¡Cómo se ha sentado tan solaa la ciudad que estaba llena de gente!b
¡La que era populosa entre las nacionesd ha quedado como una viuda!c
¡La que era princesa entre las provincias ha sido sometida a trabajos forzados!e
Se pasa la nochef llorando; las lágrimas corren por sus mejillas.g
De todos sus amantes,h ninguno está allí para consolarla.
Todos sus amigos la han traicionado;i ahora son susj enemigos.
Judá se ha ido al destierro plagada de sufrimientok y en dura esclavitud.l
Tiene que vivir entre las naciones;m no encuentra descanso.
Todos sus perseguidores la han alcanzado en medio de su angustia.a
Los caminos hacia Sion están de duelo porque ya nadie viene a las fiestas.
Todas sus puertas están desoladas; sus sacerdotes suspiran.
Sus muchachas están desconsoladas, y ella sufre amargamente.
Sus enemigos ahora son su amo; sus enemigos están despreocupados.
Y es que Jehová le ha causado dolor por sus muchos pecados.
Sus niños se han ido al cautiverio delante del enemigo.
La hija de Sion ha perdido todo su esplendor.
Sus príncipes son como ciervos que no han encontrado pastos,
y caminan exhaustos delante del perseguidor.
En los días de estar afligida y sin hogar, Jerusalén recuerdatodas las cosas valiosas que tuvo mucho tiempo atrás.
Cuando su gente cayó en manos del enemigo y ella no tenía quien la ayudara, sus enemigos la vieron y se rieron de su caída.
Jerusalén ha pecado gravemente.
Por eso se ha convertido en algo repugnante.
Todos los que antes la honraban ahora la tratan con desprecio, pues han visto su desnudez.
Ella misma lanza quejidos y vuelve la espalda avergonzada.
Su impureza está en sus faldas.
Ella no pensó en su futuro.
Su caída fue impactante; no tiene quien la consuele.
Oh, Jehová, mira cómo sufro, porque el enemigo se ha dado aires de grandeza.
El enemigo echó mano a todos los tesoros de ella.
Ella vio entrar naciones en su propio santuario, naciones que tú prohibiste que entraran en tu congregación.
Toda su gente está suspirando; anda buscando pan.
Han entregado sus cosas valiosas a cambio de algo para comer, tan solo para sobrevivir.
Mira, oh, Jehová, fíjate en mí, he acabado como una mujer que no vale nada.
Todos ustedes, los que pasan por el camino, ¿acaso les da igual? ¡Miren y vean!
¿Existe algún dolor como el dolor que se me ha causado a mí, el que Jehová me hizo sufrir el día de su furia ardiente?
Desde lo alto ha mandado un fuego que se me ha metido en los huesos, y él domina cada uno de ellos.
Ha tendido una red para mis pies; me ha obligado a retroceder.
Ha hecho de mí una mujer desolada. Estoy enferma todo el día.
Mis pecados están amarrados como un yugo, atados por las manos de él.
Fueron puestos en mi cuello, y las fuerzas me fallaron.
Jehová me ha entregado en manos de aquellos a quienes no puedo hacer frente.
Jehová me ha quitado a todos los hombres fuertes que había en medio de mí.
Ha convocado contra mí una multitud para aplastar a mis hombres jóvenes.
Jehová ha pisoteado a la hija virgen de Judá en el lagar de vino.
Estoy llorando por estas cosas; mis ojos se inundan de lágrimas.
Porque todos los que podrían consolarme o reconfortarme están lejos de mí.
Mis hijos están desolados porque el enemigo ha vencido.
Sion ha extendido las manos; no tiene a nadie que la consuele.
Jehová les dio una orden contra Jacob a todos los enemigos que lo rodean.
Jerusalén se ha convertido en algo repugnante para ellos.
Jehová es justo, porque es contra sus mandatos que yo me he rebelado.
Escuchen, pueblos todos, y vean mi dolor.
Mis muchachas y mis hombres jóvenes se han ido al cautiverio.
Mira, oh, Jehová, porque estoy muy angustiada.
Se me revuelven las entrañas.
Mi corazón se retuerce en mi interior, porque he sido muy rebelde.
Afuera, la espada deja muertos; dentro de la casa, es como la muerte.
La gente ha oído mis suspiros; no hay nadie que me consuele.
Todos mis enemigos han sabido de mi calamidad.
Están muy contentos, pues tú la causaste.
Pero harás que llegue el día que anunciaste, el día en que ellos acaben como yo.
Que toda su maldad llegue ante ti y que tú los trates con dureza, tal como me trataste con dureza a mí por todos mis pecados.
Porque son muchos mis suspiros, y mi corazón está enfermo.
¡Cómo ha cubierto Jehová a la hija de Sion con la nube de su furia! Arrojó la hermosura de Israel desde los cielos a la tierra. No se acordó del banquillo para sus pies en el día de su furia.
Jehová devoró sin compasión todos los hogares de Jacob. En su furia demolió las fortalezas de la hija de Judá. Echó al suelo y profanó el reino y a los príncipes de ella.
En el ardor de su furia acabó con todo el poder de Israel. Retiró su mano derecha cuando el enemigo se acercó, y en Jacob él siguió ardiendo como un fuego que terminó consumiéndolo todo a su alrededor.
Ha tensado su arco como un enemigo; su mano derecha está lista para atacar; siguió matando a todos los que eran agradables a la vista. Y en la tienda de la hija de Sion derramó su furia como un fuego.
Jehová ha llegado a ser como un enemigo; ha devorado a Israel. Devoró todas las torres de ella; destruyó todas sus fortalezas. Y en la hija de Judá ha multiplicado el duelo y los lamentos.
Trata con violencia a su cabaña, como a una choza de jardín. Le puso fin a su fiesta. Jehová hizo que en Sion ya no se recordaran las fiestas ni los sábados, y en su intensa indignación no muestra consideración ni a rey ni a sacerdote.
Jehová rechazó su altar; despreció su santuario. Entregó las murallas de las torres fortificadas de ella en manos del enemigo. Gritaron en la casa de Jehová, como en un día de fiesta.
Jehová ha decidido destruir la muralla de la hija de Sion. Ha extendido el cordón de medir. No ha retenido su mano de causar destrucción. Hace que antemurales y murallas estén de duelo; han sido debilitados todos juntos.
Sus puertas se han hundido en la tierra. Él ha destruido y destrozado sus barras. El rey y los príncipes de ella están entre las naciones. No hay ley; ni siquiera sus profetas reciben visiones de parte de Jehová.
Los ancianos de la hija de Sion se sientan callados en el suelo. Se echan polvo en la cabeza y llevan puesta tela de saco. Las muchachas de Jerusalén han inclinado la cabeza hasta el suelo.
Mis ojos están agotados de tanto llorar. Se me revuelven las entrañas. Mi hígado se ha derramado en el suelo por la caída de la hija de mi pueblo, por los niños y los bebés que se desmayan en las plazas del pueblo.
No dejan de decirles a sus madres “Tengo hambre y sed” mientras se desmayan como los heridos en las plazas de la ciudad, mientras se van quedando sin vida en los brazos de sus madres.
¿Qué puedo usar como ejemplo, o a qué puedo asemejarte, oh, hija de Jerusalén? ¿Con qué te puedo comparar para consolarte, oh, hija virgen de Sion? Y es que tu desplome es tan grande como el mar. ¿Quién puede curarte?
Tus profetas vieron para ti visiones falsas y vacías, y no pusieron al descubierto tu error para así evitar tu cautiverio, sino que siguieron contándote visiones falsas y engañosas.
Todos los que van pasando por el camino te aplauden en son de burla. Al ver a la hija de Jerusalén, silban asombrados y menean la cabeza mientras dicen: “¿Es esta la ciudad de la que decían ‘Es perfecta en belleza, es la alegría de toda la tierra’?”.
Todos tus enemigos han abierto la boca contra ti. Silban, aprietan los dientes y dicen: “Nos la hemos tragado. ¡Este es el día que estábamos esperando! ¡Ha llegado y lo hemos visto!”.
Jehová hizo lo que se propuso; cumplió su palabra, lo que había ordenado desde hace mucho. Ha destruido sin compasión. Ha dejado que el enemigo se alegre a costa de ti; ha engrandecido el poder de tus enemigos.
El corazón del pueblo clama a Jehová, oh, muralla de la hija de Sion. Que las lágrimas fluyan como un torrente día y noche. No te des ni un respiro, no dejes descansar tus ojos.
¡Levántate! Llora durante la noche, al comienzo de las vigilias. Derrama como agua tu corazón delante del rostro de Jehová. Levanta tus manos hacia él por la vida de tus niños, que están desmayándose de hambre por las esquinas de todas las calles.
Mira, oh, Jehová, y observa a la que has tratado con tanta dureza. ¿Deben las mujeres seguir comiéndose a sus propios hijos, a los niños sanos que dieron a luz? ¿Tienen que ser asesinados sacerdotes y profetas en el santuario de Jehová?
Los cadáveres de jóvenes y viejos están tendidos en las calles. Mis muchachas y mis muchachos han caído a espada. Los has matado en el día de tu furia; los has masacrado sin compasión.
Convocas terrores de todas direcciones, como si fuera para un día de fiesta. En el día de la furia de Jehová, nadie escapó ni sobrevivió; mi enemigo exterminó a quienes di a luz y crie.
En cuanto a los preciados hijos de Sion, que eran valorados como oro refinado, ¡los han considerado como vasijas de barro, la obra de las manos de un alfarero!
Los que solían comer manjares ahora se caen del hambre por las calles. Los que se criaron vistiéndose de rojo escarlata ahora abrazan montones de ceniza.
El castigo de la hija de mi pueblo es mayor que el castigo por el pecado de Sodoma, que fue derribada en un instante sin que nadie le tendiera la mano para ayudarla.
Ahora se les ve más oscuros que el hollín; no los reconocen por las calles. Su piel se les ha arrugado sobre los huesos, se ha puesto como madera seca.
A los muertos por la espada les ha ido mejor que a los muertos por el hambre, que se consumen lentamente, atravesados por la falta de alimento en los campos.
Las manos de mujeres compasivas han llegado a cocinar a sus propios hijos. Estos se han convertido en su alimento durante el desplome de la hija de mi pueblo.
“¡Fuera de aquí! ¡Impuros! —les gritan—. ¡Fuera de aquí! ¡Fuera! ¡No nos toquen!”. Porque se han quedado sin hogar y andan sin rumbo. La gente de las naciones ha dicho: “Ellos no pueden quedarse aquí con nosotros.
El rostro de Jehová los ha dispersado; él ya no los verá con buenos ojos. Los hombres no les tendrán respeto a los sacerdotes ni consideración a los ancianos”.
A cada paso nos acechaban y ya no podíamos caminar por nuestras plazas. Nuestro fin se ha acercado; nuestros días han terminado, pues ha llegado nuestro fin.
En la gran fosa de ellos ha caído preso el que es nuestro aliento de vida, el ungido de Jehová, aquel de quien decíamos “Bajo su sombra viviremos entre las naciones”.
Alégrate y disfruta, oh, hija de Edom, tú que vives en la tierra de Uz. Pero a ti también te pasarán la copa, y acabarás borracha y exhibiéndote desnuda.
El castigo por tu error, oh, hija de Sion, ya se terminó. Él no volverá a llevarte al destierro. Pero ahora, oh, hija de Edom, él fijará su atención en tu error. Sacará a la luz tus pecados.