1. Abías, Nieto de Benjamín.
2. Abías, Según el texto masorético, esposa de Hezrón.
3. Abías, Segundo hijo del profeta Samuel.
4. Abías, Sacerdote descendiente de Aarón.
5. Abías - (Abiyam) Uno de los veintiocho hijos de Rehoboam.
6. Abías, Hijo del rey Jeroboán I de Israel.
7. Abías - (Abí), Esposa del rey Acaz de Judá y madre del rey Ezequías.
8. Abías, Un cabeza de familia de los sacerdotes del tiempo de Zorobabel y Jesúa.
9. Abías, Sacerdote, o antepasado de uno de ellos.
1. Abías, Nieto de Benjamín; figura en séptima posición en la lista de los nueve hijos de Béker. (1Cr 7:8.)
2. Abías, Según el texto masorético, esposa de Hezrón, nieto de Judá por medio de su nuera Tamar. Es posible que esta Abías fuera la madre de Asjur, el padre de Teqoa. (1Cr 2:4, 5, 24.)
3. Abías, Segundo hijo del profeta Samuel. Tanto a él como a su hermano Joel, el primogénito, Samuel los nombró jueces de Israel en Beer-seba cuando envejeció, pero debido a que pervirtieron el juicio, aceptaron sobornos y obtuvieron ganancia injusta, los ancianos de Israel pidieron a Samuel que nombrara un rey para que gobernara la nación. (1Sa 8:1-5; 1Cr 6:28.)
4. Abías, Sacerdote descendiente de Aarón que fue cabeza de una de las casas paternas de Israel en tiempos de David. Este rey distribuyó el sacerdocio en veinticuatro divisiones, cada una de las cuales debía servir en el santuario durante una semana cada seis meses. Se escogió por suertes a la casa paterna de Abías para encabezar la octava división, y a partir de entonces se la conoció como “la división de Abías”. (1Cr 24:3-10; Lu 1:5.) Por eso se dijo que el sacerdote Zacarías, el padre de Juan el Bautista, pertenecía a “la división de Abías”.
5. Abías - (Abiyam) Uno de los veintiocho hijos de Rehoboam. También se le llamó Abiyam, y llegó a ser el segundo rey del reino de dos tribus de Judá. Reinó desde 980 hasta 978 a. E.C. (1Re 14:31–15:8.) Era descendiente real de David tanto por parte de padre como de madre, y su generación fue la decimosexta en el linaje real de Jesucristo contando a partir de Abrahán. (1Cr 3:10; Mt 1:7.) De las dieciocho esposas y sesenta concubinas que tuvo Rehoboam, la más amada fue Maacá, la nieta de Absalón (llamada Micaya en 2 Crónicas 13:2), a la que favoreció sobre las demás escogiendo a su hijo Abías para sucederle en el trono, aunque no era su primogénito. (2 Crónicas 11:20-22.)
Cuando Abías ascendió al trono, en el año decimoctavo del rey Jeroboán I de Israel, volvieron a surgir hostilidades entre el reino septentrional y el meridional, y estalló una guerra. En formación de combate contra el ejército de Judá —400.000 hombres poderosos y escogidos—, estaban los 800.000 guerreros de Jeroboán. Sin arredrarse por tal desigualdad, Abías se dirigió a la muchedumbre de Jeroboán con un apasionado discurso en el que condenaba su idolátrica adoración de becerros y les recordaba que el pacto de Jehová con David era para un reino que jamás terminaría. “Con nosotros está a la cabeza el Dios verdadero —declaró Abías—[...], no peleen contra Jehová [...], porque no tendrán éxito.” (2 Crónicas 12:16–13:12.)
En la violenta batalla que siguió, quedó frustrada providencialmente la emboscada de Jeroboán, y medio millón de sus hombres murieron, lo que acabó con su poder militar. Hasta capturaron la ciudad de Betel, donde se había erigido uno de los detestables becerros de oro con su sacerdocio apóstata. Y todo porque Abías ‘se había apoyado en Jehová’. (2 Crónicas 13:13-20.) No obstante, Abías siguió andando en los pecados de su padre, Rehoboam, al permitir que continuaran en el país los lugares altos, las columnas sagradas y hasta los prostitutos de templo. “Su corazón no resultó completo para con Jehová su Dios.” (1Re 14:22-24; 15:3.) Durante su vida tuvo catorce esposas y treinta y ocho hijos, y a su muerte le sucedió en el trono su hijo Asá. (2Cr 13:21; 14:1.)
★“Abías” - (it-1-Pg.19)
★Listas Bíblicas De La Genealogía De Jesús
6. Abías, Hijo del rey Jeroboán I de Israel que murió en su juventud debido al juicio de Jehová. Como resultado de la apostasía de Jeroboán, la adversidad empezó a plagar su casa, y su joven hijo Abías enfermó de muerte. Jeroboán hizo que su esposa ocultara su identidad con un disfraz y la mandó a Siló a fin de que consultara al anciano profeta Ahíya, aquejado de ceguera. Pero a Jehová no se le puede engañar. Por medio de su profeta Ahíya, declaró que exterminaría a los herederos varones de Jeroboán “como uno remueve el estiércol hasta acabar con él”. (1Re 14:10; 15:25-30.) No obstante, Abías fue el único descendiente de Jeroboán enterrado honorablemente, “a causa de que algo bueno para con Jehová” se había hallado en él. (1Re 14:1-18.) ★Jehova busca lo bueno de cada persona - (1-7-2010-Pg.29)
7. Abías - (Abí) Esposa del rey Acaz de Judá y madre del rey Ezequías. Fue hija de Zacarías. En 2 Reyes 18:2 se usa una forma abreviada de su nombre: Abí. (2Cr 29:1.)
8. Abías, Uno de los cabezas de familia de los sacerdotes del tiempo de Zorobabel y Jesúa, después del exilio en Babilonia. Abías figura entre más de veinte “cabezas de los sacerdotes y sus hermanos” que volvieron de Jerusalén con Zorobabel. (Ne 12:1-7.) Es muy probable que estuviera presente en la colocación del fundamento del templo en el año segundo, cuando se reorganizaron los servicios sacerdotales. (Esd 3:8-10.) Una generación más tarde, en el tiempo de Joiaquim y Nehemías, la familia sacerdotal de Abías estaba representada por Zicrí. (Ne 12:12, 17, 26.)
9. Abías, Sacerdote, o antepasado de uno de ellos, que en los días de Nehemías participó en sellar el “arreglo fidedigno” o resolución que se tomó ante Jehová. (Ne 9:38–10:8.) En el caso de que hubiera sido el mismo Abías que el anterior (núm. 8), como algunos creen, habría tenido que vivir más de cien años.
1. Abí-ézer - (Yézer), Uno de “los hijos de Galaad”.
1. Abí-ézer, Uno de “los hijos de Galaad”, el nieto del primogénito de José, Manasés. Una comparación entre los relatos de Números 26:28-30 y Josué 17:1, 2 muestra que también se le llama Yézer, una forma abreviada de Abí-ézer, YEZERITAS, en la que se ha perdido el prefijo “Ab” (que significa “padre”). Yézer y sus descendientes, los yezeritas, pertenecían a “los hijos de Galaad”. (Nú 26:30.)
Abí-ézer era un cabeza de familia y antepasado del juez Gedeón. (Jue 6:11, 24, 34; 8:2.) Parece que después de la división de la tierra entre las tribus de Israel, su familia se estableció, ya sea desde un principio o en tiempos posteriores, en la región de Ofrá, en el territorio de Manasés, al O. del Jordán.
Este nombre también se usa para la casa de Abí-ézer en sentido colectivo. (Jue 8:2; véase Abi-ezrita.)
★Yezeritas
ABÍ-EZRITA, (De [Pertenecientes a] Abí-ézer).
Descendiente de Abí-ézer; de la familia de Abí-ézer. (Jue 6:11, 24; 8:32.) Números 26:30 lee “yezeritas” (“jeseritas”, NC), una contracción de Abí-ezritas. Este término se aplica en la Biblia a los descendientes de Abí-ézer ‘hijo de Galaad’, más bien que a los del personaje del mismo nombre del tiempo de David.
2. Abí-ézer, Hijo de Hamoléket, una hermana de Galaad, el nieto de Manasés. (1Cr 7:18.) Algunos comentaristas piensan que es el mismo Abí-ézer que el núm. 1.
3. Abí-ézer, Benjamita de Anatot que fue uno de los treinta y siete hombres más valientes de David. (2Sa 23:27, 39.) Era el cabeza de una casa paterna y de una división de 24.000 hombres de su misma tribu que servían al rey el noveno mes de cada año. (1Cr 11:28; 27:1, 12.) Su valor en la guerra, como el de otros benjamitas, cumplió la profecía de Génesis 49:27. Anatot, su ciudad natal, estaba a unos pocos kilómetros al NNE. de Jerusalén, dentro del territorio de Benjamín. (1Cr 6:60.)
Descendiente de Abí-ézer; de la familia de Abí-ézer. (Jue 6:11, 24; 8:32.) Números 26:30 lee “yezeritas” (“jeseritas”, NC), una contracción de Abí-ezritas. Este término se aplica en la Biblia a los descendientes de Abí-ézer ‘hijo de Galaad’, más bien que a los del personaje del mismo nombre del tiempo de David.
Forma helenizada, y también españolizada, del nombre hebreo Abihud. Fue descendiente de Zorobabel y antepasado de Jesús. (Mt 1:13.) El término “padre” que usa Mateo puede tener el significado de “antepasado”. Algunos eruditos opinan que Abiud y el “Jodá” de Lucas 3:26 tal vez sean el mismo. Sin embargo, no es necesario concluir que estas dos personas han de ser el mismo individuo, pues las líneas genealógicas de Mateo y Lucas solo son paralelas, no idénticas, y las de Primero de Crónicas son independientes. El hijo de Abiud, Eliaquim, también está incluido en la línea de descendencia del Mesías. (Mt 1:13.)
1. Aminadab, Hijo de Ram, del linaje familiar de Hezrón, de la tribu de Judá. (1Cr 2:10.) Su hijo, Nahsón, fue principal de Judá durante la travesía por el desierto (Nú 1:7; 7:11, 12), y su hija, Eliseba, se casó con Aarón. (Éx 6:23.) Aminadab fue antepasado del rey David y de Jesucristo. (Rut 4:19-22; Mt 1:4-16; Lu 3:23-33.)
2. Aminadab - (Izhar) Tal vez, un segundo nombre de Izhar, el hijo de Qohat y padre de Coré. (1Cr 6:22; compárese con los vss. 2, 18, 37, 38; Éx 6:18, 21; Nú 3:19, 27.) En algunos manuscritos de la Versión de los Setenta aparece el nombre “Izhar” en lugar de “Aminadab” en el pasaje de 1 Crónicas 6:22 (6:7, LXX).
3. Aminadab, Levita de los hijos de Uziel; fue cabeza de familia en el tiempo de David. Ayudó a conducir el arca del pacto hasta Jerusalén. (1Cr 15:10-12.)
Hermano de Simón Pedro e hijo de Jonás (Juan). (Mt 4:18; 16:17.) Aunque la ciudad natal de Andrés era Betsaida, él y Simón vivían juntos en Capernaum cuando Jesús los llamó para que llegaran a ser “pescadores de hombres”. (Mr 1:16, 17, 21, 29; Jn 1:44.) Ambas ciudades estaban en la orilla septentrional del mar de Galilea, donde los dos hermanos se ocupaban del negocio de la pesca en sociedad con Santiago y Juan. (Mt 4:18; Mr 1:16; Lu 5:10.)
Andrés fue primero discípulo de Juan el Bautista (Jn 1:35, 40), y en el otoño del año 29 E.C., mientras estaba en la Betania del lado oriental del río Jordán, oyó a Juan el Bautista presentar a Jesús como “el Cordero de Dios”. (Jn 1:29.) Junto con otro discípulo (probablemente Juan), siguió a Jesús hasta su alojamiento y pronto se convenció de que había hallado al Mesías. Luego fue a buscar a su hermano Simón, le dijo a quién había hallado y lo condujo a Jesús. (Jn 1:36-41.) Los dos hermanos regresaron a su negocio de la pesca, pero, de seis meses a un año más tarde, después de la detención de Juan el Bautista, Jesús los invitó, junto a Santiago y a Juan, para que fueran “pescadores de hombres”. Inmediatamente abandonaron sus redes y empezaron a acompañar a Jesús. (Mt 4:18-20; Mr 1:14, 16-20.) Con el tiempo, los cuatro llegaron a ser apóstoles, y llama la atención el que en todas las listas de los apóstoles se mencione a Andrés entre los cuatro primeros. (Mt 10:2; Mr 3:18; Lu 6:14.)
A partir de entonces, a Andrés solo se le menciona de pasada. Se hace referencia a la ocasión en la que él y Felipe tratan con Jesús el problema de alimentar a unos cinco mil hombres, ocasión en la que el propio Andrés menciona que hay a mano un poco de comida, aunque él mismo ve que su recomendación es de muy poco valor práctico. (Jn 6:8, 9.) Al tiempo de la última fiesta pascual que celebraron juntos, Felipe se acercó a Andrés para consultarle sobre ciertos griegos que querían ver a Jesús, y ambos fueron a decírselo a él. (Jn 12:20-22.) Andrés era uno de los cuatro que en el monte de los Olivos le preguntaron a Jesús por la señal que marcaría el tiempo de la conclusión del sistema de cosas. (Mr 13:3.) A Andrés se le menciona por última vez poco después de la ascensión de Jesús. (Hch 1:13.)
El Baal que adoraban los filisteos en Eqrón. Hay base para pensar que los hebreos solían cambiar los nombres de los dioses falsos a uno similar pero degradante. Así, la terminación “zebub” puede ser una alteración de “Zebul” (Príncipe), uno de los títulos de Baal que aparecen en los textos de Ras Shamra. Sin embargo, algunos eruditos opinan que el nombre se lo dieron sus propios adoradores, porque creían que era el hacedor de las moscas y, por lo tanto, capaz de controlar esta plaga tan común en el Oriente Medio. Como se consideraba a Baal-zebub un dios de oráculos, otros piensan que daba sus respuestas por medio del vuelo o zumbido de una mosca. (2Re 1:2.)
Ocozías, el rey de Israel, envió mensajeros a inquirir de Baal-zebub si se recobraría de la grave lesión que había sufrido. Jehová reprendió a Ocozías mediante su profeta Elías, diciéndole: “¿Será por no haber Dios alguno en Israel por lo que estás enviando a inquirir de Baal-zebub, el dios de Eqrón? Por lo tanto, en cuanto al lecho al cual has subido, no bajarás de él, porque positivamente morirás”. (2Re 1:2-8.)
Puede que este fuera un nombre de familia o el segundo nombre de dos personajes: José, de sobrenombre Justo, el candidato junto con Matías que no fue escogido para el puesto de apóstol que dejó vacante Judas Iscariote, y Judas, que acompañó a Pablo, Bernabé y Silas de Jerusalén a Antioquía sobre el año 49 E.C. No hay ninguna prueba de que los dos hombres fueran hermanos. (Hch 1:23; 15:22; véanse JOSÉ núm. 11; JUDAS núm. 7.)
El Baal adorado por los filisteos en Eqrón. También Beelzeboul y Beezeboul, que posiblemente significan: “Dueño de la Morada [Habitación] Excelsa”; o, si es un juego de palabras con el término hebreo extrabíblico zé·vel [excremento]: “Dueño del Excremento”)
“Belcebú” es una designación aplicada a Satanás el Diablo, el príncipe o gobernante de los demonios. Los líderes religiosos acusaron blasfemamente a Jesucristo de expulsar demonios por medio de Beelzebub. (Mt 10:25, Notas; 12:24-29; Mr 3:22-27; Lu 11:15-19; Véase Baal-zebub.)
Baal era adorado en Ecrón como Baal-zebub (2Re 1:2, 3, 6), esto es, señor de la mosca de la carroña, y por eso, protector contra esta molestia. Al rey Ocozías, que envió mensajeros a consultar a Baal-zebub si se recuperaría de los resultados de su caída, se le dijo que debido a su deslealtad a Jehová moriría. El Nuevo Testamento en sus pasajes reemplaza Baal por Beel y zebub por zebul. Beel-zebul significa “señor de la morada”. La razón para el cambio de ortografía no es claro. Puede deberse sencillamente a una pronunciación popular. Otra explicación es que aquí hay un juego de palabras, porque -zebul se parece a zebel: estiércol. Así, los que despreciaban al Baal de Ecrón, por medio de un pequeño cambio en la pronunciación, podían hacer escarnio de él y dar la idea de que sólo era “señor del estiércol”. Pero, sea como fuere, en el uso neotestamentario, Beelzebul es definitivamente “el príncipe de los demonios”, como lo demuestra una comparación de Mt 12:24–27 (y los pasajes paralelos) con Mt 9:34. Beelzebul es Satanás (cf. Mt 12:26: con 12:27).
Apellido romano que se convirtió en título de los emperadores de Roma. La Biblia menciona a varios por nombre: Augusto, Tiberio y Claudio. Aunque a Nerón no se le menciona por nombre, también se le aplica este título. El término César también se usa en las Escrituras Griegas Cristianas para representar a la autoridad civil o al Estado (Mr 12:17; Hch 25:12). Ese era el nombre de la familia de Cayo Julio César, quien en el año 46 a. E.C. recibió el título de dictador de Roma por un mandato de diez años, aunque fue asesinado en el año 44 a. E.C. Su nombre personal era Cayo, mientras que César constituía el sobrenombre de una rama de la familia romana Julia. Este sobrenombre se convirtió en un título y pasó a su hijo adoptivo Cayo Julio César Octaviano (Octavio), quien acabó siendo su sucesor. Octavio comenzó a gobernar sobre el imperio en el año 31 a. E.C., y en 27 a. E.C. el senado romano le otorgó el título de Augusto, de modo que se le llegó a conocer como César Augusto. (Lu 2:1-7.)
En el año 14 de nuestra era, Tiberio se convirtió en emperador. Fue durante su mandato que Jesús efectuó su ministerio. Así pues, él era el césar cuando a Jesús se le interrogó sobre el pago de impuestos y contestó: “Paguen a César las cosas de César, pero a Dios las cosas de Dios” (Marcos 12:17). Sin embargo, con su respuesta, Jesús no se refería únicamente a Tiberio. Aquí la palabra “César” simboliza la autoridad civil, el Estado.
Alrededor del año 58, cuando el apóstol Pablo se enfrentó a la amenaza de recibir un juicio injusto, reclamó el derecho que tenía como ciudadano romano de apelar a César (Hechos 25: 8-11). Con esto, Pablo pidió comparecer, no precisamente ante Nerón, quien era el emperador en aquel tiempo, sino ante la máxima autoridad del imperio.
Los cuatro emperadores que le sucedieron (Tiberio, Cayo [Calígula], Claudio y Nerón), tomaron el nombre bien por consanguinidad bien por adopción. La Biblia menciona a tres de estos: Augusto, Tiberio y Claudio (Lucas 2:1; 3:1; Hechos 11:28). Este apelativo llegó a estar relacionado tan estrechamente con la posición de gobernante soberano, que se retuvo como título regio equivalente al de emperador incluso después del fin de la dinastía de los césares, y de él se derivaron las formas posteriores káiser (alemán) y zar (ruso).
En la tabla adjunta aparecen los césares que gobernaron durante el período que abarcan las Escrituras Griegas Cristianas, así como los acontecimientos bíblicos más sobresalientes que tuvieron lugar en ese período. En la Biblia se menciona por nombre únicamente a tres césares: Augusto, Tiberio y Claudio. Si se desea hacer un examen más completo, véanse los artículos correspondientes a sus nombres.
Dios y César. Tan solo hay registro de una ocasión en la que Jesús hiciera mención de César, aquella en la que estableció el siguiente principio: “Por lo tanto, paguen a César las cosas de César, pero a Dios las cosas de Dios”. (Mt 22:17-21; Mr 12:14-17; Lu 20:22-25.) Jesús hizo esta declaración en respuesta a una cuestión sobre el pago de la “capitación” de los judíos al Estado romano. Por lo tanto, la pregunta tenía que ver con una ley implantada o práctica común, de lo que se deduce que ni la pregunta ni la respuesta se circunscribían a Tiberio, quien entonces estaba gobernando. (Compárese con Mr 17:25.) “César” significaba o simbolizaba la autoridad civil, el Estado, personificado en sus representantes debidamente nombrados, lo que Pablo llama “las autoridades superiores”, y Pedro, “un rey” y sus “gobernadores”. (Ro 13:1-7; Tit 3:1; 1Pe 2:13-17.)
En consecuencia, las “cosas” de César eran el pago debido por los servicios que prestaba el gobierno civil, servicios por los que el gobierno exigía impuestos o tributo. A pesar de su prepotencia, el estado romano prestaba numerosos servicios a sus súbditos: la construcción de carreteras, un sistema de correos, el mantenimiento del orden civil y la protección contra los delincuentes. El pueblo pagaba estos servicios por medio de los impuestos. Y esto fue lo que subrayó Jesús al referirse a la moneda del César como “la moneda de la capitación”. (Mt 22:19.)
La autoridad del “César” para exigir tributo incluso de los cristianos no le permitía interferir en las obligaciones de estos para con Dios, pues Jesús dijo que había que pagar “a Dios las cosas de Dios”. (Mt 22:21.) Los apóstoles de Jesús mostraron que entendían que la obediencia que debían a las autoridades humanas tenía ciertos límites —esto es, era relativa y no absoluta—, pues cuando se les llevó delante del Tribunal Supremo judío, declararon con firmeza: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”, es decir, siempre que las leyes o requisitos humanos estuvieran en conflicto con los de Dios. (Hch 5:29.)
★A César las cosas de César: Esta es la única ocasión de la que hay constancia en la que Jesús hizo referencia al emperador romano (Mr 12:17; Lu 20:25).“Las cosas de César” incluyen el pago por los servicios que realizan los gobiernos y el honor y la obediencia relativa que se les debe (Ro 13:1-7).
★A Dios las cosas de Dios: Estas cosas incluyen nuestra adoración de todo corazón, nuestro amor de toda alma y nuestra obediencia completa y leal(Mt 4:10; 22:37, 38; Hch 5:29; Ro 14:8).
El juicio de Jesús. Cuando se llevó a Jesús a juicio delante del gobernador romano Poncio Pilato, los líderes religiosos le acusaron de ofensas tan graves como estar “subvirtiendo a [la nación judía], y prohibiendo pagar impuestos a César, y diciendo que él mismo [era] Cristo, un rey”. (Lu 23:1, 2.) En realidad, con esta triple acusación se le estaba culpando de alta traición o, como lo denominaban los romanos, crimen laesae majestatis (crimen de “lesa majestad”). Así lo entendió Pilato, pues más tarde les dijo: “Ustedes me trajeron a este hombre como amotinador del pueblo”. (Lu 23:13, 14.) La ordenanza del año 48 a. E.C. conocida como lex Julia majestatis consideraba un delito participar en cualquier actividad contraria al poder soberano de Roma. A esta ley se le dio una aplicación muy amplia, de modo que para el tiempo de Jesús a una persona se la podía acusar de traición por cualquier insulto al César o actividad con visos de sedición. El César que gobernaba en ese tiempo, Tiberio, era particularmente sensible a la crítica o la oposición, y su mandato se caracterizó por el fomento de los “delatores”, que acusaban a supuestos traidores.
En ninguna parte del Imperio romano podía gobernar un rey sin el consentimiento del César. Al parecer este fue el motivo por el que Pilato concentró el interrogatorio de Jesús en la cuestión de la realeza de este. (Mt 27:11; Mr 15:2; Lu 23:3; Jn 18:33-37.) Él mismo trató de libertar a Jesús declarándolo inocente, pero los líderes religiosos gritaron: “Si pones en libertad a este, no eres amigo de César. Todo el que se hace rey habla contra César”. (Jn 19:12.) La expresión “amigo de César” era un título honorífico que a menudo recibían los gobernadores de las provincias; no obstante, es probable que en esta ocasión los líderes religiosos lo hayan usado en un sentido general, dando a entender que a Pilato mismo se le podía acusar de tolerar alta traición. El temor a un emperador receloso fue un factor importante para que Pilato dictase sentencia de muerte contra un hombre inocente. Mientras tanto, los sacerdotes proclamaron en voz alta su lealtad al trono imperial, diciendo: “No tenemos más rey que César”, y de ese modo rechazaron cualquier gobierno teocrático. (Jn 19:13-16; compárese con Isa 9:6, 7; Isa 33:22.) Además, intentaron en vano cuestionar el título de “rey de los judíos” que Pilato había colocado en el madero de Jesús. (Jn 19:19-22.) Los romanos tenían la costumbre de clavar una inscripción que identificaba el crimen por el que se condenaba al criminal.
Apelación de Pablo y período preso. Cuando los líderes religiosos judíos de Tesalónica formaron una chusma para tratar de detener la predicación de Pablo y Silas, también inventaron una acusación similar de traición al trono imperial. (Hch 17:1-9.) Claudio era el César en ese tiempo (41-54 E.C.). (Hch 11:28.)
El resto de las referencias bíblicas a César tienen que ver con Nerón, que gobernó del año 54 al año 68 E.C., cuando se suicidó a la edad de treinta y un años. Nerón fue el César a quien Pablo se refirió cuando se le estaba juzgando en Cesarea delante de Festo, alrededor de 58 E.C. Pablo negó ser culpable de acciones contra el César y rehusó someterse a juicio en Jerusalén, diciendo: “Estoy de pie delante del tribunal de César, donde debo ser juzgado. [...] ¡Apelo a César!”. (Hch 25:1, 6-11.) Pablo ejerció en esta ocasión sus derechos como ciudadano romano. Tal apelación a César podía hacerse después del juicio o en cualquier momento durante el mismo. Como parecía que Festo no deseaba pronunciarse y un juicio en Jerusalén no ofrecía ninguna garantía de justicia, Pablo solicitó formalmente que lo juzgara el Tribunal Supremo del imperio. Parece ser que en algunas ocasiones podía negarse la apelación, como, por ejemplo, en el caso de un ladrón, pirata o sedicioso sorprendido cometiendo el delito. Es probable que esta fuera la razón por la que Festo consultó primero con “la asamblea de consejeros” antes de admitir la apelación. La audiencia subsiguiente delante del rey Agripa II, que estaba de visita, tuvo lugar a fin de que Festo pudiese tener una información más clara para remitir el caso de Pablo a Nerón, el “Augusto”. (Hch 25:12-27; 26:32; 28:19.) La apelación de Pablo sirvió también para otro propósito: ir a Roma, cumpliendo así con su deseo expresado con anterioridad. (Hch 19:21; Ro 15:22-28.) Tanto la promesa profética de Jesús como el mensaje angélico que se recibió después confirmaron la dirección divina sobre el asunto. (Hch 23:11; Hch 27:23, 24.)
Al parecer, Pablo escribió su carta a los Filipenses durante su primer encarcelamiento en Roma (c. 60-61 E.C.). En la conclusión de esta carta, Pablo transmite saludos de los hermanos de Roma y “especialmente [de] los de la casa de César”. (Flp 4:21, 22.) La expresión “la casa de César” no se refiere necesariamente a la familia inmediata de Nerón, quien gobernaba para ese entonces, sino que podía aludir a quienes formaban parte de la administración pública, esclavos del César y funcionarios de segundo orden. No se especifica si estos cristianos de la casa de César fueron fruto de la predicación de Pablo. Si estaba detenido en un lugar próximo adonde se encontraba la guardia pretoriana (Flp 1:13), se hallaba en las inmediaciones del palacio de Nerón y, por lo tanto, cerca de muchos miembros de la casa de César, a los que pudo haber predicado. (Hch 28:16, 30, 31.) Prescindiendo de cómo entrara en contacto con estos cristianos de la casa de César, es obvio que ellos tenían un interés especial en los hermanos de Filipos. Como esta ciudad era una colonia romana donde había muchos soldados retirados y funcionarios estatales, es posible que muchos cristianos tuviesen allí parientes o fuesen amigos de aquellos a quienes Pablo transmitía saludos.
Un gran incendio asoló Roma en el año 64 E.C. y destruyó más o menos una cuarta parte de la ciudad. Circuló el rumor de que Nerón era el responsable, así que, según el historiador romano Tácito, trató de protegerse echando la culpa a los cristianos. (Anales, XV, 44.) Como consecuencia, se detuvo a mucha gente. Se torturó y ejecutó indiscriminadamente tanto a los cristianos como a los sospechosos de pertenecer al cristianismo, y a algunos de ellos hasta se les quemó vivos en público. Esto parece haber marcado el principio de una gran ola de persecución, no por parte de opositores religiosos, sino de estamentos políticos resueltos a exterminar la congregación cristiana. Es probable que Pablo fuese libertado después de dos años de encarcelamiento en Roma (c. 59-61 E.C.), pero parece ser que sufrió un segundo encarcelamiento (c. 65 E.C.) y que más tarde fue ejecutado por orden de Nerón. (Compárese con 2Ti 1:16, 17; 4:6-8.)
La revuelta judía empezó en 66 E.C., dos años antes de la muerte de Nerón, pero no se sofocó hasta 70 E.C., durante el reinado de Vespasiano (69-79 E.C.). Se cree que el apóstol Juan fue exiliado a la isla de Patmos cuando gobernaba Domiciano (81-96 E.C.), un enconado opositor del cristianismo. (Apo 1:9.) ★Ciudadanía, Ciudadano - [Ciudadanía romana-§2 Apelar a Cesar.]
Acontecimientos bíblicos importantes durante su reinado
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LOS CÉSARES Y EL LIBRO DE HECHOS
Todos los sucesos referidos en el libro de Hechos, así como en el resto de las Escrituras Griegas Cristianas, tienen lugar dentro del Imperio romano, cuyo cabeza civil era el emperador de Roma. Esta es la autoridad a la que se refirieron los judíos tesalonicenses al hablar de “los decretos de César” (Hech. 17:7). Durante el período abarcado en Hechos hubo cuatro emperadores, o césares: Tiberio, Cayo, Claudio I y Nerón.
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1. Cusí, Padre del profeta Sofonías.
1. Cusí, Padre del profeta Sofonías. (Sof 1:1.)
2. Cusí - (Chusi) Antepasado de Jehudí, quien sirvió en la corte del rey Jehoiaquim. (Jer 36:14.)
1. Eliezer, Hombre de Damasco y posible heredero de Abrahán.
1. Eliezer Hombre de Damasco y posible heredero de Abrahán cuando este aún no tenía hijos. Abrahán se refirió a él como “hijo de mi casa”. (Gé 15:2, 3.) Ciertos descubrimientos arqueológicos, como las tablillas de Nuzi, han contribuido a explicar por qué Abrahán consideraba a Eliezer su heredero: a menudo los matrimonios que no tenían hijos adoptaban uno; este tenía que cuidar de ellos cuando fuesen mayores y encargarse de su entierro a su muerte, y después heredaba sus propiedades. Sin embargo, estaba estipulado que si después de la adopción les nacía un hijo, este tenía que llegar a ser el principal heredero.
Probablemente Eliezer fue el siervo de más edad de Abrahán y administrador de su casa a quien envió a la casa de Nacor, en la Alta Mesopotamia, a fin de conseguir una esposa para Isaac. Al igual que su amo Abrahán, Eliezer acudía a Jehová para recibir guía y reconocía su dirección. (Gé 24:2, 4, 12-14, 56.)
2. Eliezer El más joven de los dos hijos de Moisés, quien le puso este nombre debido a que Dios había sido su ayudante librándolo de la espada de Faraón. (Éx 18:4.) Eliezer solo tuvo un hijo, Rehabías, por medio de quien vinieron muchos descendientes. En los días de David, uno de ellos, Selomot, fue nombrado junto con sus hermanos sobre todas las cosas santificadas. (1Cr 23:17; 1Cr 26:25, 26, 28.)
3. Eliezer Hijo de Béker y descendiente de Benjamín. (1Cr 7:6, 8.)
4. Eliezer Uno de los siete sacerdotes que hacían sonar con fuerza las trompetas delante del arca de Jehová cuando David la hizo trasladar de la casa de Obed-edom a Jerusalén. (1Cr 15:24.)
5. Eliezer Hijo de Zicrí y caudillo de la tribu de Rubén durante el reinado de David. (1Cr 27:16.)
6. Eliezer Hijo de Dodavahu de Maresá; fue el profeta que anunció que Jehová desbarataría las obras del rey Jehosafat en lo relacionado con la construcción de naves, por haberse asociado con el inicuo rey Ocozías. (2Cr 20:35-37; 1Re 22:48.)
7. Eliezer Uno de los cabezas de los desterrados que volvieron con Esdras a Jerusalén. (Esd 8:16.)
8. Eliezer Sacerdote “de los hijos de Jesúa” mencionado entre los que hicieron caso de la exhortación de Esdras y prometieron despedir a sus esposas extranjeras. (Esd 10:18, 19.)
9. Eliezer Levita mencionado entre los que obedecieron la exhortación de Esdras y echaron a sus esposas extranjeras. (Esd 10:23, 44.)
10. Eliezer Descendiente de Harim mencionado entre los que hicieron caso a Esdras y despacharon a sus esposas extranjeras. (Esd 10:31, 44.)
11. Eliezer Antepasado de María, la madre terrestre de Jesús. (Lu 3:29.)
Uno de los hombres del distrito de Asia que ‘se apartaron de’ Pablo. (2Ti 1:15.)
Tristemente, también hubo otros que no perseveraron en la fe cristiana, entre ellos Alejandro, Demas, Hermógenes.
1. Hezrón, Hijo de Rubén y cabeza ancestral de “los hezronitas”.
1. Hezrón, Hijo de Rubén y cabeza ancestral de “los hezronitas”. (Gé 46:9; Éx 6:14; Nú 26:4-6; 1Cr 5:3.)
★Hezronitas
(De [Pertenecientes a] Hezrón).
Se aplica este nombre tanto a la familia que descendió de Hezrón, el hijo de Rubén (Gé 46:9; Nú 26:4-6), como a la que se originó del Hezrón que era nieto de Judá. (Gé 46:12; Nú 26:21.)
2. Hezrón - (Esrom) Hijo de Pérez y cabeza familiar de los “hezronitas” de Judá; fue antepasado del rey David y de Jesucristo. (Gé 46:12; Nú 26:20, 21; Rut 4:18-22; Mt 1:3; Lu 3:33.) A la edad de sesenta años, tomó por esposa a la hija de Makir y mediante ella llegó a ser padre de Segub. (1Cr 2:21.) Al parecer, sus hijos Jerahmeel, Ram y Kelubai (Caleb) habían nacido antes. (1Cr 2:9, 18, 25.)
Según la lectura de 1 Crónicas 2:24 en el texto masorético, Hezrón murió en Caleb-efrata, tras lo cual su viuda, Abías, dio a luz a Asjur, que fue el padre de Teqoa. Sin embargo, algunos eruditos sostienen que el texto masorético no conserva la lectura original, pues Hezrón figura en la relación de setenta “almas de la casa de Jacob que entraron en Egipto”, por lo que debe haber fallecido allí (Gé 46:12, 26, 27), y no les parece verosímil que el nombre hebreo Caleb-efrata designase algún lugar de Egipto. Por ello, varios traductores han corregido 1 Crónicas 2:24 para que se aproxime más a las lecturas que ofrecen la Versión de los Setenta griega y la Vulgata latina. La Biblia de Jerusalén traduce este versículo: “Después de morir Jesrón, Caleb se unió a Efratá, mujer de su padre Jesrón, la cual le dio a luz a Ašjur, padre de Técoa”. La Versión Scío de San Miguel dice: “Y habiendo muerto Hesrón, entró Caleb a Efrata. Estuvo también Hesrón casado con Abía, la cual le parió a Assur padre de Tecua” (ortografía actualizada). De manera que según estas alteraciones, “Asjur” o fue “hijo” de Hezrón y Abías, o lo fue de Caleb y Efrata.
3. Hezrón, Ciudad ubicada en la frontera meridional de Judá, entre Qadés-barnea y Addar. (Jos 15:1-3.) No obstante, el relato paralelo de Números 34:4 no coloca a Hezrón y Addar por separado, sino que lee “Hazar-addar”, lo que indica que Hezrón, o Hazar, estaba situada en las cercanías de Addar, e incluso podría tratarse del mismo lugar.
1. Jehonadab - (Jonadab, Jonatán 4)
Sobrino de David, hijo de su hermano Simeah. Jehonadab era “un hombre muy sabio”, pero taimado y sutil. Después de inducir a Amnón, hijo de David, a revelarle su pasión por Tamar, su medio hermana, le propuso el ardid que llevó a Amnón a violarla. Después que Absalón, el hermano carnal de Tamar, mató a Amnón en venganza, se le informó a David que Absalón había matado a todos los hijos del rey, pero Jehonadab, que estaba allí, le aseguró que solo Amnón había muerto. (2Sa 13:3-5, 14, 22, 28-33.) Es posible que este Jehonadab sea el “Jonatán” de 2 Samuel 21:21 y 1 Crónicas 20:7.
★“Samah” - (Hermano mayor del rey David y padre de Jehonadab.)
★“Sabiduría” - [No siempre se ha usado para bien-§1]
2. Jehonadab - (Jonadab) Hijo de Recab no era israelita; compañero del rey Jehú. Su encuentro con Jehú no fue accidental, pues ‘iba a su encuentro’ por su propia iniciativa; por su parte, él recibió la bendición de Jehú. Los acontecimientos posteriores mostraron que Jehonadab estaba completamente de acuerdo con la determinación de Jehú de aniquilar en Israel la adoración a Baal. Jehonadab en seguida respondió de manera afirmativa a cada una de las proposiciones hechas por Jehú. “¿Es tu corazón recto conmigo[?]”, preguntó Jehú. Él respondió: “Lo es”. “Dame tu mano, sí”, dijo Jehú; y Jehonadab le dio su mano. Ya en el carro de Jehú, este le dijo a Jehonadab: “Ven conmigo, sí, y ve como no tolero rivalidad respecto a Jehová”, y de nuevo Jehonadab manifestó su conformidad. Cuando por fin llegaron a Samaria y todos los adoradores de Baal estaban reunidos, Jehonadab no se volvió atrás, sino que acompañó a Jehú a la casa de Baal y permaneció a su lado durante la matanza. Al mismo tiempo, Jehú demostró su completa confianza en Jehonadab. (2Re 10:15-28.)
Mas de 250 años después, bajo la dirección de Jehová, Jeremías tomó a los recabitas, los descendientes de Jehonadab, como ejemplo de fidelidad a los mandamientos de su antepasado, en contraste con la desobediencia a Dios del pueblo de Judá y Jerusalén allá en 1513 a de la E.C. Jehonadab había dado instrucciones de que los recabitas vivieran en tiendas, no sembrasen semilla, no plantaran viñas y no bebieran vino. Cuando Jeremías les ofreció vino para probarlos por mandato de Jehová en el comedor del templo, a sabiendas de que los recabitas eran “abstemios,” se negaron a aceptarlo, refiriéndose al mandamiento de su antepasado Jehonadab. Por tal fidelidad, Jehová prometió: “No será cortado de Jonadab hijo de Recab un hombre que siempre esté de pie delante de mí”. (Jer 35:1-19.)
Nombre y título del Hijo de Dios desde que fue ungido en la Tierra. El nombre Jesús (gr. I·e·sóus) corresponde al nombre hebreo Jesúa (o Jehosúa, su forma completa), que significa “Jehová Es Salvación”. Era un nombre bastante común en aquel tiempo. Por eso, con frecuencia se precisaba especificar diciendo “Jesús el Nazareno”. (Mr 10:47; Hch 2:22.) El título Cristo viene del griego Kjri·stós, cuyo equivalente en hebreo es Ma·schí·aj (Mesías), que significa “Ungido”. Aunque el término “ungido” se aplicó apropiadamente a otros hombres anteriores a Jesús, como Moisés, Aarón y David (Heb 11:24-26; Le 4:3; 8:12; 2Sa 22:51), el puesto, cargo o servicio para el que se les ungió solo prefiguró o tipificó el puesto, cargo y servicio superiores de Cristo Jesús. Por consiguiente, Jesús es por excelencia y de modo singular “el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. (Mt 16:16.)
Existencia prehumana. La persona que llegó a ser conocida como Jesucristo no empezó su vida aquí en la Tierra. Él mismo habló de su existencia celestial prehumana. (Jn 3:13; 6:38, 62; 8:23, 42, 58.) En Juan 1:1, 2 se da el nombre celestial del que llegó a ser Jesús, al decir: “En el principio la Palabra [gr. Ló·gos] era, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era un dios [“era divina”, Sd; compárese con An American Translation, Moffat (ambas en inglés); o: “de esencia divina”, Böhmer; Stage (ambas en alemán)]. Este estaba en el principio con Dios”. Dado que Jehová es eterno y no tuvo principio (Sl 90:2; Apo 15:3), el que la Palabra estuviera con Dios desde el “principio” debe referirse al principio de las obras creativas de Jehová. Esta conclusión la confirman otros textos que identifican a Jesús como “el primogénito de toda la creación”, “el principio de la creación por Dios”. (Col 1:15; Apo 1:1; Apo 3:14.) De modo que las Escrituras identifican a la Palabra (Jesús en su existencia prehumana) como la primera creación de Dios, su Hijo primogénito.
Las mismas declaraciones de Jesús prueban que Jehová era verdaderamente el Padre o Aquel que dio vida a este Hijo primogénito, de modo que este Hijo era en realidad una creación de Dios. Él señaló a Dios como la Fuente de su vida, cuando dijo: “Yo vivo a causa del Padre”. Según el contexto, eso significaba que su vida procedía de su Padre o había sido causada por Él, de la misma manera que los hombres encaminados a la muerte podrían conseguir vida si ejercían fe en el sacrificio de rescate de Jesús. (Jn 6:56, 57.)
Si los cálculos de los científicos modernos sobre la edad del universo material se aproximan a la realidad, la existencia de Jesús como criatura celestial empezó miles de millones de años antes de la creación del primer ser humano. (Compárese con Miq 5:2.) El Padre se valió de su Hijo primogénito celestial para crear todas las demás cosas (Jn 1:3; Col 1:16, 17), entre ellas los millones de otros hijos de la familia celestial de Jehová Dios (Da 7:9, 10; Apo 5:11), así como el universo material y las criaturas que al principio se colocaron en él. Lógicamente, Jehová se dirigía a este Hijo primogénito cuando dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza”. (Gé 1:26.) Todas estas otras cosas no solo fueron creadas “mediante él”, sino también “para él”, como el Primogénito de Dios y el “heredero de todas las cosas”. (Col 1:16; Heb 1:2.)
No fue un cocreador. No obstante, la participación del Hijo en las obras creativas no lo hicieron un cocreador de su Padre. El poder para la creación procedía de Dios mediante su espíritu santo o fuerza activa. (Gé 1:2; Sl 33:6.) Y como Jehová es la Fuente de toda la vida, toda la creación animada, visible e invisible, le debe la vida a Él. (Sl 36:9.) Más que un cocreador, fue el agente o instrumento por medio del que Jehová, el Creador, realizó sus obras. Jesús mismo atribuyó la creación a Dios, como lo hacen todas las Escrituras. (Mt 19:4-6.)
Sabiduría personificada. Lo que las Escrituras dicen sobre la Palabra encaja de modo sobresaliente con la descripción de Proverbios 8:22-31. En este pasaje se personifica a la sabiduría, se la representa como si pudiera hablar y actuar. (Pr 8:1.) Muchos escritores cristianos de los primeros siglos de la era común entendieron que este pasaje se refería simbólicamente al Hijo de Dios en su estado prehumano. En vista de los textos ya analizados, no puede negarse que Jehová ‘produjera’ al Hijo “como el principio de su camino, el más temprano de sus logros de mucho tiempo atrás”, ni que el Hijo estuviera al “lado [de Jehová] como un obrero maestro” durante la creación de la Tierra, como dicen estos versículos de Proverbios. Es verdad que en hebreo, cuyos sustantivos tienen género (como en español), la palabra para “sabiduría” está siempre en femenino. El que se personifique a la sabiduría no cambia su género, pero tampoco impide que se use figuradamente para representar al Hijo primogénito de Dios. La palabra griega para “amor” en la frase “Dios es amor” (1Jn 4:8) también está en femenino, aunque el término Dios es masculino. Salomón, el escritor principal de Proverbios (Pr 1:1), se aplicó el título qo·hé·leth (congregador) (Ec 1:1), aunque el género de esta palabra también es femenino.
La sabiduría solo se manifiesta cuando se expresa de algún modo. La sabiduría de Dios se expresó en la creación (Pr 3:19, 20) mediante su Hijo. (Compárese con 1Co 8:6.) Del mismo modo, el propósito sabio de Dios concerniente a la humanidad también se hace manifiesto mediante su Hijo, Jesucristo, y se sintetiza en él. Por eso el apóstol pudo decir que Cristo representa “el poder de Dios y la sabiduría de Dios”, y que Cristo Jesús “ha venido a ser para nosotros sabiduría procedente de Dios, también justicia y santificación y liberación por rescate”. (1Co 1:24, 30; compárese con 1Co 2:7, 8; Pr 8:1, 10, 18-21.)
En qué sentido es “Hijo unigénito”. El que a Jesús se le llame “Hijo unigénito” (Jn 1:14; 3:16, 18; 1Jn 4:9) no significa que las otras criaturas celestiales creadas no sean hijos de Dios, puesto que también se las llama hijos. (Gé 6:2, 4; Job 1:6; 2:1; 38:4-7.) Sin embargo, por ser la única creación directa de su Padre, el Hijo primogénito fue único, diferente de todos los demás hijos de Dios, a los que Jehová creó o engendró mediante ese Hijo primogénito. De modo que “la Palabra” era el “Hijo unigénito” de Jehová en un sentido especial, igual que Isaac también lo fue de Abrahán en un sentido particular (su padre ya había tenido otro hijo, pero no de su esposa Sara). (Heb 11:17; Gé 16:15.)
Por qué se le llama “la Palabra”. Parece ser que el nombre (o quizás título) “la Palabra” (Jn 1:1) identifica la función que el Hijo primogénito de Dios desempeñó después de crear otras criaturas inteligentes. Aquí, la expresión griega ho lógos se usa como título. Lo mismo ocurre en Juan 1:14 y Apo 19:13. Juan usa este título para referirse a Jesús en su existencia prehumana, durante su ministerio terrestre como hombre perfecto y después de ascender al cielo. Jesús era el Portavoz de Dios, es decir, el medio que Dios usaba para comunicarse con sus otros hijos espirituales y con los seres humanos. Por lo tanto, es razonable pensar que antes de que Jesús viniera a la Tierra, Jehová se comunicaba con la humanidad mediante la Palabra, su portavoz angelical (Gé 16:7-11; 22:11; 31:11; Éx 3:2-5; Jue 2:1-4; 6:11, 12; 13:3).
Una expresión similar aparece en Éxodo 4:16, donde Jehová le dijo a Moisés con respecto a su hermano Aarón: “Y él tiene que hablar por ti al pueblo; y tiene que suceder que él te servirá de boca, y tú le servirás de Dios”. Como portavoz del representante principal de Dios sobre la Tierra, Aarón hizo las veces de “boca” para Moisés. Ese fue también el caso de la Palabra o Logos, quien llegó a ser Jesucristo. Es probable que Jehová usara a su Hijo para transmitir información e instrucción a otros miembros de su familia de hijos celestiales, como hizo para entregar su mensaje a los humanos. Como prueba de que era la Palabra o portavoz de Dios, Jesús dijo a sus oyentes judíos: “Lo que yo enseño no es mío, sino que pertenece al que me ha enviado. Si alguien desea hacer la voluntad de Él, conocerá respecto a la enseñanza si es de Dios o si hablo por mí mismo”. (Jn 7:16, 17; compárese con 12:50; 18:37.)
En su existencia prehumana como la Palabra, Jesús debió servir de vocero de Jehová para personas en la Tierra. Aunque algunos textos parecen indicar que Jehová habló a seres humanos directamente, otros aclaran que lo hizo a través de un representante angélico. (Compárese Éx 3:2-4 con Hch 7:30, 35; también Gé 16:7-11, 13; Gé 22:1, 11, 12, 15-18.) Es razonable pensar que en la mayoría de estos casos Jehová habló a través de la Palabra. Quizás lo hizo también en Edén, pues en dos de las tres ocasiones que se dice que Dios habló, el registro muestra con toda claridad que alguien estaba con Él, y es lógico concluir que fuera su propio Hijo. (Gé 1:26-30; 2:16, 17; 3:8-19, 22.) El ángel que guió a Israel por el desierto y cuya voz los israelitas tenían que obedecer estrictamente, porque el ‘nombre de Jehová estaba en él’, también pudo haber sido el Hijo de Dios, la Palabra. (Éx 23:20-23; compárese con Jos 5:13-15.)
Esto no significa que la Palabra sea el único representante angélico mediante el que Jehová ha hablado. Las declaraciones inspiradas de Hechos 7:53, Gálatas 3:19 y Hebreos 2:2, 3 muestran que el pacto de la Ley fue transmitido a Moisés por medio de hijos angélicos de Dios que no eran su primogénito.
Jesús sigue llevando el nombre “La Palabra de Dios” después de regresar a la gloria celestial. (Apo 19:13, 16.)
¿Por qué algunas Biblias ponen a Jesús como “Dios”, y otras le llaman “un dios”? Algunas versiones de la Biblia traducen Juan 1:1 de la siguiente manera: “En el principio la Palabra existía y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”. El texto griego lee literalmente: “En principio era la palabra, y la palabra era hacia el dios, y dios era la palabra”. El traductor tiene que poner las mayúsculas según las normas del idioma al que traduce. Está claro que es apropiado escribir con mayúscula la expresión “el dios”, pues se refiere al Dios Todopoderoso, con quien estaba la Palabra. No obstante, la mayúscula de la palabra “dios” en el segundo caso no está justificada.
La Traducción del Nuevo Mundo traduce así este texto: “En el principio la Palabra era, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era un dios”. Es verdad que el artículo indefinido (“un”) no está en el texto griego, pero eso no significa que no pueda usarse en la traducción, pues en el griego koiné o común este artículo no existía. Por lo tanto, los traductores deben incluir o no el artículo indefinido en todas las Escrituras Griegas Cristianas según su entendimiento del significado del texto. Todas las traducciones españolas de las Escrituras Griegas contienen el artículo indefinido cientos de veces, aunque la mayoría no lo usa en Juan 1:1. No obstante, su inclusión en la traducción de este versículo tiene buen fundamento.
En primer lugar, debe notarse que el texto mismo muestra que la Palabra estaba “con Dios”, de modo que no podía ser Dios, es decir, el Dios Todopoderoso. (Note también el vs. 2, que sería innecesario si el vs. 1 dijera en realidad que la Palabra era Dios.) Además, la segunda vez que se usa en el versículo la palabra para “dios” (gr. the·ós) no lleva el artículo definido “el” (gr. ho). Ernst Haenchen escribió sobre este hecho en un comentario sobre el evangelio de Juan (caps. 1-6): “En este período [the·ós] y [ho the·ós] (‘dios, divino’, y ‘el Dios’) no eran lo mismo [...]. De hecho, para el [...] Evangelista, solo el Padre era ‘Dios’ ([ho the·ós]; cf. 17:3); ‘el Hijo’ estaba subordinado a él (cf. 14:28). Sin embargo, en este pasaje esa relación solo se insinúa, pues lo que se resalta es la proximidad de uno al otro. [...] En el monoteísmo judío y cristiano era perfectamente posible hablar de seres divinos que existían junto a Dios o bajo él, pero no idénticos a él. Fil 2:6-10 lo demuestra. En este pasaje Pablo se refiere precisamente a un ser divino de esa clase, que después se hizo hombre en Jesucristo. [...] De modo que ni en Filipenses ni en Juan 1:1 se trata de una relación dialéctica de dos en uno, sino de la unión personal de dos entidades”. (John 1, traducción al inglés de R. W. Funk, 1984, págs. 109, 110.)
Después de dar como traducción de Juan 1:1c “y divina (de la categoría de divinidad) era la Palabra”, Haenchen sigue diciendo: “En este caso, el verbo ‘era’ ([en]) simplemente tiene sentido predicativo. Y por ello ha de darse más atención al predicado nominal: [the·ós] no es lo mismo que [ho the·ós] (‘divino’ no es lo mismo que ‘Dios’)” (págs. 110, 111). Al tratar este tema, Philip B. Harner dice que la construcción gramatical de Juan 1:1 incluye un predicado sin el artículo definido “el” antecediendo al verbo, una construcción que tiene principalmente un significado cualitativo y que muestra que “el logos posee la naturaleza de theós”. Más adelante dice: Creo que “en Juan 1:1 la fuerza cualitativa del predicado es tan importante que el nombre [the·ós] no puede considerarse definido”. (Journal of Biblical Literature, 1973, págs. 85, 87.) Otros traductores también reconocen que el término griego es cualitativo y se refiere a la naturaleza de la Palabra, por lo que traducen la frase: “la Palabra [...] era divina”. (Sd; compárese con An American Translation, Moffat; véase Apéndice 6A - Jesús.—Alguien parecido a Dios; divino.)
Las Escrituras Hebreas muestran de manera clara y coherente que hay un solo Dios Todopoderoso, el Creador de todas las cosas y el Altísimo, cuyo nombre es Jehová. (Gé 17:1; Isa 45:18; Sl 83:18.) Por esa razón, Moisés pudo decir a la nación de Israel: “Jehová nuestro Dios es un solo Jehová. Y tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza vital”. (Dt 6:4, 5.) Las Escrituras Griegas Cristianas no contradicen esta enseñanza que los siervos de Dios han aceptado y creído durante miles de años, sino que, por el contrario, la apoyan. (Mr 12:29; Ro 3:29, 30; 1Co 8:6; Ef 4:4-6; 1Ti 2:5.) El mismo Jesucristo dijo: “El Padre es mayor que yo”, y se refirió al Padre como su Dios, “el único Dios verdadero”. (Jn 14:28; 17:3; 20:17; Mr 15:34; Apo 1:1; 3:12.) En muchas ocasiones Jesús expresó su inferioridad y subordinación a su Padre. (Mt 4:9, 10; 20:23; Lu 22:41, 42; Jn 5:19; 8:42; 13:16.) Aun después de su ascensión al cielo, sus apóstoles continuaron transmitiendo la misma idea. (1Co 11:3; 15:20, 24-28; 1Pe 1:3; 1Jn 2:1; 4:9, 10.)
Estos hechos suministran una base sólida para traducir “la Palabra era un dios” en Juan 1:1. La posición preeminente que ocupa la Palabra entre las criaturas de Dios como el Primogénito, aquel por medio de quien Dios creó todas las cosas y el que actuaba como su Portavoz, da base para que se le llame “un dios” o poderoso. La profecía mesiánica de Isaías 9:6 predijo que se le llamaría “Dios Poderoso”, aunque no el Dios Todopoderoso, y que sería el “Padre Eterno” de todos aquellos que tuvieran el privilegio de vivir bajo su gobernación. El celo de su propio Padre, “Jehová de los ejércitos”, haría posible el cumplimiento de esta predicción. (Isa 9:7.) Si al adversario de Dios, Satanás el Diablo, se le llama un “dios” (2Co 4:4) debido a su dominio sobre hombres y demonios (1Jn 5:19; Lu 11:14-18), con mucha más razón y propiedad se puede llamar “un dios” al Hijo primogénito de Dios, “el dios unigénito”, como lo llaman los manuscritos más confiables de Juan 1:18.
Cuando los opositores acusaron a Jesús de ‘hacerse a sí mismo un dios’, su respuesta fue: “¿No está escrito en su Ley: ‘Yo dije: “Ustedes son dioses”’? Si él llamó ‘dioses’ a aquellos contra quienes vino la palabra de Dios, y sin embargo la Escritura no puede ser nulificada, ¿me dicen ustedes a mí, a quien el Padre santificó y despachó al mundo: ‘Blasfemas’, porque dije: Soy Hijo de Dios?”. (Jn 10:31-37.) En esa ocasión Jesús citó del Salmo 82, donde se llama “dioses” a jueces humanos a quienes Dios condenó por no ejecutar justicia. (Sl 82:1, 2, 6, 7.) Con estas palabras Jesús demostró que no era razonable acusarle de blasfemia por haber declarado que era, no Dios, sino el Hijo de Dios.
Esta acusación de blasfemia surgió como resultado de que Jesús dijera: “Yo y el Padre somos uno”. (Jn 10:30.) Pero su respuesta, examinada ya en parte, muestra que Jesús no había alegado ser el Padre o Dios mismo. Para entender qué quería decir Jesús con aquella expresión, hay que analizar el contexto de su declaración. Él hablaba de sus obras y del cuidado de las “ovejas” que lo seguirían. Tanto sus obras como sus palabras mostraron que había unidad —no desunión y falta de armonía— entre él y su Padre, y este hecho se destacó en su respuesta. (Jn 10:25, 26, 37, 38; compárese con 4:34; 5:30; 6:38-40; 8:16-18.) En lo que respecta a sus “ovejas”, él y su Padre también estaban en unidad para protegerlas y conducirlas a vida eterna. (Jn 10:27-29; compárese con Eze 34:23, 24.) La oración de Jesús a favor de la unidad de todos sus discípulos, tanto los de aquel entonces como los que habían de venir en el futuro, muestra que el ser uno con su Padre no se refiere a identidad personal, sino a unidad de propósito y acción. De este modo, los siervos de Jesús podrían ‘todos ellos ser uno’, tal como él y su Padre eran uno. (Jn 17:20-23.)
En armonía con esto, cuando Jesús respondió a una pregunta de Tomás, dijo: “Si ustedes me hubieran conocido, habrían conocido a mi Padre también; desde este momento lo conocen y lo han visto”. Y en respuesta a una pregunta de Felipe, añadió: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también”. (Jn 14:5-9.) De nuevo, la siguiente explicación de Jesús muestra que eso era así debido a que representó fielmente a su Padre, habló Sus palabras e hizo Sus obras. (Jn 14:10, 11; compárese con Jn 12:28, 44-49.) En esa misma ocasión, la noche de su muerte, dijo a estos mismos discípulos: “El Padre es mayor que yo”. (Jn 14:28.)
El significado de que los discípulos ‘vieran’ al Padre al ver a Jesús, también se puede entender a la luz de otros casos de las Escrituras. Por ejemplo, Jacob le dijo a Esaú: “He visto tu rostro como si viera el rostro de Dios, puesto que me recibiste con placer”. Dijo esto porque la reacción de Esaú había estado en consonancia con la oración de Jacob a Dios. (Gé 33:9-11; 32:9-12.) Cuando las preguntas que Dios le hizo a Job desde una tempestad de viento le aclararon su entendimiento, Job dijo: “De oídas he sabido de ti, pero ahora mi propio ojo de veras te ve”. (Job 38:1; 42:5; véase también Jue 13:21, 22.) Los “ojos de su corazón” habían sido iluminados. (Compárese con Ef 1:18.) La declaración de Jesús en cuanto a ver al Padre ha de entenderse figuradamente, no de modo literal, como él mismo aclaró en Juan 6:45 y según lo que Juan escribió mucho tiempo después de la muerte de Jesús: “A Dios ningún hombre lo ha visto jamás; el dios unigénito que está en la posición del seno para con el Padre es el que lo ha explicado”. (Jn 1:18; 1Jn 4:12.)
¿Qué quiso decir Tomás cuando dijo a Jesús: “Mi Señor y mi Dios”? Cuando Jesús se apareció a Tomás y a los otros apóstoles, con lo que eliminó las dudas de Tomás sobre su resurrección, este —ya convencido— exclamó a Jesús: “¡Mi Señor y mi Dios! [literalmente, “¡El Señor de mí y el Dios (ho The·ós) de mí!”]”. (Jn 20:24-29.) Algunos eruditos han entendido que esa expresión es una exclamación de asombro pronunciada ante Jesús, pero dirigida en realidad a Dios, su Padre. Sin embargo, otros afirman que el griego original exige que las palabras se consideren dirigidas a Jesús. Aunque ese fuese el caso, la expresión “Mi Señor y mi Dios” tendría que concordar con el resto de las Escrituras inspiradas. Como el registro muestra que antes Jesús había dirigido a sus discípulos el mensaje: “Asciendo a mi Padre y Padre de ustedes y a mi Dios y Dios de ustedes”, no hay razón para creer que Tomás pensara que Jesús era el Dios Todopoderoso. (Jn 20:17.) Después de relatar esta conversación de Tomás con Jesús resucitado, el mismo Juan hace el siguiente comentario sobre este y otros relatos similares: “Pero estas han sido escritas para que ustedes crean que Jesús es el Cristo el Hijo de Dios, y que, a causa de creer, tengan vida por medio de su nombre”. (Jn 20:30, 31.)
De modo que Tomás pudo haberse dirigido a Jesús como “mi Dios” en el sentido de que fuese “un dios”, aunque no el Dios Todopoderoso ni “el único Dios verdadero”, a quien Jesús dirigía sus oraciones, las cuales Tomás había oído a menudo. (Jn 17:1-3.) O quizás se dirigió a Jesús como “mi Dios” de un modo similar al de las expresiones de sus antepasados registradas en las Escrituras Hebreas, con las que estaba familiarizado. En algunas ocasiones, cuando un mensajero angélico de Jehová visitaba o se dirigía a una persona, dicha persona, o a veces el propio escritor bíblico, respondía a ese mensajero o hablaba de él como si se tratase de Jehová Dios. (Compárese con Gé 16:7-11, 13; 18:1-5, 22-33; 32:24-30; Jue 6:11-15; 13:20-22.) Esto se debía a que el mensajero angélico actuaba como representante de Jehová, hablaba en su nombre y quizás hasta empleaba el pronombre en primera persona del singular y decía: “Yo soy el Dios verdadero”. (Gé 31:11-13; Jue 2:1-5.) Por consiguiente, Tomás pudo llamar a Jesús “mi Dios” en este sentido, en reconocimiento o confesión de Jesús como el representante y portavoz del Dios verdadero. En cualquier caso, lo que es cierto es que las palabras de Tomás no contradicen la declaración expresa que él mismo había oído de boca de Jesús, a saber: “El Padre es mayor que yo”. (Jn 14:28.)
Lit.: “¡El Señor de mí y el Dios (ho theós) de mí!”. Algunos eruditos creen que esta expresión es una exclamación de asombro hecha ante Jesús, pero dirigida en realidad a Dios, su Padre. Sin embargo, otros afirman que, según el griego original, las palabras fueron dirigidas a Jesús. Aunque ese fuera el caso, la expresión “mi Señor y mi Dios” tendría que concordar con el resto de las Escrituras inspiradas. El registro muestra que, antes, Jesús había pedido a María que les diera a sus discípulos este mensaje: “Asciendo a mi Padre y Padre de ustedes y a mi Dios y Dios de ustedes”, por lo que no hay razón para creer que Tomás pensara que Jesús era el Dios todopoderoso (Jn 20:17). Tomás había escuchado a Jesús dirigirse a su “Padre” en oración y llamarle “el único Dios verdadero” (Jn 17:1-3). De modo que Tomás pudo haberse dirigido a Jesús como “mi Dios” por las siguientes razones: para él, Jesús era “un dios”, pero no el Dios todopoderoso (vea la nota de estudio para Jn 1:1). O quizás se dirigió a Jesús igual que otros siervos de Dios se dirigieron a los mensajeros angélicos de Jehová, como lo muestran las Escrituras Hebreas. Seguro que Tomás conocía relatos en los que la persona, o en ocasiones el propio escritor bíblico, hablaba con un ángel como si estuviera hablando con Jehová (compare con Gé 16:7-11, 13; 18:1-5, 22-33; 32:24-30; Jue 6:11-15; 13:20-22). Por lo tanto, Tomás quizás llamó a Jesús “mi Dios” en ese sentido, porque reconocía que era el representante y portavoz del Dios verdadero.
Algunos afirman que el uso del artículo definido griego antes de las palabras “señor” y “dios” indica que estas palabras hacen referencia al Dios todopoderoso. Sin embargo, en este contexto, tal vez se use el artículo definido solo por razones gramaticales. En griego hay ocasiones en las que un sustantivo en caso nominativo precedido por el artículo definido se usa como vocativo. Eso es lo que sucede, por ejemplo, en Lucas 12:32 (lit.: “el rebaño pequeño”) y Colosenses 3:18–4:1 (lit.: “las esposas”, “los esposos”, “los hijos”, “los padres”, “los esclavos” y “los amos”). Si tradujéramos literalmente 1 Pedro 3:7, ocurriría algo parecido: en vez de “esposos” diría “los esposos”. De modo que, en este caso, el uso del artículo no es relevante para determinar qué pensaba Tomás cuando hizo esta exclamación.
Su nacimiento en la Tierra. Antes de que Jesús naciera en la Tierra, hubo ángeles que se aparecieron en forma humana en este planeta, los cuales probablemente se materializaron en cuerpos adecuados para el caso y se desmaterializaron una vez terminadas sus asignaciones. (Gé 19:1-3; Jue 6:20-22; 13:15-20.) De modo que siguieron siendo criaturas celestiales, pues utilizaron un cuerpo físico solo de modo temporal. Sin embargo, ese no fue el caso cuando el Hijo de Dios vino a la Tierra y llegó a ser el hombre Jesús. Juan 1:14 dice que “la Palabra vino a ser carne y residió entre nosotros”. Por esa razón, podía llamarse a sí mismo “Hijo del hombre”. (Jn 1:51; 3:14, 15.) Hay quien recurre a la expresión “residió [literalmente, “moró en tienda”] entre nosotros”, para alegar que esto muestra que Jesús no era un humano verdadero, sino una encarnación. Sin embargo, el apóstol Pedro usa una expresión similar acerca de sí mismo y obviamente no era una encarnación. (2Pe 1:13, 14.)
El registro inspirado dice: “Pero el nacimiento de Jesucristo fue de esta manera. Durante el tiempo que su madre María estaba comprometida para casarse con José, se halló que estaba encinta por espíritu santo antes que se unieran”. (Mt 1:18.) Previamente, el mensajero angélico de Jehová había informado a la muchacha virgen, María, que ‘concebiría en su matriz’ como resultado de que el espíritu santo de Dios viniera sobre ella y Su poder la cubriera con su sombra. (Lu 1:30, 31, 34, 35.) Puesto que hubo una verdadera concepción, parece ser que Jehová fertilizó un óvulo en la matriz de María y transfirió la vida de su Hijo primogénito de la región de los espíritus a la Tierra. (Gál 4:4.) Solo de ese modo podría conservar su identidad el niño que iba a nacer, es decir, ser la misma persona que había residido en el cielo con el nombre de la Palabra, y llegar a ser un verdadero hijo de María y por consiguiente un genuino descendiente de sus antepasados Abrahán, Isaac, Jacob, Judá y el rey David, y heredero legítimo de las promesas divinas que ellos recibieron. (Gé 22:15-18; 26:24; 28:10-14; 49:10; 2Sa 7:8, 11-16; Lu 3:23-34; véase GENEALOGÍA DE JESUCRISTO.) Por consiguiente, es probable que el hijo que nació se pareciera a su madre judía en ciertos rasgos físicos.
María descendía del pecador Adán, por lo que también era imperfecta y pecadora. Así que surge la pregunta de cómo podía ser que Jesús, el “primogénito” de María (Lu 2:7), fuese un hombre perfecto y libre de pecado en su organismo físico. Aunque la genética moderna ha aprendido mucho sobre las leyes de herencia y los caracteres dominantes y recesivos, no tiene ninguna experiencia en los resultados de unir la perfección con la imperfección, como fue el caso de la concepción de Jesús. De los resultados que la Biblia revela se deduce que la fuerza de vida perfecta masculina, que causó la concepción, anuló cualquier imperfección existente en el óvulo de María, y produjo un patrón genético (y un desarrollo embrionario) perfecto desde su comienzo. En cualquier caso, fue la actuación del espíritu santo de Dios en aquel momento lo que garantizó el éxito de Su propósito. Como le explicó el ángel Gabriel a María, el “poder del Altísimo” la cubrió con su sombra, de modo que lo que nació fue santo, Hijo de Dios. El espíritu santo de Dios formó, por decirlo así, un muro protector desde la concepción en adelante para que ninguna imperfección o fuerza dañina pudiera perjudicar o manchar el embrión en desarrollo. (Lu 1:35.)
Jesús debía su vida humana a su Padre celestial, no a ningún humano, como su padre adoptivo José, pues el espíritu santo de Dios había hecho posible su nacimiento. (Mt 2:13-15; Lu 3:23.) Según dice Hebreos 10:5, Jehová Dios le ‘preparó un cuerpo’, y Jesús fue verdaderamente “incontaminado, separado de los pecadores” desde el tiempo de la concepción en adelante. (Heb 7:26; compárese con Jn 8:46; 1Pe 2:21, 22.)
Por tanto, la profecía mesiánica registrada en Isaías 52:14, que habla de “la desfiguración en cuanto a su apariencia”, debe aplicar a Jesús el Mesías solo de un modo figurado. (Compárese con el vs. 7 del mismo capítulo.) Aunque de físico perfecto, el mensaje de verdad y justicia que Jesús proclamó con denuedo le volvió repulsivo a los ojos de los opositores hipócritas, quienes alegaban ver en él a un agente de Beelzebub, a un hombre poseído por un demonio, a un engañador blasfemo. (Mt 12:24; 27:39-43; Jn 8:48; 15:17-25.) De modo similar, el mensaje que más tarde proclamaron sus discípulos hizo que llegaran a ser un “olor grato” de vida para las personas receptivas, pero un olor de muerte para los que rechazaron su mensaje. (2Co 2:14-16.) ★¿Cómo podemos imitar a Jesús cuando recibimos un cambio de asignación? - (2-1-2017-Pg.20-Foto)
Cuándo nació y cuánto duró su ministerio.
Jesús debió nacer en el mes de Etanim (septiembre-octubre) del año 2 a. E.C., se bautizó hacia la misma época del año 29 E.C., y murió sobre las tres de la tarde de un viernes, día 14, del mes primaveral de Nisán (marzo-abril) del año 33 E.C. La base para esas fechas es la siguiente:
Jesús nació unos seis meses después que su pariente Juan (el Bautista), durante la gobernación del emperador romano César Augusto (31 a. E.C.-14 E.C.) y la gobernación de Quirinio en Siria (véanse INSCRIPCIÓN - [Dos inscripciones bajo Quirinio.]), y hacia el fin del reinado de Herodes el Grande sobre Judea. (Mt 2:1, 13, 20-22; Lu 1:24-31, 36; 2:1, 2, 7.)
Su nacimiento en relación con la muerte de Herodes. Aunque la fecha de la muerte de Herodes es un asunto muy debatido, hay bastantes razones para pensar que se produjo en el año 1 a. E.C. (Véanse CRONOLOGÍA [Eclipses lunares]; HERODES núm. 1 [Fecha de su muerte].) Entre el nacimiento de Jesús y la muerte de Herodes tuvieron lugar varios acontecimientos. Por ejemplo: la circuncisión de Jesús al octavo día (Lu 2:21), el que se le llevara al templo de Jerusalén cuarenta días después de su nacimiento (Lu 2:22, 23; Le 12:1-4, 8), el viaje de los astrólogos “de las partes orientales” a Belén (donde Jesús ya no estaba en un pesebre, sino en una casa, Mt 2:1-11; compárese con Lu 2:7, 15, 16), la huida de José y María a Egipto con el niño (Mt 2:13-15) y la matanza de los niños menores de dos años en Belén y sus distritos cuando Herodes se dio cuenta de que los astrólogos no habían seguido sus instrucciones (lo que indica que para entonces Jesús no era un recién nacido). (Mt 2:16-18.) El que Jesús naciera en el otoño del año 2 a. E.C. permitiría suficiente tiempo para que esos acontecimientos tuvieran lugar entre su nacimiento y la muerte de Herodes, probablemente en 1 a. E.C. No obstante, hay más razones para situar el nacimiento de Jesús en el año 2 a. E.C.
Relación entre el ministerio de Juan y el de Jesús. Para hallar más base en apoyo de las fechas que se ofrecen al principio de este subtema, se puede acudir a Lu 3:1-3, donde se muestra que Juan el Bautista empezó a predicar y bautizar en el “año decimoquinto del reinado de Tiberio César”. El año decimoquinto se extendió desde la segunda mitad de 28 E.C. hasta agosto o septiembre de 29 E.C. (Véase TIBERIO.) En cierto momento del ministerio de Juan, Jesús fue a él para que lo bautizara. Cuando, a continuación, Jesús comenzó su propio ministerio, “era como de treinta años”. (Lu 3:21-23.) A los treinta años, la misma edad con la que David llegó a ser rey, ya no estaría en sujeción a sus padres humanos. (2Sa 5:4, 5; compárese con Lu 2:51.)
Según Números 4:1-3, 22, 23, 29, 30, los que entraban en el servicio del santuario bajo el pacto de la Ley tenían “de treinta años de edad para arriba”. Es razonable que Juan el Bautista, levita e hijo de un sacerdote, empezara su ministerio a la misma edad, no en el templo, naturalmente, sino en la asignación especial que Jehová tenía para él. (Lu 1:1-17, 67, 76-79.) La mención específica, por dos veces, de la diferencia de edad entre Juan y Jesús, así como la correlación entre las apariciones y mensajes del ángel de Jehová al anunciar ambos nacimientos (Lu 1), dan base suficiente para creer que sus ministerios siguieron un programa similar; o sea, que el comienzo del ministerio de Juan, como precursor de Jesús precedió en unos seis meses al comienzo del ministerio de Jesús.
De acuerdo con estos hechos, Juan nació treinta años antes de empezar su ministerio en el año decimoquinto de Tiberio, es decir, en algún momento entre la segunda mitad de 3 a. E.C. y agosto o septiembre de 2 a. E.C., y Jesús nació unos seis meses más tarde.
Prueba de un ministerio de tres años y medio de duración. Gracias a otros datos cronológicos aún puede llegarse a una conclusión más precisa. Estos datos tienen que ver con la duración del ministerio de Jesús y el tiempo de su muerte. La profecía registrada en Daniel 9:24-27 (examinada con detalle en el artículo SETENTA SEMANAS) sitúa la aparición del Mesías en el principio de la septuagésima “semana” de años (Da 9:25), y su muerte de sacrificio, a mediados o “a la mitad” de la última semana, dando fin a la validez de los sacrificios y ofrendas bajo el pacto de la Ley. (Da 9:26, 27; compárese con Heb 9:9-14; 10:1-10.) Esto significaría que el ministerio de Jesús duró tres años y medio (la mitad de una “semana” de siete años).
El que el ministerio de Jesús durara tres años y medio hasta terminar con su muerte en la Pascua requeriría que este período incluyera cuatro pascuas en total. Se alude a estas cuatro pascuas en Juan 2:13; 5:1; 6:4 y 13:1. En Juan 5:1 no se menciona específicamente la Pascua, sino que solo se alude a “una [“la”, según ciertos manuscritos antiguos] fiesta de los judíos”. Sin embargo, hay base para creer que se refiere a la Pascua y no a cualquier otra de las fiestas anuales.
Con anterioridad (Juan 4:35) Jesús había dicho que aún faltaban “cuatro meses antes que [llegara] la siega”. La temporada de la siega, en particular la siega de la cebada, empezaba en la época de la Pascua (14 de Nisán). De modo que Jesús dijo lo anterior cuatro meses antes, o más o menos en el mes de Kislev (noviembre-diciembre). La “fiesta de la dedicación”, celebrada después del exilio, tenía lugar en el mes de Kislev, pero no era una de las grandes fiestas a las que se debía asistir en Jerusalén. (Éx 23:14-17; Le 23:4-44.) Según la tradición judía, esa fiesta se celebraba en las muchas sinagogas que había por todo el país. (Véase FIESTA DE LA DEDICACIÓN.) Más tarde, en Juan 10:22, se menciona específicamente que Jesús asistió a una de estas fiestas de la dedicación en Jerusalén; sin embargo, parece que ya estaba en esa zona desde la fiesta anterior, la de las cabañas, de modo que no fue especialmente a Jerusalén con ese propósito. Por otro lado, en Juan 5:1 se indica con claridad que Jesús fue de Galilea (Jn 4:54) a Jerusalén debido a esa “fiesta de los judíos” en particular.
La única otra fiesta que había entre Kislev y la Pascua era el Purim, que se celebraba en Adar (febrero-marzo), casi un mes antes de la Pascua. Pero la fiesta del Purim, iniciada después del exilio, también se celebraba por todo el país en las casas y las sinagogas. (Véase PURIM.) Por lo tanto, lo más lógico es que la “fiesta de los judíos” a la que se hace referencia en Juan 5:1 haya sido la Pascua, y el que Jesús fuera a Jerusalén estuvo en conformidad con la ley de Dios dada a Israel. Es cierto que después Juan solo registra unos cuantos acontecimientos antes de la siguiente mención de la Pascua. (Jn 6:4.) No obstante, si se repasa la tabla “Acontecimientos principales de la vida humana de Jesús”, se observa que la narración que Juan hace del principio del ministerio terrestre de Jesús es muy breve, pues muchos de los acontecimientos que ya habían narrado los otros tres evangelistas se pasaron por alto. De hecho, la intensa actividad de Jesús, según el registro de los otros evangelistas (Mateo, Marcos y Lucas), apoya la conclusión de que entre los acontecimientos registrados en Juan 2:13 y 6:4 hubo una pascua anual.
Cuándo murió. Jesucristo murió en la primavera, el día de la Pascua, es decir, el 14 de Nisán (o Abib) del calendario judío. (Mt 26:2; Jn 13:1-3; Éx 12:1-6; 13:4.) Aquel año la Pascua se celebró el día sexto de la semana (los judíos contaban desde la puesta del Sol del jueves hasta la puesta del Sol del viernes). Se llega a esta conclusión por lo que dice Juan 19:31 en cuanto a que el día siguiente era un sábado “grande”. Al día después de la Pascua siempre se le consideraba un sábado, independientemente del día de la semana en que cayera. (Le 23:5-7.) Pero cuando este sábado especial coincidía con un sábado normal (el séptimo día de la semana), llegaba a ser un sábado “grande”. De modo que la muerte de Jesús ocurrió un viernes, 14 de Nisán, cerca de las tres de la tarde. (Lu 23:44-46.)
Resumen de las pruebas. En resumen, como Jesús murió en el mes primaveral de Nisán, su ministerio —que según Daniel 9:24-27 había empezado tres años y medio antes— debió comenzar en otoño, en el mes de Etanim (que cae entre septiembre y octubre). Esto significaría que el ministerio de Juan (iniciado en el año decimoquinto de Tiberio) empezó en la primavera del año 29 E.C. Por lo tanto, el nacimiento de Juan debería situarse en la primavera del año 2 a. E.C., y el de Jesús, seis meses más tarde, en el otoño del año 2 a. E.C.; su ministerio empezaría treinta años más tarde, en el otoño de 29 E.C., y su muerte llegaría en el año 33 E.C. (el 14 de Nisán, en la primavera, como ya se ha dicho).
No hay base para decir que nació en invierno.
Por consiguiente, la idea popular de que Jesús nació el 25 de diciembre no tiene ninguna base bíblica. Como muestran muchas obras de consulta, esta fecha proviene de una fiesta pagana. El docto jesuita Urbanus Holzmeister escribió lo siguiente sobre el origen de la celebración del 25 de diciembre:
“Hoy normalmente se admite que el 25 de diciembre era una fecha festiva de los paganos. Petavio [docto jesuita francés, 1583-1652] ya dijo en su día que el 25 de diciembre se celebraba ‘el cumpleaños del sol invicto’.
”Entre los testimonios de esta fiesta se cuentan: a) el Calendario de Furio Dionisio Filócalo, compuesto en el año 354 [E.C.], en el que se dice: ‘25 de diciembre, el C(umpleaños) del (Sol) invicto’; b) el calendario del astrólogo Antíoco (compuesto sobre 200 [E.C.]): ‘Mes de diciembre [...] 25 [...]. El cumpleaños del Sol; aumenta la luz diurna’; c) César Juliano [Juliano el Apóstata, emperador, 361-363 E.C.] habló en favor de los juegos que se celebraban al final del año en honor del Sol, al que se llamaba ‘el Sol invicto’.” (Chronologia vitae Christi, Pontificium Institutum Biblicum, Roma, 1933, pág. 46.)
Quizás la prueba más patente de que la fecha del 25 de diciembre es errónea sea el relato bíblico que dice que había pastores en los campos cuidando sus rebaños la noche del nacimiento de Jesús. (Lu 2:8, 12.) La temporada de lluvia empezaba en el otoño, en el mes de Bul (que cae entre octubre y noviembre) (Dt 11:14), y en este mes los rebaños pasaban la noche protegidos en cobertizos. El mes siguiente, Kislev (noveno del calendario judío; caía entre noviembre y diciembre), era un mes frío y lluvioso (Jer 36:22; Esd 10:9, 13), y Tebet (que caía entre diciembre y enero) tenía las temperaturas más bajas del año, con nieves ocasionales en la región montañosa. Por lo tanto, el que hubiera pastores en los campos durante la noche concuerda con el hecho de que Jesús nació a principios de otoño, en el mes de Etanim. (Véanse BUL; KISLEV.)
Otra prueba que indica que Jesús no nació en diciembre es que no sería muy probable que el emperador romano escogiera un mes frío y lluvioso para que sus súbditos judíos (proclives a rebelarse) viajaran “cada uno a su propia ciudad” para inscribirse. (Lu 2:1-3; compárese con Mt 24:20; véase TEBET.)
Primeros años de su vida. El registro de los primeros años de la vida de Jesús es breve. Nació en Belén de Judea, la ciudad natal del rey David, y se le llevó a Nazaret de Galilea después que su familia volvió de Egipto, todo ello en cumplimiento de la profecía divina. (Mt 2:4-6, 14, 15, 19-23; Miq 5:2; Os 11:1; Isa 11:1; Jer 23:5.) José, el padre adoptivo de Jesús, era carpintero (Mt 13:55), y, al parecer, de escasos recursos. (Compárese Lu 2:22-24 con Le 12:8.) De modo que Jesús, que había nacido en un establo, pasó su niñez en unas circunstancias bastante humildes. Por otra parte, Nazaret no tenía relevancia histórica, aunque estaba cerca de varias rutas comerciales principales, y es posible que muchos judíos la menospreciaran. (Compárese con Jn 1:46; véanse Primeros años de la vida humana de Jesús - (Pg.539); NAZARET.)
No se sabe nada de los primeros años de la vida de Jesús, excepto que “el niñito continuó creciendo y haciéndose fuerte, lleno como estaba de sabiduría, y el favor de Dios continuó sobre él”. (Lu 2:40.) Con el tiempo la familia fue creciendo, pues a José y María les nacieron cuatro hijos y algunas hijas. (Mt 13:54-56.) De modo que el hijo “primogénito” de María (Lu 2:7) no se crió como hijo único. Esto puede explicar por qué sus padres emprendieron el viaje de regreso de Jerusalén sin darse cuenta por un tiempo de que Jesús, su hijo mayor, no estaba en el grupo. La estancia de Jesús a los doce años de edad en el templo, donde se puso a interrogar y escuchar a los maestros judíos, a los que dejó asombrados, es el único incidente de los primeros años de su vida que se cuenta con cierto detalle. (Primeros años de la vida humana de Jesús - (Pg.538).) La respuesta que dio a sus preocupados padres cuando lo localizaron en el templo muestra que conocía la naturaleza milagrosa de su nacimiento y percibía su futuro mesiánico. (Lu 2:41-52.) Es lógico pensar que su madre y su padre adoptivo le hubieran transmitido la información que obtuvieron de las visitas angélicas, así como de las profecías que Simeón y Ana pronunciaron en el primer viaje a Jerusalén, cuarenta días después del nacimiento de Jesús. (Mt 1:20-25; 2:13, 14, 19-21; Lu 1:26-38; 2:8-38.)
No hay nada que indique que Jesús haya tenido o ejercido algún tipo de poder milagroso durante su niñez, como se registra en los cuentos fantásticos que recogen algunas obras apócrifas, como por ejemplo, el llamado evangelio de Tomás. La transformación del agua en vino en Caná, realizada durante su ministerio, fue el “principio de sus señales”. (Jn 2:1-11.) Asimismo, mientras estuvo con su familia en Nazaret, no hizo ningún despliegue ostentoso de su sabiduría y superioridad como humano perfecto, lo que quizás explique por qué sus medio hermanos no ejercieron fe en él durante su ministerio terrestre, y por qué la mayor parte de la población de Nazaret no creyó en él. (Jn 7:1-5; 6:1, 4-6.)
No obstante, la gente de Nazaret conocía bien a Jesús (Mt 13:54-56; Lu 4:22); sin duda, debieron notar su personalidad y magníficas cualidades, al menos aquellos que apreciaban la justicia y la bondad. (Compárese con Mt 3:13, 14.) Jesús asistía a la sinagoga todos los sábados y era una persona instruida, como lo muestra el que podía encontrar y leer partes de las Santas Escrituras, aunque no había asistido a las escuelas rabínicas de “enseñanza superior”. (Lu 4:16; Jn 7:14-16.)
La brevedad del registro sobre estos primeros años se debe a que Jehová todavía no había ungido a Jesús como “el Cristo” (Mt 16:16) y a que este no había empezado a cumplir con la asignación divina que le aguardaba. Su niñez y desarrollo, así como su nacimiento, fueron necesarios pero no trascendentales; en realidad, fueron medios para un fin. Como Jesús dijo más tarde al gobernador romano Pilato, “Para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio acerca de la verdad”. (Jn 18:37.)
★¿Por qué difieren Mateo y Lucas sobre la niñez de Jesús? - (2-8-2017-Pg.32)
★¿Qué tipo de trabajos hacía Jesús como carpintero? - (1-12-2008-Pg.8)
Su bautismo. El derramamiento del espíritu santo en el bautismo de Jesús marcó el momento en que llegó a ser el Mesías o Cristo, el Ungido de Dios (cuando los ángeles usaron ese título al anunciar su nacimiento fue en un sentido profético; Lu 2:9-11; nótense también los vss. 25, 26). Juan había estado ‘preparando el camino’ para “el medio de salvar de Dios” durante seis meses. (Lu 3:1-6.) A Jesús se le bautizó cuando tenía “como [...] treinta años”, a pesar de las objeciones iniciales de Juan, que hasta entonces solo había bautizado a pecadores arrepentidos. (Mt 3:1, 6, 13-17; Lu 3:21-23.) Sin embargo, Jesús no tenía pecado, así que su bautismo fue un testimonio de que se presentaba para hacer la voluntad de su Padre. (Compárese con Heb 10:5-9.) Después que Jesús “salió del agua”, y mientras oraba, “vio que los cielos se abrían”, el espíritu de Dios descendía sobre él en forma corporal de paloma y se oyó la voz de Jehová desde el cielo decir: “Tú eres mi Hijo, el amado; yo te he aprobado”. (Mt 3:16, 17; Mr 1:9-11; Lu 3:21, 22.)
Es probable que el espíritu de Dios derramado sobre Jesús aclarara muchos puntos en su mente. Sus propias expresiones a partir de entonces y en particular la íntima oración a su Padre la noche de la Pascua de 33 E.C., muestran que recordaba su existencia prehumana y lo que había oído decir a su Padre y le había visto hacer, así como la gloria de que disfrutó en los cielos. (Jn 6:46; 7:28, 29; 8:26, 28, 38; 14:2; 17:5.) Es posible que se le devolvieran estos recuerdos cuando fue bautizado y ungido.
Cuando se ungió a Jesús con espíritu santo, se le nombró y comisionó para llevar a cabo su ministerio de predicar y enseñar (Lu 4:16-21), y para servir en calidad de Profeta de Dios. (Hch 3:22-26.) Pero, más importante aún, este ungimiento lo nombró y comisionó como el Rey prometido de Jehová, el heredero del trono de David (Lu 1:32, 33, 69; Heb 1:8, 9) y de un reino eterno. Por esta razón, más adelante pudo decir a los fariseos: “El reino de Dios está en medio de ustedes”. (Lu 17:20, 21.) De modo similar, a Jesús se le ungió para actuar como el Sumo Sacerdote de Dios, no como descendiente de Aarón, sino según la semejanza del rey-sacerdote Melquisedec. (Heb 5:1, 4-10; 7:11-17.)
Jesús había sido el Hijo de Dios desde su nacimiento, igual que Adán había sido “hijo de Dios”. (Lu 3:38; 1:35.) Antes de que naciera, Jesús fue identificado como Hijo de Dios por el ángel Gabriel. Por consiguiente, cabe pensar que la declaración que acompañó a la unción por el espíritu de Dios, cuando después del bautismo de Jesús se oyó decir: “Tú eres mi Hijo, el amado; yo te he aprobado” (Mr 1:11), fue más que solo un reconocimiento de la identidad de Jesús. Según todos los indicios, entonces Jesús fue engendrado o producido por Dios como su Hijo espiritual, ‘nació otra vez’, por decirlo así, con el derecho de recibir vida de nuevo como Hijo celestial de Dios en los cielos. (Compárese con Jn 3:3-6; 6:51; 10:17, 18; véanse BAUTISMO; UNIGÉNITO.)
Su posición fundamental en el propósito de Dios. Jehová Dios tuvo a bien hacer que su Hijo primogénito fuese la figura central o clave en el cumplimiento de todos sus propósitos (Jn 1:14-18; Col 1:18-20; 2:8, 9), la persona en la que convergería la luz de todas las profecías y desde la que se irradiaría esta luz (1Pe 1:10-12; Apo 19:10; Jn 1:3-9), la solución a todos los problemas que había ocasionado la rebelión de Satanás (Heb 2:5-9, 14, 15; 1Jn 3:8) y el fundamento sobre el que Dios edificaría todos sus preparativos futuros para el bien eterno de su familia universal en el cielo y en la Tierra. (Ef 1:8-10; 2:20; 1Pe 2:4-8.) Debido a la función vital que desempeña en el propósito de Dios, Jesús pudo decir apropiadamente y sin exageración: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí”. (Jn 14:6.)
El “secreto sagrado”. El propósito de Dios según se reveló en Jesucristo permaneció como un “secreto sagrado [o misterio] [...] guardado en silencio por tiempos de larga duración”. (Ro 16:25-27.) Durante más de cuatro mil años, desde la rebelión en Edén, hubo hombres de fe que aguardaban el cumplimiento de la promesa de Dios de que habría una “descendencia” que magullaría la cabeza del adversario semejante a una serpiente, y con ello traería alivio a la humanidad. (Gé 3:15.) Por casi dos mil años ellos habían basado su esperanza en el pacto que Jehová hizo con Abrahán, según el cual, una “descendencia” ‘tomaría posesión de la puerta de sus enemigos’ y por medio de ella se bendecirían todas las naciones de la Tierra. (Gé 22:15-18.)
Cuando por fin “llegó el límite cabal del tiempo, Dios envió a su Hijo”, y a través de él reveló el significado del “secreto sagrado”, dio la respuesta definitiva a la cuestión que había hecho surgir el adversario de Dios (véase JEHOVÁ - [La cuestión suprema es de naturaleza moral]) y suministró los medios para redimir a la humanidad obediente del pecado y la muerte gracias al sacrificio de rescate de su Hijo. (Gál 4:4; 1Ti 3:16; Jn 14:30; 16:33; Mt 20:28.) De este modo Jehová Dios eliminó cualquier incertidumbre o ambigüedad que pudiera haber en la mente de sus siervos con respecto a su propósito. Por eso el apóstol dice que “no importa cuántas sean las promesas de Dios, han llegado a ser Sí mediante [Cristo Jesús]”. (2Co 1:19-22.)
El “secreto sagrado” no consistía tan solo en identificar a Jesús como el Hijo de Dios, sino en definir el papel que se le asignó en el propósito predeterminado de Dios y la revelación y realización de ese propósito a través de Jesucristo. Tal propósito, que por tanto tiempo había sido un secreto, era “para una administración al límite cabal de los tiempos señalados, a saber: reunir todas las cosas de nuevo en el Cristo, las cosas [que están] en los cielos y las cosas [que están] en la tierra”. (Ef 1:9, 10.)
Uno de los aspectos del “secreto sagrado” cristalizado en Cristo Jesús es que él encabeza un nuevo gobierno celestial, cuyos miembros serán personas (judías y no judías) tomadas de la población de la Tierra, y cuyo dominio abarcará tanto el cielo como la Tierra. En la visión registrada en Daniel 7:13, 14 aparece alguien “como un hijo del hombre” (título que más tarde se aplicó con frecuencia a Cristo: Mt 12:40; 24:30; Lu 17:26; compárese con Apo 14:14) en la corte celestial de Jehová, y se le da “gobernación y dignidad y reino, para que los pueblos, grupos nacionales y lenguajes todos le sirvieran aun a él”. La misma visión, sin embargo, muestra que los “santos del Supremo” también van a compartir con este “hijo del hombre” su reino, gobernación y grandeza. (Da 7:27.) Mientras Jesús estuvo en la Tierra, seleccionó de entre sus discípulos a los primeros de los futuros miembros de ese gobierno del Reino. Después que ‘continuaron con él en sus pruebas’, hizo un pacto con ellos para un reino, orando a su Padre para que los santificase (o los hiciera “santos”) y pidiéndole que ‘donde él estuviera, ellos también estuvieran con él, para que contemplaran su gloria que le había dado’. (Lu 22:28, 29; Jn 17:5, 17, 24.) Por estar así en unión con Cristo, la congregación cristiana también desempeña su papel en el “secreto sagrado”, como más tarde expresa el apóstol inspirado. (Ef 3:1-11; 5:32; Col 1:26, 27; véase SECRETO SAGRADO.) ★Jesús, el camino, la verdad y la vida - (jy-Cap.119-Pg.274-Foto)
“Agente Principal de la vida.” El vocablo griego vertido “agente principal” significa “guía principal”, “el que inicia y abre el camino, arrastrando tras sí a los otros”. Por bondad inmerecida de su Padre, Cristo Jesús entregó su vida humana perfecta en sacrificio, lo que hizo posible que sus seguidores escogidos pudiesen estar en unión con él reinando en el cielo y que hubiera súbditos terrestres de dicho Reino. (Mt 6:10; Jn 3:16; Ef 1:7; Heb 2:5; véase RESCATE.) De este modo llegó a ser el “Agente Principal [“Príncipe”, ENP; Ga; NC, 1981; Besson; “Caudillo”, BC] de la vida” para toda la humanidad. (Hch 3:15.) El término griego que se usa en este pasaje significa básicamente “caudillo principal”, y es una palabra emparentada con la que se aplicó a Moisés (Hch 7:27, 35) en su papel de “gobernante” de Israel.
Por tanto, en su función de “Caudillo (Líder) Principal” o “pionero de la Vida” (Moffat [en inglés]), Jesús introdujo un elemento nuevo y esencial para conseguir la vida eterna: su papel de intermediario o mediador, que también lo desempeña en sentido administrativo. Es el Sumo Sacerdote de Dios que puede limpiar por completo del pecado y liberar de los efectos mortíferos de este (Heb 3:1, 2; 4:14; 7:23-25; 8:1-3); es el Juez nombrado en cuyas manos se encomienda todo juicio, de modo que administra con prudencia los beneficios de su rescate a las personas de la humanidad que merezcan vivir bajo su gobernación (Jn 5:22-27; Hch 10:42, 43); mediante él también se consigue la resurrección de los muertos. (Jn 5:28, 29; 6:39, 40.) Debido a que Jehová Dios quiso utilizar así a su Hijo, “no hay salvación en ningún otro, porque no hay otro nombre debajo del cielo que se haya dado entre los hombres mediante el cual tengamos que ser salvos”. (Hch 4:12; compárese con 1Jn 5:11-13.)
Como su “nombre” también abarca este aspecto de la autoridad de Jesús, mediante él sus discípulos, en calidad de representantes del Agente Principal de la vida, podían curar a personas de sus enfermedades ocasionadas por el pecado heredado e incluso podían levantar a los muertos. (Hch 3:6, 15, 16; 4:7-11; 9:36-41; 20:7-12.)
El pleno significado de su “nombre”. Aunque la muerte de Jesús en un madero de tormento desempeña un papel vital en la salvación humana, la aceptación de esta verdad no es de ningún modo todo lo que conlleva el hecho de ‘poner fe en el nombre de Jesús’. (Hch 10:43.) Después de su resurrección, Jesús dijo a sus discípulos: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y sobre la tierra”, mostrando así que encabeza un gobierno de dominio universal. (Mt 28:18.) El apóstol Pablo aclaró que el Padre de Jesús “no dejó nada que no esté sujeto a él”, con la lógica excepción de “aquel que le sujetó todas las cosas”, es decir, Jehová, el Dios Soberano. (1Co 15:27; Heb 1:1-14; 2:8.) El “nombre” de Jesucristo es más excelso que el de los ángeles de Dios, en el sentido de que abarca o representa la enorme autoridad ejecutiva que Jehová ha delegado en él. (Heb 1:3, 4.) Solo podrán conseguir la vida eterna los que reconozcan ese “nombre” voluntariamente y se inclinen ante él, sujetándose a la autoridad que representa. (Hch 4:12; Ef 1:19-23; Flp 2:9-11.) Deben amoldarse sinceramente y sin hipocresía a las normas que Jesús ejemplificó, y obedecer con fe los mandamientos que dio. (Mt 7:21-23; Ro 1:5; 1Jn 3:23.)
¿Qué es el “nombre” de Jesús que hace que todas las naciones odien a los cristianos? Algo que también ilustra este otro aspecto del “nombre” de Jesús es la advertencia profética de que sus seguidores serían “objeto de odio de parte de todas las naciones por causa de [su] nombre”. (Mt 24:9; también Mt 10:22; Jn 15:20, 21; Hch 9:15, 16.) Es evidente que este odio no se debería a que su nombre representaba a un Rescatador o Redentor, sino, más bien, a que representaba al Gobernante nombrado de Dios, el Rey de reyes, ante quien todas las naciones deben inclinarse en sumisión si no quieren ser destruidas. (Apo 19:11-16; compárese con Sl 2:7-12.)
Del mismo modo, es seguro que los demonios obedecieron la orden de Jesús de salir de los posesos, no debido a que Jesús fuese el Cordero sacrificatorio de Dios, sino a la autoridad que conllevaba su nombre como el representante ungido del Reino, aquel que tenía autoridad para llamar, no solo a una legión de ángeles, sino a una docena de legiones capaces de expulsar a cualquier demonio que tercamente resistiera la orden de salir. (Mr 5:1-13; 9:25-29; Mt 12:28, 29; 26:53; compárese con Da 10:5, 6, 12, 13.) Los apóstoles fieles de Jesús recibieron autoridad para emplear su nombre con el fin de expulsar demonios, tanto antes como después de su muerte. (Lu 9:1; 10:17; Hch 16:16-18.) Sin embargo, cuando los hijos del sacerdote judío Esceva trataron de utilizar el nombre de Jesús de este modo, el espíritu inicuo desafió su derecho a invocar la autoridad que ese nombre representaba e hizo que el hombre poseído los atacara y lastimara. (Hch 19:13-17.)
Cuando los seguidores de Jesús se refirieron a su “nombre”, usaron con frecuencia la expresión el “Señor Jesús” o “nuestro Señor Jesucristo”. (Hch 8:16; 15:26; 19:5, 13, 17; 1Co 1:2, 10; Ef 5:20; Col 3:17.) Lo reconocieron como su Señor, no solo porque era su Recomprador y Dueño nombrado por Dios en virtud de su sacrificio de rescate (1Co 6:20; 7:22, 23; 1Pe 1:18, 19; Jud 4), sino también debido a su posición y autoridad reales. Por la autoridad regia y sacerdotal que representaba su nombre, sus seguidores predicaron (Hch 5:29-32, 40-42), bautizaron a discípulos (Mt 28:18-20; Hch 2:38; compárese con 1Co 1:13-15), expulsaron a personas inmorales (1Co 5:4, 5) y exhortaron e instruyeron a las congregaciones cristianas que pastorearon. (1Co 1:10; 2Te 3:6.) De esto se desprende que aquellos a quienes Jesús aprobara para la vida nunca podrían poner fe o demostrar lealtad a ningún otro “nombre” como si representara la autoridad de Dios para gobernar. Deberían mostrar lealtad inquebrantable al “nombre” del Rey comisionado por Dios, el Señor Jesucristo. (Mt 12:18, 21; Apo 2:13; 3:8; véase ACERCARSE A DIOS.)
‘Dar testimonio acerca de la verdad.’ A la pregunta de Pilato: “Bueno, pues, ¿eres tú rey?”, Jesús contestó: “Tú mismo dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio acerca de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz”. (Jn 18:37; véase CAUSA JUDICIAL - [El juicio de Jesús].) Como muestran las Escrituras, la verdad acerca de la que dio testimonio no era solo la verdad en general, sino que se trataba de la verdad de máxima importancia en cuanto a lo que eran y lo que son los propósitos de Dios. Esta verdad estaba basada en el hecho fundamental de la voluntad soberana de Dios y su aptitud para cumplir dicha voluntad. Jesús reveló mediante su ministerio que esa verdad, contenida en el “secreto sagrado”, era el reino de Dios con él mismo, el “Hijo de David”, sentado como Rey Sacerdote en el trono. Este fue también, en esencia, el mensaje que proclamaron los ángeles antes de su nacimiento y una vez que este se produjo en Belén de Judea, la ciudad de David. (Lu 1:32, 33; 2:10-14; 3:31.)
Para que Jesús cumpliera en su ministerio con la comisión de dar testimonio acerca de la verdad, era necesario que no se limitase a hablar, predicar y enseñar. Además de abandonar su gloria celestial para nacer como humano, tuvo que cumplir todo lo que estaba profetizado acerca de él, entre lo que se contaban las sombras o modelos contenidos en el pacto de la Ley. (Col. 2:16; Heb 10:1.) A fin de sostener la verdad de la palabra y las promesas proféticas de su Padre, Jesús tuvo que vivir de tal modo que esa verdad se hiciera realidad, cumplirla de hecho y de palabra, tanto por su modelo de vida como por su muerte. Tenía que ser la verdad, de hecho, la personificación de la verdad, como él mismo dijo que era. (Jn 14:6.)
Por esta razón, el apóstol Juan pudo escribir que Jesús “estaba lleno de bondad inmerecida y verdad”, y que aunque “la Ley fue dada por medio de Moisés, la bondad inmerecida y la verdad vinieron a ser por medio de Jesucristo”. (Jn 1:14, 17.) La verdad de Dios ‘vino a ser’, es decir, llegó a su realización, por medio de estos hechos históricos: el nacimiento humano de Jesús, la presentación de sí mismo a Dios mediante bautismo en agua, sus tres años y medio de servicio público a favor del reino de Dios, su muerte en fidelidad y su resurrección al cielo. (Compárese con Jn 1:18; Col 2:17.) Por lo tanto, toda la vida terrestre de Jesucristo consistió en “dar testimonio acerca de la verdad”, acerca de lo que Dios había jurado. De modo que Jesús no fue la sombra de un Mesías o Cristo, sino el verdadero Mesías que se había prometido. No fue la sombra de un rey sacerdote, sino, en esencia y de hecho, el verdadero Rey Sacerdote que se había prefigurado. (Ro 15:8-12; compárese con Sl 18:49; 117:1; Dt 32:43; Isa 11:10.)
Esta verdad sería la que ‘libraría a los hombres’ que demostrasen que estaban “de parte de la verdad” al aceptar el papel de Jesús en el propósito de Dios. (Jn 8:32-36; 18:37.) Quien no haga caso del propósito de Dios concerniente a su Hijo, edifique esperanzas sobre cualquier otro fundamento y oriente su vida a partir de cualquier otra base, se engañará a sí mismo, creerá una mentira y seguirá la dirección del padre de la mentira, el adversario de Dios (Mt 7:24-27; Jn 8:42-47), lo que significará que ‘morirá en sus pecados’. (Jn 8:23, 24.) Por eso Jesucristo no se retuvo de declarar su lugar en el propósito de Dios.
Es verdad que dio orden rigurosa a sus discípulos de que no declararan a nadie su condición de Mesías (Mt 16:20; Mr 8:29, 30) y que en muy pocas ocasiones se refirió a sí mismo directamente como el Cristo, excepto cuando estaba en privado con ellos. (Mr 9:33, 38, 41; Lu 9:20, 21; Jn 17:3.) Pero con denuedo y regularidad hizo notar que tanto las profecías como sus obras probaban que era el Cristo. (Mt 22:41-46; Jn 5:31-39, 45-47; 7:25-31.) Cuando Jesús, “cansado del viaje”, habló con una mujer samaritana al lado de un pozo, se identificó como el Cristo, quizás a fin de despertar la curiosidad de los ciudadanos y hacer que salieran de la ciudad para verle, como por fin sucedió. (Jn 4:6, 25-30.) El mero hecho de que alegara ser el Mesías no significaría nada si no lo respaldaba con pruebas. De todos modos, se requería fe de los que lo vieran y oyeran para aceptar la conclusión a la que esas pruebas señalaban inequívocamente. (Lu 22:66-71; Jn 4:39-42; 10:24-27; 12:34-36.)
Probado y perfeccionado. Jehová Dios demostró la suprema confianza que tenía en su Hijo al encargarle la misión de ir a la Tierra y ser el Mesías prometido. Él preconoció “antes de la fundación del mundo” el propósito de Dios de que hubiese una “descendencia” (Gé 3:15), el Mesías, que sirviera de Cordero sacrificatorio. (1Pe 1:19, 20.) La expresión “antes de la fundación del mundo” se considera en el encabezamiento PRESCIENCIA, PREDETERMINACIÓN - [La predeterminación del Mesías]. Sin embargo, el registro bíblico no dice con exactitud cuándo designó o informó Jehová a la persona específica que había escogido para desempeñar tal papel, si fue en el tiempo de la rebelión de Edén o después. Los requisitos, en particular los del sacrificio de rescate, hacían imposible que fuera un humano imperfecto, pero no que fuera un hijo celestial perfecto. De todos los millones de hijos celestiales, Jehová seleccionó a uno para que se encargara de esta asignación: su Primogénito, la Palabra. (Compárese con Heb 1:5, 6.)
El Hijo de Dios aceptó voluntariamente la asignación, como se desprende de Filipenses 2:5-8, donde se registra que “se despojó a sí mismo” de su gloria celestial y naturaleza de espíritu, y “tomó la forma de un esclavo” al ser transferida su vida al plano terrestre, material y humano. Esta asignación que le esperaba representaba una responsabilidad inmensa, pues había mucho en juego. Si se mantenía fiel, podía probar que era falsa la afirmación de Satanás de que los siervos de Dios lo negarían bajo privación, sufrimiento y prueba, afirmación que se registra en el caso de Job. (Job 1:6-12; 2:2-6.) Como el Hijo primogénito, Jesús podía ser la criatura de Dios que diera la respuesta más concluyente a esa acusación y que defendiera mejor a su Padre en la mayor cuestión, que tenía que ver con lo legítimo de la soberanía universal de Jehová. De ese modo demostraría que era el “Amén, el testigo fiel y verdadero”. (Apo 3:14.) De haber fallado, él, más que ninguna otra criatura, habría acarreado oprobio al nombre de su Padre.
Por supuesto, al seleccionar a su Hijo unigénito, Jehová no estaba ‘imponiendo las manos apresuradamente sobre él’, con el riesgo de ser ‘partícipe de sus posibles pecados’, pues Jesús no era un principiante que ‘se hinchara de orgullo y cayera en el juicio pronunciado contra el Diablo’ con facilidad. (Compárese con 1Ti 5:22; 3:6.) Jehová ‘conocía plenamente’ a su Hijo por su relación íntima con él desde tiempos inmemoriales (Mt 11:27; compárese con Gé 22:12; Ne 9:7, 8), y por eso podía designarle para cumplir las infalibles profecías de su Palabra. (Isa 46:10, 11.) De modo que Dios no estaba garantizando arbitraria o automáticamente que su Hijo tendría “éxito seguro” tan solo por colocarlo en el papel del Mesías profetizado (Isa 55:11), como dice la teoría de la predestinación.
Aunque el Hijo no había pasado antes por ninguna prueba como esa, había demostrado su fidelidad y devoción de otras maneras. Ya había tenido gran responsabilidad como el Vocero de Dios, la Palabra, pero nunca usó mal su posición y autoridad, como hizo en una ocasión el vocero terrestre de Dios, Moisés. (Nú 20:9-13; Dt 32:48-51; Jud 9.) Siendo aquel por medio de quien se hicieron todas las cosas, el Hijo era un dios, “el dios unigénito” (Jn 1:18), por lo que tuvo una posición de preeminencia y gloria entre todos los demás hijos celestiales de Dios. Sin embargo, no se hizo altivo. (Contrástese con Eze 28:14-17.) De modo que no podía decirse que el Hijo no había probado ya su lealtad, humildad y devoción de muchas maneras.
Para ilustrarlo, analice la prueba que se puso al primer hijo humano de Dios, Adán. Esta prueba no implicaba aguantar persecución ni sufrimiento, sino solo respetar obedientemente la voluntad de Dios con respecto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo. (Gé 2:16, 17; véase ÁRBOL.) La rebelión y tentación de Satanás no eran parte de la prueba original de Dios, sino que procedieron de una fuente ajena a Él. Además, cuando la prueba se dio, no supuso ninguna tentación para el hombre, como fue el caso después de la desviación de Eva. (Gé 3:6, 12.) De modo que la prueba de Adán pudo haberse efectuado sin ninguna tentación o influencia malévola exterior, dependiendo solo de su corazón: de su amor a Dios y de estar libre de egoísmo. (Pr 4:23.) Si Adán hubiera sido fiel, habría podido ‘tomar del fruto del árbol de la vida y comer y vivir hasta tiempo indefinido’ como un hijo de Dios probado y aprobado (Gé 3:22), todo ello sin haber sido sometido a ninguna influencia negativa, tentación, persecución ni sufrimiento.
Puede notarse también que el hijo celestial que se convirtió en Satanás no se apartó del servicio de Dios debido a que alguien lo persiguiera o tentara a hacer lo malo. Con toda seguridad no fue Dios quien lo hizo, ya que ‘él no prueba a nadie con cosas malas’. No obstante, ese hijo celestial no mantuvo su lealtad, se dejó ‘atraer seductoramente por su propio deseo’ y pecó, por lo que se convirtió en un rebelde. (Snt 1:13-15.) No pasó la prueba del amor.
Sin embargo, la cuestión que hizo surgir el adversario de Dios requería que ese Hijo, como Mesías prometido y futuro Rey del reino de Dios, se sometiera a una prueba de integridad en medio de nuevas circunstancias. Dicha prueba y los sufrimientos que esta suponía también eran necesarios a fin de que llegara a ser “perfeccionado” para ocupar su posición de Sumo Sacerdote de Dios sobre la humanidad. (Heb 5:9, 10.) A fin de satisfacer los requisitos para ser instalado como el Agente Principal de la salvación, al Hijo de Dios “le era preciso llegar a ser semejante a sus ‘hermanos’ [los que llegaron a ser sus seguidores ungidos] en todo respecto, para llegar a ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel”. Tenía que aguantar dificultades y sufrimientos para que ‘pudiera ir en socorro de los que fueran puestos a prueba’, a fin de poder compadecerse así de las debilidades como alguien que había “sido probado en todo sentido igual que nosotros, pero sin pecado”. Aunque era perfecto y sin pecado, podía “tratar con moderación a los ignorantes y errados”. Solo por medio de ese Sumo Sacerdote sería posible que los humanos imperfectos se acercaran con ‘franqueza de expresión al trono de la bondad inmerecida, para que obtuvieran misericordia y hallaran bondad inmerecida para ayuda al tiempo apropiado’. (Heb 2:10-18; 4:15–5:2; compárese con Lu 9:22.)
Seguía teniendo libre albedrío. Jesús mismo dijo que todas las profecías sobre el Mesías iban a realizarse, “tenían que cumplirse”. (Lu 24:44-47; Mt 16:21; compárese con Mt 5:17.) No obstante, esto no eximió al Hijo de Dios del peso de la responsabilidad, ni coartó su libertad para escoger entre ser fiel o infiel. La cuestión no era unilateral, no dependía solo del Dios Todopoderoso, Jehová. Su Hijo tenía que hacer su parte para que las profecías se realizaran. Dios aseguró la certeza de las profecías por medio de su sabia selección del que tenía que llevar a cabo la asignación, el “Hijo de su amor”. (Col 1:13.) Es evidente que su Hijo retuvo su libre albedrío y lo ejerció como humano en la Tierra. Jesús habló por propia voluntad, demostró que se sometía de manera voluntaria a los deseos de su Padre (Mt 16:21-23; Jn 4:34; 5:30; 6:38) y trabajó conscientemente por el cumplimiento de esa asignación como estaba expuesta en la Palabra de su Padre. (Mt 3:15; 5:17, 18; 13:10-17, 34, 35; 26:52-54; Mr 1:14, 15; Lu 4:21.) Por supuesto, Jesús no tenía el control del cumplimiento de otros rasgos proféticos, pues algunos sucedieron después de su muerte. (Mt 12:40; 26:55, 56; Jn 18:31, 32; 19:23, 24, 36, 37.) El registro de lo que ocurrió la noche antes de su muerte revela de manera impresionante el intenso esfuerzo personal que tuvo que hacer para someter su voluntad a la de Aquel que le superaba en sabiduría, su propio Padre. (Mt 26:36-44; Lu 22:42-44.) El registro también indica que aunque era perfecto, reconocía que en su condición de hombre dependía de su Padre, Jehová Dios, para conseguir fuerzas en momentos de necesidad. (Jn 12:23, 27, 28; Heb 5:7.)
Por consiguiente, Jesús tenía mucho en lo que meditar y mucho con lo que fortalecerse durante los cuarenta días que ayunó (como Moisés) en el desierto después de su bautismo y ungimiento. (Éx 34:28; Lu 4:1, 2.) Allí tuvo un encuentro directo con el Adversario de su Padre, adversario al que se asemeja a una serpiente. Satanás el Diablo utilizó tácticas similares a las que había usado en Edén, para intentar inducir a Jesús al egoísmo, a exaltarse a sí mismo y a negar la posición soberana de su Padre. A diferencia de Adán, Jesús, el “último Adán” mantuvo su integridad, y al citar repetidas veces la voluntad declarada de su Padre, hizo que Satanás se retirase “hasta otro tiempo conveniente”. (Lu 4:1-13; 1Co 15:45.)
Sus obras y cualidades personales.
Como “la bondad inmerecida y la verdad” llegarían a ser por medio de Jesucristo, tenía que mezclarse con la gente para que lo oyeran, y vieran sus obras y cualidades. De este modo podrían reconocerlo como el Mesías y poner fe en su sacrificio cuando muriera por ellos como el “Cordero de Dios”. (Jn 1:17, 29.) Jesús visitó las muchas regiones de Palestina, y recorrió a pie centenares de kilómetros. Habló a la gente en las orillas de lagos y en las laderas de colinas, así como en ciudades y pueblos, en sinagogas y en el templo, en plazas de mercado, calles y casas (Mt 5:1, 2; 26:55; Mr 6:53-56; Lu 4:16; 5:1-3; 13:22, 26; 19:5, 6), y se dirigió a grandes muchedumbres y a personas en particular, hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, ricos y pobres. (Mr 3:7, 8; 4:1; Jn 3:1-3; Mt 14:21; 19:21, 22; 11:4, 5.)
La tabla que acompaña este artículo presenta una posible combinación cronológica de los cuatro relatos de la vida terrestre de Jesús. También ayuda a entender las diversas “campañas” o giras que llevó a cabo durante su ministerio de tres años y medio.
Jesús fue para sus discípulos un ejemplo de hombre trabajador. Se levantaba temprano y trabajaba hasta bien entrada la noche. (Lu 21:37, 38; Mr 11:20; 1:32-34; Jn 3:2; 5:17.) Más de una vez pasó la noche orando, como la noche anterior a que pronunciara su Sermón del Monte. (Mt 14:23-25; Lu 6:12–7:10.) En una ocasión, después de haber ayudado a otros hasta entrada la noche, se levantó mientras todavía estaba oscuro y se fue a un lugar solitario para orar. (Mr 1:32, 35.) Aunque las muchedumbres a menudo interrumpían su intimidad, ‘los recibía con amabilidad y les hablaba del reino de Dios’. (Lu 9:10, 11; Mr 6:31-34; 7:24-30.) Experimentó cansancio, sed y hambre, y a veces hasta se privaba de comer debido al trabajo que tenía que hacer. (Mt 21:18; Jn 4:6, 7, 31-34; compárese con Mt 4:2-4; 8:24, 25.)
Punto de vista equilibrado de las cosas materiales. Sin embargo, no era un asceta que practicaba la austeridad a un grado extremo, sino que más bien obraba en consonancia con cada situación. (Lu 7:33, 34.) Aceptó muchas invitaciones a comidas, e incluso a banquetes, y visitó las casas de personas de cierto nivel económico. (Lu 5:29; 7:36; 14:1; 19:1-6.) Contribuyó al disfrute de una boda al convertir agua en buen vino. (Jn 2:1-10.) También apreció las cosas buenas que se hacían por él. Cuando Judas se indignó porque María, la hermana de Lázaro, usó una libra de aceite perfumado (cuyo valor era de más de 220 dólares [E.U.A.], aproximadamente el salario de un año de un trabajador) para ungir los pies de Jesús, y fingió preocupación por los pobres que podían haberse beneficiado de la venta de ese aceite, Jesús dijo: “Déjala, para que guarde esta observancia en vista del día de mi entierro. Porque a los pobres siempre los tienen con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre”. (Jn 12:2-8; Mr 14:6-9.) La prenda interior de vestir que llevaba cuando lo detuvieron, “tejida desde arriba toda ella”, debió ser una prenda de calidad. (Jn 19:23, 24.) No obstante, siempre puso en primer lugar lo espiritual; nunca se preocupó en demasía por lo material, como aconsejó a otros que hicieran. (Mt 6:24-34; 8:20; Lu 10:38-42; compárese con Flp 4:10-12.) ★¿Es el ascetismo la llave de la sabiduría? - (19971008-Pg.20/597)
Libertador valeroso. Durante todo el ministerio de Jesús, se destacan su gran valor, su hombría y su fuerza. (Mt 3:11; Lu 4:28-30; 9:51; Jn 2:13-17; 10:31-39; 18:3-11.) Al igual que Josué, el rey David y otros, Jesús luchó a favor de la causa de Dios y a favor de los amadores de la justicia. En su calidad de “descendencia” prometida, tuvo que encararse a la enemistad de la ‘descendencia de la serpiente’ y luchar contra los miembros de ella. (Gé 3:15; 22:17.) Libró una batalla contra los demonios y contra su influencia en la mente y el corazón de los hombres. (Mr 5:1-13; Lu 4:32-36; 11:19-26; compárese con 2Co 4:3, 4; Ef 6:10-12.) Los líderes religiosos hipócritas demostraron que en realidad estaban en oposición a la soberanía y la voluntad de Dios (Mt 23:13, 27, 28; Lu 11:53, 54; Jn 19:12-16), pero Jesús los derrotó por completo en una serie de enfrentamientos verbales. Blandió la “espada del espíritu”, la Palabra de Dios, con fuerza, control perfecto y estrategia, y respondió de tal modo a los argumentos sutiles y las preguntas capciosas de sus opositores, que los ‘arrinconaba’ o colocaba ‘entre la espada y la pared’. (Mt 21:23-27; 22:15-46.) Jesús puso al descubierto sin temor lo que eran: maestros de tradiciones humanas y formalismos, guías ciegos, una generación de víboras e hijos del Adversario de Dios, que es el príncipe de los demonios y un mentiroso asesino. (Mt 15:12-14; 21:33-41, 45, 46; 23:33-35; Mr 7:1-13; Jn 8:40-45.)
No obstante, nunca fue temerario; no buscó la dificultad y evitó siempre el peligro innecesario. (Mt 12:14, 15; Mr 3:6, 7; Jn 7:1, 10; 11:53, 54; compárese con Mt 10:16, 17, 28-31.) Su valor se basaba en la fe. (Mr 4:37-40.) Cuando se le vilipendió y maltrató, no perdió el dominio, sino que conservó la calma, “encomendándose al que juzga con justicia”. (1Pe 2:23.)
Jesús, aquel que sería mayor que Moisés, cumplió con el papel profético de Libertador al luchar con valor a favor de la verdad y revelar el propósito de Dios a la gente. Proclamó libertad a los cautivos. (Isa 42:1, 6, 7; Jer 30:8-10; Isa 61:1.) Aunque muchos se retrajeron por razones egoístas y por temor a la clase gobernante (Jn 7:11-13; 9:22; 12:42, 43), otros cobraron valor para liberarse de sus cadenas de ignorancia y sumisión abyecta a los líderes falsos y a las falsas esperanzas. (Jn 9:24-39; compárese con Gál 5:1.) El ministerio de Jesús, el Rey mesiánico de Dios, tuvo un efecto devastador en la religión falsa de su día (Jn 11:47, 48), similar al que tuvieron las campañas emprendidas por los reyes fieles de Judea para eliminar del reino la adoración falsa. (2Cr 15:8; 17:1, 4-6; 2Re 18:1, 3-6.)
Véase más información sobre el ministerio terrestre de Jesucristo en MAPAS, vol. 2, págs. 540, 541.
Sensibilidad y afecto profundos. Jesús era también un hombre de gran sensibilidad, algo que se requiere para servir de Sumo Sacerdote de Dios. Su perfección no lo hizo hipercrítico ni arrogante o autoritario, como eran los fariseos ante las personas imperfectas y pecaminosas entre las que vivió y trabajó. (Mt 9:10-13; 21:31, 32; Lu 7:36-48; 15:1-32; 18:9-14.) Incluso los niños se sentían a gusto con él. Cuando usó a un niño como ejemplo, no se limitó a ponerlo de pie delante de sus discípulos, sino que además “lo rodeó con los brazos”. (Mr 9:36; 10:13-16.) Fue un verdadero amigo y un afectuoso compañero de sus seguidores, y “los amó hasta el fin”. (Jn 13:1; 15:11-15.) No usó su autoridad para ser exigente ni para aumentar las cargas de la gente; al contrario, dijo: “Vengan a mí, todos los que se afanan [...], yo los refrescaré”. Sus discípulos pudieron comprobar que era “de genio apacible y humilde de corazón”, y que su yugo era suave y ligero. (Mt 11:28-30.)
Los deberes sacerdotales incluían el cuidado de la salud física y espiritual de la gente. (Le 13–15.) La piedad y la compasión movieron a Jesús a ayudar a la gente que sufría de enfermedades, ceguera y otras aflicciones. (Mt 9:36; 14:14; 20:34; Lu 7:11-15; compárese con Isa 61:1.) La muerte de su amigo Lázaro y el dolor de las hermanas del difunto hicieron que ‘gimiera y cediera a las lágrimas’. (Jn 11:32-36.) De ese modo, Jesús el Mesías, ‘llevó las enfermedades y cargó los dolores’ de otros, de manera anticipada, para lo cual tuvo que salir poder de él. (Isa 53:4; Lu 8:43-48.) No hizo esto solo en cumplimiento de profecías, sino porque ‘quiso’. (Mt 8:2-4, 16, 17.) Más importante aún, les otorgó salud espiritual y perdón de los pecados. Como era el Cristo, tenía autoridad para ello, pues estaba predeterminado a proveer el sacrificio de rescate, y de hecho ya estaba experimentando el bautismo en la muerte que culminaría en el madero de tormento. (Isa 53:4-8, 11, 12; compárese con Mt 9:2-8; 20:28; Mr 10:38, 39; Lu 12:50.) ★Qué nos enseñan las lágrimas de Jesús - (2-1-2022-Pg.14)
“Maravilloso Consejero.” El sacerdote era responsable de educar a la gente en la ley y la voluntad de Dios. (Mal 2:7.) Como Mesías regio, la predicha “ramita del tocón de Jesé [el padre de David]”, Jesús también tenía que manifestar el ‘espíritu de Jehová en sabiduría, consejo, poderío, conocimiento junto con el temor de Jehová’. Él demostraría el regocijo que resulta de dicho temor a Jehová. (Isa 11:1-3.) La sabiduría sin paralelo que se halla en las enseñanzas de Jesús, que era “más que Salomón” (Mt 12:42), es una de las pruebas más sólidas de que era en realidad el Hijo de Dios, y de que los relatos del evangelio no podían ser el mero producto de la mente o imaginación de hombres imperfectos.
Jesús probó que era el “Maravilloso Consejero” prometido (Isa 9:6) por su conocimiento de la Palabra y la voluntad de Dios, su entendimiento de la naturaleza humana, su aptitud para llegar al fondo de las cuestiones y por mostrar la solución a los problemas de la vida cotidiana. El famoso Sermón del Monte es un excelente ejemplo. (Mt 5–7.) En este sermón mostró cómo alcanzar la verdadera felicidad, cómo zanjar disputas, cómo evitar la inmoralidad, cómo tratar a los que muestran enemistad, cómo practicar verdadera justicia sin hipocresía, la actitud correcta hacia las cosas materiales de la vida, la confianza en la generosidad de Dios, la regla áurea para tener una buena relación con otros, los medios para detectar fraudes religiosos y cómo conseguir un futuro seguro. Las muchedumbres se “quedaron atónitas por su modo de enseñar; porque les enseñaba como persona que tiene autoridad, y no como sus escribas”. (Mt 7:28, 29.) Después de su resurrección, siguió siendo la figura clave en la comunicación de Jehová con la humanidad. (Apo 1:1.)
Maestro de maestros. Su manera de enseñar era notablemente eficaz. (Jn 7:45, 46.) Presentaba asuntos de gran peso y profundidad con sencillez, brevedad y claridad. Ilustraba lo que quería enseñar con aquello que era familiar a sus oyentes (Mt 13:34, 35), fueran pescadores (Mt 13:47, 48), pastores (Jn 10:1-17), labradores (Mt 13:3-9), constructores (Mt 7:24-27; Lu 14:28-30), comerciantes (Mt 13:45, 46), esclavos o amos (Lu 16:1-9), amas de casa (Mt 13:33; Lu 15:8) o cualquier otro tipo de persona. (Mt 6:26-30.) Usó cosas simples —pan, agua, sal, odres o prendas viejas— como símbolos de otras de gran importancia, como se había hecho en las Escrituras Hebreas. (Jn 6:31-35, 51; 4:13, 14; Mt 5:13; Lu 5:36-39.) Su lógica, con frecuencia expresada por medio de analogías, disipaba las objeciones y enfocaba los asuntos en su justa perspectiva. (Mt 16:1-3; Lu 11:11-22; 14:1-6.) A fin de dirigir su mensaje principalmente al corazón de los hombres, se valía de preguntas que les hiciesen pensar, llegar a sus propias conclusiones, examinar sus motivos y tomar decisiones. (Mt 16:5-16; 17:24-27; 26:52-54; Mr 3:1-5; Lu 10:25-37; Jn 18:11.) Jesús no se esforzó por ganarse a las masas, sino por despertar el corazón de los que anhelaban con sinceridad la verdad y la justicia. (Mt 5:3, 6; 13:10-15.)
Aunque tomaba en consideración la comprensión limitada de su auditorio y hasta de sus discípulos (Mr 4:33), y dosificaba su enseñanza (Jn 16:4, 12), nunca ‘diluyó’ el mensaje de Dios para ganar popularidad o buscar favor. Su habla era franca, e incluso tajante en algunas ocasiones. (Mt 5:37; Lu 11:37-52; Jn 7:19; 8:46, 47.) El tema de su mensaje era: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado”. (Mt 4:17.) Como habían hecho los profetas de Jehová en tiempos anteriores, anunció con claridad a la gente “su sublevación, y a la casa de Jacob sus pecados” (Isa 58:1; Mt 21:28-32; Jn 8:24), y les señaló la ‘puerta angosta y el camino estrecho’ que les conduciría de vuelta al favor de Dios y a la vida. (Mt 7:13, 14.)
“Caudillo y comandante.” Jesucristo demostró estar capacitado para ser “caudillo y comandante”, así como un “testigo a los grupos nacionales”. (Isa 55:3, 4; Mt 23:10; Jn 14:10, 14; compárese con 1Ti 6:13, 14.) Al tiempo debido, varios meses después de empezar su ministerio, se dirigió a algunos que ya conocía y les extendió la invitación: “Sé mi seguidor”. Hubo hombres que abandonaron la pesca y la recaudación de impuestos para responder sin demora. (Mt 4:18-22; Lu 5:27, 28; compárese con Sl 110:3), y mujeres que contribuyeron tiempo, esfuerzo y posesiones materiales a fin de satisfacer las necesidades de Jesús y sus seguidores. (Mr 15:40, 41; Lu 8:1-3.)
Este pequeño grupo formó el núcleo de lo que llegaría a ser una nueva “nación”, el Israel espiritual. (1Pe 2:7-10.) Jesús pasó una noche entera orando a su Padre para conseguir la guía necesaria antes de seleccionar a los doce apóstoles, quienes llegarían a ser los pilares de la nueva nación si se mantenían fieles, como los doce hijos de Jacob en el Israel carnal. (Lu 6:12-16; Ef 2:20; Apo 21:14.) Igual que Moisés tuvo 70 hombres junto a él como representantes de la nación, Jesús más tarde asignó a otros setenta discípulos al ministerio. (Nú 11:16, 17; Lu 10:1.) A partir de entonces, concentró su enseñanza e instrucción en estos discípulos. De hecho, pronunció el Sermón del Monte principalmente para ellos, según demuestra su contenido. (Mt 5:1, 2, 13-16; 13:10, 11; Mr 4:34; 7:17.)
Jesús asumió todas las responsabilidades de su jefatura; tomó la delantera en todo respecto (Mt 23:10; Mr 10:32); asignó a sus discípulos responsabilidades y tareas, además de su obra de predicación (Lu 9:52; 19:29-35; Jn 4:1-8; 12:4-6; 13:29; Mr 3:9; 14:12-16), y también los animó y los censuró (Jn 16:27; Lu 10:17-24; Mt 16:22, 23). Además, dio órdenes con autoridad, y su principal mandamiento era que debían ‘amarse unos a otros tal como él los había amado’. (Jn 15:10-14.) Podía controlar a muchedumbres de miles de personas. (Mr 6:39-46.) La enseñanza útil y constante que dio a sus discípulos, que en su mayoría tenían una educación limitada y una posición humilde, fue de una extremada eficacia. (Mt 10:1–11:1; Mr 6:7-13; Lu 8:1.) Más tarde, incluso a hombres de una elevada educación y posición social les admiró el habla convincente y enérgica de los apóstoles. Estos “pescadores de hombres” consiguieron resultados asombrosos; miles de personas respondieron a su predicación. (Mt 4:19; Hch 2:37, 41; 4:4, 13; 6:7.) El entendimiento de los principios bíblicos que Jesús había implantado en su corazón los hizo aptos para ser buenos pastores del rebaño en años posteriores. (1Pe 5:1-4.) De esta manera, en el corto espacio de tres años y medio, colocó un fundamento sólido para una congregación internacional unida, compuesta por miles de miembros procedentes de muchas razas.
Proveedor capaz y juez justo. Una muestra de que su gobernación resultaría en una prosperidad superior a la de Salomón se ve en la capacidad que demostró para dirigir la pesca de sus discípulos, con unos resultados que los dejaron atónitos. (Lu 5:4-9; compárese con Jn 21:4-11.) El que este hombre nacido en Belén (que significa “Casa de Pan”) alimentara a miles de personas y convirtiera el agua en buen vino, fue un anticipo en pequeña escala del futuro banquete que el Reino mesiánico de Dios proveería “para todos los pueblos”. (Isa 25:6; compárese con Lu 14:15.) Su gobernación no solo pondrá fin a la pobreza y al hambre, sino que también se “tragará a la muerte”. (Isa 25:7, 8.)
Por otra parte, en conformidad con las profecías mesiánicas, había muchas razones para confiar en lo justo y recto del juicio que su gobierno traería. (Isa 11:3-5; 32:1, 2; 42:1.) Demostró el máximo respeto a la ley, en particular a la de su Dios y Padre, pero también a la de las “autoridades superiores”, a las que se ha permitido ejercer su gobernación en la Tierra. (Ro 13:1; Mt 5:17-19; 22:17-21; Jn 18:36.) Se opuso a que le introdujesen en la escena política en un intento de “hacerlo rey” por proclamación popular. (Jn 6:15; compárese con Lu 19:11, 12; Hch 1:6-9.) No se excedió de los límites de su autoridad. (Lu 12:13, 14.) Nadie podía ‘probar que fuese culpable de pecado’, no solo porque había nacido perfecto, sino porque siempre observó la Palabra de Dios (Jn 8:46, 55), y además llevaba la justicia y la fidelidad ceñidas como un cinto. (Isa 11:5.) Su amor a la justicia iba aunado al odio a la iniquidad, la hipocresía y el fraude, así como a la indignación que sentía hacia los que eran avarientos e insensibles para con los sufrimientos de otros. (Mt 7:21-27; 23:1-8, 25-28; Mr 3:1-5; 12:38-40; compárese con los vss. 41-44.) Los mansos y humildes podían cobrar ánimo ante la expectativa de que su gobernación eliminase la injusticia y la opresión. (Isa 11:4; Mt 5:5.)
Demostró un gran discernimiento de los principios, del verdadero significado y propósito de las leyes de Dios, e hizo hincapié en los “asuntos de más peso” de estas leyes: “la justicia y la misericordia y la fidelidad”. (Mt 12:1-8; 23:23, 24.) Fue imparcial; no demostró favoritismo, aunque sintió un afecto especial por uno de sus discípulos. (Mt 18:1-4; Mr 10:35-44; Jn 13:23; compárese con 1Pe 1:17.) Aunque una de sus últimas acciones mientras agonizaba en el madero de tormento fue mostrar interés por su madre humana, nunca antepuso los lazos familiares humanos a sus relaciones espirituales. (Mt 12:46-50; Lu 11:27, 28; Jn 19:26, 27.) Como se había predicho, nunca trató los problemas de modo superficial, solo por la “mera apariencia de las cosas a sus ojos, ni [censuró] simplemente según lo que [oyeron] sus oídos”. (Isa 11:3; compárese con Jn 7:24.) Podía ver lo que había en el corazón de los hombres y discernir sus pensamientos, razonamientos y motivos. (Mt 9:4; Mr 2:6-8; Jn 2:23-25.) Mantuvo su oído atento a la Palabra de Dios y buscó, no su propia voluntad, sino la de su Padre. Esto era una garantía de que cuando desempeñase el papel de Juez nombrado por Dios, sus decisiones siempre serían justas y rectas. (Isa 11:4; Jn 5:30.)
Profeta sobresaliente. Jesús cumplió con los requisitos de un profeta como Moisés, pero fue mayor que él. (Dt 18:15, 18, 19; Mt 21:11; Lu 24:19; Hch 3:19-23; compárese con Jn 7:40.) Predijo sus propios sufrimientos y cómo moriría, la dispersión de sus discípulos, el asedio de Jerusalén y la destrucción completa de la ciudad y su templo. (Mt 20:17-19; 24:1–25:46; 26:31-34; Lu 19:41-44; 21:20-24; Jn 13:18-27, 38.) En conexión con estos últimos acontecimientos, pronunció las profecías que se cumplirían en el tiempo de su presencia, cuando su Reino empezara a gobernar. Al igual que los profetas anteriores, ejecutó señales y milagros como prueba de que Dios lo había enviado. Sus credenciales superaron a las de Moisés, pues Jesús calmó la tormenta en el mar de Galilea y anduvo sobre sus aguas (Mt 8:23-27; 14:23-34); sanó a ciegos, mudos y cojos; también curó enfermedades tan graves como la lepra, e incluso levantó a personas que habían muerto. (Lu 7:18-23; 8:41-56; Jn 11:1-46.)
Magnífico ejemplo de amor. De todos esos aspectos de la personalidad de Jesús, la cualidad predominante es el amor: amor a su Padre por encima de todo y también amor a su prójimo. (Mt 22:37-39.) De modo que el amor debería ser la marca distintiva que identificara a sus discípulos. (Jn 13:34, 35; compárese con 1Jn 3:14.) Su amor no era sentimentalismo. Aunque expresó sentimientos profundos, siempre se guió por principios (Heb 1:9), y el hacer la voluntad de su Padre fue en todo momento su principal interés. (Compárese con Mt 16:21-23.) Demostró su amor a Dios guardando sus mandamientos (Jn 14:30, 31; compárese con 1Jn 5:3) y buscando la glorificación de su Padre en toda ocasión. (Jn 17:1-4.) Durante la última noche que pasó con sus discípulos, habló más de treinta veces del amor y de amar, y tres veces repitió el mandamiento de que ‘se amaran unos a otros’. (Jn 13:34; 15:12, 17.) También les dijo: “Nadie tiene mayor amor que este: que alguien entregue su alma a favor de sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando”. (Jn 15:13, 14; compárese con Jn 10:11-15.)
En prueba de su amor a Dios y a la humanidad imperfecta, permitió que se le ‘llevara justamente como una oveja al degüello’; le juzgaron, le abofetearon, le dieron puñetazos, le escupieron, le azotaron con un látigo y finalmente le clavaron en un madero entre delincuentes. (Isa 53:7; Mt 26:67, 68; 27:26-38; Mr 14:65; 15:15-20; Jn 19:1.) Por medio de su muerte en sacrificio, ejemplarizó y expresó el amor de Dios a la humanidad (Ro 5:8-10; Ef 2:4, 5), e hizo posible que los hombres tuvieran la absoluta convicción de que profesaba amor inquebrantable a sus discípulos fieles. (Ro 8:35-39; 1Jn 3:16-18.)
Como la imagen que se puede obtener del Hijo de Dios a través del registro escrito —aunque este sea breve (Jn 21:25)— es magnífica, mucho más debe haberlo sido la realidad. Su ejemplo conmovedor de humildad y bondad, unido a su firmeza por la rectitud y la justicia, garantiza que el gobierno de su Reino será lo que los hombres fieles han estado anhelando a través de los siglos; de hecho, sobrepasará las más altas expectativas. (Ro 8:18-22.) Fue un ejemplo en todos los sentidos, demostrando con su conducta la aplicación de la norma que había dado a sus discípulos. (Mt 20:25-28; 1Co 11:1; 1Pe 2:21.) Aunque era su Señor, les lavó los pies. Así puso el modelo de solicitud, consideración y humildad que caracterizaría a su congregación de seguidores ungidos no solo en la Tierra, sino también en el cielo. (Jn 13:3-15.) Aunque estén en sus tronos celestiales, compartiendo con Jesús ‘toda la autoridad en el cielo y en la tierra’ durante el reinado de mil años, deberán cuidar de las necesidades de sus súbditos terrestres con humildad y atenderlas de modo amoroso. (Mt 28:18; Ro 8:17; 1Pe 2:9; Apo 1:5, 6; 20:6; 21:2-4.)
Declarado justo y merecedor. Por su entero derrotero de vida en integridad a Dios, incluido su sacrificio, Jesucristo cumplió con el “solo acto de justificación” que demostró que estaba preparado para ser el Rey Sacerdote ungido de Dios en el cielo. (Ro 5:17, 18.) Fue “declarado justo en espíritu” mediante su resurrección de entre los muertos a vida como un Hijo celestial de Dios. (1Ti 3:16.) Las criaturas celestiales lo proclamaron “digno de recibir el poder y riquezas y sabiduría y fuerza y honra y gloria y bendición”, al ser como un león a favor de la justicia y juicio, y al mismo tiempo, como un cordero, al sacrificarse a sí mismo para la salvación de otros. (Apo 5:5-13.) Había cumplido con su propósito principal de santificar el nombre de su Padre. (Mt 6:9; 22:36-38.) No solo logró esto empleando ese nombre, sino también dando a conocer a la Persona que dicho nombre representa, desplegando las magníficas cualidades de su Padre —amor, sabiduría, justicia y poder— y ayudando a las personas a conocer o experimentar lo que ese nombre representa. (Mt 11:27; Jn 1:14, 18; 17:6-12.) Y lo hizo, sobre todo, apoyando la soberanía universal de Jehová, y así demostró que su gobierno del Reino estaría basado sólidamente en esa Fuente Suprema de autoridad. Por lo tanto, pudo decirse de él: “Dios es tu trono para siempre”. (Heb 1:8.)
El Señor Jesucristo es, por consiguiente, el “Agente Principal y Perfeccionador de nuestra fe”. Debido a que en él se cumplieron las profecías y a que reveló los propósitos futuros de Dios, así como debido a lo que dijo e hizo y a lo que fue, conforma el fundamento sólido sobre el que debe descansar la fe verdadera. (Heb 12:2; 11:1.)
Algunos títulos que se le asignan a Jesucristo
El Amén (es decir, “así sea” o “ciertamente”). En él se cumplen sin falta las promesas divinas (2 Corintios 1:19, 20). Padre Eterno. Recibió de Jehová autoridad para darnos la oportunidad de vivir para siempre en perfección en este planeta (Isaías 9:6). Sumo Sacerdote. Nos limpia del pecado, librándonos así de sus mortíferas consecuencias (Hebreos 3:1; 9:13, 14, 25, 26). Rey de reyes. Como Rey celestial nombrado por Dios, es mucho más poderoso que cualquier gobernante terrestre (Apo 17:14). Príncipe de Paz. Es el Rey del Reino de Dios y establecerá en toda la Tierra una paz que nunca tendrá fin (Isaías 9:6). Maravilloso Consejero. Ofrece siempre consejos prácticos que, además de perfectos, nos llevan a la salvación (Isaías 9:6; Juan 6:68). La Palabra. Es el vocero, o portavoz, de Jehová (Juan 1:1). |
¿Se puede saber lo que pesaba Jesús al momento de su muerte?
¿Se haya en la Biblia lo que pesaba Jesús? A primera vista podríamos pensar que este tipo de datos no se hallan en las Escrituras, pero estamos equivocados. A la luz de los evangelios y con una comprensión de las tradiciones judías sobre la sepultura podemos saberlo. Después de que Jesús fuera ejecutado, su cuerpo fue bajado del madero para ser embalsamado. La tradición era atar las manos y pies con lienzos de lino, envolver el cuerpo en una sábana y cubrir el rostro con un pañuelo (Jn 11:44). Jesús fue envuelto en esta sábana limpia por José de Arimatea (Mt 27:57-59). Pero el dato clave aparece cuando Nicodemo lleva especies para aromatizar el cuerpo y evitar la rápida descomposición. Dice la Biblia: "También Nicodemo, el hombre que la primera vez vino a él de noche, vino trayendo un rollo de mirra y áloes, como cien libras [de ello]. De modo que ellos tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con las vendas con especias, así como tienen costumbre los judíos de preparar para el entierro." (Jn 19:39, 40) ¿Cuál era la costumbre judía para sepultar? La costumbre era usar una cantidad de especies similar a la mitad del peso del cuerpo del muerto (Auxiliar Biblico Portavoz, Harold Willmington). Jesús fue embalsamado con cien libras de estas especias. En tiempos de Jesús 100 libras romanas representaban 73 libras actuales, lo que equivalen a alrededor de 33 kilos. En base a este dato, podemos calcular que Jesús pesaba entre 146 y 150 libras (alrededor de 66 a 68 kilos). Hay que matizar que eso fue cuando lo bajaron del madero, después de 12-14 horas de agonía en el jardín de los Olivos, donde sudó sangre en la madrugada del Jueves, hasta las tres de la tarde del Viernes que murió, noche y día de sufrimientos perdiendo sudor y sangre, sin comer ni beber nada en ese último tramo de su vida. |
1. Jesús, El nombre I·e·sóus aparece en el texto griego de Hechos 7:45 y Hebreos 4:8 con referencia a Josué, el caudillo de Israel tras la muerte de Moisés. (Véase Josué núm. 1.)
2. Jesús, Antepasado de Jesucristo, probablemente por línea materna. (Lu 3:29.) Algunos manuscritos antiguos leen “José(s)” en este lugar.
3. Jesús, A veces a Jesús se lo llama en las Escrituras “Jesucristo”, “Cristo Jesús” y “el Cristo”. Cuando el título “Cristo” aparece después del nombre, se destaca a la persona que porta el título, a Jesús, quien fue enviado por Dios y llegó a ser el Ungido de Jehová. Jesús mismo fue el primero en utilizar esta fórmula al decirle a su Padre: “Esto significa vida eterna, el que estén adquiriendo conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste, Jesucristo” (Jn 17:3). Cuando el título “Cristo” aparece antes del nombre, como en “Cristo Jesús”, el énfasis recae, más bien, en la posición que él ocupa (2Co 4:5) . Y cuando a Jesús se lo llama “el Cristo” (el título precedido del artículo definido), se recalca también su papel de Mesías (Hch 5:42). ★¿Qué significa el nombre Jesús? - (15-7-2014-Pg.28-§1,2)
4. Jesús - (Justo 3) Cristiano, al parecer judío, y colaborador de Pablo; también se le llamaba Justo. (Col 4:11.)
Antepasado de María, la madre de Jesús; tercero en la lista de descendientes a partir de Zorobabel. (Lu 3:26, 27.)
Danita de la ciudad de Zorá, en la Sefelá (Jos 15:33), y padre del juez Sansón. Manóah era un devoto adorador de Jehová.
Cierto día, un ángel se le apareció a la esposa de Manóah, que era estéril, y le anunció que daría a luz un hijo que sería nazareo de Dios. Cuando ella se lo contó a su esposo, este le suplicó a Jehová que volviese a enviar al mensajero a fin de que les instruyese sobre cómo criar al niño. Jehová contestó la oración y envió al ángel por segunda vez. Entonces Manóah le ofreció una comida, pero este le dijo que en su lugar presentase un holocausto a Jehová, y así lo hizo Manóah. Cuando el mensajero ascendió en la llama que se elevaba del altar, Manóah se dio cuenta de que era un ángel de Jehová. Debido a esta experiencia, temió que él y su esposa muriesen, pero ella tranquilizó sus temores, diciéndole: “Si Jehová se hubiera deleitado solo en hacernos morir, no habría aceptado de nuestra mano una ofrenda quemada y ofrenda de grano, y no nos habría mostrado todas estas cosas, y no nos habría dejado oír como ahora cosa semejante a esta”. (Jue 13:2-23.)
Años más tarde, Manóah y su esposa objetaron al deseo de Sansón de casarse con una mujer filistea de Timnah, ‘sin saber que aquello era de Jehová’ (Jue 14:1-4; compárese con Dt 7:3, 4); sin embargo, finalmente acompañaron a Sansón a Timnah, aunque no fueron con él hasta la casa de la mujer filistea, por lo que no le vieron matar a un león joven con sus propias manos. Algún tiempo después, Sansón volvió con sus padres a Timnah para llevar a su casa a la mujer filistea. Al desviarse para mirar el cadáver del león que había matado anteriormente, halló en su interior un enjambre de abejas y miel. Cuando volvió a reunirse con sus padres, les ofreció parte de la miel que había raspado del cadáver del león y ellos la comieron. Parece ser que luego la familia continuó su viaje y que sus padres también estuvieron presentes en el banquete preparado por Sansón en Timnah. (Jue 14:5-10.)
Manóah murió antes que su hijo, puesto que a Sansón se le enterró en la tumba de Manóah, entre Zorá y Estaol. (Jue 16:31.)
1. Obed, Descendiente de Judá; era padre de Jehú e hijo de Eflal.
1. Obed, Descendiente de Judá; era padre de Jehú e hijo de Eflal, de la familia de Jerahmeel. (1Cr 2:3, 25, 37, 38.)
2. Obed, Padre de Jesé, quien, a su vez, fue padre del rey David. Obed era hijo de Boaz y Rut, y fue antepasado de Jesucristo. (Rut 4:13-17, 21, 22; 1Cr 2:12; Mt 1:5; Lu 3:32.)
3. Obed, Hombre poderoso de las fuerzas militares de David. (1Cr 11:26, 47.)
4. Obed, Levita de la familia de Qoré que era hijo de Semaya y nieto de Obed-edom. Sirvió de portero “en la casa de Jehová”. (1Cr 26:1, 4, 7, 12.)
5. Obed, Padre de cierto Azarías que estuvo entre los “jefes de centenas” que colaboraron con el sumo sacerdote Jehoiadá en derrocar a la reina Atalía con el fin de entronizar a Jehoás. (2Cr 23:1, 12-15, 20; 2Cr 24:1.)
Cristiano al que Pablo menciona en su segunda carta a Timoteo. (2Ti 4:19.) A diferencia de otros hombres del distrito de Asia que se apartaron de Pablo, Onesíforo le apoyó con lealtad, y cuando estuvo en Roma, lo buscó diligentemente hasta encontrarlo, a pesar del riesgo que eso suponía. Onesíforo no estaba avergonzado de las cadenas de prisión de Pablo, sino que, igual que había hecho en Éfeso, rindió un buen servicio al apóstol. Pablo apreció mucho esta lealtad y pidió en oración que Onesíforo y su casa recibieran la misericordia de Jehová. (2Ti 1:15-18.)
El que Pablo enviara saludos a la casa de Onesíforo en lugar de al propio Onesíforo (2Ti 4:19) no significa necesariamente que ya no estuviera vivo, aunque cabe esa posibilidad. Puede que simplemente estuviese lejos de su familia en aquel tiempo, o quizás se le incluyó en el saludo general enviado a los creyentes de su casa.
1. Rimón, Benjamita, padre de Baanah y Recab.
1. Rimón, Benjamita, padre de Baanah y Recab, los asesinos de Is-bóset, el hijo de Saúl. Era originario de Beerot, al N. de Guibeah. (2Sa 4:2, 5-7, 9.)
2. Rimón, Ciudad de la tribu de Simeón enclavada en el territorio de Judá. (Jos 19:1, 2, 7.) Se la menciona después de la ciudad de Ain, y al parecer Nehemías 11:29 emplea la forma combinada En-rimón para designar a ambas poblaciones. Zacarías 14:10 indica que se hallaba hacia el S. Se cree que estuvo emplazada donde se encuentran las ruinas de un lugar llamado Khirbet Umm er-Ramamin (Horvat Ramalya), a unos 14 Km. al N. de Beer-seba.
3. Rimón - (Dimná; Rimono; Rummana) Ciudad levita de la familia de Merarí enclavada en el límite oriental de la tierra de Zabulón (Jos 19:10, 13); por lo visto se la llama “Dimná” en Josué 21:35 y “Rimono” en 1 Crónicas 6:77. Se la identifica con Rummana (Rimón), situada a unos 10 Km. al N. de Nazaret.
4. Rimón - (Harmón) Promontorio semejante a un peñasco al que se retiraron los 600 benjamitas que escaparon con vida de la batalla que se libró junto a Guibeah, en la que todo Israel combatió contra Benjamín para vengar la violación y asesinato de la concubina de un levita. (Jue 20:45, 47.) Permanecieron allí hasta que se les enviaron emisarios de paz. (Jue 21:13.) Situado a unos 6 Km. al E. de Betel y a unos 18 Km. al NNE. de Jerusalén, este antiguo baluarte, donde está ubicada una pequeña aldea, es conocido hoy con el nombre de Rammun. En ese lugar se alza una montaña cónica de piedra caliza, protegida por barrancos por tres lados y en la que abundan las grutas.
★Harmón, No es posible precisar de manera categórica a qué alude el término hebreo que se translitera “Harmón”. (Am 4:3; AS, NM, Str.) Otros traductores vierten la palabra con términos tan variopintos como “palacio” (DK; Val, 1960) y “estiércol” (NBE). Si la lectura que ofrece la Versión de los Setenta (“la montaña Remman”) se aproxima al texto hebreo original, tal vez “Harmón” se haya referido al “peñasco de Rimón”. (Jue 20:45, 47.)
5. Rimón - (Rammán) Dios sirio. Naamán, el jefe del ejército sirio, reconoció a Jehová como el Dios verdadero después de haber sido curado de la lepra, pero expresó su preocupación por tener que acompañar al rey de Siria al templo de Rimón, pues, como el rey tenía que apoyarse en su brazo, se veía obligado a inclinarse con él ante el ídolo de Rimón. (2Re 5:15-18.)
A Rimón se le suele identificar con Rammán (que significa “Rugidor; Tronador”), un dios venerado tanto en Asiria como en Babilonia. Hay quien opina que algunas tribus que más tarde se establecieron en las inmediaciones de Damasco tal vez extendieron hacia el O. desde Asiria la adoración de este dios. Varios eruditos creen que Rimón (Rammán) no era más que un un título de Hadad (Adad), el dios de la tormenta. En vista de que Tabrimón y Ben-hadad eran nombres de reyes sirios, hay base para igualar a Rimón con Hadad, pues estos reyes probablemente llevaban el nombre o título de su dios principal. (1Re 15:18.)
No hay duda de que el Rimón que se veneraba en Siria tenía mucho en común con Rammán. Para los asirios, este último era principalmente el dios de la tormenta y el trueno. Aunque se le creía el dios de la lluvia y, por lo tanto, el proveedor del agua para los pozos y los campos, se vincula a Rammán principalmente con los aspectos destructivos de la lluvia y el rayo. En los monumentos asirios se le representa en numerosas ocasiones como un dios de guerra. También se le consideraba así en Babilonia, donde Rammán, el dios-luna Sin y el dios-sol Shamash constituían una de sus numerosas tríadas.
Uno de los jueces sobresalientes de Israel; hijo de Manóah, un danita de Zorá. Antes de su nacimiento, se le apareció un ángel a su madre y le anunció que tendría un hijo que sería nazareo desde que naciera, y que “[llevaría] la delantera en salvar a Israel de la mano de los filisteos”. (Jue 13:1-5, 24; 16:17.) Como futuro líder en la lucha contra los filisteos, Sansón tendría que estar cerca de los cadáveres de las personas que matase en batalla. Por lo tanto, la mismísima naturaleza de su comisión mostraba que no estaba bajo la ley que prescribía que los nazareos no tocasen cadáveres. (Nú 6:2-9.) También debe notarse que esta ley aplicaba a personas que hacían un voto de nazareato voluntariamente, mientras que a Sansón solo le aplicaban los requisitos que el ángel de Jehová le especificó a su madre.
Cuando ya tenía edad para casarse, pidió a sus padres que le consiguiesen como esposa a cierta mujer filistea de Timnah. Esto estaba en armonía con la dirección del espíritu de Dios, puesto que proporcionaría a Sansón la oportunidad de luchar contra los filisteos. (Jue 13:25–14:4.) Más tarde, cerca de Timnah, un leoncillo crinado se enfrentó a Sansón. Lleno de poder gracias al espíritu de Dios, partió al animal en dos valiéndose solo de sus manos. Luego continuó su camino hacia Timnah, donde habló con la mujer filistea que quería tomar por esposa. (Jue 14:5-7.)
Algún tiempo más tarde, Sansón fue a Timnah acompañado de sus padres para llevarse a su prometida a casa. Mientras iban hacia allí, se desvió del camino para mirar el cadáver del león que había matado anteriormente, y halló dentro un enjambre de abejas y miel. Sansón comió algo de la miel, y cuando volvió a reunirse con sus padres, les ofreció miel a ellos. Durante el banquete de boda propuso un enigma basado en este incidente a 30 compañeros de boda filisteos. Acontecimientos posteriores que surgieron por causa de este enigma dieron a Sansón la oportunidad de matar a 30 filisteos en Asquelón.± (Jue 14:8-19.)
Cuando el padre de su prometida la entregó a otro hombre y no permitió que Sansón la viera, se le presentó a este otra oportunidad para actuar contra los filisteos. Valiéndose de 300 zorras, prendió fuego a los campos de grano, los viñedos y los olivares de los filisteos. A su vez, los encolerizados filisteos quemaron a la prometida de Sansón y al padre de esta, ya que la pérdida de los filisteos era fruto de la relación que este último había mantenido con Sansón. Con este acto los filisteos una vez más le dieron a Sansón razón para vengarse de ellos, de modo que mató a muchos, “amontonando piernas sobre muslos”. (Jue 14:20–15:8.)
Procurando vengarse de Sansón, los filisteos fueron a Lehí. A continuación, 3.000 hombres de Judá llenos de temor convencieron a Sansón en el peñasco Etam para que se rindiese, y después lo ataron con dos cuerdas nuevas y lo entregaron a los filisteos. Estos se prepararon con gran júbilo para recibir a Sansón, pero “el espíritu de Jehová entró en operación sobre él, y las sogas que estaban sobre sus brazos vinieron a ser como hilos de lino que han sido chamuscados por el fuego, de modo que sus grilletes se derritieron de sobre sus manos”. Sansón tomó una quijada húmeda de asno y derribó a 1.000 hombres, después de lo cual atribuyó esta victoria a Jehová. En esa ocasión, en respuesta a la solicitud de Sansón, Jehová le proporcionó milagrosamente agua para calmar su sed. (Jue 15:9-19.)
En otra ocasión Sansón fue a la casa de una prostituta en la ciudad filistea de Gaza. Cuando los filisteos se enteraron, estuvieron al acecho con la intención de matarlo por la mañana. Pero a medianoche Sansón se levantó y arrancó la puerta de la ciudad y los postes de los lados y la barra del muro de Gaza, y los llevó “a la cima de la montaña que está enfrente de Hebrón”. (Jue 16:1-3) Eso significó una gran humillación para los filisteos, puesto que dejó la ciudad débil e indefensa ante posibles intrusos. El hecho de que Sansón pudiese realizar esta hazaña sorprendente indica que todavía tenía el espíritu de Dios. Esto podría servir de argumento en contra de que hubiese ido a la casa de la prostituta con propósitos inmorales. En la obra Commentary on the Holy Scriptures, de Lange (Jue 16:1, pág. 212), el comentarista Paulus Cassel hizo la siguiente observación: “Sansón no fue a Gaza con el propósito de visitar a una ramera: puesto que se dice que [‘fue a Gaza y vio allí a una prostituta y vino a ella’]. Pero cuando quiso pasar allí la noche, no había otra posibilidad para él, el enemigo de la nación, que quedarse con la ramera [...]. Su estancia se relata en un lenguaje que no difiere del que se empleó con referencia a la permanencia de los espías en la casa de Rahab. Las palabras [‘vio allí a una prostituta’] solo indican que cuando vio a una mujer de esa clase, supo dónde podía hallar alojamiento para la noche” (traducción y edición de P. Schaff, 1976). También hay que tener en cuenta que el relato dice: “Sansón se quedó acostado hasta la medianoche”, y no ‘Sansón se quedó acostado con ella hasta la medianoche’.
La acción de adentrarse en territorio enemigo demuestra que Sansón no tenía miedo, y es probable que fuera a Gaza para ‘buscar ocasión contra los filisteos’, como había hecho anteriormente cuando se buscó una esposa de entre ellos. (Jue 14:4.) Si así fuera, parece que intentaba convertir cualquier proyecto dirigido contra él en una oportunidad para causar bajas a los filisteos.
Traicionado por Dalila. Después de esto, Sansón se enamoró de Dalila. Con fines lucrativos, ella trató de descubrir el secreto de la fuerza de Sansón. En tres ocasiones obtuvo respuestas engañosas. No obstante, debido a que le importunaba de manera persistente, Sansón finalmente cedió y le reveló que su fuerza residía en que era nazareo desde su nacimiento. Luego ella se puso en contacto con los filisteos a fin de conseguir la recompensa por entregarles a Sansón. Mientras él dormía sobre sus rodillas, Dalila hizo que le cortasen el cabello. Cuando despertó, ya no tenía el espíritu de Jehová, pues se había colocado en una situación que le había hecho perder su nazareato. La fuente de su fuerza no era el cabello en sí mismo, sino lo que este representaba: su relación especial con Jehová como nazareo, de modo que al haberse roto esa relación, Sansón no era diferente de cualquier otro mortal. Por lo tanto, los filisteos pudieron cegarlo, sujetarlo con grilletes de cobre y ponerlo a trabajar como molendero en la casa de encierro. (Jue 16:4-21.)
Mientras Sansón languidecía en la prisión, los filisteos prepararon un gran sacrificio a su dios Dagón, a quien atribuían su éxito por haber capturado a Sansón. Se reunieron grandes muchedumbres, entre ellos todos los señores del eje, en la casa que se utilizaba para el culto a Dagón. Tan solo sobre el techo había 3.000 hombres y mujeres. Los exultantes filisteos sacaron de la prisión a Sansón —a quien ya le había crecido copiosamente el cabello— para que les sirviera de entretenimiento. Al llegar, Sansón pidió al lazarillo que lo guiaba que le dejase palpar las columnas que sostenían el edificio. A continuación oró a Jehová: “Acuérdate de mí, por favor, y fortaléceme, por favor, solo esta vez, oh tú el Dios verdadero, y deja que me vengue de los filisteos con venganza por uno de mis dos ojos”. (Jue 16:22-28.) Puede que le orase acerca de vengarse solo por uno de sus ojos debido a que reconocía que la pérdida de ambos en parte se había debido a su propio error. O puede ser que entendiese que como representante de Jehová no podía ser vengado totalmente.
Sansón se apoyó en las dos columnas que sostenían la casa y “se inclinó con poder”, con lo que derribó la casa y causó su muerte y la de más filisteos que los que había matado en toda su vida. Sus parientes lo enterraron “entre Zorá y Estaol, en la sepultura de Manóah su padre”. De modo que Sansón murió fiel a Jehová después de haber juzgado a Israel durante veinte años. Por lo tanto, es propio que su nombre aparezca entre los de los hombres que fueron hechos poderosos por fe. (Jue 15:20; 16:29-31; Heb 11:32-34.)