Contribuciones literarias. A Ezequías también se le conoce por su interés en compilar algunos de los Proverbios de Salomón, tal como dice la introducción a la sección de los capítulos 25 al 29 de Proverbios: “También estos son los proverbios de Salomón que transcribieron los hombres de Ezequías, rey de Judá”. (Pr 25:1.) Escribió la canción de acción de gracias registrada en Isaías 38:10-20 después que Jehová lo curó de su enfermedad mortal. En ella menciona sus “piezas selectas para las cuerdas” (vs. 20), y se ha dicho que Ezequías también escribió el Salmo 119. De ser así, quizás lo escribiera cuando todavía no era rey, sino solo un príncipe.
La situación existente al subir al trono Ezequías. Cuando Ezequías ascendió al trono, el reino de Judá no tenía el favor de Dios, puesto que Acaz, su padre, había cometido muchos actos detestables a los ojos de Jehová y había dejado que Judá se entregase a un culto desenfrenado de deidades falsas. Por esa razón Jehová había permitido que el país sufriese a manos de sus enemigos, en particular de Asiria, la segunda potencia mundial. Acaz había despojado el templo y el palacio de su plata y oro para enviarle un soborno al rey de Asiria. Y peor aún, hizo pedazos los utensilios del templo, cerró sus puertas e hizo altares para sí mismo “en todo rincón de Jerusalén”, ofreciendo sacrificios a otros dioses. Durante su reinado, se alió con el rey de Asiria, y así se convirtió en su protegido. (2Re 16:7-9; 2Cr 28:24, 25.) Pero Ezequías “procedió a rebelarse contra el rey de Asiria” poco después de empezar a reinar. (2Re 18:7.)
Cuando Ezequías ascendió al trono de Judá, el reino norteño de diez tribus de Israel estaba todavía en peor situación. Debido a sus graves pecados, Jehová había permitido que se viesen en grandes aprietos y llegasen a ser tributarios de Asiria. Al poco tiempo, Asiria conquistó Israel y se llevó al pueblo al exilio. (2Re 17:5-23.)
Su celo por la adoración verdadera. Ezequías demostró su celo por la adoración de Jehová tan pronto como ascendió al trono, a la edad de veinticinco años. Su primera acción fue abrir de nuevo el templo y repararlo. Luego reunió a los sacerdotes y a los levitas, y les dijo: “Está junto a mi corazón el celebrar un pacto con Jehová el Dios de Israel”. Este fue un pacto de fidelidad, como si se inaugurase de nuevo en Judá el pacto de la Ley, que se había pasado por alto aunque todavía estaba en vigor. Con gran tesón, procedió a organizar a los levitas en sus servicios, y restableció las disposiciones para los instrumentos musicales y el canto de alabanzas. Era el mes de Nisán, cuando se celebraba la Pascua, pero tanto el templo como los sacerdotes y los levitas estaban en una condición inmunda. Sin embargo, para el día 16 de Nisán se había limpiado el templo y restaurado sus utensilios. Entonces tenía que hacerse una expiación especial por todo Israel. En primer lugar, los príncipes llevaron sacrificios, ofrendas por el pecado a favor del reino, el santuario y el pueblo. Después, el pueblo presentó miles de ofrendas quemadas. (2Cr 29:1-36.)
Puesto que la inmundicia del pueblo impidió que se observase la Pascua en la fecha habitual, Ezequías se valió de la ley que permitía que los que estaban inmundos la celebrasen un mes más tarde. De manera que no solo convocó a Judá, sino también a Israel, enviando cartas mediante correos a todo el país, desde Beer-seba hasta Dan. Muchos se mofaron de los correos, pero algunas personas, en especial de Aser, Manasés, Zabulón, Efraín e Isacar, se humillaron y asistieron. Además, también estuvieron presentes muchos otros adoradores de Jehová que no eran israelitas. Es probable que los residentes del reino norteño que estuviesen a favor de la adoración verdadera tuvieran dificultades para asistir, pues, al igual que los mensajeros, se enfrentarían a la oposición y burla del reino de diez tribus, ya decadente, sumido en la adoración falsa y hostigado por la amenaza asiria. (2Cr 30:1-20; Nú 9:10-13.)
Después de la Pascua se observó la fiesta de las tortas no fermentadas durante siete días, y el gozo fue tan grande que la entera congregación decidió prolongarla siete días más. Jehová bendijo al pueblo aun en esos tiempos de amenaza, de manera que “llegó a haber gran regocijo en Jerusalén, porque desde los días de Salomón hijo de David el rey de Israel no hubo ninguna como esta en Jerusalén”. (2Cr 30:21-27.)
Lo que aconteció después prueba que hubo una verdadera restauración y revivificación de la adoración verdadera y no una mera reunión emocional de efectos transitorios. Antes de regresar a sus casas, los que habían participado en la celebración salieron y destruyeron las columnas sagradas, derribaron los lugares altos y los altares, y cortaron los postes sagrados que había en todo Judá y Benjamín, así como en Efraín y Manasés. (2Cr 31:1.) Ezequías puso el ejemplo machacando y reduciendo a pedazos la serpiente de cobre que había hecho Moisés, ya que el pueblo la había convertido en un ídolo y le hacía humo de sacrificio. (2Re 18:4.) Después de aquella gran fiesta, Ezequías aseguró la continuación de la adoración verdadera al organizar las divisiones de los sacerdotes y apoyar los servicios del templo poniendo en vigor la ley referente a las décimas partes y las contribuciones de las primicias destinadas a los levitas y los sacerdotes. A todo esto el pueblo respondió de buena gana. (2Cr 31:2-12.)
Aumenta la presión asiria.
En esos tiempos difíciles, cuando Asiria barría todo lo que encontraba a su paso, Ezequías depositó su confianza en Jehová el Dios de Israel. Se rebeló en contra del rey de Asiria y derribó las ciudades filisteas, probablemente aliadas de Asiria. (2Re 18:7, 8.)
En el año cuarto de Ezequías (742 a. E.C.), Salmanasar, el rey de Asiria, puso sitio a Samaria, y en el sexto año de Ezequías (740 a. E.C.), fue tomada. Se deportó a los habitantes del reino de diez tribus y los asirios repoblaron aquella tierra con otros grupos. (2Re 18:9-12.) Esto dejó al reino de Judá, representante del gobierno teocrático de Dios y de la adoración verdadera, aislado y rodeado de enemigos hostiles.
Senaquerib, hijo de Sargón II, ambicionaba añadir la conquista de Jerusalén a sus trofeos de guerra, sobre todo en vista de que Ezequías había roto la alianza que su padre, el rey Acaz, había hecho con Asiria. En el año decimocuarto del reinado de Ezequías (732 a. E.C.), Senaquerib “subió contra todas las ciudades fortificadas de Judá y procedió a apoderarse de ellas”. Ezequías le ofreció pagarle lo que le impusiera con tal de salvar la ciudad de Jerusalén, ante lo cual Senaquerib pidió la enorme suma de 300 talentos de plata (c. 1.982.000 dólares [E.U.A.]) y 30 talentos de oro (c. 11.560.000 dólares [E.U.A.]). Para poder pagar esta cantidad, Ezequías se vio obligado a darle toda la plata que se hallaba en el templo y en el tesoro real, además de los metales preciosos con los que él mismo había hecho revestir las puertas del templo y las columnas, lo que satisfizo al rey de Asiria, aunque solo por un tiempo. (2Re 18:13-16.)
Obras de construcción e ingeniería. Frente al inminente ataque del codicioso Senaquerib, Ezequías mostró sabiduría y estrategia militar. Cegó todos los manantiales y fuentes que había fuera de la ciudad de Jerusalén, de manera que, en caso de sitio, los asirios dispondrían de un escaso suministro de agua. Reforzó las fortificaciones de la ciudad e “hizo proyectiles en abundancia, y escudos”. No obstante, su confianza no descansaba en este equipo militar, pues cuando reunió a los jefes militares y el pueblo, los animó con estas palabras: “Sean animosos y fuertes. No tengan miedo ni se aterroricen a causa del rey de Asiria ni debido a toda la muchedumbre que está con él; porque con nosotros hay más que los que hay con él. Con él está un brazo de carne, pero con nosotros está Jehová nuestro Dios para ayudarnos y para pelear nuestras batallas”. (2Cr 32:1-8.)
Una de las sobresalientes hazañas de ingeniería de tiempos antiguos fue el acueducto de Ezequías. Iba desde el pozo de Guihón, al E. de la parte septentrional de la Ciudad de David, y seguía un curso en zigzag de 533 m. hasta el estanque de Siloam, en el valle de Tiropeón, al O. de la parte meridional de la Ciudad de David, pero dentro de un nuevo muro que se había añadido. (2Re 20:20; 2Cr 32:30.) Los arqueólogos encontraron una inscripción en caracteres hebreos antiguos en la pared del estrecho túnel, cuya altura media era de 1,8 m. La inscripción lee en parte: “Y éste fue el modo como se ejecutó: —Mientras [...] (estaban) aún [...] hacha(s), cada hombre hacia su prójimo, y mientras había todavía tres codos que horadar, [se oyó] la voz de un hombre llamando a su prójimo, porque había un mampuesto en la roca a la derecha [y a la izquierda]. Y cuando el túnel fue perforado, los pedreros tajaron (la roca), cada hombre hacia su prójimo, hacha contra hacha; y el agua manaba de la fuente hacia la alberca durante 1200 codos, y la altura de la roca sobre las cabeza(s) de los pedreros era 100 codos”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, edición de J. B. Pritchard, 1966, pág. 251.) De modo que el túnel se cavó en la roca desde ambos extremos, hasta encontrarse en el medio: una verdadera hazaña de ingeniería.
Fracaso de Senaquerib en Jerusalén. Tal como Ezequías había previsto, Senaquerib decidió atacar Jerusalén. Durante el sitio de Lakís, ciudad bien fortificada, Senaquerib envió parte de su ejército con una delegación de jefes militares para pedir la capitulación de Jerusalén. El vocero del grupo era Rabsaqué (título militar, no nombre propio), que hablaba hebreo con soltura. A voz en cuello, ridiculizó a Ezequías y desafió a Jehová, jactándose de que Él no podría librar a Jerusalén, tal como los dioses de otras naciones no habían podido salvar la tierra de sus adoradores del rey de Asiria. (2Re 18:13-35; 2Cr 32:9-15; Isa 36:2-20.)
Ezequías estaba muy angustiado, pero mantuvo su confianza en Jehová y le hizo ruegos en el templo, enviando además a algunos de los cabezas del pueblo al profeta Isaías. La respuesta que dio Isaías de parte de Jehová fue que Senaquerib oiría un informe y regresaría a su propia tierra, donde sufriría una muerte violenta. (2Re 19:1-7; Isa 37:1-7.)
Para entonces Senaquerib había partido de Lakís en dirección a Libná, donde oyó que Tirhaqá, el rey de Etiopía, había salido para luchar contra él. No obstante, Senaquerib envió cartas a Ezequías por medio de un mensajero en las que repetía sus amenazas y escarnecía a Jehová el Dios de Israel. Cuando Ezequías recibió estas cartas con tantas injurias, “extendió aquello delante de Jehová”, quien de nuevo contestó por medio de Isaías desafiando a Senaquerib y asegurándole que los asirios no entrarían en Jerusalén. Jehová dijo: “Ciertamente defenderé esta ciudad para salvarla por causa de mí mismo y por causa de David mi siervo”. (2Re 19:8-34; Isa 37:8-35.)
Durante la noche, Jehová envió a su ángel, quien dio muerte a 185.000 de los mejores hombres de las tropas de Senaquerib, “a todo hombre valiente, poderoso, y a caudillo y jefe en el campamento del rey de Asiria, de manera que este se volvió con rostro avergonzado a su propio país”. Así quedó eliminada para siempre la amenaza de Senaquerib contra Jerusalén. Más adelante, “aconteció que, mientras se inclinaba en la casa de Nisroc su dios, Adramélec y Sarézer, sus propios hijos, lo derribaron a espada”. (2Cr 32:21; Isa 37:36-38.)
Se han encontrado inscripciones relativas a la derrota que Senaquerib infligió a las fuerzas etíopes. En estas también se dice: “En cuanto a Ezequías el Judío, no se sometió a mi yugo. Puse sitio a 46 de sus ciudades fuertes [...] y (las) conquisté [...]. A él mismo hice prisionero en Jerusalén, su residencia real, como a un pájaro en una jaula”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, págs. 236, 237.) No dice que tomó la ciudad. Esta inscripción apoya el relato de la Biblia sobre la sublevación de Ezequías y el fracaso de Senaquerib en el sitio de Jerusalén. Según la costumbre de los reyes paganos de vanagloriarse en sus inscripciones, Senaquerib exagera la cantidad de talentos de plata que Ezequías pagó, 800, en vez de los 300 que dice la Biblia.
Prolongación milagrosa de la vida de Ezequías. Cuando Senaquerib amenazaba a Jerusalén, Ezequías se vio aquejado de un divieso maligno. El profeta Isaías le dijo que dispusiese sus asuntos en preparación para su muerte. Pero Ezequías todavía no había tenido ningún hijo que le sucediera en el trono, de modo que parecía que la línea real davídica iba a interrumpirse. Ezequías oró fervientemente a Jehová con lágrimas, ante lo cual Jehová envió a Isaías para informarle que le añadiría quince años a su vida. Iba a recibir una señal milagrosa: la sombra del sol sobre “la escalera de Acaz” retrocedería diez gradas. (Véase SOL.) Tres años después de esto, Ezequías tuvo un hijo llamado Manasés, que con el tiempo le sucedió en el trono. (2Re 20:1-11, 21; 21:1; Isa 38:1-8, 21.)
Error de Ezequías y su arrepentimiento. El registro de las Escrituras dice que “Ezequías no correspondió según el beneficio que se le había hecho, porque su corazón se hizo altivo, y vino a haber indignación contra él y contra Judá y Jerusalén”. (2Cr 32:25.) La Biblia no especifica si esta altivez tuvo relación con la imprudencia que cometió al mostrar todo el tesoro de su casa y todos sus dominios a los mensajeros que el rey babilonio Berodac-baladán (Merodac-baladán) había enviado a Ezequías cuando se recuperó de su enfermedad. Tal vez Ezequías exhibiera toda aquella riqueza para impresionar al rey de Babilonia como posible aliado contra el rey de Asiria. Por supuesto, esta acción pudo haber despertado la codicia de los babilonios. El profeta Isaías estaba en contra de toda alianza o dependencia de Babilonia, que por tanto tiempo había sido enemiga de Dios, por eso, cuando oyó cómo Ezequías había tratado a los mensajeros babilonios, pronunció la profecía inspirada por Jehová de que con el tiempo los babilonios se llevarían todo, incluso a algunos de los descendientes de Ezequías, a su tierra. Ezequías, sin embargo, se humilló, y Dios fue bondadoso al permitir que dicha calamidad no aconteciese en sus días. (2Re 20:12-19; 2Cr 32:26, 31; Isa 39:1-8.)
En los días del profeta Jeremías, algunos de los cabezas del pueblo que estaban en Jerusalén hablaron favorablemente de Ezequías por haber sido humilde al prestar atención a Miqueas de Moréset, profeta de Jehová. (Jer 26:17-19.)
La familia de Isaías. Isaías estaba casado. A su esposa se le llama “la profetisa” (Isa 8:3), lo que parece dar a entender algo más que solo la esposa de un profeta. Jehová debió usarla para profetizar, como el caso de Débora en el tiempo de los jueces y de Huldá durante el reinado de Josías. (Jue 4:4; 2Re 22:14.)
La Biblia menciona a dos hijos que se le dieron a Isaías como “señales y como milagros en Israel”. (Isa 8:18.) Sear-jasub tenía la suficiente edad en los días de Acaz como para acompañar a su padre, Isaías, cuando este entregó un mensaje a ese rey. El nombre Sear-jasub significa: “Un Simple Resto (Los Que Queden) Volverá(n)”. Este nombre era de naturaleza profética en el sentido de que era tan seguro que a un hijo de Isaías se le había dado ese nombre como que el reino de Judá sería destruido y solo un resto regresaría después de un tiempo en el exilio. (Isa 7:3; 10:20-23.) Este regreso de un pequeño resto tuvo lugar en 537 a. E.C., cuando el rey Ciro de Persia emitió un decreto por el que se liberaba a los israelitas de Babilonia después de un exilio de setenta años. (2Cr 36:22, 23; Esd 1:1; 2:1, 2.)
A otro hijo de Isaías se le puso nombre antes de su concepción, y este nombre se escribió en una tablilla y varios testigos confiables lo atestiguaron. Al parecer, este hecho se mantuvo en secreto hasta después del nacimiento, momento en que los testigos podían presentarse y dar testimonio de la predicción que había hecho Isaías sobre este nacimiento, lo que demostraba su carácter profético. El nombre que por mandato de Dios se le dio al muchacho fue Maher-salal-has-baz, que significa “¡Apresúrate, oh [o: Apresurándose al] Despojo! Él Se Ha Apresurado al Saqueo”. Se dijo que antes de que el hijo supiese clamar “¡Padre mío!” y “¡Madre mía!”, desaparecería la amenaza que existía contra Judá por la conspiración de Siria y del reino de diez tribus de Israel. (Isa 8:1-4.)
La profecía indicaba que pronto le llegaría alivio a Judá; eso ocurrió cuando Asiria desbarató la campaña del rey Rezín de Siria y del rey Péqah de Israel contra Judá. Los asirios capturaron Damasco y posteriormente, en el año 740 a. E.C., despojaron y destruyeron el reino de Israel, cumpliendo plenamente el significado profético del nombre del niño. (2Re 16:5-9; 17:1-6.) Sin embargo, en vez de confiar en Jehová, el rey Acaz había intentado detener la amenaza de Siria e Israel comprando la protección del rey de Asiria. Por este motivo, Jehová permitió que Asiria llegase a ser una gran amenaza para Judá e invadiera la tierra hasta la misma Jerusalén, como Isaías había advertido. (Isa 7:17-20.)
Isaías habló muchas veces de “señales” que Jehová daría, entre las que figuraban sus dos hijos y, en una ocasión, el propio Isaías. Jehová le ordenó que anduviese “desnudo y descalzo” durante tres años como señal y portento presagioso contra Egipto y contra Etiopía, dando a entender que el rey de Asiria los llevaría cautivos. (Isa 20:1-6; compárese con Isa 7:11, 14; 19:20; 37:30; 38:7, 22; 55:13; 66:19.)
★La vida familiar de Isaías - (ip1-Cap.1-Pg.8-§5,6)
★“Profetisa” - (§4)
★¿Qué puede decirse del profeta Isaías y su esposa? - (2-11-2021-Pg.16-§9,10)
Profecías de exilio y restauración.
Isaías también predijo que Asiria no sería la nación que destronaría a los reyes de Judá y destruiría Jerusalén, sino Babilonia. (Isa 39:6, 7.) Cuando Asiria inundó a Judá “hasta el cuello”, Isaías entregó el consolador mensaje al rey Ezequías de que las fuerzas asirias no podrían entrar en la ciudad. (Isa 8:7, 8.) Jehová respaldó Su palabra enviando a un ángel para aniquilar a 185.000 hombres poderosos y jefes del ejército asirio, y así liberar a Jerusalén. (2Cr 32:21.)
Lo que sin duda le produjo a Isaías mayor gozo fue el privilegio que Jehová le concedió de hablar y escribir muchas profecías sobre la restauración de su amada Jerusalén. Aunque Jehová iba a permitir que el pueblo fuese al exilio a Babilonia debido a haberse rebelado y sublevado contra Él, con el tiempo juzgaría a esa nación por haber actuado con malicia y querer retener indefinidamente a Su pueblo. Muchas de las profecías de Isaías están dedicadas al juicio de Dios contra Babilonia y su desolación eterna. (Isa 45:1, 2; 13, 14, 46–48.)
Las profecías de restauración que se hallan en el libro de Isaías glorifican la bondad inmerecida de Jehová y su misericordia para con su pueblo y para con toda la humanidad. Predicen el tiempo en que Dios elevaría de nuevo a Jerusalén y le daría una gloria que podrían ver todas las naciones; luego llegaría a ser una bendición para todos los pueblos. Efectivamente, Jerusalén fue restaurada, reedificada y bendecida con la presencia del Mesías, quien “[arrojó] luz sobre la vida y la incorrupción mediante las buenas nuevas”. (2Ti 1:10.) La restauración de Jerusalén también tendría un cumplimiento mayor y más grandioso en el futuro. (Ro 15:4; 1Co 10:11; Gál 4:25, 26.)
Consecuencias de la obra de Isaías.
Isaías no solo escribió el libro bíblico que lleva su nombre, sino muy probablemente por lo menos un libro histórico: los asuntos del rey Uzías, que debía formar parte de los registros oficiales de la nación. (2Cr 26:22.) El que desempeñara fielmente la obra de profetizar que Jehová le asignó ejerció una fuerte influencia en la historia de la nación, en particular el consejo y la guía que dio al justo rey Ezequías. Muchas de las profecías de Isaías también tienen un cumplimiento mayor en el Mesías y su Reino. En las Escrituras Griegas Cristianas muchas veces se cita o se hace referencia al libro de Isaías. En muchos casos los escritores cristianos aplicaron las profecías de Isaías a Jesucristo, o indicaron que tales profecías se cumplieron en su día.
Las Escrituras no dicen nada de su nacimiento ni de su muerte, aunque según la tradición judía fue aserrado en dos por mandato del inicuo rey Manasés. (Compárese con Hebreos 11:37; 2Re 21:10-16.)
Su comisión de profeta Es probable que Jeremías rondara los 25 años cuando recibió su comisión de vigía espiritual (Nú 8:24), en 647 a. E.C., en el año decimotercero del reinado del rey Josías de Judá (659-629 a. E.C.). Jehová le dijo: “Antes de estar formándote en el vientre, te conocí; y antes que procedieras a salir de la matriz, te santifiqué. Profeta a las naciones te hice”. (Jer 1:2-5.) Fue, por lo tanto, uno de los pocos hombres de cuyo nacimiento Jehová se responsabilizó —bien porque intervino por medio de un milagro o lo dirigió de algún otro modo— para que fuera su siervo especial. Entre estos hombres estuvieron Isaac, Sansón, Samuel, Juan el Bautista y Jesús. (Véase PRESCIENCIA, PREDETERMINACIÓN.)
Cuando Jehová habló a Jeremías, este demostró falta de confianza en sí mismo. Le contestó a Dios: “¡Ay, oh Señor Soberano Jehová! Mira que realmente no sé hablar, pues solo soy un muchacho”. (Jer 1:6.) Al comparar esta observación con el denuedo y la firmeza que Jeremías demostró a lo largo de su ministerio profético, se puede deducir que esas cualidades excepcionales no eran inherentes, sino el resultado de su plena confianza en Jehová. Verdaderamente Jehová estuvo con él “como un terrible poderoso” y fue Él quien hizo de Jeremías “una ciudad fortificada y una columna de hierro y muros de cobre contra todo el país”. (Jer 20:11; 1:18, 19.) El valor y el denuedo de Jeremías alcanzaron tal fama, que durante el ministerio terrestre de Jesús hubo quien le tomó por Jeremías resucitado. (Mt 16:13, 14.)
Puesto que Jeremías y Ezequiel eran contemporáneos, sus profecías tienen muchos aspectos en común. (Compárese Eze 18:2 con Jer 31:29; Eze 24:3 con Jer 1:13; Eze 34:2 con Jer 23:1.)
Fuerte mensaje de denunciación. Jeremías no estaba quejándose constantemente; al contrario, fue amoroso, considerado y compasivo. También tuvo buen dominio de sí mismo, gran aguante y le entristeció en gran manera la conducta de su pueblo y los juicios que este sufrió. (Jer 8:21.)
En realidad, la más que justificada queja contra Judá provino de Jehová. Por consiguiente, Jeremías estaba bajo la obligación de declararla incansablemente, y así lo hizo. También hay que tener presente que Israel era la nación de Dios, estaba en relación de pacto con Él y bajo su Ley, una Ley que habían violado de manera notoria. Como base y fundamento sólido para las denunciaciones de Jeremías, Jehová hizo referencia a la Ley repetidas veces, llamando la atención a la responsabilidad que recaía sobre los príncipes y el pueblo, y detallando cómo la habían quebrantado. Una y otra vez Jehová les recordaba las cosas que a través de su profeta Moisés les había advertido que les sobrevendrían si rehusaban escuchar sus palabras y quebrantaban su pacto. (Le 26; Dt 28.)
El amor de Jeremías a su pueblo igualó su valor y aguante. Tenía denunciaciones severas y juicios pavorosos que proclamar, sobre todo a los sacerdotes, los profetas, los gobernantes y a los que habían seguido el “proceder popular” y habían desarrollado una “infidelidad duradera”. (Jer 8:5, 6.) Sin embargo, era consciente de que su comisión también incluía ‘edificar y plantar’. (Jer 1:10.) Lloró por la calamidad que iba a sobrevenirle a Jerusalén. (Jer 8:21, 22; 9:1.) El libro de Lamentaciones es una prueba de su amor y preocupación por el nombre y el pueblo de Jehová. A pesar de la actitud traicionera que el cobarde e irresoluto rey Sedequías tuvo hacia Jeremías, este le rogó que obedeciera la voz de Jehová para que no muriese. (Jer 38:4, 5, 19-23.) Por otra parte, Jeremías no se consideraba más justo que los demás, puesto que se incluyó a sí mismo cuando reconoció la iniquidad de la nación. (Jer 14:20, 21.) Después que Nebuzaradán lo liberó, se resistió a abandonar a los exiliados a Babilonia, probablemente porque creía que debía compartir con ellos su suerte o porque deseaba seguir ofreciéndoles ayuda espiritual. (Jer 40:5.)
Durante su larga carrera, a veces se sintió desanimado y necesitó el apoyo de Jehová, pero aun en la adversidad no dejó de acudir a Jehová por ayuda. (20.)
Asociaciones. Jeremías no se vio abandonado durante los más de cuarenta años de servicio profético. Jehová estuvo con él para librarlo de sus enemigos. (Jer 1:19.) Jeremías se deleitó en la palabra de Jehová. (Jer 15:16.) Evitó relacionarse con aquellos que no le tenían ningún respeto a Dios. (Jer 15:17.) Encontró compañeros idóneos entre quienes pudo hacer una obra de ‘edificar’ (Jer 1:10), a saber, los recabitas, Ébed-mélec y Baruc, por medio de quienes recibió ayuda y fue librado de la muerte. Más de una vez la protección que recibió puso de manifiesto el poder de Jehová. (Jer 26:7-24; 35:1-19; 36:19-26; 38:7-13; 39:11-14; 40:1-5.)
Representaciones proféticas. Jeremías representó varios cuadros proféticos ante Jerusalén como símbolos de la condición de esa ciudad y de la calamidad que le sobrevendría. Entre ellos pueden mencionarse la visita a la casa del alfarero (Jer 18:1-11) y el incidente con el cinto que se echó a perder. (Jer 13:1-11.) A Jeremías se le mandó que no se casara, lo que sirvió de advertencia de las “muertes por dolencias” de los hijos que nacerían durante aquellos últimos días de Jerusalén. (Jer 16:1-4.) Rompió un frasco ante los hombres de mayor edad de Jerusalén como símbolo de la inminente destrucción de la ciudad. (Jer 19:1, 2, 10, 11.) Compró un campo al hijo de su tío paterno Hanamel, para indicar que habría una repatriación después de los setenta años de exilio, cuando de nuevo se comprasen campos en Judá. (Jer 32:8-15, 44.) En Tahpanhés (Egipto) escondió piedras grandes en la terraza de ladrillo de la casa de Faraón y profetizó que Nabucodonosor colocaría su trono en aquel mismo lugar. (Jer 43:8-10.)
Profeta verdadero. Daniel reconoció a Jeremías como un profeta verdadero de Dios. Por medio de un estudio de las palabras de Jeremías concernientes a los setenta años de exilio, Daniel pudo fortalecer y animar a los judíos en relación con la proximidad de su liberación. (Da 9:1, 2; Jer 29:10.) Esdras llamó la atención al cumplimiento de sus palabras. (Esd 1:1; véase también 2Cr 36:20, 21.) El apóstol Mateo hizo notar el cumplimiento de una de las profecías de Jeremías en los días de la niñez de Jesús. (Mt 2:17, 18; Jer 31:15.)
Incluso algunos confundieron a Jesús con Jeremías resucitado (Mt 16:14). El apóstol Pablo habló de los profetas, entre los que se contaba Jeremías, y en Hebreos 8:8-12 citó de sus escritos. (Jer 31:31-34.) Refiriéndose a estos hombres, el mismo escritor dijo que “el mundo no era digno de ellos”, y que “recibieron testimonio por su fe”. (Heb 11:32, 38, 39.)
Lidera la lucha contra los amalequitas. En 1513 a. E.C., cuando los israelitas estaban acampados en Refidim, poco después de ser liberados milagrosamente de la fuerza militar egipcia en el mar Rojo, los amalequitas los atacaron sin que hubiese mediado provocación alguna. Moisés nombró a Josué comandante en la lucha contra ese pueblo. Con la buena dirección de Josué y el apoyo divino, los israelitas vencieron al enemigo. Después Jehová decretó que a su debido tiempo los amalequitas deberían ser completamente aniquilados y dio orden a Moisés de que lo pusiera por escrito y se lo informara a Josué. (Éx 17:8-16.)
Servidor de Moisés. Después, en el monte Sinaí, es probable que Josué, como servidor de Moisés, fuese uno de los setenta hombres de mayor edad que tuvieron el privilegio de presenciar una visión magnífica de la gloria de Jehová. Más tarde, acompañó a Moisés parte del camino hacia el monte Sinaí, pero no parece que entrara en la nube, ya que solo se le mandó a Moisés que lo hiciese. (Éx 24:9-18.) Tanto él como Moisés permanecieron en el monte Sinaí cuarenta días y cuarenta noches. Al final de este período, mientras descendía del monte Sinaí con Moisés, Josué tomó por un “ruido de batalla” el canto de Israel relacionado con su adoración idolátrica del becerro. Sin duda compartió la indignación de Moisés cuando vio el becerro de oro y quizás hasta le ayudó a destruirlo. (Éx 32:15-20.)
Al participar en el culto de becerros, los israelitas quebrantaron el pacto solemne que habían hecho con Jehová Dios. Este pudo ser el motivo por el que Moisés sacó su tienda (la “tienda de reunión”) de la zona donde acampaba el pueblo, ya que Jehová todavía no les había perdonado su pecado y por lo tanto ya no estaba en medio de Israel. Quizás para evitar que los israelitas entraran en la tienda de reunión en condición inmunda, Josué permanecía allí cada vez que Moisés iba al campamento israelita. (Éx 33:7-11; Éx 34:9.)
Posteriormente, cuando debido a las murmuraciones del pueblo Moisés sintió que su carga era demasiado pesada, Jehová le mandó que escogiese 70 ancianos para ayudarle. Estos ancianos tenían que ir a la tienda de reunión, pero dos de ellos, Eldad y Medad, debieron tener alguna razón para quedarse en el campamento. Cuando el espíritu de Dios vino sobre las 68 personas congregadas en la tienda de reunión, Eldad y Medad también empezaron a comportarse como profetas en el campamento. Rápidamente se lo informaron a Moisés. Josué, sintiendo celos por su señor, instó a Moisés a que los detuviera. Ya que Eldad y Medad al parecer habían recibido el espíritu sin la mediación de Moisés, Josué debió pensar que esto restaba autoridad a su señor. Pero Moisés corrigió a Josué diciéndole: “¡Quisiera yo que todo el pueblo de Jehová fueran profetas, porque Jehová pondría su espíritu sobre ellos!”. (Nú 11:10-29; compárese con Mr 9:38, 39.)
Espía la Tierra Prometida. Cierto tiempo después, los israelitas acamparon en el desierto de Parán. Desde allí Moisés envió a doce hombres a espiar la Tierra Prometida, entre los que se hallaba Josué (Hosea o Jehosúa). Cuarenta días más tarde, únicamente Josué y Caleb presentaron un buen informe. Los otros diez espías descorazonaron al pueblo, aduciendo que Israel nunca podría derrotar a los poderosos habitantes de Canaán, lo que dio lugar a toda clase de murmuraciones en el campamento. Josué y Caleb rasgaron sus vestiduras e intentaron aquietar los temores del pueblo, advirtiéndole que no se rebelase. Pero sus valerosas palabras, que reflejaban completa confianza en el poder de Jehová para cumplir su palabra, fueron en vano. De hecho, “toda la asamblea habló de lapidarlos”. (Nú 13:2, 3, 8, 16, 25–14:10.)
Debido a su rebelión, Jehová sentenció a los israelitas a vagar por el desierto cuarenta años, hasta que murieran todos los varones registrados de veinte años de edad para arriba (sin incluir a los levitas, que no fueron registrados para deberes militares como los otros israelitas; Nú 1:2, 3, 47). Los únicos varones registrados que entrarían en la Tierra Prometida serían Josué y Caleb, mientras que los diez espías infieles morirían por un azote de parte de Jehová. (Nú 14:27-38; compárese con Nú 26:65; 32:11, 12.)
Nombrado sucesor de Moisés. Hacia el fin del período durante el que Israel anduvo errante por el desierto, Moisés y Aarón también perdieron el privilegio de entrar en la Tierra Prometida por no santificar a Jehová cuando proveyó agua milagrosamente en Qadés. (Nú 20:1-13.) Por lo tanto, Jehová mandó a Moisés que nombrara a Josué como su sucesor. Delante del nuevo sumo sacerdote, Eleazar, el hijo de Aarón, y ante la asamblea de Israel, Moisés colocó sus manos sobre Josué. Aunque se le nombró sucesor de Moisés, Josué no sería semejante a él en el aspecto de conocer a Jehová “cara a cara”. No se pasó a Josué toda la dignidad de Moisés, sino solo la que necesitaría para tener el respeto de la nación. En lugar de la comunicación tan directa de la que Moisés había podido disfrutar con Jehová, como si fuera “cara a cara”, Josué tenía que consultar al sumo sacerdote, a quien se le había confiado el Urim y el Tumim, mediante los cuales se podía averiguar la voluntad divina. (Nú 27:18-23; Dt 1:37, 38; 31:3; 34:9, 10.)
Por mandato divino, Moisés le dio ciertas instrucciones y estímulo a Josué para que desempeñase su comisión con toda fidelidad. (Dt 3:21, 22, 28; 31:7, 8.) Cuando estuviese cerca el tiempo de su muerte, Moisés tendría que colocarse junto con Josué en la tienda de reunión. Allí Jehová comisionaría a Josué y confirmaría el nombramiento que con anterioridad había hecho Moisés cuando le había impuesto las manos. (Dt 31:14, 15, 23.) Más tarde, Josué participó de algún modo en escribir y enseñar a los israelitas la canción que Moisés había recibido por inspiración. (Dt 31:19; 32:44.) ★Josué hecho líder- (my-Cap.43-Pg.97)
Las actividades del sucesor de Moisés. Después de la muerte de Moisés, Josué se preparó para entrar en la Tierra Prometida. Mandó oficiales con el fin de que dieran instrucciones a los israelitas de que se prepararan para cruzar el Jordán al cabo de tres días; a los gaditas, los rubenitas y la media tribu de Manasés les recordó su obligación de ayudar en la conquista de la tierra, y envió dos hombres a explorar Jericó y las cercanías. (Jos 1:1–2:1.)
Cuando los dos espías regresaron, los israelitas partieron de Sitim y acamparon cerca del Jordán. Al día siguiente, Jehová detuvo milagrosamente el Jordán, lo que permitió que la nación cruzase en terreno seco. Para conmemorar este suceso, Josué colocó doce piedras en medio del lecho del río y doce en Guilgal, el primer campamento de Israel al O. del Jordán. También hizo cuchillos de pedernal para circuncidar a todos los varones israelitas que nacieron en el desierto. De ese modo, unos cuatro días después ya estaban en condición apta para observar la Pascua. (Jos 2:23–5:11.)
Después, mientras estaban cerca de Jericó, Josué se encontró con un príncipe angélico, de quien recibió instrucciones en cuanto al procedimiento que debían seguir para tomar aquella ciudad. Josué actuó en consecuencia, y después de dar a Jericó por entero a la destrucción, pronunció una maldición profética sobre su futuro reedificador, predicción que se cumplió más de quinientos años después. (Jos 5:13–6:26; 1Re 16:34.) Luego subió contra Hai. Al principio las fuerzas israelitas, compuestas por unos 3.000 hombres, fueron derrotadas, pues Jehová había retirado su ayuda debido a la desobediencia de Acán al apropiarse de parte del despojo de Jericó. Después que el pueblo lapidó a Acán y su casa por su pecado, Josué tendió una emboscada a las fuerzas de Hai y redujo la ciudad a un montículo desolado. (Jos 7:1–8:29.)
Hecho esto, toda la congregación de Israel, sus mujeres, niños y residentes forasteros, fueron a las cercanías del monte Ebal. Josué edificó allí un altar según las especificaciones de la Ley. La mitad de la congregación se puso de pie enfrente del monte Guerizim y la otra mitad enfrente del monte Ebal, y Josué les leyó la “ley, la bendición y la invocación de mal”. “Resultó que no hubo ni una sola palabra de todo lo que Moisés había mandado que Josué no leyera en voz alta.” (Jos 8:30-35.)
Cuando volvieron a su campamento en Guilgal, Josué y los principales de Israel recibieron la visita de unos mensajeros gabaonitas. Como reconocieron que Jehová luchaba por los israelitas, los gabaonitas se valieron de un ardid para conseguir celebrar un pacto de paz con Josué. Sin embargo, una vez que se descubrió el engaño, Josué los hizo esclavos. La noticia de lo que habían hecho los gabaonitas llegó hasta Adoni-zédeq, el rey de Jerusalén, quien, junto con otros cuatro reyes cananeos, emprendió una expedición punitiva contra ellos. En respuesta al llamamiento por ayuda de los gabaonitas, Josué partió de Guilgal y anduvo toda la noche. Jehová luchó a favor de Israel en defensa de los gabaonitas, y así demostró que no desaprobaba el pacto que se había hecho anteriormente con ellos. Una granizada milagrosa ocasionó más bajas enemigas que la propia guerra. Jehová incluso escuchó la voz de Josué y prolongó las horas de luz de ese día para completar la victoria. (Jos 9:3–10:14.)
Después de esta victoria concedida por Dios, Josué prosiguió con la captura de Maquedá, Libná, Lakís, Eglón, Hebrón y Debir, y así quebrantó el poder de los cananeos en las regiones meridionales. Luego, los reyes cananeos del N., acaudillados por Jabín, el rey de Hazor, reunieron sus fuerzas en las aguas de Merom para luchar contra Israel. Aunque Josué se enfrentaba con caballos y carros, Dios le animó para que no cediera al temor. Jehová volvió a conceder la victoria a los israelitas. Josué, siguiendo instrucciones, desjarretó los caballos, quemó los carros del enemigo e incendió la ciudad de Hazor. (Jos 10:16–11:23.) De este modo, en un período de unos seis años (compárese con Nú 10:11; 13:2, 6; 14:34-38; Jos 14:6-10), derrotó a treinta y un reyes y subyugó grandes secciones de la Tierra Prometida. (Jos 12:7-24.)
Había llegado el tiempo para distribuir a cada tribu una parte de la tierra. La distribución empezó en Guilgal bajo la supervisión de Josué, del sumo sacerdote Eleazar y de otros diez representantes nombrados por Dios. (Jos 13:7; 14:1, 2, 6; Nú 34:17-29.) Cuando se situó el tabernáculo en Siló, se continuó repartiendo la tierra por suertes desde allí. (Jos 18:1, 8-10.) Josué recibió la ciudad de Timnat-sérah, en la región montañosa de Efraín. (Jos 19:49, 50.)
Advertencia final a los israelitas y muerte. Hacia el final de su vida, Josué reunió a los ancianos de Israel, cabezas, jueces y oficiales, para aconsejarles que sirvieran a Jehová fielmente y prevenirles de las consecuencias de la desobediencia. (Jos 23:1-16.) También reunió a toda la congregación de Israel, repasó la relación que Jehová había mantenido con sus antepasados y con la nación, y les instó a que sirvieran a Jehová. Josué dijo: “Ahora, si es malo a sus ojos servir a Jehová, escójanse hoy a quién quieren servir, si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados que estaban al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra están morando. Pero en cuanto a mí y a mi casa, nosotros serviremos a Jehová”. (Jos 24:1-15.) A continuación los israelitas reafirmaron su pacto de obediencia a Jehová. (Jos 24:16-28.)
Josué murió a la edad de ciento diez años, y fue enterrado en Timnat-sérah. Su lealtad inquebrantable a Jehová tuvo un buen efecto, pues “Israel continuó sirviendo a Jehová todos los días de Josué y todos los días de los ancianos que extendieron sus días después de Josué”. (Jos 24:29-31; Jue 2:7-9.)
Antecedentes. Parece que Juan provenía de una familia acomodada. Su padre Zebedeo tenía empleados en un negocio de pesca, del que Simón era socio. (Mr 1:19, 20; Lu 5:9, 10.) Salomé, la esposa de Zebedeo, estuvo entre las mujeres que acompañaron y sirvieron a Jesús mientras estaba en Galilea (compárese con Mt 27:55, 56; Mr 15:40, 41), y fue una de las que llevó especias con el fin de preparar el cuerpo de Jesús para su entierro. (Mr 16:1.) Del relato bíblico se desprende que Juan debió tener casa propia. (Jn 19:26, 27.)
Zebedeo y Salomé eran hebreos fieles, y debieron criar a Juan en la enseñanza de las Escrituras. Por lo general, se da por sentado que Juan era el discípulo de Juan el Bautista que se hallaba con Andrés cuando aquel les anunció: “¡Miren, el Cordero de Dios!”. El hecho de que aceptase rápidamente a Jesús como el Cristo revela su conocimiento de las Escrituras Hebreas. (Jn 1:35, 36, 40-42.) Aunque no se dice que Zebedeo se hiciera discípulo de Juan el Bautista o de Cristo, no parece que se haya opuesto a que sus dos hijos fuesen predicadores de tiempo completo con Jesús.
Cuando Juan y Pedro fueron llevados ante los gobernantes judíos, se les consideró “iletrados y del vulgo”. Sin embargo, esta expresión no quiere decir que fuesen incultos o analfabetos, sino que no habían estudiado en las escuelas rabínicas. Se dice, más bien, que “empezaron a reconocer, acerca de ellos, que solían estar con Jesús”. (Hch 4:13.)
Llega a ser discípulo de Cristo. Después de ser presentado a Jesucristo en el otoño de 29 E.C., Juan debió seguir a Jesús hasta Galilea y ser testigo ocular de su primer milagro en Caná. (Jn 2:1-11.) Puede que haya acompañado a Jesús desde Galilea a Jerusalén, y de nuevo cuando regresó a Galilea por Samaria; lo vívido del relato que escribió parece indicar que fue testigo ocular de los acontecimientos narrados. No obstante, el registro no lo especifica. (Jn 2–5.) Sin embargo, Juan continuó con su negocio de pesca durante algún tiempo después de conocer a Jesús. Al año siguiente, mientras Jesús caminaba junto al mar de Galilea, Santiago y Juan estaban en la barca con su padre Zebedeo remendando sus redes. Él los llamó a un servicio de tiempo completo para que fuesen “pescadores de hombres”, y el relato de Lucas informa: “De modo que volvieron a traer las barcas a tierra, y abandonaron todo y le siguieron”. (Mt 4:18-22; Lu 5:10, 11; Mr 1:19, 20.) Más tarde, se les seleccionó para ser apóstoles del Señor Jesucristo. (Mt 10:2-4.)
Juan fue uno de los tres discípulos más allegados a Jesús. Él se llevó a Pedro, Santiago y Juan a la montaña de la transfiguración. (Mt 17:1, 2; Mr 9:2; Lu 9:28, 29.) También fueron los únicos apóstoles a los que se permitió entrar con Jesús en la casa de Jairo. (Mr 5:37; Lu 8:51.) Los tres tuvieron el privilegio de ser aquellos con los que Jesús se adentró más en el jardín de Getsemaní durante la noche en que fue traicionado, aunque entonces no captaron el significado pleno de la ocasión, pues hasta se quedaron dormidos tres veces y Jesús tuvo que despertarlos. (Mt 26:37, 40-45; Mr 14:33, 37-41.) Juan ocupó el lugar que quedaba al lado de Jesús en su última Pascua, en la que instituyó la Cena del Señor (Jn 13:23), y fue el discípulo que recibió el honor excepcional de que se le confiara el cuidado de la madre de Jesús cuando este murió. (Jn 21:7, 20; 19:26, 27.)
Juan en su evangelio. En su evangelio, Juan nunca se refiere a sí mismo por nombre, sino como uno de los hijos de Zebedeo o como el discípulo a quien Jesús amaba. Cuando habla de Juan el Bautista, le llama simplemente “Juan”, a diferencia de los otros evangelistas. Lo más natural es que esto lo hiciese alguien del mismo nombre, ya que no crearía ninguna confusión en cuanto a la persona de quien estaba hablando. Los demás tendrían que usar un sobrenombre, título u otros términos descriptivos para distinguir a quién se referían, como hace el propio Juan cuando habla de una de las Marías. (Jn 11:1, 2; Jn 19:25; Jn 20:1.)
Al examinar el escrito de Juan desde este punto de vista, resulta evidente que él era quien estaba con Andrés cuando Juan el Bautista les presentó a Jesucristo, aunque su nombre no se menciona. (Jn 1:35-40.) Después de la resurrección de Jesús, Juan adelantó a Pedro mientras corrían hacia la tumba para investigar si efectivamente había resucitado. (Jn 20:2-8.) Tuvo el privilegio de ver al resucitado Jesús aquella misma noche (Jn 20:19; Lu 24:36) y de nuevo a la semana siguiente. (Jn 20:26.) Fue uno de los siete que volvieron a la pesca y a quienes Jesús se apareció. (Jn 21:1-14.) Juan también estaba presente en la montaña de Galilea donde Jesús se apareció a los discípulos tras su resurrección y oyó personalmente el mandato: “Hagan discípulos de gente de todas las naciones”. (Mt 28:16-20.)
Historia posterior de Juan. Después de la ascensión de Jesús, Juan estaba en Jerusalén reunido con unos 120 discípulos cuando se escogió a Matías por sorteo y se le contó con los otros once apóstoles. (Hch 1:12-26.) También estaba presente cuando se derramó el espíritu en el día del Pentecostés y vio cómo aquel día se añadieron 3.000 personas a la congregación. (Hch 2:1-13, 41.) Él y Pedro declararon ante los gobernantes judíos el principio que siguió la congregación del pueblo de Dios: “Si es justo a vista de Dios escucharles a ustedes más bien que a Dios, júzguenlo ustedes mismos. Pero en cuanto a nosotros, no podemos dejar de hablar de las cosas que hemos visto y oído”. (Hch 4:19, 20.) Y se unió a los apóstoles cuando dijeron al Sanedrín: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”. (Hch 5:27-32.)
Tras la muerte de Esteban a manos de judíos enfurecidos, surgió gran persecución contra la congregación en Jerusalén, y se esparció a los discípulos. Pero Juan y los demás apóstoles permanecieron en Jerusalén. Cuando la predicación de Felipe el evangelizador hizo que muchos aceptaran la palabra de Dios en Samaria, el cuerpo gobernante despachó a Pedro y a Juan para que ayudasen a estos nuevos discípulos a recibir el espíritu santo. (Hch 8:1-5, 14-17.) Pablo dijo posteriormente que Juan era uno de los “que parecían ser columnas” de la congregación de Jerusalén. En su calidad de miembro del cuerpo gobernante, Juan dio a Pablo y Bernabé “la mano derecha de la coparticipación” cuando se les envió con la misión de predicar a las naciones gentiles. (Gál 2:9.) Juan estaba presente en la conferencia del cuerpo gobernante sobre la cuestión de la circuncisión para los conversos gentiles celebrada en 49 E.C. (Hch 15:5, 6, 28, 29.)
Jesucristo, aún sobre la Tierra, había dejado entrever que Juan sobreviviría a los demás apóstoles. (Jn 21:20-22.) Y así fue, pues Juan sirvió fielmente a Jehová por unos setenta años. Hacia el fin de su vida, estuvo exiliado en la isla de Patmos “por hablar acerca de Dios y por dar testimonio de Jesús”. (Apo 1:9.) Este hecho demuestra que se mantenía muy activo en predicar las buenas nuevas, incluso a una edad muy avanzada (alrededor del año 96 E.C.).
Mientras estuvo en Patmos, fue favorecido con la maravillosa visión de la Revelación, que puso por escrito con absoluta fidelidad. (Apo 1:1, 2.) Por lo general se cree que el emperador Domiciano lo exilió y que su sucesor, el emperador Nerva (96-98 E.C.), lo liberó. Según la tradición, Juan fue a Éfeso, donde escribió su evangelio y sus tres cartas, llamadas la Primera, la Segunda y la Tercera de Juan, alrededor del año 98 E.C., y, también según la tradición, se cree que murió en Éfeso cerca del año 100 E.C., durante la gobernación del emperador Trajano, tras siete décadas de fiel servicio a Jehová.
Su personalidad. Los eruditos suelen llegar a la conclusión de que Juan era una persona pasiva, sentimental e introspectiva. Cierto comentarista dice: “Juan, con su mente contemplativa, majestuosa e idealista, pasó por la vida como un ángel”. (Commentary on the Holy Scriptures, de Lange, traducción y edición de P. Schaff, 1976, vol. 9, pág. 6) Basan su evaluación de la personalidad de Juan en el hecho de que habla mucho acerca del amor y que no se le da tanta importancia en Hechos de Apóstoles como a Pedro y Pablo. También indican que al parecer dejó a Pedro llevar la delantera al hablar cuando estaba con él.
Es verdad que cuando Pedro y Juan estaban juntos, Pedro siempre se destaca como el vocero. Pero los relatos no dicen que Juan se mantuviera en silencio. Al contrario, cuando estuvieron ante los gobernantes y los ancianos, tanto Pedro como Juan hablaron sin temor. (Hch 4:13, 19.) Asimismo, Juan habló con denuedo ante el Sanedrín, al igual que hicieron los demás apóstoles, aunque solo se menciona a Pedro por nombre. (Hch 5:29.) Y en cuanto a ser una persona activa y enérgica, ¿no demostró gran vitalidad al correr con más rapidez que Pedro para llegar a la tumba de Jesús? (Jn 20:2-8.)
Jesús les dio a Juan y a su hermano Santiago el sobrenombre Boanerges (que significa “Hijos del Trueno”) cuando comenzaron su ministerio como apóstoles. (Mr 3:17.) Este título denota que Juan no era un sentimentalista blando o pasivo, sino, más bien, que tenía una personalidad dinámica. Cuando una aldea samaritana rehusó recibir a Jesús, estos “Hijos del Trueno” estuvieron dispuestos a hacer bajar fuego del cielo para aniquilar a sus habitantes. Con anterioridad, Juan dejó ver a las claras su fogosidad cuando trató de impedir que alguien ajeno al grupo de discípulos expulsara demonios en el nombre de Jesús. En ambos casos, Jesús lo censuró y corrigió. (Lu 9:49-56.)
En esas ocasiones los dos hermanos mostraron falta de entendimiento y que aún estaban lejos de mostrar el equilibrio y el espíritu misericordioso y amoroso que desarrollaron más tarde. Sin embargo, en ambas ocasiones manifestaron su lealtad y una personalidad decidida y vigorosa, que, una vez bien encauzada, los convirtió en testigos fuertes, enérgicos y fieles. Santiago murió como mártir a manos de Herodes Agripa I (Hch 12:1, 2), y Juan, el último apóstol en morir, aguantó como una columna “en la tribulación y reino y aguante en compañía con Jesús”. (Apo 1:9.)
La petición que la madre de Santiago y Juan le hizo a Cristo de que concediera a sus hijos sentarse junto a él en su Reino, provocó la indignación de los demás apóstoles por el espíritu ambicioso que ambos demostraron. No obstante, Jesús aprovechó la oportunidad para explicar que el mayor entre ellos sería el que sirviese a los demás. Luego señaló que incluso él había venido a servir y a dar su vida como rescate por muchos. (Mt 20:20-28; Mr 10:35-45.) Sin embargo, aun cuando el deseo de ambos hermanos fuese egoísta, el incidente revela su fe en la realidad del Reino.
Por supuesto, si la personalidad de Juan hubiese sido como la pintan los comentaristas religiosos —débil, poco práctica, pusilánime, introvertida—, probablemente Jesucristo no lo hubiese escogido para escribir el conmovedor y poderoso libro de Revelación, en el que Cristo estimula repetidas veces a los cristianos a ser vencedores del mundo, habla de las buenas nuevas que se predicarían por todo el mundo y pronuncia los juicios atronadores de Dios.
Es verdad que Juan habla acerca del amor más que los otros evangelistas, pero esto no prueba que fuese un sentimentalista blando. Al contrario, el amor es una cualidad poderosa. Toda la Ley y los Profetas se basaban en el amor. (Mt 22:36-40.) “El amor nunca falla.” (1Co 13:8.) El amor “es un vínculo perfecto de unión”. (Col 3:14.) La clase de amor que Juan recomendó se adhiere a los principios y es capaz de reprender con fuerza, corregir y disciplinar, así como de ejercer bondad y misericordia.
Dondequiera que aparece en los tres relatos sinópticos del Evangelio, así como en todos sus propios escritos, Juan siempre manifiesta el mismo amor y lealtad firmes a Jesucristo y su Padre, Jehová. Su lealtad y odio por lo que es malo se hacen patentes cuando menciona los malos motivos o rasgos que hay tras las acciones de otros. Solo él especifica que Judas fue quien se quejó y por qué lo hizo cuando María usó un ungüento caro para ungir los pies de Jesús: porque llevaba la caja del dinero y era ladrón. (Jn 12:4-6.) Él señala que Nicodemo fue a Jesús ‘al amparo de la noche’. (Jn 3:2.) También indica la seria falta de José de Arimatea: “Era discípulo de Jesús, pero secreto por su temor a los judíos”. (Jn 19:38.) Juan no podía aprobar el hecho de que alguien profesara ser un discípulo de su Maestro y, sin embargo, se avergonzara de ello.
Juan había cultivado los frutos del espíritu a un grado mucho mayor cuando escribió su Evangelio y las cartas que cuando era un joven recién asociado con Jesús. Obviamente, ya no era la misma persona que había pedido un puesto especial en el Reino. En sus escritos podemos hallar la expresión de su madurez y buen consejo para ayudarnos a imitar su proceder fiel, leal y enérgico.
Tanto él como Ester eran de la tribu de Benjamín, sobre quien el patriarca Jacob había profetizado: “Benjamín seguirá desgarrando como lobo. Por la mañana se comerá el animal prendido, y al atardecer dividirá el despojo”. (Gé 49:27.) Estos benjamitas actuaron al atardecer de la nación de Israel, cuando ya no había reyes sobre el trono y la nación había llegado a estar bajo dominio gentil. Es posible que Mardoqueo y Ester tuviesen el privilegio de dar muerte al último de los odiados amalequitas. El interés de Mardoqueo en el bienestar de sus compatriotas indica que tenía fe en que de entre los hijos de Israel vendría la descendencia de Abrahán para bendecir a todas las familias de la Tierra. (Gé 12:2; Gé 22:18.)
Leal servidor del rey. En el relato se indica que aunque Mardoqueo era un exiliado judío, estaba al servicio del rey. Se enteró de que el rey Asuero de Persia había depuesto a la reina Vasti y de que se estaba reuniendo a todas las vírgenes jóvenes y hermosas de todo el imperio para escoger de entre ellas a la nueva reina. Entre estas se contaba Ester, la prima de Mardoqueo, una muchacha “de bonita figura y hermosa apariencia”, que no reveló sus antecedentes judíos. (Est 2:7, 8.) Ella fue la escogida. Mardoqueo continuó atendiendo sus responsabilidades, “sentado en la puerta del rey”, cuando le informaron que dos de los oficiales de la corte, Bigtán y Teres, estaban conspirando contra el rey Asuero. Advirtió al rey por medio de Ester, y este acto de lealtad se registró en “el libro de los asuntos de los días”. (Est 2:21-23.)
Se niega a inclinarse ante Hamán. Después Asuero nombró primer ministro a Hamán el agaguita y ordenó que todos los que estaban en la puerta del rey se postrasen ante él en reconocimiento del elevado puesto que acababa de recibir. Mardoqueo rehusó firmemente hacerlo y adujo como razón que era judío. (Est 3:1-4.) Esto prueba que su negativa obedecía a la relación que como judío dedicado tenía con su Dios Jehová. Reconoció que postrarse ante Hamán significaba más que solo inclinarse con el rostro a tierra ante un personaje eminente, como habían hecho los israelitas en el pasado, simplemente en reconocimiento de la posición superior de esa persona como gobernante. (2Sa 14:4; 18:28; 1Re 1:16.) En este caso Mardoqueo tenía buena razón para no inclinarse. Hamán probablemente era amalequita, y Jehová había indicado que estaba en guerra con Amaleq “de generación en generación”. (Éx 17:16.) Era una cuestión de integridad a Dios por parte de Mardoqueo.
Hamán se enfureció, sobre todo cuando se enteró de que Mardoqueo era judío. Su odio era tan grande que no podía disfrutar de su poder y sus privilegios mientras Mardoqueo siguiese sentado a la puerta y se negara a inclinarse ante él. Hamán no limitó su espíritu de venganza a Mardoqueo, sino que consiguió hacer que el rey proclamase un decreto para aniquilar a todo el pueblo de Mardoqueo en el reino de Persia. (Est 3:5-12.)
Se le usó para librar a Israel. Ante el edicto de aniquilar a todos los judíos del imperio, Mardoqueo manifestó su fe en que Ester había ascendido a su puesto de dignidad real precisamente en ese tiempo para librar a los judíos. Hizo que Ester tomara conciencia de su seria responsabilidad y le dijo que implorase el favor y la ayuda del rey. Aunque esto ponía en peligro su propia vida, Ester concordó en asumir su responsabilidad. (Est 4:7–5:2.)
En el momento más oportuno para Mardoqueo y los judíos (pues lo que se descubrió mostró la lealtad de Mardoqueo al rey), durante una noche en la que el rey Asuero no podía conciliar el sueño, su atención se dirigió providencialmente al registro oficial del Estado. En el transcurso de la lectura se le recordó que no se había recompensado a Mardoqueo por el servicio que había prestado en el pasado, cuando descubrió el plan sedicioso de Bigtán y Teres. Ante esto el rey deseó honrar a Mardoqueo espléndidamente, para humillación de Hamán, quien además recibió la orden de hacer los preparativos y anunciar públicamente este honor. (Est 6:1-12.)
Ester consiguió acusar a Hamán de haber calumniado y presentado una falsa imagen de los judíos, y, además, de tramar contra los propios intereses del rey. Asuero, enfurecido, decretó la sentencia de muerte para Hamán, quien fue colgado en el madero de unos 22 m. de altura que había hecho levantar para Mardoqueo. (Est 7:1-10.)
Mardoqueo reemplazó a Hamán como primer ministro y recibió el anillo de sellar del rey para sellar los documentos de Estado. Ester colocó a Mardoqueo sobre la casa de Hamán, que el rey le había dado a ella. Luego Mardoqueo usó la autorización del rey para promulgar un decreto que diera a los judíos el derecho de defenderse, y así contrarrestó el anterior. Aquello supuso para los judíos una señal de liberación y gozo. Muchos del Imperio persa se aliaron con los judíos, y cuando llegó el 13 de Adar, el día en que las leyes entraban en vigor, los judíos estaban preparados. Las autoridades se pusieron de parte de ellos debido al puesto elevado de Mardoqueo. En Susa la lucha se prolongó un día más. Por todo el Imperio persa se dio muerte a más de 75.000 enemigos de los judíos, entre los que estuvieron los diez hijos de Hamán. (Est 8:1–9:18.) Con la aprobación de Ester, Mardoqueo mandó que se celebrara anualmente la fiesta de los días 14 y 15 de Adar, los “días de Purim”, para regocijarse, banquetear y darse regalos unos a otros y también a los pobres. Los judíos aceptaron esa fiesta y la impusieron a su prole y a todos los que se unían a ellos. En calidad de segundo gobernante del imperio, Mardoqueo tuvo el respeto del pueblo dedicado de Dios, los judíos, y continuó trabajando por el bien de ellos. (Est 9:19-22, 27-32; 10:2, 3.)
Hombre de fe. Mardoqueo era un hombre de fe como aquellos de los que el apóstol Pablo habló en el capítulo 11 de Hebreos, aunque no se le menciona por nombre en esos textos. Mostró valor, resolución, integridad y lealtad a Dios y su pueblo, y siguió el principio que más tarde expresó Jesús: “Por lo tanto, paguen a César las cosas de César, pero a Dios las cosas de Dios”. (Mt 22:21.) Tanto él como Ester eran de la tribu de Benjamín, sobre quien el patriarca Jacob había profetizado: “Benjamín seguirá desgarrando como lobo. Por la mañana se comerá el animal prendido, y al atardecer dividirá el despojo”. (Gé 49:27.) Estos benjamitas actuaron al atardecer de la nación de Israel, cuando ya no había reyes sobre el trono y la nación había llegado a estar bajo dominio gentil. Es posible que Mardoqueo y Ester tuviesen el privilegio de dar muerte al último de los odiados amalequitas. El interés de Mardoqueo en el bienestar de sus compatriotas indica que tenía fe en que de entre los hijos de Israel vendría la descendencia de Abrahán para bendecir a todas las familias de la Tierra. (Gé 12:2; 22:18.)
Primera etapa de su vida en Egipto. Moisés era un niño “divinamente hermoso” que se salvó del genocidio que decretó Faraón cuando ordenó la muerte de todo varón hebreo recién nacido. Su madre lo tuvo escondido durante tres meses y luego lo colocó en un arca de papiro y lo dejó en el río Nilo, donde lo encontró la hija de Faraón. Gracias al ingenio de la madre y la hermana de Moisés, su propia madre consiguió criarlo y educarlo debido a que la tomó a su servicio la hija de Faraón, quien adoptó al niño como si fuese suyo. Como miembro de la casa de Faraón, se le ‘instruyó en toda la sabiduría de los egipcios’ y se hizo “poderoso en sus palabras y hechos”, expresión que probablemente se refiriese tanto a sus facultades mentales como físicas. (Éx 2:1-10; Hch 7:20-22.)
A pesar de esa posición favorecida y de las oportunidades que se le ofrecían en Egipto, Moisés se sentía ligado al pueblo de Dios, que entonces estaba en esclavitud. De hecho, esperaba que Dios se valiese de él para liberarlo. A los cuarenta años, mientras observaba las cargas que llevaban sus hermanos hebreos, vio a un egipcio golpear a un hebreo. En un intento por defender al israelita, mató al egipcio, y luego lo escondió en la arena. En ese preciso momento tomó la decisión más importante de su vida: “Por fe Moisés, ya crecido, rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón, escogiendo ser maltratado con el pueblo de Dios más bien que disfrutar temporalmente del pecado”. De este modo rechazó el honor y los bienes materiales de que pudiera haber disfrutado como miembro de la casa del poderoso Faraón. (Heb 11:24, 25.)
En realidad, Moisés creía que había llegado el momento en que iba a poder salvar a los hebreos. Pero ellos no apreciaron su esfuerzo. Cuando Faraón se enteró de la muerte del egipcio, Moisés se vio obligado a abandonar a Egipto en 1553 a. E.C. se estableció en Madián, cerca de la tierra de Uz. (Éxodo 2:15-25; Hechos 7:23-30.) Para ese tiempo, Job todavía estaría viviendo los 140 años de vida adicionales con los que Dios le había bendecido. (Job 42:16.) Posteriormente, Moisés pudo haberse enterado de los últimos años de la vida de Job y de su muerte cuando, casi al final de los 40 años de vagar por el desierto, pasó por la tierra de Uz.
Cuarenta años en Madián. Moisés hizo un largo viaje a través del desierto hasta Madián, donde buscó refugio. Allí, al lado de un pozo, volvió a ponerse de manifiesto el valor y la solicitud que tenía para actuar con firmeza a favor de los que padecen injusticias. Cuando los pastores echaron a las siete hijas de Jetró y a su rebaño, Moisés libró a las mujeres y abrevó el rebaño. Como resultado, se le invitó a la casa de Jetró, donde trabajó para este como pastor de sus rebaños, y finalmente se casó con una de sus hijas, Ziporá, quien le dio dos hijos, Guersón y Eliezer. (Éx 2:16-22; 18:2-4.)
Preparación para servicio futuro. Aunque el propósito de Dios era liberar a los hebreos mediante Moisés, no había llegado Su debido tiempo; además Moisés tampoco estaba preparado para encargarse del pueblo de Dios. Tenía que pasar por otros cuarenta años de preparación. A fin de reunir los requisitos para dirigir al pueblo de Dios, debía desarrollar cualidades como la mansedumbre, la humildad, la gran paciencia, la apacibilidad de genio y el autodominio, y debía aprender a confiar en Jehová a un grado mayor. Tenía que prepararse para evitar el desánimo y la desilusión y resistir dificultades, así como para tratar con bondad, calma y determinación la multitud de problemas que se presentarían en una gran nación. Tendría ya la dignidad, confianza y aplomo propios de un miembro de la casa de Faraón, así como dotes de organización y mando, pero la humilde ocupación de pastor en Madián le permitió desarrollar otras cualidades que aún serían más importantes para su futura comisión. También a David se le sometió a una rigurosa preparación, aun después de que Samuel lo ungió, y Jesucristo fue probado para perfeccionarlo como Rey y Sumo Sacerdote para siempre. “[Cristo] aprendió la obediencia por las cosas que sufrió; y después de haber sido perfeccionado vino a ser responsable de la salvación eterna para todos los que le obedecen.” (Heb 5:8, 9.)
Su nombramiento como libertador. Hacia el fin de su estancia de cuarenta años en Madián, Moisés estaba pastoreando el rebaño de Jetró cerca del monte Horeb, cuando se sorprendió al ver una zarza que ardía sin consumirse. Al acercarse para inspeccionar aquel extraño fenómeno, el ángel de Jehová le habló desde las llamas y le reveló que había llegado el momento para que Dios liberara a Israel de la esclavitud, por lo que le comisionó para que fuera en su nombre memorial: Jehová. (Éx 3:1-15.) De modo que Dios nombró a Moisés profeta y representante suyo, y entonces se le podía llamar correctamente “ungido”, “Mesías” o el “Cristo”, como en Hebreos 11:26. Por medio del ángel, Jehová proveyó las credenciales que Moisés podía presentar a los hombres de mayor edad de Israel. Estas consistían en tres milagros que servirían de señales. Esta es la primera vez que leemos en las Escrituras sobre un humano que haya recibido poder para hacer milagros. (Éx 4:1-9.)
La falta de confianza en sí mismo no descalificó a Moisés. Sin embargo, Moisés demostró falta de confianza en sí mismo, y arguyó que no podía hablar con fluidez. Este era un Moisés cambiado, bastante diferente del que por propia voluntad se había ofrecido como libertador de Israel cuarenta años antes. Persistió en señalar inconvenientes en lo que Jehová le decía, y finalmente le pidió que le excusara de aquella misión. Aunque Jehová se molestó por esta actitud, no lo rechazó, sino que designó a su hermano Aarón para que fuese su portavoz. Como Moisés era el representante de Dios, sería para Aarón como “Dios”, y Aarón hablaría en representación suya. Parece ser que con ocasión del encuentro que tuvieron con los hombres de mayor edad de Israel y los enfrentamientos con Faraón, Dios dio instrucciones y mandatos a Moisés, quien a su vez se los comunicó a Aarón para que hablara ante Faraón (un sucesor del Faraón del que había huido Moisés cuarenta años antes). (Éx 2:23; 4:10-17.) Posteriormente, Jehová llamó a Aarón “profeta” de Moisés, queriendo decir que así como Moisés era el profeta de Dios, dirigido por Él, de manera similar Aarón sería dirigido por Moisés. También le dijo a Moisés que sería hecho “Dios para Faraón”, es decir, que recibiría poder divino y autoridad sobre Faraón, de modo que no tenía por qué temer al rey de Egipto. (Éx 7:1, 2.)
Debido a que Moisés no estuvo dispuesto a aceptar la inmensa tarea de ser el libertador de Israel, Dios lo censuró, pero no canceló su asignación. Moisés no había vacilado debido a su edad avanzada, aunque ya tenía ochenta años de edad. Cuarenta años más tarde, a la edad de ciento veinte años, aún conservaba todo su vigor y agudeza mental. (Dt 34:7.) Durante los cuarenta años que pasó en Madián, tuvo mucho tiempo para meditar, y se dio cuenta del error que había cometido al intentar liberar a los hebreos por su propia cuenta. Entonces comprendía su insuficiencia, de modo que debió ser para él una gran sorpresa el que de súbito se le ofreciera este cometido después de tanto tiempo desligado de toda actividad pública.
Más adelante la Biblia nos dice: “El hombre Moisés era con mucho el más manso de todos los hombres que había sobre la superficie del suelo”. (Nú 12:3.) Como persona mansa, reconoció que solo era un ser humano, con sus imperfecciones y debilidades. No se presentó como el caudillo indiscutido de los israelitas. No tuvo temor de Faraón, sino una clara conciencia de sus limitaciones.
Ante Faraón en Egipto. Moisés y Aarón eran entonces figuras clave de una ‘batalla de dioses’. Por mediación de los sacerdotes magos, cuyos jefes eran al parecer Janes y Jambres (2Ti 3:8), Faraón invocó los poderes de todos los dioses de Egipto contra el poder de Jehová. El primer milagro que realizó Aarón ante Faraón por instrucción de Moisés demostró la supremacía de Jehová sobre los dioses de Egipto, aunque Faraón se hizo más obstinado. (Éx 7:8-13.) Más tarde, cuando llegó la tercera plaga, incluso los sacerdotes tuvieron que admitir: “¡Es el dedo de Dios!”. Y la plaga de diviesos los afectó tanto, que ni siquiera pudieron comparecer ante Faraón para oponerse a Moisés durante esa plaga. (Éx 8:16-19; 9:10-12.)
Las plagas ablandan a unos y endurecen a otros. Moisés y Aarón anunciaron cada una de las diez plagas. Las plagas se produjeron según se habían anunciado, lo que demostró que Moisés era el representante de Dios. El nombre de Jehová se declaró y divulgó por todo Egipto, ablandando a unos y endureciendo a otros con respecto a ese nombre: los israelitas y algunos egipcios se ablandaron, y Faraón, sus consejeros y partidarios se endurecieron. (Éx 9:16; 11:10; 12:29-39.) En vez de creer que habían ofendido a sus dioses, los egipcios sabían que era Jehová el que estaba juzgando a sus dioses. Para cuando ya se habían ejecutado nueve plagas, Moisés también se había hecho “muy grande en la tierra de Egipto, a los ojos de los siervos de Faraón y a los ojos del pueblo”. (Éx 11:3.)
Asimismo, hubo un cambio notable en los hombres de Israel. Al principio habían aceptado las credenciales de Moisés, pero cuando se les impuso condiciones de trabajo más duras por orden de Faraón, se quejaron contra él hasta el punto de que Moisés, desalentado, pidió ayuda a Jehová. (Éx 4:29-31; 5:19-23.) El Altísimo lo fortaleció diciéndole que había llegado el momento de realizar lo que Abrahán, Isaac y Jacob habían esperado, a saber, revelar completamente el significado de su nombre Jehová libertando a Israel y estableciéndolo como una gran nación en la Tierra Prometida. (Éx 6:1-8.) Ni siquiera entonces escucharon a Moisés los hombres de Israel. Pero después de la novena plaga, estuvieron totalmente de su lado, y cooperaron de tal modo que después de la décima plaga pudo organizarlos y sacarlos de Egipto de una manera ordenada, “en orden de batalla”. (Éx 13:18.)
Se necesitó valor y fe para enfrentarse a Faraón. Moisés y Aarón estuvieron a la altura de las circunstancias gracias a la fuerza que recibieron del espíritu de Jehová. Solo hay que pensar en el esplendor de la corte de Faraón, el rey de la potencia mundial indiscutida de aquel tiempo. Tenían ante sí al altivo Faraón, de quien se decía que era un dios, con su séquito de consejeros, comandantes militares, guardas y esclavos, y también a los líderes religiosos, los sacerdotes magos, sus principales opositores. Estos hombres eran, aparte del mismo Faraón, los más influyentes del imperio. Todo este impresionante despliegue tenía el propósito de respaldar a Faraón en apoyo de los dioses de Egipto. Y Moisés y Aarón se presentaron ante Faraón, no solo una vez, sino varias veces. El corazón de Faraón se endurecía cada vez más, porque estaba resuelto a no perder a sus valiosos esclavos hebreos. Tanto fue así, que después de anunciar la octava plaga, a Moisés y Aarón se les echó de delante de Faraón, y después de la novena plaga, se les ordenó que no intentaran ver de nuevo el rostro de Faraón bajo pena de muerte. (Éx 10:11, 28.)
Con este cuadro presente, se entiende mejor que Moisés pidiera repetidamente a Jehová seguridad y fuerza. Pero debe notarse que nunca dejó de cumplir al pie de la letra las órdenes de Jehová. Nunca quitó ni una sola palabra de todo lo que Jehová le mandó decir a Faraón. El liderazgo de Moisés se aceptó sin discusión, pues dice el registro que al tiempo de la décima plaga, “todos los hijos de Israel hicieron tal como Jehová había mandado a Moisés y Aarón. Hicieron precisamente así”. (Éx 12:50.) Moisés es un ejemplo de fe sobresaliente para los cristianos. El apóstol Pablo dice de él: “Por fe dejó a Egipto, pero sin temer la cólera del rey, porque continuó constante como si viera a Aquel que es invisible”. (Heb 11:27.)
Antes de la décima plaga, Moisés tuvo el privilegio de instituir la Pascua. (Éx 12:1-16.) En el mar Rojo tuvo que hacer frente a más quejas de los israelitas, quienes se creían atrapados y a punto de ser aniquilados. Pero expresó la fe de un caudillo verdadero bajo la poderosa mano de Jehová, asegurándoles que Jehová destruiría al ejército egipcio que los perseguía. Parece ser que durante esta crisis clamó a Jehová, pues se le dijo: “¿Por qué sigues clamando a mí?”. Luego Dios le mandó que alzara su vara y extendiera su mano sobre el mar para partirlo. (Éx 14:10-18.) Siglos más tarde, el apóstol Pablo dijo con referencia al paso de Israel por el mar Rojo: “Nuestros antepasados todos estuvieron bajo la nube y todos pasaron por el mar y todos fueron bautizados en Moisés por medio de la nube y del mar”. (1Co 10:1, 2.) Jehová efectuó aquel bautismo. Para librarse de sus perseguidores asesinos, los antepasados judíos tuvieron que unirse a Moisés como cabeza y seguir su acaudillamiento mientras este los conducía a través del mar. De este modo, toda la congregación de Israel fue de hecho sumergida en el libertador y caudillo Moisés.
Mediador del pacto de la Ley. Al tercer mes del éxodo de Egipto, Jehová demostró ante Israel la gran autoridad y responsabilidad que había conferido a su siervo Moisés, así como la íntima relación que existía entre ellos. Ante todo el pueblo de Israel, reunido al pie del monte Horeb, Jehová llamó a Moisés a la montaña y habló con él por medio de un ángel. En una ocasión se otorgó a Moisés un privilegio excepcional, tal vez la experiencia más imponente que jamás haya tenido hombre alguno antes de la venida de Jesucristo. En lo alto de la montaña, a solas, Jehová le dio una visión de su gloria, puso su “palma” sobre Moisés como protección, permitiéndole ver su “espalda”, lo que debió ser el resplandor que quedaba después de la manifestación divina de su gloria. Luego habló con él personalmente, por decirlo así. (Éx 19:1-3; 33:18-23; 34:4-6.)
Jehová le dijo a Moisés: “No puedes ver mi rostro, porque ningún hombre puede verme y sin embargo vivir”. (Éx 33:20.) Siglos más tarde, el apóstol Juan escribió: “A Dios ningún hombre lo ha visto jamás”. (Jn 1:18.) El mártir cristiano Esteban dijo a los judíos: “Este [Moisés] es el que llegó a estar entre la congregación en el desierto, con el ángel que le habló en el monte Sinaí”. (Hch 7:38.) De modo que un ángel representó a Jehová en la montaña. No obstante, la gloria de Jehová manifestada por su representante angélico fue de tal magnitud, que ‘la tez del rostro de Moisés emitía rayos’, de modo que los hijos de Israel no podían mirarlo. (Éx 34:29-35; 2Co 3:7, 13.)
Dios nombró a Moisés mediador del pacto de la Ley con Israel, una posición íntima como la que ningún hombre ha ocupado nunca ante Dios, a excepción de Jesucristo, el Mediador del nuevo pacto. Con la sangre de sacrificios animales, Moisés salpicó el libro del pacto, que representaba a Jehová como “un pactante”, y al pueblo (sin duda a los ancianos que representaban al pueblo), como el otro “pactante”. Leyó el libro del pacto al pueblo, y ellos contestaron: “Todo lo que Jehová ha hablado estamos dispuestos a hacerlo, y a ser obedientes”. (Éx 24:3-8; Heb 9:19.) En su calidad de mediador, tuvo el privilegio de supervisar la construcción del tabernáculo y la fabricación de los utensilios según el modelo que Dios le había dado, así como de efectuar la ceremonia de instalación del sacerdocio, con la unción del tabernáculo y del sumo sacerdote Aarón con un aceite de una composición especial. Luego supervisó los primeros servicios oficiales del sacerdocio recién dedicado. (Éx 25–29; Le 8, 9.)
Un mediador adecuado. Moisés subió varias veces al monte Horeb, y en dos ocasiones permaneció allí cuarenta días y cuarenta noches. (Éx 24:18; 34:28.) La primera vez volvió con dos tablas de piedra “en las que el dedo de Dios había escrito”, y que contenían las “Diez Palabras” o Diez Mandamientos, las leyes básicas del pacto de la Ley. (Éx 24:18; Dt 4:13.) En esta primera ocasión demostró tener las aptitudes necesarias para ser el mediador entre Jehová e Israel y para ser el caudillo de esa gran nación, compuesta quizás de tres millones de personas o más. Mientras Moisés estaba en la montaña Jehová le informó que el pueblo se había vuelto a la idolatría, y le dijo: “Ahora déjame, para que se encienda mi cólera contra ellos y los extermine, y déjame hacer de ti una nación grande”. La inmediata respuesta de Moisés puso de manifiesto que la santificación del nombre de Jehová era la cosa más importante para él, y que no tenía ningún tipo de egoísmo ni deseaba fama para sí mismo. No pidió nada para él, sino que demostró interés por el nombre de Jehová, nombre que Él mismo había ensalzado recientemente mediante el milagro del mar Rojo, y mostró respeto por la promesa de Dios a Abrahán, Isaac y Jacob. Jehová aprobó la súplica de Moisés y perdonó al pueblo. Aquí se ve que Jehová consideró que Moisés desempeñaba su papel de mediador de modo satisfactorio, y que Él respetaba el cargo para el que había nombrado a Moisés. De manera que entonces Jehová “empezó a sentir pesar respecto al mal de que había hablado que haría a su pueblo”, es decir, por causa del cambio de circunstancias, cambió de actitud con relación a traer el mal sobre ellos. (Éx 32:7-14.)
Cuando Moisés bajó de la montaña, se demostró su celo por la adoración verdadera como siervo de Dios. Al ver la fiesta estrepitosa que el pueblo idólatra había promovido, arrojó las tablas al suelo y las rompió, y pidió que los que quisieran se pusiesen de su lado. La tribu de Leví se puso de su parte, y les mandó que diesen muerte a todos los que habían participado en la adoración falsa, lo que resultó en la muerte de unos 3.000 hombres. Luego se volvió a Jehová, reconoció el gran pecado del pueblo y suplicó: “Pero ahora si perdonas su pecado..., y si no, bórrame, por favor, de tu libro que has escrito”. A Dios no le desagradó la súplica mediadora de Moisés, pero contestó: “Al que haya pecado contra mí, lo borraré de mi libro”. (Éx 32:19-33.)
Fueron muchas las veces que Moisés representó el lado de Jehová en el pacto, dio orden de que practicaran la adoración pura y verdadera y ejecutó juicio contra los desobedientes. Más de una vez también intercedió en favor de la nación —o de algunos de sus miembros— para que Jehová no los destruyese. (Nú 12; 14:11-21; 16:20-22, 43-50; 21:7; Dt 9:18-20.)
Altruismo, humildad, mansedumbre. Moisés estaba interesado principalmente en el nombre de Jehová y en Su pueblo. Por consiguiente, no buscaba gloria o posición. Cuando Jehová puso su espíritu sobre algunos hombres del campamento y estos empezaron a comportarse como profetas, el ayudante de Moisés, Josué, quiso impedírselo, al parecer porque pensó que estaban quitando gloria y autoridad a Moisés. Pero él contestó: “¿Sientes celos por mí? No, ¡quisiera yo que todo el pueblo de Jehová fueran profetas, porque Jehová pondría su espíritu sobre ellos!”. (Nú 11:24-29.)
Aunque Moisés era el caudillo de la gran nación de Israel nombrado por Jehová, estaba dispuesto a aceptar consejo de otros, en particular cuando eso repercutía de forma positiva en la nación. Poco tiempo después de que los israelitas salieron de Egipto, Jetró fue a su encuentro acompañado de la esposa y los hijos de Moisés. Jetró observó cuánto trabajaba Moisés y cómo se gastaba al tratar los problemas de cada uno que acudía a él. Con sabiduría le sugirió que, de acuerdo con un criterio ordenado, delegara grados de responsabilidad en otras personas a fin de aligerar su carga. Moisés escuchó el consejo de Jetró y lo aceptó, de modo que organizó al pueblo en millares, centenas, cincuentenas y decenas, con un jefe como juez sobre cada grupo. Solo los casos difíciles se llevaban a Moisés. Es digno de mención también que al explicar a Jetró lo que estaba haciendo, Moisés dijo: “En caso de que se les suscite una causa, esta tiene que venir a mí y yo tengo que juzgar entre una parte y la otra, y tengo que dar a conocer las decisiones del Dios verdadero y sus leyes”. De este modo indicó que reconocía que no tenía que juzgar según sus propias ideas, sino según las decisiones de Jehová, y que además tenía la responsabilidad de ayudar al pueblo a conocer y aceptar las leyes de Dios. (Éx 18:5-7, 13-27.)
Moisés mostró repetidas veces que el verdadero Caudillo no era él, sino Jehová. Cuando el pueblo empezó a quejarse de la comida, Moisés dijo: “Sus murmuraciones no son contra nosotros [Moisés y Aarón], sino contra Jehová”. (Éx 16:3, 6-8.) Posiblemente debido a que Míriam pensó que la presencia de la esposa de Moisés podía eclipsar su prominencia, tanto ella como Aarón, con celos y falta de respeto, empezaron a hablar contra Moisés y su autoridad. El que en este punto del relato se diga: “El hombre Moisés era con mucho el más manso de todos los hombres que había sobre la superficie del suelo”, hace aún más censurable su comportamiento. Parece ser que Moisés aguantaba con mansedumbre el abuso verbal sin imponerse. Pero Jehová se encolerizó por este desafío, ya que en realidad era una afrenta contra Él mismo. Se encargó de la cuestión y castigó con severidad a Míriam. El amor de Moisés por su hermana le impulsó a interceder a su favor y clamar: “¡Oh Dios, por favor! ¡Sánala, por favor!”. (Nú 12:1-15.) ★Mansedumbre - [Moisés]
Obedeció y esperó en Jehová. Moisés esperó en Jehová. Aunque se le llama legislador de Israel, reconoció que no era el originador de las leyes. Tampoco actuó de manera arbitraria, decidiendo los asuntos según su propio conocimiento. Cuando no existía un precedente para un caso legal o no se podía discernir exactamente cómo aplicar la Ley, Moisés presentaba el caso a Jehová para que Él estableciera una decisión judicial. (Le 24:10-16, 23; Nú 15:32-36; 27:1-11.) Moisés siguió cuidadosamente las instrucciones divinas. Supervisó de cerca el complicado trabajo de construir el tabernáculo y de hacer los utensilios y las vestiduras sacerdotales. El registro dice: “Y Moisés procedió a hacer conforme a todo lo que le había mandado Jehová. Hizo precisamente así”. (Éx 40:16; compárese con Nú 17:11.) Varias veces se dice que las cosas se hicieron “tal como Jehová había mandado a Moisés”. (Éx 39:1, 5, 21, 29, 31, 42; 40:19, 21, 23, 25, 27, 29.) Esto es provechoso para los cristianos, pues el escritor del libro de los Hebreos dice que estas cosas constituyen una “sombra” y una ilustración de cosas celestiales. (Heb 8:5.)
Moisés tropieza. Mientras Israel estaba acampado en Qadés, probablemente en el cuadragésimo año de vagar por el desierto, Moisés cometió una seria equivocación. El examinar este incidente nos ayuda a entender mejor, no solo la posición privilegiada que tenía Moisés, sino también su gran responsabilidad ante Jehová como caudillo y mediador de la nación. Debido a la escasez de agua, el pueblo empezó a protestar amargamente contra Moisés, culpándolo de haberlos sacado de Egipto al desierto árido. Moisés había aguantado mucho: tuvo que soportar la terquedad y rebeldía de los israelitas, compartir sus dificultades e interceder a favor de ellos cuando pecaban, pero en esa ocasión perdió momentáneamente su mansedumbre y su genio apacible. Exasperados y amargados de espíritu, Moisés y Aarón se levantaron ante el pueblo como Jehová había mandado. Pero en vez de dirigir la atención a Jehová como el Proveedor, hablaron con brusquedad al pueblo y asumieron un protagonismo que no les correspondía. Moisés dijo: “¡Oigan, ahora, rebeldes! ¿Es de este peñasco de donde les sacaremos agua?”. Luego Moisés golpeó la roca y Jehová hizo que fluyera suficiente agua para la multitud y sus rebaños. No obstante, Dios estaba disgustado con la conducta de Moisés y Aarón. No cumplieron con su responsabilidad principal, a saber, magnificar Su nombre. “Actuaron en desacato” contra Jehová, y Moisés ‘habló imprudentemente con sus labios’. Más tarde Jehová decretó: “Porque ustedes no mostraron fe en mí para santificarme delante de los ojos de los hijos de Israel, por lo tanto ustedes no introducirán a esta congregación en la tierra que yo ciertamente les daré a ellos”. (Nú 20:1-13; Dt 32:50-52; Sl 106:32, 33.)
Escritor. Moisés fue el escritor del Pentateuco, los primeros cinco libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Durante toda su historia los judíos han reconocido a Moisés como el escritor de esos libros, sección de la Biblia que llaman la Torá o la Ley. Jesús y los escritores cristianos atribuyen frecuentemente la Ley a Moisés. Por lo general se le atribuye la escritura del libro de Job, así como el Salmo 90 y, posiblemente, el 91. (Mt 8:4; Lu 16:29; 24:27; Ro 10:5; 1Co 9:9; 2Co 3:15; Heb 10:28.)
Muerte y entierro. Aarón, el hermano de Moisés, murió a la edad de ciento veintitrés años, mientras Israel estaba acampado al pie del monte Hor (en la frontera con Edom), en el quinto mes del cuadragésimo año de su viaje. Moisés llevó a Aarón a la montaña, le despojó de sus prendas de vestir sacerdotales y vistió con ellas a Eleazar, el hijo mayor vivo y sucesor de Aarón. (Nú 20:22-29; 33:37-39.) Unos seis meses más tarde, Israel llegó a las llanuras de Moab. Allí Moisés explicó la Ley a la nación reunida en una serie de discursos, y explicó detalladamente los ajustes que sería necesario hacer cuando Israel dejara de llevar una vida nómada y se estableciera en su propia tierra. En el duodécimo mes del año cuadragésimo (en la primavera de 1473 a. E.C.), Moisés anunció al pueblo que, según el nombramiento de Jehová, Josué le sucedería como caudillo. Luego comisionó a Josué y le exhortó a ser valeroso. (Dt 31:1-3, 23.) Finalmente, después de recitar una canción y bendecir al pueblo, Moisés, siguiendo el mandato de Jehová, subió al monte Nebo para ver la Tierra Prometida desde esta posición elevada, y luego murió. (Dt 32:48-51; 34:1-6.)
Moisés tenía ciento veinte años de edad cuando falleció. La Biblia dice con referencia a su fortaleza física: “Su ojo no se había oscurecido, y su fuerza vital no había huido”. Jehová lo enterró en un lugar que nunca se ha descubierto. (Dt 34:5-7.) Probablemente se hizo así para impedir que los israelitas cayeran en la adoración falsa convirtiendo su tumba en un santuario. Parece que el Diablo deseaba valerse del cuerpo de Moisés para algún fin semejante, pues Judas, el discípulo cristiano y medio hermano de Jesucristo, escribió: “Pero cuando Miguel el arcángel tuvo una diferencia con el Diablo y disputaba acerca del cuerpo de Moisés, no se atrevió a llevar un juicio contra él en términos injuriosos, sino que dijo: ‘Que Jehová te reprenda’”. (Jud 9.) Antes de cruzar hacia Canaán acaudillado por Josué, Israel observó treinta días de duelo en memoria de Moisés. (Dt 34:8.)
Un profeta a quien Jehová conoció “cara a cara”. Cuando Míriam y Aarón desafiaron la autoridad de Moisés, Jehová les dijo: “Si llegara a haber un profeta de ustedes para Jehová, sería en una visión como me daría a conocer a él. En un sueño le hablaría. ¡No así con mi siervo Moisés! Tiene confiada a él toda mi casa. Boca a boca le hablo, y así le muestro, y no por enigmas; y la apariencia de Jehová es lo que él contempla. ¿Por qué, pues, no temieron hablar contra mi siervo, contra Moisés?”. (Nú 12:6-8.) La conclusión del libro de Deuteronomio pone de relieve la posición privilegiada de Moisés ante Jehová: “Pero nunca desde entonces se ha levantado en Israel un profeta como Moisés, a quien Jehová conoció cara a cara, tocante a todas las señales y los milagros que Jehová lo envió a hacer en la tierra de Egipto, a Faraón y a todos sus siervos y a toda su tierra, y en cuanto a toda la mano fuerte y todo el grande e imponente respeto que Moisés ejerció ante los ojos de todo Israel”. (Dt 34:10-12.)
Según estas palabras de Jehová, aunque Moisés nunca lo vio literalmente, tuvo una relación más directa, constante e íntima con Él que cualquier otro profeta antes de Jesucristo. La declaración de Jehová: “Boca a boca le hablo”, reveló que Moisés tenía una comunicación personal con Dios (por medio de ángeles, que tienen acceso a la misma presencia de Dios, Mt 18:10). (Nú 12:8.) Como mediador de Israel, disfrutó de una comunicación bilateral casi constante. Podía presentar problemas de importancia nacional en cualquier momento y recibir la respuesta de Dios. Jehová le confió ‘toda su casa’ y lo usó como su representante personal para organizar la nación. (Nú 12:7; Heb 3:2, 5.) Los profetas de tiempos posteriores solo edificaron sobre el fundamento que se había puesto por medio de Moisés.
Jehová se relacionó con Moisés de una manera tan impresionante, que era como si este realmente hubiera contemplado a Dios con sus ojos, en vez de solo tener una visión mental o un sueño en el que oyera hablar a Dios, que era como normalmente se comunicaba Dios con sus profetas. Los tratos de Jehová con Moisés fueron tan reales que Moisés se comportó como si hubiera visto “a Aquel que es invisible”. (Heb 11:27.) La impresión que esto causó en Moisés debió ser semejante a la que la transfiguración causó en el apóstol Pedro siglos más tarde. La visión fue tan real para Pedro que tomó parte en ella y habló sin darse cuenta de lo que decía. (Lu 9:28-36.) Y el apóstol Pablo también experimentó una visión tan real, que después dijo de sí mismo: “Si en el cuerpo, no lo sé, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe”. (2Co 12:1-4.)
No cabe duda de que el extraordinario éxito de Josué en introducir a Israel en la Tierra Prometida se debió en cierta medida a las excelentes cualidades que Moisés le inculcó de palabra y con su ejemplo. Josué fue el ministro de Moisés “desde su mocedad en adelante”. (Nú 11:28.) Seguramente fue comandante del ejército bajo el mando de Moisés (Éx 17:9, 10), y estuvo cerca de él como ayudante en muchas experiencias. (Éx 24:13; 33:11; Dt 3:21.)
Prefiguró a Jesucristo. Jesucristo dejó claro que Moisés había escrito en cuanto a él, pues en una ocasión dijo a sus opositores: “Si creyeran a Moisés, me creerían a mí, porque aquel escribió de mí”. (Jn 5:46.) Estando con sus discípulos, “comenzando desde Moisés y todos los Profetas les interpretó cosas referentes a él en todas las Escrituras”. (Lu 24:27, 44; véase también Jn 1:45.)
Entre las cosas que Moisés escribió sobre Jesucristo se encuentran las palabras de Jehová: “Les levantaré un profeta de en medio de sus hermanos, semejante a ti; y verdaderamente pondré mis palabras en su boca, y él ciertamente les hablará todo lo que yo le mande”. (Dt 18:18, 19.) El apóstol Pedro citó esta profecía y la aplicó a Jesucristo. (Hch 3:19-23.)
Entre estos dos grandes profetas, Moisés y Jesucristo, hubo muchas correspondencias proféticas. Ambos escaparon en la infancia de una matanza en masa ordenada por los respectivos gobernantes de su tiempo. (Éx 1:22; 2:1-10; Mt 2:13-18.) A Moisés se le llamó de Egipto con el “primogénito” de Jehová, la nación de Israel, y fue el caudillo de esa nación. A Jesús se le llamó de Egipto como el Hijo primogénito de Dios. (Éx 4:22, 23; Os 11:1; Mt 2:15, 19-21.) Tanto el uno como el otro ayunaron durante cuarenta días en lugares desérticos. (Éx 34:28; Mt 4:1, 2.) Ambos vinieron en el nombre de Jehová, y el propio nombre de Jesús significa “Jehová es Salvación”. (Éx 3:13-16; Mt 1:21; Jn 5:43.) Al igual que Moisés, Jesús ‘declaró el nombre de Jehová’. (Dt 32:3; Jn 17:6, 26.) Ambos fueron excepcionalmente mansos y humildes (Nú 12:3; Mt 11:28-30) y tuvieron las credenciales más convincentes de que Dios los había enviado: sorprendentes milagros de muchas clases, en los que Jesús superó a Moisés al resucitar a los muertos. (Éx 14:21-31; Sl 78:12-54; Mt 11:5; Mr 5:38-43; Lu 7:11-15, 18-23.)
Moisés fue el mediador del pacto de la Ley entre Dios y la nación de Israel. Jesús fue el Mediador del nuevo pacto entre Dios y la “nación santa”, el “Israel [espiritual] de Dios”. (1Pe 2:9; Gál 6:16; Éx 19:3-9; Lu 22:20; Heb 8:6; 9:15.) Ambos fueron jueces, legisladores y caudillos. (Éx 18:13; 32:34; Da 9:25; Mal 4:4; Mt 23:10; Jn 5:22, 23; 13:34; 15:10.) A Moisés se le confió la mayordomía de la ‘casa de Dios’, es decir, la nación o congregación de Israel, y fue probado fiel. Jesús mostró fidelidad en la casa de Dios que él, como Hijo de Dios, edificó, a saber, la nación o congregación del Israel espiritual. (Nú 12:7; Heb 3:2-6.) Hubo un paralelo incluso en su muerte, pues en ambos casos Dios hizo desaparecer el cadáver. (Dt 34:5, 6; Hch 2:31; Jud 9.)
Hacia el fin de los cuarenta años que Moisés estuvo en el desierto, el ángel de Dios se le manifestó milagrosamente en la llama de una zarza, al pie del monte Horeb, mientras pastoreaba el rebaño de su suegro. Allí Jehová le comisionó para libertar a su pueblo de Egipto. (Éx 3:1-15.) Así Dios nombró a Moisés su profeta y representante, por lo que entonces podía llamársele correctamente un ungido o “Cristo”. Para llegar a estar en esa posición privilegiada, tuvo que abandonar los “tesoros de Egipto” y dejarse ‘maltratar con el pueblo de Dios’, siendo así objeto de vituperio. Pero estimó ese “vituperio del Cristo como riqueza más grande que los tesoros de Egipto”. (Heb 11:24-26.)
También este aspecto de la vida de Moisés tiene paralelo en la de Jesús. Según anunció un ángel cuando Jesús nació en Belén, tenía que llegar a ser un “Salvador, [...] Cristo el Señor”. Llegó a ser Cristo o el Ungido después que el profeta Juan lo bautizó en el río Jordán. (Lu 2:10, 11; 3:21-23; 4:16-21.) A partir de entonces, reconoció ser “el Cristo” o Mesías. (Mt 16:16, 17; Mr 14:61, 62; Jn 4:25, 26.) Jesucristo también mantuvo su vista en el premio y despreció la vergüenza de que le hicieron objeto los hombres, tal como Moisés lo había hecho. (Flp 2:8, 9; Heb 12:2.) La congregación cristiana es bautizada en este Moisés Mayor: Jesucristo, el predicho Profeta, Libertador y Caudillo. (1Co 10:1, 2.)
Durante el vigésimo año del rey Artajerjes, en el mes de Kislev (noviembre-diciembre), recibió la visita de su hermano Hananí y otros hombres de Judá mientras estaba en el castillo de Susa. Nehemías se interesó por los judíos, así como por Jerusalén, y aquellos le refirieron la difícil situación del pueblo y que tanto el muro como las puertas de Jerusalén todavía estaban en ruinas. Este informe le hizo llorar. Durante varios días se lamentó y se dedicó al ayuno y la oración. Más tarde confesó el pecado de Israel y, sobre la base de las palabras de Dios a Moisés (Dt 30:1-4), rogó a Jehová que ‘lo hiciese objeto de piedad’ delante del rey Artajerjes a fin de que su plan de reedificar el muro de Jerusalén tuviese éxito. (Ne 1.)
Más adelante, en el mes de Nisán (marzo-abril), las oraciones de Nehemías fueron contestadas. El rey se dio cuenta de que Nehemías estaba cariacontecido, por lo que le preguntó qué le sucedía. Nehemías le reveló el motivo de su preocupación: el lamentable estado de Jerusalén. Cuando se le preguntó qué intentaba conseguir, inmediatamente oró a Dios y solicitó permiso al rey para regresar y reedificar Jerusalén. Se le concedió esta petición y además el rey le dio cartas que le garantizaban la libre circulación a través de las zonas bajo la jurisdicción de los gobernadores del O. del río Éufrates y también para conseguir madera para el proyecto. De modo que partió para Jerusalén con jefes de la fuerza militar y jinetes. (Ne 2:1-9.)
Se reedifica el muro de Jerusalén. Después de estar en Jerusalén durante tres días, Nehemías hizo una inspección nocturna de la ciudad sin que nadie lo supiese, excepto unos pocos hombres que estaban con él. Mientras que el resto iba a pie, Nehemías montó en un animal, probablemente un caballo o un asno, y cuando las ruinas le impidieron el paso, desmontó y continuó a pie. (Ne 2:11-16.)
Después de haber realizado la inspección, Nehemías reveló su plan a los judíos y les hizo notar que la mano de Jehová intervenía en el asunto. Animados por esto respondieron: “Levantémonos, y tenemos que edificar”. A pesar de las palabras de mofa de Sanbalat el horonita, Tobías el ammonita y Guésem el árabe, la obra de reconstrucción empezó aproximadamente el 4 de Ab (julio-agosto). (Ne 2:17-20; compárese con Ne 6:15.)
Durante la obra Sanbalat y Tobías siguieron burlándose y mofándose de los esfuerzos de los judíos por reparar el muro de Jerusalén. Nehemías presentó esta situación a Dios en oración, “y el pueblo continuó teniendo corazón para trabajar”. Cuando el muro alcanzó la mitad de su altura, Sanbalat, Tobías y los pueblos vecinos intensificaron su oposición hasta el punto de que tramaron luchar contra Jerusalén. En ese sentido, Nehemías repetidas veces recibió informes de los judíos que vivían cerca de la ciudad, y nuevamente manifestó su confianza orando a Jehová. Para enfrentarse a esa tensa situación, armó a los trabajadores, dispuso que otros hiciesen guardia y planeó un sistema de alarma. Nehemías ni siquiera se quitó la ropa durante la noche, seguramente a fin de estar preparado para luchar en caso de que el vigía diera una señal de alarma. (Ne 4.)
Aunque la situación era muy apremiante, Nehemías no estaba demasiado ocupado como para no dar debida consideración a las protestas de los judíos. Cuando oyó sus quejas sobre la opresión que para ellos suponía tener que pagar interés, censuró a los nobles y a los gobernantes diputados, convocó una gran asamblea y, una vez expuesto el mal, dio instrucciones para remediar la situación. (Ne 5:1-13.)
Después de esto, los enemigos trataron de detener los trabajos de reconstrucción. En cuatro ocasiones intentaron apartar a Nehemías de su proyecto, pero él les informó que no podía restar tiempo de la gran obra que estaba efectuando. Posteriormente, Sanbalat le envió una carta abierta que contenía acusaciones falsas y en la que pedía una reunión, a lo que Nehemías contestó: “Cosas tales como las que tú estás diciendo no se han efectuado, sino que de tu propio corazón las estás inventando”. Tobías y Sanbalat aún tramaron otra artimaña: contrataron a un judío para atemorizar a Nehemías, a fin de que se escondiese de manera ilegal en el templo; sin embargo, Nehemías no cedió al temor, y el trabajo de reparación terminó con éxito en el día 25 de Elul (agosto-septiembre), exactamente cincuenta y dos días después de haber empezado. A pesar de todo, Tobías continuó enviando cartas amenazadoras a Nehemías. (Ne 6.)
Una vez terminado el muro, Nehemías dirigió su atención a la tarea de organizar a los servidores del templo. A continuación, colocó a dos hombres al mando de la ciudad, uno de los cuales era su hermano Hananí. También dio instrucciones sobre cuándo abrir y cerrar las puertas de la ciudad, así como en cuanto a su protección. (Ne 7:1-3.)
Inscripción genealógica. La cantidad de personas que residía entonces en Jerusalén era muy pequeña. Al parecer, esa fue la razón por la que Dios puso en el corazón de Nehemías el reunir a los nobles, gobernantes diputados y al pueblo para que se registraran genealógicamente, ya que esa información podría servir para tomar medidas a fin de aumentar la población de Jerusalén. Parece ser que Nehemías encontró el registro de los que habían regresado con Zorobabel del exilio en Babilonia mientras daba la debida atención a esta inscripción genealógica. (Ne 7:4-7.)
Se vuelve a observar la Ley. Probablemente fue Nehemías quien convocó la asamblea en la plaza pública, cerca de la Puerta del Agua. Aunque Esdras, el sacerdote, tenía que llevar la delantera en dar instrucción sobre la Ley, Nehemías también participó. (Ne 8:1-12.) A continuación se celebró la fiesta de las cabañas, de ocho días de duración. Dos días más tarde los israelitas se volvieron a reunir. Durante esta asamblea se hizo una confesión general del pecado de Israel. Luego se extendió un contrato de confesión escrito, o “arreglo fidedigno”, que autenticaron los príncipes, los levitas y los sacerdotes. Nehemías, el “Tirsatá [gobernador]”, fue el primero en autenticarlo con su sello. (Ne 8:13–10:1.) Todo el pueblo concordó en abstenerse de celebrar matrimonios mixtos con extranjeros, en observar el sábado y apoyar el servicio del templo. A continuación, se seleccionó por suertes a una persona de cada diez para que morara permanentemente en Jerusalén. (Ne 10:28–11:1.)
Después de estos hechos se inauguró el muro de Jerusalén. Para esta ocasión, Nehemías nombró dos grandes coros y procesiones de acción de gracias para efectuar un recorrido del muro en direcciones opuestas. Al terminar, todos se reunieron en el templo para ofrecer sacrificios. Además, se nombró a algunos hombres para que estuviesen al cargo de las contribuciones para los sacerdotes y levitas. (Ne 12:27-47.)
Unos doce años más tarde, en el trigésimo segundo año de Artajerjes, Nehemías se marchó de Jerusalén. Cuando regresó, halló condiciones lamentables entre los judíos. Eliasib, el sumo sacerdote, había hecho un comedor en el patio del templo para el uso de Tobías, el mismo hombre que antes se había opuesto furiosamente al trabajo de Nehemías. Este tomó medidas de inmediato. Arrojó todos los muebles de Tobías fuera del comedor y dio instrucciones para que lo limpiaran.
Asimismo, tomó medidas para garantizar las contribuciones para los levitas e hizo que se observara estrictamente el sábado. También administró disciplina contra aquellos que habían tomado esposas extranjeras, los hijos de cuyas mujeres ni siquiera sabían hablar el idioma judío: “Y empecé a señalarles sus faltas y a invocar el mal contra ellos y a golpear a algunos hombres de ellos y a arrancarles el cabello y a hacerles jurar por Dios: ‘No deben dar sus hijas a los hijos de ellos, y no deben aceptar a ninguna de las hijas de ellos para los hijos de ustedes ni para ustedes mismos’”.
El que Nehemías ‘señalara las faltas’ de aquellos hombres probablemente implicó censura y reprensión mediante la ley de Dios, y poner al descubierto su acción impropia. Esos hombres estaban llevando a la nación restaurada al disfavor de Dios, después de que se les había repatriado bondadosamente de Babilonia con el fin de restablecer la adoración verdadera en Jerusalén. Nehemías ‘invocó el mal contra ellos’ en el sentido de enumerar los juicios de la ley de Dios sobre los transgresores. Los ‘golpeó’: parece probable que no lo hiciese personalmente, sino que ordenase flagelarlos como medida judicial. Les ‘arrancó [una porción] de cabello’, un símbolo de indignación moral e ignominia delante del pueblo. (Compárese con Esd 9:3.) Luego Nehemías ahuyentó al nieto del sumo sacerdote Eliasib, quien había llegado a ser yerno de Sanbalat el horonita. (Ne 13:1-28.)
Nehemías, un ejemplo sobresaliente. Nehemías se destaca como un ejemplo excelente de fidelidad y devoción. Fue desinteresado, pues dejó atrás una posición importante como copero de la corte de Artajerjes para emprender la reconstrucción de los muros de Jerusalén. Puesto que había muchos enemigos, se expuso voluntariamente al peligro en favor de su pueblo y de la adoración verdadera. No solo dirigió el trabajo de reparación del muro de Jerusalén, sino que tuvo también una participación personal activa en la tarea. No perdió el tiempo, fue valeroso y no tuvo temor. Confió completamente en Jehová y mostró discreción en todo lo que hacía. Nehemías tenía celo por la adoración verdadera, conocía la ley de Dios y la aplicaba. Estaba interesado en edificar la fe de sus compañeros israelitas y demostró tener el debido temor a Jehová. Aunque insistió celosamente en el cumplimiento de la ley de Dios, no ejerció dominio sobre otros para provecho propio, sino que más bien se interesó en los oprimidos. Nunca solicitó el pan que le correspondía al gobernador; al contrario, proporcionó alimento a su costa a un buen número de personas. (Ne 5:14-19.) Nehemías pudo orar apropiadamente: “Acuérdate de mí, sí, oh Dios mío, para bien”. (Ne 13:31.)
Persecución, conversión y comienzo de su ministerio. La primera vez que el registro bíblico menciona a Saulo o Pablo hace referencia a él como el “joven” a cuyos pies dejaron sus prendas exteriores de vestir los falsos testigos que apedrearon al discípulo cristiano Esteban. (Hch 6:13; 7:58.) Pablo aprobó el asesinato de Esteban, y debido a su celo, mal dirigido por la tradición, inició una campaña de persecución violenta contra los seguidores de Cristo. Cuando se les iba a ejecutar, votaba en su contra; cuando se les juzgaba en las sinagogas, trataba de obligarlos a retractarse. Extendió su persecución a otras ciudades además de Jerusalén, y hasta consiguió autorización escrita del sumo sacerdote para buscar a los discípulos de Cristo incluso en Damasco (Siria), muy al N. y llevarlos atados a Jerusalén, probablemente para que el Sanedrín los juzgase. (Hch 8:1, 3; 9:1, 2; 26:10, 11; Gál 1:13, 14.)
Cuando se acercaba a Damasco, Cristo se le reveló en una luz brillante y lo comisionó para que le sirviera y fuera testigo de las cosas que había visto y aún estaba por ver. Aunque los acompañantes de Pablo también cayeron al suelo debido a esta manifestación y oyeron el sonido de alguien que hablaba, solo Pablo entendió las palabras y fue cegado, por lo que se hizo necesario llevarlo de la mano hasta Damasco. (Hch 9:3-8; 22:6-11; 26:12-18.) Durante tres días no comió ni bebió. Ya en Damasco, mientras oraba en la casa de cierto Judas, contempló en una visión al discípulo cristiano Ananías que iba y le devolvía la vista. Cuando la visión se hizo realidad, Pablo fue bautizado, recibió espíritu santo, comió y cobró fuerzas. (Hch 9:9-19.)
En Hechos 9:20-25 se explica que Pablo pasó tiempo con los discípulos de Damasco e “inmediatamente” empezó a predicar en las sinagogas de esa ciudad. Luego narra su actividad de predicar hasta que se vio obligado a dejar Damasco debido a un complot contra su vida. Por otro lado, la carta de Pablo a los Gálatas dice que después de su conversión fue a Arabia, para más tarde regresar a Damasco. (Gál 1:15-17.) No se sabe exactamente cuándo hizo este viaje a Arabia.
Puede que Pablo fuese a Arabia justo después de su conversión a fin de meditar sobre lo que Dios esperaba de él. En tal caso, el que Hechos diga que Pablo empezó su predicación “inmediatamente” podría significar que lo hizo tan pronto como regresó a Damasco y comenzó a asociarse con los discípulos. Por otro lado, Pablo se limita a decir en Gálatas 1:17 que no subió inmediatamente a Jerusalén y que el único lugar aparte de Damasco donde estuvo durante aquel período inicial fue Arabia. Por ello, el viaje a Arabia no tuvo por qué producirse inmediatamente después de su conversión. Quizás Pablo primero pasó algunos días en Damasco y en seguida renunció públicamente a su anterior oposición a la congregación cristiana y expresó su fe en Cristo en las sinagogas. Tal vez hizo su viaje a Arabia (cuyo verdadero propósito no se revela) después de esos primeros días, y cuando regresó, continuó su predicación en Damasco con tal fuerza que sus opositores quisieron darle muerte. En lugar de contradecirse, los dos relatos se complementan; la única duda es el orden exacto de los acontecimientos.
Cuando llegó a Jerusalén (quizás en 36 E.C.; es posible que los tres años mencionados en Gálatas 1:18 signifiquen parte de tres años), Pablo se encontró con que los hermanos no creían que fuese un discípulo de Jesús. Sin embargo, “Bernabé vino en socorro de él y lo condujo a los apóstoles”, al parecer Pedro y “Santiago el hermano del Señor”. (A Santiago se le podía llamar apóstol aunque no era de los doce, porque lo era de la congregación de Jerusalén.) Pablo se quedó con Cefas (Pedro) por quince días. Mientras estuvo en Jerusalén, habló intrépidamente en el nombre de Jesús. Cuando los hermanos se enteraron de que por esta causa los judíos de habla griega intentaban matarlo, “lo llevaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso”. (Hch 9:26-30; Gál 1:18-21.)
Posiblemente alrededor del año 41 E.C., Pablo tuvo una visión sobrenatural tan real que no supo si había sido arrebatado al “tercer cielo” en el cuerpo o fuera del cuerpo. Al parecer, el “tercer cielo” se refiere al grado superlativo de arrobamiento en el que tuvo la visión. (2Co 12:1-4.)
Más tarde, Bernabé llevó a Saulo de Tarso a Antioquía para que ayudara en la obra entre las personas de habla griega. Alrededor del año 46 E.C., después de un año de trabajo en Antioquía, la congregación envió a Pablo y a Bernabé a Jerusalén con una ministración de socorro para los hermanos de aquel lugar. (Hch 11:22-30.) Acompañados por Juan Marcos, regresaron a Antioquía. (Hch 12:25.) Después, el espíritu santo indicó que se apartara a Pablo y a Bernabé para una misión especial. (Hch 13:1, 2.)
Primer viaje misional. Siguiendo la dirección del espíritu, Pablo empezó su primer viaje misional junto con Bernabé, y con Juan Marcos como servidor (c. 47-48 E.C.). Embarcaron en Seleucia, el puerto de Antioquía, y navegaron hacia Chipre. Comenzaron “a publicar la palabra de Dios” en las sinagogas de Salamina, en la costa oriental de Chipre. Después de atravesar la isla, llegaron a Pafos, en la costa occidental. En este lugar, el hechicero Elimas procuró oponerse al testimonio que estaban dando al procónsul Sergio Paulo. Pablo hizo que se hiriese temporalmente con ceguera a Elimas. Atónito por lo que había sucedido, Sergio Paulo se hizo creyente. (Hch 13:4-12.)
En Pafos, Pablo y sus compañeros zarparon hacia Asia Menor. Cuando llegaron a Perga, en la provincia romana de Panfilia, Juan Marcos regresó a Jerusalén. Pero Pablo y Bernabé se dirigieron hacia el N., a Antioquía de Pisidia. Aunque en esa ciudad hallaron gran interés, finalmente los echaron de ella por instigación de los judíos. (Hch 13:13-50.) Sin desanimarse, viajaron hacia el SE., a Iconio, donde los judíos también incitaron a las muchedumbres contra ellos. Enterados de que intentaban apedrearlos, Pablo y Bernabé huyeron a Listra, en la región de Licaonia. Después que Pablo sanó a un hombre cojo de nacimiento, el pueblo de Listra creyó que Pablo y Bernabé eran dioses que se habían encarnado. Pero, más tarde, unos judíos de Iconio y de Antioquía de Pisidia volvieron a las muchedumbres en contra de Pablo y lograron que lo apedrearan, y, creyéndole muerto, arrastraran su cuerpo fuera de la ciudad. Sin embargo, cuando sus compañeros cristianos lo rodearon, Pablo se levantó y entró en Listra. Al día siguiente, él y Bernabé partieron hacia Derbe. Después de hacer un buen número de discípulos en Derbe, regresaron a Listra, Iconio y Antioquía (de Pisidia), fortaleciendo y estimulando a los hermanos, al tiempo que hacían nombramientos de ancianos para servir en las congregaciones formadas en estos lugares. Más tarde predicaron en Perga, y luego se embarcaron en el puerto de Atalia hacia Antioquía de Siria. (Hch 13:51–14:28.)
Foto: Los sucesos se presentan en orden cronológico.
1. Bernabé y Saulo son enviados como misioneros desde Antioquía de Siria. Para ver un mapa de sus viajes misioneros, consultar apén. B13 (Hch 13:1-3).
2. Se embarcan en Seleucia hacia Salamina, en Chipre; proclaman la palabra de Dios en las sinagogas locales (Hch 13:4-6).
3. En el relato bíblico sobre Pafos se registra por primera vez que a Saulo se lo llama Pablo (Hch 13:6, 9).
4. Sergio Paulo, el procónsul de Chipre, se hace creyente (Hch 13:7, 12).
5. Pablo y sus compañeros llegan a Perga de Panfilia; Juan Marcos regresa a Jerusalén (Hch 13:13).
6. Pablo y Bernabé predican en la sinagoga de Antioquía de Pisidia (Hch 13:14-16).
7. Muchos se reúnen en Antioquía para escuchar a Pablo y a Bernabé, pero los judíos empiezan a perseguir a los dos misioneros (Hch 13:44, 45, 50).
8. Pablo y Bernabé predican en la sinagoga de Iconio; muchos judíos y griegos se hacen creyentes (Hch 14:1).
9. En Iconio, unos judíos se oponen a los hermanos, y la ciudad se divide; los judíos tratan de apedrear a Pablo y a Bernabé (Hch 14:2-5).
10. Pablo y Bernabé van a la ciudad de Listra, en Licaonia; allí los confunden con dioses (Hch 14:6-11).
11. En Listra, unos judíos procedentes de Antioquía e Iconio se oponen ferozmente a Pablo; el apóstol es apedreado, pero sobrevive (Hch 14:19, 20a).
12. Pablo y Bernabé declaran las buenas noticias en Derbe; una buena cantidad de personas se hacen discípulos (Hch 14:20b, 21a).
13. Pablo y Bernabé regresan a las congregaciones recién formadas de Listra, Iconio y Antioquía para fortalecerlas; nombran ancianos en cada congregación (Hch 14:21b-23).
14. Vuelven a Perga y predican la palabra; luego bajan a Atalia (Hch 14:24, 25).
15. En Atalia se embarcan hacia Antioquía de Siria (Hch 14:26, 27).
★“Se embarcaron para Chipre” - (1-7-2004-Pg.19)
La cuestión de la circuncisión. Ciertos hombres de Judea fueron a Antioquía (alrededor del año 49 E.C.), y allí afirmaron que los que no eran judíos tenían que circuncidarse en conformidad con la ley mosaica para poder alcanzar la salvación. Pablo y Bernabé no estuvieron de acuerdo con esta proposición. No obstante, Pablo, aunque era un apóstol, no asumió la responsabilidad de zanjar el asunto por su propia autoridad. Acompañado de Bernabé, Tito y otros, fue a Jerusalén para plantear la cuestión ante los apóstoles y los ancianos de la congregación. Se decidió que no se requería la circuncisión de los creyentes gentiles, aunque sí deberían mantenerse libres de idolatría, comer y beber sangre e inmoralidad sexual. Además de preparar una carta en la que exponían esta decisión, los hermanos de la congregación de Jerusalén enviaron a Judas y Silas como sus representantes para aclarar el asunto en Antioquía. Además, en una consideración con Pedro (Cefas), Juan y el discípulo Santiago, se concordó en que Pablo y Bernabé continuaran predicando a los gentiles incircuncisos. (Hch 15:1-29; Gál 2:1-10.)
Algún tiempo después, Pedro fue personalmente a Antioquía de Siria y se asoció con los cristianos gentiles. Pero cuando llegaron ciertos judíos de Jerusalén, Pedro, probablemente llevado por el temor a los hombres, se separó de los gentiles, obrando de este modo contra la dirección del espíritu, dirección que indicaba que las distinciones carnales no contaban para Dios. Incluso Bernabé se desvió. Una vez que se dio cuenta de esta situación, Pablo valerosamente censuró a Pedro delante de todos, ya que su comportamiento era perjudicial para el progreso del cristianismo. (Gál 2:11-14.)
Segundo viaje misional. Posteriormente, Pablo y Bernabé planearon visitar a los hermanos en las ciudades donde habían predicado durante su primer viaje misional. En esta segunda gira misionera viajaría de una congregación a otra con dos objetivos. En primer lugar, seguir entregando el decreto de los apóstoles y ancianos de Jerusalén (Hech. 16:4). Y en segundo lugar, consolidar a las congregaciones y ayudarlas a crecer en la fe (Rom. 1:11, 12).
Debido a que surgió una disputa entre ellos en cuanto a si deberían llevar consigo a Juan Marcos, en vista de que los había abandonado durante su primer viaje, se separaron. Por lo tanto, Pablo escogió a Silas (Silvano), y pasando por Siria, entró en Asia Menor (c. 49-52 E.C.). En Listra invitó al joven Timoteo a que le acompañara, y lo circuncidó. (Hch 15:36–16:3.) Aunque la circuncisión no era un requisito cristiano, si Timoteo —en parte judío— hubiese permanecido incircunciso, es muy posible que los judíos se hubiesen predispuesto en contra de la predicación de Pablo. Por lo tanto, al quitar este posible obstáculo, Pablo actuó en armonía con lo que más tarde escribió a los corintios: “A los judíos me hice como judío”. (1Co 9:20.)
Una noche, en Troas, junto al mar Egeo, Pablo tuvo una visión de un macedonio que le suplicaba: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”. Llegó a la conclusión de que era la voluntad de Dios, por lo que él y sus compañeros misioneros, acompañados por el médico Lucas, zarparon hacia Macedonia, a Europa. En Filipos, la principal ciudad de Macedonia, Lidia y su casa se hicieron creyentes. El que Pablo hiciese que una muchacha perdiera sus poderes de predicción al expulsarle un demonio resultó en que se le encarcelara junto con Silas. No obstante, un terremoto los libertó, y el carcelero y su casa se hicieron cristianos. Pablo apeló a su ciudadanía romana y exigió que los magistrados civiles fueran personalmente para sacarlo a él y a Silas de la prisión. Después de animar a los hermanos, Pablo y sus compañeros viajaron a través de Anfípolis y Apolonia hacia Tesalónica. Allí se formó una congregación de creyentes. Sin embargo, unos judíos celosos levantaron una chusma contra Pablo. Por esta razón los hermanos lo enviaron con Silas a Berea. Muchos se hicieron creyentes en este lugar, pero las dificultades que provocaron los judíos de Tesalónica obligaron a Pablo a partir. (Hch 16:8–17:14.)
Los hermanos llevaron al apóstol a Atenas. Su predicación en la plaza del mercado resultó en que se le condujera al Areópago. Impresionados por su defensa, Dionisio, uno de los jueces del tribunal del Areópago, y otros, abrazaron el cristianismo. (Hch 17:15-34.) Luego Pablo fue a Corinto, donde se alojó con un matrimonio judío, Áquila y Priscila, y trabajó con ellos haciendo tiendas de campaña. Al parecer desde allí escribió sus dos cartas a los Tesalonicenses. Después de enseñar en Corinto por año y medio y formar una congregación, los judíos lo acusaron ante Galión, que desestimó el caso. (Hch 18:1-17.) Más tarde, Pablo se embarcó hacia Cesarea e hizo escala en Éfeso, donde predicó. Desde Cesarea “subió y saludó a la congregación”, refiriéndose sin duda a la de Jerusalén, y luego fue a Antioquía de Siria. (Hch 18:18-22.) Es posible que Pablo hubiese escrito su carta a los Gálatas antes desde Corinto o tal vez en ese tiempo desde Antioquía de Siria.
Foto: Segundo viaje misionero de Pablo.
Los sucesos se presentan en orden cronológico.
1. Pablo y Bernabé se separan; Pablo viaja con Silas, mientras que Bernabé se lleva a Juan (también llamado Marcos) (Hch 15:36-41).
2. Pablo viaja primero a Derbe y luego a Listra, donde elige a Timoteo para que lo acompañe (Hch 16:1-4).
3. El espíritu santo le prohíbe a Pablo predicar el mensaje en la provincia de Asia; Pablo atraviesa Frigia y Galacia y luego baja hacia Misia (Hch 16:6, 7).
4. Cuando Pablo y sus compañeros de viaje bajan a Troas, Pablo tiene una visión de un hombre macedonio invitándolos a ir a Macedonia (Hch 16:8-10).
5. Pablo y sus compañeros se embarcan en Troas hacia Neápolis y luego viajan a Filipos (Hch 16:11, 12).
6. Fuera de una de las puertas de Filipos, junto a un río, Pablo habla con unas mujeres; Lidia y los de su casa se bautizan (Hch 16:13-15).
7. Meten en prisión a Pablo y a Silas en Filipos; el carcelero y los de su casa se bautizan (Hch 16:22-24, 31-33).
8. Pablo exige una disculpa oficial; los magistrados de la ciudad acompañan a los hermanos afuera de la prisión; Pablo visita a Lidia y anima a los recién bautizados (Hch 16:37-40).
9. Pablo y sus compañeros pasan por Anfípolis y Apolonia hacia Tesalónica (Hch 17:1).
10. Pablo predica en Tesalónica; algunos judíos y muchos griegos se hacen creyentes; los judíos no creyentes provocan un alboroto en la ciudad (Hch 17:2-5).
11. Al llegar a Berea, Pablo y Silas predican en la sinagoga; unos judíos de Tesalónica alborotan a las multitudes (Hch 17:10-13).
12. Pablo se embarca hacia Atenas, mientras que Silas y Timoteo se quedan en Berea (Hch 17:14, 15).
13. En Atenas, Pablo habla en el Areópago; algunos se hacen creyentes (Hch 17:22, 32-34).
14. Pablo pasa 18 meses enseñando la palabra de Dios en Corinto; algunos se oponen, pero muchos se hacen creyentes y se bautizan (Hch 18:1, 8, 11).
15. Acompañado de Priscila y Áquila, Pablo se embarca en Cencreas, un puerto de Corinto, hacia Éfeso, donde predica en la sinagoga (Hch 18:18, 19).
16. Pablo se embarca hacia Cesarea, mientras que Priscila y Áquila se quedan en Éfeso; al parecer, Pablo va a Jerusalén y luego a Antioquía de Siria (Hch 18:20-22).
★La paz de Dios supera a todo pensamiento - (2-8-2017-Pg.8-Foto)
★Un carcelero aprende la verdad - (lfb-Cap.99-Pg.230-Foto)
Tercer viaje misional. Durante su tercer viaje misional (c. 52-56 E.C.), Pablo visitó de nuevo Éfeso, donde trabajó por unos tres años. Desde allí escribió su primera carta a los Corintios, y al parecer envió a Tito para ayudar a estos cristianos. Después de que el platero Demetrio instigó un alboroto contra él, Pablo partió de Éfeso y se dirigió a Macedonia. Allí escribió su segunda carta a los Corintios después de recibir noticias de Corinto por medio de Tito. Pablo recibió una contribución de los hermanos de Macedonia y Acaya para los cristianos necesitados de Jerusalén, y antes de abandonar Europa, escribió su carta a los Romanos. (Hch 19:1-20:4; Ro 15:25, 26; 2Co 2:12, 13; 7:5-7.)
De camino a Jerusalén, Pablo discursó en Troas y resucitó a Eutico, que había sufrido un accidente mortal. También paró en Mileto, donde se encontró con los superintendentes de la congregación de Éfeso, repasó el ministerio que había efectuado en el distrito de Asia y los animó a imitar su ejemplo. (Hch 20:6-38.)
Foto: Tercer viaje misionero de Pablo.
Los sucesos se presentan en orden cronológico.
1. Pablo parte de Antioquía de Siria hacia Galacia y Frigia, y fortalece a los discípulos de las congregaciones (Hch 18:23).
2. Viaja por las regiones interiores y llega a Éfeso, donde algunos vuelven a ser bautizados y reciben espíritu santo (Hch 19:1, 5-7).
3. Predica en la sinagoga de Éfeso, pero algunos judíos se niegan a creer; Pablo se traslada a la sala de conferencias de la escuela de Tirano, donde da discursos todos los días (Hch 19:8, 9).
4. El ministerio de Pablo en Éfeso da mucho fruto (Hch 19:18-20).
5. Se produce un alboroto en el teatro de Éfeso (Hch 19:29-34).
6. Pablo viaja de Éfeso a Macedonia y luego a Grecia (Hch 20:1, 2).
7. Se queda tres meses en Grecia y después regresa por Macedonia (Hch 20:3).
8. Desde Filipos, viaja a Troas; allí resucita a Eutico (Hch 20:5-11).
9. Los compañeros de viaje de Pablo llegan a Asón por barco; Pablo llega por tierra y se une a ellos (Hch 20:13, 14).
10. Pablo y sus compañeros llegan a Mileto por barco; Pablo se reúne ahí con los ancianos de Éfeso y les da muchos consejos (Hch 20:14-35).
11. Pablo ora con los ancianos, que están tristes porque saben que no volverán a verlo; los ancianos lo acompañan hasta el barco (Hch 20:36-38).
12. Desde Mileto, Pablo y sus compañeros navegan hacia Cos y luego hacia Rodas y Pátara, donde se suben a un barco hacia Siria; pasan cerca del extremo suroeste de la isla de Chipre y llegan a Tiro (Hch 21:1-3).
13. Mediante el espíritu, los discípulos de Tiro le dicen una y otra vez a Pablo que no ponga un pie en Jerusalén (Hch 21:4, 5).
14. Pablo llega a Cesarea; el profeta Ágabo le advierte que le esperan grandes dificultades en Jerusalén (Hch 21:8-11).
15. Pablo llega a Jerusalén a pesar del peligro que supone (Hch 21:12-15, 17).
★Las cartas que escribió Pablo en Macedonia - (bt-Cap.21-Pg.166-Recuedro)
Detención. Según Pablo iba viajando, unos profetas cristianos predijeron que le esperaban cadenas en Jerusalén. (Hch 21:4-14; compárese con 20:22, 23.) Sus profecías se cumplieron. Mientras estaba en el templo para limpiarse ceremonialmente, algunos judíos de Asia agitaron una chusma violenta contra él, pero los soldados romanos lo rescataron. (Hch 21:26-33.) Cuando subía las escaleras hacia el cuartel de los soldados, se le dio permiso para dirigir la palabra a los judíos. Tan pronto como mencionó su comisión de predicar a los gentiles, volvió a estallar la violencia. (Hch 21:34–22:22.) Dentro del cuartel, en un esfuerzo por averiguar la naturaleza de su culpa, se preparó a Pablo para la flagelación. El apóstol evitó la flagelación alegando que era ciudadano romano. Al día siguiente se sometió su caso al Sanedrín. Al parecer Pablo se dio cuenta de que no iba a recibir una audiencia imparcial, por lo que trató de enfrentar a fariseos y saduceos basando su juicio en la cuestión de la resurrección. Como creía en la resurrección y era “hijo de fariseos”, se identificó a sí mismo como fariseo, con lo que consiguió enfrentar a los saduceos —que no creían en la resurrección— con los fariseos. (Hch 22:23–23:10.)
Una conspiración contra Pablo hizo necesario que lo trasladaran de Jerusalén a Cesarea. Unos días después, el sumo sacerdote Ananías, algunos de los ancianos judíos y el orador Tértulo fueron a Cesarea para presentar su caso contra Pablo ante el gobernador Félix, y lo acusaron de promover sedición e intentar profanar el templo. El apóstol mostró que las acusaciones de que era objeto no tenían fundamento. Pero Félix buscaba un soborno, así que mantuvo a Pablo bajo custodia por dos años. Cuando Festo reemplazó a Félix, los judíos volvieron a acusar a Pablo. La causa se vio de nuevo en Cesarea, y el apóstol apeló a César para evitar que el juicio pasara a Jerusalén. Más tarde, después de exponer los hechos ante el rey Herodes Agripa II, Pablo fue enviado a Roma (alrededor del 58 E.C.) junto con otros prisioneros. (Hch 23:12–27:1.)
Primer y segundo encierro en Roma. En el camino, Pablo y los que estaban con él naufragaron en la isla de Malta. Después de pasar allí el invierno, finalmente llegaron a Roma (MAPA, vol. 2, pág. 750), donde a Pablo se le permitió alquilar una casa para alojarse, aunque custodiado por un soldado. Poco después de su llegada, organizó una reunión con los hombres prominentes de los judíos, algunos de los cuales se hicieron creyentes. Durante dos años, aproximadamente entre 59 y 61 E.C., el apóstol continuó predicando a todos los que iban a él. (Hch 27:2–28:31.) En ese tiempo también escribió sus cartas a los Efesios (4:1; 6:20), a los Filipenses (1:7, 12-14), a los Colosenses (4:18), a Filemón (vs. 9) y probablemente también a los Hebreos. (GRABADO, vol. 2, pág. 750.) Pablo apeló a César Nerón, con lo que reconoció la autoridad del emperador romano. Aparentemente fue absuelto en este primer juicio celebrado en Roma y lo dejó en libertad. Luego fue hecho preso otra vez y, según la tradición, ejecutado por orden de Nerón.
Es probable que Pablo reanudara su labor misional en asociación con Timoteo y Tito. Después de haber dejado a Timoteo en Éfeso y a Tito en Creta, Pablo les escribió cartas relacionadas con sus responsabilidades, al parecer desde Macedonia. (1Ti 1:3; Tit 1:5.) No se sabe si antes de su última estancia en prisión en Roma el apóstol llegó hasta España. (Ro 15:24.) Durante esa reclusión (c. 65 E.C.) escribió su segunda carta a Timoteo, en la que dio a entender que su muerte era inminente. (2Ti 4:6-8.) Es probable que poco después Pablo sufriera una muerte de mártir durante el mandato de Nerón.
Un ejemplo digno de imitar. En vista de que siguió fielmente el ejemplo de Cristo, el apóstol Pablo pudo decir: “Háganse imitadores de mí”. (1Co 4:16; 11:1; Flp 3:17.) Él estaba presto a seguir la dirección del espíritu de Dios. (Hch 13:2-5; 16:9, 10.) No era un vendedor ambulante de la Palabra de Dios, sino que hablaba movido por sinceridad. (2Co 2:17.) Aunque era una persona instruida, no intentó impresionar a otros con su habla (1Co 2:1-5) ni procuró agradar a los hombres. (Gál 1:10.) No insistió en sus derechos, sino que se adaptó a las personas a quienes predicó y tuvo cuidado de no hacer tropezar a otros. (1Co 9:19-26; 2Co 6:3.)
En el transcurso de su ministerio, Pablo se esforzó celosamente: viajó miles de kilómetros por mar y tierra y formó muchas congregaciones en Europa y Asia Menor. Por lo tanto, no necesitó cartas de recomendación escritas con tinta, sino que podía señalar a cartas vivas, personas que se habían hecho creyentes debido a su labor. (2Co 3:1-3.) No obstante, tuvo la humildad de reconocer que era un esclavo (Flp 1:1) que tenía la obligación de declarar las buenas nuevas. (1Co 9:16.) No se atribuyó el mérito, sino que dio toda la honra a Dios como Aquel que había sido responsable del crecimiento (1Co 3:5-9) y que le había capacitado adecuadamente para el ministerio. (2Co 3:5, 6.) El apóstol tuvo en gran estima su ministerio, lo glorificó y reconoció que era una expresión de la misericordia de Dios y de su Hijo. (Ro 11:13; 2Co 4:1; 1Ti 1:12, 13.) Le escribió a Timoteo: “La razón por la cual se me mostró misericordia fue para que, por medio de mí como el caso más notable, Cristo Jesús demostrara toda su gran paciencia como muestra de los que van a cifrar su fe en él para vida eterna”. (1Ti 1:16.)
Debido a que había perseguido a los cristianos, Pablo no se consideró digno de ser llamado apóstol y reconoció que lo era solo por la bondad inmerecida de Dios. Deseoso de que esta bondad inmerecida no se le hubiera extendido en vano, trabajó más que los otros apóstoles. No obstante, reconoció que pudo efectuar su ministerio solo por la bondad inmerecida de Dios. (1Co 15:9, 10.) Dijo: “Para todas las cosas tengo la fuerza en virtud de aquel que me imparte poder”. (Flp 4:13.) Aguantó mucho y no se quejó. Cuando comparó sus propias experiencias con las de otros, pudo decir (c. 55 E.C.): “En labores, más abundantemente; en prisiones, más abundantemente; en golpes, con exceso; a punto de morir, frecuentemente. De los judíos cinco veces recibí cuarenta golpes menos uno, tres veces fui golpeado con varas, una vez fui apedreado, tres veces experimenté naufragio, una noche y un día los he pasado en lo profundo; en viajes a menudo, en peligros de ríos, en peligros por parte de salteadores, en peligros por parte de mi propia raza, en peligros por parte de las naciones, en peligros en la ciudad, en peligros en el desierto, en peligros en el mar, en peligros entre falsos hermanos, en labor y afán, en noches sin dormir a menudo, en hambre y sed, en abstinencia de alimento muchas veces, en frío y desnudez. Además de esas cosas de carácter externo, hay lo que se me viene encima de día en día, la inquietud por todas las congregaciones”. (2Co 11:23-28; 6:4-10; 7:5.) Aparte de estas penalidades, y sobre todo con el paso de los años, tuvo que soportar la “espina en la carne” (2Co 12:7), tal vez una afección en la vista o de algún otro tipo. (Véanse Hch 23:1-5; Gál 4:15; 6:11.)
Como humano imperfecto, Pablo experimentó un conflicto continuo entre la mente y la inclinación pecaminosa de la carne. (Ro 7:21-24.) Pero no cedió. Dijo: “Aporreo mi cuerpo y lo conduzco como a esclavo, para que, después de haber predicado a otros, yo mismo no llegue a ser desaprobado de algún modo”. (1Co 9:27.) Siempre tuvo presente el glorioso premio de la vida inmortal en los cielos. Consideró que todo sufrimiento carecía de importancia en comparación con la gloria que recibiría en recompensa por su fidelidad. (Ro 8:18; Flp 3:6-14.) Por consiguiente, pudo escribir poco antes de morir: “He peleado la excelente pelea, he corrido la carrera hasta terminarla, he observado la fe. De este tiempo en adelante me está reservada la corona de la justicia”. (2Ti 4:7, 8.)
Como era un apóstol inspirado, Pablo ejerció su autoridad para dar disposiciones y órdenes (1Co 14:37; 16:1; Col 4:10; 1Te 4:2, 11; compárese con 1Ti 4:11), pero prefirió apelar a los hermanos sobre la base del amor y suplicarles por “las compasiones de Dios” y por “la apacibilidad y bondad del Cristo”. (Ro 12:1; 2Co 6:11-13; 8:8; 10:1; Flm 8, 9.) Fue amable con ellos, les tuvo tierno cariño y los exhortó y consoló como un padre. (1Te 2:7, 8, 11, 12.) Aunque tenía el derecho de recibir apoyo material de los hermanos, prefirió trabajar con sus manos para no ser una carga costosa. (Hch 20:33-35; 1Co 9:18; 1Te 2:6, 9.) Como resultado, se forjó una estrecha relación de cariño fraternal entre Pablo y aquellos a quienes ministraba. Los superintendentes de la congregación de Éfeso sintieron gran pesar y prorrumpieron en lágrimas al saber que posiblemente no contemplarían más su rostro. (Hch 20:37, 38.) Pablo estaba muy interesado en el bienestar espiritual de los compañeros cristianos y deseaba hacer cuanto pudiera para ayudarlos a conseguir su herencia celestial. (Ro 1:11; 15:15, 16; Col 2:1, 2.) Los recordaba continuamente en sus oraciones (Ro 1:8, 9; 2Co 13:7; Ef 3:14-19; Flp 1:3-5, 9-11; Col 1:3, 9-12; 1Te 1:2, 3; 2Te 1:3) y solicitaba que ellos también orasen por él. (Ro 15:30-32; 2Co 1:11.) La fe de sus compañeros cristianos fue una fuente de estímulo para él. (Ro 1:12.) Por otra parte, siempre defendió las normas justas y no dudó en corregir ni siquiera a otro apóstol cuyo proceder afectaba a las buenas nuevas. (1Co 5:1-13; Gál 2:11-14.)
¿Fue Pablo uno de los doce apóstoles? Aunque Pablo estaba convencido de su condición de apóstol, y tenía pruebas de ello, nunca se incluyó entre “los doce”. Antes del Pentecostés, la asamblea cristiana había buscado un sustituto para el infiel Judas Iscariote, a instancias de la exhortación bíblica de Pedro. Posiblemente por el voto de los miembros varones de la asamblea (Pedro se había dirigido a los “varones, hermanos”; Hch 1:16), se escogió a dos discípulos como candidatos. Luego oraron a Jehová Dios (compárese Hch 1:24 con 1Sa 16:7; Hch 15:7, 8) para que Él eligiera al que debía reemplazar al apóstol infiel. Después de su oración echaron suertes, y “la suerte cayó sobre Matías”. (Hch 1:15-26; compárese con Pr 16:33.)
No hay razón para dudar de la elección divina de Matías. Pero también es cierto que una vez que Pablo se convirtió, gozó de gran relevancia y su trabajo excedió al de los demás apóstoles. (1Co 15:9, 10.) No obstante, no hay indicio alguno de que estuviese predestinado a un apostolado, de modo que Dios desoyera la oración de la congregación cristiana y mantuviese la vacante de Judas abierta hasta la conversión de Pablo, dejando así que la elección de Matías se convirtiese en un simple y arbitrario trámite del cuerpo apostólico. Por el contrario, hay pruebas bien fundadas de que la elección de Matías tuvo apoyo divino.
El derramamiento del espíritu santo en el Pentecostés confirió a los apóstoles poderes extraordinarios; únicamente se les ve a ellos imponiendo las manos sobre los recién bautizados e impartiendo los dones milagrosos del espíritu. (Véase APÓSTOL - [Dones milagrosos].) Si la elección de Matías no hubiese tenido el beneplácito de Dios, su incapacidad para hacer lo mismo que los demás apóstoles hubiese sido evidente, pero el registro bíblico muestra lo contrario. Lucas, el escritor del libro de Hechos, fue compañero de viaje de Pablo y participó con él en algunas misiones, por lo que el libro debe reflejar y coincidir con los puntos de vista de Pablo. En él se narra la ocasión en la que “los doce” designaron a los siete hombres acreditados que se encargarían de la distribución de los alimentos. Esto ocurrió después del Pentecostés de 33 E.C., pero antes de la conversión de Pablo. Por consiguiente, en este caso en concreto se incluye a Matías entre “los doce”, y debió tomar parte en la imposición de las manos sobre los siete hombres a los que se designó. (Hch 6:1-6.)
Entonces, ¿cuál de los dos nombres —Matías o Pablo— figura entre las “doce piedras de fundamento” de la Nueva Jerusalén que Juan vio en la Revelación? (Apo 21:2, 14.) Según una línea de razonamiento, podría concluirse que es más probable que figure el de Pablo. Él hizo una importante aportación a la congregación cristiana con su ministerio y en particular por haber escrito una gran parte de las Escrituras Griegas Cristianas (se le atribuyen catorce cartas). En este sentido, puede decirse que eclipsó a Matías, cuyo nombre no se vuelve a mencionar después del primer capítulo de Hechos.
No obstante, un análisis imparcial demostraría que Pablo también eclipsó a muchos otros de los doce apóstoles, a algunos de los cuales rara vez se menciona, salvo en las listas apostólicas. Además, cuando Pablo se convirtió, la congregación cristiana, el Israel espiritual, ya había sido establecida o fundada y llevaba aproximadamente un año o más de crecimiento. Por otra parte, Pablo escribió su primera carta canónica hacia el año 50 E.C. (véase TESALONICENSES, CARTAS A LOS), unos diecisiete años después de la colocación del fundamento de la nueva nación, el Israel espiritual, en 33 E.C. Estos hechos, junto con otros argumentos presentados con anterioridad en este artículo, aclaran esta cuestión. Parece razonable, por tanto, que la elección original que Dios hizo de Matías como aquel que había de ocupar la vacante de Judas entre “los doce apóstoles del Cordero”, permaneció firme e inalterada por el nombramiento posterior de Pablo a un apostolado.
Entonces, ¿qué propósito tuvo el apostolado de Pablo? Jesús mismo había indicado que tendría una finalidad especial: Pablo sería un ‘apóstol [enviado] a las naciones’, no un sustituto de Judas (Hch 9:4-6, 15), y así lo entendió el propio Pablo. (Gál 1:15, 16; 2:7, 8; Ro 1:5; 1Ti 2:7.) En consecuencia, no fue necesario contar con su apostolado para poner el fundamento del Israel espiritual en el Pentecostés de 33 E.C.
★Apóstol - [¿Quién ocupó el lugar de Judas Iscariote como duodécimo apóstol?]
★¿Fue el apóstol Pablo uno de los doce apóstoles? - (19711001-Pg.605/606)
Los “años desconocidos” de Saulo LA ÚLTIMA vez que se menciona a Saulo en el libro de Hechos antes de que se mudara a Antioquía, alrededor del año 45 E.C., fue cuando se frustró una conspiración para matarlo en Jerusalén y sus hermanos cristianos lo enviaron a Tarso (Hechos 9:28-30; 11:25). Pero eso había ocurrido nueve años antes, hacia el 36 E.C. ¿Qué había hecho durante esos años, que se han llamado los “años desconocidos” de Saulo?
Desde Jerusalén, Saulo partió para las regiones de Siria y Cilicia, y las congregaciones de Judea oyeron: “El hombre que en otro tiempo nos perseguía, ahora está declarando las buenas nuevas acerca de la fe que en otro tiempo devastaba” (Gálatas 1:21-23). Puede ser que ese informe se refiriera a su labor en Antioquía con Bernabé, pero no cabe duda de que aun antes de ese tiempo Saulo no estaba desocupado. Para el año 49 E.C. ya existían varias congregaciones en Siria y Cilicia. Una estaba en Antioquía, pero hay quienes creen que otras congregaciones se habían establecido como resultado de la obra de Saulo durante sus llamados “años desconocidos” (Hechos 11:26; 15:23, 41).
Algunos estudiosos creen que la datación de algunos sucesos impactantes de la vida de Saulo debe corresponder al mismo período. De no ser así, es difícil ubicar muchas de las penurias que sufrió como ‘ministro de Cristo’ durante su carrera misional (2 Corintios 11:23-27). ¿Cuándo recibió Saulo cinco veces treinta y nueve golpes de los judíos? ¿Dónde fue azotado con varas en tres ocasiones? ¿Dónde pasó por ‘abundantes’ encarcelamientos? Su detención en Roma ocurrió posteriormente. Tenemos un relato que nos indica una de las ocasiones en que fue golpeado y puesto en prisión, a saber, en Filipos. Pero ¿qué puede decirse de las demás? (Hechos 16:22, 23.) Un escritor indica que durante este período Saulo “dio tal testimonio acerca de Cristo en las sinagogas de la Diáspora que se acarreó persecución por parte de las autoridades religiosas y civiles”.
Saulo sufrió cuatro naufragios, pero las Escrituras solo dan detalles acerca de uno de ellos, que ocurrió después que mencionó en su carta a los Corintios las dificultades que había afrontado (Hechos 27:27-44). De modo que los naufragios restantes probablemente tuvieron lugar durante otros viajes sobre los que no tenemos ningún conocimiento. Estos sucesos, o algunos de ellos, pudieron haber ocurrido durante los “años desconocidos” de Saulo.
Otro incidente que parece corresponder con este período se menciona en 2 Corintios 12:2-5. Saulo dijo: ‘Conozco a un hombre en unión con Cristo que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo, al paraíso, y oyó palabras inexpresables que no le es lícito al hombre hablar’. Parece ser que Pablo se refería a sí mismo. Dado que escribió esto hacia el año 55 E.C., catorce años antes nos llevarían al 41, es decir, a mediados de los “años desconocidos”.
No cabe duda de que esa visión dio a Saulo una percepción singular. ¿Sirvió para prepararlo como “apóstol a las naciones”? (Romanos 11:13.) ¿Influyó en su manera de pensar, en lo que escribió y habló posteriormente? ¿Contribuyeron los años que pasaron desde su conversión hasta su llamamiento a Antioquía a que estuviera preparado y maduro para encargarse de responsabilidades futuras? Prescindiendo de las respuestas a esas preguntas, podemos estar seguros de que cuando Bernabé lo invitó a ayudarle a encabezar la predicación en Antioquía, el fervoroso Saulo estaba bien capacitado para cumplir la asignación (Hechos 11:19-26).
Saulo O “Saúl”, que significa “Solicitado [a Dios]” o “Pedido [a Dios]”. Saulo, también conocido como Pablo (su nombre romano), era “de la tribu de Benjamín, hebreo nacido de hebreos” (Flp 3:5). Como era ciudadano romano de nacimiento (Hch 22:28), es lógico que sus padres judíos le pusieran un nombre romano, en este caso, Paulus o Pablo, que significa “pequeño” o “chico”. Es probable que desde pequeño tuviera los dos nombres. Puede que sus padres le llamaran Saulo por diferentes razones. Saulo era un nombre muy común entre los benjaminitas porque el primer rey de Israel era de esa tribu y se llamaba Saúl (1Sa 9:2; 10:1; Hch 13:21). También es posible que sus padres eligieran ese nombre por su significado. O puede ser que su padre se llamara Saulo y que por eso, siguiendo la costumbre de entonces, decidieran ponerle el mismo nombre (compare con Lu 1:59). En cualquier caso, mientras estuvo con otros judíos, y especialmente mientras estudiaba para ser fariseo y vivía como tal, seguramente usó su nombre hebreo, Saulo (Hch 22:3). Y parece que después de haberse hecho cristiano se le siguió conociendo por ese nombre durante algo más de diez años (Hch 11:25, 30; 12:25; 13:1, 2, 9).
A partir de Hechos 13:9 a Saulo se le llama Pablo. El apóstol era hebreo y ciudadano romano de nacimiento (Hch 22:27, 28; Flp 3:5). Por lo tanto, es probable que desde pequeño tuviera los dos nombres: el hebreo, Saulo, y el romano, Pablo. No era extraño que los judíos de aquella época tuvieran dos nombres, sobre todo los que no vivían en Israel (Hch 12:12; 13:1). Por ejemplo, algunos parientes de Pablo también tenían nombres griegos o romanos, además de sus nombres hebreos (Ro 16:7, 21). Pablo fue “apóstol a las naciones”, escogido para llevar las buenas noticias a los que no eran judíos (Ro 11:13). Al parecer, optó por usar su nombre romano porque quizás pensó que causaría menos rechazo (Hch 9:15; Gál 2:7, 8). Algunos expertos opinan que usó su nombre romano en honor a Sergio Paulo, pero eso parece poco probable, pues siguió usándolo cuando ya no estaba en Chipre. Otros creen que Pablo no quiso usar su nombre hebreo porque, al pronunciarlo en griego, sonaba como una palabra griega que se usaba para referirse a una persona (o a un animal) que camina con aires de grandeza.
Ministerio con Jesús. Su hermano Andrés —discípulo de Juan el Bautista— fue quien lo dirigió a Jesús, y Pedro fue uno de sus primeros discípulos. (Jn 1:35-42.) Precisamente en esta ocasión Jesús le dio el nombre Cefas (Pedro) (Jn 1:42; Mr 3:16), y es probable que este nombre fuera profético. Jesús, que pudo percibir que Natanael era un hombre ‘en quien no había engaño’, también pudo discernir el carácter de Pedro. Este, en efecto, manifestó cualidades comparables a las de una roca, en especial después de la muerte y resurrección de Jesús, al convertirse en una influencia fortalecedora para sus compañeros cristianos. (Jn 1:47, 48; Jn 2:25; Lu 22:32.)
Más tarde, en Galilea, Pedro, su hermano Andrés y sus socios Santiago y Juan, recibieron la llamada de Jesús para ser “pescadores de hombres”. (Jn 1:35-42; Mt 4:18-22; Mr 1:16-18.) Jesús había escogido la barca de Pedro para hablar desde ella a la multitud que se encontraba en la orilla, y después hizo que se produjera una pesca milagrosa que impulsó a Pedro, quien al principio se había mostrado escéptico, a caer ante Jesús con temor. Tras este suceso, él y sus tres compañeros no vacilaron en abandonar su negocio para seguir a Jesús. (Lu 5:1-11.) Cuando Jesús escogió a sus doce “apóstoles”, o ‘enviados’, entre los que se hallaba Pedro, este ya llevaba aproximadamente un año de discipulado. (Mr 3:13-19.)
Jesús eligió de entre los apóstoles a Pedro, a Santiago y a Juan para que le acompañaran en varias ocasiones especiales, como la transfiguración (Mt 17:1, 2; Mr 9:2; Lu 9:28, 29), la resurrección de la hija de Jairo (Mr 5:22-24, 35-42) y durante su propia prueba en el jardín de Getsemaní (Mt 26:36-46; Mr 14:32-42). Estos apóstoles, junto con Andrés, fueron los que de modo personal le preguntaron a Jesús en cuanto a la destrucción de Jerusalén, su futura presencia y la conclusión del sistema de cosas. (Mr 13:1-3; Mt 24:3.) A pesar de que Pedro aparece junto a su hermano Andrés cuando se hace una relación de los apóstoles, en el registro de los acontecimientos anteriores y posteriores a la muerte y resurrección de Jesús, se le menciona con más frecuencia junto al apóstol Juan. (Lu 22:8; Jn 13:24; Jn 20:2; Jn 21:7; Hch 3:1; Hch 8:14; compárese con Hch 1:13; Gál 2:9.) No se conoce la razón, si fue por afinidad natural entre ellos o porque Jesús los comisionó a trabajar juntos. (Compárese con Mr 6:7.)
Los evangelios recogen más declaraciones de Pedro que de cualquiera de los otros once apóstoles. Se ve con claridad que no era tímido ni indeciso, sino de carácter extravertido. Este hecho hizo que hablara antes que los demás y que expresara su parecer cuando otros permanecían en silencio. Asimismo, planteó preguntas que hicieron que Jesús aclarase y ampliase sus ilustraciones. (Mt 15:15; Mt 18:21; Mt 19:27-29; Lu 12:41; Jn 13:36-38; compárese con Mr 11:21-25.) A veces fue impulsivo e impetuoso al hablar. Por ejemplo, fue él quien sintió la necesidad de decir algo al presenciar la transfiguración. (Mr 9:1-6; Lu 9:33.) Su comentario, un tanto irreflexivo, sobre lo provechoso de estar allí y su proposición de edificar tres tiendas, parecen indicar que no quería que terminara la visión (en la que Moisés y Elías ya se estaban separando de Jesús), sino que continuara. La noche de la última Pascua en un principio se negó enérgicamente a que Jesús le lavase los pies, pero al ser reprendido quiso también que le lavase la cabeza y las manos. (Jn 13:5-10.) Sin embargo, se puede ver que en el fondo las expresiones de Pedro nacían de sus buenos deseos e intenciones, así como de sus fuertes sentimientos. El hecho de que se hayan incluido en el registro bíblico pone de manifiesto su valor, aunque a veces revelan ciertas flaquezas humanas de quien las pronunció.
Por ejemplo, cuando muchos discípulos tropezaron por la enseñanza de Jesús y lo abandonaron, Pedro, en nombre de todos los apóstoles, manifestó su determinación de permanecer con su Señor, quien tenía “dichos de vida eterna [...], el Santo de Dios”. (Jn 6:66-69.) Después que los apóstoles respondieron a la pregunta de Jesús acerca de lo que opinaba la gente sobre su identidad, de nuevo fue Pedro quien expresó la firme convicción: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”, por lo que Jesús lo pronunció bienaventurado o “feliz”. (Mt 16:13-17.)
Pedro fue quien más veces habló, pero también fue a quien con más frecuencia se corrigió, reprendió o censuró. En una ocasión, movido por la compasión, cometió el error de atreverse a llevar a Jesús aparte y reprenderlo por haber predicho sus propios sufrimientos y su muerte como Mesías. Jesús le dio la espalda y le dijo que era un opositor, o Satanás, que ponía los razonamientos humanos por delante del propósito de Dios registrado en la profecía. (Mt 16:21-23.) Sin embargo, debe notarse que Jesús ‘miró a los otros discípulos’, lo que parece dar a entender que sabía que Pedro expresaba sentimientos que los demás compartían. (Mr 8:32, 33.) Cuando Pedro se tomó la libertad de hablar en nombre de Jesús respecto al pago de cierto impuesto, Jesús, de manera muy bondadosa, le ayudó a reconocer la necesidad de ser más reflexivo antes de hablar. (Mt 17:24-27.) Pedro manifestó exceso de confianza y cierto sentimiento de superioridad sobre los otros once cuando afirmó que aunque ellos tropezaran con relación a Jesús, él nunca lo haría, y estaría dispuesto a ir a prisión e incluso morir con Jesús. Es cierto que todos los demás respaldaron esta afirmación, pero Pedro fue el primero en decirlo y reafirmarlo “con insistencia”. Fue entonces cuando Jesús predijo que Pedro negaría a su Señor tres veces. (Mt 26:31-35; Mr 14:30, 31; Lu 22:33, 34.)
Pedro no solo era un hombre de palabras, sino de acción: demostró iniciativa, valor y un fuerte apego a su Señor. Cuando Jesús se retiró a un lugar solitario antes del amanecer, para orar, Simón no tardó mucho en ‘ir en su busca’ con un grupo de acompañantes. (Mr 1:35-37.) También fue Pedro quien pidió a Jesús que le ordenase andar sobre las aguas azotadas por la tormenta para llegar hasta donde él se hallaba, y anduvo cierta distancia antes de ceder a la duda y empezar a hundirse. (Mt 14:25-32.)
Durante la última noche de la vida terrestre de Jesús, Pedro, Santiago y Juan tuvieron el privilegio de acompañarlo al jardín de Getsemaní, donde Jesús se ocupó en orar con fervor. Al igual que los demás apóstoles, Pedro se durmió debido al cansancio y la tensión producida por la tristeza. Quizás debido a que Pedro había expresado reiteradamente su determinación de seguir a Jesús, fue a él en particular a quien se dirigió cuando dijo: “¿No pudieron siquiera mantenerse alerta una hora conmigo?”. (Mt 26:36-45; Lu 22:39-46.) Pedro no se ‘ocupó en orar’, y sufrió las consecuencias.
Cuando los discípulos vieron que la chusma estaba a punto de prender a Jesús, preguntaron si deberían luchar, pero Pedro, sin esperar respuesta, intervino cortando con la espada la oreja de un hombre (acción con la que posiblemente pretendía causar un daño mayor), para luego ser censurado por Jesús. (Mt 26:51, 52; Lu 22:49-51; Jn 18:10, 11.) Aunque Pedro abandonó a Jesús, al igual que los otros discípulos, luego siguió “de lejos” a la chusma que fue a detenerle, tal vez debatiéndose entre el temor por su propia vida y su profunda preocupación respecto a lo que le sucedería a Jesús. (Mt 26:57, 58.)
Una vez que Pedro llegó a la casa del sumo sacerdote, otro discípulo que debía haberle seguido o acompañado le ayudó para que pudiese entrar hasta el mismo patio. (Jn 18:15, 16.) Una vez allí, no permaneció discretamente callado en algún rincón oscuro, sino que fue y se calentó en el fuego. El resplandor hizo posible que se le reconociese como compañero de Jesús, y su acento galileo dio pábulo a las sospechas. Al ser acusado, Pedro negó por tres veces que conociese a Jesús, y, finalmente, llevado por la vehemencia de su negación, llegó a echar maldiciones. Desde alguna parte de la ciudad se oyó a un gallo cantar por segunda vez, y Jesús “se volvió y miró a Pedro”. Este, abatido, salió fuera y lloró amargamente. (Mt 26:69-75; Mr 14:66-72; Lu 22:54-62; Jn 18:17, 18; véanse CANTO DEL GALLO; JURAMENTO.) Sin embargo, la súplica que Jesús había hecho a favor de Pedro con anterioridad recibió respuesta, y su fe no desfalleció por completo. (Lu 22:31, 32.)
Después de la muerte y resurrección de Jesús, el ángel les dijo a las mujeres que fueron a la tumba que llevaran un mensaje a “sus discípulos y a Pedro”. (Mr 16:1-7; Mt 28:1-10.) Cuando María Magdalena comunicó el mensaje a Pedro y a Juan, los dos salieron corriendo hacia la tumba y Juan llegó primero. Mientras que este se detuvo frente a la tumba y tan solo miró al interior, Pedro entró hasta dentro, seguido luego por Juan. (Jn 20:1-8.) El que Jesús se le apareciera antes que al grupo de discípulos y el que el ángel le hubiese nombrado específicamente a él, debió confirmar al arrepentido Pedro que su triple negación no había cortado para siempre su relación con el Señor. (Lu 24:34; 1Co 15:5.)
Antes que Jesús se manifestara a los discípulos en el mar de Galilea (Tiberíades), Pedro, con su característico dinamismo, dijo a los demás que se iba a pescar, y ellos decidieron acompañarlo. Más tarde, cuando Juan reconoció a Jesús en la playa, Pedro se echó al agua impulsivamente y nadó a tierra, dejando que los demás llevaran la barca. No obstante, fue Pedro quien luego, al pedir Jesús unos peces, se fue y llevó la red a la orilla. (Jn 21:1-13.) En esta ocasión Jesús le preguntó tres veces a Pedro (quien había negado tres veces a su Señor) si le amaba, dándole la comisión de ‘pastorear sus ovejas’. Jesús también predijo cómo moriría Pedro, quien al ver al apóstol Juan, preguntó: “Señor, ¿qué hará este?”. Una vez más, Jesús corrigió su punto de vista y le señaló la necesidad de que ‘fuera su seguidor’, sin preocuparse por lo que los demás pudieran hacer. (Jn 21:15-22.)
Pedro era directo, dinámico y un tanto impulsivo. Por lo que se ve, acostumbraba expresar su opinión antes que los demás apóstoles. (De hecho, los Evangelios recogen más palabras de él que de los otros once juntos.) Y no era raro que hiciera preguntas mientras los demás callaban (Mt 15:15; 18:21; 19:27-29; Luc. 12:41; Juan 13:36-38). Así, fue él quien se negó a que Jesús le lavara los pies, aunque, al reprenderlo el Maestro, se atrevió a pedirle que le lavara también las manos y la cabeza (Juan 13:5-10).
Dejándose llevar por los sentimientos, intentó convencer a Cristo de que no tenía por qué sufrir ni ser ejecutado, pero este lo corrigió con firmeza por su error de juicio (Mt 16:21-23). Por otro lado, durante la última noche de Jesús como ser humano, le prometió que aunque los demás apóstoles lo abandonaran, él nunca lo haría. Y, de hecho, cuando se llevaron preso al Maestro, tuvo la valentía de defenderlo con la espada y, más tarde, seguirlo e introducirse en el patio del sumo sacerdote. Lamentablemente, poco después lo negó tres veces, si bien lloró con amargura al comprender lo que acababa de hacer (Mat. 26:31-35, 51, 52, 69-75).
Tras la resurrección de Cristo y justo antes de su primera aparición en Galilea, Pedro les dijo a los demás apóstoles con quien estaba que iba a salir a pescar, y algunos de ellos se montaron con él en la barca. Más tarde, al divisar a Jesús en la playa, el impetuoso discípulo se lanzó al agua y llegó nadando a la orilla. Poco después, Jesús le preguntó durante el desayuno (que él mismo les había preparado) si lo amaba más que “a estos”, es decir, que a los peces que tenía ante sí, animándolo de este modo a que lo siguiera todo el tiempo, en vez de dedicar sus energías a la pesca o cualquier otro oficio (Juan 21:1-22).
Dado que Jesús llegó a darle los “poderes necesarios para un apostolado a los circuncisos”, en torno a los años 62 al 64 estuvo anunciando las buenas nuevas entre la gran población judía que había en la ciudad de Babilonia (en el actual Irak), y allí compuso la primera carta que lleva su nombre y quizás también la segunda (Gál. 2:8, 9; 1 Ped. 5:13). Pedro siempre realizó su ministerio con celo y compasión.
Su ministerio posterior. Habiéndose “vuelto” de su caída en el lazo del temor —causado en gran parte por su excesiva confianza (compárese con Pr 29:25)— Pedro tenía que ‘fortalecer a sus hermanos’ en cumplimiento de la exhortación de Cristo (Lu 22:32) y hacer una labor de pastoreo entre Sus ovejas. (Jn 21:15-17.) De modo que Pedro desempeñó un importante papel en la actividad de los discípulos después de la ascensión de Jesús al cielo. Antes del Pentecostés de 33 E.C., planteó la cuestión de buscar un sustituto para el infiel Judas, y apoyó con las Escrituras esta medida. La asamblea siguió su recomendación. (Hch 1:15-26.) De nuevo, bajo la guía del espíritu santo, en el Pentecostés actuó como portavoz de los apóstoles e hizo uso de la primera de las “llaves” que recibió de Jesús, lo que abrió el camino para que los judíos pasaran a formar parte del Reino. (Hch 2:1-41; véase LLAVE.)
Su prominencia en la congregación cristiana primitiva no terminó en el Pentecostés. Él y Juan son los únicos apóstoles originales a los que se menciona más tarde en el libro de Hechos, a excepción de una breve referencia a la ejecución de “Santiago hermano de Juan”, otro de los tres apóstoles que había disfrutado de un compañerismo más estrecho con Jesús. (Hch 12:2.) Pedro se destacó también de un modo especial por los milagros que realizó. (Hch 3:1-26; 5:12-16; compárese con Gál 2:8.) Con la ayuda del espíritu santo, se dirigió con valentía a los gobernantes judíos que les habían detenido a él y a Juan (Hch 4:1-21), y en otra ocasión actuó como portavoz de todos los apóstoles ante el Sanedrín, donde declaró con firmeza su determinación de “obedecer a Dios como gobernante” más bien que a los hombres que se oponían a la voluntad de Dios. (Hch 5:17-31.) Después de aquella noche en la que negó a Jesús, Pedro debió sentirse muy satisfecho de demostrar su cambio de actitud y también de aguantar los azotes que los gobernantes le impusieron. (Hch 5:40-42.) Con anterioridad a su segunda detención, Pedro había sido inspirado para descubrir la hipocresía de Ananías y Safira y pronunciar el juicio de Dios sobre ellos. (Hch 5:1-11.)
Poco después del martirio de Esteban y de que Felipe (el evangelizador) hubiese ayudado y bautizado a algunas personas que se hicieron creyentes en Samaria, Pedro y Juan viajaron a este lugar para que estos creyentes recibieran el espíritu santo, de modo que Pedro usó la segunda ‘llave del reino’. Luego, de regreso a Jerusalén, los dos apóstoles “iban declarando las buenas nuevas” a muchas aldeas samaritanas. (Hch 8:5-25.) Durante un nuevo viaje misional, Pedro sanó en Lida a Eneas, quien llevaba ocho años paralizado, y en Jope resucitó a Dorcas. (Hch 9:32-43.) Desde esta última ciudad, se le dirigió para que usase la tercera ‘llave del reino’ cuando viajó a Cesarea para predicar allí a Cornelio y a sus parientes y amigos. Esto resultó en que ellos fuesen los primeros creyentes gentiles incircuncisos que recibieron el espíritu santo como herederos del Reino. A su regreso a Jerusalén, tuvo que encararse a los que se opusieron a esta acción, pero asintieron cuando demostró que había actuado por dirección celestial. (Hch 10:1–11:18; compárese con Mt 16:19.)
Pudo haber sido alrededor de este mismo año (36 E.C.) cuando Pablo hizo su primera visita a Jerusalén como cristiano converso y apóstol. Fue a “visitar a Cefas [Pedro]” y pasó quince días con él. También vio a Santiago, (el medio hermano de Jesús), pero no vio a ningún otro de los primeros apóstoles. (Gál 1:18, 19; véase APÓSTOL [Apostolado en las congregaciones].)
De acuerdo con los datos disponibles, Herodes Agripa I ejecutó al apóstol Santiago en el año 44 E.C., y al ver que esto agradaba a los líderes judíos, seguidamente detuvo a Pedro. (Hch 12:1-4.) La congregación ‘oró intensamente’ por él, y el ángel de Jehová lo libertó de la prisión (y probablemente de la muerte). Después de relatar su liberación milagrosa a los que estaban en la casa de Juan Marcos, Pedro pidió que se hiciese un informe a “Santiago y a los hermanos”, y luego “caminó a otro lugar”. (Hch 12:5-17; compárese con Jn 7:1; 11:53, 54.)
La siguiente vez que se le menciona en el relato de Hechos es con motivo de la reunión que tuvieron los “apóstoles y ancianos” en Jerusalén hacia el año 49 E.C., para estudiar la cuestión de la circuncisión de los conversos gentiles. Después de una extensa discusión, Pedro se levantó y dio testimonio de la relación de Dios con los creyentes gentiles. El que ‘toda la multitud callara’ demuestra la fuerza de su argumento y probablemente también el respeto que se le tenía. Pedro, como Pablo y Bernabé, quienes testificaron después de él, actuó en realidad en calidad de testigo ante aquella asamblea, no de juez. (Hch 15:1-29.) No obstante, refiriéndose a ese tiempo, Pablo llama a Pedro, Santiago y Juan “hombres sobresalientes”, “los que parecían ser columnas” en la congregación. (Gál 2:1, 2, 6-9.)
Del registro bíblico se desprende que aunque Pedro era muy prominente y respetado, no ejerció la primacía sobre los apóstoles en virtud de un nombramiento. Por eso, cuando la obra de Felipe en Samaria fructificó, el relato dice que los apóstoles —al parecer actuando como colegio o cuerpo— “despacharon a Pedro y a Juan” a Samaria con una comisión. (Hch 8:14.) Pedro no se quedó permanentemente en Jerusalén, como si su presencia fuese indispensable para la buena administración de la congregación cristiana. (Hch 8:25; 9:32; 12:17; véanse también ANCIANO; SUPERINTENDENTE.) Trabajó en Antioquía de Siria al mismo tiempo que Pablo estuvo allí, y en aquella ocasión Pablo vio necesario reprender a Pedro (Cefas) “cara a cara [...] delante de todos ellos”, porque se había avergonzado de comer y asociarse con los cristianos gentiles debido a la presencia de ciertos cristianos judíos que habían llegado de Jerusalén de parte de Santiago. (Gál 2:11-14.) ★¿Qué error cometió Pedro en Antioquía de Siria? - (2-4-2017-Pg.26-§15-Foto)
En el artículo MASA ROCOSA se provee más información respecto a Pedro y su posición en la congregación cristiana. El punto de vista de que Pedro estuvo en Roma y desde allí dirigió la congregación se apoya únicamente en tradiciones dudosas y no concuerda con las indicaciones bíblicas. Sobre lo anterior y la estancia de Pedro en Babilonia, desde donde escribió sus dos cartas, véase PEDRO, CARTAS DE.
¿Cuántas veces he de perdonar yo a mi hermano?
Aunque es cierto que el amor no lleva cuenta del pecado, (1Co 13:4, 5) es curioso saber que de Pedro se alistan en la Biblia una lista de pecados como no se hace de ningún otro personaje bíblico, por ejemplo se dice que:
★Discutía con los apóstoles: “Quién parecía ser el mayor” (Lu 22:24)
Te has preguntado alguna vez, ¿quién le hizo a Jesús la pregunta del título de este artículo? ¿Cuántas veces he de perdonar yo a mi hermano? Así es, fue el apóstol Pedro quien lo preguntó (Mt 18:21) Además, ¿Cómo pudo un hombre tan inteligente como David darse cuenta solo después de una ilustración tan infantil como le puso Natán de la gravedad de su pecado? (2Sa 12:1-5).
Ésto nos muestra la dolorosa realidad de que nosotros los humanos olvidamos fácilmente cuando ofendemos y raramente cuando nos ofenden. |
La promesa de Jehová a David. Antes del nacimiento de Salomón, Jehová le había asegurado a David que le nacería un hijo, llamado Salomón, que edificaría una casa para Su nombre. Al parecer, el nombre Jedidías (que significa “Amado de Jah”) le indicaría a David que entonces Jehová había bendecido su matrimonio con Bat-seba, y que por ello aprobaba el fruto de ese matrimonio. No obstante, al niño no se le conoció comúnmente por este nombre. El nombre Salomón (de una raíz que significa “paz”) sin duda guardaba relación con el pacto que Jehová había hecho con David, según el cual, este no realizaría el deseo de su corazón de edificar la casa para Jehová, ya que era un hombre que había derramado mucha sangre en la guerra. (1Cr 22:6-10.) Eso no significaba que las guerras de David fuesen incorrectas. Lo que sucedía era que tanto la naturaleza como el objetivo del reino típico de Jehová eran esencialmente pacíficos; sus guerras cumplían el propósito de eliminar la iniquidad y a los que se oponían a la soberanía de Jehová, extender el dominio de Israel hasta los límites que Dios había trazado y establecer la justicia y la paz. Las guerras de David lograron estos objetivos para Israel. El reinado de Salomón fue esencialmente pacífico.
Adonías intenta usurpar el trono. Salomón vuelve a aparecer en el registro bíblico después de su nacimiento cuando David ya era anciano. En armonía con la promesa de Jehová, David había jurado a Bat-seba que Salomón le sucedería en el trono, hecho que conocía el profeta Natán. (1Re 1:11-13, 17.) No se dice si Adonías, el hermano de padre de Salomón, conocía este juramento o la intención de David. Sea como fuere, intentó conseguir el trono de una manera similar a la que utilizó Absalón. Confiaba que tendría éxito, quizás debido a la debilidad del rey y porque tenía el apoyo de Joab, el jefe del ejército, y de Abiatar, el sacerdote. No obstante, fue una traición, pues trató de usurpar el trono mientras David todavía estaba vivo y sin tener la aprobación de él o de Jehová. Además, manifestó su actitud solapada al preparar un sacrificio en En-roguel, donde tenía la intención de ser proclamado rey, sacrificio al que invitó únicamente a los otros hijos del rey y a los hombres de Judá, los siervos del rey, pero no a Salomón, ni a Natán el profeta, ni a Sadoc el sacerdote, ni a los hombres poderosos que habían luchado al lado de David, ni tampoco a Benaya, bajo cuyo acaudillamiento estaban. Este hecho indica que Adonías veía a Salomón como un rival que obstaculizaba sus ambiciones. (1Re 1:5-10.)
Entronización de Salomón. El profeta Natán, siempre fiel a Jehová y a David, estaba al tanto de lo que sucedía. Primero envió a Bat-seba con instrucciones para informar al rey del complot, y después entró él mismo, preguntándole a David si había autorizado que Adonías fuese proclamado rey. David actuó rápidamente y de manera decisiva, haciendo llamar al sacerdote Sadoc y a Natán para llevar a Salomón a Guihón bajo la protección de Benaya y sus hombres. Ellos tenían que poner a Salomón sobre la propia mula del rey, lo que denotaba un gran honor para el que cabalgaba, y en este caso indicaría que él era sucesor de la gobernación real. (Compárese con Est 6:8, 9.) Las instrucciones de David se siguieron y Salomón fue ungido y proclamado rey. (1Re 1:11-40.)
Cuando se oyó el sonido de la música en Guihón, no muy lejos de allí, y que el pueblo gritaba: “¡Viva el rey Salomón!”, Adonías y sus cómplices en la conspiración huyeron llenos de pánico y confusión. Por su negativa a manchar su ascenso al trono ejecutando venganza, Salomón dio una vislumbre de la paz que caracterizaría a su gobernación. Si los asuntos hubieran sido a la inversa, es muy probable que Salomón hubiese perdido la vida. Pero él envió a buscar a Adonías en el santuario, donde había huido en busca de asilo, y lo hizo llevar frente a él. Salomón le informó que seguiría viviendo a menos que hallase algo malo en él, y después lo mandó a su casa. (1Re 1:41-53.)
La exhortación de David a Salomón. Antes de morir, David exhortó solemnemente a Salomón con las siguientes palabras: “Tienes que guardar la obligación para con Jehová tu Dios, andando en sus caminos, guardando sus estatutos, sus mandamientos y sus decisiones judiciales y sus testimonios”. Después le dio instrucciones con respecto a Joab y Simeí, para que no les dejase ‘bajar en paz al Seol’; y también le dijo que mostrase bondad a los hijos de Barzilai el galaadita. (1Re 2:1-9.) Probablemente, antes le había dado instrucciones con respecto a edificar el templo, transmitiéndole el proyecto arquitectónico “que había llegado a estar con él por inspiración”. (1Cr 28:11, 12, 19.) David mandó a los príncipes de Israel allí presentes que ayudaran a Salomón su hijo y que participaran en edificar el santuario de Jehová. En esta ocasión el pueblo volvió a ungir a Salomón por rey y a Sadoc por sacerdote. (1Cr 22:6-19; cap. 28; 29:1-22.) La bendición de Dios sobre Salomón se observa desde los mismos comienzos de su reinado, cuando empezó a sentarse sobre “el trono de Jehová como rey en lugar de David su padre, y a hacerlo con éxito”, adquiriendo fuerza en su gobernación real. (1Cr 29:23; 2Cr 1:1.)
La solicitud sediciosa de Adonías. No transcurrió mucho tiempo antes de que Salomón tuviese que actuar para cumplir las instrucciones de David con respecto a Joab. Esto se debió a la acción de Adonías, quien todavía manifestaba ambición a pesar de la misericordia que le había mostrado Salomón. Adonías abordó a la madre de Salomón con las palabras: “Tú misma bien sabes que la gobernación real había de llegar a ser mía, y era hacia mí hacia quien todo Israel había fijado su rostro para que yo llegara a ser rey; pero la gobernación real dio vuelta y llegó a ser de mi hermano, porque de parte de Jehová llegó a ser suya”. Adonías reconoció que Jehová estaba detrás de la entronización de Salomón; sin embargo, la solicitud que hizo después de estas palabras fue otra tentativa astuta de usurpar la gobernación real. Le pidió a Bat-seba: “Por favor, di a Salomón el rey [...] que me dé a Abisag la sunamita por esposa”. Debió pensar que tenía suficientes partidarios, además del apoyo de Joab y Abiatar, de manera que si tomaba a Abisag, considerada concubina de David —aunque no tuvo relaciones con ella—, podía empezar un levantamiento que podría derrotar a Salomón. La costumbre era que las esposas y concubinas de un rey pasasen a ser propiedad de su sucesor, por lo que se consideraba que tomarlas equivalía a reclamar el trono. (Compárese con 2Sa 16:21, 22.) Cuando Bat-seba, que no había discernido la doble intención de Adonías, transmitió su solicitud a Salomón, este inmediatamente lo interpretó como un intento de conseguir la gobernación real y envió en seguida a Benaya para que diese muerte a Adonías. (1Re 2:13-25.)
Se depone a Abiatar y se ejecuta a Joab. A continuación Salomón dio atención a los que habían conspirado junto con Adonías. Destituyó a Abiatar de ser sacerdote en cumplimiento de la palabra de Jehová pronunciada contra la casa de Elí (1Sa 2:30-36), pero no lo mató, porque había llevado el Arca delante de David y había sufrido aflicción con él. Sadoc reemplazó a Abiatar. Mientras tanto, cuando Joab se enteró de la acción de Salomón, huyó y se asió de los cuernos del altar, pero Benaya le dio muerte allí mismo por orden de Salomón. (1Re 2:26-35.)
Ejecución de Simeí. Salomón hizo jurar a Simeí que se sometería a ciertas restricciones por haber invocado el mal contra su padre David. Unos tres años después Simeí violó tales restricciones, por lo que Salomón hizo que le dieran muerte. Así se llevó a cabo completamente el mandato que David dio a Salomón. (1Re 2:36-46.)
La sabia solicitud de Salomón. Al principio del reinado de Salomón, el pueblo hacía sacrificios en muchos “lugares altos”, porque no había ninguna casa de Jehová, aunque el tabernáculo estaba en Gabaón y el arca del pacto en una tienda en Sión. Jehová había dicho que su nombre estaría sobre Jerusalén, pero por lo visto toleró esta situación hasta la construcción del templo. (1Re 3:2, 3.) Salomón ofreció mil holocaustos en Gabaón, conocido como “el gran lugar alto”. Allí Jehová se le apareció en un sueño, y le dijo: “Solicita lo que debo darte”. En lugar de pedir riquezas, gloria y victoria, solicitó un corazón sabio, entendido y obediente con el fin de poder juzgar a Israel. Su humilde solicitud agradó a Jehová, por lo que no solo le dio lo que había pedido, sino también riquezas y gloria, “de modo que no resultará haber habido entre los reyes ninguno como tú, todos tus días”. Además, Jehová añadió esta admonición: “Y si andas en mis caminos, guardando mis disposiciones reglamentarias y mis mandamientos, tal como anduvo David tu padre, también ciertamente alargaré tus días”. (1Re 3:4-14.)
Poco después, cuando dos prostitutas presentaron un problema difícil relacionado con quién era la madre de un niño, Salomón demostró que Dios verdaderamente le había dotado con sabiduría para juzgar. Esto fortaleció en gran manera la autoridad de Salomón a los ojos del pueblo. (1Re 3:16-28.)
“No basta con Sabiduría”
Cabe destacar que la Biblia menciona que para cuando Salomón fue nombrado rey ya estaba casado por cerca de un año desobedientemente con la ammonita Naamá (Dt 7:1-4; 1Re 11:1-8) y poco después con la hija de faraón (1 Rey. 3:1; Dt 17:16, 17) y luego relata que recibió la sabiduría que había solicitado, así como abundantes riquezas de Jehová (1 Rey. 3:10-13.) Puesto que Jehová es omnisapiente y justo en todos sus actos, es posible que estuviera sellando así la cuestión universal del derecho y capacidad únicos de gobernar justamente a los humanos, cuando le concedió sabiduría excepcional a Salomón para gobernar, pues la mentira de Satanás consistía en que si los humanos se independizaban de Dios se le abrirían los ojos y tendrían el conocimiento de Dios para gobernarse independientemente con éxito. Notamos que Salomón buscaba la sabiduría, y aconsejaba lo mismo, pues ésta es una ventaja mayor que el dinero, pero no leemos en ningún sitio que amara la palabra de Dios como lo hacia su padre David (Sl 40:8). Es obvio que Salomón no adquirió esa sabiduría como su padre, por el amor intenso que le tenia a la palabra de Dios y por su temor piadoso, sino que la recibió instantáneamente, prácticamente como Satanás prometió a Eva que la adquiriría si desobedecía a Jehová (Gé 3:5.) La gobernación de Salomón, aunque fue una de las más acertadas de la historia de la gobernación humana, se quedo corta en ser justa y perfecta para la humanidad, (Ec 2:15) así quedo claro de que los humanos por muy sabios que sean no pueden gobernarse con éxito a si mismos, pues aun así, les falta el poder, la justicia y el amor que solo Jehová posee como atributos cardinales, en un equilibrio perfecto y que lo hace único como Rey capacitado para dirigir con éxito a la humanidad, además de su delegado hijo Jesucristo a quien Jehová le concede la realeza sobre la humanidad por 1.000 años (Jer. 10:23; 1Co 15:24-28). ★¿Imitaremos sus virtudes y evitaremos sus errores? - (15-12-2011-Pg.8-§10-15) |
Programas de edificación. (GRABADOS, vol. 1, págs. 748, 750, 751.) En el cuarto año de su reinado, el segundo mes del año (el mes Ziv [abril-mayo]) 1034 a. E.C., Salomón empezó a edificar la casa de Jehová en el monte Moria. (1Re 6:1.) La construcción del templo fue silenciosa, pues las piedras fueron cortadas a la medida antes de llevarlas al lugar, de manera que no se oyó ningún sonido de martillos ni hachas ni de cualquier otra herramienta de hierro. (1Re 6:7.) El rey Hiram de Tiro cooperó suministrando madera de cedro y de enebro a cambio de trigo y aceite. (1Re 5:10-12; 2Cr 2:11-16.) También proveyó trabajadores, entre los que estaba un experto artesano llamado Hiram, el hijo de un tirio y una hebrea. (1Re 7:13, 14.) Salomón reclutó para trabajo forzado a 30.000 hombres, y los enviaba al Líbano en turnos de 10.000 al mes. Cada grupo volvía a sus hogares por períodos de dos meses. Aparte de estos, había 70.000 cargadores y 80.000 cortadores. Los componentes de estos dos últimos grupos no eran israelitas. (1Re 5:13-18; 2Cr 2:17, 18.)
Inauguración del templo. Esta tremenda obra de construcción ocupó siete años y medio, y se concluyó el octavo mes, Bul, del año 1027 a. E.C. (1Re 6:37, 38.) Parece ser que después tomó cierto tiempo llevar los utensilios y tener todo en orden, pues fue en el séptimo mes, Etanim, al tiempo de la fiesta de las cabañas, cuando Salomón llevó a cabo la santificación y la inauguración del templo. (1Re 8:2; 2Cr 7:8-10.) Por lo tanto, la inauguración tuvo que haberse celebrado en el séptimo mes del año 1026 a. E.C., once meses después de terminar la edificación, y no un mes antes (en 1027 a. E.C.), como algunos han pensado.
Otro punto de vista es que el templo se inauguró en el vigesimocuarto año de Salomón (1014 a. E.C.), después de haber construido también su propia casa y algunos edificios para uso oficial, todo lo cual le habría tomado trece años más, es decir, unos veinte años en conjunto para todas las obras de edificación. Esta explicación cuenta con el respaldo de la Septuaginta griega, en la que se interpolan ciertas palabras en 1 Reyes 8:1 (3 Reyes 8:1, LXX, edición de Bagster) que no se encuentran en el texto masorético. Estas dicen: “Y sucedió que al cabo de veinte años, cuando Salomón había terminado de edificar la casa del Señor y su propia casa, el rey Salomón congregó en Sión a todos los ancianos de Israel, para traer en el mes de Etanim el arca del pacto del Señor desde la ciudad de David, es decir, Sión”. Sin embargo, una comparación del relato de Reyes con el de Crónicas muestra que esta conclusión es incorrecta.
En los capítulos 6 al 8 de 1 Reyes se habla de la edificación del templo y su finalización. Seguidamente se hace referencia al programa de construcción de edificios gubernamentales que Salomón llevó a cabo durante trece años y por último, después de volver a pormenorizar la construcción del templo y la introducción en él de “las cosas santificadas por David su padre”, se pasa a narrar la inauguración. Esto parece indicar que la alusión al programa de construcción de edificios gubernamentales (1Re 7:1-8) es una inserción parentética que tuvo como propósito completar la explicación sobre todas las obras de edificación. Por otra parte, el relato de 2 Crónicas 5:1-3 parece indicar más concretamente que la inauguración tuvo lugar tan pronto como se terminó el templo y su mobiliario, pues dice: “Por fin toda la obra que Salomón tenía que hacer para la casa de Jehová quedó completa, y Salomón empezó a introducir las cosas santificadas por David su padre; y la plata y el oro y todos los utensilios los puso en los tesoros de la casa del Dios verdadero. Fue entonces cuando Salomón procedió a congregar en Jerusalén a los ancianos de Israel y a todos los cabezas de las tribus”. Después de explicar que los sacerdotes llevaron el arca del pacto de la Ciudad de David al monte del templo y la instalaron en él, el relato narra la inauguración. (2Cr 5:4-14; caps. 6, 7.)
Hay quienes han cuestionado esta explicación —que el templo se inauguró el año después de acabarse su construcción— debido a que 1 Reyes 9:1-9 indica que Jehová se apareció a Salomón después que “la casa del rey” había sido edificada y le dijo que había oído su oración. (Compárese con 2Cr 7:11-22.) Esto ocurrió en su vigesimocuarto año, después de haber terminado los veinte años que duraron las edificaciones. ¿Pero acaso tardó Dios doce años en contestar la oración que Salomón hizo con motivo de la inauguración del templo? No, pues en la inauguración, una vez que Salomón terminó su oración, “el fuego mismo bajó de los cielos y procedió a consumir la ofrenda quemada y los sacrificios, y la gloria misma de Jehová llenó la casa”. Esta fue una poderosa demostración del poder de Jehová para escuchar la oración y responder a ella por medio de una acción, y así lo reconoció el pueblo. (2Cr 7:1-3.) El hecho de que Dios se manifestara a Salomón doce años después solo indica que no había olvidado su oración y que entonces la contestaba verbalmente, como una garantía de su respuesta. En esta segunda ocasión, Dios además aconsejó a Salomón que permaneciese fiel como su padre David.
★El templo de Salomón - (sgd-Secc.12-Pg.44)
★Templo - [Inauguración]
La oración de Salomón. En la oración que Salomón hizo con motivo de la inauguración del templo, se refirió a Jehová como el Dios que está por encima de todo cuanto existe, un Dios bondadoso y leal, que cumple lo que promete. Salomón reconoció que aunque el templo era como una casa para Jehová, ni siquiera “el cielo, sí, el cielo de los cielos” podía contener su grandeza. Él es el Oidor de las oraciones y Aquel que las contesta, Dios de justicia, que recompensa al justo y da su merecido al inicuo, pero perdona al pecador que se arrepiente y vuelve a Él. No es un dios panteísta, pero controla las fuerzas naturales, la vida animal y hasta las naciones de la Tierra. Tampoco es una simple deidad nacional hebrea, sino el Dios de todo aquel que lo busque con sinceridad. Salomón también expresó en su oración el deseo de que el nombre de Jehová se engrandeciese por toda la Tierra, y manifestó su propio amor a la rectitud y la justicia; a Israel, el pueblo de Dios, y a todo extranjero que tuviese interés en buscar a Jehová. (1Re 8:22-53; 2Cr 6:12-42.)
En la inauguración del templo oficiaron todos los sacerdotes; en esa ocasión no fue necesario atenerse a las divisiones que David había organizado. (2Cr 5:11.) La necesidad de que todos interviniesen puede verse en el hecho de que, además de las numerosas ofrendas de grano, también se presentaron como ofrendas quemadas y sacrificios de comunión 22.000 cabezas de ganado y 120.000 ovejas durante los siete días que duró ese período festivo, que concluyó con una asamblea solemne al octavo día. Fue tan abundante la cantidad de sacrificios, que el gran altar de cobre resultó pequeño; Salomón tuvo que santificar una parte del patio del templo para poder atender la gran afluencia de ofrendas. (1Re 8:63, 64; 2Cr 7:5, 7.)
Después Salomón asignó a las divisiones sacerdotales sus respectivos servicios y colocó a los levitas a cargo de sus puestos y deberes, tal como había dispuesto David. El nuevo templo sería el lugar donde todos los israelitas se reunirían para celebrar sus fiestas periódicas y ofrecer sus sacrificios a Jehová.
Edificios gubernamentales. Durante los trece años que siguieron a la finalización del templo, Salomón edificó un nuevo palacio real en el monte Moria, justo al S. del templo, de manera que estaba cerca del patio exterior de este, pero en un nivel más bajo. Cerca de este palacio, edificó el Pórtico del Trono, el Pórtico de las Columnas y la Casa del Bosque del Líbano. Todo este conjunto de edificios estaba en un terreno que iba descendiendo entre la cima de la colina del templo y la estribación de la ciudad de David. También edificó una casa para su esposa egipcia, ya que a ella no se le permitió “morar en la casa de David el rey de Israel”, pues, como dijo Salomón, “los lugares a los que ha venido el arca de Jehová son cosa santa”. (1Re 7:1-8; 3:1; 9:24; 11:1; 2Cr 8:11.)
Edificación a escala nacional. Terminados sus proyectos gubernamentales de edificación, Salomón emprendió un programa de construcción a escala nacional. Utilizó para trabajos forzados a los descendientes de los cananeos que Israel no había dado por entero a la destrucción en su conquista de Canaán, pero no redujo a ningún israelita a esta condición de esclavitud. (1Re 9:20-22; 2Cr 8:7-10.) Edificó y fortificó Guézer (que el Faraón había tomado a los cananeos y había regalado a su hija, la esposa de Salomón), Bet-horón Alta y Baja, Baalat y Tamar, además de construir ciudades de almacenamiento, ciudades para los carros y ciudades para los hombres de a caballo. Todo el reino, incluido el territorio situado al E. del Jordán, se benefició de sus obras de construcción. Después fortificó el Montículo que David había edificado. “[Cerró] la brecha de la Ciudad de David.” (1Re 11:27.) Estas palabras posiblemente quieran decir que edificó o extendió “el muro de Jerusalén todo en derredor”. (1Re 3:1.) Fortificó en gran manera Hazor y Meguidó; los arqueólogos han descubierto porciones de muros fuertes y puertas fortificadas que, según creen, son los restos de las obras de Salomón en estas ciudades hoy en ruinas. (1Re 9:15-19; 2Cr 8:1-6.)
Sus riquezas y gloria. ERA poeta, arquitecto y rey. Su sabiduría le dio renombre, Salomón fomentó mucho el comercio. Su flota, en cooperación con la de Hiram, le llevó grandes cantidades de oro de Ofir, así como maderas de algum y piedras preciosas. (1Re 9:26-28; 1Re 10:11; 2Cr 8:17, 18; 2Cr 9:10, 11.) Los caballos y los carros se importaban de Egipto, y comerciantes de todo el mundo conocido en aquel tiempo llevaban sus mercancías en grandes cantidades. El ingreso anual de oro durante el reinado de Salomón alcanzó los 666 talentos (c. de 256.643.000 dólares [E.U.A.]), aparte de plata y oro y otros artículos que llevaban los mercaderes lo convirtieron en el monarca más acaudalado del planeta. (1Re 10:14, 15; 2Cr 9:13, 14.) Además, “todos los reyes de la tierra” le llevaban anualmente regalos de sus países: artículos de oro y plata, aceite balsámico, armas, caballos, mulas y otras riquezas. (1Re 10:24, 25, 28, 29; 2Cr 9:23-28.) Las naves de Tarsis importaban hasta monos y pavos reales. (1Re 10:22; 2Cr 9:21.) Salomón llegó a tener 4.000 cuadras y carros (1Re 10:26 menciona 1.400 carros) y 12.000 corceles (o, tal vez, jinetes). (2Cr 9:25.)
No había ningún rey en toda la Tierra que poseyera las riquezas de Salomón. (1Re 10:23; 2Cr 9:22.) El acceso a su trono superaba en magnificencia al de cualquier otro reino. El trono mismo era de marfil revestido de oro puro. Tenía un dosel redondo detrás de él; había seis escalones que llevaban al trono, con seis leones a cada lado, y dos leones de pie al lado de los brazos del trono. (1Re 10:18-20; 2Cr 9:17-19.) Todos los vasos para beber eran de oro; se dice específicamente que “no había nada de plata; en los días de Salomón esta se consideraba como absolutamente nada”. (2Cr 9:20.) En la casa de Salomón y en el templo había arpas e instrumentos de cuerda de madera de algum como nunca se habían visto antes en Judá. (1Re 10:12; 2Cr 9:11.) ★¿Se han exagerado las riquezas del rey Salomón? - (19961015-Pg.8/619-Foto)
Los suministros de alimento de su casa. El alimento diario para la casa real de Salomón ascendía a “treinta medidas de coro [6.600 l.] de flor de harina y sesenta medidas de coro [13.200 l.] de harina, diez reses vacunas gordas y veinte reses vacunas de pasto y cien ovejas, además de algunos ciervos y gacelas y corzos y cuclillos engordados”. (1Re 4:22, 23.) Doce comisarios suministraban un mes cada uno el abastecimiento de alimentos. Cada uno tenía la supervisión de una porción del país, pero las divisiones resultantes nada tenían que ver con los límites tribales, sino con las zonas agrícolas. Entre las provisiones de alimento estaba el forraje para los muchos caballos de Salomón. (1Re 4:1-19, 27, 28.)
La reina de Seba visita a Salomón. Uno de los visitantes extranjeros más distinguidos que acudieron a contemplar la gloria y las riquezas de Salomón fue la reina de Seba. La fama de Salomón había llegado a “toda la gente de la tierra”, de manera que ella hizo el viaje desde su lejano dominio para “probarlo con preguntas de las que causan perplejidad”. Le habló “todo lo que se hallaba junto a su corazón”, y, a su vez, “no hubo asunto escondido al rey que él no le declarara”. (1Re 10:1-3, 24; 2Cr 9:1, 2.)
Además, después que la reina observó el esplendor del templo y de la casa de Salomón, cómo se servía la mesa, el atavío de sus mozos y los holocaustos que se ofrecían con regularidad en el templo, “resultó que no hubo más espíritu en ella”, y exclamó: “¡Mira!, no se me había referido ni la mitad. Has superado en sabiduría y prosperidad las cosas oídas a las que escuché”. Entonces procedió a pronunciar felices a los siervos que servían a un rey así. Todo esto la indujo a dar alabanza y a bendecir a Jehová Dios, que había expresado su amor a Israel nombrando a Salomón como rey para rendir decisión judicial y justicia. (1Re 10:4-9; 2Cr 9:3-8.)
Luego le entregó a Salomón el magnífico regalo de 120 talentos de oro (46.242.000 dólares [E.U.A.]), muchísimas piedras preciosas y aceite balsámico en una cantidad extraordinariamente grande. Salomón, a su vez, le dio a la reina todo lo que ella le pidió, además de un generoso regalo, que posiblemente superó lo que ella le había llevado. (1Re 10:10, 13; 2Cr 9:9, 12.)
La prosperidad de su gobernación. Jehová bendijo a Salomón con sabiduría, gloria y riquezas mientras él permaneció firme a favor de la adoración verdadera, y la nación de Israel disfrutó de igual manera del favor divino. Dios se había valido de David para someter a los enemigos de Israel y establecer el reino firmemente hasta sus límites máximos. El relato informa: “En cuanto a Salomón, resultó ser gobernante sobre todos los reinos desde el Río [Éufrates] hasta la tierra de los filisteos y hasta el límite de Egipto. Estuvieron llevándole regalos y sirviendo a Salomón todos los días de su vida”. (1Re 4:21.) Durante el reinado de Salomón hubo paz, y “Judá e Israel eran muchos, como los granos de arena que están junto al mar por su multitud, y comían y bebían y se regocijaban”. “Judá e Israel continuaron morando en seguridad, cada uno debajo de su propia vid y debajo de su propia higuera, desde Dan hasta Beer-seba, todos los días de Salomón.” (1Re 4:20, 25; MAPA, vol. 1, pág. 748.)
La sabiduría de Salomón.
“Y Dios continuó dando a Salomón sabiduría y entendimiento en medida sumamente grande, y una anchura de corazón, como la arena que está sobre la orilla del mar. Y la sabiduría de Salomón era más vasta que la sabiduría de todos los orientales y que toda la sabiduría de Egipto.” Luego se menciona a otros hombres de sabiduría extraordinaria: Etán el ezrahíta (al parecer, un cantor del tiempo de David y el escritor del Salmo 89) y otros tres hombres sabios de Israel. Salomón fue más sabio que estos; de hecho, “su fama llegó a estar en todas las naciones todo en derredor. Y podía hablar tres mil proverbios, y sus canciones llegaron a ser mil cinco”. El alcance de su conocimiento abarcaba las plantas y los animales de la Tierra, y sus proverbios, junto con sus escritos en los libros de Eclesiastés y El Cantar de los Cantares, revelan que tenía un profundo conocimiento de la naturaleza humana. (1Re 4:29-34.) En Eclesiastés se observa que meditó mucho con el fin de hallar “las palabras deleitables y la escritura de palabras correctas de verdad”. (Ec 12:10.) Experimentó muchas cosas, estuvo entre los de condición humilde y los importantes observando con mucha atención su vida, su trabajo, sus esperanzas y objetivos, así como las vicisitudes de la humanidad. Salomón ensalzó el conocimiento de Dios y Su ley, y destacó sobre todo que ‘el temor de Jehová es el principio del conocimiento y la sabiduría’, y que la obligación del hombre es ‘temer al Dios verdadero y guardar sus mandamientos’. (Pr 1:7; 9:10; Ec 12:13; véase ECLESIASTÉS, LIBRO DE.)
★Corazón - [Tu corazón es asunto tuyo]
★¿Imitaremos sus virtudes y evitaremos sus errores? - (15-12-2011-Pg.8-§3-6-Fotos)
Se aparta de la justicia. Salomón prosperó mientras permaneció fiel a la adoración de Jehová. Debió escribir sus proverbios, así como los libros de Eclesiastés y de El Cantar de los Cantares, y al menos uno de los Salmos (Sl 127), durante el período en que sirvió fielmente a Dios. Sin embargo, Salomón empezó a descuidar la ley de Dios. El registro bíblico dice a este respecto: “Y el rey Salomón mismo amó a muchas esposas extranjeras junto con la hija de Faraón, a moabitas, ammonitas, edomitas, sidonias e hititas, de las naciones de las que Jehová había dicho a los hijos de Israel: ‘Ustedes no deben meterse entre ellas, y ellas mismas no deben meterse entre ustedes; verdaderamente inclinarán el corazón de ustedes a seguir a los dioses de ellas’. A ellas se adhirió Salomón para amarlas. Y llegó a tener setecientas esposas, princesas, y trescientas concubinas; y poco a poco sus esposas le inclinaron el corazón. Y al tiempo en que envejeció Salomón aconteció que sus esposas mismas habían inclinado el corazón de él a seguir a otros dioses; y su corazón no resultó completo para con Jehová su Dios como el corazón de David su padre. Y Salomón empezó a ir tras Astoret, la diosa de los sidonios, y tras Milcom, la cosa repugnante de los ammonitas. Y Salomón empezó a hacer lo que era malo a los ojos de Jehová, y no siguió de lleno a Jehová como David su padre. Fue entonces cuando Salomón procedió a edificar un lugar alto a Kemós, la cosa repugnante de Moab, en la montaña que estaba enfrente de Jerusalén, y a Mólek, la cosa repugnante de los hijos de Ammón. Y así hizo para todas sus esposas extranjeras que hacían humo de sacrificio y ofrecían sacrificios a sus dioses”. (1Re 11:1-8.)
Aunque este alejamiento ocurrió “al tiempo en que envejeció Salomón”, no hay razón para concluir que se debió a senilidad, pues Salomón era relativamente joven cuando ascendió al trono y su reinado duró cuarenta años. (1Cr 29:1; 2Cr 9:30.) El relato no dice que Salomón abandonó por completo la adoración y ofrenda de sacrificios en el templo. Al parecer, intentó practicar una especie de unión de fes con el fin de agradar a sus esposas extranjeras. Por esto “Jehová llegó a estar enojado con Salomón, porque su corazón se había inclinado a alejarse de Jehová el Dios de Israel, el que se le había aparecido dos veces”. Jehová le informó a Salomón que como consecuencia le arrancaría parte del reino, pero no en sus días, por respeto a David y por causa de Jerusalén, sino en los días de su hijo, a quien solo dejaría una tribu (aparte de la de Judá). Esa tribu resultó ser la de Benjamín. (1Re 11:9-13.)
Resistidores de Salomón. Desde entonces en adelante, Jehová levantó resistidores contra Salomón, principalmente Jeroboán, de la tribu de Efraín, quien finalmente consiguió que diez tribus abandonaran su lealtad al trono en el tiempo de Rehoboam y estableció el reino septentrional, que llegó a llamarse Israel. Cuando Jeroboán era joven, había sido colocado por Salomón sobre todo el servicio obligatorio de la casa de José debido a su diligencia. También dieron problemas a Salomón Hadad el edomita y Rezón, un enemigo de David que llegó a ser rey de Siria. (1Re 11:14-40; 12:12-15.)
El que el rey Salomón se alejara de Dios tuvo un mal efecto en la gobernación, que se volvió opresiva, sin duda debido a la presión económica ocasionada por el alto coste de su gobierno, que debió aumentar hasta un grado extremo. También había descontento entre los reclutados para trabajo forzado y, sin duda, también entre sus superintendentes israelitas. Como Salomón se había apartado de seguir a Dios con corazón completo, ya no recibiría más la bendición y la prosperidad de Jehová, ni la continua sabiduría para gobernar con justicia y derecho, así como para resolver los problemas que surgieran. Como él mismo había dicho, “cuando los justos llegan a ser muchos, el pueblo se regocija; pero cuando alguien inicuo gobierna, el pueblo suspira”. (Pr 29:2.)
Lo que ocurrió poco después de la muerte de Salomón, cuando Rehoboam gobernó sobre Judá, hace patente que esa fue la situación que se produjo. Por medio del profeta Ahíya, Dios había enviado un mensaje a Jeroboán en el que le decía que le daría diez tribus, y que si guardaba Sus estatutos, le edificaría una casa duradera, tal como le había hecho a David. Después de esto Salomón intentó matar a Jeroboán, pero este huyó a Egipto, donde a la sazón gobernaba un sucesor del padre de la esposa egipcia de Salomón. Jeroboán permaneció allí hasta la muerte de Salomón. Luego representó al pueblo en una queja contra Rehoboam y finalmente encabezó una rebelión. (1Re 11:26-40; 12:12-20.)
Aunque Salomón había ‘inclinado su corazón en dirección a alejarse de Jehová’, “yació Salomón con sus antepasados, y fue enterrado en la Ciudad de David su padre”. (1Re 11:43; 2Cr 9:31.)
Jesús, el heredero legal de Salomón. Mateo traza la descendencia de Salomón hasta José, el padre adoptivo de Jesús, con lo que demostró que Jesús tenía el derecho legal al trono de David por ascendencia real. (Mt 1:7, 16.) Lucas, por otra parte, traza el linaje de Jesús hasta Helí (al parecer, padre de María) a través de la descendencia de Natán, uno de los hijos de David y Bat-seba y, por lo tanto, hermano de padre y madre de Salomón. (Lu 3:23, 31.) Ambas líneas convergen en Zorobabel y Sealtiel y después se ramifican de nuevo en dos. (Mt 1:13; Lu 3:27.) María, la madre de Jesús, era descendiente de Natán, y José, su padre adoptivo, de Salomón, por lo que concurrían en Jesús tanto el linaje legal de David como el natural, lo que le hacía heredero de pleno derecho al trono.
La necesidad de guardar el corazón. Mientras Salomón mantuvo un “corazón obediente”, cosa en la que se interesó al principio, tuvo el favor de Jehová y prosperó. Pero la desastrosa parte final de su vida demuestra que el conocimiento, la gran habilidad o el poder, las riquezas y la fama no son las cosas más importantes, y que el apartarse de Jehová significa abandonar la sabiduría. El propio consejo de Salomón resultó ser cierto: “Más que todo lo demás que ha de guardarse, salvaguarda tu corazón, porque procedentes de él son las fuentes de la vida”. (1Re 3:9; Pr 4:23.) Su caso ilustra lo traicionero y desesperado que es el corazón del hombre pecaminoso; pero aún más, muestra que los mejores corazones pueden ser seducidos si no se mantienen bajo constante vigilancia. El amar lo que Jehová ama y odiar lo que odia, el buscar constantemente su guía y hacer lo que le agrada es una protección segura. (Jer 17:9; Pr 8:13; Heb 1:9; Jn 8:29.)
Profecías mesiánicas Hay muchas similitudes entre el reinado de Salomón y el del gran Rey Jesucristo, como se profetizó en las Escrituras. La gobernación de Salomón, mientras fue obediente a Jehová, es en muchos aspectos un modelo en pequeña escala del reino mesiánico. Jesucristo, “algo más que Salomón”, vino como un hombre de paz y llevó a cabo una obra de edificación espiritual, relacionada especialmente con el restablecimiento de la adoración verdadera entre sus seguidores ungidos en conexión con el gran templo espiritual de Jehová. (Mt 12:42; 2Co 6:16; Jn 14:27; Jn 16:33; Ro 14:17; Snt 3:18.) Salomón era del linaje de David, al igual que Jesús. El nombre Salomón (de una raíz que significa “paz”) evoca al glorificado Jesucristo, el “Príncipe de Paz”. (Isa 9:6.) Su nombre Jedidías (que significa “Amado de Jah”) armoniza con la propia declaración de Dios sobre su Hijo con ocasión de su bautismo: “Este es mi Hijo, el amado, a quien he aprobado”. (Mt 3:17.)
El Salmo 72 es una oración expresada a favor de la gobernación de Salomón: “Lleven las montañas paz al pueblo [...]. En sus días el justo brotará, y la abundancia de paz hasta que la luna ya no sea. Y tendrá súbditos de mar a mar [al parecer el Mediterráneo y el mar Rojo; Éx 23:31] y desde el Río [Éufrates] hasta los cabos de la tierra”. (Sl 72:3-8.)
F. C. Cook dice sobre el Salmo 72:7 (“hasta que la luna ya no sea”) en su Commentary: “Este pasaje es importante para mostrar que la idea de un Rey cuyo reinado duraría hasta el fin del tiempo estaba claramente presente en la mente del salmista. Determina el carácter mesiánico de toda la composición poética”. Además, hace la siguiente observación sobre el versículo 8: “El reino tenía que ser universal, extenderse hasta los cabos de la Tierra. La extensión del reino israelita bajo David y Salomón fue suficiente para alentar esta esperanza, de modo que el salmista pudo considerarla una garantía de que se realizaría; no obstante, tomada en conexión con los versículos precedentes, esta declaración es de estricto carácter mesiánico”.
En una profecía que por lo general es aceptada como mesiánica, el profeta Miqueas empleó la terminología que se utilizó para describir las condiciones durante el reinado de Salomón: “Judá e Israel continuaron morando en seguridad, cada uno debajo de su propia vid y debajo de su propia higuera, [...] todos los días de Salomón”. (1Re 4:25; Miq 4:4.) La profecía de Zacarías (Zac 9:9, 10) cita del Salmo 72:8, y Mateo aplica dicha profecía a Jesucristo. (Mt 21:4, 5.)
Lo que Salomón buscaba en las mujeres
¿Eres adinerado? ¿bien parecido e inteligente? ¿disfrutas de un buen trabajo, posición social o estatus? Entonces lo más probable es que no tengas dificultad en encontrar una mujer en tu vida y lo mismo de probable en perderla.
El rey Salomón era conocido internacionalmente por disfrutar de fama, inteligencia y riquezas.
La cuestión que le preocupaba a Salomón sería: ¿Por qué se interesaron en él esas mujeres? No obstante, Salomón era un gran observador, y en un pueblito conocido como Sunem observó a una joven campesina que le hizo sentir que le faltaba algo, de hecho esta joven rechazó todas las proposiciones de amor que el gran rey Salomón le propuso, y todo a causa de un simple pastor del que la joven estaba enamorada y amaba desinteresadamente. Ese amor de corazón a una persona, por lo que es interiormente, con sus defectos y virtudes, sin importar si es rico o pobre, feo o guapo, prominente o llano y desconocido, le imponía tanto a Salomón que por inspiración del creador del matrimonio escribió la canción de los cantares, en la que se describe el inquebrantable amor de ésta joven campesina a su prometido pastor. Esa clase de amor, desinteresado e insobornable es la que Salomón echaba de menos, no porque sus esposas le fueran infieles, sino porque siempre queda la duda del porque estaban con él, por su riqueza, posición y poder como rey o por su persona como individuo, sin más, quizás por eso escribió: “Lo que he estado buscando, no lo he encontrado. Entre mil personas, encontré un hombre, pero no encontré ninguna mujer.” (Eclesiastés 7:28, véase el contexto.) |