La Biblia no dice cómo eran estas fiestas de amor ni indica con cuánta frecuencia se celebraban. (Jud 12.) Ni el Señor Jesucristo ni sus apóstoles mandaron celebrarlas, y es obvio que no se deben considerar como algo obligatorio o de carácter permanente. Se ha dicho que eran ocasiones en las que los cristianos más ricos celebraban banquetes e invitaban a sus compañeros creyentes pobres. Así, todos juntos —huérfanos, viudas, hermanos acomodados y los de escasos recursos— participaban de una comida abundante en un ambiente de hermandad cristiana.
Tertuliano, escritor cristiano de los siglos II y III, describe las fiestas de amor y dice que antes de reclinarse a la mesa, los participantes ofrecían una oración a Dios. Comían y bebían con moderación, solo lo suficiente para satisfacer su hambre y su sed, pues recordaban que debían adorar a Dios incluso de noche. Su conversación denotaba que sabían que el Señor estaba escuchando. Cada uno cantaba un cántico, y la fiesta terminaba con oración. (Apología contra los gentiles, Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1947, cap. XXXIX, págs. 103, 104.)
De la palabra que se usa para designarlas —a·gá·pë— se desprende que originalmente se celebraban con buena intención. Esta es la misma palabra griega empleada con referencia a la forma de amor más elevada: amor basado en principios, la clase de amor que la Biblia dice que “Dios es”. (1Jn 4:8.) En Gálatas 5:22 se dice que este amor es un fruto del espíritu y en 1 Corintios 13:4-7 se describe con todo detalle.
No era la Conmemoración de la Cena del Señor. No parece haber ninguna base para relacionar aquellas fiestas con la Conmemoración de la Cena del Señor, como han hecho algunos, que incluso han llegado a matizar que las fiestas de amor solían celebrarse antes o después de la Conmemoración. Esta última era una observancia anual que tenía lugar el día 14 del mes lunar de Nisán, mientras que parece ser que las fiestas de amor se celebraban con cierta frecuencia, y no necesariamente en una fecha fija. Después de condenar ciertos excesos relacionados con la Conmemoración, pues había quienes se llevaban la cena al lugar donde se celebraba la Cena del Señor, el apóstol Pablo dijo: “Ciertamente ustedes sí tienen casas para comer y beber, ¿verdad? [...] Si alguno tiene hambre, que coma en su casa”. (1Co 11:22, 34.) Es obvio que había que observar esta ocasión con seriedad, meditar en su significado y no dedicarse a comer y beber en el mismo lugar de su celebración.
Las fiestas de amor tampoco tienen que ver con la alusión que se hace en Hechos 2:42, 46 y 20:7 a “tomar comidas” (“el partimiento del pan”, Val). En aquel tiempo el pan solía hacerse en forma de tortas delgadas, y cuando se hacía sin levadura, era crujiente. Por ello, no se acostumbraba a cortar el pan, sino a partirlo, lo que dio origen a la expresión “el partimiento del pan” para referirse, por lo general, al acto de compartir una comida cualquiera. (Hch 2:46, Val; compárese con NM.)
Uso indebido. Las fiestas de amor llegaron a ser objeto de diversos abusos por parte de los que no tenían el punto de vista espiritual apropiado, así que, como ni el Señor Jesucristo ni sus apóstoles mandaron que se celebraran, sino que solo eran una costumbre, con el tiempo dejaron de celebrarse. Las palabras de Judas indican que algunos se juntaban en estas ocasiones con malos motivos: “Estos son las rocas escondidas bajo agua en sus fiestas de amor mientras banquetean con ustedes, pastores que se apacientan a sí mismos sin temor”. (Jud 12.) Pedro también hizo referencia a que dentro de la congregación cristiana se infiltrarían malhechores y otros que enseñarían doctrinas falsas. Dijo: “Ellos consideran un placer el vivir lujosamente durante el día. Son manchas y tachas, que se entregan con desenfrenado deleite a sus enseñanzas engañosas mientras banquetean junto con ustedes”. (2Pe 2:13.) En vista de que siempre, incluso en la actualidad, los cristianos han disfrutado de compañerismo agradable y se han ayudado unos a otros materialmente cuando ha estado dentro de sus posibilidades, no hay ninguna razón para restablecer las fiestas de amor como una costumbre en la congregación cristiana. (Snt 1:27; 2:15.)
Conocida también como la fiesta de la recolección o de los tabernáculos; en Levítico 23:39 se la denomina “fiesta de Jehová”. Las instrucciones para su observancia se encuentran en Levítico 23:34-43, Números 29:12-38 y Deuteronomio 16:13-15. La fiesta transcurría entre los días 15 y 21 de Etanim, con una asamblea solemne en el día 22. Etanim (Tisri: septiembre-octubre) era originalmente el primer mes del calendario judío, pero después del éxodo de Egipto llegó a ser el séptimo mes del año sagrado, puesto que Abib (Nisán: marzo-abril), que anteriormente había sido el séptimo mes, pasó a ser el primero. (Éx 12:2.) La fiesta de las cabañas celebraba la recolección de los frutos del suelo, el grano, el aceite y el vino: “el producto de la tierra”. (Le 23:39.) Se hace referencia a ella como “la fiesta de la recolección al término del año”. La convocación santa, en el octavo día, clausuraba solemnemente el ciclo anual de fiestas. (Éx 34:22; Le 23:34-38.)
La fiesta de las cabañas señalaba para los israelitas el fin de la parte principal del año agrícola. Por lo tanto, era un tiempo de alegría y agradecimiento debido a la bendición de Jehová sobre el fruto de todas las cosechas. Asimismo, puesto que el Día de Expiación se habría observado tan solo cinco días antes, el pueblo tendría un sentimiento de estar en paz con Jehová. Aunque solo los varones estaban obligados a asistir a esta fiesta, había familias enteras que lo hacían. Durante los siete días de la fiesta, todos los asistentes tenían que morar en cabañas (heb. suk-kóhth). Por lo general, había una cabaña para cada familia. (Éx 34:23; Le 23:42.) Estas cabañas se levantaban en los patios de las casas, en los techos de las moradas, en los atrios del templo, en las plazas públicas y en los caminos, a una distancia de la ciudad que no excediera el camino de un sábado. Tenían que hacerlas del “fruto de árboles espléndidos”, frondas de palmeras, ramas mayores de árboles frondosos y álamos. (Le 23:40.) En los días de Esdras las cabañas se hicieron con hojas de olivo y de árboles oleíferos, hojas de mirto (muy aromáticas), hojas de palma y de árboles ramosos. El hecho de que todo el pueblo, ricos y pobres por igual, morasen en cabañas y hasta comiesen durante siete días en ellas, y el que todas estuviesen hechas de los mismos materiales, llevados de los valles y montañas del país, realzaba la absoluta igualdad que todos compartían en la fiesta. (Ne 8:14-16.)
El día anterior al comienzo de la fiesta, el 14 de Etanim, ya estaba en Jerusalén la mayor parte de los observantes, si no todos. En ese día comenzaba la preparación, a menos que se tratase de un sábado semanal, en cuyo caso se podía dar comienzo a los preparativos antes de esa fecha. Todos se hallaban plenamente ocupados en la construcción de las cabañas, la purificación, las ofrendas que cada uno había llevado con motivo de la fiesta y en disfrutar alegremente del compañerismo que la ocasión propiciaba. La ciudad de Jerusalén y sus aledaños ofrecían una singular y pintoresca apariencia, llena de cabañas por todos los rincones, así como en los caminos de acceso y hasta en los huertos de la periferia. El ambiente festivo se enriquecía con el bello colorido de los frutos, el frescor de los ramajes y la agradable fragancia del mirto. Todos estaban a la expectativa en aquella tarde del incipiente otoño, aguardando el toque de trompeta que desde un lugar elevado del templo anunciaría el advenimiento de la fiesta.
La cantidad de sacrificios que se ofrecía en esta ocasión era mayor que en cualquier otra fiesta. El sacrificio que hacía la nación —que comenzaba con trece toros en el primer día y disminuía uno cada día— ascendía a setenta toros, y ciento diecinueve corderos, carneros y machos cabríos, además de las ofrendas de grano y vino. Los asistentes también hacían miles de ofrendas individuales durante la semana. (Nú 29:12-34, 39.) En el octavo día, en el transcurso del cual no podía realizarse ningún trabajo laborioso, se presentaban como ofrenda quemada un toro, un carnero y siete corderos machos de un año, junto con ofrendas de grano, libaciones y un macho cabrío como ofrenda por el pecado. (Nú 29:35-38.)
En los años sabáticos se leía la Ley a todo el pueblo durante la fiesta. (Dt 31:10-13.) La primera de las veinticuatro divisiones sacerdotales establecidas por David debió comenzar a servir en el templo después de la fiesta de las cabañas, puesto que el templo de Salomón se inauguró para el tiempo de esta fiesta en 1027 a. E.C. (1Re 6:37, 38; 1Cr 24:1-18; 2Cr 5:3; 7:7-10.)
La característica más notable y singular de la fiesta de las cabañas era la acción de gracias jubilosa. Jehová deseaba que el pueblo se regocijara en Él: “Tienen que regocijarse delante de Jehová su Dios”. (Le 23:40.) Esta fiesta era de acción de gracias por la recolección, en especial en vista de que para ese tiempo no solo se había recogido el grano, sino también el aceite y el vino, lo que contribuía en gran manera al disfrute de la vida. Durante el transcurso de esta fiesta, los israelitas podían reflexionar en que su prosperidad y la abundancia de que disfrutaban no era gracias a su propio esfuerzo, sino al cuidado de Jehová su Dios. Por lo tanto, tenían que meditar profundamente en estas cosas por temor a que, como había dicho Moisés, ‘su corazón realmente se elevara y realmente olvidaran a Jehová su Dios, que los había sacado de la tierra de Egipto, de la casa de esclavos’. Moisés también había dicho: “Y tienes que acordarte de Jehová tu Dios, porque él es para ti el dador de poder para hacer riqueza; a fin de realizar su pacto que él juró a tus antepasados, como sucede el día de hoy”. (Dt 8:14, 18.)
A Israel se le mandó morar durante toda una semana en cabañas por la siguiente razón: “A fin de que sepan las generaciones de ustedes que fue en las cabañas donde hice yo morar a los hijos de Israel cuando estaba sacándolos de la tierra de Egipto. Yo soy Jehová el Dios de ustedes”. (Le 23:42, 43.) Ellos podían rememorar con gozo y agradecimiento el cuidado que Dios les había prodigado, proveyéndoles cobijo a través de un ‘desierto grande e inspirador de temor, con serpientes venenosas y escorpiones y con suelo sediento que no tenía agua, haciendo salir para ellos agua de la roca pedernalina, y alimentándolos con maná en el desierto, el cual sus padres no habían conocido’. (Dt 8:15, 16.) Todas estas provisiones les darían sobrados motivos para regocijarse por el cuidado constante de Jehová y por su generosidad.
Rasgos añadidos posteriormente. Una costumbre que se arraigó más tarde, y a la que posiblemente se hace alusión en las Escrituras Griegas Cristianas (Jn 7:37, 38), aunque no en las Escrituras Hebreas, era la de extraer agua del estanque de Siloam y derramarla, junto con vino, sobre el altar al tiempo del sacrificio matinal. Según la mayoría de las autoridades, esto se hacía los siete días de la fiesta, pero no el octavo. El sacerdote tenía que ir al estanque de Siloam con un cántaro de oro puro (excepto el primer día de la fiesta, que era un sábado y el agua se tomaba de un vaso de oro que había en el templo, adonde se había llevado el día anterior desde Siloam). El sacerdote calculaba el tiempo de manera que pudiera regresar desde Siloam con el agua justo para cuando los sacerdotes del templo estuviesen listos para colocar las piezas del sacrificio sobre el altar. Cuando entraba al atrio de los sacerdotes por la Puerta del Agua, se anunciaba su entrada con tres toques de trompeta que daban los sacerdotes. Luego se echaba el agua en una vasija y se derramaba sobre la base del altar, al mismo tiempo que se echaba vino en otra vasija. En ese momento la música del templo acompañaba el canto del Hallel (Salmos 113–118), mientras los adoradores ondeaban ramas de palmeras hacia el altar. Esta ceremonia posiblemente hacía recordar a los participantes gozosos las palabras proféticas de Isaías: “Con alborozo ustedes de seguro sacarán agua de los manantiales de la salvación”. (Isa 12:3.)
Otra ceremonia algo similar consistía en que cada día de los siete de que constaba la fiesta, los sacerdotes caminaban en procesión alrededor del altar cantando: “¡Ay, pues, Jehová, salva, sí, por favor! ¡Ay, pues, Jehová, otorga éxito, sí, por favor!”. (Sl 118:25.) Sin embargo, el séptimo día daban siete vueltas al altar.
Según fuentes rabínicas, había otra característica sobresaliente de esta fiesta que, como la costumbre de llevar agua de Siloam, ya existía en el tiempo de Jesús. Esta ceremonia empezaba después de concluir el día 15 de Tisri, es decir, en la noche del día 16 (el segundo día de la fiesta), y continuaba durante las cinco noches siguientes. Los preparativos se hacían en el atrio de las mujeres, donde había cuatro enormes candelabros de oro, cada uno de ellos con cuatro tazones de oro. Cuatro jóvenes de ascendencia sacerdotal subían por escaleras con grandes cántaros de aceite para llenar los dieciséis tazones. Las vestiduras viejas de los sacerdotes se usaban de mechas para las lámparas. Ciertos escritores judíos dicen que estas lámparas emitían una luz brillante que podía verse desde una distancia considerable y que iluminaba los patios de las casas de Jerusalén. Algunos hombres, entre ellos algunos ancianos, danzaban con antorchas llameantes en sus manos y cantaban alabanzas, acompañados de instrumentos musicales.
Un dato interesante en relación con la fiesta de las cabañas es que cuando Jeroboam se separó de Rehoboam, el hijo de Salomón, y se hizo rey de las diez tribus norteñas, instituyó una festividad (en el octavo mes, no en el séptimo) en imitación de la fiesta de las cabañas con el fin, al parecer, de alejar de Jerusalén a las diez tribus. Pero, como era de esperar, los sacrificios se ofrecían a los becerros de oro que, en contra del mandamiento de Jehová, había hecho erigir. (1Re 12:31-33.)
Probablemente Jesús haya hecho alusión al significado espiritual de la fiesta de las cabañas y quizás a la ceremonia con el agua de Siloam cuando “en el último día, el gran día de la fiesta, estando de pie, exclamó: ‘Si alguien tiene sed, venga a mí y beba. El que pone fe en mí, así como ha dicho la Escritura: “De su parte más interior fluirán corrientes de agua viva”’”. (Jn 7:37, 38.) Asimismo, es posible que poco después haya hecho referencia a la iluminación de Jerusalén con las lámparas y antorchas que había en el recinto del templo durante la fiesta, cuando dijo a los judíos: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue, de ninguna manera andará en oscuridad, sino que poseerá la luz de la vida”. (Jn 8:12.) Tras su conversación con los judíos, puede que Jesús relacionara Siloam con la fiesta y su iluminación cuando se encontró con un hombre que había nacido ciego. Después de declarar a sus discípulos: “Luz soy del mundo”, escupió en la tierra e hizo barro con la saliva, y puso el barro sobre los ojos del hombre y le dijo: “Ve a lavarte en el estanque de Siloam”. (Jn 9:1-7.)
El que la gente ondeara palmas en el transcurso de esta fiesta recuerda en cierto modo a las multitudes que aclamaron a Jesús ondeando palmas al tiempo de su entrada en Jerusalén poco antes de su muerte, si bien este gesto multitudinario no coincidió con la celebración de la fiesta de las cabañas, sino poco antes de la Pascua. (Jn 12:12, 13.) Se registra una situación parecida en la visión que tuvo el apóstol Juan de los 144.000 esclavos de Dios sellados en la frente: “Después de estas cosas vi, y, ¡miren!, una gran muchedumbre, que ningún hombre podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos de largas ropas blancas; y había ramas de palmera en sus manos. Y siguen clamando con voz fuerte, y dicen: ‘La salvación se la debemos a nuestro Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero’”. (Apo 7:1-10.)
Ciertamente, la fiesta de las cabañas era una conclusión muy apropiada del año agrícola y del ciclo de las fiestas anuales. Todo lo que tenía que ver con ella emanaba alegría, la copiosa bendición de Jehová, refrigerio y vida.
Con la celebración de la fiesta de la dedicación (heb. januk·káh), aún se conmemora el recobro de la independencia judía al liberarse de la dominación sirohelénica y la nueva dedicación a Jehová del templo de Jerusalén, que había sido profanado por Antíoco IV Epífanes. Este gobernante, que se llamó a sí mismo The·ós E·pi·fa·nés (“Dios Manifiesto”), edificó un altar encima del gran altar sobre el que con anterioridad se habían presentado las ofrendas quemadas diarias. (1 Macabeos 1:54-59, BJ.) En esta ocasión (el 25 de Kislev de 168 a. E.C.) sacrificó un cerdo sobre el altar y ordenó que con parte de la carne se hiciese un caldo, que posteriormente mandó salpicar por todo el templo a fin de mostrar su odio y desprecio por Jehová, el Dios de los judíos, y para contaminar su templo al grado máximo. Asimismo, quemó las puertas del templo, derribó las cámaras de los sacerdotes y se llevó el altar de oro, la mesa del pan de la proposición y el candelabro de oro. Más tarde, dedicó el templo de Zorobabel a Zeus, dios pagano del Olimpo.
Dos años después, Judas Macabeo volvió a tomar la ciudad y el templo. El santuario estaba desolado, y en los atrios del templo crecía la maleza. Judas derribó el viejo altar contaminado y edificó uno nuevo con piedras no labradas. Ordenó hacer vasos para el templo e introdujo en él el altar del incienso, la mesa del pan de la proposición y el candelabro. Una vez purificado el templo de su contaminación, se efectuó la dedicación el 25 de Kislev de 165 a. E.C., exactamente tres años después que Antíoco hizo su sacrificio sobre el altar en adoración al dios pagano Zeus. Se reanudaron las ofrendas quemadas diarias o continuas. (1 Macabeos 4:36-54; 2 Macabeos 10:1-9, BJ.)
La misma naturaleza de la fiesta hacía de ella una ocasión de gran regocijo. Por la manera como se celebraba, guardaba cierta similitud con la fiesta de las cabañas. La fiesta comenzaba el 25 de Kislev y duraba ocho días. (1 Macabeos 4:59.) Un gran resplandor de luz bañaba los atrios del templo, y todas las moradas privadas estaban iluminadas con lámparas decorativas. El Talmud la denomina la “fiesta de la iluminación”. Más tarde, algunos adoptaron la costumbre de preparar ocho lámparas para la primera noche y utilizar una menos cada noche, en tanto que otros comenzaban con una e iban aumentando hasta llegar a ocho. El objetivo no era únicamente iluminar el interior de la casa, sino hacer posible que todos los que estuvieran fuera vieran la luz, puesto que las lámparas se colocaban cerca de las puertas que daban a la calle. Además de encender las lámparas, se entonaban canciones de alabanza a Dios, el Libertador de Israel. Josefo dice concerniente a la iniciación de la fiesta: “Fue tan grande el gozo por la restauración de los ritos y por la libertad religiosa recuperada inesperadamente después de tanto tiempo, que establecieron por ley la conmemoración anual de la restauración del Templo. Desde entonces hasta la actualidad celebramos lo que se llama la fiesta de las Luminarias; creo que se le da este nombre porque en forma inesperada lució para nosotros la libertad”. (Antigüedades Judías, libro XII, cap. VII, sec. 7.) Debido a que no se consideraba que esta fiesta fuera un sábado, se podía trabajar en el transcurso de ella.
Con anterioridad había habido otras dos dedicaciones: la del primer templo, que mandó construir Salomón, y la del templo que reedificó Zorobabel, celebradas ambas una vez terminadas las obras. No obstante, a diferencia de la dedicación con motivo de las obras de reconstrucción que realizó en el templo Judas Macabeo, en estos dos primeros casos no se instituyó una celebración anual conmemorativa. Por otro lado, mientras que las tres grandes festividades, a las que era obligatoria la comparecencia de todos los varones, se celebraban en Jerusalén, la fiesta de la dedicación podía celebrarse en las diversas ciudades de la nación, como también ocurría con la fiesta de Purim. (Éx 23:14-17; Esd 9:18-32.) Los israelitas solían reunirse en las sinagogas, cantando jubilosamente y llevando palmas consigo, e iluminaban con gran profusión tanto sus casas como la sinagoga misma. Esta festividad sigue vigente hoy en las comunidades judías.
Significado para los cristianos.
Jesús visitó el templo para la fiesta de la dedicación durante el último invierno de su ministerio, en el año 32 E.C. El relato dice: “Por entonces se celebraba la fiesta de la dedicación en Jerusalén. Era invierno, y Jesús estaba andando por el templo, en la columnata de Salomón”. (Jn 10:22, 23.) El mes de Kislev, el noveno mes, corresponde a noviembre-diciembre en el calendario gregoriano. Ni que decir tiene que los judíos sabían muy bien que esta fiesta se celebraba durante el invierno. Por lo tanto, el que en esta ocasión se haga mención del invierno tal vez haya sido para significar el estado del tiempo, más bien que para hacer referencia a la estación. De esta manera se explicaría por qué escogió Jesús un lugar protegido para enseñar, la “columnata de Salomón”. Esta columnata cubierta estaba en el lado oriental del atrio exterior de los gentiles, en un lugar donde se reunía mucha gente. (Hch 3:11; 5:12.)
No hay ninguna declaración directa en las Escrituras inspiradas que indique que Jehová haya dado a Judas la victoria, ni que haya dirigido la reparación que hizo del templo, la colocación de los muebles, la fabricación de utensilios y, finalmente, su nueva dedicación. No obstante, para que se cumplieran las profecías sobre Jesús y su ministerio, y para que los sacrificios de los levitas continuaran hasta que se efectuara el gran sacrificio del Hijo de Dios, el templo tenía que estar en pie y sus servicios funcionando para cuando apareciera el Mesías. (Jn 2:17; Da 9:27.) Jehová había usado a hombres de naciones extranjeras, como Ciro, para realizar ciertos propósitos relacionados con su adoración. (Isa 45:1.) Con mucha más razón pudo haber utilizado a un judío, un miembro de su pueblo dedicado.
Sea como fuere, el caso es que durante el ministerio de Jesús se observaban los servicios en el templo. Herodes reedificó o reemplazó el templo de Zorobabel por otro más elaborado. Sin embargo, debido al desagrado que sentían por Herodes, los judíos por lo general solo hablaban de dos templos: el de Salomón y el de Zorobabel. Ni en las palabras de Jesús ni en ninguno de los escritos de sus discípulos hallamos que se condene de alguna manera la fiesta de la dedicación. No obstante, no se manda a los cristianos que la celebren, puesto que ellos están bajo el nuevo pacto. (Col 2:16; Gál 4:10, 11; Heb 8:6.)
Los períodos festivos constituyeron una parte integral del verdadero culto a Dios, quien los prescribió mediante Moisés para la observancia de su pueblo Israel. La palabra hebrea jagh, que se traduce “fiesta”, tal vez se derive de un verbo cuyo significado denota forma o movimiento circular, bailar en círculos y, de ahí, celebrar una fiesta o festividad periódica. La palabra moh·`édh, que también se traduce “fiesta”, tiene el sentido primario de tiempo o lugar determinado de asamblea. (1Sa 20:35; 2Sa 20:5.)
Véase el recuadro al pie de la página, donde se mencionan las fiestas y otros días especiales.
Las tres “fiestas periódicas” principales, llamadas a veces “fiestas de peregrinación” debido a que para ese tiempo todos los varones se congregaban en Jerusalén, se celebraban en fechas fijas y se designaban con la palabra hebrea moh·`édh. (Le 23:2, 4.) No obstante, la palabra que suele emplearse al referirse exclusivamente a las tres grandes fiestas es jagh, que da a entender no solo que el acontecimiento tiene carácter periódico, sino también que es una ocasión de gran regocijo. Estas tres grandes fiestas son:
★1) La fiesta de las tortas no fermentadas. (Éx 23:15.) La primera de las tres fiestas anuales más importantes de los israelitas. Comenzaba el día después de la Pascua y se extendía del 15 duraba siete días hasta el 21 de Abib (o Nisán) Solo se podía comer pan sin levadura, para recordar el éxodo de Egipto (Éx 23:15; Mr 14:1). La Pascua se celebraba el 14 de Nisán, y en realidad era una fiesta aparte; sin embargo, como estaba tan próxima a la fiesta de las tortas no fermentadas, se solía llamar a ambas la Pascua. (Mt 26:17; Mr 14:12; Lu 22:7.)
★2) La fiesta de las semanas o, como se la llamó más tarde, Pentecostés; se celebraba en el quincuagésimo día después del 16 de Nisán, es decir, el 6 de Siván. (Éx 23:16a; 34:22a.)
★3) La fiesta de las cabañas (los tabernáculos) o de la recolección. Transcurría del 15 al 21 del séptimo mes, Etanim (o Tisri), y el día 22 se celebraba una asamblea solemne. (Le 23:34-36.)
Se Sacrificaban setenta toros, 70 es el producto de multiplicar 7 por 10, números que en la Biblia representan perfeción celestial (7) y terrenal (10), respectivamente.
El número 70 representa a las 70 familias que descendieron de Noé, de las que procede toda la humanidad (Génesis 10:1-29.)
Por tanto, el sacrificio de Jesús beneficiará a los fieles de toda la humanidad.
Jehová había determinado la fecha, el lugar y cómo habrían de celebrarse estas fiestas. La expresión “fiestas periódicas de Jehová” indica que estas observancias estaban relacionadas con diversos períodos del calendario del año sagrado: el comienzo de la primavera, el fin de la primavera y el otoño. Todo esto tuvo un gran significado, pues en aquel tiempo las primicias del campo y de las viñas traían gran gozo y felicidad a los habitantes de la Tierra Prometida, los que daban el reconocimiento por todo ello a Jehová, el Proveedor generoso de todas las cosas buenas.
Observancias comunes a las tres fiestas.
El pacto de la Ley exigía que con motivo de las tres grandes fiestas anuales, todos los hombres se presentasen cada año ‘delante de Jehová su Dios en el lugar que él escogiera’. (Dt 16:16.) El lugar que finalmente se escogió como sede de las fiestas fue Jerusalén. No se enunciaba ninguna pena específica para la persona que no asistiera, salvo en el caso de la Pascua, pues no asistir a esta fiesta se castigaba con la pena de muerte. (Nú 9:9-13.) No obstante, el desatender cualquiera de las leyes de Dios, entre las que estaban las fiestas y los sábados, traería juicio adverso y aflicción a la nación. (Dt 28:58-62.) La Pascua habría de celebrarse el 14 de Nisán o, en ciertas circunstancias, un mes más tarde.
A pesar de que las mujeres —a diferencia de los hombres— no estaban bajo la obligación de asistir a las fiestas anuales, hay ejemplos de algunas que acudieron, como Ana, la madre de Samuel (1Sa 1:7), y María, la madre de Jesús. (Lu 2:41.) Las israelitas que amaban a Jehová asistían a tales fiestas siempre que les era posible. De hecho, no solo los padres de Jesús acudieron regularmente, también se indica que sus parientes y conocidos fueron con ellos. (Lu 2:44.)
Jehová prometió: “Nadie deseará tu tierra mientras estés subiendo para ver el rostro de Jehová tu Dios tres veces al año”. (Éx 34:24.) A pesar de que no quedaba ningún hombre para proteger las ciudades y la tierra, lo cierto es que antes de la destrucción de Jerusalén en 70 E.C. ninguna nación extranjera invadió jamás la tierra de los judíos durante sus fiestas. No obstante, en el año 66 E.C., es decir, después de que la nación judía rechazó a Cristo, Cestio Galo mató a cincuenta personas en Lida durante la fiesta de los tabernáculos.
Ningún varón que asistiese a las fiestas habría de presentarse con las manos vacías, sino más bien con un don ‘en proporción con la bendición que Jehová le hubiese dado’. (Dt 16:16, 17.) Asimismo, habrían de comer y compartir con los levitas en Jerusalén la ‘segunda’ décima parte —a diferencia de la que se daba para mantener a los levitas (Nú 18:26, 27)— del grano, el vino y el aceite del año en curso, así como de los primogénitos del rebaño y de la vacada. No obstante, en caso de que el viaje hasta el lugar de la fiesta fuese demasiado largo, la Ley estipulaba que tales bienes podían cambiarse por dinero para costear los gastos. (Dt 14:22-27.) Estas ocasiones eran oportunidades para demostrar la lealtad a Jehová y tenían que celebrarse con alegría, una alegría de la que también habrían de participar el residente forastero, el huérfano de padre y la viuda. (Dt 16:11, 14.) Se entiende que los residentes forasteros varones tenían que ser adoradores circuncisos de Jehová. (Éx 12:48, 49.) Además de las ofrendas diarias, siempre se ofrecían sacrificios especiales, y se tocaban las trompetas mientras se hacían las ofrendas quemadas y los sacrificios de comunión. (Nú 10:10.)
Poco antes de la edificación del templo, el rey David reorganizó el sacerdocio, ordenando a los centenares de sacerdotes aarónicos en veinticuatro divisiones, junto con sus ayudantes levitas. (1Cr 24.) Después, cada una de las divisiones sirvió dos veces al año en el templo en turnos de una semana, según las instrucciones que daba el cabeza de la casa paterna. En 2 Crónicas 5:11 se da a entender que las veinticuatro divisiones sacerdotales oficiaron juntas en el día de la dedicación del templo, que tuvo lugar durante la fiesta de las cabañas o de los tabernáculos. (1Re 8:2; Le 23:34.) En la obra El templo: Su ministerio y servicios en tiempo de Cristo (1990, pág. 102), Alfred Edersheim dice que en los días festivos cualquier sacerdote, no importa a qué división perteneciera, podía ayudar en los servicios del templo, pero en la fiesta de los tabernáculos (cabañas) se requería la presencia de las veinticuatro divisiones.
Durante los períodos festivos tanto los sacerdotes como los levitas y los netineos tenían muchísimo trabajo. La descripción de la fiesta de las tortas no fermentadas que celebró el rey Ezequías después de ordenar la limpieza del templo, da una idea del trabajo que exigía una celebración festiva, pues el registro dice que para aquella fiesta, que se prolongó por otros siete días, el rey Ezequías contribuyó para el sacrificio mil toros y siete mil ovejas, y los príncipes, mil toros y diez mil ovejas. (2Cr 30:21-24.)
En el transcurso de estas fiestas, algunos días eran asambleas solemnes o convocaciones santas, es decir, sábados, y como sucedía en el caso de los sábados semanales, había que dejar completamente el trabajo y las tareas cotidianas. No obstante, a diferencia del sábado semanal, se podía trabajar en los preparativos para la observancia de la fiesta, como, por ejemplo, la preparación del alimento, algo que no estaba permitido en los días sabáticos normales. (Éx 12:16.) En este aspecto hay una distinción entre las “convocaciones santas” de las fiestas y los sábados semanales (y el sábado del día décimo del séptimo mes, el Día de Expiación, que era día de ayuno). En estos días no se permitía hacer ningún trabajo, ni siquiera encender un fuego “en ninguna de sus moradas”. (Compárese Le 23:3, 6-32 con los vss. 7, 8, 21, 24, 25, 35, 36 y con Éx 35:2, 3.)
La importancia de las fiestas en la vida de Israel.
Las fiestas desempeñaban un papel muy importante en la vida de la nación israelita. Cuando aún estaban cautivos en Egipto, Moisés le dijo a Faraón la razón por la que exigía que se dejara a los israelitas y a su ganado salir de Egipto: “Tenemos una fiesta para Jehová”. (Éx 10:9.) Posteriormente, el pacto de la Ley incorporó muchas instrucciones detalladas concernientes a la observancia de las fiestas. (Éx 34:18-24; Le 23:1-44; Dt 16:1-17.) En conformidad con los mandamientos de Dios, los sábados de las fiestas ayudaban a todos los asistentes a concentrar su atención en la palabra de Dios y a no estar tan absortos en sus asuntos personales, que se olvidaran del aspecto espiritual —el más importante— de su vida diaria. Estas ocasiones festivas también servían para recordarles que eran un pueblo para el nombre de Jehová. Al viajar a los lugares de reunión para las fiestas y al regresar, tendrían muchas oportunidades de hablar sobre la bondad de su Dios y las bendiciones de que estaban disfrutando tanto diariamente como en temporadas específicas. Las fiestas les brindaban el tiempo y la oportunidad de meditar, asociarse y estudiar la ley de Jehová. Estas fiestas ampliaban su conocimiento de la tierra que Dios les había dado, aumentaban el entendimiento y el amor entre ellos y promovían la unidad y la adoración limpia. Se convertían en acontecimientos felices. Los asistentes se embebían de los pensamientos y los caminos de Dios, y todos los que participaban con sinceridad recibían una rica bendición espiritual. Puede servir de ejemplo la bendición que recibieron los miles de asistentes que estuvieron presentes en la fiesta del Pentecostés en Jerusalén en el año 33 E.C. (Hch 2:1-47.)
Las fiestas habían sido para el pueblo judío sinónimo de felicidad. Antes del exilio babilonio, cuando la nación ya había perdido de vista el verdadero contenido espiritual de las fiestas, los profetas Oseas y Amós relacionaron la inminente desolación que, según se había predicho, vendría sobre Jerusalén, con el fin de aquellas celebraciones gozosas y felices y su transformación en períodos de duelo. (Os 2:11; Am 8:10.) Después de la caída de Jerusalén, Jeremías expresó este lamento: “Los caminos de Sión están de duelo, porque no hay quienes vengan a la fiesta”, ‘se ha olvidado en Sión fiesta y sábado’. (Lam 1:4; 2:6.) Isaías, en cambio, augura la feliz condición en la que se hallarían los repatriados de Babilonia en 537 a. E.C., al decir: “Ustedes llegarán a tener una canción como la de la noche en que uno se santifica para una fiesta”. (Isa 30:29.) Sin embargo, tiempo después de haber sido restaurados a la tierra que Dios les había dado, nuevamente corrompieron las fiestas de Jehová, de tal modo que Dios advirtió a los sacerdotes por medio de su profeta Malaquías que esparciría sobre sus rostros el estiércol de sus fiestas. (Mal 2:1-3.)
En las Escrituras Griegas Cristianas se hicieron varias referencias y alusiones a las fiestas, y algunas de esas referencias dieron a las fiestas un significado simbólico de carácter profético alusivo a la felicidad que prevalecería entre los cristianos. Sin embargo, los cristianos no estaban obligados a observar aquellas fiestas. (Col 2:16, 17; véanse las fiestas por sus nombres correspondientes.)
FIESTAS DE ISRAEL
FIESTAS ANUALES FIESTAS PERIÓDICAS ★1. Fiesta de la dedicación, 25 de Kislev
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1. ¿Qué sirve de base a los días de fiesta en memoria de los “espíritus de los difuntos”?
2. ¿Qué origen tiene la Noche de Brujas (o Halloween)?
3. ¿Es la Navidad una celebración basada en la Biblia?
4. ¿Es apropiado que un testigo de Jehová asista a la boda de un pariente o conocido que no sea Testigo?
5. ¿Cómo se originó la festividad de los santos inocentes?
¿Qué sirve de base a los días de fiesta en memoria de los “espíritus de los difuntos”? La edición de 1910 de The Encyclopædia Britannica declara: “El Día de los Difuntos [...] el día designado en la Iglesia Católica Romana para la conmemoración de los difuntos fieles. La celebración se basa en la doctrina de que las almas de los fieles que al tiempo de morir no han sido limpiadas de pecados veniales, o que no han hecho expiación por transgresiones del pasado, no pueden alcanzar la Visión Beatífica, y que se les puede ayudar a alcanzarla por rezos y por el sacrificio de la misa. [...] Ciertas creencias populares relacionadas con el Día de los Difuntos son de origen pagano y de antigüedad inmemorial. Así sucede que los campesinos de muchos países católicos creen que en la noche de los Difuntos los muertos vuelven a las casas donde antes habían vivido y participan de la comida de los vivientes” (tomo I, pág. 709).
The Encyclopedia Americana dice: “Elementos de las costumbres relacionadas con la víspera del Día de Todos los Santos se remontan a una ceremonia druídica de tiempos precristianos. Los celtas tenían fiestas para dos dioses principales... un dios solar y un dios de los muertos (llamado Samhain), la fiesta del cual se celebraba el 1 de noviembre, el comienzo del año nuevo celta. La fiesta de los difuntos fue gradualmente incorporada en el ritual cristiano” (1977, tomo 13, pág. 725).
El libro The Worship of the Dead (La adoración de los difuntos) señala a este origen al decir: “Las mitologías de todas las naciones antiguas están entretejidas con los sucesos del Diluvio [...] El vigor de este argumento está ilustrado por el hecho de que una gran fiesta de los muertos en conmemoración de ese acontecimiento se observa, no solo en naciones que más o menos se encuentran en comunicación entre sí, sino también en otras extensamente distanciadas, tanto por el océano como por siglos de tiempo. Además, todos celebran esta fiesta más o menos el mismísimo día en que, de acuerdo con el relato mosaico, tuvo lugar el Diluvio, a saber, el decimoséptimo día del segundo mes... el mes que casi corresponde con nuestro noviembre” (Londres, 1904, Colonel J. Garnier, pág. 4). Así que estas celebraciones en realidad comenzaron como una fiesta para honrar a personas que, debido a su maldad, habían sido destruidas por Dios en los días de Noé. (Gén. 6:5-7; 7:11.)
Esos días de fiesta que honran a los “espíritus de los difuntos” como si estos estuvieran vivos en otro lugar van contra la descripción bíblica de la muerte como un estado de completa inconsciencia. (Ecl. 9:5, 10; Sal. 146:4.)
Respecto al origen de la creencia sobre la inmortalidad del alma humana, véanse “Muerte” y “Alma”.
El origen de la Noche de Brujas (o Halloween, “víspera del día de Todos los Santos”)? Esta fiesta, famosa por sus hechiceras, duendes y grotescos adornos, se celebra el 31 de octubre. Su origen se remonta a la época de los antiguos celtas de Gran Bretaña e Irlanda. Cada año, cuando llegaba la luna llena más cercana al 1 de noviembre, celebraban la fiesta del “Final del Verano” (Samhain). Pensaban que durante esa noche se rasgaba el velo que separaba el mundo humano del sobrenatural, y que los espíritus, tanto buenos como maléficos, vagaban por la Tierra. Como creían que las almas de los difuntos regresaban a sus hogares, les dejaban ofrendas de alimentos y bebidas para apaciguarlos. Por lo tanto, cuando los niños de la actualidad se visten de fantasmas y brujas y van casa por casa amenazando con cometer travesuras si no les hacen un regalito, en realidad están perpetuando sin saberlo los ritos de una fiesta pagana.
¿Es la Navidad una celebración basada en la Biblia?
★La fecha de la celebración
La Cyclopædia de M’Clintock y Strong dice: “La observancia de la Navidad no proviene de designación divina, y el N[uevo] T[estamento] no le dio origen. De hecho, ni del N[uevo] T[estamento] ni de ninguna otra fuente puede determinarse el día del nacimiento de Cristo” (Nueva York, 1871, tomo II, pág. 276).
Lucas 2:8-11 muestra que había pastores en los campos de noche cuando nació Jesús. El libro Daily Life in the Time of Jesus (La vida diaria en los días de Jesús) declara: “Los rebaños [...] pasaban el invierno bajo cubierta; y de esto en sí mismo se puede ver que no es probable que la fecha tradicional para la Navidad, en el invierno, sea correcta, dado que el Evangelio dice que los pastores estaban en los campos” (Nueva York, 1962, Henri Daniel-Rops, pág. 228).
The Encyclopedia Americana nos informa: “La razón para establecer el 25 de diciembre como la Navidad no está muy clara, pero por lo general se sostiene que se escogió el día porque correspondía con las fiestas paganas que se celebraban alrededor del tiempo del solsticio de invierno, cuando los días empiezan a alargarse, para celebrar el ‘renacimiento del Sol’. [...] Las saturnales romanas (una fiesta dedicada a Saturno, el dios de la agricultura, y al poder renovado del Sol), también tenían lugar en este tiempo, y se cree que algunas costumbres navideñas tengan sus raíces en esta antigua celebración pagana” (1977, tomo 6, pág. 666).
La New Catholic Encyclopedia reconoce esto: “No se conoce la fecha del nacimiento de Cristo. Los Evangelios no indican ni el día ni el mes. [...] De acuerdo con la hipótesis que sugiere H. Usener [...] y que la mayoría de los escriturarios de hoy aceptan, se asignó al nacimiento de Cristo la fecha del solsticio de invierno (el 25 de diciembre en el calendario juliano, 6 de enero en el egipcio), porque en este día, a medida que el Sol empezaba a regresar a los cielos norteños, los devotos paganos de Mitra celebraban el dies natalis Solis Invicti (natalicio del Sol Invicto). El 25 de diciembre de 274 Aurelio había proclamado al dios solar el patrón principal del imperio, y le había dedicado un templo en el Campo de Marte. La Navidad se originó en un tiempo en que el culto del Sol era especialmente dominante en Roma” (1967, tomo III, pág. 656).
★Los magos dirigidos por una estrella
Aquellos magos eran en realidad astrólogos del oriente (Mat. 2:1, 2, NM; BD). Aunque la astrología es popular entre muchas personas hoy, la Biblia desaprueba enérgicamente esta práctica. (Véanse “Destino (Hado)”.) ¿Habría conducido Dios hacia el recién nacido Jesús a personas cuyas prácticas condenaba?
Mateo 2:1-16 muestra que la estrella condujo a los astrólogos primero hacia el rey Herodes y luego hacia Jesús, y que Herodes entonces procuró que se diera muerte a Jesús. No se menciona que nadie además de los astrólogos haya visto la “estrella”. Después que ellos partieron, el ángel de Jehová advirtió a José que huyera a Egipto para proteger al niño. ¿Fue aquella “estrella” una señal procedente de Dios, o provino de alguien que procuraba la aniquilación del Hijo de Dios?
Note que el registro bíblico no dice que ellos hallaron al infante Jesús en un pesebre, como por costumbre se pinta en el arte navideño. Cuando los astrólogos llegaron, Jesús vivía en una casa con sus padres. En cuanto a la edad de Jesús entonces, recuerde que Herodes, basándose en lo que había llegado a saber mediante los astrólogos, decretó que se aniquilara a todos los niños varones del distrito de Belén que tuvieran dos años de edad o menos. (Mat. 2:1, 11, 16.)
★El dar regalos como parte de la celebración; los cuentos acerca de San Nicolás, Papá Noel, etc.
los magos. Como se muestra arriba, ellos no llegaron cuando Jesús nació. Además, no se dieron regalos unos a otros, sino que los dieron al niño Jesús, en armonía con lo que se acostumbraba en aquel entonces al visitar a personas notables.
The Encyclopedia Americana declara: “Durante las saturnales [...] predominaba el banquetear, y se intercambiaban regalos” (1977, tomo 24, pág. 299). En muchos casos, esto representa el espíritu del dar navideño... el intercambio de regalos. El espíritu que se refleja en dicha costumbre de dar regalos no trae verdadera felicidad, porque viola principios cristianos, como los que se encuentran en Mat. 6:3, 4 y 2 Corintios 9:7. Ciertamente el cristiano puede dar regalos a otras personas en otras ocasiones durante el año para expresar su amor, y puede hacerlo cuantas veces quiera.
Según el lugar donde los niños vivan, se les dice que reciben los regalos de Santa Claus, San Nicolás, Papá Noel, Père Noël, Knecht Ruprecht, los reyes magos, el duende Jultomten (o Julenissen), o una bruja llamada la Befana (The World Book Encyclopedia, 1984, tomo 3, pág. 414). Por supuesto, ninguno de esos cuentos es realmente verídico. ¿Cultiva en los niños un respeto por la verdad el relatarles tales cuentos, y honra dicha práctica a Jesucristo, quien enseñó que a Dios hay que adorarlo con verdad? (Juan 4:23, 24.)
¿Es apropiado que un testigo de Jehová asista a la boda de un pariente o conocido que no sea Testigo? Las bodas son ocasiones alegres, y es normal que el cristiano quiera disfrutar de esa alegría. Por supuesto, si se invita a menores, estos deben obedecer a sus padres o tutores, quienes tienen derecho a decidir si se asistirá o no (Efesios 6:1-3). Pero ¿qué hay si un esposo, que no es testigo de Jehová, pide a su esposa cristiana que lo acompañe a una boda que se celebrará en una iglesia? Tal vez a ella la conciencia le permita asistir solo como observadora, resuelta a no tomar parte en ningún acto religioso.
En realidad, asistir a una boda o no es una decisión personal. Sin embargo, cada cristiano debe recordar que es responsable ante Jehová, y que hay varios principios bíblicos que debe analizar a la hora de determinar si estará presente en la boda de alguien que no es Testigo. Lo más importante para el cristiano debe ser contar con la aprobación divina. Jesús dijo: “Dios es un Espíritu, y los que lo adoran tienen que adorarlo con espíritu y con verdad” (Juan 4:24). Por eso, los testigos de Jehová no participan en actividades interconfesionales, como oraciones, ritos o ceremonias que estén en pugna con la verdad bíblica (2 Corintios 6:14-17).
El cristiano reconoce que su decisión también podría afectar a otras personas. Si decide asistir, ¿se ofenderán sus familiares si no participa de lleno en el festejo de la boda? También hay que tomar en cuenta el posible efecto que su decisión tendrá en la congregación (Romanos 14:13). Incluso si a él o a otros miembros de su familia no les parece mal ir a una boda de ese tipo, ¿perturbaría de algún modo esta decisión a sus hermanos espirituales? ¿Ofendería la conciencia de alguien?
Además, en las ceremonias de bodas de parientes que no son Testigos pueden surgir situaciones incómodas. Por ejemplo: ¿qué hará usted si se le pide que forme parte del séquito nupcial? O ¿cómo responderá si su cónyuge no es Testigo y desea participar en todas las actividades de la boda? Si se trata de una ceremonia civil dirigida por un juez o un funcionario, quizá lo único que usted tenga que hacer sea presenciar un procedimiento jurídico.
No obstante, surgen otras cuestiones cuando la ceremonia se celebra en un edificio eclesiástico o la dirige un sacerdote o un pastor. Puede que usted, en ese caso, decida no asistir a fin de seguir los dictados de su conciencia educada por la Biblia. Así evitará transigir en sus convicciones religiosas o hacer algo que tal vez abochorne a los novios y sus parientes (Proverbios 22:3). Pudiera ahorrarse mucha tensión —y ahorrársela también a su familia— si explica de antemano sus convicciones bíblicas e indica hasta qué grado está dispuesto a participar, o si sugiere algunos cambios en los planes de la boda.
Tras analizar con cuidado todos los factores, tal vez el cristiano decida que no sería inapropiado asistir solo como observador a una boda de un pariente o conocido que no sea Testigo. Pero si cree que pudiera sentirse tentado a ser desleal a los principios divinos, quizás concluya que el riesgo es mayor que los posibles beneficios. Si opta por no ir a la ceremonia, pero acepta la invitación de asistir a las actividades posteriores, debe resolverse a hacer “todas las cosas para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31). Al tomar este tipo de decisiones, “cada uno llevará su propia carga de responsabilidad” (Gálatas 6:5). Prescindiendo de lo que haga, recuerde que lo primordial es mantener una buena conciencia ante Jehová Dios. ★¿Qué tienen de malo las costumbres navideñas? - (1-12-2015-Pg.15)
¿Cómo se originó la festividad de los santos inocentes? En una época muy temprana la cristiandad comenzó a considerar a los niños muertos por Herodes en Belén como los primeros mártires. Así nació la festividad de los santos inocentes, celebrada en la Iglesia Griega el 29 de diciembre (calendario juliano) y en la Iglesia Latina el 28 de diciembre. Sin embargo, un mártir es “alguien que ha sufrido o muerto por sus convicciones cristianas”. En consecuencia, esta palabra difícilmente se le puede aplicar a los niños menores de dos años.
★¿Qué sirve de base de la fiesta de los “espíritus de los difuntos”? - (rs-Pg.115)
Año que seguía a cada ciclo de siete períodos de siete años, contando desde la entrada de Israel en la Tierra Prometida. La palabra hebrea yoh·vél (o yo·vél) significa “cuerno de carnero”, y se refiere al toque del cuerno de carnero durante el año quincuagésimo para proclamar libertad por toda la tierra. (Le 25:9, 10, nota; véase CUERNO.)
Una vez en la Tierra Prometida, la nación de Israel tenía que contar seis años, durante los cuales la tierra se sembraba, cultivaba y segaba, pero el séptimo año tenía que ser un año sabático, durante el cual la tierra debía dejarse en barbecho. En el séptimo año no se podía sembrar ni podar. Ni siquiera se podía segar lo que crecía de los granos caídos durante la cosecha del año anterior ni recoger las uvas de una vid sin podar. El grano y la fruta que creciesen por sí solos estarían disponibles para el dueño, sus esclavos, sus trabajadores asalariados, los residentes forasteros y los pobres. También los animales domésticos y las bestias salvajes podían comer de ello. (Le 25:2-7; Éx 23:10, 11.) Había que contar siete períodos de siete años (7 × 7 = 49), y el año siguiente, el quincuagésimo, sería un año de Jubileo.
El Jubileo tenía las mismas características que el año sabático. La tierra recibía de nuevo un descanso completo. Aplicaban las mismas reglas al producto de la tierra. (Le 25:8-12.) Esto significaba que la producción del año cuarenta y ocho de cada ciclo de cincuenta años sería la principal fuente de alimento para aquel año, para los dos años siguientes y para algún tiempo más, hasta la cosecha del año cincuenta y uno, el año después del Jubileo. Debido a la bendición especial de Jehová, en el año sexto se recogía una cosecha suficiente para suministrar alimento a lo largo del año sabático. (Le 25:20-22.) De igual manera, Dios proveía una cosecha abundante y suficiente en el año cuarenta y ocho para abastecer a la nación durante todo el año sabático, el Jubileo que llegaba al año siguiente y hasta la cosecha del próximo año, siempre y cuando los judíos observasen su Ley.
El Jubileo era en cierto sentido un año completo de fiesta, un año de libertad. Su observancia demostraría la fe de Israel en su Dios Jehová, y sería un tiempo de acción de gracias y felicidad por sus provisiones.
En el décimo día del séptimo mes (mes de Tisri), el Día de Expiación, se hacía sonar el cuerno (schoh·fár, o scho·fár, un cuerno curvo de animal), proclamando libertad por toda la tierra. Esto significaba libertad para los esclavos hebreos, muchos de los cuales se habían vendido debido a una deuda. Tal liberación por lo general no llegaría hasta el séptimo año de servidumbre (Éx 21:2), pero el Jubileo daba libertad incluso a los que todavía no habían servido seis años. Se devolvía toda herencia de tierra que se hubiese vendido, por lo general debido a reveses económicos, y cada hombre volvía a su familia y a su posesión ancestral. Ninguna familia tenía por qué hundirse de forma permanente en la pobreza completa. Toda familia merecía honor y respeto. Incluso aquel que derrochase sus bienes no privaría para siempre de su herencia a su posteridad. Después de todo, la tierra en realidad era de Jehová, y, desde Su punto de vista, los israelitas mismos eran residentes forasteros y pobladores. (Le 25:23, 24.) Si la nación guardaba las leyes de Dios, entonces, como Él había dicho, “nadie debería llegar a ser pobre entre ti”. (Le 25:8-10, 13; Dt 15:4, 5.)
Por causa de la ley del Jubileo, no se podía vender a perpetuidad ninguna porción de tierra. Dios dispuso que si un hombre vendía una porción de tierra de su posesión hereditaria, el precio de venta se calculase en armonía con la cantidad de años que quedaban hasta el Jubileo. El mismo procedimiento se aplicaba en el caso de que el dueño recomprara su porción hereditaria. De hecho, cuando se vendía una parte de la tierra, en realidad solo se cedía el uso de ella, así como su producto, durante los años que pasasen hasta el año de Jubileo. (Le 25:15, 16, 23-28.) Esto aplicaba a las casas de los poblados que no tenían murallas, a las que se consideraba como campo abierto, pero las casas de las ciudades amuralladas no estaban incluidas en la propiedad que se devolvía en el Jubileo. Las casas de los levitas eran una excepción, ya que sus únicas posesiones eran las casas y las dehesas alrededor de las ciudades levitas. A ellos se les devolvían sus casas en el Jubileo; las dehesas de las ciudades levitas no se podían vender. (Le 25:29-34.)
La maravillosa institución del año de Jubileo se puede apreciar mejor si se consideran no solo los beneficios que obtenían los israelitas individualmente, sino el efecto que tenía en la nación en conjunto. Cuando se observaba debidamente el Jubileo, en ese año la nación quedaba restaurada por completo a la debida condición teocrática que Dios se propuso y estableció en un principio. El gobierno tenía una base sólida. La economía nacional siempre permanecería estable y la nación no tendría deudas pesadas. (Dt 15:6.) El Jubileo proporcionaba una norma estable para los valores de la tierra y también impedía una gran deuda interna, con la consiguiente falsa prosperidad, que ocasionaría inflación, deflación y depresión comercial.
La observancia rigurosa de la ley del Jubileo impediría que la nación cayera en la triste condición que observamos actualmente en muchos países, en los que prácticamente priman dos clases de personas: las extremadamente pobres y las muy adineradas. Estos beneficios para el individuo fortalecían la nación, pues nadie se vería desvalido y aplastado por la falta de productividad debido a una mala situación económica, sino que todos podrían contribuir con sus talentos y habilidades para el bien de la nación. Gracias a las bendiciones de Jehová sobre las cosechas y a la educación que se proporcionaba, mientras Israel fuese obediente, disfrutaría del gobierno y la prosperidad perfectos que solo una verdadera teocracia podría lograr. (Isa 33:22.)
En los años sabáticos se leía la Ley al pueblo, en especial durante la fiesta de las cabañas o de la recolección. (Dt 31:10-12.) De ese modo se les ayudaba a acercarse más a Jehová y a mantener la libertad que el Jubileo les otorgaba. Jehová advirtió a los israelitas que sufrirían calamidad si eran desobedientes y repetidamente pasaban por alto sus leyes, entre las que se contaban la observancia de los años sabáticos y de Jubileo. (Le 26:27-45.)
Empezando a contar los años cuando los israelitas entraron en la Tierra Prometida, su primer año de Jubileo empezó en Tisri de 1424 a.E.C. (Le 25:2-4, 8-10.) Desde la entrada en la Tierra Prometida, en 1473 a.E.C., hasta la caída de Jerusalén, en 607 a.E.C., los israelitas estaban obligados a celebrar diecisiete Jubileos. Pero es triste observar en su historia que no apreciaron el tener a Jehová como Rey. Con el tiempo violaron sus mandamientos, incluidas las leyes en cuanto al sábado, y perdieron las bendiciones que Él tenía preparadas para ellos. Debido a su comportamiento, el nombre de Dios se vituperó ante las naciones del mundo y no pudieron gozar de la excelencia de su gobierno teocrático. (2Cr 36:20, 21.)
Significado simbólico. En las Escrituras Griegas Cristianas se hace referencia a un significado simbólico del Jubileo. Jesucristo dijo que vino a “predicar una liberación a los cautivos”. (Lu 4:16-18.) Más tarde dijo con respecto a la liberación de la esclavitud al pecado: “Si el Hijo los liberta, serán realmente libres”. (Jn 8:36.) Como a los cristianos ungidos por espíritu se les declaró justos para la vida y se les engendró como hijos de Dios a partir del Pentecostés de 33 E.C., el apóstol Pablo pudo escribir más tarde: “La ley de ese espíritu que da vida en unión con Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte”. (Ro 8:2.) Durante el reinado de mil años de Cristo, otros también ‘serán libertados de la esclavitud a la corrupción’ y, después de haberse mostrado leales bajo prueba, ‘tendrán la gloriosa libertad de los hijos de Dios’. (Ro 8:19-21.) Serán libertados del pecado heredado y de la muerte a la que este conduce. La custodia de la misma Tierra se devolverá a los verdaderos adoradores, para que la cuiden en armonía con el propósito original de Jehová para la humanidad. (Apo 21:4; Gé 1:28; Isa 65:21-25.)
Dios mandó a Israel que cada luna nueva, es decir, aquella que marcaba el comienzo de los meses del calendario judío, hubiese toques de trompeta con motivo de las ofrendas quemadas y de los sacrificios de comunión. (Nú 10:10.) En esos días se tenían que ofrecer sacrificios especiales, además del sacrificio diario continuo. La ofrenda de la luna nueva consistía en una ofrenda quemada de dos toros, un carnero y siete corderos de un año de edad, con las correspondientes ofrendas de grano y vino, y además un cabrito como ofrenda por el pecado. (Nú 28:11-15.)
En el Pentateuco esto era todo lo que se mandaba en cuanto a su observancia, pero con el tiempo la celebración de la luna nueva llegó a ser una fiesta nacional importante. En Isaías 1:13, 14 se coloca esta fiesta al mismo nivel que los sábados y los períodos de fiesta. Por lo menos para el tiempo de los profetas posteriores, el pueblo no se ocupaba de los asuntos comerciales en los días de luna nueva, como se indica en Amós 8:5. Con este proceder, iban más allá de lo que las Escrituras requerían para estos días. Aun así, como lo muestran los dos últimos textos citados, la observancia judía de la luna nueva se había convertido en un mero formalismo, odioso a los ojos de Jehová.
El día de la luna nueva era especialmente propicio para reunirse y disfrutar de un ambiente festivo. Esto parece desprenderse del comentario de Saúl cuando David no se presentó a comer a su mesa en ese día señalado. Saúl dijo para sí: “Algo ha pasado de modo que no está limpio, pues no se ha limpiado”. (1Sa 20:5, 18, 24, 26.) Si bien en la celebración de la luna nueva se permitían algunos trabajos que estaban prohibidos en sábado, no obstante, ese era un día para la consideración de asuntos espirituales. El pueblo solía congregarse (Isa 1:13; 66:23; Sl 81:3; Eze 46:3) o ir a ver a los profetas u hombres de Dios. (2Re 4:23.)
La observancia del día de la luna nueva no tenía nada que ver con el culto a la luna, práctica frecuente entre algunas naciones paganas, ni tenía relación alguna con la astrología. (Jue 8:21; 2Re 23:5; Job 31:26-28.)
Isaías escribió acerca de un tiempo futuro en el que toda carne se congregaría para inclinarse ante Jehová en los días de luna nueva. (Isa 66:23.) Durante el exilio babilonio, Jehová le dio al profeta Ezequiel una visión de un templo y le dijo: “En lo que respecta a la puerta del patio interior que mira al este, debe continuar cerrada durante los seis días de trabajo, y en el día del sábado debe ser abierta, y en el día de la luna nueva debe ser abierta. Y la gente de la tierra tiene que inclinarse en la entrada de aquella puerta en los sábados y en las lunas nuevas, delante de Jehová”. (Eze 46:1, 3.)
Hoy los judíos celebran la luna nueva con ceremonias muy minuciosas y conceden a esta fiesta mucha importancia. Sin embargo, a los cristianos se les dice que no están obligados a observar una luna nueva o un sábado, pues solo son parte de la “sombra de las cosas por venir”, en tanto que la realidad de estas cosas se encuentra en Cristo Jesús. Las fiestas del Israel carnal tienen un significado simbólico y encuentran su cumplimiento en muchas de las bendiciones que Dios da por medio de su Hijo. (Col 2:16, 17.)
La Pascua se instituyó la noche anterior al éxodo de Egipto. La primera Pascua se observó el 14 de Abib (posteriormente llamado Nisán, marzo-abril en el calendario gregoriano) del año 1513 a. E.C. sobre el tiempo de la luna llena, pero ese nombre también se aplicaba a todo el período festivo de ocho días. A partir de entonces tenía que celebrarse todos los años. (Éx 12:17-20, 24-27.) La Pascua iba seguida de los siete días de la fiesta de las tortas no fermentadas, del 15 al 21 de Nisán. Conmemoraba la liberación de los israelitas de Egipto y el hecho de que Jehová ‘pasase por alto’ a sus primogénitos cuando aniquiló a los primogénitos egipcios. Coincidía con el principio de la cosecha de la cebada. (Éx 12:14, 24-47; Le 23:10.)
Era una celebración conmemorativa, y por eso el mandato bíblico decía: “Y tiene que suceder que cuando sus hijos les digan: ‘¿Qué significa este servicio para ustedes?’, entonces tienen que decir: ‘Es el sacrificio de la pascua a Jehová, que pasó por alto las casas de los hijos de Israel en Egipto cuando plagó a los egipcios, pero libró nuestras casas’”. (Éx 12:26, 27.)
Debido a que para los judíos el día comenzaba después de la puesta del Sol y finalizaba con la puesta del Sol del día siguiente, el 14 de Nisán empezaría después de la puesta del Sol. Por lo tanto, la Pascua se observaría la noche que seguía a la terminación del 13 de Nisán. Como la Biblia dice específicamente que Cristo es el sacrificio de la Pascua (1Co 5:7) y que observó la cena de la Pascua la noche antes de morir, la fecha de su muerte tuvo que ser el 14 de Nisán, no el 15, a fin de cumplir exactamente con el elemento tiempo del tipo o sombra provisto en la Ley. (Heb 10:1.)
Las leyes sobre su observancia. Cada familia tenía que escoger un macho sano de un año de edad de entre las ovejas o las cabras. Se introducía en la casa el décimo día del mes de Abib y se guardaba hasta el decimocuarto. Luego se degollaba y se salpicaba su sangre sobre los postes de la puerta y la parte superior de la entrada de la morada en donde había de comerse (no sobre el umbral, pues se pisaría la sangre).
El cordero (o la cabra) se degollaba y desollaba, luego se lavaban sus partes interiores, se volvían a colocar en su lugar y se asaba bien, sin quebrarle hueso alguno. (2Cr 35:11; Nú 9:12.) Si en la casa no eran suficientes para consumir el animal entero, tenía que compartirse con unos vecinos y comerlo aquella misma noche. Todas las sobras que hubiese debían quemarse antes de la mañana. (Éx 12:10; 34:25.) El cordero (o la cabra) se comía con tortas no fermentadas, el “pan de aflicción”, y con verduras amargas, pues su vida había sido amarga durante la esclavitud. (Éx 1:14; 12:1-11, 29, 34; Dt 16:3.)
¿A qué se refiere la expresión “entre las dos tardes”? Los israelitas contaban los días de anochecer a anochecer, por lo que el día de la Pascua empezaría al anochecer del día 13 de Abib (Nisán). Había que degollar al animal “entre las dos tardes”. Hay diferencias de opinión en cuanto al tiempo exacto al que se refería dicha expresión. Según algunas autoridades, así como según los judíos caraítas y los samaritanos, este período de tiempo transcurre desde la puesta del Sol hasta que oscurece por completo. Sin embargo, los fariseos y los rabinistas lo veían de otra manera: la primera tarde era cuando el Sol empezaba a descender y la segunda, cuando se consumaba la puesta del Sol. Debido a este último punto de vista, los rabinos sostienen que el cordero se degollaba al tiempo del ocaso del día 14, no cuando este empezaba, y por lo tanto la cena de la Pascua se comía en realidad el 15 de Nisán.
Los profesores Keil y Delitzsch comentan sobre este punto: “Desde una fecha muy temprana los judíos han tenido diferentes opiniones en cuanto al período de tiempo exacto que indicaba esta expresión. Aben Ezra concuerda con los caraítas y los samaritanos en considerar que la primera tarde era cuando el Sol se escondía bajo el horizonte y la segunda, la oscuridad total; en ese caso, ‘entre las dos tardes’ sería desde las seis hasta las siete y veinte [...]. Según la opinión rabínica, cuando el Sol empezaba a descender, es decir, de tres a cinco, era la primera tarde, y la puesta del Sol, la segunda; así que ‘entre las dos tardes’ era desde las tres hasta las seis. Los comentaristas modernos se han decantado con acierto a favor del punto de vista de Aben Ezra y la costumbre de los caraítas y los samaritanos”. (Commentary on the Old Testament, 1973, vol. 1, “The Second Book of Moses”, pág. 12; véase DÍA.)
Los hechos expuestos anteriormente y, en especial, textos como Éxodo 12:17, 18; Levítico 23:5-7 y Deuteronomio 16:6, 7, permiten concluir que la expresión “entre las dos tardes” aplica al tiempo transcurrido entre la puesta del Sol y la noche cerrada. De modo que la Pascua se comía bastante tiempo después de la puesta del Sol con la que empezaba el 14 de Nisán, puesto que tomaba bastante tiempo degollar, despellejar y asar bien el animal. En Deuteronomio 16:6 se daba el mandato: “Debes sacrificar la pascua por la tarde, luego que se ponga el sol”; Jesús y sus apóstoles observaron la cena de Pascua “cuando hubo anochecido” (Mr 14:17; Mt 26:20); Judas salió inmediatamente después de la observancia de la Pascua, “y era de noche” (Jn 13:30); cuando Jesús observó la Pascua con sus doce apóstoles, debieron conversar bastante; además, el que Jesús lavase los pies de los apóstoles también ocuparía algún tiempo. (Jn 13:2-5.) Por lo tanto, resulta obvio que la institución de la cena del Señor tuvo lugar bastante tarde. (Véase CENA DEL SEÑOR.)
En la Pascua que se celebró en Egipto, el encargado de degollar el cordero (o la cabra) en cada hogar era el cabeza de familia, y todos tenían que permanecer dentro de la casa para evitar que el ángel los ejecutase. Debían comer la Pascua de pie, con sus caderas ceñidas, báculo en mano y las sandalias puestas, a fin de estar preparados para un largo viaje sobre terreno escabroso (a menudo hacían su trabajo cotidiano descalzos). A medianoche todos los primogénitos egipcios fueron muertos, pero el ángel pasó por alto las casas sobre las que se había salpicado la sangre. (Éx 12:11, 23.) Toda casa egipcia donde había un primogénito varón se vio afectada, desde la del propio Faraón hasta la del prisionero. No murieron los que eran cabezas de una casa, aunque fueran ellos mismos primogénitos, sino todo primogénito varón que estaba bajo un cabeza de familia, además del primogénito macho de los animales. (Éx 12:29, 30; véase PRIMOGÉNITO.)
Aunque las diez plagas de Egipto fueron un juicio contra los dioses de Egipto, la décima, la muerte de los primogénitos, lo fue en especial. (Éx 12:12.) Como el carnero era el animal sagrado del dios Ra, el salpicar la sangre del cordero pascual en las jambas de las puertas habría sido una blasfemia a los ojos de los egipcios. El toro también era sagrado, de ahí que la muerte de sus primogénitos asestaría un golpe al dios Osiris. Y a Faraón mismo se le veneraba como el hijo de Ra, por lo que la muerte de su primogénito pondría de manifiesto la impotencia tanto de Ra como de Faraón.
En el desierto y en la Tierra Prometida. Solo se registra una celebración de la Pascua en el desierto. (Nú 9:1-14.) El que no se celebrara con regularidad la Pascua durante ese período probablemente se debió a dos razones: 1) Las instrucciones originales de Jehová eran que debían observarla cuando llegasen a la Tierra Prometida. (Éx 12:25; 13:5.) 2) Los nacidos en el desierto no se habían circuncidado (Jos 5:5), mientras que todos los varones que participaran de la Pascua tenían que ser circuncisos. (Éx 12:45-49.)
Pascuas registradas. Las Escrituras Hebreas registran de manera específica las siguientes pascuas: 1) en Egipto (Éx 12); 2) en el desierto de Sinaí, el 14 de Nisán de 1512 a. E.C. (Nú 9); 3) en Guilgal, en 1473 a. E.C., una vez que llegaron a la Tierra Prometida y después de haber circuncidado a todos los varones (Jos 5); 4) cuando Ezequías restableció la adoración verdadera (2Cr 30); 5) la Pascua de Josías (2Cr 35), y 6) la que celebró Israel después de regresar del exilio en Babilonia (Esd 6). Asimismo, en 2 Crónicas 35:18 se hace mención de pascuas celebradas en los días de Samuel y durante la época de los reyes. Después que los israelitas se establecieron en la tierra, la fiesta de la Pascua se observó ‘en el lugar que escogió Jehová su Dios para hacer residir allí su nombre’, en lugar de en cada hogar o en sus diversas ciudades. Con el tiempo, el lugar escogido fue Jerusalén. (Dt 16:1-8.)
Añadiduras. Después que Israel se estableció en la Tierra Prometida, se hicieron ciertos cambios y diversas añadiduras en la observancia de la Pascua. No celebraban la fiesta de pie o preparados para un viaje, pues entonces ya estaban en la tierra que Dios les había dado. En el siglo I E.C. acostumbraban a comerla recostados sobre su lado izquierdo, con la cabeza descansando sobre su mano izquierda. Esto explica por qué “ante el seno de Jesús estaba reclinado uno de sus discípulos”. (Jn 13:23.) Cuando se celebró la Pascua en Egipto, no se utilizó vino ni había ningún mandato de Jehová sobre su uso durante la fiesta. Esta costumbre se introdujo más tarde. Jesús no condenó el uso del vino con la comida, sino que lo bebió junto con sus apóstoles, y después les ofreció una copa para que bebiesen de ella cuando introdujo la Conmemoración o Cena del Señor. (Lu 22:15-18, 20.)
Según fuentes judías tradicionales, se usaba vino tinto y se pasaban cuatro copas, aunque podía utilizarse un mayor número de copas según requiriese la ocasión. Durante la comida se cantaban los Salmos 113 al 118, concluyendo con este último. Es probable que fuera uno de estos salmos el que Jesús y sus apóstoles cantaron al concluir la Cena del Señor. (Mt 26:30.)
Costumbres con relación a la Pascua. En Jerusalén se hacían grandes preparativos cuando se acercaba el tiempo de la fiesta, pues era un requisito de la Ley que la observase todo varón israelita y todo varón de los residentes forasteros circuncisos. (Nú 9:9-14.) Esto significaba que muchísimas personas realizarían el viaje a la ciudad con algunos días de anticipación, a fin de limpiarse en sentido ceremonial. (Jn 11:55.) Se dice que aproximadamente un mes antes se enviaban hombres para preparar los puentes y dejar los caminos en buen estado para comodidad de los peregrinos. Como el contacto con un cuerpo muerto dejaba a una persona inmunda, se tomaban precauciones especiales para proteger al viajero. Debido a que era costumbre enterrar a las personas en campo abierto en el caso de que muriesen allí, se blanqueaban las sepulturas un mes antes para que se distinguieran con facilidad. (El Templo: Su ministerio y servicios en tiempo de Cristo, de A. Edersheim, traducción de Santiago Escuain, CLIE, 1990, págs. 235, 236.) Esta costumbre permite entender las palabras que Jesús dirigió a los escribas y fariseos cuando los comparó a “sepulcros blanqueados”. (Mt 23:27.)
Se hacía disponible alojamiento en los hogares para aquellos que iban a Jerusalén con el fin de observar la Pascua. En un hogar oriental se podía dormir en todas las habitaciones y era posible acomodar a varias personas en una misma habitación. También se podía usar la azotea de la casa. Además, hay que tener en cuenta que muchos de los que llegaban para celebrar la fiesta conseguían alojamiento extramuros, especialmente en Betfagué y Betania, dos aldeas situadas en las laderas del monte de los Olivos. (Mr 11:1; 14:3.)
Orden de los sucesos. La cuestión de la contaminación dio lugar a las siguientes palabras: “Ellos mismos no entraron en el palacio del gobernador, para no contaminarse, sino poder comer la pascua”. (Jn 18:28.) Estos judíos creían que el entrar en una morada gentil los contaminaba. (Hch 10:28.) Sin embargo, esta declaración se hizo “temprano en el día”, por consiguiente después de la comida de la Pascua. Hay que tener en cuenta que en aquel tiempo había ocasiones en las que al período entero —que incluía el día de la Pascua y la fiesta de las tortas no fermentadas que iba después— se le llamaba “la Pascua”. A la luz de este hecho, Alfred Edersheim ofrece la siguiente explicación: En la Pascua se hacía una ofrenda de paz voluntaria, y al día siguiente, el 15 de Nisán, es decir, el primer día de la fiesta de las tortas no fermentadas, se hacía otra, una obligatoria. Era esta segunda ofrenda la que los judíos temían no poder comer si se contaminaban en la sala del tribunal de Pilato. (El Templo: Su ministerio y servicios en tiempo de Cristo, 1990, págs. 237, 238.)
“El primer día de las tortas no fermentadas.” Surge otra cuestión relativa a la declaración de Mateo 26:17: “En el primer día de las tortas no fermentadas vinieron los discípulos a Jesús, y dijeron: ‘¿Dónde quieres que preparemos para que comas la pascua?’”.
En esta frase la expresión “el primer día” podría traducirse “el día anterior”. En relación con el uso de la palabra griega que aquí se traduce “primer”, una nota al pie de la página de la Traducción del Nuevo Mundo sobre Mateo 26:17 dice: “O: ‘En el día antes de’. Esta traducción del término gr. [prṓ·tos], seguido por el caso genitivo de la siguiente palabra, concuerda con el sentido y la traducción de una construcción semejante en Jn 1:15, 30, a saber: ‘existió antes [prṓ·tos] que yo’”. De acuerdo con el Greek-English Lexicon, de Liddell y Scott, “[prṓ·tos] se usa [a veces] donde deberíamos esperar [pró·te·ros (que significa “precedente, anterior”)]” (revisión de H. Jones, Oxford, 1968, pág. 1535). En aquel tiempo, se consideraba que el día de la Pascua era el primer día de la fiesta de las tortas no fermentadas. Por lo tanto, a la luz del griego original y en armonía con la costumbre judía, se puede comprender que a Jesús se le formulara la pregunta el día antes de la Pascua.
“Preparación.” En Juan 19:14, hablando de la parte final del juicio de Jesús ante Pilato, el apóstol Juan dice: “Era, pues, la preparación de la pascua; era como la hora sexta [del día, entre las 11 de la mañana y el mediodía]”. Naturalmente, esto fue después de la comida de la Pascua, que se había tomado la noche anterior. Se hallan expresiones similares a estas en los versículos 31 y 42. Aquí la palabra griega pa·ra·skeu·ḗ (de la que viene la española “parasceve”) se traduce “preparación”. Esta palabra no parece referirse al día anterior al 14 de Nisán, sino al día anterior al sábado semanal, que en esta ocasión era “grande”, es decir, no solo era sábado por ser 15 de Nisán, el primer día de la verdadera fiesta de las tortas no fermentadas, sino que también era un sábado semanal. Esto puede entenderse así, porque, como se ha dicho, el término “Pascua” se usaba a veces para referirse a toda la fiesta. (Jn 19:31; véase PREPARACIÓN.)
Significado profético. Cuando el apóstol Pablo exhorta a que las vidas de los cristianos sean limpias, atribuye un significado simbólico a la Pascua, pues dice: “Porque, en realidad, Cristo nuestra pascua ha sido sacrificado”. (1Co 5:7.) En esta ocasión asemeja a Cristo Jesús al cordero pascual. Juan el Bautista señaló a Jesús diciendo: “¡Mira, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!”. (Jn 1:29.) Puede que Juan haya pensado en el cordero pascual; también pudo haber pensado en el carnero que Abrahán ofreció en lugar de su hijo Isaac, o en el cordero que se ofrecía sobre el altar de Dios en Jerusalén todas las mañanas y todas las tardes. (Gé 22:13; Éx 29:38-42.)
Ciertos aspectos de la observancia de la Pascua se cumplieron en Jesús. Un cumplimiento está relacionado con el hecho de que la sangre salpicada sobre las casas de Egipto libró al primogénito de ser muerto a manos del ángel destructor. Pablo dice a este respecto que los cristianos ungidos son la congregación de los primogénitos (Heb 12:23), y que Cristo es su libertador por medio de su sangre. (1Te 1:10; Ef 1:7.) Además, al cordero pascual no debía quebrársele ningún hueso. Asimismo, se había profetizado que a Jesús no se le quebraría ninguno de sus huesos, y se cumplió al tiempo de su muerte. (Sl 34:20; Jn 19:36.) Por lo tanto, la Pascua que los judíos observaron durante siglos fue una de aquellas cosas en que la Ley proveyó una sombra de las cosas por venir y señaló a Jesucristo, “el Cordero de Dios”. (Heb 10:1; Jn 1:29.)
La cena de la Pascua.
Estos eran los alimentos imprescindibles para la cena de la Pascua: 1) cordero asado (no debía rompérsele ningún hueso), 2) pan sin levadura y 3) verduras amargas (Éx 12:5, 8; Nú 9:11). Según la Misná, las verduras amargas podían ser la lechuga, la achicoria, la escarola, el berro o el diente de león. Estas seguramente les recordaban a los israelitas su amarga esclavitud en Egipto. Jesús usó el pan sin levadura para representar su cuerpo perfecto (Mt 26:26). Y el apóstol Pablo comparó a Jesús con un cordero cuando lo llamó “nuestra pascua” (1Co 5:7).
En el siglo primero también se servía 4) vino durante esta cena. Jesús usó el vino para representar su sangre, que sería derramada como sacrificio (Mt 26:18; 26:27, 28; Mr 14:12).
Nombre que se usó en las Escrituras Griegas Cristianas para designar “la fiesta de la cosecha” (Éx 23:16) o “de las semanas” (Éx 34:22), conocida también como “el día de los primeros frutos maduros”. (Nú 28:26.) Las instrucciones sobre esta fiesta se hallan en Levítico 23:15-21, Números 28:26-31 y Deuteronomio 16:9-12. Tenía que celebrarse el quincuagésimo día (Pentecostés significa “[Día] Quincuagésimo”) a partir del 16 de Nisán, el día en que se ofrecía la gavilla de cebada. (Le 23:15, 16.) Se celebraba el 6 de Siván, es decir, cuando había terminado la cosecha de la cebada e iba a empezar la del trigo. (Éx 9:31, 32.)
Los israelitas no podían empezar la cosecha hasta que se hubieran presentado a Jehová las primicias de la cebada el día 16 de Nisán. Por lo tanto, en Deuteronomio 16:9, 10 se prescribe: “Desde que primero se mete la hoz en el grano en pie comenzarás a contar siete semanas. Entonces tienes que celebrar la fiesta de las semanas a Jehová tu Dios”. Se requería que todo varón estuviese presente en esta celebración, sobre la que también se dijo: “Tienes que regocijarte delante de Jehová tu Dios, tú y tu hijo y tu hija y tu esclavo y tu esclava y el levita que está dentro de tus puertas y el residente forastero y el huérfano de padre y la viuda, que están en medio de ti, en el lugar que Jehová tu Dios escoja para hacer residir allí su nombre”. (Dt 16:11.) Mientras que la observancia de la Pascua era familiar e íntima, la fiesta de la cosecha o Pentecostés era más abierta y hospitalaria, similar en este sentido a la fiesta de las cabañas.
Las primicias de la cosecha del trigo recibían un trato distinto de las primicias de la cebada. Se cocían dos décimas de efá de flor de harina (4,4 l.) con levadura para hacer dos panes. Tenían que ser “de sus moradas”, lo que significaba que eran panes como los que se hacían para uso cotidiano en el hogar y no expresamente para fines sagrados. (Le 23:17.) Junto con esto se presentaban holocaustos (ofrendas quemadas), una ofrenda por la culpa y se ofrecían dos corderos como ofrenda de comunión. El sacerdote ponía en sus manos los panes y los trozos de cordero y los mecía delante de Jehová a fin de significar que los presentaba ante Él. Después que el sacerdote ofrecía los panes y los corderos, llegaban a ser suyos para que los comiese como ofrenda de comunión. (Le 23:18-20.)
El relato de Números 28:27-30 coincide con los relatos correspondientes de Levítico y Deuteronomio en lo que respecta a la ofrenda de comunión, pero difiere ligeramente en las demás ofrendas. En lugar de siete corderos, un toro joven, dos carneros y un cabrito —como en Levítico 23:18, 19—, dice que se tenían que presentarse siete corderos, dos toros jóvenes, un carnero y un cabrito. Los comentaristas judíos opinan que el pasaje de Levítico se refiere al sacrificio que se ofrecía junto con los panes mecidos, y el de Números, al sacrificio correspondiente a la fiesta en sí, de modo que se ofrecían los dos sacrificios. En respaldo de esta conclusión, cuando Josefo habla de los sacrificios del día del Pentecostés, menciona primero los dos corderos de la ofrenda de comunión y luego combina las restantes ofrendas, enumerando tres bueyes, dos carneros (en lugar de tres; tal vez por error de la transcripción), catorce corderos y dos cabritos. (Antigüedades Judías, libro III, cap. X, sec. 6.) Este día era una convocación santa, un día sabático. (Le 23:21; Nú 28:26.)
La fiesta del Pentecostés se celebraba al finalizar la cosecha de la cebada, y era una ocasión gozosa, como lo indicaba la ofrenda de comunión que presentaba la congregación y que se le daba al sacerdote. Esta ofrenda también mostraba que había una relación pacífica con Jehová. Al mismo tiempo, la ofrenda por el pecado les recordaba a los israelitas su pecado y era una petición a Dios para que perdonara y borrara sus culpas. El gran holocausto era una expresión tangible de su gratitud por la generosidad divina y un símbolo de su servicio de toda alma a Dios.
No solo era un día especialmente indicado para que Israel diera gracias a Jehová, sino para recordar a sus hermanos pobres. Después de enumerar las normas que regulaban la fiesta, Jehová mandó: “Y cuando sieguen la mies de su tierra, no debes proseguir hasta completar la orilla de tu campo cuando estés segando, y la rebusca de tu mies no debes recoger. Debes dejarlas para el afligido y para el residente forastero. Yo soy Jehová el Dios de ustedes”. (Le 23:22.) Por lo tanto, los pobres tendrían verdadera razón para dar gracias al Señor y disfrutar de la fiesta junto a todos los demás. Durante esta fiesta también habría muchas ofrendas personales de las primicias de la cosecha.
Según fuentes rabínicas, después del exilio se adoptó la costumbre de que los participantes de la fiesta fueran a Jerusalén el día antes a fin de preparar todo lo necesario para su celebración. Al atardecer, unos toques de trompetas anunciaban que el día de la celebración estaba cerca. (Nú 10:10.) El altar de los holocaustos se limpiaba, y las puertas del templo se abrían inmediatamente después de la media noche para los sacerdotes y para quienes llevaban al patio los sacrificios para los holocaustos y las ofrendas de gracias a fin de que los sacerdotes los examinasen. Alfred Edersheim explica: “Antes del sacrificio de la mañana los sacerdotes tenían que examinar todas las ofrendas para holocausto y de paces que el pueblo quisiera traer a la fiesta. Por muchos que fueran, tiene que haber sido un tiempo de trabajo enorme, hasta que el anuncio de que el resplandor de la mañana se extendía a Hebrón ponía fin a todos estos preparativos, dando la señal para el sacrificio matutino normativo”. (El Templo: Su ministerio y servicios en tiempo de Cristo, traducción de Santiago Escuain, CLIE, 1990, pág. 283.)
Después de ofrecerse el sacrificio matutino habitual, se llevaban los sacrificios para la celebración mencionados en Números 28:26-30. Luego, la ofrenda propia del Pentecostés: los panes mecidos y los sacrificios animales. (Le 23:18-20.) Una vez mecidos los panes, el sumo sacerdote tomaba uno, y se dividía el segundo entre los sacerdotes que oficiaban.
Significado simbólico de la fiesta. En el Pentecostés del año 33 E.C. Jesucristo derramó el espíritu santo sobre unos 120 discípulos reunidos en un cuarto superior de Jerusalén. (Hch 1:13-15.) Jesús había resucitado el 16 de Nisán —durante la fiesta de las tortas no fermentadas—, el día en que el sumo sacerdote ofrecía la gavilla de cebada. En sentido figurado, Jesús no estaba leudado, pues la levadura representa el pecado. (Heb 7:26.) En el Pentecostés, en calidad de gran Sumo Sacerdote, Jesús pudo presentar a su Padre Jehová nuevos hijos espirituales: sus fieles seguidores, que habían sido tomados de entre la humanidad pecaminosa y habían aceptado su sacrificio. El derramamiento del espíritu santo de Dios sobre ellos demostró que Él había aceptado el sacrificio humano de Jesús y la presentación que había hecho de sus discípulos —aunque nacidos en pecado— para ser hijos espirituales de Dios. El que en Pentecostés se presentaran ante Jehová dos panes de las primicias del grano indicó que habría más de una persona implicada en su cumplimiento. No obstante, también podría indicar que los futuros seguidores de Jesucristo engendrados por espíritu procederían de dos grupos terrestres: primero, de los judíos naturales circuncisos, y más tarde, de los gentiles, gentes de todas las demás naciones. (Compárese con Ef 2:13-18.)
La tradición judía sostiene que la Ley se dio en el monte Sinaí e Israel llegó a ser un pueblo escogido en la misma fecha en que luego se celebró el Pentecostés. A principios del tercer mes (Siván) los israelitas se reunieron en Sinaí y recibieron la Ley. (Éx 19:1.) Tal como Moisés sirvió de mediador para introducir a Israel en el pacto de la Ley, así Jesucristo, como Mediador del Israel espiritual, introdujo entonces a la nueva nación en el nuevo pacto. El apóstol Pablo compara estos dos acontecimientos cuando dice que bajo las disposiciones del nuevo pacto, los cristianos han sido congregados en una asamblea mucho mayor junto a “un monte Sión y a una ciudad del Dios vivo, a Jerusalén celestial”. (Heb 12:18-24; compárese con Apo 14:1-5.)
Jesús habló del nuevo pacto con sus discípulos la noche de su última Pascua, y justo antes de su ascensión, les indicó que esperasen en Jerusalén hasta recibir el prometido espíritu santo. Luego, como explicó el apóstol Pedro, “debido a que fue ensalzado a la diestra de Dios y recibió del Padre el espíritu santo prometido, él ha derramado esto que ustedes ven y oyen”. (Lu 22:20; Hch 2:33.) La presencia del espíritu de Dios se hizo manifiesta cuando unos 120 discípulos hablaron milagrosamente en diferentes lenguas. Por este medio pudieron oír y comprender “las cosas magníficas de Dios” multitudes de judíos y prosélitos de todo rincón del Imperio romano. (Hch 2:7-11.) Mediante Pedro se predicó por primera vez el bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del espíritu santo, como Jesús había mandado en Mateo 28:19. (Hch 2:21, 36, 38, 39.) Habiendo ascendido al cielo con el valor de su sacrificio, Jesús podía introducir a sus seguidores en el nuevo pacto. (Heb 9:15-26.)
No obstante, esos seguidores, más los 3.000 que se añadieron aquel día (Hch 2:41) y otros que se incorporarían más tarde, no fueron las primeras primicias para Dios; lo fue Jesucristo, que resucitó el 16 de Nisán del año 33 E.C. (1Co 15:23), cuando se mecían las gavillas de cebada. Sus seguidores fueron como las primicias del trigo, una segunda cosecha, “ciertas primicias” de Dios. (Snt 1:18.) Entonces llegaron a ser la nueva nación de Dios, una “raza escogida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo para posesión especial”. (1Pe 2:9.)
¿Por qué a partir del Pentecostés de 33 E.C. los judíos tuvieron que dedicarse a Dios? En 1513 a.E.C., los israelitas de la antigüedad entablaron una relación con Jehová basada en su dedicación a él (Éxodo 19:3-8). A partir de entonces, los judíos nacían en el seno de esa nación dedicada bajo el pacto de la Ley. Pero Jehová eliminó dicho pacto mediante la muerte de Cristo en 33 E.C. (Colosenses 2:14). Desde entonces, los judíos que desearan servir a Dios de manera acepta tenían que dedicarse a él y bautizarse en el nombre de Jesucristo.
¿Que escritores de la Biblia estuvieron presentes el día de Pentecostés del año 33? Es posible que de los ocho hombres que redactaron las Escrituras Griegas Cristianas, seis estuvieran presentes. De acuerdo con el relato de Hechos, Jesús mandó a sus discípulos: “No se retiren de Jerusalén, sino sigan esperando lo que el Padre ha prometido” (Hechos 1:4). Ese mismo relato indica que, siguiendo el mandato de Jesús, tres apóstoles (Mateo, Juan y Pedro) —futuros escritores bíblicos— se reunieron “en el mismo lugar” con otros discípulos, entre quienes se hallaban los medio hermanos de Jesús (Hechos 1:12-14; 2:1-4). Dos de estos últimos, Santiago y Judas, fueron inspirados tiempo después para escribir las cartas que llevan sus nombres (Mateo 13:55; Santiago 1:1; Judas 1).
En su Evangelio, Marcos menciona a un joven que salió huyendo la noche en que arrestaron a Jesús. Parece que este joven era él mismo, pues todos los demás discípulos ya habían abandonado a su Maestro (Marcos 14:50-52). Así pues, es muy posible que Marcos se encontrara entre los primeros discípulos y que estuviera presente cuando se derramó el espíritu santo en Pentecostés.
De los ocho escritores de las Escrituras Griegas, quedan dos por citar: Pablo y Lucas. Pablo todavía no era discípulo de Cristo en el Pentecostés del año 33 E.C. (Gálatas 1:17, 18). Y por lo visto, Lucas tampoco estaba en esa ocasión, pues él mismo no se incluye entre los testigos oculares del ministerio de Jesús (Lucas 1:1-3).
Nombre que designaba el día que precedía al sábado semanal, durante el cual los judíos se preparaban para el sábado.
Cuando Jehová empezó a proveer maná en el desierto, dijo que el sexto día habría de recogerse una porción doble, puesto que el pueblo no debía recoger maná durante el día de sábado, el séptimo día. Por lo tanto, como preparación para el sábado semanal, los judíos recogían y cocían o hervían una cantidad adicional de maná. (Éx 16:5, 22-27.) Con el tiempo, “la víspera del sábado” recibió el nombre de “Preparación”, como indica Marcos. (Mr 15:42.) (De manera algo similar, en alemán, Samstag [sábado] también recibe el nombre de Sonnabend [literalmente, “tarde del Sol”], o “la tarde antes del domingo [Sonntag]”.) El día judío de la Preparación terminaba con la puesta del Sol de lo que actualmente es el viernes, que era cuando empezaba el sábado, pues el día judío iba de atardecer a atardecer.
Durante la Preparación, el pueblo hacía las comidas del día siguiente, o sea, el sábado, y terminaba cualquier otro trabajo urgente que no pudiera esperar hasta después del sábado. (Éx 20:10.) La Ley estipulaba que el cuerpo de un hombre que hubiera sido ejecutado y fijado en un madero “no debería quedarse toda la noche en el madero”. (Dt 21:22, 23; compárese con Jos 8:29; 10:26, 27.) Puesto que Jesús y los que habían sido fijados con él aún estaban en el madero la tarde de la Preparación, era importante para los judíos apresurar su muerte con el fin de que pudiera enterrárseles antes de la puesta del Sol, máxime cuando el nuevo día que empezaba después de la puesta del Sol no solo era un sábado normal (el séptimo día de la semana), sino un sábado “grande”, por coincidir con el 15 de Nisán. (Le 23:5-7; Jn 19:31, 42; Mr 15:42, 43; Lu 23:54.) Josefo citó un decreto de César Augusto que decía que a los judíos “no se los obligará a comparecer ante los tribunales el día sábado ni el día precedente desde las nueve horas”, lo que indica que empezaban a prepararse para el sábado a la hora nona del viernes. (Antigüedades Judías, libro XVI, cap. VI, sec. 2.)
Juan 19:14 dice con respecto a la mañana en que Jesús fue juzgado y compareció ante Pilato, la del 14 de Nisán (el día de la Pascua había empezado la tarde anterior): “Era, pues, la preparación [o Parasceve] de la pascua” (NM, AFEBE, Besson, CEBIHA, CI, DGH, EMN, Ga, Mod, PIB, SA, Str, UN, Val). Algunos comentaristas han entendido que estas palabras significan “preparación para la pascua” o “víspera [o vigilia] de la Pascua”, por lo que ciertas versiones traducen así este versículo o comunican esta idea (BAS; EMN, 1988; FS; NBE; Val, 1960; VP). Sin embargo, estas lecturas darían a entender que todavía no se había celebrado la Pascua, mientras que el relato de los evangelios indica claramente que Jesús y los apóstoles la habían celebrado la noche anterior. (Lu 22:15; Mt 26:18-20; Mr 14:14-17.) Cristo cumplió de manera perfecta las estipulaciones de la Ley, incluido el requisito de celebrar la Pascua el 14 de Nisán. (Éx 12:6; Le 23:5; véase PASCUA.) Al día del juicio y la muerte de Jesús podía considerársele la “preparación de la pascua” en el sentido de que era la preparación de la fiesta de las tortas no fermentadas de siete días de duración, que empezaba al día siguiente. Debido a que en el calendario ambas fiestas estaban muy cerca, el término “pascua” a menudo abarcaba a las dos. El día siguiente al 14 de Nisán siempre era un sábado; además, en el año 33 E.C. el 15 de Nisán coincidió con el día de sábado semanal, lo que lo convirtió en un sábado “grande” o doble.
Esta fiesta comenzaba el 15 de Nisán, el día después de la Pascua, y duraba siete días, hasta el 21 de Nisán. (Véase PASCUA.) Su nombre proviene de las tortas no fermentadas (heb. mats-tsóhth), el único pan que estaba permitido comer durante los siete días de la fiesta. El pan sin fermentar se amasa con agua pero sin levadura, y ha de prepararse rápidamente para evitar la fermentación.
El primer día de la fiesta de las tortas no fermentadas era una asamblea solemne y tenía carácter sabático. En el segundo día, el 16 de Nisán, se le llevaba al sumo sacerdote una gavilla de las primicias de la cosecha de la cebada, la primera que maduraba en Palestina. Antes de esta fiesta no podía comerse grano nuevo ni pan ni grano tostado de la nueva cosecha. El sumo sacerdote presentaba simbólicamente tales primicias a Jehová meciendo una gavilla de grano, mientras se ofrecía un carnero sano en su primer año como ofrenda quemada junto con una ofrenda de grano mojado ligeramente con aceite y una libación. (Le 23:6-14.) No había ningún mandato en cuanto a quemar grano o harina sobre el altar, como más tarde hicieron los sacerdotes. No se hacía únicamente una ofrenda nacional de las primicias, sino que también se estipulaba que toda familia y toda persona que tuviera una posesión en Israel ofreciera sacrificios de acción de gracias durante esta ocasión festiva. (Éx 23:19; Dt 26:1, 2; véase PRIMICIAS.)
Significado. El que en esta ocasión se comiesen tortas no fermentadas estaba de acuerdo con las instrucciones que Jehová le había dado a Moisés, según se registran en Éxodo 12:14-20, en las que se incluye el siguiente mandato de estricto cumplimiento (versículo 19): “Por siete días no ha de hallarse masa fermentada en sus casas”. En Deuteronomio 16:3 se llama a las tortas no fermentadas el “pan de aflicción”, y para los israelitas eran un recordatorio anual de su apresurada salida de la tierra de Egipto (cuando no tuvieron tiempo de que fermentara la masa de sus panes [Éx 12:34]). De esta forma, recordaban el estado de aflicción y esclavitud del que Israel había sido liberado, como Jehová mismo había dicho: “Para que todos los días de tu vida recuerdes el día en que saliste de la tierra de Egipto”. La conciencia de su libertad nacional y el reconocimiento de Jehová como su Libertador constituían un trasfondo adecuado para la primera de las tres grandes fiestas anuales de los israelitas. (Dt 16:16.)
Su observancia preexílica. En el registro bíblico hay tres referencias a la celebración de la fiesta de las tortas no fermentadas poco después de la entrada en la Tierra Prometida y antes del cautiverio babilonio. Ahora bien, el hecho de que no haya ninguna otra referencia no significa que no se celebrara en otras ocasiones. En realidad, la primera de las tres referencias es un comentario general sobre todas las festividades y las disposiciones de Salomón para su celebración. (2Cr 8:12, 13.)
En las otras dos referencias concurren circunstancias de gran singularidad. Una tiene que ver con la reanudación de la fiesta de las tortas no fermentadas después de un período de abandono. Esta recuperación de la fiesta tuvo lugar en el primer año del reinado del fiel Ezequías. Ha de decirse sobre esta celebración que debido a las obras de limpieza y reparación del templo, no tuvieron tiempo suficiente para prepararla y celebrarla el 15 de Nisán, pues las obras terminaron el día 16, por lo que, en atención al precepto legal que así lo estipulaba, la celebraron el mismo día del mes siguiente. (2Cr 29:17; 30:13, 21, 22; Nú 9:10, 11.) Fue una ocasión tan gozosa y reavivó de tal modo el espíritu religioso, que los siete días previstos para la celebración resultaron insuficientes, de modo que se prolongó por otros siete días. (2Cr 30:23.) El rey Ezequías y sus príncipes contribuyeron generosamente 2.000 toros y 17.000 ovejas, con el fin de dar de comer a las multitudes.
Esta celebración marcó el inicio de una gran campaña en contra de la adoración falsa, una campaña que en muchas ciudades se efectuó antes de que todos regresaran a sus casas. (2Cr 30:24; 31:1.) La observancia de esta fiesta trajo la bendición de Jehová sobre los israelitas y los liberó del culto a los demonios. Por otra parte, es un ejemplo notable del buen efecto que tenía en ellos la celebración de las fiestas.
La tercera y última celebración preexílica de la fiesta de las tortas no fermentadas fue la que hizo el rey Josías como parte de su valiente esfuerzo por restaurar la adoración pura de Jehová en Judá. (2Cr 35:1-19.)
Si bien estas son las únicas celebraciones de la fiesta mencionadas específicamente, ha de decirse que con anterioridad a los reyes, los jueces leales y los sacerdotes de Israel habían estado interesados en que se observaran las fiestas. Con el tiempo, David y Salomón dictaron disposiciones pormenorizadas para mantener debidamente ocupado al sacerdocio en relación con las fiestas, y después otros reyes de Judá debieron encargarse de que se celebrasen con periodicidad. En tiempos postexílicos, la fiesta de las tortas no fermentadas se celebró con bastante regularidad.
Su observancia postexílica. Después del regreso de los judíos del cautiverio babilonio a la Tierra Prometida, los profetas de Jehová, Ageo y Zacarías, impulsaron la reconstrucción del templo de Jerusalén hasta terminar la obra. (Esd 5:1, 2.) Finalmente, en 515 a. E.C. se procedió a la dedicación de la casa de Jehová con gran regocijo y con la presentación de los sacrificios correspondientes a la fiesta de las tortas no fermentadas. Esdras 6:22 dice: “Y pasaron a celebrar la fiesta de las tortas no fermentadas siete días con regocijo”.
No obstante, el libro de Malaquías muestra que, a pesar del celo con el que se dio comienzo a la restauración de la adoración verdadera después del exilio babilonio, los sacerdotes se hicieron negligentes, orgullosos e hipócritas. Los oficios realizados en el templo se convirtieron en una parodia, aun cuando la observancia formal de las fiestas continuó. (Mal 1:6-8, 12-14; 2:1-3; 3:8-10.) Posteriormente, Jesús pudo comprobar que los escribas y fariseos se habían entregado a una observancia escrupulosa de los detalles de la Ley, aparte de su apego a sus propias tradiciones. Aunque observaban celosamente las fiestas, entre ellas la fiesta de las tortas no fermentadas, Jesús los condenó abiertamente porque a causa de su hipocresía habían perdido de vista el verdadero significado de aquellas disposiciones que Jehová había decretado para su bendición. (Mt 15:1-9; 23:23, 24; Lu 19:45, 46.)
Significado profético. En Mateo 16:6, 11, 12, Jesucristo explicó el significado simbólico del fermento o la levadura, al advertir a sus discípulos: “Mantengan los ojos abiertos y guárdense de la levadura de los fariseos y saduceos”. Como los discípulos razonaban erróneamente sobre lo que había querido decir, les manifestó claramente: “‘¿Cómo no disciernen que no les hablé acerca de panes? Mas guárdense de la levadura de los fariseos y saduceos.’ Entonces comprendieron que [...] les había dicho que se guardaran [...] de la enseñanza de los fariseos y saduceos”. Lucas, por su parte, menciona otra ocasión en la que Jesús declaró específicamente: “Guárdense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”. (Lu 12:1.)
El apóstol Pablo dio un significado similar a la levadura en relación con la fiesta de las tortas no fermentadas al mencionar el proceder que deberían seguir los cristianos en 1 Corintios 5:6-8: “¿No saben que un poco de levadura hace fermentar toda la masa? Quiten la levadura vieja, para que sean una masa nueva, según estén libres de fermento. Porque, en realidad, Cristo nuestra pascua ha sido sacrificado. Por consiguiente, guardemos la fiesta, no con levadura vieja, ni con levadura de maldad e iniquidad, sino con tortas no fermentadas de sinceridad y verdad”.
El 16 de Nisán, segundo día de la fiesta de las tortas no fermentadas, el sumo sacerdote mecía las primicias de la cosecha de la cebada —la primera cosecha del año—, o lo que podría llamarse las primeras primicias de la tierra. (Le 23:10, 11.) Es significativo que Jesucristo resucitase ese mismo día: el 16 de Nisán del año 33 E.C. El apóstol Pablo compara a Cristo con otros que han de ser resucitados, y dice: “Sin embargo, ahora Cristo ha sido levantado de entre los muertos, las primicias de los que se han dormido en la muerte. [...] Pero cada uno en su propia categoría: Cristo las primicias, después los que pertenecen al Cristo durante su presencia”. Pablo también lo llama: “El primogénito entre muchos hermanos”. (1Co 15:20-23; Ro 8:29; Véase TORTAS.)
Esta fiesta se celebraba el primer día (es decir, la luna nueva) del séptimo mes, Etanim (Tisri). Con ella comenzaba el año seglar para los judíos y, por lo tanto, esta celebración era más importante que la fiesta de la luna nueva de los restantes once meses. Además, el mandato concerniente a la fiesta de las trompetas especifica que debería apartarse como un día de convocación santa, en el que no habría de hacerse ninguna clase de trabajo laborioso.
La fiesta recibe su nombre de este mandato: “Debe ocurrir para ustedes un descanso completo, una conmemoración por el toque de trompeta”. “Debe resultar ser día del toque de trompeta para ustedes.” En este día se presentaban en sacrificio un toro joven, un carnero, siete corderos sanos de un año de edad, una ofrenda de grano de flor de harina mojada ligeramente con aceite y también un cabrito como ofrenda por el pecado. Todo esto se sumaba a las ofrendas diarias constantes, así como a los sacrificios que se hacían especialmente en los días de luna nueva. (Le 23:24; Nú 29:1-6.)
Naturalmente, esta fiesta era importante, no solo porque daba comienzo al año agrícola y laboral, sino porque también el día 10 de ese mismo mes se celebraba el Día de Expiación y poco después, el día 15, daba comienzo la fiesta de las cabañas. Además, en el mes de Etanim (Tisri) se completaba la recogida de la mayor parte de la cosecha del año saliente: la cosecha de la uva para la preparación del vino, que regocija el corazón del hombre, y la cosecha de la aceituna, que, entre otras cosas, se usaba en la alimentación, así como su aceite en la iluminación doméstica y en relación con muchas de las ofrendas de grano. (Sl 104:15.) Sin lugar a dudas, esta fiesta marcaba el comienzo de un mes propio para expresar agradecimiento a Jehová.
En el día décimo del mes séptimo del año sagrado —es decir, el 10 de Tisri—, el pueblo de Israel conmemoraba el Día de Expiación, un día de propiciación o de cubrir los pecados. (Tisri cae entre septiembre y octubre.) En ese día el sumo sacerdote de Israel ofrecía sacrificios para cubrir los pecados: sus propios pecados, los que habían cometido los otros levitas y los del pueblo. Era también un tiempo apropiado para purificar el tabernáculo —posteriormente el templo— de la contaminación producida por los efectos del pecado.
El ayuno del día de la expiación. O “el ayuno otoñal” Heb.: yohm hak·kip·pu·rím. (lit. “el ayuno”). La expresión griega que se traduce “el ayuno” se refiere al único ayuno que estipulaba la Ley mosaica, es decir, el ayuno del Día de Expiación anual, también llamado Yom Kipur (hebreo yohm hakkippurím, “día de los cubrimientos”) (Le 16:29-31; 23:26-32; Nú 29:7; Hch 27:9.). El Día de Expiación era un tiempo para convocación santa y ayuno, como lo indica el hecho de que el pueblo entonces tenía que ‘afligir sus almas’. Este era el único ayuno que se estipulaba en la ley mosaica. Era también un sábado, es decir, un día para abstenerse de los trabajos cotidianos. (Le 16:29-31; 23:26-32; Nú 29:7; Hch 27:9.) Se cree que la expresión afligir el alma, que se usa en relación con el Día de Expiación, hacía referencia a varias formas de sacrificio, entre ellas, el ayuno (Le 16:29). El que en Hechos 27:9 se mencione “el ayuno” demuestra que ayunar era uno de los principales sacrificios que se hacían en el Día de Expiación, que se celebraba a finales de septiembre o principios de octubre
El sumo sacerdote únicamente podía entrar en el Santísimo del tabernáculo —o del templo— una vez al año, el Día de Expiación. (Heb 9:7; Le 16:2, 12, 14, 15.) El año de Jubileo daba comienzo con el Día de Expiación. (Le 25:9.)
Cuando se instituyó esta observancia en el desierto de la península del Sinaí, en el siglo XVI a. E.C., Aarón, hermano de Moisés, era el sumo sacerdote de Israel. Lo que a él se le dijo que hiciese proporcionó el modelo para la futura observancia del Día de Expiación. Una reconstrucción mental de los impresionantes acontecimientos de ese día nos ayudará a entender lo que en realidad significaba para los israelitas. Sin lugar a dudas, este día hacía que tuvieran conciencia de que eran pecadores y necesitaban redención, al tiempo que aumentaba su aprecio por la misericordia que Jehová les manifestaba abundantemente al hacer provisión para cubrir sus pecados del año anterior.
Rasgos del Día de Expiación. Aarón tenía que entrar en el lugar santo con un toro joven para una ofrenda por el pecado y con un carnero para una ofrenda quemada. (Le 16:3.) En el Día de Expiación no usaba sus vestiduras habituales, sino que se bañaba en agua y se vestía con un traje talar santo de lino. (Le 16:4.) Luego, el sumo sacerdote echaba suertes sobre dos cabritos —ambos igualmente sanos y sin tacha— que había provisto la asamblea de los hijos de Israel. (Le 16:5, 7.) Se echaban suertes sobre ellos para determinar cuál de los dos sería sacrificado a Jehová como ofrenda por el pecado y cuál se enviaría al desierto llevando los pecados de ellos como ‘macho cabrío para Azazel’. (Le 16:8, 9; compárese con Le 14:1-7; véase AZAZEL.)
Seguidamente sacrificaba el toro joven como ofrenda por el pecado a favor de sí mismo y de su casa, que incluía a toda la tribu de Leví, de la que su familia formaba parte. (Le 16:6, 11.) A continuación, tomaba incienso fino perfumado y el braserillo lleno de brasas del altar y pasaba la cortina para entrar en el Santísimo. Ya en este compartimiento más interior, donde se encontraba el arca del testimonio, se quemaba el incienso, y la nube del incienso quemado se extendía sobre la cubierta de oro del Arca, encima de la cual estaban los dos querubines laminados en oro. (Le 16:12, 13; Éx 25:17-22.) Todo esto preparaba el camino para que después Aarón pudiese volver a entrar en el Santísimo sin recibir castigo.
Luego Aarón salía del Santísimo, tomaba parte de la sangre del toro y volvía a entrar, para a continuación salpicar la sangre con su dedo siete veces delante de la cubierta del Arca, por su lado oriental. De esta forma se completaba la expiación a favor del sacerdocio, y así los sacerdotes quedaban limpios y podían mediar entre Jehová y su pueblo. (Le 16:14.)
El macho cabrío sobre el cual caía la suerte “para Jehová” se sacrificaba como ofrenda por el pecado del pueblo. (Le 16:8-10.) Posteriormente, el sumo sacerdote introducía la sangre del macho cabrío para Jehová dentro del Santísimo, usándola para hacer expiación por las doce tribus no sacerdotales de Israel. De manera similar a como se hacía con la sangre del toro, la sangre del macho cabrío se rociaba “hacia la cubierta y delante de la cubierta” del Arca. (Le 16:15.)
De este mismo modo Aarón también tenía que hacer expiación por el lugar santo y la tienda de reunión. Para ello ‘tomaba parte de la sangre del toro y del macho cabrío para Jehová’ y hacía expiación por el altar de la ofrenda quemada, poniendo parte de la sangre sobre los cuernos del altar. Además, tenía que “salpicar parte de la sangre sobre él siete veces con su dedo y limpiarlo y santificarlo de las inmundicias de los hijos de Israel”. (Le 16:16-20.)
Luego, el sumo sacerdote dirigía su atención al otro macho cabrío, el que era para Azazel. Colocaba sus manos sobre la cabeza del animal y confesaba sobre él “todos los errores de los hijos de Israel y todas sus sublevaciones en todos sus pecados”, poniéndolos, por decirlo así, sobre su cabeza, y a continuación lo enviaba ‘al desierto por mano de un hombre que estaba listo’. De esta manera, el macho cabrío llevaba los errores de los israelitas al desierto, donde desaparecía. (Le 16:20-22.) Después, el hombre que conducía al macho cabrío fuera del campamento tenía que lavar sus prendas de vestir y bañar su carne en agua antes de volver a entrar en el campamento. (Le 16:26.)
Llegado este momento, Aarón entraba en la tienda de reunión, se quitaba sus vestiduras de lino, se bañaba y se colocaba sus prendas habituales de vestir. A continuación sacrificaba su ofrenda quemada y la ofrenda quemada del pueblo para hacer expiación (utilizando los carneros mencionados en Le 16:3, 5), y hacía humear sobre el altar la grasa de la ofrenda por el pecado. (Le 16:23-25.) Jehová siempre reclamaba la grasa de un sacrificio para sí mismo y a los israelitas se les prohibía comerla. (Le 3:16, 17; 4:31.) Lo que quedaba del toro y del macho cabrío de la ofrenda por el pecado se sacaba del patio del tabernáculo y se llevaba a un lugar fuera del campamento, donde se quemaba. Aquel que quemaba los restos de estos animales tenía que lavar su ropa y bañarse en agua antes de entrar en el campamento. (Le 16:27, 28.) En Números 29:7-11 se enumeran otros sacrificios que se llevaban a cabo ese día.
Cesa la observancia legítima. A pesar de que los que se adhieren al judaísmo todavía celebran el Día de Expiación, esta celebración casi no se asemeja en nada a la que Dios instituyó, puesto que en la actualidad no hay ni tabernáculo, ni altar, ni arca del pacto, ni se llevan a cabo sacrificios de toros y machos cabríos ni existe un sacerdocio levítico. Sin embargo, los cristianos comprenden que los siervos de Jehová no están bajo tal obligación. (Ro 6:14; Heb 7:18, 19; Ef 2:11-16.) Por otra parte, la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70 E.C. hizo cesar los servicios del verdadero sacerdocio levítico y actualmente no hay ninguna forma de determinar quiénes podrían actuar con propiedad como tales sacerdotes. The Encyclopedia Americana (1956, vol. 17, pág. 294) dice con respecto a los levitas: “Después de la destrucción del templo, desaparecieron de la historia en la diáspora, entremezclándose en la muchedumbre de cautivos que se esparció por todo el mundo romano”.
Cumplimiento antitípico. Mientras el Día de Expiación se observó como estaba prescrito, sirvió, al igual que otros rasgos de la ley mosaica, a modo de representación de cosas mucho mayores. Un estudio cuidadoso de esta observancia a la luz de las declaraciones inspiradas del apóstol Pablo revela que el sumo sacerdote de Israel y los animales que se usaron en relación con esta celebración tipificaron a Jesucristo y su obra de redención a favor de la humanidad. En su carta a los Hebreos, Pablo muestra que Jesucristo es el gran Sumo Sacerdote antitípico. (Heb 5:4-10.) El apóstol también indica que la entrada del sumo sacerdote en el Santísimo una vez al año con la sangre de los animales sacrificados prefiguraba la entrada de Jesucristo en el cielo mismo con su propia sangre para hacer expiación a favor de aquellos que ejercen fe en su sacrificio. Por supuesto, como Jesucristo no tenía pecado, no tuvo que ofrecer sacrificio alguno debido a pecados personales, como debía hacer el sumo sacerdote de Israel. (Heb 9:11, 12, 24-28.)
Así como Aarón sacrificaba el toro por los sacerdotes y por el resto de la tribu de Leví rociando su sangre en el Santísimo (Le 16:11, 14), Cristo presentó el valor de su sangre humana a Dios en los cielos, donde podía aplicarse para beneficiar a aquellos que llegarían a gobernar con él como reyes y sacerdotes. (Apo 14:1-4; 20:6.) Asimismo, al igual que se sacrificaba el macho cabrío para Jehová y se salpicaba su sangre delante del Arca en el Santísimo para beneficio de las tribus no sacerdotales de Israel (Le 16:15), el sacrificio de Jesucristo beneficia a la humanidad que no forma parte del Israel espiritual o sacerdotal. Se requerían dos machos cabríos, ya que uno solo no podía usarse como sacrificio y luego servir para llevarse los pecados de Israel. No obstante, se hacía referencia a los dos machos cabríos como una sola ofrenda por el pecado (Le 16:5) y se les trataba de forma similar hasta que se echaban suertes sobre ellos, lo que da a entender que juntos tenían un solo valor simbólico. Cristo no solo fue sacrificado, sino que, además, se llevó los pecados de todos aquellos por los que se ofreció en sacrificio.
El apóstol Pablo mostró que como no era posible que la sangre de toros y de machos cabríos borrase los pecados, Dios le preparó a Jesús un cuerpo (que se mostró dispuesto a sacrificar cuando se presentó para bautismo), y, de acuerdo con la voluntad divina, los seguidores de Cristo “[han] sido santificados mediante el ofrecimiento del cuerpo de Jesucristo una vez para siempre”. (Heb 10:1-10.) Tal como los restos de los cuerpos del toro y del macho cabrío que se habían ofrecido en el Día de Expiación se quemaban finalmente fuera del campamento de Israel, el apóstol hace notar que Cristo sufrió (fijado en un madero) fuera de la puerta de Jerusalén. (Heb 13:11, 12.)
Es evidente, por lo tanto, que aunque el Día de Expiación judío no eliminó el pecado de manera definitiva, ni siquiera de Israel, los diversos rasgos de esta celebración anual tenían un carácter típico. Prefiguraron la gran expiación de los pecados que hizo Jesucristo, el ‘sumo sacerdote a quien los cristianos confesamos’. (Heb 3:1; véanse EXPIACIÓN; RESCATE.)
La palabra “Azazel” figura cuatro veces en la Biblia, todas ellas en el registro de las disposiciones reglamentarias relacionadas con el Día de Expiación anual. (Le 16:8, 10, 26.)
La etimología de esta palabra es objeto de discusión. Si nos atenemos a la grafía del texto masorético hebreo, `aza`-zél parece ser una combinación de las raíces de dos palabras cuyos significados son “macho cabrío” y “desaparecer”, de ahí: “Macho Cabrío Que Desaparece”. Según otra derivación etimológica propuesta, basada en la opinión de que hay en la palabra una transposición de dos consonantes, significa “Fuerza de Dios”. La Vulgata latina traduce el vocablo hebreo como caper emissarius, es decir, “macho cabrío emisario” mientras que la expresión griega que aparece en la Septuaginta significa “que se lleva (aparta) los males”.
En el Día de Expiación, el sumo sacerdote tomaba dos machos cabríos (cabritos) de la asamblea de los hijos de Israel, y después de echar suertes, uno de ellos se designaba “para Jehová” y el otro, “para Azazel”. Una vez sacrificado un toro a favor del sumo sacerdote y su casa (seguramente todos los levitas), se sacrificaba el macho cabrío “para Jehová” como ofrenda por los pecados. Sin embargo, el que se apartaba para Azazel se conservaba con vida “delante de Jehová para hacer expiación por él, a fin de enviarlo para Azazel al desierto”. (Le 16:5, 7-10.) Ya que la vida está en la sangre (Le 17:11), la sangre vertida del macho cabrío para Jehová, sacrificado poco antes como ofrenda por los pecados, le confería facultad expiatoria al macho cabrío para Azazel. Así, el valor de la sangre o de la vida de aquel se transfería al macho cabrío vivo para Azazel, de modo que aunque el sacerdote no lo sacrificaba, el animal llevaba sobre sí mérito expiatorio, o el valor de la vida que procedía del otro animal. El que se le presentara delante de Jehová debió indicar que Él aprobaba esta transferencia de facultad expiatoria. Existía en la Ley un procedimiento semejante, relacionado con la limpieza ceremonial de un israelita que era curado de lepra o de una casa que quedaba limpia de la misma enfermedad: se mojaba un pájaro vivo en la sangre de otro al que previamente se había dado muerte, y entonces se le echaba a volar, lo que representaba que se llevaba consigo el pecado. (Le 14:1-8, 49-53.)
Los dos machos cabríos debían ser sin tacha, sanos y lo más parecidos posible. Antes de que se echaran las suertes sobre ellos, ambos tenían la posibilidad de ser el macho cabrío escogido para Jehová. Después de sacrificar el macho cabrío para Jehová, el sumo sacerdote ponía las manos sobre la cabeza del otro y confesaba sobre él los errores de todo el pueblo. Seguidamente, se le enviaba al desierto, conducido por “un hombre preparado para ello”. (Le 16:20-22.) De esa manera, el macho cabrío para Azazel llevaba sobre sí, en sentido figurado, los pecados del pueblo de todo un año, y desaparecía con ellos en el desierto.
A ambos animales se les consideraba una sola ofrenda por el pecado. (Le 16:5.) Parece que se usaban dos con el objeto de resaltar lo que conseguía esta provisión para la expiación de los pecados del pueblo: el primero se sacrificaba, pero el segundo, al llevar consigo a un lugar distante en el desierto los pecados confesados del pueblo, realzaba de manera especial el perdón que Jehová concedía a los que se arrepentían. A este respecto, el Salmo 103:12 asegura: “Tan lejos como está el naciente del poniente, así de lejos ha puesto de nosotros nuestras transgresiones”.
Tal como explicó el apóstol Pablo, el que Jesús sacrificara su vida humana perfecta como expiación por los pecados de la humanidad logró infinitamente mucho más que lo que se había conseguido con “la sangre de toros y de machos cabríos”. (Heb 10:4, 11, 12.) Por lo tanto, sirvió de “víctima expiatoria”, ‘cargó con nuestras dolencias’ y “se le estuvo traspasando por nuestra transgresión”. (Isa 53:4, 5; Mt 8:17; 1Pe 2:24.) Él “cargó” con los pecados de todos los que ejercen fe en el valor de su sacrificio y así ha materializado la provisión de Dios para desterrar por completo el pecado. De estas diversas maneras, el macho cabrío “para Azazel” representó el sacrificio de Jesucristo.
Según la obra Greek and English Lexicon to the New Testament (Londres, 1845, pág. 2), el término griego á-bys-sos significa “muy o sumamente profundo”. Para el Greek-English Lexicon (de Liddell y Scott, Oxford, 1968, pág. 4), el significado es “insondable, ilimitado”. La Septuaginta griega lo utiliza por lo general para traducir la palabra hebrea tehóhm (profundidad acuosa), como en Génesis 1:2; 7:11. En las Escrituras Griegas Cristianas, se refiere a un lugar o estado en el que alguien está atrapado. Aunque puede referirse a la tumba, también puede tener otros sentidos (Lu 8:31; Ro 10:7; Ap 20:3).
De las nueve veces que aparece á-bys-sos en las Escrituras Griegas Cristianas, siete se encuentran en el libro de Revelación. En él se indica que las simbólicas langostas salen del “abismo” bajo la jefatura de su rey, Abadón o Apolión, “el ángel del abismo”. (Apo 9:1-3, 11.) También se dice que sale “del abismo” la “bestia salvaje” que hace guerra contra los “dos testigos” de Dios y los mata. (Apo 11:3, 7.) Apocalipsis 20:1-3 describe la acción futura de arrojar a Satanás al abismo por mil años, algo que en cierta ocasión una legión de demonios le suplicaron a Jesús que no hiciese con ellos. (Lu 8:31.)
Significado en las Escrituras.
Cabe destacar que la Septuaginta griega no usa á-bys-sos para traducir el término hebreo sche´óhl, y en vista de que a las criaturas espíritus se las echa en él, no es propio limitarlo al Seol o Hades, pues está claro que estas dos palabras se refieren al sepulcro común de la humanidad. (Job 17:13-16.) No se alude al “lago de fuego”, pues a Satanás se le arroja a este lago de fuego después de ser liberado del abismo. (Apo 20:1-3, 7-10.) Las palabras de Pablo en Romanos 10:7, que dicen que Cristo estuvo en el abismo, también excluyen tal posibilidad y además muestran que el abismo es diferente del Tártaro. (Véase TÁRTARO.)
El texto de Romanos 10:6, 7 ayuda a entender el significado del “abismo”, al decir: “Pero la justicia que resulta de la fe habla de esta manera: ‘No digas en tu corazón: “¿Quién ascenderá al cielo?”, esto es, para hacer bajar a Cristo; o: “¿Quién descenderá al abismo?”, esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos’”. (Compárese con Dt 30:11-13.) Es evidente que aquí el “abismo” se refiere al lugar donde Cristo Jesús pasó parte de tres días y de donde su Padre lo resucitó. (Compárese con Sl 71:19, 20; Mt 12:40.) Apocalipsis 20:7 llama al abismo “prisión”, lo que armoniza con la reclusión absoluta a la que la muerte somete a sus víctimas, como en el caso de Jesús. (Compárese con Hch 2:24; 2Sa 22:5, 6; Job 38:16, 17; Sl 9:13; 107:18; 116:3.)
Con respecto al significado etimológico de “insondable”, cualidad que caracteriza al “abismo”, es interesante notar lo que dice la Encyclopædia of Religion and Ethics (de Hastings, 1913, vol. 1, pág. 54), sobre Romanos 10:6, 7: “El lenguaje de san Pablo transmite la idea de una región inmensa que haría inútil cualquier esfuerzo por explorarla”. Pablo contrasta lo inaccesible del “cielo” y del “abismo” con lo accesible de la justicia por medio de la fe. Esto lo ilustra el uso que hace de la palabra relacionada bá-thos en Romanos 11:33: “¡Oh la profundidad [bá-thos] de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán inescrutables son sus juicios e ininvestigables sus caminos!”. (Véanse también 1Co 2:10; Ef 3:18, 19.) Por lo tanto, en armonía con Romanos 10:6, 7, el lugar representado por el “abismo” también comunica la idea de estar ‘fuera del alcance’ de todos, excepto de Dios o del ángel que tiene la “llave del abismo” nombrado por Él. (Apo 20:1.) Uno de los significados atribuidos a la palabra á-bys-sos en el Greek-English Lexicon, de Liddell y Scott, pág. 4, es “el vacío infinito”.
La palabra hebrea metsoh-láh o metsu-láh (forma plural) se traduce “abismo grande” en Salmo 88:6, aunque su significado literal es “abismos” o “profundidades”. (Compárese con Zac 10:11.) Está relacionada con tsu-láh, que significa “profundidad acuosa”. (Isa 44:27.)
Nombre griego del valle de Hinón, que estaba al sur y suroeste de la antigua Jerusalén (Jer 7:31). Este lugar fuera de la ciudad se usaba para quemar desperdicios. En las profecías se habla de este valle como un lugar donde se echarían cadáveres (Jer 7:32; 19:6). No hay pruebas de que se arrojaran personas o animales en la Gehena para ser quemados vivos o atormentados. Así que este lugar no podía simbolizar una región invisible donde se atormenta eternamente con fuego literal a las almas humanas. En realidad, Jesús y sus discípulos usaron la Gehena como símbolo del castigo eterno llamado “la muerte segunda”, es decir, la destrucción eterna (Ap 20:14; Mt 5:22; 10:28).
Este nombre aparece doce veces en las Escrituras Griegas Cristianas, y aunque muchos traductores se toman la libertad de traducirlo por “infierno”, la mayoría de las traducciones modernas suelen transliterar el término griego gué·en·na. (Mt 5:22 [BC, Besson, BI, BJ, CI, EMN, Ga, LT, NC, NM, SA, Sd, Str y notas de BAS; HAR; Mod; Val, 1989].)
El estrecho y profundo valle de Hinón, conocido más tarde por este nombre griego, está situado al S. y SO. de Jerusalén, y actualmente recibe el nombre de Wadi er-Rababi (Ge Ben Hinnom). (Jos 15:8; 18:16; Jer 19:2, 6; véase HINÓN, VALLE DE.) Acaz y Manasés, reyes de Judá, practicaron en ese lugar adoración idolátrica que incluía ofrecer a Baal sacrificios humanos quemados. (2Cr 28:1, 3; 33:1, 6; Jer 7:31, 32; 32:35.) Para impedir que estas actividades ocurrieran en el futuro, el rey Josías contaminó el lugar de adoración idolátrica, en especial la sección que se llamaba Tófet. (2Re 23:10.)
No es un símbolo de tormento eterno. Jesucristo relacionó el fuego con la palabra Gehena (Mt 5:22; 18:9 Mr 9:47, 48), como también lo hizo el discípulo Santiago, el único escritor bíblico, además de Mateo, Marcos y Lucas, que usó dicho término. (Snt 3:6.) Algunos comentaristas intentan relacionar la idea de un Gehena de fuego con los holocaustos humanos que se ofrecían antes del reinado de Josías, y así sostienen que Jesús utilizó el Gehena como símbolo de tormento eterno. No obstante, Jehová manifestó su repugnancia por tal práctica diciendo que era una ‘cosa que Él no había mandado y que no había subido a su corazón’. (Jer 7:31; 32:35.) Por eso, es del todo improbable que cuando el hijo de Dios hablaba del juicio divino, hiciera de una práctica idolátrica la base del significado simbólico del Gehena. Debe notarse que Dios decretó proféticamente que el valle de Hinón serviría para deshacerse de grandes cantidades de cuerpos muertos, y no hay pruebas de que se arrojaran personas o animales en la Gehena para ser quemados vivos o atormentados. (Jer 7:32, 33; 19:2, 6, 7, 10, 11.) Por lo tanto, suele aceptarse que la referencia de Jeremías 31:40 a la “llanura baja de los cadáveres y de las cenizas grasosas” designa el valle de Hinón, y hacia el extremo oriental de este valle, en su intersección con la garganta del Cedrón, estaría la puerta conocida como “Puerta de los Montones de Ceniza”. (Ne 3:13, 14.) Parece obvio que tales “cadáveres” y “cenizas grasosas” no tienen nada que ver con los sacrificios humanos efectuados en ese valle bajo Acaz y Manasés, puesto que los idólatras hubieran considerado “sagrados” los cuerpos así ofrecidos y no habrían permitido que yaciesen en el valle.
Por lo tanto, el testimonio bíblico concerniente al Gehena coincide con el punto de vista tradicional que presentan tanto las fuentes rabínicas como otras fuentes seglares. Este punto de vista es que se usaba el valle de Hinón para arrojar los desechos de la ciudad de Jerusalén (de las doce veces que aparece gué·en·na en las Escrituras, se traduce “quemadero” once veces en CR y cinco en NBE). Cuando el comentarista judío David Kimhi (1160-1235[?]) explica el Salmo 27:13, da la siguiente información histórica sobre el “Gehinnom”: “Es un lugar situado en los alrededores de Jerusalén, un lugar repugnante donde se arrojan cadáveres e inmundicias. Allí había un fuego que no se apagaba y que quemaba las inmundicias y los huesos de los cadáveres. De ahí que el juicio de los inicuos reciba el nombre, en lenguaje parabólico, de Gehinnom”.
Símbolo de destrucción completa. Es obvio que Jesús usó el Gehena como una representación de destrucción completa, destrucción que sería el resultado del juicio adverso de Dios, y de la cual no habría ninguna posibilidad de resucitar a la vida como alma. (Mt 10:28; Lu 12:4, 5.) Se denunció a la clase inicua de los escribas y los fariseos como ‘merecedora del Gehena’. (Mt 23:13-15, 33.) De modo que los seguidores de Jesús tenían que librarse de cualquier cosa que pudiese ser causa de tropiezo espiritual, a fin de evitar tal destrucción. El ‘cortarse una mano o un pie’ y el ‘arrancarse un ojo’ representaba de manera figurativa el amortiguar estos miembros con referencia al pecado. (Mt 18:9; Mr 9:43-47; Col 3:5; compárese con Mt 5:27-30.)
Parece ser que Jesús también aludió a Isaías 66:24 cuando dijo que en el Gehena la “cresa no muere y el fuego no se apaga”. (Mr 9:47, 48.) Es evidente que este no es un cuadro simbólico de tormento, sino, más bien, de destrucción completa, ya que el texto de Isaías no está hablando de personas vivas, sino de los “cadáveres de los hombres que estuvieron transgrediendo” contra Dios. Si el valle de Hinón era un lugar donde se arrojaba la basura y los cadáveres —como indica la documentación disponible—, el único medio apropiado de eliminar tales desechos sería el fuego, quizás avivado añadiendo azufre. (Compárese con Isa 30:33.) Allí donde no llegase el fuego, se criarían gusanos o cresas, que consumirían todo lo que no hubiese destruido el fuego. Sobre esta base, las palabras de Jesús daban a entender que el efecto destructivo del juicio adverso de Dios no cesaría hasta que se alcanzase una destrucción completa.
Uso figurado. El discípulo Santiago usa la palabra “Gehena” para mostrar que una lengua que no se controla constituye en sí misma un mundo de injusticia, y que las palabras, que son como un fuego, pueden afectar la rueda de la vida natural y manchar el cuerpo del que habla. Esta lengua “llena de veneno mortífero” evidencia una mala condición de corazón y puede hacer que Dios condene al Gehena simbólico a la persona que la tenga. (Snt 3:6, 8; compárese con Mt 12:37; Sl 5:9; 140:3; Ro 3:13.)
Así que este lugar no podía simbolizar una región invisible donde se atormenta eternamente con fuego literal a las almas humanas. En realidad, Jesús y sus discípulos usaron la Gehena como símbolo del castigo eterno llamado “la muerte segunda”, es decir, la destrucción eterna y corresponde al “lago de fuego” del libro de Revelación (Apo 20:14, 15; Mt 5:22; 10:28; véase LAGO DE FUEGO.)
Transliteración común en español de la palabra griega hái·dës, que posiblemente signifique “el lugar no visto”. Esta palabra aparece un total de diez veces en los manuscritos más antiguos de las Escrituras Griegas Cristianas. (Mt 11:23; 16:18; Lu 10:15; 16:23; Hch 2:27, 31; Apo 1:18; 6:8; 20:13, 14.)
En los textos mencionados, algunas versiones traducen hái·dës por “infierno(s)” siempre (Val, 1909), o con la excepción de Hechos 2:27, 31, donde utilizan “sepulcro” (Scío, TA) y “hades” (NC). No obstante, otras traducciones emplean “Hades” siempre (BAS, BJ, Val, NM), o con la salvedad de Mateo 16:18, donde aparece “los poderes de la muerte” con una nota que lee “las puertas de Hades” (HAR).
La Versión de los Setenta griega de las Escrituras Hebreas usó la palabra “Hades” setenta y tres veces, sesenta de las cuales fue para traducir la palabra hebrea sche`óhl, que comúnmente se transcribe “Seol”. Lucas, el escritor divinamente inspirado del libro de Hechos, mostró con toda claridad que Hades era el equivalente griego de Seol cuando tradujo la cita que hizo Pedro del Salmo 16:10. (Hch 2:27.) Por su parte, nueve traducciones hebreas modernas de las Escrituras Griegas Cristianas emplean la palabra “Seol” para traducir el término Hades en Apocalipsis 20:13, 14, mientras que la versión siriaca usa una palabra afín: schiul.
Salvo dos casos que se mencionan en el siguiente párrafo, en todos los textos en los que aparece la palabra Hades en las Escrituras Griegas Cristianas está relacionada con la muerte, bien en el mismo versículo o en el contexto inmediato. El término Hades no se refiere a un solo sepulcro (gr. tá·fos) ni a una sola tumba (gr. mnë·ma), ni tampoco a una sola tumba conmemorativa (gr. mnë·méi·on), sino a la sepultura común de toda la humanidad, donde los muertos son enterrados y están fuera de la vista. Por consiguiente, tiene el mismo significado que su palabra correspondiente “Seol”, conclusión a la que se llega después de examinar el uso que se da a este término cada una de las diez veces que aparece. (Véanse SEOL; SEPULCRO.)
En el primero de estos pasajes, Mateo 11:23, Jesús usa la palabra Hades cuando reprende a Capernaum por su incredulidad, para significar la profundidad de la degradación a la que descendería esta ciudad, en contraste con la altura del cielo, en la que ella se jactaba de estar. En Lucas 10:15 se halla un pasaje paralelo. Además, se puede apreciar el uso similar que se hace del término Seol en Job 11:7, 8.
Jesús y su congregación liberados del Hades. En Mateo 16:18 Jesús dijo lo siguiente sobre la congregación cristiana: “Las puertas del Hades [“poderes de la muerte”, HAR] no la subyugarán”. De manera similar, cuando estaba al borde de la muerte, el rey Ezequías, dijo: “En medio de mis días ciertamente entraré por las puertas del Seol”. (Isa 38:10.) Por tanto, es evidente que la promesa de Jesús de vencer al Hades significa que sus “puertas” se abrirán para dejar salir a los que allí estén por medio de una resurrección, como ocurrió en el caso del propio Jesucristo.
Puesto que el Hades se refiere a la sepultura común de toda la humanidad —es decir, un lugar más bien que una condición—, Jesús traspasó las “puertas del Hades” cuando José de Arimatea le enterró. En el Pentecostés del año 33 E.C., Pedro dijo acerca de Jesucristo: “Ni fue abandonado en el Hades ni su carne vio corrupción. A este Jesús lo resucitó Dios, del cual hecho todos nosotros somos testigos”. (Hch 2:25-27, 29-32; Sl 16:10.) Aunque en los días de Pedro las “puertas del Hades” (Mt 16:18) aún retenían a David dentro de su dominio (Hch 2:29), se habían abierto de par en par para Cristo Jesús cuando su Padre lo resucitó del Hades. A partir de entonces, como Jesús recibió poder para resucitar a los muertos (Jn 5:21-30), posee “las llaves de la muerte y del Hades”. (Apo 1:17, 18.)
Por lo tanto, el Hades bíblico no es el lugar imaginario que los antiguos griegos no cristianos describieron en sus mitologías, “región oscura, sin sol, en el interior de la Tierra”, pues de ese mundo subterráneo mitológico no había resurrección.
Uso figurado.
En Apocalipsis 6:8 se dice simbólicamente que el Hades seguía de cerca al jinete del caballo pálido —que personifica a la muerte—, con el fin de recibir a las víctimas de la guerra, el hambre, las plagas y las bestias salvajes.
Además del Hades, la sepultura común terrestre, se hace mención del mar, que a veces también sirve de tumba. De esta manera se recalca que el pasaje de Apocalipsis 20:13, 14 —donde se dice que el mar, la muerte y el Hades tienen que entregar a los muertos que hay en ellos— incluye a todos los muertos. Después, la muerte y el Hades (pero no el mar) son arrojados en “el lago de fuego”, “la muerte segunda”. Por lo tanto, de manera simbólica, ambos desaparecen de la existencia, lo que significa el fin del Hades (Seol) —la sepultura común de la humanidad— y de la muerte heredada de Adán.
Por último, la palabra Hades aparece en Lucas 16:22-26, en el relato del “rico” y “Lázaro”. Se advierte claramente que el lenguaje a través de todo el relato es simbólico y, en vista de los pasajes precedentes, no puede interpretarse de forma literal. Nótese, sin embargo, que el “rico” de la parábola fue “sepultado” en el Hades, lo que viene a subrayar el hecho de que el Hades es la sepultura común de la humanidad. (Véanse GEHENA; TÁRTARO.)
Tumba. Cuando aparece con minúscula inicial, se refiere a la tumba de una persona. Cuando aparece con mayúscula inicial, equivale al término hebreo Seol y al término griego Hades. En estos últimos casos, la Biblia usa el término para referirse a un lugar simbólico donde descansan los muertos o a un estado en el que no se realiza ninguna actividad ni se es consciente de nada (Gé 47:30; Ec 9:10; Hch 2:31).
Concavidad formada naturalmente o hecha a propósito. Es probable que los pozos de betún en los que cayeron los reyes de Sodoma y Gomorra fuesen concavidades naturales (Gé 14:10), mientras que el “hoyo” o “pozo” donde los hermanos de José lo arrojaron quizás fuese una “cisterna” artificial. (Gé 37:20-29, RH; compárese con NM.) Las dos palabras hebreas principales para “hoyo” son bohr (que también significa “aljibe” o “cisterna”) y schá·jath.
La palabra hebrea sche`óhl se traduce una vez en la Versión Valera de 1909 por “hoyo”. (Sl 86:13.) No obstante, Seol se refiere a la sepultura común de la humanidad, más bien que a una tumba individual. En Job 17:13-16 se puede ver que Job hace un paralelo entre Seol y hoyo (heb. schá·jath) como lugares de oscuridad y polvo. De manera similar, la oración de David a Dios en el Salmo 30:3 dice: “Oh Jehová, has hecho subir mi alma del Seol mismo; me has mantenido vivo, para que no baje al hoyo”. En el Salmo 88:3-5 se mencionan el Seol, el hoyo y la sepultura en ese mismo orden. (Véanse también Job 33:18-30; Sl 30:3, 9; 49:7-10, 15; 88:6; 143:7; Pr 1:12; Isa 14:9-15; 38:17, 18; 51:14; véanse SEOL; SEPULCRO.)
Jonás también utilizó la palabra para “hoyo” en sentido figurado cuando comparó el interior del pez al “vientre del Seol” y a un “hoyo”. (Jon 2:2, 6.) Relacionar el hoyo con la muerte y la tumba era bastante normal, en vista de la costumbre antigua de enterrar los cadáveres.
Siendo que también se usaban hoyos como trampas para el enemigo o para capturar animales, la palabra “hoyo” se emplea en sentido figurado para referirse a las situaciones o intrigas peligrosas que acosan a los siervos de Dios. (Sl 7:15; 40:2; 57:6; Pr 26:27; 28:10; Jer 18:20, 22.) A veces se colocaban redes en los hoyos para que la víctima quedase atrapada en ellos. (Sl 35:7, 8.) Según la Ley, en caso de que un animal doméstico cayese dentro de un hoyo excavado por alguien, el propietario del hoyo tenía que hacer compensación al dueño del animal si este moría. (Éx 21:33, 34.)
Se dice que la prostituta y la “boca de las extrañas” son un “hoyo profundo”, pues esa clase de mujer suele entrampar a los hombres con habla persuasiva. (Pr 22:14; 23:27.)
Las cisternas que usaban los hebreos y otros pueblos del Oriente Medio para almacenar agua eran básicamente hoyos que habían excavado. Solían tener forma de botella; la boca por lo general era estrecha, de solo unos 30 cm. de ancho a lo largo del primer metro aproximadamente, y luego se ensanchaba hasta formar una cavidad en forma de bulbo. (Véase CISTERNA.)
La palabra griega fré·ar, “hoyo”, utilizada en la expresión “hoyo del abismo” de Apocalipsis 9:1, 2, es la misma que usa Juan en su relato evangélico para designar el “pozo” que había en la fuente de Jacob, donde Jesús se encontró con la mujer samaritana. (Jn 4:11, 12.) El significado primario de fré·ar es el de pozo u hoyo excavado en la tierra, pero también puede referirse a cualquier hoyo o abismo, incluido el hoyo insondable del que ascienden las langostas de Revelación. (Apo 9:3; véase ABISMO.) La palabra griega bó·thy·nos, traducida “hoyo”, también puede significar “zanja”. (Mt 12:11; 15:14, nota; Lu 6:39.) En 2 Pedro 2:4, este apóstol habla de ángeles demoniacos confinados en “hoyos [gr. sei·róis] de densa oscuridad”. La “densa oscuridad” es el resultado de que Dios los aísle de la iluminación espiritual por haber sido echados de su familia. Solo tienen una perspectiva sombría por haber sido reservados para Su juicio adverso. (w91 15/3 31; Véase TÁRTARO.)
Véase también León - [Foso de leones].
Palabra que emplean la traducción católica Torres Amat, la Versión Valera de 1909 y otras para traducir el término hebreo sche`óhl y el griego hái·dës. Torres Amat no es consecuente en la traducción de sche`óhl, pues lo traduce (a veces con añadidos en bastardillas) “infierno(s)” 42 veces; “sepulcro” 17 veces; “muerte” 2 veces, y “sepultura”, “mortuorias”, “profundo”, “a punto de morir” y “abismo” 1 vez cada una. En la Versión Valera de 1909, sche`óhl se traduce “infierno” 11 veces, “sepulcro” 30 veces, “sepultura” 13 veces, “abismo” 3 veces, “profundo” 4 veces, “huesa” 2 veces, “fosa” 2 veces y “hoyo” 1 vez. Esta misma versión siempre traduce hái·dës por “infierno(s)”, traducción que siguen las versiones Torres Amat, Scío de San Miguel y Nácar-Colunga, salvo en Hechos 2:27, 31.
No obstante, otras versiones actuales son más uniformes en la traducción. Por ejemplo, la Versión Valera (revisión de 1960) translitera la palabra original como “seol” 65 veces y emplea “profundo” 1 vez, mientras que utiliza “Hades” siempre que aparece en las Escrituras Griegas. Otro tanto ocurre con la palabra griega Gué·en·na que, aunque algunos la vierten por “infierno” (8 veces en la Versión Valera de 1909), se suele transliterar en la mayoría de las traducciones españolas.
Con respecto al uso de “infierno” para traducir estas palabras originales del hebreo y del griego, el Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento (de W. E. Vine, 1984, vol. 2, pág. 187) dice: “HADËS [...]. Corresponde con ‘Sheol’ en el AT [Antiguo Testamento]. En la RV [Revisión de 1909 de la Versión Valera] del AT y del NT, ha sido desafortunadamente traducido ‘infierno’”.
La Collier’s Encyclopedia (1986, vol. 12, pág. 28) dice con respecto al “infierno”: “Primero representa al Seol hebreo del Antiguo Testamento y al Hades griego de la Septuaginta y del Nuevo Testamento. Puesto que el Seol de los tiempos veterotestamentarios se refería simplemente a la morada de los muertos sin indicar distinciones morales, la palabra ‘infierno’, según se entiende hoy día, no es una traducción idónea”.
Es precisamente su acepción moderna lo que hace que el término “infierno” sea una traducción tan poco ‘idónea’ de las palabras bíblicas originales. La Nueva Enciclopedia Larousse (1981, vol. 5, pág. 5201) dice bajo “Infierno”: “Originariamente, la voz designaba lo que queda situado ‘más abajo’ o ‘inferior’ al espectador”. Así pues, la palabra “infierno” originalmente no comunicó ninguna idea de calor o tormento, sino simplemente la de un lugar “más abajo” o “inferior”, de modo que su significado era muy similar al del sche`óhl hebreo. Es interesante que incluso en la actualidad esta palabra significa, según la misma enciclopedia, “lugar subterráneo en que sienta la rueda y artificio con que se mueve la máquina de la tahona”.
El significado que se le da hoy a la palabra “infierno” es el mismo que tiene en la Divina Comedia de Dante y el Paraíso Perdido de Milton, que es completamente ajeno a la definición original de la palabra. Sin embargo, la idea de un “infierno” de tormento ardiente se remonta a mucho antes de Dante o Milton. La Grolier Universal Encyclopedia (1971, vol. 9, pág. 205) dice bajo “Infierno”: “Los hindúes y los budistas ven el infierno como un lugar de purificación espiritual y restauración final. La tradición islámica lo considera un lugar de castigo eterno”. La idea de sufrir después de la muerte también se halla entre las enseñanzas religiosas paganas de los pueblos antiguos de Babilonia y Egipto. Las creencias babilonias y asirias hablaban de un “mundo de ultratumba [...] plagado de horrores, [...] presidido por dioses y demonios de gran fuerza y fiereza”. Los antiguos escritos religiosos de los egipcios, si bien no decían que hubiese lugar donde se padeciese eternamente en el fuego, hablaban de la existencia de un “mundo inferior” en el que había “calderas” para arrojar a los réprobos. (The Religion of Babylonia and Assyria, de Morris Jastrow, Jr., 1898, pág. 581; El Libro de los Muertos, edición de Juan B. Bergua, Madrid, 1964, págs. 82-85.)
El dogma del “infierno” ha sido una enseñanza fundamental de la cristiandad durante muchos siglos, por lo que no extraña en lo más mínimo el comentario publicado en The Encyclopedia Americana (1956, vol. 14, pág. 81): “Ha causado mucha confusión y desconcierto el que los primeros traductores de la Biblia tradujesen sistemáticamente el Seol hebreo y el Hades y el Gehena griegos por la palabra infierno. La simple transliteración de esas palabras en ediciones revisadas de la Biblia no ha bastado para paliar de modo importante esta confusión y malentendido”. Sin embargo, tal transliteración y el que las palabras originales se traduzcan de manera consecuente permite que el estudiante de la Biblia haga una comparación exacta de los textos en los que aparecen estas palabras originales, y llegue a una comprensión objetiva y correcta de su verdadero significado. (Véanse GEHENA; HADES; SEOL; SEPULCRO; TÁRTARO.)
Esta expresión solo aparece en el libro de Revelación y es claramente simbólica. La Biblia da su propia explicación y definición de ese símbolo al decir: “Esto significa la muerte segunda: el lago de fuego”. (Apo 20:14; 21:8.)
El sentido simbólico del lago de fuego queda corroborado por el contexto de las referencias que aluden a él en el libro de Revelación. Se dice que la muerte es arrojada al lago de fuego (Apo 19:20; 20:14), pero es evidente que no se puede quemar la muerte en sentido literal. Además, también se arroja a este lago al Diablo, una criatura celestial invisible, pero el fuego literal no puede hacer daño alguno a la naturaleza celestial. (Apo 20:10; compárense Éx 3:2 con Jue 13:20.)
Puesto que el lago de fuego representa la “muerte segunda” y en Apocalipsis 20:14 se dice que tanto “la muerte” como “el Hades” serán arrojados en él, es obvio que el lago no puede representar la muerte que el hombre ha heredado de Adán (Ro 5:12), ni se puede referir al Hades (Seol), pues el Hades y la muerte serán destruidos en el lago de fuego. Por consiguiente, debe ser un símbolo de otra clase de muerte de la que no hay retorno, puesto que el registro no dice en ninguna parte que el “lago” entregue a los muertos que hay en él, como en el caso de la muerte adámica y del Hades (Seol). (Apo 20:13.) Los que no están escritos en “el libro de la vida” —los opositores impenitentes de la soberanía de Dios— son arrojados al lago de fuego, que significa destrucción eterna o muerte segunda. (Apo 20:15.)
Aunque los textos anteriores indican claramente que el lago de fuego es simbólico, hay quien lo ha utilizado para apoyar la idea de que existe un lugar literal de fuego y tormento. También se han basado en Apocalipsis 20:10, debido a que allí dice que el Diablo, la bestia salvaje y el falso profeta son “atormentados día y noche para siempre jamás” en el lago de fuego. Sin embargo, estas palabras no pueden referirse a tormento consciente, pues los que están en el lago de fuego experimentan la muerte segunda. (Apo 20:14.) En la muerte no hay consciencia, sentimientos, dolor o sufrimientos. (Ec 9:5.)
En las Escrituras, el tormento ardiente se relaciona con destrucción y muerte. Por ejemplo, en la Septuaginta, traducción al griego de las Escrituras Hebreas, la palabra bá·sa·nos, que se traduce tormento, también se emplea para referirse a castigar con muerte. (Eze 3:20; 32:24, 30.) De manera similar, el libro de Revelación dice respecto a Babilonia la Grande que “los reyes de la tierra [...] llorarán y se golpearán en desconsuelo por ella, cuando miren el humo del incendio de ella, mientras se quedan de pie lejos, por su temor del tormento [gr. ba·sa·ni·smóu] de ella”. (Apo 18:9, 10.) En cuanto al significado de ese tormento, un ángel explica un poco más adelante: “Así con lanzamiento veloz será arrojada abajo Babilonia la gran ciudad, y nunca volverá a ser hallada”. (Apo 18:21.) Por consiguiente, en esta ocasión el tormento se equipara a destrucción, y en el caso de Babilonia la Grande, su destrucción será eterna. (Compárese con Apo 17:16; 18:8, 15-17, 19.)
Por lo tanto, aquellos a los que se ‘atormenta para siempre’ (una forma del gr. ba·sa·ní·zö) en el lago de fuego sufren de hecho una “muerte segunda” de la que ya no habrá resurrección. La palabra griega ba·sa·ni·stës, afín a las anteriores, se traduce en Mateo 18:34 por “carceleros” (ENP, NM, NVI; compárese con el vs. 30). En buena lógica, entonces, aquellos a quienes se arroja al lago de fuego serán retenidos por la muerte o ‘encarcelados’ en ella durante toda la eternidad. (Véanse GEHENA; TORMENTO.)
Sepultura común de la humanidad; el dominio del sepulcro; no se refiere a una sepultura individual (heb. qé·ver, Jue 16:31; qevu·ráh, Gé 35:20) ni a una tumba individual (heb. ga·dhísch, Job 21:32).
Aunque se han propuesto diversas teorías para explicar el origen de la palabra hebrea sche`óhl, al parecer se deriva del verbo hebreo scha·`ál, que significa “pedir; solicitar”. Samuel Pike escribió con respecto al Seol en A Compendious Hebrew Lexicon que se trata del “recinto común o región de los muertos; deriva su nombre de la insaciabilidad de la sepultura, como si siempre estuviese pidiendo o reclamando más” (Cambridge, 1811, pág. 148). Esto parece indicar que el Seol es el lugar (no una condición) que pide o reclama a todos sin hacer distinción, ya que acoge en su interior a los muertos de la humanidad. (Gé 37:35, nota; Pr 30:15, 16.)
El término hebreo sche`óhl aparece 65 veces en el texto masorético. La versión católica Torres Amat lo traduce (a veces con añadidos en bastardillas) “infierno(s)” 42 veces; “sepulcro”, 17 veces; “muerte”, 2 veces, y “sepultura”, “mortuorias”, “profundo”, “a punto de morir” y “abismo”, 1 vez cada una. En la Versión Valera de 1909, sche`óhl se traduce “infierno” 11 veces; “sepulcro”, 30 veces; “sepultura”, 13 veces; “abismo”, 3 veces; “profundo”, 4 veces; “huesa”, 2 veces; “fosa”, 2 veces, y “hoyo”, 1 vez. Además, en Isaías 7:11, el texto hebreo leía originalmente sche`óhl, y se tradujo “Hades” en las antiguas versiones griegas de Aquila, Símaco y Teodoción, e “infierno”, en algunas versiones castellanas (BR, Scío, TA; véase NM, nota).
No existe ninguna palabra española que transmita con exactitud el mismo sentido que el término hebreo sche`óhl. Collier’s Encyclopedia (1986, vol. 12, pág. 28) comenta sobre el empleo de la palabra “infierno” en la traducción bíblica: “Puesto que el Seol de los tiempos veterotestamentarios se refería simplemente a la morada de los muertos sin indicar distinciones morales, la palabra ‘infierno’, según se entiende hoy día, no es una traducción idónea”. Un buen número de versiones castellanas transliteran la palabra al español (“Seol” u otras formas parecidas) con una mayor o menor uniformidad (BAS, BJ, CB, CI, EMN, FS, Ga, NC, NM, SA, Val).
La Encyclopædia Britannica (edición 1971, vol. 11, pág. 276) comenta con respecto a Seol: “El Seol estaba situado en alguna parte ‘debajo’ de la tierra. [...] La condición de los muertos no era ni de dolor ni de placer. Tampoco se asociaba con el Seol la recompensa para los justos ni el castigo para los inicuos. Lo mismo buenos que malos, tiranos que santos, reyes que huérfanos, israelitas que gentiles, todos dormían juntos sin conciencia los unos de los otros”.
Mientras que la enseñanza griega de la inmortalidad del alma humana se infiltró en el pensamiento religioso judío en siglos posteriores, el registro bíblico muestra que Seol se refiere a la sepultura común de la humanidad como un lugar de inconsciencia. (Ec 9:4-6, 10.) Los que están en el Seol no alaban ni mencionan a Dios. (Sl 6:4, 5; Isa 38:17-19.) Sin embargo, no se puede decir que simplemente representa ‘un estado de separación de Dios’; según las Escrituras, tal enseñanza es insostenible, pues muestran que el Seol está “enfrente de” Él y que Dios está “allí”. (Pr 15:11; Sl 139:7, 8; Am 9:1, 2.) Por esta razón, cuando Job anhelaba que se le liberase de su sufrimiento, oró que pudiera ir al Seol, y pidió además que más tarde Jehová lo recordara y lo llamara de allí. (Job 14:12-15.)
Por todas las Escrituras inspiradas se asocia continuamente al Seol con la muerte y no con la vida. (1Sa 2:6; 2Sa 22:6; Sl 18:4, 5; 49:7-10, 14, 15; 88:2-6; 89:48; Isa 28:15-18; compárese también Sl 116:3, 7-10 con 2Co 4:13, 14.) Se habla del Seol como una “tierra de oscuridad” (Job 10:21) y un lugar de silencio. (Sl 115:17.) Parece ser que Abel fue el primero en ir al Seol. Desde entonces, innumerables millones de muertos humanos se le han unido en el polvo del suelo.
En el día del Pentecostés de 33 E.C., el apóstol Pedro citó del Salmo 16:10 y lo aplicó a Cristo Jesús. Cuando Lucas citó las palabras de Pedro, utilizó la palabra griega hái·dës, mostrando con ello que el Seol y el Hades se refieren a la misma cosa, la sepultura común de la humanidad. (Hch 2:25-27, 29-32.) Durante el reinado de mil años de Jesucristo, el Seol, o Hades, será vaciado y destruido, ya que se resucitará a todos los que se hallen en él. (Apo 20:13, 14; véanse HADES; INFIERNO; SEPULCRO.)
Jonás y el Seol. El relato acerca de Jonás dice que “Jonás oró a Jehová su Dios desde las entrañas del pez y dijo: ‘Desde mi angustia clamé a Jehová, y él procedió a responderme. Desde el vientre del Seol grité por ayuda. Oíste mi voz’”. (Jonás 2:1, 2.) De modo que Jonás estaba comparando el interior del pez con el Seol. Su situación en el interior del pez se asemejaba a la muerte, pero Jehová hizo que su vida ascendiera del hoyo, o Seol, conservándolo vivo y haciendo que el pez lo vomitase. (Jon 2:6; compárese con Sl 30:3.)
Jesús comparó el que Jonás estuviese en el vientre del pez con lo que sucedería en su propio caso al decir: “Porque así como Jonás estuvo en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así el Hijo del hombre estará en el corazón de la tierra tres días y tres noches”. (Mt 12:40.) Aunque Jesús no utilizó la palabra “Seol” (Hades) en este pasaje, el apóstol Pablo sí empleó la palabra “Hades” al referirse a la muerte y resurrección de Jesús. (Hch 2:27.)
Brynmor F. Price y Eugene A. Nida comentan sobre la palabra “Seol”: “La palabra aparece con frecuencia en los Salmos y el libro de Job para referirse al lugar al que van a parar todos los muertos. Se representa como un lugar oscuro, en el que no existe ninguna actividad propiamente dicha. No se hace en él ninguna distinción moral, por lo que ‘infierno’ [DK; Mod; Val, 1868] no es una traducción apropiada, pues implica un contraste con el ‘cielo’ como morada de los justos que han muerto. En cierto sentido, hablar de ‘la sepultura’ de manera genérica es un equivalente aproximado, con la salvedad de que Seol es una sepultura común en la que se hallan todos los muertos. [...] En vista de que Jonás se hallaba atrapado en el interior del pez, puede que en este pasaje [Jonás 2:2] se haya considerado apropiado el uso de esta metáfora en particular”. (A Translators Handbook on the Book of Jonah, 1978, pág. 37.)
Tumba. Cuando aparece con minúscula inicial, se refiere a la tumba de una persona. Cuando aparece con mayúscula inicial, equivale al término hebreo Seol y al término griego Hades. En estos últimos casos, la Biblia usa el término para referirse a un lugar simbólico donde descansan los muertos o a un estado en el que no se realiza ninguna actividad ni se es consciente de nada (Gé 47:30; Ec 9:10; Hch 2:31).
Por el término “sepulcro” generalmente se entiende una construcción levantada sobre el suelo que cubre o encierra los restos de uno o más muertos. Los hebreos y otros pueblos orientales acostumbraban a enterrar a sus muertos en cuevas naturales o nichos labrados en la roca. La palabra hebrea qé·ver es el término común en ese idioma para expresar la idea de una sepultura, sepulcro o cementerio. (Gé 23:7-9; Jer 8:1; 26:23.) De manera similar, el término relacionado qevu·ráh puede referirse a una sepultura en la tierra o a una tumba excavada en la roca. (Gé 35:20; 1Sa 10:2.)
La palabra común para sepulcro en griego es tá·fos (Mt 28:1), relacionada con un verbo (thá·ptö) que significa “enterrar”. (Mt 8:21, 22.) El término mnë·ma (Lu 23:53) se refiere a una tumba, y mnë·méi·on (Lu 23:55), a una tumba conmemorativa.
Como estas palabras hebreas y griegas se refieren a una sepultura individual o sepulcro, suelen usarse en plural cuando se refieren a varios sepulcros. Por lo tanto, se distinguen de la palabra hebrea sche`óhl y de su equivalente griego hái·dës, que se refieren a la sepultura común de toda la humanidad o dominio del sepulcro, palabras que siempre se emplean en singular. Por esta razón, muchas traducciones modernas no han seguido a la Versión Valera de 1909, donde sche`óhl y hái·dës se traducen indistintamente por las palabras “infierno”, “sepulcro”, “sepultura”, “abismo”, “fosa” y otras, sino que han transliterado los términos originales al español. (Véanse HADES; SEOL.)
Sin embargo, dado que la entrada de una persona en el Seol tiene lugar cuando se la entierra en un sepulcro o una sepultura, las palabras relacionadas con tales lugares de entierro se usan como términos paralelos de Seol, aunque no equivalentes. (Job 17:1, 13-16; 21:13, 32, 33; Sl 88:3-12.)
En Romanos 3:13 el apóstol Pablo cita el Salmo 5:9, que asemeja la garganta de los hombres inicuos y engañosos a un “sepulcro abierto”. Al igual que un sepulcro abierto ha de llenarse con muertos y con corrupción, su garganta se abre para hablar lo que es mortífero y corrupto. (Compárese con Mt 15:18-20.)
Era costumbre blanquear las tumbas para que las personas no las tocaran de modo fortuito y quedaran inmundas. Las tumbas de los alrededores de Jerusalén se blanqueaban un mes antes de la Pascua a fin de que nadie quedara inmundo en este período especial de adoración por haber tocado una tumba accidentalmente. Jesús empleó esta costumbre como base para ilustrar que los escribas y fariseos parecían rectos externamente, pero en el interior estaban “llenos de hipocresía y de desafuero”. (Mt 23:27, 28.)
Aunque el sepulcro se asemeja a un hoyo del que el hombre naturalmente desea ser liberado, Job da atención a la desesperación de aquellas personas que sufren, quienes, por no tener una esperanza clara o un entendimiento de los propósitos de su Creador, buscan la muerte y “se alborozan porque hallan una sepultura”. (Job 3:21, 22.) Tal actitud contrasta claramente con la de los hombres que dedicaron su vida al servicio de su Creador y abrazaron con confianza la promesa de una resurrección. (Sl 16:9-11; Hch 24:15; Flp 1:21-26; 2Ti 4:6-8; Heb 11:17-19; véase SEPULTURA.)
Se acostumbraba blanquear los sepulcros y las tumbas para que la gente no los tocara accidentalmente y se hiciera inmunda. Con una alusión a esta práctica, Jesús mostró que los escribas y fariseos parecían justos por fuera, pero estaban “llenos de hipocresía y desafuero”. El prestar atención a este consejo implícito nos llevará a evitar la tortuosidad y a obrar por “fe sin hipocresía”. (1 Timoteo 1:5; Proverbios 3:32; 2 Timoteo 1:5.) (w89 15/7 25) Los historiadores han señalado que las tumbas de los rabinos eran tan veneradas como las tumbas de los patriarcas y los profetas.
La orina como desinfectante y blanqueador
Una "fullonica" era una especie de lavandería-tintorería romana. El servicio era tan caro (4 sestercios por pieza) que cuando se invitaba a alguien a cenar, se le pedía que llevara su propia servilleta para ahorrarse el coste de la lavandería, y a los comensales les compensaba ya que en ella se llevaban los restos de la cena para comer al día siguiente. El producto básico de limpieza era la orina humana, dado que su alto contenido en amoniaco servía para desinfectar-blanquear la ropa. En las entradas de las "fullonicae" colocaban ánforas para que los viandantes orinaran en ellas. En cuanto a la "higiene bucal"...para lucir una bonita sonrisa, los romanos crearon un dentífrico, una pasta hecha de conchas quemadas y trituras (como abrasivo) y como no, la orina humana para blanquear lo dientes, siendo la mas cotizada la de Hispania.
El uso de la orina como blanqueante y desinfectante en la antigüedad, tiene fundamentos químicos en los que apoyar sus propiedades, basadas en la acción de dos sustancias: |
El entierro del cuerpo de un difunto era un acto de considerable importancia para la gente de tiempos bíblicos. Por este motivo, Abrahán, la primera persona sobre la que la Biblia dice específicamente que llevó a cabo un entierro, estuvo dispuesto a invertir una considerable suma de dinero en un lugar apropiado para emplearlo como sepultura. (Véase COMPRA.) Los hititas (hijos de Het), a los que compró el campo, tenían sus propias sepulturas ‘selectas’. (Gé 23:3-20.) La cueva que obtuvo Abrahán se convirtió en la sepultura familiar, en la que con el tiempo se depositaron los restos de su esposa, los de Abrahán mismo y los de Isaac, Rebeca, Lea y Jacob. (Gé 25:9; 49:29-32.) Jacob no quería de ningún modo que se enterrase su cuerpo en Egipto, sino con sus antepasados. (Gé 47:29-31.) Esto requería que su cadáver fuese embalsamado, pues, de otro modo, se hubiera corrompido durante el caluroso trayecto de Egipto a la cueva de Macpelá. (Gé 50:1-3, 13.) José expresó un deseo similar, de modo que su cuerpo también se embalsamó y colocó en un ataúd, en espera de ser trasladado al tiempo del éxodo. (Gé 50:24-26; Jos 24:32.) Este deseo obedecía a que compartían la misma fe en las promesas de Dios y de este modo expresaban su convicción de que se cumplirían. (Heb 11:13-22, 39.)
Parece ser que se preferían las sepulturas familiares, según el modelo que puso Abrahán. (2Sa 19:34-37.) Gedeón, Sansón y Asahel fueron enterrados ‘en la sepultura de su padre’. (Jue 8:32; 16:31; 2Sa 2:32.) Sin embargo, la frecuente expresión ‘yacer, o ser enterrado, con los antepasados’, no implica necesariamente ser enterrado en su misma sepultura, pues esta expresión se usa con relación a personas a las que, obviamente, no se enterró en el mismo lugar que a sus antepasados. (Gé 15:15; Dt 31:16; 32:50; 1Re 2:10; Hch 13:36.) Por lo tanto, debe referirse a su entrada común en el Seol (Hades), la sepultura común de la humanidad. A esta sepultura común se la llama “la casa de reunión para todo viviente”. (Job 30:23.)
Enterrar el cadáver de otra persona se entendía como una expresión de bondad amorosa, y los hombres de Jabés-galaad arriesgaron su vida con el fin de dar sepultura a Saúl y sus hijos. (1Sa 31:11-13; 2Sa 2:4-6.) Quedar insepulto se consideraba una gran desgracia (Jer 14:16), y era un medio que Dios empleaba para expresar su rechazo hacia las personas que seguían un mal proceder. (Jer 8:1, 2; 9:22; 25:32, 33; Isa 14:19, 20; compárese con Apo 11:7-9.) En tal caso, el cuerpo quedaba expuesto para que lo devorasen animales y aves de carroña. (Sl 79:1-3; Jer 16:4.) La imagen patética de Rizpá negándose a abandonar los cadáveres de sus hijos, quizás durante meses, hasta que se les concedió un entierro, muestra vívidamente la importancia que se atribuía a esta cuestión. (2Sa 21:9-14.)
La ley que Jehová dio por medio de Moisés decía que se debía enterrar incluso a los delincuentes. (Dt 21:23; compárese con Jos 8:29.) El hecho de que Ahitofel se suicidara no fue óbice para que se le enterrase. (2Sa 17:23.) Salomón dio instrucciones relativas al entierro de Joab al mismo tiempo que ordenó su ejecución. (1Re 2:31.) Jehú tenía la intención de dar sepultura a la inicua Jezabel por consideración a que había sido “hija de rey”, pero no logró impedir el cumplimiento de la profecía de Jehová concerniente a que sería “como estiércol sobre la faz del campo”. (2Re 9:10, 34-37; compárese con 2Cr 22:8, 9.)
Salvo los casos de Jacob y José, los israelitas debían enterrar a sus muertos el mismo día que fallecían. Esta era una medida necesaria, pues debido al clima normalmente cálido de las tierras bíblicas, los cadáveres se descomponen con rapidez. El mentiroso Ananías fue enterrado menos de tres horas después de haber muerto. (Hch 5:5-10.) Además, según la ley mosaica, cualquiera que tocase un cadáver se hacía inmundo durante siete días. Aunque la razón de esta decisión judicial debía ser subrayar que la muerte es el resultado del pecado y la imperfección, también servía para prevenir la propagación de enfermedades y contribuía a la higiene de quienes la observaban. Los que no seguían este sistema de purificación prescrito en la Ley podían ser castigados con la pena de muerte. (Nú 19:11-20; compárese con Dt 21:22, 23.) Josías utilizó los huesos de los idólatras para hacer sus altares religiosos inservibles para el culto, y además profanó sus sepulturas. (2Re 23:14-16; 2Cr 34:4, 5.)
En vista de la actitud bíblica hacia los cadáveres, es evidente que no se practicaba ni toleraba la adoración de reliquias de siervos prominentes de Dios. Él mismo sepultó el cadáver de Moisés en un lugar desconocido, con lo que hizo imposible que en el futuro se hiciesen peregrinajes a su tumba. (Dt 34:5, 6; compárese con Jud 9.)
Se utilizaban diferentes lugares como sepultura. Si bien es cierto que se practicaba el tradicional método occidental de enterrar en el suelo, no era muy habitual en el Oriente Medio. La nodriza de Rebeca, Débora, así como, al menos en un principio, el rey Saúl y sus hijos, fueron sepultados bajo árboles grandes. (Gé 35:8; 1Cr 10:12.) Pero al parecer se preferían grutas naturales o excavadas artificialmente en la piedra caliza blanda tan común en Palestina, como en el caso de Abrahán. Con frecuencia, la sepultura se preparaba personalmente con mucha antelación. (Gé 50:5; Isa 22:16; 2Cr 16:14.) El lugar podía estar cerca del dueño, como en el jardín. (1Sa 25:1; 1Re 2:34; 2Re 21:25, 26.) La expresión “junto a su casa” no quiere decir dentro del edificio, como se ve al comparar 2 Crónicas 33:20 con 2 Reyes 21:18.
Las investigaciones arqueológicas nos proporcionan una idea del tipo de sepulturas que se utilizaban en la antigüedad. Además de estar excavadas en la tierra, en Palestina las sepulturas podían consistir en panteones y cámaras labradas en la roca, con frecuencia en las laderas de las montañas. Al parecer se tenía predilección por los lugares elevados. (Jos 24:33; 2Re 23:16; 2Cr 32:33; Isa 22:16.) La cámara podía estar destinada a una sola sepultura, en cuyo caso el cuerpo se depositaba en un lugar excavado en el suelo. O podía haberse preparado para varias, con nichos suficientemente profundos como para contener un cuerpo, labrados en ángulo recto en las paredes de la cámara. La estrecha abertura por la que se introducía el cuerpo se tapaba después con una piedra cortada a la medida exacta. En otros casos, se labraba un nicho en forma de banco en la pared posterior y en las laterales (Mr 16:5), o podía haber una fila doble de tales bancos, lo que aumentaba la capacidad de la sepultura. Las tumbas podían constar de más de una cámara, aunque parece ser que entre los judíos eran más usuales las de una sola cámara. Como es lógico, cuando el cuerpo se colocaba sobre un banco, había que sellar la entrada para impedir que fuera depredado por animales salvajes. La entrada principal se obstruía con una piedra grande que se abría como una puerta, y en ocasiones, con una piedra circular que se hacía rodar sobre un surco frente a la entrada. Dichas piedras circulares podían llegar a pesar más de una tonelada. (Mt 27:60; Mr 16:3, 4.)
Las antiguas sepulturas judías se caracterizaban por su sencillez. Por lo tanto, contrastaban mucho con las tumbas paganas, que solían decorarse con pinturas murales y otros adornos. Aunque Jacob levantó una columna sobre la sepultura de Raquel, posiblemente una sola piedra (Gé 35:20), parece ser que se trataba más de una señal que de un monumento. (1Sa 10:2.) En 2 Reyes 23:17 también se menciona una “lápida” que señalaba cierta sepultura. Jesús mencionó las tumbas “que no están expuestas a la vista, de modo que los hombres andan sobre ellas y no lo saben”. (Lu 11:44.) Como tocar un cadáver suponía inmundicia ceremonial, las sepulturas judías solían blanquearse con el fin de que se advirtiese su presencia. (Mt 23:27.) Según indica la Misná, se blanqueaban todos los años poco antes de la Pascua. (Sheqalim 1:1.)
Tras la muerte de una persona, su cuerpo por lo general se lavaba (Hch 9:37) y untaba con aceites y ungüentos aromáticos, lo que, si se considera un tipo de embalsamamiento, no se asemejaba al que efectuaban los antiguos egipcios. (Compárese con Mr 14:3-8; Jn 12:3, 7.) Luego se envolvía el cuerpo en un paño, por lo general de lino. (Mt 27:59; Jn 11:44.) Se acostumbraba a poner en estas vendas especias, como mirra y áloes. (Jn 19:39, 40.) En otras ocasiones el cuerpo se tendía sobre aceite y diferentes ungüentos, como se hizo en el caso del rey Asá. (2Cr 16:14.) La gran “quema funeral” que se menciona en este caso debe referirse a la quema de dichas especias, que producirían un incienso aromático. La cabeza del difunto a veces se cubría con un paño diferente. (Jn 20:7.)
Las mujeres que fueron a la tumba de Jesús al tercer día para untar su cuerpo con especias puede que lo hicieran debido a la prisa con que se enterró a Jesús, y por tanto con el objeto de efectuar un trabajo más completo a fin de que el cuerpo se conservase durante un período más largo. (Mr 16:1; Lu 23:55, 56.)
El cuerpo probablemente se llevaba hasta la sepultura en un féretro, o andas funerarias, hechas posiblemente de mimbre, y en ocasiones era acompañado por una procesión numerosa, que quizás incluía músicos que tocaban música fúnebre. (Lu 7:12-14; Mt 9:23.) Puede que durante el llanto alguien hiciera ante la sepultura algún comentario con relación al difunto. (2Sa 3:31-34; 2Cr 35:23-25.)
Con el transcurso del tiempo, como la cantidad de muertos aumentaba, se crearon los cementerios. Normalmente estaban fuera de los muros de la ciudad. Sin embargo, a los reyes de Judá se les enterraba en “la Ciudad de David”, y a los de Israel, en la ciudad capital del reino septentrional. (1Sa 25:1; 1Re 22:37; 2Cr 9:31; 24:15, 16.) J. G. Duncan escribe en su libro Digging Up Biblical History (1931, vol. 2, pág. 186): “Aunque los hebreos en ocasiones enterraban a sus muertos intramuros, por regla general excavaban sus tumbas en la roca, en la ladera de alguna colina cercana a la ciudad. La presencia de tumbas en la roca de una ladera es un indicio seguro de que hubo un asentamiento en una colina próxima, mientras que la ausencia de sepulturas prueba que el lugar no estuvo ocupado”. Los riscos que rodean Jerusalén contienen una cantidad considerable de sepulturas. (Compárese con Isa 22:16.) Se cree que el “cementerio de los hijos del pueblo” (“las sepulturas de la gente común”, Mod), situado en el valle de Cedrón, era un cementerio para la clase más pobre. (Jer 26:23; 2Re 23:6.) La Biblia también menciona el “campo del alfarero”, donde se sepultaba a los extraños. (Mt 27:7; véase AKÉLDAMA.)
Aunque la incineración estaba muy extendida entre los babilonios, los griegos y los romanos, no era común entre los judíos. Los cadáveres de Saúl y sus hijos fueron quemados, pero sus huesos se enterraron. (1Sa 31:8-13; nótese también Am 6:9, 10.)
En las Escrituras Hebreas, el significado de las palabras qé·ver (“sepultura”; Gé 23:4) y qevu·ráh (“sepulcro”; Gé 35:20) difiere del significado del término hebreo sche`óhl, que no alude a una o varias tumbas, sino al sepulcro común de toda la humanidad. Del mismo modo, en las Escrituras Griegas Cristianas, el término griego tá·fos (“sepulcro”; Mt 27:61), así como las palabras mnë·ma (“tumba”; Mr 15:46) y mnë·méi·on (“tumba conmemorativa”; Lu 23:55), son distintos de la palabra griega hái·dës, que es la equivalente de sche`óhl. (Véanse HADES; SEOL; TUMBA CONMEMORATIVA.)
Sepulturas de los reyes y de David. Pedro dijo en el Pentecostés: “David [...] falleció y también fue sepultado, y su tumba está entre nosotros hasta este día”. (Hch 2:29.) Esto indica que la sepultura del rey David aún existía para el año 33 E.C.
En 1 Reyes 2:10 se dice que se enterró a David en “la Ciudad de David”, y al parecer llegó a ser una costumbre enterrar en ese lugar a los reyes de Judá. De los veinte reyes que ocuparon el trono después de David, se especifica que doce fueron enterrados en la Ciudad de David, si bien no todos en “las sepulturas de los reyes”. El registro bíblico dice específicamente que a Jehoram, Joás (Jehoás) y Acaz no se les enterró en ellas. (2Cr 21:16, 20; 24:24, 25; 28:27.) En lugar de ser una tumba común compuesta de varias cámaras, es posible que “las sepulturas de los reyes” se refiriera a una zona concreta dentro de la Ciudad de David donde estaban ubicadas las tumbas conmemorativas de los reyes. El rey Asá fue enterrado en una “grandiosa sepultura que él había excavado para sí en la Ciudad de David” (2Cr 16:14), y a Ezequías se le enterró “en la subida a las sepulturas de los hijos de David”. (2Cr 32:33.) El rey Uzías, que murió leproso, fue enterrado “con sus antepasados, pero en el campo de entierro que pertenecía a los reyes, porque dijeron: ‘Es leproso’”. Esto da a entender que su cuerpo se enterró en el suelo, en lugar de ser depositado en una tumba excavada en la roca. (2Cr 26:23.)
En cuanto a los demás reyes de Judá, parece ser que Manasés y Amón fueron enterrados en otro lugar, “en el jardín de Uzá”. (2Re 21:18, 23, 26.) El que se diga que el hijo de Amón, el fiel rey Josías, fue enterrado en “el cementerio de sus antepasados”, puede indicar tanto que se le enterró en las tumbas reales de la Ciudad de David como que el entierro fue en las sepulturas de Manasés y Amón. (2Cr 35:23, 24.) Tres reyes murieron en el exilio: Jehoacaz (en Egipto), Joaquín y Sedequías (en Babilonia). (2Re 23:34; 25:7, 27-30.) En cumplimiento de la profecía de Jeremías, Jehoiaquim tuvo “el entierro de un asno”, “arrojado de día al calor y de noche a la escarcha”. (Jer 22:18, 19; 36:30.)
Al justo sumo sacerdote Jehoiadá se le concedió el honor de ser enterrado en “la Ciudad de David junto con los reyes”, siendo la única persona conocida que recibió tal distinción sin pertenecer al linaje real. (2Cr 24:15, 16.)
No se ha determinado el emplazamiento de estas sepulturas reales. Basándose en la referencia a “las Sepulturas de David”, en Nehemías 3:16, y en la alusión a “la subida a las sepulturas de los hijos de David”, en 2 Crónicas 32:33, hay quien cree que su ubicación más probable es la colina sudoriental de la ciudad, cerca del valle de Cedrón. En esa zona se han hallado lo que parecen ser tumbas subterráneas labradas en la roca, con conductos rectangulares que penetran hacia el interior. No obstante, no pueden identificarse con certeza, y cualquier intento de hacerlo se ve complicado, no solo por la destrucción que sufrió la ciudad en los años 70 E.C. y 135 E.C., sino porque los romanos utilizaron la sección meridional de la ciudad como cantera. Por ello, las tumbas mencionadas se hallan muy deterioradas.
El mausoleo de la reina Elena de Adiabene, ubicado en la parte N. de la actual Jerusalén, es conocido por el engañoso nombre de “tumba de los reyes”. La realidad es que se construyó en el siglo I E.C., y no debe confundirse con los cementerios reales que menciona la Biblia.
“Los cadáveres de sus reyes.” En Ezequiel 43:7-9, Jehová condenó a la casa de Israel y a sus reyes debido a que habían contaminado Su santo nombre “por su fornicación y por los cadáveres de sus reyes en su muerte”, y dijo: “Ahora que alejen de mí su fornicación y los cadáveres de sus reyes, y ciertamente residiré en medio de ellos hasta tiempo indefinido”. Algunos comentaristas entienden que estas palabras indican que los judíos eran culpables porque habían construido las sepulturas de ciertos reyes en las proximidades del templo. En el versículo 7, cerca de una veintena de manuscritos y ediciones hebreos, así como los targumes, contienen la frase “en su muerte”, mientras que el texto masorético lee “sus lugares altos” y la Septuaginta griega dice “en medio de ellos”.
Aun suponiendo que la lectura correcta de este versículo fuese “en su muerte”, no parece que eso sea suficiente razón para creer que alguno de los reyes de Judá fue enterrado en las cercanías del templo. Puesto que el cadáver de una persona era inmundo según la Ley, el enterrar a alguien en las proximidades del templo hubiese constituido una afrenta directa contra Dios; sin embargo, las historias de los reyes no aluden ni siquiera de manera velada a semejante profanación de la santidad del templo. Es improbable que los reyes a los que no se concedió un entierro en las “sepulturas de los reyes” o “de los hijos de David”, recibieran sepultura cerca del templo, un lugar más ensalzado, en vez de en uno menos importante u honorable.
Un examen más detenido de Ezequiel 43:7-9 muestra que se estaba hablando acerca de la idolatría, y que del mismo modo que la “fornicación” era figurativa, “los cadáveres de sus reyes” representaban los ídolos sin vida que habían adorado los gobernantes y la casa de Israel. Jehová se había expresado en términos similares en Levítico 26:30, donde advirtió a los israelitas que debido a su desobediencia ‘aniquilaría sus lugares altos sagrados y cortaría sus estantes del incienso y pondría los propios cadáveres de ellos sobre los cadáveres de sus ídolos estercolizos’. (Compárese Jer 16:18; Eze 6:4-6.) La Biblia muestra que tales ídolos se introdujeron en el recinto del templo. (Eze 8:5-17.) Asimismo, debe recordarse que a algunos de estos ídolos se les llamaba reyes, y la palabra “rey” está incluida en los nombres Mólek (1Re 11:7), Milcom (1Re 11:5) y Malcam (Jer 49:1). El profeta Amós (5:26) escribió con relación a los ídolos del reino septentrional: “Y ciertamente llevarán a Sakut su rey y a Keván, sus imágenes, la estrella del dios de ustedes, que ustedes se hicieron”. De manera que parece tener mayor peso la opinión de que el texto condena la idolatría mas bien que la profanación del suelo santo por enterrar en él a algún gobernante literal.
Epitafio de una lápida
Cuando era joven y mi imaginación no tenía límites, soñaba con cambiar el mundo. Según fui creciendo, pensé que no había modo de cambiar el mundo, así que me propuse un objetivo más modesto e intenté cambiar solo mi país.
Pero con el tiempo me pareció también imposible.
Si hubiera empezado por cambiarme a mí mismo, tal vez mi familia habría seguido mi ejemplo y habría cambiado, y con su inspiración quizá habría sido capaz de cambiar mi país y -quien sabe- tal vez incluso hubiera podido cambiar el mundo. Personalmente he llegado a la conclusión que no es fácil cambiar algo en este mundo, pero estoy resuelto a no permitir que el mundo me cambie a mi.
Cuanta gente se da cuenta después de haber desperdiciado su vida, en metas y proyectos vanos sin sentido por ignorancia o mala orientación, Jehová nos instruye para nunca sentir ese horrible vacío de haber malgastado nuestra vida. |
Honrar a los muertos
Un hombre estaba poniendo flores en la tumba de su esposa, cuando vio a un hombre chino, poniendo un plato con arroz en la tumba vecina. El hombre se dirigió al chino y le preguntó: -Disculpe señor, ¿de verdad cree usted que el difunto viene a comer el arroz? -Sí, responde el chino, cuando el suyo venga a oler sus flores. Moraleja: Respetar las opiniones de otros, es una de las mayores virtudes que un ser humano puede tener. |
Condición restringida y degradada en la que Dios sumió a los ángeles desobedientes en tiempo de Noé.
El único lugar donde aparece esta palabra en las Escrituras inspiradas es en 2 Pedro 2:4. El apóstol escribe: “Ciertamente si Dios no se contuvo de castigar a los ángeles que pecaron, sino que, al echarlos en el Tártaro, los entregó a hoyos de densa oscuridad para que fueran reservados para juicio”. La expresión “echarlos en el Tártaro” traduce el verbo griego tar-ta-ró-ö, derivado de la voz “Tártaro”.
Un texto paralelo se encuentra en Judas 6: “Y a los ángeles que no guardaron su posición original, sino que abandonaron su propio y debido lugar de habitación, los ha reservado con cadenas sempiternas bajo densa oscuridad para el juicio del gran día”. Pedro indica cuándo “abandonaron su propio y debido lugar de habitación” estos ángeles, al hablar de los “espíritus en prisión, que en un tiempo habían sido desobedientes cuando la paciencia de Dios estaba esperando en los días de Noé, mientras se construía el arca”. (1Pe 3:19, 20.) Estos textos tienen una relación directa con el relato de Génesis 6:1-4, que habla de “los hijos del Dios verdadero” que antes del Diluvio abandonaron su morada celestial para cohabitar con las mujeres, con quienes produjeron una descendencia conocida como los nefilim. (Véanse HIJO[S] DE DIOS; NEFILIM.)
Se desprende de estos textos que el Tártaro es una condición más bien que un lugar específico, puesto que por un lado Pedro dice que estos espíritus desobedientes están en “hoyos de densa oscuridad”, y por otro Pablo afirma que están en “lugares celestiales”, desde donde ejercen una gobernación de oscuridad como fuerzas espirituales inicuas. (2Pe 2:4; Ef 6:10-12.) De manera similar, la densa oscuridad no es una falta literal de luz, sino el resultado de que Dios les retire la iluminación como miembros renegados y proscritos de su familia. Solo les queda una oscura perspectiva en lo que se refiere a su destino eterno.
Por lo tanto, el Tártaro es distinto del Seol hebreo o el Hades griego, que se refieren a la sepultura común terrestre de toda la humanidad. El apóstol Pedro lo corrobora al decir que Jesucristo predicó a estos “espíritus en prisión”, si bien aclara que no lo hizo durante los tres días que estuvo enterrado en el Hades (Seol), sino después de su resurrección del Hades. (1Pe 3:18-20.)
De igual manera, la condición degradada representada por el Tártaro no debería confundirse con “el abismo” al que serán arrojados Satanás y sus demonios por los mil años del reinado de Cristo. (Apo 20:1-3.) Aunque al parecer los ángeles desobedientes fueron arrojados en el Tártaro durante “los días de Noé” (1Pe 3:20), unos dos mil años después los hallamos suplicando a Jesús “que no les ordenara irse al abismo”. (Lu 8:26-31; véase ABISMO.)
La palabra “Tártaro” también se utiliza en las mitologías paganas precristianas. En la Ilíada de Homero, este Tártaro mitológico está representado por una prisión subterránea, ‘tan por debajo del Hades como la Tierra lo está del cielo’. En él se había recluido a los dioses inferiores, Cronos y los otros titanes. Como se ha visto, el Tártaro de la Biblia no es un lugar, sino una condición, por lo que no corresponde con el Tártaro de la mitología griega. Sin embargo, es digno de notar que el Tártaro mitológico no era un lugar para los seres humanos, sino para las criaturas sobrehumanas. De modo que en ese aspecto sí hay una similitud, pues en el Tártaro bíblico no se recluye a las almas humanas (compárese con Mt 11:23), sino solo a espíritus inicuos sobrehumanos que se han rebelado contra Dios.
La condición de degradación completa representada por el Tártaro antecede al abismamiento que Satanás y sus demonios tienen que experimentar antes del comienzo del reinado milenario de Cristo, abismamiento al que seguirá, después del fin de los mil años, la destrucción completa de todos ellos en “la muerte segunda”. (Mt 25:41; Apo 20:1-3, 7-10, 14.)
La palabra griega ba·sa·ní·zö, así como otras de la misma familia, aparece más de veinte veces en las Escrituras Griegas Cristianas. Significaba básicamente “probar con la piedra de toque [bá·sa·nos]” y, por extensión, “examinar o interrogar con tortura”. Los lexicógrafos dicen que en las Escrituras Griegas Cristianas se usa con el sentido de vejar con dolores intensos; estar hostigado, angustiado. (Mt 8:29; Lu 8:28; Apo 12:2.)
La Biblia emplea ba·sa·ní·zö en diversos contextos. Por ejemplo, se dice que un criado que padecía de parálisis estaba “terriblemente atormentado” (NM) o “sufriendo terribles dolores” (VP; Mt 8:6; compárese con 4:24). También refiriéndose a Lot, quien “sentía su alma atormentada” (NC) o “sufría” (RH) por los hechos desaforados de la gente de Sodoma. (2Pe 2:8.) Esta palabra incluso se ha utilizado para referirse al avance dificultoso de una embarcación. (Mt 14:24; Mr 6:48.)
El sustantivo griego ba·sa·ni·stḗs, que aparece en Mateo 18:34, se traduce “carceleros” en algunas versiones (NM; ENP; NVI; Rule, nota; compárese con Mt 18:30), y en otras, “sayones”, “torturadores” y “atormentadores” (JT, NC, SA, Scío). En las prisiones a veces se recurría a la tortura para obtener información (compárese con Hch 22:24, 29, aunque en este texto no se utiliza la palabra ba·sa·ní·zö), y por esta razón se aplicó a los carceleros el término ba·sa·ni·stës. Sobre el uso que Jesús dio a este término en Mateo 18:34, The International Standard Bible Encyclopaedia (edición de J. Orr, 1960, vol. 5, pág. 2999) hace la siguiente observación: “Probablemente el mismo encarcelamiento se consideraba un ‘tormento’ (y sin duda lo era), y los ‘atormentadores’ no eran otros sino los carceleros”. Así pues, el que en Revelación 20:10 se diga que habrá quienes serán “atormentados día y noche para siempre jamás” debe significar que se les someterá a un estado de restricción. Los relatos paralelos de Mateo 8:29 y Lucas 8:31 muestran que el término “tormento” puede utilizarse como sinónimo de un estado de restricción. (Véase LAGO DE FUEGO.)
Algunos comentaristas se han referido a determinados contextos en los que aparece la palabra “tormento” en la Biblia para apoyar la enseñanza de sufrimiento eterno con fuego. Sin embargo, como se acaba de indicar, hay razón bíblica para creer que lo que se dice en Apocalipsis 20:10 no tiene ese sentido. De hecho, el versículo 14 muestra que el “lago de fuego”, donde tiene lugar el tormento, significa realmente “la muerte segunda”. Por otra parte, aunque Jesús habló de cierto hombre que era rico y que “existía en tormentos” (Lu 16:23, 28), el artículo LÁZARO (núm. 2) muestra que Jesús estaba presentando una ilustración, no refiriéndose a una experiencia física de una persona real. En el libro de Revelación se usa varias veces la palabra “tormento” con un sentido claramente ilustrativo o simbólico, según puede verse por el contexto. (Apo 9:5; 11:10; 18:7, 10.)
¿Cuál es el significado del ‘tormento eterno’ que se menciona en Apocalipsis?
Apo. 14:9-11; 20:10, VV (1977): “Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino del furor de Dios, que ha sido vertido puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y en presencia del Cordero; y el humo de su tormento [en griego: ba·sa·ni·smou´] sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre.” “Y el diablo que los engañaba fue lanzado al lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.”
¿Qué es el ‘tormento’ al cual se refieren estos textos bíblicos? Es de notar que en Apocalipsis 11:10 (VV) se hace referencia a unos ‘profetas que atormentan a los moradores de la tierra’.
Tal tormento se deriva del humillante desenmascaramiento realizado por los mensajes que esos profetas proclaman. En Apocalipsis 14:9-11 (VV) se dice que los adoradores de las simbólicas ‘bestia y su imagen’ son ‘atormentados con fuego y azufre’. Esto no puede referirse a tormento consciente después de la muerte, porque “los muertos nada saben” (Ecl. 9:5, VV). Entonces, ¿qué hace que ellos experimenten dicho tormento mientras todavía están vivos? Es la proclamación de los siervos de Dios que les informa que los adoradores de la ‘bestia y su imagen’ sufrirán la muerte segunda, que está representada por “el lago que arde con fuego y azufre”. El humo, relacionado con su ardiente destrucción, asciende para siempre porque la destrucción será eterna y nunca será olvidada. Cuando Apocalipsis 20:10 dice que el Diablo va a experimentar ‘tormento por los siglos de los siglos’ en el “lago de fuego y azufre”, ¿qué quiere decir? Apocalipsis 21:8 (VV) dice claramente que “el lago que arde con fuego y azufre” significa “la muerte segunda”. Así que el ‘tormento’ que el Diablo experimenta para siempre allí quiere decir que no habrá liberación para él; se le mantendrá restringido para siempre; de hecho, quedará en la muerte eterna. Este uso de la palabra “tormento” (de la palabra griega ba`sa·nos) recuerda a uno su uso en Mateo 18:34, donde la misma palabra griega básica se aplica a un ‘carcelero’ o ‘verdugo’. (NM, FS, VV, VM.)
1. El arca de Noé.
1. El arca de Noé, fue la provisión que permitió a los antepasados de toda la humanidad sobrevivir al diluvio global en 2370-2369 a. E.C. (Véanse DILUVIO.) Jehová le dio a Noé instrucciones detalladas en cuanto a su tamaño, forma, sistema de iluminación y ventilación, así como sobre los materiales que se deberían usar para su construcción. (Gé 6:14-16.)
Diseño y tamaño. El arca (heb. te-váh; gr. ki-bö-tós) era rectangular, parecida a un cofre, con las esquinas cuadradas y el fondo plano. No necesitaba un fondo redondeado ni una proa en punta para cortar las aguas con rapidez, tampoco un mecanismo para dirigirla; tan solo era preciso que fuese hermética y flotase. Una embarcación de esta forma resulta muy estable, y no es fácil hacerla zozobrar; además, tiene alrededor de una tercera parte más de espacio para almacenamiento que los barcos de diseño convencional. Había una puerta en uno de los lados del arca para embarcar y desembarcar la carga.
El tamaño del arca era de 300 codos de largo, 50 de ancho y 30 de alto. Haciendo un cálculo moderado de la longitud del codo, unos 44,5 cm. —algunos piensan que el antiguo codo se aproximaba a los 56 ó 61 cm.—, el arca mediría unos 133,35 metros de largo, 22,25 de ancho y 13,35 de alto, menos de la mitad del largo del transatlántico Queen Elizabeth 2. La proporción entre la longitud y la anchura (6 a 1) es la que se usa en la arquitectura naval moderna.
Como el arca estaba dividida en tres pisos, tendría una superficie de 8.454 metros cuadrados y una capacidad de casi 40.000 m.³ de espacio útil, casi identico al del Titanic, el lujoso transatlántico del siglo XX, de 269 m. de largo. Esto es suficiente espacio como para 445 vagones de ferrocarril, ó 10 trenes de unos 44 vagones cada uno. En efecto, los ingenieros navales contemporáneos han descubierto que las proporciones similares a las del arca favorecen la integridad estructural y la estabilidad de las embarcaciones cuando están en alta mar. Ninguna embarcación de tiempos antiguos se aproximó siquiera ligeramente al tamaño colosal de esta arca. Se reforzó su interior añadiéndole dos pisos, con lo que las tres cubiertas sumaban un total de más de 8.900 m.2 de superficie hábil.
Jehová le dijo a Noé: “Harás un tsóhar [techo; o ventana] para el arca”. (Gé 6:16.) No está del todo claro qué era este tsó-har o cómo se construyó. Hay eruditos que opinan que el término está relacionado con luz, así que lo traducen por “ventana” (Val, VP), “tragaluz” (NC), “lucera” (CI). No obstante, otros relacionan el término tsó-har con una raíz arábiga posterior cuyo significado es “dorso (de la mano)”, “dorsal (de un animal)”, “cubierta (de un barco)”, es decir, en un sentido amplio, aquella parte opuesta al suelo o que no toca la superficie del agua, de ahí que opten por traducirlo “techo” (RH) o “cubierta” (BJ). A Noé se le dijo que el tsó-har habría de completarse “hasta el punto de un codo hacia arriba”. (Gé 6:16.)
Por consiguiente, si el tsó-har había de suministrar iluminación y ventilación adecuadas, no sería simplemente una claraboya de un codo cuadrado, sino un vano de un codo de alto que estaría próximo al techo y rodearía el arca por sus cuatro lados, de manera que proporcionaría una abertura de unos 140 m.2 de extensión en total. Por otra parte, aun si se dejó inmediatamente debajo del techo, o en cualquier otra parte, una abertura generosa que facilitara la ventilación, el techo pudo haber tenido una ligera inclinación. Respecto a esta posibilidad, James F. Armstrong hizo el siguiente comentario en la obra Vetus Testamentum (Leiden, 1960, pág. 333): “‘La acabarás a un codo de elevación por la parte de arriba’; esta es una expresión difícil de entender si se traduce tsó-har por ‘luz (equivalente a ventana)’ o por ‘techo (plano)’. No obstante, en caso de que se tratase de un tejado de dos aguas, el ‘codo de elevación’ podría referirse a la alzada de la cresta del tejado con relación a las paredes. En la jerga arquitectónica, este ‘codo de elevación’ se referiría a la altura de los montantes maestros sobre los que se colocaría el caballete para el tejado [...]. Según este razonamiento, el tejado del arca de Noé debió tener una pendiente de un 4% (1 codo de elevación y 25 codos de pendiente a ambos lados, desde el caballete hasta las paredes), una pendiente sumamente adecuada para que el agua se deslizase”.
Jehová especificó con qué material se debería construir esta inmensa arca: “Haz para ti un arca de madera de árbol resinoso [literalmente, “árboles de gófer”]”. (Gé 6:14.) Algunos opinan que esta madera resinosa se obtuvo del ciprés o de algún árbol parecido. El ciprés crecía en abundancia en aquella parte del mundo, y tanto los fenicios como Alejandro Magno preferían su madera, en especial para la construcción de barcos —como también ocurre hoy día—, pues es particularmente resistente al agua y a la putrefacción. Se sabe que algunas puertas y postes hechos de ciprés han durado mil cien años. Por otra parte, a Noé no se le dijo tan solo que calafateara las juntas, sino que ‘cubriera el arca por dentro y por fuera con alquitrán’. (Véase BETÚN.)
Amplia capacidad. La lista de ocupantes del arca era impresionante. Aparte de Noé, su esposa y sus tres hijos con sus respectivas esposas, tenían que acomodarse en el arca criaturas vivientes “de toda clase de carne, dos de cada una [...]. Macho y hembra serán. De las criaturas voladoras según sus géneros y de los animales domésticos según sus géneros, de todos los animales movientes del suelo según sus géneros, dos de cada uno entrarán a donde ti allí para conservarlos vivos”. De las bestias y las aves limpias se tomarían siete de cada clase. También habría que almacenar una gran cantidad y variedad de comida para alimentar a todas estas criaturas durante más de un año. (Gé 6:18-21; 7:2, 3.)
El que se seleccionaran animales de cada “género” indicaba que existían fronteras o límites bien definidos e inalterables establecidos por el Creador, dentro de los cuales las criaturas eran capaces de reproducirse “según sus géneros”. Algunos especialistas han calculado que los centenares de miles de especies animales existentes hoy se podrían reducir a comparativamente unas pocas familias genéricas o “géneros”, como la equina y la bovina, por mencionar tan solo dos de ellas. Los límites que Jehová puso, dentro de los cuales los animales se reproducían según su “género”, eran totalmente infranqueables. Teniendo esto presente, algunos investigadores han afirmado que con que hubiese en el arca tan solo 43 “géneros” de mamíferos, 74 “géneros” de aves y 10 “géneros” de reptiles, se podrían haber producido la variedad de especies conocidas en la actualidad. Otros estiman que tan solo se precisaban 72 “géneros” de cuadrúpedos y menos de 200 “géneros” de aves. La enorme variedad del género humano prueba que la gran diversidad de animales existente en la actualidad desciende de un número reducido de “géneros”. En efecto, de la familia de Noé han descendido las diferentes razas, con sus incontables variaciones en tamaño, color del cabello, de los ojos y de la piel.
Estos cálculos quizás les parezcan muy restrictivos a algunas personas, en especial porque, según ciertas fuentes, como la obra Historia Natural (edición de Fernando Carrogio, 1985, vol. 2, pág. 8), el número de especies animales se estima en 999.309 y, de acuerdo con esta misma fuente, para otros autores “es superior en mucho al millón”. Sin embargo, se calcula que alrededor de un 60% de las especies animales clasificadas son insectos. Por otra parte, se estima en 24.000 el grupo correspondiente a los anfibios, reptiles, aves y mamíferos, de los que 10.000 corresponderían a las aves; 9.000, a los reptiles y anfibios —muchos de ellos pudieron haber sobrevivido fuera del arca—, y tan solo 5.000 serían mamíferos, entre los que se encuentran las ballenas y las marsopas, que también habrían permanecido fuera del arca. Otros eruditos calculan que solo hay unas 290 especies de mamíferos terrestres mayores que la oveja y alrededor de 1.360 son más pequeñas que las ratas. (The Deluge Story in Stone, de B. C. Nelson, 1949, pág. 156; The Flood in the Light of the Bible, Geology, and Archaeology, de A. M. Rehwinkel, 1957, pág. 69.) De modo que, aun basando los cálculos en las cantidades más elevadas, el arca pudo haber acomodado con facilidad a una pareja de todos estos animales.
Cinco meses después del comienzo del Diluvio, “el arca llegó a descansar sobre las montañas de Ararat”, probablemente no sobre la cima de la cumbre más elevada —por encima de los 5.160 m.—, sino sobre un terreno propicio donde todos los que se hallaban en el arca pudieran vivir en condiciones aceptables algunos meses más. Finalmente, un año y diez días después del principio del Diluvio, la puerta se volvió a abrir y todos desembarcaron. (Gé 7:11; 8:4, 14.)
Los informes sobre el hallazgo de los restos del arca aún carecen de confirmación.
Lo que aprendí en el arca
★Está atento que no te pierdas el barco.
★Recuerda que todos estamos en el mismo barco. ★Planifica previamente. No estaba lloviendo cuando Noé construyó el arca. ★Mantente en forma. Cuando tengas 60 años, quizás alguien te pida que hagas algo realmente grande. (Noé tenía 560 años) ★No escuches las críticas; sólo continúa con el trabajo que debe ser realizado. ★Obedece siempre a Jehová, su palabra se cumple aunque parezca imposible. ★Construye tu futuro en tierras altas. ★Por razones de seguridad: viaja en pareja (Trabaja en equipo.) ★La velocidad no es siempre una ventaja. Los caracoles estaban a bordo con los guepardos y el arca no necesitaba motores (Ec 9:11.) ★Cuando estés estresado, déjate flotar un tiempito. ★Recuerda, el arca fue construida por principiantes; el Titanic por profesionales. ★No importa la tormenta, cuando estás con Dios, siempre volverás a ver el arco iris y el Sol (Isa 43:2.) |
¿Por qué no atacó ninguna fiera en el arca?
Una de las preguntas que podrían venir a nuestra mente acerca del Diluvio es ¿Cómo pudieron convivir las fieras tales como los leones, los tigres, los osos y otros animales junto con otros más dóciles tales como las gacelas, los corderos, las gallinas y otros? ¿Cómo es que las fieras no devoraron a los animales más domésticos al momento de entrar en el Arca? ¿Cómo es que Noé no fue atacado por algún animal? Bien, la respuesta se halla de manera implícita en la misma Biblia. En la creación original, cuando Dios crea al hombre, Dios le indica a Adán cuál sería su dieta alimenticia, ordenándole comer exclusivamente plantas y frutas: " Y Dios pasó a decir: “Miren que les he dado toda vegetación que da semilla que está sobre la superficie de toda la tierra y todo árbol en el cual hay fruto de árbol que da semilla. Que les sirva de alimento. Y a toda bestia salvaje de la tierra y a toda criatura voladora de los cielos y a todo lo que se mueve sobre la tierra en que hay vida como alma he dado toda la vegetación verde para alimento”. Y llegó a ser así." (Ge 1:29-30) Al princípio el hombre era vegetariano. Pero está orden no solamente limitaba al hombre a comer plantas y frutas, sino también a todo el reino animal. No existían las fieras, ni el hombre tenía peligro alguno de que algún animal lo atacara, puesto que todos eran herbívoros. Por ello, es totalmente posible que todos los animales en el Arca hayan convivido sin ningún problema, puesto que no existían los carnívoros, ni existía el peligro de que algún animal devorara a otro, ni que atacara a Noé. Esto también explicaría el por qué los animales tales como los leones y otras fieras no devoraran a otros animales dóciles como ovejas u otros. Sin embargo, todo cambió con el Diluvio. La maldad del hombre se había multiplicado tanto que Dios tuvo que enviar el juicio del Diluvio y modificar la dieta alimenticia. Ahora Dios le permitió a Noé comer además de plantas y frutas, carne. Esta modificación implicó también la aparición de los carnívoros, puesto que la orden de Dios también afectó al reino animal, tal como lo conocemos hoy: "Y un temor a ustedes y un terror a ustedes continuarán sobre toda criatura viviente de la tierra y sobre toda criatura voladora de los cielos, sobre todo lo que va moviéndose sobre el suelo, y sobre todos los peces del mar. En mano de ustedes ahora se han dado. Todo animal moviente que está vivo puede servirles de alimento. Como en el caso de la vegetación verde, de veras lo doy todo a ustedes." (Ge 9:2-3) Esto es interesante, pero también el hecho de que el hombre un día volverá a vivir como en aquellos tiempos. Isaías profetizó que el hombre volverá a vivir como lo hacía Adán en el Jardín de Edén, donde se convivía con las bestias, donde no existía el temor, y donde los niños podían jugar con las fieras. Un día Jehová Dios restaurará el paraíso por toda la Tierra (Isa 11:6-8) |
2. Pequeña cesta En la que Jokébed puso a su hijo de tres meses de edad, un niño “bien parecido” a quien más tarde se llegó a conocer como Moisés. Se halló al niño en la cesta entre las cañas que había junto a la margen del Nilo. La cesta o arca (heb. te-váh) estaba hecha de papiro e impermeabilizada con betún y pez. (Éx 2:2-4, 10; 6:20.)
3. Cofre de madera de acacia En el que se guardó durante un tiempo el segundo juego de tablas de piedra que contenían la Ley dada a Moisés en el monte Sinaí, hasta que, meses más tarde, se construyó el arca del testimonio. (Dt 10:1-5.) La palabra hebrea `aróhn, que en Deuteronomio 10:1-5 se traduce “arca”, se transcribe en otros lugares “ataúd” (Gé 50:26) o “cofre”. (2Re 12:9, 10, nota; 2Cr 24:8, 10, 11.)