Palabras con más de un significado |
En español existe tanto el artículo definido (“el”, “la”, “lo”, “los”, “las”) como el indefinido (“un”, “una”, “unos”, “unas”). El griego koiné no tiene más que un solo artículo ὁ (ho), que en algunos aspectos equivale al artículo definido español “el” o “la”. No obstante, el artículo griego, a diferencia del artículo definido español, se declina, al igual que los sustantivos.
El artículo griego no solo se emplea para introducir los sustantivos, sino también los infinitivos, adjetivos, adverbios, locuciones e incluso a oraciones enteras. En Juan 10:11 se encuentra un ejemplo de un adjetivo con artículo. La traducción literal de este pasaje sería: “Yo soy el pastor el excelente”. Esta construcción tiene más fuerza que solo decir: “Yo soy el pastor excelente”. Colocar el artículo delante del adjetivo “excelente” equivaldría a escribir esta expresión en bastardillas
En Romanos 8:26 encontramos un ejemplo en el que el artículo se aplica a una oración. La frase ‘qué debemos pedir en oración como necesitamos hacerlo’ va precedida del artículo neutro. Literalmente, la frase diría “el [...] qué debemos pedir”. Para facilitar la comprensión en español, puede añadirse la expresión “problema de”. El artículo definido presenta el asunto de tal forma que el problema aparece como una cuestión específica. Por ello, la traducción ‘porque el [problema de] qué debemos pedir en oración como necesitamos hacerlo no lo sabemos’ (NM), transmite con más precisión el matiz del pensamiento del escritor.
Es una clase de palabras que existe en algunas lenguas. Su uso varía mucho dependiendo del idioma. El artículo definido en español (en sus formas el, la, los, las) se utiliza para limitar el significado de un nombre común, para señalar a una persona o un objeto específico o para indicar que algo o alguien ya se ha mencionado antes o es conocido; en ciertos casos se usa para dar énfasis.
El griego koiné tiene el artículo definido (ho), y en algunos aspectos es equivalente al artículo definido en español. El artículo definido griego se puede usar para limitar el significado de un nombre y referirse a una persona o cosa en particular. Por ejemplo, la palabra griega diábolos, que se traduce como “calumniador”, se usa a menudo con artículo definido para referirse a un ser específico, el Diablo (ho diábolos, que significa ‘el Calumniador’). A veces se emplea el artículo definido con el título Cristo (ho Khristós) y la expresión se traduce como “el Cristo”; esta construcción sin duda destaca el papel de Jesús como Mesías. La forma del artículo definido en griego cambia dependiendo del género, del número y del caso. A veces sirve para aclarar si el sustantivo es el sujeto o el objeto de la oración, si es masculino o femenino, y así por el estilo. Para traducir al español y a otros idiomas algunas formas del artículo definido griego es preciso añadir preposiciones como de o a.
Si un nombre no tiene artículo en koiné, se puede traducir con un artículo indefinido o como un adjetivo, dependiendo del contexto. Por ejemplo, cuando la palabra griega diábolos aparece sin artículo, a veces se ha traducido como “un calumniador” o en la forma del adjetivo “calumniadoras” (Jn 6:70; 1Ti 3:11; Tit 2:3). Hay más información sobre el artículo definido griego en la obra Perspicacia para comprender las Escrituras, bajo la entrada “Griego”, dentro del apartado “El artículo”.
La palabra hebrea ba·sár y la griega sarx se refieren esencialmente a la sustancia blanda de un cuerpo físico, ya sea humano o animal, en particular, a las partes compuestas fundamentalmente de músculo y grasa. La Biblia señala que no es igual la carne de las diferentes clases de seres vivos (1Co 15:39), un hecho cuya veracidad han descubierto los investigadores, puesto que la composición química y la estructura celular de la carne de los hombres, del ganado, de las aves y de los peces varía de forma considerable.
A Jehová Dios, el Creador, debe su existencia toda carne y la vida que la anima. En la Biblia se dice que Él es “Jehová, el Dios de los espíritus [entre ellos, la fuerza de vida] de toda clase de carne”. (Nú 27:16; compárese con Gé 6:17.) Jehová dice que el alma (vida) de la criatura carnal está en la sangre. (Le 17:11-14.) En un principio, al hombre se le dio como alimento la vegetación y la fruta, no la carne; pero después del Diluvio, Dios añadió a este alimento la carne de los animales, si bien prescribió, que “carne con su alma —su sangre— no [debían] comer”. (Gé 9:3, 4.)
El canibalismo —el consumo de carne humana—, repugnante por naturaleza a la mente del hombre, resultaba aborrecible a Dios y a su pueblo Israel. (Dt 28:53-57; 2Re 6:28-30.) A los israelitas ni siquiera les estaba permitido comer la carne de un animal que hubiera sido despedazado por una bestia salvaje, ni la de aquel al que se hubiera encontrado muerto. Dicha carne sería detestable, aparte de que a estos animales no se les había desangrado. (Éx 22:31; Le 17:15, 16; Dt 14:21.)
Dios mandó a su pueblo que antes de comer la carne de un animal, derramara la sangre en el suelo y la cubriera con polvo, teniendo cuidado de no comer la sangre, bajo pena de muerte. (Dt 12:23-25; Le 7:27.) El cuerpo gobernante de la congregación cristiana primitiva repitió esta prohibición, condenando comer carne de animales estrangulados o no desangrados. También prohibió comer carne como parte de una ofrenda de comunión a ídolos, práctica pagana común en aquellos días. (Hch 15:19, 20, 28, 29.) Los cristianos pueden comer carne, si bien el apóstol Pablo señaló que no es un alimento esencial para el hombre cuando dijo que ‘no volvería a comer carne jamás’ si tal cosa suponía una causa de tropiezo para otros cristianos. (Ro 14:21; 1Co 8:13; véanse ALIMENTO; ÍDOLOS, CARNE OFRECIDA A.)
El hombre debía considerar inviolable el cuerpo carnal que se le había dado, y ni él ni otra persona deberían maltratarlo o mutilarlo deliberadamente. (Le 19:28; Dt 14:1; Éx 21:12-27.)
Parentesco. El parentesco también se puede expresar usando el término “carne”. Eva estaba estrechamente emparentada con Adán puesto que era, como él mismo dijo, “hueso de mis huesos y carne de mi carne”. (Gé 2:23; véanse también Gé 29:14; 37:27; 2Sa 5:1.) Al esposo y a su esposa se les dice: “Tienen que llegar a ser una sola carne”, modo sumamente expresivo de indicar la estrecha relación que debe existir entre ambos. (Gé 2:24; Mt 19:5, 6.) Pablo dice que Jesús “provino de la descendencia de David según la carne”. (Ro 1:3; compárese con 9:3.)
★una sola carne. (Mt 19:5) Esta expresión es una traducción literal al griego del término hebreo que aparece en Gé 2:24, y también podría traducirse como “un solo cuerpo” o “un solo ser”. Describe la unión más estrecha posible entre dos seres humanos. No solo hace referencia a las relaciones sexuales sino a toda la relación, lo que convierte a dos personas en compañeros fieles e inseparables. Esta unión no puede romperse sin que los dos sufran.
★Notas de Génesis 2:24 - [Microquimerismo]
★Pariente
La persona, la humanidad, la creación carnal. Como la carne constituye la parte visible y tangible del cuerpo, se utiliza por extensión para aludir a todo el cuerpo en un sentido general. (Le 17:14; 1Re 21:27; 2Re 4:34.) También con esta palabra se hace referencia a una persona como creación humana de carne. (Ro 7:18; Col 2:1, 5.) A toda la humanidad, en especial desde el punto de vista de Dios, que es el Espíritu, se la designa con el término “carne” (Gé 6:12; Isa 66:16; Lu 3:6), y a veces también se incluye en este término a la creación animal. (Gé 7:16, 21.) La Biblia a menudo contrasta la carne con Dios, el Espíritu, a fin de resaltar la relativa insignificancia del hombre. (Gé 6:3; 2Cr 32:8; Sl 56:4.) No obstante, desde su posición superior, Jehová es consciente de este hecho y lo toma en cuenta al tratar a la humanidad con sobresaliente bondad amorosa y misericordiosa gran paciencia. (Sl 78:39; compárese con Sl 103:13-15; 1Pe 1:24, 25.)
La palabra “carne” también puede referirse a una parte del cuerpo, en particular al órgano genital masculino. Levítico 15:2 dice: “En caso de que le ocurra a cualquier hombre un flujo de su órgano genital [literalmente, “su carne”], su flujo es inmundo”. (Compárese con Gé 17:11; Éx 28:42; Ef 2:11; Col 2:13.)
Cuerpos espirituales. El apóstol Pablo dice que “si hay cuerpo físico, también lo hay espiritual”. (1Co 15:44.) Corrobora esta idea el apóstol Pedro cuando dice a personas carnales, de naturaleza humana, llamadas a ser coherederas con Cristo, que tienen que ser partícipes de la “naturaleza divina”, es decir, de vida de espíritu en los cielos invisibles. (2Pe 1:4.) Esto requiere un cambio en el organismo, pues “carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni tampoco la corrupción hereda la incorrupción”. (1Co 15:50-54.)
El cuerpo carnal de Jesús. Jesús, que era la “Palabra” de Dios ‘procedente del cielo’, se despojó de su naturaleza de espíritu y “vino a ser carne”. (Jn 1:1; 1Co 15:47; Flp 2:5-8; Jn 1:14; 1Ti 3:16.) El apóstol Juan dice que aquel que niega que Jesucristo vino “en carne” es el anticristo (1Jn 4:2, 3), atestiguando de este modo que Jesús nació como humano y que no era un espíritu que simplemente había tomado un cuerpo, como habían hecho en el pasado algunos ángeles. (Gé 18:1-3; 19:1; Jos 5:13-15.) Para poder rescatar a la humanidad y ayudar a los que como él, habrían de recibir la llamada celestial, la Palabra vino a ser carne, esto es, nació como ser humano total y no como una encarnación. La Biblia nos dice lo siguiente: “Puesto que los ‘hijitos’ son partícipes de sangre y carne, él también de igual manera participó de las mismas cosas”. (Heb 2:14-16.) Se habló de su estancia en la Tierra como “los días de su carne”. (Heb 5:7.) El propio Jesús dijo: “El pan que yo daré es mi carne a favor de la vida del mundo”. También explicó que los que esperaban permanecer en unión con él debían ‘comer su carne y beber su sangre’. Como no comprendían el significado espiritual y simbólico de estas palabras, algunos oyentes creyeron que se trataba de canibalismo y se escandalizaron. (Jn 6:50-60.)
La carne de Jesús ‘descansó en esperanza’ durante su ministerio terrestre, aunque él era consciente de que se le daría muerte como sacrificio de rescate. Fue así debido a que sabía que su Padre lo resucitaría, que su sacrificio rescataría en realidad a la humanidad y que su carne no vería la corrupción. (Hch 2:26, 31.) Jehová Dios debió deshacerse del cuerpo carnal de Jesús a su manera (es posible que lo desintegrara en los átomos de los que estaba constituido). (Lu 24:2, 3, 22, 23; Jn 20:2.) Jesús no recuperó su cuerpo carnal, invalidando así el rescate por el que había sido dado. El apóstol Pedro testifica que fue al cielo, la región de los espíritus, no de las criaturas de carne, “habiendo sido muerto en la carne, pero hecho vivo en el espíritu”. (1Pe 3:18.) Antes de ascender a los cielos, Cristo, como persona espíritu poderosa e inmortal, materializó varios cuerpos carnales según las ocasiones, con el propósito de dar a sus discípulos prueba visible y palpable de su resurrección. (Jn 20:13-17, 25-27; 21:1, 4; Lu 24:15, 16.)
Según la carta de Pablo a los Hebreos, la cortina del santuario que estaba delante del Santísimo, el cual representaba el cielo mismo, era una representación de la carne de Jesús, puesto que el camino a la vida en el cielo no se abrió hasta que él ofreció su cuerpo carnal. (Heb 9:24; 10:19, 20.)
El hombre en su imperfección. La Biblia emplea a menudo la palabra “carne” para referirse al hombre en su estado imperfecto y pecador, ‘concebido en pecado’ por ser prole del rebelde Adán. (Gé 6:3; Sl 51:5; Ro 5:12; Ef 2:3.) También puede referirse a toda la humanidad, y a veces incluye a los animales (Gé 6:13, nota). En los seres humanos que se esfuerzan por servir a Dios, “el espíritu [la fuerza impelente que emana del corazón figurativo] [...] está pronto, pero la carne es débil”. (Mt 26:41.) Estos siervos de Dios tienen en su interior una lucha constante; el espíritu santo de Dios es una fuerza que impulsa hacia la justicia, mientras que la carne pecaminosa guerrea continuamente contra la influencia del espíritu y ejerce presión para inducir a la persona a realizar las obras de la carne. (Ro 7:18-20; Gál 5:17.) En Gálatas 5:19-23 se contrastan las obras de la carne pecaminosa con el fruto del espíritu.
El apóstol Pablo también nos dice que la Ley dada por medio de Moisés a Israel era “débil a causa de la carne”, la carne imperfecta de aquellos que estaban bajo dicha Ley. Esta Ley, bajo la que sirvió el sacerdocio aarónico, era espiritual y provenía de Dios, pero por ella se condenaba a las personas carnales ‘vendidas bajo el pecado’, más bien que pronunciarlas justas. (Ro 8:3; 7:14; Heb 7:28.) Los sumos sacerdotes de la línea de Aarón, designados por la Ley, no podían ofrecer un sacrificio adecuado por el pecado. (Heb 7:11-14, 23; 10:1-4.)
Cuando el apóstol Pablo comenta que la “carne [...] no está sujeta a la ley de Dios, ni, de hecho, lo puede estar”, no quiere decir que la carne en sí misma sea necesariamente corrupta. El propio Pablo nos dice que Jesucristo, a pesar de haber participado de sangre y carne y haber llegado a ser “semejante a sus ‘hermanos’”, fue “sin engaño, incontaminado, separado de los pecadores”, “probado en todo sentido igual que nosotros, pero sin pecado”. (Ro 8:7; Heb 2:14, 17; 4:15; 7:26.) Jehová probó que la carne humana puede estar libre de pecado: “Dios, al enviar a su propio Hijo en la semejanza de carne pecaminosa y tocante al pecado, condenó al pecado en la carne”. (Ro 8:3.) Gracias a la provisión del sacrificio de Cristo, habrá un día en que toda carne que ejerza fe llegará a ser perfecta, y entonces la humanidad carnal obedecerá a la perfección las leyes justas de Dios. (Apo 21:4.)
Una tentación que influyó en Eva fue “el deseo de la carne”. El Diablo lo usó contra Cristo, pero fracasó. (1Jn 2:16; Gé 3:6; Lu 4:1-4.) Los seguidores de Jesús pueden vencer la carne pecaminosa permitiendo que el espíritu de Dios influya libremente en su vida y merced a la bondad inmerecida de Jehová. (Gál 5:16, 22-26; Ro 8:1-4.)
★Físico - [El hombre Físico.]
★Hombre - [El hombre Espiritual.]
Los cristianos no luchan contra criaturas carnales. No es el razonamiento carnal el que revela los propósitos de Dios y guía a los hombres de fe, sino el espíritu de Jehová. (Mt 16:17; 1Co 2:9, 14; Ef 3:5.) Por consiguiente, los cristianos no guerrean “según [...] la carne” ni luchan contra personas de carne y sangre; tampoco usan armas carnales contra nadie. Su lucha es contra las “fuerzas espirituales inicuas en los lugares celestiales”. (2Co 10:3, 4; Ef 6:12.) No confían en el ‘brazo de carne’, sino en Jehová, el Espíritu. (Jer 17:5; 2Co 3:17.) Con Su ayuda, se esfuerzan por limpiarse de “toda contaminación de la carne y del espíritu”; y Dios los ve y los juzga no según lo que son en la carne, como suele hacer el hombre, sino según lo que son espiritualmente. (1Co 4:3-5; 2Co 5:16, 17; 7:1; 1Pe 4:6; véanse ALMA; DECLARAR JUSTO; ESPÍRITU.)
Una costumbre pagana muy extendida en el siglo I E.C. era ofrecer carne a los ídolos en determinadas ceremonias. En estas ocasiones se colocaban sobre el altar del ídolo ciertas porciones del animal que había sido sacrificado; una parte del animal era para los sacerdotes y otra, para los adoradores, que usaban la carne para una comida o fiesta, bien en el templo o en una casa privada. Sin embargo, una porción de la carne solía acabar en el má·kel·lon o carnicería para su venta.
Muchas personas antes de hacerse cristianos estaban acostumbradas a comer carne ofrecida a los ídolos con un sentimiento de reverencia hacia el ídolo. (1Co 8:7.) Al hacerlo, estos anteriores paganos habían llegado a ser partícipes con el dios-demonio representado por el ídolo. (1Co 10:20.) Fue muy apropiado, por lo tanto, que el cuerpo gobernante de la congregación cristiana primitiva, guiado por el espíritu santo, enviara una carta desde Jerusalén en la que se prohibía comer carne ofrecida a los ídolos con un sentimiento de reverencia al ídolo, salvaguardando así a los cristianos de participar en una forma de idolatría. (Hch 15:19-23, 28, 29.)
Algunos cristianos, por ejemplo los que vivían en la pagana Corinto, tuvieron que hacer frente a una serie de preguntas acerca de este asunto. ¿Podrían ellos, con buena conciencia, entrar en el templo de un ídolo y comer carne, haciéndolo sin la intención de honrar al ídolo? Y, ¿sería objetable comprar en el má·kel·lon carne que había sido ofrecida en ceremonia a los ídolos? Finalmente, ¿qué debería hacer un cristiano cuando se le invitase a comer en una casa?
Bajo inspiración, Pablo les proporcionó a los cristianos de Corinto la información oportuna para ayudarles a tomar decisiones correctas. Aunque un “ídolo no es nada”, no sería aconsejable que un cristiano entrase en el templo de un ídolo para comer carne (aunque el acto de comer no formaba parte de la ceremonia religiosa), puesto que podría dar una impresión equivocada a los que estuviesen débiles espiritualmente. Estos podrían llegar a la conclusión de que el cristiano estaba adorando al ídolo, lo que podría hacerles tropezar o inducirlos a comer en el transcurso de una ceremonia religiosa carne sacrificada a los ídolos, lo que constituiría una clara violación del decreto del cuerpo gobernante. También existía el peligro de que el cristiano que comiese violara su propia conciencia y cediese a la adoración del ídolo. (1Co 8:1-13.)
Puesto que la ofrenda ceremonial de carne a los ídolos en realidad no producía ningún cambio en la carne, el cristiano podía comprar carne del mercado que se abastecía de los templos con una buena conciencia. Esta carne había perdido su carácter “sagrado”. Era tan apropiada como cualquier otra, y por lo tanto el cristiano no estaba obligado a preguntar de dónde procedía. (1Co 10:25, 26.)
Además, el cristiano invitado a una comida no tenía que preguntar sobre el origen de la carne, sino que podía comerla con una buena conciencia. No obstante, si alguien presente en la comida hacía la observación de que la carne había sido ‘ofrecida en sacrificio’, el cristiano no la comía para no hacer tropezar a otros. (1Co 10:27-29.)
Las palabras del glorificado Jesucristo a Juan con respecto a las congregaciones cristianas de Pérgamo y Tiatira indican que algunos no habían hecho caso del decreto apostólico de mantenerse limpios de cosas sacrificadas a ídolos. (Apo 2:12, 14, 18, 20.)
Hay dos palabras hebreas y una griega que se traducen “escamas” y que se emplean en distintos contextos.
★Escamas de los animales.
Las escamas son membranas córneas, delgadas y en forma de escudete que, imbricadas con otras muchas de su clase, suelen cubrir, en su totalidad o en parte, la piel de algunos animales, en especial, la de los peces y reptiles. En la Ley se estipulaba que “todo lo que tiene aletas y escamas en las aguas” era ceremonialmente limpio para alimento. No estaba permitido comer animales acuáticos que no las tuviesen; eran “cosa asquerosa”. (Le 11:9, 10, 12; Dt 14:9, 10.) Por consiguiente, las escamas (heb. qas·qas·sím, plural de qas·qé·seth) era un modo fácil de reconocer si cierto pescado se podía comer. Aunque los peces tienen cuatro tipos de escamas, las más comunes son las ctenoideas (con el borde denticulado o erizado de espinas) y las cicloideas (de borde liso). Estas están ordenadas en filas imbricadas, formando una cubierta delgada, ligera y flexible.
En Ezequiel 29:4, donde se representa simbólicamente al Faraón egipcio como lo que parece ser un cocodrilo, se usa la misma palabra hebrea. Todo el cuerpo del cocodrilo está cubierto de fuertes placas córneas que revisten su curtida piel. Al parecer, Job 41:15-17 se refiere también a las escamas (BAS; NM; Val, 1989) del cocodrilo, aunque en este caso se usa la palabra hebrea que suele traducirse “escudo”. (Véase LEVIATÁN.)
★Escamas de armadura.
Una cota de malla podía tener escamas (heb. qas·qas·sím, plural de qas·qé·seth) adheridas, pequeñas láminas de metal imbricadas que conferían cierta flexibilidad a la armadura. (1Sa 17:5; véase ARMAS, ARMADURA - [Cota de malla].)
★Escamas en los ojos de Pablo.
Cuando se curó a Pablo de la ceguera que le sobrevino después que Jesús se le apareció, de sus ojos cayó “lo que se parecía a escamas”. (Hch 9:18.) Algunos eruditos piensan que realmente no cayó nada de los ojos de Pablo, entendiendo que se utiliza un lenguaje figurado para su recobro de la vista. Sin embargo, numerosas traducciones modernas indican que en realidad algo cayó de sus ojos. (BI, LT, NBE, NM, Sd, VP).
Esencia y propiedad característica de cada ser. Puede referirse a lo que la persona es por nacimiento, o por las características heredadas y la experiencia, así como a las necesidades físicas de un organismo. Por lo general, el sustantivo griego fý·sis y el adjetivo fy·si·kós se traducen “naturaleza” y “natural”, respectivamente.
Hombres y animales. El hecho de que la naturaleza del hombre es diferente de la de las bestias salvajes y que ni siquiera estas son todas de la misma naturaleza se indica en la declaración de Santiago 3:7: “Porque toda especie [fy·sis, “naturaleza”] de bestias salvajes así como de aves y de cosas que se arrastran y de criaturas marinas ha de ser domada y ha sido domada por el género humano [fy·sei tëi an·thrö·pí·nëi, “naturaleza humana”]”. Esta diferencia en “naturaleza” pone de manifiesto la variedad de la creación de Dios, variedad que se mantiene debido a la ley divina de que cada uno produce según su género. (Gé 1:20-28; compárese con 1Co 15:39.)
Naturaleza divina. Existe otra naturaleza diferente: la de aquellos que están en los cielos, las criaturas celestiales de Dios. El apóstol Pedro habla a sus compañeros cristianos —hermanos espirituales de Jesucristo— de “las preciosas y grandiosísimas promesas, para que por estas ustedes lleguen a ser partícipes de la naturaleza [fy·se·ös] divina”. (2Pe 1:4.) Pedro muestra en su primera carta que esto se refiere a compartir la gloria de Cristo como personas celestiales: “Dios [...] nos dio un nuevo nacimiento [a·na·guen·në·sas hë·más, “habiéndonos generado de nuevo”] a una esperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, a una herencia incorruptible e incontaminada e inmarcesible. Está reservada en los cielos para ustedes”. (1Pe 1:3, 4.) La “naturaleza divina” requiere un cambio de naturaleza por medio de la muerte y la resurrección, como lo explica claramente el apóstol Pablo en el capítulo 15 de Primera a los Corintios: el cristiano debe morir y resucitar con un cuerpo diferente, un cuerpo celestial, lo que requiere un cambio. (1Co 15:36, 38, 44, 49, 51.)
Naturaleza inherente. Pablo llama a sus conciudadanos, los judíos, “judíos por naturaleza”, es decir, nacidos de padres judíos, de los hijos de Israel o Jacob. (Gál 2:15; compárese con Ro 2:27.)
En la ilustración del olivo, llama a los judíos carnales las ramas naturales (ka·tá fy·sin, “según naturaleza”) del olivo. Dice a los cristianos gentiles: “Porque si tú fuiste cortado del olivo que por naturaleza es silvestre, y contrario a la naturaleza fuiste injertado en el olivo de huerto, ¡cuánto más estos que son naturales serán injertados en su propio olivo!”. (Ro 11:21-24.) El olivo silvestre, también llamado acebuche, es estéril o produce fruto muy inferior. No obstante, una práctica común en los países mediterráneos es injertar ramas de olivo cultivado en el acebuche a fin de que produzca buen fruto. Sin embargo, si la rama del acebuche se injerta en el olivo, produce el fruto inferior del acebuche. Por lo tanto, Pablo dice que este injerto es “contrario a la naturaleza”. Sirve para resaltar el poder de Dios, así como su bondad inmerecida a los gentiles, al traerlos para reemplazar a las “ramas naturales”. Jehová había cultivado a los judíos durante siglos, pero los gentiles habían sido “silvestres”, no habían tenido la religión verdadera ni habían producido fruto para Dios. No de manera natural, sino solo mediante el poder de Dios, se podía hacer que produjesen fruto excelente. Por lo tanto, Jehová era el único capaz de efectuar este ‘injertar’ con éxito.
Asimismo, cuando Pablo razonó con los gálatas para evitar que se esclavizaran a las enseñanzas judaizantes, dijo: “Cuando ustedes no conocían a Dios, entonces servían como esclavos a los que por naturaleza no son dioses”. Debido a su origen y naturaleza, estos dioses falsos a los que habían adorado en realidad no eran dioses y no les era posible llegar a serlo. No solo carecían de autoridad para ser dioses, sino que no poseían tales atributos en su naturaleza interna. (Gál 4:8.)
Conciencia. Ciertos rasgos o cualidades son inherentes a la humanidad desde el nacimiento, pues en realidad fueron implantados en el hombre desde el principio. El apóstol Pablo explica que la conciencia, o por lo menos un vestigio de ella, todavía permanece en el hombre caído, a pesar de que en muchos casos se ha desviado de Dios y no tiene su ley. Este hecho explica por qué todas las naciones han promulgado muchas leyes que están en armonía con la rectitud y la justicia, y por qué muchas personas siguen ciertos principios buenos. Pablo explica: “Porque siempre que los de las naciones que no tienen ley hacen por naturaleza las cosas de la ley, estos, aunque no tienen ley, son una ley para sí mismos. Son los mismísimos que demuestran que la sustancia de la ley está escrita en sus corazones, mientras su conciencia da testimonio con ellos y, entre sus propios pensamientos, están siendo acusados o hasta excusados”. (Ro 2:14, 15.)
Cuando Pablo trató el asunto de la jefatura con la congregación corintia, llamó la atención a la siguiente regla: como señal de sujeción, la mujer tenía que llevar cubierta la cabeza cuando orase o profetizase delante de la congregación. Dijo como ilustración: “¿No les enseña la naturaleza misma a ustedes que si el varón tiene cabello largo, es una deshonra para él; pero si la mujer tiene cabello largo, es una gloria para ella? Porque se le da el cabello en lugar de prenda para la cabeza”. (1Co 11:14, 15.)
La alusión de Pablo a “la naturaleza misma” debía abarcar más que la “costumbre”, que menciona en el versículo 16 en relación con la cobertura para la cabeza que usaban las mujeres. Las características heredadas probablemente también influyeron en lo que los cristianos de Corinto consideraban natural. En el caso de los europeos (como, por ejemplo, entre los griegos), cuando el cabello de la mujer se deja crecer, llega a ser considerablemente más largo que el del hombre; sin embargo, no ocurre lo mismo con el pelo liso de los orientales e indios o con el cabello rizado de los negros y melanesios.
Pero además de conocer estos rasgos heredados, los cristianos de Corinto sabían que por lo general los hombres llevaban el cabello moderadamente corto, algo que también era cierto de los judíos. El que los nazareos no se cortasen el pelo los distinguía como personas que no seguían la costumbre general. (Nú 6:5.) Por otra parte, las mujeres judías solían llevar el cabello bastante largo. (Lu 7:38; Jn 11:2.) Además, en la ciudad griega de Corinto, el que se rapara la cabeza a una mujer o se dejara su cabello muy corto indicaba que era una esclava o que había caído en desgracia por haber sido descubierta en fornicación o adulterio. (1Co 11:6.)
Por eso, cuando Pablo dijo que la “naturaleza misma” los enseñaba, parece que tenía presente diversos factores que influirían en su actitud acerca de lo que era natural.
Cuando Pablo dijo: “¿No les enseña la naturaleza misma [...]?”, no estaba personificando a la naturaleza como si se tratase de una diosa. Más bien, Dios ha dado al hombre la facultad de raciocinio. Al observar y razonar acerca de las cosas que Dios ha hecho y el resultado que se obtiene de usarlas de diversas maneras, el hombre aprende mucho sobre lo que es propio o impropio. En realidad, es Dios quien enseña, y el hombre, con su mente bien orientada por la Palabra de Dios, puede ver las cosas en su perspectiva y relación correctas, y discernir así con propiedad lo que es natural y lo que es contranatural. De esta forma la persona puede tener una conciencia educada en este respecto y evitar que se contamine y apruebe las cosas contranaturales. (Ro 1:26, 27; Tit 1:15; 1Co 8:7.) ★¡Dios existe! ¿pero cómo es? - Justicia - (19790608-Pg.13/334)
Uso natural de los cuerpos. Es impropio que los hombres y las mujeres usen su cuerpo de una manera que no vaya en consonancia con las funciones para las que Dios lo creó. Lo que es contranatural en este sentido es pecaminoso. Las Escrituras ponen de manifiesto la inmundicia y la venidera condenación de aquellos que practican lo que es contranatural: “Por eso Dios los entregó a apetitos sexuales vergonzosos, porque sus hembras cambiaron el uso natural [fy·si·kën] de sí mismas a uno que es contrario a la naturaleza; y así mismo hasta los varones dejaron el uso natural de la hembra y se encendieron violentamente en su lascivia unos para con otros, varones con varones, obrando lo que es obsceno y recibiendo en sí mismos la recompensa completa, que se les debía por su error”. Tales personas se rebajan a sí mismas al nivel de las bestias. (Ro 1:26, 27; 2Pe 2:12.) Van tras los deseos carnales incorrectos debido a que, como a las bestias, les falta raciocinio, no tienen ninguna espiritualidad. (Jud 7, 10.)
Nacimiento. Otra palabra griega que a menudo se traduce “natural” es gué·ne·sis, que también significa “nacimiento” u “origen”. Santiago hace referencia “al hombre que mira su rostro natural [literalmente, “el rostro del nacimiento de él”] en un espejo”. (Snt 1:23.) También dice que “la lengua es un fuego” y que “enciende en llamas la rueda de la vida natural [literalmente, “la rueda del nacimiento”]”. (Snt 3:5, 6.) Es probable que en este pasaje Santiago haga referencia a una rueda —como la de un carro— que se incendia debido a un eje caliente, al rojo vivo. De igual manera, la lengua puede incendiar todo lo que rodea nuestra vida, a la que se llega por medio del nacimiento, y hacer que la vida llegue a ser como un círculo vicioso en el que, a su vez, uno mismo puede ser destruido como si fuera por fuego.
Tu naturaleza
Un joven vio cómo un alacrán se estaba ahogando, así que decidió sacarlo del agua, pero cuando lo hizo, el alacrán lo picó.
Por la reacción al dolor, el joven lo soltó, y el animal cayó al agua y de nuevo estaba ahogándose.
Alguien que había observado todo, se acercó y le dijo:
El joven respondió: "La naturaleza del alacrán es picar, y eso no va a cambiar la mía, que es ayudar". No permitas que el mal carácter de otros cambien tu naturaleza si alguien te hace daño, solo toma precauciones (Mt 24:12; Ro 12:21) |
Observa la naturaleza
"Bebe agua donde bebe el caballo. Un caballo nunca tomará agua mala. Tiende tu cama donde duerme el gato, descansarás plácidamente. Come la fruta que ha sido tocada por un gusano, es la más sana. Sin miedo recoge los hongos donde se posan los insectos, no hay veneno allí. Planta un árbol donde el topo escarba, esa es tierra fértil. Construye una casa donde las víboras toman el sol, el hielo no llegará. Cava un pozo donde los pájaros se esconden del calor, encontrarás agua. Ve a dormir y levántate al mismo tiempo que las aves, cosecharás los granos de oro de la vida. Come más verde, tendrás piernas fuertes y un corazón resistente, como el alma de los árboles. Mira al cielo más seguido y habla menos, para que el silencio pueda entrar a tu corazón, tu espíritu esté en calma y tu vida se llene de paz". |
La palabra griega pa·rou·sí·a, que suele traducirse por “presencia”, se forma con pa·rá (junto a) y ou·sí·a (derivada de ei·mí, “ser” o “estar”). Por consiguiente, pa·rou·sí·a significa literalmente la “acción de estar junto a [algo]”, es decir, “presencia”. En las Escrituras Griegas Cristianas se usa esa palabra 24 veces, la mayoría de ellas con relación a la presencia de Cristo en conexión con su Reino mesiánico. (Mt 24:3; véase Apéndice 5B - Presencia (parusía) de Cristo.)
Muchas versiones difieren en la manera de traducir esta palabra. En algunos textos traducen pa·rou·sí·a por “presencia”, pero con más frecuencia la traducción es “venida”. Este hecho ha dado base a la expresión “segunda venida” o “segundo advenimiento” de Jesucristo (adventus [“advenimiento” o “venida”] es la manera como la Vulgata latina traduce pa·rou·sí·a en Mt 24:3). Aunque la presencia de Jesús implica forzosamente su llegada al lugar donde está presente, traducir pa·rou·sí·a por “venida” coloca el énfasis en la llegada y oscurece su subsiguiente presencia. Aunque los lexicógrafos admiten “llegada” y “presencia” como traducciones de pa·rou·sí·a, por lo general reconocen que la idea principal que transmite esa palabra es la presencia de la persona.
El Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento (de W. E. Vine, 1984, vol. 1, pág. 50) dice: “PAROUSIA [...] denota tanto una llegada como una consiguiente presencia con. Por ejemplo, en una carta sobre papiro [escrita en griego] una dama habla de la necesidad de su parousia en un lugar a fin de [atender] unos asuntos relacionados con su propiedad allí. [...] Cuando se usa del retorno de Cristo, en el Arrebatamiento de la Iglesia, significa no meramente Su llegada momentánea a por Sus santos, sino su presencia con ellos desde aquel momento hasta Su Apocalipsis y manifestación al mundo”. El Diccionario de la Biblia (edición de Serafín de Ausejo, Barcelona, Herder, 1981, col. 1451) explica que “en el mundo helenístico de oriente se halla la palabra [pa·rou·sí·a] [...] como término clásico para designar la visita oficial del rey o del emperador”. (Véase también Mt 24:3, BJ, nota.)
Aunque, por supuesto, los escritos seglares griegos sirven de ayuda para determinar el sentido de este término griego, aún es más eficaz examinar el uso que se le da en la misma Biblia. Por ejemplo, en Filipenses 2:12 Pablo dice que los cristianos filipenses obedecían “no durante [su] presencia [pa·rou·sí·ai] solamente, sino ahora con mucha más prontitud durante [su] ausencia [a·pou·sí·ai]”. Igualmente, en 2 Corintios 10:10, 11, después de referirse a los que decían que ‘sus cartas eran de peso y enérgicas, pero su presencia [pa·rou·sí·a] en persona era débil y su habla desdeñable’, Pablo añade: “Tome en cuenta esto tal hombre, que lo que somos en nuestra palabra por cartas estando ausentes [a·pón·tes], eso mismo también seremos en acción estando presentes [pa·rón·tes]”. (Compárese también con Flp 1:24-27.) De modo que el contraste se hace entre presencia y ausencia, no entre llegada (o venida) y partida.
En vista de lo antedicho, J. B. Rotherham explica en el apéndice de su versión inglesa (pág. 271): “En esta edición la palabra parousia se traduce de manera uniforme por ‘presencia’ (se ha descartado ‘venida’ como traducción de esta palabra). [...] El sentido de ‘presencia’ se muestra de manera tan clara en contraste con ‘ausencia’ [...] que la pregunta que surge naturalmente es: ¿por qué no traducirla siempre así?”.
De las palabras de Jesús registradas en Mateo 24:37-39 y Lucas 17:26-30 se desprende que su pa·rou·sí·a no es simplemente una venida momentánea seguida de una rápida partida, sino, más bien, una presencia que abarca un período de tiempo. En esos pasajes se comparan los “días de Noé” con “la presencia del Hijo del hombre” (“los días del Hijo del hombre”, según el registro de Lucas). Por lo tanto, Jesús no limita la comparación a la venida del Diluvio como un punto culminante final durante los días de Noé, aunque muestra que su propia “presencia” (o “días”) verá una culminación similar. Como los “días de Noé” en realidad abarcaron un período de años, hay base para creer que la predicha “presencia [o “días”] del Hijo del hombre” abarcaría de igual manera un período de años, que culminarán con la destrucción de los que no presten atención a la oportunidad que se les da de buscar liberación.
La naturaleza de la “parousía” de Cristo. No cabe duda de que una pa·rou·sí·a o presencia puede ser visible; en realidad en seis de las ocasiones que aparece la palabra se refiere a la presencia humana y visible de hombres como Estéfanas, Fortunato, Acaico, Tito y Pablo. (1Co 16:17; 2Co 7:6, 7; 10:10; Flp 1:26; 2:12.) No obstante, una pa·rou·sí·a también puede ser invisible, como lo indica el uso que hace Pablo de la forma verbal relacionada (pá·rei·mi) cuando habla de estar “presente en espíritu” aunque ausente en cuerpo. (1Co 5:3.) Asimismo, el historiador judío Josefo hizo referencia en el texto griego de su obra a la pa·rou·sí·a de Dios en el monte Sinaí, y mencionó que su presencia invisible se manifestó por los truenos y relámpagos. (Antigüedades Judías, libro III, cap. V, sec. 2.)
Las palabras de Jehová a Moisés con relación al arca del pacto que se hallaba en el Santísimo del tabernáculo, dan base bíblica a la idea de una presencia invisible. Jehová dijo: “Y allí ciertamente me presentaré a ti, y hablaré contigo desde más arriba de la cubierta”. (Éx 25:22.) La presencia de Dios no pudo ser visible, pues las Escrituras son explícitas al afirmar que ‘nadie ha visto a Dios jamás’, ni siquiera Moisés, ni el sumo sacerdote que entraba en el Santísimo. (Jn 1:18; Éx 33:20.) Cuando el rey Salomón inauguró el templo de Jerusalén, la nube de “la gloria de Jehová” llenó la casa. Es cierto que el propio Salomón dijo que Jehová ‘residía en el templo’, pero también declaró: “Pero ¿verdaderamente morará Dios sobre la tierra? ¡Mira! Los cielos, sí, el cielo de los cielos, ellos mismos no pueden contenerte; ¡cuánto menos, pues, esta casa que yo he edificado!”. Sin embargo, los ojos de Jehová observarían continuamente aquella casa y Él escucharía desde “el lugar de [Su] morada, en los cielos”, las oraciones que desde allí se hiciesen. (1Re 8:10-13, 27-30; compárese con Hch 7:45-50.)
Estos relatos ponen de manifiesto la facultad de Dios de ‘estar presente’ en la Tierra en espíritu (por lo tanto, de manera invisible) sin abandonar los cielos. Su presencia bien puede hacerse patente mediante un ángel que actúa y habla en Su nombre, incluso diciendo: “Yo soy el Dios de tu padre”, como hizo el ángel que habló a Moisés desde la zarza ardiente. (Éx 3:2-8; compárese con Éx 23:20; 32:34.) De manera semejante, aunque Jehová también le dijo a Moisés que ‘vendría’ a él en el monte Sinaí y ‘descendería’ en aquel lugar (Éx 19:9, 11, 18, 20), los escritos apostólicos muestran que Él se le presentó y le entregó su pacto por medio de ángeles. (Gál 3:19; Heb 2:2; véase ROSTRO.)
Como a Jesucristo, el Hijo resucitado de Jehová, se le concedió ‘toda autoridad en el cielo y sobre la tierra’, y llegó a ser “la representación exacta de su mismo ser [el de Dios]”, él también debería poder estar presente invisiblemente de una manera similar. (Mt 28:18; Heb 1:2, 3.) Podemos notar con respecto a esto que incluso cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, pudo efectuar curaciones estando lejos de la persona, igual que si hubiera estado allí presente. (Mt 8:5-13; Jn 4:46-53.)
También es evidente que Jehová Dios ha sometido a los ángeles a los mandatos de su Hijo glorificado. (1Pe 3:22.) Los textos que tratan de la presencia de Jesús suelen presentarlo ‘acompañado’ de huestes angélicas o ‘enviando’ a sus ángeles. (Mt 13:37-41, 47-49; 16:27; 24:31; Mr 8:38; 2Te 1:7.) Sin embargo, este hecho no significa que su predicha presencia en poder y gloria del Reino consista únicamente en enviar mensajeros o diputados angélicos en misiones terrestres, pues esto ya se hacía en el siglo I E.C. en relación con los apóstoles y otros. (Hch 5:19; 8:26; 10:3, 7, 22; 12:7-11, 23; 27:23.) Tanto las parábolas de Jesús como otros textos muestran que su presencia es como la de un amo que vuelve a su casa o como la de un hombre a quien se le otorga poder real y regresa para hacerse cargo de su dominio; además, la presencia de Jesús implica una inspección y juicio por él, seguido de la ejecución de ese juicio y el pago de la recompensa a los que se ha hallado en una condición aprobada. (Mt 24:43-51; 25:14-45; Lu 19:11-27; compárese con Mt 19:28, 29.) Puesto que el poder real de Jesús abarca toda la Tierra, su presencia es mundial (compárese con Mt 24:23-27, 30), y las palabras inspiradas de Pablo en 1 Corintios 15:24-28, así como las referencias al reinado de Cristo que se hacen en Apocalipsis (5:8-10; 7:17; 19:11-16; 20:1-6; 21:1-4, 9, 10, 22-27), indican que la presencia de Cristo corresponde al tiempo en que dirige plenamente su atención a toda la Tierra y su población, y concentra toda la fuerza de su poder real en llevar a cabo la voluntad de su Padre para la Tierra y sus habitantes. (Compárese con Mt 6:9, 10.)
Basándose en los textos que muestran a Jesús “viniendo en las nubes con gran poder y gloria” (Mr 13:26; Apo 1:7), se ha llegado a la conclusión de que su presencia tiene que ser visible. Sin embargo, como se muestra en el artículo NUBE - [Uso figurado], cuando se habla de nubes en relación con otras manifestaciones divinas, estas comunican la idea de invisibilidad más bien que de visibilidad. Además, la expresión ‘ver’ también se emplea en sentido figurado: percibir con la mente y el corazón. (Isa 44:18; Jer 5:21; Eze 12:2, 3; Mt 13:13-16; Ef 1:17, 18.) Negar este uso significaría negar también que lo opuesto a la vista, es decir, la ceguera, pudiera usarse en sentido figurado o espiritual y no solo literal. Jesús usó en varias ocasiones la vista y la ceguera con ese sentido figurado o espiritual. (Jn 9:39-41; Apo 3:14-18; compárese también con 2Co 4:4; 2Pe 1:9.) Después que Jehová se dirigió a Job “desde la tempestad de viento” (probablemente acompañada de nubes), este dijo: “De oídas he sabido de ti, pero ahora mi propio ojo de veras te ve”. (Job 38:1; 42:5.) Job sin duda no se refería a que lo veía con sus ojos, sino mentalmente y con el corazón, pues la Biblia dice sin ambages que “a Dios ningún hombre lo ha visto jamás”. (Jn 1:18; 5:37; 6:46; 1Jn 4:12.)
La propia declaración de Jesús de que con su muerte sacrificaría su carne a favor de la vida del mundo (Jn 6:51), y el que el apóstol Pablo dijera que el resucitado Jesús “mora en luz inaccesible, a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver“ (1Ti 6:14-16), son buena prueba contra la idea de que la presencia de Jesús sea visible (en forma corporal visible a los ojos humanos). Por lo tanto, Jesús podía decir a sus discípulos: “Un poco más y el mundo ya no me contemplará”. Es verdad que sus discípulos le contemplarían, no solo porque se les aparecería después de su resurrección, sino también porque al debido tiempo ellos serían resucitados para unirse a él en los cielos y ‘contemplar la gloria que su Padre le había dado’. (Jn 14:19; 17:24.) Pero el mundo en general no lo contemplaría después de su resurrección como criatura celestial (1Pe 3:18), pues Jesús limitó sus apariciones a sus discípulos. De igual modo, solo ellos vieron su ascensión al cielo, el mundo no la vio, y los ángeles que estuvieron presentes les aseguraron a los discípulos que el regreso de Jesús sería “de la misma manera” (gr. tró·pos, no mor·fé, “forma”), es decir, sin una exhibición pública, discernida solo por sus fieles seguidores. (Hch 1:1-11.)
No hay duda de que un corazón torcido en el que se alientan esperanzas equívocas relacionadas con la presencia de Cristo puede justificar la actitud de las personas ridiculizadoras, de quienes se predijo que en “los últimos días” se mofarían, diciendo: “¿Dónde está esa prometida presencia de él? Pues, desde el día en que nuestros antepasados se durmieron en la muerte, todas las cosas continúan exactamente como desde el principio de la creación”. (2Pe 3:2-4; compárese con 1:16.)
Sin duda los hombres serán conscientes de lo que ocurra en “la Apocalipsis” (gr. a·po·ká·ly·psis) de Jesucristo “con sus poderosos ángeles en fuego llameante, al traer él venganza sobre los que no conocen a Dios y sobre los que no obedecen las buenas nuevas acerca de nuestro Señor Jesús”. (2Te 1:7-9.) Sin embargo, esto no excluye el hecho de que habrá una presencia invisible antes de esa Apocalipsis, presencia que no disciernen las personas en general, sino solo los fieles. Podemos recordar que cuando Jesús comparó su presencia con los “días de Noé”, declaró que en el tiempo de Noé las personas “no hicieron caso” hasta que les sobrevino la destrucción por agua, y añadió: “Así será la presencia del Hijo del hombre”. (Mt 24:37-39.)
Los sucesos que señalan su presencia. Jesús había prometido que estaría con sus seguidores en sus reuniones (Mt 18:20), y también les aseguró que estaría ‘con ellos’ en su obra de hacer discípulos “todos los días hasta la conclusión del sistema de cosas”. (Mt 28:19, 20.) Sin embargo, la pa·rou·sí·a mencionada en Mateo 24:3 y en otros textos relacionados sin duda tiene que significar algo más. Lógicamente se refiere a una presencia especial que afecta directamente a todos los habitantes de la Tierra y está conectada de manera inseparable con la manifestación de la plena autoridad de Jesús como el Rey ungido de Dios.
Entre los acontecimientos que señalan la presencia de Jesús en el poder del Reino están: la resurrección de sus seguidores que han muerto, pues son coherederos con él del Reino celestial (1Co 15:23; Ro 8:17); el que Cristo junte y reúna a él a otros seguidores que viven en el tiempo de su presencia (Mt 24:31; 2Te 2:1); el que ‘reduzca a la nada’ al apóstata “hombre del desafuero”, llevándolo a cabo ‘por la manifestación [e·pi·fa·néi·ai] de la presencia [de Jesús]” (2Te 2:3-8; véase HOMBRE DEL DESAFUERO); la destrucción de todos aquellos que no prestan atención a la oportunidad de liberación que se les brinda (Mt 24:37-39), e, inevitablemente, la introducción de su reinado de mil años (Apo 20:1-6). Véase también el artículo TRANSFIGURACIÓN, en el que se explica cómo se capacitó a los que presenciaron aquella visión de Cristo en la gloria del Reino para que familiarizaran a otros con “el poder y la presencia de nuestro Señor Jesucristo”. (2Pe 1:16-18.)
Condiciones que acompañan su presencia. El libro de Apocalipsis presenta con expresiones simbólicas mucha información relacionada con la presencia de Cristo, así como con su manifestación y Apocalipsis. El cuadro simbólico del jinete coronado que cabalga en un caballo blanco, descrito en Apocalipsis 6:1, 2, corresponde con el del jinete de Apocalipsis 19:11-16, que es el “Rey de reyes y Señor de señores”, Cristo Jesús. El capítulo 6 de Apocalipsis muestra que cuando Cristo cabalga como rey victorioso, no elimina inmediatamente la iniquidad de la Tierra, sino que cabalga acompañado de la guerra que quita “de la tierra la paz”, de la escasez de alimento y de la plaga mortífera. (Apo 6:3-8.) Estas palabras están a su vez en paralelo con los rasgos que se hallan en la profecía de Cristo registrada en Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21. Por lo tanto, se desprende que la profecía de Jesús registrada en los evangelios, que claramente comprende la destrucción de Jerusalén y su templo (que ocurrió en el año 70 E.C.), tiene también una aplicación durante la presencia de Cristo, y por ello suministra una “señal” que permite determinar durante qué período de tiempo se produce esa presencia y cuándo ‘se acerca la liberación’. (Mt 24:3, 32, 33; Lu 21:28-31.)
En otras referencias a la presencia de Cristo suele animarse a ser fieles y perseverar hasta ese tiempo y también durante dicho período. (1Te 2:19; 3:12, 13; 5:23; Snt 5:7, 8; 1Jn 2:28.)
La presencia del día de Jehová. En su segunda carta, Pedro exhorta a sus hermanos a seguir “esperando y teniendo muy presente la presencia del día de Jehová”, demostrándolo por su modo de vivir. (2Pe 3:11, 12.) Deben tener muy presente el día de juicio de Jehová constantemente, como un acontecimiento que está por ocurrir. En ese “día de Jehová”, los “cielos” gubernamentales de este mundo inicuo serán destruidos como si fuese por fuego y los “elementos” que lo constituyen no resistirán su intenso calor, sino que se derretirán. El sistema de cosas actual bajo el control del Diablo habrá llegado a su fin.
Como Jehová Dios actúa por medio de su Hijo y Rey nombrado, Cristo Jesús (Jn 3:35; compárese con 1Co 15:23, 24), se desprende que existe una relación entre esta prometida “presencia” de Jehová y la “presencia” de Cristo Jesús. Lógicamente, los que se burlan de la proclamación de una se burlarán de la proclamación de la otra. La actitud de las personas que vivían antes del Diluvio vuelve a mencionarse como ejemplo correspondiente. (2Pe 3:5-7; compárese con Mt 24:37-39.)
La presencia del desaforado. En 2 Tesalonicenses 2:9-12 el apóstol habla de la “presencia del desaforado” y dice que es “según la operación de Satanás con toda obra poderosa y señales y portentos presagiosos mentirosos y con todo engaño injusto”. Esto es una demostración más de que la pa·rou·sí·a significa más que solo una venida o llegada momentánea, pues es obvio que para llevar a cabo todas estas obras, señales y portentos, así como este engaño, se requiere un período de tiempo de cierta duración.
Acción de volver a poner una cosa en el estado que antes tenía. Las Escrituras relacionan con la vuelta de Cristo “los tiempos de la restauración [forma del gr. a·po·ka·tá·sta·sis] de todas las cosas de que habló Dios por boca de sus santos profetas”. (Hch 3:20, 21.)
Otras versiones traducen en este versículo la palabra a·po·ka·tá·sta·sis por “restitución” (CP) o “regeneración” (Ga). Este vocablo griego se deriva de a·pó, que significa “de vuelta; de nuevo”, y ka·thí·stë·mi, que significa “disponer”. El verbo correspondiente se traduce ‘restaurar’ en Hechos 1:6. El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento dice que este sustantivo tiene “el significado fundamental de volver a colocar en una situación anterior, restauración” (edición de L. Coenen, vol. 4, pág. 36). El historiador judío Josefo utilizó esa misma palabra para referirse al retorno de los judíos del exilio. Se emplea en diversos papiros para referirse a la reparación de edificios, la devolución de propiedades a sus dueños legítimos y un saldo de cuentas.
El texto no especifica qué cosas van a restaurarse, de modo que el significado de la expresión “todas las cosas” debe averiguarse mediante el estudio del mensaje que Dios transmitió por medio de Sus profetas.