMBRE DEL DESAFUERO.) Por otra parte, Dios ha dictaminado destrucción eterna contra Satanás y sus demonios, la simbólica “bestia salvaje” y el también simbólico “falso profeta”, e incluso contra la muerte y el Hades. (Mt 25:41; Apo 20:10, 14, 15; 21:8.) Todos han sido sentenciados al “lago de fuego”, es decir, a su destrucción eterna. (Véase LAGO DE FUEGO.)
En tiempos bíblicos se empleaba el fuego como el medio por excelencia para destruir algo por completo, de ahí que Jesús lo usara como ilustración de destrucción completa para el inicuo. (Mt 13:40-42, 49, 50; véase FUEGO.)
"Aproveche el Desafío"
¿Que tienen Alemania, Israel y Japón en común? Estos tres países estuvieron en un momento de su historia al borde de su destrucción total, prácticamente aplastados. Esa situación pudiera haber sido la perfecta excusa para dejarse llevar por las circunstancias y rendirse como fracasados, pero no se hicieron las victimas de su situación, sino que tomaron las riendas de sus vidas y la dirigieron con optimismo a la recuperación y superación (Ef 4:22-24) Hoy día, esos mismos países, son de los más adelantados y prósperos del mundo, a pesar de que su triste historia no se remonta tan lejos en el tiempo. La clave parece ser, dejar de quejarse y auto compadecerse, dejar de buscar un culpable, hacerse responsable de su pasado y ponerse manos a la obra, reorientándose a un futuro mejor, sin esperar ayuda externa. Hacerse la victima es un estado mental negativo, que no depende de las circunstancias de uno (Mr 9:23.) Una victima cultiva pensamientos negativos, pasa a expresarlo en palabras, eso se reflejará también en sus acciones y gestos negativos, por otra parte esos actos se llegarán a desarrollar en hábitos, y por último nuestros hábitos nos llevarán a nuestro destino (Flp 3:16) La mayoría de las veces nos estancamos en nuestros problemas porque enfocamos nuestra mente en el problema y no en la solución, en esos casos es sabio contar con la ayuda y fuerza que Jehová nos brinda si confiamos en Él (Flp 4:13; Pr 3:5, 6) El problema no es exactamente un problema, muchos han convertido ese supuesto problema en un desafío o reto en vez de obstáculo, y lo convirtieron en un podio para superarse en vez de una piedra de tropiezo y fracaso. En realidad la diferencia entre un día bueno o malo estriba en nuestra actitud y manera de enfrentarnos a este (Snt 1:2-4) A un niño no le crecen los dientes o piernas sin dolor, ni a un deportista los músculos y la agilidad sin esfuerzo, sudor y dolor; el dolor que pasamos en ciertas circunstancias de la vida no es negativo, es la señal de que nos estamos superando, madurando y creciendo como personas, si sabemos aprovechar bien esa experiencia sin rendirnos. Si aguantamos activamente con una actitud positiva y humilde, podremos ver un día que ese dolor nos hizo llegar a ser una mejor persona, más valiosa. Dejemos de repasar el pasado, pues este solo fue como los escalones que nos permitieron subir a donde hoy estamos, y si los recordamos que solo sea con gratitud por la buena oportunidad que nos brindaron para superarnos (2Pe 1:5-8.) |
Una deuda es la obligación de pagar o devolver a otro dinero u otro valor material o moral. La principal causa por la que se contraían deudas en el antiguo Israel eran los reveses económicos. Para un israelita era una desgracia llegar a ser un deudor, ya que el que tomaba prestado llegaba a ser siervo del que le hacía el préstamo. (Pr 22:7.) Por eso se mandaba al pueblo de Dios que fuese generoso y desinteresado al prestar a sus compañeros israelitas necesitados, sin tratar de aprovecharse de su adversidad imponiéndoles un interés. (Éx 22:25; Dt 15:7, 8; Sl 37:26; 112:5.) Sin embargo, se podía exigir que los extranjeros pagasen interés. (Dt 23:20.) Los comentaristas judíos han interpretado que esta medida aplicaba a préstamos comerciales, no a casos de necesidad. Por lo general, los extranjeros solo estaban en Israel por un tiempo, a menudo como mercaderes, y era razonable esperar que pagasen interés, sobre todo si se tiene en cuenta que ellos también prestarían a otros con interés.
En algunas ocasiones una tercera persona podía ser fiador de un deudor. Repetidas veces advierte en contra de esta práctica el libro de Proverbios (6:1-3; 11:15; 17:18; 22:26), ya que aquel que salía fiador resultaría perjudicado en caso de incumplimiento por parte del deudor.
El punto de vista cristiano del primer siglo en cuanto a las deudas se expresa en Romanos 13:8: “No deban a nadie ni una sola cosa, salvo el amarse unos a otros”.
La Ley protegía a los acreedores y a los deudores. La ley mosaica exigía que incluso un ladrón saldara la deuda que había contraído con su delito. Si no podía, tenía que ser vendido en esclavitud. (Éx 22:1, 3.) De modo que la víctima tenía la seguridad de recibir compensación por su pérdida.
Los israelitas fieles reconocían que pagar sus deudas era un requisito divino. (Sl 37:21.) El acreedor podía estar seguro de que recibiría lo que le correspondía. El israelita que no tuviese bienes materiales podía venderse a sí mismo o vender a sus hijos en esclavitud para poder saldar sus deudas. (Éx 21:7; Le 25:39; compárese con 2Re 4:1-7.)
Por otra parte, la Ley también protegía al deudor. El acreedor no podía entrar en la casa del deudor y tomar algo como prenda, sino que tenía que esperar fuera hasta que el deudor se lo sacase. (Dt 24:10, 11.) No se podía tomar como prenda ni la ropa de una viuda ni artículos de primera necesidad, como un molino de mano o la muela superior del mismo. (Dt 24:6, 17.) Como era común que los pobres solo tuviesen una prenda exterior de vestir (manto), con la que también dormían, en caso de que esta fuese tomada como prenda, el acreedor debía devolverla al ponerse el Sol. (Éx 22:26, 27; Dt 24:12, 13.)
Según Deuteronomio 15:1-3, parece que durante el año sabático (cada séptimo año) un acreedor no podía apremiar a un compañero israelita para que le pagase una deuda. A diferencia del israelita, que al guardar el sábado no sacaba ganancia de su tierra, el extranjero continuaba teniendo ingresos, pues su trabajo no era agrícola. Por lo tanto, era razonable que se le pudiera apremiar para que pagase una deuda durante el año sabático. A medida que se acercaba el año sabático, pudiera ocurrir que algunos israelitas, sabiendo que no podrían apremiar a sus acreedores, se retrajeran a la hora de prestar a sus hermanos necesitados. Pero la Ley condenaba esta actitud egoísta. (Dt 15:9.)
Durante el año de Jubileo (cada quincuagésimo año) se ponía en libertad a los esclavos hebreos; se devolvían todas las posesiones hereditarias a sus dueños originales, a excepción de las casas que estuviesen en las ciudades amuralladas, siempre y cuando estas no hubiesen pertenecido antes a los levitas. Esta disposición impedía que las familias israelitas se hundiesen irremisiblemente en deudas y cayeran en la pobreza. Aunque alguien malgastara sus bienes, no podía perder su herencia de manera permanente para su familia. (Le 25:10-41.)
La adherencia estricta a la ley de Dios habría facilitado una economía estable y libre de grandes deudas nacionales e internas. A los israelitas se les aseguró: “Porque Jehová tu Dios verdaderamente te bendecirá tal como te ha prometido, y ciertamente prestarás a cambio de prenda a muchas naciones, mientras que tú mismo no tomarás prestado”. (Dt 15:6.)
Abusos. Cuando Israel incurrió en un proceder de infidelidad, los deudores necesitados estuvieron entre los que sufrieron. El hecho de que algunos deudores se unieran a David cuando se encontraba proscrito da a entender que sus acreedores los estaban apremiando mucho. (1Sa 22:2.) Al parecer llegó a ser común el prestar con interés a los compañeros israelitas. (Isa 24:2.) Por medio de su profeta Amós, Jehová condenó a Israel por vender a “alguien pobre por el precio de un par de sandalias” (Am 2:6), y mediante Ezequiel denunció a los israelitas por cargar interés y aprovecharse de forma fraudulenta de sus compañeros. (Eze 22:12.)
Después del regreso del exilio en Babilonia, llegó a existir entre los judíos una situación deplorable al no obedecer la ley de Dios relativa a prestar sin interés a los compañeros israelitas necesitados. En los días de Nehemías se había obligado a muchos judíos a dar como fianza sus casas, sus campos e incluso sus hijos e hijas. Sin embargo, después de la exhortación de Nehemías para que rectificasen las cosas, los acreedores accedieron a restituir los bienes a sus deudores y a prestar sin interés. (Ne 5:1-13.)
Ilustraciones de Jesús. Jesús equiparó los pecados a obligaciones financieras (Lucas 11:4). En efecto, cuando pecamos, nos hacemos “deudores” de Jehová. Cuando pecamos, hemos faltado a la deuda que tenemos de amar para con los hombres y/o Dios, por ello incurrimos en no pagar una deuda impuesta por Jehová (Romanos 13:8). Cierto léxico explica que el significado del verbo griego para “perdonar” es “dejar pasar un débito, o dispensarlo, al no exigir su pago”. Cuando Dios perdona, es como si cancelara lo que tendría que cargar en nuestra cuenta. Los arrepentidos pueden sentir alivio: una vez anulada la deuda, nunca se la reclamará (Salmo 32:1, 2).
En el siglo I E.C., los judíos conocían bien la relación entre acreedores y deudores, y en algunas ocasiones Jesús la utilizó para sus ilustraciones. Subrayó la necesidad de ser perdonador cuando habló de un esclavo inicuo que, a pesar de haber sido exonerado de una deuda de 60.000.000 de denarios (unos 40.000.000 de dólares [E.U.A.]), hizo que se arrojase en prisión a un coesclavo por una deuda de 100 denarios (unos 70 dólares [E.U.A.]). (Mt 18:23-33.) La ilustración de dos deudores —a uno se le había perdonado una deuda de 500 denarios (unos 350 dólares [E.U.A.]) y al otro, una de 50 denarios (unos 35 dólares [E.U.A.])— hizo resaltar el principio: “Al que se le perdona poco, poco ama”. (Lu 7:41-47.) El uso sabio de las riquezas (materiales) “injustas” para hacerse amigo de Dios se ilustra con el mayordomo injusto que, cuando estaba a punto de perder su posición, usó su autoridad con perspicacia para hacerse amigo de los deudores de su amo reduciendo sus deudas. (Lu 16:1-9.)
Otras deudas. Las palabras “deuda” y “deudor” también se usan en las Escrituras con referencia a otras obligaciones aparte de las que se derivan del pedir prestado. Se llama “deuda” al salario que se le debe a un trabajador. (Rom 4:4.) Los pecadores son “deudores” de aquellos contra quienes han transgredido y por lo tanto deben buscar su perdón. El que Dios perdone las “deudas” depende de que la persona haya perdonado a su vez a sus “deudores” personales. (Mt 6:12, 14, 15; Lu 13:4.) En vista de su obligación de predicar las “buenas nuevas”, el apóstol Pablo habló de sí mismo como un “deudor” de todas las personas. (Ro 1:14, 15.) Los creyentes gentiles eran “deudores” de los cristianos judíos de Jerusalén debido a que se habían beneficiado de ellos en sentido espiritual. Por lo tanto, el que apoyasen materialmente a sus hermanos judíos pobres era tan solo lo que debían hacer. (Ro 15:26, 27.)
Período especial de tiempo, no un día de veinticuatro horas, en el que Jehová actúa en contra de sus enemigos y a favor de su pueblo. En este “día” Jehová ejecuta juicio contra los inicuos, y sale victorioso sobre sus opositores. Es también un tiempo de salvación y liberación para el justo, un día en el que se ensalza a Jehová como Ser Supremo. Así, por estos dos motivos se trata de una ocasión excepcional y única: el gran día de Jehová. Es el momento de la ejecución de la sentencia de Jehová contra sus enemigos, que se traduce en destrucción para ellos pero en salvación para los fieles. Un día similar le llegó a la Babilonia antigua en el año 539 antes de nuestra era, cuando fue conquistada por los medos y los persas (Isaías 13:1, 6). Se avecina otro “día de Jehová”, en el que ejecutará su juicio contra “Babilonia la Grande”, el imperio mundial de la religión falsa (Apocalipsis 18:1-4, 21).
En las Escrituras se dice que este día es día de batalla, día grande e inspirador de temor, día de oscuridad y cólera ardiente, día de furor, aflicción, angustia, desolación y alarma. A este respecto, Jehová le preguntó al pueblo rebelde de Israel por medio de su profeta Amós: “¿Qué, entonces, significará para ustedes el día de Jehová?”. Su respuesta fue: “Será oscuridad, y no luz, tal como cuando un hombre huye debido al león, y el oso realmente lo encuentra; y como cuando entró en la casa y apoyó su mano contra la pared, y la serpiente lo mordió”. (Am 5:18-20.) A Isaías se le dijo: “¡Miren! Viene el mismísimo día de Jehová, cruel tanto con furor como con cólera ardiente”. (Isa 13:9.) “Ese día es día de furor, día de angustia y de zozobra, día de tempestad y de desolación, día de oscuridad y de tenebrosidad, día de nubes y de densas tinieblas.” (Sof 1:15.) Durante ese período de tribulación, el dinero no servirá de nada, “en las calles arrojarán su plata misma [...]. Ni la plata ni el oro de ellos podrá librarlos en el día del furor de Jehová”. (Eze 7:19; Sof 1:18.)
Los profetas le atribuyeron al día de Jehová un sentido de urgencia y advirtieron repetidas veces de su inminencia: “El gran día de Jehová está cerca. Está cerca, y hay un apresurarse muchísimo de él”. (Sof 1:14.) También se dijo: “¡Ay del día; porque el día de Jehová está cerca, [...]!”. “Que todos los habitantes de la tierra se agiten; ¡porque viene el día de Jehová, porque está cerca!” (Joe 1:15; 2:1, 2.)
Juicios de destrucción. De acuerdo con ciertas profecías y acontecimientos relacionados, parece que la expresión “día de Jehová” se ha usado para referirse a ocasiones acaecidas en el pasado y en las que el Altísimo ejecutó juicios de destrucción. Por ejemplo, Isaías tuvo una visión de lo que le sobrevendría a la infiel Judá y a Jerusalén en “el día que pertenece a Jehová de los ejércitos”, el cual llegaría “sobre todo el que a sí mismo se ensalza y es altanero”. (Isa 2:11-17.) Por otra parte, Ezequiel se dirigió a los profetas desleales de Israel y les advirtió que no podrían hacer nada para fortificar sus ciudades a fin de “estar de pie en la batalla en el día de Jehová”. (Eze 13:5.) Por boca del profeta Sofonías, Jehová les anticipó que estaba por alargar su mano contra Judá y Jerusalén para tomar medidas especiales, de tal modo que ni los príncipes ni los hijos del rey escaparían. (Sof 1:4-8.) Los hechos muestran que ese “día de Jehová” llegó sobre los habitantes de Jerusalén en 607 a. E.C.
Durante ese período de angustia y tribulación que le sobrevino a Judá y Jerusalén, Edom y otras naciones vecinas exteriorizaron su odio a Jehová y su pueblo de tal modo que hicieron que el profeta Abdías profetizara contra ellas: “Porque el día de Jehová contra todas las naciones está cerca. Del modo como has hecho, se te hará”. (Abd 1, 15.) Asimismo, “el día de Jehová” y toda su ardiente destrucción cayó sobre Babilonia y Egipto tal como se había predicho. (Isa 13:1, 6; Jer 46:1, 2, 10.)
Más tarde, por medio del profeta Malaquías se predijo otro “día de Jehová, grande e inspirador de temor”, y se dijo que sería precedido por la venida de “Elías el profeta”. (Mal 4:5, 6.) El Elías original había vivido casi quinientos años antes de que se pronunciara aquella profecía, pero en el siglo I E.C. Jesús indicó que Juan el Bautista era la predicha correspondencia de Elías. (Mt 11:12-14; Mr 9:11-13.) En consecuencia, en aquel tiempo estaba próximo un “día de Jehová”. En Pentecostés de 33 E.C. Pedro explicó que se estaba cumpliendo la profecía de Joel (2:28-32) concerniente al derramamiento del espíritu de Dios, y esto también tenía que suceder antes del “grande e ilustre día de Jehová”. (Hch 2:16-21.) Aquel “día de Jehová” llegó en 70 E.C., cuando, en cumplimiento de su Palabra, Jehová hizo que los ejércitos de Roma ejecutaran el juicio divino sobre la nación que había rechazado al Hijo de Dios y gritado en tono desafiante: “No tenemos más rey que César”. (Jn 19:15; Da 9:24-27.)
Sin embargo, las Escrituras indican que en el futuro habrá otro “día de Jehová”. Una vez que los judíos fueron repatriados a Jerusalén después del exilio en Babilonia, Jehová hizo que su profeta Zacarías (14:1-3) predijera “un día que pertenece a Jehová”. En ese día Él recogerá no solo a una nación, sino a “todas las naciones contra Jerusalén”, y en el clímax de ese día “Jehová ciertamente saldrá y guerreará contra esas naciones”, a las que llevará a su fin. El apóstol Pablo, bajo inspiración, asoció la venida del “día de Jehová” con la presencia de Cristo (2Te 2:1, 2), y Pedro habló de este día con relación al establecimiento de unos ‘nuevos cielos y una nueva tierra en los que la justicia habrá de morar’. (2Pe 3:10-13.)
A todos les debería preocupar el estar en seguridad y a salvo durante el gran día de Jehová. Después de preguntar: “¿Quién puede sostenerse bajo él?”, Joel dice: “Jehová será un refugio para su pueblo”. (Joe 2:11; 3:16.) La invitación se extiende misericordiosamente a todas las personas, pero pocos son los que se apegan al consejo de Sofonías para aprovecharse de esta provisión de refugio: “Antes que el estatuto dé a luz algo, antes que el día haya pasado justamente como el tamo, antes que venga sobre ustedes la cólera ardiente de Jehová, antes que venga sobre ustedes el día de la cólera de Jehová, busquen a Jehová, todos ustedes los mansos de la tierra, los que han practicado Su propia decisión judicial. Busquen justicia, busquen mansedumbre. Probablemente se les oculte en el día de la cólera de Jehová”. (Sof 2:2, 3.)
Se acerca el día de Jehová
El ocultismo ha tomado una fuerza inusitada en nuestra sociedad. Podemos leer en los diarios europeos que hay más brujos registrados ante el gobierno de Alemania que ministros evangélicos, en un país que fue cuna de la reforma protestante. En Francia, por su parte, las estadísticas revelan que las personas enfermas consultan más a los brujos que a los médicos. En México se han descubierto fosas comunes de hombres, mujeres y niños sacrificados por los carteles de la mafia para recibir protección de Satanás. Y, ¿qué decir de Miami? Está invadida de brujos y santeros procedentes del Caribe. Incluso anuncian sus servicios en publicaciones de amplia circulación nacional (1Jn 5:19.) El hecho de que el ocultismo haya tomado tanta fuerza y que los cristianos seamos blancos permanentes de la difamación, críticas y persecución de Satanás y sus seguidores—una sociedad bajo pecado que considera lo malo como bueno–, obliga a que nos preparemos para la batalla en la Guerra Espiritual que se libra en los “aires”, y de la cual somos partícipes. ¿Cuál es nuestra actitud frente a los ataques de las huestes de maldad? (Pr 29:16) No olvidemos quien es el dios de este sistema, estamos seguros que se esta programando una gran persecución sistemática, provocando caos en el sistema actual, para que las masas pidan y den la bienvenida a un nuevo sistema incondicionalmente impuesto por él mismo y sumamente bien organizado, después de Jehová "ellos" son los que más información tienen sobre cada uno de nosotros (Eze 38:15, 16; 2Co 2:11) Al gobernante de éste mundo le encantaría hacer un último intento por sustituir al “Nuevo mundo” prometido por Jehová (2Pe 3:13) Haciendo que las masas mismas apelen a un nuevo sistema, agobiados como están en la situación que él mismo provoca, para prepararlos y así desafiar a Jehová por una última oportunidad, por el voto de la mayoría de la humanidad manipuladas por su sistema de "Divide y vencerás". Hermanos aférrense a Jehová, esta llegando el día en el que Él se va a glorificar delante de todas las naciones (Zac 2:8-10; Sl 37:34; Isa 30:15.) |
“Día” o período específico en el que grupos determinados, naciones o toda la humanidad son llamados para rendir cuentas ante Dios. Puede ser un tiempo de ejecución para aquellos que hayan sido juzgados merecedores de muerte, o el juicio puede suministrar la oportunidad para que algunos sean liberados e incluso reciban vida eterna. Jesucristo y sus apóstoles señalaron hacia un futuro “Día del Juicio”, que no solo afectaría a los vivos, sino también a los que hubiesen muerto en el pasado. (Mt 10:15; 11:21-24; 12:41, 42; 2Ti 4:1, 2.)
Tiempos de juicio en el pasado. En el pasado Jehová pidió cuentas en diversas ocasiones a algunos pueblos y naciones por sus hechos, y ejecutó su juicio contra ellos y los destruyó. Pero tales juicios de destrucción no eran demostraciones arbitrarias de fuerza bruta o de gran poder. Algunas veces la palabra hebrea para “juicio [misch·pát]” también se traduce “justicia” y “lo que es recto”. (Esd 7:10; Gé 18:25.) La Biblia subraya que Jehová “es amador de justicia y derecho”, de manera que sus juicios de destrucción abarcan estas dos cualidades. (Sl 33:5.)
En algunas ocasiones los juicios de destrucción eran provocados por la conducta inicua que las personas demostraban en su vida cotidiana. Sodoma y Gomorra son un ejemplo en este sentido. Jehová inspeccionó las ciudades y determinó que el pecado de sus habitantes era muy grave, de modo que decidió arruinarlas. (Gé 18:20, 21; 19:14.) Tiempo después, Judas escribió que aquellas ciudades experimentaron “el castigo judicial [gr. dí·kën, “juicio”, Val, 1909; “justicia”, CP; “justa pena”, ENP] de fuego eterno” (Jud 7), o, en otras palabras, experimentaron un “día” de juicio.
Jehová dirigió una causa judicial contra la antigua Babilonia, que por mucho tiempo había sido enemiga de Dios y de su pueblo. Debido a su innecesaria crueldad con los judíos, no tener la intención de liberarlos después de setenta años de cautiverio y atribuir la victoria sobre el pueblo de Jehová a su dios Marduk, Babilonia estaba en vías de recibir un juicio de destrucción. (Jer 51:36; Isa 14:3-6, 17; Da 5:1-4.) Ese juicio le sobrevino en 539 a. E.C. cuando cayó ante los medos y los persas. Debido a que fue Jehová quien ejecutó el juicio, se podía llamar a ese período “el día de Jehová”. (Isa 13:1, 6, 9.)
De manera similar, Jeremías profetizó que Dios tendría que “ponerse en juicio” contra Edom, entre otros pueblos (Jer 25:17-31), de modo que esa nación que había mostrado odio a Jehová y su pueblo experimentó un juicio de destrucción en el “día de Jehová”. (Abd 1, 15, 16.)
Cuando Judá y Jerusalén se volvieron infieles y se ganaron la desaprobación de Dios, Él prometió “[ejecutar] en medio de [ellas] decisiones judiciales”. (Eze 5:8.) En 607 a. E.C. llegó “el día del furor de Jehová” con una ejecución de su juicio de destrucción. (Eze 7:19.) Sin embargo, se predijo que sobre Jerusalén vendría otro “día” o tiempo de juicio. Joel profetizó que se derramaría el espíritu antes del “día de Jehová, grande e inspirador de temor”. (Joe 2:28-31.) En el día del Pentecostés de 33 E.C., Pedro explicó bajo inspiración que en aquel entonces ellos estaban experimentando un cumplimiento de aquella profecía. (Hch 2:16-20.) El destructivo “día de Jehová” llegó en 70 E.C., cuando los ejércitos romanos ejecutaron el juicio divino contra los judíos. Como Jesús predijo, aquellos fueron “días para hacer justicia”. (Lu 21:22; véase DESTRUCCIÓN.)
Juicios futuros de destrucción. Aparte de las profecías de las Escrituras Hebreas, la Biblia hace referencia específica a varios días de juicio de destrucción futuros. Revelación habla del tiempo en el que “Babilonia la Grande” será quemada con fuego por completo. Este castigo judicial se debe a su fornicación con las naciones y a que se ha emborrachado con la sangre de los testigos de Jesús. (Apo 17:1-6; 18:8, 20; 19:1, 2.) Pedro se refirió a lo que ocurrió en el día de Noé, y predijo otro día de destrucción, un “día de juicio y de la destrucción de los hombres impíos”. (2Pe 3:7.) El libro de Revelación dice que esa destrucción será ejecutada por “La Palabra de Dios”, quien herirá a las naciones con una espada larga. (Apo 19:11-16; compárese con Jud 14, 15.) En el primer siglo ya se había pronunciado juicio contra el Diablo, y los demonios, a quienes él dirige, sabían que serían arrojados al abismo, como le ocurrirá a Satanás. (1Ti 3:6; Lu 8:31; Apo 20:1-3.) Por lo tanto, se desprende que el juicio que les espera es tan solo la ejecución de un juicio que ya ha sido determinado. (Jud 6; 2Pe 2:4; 1Co 6:3.)
El “juicio” puede ser condenatorio o no. La mayoría de las veces que aparece la palabra “juicio” (gr. krí·sis y krí·ma) en las Escrituras Griegas Cristianas tiene el sentido obvio de juicio condenatorio o adverso. En Juan 5:24, 29 el término “juicio” se usa en contraste con “vida” y “vida eterna”, lo que da a entender con claridad un juicio condenatorio que significa pérdida absoluta de la vida o, en otras palabras, muerte. (2Pe 2:9; 3:7; Jn 3:18, 19.) Sin embargo, no todo juicio adverso lleva inevitablemente a la destrucción, como lo ilustran las observaciones de Pablo en 1 Corintios 11:27-32 respecto a la celebración de la Cena del Señor. Si una persona no discernía lo que estaba haciendo, podía comer o beber “juicio contra sí mismo”. A continuación Pablo añade: “Cuando se nos juzga, somos disciplinados por Jehová, para que no lleguemos a ser condenados con el mundo”. Por consiguiente, alguien podía recibir juicio adverso, pero si se arrepentía, no se le destruía para siempre.
Además, de 2 Corintios 5:10 se desprende que es posible que un juicio no sea condenatorio. De aquellos que son “puestos de manifiesto ante el tribunal del Cristo” se dice lo siguiente: “Cada uno [recibirá] su retribución [...], según las cosas que haya practicado, sea cosa buena o vil”. El juicio mencionado en Apocalipsis 20:13 tiene un resultado favorable para muchos. Aquellos de los muertos que son juzgados que reciben un juicio adverso son arrojados al “lago de fuego”, en tanto que los demás salen del juicio y se les ‘halla escritos en el libro de la vida’. (Apo 20:15.)
Día de juicio en el que cada uno rendirá cuentas. Los hebreos precristianos estaban familiarizados con la idea de que Dios los consideraría personalmente responsables de su conducta. (Ec 11:9; 12:14.) Las Escrituras Griegas Cristianas explican que habrá un período o “día” específico en el que la humanidad, tanto los vivos como los muertos, serán juzgados individualmente. (2Ti 4:1, 2.)
Identidad de los jueces. En las Escrituras Hebreas se identifica a Jehová como el “Juez de toda la tierra”. (Gé 18:25.) De manera similar, en las Escrituras Griegas Cristianas se le llama “el Juez de todos”. (Heb 12:23.) Sin embargo, Él ha comisionado a su Hijo para que juzgue por Él. (Jn 5:22.) La Biblia dice que Dios ha “decretado” que Jesús sea juez, una función para la que ha sido “nombrado” y “destinado”. (Hch 10:42; 17:31; 2Ti 4:1.) El que Dios haya dado esa autoridad a Jesús resuelve cualquier aparente contradicción entre el texto que dice que los individuos estarán “de pie ante el tribunal de Dios” y el versículo que dice que “[serán] puestos de manifiesto ante el tribunal del Cristo”. (Ro 14:10; 2Co 5:10.)
Jesús también dijo a sus apóstoles que cuando se sentara en su trono en la “re-creación”, ellos se sentarían “sobre doce tronos” para juzgar. (Mt 19:28; Lu 22:28-30.) Pablo indicó que los cristianos que habían sido “llamados a ser santos” juzgarían al mundo. (1Co 1:2; 6:2.) También, el apóstol Juan vio en visión el tiempo en el que algunos recibirían “poder para juzgar”. (Apo 20:4.) En vista de los textos supracitados, se desprende que recibirán ese poder los apóstoles y los otros santos. Tal conclusión la confirma el resto del versículo, que habla de los que gobernarán con Cristo durante el milenio como reyes y jueces.
Lo que se decida durante el Día del Juicio sin duda será justo, pues los juicios de Jehová son “verdaderos y justos”. (Apo 19:1, 2.) El juicio que Él autoriza a otros a dictar también es justo y verdadero. (Jn 5:30; 8:16; Apo 1:1; 2:23.) No se pervertirá la justicia ni se esconderán los hechos.
Incluye la resurrección. Cuando Jesús usó la expresión Día del Juicio, hizo referencia a una resurrección de los muertos. Comentó que algunas ciudades podían rechazar a los apóstoles y su mensaje, y luego dijo: “En el Día del Juicio le será más soportable a la tierra de Sodoma y Gomorra que a aquella ciudad”. (Mt 10:15.) Aunque la expresión de Jesús tenía un valor hiperbólico (pues Sodoma y Gomorra habían sufrido destrucción eterna), sus palabras se referían a un juicio futuro, al menos para algunos habitantes de la ciudad judía que los rechazase. (Compárese con Mt 11:22-24; Lu 10:13-15; Jud 7.) Más explícito aún fue este otro comentario suyo: “La reina del Sur será levantada en el juicio”. (Mt 12:41, 42; Lu 11:31, 32.) Al examinar las declaraciones bíblicas de que Jesús juzgará “a los vivos y a los muertos”, debería tenerse en cuenta que el Día del Juicio incluye la resurrección. (Hch 10:42; 2Ti 4:1.)
Un último indicio de que muchos de los que serán escudriñados en el Día del Juicio serán personas resucitadas es la información registrada en Apocalipsis 20:12, 13, donde se alude a personas que están “de pie delante del trono”. Luego se menciona a los muertos, así como el hecho de que la muerte y el Hades entregan a los muertos que hay en ellos para ser juzgados.
Cuándo será el Día del Juicio. En Juan 12:48 Cristo relaciona el juicio de las personas con “el último día”. En Apocalipsis 11:17, 18 se habla de un juicio de los muertos, juicio que tiene lugar después de que Dios toma su gran poder y empieza a gobernar como rey de una manera especial. La secuencia de acontecimientos que se registra en los capítulos 19 y 20 de Revelación proporciona más detalles al respecto. Allí se hace mención de una guerra en la que el “Rey de Reyes” pone fin a “los reyes de la tierra y a sus ejércitos” (unos capítulos antes [16:14] se llama a esta acción “la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso”). Luego se dice que se ata a Satanás por mil años, durante los cuales hay quienes sirven con Cristo como reyes y jueces. En el mismo contexto se mencionan la resurrección y el juicio de los muertos. Por lo tanto, se deduce que ese período de tiempo es el que corresponde al Día del Juicio, algo perfectamente posible, pues desde el punto de vista de las Escrituras se puede considerar un período de mil años como un “día”. (2Pe 3:8; Sl 90:4.)
Base para juicio. Con respecto a lo que tendrá lugar durante ese tiempo de juicio, Apocalipsis 20:12 dice que los muertos resucitados serán “juzgados de acuerdo con las cosas escritas en los rollos según sus hechos”. A los resucitados no se les juzgará sobre la base de las obras que hicieron en su vida anterior, pues la regla registrada en Romanos 6:7 dice: “El que ha muerto ha sido absuelto de su pecado”.
No obstante, Jesús dijo que la renuencia a prestar atención a sus poderosas obras y arrepentirse, o no responder al mensaje de Dios, haría más difícil soportar el Día del Juicio. (Mt 10:14, 15; 11:21-24.)
Período de tiempo determinado durante el cual el Señor Jesucristo lleva a buen término ciertos objetivos relacionados con el propósito de Dios.
Según el uso que se le da en la Biblia, la palabra “día” puede indicar un período de tiempo mucho más largo que veinticuatro horas. (Gé 2:4; Jn 8:56; 2Pe 3:8.) El contexto muestra que la expresión “día del Señor” de Apocalipsis 1:10 no corresponde a un día literal, pues según el testimonio de Juan, él estuvo “por inspiración” en el “día del Señor”. Juan no necesitaba el poder de la inspiración para hallarse en un día determinado de la semana. Por lo tanto, el “día del Señor” debería corresponder a un tiempo en el futuro durante el cual ocurrirán los acontecimientos que Juan tuvo el privilegio de ver en visión. Entre estos estaban la guerra en el cielo y la expulsión de Satanás de sus inmediaciones, la destrucción de Babilonia la Grande, así como la de los reyes de la Tierra y sus ejércitos, el encadenar y abismar de Satanás, la resurrección de los muertos y el reinado de mil años de Cristo.
El contexto señala a Jesucristo como el Señor a quien pertenece ese “día”. Inmediatamente después que llegó a estar “en el día del Señor”, Juan no oyó la voz del Dios Todopoderoso, sino la de Su Hijo resucitado. (Apo 1:10-18.) El “día del Señor” mencionado en 1 Corintios 1:8; 5:5 y 2 Corintios 1:14 también es el día de Jesucristo.
¿Cuál es la diferencia entre “el día del Señor” y “el día de Jehová”? El “día del Señor” abarca el cumplimiento de las dieciséis visiones descritas en los capítulos 1 a 22 de Revelación, así como los acontecimientos fundamentales que Jesús predijo como respuesta a la pregunta de sus discípulos sobre la señal de su presencia. En el clímax del día del Señor estalla el día inspirador de temor de Jehová, en el que ejecutará su sentencia contra el mundo corrupto de Satanás (Mateo 24:3-14; Lucas 21:11)
Para que tengan fuerza y valor, las leyes, mandamientos y comisiones deben imponerse de forma legal. La ejecución es un medio de poner en vigor las penas que se imponen por violar las leyes, en especial la pena de muerte. La Ley Suprema no solo tiene un Poder Legislativo, sino también un Poder Ejecutivo: “Jehová es nuestro Juez, Jehová es nuestro Dador de Estatutos, Jehová es nuestro Rey”. “Uno solo hay que es legislador y juez.” (Isa 33:22; Snt 4:12.) En consecuencia, Jehová mismo ejecuta juicio y venganza sobre los que violan Su ley. (Éx 12:12; Dt 10:17, 18; Eze 25:11-17; 2Te 1:6-9; Jud 14, 15.)
Jehová también ha delegado en otros cierto poder de ejecución. Por ejemplo: “Su sangre de sus almas la reclamaré. [...] De la mano de cada uno que es su hermano, reclamaré el alma del hombre. Cualquiera que derrame la sangre del hombre, por el hombre será derramada su propia sangre, porque a la imagen de Dios hizo él al hombre”. (Gé 9:5, 6.) En este sentido, “el vengador de la sangre” debía afrontar cierta responsabilidad como ejecutor. (Nú 35:19; véase VENGADOR DE LA SANGRE.) En determinadas circunstancias, la autoridad de ejecución recaía sobre los sacerdotes de Israel (Nú 5:15-31) o en la entera congregación, en cuyo caso los testigos presenciales debían comenzar la ejecución del ofensor. (Le 24:14-16; Dt 17:2-7.) También tenían la prerrogativa de ejecutar los jueces y los reyes, así como las personas a quienes ellos designaban. (Jue 8:20, 21; 2Sa 1:15; 1Cr 14:16; 2Re 9:6-9; 10:24-28; Jer 21:12; 22:3.)
En la antigüedad, los gobernantes se rodeaban de una guardia personal a la que podían confiar la ejecución de sus edictos. Potifar ejercía esta función (Gé 37:36; 41:12), y fue uno de los guardias personales de Herodes quien decapitó a Juan el Bautista. (Mr 6:27.)
En Israel se ejecutaba a los condenados a muerte lapidándolos o a espada. (Le 20:2; 2Sa 1:15.) El Rey Mesiánico de Jehová, el Señor Jesucristo, y otros de sus leales asociados celestiales, han recibido autoridad del “Juez de toda la tierra” para servir de ejecutores legales. (Gé 18:25; Sl 149:6-9; Apo 12:7-9; 19:11-16; 20:1-3.)
El término hebreo `oh·yév y el griego ekj·thrós se refieren a aquel que es hostil o que odia. (Éx 23:22; Mt 5:43.) El primer brote de enemistad en el universo fue la acción de la “serpiente”, que más tarde la Biblia identificó como Satanás el Diablo (Apo 12:9), cuando se acercó a Eva y desafió la veracidad de Dios. (Gé 3:4, 5.) Jesucristo llamó homicida a esta criatura espíritu, y también “mentiroso y el padre de la mentira”. (Jn 8:44; véase SATANÁS.)
Enemigos de Dios. Desde aquel tiempo Satanás fue el enemigo principal de Dios. (Mt 13:25, 39.) Ha ejercido su influencia sobre la humanidad, a la que ha doblegado, de modo que “el mundo entero yace en el poder del inicuo”. (1Jn 5:19.) Este mundo es, por tanto, enemigo de Dios. (Snt 4:4.) No obstante, Dios ha tenido gran paciencia con sus enemigos y ha mostrado misericordia a los que han deseado servirle. Ha provisto para estas personas un medio de reconciliación mediante el sacrificio de Jesucristo. (Ro 5:10; Col 1:21, 22.) A los que están en unión con Cristo los ha nombrado “embajadores” en un mundo hostil, encomendándoles el ministerio de la reconciliación. (2Co 5:18-21.)
Por otra parte, hay muchos que se hacen enemigos enconados de Dios, entre quienes se cuentan Satanás y los demonios inicuos, quienes reúnen a las naciones contra Dios (Apo 16:13-16); el “hombre de desafuero” apóstata, que se coloca en oposición a Dios (2Te 2:3, 4); “Babilonia la Grande”, cuyos “pecados se han amontonado hasta llegar al cielo” (Apo 17:5; 18:5); “la bestia salvaje” que sale del mar, que recibe su poder y autoridad del dragón Satanás (Apo 13:1, 2, 6); la “bestia salvaje” de dos cuernos, que promueve la adoración de aquella “bestia” marina (Apo 13:11, 12); la “bestia salvaje de color escarlata” que está “llena de nombres blasfemos” (Apo 17:3) y los que persisten en apoyarla (Apo 19:17-21). Dios destruirá a todos estos. (Dt 32:41; Isa 59:18; Apo 20:10.)
Enemigos de Cristo. Los enemigos de Dios son también enemigos de Cristo. (Jn 8:42-47; Mt 10:40.) Cuando estuvo en la Tierra, Jesucristo sufrió mucho a manos de los enemigos de Dios. No obstante, no devolvió mal por mal; no intentó hacerles ningún daño. (1Pe 2:21-23.) Incluso curó a un hombre que iba con la muchedumbre que salió con espadas y garrotes para prenderlo. (Lu 22:49-51; Jn 18:10, 11.)
Sin embargo, después de su resurrección “se sentó a la diestra de Dios, esperando desde entonces hasta que se coloque a sus enemigos como banquillo para sus pies”. (Heb 10:12, 13; Lu 20:41-43.) Esta profecía se registró en el Salmo 110, donde se expone el mandato que Dios le dio a su Hijo: “Ve sojuzgando en medio de tus enemigos”. (Sl 110:2.) Se dice que estos enemigos de Jehová y de su “ungido” son “naciones” y “grupos nacionales”, “reyes de la tierra” y “altos funcionarios”. (Sl 2:1-9.) En Apocalipsis 19:11-21 se ve al que se llama “Fiel y Verdadero”, “La Palabra de Dios” y “Rey de reyes y Señor de señores” dirigiendo a los ejércitos del cielo contra sus enemigos. Estos enemigos son ‘la bestia salvaje y los reyes de la tierra y sus ejércitos’, así como el “falso profeta”; Cristo aniquila a todos estos. ★¿A quién representa “el asirio” de Miq. 5:5? - (15-11-2013-Pg.20-§16)
Enemigos de la humanidad. Los enemigos de Dios son al mismo tiempo enemigos de la humanidad, porque luchan contra la reconciliación del hombre con Dios y contra los propósitos de Dios para la familia humana. Se oponen a la proclamación de la verdad, y por lo tanto están en contra de los intereses de todos los hombres, como lo estuvieron aquellos que persiguieron a los cristianos primitivos. (1Te 2:15.)
Además, debido a la entrada del pecado en el mundo por medio de Adán, la muerte se ha extendido a todos los hombres y ha sido, según la Biblia, el “enemigo” de la humanidad. (1Co 15:26; Ro 5:12.) El hombre no puede vencer a la muerte por sus propios esfuerzos. (Sl 89:48.) Solo Jehová Dios, mediante Jesucristo, podrá acabar con este enemigo del hombre. (1Co 15:24-26; Isa 25:8.)
La pelea cristiana. El apóstol Pablo se refirió al guerrear del cristiano con las siguientes palabras: “Tenemos una lucha, no contra sangre y carne, sino contra los gobiernos, contra las autoridades, contra los gobernantes mundiales de esta oscuridad, contra las fuerzas espirituales inicuas en los lugares celestiales”. (Ef 6:12; compárese con 2Co 10:4.) De modo que el cristiano no pelea contra fuerzas humanas, es contra espíritus inicuos que intentan apartarlo de Dios. Por otra parte, Jesucristo explicó a sus seguidores que el mundo los perseguiría y hasta los mataría (Mt 10:22; 24:9; Jn 16:2), y que en algunos casos los enemigos del hombre serían los de su propia casa. (Mt 10:36.)
¿Cuál debe ser la actitud del cristiano hacia quienes se hacen sus enemigos? Jesús aconsejó: “Continúen amando a sus enemigos, haciendo bien a los que los odian”. (Lu 6:27, 28.) Explicó: “Oyeron ustedes que se dijo [en la tradición, no en la Biblia]: ‘Tienes que amar a tu prójimo y odiar a tu enemigo’. Sin embargo, yo les digo: Continúen amando a sus enemigos y orando por los que los persiguen”. (Mt 5:43, 44.) Y, seguramente refiriéndose a Proverbios 25:21, el apóstol Pablo advierte: “Si tu enemigo tiene hambre, aliméntalo”. (Ro 12:20.) Este principio ya se había enunciado en la Ley, que leía: “Si encontraras el toro de tu enemigo, o su asno, descarriado, sin falta has de devolvérselo. Si vieras echado debajo de su carga el asno de alguien que te odia, entonces debes guardarte de dejarlo. Junto con él, sin falta has de librarlo.” (Éx 23:4, 5.)
El que los siervos de Jehová hayan seguido estos excelentes principios ha resultado en que algunos de sus anteriores enemigos hayan ablandado su corazón y cambiado su actitud hacia ellos y también hacia Dios mismo. Este hecho está en armonía con Proverbios 16:7: “Cuando Jehová se complace en los caminos de un hombre, hace que hasta los enemigos mismos de este estén en paz con él”. (Compárese con Ro 12:17, 18, 21; 1Pe 2:19, 20; 3:9.) Un ejemplo sobresaliente de misericordia a un enemigo es el trato que prodigó Jesucristo a Saulo de Tarso (quien llegó a ser el apóstol Pablo). (Hch 9:1-16; 1Ti 1:13; compárese con Col 1:21, 22.)
Jehová Dios dice: “Mía es la venganza, y la retribución”. (Dt 32:35; Ro 12:19; Heb 10:30.) Por lo tanto, el siervo de Dios no se venga, ni tampoco desea calamidad a sus enemigos para su propia satisfacción, recordando el prudente consejo: “Cuando caiga tu enemigo, no te regocijes; y cuando se le haga tropezar, no esté gozoso tu corazón”. (Pr 24:17.) Bajo la Ley, cuando había que determinar si un homicidio había sido deliberado o accidental, se tenía muy en cuenta si existía enemistad u odio previos, o si el acusado había herido a la víctima en enemistad. (Nú 35:20-25.)
El cristiano tiene que vencer a muchos “enemigos” durante su vida, aparte de la oposición literal. Existe un grave peligro en capitular ante estos “enemigos”, porque, de hacerlo, nos colocaría en una posición de enemistad con Dios. Dice el apóstol: “Porque el tener la mente puesta en la carne significa enemistad con Dios, porque esta no está sujeta a la ley de Dios, ni, de hecho, lo puede estar”. (Ro 8:7; Gál 5:17.) Las Escrituras hablan de un conflicto que se produce dentro del cristiano debido a la confluencia de dos fuerzas contrarias: 1) “la ley de Dios”, la ley que Pablo decía que gobernaba su mente y a la que también llama “la ley de ese espíritu que da vida en unión con Cristo Jesús”, y 2) “la ley del pecado que está en [los] miembros”, o “la ley del pecado y de la muerte.” (Ro 7:22-25; 8:2.) En esta misma línea, el apóstol Pedro advierte a los cristianos que “sigan absteniéndose de los deseos carnales, los cuales son los mismísimos que llevan a cabo un conflicto en contra del alma”. (1Pe 2:11.) Santiago, el medio hermano de Jesús, también hace referencia a los “deseos vehementes de placer sensual que se hallan en conflicto en sus miembros”. (Snt 4:1.) Debemos reconocer que estas cosas son enemigos para poder mantenernos firmes contra ellas.
“Cuidado con las imitaciones de Satanás”
Cuando Moisés se presentó delante de Faraón para pasarle la palabra de Jehová, hizo varios milagros que los hechiceros y magos de Faraón pudieron imitar casi idénticamente (Éx 7:10, 11, 22; 8:7.) Mas tarde, Jehová hizo ciertos milagros a favor de su pueblo como por ejemplo confundir las tropas del enemigo, de modo que se mataban unos a otros (2 Cr 20:15-23.) Ahora atención, ¿Podrá Satanás imitar también este milagro de Jehová? ¿Tendrá poder para confundir al pueblo de Jehová? Es seguro que no escatimará esfuerzo por intentarlo, si permitimos que las sospechas infundadas, el rencor y los prejuicios en nuestros hermanos tomen lugar en nuestra mente o si dejamos la lengua suelta criticando a nuestros hermanos a sus espaldas, estamos dejando lugar a Satanás, y no dudemos lo más mínimo de que él aprovechará la ocasión para causar divisiones en la congregación (Gal 5:15; Ef 4:25-27.)
No olvidemos que muchas veces las apariencias pueden engañarnos y que hay fuerzas inicuas muy interesadas en causar división entre los hermanos. No permitamos que Satanás confunda nuestras mentes como un gran ilusionista, él es nuestro enemigo, no nuestros hermanos (Apo 12:12). ★Aire - [Fenómenos que ocurren a partir de cierta temperatura, campo magnético, frecuencia, etc...]
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Las palabras hebreas y griegas que suelen traducirse “esclavo” o “siervo” no solo aplican a personas que son propiedad de otras. El vocablo hebreo `é·vedh puede aplicar a personas que tienen dueño (Gé 12:16; Éx 20:17), pero también puede designar a los súbditos de un rey (2Sa 11:21; 2Cr 10:7), a pueblos subyugados que pagaban tributo (2Sa 8:2, 6) y a personas que estaban al servicio del rey, como coperos, panaderos, marinos, oficiales militares, consejeros y otros por el estilo, tanto si tenían dueño como si no. (Gé 40:20; 1Sa 29:3; 1Re 9:27; 2Cr 8:18; 9:10; 32:9.) Cuando un hebreo se dirigía a alguien de manera respetuosa, en lugar de usar el pronombre personal en primera persona, a veces se refería a sí mismo como si fuera un siervo (`é·vedh) de aquel con quien estaba hablando. (Gé 33:5, 14; 42:10, 11, 13; 1Sa 20:7, 8.) El término `é·vedh incluso puede referirse a siervos o adoradores de Jehová en general (1Re 8:36; 2Re 10:23) y, más específicamente, a representantes especiales de Dios, como, por ejemplo, Moisés. (Jos 1:1, 2; 24:29; 2Re 21:10.) Aunque no fuese adorador de Jehová, de aquel que realizaba un servicio que estaba en armonía con la voluntad divina podía decirse que era un siervo de Dios, como en el caso del rey Nabucodonosor. (Jer 27:6.)
El término griego dóu·los equivale a la palabra hebrea `é·vedh y se utiliza con referencia a: personas que tienen a un semejante como dueño (Mt 8:9; 10:24, 25; 13:27); a los siervos dedicados de Dios y de su Hijo Cristo Jesús, sean estos humanos (Hch 2:18; 4:29; Ro 1:1; Gál 1:10) o angelicales (Apo 19:10, donde aparece la palabra syn·dou·los [coesclavo]), y, en un sentido figurado, a personas que están esclavizadas al pecado (Jn 8:34; Ro 6:16-20) o a la corrupción. (2Pe 2:19.)
El significado primordial de las palabras ná·`ar (hebreo) y pais (griego) es muchacho o joven, pero también pueden designar a un siervo o un servidor. (1Sa 1:24; 4:21; 30:17; 2Re 5:20; Mt 2:16; 8:6; 17:18; 21:15; Hch 20:12.) El término griego oi·ké·tës denota un sirviente o un esclavo de una casa (Lu 16:13), en tanto que la palabra griega pai·dí·skë aplica a la esclava o criada. (Lu 12:45.) La forma participial de la raíz hebrea scha·ráth se puede traducir “ministro” (Éx 33:11) o “criado”. (2Sa 13:18.) La palabra griega hy·pë·ré·tës puede traducirse “servidor”, “servidor del tribunal” o “servidor de la casa”. (Mt 26:58; Mr 14:54, 65; Jn 18:36.) El término griego the·rá·pön solo aparece en Hebreos 3:5 y significa subordinado o servidor.
Antes de la era común. La guerra, la pobreza y el delito eran los factores básicos que reducían a las personas a la servidumbre. Los cautivos de guerra a menudo pasaban a ser esclavos de sus captores, o bien estos los vendían como esclavos. (Compárese con 2Re 5:2; Joe 3:6.) En la sociedad israelita, aquel que caía en la pobreza podía venderse a sí mismo o vender a sus hijos como esclavos a fin de pagar su deuda. (Éx 21:7; Le 25:39, 47; 2Re 4:1.) El que era culpable de robo pero no podía hacer compensación era vendido por las cosas que había robado, y una vez que pagaba todo lo que debía, recobraba su libertad. (Éx 22:3.)
A veces los esclavos tenían una posición de gran confianza y disfrutaban de honra en una casa. El siervo ya mayor del patriarca Abrahán (probablemente Eliezer) administraba todas las posesiones de su amo. (Gé 24:2; 15:2, 3.) Cuando José fue esclavo en Egipto llegó a estar a cargo de todo lo que le pertenecía a Potifar, un oficial de la corte de Faraón. (Gé 39:1, 5, 6.) En Israel un esclavo podía hacerse rico y recomprarse a sí mismo. (Le 25:49.)
Con respecto a reclutar trabajadores, véanse SERVICIO OBLIGATORIO; TRABAJO FORZADO.
Las leyes que gobernaban las relaciones esclavo-amo. Entre los israelitas, la condición del esclavo hebreo difería de la del esclavo extranjero, residente forastero o poblador. Mientras que los esclavos que no eran hebreos permanecían como propiedad del dueño y podían pasar de padre a hijo (Le 25:44-46), el esclavo hebreo tenía que ser libertado en el séptimo año de su servidumbre, o en el año de Jubileo, dependiendo de cuál llegase antes. Durante el tiempo de su servidumbre, al esclavo hebreo debía tratársele como asalariado. (Éx 21:2; Le 25:10; Dt 15:12.) El hebreo que se vendía a sí mismo como esclavo a un residente forastero, a un miembro de una familia que residía como forastera o a un poblador, podía ser recomprado en cualquier momento, tanto por él mismo como por alguien que tuviera el derecho de recompra. El precio de redención se calculaba dependiendo del número de años que quedasen hasta el año de Jubileo o hasta el séptimo año de servidumbre. (Le 25:47-52; Dt 15:12.) Cuando se concedía la libertad a un esclavo hebreo, el amo debía darle un regalo para ayudarle a tener un buen comienzo como hombre libre. (Dt 15:13-15.) Si un hombre había llegado a ser esclavo cuando ya estaba casado, su esposa salía con él. Sin embargo, si el amo le había dado una esposa (probablemente una extranjera, que no tenía el derecho de ser libertada en el séptimo año de servidumbre), ella y los hijos que ambos hubieran tenido debían permanecer como propiedad del amo. En tal caso, el esclavo hebreo podía decidir quedarse con su amo. Si esa era la decisión, se le agujereaba la oreja con un punzón para indicar que continuaría en servidumbre hasta tiempo indefinido. (Éx 21:2-6; Dt 15:16, 17.)
Esclavas hebreas. A la esclava hebrea le aplicaban ciertas disposiciones especiales. El amo podía tomarla como concubina o como esposa para su hijo. En este último caso, ella adquiría los mismos derechos que una hija. Incluso si el hijo del amo tomaba otra esposa, no se le tenía que disminuir el sustento, la ropa o el débito conyugal. El que el hijo fallara en este respecto le daba derecho a la mujer a quedar libre sin el pago de un precio de redención. Si el amo pretendía que una esclava hebrea fuese redimida, no se le permitía hacerlo vendiéndola a extranjeros. (Éx 21:7-11.)
Protecciones y privilegios. La Ley protegía a los esclavos de ser tratados con brutalidad. Si un esclavo perdía un diente o un ojo como consecuencia de ser maltratado por su amo, tenía que ser puesto en libertad. Como el precio de un esclavo solía ser de 30 siclos (compárese con Éx 21:32), su liberación significaría una considerable pérdida para el amo; de modo que esta ley tenía un fuerte efecto disuasivo en lo que respecta al maltrato de los esclavos. Aunque un amo podía azotar a su esclavo, si este moría debido a los golpes del amo, tenía que ser vengado según la decisión de los jueces. Sin embargo, si el esclavo duraba uno o dos días antes de morir, no tenía que ser vengado, pues esto indicaría que el amo había pretendido disciplinar al esclavo, pero no matarlo. (Éx 21:20, 21, 26, 27; Le 24:17.) Además, para que se considerara libre de culpa al amo, no podía haber dado los golpes con un instrumento letal, ya que en ese caso se consideraría que había habido un asesinato. (Compárese con Nú 35:16-18.) Por lo tanto, si un esclavo sobrevivía uno o dos días al castigo, sería razonable dudar de que la muerte hubiese sido consecuencia del castigo. Por ejemplo, golpear con una vara normalmente no era fatal, como lo muestra Proverbios 23:13: “No retengas del simple muchacho la disciplina. En caso de que le pegues con la vara, no morirá”.
Bajo la Ley los esclavos disfrutaban de ciertos privilegios. Como todos los esclavos varones eran circuncidados (Éx 12:44; compárese con Gé 17:12), podían comer la Pascua, y los esclavos del sacerdote podían comer las cosas santas. (Éx 12:43, 44; Le 22:10, 11.) Estaban exentos de trabajar en sábado. (Éx 20:10; Dt 5:14.) Durante el año sabático tenían derecho a comer de lo que crecía de los granos caídos y de la vid no podada. (Le 25:5, 6.) Asimismo, debían participar del regocijo que producían los sacrificios en el santuario y la celebración de las fiestas. (Dt 12:12; 16:11, 14.)
La actitud de los cristianos del primer siglo. En el Imperio romano los esclavos eran muy numerosos, y había quienes tenían cientos y hasta miles de esclavos. La esclavitud era una institución que tenía la protección del gobierno imperial. Los cristianos del primer siglo no se opusieron a la autoridad gubernamental en este respecto, ni abogaron por una sublevación de los esclavos. Respetaron el derecho legal de otras personas —entre las que se contaban sus compañeros cristianos— a poseer esclavos. Esta fue la razón por la que el apóstol Pablo envió de regreso a Onésimo, un esclavo fugitivo. Puesto que había llegado a ser cristiano, Onésimo regresó de buena gana a su amo, sometiéndose como esclavo a un compañero cristiano. (Flm 10-17.) El apóstol Pablo también aconsejó a los esclavos cristianos que no se aprovecharan de su relación con sus amos creyentes. Dijo: “Los que tienen dueños creyentes, no menosprecien a estos, porque son hermanos. Al contrario, que sean esclavos con mayor prontitud, porque los que reciben el provecho de su buen servicio son creyentes y amados”. (1Ti 6:2.) Para un esclavo era una bendición tener un amo cristiano, pues su dueño estaba bajo la obligación de tratarle con justicia y equidad. (Ef 6:9; Col 4:1.)
La aceptación del cristianismo colocaba sobre los que estaban en servidumbre la responsabilidad de ser mejores esclavos, “no siendo respondones, no cometiendo robos, sino desplegando buena fidelidad”. (Tit 2:9, 10.) Incluso si sus amos los trataban de manera injusta, tenían que rendir debidamente. Al sufrir por causa de la justicia, imitaban el ejemplo de Jesucristo. (1Pe 2:18-25.) “Esclavos —escribió el apóstol Pablo—, sean obedientes en todo a los que son sus amos en sentido carnal, no con actos de servir al ojo, como quienes procuran agradar a los hombres, sino con sinceridad de corazón, con temor de Jehová. Cualquier cosa que estén haciendo, trabajen en ello de toda alma como para Jehová, y no para los hombres.” (Col 3:22, 23; Ef 6:5-8.) Esa conducta excelente para con sus amos evitó que acarrearan reproche al nombre de Dios, ya que nadie podría culpar al cristianismo de producir esclavos perezosos y que no servían para nada. (1Ti 6:1.)
Por supuesto, el que un esclavo ‘obedeciera en todo’ no incluiría los actos de desobediencia a la ley de Dios, ya que eso hubiera significado temer a los hombres más bien que a Dios. La mala conducta de los esclavos, hasta en el caso de que la ordenase un superior, no habría ‘adornado la enseñanza de su Salvador, Dios’, sino que hubiera representado mal y deshonrado esta enseñanza. (Tit 2:10.) Por consiguiente, tenían que guiarse por su conciencia cristiana.
Todos los miembros de la congregación cristiana ocupaban la misma posición sin importar su condición social. A todos se les ungió con el mismo espíritu y, por lo tanto, participaban de la misma esperanza como miembros del mismo cuerpo. (1Co 12:12, 13; Gál 3:28; Col 3:11.) A pesar de que estaba más limitado en lo que podía hacer para esparcir las buenas nuevas, el esclavo cristiano no tenía que preocuparse por este aspecto. Sin embargo, si se le concedía la oportunidad de conseguir la libertad, debía aprovecharse de esta situación para aumentar su actividad cristiana. (1Co 7:21-23.)
Esclavitud al pecado. Cuando el primer hombre, Adán, desobedeció la ley de Dios, perdió el control perfecto que tenía sobre sí mismo y cedió al deseo egoísta de agradar a su esposa pecadora y permanecer con ella. El ceder a este deseo pecaminoso le hizo esclavo tanto del deseo como del resultado del mismo. (Compárese con Ro 6:16; Snt 1:14, 15; véase PECADO.) De esta manera se vendió al pecado. Como toda su prole aún estaba en sus lomos, también fue vendida al pecado, y esta es la razón por la que el apóstol Pablo escribió: “Yo soy carnal, vendido bajo el pecado”. (Ro 7:14.) Por ello, ninguno de los descendientes de Adán pudo llegar a ser justo, ni siquiera guardando la ley mosaica. Como lo expresó el apóstol Pablo, “el mandamiento que era para vida, este hallé que fue para muerte”. (Ro 7:10.) Al ser incapaces de guardar perfectamente la Ley, los seres humanos mostraron que eran esclavos del pecado y merecían la muerte, no la vida. (Véase MUERTE.)
Solo aprovechándose de la liberación que hizo posible Jesucristo podrían los hombres emanciparse o conseguir libertad de dicha esclavitud. (Compárese con Jn 8:31-34; Ro 7:21-25; Gál 4:1-7; Heb 2:14-16; véase RESCATE.) Como han sido comprados con la sangre preciosa de Jesús, los cristianos son esclavos o siervos de Jehová Dios y de su Hijo, y están obligados a guardar sus mandamientos. (1Co 7:22, 23; 1Pe 1:18, 19; Apo 19:1, 2, 5; véanse LIBERTAD; LIBERTO, HOMBRE LIBRE.)
¿Qué implica servir a los hermanos? Servir a los hermanos exige mucho trabajo, por lo que requiere espíritu de sacrificio. Dado que los superintendentes cristianos son verdaderos pastores espirituales, se preocupan por los problemas del rebaño. Pablo ponía todo el corazón en el desempeño de su labor (2 Cor. 2:4). El espíritu de sacrificio siempre ha distinguido a los hombres que trabajan a favor de los siervos de Jehová. Por ejemplo, Noé nunca le dijo a su familia: “Avísenme cuando hayan terminado el arca y entonces iré con ustedes”. Igualmente, Moisés no les ordenó a los israelitas que vivían en Egipto: “Traten de llegar al mar Rojo y allí nos encontramos”. Y Josué jamás mencionó: “Mándenme llamar cuando hayan caído las murallas de Jericó”. Así mismo, Isaías tampoco señaló a otro profeta y dijo: “¡Ahí lo tienes! Envíalo a él” (Isa. 6:8).
¿Esclavos que no servimos para nada? Según Lucas 17:10 Lit. “somos inútiles”, “carecemos de valor”. Con estas palabras, Jesús no quiso decir que los esclavos —o sea, sus discípulos— debían considerarse inútiles o pensar que no valían nada. Como indica el contexto, Jesús dio a entender que los esclavos debían ser modestos y recordar que no merecían ningún reconocimiento o alabanza especial por hacer su trabajo. Según algunos estudiosos, Jesús aquí usa esta expresión para hacer una hipérbole y decir que “somos sencillamente esclavos que no merecemos ninguna atención especial”.
Apuesta Equivocada
Un sirviente del Emperador Carlos V se moría, después de muchos años de servir fielmente a su amo. –– “Querido amigo –dijo el Emperador, junto a la cama del moribundo–: me has servido con tanta devoción que sólo deseo poder darte algo en cambio. ¿Quieres alguna cosa? Dime lo que deseas y yo veré que se te conceda”. –– “Sí –respondió el moribundo–. Quisiera recibir un favor de vuestras manos”. –– “¿Qué deseas?” –preguntó ansiosamente el Emperador. –– “Dadme un día más de vida, tan sólo un día más”. –– “¡Ay! –exclamó. Se me considera uno de los monarcas más poderosos sobre la tierra, pero lo que me pides es más de lo que mi poder puede darte. Sólo Dios puede conceder y prolongar el don de la vida”. Suspirando profundamente, dijo el moribundo: –– “Entonces ahora veo claramente que fui un tonto al no dedicar al servicio de Dios más tiempo que al servicio de un rey terrenal”. (Sl 118:9; 146:3-4) |
Una palabra hebrea que se traduce “exento de culpa; inculpable; sin culpa” es tam. Se usa con respecto a la postura moral ejemplar de Job (Job 1:1, 8) para referirse a la belleza “inmaculada” de la sulamita. (Can 5:2; 6:9; CJ, MK.) Se dice que Jacob era un hombre exento de culpa porque llevaba una vida tranquila y pacífica en tiendas, a diferencia de la vida de cazador de su hermano, aventurera y violenta. (Gé 25:27.) Otra palabra hebrea que a veces se traduce “exento de culpa” es ta·mím, que tiene el sentido de “intachable; bueno; perfecto”. (Pr 2:21; 11:5, 20.) Las palabras hebreas tam y ta·mím vienen del verbo raíz ta·mám, cuyo significado es “ser completo, quedar completo; llegar a la perfección; acabar”. (Sl 19:13; 1Re 6:22; Isa 18:5; Jer 24:10; compárese con 1Sa 16:11, donde la frase traducida “¿Son estos todos los muchachos?” significa literalmente “¿Están completos los muchachos?”.) En la Septuaginta griega la palabra hebrea tam se traduce a veces á·mem·ptos. (Job 1:1, 8; 2:3; 9:20.) Algunas formas de esta palabra aparecen también en las Escrituras Griegas Cristianas con el sentido de “exento de culpa; exento de falta”. (Lu 1:6; Flp 3:6; Heb 8:7; véase PERFECCIÓN.)
Aplicada a los seres humanos, la expresión “exento de culpa” siempre tiene un sentido relativo, nunca absoluto. Cuando Job sufría, llegó a conclusiones equivocadas en cuanto a cómo veía Jehová a las personas sin culpa (Job 9:20-22), y Zacarías, el padre de Juan el Bautista, manifestó falta de fe en la palabra de Jehová mediante el ángel Gabriel. (Lu 1:18-20.) De todos modos, se dijo que Job era un hombre sin culpa y que Zacarías andaba exento de culpa, pues ambos estuvieron a la altura de lo que Dios esperaba de seres humanos que, aunque fieles, eran imperfectos. (Job 1:1; Lu 1:6.)
Desde el punto de vista de los contemporáneos judíos, Pablo estaba exento de culpa antes de llegar a ser discípulo de Cristo. Hacía lo que mandaba la Ley, cumpliendo las obligaciones que esta le imponía y evitando lo que prohibía. (Flp 3:6.) No obstante, a los ojos de Jehová no estaba exento de culpa; era culpable de un pecado grave por perseguir a los hermanos de Cristo, y era una persona blasfema e insolente. (1Ti 1:13, 15.)
El Altísimo se complace en aquellos cuya conducta es un reflejo de su espiritualidad, pureza e inocencia. (Pr 11:20.) De modo que es esencial que los cristianos vivan exentos de culpa, que no se les pueda censurar justificadamente. (Flp 2:15; 1Te 5:23.)
Acción judicial de expulsar o excluir a un transgresor tanto de ser miembro de una comunidad u organización como de asociarse con ella. Es un principio y derecho inherente a las sociedades religiosas análogo a la facultad que tienen los cuerpos políticos y municipales de imponer la pena capital, la proscripción y el destierro. En la congregación de Dios se toma esta medida para mantener la pureza doctrinal y moral de la organización. La expulsión es necesaria para la existencia de la organización y, en particular, de la congregación cristiana. Esta debe permanecer limpia y conservar el favor de Dios a fin de poder representarle y ser usada por Él. En caso contrario, Dios expulsaría o cortaría a toda la congregación. (Apo 2:5; 1Co 5:5, 6.)
La acción de Jehová. En muchos casos, Jehová Dios ha tomado la acción de expulsar. Por ejemplo, sentenció a muerte a Adán y lo echó fuera del jardín junto con su esposa Eva. (Gé 3:19, 23, 24.) Desterró a Caín, quien llegó a andar errante y fugitivo por la tierra. (Gé 4:11, 14, 16.) Arrojó a los ángeles que pecaron al Tártaro, condición de densa oscuridad en la que están reservados para juicio. (2Pe 2:4.) En un solo día se cortó a 23.000 fornicadores de Israel. (1Co 10:8.) Por mandato divino, Acán fue ejecutado debido a que había robado algo que estaba dedicado a Jehová. (Jos 7:15, 20, 21, 25.) Debido a su rebelión, el levita Coré, así como los rubenitas Datán y Abiram, fue cortado del pueblo de Israel, en tanto que a Míriam se la hirió de lepra, y quizás habría muerto en esa condición si Moisés no hubiera abogado por ella. De este modo, solo se la expulsó del campamento de Israel y quedó en cuarentena durante siete días. (Nú 16:27, 32, 33, 35; 12:10, 13-15.)
Bajo la ley mosaica. Una persona podía ser cortada, es decir, ejecutada, por cometer violaciones graves o deliberadas de la ley que Dios había dado por medio de Moisés. (Le 7:27; Nú 15:30, 31.) Entre las ofensas que se sancionaban con semejante castigo estaban la apostasía, la idolatría, el adulterio, el comer sangre y el asesinato. (Dt 13:12-18; Le 20:10; 17:14; Nú 35:31.)
Para que se castigara a una persona con esa pena, las pruebas debían demostrarse por el testimonio de, al menos, dos testigos (Dt 19:15), y estos testigos tenían que ser los primeros en lapidar al culpable (Dt 17:7), lo que demostraría su celo por la ley de Dios y por la pureza de la congregación de Israel. Por otra parte, sería un factor disuasivo para no dar un testimonio falso, descuidado o precipitado.
El Sanedrín y las sinagogas. Durante el ministerio terrestre de Jesús, las sinagogas se usaban como tribunales para juzgar a los violadores de la ley judía. El Sanedrín era el tribunal más alto. Bajo la dominación de Roma los judíos no tenían la misma autoridad que habían tenido bajo el gobierno teocrático. Aun en el caso de que el Sanedrín condenara a alguien a muerte, no siempre podía aplicar esa pena debido a las restricciones que los romanos le habían impuesto. Las sinagogas judías tenían un sistema de excomunión o expulsión que constaba de tres pasos que recibían nombres distintos. El primer paso era la pena de nid·dúy, que en un principio se imponía por un tiempo relativamente corto: solo por treinta días. La persona sobre la que recaía este castigo no podía disfrutar de ciertos privilegios: se le permitía ir al templo, pero allí estaba restringida en ciertos aspectos, y todos, excepto su familia, tenían que mantenerse a una distancia de cuatro codos (unos dos metros) de ella. El segundo paso era jé·rem, que significa algo dedicado a Dios o proscrito. Este era un juicio más severo. Al ofensor no se le permitía enseñar ni ser enseñado en compañía de otros, ni realizar ninguna transacción comercial, salvo comprar los artículos de primera necesidad. No obstante, no se le echaba por completo de la comunidad judía y existía la posibilidad de que volviese a ella. Por último, estaba scham·mat·tá´, que era un cortamiento total de la congregación. Algunos creen que no había diferencias entre estas dos últimas formas de excomunión.
Para los judíos la persona que era echada y cortada por completo del pueblo debido a su iniquidad era merecedora de la pena de muerte, aunque no siempre tenían autoridad para ejecutarla. A pesar de todo, la forma de cortamiento que empleaban era un arma muy poderosa dentro de la comunidad judía. Jesús predijo que sus seguidores serían expulsados de las sinagogas O “excomulgados”, “excluidos de la sinagoga”. (Jn 16:2.) El temor a ser expulsados impidió que algunos judíos, entre ellos gobernantes, confesaran a Jesús. (Jn 9:22, nota; 12:42.) Un ejemplo de esta acción tomada por la sinagoga fue el caso del ciego curado por Jesús que habló favorablemente de él. (Jn 9:34.)
Quienes eran expulsados de la sinagoga sufrían el desprecio de la gente y se convertían en marginados. Como no podían tener trato con otros judíos, sus familias padecían graves problemas económicos. Las sinagogas, que se utilizaban principalmente como centros de enseñanza, también eran, hasta cierto punto, tribunales locales que podían imponer castigos como azotar o excomulgar (Mt 10:17).
Durante el tiempo de su ministerio terrestre, Jesús dio instrucciones sobre el procedimiento que debía seguirse cuando se cometía contra otra persona un pecado grave que por su naturaleza no requería la intervención de la congregación judía si se resolvía convenientemente. (Mt 18:15-17.) Animó a que se procurase ayudar al malhechor, a la vez que se protegía a la congregación de pecadores persistentes. La única congregación de Dios que entonces existía era la de Israel. ‘Hablar a la congregación’ no significaba que toda la nación, ni siquiera todos los judíos de una determinada comunidad, tenía que sentarse para juzgar al ofensor. Había hombres de mayor edad sobre quienes descansaba esta responsabilidad. (Mt 5:22.) Al ofensor que rehusaba escuchar a estos hombres responsables se le consideraba “como hombre de las naciones y como recaudador de impuestos”, con quienes los judíos no podían tener ningún compañerismo. (Compárese con Hch 10:28.)
La congregación cristiana. Basándose en los principios de las Escrituras Hebreas, las Escrituras Griegas Cristianas confirman tanto por mandato como por precedente la validez de la expulsión o excomunión en la congregación cristiana. Mediante el ejercicio de esta facultad conferida por Dios, la congregación se mantiene limpia y en una buena posición ante Él. Con la autoridad de que fue investido, el apóstol Pablo ordenó la expulsión de un fornicador incestuoso que había tomado a la esposa de su padre. (1Co 5:5, 11, 13.) También hizo uso de esta autoridad para expulsar a Himeneo y a Alejandro. (1Ti 1:19, 20.) Sin embargo, Diótrefes, por su parte, trató de hacer un uso indebido de la expulsión. (3Jn 9, 10.)
Entre las ofensas que podrían resultar en que a alguien se le expulsara de la congregación cristiana están: la fornicación, el adulterio, la homosexualidad, la avidez, la extorsión, el robo, la mentira, la borrachera, la injuria, el espiritismo, el asesinato, la idolatría, la apostasía y el causar divisiones en la congregación. (1Co 5:9-13; 6:9, 10; Tit 3:10, 11; Apo 21:8.) Al que promovía una secta se le trataba con misericordia, dándole una primera y una segunda advertencia antes de tomar contra él la acción de expulsión. El principio que aparece en la Ley y según el cual dos o tres testigos deben confirmar las pruebas en contra del acusado también aplica en la congregación cristiana. (1Ti 5:19.) A aquellos a los que se juzga culpables de practicar el pecado se les censura bíblicamente delante de “los presentes”, es decir, los que han testificado sobre la conducta pecaminosa, para que todos ellos sientan temor sano hacia tal pecado. (1Ti 5:20; véase CENSURA.)
También se le manda a la congregación cristiana que deje de tener trato social con los desordenados y los que no andan correctamente, pero que no merecen una expulsión completa. Pablo escribió a la congregación de Tesalónica con respecto a estas personas: “Dejen de asociarse con él, para que se avergüence. Y, no obstante, no estén considerándolo como enemigo, sino continúen amonestándolo como a hermano”. (2Te 3:6, 11, 13-15.)
Sin embargo, el apóstol Pablo mandó con respecto a los cristianos que más tarde repudiaron la congregación cristiana o fueron expulsados de ella: “Cesen de mezclarse en la compañía de” tal persona; y el apóstol Juan escribió: “Nunca lo reciban en casa ni le digan un saludo”. (1Co 5:11; 2Jn 9, 10.)
A los que han sido expulsados de la congregación se les puede recibir de nuevo en ella si manifiestan arrepentimiento sincero. (2Co 2:5-8.) Este proceder también es una protección para la congregación, ya que así se evita que Satanás la alcance debido a irse al otro extremo, adoptando una actitud dura y no perdonadora. (2Co 2:10, 11.)
En lo referente a expulsión de demonios, véanse ESPIRITISMO; POSESIÓN DEMONIACA.
¿Qué deben tener presente los ancianos al atender casos judiciales? Para empezar, debemos recordar que las medidas disciplinarias tienen el propósito de proteger al rebaño y motivar al pecador a arrepentirse (2 Cor. 2:6-8). Aunque es muy triste ver que algunos son expulsados por su falta de arrepentimiento, es reconfortante saber que muchos de ellos terminan regresando a Jehová. Si los ancianos se han esforzado por tener la actitud de Cristo al tratar con el pecador, con el tiempo este quizá recapacite y decida volver a la congregación. Tal vez no recuerde todos los consejos bíblicos que le dieron, pero lo que seguramente no olvidará es el amor y la dignidad con que lo trataron.
Incluso en las circunstancias más difíciles, los ancianos deben manifestar “el fruto del espíritu”, sobre todo el amor (Gál. 5:22, 23). Jamás deben apresurarse a expulsar a quien ha cometido un pecado. Más bien, deben mostrar que su deseo sincero es ayudarlo. Así, cuando el pecador se arrepienta —como sucede en muchos casos—, de seguro se sentirá profundamente agradecido a Jehová y a los ancianos, las “dádivas en [forma de] hombres” que le hicieron más fácil recuperarse (Efe. 4:8, 11, 12).
Citas Bíblicas sobre la Expulsión
Salmos 119:176 “Me he descarriado como una oveja perdida. Ven en busca de tu siervo, porque no me he olvidado de tus mandamientos.”
Ezequiel 34:15, 16 ”’“Yo mismo alimentaré a mis ovejas y yo mismo haré que se recuesten —afirma el Señor Soberano Jehová—. 16 A las perdidas buscaré, a las descarriadas traeré de vuelta, a las heridas vendaré y a las débiles fortaleceré. Pero a las gordas y a las fuertes las exterminaré. Alimentaré a esas con juicios”. |
Defecto, imperfección, cualidad o circunstancia que quita perfección a una cosa. También puede significar acción, dicho u omisión censurable. (Éx 5:16; Sl 50:20; Mt 18:15.)
La expresión ‘hallar (encontrar, señalar) falta’. Esta expresión aparece por todas las Escrituras, tanto en las griegas como en las hebreas. Traduce el verbo hebreo riv, que significa “contender”, bien en sentido físico o verbal, bien en sentido jurídico, de manera que se puede traducir “reñir”, ‘contender’ y ‘conducir una causa judicial’ (Gé 26:20; Dt 33:7; 1Sa 24:15) o también, ‘señalar falta’. (Ne 5:7; 13:11, 17, 25; Sl 103:9; véase RIÑA.)
El sustantivo griego ai·tí·a, que forma parte de la expresión ‘hallar falta’, también se traduce “causa”, “cargo”, “motivo”. (Hch 13:28; 25:18; Mt 19:3.) Pilato interrogó a Jesucristo con relación a los cargos que habían aducido en su contra los judíos, pero no halló pruebas de su culpabilidad, de forma que en tres ocasiones les comunicó a los judíos: “Yo no hallo en él ninguna falta”. (Jn 18:38; 19:4, 6.) La expresión ‘señalar (encontrar) falta’ traduce el verbo griego mém·fo·mai, que significa “acusar; inculpar”.
Los tratos de Jehová con la humanidad imperfecta. Todas las obras de Jehová, así como sus palabras y acciones, son perfectas, no tienen falta alguna (heb. ta·mím, que se refiere a algo sano, perfecto, intachable). (Dt 32:4, nota.) Por esta razón, y debido a su omnipotencia, Él puede decir, como cuando corrigió a Job: “¿Debiera contender de manera alguna un señalador de faltas [literalmente, “castigador; corrector; alguien que disciplina”] con el Todopoderoso?”. (Job 40:1, 2.) El apóstol Pablo escribió que es prerrogativa de Dios tratar con sus criaturas como le place, tal como un alfarero que produce la clase de vasijas que su voluntad le dicta. En consecuencia, Dios ha tolerado la existencia de “vasos de ira” con un propósito —como en el caso de Faraón—, mientras que ha sido indulgente con los “vasos de misericordia”, sin que nadie tenga el derecho de cuestionar la actuación divina. (Ro 9:14-24.)
Por otra parte, las obras del hombre suelen ser imperfectas, y sus caminos, defectuosos; ha recibido de Adán un legado de pecado y error. (Ro 5:12; Sl 51:5.) Pero Jehová, en quien no existe tacha, es misericordioso, “conoce bien la formación de nosotros, y se acuerda de que somos polvo”. (Sl 103:13, 14.) Consideró al fiel y obediente Noé hombre “exento de falta entre sus contemporáneos” (Gé 6:9), y a Abrahán le dijo: “Anda delante de mí y resulta exento de falta”. (Gé 17:1.) Aunque ambos, Noé y Abrahán, eran imperfectos y murieron, Jehová, que “ve lo que es el corazón”, no les imputó falta alguna. (1Sa 16:7; compárese con 2Re 20:3; 2Cr 16:9.) A Israel le mandó: “Debes resultar exento de falta con Jehová tu Dios”. (Dt 18:13; 2Sa 22:24.) Ofreció en sacrificio redentor a su Hijo perfecto (Heb 7:26), y sobre esa base puede declarar “justos” o perfectos a los que ejercen fe en dicho sacrificio y le son obedientes, sin que por ello se vea afectada su posición de Juez justo e íntegro. (Ro 3:25, 26; véanse INTEGRIDAD; PERFECCIÓN.)
El pacto de la Ley. El apóstol Pablo dijo que la Ley era “espiritual” y “excelente” (Ro 7:14; 1Ti 1:8), y después de comentar el décimo mandamiento, añadió: “La Ley es santa, y el mandamiento es santo y justo y bueno”. (Ro 7:7-12.) Luego, ¿por qué dijo también que “si aquel primer pacto hubiera estado exento de falta [o intachable], no se habría buscado lugar para uno segundo”? (Heb 8:7.) Pablo prosiguió su explicación, y añadió: “Porque él [Jehová, mediante Jeremías] encuentra falta [o tacha] en el pueblo”. (Heb 8:8, 9; compárese con Jer 31:31, 32.) En línea con lo anterior, Pablo había dicho en otra de sus cartas que en la Ley había cierta “incapacidad” debido a que “era débil a causa de la carne”. (Ro 8:3.) En consecuencia, demostró lógicamente que la perfección no se consigue por mediación del sacerdocio levítico, el cual, como la Ley misma que lo sustentaba, tenía que ser cambiado; que “la Ley no llevó nada a la perfección”, y, finalmente, que sus dádivas y sacrificios no podían “perfeccionar [al hombre] en cuanto a su conciencia”. (Heb 7:11, 12, 19; 9:9.)
Cómo actuar cuando otros cometen faltas. La Biblia nos aconseja: “Continúen soportándose unos a otros y perdonándose liberalmente unos a otros si alguno tiene causa de queja contra otro”. (Col 3:13.) Si se tuvieran en cuenta todas nuestras faltas al ser juzgados, todos seríamos condenados. Son muchas las faltas que se pueden pasar por alto, y, por supuesto, un cristiano no debería publicar las faltas de sus hermanos. Las Escrituras dicen tocante a la persona inicua: “Te sientas y hablas contra tu propio hermano, contra el hijo de tu madre divulgas una falta”. (Sl 50:16, 20.)
Por otra parte, Jesucristo dio instrucciones a sus discípulos sobre qué hacer cuando la falta cometida era un pecado serio. Como primer paso, aconsejó: “Si tu hermano comete un pecado, ve y pon al descubierto su falta [literalmente, “censúralo”] entre tú y él a solas. Si te escucha, has ganado a tu hermano”. A continuación menciona los pasos que deben darse si este primero fracasa. (Mt 18:15-17; véase también Gál 6:1.)
Un ministerio intachable. El profundo agradecimiento y aprecio que Pablo tuvo por el glorioso tesoro del ministerio cristiano le impulsaron a glorificar su ministerio, observando un cuidado exquisito en todo aspecto de su vida y comportamiento. En su carta a la congregación de Corinto dijo: “De ninguna manera estamos dando causa alguna para tropiezo, para que no se encuentre falta en nuestro ministerio”. (2Co 6:3.) Había en aquella congregación un grupo de hombres que cuestionaba el apostolado de Pablo, le criticaba con dureza y hasta le calumniaba, a fin de rebajarle y erosionar su autoridad apostólica sobre la congregación. Consciente de esta situación y del peligro que encerraba la crítica y las disputas sobre cuestiones relacionadas con dinero, Pablo informó a la congregación que les enviaría a Tito y a otro hermano de confianza nombrado por las congregaciones, para encargarse de las contribuciones. “Así —dijo Pablo— evitamos que hombre alguno encuentre falta en nosotros respecto a esta contribución liberal que ha de ser administrada por nosotros.” (2Co 8:16-21.)
La palabra griega fán·ta·sma aparece solamente en los dos relatos que cuentan que Jesús anduvo sobre las aguas del mar de Galilea en dirección a sus discípulos que estaban en una barca. (Mt 14:26; Mr 6:49.) En ambos pasajes se dice que los discípulos exclamaron asustados: “¡Es un fantasma!”. La palabra fán·ta·sma por lo general se ha transliterado “fantasma”. Otras versiones la traducen “aparición” (ENP), “espíritu malo” (Mt 14:26, Sd) y “aparecido” (Mod).
Un fantasma es una ilusión, una imagen formada en la mente de algo inexistente tomado como real, que puede ser debida a la imaginación excitada o a cualquier otra causa. Para asegurar a los discípulos que no era un fantasma sino que era real, Jesús dijo: “Soy yo; no tengan temor”. (Mt 14:27; Mr 6:50.)
De modo que esta situación fue diferente de aquella en la que el resucitado Jesús se apareció de repente en medio de sus discípulos, y ellos se imaginaron que estaban contemplando “un espíritu [gr. pnéu·ma]”. (Lu 24:36, 37.) Sin duda que las palabras de Jesús en esta ocasión no tuvieron el propósito de convencerlos meramente de su realidad, sino, más bien, de asegurarles que aparecía ante ellos en forma carnal humana y no como un espíritu; por esto les dijo: “Pálpenme y vean, porque un espíritu no tiene carne y huesos así como contemplan que yo tengo”. (Lu 24:38-43; compárese con Gé 18:1-8; 19:1-3.) Por lo tanto, no debían atemorizarse, como le sucedió a Daniel en una aparición angélica pavorosa de naturaleza completamente diferente. (Compárese con Da 10:4-9.) El caso de los discípulos también fue muy distinto del de Saulo de Tarso, que más tarde perdió la visión cuando se le apareció Jesús camino de Damasco. (Hch 9:1-9; 26:12-14; véanse TRANSFIGURACIÓN; VISIÓN.)
Prenda que da el contratante en seguridad del cumplimiento de su obligación. Garantía, señal, obligación. Persona que fía a otra para la seguridad de una obligación. El salmista apeló a Jehová para que actuara como su “fianza” o fiador, protegiéndole de los defraudadores. (Sl 119:122.)
La manera acostumbrada de salir fiador de otra persona ha sido la misma por siglos. El patriarca Job dijo lo siguiente al respecto: “Por favor, pon mi garantía contigo mismo, sí. ¿Quién más hay que me estreche la mano en signo de fianza?”. (Job 17:3.) Proverbios 17:18 ayuda a determinar el procedimiento que se seguía: “Un hombre falto de corazón estrecha las manos, y sale pleno fiador delante de su compañero”. Al parecer, en presencia de testigos, la persona que salía fiadora de otra tenía que chocar, dar o estrechar la mano del acreedor de la transacción y prometer que asumiría las obligaciones del deudor si no pagaba. En el Oriente, este acto de darse o tocarse las manos significaba que se había cerrado un trato o un pacto. (Pr 11:21.) Así confirmó Jehú la respuesta afirmativa de Jehonadab a la pregunta: “¿Es tu corazón recto conmigo, como mi propio corazón lo es con tu corazón?”, pues le dijo a Jehonadab: “Si lo es, dame tu mano, sí”. (2Re 10:15.)
Por otra parte, Judá le dio a Tamar su sortija con sello, su cordón y su vara como garantía hasta enviarle un cabrito en pago por las relaciones sexuales. (Gé 38:17-20.) Rubén ofreció a sus hijos como fianza a Jacob cuando le propuso llevarse a Benjamín a Egipto, diciendo: “A los dos hijos míos les puedes dar muerte si no te lo traigo de vuelta”. Pero Jacob rehusó. Más tarde, Judá salió fiador por Benjamín bajo su propia responsabilidad, esta vez con éxito: “Yo seré fianza por él. De mi mano podrás exigir la penalidad por él”. Cuando parecía que iban a hacer esclavo a Benjamín en Egipto, Judá estuvo dispuesto a ocupar su lugar, pues había salido fiador por el muchacho. Sobre esa base legal, le suplicó a José: “Porque tu esclavo se hizo fianza por el muchacho cuando estuviera ausente de su padre [...]. Ahora pues, por favor, deja que tu esclavo quede en vez del muchacho por esclavo de mi amo”. (Gé 42:37, 38; 43:8, 9; 44:32, 33.)
La costumbre de que el deudor dejara algo en prenda a su acreedor como garantía estaba regulada rigurosamente en la Ley. Con el progreso del comercio en Israel también aumentó la cantidad de personas que salían fiadoras por otras en cuestiones mercantiles. Los proverbios dieron advertencia de lo peligroso e insensato que eso era, en especial cuando al hacerlo la persona arriesgaba sus medios de vida esenciales. (Pr 6:1-5; 11:15; 22:26, 27; véase PRENDA.)
Castigo estipulado en la ley mosaica y que se administraba con un palo o vara. Los jueces decidían la cantidad de golpes que debían darse, dependiendo del delito cometido y teniendo en cuenta también los motivos, las circunstancias, etc. La posición en la que debía ponerse el que recibía el castigo ya estaba estipulada: “El juez entonces tiene que mandar que lo pongan postrado y le den, ante él, varazos que correspondan en número con su hecho inicuo”. La cantidad de varazos estaba limitada a cuarenta. (Dt 25:2, 3.) La razón que daba la Ley para esta limitación era que un número mayor de golpes deshonraría a la persona a los ojos de sus compatriotas. Este es uno de los ejemplos que muestran que la Ley dada por medio de Moisés no permitía que los castigos fuesen crueles o excesivos. El castigo tenía un propósito correctivo, no era vengativo ni cruel, como los que administraban las naciones. El que daba los golpes debía ser castigado si se excedía del número que permitía la Ley. Por lo tanto, los judíos restringieron los golpes a treinta y nueve, para no ir por error más allá del límite, y violar la Ley. (2Co 11:24.)
A un hebreo que fuera dueño de esclavos se le permitía golpear a su esclavo o esclava con un palo en caso de desobediencia o rebeldía. Ahora bien, si el esclavo moría mientras se le golpeaba, el dueño debía ser castigado. Sin embargo, el que el esclavo sobreviviera uno o dos días parecería indicar que el dueño no había deseado en su corazón cometer un asesinato. Tenía el derecho de infligir castigo disciplinario, pues el esclavo era “dinero suyo”. Pero sería raro que un hombre deseara destruir por completo su valiosa propiedad y sufrir de este modo una pérdida. Además, si el esclavo moría después de pasar uno o más días, sería difícil saber con certeza si la muerte verdaderamente se había debido a los golpes. Por lo tanto, si el esclavo seguía vivo un día o dos, no se castigaba al dueño. (Éx 21:20, 21.)
Si un hombre acusaba falsamente a su esposa de haber afirmado con engaño que era virgen al tiempo de su casamiento, los ancianos de la ciudad, en calidad de jueces, tenían que disciplinarlo y además imponerle una multa, porque había acarreado mala fama a una virgen de Israel. Es posible que esta disciplina consistiese en administrarle una cierta cantidad de golpes. (Dt 22:13-19.)
Las Escrituras recalcan repetidas veces el valor de los golpes como medida disciplinaria. Proverbios 20:30 muestra que la disciplina puede calar muy hondo, y resultar en el bien del individuo. Dice: “Heridas de magullamiento son lo que por estregadura purifica del mal; y los golpes, las partes más recónditas del vientre”. El que es disciplinado de esta forma debería reconocer que no ha actuado bien y debería cambiar (Pr 10:13; 19:29); por otra parte, a la persona sabia se la puede corregir con palabras, sin necesidad de tener que recurrir a los golpes.
Como toda la humanidad ha sido dada a luz “con error” y concebida “en pecado” (Sl 51:5), las Escrituras aconsejan que los padres empleen la vara de la autoridad de manera estricta, algunas veces hasta utilizando la vara literal. (Pr 22:15.) De esta manera se puede salvar al niño de la desaprobación y la muerte. (Pr 23:13, 14.)
Parece ser que los judíos no siempre se limitaron a la vara, sino que más tarde emplearon el azote. (Heb 11:36.) Este era un castigo más severo que el de golpear con vara, y aunque en el tiempo de Jesús estaba legalizado, no tenía base en la Ley. (Mt 10:17; 23:34.) En la Misná, una elaboración de la tradición oral judía, se describe el castigo del azote en estos términos:
“Se le ataban las manos a una columna a ambos lados, luego el servidor de la sinagoga le agarraba los vestidos y si se desgarraban, se desgarraban y si se destrozaban, se destrozaban, hasta que le quedaba el pecho descubierto. Tras él había colocada una piedra y sobre ella se subía el servidor de la sinagoga teniendo en su mano una correa de ternero. Esta estaba primeramente doblada en dos y las dos en cuatro; otras dos correas subían y bajaban en ella.
”Su empuñadura tenía un palmo de largo y otro palmo de ancho; el extremo llegaba hasta la mitad del vientre. Se le azotaba un tercio por la parte delantera y dos por la trasera. No se le azotaba ni de pie ni sentado, sino inclinado, como está escrito: el juez lo dejará caer. El que azotaba, lo azotaba con una mano con toda su fuerza.
”[...] Si el reo moría bajo su mano, quedaba absuelto. Si añadía una correa más y moría, tenía que escapar al exilio por causa de él.”
“¿Cuántos azotes reciben? Cuarenta menos uno, porque está escrito: en número de cuarenta, es decir, un número cercano a los cuarenta.” (Makkot 3:12-14, 10.)
Gedeón empleó un tipo de azote peculiar con los setenta y siete príncipes y ancianos de Sucot que se negaron a propocionar víveres a sus hombres cuando perseguían a Madián. Parece que Gedeón confeccionó azotes con los espinos y abrojos del desierto para ‘trillar’ a los hombres con ellos; el texto dice que Gedeón hizo que “pasaran por una experiencia”. (Jue 8:7, 14, 16.)
Otras naciones emplearon formas de azotar más severas, y no se limitaron solo a cuarenta azotes. En Egipto, por ejemplo, los israelitas sufrieron azotes, seguramente muy brutales, a manos de sus capataces. (Éx 5:14, 16; 2:11, 12.)
Los romanos primero despojaban a las víctimas de sus vestiduras exteriores y luego las golpeaban con varas. (Hch 16:22, 23.) El término griego que se traduce ‘golpear con varas’ es rha·bdí·zö, emparentado con rhá·bdos (vara, bastón). (Compárese con 1Co 4:21, Int.) Ambas palabras griegas están relacionadas con el sustantivo rha·bdóu·kjos, que en Hechos 16:35, 38 se traduce por ‘alguacil’, aunque su significado literal es “portador de vara”. (Compárese con NTI, nota.)
Los romanos también utilizaban el azote. Estiraban a la víctima y, al parecer, le ataban las manos con correas a un poste. (Hch 22:25, 29.) El número de azotes quedaba a la discreción del comandante, y por lo general después se fijaba en un madero a la víctima. El relato bíblico menciona que después que Pilato cedió al grito insistente de los judíos para que fijara a Jesús en un madero y les puso en libertad a Barrabás, “en aquel momento [...] tomó a Jesús y lo azotó”. (Jn 19:1; Mt 20:19.) Los romanos usaron el azote para ‘interrogar’ a sus víctimas, con el fin de conseguir una confesión o un testimonio. (Hch 22:24, 25.) Se empleaban dos palabras griegas para ‘azotar’: ma·sti·gó·ö (Mt 10:17) y ma·stí·zö (Hch 22:25), ambas relacionadas con má·stix, que en sentido literal puede traducirse por ‘azote’ (Hch 22:24; Heb 11:36) y en sentido metafórico, por ‘dolencia [o enfermedad] penosa’. (Mr 3:10; 5:34.) No obstante, se consideraba ilegal azotar a un ciudadano romano. La Ley Valeria y la Ley Porcia, vigentes intermitentemente entre los años 509 y 195 a.E.C., eximían a los ciudadanos romanos de los azotes: la Ley Valeria, cuando el ciudadano apelaba al pueblo; la Ley Porcia, sin tal apelación.
El instrumento de azotar más temible se conocía como flagellum (flagelo). Consistía en un mango al que se sujetaban varias cuerdas o tiras de cuero. A estas tiras se les añadía peso con pedazos de hueso o metal de superficie irregular para hacer más doloroso y efectivo el golpe. El sustantivo griego fra·guél·li·on (“látigo”, Jn 2:15) es una helenización del latín flagellum. Está emparentado con el verbo fra·guel·ló·ö, que se traduce “dar latigazos”. (Mt 27:26; Mr 15:15.)
Jesús dijo a sus discípulos que se les golpearía en las sinagogas por causa de su nombre. (Mr 13:9.) Esta profecía se cumplió en muchas ocasiones. A algunos de los apóstoles se les detuvo y llevó ante el Sanedrín judío, y cuando rehusaron acceder a dejar su obra de predicar, se les fustigó. (Hch 5:40.) Saulo, que después llegó a ser el apóstol Pablo, fue un feroz perseguidor de cristianos antes de su conversión, encarcelándolos y fustigándolos de sinagoga en sinagoga. (Hch 22:19.) La voz griega que se emplea en los casos aludidos (dé·rö) está relacionada con dér·ma (‘piel’; Heb 11:37, NTI) y significa básicamente “despellejar”. (Compárese con Lu 12:47, Int.)
A Pablo lo azotaron con varas en la ciudad de Filipos, un incidente que luego utilizó contra sus perseguidores, aprovechando la oportunidad para defender y establecer legalmente las buenas nuevas que predicaba. Pablo había sido azotado en público y echado en prisión, pero cuando los magistrados supieron que era ciudadano romano, tuvieron mucho temor, y no solo por haberlo azotado, sino por haberlo hecho sin ni siquiera haberlo juzgado y condenado. Además, tanto él como Silas habían sido expuestos en público como malhechores. En consecuencia, cuando los magistrados ordenaron que ambos fuesen puestos en libertad, Pablo dijo: “Nos fustigaron públicamente sin ser condenados, a nosotros que somos hombres romanos, y nos echaron en la prisión; ¿y ahora nos echan fuera secretamente? ¡No, por cierto!, antes, que vengan ellos mismos y nos saquen”. Los magistrados tuvieron que disculparse personalmente por su error, pues el relato dice: “De modo que los alguaciles informaron estos dichos a los magistrados civiles. Estos tuvieron temor al oír que los hombres eran romanos. Por consiguiente, vinieron y les suplicaron y, después de sacarlos, les solicitaron que partieran de la ciudad”. (Hch 16:22-40.) Así se pudo conseguir que la predicación de las buenas nuevas quedara vindicada y no se considerase una violación de la ley, pues al poner los propios magistrados en libertad a Pablo y Silas, la inocencia de ambos hombres llegó a ser de conocimiento público. Pablo obró de esta manera porque deseaba “establecer legalmente las buenas nuevas”. (Flp 1:7.)
Sentido figurado. El rey Rehoboam constrastó su futuro gobierno con el de su padre, Salomón, utilizando la metáfora del castigo más severo administrado con azotes de puntas agudas en comparación con el del látigo. (La palabra hebrea para “azotes” [`aq·rab·bím] significa literalmente “escorpiones”; el instrumento debió ser una especie de látigo con nudos, o con púas en un extremo semejantes al aguijón de un escorpión, o tal vez con espinos.) (1Re 12:11-14, nota.)
Cuando Jehová hizo un pacto con David para un reino, le dijo que a su descendencia le correspondería el trono, pero si su dinastía o cualquiera de sus descendientes obraba impropiamente, sería censurado “con la vara de hombres y con los golpes de los hijos de Adán”. (2Sa 7:14; Sl 89:32.) Esta sentencia se cumplió cuando Jehová permitió que reyes de naciones paganas derrotaran a los reyes de Judá y, en particular, cuando Nabucodonosor el rey de Babilonia destronó al rey Sedequías de Jerusalén. (Jer 52:1-11.)
Jehová también había dicho que aquellas naciones que los israelitas no habían desposeído llegarían a ser para ellos “como azote en sus costados”. (Jos 23:13.) En Isaías 10:24-26 se dice que mientras que Asiria golpeó a Sión injustamente con vara, Jehová blandiría contra los asirios “un látigo”. Por otra parte, las plagas, enfermedades o calamidades que Jehová enviaba eran consideradas como un azote. (Nú 16:43-50; 25:8, 9; Sl 106:29, 30.) También se asemeja la disciplina que procede de Jehová a la acción de azotar. (Heb 12:6.)
Jesús predijo que al tiempo de su presencia, nombraría al “esclavo fiel y discreto [...] sobre todos sus bienes”. Se refirió, además, a un esclavo malo que no estaría atento ni aguardando ansiosamente la llegada del amo, sino que más bien diría: “Mi amo se tarda”. Este esclavo no solo comería y bebería con los borrachos inveterados, sino que iría aún más lejos, al golpear a sus coesclavos y entorpecer su trabajo de proveer alimento espiritual a los fieles esclavos de Dios al tiempo apropiado. Debido a este proceder, este esclavo sería castigado con la mayor severidad y compartiría la misma suerte que los hipócritas. (Mt 24:45-51; Lu 12:42-46.) Dicho esto, Jesús pasó a explicar que la persona en quien se delegan responsabilidades de peso y no cumple con ellas es más reprensible que aquel que no conoce o no entiende bien lo que se le encarga. A ambos se les castigará con una cantidad de “golpes” que esté en relación directa con su grado de responsabilidad. (Lu 12:47, 48.)
El profeta Isaías predijo que el Mesías cargaría sobre sí las enfermedades y dolencias de los que ejerciesen fe en él, y añadió: “A causa de sus heridas ha habido una curación para nosotros”. (Isa 53:3-5.) Pedro aplicó el cumplimiento de esta profecía a Jesucristo, al decir: “Él mismo cargó con nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero, para que acabáramos con los pecados y viviéramos a la justicia. Y ‘por sus heridas ustedes fueron sanados’”. (1Pe 2:24.)
★“No un golpeador”: Para recibir privilegios en la congregación cristiana, un hombre no debe ser “golpeador”, es decir, no debe maltratar a otros ni física ni verbalmente, ni intimidarlo con observaciones cortantes. Por eso La Atalaya del 1 de septiembre de 1990 declaró en la página 25: “El hombre casado que se comporta de manera piadosa en otros lugares pero es un tirano en el hogar, prescindiendo de lo bien que se comporte en otras partes, no está capacitado para servir (1 Timoteo 3:2-5, 12) (w07 1/5 22 párr. 11; g96 22/10 9)
Pablo escribió que el hombre que satisface los requisitos para recibir privilegios especiales en la congregación ‘no debe ser un golpeador’, o según el griego original, “no dando golpes” (1 Timoteo 3:3, nota). (w99 15/2 8)
Durante la gobernación romana se llamaba “liberto” (gr. a·pe·léu·the·ros) al esclavo manumitido, mientras que un “hombre libre” (gr. e·léu·the·ros) tenía esta condición desde su nacimiento, con todos los derechos de ciudadano. Un ejemplo de “hombre libre” fue el apóstol Pablo. (Hch 22:28.)
La emancipación formal proporcionaba al liberto la ciudadanía romana, si bien no podía ser elegido para cargos políticos, ni tampoco podían serlo sus descendientes, hasta al menos la segunda o tercera generación. Por otra parte, la emancipación informal ofrecía libertad personal, aunque no se disfrutaba de derechos cívicos. (Véase CIUDADANO, CIUDADANÍA.)
Se consideraba que el liberto seguía perteneciendo a la familia de su anterior dueño, de modo que las dos partes debían cumplir con sus obligaciones. El liberto podía permanecer en la casa de su antiguo dueño como empleado, o bien recibir una granja y el capital necesario para comenzar a vivir por cuenta propia. Cuando moría, su anterior dueño lo enterraba en la tumba familiar, se ocupaba de los hijos menores que quedaban y también recibía la propiedad en caso de que no hubiera herederos. Por otra parte, si el dueño sufría reveses económicos, la ley exigía que el liberto cuidara de él. No obstante, el dueño no podía pasar a su descendencia sus derechos sobre un liberto.
Se ha dicho que los que pertenecían a la “Sinagoga de los Libertos [literalmente, “libertinos”]” eran judíos a los que los romanos habían tomado cautivos y más tarde habían emancipado. Otra opinión es que estas personas eran esclavos libertos que se habían hecho prosélitos judíos. La Versión Armenia los llama “libios”, es decir, naturales de Libia. (Hch 6:9.)
Como se indica en las Escrituras, aunque un cristiano puede ser esclavo de un amo terrestre, en realidad es un liberto de Cristo, liberado de la esclavitud al pecado y la muerte. Pero como se le ha comprado por un precio, la sangre preciosa de Jesús, un cristiano que es libre en sentido físico es esclavo de Dios y de Jesucristo, y está obligado a obedecer sus mandamientos. Esto indica que para los humanos la libertad siempre es relativa, nunca absoluta. Por lo tanto, desde el punto de vista de Dios, en la congregación cristiana no hay diferencia entre esclavo y libre. Por otra parte, la libertad que posee un cristiano no le da derecho a usarla como disfraz para la maldad. (1Co 7:22, 23; Gál 3:28; Heb 2:14, 15; 1Pe 1:18, 19; 2:16.)
Cualidad de aquello que no se amolda a la norma de excelencia moral de Dios y por ello es malo, perverso o inservible. Al igual que la palabra griega po·në·rí·a (Mt 22:18; Mr 7:22; Lu 11:39; Hch 3:26; Ro 1:29; 1Co 5:8; Ef 6:12), el verbo hebreo ra·schá´ y otros términos relacionados designan lo que es inicuo. (Gé 18:23; 2Sa 22:22; 2Cr 20:35; Job 34:8; Sl 37:10; Isa 26:10.) Po·në·rós (que está relacionado con po·në·rí·a) a menudo significa aquello que es perverso o inicuo en un sentido moral (Lu 6:45), y puede aplicar a algo que es malo o inservible en un sentido físico, como cuando Jesucristo habló del “fruto inservible”. (Mt 7:17, 18.) Esta palabra también puede designar algo dañino, por lo que en Apocalipsis 16:2 se ha traducido “dolorosa” (LT, Val), “maligna” (NM, TA), “perniciosa” (Sd, UN) y “dañosa” (Besson).
¿Por qué ha permitido Dios la iniquidad? Satanás el Diablo, quien hizo que el primer hombre y la primera mujer, Adán y Eva, se rebelaran contra Dios, está en oposición a las normas justas de Dios y por eso se le llama “el inicuo”. (Mt 6:13; 13:19, 38; 1Jn 2:13, 14; 5:19.) La rebelión que él inició puso en tela de juicio lo correcto y justo de la soberanía de Dios, es decir, si la gobernación de Dios sobre sus criaturas se ejercía con justicia y en beneficio de sus intereses. El que Adán y Eva se rebelaran también hizo surgir otra cuestión: ¿serían todas las demás criaturas inteligentes infieles y desleales a Dios cuando les pareciese que la obediencia no les reportaba ningún beneficio material? La acusación de Satanás con respecto al fiel Job daba a entender que así sería. Satanás dijo: “Piel en el interés de piel, y todo lo que el hombre tiene lo dará en el interés de su alma. Para variar, sírvete alargar la mano, y toca hasta su hueso y su carne, y ve si no te maldice en tu misma cara”. (Job 2:4, 5; véase SOBERANÍA.)
Para que se resolvieran las cuestiones que se habían planteado, tenía que transcurrir tiempo. Por consiguiente, al permitir que las personas inicuas continuaran viviendo, Jehová Dios hizo posible que otros participaran en probar la falsedad de la afirmación de Satanás por el testimonio de su servicio fiel a Él aun en circunstancias desfavorables. El que Dios haya permitido la iniquidad también ha dado la oportunidad a las personas de abandonar todo proceder impropio y sujetarse voluntariamente a las leyes justas de Dios. (Isa 55:7; Eze 33:11.) Por lo tanto, el que Dios se abstuviese temporalmente de destruir a los inicuos da lugar a que las personas de disposición recta se salven, pues les permite tiempo para demostrar su amor y devoción a Jehová. (Ro 9:17-26.)
Además, Jehová Dios se vale de las circunstancias de tal manera que, sin advertirlo, los inicuos colaboren con su propósito. Aunque se oponen a Dios, Él puede restringirlos al grado necesario para proteger a sus siervos íntegros, e incluso puede hacer que sus acciones realcen la justicia divina. (Ro 3:3-5, 23-26; 8:35-39; Sl 76:10.) Esta idea se expresa en Proverbios 16:4: “Todo lo ha hecho Jehová para su propósito, sí, hasta al inicuo para el día malo”.
Un ejemplo es el de Faraón, a quien Jehová hizo saber por medio de Moisés y Aarón que debía liberar a los israelitas sometidos a esclavitud. Dios no hizo inicuo a este gobernante egipcio, pero permitió que continuase vivo y también manejó las circunstancias para que mostrasen que era inicuo y merecedor de muerte. El propósito de Jehová al hacer esto se revela en Éxodo 9:16: “Por esta causa te he mantenido en existencia, a fin de mostrarte mi poder y para que mi nombre sea declarado en toda la tierra”.
Las diez plagas derramadas sobre Egipto, que culminaron con la aniquilación de Faraón y sus fuerzas militares en el mar Rojo, fueron una demostración impresionante del poder de Jehová. (Éx. 7:14–12:30; Sl 78:43-51; 136:15.) Las naciones vecinas todavía hablaban de este suceso muchos años después, y de esta manera el nombre de Dios fue declarado por toda la Tierra. (Jos 2:10, 11; 1Sa 4:8.) Si Jehová hubiese ejecutado inmediatamente a Faraón, no habría sido posible esta grandiosa demostración de su poder para su gloria y la liberación de su pueblo.
Las Escrituras aseguran que llegará el día en que la iniquidad desaparecerá, ya que todos los que se oponen al Creador serán destruidos cuando se haya cumplido el propósito por el que Dios la ha permitido. (2Pe 3:9-13; Apo 18:20-24; 19:11–20:3, 7-10.)
Cualquier cosa que sirve para confinar o restringir la libertad, como un grillete o cadena, una argolla o una manilla. También, fuerza o influencia que une o sujeta en sentido no físico; vínculo, lazo de unión. En tiempos bíblicos se usaban varios métodos para tener restringidos a los prisioneros, como, por ejemplo: grilletes, cepos, argollas, esposas y cárceles. A veces se utiliza la palabra “cadenas” para transmitir la idea de confinamiento.
En las Escrituras, la palabra hebrea nejó·scheth, cuyo significado por lo general es “cobre”, se traduce con frecuencia por “grilletes de cobre”, porque, aunque también había grilletes de madera y hierro, habitualmente eran de cobre o bronce. (2Sa 3:34; 2Re 25:7.) En el Museo Británico hay un par de grilletes de bronce procedentes de Nínive que consisten en una barra con una anilla a cada extremo. Las anillas estaban abiertas, y una vez que habían pasado los pies del prisionero, se cerraban a martillo alrededor de los tobillos. De una de las anillas solo se conserva una parte, pero es posible que el peso total de los grilletes fuese de unos 4 Kg. El término griego para “grillete” es pé·dë, un término emparentado con pous (pie). (Lu 8:29.)
El verbo hebreo `a·sár, que significa “atar; poner en cadenas” (Jue 16:5; Eze 3:25; 2Re 23:33), es la raíz de otras tres palabras relacionadas con ligaduras: `e·súr, que se refiere a “grilletes” (Jer 37:15); moh·se·róhth, a “ataduras” (Sl 2:3), y ma·só·reth, a una “atadura” (Eze 20:37). El término griego que se emplea para atadura es de·smós (Lu 8:29), mientras que syn·de·smos se traduce por “vínculo unidor” o “atadura conjunta”. (Ef 4:3, Int.)
También se usaron cadenas para atar a los prisioneros. Hay dos palabras hebreas que significan “cadena” (rethu·qáh y rat·tóhq), y ambas provienen de la raíz ra·tháq, que significa “atar; sujetar”. (Na 3:10.) El término griego para cadena es há·ly·sis. (Mr 5:3, 4.)
A muchos de los fieles testigos precristianos se les encadenó y encarceló. (Heb 11:36.) Se dice que, cuando José, el hijo de Jacob, estuvo en Egipto, “con grilletes afligieron sus pies, en hierros entró su alma”. (Sl 105:18.) Dalila ató a Sansón primero con siete tendones todavía húmedos y luego con sogas nuevas a fin de entregarlo a los filisteos, pero en ambos casos Sansón rompió las ataduras. Finalmente, cuando Sansón perdió la fuerza, lo capturaron y sujetaron con dos grilletes de cobre. (Jue 16:6-12, 21.) Pasjur, el comisionado del templo, hizo poner a Jeremías el profeta en un cepo, y posteriormente los príncipes de Judá encarcelaron al profeta en “la casa de los grilletes”. (Jer 20:2, 3; 37:15.)
Jehová permitió que el rey de Asiria condujera al rey Manasés sujeto con grilletes de cobre debido a su infidelidad. Igualmente, Nabucodonosor llevó cautivo a Babilonia al rey Sedequías, atado con grilletes de cobre. (2Re 25:7; 2Cr 33:11; Jer 39:7; 52:11.) Nebuzaradán, jefe de la guardia de corps de Nabucodonosor, soltó a Jeremías de las esposas que le tenían atado y lo puso en libertad. (Jer 40:1, 4.)
Los hombres que prendieron a Jesús en el huerto de Getsemaní lo ataron y lo condujeron ante Anás, y de la misma manera lo llevaron ante Caifás. Después del juicio celebrado en el Sanedrín, lo condujeron atado ante Pilato. (Jn 18:12, 13, 24, 28; Mr 15:1.) Antes de convertirse al cristianismo y ser conocido como el apóstol Pablo, Saulo persiguió a los cristianos con el objeto de conducirlos atados a Jerusalén y entregarlos al tribunal superior judío. (Hch 9:2, 21.) Herodes hizo encadenar a Pedro entre dos soldados, según la costumbre romana. (Hch 12:6, 7.)
La primera vez que Pablo estuvo en prisión en Roma, tuvo ocasión de escribir varias cartas, y en algunas de ellas hace referencia a sus “cadenas de prisión”, y hasta se llama a sí mismo “embajador en cadenas”. (Ef 6:20; Flp 1:7, 13-17; Col 4:18; Flm 10, 13.) Sin embargo, como se desprende de su explicación en Hechos 28:16-31, gozó de bastante libertad de movimiento, lo que le permitió escribir cartas, atender a invitados suyos y recibir visitas de personas a quienes tuvo ocasión de predicar. Pablo fue puesto en libertad, pero más tarde se le volvió a detener. Durante esta segunda detención, que transcurrió en Roma y terminó con su ejecución, Pablo volvió a estar encadenado. (Flm 22; 2Ti 1:16; 2:9; 4:6-8.)
Usos metafóricos y simbólicos.
Las expresiones “ligadura”, “ataduras” y “cadenas” a menudo se usan metafóricamente en las Escrituras para referirse a encarcelamiento o a algún tipo de confinamiento. En relación con el exilio babilonio, se dice proféticamente que Sión tenía ligaduras o ataduras alrededor del cuello. (Isa 52:2.) Aunque muchos de los exiliados llegaron a tener sus propias casas y considerable libertad, no podían regresar a Sión o Jerusalén libremente. (Jer 29:4, 5.)
Dios restringió a los ángeles desobedientes a “cadenas sempiternas bajo densa oscuridad”. (Jud 6.) También se dice que se les entregó a “hoyos de densa oscuridad”. (2Pe 2:4.) De lo que dicen las Escrituras se deduce que no se les ha negado toda libertad de movimiento, ya que han podido tomar posesión de humanos e incluso tuvieron acceso a los cielos hasta que Miguel y sus ángeles los echaron y arrojaron a la Tierra. (Mr 1:32; Apo 12:7-9.) Satanás el Diablo será atado con una gran cadena por el ángel que tiene la llave del abismo y será arrojado allí durante mil años, después de lo cual será desatado por un poco de tiempo. (Apo 20:1-3.) Como los ángeles no son criaturas de carne y sangre, estas cadenas deben referirse a alguna fuerza restrictiva que no conocemos.
Jesús dijo que la mujer a quien sanó, que había estado encorvada debido a un espíritu de debilidad por dieciocho años, estaba atada por Satanás. (Lu 13:11, 16.) Cuando Simón intentaba comprar el don del espíritu santo, Pedro le llamó “lazo de injusticia”. (Hch 8:23.)
Las manos de una mujer inmoral se asemejan a grilletes, y el hombre que va tras ella es como alguien que estuviera “en grilletes para la disciplina de un tonto”. (Ec 7:26; Pr 7:22.)
En un sentido favorable, Ezequiel habla de la “atadura del pacto” refiriéndose al carácter obligatorio de este. (Eze 20:37.) A los que están bajo el pacto matrimonial se les considera ‘atados’ por él. (Ro 7:2; 1Co 7:27, 39.) Se dice que el amor es un “vínculo perfecto de unión”. (Col 3:14.)
[Ilustración en la página 235]
Prisioneros atados. Pintura realizada sobre la cubierta de la planta de los pies de una momia. De manera figurada, los enemigos quedaban ‘bajo sus pies’
Palabra que traduce el término hebreo jé·rem, que en la Traducción del Nuevo Mundo también se traduce “cosa dada por entero a la destrucción”. Esta palabra hebrea se refiere a lo que se ha dedicado a Dios de manera irrevocable y fija, y por lo tanto se ha apartado para uso sagrado, pero se utiliza con más frecuencia respecto a las cosas separadas para su total destrucción. Puede aplicar a individuos (Éx 22:20; Le 27:29), o también a sus posesiones (Esd 10:8), a un animal, campo u objeto dedicado al uso sagrado (Le 27:21, 28), o a toda una ciudad y lo que contenga (Dt 13:15-17; Jos 6:17).
Las proscripciones sagradas también aparecen en algunas profecías. (Miq 4:13; Zac 14:11.) Si se desea considerar más ampliamente el tema, véase COSA DADA POR ENTERO.
La palabra hebrea ga·`ál, que aparece por primera vez en Génesis 48:16 (‘recobrar’), también significa “recomprar o redimir”; es decir, recuperar, redimir o comprar de nuevo a la persona, la propiedad o la herencia del pariente más cercano; también se usó con referencia al vengador de la sangre. (Sl 74:2; Isa 43:1.) El parentesco más cercano que obligaba a alguien a ser un recomprador (heb. go·`él) seguía este orden: 1) hermano, 2) tío, 3) hijo de un tío, 4) cualquier otro varón que fuese pariente consanguíneo de la familia. (Le 25:48, 49; compárese el orden en Nú 27:5-11; véase VENGADOR DE LA SANGRE.)
La ley mosaica estipulaba que si un israelita se vendía como esclavo debido a circunstancias económicas, el recomprador podía comprarlo y así librarlo de esa condición. (Col 25:47-54.) O en el caso de que hubiera vendido su herencia de tierra, su recomprador podía volver a comprar la propiedad para que pudiese regresar a su posesión. (Le 25:25-27.) Sin embargo, no podía recomprarse nada que hubiese sido ‘dado por entero’, o ‘dado por entero a la destrucción’, aunque fuese la vida de un hombre. (Le 27:21, 28, 29; véase COSA DADA POR ENTERO.)
Este término también está relacionado con la costumbre de casarse con la viuda de un pariente para que este tuviera descendientes (Rut 4:7-10). Un ejemplo de una transacción de recompra efectuada por un go·`él se halla en el libro de Rut. Cuando Rut informó que había espigado en el campo de Boaz, su suegra exclamó: “El hombre es pariente nuestro. Es uno de nuestros recompradores”. (Rut 2:20.) Boaz aceptó esta obligación y celebró un pacto de recompra ante jueces y testigos después que otro pariente más cercano que él rechazó este privilegio. (Rut 3:9, 12, 13; 4:1-17.)
Jehová como Recomprador. Mediante el sacrificio de su Hijo unigénito, Jehová, en calidad de Recomprador, hizo provisión para recuperar a la humanidad del pecado y la muerte y del poder de la sepultura. Este Hijo tuvo que venir a la Tierra y hacerse “semejante a sus ‘hermanos’ en todo respecto”, con un cuerpo de sangre y carne, y, por lo tanto, un pariente cercano de la humanidad. (Heb 2:11-17.) El apóstol Pablo escribe a los cristianos: “Por medio de él tenemos la liberación por rescate mediante la sangre de ese”. (Ef 1:7; compárese con Apo 5:9; 14:3, 4; véanse más detalles en RESCATE.)
Precio que se paga para recuperar algo o liberar a alguien de una obligación o circunstancia indeseable. La idea fundamental de “rescate” es la de un precio que cubre (como, por ejemplo, en el pago por daños o para cumplir con la justicia), mientras que “redención” pone de relieve la liberación conseguida como resultado del rescate pagado. El precio de rescate más importante de todos los tiempos ha sido la sangre derramada de Jesucristo, que hizo posible que la descendencia de Adán tuviera liberación del pecado y de la muerte.
Los diferentes términos hebreos y griegos que se traducen “rescatar” y “redimir” tienen en común la idea de dar un precio o algo de valor para efectuar el rescate o redención. Por lo tanto, comparten el sentido de canje, así como el de correspondencia, equivalencia o sustitución. Es decir, se da una cosa a cambio de otra, satisfaciendo las demandas de la justicia y equilibrando la situación. (Véase RECONCILIACIÓN.)
Un precio que cubre. El sustantivo hebreo kó·fer viene del verbo ka·fár, que significa básicamente “cubrir”, como cuando Noé cubrió el arca con alquitrán. (Gé 6:14.) Sin embargo, ka·fár se usa casi siempre para designar el hecho de cumplir con la justicia cubriendo o expiando los pecados. El sustantivo kó·fer hace referencia a lo que se da para lograr este fin, es decir, el precio de rescate. (Sl 65:3; 78:38; 79:8, 9.) Una cubierta corresponde con la cosa que cubre, sea en su forma (como en el caso de una tapadera material: la “cubierta [kap·pó·reth]” del arca del pacto; Éx 25:17-22) o en su valor (como en el pago efectuado para compensar los daños infligidos).
Como medio para equilibrar la justicia y enderezar los asuntos con su pueblo Israel, Jehová señaló en el pacto de la Ley diversos sacrificios y ofrendas para expiar o cubrir los pecados, bien de los sacerdotes y los levitas (Éx 29:33-37; Le 16:6, 11), de otras personas o de la nación entera (Le 1:4; 4:20, 26, 31, 35), así como para purificar el altar y el tabernáculo, haciendo expiación por los pecados del pueblo que estaba a su alrededor. (Le 16:16-20.) En realidad, la vida de la víctima animal se presentaba en vez de la del pecador, y su sangre hacía expiación sobre el altar de Dios, aunque de modo limitado. (Le 17:11; compárese con Heb 9:13, 14; 10:1-4.) El “día de expiación [yohm hak·kip·pu·rím]” podría también llamarse correctamente el “día de los rescates”. (Le 23:26-28.) Estos sacrificios eran necesarios para que la nación y su adoración gozaran en todo momento de la aprobación del Dios de justicia.
La ley concerniente al toro del que se sabía que acorneaba ilustra bien el sentido de un canje redentor. Si el dueño dejaba al toro en libertad y este mataba a alguien, se tenía que dar muerte al propietario, que pagaba con su propia vida la vida de la persona muerta. Sin embargo, como no había matado deliberada o directamente a la persona, los jueces podían optar por imponerle en su lugar un “rescate [kó·fer]”, que tenía que hacer efectivo. Se consideraba que la suma pagada tomaba el lugar de su propia vida y compensaba la vida perdida. (Éx 21:28-32; compárese con Dt 19:21.) Por otro lado, no se podía aceptar ningún rescate por el asesino deliberado; solo su propia vida podía compensar la muerte de la víctima. (Nú 35:31-33.) Cuando se hacía un censo, todos los varones de veinte años de edad para arriba tenían que entregar a Jehová un rescate (kó·fer) de medio siclo (1,10 dólares [E.U.A.]) por su alma sin importar que fueran ricos o pobres, debido, seguramente, a que los censos tenían que ver con vidas humanas. (Éx 30:11-16.)
Como a Dios, al igual que al hombre, le desagrada cualquier violación de la justicia, el rescate o compensación podía tener el efecto adicional de mitigar o calmar la cólera. (Compárese con Jer 18:23; también con Gé 32:20, donde ka·fár se traduce “aplacar”.) Sin embargo, el esposo enfurecido con el hombre que comete adulterio con su esposa rechaza cualquier “rescate [kó·fer]”. (Pr 6:35.) El término también se puede usar con respecto a los que deberían ejecutar justicia, pero que en lugar de ello aceptan un soborno o regalo como “dinero con que se compra el silencio [kó·fer]”, para esconder el delito de su vista. (1Sa 12:3; Am 5:12.)
La redención o liberación. El verbo hebreo pa·dháh significa “redimir”, y el nombre relacionado pidh·yóhn significa “precio de redención”. (Éx 21:30.) Estos términos ponen de relieve la liberación que se logra con el precio de redención, mientras que ka·fár coloca el énfasis en la calidad del precio y en su eficacia en equilibrar las balanzas de la justicia. Se puede liberar o redimir (pa·dháh) de la esclavitud (Le 19:20; Dt 7:8), de otras condiciones angustiosas u opresivas (2Sa 4:9; Job 6:23; Sl 55:18) o de la muerte y la sepultura. (Job 33:28; Sl 49:15.) En repetidas ocasiones se menciona que Jehová redimió a la nación de Israel de Egipto para que fuera su “propiedad particular” (Dt 9:26; Sl 78:42), y que muchos siglos después los redimió del exilio en Asiria y Babilonia. (Isa 35:10; 51:11; Jer 31:11, 12; Zac 10:8-10.) En esos casos la redención también implicaba un precio, un canje. Al redimir a Israel de Egipto, obviamente Jehová hizo que el precio lo pagase Egipto. Israel era el “primogénito” de Dios, y Jehová le advirtió a Faraón que tendría que pagar su terca negativa de liberar a Israel con la vida de su primogénito y la de los primogénitos de todo Egipto, tanto hombres como animales. (Éx 4:21-23; 11:4-8.) De manera similar, a cambio de que Ciro conquistara Babilonia y liberara a los judíos del exilio, Jehová dio a “Egipto como rescate [una forma de kó·fer] por [su pueblo], a Etiopía y Sebá” en lugar de ellos. Por lo tanto, más tarde el Imperio persa conquistó esas regiones, y así ‘se dieron grupos nacionales en lugar de las almas de los israelitas’. (Isa 43:1-4.) Estos cambios están en armonía con la declaración inspirada de que el “inicuo es [o sirve de] rescate [kó·fer] para el justo; y el que obra traidoramente toma el lugar de los rectos”. (Pr 21:18.)
Otro término hebreo relacionado con la redención es ga·`ál, que básicamente transmite la idea de reclamar, recuperar o recomprar. (Jer 32:7, 8.) Su similitud con pa·dháh se ve por el uso paralelo de los dos términos en Oseas 13:14: “De la mano del Seol los redimiré [una forma de pa·dháh]; de la muerte los recobraré [una forma de ga·`ál]”. (Compárese con Sl 69:18.) Ga·`ál destaca el derecho de reclamar o recomprar, tanto por parte de un pariente cercano de la persona cuya propiedad o cuya mismísima persona tuviese que recomprarse o reclamarse, como por parte del propio dueño original o vendedor. Un pariente cercano, llamado go·`él, era, por lo tanto, un “recomprador” (Rut 2:20; 3:9, 13), o, en caso de asesinato, un “vengador de la sangre”. (Nú 35:12.)
Cuando un israelita pobre se veía obligado a vender sus tierras hereditarias, su casa de la ciudad o incluso venderse a sí mismo en servidumbre, la Ley hacía provisión para que “un recomprador de parentesco próximo”, o go·`él, tuviese el derecho de “recobrar por compra [ga·`ál]” lo que su hermano hubiese vendido, o para que el propio vendedor pudiera hacerlo si conseguía los fondos necesarios. (Le 25:23-27, 29-34, 47-49; compárese con Rut 4:1-15.) Si un hombre ofrecía en voto a Dios una casa o un campo y luego deseaba recuperarlo, tenía que pagar la valoración que se había hecho de la propiedad más la quinta parte de ese valor estimado. (Le 27:14-19.) Sin embargo, no se admitía canje alguno por una cosa “dada por entero a la destrucción”. (Le 27:28, 29.)
En caso de asesinato, no se concedía protección al asesino en las ciudades de refugio designadas, sino que después de la audiencia judicial, los jueces lo entregaban al “vengador [go·`él] de la sangre”, un pariente cercano de la víctima, quien entonces le daba muerte. Como no se concedía ningún “rescate [kó·fer]” por el asesino y el pariente cercano con derecho de recompra no podía reclamar o recuperar la vida de su pariente muerto, reclamaba con todo derecho la vida del que se había apoderado de la vida de su pariente al asesinarlo. (Nú 35:9-32; Dt 19:1-13.)
No siempre era un precio tangible. Como se ha mostrado, Jehová ‘redimió’ (pa·dháh) o ‘reclamó’ (ga·`ál) a Israel de Egipto. (Éx 6:6; Isa 51:10, 11.) Más adelante, debido a que los israelitas continuaron “vendiéndose a hacer lo que era malo” (2Re 17:16, 17), Jehová en varias ocasiones ‘los vendió en manos de sus enemigos’. (Dt 32:30; Jue 2:14; 3:8; 10:7; 1Sa 12:9.) Su arrepentimiento hizo que Dios los recomprase o reclamase de la angustia o el exilio (Sl 107:2, 3; Isa 35:9, 10; Miq 4:10), y de este modo desempeñó la función de un Go·`él, un Recomprador emparentado con ellos, puesto que había desposado a la nación consigo mismo. (Isa 43:1, 14; 48:20; 49:26; 50:1, 2; 54:5-7.) Cuando los “vendió”, Jehová no recibió en cambio ninguna compensación material de las naciones. Su pago fue ver cumplidos su justicia y su propósito de corregirlos y disciplinarlos por su rebelión y falta de respeto. (Compárese con Isa 48:17, 18.)
De igual manera, Dios no tenía que pagar nada tangible para efectuar una ‘recompra’. Cuando Jehová recompró a los israelitas exiliados en Babilonia, Ciro los liberó voluntariamente, sin ninguna compensación tangible. Sin embargo, al redimir a su pueblo de las naciones opresoras que habían actuado con malicia contra Israel, Jehová exigió el precio a los mismos opresores, haciéndoles pagar con sus propias vidas. (Compárese con Sl 106:10, 11; Isa 41:11-14; 49:26.) Cuando fue vendido a naciones paganas, el pueblo de Dios no recibió “nada” relativo a verdadero beneficio o alivio de los que les habían esclavizado, y, por lo tanto, Jehová no tuvo que pagarles nada en compensación. Más bien, efectuó la recompra por medio del poder de “su santo brazo”. (Isa 52:3-10; Sl 77:14, 15.)
Por lo tanto, la función de Jehová como Go·`él supuso la venganza de los males cometidos contra sus siervos y resultó en la santificación y vindicación de su nombre ante los que se valieron de la angustia de Israel como excusa para vituperarlo. (Sl 78:35; Isa 59:15-20; 63:3-6, 9.) Como el Gran Pariente cercano y Redentor tanto de la nación en conjunto como de cada uno de sus miembros, Dios dirigió su “causa judicial” para hacer justicia. (Sl 119:153, 154; Jer 50:33, 34; Lam 3:58-60; compárense con Pr 23:10, 11.)
Aunque Job vivió antes de que existiera la nación de Israel, dijo durante su enfermedad: “Yo mismo bien sé que mi redentor vive, y que, al venir después de mí, se levantará sobre el polvo”. (Job 19:25; compárese con Sl 69:18; 103:4.) El rey de Israel tenía que seguir el ejemplo de Jehová y servir de redentor de los humildes y los pobres de la nación. (Sl 72:1, 2, 14.)
El papel de Cristo Jesús como Redentor. La información precedente sienta la base para entender el rescate provisto para la humanidad por medio de Cristo Jesús, el Hijo de Dios. La humanidad precisaba un rescate debido a la rebelión de Edén. Adán se vendió a hacer el mal por el placer egoísta de seguir disfrutando de la compañía de su esposa, que se había convertido en una pecadora, de modo que compartió con ella la misma condición de condenado ante Dios. Por esta acción, se vendió a sí mismo, así como a sus descendientes, a la esclavitud al pecado y a la muerte, el precio que requería la justicia de Dios. (Ro 5:12-19; compárese con Ro 7:14-25.) Adán perdió la valiosa posesión de la perfección tanto para él como para toda su prole.
Según la Ley, que contenía “una sombra de las buenas cosas por venir”, debían hacerse sacrificios de animales para cubrir los pecados. Sin embargo, esta cubierta era simbólica o de muestra, ya que tales animales eran inferiores al hombre; por eso, como dice el apóstol, “no es posible que la sangre de toros y de machos cabríos quite [realmente] los pecados”. (Heb 10:1-4.) Aquellos sacrificios de animales tenían que ser sin tacha, especímenes perfectos. (Le 22:21.) Por consiguiente, el verdadero sacrificio de rescate, un ser humano que realmente pudiese quitar los pecados, también tenía que ser perfecto, sin tacha. Debía corresponder con el perfecto Adán y tener perfección humana para poder pagar el precio de rescate que liberase a la prole de Adán de la deuda, la incapacidad y la esclavitud a la que los vendió su primer padre, Adán. (Compárese con Ro 7:14; Sl 51:5.) Solo de este modo podría satisfacerse la justicia perfecta de Dios, que requiere igual por igual: “alma por alma”. (Éx 21:23-25; Dt 19:21.)
La estricta justicia de Dios hacía imposible que la humanidad suministrara su propio redentor. (Sl 49:6-9.) No obstante, este hecho enalteció el amor y la misericordia de Dios, pues satisfizo sus propios requisitos a un coste enorme para Él, al dar la vida de su propio Hijo para proveer el precio de redención. (Ro 5:6-8.) A tal fin, fue preciso que su Hijo se hiciese hombre para corresponder con el perfecto Adán. Dios lo hizo posible al transferir la vida de su Hijo del cielo a la matriz de la virgen judía María. (Lu 1:26-37; Jn 1:14.) Puesto que Jesús no debía su vida a ningún padre humano que descendiera del pecador Adán, y, además, el espíritu santo de Dios ‘cubrió con su sombra’ a María, seguramente desde la concepción hasta el nacimiento de Jesús, este nació libre de toda herencia de pecado o imperfección, como si fuese “un cordero sin tacha e inmaculado” cuya sangre podría ser un sacrificio aceptable. (Lu 1:35; Jn 1:29; 1Pe 1:18, 19.) Se mantuvo libre de pecado durante toda su vida, por lo que no se le descalificó. (Heb 4:15; 7:26; 1Pe 2:22.) Como ‘partícipe de sangre y carne’, era un pariente próximo de la humanidad y tenía el precio con el que recomprarla o emanciparla: su propia vida perfecta mantenida pura a través de pruebas de integridad. (Heb 2:14, 15.)
Las Escrituras Griegas Cristianas hacen patente que la liberación del pecado y la muerte depende en realidad del pago de un precio. Se dice que los cristianos son “comprados por precio” (1Co 6:20; 7:23) y tienen un “dueño que los compró” (2Pe 2:1), y se presenta a Jesús como el Cordero que ‘fue degollado y con su sangre compró para Dios personas de toda tribu, lengua y nación’. (Apo 5:9.) En estos textos se utiliza el verbo a·go·rá·zö, que significa simplemente “comprar en el mercado (a·go·rá)”. Pablo usa un término de la misma familia, e·xa·go·rá·zö (liberar por compra), al mostrar que Cristo liberó “por compra a los que se hallaban bajo ley” mediante su muerte en el madero. (Gál 4:5; 3:13.) Pero la idea de redención o rescate se expresa con más frecuencia y de manera más plena con la palabra griega lý·tron y otros términos de la misma familia.
Los escritores griegos usaban el vocablo lý·tron (del verbo lý·ö, que significa “desatar”) especialmente para referirse a un precio pagado para rescatar prisioneros de guerra o liberar a los que estaban en cautiverio o esclavitud. (Compárese con Heb 11:35.) Las dos veces que se utiliza en las Escrituras se refiere a que Cristo da “su alma en rescate en cambio por muchos”. (Mt 20:28; Mr 10:45.) Otro término de la misma familia, an·tí·ly·tron, aparece en 1 Timoteo 2:6. La obra Greek and English Lexicon to the New Testament (de Parkhurst, Londres, 1845, pág. 47) explica que significa “rescate, precio de redención o, más bien, rescate correspondiente”. También cita las siguientes palabras de Hiperio: “En sentido estricto, significa el precio por el que se redimen los cautivos del enemigo; también, la clase de canje en el que la vida de uno se redime con la vida de otro”. Y concluye diciendo: “Así que Aristóteles emplea el verbo [an·ti·ly·tró·ö] en el sentido de redimir vida por vida”. De modo que Cristo “se dio a sí mismo como rescate correspondiente por todos”. (1Ti 2:5, 6.) Otras palabras de la misma familia son ly·tró·o·mai, “liberar por rescate” (Tit 2:14; 1Pe 1:18, 19), y a·po·lý·trö·sis, “liberación por rescate”. (Ef 1:7, 14; Col 1:14.) Es evidente la similitud que existe entre el uso de estas palabras y el de los términos hebreos examinados. Dichos términos no designan una compra o liberación ordinaria, sino una redención o rescate, una liberación efectuada por el pago de un precio correspondiente.
Aunque el sacrificio de rescate de Cristo está disponible a todos, no todos lo aceptan, por lo que “la ira de Dios permanece” sobre ellos, así como sobre los que lo aceptan y luego lo rechazan. (Jn 3:36; Heb 10:26-29; contrástense con Ro 5:9, 10.) Estos no consiguen liberación de la esclavitud a los reyes Pecado y Muerte. (Ro 5:21.) La Ley no contemplaba rescate alguno para el homicida deliberado. Por su proceder voluntarioso, Adán trajo la muerte a toda la humanidad, de modo que fue un homicida. (Ro 5:12.) Por consiguiente, Dios no acepta como rescate por el pecador Adán la vida que Jesús sacrificó.
No obstante, Dios se complace en aprobar la aplicación del rescate para redimir a los hijos de Adán que se valen de tal liberación. Pablo declara: “Como mediante la desobediencia del solo hombre muchos fueron constituidos pecadores, así mismo, también, mediante la obediencia de la sola persona muchos serán constituidos justos”. (Ro 5:18, 19.) Cuando Adán pecó y fue sentenciado a muerte, su prole o descendencia todavía estaba por nacer, ‘en sus lomos’, y, por lo tanto, todos murieron con él. (Compárese con Heb 7:4-10.) Jesús, como hombre perfecto, “el último Adán” (1Co 15:45), tenía ‘en sus lomos’ una descendencia o prole por nacer, y cuando murió en inocencia como sacrificio humano perfecto, esta prole en potencia murió con él. Jesús se abstuvo voluntariamente de producir una familia propia por medio de la procreación natural. En su lugar, se vale de la autoridad concedida por Jehová en virtud de su rescate, para dar vida a todos los que aceptan esta provisión. (1Co 15:45; compárese con Ro 5:15-17.)
★Cómo puede salvarle la muerte de Jesús - (1-3-2008-Pg.4)
★“¡Salva, rogamos!”
Rescate correspondiente. Gr.: an·tí·ly·tron (de an·tí, “contra; en correspondencia con; en lugar de”, y lý·tron, “rescate [precio pagado]”); lat.: re·dem·pti·ó·nem; Heb.: kó·fer. La palabra griega que se emplea en 1 Timoteo 2:6, an·tí·ly·tron, no aparece en ningún otro lugar de la Biblia. Está relacionada con la palabra que usó Jesús para rescate (lý·tron) en Marcos 10:45. Sin embargo, The New International Dictionary of New Testament Theology (El nuevo diccionario internacional de teología del Nuevo Testamento) señala que an·tí·ly·tron ‘acentúa la noción de un intercambio’. La Traducción del Nuevo Mundo correctamente vierte este vocablo “rescate correspondiente”.
Jesús fue en verdad un “rescate correspondiente”, no para redimir al pecador Adán, sino para redimir a toda la humanidad descendiente de él. Al presentar el valor completo de su sacrificio de rescate al Dios de justicia absoluta en el cielo, recompró a los seres humanos para que pudieran llegar a ser su familia. (Heb 9:24.) De esta manera consigue una novia, una congregación celestial de seguidores suyos. (Compárese con Ef 5:23-27; Apo 1:5, 6; 5:9, 10; 14:3, 4.) Las profecías mesiánicas también muestran que tendrá “prole” como “Padre Eterno”. (Isa 53:10-12; 9:6, 7.) Para ser un “Padre Eterno”, su rescate tiene que abarcar a otras personas aparte de los que componen su “novia”. Por lo tanto, además de estos que han sido “comprados de entre la humanidad como primicias” para formar esa congregación celestial, otros han de beneficiarse de su sacrificio de rescate y conseguir vida eterna por medio de la eliminación de sus pecados y la imperfección. (Apo 14:4; 1Jn 2:1, 2.) Como los de la congregación celestial son sacerdotes con Cristo y “han de reinar sobre la tierra”, los demás que también se benefician del rescate deben ser súbditos terrestres del reino de Cristo, y como son hijos de un “Padre Eterno”, consiguen la vida eterna. (Apo 5:10; 20:6; 21:2-4, 9, 10; 22:17; compárese con Sl 103:2-5.) En conclusión, el rescate manifiesta en todos sus aspectos la sabiduría y justicia de Jehová, al equilibrar de manera perfecta la balanza de la justicia y al mismo tiempo mostrar bondad inmerecida y perdonar los pecados. (Ro 3:21-26.)
“Se salven” mencionada en 1 Timoteo 2:4 la palabra salvación significa “liberación de un peligro; prevención de la destrucción”. La verdadera salvación, pues, implica más que un estado de serenidad mental. Significa salvarse de la destrucción del inicuo sistema de cosas actual y, finalmente, de la muerte misma. (w97 15/8 5)
Los que quedan de una familia, nación, tribu o clase; los supervivientes de una matanza, destrucción o acontecimiento histórico; los que permanecen fieles a Dios a pesar de proceder de una nación o grupo de personas que ha apostatado.
Noé y su familia fueron un resto del mundo de la humanidad de antes del Diluvio. El verbo scha·`ár, “permanecer”, se usa para referirse a ellos como los únicos que sobrevivieron. (Gé 7:23.) Posteriormente, José dijo a sus hermanos en Egipto: “Por consiguiente, Dios me envió delante de ustedes a fin de colocarles un resto [es decir, sobrevivientes para conservar la posteridad y el linaje familiar; compárese con 2Sa 14:7] en la tierra y para mantenerlos vivos mediante un gran escape”. (Gé 45:4, 7, nota.)
Un resto de Israel regresa del exilio. La mayoría de las veces que se menciona un resto en la Biblia es con referencia al pueblo de Dios. Jehová advirtió a Israel por medio de Sus profetas que los castigaría por su desobediencia; pero también los consoló prediciendo que se conservaría a un resto que regresaría a Jerusalén, reedificaría la ciudad, prosperaría y daría fruto. (Isa 1:9; 11:11, 16; 37:31, 32; Jer 23:3; 31:7-9.)
Después que el rey Nabucodonosor de Babilonia se llevó cautivos en el año 617 a. E.C., entre ellos al rey Joaquín de Judá, Jehová dio una visión al profeta Jeremías. En ella los higos buenos representaban a los exiliados de Judá que habían sido llevados a Babilonia y a quienes Jehová con el tiempo devolvería a su tierra. Los higos malos representaban al rey Sedequías, sus príncipes y otros como ellos a quienes no se exilió (en realidad, la mayor parte de los habitantes de Jerusalén y Judá), así como a los que vivían en Egipto. En el año 607 a. E.C., casi todos los residentes de Judá murieron o fueron llevados al exilio como consecuencia de que Nabucodonosor destruyera Jerusalén. Los que vivían en Egipto —entre ellos los que huyeron allí después del año 607 a. E.C.— sufrieron más adelante los efectos de la incursión militar de Nabucodonosor en aquella tierra. (Jer 24:1-10; 44:14; 46:13-17; Lam 1:1-6.)
Jehová prometió al resto fiel —aquellos que se habían arrepentido de los pecados por los que Él permitió que se les exiliara— que los reuniría como un rebaño en un aprisco. (Miq 2:12.) Esto ocurrió en el año 537 a. E.C., cuando regresó un resto de judíos encabezado por Zorobabel. (Esd 2:1, 2.) Aunque habían estado “cojeando”, Jehová los reunió. Es cierto que estaban bajo la dominación persa, pero como tenían sobre ellos al gobernador Zorobabel y se había restablecido la adoración verdadera en el templo, Dios volvía a ser su verdadero rey. (Miq 4:6, 7.) Serían como “rocío de Jehová” que trae frescor y prosperidad. Además, tendrían el valor y la fortaleza del “león entre las bestias de un bosque”. (Miq 5:7-9.) Parece que esta última profecía tuvo un cumplimiento durante el período macabeo, y resultó en la permanencia de los judíos en su país y la conservación del templo hasta la venida del Mesías.
El nombre de Sear-jasub, hijo del profeta Isaías, contenía el sustantivo sche`ár (verbo, scha·`ár), y significaba: “Un Simple Resto (Los Que Queden) Volverá(n)”. Dicho nombre era una señal de que Jerusalén caería y sus habitantes irían al exilio, pero Dios tendría misericordia y haría que un resto regresase a la tierra. (Isa 7:3.)
No le quedó ningún resto a Babilonia. Aunque Dios se valió de Babilonia para castigar a su pueblo, esta se extralimitó y se ensañó con ellos, hasta el punto de querer mantenerlos en el exilio para siempre. Obró así porque era la principal defensora de la adoración falsa y odiaba a Jehová y su adoración. Por estas razones, Dios declaró: “Y ciertamente cortaré de Babilonia nombre y resto y descendencia y posteridad”. (Isa 14:22.) Finalmente, Babilonia quedó total y permanentemente desolada, sin ningún resto que regresara a reedificarla.
Un resto de Israel acepta a Cristo. Cuando Jesucristo se presentó a la nación de Israel, la mayoría de los judíos lo rechazaron. Solo algunos, un resto, mostraron fe y se hicieron seguidores suyos. El apóstol Pablo aplica ciertas profecías de (Isaías 10:22, 23; 1:9) a este resto judío cuando escribe: “Además, Isaías clama respecto a Israel: ‘Aunque el número de los hijos de Israel sea como la arena del mar, es el resto lo que será salvo. Porque Jehová hará un ajuste de cuentas sobre la tierra, concluyéndolo y acortándolo’. También, así como Isaías había dicho en otro tiempo: ‘A menos que Jehová de los ejércitos nos hubiera dejado descendencia, habríamos llegado a ser justamente como Sodoma, y habríamos quedado justamente como Gomorra’”. (Ro 9:27-29.) Pablo utiliza también el ejemplo de los siete mil que quedaron en el tiempo de Elías que no se inclinaron ante Baal, y dice: “De esta manera, por lo tanto, también en la época presente ha llegado a haber un resto según una selección que se debe a bondad inmerecida”. (Ro 11:5.)
El resto espiritual. En (Apocalipsis cap. 12) Juan registró la visión que tuvo de una mujer que estaba en el cielo y de un dragón, y concluyó esa parte de la visión con las palabras: “Y el dragón se airó contra la mujer, y se fue para hacer guerra contra los restantes [loi·pón] de la descendencia de ella, los cuales observan los mandamientos de Dios y tienen la obra de dar testimonio de Jesús”. Estos “restantes” que tienen “la obra de dar testimonio de Jesús” son los últimos hermanos de Jesucristo que quedan vivos en la Tierra después de ser arrojado a ella el Diablo y de que se anuncie: “Ahora han acontecido la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo”. El Diablo (el dragón) guerrea contra este resto de hermanos espirituales de Cristo por medio de las ‘bestias salvajes’ y de la “imagen de la bestia salvaje” descritas en el capítulo 13 de Revelación. Pero el resto sale victorioso, como revela el capítulo 14. (Véase DESCENDENCIA, SEMILLA.)
Acción de pagar o recompensar de acuerdo con los méritos de una persona o grupo. Lo que se da como recompensa o pago, en especial por una mala acción.
Algunas de las palabras que se derivan o son variantes de los verbos raíces hebreos scha·lám y ga·mál se traducen “galardón; recompensa; retribución; debido tratamiento; pagar”, etcétera. De manera similar se traducen los vocablos griegos a·po·dí·dö·mi, an·ti·mi·sthí·a, mi·stha·po·do·sí·a y otros términos relacionados.
A las naciones que oprimieron a Israel. La canción que Moisés dirigió a Israel en las llanuras de Moab poco antes de morir decía que Jehová ‘pagaría con venganza’ a Sus adversarios y ‘haría retribución’ a los que lo odiaban intensamente. (Dt 32:35, 41; Heb 10:30.) Cuando Dios ejecuta venganza y retribución, lo hace con total autodominio, en plena armonía con su justicia y siempre con sobrada razón. Por ejemplo, castigó a Israel por su desobediencia, y en ocasiones se sirvió para ello de naciones paganas, como Asiria y Babilonia. (Dt 28:15-68; 2Re 17:7-23; 2Cr 21:14-20.) Sin embargo, estas naciones actuaron impulsadas por su odio a Jehová y a la adoración verdadera, y se excedieron en su regocijo por la derrota de Israel y en su opresión al pueblo de Dios. Por consiguiente, Jehová pronunció contra ellas juicios de retribución. (Isa 10:12; 34:1, 2, 8; Jer 51:6, 56; Abd 8-16; Zac 1:15.)
Babilonia, en particular, recibió retribución por su hostilidad ancestral contra Jehová y contra Su pueblo. Por lo tanto, se profetizó su caída y completa desolación. Ciro el persa conquistó la ciudad en 539 a.E.C., y aunque continuó existiendo durante varios siglos, acabó sumiéndose en la más absoluta desolación y nunca fue reedificada. (Jer 50, 51.) La simbólica Babilonia la Grande recibirá una retribución semejante, ya que se dice que se la arrojará abajo “y nunca volverá a ser hallada”. (Apo 18:2, 6, 20, 21; véase BABILONIA LA GRANDE.)
Bajo la Ley. La ley que Dios dio a Israel por mediación de Moisés exigía retribución justa, aunque se extendía misericordia al transgresor involuntario y arrepentido. (Le 5:4-6, 17-19; 6:1-7; Nú 35:22-29.) No obstante, la ley de la retribución se aplicaba con todo vigor a quien pecaba de manera deliberada y no se arrepentía. (Nú 15:30.) Cuando un hombre presentaba falso testimonio en contra de su prójimo en una causa judicial, se le debía retribuir con el mismo castigo que hubiese ocasionado a la persona inocente. Jehová dijo: “Y tu ojo no debe sentirse apenado: alma será por alma, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie”. (Dt 19:16-21.)
En la nación judía del primer siglo. La nación judía manifestó un punto de vista egoísta al aceptar la bondad inmerecida de Dios y los favores de que fue objeto. Por su proceder y actitud egoísta, Jehová permitió que recibieran su retribución. Pretendían establecer su propia justicia en lugar de sujetarse a la justicia de Dios. (Ro 10:1-3.) Por consiguiente, la mayor parte de la nación tropezó a causa de Jesucristo y lo rechazó, de modo que compartió la culpa por el derramamiento de su sangre, lo que resultó en la destrucción de Jerusalén y su templo, así como en la ruina de la nación. (Mt 27:25; Da 9:26.) El apóstol Pablo cita de los Salmos (69:22) y aplica las palabras a los judíos al escribir: “También, David dice: ‘Que su mesa llegue a ser para ellos un lazo y una trampa y una piedra de tropiezo y una retribución’”. (Ro 11:9.)
Sobre los cristianos desobedientes. El apóstol Pablo vuelve a hacer referencia a la naturaleza retributiva de la Ley al destacar la importancia que tiene el que los cristianos obedezcan al Hijo de Dios: “Porque si la palabra hablada mediante ángeles resultó firme, y toda transgresión y acto de desobediencia recibió retribución en conformidad con la justicia, ¿cómo escaparemos nosotros si hemos descuidado una salvación de tal grandeza, puesto que empezó a ser hablada mediante nuestro Señor y nos fue verificada por los que le oyeron?”. (Heb 2:2, 3, nota; compárese con Heb 10:28-31.) El juicio de destrucción contra el apóstata “hombre del desafuero” es un ejemplo de tal retribución. (2Te 2:3, 9, 10; véase HOMBRE DEL DESAFUERO.)
Desafíos = Oportunidades únicas
Hace mucho tiempo, un rey colocó una gran roca obstaculizando un camino y después se escondió para observar quien era el buen súbdito que se atreviera a quitar la roca. Algunos comerciantes más adinerados del reino y cortesanos pasaron por el camino, y simplemente giraron y pasaron al lado de la roca. Muchos culparon al rey ruidosamente de no mantener los caminos despejados, pero ninguno hizo algo para sacar la piedra del camino. Luego pasó un campesino con una carga de verduras cargada en su asno. Al aproximarse a la roca, el campesino puso su carga en el suelo y trató de mover la roca a un lado del camino con la ayuda de su asno.
Después de empujar y fatigarse mucho, lo logró. Abrió la bolsa y, dentro de ella, encontró que contenía muchas monedas de oro y una nota del mismo rey indicando que el oro era la recompensa para la persona que removiera la piedra del camino.
El campesino aprendió lo que los otros nunca entendieron. Recordemos que de verdad hay un Rey observando lo que hacemos en las oportunidades que se nos presentan en el camino día a día por muy solitario que parezca ese camino, y esta más que dispuesto a recompensar nuestro generoso y arrojado empeño (2Cr 16:9; Mt 6:3, 4.) Todos los días se nos presentan desafíos y obstáculos que pueden parecernos un estorbo en nuestro camino, pero en realidad son oportunidades para usar nuestros talentos y dones, para aprovechar esa ocasión y hacer de lo que otros hacen una catástrofe un éxito y una gran experiencia, quizás que cambien para siempre nuestra vida. Es cierto que no eres el único que pasas por ese camino, pero si puedes ser el único que marcas la diferencia (Col 3:23.) No permitas que los obstáculos que se te presenten el día de hoy te desanimen, al contrario míralos como desafíos y oportunidades de mostrar ser un verdadero siervo del Rey que no es injusto para olvidar las buenas obras y el amor que mostramos para con Él y el prójimo (Lu 10:37; Ro 8:28; Heb 6:10.) |
Persona que preserva o libra a alguien del peligro o la destrucción. A Jehová se le identifica como el principal Salvador, la única fuente de liberación. (Isa 43:11; 45:21.) Vez tras vez fue el Salvador y Libertador de Israel. (Sl 106:8, 10, 21; Isa 43:3; 45:15; Jer 14:8.) No solo salvaba a la nación, sino también a los individuos que le servían. (2Sa 22:1-3.) A menudo, su salvación se efectuaba a través de hombres a quienes levantó como salvadores. (Ne 9:27.) Durante el período de los jueces, Dios seleccionó a estos salvadores especiales y los autorizó a liberar a Israel de la opresión extranjera. (Jue 2:16; 3:9, 15.) El juez mantenía a Israel en el camino correcto mientras vivía, lo que le aliviaba de sus enemigos. (Jue 2:18.) Cuando Jesús estuvo en la Tierra, Jehová fue su Salvador, y le apoyó y fortaleció para que mantuviera integridad a través de sus intensas pruebas. (Heb 5:7; Sl 28:8.)
Además de Salvador, Jehová también es el “Recomprador”. (Isa 49:26; 60:16.) En el pasado redimió a su pueblo Israel del cautiverio. Al liberar a los cristianos de la esclavitud al pecado, Dios los recompra por medio de su Hijo Jesucristo (1Jn 4:14), su provisión para la salvación y a quien ensalzó como el “Agente Principal y Salvador”. (Hch 5:31.) Por ello, a Jesucristo se le puede llamar correctamente “nuestro Salvador”, aunque lleve a cabo la salvación como agente de Jehová. (Tit 1:4; 2Pe 1:11.) El nombre Jesús, dado al Hijo de Dios por dirección angélica, significa “Jehová Es Salvación”, pues, según dijo el ángel: “Él salvará a su pueblo de sus pecados”. (Mt 1:21; Lu 1:31.) Este nombre indica que Jehová es la Fuente de salvación que se lleva a cabo a través de Jesús. Por esta razón se habla conjuntamente del Padre y del Hijo con relación a la salvación. (Tit 2:11-13; 3:4-6.)
Por medio de Jesucristo, Jehová provee a “hombres de toda clase” (1Ti 4:10) la salvación del pecado y la muerte (Ro 8:2), la salvación de Babilonia la Grande (Apo 18:2, 4), del mundo controlado por Satanás (Jn 17:16; Col 1:13) y de la destrucción y la muerte eternas. (Apo 7:14-17; 21:3, 4.) En Apocalipsis 7:9, 10 se muestra a una “gran muchedumbre” que atribuye la salvación a Dios y al Cordero.
El sacrificio de rescate es la base para la salvación, y Cristo Jesús, como Rey y Sumo Sacerdote eterno, tiene la autoridad y el poder de “salvar completamente a los que están acercándose a Dios mediante él”. (Heb 7:23-25; Apo 19:16.) Él es “salvador de este cuerpo”, la congregación de sus seguidores ungidos, y también de todos los que ejercen fe en él. (Ef 5:23; 1Jn 4:14; Jn 3:16, 17.)
Acción de aprehender indebidamente, llevar y retener contra su voluntad a una persona por medios ilícitos, ya sea por la fuerza, el fraude o la intimidación. Bajo la ley mosaica, el secuestro era un delito castigado con la pena de muerte. Si una persona secuestraba a un hombre y lo vendía, o se descubría que lo tenía en su poder, tenía que ser ajusticiada. (Éx 21:16; Dt 24:7.) Antes de dar esta ley a Israel, José, el hijo de Jacob, fue secuestrado y vendido en esclavitud. (Gé 37:27, 28; 40:15.) Después, Dios hizo que esta acción se convirtiese en una bendición para José en Egipto, y él perdonó a sus hermanos esta maldad. (Gé 45:4, 5.)
Cuando el apóstol Pablo escribió a Timoteo, hizo la observación de que “la ley no se promulga para el justo”, sino para las personas desaforadas, entre las que se cuentan los secuestradores. (1Ti 1:8-11.)
Falta, nota o defecto, físico o moral, que se halla en una cosa y la hace imperfecta; “cualquier cosa mala”. (Dt 17:1.)
La palabra hebrea que denota un “defecto” de índole física o moral es mum. (Le 21:17; Job 31:7.) El término griego mó·mos significa “tacha”, mientras que la palabra relacionada á·mö·mos quiere decir “sin tacha”. (2Pe 2:13; Ef 1:4.) Ambos vocablos se derivan de la raíz mö·má·o·mai, cuyo significado es “encontrar falta en”. (2Co 6:3; 8:20.)
En el caso de Jehová, “perfecta es su actividad [“sin tacha (inmaculadas) son sus obras”, Sy]”, pero, en cambio, Dios dijo de Israel: “Ellos han obrado ruinosamente por su propia cuenta; no son hijos de él, el defecto es de ellos mismos”. (Dt 32:4, 5.)
Por consiguiente, un sacerdote levita que ministrara ante el Dios perfecto tenía que estar libre de tachas físicas, como ceguera, cojera o nariz hendida, o anormalidades, como una mano demasiado larga, delgadez tísica, enfermedades de los ojos o de la piel, una mano o un pie fracturados, testículos quebrados o aplastados, o que fuese jorobado. (Le 21:18-20.) Libre de tales defectos, el sumo sacerdote de Israel podía representar al gran Sumo Sacerdote Jesucristo, quien es “sin engaño, incontaminado”. (Heb 7:26.)
Se requería que los animales que se sacrificaban bajo la ley mosaica fueran sanos, exentos de tacha. (Éx 12:5; Le 4:3, 28; Dt 15:21.) Lo mismo era cierto también de los sacrificios relacionados con el templo representativo que Ezequiel contempló en visión. (Eze 43:22, 23.) De manera semejante, Cristo, “un cordero sin tacha e inmaculado”, “se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios”. (1Pe 1:19; Heb 9:14.)
La Biblia dice de la apariencia física de algunas personas que ‘no había ningún defecto’ en ella. Tal es el caso de Absalón, la sulamita y algunos hijos de Israel que fueron llevados a Babilonia. (2Sa 14:25; Can 4:7; Da 1:4.) La Ley estimulaba a todos los que estaban bajo ella a cuidarse y protegerse mutuamente, a fin de evitar cualquier tipo de tacha. “En caso de que un hombre le causara un defecto a su asociado, entonces, tal como él haya hecho, así se le debe hacer a él.” (Le 24:19, 20.) Asimismo, el apóstol expresó su preocupación por mantener la congregación cristiana libre de tachas en sentido espiritual. (Ef 1:4; 5:27; Col 1:22; véase también Jud 24.)
No te manches
Es relativamente fácil mancharse, pues sea por falta de atención, descuido, accidente o por decisiones imprudentes, el peligro de ser salpicados de suciedad es constante.
¿Qué podemos hacer, dentro de lo razonable para mantenernos sin mancha de este mundo? (Snt 1:27.) Podemos hacer algo más de lo que dependerá el que permanezcamos limpios a pesar de que nos salpique la sociedad de este mundo, primeramente debemos desechar toda prenda que absorba la suciedad (1Pe 2:1, 2; Isa 1:16; Hch 22:16,) después debemos ponernos la indumentaria correcta que repela todo lo que pudiera ensuciarnos, a ese respecto se nos aconseja en (Col 3:10-14) al mismo tiempo que pedimos a Jehová que nos cuide y proteja para mantener nuestra pureza espiritual. |
Un testigo es una “Persona que puede dar testimonio de una cosa o la atestigua, que ha visto u oído o de lo que conoce por cualquier otro medio, o persona que habla por experiencia própia de verdades y opiniones.” (Diccionario de la lengua española). (w84 1/6 20 Párr. 1) Con relación a la obra de testificar, se escribió lo siguiente: “La proclamación del evangelio [...] no es una de entre las muchas actividades en que la Iglesia del N[uevo] T[estamento] participe, sino más bien es su actividad básica y esencial. [...] Note además que Jesús no dijo [en Hechos 1:8]: Ustedes me testificarán a mí, ni: Ustedes tienen que darme testimonio a mí, sino que dijo: Ustedes serán mis testigos. El valor que tiene aquí el uso del verbo ‘ser’ debe ser tomado seria y literalmente. La expresión [en griego] no indica simplemente lo que la Iglesia haría, sino más bien lo que la Iglesia sería. [...] La Iglesia de Jesucristo es [...] un cuerpo que da testimonio” (Pentecost and the Missionary Witness of the Church [El Pentecostés y la testificación misional de la Iglesia], de Harry R. Boer, páginas 110-114). Sí, el testificar es la obra principal de la congregación cristiana verdadera. (w85 1/8 11 párr. 9)
La palabra griega que se traduce “testigo” es mártyr (már·tys), de la que procede el término español mártir, el cual significa “persona que padece muerte en testimonio de su religión o de otra causa”. Muchos cristianos del siglo primero dieron testimonio de Jehová al morir por su fe. (w 02 1/2; w76 560 párr. 4)
¿Testigo, o mártir? La palabra mártir proviene de un término griego (már·tys) que en tiempos bíblicos quería decir “testigo”, alguien que da testimonio —quizá en un juicio— de la verdad o de sus convicciones. Fue solo posteriormente que la expresión llegó a significar “alguien que entrega la vida por dar testimonio” o incluso que da testimonio entregando la vida. (w03 1/10 Pág 9)
Las palabras de los idiomas originales que se han traducido “testigo” ayudan a entender lo que significa ser un testigo en favor de Jehová. El sustantivo que en las Escrituras Hebreas se traduce “testigo” (‘edh) se deriva de un verbo (‘udh) que significa “regresar” o “repetir, hacer de nuevo”. En cuanto al sustantivo (‘edh), el Theological Wordbook of the Old Testament (Vocabulario teológico del Antiguo Testamento) dice: “Un testigo es la persona que, mediante reiteración, afirma enfáticamente su testimonio. La palabra [‘edh] es común en el lenguaje judicial”. Una obra sobre el origen de las palabras hebreas, A Comprehensive Etymological Dictionary of the Hebrew Language for Readers of English, añade: “El significado orig[inal] [del verbo ‘udh] prob[ablemente] era ‘dijo vez tras vez y convincentemente’”.
En las Escrituras Cristianas, las palabras griegas traducidas “testigo” (már·tys) y “dar testimonio” (mar·ty·ré·o) también tenían una connotación jurídica, aunque con el tiempo adquirieron un significado más amplio. Según el Theological Dictionary of the New Testament (Diccionario teológico del Nuevo Testamento), “el concepto de testigo [se usa] tanto en el sentido de testificar de hechos que se pueden probar como en el de dar testimonio de verdades, i.e., la divulgación y confesión de las convicciones”; (“uno que presta declaración, o puede prestar declaración sobre lo que él mismo ha visto u oído o llegado a saber de otra manera”, A Greek-English Lexicon of the New Testament [Léxico griego-inglés del Nuevo Testamento], por J. H. Thayer). (sh 349 párr. 11).
El libro Christian Words (Palabras cristianas), de Nigel Turner, dice que el término se refiere a la persona que habla “por experiencia propia [...] y con convicción de verdades y opiniones”. (w97 15/1 pág. 30).
En Isa 43:10 se dice: “Ustedes son mis testigos.” Heb.: ’at·tém `e·dhái, pl.; lat.: vos té·stes mé·i, pl. Testigos de Jehová, este nombre lo adoptamos los “Testigos de Jehová” a partir del 26.07.1931, hasta ese entonces se nos conocía como estudiantes de la biblia.
Testigo es el nombre de un altar mencionado en Josué 22:10–34. Su nombre aparece como "Testigo".
Sy añade: “el altar de testimonio”.
★Rubén - [Asignaciones de territorio-§4]
★Testigo - (Bibliatodo Diccionarios)
★El altar “Testigo” (Ed) - (Biblia Work Diccionarios)
Conjunto de jueces reunidos para administrar justicia o lugar donde se reúnen. En la antigüedad los jueces solían reunirse en una plataforma elevada, al aire libre, a la que se accedía mediante unas gradas y desde la que las autoridades, sentadas, se dirigían a las muchedumbres y anunciaban sus decisiones. (Mt 27:19; Jn 19:13; Hch 12:21; 25:6, 10, 17.) El lugar que se ha identificado como el tribunal de Corinto (llamado “Bema”), donde Pablo compareció ante Galión, era de mármol blanco y azul. (Hch 18:1, 12, 16, 17.) Junto a él había dos salas de espera con suelos de mosaico y bancos de mármol.
Jehová Dios ‘ha encargado todo el juicio a su Hijo’ (Jn 5:22, 27), así que todos deben comparecer ante el “tribunal del Cristo” (2Co 5:10), también llamado apropiadamente el “tribunal de Dios”, por ser Jehová su originador y el que juzga por medio de su Hijo. (Ro 14:10.)
En 1 Corintios 4:3 Pablo dice: “Pues para mí es asunto de ínfima importancia el que yo sea examinado por ustedes o por un tribunal humano [gr. an·thrö·pí·nës hë·mé·ras]”. La expresión griega utilizada en este versículo significa literalmente “día humano”, y se refiere a un día en particular, como el día que fija un juez humano para celebrar un juicio o para administrar justicia.
Pablo reconoció que hombres como Apolos, Cefas y él mismo en cierto sentido pertenecían a la congregación corintia, o, en otras palabras, eran siervos de ella. (1Co 3:21, 22.) Sin embargo, algunos miembros de esa congregación, carentes de espiritualidad y orgullosos, criticaban y juzgaban a Pablo, manifestando una actitud que era fruto de su sectarismo y su costumbre de fijarse en los hombres más bien que en Cristo. (1Co 9:1-4.) Pablo defendió hábilmente su ministerio (1Co 9:5-27), y aconsejó a los cristianos que su principal preocupación no fuera el juicio de los hombres, ya fuese el de los corintios o el de cualquier tribunal humano. Más bien, Pablo estaba interesado en el futuro día de juicio o de evaluación por parte de Dios (mediante Jesús), pues él había recibido de Dios la mayordomía a la que tenía que probarse fiel. (1Co 1:8; 4:2-5; Heb 4:13.)
Jehová Dios, como Creador del universo, tiene la soberanía suprema. Él es para el universo lo que fue para la antigua nación de Israel: Juez, Dador de Estatutos y Rey. (Isa 33:22.) El cabeza de familia Abrahán lo reconoció como “Juez de toda la tierra”. (Gé 18:25.) Jehová se representa a sí mismo como Juez Supremo de una causa judicial contra Israel (Miq 6:2) y de una causa judicial a favor de su pueblo en contra de las naciones. (Isa 34:8.) Invoca a su pueblo como testigo en una causa relacionada con su divinidad, que los adoradores de dioses falsos han desafiado. (Isa 43:9-12.)
Sociedad patriarcal.
Después del Diluvio, Noé se convirtió en cabeza de familia o patriarca, y Dios hizo un pacto con él y sus hijos como representantes de la raza humana. (Gé 9:12-16.) Noé también recibió leyes básicas que complementaban lo que Dios había declarado con anterioridad. (Gé 9:3-6.) Como patriarca, tomó decisiones que no solo afectaron a su casa, sino también a sus hijos casados y a su prole. (Gé 9:20-27.)
El patriarca era también el juez de su familia —que incluía los esclavos y todos los que constituían su casa—, tal como Jehová Dios es el gran Cabeza de familia y Juez. (Gé 38:24.) Cuando surgían disputas entre familias que se podían zanjar de manera pacífica, se encargaban de ello los cabezas de familia.
Jacob actuó como juez de su casa cuando Labán le dijo que alguien de su campamento había robado sus terafim. Jacob respondió: “Quienquiera que sea con quien halles tus dioses, que no viva”. (Gé 31:32.) Sin embargo, Jacob no sabía que Raquel los tenía, pero como Labán no los encontró, no se la pudo acusar. Cuando los hermanos de José lo vendieron a Egipto y presentaron la prenda de vestir manchada de sangre a Jacob para que creyera que una fiera lo había despedazado, este actuó en calidad de juez, examinó las pruebas y emitió una decisión judicial: “¡De seguro ha sido despedazado José!”. (Gé 37:33.) De la misma manera obró Judá al sentenciar a muerte a Tamar cuando se enteró de que estaba embarazada. No obstante, la pronunció más justa que él mismo cuando supo que ella había maniobrado los asuntos para que él realizara lo que legalmente tenía que haberle mandado realizar a su hijo Selah. (Gé 38:24-26.)
Los adoradores del Dios verdadero siempre han reconocido a Jehová como el Juez Supremo. Al cabeza de familia, que hacía el papel de juez, se le consideraba responsable ante Dios, quien había juzgado personalmente a Adán y Eva (Gé 3:8-24), a Caín (Gé 4:9-15), a la humanidad al tiempo del Diluvio (Gé 6:1-3, 11-13, 17-21), a los edificadores de la Torre de Babel (Gé 11:1-9), a Sodoma y Gomorra (Gé 18:20-33) y a Abimélec (Gé 20:3-7).
Bajo la Ley. Después del éxodo de los israelitas de Egipto, Moisés, como representante de Jehová, se convirtió en juez. Al principio trató de encargarse de todas las causas judiciales, aunque, por ser tantas, le ocupaban desde la mañana hasta la tarde. Aconsejado por Jetró, nombró hombres capaces como jefes de millares, de centenas, de cincuentenas y de decenas. (Éx 18:13-26.) No parece que deba entenderse que había un juez nombrado especialmente para cada siete u ocho hombres físicamente capacitados. Más bien, se organizó a la nación de modo que dispusiera de jefes autorizados para encargarse de casos de menor importancia cuando fuera necesario. Pero los casos complicados o difíciles, o de importancia nacional, tenían que presentarse a Moisés o al santuario delante de los sacerdotes.
Estos casos difíciles tenían que ver con: sospecha de la castidad de la esposa (Nú 5:11-31), derramamiento de sangre después de una disputa (Dt 17:8, 9) y acusación de sublevación contra un hombre, pero con pruebas confusas o sospechosas (Dt 19:15-20). Los sacerdotes tenían que oficiar en los casos de asesinato no resuelto. (Dt 21:1-9.)
No había medio para apelar a un tribunal superior, pero si los jefes de decenas no eran capaces de resolver un caso, podían pasarlo a los jefes de cincuentenas, y así sucesivamente, o presentarlo directamente al santuario o a Moisés. (Éx 18:26; Dt 1:17; 17:8-11.)
Los hombres escogidos para ser jueces tenían que ser capacitados, dignos de confianza, temerosos de Jehová y odiar la ganancia injusta. (Éx 18:21.) Por lo general eran cabezas de familia y jefes de tribu, ancianos de la ciudad en la que servían de jueces. Los levitas, a quienes Jehová había apartado para ser instructores especiales de la Ley, también se distinguieron como jueces. (Dt 1:15.)
Se advirtió al pueblo repetidas veces que no debía pervertir el juicio ni admitir sobornos ni ser parcial. (Éx 23:6-8; Dt 1:16, 17; 16:19; Pr 17:23; 24:23; 28:21; 29:4.) A un pobre no se le debía favorecer solo por ser pobre, ni tampoco debía preferirse a los ricos antes que a los pobres. (Le 19:15.) Debían tenerse en cuenta los derechos del residente forastero y no debían tratarle injustamente. Los jueces no debían oprimirlos, ni tampoco a las viudas ni a los huérfanos por su aparente indefensión, pues Jehová era su Juez y Protector paternal. (Le 19:33, 34; Éx 22:21; 23:9; Dt 10:18; 24:17, 18; 27:19; Sl 68:5.) Por otra parte, se esperaba que los residentes forasteros respetaran la ley del país. (Le 18:26.) No obstante, los príncipes y jueces de Israel desobedecieron estos estatutos y consejos de Jehová, lo que constituyó una de las causas por las que Dios emitió un juicio adverso sobre la nación. (Isa 1:23; Eze 22:12; 1Sa 8:3; Sl 26:10; Am 5:12.)
Puesto que los jueces tenían que ser hombres rectos que juzgasen según la ley divina, representaban a Jehová. Por lo tanto, el estar de pie delante de los jueces era como estar de pie delante de Jehová. (Dt 1:17; 19:17; Jos 7:19; 2Cr 19:6.) La expresión “asamblea” o “congregación” en muchos casos significa todo el pueblo, pero cuando la Biblia habla de llevar causas judiciales delante de la asamblea o congregación, se refiere a los que representaban al pueblo, es decir, a los jueces, como se muestra en Números 35:12, 24, 25 y Mateo 18:17.
El tribunal local estaba situado en la puerta de la ciudad. (Dt 16:18; 21:19; 22:15, 24; 25:7; Rut 4:1.) Por “puerta” se quiere decir el espacio abierto que solía haber dentro de la ciudad cerca de la puerta propiamente dicha. Las puertas eran los lugares donde se leía la Ley al pueblo congregado y donde se proclamaban los decretos. (Ne 8:1-3.) En la puerta era fácil conseguir testigos para un trámite civil, como la venta de una propiedad, etc., puesto que la mayoría de las personas entraban y salían por la puerta durante el día. Además, el carácter público que tenía cualquier juicio llevado a cabo en la puerta contribuía a que los jueces fuesen cuidadosos y justos durante el proceso y en sus decisiones. Por lo visto, los jueces disponían de un lugar cerca de la puerta desde el que podían presidir cómodamente. (Job 29:7.) Samuel viajó en un circuito de Betel a Guilgal y Mizpá, y “juzgaba a Israel en todos estos lugares”, así como en Ramá, donde estaba su casa. (1Sa 7:16, 17.)
Había que tratar con respeto a los jueces, puesto que ocupaban una posición que representaba a Jehová. (Éx 22:28; Hch 23:3-5.) Cuando los sacerdotes, los levitas en el santuario o el juez que estaba en funciones en aquellos días (por ejemplo, Moisés o Samuel) comunicaban una decisión judicial, esta era preceptiva, y tenía que darse muerte a todo el que se negara a acatarla. (Dt 17:8-13.)
Si se sentenciaba a un hombre a recibir azotes con una vara, tenían que ponerlo postrado delante del juez y darle los azotes en su presencia. (Dt 25:2.) La justicia se administraba sin demora. La única ocasión en la que se retenía a una persona durante un tiempo era cuando se trataba de un asunto difícil y había que esperar el fallo de Jehová. En estos casos se mantenía al acusado bajo custodia hasta que se recibía la decisión. (Le 24:12; Nú 15:34.) La Ley no estipulaba que se recluyese a nadie en prisión. Este tipo de castigo se practicó más tarde, cuando la nación fue corrompiéndose y también durante el tiempo de dominación gentil. (2Cr 18:25, 26; Jer 20:2; 29:26; Esd 7:26; Hch 5:19; 12:3, 4.)
Durante el período de los reyes. Ya en el reino de Israel, los casos de naturaleza más difícil se llevaban al rey o al santuario. Según Deuteronomio 17:18, 19, la Ley requería que cuando el rey empezara su reinado, copiase personalmente la Ley y la leyera diariamente a fin de que pudiese estar adecuadamente capacitado para juzgar las causas judiciales difíciles. Natán hizo que David se juzgara a sí mismo en el asunto de Bat-seba y Urías el hitita. (2Sa 12:1-6.) Joab envió con astucia a una mujer teqoíta a David para hablarle a favor de Absalón. (2Sa 14:1-21.) Antes de su muerte, David nombró a 6.000 levitas aptos para ser oficiales y jueces en Israel. (1Cr 23:4.) Salomón fue famoso por su sabiduría al juzgar. Un caso que divulgó su fama tuvo que ver con dos prostitutas que reclamaban la maternidad de un niño. (1Re 3:16-28.) Jehosafat dirigió una reforma religiosa en Judá y fortaleció el sistema judicial. (2Cr 19:5-11.)
¿Quiénes componían el Sanedrín? El gran Sanedrín era el tribunal supremo judío. Estaba ubicado en Jerusalén y se componía de 71 miembros. Durante el ministerio terrestre de Jesús, entre los 71 miembros estaba el sumo sacerdote y otros que habían ocupado dicho puesto (era posible que varios de ellos vivieran en el mismo tiempo, puesto que durante la gobernación romana ese puesto se ocupaba por nombramiento). En el Sanedrín también había miembros de las familias de los sumos sacerdotes, ancianos, cabezas de las tribus y de las familias, así como escribas, que eran hombres versados en la Ley. (Hch 4:5, 6.) Estos hombres eran miembros de las sectas de los fariseos y de los saduceos. (Hch 23:6.)
El cabeza y presidente del Sanedrín era el sumo sacerdote, y él era quien convocaba a la asamblea. (Hch 5:17, 21, 27; 7:1; 22:5; 23:2.) El sumo sacerdote Caifás presidió el juicio de Jesús, aunque antes lo interrogó Anás. (Mt 26:3, 57; Mr 14:53, 55, 60, 63; 15:1; Lu 22:54; Jn 18:12, 13, 19-24.) Ananías era el sumo sacerdote que presidía el Sanedrín cuando se juzgó a Pablo. (Hch 23:2.)
Según el Talmud (Tosefta, Sanhedrín 7:1), el Sanedrín se sentaba desde que se ofrecía el sacrificio diario matinal hasta el sacrificio de la tarde. No juzgaba en sábado ni en los días festivos. En casos capitales, el tribunal juzgaba durante el día, y el veredicto se emitía durante las horas del día, y si era de condena, se anunciaba al día siguiente. Por lo tanto, no podía celebrarse juicio en la víspera de un sábado o de una fiesta. No obstante, este procedimiento se pasó por alto en el juicio de Jesús.
La Misná (Sanhedrín 4:3) dice: “El sanedrín estaba dispuesto como si fuera la mitad de una era, semicircular, de modo que uno podía ver al otro. Dos escribas judiciales se colocaban delante de los jueces, uno a la derecha y otro a la izquierda y pasaban a escrito tanto las alegaciones en favor de la absolución [como] en favor de la condenación”.
Según la tradición judía, Moisés fundó el Sanedrín (Nú 11:16-25) y Esdras lo reorganizó inmediatamente después de volver del exilio. No obstante, no se puede demostrar que existiera un tribunal compuesto de 70 ancianos en aquellos tiempos. Parece ser que el Sanedrín llegó a existir durante el tiempo de la gobernación griega sobre Palestina. En el tiempo del ministerio terrestre de Jesús, el gobierno romano permitió que el Sanedrín tuviese bastante independencia, y le otorgó autoridad civil y administrativa. Tenía guardias a su disposición y poder para detener y encarcelar. (Mt 26:47; Hch 4:1-3; 9:1, 2.) Incluso los judíos de la Diáspora reconocieron su autoridad religiosa. (Véase Hch 9:1, 2.) Sin embargo, bajo la gobernación romana, el Sanedrín debió perder con el tiempo la autoridad legal para ejecutar la pena de muerte sin la oportuna autorización del gobernador romano (procurador). (Jn 18:31.) Se abolió el Sanedrín después de la destrucción de Jerusalén en el año 70 E.C.
En Jerusalén había, además, tribunales inferiores compuestos de 23 miembros cada uno. Según la Misná (Sanhedrín 1:6), estos tribunales menores también estaban ubicados en otras ciudades de Palestina con un cierto número de habitantes. No se reunía el tribunal completo en cada juicio. El número de miembros variaba según la gravedad del caso y la dificultad de llegar a emitir un veredicto. Además, en los pueblos había tribunales compuestos por tres hombres, así como un tribunal que tenía siete ancianos del pueblo.
Aunque las sinagogas se empleaban principalmente para la educación, también se emplearon como tribunales y a veces se las llamó ‘sanedrines locales’, que tenían el poder de infligir penas de flagelación o excomunión. (Mt 10:17, nota; 23:34; Mr 13:9; Lu 21:12; Jn 9:22; 12:42; 16:2; véase ILUSTRACIONES - [Algunas de las ilustraciones importantes de Jesucristo].)
La congregación cristiana. Aunque la autoridad seglar no ha conferido a la congregación cristiana poderes para actuar como tribunal, puede tomar medidas contra los miembros cuya conducta requiera disciplina espiritual, y hasta puede expulsarlos de la congregación. Por lo tanto, el apóstol Pablo dice a la congregación, es decir, a sus representantes, a los que tienen la superintendencia, que deben juzgar a los que forman parte de la congregación. (1Co 5:12, 13.) Al escribir a las congregaciones y a los superintendentes, tanto Pablo como Pedro recalcan que los ancianos deben estar muy atentos a la condición espiritual de la congregación y deben ayudar y amonestar a cualquiera que dé un paso imprudente o en falso. (2Ti 4:2; 1Pe 5:1, 2; compárese con Gál 6:1.) Los que causan divisiones o sectas tienen que recibir una primera y una segunda admonición antes de que la congregación intervenga. (Tit 3:10, 11.) Los que persisten en el pecado tienen que ser expulsados. De este modo se disciplina a los transgresores y se les muestra que su proceder pecaminoso no puede tolerarse en la congregación. (1Ti 1:20.) Pablo ordena a los hombres que tienen la responsabilidad de actuar en calidad de jueces en las congregaciones que se reúnan para escuchar problemas de esa naturaleza. (1Co 5:1-5; 6:1-5.) Solo deben aceptar la veracidad de la acusación sobre la base de dos o tres testigos, sopesar las pruebas sin prejuicio y no hacer nada movidos por parcialidad. (1Ti 5:19, 21.)
Jesús mandó a sus discípulos que, si alguno pecaba contra otro, primero se esforzaran por arreglar el asunto entre ellos. Si no lo conseguían y la ofensa era de naturaleza seria, tenía que presentarse a la congregación (es decir, a los hombres encargados de la dirección de la congregación). Pablo más tarde dijo a los cristianos que debían zanjar las desavenencias de este modo y no recurrir a los tribunales seglares. (Mt 18:15-17; 1Co 6:1-8; véase CAUSA JUDICIAL.)
En hebreo esta expresión es go·`él had·dám. La palabra hebrea go·`él (que se aplica a un vengador de la sangre) es un participio de ga·`ál, cuyo significado “recuperar”, “reclamar”, “recomprar” o “redimir”. (Éx 15:13; Sl 69:18; Le 25:25; Isa 43:1; Jer 31:11.) En la ley hebrea la palabra se aplicó al pariente varón más cercano de la persona a la que se había dado muerte, y era quien tenía la obligación de vengar su sangre. (Nú 35:19.) El término go·`él también designaba a un pariente que tenía el derecho de recomprar (o redimir). (Le 25:48, 49; Rut 2:20, nota; véase RECOMPRA, RECOMPRADOR.)
El vengar la sangre se basa en el mandato declarado a Noé concerniente a la santidad de la sangre y de la vida humana. Jehová dijo: “Su sangre de sus almas la reclamaré [...] de la mano de cada uno que es su hermano, reclamaré el alma del hombre. Cualquiera que derrame la sangre del hombre, por el hombre será derramada su propia sangre, porque a la imagen de Dios hizo él al hombre”. (Gé 9:5, 6.) Un asesino deliberado tenía que morir a manos del “vengador de la sangre” y no podía aceptarse ningún rescate por él. (Nú 35:19-21, 31.)
Jehová se encargará de que a su debido tiempo se vengue la sangre inocente de todos sus siervos fieles. (Dt 32:43; Apo 6:9-11.)
Las leyes justas de Jehová hicieron una clara distinción entre el homicidio deliberado y el involuntario. Para este último caso se proveyeron amorosamente ciudades de refugio con el fin de proteger a los homicidas involuntarios de los vengadores de la sangre. (Nú 35:6-29; Dt 19:2-13; Jos 20:2-9.) También se crearon tribunales para poder oír los casos que tenían que ver con situaciones relacionadas con la culpa por derramamiento de sangre. (Dt 17:8, 9; 2Cr 19:10.)
Acción de causar mal a alguien como reparación de injuria, agravio o daño recibidos. La palabra griega ek·di·ké·ö, que se traduce “vengar”, se refiere literalmente a actuar “de justicia”, lo que comunica la idea de hacer justicia. Tal como se usa en la Biblia, suele aplicar a la retribución divina en favor de la justicia, pero también puede referirse a la ejecución de lo que una persona cree que es justo o equitativo para satisfacción propia.
Pertenece a Jehová. Sería impropio que una persona se vengase o vengase a otros a menos que Jehová le hubiera nombrado para ejecutar venganza, o designado para ese fin por su Palabra. “Mía es la venganza, y la retribución”, dice Jehová. (Dt 32:35.) El salmista se dirige a Dios con las palabras: “Oh Dios de actos de venganza, Jehová”. (Sl 94:1.) Por consiguiente, Dios condena a la persona que guarda rencor o busca venganza personal por males reales o imaginarios cometidos contra él o contra otros. (Le 19:18; Ro 12:19; Heb 10:30.)
Las Escrituras indican que todos los pecadores y transgresores merecen la expresión de la cólera de Dios, y que solo Su bondad inmerecida, manifestada al proveer el sacrificio de rescate de Jesucristo, hace posible retener la retribución justa contra el pecador. (Ro 5:19-21; 2Co 5:19; Heb 2:2, 3; véase RESCATE.) Dios mantiene su justicia al perdonar de este modo el pecado, y también es justo al traer juicio sobre los pecadores que rechazan su provisión; tales personas no pueden escapar de la venganza divina. (Ro 3:3-6, 25, 26; compárese con Sl 99:8.)
La venganza de Jehová tiene un propósito. La venganza de Jehová trae alivio y beneficios cuando actúa a favor de los que confían en Él; además, le proporciona alabanza como el justo Juez. El salmista dice: “El justo se regocijará porque ha contemplado la venganza. [...] Y la humanidad dirá: ‘De seguro hay fruto para el justo. De seguro existe un Dios que está juzgando en la tierra’”. (Sl 58:10, 11.) Por lo tanto, el propósito principal de la venganza de Dios es vindicar y glorificar su propio nombre y soberanía. (Éx 14:18; Sl 83:13-18; Isa 25:1-5; Eze 25:14, 17; 38:23.) Su acción también vindica a sus siervos como sus verdaderos representantes, además de librarlos de circunstancias indeseables. (Éx 14:31; 15:11-16; Eze 37:16, 21-23; Sl 135:14; 148:14; Pr 21:18.)
Un tiempo fijo para la venganza de Dios. Las Escrituras muestran que Dios tiene un tiempo debido para expresar a gran escala su venganza sobre sus enemigos. El profeta Isaías recibió la comisión de proclamar “el día de la venganza de parte de nuestro Dios”. Dios expresó su venganza contra la antigua Babilonia, la opresora de su pueblo, cuando empleó a los ejércitos de Medo-Persia para acabar con su poder en el año 539 a.E.C. (Isa 61:1, 2; 13:1, 6, 9, 17.) Cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, citó parte de la profecía de Isaías (61:1, 2) y se la aplicó a sí mismo. (Lu 4:16-21.) Aunque el registro no dice que leyera la parte concerniente al “día de la venganza”, sí proclamó ese “día”, que vino sobre Jerusalén en 70 E.C. Jesús predijo que los ejércitos romanos acamparían alrededor de la ciudad, y mandó a sus seguidores que huyeran de Jerusalén cuando los vieran, “porque estos son días para hacer justicia [“días de venganza”], para que se cumplan todas las cosas que están escritas”. (Lu 21:20-22, NM, 21:22, nota; compárese con Besson, BJ, NTI, Val.)
Antes de su muerte y resurrección, Jesucristo dijo además: “Respecto a aquel día y hora [de ejecutar juicio sobre el sistema de cosas de la actualidad] nadie sabe, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino solo el Padre”. (Mt 24:36.) De este modo reveló que la venganza se ejecutaría con toda seguridad en un tiempo conocido y fijado por Dios. Para ilustrar que Dios actuaría con toda certeza a su debido tiempo a favor de su nombre y de sus siervos, habló de un juez que debido a la persistencia de una viuda en demandar justicia, decidió: “Veré que se le rinda justicia [“exigiré venganza para ella”]”. Jesús aplicó la ilustración a Dios, diciendo: “De seguro, entonces, ¿no hará Dios que se haga justicia a [literalmente, “¿no hará la venganza de [...]?”] sus escogidos que claman a él día y noche, aun cuando es sufrido para con ellos?”. (Lu 18:2-8, Int.)
Además, en la visión del apóstol Juan registrada en el libro de Revelación, él vio que las almas de los que habían sido muertos atrozmente a causa de la palabra de Dios y a causa de la obra de testimonio que habían hecho clamaban: “¿Hasta cuándo, Señor Soberano santo y verdadero, te abstienes de juzgar y de vengar nuestra sangre en los que moran en la tierra?” La respuesta que recibieron muestra que hay un tiempo determinado para ejecutar venganza, a saber, cuando “se completara también el número de sus coesclavos y de sus hermanos que estaban a punto de ser muertos como ellos también lo habían sido”. (Apo 6:9-11.)
Las Escrituras revelan que esta ejecución de venganza empieza con Babilonia la Grande y luego prosigue con la ‘bestia salvaje y los reyes de la tierra y sus ejércitos’. (Apo 19:1, 2, 19-21.)
Ejecutores designados. El Señor Jesucristo es el Principal Ejecutor de la venganza de Dios. Por eso, el apóstol Pablo conforta a los cristianos con las siguientes palabras: “Es justo por parte de Dios pagar con tribulación a los que les causan tribulación, pero, a ustedes que sufren la tribulación, con alivio juntamente con nosotros al tiempo de la revelación del Señor Jesús desde el cielo con sus poderosos ángeles en fuego llameante, al traer él venganza sobre los que no conocen a Dios y sobre los que no obedecen las buenas nuevas acerca de nuestro Señor Jesús. Estos mismos sufrirán el castigo judicial de destrucción eterna de delante del Señor y de la gloria de su fuerza”. (2Te 1:6-9.)
En la congregación cristiana. Los apóstoles fueron nombrados bajo Jesucristo para cuidar de la congregación cristiana y protegerla de la inmundicia y la pérdida del favor de Jehová. Sobre la base de la autoridad que Dios le había conferido, el apóstol Pablo escribió a la congregación de Corinto, que estaba teniendo divisiones y problemas con “apóstoles falsos”: “Nos mantenemos listos para infligir castigo por [“vengar”] toda desobediencia”. (2Co 10:6, BC; 11:13; 13:10.)
Los ancianos nombrados para cuidar de la congregación estaban autorizados a administrar “venganza”, en el sentido de que podían tomar medidas para corregir el mal y establecer la justicia, consiguiendo de este modo que la congregación tuviera de nuevo una posición justa delante de Dios. Esto es lo que hicieron los que dirigían la congregación corintia después que Pablo los corrigió, de manera que el apóstol les escribió en su segunda carta: “¡Qué gran solicitud produjo en ustedes, [...] sí, corrección del abuso [“venganza”]!”. Estos hombres mostraron arrepentimiento piadoso después de la primera carta de Pablo y echaron al hombre inicuo al que Pablo se había referido, haciendo cuanto pudieron para enderezar los asuntos delante de Jehová. (2Co 7:8-12, BC.) Sin embargo, aquellos hombres no estaban autorizados para traer sobre el malhechor todo el castigo que exigía la justicia: una venganza completa, que incluiría la pena de muerte, como había sido la prerrogativa de los jueces bajo la ley mosaica. (Le 20:10; Heb 10:28.) Tan solo echaban a los malhechores de la congregación (1Co 5:13), pero si tales malhechores no se arrepentían, finalmente recibirían la justicia completa por sus delitos con la muerte eterna. (Heb 10:29, 30.) Por lo tanto, el cristiano que adopta un proceder de injusticia, como, por ejemplo, la fornicación, está en peligro, “porque Jehová es uno que exige castigo [literalmente, es el “vengador”] por todas estas cosas”. (1Te 4:3-6, NTI.)
Gobernantes. Es posible que los gobernantes, cuyo deber es velar por la justicia, sean los que ejecuten venganza sobre los malhechores, incluidos los cristianos que quebranten las leyes del país que están en armonía con lo que es justo y son coherentes con la autoridad que Dios ha concedido a esos gobernantes. En tal caso, los gobernantes ejecutan de manera indirecta la venganza de Dios, como escribe el apóstol Pablo: “Porque los que gobiernan no son objeto de temor para el hecho bueno, sino para el malo. [...] Es ministro de Dios, vengador para expresar ira sobre el que practica lo que es malo”. (Ro 13:3, 4; 1Pe 2:13, 14; compárese con Gé 9:6.)
La tendencia vindicativa del hombre imperfecto. El hombre caído e imperfecto tiene la tendencia a vengarse de los que le tratan injustamente o de aquellos a quienes odia. Quien comete adulterio con la esposa de otro hombre corre el peligro de recibir la venganza retributiva del esposo, como lo expresa el proverbio: “Porque la furia de un hombre físicamente capacitado son los celos, y no mostrará compasión en el día de la venganza. No dará consideración a ninguna clase de rescate, ni mostrará disposición favorable, no importa cuán grande hagas el presente”. (Pr 6:32-35.) No obstante, la venganza personal suele ir acompañada de ira descontrolada, lo que no solo no logra ningún buen propósito, sino que acarrea la ira de Dios contra el que se venga así. (Snt 1:19, 20.)
Enemigos de Dios y sus siervos.
Quienes odian a Dios muestran hostilidad a Sus siervos e intentan vengarse de ellos. No se trata de un acto de justicia, sino que es la expresión de la hostilidad que sienten hacia lo que es recto y justo, y un intento de deshacerse de aquellas personas rectas que condenan su iniquidad mediante su palabra y modo de actuar. (Sl 8:2; 44:15, 16.) En algunas ocasiones se ha asesinado a los siervos de Dios con la idea torcida de que se ha ejecutado justicia. (Jn 16:2.) No obstante, al ejecutar esta supuesta “justicia vengativa” no agradan a Dios, sino que amontonan venganza contra ellos mismos. Es cierto que en algunas ocasiones Jehová se valió de las naciones, como Babilonia, para traer su propia venganza sobre su pueblo Israel cuando este quebrantaba el pacto que había celebrado con Él. (Le 26:25.) Pero a esas naciones las movía el odio y la malicia, y actuaban con venganza, por lo que Jehová también se vengó de ellas. (Lam 3:60; Eze 25:12-17.)
Véanse también CIUDADES DE REFUGIO; VENGADOR DE LA SANGRE.
Cómo averiguar si tenemos rencor en el corazón Personas rencorosas suman y calculan todos los fallos de los demás y acentúan sus propios logros, como el hermano del hijo pródigo, en Lucas 15:29 dijo: “Hace ya tantos años que he trabajado para ti como un esclavo, y ni una sola vez transgredí tu mandamiento, y, no obstante, a mí ni una sola vez me diste un cabrito para que gozara con mis amigos”. El apóstol Pedro también parecía tener un problemilla con esto cuando según Mateo 18:21 le preguntó a Jesús: “¿cuántas veces ha de pecar contra mí mi hermano y he de perdonarle yo? ¿Hasta siete veces?”. Sin embargo 1 Corintios 13:5 dice que “el amor no lleva cuenta del daño.” Al ponerse a contar sus destrezas y a acusar o repasar los defectos de la otra persona, están diciendo: “Tu eres malo y yo soy el bueno”, una actitud así, acusa y resalta los defectos de los demás, lo que nos hace incapaces de celebrar los actos de misericordia de Jehová, pero eso no va a evitar que Jehová y su organización celestial celebre el arrepentimiento de sus siervos imperfectos, y esa fiesta tendrá lugar con nosotros o sin nosotros, es más sabio librarse de esos rencores y unirse a la fiesta de Jehová, perdonar es una decisión sabia no una emoción. (Lu 15:7) No seamos aguafiestas y nos quedemos fuera, entremos en la fiesta de Jehová, donde la misericordia se regocija sobre la justicia, pues para hacer justicia ya está Jehová (Lu 15:28-32, Heb 12:15) |
EL PESO DEL RENCOR
Érase una vez una hormiga que iba canturreando cargada con un enorme fruto silvestre cuando un escarabajo le cerró el paso riéndose de su carga y de su trabajo.
No era la primera vez que lo hacía. La hormiga no le hizo caso, bordeó al escarabajo y siguió andando. Días después, el escarabajo quedó atrapado en la resina pegajosa de un árbol y pidió ayuda.
Algunos animales, que habían sido víctimas de sus burlas y sus malos modales, no se acercaron. La hormiga, sin embargo, le tendió una larga brizna de hierba y el escarabajo pudo librarse de la resina. Agradecido, el insecto le preguntó por qué lo había ayudado si siempre se burlaba de las cargas pesadas que la hormiga llevaba.
Entonces, esta respondió: «Puedo cargar hasta 20 veces mi propio peso, pero hay una carga demasiado pesada para mí que no puedo ni quiero cargar: el rencor.
Por eso intento que este jamás se quede sobre mi espalda, pues la necesito para transportar cosas que son muy importantes para mi supervivencia».
El escarabajo, muy avergonzado, cambió su actitud a partir de entonces. Recuerda siempre que guardar rencor es como agarrar un carbón ardiendo y resistirse a no soltarlo. El único que se quema eres tú. |