Anteriormente —poco antes de salir de prisión en el año 61—, Pablo le había escrito una carta a Filemón, un amigo suyo que pertenecía a la congregación de Colosas, para hacerle una petición personal.
Hacia el año 61, el apóstol también escribió una carta a los hermanos hebreos que vivían en Judea, en la que demuestra la superioridad del cristianismo sobre el sistema judío. Las tres cartas —a Tito, Filemón y los Hebreos— contienen valiosos consejos para nosotros (Heb. 4:12).
Después de dar a Tito orientación sobre cómo hacer “nombramientos de ancianos en ciudad tras ciudad”, Pablo le aconseja que siga “censur[ando] [a los ingobernables] con severidad, para que estén saludables en la fe”. Además, exhorta a las congregaciones de Creta “a repudiar la impiedad [...] y a vivir con buen juicio” (Tito 1:5, 10-13; 2:12).Pablo ofrece a los hermanos cretenses más consejos para que se mantengan espiritualmente saludables y le dice a Tito que “evit[e] cuestiones necias [...] y peleas acerca de la Ley” (Tito 3:9).
Respuestas a preguntas bíblicas:
Tito 1:5
★ ¿Qué implicaba la misión de Tito en Creta?
A fin de llevar a término esa comisión, Tito tendría que lidiar con un problema en el que estaban implicadas las conciencias de algunos cretenses. Pablo primero le explicó a Tito las cualidades que debía reunir todo varón que fuera a servir como anciano en una congregación. Luego le señaló que en la isla había “muchos hombres ingobernables, habladores sin provecho y engañadores de la mente”, que andaban corrompiendo “casas enteras, enseñando cosas que no [debían]”. Por esta razón, Tito frecuentemente tendría que censurarlos (Tito 1:10-14; 1 Tim. 4:7). El apóstol le dijo que aquellos individuos tenían “contaminada tanto la mente como la conciencia”. Según el término original traducido “contaminada”, la idea es que se habían “manchado”, tal como queda una hermosa prenda de vestir al desteñirse otra (Tito 1:15). Algunos de esos hombres tal vez fueran de origen judío, ya que Pablo dice que “se [adherían] a la circuncisión”. Aunque las congregaciones actuales ya no tienen que hacer frente a los defensores de esa doctrina, todavía podemos aprender mucho sobre la conciencia examinando los consejos de Pablo a Tito.
Tito 1:6
★ ¿Qué significa Tito 1:6: “hijos creyentes no acusados de disolución, ni ingobernables”?
Esta frase se ha traducido de varias maneras del griego, “bajo ninguna imputación de vivir relajado, y no fuera de control” (New English Bible) y “que no tengan la reputación de ser desenfrenados o desobedientes.” (Today’s English Version) De modo que los hijos en el hogar del hombre recomendado deben manifestar que son sumisos a su padre y portarse en armonía con las justas leyes de Jehová. No deben tener una mala reputación en la comunidad ni en la congregación. La conducta y hábitos de los niños no deben suministrar motivo para dudar seriamente que el hombre en realidad está ejerciendo su jefatura de manera firme, aunque amorosa.
Tanto la palabra hebrea za·qén como la griega pre·sbý·te·ros significan “hombre mayor” o “anciano”, y su uso no se circunscribe a la acepción literal, personas de edad avanzada (Gé 18:11; Dt 28:50; 1Sa 2:22; 1Ti 5:1, 2) o de más edad que otras (Lu 15:25), sino que también aplica de manera especial a aquellos que ocupan una posición de autoridad y responsabilidad en una comunidad o nación. Es en este último sentido como con mayor frecuencia se utiliza este término tanto en las Escrituras Hebreas como en las Griegas. En el libro de Apocalipsis también se aplica a seres celestiales. La palabra griega presbýteros se traduce como “anciano” cuando se refiere a los responsables de dirigir la congregación (Éx 4:29; Pr 31:23; 1Ti 5:17; Ap 4:4).
Desde tiempos antiguos se ha acostumbrado a tener en alta estima al hombre de edad avanzada y a respetarlo por su experiencia y conocimiento, así como por la sabiduría y el buen juicio que ese bagaje puede aportar. Los habitantes de muchas naciones se han sometido a la dirección de sus ancianos, ya fueran los miembros de más edad de algunos linajes o los que se destacaban por su conocimiento y sabiduría. Como resultado, la expresión “anciano” tenía un doble significado: tanto podía aplicar en sentido físico como designar un puesto o cargo. Las referencias a los “ancianos [“funcionarios que tenían autoridad”, VP] de la tierra de Egipto”, así como a “los ancianos de Moab y los ancianos de Madián”, no incluían a todos los varones de edad avanzada de esas naciones, sino que aplicaban a aquellos que servían como consejo para dirigir y guiar los asuntos nacionales: eran los “príncipes [heb. sa·rím; “jefes”, VP]” de esas naciones. (Gé 50:7; Nú 22:4, 7, 8, 13-15; Sl 105:17, 21, 22.)
De la misma manera, las expresiones “ancianos de Israel”, “ancianos de la asamblea”, “ancianos de mi pueblo” y “ancianos del país”, se utilizan en este sentido oficial, y no aplican a cada hombre de edad avanzada de la nación de Israel. (Nú 16:25; Le 4:15; 1Sa 15:30; 1Re 20:7, 8.) En los relativamente pocos casos donde aparece zeqe·ním (ancianos) sin ninguna palabra calificativa, hay que contar con el contexto para determinar si aplica simplemente a varones ancianos o a los que tienen un puesto oficial de jefes. ★¿Por qué envejecemos y morimos? - (kl-Cap.6-Pg.53)
Ancianos de Israel.
Ya antes del éxodo los israelitas tuvieron “ancianos”, quienes presentaban ante el pueblo los asuntos que merecían su atención, actuaban como sus voceros y tomaban ciertas decisiones. A Moisés se le dijo que cuando regresara a Egipto, presentara su comisión a estos ancianos, y ellos, o al menos los principales, le acompañaron cuando compareció ante Faraón. (Éx 3:16, 18.)
Cuando Moisés, como representante de Dios, presentó el pacto de la Ley a la nación, fueron los “ancianos” oficiales los que representaron al pueblo a la hora de entrar en esa relación de pacto con Jehová. (Éx 19:3-8.) Algún tiempo después, cuando los israelitas se quejaron de las condiciones que experimentaban en el desierto, Moisés le confesó a Jehová que la carga administrativa del pueblo era demasiado pesada para él. Jehová entonces le respondió: “Reúneme setenta hombres de los ancianos de Israel, de quienes de veras conozcas que son ancianos del pueblo y oficiales suyos [...] y tendré que quitar parte del espíritu que está sobre ti y colocarlo sobre ellos, y ellos tendrán que ayudarte a llevar la carga”. (Nú 11:16, 17.) A estos “ancianos” se les nombró teocráticamente para ese puesto de servicio. (Nú 11:24, 25.) A partir de ese momento, Jehová los hizo partícipes, junto con Moisés, del acaudillamiento y administración del pueblo.
Con el transcurso del tiempo, los israelitas conquistaron la Tierra Prometida y abandonaron la vida nómada para establecerse de nuevo en pueblos y ciudades, tal como habían estado en Egipto. Como resultado, recayó sobre los ancianos la responsabilidad de atender a la gente dentro de cada una de esas comunidades. Actuaron como un cuerpo de superintendentes en sus respectivas comunidades y designaron jueces y funcionarios para que se encargaran de la administración de la justicia, la conservación de la paz, el buen orden y el bienestar espiritual. (Dt 16:18-20; 25:7-9; Jos 20:4; Rut 4:1-12.)
Las referencias a “todo Israel, a sus ancianos y sus cabezas y sus jueces y sus oficiales” (Jos 23:2; 24:1), y “a los ancianos de Israel y a todos los cabezas de las tribus, los principales de las casas paternas” (2Cr 5:2), no significan que los “cabezas”, “jueces”, “oficiales” y “principales” fuesen otras personas distintas de los “ancianos”; más bien, indica que los que fueron denominados de esa manera específica desempeñaban cargos especiales en su función de ancianos. (Compárese con 2Re 19:2; Mr 15:1.)
A los “ancianos” que tenían jurisdicción nacional se les designaba con expresiones como “ancianos de Israel” (1Sa 4:3; 8:4), “ancianos del país” (1Re 20:7), “ancianos de la asamblea” (Jue 21:16) o, después de la división del reino y con referencia al reino meridional, “ancianos de Judá y de Jerusalén”. (2Re 23:1.)
Al igual que muchos reyes y sacerdotes de Israel, los “ancianos” en general resultaron ser infieles en el cumplimiento de su responsabilidad para con Dios y el pueblo. (1Re 21:8-14; Eze 7:26; 14:1-3.) Debido a que perdieron el apoyo divino, se predijo que ‘muchachos llegarían a ser sus príncipes’ y que ‘el estimado en poco llegaría a estar contra el que mereciese honra’. (Isa 3:1-5.) En consecuencia, las Escrituras Hebreas recalcan que la edad por sí sola no basta, que si bien “la canicie es corona de hermosura”, solo resulta ser así “cuando se halla en el camino de la justicia”. (Pr 16:31.) “No son los que simplemente abundan en días los que resultan sabios, ni los que simplemente son viejos los que entienden el juicio”, sino aquellos que, además de su experiencia, dejan que el espíritu de Dios los guíe y adquieren entendimiento de su Palabra. (Job 32:8, 9; Sl 119:100; Pr 3:5-7; Ec 4:13.)
La dirección por parte de un cuerpo de “ancianos” continuó a lo largo de toda la historia de la nación, incluso durante el exilio en Babilonia y después del regreso a Judá. (Jer 29:1; Esd 6:7; 10:7, 8, 14.) En el tiempo de Jesús había “ancianos” (gr. pre·sby·te·roi) que atendían asuntos públicos (Lu 7:3-5), tanto en la comunidad como a escala nacional. La “asamblea de ancianos” (gr. pre·sby·té·ri·on) de Jerusalén constituyó una importante fuente de oposición a Jesús y sus discípulos. (Lu 22:66; Hch 22:5.)
Ancianos de la congregación cristiana.
Partiendo de esta base, no es difícil entender las referencias a los “ancianos” (pre·sbý·te·roi) de la congregación cristiana. Al igual que en el Israel natural, en el Israel espiritual los “ancianos” u “hombres mayores” eran los encargados de dirigir la congregación.
En el día del Pentecostés, los apóstoles actuaron como un cuerpo, en el que Pedro sirvió de vocero al ser dirigido por el espíritu derramado de Dios. (Hch 2:14, 37-42.) Está claro que ellos eran “ancianos” en sentido espiritual en virtud de la asociación íntima que desde un principio habían tenido con Jesús y debido a que él personalmente los había comisionado para enseñar. (Mt 28:18-20; Ef 4:11, 12; véase Hch 2:42.) Los que llegaron a ser creyentes reconocieron que los apóstoles tenían autoridad para gobernar en la nueva nación bajo la autoridad de Cristo (Hch 2:42; 4:32-37; 5:1-11) y hacer nombramientos para puestos de servicio, ya fuera directamente como cuerpo o por medio de representantes, siendo el apóstol Pablo un ejemplo sobresaliente. (Hch 6:1-6; 14:19-23.) Cuando surgió la controversia sobre la circuncisión, algunos “ancianos” se reunieron en asamblea junto con los apóstoles para tratar el asunto. Su decisión se dio a conocer a las congregaciones de todas partes y se aceptó como definitiva. (Hch 15:1-31; 16:1-5.) Por consiguiente, tal como algunos fueron “ancianos” de toda la nación de Israel, es obvio que estos “ancianos” formaron junto con los apóstoles un cuerpo gobernante para toda la congregación cristiana internacional. Del propio Pablo se dice que posteriormente fue a Jerusalén y se encontró con Santiago y “todos los ancianos”, a quienes relató los resultados de su obra y de quienes recibió consejo sobre ciertos asuntos. (Hch 21:15-26.)
En unos cuantos casos se utiliza el término “ancianos” en contraste con hombres más jóvenes o en paralelo con mujeres de edad avanzada, sin ningún indicio de que implique un puesto de responsabilidad en la congregación. Por lo tanto, en estos casos se refiere simplemente a hombres de edad madura. (Hch 2:17, 18; 1Ti 5:1, 2.) La palabra también se utiliza para referirse a “hombres de tiempos antiguos”. (Heb 11:2.) Sin embargo, en las Escrituras Griegas Cristianas se usa en la mayor parte de los casos con referencia a los “ancianos” responsables de la dirección de la congregación. En algunos textos se llama a los “ancianos” e·pí·sko·poi o “superintendentes” (“obispos”, NC). Pablo utilizó este término al hablar a los “ancianos” de la congregación de Éfeso, y en su carta a Tito lo empleó de nuevo para referirse a los “ancianos”. (Hch 20:17, 28; Tit 1:5, 7.) Ambas palabras, por lo tanto, se refieren al mismo puesto: pre·sbý·te·ros indica las cualidades maduras del que ha sido nombrado, y e·pí·sko·pos, los deberes propios del cargo.
Respecto a la palabra griega pre·sbý·te·ros, la obra Epíscopos y Presbyteros (de Manuel Guerra y Gómez, Burgos, 1962, págs. 117, 257) dice: “La traducción precisa del término [pre·sbý·te·ros] en la casi mayoría de los testimonios helénicos, que han llegado hasta nosotros, es la de hombre mayor sinónimo de hombre maduro. La madurez de juicio y de criterio orientador es su nota distintiva. [...] Tenga o no sentido técnico el término [pre·sbý·te·ros] tanto en el mundo helénico como en el israelita designa no al viejo achacoso, sino al hombre maduro, apto por su experiencia y prudencia para el gobierno de su familia o de su pueblo”.
Es indudable que los “ancianos” del antiguo Israel eran hombres de edad. (1Re 12:6-13.) Asimismo, los “ancianos” o superintendentes de la congregación cristiana no eran hombres muy jóvenes, como lo muestra la referencia del apóstol a sus esposas e hijos. (Tit 1:5, 6; 1Ti 3:2, 4, 5.) No obstante, la edad física no era el factor único y principal, como se ve por los otros requisitos enunciados (1Ti 3:2-7; Tit 1:6-9), y tampoco se estipulaba una edad específica. Por ejemplo, aunque Timoteo era relativamente joven, tomó parte en el nombramiento de “ancianos” y, obviamente, también fue reconocido como tal. (1Ti 4:12.)
Los requisitos para acceder al puesto de “anciano” en la congregación cristiana estipulaban que la persona tuviera una alta norma de conducta y espiritualidad. La aptitud para enseñar, exhortar y censurar desempeñaba un papel determinante entre los requisitos que hacían a la persona acreedora al puesto. (1Ti 3:2; Tit 1:9.) Pablo le hizo a Timoteo este encargo solemne: “Predica la palabra, ocúpate en ello urgentemente en tiempo favorable, en tiempo dificultoso; censura, corrige, exhorta, con toda gran paciencia y arte de enseñar”. (2Ti 4:2.) Como “pastores”, los “ancianos” son responsables de la alimentación espiritual del rebaño, de cuidar de los que se hallan enfermos espiritualmente y de proteger al rebaño de las incursiones de los “lobos”. (Hch 20:28-35; Snt 5:14, 15; 1Pe 5:2-4.) Además, Pablo, un hombre que se dedicó con celo a enseñar “públicamente y de casa en casa”, también le recordó a Timoteo su responsabilidad de ‘hacer la obra de evangelizador’ y de ‘efectuar su ministerio plenamente’. (Hch 20:20; 2Ti 4:5.)
Cada congregación tenía su cuerpo de “ancianos” o “superintendentes”, a los que por lo general se les menciona en plural. Algunos ejemplos son: Jerusalén (Hch 11:30; 15:4, 6; 21:18), Éfeso (Hch 20:17, 28) y Filipos (Flp 1:1). También se hace mención del “grupo de ancianos” (Gr.: pre·sby·té·ri·on) que “impuso las manos” a Timoteo. (1Ti 4:14.) Como superintendentes de la congregación, los “ancianos” ‘presidían’ a sus hermanos. (Ro 12:8; 1Te 5:12-15; 1Ti 3:4, 5; 5:17.)
Como “ancianos” con autoridad apostólica, Pablo y Pedro a veces ejercieron superintendencia sobre otros “ancianos” en ciertas congregaciones (compárese con 1Co 4:18-21; 5:1-5, 9-13; Flp 1:1; 2:12; 1Pe 1:1; 5:1-5), lo mismo que el apóstol Juan y los discípulos Santiago y Judas, que escribieron cartas a las congregaciones. Pablo asignó a Timoteo y a Tito para que actuaran en representación suya en ciertos lugares. (1Co 4:17; Flp 2:19, 20; 1Ti 1:3, 4; 5:1-21; Tit 1:5.) En muchos casos, estos hombres trataban con congregaciones de creyentes recién establecidas; la comisión de Tito era ‘corregir las cosas que eran defectuosas [“carecían” o “faltaban”]’ en las congregaciones de Creta.
Según el registro bíblico, Pablo, Bernabé, Tito y Timoteo participaron en los nombramientos para los puestos de “ancianos” en las congregaciones. (Hch 14:21-23; 1Ti 5:22; Tit 1:5.) No hay registro de que estas hiciesen tales nombramientos independientemente. Al narrar el viaje de vuelta que hicieron Pablo y Bernabé por Listra, Iconio y Antioquía, Hechos 14:23 dice que “les nombraron [Gr.: kjei·ro·to·né·san·tes] ancianos en cada congregación” (“designaron presbíteros en cada Iglesia”, BJ; “constituyeron ancianos en cada iglesia”, Val). Respecto al significado del verbo griego kjei·ro·to·né·ö, se hace la siguiente observación en la obra The Acts of the Apostles (de F. F. Bruce, 1970, pág. 286): “Aunque el sentido etimológico de [kjei·ro·to·né·ö] es ‘elegir mostrando las manos’, se llegó a usar con el sentido de ‘designar’, ‘nombrar’: compárese la misma palabra con prefijo [pro, “delante”] en X. 41”. En el Greek-English Lexicon, de Liddell y Scott, en primer lugar se ofrece la definición común de kjei·ro·to·né·ö, y después se dice: “Posteriormente, por lo general, significó nombrar, [...] nombrar a un puesto en la iglesia” (revisión de H. Jones, Oxford, 1968, pág. 1986). Así mismo, el Greek and English Lexicon to the New Testament (Londres, 1845, pág. 673), de Parkhurst, dice: “Seguido de un complemento directo, nombrar o instaurar en un cargo, aunque sin mediar sufragios o votos”. El cargo para el que se nombraba a estos cristianos era el de “anciano” u “hombre mayor”, sin que mediase un recuento de votos a mano alzada.
Pablo escribió a Timoteo: “Que los ancianos que presiden excelentemente sean tenidos por dignos de doble honra, especialmente los que trabajan duro en hablar y enseñar”. (1Ti 5:17.) En vista de lo que dice el versículo siguiente (18), y también de la anterior explicación en cuanto a honrar a las viudas ayudándolas en sentido material (vss. 3-16), esta “doble honra” probablemente incluiría remuneración material.
En la cristiandad, actualmente a los “obispos” se les considera superiores a los “sacerdotes”. Pero cuando el apóstol Pablo “envió a Éfeso y mandó llamar a los ancianos [presbýteros] de la congregación”, les dijo, entre otras cosas: “Presten atención a ustedes mismos y a todo el rebaño, entre el cual el espíritu santo los ha nombrado superintendentes [epískopos]” (Hechos 20:17, 28). Por consiguiente, los ancianos (presbýteros) y los superintendentes (epískopos) tenían la misma categoría en tiempos bíblicos. El término “anciano” destaca la experiencia y la madurez espiritual que necesitan tener los que aceptan esta responsabilidad, mientras que el término “superintendente” describe la clase de trabajo que ellos desempeñan al supervisar los asuntos y cuidar de los miembros de la congregación. (w85 1/7 29)
Es interesante que la palabra griega que se traduce “ancianos” da a entender que se trata de ‘un hombre maduro, que es apto debido a su experiencia y prudencia para dirigir a su familia o pueblo’. (w84 15/1 19 párr. 15) no había tales distinciones en la congregación primitiva, como lo señala la Cyclopædiade M’Clintock y Strong (tomo VIII, págs. 355, 356) tocante a “ancianos”: “Como no se da ningún informe especificó de la manera en que obtuvieron su nombramiento original, se nos deja deducir que pudo haber acontecido como designación natural de respeto a la antigüedad..., de modo parecido a la analogía de la ancianía entre los judíos.” La Cyclopædia pasa a decir que más tarde “los apóstoles reconocieron, posiblemente nombraron,” ancianos, y agrega: “Existiría en todo cuerpo de ancianos la necesidad de una presidencia o primacía con el propósito de suministrar superintendencia y dirección general. Por consiguiente uno de entre ellos sería designado, fuera por antigüedad o selección formal, como un primus inter pares [primero entre iguales], que serviría de superintendente (epískopos) del cuerpo y el rebaño bajo ellos.” (w76 344 párr. 5)
En las Escrituras los términos “superintendente” y “anciano” se refieren al mismo puesto. (Hechos 20:17, 28; Tito 1:5, 7.) “Anciano” alude a las cualidades de madurez de la persona nombrada para tal posición, y “superintendente”, a la responsabilidad inherente al nombramiento: velar por los intereses de las personas confiadas a su custodia. Una de las primeras desviaciones fue separar los términos “superintendente” (Gr.: e·pí·sko·pos) y “anciano” (Gr.: pre·sby·té·rous), de modo que ya no se emplearan para referirse al mismo puesto de responsabilidad. No había pasado una década desde la muerte del apóstol Juan, cuando Ignacio, “obispo” de Antioquía, escribió en su carta a los cristianos de Esmirna: “Seguid todos al obispo [superintendente], como Jesucristo al Padre, y al presbiterio [cuerpo de ancianos] como a los apóstoles”. Así Ignacio abogó por que cada congregación estuviera bajo la supervisión de un solo obispo (Nota: La palabra española “obispo” viene del término griego e·pí·sko·pos (“superintendente”) a través del latín tardío episcopus.), o superintendente, a quien se distinguiría de los presbíteros, o ancianos, y reconocería mayor autoridad. (jv35)
¿Quiénes son los “24 ancianos” que están en tronos celestiales?
En el libro de Apocalipsis el término pre·sbý·te·roi se aplica unas doce veces a criaturas espíritus. El entorno, la vestimenta y sus acciones dan un indicio de su identidad.
El apóstol Juan tuvo una visión del trono de Jehová en el cielo, rodeado de 24 tronos inferiores, sobre los que estaban sentados 24 ancianos vestidos de prendas exteriores de vestir blancas y con coronas de oro sobre sus cabezas. (Apo 4:1-4.) En el resto de la visión, Juan no solo vio a los 24 ancianos caer repetidas veces en adoración delante del trono de Jehová, sino que también los observó desempeñar un papel activo en los diversos rasgos de la visión según esta progresaba. (Apo 4:9-11; 5:4-14; 7:9-17; 14:3; 19:4.) En especial, los contempló participando en la proclamación del Reino, especificando que Jehová había tomado su gran poder y había empezado a gobernar como Rey. (Apo 11:15-18.)
En el antiguo Israel, los “ancianos [hombres mayores] de Israel” representaban a la nación y hablaban en su nombre. (Éx 3:16; 19:7.) De la misma manera, los “ancianos” cristianos pueden representar a la entera congregación del Israel espiritual. Por consiguiente, los 24 ancianos sentados sobre tronos alrededor de Dios muy bien podrían representar al entero cuerpo de cristianos ungidos, quienes, al resultar fieles hasta la muerte, reciben la prometida recompensa de una resurrección celestial y tronos cerca del trono de Jehová. (Apo 3:21.) El número 24 también es significativo, pues esta fue la cantidad de divisiones sacerdotales que el rey David organizó para que sirviesen en el templo de Jerusalén. Los cristianos ungidos constituirán un “sacerdocio real”. (1Pe 2:9; 1Cr 24:1-19; Lu 1:5-23, 57-66; Apo 20:6; véase SUPERINTENDENTE.)
Trabajo y servicio realizado por un ministro, siervo o ayudante que tiene que rendir cuentas a una autoridad superior. En el antiguo Israel, los levitas eran ministros de Jehová. Los profetas también ministraban de una manera especial. (Dt 10:8; 21:5; véanse LEVITAS; MINISTRO; SACERDOTE.) Sin embargo, con la venida de Jesucristo a la Tierra se dio paso a un nuevo ministerio, pues comisionó a sus seguidores a hacer discípulos de gente de todas las naciones. (Mt 28:19, 20.) Por consiguiente, los cristianos llevaban un mensaje de reconciliación con Dios por medio de Cristo a un mundo alejado de Dios. (2Co 5:18-20.)
Los que respondieron de manera favorable al “ministerio de la reconciliación” (2Co 5:18) necesitaban preparación, instrucción, ayuda y dirección a fin de estar firmes y constantes en la fe y desempeñar la obra de hacer discípulos. (Compárese con 2Ti 4:1, 2; Tit 1:13, 14; 2:1; 3:8.) Por lo tanto, después de su ascensión al cielo, Cristo Jesús, en calidad de cabeza de la congregación, dio “dádivas en hombres”: apóstoles, profetas, evangelizadores, pastores y maestros, “con miras al reajuste de los santos, para obra ministerial, para la edificación del cuerpo del Cristo”. (Ef 4:7-16; véase DONES DE DIOS.)
Otro aspecto del ministerio dentro de la congregación tenía que ver con cuidar de manera material de los hermanos necesitados que lo merecieran. El ministerio al que se nombró a Esteban y a otros seis hombres acreditados estaba relacionado con la distribución de alimentos a las viudas cristianas. (Hch 6:1-6.) Tiempo después, las congregaciones de Macedonia y Acaya participaron en un ministerio que consistía en socorrer a los hermanos pobres de Judea. (2Co 8:1-4; 9:1, 2, 11-13.) Cuando finalmente se recogió la contribución y Pablo hizo los preparativos para llevarla a Jerusalén, el apóstol pidió a los hermanos de Roma que oraran junto con él para que este ministerio de socorro fuese aceptable a los santos a quienes iba dirigido. (Ro 15:25, 26, 30, 31.)
Unos años antes, los cristianos de Antioquía de Siria habían hecho una demostración de amor similar: participaron en una ministración de socorro a favor de los hermanos que moraban en Judea durante un tiempo de hambre. (Hch 11:28-30.)
Este término traduce la palabra hebrea mescha·réth y la griega di·á·ko·nos se emplea muchas veces en la Biblia con el sentido de “ministro”. The Encyclopedia of Religion dice que esta palabra indica “no una posición, sino la relación de servicio del ministro con la persona a quien sirve: seguir el dechado de Cristo [...] es la esencia del entendimiento cristiano del ministerio”. (Compárese con Mateo 20:28.). El vocablo hebreo es el participio del verbo scha·ráth, que significa “atender” o “ministrar” a un superior, y se emplea tanto en sentido religioso como profano. (Gé 39:4; Dt 10:8.) Con respecto a la palabra di-á-ko-nos, D. Edmond Hiebert escribió en Bibliotheca Sacra: “Se ha dicho que el término se compone de la preposición [dí·a], que significa ‘a través’, y el sustantivo [kó-nis], ‘polvo’, de modo que se refiere a alguien que va con prisa a través del polvo a fin de rendir un servicio. Esta derivación, sin embargo, no goza de aceptación general en la actualidad. Es más probable que la raíz verbal fuera [di-ö-kö] ‘ir de un lugar a otro’, que está emparentada con el verbo [di-ö-kö], ‘ir rápidamente detrás de algo’ o ‘perseguir’. De modo que su etimología comunica la idea de alguien que se esfuerza con constancia y diligencia por desempeñar un servicio a favor de otros” (1983, vol. 140, pág. 153).
En hebreo y en griego estas palabras y otras afines se aplican tanto a varones como a mujeres. (2Sa 13:17, 18; 1Re 1:4, 15; 2Co 3:6; Ro 16:1.) La palabra griega diákonos se usa para referirse a alguien que continuamente sirve a otros con humildad. se utiliza para describir a Jesucristo (Ro 15:8), a los ministros o siervos de Cristo (1Co 3:5-7; Col 1:23) y a los siervos ministeriales (Flp 1:1; 1Ti 3:8). También se usa para describir a los sirvientes de una casa (Jn 2:5, 9) Josué fue el ministro (o, servidor) de Moisés “desde su mocedad en adelante”. (Nú 11:28; Jos 1:1, nota.) Al servidor de Eliseo se le llamó su ministro y criado. (2Re 4:43; 6:15.) Los funcionarios del gobierno (Ro 13:4). Los reyes y los príncipes tenían sus servidores o ministros de la realeza (2Cr 22:8; Est 2:2; 6:3), algunos de los cuales servían la mesa real. (1Re 10:4, 5; 2Cr 9:3, 4.)
Ministros angélicos de Jehová. Jehová Dios creó decenas de millones de ángeles, a todos los cuales controla y puede llamar por nombre, como en el caso de las incontables estrellas. (Sl 147:4.) Son ministros suyos y cumplen con Su voluntad en el universo. (Sl 103:20, 21.) El salmista dice que Jehová “hace a sus ángeles espíritus, a sus ministros un fuego devorador”. (Sl 104:4.) Se dice que son “espíritus para servicio público, enviados para servir a favor de los que van a heredar la salvación”. (Heb 1:13, 14.) Algunos ángeles ministraron a Jesús en el desierto, después que venció los intentos de Satanás de desviarlo de la obediencia a Jehová (Mt 4:11); también se le apareció un ángel que lo fortaleció mientras oraba en Getsemaní. (Lu 22:43.) En la visión del profeta Daniel en la que se da a “alguien como un hijo del hombre” gobernación de duración indefinida sobre todos los pueblos y lenguajes, se ve a millones de ángeles ministrando delante del trono del Anciano de Días. (Da 7:9-14.)
La tribu de Leví. Después que se libró a los israelitas de Egipto, y cuando la nación estaba organizada bajo el pacto de la Ley, Jehová escogió a los varones de la tribu de Leví como sus ministros especiales. (Nú 3:6; 1Cr 16:4.) Algunos de ellos, la familia de Aarón, serían sacerdotes. (Dt 17:12; 21:5; 1Re 8:11; Jer 33:21.) Los levitas tenían varias responsabilidades en su ministerio: algunos cuidaban el santuario con todos sus utensilios, otros eran ministros en el canto, etc. (Nú 3:7, 8; 1Cr 6:32.)
Profetas. Además de utilizar a todos los varones de la tribu de Leví, Jehová usó a otros para ministrar a su pueblo Israel de una manera especial. Estos fueron los profetas, a quienes Jehová nombró y comisionó individualmente. Aunque los hubo del linaje o descendencia sacerdotal, muchos pertenecieron a otras tribus de Israel. (Véase PROFETA.) Fueron mensajeros de Jehová; se les envió para advertir a la nación cuando se desviaba de la Ley, e intentaron hacer volver a los reyes y al pueblo a la adoración verdadera. (2Cr 36:15, 16; Jer 7:25, 26.) Sus profecías ayudaron, animaron y fortalecieron a los de corazón justo, en especial durante tiempos de decadencia espiritual y moral, y cuando Israel estaba amenazada por los enemigos que la rodeaban. (2Re 7; Isa 37:21-38.)
Sus profecías también señalaron a Jesucristo y al Reino mesiánico. (Apo 19:10.) Juan el Bautista hizo una obra sobresaliente de volver “el corazón de padres hacia hijos, y el corazón de hijos hacia padres”, a fin de preparar el camino para el representante de Jehová, el Señor Jesucristo. (Mal 4:5, 6; Mt 11:13, 14; Lu 1:77-79.) Los profetas no solo ministraron a sus contemporáneos, sino que, como escribe el apóstol Pedro a los cristianos, “a ellos les fue revelado que, no para sí mismos, sino para ustedes, ministraban las cosas que ahora han sido anunciadas a ustedes mediante los que les han declarado las buenas nuevas con espíritu santo enviado desde el cielo. En estas mismas cosas los ángeles desean mirar con cuidado”. (1Pe 1:10-12.)
Jesucristo. Jesucristo es el principal ministro (di·á·ko·nos) de Jehová. “Llegó a ser ministro de los circuncisos a favor de la veracidad de Dios, para confirmar las promesas que Él hizo a los antepasados de ellos, y para que las naciones glorificaran a Dios por su misericordia.” Por ello, “en él cifrarán su esperanza naciones”. (Ro 15:8-12.)
El nombramiento de Jesús provino del propio Jehová. Cuando se presentó para bautizarse, “los cielos se abrieron —dice el relato—, y [Juan el Bautista] vio descender como paloma el espíritu de Dios que venía sobre él [Jesús]. ¡Mire! También hubo una voz desde los cielos que decía: ‘Este es mi Hijo, el amado, a quien he aprobado’”. (Mt 3:16, 17.) Durante su existencia prehumana Jesús había servido a Jehová desde tiempo inmemorial, pero emprendió un nuevo ministerio. Al servir tanto a Dios como a sus semejantes, probó que era realmente ministro de Dios. Por consiguiente, en la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde se crió, Jesús pudo tomar el rollo de Isaías y leer lo que en la actualidad corresponde al capítulo 61, versículos 1 y 2: “El espíritu del Señor Soberano Jehová está sobre mí, por razón de que Jehová me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los mansos. Me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar libertad a los que han sido llevados cautivos y la apertura ancha de los ojos aun a los prisioneros; para proclamar el año de la buena voluntad de parte de Jehová”. Luego siguió diciendo a los que allí estaban reunidos: “Hoy se cumple esta escritura que acaban de oír”. (Lu 4:16-21.)
Cuando Pedro predicó a Cornelio, el primer converso gentil, le habló del proceder de Jesús durante sus tres años y medio de ministerio terrestre, explicándole que “era de Nazaret, cómo Dios lo ungió con espíritu santo y poder, y fue por la tierra haciendo bien y sanando a todos los que eran oprimidos por el Diablo; porque Dios estaba con él”. (Hch 10:38.) Jesús recorrió literalmente todo su territorio asignado en el servicio de Jehová y del pueblo. No solo eso, sino que incluso entregó su mismísima alma como rescate por otros. Él mismo dijo: “El Hijo del hombre no vino para que se le ministrara, sino para ministrar y para dar su alma en rescate en cambio por muchos”. (Mt 20:28.)
Ministros cristianos. Jesús quiso que sus apóstoles y discípulos se asociaran con él en su obra ministerial, y los preparó para continuar con la misma obra ministerial. Al principio envió a los doce, después, a otros setenta. La fuerza activa de Dios también estuvo sobre ellos, y los capacitó para realizar muchos milagros. (Mt 10:1, 5-15, 27, 40; Lu 10:1-12, 16.) No obstante, el trabajo principal que tenían que realizar era el de predicar y enseñar las buenas nuevas del reino de Dios. De hecho, el propósito principal de los milagros fue demostrar públicamente que tenían el nombramiento y la aprobación de Jehová. (Heb 2:3, 4.)
Jesús enseñó a sus discípulos de palabra y mediante el ejemplo. Enseñó en público y en hogares privados, llevando las buenas nuevas directamente a las personas. (Mt 9:10, 28; Lu 7:36; 8:1; 19:1-6.) Los relatos de los evangelios permiten ver que los discípulos de Jesús estuvieron con él en muchas ocasiones cuando dio testimonio a diferentes clases de personas, pues registraron esas conversaciones. Según el libro de Hechos, los discípulos siguieron su ejemplo y visitaron a la gente de casa en casa para declarar el mensaje del Reino. (Hch 5:42; 20:20; véase PREDICADOR, PREDICAR - [“De casa en casa”].)
Jesús explicó a sus discípulos en qué consistía ser un verdadero ministro de Dios: “Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y a los que tienen autoridad sobre ellas se les llama Benefactores. Ustedes, sin embargo, no han de ser así. Antes, el que sea mayor entre ustedes hágase como el más joven, y el que actúe como principal, como el que ministra. Porque, ¿cuál es mayor?: ¿el que se reclina a la mesa, o el que ministra? ¿No es el que se reclina a la mesa?”. Luego, valiéndose del ejemplo de su propio proceder y conducta, añadió: “Mas yo estoy en medio de ustedes como el que ministra”. (Lu 22:25-27.) En aquella ocasión demostró cabalmente estos principios, uno de los cuales era el de la humildad, lavando los pies a sus discípulos. (Jn 13:5.)
Además, Jesús dijo a sus discípulos que los ministros de Dios no aceptan títulos religiosos aduladores ni los otorgan a otros: “No sean llamados Rabí, porque uno solo es su maestro, mientras que todos ustedes son hermanos. Además, no llamen padre de ustedes a nadie sobre la tierra, porque uno solo es su Padre, el Celestial. Tampoco sean llamados ‘caudillos’, porque su Caudillo es uno, el Cristo. Pero el mayor entre ustedes tiene que ser su ministro [o, siervo]. El que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado”. (Mt 23:8-12.)
A los seguidores ungidos del Señor Jesucristo se les llama ‘ministros de las buenas nuevas’, como en el caso de Pablo (Col 1:23); también son “ministros de un nuevo pacto”, estando en esa relación de pacto con Jehová Dios mediante Cristo como Mediador. (2Co 3:6; Heb 9:14, 15.) De esta manera son ministros de Dios y de Cristo. (2Co 6:4; 11:23.) Este nombramiento procede de Dios mediante Jesucristo, no de ningún hombre u organización. La prueba de su ministerio no está en ningún papel o certificado, como una carta de recomendación o autorización. Su “carta” de recomendación se halla en las personas a quienes han enseñado y preparado para que sean como ellos, ministros de Cristo. El apóstol Pablo escribió al respecto: “[¿]Acaso necesitamos, como algunos hombres, cartas de recomendación para ustedes o de ustedes? Ustedes mismos son nuestra carta, inscrita en nuestros corazones y conocida y leída por toda la humanidad. Porque queda mostrado que ustedes son carta de Cristo escrita por nosotros como ministros, no inscrita con tinta, sino con espíritu de un Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en corazones”. (2Co 3:1-3.) El apóstol muestra con estas palabras el amor y la intimidad, el afecto y la preocupación del ministro cristiano por aquellos a quienes ministra, que tiene ‘inscritos en su corazón’.
Así que, después de ascender al cielo, Cristo dio “dádivas en hombres” a la congregación cristiana. Algunos de ellos servían de apóstoles, profetas, evangelizadores, pastores y maestros, y habían sido dados “con miras al reajuste de los santos, para obra ministerial, para la edificación del cuerpo del Cristo”. (Ef 4:7-12.) De modo que el que estos ministros estuviesen capacitados provenía de Dios. (2Co 3:4-6.)
La Revelación dada al apóstol Juan presenta a “una gran muchedumbre, que ningún hombre podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas”. Este pasaje no dice que la gran muchedumbre, al igual que los hermanos ungidos de Jesucristo, esté en el nuevo pacto, de modo que sus miembros sean ministros de ese pacto; pero sí muestra que gozan de una condición limpia ante Dios y le rinden “servicio sagrado día y noche en su templo”, lo que significa que ministran y que es propio que se les llame ministros de Dios. Como muestran la visión de Apocalipsis y una ilustración del propio Jesús, en el tiempo de la presencia de Cristo sobre su glorioso trono, habría personas que ministrarían amorosamente a favor de los hermanos de Jesucristo, prestándoles ayuda, cuidado y apoyo. (Apo 7:9-15; Mt 25:31-40.) ★“Nos recomendamos como ministros de Dios” - (2-9-2016-Pg.18-§5-10)
Siervos ministeriales en la congregación. Después de enumerar los requisitos para los que sirven de “superintendentes” (e·pí·sko·poi) en las congregaciones, el apóstol Pablo enumera los que se requerían de los “siervos ministeriales” nombrados (di·á·ko·noi). (1Ti 3:1-10, 12, 13.) La palabra griega di·á·ko·nos se traduce en algunos lugares simplemente “ministro” (Mt 20:26) y “sirviente”. (Mt 22:13.) Como todos los cristianos eran “ministros” (siervos) de Dios, es evidente que el término di·á·ko·noi adquiere en esa cita un sentido particular que tiene relación con el orden y la estructura de la congregación. Así que había dos grupos de hombres que ocupaban puestos de responsabilidad en la congregación: los “superintendentes” o “ancianos” y los “siervos ministeriales”. En cada congregación solía haber varios superintendentes y siervos ministeriales (“diáconos”. Gr.: di·á·ko·noi; lat.: di·á·co·nes). (Compárese con Flp 1:1; Hch 20:17, 28.)
Una comparación de la lista de los requisitos para los siervos ministeriales con la de los requisitos para los superintendentes, así como las designaciones de ambos puestos, revela que a los siervos ministeriales no se les asignaba la tarea de enseñar o pastorear (un pastor es un superintendente de las ovejas). La capacidad para enseñar no era un requisito para su asignación. La denominación di·á·ko·nos en sí misma indica que estos hombres servían de ayudantes del cuerpo de superintendentes de la congregación. Su responsabilidad básica era atender los asuntos de naturaleza no pastoral a fin de que los superintendentes pudieran concentrar su tiempo y atención en su actividad de enseñanza y pastoreo.
Un ejemplo de esta manera de organizar las tareas se puede hallar en cómo actuaron los apóstoles cuando surgieron problemas en cuanto a la distribución (literalmente, “el servicio” [di·a·ko·ní·a]) de los alimentos que diariamente se efectuaba a favor de los cristianos necesitados de Jerusalén. Los apóstoles dijeron que ‘no sería cosa grata el que ellos dejaran la palabra de Dios’ para encargarse de las dificultades relacionadas con el alimento material, y mandaron a los discípulos: “Búsquense siete varones acreditados de entre ustedes, llenos de espíritu y de sabiduría, para que los nombremos sobre este asunto necesario; pero nosotros nos dedicaremos a oración y al ministerio [di·a·ko·ní·ai] de la palabra”. (Hch 6:1-6.) Este era el principio; no obstante, no se quería decir necesariamente que los siete hombres escogidos en este caso no reunieran los requisitos de “ancianos” (pre·sbý·te·roi), pues esta no era una situación normal o corriente, sino un problema especial que había surgido, y de una naturaleza bastante delicada debido al sentimiento de discriminación que existía por la cuestión de la nacionalidad. Puesto que este asunto afectaba a toda la congregación cristiana, exigía “espíritu y sabiduría”, de modo que los siete hombres escogidos en realidad podían haber sido “ancianos” en un sentido espiritual. En ese momento asumían de manera temporal una asignación de trabajo como la que normalmente desempeñarían los “siervos ministeriales”. Era un asunto “necesario”, pero no de tanta importancia como el “ministerio de la palabra”.
Con esta medida los apóstoles demostraron que habían sopesado bien los asuntos, y es probable que los superintendentes de las congregaciones que se formaron fuera de Jerusalén siguieran su ejemplo asignando tareas a los “siervos ministeriales”. Sin duda había muchos asuntos de naturaleza material, rutinaria o mecánica que requerían atención, como la compra de materiales para copiar las Escrituras o incluso la misma labor de copiarlas.
Los requisitos que tenían que cumplir los ayudantes ministeriales servían de pauta para proteger a la congregación de cualquier acusación legítima en cuanto a su selección de hombres para encargarse de responsabilidades especiales, y así mantenía una posición justa ante Dios y una reputación limpia entre los de afuera. (Compárese con 1Ti 3:10.) Los requisitos regulaban la moralidad, la conducta y la espiritualidad, y la aplicación de dichos requisitos resultaría en que los que llegasen a ocupar puestos de servicio fuesen hombres sensatos, honrados, concienzudos y confiables. Los que ministraban de una manera excelente adquirirían para sí mismos “una excelente posición y gran franqueza de expresión en la fe con relación a Cristo Jesús”. (1Ti 3:13.)
Gobernantes terrestres. Dios ha permitido que los gobiernos de este mundo actúen hasta que llegue Su debido tiempo para ponerles fin, después de lo cual el Reino de Cristo regirá la Tierra sin oposición. (Da 2:44; Apo 19:11-21.) Durante el tiempo que Dios les tolera gobernar, realizan muchos servicios, como la construcción de carreteras, la administración del sistema educativo, servicios de policías, bomberos y otros. También tienen leyes para castigar a los ladrones, asesinos y otros malhechores. Por lo tanto, al realizar estos servicios y llevar a cabo estas leyes con justicia, son ‘ministros’ (di·á·ko·noi) de Dios. Si alguien, incluso un cristiano, viola tales leyes, el castigo que recibe de manos del gobierno procede indirectamente de Dios, puesto que Él está contra toda iniquidad. El gobierno también actúa como ministro de Dios cuando protege al cristiano de los violadores de la ley. De esto se deduce que si un gobernante abusa de su autoridad y actúa contra Dios, es responsable por ello y debe rendir cuentas ante Él. En el caso de que intente instigar al cristiano a violar la ley divina, no actúa como ministro de Dios, y recibirá el debido castigo de Su parte. (Ro 13:1-4.)
Falsos ministros. Hay hombres que alegan ser ministros de Dios pero que son hipócritas, ministros de Satanás que luchan contra Dios. El apóstol Pablo tuvo que contender con personas de esa clase que ocasionaban problemas a la congregación de Corinto. Dijo de ellos: “Tales hombres son apóstoles falsos, obreros engañosos, que se transforman en apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque Satanás mismo sigue transformándose en ángel de luz. No es, por lo tanto, gran cosa el que sus ministros también sigan transformándose en ministros de justicia. Pero su fin será conforme a sus obras”. (2Co 11:13-15.)
En las Escrituras se predijo en repetidas ocasiones que aparecerían esos falsos ministros. Pablo dijo a los superintendentes de la congregación de Éfeso que después de su partida entrarían en la congregación lobos opresivos que no tratarían al rebaño con ternura; hablarían cosas aviesas y arrastrarían a los discípulos tras sí. (Hch 20:29, 30.) Pablo también previno de estos apóstatas en sus cartas (2Te 2:3-12; 1Ti 4:1-5; 2Ti 3:1-7; 4:3, 4); Pedro habló de ellos (2Pe 2:1-3), y Jesús mismo predijo su existencia y destrucción. (Mt 13:24-30, 36-43; véase HOMBRE DEL DESAFUERO.)
¿Podían las mujeres ser ministras en la congregación?
¿Qué funciones desempeñaban las cristianas en la congregación del siglo I? ¿Podían ser ministras religiosas?
Jesús mandó a sus seguidores que predicaran las buenas nuevas del Reino e hicieran discípulos (Mat. 28:19, 20; Hech. 1:8). Esta comisión ministerial es para todos los cristianos, sin importar su sexo ni su edad. Confirma este hecho la profecía de Joel 2:28, 29, que, como indicó Pedro, tuvo uno de sus cumplimientos en el Pentecostés del año 33 E.C.: “En los últimos días —dice Dios— derramaré algo de mi espíritu sobre toda clase de carne, y sus hijos y sus hijas profetizarán [...]; y aun sobre mis esclavos y sobre mis esclavas derramaré algo de mi espíritu en aquellos días, y profetizarán” (Hech. 2:17, 18). Y, como ya hemos señalado, Felipe el evangelizador tenía cuatro hijas que profetizaban (Hech. 21:8, 9).
Pero la Palabra de Dios limita la enseñanza en la congregación a los ancianos y siervos ministeriales, quienes solo pueden ser varones (1 Tim. 3:1-13; Tito 1:5-9). De hecho, Pablo dijo: “No permito que la mujer enseñe, ni que ejerza autoridad sobre el hombre, sino que esté en silencio” (1 Tim. 2:12).
La palabra hebrea para superintendente, pa·qídh, se deriva del verbo pa·qádh, que significa “dirigir la atención a” (Gé 21:1), “visitar” (Jue 15:1), “nombrar” (Gé 39:5) o “comisionar” (Esd 1:2). De igual manera, el término griego para superintendente, e·pí·sko·pos, está relacionado con el verbo e·pi·sko·pé·ö, que significa “vigilar cuidadosamente” (Heb 12:15), y con el sustantivo e·pi·sko·pé, que significa “inspección” (Luc 19:44, Int; 1Pe 2:12), “puesto de superintendente” (1Ti 3:1), “puesto de superintendencia” (Hch 1:20). La Septuaginta griega traduce cuatro veces la palabra hebrea pa·qídh por e·pí·sko·pos. (Jue 9:28; Ne 11:9, 14, 22.) Por consiguiente, un superintendente era alguien que atendía ciertos asuntos o a ciertas personas, haciendo visitas, inspeccionando y efectuando nombramientos. El término griego tiene la idea inherente de supervisión protectora, de donde viene la palabra “obispo”. La palabra “superintendente,” que se traduce de la palabra griega epískopos, hebrea paqidhy, designa al que es guardián o al que vela por algo. El cuidado protector es una idea fundamental inherente en la palabra epískopos. De modo que el superintendente cristiano es aquel que se interesa en el rebaño de Dios y que cuida de ese rebaño de la manera en que un pastor cuidaría de ovejas literales. Como superintendente no ha de enseñorearse del rebaño de Dios. La palabra hebrea viene de un término que significa “visitar, dirigir la atención a, inspeccionar” también “nombrar o comisionar.” El término griego está relacionado con episkopeo (superentender), y significa “vigilar.” En vista de eso, un superintendente en una congregación cristiana es uno que es nombrado para vigilar o superentender la congregación, para visitar y edificar a los que están asociados con ella. Los “superintendentes” cristianos corresponden con los que son reconocidos como los “hombres de más edad” u “hombres de mayor edad” de las congregaciones, y todos estos “hombres de más edad” o ancianos nombrados tienen responsabilidad como superintendentes del rebaño de Dios. (w72 169 párr. 1) el término “superintendentes” indica la naturaleza de su asignación, la palabra “pastor” hace referencia al modo de llevar a cabo esa supervisión. (w93 15/7 24) La idea fundamental tras la palabra griega para superintendente (e·pí·sko·pos) es la de cuidado protector. El Theological Dictionary of the New Testament (Diccionario teológico del Nuevo Testamento) declara: “Como suplemento del vocablo pastor [en 1 Pedro 2:25], el término [e·pí·sko·pos] alude a la obra pastoral de velar o proteger”. Sí, su responsabilidad primordial es velar por las ovejas y protegerlas, mantenerlas dentro del rebaño. (w92 1/7 16 párr. 8) o epískopos (de la cual se deriva la palabra “obispo”) (w85 1/7 29) La Biblia de Jerusalén traduce este versículo así: “Si alguno aspira el cargo de epíscopo, desea una noble función”. Esta añade en una nota: “‘Epíscopo’ —que Pablo usó aquí— no corresponde todavía a ‘obispo’ en el sentido actual”. Por tanto, escriturarios católicos reconocen que los altivos obispos de la cristiandad no son semejantes a los humildes superintendentes de los cristianos primitivos. Como declara The New Bible Dictionary: “En el Nuevo Testamento no hay ningún indicio de un gobierno por un solo obispo”. De igual manera, el señor Elmer T. Merrill, doctor en lenguas y doctor en derecho, declara en su libro Essays in Early Christian History: “Durante los primeros cien años [...] el obispo era a lo más un modesto presidente de un colegio [cuerpo organizado] de compañeros presbíteros [ancianos]”. (w85 1/7 30)
Superintendentes en las Escrituras Hebreas. José aconsejó a Faraón que nombrase superintendentes sobre la tierra, con el fin de almacenar provisiones durante los años de abundancia para el hambre venidera. (Gé 41:34-36.) Posteriormente, bajo sus respectivos principales, toda familia levita tenía una responsabilidad específica relacionada con la superintendencia de los deberes del tabernáculo. (Nú 3:24-26, 30, 31, 35-37.) A Eleazar, hijo de Aarón, se le designó el “principal de los principales de los levitas”, y superentendía toda la estructura del tabernáculo y sus utensilios. (Nú 3:32; 4:16.) El sumo sacerdote también podía nombrar superintendentes para ciertos servicios relacionados con el santuario. (2Re 11:18.) Los capítulos 23 a 27 de Primero de las Crónicas muestran los muchos y diversos puestos y sistemas de superintendencia que existían durante el reinado de David, tanto con respecto al sacerdocio como a la corte real, incluidas cuestiones económicas y militares.
La profecía de Isaías (60:17) traza un paralelo entre los “superintendentes” y “los que [...] asignan [...] tareas”, pues los superintendentes pueden asignar trabajo a otros, así como supervisar y velar por los intereses de aquellas personas o cosas confiadas a su cuidado. En esta profecía, Jehová predijo el tiempo en que “[nombraría] la paz como tus superintendentes, y la justicia como los que te asignan tus tareas”, una profecía que se cumplió inicialmente cuando Israel volvió del exilio, pero que se realizó de manera más completa en el Israel espiritual, la congregación cristiana.
Superintendentes de la congregación cristiana. Los “superintendentes” cristianos (e·pí·sko·poi) corresponden a los que son reconocidos como “ancianos” (pre·sbý·te·roi) en la congregación. Ambos términos designan el mismo puesto en la congregación, como se desprende de lo que Pablo dijo a los “ancianos de la congregación” de Éfeso cuando los llamó para que se reunieran con él en Mileto. Al exhortar a estos “ancianos”, les dijo: “Presten atención a sí mismos y a todo el rebaño, entre el cual el espíritu santo los ha nombrado superintendentes [una forma de e·pí·sko·poi], para pastorear la congregación de Dios”. (Hch 20:17, 28.) Después, cuando escribió a Tito sobre el nombramiento de “ancianos en ciudad tras ciudad”, utilizó el término “superintendente” (e·pí·sko·pos) con referencia a estos mismos hombres. (Tit 1:5, 7.) Por lo tanto, ambos términos se refieren a la misma posición: pre·sby·te·ros destaca las cualidades maduras del que ha sido nombrado, y e·pí·sko·pos, los deberes inherentes a ese nombramiento. (Véase ANCIANO.)
La congregación no tenía ninguna cantidad fija de superintendentes. Su número dependía de los varones capacitados y reconocidos como “ancianos” que hubiera en una congregación dada. En la congregación de Éfeso había varios de esos superintendentes. De igual manera, al escribir a los cristianos filipenses, Pablo se refiere a los “superintendentes” (Flp 1:1), indicando que eran un cuerpo que combinaba sus esfuerzos para superentender los asuntos de la congregación.
Un examen de las Escrituras Griegas Cristianas indica que los superintendentes, o ancianos, de cualquier congregación tenían la misma autoridad. En sus cartas a las congregaciones, el apóstol Pablo no distingue a ninguno de ellos como el superintendente, ni dirigió ninguna de las cartas a ningún individuo como tal. La carta a los Filipenses se dirigió “a todos los santos en unión con Cristo Jesús que están en Filipos, juntamente con los superintendentes y siervos ministeriales”. (Flp 1:1.) El profesor Manuel Guerra y Gómez observó lo siguiente a este respecto: “Desde luego epíscopos en el protocolo de la epístola a los Filipenses no supone una autoridad monárquica; es más bien un término que nombra a las personas de evidente estructuración plural y colegial encargadas de la dirección y del gobierno en la comunidad cristiana de la ciudad macedónica. A su vez los diáconos, según el significado general de la palabra, son los ayudantes, los ministros de los epíscopos y que por lo mismo estaban al servicio de los creyentes”. (Epíscopos y Presbyteros, Burgos, 1962, pág. 320.)
Requisitos de un superintendente o anciano. Para alcanzar el puesto de superintendente, hay que satisfacer los siguientes requisitos: “El superintendente, por lo tanto, debe ser irreprensible, esposo de una sola mujer, moderado en los hábitos, de juicio sano, ordenado, hospitalario, capacitado para enseñar, no un borracho pendenciero, no un golpeador, sino razonable, no belicoso, no amador del dinero, hombre que presida su propia casa excelentemente, que tenga hijos en sujeción con toda seriedad [...]; no un hombre recién convertido, [...] debe también tener excelente testimonio de los de afuera”. (1Ti 3:1-7.)
De igual manera, al hablar del nombramiento de ancianos en la carta a Tito, Pablo dijo que los requisitos que debía reunir un superintendente eran: “Libre de acusación, esposo de una sola mujer, que tenga hijos creyentes no acusados de disolución, ni ingobernables. Porque el superintendente tiene que estar libre de acusación como mayordomo de Dios, no ser voluntarioso, ni propenso a la ira, ni borracho pendenciero, ni golpeador, ni ávido de ganancia falta de honradez, sino hospitalario, amador del bien, de juicio sano, justo, leal, que ejerza autodominio, que se adhiera firmemente a la fiel palabra en lo que toca a su arte de enseñar, para que pueda exhortar por la enseñanza que es saludable y también censurar a los que contradicen”. (Tito 1:5-9.) Las diferencias que se observan entre esta lista y la anterior seguramente están en función de las necesidades que existían en la congregación de Creta, donde Tito servía. (Tit 1:10-14.)
Requisitos de superintendentes o ancianos y siervos ministeriales
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El Superintendente Supremo. En 1 Pedro 2:25 el apóstol cita de Isaías 53:6 al referirse a los que, “como ovejas, andaban descarriados”, y luego añade: “Pero ahora se han vuelto al pastor y superintendente de sus almas”. Estas palabras tienen que aplicar a Jehová Dios, pues aquellos a quienes Pedro escribió no habían andado errantes ni se habían apartado de Cristo Jesús, sino que, más bien, por medio de él habían sido conducidos de regreso a Jehová Dios, el Gran Pastor de su pueblo. (Sl 23:1; 80:1; Jer 23:3; Eze 34:12.) Jehová también es un superintendente, alguien que inspecciona. (Sl 17:3.) La inspección (gr. e·pi·sko·pé) puede estar relacionada con juicio adverso, como en el caso de la Jerusalén del siglo I E.C., que ‘no discernió el tiempo en que se la inspeccionaba [gr. e·pi·sko·pés]’. (Lu 19:44.) O podía tener un efecto favorable y beneficioso, como en el caso de los que “glorifiquen a Dios en el día para la inspección [gr. e·pi·sko·pés] por él”. (1Pe 2:12.)
“Entremetido en asuntos ajenos.” El apóstol Pedro dice que el cristiano no debe sufrir por “entremetido en asuntos ajenos”. (1Pe 4:15.) Esta expresión traduce el término griego al·lo·tri·e·pí·sko·pos, que significa literalmente “superintendente de lo de otro”. Francisco Zorell dice que esta palabra comunica la idea de “alguien que se arroga la obligación de preocuparse por los asuntos ajenos y corregirlos, alguien que imprudentemente se injiere en asuntos ajenos”. (Lexicon Graecum Novi Testamenti, París, 1961, col. 70.)
Al escribir sobre el verbo afín episkopeo (supervisar), W. E. Vine declara: “La palabra no da a entender el adquirir dicha responsabilidad, sino el cumplir con ella. No es asunto de asumir una posición, sino de desempeñar las funciones”. (w85 15/8 5) presbyteros (w84 15/1 16 párr 1) la Cyclopædia declara lo siguiente acerca del puesto del superintendente: “Nada en su carácter original impediría el que lo ocuparan por alternación varios ancianos en la misma iglesia o diócesis, pero el que fuera administrado con buen éxito tendería a perpetuarlo en el mismo individuo. Por consiguiente pronto se hizo cargo vitalicio.” El New Bible Dictionary de Douglas (pág. 158) también sugiere que el “episcopado [calidad de superintendente] monárquico apareció en las congregaciones locales cuando algún individuo talentoso adquirió una presidencia permanente de la junta de obispos-presbíteros [superintendentes-ancianos].” También, la Biblia de Jerusalén, en su nota al pie de la página sobre Tit 1:5, dice que “las primeras comunidades cristianas... tenían al frente un colegio de ‘presbíteros,’ ancianos,” y se refiere a “el paso de estos epíscopos-presbíteros a la figura del obispo [superintendente], jefe único del colegio de los sacerdotes.” (w76 345 párr. 5) El término griego epískopos, que significa “superintendente,” originalmente describía a cada uno y a todos los ancianos que tenían el deber de atender o superentender los intereses de la congregación, prestar atención al bienestar espiritual de ellos a la manera de un pastor. (Hech. 20:28) (w76 345 párr. 7)
LA ACCIÓN de delegar es más antigua que nuestro planeta. Jehová creó a su Hijo unigénito y, después, valiéndose de él como “obrero maestro”, hizo el universo (Pro. 8:22, 23, 30; Juan 1:3). Cuando Dios formó a la primera pareja humana, les encomendó: “Llenen la tierra y sojúzguenla” (Gén. 1:28). En efecto, confió a los seres humanos la tarea de extender el paraíso de Edén hasta abarcar toda la Tierra. Como vemos, delegar ha sido un rasgo característico de Jehová y de su organización desde el principio.
¿Qué implica delegar? ¿Por qué deben los ancianos cristianos aprender a delegar en otros ciertas tareas de la congregación? ¿Cómo pueden hacerlo?
¿Qué significa delegar? Para algunos, “delegar” significa librarse de sus responsabilidades, evadirlas, descuidarlas o renunciar a ellas. Sin embargo, visto apropiadamente, el “delegar” responsabilidades es un modo de cumplir con ellas. El verbo español “delegar” se define como: “Confiar una persona a otra la jurisdicción o potestad que tiene, o conferirle su representación”. Sin embargo, el que delega sigue siendo en última instancia el responsable de lo que se haga (w92 15/10 21)
Básicamente, delegar es “autorizar una persona a otra para que obre en representación suya en algún asunto” (Diccionario de uso del español, de María Moliner). En otras palabras, requiere contar con la colaboración de otras personas para cumplir ciertos objetivos, lo que implica, lógicamente, darles autoridad.
Los hermanos que reciben una tarea en la congregación han de cumplir con ella, informar de los progresos y, por lo general, consultar con quien se la delegó. Con todo, el principal responsable del asunto es el hermano nombrado que lo encargó originalmente, y él debe asegurarse de que se está realizando y dar asesoramiento si es necesario. Ahora bien, algunos quizás se pregunten: “¿Para qué delegar algo que uno mismo puede hacer?”.
Razones para delegar Meditemos en el hecho de que Jehová creara a su Hijo unigénito y le permitiera participar en las obras creativas posteriores. Sabemos que “por medio de él todas las otras cosas fueron creadas en los cielos y sobre la tierra, las cosas visibles y las cosas invisibles” (Col. 1:16). El Creador podría haberlo hecho todo él solo, pero quiso que su Hijo experimentara la alegría de realizar un trabajo productivo (Pro. 8:31). Esto ayudó al Hijo a conocer mejor las cualidades de Dios. En cierto sentido, el Padre aprovechó la oportunidad para capacitar a su Hijo unigénito.
Mientras vivió en la Tierra, Jesucristo supo delegar, en imitación de su Padre. Preparó gradualmente a sus seguidores. Envió a los doce apóstoles, y después a otros 70 discípulos, a que encabezaran la predicación (Luc. 9:1-6; 10:1-7). Así, cuando él llegaba a un lugar, ya tenía un buen fundamento sobre el que edificar. Al dejar la Tierra, Jesús delegó en sus discípulos capacitados responsabilidades mayores, como la obra mundial de predicar (Mat. 24:45-47; Hech. 1:8).
La congregación cristiana también se caracterizó por delegar y dar capacitación. El apóstol Pablo dijo a Timoteo: “Estas cosas encárgalas a hombres fieles, quienes, a su vez, estarán adecuadamente capacitados para enseñar a otros” (2 Tim. 2:2). En efecto, quienes tienen experiencia deben enseñar a otros, que a su vez enseñarán a otros más, y así sucesivamente.
El anciano que delega parte de sus tareas comparte con otros el gozo de enseñar y pastorear. La capacidad humana tiene límites, y reconocerlo es una razón más para que los ancianos pidan a otros hermanos que se encarguen de ciertas responsabilidades. La Biblia dice: “La sabiduría está con los modestos” (Pro. 11:2). La modestia incluye ser consciente de las propias limitaciones. Si uno trata de hacerlo todo, puede agotarse y quedarse sin tiempo para dedicarle a su familia. Así que lo más sabio es compartir la carga. Por ejemplo, el coordinador del cuerpo de ancianos puede pedir a otros ancianos que intervengan las cuentas de la congregación. Al repasar los registros, esos ancianos estarán al tanto de la situación económica de la congregación.
Si bien delegar proporciona a otros una oportunidad de adquirir la habilidad y la experiencia necesarias, también permite a la persona que delega observar las aptitudes de aquellos a quienes asignó una tarea. Es decir, delegando tareas apropiadas, los ancianos pueden probar “en cuanto a aptitud” a los siervos ministeriales en perspectiva (1 Tim. 3:10).
Por último, al delegar, los ancianos demuestran que confían en otros. Pablo preparó a Timoteo llevándolo consigo en el servicio misional. Entre ellos se forjó un estrecho vínculo, por lo que Pablo llamó a Timoteo “un hijo genuino en la fe” (1 Tim. 1:2). Igual ocurrió entre Jehová y Jesús mientras trabajaban juntos en la creación de todas las demás cosas. De manera que los ancianos pueden establecer una buena relación con otros al confiarles tareas.
¿Por qué algunos se retraen? Aunque conocen las ventajas de delegar, a algunos ancianos les cuesta hacerlo, y quizás hasta se retraen, porque piensan que de esa manera pierden autoridad. Tal vez crean que siempre deben estar al timón, por así decirlo. No obstante, conviene recordar que antes de ascender al cielo, Jesús autorizó a sus discípulos para llevar a cabo una labor de peso, aun sabiendo desde el principio que efectuarían obras mayores que las suyas (Mat. 28:19, 20; Juan 14:12).
Un anciano tal vez haya delegado trabajos en el pasado —sin resultados satisfactorios— y por ello piense que él puede hacer la tarea mejor y más rápido. No obstante, analicemos el ejemplo de Pablo: él sabía que era importante delegar, pero también comprendía que las personas a quienes preparara no siempre estarían a la altura de sus expectativas. En su primer viaje misionero, Pablo preparó a su joven compañero de viaje, Marcos, pero se sintió muy decepcionado cuando este abandonó la asignación para volver a su casa (Hech. 13:13; 15:37, 38). Sin embargo, eso no impidió que Pablo capacitara a otros. Como ya se ha mencionado, invitó a Timoteo para que lo acompañara, y cuando el joven estuvo preparado para asumir mayores responsabilidades, lo dejó en Éfeso y le confió la autoridad de nombrar superintendentes de congregación y siervos ministeriales (1 Tim. 1:3; 3:1-10, 12, 13; 5:22).
En nuestros días, los ancianos tampoco deben dejar de capacitar a los hermanos solo porque uno de ellos no haya respondido bien a la preparación. No solo es importante, sino también sensato, aprender a confiar en otros y ayudarlos. Ahora bien, ¿qué factores se han de tener en cuenta al delegar? ★Por qué no delegan algunos - (2-1-2017-Pg.28-Recuadro)
Cómo delegar Hay que analizar las aptitudes de los hermanos en quienes se quiere delegar algún deber. Cuando en Jerusalén surgió la necesidad de ocuparse de la distribución diaria de alimentos, los apóstoles escogieron a “siete varones acreditados [...,] llenos de espíritu y de sabiduría” (Hech. 6:3). Por eso, si usted le pide a una persona poco confiable que realice algo, es probable que no lo haga. Así que empiece por delegar pequeñas tareas, y cuando la persona demuestre que es confiable, tal vez pueda darle responsabilidades más importantes.
No obstante, hay otros aspectos implicados. Las personalidades, las aptitudes y la experiencia varían de una persona a otra. Es probable que un hermano amistoso y agradable sea un buen acomodador, mientras que alguien ordenado y sistemático tal vez resulte más útil como ayudante del secretario de la congregación. A una hermana con dotes artísticas se le pueden encargar los arreglos florales para la Conmemoración.
Por otra parte, la persona que asigna responsabilidades debe indicar claramente lo que espera. Antes de enviar mensajeros a Jesús, Juan el Bautista les explicó lo que quería saber y con qué palabras debían preguntarlo (Luc. 7:18-20). Y cuando Jesús encargó a sus discípulos que recogieran las sobras del alimento provisto milagrosamente, dejó que ellos se encargaran de los detalles (Juan 6:12, 13). Mucho dependerá de la naturaleza de cada tarea y de las aptitudes del ayudante. Sea como sea, tanto quien delega el trabajo como la persona a la que se le encarga deben saber bien qué se espera y con cuánta frecuencia se debe informar de los progresos. Ambos deben saber cuánto se deja a discreción de la persona asignada. Si hay que fijar una fecha para terminar, es posible que la persona se sienta más motivada si puede opinar al respecto, en vez de que simplemente le impongan la fecha.
El hermano asignado debe recibir las herramientas, la ayuda y los fondos necesarios para realizar su labor. También sería bueno que los demás supieran que él está a cargo. Cuando Jesús le entregó a Pedro “las llaves del reino de los cielos”, lo hizo en presencia de otros discípulos (Mat. 16:13-19). De la misma manera, en algunos casos sería bueno que la congregación supiera quién es el responsable de cierta tarea.
La prudencia también ayudará. Si un anciano trata de seguir controlando la labor que ha delegado en otro hermano, dará la impresión de que en realidad no confía en él. Es cierto que en ocasiones el resultado no será el esperado. No obstante, si al hermano a quien se ha confiado una responsabilidad se le permite cierto margen de actuación, probablemente adquirirá confianza y experiencia. Como es natural, eso no significa que al anciano no debe interesarle cómo se está efectuando la tarea. Por ejemplo, aunque le confió a su Hijo un papel en el proceso de la creación, Jehová siguió tomando parte activa en el trabajo. Le dijo al Obrero Maestro: “Hagamos al hombre a nuestra imagen” (Gén. 1:26). Así que usted, por sus palabras y acciones, apoye la tarea y encomie al hermano por sus esfuerzos. También puede ayudarlo haciendo un análisis de cómo van las cosas. Si la tarea no se está realizando bien, no dude en ofrecer más apoyo o consejos. Recuerde que usted tiene la responsabilidad final como persona que delega (Luc. 12:48).
Muchos hermanos se han beneficiado de que los ancianos de la congregación les delegaran tareas, como prueba de su interés en ellos. De hecho, todos los ancianos deben comprender por qué es importante delegar y cómo pueden hacerlo, en imitación de Jehová.
AL DELEGAR
★compartimos el sentido de logro
★hacemos más ★demostramos sabiduría y modestia ★capacitamos a otros ★mostramos confianza en Jehová y los demás CÓMO DELEGAR ★Elija a personas apropiadas para cada tarea★Explíquese y comuníquese claramente ★Especifique lo que debe realizarse ★Suministre los recursos necesarios ★Interésese por la tarea y exprese su confianza ★Esté dispuesto a asumir la responsabilidad final |
Todo cristiano saludable espiritualmente quiere ser aceptado e integrado en las responsabilidades de la congregación, si los humanos responsables no aprecian tus esfuerzos y sinceridad, Dios se encargara de usar los medios y las personas apropiadas para reconocer tu sincero sentido de responsabilidad.
Primeramente debemos buscar las razones en nosotros mismos, ¿somos de verdad honrados? (Pr 4:24) ¿Somos pacificadores y fáciles de complacer sin murmurar? (Flp 4:8) ¿Es nuestro motivo adelantar los intereses del reino, o la propia popularidad? ¿Sabemos ser fieles en las cosas pequeñas? ¿Asumimos la responsabilidad con gozo en trabajos considerados menos dignos como la limpieza del lugar de reunión? ¿Somos de los que esquivamos esfuerzos o hacemos las cosas de todo corazón? (Mt 5:41); Todo lo que hacemos ocultamente debería de darnos la señal de que no esta bien.
Si no se te tiene en cuenta, los responsables maduros te abordaran y te señalaran explícitamente donde mejorar con textos bíblicos y palabras claves sobre el asunto pendiente.
Solo nosotros somos responsables de nuestra mente y actitud, Jehová no espera nunca nada de nosotros que no podamos conseguir, si haces lo correcto, no hay humano ni demonio que pueda evitar recibir la bendición de Jehová reservada para ti. La verdadera bendición viene solo de Jehová y de nadie más.
Ilustrémoslo: nos encontramos en un grupo de personas donde no se aprecia el esfuerzo sincero y nos molestamos por ello, pues queremos ser aceptados como lo que somos, pero, ¿sería una bendición que se nos promoviera en esas circunstancias? Antes lo contrario, pues en medio de esas circunstancias el trabajar seria una verdadera carga y fuente de discordias, por eso si Jehová no nos bendice en esas circunstancias con responsabilidades, quizás lo que quiere Jehová es primero limpiar el grupo donde queremos colaborar para que sea una verdadera bendición trabajar con ellos.
En las Escrituras Hebreas el adjetivo ja-sídh se utiliza con relación a alguien “leal” o “de bondad amorosa”. (Sl 18:25, nota.) El sustantivo jé-sedh se refiere a la bondad, pero aunque comprende la tierna consideración o bondad que se deriva del amor, va más allá. Es la bondad que se adhiere amorosamente a un objeto hasta que su propósito con relación a ese objeto se ha realizado. Esta es la clase de bondad que Dios muestra a sus siervos y que ellos le muestran a Él. Por lo tanto, entra en el campo de la lealtad, una lealtad justa, devota y santa, por lo que se traduce “bondad amorosa” y “amor leal”. (Gé 20:13; 21:23; véase BONDAD.)
En las Escrituras Griegas el sustantivo ho-si-ó-tës y el adjetivo hó-si-os conllevan la idea de santidad, justicia, reverencia, devoción o piedad, la observancia cuidadosa de todos los deberes para con Dios. Supone una buena relación con Dios.
No parece que haya ninguna palabra española que exprese exacta y plenamente el significado de los términos correspondientes en hebreo y en griego, pero como “lealtad” implica devoción y fidelidad cuando se usa con relación a Dios y su servicio, sirve para transmitir una idea parecida. La mejor manera de determinar el significado pleno de los términos bíblicos en cuestión es examinar su uso en la Biblia.
Seamos leales a nuestros compañeros y familiares Testigos. A medida que pasan los años, no los olvidemos. Mantengámonos en comunicación con ellos: escribámosles, llamémosles por teléfono o visitémoslos. Prescindiendo de nuestra situación en la vida, esforcémonos por no desilusionarlos. Hagamos que se sientan felices de decir que nos conocen o que son nuestros familiares. La lealtad a ellos nos ayudará a estar resueltos a hacer lo correcto y será una fuente de ánimo para nosotros (Ester 4:6-16).
La lealtad de Jehová. Como Jehová Dios, el Santísimo, es justo, muestra incesante bondad a sus siervos e incluso trata con justicia y de modo coherente a sus enemigos, es confiable en grado sumo. De Él se declara: “Grandes y maravillosas son tus obras, Jehová Dios, el Todopoderoso. Justos y verdaderos son tus caminos, Rey de la eternidad. ¿Quién no te temerá verdaderamente, Jehová, y glorificará tu nombre, porque solo tú eres leal?”. (Apo 15:3, 4.) La lealtad de Dios a la justicia y al derecho, así como el amor que le tiene a su pueblo, le mueven a dictar sentencia. Por ello, un ángel se sintió impulsado a decir: “Tú, Aquel que eres y que eras, el Leal, eres justo porque has dictado estas decisiones”. (Apo 16:5; compárese con Sl 145:17.)
Jehová es leal a sus pactos. (Dt 7:9.) Por causa del pacto con su amigo Abrahán, durante siglos tuvo gran paciencia con la nación de Israel y le mostró misericordia. (2Re 13:23) Por ello, mediante su profeta Jeremías hizo este llamamiento a Israel: “‘De veras vuélvete, oh renegada Israel’, es la expresión de Jehová. ‘No haré caer mi rostro airadamente sobre ustedes, porque soy leal’”. (Jer 3:12.) Los que son leales a Jehová pueden confiar plenamente en Él. David pidió la ayuda de Dios en oración y dijo: “Con alguien leal tú actuarás en lealtad; con el poderoso, exento de falta, tratarás de un modo exento de falta”. (2Sa 22:26.) David hizo un llamamiento al pueblo y le pidió que se volviera del mal a fin de practicar el bien, “porque Jehová es amador de la justicia, y no dejará a los que le son leales. Hasta tiempo indefinido ciertamente serán guardados”. (Sl 37:27, 28.)
Los que son leales a Jehová pueden confiar en que Él está cerca y los ayudará hasta el mismo final de su proceder fiel, y pueden tener la plena seguridad de que los recordará en cualquier situación. Él guarda su camino (Pr 2:8) y sus vidas o almas. (Sl 97:10.)
Jesucristo. Cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, le fortaleció saber que Dios había predicho de él, Su principal “leal”, que no dejaría su alma en el Seol. (Sl 16:10.) En el día del Pentecostés de 33 E.C. el apóstol Pedro aplicó esta profecía a Jesús, diciendo: “[David] vio de antemano y habló respecto a la resurrección del Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne vio corrupción. A este Jesús lo resucitó Dios, del cual hecho todos nosotros somos testigos”. (Hch 2:25-28, 31, 32; compárese con Hch 13:32-37.) En un comentario sobre Hechos 2:27, The Expositor’s Greek Testament dice que la palabra hebrea ja-sídh (usada en Sl 16:10) “no solo aplica a alguien piadoso y devoto, sino también al que es objeto de la bondad de Jehová” (edición de W. R. Nicoll, 1967, vol. 2).
Dios requiere lealtad. Jehová exige lealtad de sus siervos, que han de imitarle. (Ef 5:1.) El apóstol Pablo dice a los cristianos que “deben vestirse de la nueva personalidad que fue creada conforme a la voluntad de Dios en verdadera justicia y lealtad”. (Ef 4:24.) Cuando Pablo recomienda la oración a la congregación, dice: “Por lo tanto, deseo que en todo lugar los hombres se ocupen en orar, alzando manos leales, libres de ira y debates”. (1Ti 2:8.) La lealtad es una cualidad esencial que capacita a un varón para un puesto de superintendencia en la congregación de Dios. (Tit 1:8.)
Acción de cumplir la voluntad de quien manda o lo que está dispuesto en una ley o precepto, sea que la orden prescriba una determinada acción o la prohíba.
La idea de la obediencia se expresa en las Escrituras Hebreas con el verbo scha·má´, que significa básicamente “oír” o “escuchar”, aparece más de 160 veces en la Biblia en sus diversas formas. Por lo tanto, en algunas ocasiones scha·má´ se refiere simplemente a oír o percibir algo por el sentido del oído. (Gé 3:10; 21:26; 34:5.) Pero cuando lo que se habla expresa voluntad, deseo, instrucción o mandato, el sentido de este término hebreo es prestar atención u obedecer al que habla: Adán ‘escuchó’ la voz de su esposa, es decir, accedió a su deseo de que también comiera del fruto prohibido (Gé 3:17; compárese con 21:12); José rehusó ‘escuchar’ las proposiciones deshonestas de la esposa de Potifar (Gé 39:10); el rey Saúl temió al pueblo y ‘por eso obedeció (escuchó) su voz’, y al hacerlo traspasó la orden de Dios (1Sa 15:24), y la promesa de Jehová a Abrahán concerniente a una descendencia se le concedió debido a que “escuchó” (obedeció) la voz de Jehová y guardó sus mandamientos. (Gé 22:18; 26:4, 5; compárese con Heb 11:8; véase OÍDO.)
Se usa la misma palabra hebrea para referirse a que Dios “escucha” u “oye” a los hombres. En este caso el término español “obediencia” no encaja, ya que los hombres no pueden mandar a Dios, sino solo pedirle o suplicarle. Por todo esto, cuando Dios le dijo a Abrahán: “Tocante a Ismael te he oído”, en realidad le estaba diciendo que había dado consideración a su solicitud, que actuaría de acuerdo con ella. (Gé 17:20.) De manera similar, Dios “oyó” o contestó el llamamiento de ciertas personas en tiempos de dificultad o aflicción, y respondió a sus súplicas cuando juzgó conveniente mostrar misericordia. (Gé 16:11; 29:33; 21:17; Éx 3:7-9; compárese con Dt 1:45.)
Parecido al verbo hebreo scha·má´, el verbo griego hy·pa·kóu·ö (el sustantivo correspondiente es hy·pa·ko·ë) expresa la idea de obedecer, y significa literalmente “oír desde abajo”, es decir: escuchar bajando la cabeza, escuchar con sumisión o atender (como en Hch 12:13). Otro verbo que transmite el sentido de obediencia es péi·thö, que significa “persuadir”. (Mt 27:20.) En las voces media y pasiva este verbo no solo significa “ser persuadido” (Lu 16:31), “confiar” (Mt 27:43) o “creer” (Hch 17:4), sino también “hacer caso” (Hch 5:40) u “obedecer” (Hch 5:36, 37). De esta palabra se deriva, entre otros términos, la forma negativa a·pei·thé·ö, que significa “no creer” (Hch 14:2; 19:9) o “desobedecer” (Jn 3:36).
Todo esto muestra que la obediencia, según se expresa en los idiomas originales de las Escrituras, depende primero de oír, es decir, recibir información o conocimiento (compárese con Lu 12:47, 48; 1Ti 1:13), y luego de someterse a la voluntad o deseo del que habla o expresa de otro modo tal voluntad o deseo. La sumisión depende, a su vez, de reconocer la autoridad de esa persona o el derecho de pedir o requerir la respuesta indicada, así como también del deseo o disposición del oyente para satisfacer la voluntad de dicha persona. Como se indica mediante las palabras griegas péi·thö y a·pei·thé·ö, la creencia y la confianza también están incluidas en este concepto.
La obediencia a Dios es esencial para la vida. Dios tiene el derecho de exigir la obediencia de todas sus criaturas, que le deben obediencia absoluta como su Hacedor, la Fuente de la que se deriva y depende la vida. (Sl 95:6-8.) Debido a que es el Omnisciente y Todopoderoso Dios, lo que dice merece sumo respeto y atención. Como es propio, un padre humano espera que sus hijos lleven a cabo su palabra, y si un niño es lento en responder, el padre puede decir enfáticamente: “¿Me has oído?”. Con muchísima más razón, el Padre celestial requiere, con todo derecho, atención receptiva y respuesta a sus expresiones. (Compárese con Dt 21:18-21; Pr 4:1; Isa 64:8; 1Pe 1:14.)
No hay sustituto para la obediencia; no se puede conseguir el favor de Dios sin ella. Samuel le dijo al rey Saúl: “¿Se deleita tanto Jehová en ofrendas quemadas y sacrificios como en que se obedezca [forma de scha·má´] la voz de Jehová? ¡Mira! El obedecer [literalmente, “escuchar”] es mejor que un sacrificio, el prestar atención que la grasa de carneros”. (1Sa 15:22.) No obedecer es rechazar la palabra de Jehová, demostrar que realmente no se cree, no se confía o no se tiene fe ni en esa palabra ni en su Fuente. Por lo tanto, el que desobedece no es diferente del que practica adivinación o utiliza ídolos. (1Sa 15:23; compárese con Ro 6:16.) Las expresiones verbales de asentimiento no significan nada si la acción que se requiere no se lleva a cabo. Además, el no responder muestra descreimiento o falta de respeto a la fuente de la que provienen las instrucciones. (Mt 21:28-32.) Los que se quedan satisfechos tan solo con oír y aceptar mentalmente la verdad de Dios, pero no hacen lo que esta exige, se engañan a sí mismos con razonamiento falso y no reciben ninguna bendición. (Snt 1:22-25.) El Hijo de Dios aclaró que hasta los que hicieran cosas parecidas a las mandadas, pero de un modo o con un motivo incorrectos, nunca conseguirían entrar en el Reino, sino que se les rechazaría completamente. (Mt 7:15-23.)
La desobediencia debida al pecado innato. Dios informó al hombre desde el principio que la obediencia era básica, una cuestión de vida o muerte. (Gé 2:16, 17.) La misma regla aplica a los hijos celestiales de Dios. (1Pe 3:19, 20; Jud 6; Mt 25:41.) La desobediencia voluntaria del hombre perfecto Adán, como cabeza responsable de Eva y progenitor o fuente de vida de la familia humana, le acarreó el pecado y la muerte a toda su descendencia. (Ro 5:12, 19.) De modo que los hombres son por naturaleza “hijos de la desobediencia” e “hijos de la ira”, que no merecen el favor de Dios debido a que infringen Sus justas normas. No resistir esta inclinación inherente a la desobediencia lleva irremisiblemente a la destrucción. (Ef 2:2, 3; 5:6-11; compárese con Gál 6:7-9.)
Jehová Dios ha provisto misericordiosamente los medios para combatir el pecado innato y obtener el perdón de las malas acciones que se deben a la imperfección y no a la desobediencia voluntaria. Por medio de su espíritu santo, Dios suministra la fuerza que hace posible que el pecador se incline a la justicia y produzca buen fruto. (Gál 5:16-24; Tit 3:3-7.) El perdón de los pecados viene por medio de la fe en el sacrificio de rescate de Jesús, y esa fe es en sí misma una restricción para el mal y un estímulo para la obediencia. (1Pe 1:2.) Por ello Pablo se refiere a la “obediencia [escuchar con sumisión] por fe”. (Ro 16:26; 1:16; compárese con Hch 6:7.) Romanos 10:16-21 muestra que la fe que sigue a lo oído produce obediencia y que el hecho de que el pueblo de Israel ‘fuera desobediente’ (‘fuera incrédulo’ [forma de a·pei·thé·ö]) se debió a su falta de fe. (Compárese con Heb 3:18, 19.) Como la fe verdadera es “la expectativa segura de las cosas que se esperan” y “la demostración evidente de realidades aunque no se contemplen”, y requiere creer que Dios existe y que es “remunerador de los que le buscan solícitamente”, los que tienen fe se sienten movidos a obedecer y confían con seguridad en las bendiciones que la obediencia reporta. (Heb 11:1, 6.)
Bendecidos por su obediencia
Existe un gran número de personas que recibieron bendiciones inesperadas por su obediencia: ★Pedro - (Lu 5:1-7.)
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De modo que Dios no ha comunicado al hombre simplemente una serie de mandatos estrictos como los de un dictador insensible. Dios no desea la clase de obediencia que se consigue de un animal cuando se le pone un freno (compárese con Snt 3:3; Sl 32:8, 9), ni una obediencia negligente u obligada, como la que incluso los demonios rindieron a Jesús y a sus discípulos (Mr 1:27; Lu 10:17, 20); Él desea una obediencia impulsada por un corazón apreciativo. (Sl 112:1; 119:11, 112; Ro 6:17-19.) Por lo tanto, Jehová acompaña sus expresiones de voluntad y propósito con información útil que apela al sentido de justicia de la persona, a su amor y bondad, inteligencia, raciocinio y sabiduría. (Dt 10:12, 13; Lu 1:17; Ro 12:1, 2.) Los que tienen la actitud de corazón correcta obedecen impulsados por amor. (1Jn 5:2, 3; 2Jn 6.) Además, la veracidad y corrección del mensaje que transmiten los siervos de Dios persuade a los oyentes a obedecer, por lo que el apóstol Pedro habla de “obediencia a la verdad con el cariño fraternal sin hipocresía como resultado”. (1Pe 1:22; compárese con Ro 2:8, 9; Gál 5:7, 8.)
Jehová tuvo gran paciencia con Israel y dijo que ‘madrugaba diariamente’ y enviaba a sus profetas para exhortar y amonestar al pueblo, ‘extendiendo todo el día sus manos hacia un pueblo que era desobediente y respondón’, pero este siguió endureciendo su corazón como piedra de esmeril, rechazando con tozudez la disciplina. (Jer 7:23-28; 11:7, 8; Zac 7:12; Ro 10:21.) Aun antes de la venida del Mesías, los israelitas se esforzaron por establecer la justicia a su manera mediante las obras de la Ley. Su falta de fe y desobediencia a las instrucciones que Dios les dio mediante su Hijo les costó a la mayoría su lugar en el gobierno del Reino, y abrió el camino para que muchos no judíos llegaran a ser parte de la nación escogida del Israel espiritual. (Ro 10:1-4; 11:13-23, 30-32.)
El temor saludable a Dios es fundamental para la obediencia. Reconoce que Dios es omnipotente y que de Él nadie se puede mofar, pues paga a cada uno conforme a sus obras. (Compárese con Flp 2:12, 13; Gál 6:7, 8; Heb 5:7.) La desobediencia consciente a la voluntad revelada de Dios acarrea una “cierta horrenda expectación de juicio”. (Heb 10:26-31.)
En las Escrituras se hallan muchos ejemplos alentadores de obediencia fiel en toda clase de circunstancias y situaciones y ante todo tipo de oposición. El ejemplo supremo es el del propio Hijo de Dios, quien “se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, sí, muerte en un madero de tormento”. (Flp 2:8; Heb 5:8.) Su obediencia lo justificó, lo probó justo por sus propios méritos, y de este modo pudo suministrar un sacrificio perfecto para redimir a la humanidad del pecado y la muerte. (Ro 5:18-21.)
Obediencia a otros superiores. La posición del Hijo como el Rey nombrado de Dios requiere que todos le obedezcan. (Da 7:13, 14.) Él es “Siló” de la tribu de Judá, aquel ‘a quien pertenece la obediencia de los pueblos’ (Gé 49:10); el profeta semejante a Moisés a quien toda alma tendría que escuchar o sería destruida (Hch 3:22, 23), y el “caudillo y comandante a los grupos nacionales” (Isa 55:3, 4), que fue colocado “muy por encima de todo gobierno y autoridad y poder y señorío” (Ef 1:20, 21), y en el nombre de quien ‘se dobla toda rodilla’ en reconocimiento de la autoridad que ha recibido de Dios. (Flp 2:9-11.) Es el Sumo Sacerdote cuyas instrucciones consiguen la curación y vida eterna para todos los que le escuchan con sumisión. (Heb 5:9, 10; Jn 3:36.) Como principal vocero de Dios, Jesús podía decir que la obediencia a sus dichos constituía el único fundamento sólido sobre el que las personas podían edificar sus esperanzas para el futuro. (Mt 7:24-27.) La obediencia prueba el amor que sus seguidores le tienen y emana de este. (Jn 14:23, 24; 15:10.) Como Dios ha hecho de su Hijo la figura clave en el cumplimiento de todos su propósitos (Ro 16:25-27), la vida depende de la obediencia a “las buenas nuevas acerca de nuestro Señor Jesús”, y esta obediencia implica hacer declaración pública de la fe en él. (2Te 1:8; Ro 10:8-10, 16; 1Pe 4:17.)
Como cabeza de la congregación cristiana, Cristo Jesús delega autoridad en otros, como hizo en el caso de los apóstoles. (2Co 10:8.) Estas personas transmiten las instrucciones del Cabeza de la congregación, por lo que es propio y necesario obedecerles (2Co 10:2-6; Flp 2:12; 2Te 3:4, 9-15), pues tales pastores espirituales “están velando por las almas de ustedes como los que han de rendir cuenta”. (Heb 13:17; 1Pe 5:2-6; compárese con 1Re 3:9.) El biblista R. T. France explica que en el griego que se traduce en Hebreos 13:17 “sean obedientes” no es “el habitual para indicar obediencia, sino que literalmente significa 'déjense persuadir', lo que implica la aceptación voluntaria de la dirección de ellos”. Obedecemos a los ancianos no solo porque así lo pide la Palabra de Dios, sino también porque nos hemos persuadido de que su único deseo es velar por los intereses del Reino y por nuestro bienestar. No hay ninguna duda: seremos felices si aceptamos voluntariamente su dirección. (w07 1/4 28 párr. 8) A estos hombres responsables les regocija la obediencia voluntaria, como la de los cristianos romanos y filipenses, y como la de Filemón, a quien Pablo pudo decir: “Te escribo, pues sé que harás aún más de las cosas que digo”. (Ro 16:19; Flp 2:12, 17; Flm 21.)
Obediencia a los padres y esposos. Los padres tienen el derecho natural dado por Dios de que sus hijos los obedezcan. (Pr 23:22.) La obediencia de Jacob a sus padres debió ser una de las razones por las que Jehová ‘amó a Jacob pero odió a Esaú’. (Mal 1:2, 3; Gé 28:7.) Jesús se sometió de niño a sus padres terrestres. (Lu 2:51.) El apóstol Pablo aconseja a los hijos que sean “obedientes a sus padres en todo”. Debe recordarse que la carta iba dirigida a cristianos, de modo que “todo” no incluye mandatos que puedan resultar en desobediencia a la palabra del Padre celestial, Jehová Dios, pues esto no sería “agradable” al Señor. (Col 3:20; Ef 6:1.) La desobediencia a los padres no se considera asunto de poca importancia en las Escrituras, y bajo la Ley la desobediencia persistente se castigaba con la pena capital. (Dt 21:18-21; Pr 30:17; Ro 1:30, 32; 2Ti 3:2.)
La jefatura del varón también exige que las esposas sean obedientes a sus esposos “en todo”, y se cita a Sara como ejemplo que imitar. (Ef 5:21-33; 1Pe 3:1-6.) Como en el caso anterior, la jefatura y la autoridad del esposo no son supremas, sino que van después de las de Dios y Cristo. (1Co 11:3.)
A amos y gobiernos. De igual manera, se exhorta a los esclavos a que obedezcan a sus amos “en todo”, no para servir al ojo, sino como esclavos de Cristo, con temor de Jehová. (Col 3:22-25; Ef 6:5-8.) Aquellos esclavos que sufrían podían tomar como ejemplo a Cristo Jesús, como también podían hacer las esposas cristianas en circunstancias similares. (1Pe 2:18-25; 3:1.) La autoridad de sus amos era relativa, no absoluta; de modo que los esclavos cristianos podían obedecer “en todo” lo que no estaba en conflicto con la voluntad y mandatos de Dios.
Finalmente, se debe dar obediencia a los gobiernos y autoridades terrestres (Tit 3:1), pues Dios les ha permitido existir e incluso rendir algunos servicios a su pueblo. De modo que los cristianos tienen que ‘pagar a César las cosas de César’. (Mr 12:14-17.) La razón que los obliga a obedecer las leyes de César y a pagar los impuestos no es el temor a la “espada” de castigo del César, sino la conciencia cristiana (Ro 13:1-7.) Como la conciencia es el factor decisivo, la sumisión cristiana a los gobiernos obviamente se limita a todo lo que no contravenga la ley de Dios. Por esta razón, cuando los gobernantes ordenaron a los apóstoles que dejaran de llevar a cabo la comisión divina de predicar, estos respondieron sin paliativos: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”. (Hch 5:27-29, 32; 4:18-20.) ¿Es nuestro conocimiento mayor que nuestra obediencia?
Citas Bíblicas sobre la Obediencia Ezequiel 33:32 “Mira, tú eres para ellos como una canción de amor cantada con una voz preciosa y tocada hábilmente con un instrumento de cuerda. Oirán tus palabras, pero nadie las pondrá en práctica.” |
No es de sabios desobedecer a Jehová
Cuando obedecemos a Jehová, hacemos lo que es correcto sin pérdida de tiempo, gastos innecesarios ni efectos secundarios y evitamos hacernos daños a nosotros mismos y a otros, la ley de Jehová es perfecta y todo ser inteligente debería llegar a esa conclusión antes o después de hacer sus experiencias, la obediencia a Jehová nos lleva sin atajos al éxito y la felicidad. Ninguna universidad en este mundo nos puede enseñar a vivir una vida de calidad como la que se deriva de la obediencia a Dios. Es una gran tontería no obedecer a Jehová, pues perdemos nuestra paz interna y el equilibrio espiritual, mental y emocional, tendremos mucha más paz, más gozo, más fuerza, mas salud, más autoridad, mucha más bendición obedeciendo a Jehová, pues nuestro Dios es un Dios de calidad, El nos ofrece una vida de calidad, no de productos de segunda calidad. |
1:9.
¿De qué formas podemos “exhortar por la enseñanza que es saludable”?.
La fuerza de nuestra exhortación debe provenir de la Palabra de Dios, y no de opiniones personales o reglas humanas. Resulta útil enumerar los beneficios de aplicar los consejos bíblicos y las consecuencias de pasarlos por alto. Si nuestro razonamiento tiene una sólida base bíblica, podremos explicar claramente con las Escrituras qué hacer y de qué manera.
1:9a.
¿Cómo podemos asegurarnos de que nuestras afirmaciones sean exactas?.
1) resistir la tentación de dar una respuesta si no estamos seguros,
2) basar nuestras afirmaciones en “el modelo de palabras saludables”,
3) investigar el tema y
4) comprobar la exactitud de las estadísticas y experiencias, y no exagerarlas (2 Tim. 1:13).
1:9b.
¿Cómo podemos usar la Biblia con mayor destreza?.
A fin de adherirnos “firmemente a la fiel palabra en lo que toca a [nuestro] arte de enseñar”, debemos tener un buen programa de lectura y estudio de la Biblia. Hemos de acostumbrarnos a incluir textos bíblicos al comentar en las reuniones. Antes de responder interrogantes o tomar decisiones, siempre hemos de analizar lo que dice la Biblia al respecto. Cuando no conozcamos el punto de vista bíblico sobre determinado asunto, deberíamos estar dispuestos a buscar más información.
1:15.
¿Cómo pueden “todas las cosas” ser “limpias a los limpios”, pero no serlo “a los contaminados y sin fe”?.
Para saberlo, hay que entender lo que Pablo quiso decir con la expresión “todas las cosas”. No se refería a cosas que se condenan directamente en la Palabra escrita de Dios, sino a asuntos sobre los que —según las Escrituras— cada cristiano puede tomar su propia decisión. Tales cosas son limpias para los que piensan en armonía con las normas de Dios, pero no lo son para las personas que tienen una forma de pensar distorsionada y una conciencia contaminada.*
2:3.
¿Por qué debería ejercerse cautela al beber alcohol, aunque no se llegue al punto de estar visiblemente borracho?.
Hay personas que dan pocas muestras de embriaguez aunque beban bastante. Sin embargo, pudieran adquirir una dependencia del alcohol cada vez mayor y llegar a estar “esclavizadas a mucho vino” (Tito 2:3). Jesús advirtió sobre “estar cargados debido a comer con exceso y beber con exceso” (Lucas 21:34, 35). No hay que llegar a emborracharse para empezar a sentirse embotado tanto física como espiritualmente.
2:12.
¿Con qué debe equilibrarse la disposición a aceptar responsabilidades?.
Debe templarse con el buen juicio. Nadie debe sobrecargarse de tantas asignaciones que pierda el gozo en el servicio a Jehová. Es encomiable que tengamos un espíritu dispuesto, pero la buena disposición debe reflejar modestia y “buen juicio” (2 Timoteo 3:1; Tito 2:12; Apocalipsis 3:15, 16).
3:1.
¿Podría un cristiano sustituir el servicio militar por un servicio civil?.
Hay países que exigen que los objetores al servicio militar realicen por algún tiempo un servicio civil. ¿Qué debemos hacer si nos enfrentamos a esta situación? Orar a Jehová e informarnos bien, tal vez pidiéndole consejo a un cristiano maduro. Así podremos tomar una buena decisión de conciencia (Proverbios 2:1-5; Filipenses 4:5).
La Palabra de Dios nos pide que seamos “obedientes a los gobiernos y a las autoridades”, que estemos “listos para toda buena obra” y que seamos “razonables” (Tito 3:1, 2). Teniendo esto presente, debemos preguntarnos qué ocurrirá si aceptamos el servicio civil: “¿Se verá comprometida mi neutralidad cristiana o me veré involucrado en la religión falsa?” (Miqueas 4:3, 5; 2 Corintios 6:16, 17). “¿Me será difícil, o incluso imposible, cumplir con mis responsabilidades cristianas?” (Mateo 28:19, 20; Efesios 6:4; Hebreos 10:24, 25.) “O por el contrario, ¿tendré tiempo para participar más en las actividades espirituales, e incluso emprender el ministerio de tiempo completo?” (Hebreos 6:11, 12.)
Si un cristiano decide con conciencia limpia cumplir con un determinado servicio civil en lugar de ir a la cárcel, sus hermanos en la fe deben respetar su decisión (Romanos 14:10). Y lo mismo deben hacer si decide no cumplir con dicho servicio (1 Corintios 10:29; 2 Corintios 1:24).
3:5.
¿Cómo se ‘salva a los cristianos ungidos mediante un baño’ y se les ‘hace nuevos por espíritu santo’?.
Se les ‘salva mediante un baño’ en el sentido de que Dios los ha bañado, o limpiado, con la sangre de Jesús aplicándoles los méritos de su sacrificio redentor. Y se les ‘hace nuevos por espíritu santo’ porque, como hijos de Dios engendrados por espíritu, han llegado a ser “una nueva creación” (2 Cor. 5:17).
1:10-13; 2:15. Los superintendentes cristianos tienen que corregir con valor los defectos, o males, que haya en la congregación.
2:3-5. Las cristianas maduras de hoy, al igual que las del siglo primero, deben ser “reverentes en su comportamiento, no calumniadoras, ni esclavizadas a mucho vino, maestras de lo que es bueno”. Así, los consejos que den en privado a “las mujeres jóvenes” de la congregación tendrán más peso.
“PABLO, esclavo de Dios y apóstol de Jesucristo [...] a Tito, un hijo genuino según una fe de la que participamos en común.” (Tito 1:1, 4.) Así comienza la carta que Pablo dirigió a Tito, su colaborador y compañero de largo tiempo a quien había dejado en la isla de Creta para organizar mejor las congregaciones. Tito tenía una tarea grande ante sí. Aquella isla —de la cual se decía que había sido la antigua morada del “padre de los dioses y los hombres”— había sido la fuente del dicho: “cretar a un cretense”, que quería decir: “burlar a un bribón”. La falsedad de aquellos isleños era proverbial, de modo que Pablo hasta citó a un profeta de ellos que había dicho: “Los cretenses siempre son mentirosos, bestias salvajes perjudiciales, glotones desocupados” (Tito 1:12). A los cretenses de los días de Pablo también se les ha descrito así: “El carácter de la gente era inconstante, insincero y pendenciero; era gente entregada a la codicia, el libertinaje, la falsedad y la borrachera, a un grado fuera de lo común; y parece que los judíos que se habían establecido entre ellos habían excedido a los nativos en inmoralidad”. En aquel ambiente habían surgido las congregaciones de Creta; por eso era especialmente necesario que los creyentes ‘repudiaran la impiedad y los deseos mundanos y vivieran con buen juicio y justicia y devoción piadosa’, como exhortó Pablo (Tito 2:12).
2 El libro de Tito dice muy poco sobre la asociación que hubo entre Pablo y Tito. Con todo, se puede reunir mucha información de las referencias a Tito que hay en las demás cartas de Pablo. Tito, que era griego, acompañó muchas veces a Pablo, y por lo menos en una ocasión subió a Jerusalén con él. (Gál. 2:1-5.) Pablo lo llama “partícipe conmigo y colaborador”. Después que Pablo escribió su primera carta a los corintios desde Éfeso, envió a Tito a Corinto. Mientras estuvo allí, Tito trabajó con relación a la colecta que se hizo para los hermanos de Jerusalén, y más tarde volvió por dirección de Pablo para completar aquella colecta. Fue en el viaje de regreso a Corinto, después de haberse reunido con Pablo en Macedonia, cuando se utilizó a Tito para llevar la segunda carta de Pablo a los corintios. (2 Cor. 8:16-24; 2:13; 7:5-7.)
3 Una vez que a Pablo se le puso en libertad de su primer aprisionamiento en Roma, durante los últimos años de su ministerio se asoció de nuevo con Timoteo y Tito. Parece que esto incluyó su servicio en Creta, Grecia y Macedonia. Finalmente se relata que Pablo fue a Nicópolis, al noroeste de Grecia, y parece que allí se le arrestó y de allí se le llevó a Roma para su aprisionamiento final y ejecución. En su visita a Creta, Pablo había dejado a Tito allí para que ‘corrigiera las cosas defectuosas e hiciera nombramientos de ancianos en ciudad tras ciudad’, según sus instrucciones. Parece que Pablo escribió la carta poco después de haber dejado a Tito en Creta, y muy probablemente desde Macedonia. (Tito 1:5; 3:12; 1 Tim. 1:3; 2 Tim. 4:13, 20.) Parece que la carta tuvo un propósito similar al de la primera carta a Timoteo, a saber: animar al colaborador de Pablo y darle apoyo autoritativo en sus deberes.
4 Pablo tiene que haber escrito la carta en algún tiempo entre su primer y su segundo aprisionamientos en Roma, o alrededor de 61 y 64 E.C. El peso de las pruebas a favor de la autenticidad de la carta a Tito es igual al de las cartas contemporáneas a Timoteo; a estos tres libros bíblicos se les suele llamar las “cartas pastorales” de Pablo. Su estilo de escritura es similar. Tanto Ireneo como Orígenes citan de Tito, y muchas otras autoridades antiguas también testifican de la canonicidad del libro. Este se halla en los manuscritos Sinaítico y Alejandrino. En la Biblioteca John Rylands hay un fragmento de papiro, P32 —que es la hoja de un códice de alrededor del siglo III E.C.—, que contiene los pasajes de Tito 1:11-15 y Tito 2:3-8. No hay duda de que el libro es parte auténtica de las Escrituras inspiradas.
5 Los superintendentes deben exhortar mediante enseñanza saludable - (1:1-16) Después de un afectuoso saludo, Pablo explica cómo califican los superintendentes. Se recalca que el superintendente debe estar “libre de acusación”, ser amador del bien, justo, leal, un hombre “que se adhiera firmemente a la fiel palabra en lo que toca a su arte de enseñar, para que pueda exhortar por la enseñanza que es saludable y también censurar a los que contradicen”. Esto es necesario en vista de los “engañadores de la mente” que hasta están subvirtiendo casas enteras por causa de la ganancia falta de honradez. Por eso Tito tiene que ‘seguir censurándolos con severidad, para que estén saludables en la fe y no presten atención a las fábulas judaicas’. Los contaminados quizás declaren públicamente que conocen a Dios, pero por sus obras de desobediencia lo repudian (Tito 1:6-10, 13, 14).
6 Vivir con juicio sano, justicia y devoción piadosa - (2:1–3:15) Los hombres de edad y las mujeres de edad deben ser serios y reverentes. Las mujeres jóvenes deben amar a sus esposos y a sus hijos y sujetarse a sus esposos “para que no se hable injuriosamente de la palabra de Dios”. Los hombres de menos edad deben ser ejemplares en obras excelentes y habla saludable. Los esclavos en sujeción deben desplegar “buena fidelidad a plenitud”. La bondad inmerecida de Dios que lleva a la salvación se ha manifestado, y estimula juicio sano, justicia y devoción piadosa en aquellos a quienes Dios ha limpiado mediante Cristo Jesús para que sean “un pueblo peculiarmente suyo, celoso de obras excelentes” (Tito 2:5, 10, 14).
7 Pablo hace resaltar que es preciso estar en sujeción y ser obedientes a los gobiernos y ‘desplegar toda apacibilidad para con todos los hombres’. Pablo y sus compañeros cristianos en un tiempo eran tan malos como otros hombres. Se les ha salvado por espíritu santo y han llegado a ser herederos de una esperanza de vida eterna, no por alguna obra de ellos, sino por la bondad, el amor y la misericordia de Dios. Por eso los que creen a Dios deben ‘tener la mente puesta en mantener obras excelentes’. Deben evitar cuestiones necias y contienda acerca de la Ley, y en cuanto al hombre que promueve una secta, han de rechazarlo después de una primera y una segunda admonición. Pablo pide a Tito que venga a verlo en Nicópolis y, tras dar otras instrucciones misionales, recalca de nuevo la importancia de las obras excelentes para no ser infructíferos (Tito 3:2, 7, 8).
8 Los cristianos cretenses vivían en un ambiente de mentiras, corrupción y avaricia. ¿Deberían simplemente dejarse llevar por los demás?, ¿o deberían tomar medidas claras para separarse completamente a fin de servir como un pueblo que había sido santificado a Jehová Dios? Al señalar mediante Tito que los cretenses deberían ‘tener la mente puesta en mantener obras excelentes’, Pablo dijo: “Estas cosas son excelentes y provechosas a los hombres”. También es ‘excelente y provechoso’ hoy día —en un mundo que se ha sumido en un lodazal de falsedad y prácticas faltas de honradez— que los verdaderos cristianos “aprendan a mantener obras excelentes” y sean fructíferos al servir a Dios (Tito 3:8, 14). La condenación que expresó Pablo por la inmoralidad y la iniquidad que amenazaban a las congregaciones de Creta sirve de advertencia para nosotros ahora, cuando ‘la bondad inmerecida de Dios nos instruye a repudiar la impiedad y los deseos mundanos y a vivir con buen juicio y justicia y devoción piadosa en medio de este sistema de cosas’. Los cristianos deben también estar “listos para toda buena obra” al ser obedientes a los gobiernos, y así mantener una buena conciencia (Tito 2:11, 12; 3:1Tito 3:2).
9 Tito 1:5-9 complementa 1 Timoteo 3:2-7 cuando muestra lo que el espíritu santo requiere de los superintendentes. Esto recalca que el superintendente ha de ‘adherirse firmemente a la fiel palabra’ y ser maestro en la congregación. ¡Cuán necesario es esto para ayudar a todos a alcanzar la madurez! De hecho, varias veces en la carta a Tito se destaca lo necesaria que es la enseñanza correcta. Pablo exhorta a Tito a ‘seguir hablando las cosas que son apropiadas para la enseñanza saludable’. Las mujeres de edad deben ser “maestras de lo que es bueno”, y los esclavos deben ‘adornar la enseñanza de su Salvador, Dios, en todas las cosas’. (Tito 1:9; 2:1, 3, 10.) Al hacer hincapié en que Tito como superintendente sea firme y denodado en su enseñanza, Pablo dice: “Sigue hablando estas cosas y exhortando y censurando con plena autoridad para mandar”. Y en el caso de los que desobedecen, dice: “Sigue censurándolos con severidad, para que estén saludables en la fe”. Así que la carta de Pablo a Tito es especialmente “provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia”. (Tito 2:15; 1:13; 2 Tim. 3:16.)
10 La carta a Tito aviva nuestro aprecio por la bondad inmerecida de Dios y nos anima a volvernos de la impiedad del mundo, ‘mientras aguardamos la feliz esperanza y la gloriosa manifestación del gran Dios y de nuestro Salvador, Cristo Jesús’. Al hacer esto, los que han sido declarados justos mediante Cristo Jesús pueden llegar a ser “herederos según una esperanza de vida eterna” en el Reino de Dios. (Tito 2:13, 3:7.)
Carta que escribió Pablo a su colaborador Tito, a quien había dejado atrás en Creta para que ‘corrigiera las cosas defectuosas e hiciera nombramientos de ancianos’ en las diversas congregaciones del lugar. (Tit 1:1, 4, 5.) Todos los catálogos antiguos más importantes de las Escrituras Griegas Cristianas dan fe de la autenticidad de la carta, empezando con el Fragmento de Muratori (siglo II E.C.).
Cuándo y dónde se escribió. Puesto que no existe ningún registro de que Pablo predicase en la isla de Creta antes de su primera reclusión en Roma, debió haber estado allí con Tito entre su liberación y su última reclusión. Por consiguiente, puede que haya escrito la carta aproximadamente entre los años 61 y 64 E.C., y que la haya enviado desde Macedonia, donde es posible que también escribiera, alrededor de ese mismo tiempo, la primera carta a Timoteo. (1Ti 1:3.)
Propósito de la carta. La carta serviría de guía a Tito y le daría apoyo apostólico para desempeñar sus deberes con relación a las congregaciones cretenses. Su comisión no era fácil, puesto que tenía que contender con personas rebeldes. Pablo escribió: “Porque hay muchos hombres ingobernables, habladores sin provecho y engañadores de la mente, especialmente esos hombres que se adhieren a la circuncisión. Hay que cerrar la boca a estos, puesto que estos mismos hombres siguen subvirtiendo casas enteras, enseñando cosas que no deben por causa de la ganancia falta de honradez”. (Tit 1:10, 11.) También eran comunes entre los cretenses la mentira, la glotonería y la pereza, y al parecer algunos de los cristianos reflejaban estos malos hábitos. Por esta razón, Tito tenía que censurarlos con severidad, mostrar lo que se requería de los cristianos —tanto si eran jóvenes como viejos, hombres o mujeres, esclavos o libres—, y ser para ellos un ejemplo en obras excelentes y enseñanza sana. (Tit 1:12–3:2.)
Consejo a un anciano sobre cómo tratar algunas situaciones en una asignación especialmente difícil |
Nombramiento de superintendentes y modo de tratar problemas graves
★Tito recibe el mandato de corregir las cosas defectuosas y nombrar superintendentes en las diversas ciudades de Creta (1:5)
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Consejo sano para todos los cristianos
★Se anima a los hombres de edad a que sean ejemplos de moderación, seriedad, juicio sano, fe, amor y aguante (2:1, 2)
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