Entonces Judá le dijo a Simeón, su tribu hermana: “Sube conmigo al territorio que me ha tocadod y luchemos juntos contra los cananeos. Después iré contigo al territorio que te ha tocadoe a ti”. Así que Simeón acompañó a Judá.f
Entonces Adoni-Bézec dijo: “Hay 70 reyes a quienes se les cortaron los pulgares de las manos y los dedos gordos de los pies, y que recogen alimento debajo de mi mesa. Lo que yo les hice a ellos, ahora Dios me lo ha hecho a mí”.a Después de eso lo llevaron a Jerusalén,b donde murió.
De camino a la casa, ella le rogó a Otniel que le pidiera al padre de ella un terreno. Entonces ella se bajó del burroj en el que iba, y Caleb le preguntó: “¿Qué quieres?”.
Ella le dijo: “Por favor, hazme un regalo como señal de tu bendición.k Ya me diste un terreno en el sur, pero dame también Gulot-Maim”. Así que Caleb le dio Gulot Altol y Gulot Bajo.
Y los descendientes del quenita,m el suegron de Moisés, subieron de la ciudad de las palmeraso con el pueblo de Judá y fueron al desierto de Judá, al sur de Arad.p Fueron allí y se quedaron a vivir con el pueblo.q
Pero Judá y su hermano Simeón siguieron adelante; atacaron a los cananeos que vivían en Zefat y entregaron la ciudad a la destrucción.r De ahí que llamaran a la ciudad Hormá.s
Jehová estaba con Judá, y ellos conquistaron la región montañosa. Pero no lograron expulsar a los habitantes de la llanura porque estos tenían carros de guerraw con hoces de hierro.x
Pero los de Benjamín no expulsaron a los jebuseos que vivían en Jerusalén.a Por eso los jebuseos siguen viviendo en Jerusalén con los benjaminitas hasta el día de hoy.b
Así que el hombre les indicó por dónde entrar a la ciudad. Entonces, ellos atacaron la ciudad con la espada,i pero dejaron que el hombre y toda su familia escaparan.j
La tribu de Manasésl no expulsó a los habitantes de Bet-Seánm y sus pueblos dependientes, ni a los de Taanacn y sus pueblos dependientes, ni a los de Doro y sus pueblos dependientes, ni a los de Ibleamp y sus pueblos dependientes, ni a los de Meguidóq y sus pueblos dependientes. Los cananeos se empeñaban en seguir viviendo en esa tierra.r
La tribu de Zabulónw no expulsó a los habitantes de Quitrón ni a los de Nahalol.x Los cananeos siguieron viviendo allí entre ellosy y fueron obligados a hacer trabajos forzados.z
La tribu de Neftalíg no expulsó ni a los habitantes de Bet-Semes ni a los de Bet-Anat.h Se pusieron a vivir allí entre los cananeos que habitabani la región y obligaron a los habitantes de Bet-Semes y de Bet-Anat a hacer trabajos forzados.j
Los amorreos se empeñaron en seguir viviendo en el monte Heres, en Ayalónm y en Saalbim.n Pero, cuando los de la casa de José se hicieron más poderosos, los amorreos fueron obligados a hacer trabajos forzados.o
Entonces el ángel de Jehová subió de Guilgal a Bokim y dijo: “Los saqué de Egipto y los hice subir a la tierra que juré darles a sus antepasados. Además les dije: ‘Yo nunca romperé mi pacto con ustedes.
Y ustedes, por su parte, no deben hacer ningún pacto con los habitantes de esta tierra, y deben destruir sus altares’. Sin embargo, no han obedecido mi voz. ¿Por qué han actuado así?
El pueblo sirvió a Jehová durante todos los días de Josué y todos los días de los ancianos que siguieron viviendo después de Josué y que habían visto todas las cosas grandiosas que Jehová había hecho por Israel.
Abandonaron a Jehová, el Dios de sus padres, que los sacó de la tierra de Egipto, y siguieron a otros dioses, a los dioses de los pueblos que los rodeaban. Se inclinaron ante ellos y provocaron a Jehová.
Por eso Jehová se enfureció con los israelitas y los hizo caer en manos de saqueadores que los despojaban de sus bienes. Los abandonó en manos de los enemigos que tenían a su alrededor, y ya no pudieron hacerles frente.
Sin importar adónde fueran, la mano de Jehová estaba en contra de ellos y les mandaba calamidades, tal como Jehová había dicho y tal como Jehová les había jurado. Y llegaban a estar en una situación muy angustiosa.
Pero ni a los jueces quisieron escuchar, sino que se prostituían siguiendo a otros dioses y se inclinaban ante ellos. Se apartaron muy pronto del camino por el que sus antepasados habían andado. Sus antepasados obedecieron los mandamientos de Jehová, pero ellos no.
Cada vez que Jehová les daba un juez, Jehová estaba con él y los salvaba de las manos de sus enemigos todos los días del juez. Y es que Jehová se compadecía de ellos al oírlos gemir por culpa de quienes los oprimían y maltrataban.
Pero, cuando el juez moría, ellos volvían a corromperse más que sus padres. Seguían a otros dioses, les servían y se inclinaban ante ellos. No dejaban sus prácticas ni su conducta terca.
Estas son las naciones que Jehová permitió que se quedaran para que pusieran a prueba a los israelitas que no habían pasado por ninguna de las guerras de Canaán
los cinco gobernantes de los filisteos y todos los cananeos, los sidonios y los heveos que vivían en el monte Líbano, desde el monte Baal-Hermón hasta Lebó-Hamat.
Y sirvieron para poner a prueba a los israelitas, para ver si obedecían los mandamientos que Jehová les había dado a sus antepasados por medio de Moisés.
Por eso Jehová se enfureció con Israel y los abandonó en manos de Cusán-Risataim, el rey de Mesopotamia. Los israelitas sirvieron a Cusán-Risataim durante ocho años.
Cuando los israelitas le rogaron a Jehová que los ayudara, Jehová les dio un salvador para rescatarlos: Otniel hijo de Quenaz, el hermano menor de Caleb.
El espíritu de Jehová vino sobre Otniel, y él llegó a ser el juez de Israel. Cuando Otniel salió a combatir, venció a Cusán-Risataim, el rey de Mesopotamia, porque Jehová lo entregó en sus manos.
Y, una vez más, los israelitas comenzaron a hacer lo que estaba mal a los ojos de Jehová. Así que Jehová dejó que Eglón, el rey de Moab, se hiciera más poderoso que los israelitas, pues ellos estaban haciendo lo que estaba mal a los ojos de Jehová.
Entonces, los israelitas le rogaron a Jehová que los ayudara, y Jehová les dio un salvador: Ehúd hijo de Guerá, un benjaminita que era zurdo. Con el tiempo, los israelitas enviaron a Ehúd para pagarle tributo a Eglón, el rey de Moab.
Después de llegar a las imágenes talladas que había en Guilgal, Ehúd regresó y le dijo al rey: “Tengo un mensaje secreto para ti, oh, rey”. A lo que el rey dijo: “¡Silencio!”. Entonces, todos los sirvientes se retiraron.
Estando el rey sentado a solas en la habitación fresca que tenía en la azotea, Ehúd se le acercó y le dijo: “Tengo un mensaje de Dios para ti”. Al oír esto, el rey se levantó del trono.
Después de que Ehúd salió, los sirvientes regresaron y vieron que las puertas de la habitación de la azotea estaban cerradas con llave. Así que dijeron: “Debe estar haciendo sus necesidades en la habitación fresca de adentro”.
Pero, de tanto esperar, se sintieron desconcertados. Y, al ver que el rey no abría las puertas de la habitación de la azotea, tomaron la llave y las abrieron. ¡Y encontraron a su señor muerto en el piso!
Entonces les dijo: “Síganme, porque Jehová ha entregado en sus manos a los moabitas, sus enemigos”. Ellos lo siguieron y, para que los moabitas no pudieran escapar, ocuparon los lugares de paso del Jordán. No permitieron que nadie cruzara.
Así que Jehová los abandonó en manos de Jabín, el rey de Canaán, que reinaba en Hazor. El jefe de su ejército era Sísara, quien vivía en Haróset de las naciones.
Jabín tenía 900 carros de guerra con hoces de hierro y llevaba 20 años oprimiendo a los israelitas con dureza. Por eso los israelitas le suplicaron a Jehová que los ayudara.
Ella mandó llamar de Quedes de Neftalí a Barac hijo de Abinoam, y le dijo: “Jehová, el Dios de Israel, te ha dado esta orden: ‘Ve, marcha al monte Tabor y lleva contigo a 10.000 hombres de las tribus de Neftalí y Zabulón.
Ella le respondió: “Claro que iré contigo. Pero en esta campaña militar la gloria no será para ti, porque será en las manos de una mujer en las que Jehová entregará a Sísara”. Luego Débora se levantó y se fue con Barac a Quedes.
Por cierto, Héber el quenita se había separado de los otros quenitas, los descendientes de Hobab, el suegro de Moisés. Y había armado su tienda junto al árbol grande de Zaananim, que está cerca de Quedes.
Enseguida Sísara reunió todos sus carros de guerra —900 carros con hoces de hierro— y a todas las tropas que venían con él desde Haróset de las naciones para ir al arroyo de Cisón.
Débora ahora le dijo a Barac: “Vamos, que este es el día en que Jehová entregará a Sísara en tus manos. ¿Acaso no va Jehová delante de ti?”. Entonces, Barac bajó del monte Tabor seguido por 10.000 hombres.
Y Jehová hizo que, ante la espada de Barac, reinara el caos entre Sísara, todos sus carros de guerra y todo el ejército. Finalmente, Sísara se bajó de su carro y huyó a pie.
Jael salió al encuentro de Sísara y le dijo: “Ven aquí, mi señor, entra. No tengas miedo”. De modo que él entró en la tienda, y ella lo tapó con una manta.
Pero Jael, la esposa de Héber, agarró una estaca de tienda y un martillo. Y, mientras Sísara estaba profundamente dormido por el agotamiento, ella se le acercó sin hacer ruido y le clavó la estaca en las sienes hasta hundirla en la tierra, y él murió.
Cuando Barac llegó buscando a Sísara, Jael salió a su encuentro y le dijo: “Ven. Te mostraré al hombre que estás buscando”. Él entró con ella en la tienda y allí vio a Sísara muerto, con la estaca atravesándole las sienes.
Jehová, cuando saliste de Seír, cuando saliste marchando del territorio de Edom, la tierra tembló y los cielos derramaron aguaceros; las nubes se deshicieron en lluvia.
Ustedes, los que van montados en burros pardos; ustedes, los que se sientan sobre finas alfombras, y ustedes, los que andan por el camino,
¡pónganse a pensar!
Junto a los abrevaderos se escucharon las voces de los que distribuyen el agua. Allí estuvieron relatando los actos justos de Jehová, los actos justos de los campesinos de Israel. Entonces el pueblo de Jehová bajó a las puertas de las ciudades.
De Efraín eran los que estaban en el valle; van contigo, Benjamín, entre tus hombres. De Makir, bajaron los comandantes y, de Zabulón, los que llevan el bastón para reclutar soldados.
Los príncipes de Isacar estuvieron con Débora. Así como estuvo Isacar, también estuvo Barac. Al valle fue enviado a pie. Entre las divisiones de Rubén hubo grandes deliberaciones del corazón.
¿Por qué te quedaste sentado entre las dos bolsas de carga escuchando a los pastores que tocaban la flauta para los rebaños? Entre las divisiones de Rubén hubo grandes deliberaciones del corazón.
Galaad se quedó al otro lado del Jordán. ¿Y por qué permaneció Dan junto a los barcos? Aser se sentó a la orilla del mar sin hacer nada, no se movió de sus puertos.
Vinieron reyes y lucharon; entonces pelearon los reyes de Canaán en Taanac, junto a las aguas de Meguidó. No pudieron llevarse nada de plata como botín.
‘Maldigan a Meroz —dijo el ángel de Jehová—, sí, maldigan a sus habitantes, porque no vinieron en ayuda de Jehová, en ayuda de Jehová con los poderosos guerreros’.
Con una mano agarró la estaca de tienda. Con su mano derecha tomó el martillo de los obreros. Con él golpeó a Sísara, le partió la cabeza;
le machacó las sienes, se las atravesó.
Por la ventana se asomaba una mujer. La madre de Sísara miraba por la celosía: ‘¿Por qué tarda en venir su carro? ¿Por qué no oigo todavía el ruido de sus caballos?’.
‘Deben estar repartiéndose el botín: una joven, dos jóvenes, para cada guerrero; botín de telas teñidas para Sísara, botín de telas teñidas; una pieza bordada, telas teñidas, dos piezas bordadas para el cuello de los saqueadores’.
¡Oh, Jehová! Que así mueran todos tus enemigos, pero que los que te aman sean como el sol cuando se levanta en toda su gloria”. Y hubo paz en la región por 40 años.
Acampaban para luchar contra ellos y destruían las cosechas por todo su territorio hasta Gaza, no dejaban en Israel nada para comer ni tampoco ovejas, toros o burros.
Porque subían con sus animales y sus tiendas de campaña, y eran tan numerosos como las langostas. Ellos y sus camellos eran tantos que no se podían contar. Llegaban al país para destruirlo.
Jehová les envió un profeta, que les dijo: “Esto es lo que dice Jehová, el Dios de Israel: ‘Yo los saqué de la tierra donde eran esclavos haciéndolos subir de Egipto.
Y les dije: “Yo soy Jehová su Dios. No deben adorar a los dioses de los amorreos, los habitantes de la tierra en la que ustedes están viviendo”. Pero ustedes no me obedecieron’”.
Más tarde, el ángel de Jehová llegó y se sentó debajo del árbol grande que había en Ofrá, que le pertenecía a Joás el abí-ezrita. Gedeón hijo de Joás estaba desgranando el trigo en el lagar de vino para que los madianitas no vieran el grano.
Gedeón le respondió: “Perdón, mi señor, pero, si Jehová está con nosotros, ¿por qué nos está pasando todo esto? ¿Dónde están todas esas cosas maravillosas que nos contaron nuestros padres? Ellos nos decían: ‘Fue Jehová quien nos sacó de Egipto’. Pero ahora Jehová nos ha abandonado y nos ha entregado en manos de Madián”.
Y Gedeón le respondió: “Perdón, Jehová, pero ¿cómo voy a salvar yo a Israel? Mira que mi clan es el menos importante de Manasés y yo soy el más insignificante de la casa de mi padre”.
Por favor, no te vayas hasta que vuelva con lo que quiero ofrecerte y lo ponga delante de ti”. El ángel le respondió: “Me quedaré aquí hasta que vuelvas”.
Y Gedeón fue adentro, preparó un cabrito y con un efá de harina hizo pan sin levadura. Puso la carne en una canasta y el caldo en una olla. Después se lo llevó todo al ángel y lo sirvió debajo del árbol grande.
Entonces el ángel de Jehová extendió la vara que tenía en la mano y, con su punta, tocó la carne y el pan sin levadura. De la roca salió un fuego que consumió la carne y el pan sin levadura. Y el ángel de Jehová desapareció de su vista.
En ese momento, Gedeón comprendió que se trataba del ángel de Jehová. Al instante exclamó: “¡Ay de mí, Señor Soberano Jehová! ¡He visto cara a cara al ángel de Jehová!”.
Esa noche, Jehová le dijo: “Toma el toro joven de tu padre, el segundo toro joven de siete años. Luego derriba el altar de Baal que tiene tu padre y corta el poste sagrado que está junto al altar.
Después, con la hilera de piedras, constrúyele un altar a Jehová tu Dios en lo alto de esta fortaleza. Entonces toma el segundo toro joven, ponlo sobre los pedazos de madera del poste sagrado que cortaste y preséntalo como ofrenda quemada”.
Así que Gedeón llamó de entre sus siervos a 10 hombres e hizo exactamente lo que Jehová le había mandado. Pero, como les tenía miedo a los de la casa de su padre y a los hombres de la ciudad, en lugar de hacerlo de día, lo hizo de noche.
Temprano por la mañana, cuando los hombres de la ciudad se levantaron, vieron que alguien había derribado el altar de Baal, había cortado el poste sagrado que estaba junto a él y había sacrificado el segundo toro joven en el altar recién construido.
Así que los hombres de la ciudad le dijeron a Joás: “¡Entréganos a tu hijo para que muera! Él derribó el altar de Baal y cortó el poste sagrado que había a su lado”.
Pero Joás les respondió a todos los que se enfrentaron a él: “¿Necesita Baal que ustedes lo defiendan? ¿Necesita que ustedes lo salven? A cualquiera que lo defienda se le dará muerte esta misma mañana. Si él es un dios, que él mismo se defienda, pues fue su altar el que derribaron”.
Además, envió mensajeros por todo el territorio de Manasés, y sus hombres también se reunieron y lo siguieron. Y envió mensajeros por los territorios de Aser, Zabulón y Neftalí, y sus hombres subieron para encontrarse con él.
demuéstramelo así: voy a dejar un vellón de lana en la era; si el rocío solo ha mojado el vellón pero el suelo que lo rodea está seco, yo sabré que vas a salvar a Israel por medio de mí, tal como prometiste”.
Sin embargo, Gedeón le dijo al Dios verdadero: “No te enfurezcas conmigo; permíteme que te pida solo una cosa más. Por favor, déjame hacer solo una prueba más con el vellón de lana. Por favor, que todo el suelo quede mojado por el rocío y solamente el vellón quede seco”.
Entonces Jerubaal —es decir, Gedeón— y toda la gente que estaba con él madrugaron y acamparon junto al manantial de Harod. El campamento de Madián estaba al norte de ellos, junto a la colina de Moré, en la llanura.
Jehová ahora le dijo a Gedeón: “Tienes demasiados hombres. Así no puedo entregar a los madianitas en manos de ustedes. Si lo hiciera, Israel tal vez se pondría a presumir a costa mía y diría: ‘Mi propia mano me salvó’.
Así que, por favor, anúnciales esto a tus hombres: ‘El que esté temblando de miedo puede volverse a su casa’”. De esta manera, Gedeón los puso a prueba. Al final, 22.000 hombres se fueron y 10.000 se quedaron.
Con todo, Jehová le dijo a Gedeón: “Todavía hay demasiados hombres. Diles que bajen al agua, y allí los pondré a prueba por ti. Si yo te digo ‘Este irá contigo’, entonces ese irá contigo. En cambio, si te digo ‘Este no te acompañará’, entonces ese no te acompañará”.
De modo que Gedeón hizo que los hombres bajaran al agua. Luego Jehová le dijo a Gedeón: “Al que beba agua lamiéndola como lo hacen los perros, sepáralo de los que de rodillas se inclinen para beber”.
Y resultó que, en total, los hombres que lamieron el agua llevándose la mano a la boca fueron 300. El resto se puso de rodillas y se inclinó para beber.
Jehová entonces le dijo a Gedeón: “Los salvaré con los 300 hombres que lamieron el agua y entregaré a Madián en tus manos. Que todos los demás hombres se vuelvan a sus casas”.
Así que, después de que la gente les dio a los 300 hombres las provisiones y los cuernos, Gedeón envió a sus casas a todos los demás israelitas. Solo se quedó con los 300. El campamento de Madián estaba más abajo, en la llanura.
Cuando escuches lo que están diciendo, tendrás valor para atacar al campamento”. Entonces él y Purá, su ayudante, se acercaron hasta el mismo borde del campamento.
Los madianitas, los amalequitas y los orientales cubrían la llanura como una nube de langostas. Y sus camellos eran tantos que no podían contarse, como los granos de arena que hay a la orilla del mar.
Cuando Gedeón llegó, resulta que había un hombre contándole a otro el sueño que había tenido. Le decía: “Mira lo que soñé. Un pan redondo de cebada entró rodando en el campamento de Madián y chocó con una tienda de campaña. Le dio tan fuerte que la echó abajo. La volcó, y la tienda se desplomó”.
A lo que su compañero le dijo: “Está claro: tiene que ser la espada de Gedeón hijo de Joás, un israelita. Dios va a entregar a Madián y a todo el campamento en sus manos”.
En cuanto Gedeón oyó el sueño y su explicación, se inclinó para adorar a Dios. Después volvió al campamento de Israel y dijo: “¡Vamos! Jehová ha entregado al campamento de Madián en sus manos”.
Cuando yo y todos los que están conmigo toquemos el cuerno, ustedes también tocarán los cuernos alrededor de todo el campamento y gritarán: ‘¡Por Jehová y por Gedeón!’”.
Gedeón y los 100 hombres que estaban con él llegaron al borde del campamento cuando empezaba la segunda vigilia de la noche, justo después del cambio de turno. Y tocaron los cuernos e hicieron pedazos los jarrones que llevaban en la mano.
Así que los tres grupos tocaron los cuernos e hicieron pedazos los jarrones. Sostuvieron las antorchas con la mano izquierda, tocaron los cuernos que llevaban en la derecha y gritaron: “¡La espada de Jehová y de Gedeón!”.
Los 300 siguieron tocando los cuernos, y Jehová hizo que por todo el campamento los hombres se atacaran unos a otros con sus espadas. El ejército enemigo huyó hasta Bet-Sitá, y hasta Zererá, hasta las afueras de Abel-Meholá, junto a Tabat.
Gedeón envió mensajeros por toda la región montañosa de Efraín con este mensaje: “Bajen a atacar a Madián y controlen los lugares de paso del Jordán y de sus afluentes hasta Bet-Bará”. De modo que todos los hombres de Efraín se reunieron y controlaron los lugares de paso del Jordán y de sus afluentes hasta Bet-Bará.
Además, capturaron a los dos príncipes de Madián: Oreb y Zeeb. Mataron a Oreb en la roca de Oreb y a Zeeb en el lagar de vino de Zeeb. Siguieron persiguiendo a Madián, y le llevaron las cabezas de Oreb y de Zeeb a Gedeón, en la región del Jordán.
Entonces los hombres de Efraín le preguntaron a Gedeón: “¿Qué nos hiciste? ¿Por qué no nos avisaste cuando fuiste a luchar contra Madián?”. Y se lo reprocharon violentamente.
Pero él les contestó: “¿Y qué hice yo en comparación con lo que han hecho ustedes?e ¿No es mejor lo que sobra de la cosecha de Efraínf que toda la vendimia de Abí-Ézer?g
Dios entregó a Oreb y a Zeeb, los príncipes de Madián, en sus manos. ¿Qué he hecho yo en comparación con ustedes?”. Cuando les habló así, ellos se calmaron.
Así que les pidió a los hombres de Sucot: “Por favor, denles pan a los hombres que vienen conmigo, porque están cansados y yo estoy persiguiendo a Zébah y a Zalmuná, los reyes de Madián”.
A lo que Gedeón les contestó: “Por haber dicho eso, desgarraré sus carnes con los espinos y abrojos del desierto cuando Jehová entregue a Zébah y a Zalmuná en mis manos”.
Ahora bien, Zébah y Zalmuná estaban en Carcor con sus ejércitos, unos 15.000 hombres. Estos eran los únicos que quedaban del ejército de los orientales, pues habían caído 120.000 hombres armados con espadas.
Entonces Gedeón fue a ver a los hombres de Sucot y les dijo: “Aquí tienen a Zébah y a Zalmuná, los hombres por los que ustedes se burlaron de mí. Ustedes me dijeron: ‘¿Por qué tendríamos que darles pan a tus hombres cansados? ¿Acaso ya capturaste a Zébah y a Zalmuná?’”.
Él les preguntó a Zébah y a Zalmuná: “¿Cómo eran los hombres que ustedes mataron en el monte Tabor?”. A lo que respondieron: “Eran como tú. Cada uno de ellos parecía hijo de un rey”.
Él les dijo: “Eran mis hermanos, los hijos de mi madre. Les juro que, tan cierto como que Jehová vive, yo no tendría que matarlos a ustedes si les hubieran perdonado la vida a ellos”.
Así que Zébah y Zalmuná le dijeron: “Si eres lo bastante hombre, vamos, mátanos tú mismo”. Gedeón entonces mató a Zébah y a Zalmuná, y tomó los adornos en forma de media luna que sus camellos llevaban en el cuello.
Las narigueras de oro que él pidió pesaban 1.700 siclos. Y eso sin contar los adornos en forma de media luna, los colgantes, los vestidos de lana púrpura que usaban los reyes de Madián ni los collares de los camellos.
Gedeón usó aquel oro para hacer un efod y luego lo exhibió en su ciudad, Ofrá. Allí todo Israel se prostituyó espiritualmente con el efod, y este se convirtió en una trampa para Gedeón y los de su casa.
Así fue como Madián quedó bajo el dominio de los israelitas. Los madianitas no volvieron a amenazarlos. Y hubo paz en la región por 40 años en los días de Gedeón.
“Por favor, díganles a todos los líderes de Siquem: ‘¿Qué es mejor para ustedes: que los gobiernen los 70 hijos de Jerubaal, o que los gobierne un solo hombre? Y recuerden que soy de la misma sangre que ustedes’”.
Así que los hermanos de su madre les llevaron el mensaje a todos los líderes de Siquem, y el corazón de estos se inclinó a seguir a Abimélec, porque decían: “Es nuestro hermano”.
Además, le dieron 70 piezas de plata del templo de Baal-Berit. Con ellas, Abimélec contrató a unos hombres desocupados y sin escrúpulos para que lo acompañaran.
Después de eso se fue a la casa de su padre, en Ofrá, y mató sobre una misma piedra a sus hermanos, los hijos de Jerubaal, 70 hombres. Solo sobrevivió Jotán, el hijo menor de Jerubaal, gracias a que se había escondido.
Luego, todos los líderes de Siquem y todo Bet-Miló se reunieron cerca del árbol grande, cerca de la columna que había en Siquem. Y allí hicieron rey a Abimélec.
Cuando se lo contaron a Jotán, él enseguida se fue a la cima del monte Guerizim y desde allí les gritó: “¡Escúchenme, líderes de Siquem, y Dios los escuchará a ustedes!
Pero el olivo les respondió: ‘¿Acaso voy a dejar de producir mi aceite, que se usa para dar gloria a Dios y a los hombres, para ir a mecerme por encima de los demás árboles?’.
Pero la vid les respondió: ‘¿Acaso voy a dejar de producir mi vino nuevo, que alegra a Dios y a los hombres, para ir a mecerme por encima de los árboles?’.
A lo que la zarza les respondió a los árboles: ‘Si de verdad me van a elegir a mí para que los gobierne, vengan a refugiarse bajo mi sombra. De lo contrario, que salga fuego de la zarza y devore los cedros del Líbano’.
”Ahora bien, cuando ustedes hicieron rey a Abimélec, ¿actuaron de forma sincera y honorable? ¿Les mostraron bondad a Jerubaal y a los suyos? ¿Lo trataron como él se merecía?
Pero hoy se han levantado contra la casa de mi padre y han matado sobre una misma piedra a sus hijos, 70 hombres. Y a Abimélec, el hijo de su esclava, lo han hecho rey sobre los líderes de Siquem simplemente porque es hermano de ustedes.
De lo contrario, que salga fuego de Abimélec y devore a los líderes de Siquem y a Bet-Miló, y que salga fuego de los líderes de Siquem y de Bet-Miló y devore a Abimélec”.
Esto ocurrió para que se vengara la muerte violenta de los 70 hijos de Jerubaal, para que los culpables pagaran por la sangre derramada: Abimélec, por haber matado a sus hermanos, y los líderes de Siquem, por haberle ayudado a matarlos.
Por eso los líderes de Siquem le tendieron emboscadas a Abimélec colocando hombres en las cimas de las montañas. Estos hombres asaltaban a todo el que pasaba cerca de ellos por el camino. Con el tiempo, se le informó el asunto a Abimélec.
Ellos salieron al campo, recogieron las uvas de sus viñas, las pisaron y celebraron una fiesta. Después entraron en el templo de su dios y se pusieron a comer, beber y maldecir a Abimélec.
Y Gaal hijo de Ébed dijo: “¿Quién es Abimélec y quién es Siquem para que les sirvamos? ¿No es Abimélec hijo de Jerubaal, y no es Zebul su representante? ¡Mejor sirvamos a los hombres de Hamor, el padre de Siquem! Pero ¿por qué deberíamos servir a Abimélec?
Si yo estuviera al mando de este pueblo, sacaría a Abimélec de su puesto”. Entonces desafió a Abimélec diciendo: “¡Refuerza tu ejército y sal a luchar!”.
De modo que envió mensajeros en secreto a Abimélec para decirle: “Mira, Gaal hijo de Ébed y sus hermanos están en Siquem y están poniendo a la ciudad en tu contra.
Y por la mañana, en cuanto salga el sol, pónganse en marcha y ataquen la ciudad. Cuando Gaal salga con sus hombres a pelear contra ti, haz todo lo posible por vencerlo”.
En cuanto Gaal los vio, le dijo a Zebul: “¡Mira! Hay gente bajando de las cimas de las montañas”. Pero Zebul le respondió: “Lo que ves son las sombras de las montañas. Las estás confundiendo con hombres”.
Zebul le contestó: “¿Dónde está ahora tu arrogancia? Tú dijiste ‘¿Quién es Abimélec para que nosotros le sirvamos?’. ¿No es esta la gente que despreciabas? Sal ahora y pelea contra ellos”.
Por lo tanto, él tomó a sus hombres, los dividió en tres grupos y se quedó al acecho. Cuando vio que los habitantes de la ciudad salían, los atacó y los mató.
Abimélec y los grupos que estaban con él se lanzaron al ataque y tomaron sus posiciones a la entrada de la puerta de la ciudad. Por otro lado, dos grupos atacaron a todos los que estaban en el campo y los mataron.
Abimélec peleó contra la ciudad durante todo aquel día y la conquistó. Mató a la gente que había en ella y luego destruyó la ciudad y la sembró de sal.
él y todos los hombres que estaban con él subieron al monte Zalmón. Abimélec agarró un hacha, cortó una rama, se la echó al hombro y les dijo a los que lo acompañaban: “¡Rápido! ¡Hagan lo mismo que hice yo!”.
Así que todos cortaron ramas y siguieron a Abimélec. Pusieron las ramas contra el refugio y le prendieron fuego. De esta manera, murió también toda la gente de la torre de Siquem, unos 1.000 hombres y mujeres.
En medio de la ciudad había una torre fuerte a la que huyeron todos los hombres y las mujeres, así como todos los líderes de la ciudad. Se encerraron allí y subieron a lo más alto de la torre.
Él enseguida llamó al ayudante que llevaba sus armas y le dijo: “Saca tu espada y mátame para que nadie diga que me mató una mujer”. Por lo tanto, su ayudante lo atravesó con la espada y él murió.
Después de Abimélec, surgió Tolá para salvar a Israel. Era hijo de Pua, hijo de Dodó, de la tribu de Isacar. Vivía en Samir, en la región montañosa de Efraín.
Tuvo 30 hijos, que montaban sobre 30 burros y tenían 30 ciudades. A estas ciudades las llaman Havot-Jaír hasta el día de hoy y están en la tierra de Galaad.
Y los israelitas volvieron a hacer lo que estaba mal a los ojos de Jehová y empezaron a servir a los Baales, a las imágenes de Astoret, a los dioses de Aram, a los dioses de Sidón, a los dioses de Moab, a los dioses de los ammonitas y a los dioses de los filisteos. Se apartaron de Jehová y dejaron de servirle.
Ellos aplastaron y oprimieron muchísimo a los israelitas aquel año. Por 18 años oprimieron a todos los israelitas que vivían en el lado del Jordán que antes había sido la tierra de los amorreos, en Galaad.
Además, los ammonitas cruzaban el Jordán para pelear contra las tribus de Judá y Benjamín y la casa de Efraín. Por eso Israel llegó a estar en una situación muy angustiosa.
Así que los israelitas le rogaron a Jehová que los ayudara. Le decían: “Hemos pecado contra ti, porque hemos dejado a nuestro Dios y hemos servido a los Baales”.
los sidonios, los amalequitas y los madianitas cuando ellos los oprimían? Cuando ustedes me suplicaban que los ayudara, yo los rescataba de las manos de ellos.
La gente y los príncipes de Galaad se decían unos a otros: “¿Quién nos dirigirá en la batalla contra los ammonitas? Que ese sea el jefe de todos los habitantes de Galaad”.
Pero la esposa de Galaad también tuvo hijos con él. Cuando estos crecieron, echaron a Jefté y le dijeron: “No tendrás ninguna herencia en la casa de nuestro padre, porque eres hijo de otra mujer”.
Pero Jefté les respondió a los ancianos de Galaad: “¿No son ustedes los que me odiaban tanto que me echaron de la casa de mi padre? ¿Por qué me buscan ahora, cuando están en apuros?”.
Entonces los ancianos de Galaad le dijeron a Jefté: “Justamente por eso venimos ahora a buscarte. Si vienes con nosotros y peleas contra los ammonitas, serás el líder de todos los habitantes de Galaad”.
Y Jefté les dijo a los ancianos de Galaad: “Si me llevan de vuelta para pelear contra los ammonitas y Jehová los hace caer derrotados ante mí, entonces sí seré su líder”.
Así que Jefté se fue con los ancianos de Galaad, y el pueblo lo hizo su líder y comandante. Y Jefté repitió en Mizpá, delante de Jehová, todo lo que había dicho.
El rey de los ammonitas les respondió a los mensajeros de Jefté: “Es que, cuando Israel subió de Egipto, ocupó mi tierra, desde el Arnón hasta el Jaboc y hasta el Jordán. Ahora devuélvemela pacíficamente”.
Entonces Israel envió mensajeros al rey de Edom para decirle “Por favor, déjanos pasar por tu tierra”. Pero el rey de Edom no les hizo caso. Y le pidieron lo mismo al rey de Moab, y él tampoco los dejó pasar. Así que Israel se quedó en Cadés.
Cuando caminaron por el desierto, bordearon la tierra de Edom y la tierra de Moab. Viajaron por el lado oriental de la tierra de Moab y acamparon en la región del Arnón, sin entrar en el territorio de Moab, pues el Arnón era el límite de Moab.
”’Después, Israel envió mensajeros a Sehón, el rey de los amorreos, que reinaba en Hesbón, para pedirle “Por favor, déjanos pasar por tu tierra para llegar a nuestro destino”.
Al ver esto, Jehová, el Dios de Israel, entregó a Sehón y a todo su pueblo en manos de los israelitas. Estos derrotaron a los amorreos y conquistaron toda la tierra que ellos ocupaban en esa región.
¿Acaso no te quedas tú con todo lo que te da tu dios Kemós? Pues nosotros también echaremos a cualquiera que Jehová nuestro Dios haya expulsado delante de nosotros.
Israel ha estado viviendo 300 años en Hesbón y sus pueblos dependientes, en Aroer y sus pueblos dependientes y en todas las ciudades que están en las orillas del Arnón. ¿Por qué no intentaron recuperar esas poblaciones durante todo ese tiempo?
el que salga por la puerta de mi casa a recibirme cuando regrese victorioso de la batalla contra los ammonitas será tuyo, oh, Jehová. Lo presentaré como ofrenda quemada”.
Él fue matándolos desde Aroer hasta Minit —conquistó 20 ciudades— y hasta Abel-Keramim. La matanza fue enorme. De esta manera, los ammonitas quedaron bajo el dominio de los israelitas.
Cuando Jefté volvió a su casa, en Mizpá, ¡su hija salió a recibirlo tocando la pandereta y bailando! Era su única hija. Aparte de ella, no tenía ni hijo ni hija.
Al verla, se rasgó la ropa y le dijo: “¡Ay, hija mía! Se me parte el corazón, porque es a ti a quien he mandado lejos. Le hice un voto a Jehová y ahora no puedo volverme atrás”.
Pero ella le dijo: “Padre mío, si le hiciste un voto a Jehová, tienes que hacer conmigo lo que prometiste, ya que Jehová te ha vengado de tus enemigos, los ammonitas”.
A los dos meses, cuando ella regresó a la casa de su padre, él cumplió el voto que había hecho. Ella nunca tuvo relaciones sexuales con ningún hombre. Y en Israel se adoptó la siguiente costumbre:
Entonces los hombres de Efraín fueron convocados. Ellos pasaron en dirección a Zafón y le reclamaron a Jefté: “¿Por qué no nos avisaste para ir contigo cuando pasaste para pelear contra los ammonitas? Vamos a quemar tu casa contigo dentro”.
Pero Jefté les respondió: “Mi pueblo y yo tuvimos un grave conflicto con los ammonitas. Y les pedí ayuda a ustedes, pero no vinieron a salvarnos de sus manos.
Al ver que no venían a salvarme, decidí arriesgar mi vida y salir a luchar contra los ammonitas, y Jehová los hizo caer en mis manos. Así que ¿por qué vienen ahora a pelear conmigo?”.
Luego Jefté reunió a todos los hombres de Galaad y peleó contra Efraín. Los hombres de Galaad vencieron a Efraín, que había dicho: “Ustedes, los galaaditas que viven en territorio de Efraín y Manasés, no son más que una pandilla de fugitivos de Efraín”.
Los de Galaad ocuparon los lugares de paso del Jordán antes de que llegaran los hombres de Efraín. Y, cuando los de Efraín intentaban escapar, decían “Déjame pasar”. Entonces los hombres de Galaad le preguntaban a cada uno “¿Eres efraimita?”. Cuando respondía “¡No!”,
le decían “Pues di shibolet”. Pero él decía “Sibolet”, ya que no sabía pronunciar la palabra correctamente. Entonces lo agarraban y lo mataban allí, en los lugares de paso del Jordán. En aquella ocasión murieron 42.000 efraimitas.
Tuvo 30 hijos y 30 hijas. Envió a sus hijas a casarse con hombres que no eran de su clan y trajo 30 mujeres para casarlas con sus hijos. Juzgó a Israel durante siete años.
Mira, vas a quedar embarazada y tendrás un niño. Nunca se le debe cortar el cabello, porque será nazareo de Dios desde su nacimiento, y él comenzará a salvar a Israel de las manos de los filisteos”.
Entonces la mujer fue y se lo contó a su esposo. Le dijo: “Un hombre del Dios verdadero vino a verme. Su aspecto era muy impresionante, parecía un ángel del Dios verdadero. No le pregunté de dónde venía, y él no me dijo su nombre.
Pero me dijo: ‘Mira, vas a quedar embarazada y tendrás un niño. No tomes vino ni otras bebidas alcohólicas y no comas nada impuro, porque el niño será nazareo de Dios desde su nacimiento hasta el día de su muerte’”.
Manóah le suplicó a Jehová: “Perdón, Jehová, pero, por favor, que el hombre del Dios verdadero que acabas de enviar venga otra vez para que nos explique lo que debemos hacer con el niño que va a nacer”.
El Dios verdadero escuchó a Manóah, así que, mientras la mujer estaba sentada en el campo, el ángel del Dios verdadero vino a verla otra vez. Pero Manóah, su esposo, no estaba con ella.
Manóah se levantó y fue con su esposa adonde estaba el hombre, y le preguntó: “¿Eres tú el hombre que habló con mi esposa?”. “Sí, soy yo”, le respondió él.
Que no pruebe ningún producto de la vid, que no beba vino ni otras bebidas alcohólicas y que no coma nada impuro. Tiene que hacer todo lo que le he mandado”.
Pero el ángel de Jehová le dijo a Manóah: “Si me quedo, no probaré tu comida. Pero, si quieres, puedes presentarle a Jehovám una ofrenda quemada”. En realidad, Manóah no sabía que era el ángel de Jehová.n
Y Manóah tomó el cabrito y la ofrenda de grano, y se los presentó a Jehová sobre una roca. Entonces Dios hizo algo asombroso mientras Manóah y su esposa miraban.
Mientras las llamas del altar subían hacia el cielo, Manóah y su esposa vieron al ángel de Jehová subir entre las llamas. Enseguida cayeron rostro a tierra.
Pero su esposa le dijo: “Si Jehová hubiera querido matarnos, no habría aceptado nuestra ofrenda quemada ni nuestra ofrenda de grano. Tampoco nos habría mostrado todas estas cosas ni nos habría dicho todo lo que nos dijo”.
Después subió adonde estaban sus padres y les dijo: “Vi en Timná a una filistea que me llamó la atención. Quiero que me la consigan para casarme con ella”.
Pero sus padres le preguntaron: “¿Acaso no hay ninguna mujer entre tus parientes o en todo nuestro pueblo? ¿Por qué tienes que buscarte una esposa entre esos incircuncisos filisteos?”. Pero Sansón le dijo a su padre: “Consíguemela, porque ella es la adecuada para mí”.
Sus padres no se daban cuenta de que esto venía de Jehová, quien estaba buscando una oportunidad para actuar contra los filisteos, ya que en aquel tiempo los filisteos dominaban Israel.
En ese momento, el espíritu de Jehová llenó de poder a Sansón, y él partió en dos el león usando solo las manos; lo partió en dos como se parte un cabrito. Pero no les contó lo que había hecho ni a su padre ni a su madre.
Más adelante, cuando volvía para buscarla y llevársela a su casa, se desvió para ver el león muerto. Dentro del cadáver del león había un enjambre de abejas y miel.
Así que Sansón raspó la miel con sus manos y se la fue comiendo por el camino. Y, cuando llegó adonde estaban sus padres, les dio miel para que ellos también comieran. Eso sí, no les dijo que la había raspado del cadáver de un león.
Entonces, Sansón les hizo una propuesta: “Déjenme que les diga una adivinanza. Si la resuelven y me dan la solución dentro de los siete días del banquete, yo les daré 30 prendas de vestir de lino y 30 conjuntos de ropa.
Pero, si no me dicen la solución, ustedes me darán a mí 30 prendas de vestir de lino y 30 conjuntos de ropa”. Ellos le contestaron: “Dinos tu adivinanza; queremos oírla”.
Pero al cuarto día le dijeron a la esposa de Sansón: “Engaña a tu esposo para que él diga la solución a la adivinanza. Si no lo haces, te quemaremos a ti y a los de la casa de tu padre. ¿O es que nos invitaron para quitarnos lo que es nuestro?”.
Así que la esposa de Sansón lloraba delante de él y le decía: “Tú a mí me odias; tú no me quieres. Le dijiste una adivinanza a mi gente, pero a mí no me has dado la solución”. Al oír esto, él le contestó: “Si ni a mi padre ni a mi madre se la he dado, ¿cómo te la voy a dar a ti?”.
Pero ella siguió llorando y llorando en su presencia hasta que se cumplieron los siete días del banquete. Al séptimo día ya lo tenía tan cansado que él acabó dándole la solución. Y ella se la dijo a su gente.
De modo que en el séptimo día, antes de que se pusiera el sol, los hombres de la ciudad le dijeron a Sansón: “¿Qué es más dulce que la miel, y qué es más fuerte que un león?”. Él les respondió: “Si no hubieran arado con mi ternera, no habrían resuelto mi adivinanza”.
Entonces el espíritu de Jehová lo llenó de poder, y él bajó a Asquelón, mató a 30 hombres de allí, les quitó la ropa y se la dio a los que habían resuelto la adivinanza. Luego, furioso, volvió a subir a la casa de su padre.
Algún tiempo después, en los días de la cosecha del trigo, Sansón fue a ver a su esposa, y traía un cabrito. Dijo: “Quiero entrar al dormitorio de mi esposa”. Pero el padre de ella no lo dejó entrar.
El padre de ella le explicó: “Estaba seguro de que la odiabas, por eso se la di al que te acompañaba en el banquete. Pero ¿no te parece más hermosa su hermana menor? Te ruego que te quedes con ella en lugar de la otra”.
Así que Sansón se fue y atrapó 300 zorros. Luego tomó unas antorchas, ató a los zorros por la cola, de dos en dos, y les puso una antorcha entre las colas.
Después encendió las antorchas y soltó a los zorros en los campos de cereales de los filisteos. Le prendió fuego a todo: gavillas y cereal en pie, y hasta viñas y olivares.
Los filisteos preguntaron: “¿Quién hizo esto?”. Les respondieron: “Fue Sansón, el yerno del hombre de Timná. Es que él le quitó a su esposa para dársela al que lo acompañaba en el banquete”. Al oír eso, los filisteos subieron y quemaron a la mujer y a su padre.
Entonces los hombres de Judá les preguntaron: “¿A qué han venido? ¿Qué tienen contra nosotros?”. Y ellos les respondieron: “Hemos subido para atrapar a Sansón y hacerle lo mismo que él nos hizo a nosotros”.
Así que 3.000 hombres de Judá bajaron a la cueva del peñasco de Etam y le preguntaron a Sansón: “¿Acaso no sabes que los filisteos son los que nos dominan? ¿Por qué nos has hecho esto?”. Él les respondió: “Yo solamente les hice lo que ellos me hicieron a mí”.
Ellos entonces le dijeron: “Hemos bajado para atraparte y entregarte a los filisteos”. A lo que Sansón les pidió: “Júrenme que ustedes no me atacarán”.
Y ellos le dijeron: “No, solo queremos atarte y entregarte a ellos. No te vamos a matar”. Así que lo ataron con dos sogas nuevas, lo sacaron del peñasco y subieron con él.
Al verlo llegar a Lehí, los filisteos se pusieron a dar gritos de victoria. En ese momento, el espíritu de Jehová lo llenó de poder, y las sogas que sujetaban sus brazos se deshicieron como hilos de lino chamuscados por el fuego y los grilletes cayeron de sus manos como si se hubieran derretido.
Entonces le dio mucha sed y llamó a Jehová diciéndole: “Fuiste tú quien le dio a tu siervo esta gran victoria. ¿Y ahora tengo que morirme de sed y caer en manos de los incircuncisos?”.
Así que Dios hizo que un hueco que había en Lehí se abriera, y empezó a salir agua. Sansón bebió, recuperó las fuerzas y revivió. Por eso a aquella fuente, que está en Lehí hasta el día de hoy, la llamó En-Hacore.
Y alguien les dijo a los habitantes de Gaza: “¡Sansón está aquí!”. Así que rodearon el lugar y se quedaron la noche entera en la puerta de la ciudad para tenderle una emboscada. No se movieron en toda la noche pensando: “Cuando salga el sol, lo matamos”.
Pero Sansón se quedó acostado hasta la medianoche. Entonces, a medianoche, se levantó y arrancó las puertasm de la entrada de la ciudad junto con sus dos postes y su barra. Y, después de echárselas sobre los hombros,n cargó con ellas hasta la cima de la montaña que está frente a Hebrón.o
Así que los gobernantes de los filisteos fueron a hablar con ella y le dijeron: “Engáñalo para que te diga de dónde saca esa fuerza tan enorme. Averigua cómo podemos vencerlo, atarlo y dominarlo. A cambio, cada uno de nosotros te dará 1.100 piezas de plata”.
Mientras tanto, ellos le tendieron una emboscada en el cuarto interior. Entonces Dalila le gritó: “¡Sansón, los filisteos están aquí!”. Enseguida él rompió los tendones igual que el fuego rompe un hilo de lino con solo rozarlo. Y no se descubrió el secreto de su fuerza.
Así que Dalila tomó sogas nuevas, lo ató con ellas y gritó: “¡Sansón, los filisteos están aquí!”. (Durante todo ese tiempo, los de la emboscada seguían en el cuarto interior). Enseguida él rompió las sogas que ataban sus brazos como si fueran hilos.
Más tarde, Dalila le dijo a Sansón: “Me sigues engañando y contando mentiras. Dime con qué se te puede atar”. Él le respondió: “Tendrías que entretejer las siete trenzas de mi cabeza con los hilos de la urdimbre de un telar”.
Así que, después de sujetarle las trenzas con una estaca de telar, ella gritó: “¡Sansón, los filisteos están aquí!”. Él se despertó enseguida y arrancó la estaca y los hilos de la urdimbre.
Ella entonces le dijo: “¿Cómo puedes decirme que me amas, cuando no me abres tu corazón? Ya me has engañado tres veces y no me has dicho de dónde sacas tu enorme fuerza”.
Por fin le abrió su corazón y le dijo: “Nunca me han cortado el cabello, porque soy nazareo de Dios desde mi nacimiento. Si me afeitaran la cabeza, perdería mis fuerzas y me volvería tan débil como todos los demás hombres”.
Cuando Dalila se dio cuenta de que él le había abierto su corazón, enseguida mandó llamar a los gobernantes de los filisteos: “Vengan ahora, que esta vez me ha abierto su corazón”. Y los gobernantes de los filisteos fueron con el dinero adonde estaba ella.
Después de hacer que Sansón se quedara dormido sobre sus rodillas, Dalila llamó a un hombre para que le cortara las siete trenzas. Entonces, ella comenzó a dominarlo, pues él estaba perdiendo su fuerza.
Ahora ella gritó: “¡Sansón, los filisteos están aquí!”. Él se despertó y se dijo a sí mismo: “Saldré de esta como otras veces y me libraré”. Pero no sabía que Jehová lo había abandonado.
Así que los filisteos lo agarraron, le sacaron los ojos y lo bajaron a Gaza. Allí lo sujetaron con dos grilletes de cobre y lo pusieron a hacer girar una piedra de molino en la prisión.
Los gobernantes de los filisteos se reunieron para hacerle un gran sacrificio a su dios Dagón y para celebrar su victoria. Decían: “¡Nuestro dios ha entregado en nuestras manos a Sansón, nuestro enemigo!”.
Cuando el pueblo lo vio, se puso a alabar a su dios. Decían: “Nuestro dios ha entregado en nuestras manos a nuestro enemigo, el que arrasó nuestro país y mató a tantos de nosotros”.
Como tenían el corazón contento, dijeron: “Traigan a Sansón para que nos entretenga un poco”. De modo que sacaron a Sansón de la prisión para que los divirtiera. Lo pusieron de pie entre las columnas.
(La casa estaba llena de hombres y mujeres. Todos los gobernantes de los filisteos estaban allí. En la azotea había unos 3.000 hombres y mujeres que miraban mientras Sansón los entretenía).
Sansón ahora le suplicó a Jehová: “Señor Soberano Jehová, por favor, acuérdate de mí. Oh, Dios, dame fuerzas solo una vez más, por favor. Permíteme vengarme de los filisteos por uno de mis ojos”.
“¡Que muera yo con los filisteos!”, gritó Sansón. Entonces empujó las columnas con todas sus fuerzas, y la casa se les cayó encima a los gobernantes y a toda la gente que estaba allí. Fueron más los que Sansón mató al morir que los que mató mientras vivía.
Más tarde, sus hermanos y toda la familia de su padre bajaron a buscar su cuerpo. Lo subieron y lo enterraron entre Zorá y Estaol, en la tumba de Manóah su padre. Sansón había juzgado a Israel durante 20 años.
Él le dijo a su madre: “¿Recuerdas las 1.100 piezas de plata que te quitaron y por las que te escuché decir una maldición? Mira, las tengo yo. Yo fui el que tomó la plata”. Al oír esto, su madre dijo: “Que Jehová bendiga a mi hijo”.
Él entonces le devolvió a su madre las 1.100 piezas de plata. Pero ella le dijo: “Sin falta le voy a dedicar mi plata a Jehová. Quiero que la utilices para hacerte una imagen tallada y una estatua de metal. Así que esa plata ahora es tuya”.
Una vez que él le devolvió la plata a su madre, ella apartó 200 piezas de plata y se las dio al platero, quien hizo una imagen tallada y una estatua de metal. Y las pusieron en la casa de Miqueas.
Miqueas entonces le pidió: “Quédate conmigo para que hagas de padre y sacerdote para mí. Te daré 10 piezas de plata al año, un juego de prendas de vestir y la comida”. Y el levita entró en la casa.
En aquellos días no había rey en Israel. Y en ese tiempo la tribu de los danitas andaba buscando un lugar donde vivir, pues hasta entonces no había recibido una herencia entre las tribus de Israel.
Los danitas enviaron cinco hombres de su tribu, hombres competentes de Zorá y Estaol, a espiar y explorar la tierra. Les dijeron: “Vayan, exploren la tierra”. Una vez que estos llegaron a la región montañosa de Efraín, a la casa de Miqueas, pasaron ahí la noche.
Estando cerca de la casa de Miqueas, reconocieron la voz del joven levita, así que fueron y le preguntaron: “¿Quién te trajo aquí? ¿Qué haces en este lugar? ¿Por qué te has quedado?”.
De modo que los cinco hombres siguieron su camino y llegaron a Lais. Vieron que la gente del lugar no dependía de nadie, igual que los sidonios. Vivían tranquilos y despreocupados, y no había por allí ningún conquistador cruel que pudiera molestarlos. Estaban lejos de los sidonios y no tenían trato con ningún otro pueblo.
Ellos respondieron: “Vamos, luchemos contra esa gente, porque hemos visto que esa tierra es muy buena. ¿Por qué dudan? No hay tiempo que perder. Vayan y conquístenla.
Cuando lleguen, verán que ellos viven despreocupados y que la tierra es extensa. Dios ya ha entregado en manos de ustedes una tierra en la que no falta nada”.
Subieron a Judá y acamparon cerca de Quiryat-Jearim. Por eso a ese lugar, que está al oeste de Quiryat-Jearim, se le llama Mahané-Dan hasta el día de hoy.
Entonces los cinco hombres que habían ido a espiar la tierra de Lais les dijeron a sus hermanos: “¿Sabían que en estas casas hay un efod, ídolos domésticos, una imagen tallada y una estatua de metal? Decidan lo que van a hacer”.
Los cinco hombres que habían ido a espiar la tierra entraron para llevarse la imagen tallada, el efod, los ídolos domésticos y la imagen de metal. (El sacerdote estaba de pie a la entrada con los 600 hombres armados para la guerra).
Entraron en la casa de Miqueas y tomaron la imagen tallada, el efod, los ídolos domésticos y la imagen de metal. Y el sacerdote les preguntó: “Pero ¿qué están haciendo?”.
Ellos le contestaron: “¡Cállate! No digas nada. Ven con nosotros para que nos hagas de padre y sacerdote. ¿Qué te conviene más? ¿Ser sacerdote para la casa de un solo hombre, o ser sacerdote para una tribu y familia de Israel?”.
Él les respondió: “Ustedes me han quitado los dioses que me hice, y también se han llevado a mi sacerdote. ¿Qué es lo que me queda? ¿Cómo se atreven a preguntarme qué me pasa?”.
Los danitas le contestaron: “No nos levantes la voz, no sea que algunos hombres furiosos se les echen encima y eso te cueste la vida a ti y a los de tu casa”.
Después de llevarse lo que Miqueas se había fabricado, y también a su sacerdote, se fueron a Lais, donde la gente vivía tranquila y despreocupada. Mataron a aquella gente a espada y le prendieron fuego a la ciudad.
No hubo nadie que salvara a la ciudad, ya que estaba lejos de Sidón (en la llanura que pertenecía a Bet-Rehob) y sus habitantes no tenían trato con ningún otro pueblo. Luego los danitas reconstruyeron la ciudad y se establecieron en ella.
Después de aquello, los danitas colocaron allí la imagen tallada. Y Jonatán —hijo de Guersom, hijo de Moisés— y sus descendientes fueron sacerdotes para la tribu de Dan hasta el día en que los habitantes del país fueron al destierro.
Y ellos colocaron allí la imagen tallada que Miqueas había hecho. La imagen continuó allí todo el tiempo que la casa del Dios verdadero estuvo en Siló.
En aquellos días, cuando no había rey en Israel, cierto levita —que entonces vivía en una zona apartada de la región montañosa de Efraín— se buscó una esposa, una concubina, que era de Belén de Judá.
Entonces, su esposo fue a buscarla para convencerla de que volviera con él (iba con su sirviente y un par de burros). Ella lo hizo pasar a la casa de su padre, y este se alegró mucho de verlo.
De modo que se sentaron, y los dos comieron y bebieron juntos. Después, el padre de la joven le dijo al hombre: “Por favor, pasa aquí la noche y disfruta”.
Al quinto día, cuando madrugó para irse, el padre de la joven le dijo: “Por favor, come algo para que tengas energías”. Los dos siguieron comiendo y se entretuvieron hasta que se hizo tarde.
Cuando el hombre se levantó para irse con su concubina y su sirviente, su suegro, el padre de la joven, le dijo: “Mira, ya está oscureciendo. Por favor, pasen aquí la noche. El día ya se está acabando. Pasa aquí la noche y disfruta. Mañana se pueden levantar temprano para emprender el viaje y volver a tu casa”.
Pero el hombre no quiso volver a pasar la noche allí. Así que se levantó y viajó hasta Jebús, es decir, Jerusalén. Iba con sus dos burros ensillados, su concubina y su sirviente.
Cuando estaban cerca de Jebús, ya casi no había luz. Así que el sirviente le preguntó a su amo: “¿Por qué no entramos en esta ciudad de los jebuseos y pasamos la noche ahí?”.
De modo que se detuvieron en Guibeá y entraron allí para pasar la noche. Estando ya dentro de la ciudad, se sentaron en la plaza, pero nadie los invitaba a hospedarse en su casa.
Finalmente, esa noche llegó un anciano que volvía de trabajar en el campo. Era de la región montañosa de Efraín y estaba viviendo temporalmente en Guibeá. Pero los hombres de la ciudad eran benjaminitas.
Él le respondió: “Venimos de Belén de Judá y vamos a una zona apartada de la región montañosa de Efraín, de donde soy yo. Fui a Belén de Judá y ahora voy a la casa de Jehová, pero aquí nadie me ha invitado a su casa.
Mientras ellos pasaban un rato agradable, algunos hombres despreciables de la ciudad rodearon la casa y comenzaron a dar golpes en la puerta. Y le decían al anciano, al dueño de la casa: “¡Saca al hombre que entró en tu casa para que tengamos sexo con él!”.
El dueño de la casa salió afuera y les dijo: “No, hermanos míos, no hagan algo tan perverso, por favor. Este hombre se está hospedando en mi casa. No hagan algo tan vergonzoso.
Aquí tienen a mi hija, que es virgen, y a la concubina de él. Las sacaré y así pueden humillarlas si tanto insisten. Pero no deben hacerle algo tan vergonzoso a este hombre”.
Los hombres no le hicieron caso. Por lo tanto, el levita agarró a su concubina, la sacó y se la entregó a los hombres. Ellos la violaron y abusaron de ella toda la noche, hasta la madrugada. Con las primeras luces del día la dejaron ir.
Temprano por la mañana, la mujer llegó a la casa del hombre, donde estaba su señor, se desplomó a la entrada y quedó tendida allí hasta que aclaró el día.
Cuando su señor se levantó por la mañana y abrió las puertas de la casa para continuar su viaje, vio a la mujer, su concubina, tendida a la entrada de la casa con las manos en el umbral.
Cuando llegó a su casa, buscó un cuchillo, tomó el cadáver de su concubina y lo descuartizó en 12 pedazos. Después envió un pedazo a cada territorio de Israel.
Todos los que vieron eso dijeron: “Nunca ha ocurrido ni se ha visto algo parecido desde el día en que los israelitas subieron de la tierra de Egipto. Analicen bien este asunto, hablen entre ustedes y dígannos qué hacer”.
A raíz de eso, salieron todos los hombres de Israel, los del territorio que va desde Dan hasta Beer-Seba y los de la tierra de Galaad. Y todo el pueblo se reunió de común acuerdo delante de Jehová en Mizpá.
Los jefes del pueblo y todas las tribus de Israel ocuparon sus puestos en la congregación del pueblo de Dios. Eran 400.000 soldados armados con espadas.
(Los benjaminitas se enteraron de que los hombres de Israel habían subido a Mizpá). Entonces los hombres de Israel dijeron: “Dígannos, ¿cómo ocurrió este crimen tan horrible?”.
Y los habitantes de Guibeá vinieron contra mí por la noche y rodearon la casa. Querían matarme, pero en vez de eso violaron a mi concubina. Y ella murió.
Así que tomé el cuerpo de mi concubina y lo corté en pedazos, y envié un pedazo a cada territorio de la herencia de Israel porque se había cometido en Israel un crimen depravado y vergonzoso.
de todas las tribus de Israel, elegiremos 10 de cada 100 hombres, 100 de cada 1.000 y 1.000 de cada 10.000 para que consigan provisiones para el ejército; así, el ejército podrá tomar medidas contra Guibeá de Benjamín por el crimen tan vergonzoso que ellos cometieron en Israel”.
Las tribus de Israel enviaron mensajeros para decirles a todos los hombres de la tribu de Benjamín: “¿Cómo pudo cometerse un crimen tan horrible entre ustedes?
Ahora entreguen a esos hombres despreciables de Guibeá para que los matemos y así quitemos la maldad de Israel”. Pero los benjaminitas no les quisieron hacer caso a sus hermanos israelitas.
En este ejército había 700 de los mejores soldados, todos ellos zurdos.j Cada uno de ellos podía lanzar una piedra con la hondak y darle a un cabello sin fallar el tiro.
Partieron y subieron a Betel para consultar a Dios. El pueblo de Israel le preguntó: “¿Quién de nosotros irá al frente en la lucha contra los benjaminitas?”. Jehová les respondió: “Judá irá al frente”.
Los israelitas subieron a Betel y lloraron delante de Jehová hasta el anochecer y le preguntaron a Jehová: “¿Deberíamos ir otra vez a pelear contra nuestros hermanos, la gente de Benjamín?”. Y Jehová les respondió: “Vayan contra ellos”.
Por su parte, los hombres de Benjamín salieron el segundo día al encuentro de ellos desde Guibeá y mataron a otros 18.000 israelitas, todos ellos armados con espadas.
Entonces, todos los hombres de Israel subieron a Betel, donde lloraron y se sentaron delante de Jehová. Aquel día ayunaron hasta el anochecer y presentaron delante de Jehová ofrendas quemadas y ofrendas de paz.
(Finehás, hijo de Eleazar, hijo de Aarón, prestaba servicio delante del arca en aquellos días). Ellos preguntaron: “¿Deberíamos salir una vez más a pelear contra nuestros hermanos, los hombres de Benjamín, o deberíamos dejarlo así?”. Jehová les respondió: “Vayan, que mañana los voy a entregar en sus manos”.
El tercer día, los israelitas volvieron a subir para pelear contra los benjaminitas. Se colocaron en formación de batalla contra Guibeá igual que las otras veces.
Cuando los benjaminitas salieron al encuentro del ejército de Israel, los israelitas los hicieron alejarse de la ciudad. Entonces, como las otras veces, los benjaminitas empezaron a atacar y matar a algunos hombres en los caminos principales (uno sube a Betel y el otro a Guibeá). Dejaron a unos 30 israelitas muertos por los campos.
Los benjaminitas decían: “Los estamos derrotando como las otras veces”. Pero los israelitas decían: “Nos retiraremos y así los alejaremos de la ciudad hacia los caminos principales”.
De modo que todos los hombres de Israel salieron de sus posiciones y se colocaron en formación de batalla en Baal-Tamar. Al mismo tiempo, los israelitas que estaban en la emboscada cerca de Guibeá salieron de sus escondites y atacaron.
Así, 10.000 de los mejores soldados de todo Israel llegaron frente a Guibeá, y la batalla fue intensa. Pero los benjaminitas no se daban cuenta del desastre que se les venía encima.
Al ver que los hombres de Israel se retiraban, los benjaminitas pensaron que los iban a derrotar. Pero, en realidad, los israelitas se retiraron porque confiaban en la emboscada que le habían tendido a Guibeá.
Cuando los israelitas se retiraron de la batalla, los hombres de Benjamín empezaron a atacarlos y mataron a unos 30 hombres de Israel. Se decían: “Está claro que los estamos derrotando, igual que en la última batalla”.
Pero entonces una columna de humo comenzó a subir desde la ciudad. Era la señal. Cuando los hombres de Benjamín miraron atrás, vieron que la ciudad entera se estaba quemando y que las llamas subían hacia el cielo.
Así que salieron huyendo de los israelitas hacia el desierto, pero no conseguían escapar de la batalla. Además, los hombres que salían de las ciudades también los iban matando.
Los hombres de Benjamín dieron media vuelta y salieron huyendo al desierto, al peñasco de Rimón. Y los israelitas mataron a 5.000 de ellos en los caminos principales. Los fueron persiguiendo hasta Guidom; así mataron a otros 2.000 hombres.
Y los hombres de Israel se volvieron contra los benjaminitas y atacaron con la espada a todos los de la ciudad, tanto a hombres como animales, a todos los que quedaban. Además, les prendieron fuego a todas las ciudades que encontraron a su paso.
Los israelitas entonces dijeron: “De entre todas las tribus de Israel, ¿quién no subió a reunirse con nosotros delante de Jehová?”. Porque habían hecho el juramento solemne de que, sin falta, cualquiera que no subiera a Mizpá para reunirse delante de Jehová tendría que morir.
Y preguntaron: “De entre las tribus de Israel, ¿quién no se presentó delante de Jehová en Mizpá?”. Y resultó que, en el campamento donde todos se habían reunido, no se había presentado nadie de Jabés-Galaad.
Por lo tanto, el pueblo envió allá a 12.000 de los hombres más poderosos. Les dieron este mandato: “Vayan y ataquen con la espada a los habitantes de Jabés-Galaad, hasta a las mujeres y a los niños.
Ahora bien, entre los habitantes de Jabés-Galaad encontraron a 400 muchachas que eran vírgenes, que nunca habían tenido relaciones sexuales con ningún hombre. De modo que se las llevaron al campamento que estaba en Siló, en la tierra de Canaán.
Así que los hombres de Benjamín regresaron, y los israelitas les dieron las mujeres de Jabés-Galaad que habían dejado con vida. Pero no encontraron suficientes mujeres para todos.
Los ancianos del pueblo preguntaron: “¿De dónde conseguiremos esposas para los hombres que aún no tienen? Porque las mujeres de Benjamín fueron exterminadas”.
Pero nosotros tenemos prohibido casar a nuestras hijas con ellos, porque Israel juró: ‘Que sea maldito el que les dé una esposa a los hombres de Benjamín’”.
Entonces dijeron: “¡Escuchen! Todos los años se celebra una fiesta para Jehová en Siló, que está al norte de Betel, al este del camino principal que sube de Betel a Siquem y al sur de Leboná”.
Y, cuando vean que las jóvenes de Siló salen a bailar en círculo, ustedes salgan de las viñas, y que cada uno se lleve a una de las jóvenes para que sea su esposa. Luego regresen a la tierra de Benjamín.
En caso de que los padres o los hermanos de ellas vengan a presentarnos una queja, les diremos: ‘Por el bien de ellos, sean comprensivos con nosotros, porque no pudimos conseguirles a todos una esposa con la guerra y ustedes no podían darles una esposa sin romper su juramento’”.
Así que los hombres de Benjamín hicieron tal como les dijeron. Cada uno de ellos se llevó a una de las mujeres que estaban bailando para que fuera su esposa. Luego regresaron a la tierra que habían heredado, reconstruyeron las ciudades y se establecieron en ellas.